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Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 1 de 18
Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 2 de 18
ÍNDICE DE LAS LECCIONES ANTERIORES DE LA
HISTORIA DE LA IGLESIA
1. Cómo llegó el Evangelio y El Libro de Mormón a México.
2. La expedición del apóstol Moses Thatcher a la Ciudad de
México en 1879.
3. Los colonizadores mormones en Chihuahua y Sonora.
4. Reapertura de la Misión Mexicana en 1901.
5. Las tribulaciones de los santos durante la Revolución.
Presentando ésta última lección que es la:
6. La Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946
Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 3 de 18
INSTRUCCIONES
1. Dado que el tiempo de la lección es corto, después de orar y estudiar el material completo, dé prioridad al estudio en clase de los puntos más sobresalientes pa-ra destacarlos con el fin de edificar la fe de los miembros de la clase .
2. Para obtener mejores resultados en el aprendizaje de la clase, imprima un juego completo de ésta lección para distribuirlo a los miembros de la clase (se sugiere uno por familia). De éste modo podrán participar siguiendo la lectura al mismo tiempo que el maestro y tendrán oportunidad de repasar la lección completa en casa con su familia.
3. Sugerimos a los maestros que inviten a los miembros a buscar el contenido completo de esta lección y de todas las lecciones anteriores que se han imparti-do desde el 2012, en la página web de Historia de la Iglesia, para estudiarlo en las noches de hogar y otras actividades en la siguiente liga:
http://sud.org.mx/area-links/historia-de-la-iglesia-en-mexico
Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 4 de 18
La tercera convención y la reunificación
de la Iglesia en 19461
Una gran celebración para la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días aconteció en el centro de México en abril de 1946. El Presidente George Al-
bert Smith viajó de Salt Lake City y bendijo la ocasión con su presencia. A pesar
de su edad, su fragilidad y su débil salud, él sabía que el estar presente podría ju-
gar un papel importante en el futuro de la Iglesia en México. Dio lo mejor de sí en
esta ocasión y este esfuerzo rindió frutos cuando aproximadamente mil doscientos
mormones disidentes que se autodenominaban “La Iglesia de Jesucristo de los
Santos de los Últimos Días – La Tercera Convención” regresaron a la Iglesia que
habían abandonado diez años atrás debido a tensiones étnicas y asuntos de lide-
razgo en la Misión Mexicana.
Nuevamente, el futuro de la Iglesia se veía prometedor. Se tomaron foto-
grafías en la concurrida conferencia de reunificación que se llevó al cabo en la
capilla de Ermita en la Ciudad de México y se publicó un amplio artículo en el
periódico de la Iglesia Church News.2 Obviamente, el regreso de la Tercera Con-
vención era un importante y afortunado evento para casi todos.
El gozo por aquel evento viajó a lo largo de toda la región. Después de la
conferencia, el Presidente Smith y su séquito junto con el presidente de la Con-
vención Abel Páez y su grupo de líderes viajaron de rama en rama en la periferia
de la Ciudad de México para demostrar el hecho de la feliz reconciliación. La
Iglesia estaba casi unida otra vez.
Había una excepción importante en la reunificación y algunos disidentes
de diferentes facciones que se rehusaron a regresar. El disidente fundamentalista
Margarito Bautista y su grupo que se habían establecido en Ozumba para preser-
var la práctica de la poligamia, no querían saber nada de la reunificación. En otros
sitios, algunas personas querían ver a la Tercera Convención arruinada y no les
dio gusto cuando el Profeta los aceptó amorosamente de vuelta en el redil. Por
otro lado, algunos miembros de la Convención sentían que Páez los había traicio-
nado al decidir reconciliarse nuevamente con la Iglesia. A pesar de todo esto, en lo
general casi todo el mundo estaba feliz.
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Los eventos que llevaron a la división de la iglesia en México y que origi-
naron la creación de la cismática Tercera Convención comenzaron con la revolu-
ción mexicana (1910-1917), continuaron durante la rebelión cristera de 1926-29
cuando el gobierno mexicano expulsó a todos los clérigos extranjeros de su terri-
torio, incluyendo a los misioneros mormones y continuaron durante los primeros
años de la década de los treinta durante un periodo de nacionalismo agudizado.
Aislados y motivados por un intenso orgullo resultante de la revolución así como
por la creciente capacidad de los líderes mormones locales ampliamente demos-
trada cuando tuvieron que encar-
garse de los asuntos de la Iglesia
cuando los representantes de Salt
Lake City fueron expulsados, un
grupo de autoridades locales dije-
ron: “Podemos hacer esto solos.
No necesitamos más ser subordi-
nados de emisarios de los Estados
Unidos. Necesitamos a alguien de
nuestra propia raza y sangre para
guiar esta misión, alguien que
pueda hacerlo legalmente.” Tenían
algunos candidatos en mente. Uno
era Abel Páez, un hombre con con-
siderable talento y habilidades de
oratoria que anteriormente había
servido una misión impresionante
para la Iglesia y también prestó
servicio como consejero al presi-
dente de distrito Isaías Juárez du-
rante y después de la guerra criste-
ra (1926-1929).
El aislamiento, el naciona-
lismo y el orgullo no fueron sufi-
cientes para organizar un movi-
miento disidente entre almas que se
sentían marginadas. Se necesitaba
algo más; ese algo era la desconsi-
deración de algunos miembros angloamericanos hacia los miembros mexicanos
que experimentaban sentimientos crecientes de autoestima y capacidad. Comen-
zaron las tensiones étnicas, un gran número de santos mexicanos se sintieron insa-
tisfechos con los líderes anglosajones que la Iglesia había escogido para dirigir su
obra en México. Para 1936 la tensión fue suficiente para romper los lazos que
1920. A la izquierda Abel Páez como un misionero joven, energético y muy exitoso en la parte central de México. Muchos de sus contemporáneos reconocían sus habilidades para la oratoria.
Fotografía cortesía de los archivos de la Iglesia SUD.
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tenían unida a la Iglesia y nació la
Tercera Convención, llevándose a
un tercio de los miembros mexica-
nos con ella.
Después del rompimiento,
las relaciones entre los santos de la
Iglesia y los mormones de la Con-
vención estaban llenas de descon-
fianza, aspereza y en muchos casos
de un odio sólo reservado para la
encarnación del mal. Estos senti-
mientos antagónicos permanecie-
ron intactos hasta 1942 cuando
Arwell L. Pierce, quien era conci-
liador y diplomático, comenzó su
servicio como presidente de mi-
sión.
David O. McKay, conseje-
ro del presidente Heber J. Grant
(sirvió de 1918 a 1945) le dio a
Pierce un entendimiento y un lla-
mamiento específico para guiar la
presidencia de la Misión Mexica-
na: “No tenemos una misión divi-
dida; tenemos un gran desacuerdo
familiar,” y continuó diciendo,
“usted es el Abraham Lincoln que
debe salvar esta unión.” Aun el
otro consejero del presidente
Grant, J. Reuben Clark, Jr., quien
anteriormente había tomado una
posición dura con respecto a la
Convención y a quien al principio
los convencionistas respetaron pero que después ignoraron, también le dio a Pier-
ce el encargo especial de trabajar por la reunificación. Con estas recomendaciones
de la Primera Presidencia, Pierce encaminó el rumbo de la misión y comenzó a
trabajar entusiasta y vigorosamente para traer a los disidentes de regreso al reba-
ño.
La Convención realmente confundió a Pierce. Entre más la observaba más
se daba cuenta de que sus miembros llevaban al cabo activamente los programas
de la Iglesia. Construían capillas, enviaban misioneros y enseñaban con fe la doc-
1932. Abel Páez, primer consejero en la presidencia de distrito en el centro del país, el embajador americano en México J. Reuben Clark Jr., y el presidente de distri-to Isaías Juárez. Juárez y Páez trabajaron arduas horas para guiar a la Iglesia y a sus miembros durante el tiempo en que los misioneros y los líderes eclesiásticos no podían entrar a México. A los cuatro años de que se tomara esta foto, Páez estaba tan disgustado que comenzó con el movimiento disidente de la Tercera Convención, sintiéndose especialmente resentido con la correspondencia que recibía de Clark. Juárez se alejó de la actividad de la Iglesia por un tiempo pero colabo-ró con sus considerables talentos administrativos y de liderazgo para la formación de la Confederación Na-cional Campesina de su país. Tanto Juárez como Páez sirvieron incansablemente a la Iglesia después de la reunificación en 1946. En abril de 1933 Clark fue sos-tenido como segundo consejero del Presidente Heber J. Grant.
Fotografía cortesía de los archivos de la Iglesia SUD.
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trina de los Santos de los Últimos Días. Las razones de su apostasía, concluyó
Pierce, no eran doctrinales, sin embargo, los convencionistas estaban fuera de la
comunidad de la Iglesia. Al estudiar la situación, se preguntaba cómo la herman-
dad pudo haberse deteriorado tanto.
Después de haber analizado la situación por él mismo, Pierce concluyó
que debía cambiar las actitudes no sólo de los convencionistas sino también de
otros, al ayudar a algunas autoridades generales de la Iglesia a entender que la
situación con la Convención no era de índole doctrinal, o de rechazo a la restaura-
ción u otras muestras de alejamiento de la fe. Más bien, era una riña, o en las pa-
labras de David O. McKay “un desacuerdo familiar” sobre quién debería ser su
líder. Por último, Pierce pudo ayudar a las autoridades a entender que en esta riña
había muchas faltas que enmendar y que las recomendaciones del élder McKay y
el élder Clark de reunificar la Iglesia eran, de hecho, la voluntad del Señor para
México.
Cuatro años después, las órdenes fueron cumplidas cuando, en una de sus
primeras actividades en su ministerio, el recién llamado Presidente George Albert
Smith (quien sirvió de 1945 a 1951), viajó a México para presidir la conferencia
de reunificación. Su nobleza, su poderosa presencia y el amor por todos que refle-
jaba aun con un físico frágil y enfermo, serán recordados en México por genera-
ciones.
El espíritu del Señor y el arte de la reunificación.
La división de la Iglesia tenía causas objetivas (la guerra, el aislamiento, la ausen-
cia de misioneros, el orgullo étnico y las desconsideraciones). La reunificación
pudo darse gracias al cambio de actitudes, el arte de la diplomacia y una presencia
expresa del Espíritu del Señor a medida que gente buena de ambos partidos traba-
jaron para alcanzar y recibir un bien mayor: una Iglesia unida que pudiera progre-
sar.
Pierce tenía una misión importante y específica ¿Cómo cumpliría con ella?
Ciertamente no sería fácil. Pierce no era de padres mexicanos ni había nacido en
México por lo que se tuvieron que hacer arreglos especiales para que pudiera estar
legalmente en el país como presidente de la misión. Pero era un hombre de una
inmensa visión pragmática y después de reorganizar la misión y capacitar a sus
misioneros con respecto al intento de reunificación, se enfocó energéticamente en
su tarea.
Al principio de su servicio como presidente de misión, Pierce se acercó a
los líderes de la Tercera Convención y asistió a sus reuniones y conferencias. Len-
ta y cuidadosamente se presentó con los seguidores de dicho grupo y se hizo ami-
go de ellos. Incluso trató de ayudar a la Convención con sus propios programas,
invitando a sus miembros a la casa de misión para proporcionarles información de
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Salt Lake City, ofreciéndoles consejos si se los pedían y dándoles literatura re-
cientemente traducida de la Iglesia. Habló con el presidente de la Convención
Abel Páez y su esposa, así mismo con los líderes principales de Páez: Othón Es-
pinoza, Apolonio Arzate, Julio García y, en un principio, aun con Margarito Bau-
tista quien anteriormente había sido parte de la Convención pero que después se
retiró a Ozumba cuando el grupo disidente rechazó sus candidatos favoritos para
la presidencia. Pierce siempre estaba listo para escuchar y entender y ofreció su
hospitalidad personal e incondicional aceptación.
Tras sopesar todo lo que había escuchado, Pierce concluyó que el episodio
de la Tercera Convención, que incluyó la excomunión de todos sus líderes princi-
pales, se pudo haber manejado mejor. Dadas las circunstancias, hasta consideró
que algunas de las quejas de la Convención tenían justificación aunque formar un
movimiento separatista no era la solución adecuada. Aunque su principal preocu-
pación era tener un presidente de la Misión Mexicana que fuera mexicano, tam-
bién demandaban un programa de construcción de capillas, acceso a literatura
traducida de la Iglesia y una oportunidad para que más de sus jóvenes fueran a la
misión, privilegios que existían en los Estados Unidos. También querían un siste-
ma de educación para sus hijos igual que el que los miembros angloamericanos
habían establecido en el norte del país.
Pierce se dio cuenta de que no estaba en desacuerdo con los objetivos de la
Convención, aunque uno puede legítimamente preguntarse cómo se pudieron ha-
ber logrado en la década de los treinta cuando el caos financiero de la gran depre-
sión había envuelto a la Iglesia en los Estados Unidos. Pero ciertamente vio cómo
las tácticas precipitadas de los convencionistas les habían traído muchos proble-
mas. Pierce no aprobaba que este grupo se hubiera revelado y separado de la Igle-
sia; sin embargo, debido a su deseo de escuchar, por primera vez en casi diez años
alguién pudo hablar con las personas que estaban en desacuerdo en lugar de pe-
lear con ellas.
Mientras tanto, los miembros de la Convención habían mantenido en lo
general la integridad doctrinal, habían realizado mucho proselitismo en la parte
central del país y habían promovido un interés considerable por el Libro de Mor-
món. Dados todos estos factores, la reunificación era ciertamente deseable e in-
cluso podría ser posible. Por lo tanto Pierce escuchó, enseñó, persuadió y trabajó
por largas horas. En una ocasión se reunió con el comité de los líderes de la Terce-
ra Convención durante tres días seguidos, culminando sus muchos argumentos
con “los hermanos están deseosos de darles todo lo que desean, pero no de la for-
ma que ustedes quieren.” Ya que los convencionistas todavía aceptaban al profeta,
no así a sus enviados a México, esta frase frecuentemente repetida los ablandó.
Arwell Pierce amaba el Evangelio y amaba a México y estaba absoluta-
mente convencido de que la asignación que le habían dado los élderes McKay y
Clark eran la palabra del Señor no solamente para él sino también para los miem-
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bros activos de la Iglesia y para los que pertenecían a la Convención. Por lo tanto
el Espíritu Santo pudo fácilmente inspirar su mente que ya estaba lista para
desempeñar sus tareas, primero de convencer a muchos miembros regulares, líde-
res y a misioneros de la estelar importancia de dar oídos al Espíritu Santo, y se-
gundo de capturar la atención de los convencionistas. Estaba seguro de que la
Iglesia ahora podría progresar enormemente si tan solo los miembros estaban uni-
dos, y si él escuchaba cuidadosamente los susurros del Espíritu le ayudarían a
lograr ese fin.
Con el tiempo, el trabajo de reconciliación empezó a rendir frutos. Los
miembros de la Iglesia ablandaron sus corazones y la Convención ahora veía a
Pierce como un amigo, sus líderes incluso le pedían que hablara en sus conferen-
cias y a cambio los seguidores de la Convención empezaron a asistir a las reunio-
nes de la Iglesia. Pierce siempre les pedía que se sentaran hasta enfrente.
En años anteriores, cuando los convencionistas visitaban alguna de las
ramas, los asientos cercanos de donde se sentaban se vaciaban rápidamente. Las
relaciones eran tan malas que ningún miembro quería sentarse cerca de ellos. Pero
al ver cómo Pierce les daba la bienvenida, ya no les era fácil encontrar una justifi-
cación para alejarse de ellos. Muchos santos empezaron a aceptar a sus antiguos
enemigos religiosos.
Las circunstancias dentro de la misma Convención contribuyeron para que
Pierce se acercara cuidadosamente a sus miembros, siendo quizás la más impor-
tante la condición física de Páez. A pesar de que era un hombre muy inteligente y
con mucha energía, la edad y la enfermedad le estaban causando estragos. Lleva-
ba mucho tiempo sufriendo de un caso severo de diabetes. Esto le preocupaba
bastante ya que era responsable del bienestar espiritual de más de mil personas.
¿Qué pasaría con ellos después de que él muriera? Pierce pudo notar que este pen-
samiento era una carga pesada en la mente de Páez y comenzó a hacer un llamado
a su sentido de responsabilidad. ¿Quién guiaría a las personas después de su
muerte? ¿Si la Convención era una solución temporal acerca del asunto del lide-
razgo mexicano, cómo regresaría la gente a la Iglesia una vez que Páez no estu-
viera? ¿Se privaría a las futuras generaciones de las bendiciones de la Iglesia y
sería Páez responsable por ello? Finalmente Páez empezó a ceder y a pensar pre-
cavidamente sobre la reunificación.
Pierce continuó tomando la iniciativa. Llevó a imprimir literatura de la
Iglesia con Apolonio Arzate, quien tenía una imprenta, y aprovechó esto para te-
ner largas charlas con él. Exponía razonamientos y apelaba a la comprensión, en
todo momento y en todo lugar. Los miembros de la Convención lo recordaban
como “un hombre sabio, un muy buen hombre, muy diplomático; uno que sabía
cómo tratar a las personas de todo tipo en todo el mundo.”
Los miembros disidentes empezaron a tener más confianza en Pierce, co-
menzaron a darse cuenta de la verdad que había en sus argumentos: “No entiendo
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por qué quieren a un presidente de misión de sangre mexicana,” les decía:
De hecho, un presidente de misión es solamente un representante de la Primera
Presidencia de la Iglesia. Sólo se encarga de los misioneros y del trabajo proseli-
tista. Los presidentes de misión y los misioneros únicamente supervisan ramas
hasta que éstas se hacen lo suficientemente fuertes y suficientes en número para
convertirse en una estaca. Lo que realmente necesitan aquí en México es una es-
taca, igual que los hawaianos. Una estaca es una unidad independiente que está
indirectamente bajo la supervisión de la Primera Presidencia de la Iglesia. Pero
no podemos tener una estaca en México hasta que no estemos más unidos.
Unámonos bajo el liderazgo de la Primera Presidencia de la Iglesia, fortalezca-
mos nuestras ramas y preparémonos para convertirnos en estaca. Nunca logra-
remos esto mientras estemos divididos y seamos pocos en número.3
También explicaba su parecer a las autoridades de la Iglesia, aconsejándo-
les que no se le diera un presidente de misión mexicano a la Tercera Convención
mientras persistieran en su rebelión, ya que su causa era tan imposible como inde-
seable. Si deseaban tener líderes mexicanos, debían buscar un presidente de esta-
ca mexicano. Y para poder tener una estaca debían unirse otra vez a la Iglesia y
construir el reino en México. Una vez que regresaran a la Iglesia, afirmaba, Méxi-
co podría rápidamente tener una estaca.
Debido a cómo se estaban dando las circunstancias, este argumento empe-
zó a convencer a los miembros de la Convención. Pierce no sólo habló, también
actuó. Logró que los manuales del sacerdocio, y otras materiales de liderazgo se
tradujeran, que algunos se mimeografiaran y otros los imprimiera Apolonio Arza-
te y los compartió con los opositores. Dentro de la Iglesia, él y otros líderes de la
misión crearon nuevos distritos con líderes locales. La Misión ofrecía seminarios
de liderazgo y enseñaba a los santos mexicanos que debían empezar a atender los
asuntos por sí solos en lugar de llevar al presidente de misión hasta el más peque-
ño problema.
La Convención se dio cuenta de que Pierce empezaba a lograr sus metas.
De alguna forma era una réplica del legendario Rey L. Pratt quien, décadas atrás,
como presidente de misión también intentó impulsar el liderazgo local. Sin em-
bargo, ahora Pierce no lo hacía porque hubiera una guerra civil o porque las cir-
cunstancias políticas del país lo requirieran sino porque ahora era lo correcto para
México y sus miembros, y también porque era la voluntad del Señor. El presiden-
te de misión y sus ayudantes, como Harold Brown, difundieron con eficacia el
tema del liderazgo, que era, después de todo, la principal queja de la Tercera Con-
vención.
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Un cambio de circunstancia y actitud
en el núcleo de la Iglesia.
Mientras todo esto pasaba en México, las circunstancias en Salt Lake City tam-
bién estaban cambiando. En 1945 la segunda guerra mundial había terminado en
Europa y en seis meses también se terminaría en el Pacífico, lo que permitió a los
líderes de la Iglesia dirigir su atención a otras naciones, entre ellas México. Esto
coincidió con una situación financiera más estable después de la gran depresión,
factor que también permitió que se tradujera más literatura de la Iglesia. Es más,
los líderes estaban desarrollando un programa misional más fuerte y más misione-
ros pronto serían llamados a servir, algunos de ellos en México. Tras lograr estos
y otros cambios, Heber J. Grant falleció en 1945 y fue sucedido por George Albert
Smith como presidente de la Iglesia.
El presidente Smith confiaba especialmente en David O. McKay, ahora
presidente del Quórum de los Doce Apóstoles. El nuevo presidente le pidió al
élder McKay, quien había servido como consejero del presidente Heber J. Grant,
que continuara como su consejero lo que fue un buen presagio para la Misión
Mexicana. En 1943, dos años antes, el élder McKay había recorrido amplia y en-
tusiastamente las operaciones de la Iglesia en México y había concluido que a la
Iglesia le interesaba comenzar un programa de construcción así como trabajar en
la reunificación por lo que ya se había tomado el tiempo de examinar los posibles
sitios para capillas y otros edificios y para reflexionar acerca de la Tercera Con-
vención.
Durante su visita a México en 1943, McKay se había reunido, conocido, y
desarrollado amistad con varios santos mexicanos, incluyendo a miembros de la
Tercera Convención y había escuchado sus esperanzas y aspiraciones para la Igle-
sia en su tierra nativa. Al escucharlos no discutió ni argumentó con ellos, en lugar
de eso aceptó de buen agrado su hospitalidad e incluso fue a la casa de uno de sus
líderes, Othón Espinosa a bendecir a su pequeña nieta quien se encontraba grave-
mente enferma.
Los miembros mexicanos estaban impresionados y los disidentes abruma-
dos. La presencia y la preocupación del élder McKay les hicieron sentir a ambos
grupos que los líderes de Salt Lake City se interesaban en ellos. Pensaron que si
los líderes de la Iglesia les estaban ofreciendo una rama del olivo de la paz ellos
deberían responder con un espíritu similar.
Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 12 de 18
En la misma medida que la Iglesia parecía más atractiva para los mormo-
nes mexicanos, la Convención lo era menos para los opositores. A pesar del inmi-
nente liderazgo de Páez, ya para 1945 se habían gestado serias discusiones entre
las cabezas de su grupo. Algunos miembros que anteriormente le eran incondicio-
nales ahora empezaban a mostrar su apoyo al presidente Pierce, lo que de manera
indirecta ayudó a sanar desavenencias en algunas familias que tenían miembros
en ambos grupos. Dichas reconciliaciones familiares reafirmaron el entusiasmo
por el cambio a medida que algunas familias hacían las paces nuevamente.
Los pasos prácticos que se dieron para la reunificación
Para muchos de los miembros de la Tercera Convención, la duda principal empe-
zó a cambiar de “¿Debemos regresar a la Iglesia?” a “¿Cómo podemos regresar a
la Iglesia sin perder nuestra dignidad personal, sin ser humillados?”
Los líderes de la misión comprendieron este dilema y el importante papel que la dignidad jugaba en la cultura mexicana. Si los pasos para regresar a la Igle-sia eran muy humillantes para los disidentes, la resultante pérdida de dignidad sería tan irremediablemente devastadora que no les permitiría hacer la transición.
En 1943 el Apóstol David O. McKay (quien en 1951 llegaría a ser presidente de la Iglesia) y su esposa Emma Ray Riggs (tercera a su derecha) viajaron por la Misión Mexicana. La hermana McKay, educada en las artes musicales, y su esposo fueron recibidos cariñosamente en México en donde tuvieron contacto cercano con los miembros, incluyendo a algunos convencionistas. Al igual que otros asuntos relaciona-dos con la Iglesia a nivel mundial, el élder McKay habló acerca de los planes de expansión que había para México en cuanto los miembros estuvieran unidos nuevamente. El presidente de misión Arwell L. Pierce y su esposa Mary Brentnall Done están en el cuadrante derecho de la fotografía. Los nombres de los miembros mexicanos y de qué ramas provenían no fueron registrados.
Fotografía cortesía de los archivos de la Iglesia SUD.
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Miembros fuertes y con mucha fe que también eran convencionistas, y sus des-cendientes, hubieran sido una pérdida para la Iglesia para siempre. Pierce luchó para evitar ese daño, “aunque por parte de la Iglesia se tengan que tomar medidas extraordinarias.” Convenció a la Primera Presidencia de que se tomaran y se justi-ficaran tales medidas.
Quizás el logro más importante de Arwell Pierce fue el tomar la iniciativa de analizar eclesiásticamente las excomuniones de los líderes de la Convención. Convenció a la Primera Presidencia para que anulara las excomuniones, por lo que quedarían nulificadas las decisiones que originalmente se tomaron en los con-sejos. En abril de 1946 la Primera Presidencia cambió las excomuniones a sus-pensiones lo cual hizo que el regreso de los líderes convencionistas a la Iglesia fuera mucho más fácil. Esta decisión sin duda fue influenciada por el hecho de que la Primera Presidencia considerara esta situación en México más como una riña familiar que como apostasía. En cualquier caso, el cambio de excomunión a suspensión significaba mucho en términos de dignidad. Lo más importante era que los líderes de la Convención no tendrían que volverse a bautizar para poder regresar a la Iglesia. Todos estos factores facilitaron el camino hacia la reunifica-ción.
La Iglesia hizo otro movimiento que permitió a los miembros disidentes conservar su dignidad. Durante los diez años que duró la rebelión, los líderes de la Convención que no tenían el sacerdocio reconocido por la Iglesia habían bautiza-do a muchos conversos además de niños de ocho años. Pierce y los otros líderes de la misión recibieron autorización de informar a aquellos convencionistas que no tenían que ser “rebautizados”, lo que hubiera sido normal en ese caso, sino que en lugar de eso se tendría que llevar al cabo una “restitución” o “ratificación” de sus bautismos. Ya sea que se le llamara restitución, ratificación, o rebautizo, el efecto era el mismo: muchos de los convencionistas jóvenes y conversos fueron rebautizados por aquellos que poseían la correcta autoridad del sacerdocio. Pero la terminología preservó la dignidad, igual que el hecho de que Pierce realizó la ma-yoría de los bautismos.
La visita del presidente George Albert Smith a México en 1946 fue otro factor determinante para lograr la unidad en México. Pierce había insistido mucho para que esta visita se diera. Cuando le mencionó por primera vez el tema al pre-sidente Smith, el profeta se volvió a J. Reuben Clark, quien era su primer conseje-ro, y dijo: “Hace mucho que usted no va por allá ¿por qué no va?” El élder Clark le sugirió entonces que lo meditaran y tomaran la decisión después. Clark, recor-dando el agresivo memorándum que él mismo había enviado a los santos mexica-nos disidentes diez años antes el cual había resultado contraproducente, y viendo que sería muy sabio que el presiente Smith visitara personalmente a México, se unió a Pierce para convencerlo de que él fuera. Tanto los miembros de la Iglesia como los convencionistas se sintieron enormemente orgullosos y honrados al re-cibir al hombre que todos reconocían como profeta, vidente y revelador.
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La reunificación
La conferencia en la Ciudad de México que el presidente Smith presidió fue testi-
go del regreso al rebaño de aproximadamente 1200 convencionistas. Cuando la
conferencia comenzó se sentía mucha tensión. Nadie estaba seguro de lo que el
profeta diría. Podría hablar en un todo condenatorio, reprendiendo a los conven-
cionistas como ya otros líderes de la Iglesia lo habían hecho. Podría levantar el
dedo acusador o dirigirse a los rebeldes. No hizo nada de esto. Su amor y bondad
pronto disipó toda incertidumbre. El notablemente talentoso Harold Brown, quien
interpretó para el profeta en esta y otras ocasiones, dijo que mientras el presidente
hablaba la tensión disminuía y que la gente se relajó, empezó a sonreír y reaccio-
nó ante sus palabras. Brown recordaba la ocasión como una muy extraordinaria.
El profeta habló tanto en la sesión de la mañana como en la de la tarde,
poniendo énfasis en la necesidad de armonía y unidad. La música fue proveída
por el coro de la Tercera Convención que estaba formado por más de ochenta vo-
ces. El presidente Smith le pidió a Abel Páez, quien estaba sentado a su lado en el
Abril de 1946. Después de la conferencia de reunificación en la capilla de Hermita (al fondo), los líderes
de la Convención y de la Iglesia se reunieron alrededor del presidente George Albert Smith para tomarse
una fotografía. A la derecha del presidente Smith (de derecha a izquierda) está Abel Páez, el presidente
de misión Arwell L. Pierce, Apolonio Arzate, Felipe Barragán, Narciso Sandoval, Daniel Mejía, Sabino
Lozano, José García, José Villanueva y Enrique Gonzales. A la izquierda del Presidente Smith se encuen-
tran (de izquierda a derecha) Isaías Juárez, Joseph Anderson, Guadalupe Zárraga, Tiburcio Guerrero,
Othón Espinoza, Santiago Pérez, David Juárez, José Castelán, Juan Rama, Matías Paredes. En la fila de
atrás (de izquierda a derecha) se encuentran Oscar Bluth, Harold Brown, Manuel de los Ríos y Andrés
Hinojosa.
Cortesía de los archivos de la Iglesia SUD. Los nombres están identificados al reverso de la fotografía original en los
archivos de la Iglesia PH- 902.
Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 15 de 18
estrado, que se dirigiera a la congregación. El líder de la Tercera Convención ex-
presó su gozo de poder regresar a la Iglesia y su felicidad acerca de la obra que
ahora se podría lograr.
Después de la conferencia de reunificación en la Ciudad de México, el
presidente Smith viajó a la rama de Tecalco, el hogar de la Tercera Convención,
para asistir a una conferencia de rama, una de las muchas organizadas en los dis-
tritos de la periferia, como seguimiento de la conferencia que se llevó al cabo en
la Ciudad de México. Miembros de la Iglesia y convencionistas arrojaron flores a
lo largo del camino que llevaba al interior de la capilla haciendo valla y cantando
“Te damos Señor, nuestras gracias” mientras el presidente iba pasando. Muchos
expresaron: “Se ve como un profeta, actúa como un profeta, habla como un profe-
ta, él es nuestro profeta.”
A pesar de que el presidente George Albert Smith estaba enfermo, su visita
a México fue un éxito contundente. La gente se amontonaba para estrechar su
mano o tan solo para estar cerca de él, y les emocionaba mucho que se sentara a
su mesa para compartir sus alimentos. Por supuesto, muchos querían hospedarlo
en sus hogares y él aceptaba este gesto con gentileza, de la misma manera que lo
hiciera David O. McKay años atrás.
Abril de 1946. Después de la principal conferencia de reunificación sostenida en la capilla de Ermita en la Ciudad de México, el presidente George Albert Smith y Abel Páez viajaron con sus respectivas comiti-vas a diferentes ramas de la Iglesia para demostrar la recién adquirida unidad a los respectivos líderes y para invitar a todos los Convencionistas a regresar a la Iglesia . En esta fotografía se muestra a los Con-vencionistas y a los líderes de la Iglesia en la capilla de la rama de Tecalco. Tecalco era el “hogar” del movimiento de la Tercera Convención y la presencia de los líderes de la Iglesia en la rama no se puede calificar como exagerada. El presidente Smith, sentado, está flanqueado a su derecha por el presidente de misión Arwell L. Pierce y el líder de la Tercera Convención Abel Páez, y a su izquierda por quien po-dría ser Isaías Juárez. Había mucha gente en el edificio incluyendo muchos niños. Othón Espinoza, quien más de diez años atrás fuera consejero en la presidencia de la rama de San Marcos, está parado a la derecha de Abel Páez. Bernabé Parra, un líder legendario de la rama de San Marcos es el quinto a la derecha del presidente Smith.
Fotografía cortesía de los archivos de la Iglesia SUD.
Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 16 de 18
Para cumplir con los
deseos que había expresado
de desarrollar liderazgo local,
Pierce puso gente a trabajar
inmediatamente. Con un per-
miso especial de la Primera
Presidencia, el 19 de junio de
1946, seleccionó y organizó
un Comité de Consejo y Bie-
nestar. Guadalupe Zárraga,
Abel Páez, Bernabé Parra,
Apolonio Arzate e Isaías Juá-
rez, líderes fuertes tanto de la
Iglesia como de la Conven-
ción, fueron llamados a servir
en este comité.
Zárraga, un hombre de
confianza del presidente de
misión que en una ocasión en los años treinta había sido enviado como espía a
una reunión de los disidentes, había permanecido fiel a la Iglesia durante los años
del conflicto. Páez y Arzate habían sido, por supuesto, líderes del grupo opositor.
Isaías Juárez4, que había sido presidente de distrito del centro de México y
que por años había cautivado a los miembros con sus fascinantes habilidades de
oratoria, se había inactivado durante el periodo de servicio del anterior presidente
de misión. Primero había sido exiliado a Guatemala por ciertas actividades políti-
cas que no le gustaron al gobierno mexicano pero después, gracias a que era un
buen líder, regresó a México para ayudar a formar la Confederación Nacional
Campesina. Esa labor y su subsecuente trabajo en la secretaría de agricultura lo
mantenían de viaje casi todos los domingos. Su frustración con algunos de los
líderes anglosajones en la Iglesia en México lo había llevado a buscar otros esce-
narios para desarrollar sus extraordinarios talentos de liderazgo pero se había
mantenido en contacto con muchos santos y siempre permaneció afiliado a la
Iglesia.
A pesar de las diferencias de estos hombres, ahora estaban juntos en un
espíritu renovado de hermandad y trabajaban armoniosamente en la Iglesia. Ase-
soraban y aconsejaban al presidente de misión, ayudaban con las conferencias de
las ramas y los distritos y colaboraban en todas las formas posibles para preparar a
México para la organización de una estaca. También recibieron ayuda de Narciso
Sandoval5, uno de los grandes misioneros de México. Más tarde, ya en sus cin-
cuentas, aún sirvió otra misión para la Iglesia.
Por supuesto, muchos problemas persistieron después de la reunificación,
Abril de 1946. En la conferencia de reunificación de la rama de Tecalco, Abel Páez alentó a todos aquellos que habían permanecido con él durante los diez años que la Tercera Convención operó fuera de la Iglesia que regresaran al reba-ño. Era la voluntad del Señor, les dijo. Al parecer Arwell L. Pierce, presidente de misión, está interpretando para el presidente George Albert Smith. Fotografía cortesía de los archivos de la Iglesia SUD.
Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 17 de 18
pero dos hechos restaron importancia a todos ellos: que los miembros estaban
juntos otra vez y que casi todos compartían un fuerte optimismo acerca del futuro.
Un redil
Ya con la reunificación, los santos en México comenzaron a aprender cómo traba-
jar juntos sin dar tanta importancia a su origen étnico. Por supuesto, conservaron
su individualidad pero ésta empezó a expresarse más en momentos de coopera-
ción que en conflicto. Arwell Pierce, un ciudadano estadounidense, era el exitoso
presidente de la sumamente cansada pero recientemente unificada Misión Mexi-
cana. Además, talentosos líderes mexicanos como Isaías Juárez, Abel Páez, Julio
García, Bernabé Parra, Apolonio Arzate, Guadalupe Zárraga, Narciso Sandoval y
Othón Espinoza junto con un grupo de misioneros mexicanos estaban sirviendo
fielmente a la Iglesia. Casi todos estaban complacidos.
Quince años pasarían antes de que madurara la nueva viña; la primera es-
taca en México no se organizó sino hasta 1961, sesenta y seis años después de que
se organizara una en la Colonia Juárez, Chihuahua en 1895. El nuevo presidente
de estaca era Harold
Brown, nacido en México
de ascendencia norteameri-
cana. Brown, criado en las
colonias mormonas como
muchas otras autoridades
anteriores de la Iglesia en
México, fue formado con
el mismo molde que Rey L.
Pratt y Arwell L. Pierce.
Rápidamente creó oportu-
nidades de liderazgo para
sus hermanos mexicanos.
Brown escogió a Julio Gar-
cía, quien había formado
parte de la Convención,
como primer consejero,
Gonzalo Zaragoza sirvió
como segundo consejero y
Luis Rubalcaba como se-
cretario. La presidencia de
estaca reflejaba el senti-
miento de hermandad que
se había desarrollado entre
Hacia 1947. Los líderes de la Misión Mexicana alrededor de un año de la reunificación. De izquierda a derecha en la primera fila: Isaías Juárez, el presidente de misión Arwell L. Pierce, Abel Páez, Bernabé Parra. Segunda fila: Héctor Treviño, José Gracia, Ray-mundo G. Gómez (presidente de rama en Monterrey). Durante los días difíciles (1926-1936) en los que no se permitió misione-ros en México, Isaías Juárez fue el presidente de distrito en el centro de México y Abel Páez y Bernabé Parra fueron sus conse-jeros. La Tercera Convención y los problemas personales de Parra interrumpieron eso. Aquí estaban nuevamente juntos trabajando con ahínco para fortalecer la Iglesia y extender el mensaje del Evangelio restaurado por todo México.
Fotografía cortesía de los archivos de la Iglesia SUD.
Lección seis, la Tercera Convención y la reunificación de la Iglesia en 1946, página 18 de 18
los santos en México. A través de programas masivos de capacitación de líderes,
Brown trabajaba horas extras para preparar una nueva generación de mexicanos
que se hiciera cargo de dirección local de la Iglesia. En 1967 el sueño tan anhela-
do se hizo realidad cuando Agrícol Lozano Herrera se convirtió en el primer pre-
sidente mexicano de una estaca de la Iglesia en la historia de México.
Mexicanos por nacimiento y raza ahora presiden sobre casi todas las esta-
cas, barrios, misiones, distritos y ramas y sirven como misioneros, no solamente
en México sino también en muchas partes del mundo. Y a partir del 2014, el élder
Benjamín De Hoyos Estrada, descendiente de una larga línea de pioneros mormo-
nes mexicanos, es el Presidente del Área México de la Iglesia.
El liderazgo en México, que empezó a surgir en los años treinta, ahora ha
madurado; A pesar de haber crecido en medio de mucha adversidad, la Iglesia en
México ahora se encuentra estable y próspera y los inevitables problemas que van
surgiendo casi siempre se resuelven apropiadamente. En medio de la revolución,
el trauma político, el nacionalismo y las tensiones étnicas que dividieran a la Igle-
sia por un tiempo, la voluntad de Arwell L. Pierce de obedecer la asignación de
los élderes McKay y Clark como si fuera un mandamiento del Señor, ahora ha
dado un maravilloso y bien conocido fruto.
Traducción del texto al español por Laura Olguín Herrera
1 Esta lección se basa en los siguientes recursos: De LaMond Tullis, “A Shepherd to Mexi-
co’s Saints: Arwell L. Pierce and the Third Convention,” BYU Studies 37, no 1 (1997-98): 127-157, también de LaMond Tullis, Mormons in Mexico (Logan: Utah State University Press, 1987), chs. 5 & 6. Así mismo se utilizó el libro La historia del Mormonismo en México de Agrícol Lozano Herre-ra (México: Editorial Zarahemla, 1983) así como varios documentos y entrevistas que el autor realizó durante su misión de la historia de la Iglesia en México en 2011-2013.
2 Deseret News, “Church News,” 15 de junio de 1946. 3 Se ha reconstruido esta declaración de la Historia Manuscrita de la Misión Mexicana, 31
de marzo de 1943. 4 Una semblanza de Isaías Juárez se encuentra en la segunda parte de la Lección Uno de
esta serie de la historia de la Iglesia en México. 5 Para una referencia biográfica de Narciso Sandoval Jiménez, ver el portal “Historias de
los Pioneros Mexicanos” en Historia de la Iglesia en México en la página web de la Iglesia en
México: sud.org.mx.
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