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El perdón
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Aquí os dejamos este extracto de Ramón Soler sobre el Perdón que nos
parece significativo compartir una perspectiva completamente diferente sobre el
Perdón:
“El Perdón nunca ha curado a nadie:
La mayoría de los psiquiatras y psicólogos buscan que sus pacientes lleguen a
perdonar a sus padres, pero eso sólo contribuye a negar la realidad. El síntoma
(enfermedad física o mental) persistirá hasta que el paciente logre sacar de la
oscuridad y poner encima de la mesa la realidad tal y como fue, sin engaños.
Debido la influencia del pensamiento religioso, tendemos a creer que el perdón
significa olvidar el pasado para volver a empezar de cero. Por desgracia, para
la salud mental hay pocas cosas más destructivas que esta falsa manera de
cerrar los problemas. El perdón concebido de esta manera, es un perdón muy
barato para quien es perdonado, pero tiene un alto precio para quien perdona.
Parece que sólo con pedir perdón, ya está hecho todo el trabajo y todos los
pecados nos son perdonados. Suena muy bien, pero es un arma de doble filo
ya que, si queremos que nos perdonen, nosotros también deberemos perdonar,
de igual manera, todos los daños sufridos.
Si nos enfocamos en el núcleo de la familia, esto significa que debemos
perdonar a nuestros padres. Inconscientemente, está implícito que si nosotros
tuvimos que perdonar a nuestros padres, nuestros hijos están obligados a
perdonarnos.
Por otro lado, también se nos ha inculcado desde muy pequeños una cierta
obligación moral de perdonar. Parece que si perdonamos somos buenos y si no
lo hacemos, somos malos. No está permitido no perdonar.
Surge, entonces, un sentimiento de culpa sólo con pensar en la posibilidad de
no perdonar; por no mencionar la presión social para que lo hagamos. Esa
culpa o, mejor dicho, el miedo a esa culpa, va a hacer que, una vez llegados a
la adultez, nos sintamos obligados a perdonar (en el sentido religioso de
El perdón
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“borrón y cuenta nueva”) cualquier ofensa, en detrimento de nuestra salud
mental. Podemos ver un ejemplo de cómo se instaura este patrón si vamos a
cualquier parque infantil. Seguro que no tardaremos mucho en ver la siguiente
escena: niño A está jugando tranquilamente con un juguete y niño B se lo quita.
Niño A se enfada, reclama a niño B que se lo devuelva. Los dos se enzarzan y
se pegan. Los padres o los cuidadores les obligan a separarse y a que se pidan
perdón agregando algo como “¡Me da igual lo que haya pasado!, ¡Que le pidas
perdón, he dicho!”. El mensaje que le llega al niño es que sus emociones no
cuentan y deben ser reprimidas, pero también que debe perdonar si quiere ser
aceptado por sus padres y por la comunidad.
Liberarnos del estigma del perdón para dejar libres a nuestros hijos es un
trabajo que muy poquitos se atreven a hacer. Aún hoy en día, en el que la
religión ha ido perdiendo peso en nuestra sociedad, muchos terapeutas siguen
enganchados a esta idea del perdón, no se han liberado ellos mismos y,
lógicamente, tampoco ayudarán a liberarse a sus pacientes pues esto iría
contra todas sus creencias y pondría en cuestión su labor como terapeuta.
Nuestra parte adulta, la racional, intenta engañarse de esta manera con la
ayuda de perdón y todo lo que hemos visto que conlleva. Sin embargo, no
podemos engañar a nuestro interior, y los efectos emocionales de los daños
que nos produjeron los abandonos primarios de nuestros padres seguirán
presentes en nuestras vidas. Nuestro cuerpo, con el fin de que nos paremos a
recapacitar sobre las actitudes que seguimos repitiendo, seguirá bloqueado y
cuando nos volvamos a enfrentar a situaciones que nos hagan revivir los
maltratos, abusos o abandonos sufridos en la infancia, volveremos a enfermar,
incluso, con mayor intensidad que antes.
Querer forzar la reconciliación o el perdón, si no se ha liberado el conflicto
emocional, sólo provoca que nuestro cuerpo nos recuerde lo inadecuado que
es perdonar porque sí.
El perdón
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El síntoma es el grito desesperado del cuerpo para decirnos lo que está
pasando. De nosotros depende escucharlo para liberarnos. Unos lo logran con
la ayuda de sus terapeutas, algunos, a pesar de estos, y otros, por desgracia,
no lo consiguen y continúan enfermos sin saber que la oportunidad de liberarse
reside en su interior.
Decía Alice Miller que el perdón nunca ha curado a nadie. Los pacientes pasan
de terapia en terapia sin encontrar la ayuda que necesitan. Da igual que sea
psicoanálisis, cognitivo-conductual, medicación psiquiátrica, grito primal o
constelaciones familiares; el consejo que siempre aparece en algún momento
es “¿no ves lo mal que lo pasan tus padres?, ¿no te parece que ya es hora de
perdonar y dejar atrás tanto rencor?”. Frases así ponen al terapeuta del lado de
los padres y dejan al niño/a abandonado de nuevo.
El dolor, la rabia y todas las emociones que el niño no pudo expresar siguen
ahí. No desaparecen con el perdón, sólo se proyectarán sobre otros o sobre
uno mismo. Ante este panorama, ¿qué salida nos queda?. Alguien podría
decirme: “Vale, ya sé que el perdón no cura, pero entonces me quedo con la
rabia o la proyecto sobre otros. ¿Qué se puede hacer entonces?”.
Como terapeutas, coach o acompañantes, lo que debemos hacer es sentir lo
que sintió la niña/o, entender lo que tuvo que hacer para sobrevivir, ponernos
de su lado. Quizás debamos poner palabras a lo que pasó y no pudo ser
nombrado en su momento por miedo a las consecuencias.
Mi idea del perdón no es la condonación de todo lo que nos hicieron en la
infancia. Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de hablar con nuestros
padres de tú a tú, explicándoles cómo nos afectó todo lo que nos hicieron.
Quizás se den cuenta y se arrepientan de corazón.
Todos podemos evolucionar y ellos ya no son las mismas personas que
cuando éramos pequeños. Tal vez, en esta situación, nuestra relación con ellos
pueda cambiar, pero… seamos realistas, esto es prácticamente imposible si
ellos mismos no hacen su propia terapia para liberarse de sus propios
El perdón
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patrones. Lo normal es que ni siquiera entiendan lo que escuchan y sigan
tratándonos como lo han hecho siempre, como personas inferiores que les
debemos respeto y que somos unos desagradecidos si osamos reprocharles
cualquier cosa.
Yo entiendo el perdón como un proceso de liberación personal,
independientemente de si los padres cambian o no cambian. Debemos romper
con los aferramientos que nos atan al pasado y darnos cuenta de que ya no
necesitamos que nuestros padres nos controlen o nos den su bendición. Ahora
somos nosotros los que podemos tomar las riendas de nuestra vida.
La verdadera liberación se produce cuando somos capaces de desbloquear al
niño y podemos tener la autoestima suficiente en el presente para defendernos
y no dejar que se repitan las situaciones del pasado, ni con mi jefe, ni con mi
pareja y, por supuesto, ni con mis padres. El perdón no significa que tengamos
que volver a ver o a hablar con aquellos que nos han hecho daño en el pasado.
Incluso podemos decidir no verlos nunca más.
De ser necesario algún tipo de perdón, éste debería ir dirigido hacia nosotros
mismos, hacia el niño que no podía hacer otra cosa salvo sobrevivir ante la
situación que le tocó vivir. Ese niño es el único inocente de esta historia.
En otro momento será interesante profundizar en las causas que mueven a
psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, etc. a forzar siempre a olvidar y
perdonar, sin ser conscientes de lo inútil y peligroso que es. Ya esbocé algunos
motivos un poco más arriba, pero quizás sea necesario ahondar en el tema.”
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