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(2012) De cadíes y fuentes históricas: apuntes en el Kitāb al-ʿibar

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Madrid, 2012

DE CADÍES Y FUENTES HISTÓRICAS: APUNTES EN EL KITAB AL-,IBAR

Miguel Ángel MANZANO RODRÍGUEZ Universidad de Salamanca

Merced a los numerosos trabajos existentes, el conocimiento que hoy en día se tiene sobre la institución del cadiazgo en los sultanatos bajomedievales postalmohades resulta muy detallado.1 Dicho

1 Agradezco muy sinceramente al Dr. Rachid El Hour su invitación

para participar en este volumen. El presente trabajo se incluye entre los resultados del proyecto de investigación SA010A08, el cual está financiado por la Junta de Castilla y León. Esto aparte, sobre el cadiazgo en esta época, véase, por ejemplo, Arcas Campoy, M., «Cadíes y alcaides de la frontera oriental nazarí (s. XV)», Al-Qantara, XX (1999), 487-501; idem, «El cadí y su entorno: noticias sobre algunas de sus atribuciones en la frontera oriental nazarí», en C. del Moral (ed.), En el epílogo del Islam andalusí: la Granada del siglo XV, Granada, 2002, 141-156; Arié, R., L'Espagne Musumane au temps des Nasrides (1232-1492), París, 1990, 278-287; Brunschvig, R., La Berbérie Orientale sous les Hafsides des origines à la fin du XVe siècle, París, 1940-1947, tomo II, 113-134; Calero Secall, M. I., «Dinastías de cadíes en la Málaga nazarí», Jábega, 55 (1986), 3-14; idem, «Familias de cadíes en reino nazarí», en Vázquez de Benito, C. y Manzano Rodríguez, M. Á. (eds.), Actas XVI Congreso UEAI, Salamanca, 1995, 77-88; idem, «La justicia, los cadíes y otros magistrados», en M. J. Viguera (ed.), El Reino Nazarí de Granada (1232-1492). Política, Instituciones, Espacio y Economía, Historia de España dirigida por Menéndez Pidal, tomo VIII-III, Madrid, 2000, 367-427; idem, «Rulers and Qadis: their relationship during the Nasrid kingdom», Islamic Law and Society, 7 (2000), 235-255; Dhina, A., Les Etats de

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conocimiento se basa fundamentalmente en repertorios biográficos específicamente dedicados a los jueces, o en los que éstos tienen cierto protagonismo, y también en otro tipo de fuentes de carácter geográfico, literario, histórico, etc., cuya información es a veces menos detallada o infrecuente, pero no por ello carece de significación o valor historiográfico.

En este sentido, el presente trabajo toma como referencia básica el Kitab al-,ibar de Ibn Jaldun,2 y pretende analizar la información y el contexto en que se sitúa la mención de algunos cadíes que ejercieron su cargo bajo las dinastías de los Hafsíes, ,Abd al-Wadíes y Benimerines.3 Dadas las características de esta obra,4 resultará innecesario señalar la escasa importancia de los jueces en el discurso jalduní, como es lógico más preocupado por el análisis e inter-pretación de los hechos y, en consecuencia, por la actuación de los sultanes u otros elementos decisivos del majzan. Sin embargo, una lectura atenta puede ofrecer una tipología interesante de datos y per-filar aún más la imagen histórica de la judicatura en la época señalada, lo cual no eximirá al investigador de una reinterpretación posterior. Si bien es cierto que en las páginas consagradas a la historia de los sultanatos norteafricanos el ,Ibar menciona poco más de una treintena

l'Occident Musulman aux XIIIe, XIVe et XVe siècles. Institutions gouvernamentales et administratives, Argel, 1984, 320-329; idem, Le Royaume Abdelouadide à l'epoque d'Abou Hammou Moussa Ier et d'Abou Tachfin Ier, Argel, 1985, 116; Khaneboubi, A., Les premiers sultans Mérinides, 1269-1331. Histoire politique et sociale, París, 1987, 111-115; idem, Les Institutions gouvernementales sous les Mérinides (1258-1465), París, 2008, 210-224; al-Mahi, ,A.H., Al-Magrib fi ,asr al-sultan Abi ,Inan al-Marini, Casablanca, 1986, 148-152; Powers, D.S., «Kadijustiz or Qadi-justice? A paternity dispute from fourteenth-century Morocco», Islamic Law and Society, 1 (1994), 322-366.

2 IJ2/IJB. 3 Para los sultanes nazaríes, véase la bibliografía de M. I. Calero

citada en nota 1. 4 Véase Manzano Rodríguez, M. Á., «Ibn Jaldun, ,Abd al-Rahman»,

en J. Lirola Delgado y J. M. Puerta Vílchez (dirs. y eds.), Biblioteca de al-Andalus. De Ibn al-Dabbag a Ibn Kurz, tomo III, Almería, 2004, 589b-594b.

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de noticias relativas a cadíes —cifra ya de por sí no muy abultada—, no lo es menos que la relevancia de aquéllas quedará diluida si no se insertan en un contexto general de análisis más amplio: ni todas las noticias presentan las mismas características u ofrecen la información con idéntico detalle, ni todos los cadíes citados tuvieron idéntica cate-goría o protagonismo. Parece oportuno, pues, agrupar la información obtenida, que básicamente girará en torno a tres aspectos funda-mentales: los datos biográficos o personales de los cadíes, la mención de algunas de sus tareas y sus relaciones con el poder político.

En lo referente al primero de ellos, la biografía y personalidad de los cadíes, es preciso señalar que no constituye uno de los apartados a los que Ibn Jaldun preste gran atención. Aunque en contadas ocasiones aporta información que no figura en otras fuentes, lo más frecuente es que su interés vaya dirigido a resaltar la importancia de la familia a la que pertenecen algunos miembros de la judicatura, o al prestigio social que ésta aporta a la genealogía. Es el caso de la pu-jante familia de los ,Azafíes de Ceuta, cuyo linaje gozaba de reputadas figuras en materia jurídica. Por ello, al relatar el fallecimiento del sultán hafsí Abu Zakariyya, Yahyà (647/1249) y el ascenso al poder en Ceuta de Abu l-Qasim al-,Azafi, el ,Ibar no duda en referirse a este último como cadí, dotado de excepcionales cualidades: “eran cono-cidas su religión, su virtud y su sabiduría en materia de sentencias y documentos legales (bi-l-ahkam wa-l-wata,iq), y ejerció como qadi l-hadra (juttat al-qada, bi-l-hadra) durante los días del sultán”.5 Otro

5 IJ2 VI, 353/IJB, II, 334. Dado que Ibn Jaldun es el único que realiza

esta afirmación (véase, por ejemplo BMM, 397-8, quien se refiere a Abu l-Qasim como alfaquí, que es lo más habitual en los textos) cabría pensar en una confusión, y que en lugar de Abu l-Qasim estuviera hablando de su padre Abu l-,Abbas, al que las fuentes sí describen como jurista, sabio, tradicionista y cadí. Sin embargo, el relato de los hechos en IJ2, VI, 220/IJB, IV, 64-65, en el que distingue claramente a ambas personas no deja lugar a dudas. Sobre la llegada al poder de Abu l-Qasim al-,Azafi, véase Latham, J. D., «The Rise of ,Azafides of Ceuta», Israel Oriental Studies, 2 (1972), 265-272, y Cherif, M., Ceuta aux époques almohade et mérinide, París, 1996, 39-42. Por otra parte, sobre la distinción terminológica y atribuciones del qadi l-ŷama,a (cadí de la comunidad) y qadi l-hadra (cadí de la capital) del Occidente Islámico frente

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tanto puede decirse en el caso del poderoso haŷib hafsí Ya,qub Ibn Gamr al-Sulami. A decir de Ibn Jaldun, sus familiares le contaron directamente, como dato destacable de su biografía, que fue nieto de Muhammad b. Gamr6, el cual había sido cadí en Játiva hasta que los avances cristianos en las regiones orientales de al-Andalus le obligaron a emigrar a Túnez.

Desde Játiva7 emigraron también los Banu Ya,qub, los cuales —resaltará el ,Ibar— aportaron numerosos funcionarios a la administración hafsí. Y entre éstos, también cadíes como Abu l-Qasim (o Abu l-Ganim) ,Abd al-Rahman b. Ya,qub, que fue qadi l-hadra bajo el gobierno de al-Mustansir (647-675/1249-1277). El prestigio de este linaje era notable, ya que —insistirá Ibn Jaldun— los Banu Ya,qub eran una importante familia de ulemas y cadíes setabenses (min buyut al-,ilm wa-l-qada,)8 y resultaba lógica, por tanto, su conti-nuación en el cargo al llegar al Norte de África. Por idénticos motivos disfrutaron de gran consideración los Banu ,Abd al-Muhaymin en Ceuta. Gracias a las breves notas escritas por Ibn Jaldun al hablar de ,Abd al-Muhaymin b. Muhammad b. ,Abd al-Muhaymin al-Hadrami —secretario del majzan de Fez9—, puede conocerse que fue el padre de este último, Muhammad b. ,Abd al-Muhaymin, quien ascendió socialmente desde el cadiazgo de Ceuta hasta contraer vínculos

al oriental qadi l-qudat (cadí de cadíes), pueden consultarse, entre otros: El Hour, R., La Administración Judicial Almorávide en al-Ándalus. Élites, negociaciones y enfrentamientos, Helsinki, 2006, 96-97 y 197-199; Calero Secall, M. I., «La justicia», 375 y ss.; y Khaneboubi, A., Les institutions, 211-212.

6 IJ2, VI, 406-7/IJB, II, 421. Sobre Ibn Gamr, véase R. Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, I, 114-115.

7 Fue conquistada en 642/1244 y unos cuatro años después, los musulmanes que la habitaban debieron abandonar la ciudad, exiliándose buena parte de ellos en el Magreb.

8 IJ2, VI, 417/IJB, II, 439-440. 9 Durante los sultanatos de Abu Sa,id II y Abu l-Hasan (710-752/

1310-1352). Véase RD, 34 y 36 con la traducción en Ibn al-Ahmar, Rawdat al-nisrin fi dawlat Bani Marin, M. Á. Manzano (trad.), Madrid, 1989, 46 y 50; YQ, II, 44, n.º 477.

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matrimoniales con los ,Azafíes. En tal posición de privilegio se man-tendría hasta 1306, fecha en que los granadinos tomaron la ciudad, enviando esta familia a la capital del reino.10

Desde una perspectiva distinta, el relato jalduní es interesante porque menciona algunas figuras alejadas de la élite intelectual o política. Así sucede en el caso de los Awlad Ŷihaf fracción de los Banu Urtaŷan asentada en la región de al-Hamma11, que tuvieron entre sus primeros dirigentes a un cadí poco conocido, ,Umar b. Kellà. De él ofrece incluso la fecha de su muerte, acaecida en 778/1376, a conse-cuencia de una revuelta local.12

Esto aparte, otras valoraciones subjetivas sobre la personalidad de los cadíes, su disposición al servicio del sultán o, por el contrario, su participación en revueltas contra este último, así como determinadas particularidades al ejercer el cargo, pueden tener un interés específico y en algún caso se aludirá a ellas más adelante.

Acerca de las tareas propias de los cadíes, según se reflejan en el ,Ibar, se encontrará una información mucho más generosa. Es de suponer que entre sus primeras obligaciones debió de estar la asis-tencia a la ceremonia de la bay,a13, si bien Ibn Jaldun no es explícito en esta materia. La única mención relacionada con el juramento de fidelidad se refiere a la actuación del cadí Abu l-Mutarrif Ahmad b. ,Abd Allah b. ,Amira al-Majzumi14. Según el ,Ibar, el emir benimerín Abu Yahyà Abu Bakr (642-656/1244-1258), quien tenía bajo su férula la ciudad de Mequínez tras una rebelión antialmohade, recomendó a sus habitantes que reconocieran la autoridad del sultanato hafsí. Así lo hicieron éstos mediante el citado cadí Abu l-Mutarrif, el cual se

10 IJ2, VII, 294/IJB, IV, 201. 11 La ciudad de al-Hamma se localiza en los mapas actuales a unos 29

kms. al oeste de Gabes. 12 IJ2, VI, 527/IJB, III, 154-5. 13 Véase, por ejemplo, IM, 123/107-8, donde se insinúa esta posi-

bilidad, por lo demás perfectamente atestiguada entre los Nazaríes (Calero Secall, M. I., «Rulers and Qadis», 238, afirma que en la bay,a de Muhammad IV estuvieron presentes 26 jueces).

14 Sobre su biografía, véase YQ, I, 145-6 n.º 96 y Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, II, 400.

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encargó de redactar la bay,a que la ciudad dirigió al hafsí Abu Zakariyya, Yahyà15.

En contextos similares, de especial relevancia o solemnidad, han de enmarcarse asimismo otras noticias relacionadas con la correspondencia diplomática y la actuación de los cadíes. Así sucedió cuando en 657/1259 el jerife de La Meca, Abu Numayy, reconoció el califato hafsí de al-Mustansir, enviando para ello la bay,a, redactada por el murciano Ibn Sab,in, quien se hallaba por aquel entonces en la ciudad santa.16 Llegada la carta con la bay,a a Túnez, tuvo lugar la pomposa ceremonia de su lectura, siendo el gran cadí Abu l-Qasim b. ,Ali b. al-Barra, al-Tanuji el encargado de leerla y de pronunciar un discurso que hiciera honor a la ocasión, pues —dice Ibn Jaldun— “fue uno de los días memorables (min al-ayyam mašhuda) del sultanato”.17

No sólo la redacción o lectura de la bay,a concernió directamente a los cadíes. También se incluyó entre sus obligaciones la redacción de tratados internacionales diversos, en calidad de notarios.18 Ibn Jaldun menciona el acta de paz (,aqd al-sulh) que redactó el cadí Abu l-Qasim b. Abi Bakr Ibn Zaytun al-Yamani, tras la conclusión de la cruzada que costó la vida a San Luis (669/1270). Según su exposición de los hechos —no siempre coincidente con la documentación conservada—, este juez tuvo un protagonismo muy destacado en las negociaciones con los cristianos, fijando incluso la duración del tra-tado por quince años.19

15 IJ2, VI, 349-50 y VII, 203/IJB, II, 328 y IV, 35. 16 Akasoy, A., «Ibn Sab,in, ,Abd al-Haqq», en J. Lirola Delgado y J.

M. Puerta Vílchez (dirs. y eds.), Biblioteca de al-Andalus. De Ibn Sa,ada a Ibn Wuhayb, tomo V, Almería, 2007, 29b-38b, concretamente, 30b.

17 IJ2, VI, 358-67/IJB, II, 345-6; Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, I, 14.

18 Véase, por ejemplo, Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, I, 52. 19 IJ2, VI, 378/IJB, II, 368. De acuerdo con Brunschvig, R., La

Berbérie Orientale, I, 63-65, al frente de la delegación musulmana estuvo Muhammad b. ,Abd al-Qawi, emir de los Banu Tuŷin (también citado por Ibn Jaldun). El tratado aparece recogido por Mas Latrie, Traités de paix et de commerce et document divers concernant les relations des Chrétiens avec les Arabes de l'Afrique septentrionale au Moyen Âge, París, 1866, II, 93-96.

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No cabe duda que la dignidad moral que confería el cargo, permitía al cadí desarrollar embajadas o misiones diplomáticas diversas, avaladas, como es natural, por la autoridad del sultán.20 En algunas ocasiones, cabría afirmar cierta habilidad negociadora de algunos jueces, según se infiere de la lectura del ,Ibar, aun en contextos relativamente secundarios. Tal es el caso del cadí de Bugía Abu l-,Ab-bas al-Gumari, al que el califa hafsí al-Watiq (675-678/1278-1279) —siguiendo una tradición paterna— le encargó el envío de preciosos regalos a Fez, para consolidar las relaciones con los Benimerines. El sultán Abu Yusuf los recibió agradecido en 677/1278 y el buen hacer del cadí le supuso cierta notoriedad en el Magreb (wa-kana li-Abi l-,Abbas al-Gumari dikr tahaddata bi-hi al-nas)21. De ahí que en alguna de las embajadas enviadas a al-Magrib al-Aqsà desde Bugía, entre 703 y 706/1304 y 1306, el emir Abu l-Baqa, Jalid volviera a requerir sus servicios. Eran momentos de extrema gravedad, dado que el benime-rín Abu Ya,qub mantenía cercada Tremecén y proyectaba una fuerte expansión hacia el Magreb Central, en la que ya se habían producido enfrentamientos con los hafsíes22, en plena crisis interna. La destreza

20 Sobre las llevadas a cabo por los cadíes en el reino nazarí, véase

Calero Secall, M. I., «Rulers and Qadis», 251-254. En el caso de Fez, además de los jueces (véase Khaneboubi, A., Les institutions, 216-217), también los alfaquíes ejercieron de diplomáticos en algunas ocasiones. Como ejemplo, bastará recordar la embajada de Abu Yahyà b. Abi Sabr, máximo alfaquí en el gobierno de Abu Tabit (kabir fuqaha, bi-maŷlisi-hi), el cual fue enviado a Ceuta en safar de 708/julio de 1308, para negociar la restitución de esta pla-za, en manos de Muhammad III de Granada (IJ2, VII, 281/ IJB, IV, 179; Manzano Rodríguez, M. Á., La intervención de los Benimerines en la Penín-sula Ibérica, Madrid, 1992, 176.

21 IJ2, VII, 214-5/IJB, IV, 54. 22 Véase el análisis de Kably, M., Société, pouvoir et religion au

Maroc à la fin du Moyen-Âge (XIVe-XVe siècle), París, 1986, 105-116, y Man-zano Rodríguez, M. Á., «Tremecén: precisiones y problemas de un largo ase-dio (698-706/1299-1307)», Al-Qantara, 14 (1993), 417-439, especialmente 435-436. No es posible determinar con exactitud en qué fecha tuvo lugar esta embajada que se sumaba al importante número de delegaciones diplomáticas recibidas por Abu Ya,qub durante el cerco de Tremecén.

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diplomática de Abu l-,Abbas al-Gumari no sólo fue aprovechada por el emir de Bugía, sino también por el señor de Argel, Ibn ,Allan. Este último, cuando el cadí atravesó su territorio, le rogó que intercediera ante Abu Ya,qub y le ofreciera en su nombre la sumisión y el reconocimiento de su autoridad para no ser atacado, lo cual le fue con-cedido, siquiera temporalmente.23

Justamente relacionada con el cerco de Tremecén y el prestigio internacional alcanzado por Abu Ya,qub durante el mismo, Ibn Jaldun ofrece unas breves indicaciones de lo que podría interpretarse —a juicio de algunos especialistas24— como una función específica del cadiazgo en esta época. Durante el citado asedio, Abu Ya,qub decidió enviar a La Meca un ejemplar del Corán, ricamente adornado y embellecido por la caligrafía de Ahmad b. Husni25. Para ello organizó una caravana (rakb), y puso como cadí de la misma a Muhammad b. Zagbuš26. La escasez de noticias al respecto impide conocer si esta función tuvo continuidad en otras delegaciones o viajes de peregrinos a La Meca.

En la misma línea de tareas diplomáticas desarrolladas por los cadíes, Ibn Jaldun da cuenta de la embajada que Abu Sa,id II (710-731/1310-1331) de Fez encargó al qadi l-hadra Abu ,Abd Allah b. Abi Razzaq. Para afianzar aún más las espléndidas relaciones mante-nidas con Túnez a finales de 730/septiembre de 1330, el sultán beni-merín encomendaba al cadí la petición de matrimonio de la princesa

23 IJ2, VII, 120/IJB, III, 389-390; Brunschvig, R., La Berbérie

Orientale, I, 112-115. 24 Khaneboubi, A., Les institutions, 215. 25 Manzano Rodríguez, M. Á., «El sultán y el Corán: notas sobre

algunas referencias en la historiografía magrebí bajomedieval», en Hernando de Larramendi, M., y S. Peña, S. (eds.), El Corán ayer y hoy. Perspectivas actuales sobre el Islam. Estudios en honor del profesor Julio Cortés, Córdo-ba, 2008, 156-157.

26 IJ2, VII, 267-8/IJB, I, 153-4. Muhammad b. Zagbuš era cadí de Mequínez, y había sido designado por el influyente secretario ,Abd Allah b. Abi Madyan, el cual gozaba de esa competencia, tratándose de cadíes de provincias (Ibn al-Ahmar, Buyutat Fas al-kubrà, Rabat, 1972, 56, y Kha-neboubi, A., Les institutions, 212).

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Fatima, hija del hafsí Abu Yahyà Abu Bakr (718-747/1318-1346), para que fuera desposada con el entonces príncipe heredero Abu l-Hasan. El encargo se cumplió con éxito, y al año siguiente se celebró la boda con la suntuosidad propia del evento.27

Por otra parte, en relación con las funciones administrativas del majzan, cabe señalar algún caso —relativamente frecuente, según se deduce de las fuentes—, en el que una misma persona ocupara los cargos de secretario y cadí. Quizá el ejemplo más conocido de todos ellos es el de Abu ,Abd Allah Muhammad b. Hadiyya, cadí y secretario de la correspondencia diplomática del sultán de Tremecén Abu Hammu I (707-718/1307-1318)28. Ibn Jaldun ofrece sobre él una breve noticia, a través del testimonio de su maestro al-Abili. Éste fue testigo de cómo el sultán ,abd al-wadí mandó llamar a su cadí para dictarle una carta que iba a enviar al mameluco al-Nasir Muhammad b. Qalawun (694-708/1299-1309), enojado con él, porque una dele-gación egipcia había sido asaltada en las proximidades de Tremecén, y se pensaba que había sido por instigación de Abu Hammu. Según el ,Ibar, Abu Hammu I le dijo a Ibn Hadiyya: “Escribe lo que voy a decirte […] y no cambies de su sitio ni una sola palabra, a no ser que así lo exija el arte del i,rab”29. Esta cita, unida a la redacción de tra-tados internacionales mencionada con anterioridad, tal vez pueda ma-tizar ligeramente la visión de algunos especialistas, para quienes los cadíes magrebíes carecían de cultura literaria o tenían pocos conoci-mientos de adab30.

En cualquier caso, tratándose del majzan de Fez, hay asimismo

27 IJ2, VII, 298-9/IJB, IV, 210; Brunschvig, R., La Berbérie Orientale,

I, 148-9; Khaneboubi, A., Les institutions, 156. También estuvo presente en la embajada Ibrahim b. Abi Hatim al-,Azafi.

28 Véase Y. Ibn Jaldun, Kitab Bugyat al-ruwwad fi dikr al-muluk min Bani ,Abd al-Wad, ed. y trad. A. Bel, Histoire des Beni ,Abd al-Wâd, rois de Tlemcen jusq'au règne d'Abou H'ammou Moûsa II, 2 vols., Argel, 1903-1913, I, 127/172; Dhina, A., Le Royaume Abdelouadide, 116.

29 IJ2, VII, 269/IJB, IV, 156. La delegación regresaba de entrevistarse con Abu Ya,qub en al-Mansura, durante el asedio de Tremecén; véase Manzano, M. Á., «Tremecén: precisiones y problemas».

30 Khaneboubi, A., Les premiers sultans Mérinides, 113.

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constancia de que Abu l-Qasim Muhammad b. Yahyà al-Gassani al-Barŷi, fue secretario de Abu ,Inan (749-759/1348-1358), y cadí de Fez con algunos sultanes posteriores. Con Abu Faris I (767-774 /1366-1372) llegó incluso a ejercer ambos cargos. Sin embargo, Ibn Jaldun no aporta datos sobre él en el ,Ibar, aunque sí lo menciona en el Ta,rif (o Autobiografía), dado que fue uno de sus maestros.31

Tampoco se hace eco de Muhammad b. ,Imran al-,Imrani, secretario y cadí del sultán benimerín Abu Yusuf (656-685/1258-1286) que llegó a participar en la última de las expediciones que este último llevó a cabo en la Península Ibérica.32 En este sentido, cabría señalar asimismo, entre las posibles tareas del cadí, el mando de tro-pas en algunas contiendas militares. Al ejemplo de al-,Imrani puede añadirse el de Muhammad b. Jalaf Allah, cadí del hafsí Abu Ishaq II (750-770/1350-1369) —sobre el que volveré más adelante—, el cual dirigió una campaña fallida en Nefta (de la que era originario), y llevó a cabo varias incursiones contra la región de al-Ŷarid con vistas a re-caudar impuestos.33 No hay mención expresa en el ,Ibar, pero acaso estas atribuciones estén directamente relacionadas con el cargo de qadi l-,asakir. Aunque fuese originariamente concebido para dirimir posibles litigios o cuestiones legales entre los soldados, no ha de su-bestimarse su relevancia, ni tampoco desligarse del cargo de qadi l-ŷa-ma,a o qadi l-hadra, dado este último podía asumir ambas funcio-nes.34

En cuanto al ejercicio de los cadíes como tales jueces, hay dos breves apuntes en el ,Ibar que merecen atención. Uno de ellos hace referencia a la acusación de zandaqa35 que al-Bunnahi, cadí supremo

31 YQ, I, 311-12, n.º 317, RD, 39, 42-6,/57, 64, 66, 67, 69-71 y 75, y

Manzano, M. Á., «Ibn Jaldun», 588a. 32 RD 28/32; Manzano, M. Á., La intervención, 84. 33 IJ2, VI, 484 y 524/IJB, III, 79 y 149-150. 34 Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, II, 122-123; Khaneboubi,

A., Les institutions, 214-215. 35 Sobre la zandaqa, véase Fierro, M., La heterodoxia en Al-Ándalus

durante el período omeya, Madrid, 1987, y en particular, 177-187; Chokr, M. y Gimaret, D., Zandaqa et zindiqs en Islam au second siècle de l'Hégire, Da-

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de Granada, imputó a Ibn al-Jatib. Como es habitual en el discurso jalduní, las intrigas e insidias palaciegas adquieren un peso específico importante que no confiere más que un protagonismo relativo al juez (traducción de E. Molina):

Azuzaron a su sultán, escudriñando los tropiezos [de Ibn al-Jatib],

sacando a flote las caídas que el sultán tenía sumergidas dentro de sí y enumerando las faltas, aparte de que en lengua de sus enemigos corrían palabras suyas que sonaban a heterodoxia. Las elevaron al cadí de supremo de Granada, Abu l-Hasan al-Bunnahi, el cual las examinó y lo declaró hereje.36 El otro apunte, más interesante, está relacionado con la actuación

de Abu l-Hasan al- Sugayyir37, reputado muftí al que el sultán Abu l-Rabi, Sulayman (708-710/1308-1310) nombró cadí al principio de su mandato. En esta ocasión el celo del juez por cumplir con sus obligaciones puso en peligro su integridad física y estuvo a punto de provocar un incidente diplomático con Granada:

Desde el mes de ŷumadà I de 709/octubre de 1309 el sultán había

destituido al cadí de Fez Abu Galib al-Magili38, y había confiado las sentencias [y los asuntos] de la judicatura al renombrado experto en fetuas Abu l-Hasan al-Sugayyir. Éste puso especial empeño en cambiar el trato un tanto arbitrario que se daba a las acciones reprobables. Pero lo hizo de

mas, 1993; y Dawud, Y.D., Al-Zandaqa wa-l-zanadiqa fi-l-adab al-,arabi min al-yahiliyya wa-hattà l-qarn al-talit al-hiyri, Beirut, 2004.

36 IJ2, VII, 398/IJB, IV, 399 y Molina, E., Ibn al-Jatib, Granada, 2001, 157. Los sucesos relativos a la última etapa de la vida de Ibn al-Jatib, refugiado en el Magreb, el proceso abierto contra él y su muerte pueden seguirse, además de en esta obra de E. Molina (157-167), en Lirola Delgado, J. et al., «Ibn al-Jatib al-Salmani, Lisan al-Din», en J. Lirola Delgado y J. M. Puerta Vílchez (dirs. y eds.), Biblioteca de al-Andalus, tomo III, 654b-658a, y Calero Secall, M. I., «El proceso de Ibn al-Jatib [apéndice: "Epístola de al-Bunnahi a Lisan al-Din", trad. de N. Roser Nebot]», Al-Qantara, XXII (2001), 421-461.

37 RD, 33/44; YQ, II, 472, n.º 521. 38 RD, 31-2/41-2 y Khaneboubi, A., Les premiers sultans mérinides,

113.

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tal modo que ajustaba sus ideas a ciertas sugestiones propias de una devoción extranjera,39 sobrepasando así los límites reconocidos por los doctores de la šari,a en las ciudades del Islam. En cierto día hizo comparecer ante él al embajador [enviado por Nasr de Granada, porque se encontraba] bebido. Vinieron los adules y comprobaron su aliento. Se cumplió la ley divina y se le aplicaron las penas. El rencor y la cólera se encendieron entonces en el embajador [nazarí], que se mostró ante el visir Rahhu b. Ya,qub al-Wattasi cuando estaba saliendo del palacio del sultán con su séquito. Descubrió ante él su espalda y le enseñó las marcas de los azotes, explicándole las malas consecuencias que traería esta afrenta a los embajadores [de Granada]. El visir perdió la paciencia y envió a su guardia y sus criados para que le trajeran al cadí de la peor manera, dándole un castigo ejemplar y arrastrándolo del mentón por el suelo. Fueron con esta intención. Pero el cadí se refugió en la mezquita aljama y llamó a los musulmanes, con lo que la muchedumbre se revolvió contra aquéllos y se produjo una enorme confusión y agitación entre la gente. La noticia llegó hasta el sultán que, para restablecer el sosiego y la autoridad, mandó buscar al grupo de guardianes que siguieron las órdenes del visir y les cortó la cabeza, como advertencia para quien estaba detrás de ellos. A partir de entonces, el visir guardó en secreto un profundo rencor [hacia el sultán Abu l-Rabi,].40

La noticia en sí misma no sólo resulta interesante por el desarrollo

de los hechos que describe, con la intervención final del sultán reafirmando la autoridad legal y moral del cadí,41 sino porque refle-jaba una situación de enfrentamiento entre dos cargos relevantes del majzan que no debió de ser infrecuente.

Así ocurrió, por ejemplo, con el secretario Abu l-Fadl Muhammad Ibn Abi ,Amr42. Éste aprovechó su relación con el sultán de Fez Abu

39 Dozy, R., Supplémet aux dictionaires arabes, Leyde, 1881, II, 814,

sub waswas, traduce de forma similar esta expresión, dando a entender la posible influencia en el cadí de algunas corrientes místicas ajenas a la tradición magrebí.

40 IJ2, VII, 285/IJB, IV, 185-6. 41 IJ2, 285-6/IJB, IV, 187-8) relaciona además este incidente con la

fallida conspiración que tuvo lugar contra Abu l-Rabi,, alcanzando dimen-siones internacionales (véase Manzano, M. Á., La intervención, 189-191).

42 RD, 47/76.

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Faris II (786-788/1384-1386), para conseguir que el cadí Abu Ishaq Ibrahim b. Muhammad al Iznasani43 cayera en desgracia, fuera encarcelado y azotado de la manera más horrible, simplemente porque aquél le dirigiera en su día algunas palabras (ba,d al-kalimat) de desacuerdo.44 De igual modo, el anteriormente citado Muhammad b. Jalaf Allah debió de concitar no pocas envidias por su privilegiada posición en la corte de Túnez, ya que —aunque Ibn Jaldun no señale nada al respecto— no le correspondía ocupar el puesto de qadi l-ŷa-ma,a, pues no había sido previamente qadi l-ankiha (o qadi l-ma-nakih), esto es, cadí matrimonial. Y esa condición era un requisito pre-vio, según una costumbre mantenida en el sultanato hafsí.45 Ello unido a ciertos abusos de autoridad por parte del cadí, y al odio personal que le profesaba el haŷib Ahmad b. Ibrahim al-Malaqi, provocó la deten-ción y posterior muerte de Ibn Jalaf Allah en raŷab de 770/febrero de 1369.46

Este ejemplo manifiesta un extremo deterioro de la relación entre cadíes y otros cargos administrativos por intereses personales, o por una apreciable ambición de poder. En determinadas ocasiones, aun admitiendo la enemistad posterior, cabría señalar un origen más superficial del enfrentamiento. Es el caso del cadí de Bugía, Ibn Abi Yusuf. Éste, junto a otros jeques y notables de la ciudad, se opuso radical y minuciosamente a la pompa y el boato (ubbaha) con que el visir Abu l-,Abbas Ibn Tafragin había revestido la residencia califal desde que llegara a ella en 740/1340, porque ello dificultaba sobre-manera el acceso a la figura del sultán o a sus agentes directos.47

En otras circunstancias no se trataba de meras disputas entre altos funcionarios del majzan, sino de confrontaciones civiles o suble-vaciones diversas en las que los cadíes se veían inmersos. Su vincu-lación a uno de los bandos traía consecuencias, ya fuesen beneficiosas

43 RD, 46, 50/75, 81; YQ, I, 86-7, n.º 7. 44 IJ2, VII, 428/IJB, 453. 45 Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, II, 115. 46 IJ2, VI, 484 y 524/IJB, III, 79 y 149-50; Brunschvig, R., La

Berbérie Orientale, I, 183 y 186, y II, 117. 47 IJ2, VI, 451/IJB, III, 21.

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o desfavorables. Un ejemplo interesante lo constituye el que encabe-zaron los emires benimerines Abu l-,Abbas Ahmad y ,Abd al-Rahman b. Abi Ifullusan. Enfrentados por el poder y el reparto de zonas de influencia en el Magreb al-Aqsà, consiguieron dividir el territorio en dos sultanatos, el de Fez y el de Siŷilmasa, mediante un acuerdo que se materializó en 776/1374. Según el ,Ibar, en medio de esta contien-da, un cliente de ,Abd al-Rahman se apoderó de Anfà (actual Casa-blanca) e impuso tributo a las figuras más representativas de la ciudad: el gobernador, el cadí y los notables de la misma (wa-sadara a,yana-ha wa-qadi-ha wa-waliya-ha)48.

En esta misma línea cabría señalar no pocas noticias recogidas por Ibn Jaldun sobre rebeliones militares en las que los cadíes inter-vinieron de forma activa, ya como cabezas visibles de la agitación, ya como defensores del orden frente a los insurgentes. Detenerse en ellas sería demasiado prolijo,49 si bien tiene interés algún suceso concreto

48 IJ2, VI, 411/IJB, 423; sobre la acepción del verbo sadara, véase

Dozy, Supplément, I, 822, sub voce. Detalles de este enfrentamiento se en-contrarán en Manzano, M. Á., La intervención, 365-366.

49 Véase, por ejemplo, IJ2, VI, 339/IJB, II, 305 (tras la fallida rebelión en Trípoli del almohade Ya,qub al-Hargi en šawwal de 639 /abril de 1242, Abu Zakariyya, al-Barqi, cadí de al-Mahdiyya, fue investigado como sospechoso de colaborar con los rebeldes, si bien se demostró su inocencia; Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, I, 30 ); IJ2, VI, 354-5/IJB, II, 336-337 (revuelta que desmanteló el cadí Abu Zayd al-Tawzari en 648/1250. contra el califa al-Mustansir para elevar al trono a un primo suyo, hijo de Muhammad al-Lihyani; La Berbérie Orientale, I, 39-40); IJ2, VI, 466-7/IJB, III, 48-9 (durante su expedición hacia Ifriqiya, en 753/1353, Abu ,Inan dejó a ,Umar b. ,Ali al-Wattasi como gobernador de Bugía, pero una revuelta local acabó con la vida de éste y la del cadí Ibn Firkan, acusado de ser partidario de los Benimerines —bi-ma kana ši,a li-Bani Marin—; la posterior recuperación de la plaza por las tropas de Abu ,Inan hizo que el cadí Muhammad b. ,Umar fuese detenido y deportado al Magreb al-Aqsà por haber apoyado la rebelión; Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, I, 177; al-Mahi, al-Magrib, 97-98); IJ2, VI, 390-1/IJB, II, 393 (en medio de los desórdenes que se produjeron en Bugía en 682/1283 tras la victoria de Ibn Abi ,Umara, el cadí y hombre de religión ,Abd al-Mun,im b. ,Atiq al-Ŷaza,iri intentó dialogar con la población

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de traición por lo que la figura del juez representaba en sí misma. No en vano, antes incluso que por su competencia en materia jurídica o por su conocimiento de la ciencia religiosa —cualidades importantes, sin duda—, al cadí se le valoraba aún más por su capacidad mediadora y equitativa, por su recta moral con la que, además, velaría por la integridad de la ciudad o el propio Estado.50

De ahí el trágico final de cadíes como Abu ,Abd al-Rahman al-Magili que, en raŷab de 648/octubre de 1249, encabezó la revuelta de Fez contra el benimerín Abu Yahyà, jurando fidelidad a los Almo-hades. Como la crisis abierta pudo haber detenido el proceso de con-quista territorial de los Benimerines en el Magreb, una vez sofocada la rebelión, el sultán le dio un castigo ejemplar a él y los demás adalides de la misma: sus cabezas fueron cortadas y colocadas sobre las al-menas de la muralla (rafa,a ,alà šarafat ru,usa-hum); la represión fue tan dura que hasta la fecha en que Ibn Jaldun escribía su obra —según él mismo nos dice— los habitantes de Fez no se atrevieron a levan-tarse jamás contra los sultanes de esta dinastía.51 De ahí también la confusión de algunos cadíes que, en medio de los vaivenes políticos, pudieron titubear sobre su propia lealtad hacia un gobierno frágil o en abierta descomposición. Tal fue el secundario papel de un cadí de Mazuna52, del que Ibn Jaldun no aporta sino el nombre de Sirhan. Tras el desastre del benimerín Abu l-Hasan en Qayrawan (749/1348) y el subsiguiente golpe de estado de su hijo Abu ,Inan53, dice el ,Ibar que este cadí “apoyó primero al sultán [Abu l-Hasan], y después obró confusa y equivocadamente, haciéndose fuerte y alzándose contra él,

para poner fin a los disturbios, pero su mediación resultó inútil; Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, I, 86).

50 Khaneboubi, A., Les premiers sultans Mérinides, 114-5. 51 IJ2, VII, 206-7/IJB, IV, 40-1; Kably, M., Société, pouvoir et reli-

gion, 48-50. 52 Enclave localizado en los mapas actuales entre Ech-Cheliff y

Mostaganem, a una distancia de 39 km del primero y unos 65 km del se-gundo.

53 Véase un análisis de los hechos en Kably, M., Société, pouvoir et religion, 141-151; al-Mahi, al-Magrib, 62-71.

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para acabar declarándose independiente”.54 De ahí, finalmente, la gravedad que suponía la más mínima sospecha de que, en momentos de crisis políticas, un cadí fuera desleal al sistema. Ello representaba una seria amenaza que los sultanes no podían admitir bajo ningún con-cepto. Es lo que le sucedió al conocido autor del ,Unwan al-diraya, Abu l-,Abbas Ahmad al-Gubrini, cuyos últimos días ilustran muy bien la actitud del poder en estas circunstancias. En un momento de rivalidad entre Túnez y Bugía55, el ya citado emir Abu l-Baqa, Jalid envió a al-Gubrini en su calidad de gran cadí, destacado notable y miembro del consejo de la ciudad (kabir Biŷaya wa-sahib šura-ha), para que negociara la paz con Abu ,Asida en la capital hafsí (704/1304) Sin embargo, a su regreso, Abu l-Baqa, dio por buenas las sospechas de quienes le desacreditaron, haciéndole responsable de una alianza con el sultán de Túnez en contra de Bugía, así como de haber promovido una revuelta previa de los Banu Gubrin. El solo hecho de pensar en una traición del gran cadí a favor del mayor adversario po-lítico motivó el encarcelamiento y la posterior muerte de al-Gubrini.56

La brevedad de estas y otras noticias, tal y como las expresa la metódica concisión del ,Ibar, contrasta con la magnitud del trasfondo histórico que revelan los acontecimientos de la historia bajomedieval del Magreb. Un trasfondo y unos acontecimientos para los que, a pesar del laconismo señalado y del tratamiento indirecto de determi-nados aspectos —como el espacio concedido a los cadíes—, la pluma de Ibn Jaldun resultará siempre imprescindible.

54 IJ2, IV, 278/IJB, IV, 278. 55 Véase supra, nota 22. 56 IJ2, VI, 405/IJB, II, 419; Brunschvig, R., La Berbérie Orientale, I,

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