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Discurso, objetos y danza.
Martha Yunuén Moreno Morales.
El ser humano ha estado rodeado de objetos fabricados de todo tipo desde que utilizó sus manos para
crear. Se ha servido de ellos para cubrir infinidad de necesidades y deseos. Se ha desenvuelto además
en distintos escenarios y gran parte de ellos son también diseño suyo y objetivación de lo que ha
deseado y necesitado. Estamos inundados de objetos y espacios fabricados, y todos son producto de un
proceso que nació de una necesidad, de una capacidad o de un deseo. Partiendo de estas aseveraciones,
podemos decir que los objetos nos hablan a su manera de la historia del ser humano, y son capaces de
marcar y delimitar una práctica sociocultural y de dar pie a otras o convertirse en íconos de ellas.
Prácticamente para toda actividad humana se ha ocupado de producir objetos, pero estos sólo
tienen sentido dentro del sistema que los fabrica y los usa. Ellos son la síntesis de ideas, de teorías, de
sujetos, y de las interrelaciones entre ellos. Las ideas que producen un objeto dentro de un sistema
específico se condensan en la tecnología de ése objeto específico. En ese sentido, los objetos también
son un tipo de discurso susceptible de ser analizados, de ahí que sean capaces de hablarnos de historia,
y que podamos pensarlos como textos culturales que nos refieren al contexto cultural y tecnológico que
los concibieron.1
Ahora bien, en los procesos de constante creación e innovación han llegado a ser objetos que
subsanaron las limitaciones físicas del ser humano, pero también han surgido aquellos que han
exponenciado las capacidades de su cuerpo y le han permitido vivir su corporeidad de distintas
maneras.
En la danza, el material primario y básico es el cuerpo. El cuerpo es, si se quiere, el objeto por
el cual llega a existir la danza. Sin embargo, muchas formas de danza han surgido en el devenir
histórico y, en ese proceso, otros objetos fueron incorporándose al cuerpo del danzante y a la propia
danza, actuando como significantes para el espectador y para el intérprete.
El ballet, surgido como una danza escénica cortesana a mitades del siglo XV en Italia, e
institucionalizado como danza con una técnica y lenguaje establecidos en Francia en el siglo XVII, hizo
uso de objetos que en el cuerpo de los bailarines y en los escenarios y espacios de representación
fueron definiéndolo y diferenciándolo de otro tipo de danzas. Sin embargo, uno de los objetos que se
1 Baudrillard, Jean. El sistema de los objetos, México, Siglo XXI, (1969) 2003, p.2; Denieul, Pierre-Noël, “Prefacio” en Robert Jaulin, Juegos y juguetes, ensayos de etnotecnología, México, Siglo XXI, 1984, p.9; Cházaro, Laura. Conferencia “Cuerpos e instrumentos de médicos en circulación, 1863-1915” impartida en la Facultad de Historia de la UMSNH el 26 de noviembre del 2015.
convirtieron en ícono de esta danza –al lado del tutú de las bailarinas- apareció en su universo a
principios del siglo XIX (momento hasta el que se habían utilizado zapatos de tacón): las zapatillas de
punta.
Desde mitades del siglo XVIII y especialmente después de la Revolución Francesa, el ballet
dejó de bailarse utilizando faldas pesadas y largas, corsés, pelucas y tocados, y se abandonaron los
zapatos de tacón por unas zapatillas más blandas. Entrando el siglo XIX, el movimiento del
romanticismo había alcanzado a Francia, con la propuesta de una nueva estética, y con la “libertad
total” y el abandono de la razón por la pasión como núcleo de su ser. En el ámbito del ballet estimuló el
surgimiento y la consolidación del ballet romántico, y a la vez, vino a cambiar la concepción de los
bailarines: el bailarín masculino terminaría por pasar a segundo plano, prácticamente sirviendo de
sostén e instrumento de exhibición y enaltecimiento de la bailarina. Esta, por su parte, se fue
concibiendo como un ser casi sobrenatural y etéreo que parecía flotar y apenas rozaba el suelo con sus
pies. Las investigadoras de danza Maya Ramos Smith y Margarita Quiroz recalcan que, no obstante, la
actitud hacia la mujer continuó siendo ambivalente: fue vista como un objeto de placer para los
sentidos –exhibido en el pas de deux (baile en pareja)- y a la vez fue exaltada como símbolo de la
perfección y el ideal de la pureza y la espiritualidad.2
Uno de los avances técnicos más importantes que se dieron durante esta época, inserto en el
movimiento romanticista, fue la introducción y perfeccionamiento del trabajo de puntas, esto es, la
2 Ramos Smith, Maya. “Artes escénicas y globalización: movimientos artísticos europeos y formas dancísticas universales en el México decimonónico, 1825-1910” en Patricia Cardona (coord.), La danza en México. Visión de cinco siglos, México, INBA/CENIDI-Danza, 2002, pp. 572, 575, 580,586.
realización de movimientos estilizados hechos sobre las puntas de los pies. De acuerdo a la tradición, el
uso de puntas pudo haberse iniciado en los últimos años del siglo XVIII en el ballet “Céfiro y Flora” de
Charles-Luois Didelot, en el que para dar la apariencia de vuelo y saltos de gran alcance, se habían
ceñido hilos de alambre a los bailarines, quienes se acostumbraron a danzar sobre sus puntas. El
maestro italiano Filippo Tagglioni fue de los primeros en desarrollar zapatillas especiales para su uso
sobre el escenario, y su hija Marie fue quien les dio su forma casi definitiva al introducir las puntas
reforzadas.3
Para los años de 1820 aparecieron las primeras bailarinas que utilizaban zapatillas de puntas,
objeto que se perfeccionaría en las décadas siguientes en razón de las necesidades expresivas y físicas
de las bailarinas y coreógrafos, del avance de la tecnología en su hechura y de los materiales utilizados.
Desde entonces, los movimientos de las bailarinas se fueron haciendo más complejos, y al tiempo que
las zapatillas posibilitaron nuevos movimientos, también constriñeron sus pies y sus cuerpos a un
soporte material que impactó su fisionomía y su capacidad motriz.4 Las zapatillas de puntas vinieron
entonces a acentuar la apariencia de fragilidad, sensualidad e irrealidad de la bailarina, imagen que
sería explotada por los temas trágicos del ballet romántico durante todo el siglo XIX. Con el tiempo,
esta corriente de la danza sería conocida como ballet clásico.
3 Ramos Smith, Maya, op. cit., pp. 578; Tortajada Quiroz, Margarita. “Mujeres-diosas: las bailarinas románticas”, artículo en línea: http://www.danzaballet.com/mujeres-diosas-las-bailarinas-romanticas/4 Ramos Smith, Maya, op. cit., pp. 572.
A principios del siglo XX comenzaron a surgir nuevas propuestas de ballet de mano de
virtuosos como Vaslav Nijinski y Mijail Fokine, quienes fundaron lo que después se llamó ballet
moderno. Sin embargo, hubo personajes como Loie Fuller, Isadora Duncan, Ruth St. Denis, Mary
Wigman y Martha Graham, que en busca de un lenguaje y formas de expresión diferentes, procuraron
desligarse del ballet por completo y abandonar la concepción de la danza como entretenimiento. Las
primeras manifestaciones de la danza moderna, que se vieron acompañadas en su empresa por
innovadoras teorías del movimiento y otras danzas nuevas que estaban apareciendo por entonces
alrededor del mundo, rompieron entonces con las estructuras, pasos y posiciones de ballet y su
obsesión con el virtuosismo y la exhibición del cuerpo femenino, y entraron en contacto directo con el
suelo.5
5 Ramos Smith, Maya, op. cit., pp. 590
La danza moderna, que buscaba ser expresión de la condición humana por medio de
movimientos más “naturales” y “orgánicos”, como parte de su razón de ser, de su base e innovación,
propuso también la liberación de los pies de las zapatillas de punta y de los tutús y, al mismo tiempo,
de la idealización romántica de la bailarina como ser etéreo. Antepuso la comunicación de los pies
desnudos con el suelo, con la tierra y la convirtió en regla y parte de su definición, primero como danza
“libre” y después como danza moderna.6
Podemos entender entonces que el nacimiento de la danza moderna representó el momento en
que un objeto que se utilizaba para hacer danza y que se convirtió en ícono de ella, fue negado y
desterrado de los espacios de la nueva danza y los pies se “liberaron” de él para crear una danza
distinta, una danza más libre, una danza moderna.
Algunas décadas después comenzó a surgir la danza contemporánea. En ella, los bailarines
pueden presentarse con los pies desnudos o usando cualquier tipo de calzado, pero esta debe parte de su
discurso a la danza moderna. Empero, en su afán multidisciplinario, la danza contemporánea pretende
sacar objetos cotidianos o pertenecientes a otras disciplinas artísticas como el teatro o el circo, fuera de
su contexto de uso, fuera de su sistema de significados y adaptarlos al propio, a sus propósitos y
discursos. En sus propuestas, que parten de la danza moderna pero también se desdicen de ella e
incorporan a otras danzas y géneros artísticos, ha llegado a retomar las zapatillas de ballet aunque no
como instrumento reglamentario sino como objeto significante con un finalidad propia dentro de una
pieza coreográfica.7
6 Giménez Morte, Carmen. “Formas de representación del cuerpo en la danza” en Clúa Isabel y Pau Pitarch. Pasen y vean. Estudios corporales. Cuerpos que cuentan. Vol. 3, Barcelona, España, Universidad Autónoma de Barcelona-Editorial UOC, 2008, p. 131 (En línea en Google Books).7 Baud, Pierre-Alain. Una danza tan ansiada. La danza en México como una experiencia de comunicación y poder. Xochimilco, Universidad Autónoma Metropolitana, 1992, P. 11; Pasen y vean. Estudios culturales. pp. 133
La danza contemporánea no sólo ha hecho uso de calzado especializado para la danza, también
han llegado a hacer aparición las botas o tenis, zapatos de vestir o calzado típico de alguna región y
esto no solamente ha estado en relación con la temática de la obra y su propósito específico en ella,
sino que esto también ha resultado de la incorporación de nuevos espacios que se transforman en
escenarios mediante la acción del danzar en ellos. Este danzar en la calle, en atrios, canchas y campos,
se inició también con la corriente de danza moderna pero ha tenido un lugar privilegiado en la danza
contemporánea a partir de la década de 1980.8
En conclusión, podemos ver que un objeto y su uso pueden ser trascendentales en la definición
de una práctica social y en el discurso de dicha práctica. Puede hablarnos de la historia, de la tecnología
y de las ideas contenidas en sí mismo, sirviendo como fuente histórica. En el caso de las zapatillas de
punta, estas expandieron las posibilidades físicas de las bailarinas y se erigieron ícono del ballet,
coadyuvando en su momento a una representación específica de la mujer y de la danza. Al renegar de
este objeto, se funda una nueva forma de danzar, cambian las concepciones sobre el cuerpo y sus
8 Tortajada Quiroz, Margarita. “Cuerpos en la calle: la danza sobre el derrumbe” en Variopinto, No.38, México, Septiembre 2015, versión en línea: http://www.revistavariopinto.com/nota.php?id=743
posibilidades y se inauguran un contacto distinto con el espacio, y los nuevos lenguajes, técnicas y
expresividades de la danza moderna. Al ir más allá de la herencia de la danza moderna, la danza
contemporánea se muestra más temeraria y retoma no sólo a ese objeto descartado, sino a todos los que
le abran nuevas posibilidades discursivas y nuevos espacios.