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Universidad de Caldas
Facultad de Artes y Humanidades, Doctorado en Diseño y Creación
Examen de suficiencia teórica
Javier Adolfo Aguirre Ramos
Estudiante III Cohorte
Línea de investigación:
Diseño y desarrollo de productos interactivos
Ensayo II:
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
Coordinador de la línea:
Felipe César Londoño L.
Manizales, febrero de 2014
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
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Introducción
Establecer los hechos, principales conceptos y las tensiones que han influenciado para que el
diseño hoy en día esté más preocupado por los problemas sociales resulta ser muy relevante
en la construcción de la tesis doctoral del autor de este artículo. Existe una tendencia a tratar
de abordar esta situación desde construcciones teóricas provenientes de disciplinas como la
comunicación social o la sociología, sin embargo, el diseño mismo como disciplina tiene su
propia construcción teórica que se influencia y se enriquece de las teorías de otras disciplinas.
El discurso social, centrado en las preocupaciones humanas y ambientales, surge como una
alternativa al modelo de desarrollo industrial que ha consolidado la sociedad de consumo. En
los años setenta del siglo pasado gracias a una serie de estudios se hizo evidente que el
desarrollo industrial y el consumo estaban llevando al planeta a una crisis social y ambiental.
Estos hechos provocaron que influyentes teóricos del diseño como Victor Papanek
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
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expresaran fuertes críticas al diseño por ser cómplice en la consolidación del consumo y
motor del desarrollo económico. Esta postura permitió el surgimiento de una corriente
teórica que ha impulsado en las últimas cuatro décadas un cambio de actitud y de principios
éticos en el diseño.
¿Cuál ha sido la responsabilidad del diseño en el establecimiento de la sociedad de consumo
y qué consecuencias ha tenido esta relación? ¿Qué papel juega el diseño en la transición hacia
una sociedad sustentable? Para dar respuesta a estos interrogantes es necesario hacer un
acercamiento al concepto de consumo y establecer cómo el diseño ha participado en la
consolidación paulatina de este modelo en las diferentes etapas de la modernidad.
Adicionalmente es necesario identificar los hechos y principales planteamientos teóricos que
han influenciado el surgimiento del discurso humano del diseño para la sustentabilidad.
El objetivo de este artículo es revisar las relaciones que el diseño ha sostenido con el modelo
de desarrollo basado en el consumo y con el modelo de desarrollo sustentable. La tesis que
aquí se quiere defender es que las tensiones entre estos dos modelos no solo han generado
una condición más humana y sensible con el entorno ambiental, sino que están configurando
las bases de un nuevo tipo de profesional: el diseñador social, cuyo ámbito de trabajo es la
comunidad misma como lo es para profesiones con enfoque social como la comunicación
social, el trabajo social, la sociología, la psicología, entre otras.
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El siguiente artículo se estructura en tres partes. La primera parte aborda la definición del
consumo y su evolución en las diferentes etapas de la modernidad y la postmodernidad
señalando las formas en que el diseño participó en el establecimiento de la sociedad de
consumo. En la segunda parte se pone de relieve la crisis social y ambiental desatada a raíz
de la expansión del modelo de desarrollo basado en el consumo. A partir de lo anterior surge
en el diseño una corriente más humana y sensible a los problemas ambientales. En última
instancia, en la conclusión se presenta la necesidad de un nuevo profesional: el diseñador
social, quien proyectará soluciones sustentables basadas en el conocimientos de primera
mano de las problemáticas en el contexto social.
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EL CONSUMO
El consumo ha sido el medio a través del cual la sociedad moderna fundó, estableció y
consolidó su modelo de desarrollo económico. En las diferentes etapas de la modernidad el
consumo fue adquiriendo las características de un fenómeno complejo que involucró la
identidad, las emociones, los valores sociales y culturales que nos rigen como sociedad. Para
González y Torres “el consumo no es solamente la compra sino que es algo más amplio que
de hecho abarca todas las dimensiones de nuestra vida, el consumo se presenta como un
sistema global que se renueva de manera cotidiana” (González & Torres, 2012: 29).
La palabra consumo proviene del latín cosumere que significa gastar o destruir, se asocia a la
acción y efecto que produce consumir o gastar algo, sea esto un producto, un servicio o un
recurso natural. En el ámbito económico por consumo se entiende la etapa final del proceso
de producción cuando los usuarios adquieren los productos y los usan hasta agotarlos. Según
el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, el consumo se asocia también con las
sociedades que estimulan de manera excesiva la producción y el uso de bienes que no son
estrictamente necesarios. Las anteriores definiciones ayudan a comprender la noción de
consumo que aquí se quiere abordar.
Según Julier (2010) el consumo es un concepto tan amplio que se puede comprender de
muchas maneras, como los actos previos a la compra tales como mirar, escoger, oler o tocar.
El consumo también puede estar asociado a los actos de ocio: al turismo o el alquiler de
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bienes o servicios. El consumo no distingue edad, género o etnia, puede suceder de diversos
modos y en distintos lugares. Para Julier “la cultura del consumo, pues, se ocupa de un
amplio panorama en el que la adquisición y el uso representan los valores y sistemas que se
reproducen y articulan a través de propio consumo” (Julier, 2010: 82).
Para abordar el complejo asunto de la cultura de consumo, me remitiré a algunas claves que
el autor Don Slater plantea en el libro Consumer culture and modernity. Para el autor, el consumo
representa esencialmente el carácter cultural de la sociedad contemporánea que aunque
requiere intercambios económicos lo que realiza es principalmente un proceso de
construcción de la identidad. Slater sintetiza este planteamiento reconociendo que “la noción
de cultura de consumo implica que, en el mundo moderno, las prácticas sociales y los valores
culturales, como las ideas, aspiraciones e identidades básicas sean definidas y orientadas en
relación con el consumo” (Slater, 1997: 32). González y Torres comparten tal postura al
proponer que “en la etapa del consumo, el mercado despliega ante nuestros ojos una amplia
gama de identidades de entre las que podemos seleccionar la que nos guste” (González &
Torres, 2012: 29). Según estos autores, los factores como el origen o el trabajo que en otro
momento histórico determinaron la identidad de las personas son reemplazados en la
sociedad actual por lo que los individuos consumen.
En la sociedad de consumo no importa el individuo o la comunidad, lo importante es
conocer la necesidad común que comparte la masa de consumidores. Las mercancías deben
satisfacer las demandas de la masa, como lo comenta Slater:
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La cultura de consumo a menudo es identificada con la idea de consumo de masas
porque ejemplifica una generalización del consumo de mercancías por toda una
población. Sin embargo, el consumo de masas es solamente una de las
manifestaciones de un principio más fundamental: la idea de fabricar grandes
cantidades de mercancías para vender a un público genérico, en vez de fabricarlas
para alguien particular” (1997: 34).
En la sociedad de consumo no son importantes las demandas específicas o los
requerimientos personales, la idea no es vender productos sobre la base de un individuo o
una comunidad en particular. Por el contrario, prima la generalidad sobre la individualidad.
En la sociedad de consumo se privilegia la libertad, la cual está basada en la posibilidad de
tomar decisiones sobre lo que se quiere consumir. Para Slater:
Ser un consumidor es escoger: decidir lo que se quiere, pensar la manera de gastar
el dinero para obtener lo que se quiere. Ese ejercicio de escoger es, en principio,
un hecho ilimitado: nadie tiene el derecho de decidir qué comprar por usted, o lo
que usted quiere. -La soberanía del consumo- es una imagen extremadamente
seductora de libertad (1997: 35).
Esta forma de libertad contribuye a afianzar la condición individualista del consumo que nos
lleva a ser seres solitarios, incluso en ella parece primar el placer personal y el libre albedrío.
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El consumo está fundamentado en un proceso constante de expansión de la demanda y en
una insaciable satisfacción del deseo. “En la cultura de consumo, la necesidad es ilimitada -el
deseo de más es constante y la producción de más deseo es constante– esto es comúnmente
considerado como normal para sus miembros, esencial para un orden y un progreso
socioeconómico” (Slater, 1997: 36). Este ciclo de deseos, demandas, consumo, satisfacción y
nuevos deseos es impulsado por empresas u organizaciones interesadas en producir mayores
utilidades.
Finalmente, Slater establece una relación del consumo de masas con el diseño haciendo
referencia al papel que éste ha desempeñado desde hace más de un siglo en el
establecimiento de la cultura de consumo. El autor señala que “la cultura de consumo tiene
notoria afinidad con los signos, imágenes, publicidad. Estas envuelven obviamente, una
estilización de mercancías y de su ambiente: la propaganda, un envase, las vitrinas, los puntos
de venta, el diseño de producto, etc. Tienen una larga historia en el capitalismo comercial”
(Slater, 1997: 38). Esta relación que establece Slater hace evidente el papel del diseño en la
sociedad de consumo en la cual ha sido partícipe en diferentes maneras: contribuyendo a la
construcción de la identidad basada en el consumo, a través de la masificación de las
mercancías, ejerciendo persuasión a comprar impulsados por un deseo de libertad y, en
definitiva, tomando parte en el establecimiento del consumo, motor del modelo de
desarrollo económico.
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El consumo y la modernidad
González y Torres plantean en el libro Diseño y consumo en la sociedad contemporánea (2012) que
es posible advertir dos momentos en el establecimiento de la modernidad y observar cómo
éstos han influenciado de diferentes maneras la consolidación del consumo de bienes
comerciales como la base del modelo de desarrollo capitalista. Esta relación se establece a
partir del papel que ha jugado el diseño en la diversificación de las mercancías y en el
fomento del consumo.
Giddens define la modernidad como “los modos de vida social o de organización que
surgieron en Europa a partir del siglo XVII y que posteriormente se extendieron por todo el
mundo” (Giddens, 1991: 1). Este período, que abarca tres siglos, se caracterizó por
introducir importantes cambios sociales que paulatinamente penetraron la totalidad del
planeta. Para Giddens, la modernidad provocó una ruptura entre la sociedad tradicional y la
nueva sociedad moderna. Así mismo la llegada de la modernidad impuso el dominio de la
razón sobre los valores de la religión, privilegió la creación de instituciones como medio de
control social y vio surgir nuevas clases sociales. El cambio de siglo, la creciente
industrialización y la influencia de la modernidad tuvieron importantes consecuencias en la
consolidación del consumo como motor del desarrollo económico del siglo XX.
Para González y Torres, en la modernidad se pueden distinguir dos períodos de desarrollo.
El primero, llamado modernidad temprana o primera modernidad, surgió con la
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industrialización que tomó lugar en Europa a mediados del siglo XVII e involucró a un
nuevo conglomerado de personas que habían migrado del campo a la ciudad seducidos por
las oportunidades de empleo que ofrecían las fábricas. Esta nueva comunidad fue llamada
“comunidad de productores”, cuyos miembros se dedicaron principalmente a realizar labores
en la producción de las fábricas. El segundo período, llamado modernidad tardía, inició a
principios del siglo XX y se extendió hasta la década de los setenta. Este período estuvo
regido por el consumo y sus miembros fueron principalmente una “comunidad de
consumidores” (González & Torres, 2012).
En este sentido, Bauman expone:
Aunque la humanidad venga produciendo desde la lejana prehistoria y vaya a
hacerlo siempre, la razón para llamar -comunidad de productores- a la primera
forma de la sociedad moderna se basa en el hecho de que sus miembros se
dedicaron principalmente a la producción; el modo como tal sociedad formaba a
sus integrantes estaba determinado por la necesidad de desempeñar el papel de
productores, y la norma impuesta a sus miembros era la de adquirir la capacidad y
la voluntad de producir. [En cambio, en la segunda modernidad] la sociedad
humana impone a sus miembros (otra vez, principalmente) la obligación de ser
consumidores. La forma en que esta sociedad moldea a sus integrantes está regida,
ante todo y en primer lugar, por la necesidad de desempeñar ese papel; la norma
que les impone, la de tener capacidad y voluntad de consumir (Bauman, 2000: 44).
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Estas dos formas de conducir a la sociedad en la modernidad, marcarían profundas
diferencias sociales y determinarían el sentido de cada una de ellas.
González y Torres sugieren que el hecho decisivo que marcó el cambio de la modernidad
temprana a la modernidad tardía sería la crisis económica generada por la caída de la Bolsa
de valores el 29 de octubre de 1929 en los Estados Unidos. La Gran depresión, como se
conoce, fue una crisis económica mundial que se prolongó durante la década de 1930 y es
considerada como la crisis más larga y profunda que afectó a más países en el siglo XX. Sus
efectos se sintieron en países ricos y pobres sin distinción, generando la caída del comercio
internacional, una disminución en la producción del sector agrícola y por ende un aumento
dramático en los índices de desempleo.
Hasta ese momento los logros alcanzados por la industrialización se concentraban en la
racionalización de los procesos y en la mejora en los tiempos de producción, esos logros
estaban basados en la división del trabajo y el aprovechamiento de la materia prima, que
hacían más eficientes y aumentaban la producción de las fábricas. La crisis de 1929 dejó
como lección que era necesario aumentar el consumo con estrategias más agresivas y
eficaces. Para González y Torres estos hechos alteraron la escala de valor en la cadena de
producción (extracción de recursos naturales, producción, distribución, consumo y
deshecho) “para concentrarse en el consumo como el motor de todo el proceso y aquella, en
la que se resume el valor rector de todo: la producción y concentración de plusvalía
expresada en el lujo” (González & Torres, 2012: 21). Si en la primera modernidad lo
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importante era lograr la racionalización de la producción, en la segunda modernidad el
objetivo sería lograr la racionalización del consumo, decisión que traerían consecuencias
lamentables al equilibrio del planeta a finales del siglo.
En este sentido apunta Baudrillard que “lo esencial ya no era producir sino dar salida. El
consumo pasa a ser un movimiento estratégico, ahora la gente se moviliza como
consumidora; sus necesidades se hacen tan esenciales como su fuerza de trabajo”
(Baudrillard, 1980, 154). En el nuevo enfoque económico, consecuencia de la crisis de 1929,
se orientaron todos los esfuerzos de los gobiernos y los sectores industriales a aumentar el
consumo, lo cual generó que muchas fábricas dejaran de ver a sus empleados solamente
como una fuerza productiva y los comenzaran a ver como posibles consumidores de los
productos que ellos mismos fabricaban. Esto trajo consigo cambios en la escala salarial y
ajustes en las jornadas de trabajo que privilegiaban el tiempo de ocio, tiempo que pronto se
convertiría en tiempo de consumo.
Si bien el diseño en la primera modernidad jugó un papel clave en la racionalización de la
producción y en el embellecimiento de las mercancías, en la modernidad tardía sería esencial
en la diversificación de las mismas, en el fomento del consumo ostentoso y en la persuasión
publicitaria que buscaba captar nuevos mercados y consumidores. El diseño, de la mano de
la publicidad, adquirió un rol notable en la consolidación del consumo en la primera
modernidad. González y Torres explican que “no es exagerado decir que el diseño y la
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publicidad no solo son prácticas totalmente insertas en las sociedades contemporáneas, sino
que son elementos fundamentales de la lógica de su supervivencia” (2012: 22).
Según González y Torres (2012), un elemento adicional sobre el que influyó la modernidad
fue la identidad. Los autores sugieren que en el período antes de que surgiera la modernidad,
la identidad estaba dada por el origen o el linaje de los individuos que se manifestaba como
marcas de identidad naturales e inmutables, las cuales daban a la misma un carácter estático
que obligaba a los individuos a permanecer en la misma categoría social en la que habían
nacido. Esto quiere decir que ser artesano, campesino o comerciante era una condición que
acompañaba al individuo durante toda su vida, incluso era una condición hereditaria. En la
primera modernidad los factores que influenciaban la identidad cambiaron y ésta empezó a
ser asociada con el rol que desempeñaba el individuo en el espacio de trabajo. Como lo
comentan González y Torres: “con la llegada de la industrialización, la persona ya no es lo
que es por su origen sino por lo que produce” (2012: 23). Este cambio sugiere que el
reconocimiento social dependía ahora del lugar que el individuo ocupaba en la producción,
como obrero, operario o vendedor. Cada individuo asumía la tarea de construir su propia
identidad y de hacer que ésta fuera reconocida por la sociedad.
En la segunda modernidad el consumo determinaba la identidad de los individuos, en este
período la identidad se asociaba a las posesiones, los objetos y las marcas con que el
individuo se relacionaba disminuyendo la importancia de la identidad en relación al origen o
al lugar en la producción. González y Torres señalan cómo:
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En la etapa del consumo, el mercado despliega ante nuestros ojos una amplia
gama de identidades de entre las que podemos seleccionar la que nos guste. Por
medio de los anuncios publicitarios las mercancías se presentan como parte de un
determinado estilo de vida de modo tal que el comprador puede adquirir de
manera consciente e inconsciente las señas de identidad a las que aspira (González
& Torres, 2012: 29).
Los cambios políticos y económicos propios de este período intentaron privilegiar a los
sectores económicos e industriales y afectar las garantías laborales de la clase asalariada. Los
puestos de trabajo dejaron de ser fijos y pasaron a ser temporales e inestables, sin ninguna
garantía de continuidad o permanencia, lo cual hizo que ya no fuera posible construir una
identidad basada en el trabajo o la posición en la producción. Por el contrario, en la segunda
modernidad la identidad estará asociada al consumo.
Según González y Torres (2012), para lograr este cambio en la escala de valor que determina
la identidad la segunda modernidad, basó sus acciones en las técnicas de investigación
propias de las ciencias sociales y las ciencias económicas con las cuales se intentó
comprender los hábitos y tendencias de consumo de los individuos, con el propósito de
perfilar los nuevos productos e incluso a los propios consumidores creando nuevos hábitos
de consumo. Los cambios acontecidos en el período conocido como “la modernidad” se
constituyen en el primer eslabón para comprender cómo el diseño ha participado
activamente en la consolidación del modelo económico basado en el consumo.
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Diseño y consumo en la primera modernidad
Con el surgimiento de la industrialización en Europa, la demanda de mano de obra y con el
paulatino acceso a los bienes de consumo la sociedad comenzó a transformarse
gradualmente. En la primera etapa de la modernidad las ciudades europeas comenzaron a
experimentar un proceso de crecimiento y diferenciación de clases sociales fundamentado
principalmente por el surgimiento de una clase obrera asalariada vinculada a las nuevas
fábricas que se asentaban en las capitales industriales de Europa y Norte América. En estos
centros urbanos la pertenencia a una clase social estaba condicionada por la posición en la
producción. Esto significaba que una persona con mejor posición podía obtener un mejor
salario y por ende tener mayor acceso a los bienes de consumo, los cuales a su vez
determinaban su posición en la escala social- Como lo explica Penny Sparke; “en el
momento en que un número cada vez mayor de consumidores empezó a utilizar productos
que desempeñaban en sus vidas un papel algo más que meramente utilitario, surgieron
nuevas clases sociales” (Sparke, 2010: 23).
Los nuevos productos que surgían de las fábricas vendrían cargados de rasgos estéticos y
funcionales mediante los cuales los empresarios intentaban conquistar a los nuevos
consumidores. Según Sparke, este fenómeno de consumo de masas hizo su aparición por
primera vez en el Reino Unido y luego alcanzaría al resto de Europa y a los Estados Unidos.
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Este último país eventualmente tomaría la delantera al impulsar la demanda en la producción
de bienes de consumo y al adoptar un enfoque más innovador en el diseño de nuevos
productos tecnológicos.
Sparke explica que el cambio de siglo se presentó con un marcado estilo moderno que se
reflejó en el interior de las casas y en las calles. La ciudad moderna que comenzaba a emerger
había adquirido una nueva dinámica impulsada por el diseño de mobiliario urbano, la
exhibición de mercancías en las vitrinas, nuevos medios de transporte público y privado,
cambios en la forma de vestir, carteles comerciales y una nueva arquitectura. Todos estos
ámbitos de influencia de las artes decorativas son lo que más adelante se conocería como
diseño.
En este período los artesanos, fabricantes y artistas comerciales buscaron la inspiración para
el nuevo estilo moderno en las formas sinuosas, orgánicas y asimétricas de la naturaleza
alejándose del estilo victoriano que había dominado el siglo anterior. Este período
denominado también como belle époque tendría luego sus interpretaciones estéticas en los
diferentes países del continente europeo: Art Nouveau en Bélgica y Francia, Jugendstil en
Alemania y países nórdicos, Modern Style en los países anglosajones, y Liberty o Floreale en
Italia.
El espacio público de las principales ciudades europeas paulatinamente fue cambiando su
apariencia y sus dinámicas sociales gracias a la implantación de alumbrado público, que le dio
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a las ciudades una novedosa vida nocturna. Es en este contexto donde sugieron los textos
sobre el paisaje comercial de la ciudad que trataría Benjamin y sobre el paseante –flâneur-,
sujeto efímero que perdía el tiempo deleitándose con lo insólito y lo absurdo en sus
vagabundeos por la ciudad, de quien hablaría Baudelaire.
La vida nocturna permitió, además, la aparición de nuevos puntos de venta y centros
comerciales que cambiaron la forma de comprar. En ese mismo período surgió el concepto
de escaparate, una forma de exhibir los productos de consumo que se asemejaba a un teatro
iluminado. Los escaparates eran creados por el escaparatista –un artista comercial-
encargado de crear focos visuales en la ciudad que llamarían la atención de los numerosos
flâneur o paseantes. Para Sparke “el papel claramente comercial de esta manera de exponer
anticipaba lo que más tarde se dio en llamar diseño para la industria, y el artista que montaba
escaparates en el siglo XIX se puede considerar como un precursor de los artistas creativos
de entreguerras, conocidos como diseñadores industriales” (Sparke, 2010: 26). Las primeras
vitrinas y la labor de los escaparatistas determinaron las futuras evoluciones de los centros
comerciales y con ellos la prevalencia de lo “visual” sobre los otros sentidos en la acción de
compra.
Los cambios introducidos en la forma de exhibir los productos en la primera modernidad
estuvieron apoyados por el surgimiento de la publicidad y el marketing, disciplinas que
jugaron un papel muy importante en la persuasión de los consumidores. Según Sparke una
de las primeras estrategias desarrolladas por estas nuevas disciplinas fue la creación del
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concepto de marca, el cual buscaba que los productos dejaran de ser anónimos y adquirieran
identidad propia. Los productos de marca pronto llegaron a las casas de los habitantes de la
primera modernidad a través de mensajes publicitarios que ofrecían novedosas máquinas que
para optimizaban las labores domésticas. La familia y en especial la mujer serían el grupo
objetivo del mercado. A ella se destinaron los primeros catálogos de nuevos productos que
hacían la vida más fácil. En éstos se ofrecía una promesa de valor añadido que muchas veces
sobrepasaba las necesidades básicas de las personas de la época.
Sparke sugiere que la cultura material desarrollada en la primera modernidad surgió con una
función dual: esta debía responder a las lógicas de la economía capitalista y a la vez debía
estimular el deseo como un elemento irracional fundamental. En la emergente cultura de
consumo “el diseño se caracterizó desde el principio por esa alianza dual, siendo su principal
razón de ser su cometido dentro de la producción industrial, aunque su función primaria
fuera la de estimular el deseo” (Sparke, 2010: 28). Esta dualidad que enmarcó el diseño en la
primera modernidad parece continuar presente y hacerse más evidente en el consumo diario
y en el discurso racional que ha respaldado al diseño comercial del siglo XX y lo que va del
XXI.
En la primera modernidad se experimentaron cambios importantes al impulsar el desarrollo
industrial, la producción en serie y los intentos por expandir el mercado. El diseño jugó un
papel clave en este período al participar de la implantación del modelo de consumo, pues se
encargó de agregar valor estético a los productos y de mediar en la comunicación creando
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“imágenes atractivas y fáciles de recordar que potenciaran las macas por encima del producto
propio” (Sparke, 2010: 32). En la segunda modernidad el diseño desempeñaría un papel aún
más importante en la necesidad de establecer el consumo como eje central del modelo de
desarrollo económico.
Diseño y consumo en la segunda modernidad
Si bien la primera modernidad dio inicio a las primeras prácticas de consumo, en la segunda
modernidad éste se haría más evidente, especialmente después de la Segunda Guerra
Mundial. Aunque los períodos de las Guerras Mundiales afectaron el consumo masivo de
productos, la Europa que emergió después de la Segunda Guerra Mundial “vio cómo un
número creciente de habitantes, de un amplio espectro social, empezaba a considerar el
consumo como herramienta principal para diferenciarse como individuos y como grupos”
(Sparke, 2010: 135). En este período el consumo de objetos, bienes y servicios comenzó a
influir en el reconocimiento social y en la diferenciación de las clases sociales.
Antes de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos había experimentado un inusitado
crecimiento económico gracias a la promoción de un modelo de consumo aspiracional y
ostentoso que se reflejaba en la adquisición de automóviles, casas y demás objetos. “Este
comportamiento era posible gracias a los nuevos niveles de ingresos y estaba motivado por
el deseo de la gente de mejorar sus condiciones materiales y su posición social” (Sparke,
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2010: 136). Este fenómeno de consumo ostentoso ejerció una gran influencia en la
consolidación de la sociedad de consumo en los países Europeos. Para Sparke la
“americanización”, como se denominó a este fenómeno, impactó principalmente a los países
más prósperos de Europa como Reino Unido, Alemania e Italia; países en los cuales el
consumo de bienes materiales pronto formaría parte de la vida diaria. Otros países con
tradiciones socialdemócratas como Francia y los países escandinavos intentaron resistir a la
implantación del consumismo americano lográndolo resistir en parte. En países con una
tradición comunista como la Unión Soviética este modelo no prosperaría hasta finales del
siglo XX.
El diseño, la publicidad y los medios de comunicación continuaron desempeñando un factor
decisivo en el establecimiento del consumo de masas. La publicidad se concentró en la
familia como grupo objetivo, ya que era necesario que los valores que fundamentaban a la
familia tradicional fueran remplazados por una nueva estructura de valores basados en el
modelo de consumo. Tal como ejemplifica Sparke:
Para los nuevos consumidores que compraban su primera vivienda y la equipaban
con un mobiliario contemporáneo, tener una cocina llena de aparatos novedosos,
un enorme frigorífico y un coche último modelo representaba el principal medio
de proclamar su pertenencia al mundo acomodado de postguerra, al tiempo que
les ayudaba a definirse como individuos (2010: 137).
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La televisión, la radio, el cine y las revistas eran los medios en que la publicidad transmitía
una serie de estilos de vida, a los cuales solo se podía acceder a través del consumo.
En los años cincuenta era tal el auge del mercado de imágenes y productos de diseño que
comenzaron a aparecer en el mercado múltiples formas de cultura material. En este contexto
surgió la diferenciación entre lo -pop– popular y lo moderno. Esta distinción se alimentó de
manifestaciones contemporáneas de cultura popular a través del cine de Hollywood, la
publicidad, la literatura barata y la música pop. Según Sparke (2010), para algunos críticos
como Adorno, lo popular era evidencia de la decadencia del modelo capitalista. Para Eco, el
surgimiento de la cultura popular contribuyó a difundir en el pueblo normas morales que
actuaban como medio para el control social y la alfabetización (Eco, 1995). Mientras que
para otros, tales como un grupo de intelectuales que se reunían en el Instute of Contemporary
Arts de Londres, las expresiones populares eran vistas como una nueva energía que marcaría
el rumbo hacia una nueva sensibilidad social postmoderna (Sparke, 2010: 139-140).
Las tensiones entre lo popular y lo moderno continuaron generando cambios, esta vez en el
contexto del comercio. Los centros comerciales, que habían alcanzado un auge importante
después del fin de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a estratificar a sus clientes
creando una oferta de productos para las clases altas, media y una emergente clase popular
con menor capacidad adquisitiva, a quienes rápidamente se les ofrecía crédito para lograr
acceder a los bienes de consumo que deseaban. En el Reino Unido el Council of Industrial
Design apoyó a los fabricantes para que sus productos alcanzaran el estatus de diseño
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moderno y se trazaron estrategias para tratar de educar a los consumidores no sólo para
consumir productos por la promesa de servicio, sino porque eran hechos bajo el concepto
de buen diseño. Este último era un argumento aspiracional que intentaba posicionar al
diseño como un fenómeno cultural (Calvera, 2010) capaz de hacer evidente la posición social
y el buen gusto de quien lo sustentaba.
Según Sparke, el temor de ser invadidos por los productos populares, mal diseñados –Kitsch-
que surgían de un mercado que ambicionaba mayores ventas causó reacciones en las élites
sociales de los Estados Unidos. En ese mismo país se organizaron una serie de exposiciones
en el Museo de Arte Moderno de Nueva York bajo el título de Good design, las cuales
buscaban mostrar los valores del buen diseño y formar en los consumidores
norteamericanos un criterio del buen gusto que les permitiera tomar buenas decisiones al
momento de comprar. En estas exposiciones se presentaron piezas icónicas de destacados
diseñadores como Charles y Ray Eames y Hans Wegner. En el Reino Unido por su parte, a
través del Council of Industrial Design se elaboraron campañas publicitarias que se transmitieron
a través de los medios de comunicación con el propósito difundir los valores del buen gusto
asociado al diseño.
La segunda modernidad empleó todos los métodos posibles para generar en los
consumidores los deseos y aspiraciones que permitieran establecer el consumo como el
elemento fundamental en la construcción de identidad del hombre moderno. Los sueños y
aspiraciones de la sociedad de consumo fueron impulsados por un volumen incansable de
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mensajes publicitarios en todos los formatos y medios posibles para garantizar que ningún
individuo escapara al deseo de éxito que solo se podía alcanzar mediante el consumo. La
naturaleza del diseño moderno: aspiracional y de élite fue puesta a prueba por el surgimiento
de la cultura popular o de masas, lo cual causó una crisis generalizada en los valores del
proyecto moderno. En los años sesenta y setenta la cultura pop fuertemente aceptada por los
jóvenes europeos y norteamericanos, y la conciencia ambiental despertada por importantes
informes1 marcarían un cambio de rumbo en la modernidad y por ende en la cultura de
consumo.
Diseño y consumo en la postmodernidad
El proyecto emprendido por la segunda modernidad, el cual buscaba posicionar el consumo
como el valor principal de la cultura moderna, se encontraba en una crisis desatada por la
tensión entre la cultura de masas y la cultura de consumo.
Por esa misma época la cultura misma se encontraba en proceso de ser redefinida y
comenzaba a abrirse paso a una serie de revoluciones sociales y culturales, las cuales
beneficiarían a la sociedad civil y abogarían por una mayor conciencia de los derechos civiles
y los derechos humanos de minorías marginadas hasta entonces. Otro propósito de la
!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!1 The Limits to Growth (1972), Our common Future (1987), The First Global Revolution (1991).
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postmodernidad que iniciaba en la década de los setenta era beneficiar la calidad de vida de
las personas a través de la cultura material (Maldonado, 2004).
Este cambio de rumbo implicó un compromiso ético para el diseño comprometido con la
producción industrial y comercial, como lo planteó Papanek:
En la era de la producción en masa, cuando todo debe ser planificado y diseñado,
el diseño se ha convertido en la herramienta más poderosa con la que el hombre
da forma a sus herramientas y su entorno (y, por extensión, a la sociedad y a sí
mismo). Esto exige una alta responsabilidad social y moral de los diseñadores
(Papanek, 1995: 1).
Este llamado de atención se realizaba con la intención de generar en la comunidad de diseño
una reflexión profunda sobre las implicaciones éticas de la participación del diseño en la
promoción de la cultura de consumo, la cual estaba llevando al planeta a límites de
explotación insostenibles.
Las críticas de Papanek a través de sus escritos y conferencias sugerían una concepción del
diseño sensible a los problemas sociales y ecológicamente responsable. Papanek criticó
abiertamente el modelo de consumo y a quienes practicaban el diseño sin ninguna conciencia
de sus actos. El autor estremeció a la comunidad de diseño al expresar que:
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
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Hay profesiones que ocasionan más daño que la de los diseñadores industriales.
Pero son pocas. En realidad sólo hay una todavía más dudosa: la del diseño
publicitario. El hecho de inducir a alguien que no tiene dinero a comprar cosas
superfluas únicamente para imponer de esta forma otras, es la forma más
mezquina de ganarse el pan en nuestros días (Papanek, 1995: 2).
El pensamiento de Papanek influenció el surgimiento de una corriente más humana del
diseño, que se ocupó de atender las necesidades sociales y ambientales. Mientras esto sucedía
en la esfera intelectual del diseño, los diseñadores comerciales que tradicionalmente habían
sido aliados de la industria preparaban junto al marketing y la publicidad las estrategias que
llevarían al consumo a niveles nunca antes vistos.
En el contexto de las discusiones sociales y ambientales, el diseño comercial, junto a la
publicidad y el marketing, vieron una nueva oportunidad de ampliar el mercado ofreciendo
productos eco-responsables y amigables ambientalmente dirigidos a un grupo de
consumidores que comenzaban a tomar conciencia y a ser solidarios con los asuntos
ambientales. Sparke señala que “muchos otros fabricantes reaccionaron de forma
generalizada por el ecodesatre y comercializaron productos bajo la etiqueta “verde”, esto
comprendía una multitud de posibilidades: podía aludir al producto, al reciclaje o a la
fabricación con materiales que no generaban desequilibrio en el ecosistema mundial” (2010:
150).
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A pesar de la crisis de valores que afectaba al diseño desde los años setenta, relacionada con
las críticas al diseño ostentoso y sus implicaciones en la crisis ambiental, el diseño comercial
logró sobreponerse gracias a sus profundas relaciones con la cultura de consumo. El diseño
dejó atrás sus ideales de exclusividad para las élites y se adhirió a una nueva visión
postmoderna representada por una cultura material diversa, pluralista y democrática.
El diseño comercial con sus aliados: el marketing y el branding, emprendieron ambiciosas
campañas con la intención de democratizar el consumo creando nuevos segmentos de
mercado, para lo cual se valieron nuevamente del concepto de marca, que ya existía desde
hace varias décadas. Utilizaron estrategias de posicionamiento de marca que revitalizaron los
diferentes sectores industriales. El sector de la moda, por ejemplo, impulsó el concepto de
marca aprovechando el reconocimiento de diseñadores afamados, como lo había hecho
anteriormente, generando en esta ocasión productos híbridos que eran producidos en serie
pero al mismo tiempo personalizados por el hecho de pertenecer a la colección del diseñador
(Sparke, 2010: 145-146).
Para Sparke en los años ochenta y noventa la cultura de consumo se había convertido en una
fuerza dominante en los ámbitos cultural, económico y político que influenciaba varios
aspectos de la vida cotidiana. Asuntos como el ocio, el turismo, la comunicación, entre otros
que tradicionalmente no habían sido ofrecidos como bienes de consumo comenzaron a
serlo. Los medios de comunicación de masas desempeñaban un papel muy importante en el
nuevo impulso que había tomado el consumo de masas en esas décadas y trabajaron como
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
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nunca antes en la difusión de mensajes comerciales en diversos formatos que ofrecían estilos
de vida renovados dirigidos a un volumen mayor de consumidores.
Los efectos sociales de la cultura de consumo inspiraron a teóricos de los Estudios
Culturales como Umberto Eco o Jean Baudrillard a comprender la naturaleza de la cultura de
consumo y su influencia sobre la sociedad contemporánea. Para Eco, por ejemplo:
la situación conocida como cultura de masas tiene lugar en el momento histórico
en que las masas entran como protagonistas en la vida social y participan en las
cuestiones públicas. Estas masas han impuesto a menudo un ethos propio, han
hecho valer en diversos períodos históricos exigencias particulares, han puesto en
circulación un lenguaje propio, han elaborado pues proposiciones que emergen de
abajo. Pero, paradójicamente, su modo de divertirse, de pensar, de imaginar, no
nace de abajo: a través de las comunicaciones de masa, todo ello le viene
propuesto en forma de mensajes formulados según el código de la clase
hegemónica (Eco, 1984: 30).
Eco reveló cómo aún siendo las masas una fuerza social poderosa que demandaba mejoras
sociales seguían siendo dominadas por los medios de comunicación de masas, propiedad de
la clase dominante.
El papel del consumo adquirió también relevancia en los estudios sobre la influencia social
de los medios de comunicación de masas. McLuhan y Fiore (1988), por ejemplo, refirieron
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cómo los medios y las tecnologías de comunicación estaban afectando y reestructurando
todos los aspectos de la sociedad, en especial la vida privada, la forma de pensar y las
instituciones establecidas. Comentan McLuhan y Fiore:
Todos los medios nos vapulean minuciosamente. Son tan penetrantes en sus
consecuencias personales, políticas, económicas, estéticas, psicológicas, morales,
éticas y sociales, que no dejan parte alguna de nuestra persona intacta, inalterada,
sin modificar. El medio es el mensaje. Ninguna comprensión de un cambio social
y cultural es posible cuando no se conoce la manera en que los medios funcionan
de ambientes (1988: 26).
La crítica a los medios es enfatizada por teóricos de la comunicación como Martín Barbero,
quien observó cómo la televisión ha sido el medio a través del cual se han transmitido los
estilos de vida que los poderes hegemónicos han querido que las masas asuman. Cómo lo
comenta el autor “La única diferencia de fondo es que hoy más que soñar, lo que hacemos es
consumir los sueños que nos fabrican los directores de ese inmenso show que llaman
información (Martín Barbero, 2002: 94). La reflexión crítica sobre la influencia de los
poderes hegemónicos sobre las tecnologías de comunicación ha permitido el
empoderamiento por parte de las clases populares de tecnologías de comunicación como el
video y la radio, las cuales han sido usadas como mecanismo de lucha por el reconocimiento
de los derechos civiles de las minorías en muchas partes de mundo.
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En la postmodernidad así como los medios de masas, otro constructo que jugó un papel
fundamental en el nuevo impulso del consumo fue el centro comercial. Estos espacios, que
eran creados emulando a los parques de distracciones, paulatinamente fueron aceptados
como el lugar ideal para pasar el tiempo libre desplazando a otros espacios urbanos como los
parques, que hasta ese momento habían sido el lugar destinado al ocio. El centro comercial
es un lugar diseñado para mantener a los consumidores en permanente movimiento. El
Visual merchandising dispone el espectáculo sensorial de la exhibición de tal forma, que los
paseantes son atrapados por los productos y llevados de manera emocional a la acción de
compra (Bauman, 2003).
Los centros comerciales postmodernos fueron, y siguen siendo, espacios multifuncionales
que concentraban en sus instalaciones todos los servicios que una persona llegara a necesitar.
Estos complejos arquitectónicos fueron a la vez centros de entretenimiento, de servicios
urbanos, hoteles y centros de negocios. No había nada que no se pudiera hacer en un centro
comercial y, adicionalmente, se consideraban lugares seguros.
El consumo se encontraba en todas partes enmascarado como producto cultural, como
espacio para el ocio y el entretenimiento familiar, como viaje de negocios. El diseño en este
contexto nuevamente era protagonista, a su cargo estaba planificar los espacios de consumo,
crear las identidades gráficas que el cliente asociaría con los productos, diseñar las
experiencias comerciales, imprimir en los productos características emocionales y desarrollar
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los contenidos para los diversos medios de comunicación que influenciarían a los clientes a
consumir de manera cada vez más irracional y emotiva (Sparke, 2010).
Según Sparke:
En la década de los ochenta y los noventa, el diseño llegó a ser considerado como
nunca antes, parte de un proceso más amplio que incluía el trabajo de la
publicidad y el marketing, así como el contenido de los medios de comunicación
(revistas, televisión, cine y demás). Todo ello en conjunto podía generar
identidades concretas susceptibles de ser consumidas junto con los objetos o
imágenes de diseño (2010: 148).
La combinación de estas tres disciplinas configuró un aliado estratégico para la industria y el
comercio a una escala que comenzaba a ser global, sus métodos de investigación y sus
estrategias eran dinámicas y se adaptaban a unos consumidores cada vez más especializados.
Los años noventa serían testigos del surgimiento de una poderosa herramienta que dio inicio
a una nueva revolución global en todos los ámbitos de la vida. Para 1993 ya se había
levantado la prohibición al uso comercial del Internet, hecho que dio acceso público a una
red distribuida de telecomunicaciones a nivel global. Este sistema, hasta entonces de uso
exclusivo por parte del Departamento de Seguridad del gobierno norteamericano, permitió el
acceso de personas comunes a una serie de servicios asociados con la comunicación, la
información y el comercio. La llegada de Internet amplió las posibilidades para el diseño,
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
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pues a partir de esto surgirían una serie de ramificaciones de la disciplina como el diseño de
interfaces o el diseño de interacción.
Estos campos especializados facilitaron el acercamiento del diseño con las ciencias de la
computación, posibilidad que se venía explorando desde hace varias décadas por los estudios
de Interacción Humana Computador. Las interfaces gráficas en dos y tres dimensiones
fueron el medio a través del cual los miles de usuarios accedieron a los millones de
contenidos que a diario circulaban en el nuevo espacio virtual de Internet. La llegada de
Internet inauguró un nuevo capítulo en la relación entre el diseño y el consumo de masas, las
posibilidades que presentaba este nuevo medio permitiron a los fabricantes y comerciantes
ofrecer sus mercancías a nivel global. Los consumidores ya no solo tuvieron acceso a los
productos exhibidos en las vitrinas de los centros comerciales, también pudieron acceder de
manera virtual a productos de consumo de todo el mundo.
Para Sparke, al finalizar el siglo XX, el diseño había creado el telón de fondo para que se
desarrollaran nuevas experiencias comerciales “y muchos de los diseñadores que empezaron
a destacar en aquellos años eran expertos en el arte de la exhibición, la creación de imágenes,
el diseño espacial y la interacción online” (Sparke, 2010: 154). En este sentido, los
diseñadores de productos y mobiliarios protagonistas de la segunda modernidad fueron
desplazados por la emergencia de nuevos campos de aplicación del diseño.
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En la era de internet los diseñadores junto a los profesionales del marketing y de la
publicidad afinaron sus estrategias para persuadir a los nuevos de consumidores, una
generación digital para quienes las campañas publicitarias tradicionales ya no eran efectivas.
Se trataba de los Net Gers a quienes Tapscott define como “la primera generación en estar
bañada en bits” (Tapscott, 2009: 17). Para este autor la generación Net es la nacida 1977 y
1997, que creció con la evolución del computador, Internet y otras tecnologías que hacen
parte de su vida y que los alejan de los medios tradicionales.
El diseño de la postmodernidad “llegó a formar parte de la experiencia cotidiana, desde el
turismo a las compras. Se convirtió en un creciente fenómeno global que atravesó todas las
fronteras geográficas. A finales del siglo XX los diseñadores habían logrado una posición
incuestionable como creadores de entornos virtuales, materiales, espaciales y generadores de
experiencias” (Sparke, 2010: 154). Lo anterior posicionó al diseño como una profesión
renovada para enfrentar los requerimientos del nuevo siglo, capaz de adaptarse a los cambios
sociales, políticos y económicos. El consumo en la postmodernidad se presentó de diferentes
maneras: desde el turismo hasta las compras, no reconocía fronteras, clases, géneros ni
edades y su principal objetivo era lograr satisfacer los gustos y las necesidades de los
consumidores a nivel global. El diseño comercial se convirtó en su aliado y con él parte de
toda la experiencia humana. Sin embargo, la corriente social del diseño tomaría fuerza en las
últimas décadas del siglo XX y se presentaría con una alternativa social frente al diseño
comercial.
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
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CONSUMO Y SUSTENTABILIDAD: DOS MODELOS EN TENSIÓN
Las tensiones desatadas en la década de los setenta entre el modelo de desarrollo basado en
el consumo “Expansionista” y el emergente modelo “Sustentable” fueron abordadas por
Victor Margolin en el artículo Global Expansion or Global Equilibrium? Design and the World
Situation, publicado en Desing Issues en 1996. En el texto Margolin trató como asunto central
la complejidad del conflicto generado entre estos dos modelos y cómo esta tensión planteaba
nuevos retos al diseño. El artículo le asignó al diseño la responsabilidad de actuar de manera
real en el planteamiento de propuestas viables que permitieran mitigar el impacto que la
economía de consumo ha generado a nivel social y ambiental (Margolin, 1996).
Según Margolin, el hecho que detonó las reflexiones sobre los problemas que presentaba el
modelo de desarrollo económico implementado desde inicios de la Revolución Industrial fue
un informe llamado “The Limits to Growth” publicado en 1972. Su redacción se hizo bajo el
encargo de El Club de Roma, ONG fundada en 1968 por un grupo de personalidades de la
política y la ciencia que se unieron con la intensión de encontrar alternativas para mejorar el
futuro del mundo.
El Club de Roma emprendió la ambiciosa tarea de intentar
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Examinar la complejidad de los problemas que aquejan a los hombres de todos
los países: la pobreza en medio de la abundancia; la degradación del medio
ambiente; la pérdida de la fe en las instituciones; el crecimiento descontrolado de
las ciudades; la incertidumbre provocada por el desempleo; la alienación de los
jóvenes; el rechazo de los valores tradicionales, y la inflación y otros desarreglos
monetarios y económicos (Meadows, Meadows, Randers & Behrens Ill., 1972:
10).
El estudio fue encargado a Jay Forrester del Massachusetts Institute of Technology (MIT), quien
usando un modelo computacional analizó muchas de las variables que incidían en los
problemas ya mencionados. El propósito del estudio era generar una advertencia sobre una
posible crisis mundial que se acercaba si la tendencia de crecimiento continuaba al ritmo que
había llevado hasta entonces. Así mismo se buscaba ofrecer una herramienta que permitiera
emprender cambios en los sistemas políticos, económicos y sociales de los diferentes países
del planeta para que no se llegara a un estado de crisis global.
El informe planteó que era necesario establecer límites al crecimiento de la población, al
desarrollo económico, a la contaminación y a la explotación y consumo de los recursos
naturales, ya que si el crecimiento no se lograba detener, la tierra colmaría su capacidad en
cien años y el planeta colapsaría. El informe hizo un llamado a todos los hombres sin
distinción de edad, raza, sexo, credo y nacionalidad a que tomaran acciones concretas en su
vida cotidiana y de esa manera crear un futuro posible para el planeta, la especie humana y la
vida como la conocemos. La publicación de este estudio generó importantes cambios a nivel
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
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global, principalmente en la toma de conciencia sobre las diversas situaciones que
amenazaban al planeta. Tras el llamado a la toma de acciones se establecieron los primeros
grupos ambientalistas que trabajaron por la abolición de los ensayos nucleares y otros
asuntos ambientales dando inicio al movimiento ecologista mundial.
En la década de los ochenta, la Asamblea General de Las Naciones Unidas creó la Comisión
Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo con el propósito de promover en los
países la adopción del Modelo de Desarrollo Sustentable. A este organismo le fue encargado
construir una agenda que planteara estrategias ambientales de largo plazo, con la cual poder
avanzar con certeza hacia un modelo sustentable en el siglo XXI. En 1987 este organismo
publicó un nuevo informe llamado “Our common Future” el cual llamaría la atención mundial
sobre la necesidad de establecer un nuevo modelo de desarrollo basado en la premisa de que
el mundo está conformado por sistemas ecológicos que poseen recursos finitos. Si los
elementos que componen este sistema fueran dañados y el equilibrio entre ellos se rompiera,
o si se agotaran sus recursos el sistema ecológico mundial sufriría graves daños y
posiblemente colapsaría. Al finalizar el informe se planteaba lo siguiente:
Cuando comenzó el siglo, ni el número de habitantes ni la tecnología tenían el
poder de alterar radicalmente los sistemas planetarios. Cuando se cierra el siglo,
no sólo ha aumentado enormemente el número de habitantes y sus actividades
generan un gran impacto, afectando a la atmósfera, el suelo, las aguas, las plantas
y los animales, y las relaciones entre todos ellos […] Somos unánimes en la
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convicción que la seguridad, el bienestar y la supervivencia del planeta dependen
de la realización de tales cambios, ahora (Our common Future, 1987: 26).
Dicho informe planteó por primera vez el término Desarrollo Sustentable o Desarrollo
Sostenible, un modelo que tenía como fundamento encontrar la manera de satisfacer las
necesidades del presente sin comprometer a las futuras generaciones. El concepto
“Sustentable” implicaba unos cambios importantes en la conservación de los sistemas
ecológicos del planeta y una disminución en los niveles consumo.
En este contexto de intensas preocupaciones ambientales y sociales a causa del crecimiento
económicos insostenible, Papanek intentó llamar la atención de la comunidad de diseño con
mensajes contundentes, por ejemplo: "No cabe duda de que el medio ambiente y el
equilibrio ecológico del planeta ya no son sostenibles. A menos que aprendamos a preservar
y conservar los recursos de la Tierra, y cambiar a un patrón más básico de consumo,
fabricación y reciclaje, no tenemos futuro" (Papanek, 1995: 17). La intención de Papanek con
este tipo de mensajes era posicionar al diseño como una actividad significativa y un puente
entre las necesidades humanas, la cultura y la ecología. Además de hacer un llamado a la
comunidad de diseño para pensar una nueva agenda social para la disciplina, al proponer que
“el diseño debe convertirse en una herramienta innovadora, altamente creativa,
multidisciplinar que responda a las verdaderas necesidades de los hombres. Debe haber más
investigación orientada, y debemos dejar de profanar la tierra misma con objetos y
estructuras mal diseñadas” (Papanek, 1984: 2).
Consumo y sustentabilidad: el diseño y sus implicaciones
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Esta invitación fue aceptada por sectores académicos y científicos que intentaron influenciar
a gobiernos y fabricantes con la intención de mejorar sus prácticas ambientales. La invitación
de Papanek y las inquietantes revelaciones de los estudios publicados por El Club de Roma
establecieron las bases para que surgiera en la década de los ochenta una corriente de
pensamiento en el diseño que buscaba alternativas para lograr la transición hacia un modelo
de desarrollo sostenible.
Para Margolin (1996) las tensiones entre el modelo de desarrollo sustentable y el modelo
expansionista llegarían al límite cuando El Club de Roma estableció que era necesario
replantear la agenda política global para poder avanzar hacia modos de vida más razonables.
Esta postura se publicó en el informe de 1992 titulado “The First Global Revolution”, el cual
dejó claro que la mejor opción para garantizar la vida de las futuras generaciones era avanzar
hacia el modelo sustentable. En ese sentido planteaba:
Una sociedad sustentable nunca será posible dentro de una economía mundial que
dependa exclusivamente de la operación de las fuerzas del mercado, por más
importantes que sean, para el mantenimiento de la vitalidad y la innovación creativa
[…] Para encontrar un enfoque normativo para el futuro desarrollo del mundo en
este momento de turbulencia y cambios, es fundamental determinar si los niveles
actuales de prosperidad material en los países industrializados y ricos son
compatibles con la sustentabilidad global o, quizás mejor, si una economía mundial
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gobernada por el estímulo de la demanda de los consumidores puede continuar
durante mucho tiempo (Schneider & King, 1992: 34).
Las repercusiones de estas reflexiones hicieron eco en teóricos del diseño como Ezio
Manzini, quien en 1994 publicó su artículo “Design, Environment and Social Quality” en el cual
clamaba por una postura más radical frente al modelo de desarrollo basado en el consumo.
Manzini planteaba que para lograr una verdadera transición hacia el modelo sostenible era
necesario modificar los patrones de consumo de la sociedad y aunque es claro que el diseño
no puede cambiar el mundo, según comenta el autor, sí puede proyectar escenarios para
encontrar una nueva idea de bienestar (Manzini, 1994). Esa nueva idea de bienestar debía ser
opuesta a la idea de bienestar basada en el consumo.
Manzini (1994) propuso tres escenarios para transformar a la sociedad de consumo. En
primer lugar planteó que era necesario comprender bien el concepto “funcional” en el
diseño que al parecer se había mal entendido, pues los objetos que se fabricaban en la
actualidad eran más desechables que antes. Ante esto propuso que el diseño debería
desarrollar productos con capacidades técnicas y culturales que les permitieran sobrevivir por
mucho tiempo generando una relación emocional con el usuario. El segundo escenario
implicaría ir mas allá de la noción de posesión de productos hacia un concepto de utilización
de esos productos de manera no destructiva y no individual. En este escenario los resultados
se orientarían a generar nuevos servicios y productos que hicieran mejor uso de los recursos
para así alcanzar un alto nivel de eco-eficiencia. Para esto los diseñadores deberían
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desarrollar productos y servicios con responsabilidad ambiental y que al mismo tiempo
tuvieran la aceptación de la sociedad. El último escenario se da en un nivel cultural donde el
diseño es visto como una cultura de productos y servicios que pueden generar escenarios,
criterios de calidad y juicios de valor que ayuden a reducir las necesidades, aumentando la
calidad de vida social (Manzini, 1994).
Las propuestas de Manzini establecieron una clara distancia con el modelo de consumo
planteando la necesidad de pasar de una economía basada en la propiedad y el consumo a
una basada en el uso y los servicios, lo que implicaba una reducción en la producción de
bienes materiales. Aunque estos planteamientos no tuvieron eco en su primer momento,
rechazados especialmente por el sector industrial, Manzini ha demostrado con casos2 reales
que es posible la transición hacia una sociedad eco-eficiente y sostenible. Para el autor este
cambio no sucede como algo impuesto sino que surge en el seno de la misma comunidad, de
hecho, está sucediendo en este mismo instante.
El llamado de Papanek a asumir una postura ética en el diseño fue continuado por Carl
Mitcham (1995) quien planteó que el diseño, al tener la capacidad de concebir y planear era
capaz de crear modelos que le permitían evaluar de manera anticipada los efectos de sus
acciones. Por lo tanto era necesario introducir la ética en el diseño, ya que sin ella no sería
posible distinguir lo bueno de lo malo y lo correcto de lo incorrecto. Esta tradición continuó
con Manzini (2006) quien hizo un nuevo llamado a la ética de los diseñadores. En este
!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!2 Desis es una iniciativa promovida por Ezio Manzini que busca construir una red global de escuelas de diseño que trabajan por el cambio hacia el modelo sustentable. Se puede consultar en: http://www.desis-showcase.org
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sentido planteaba que el diseño, como actividad creativa, no ha adoptado criterios éticos
sobre los cuales asentar una mejor decisión a la hora de crear productos. Dicha decisión no
debería estar únicamente influenciada por las demandas de la industria, sino por un
compromiso firme con el bienestar y la vida. Finalmente, Manzini invita a la comunidad de
diseño a que sean agentes activos en la transición hacia un modo de vida sostenible social y
ambientalmente.
Estos planteamientos se hicieron en el marco de las continuas reflexiones sobre la
responsabilidad del diseño en el deterioro de los recursos del planeta. Para Manzini, se llegó
a este estado de crisis gracias a que el modelo de consumo vende una idea errada de
bienestar. “La fuerza original de esta idea de bienestar reside en esta promesa de
democratización del acceso a los productos que reducen la fatiga, dejan más tiempo libre y
amplían las oportunidades para la elección individual - en fin , que aumentan la libertad
individual” (Manizni, 2006: 2). La libertad a la que se refiere Manzini es un concepto que
solo es alcanzable para quienes tienen la capacidad de comprar los productos que ofrecen ese
bienestar. Manzini sugirió, además, que la idea de bienestar basada en el consumo de
productos, generaba expectativas insostenibles. En este sentido, el autor planteaba que si
todos los habitantes tuvieran acceso a ese tipo de bienestar, estaríamos frente a una
catástrofe social y ecológica, pues para poder satisfacer esa necesidad sería necesario devastar
el planeta.
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Los retos que planteaba la nueva agenda del diseño se tradujeron en un llamado a ampliar la
mirada y reconocer que en los países en vía de desarrollo también se practicaba el diseño,
claro está, bajo unas condiciones sociales, económicas y políticas muy diferentes a las de los
países industrializados. En este contexto, el teórico Guy Bonsiepe jugó un papel muy
importante el antiguo profesor de la escuela de Ulm, quien después de su salida de Alemania
se vinculó con algunas universidades en Brasil y Argentina, impulsó desde una orilla distinta
una crítica muy fuerte a las posturas dominantes que han ejercido los países industrializados
(centro) sobre los países en vía de desarrollo (periferia).
Para Bonsiepe “entre países centrales por un lado y países periféricos por el otro […] no hay
un diseño industrial, hay dos diseños industriales, que poco tiene en común el uno del otro”
(1985: 16). El autor se refiere a las marcadas diferencias que existen en la forma como es
concebido el diseño en los países centrales y en los países periféricos, lo cual a su vez tiene
que ver con la baja capacidad industrial de los países en vía de desarrollo. Según Bonsiepe
(1985), en los países industrializados el diseño es un componente fundamental de la
producción y el rol del diseñador o proyectista es determinante en el éxito comercial de los
productos. Por otro lado, el autor plantea que en los países periféricos se carece de una
adecuada infraestructura para la producción, lo cual no ha permitido que el diseño – en sus
disciplinas: industrial y gráfico – desarrolle todo su potencial, obligándolo a establecerse
únicamente en etapa de comercialización.
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Bonsiepe sugiere además que la baja capacidad industrial de los países periféricos está
asociada a intereses políticos de los países centrales y esto se hace evidente en el poco apoyo
y cooperación que existe entre los países desarrollados y los emergentes. En sus palabras:
La presión tecnológica que el Norte ejerce sobre el Sur es enorme, tan enorme
que en términos de tecnología la periferia apenas existe. Pues a los países
centrales les conviene concentrar en el centro mismo la fabricación de productos
y sobre todo el control sobre la red de distribución en mercados internacionales,
dejando a los países periféricos el rol de consumidores de productos
industrializados y proveedor de materia prima y alimentos (Bonsiepe, 1985: 28).
Según Bonsiepe, los países del centro no están interesados en fortalecer el desarrollo
industrial de los países periféricos ya que los primeros ven a los segundos como mano de
obra barata y fuente de recursos naturales fácilmente explotables carentes de legislaciones
que restrinjan el abuso ambiental. Por lo tanto, los intereses que se establecen sobre el
desarrollo industrial de los países de la periferia son dominados por los países centrales.
El mismo autor plantea que la alternativa de los países periféricos para avanzar hacia el
desarrollo sustentable es desarrollar un diseño endógeno acompañado de procesos de
innovación local y desarrollos tecnológicos propios, respondiendo a las demandas sociales y
culturales de estos países. De esta manera se puede romper con el ciclo de dependencia
tecnológica “es decir, terminar con la situación de no tener ni voz ni voto en las decisiones
fundamentales que afectan la infraestructura material de una sociedad” (Bonsiepe, 1985: 23).
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Igualmente, plantea que hasta el momento lo que ha sucedido es un proceso de apropiación
de tecnologías que vienen del centro y no un proceso de innovación y desarrollo propio, lo
cual ha fortalecido el dominio de los países del centro sobre los de la periferia y la visión de
estos últimos únicamente como mercados potenciales para el Centro. Para Bonsiepe el
verdadero sentido de la palabra apropiar se da cuando una tecnología es “creada localmente,
preferiblemente con medios locales, necesidades locales, equipos locales” (Bonsiepe, 1985:
32).
Ante este panorama Bonsiepe plantea que es necesario fomentar un diseño propio de la
periferia que supla las necesidades de las comunidades. Este debería ser simple en su
fabricación y en su uso, reparable y de larga vida, que no sea agresivo visualmente, que no
exhiba la fastidiosa aureola del “buen diseño”, que sea ecológicamente compatible y que use
los recursos de manera austera (Bonsiepe, 1985). Cuando esto suceda, entonces podremos
hablar de una alternativa descolonizadora, de un diseño de la periferia.
Otro problema nuevo que entraría en la nueva agenda postmoderna del diseño sería, según
Buchanan, el enfrentamiento a un escenario ampliado de la práctica del diseño, donde el arte
liberal del pensamiento de diseño comenzaron a participar de la solución de problemas
complejos e indeterminados denominados Wicked Problems. Los problemas complejos son
una forma que adquieren los problema sociales o culturales, que los hace difíciles de resolver
debido a sus características. Casi siempre los Wicked Problems afectan a una gran cantidad de
personas y resultan ser indeterminados, faltos de información, contradictorios, cambiantes y
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de gran escala. Este tipo de problemas tienen que ver con asuntos como la pobreza, la
sustentabilidad social y ambiental, la desigualdad, la salud y, en general, con el bienestar de la
humanidad (Buchanan, 1992).
El pensamiento de diseño tiene la capacidad de “conectar e integrar los valiosos
conocimientos de las artes y la ciencia por igual, pero de una manera que resulta adecuada a
los problemas y objetivos del presente” (Buchanan, 1992: 6). Según Buchanan, la misma
capacidad que tienen los diseñadores para resolver problemas de diseño a escala de producto
es aplicable para enfrentar los problemas indeterminados a escala global. El autor sugiere
además que el diseño debe centrar su interés en lo humano, impulsando la creación de
“productos que le sirvan a la gente” (2004: 34). Para lograrlo se debe hacer uso del
pensamiento de diseño y de métodos de análisis de interacción que permitan conocer las
relaciones que se dan entre la gente, y la forma como estas relaciones pueden ser mediadas
por productos en su propio beneficio (Buchanan, 2004).
Victor y Sylvia Margolin se sumaron también a la intención de construir una agenda más
humana para el diseño planteando la necesidad de establecer las bases de un diseño
socialmente responsable. En el texto A social Model of Design: Issues of Practice and Research
Margolin y Margolin (2002) sugieren que el diseño debe proponerse un nuevo “modelo
social” y para que éste surja es necesario un acercamiento a las profesiones que trabajan en el
seno de la comunidad como son el trabajo social, la sociología, la antropología, la psicología,
la medicina, entre otras. Comentan los autores que aunque el trabajo del diseño puede
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considerarse como socialmente responsable cuando desarrolla productos eco-ambientales y
viviendas asequibles, el diseño tiene un campo más amplio de aplicación pero éste solo es
posible si el diseño es capaz de comprender las necesidades de la comunidad como lo hacen
los trabajadores sociales.
La propuesta de Margolin y Margolin no se presenta tan radical como la hecha por Manzini,
quien intenta establecer el modelo sustentable actuando en sentido opuesto al modelo de
mercado. La propuesta de Manzini resulta evidentemente influenciada por los
planteamientos de Papanek quien sugería que un diseñador socialmente responsable debía
hacerle frente al modelo de mercado con sus propias invenciones (Papanaek, 1984). Por el
contrario Margolin y Margolin sugieren que si bien “el propósito principal del diseño en el
mercado es la creación de productos para la venta […] la intención principal del diseño social
es la satisfacción de las necesidades humanas” (Margolin & Margolin, 2002: 25). Lo que
proponen es ver al diseño comercial y al diseño sustentable como dos enfoques de la
disciplina que tienen propósitos diferentes. El diseño en el mercado se encargaría de ciertas
necesidades del mercado y el diseño en el modelo social se encargaría de satisfacer
necesidades de la comunidad.
Margolin y Margolin sugieren además que para que se desarrolle el modelo social del diseño
es necesario que los diseñadores investigadores de la disciplina se hagan algunas preguntas:
¿Qué papel puede desempeñar un diseñador en el proceso de intervención social? ¿Qué se
está haciendo actualmente en este sentido y qué se podría hacer? ¿Qué tipo de productos
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requiere la población vulnerable? entre otras. Para avanzar en la dirección de un diseño
socialmente responsable, los diseñadores deberían participar en procesos interdisciplinarios
colaborando con otro tipo de profesionales del campo social, vincularse a proyectos que les
impliquen vivenciar las realidades que enfrenta las comunidades y así poder obtener
información que les permita proponer soluciones coherentes que beneficien a la comunidad
(Margolin & Margolin, 2002).
Para que los diseñadores puedan comprender mejor las demandas sociales será necesario
introducir nuevas competencias en su formación como diseñadores sociales. Se pueden
mencionar: competencias para relacionarse con la comunidad, conocer y aprender de las
necesidades sociales, manejo de métodos de investigación propios de las ciencias sociales y
conocimientos sólidos en sociología, psicología y ciencia política. Adicionalmente, los
diseñadores sociales deberán participar de prácticas o pasantías en agencias sociales o en
experiencias con la misma comunidad. Margolin y Margolin finalizan el artículo expresando
que “un modelo social de la práctica del diseño es más necesario que nunca, y tenemos la
esperanza de que los diseñadores interesados, investigadores en diseño, los profesionales
voluntarios y educadores del diseño nos ayudarán a encontrar la manera de llevarlo a cabo”
(2002: 30).
La propuesta de un modelo social para el diseño consciente de las limitaciones de los países
en desarrollo, con una mirada más local, en contacto con la comunidad y colaborando en la
solución de los problemas sociales es también planteada por Manzini y Jegou quienes en una
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postura optimista frente al futuro plantean que "no podemos actuar de forma prospectiva si
no somos capaces de imaginar un estado en el que podríamos potencialmente vivir de una
manera diferente y más atractiva que ahora” (2003: 13). Estos autores sugieren que para
poder avanzar hacia la sustentabilidad el papel del diseño se torna muy relevante. Ellos
llaman a este enfoque del diseño “Diseño para la sustentabilidad”, el cual se define como un
diseño estratégico orientado a concebir y desarrollar soluciones sostenibles. En otras
palabras, concebir nuevos conceptos de productos y de servicios que le permiten a la gente
vivir mejor consumiendo menos recursos ambientales y mejorando su calidad de vida.
En su propuesta, Manzini y Jegou no solo le asignan al diseño un papel protagónico,
también destacan el importante papel que juegan las comunidades locales en la solución de
los problemas complejos que los aquejan. Los autores reconocen que la forma en que las
comunidades resuelven sus problemas es una forma de innovación que surge de la propia
necesidad, para lo cual los autores acuden al concepto de innovación social. Para Howaldt y
Schwarz (2010), la innovación social puede ser entendida como:
Una nueva configuración de las prácticas sociales en un determinado contexto,
impulsada por ciertos actores con el objetivo de satisfacer y responder a
necesidades y problemas específicos. Una innovación es por lo tanto social, en la
medida que es difundida ampliamente por toda la comunidad, sin ánimo de lucro
y aceptada socialmente (Howaldt & Schwarz, 2010: 16).
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Para Manzini (2007), la innovación social es un proceso de cambio resultado de las iniciativas
de personas que de manera colaborativa inventan nuevas formas de vivir y producir, las
cuales resultan en la mejora de su calidad de vida y la solución de los problemas específicos
que los afectan involucrando en la solución a todos los actores (usuarios finales, técnicos de
base social, empresarios, instituciones locales y la sociedad civil organizada). Igualmente,
Manzini señala que quienes inventan las soluciones pertenecen a grupos de personas
organizadas, “comunidades creativas” y el resultado de sus esfuerzos son formas de
organización social en “redes de colaboración”. Las comunidades creativas las define el autor
como grupos de personas innovadoras, organizadas para resolver problemas o abrir nuevas
posibilidades y que toman iniciativas orientadas hacia el beneficio social y ambiental. Por su
parte, las redes colaborativas se caracterizan por ser grupos de personas que se organizan
alrededor de una visión y una dirección común para desarrollar proyectos complejos a escala
local o incluso global (Manzini, 2007).
Manzini plantea, además, que la participación de la comunidad es el factor más importante
en la transición hacia el modelo de sustentabilidad. Este autor encuentra que las
comunidades locales ya han avanzado por sí mismas en la búsqueda de mejores condiciones
de vida y están haciendo uso de todas las herramientas posibles para lograrlo desarrollando
formas de colaboración, de trabajo comunitario, empleando las tecnologías digitales de
comunicación, entre otras estrategias. Para Manzini los pequeños cambios que están
generado estas comunidades se pueden documentar alrededor del planeta y son una muestra
de que es posible soñar con modos de vida distintos. En este contexto el diseño cumple una
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función primordial para la sustentabilidad, ya que su papel es apoyar a las comunidades y
colaborar en la mejora de las innovaciones sociales que ellas mismas ha desarrollado.
El diseño para la innovación social ha ganado gran relevancia en los últimos años, durante
los cuales se han creando centros para la innovación social en varias partes del mundo, se
han generado programas de posgrado como el Master Program in Design for Social Innovation de
la escuela de artes visuales en New York y se han generado redes de colaboración entre
escuelas de diseño como DESIS Network inspirada por Ezio Manzini.
CONCLUSIÓN
El diseño al ser una disciplina proyectual capaz de unir los valores estéticos de las artes con
la racionalidad de la ciencia ha desempeñado un papel muy importante en el desarrollo social
y tecnológico de la sociedad moderna. Sin embargo, bajo la excusa de suplir las necesidades
humanas, el diseño también ha participado de la creación de gran cantidad de mercancías que
ya no cumplen una función utilitaria, sino una función en el mercado. Este tipo de diseño
apunta a la diversificación de los productos y a la disminución de costos, lo cual afecta la
calidad de las mercancías y acelera su obsolescencia. El diseño ha sido partícipe también,
junto a la publicidad y el marketing, de transmitir mensajes y estilos de vida a los que solo se
puede acceder mediante la adquisición de bienes suntuarios de consumo.
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Lo anterior hace al diseño co-responsable del establecimiento de la cultura de consumo, la
cual ha sobredimensionado las necesidades humanas creando una falsa idea de bienestar con
el propósito de generar mayores utilidades a la industria. Este proceso ha traído como
consecuencia el incremento de la brecha entre quienes tienen acceso a los bienes de
consumo y quienes no. El diseño ha sido partícipe también del deterioro ambiental causado
por la explotación de los recursos naturales en pro del incremento de la producción, así
como del impacto ambiental generado por el volumen de desechos que se producen a causa
de la obsolescencia de los bienes de consumo.
Los llamados al diseño a asumir posturas éticas y la crisis del modelo de desarrollo basado en
el consumo han hecho que el diseño comercial empiece a tomar conciencia de sus acciones,
asumiendo posturas éticas en las etapas de diseño, producción, y reutilización. Estos sucesos
también han motivado el surgimiento de una corriente más humana en el diseño la cual se
encuentra explorando alternativas para lograr una transición hacia una sociedad sustentable.
En la búsqueda de opciones para cumplir este propósito el diseño ha establecido alianzas
con profesionales que trabajan en el seno de la comunidad, como los científicos sociales. Tal
acercamiento se hace en miras de buscar la manera de conocer de primera mano las
problemáticas de las comunidades. En este contexto, la capacidad proyectual de los
diseñadores está siendo aplicada en función de la resolución de los problemas que aquejan a
las comunidades aportando ideas y soluciones que favorezcan la innovación en el ámbito
social y la búsqueda de mejores formas de vida. Aquí se hace necesario nuevamente un
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llamado a la ética de los diseñadores para que sus aportes sean coherentes, viables y
sustentables siendo cuidadosos de no generar falsas expectativas y evitando participar en
estrategias de mercado que pretendan explotar las necesidades sociales de las comunidades
menos favorecidas.
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