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pequeña recopilación de algunos textos de varios autores publicados en internet sobre los artistas populares venezolanos : Salvador Valero, Bárbaro Rivas, Víctor Millán y Elsa Morales
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Pequeña memoria en la Red - 1 ARTE POPULAR DE VENEZUELA
- SALVADOR VALERO
- BÁRBARO RIVAS
- VÍCTOR MILLÁN
- ELSA MORALES
La presente publicación digital no pretende ser un estudio
profundo y exhaustivo de la vida y obra de estos cuatro
creadores populares de Venezuela.
Es en esencia la recopilación de algunos textos dispersos, ya
publicados en la internet, de diferentes autores y que se
encuentran también reunidos en el Blog de Arte Popular y
Artesanía de Venezuela :
www.artesanosdevenezuela.blogspot.com
Tanto en esta publicación digital como en el Blog se señalan
las fuentes, los autores de los textos y, en lo posible, de las
imágenes que los acompañan.
Vaya a esos autores diversos la mayor gratitud por hacer
presente a estos creadores venezolanos en el universo digital y
de ese modo difundir el conocimiento sobre sus vidas y sus
obras a nivel global.
Hoy más que nunca, mediante la utilización de las nuevas
tecnologías de la información, se abren múltiples medios y
maneras para la divulgación sin fronteras del conocimiento, el
arte y la cultura.
Sirva esta publicación para mantener viva una “Pequeña
memoria en la Red” sobre nuestros artistas populares.
L.A.
SALVADOR VALERO
Salvador Valero nace un 9 de Marzo de 1903 en el Colorado,
Escuque, Edo. Trujillo y muere en Valera, Edo. Trujillo. Fue un Escultor
Fotógrafo, Dibujante y Escritor.
Pensador de circunstancias inmediatas de su pueblo, al que
siempre le fue fiel. Por él mantuvo siempre, una conducta de la
más alta dignidad.
"Al niño que fue Salvador Valero le llegó en la escuela “la idea de
pintar y dibujar” (p.65), y luego mocetón fue llenando las paredes
del corredor de su casa campesina con sus inspiradas
realizaciones visuales. El padre Escolástico Duque lo motiva a
emplear el óleo, a sabiendas, de las facultades del joven pintor
campesino.
Lo demás, lo realizado de su inquieta imaginación, lo podemos
observar en el Museo Salvador Valero, en Revistas y en algunas
colecciones particulares.A través de ellos no debemos olvidar esa
patria común de lo inédito: la infancia".
Salvador Valero sabia que el “Escuque que se fue” había sido la
representación de un mundo agrario y portátil, con sus valores, su
organización social y su cultura, en las cuales él estuvo inmerso
como miembro de una aldea campesina. Su pensamiento, su vida
y su memoria lo mantienen vivo en las obras que llevó a las
generaciones venezolanas y del mundo.
El Niño Que Fue Salvador Valero
Wilfrido González Rosario
“Todo lo que veía era un mundo de poesía para mí: la forma de
las altas serranías, de las piedras, de los árboles, todo era un
mundo de belleza y curiosidad para mí” - Salvador Valero
"...existe una Danza de los Árboles. No son todos los que conocen
el secreto de bailar en el viento. Pero los que poseen la gracia,
organizan rondas de hojas ligeras, de ramas, de retoños, en torno
a su propio tronco estremecido. Y es todo un ritmo el que se crea
en las frondas; ritmo ascendente e inquieto, con encrespamientos
y retornos de olas, con blancas pausas, respiros, vencimientos, que
se alborozan y son torbellino, de repente, en una música
prodigiosa de lo verde. Nada hay más hermoso que la danza de
un macizo de bambúes en la brisa. Ninguna coreografía humana
tiene la euritmia de una rama que se dibuja sobre el cielo. Llego a
preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción
estética no consistirán, simplemente, en un supremo
entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un
alfabeto secreto en los ojos de las calcedonias, en los pardos
terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que
cada caracol manchado era, desde siempre, un poema" - Alejo
Carpentier
"Día de Los Locos"
Óleo sobre tela
98 X 150 cm
1968
Poesía
En la vida y en el arte de Salvador Valero convergen elementos
esenciales de lo que daremos el nombre de Trujillanidad: la
exclusión social, el apego a la tierra, el aferramiento a tradiciones
seculares, la imaginación desbordada, la intuición. Campesino,
hijo de campesinos, porta sobre sí las huellas de sus dolores y sus
carencias, la superficie material y la simbología de sus “cuadros” lo
denotan: crucificados, cartón, mujeres solas, fardo, papel,
víctimas, coleto, solitarios, tela.
Sin embargo, pese al anclaje social de sus motivos y reflexiones,
esa vida de privaciones se ve compensada por los tesoros
imaginarios y los encantos de las celebraciones, la música, la
belleza de la mujer adorada.
Todo proviene de la conjunción de la imaginación bizarra y de las
formas casuales de la naturaleza. Salvador Valero, nacido en
Colorado de Escuque, un 9 de marzo de 1903, lo definió como el
“casualismo” El pintor lo narra en su autobiografía, escrita sin
reparos ortográficos:
así bajo un cumulo de sufrimientos tanto morales como materiales
esos aumentados por mi natural timidez pero siempre con mi amor
puesto en mi madre nuestros hermanos nuestra casa y nuestro
terruño donde en cada árbol en cada piedra y pedazo de cielo
veía yo toda la poesía de la naturaleza (p.65)
"El hogar de la Sagrada Familia Venezolana"
Óleo sobre tela
54 X 59,5 cm
1969
El Camino
La obra pictórica de Salvador Valero y su escritura se inscriben en
una retórica del viaje, desnuda de artificios intelectuales, cuyos
motivos están arraigados principalmente en el imaginario
colectivo regional: fiestas, romerías, guerras, montoneras, partidas,
entierros, héroes, dioses, seres míticos, montañas, caminos.
Salvador Valero aporta visiones particulares propias de un trujillano
de la primera mitad del siglo XX, imágenes que circulan
fuertemente anudadas al eje familiar y al entorno aldeano. Otros
temas internacionalistas como “La Inmolación de Hiroshima”, y la
sátira social como “En La Quema de Judas”, “La Subasta de la
Túnica” o “El Ladrón de Cuadros”, serán posteriormente su mirada
de hombre maduro, complementaria, ante la experiencia adulta,
un acercamiento a un mundo más allá del universo intrínseco.
Su expresión, es sobre todo, un lenguaje de la sencillez, no hay
transparencia mayor que la de la naturaleza. El hombre es un
creador con el mundo: una tesis más honesta del arte que la
esgrimida modernamente donde el artista, ajeno al mundo, se
sienta sobre una atalaya solitaria e inaccesible al denostado
hombre común.
Salvador Valero fue un hombre del pueblo, un aldeano de su
época, un niño pastor, recogedor de leña, buhonero de granjerías
caseras en el cercano pueblo de Escuque, imaginador incansable
y precoz artista al tiempo, sacrificando sus descansos como los
artistas del pueblo, robándole instantes a la cotidianidad
laboriosa, escasa, para expresar su singular perspectiva, sueño y
proyecto de humanidad.
"Las murmuradoras que regresan de Misa"
Óleo sobre tela
61,5 X 92 cm
1962
Relato Autobiográfico
La autobiografía de Salvador Valero que Carlos Contramaestre,
con intuición señera, respetó en su grafía, sintaxis y modismos, es el
testimonio apasionante de una infancia de maravillas,
contemplación y asombro. Cimienta sus raíces de lenguaje en lo
vivido, como si en sus ojos se reunieran las miles de miradas de los
numerosos circunstantes de sus pinturas –como en “Día de los
Locos” “La Procesión del Niño Jesús de Escuque”, “Las
Murmuradoras”, “Busca o Paradura del Niño en los Andes
Venezolanos” o “La Quema de Judas”- que nos miran con interés
desde sus diáfanas miradas. Una voz de muchos, una visión de
tantos.
Es también una escucha atenta a las voces de los mayores, al río
de las palabras antiguas, a los cuentos, al anecdotario, a los
mágicos relatos de la madre, sobre monjes nocturnos de dulce
mirar y niños rubios emergidos de los peñascos.
Pero también son sus relatos históricos: la anécdota de “Chona la
Trujillana”, dando refugio bajo su largo vestido, a un fugitivo de las
rencillas de Ponchos y Lagartijos; del enamoramiento del padre
arriero por la madre durante una estadía en casa de la prima
Margarita; del verso legado por ésta, mientras la vestían de novia:
“Si los gallos supieran lo que es querer no cantarían al amanecer”,
que la madre repetía en el camino hacia la aldea de su nuevo
hogar.
Son los días favorables en que el joven matrimonio pone una
“guarapera” o “ratonera” que evoluciona en negocio de víveres,
licores y ropa, en la casa de hacienda, rodeada de cafetales. Una
aldea donde todos conocen a su hábil padre, contrabandista de
aguardiente, entre otros oficios, por el sobrenombre de “Padre
Lauterio o Eleuterio” por ser hijo del cura Juan de Dios Chaves.
Pero un disparo de carabina en el corazón pondrá fin a los días
propicios, todo por un asunto de faldas, mientras arreaba una
carga de café entre las aldeas del Colorado y el Barquesí. La
autobiografía de Salvador Valero es además el relato de quien ha
indagado sus orígenes, rebuscando en los cuentos de los viejos
amigos, la sombra del padre.
A la muerte del padre sobreviene la pobreza por las artimañas del
socio comercial de éste, el prestamista Domingo Giacopini, quien
se apropia de los bienes paternos, sin apenas dejarles para la
subsistencia a la viuda y a los huérfanos. La miseria total la evita la
intervención del General Ramón Rueda quien había sido amigo
del difunto. Para el niño Salvador Valero se inicia una vida de
desengaños, escasez.
María Lourdes, la hermana sin ilusiones matrimoniales, es el modelo
de virtudes y sacrificios por la familia, en el duro trance de la
muerte del padre y de la soledad devastadora de la madre. Con
ella comía el niño, se sentaba en sus piernas, a sus seis o siete años,
la acompañaba en la visitas a sus amigas, orlados del respeto que
su padre había sembrado entre los conocidos; como cuando
pasaba por la pulpería y un hombre de nombre Asunción
Uzcátegui, con cariño le obsequiaba las maravillas que para un
niño puede contener una tienda.
Es su hermana mayor quien consuela al pequeño en sus
interminables y desgarrados llantos vespertinos, en la tristeza que lo
acosa, último retoño de una estirpe de seis hermanos. Para
revivirlo de alegría, Lourdes lo sacaba fuera de la casa donde las
otras hermanas, Eudora de Jesús y Aparicia del Carmen, con otras
muchachas, jugaban a las muñecas:
“habían muchas flores de las llamadas buenas tardes, entonces
ellas mis hermanas cojían gran cantidad de aquellas flores y
espigas de paja de la llamada paja de zorro o paja amarga
aquellas flores que las habían blancas, rojas, moradas y amarillas
las ensartaban en los canutos de las espigas de paja entonces se
daban á la tarea de adornar todo mi bestido con guirnaldas de
dichas flores y me coronavan la cabeza con otra guirnalda más
grande y hasta en los zapatos me ponían adornos una vez hecho
esto me tomavan de las manos y me sacavan a pasear por los
alrededores de la casa y parte del camino real cuando hacía eso
mi ánimo yo me sentía orgulloso. Otras veses me llevaban para
casa de cualquier besino o para casa de Mama Meya, Mamá
Meya era una señora que había sido sirvienta de mis padres a la
vez fue haya mía...” (p.31)
María Lourdes era también quien elaboraba las hallacas y el
pesebre navideño; y los dulces de papelón con piña, coco, apio,
zapallo y otras frutas, el arroz con leche, las hallaquitas de
pescado de Semana de Dolores o Santa; imágenes perdurables
recreadas por él, en las pinturas de interiores de grandes casas
campesinas con el ambiente festivo de la comida que se prepara
para los invitados y familiares: tema del cuadro “Haciendo
Hallacas para la Nochebuena”.
Mamá Meya (Amelia Angulo) poblará el recuerdo sentimental del
niño, con la súbita melancolía que la hacía derramarse en llanto al
verlo, sus regaños o consejos oportunos, su pobreza irremediable,
con sus trasnochos de lavandera (remojo, primera mojada, primer
ojo, segundo ojo, así lo describe con minuciosidad como si
intentara recuperar el tiempo perdido), a orillas de la quebrada,
en un pozo oscurecido, que daría motivo a cuentos misteriosos, a
la conseja del alma perdida de una lavandera que oían los
caminantes, temerosos de los ruidos de la noche .
Y también de Mamá Meya provendrá la satírica anécdota del
Cojo Inocencio, haciéndosele el muerto en el puente: ¡Párese
pícaro cojo!, y la respectiva tunda de palo que esta avisada
mujer le propinó al burlón.
El hombre de sesenta años (año 65) y luego setenta (año 74), que
recuerda y escribe sus orígenes, nos dice:
“el nombre de Amelia Angulo (mamá Yeya) siempre me ha
acompañado en toda mi vida por el motivo de que siendo niño
me llevó en su brazos colmándome de amor casi maternal y
siendo adolescente me dio salvadores consejos y aun siendo
hombre; cuantas veses al pensar e ella, he sentido la pena de no
haber podido aliviar su pobreza pues como fiel sirvienta que fue
de mis padres ella fue consecuente con mi madre y toda la familia
y por eso digo que como una ratificación de su vida siempre oigo
en mi conciencia el nombre de Amelia. Amelia. Mamá Yeya.
Mamá Yeya. Con voz de niño” (p.34)
Salvador Valero experimenta en la aldea un mundo afectivo,
femenino, sugestivo, en el cual el niño imagina ser el rey y el centro
del mundo. Se mueve en medio de costumbres y rutinas femeninas
las cuales disfruta con un sensualismo inocente.
Pero también es el mundo de la timidez ante la mujer, al
comentario de las muchachas que lo ruboriza, pudor expresado
en la contemplación tímida de cuadros como “Cara de una
Muchacha Inolvidable”, imagen reiterativa, divinizada, de la mujer
inasible.
Paso a paso, se nos describe todo un mundo desaparecido y
transformado, una cultura, un arraigo a la complicada geografía
trujillana, un modo de vivir, una hibridez galopante, una sincrética
gama de supervivencias del campesinado. Para el tiempo en que
escribe la autobiografía, en 1965 y 1974, respectivamente, su
mirada melancólica recorre los campos de su infancia,
empobrecidos, desolados. Tierras para la nostalgia.
"El ladrón de cuadros"
Óleo sobre tela enmarcada
50 X 47 cm
1971
Los Cuentos y Los Cuenteros
El universo de la oralidad aportará motivos al imaginario del artista
Salvador Valero. Los cuentos aldeanos: de Ñoa Paz (María de la
Paz Rondón), recogedora de café, partera, historias que eran
según Salvador “algunas verídicas y otras basadas en superstición
y fantasía” (p.35); el del arco del pozo Calabozo; los relatos
heroicos de Carvajal, la Mocotí e Isnotú, de boca de sus
protagonistas en la bodega de Vicente Valero, los cuentos
sobre “extrañas apariciones de botijas de encantos” (p.49), de
Manuel Torres, de Jemario Bencomo. Todo ese caudal –junto a los
misteriosos cuentos maternales- se asentará imperturbable, como
un viejo Dios primitivo, en el pozo de su imaginario maravilloso.
El niño que narra a media lengua el cuento de Tio Tigre y Tio
Conejo para risa de sus traviesas hermanas, se inspira en los
cuentos que oye en las pulperías, en los caminos y en la casa. Es
una forma de empezar a andar mundos. El Capitán Barrios con su
repertorio infalible de relatos maravillosos es la figura prominente
del poder de lo imaginario en los labios de la gente de su
comunidad. Uno de sus pinturas más representativas “La Mudanza
del Encanto” traspone al lenguaje visual el relato mítico ligado a
las crecientes de los ríos, al desplazarse de las lagunas y a los
misterios de la muerte.
Los cuentos propios y los del Capitán Barrios constituyen un acervo
extraordinario de hábitos trujillanos –andinos- y una demostración
de la holgura imaginativa en que se movieron los narradores
tradicionales que antecedieron y cimentaron a nuestros
narradores del siglo XX como Ednodio Quintero, Adriano González
León, Orlando Araujo, Antonieta Madrid, Ana Teresa Torres, David
Alizo, Ramón González Paredes, Ramón Palomares, Samuel
Barreto Peña, Manuel Andara Olívar, Segundo Joaquín Delgado,
Isidro Morillo, José Manuel Briceño Guerrero o Víctor Valera
Martínez.
Asombrosos y lúcidos relatos, a la luz parpadeante del fogón, a la
penumbra de las brasas, a la luz del día o a la caída del
crepúsculo con el Niño Jesús, la Diosa Icaque, los Indígenas, el
Arco Manare, el Arco Iris, los Campesinos, los Aldeanos, los
Pueblerinos, los Generales y a veces también Doctores, los Padres,
los Comerciantes, los Soldados de las guerras civiles y montoneras,
las Vírgenes, los Zamuros mágicos, las Almas Condenadas, el
Diablo, las Brujas, el Cabro Negro, las Ánimas, el Caimán
gigantesco, la Serpiente interminable, Pedro Rimales y el habilísimo
Capitán Barrios como protagonistas de los relatos que a su modo
asumían el horror de las guerras, las desventuras del pobre y las
ambiciones de todos.
En uno de sus relatos, “El Capitán Barrios”, rodeado por el muro de
las cabezas cercenadas de sus enemigos, en una atmósfera de
humor negro, nos testimonia la violencia insensata de las guerras
sufridas por el pueblo trujillano.
"La Abajada de los Reyes"
Óleo sobre lienzo
70 x 71 cm
Colección del Dr. Jacob Senior
Lo Que Asombra
Las imágenes de motivos religiosos de la casa de Ñoa Paz jugaban
un efecto estimulante en la mente del pequeño Salvador como él
mismo lo describe:
“era para mí el placer más grande que sentía porque viendo
aquella profusión de imágenes mi ánimo se expandía en un
mundo místico porque amando la visión de aquellos cromos y
retablos con las explicaciones religiosas que daba mi madre yo
veía aquellos cielos azules aquellas imágenes como un reino real y
viviente entonces mi imaginación viajaba por aquel reino místico”
(p.37)
Disfruta visitando la casa de la señora Vicenta Cabrita y Anselmo
Parra, una choza cuyas toscas paredes estaban cubiertas por
propagandas comerciales pegadas con engrudo, afición por la
imagen que cultivará obsesiva e infantilmente a través de sus
colecciones.
Las festividades de índole religiosa como “correr a San Juan” -24
de junio- o el día de la Virgen -8 de diciembre- alimentan el
imaginario del autor como expresiones del vigor místico y vital de
los aldeanos, recorriendo los campos con sus imágenes en andas.
El pesebre de Ñoa Paz también generará una impresión muy
perdurable:
“mi animo se recreó ante la visión de aquel abigarramiento de
flores y figuras de yeso madera loza y anime con ángeles con alas
de hojilla y telas salpicadas de mica todo todo brillaba allí a la luz
de muchas velas mientras yo veía maravillado en mi espíritu aquel
hermoso y nunca visto por mi aquel pesebre recibía los cariños que
me prodigaban aquellas gentes mirava con más atención la figura
de los tres reyes magos que eran de cartón recortado pintados de
vivos colores que bajavan por unas peñas abrillantadas con mica
esas figuras me llamaron tanto mi atención que posteriormente yo
he tratado de pintar unas figuras semejantes en algunos de los
cuadros que he pintado” (p.48)
El anteojo largavista, heredado de su padre, le permite ver la
iglesia remota y atractiva del pueblo de Escuque, trasladarla a sus
juegos, reproducirla en su imaginación y con sus manos rehacerla
con barro, pedazos de ladrillos y madera.
Mientras estudia en la escuela de Don Ignacio Carrasquero,
desarrolla su hábito de coleccionista de imágenes con los libros de
propaganda y cuentos de Calleja, regalados en las boticas de
Escuque. Después pintará, plasmará sus propias imágenes
y “había veces en que el anochecer logrando la poca luz que
entraba por la puerta de la pequeña sala me ponía a contemplar
aquellos dibujos dándoles vida imaginariamente” (p.66)
El Niño Irrenunciable
El niño que pervivió en Salvador Valero fue, a su parecer, un niño
infeliz, lo cual le hace soportable el acto de recordar. El hombre
viejo, desde su perspectiva, se complace en observar el duro
tránsito superado, el esfuerzo del sobreviviente, la sensibilidad del
padecido.
Salvador, a los pocos años de su edad, es el niño
instantáneamente feliz por las veredas de la aldea, que se siente
un héroe al trasponer el umbral del hogar en su primer mandado,
cuyas sensaciones de tarde espléndida comparará más tarde con
la poesía de los textos escolares.
En ese universo primigenio de creadores, diciembre gozará de una
particularidad, que se trasladará con su alegría matinal, a algunas
de sus pinturas, como el mencionado “Haciendo Hallacas para la
Nochebuena”, pero también en “El Niño Dios que Nació en los
Andes Venezolanos”, “Una Mañana de Diciembre en los Andes
Venezolanos”, y seguramente, es la alegría que traslucen con su
solaridad “El Regreso de los Cantores”, y su par simbólico
“Nocturno”:
“por los días de nochebuena y pascua de año nuevo ivan
también entre esos paseos personas portando instrumentos
musicales como eran cuatros, maracas, sinfonías de boca y a
veces hasta acordeones también algunos hombres llevaban
guitarras estos cantavan a dúo esas canciones románticas que
acostumbraban o se usavan en esos tiempos. Otro placer que
sentía era oír aquella música y aquellos cantos (p.49).
La Madre Naturaleza
Para Salvador Valero la naturaleza es el modelo fundamental de
la belleza, la armonía, la contemplación:
“Tan sólo mi dicha espiritual la he experimentado en la
contemplación de las maravillas de la naturaleza como eso de
mirar el cielo estrellado las noches de clara luna los atardeceres y
anocheceres la visión de las montañas con sus piedras sus árboles
y sus rocas y sus fuentes, los pájaros el sol y toda la naturaleza, tan
solo me abruma la bárbara crueldad de las gentes que siempre
ha tenido contra los animales” (p.37)
Recuerda en su autobiografía las fragantes y dulces guayabas de
septiembre y octubre, las llamativas flores de paraíso, amapolas o
flores amarillas, todo un deleite para los sentidos del joven
aprendiz.
Los cantos de las chicharras en abril y mayo, de los sapos, los
pájaros y los grillos le sugerían ideas místicas al niño que fue
Salvador Valero. En una especie de adoración panteísta surgió la
sensibilidad estética que vibrará luego en sus realizaciones
pictóricas.
"La quema de Judas"
Óleo sobre tela
77,5 X 51,5 cm
1965
Sus Juegos
El niño Salvador Valero jugaba edificando mundos breves, un
pequeño arquitecto:
“mis juegos infantiles consistían en fabricarles a mis hermanas
casas para sus muñecas y como yo veía desde la casa al pueblo
con su iglesia quería imitar aquella iglesia me ponía a fabricar una
en miniatura con barro gredoso y cascos de teja pero daba por
resultado que havia veses que cuando caían fuertes invernadas
aquellas iglesias se deshacían entonces yo viendo aquellas
destrucciones me ponía a llorar y cuando el invierno y chaparrón
pasava yo volvía porfiadamente a fabricar de nuevo la iglesia lo
mismo pasaba con la fabricación de trapiches que la lluvia me los
destruía; muchos de estos juegos los hacía yo sufriendo los rigores
del hambre y los negros presentimientos de ver que en la casa
faltava el pan. Desde la edad que tuve razón o mejor dicho
desde mui pequeño he sido mui observador de las cosas de la
naturaleza y en mi nació esas ideas casualistas que yo en mi
mente formé como una mitología personal con hechos que yo
inventé y di por reales” (p.38)
El niño Salvador fue una ávido atesorador de piedras escogidas en
la quebrada, tanteadas después en la oscura noche de su lecho,
además “coleccionaba trozos de madera pequeñas, estampas
de propaganda y papeles de toda clase”(p.42), que servirían de
materiales explorables para su imaginación creadora. Es el niño
Salvador Valero, quien confiesa haber envidiado los volantines
ajenos de los más grandes, colores irisados en fuga por el cielo.
En cambio, los competitivos juegos organizados por otros
muchachos y muchachas como el concaleé, el merolico, el
pumpuñete, la gallina ciega o el cabrito, por falta de malicia y
timidez, no eran sus juegos favoritos. No obstante, con sus
hermanas gustaba jugar al pulpero, mecerse en las cabuyas
colgadas de los árboles, e ir a buscar las dulces y refrescantes
guamas en los sombríos cafetales. A veces, jugaba al hombre
trabajador, desyerbando la huerta de la casa. Y se enorgullecía
de que las personas mayores lo reconocieran como tal,
hombrecito de fundamento.
Como en el caso del escritor trujillano Ednodio Quintero, es la
infancia la patria de todas las evocaciones. Los juegos son en el
caso de Salvador Valero un combustible de evocaciones que se
relaciona con la inventiva del artista en formación. Son los niños
aldeanos caballeros sobre caballos de madera, danzantes
jaguares entre perros amigos. Mágicos jinetes de la soledad.
Padre del Casualismo
El casualismo resume la teoría estética del pintor trujillano
paradigmático. Salvador Valero lo define así en el bello ensayo “El
Casualismo. Arte Espontáneo Universal y Eterno”:
“El casualismo es todo lo que el ojo del observador ve en todas
partes donde la materia existe quien observa por ejemplo la
corteza rugosa de un árbol la forma de un ramaje una piedra una
roca un hierro herrumbrado una tabla manchada o mejor los pisos
y paredes manchadas los roídos vestidos de algunas personas una
piedra áspera lisa o musgosa en fin toda la materia que alcanza a
ver el ojo de un observador nos sugiere formas tan sugestivas y
maravillosas formas que superan a muchos cuadros abstractos y
de la pintura moderna y hasta me atrevo a decir que esas formas
van por encima de la metamorfoseada pintura de un Picasso, un
Kandisnky o un Braque que son esas maravillosas formas que
vemos en las rocas en las piedras y en algunas tablas manchadas
y hasta en los pisos de los baños y en las paredes sucias o en las
telas que usamos para limpiar brochas y pinceles cuando estamos
pintando cualquier cuadro y hasta en la misma paleta, cuando
ella queda manchada” (p.150)
Los ejemplos de casualismo abundan en sus propios textos: el niño
que bebía el vermífugo, tendido en la cama, observaba el
reboque de las paredes del aposento, y en la “superficie bronca
veía sobresalir los trozos pequeños de paja mezclados con el
barro en esa variedad de prominencias veía yo maravillosas
figuras de gente y animales en distintas posiciones aquellas figuras
eran tan reales para mí que algunas de ellas les ponía nombres de
algunas personas de la aldea” (p.39)
Aquellas inmersiones imaginativas no sólo se daban de ese modo
directo sino que podían surgir de la mezcla de varios elementos
diversos para producir nuevas imágenes, a modo de un efecto
sinestésico de la imaginación infantil.
El niño Salvador se deleitaba en los días de lluvia con los grabados
de una historia sagrada y de una geografía, pedía a sus
hermanas que le explicaran el contenido, leyéndole las reseñas de
los mismos. Luego la imaginación se desbordaba en:
“las noches en que solían soplar vientos fuertes en que oía el ruido
de los arboles de bucares guamos y pardillos que daban sombra a
los cafetales o cuando caian lluvias livianas eso sucedía cuando
me estaba largos ratos sin dormir en mi mente asociava aquellos
ruidos con el recuerdo de los dibujos que habia visto en las
geografías veía aquellos barcos navegando en un mar
tempestuoso o parajes de Asia, África o de América” (p.53)
Igualmente, el ruido de la quebrada le sugería imaginaciones
particulares. Tal vez imaginaba la mudanza del Encanto
desplazarse desde las altas y gélida lagunas parameras hacia
cálidos y oscuros recodos.
Los grabados de Pierrot y Colombina vistos en uno de los libros que
su madre guardaba en el baúl, lo sugestionan según su propia
opinión:
“por las tardes cuando mi madre barria el patio de la casa a la luz
de aquellos crepúsculos yo daba rienda suelta a mi fantasía y
haciendo comparaciones mentales respirando el olor agradable
de las flores de buenas tardes y de otras flores que las había en el
pequeño jardín de la casa entonces me parecía ver vagar por alli
las figuras sonrientes de Pierrot y Colombina y no solo era Pierrot y
Colombina los que yo me había fabricado en mi imaginación sino
hasta la figura de un payaso con visos de arlequín que tenía
colgado de una cabulla el pulpero de la aldea él también me
había sugestionado entonces yo tratava de copiar aquellas figuras
dibujándolas en pequeños pedazos de carton para luego
recortarlas con una tijera y colocarlas en un cajón donde tenía
una pulpería de juguete” (p.56).
Su mente creadora va a sumar las imágenes de aquellos
personajes eternos de la Comedia del Arte con la música de flauta
del señor Hipólito Sánchez, a quien había oído tocar, muy
atentamente, durante una visita a Escuque.
El casualismo es también el regalo que le hace un muchacho de
la aldea, llamado el Pelón: unos lápices de colores. Es el tesoro
del Arco Iris en manos del niño Salvador Valero
El artista explica, a través del casualismo, las supuestas apariciones
milagrosas producidas por líquenes o por la forma de la mica,
citando el caso de la Virgen del Talquito, en Jajó; menciona las
denominaciones metafóricas de muchos lugares naturales como
el Iztaccíhualt o la mujer dormida azteca; la Peña de los Siete
Colores y la Silla de las Ánimas en Escuque; las Pailas de Niquitao
que igual podrían ser aplicables a lugares como las Tetas de la
Cordillera Trujillana; la Peña Lisa en la Sierra de Calderas; la Piedra
de Sal o los Chorotes en Las Mesitas, o la desaparecida Piedra del
Toro de la Otra Vida en la quebrada de los Cedros de Trujillo, la
Virgen de la Paz –en su cueva- formas naturales que el imaginario
popular bautizó de tales modos.
A propósito del casualismo y la geografía trujillana, una
descripción de Mario Briceño Perozo, en su “Historia del Estado
Trujillo”, es elocuente:
“El macizo montañés... es imponente. Sus moles gigantes que se
entrelazan marcando un rumbo que comienza de suroeste a
noroeste, en algunas partes se deprimen, en otras se alzan
soberbia, majestuosamente; a medida que las cumbres emergen
en el espacio toman las más diversas figuras, como una serpiente,
una silla de montar, la culata de una escopeta, una torre, un
gigante dormido, una cuchilla, un tigre, un cajón, una cabra, un
gallo, un águila, un toro, un venado, una nariz, una virgen, una
cruz y hasta unos pezones formidables, como las Tetas de Niquitao,
que se elevan al norte en actitud de amamantar los astros en la
brumosa inmensidad.”
Pero el casualismo, según Salvador Valero, no se limita a la
imaginación visual sino que también se refiere a la imaginación
estimulada por efectos sonoros:
“los sonidos que producen los ríos las quebradas cuando las
mismas bajan precipitadamente donde haya piedras sobre todo
cuando crecen por efectos de las lluvias y la lluvia moderada o
lenta cuando cae sobre los techos de las casas y sobre los arboles
cuando por las noches en las partes altas corren por largas horas
vientos fuertes en los campos se perciven sonidos extraños como
notas musicales voces de personas y hasta gritos y gemidos”
(p.157)
Sugiere el origen de la creación de “La Mudanza del Encanto” por
los sonidos que el agua produce en determinados lugares; cita el
ejemplo de las tempestades de viento, se oía en ellos los ruidos de
aviones antes de que se conocieran; y la propia disposición de las
estrellas y sus denominaciones zodiacales. El casualismo va más
allá de las formas manifiestas de la simetría de la piel de las
peligrosas serpientes o de los cristales de nieve, aparecen como
formas sobrepuestas o semiocultas “reservadas en su mayor parte
para los que poseen un espíritu de observación” (p.160)
El Retorno de lo Imaginario
Salvador Valero sigue siendo en su expresión artística perdurable
aquel niño que vuelve a casa desde la escuela del pueblo: “mi
madre me esperava en el corredor de la casa cuyo frente daba
hacia el pueblo había veses que llevando la bolsa del libro
terciado sobre mi iva cavilando por el camino cosas que tan solo
existían en mi cabeza” (p.65).
Al niño que fue Salvador Valero le llegó en la escuela “la idea de
pintar y dibujar” (p.65), y luego mocetón fue llenando las paredes
del corredor de su casa campesina con sus inspiradas
realizaciones visuales. El padre Escolástico Duque lo motiva a
emplear el óleo, a sabiendas, de las facultades del joven pintor
campesino.
Lo demás, lo realizado de su inquieta imaginación, lo podemos
observar en el Museo Salvador Valero, en Revistas y en algunas
colecciones particulares. A través de ellos no debemos olvidar esa
patria común de lo inédito: la infancia.
Escríbalo usted: sus pinturas y sus escritos son ventanas abiertas a
nuestra imaginación, tome el pincel, el carboncillo, la flauta o el
lápiz, si prefiere, o los ojos, el corazón. ¿Acaso escoja usted sólo la
materia inaprensible pero trenzable de los sueños? De cualquier
modo: acompáñelo en esa senda infantil y madura de rehacer el
mundo.
Ensayo ganador de la VII Bienal de Arte Popular "Salvador
Valero" organizada por el Museo de Arte Popular "Salvador Valero"
adscrito a la Universidad de Los Andes, en la ciudad de Trujillo.
Noviembre-Marzo de 2001-2002.
Fuentes en :
http://www.saber.ula.ve/liesr/escundun/salvado_valero.htm
http://www.museosalvadorvalero.ula.ve/referencial_salvador/biog
rafia.htm
BÁRBARO RIVAS
Bárbaro Rivas nació en Petare, específicamente en el Barrio de
Caruto, el 4 de diciembre de 1893. Fue hijo ilegítimo de Prudencio
García, compositor y director de bandas musicales, y Carmela
Rivas. Su infancia transcurrió en compañía de su madre y una
mujer de fuerte formación cristiana llamada Daniela, quien se
casó luego con Prudencio e introdujo al pequeño Bárbaro en la
lectura de la Biblia.
Dos sucesos extraordinarios marcaron los tempranos años de su
vida: El Terremoto de 1900 y el paso del Cometa Halley en 1910, los
cuales se vieron más tarde reflejados frecuentemente en sus
pinturas.
En 1925 conoció por primera vez la soledad: Su madre murió y sus
hermanos tomaron rumbos separados. Abandonado, Bárbaro
Rivas dejó la casa rural de Caruto y se instaló en una humilde
vivienda cercana a la Capilla de El Calvario. La muerte de la
madre desequilibró su vida y degeneró en un colapso emocional.
Se apartó de su comunidad y se encerró en sí mismo.
Para sobrevivir tuvo que desempeñar varios oficios, entre los
primeros cabe mencionar el de peón del Ferrocarril Central.
Diariamente caminaba desde Petare hasta Ocumare del Tuy para
cuidar que nada extraño en los rieles pudiera ocasionar un
descarrilamiento. Su ruta incluía paradas en Santa Lucía, San
Francisco de Yare, Santa Teresa y Ocumare del Tuy. Ese paisaje de
montaña fue penetrando en él para luego aflorar con toda
intensidad en su pintura.
También trabajó como constructor de grutas para vírgenes y
cruces de cementerio, además de albañil y pintor de brocha
gorda, actividad que seguramente despertó su inquietud por la
pintura. Sin embargo, la falta de un trabajo estable y la afición al
alcohol lo llevó a la indigencia. Bárbaro Rivas se constituyó así en
un personaje popular, atrabiliario y simple, objeto de curiosidad y
víctima de las travesuras de los niños del pueblo.
Hacia la fama
Un día de 1949, Francisco Da Antonio, crítico de arte, descubrió
una impresionante escena de Jesús con los Apóstoles pintada en
una bolsa de papel que utilizaba Bárbaro Rivas para repartir los
encargos de la bodega La Minita. En ese momento se comenzó a
escribir uno de los capítulos más brillantes en la historia
contemporánea del arte venezolano.
El pintor comenzó a figurar en exposiciones colectivas, primero en
Maracay y luego en Caracas, donde participó en el Salón
Planchart y los Salones Oficiales de 1953 y 1954. Su obra adquirió
resonancia, pero su persona era un enigma, pues hasta entonces
no era el artista quien enviaba sus cuadros, sino Francisco Da
Antonio. Esto despertó la sospecha entre los estudiosos acerca de
un posible fraude detrás de la fantástica historia del ingenuo de
Petare.
Bárbaro Rivas fue presentado oficialmente a la prensa el 23 de
febrero de 1956, cuando se inauguró en los altos del Bar Sorpresa
de Petare la exposición “Siete pintores espontáneos y primitivos de
Petare”, organizada por Francisco Da Antonio, y que constituyó la
primera muestra de arte ingenuo celebrada en Venezuela.
En marzo de 1956, Barrio de Caruto recibió el premio Arístides Rojas
en el XVII Salón Oficial, y en octubre siguiente, el Museo de Bellas
Artes organizó la primera retrospectiva de su obra, un honor
otorgado por primera vez a un artista popular. En 1960, la
Sociedad Maraury de Petare montó la muestra “Vida de Jesús en
la pintura de Bárbaro Rivas”. Ese mismo año obtuvo nuevamente
el premio Arístides Rojas en el XXI Salón Oficial por El Ferrocarril de
La Guaira. Tres años después ganó el Premio Federico Brant en el
XXIV Salón Oficial gracias a El Arresto de Escalona.
Bárbaro Rivas también conoció la fama internacional: En 1957
ganó la Mención Honorífica de la IV Bienal de Sao Paulo.
Asimismo, en 1962, participó junto a Feliciano Carvallo y Víctor
Millán en la exposición “Naives painters of Latin America”,
organizada por la Duke University of Durham, Estados Unidos. Una
vez más sus obras tocaron tierra norteamericana en 1966, con la
exhibición “Evaluación de la Pintura Latinoamericana. Años 60”, la
cual giró por varias ciudades hasta llegar a Nueva York, donde fue
exhibida en el Museo Guggenhein. Por primera vez en la historia
de la cultura en Venezuela, un artista salido de lo más hondo del
cauce popular, alcanzaba tales merecimientos.
La amarga gloria
Por desgracia, la fama atrajo a toda clase de oportunistas y
timadores. Hacia el año de 1961, apareció un tahúr a quien
Bárbaro llamó “El Alemán”. Analfabeto y generoso hasta el
extremo, Bárbaro Rivas se convirtió en víctima del engaño y la
descarada seducción del farsante. Bajo su influencia, no sólo
multiplicó su producción en forma desmedida, sino que reinició su
hasta aquel momento frenada actividad tóxica. “El Alemán”
reparo muy prontamente en lo ventajoso de “pagar” con alcohol
el esfuerzo del artista. Nunca nadie pudo haber hecho un daño
mayor.
Su casa se convirtió en guarida de alcohólicos y vagabundos,
mientras que el pintor retomó las calles. Lorenzo Vargas Mendoza,
cronista de Petare, describió la terrible situación: “Ante nosotros
está Bárbaro Rivas, el pintor ingenuo, viviendo condiciones
infrahumanas. Abandonado de todos, apenas atendido por un
amigo que sufre sus mismas privaciones. Ningún aliciente tiene el
hombre para hacerle un poco más interesante la vida y llevaderos
los pocos año que le restan de vida. Mas bien, no puede callarse,
en vez de alimento se le suministra licor. Es verdad que el mal está
avanzado, pero si se le hubiera dado un poco de atención
médica, su producción artística hubiera tenido una mayor
elevación”.
La pobreza y los excesos del alcohol acabaron por destruir la frágil
salud de Bárbaro Rivas. Murió el 12 de marzo de 1967 en el Hospital
Pérez de León de Petare. Sus restos fueron conducidos a la
Sociedad Maraury, donde fueron velados en capilla ardiente.
Acerca de su obra
Tal como un cronista, Bárbaro Rivas plasmó en su obra los hechos y
el paisaje de Petare de las primeras décadas del siglo XX, al que
nunca dejó de pintar y al que convirtió en un escenario para
narrar episodios cotidianos o escenas tomadas de la Biblia. Resulta
uno de esos pintores sobre los que es casi imposible trazar un límite
entre arte y vida, condición que se ha dado en muy pocos artistas
como Armando Reverón o Vincent Van Gogh.
Buscaba transmitir un mensaje aleccionador, más allá de cualquier
intención artística. Decía que había visto las imágenes que
pintaba en sueños o que se le revelaban para “ilustrar o esclarecer
las dudas del cristiano”.
Si partimos de la categorización que divide las manifestaciones del
arte en dos grandes vertientes, arte culto y arte ingenuo, Bárbaro
Rivas sobresale como el representante más interesante de nuestra
pintura ingenua.
Texto tomado de
: http://www.centrohistoricodepetare.com/website/pintores/barba
ro-rivas.html
VÍCTOR MILLÁN
Pintor de paisajes, naturalezas muertas, escenas marinas,
festividades multitudinarias, diablos danzantes, retratos, Selvas y
desnudos femeninos.
“Su aventura pictórica alude experiencias autobiográficas: de su
infancia y juventud, la imagen de las diversiones populares del
oriente venezolano; y de su más reciente pasado su vida de
marino. A él debemos ambiciosos paisajes , abigarradas escenas
donde el pájaro guarandol cae abatido por el fogonazo de
confitería que el cazador oculto entre cintas de papel acierta con
la gracia estallante de su escopeta de juguete” (1)
Víctor Millán, “Hijo de Natividad Díaz y de Carmen María Millán,
(…) nació en Punta de Araya del estado Sucre el 15 de agosto de
1919. Aldea en la cual permaneció hasta 1930 cuando su familia
se trasladó a Cumaná. Desde muy niño trabajó como mandadero.
(…) También fabricó silletitas y construyó sus primeros
barquitos.‘Siempre en Cumaná me disfrazaba y salía en
comparsas de la burriquita, el pájaro guaraldol, el carite y el
pájaro tricolor, bailando hasta cansarme’.
Apenas cumplidos los 13 años realizó su primer viaje como
aprendiz de marino en la goleta Carúpano; más tarde serviría en
el carguero Cumaná y por último en el vapor Maracaibo, llegando
hasta la Guaira en 1936; "(…) se empleó como caletero en los
muelles, ‘trabajo que realizaba desde por la mañana hasta la
puesta de sol, cargando pesados fardos y cajas; cargando y
descargando’, hasta ser reclutado por el ejercito e incorporado al
cuartel de Trujillo, donde aprendió a leer y a escribir y aún le sobró
tiempo para dibujar escudos y asuntos patrióticos, como la batalla
de Venezuela contra Colombia ya que, comparado con la caleta
cuyo horario de sol a sol no conoce descanso, la vida militar le
resultó más bien holgada.
Luego de licenciado, Millán regresó a Punta de Araya, donde
volvió a desempeñarse como marino hasta 1944, cuando recaló
nuevamente en la Guaira, retomando la caleta portuaria. (…) Se
reencuentra con una amiga de Cumaná Carmen Antonia
Aranguren y contraen matrimonio, (…) instalándose en el barrio
Canaima de Maiquetía así conoció a Feliciano Carvallo quien, a
comienzos de 1950, se había trasladado desde Naiguatá. ‘El
compadre Feliciano no me ha enseñado a pintar’ – explicó Víctor
a su entrevistadora, Antonieta Madrid, en 1969 – (…) Realmente
Víctor no estudió bajo la dirección de Feliciano, ni éste jamás dictó
clases a ningún pintor. Cuando Víctor tomó de Feliciano fue un
recurso técnico: el recubrimiento del soporte con un fondo
monocromo de sapolín o pintura industrial azul, rojo, negro,
amarillo, verde, etc., recurso el cual se mantuvo fiel hasta el último
de sus cuadros.”(1)
La obra de Víctor Millán, - a diferencia de la Feliciano Carvallo que
explota casi exclusivamente de manera arquetípica el tema de las
selvas -, explora el paisaje marino, la naturaleza muerta, el
desnudo femenino, el retrato, los pueblos y las manifestaciones
religiosas de origen popular. En relación a lo planteado nos dice
Juan Calzadilla en su publicación Pintores Venezolanos del
Común: (…) “Feliciano Carvallo y Víctor Millán son como los faros
de una escuela naïf que se caracteriza por el registro del colorido
luminoso y alegre que se presta a las soluciones
geométricas de un perspectivismo plano, mental.”
“En 1951 Millán fue incluido en la ‘Muestra de pintura de hoy’,
organizada por el Taller Libre de Arte. Este momento marca el
inicio de su vida pública, por lo cual figura en el grupo de los
llamados fundadores del arte ingenuo venezolano: Feliciano
Carvallo, cronológicamente el primero, (…)
En 1971 la familia Millán se muda a Marapa. “ Ya para entonces
la situación económica de los Millán había cambiado en virtud
de la creciente demanda y valoración de la obra de ambos.
‘Todo el dinero que he ganado pintando –le confesó al Dr. Luis
Enrique González en 1974 – lo he empleado en mi casita y los
gastos de mi hogar, porque considero que el pintor tiene que vivir
del arte. El pintor que no vive del arte o tiene plata o no es pintor,
porque la pintura jala mucho; jala alimentos, jala pinceles y otras
cosas que al artista le hacen falta. Y como no me considero
egoísta, estoy haciendo una construcción para hacer una Casa
de Cultura en el barrio. Yo estoy haciendo un gran esfuerzo con
esta obra, donde estoy gastando todo lo que tengo por el solo
interés de darle cultura a los niños de Marapa.(…)(2)
El 27 de diciembre de 1974, Carmen sufre una caída cuando
Víctor estaba en Cumaná, ella muere. A los pocos meses se casa
con Hercilia Ilarreta, también pintora. Víctor promovió su
“lanzamiento” en el Salón de Lectura en Cumaná y en la Escuela
de Artes Plásticas de Carúpano en 1976. Venden el inmueble de
Marapa y los Millán Ilarreta se residencian en la Vela de Coro,
ciudad natal de Hercilia.
En Abril de 1991, se lleva a Caracas más de cien cuadros para
exponerlos “que es donde están los compradores”, le comenta a
Da Antonio, al momento de encontrarlo en el aeropuerto de
Coro vía a la capital. Ese mismo año el 18 de septiembre, en sus
recién cumplidos 72 años, reseñan en la prensa la muerte de
Víctor Millán, golpeado por el hampa común. Millán al igual que
Ruskin*, estaba convencido que la admiración y el arte eran la
panacea para apartar a los hombres de la envidia y sus
consecuencias. Millán trabajó toda su vida en la búsqueda de
este ideal. En 1969 por su iniciativa se crea el taller de Arte
Popular Armando Reverón, cuyo objetivo según palabras del
pintor: “queremos hacer de él un centro libre de trabajo donde
puedan pintar todos los pintores espontáneos de esta zona ( La
Guaira), aunque al pueblo no se le puede pedir mucho. La gente
sufre de ignorancia y de mal entendimiento” (3).
1. Francisco Da Antonio. Mares, vírgenes y territorios azules.
1993.
2. Francisco Da Antonio. Pueblos Naves y vestales. 2006 .
3. Antonia Madrid. Ultimas Noticias 5 de enero de 1969.
4. (*) John Ruskin (Londres, 1819- Brantwood, 1900), Escritor,
crítico de arte y sociólogo británico.
TEXTO DE: JORGE PEÑA "No es Cuento, es Historia..." Diario de Sucre
29 de Junio de 2008
en http://www.ahces.net/proyectos/noescuento/08-06-29.html
VISITA TAMBIÉN LA HERMOSA PAGINA DE PIETRO CINCOTTI EN
HOMENAJE AL ARTISTA POPULAR VICTOR MILLAN en ---
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Elsa Morales
Nacida en Santa Teresa del Tuy en 1945, se traslada muy joven a
Caracas a trabajar. Su inicio en la pintura data de 1967, cuando
ya mostraba destreza y afán de experimentar utilizando toda clase
de materiales. Su primera exposición la organizo en 1969 Francisco
Da Antonio quien al conocerla se encontró, como él mismo dice,
con una personalidad de impredecible significación plástica.
Elsa Morales viene a ser una vanguardia dentro del arte popular
pues ha desarrollado constantemente nuevas propuestas que van
desde sus primeros trabajos en los que inventó una especie de
pop art narrativo hasta las enormes telas en las cuales Perán
Erminy encuentra ciertas tendencias post modernas. Su lenguaje
pictórico se ha caracterizado por la simplificación de los planos,
muy anchos, así como de las formas, delineadas con un trazo muy
suelto y amplio, y un uso saturado y contrastante del color,
resolviéndose en un resultado de enorme impacto visual y gran
fuerza expresiva.
Su prolífica creación incluye también obras tridimensionales, como
sus enormes muñecas, murales, cajas policromadas, vitrinas,
parabanes y ensamblajes. La obra de la artista refleja sus vivencias
y cuenta que su pintura tiene “una historia que yo oí, capté,
reinventé y que por último viví con sentimientos, porque al pintar
meto ahí mi alma y mi piel y mi alegría y mi dolor”. Ha participado
en numerosísimas exposiciones colectivas e individuales en el país
y en el exterior, recibiendo diversos reconocimientos, entre ellos el
Premio Bárbaro Rivas en el XXXVIII Salón Arturo Michelena en 1979,
el Premio Museo de Arte Contemporáneo en el III Salón de Pintura
Ingenua de FUNDARTE en 1982, el Premio FUNDARTE en el VII Salón
de Arte Popular de esa institución en 1986, el Premio a la
Trayectoria Artística en la I Bienal de Arte Popular Bárbaro Rivas en
el Museo de Petare en 1987, el Premio Barquisimeto en el Festival
de Arte de esa ciudad en 1991 y Premio en el I Salón Bigott de Arte
Popular en 1999. En 1992 forma parte de la exposición Imágenes
del Genio Popular en la Galería de Arte Nacional. En el 2003 el
Museo de Arte Popular de Petare Bárbaro Rivas presenta una
muestra de su obra más reciente en homenaje a esta
extraordinaria creadora.
A pesar del creciente deterioro de su estado de salud en años
recientes, se mantuvo activa en su trabajo artístico presentando
exposiciones tanto en Caracas como en Barquisimeto, dando
muestras en todo momento de un ánimo y entereza admirables.
En el año 2006, la Casa del Artista, en Caracas, la reconoce,
dándole su nombre a la Sala Expositiva de esa institución.
Paralelamente a su actividad plástica, desarrolla una obra literaria,
publicando libros de poemas y también de cuentos y novelas,
ilustrados por ella misma. Fallece dulcemente, en el sueño, el
sábado 03 de marzo de 2007 en su residencia en la población de
Sabana de Parra, estado Yaracuy.
texto de Carol Cañizales en www.analitica.com
Visita también estos enlaces en Internet:
www.artesanosdevenezuela.blospot.com
www.coleccionoswaldomora.com.ve
Museo de Arte Popular Salvador Valero
Museo De Petare Barbaro Rivas en FACEBOOK
BIBLIOTECA DIGITAL DE ARTE POPULAR VENEZOLANO
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Luis Acosta
Luis16mar@gmail.com
Marzo de 2012
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