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El faraón del desierto

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Jerusalén sitiada por losbabilonios en el 586 a. C.:el profeta Jeremías huyepor un túnel para salvar elarca de la Alianza yesconderla en una cavernadel monte Horeb. Regresahabiendo descubierto algoque parece haberloenloquecido y se pierde enla nada.

Chicago, fin del segundomilenio d. C.: el profesorWilliam Blake, egiptólogo,busca el misterioso “papiroBreasted” que, se supone,contiene una versiónegipcia del Éxodo bíblico,pero cae en unaemboscada, pierde sutrabajo y su mujer loabandona.

Todo ello tiene lugar en un

momento de máximatensión internacional: elMedio Oriente está alborde del colapso, seenfrentan los extremismosen un clima de cruzada yel mundo corre el peligrode un verdaderoArmaggedon. Será elenfrentamiento final, en elque se medirán AbúHamid, líder del terrorismo

palestino más radical, yGad Avner, el jefe deltemible Mossad israelí.

William Blake, al borde delsuicidio, es raptado pordos emisarios de unaextraña Waren Mining Co.que efectúa sondeosgeológicos en un lugarsecreto del Medio Orientepara que estudie lo queparece ser la tumba de un

alto dignatario egipcio,quizás un faraón. Sininstrumentos; sin ayuda,sólo con la afectuosacomprensión de SarahForrestal, Blake descubreque no está en Egipto sinoen el desierto de Paran.¿Qué hace la tumba de unfaraón tan lejos de Egipto?

Blake descubre lo que másde dos milenios antes

había enloquecido alprofeta Jeremías, unahipótesis que, deconfirmarse,desestabilizaría elequilibrio mundial.

¿Por qué? ¿Cuál es laidentidad del faraón deldesierto?

Valerio MassimoManfredi

El faraón deldesierto

ePub r1.0viejo_oso 28.04.14

Títulooriginal:IlfaraonedellesabbieValerioMassimoManfredi,1998Traducción:CeliaFilipettoImagendecubierta:ElfaraónPsusenas,XXIdinastía

Editordigital:viejo_osoEscaneodeltexto:maperusaePubbaser1.1

AMarcello,Marzia,Valeriay

Flavia

YheaquíqueYavehpasaba.

Hubounhuracántan

violentoquehendíalas

montañasyquebrantabalas

rocasanteYaveh;pero

noestabaYavehenelhuracán.

(Reyes1,19,11)

E

Jerusalén, decimoctavo añodel reinado deNabucodonosor, día nuevedelcuartomes.UndécimodeSedecías,reydeJudá.

l profeta volvióprimero la miradahaciaelvalleplagado

de incendiosydespuéshaciael cielo vacío y suspiró. Las

trincheras rodeaban lasladerasdeSión, losarietesylas máquinas del asedioamenazaban sus bastiones.En las casas desoladas, losniñosllorabanpidiendopanyno había nadie que se lopartiera; extenuados por elayuno, los ancianos searrastraban por las calles ycaían sin sentido en lasplazasdelaciudad.

—Se acabó —le dijo alcompañero que lo seguía decerca—. Se acabó, Banic. Siel rey no me escucha, nohabrá salvación para su casani para la casa del Señor.Hablaré con él por últimavez, mas abrigo pocasesperanzas.

Siguió andando por lascallessolitariasy,alcabodeun trecho, se detuvo para

dejar pasar a un grupo depersonas que, rápidamente ysin derramar una solalágrima, transportaban unféretro. En la oscuridad sólose distinguía el cadáver porelcolorclarodelsudarioquelo envolvía. Se quedó unosinstantesviéndolosbajarcasial trote la calle rumbo alcementerio que el rey habíamandado construir al abrigo

de lasmurallas y que, desdehacía tiempo, se habíaquedado pequeño paraalbergarloscadáveresquelaguerra, el hambre y lacarestía vertían, todos losdías,engrannúmero.

—¿Por qué el SeñorsostieneaNabucodonosordeBabilonia y le permiteimponerunyugodehierro atodas las naciones? —

inquirió Baruc mientras elprofeta reemprendía lamarcha—. ¿Por qué se haaliadoconélqueyaeselmásfuerte?

A poca distancia dedonde estaban, junto a laTorre de David comenzó aperfilarse el palacio. Elprofeta se adentró en laexplanaday,mientraslalunaasomaba entre las nubes

haciendo emerger de laoscuridad la mole silenciosadel Templo de Salomón,volvió la vista atrás. Locontemplóconojosbrillantesmientras la luz lunar seposaba en las grandescolumnas arrancándolesdestellos y resplandeciendosobreelmardebroncey lospináculos dorados. Pensó enlosritossolemnescelebrados

durantesiglosenaquelpatio,en las multitudes que loabarrotabanendíasdefiesta,enelhumoquesedesprendíadelasvíctimasofrendadasalSeñor en los altares. Pensóque el fin estaba cerca, quetodomoriríaenelsilenciodelosañosylossiglosyaduraspenas pudo contener laslágrimas.Baruclosacódesuensimismamiento tocándole

elbrazo:—Vamos,rabí,estarde.Apesardeloavanzadode

lahora,elreyseguíareunidoenconsejoconlosjefesdesuejército y sus ministros. Elprofetaseacercóaélytodosse volvieron al oír elgolpeteo de su bastón contralaspiedrasdelsuelo.

—Has solicitado verme—dijo el rey—. ¿Qué tienes

quedecirme?—Ríndete —contestó el

profeta plantándose ante él—. Vístete con un sayo,frótate el cabello con cenizay sal descalzo de la ciudad,póstrateasuspiesyruegasuperdón. El Señor me hadicho:“Siervomío,hepuestoenmanosdeNabucodonosor,rey de Babilonia, al país,incluso el ganado de los

campos leheentregado”.Nohay escapatoria, oh mi rey.Entrégate e implora suclemencia. Tal vez élperdone a tu familia y a lacasadelSeñor.

Elreyinclinólacabezayguardó silencio. Estabapálido y delgado y teníaprofundasojerasoscuras.

“Losreyessonelcorazónde las naciones”, pensaba

para sus adentros el profetamientraslomirabadehitoenhito a la espera de surespuesta, “por naturalezasaben que tienen muchascorazas que los protegen:fronteras y guarniciones,fortalezas y baluartes. Poreso, cuando un rey se sienteasediado por el enemigo, supreocupación y su terrorcrecen desmesuradamente,

milvecesmásqueenelcasodel más pobre y humilde desus súbditos que se sabedesdesiempredesnudo”.

—No me rendiré —repuso el rey levantando lacabeza—. No sé si Dios,nuestro Señor, ha habladocontigo, si de verdad te hadicho que ha puesto a supuebloenmanosdeuntiranoextranjero,deunadoradorde

ídolos.Meinclinomásbienapensar que algún siervo delrey de Babilonia o el reymismo han sido quienes hanhablado contigo paracorrompertucorazón.Estásafavor del enemigo invasorcontra tu rey, ungido por elSeñor.

—Mientes —dijo elprofeta, indignado—.Nabucodonosordepositóenti

su confianza haciéndotepastor de su pueblo en latierra de Israel y tú lo hastraicionado. Conspiraste aescondidas con los egipcios,quehacetiempoesclavizaronaIsrael.

El rey no reaccionó anteaquellaspalabras.Seacercóalaventanayaguzóeloídoalsentir un murmulloamortiguado de truenos. El

cielo se cernía sobre lasmurallas de Sión y el granTemplo sólo era una sombraenlaoscuridad.Conlamanose enjugó el sudor de lafrentemientras el trueno ibaapagándose a lo lejos, haciael desierto de Judá. Elsilencio era total porque enJerusalén no quedaban niperros ni pájaros ni ningúnotro animal vivo. El hambre

había acabado con todos. Alas mujeres les estabaprohibido llorar para que eleco de sus lamentaciones noresonara continuamente portodalaciudad.

—El Señor nos ha dadounatierraenperpetuadisputa—dijo de pronto—,encerrada entre poderososvecinos. Una tierra que nosesarrebatadasincesaryque

nosotros intentamosrecuperar desesperadamentemanchándonos siempre lasmanosdesangre.

El rostro del rey estabapálidocomoeldeuncadáverpero el fulgor de los sueñosiluminóbrevementesusojos:

—Si nos hubiese dadootro lugar remoto y seguro,rico en frutos y ganado,encerrado entre altas

montañas, desconocido porlas naciones de la tierra,¿acasohabríaconspiradoconel faraón? ¿Habría acasosolicitado su ayuda paraliberar amipueblodelyugode Babilonia? Contesta —leordenó—. Y hazlo ahoramismo pues ya no quedatiempo.

El profeta lo miró ycomprendió que estaba

perdido.—Notengonadamásque

decirte —respondió—. Elverdadero profeta es aquelque aconseja la paz. Pero túte atreves a pedirle al Señorque te dé explicaciones desus obras, te atreves adesafiar al Señor, tu Dios.Adiós, Sedecías. Como nohas querido escucharme, tucamino te conducirá a las

tinieblas.Se volvió hacia su

compañeroyledijo:—Vamos, Baruc, no hay

aquí oídos para atender mispalabras.

Salieron.El rey sequedóescuchando el golpetear delbastóndelprofeta,quesefuealejando entre la columnatadelatriohastafundirseconelsilencio. Miró a sus

consejeros y los vioaterrorizados, las carasgrisáceasporelcansancio,lalargavigiliayelmiedo.

—Hallegadoelmomento—dijo—, no podemosesperar más. Poned enmarcha el plan que hemospreparadoyreunidalejércitocon la máxima discreción.Distribuid a escondidas lasúltimasracionesdealimento,

los hombres van a necesitartodaslasenergíasposibles.

Se acercó entonces unoficialdelaguardia.

—Señor, la brecha estácasi abierta.Una seccióndelejército bajo el mando deEtán parte ahora mismodesde la puerta oriental parasalir a distraer al enemigo.Hallegadolahora.

Sedecías asintió. Se

despojó de la capa real, secolocó la armadura y secolgólaespadaalhombro.

—Vamos—dijo.Tras él iban Camutal, la

reinamadre,susesposas, loseunucos,sushijosEliel,AkísyAmasay, y los jefes de suejército.

Bajaron la escalinatahasta los aposentos de lasmujeresydesdeallí salieron

al jardín de palacio. Lacuadrilla de picapedrerosestabaapuntodeterminardeabrirunpasoenlasmurallas,del lado de la piscina deSiloé, y dos exploradoreshabían bajado en silenciopara comprobar que laaberturaestuviesedespejada.

El rey esperó a quequitasenlasúltimaspiedrasysalióacampoabierto.Desde

el valle soplaba el vientoseco y caliente que habíacruzadoeldesierto;seapoyóenlaspiedrasdelasmurallastratando de dominar lainquietud que lo ahogaba.Entretanto, sus oficialeshicieron salir a toda prisa alos hombres con la orden deparapetarse detrás de lasrocas.

De lejos les llegó el

sonido de las trompetas y elclamor de la batalla: Etánestabaatacando las líneasdeasediodelosbabiloniosyenel valle sonaban las trompasllamando a retreta a lossoldados de Nabucodonosor.El rey Sedecías se animó unpoco, el sacrificio de sushombres no sería en vano ytalvezconseguiríacruzarsinsufrir daños las líneas

enemigasy llegaraldesiertodonde estaría a salvo.Pasaron algunos minutos y,de pronto, en el fondo delvalleseencendióunaluzqueosciló tresveces aderecha eizquierda.

—¡Por fin la señal! —exclamó el comandante delejército—. El camino estálibre, podemos emprender lamarcha.

Pasó el santo y seña alrestodelosoficialesparaquelo transmitieran a lossoldados y dio orden departir.

El rey marchaba en elcentrodelafilayconélibansus hijos Eliel, el mayor, dedoce años, yAkís, denueve.Amasay, elmás pequeño, deapenas cinco años, iba enbrazos del ayudante de

campodelreyparaevitarquesullantolosdelataseencasode que en la zona hubieseespíasenemigos.

Llegaron al fondo delvalle y el comandante aguzóeloídohaciaoriente.

—Etán siguedistrayéndolos —dijo—,quizánospermitaponernosasalvo. Que el Señor le défuerzasydé fuerzas también

aloshéroesquesebatenasulado. Vamos, avancemos lomásdeprisaposible.

Fueron hacia el sur, endirección a Hebrón, con laintención de llegar aBeershebaydesdeallíbuscarrefugioenEgipto.SeguíanalreySedecíasalrededordemilquinientos hombres, todoslos que estaban encondiciones de empuñar las

armas.PeroloshombresdeEtán,

extenuados por lasprivaciones, no resistieronmucho tiempo elcontraataque de losbabilonios, numerosos, bienalimentados y pertrechados;no tardaron en sufrir unaaplastante derrota que acabócon el grueso de sus tropas.Los supervivientes fueron

apresados y torturados hastamorir. Hubo quien al nosoportar los atrocessufrimientos reveló losplanes del rey;Nabucodonosor fueinmediatamente puesto alcorriente.

Dormíaensupabellónenunlechopúrpura,rodeadodesus concubinas, cuando lodespertó el oficial enviado

por su comandanteNabuzardán.

El rey se levantó de lacama, ordenó a los eunucosque lo vistiesen y a suayudante de campo que lellevase laarmaduraehicieraprepararelcarrodeguerra.

—Prepara mi carro yreúne a mis guardias. Noesperaré el regreso deNabuzardán.Yomismo iréa

suencuentro.El oficial hizo una

reverencia y salió paramandarquesehicieracuantoelreyhabíasolicitado.

Poco después, el rey enpersona salía de su pabellóny subía al carro. El aurigaagitóellátigoyelescuadrónentero lo siguió en columnalevantando una tupidapolvareda.

Haciaeleste,lasnubessehabían dispersado y el cielocomenzaba a iluminarse conlas primeras luces del alba.El canto de las alondras seelevaba hacia el sol queasomaba despacio por elhorizonte. Los prisionerosjudíosfueronempalados.Porel gran valor exhibido, Etán,su comandante, fuecrucificado.

El rey Sedecías llegó a lallanura de Hebrón cuando elsol resplandecía alto en elcielo,y se sentóa la sombrade una palmera para beberaguaycomerpanyaceitunassaladas en compañía de sushombres y reponer asífuerzas. Entretanto, susoficiales registraban lascuadrasdelaciudadenbusca

de caballos y camellos queles permitiesen avanzar másdeprisa.

Cuandoterminódecomery beber, el rey se dirigió alcomandante del ejército y ledijo:

—¿Cuánto tiempo creesque hará falta para que missirvientes reúnan el númerosuficientedecaballos,mulasy camellos que nos permita

avanzar más veloces conrumbo a Beersheba? Mishijos están agotados y nopuedenseguircaminando.

El comandante iba aresponder pero se contuvo yaguzó el oído para escucharun ruido lejano, como detruenos.

—¿Lo has oído tútambién,miseñor?

—Eslatormentaqueesta

noche se acercaba aJerusalén.

—No, mi señor, esasnubes están ahora sobre elmar.No es ésta la voz de latormenta… —mientras asídecíasurostrosetransformóen una máscara de terrorporque en lo alto de lamesetaqueseerguíasobrelaciudad había visto una nubede polvo y dentro de ella,

desplegados y ocupandoamplioespacio,loscarrosdeguerrababilonios.

—Mi señor —le dijo—,estamos perdidos. No nosqueda más que morir comohombres, empuñando laespada.

—Yonoquieromorir—dijo Sedecías—, debo salvarel trono de Israel y a mishijos.Despliegaal ejércitoy

haz que me traigan ahoramismo algunos caballos. ElSeñor luchará a vuestro ladoy esta noche, ya vencedores,os reuniréis conmigo en eloasis deBeersheba.He dadoórdenes de que la reinamadre y mis esposas osesperen en Hebrón. Viajaráncon vosotros máscómodamente cuando osreunáis conmigo en

Beersheba.El comandante obedeció,

desplegó al ejército, pero alos hombres les temblaronlasrodillasalverbajarhaciaellos raudamente centenaresde carros con las guadañasbrillantes que sobresalían delos ejes y segaban cuantoencontraban a su paso. Latierra temblaba comosacudida por el terremoto y

el aire se llenó de un ruidoatronador en el quedestacaban los relinchos demillares de caballos y elfragor de las ruedas debronce.

Algunos volvieron lavistaatrás;alcomprobarqueelreyintentabahuiracaballoen compañía de sus hijosgritaron:

—¡El rey huye! ¡Nos

abandona!Inmediatamente el

ejército se desbandó y loshombres huyeron en todasdirecciones. Los guerrerosbabilonios los persiguieronen sus carros como siestuviesen cazando animalessalvajes en el desierto. Lostraspasaban con sus lanzas olos atravesaban con susflechas como solían hacer

con las gacelas y losantílopes.

El comandanteNabuzardán vio a Sedecíashuir a caballo con sus hijos,apretando contra supecho almáspequeño,montadoensusilla,delantedeél.Hizounaseñal con su estandarte y ungrupo de carros dejó deperseguirporla llanuraa losfugitivos y se abrió en

semicírculo.Sedecías no tardó en

verse rodeado y tuvo quedetenerse. Los guerrerosbabilonios lo llevaron apresencia de Nabuzardán,quien ordenó que loencadenasen a él y a sushijos.Nolesdierondecomerni de beber; tampoco lespermitierondescansar.Elreyfue arrastrado por la llanura

sembradadecadáveresdesussoldados y se vio obligado amarchar junto a los demásprisioneros y soportar susmiradas de desprecio porqueloshabíaabandonado.

La columna de carrosvolvió a poner rumbo alnorte, haciaRibla, donde losesperaba Nabucodonosor.Sedecías y sus hijos fueronllevadosasupresencia.Eliel,

el mayor, intentaba consolaral pequeño Amasay, quelloraba desesperadamentecon la cara cubierta democos,polvoylágrimas.

Sedecías sepostróconelrostrovueltohaciaelsuelo.

—Te suplico, gran rey.Mi inexperiencia y midebilidadmehanhechocedera las lisonjasy lasamenazasdel rey de Egipto y he

traicionadotuconfianza.Hazconmigo lo que te plazca,peroperdonaamishijos.Nosonmásqueniñosinocentes.Llévatelos a Babilonia,permitequecrezcanalavistade tu esplendory te serviránfielmente.

—¡Levántate, padre! —gritó el príncipe Eliel—.¡Levántate, oh rey de Israel,no ensucies tu frente en el

polvo! No tememos las irasdeltirano,notehumillespornosotros.

El rey de Babiloniaestabasentadoenuntronodemaderadecedro,alasombrade un sicómoro; sus piesdescansabansobreunescabeldeplata.Labarbaensortijadale cubría el pecho y en lacabeza lucía la tiaratachonada de piedras

preciosas.Hacía calor, pero el rey

nosudaba;devezencuandole llegaba una ráfaga deviento, pero su barba, suscabellos y su trajepermanecíaninmóvilescomolosdeuna estatua.El reydeJerusalényacíaasuspiesconla frenteenelpolvo,peroéltenía la vista clavada en elhorizonte, como si estuviese

allí solo, sentado en mediodeldesierto.

No dijo palabra, no hizogesto alguno; no obstante,sus sirvientes reaccionaroncomo si hubiese hablado,como si les hubieseimpartidoórdenesprecisas.

Dos de ellos aferraron aSedecías por los brazos y lolevantaron, un tercero locogió desde atrás por los

cabellosparaquenopudieseocultar la cara.Otro arrastróalpríncipeElieldelantedesupadre,loobligóaarrodillarsesujetándolo por los brazos ydándole una patada en laespalda.Eljovenpríncipenose quejó ni suplicó; apretólos labios al ver que elverdugo se acercabablandiendo el sable, pero nocerró los ojos. Esos ojos

siguieron abiertos cuando lacabeza,cercenadadeltronco,rodóalospiesdesupadre.

Destrozadopor elhorror,Sedecías fue presa deescalofríosyconvulsiones;lafrente se le cubrió de unsudor sanguinolento que leinundó los ojos y el cuello.Delomásprofundodesusersalió un gruñido informe ytremendo, un sollozo

entrecortado y enloquecido.Sus ojos se movíandesbocados dentro de lasórbitas, como deseandoapartarse de la visión deaquel tronco inerte del cualbrotaban torrentes de sangrequeimpregnabanelpolvo.Elgrito desesperado delpequeño Amasay atormentósu almay sus carnes cuandolos sirvientes de

Nabucodonosor sedispusieron a dar cuenta delsegundo de sus hijos, elpríncipeAkís.

No eramás que un niño,pero la vista de aquellaabominación había templadosuvalorcomoelacero,o talvez el Señor,Dios de Israel,había posado en esemomento su mano sobreaquella cabeza inocente. El

sable del verdugo se abatiótambién sobre su cabeza, sucuerposeaflojódegolpeysusangre, copiosa, fue amezclarse con la de suhermano.

Amasay era demasiadopequeñopara serdecapitado,razónpor lacualelsirvientedel rey le abrió la gargantacomo a un cabrito inmoladoen el altar el día depesach.

El cuchillo acalló su llantoinfantil transformándolo engorgoteo, los pequeñosmiembros inertespalidecieron en el polvo, suslabios se tomaron lívidos ysus ojos, anegados enlágrimas, se volvieronvidriosos y se apagaron alescaparporelloslavida.

Ya sin voz ni fuerzas,Sedecías pareció venirse

abajo pero de repente, en uninesperado arranque deenergía, se soltó de suscaptores,desenfundóelpuñalque uno de ellos llevabacolgado del cinturón y seabalanzó sobreNabucodonosor. El soberanoni se inmutó, siguió inmóvilensutronodecedro,conlasmanos apoyadas en losbrazos mientras sus

sirvientes aferraban aSedecíasyloatabanaltroncode una palmera. El verdugose acercó a él, lo agarró delos cabellos y le inmovilizóla cabeza con una mano,mientras con la otra blandíaelpuñalafiladoconelquelevaciólascuencasdelosojos.

Sedecías sintió sucuerpoarder en un relámpago rojodespuésdelcualsehundióen

laoscuridadinfinita;antesdeperder el conocimiento porsu mente desfilaron laspalabras del profeta. Supoentoncesqueapartirdeaqueldía caminaría por lugaresinfinitamente más horrendosque la muerte y que nuncajamás, mientras viviera,volveríaasentirlaslágrimasbañarsusmejillas.

Cumplidasuvoluntad,elreyNabucodonosor mandó queataran a Sedecías concadenas de bronce yemprendió viaje haciaBabilonia.

A la noche siguiente elprofetallegóaRibladespuésdecruzarlaslíneasenemigaspor un lugar que sólo élconocía.Porelcaminohabíavistoloscuerposdestrozados

de los soldados de Israel,atravesados por palosafilados;habíavisto tambiénelcuerpodeEtáncolgadodela cruz, cubierto por unabandada de cuervos yrodeado de perros famélicosque le habían roído loshuesoshastalasrodillas.

LlegóaRiblaconelalmallena de horror, pero cuandovioloscuerposdestrozadose

insepultos de los jóvenespríncipes y supo que habíanobligadoal reya asistir a susuplicio antes de arrancarlelosojossedejócaeralsueloy se abandonó a ladesesperación. En aquelmomento atroz pensó en laspenas que su pueblo debíasoportarporqueDioslohabíaelegido, pensó en la cargaintolerable que el Señor

había puesto sobre loshombros de Israel mientrasotrasnaciones,quevivíanenla idolatría, gozaban deriquezas infinitas, decomodidades y poder y seerigíanenelinstrumentoqueDios elegía para flagelar alos desventuradosdescendientesdeAbrahán.

En aquel momento deprofundo desconsuelo cayó

en la tentación, pensó quepara su pueblo habría sidopreferible perder el recuerdode suexistencia, confundirseentre las gentes de la Tierracomounagotadeaguaenelmar, desaparecer porcompleto antes que soportar,generación tras generación,el dolor quemante del látigodeDios.

Reemprendió la marcha

sin probar bocado ni bebernada, con los ojos llenos delágrimas, el almaatormentada y calcinadacomolaspiedrasdeldesierto.

Días después, Nabuzardánentró en Jerusalén con sustropasyocupóelpalaciorealcon sus oficiales, susconcubinas y los eunucos.

Tomóparasíaalgunasdelasconcubinas de Sedecías quehalló en Hebrón, o quehabíanquedadoenelpalacio,y otras las repartió entre susoficiales. Las demás fueronenviadas a Babilonia paraque sirvieran comoprostitutas en el templo deAstarté. En cambio, aCamutal, la reina madre, latrataron con los honores que

correspondíaasurangoyfuehospedadaenunacasa,cercadelaPuertadeDamasco.

Pasó más de un mes sinnovedades; únicamente lossirvientes de Nabuzardánrecorrían las calles de laciudaddondehacíanrecuentode los supervivientes ytomabannota,sobre todo,delosherrerosyherradores.Lapoblación reanudó suespera,

pues se permitió a loscampesinos llevar comida ala ciudad para que sushabitantes pudierancomprarlaaelevadosprecios.Sin embargo no se dejabasalir a nadie, las puertasestabanvigiladasdíaynochepor guardias; los pocos queintentaban huir sirviéndosede cuerdas para bajar lasmurallas eran capturados y

crucificados en el mismolugar donde habían sidoapresados,paraquesusuertesirvieradeejemplo.

Los ancianos estabandesolados, seguros de quetodavía les aguardaba lopeor, de que el castigoinevitable era aún másespantoso por el hecho deseguir envuelto en elmisterio.

Cierta noche, uno de lossirvientes del TemplodespertóaBaruc.

—Levántate, el profetadice que quiere reunirsecontigo en la casa delvendedordelegumbres.

Barucsabíaelsignificadodelmensajerecibidoenotrasocasiones cuando habíatenido que ir a ver a sumaestro en un lugar aislado,

al abrigo de miradasindiscretas.

Se vistió, se ciñó elcinturónyatravesólaciudaddesierta y oscura. Seguíacaminosquesóloélconocía,pasando a menudo por lascasas de personas deconfianzaocruzandopor lostejados o los pasadizossubterráneos para no toparsecon las rondas de soldados

babiloniosquepatrullaban laciudad.

Llegó al lugar de la cita,una casamedioderruidaqueentiemposdelreyYoyaquimhabía pertenecido a unvendedordelegumbresyqueluego, ante la falta deherederos había caído en elabandono.Elprofetasaliódelaoscuridad.

—QueelSeñorteproteja,

Baruc —le dijo—, sígueme,nosesperaunlargoviaje.

—Pero rabí—dijoBaruc—,dejaquevuelvaamicasaa coger un talego y algunasprovisiones. No sabía quedebíapartir.

—Ya no hay tiempo,Baruc—leadvirtióelprofeta—, debemos partir ahoraporque la ira del rey deBabilonia está por abatirse

sobre laciudadyelTemplo.Dateprisa,acompáñame.

Cruzóatodaprisalacalley se dirigió al callejón quellevabaalabasedelTemplo.El inmenso edificio se alzóante ellos en cuantodesembocaron en la plazaque flanqueaba el bastiónoccidental.

El profeta volvió la vistaatrás para cerciorarse deque

Baruc lo seguía y deinmediato enfiló otrocallejón que parecía alejarsede la plaza. Se detuvo anteunapuertayllamó.Seoyóelruido de pasos e instantesdespuésunhombrelesabrió.El profeta lo saludó y lobendijo; el hombre cogió uncandil y echó a andar,guiándolos por un corredorqueseinternabaenlacasa.

Al fondo del corredor,esculpida en la roca,encontraron una escalera;algunos de sus peldaños sehundían bajo tierra. Cuandollegaron al final de ella, elhombre que los guiaba sedetuvo.Rascó el terreno conuna pala y descubrió unanillo de hierro y unatrampilla.Metióelmangodela pala en el anillo e hizo

palanca. La trampilla selevantó dejando aldescubiertootraescaleramásestrecha y oscura que laprimera;laráfagadeairequesalió por la abertura agitó lallamadelcandil.

—Adiós, rabí —sedespidióelhombre—,queelSeñor teayude.Elprofeta lequitó el candil de lamano ycomenzó a bajar al

subterráneo,peromientraslohacía se oyó a lo lejos ungrito, seguido de otros, y elsubterráneo se llenó de uncoro de lamentos, apagadospor los anchos muros de laantigua casa. Baruc dio unbrinco e hizo ademán devolversobresuspasos.

—No te vuelvas —leaconsejó el profeta—. ElSeñor, nuestro Dios, ha

apartado la vista de supueblo, ha apartado la vistadeSiónparaentregarlaasusenemigos.

Le temblaba la voz y laluz de la lámparatransformaba sus faccionesen una máscara desufrimiento.

—Sígueme, ya no quedatiempo.

Baruc obedeció y la

trampillasecerrótrasellos.—¿Cómo hará ese

hombre para volver? —preguntó—. Nos hemosquedadoconsucandil.

—Encontrará el camino—respondió el profeta—. Esciego.

En ciertos tramos, elcorredor se estrechaba tantoquelosobligabaaavanzardelado; en otros, el techo

bajaba de tal modo quedebían caminar encorvados.Barucseahogaba,comosilohubiesen enterrado vivo y elcorazón le latíatumultuosamenteenelpechopor la opresión intolerable,pero seguía el ritmouniforme del profeta, quienal parecer conocíamuy bienel camino secreto queconducía a lasvíscerasde la

tierra.—Nosencontramosenel

interior de la vieja cisterna,debajo del pórtico del patiointerior —dijo—. Sigamos,yacasihemosllegado.

Llegóhastaelfondodelagran cámara hipogea y abrióunapequeñapuertadehierroque daba a otro corredorestrecho y bajo como elprimero. Baruc intentaba

comprender dónde iban; notardóendarse cuentadequesumaestrologuiabahaciaunlugar sagrado e inaccesible,hacia el corazón mismo delTemplo, la morada del Diosde los Ejércitos. Subieronotra escalera de piedra ycuando llegaron a lo alto elprofeta descorrió una losa,también de piedra, y sevolvióhaciaél:

—Ahorasíguemeyhazloqueyotediga.

Baruc miró a sualrededor; su corazón sellenó de estupor yadmiración: ¡estaba en elinteriordelSantuario, traselvelo de finísimo lino quecubría la gloria del Señor!Ante él vio el Arca de laAlianza y, sobre ella, dosquerubines de oro

arrodillados,entrecuyasalasseapoyabael trono invisibledelAltísimo.

Los gritos desesperadosdelaciudadlesllegabanmásnítidos y cercanos,aumentados por el eco querebotaba entre los pórticosdesiertosdeinfinitospatios.

—Coge todas las vasijassagradas —le ordenó elprofeta—, para que no sean

profanadas y mételas en lacesta que encontrarás enaquel armario. Yo haré otrotanto.

Recogieron las vasijas y,despuésdecruzarelpequeñoespacio del Santuario,llegaronaotraestanciadelaviviendadelSumoSacerdote.

—Volvamos por dondehemos venido —dijo elprofeta—.Debemos coger el

Arca.—¿El Arca? —repitió

Baruc—. Jamásconseguiremosllevárnosla.

—Nadaesimposibleparael Señor—arguyó el profeta—.Ven,ayúdame.Anuestroregreso encontraremos dosanimalesdecarga.

Volvieron al Santuario,introdujeron las varas demadera de acacia en las

anillas del Arca y lalevantaron sin esfuerzo. Losgritos llenaban los patiosexteriores del Templo; erangritosextranjerosdehombresborrachos de vino yviolencia. El profetacaminaba con dificultad, suspiernasyanoconservabanelvigor de otros tiempos y lareliquia sagrada del Éxodo,labradaenoroymadera,era

unapesadacarga.Baruc no se sorprendió

cuando al regresar a lacámara donde habíancolocadolasvasijassagradasvio dos asnos con lasalbardas puestas, atados auna anilla colgada de lapared.

El profeta los azuzó conelbastónylasbestiastiraronconfuerzahastaquelaanilla

estuvoapuntodedespegarsede la pared. Se oyó unchasquido y una parte delmuro giró sobre sí mismadejando al descubierto otropasaje oscuro que se hundíaenlatierra.Elprofetadesatóentonces a los dos animales,lossituóunodelantedelotroysujetó lasdosalbardasconlas varas de las cualescolgaba el Arca; la afirmó

sobreestasúltimasypusolasvasijas sagradas en lasalforjas que colgaban de lasalbardas.

—Sígueme—leordenóaBaruc—, comprueba que nose nos pierda nada y cierratras de nosotros los pasajesque yo abra. Caminaremosmucho rato en la oscuridad,pero al salir a la superficieestaremos en lugar seguro.

Estos animales no nosdelatarán, estánacostumbrados a andar bajotierra.

Se internaron por elpasaje y empezaron adescender por una rampa,excavadaenlarocaysumidaenlamásabsolutaoscuridad.Avanzaron muy despacio;Baruc oía el bastón de sucompañero cuando tanteaba

el terreno antes de poner elpie.

Enelinteriordelhipogeoel aire no se movía y en élflotaba el olor penetrante delos excrementos de losmurciélagos.

Pasó mucho tiempo y larampa se hizo casi porcompleto horizontal: elpasajedebíadehaberllegadoya al nivel del valle situado

alpiedelaciudad.Caminaron en silencio

casi toda lanochehastaque,al rayar el alba, seencontraron de frente laspiedras de unmuro en seco,entre cuyas rendijas sefiltraban las primeras lucesdel nuevo día. Baruc lasapartóunaporunademaneraque el pequeño séquitopudiera cruzar el umbral y

entrarenunapequeñacueva.—¿Dónde estamos, rabí?

—preguntó.—A buen recaudo —

repuso el profeta—. Hemosdejado atrás las líneas deasedio de los babilonios. Apoca distancia de este lugarestá el camino que va aHebrón y Beersheba.Espérame, no te muevas deaquí; mientras tanto,

devuelve las piedras a susitio, así no notarán quehemos pasado. Regresaréenseguida.

SalióalairelibreyBaruchizo cuanto le habíaordenado. Al terminar sutarea se asomó a la entradadelacuevay,oculto tras losarbustos de retama ytamarisco, vio a sucompañeroquelehacíaseñas

dequebajara.Alcostadodelsendero esperaba un carrocargado de paja. Baruc bajó,escondió entre la paja losornamentos del Templo y elArcayluegounciólosasnos.Montaronlosdosenelcarro,como dos campesinos quevan al trabajo, yemprendieronotravezviaje.

Recorrieron senderosapartados y caminos de

herradura impracticables,evitando los más batidos ylos pueblos, hasta queentraroneneldesierto.

El profeta parecía seguiruna dirección conocida, unitinerario preciso. Algunasveces se detenía paraobservar el paisaje; otras sebajabadelcarroytrepabaporla ladera de la colina máscercana o hasta la cima de

una montaña y oteaba elterritorio desde un puntodominante; luego bajaba ycontinuaban viaje. Baruc loobservabamientrascaminabaa paso veloz por las crestasescarpadas, mientrasavanzaba en las pedreras denegrosílexcalcinadasbajoelsol, mientras caminaba sintemor por los dominios deescorpionesyserpientes.

Tras seis días y seisnoches sin hablar, pues elcorazón se les encogía detristezaalpensarenlasuertede Jerusalén y su pueblo,llegaronalvalledeunanchotorrente seco. A derecha eizquierda se extendían doscadenas montañosascompletamente yermas; enlas laderas de colinas ymontañasseveíanprofundos

surcos blancuzcos en cuyofondo crecían aquí y alláverdes arbustos de endrinosdeldesierto.

De repente, a suizquierda, Baruc descubrióuna montaña en forma deextrañapirámidetanperfectaque parecía esculpida por lamanodelhombre.

—Adonde vamos noencontraremos ni agua ni

comida, rabí —le dijo—.¿Está aún lejano nuestrodestino?

—No,casihemosllegado—respondió el profetatirandodelasriendas.

—¿Hemos llegado…adónde?—preguntóBaruc.

—AlaMontañaSagrada.AlSinaí.

Baruc abrió los ojosdesmesuradamente.

—¿ElSinaíestáaquí?—Sí,perotúnoloverás.

Ayúdame a cargar elArca ylasvasijassagradasenunodelos asnos para que puedaconducirlo por el cabestro.Tú quédate aquí con el otroasno.Espérameundíayunanoche. Si al cabo de esetiempo no he vuelto,márchate por donde hemosvenido.

—Pero rabí, si novolvieras, jamás podríamosencontrarelArcayelpueblola habrá perdido parasiempre…

El profeta inclinó lacabeza. Reinaba el silenciomás profundo, la vista seperdíaenlainmensidaddelapedrerasindescubrirunsoloser vivo en movimiento;únicamente un águila,

llevada por el viento,planeaba en el cielodescribiendo amplioscírculos.

—¿Y si fuera así? ElSeñor la arrancaría de lasentrañas de la tierra cuandollegara el momento de guiaral pueblo hacia su destinofinal.Peroahoramideberesllevarla hasta sus orígenes.No te atrevas a seguirme,

Baruc.DesdelostiemposdelÉxodo, sólo a un hombre decada generación le ha sidorevelado el paradero de laMontaña Sagrada y sólo unhombre cada cuatrogeneraciones pudo regresar.Antes que yo fueElías, perodesde los tiemposdelÉxodosóloyoaccederéallugarmássecreto de toda la Tierra yallíocultaréelArca.

»SiDiosquiere,meverásregresar al cabo de un día yuna noche; si no me vesregresar, significará que mivida ha sido el precio queDios, nuestro Señor, exigióparasalvaguardarelsecreto.

Por ningún motivo temuevas de aquí, Baruc, ybajo ningún conceptointentes seguirme porque teestá prohibido pisar esta

tierra. Y ahora échame unamano.

Baruc lo ayudó atrasladarlacargaalasnoqueparecía más fuerte y locubrió todo con su manto.Luegolepreguntó:

—¿Cómo harás tú solo,rabí? Eres débil y de edadavanzada…

—El Señor me daráfuerzas.Adiós,amigomío.

Se internó por la pedreradesolada entre las dos filasdemontañas.Barucsequedóquieto bajo el sol quemante,y al verlo alejarsecomprendió por qué habíaquerido ir con un solo asno,sinelcarro.Caminabaporlapedrera de forma tal que nodejaba rastro alguno. Baructuvo miedo, pensó que elsímbolo mismo de la

existencia de Israel ibarumbo a lo desconocido, talvez para desaparecereternamente en la nada.Apesadumbrado, siguió conla vista clavada en sumaestrohastaqueéstenofuemás que un punto en ladistanciaydesapareció.

El profeta avanzaba en la

desolación del desierto,recorría el reino de lasserpientes venenosas y losescorpionesy sentía sobre síel ojo ardiente deDios cuyamirada lo traspasaba hastalasmismasentrañas.Llegóaun lugar donde el valle seabría,dominadoa laderechaporunamontañaenformadeesfinge en cuclillas y a laizquierda por otra en forma

de pirámide. El viento loazotó entonces con tantaviolencia que a punto estuvodecaerytuvoqueaferrarconfuerzaelcabestrodesuasnoparaquenohuyese.

Siguió andando con granesfuerzo hasta que la fatiga,el dolor y la congoja quepesaban en su alma lohundieron en una especie dedelirio en medio del cual le

pareció sentir que la tierratemblababajosuspies,comosacudida por el terremoto, yque lo devoraban enormeslenguas de fuego. Sabía quetodo aquello iba a ocurrir,igual que le había pasado aElías.

Como en sueños, elprofeta se encontró en laentrada de una cueva, a lospies de una montaña yerma,

calcinadaporelsolyempezóasubirhacialacima.Cuandoestaba a mitad de camino,grabada en la piedra vio unavara y a su lado unaserpiente: sevolvióentoncespara mirar el valle y divisóclaramente en su fondo undibujo hecho con piedrascolocadas para formar unafigura rectangular. Gracias aesa figura tuvo la certeza de

encontrarse en el lugar máshumilde y recóndito deIsrael, en el lugar que Dioshabía elegido por primeravez para morar entre loshombres.

Regresóalaentradadelacueva, cogió una cuchilla desílexy sepusoacavar enelinterior hasta dejar aldescubierto la losa quetapaba una rampa cubierta

por una capa de finísimopolvo blanco. Con granesfuerzo bajó primero elArca,ladepositóenunnichoexcavadoenlaparedyluegohizootrotantoconlasvasijassagradas. Se disponía avolver sobre sus pasoscuando perdió pie y fue agolpearcontraelfondodelagalería subterránea; escuchóentonces un retumbo, como

si del otro lado hubiese otracavidad. Temeroso de quealguien encontrara otroacceso a su escondite,encendió una antorchaembreada, la encajó en unrecoveco para que iluminasemejor,cogióelsílexygolpeórepetidas veces la pared queoía retumbar cada vez conmás fuerza. De pronto notóun chasquido seguido de un

fragor, la pared cedió y élcayó en medio de unaavalancha; enceguecido ymedio enterrado en losescombrospensóquelehabíallegadolaúltimahora.

Cuando entreabrió losojosypudoveratravésdelapolvareda que flotaba en lacueva, su cara se contrajohorrorizada al ver aquelloque por nada del mundo

habría deseado contemplar.Presa de la desesperacióngritó y su grito salió por laboca de la cueva como elrugido de las fierasenjauladasyelecoseperdióentrelascumbresdesnudasysolitarias de la Montaña deDios.

Baruc se despertó

sobresaltado en plena noche,segurodehaberescuchadoungrito: la voz de su maestroquebrada por el llanto. Semantuvo en vela largo rato,rezandounaplegaria.

Al día siguiente, al noverlo llegar, emprendió lamarcha para cruzar eldesierto en dirección aBeershebay luegoaHebrón.Volvió a entrar en Jerusalén

por el mismo camino pordondehabíasalido.

¡La ciudad estabadesierta!

Los babilonios habíansacadoatodosloshabitantesde sus casas y se los habíanllevado. El Templo habíasido destruido e incendiado,el palacio real demolido, lasfuertesmurallasdelaantiguafortaleza jebusea,

desmanteladas.Esperó, no obstante,

contando el número de díasque el profeta había estadoausente, como para calcularla distancia que podía haberrecorrido, hasta que lo vioreaparecer, andrajoso ydelgado,cercade lacasadelvendedordelegumbres.

Se le acercó e intentóretenerloporlasvestiduras.

—Rabí, ¿has visto ladesolación de Sión? Laciudadqueantesestaballenade gente está ahora vacía, ysuspríncipes,dispersosentrelasgentes.

El profeta se volvió paramirarlo. Al verlo, Barucquedó trastornado: tenía lacara quemada, las manoscubiertasdeheridasy en losojos brillaba una luz

siniestra, como si hubiesecaídovivoenlasentrañasdelShe’ol. Tuvo entonces lacertezadequeelmotivoquelo había hundido en aquelladesesperación no había sidola destrucción de Jerusalén,consecuencia de la voluntaddel Señor, sino algo quehabíavisto.Algo tan terriblecomo para envolver entinieblas el recuerdo de la

aniquilación de la naciónentera, la deportación y eldesarraigo de su pueblo, lamatanzadesuspríncipes.

—¿Qué has visto en eldesierto,rabí?¿Quéesloqueha turbado tu mente de estemodotanprofundo?

El profeta dirigió lamirada hacia la noche queavanzaba desde el norte ymurmuró:

—La nada… Elencontrarme de pronto solo,sinprincipionifin,sinlugar,sinobjetivonicausa…

Hizo ademán de alejarse,peroBaruc lo retuvo por lasvestiduras.

—Rabí, te lo suplico,revélamedóndehasocultadoelArcadelSeñorporquecreoque un día Él volverá allamar a su pueblo desde el

exilio en Babilonia. Obedecítusórdenes,aparté lamiradadetuspasos,peroahoradimedóndelahasescondido,telosuplico…

Elprofetalomiróconlosojos llenos de tinieblas ylágrimas.

—Todo es inútil… perosielSeñorllegaraalgúndíaallamaraalguien,esapersonadeberácaminarmásalládela

pirámide y de la esfinge,deberá cruzar el viento, elterremoto y el fuego hastaqueelSeñorleindiquedóndeestá escondida… Pero noserás tú, Baruc, tal vez nohaya ningún otro…He vistolo que nadie debería habervistojamás.

Le apartó las manos yechóaandarentre las ruinashastadesaparecerdesuvista.

Baruc lo vio alejarse ydescubrió una extrañaondulación en su andar: ibadescalzo de un pie. Intentócorrertrasél,perocuandoseasomó al cúmulo deescombros tras el que habíadesaparecido no encontró anadie.

Nunca más volvió averlo.

W

Chicago, Estados Unidos deAmérica, a finales delsegundomilenio después deCristo.

illiam Blake sedespertó condificultad; tenía

en la boca un sabor ácido,recuerdodelanocheagitada,el sueño inducido por las

pastillas para dormir y ladigestión lenta. Entró en elbaño arrastrando los pies.Iluminada por la luz frontaldeltubodeneón,enelespejovio su cara verdosa, los ojoshundidos y el cabellodesgreñado. Sacó la lenguacubierta de una pátinablancuzca: volvió a meterlaenlabocaconunamuecadedisgusto. Tenía ganas de

llorar.La ducha caliente le

alivió los calambres delestómago y los músculos ycontribuyóaagotarlaspocasenergías que le quedabansumiéndoloenunalanguideztan profunda que cayó alsuelo casi sin conocimiento.Quedó tirado bajo el chorrode agua humeante un buenrato, al cabo del cual estiró

conmuchoesfuerzo lamanohasta alcanzar el grifo y logiró de un golpe hacia lamarca azul. El agua salióhelada, dio un brinco, comosi recibiera múltipleslatigazos; intentó aguantarhasta recuperar el tono y lalucidez suficientes paraponerse en pie y recordar lamiseria en la que se habíahundidosuvida.

Se frotó enérgicamentecon el albornoz y volvió amirarse al espejo; seenjabonó la cara a fondo, seafeitóyluegosemasajeóconlalocióndebuenamarca,unadelaspocasconcesionesasuantiguotrendevida.Y,comoelguerreroqueseenfundalaarmadura, eligió la chaquetaylospantalones, lacamisayla corbata, los calcetines y

los zapatos, analizando lasmejorescombinacionesantesdedecidirquéibaaponerse.

Tenía el estómago vacíocuando le echó un vaso debourbon al café negro ycaliente y bebió algunossorbos. La potente pociónsustituiría el Prozac del quehabía abusado demasiado y,con su fuerza de voluntadcomo única arma, lo

empujaría a afrontar lasúltimas etapas del calvarioque le esperaba ese día, lavistaanteeljuezdepazenlaque se aprobaría su divorciode JudyO’Neil, y por latarde, la cita con el rector yel decano del InstitutoOriental, quienes esperabansudimisión.

Estaba a punto de salircuando sonó el teléfono y

levantóelauricular.—Will—dijounavoz al

otroextremodelalínea.EraBobOlsen,unodelos

pocos amigos que lequedabandesdequelasuertelehabíavueltolaespalda.

—Hola,Bob.Graciasporllamar.

—Estoy a punto demarcharme pero no queríairme sin saludarte. Comeré

con mi padre en Evanstonpara desearle que pase unasbuenas navidades y luegocojoelaviónparaElCairo.

—Qué suerte tienes —dijo Blake con voz apenasaudible.

—Hombre, no te pongasasí. Dejemos pasar unosmeses hasta que las aguasvuelvanasucauceydespuésvolvemosahablardelasunto.

El Consejo de la Facultaddeberá reexaminar tu caso,tendrán que escuchar tusrazonesalafuerza.

—¿Tú crees? No tengorazones que exponer. Notengo testigos, no tengonada…

—Venga, hombre,anímate. Tienes que luchar,motivos no te faltan. EnEgipto yo me puedo mover

con total libertad. Recogeréinformación, en los ratoslibres haré misinvestigaciones y si consigoencontrar a alguien quepuedatestificarentufavortelo traigo, aunque tenga quepagarle el billete de mibolsillo.

—Gracias, Bob, graciasportuspalabras,aunquedudoque puedas hacer algo. De

todas maneras te loagradezco. Que tengas buenviaje.

—Entonces…¿mepuedoirtranquilo?

—Claro que sí —respondióBlake—,puedes irtranquilo…

Colgó, cogió la taza decaféysalióalacalle.

En la acera cubierta denieve lo recibieron un Papá

Noelbarbudoyencapuchadoqueagitabaunacampanillayunaráfagadevientocortantedespués de acariciar deextremo a extremo lasuperficie helada del lago.Llegó hasta el cocheaparcado a dos manzanas,siempreconlatazahumeanteen la mano, abrió laportezuela, se sentó alvolante, arrancó y se dirigió

al centro. La avenida deMichigan estabamagníficamente adornadapara las fiestas navideñas ylos miles de bombillas quecubrían los árboles desnudoscreaban la ilusión de quehabían florecido antes detiempo. Encendió uncigarrillomientrasdisfrutabade la tibieza que comenzabaa invadirelhabitáculo,de la

música de la radio, delperfume del tabaco, delwhiskyyelcafé.

Esas modestassensaciones de placer lelevantaron el ánimo y lehicieron pensar que, dealguna manera, su suertecambiaría y que cuandohubiese tocado fondovolvería a subir.Y el hechode que de pronto pudiese

hacer todas esas cosasprohibidasporlaconvivenciaconsumujerylasamistadestan respetuosas de las sanascostumbres, como beberalcohol sin haber probadobocado y fumar en el coche,casi le hacían parecertolerables su abyección y latremenda amargura por lapérdida de su mujer —a laque amaba profundamente—

y del trabajo sin el cual noimaginaba cómo seguiríaviviendo.

Judy, su mujer, estabamuy elegante, perfectamentemaquillada, recién salida dela peluquería, más o menoscomo cuando la llevaba acenar al Charlie Trotter, surestaurante preferido, o a unconcierto en el Mc ConnickPlace. Le dio rabia; pensó

quealcabodepocassemanasoquizádedíashabríavueltoa echar mano de suseducción,desusescotes,desu forma de cruzar laspiernas e impostar la vozpara gustar a otro hombre,quienlainvitaríaacenaryseacostaríaconella.

Leresultabaimposiblenopensar en lo que haría en lacamaconeseotroymientras

lo pensaba imaginaba quesería más y mejor. Todomientras el juez los invitabaasentarseylespreguntabasiquedaba alguna posibilidaddesuperarlasdiferenciasquelos habían conducido a laseparación.

Le habría gustado decirquesí,queparaélnadahabíacambiado, que la queríacomo el primer día, que su

vida sin ella iba a ser unasco, que la añorabamucho,que tenía ganas de echarse asus pies para suplicarle queno lo abandonara, que lanoche anterior habíaencontrado en un cajón unacombinaciónyselaacercóala cara para aspirar superfume,queleimportabaunbledo su dignidad, que contaldequevolviera a su lado

era capaz de dejarse pisar lacabeza.Perodijo:

—Señoría,losdoshemosmeditadomucho el pasoquevamos a dar y hemosdecidido solicitar eldivorciodemutuoacuerdo.

Judy asintió y pocodespuésfirmaron lospapelesdelaseparaciónyelacuerdopara el pago de alimentosque, por otra parte, era

completamente aleatoriopues hacía tiempo que notrabajaba y faltaban apenasunas horas para que sudimisiónfueseoficial.

Bajaron juntos en elascensor; los dosminutos leparecieron una eternidad. ABlakelehabríagustadodeciralgo bonito, importante, unafrase que ella no pudieseolvidar, y mientras los

números de los pisos ibanpasando inexorables en elindicador se dio cuenta deque no se le iba a ocurrirnada importante y que, detodos modos, ya no habríatenido sentido. Pero cuandoella salió del ascensor ycruzó el vestíbulo sindespedirsesiquiera, lasiguióylepreguntó:

—¿Por qué, Judy? A

cualquiera puede ocurrirleuna desgracia, una serie decoincidencias negativas…ahoraque todoha terminadodimealmenosporqué.

Judy lo miró sin que sucara delatase sentimientoalguno, ni siquieraindiferencia.

—Nohayunporqué,Bill—odiabaque lo llamaseBill—.Despuésdelveranoviene

el otoñoy luego el invierno,sin un porqué. Que tengasbuenasuerte.

Se fue y él se quedódelantedelapuertadecristaldel edificio, inmóvil comouna marioneta bajo la nievequecaíaengruesoscopos.Enel suelo, junto a la pared,sentado sobre un cartón, untipodebarba largaycabellosucio, arrebujado en su

abrigo militar, pedíalimosna:

—Dame algo, hermano.Soyveteranode laguerradeVietnam. Déjame unasmonedas para poder comeralgo caliente la noche deNavidad.

—Yo también soyveterano de Vietnam —mintió—, y no toco loscojones.

Cuandolomiróalosojospensóquehastaenlamiradade aquel pobre infelizseguramente había másdignidad que en la suyapropia.

Hurgóenelbolsillodelaamericana y sacó un cuartodedólar.

—Perdóname, no queríaofenderte—ledijoechándolela moneda en el sombrero

que tenía delante—. Es quehoytengounmaldía.

—Feliz Navidad —ledeseóelhombre.

WilliamBlake no lo oyóporqueya sehabía alejadoyporqueél también flotabaenel aire helado comoun copode nieve más, sin peso nidestino.

Caminólargoratosinqueseleocurrieraunsitiodonde

podría encontrarse cómodo,una persona con la que lehabría gustado hablar,excepto su amigo y colegaBob Olsen, que lo habíaapoyado y animado en lasúltimas vicisitudes y al quequizá se le habría ocurridoalguna mentira piadosa paralevantarle la moral. Pero enesosmomentosOlsenestaríaa punto de tomar el avión a

Egipto, rumbo al calor y altrabajo.Élsíqueteníasuerte.

Se detuvo cuando suspiernas se negaron a seguirsosteniéndolo, cuando cayóenlacuentadequelefaltabapoco para derrumbarse en lanieve sucia que cubría elasfalto, a merced de lasruedas de los coches. Pensóentonces que a esas horas eledificio de los juzgados

estaría vacío, el juez de pazhabríaabandonadoya lasalay se habría ido a su casa,donde probablemente loesperaban su mujer en lacocina, los niños sentadosdelantedeltelevisor,superroy el árbol de Navidad llenodebolasdecolores.

Sin embargo, a pesar detodo,delanieve,deljuez,dela mujer del juez, de los

coches,delasbolasdelárboldeNavidad,deldivorcioyelwhisky en el café negro, deVietnam y de la paz a loshombresdebuenavoluntad,apesarde todoeso,el instintolo había llevado hasta launiversidad, como el sentidodelaorientaciónguíaalviejocaballodevueltaalacuadra.La biblioteca del InstitutoOrientalseencontrabaapoca

distancia,asuderecha.¿Quéhora sería?Lasdos

y media de la tarde. Vaya,puntualapesardetodo.Nolequedaba más que subir alsegundo piso por lasescaleras, llamara laoficinadel rector, saludar a la viejamomiayaldecano,quedarseescuchandocomoun imbécilsusgilipollecesypresentarladimisión que ellos, en vista

de las circunstancias, notenían más remedio queaceptar. Y después, pegarseuntiroenloscojonesoenlaboca, ¿qué diferencia había?Ninguna.

—¡PerosiesWilliamBlake!¿Qué haces aquí a estashoras?

Ya estaba. Se había

quedadosintrabajo, loúnicoque para él tenía sentido enestemundo y probablementenovolveríaatrabajarmásenlomismo, y alguien tenía elcorajededecirle:“¡PerosiesWilliam Blake! ¿Qué hacesaquíaestashoras?”

—¿Porqué,quéhoraes?—Las seis de la tarde.

Hace un frío que pela, estásmorado y tienes cara de

poder palmarla en cualquiermomento.

—No se meta conmigo,no es buenmomento, doctorHusseini.

—No era esa miintención.Anda,hombre,venconmigo.Vivocercadeaquí.Ven,teprepararéunatazadecafécaliente.

Blake intentó quitárselode encima pero el hombre

insistió.—Si lo prefieres, llamo

una ambulancia y te hagollevaralCookCounty,comoahora no tienes más seguromédico… Venga, no seastonto y agradece que a estashoras sólo un hijo de Alápudiera estar dando vueltaspor aquí en lugar de habersemarchado con su familia acelebrarlaNavidad.

El apartamento deHusseini tenía buenacalefacciónyolíaaincienso,especiasyalfombras.

—Quítate los zapatos —leordenó.

Obedeció y se tumbósobre los cojines quetapizaban lasalamientrassuanfitrión se metía en lacocina.

Husseini mezcló un

puñadodegranosdecaféconclavoycanelaylahabitaciónse llenó de un perfumepenetrante; después, a ritmocambiante, como música detambor, molió el café en elmortero, acompañando conmovimientos de la cabeza elextraño golpeteo en lamadera.

—¿Sabes qué es esteritmo? Un llamado. Cuando

el beduino muele el café enel mortero hace este mismoruido; se propaga a muchadistancia y todo aquel quepase, por ejemplo unperegrino que esté dandovueltas en la soledad delinmenso desierto, sabe quebajo la tienda loesperanunataza de café y una palabraamable.

—Bonito —admitió

William Blake que poco apoco empezaba a entrar encalor—, conmovedor. ElnoblehijodeAláhace sonarsu mortero de madera en eldesierto urbano y salva deuna muerte segura al pariaabandonado por la cínica ydecadente civilizaciónoccidental.

—No digas chorradas—lesoltóHusseini—.Bebe.Ya

verás cómo te anima y haráquelasangretefluyaporlasvenas. Juro que cuando te viestabas a punto de morircongelado.A lo mejor ni tedistecuenta,peroportuladopasaron almenos dos de tuscolegas y ni se dignaronsaludarte.Tevieronatontadoy medio muerto de frío,sentadoenunalosadepiedrahelada, inmóvil como una

estatua y ni siquiera tepreguntaron si necesitabasayuda.

—Tendrían prisa.Hoy esNochebuena. A muchos lesfalta tiempo para acabar dehacer las compras… losregalos para los niños, latartaparaelpostre.Yasabescómosonestasfiestas…

—Ya —dijo Husseini—.HoyesNochebuena.

Cogió el café que habíamolidoenelmorteroconlasespecias y lo vertió en lacafetera donde el agua yahervía;elaromasehizomásintenso pero más suave ypenetrante. Blake se diocuenta de que era ese olor aespecias y café el queimpregnaba las alfombrasmezcladoconelperfumedelinciensoindio.

Husseini le ofreció unatazahumeanteyuncigarrilloy luego se acuclilló en elsuelo,delantedeél,mientrasfumaba en silencio y sorbíala bebida fuerte y aromáticadesutaza.

—¿En tu tienda deldesierto es igual? —lepreguntóBlake.

—Claro que no. En mitiendahayhermosasmujeres

y dátiles así de gordos.Además sopla el viento deleste que trae el perfume delas flores de la meseta y elbalido de los corderos y,cuandosalgo,antemíveolascolumnatas de Apamea,pálidasalamaneceryrojizasal crepúsculo. Cuando elviento cobra fuerza, suenancomo los cañones de losórganosdevuestrasiglesias.

Blake asintió, bebió otravezyaspiróunabocanadadehumo.

—¿Entonces por qué note quedaste en tu tienda deldesierto? ¿Qué has venido ahaceraquísitantoascotedaesto?

—No he dicho que mediera asco. He dicho que esdiferente. Y lo he dichoporquemelohaspreguntado.

Si quieres saber la verdad,desde los cinco años vivísiempre en un campo derefugiadosal surdelLíbano,un lugar inmundo, con lospozosnegros a cielo abierto,donde los niños jugábamosentrelasratasylasbasuras.

—Pero…¿ylascolumnasde Apamea, pálidas alamanecer y rojizas alcrepúsculoque con el viento

suenan como cañones deórgano?

—Soñéconellas.Asímelas describía mi abuelo,AbdallaalHusseini,queAlálo bendiga, pero yo… yonuncalashevisto.

Se quedaron mucho ratoensilencio.

—Noentiendoporquétehan echado —dijo Husseinial fin—. Por lo que yo sé,

erasunodelosmejoresentuoficio.

—Puedes decirlo bienalto —repuso Blake,tendiéndole la taza para quelesirvieramáscafé.

Husseini se la llenó ysiguiódiciendo:

—Yo no podía opinar,porque soy profesorasociado, pero no entiendopor qué tu amigo Olsen no

estuvoenlavotación.—Olsensehamarchadoa

Egipto, no podía estar en elclaustro, pero ha enviado suvoto en contra… el único,claro. De todos modos, sirealmente te interesa sabercómo ocurrió es una largahistoria.

—Hoy es Nochebuena y,si no me equivoco, los dostenemos todo el tiempo del

mundo.Abatido por la oleada de

recuerdosylaangustiaquelecausabaelpresente,WilliamBlake se sostuvo la cabezacon las manos; a lo mejorhablar le haría bien, quiénsabe, hasta podía ocurrírseleuna salida, una manera derecuperarlacredibilidad.

—Fuehacemásomenosunaño—comenzóadecir—,

estaba examinando unosmicrofilmes con textos delNuevo Reino transcritos porJames Henry Breasted antesde que estallara la granguerra.SetratabadematerialdelperíododeRamsésIIodeMenefta en el cual se hacíareferencia a eventualesrelacionesdeesetextoconelÉxodo. Junto a latranscripción, en el borde de

la hoja, había una anotaciónhecha con una letra másapresurada. Seguramentehabrás tenido ocasión deanalizar la caligrafía deBreasted…

—Sí, sin duda —repusoHusseini—.Sigue.

—Normalmente es muyregular. Pues bien, esaanotación, como te hecomentado, parecía escrita a

toda prisa y hacía referenciaa otro documento en el cuallas relaciones con el hechobíblico del Éxodo permitíandeducir la existencia deulterioresrepercusiones.Ojo,la anotación no era clara,pero me intrigó la idea,podría haber sido eldescubrimiento de mi vida.Busqué el condenadodocumento en todos los

fondos de la biblioteca delInstituto Oriental, en todoslos sótanos y en todos losregistros, pero no hubomanera…

Husseini le ofreció uncigarrillo, le dio fuego ycogióotroparaél.

—Lo recuerdomuy bien,a mí también viniste averme…

—Sí. Pero no conseguí

nada. Nada de nada. Sinembargo la anotación debíatener algún sentido. Para míseconvirtióenunaobsesión.Al final se me ocurrió unaidea: Breasted no tenía porqué haber legado todo alInstituto.Alomejorexistíanfondosprivadosdeloscualesnohabíaregistro.

»Le seguí la pista a losherederos. Por suerte, para

entonces el registro civil delas grandes ciudades estabaya en la Web, lo cual mefacilitó bastante la tarea.Alfinal conseguí dar con elúltimo descendiente deBreasted,unabogadodeunoscincuentaañosquevivíay,sino me equivoco, sigueviviendo, en una bonita casadeLongwood,porlazonadeBeverly. Fui a verlo, le

enseñé mis credencialesacadémicas y le hablé de undocumento que podríacontener las transcripcionesdetextosjeroglíficosdegraninterés, pero sin mostrarlemiscartas.

—¿Yquédijo?—Fue amable. Dijo que

yo no era el primero eninteresarse por esedocumentoyquemeolvidara

del asunto porque no habíavistonirastrosdeél,pueslospapelesdesuabuelo,oloquequedabadeellos,habíansidoanalizados a fondo almenosuna media docena de vecesenelcursode losaños,cadavez que alguno demi oficiose topaba con la anotación.Detodosmodos,medijoquepodíapasara labibliotecasime empeñaba en repetir la

búsqueda cuyos resultadoseran previsibles. En fin, queaunque el hombre estuvomuyeducado,mehizosentircomounidiota.

»Paranoacabarhaciendoel papelón del año acepté suinvitación y me puse aexaminar, con escasaconvicción, lospapelesde labiblioteca privada. Volví aldíasiguienteyalotroporque

soy un cabezota y a mí lasdificultades me sirven deacicate; al final encontré unrastro que tal vezme habríaayudadoadarenlatecla…

—¿Te apetece comeralgo? —lo interrumpióHusseini—.Al fin y al caboes hora de cenar. No tengomucha cosa, pero haremoscomo acostumbran en eldesierto.

—Por mí vale —aceptóBlake.

Husseini metió en elhornounpardepide,sacódelaneveralasalsapicanteylapuso a calentar, algo dehumus, unos huevos duros,queso,judíasestofadas.

—¿No tendrás cerveza?—le preguntó Blake—. ¿Oeresreligiosoarajatabla?

—No tan a rajatabla —

repusoHusseini—,mimadreeralibanesa.

Entre bocado y bocado,Blakesiguióconsurelato.

—Breasted tenía unaamante. Una tal Suzanne deBligny, viuda de undiplomático del consuladofrancés que se habíaestablecido en Minneapolis,y con toda probabilidad sehabían carteado. Logré

descubrir también que en elcurso de la carrera de sudifunto marido la señora deBligny había estado enEgiptoyvisitadoLuxor.

—Ya me lo imagino —dijo Husseini—. Eran lostiemposdelHôtel duNil, deAuguste Mariette y EmilBrughs, de la egiptologíaheroica…

—Comotecontaba,entre

los dos existían seguramenteciertasafinidades…Madamede Bligny tenía una hija,Mary Thérèse, que se casócon un tal JamesO’Donnel,oficialdelaaviación,muertoen combate en los cielos deInglaterra.

—Una dinastía deviudas… —comentóHusseini dejando sobre lamesalasalsahumeante.

Blake la vertió sobre supide y se sirvió judíasestofadas.

—Eso parece. Encualquiercaso,MaryThérèseO’Donnel seguía viva, teníaochenta y siete años y lacustodia de las cartasintercambiadas entre JamesHenry Breasted y su madre.Le pedí permiso paraconsultarlas y por fin di con

el documento que llevabamesesbuscando.

—Imagino que en esaépoca dejaste de lado todastus otras actividades, lasreuniones del Departamento,las fiestas del cuerpoacadémico, la recepción deestudiantesyatumujer.

—Asíes—admitióBlake—.Estabatanconcentradoenmi investigación que no me

daba cuenta del paso deltiempo ni de mis descuidos.Tampocome daba cuenta deque si dejas la trinchera sinvigilancia el enemigo notardaenocuparla…

LacaradeWilliamBlakecambiódeexpresión,comositodos los pensamientosangustiantes que por unmomento parecían haberleconcedido cierta tregua

hubiesenvuelto a apoderarsedegolpedesumente.

—¿Qué encontraste enese archivo? —inquirióHusseini.

Blake vaciló, como si lecostararevelarelsecretoquehasta ese momento habíaguardado. Husseini bajó lavistayvolvióaservirsedelabandeja.

—No estás obligado a

contestar —le aclaró—.Podemos cambiar de tema.Hablar de mujeres, porejemplo, o de política. Contodoloqueocurreenmipaíshay abundante materia deconversación.

Blakesiguiómanteniendosilencio.Enlacallenoseoíaunalma.Aesahoranohabíanadie y la nieve que habíavuelto a caer en abundancia

amortiguabahasta los toquesdel reloj de la torre de laUniversidad. Blake se pusode pie y fue a la ventana;pensóenlasarenasardientesdelVallede losReyesyporuninstantetuvolaimpresiónde que todo había sido unsueño.Entoncesdijo:

—El archivo se refería ala anotación que había leídoen los documentos del

Instituto Oriental y conteníael inicio de la transcripciónde un texto jeroglífico quecomenzaba con esta frase:seguíaloskhabirudesdePi-Ramséspor elMarde cañasyluegoeneldesierto…

—Impresionante, quédudacabe—dijoHusseini—.Las coincidencias con eliniciodellibrodelÉxodosonnotables.Perosabesbienque

en la literatura científica sehan dado interpretacionesopuestas del gentiliciokhabiru. No es seguro quesignifique “hebreos”, no esnada seguro. Espero que elrevueloqueprovocaste en elInstitutonosebasarasóloenésto… Se veía claro que eltiroibaasalirteporlaculata.

—El estilo de losideogramas era en todo

similar al de la estelallamada“deIsrael”—rebatióBlake,resentido.

Husseini pareció acusarelgolpeyaclaró:

—Nocabedudadequeesimpresionante…Perdona, noera mi intención poner enduda tucompetencia.Loqueocurre es que ciertas cosasparecen muy difíciles decreer. Preparo más café.

¿Quieres?—Sí, si no te pones a

tocar otra vez la música delmortero.

—Americano, con filtro—dijo Husseini al tiempoque cogía el hervidor delhornillo eléctrico—, de locontrario no dormiremosmás.

—Esa transcripción,avalada por la reputación de

Breasted, contenía la pruebamás explícita, jamásencontrada en un texto nobíblico, de la fiabilidadhistóricadellibrodelÉxodo.Asílascosas,estabadecididoa llegar hasta el fondo.Breasted había anotadodiligentemente laprocedencia del original: unpapiro que había visto encasa de un tal Mustafá

Mahmoud, enAl-Qurna, conquiennegocióporcuentadelInstitutoOriental.Sólohabíapodidoleerlaprimeralíneaycopiar los ideogramasque lacomponían antes de queguardasenelpapiro.

—Amigo mío, Al-Qurnaeraelparaísodelosladronesde tumbas, pero también delos falsarios. Estoy cada vezmás convencido de que has

caídoenunatrampa…—Loqueestabaenjuego

era demasiado valioso comopara dejar pasar la ocasión.De todas maneras, Breastednoerauntipodescuidado;siél había considerado que eldocumento era auténtico,para mí había muchasposibilidadesdequelofuera.Despuésdesopesartodoslospros y los contras preferí

arriesgarme y convencí alConsejo de la Facultad paraque destinara una fuertesuma a la investigación decampo que yo mismo iba arealizar. El voto de Olsen,entre otras cosas, resultódeterminante para laasignacióndefondos.

—La cosa ha salidomal.Y todos esperaban comobuitresparaalimentarsedetu

cadáver.¿Noesasí?—Un momento, ilustre

colega. No soy tan imbécil.El documento existía. Y esposiblequesigaexistiendo.

Husseini aspiró unaprofunda bocanada de humoysacudiólacabeza.

—Han pasado casinoventaaños…

—Te digo que eldocumento existía… mejor

dicho,existe.—Si no puedes

encontrarlo es como si noexistiera, lo sabesmejor queyo.Entodocaso,megustaríasaber cómo puedes estar tanseguro. ¿No irás a decirmeque has encontrado a losherederos de MustafáMahmoudenAl-Qurna?

—En efecto, heencontradoasusherederosy

algomejoraún.—¿Comoqué?—Una documentación

fotográfica. Parcial, no muyclara, pero de todos modossumamentesignificativa.

Se quedaron callados; elestudiosoárabeseguíaconlamirada la delgada voluta dehumo que se elevaba de sucigarrillo y su huésped dabavueltas entre sus manos la

tazadecafévacía.Elecodela sirenade lapolicía rebotóalolejosentrelasparedesdecristaldelosrascacielosparapropagarse a través de lacortina de nieve y llegarhasta aquella habitaciónlejana como un vagidoextrañoeinquietante.

—Sigue —le pidióHusseini.

—Era consciente de que

en esa partida me jugaba eltodoporeltodo,comoocurresiemprecuandobuscamosundocumentoquesirvedebaseauna tradición llegadahastanosotros a través de lossiglos; el riesgomenor es elcortocircuito y el peor, lacatástrofe.

»Procedí concircunspección y nunca enprimera persona; tenía un

alumno, un tal SelimKaddoumi —Husseini hizoun movimiento de cabezaparaindicarlequeloconocía—, un muchacho estudiosoque hacía conmigo eldoctorado con una beca delgobierno egipcio,completamente bilingüe. Élhizo todos los contactos porcuenta mía, habló con losviejosfellahín de Al-Qurna,

repartiódineroconmesuraysiempre después de evaluarla situación, quedándose,como es evidente, con unlógico porcentaje hasta queconsiguió una informaciónimportante. Los rumores deltráfico clandestino deantigüedades daban porinminente la salida almercadodeciertonúmerodepiezas provenientes de un

viejo fondo de la edad deloro.

»Fue entonces cuandoentré en escenapersonalmente. Me puse untraje italiano de firma,alquilé un bonito coche yconcertéunacitaalaquemepresenté como posibleperista.

—¿Por qué? —preguntóHusseini.

—Como te he dicho ya,mi alumno había visto lasfotos Polaroid de una de laspiezas puestas a la venta yme lo reprodujodememoriaenundibujobastanteexacto.Meparecióreconocerunodelos restos descritos porBreasted en el documentoque había consultado enMinneapolis:unbrazaletedebronce dorado con ámbar,

hematitesycornalinas.»Además, me enteré que

también pondrían ala ventaunos papiros. Era razonablesuponerqueelpapiroqueyobuscaba podía formar partedel lote, puesto que no sehabíavueltoaoírhablardeéldesdelaépocadeBreasted.Omucho me equivocaba o lasuerte estaba a punto desonreírme como jamás me

habría atrevido a imaginar.En cualquier caso, valía lapenaintentarlo.

Husseini sacudió lacabeza.

—No entiendo, Blake.¿Unapiezareaparecealcabode casi noventa años, justocuando tú la buscas, y nosospechastenada?

—Noesexactamenteasí.No tenía ninguna certeza de

que el papiro que estababuscando formara parte dellote. Ni siquiera estaba deltodo seguro de que el objetoque había visto dibujado apartir de una foto fuera eldescritoporBreasted…

—Peroentonces…—dijoHusseinimirándolo con caradeincredulidad.

—Tal como ocurre en elmejor guión policiaco —lo

interrumpió Blake—, lahistoria se complica, hijo deAlá. Para contarte cómosigue necesito algo fuertepara beber, pero no querríaestarpidiendodemasiado.

—Pues sí. Pero puedodarte otro cigarrillo. Lanicotinateanimará.

WilliamBlakeaspiróconavidez el humo del pequeñocigarrillo turco y siguió

hablando.—Me puse en contacto

conunfuncionariodenuestraembajadaenElCairoquemepresentóOlsen, por si surgíala necesidad de agilizar loscontactosconlasautoridadesegipcias, con la DirecciónGeneral de Bellas Artes ytramitaciones de ese tipo.Una noche me llamó a lahospedería del Instituto

Oriental para citarme en lacafetería delMarriot. Era sulugarpreferidoporquesirvenhamburguesas, bistecs ypatatas fritas. Y loscamareros llevan sombrerosdevaquero,imagínate.

»Me dijo que memantuviese alerta porquehabía otra gente, no me diomás detalles, gente conmucho poder, peligrosa, a la

queleinteresabaaquelloteyque no permitiría que se loarrebataran. En fin, que meavisabaporhacermeelfavor.Como diciendo: “Ojo, setrata de objetos con muymala sombra”. Para mí fueotroindiciopositivo.Sihabíaoscuras y poderosasinstituciones interesadas enaquellos restos quería decirque se trataba de objetos de

excepcional importancia,como por ejemplo el papirodeBreasted.

—¿Cómocreístequeibasa quitarles ese papiro de lasmanos?—inquirióHusseini.

—Conunabuenadosisdepresunción,perotambiénconunadiscretaorganización.Siel juego hubiese sido limpiohabríaganadoyo.

—Ya… me lo imagino.

Peroloqueocurriófuequetemandaronalapolicíaegipciapara que te pillaran conobjetos comprometedores enla mano, o en casa, o en elcoche.

—Más o menos… Elvendedor era del oficio;conocía las piezas a fondo yestaba en condiciones dedescribirlas en términostécnicos adecuados pero le

interesabacolocarsobretodolas joyas: el brazalete, unpectoralyunanillo,todosdela dinastíaXIX. Los objetosque llevaba encima, sinembargo, eran de menorimportancia, aunquecorrespondían a los enseresprincipales: dos brazaletes,un pendiente, además deescarabeos,ankh,ushabti.

»Cuando lemencioné los

papiros empezó a hacermepreguntas.Paramíque sabíaque había otra personainteresada en ese lote.Cuando le di elementossuficientes para demostrarleque no formaba parte deninguna camarillasospechosa, el hombre semostró más flexible y meenseñó la foto. Te juro quepor poco me da un ataque.

Era ese, no había duda:conocía de memoria lasecuencia y el estilo de losideogramas de la primeralíneayenlacorrespondenciade Breasted había leídomuchas veces la descripcióndel papiro. No podía caberdudaalguna.

»Hice lo posible porocultar mi emoción y lepreguntésinopodíadejarme

la foto. Si lo conseguía,habríasidounaconquista.

Por lo menos habríapodidoleereltexto.

—¿Yquéhizo?—Vaciló un instante y

volvió a guardarla en elbolsillo interior de laamericana. Dijo algo asícomo: “Mejor no. Si ladescubrieran en su casa o sela encontraran encima le

harían preguntas”. Me dijoque tenía que discutir mioferta con lapersonapara laque trabajaba y que mellamaría. No volví a verlo.Pocodespuésllególapolicía.El hombre desapareció enmedio del jaleo y a mí mepillaron sentado ante aquellamesacon todosesosobjetos.Elrestoeshistoria…

Husseini reflexionó un

momento sin decir nadamientras mirabadisimuladamente a sucompañero.

—¿Estaba oscuro cuandoapareció la policía? —preguntóderepente.

—El local donde meencontrabaeraunaespeciedegran almacén situado en unsemisótano de Khan elKhalil, lleno de todo tipo de

mercancías, apenasiluminado por dos o tresbombillas. Alguien quehubiese conocido el lugarhabría podido esfumarse sinproblemas,peroyonohabríasabido hacia dónde ir;además, no tenía intencionesdeescapan

—En tu opinión, ¿quiéninformóalapolicíaegipcia?

—¿Mis misteriosos

competidores?—Es lo más probable.

Sobre todo si pensaban darcon ese papiro. Seguramentequien estaba al frente de lospolicías se había puesto deacuerdo con ellos y actuabasiguiendosusinstrucciones.

—Después de ladetención me declararonpersona no grata y luegomeexpulsaron.

—Te podía haber idopeor. ¿Tienes idea de lo quesonlascárcelesegipcias?

—Puedo imaginármelasdespués de haber pasadocinco días detenido. Sinembargo,sipudiera,volveríaahoramismo.

Husseini lo miró entreadmiradoycompadecido.

—Nohastenidobastante,¿eh? Hazme caso, hombre,

mejor olvídate de todo elasunto porque para ti nohabría una segundaoportunidad. Se trata de unmundo peligroso: peristas,ladrones, traficantes dedroga,gentequenoperdona.Si volvieras, dejarías elpellejo.

—La verdad es que enestemomentoesaideanomeasustademasiado.

—De acuerdo, pero sepasará, puedes estar seguro.Te levantarás un día ytendrás ganas de empezarotravezdecero…

Blakenegóconlacabeza.—¿Empezardeceroqué?—Lo que sea. Mientras

hayvidahayesperanza…¿Yelpapiro?

—No he vuelto a sabernada. A mi regreso me vi

superado por losacontecimientos. La pérdidade la cátedra, la pérdida demimujer…

—¿Quéharásahora?—¿Te refieres a ahora

mismo?—Aesomerefiero.—Me iré andando hasta

micocheyvolveréamicasa.Tengo un rincón en BoltonLane, por la zona de Blue

Island.Nopiensosuicidarme,si es eso lo que estáspensando.

—No sé… —dijoHusseini—. Dudo que puedahacer mucho por ti en laFacultad. No soy más queprofesorasociadoyelpuestono es fijo pero, si quieres,cuando vuelva Olsen puedesdecirlequeestoydispuestoaecharteunamano…

—Te lo agradezco,Husseini. Ya me hasayudado. Y pensar que yonunca te he tenido encuenta…

—Esnormal.Nosepuedemantenercontactoscontodosloscolegas.

—Bueno, se ha hechotarde.Memarcho.

—Amí no me molestas,si quieres puedes quedarte y

dormirenelsofá.Noesgrancosapero…

—No, gracias. Ya heabusado bastante de tuhospitalidad. Serámejor queme marche. Gracias denuevo. Es más, me alegrarámucho que me devuelvas lavisita.Micasanoesunsitiotan bonito como éste perosiempre podré ofrecerte unacopadealgo…Mira,aquí te

apunto la dirección… si teapetece,claroestá.

—Cuenta con ello—dijoHusseini.

Blake se acercó a unamesa para escribir ladirecciónyvio la fotodeunniñodeunoscincoañosenlaqueseleíaenárabe:

ASaid.Papá.

Le habría gustado preguntarquién era el niño pero selimitóagarabatearsusdatos,sepusoelabrigoyfuehaciala puerta de calle. Seguíanevando.

—¿Puedo hacerte unaúltima pregunta? —le dijoHusseini.

—Adelante.—¿De dónde viene el

nombre de William Blake?

Es como llamarse Harun alRashid o Dante Alighieri oThomasJefferson.

—Puracasualidad.Nuncahe querido que me llamaranBill,porqueBillBlakesuenafatal, es muy cacofónico,pareceuntartamudeo.

—Entiendo. Hasta lavista.Iréaverte,aquípuedesvenircuandoquierassiemprequeteapetezcacharlar.

Blake se despidió con lamanoyseadentróenlanieveya alta. Husseini lo viorecorrer los círculos de luzque proyectaban las farolassobre la acera hasta quedesaparecióenlaoscuridad.

Cerrólapuertayvolvióasentarseen la sala.Encendióotrocigarrilloyestuvo largorato envuelto en las sombraspensandoenWilliamBlakey

elpapirodelÉxodo.A las once encendió el

televisor para ver la CNN.Más que las noticias de lacrisis de Oriente Medio legustaba ver los lugares: loshorribles callejonesdeGaza,elpolvo,loscharcosdeaguasresiduales. Recuperaba asílos recuerdos de la infancia,losamigosconlosquehabíajugado en la calle, el olor a

shayyaazafrándelbazar,elsabor de los higos todavíaverdes,elolordelpolvoydela juventud. Al mismotiempo sentía un placerinconfesable por encontrarseen un cómodo apartamentode Estados Unidos, con unsueldo en dólares y unasecretaria afable ydesinhibida de la Oficina deEstudiantes de la

Universidad, que iba a verlodosotresvecesporsemanayen la cama no ponía límitealgunoasusiniciativas.

Sonó el teléfono cuandose disponía a acostarse ypensó que William Blakehabía cambiado de idea y sehabía decidido a pasar lanoche en su apartamento enlugardeenfrentarsealalargacaminata en medio de la

nieveyelvientohelado.Contestóconlaintención

de decir: “Hola, Blake, ¿hascambiado de idea?” Pero lavozqueoyóentonceslehelólasangreenlasvenas.

—Salam aleykum, AbuGhaj,cuántotiemposintenernoticiastuyas…

Husseini reconocióaquella voz, la única en estemundo que podía llamarlo

por ese nombre, y no supoquéresponder.Armándosedevalor,dijo:

—Pensaba que esa etapade mi vida había terminadohacemuchotiempo.Aquímededico amis obligaciones, amitrabajo…

—Hay obligaciones a lasque debemos permanecerfielestodalavida,AbuGhaj,y un pasado del que nadie

puedehuir.¿Acasoignorasloqueocurreennuestropaís?

—Lo sé —dijo Husseini—.Peroyahepagadocuantopodía. He cumplido con miparte.

Lavozqueveníadelotroextremo de la línea guardósilenciouninstante.Husseinioyó un ruido de fondo detrenes:elhombretelefoneabadesde una cabina cerca del

pasoelevadoobienestabaenelvestíbulodelaestaciónLaSalle.

—Necesito verte cuantoantes. Ahora mismo si esposible.

—Ahora… no puedo.Estoy acompañado —improvisóHusseini.

—Lasecretaria,¿eh?Dilequesevaya.

Hasta de eso estaba

enterado.—Pero no puedo. Yo…

—balbuceó.—Entonces ven tú a

verme.Dentrodemediahora,enelaparcamientodelSheddAquarium. Tengo un BuickLe Sabre gris, conmatrículade Wisconsin. Te aconsejoquenofaltes—dicholocual,colgó.

Husseini sintió que se le

veníaelmundoabajo.¿Cómoera posible?Había dejado laOrganización después deaños de duros combates, deemboscadas y encarnizadosconflictos. Se habíamarchado seguro de haberpagado su tributo a la causa.¿A qué venía esa llamada?Teníaganasdenoir.Porotraparte, sabía muy bien porexperiencia personal que esa

gente no bromeaba ymuchomenos Abu Ahmid, elhombre que le habíatelefoneado y del que sóloconocíaelnombredebatalla.

Suspiró,luegodesconectóel televisor, se puso unaparka forrada de piel, seenfundó los guantes, apagólas luces, salió y cerró lapuerta. Tenía el cocheaparcado junto a la acera.

Con el rascador tuvo queeliminar la costra de hielo ynieve acumulada en elparabrisas, luego arrancó elmotorypartió.

La nieve caía fina peroabundante, impulsada por elvientoheladoquesoplabadeleste. Dejó a la derecha losedificios neogóticos de laUniversidad de Chicago yenfilólacalle57hastallegar

a Lake Shore Drive, a esashorascasidesierta.

Seencontróentoncesconel escenario espectacular delcentro; hacia él avanzaba lasilenciosa falange degigantes de cristal y acero,brillantes de luces contra elcielo gris. La cima de laSears Tower se perdía en elmanto bajo de nubes y lasluces del techo palpitaban

dentro de la masa neblinosacomo relámpagos de untemporal. El John Hancockextendía sus colosalesantenas en el interior de lasnubes, como brazos de unantiguo titán condenado asostener el cielo por toda laeternidad. Las otras torres,algunas con viejasincrustacionesdoradasenlasnervaduras de negra piedra,

otras relucientes de metalesanodizados y plásticosfluorescentes, se abrían enabanico y pasaban a su ladocomo enormes escenografíasen la atmósfera mágica einmóvildelanevada.

Pasódespacioal ladodelMuseo de Ciencias eIndustria, espectral con suscolumnas dóricas, teñido deuna luz verde que lo hacía

parecer de bronce y, al cabode poco trecho, a la derechaseencontrólalargapenínsulaen uno de cuyos extremosestaba el SheddAquarium yenelotroeltambordepiedradel Planetario. La recorrió apoca velocidad, dejandoprofundossurcosenlablancacapa de nieve, siguiendo larodada anterior, en partecubiertaporlanievequeaún

caía incesanteatravesandoelhaz luminoso de sus farossobre el movimientocontinuo y alternado dellimpiaparabrisas.

Vio un coche aparcadocon las luces de posiciónencendidas y se detuvo;siguió a pie con la nievehasta los tobillos. Era él; seacercó, abrió la portezuela ysesentó.

—Buenas noches, AbuGhaj.Salamaleykum.

—Aleykum salam, AbuAhmid.

—Lamento haberinterrumpidotuvelada…

—No has interrumpidomi velada,AbuAhmid. Hasinterrumpido mi vida —aclaróHusseiniconlacabezabaja.

—Deberías imaginártelo.

Tarde o temprano, esténdonde estén, encontramos alosdesertores.

—Yo no soy desertor.Cuando entré en laOrganizaciónadvertíquememarcharíacuandonopudieraaguantarmás.Y túaceptastemi condición. ¿O lo hasolvidado?

—Lo recuerdoperfectamente,AbuGhaj.De

lo contrario no estarías aquí,vivito y coleando, hablandoconmigo… Pero hay quetener en cuenta que te fuistesindecirpalabra.

—No tenía nada quedecir. Estaba todo dentro deloacordado.

—¡Eso lo dices tú! —rebatió Abu Ahmid condureza—. Soy yo quiendecide.Enesaocasiónhabría

podido dictar tu condena amuerte.

—¿Porquénolohiciste?—Nuncatomodecisiones

temerarias. Pero en mislibrostunombrefiguraenlacolumnadeldebe.

Husseinibajólacabezaydijo:

—Y has venido a saldarlacuenta,¿noesasí?

AbuAhmidnorespondió,

pero para Husseini esesilencio fue elocuente puesintuyó que su vida no seríasuficiente para saldar ladeuda.

—¿Noesasí?—insistió.Abu Ahmid habló como

si en ese mismo instantecomenzara a exponer susideas.

—Las circunstancias sontandramáticasyapremiantes

que todos debemos aportarnuestro grano de arena. Eneste momento, vuestra vidaprivadacarecedevalor.

—La mía lo tiene. Si esposible, a mí no me metas.Ya no tengo la energíanecesaria ni lasmotivaciones. Puedocontribuirconalgodedinero,si quieres, lo que esté a mialcance… Pero por favor, a

mí no me metas. No puedoservirosdenada.

Abu Ahmid se volvióhacia él bruscamente y ledijo:

—Esa actitud podríaconfirmar plenamente laacusaciónquependesobretucabeza desde hace mucho:¡deserción! Y yo tengo elpoder de pronunciar tucondena y la facultad de

ejecutar aquí mismo lasentencia.

A Husseini le habríagustadodecir:“Hazloquetedé la gana, cabrón, y vete alinfierno””, peroviobailar lanieve en el haz luminoso delasfarolasy lasmil lucesdela ciudad reflejadas en elcristal bruñido del lago ydijo:

—¿Quéquieresquehaga?

AbuAhmidhablóenvozbaja, con labarbillaapoyadaenelpecho.

—Cuando te hayacontado lo que está a puntode ocurrir me agradeceráspor haberte buscado, porhaberte dado la posibilidaddeparticiparenunmomentohistóricoparanosotrosytodalanación.Laentidadsionistaserá finalmente borrada para

siempredelafazdelatierraylaciudadsantadeJerusaléndevuelta a los verdaderoscreyentes…

Husseini sacudió lacabeza.

—Creía imposiblequeseos ocurriera organizar otrobañodesangre,otramatanzainútil, como si nobastarayacontodalasangrederramadainútilmente…

—Esta vez es diferente,estavezlavictoriaessegura.

—Dios mío… Siemprehabéisdicholomismoycadavez la derrota ha sido máshumillante.Miraanteti,AbuAhmid. ¿Ves esas torrescolosales? En cada una deellas viven tantas personascomo las que viven enmuchas de nuestras aldeas,cadaunadeesas torres es el

monumento a una potenciaeconómica, a menudo másfuerte y más rica que cadaunodenuestrosEstados.Sonel símbolo de un poderimperial sin un solocompetidor en el mundo, yese poder está dotado dearmas e ingenios lo bastantesofisticados como paraescuchar a miles dekilómetros de distancia cada

una de nuestras palabras,cada uno de nuestrossuspiros. Y esa potencia noquierequenadacambieenelactual orden político denuestraregión,apesardelasprovocaciones,apesardelasviolaciones de los pactosestipulados.

Abu Ahmid se volvióhacia él y lo miró con unaextrañasonrisa.

—Vaya,parecequetehasvueltounodeellos…

—Pues sí, Abu Ahmid.Hace años que tengo lanacionalidadestadounidense.

—La nacionalidad no esmás que un trozo de papel.Las raíces del alma son otracosa…algoqueno sepuedeborrar de ninguna manera…Pero te equivocas en lo quedices. Esta vez el combate

será en igualdad decondiciones. No tendránninguna posibilidad dedesplegar su potencialdestructivo. Esta vez lasarmadas islámicasexpugnarán Jerusalén comoen tiempos de Salah adDin,sebatiráncuerpoacuerposinque los hombresquehabitanen lo alto de esas torrespuedanvariarelresultadode

la batalla. Esta vezvenceremos nosotros, AbuGhaj.

Husseini guardó silencio;en la noche invernal, elaliento que le salía por lanariz se condensaba ennubecillas de vapor porque,al no estar el motorencendido, el coche se habíaenfriado. Pensaba en quéquerrían decir esas palabras:

¿serían un engaño o AbuAhmid ocultaba un as en lamanga para jugarlo en lamesa de la historia? Seguíasin poder creer lo que leestabaocurriendo.

Insistióenhacervalersusdébilesrazones.

—¿De verdad queréiscomenzar una guerra?¿Desencadenarladestrucciónde miles de seres humanos?

Quieroquesepasqueparamínoexisteunacausaquevalgaese precio… Creo que laHistoria enseña algo a lahumanidad y que laenseñanzamásimportanteesque la guerra es un preciodemasiadoelevado.

—Bonitas palabras, AbuGhaj.Nohablabasasícuandovivías en los campos derefugiados, cuando te

tuteabastodoslosdíasconlamiseria y la muerte, lasenfermedades y el hambre,cuando viste morir a tufamiliaenunbombardeodelenemigo…

Husseini notó que se lehacíaunnudoenlagarganta.

—Entonces creías quecombatir era la única salidapara la gente desesperada.Piénsalo bien, piénsalo y

verás que tus palabras tanconciliadorasysabiasnosonmás que la consecuencialógica de tu vida cómoda ytranquila.Nosonmásque laexpresión de tu egoísmo.Peronoquieroinsistir,noesel momento ni el lugar paradebatir problemas tancomplejos y difíciles. Sóloquiero saber de parte dequiénestás.

—¿Tengoelección?—Sinduda.Peroseacual

sea tu elección tendrá susconsecuencias.

—Ya —dijo Husseiniasintiendo con la cabeza. Ypensó: “Si te diera larespuesta que yo sé,mañanaencontrarían mi cadávertendidoenlanievemanchadadesangre…”

—Escucha —dijo Abu

Ahmid—,tenecesitamos.Tegarantizo que no te verásimplicadoenoperacionesquesupongan derramamiento desangre. Necesitamos aalguien fuera de todasospecha.Sóloyoconozcotuverdadera identidad;necesitamos un hombre quenos sirva de punto dereferencia aquí, dentro delsistema, para un comando

queestáapuntodeentrarenestepaís.

—¿Acaso no es lomismo?

—No. No queremosderramar sangre inútilmente.Sólo queremos poder lucharcontra nuestro enemigo enigualdaddecondiciones.Paraeso debemos inmovilizar aEstados Unidos hasta queacabe el duelo.Da igual que

consigamos lavictoriaoquenos aniquilen, esta será laúltimabatalla.

—¿Quétendríaquehaceryo?

—Tres grupos formadospor nuestros mejoreshombres, todos libres desospecha, deberán operardentro de Estados Unidosdurante el tiempo necesario.Noseconocenentresí,jamás

se han visto, pero deberánmoverse al unísono, con unacoordinación perfecta,cronométrica.Actuaráncomoun arma letal apuntada a lasien del coloso y tú serásquien pondrá el dedo en elgatillo.

—¿Por qué yo? —preguntóHusseinisinsalirdesu incredulidad—. ¿Por quénolohacestú?

—Porque a mí menecesitan en otra parte yporqueaquínadiesabequiénesAbuGhaj.

Omar al Husseini se diocuentadequetodohabíasidoprogramado de antemano yque no tenía escapatoria.Bastaba conqueAbuAhmidfacilitara a las autoridadesnorteamericanas pruebas deque el profesor Husseini

había sido en realidad AbuGhaj, el terrorista buscadodesde hacía años por todaslas policías de Occidente ydesaparecido como por artedeencanto,paraqueacabaraenlasillaeléctrica.

—¿Cuándo comienza laoperación?—preguntó.

—Dentro de cincosemanas,el3defebrero.

Husseini inclinó la

cabeza,congestodederrota.AbuAhmidleentregóun

aparato con aspecto depequeñacajanegra.

—Todaslasinstruccionesen código te llegarán porordenador desde donde seretransmitirán a los destinosque ya te indicaremos, aquítienes el sistema de reserva.Bajo ningún conceptodeberás perderlo y deberás

llevarlo siempre encima. Lacontraseña para el accesollevaelmismonombrequeelde laoperaciónquevamosainiciar:Nabucodonosor.

Omar al Husseini se loguardó en el bolsillo, fuehastasucoche,pusoelmotoren marcha y desapareció enmediodelaventisca.

A la una de lamadrugada WilliamBlake aparcó el

cochedebajodesucasayfuehacia lapuertadeentradadesu pequeño apartamentoalquilado. Aquella iba a serla Nochebuenamás triste desu vida. Sin embargo lashoras pasadas en compañíade su colega no sólo lehabían calentado los

miembros ateridos de fríosinotambiénelcorazón,ydeno haber sido porqueconservaba una pizca deamor propio habría aceptadola invitaciónparaquedarseadormir en el sofá. De esamanera habría tenido conquién hablar a la mañanasiguientemientras tomabaelcafé.

Oyó un chasquido seco

mientras hacía girar la llaveparaentrar,peronoproveníade la cerradura de su puertasino de la portezuela de uncoche que alguien cerraba asus espaldas. Como temíadesagradables encuentros enaquel barrio no demasiadorecomendableaesashorasdela madrugada quisoescabullirse en el interior desu apartamento, pero se le

adelantaron y un brazo seinterpusoentrelapuertayélimpidiéndolepasar.

Retrocedió e intentóllegaralcoche,perotopóconotrapersonaqueloseguíadecerca.

—Notengamiedo,doctorBlake —dijo el hombre quele había impedido entrar ensucasa—.Perdónenospor lahora intempestiva, pero

hemos estado esperándoloporque necesitamos hablarurgentementeconusted.

—No sé quiénes sonustedes —adujo Blakemirando a su alrededor,alarmado—.Sitienenbuenasintenciones pueden volverdentro de un par de días. Lagente suele pasar laNavidadenfamilia.

El hombre que se había

dirigido a él rondaba loscuarenta, vestía cazadora degore-tex y gorro de pielsintética. El otro aparentabacincuenta, llevaba abrigo amedida y un magníficosombrerodefieltro.

—MellamoRaySullivan—dijo tendiéndole la mano—, y trabajo para laWarrenMining Corporation. Este esel señor Walter Gordon.

Necesitamoshablarconustedahoramismo.

Después de una rápidareflexión,Blakeseconvencióde que debía aceptar lapetición, especialmenteporque unos delincuentes nohabríantenidointerésalgunoenocuparsedealguiencomoél que, además, vivía en unacasa como la suya. Encualquier caso, ni esa noche

ni el día de Navidad teníacompromisoalguno.

—Le rogamos que nosconceda unos minutos —lepidióelhombredelabrigo—.Se dará usted cuenta de quenonosquedabamásremedio.

—De acuerdo —asintióBlake—. Entren, pero micasa es pequeña e incómodayademásnotengonadaparaofrecerles.

—Nos conformamos conhablar,doctorBlake—dijoeldelacazadora.

Blakeencendiólaluz,loshizopasarycerrólapuerta.

—Siéntense—los invitó,más tranquilizado al ver elaspecto bastante civilizadode los dos personajes y sucomportamientorespetuoso.

—Discúlpenos pornuestra indiscreción, doctor

Blake. Pensábamos quevolveríaalahoradelacena.Ojalá hubiéramos podidoevitar este encuentro tandesconcertante en plenanoche.

—No importa —dijoBlake—. Espero que tendránla gentileza de decirme elmotivodeestavisita,porqueestoy muy cansado y tengoganasdeirmeadormir.

Los dos hombres semiraron con aire perplejo ytomó la palabra el que lehabían presentado comoWalterGordon.

—Como le ha dicho miamigo Ray Sullivan,trabajamos para la WarrenMining Corporation y enestosmomentoshacemosunacampaña de sondeos enOriente Medio. Buscamos

cadmio.—¡Dios mío! —exclamó

Blake sacudiendo la cabeza—, han cometido una pifiacolosal, yo soy arqueólogo,nogeólogo.

Gordon siguió hablandosininmutarse.

—Sabemosperfectamentequiénesusted,doctor Blake. Bien, como ledecía, en estos momentos

llevamosacabounacampañade sondeos y hace tres díasuno de nuestros equipos,dirigido por el señorSullivan, estaba en plenaperforación, a punto deiniciar un sondeo, cuandodepronto el terreno comenzó adesmoronarse comoengullidoporunavorágine.

—Me asomé al agujeroprovocadopor laperforación

—intervino Sullivan—, yexaminé el fenómeno.Enunprimer momento pensé quese trataba de un agujeronatural donde afluyen lasaguas. La zona en la queoperamos está plagada deellos por la presencia debancos de carbonato decalcio, pero me bastó conechar un vistazo de cercapara darme cuenta de que se

trataba de algo muydiferente.

La mirada de Blake,nublada por el cansancio, sevolviódeinmediatoatenta.

—Siga —dijo—. Loescucho.

—La sonda habíaperforado el techo de unhipogeoartificialyelsolqueentraba en él arrancabadestellos a algo metálico,

ocultoenlaoscuridad.Saquéde ahí a mi equipo con unpretextocualquieray cuandovolvimosalcampamentoalahora de la cena se lo contétodo al señor Gordon, misuperior inmediato.Esperamos que todos sedurmiesen y regresamos allugar.

»Hacía una bonita nochede luna y el color

blanquecino del desiertoreflejaba la luz, de maneraque nos orientamos como sifueradedía.

»Al llegar al lugar, nosasomamos al borde delagujero para iluminar elinterior con linternas. Elespectáculo que se ofreció anuestros ojos nos dejó sinaliento y durante un buenrato nos quedamos mudos.

Aunque no se veía con todaclaridad,nosdimoscuentadeque en el subterráneo habíaobjetosdebronce,cobre,oro,marfilyalgoquetenía todaslas características de ser lasricas vasijas de una cámarasepulcral.

—No sé qué siente ustedcuando se encuentra ante ungran descubrimiento —intervino Gordon—, pero le

juro que durante unosinstantesnoconseguícreerloque veía y me embargó unaemoción incontrolable…Calculamos que bajonuestros pies se abría unhipogeobastanteamplio,unacámara que mediríaaproximadamente cuatro porcinco, por dos de altura, yque podía comunicar conotrascámaraslaterales.

»Lo que vimos nos hacepensarenunacavidadnaturaladaptada por la mano delhombre para albergar esafastuosa sepultura. La formadel sarcófago queentreveíamos parcialmente,la presencia de estatuas dedivinidades, el estilo de lasimágenes no dejaban lugar adudas: estábamos en latumba de un alto dignatario

egipcio. No somosespecialistas,peroporloquenuestravistaalcanzabaaverhabríapodidoserunfaraón.

—¿Un faraón? Diossanto, sería la primerasepultura real intacta desdeque Carnarvon y CarterabrieronladeTutankamón.

—Esomismonosdijimosnosotros.Peroentonces…

—Podríatratarsetambién

de una sepultura de la épocahelenística, cuando losTolomeos habían adoptadopor completo el ceremonialfaraónico.Peroasí,sinverlosrestosesdifícilpronunciarse.Si lo he entendido bien,ustedes no bajaron a lacámara.

—No,elagujeronoeralobastante ancho. Ese esprecisamente el motivo de

nuestra visita —le explicóSullivan—. Querríamos queusted se ocupara de estedescubrimiento, que por elmomento hemos mantenidoenelmásabsolutosecreto.Ellugar está vigilado porguardias armados conórdenes de disparar abocajarroaquienseacerque.

WilliamBlakesepasó lamano por el pelo y suspiró.

Estaba exhausto y ese díainterminable en lugar deconcluir en merecidodescanso se prolongaba enuna secuencia de emocionescadavezmásfuertes.

—Les agradezco quehayan pensado en mí, es loúltimo que habría esperadoque me ocurriera en un díacomo el de hoy… pero metemo que no puedo aceptan

Por dos motivos: en primerlugar tendrían que haberinformado a las autoridades,corresponde a ellas nombraral inspector que asuma ladirección de los trabajos deidentificación y catalogacióndel material. Además, porunaseriedecircunstanciasdelas que no les voy a hablarparanoaburrirlos, enEgiptome han considerado persona

nograta.Detodosmodos,nologro entender la necesidaddeestaespeciedeemboscadaa estas horas de lamadrugada…

—En respuesta a suprimera objeción, doctorBlake —dijo Gordon—,nuestra actividad sedesenvuelve en un territoriofuera de todo control. Esprecisamente el ejército el

quenoquierequeseinformea la Dirección General deBellas Artes. Llegaría a lazona demasiada gente y elclamor del descubrimientollamaría mucho la atenciónsobre el lugar. Por eso, decomún acuerdo con nuestrosanfitriones, por el momento,decidimos solicitar lacolaboración de unespecialistadeconfianzaque

nos garantice la máximadiscreción. En cuanto a susegundaobjeción,estamosaltantodecuantolehaocurridoy el hecho de que le estéprohibido entrar en Egiptocarecedeimportancia.

—Tendría queacompañarnos ahora mismo.Por eso hemos esperado aquevolviera.

Blake se volvió hacia él

extrañado, como si derepente hubiera entendido elverdadero significado de lapeticiónquelehacían.

—¿Ahora?—repitió.Gordon asintió con un

movimientodelacabeza.—El avión privado de la

compañía debe despegar delaeropuertodeMidwaydentrode una hora. Le quedanquinceminutosparahacer la

maleta.Blakeguardósilencio.—Se sobrentiende—dijo

Sullivan—, que recibirá unacontraprestación por sutrabajo. En vista de lascircunstancias y de lasincomodidades que lecausamos, se tratará de unacompensaciónconsiderable.

Blakenocontestó.Aesasalturas el dinero era lo de

menos.Habría trabajado incluso

gratis con tal de poderdedicarseotravezalosuyo.

Pensó que quizá novolvería a ver a Judy y laidea no lo trastornódemasiado, pensó en eldoctorHusseini que le habíaofrecido su hospitalidad eldíadeNochebuena…Todoleparecía increíblemente

lejano, como si hubieseocurridomuchotiempoatrás.

—De acuerdo —dijo—.Denme el tiempo necesariopara recoger el cepillo dedientes,meteralgoderopaymis herramientas en lamaleta.

Los dos hombres semiraronsatisfechos.

—Ha tomado la mejordecisión,doctorBlake—dijo

Gordon—.Leaseguroqueloque le espera superará todassusexpectativas.

—Sóloquieroaclararunacosa: el dinero no meinteresa. Veo que se haninformadobien sobremí, talvez sepan que estoy por lossuelos, pero eso no significanada.Nomevendoaningúnprecio, lo único que meinteresa es la garantía de

poder publicar sobre losrestoshallados.

—Su solicitud escomprensible—dijoSullivan—,perosetratadeunasuntoque deberá discutir connuestrosdirectivos.De todosmodos,tenemoslacertezadeque llegará a un acuerdorazonable con nuestrossuperiores de la WarrenMining.

Blake se dio perfectacuenta de que iba a meterseenunberenjenal, peropensóque la alternativa erabuscarse trabajo en algunapequeña universidad deprovincias o en una escuelasecundariaprivada.

—Alea iacta est —dijoponiéndoseenpieparairasudormitorio a preparar elequipaje.La sonrisa perpleja

de sus invitados le hizocomprenderquenoentendíanlatín, aunque se tratara deunacitamuyutilizada.

Metió en la maleta laropadecampaña,lallanayelbisturí de excavación, lagramática egipcia deGardiner,suropainterior,unneceserconloindispensable,la crema solar, una caja deTylenol y otra de Maalox;

cogiótambiénelProzac,perodespués echó el frasco en lapapelera, seguro de que encuanto pisara las arenas deldesierto no iba a necesitarlomás.Cogióelmaletínconlacámara fotográfica, estuvolisto en algo más de cincominutos y se presentó antesuscompañerosdeviaje.

—Cierro la llavedepasodelgasyenseguidaestoycon

ustedes —dijo—. Vayanponiendoelcocheenmarcha.

El Mercury negro seinternó en la ciudad vacía yBlake, sentado en el asientode atrás, parecía hipnotizadopor la luz amarillaintermitente de la máquinaquitanieves que los precedíae iba levantando una blancanube que se depositabadespués en ondas sobre el

arcénderechodelacarretera.Había dejado atrás la largabatalla campal de ese día ypensabaque,alfinyalcabo,Gordon había sido para élcomoelbuenodePapáNoelquelehabíatraídoregaloslamañana de Navidad, bien demadrugada: toda una tumbaegipciaintactayvayaasaberquémás.

Le entusiasmaba la idea

de sobrevolar las aguas delNiloenpocashorasmásydezambullirse luego en laatmósferaáridaylímpidadeldesierto, su medio natural,donde ibaa respirarelpolvodelosmileniosyadespertara un personaje importante,dormido desde hacía treintasiglos.

LlegaronalaeropuertodeMidway.Sullivanexhibióun

documento al guardia deseguridad que vigilaba laentrada y éste lo dejó pasar.Recorrieron la pista deservicio hasta la escalera deun Falcon 900EX queesperaba con losmotores enmarcha. Al bajar del coche,una ráfaga de nieve losgolpeó. Gordon seencasquetó más el sombreroy lo aguantó con la mano

hasta que hubo subido abordodeljet.Blakelosiguióy antes de entrar se volvióparaecharunaúltimamiradaalaciudadcubiertadenieve,tachonada de luces decolores.Recordóque,cuandoera niño, en Nochebuenamiraba el cielo paracomprobar si descubría eltrineo de Papá Noel con susrenos volando entre los

rascacielos,envueltosenunanube de polvo plateado,como en los dibujosanimados, y se preguntó sivolveríaapisarsuciudad.

Sullivan subió tras él ylostresseacomodaronensusamplios asientos. El Falconcarreteó por la pista y seelevó como un dardo en elcielo gris. Instantes despuésvolabaen lanochedecristal

del cielo navideño, entre lasfríasconstelacionesboreales.

Contra el fondonegrode lasrocas y de la llanuraesteparia, envuelto en unanube de polvo blanqueadaporlaluzdelaluna,elviejoMercedesavanzabahacia lascolosales ruinas de Baalbek.Al llegar a la entrada del

valle de los templos sedetuvoyapagólosfaros.Lasseis columnas del templogrande se alzaban hacia elcieloestrellado,comopilaresdel infinito, y el hombresentado en el asientoposterior contempló ensilencio tanta maravilla,escuchandolospensamientosque le susurraba el alma.Pensaba en cuantos había

visto morir en losinnumerablesenfrentamientos queconstelabansuvida:morirenpleno bombardeo, morir encombate segados por unaametralladora o destrozadosporunaminaounabombademano. Pensaba en cuantoshabía vistomorir de hambrey desesperación, deenfermedades y heridas,

pensaba en sus almas,errantesenlasnegrasnochesdeldesierto.

A pesar de todo, ese erauno de los raros momentosen que podía descansar elcuerpo y la mente, elmomento de la espera. Bajóla ventanilla y encendió elúltimo de los tres cigarrillosdiarios que su médico lepermitía como máxima

transgresión y miró el cielonegro y estrellado. Enmomentos como aquelrecordaba su infancia y sujuventud; a sus padres, aquienes había conocidoduranteuntiempodemasiadobreve; a las mujeres que nohabía podido amar, losestudiosquenohabíapodidoterminar,alosamigosquenohabía podido visitar. Porque

nunca había tenido tiemposuficiente.

Recordaba sus relacionescon todo tipo de personajes:príncipes y emires delpetróleo, tiranos ávidos depoder y dinero; jefesreligiosos a veces cínicos, aveces visionarios; jóvenesconsumidos por el odio y elfanatismo, simplemente porla frustración de no poseer

los fetiches del bienestaroccidental; agentes de losserviciosquehacíaneldoblejuego, banquerosenriquecidos gracias a lamiseria de los pobres y lasmássuciasespeculaciones.

Los había usado tantocomoloshabíadespreciadoyninguno de ellos le habíarevelado jamás su verdaderaidentidad; esperaba que

llegaseeldíadelarendicióndeloscondes,cuandoelplanmás ambicioso jamásconcebidoporunárabedesdelos tiempos de la batalla dePoitiers se haría realidaddándole la victoria sobre elenemigo,el liderazgodeunanación que iba desde elHimalaya hasta el océanoAtlántico y el control de untercio de los recursos

energéticos de todo elplaneta.

Interrumpió suspensamientos cuando de laoscuridad salió un hombrevestido de negro y caminóhasta el coche. Lo observómientrasseacercabay luegocuando se asomó a laventanilla y lo saludó conunareverencia.

Respondióalsaludo,bajó

del coche y lo siguió hastaunacasitabaja,deparedesdeadobe,yentrótrasél.

Era un viejo cargado dehombros, con los ojosveladosporlascataratas.

—Bienvenido, efendi —ledijoylohizopasar.

—¿Quénoticiastienes?—Buenas —contestó el

viejo—. Me han pedido quete dijera lo siguiente: “Han

comprado tres asnos en elmercado de Samarcanda, talcomo habías mandado, y sehapagadoporelloselpreciojusto. Ahora el arriero estállevando a cada uno de ellosasuestablo, talcomohabíasordenado”.

El huéspedhizoungestodeaprobaciónconlacabeza.

—Demos gracias a Alá—dijo—, todo sale de la

mejor manera posible. Yahora,amigomío,dilesalosjóvenesquemeacompañaránen la peregrinación que sereúnan conmigo. Tres deellosmeveránenBelén,tresenNablús,ytresenGaza.

—¿Quieres que mandeprepararunalojamientoparavosotrosenLaMeca,efendi?

—No, amigo mío. Estavez peregrinaremos a la

antigua usanza, a lomos decamello. No te preocupesmás.

Seabrazaronyelhuéspedregresó al coche que loesperaba al pie de lascolumnas de Baalbek. Elviejo acompañó con lamirada a aquella silueta quesu vista débil percibía comouna sombra, luego miró eltemploylasseiscolumnasle

parecieron otros tantoscolosos que, en silencio,montaban guardia en plenanoche para que ningunamirada indiscreta se posarasobre el pequeño hombreencorvadoquesealejaba.

No lo había visto nuncahasta entonces y habría sidoincapaz de describirlodespués; sólo habría podidodecir que llevaba unakefiaa

cuadros blancos y negros,una chaqueta gris sobre lajalabiyya blanca, pero sabíaque había hablado con elhombre más buscado de lafaz de la tierra, al que elenemigo habría deseadoatraparmásqueanadieenelmundo:AbuAhmid.

El aire de Belén seguía

oliendoainciensoylaciudadestaba todavía sumida en laatmósfera de la recienteNavidad; bajo el sol, lascalles, los bancos y lastiendas del bazar estabanatestadosdeperegrinos.

Entre la multitud quehablaba infinidad de lenguasiba un sacerdote ortodoxo,vestidodenegro,conelpoloscubierto por un largo velo y

los iconos de plata colgadosdel cuello; iba también unhumilde fraile franciscanocon las sandaliaspolvorientasyel cinturóndecuerda y unmulla con elgorroenvueltoenel turbanteblanco; la gente los miraba,eran la prueba de losdistintos caminos que elhombre sigue para llegar alúnicoDios.

Nadie reparó en elhombrede lakefiaacuadrosblancosynegros,lachaquetagris sobre la túnica blanca yelbolsodelanaenbandolera,que salía de la ciudad yentraba en una casa de dosplantas, con el enlucidodesconchado, situada en elcruceentreSukelBerkyAinAziza.

Una mujer, una anciana

viuda, loesperabaen lacasavacía para acompañarlodesde la entrada hasta lahabitación principal, unamodesta sala con el suelocubierto de viejoskilim yalgunos cojines. La mujerlevantó unkilim dejando aldescubierto una trampilla demadera que conducía alsótano apenas iluminado porla bombilla eléctrica. El

hombre bajó la escalera demano de madera mientrasella cerraba la trampilla yvolvíaataparlaconelkilim.

El hombre recorrió unpasillobreveymuyestrechoyentróenotrahabitacióndeaproximadamentedosmetrospor tres, también iluminadapor una sola bombilla quecolgaba del techo, con elsuelo cubierto de esterillas.

Encontró allí a tres hombresen cuclillas con la caracompletamente cubierta porlakefia.

El hombre que acababade entrar también llevaba lacara cubierta y, dada laescasa altura del techo, suvoz sonó mucho másamortiguada a través de latela.

—Hermanos —dijo—,

vuestra misión está a puntode empezar y es de talimportancia que de elladependerá el éxito de laOperación Nabucodonosor yla victoria de nuestra causa.Llevamosañosmeditandolosmotivos de nuestrasanteriores derrotas y novolveremos a cometer loserroresdelpasado.

»Esta vez actuaremos

sólo cuando recibamos laseñaldequelospaqueteshansido hallados. Actuaremossobre seguro. Como sabéis,se trata de paquetesvoluminososquellamaríanlaatención, por eso serepartiránen trespartes,unoparacadaunodevosotros.

Metiólamanoenlabolsay sacó tres sobres queentregóacadaunodelostres

hombres.—Aquí tenéis dinero en

efectivoy tarjetas de créditodel International City Bankasí como las instruccionespara retirar y entregarvuestropaquete.

»Debéis aprenderlas dememoria aquí mismo,delante de mí; cuando lohayáis hecho, las destruiré.Las instrucciones os

indicarán cómo poneros encontacto con el coordinadorde la operación en EstadosUnidos.Sunombreencódigoes Nabuzardán. Con éltambién os comunicaréis encódigo. Sólo en caso deabsoluta necesidad o bien siyo os lo pidieraexplícitamente, lo veréis enpersona.

»Si llegaseis a ser

descubiertos deberéisaccionar las cargas quellevaréis envuestros cuerpostratando de causar entrenuestros enemigos el mayornúmero posible de víctimas.No deberéis apiadaros ni delos ancianos ni de lasmujeres ni de los niños,como no se apiadaron ellosde nuestros padres, denuestros hijos y de nuestras

esposas.Concluida lamisiónvolveréis a la base.Necesitaremos combatientesvalerosos y bien adiestradoscomovosotrosparalucharenlaúltimabatalla.

Pronunciando con sumocuidadolaspalabras,comosise tratara de una fórmulasagrada,añadió:

—El asedio y laconquistadeJerusalén.

Los tres hombrescogieron los sobres, sacaronel dinero y las tarjetas decrédito, leyeron con cuidadolas instrucciones y después,uno tras otro, quedando enúltimotérminoelqueparecíamás joven, devolvieron lashojas que fueron quemadasenunplatodecobre,sobrelaesterilla.

—Allâhu akbar! —

exclamóelhombre.—Allâhu akbar! —

contestaronlosotrostres.Minutos después

caminaba bajo el sol delhermoso día invernal, entrela multitud del bazar deBelén. Pasó debajo de unapancarta que decía en tresidiomas:

Paz en la tierraa

loshombresdebuenavoluntad.

LostrescombatientesdeAlásalieron de uno en uno, aintervalosdeunahora.

Partió cada uno a sudestino, como caballeros delApocalipsis.Elprimeroteníainstrucciones de llegar a

Beirut y desde allí debíatomar el avión paraLimassol, donde iba aembarcar en una navemercante chipriota condestinoaNuevaYork.

El segundo iría en cochehastaAlejandría,dondedebíaembarcarenunpetrolerocondestino a New Haven, enConnecticut.

El tercero embarcaría

desde Jaffa con rumbo aBarcelona, donde tomaría unvuelodeIberiaaSanJosédeCosta Rica y de allí, desdePuerto Limón, un barcocargado de plátanos de laUnited Fruits con destino aMiami,Florida.

Dos días más tarde, enuna mezquita de la ciudadvieja deNablús,AbuAhmidsepusoencontactoconotros

tres jóvenes; y dos díasdespuéssereunióconlostresrestantes en Gaza, en unabarraca de un campo derefugiados.

Estos seis, al igual quelos tres de Belén, erancombatientes suicidasdispuestos a morir,adiestrados para hacer frentea cualquier situación. Ellostambién recibieron sus

instrucciones y el itinerariodeviaje.

Desde el momento departir se convirtieron enpiezas del tablero de AbuAhmid;encasodenecesidadtodos ellos eranintercambiables, y cada unode los grupos, una vezcumplida su misión, podíadestacar a alguno de sushombresparacubrirlasbajas

en los otros, si llegaban aproducirse;loimportanteeracumplir con los tresobjetivos.

Los nueve hablabaninglés sin acento alguno ysabían usar todo tipo dearmas blancas y de fuego;sabían artes marciales, erancapaces de pilotar aviones yhelicópteros, de lanzarse enparacaídas, escalar paredes

de hormigón o roca y nadardebajo del agua conescafandraautónoma.

No tenían nombre, seidentificaban con números,noteníanpadresnihermanosy sus documentos eran tanfalsos como perfectamenteimitados.Paraellossusvidascarecían de valor puesdurante años los habíaneducado para entregarla a la

causa en elmomento en quesu jefe lo ordenara. Podíansobrevivirdíasydíasconunagalleta y algo de agua; erancapaces de soportar elhambreylased,elcaloryelfrío, de enfrentarse acualquier sufrimiento, desoportartorturas.

Al frente de cada grupohabía un jefe que ejercíasobre sus compañeros un

poder absoluto y decidíasobresuvidaosumuerte.

La OperaciónNabucodonosor se apoyabadel principio al final en laresistencia y la capacidaddeestoshombres.

Cuando todos ellosllegaran a destino con sucarga debían avisar aNabuzardán, quien a su veznotificaría a Abu Ahmid.

Entonces se pondría enmarchalasegundafasedelaoperación, la de la acciónmilitar propiamente dicha,estudiada hasta el máspequeño detalle, día y nochedurantedosaños.

No le quedaba más queesperar desde un buen lugarde observación y pasarrevista a todo el plan, deprincipio a fin. Llegó a

Damascoydesdeallísehizollevar a su tienda deldesierto, no lejos de Dayraz-Zûr.

Había nacido allí hacíaaproximadamente setentaaños y su pequeña tribubeduina seguía fiel a lamemoria de su padre y a élenpersona,aquienconocíancon el nombre de Zahed alWalid.Selevantabaalalbay

contemplaba las aguas delÉufrates encendidas por elfuegodelastronaciente,veíalos rebañosmarchar tras suspastores rumbo a los pastos,a las mujeres bajar al río alavar la ropa y a otrasencender el fuego de loshomosdebarroparacocerelpan que le servían reciénhecho,perfumadodefuegoyceniza. El sol arrancaba

destellos a las monedas quellevaban de adorno en lafrente y con su bellezabruñida parecían reinas delpasado: Saba que habíaseducido a Salomón oZenobia que había fascinadoaAureliano.

Realizaba largascabalgatasporeldesierto,endireccióndealQâmishlî,ysealejaba tanto que, mirara

donde mirara, no veía nada.Sentirse soloentreel cieloyla tierra a lomos de sucaballoledabaunasensaciónprofunday terribledepoder.Entonces desmontaba ycaminaba descalzo por eldesierto, en otros tiempos latierra exuberante del Jardíndel Edén, o bien se sentaba,cruzaba las piernas ymeditaba en silencio durante

horas, con los ojos cerrados,alcanzando unaconcentración casi total quele permitía llegar a unadimensión casi trascendente,comosiporsusmiembrosasírecogidos fluyeran la fuerzadelcieloylatierra.

Alcaerlatarderegresabaycenabaensutiendaconloscabezas de familia; comíanpany sal y carnede cordero

asada, luego se quedabadespiertohastatarde,sentadoen los cojines, bebiendoayran y hablando de cosasabsolutamente fútiles eirrelevantes como lascamellaspreñadasyelpreciode la lana en el mercado deDayraz-Zûr.Deestamanerarecuperabafuerzasyaguzabala mente ante la proximidaddelapartidamásgrandeque

jamás se jugara sobre laTierra desde los tiempos enque Esaú vendió suprimogenitura por un platodelentejas.

No quería reconocerlo,pero en el fondo de sucorazón sabía muy bien quedel otro lado del tablerohabíaunjugadortanastutoypeligroso como él, capaz decontrolar al mismo tiempo

mil situaciones distintas,desconfiado e insomne,probablemente despojado detodo sentimiento que nofuese la consideración de símismo y de su propiahabilidad: Gad Avner, jefedel Mosad. La partidaacabaría enfrentándolos aellos dos y se jugaríanJerusalén,laciudaddeDios.

Ganara quien ganara el

mundono ibaa sernimejorni peor que antes, pero sejuegaparaganar,secombatepara vencer, las ofensas sevengan, es preciso ponerremedioalasinjusticias.

Alcabodesiglos,Ismaelregresaba del desierto dondelo habían confinado parareivindicar su papel deprimogénitodeAbrahán.

AbuAhmidpasódiezdíasensu tienda del desierto ydespués regresó, primero aDamasco y luego aAmmán,para reanudar los contactoscon los hombres que iban adirigirlabatallaenelcampo:los alfiles, las torres y loscaballos de su gigantescotablero.

Esperóalgunosdíasenunhoteldel centrohasta recibir

el mensaje que esperaba: lahora y el lugar de la cita enpleno desierto, a treintamillas al nordeste de unaestación de bombeo deloleoductodenominadaF7.

Salió en taxi a últimahorade la tarde;viajóporelcamino de Bagdad hastacruzarlafronteraysebajóenuna estación de servicio,dondeseunióaunapequeña

caravanadebeduinosqueibarumbo al sudeste, hacia eloleoducto.

Lo dejaron en el lugarconvenidodondeesperó solohastaquedeleste le llegóelrugido del motor de unenorme helicóptero decombate MI 24, defabricaciónrusa,armadoconmisiles, cañones ylanzacohetes.

Volaba a pocos metrosdel suelo levantando a supaso una densa nube depolvo; sobrevoló eloleoducto, se quedó inmóvilen el aire y empezó luego abajarhastatocartierraaunoscien metros de allí. Lashélices siguieron dandovueltas hasta perdervelocidad y detenerse deltodo.Seabriólaportezuelay

un oficial con gorro militardel cuerpo de tanques ycazadoradeaviadorbajóyseacercó a él. El helicópteroapagó las lucesdeabordoytodo quedó sumido en laoscuridadyelsilencio.

Los dos hombres estabandepie,frenteafrente.

—Salamaleykum,generalTaksoun—dijoAbuAhmid.

—Aleykum salam —

respondió el oficialinclinando ligeramente lacabeza.

—Mealegrodequehayaaceptadoverme.

Soplaba un viento frío yelcieloamenazaballuvia.Elgeneral era un hombre bienplantado, rondaría loscincuenta, tenía la carabronceada y las manosgrandes de los campesinos

del sur, pero un notableorgullo en el porte y lamirada.

—Este encuentro esmuypeligroso,AbuAhmid—dijo—, tendrá que ser lo másbreveposible.

—Estoy de acuerdo,general. He solicitado estareunióncaraacaraporqueloque debo decirle es tanimportante que ningún

mensaje o intermediariohabría tenido el peso y elefectoqueexigelanaturalezadecuantovoya transmitirle.Además, la respuesta debeserinmediata,esprecisoquela lea de susmismos labios.Le expondré mi plan y mipropuesta.

»Deberá abandonar su…colaboración con losnorteamericanos y pasar a

nuestrobando.El militar dio un

respingo.—Nopiensoquedarmeun

solominutomássimevaa…—Nosemoleste,general,

tenemos en nuestro poderdocumentos irrefutables queconfirman lo que acabo dedecir y si no se calma ymeescucha con atenciónestamos dispuestos a

pasárselosasurais.Taksoun lo miró

estupefacto, sin decirpalabra.Sóloleveíalosojos,porque llevaba tapado elrestode lacarayeranpocoslosmomentosenquelograbacaptar la expresión de lamirada,luzinciertayhuidizaque infundía inseguridad einquietud.

—Nodeberámodificarni

una sola coma de su plan;incluso podrá contar connuestra colaboración, muchomás fiable que la de susamigos,quedesconocenaloshombres y el territorio…Quédese tranquilo —continuó diciendo al ver laexpresión desconcertada desu interlocutor—, sólo otrapersona de mi absolutaconfianzayyoconocemosla

situación; por tanto, nadatienequetemer.Esmás,gozausted de gran consideraciónen muchos ambientesimportantes de esta zona delmundo;enespecial,graciasasu fe chiita, cuenta con lasimpatíadelosiraníes.Yconla mía, si de algo puedeservirle. Para demostrárselolehetraídounregalo.

Sacódelbolsillounafoto

yseladio.—¿Quées?—preguntóel

general.—Un combatiente de la

yihad, soldado de la guardiapresidencial,estádispuestoadar la vida. A él lecorresponderá hacer saltarpor los aires a su rais el díadel desfile; lo hará de unaformamuchomásseguraqueel comando preparado por

usted. Existen bastantesposibilidades de que a ustedlo descubran antes de quepueda reaccionar, lo cualllevaríaasufusilamientoporla espalda. De modo que nose mueva, nosotros nosencargaremosdetodo.

»EncuantoalBakrisalteen mil pedazos, usted seencargará de dar solemnesepultura a los restos que

consiga recoger en la plazadearmas;despuésasumiráelmando supremo de lasfuerzasarmadasyesemismodía hará que lo pongan alfrente del gobiernoprovisional hasta tanto secelebren elecciones en unafechapordeterminar.

»A continuación iniciarácontactos diplomáticos conEstados Unidos e

inmediatamente después, enel más absoluto de lossecretos establecerá un plande estrecha alianza con elnuevopresidente sirio, firmepartidario de nuestroproyecto.Sepondráentoncesen contacto con los iraníes,con cuyo apoyo tambiéncontamos, y con los gruposintegristas de Egipto yJordaniaqueleindicaremos.

»Yo me encargaré deconcertar las citas yreuniones en lugaressecretos.

El general Taksounlevantó losojosalcielo,queempezaba a nublarse, ydespués volvió a buscar lamirada de su interlocutor enla oscuridad, el rostrosemiocultoporlakefia.

Abu Ahmid asintió al

tiempoquemiraba lasnubesnegras que se agrupabanempujadasporeljamsín.

—Se avecina unatempestad…—dijoypor uninstante pareció escuchar elsoplo del viento que iba enaumento—, una tempestadnunca vista por el mundodesde el final de la últimaguerra.SeráelHarmaguedón.

Taksoun sacudió la

cabezaylepreguntó:—¿Quiere desencadenar

una nueva guerra, AbuAhmid?Yanoesposible.Entodo el mundo sólo quedauna sola superpotencia y susupremacía militar esaplastante. No existenalianzas duraderas… Novolveránmás los templosdeSalah ad Din y Harun alRashid. Mi alternativa no

suponía traicionar la causaárabe sino que era la únicaforma de sacar al país de laactualmiseriaydesuestadodeabyeccióncivilypolítica.

—Le creo, general. Perohágame caso, esta vez nohabrá superpotencias en laarena. El combate será entrelasfuerzasqueestánenjuegoenestaregióndelmundo.Nopuedo decirle cómo será

hasta tanto no se hayacompletado la fase inicialdemi plan, pero a su debidomomento se dará ustedcuenta. Lo que sí le puedogarantizar del modo máscategórico es que EstadosUnidos quedará encadenadoal otro lado del océano y nopodrá mover un solo barco,un solo avión, un solohombre. Estados Unidos

tendráunapistolaapuntadaala sien y yo, yopersonalmente, tendré eldedoenelgatillo.

Taksoun lo mirófijamente tratando deimaginarloquepasabaporlacabeza de su interlocutor,quiensiguiódiciendo:

—Llegado ese momento,sus fuerzas se moverán deforma fulminante en dos

direcciones —con la puntadel bastón trazó sobre laarena un esquema—. Conapoyo iraní, una parte deellasiráalsuryavanzarádíaynochehastallegaralazonade los pozos petrolíferoskuwaitíes y saudíes dondedeberán minarlos. De esamanera tendremos ennuestras manos un tercio delos recursos energéticos del

planeta. El grueso de lasfuerzasiráhaciaeloesteparaunirse a las de los demásEstados árabes, bajo lasmurallasdeJerusalén.

»Usted irá al mando delgrueso de este ejército ypuedo garantizarle que seráelcomandantesupremo.

Con ruido sordo cayeronsobre la arena algunas gotasdelluviayenelaireflotóel

agradable olor a polvohumedecido.

—¿Qué me contesta,general?

Taksoun se mordiónerviosamente el labioinferioryrepuso:

—¿Ydespuésquépasará?Unaamenazacomolaquehaorquestado no puedemantenerse por tiempoindefinido. Si apunto una

pistola a la sien de unhombre sin apretar nunca elgatillo, tardeo temprano esehombre conseguirásorprendermeydesarmarme.

—Eso también estáprevisto —respondió AbuAhmid—. Confórmese consaber que cuando estemoslistos negociaremos desdeposiciones absolutamenteventajosas. Y bien, general,

¿quémecontesta?—Parece usted muy

seguro de sí mismo, AbuAhmid —dijo el oficial—.Perosiahorayo…

Abu Ahmid vio que sumanoseapoyabaenlaculatadelapistola.

—Olvida que hay otrapersona que lo sabe todo deusted;aunqueestuvieseusteddispuesto a correr el riesgo,

amigo mío, jamás llegaría asu cuartel general. ¿Porcasualidad,supilotonoesunjoven teniente originario deZacko que hasta hace dossemanasservíaen labasedeErbilytienelacostumbredellevarlapistolaenelcostadoderecho?

Taksoun se volvióestupefacto hacia elhelicóptero, luego dio la

impresión de meditar uninstanteensilencio.

—De acuerdo —aceptó—. Está bien. Puede contarconmigo—dijofinalmente.

—Y usted conmigo —leaclaró Abu Ahmid—, acualquierhoradeldíaydelanoche,lluevaotruene.

El viento sopló con másfuerza y un relámpagoiluminó de pronto las nubes

henchidas que se deslizabanporelhorizonte.

—¿Cómoharépara…?—Nunca podrá ponerse

en contacto conmigo,simplemente porque no sabequién soy ni dónde estoy.Seré yo quien se ocupe debuscarlo a usted. Hastaencontrarlo.

—Entonces, hasta lavista,AbuAhmid.

—Hasta la vista, generalTaksoun. Falta poco para eldíadeldesfilemilitar.Allâhuakbar.

—Allâhu akbar —repitióelgeneral.

Saludó con unareverencia y fue hacia elhelicóptero.Elpilotopusoenmarchaelmotorylashélicesdel rotor comenzaron a girarcada vez más veloces hasta

queelaparatoseelevóenelaire. Allá abajo, el hombreenvuelto en lakefia se fuehaciendomásymáspequeñohasta desaparecer tras unacortina de lluvia. El generalapartó lamirada del suelo yse quedó largo ratopensativo, mientras elhelicóptero sobrevolaba lasriberasdesiertasdelÉufrates.Miróentonceshaciaelpiloto

ylepreguntó:—¿De dónde es usted,

teniente?—De Zacko, mi general

—respondió.

Ese mismo día, avanzada lanoche,GadAvnersaliódelareunión del Consejo para laSeguridad del Estado hechoun basilisco. Como de

costumbre, los políticos sehabíanpasadolamayorpartedel tiempo arrancándose lapielatirassintomarningunamedida seriaen relaciónconsu solicitud de potenciar losservicios secretos medianteuna asignaciónextraordinaria.

Le pidieron pruebas,indicios sólidos quejustificaran semejante

desembolso y él no pudoofrecerlesmás que su olfatode sabueso, la intuición, elhechode que presentía en elaire el inminente peligro.Según ellos, nada tangible.Movimientos de extrañospersonajes, nerviosismo enciertos ambientes bancarios,sospechososdesplazamientosde grandes capitales y, entrelos prisioneros políticos,

euforias inquietantes. Y dospalabras: OperaciónNabucodonosor.

“¿Ypordospalabrasnospide una asignaciónextraordinaria de quinientosmillones de shekel?”, lehabíapreguntadoeljefedelaoposición.Elmuyidiota.

“¿Sabe quién eraNabucodonosor?”, le habíapreguntado a su vez Avner.

“Era el reydeBabiloniaqueen el 586 a. de C. capturóJerusalén, destruyó elTemplo y deportó a lapoblación a laMesopotamia.” Después delo cual se había levantadoparasalirdandounportazo.

Se encontraba a pocadistancia del Muro de lasLamentaciones,enlaentradade un patio interior donde

había aparcado el coche. Elbarrio estaba sumido en elsilencio más absoluto y enlascallesnoseveíaanadie.

Arrancó,pasócercadelaplaza del Muro, custodiadapor soldados en uniforme decamuflaje y equipo decombate y desde allí siguióhacia el hotel King David,dondeloesperabaunodesushombres para comunicarle

unanoticiaimportante.Se trataba de una

adquisición reciente aunqueválida, un subteniente de losservicios secretos, de origenitaliano, hijo del rabino deVenecia; un muchachoapuesto llamado FabrizioFerrario, que trabajaba deasistente social bajo latapaderadeunaorganizacióncaritativa internacional cuya

oficina central estaba en elhotelJerusalemPlaza.Vestíacon elegancia descuidadapero inconfundible, llevabasólo camisas de Armaniperfectamente combinadascon chaquetas de franela osaharianas.

Se vieron en el bar delvestíbulo, donde AvnerencendióuncigarrilloypidióunaMaccabíhelada.

—¿Qué puede ser tanurgentequenopodíasesperaraqueacabaralareunión?

—Dos cosas—respondióel joven—. La primera, quelaOperaciónNabucodonosorexisteyprobablementeestáapuntodeempezar…

—¿Y la segunda? —preguntó Avner sin siquieraapartarlanarizdelacopa.

—Debemosdarunpaseo.

Quiero que lo veapersonalmente,ahoramismo.

—¿Unpaseo?¿Dónde?—Cuando se termine la

cerveza, sígame. No estálejos.

—¿Qué más sabes de laOperaciónNabucodonosor?

—No mucho. Lo que sées fruto de los datosobtenidosmediante escuchasambientales. Sobre todo en

las cárceles. Se estánhaciendo transferencias aalgunos bancos de OrienteMedio como el Banque duLibanyelSaudiArabian.Setratadesumasmuyelevadas.

—¿Transferencias?¿Haciadónde?

—Hacia cuentas suizas.Nassau. Estamos tratando deaveriguar quiénes son losbeneficiarios.Tambiénenlos

ambientes de la mafiasiciliana y de la rusa. Nodeberíamos preocuparnosdemasiado.

Entretanto, Avner habíaterminadolacervezaysiguióa su compañero mientras elcamarero de la barra seocupabadeunpardeclientesnorteamericanos que notenían muchas ganas deretirarse. En los últimos

tiempos, en Jerusalén habíabajado mucho la calidad delturismo.

Recorrieronlacallevacíahasta el gran arco de laFortalezaAntonia.

—En tu opinión, ¿quécreesqueestaráncomprandoconesedinero?

—Armamento,dispositivos electrónicos deinterceptación, sistemas de

misiles, armasbacteriológicas y químicas.Vayaustedasaber.

—Lo dudo —dijo Avner—.Ennuestraregiónesetipodecomprassehacenatravésde los Estados y susministerios. Las autoridadespalestinas no tienen uncéntimoyalosterroristasdeHamás los financian losiraníes y los libios; además,

el explosivo plástico seencuentra ahora en cualquierplaza, tirado de precio. ¿Semehaolvidadoalgo?

—El arsenal de la exUniónSoviética, queno estáprecisamente tirado deprecio.

—Ya —dijo Avnersubiéndose el cuello delabrigo.

Habían llegado al centro

delgranpasoinferior,ydelapared situada entre dossoldados armados conmetralletasUzisefiltrabaundébilhazluminoso.

—Casi hemos llegado—dijo el teniente—. Es poraquí.

Avnerentrótrasélenunaespecie de túnel cavadoprimero en el muro de lafortalezayluegoenlapiedra

viva. Se oían voces quevenían de dentro y el túnelestaba iluminado por tubosde neón fijados en lasparedeslaterales.

—¿Qué es esto? —inquirióAvner.

Habían llegado al finaldel trecho practicable yvieron a un grupo depersonas con cascos deminero y herramientas de

excavación; entre ellos,Avner reconoció alarqueólogo Ygael Allon, exmiembro del Gabinete entiempos del gobierno deShimonPeres.

El teniente Ferrario lopresentó de la siguientemanera:

—SeñorAllon, éste es elingeniero Nathaniel Cohen,delCuerpocivil.

—Mucho gusto —dijoAvner estrechando la manocubierta de polvo delarqueólogo. Después demirar el túnel parcialmenteobstruido por un derrumbe,preguntó—:¿Quéesesto?

Allon le enseñó unaspiezasdecerámicaeiluminóun grafito de la pared dondehabía una breve inscripciónalfabética.

—UntúneldelaépocadelosreyesdeJudá.ParecequeconducehastaelTemplo.

W illiam Blakehabía dormitadoun par de horas

tratando de descansar antesdel aterrizaje; lo despertó lavoz que por el interfonodeseaba a todos FelizNavidad y solicitaba a lospasajeros que se abrochasenloscinturonesdeseguridad.

Cuandoabriólosojosvioque todas las ventanillas del

avión estaban cerradas y noencontró a Gordon en suasiento, por lo que supusoquehabríaidoalacabinadelpiloto.

—¿Dónde estamos? —lepreguntóaSullivan.

—Casi hemos llegado,doctorBlake—le respondió.Peronoleaclarónada.

Blake calculó que debíanencontrarseenalgúnpuntoal

oeste de Luxor, si debíaguiarse por las detalladasdescripciones que suscompañeros de viaje lehabían hecho de lascaracterísticas del ambientedurantelasprimerashorasdevuelo.

Sullivan y Gordonllevaban consigo algunasfotosdelinteriordelatumba,peroresultababastantedifícil

hacerseuna ideadeconjuntodebido a que habían sidotomadas desde ánguloslimitados.Loquesísepodíadecir sin lugar a dudas eraque, en el momento de sudescubrimiento, la tumbaestaba tal como había sidodispuesta en la época de lainhumación del personajequedormíaenelhipogeo.

Pasaron varios minutos

hastaqueporfinnotóqueelaviónposabalasruedasenelsuelo e invertía los motorespara frenar su carrera.Cuando el aparato se detuvodel todo, el piloto abrió lapuerta lateral e hizo bajar alospasajeros.Blakeseasomóyaspiróhondoelairesecoyperfumadodeldesierto.Echóluego un vistazo a sualrededor y trató de deducir

dóndeseencontraban.El avión descansaba en

una pista de tierra batidabastante lisa y regular comopara permitir aterrizar sinproblemas, situada en elcentro de un valle dominadoaderechaeizquierdapordoscadenas montañosas. En lasladeras de los montes, lasarroyadasparalelasconfluíanen unwadi que bajaba

serpenteando hasta llegar,completamente seco, alcostadodelapista,peroaquíyallágozabadelasombradelavegetaciónbajadeplantasespinosas y arbustosachaparrados de retama ytamarisco.

El conductor de unacamioneta se acercó a laescalerilladel avión, recogióa lospasajerosy suequipaje

ysealejómientraselFalconcarreteaba por el costado dela pista hasta la colina encuya base se abría en esemomento el portón delhangar.

Viajaronaproximadamentemediahorasiguiendo el curso delwadihasta avistar un grupo decasetas, el campamentoresidencial de la Warren

Mining Corporation. En unextremo había un generadorde corriente que funcionabaconmotordegasolina; en elotro, una gran tienda decampaña negra, de tipobeduino, probablementedestinadaalascomidasylasreunionesconjuntas.

Detrás del campamento,en mitad de la ladera, unacisterna sobre ruedas de la

cual partían diversos tubosllevaba agua a las distintascasetas. Uno de éstos eraclaramentemásgrandequeelresto, por lo que Blakededujo que se trataría de laresidencia del director de laexplotación o del jefe deobras.

Enunespaciorectangulardelimitado por una hilera depiedrasestabanaparcadoslos

vehículosdelaempresa:unabarrena de oruga, unvolquete, tres camionetascuatroporcuatrodealquiler,un camiónydos todoterrenode tres ruedas con cajaposterior.

A casi doscientosmetrosdel campamento se divisabauna caseta y al costado deésta un saco lleno de polvoblanco, elmismo que cubría

todo el terreno a sualrededor. Debían de ser laletrina y el saco de cal vivaparaecharenelfosoenlugarde hacer correr el agua.Decidió ahí mismo que noibaausarlayseinternaríaenel desierto, pues nada haymás horrible que la letrinacomúndeloscampamentos.

A la derecha, cayendocasi a plomo sobre el valle

principal, la montañaadoptaba una forma de leónsentado o esfinge. El sueloera del tipohammâda,formación geológica comúnentodoCercanoOrienteyelnortedeÁfrica:tierrayarenacompactada, cubierta decanto rodado de sílex ycaliza. El sol del crepúsculole restaba dureza al paisaje,cubierto de surcos

blanquecinos y piedrasnegras,bañándoloconsu luzrosada que arrancabadestellosa los frutos resecosde las lunarias haciéndolosbrillar como monedas deplata.

El centro de la bóvedaceleste se había vuelto azulcobalto y la luna, grande yblanquísima, ascendía eneseprecisomomentoporlaparte

opuesta al sol poniente,planeando sobre la cima delas montañas desiertas ysilenciosas, como si rodaraporsusrecortadosperfiles.

El coche se detuvodelantedelacasetaprincipaly un hombre con saharianacaquisalióarecibirlo.

—Soy Alan Maddox —dijo—. Bienvenido aRâ’sUdâsh, doctor Blake. Espero

quehayatenidobuenviaje.—Hola,señorMaddox—

repuso Blake—. El viaje haido bien y estoy menosmaltrechodeloqueesperaba.

Maddox rondaría lossesenta, era robusto, teníapobladas cejas negras y labarba y el bigote grises.Llevaba un sombrero deguarda forestal australiano,pantalonesde algodóngris y

botas militaresimpermeables.

—Esa de ahí será suvivienda —le dijoindicándole la caseta gris desuizquierda—.Tendráganasde ducharse; aquí el aguasiempre sale caliente, dagusto.Dentro demedia horase sirve la cena en mi casa.Espero nos haga el honor decompartirmesaconnosotros.

—Cuente con ello, señorMaddox, la verdad es quetengoapetito.Nuncaconsigocomer lo que dan en losaviones.Nisiquieraenlosdelujo como su Falcon. Nosvemosdentrodemediahora.

Gordon y Sullivantambién se retiraron a susrespectivascasas,situadasenel extremo opuesto, a laderecha de la residencia

principal.Blake entró en la suya;

olía a polvo humedecido.Alguien debía de haberfregado el suelo con agua yrepasado velozmente elcuartito de baño y el espejoencimadellavabo.

Se metió debajo de laducha y dejó que el agua lecayera encima sin dejar depensarenlaúltimaduchaque

habíatomado,encogidoenelsuelo como un perro,agarrándoseelestómagoparaaguantar las dentelladas deloscalambres.

Se frotó con la toalla, sepeinó cuidadosamente,ordenó los objetos de sunecesermientraslatelevisiónmostraba los desórdenes yenfrentamientos en lasafueras de Jerusalén y

Hebrón,asícomounatentadosuicida que había segado lavidadequinceniñosisraelíesde una escuela primaria. Erapara estar seriamentepreocupados; que élrecordara, la situación enCercanoOrientenuncahabíasidotangraveydifícil.

¿Acaso estallaría laquintaguerraentreIsraelyelmundo árabe? Y si así

ocurría,¿cuálesibanaserlasconsecuencias? Apagó eltelevisor, se echó unachaquetasobreloshombrosysalió.

El campamento estabavacío, pero en las casetas seveían luces encendidas y delejos llegaba el ronroneocontinuo del generador decorriente.Porun instante,enla cima de la montaña que

tenía delante le pareció verhombres moviéndose; dabanlaimpresióndellevarfusiles.

Derepentedosestelasdefuego surcaron el cielo y elestallidodeuntruenorompióel silencio; dos jets seperseguían volando bajo,simulando un duelo aéreo.Uno de ellos lanzó dosdescargas sin dar en elblanco, pero consiguió

escapar de su perseguidor.Los dos proyectiles cayeroneneldesiertoencendiendolaoscuridad con sendascascadas de chispasplateadas.

—En esta zona no se leocurra jamás tocar nada quenoseaDemaderaopiedra—dijounavozasusespaldas.

—¿De dónde sale usted,Gordon?

—Demi casa, esa casetaamarilla que ve allá abajo, ala izquierda. Tuve el tiempojusto para darme una ducha.A Maddox le gusta lapuntualidad. Pertenece a unaantiguafamiliadeVirginiayen su casa cenaban siemprecon cubertería de plata ycopas de cristal. ¿Qué le haparecido?

—Amable.

—Lo es, pero no se dejeengañar.Esunhombreduro,chapado a la antigua, de unasola pieza. Para él sólocuentan los intereses de laempresayel trabajoquehayquecumplir.

—Estáaltantodelodelatumba,¿noesasí?

—Hasta elúltimodetalle—dijoGordon.

—¿Lahavisto?

—Sí. Lo llevamosnosotros unanoche, antes demarchamos a Chicago.Quedó muy impresionado.De todos modos, en la cenalo sabrá por boca de él.Vamos,nosestaráesperando.

Caminaron juntos haciala caseta que servía decuartel general. En unmomento dado, Blake sedetuvo y le preguntó a

Gordon:—¿Ha visto esos dos

cazabombarderos?—Sí, los he visto. ¿Por

qué?—Sinomeequivocoeran

dos Jaguar. De fabricaciónfrancesa. ¿Qué hacen poraquí? Quiero decir, eran doscazabombarderosisraelíes.

Gordon no supo quécontestar.

—No lo sé, yo de armasnoentiendo.Hayquetenerencuenta que en todo CercanoOriente la situación es muytensa. A mí ya nada meextraña.Encualquiercaso,lerecuerdoqueestamosenunazona casi inaccesible. Nadielomolestará.

Habían llegado a la casadeMaddox. Gordon llamó alapuertaysalióaabrirlesel

dueño en persona. Tenía elpelohúmedodeladuchaysehabía cambiado; llevaba unconjunto de panamá, camisaazulypañuelodealgodón.

—¡FelizNavidadatodos!—exclamó—. Hola, Gordon.Hola, doctor Blake. Porfavor, pasen. Estabapreparando un cóctel. ¿LesapeteceunMartini?

—Me vendrá muy bien

—dijoBlake.—Amítambién—añadió

Gordon.Desde su silla, en un

extremo de la habitación,Sullivan los saludó con unainclinacióndecabezayluegosiguióbebiéndosesucopa.

La mesa estaba puestaconplatos,copasycubiertosauténticos; sobre el mantelblanco había una cesta con

panbeduinoreciénhorneado,una jarra de agua y otra devino blanco. En una mesaesquinera había un árbol deNavidad sintético, adornadocon frutos secos del desiertopintados a mano y algunasbombillas de colores que seencendían y apagabanintermitentemente.

Maddox distribuyó lossitiosehizosentaraBlakea

suderecha.—Me alegra de que

aceptara mi invitación,doctor Blake—le dijo—. Elseñor Sullivan le habráexplicadotodo,supongo.

—Enefecto.—¿Quéleparece?Blake tomó un sorbo de

Martini. Era una versióndura; su anfitrión apenashabía mojado la copa con

vermutparallenarlaluegodeginebrayhielo.

—Resulta difícilpronunciarse sin haber vistonada, pero por lo queme hacomentado Gordon creo quedebedetratarsedealgomuyimportante, demasiadoimportante para ocuparse deellodeestemodo.

Maddox lo miró a losojosyledijo:

—Es usted muy franco,doctor Blake. Mejor así, locierto es que los rodeossirvendebienpoco. ¿Quiereusteddecirquenosesientealaalturaosencillamentequeno aprueba nuestrosmétodos?

Entró un camarero árabey empezó a servir a loscomensales.

—Espero que le guste el

cuscús. No tenemos otracosa.

—No hay ningúnproblema,esunplatoquemeencanta.SeñorMaddox,siheentendido bien la situación,lo que yo piense tiene pocaimportancia y dudo quepudiera hacerle cambiar deidea. Por otra parte, yo soyprácticamente un hombreacabado y, la verdad,

agradezco a la suerte que hapuesto a sus hombres en micamino. No estoy encondiciones de venir conexigencias. Sólo quiero quesepa que he aceptado estetrabajo por puro interéscientíficoy con la esperanzade poder publicar losresultados de miinvestigación y de losestudiosqueharédespués.

Maddox le llenó la copadevino.

—Noestoysegurodequepueda hacer más que ver latumba y los objetos que hayenella…

—Es preciso que hagaesosestudios,señorMaddox.Meresistoacreerquepienseque estoy en condiciones decomprenderlo todo así comoasí,ysimelopermitelediré

que es muy probable quenadieestéencondiciones.

Maddox guardó silencio;entretanto,Sullivanapartó lavista del plato para mirarlocondisimulo.

—Podría poner a sudisposición una conexión aInternetennuestroordenadorpersonal, naturalmente bajonuestrocontrol.¿Lebasta?

—Creoque sí—contestó

Blake—. Me permitiríaconsultarenlabibliotecadelInstituto Oriental y en otrasinstituciones deinvestigación.Creoquesí…

—En cuanto a lapublicación… —siguiódiciendo Maddox—, es unproblema que no podemosdiscutir ahora. Tengo quepensarlo y considerar quéconsecuencias puede tener.

Le ruego que abordemos unproblemaalavez.

El camarero árabe pasócon una bandeja delegumbres y les sirvió másvino.

—Es un Chablis deCalifornia—dijoMaddox—.No estámal.Como le decía,un problema a la vez.Queremos que examine latumba; que determine, si es

posible, la época en que fueconstruida, que describa yvalore los objetos del ajuarfunerario.Leaseguroquenotenemos intenciones decometer actos ilegales. Elhecho es que estedescubrimientoesimprevistoe interfiere enormemente ennuestrosprogramas.Mientrasusted se ocupa de laexcavación, nosotros

seguiremos con nuestrotrabajo. Nuestro personal,queyahadejadoaccesiblelaentrada,estáasudisposición,igual que nuestros mediostécnicos. Cuando hayaconcluido con su trabajo, lepagaremos lo que pida através deuna transferencia ala cuentaquenos indique enEstadosUnidosuotropaís.

—Una pregunta —lo

interrumpióBlake.—Loescucho.—¿Dóndeestoy?—En el campamento de

la Warren MiningCorporationdeRâ’sUdâsh.

—¿Enquéregión?—Eso no se lo puedo

decir.—Debo advertirle que si

no puedo situartopográficamente la tumba,

tal vez tampoco puedaidentificarla.

Maddox lo miró sinpestañearylecontestó:

—Es un riesgo quedeberemos correr, doctorBlake.

El camarero árabeempezó a recoger yMaddoxselevantódelamesa.

—Sugiero que tomemosel café fuera, en la tienda

beduina. Estaremos másfrescosyquienquiera fumarpodráhacerlo.

Losinvitadoslosiguieronhasta la tienda y se sentaronen las sillas de mimbredistribuidasalrededordeunamesita de hierro. Elgeneradordecorrienteestabaa sotavento y la brisanocturna se llevaba lejos elruido.

Maddoxpasóunacajadehabanos.

—En Estados Unidosresulta cada vez más difícilencontrarlos—dijo—.A vercuándo levantan el malditoembargoaCuba.Peroaquíesdiferente. Los fuman todoslos jefes de Estado y todoslosministrosydiputadosdelCrecienteFértil.

—No sólo habanos se

fuman—observóGordonconsorna.

Blake bebió su café yencendióunpuro.

—¿Cuándo quiere queempiece?—preguntó.

—Mañana mismo —respondió Maddox—. Si notiene problemas de desfasehorario después de tantashorasdevuelo.Cuantoantes,mejor.

Mientras seguíanhablandoBlake notó una luzque,envueltaenunanubedepolvo, avanzaba por elcamino que llevaba alcampamentoy,pocodespués,el ruido del motor de dostiemposdeuntodoterrenosesuperpusoaldelgeneradordecorriente. El todoterreno sedetuvo en el aparcamiento yde él bajóuna figuravestida

conunmonooscuroycasco.Alquitarseéste,unacascadadecabellosrubioscayósobresus hombros y quedó aldescubierto la cara de unajoven treintañera que seacercó a la tienda a pasoligero. Maddox se levantópararecibirla.

—Ven, Sarah. ¿Hascomido? Siéntate connosotros, pediré que te

traiganalgo.La muchacha se quitó el

mono, lo colgó de un palo yse quedó en vaqueros ycamiseta. Blake la miróadmirado mientras unaráfagadevientolealborotabael cabello hasta cubrirle lacara.

—Te presento a nuestroinvitado, el doctor WilliamBlake.

—Elegiptólogo—dijolamuchacha tendiéndole lamano—. Soy SarahForrestall, bienvenido aRâ’sUdâsh. Espero que seencuentre bien en esteinfierno. Por el día hacetreintagradosypor lanochedosbajocero,aunqueaveceses peor. Este es el únicohorario decente, no hace nidemasiado calor ni

demasiadofrío.—Estoyacostumbrado—

dijoBlake.—Sarah es nuestra

topógrafa.Puedeserleútil—leexplicóMaddox.

—Ya —dijo Blake—.Justamenteloquenecesitaba,siellaaceptaresponderamispreguntas.

Maddox no captó laindirecta; la muchacha

tampoco pareció darleimportancia y se sentó acomer el bocadillo de pollofríoqueelcamareroárabeleacababa de servir con unabotelladeaguamineral.

—El doctor Blakeempezará a trabajar mañanamismo. ¿Te puedes encargarde llevarlo tú y echarle unamano si le hace falta? —lepreguntóMaddox.

—Con mucho gusto —respondiólamuchacha—.Loesperomañanaa las siete enel aparcamiento, si le parecebien.¿Quéleharáfalta?

—No mucho. Paraempezar, una escalera,aunque sea de cuerda, unarnés con ganchos, unalinterna,unovillodecordelypapel milimetrado, del restome encargo yo. Mañana

querría limitarme a hacer unreconocimiento general y aorganizarmitrabajo.Todavíanotengounaideaclaradeloquevoyaencontrarnidelosproblemas que me tocaráresolver. Después usted mepodrá ayudar amarcar todaslas cotas y a situar losobjetos en el interior de latumba.

—Imaginé que traería

toneladas de instrumentossofisticados —comentó lachica decepcionada—. Peroveoqueloúnicoquenecesitaes una escalera de cuerda yunalinterna.

—Soydelaviejaescuela—dijoBlake—, pero cuandollegue el momento leenseñaré algunos métodosavanzados de investigación.Por ahorame arreglo con lo

quelehepedido.Sóloquieroaveriguarquiéneslapersonasepultada en esta tumba,lejosdetodoydetodos.

Gordon se puso en pie,saludó a los presentes y seretiróasucasa;pocodespuésSullivansiguiósuejemplo.

—Aquí nos recogemostemprano —dijo Maddoxechando un vistazo al reloj—,mañanameesperaundía

muy duro. Buenas noches,doctorBlake.

—Buenas noches, señorMaddox.

La chica se puso de pie,seacercóalhornilloydijo:

—Me voy a hacer uncafé.¿Leapetece?

—Sí, gracias —contestóBlake.

—Le quitará el sueño.¿Noestácansado?

—Estoy rendido pero notengo sueño. Sé porexperienciaquecuandotengaque dormirme, me dormiré.Un café más o menos noinfluiráenelresultado.

—De todos modosdisponemosdediezminutos,máximo un cuarto de hora,después apagarán elgenerador.Maddoxnopuededormir con el ruido del

motor.—Entiendo.—Y enseguida hará un

frío terrible. Aquí latemperatura baja sin previoaviso. —Le sirvió el cafébien caliente en un vaso deplástico—.¿Cómosesiente?

—Como si las hormigasme recorrieran todo elcuerpo. Seguro que estanochenopegaréojo.Todavía

nomelopuedocreer.Bebióunsorbodecaféy

observó a la muchacha;después de echarse el monosobre los hombros se habíasentado en el círculo de luzproyectado por la únicabombilla. Era muy hermosa,ylosabía.

—¿Qué hace una chicacomoustedenunsitiocomoéste?—lepreguntó.

—Me pagan bien. ¿Yusted?

—¿Legustael fuego?—inquirió Blake en lugar decontestar.

—¿Tiene ganas deencenderunafogata?

—Bueno,poraquíabundala leña seca y empieza ahacerfrío.

En ese momento, elgenerador se detuvo y el

campamento quedóiluminado sólo por la luz delaluna.

—Siustedquiere.Blake fue hacia elwadi,

arrancó un viejo tronco secoy lo arrastró hasta la tienda,luego puso debajo de él unhazdebroza,ramassecasdetamarisco y retama y lesprendió fuego con suencendedor. La llama se

avivócrepitanteyenvolvióeltronco en un globo debrillanteluznaranja.

—Bonito,¿noleparece?Cogiósusilla,sesentóal

ladodelfuegoyencendióuncigarrillo.

—¿Y usted? ¿Qué haceun personaje como usted enun sitio como éste? —inquiriólamuchacha.

Blakelamiró,observósu

delgadafiguraenvueltaenelfulgordelasllamas.

—Era egiptólogo delInstitutoOrientaldeChicago.Ynodelospeores.Acabéenla calle por una imprudenciay tantomis superiores comomis colegas nomovieron undedo por impedirlo. Aceptéestetrabajoporqueestabaenlasúltimas.

—¿Estácasado?

—Divorciado. Desdehacedosdías.

—La herida es muyreciente,pues…

Lo miró con unaexpresiónraraqueaBlakelepareciódepena.

—Ya se sabe, siemprellueve sobre mojado. Soncosas que ocurren, pero deesto no se muere nadie.Cambiardeairesyempezara

trabajarmeayudará.La muchacha lo miró

fijamente a los ojosiluminados por la luz delfuego y en ellos leyó algomucho más fuerte que lasfrases de compromiso queacababa de decir. Sintió quela deseaba más allá de todolímite y reaccionóinstintivamente.

—Puede contar con mi

apoyo técnico. Lo demás,másvalequeseloquitedelacabeza.

Blake no dijo nada,arrimó las brasas al troncohasta reavivar las llamas yluegosepusoenpie.

—Gracias por sucompañía —dijo, y semarchó.

Cuandoentróenlacasetalo invadió una sensación

claustrofóbica mezclada conla rabia que la fraseinútilmente despreciativa deSarah Forrestall le habíaproducido y se dijo que nopodríadormir.

Cogió su saco, salió porla puerta de atrás y se alejóenlaoscuridadendirecciónalas colinas que por el estelimitaban con elcampamento.

Entrópocodespués en elcono de sombra de lamontañaenformadeesfingey recorrió un pequeñowadiquedesaguabaenelvalle.Enun recodo encontró unalenguadearenafinaylimpiadonde se tendió y se quedólargo rato mirando lasconstelaciones que brillabancon increíble limpidez yluminosidad.

Pensó con rabia en larubiacabelleradeSarahyensu cuerpo esculpido por laluz del vivac, imaginó lospensamientosquesupersonahabrían suscitado en ellahasta que el silencio deldesierto, el silencio cósmicode la soledad le inundó elalma y se calmó. Losfantasmasqueseagitabanensu interior fueron

desapareciendo y notóentonceslaproximidaddelascriaturas nocturnas, percibióen la sombra el trote delchacalyelpasomástímidoyprudentedelagacela.

Pensó que no podíaencontrarsealoestedeLuxoryquequizáestuvieraapuntode dormirse en algún rincónoculto del desierto dewadiHammamat, donde se decía

queestabanlasminasdeorodelosfaraones.

Fijó largo rato lamiradaen la imagen celeste de Ra,en su cinturón de estrellasresplandecienteshastaqueselecerraronlosojos.

En cuanto él se hubomarchado, Sarah Forrestallfueallamarasupuerta.

—Blake, lo siento, noqueríaofenderlo.Blake…

Al no obtener respuestaregresó al vivac paradisfrutar de lo que quedabadel fuego que él habíaencendido.EldoctorWilliamBlake se presentaba distintode lo que ella habíaimaginado; debía de ser unperdedor muy especial,ciertamente no de los queesperansentadosenlapuertade su casa a ver pasar el

cadáver del enemigo. Debíade ser de los que, tarde otemprano, regresan parahacerestragos.

Blake llegó al aparcamientopoco antes de las siete de lamañana y comprobó queSarahForrestallesperabaconel motor del todoterrenoencendido.

—Anochepodía habermeabiertolapuerta—ledijo—.Queríaexplicarle…

—Se explicó a laperfección. De todos modosno estaba en casa.Dormí enelwadi.

—¿En elwadi? ¿Se havuelto usted loco? El caloratrae a escorpiones yserpientes, podía haberleocurridocualquiercosa.

—Lopreferíasí.—Habrá desayunado,

supongo.—He bebido agua. Me

ayuda a superar el desfasehorario.

Sarah salió delaparcamiento y fue hacia elsur por un camino apenasvisibleque,detantoentanto,desaparecíadel todoparasersustituido por el lecho del

wadi.—Tendría que haber

comido algo. Busque en mimochila, por favor, llevobocadillos y fruta. Los hetraídoparaelalmuerzo,perohaymásquesuficiente.

—Gracias —dijo Blake,peronosemovió.

Los nervios y la rabia lehabían cerrado el estómago.Habría sido incapaz de

probarbocado.—Agárrese —le ordenó

Sarah—. Vamos a salir delwadiporesepunto.

Redujo la marcha yaceleró almáximo.El cochetrepó por la pared empinadadelwadi levantando con lasruedas una lluvia de piedrashastaquevolvióalaposiciónhorizontal.

Se encontraban ante una

gran extensión llana y negrade terreno calcinada por elsol.

—¿Es por allá? —preguntóBlake.

—Sí, a una hora decamino. Exceptuando elcalor, ya hemos superado lopeordelrecorrido.

Blake ya tenía el papelmilimetrado y la brújula enla mano; fue echando

frecuentes miradas alcuentakilómetros, trazandouna especie de itinerario yesbozando los elementos delpaisaje.

—No se da por vencido,¿eh?—dijoSarah.

—No. No entiendo porqué no me quieren decirdóndeestamos.Supongoqueustedlosabe.

—No. Llegué más o

menoscomoustedyprocurono fisgonear. Maddox no seanda con chiquitas y yotambién tengo que cubrirmelas espaldas, ¿qué sepensaba?

—Da igual, de todosmodos lovoyadescubrir—dijo Blake—. Conozco estepaís como la palma de mimano.Dentrodetresocuatrodíasledaréunasorpresa.

En su fuero interno noestaba tan seguro. Malditaprisa. ¿Por qué no se leocurriríatraerelLORAN?Endos segundos, el navegadorvíasatélitelehabríaindicadoelpuntotopográfico.

El camino se acercó otravez a la cadenademontañasque remataba la llanura poreleste;derepente,Blakevioalgoenlaroca.

—Deténgase,porfavor.Sarahobedecióyapagóel

motor.—¿Quéocurre?—Grabados rupestres, en

esaroca.—Poraquíhaycientosde

ellos. He hecho dibujos dealgunos. Si quiere verlos, enel campamento tengo unálbumentero.

—De acuerdo —dijo

Blake—. Pero ahora déjemeque les eche un vistazo aéstos. —Y se acercó a laroca.

—No entiendo nada. Loespera una tumba egipciaintacta y usted se detiene amirar esos garabatos en lasrocas.

—Estos garabatos loshicieron para transmitir unmensaje a quien pasara por

aquí y querría tratar deentenderlos. Todo elementode prueba que haya en lazona es de gran valor. Elterreno junto a la paredrocosa estaba cubierto depeñascos, algunos de ellosrodeados de piedras máspequeñas, como si alguienhubiesequeridoquellamaranlaatención.

Blakeseacercóalapared

y observó el grabado.Hechoa percusión con piedraafilada, representaba unaescena de caza del íbex.Loscazadoresempuñabanarcosyflechasyrodeabanalanimal,de grandes cuernosenroscados hacia atrás. Hizoalgunas fotos y señaló suposición en el mapa. Luegovolvieronalcoche.

—¿Alguna vez remontó

elwadimontañaarriba?—lepreguntóderepente.

—Algunavez.—¿Y no ha notado nada

raro?—Creo que no. Sólo hay

piedras, serpientes yescorpiones.

—En las rocas hayseñales de fuegos a altatemperatura.

—¿Yesoquésignifica?

—Nolosé,perohevistolaarenavitrificadaenunpardesitios.

—Alguna bomba defósforo. Por esta zona hubovariasguerras.

—Dudo que se trate debombas. La arena vitrificadaestaba en el fondo de pozospequeños, excavadosartificialmente en la roca, yen las paredes de los pozos

había grabaciones como lasqueacabamosdever.

—¿Yesoquésignifica?—Que en medio de esta

desolación, hacemás de tresmil años hubo alguien encondiciones de encenderfuegosaaltatemperatura.

—Interesante.¿Yconquéfin?

—Ni idea. Pero megustaríaaveriguarlo.

Elpaisajesehabíavueltomásescabrosoydesnudoyelairecalientecreabaalolejosla ilusión de que la tierraestabamojada.

—Enveranoestodebeserunhorno—dijoBlake.

—Pues sí —contestóSarah—. En esta época eltiempo es inestable.A vecespasan unas nubes, puedehaber bruscos descensos de

temperatura y desatarsetemporales violentos. Loswadi se llenan en un abrir ycerrar de ojos porque elterreno no tiene ningunacapacidad de retención y sepueden producirinundaciones desastrosas. Lanaturaleza que nos rodea esdecididamentehostil.

El paisaje volvió acambiar al aparecer una

costracalcáreablanquecinaydurasobrelaqueelvehículorebotaba a la mínimaaspereza del terreno. Sarahaminoró la velocidad, redujola marcha y fue otra vezhacia las colinas de suizquierda.

—¿Ve esa cavidad en lapared? —inquirióindicándole una zona desombras a pocos cientos de

metros—.Esporahí.Hemosllegado.

Blake inspiró hondo. Sedisponía a vivirla emociónmásfuertedesuvida.

En cuanto el coche sedetuvo, bajó y miró a sualrededor.Notó una pequeñadepresiónenelcentrodeunalosa calcárea y sobre éstaguijarrosyarenaapilados.

—Esahí,¿no?

Sarahasintió.—No lo entiendo… —

dijo Blake meneando lacabeza—, tanto secreto ydespués dejan todo esto sinvigilancia.

—No está sin vigilancia—le aclaró Sarah—. Nadiepuedeacercarse siquieraa lazonasiMaddoxnoquiere—lomirófijamentealosojosyagregó—: Y lo que es más

importante, nadie puedealejarse. Para llegar al lugarhabitado más cercano hayquerecorrercientocincuentakilómetros por este desierto,donde no hay una brizna dehierbaniunagotadeagua.

Blake no hizocomentarios. Se quitó lachaqueta, sacó la pala delcoche,seacercóalapequeñadepresiónysepusoaapartar

los guijarros y la arena.Finalmente apareció laplanchadehierroquecerrabalaentrada.

—¿Por qué habéisexcavadoprecisamenteaquí?—preguntó.

—Fuepuracasualidad—contestó Sarah—.Perforamos al azar yhacemos los sondeosguiándonos por las

prospecciones geológicasrealizadas anteriormente ylos datos estadísticos. Estodo, se logarantizo.Fueuncaso extraordinariamentefortuito. No hay másmisterios.

La pesada plancha decierrellevabaunanilloensupartecentral.Blakeenganchóenéllacuerdaatadaaljeepyle hizo señas a Sarah para

que retrocediese. Quedó aldescubierto la aberturacilíndrica que perforaba lacapa calcárea. Las paredesconservaban las marcasdejadasporlabarrena;eraloúnico que se veía, el fondoestaba sumido en la máscompletaoscuridad.

—¿Habajadoalgunavez?—Todavía no—contestó

Sarah al tiempo que sacaba

del jeep la escalera y lalinterna.

El sol empezaba a estaralto pero, gracias a la faltaabsolutadehumedad,elcalortodavía no era insoportable.Blake bebió ávidamente desu cantimplora antes decolocarse el arnés conganchos. Cogió el cordel, seató el extremo al cinturón ydejó el ovillo en el asiento

delconductordeljeep.Enganchó la linterna a

uno de los mosquetones quele colgaban del cinturón yluegodijo:

—Vuelva a ponerse alvolante y ponga elmotor enmarcha. Ataré la cuerda delcabrestante a mi arnés yusted me va a bajar muydespacio. Coja el otroextremo del cordel y pare el

cabrestantecuandoyotiredeél. Si vuelvo a tirar, sigabajándome. ¿Lo haentendido?

—A la perfección. ¿Porqué no usa la escalera decuerda?—preguntóSarah.

—Porquealdesenrollarlaen la oscuridad corro elriesgo de golpear y romperalgún objeto frágil o enprecario equilibrio. Primero

quiero asegurarme de cómoestálasituación.

Seenganchólacuerdadelcabrestante al arnés yempezóabajarporelpozo.

Descendió unos pocosmetrosy,cuandonotóquesehallaba suspendido en elinterior del hipogeo, tiró delcordel. Sarah paró elcabrestanteyBlakeencendiólalinterna.

Ante su miradaestupefacta se abrió unmundo dormido desde hacíatreintasiglos;enelprofundosilencio del hipogeo leparecióque los latidosde sucorazón se amplificabanhasta límites increíbles; elaire encerrado desde hacíamilenios lo asaltó conextraños y desconocidosaromas; en su alma se

agolparon sensacionesviolentas y contrastantesdespertando en él asombro,inquietud,temor.

Los rayos de sol sefiltrabanatravésdelfinísimopolvoensuspensión,movidoporelairecausadoalabrirselaentradayporsudescenso,y al llegar al fondo de latumba daba de lleno en unapanoplia compuesta por un

yelmo de cobre y esmalte yun pectoral de oro en formade alas desplegadas dehalcón,conincrustacionesdepiedrasduras,ámbar,cuarzosy lapislázuli. Había untalabartedemalladeoroconhebillatambiéndelapislázulien forma de escarabajo delcual pendía una espada conempuñadura de ébano,tachonada de remates de

plata, así como dos lanzas ydos jabalinas con punta debronceyungranarcoconelcarcajrepletodeflechas.

Sarah puso el freno demano, seasomóalpozoy legritó:

—¡Blake! ¡Blake! ¿Vatodobien?

Sóloalcanzóaoírsuvozamortiguada cuandomurmuró:

—¡Diosmío!Blake apuntó el haz

luminosodelalinternahaciael resto del hipogeo. En ellado norte de la cámarafúnebre vio un carro deguerra desmontado. Las dosruedas de cuatro radiosestaban apiladas en unrincón, mientras que la cajaestaba apoyada contra lapared con el timón en alto y

casi tocaba el techo. Deltimón colgaban los restos delas riendas mientras que aambosladosdelacajahabíancaídodostrozosdebronce.

Contra laparednorteviootros objetos lujosos: uncandelabro de bronce, untrono de madera pintada, unapoyacabezas, el pie de uncandelero de cuatro puntas,un arquibanco que

probablementeconteníaricastelas. Alumbró con lalinterna la pared sur y sesintió invadido por eldesaliento. En esa parte, elsarcófago estaba sepultadocasi por completo bajo unamasadeescombrosypiedrasdenotablesproporciones.

Era tal su asombro y suestupefacción que olvidópediraSarahquelobajaseal

suelo. Tiró del cordel y legritó:

—Puedebajarmehastaelfondo, señorita Forrestall.Debajodemínohaynada.Siquiere, venga usted también,ate la escalera de cuerda ytírelaquelacojo.

Sarah accionó elcabrestante y Blake llegó alsuelo suavemente, casi en elcentro de la tumba, sobre el

montóndeescombroscaídosdurante la perforación. Lamuchachalanzólaescaleraydescendióasuvez.

—Es increíble… —dijomirandoasualrededor.

Blakeiluminóentonceslazonadelderrumbe.

—¿Ha visto? Pordesgracia, el sarcófago estámedio sepultado bajo losescombros. Casi seguro por

obra de un terremoto.Necesitaremosvariosdíasdetrabajo para desenterrarlo.Habrá que organizarse bienpara la eliminación delmaterialdedesecho.Formaráun montón de notablesproporciones ahí fuera y sucolor será tan distinto delterreno de la zona que delejosllamarálaatención.

Seacercóa lasparedesy

las examinó detenidamente;las habían excavado conescalpelo,enpiedracalizanomuy dura y bastante friable,peronohabíamáshuellasdedecoraciónqueunesbozodeinscripción jeroglífica en ellado izquierdodelsarcófago.Miróenelsuelo,delantedelsarcófago.

—Qué raro —dijo—, noestán los canopes, es algo

muyraro,mejordicho,único.—¿Qué son? —preguntó

Sarah.—Eranvasijasdestinadas

a contener las vísceras deldifunto extraídas por losembalsamadores de lacavidad torácica.Es como siel cuerpo de este personajeno hubiese pasado por losritos tradicionales deembalsamamiento. Eso

también es un hechoanómalo, pues con todaseguridad se trataba dealguien de alto rango. Amenos que las vasijas esténdentrodelsarcófago.

Se acercó a la zona delderrumbe y la examinó conatención. Ahí también habíaalgo raro: si lo habíaproducido un terremoto,¿cómo era posible que los

objetos del mobiliariofunerario estuviesen enperfecto orden? ¿Cómo eraposible que las ruedas delcarro, apoyadas contra lapared, no cayeran al suelo ylaarmaduratampoco?

Notó muchas otrasanomalías: el ajuar aparecíamedio amontonado, secomponíadeobjetosdisparesy épocas diferentes; se

apreciaba también una ciertaprisaen laexcavaciónde lasparedes y de la entrada engeneral, como si se hubieseadaptado y ampliado unacavidad natural preexistente;incluso el sarcófago mismoparecía cavado en la roca.Los picapedreros la habíancortado y rebajado hastadejar al descubierto unparalelepípedo cuyo interior,

a su vez, había sidoexcavado. Pero era unaconclusión prematura y nohabríapodidoconfirmarlasinanteseliminarelmaterialdelderrumbe.

Intentó subir a lamontaña de escombros perole cayeron encima y lacámarasellenódedensísimopolvo.

—¡Maldición! —

exclamó.Sarah se acercó y le

tendiólamanoparaayudarloalevantarse.

—¿Todoenorden?—Sí—contestó—.Noha

sidonada.Esperó a que el polvo se

depositara y volvió aacercarse a la zona delderrumbe. En la partesuperior derecha del

sarcófago, el movimiento deescombros dejó aldescubierto una zona oscurade algo que parecía uncorredor lateral. Con muchocuidado trató de volver asubiry llegócasialniveldelaabertura.

No se veía nada, porquecasideinmediatoelcorredordescribía una curva, pero alvolverseparailuminarconla

linterna el resto de la pared,abajo a la derecha, al pie delamontañadeescombros,vioalgoqueasomabaenelsuelo.

—¿Qué ocurre? —preguntóSarah.

—Alúmbreme, por favor—le ordenó Blaketendiéndolelalinterna.

Sacó del bolsillo la llanay empezó a rascar y limpiartodo alrededor. Aparecieron

un fémur y un cráneo, yenseguidadescubrióungrupode esqueletos amontonadosenimpresionantemaraña.

—¿Quiénes serán? —inquirióSarah.

—No tengo ni idea —contestó Blake—. Loscuerpos fueron quemados ycubiertos luego con variaspaletadasdetierra.

No salía de su asombro.

Su primer reconocimientosuperficial planteabaenormes problemas decomprensión einterpretación. ¿Conseguiríadesvelar el enigma delpersonaje enterrado comofaraónenmediodelanada?

Sacó la cámara yfotografió todos los detallesvisibles de la tumba; tomómedidas y dibujó

detalladamente cuanto veíamientras Sarah se ocupabadel relieve y de situar cadaelemento de la sepultura enpapelmilimetrado.

Obligadoporelcaloryelcansancio dejó de trabajar.Sin darse cuenta habíanpasado casi tres horas. Depronto sintió una grandebilidad y un cansanciomortal; al mirar a Sarah se

dio cuenta de que ellatambién debía de estarexhausta.

—Vamos —dijo—. Porhoyhemoshechobastante.

Subieron por la escalerade cuerda y una vez al airelibreBlaketuvoqueapoyarseen el jeep para no perder elequilibrio.

Sarah Forrestall se leacercó como para darle la

mano.—Blake,quécabezadura

es.Sehapasadohoraseneseagujero sin haber probadobocado y después de diezhoras de vuelo, sin contar lodemás. Los divorciostambiéncansan,creoyo.

—Cree usted bien—dijoBlake.

Se sentó a la sombra delcocheycomióalgo.Elviento

soplaba trayendo un poco dealivio.

—¿Quéopina?Antesdecontestar,Blake

bebiómediabotelladeagua,se sentía deshidratado, luegorepuso:

—SeñoritaForrestall…—Oiga,Blake,meparece

una idiotez que sigamos contantas formalidades, y máscuando parece que vamos a

tener que trabajar muchosdías codo con codo. Si nosigue enfadado conmigo poresa frase infeliz de anoche,me gustaría que me llamaseSarahymetutease.

—De acuerdo, Sarah,como quieras. Pero novuelvas a tratarme así. Eresuna chica guapa yprobablemente bastanteinteligente, pero quiero que

sepas que puedo aguantarvarias semanas sin mujeressin tener que arrastrarmedetrásdenadie.

SarahacusóelgolpeperoBlake sonrió como paraquitarle hierro al comentarioyvolvióaltemaprincipal.

—Pues bien, laexcavación es de graninterés, más del que yoesperaba,perolamadejaestá

muy enmarañada. Esteprimer reconocimiento meplanteaenormesproblemas.

—¿Quéquieresdecir?—El mobiliario es

heterogéneo,latumbamismaesdistintadetodaslasquehevisto hasta ahora y revelagran prisa en la ejecución.Antes de sellarla mataron aalguiendentro,yademásestáel derrumbe que has visto.

No loprovocóun terremoto;de lo contrario, la panopliatambién habría caído alsuelo, lo mismo que lasruedas del carro de guerraque están en precarioequilibrio.

—¿Dequéépocacalculasquees?

Blake sacó una manzanadelamochilaylamordió.

—Es difícil de decir con

exactitud,peroloselementosque he visto me inducen asituarla en el nuevo reinado,enlaépocadeRamsésIIodeMerenptah, pero podríaequivocarme. Por ejemplo,en un apoyacabezas hereconocido el cartucho deAmenemes IV que data deuna época mucho másantigua.Esunrompecabezas.

—¿Tienesalgunaideadel

personaje que está enterradodentro?

—Por ahora, no. Perodebo completar la lectura delos textos, quitar losescombros y abrir elsarcófago.Lascaracterísticasdelamomiaydelosobjetosque encontraré sobre ellapodrían ser claves paradescubrir la identidad delpersonaje. Sólo puedo decir

quesetratadeunhombredemuyaltorango,puedequedeun faraón. Dime dóndeestamos, Sarah, así loentenderé todo muchomejor… Estamos en elwadiHammamat,¿no?

—Losiento—sedisculpóSarahnegandocon lacabeza—, no te puedo ayudar. Novuelvasapreguntármelo,porfavor.

—Como quieras —dijoBlakey tiróelcorazónde lamanzana.

Encendió un cigarrillo ysequedóensilenciomirandoel sol que empezaba aponerse en la infinitaextensión desierta. No habíauna sola piedra ni un solorelieve del terreno que lerevelara nada familiar. Todole resultaba desconocido;

llegóapensarinclusoque,enaquella dimensión cada vezmásabsurda,hastaelsoleradiferente.

Apagó la colilla en laarenayluegodijo:

—Por hoy podemoscerrar y regresar alcampamento. Estoy muycansado.

Llegaron al caer el sol;después de ducharse

rápidamente en su casa,Blake fue a informar aMaddox. Le expuso suspuntos de vista y las dudasque le planteaba sureconocimiento.

Maddox se mostró muyinteresado y escuchóatentamente cada palabra desu exposición. Cuandoterminó, lo acompañó hastalapuerta.

—Relájese un poco,Blake—lesugirió—,debedeestar exhausto. Cenaremos alas seisymediaen la tiendabeduina, si le apeteceacompañamos. Ayer nochecenamos más tarde paraesperarlo, pero casi siemprelo hacemos más temprano,comoenEstadosUnidos.

—Allí estaré —dijoBlake,yantesdesalirañadió

—: Necesito revelar uncarreteyhacercopias.

—Tenemos el equiponecesario—contestóMaddox—, tomamos muchas vistasaéreas desde el aeróstato yrevelamos el material ennuestro laboratorio. SarahForrestall le enseñará dóndeestá.

Blakelediolasgraciasysalió. Quería pasear por el

campamento, bajar por elcurso delwadihaciaelsuryestar de vuelta para la horadelacena.Estabademasiadocansadoparatrabajar.

Había refrescado; lostamariscos y las retamasproyectaban largas sombrassobre la grava limpia dellecho. Blake seguía con lamirada las lagartijas quecorríanaocultarseasupaso;

vio fugazmente un íbex, consus grandes cuernosretorcidos, iluminado por elsolqueseponíadetrásdelascolinas.Elanimalloobservóinmóvil un instante, y sealejó de un salto hastadesaparecer, como tragadoporelaire.

Anduvo casi una horaantes de volver sobre suspasosylacaminatalocalmó

y relajó la tensión que leagarrotabalosmúsculosdelanuca siempre que seconcentraba en unainvestigación. El sol habíadesaparecido casi del todotraslahileradecolinas,perosus rayos continuabanesculpiendo los perfiles quesealzabansobreelhorizonte,envolviéndolos con su luzleonadayclara.

En el preciso instante enque sedisponía a regresar alcampamento reparó en unamontaña situada a unkilómetro a su izquierda,cuya cima seguía iluminadapor los rayos del solponiente.

Tenía el inconfundibleaspectodelaspirámides.Lasestriaciones horizontales desuestratigrafíaacentuabansu

realismo hasta dar la ilusióncasi perfecta de unaconstrucciónartificial.Pensódeinmediatoenotramontañaque dominaba elcampamento y parecía unleónsentado.¿Ounaesfinge,quizá?

¿Qué lugar sería aquél,donde lanaturalezayelazarhabían en cierto modoreproducido las formas del

paisaje más emblemático ysugestivodelantiguoEgipto?Mientras las sombras de lanoche se iban apoderandopocoapocodelvalledeRâ’sUdâsh, le dio vueltas y másvueltas a la duda que lerondabalacabeza.

W illiamBlaketardóvarios días enfotografiar,

describir y registrar, conayuda de Sarah, todos losrestos de la tumba, pero nomoviólosobjetossinoqueselimitóadejarlostalcomoloshabía encontrado y prefirióusarunaespeciedemamparahecha de tablas de maderaforradas con plástico para

aislar el sarcófago y elderrumbe que lo cubría enbuenaparte.

Con ayuda de RaySullivan logró construir unextractor rudimentario queaspiraría continuamente elpolvo cuando comenzara aquitar los escombros delderrumbe y a subir a lasuperficie los desechos. Paraesta segunda tarea construyó

una torreta en el orificio,donde instaló una polea porlaquehizodeslizarlacuerdadelcabrestantedeljeepy,delextremo de ésta, colgó elrecipiente construidoespecialmenteeneltallerdelcampamento. Cuando todoestuvo dispuesto para iniciarlasobrasdedesescombrofuea ver a Maddox, como decostumbre, poco antes de la

cena.—¿Qué tal marcha todo,

doctorBlake?—Bien, señor Maddox.

Pero hay un problema quequierocomentarconusted.

—¿Dequésetrata?—El trabajo preliminar

de registro ha terminado.Ahora hay que quitar losescombros caídos sobre elsarcófago.Calculoquehabrá

como veinte metros cúbicosde desechos, polvo, piedras,arena; la única forma desacarlos es a mano. Mepregunto cuántas personasdeben enterarse deldescubrimiento. Usted,Sullivan,Gordon, la señoritaForrestall y yo somos cinco.Necesitaremos obreros siqueremos terminarel trabajoenuntiemporazonable,pero

eso implica que otraspersonasvan a saberlo.Creoque le corresponde a usteddecidir cuántas personasserán.

—¿Cuántos hombresnecesita? —preguntóMaddox.

—Dos en la excavación,no más, para no provocarobstáculosinútiles,unoenelextractor y otro en el

cabrestante.—Le facilitaré tres

obreros. Sullivan puedeocuparsedelcabrestante.

—¿Quién más en elcampamento está enteradodelhallazgo?

—Nadie más, aparte delas personas que acaba demencionar. En cuanto a lostres obreros, no nos quedaelección,creo.

—No.—¿Cuánto tiempo hará

falta para desescombrar latumba?

—Si los obreros trabajancomo es debido puedenquitarentredosytresmetroscúbicosdiariosdematerial,osea que en pocomás de unasemana estaremos encondiciones de abrir elsarcófago.

—Perfecto Puedeempezarmañanamismo.Meencargaré personalmente deelegiraesostresobreros.Loesperaránmañana a las sieteen el aparcamiento decoches. ¿SiguenecesitandoalaseñoritaForrestall?

Después de dudar unmomento,Blakecontestó:

—Sí. Me resulta muyútil.

No fue ningunacasualidad que a la cenaasistieran sólo las personasenteradasde la existencia dela tumba del desierto, demanera que la conversacióngiróen tornoalmismo temahastaelmomentodelcaféenla tienda beduina. Alescucharlos y observarlos,Blake se dio cuenta de queSullivan, además de ser un

notable técnico, era elhombre de confianza deMaddox, quizá fuera inclusosu guardaespaldas. Gordon,porsuparte,parecíaservirdepuente entre Maddox y lacúpula de la compañía; enocasiones,elmismoMaddoxdaba la impresión de sentirporélungranrespetorayanoa veces en el temor. Estabaclaro que la persona más

independiente era SarahForrestall, lo cual carecía defácilexplicación.

Cuando Gordon ySullivan se retiraron,Maddoxlepreguntó:

—Doctor Blake, en suopinión, ¿qué valor puedentener los objetos de esatumba?

Hacía tiempo que Blakeesperabaesapregunta.

—En teoría el valor esinestimable; sin duda, variasdecenas de millones dedólares —contestó tratandodecaptar lareacciónquesuspalabras provocaban en susdosinterlocutores.

—¿En teoría? —inquirióMaddox.

—En efecto. Mover ytransportar semejante moledematerialescasiimposible.

Tendrían que sobornar a lamitad de los funcionariospúblicos de la RepúblicaÁrabe de Egipto y no seríasuficiente; suponiendo, claroestá,que loconsiguieran.EnteoríapodríanusarelFalcon,pero habría que adaptarlopara el transporte aquímismo, locualnoseríacosafácil. Sin contar que cadapieza exigiría un embalaje

adecuado, o sea muyvoluminoso.Muchasdeellasno pasarían siquiera por lapuertadelavión.

»Suponiendo queconsiguieran exportar ciertonúmerodeellos,digamoslosmenos voluminosos, despuésnosepodríaniexponerlosnipermitir a los posiblescompradores que dierannoticias de ellos. La

imprevista aparición de tanrico mobiliario,completamente inédito,provocaría por parte de laRepública de Egipto lainmediata demanda deaclaraciones y luego ladevolución de los objetos.Creo que sería muy difícilsaltarse lo de lasexplicaciones.

»Le reitero mi consejo,

señor Maddox, debemoshacer público eldescubrimiento y permitir lapublicación de los restosarqueológicos.

Maddox no contestó;Sarah Forrestall siguióbebiendo su café, como si lacosanofueseconella.

—No depende de mí,doctor Blake —dijo al finalMaddox—. En cualquier

caso, necesitamos unavaloración detallada, lo másexactaposibledelajuardelatumba.

—Cuente con ella—dijoBlake—,peroseráalfinaldelaexcavación.Ahoranotienesentido.Ni siquiera sabemosloquehayenesesarcófago.

—Como quiera, Blake,pero tenga en cuenta que nonos quedaremos mucho

tiempo aquí. Que duermaustedbien.

—Igualmente, señorMaddox —le deseó Blake.Esperó que semarchara y lepreguntóaSarah—:¿Asantode qué me pide ahora unavaloración?

—¿Te apetece estirar laspiernas antes de irte adormir? —preguntó lamuchacha.

Blake la siguió; cruzaronel campamento pasandodelante de las tiendas de losobreros, sentados todavíaalrededor de sus mesitasdespués de la cena ydedicadosajugaracartasyabeber cerveza. Faltaba pocopara que apagaran elgenerador.

—Me parece bastantelógico —dijo Sarah—. Allá

abajo hay antigüedades quevaldrán decenas de millonesde dólares y es más quecomprensible que la WarrenMining Corporation intentesacarprovecho.

—Creía que el negocioprincipal de la WarrenMining Corporation era labúsqueda y elaboración delcadmio.

—Loes,pero laempresa

está pasando por seriasdificultades.

—¿Cómolosabes?—Porrumores.—¿Sóloporrumores?—No. Accedí a un

archivo confidencial delordenadorcentral.

Me deben bastantedinero.Estabaenmiderechoa informarme sobre lasituación financiera de la

empresa.—Quélocura.¿Deverdad

crees que piensan resolversus problemas financierosconlaarqueología?

—¿Porquéno?Paraellosesos objetos no sonmás queproductosmanufacturadosdegran valor comercial, cuyaventa podría salvarlos de laquiebra.¿Porquésinoibanaorganizartodoestemontajey

por qué iban a llamarteprecisamenteati?

—¿A un fracasado,quieresdecir?

—Quiero decir a unhombre fuera de juego,aislado,deprimido…

Blake no dijo nada. Enesemomentoelgeneradorseapagó y el campamentoquedósumidoenlaoscuridaddejandosólolascimasdelas

montañas como mudostestigosdelmilagrodelcieloestrellado. Blake paseó lamirada por el infinitopalpitar de luces y el velodiáfanodelagalaxia.

—Puede que tengasrazón. Pero lo que yo soytiene muy poca importanciafrente al enigma que ocultaesatumba.Debesayudarmeasalvar esos testimonios que

por obra del azar nos hanllegado intactos después detantosmilenios.

—¿Cómo? ¿No te hasdado cuenta de los controlesque nos rodean? Cuandosalimos del campamentoestamos siempre bajovigilancia y te puedogarantizar que, al volver,alguien se encarga siempredemirar el cuentakilómetros

para ver la distancia querecorrimos. ¿Cómo piensascruzar el desierto ensemejantes circunstanciasparatransportarunacargadeesas dimensiones y con quémedio?

—¡Maldición!—exclamóBlake, consciente de su totalimpotencia—.¡Malditasea!

—Vamos, regresemos—sugirióSarah—.Mañananos

espera un día de muchotrabajo.

Caminaron en silenciohasta la caseta de Sarah y,mientras la muchacha metíala llave en la cerradura,Blakelacogióporelbrazo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Sarah volviéndosepara buscar su mirada en laoscuridad.

—¿Por casualidad no

tendrás unmapa topográficodeestazona?

Sarah pareciódecepcionada por lapregunta.

—Sí, pero no te servirádenada.Lehanquitadotodaslas referencias y lascoordenadas.Losnombresdelaslocalidadesestánenárabey este lugar, como ya sabes,sellamaRâ’sUdâsh,perome

parece que saberlo no te haservidodenada.

—Tú lo has dicho. Detodos modos querría ver esemapa.Porfavor.

—¿No será una excusapara entrar de noche en micasa,doctorBlake?

—No excluiría esaposibilidad.¿Medejaspasar?

Sarah abrió la puerta ycontestó:

—Déjame encender elfaroldegas.

Se puso a buscar lascerillas en un cajón.Encendió el farol y lo dejójunto a la mesa de dibujodonde estaba desplegado elmapatopográfico.

—Aquí lo tienes. Escomotehedicho,niunasolareferencia; en total unadocena de topónimos,

incluidoeldeRâ’sUdâsh.Blakesecalzólasgafasy

examinó con atención elmapa.

—Loqueimaginaba.Estemapa está hecho conordenador. Así borraron lasreferencias. Pero es desuponer que en alguna partehabrán guardado el archivocompleto con lascoordenadas.

—Esprobable.—¿Tienes un disco duro

extraíble?—Sí—¿Decuánto?—Dosgigas.—Estupendo, más que

suficiente.—Entiendo —dijo Sarah

—, quieres encontrar elarchivo original, copiar elmapa en el disco, guardarlo

entuordenadoreimprimirlodespués.¿Noeseso?

—Másomenosesaes laidea.

—Una buena idea, peronosédóndebuscarelarchivooriginal, suponiendo queexista.En todocaso,nocreoque lograra acceder alordenadordeMaddoxsinqueme vieran y sin levantarsospechas.

—Me has dicho queaccediste a un archivoreservado del ordenadorcentral. Si quisierasayudarme podrías intentarlootravez.

—No es lo mismo. Mepides que realice unaoperación que requierebastante tiempo. Elencargado del ordenadorcentral goza de la confianza

de Maddox, es un técnicollamadoPollack,un tipoqueno se aparta de la pantallamientras está encendido elgenerador.

—¿Cómo hicisteentonces para encontrar tuarchivo?

—Pollack es decostumbres fijas; todas lasmañanas,aesodelasdiez,vaa la letrina donde se queda

diezminutosomás.Dependede si se va al retrete condiarios, pero para tuproblema diez o quinceminutos son muy pocos. Elmapa topográfico ocupacantidad de memoria;encontrarlo tomará sutiempo, copiarlo mástodavía…

—Ya lo sé —dijo Blake—. Pero es preciso que

averigüe dónde estamos. Esla única manera de entenderqué oculta esa tumba y porqué está en un lugar tanapartado…Si lo quemehasdicho es cierto, es muyprobable que cuando hayaterminado con la excavaciónmemanden de vuelta a casaparadedicarseasaquearlayatrasladar el ajuar funerariocon toda la tranquilidad del

mundo. Sarah, no he venidoaquí para ayudar a esosladrones sino para no dejarescapar la oportunidad únicae irrepetible de realizar undescubrimiento científicoextraordinario.Ayúdame,porloquemásquieras.

—Mañana lo intentaré.Acaba de ocurrírseme unaidea.

—Teloagradezco—dijo

Blake—. Si lo conseguimos,podréporfinempezarasacarconclusiones.

Fuehacialapuerta,sediomediavueltaylasaludó:

—Buenas noches, Sarah,ygracias.

—De nada,Will. Buenasnoches.

—¿Sabesunacosa?—¿Qué? —inquirió ella

concuriosidad.

—Me parece unaestupidez que apaguen elgeneradoraestahora.

—Es cosadeMaddox—le recordó Sarah—. El ruidono lo deja dormir. O puedequenologredormirsesisabeque alguien está haciendoalgoasusespaldas.Detodosmodos la falta de luz podríatener consecuenciasinteresantes. Ya sabes, no

hay mal que por bien novenga.

Blake lamiró como si laviera por primera vez einclinó la cabeza,confundido.

—Supongo que estásbromeando.Sinoesasí,másvalequesepasquenosoyeltipo de hombre capaz detener una aventura con unamujer como tú sin quedar

destrozado el día que éstaterminara.Tenencuentaquehace apenas una semanaestuve al borde de quitarmedeenmedioyabandonarsinremordimiento alguno estevalle de lágrimas. Miequilibrio sigue siendo muyprecario.

Le acarició la mano, sedespidió con una inclinacióndecabezaysefueasucasa.

A lo lejos se oía el golpeteodel rotordeunhelicópteroyenlamismadirección,traselperfil de las montañas, seveíaelfulgordelasluces.Lellegó también el ruido dealgunos jeeps recorriendo lamontañayviofugazmentelaestela dejada por proyectilestrazadores. Estaba en elcampamento minero másextraño delmundo, no cabía

duda.En cuanto entró en su

casaencendióelfaroldegasy se puso a estudiar lasinscripcionesdelLibrodelosMuertos,atravésdelasfotostomadasde lasparedesde latumba. Eran jeroglíficos quele resultaban extraños y almismotiempohabíaenellosalgo familiar. ¿Seríanalgunasexpresionesofrases?

¿Acaso el estilo de loscaracteresylosideogramas?

Puso agua para el té,encendió un cigarrillo yempezó a pasearse por lahabitación tratando deencontrarle sentido a suconfusa intuición. Cuando elté estuvo listo se lo sirvióbiencargadoybrillanteenunvasito de cristal, tal comoacostumbran en Oriente, le

echódosterronesdeazúcarybebió saboreando la bebidafuerte y dulce; le dio unabuena calada al cigarrillo yde pronto tuvo la sensaciónde estar de vuelta enChicago, en el apartamentodeOmaralHusseini,aquellatarde fría y cargada dedesesperación. El corazón lediounvuelcoinesperado:¡elpapirodeBreasted!

¡Eso era lo que lerecordaba la escritura en lapareddelatumba!Elusodeciertos ideogramas condeterminadossignificados,laforma en que el amanuensetrazaba los signos de “agua”y “arena”. ¿Se trataría de lamisma persona? ¿O seríapura casualidad el hecho deque la letra de Breasted separecieraenciertaformaala

del escriba que habíadecorado las paredes de latumbaeneldesierto?

Sesentóante sumesadetrabajo,cogiópapelylápizyredactó un mensaje quedespacharía al día siguientepor correo electrónico. Letemblaba el pulso de laemoción.

Mensaje

reservado

Dr. Omar IbnKhaledalHusseini

The OrientalInstitute,Chicago

de:WilliamBlake

ApreciadoHusseini:

Estoy estudiandounos textos muralespertenecientes, en

gran parte, al Librode los Muertos. Perolo extraordinario esque parecen habersido trazados por lamisma persona queescribió el papiro deBreasted. Puede quesea impresión mía ouna extrañacoincidencia, peronecesito confirmar si

la intuición no mefalla. Te pido,entonces, losiguiente:

a) envíame loantes posible porcorreo electrónicouna reproducciónexacta de las tresprimeras líneas quetenemosdelpapirodeBreasted,

b) trata decomprobar si latranscripción deBreasted es unareproducción fiel oaproximada deloriginal.

Te agradezco deantemano y quedo ala espera de turespuesta urgente.Gracias otra vez por

habermeinvitadoatucasa el día deNochebuena. Tal vezmesalvastelavida.Otal vez me la hasarruinado, vete asaber; no cabe dudade que el BuenSamaritano no eramejorquetú.

Blake

Al día siguiente, Blake selevantóy fuede inmediatoallamar a la puerta de Sarah;éstasalióaabrirleenpijamayélleentregóundisquete.

—Sarah, aquí tienes unarchivo para enviar porcorreo electrónico. Podríasaprovechar cuando vayas aldespacho de Maddox, y si

entrara Pollack mientrasestásahíledicesquehasidopara enviar algo por correoelectrónico¿Quéopinas?

—Buena idea, aunquetodo este asunto es unalocura.

—Gracias, Sarah. Creoquehoynonosveremosenlaexcavación.

—No, hoy tengo trabajoenelcampamento.

—Teecharédemenos—dijoBlake.

—Yotambién—contestóSarah.Parecíasincera.

Blake fue a la tiendabeduina donde los demásmiembros de su grupoestaban desayunando y tomóuna taza de café con lecheconcerealesydátiles.Cogióprovisionespara el almuerzoy fue al aparcamiento

seguidodeRaySullivan.—La señorita Forrestall

no vendrá hoy a laexcavación, señor Sullivan—le informó antes de subiral jeep—. Debe terminarciertos trabajos importantesen el campamento. Nosarreglaremossolos.

—De acuerdo, doctorBlake —dijo Sullivan altiempoqueponíaelvehículo

en marcha y esperaba quesubieranlosnuevosobreros.

El cielo estabaparcialmentecubiertoporunfrente de nubes que veníandelnoresteysoplabaalgodeviento sobre la vacíaextensión del desierto. Alcabodemediahoradeviaje,Blake miró hacia elcampamento y vioclaramente la montaña con

forma de pirámide y, máslejos, el otro monte conforma de esfinge. Si Sarahlograba conseguir el mapatopográfico con lascoordenadas, sin duda iba apoder deducir qué valortenían aquellos extrañosfenómenosdelanaturaleza.

Llegaron a la tumbaalrededor de las nueve de lamañana,cuandoelsolestaba

ya bastante alto. Blake bajóal hipogeo con los treshombres encargados deexcavar y de ocuparse delextractor;lefueimposiblenonotar la cara de estupor delos dos hombres nuevos alver,seguramenteporprimeravez en sus vidas, semejanteespectáculo.Eso le confirmóque el descubrimiento sehabía mantenido realmente

ensecretoycircunscritoaunreducido número depersonas.

Dejó a Sullivan arriba,encargado de accionar elcabrestante y vaciar loscubos que iban subiendo sincesaralasuperficie.Despuésde cada paletada veía losescombrosderrumbarsepocoa poco hasta dejar aldescubierto la superficie

lateral del sarcófago. Cadavezqueobservaba lamacizaarcadepiedraloinvadíaunaoleada de emoción, como sipercibieseeldespertardeunavozcalladadurantemilenios,como si en el interior delpeñascoestuvieseapuntodeestallarungrito.

Los dos hombres quetrabajaban con las palasllevaban buen ritmo y

tardaban entre tres y cuatrominutos en llenar uncontenedor.

De repente, Blake notóalgooscuroalniveldelsuelode la tumba y mandódetenerse a los dosexcavadores. Se arrodilló,sacó del bolsillo de lachaquetalallanayempezóaeliminar los restos y alimpiar con el cepillo. Se

trataba de maderaennegrecida por el tiempo ylaoxidación;teníaaspectodeser una especie deentarimado.

Tomó una pequeñamuestra, después de lo cualordenó a los hombres quecontinuaran con su trabajoponiendoelmáximocuidadodenodañaraquel tabladodemadera que, aparentemente,

no tenía explicación alguna.Faltaba poco para la pausadel almuerzo cuando uno delos obreros lo llamó; entrelos escombros habíadescubiertoalgo.

—Déjame ver —dijoBlakecuandoseacercó.

En mitad del derrumbe,despuésdeldeslizamientodelos materiales de la partesuperior, asomaba un objeto

de forma indefinida,aparentementeconfeccionadocon cuero. Blake lo extrajoconlaspinzasdemaderayloobservó. ¡Eran restos de unasandalia! Lo envolviócuidadosamente en papel deplata y lo guardó con lamuestrademadera.

SaraForrestallnosaliódesu

casa y desde allí observabacon mucha atención losmovimientos de Pollack.Maddox y Gordon se habíanido en jeep hacia el norte,como hacían casi todos losdíasydifícilmentevolveríanantesde lapuestade sol.Enel campamento no quedabacasinadie,sinose teníanencuenta los guardias que, avarios centenares de metros,

vigilabandesde las cimasdealrededor.

A eso de las diez de lamañana Pollack fue a laletrina, equipado con unejemplardePlayboy,unrollode papel higiénico y unabotella de plástico llena deagua.

Sarah se coló entoncespor la puerta posterior, pasódelante de la hilera de

casetas,seacercóalacasadeMaddox y rogó porquePollack no hubiese cerradocon llave. Empujó la puerta,estaba abierta. Calculó quedispondría de entre diez yquince minutos; echó unarápida mirada al relojelectrónico colgado en lapared. El ordenador estabaencendido y en pantalla seveían diagramas de los

análisis mineralógicos delterreno, referidos a distintaszonas del valle deRâ’sUdâsh.

Sarahsesentódelantedeltecladoyempezóaexaminarlos archivos del disco duro.De tanto en tanto apuntabacon los prismáticos porencima de la pantalla delordenador y, a través de laventana de la pared de

enfrente,vigilabalaletrinaylos pies de Pollack, que seveíanporlapartedeabajodela puerta, con los pantalonesenrollados sobre los zapatos.Una solución perfecta paracontrolarlo.

Enlapantallaaparecieronvarios directorios protegidosque, sin duda, conteníandocumentos reservados.Sarah sacó del bolsillo de la

camisaundisqueteyejecutóel programa para descifrarclavesdeprotecciónqueellamisma había sustraído antesdeldespachodeMaddox.Losdirectorios empezaron aabrirseuno trasotroySarahlos copió en el disco duroportátil sin tener la menorideadesienalgunodeellosestaba el original del mapatopográfico.A esas horas el

calorempezabaaapretaryelsol abrasaba sin piedad lasparedes metálicas de lacaseta convirtiéndolo en unverdaderohorno.

Observó con losprismáticos la letrina ycomprobó que Pollack seestaba subiendo lospantalones.Tresminutosmásy Pollack entraría por lapuerta.

Dejó en pantalla lasmismas imágenes que habíaencontrado y salió justocuando Pollack cerraba lapuerta de la letrina y sedisponía a usar la cal delsaco.Esperóqueentraraotravezeneldespachoyalcabode pocosminutos llamó a lapuerta.

—Adelante —dijoPollack.

Sarah entró y no pudoevitar fruncir la nariz:Pollack se había impregnadodeoloraletrina.

—Veo que hoy se haquedado en el campamento,señoritaForrestall.

—Sí, tengo trabajo quehacer en el despacho—sacódel bolsillo el disquete y selo tendió—: Es del doctorBlake. Debería enviarlo por

correo electrónico lo antesposible.Enlaetiquetaestáladirección y el nombre delarchivo.Cuando le contestenpásele la respuesta al doctorBlake, creo que es muyimportante.

—Señorita Forrestall yasabe usted que el señorMaddox quiere supervisartoda la correspondenciaenviadayrecibida.Encuanto

vuelvaleenseñaréelmensajey le pediré permiso paramandarlo.

Sarah salió, volvió a sucasa y conectó el disco duroportátil a su ordenador paraexaminartodoslosarchivos.

WilliamBlake regresóalcampamentopocodespuésdela puesta de sol y se fuedirectamente a la casa deSarah sin pasar antes por la

suyaaasearseunpoco.—¿Alguna novedad? —

preguntó en cuanto huboentrado.

—Por desgracia no —repusoSarahnegando con lacabeza—. Míralo tú mismo.Está el original del mapatopográfico pero no tieneninguna referencia. Esevidente que no quierencorrerningúntipoderiesgos.

Blake se dejó caer en lasilla,decepcionado.

—¿Y en la excavación?¿Hayalgunanovedad?

Blakesacódelbolsilloelpaquetitoydijo:

—Entre el derrumbey elsuelo he encontrado unentarimado de madera.Algomuyraro.Yel restodeunassandaliasdecuero.Habráquehacer un análisis al

radiocarbono para datar losrestos.

—¿Radiocarbono, dices?No sé si será posible. Dudomuchoqueenelcampamentosepan dónde hay unlaboratorio capaz de haceresosanálisis.

—Si supiera dóndediablos estamos podría deciraquélaboratorioacudir.

—He hecho todo lo

posible por ayudarte —dijoSarah agachando la cabeza—; no me resultó fácilconcentrarme en todas lasoperaciones que tuve quehacer delante del ordenadorcon tan poco tiempo yatenazada por el miedo deque Pollack entrara encualquier momento yempezara a hacermepreguntasembarazosas.

—No lo digo por ti,Sarah.Perotodoestoesmuyabsurdoyparacolmopareceque se me escapa incluso elobjetivo de mi trabajo. Escomosi estuviese excavandoen otro planeta… sin puntosde referencia ni elementosconloscualesconfirmarmishipótesis.De todosmodos teagradezco la ayuda que mehasbrindado.Nosvemosala

horadelacena.Abrió la puerta y se

marchó. Sarah lo observópartir, como si esperase quesevolvieraparamirarla,peroBlakesiguióhastasucasasindetenerse,entróycerródeunportazo. Debía de estarfurioso.

La cena se sirvió en latiendabeduina,pueslanocheeracálida,casiunanunciode

la primavera. Blake se sentóal lado de Sarah y esperó aque Maddox le preguntaracómohabíaidolaexcavaciónese día para pedirle quehicieran analizar alradiocarbono las muestrasque había tomado en latumba.

Maddox se mostró algoincómodo.

—Es usted consciente de

que no contamos con elequipo adecuado, pero simeindica algunos centros deOriente Medio dedicados aeste tipo de análisis meocuparé de ello lo antesposible.

—Está el del MuseoEgipcio de El Cairo —respondió—. Hay otro muybien equipado en el Institutode Arqueología de la

Universidad de Jerusalén,otroenlaUniversidaddeTelAviv…

—Entréguele lasmuestras al señor Pollack,porfavor,meocuparédequesemandenaanalizar.

Pollack se le acercó,cogió los fragmentos demaderay cuero envueltos enpapeldeplatayleentregóunsobre.

—Aquí tiene la respuestaal mensaje que hizo enviaresta misma mañana. Hallegadohaceunmomento.

Blake guardó el sobre enel bolsillo de la chaquetacolgada en el respaldo de susilla y entabló conversacióncon Sarah. Parecía haberrecuperado el buen humor.Cuando sirvieron el café,Pollack se ausentó un

momento y al volver lesusurró algo al oído aMaddox;ésteterminósucaféatodaprisa,selevantóydijoalrestodeloscomensales:

—Discúlpenme, mellamandesdeHouston, tengoquedejarlos;pero,porfavor,nosemolesten,tomenelcafécon tranquilidad. SeñoritaForrestall, ¿le importaríareunirse conmigo en mi

despacho?Sarah se levantó, le echó

un vistazo a Blake y éste lamiró perplejo. ¿AcasoPollack había descubierto laintromisión de Sarah en suordenador?

Desvió por casualidad lamirada y vio la chaqueta deSarah colgada en el respaldode la silla. Metiódisimuladamente lamano en

el bolsillo derecho, palpó elmanojo de llaves y tuvo unaidea.

—Discúlpenme—lesdijoaSullivanyGordon—,mehedejadoel tabacoencasay laverdad es que el café sin uncigarrillo no sabe igual.Vuelvoenseguida.

Gordonlanzóunasonrisade conmiseración, como siBlake se dispusiera a

inyectarseheroínaydijo:—Vaya, doctor Blake,

vaya,loesperamos.Blake hizo una leve

reverencia y se alejó a todaprisahaciasucaseta.Cuandoestuvo delante de la casa deSarah comprobó que nadieestuviese vigilándolo, abrióla puerta, encendió elordenadorysepusoahurgaren los cajones en busca del

disco duro portátil. Noencontrónada.SeasomóalapuertaparaversiSarahhabíaregresadoala tiendayluegovolvió al teclado. Descubrióque uno de los cajones delescritorio estaba cerrado conllave, buscó en el manojo ylo abrió. Había mapas,apuntes, papeles. Y el discoduro.Losacó,lointrodujoenlaCPUyrevisóenpantallala

listadearchivos.Estaba tan entusiasmado

que notaba el corazón en laboca. ¿Qué iba a decirle aSarah si llegaba a entrar enese momento? Quizá setratara de una trampa parainculparlo. Rauda ante susojos pasó la sigla TPC-H-5A. ¡Tactical Pilotage ChartH-5A!¡Unmapa topográficodel Departamento de

Defensa!Seguroquelehabíatendidounatrampa.

Sacó una copia delarchivo, apagó el ordenador,cerró el cajón y salió altiempoqueechabaunvistazoal reloj: habían pasado seisminutosdesdequeentrara.

SarahyPollackseguiríanen el despacho de Maddox.Cerró la puerta con llave yregresó a la tienda beduina

despuésdeasegurarsedequeteníaeltabacoenelbolsillo.

Se sentó justo cuando elcamarero le servía el café;metióelmanojodellavesenel bolsillo de la chaqueta deSarah sin ser visto, encendióun cigarrillo y aspiróvoluptuosamenteelhumo.

—El tabaconuncamehatentado —comentó Gordon—. Siempre que veo a un

fumador hurgarse histéricolos bolsillos en busca detabaco me consideroafortunado por no haberencendidonuncaunpitillo.

—Hace usted bien, señorGordon. Sin embargo nodebemosolvidarqueelvicio,más que la virtud, es lo quenos diferencia de losanimales. ¿Alguna vez viofumaraloscaballos?

Gordon esbozó unasonrisita avinagrada ycambiódetema.

—Rayme ha hablado deesaespeciedeentarimadodemaderaquehayentreelsuelode la tumba y el montón deescombros que usted llama“derrumbe”. Es muy raro.¿Tiene idea de lo que puedeser?

—Llevo todo el día

dándole vueltas al problemay todavía no he dado con lasolución. Pero las posiblesexplicacionesnosontantas…dosnadamás.Laprimera:enlaAntigüedad el entarimadodebía de estar en posiciónhorizontal o vertical. En elprimer caso, quizá sirvierapara tapar una aberturaexcavada en el suelo. Peroesto es imposible porque, de

serasí,tardeotemprano,pormás fuerte que fuese, con elpaso del tiempo el peso delderrumbe lo habría hundido.Portantoelentarimadodebíade estar en posiciónvertical…

—¿Y entonces? —preguntó Sarah, que acababadellegaryfueasentarseasulado.

—Bueno, en mi opinión,

esosólopodríasignificarunacosa…

—¿Qué? —preguntóSarah.

—Que el derrumbe fueprovocado para impedir elaccesoalatumba.

Sarahguardósilencio.Laluz del día habíadesaparecido casi porcompletoyelvientotraíadeldesierto ruidos lejanos, ecos

de misteriosa actividad,provenientes de algún puntodetrás de las montañas deyeso que por el nordesterodeabanlallanura.

—Me parece raro… —dijo al fin—. Todas lastumbas egipcias eraninaccesibles. En cualquiercaso, todavía no sabemoscómoeslaentradaniadóndelleva.

—Es cierto. De todosmodos, paramí el derrumbefueprovocado.Elentarimadoverticalsosteníaunamasadeescombros. En un momentodado alguien hizo que elentarimado cayera haciaadelante y los escombrosllenaronlatumbaycubrieronelsarcófago.Laintencióndequien provocó el derrumbeera que lo destruyese todo,

pero no ocurrió así. Eldispositivo funcionóparcialmente.

—Unahipótesisaudaz—dijoSarah.

—Menos de lo que túcrees. Es muy probable quelamasadeescombrosllevaramucho tiempo inmovilizada,conlocualsufrióunprocesode conglomeración queimpidió su deslizamiento

completohaciaelinteriordelhipogeo. Pero si ocurrió talcomoyopienso,quieredecirquealguienvolvióavisitarlatumbamuchotiempodespuésdequelacerraran.

—¿Yporqué?—No tengo ni idea, pero

no pierdo la esperanza deaveriguarlo.

—¿Qué intencionestienes ahora, liberar el

sarcófago o continuar endireccióndelentarimado?

—Si de mí dependieraexcavaría en dirección delentarimado. Allí está lasolución del enigma. PerodudoqueMaddoxloapruebe.Al fin y al cabo, él es quiencorta el bacalao en estaconcesión.

—Ya—dijoSarah.El silencio seapoderóde

los comensales, todos ellosabsortos en sus propiospensamientos. Maddoxapareció entonces pero novolvió a sentarse a la mesa.Fue al aparcamiento einstantes después se oyó elmotordesujeep.

Sarah miró en direccióndel aparcamiento con ciertonerviosismo.

—Creo que me iré a

trabajar —anunció Blakeponiéndoseenpie—.Leerélarespuesta demi colega a losinterrogantes que le planteé,segúnloquemehayaescritoes posible que deba trabajartodalanoche.

—Yomevoyadormir—dijoSarah—.Ha sidoundíaagitado.

LanzóaBlakeunamiradacómplice. Él sabíamuy bien

a qué se refería. Laacompañó hasta la puerta desucasa.

—¿Dónde crees quehabrá ido Maddox a estashorasysolo?

—Nosé—contestóSarah—, y la verdad es que meinteresa poco. Desde quetrabajo aquí he aprendido ano meterme donde no mellamany te aconsejoque, en

la medida de lo posible,hagas lo mismo. Buenasnoches,Will.

Lo besó suavemente enlos labios, entró y cerró lapuerta.

Blake se sintió enrojecercomo un bachiller en suprimera cita, pero laoscuridad impidió que se lenotara. Volvió sobre suspasos para ir a su caseta y

comprobó que en la tiendabeduinanoquedabanadie.

Encendió el ordenador ysacóporpantallalacopiaquehabía hecho del disco duroportátildeSarah.Aparecióelmapa topográfico y en losmárgenes, las coordenadas.¡Sarahlehabíamentido!

Enesemismo instante lellegó un ruido apenasperceptible, el leve chirrido

dealgunapuerta.SeasomóalaventanayvioaSarahsalirde su casa y desaparecerdespuésdedoblar la esquinadesucaseta.

Salió a su vez y fue alaparcamiento ocultándoseentre las sombrasproyectadas por las casetas.Cuando llegó, Sarah ya noestaba y comprobó quefaltaba uno de los vehículos

todoterreno.Unpocodespuésaguzóeloídoyalcanzóaoíra lo lejos el ruido del cocheque arrancaba. Sullivan,Gordon y los demás, cuyosalojamientos se encontrabancerca del generador decorriente, no habrían oídonada.

El ruido se apagó deltodo, llevado por el vientoque soplaba a favor desde el

norteyBlakeviofugazmenteel reflejo de los faros en loalto de la montaña.Probablemente Sarah habíaido tras Maddox, endirección de su misteriosodestino, sola, en plenodesierto.

Aunque lo habíaengañado le resultabaimposiblenopreocuparseporellaalpensaren lospeligros

a losqueseenfrentaba,peronadapodíahacer.

Volvióasucasa,sesentódelante del ordenador,transcribió las coordenadasdel mapa topográfico y lasimprimió en una hoja, perono consiguió deducirclaramente dónde estabaporque no tenía un mapageneral del CercanoOriente.Debía enviar esos datos y

obtener la respuesta desdefuera. Quizá de Husseini.¿Pero cómo sustraerse alcontroldePollack?

No podía pedirle a Sarahque repitiese su hazañamientras Pollack iba a laletrina y tampoco podíaocuparseéldelasuntoporquedebía supervisar laexcavación.

Tuvo una idea, usaría el

jeroglífico.Contodaprobabilidad,en

el campamento no habíanadiecapazdeleerloy,dadalasituación,untextoegipcioantiguo no despertaría lassospechas de Pollack, de esemodo podría enviar datosmás completos. Leyóentonces la respuesta deHusseiniquePollacklehabíaentregado en un disquete.

Decíaasí:

Hola,Blake,Loquemecuentas

es extraordinario ydaría cualquier cosapor estar a tu lado yleeresetexto.

Respondo a tuspreguntas:

a) A continuacióntranscribo fielmente

las tres líneas quetenemosdelpapirodeBreasted.

Seguía el texto enjeroglíficos.

b) Con todaseguridad se trata dela transcripción fieldeloriginalcontodassus características

paleográficas.Breasted erameticuloso a más nopoder. Unatranscripción suyadebe considerarsecasi como unafotocopia deloriginal, si mepermites elanacronismo. Encuanto teseaposible,

cuéntamecómoacabaesta historia. Metienesenascuas.

Husseini

Blake cargó en el ordenadorel programa de escriturajeroglíficayconayudadesugramática trató de escribirle

aHusseini pidiéndole que leindicase a qué lugar y a quéregión correspondían lascoordenadas que le enviaba.Le costó sangre, sudor ylágrimasencontrarenegipcioantiguo expresiones que lepermitiesen expresarconceptos geográficosmodernos y, al releer eltexto, no estuvo del todoseguro de que Husseini

entendiese lo que queríadecirle, pero no tenía otrasalida. La intención delmensajeera:

“El lugar donde he leídolaspalabrasesel lugarde lasepultura de un grande de laTierradeEgipto.Entréenély lo vi intacto. No sé dóndeestoy, pero los números deestelugarson:treintayocho,dieciocho y cincuenta hacia

la noche; treinta y cuatro ycuarenta y tres hacia elnacimientodelsol.”

Rogaba porque seentendiera: 38° 18' 50"latitud norte y 38° 43"longitudeste.

Cuando terminó,telefoneóaPollack.

—Siento molestarlo,Pollack, soy Blake.Necesitaría enviar un

mensaje.—¿Dequésetrata,doctor

Blake?—Deun texto jeroglífico

quenecesitoconsultarconuncolega, el mismo a quien leenviéelotromensaje.

—Lo siento, doctorBlake, pero en ausencia delseñor Maddox no puedoaceptarsupetición.

—Escúcheme,Pollack—

respondióBlakecondecisión—, mi colega es la únicapersona de quien me fío ymañana se va de viaje yestará ilocalizable durantedos semanas. Eso significaque de los textos que hetranscrito no podré sacartodoslosdatosquemehacenfalta, mejor dicho, que meresultan indispensables. Siestá dispuesto a asumir

semejanteresponsabilidadnotengo ningún problema, peroal señor Maddox no le harámuchagracia.

Pollack guardó silencio.Blake oyó su respiraciónmezclada con el sonido másclaro del generador que lellegabadefuera.

—De acuerdo —aceptóPollack—, si me garantizaquesólosetratadeeso…

—De nada más, señorPollack —insistió Blake—.Si tiene el ordenadorencendido le haré llegar eltexto por módem, así podrámandarlo enseguida. Consuerte, me contesta estamisma noche… si dejaencendido el generador unratomás.

—Eso mismo pensabahacer—respondióPollack—,

queríaaprovecharlaausenciadel señor Maddox paraterminar unos trabajos ydejar que las neverasfuncionarán un poco más.Envíemeelmensaje.

Blake colgó con unsuspirode alivioymandóeltexto que había preparado alordenador de Pollack,rogando que Husseiniestuviese en casa. En

Chicagoseríanentrelasdoceylauna.

Enviado el mensajevolvióasacarporpantallalarespuesta recibida deHusseini, imprimió las treslíneasdelpapirodeBreastedycomparócadasignoycadadetalle paleográfico con lostextosdelatumbaqueestabaexcavando: la similitud eraasombrosa. Casi podía

decirse que los dos textoshabíansidoredactadosporelmismo escriba. ¿Cómo eraposible?

Terminado el análisiscayó en la cuenta de quehabíanpasadocasidoshorasy el generador seguíafuncionando. Eran las diezmenos cuarto.Evidentemente, Maddox nohabía regresado aún y Sarah

tampoco.Abriólapuertaysesentó

al aire libre. Soplaba unvientecillo fresco y suave yla luna menguante vagabaentrela tenuecapadenubes,sobre el perfil ondulado delasmontañas.

PensóenSarah,quedabavueltas sola en la noche deldesierto, en Sarah que lehabía mentido y

probablementesevalíadesubelleza para controlarlo. Enel campamento nadie era loque parecía; se daba cuentade que lo más sensato eradesconfiardetodos.Elúnicocontacto, precario y difícil,eraHusseini,elcolegaquelohabíasacadodelacalleydelfrío aquella solitariaNochebuena, contacto quepodía interrumpirse en

cualquiermomento.Encendió un cigarrillo e

intentó relajarse, pero amedida que pasaban losminutos era más conscientede encontrarse en unasituación difícil y peligrosa,una situación en la que notenía posibilidad alguna deinfluir. La gente que dabavueltas de noche por eldesierto, los ruidos lejanos,

los extraños fulgores queiluminabanelhorizonte,¿quédiablosteníatodoesoquevercon una presunta actividadminera?

Cuando hubiesenconseguidoloquequeríandeél podían muy bieneliminarlo, o bienchantajearlo obligándolo aguardar silencio parasiempre.

Los timbrazos delteléfono interrumpieron suspensamientos y se puso enpie de un salto. Entró ylevantóelauricular.

—¿Dígame?—Habla Pollack. Ha

llegado su respuesta, doctorBlake. Si tiene el ordenadorencendidoconecteelmódem.Selapasodirectamente.

—Envíela, señorPollack.

Estátododispuesto.Gracias.Husseinilecontestabadel

mismo modo, con un textojeroglífico, y parecía haberentendido a la perfeccióncuanto le preguntaba. De sumensaje se podía hacer unainterpretación aproximada ycontenía algunas frases pococlarasyambiguas,perohabíauna que no dejaba lugar adudas:

Tu lugar en eldesierto se llamaNéguev, cerca de lacavidad llamadaMitzpe Ramon, en latierradeIsrael.

Acontinuaciónañadía:

¿Cómoesposible?

A eso de la una de lamadrugada, Gad Avner sedespidió del arqueólogoYgael Allon con estaspalabras:

—Emocionante visita,profesor—le dijo en cuantosalió de la galería que habíadebajo de la cúpula de laFortaleza Antonia—.¿Cuántocreeque tardaremos

enllegaralfinaldeltúnel?—Es difícil de calcular

—contestó Allonencogiéndose de hombros—.No se trata de unaconstrucción como una casa,un santuario o un edificiotermal de los cualesconocemosaproximadamentelas dimensiones.Ya se sabe,un túnel puede tener diezmetros o tres kilómetros. Lo

extraordinario es que pareceirhaciaelTemplo.

—Ya —dijo Avner—.Entretanto, daré órdenes deacordonarlazonadeaccesoala excavación y trataré deponer a su disposición todoslosmediosparaqueconcluyala exploración lo antesposible. En vista del lugardonde estamos convendráconmigo en que debemos

guardar el más absolutosecretosobreestetrabajo.Latensión es tan grande que elsolo hecho de difundir lanoticia provocaría gravesdisturbios.

—Sí —reconoció Allon—, creo que tiene razón.Buenasnoches,señorCohen.

—Buenas noches,profesor.

Se alejó, seguido de su

compañero. En cuantorecorrieronuncortotrecholedijo:

—Ferrario, ordena ahoramismoqueacordonenlazonae infiltra a dos de nuestrosagentes entre los obreros olostécnicosdelaexcavación.Quiero estar continuamenteinformado de cuanto ocurraalláabajo.

—Pero señor —protestó

el oficial—, elacordonamiento llamará laatencióny…

—Ya lo sé, pero notenemosotrasalida,creo.¿Seteocurrealgomejor?

Ferrario negó con lacabeza.

—¿Loves?Hazloquetehe pedido. Te espero a lascinco de la tarde en elvestíbulodelKingDavid,nos

tomaremosuncafé.—Allí estaré —contestó

Ferrario.Sediomediavueltay desapareció entre lassombras de la FortalezaAntonia.

Avner llegó a su casa dela ciudad antigua y subió enascensor al octavo piso.Hacía siempre el recorridosinprotecciónalgunayhabíadado órdenes taxativas de

que ninguno de sus agentesosara cruzar su territorioprivado.Teníacalculadoslosriesgos y le iba bien así.Abrióconlallaveyentró.

Atravesó todo elapartamentosinencender lasluces y salió a la terraza acontemplar la ciudad desdearriba. Lo hacía todas lasnoches antes de irse adormir: paseaba la mirada

por las cúpulas y las torres,las murallas, la mezquita deOmar recortada en la piedra,la misma que en otrostiempos había albergado elsantuario de Yaveh. De esamanera se figuraba quecontrolaba la situación,inclusosiestabadormido.

Encendió un cigarrillo ydejó que el viento frío quevenía de las nieves del

Carmelo le endureciera lacarayhelasesufrente.

A esa hora siemprepensaba en sus muertos: ensu hijo Aser, muerto a losveinte años al caer en unaemboscadaalsurdelLíbano;en Ruth, su mujer, que sehabía ido poco después,incapaz de sobrevivirlo.Pensaba en su soledad en lacúspide de su casa, en la

cúspidedesuOrganizaciónydesupropiaexistencia.

Escrutaba el horizonteoriental en dirección deldesiertodeJudáylasalturasde Moab y sentía que elenemigo se movía como unfantasma en algún punto, alotro lado de las colinasescarpadas, en aquella tierrayerma.

Abu Ahmid, el

escurridizo.Él había sido el

responsable directo de lamuerte de su hijo y de lamatanza de sus compañerosde armas. Desde entonceshabía jurado darle caza sintregua, pero desde aquel díanohabíaconseguidomásqueverloderefilóneldíaenqueseleescapódelasmanosporpocossegundos,allanzaruna

incursióndeparacaidistas enun campo de refugiados alsurdelLíbano,aunqueestabasegurodeque lo reconoceríasivolvíaaencontrarlo.

El cigarrillo se consumióde prisa, quemado por elviento. Gad Avner entró ensucasayencendiólalámparadesuescritorio,porqueenlaoscuridad había vistocentellear la lucecita de su

líneatelefónicareservada.—¿Dígame?—Soyelporterodenoche

—dijounavozalotroladodelalínea.

—Teescucho.—Estoy trabajando, pero

la cosa se complica y haypresencias imprevistas…intrusos.

Avner guardó silenciocomo si lo hubiesen tomado

porsorpresayluegodijo:—Gajes del oficio.

¿Quiénesson?—Norteamericanos. Un

comando. Se rumorea quehayunaoperaciónencurso.

—¿Tienes algún datomás?

—Una fecha, el 13 deenero. La situación pareceevolucionar con ciertarapidez.

—¿Algomásenel frentequenosinteresa?

—Ya lo creo… perotengo que colgar, señor.Vienealguien.

—Sé prudente. Si teocurriera algono tendríamosa nadie para reemplazarte.Gracias,porterodenoche.

La lucecita verde seapagóyGadAvnerencendióel ordenador para conectarse

al banco de datos de lacentral,delcualobtendríauninformedecuantoocurríaenese período en todoCercanoOriente: citas, festividades,celebraciones religiosas,encuentros políticos ydiplomáticos.

Le llamó la atención unsuceso específico: el desfilemilitarenconmemoracióndelos caídos de la guerra del

Golfo. El desfile se haría enpresencia del presidente alBakri, ante el palaciorestaurado deNabucodonosor, enBabilonia,a las17.30del13deenero.

Apagóelordenadory lasluces y fue a su dormitorio.Elrelojradiodelamesitadenochemarcaba las dos de lamadrugada del 4 de enero.

Faltaban nueve días, quincehorasytreintaminutos.

D os días más tarde,GadAvnerregresóasu casa a

medianoche y encendió eltelevisor para relajarse antesde irse a dormir, peromientras cambiaba de canalen canal se detuvo en lasnoticias de la CNN y se diocuenta de lo asustada queestaba la opinión públicainternacional ante el cariz

que tomaban losacontecimientos de Israel yCercanoOriente.

Para la situaciónirremediable todospresagiaban solucionespolíticas que no llegaban,pero entretanto él, GadAvner, comandante delMosad,debíatomarmedidas,prever y prevenirindependientemente de lo

que pensasen u organizaranlos políticos. El tiempoapremiabaytodavíanosabíaqué podía ser en realidad laOperaciónNabucodonosor.

Miró a través de loscristalessurcadosdegotasdelluvia y vio reflejadaentonces la lucecita verdeintermitente de su líneareservada.Apagóeltelevisorylevantóelauricular.

—Avner.—Soy el portero de

noche,señor.—Hola. ¿Alguna

novedad?—Unas cuantas. He

descubierto quiénes son losnorteamericanos. Se trata deun comando que servirá deapoyo en un atentado. EnBabilonia. Matarán alpresidente al Bakri durante

undesfilemilitar.—¿Quiénlomatará?—Un grupo de guardias

republicanos bajo el mandode un tal Abdel Bechir. Oídecir que su verdaderonombreesCasey,queeshijode padre norteamericano ymadre árabe, perfectamentebilingüe.Másomenoscomocuando asesinaron alpresidenteSadatenElCairo.

Ladiferenciaesqueestavezelmandanteesotro…

—¿Quiénes?—No lo sé, pero todo

apunta a que el generalTaksounseráelsucesor.

—Demasiadoprevisible…—comentó GadAvner, perplejo—. Lo másprobable es que Taksoun nollegue con vida al 13 deenero.SiyofueraalBakrilo

habría mandado fusilar.Demasiado eficiente,demasiado popular,demasiado progresista,demasiadoconsideradoenlascancillerías del CercanoOriente. Incluso entrenosotros.Además,sialBakrisobreviviera al atentado, contodaseguridadTaksounseríaacusado y fusilado, tenga onorazón,es lodemenos.Al

Bakri sólo espera tener unpretexto.¿Quémás?

—El comandonorteamericano pertenece alaDeltaForceyseencuentraen Mitzpe Ramon bajo unatapadera.Seestá adiestrandopara una incursión aérea. Sepreparan para intervenir yapoyaraTaksounencasodenecesidad.

Avnerguardósilencio; le

parecía imposible que lasfuerzas aéreas hubiesenconcedido permiso para eladiestramiento de uncomando norteamericano ensu polígono de Mitzpe sinqueélseenterara.Perosobretodoleparecíaimposiblequelos norteamericanos lohubiesen mantenido almargendetodoaquelasunto.

Alguien iba a pagarlo

muycaro.—¿Algo más? —

preguntó.—Sí…señor—respondió

su interlocutor con tono deincertidumbre—. Se trata dealgo de lo que no le habíacomentado nada porque erapoco claro, por no decirinexplicable, aunque alprincipiocreíquepodíatenerun interés directo para mi

misión. Pero francamente yanoséquépensar.

—¿Dequésetrata?—De una excavación,

señor… una excavaciónarqueológica en la localidadllamadaRâ’sUdâsh.

Elcochesedetuvodelantedela embajada de EstadosUnidos y el centinela se

acercóalvehículoymiróensuinterior.

—Señor,laembajadaestácerrada —le informó—,deberávolvermañana.

—No pienso hacerlo —respondióelhombredesdeelasiento posterior—.Anúnciamealembajador.

—Está usted de broma,señor —dijo el centinelameneando la cabeza—. Son

lasdosdelamañana.—No estoy bromeando

—contestóelhombre—.Dileque GadAvner quiere verloahoramismo.Merecibirá.

—Espereunmomento—dijoelcentinela.

Sin dejar de menear lacabeza marcó un número enlacentralitadelarecepciónydespués de intercambiaralgunasfrasesconlapersona

que atendió su llamadaesperó la respuesta. Cuandose la dieron se acercó otravez al coche con cara deincredulidad.

—El embajador lorecibirá ahora mismo, señorAvner.

Elcentinela loacompañóal interiordel edificiodondelo hizo sentar en una salita.Minutos después entró el

embajador y por su aspectose notaba que la visitaimprevistalohabíasacadodelacama.Nosehabíavestidoy llevaba una bata sobre elpijama.

—¿Qué ha ocurrido,señor Avner? —le preguntócon expresión bastantealarmada.

—SeñorHolloway—dijoAvnersinmáspreámbulos—,

el presidente al Bakri seráasesinado a las 17.30 del 13de enero, probablemente conel apoyo de su país o puedeincluso que bajo su directaresponsabilidad. Tienenustedes un comando de laDelta Force que trabaja bajotapadera en Mitzpe Ramonsin que yo haya dado miopinión ni miconsentimiento. En la

situación en que estamos, setrata de un comportamientogravísimo y sumamentepeligroso. Exijo unaexplicaciónahoramismo.

El embajador Hollowayacusóelgolpe.

—Losientomucho,señorAvner, las instrucciones quehe recibido no me permitenresponderle. Puedoasegurarle que no tenemos

responsabilidad directa en elproyecto de un eventualatentado contra el presidenteal Bakri, pero vemos conbuenosojoslaposibilidaddequeenBagdadelpoderpasea manos del generalMohammedTaksoun.

—De acuerdo, señorHolloway, el mal ya estáhecho y espero que se décuentadequeenestepaísno

puede ocurrir nada, nada,entiéndame bien, nada sinque yo me entere.Transmítaseloasupresidentey a los de la CIA ytransmítales también que enlosaltosnivelesnosellegaaningún acuerdo sin tener encuenta la opinión de GadAvner.

Holloway inclinó lacabeza y no se atrevió ni a

respirar cuando vio a suhuéspedencenderelpitilloapesar de que en las paredeshabía un cartel en grandescaracteresquedecía:

Graciaspornofumar

—¿Hay algomás que quieradecirme, señor Avner? —inquirió al fin tratando dedisimularlacontrariedadque

le producía aquellainfraccióntanarrogante.

—Quiero hacerle unapregunta, señor Holloway.¿Sabe qué es la OperaciónNabucodonosor?

—No tengo idea, señorAvner —contestó,estupefacto—. Ni la mínimaidea.

Avner se le acercóenvolviéndolo en la nube de

humoazulqueseelevabadelcigarrillo entre sus dedos ymirándoloconfijezaledijo:

—Señor Holloway, sepausted que si me estámintiendo haré cuanto estéen mi mano para hacerle lavida muy desagradable enJerusalén. Le consta que soycapaz.

—Le he dicho la verdad,señor Avner. Le doy mi

palabra.—Lecreo.Ahorainforme

a sus superiores deWashington que quiero serconsultado antes de quetomen cualquier decisiónsobre los movimientos delcomando que tienen en elcráter de Mitzpe Ramon yque tengan en cuenta laposibilidad de retirarlo enbreveplazo.

—Así lo haré, señorAvner—dijoelembajador.

Avner miró a sualrededor en busca de unceniceroy,alnoencontrarlo,para mayor escándalo delembajadordeEstadosUnidosapagólacolillaenelplatodeSèvres que adornaba elcentrodeunaconsola.

Enesemomentoseoyóaalguien llamardiscretamente

a la puerta de la salita. Losdos semiraron sorprendidos,¿quiénseríaaesashoras?

—Adelante —ordenó elembajador.

Entró un funcionario, lossaludóaambosinclinandolacabeza y dirigiéndose a susuperioranunció:

—Señor embajador, unallamada para usted. ¿Puedesalirunmomento?

Hollowaypidiódisculpasa su huésped y salió tras elfuncionario antes de que aAvner le diera tiempo adespedirse. Regresó pocosminutos más tarde,visiblementealterado.

—SeñorAvner,acabamosde recibir noticias de que elgeneral Taksoun detuvo aAbdel Bechir y a cincoguardias republicanos, los

acusó de conspiración y altatraición y, después de unjuicio sumario, los mandófusilar. La ejecución seprodujo poco después demedianoche enun cuartel deBagdad.

—Era de esperar.Taksoun comprendió que sielatentadollegabaafallarnotendría ninguna salida.Prefirió no arriesgarse y se

adelantó a la jugada. SeñorHolloway, han depositado suconfianza donde no debían,sobre sus conciencias pesanahoravariosmuertosysehanechado encima a unmolestotraidor.Magnífico resultado,qué duda cabe. Buenasnoches,señorembajador.

Salió y le ordenó alchófer que lo llevase a laciudad vieja. Al llegar, lo

despidió y siguió a pie. Alpasar junto al Muro de lasLamentaciones se detuvopara contemplar la FortalezaAntonia; estaba acordonadatraslasvallasydoshombrescon uniforme de camuflajemontaban guardia: YgaelAllon seguía excavando enlas entrañas del Moriah.Según losdatos en supoder,faltaban pocos días para

llegaralTemplo.Habíadadoórdenes de que le avisarancuando ocurriese; pensabaentrar con los demás a lagaleríapara encontrarsebajola roca sobre la que durantesiglos habían colocado eltronodeDiosyelArcadelaAlianza. Se preguntó si todoaquellonoseríasignodealgoy qué ocurriría si Israel seveíaobligadoaotradiáspora.

Traspuso el umbral ydesapareció en el porcheoscuro.

OmaralHusseinipasóvariosdías en relativa calma,incluso se hizo la ilusión deque todo se desvanecería enla nada. Esa tarde regresóalrededor de las cinco y sesentó a su escritorio para

despacharlacorrespondenciay preparar la clase del díasiguiente. Seguían en lamesita de la sala las copiasen papel de los microfilmesque reproducían las tresprimeraslíneasdelpapirodeBreasted. ¿Qué habríaqueridodecirleBlake con sumensaje, con su extrañapetición? Esa noche habíaquedado citado con el

ayudantedeBlake,elmismoque había viajado con él aEgipto,aAl-Qurna,enbuscadeloriginal.Setratabadeunmuchacho de Luxor,licenciadoporlaUniversidadde El Cairo, que habíaganado la beca del InstitutoOriental.SellamabaSelimyera hijo de campesinos muypobres que cultivaban lastierras en los campos a

orillasdelNilo.Llegó puntual, a eso de

las seisymedia,y lo saludórespetuosamente.Husseini lepreparócaféyluegoledijo:

—Selim, ¿quédescubristeisenAl-Qurnaenel papiro de Breasted?¿Había verdaderasposibilidadesosetratódeunmontaje para sacarle dineroal doctor Blake? Estamos

solos,notepreocupes,loqueme digas no saldrá de aquí.No tienes necesidad dementir…

—No es mi intenciónmentirle,doctorHusseini.

—Selim, el doctor Blakeha descubierto algoextraordinario, una tumbaegipcia de un grande delNuevo Reino, está intacta.Pero algo en lo que ha

descubierto está relacionadocon el papiro Breasted, algomuy importante. Él siemprete ha ayudado y te seguiríaayudando si estuviera aquí.Ha perdido su trabajo, sumujerlohaabandonado,algoterrible para unnorteamericano, y ahora suúnica posibilidad es la dedemostrar al mundo que esun gran estudioso y a sus

colegas que hicieron mal enecharlo,demostrarasumujerque no es un fracasado, unperdedor. Yo no lo conocía,nos habíamos vistoocasionalmente,hastaqueenNochebuena lo recogí de lacalle, muerto de frío. Medemostró mucho afecto ygratitud por la pocahospitalidad que le ofrecíentonces,algoraroentreesta

genteaquiensóloleinteresasu propia carrera y susnegocios.

»Selim, escúchame bien,la situacióndeldoctorBlakees emocionanteydifícil a lavez.Sinohe entendidomal,se encuentra ante unformidable descubrimiento yun enigma de difícilsolución; además, quienessolicitaron su asesoramiento

lo tienen prácticamenteprisionero.Somos losúnicosque podemos ayudarlo.Ahoraquieroquemedigassiestás dispuesto a ayudarloaunquesepasqueélnopuedehacer nada por ti, que nopuede favorecer tu carrerasino al contrario, podríaperjudicarla si se llegara asaber que siguesmanteniendocontactoconél.

—Cuente conmigo,doctorHusseini.¿Quéquieresaber?

—Todo lo que sepas delpapiro de Breasted… y sitodavía existe la posibilidaddeencontrarlo.

—Lediréloquesé—dijoSelim lanzando un profundosuspiro—. Ocurrió hacemáso menos cinco meses, amediados de septiembre. El

doctor Blake habíaconseguido del InstitutoOriental una financiaciónimportante para suinvestigaciónenEgiptoymehabía pedido que fuese suayudante. Yo nací no muylejos deAl-Qurnay conozcoa toda la gente de la zona.Puededecirsequedesdehacegeneraciones los habitantesde esa aldea y de los

alrededoressehandedicadoala búsqueda clandestina deantigüedades. Hasta losestudiosos y losinvestigadores deben contarcon los cazadores de tumbasdeAl-Qurna.

»Conservo allí un amigode la infancia, un muchachollamado Alí Mahmudi; nosbañábamos juntos en elNiloy robábamos fruta a los

vendedores ambulantes. Nohabíamos cambiado losdientes de leche y ya nosinteresábamos por lasantigüedades egipcias. Unantepasado suyoacompañóaBelzoni en Abú Simbel, suabuelo excavó la tumba deTutankamónconCamarvonyCarter y su padre lo hizo enSaqqara con Léclant yDonadoni.

»Nuestros caminos sesepararon cuando mi padre,después de vender variossauabtis y dos brazaletes deuna tumba de laXXIIdinastía, consiguió el dineropara mandarme a estudiar ala Universidad de El Cairo.Allímehicemerecedordelabeca que me ha permitidollegaralInstitutoyconoceryapreciar a nuestro doctor

Blake.Alínotuvoesasuertey continuó saqueandotumbas,peronuestraamistadhaseguidointacta.

»Encuantollegamosfuiaverloynosinvitóacenar.Nodijo nada interesante, selimitó a recordar viejostiempos y a hablar de lasempresas de sus antepasadosenelValledelosReyes.Mástarde, cuando nos separamos

y yo me retiré a mialojamiento para pasar lanoche, llamó a mi puerta yme preguntó para qué habíavueltoyquébuscaba.

»Hacíatantocalorquenopodía pegar ojo. Decidimossubiralaterrazadelacasitadondemehabíaalojadoyallílehablédemitrabajoydeloque buscaba, un papiro queun norteamericano había

visto ochenta años antes enuna casa de Al-Qurna. Leconté que teníamos elnombre y las tres primeraslíneasdelpapiro.Nadamás.

»“¿Por qué quieres elpapiro?”, me preguntó. “Enel mercado hay cosas másconvenientes.”

»“Porqueleinteresaamiprofesorysiyoloayudoaél,élmeayudaráamí,haráque

meprorroguenlabecayalomejormeconsigueunpuestoenlaUniversidad.”

»Alí no dijo nada;contemplaba las aguas delNilo, relucientes bajo la luzde la luna. Era como sihubiésemosvueltoalaniñez,cuandopasábamoslasnochesde verano fantaseando sobrelo que seríamos demayores.Soñábamos con comprar una

barca y bajar por el Nilohasta el delta y desde allísalir a recorrer todos losmaresdelmundo.Derepentemepreguntó:

»“¿Quieres hacertenorteamericano?”

»“No, qué va”, lecontesté. “Quiero terminarlos estudios en una buenauniversidad de EstadosUnidos y después volver a

Egipto para llegar a jefemáximo de la DirecciónGeneral de Bellas Artes.ComoMariette,comoBrugshyMaspero…”

»“Seríamuy bonito”,medijo Alí. “Entonces sí quepodríamos hacer buenosnegociostúyyojuntos.”

A Husseini le habríagustado llegar rápidamente aalguna conclusión, pero se

diocuentadequeparaSelimeraimportantecontarletodosesosdetalles.Eraunamaneradeentrarenconfianzaconelinterlocutor y darcredibilidadasurelato.

—Sigue—lepidió.—Entonces se levantó

para marcharse —prosiguióSelim—, yo bajé con él lasescaleras y lo acompañéhastaelportóndelatapia.Se

detuvo, memiró a la cara yme soltó: “Buscas el papirodeBreasted”.Ysemarchó.

—¿Qué hiciste tú? —preguntóHusseini.

—ConocíabienaAlíyloque significaba esa formasuya de hablar sin decirmucho. No hice nada yesperé a que volviera. Dioseñales de vida días mástarde,loencontréenlapuerta

de casa cuando volvía a esode medianoche. Yo estabapreocupado porque el doctorBlakeempezabaa temerqueno consiguiéramos nada ysabía que en Chicago se lateníanjurada.

»Alí llevaba una hoja depapel en la que estabanescritas algunas líricas deljeroglífico, el inicio delpapirodeBreasted.Porpoco

medaunataque,doctor…—Sigue —insistió

Husseini mirándolofijamentealosojos.

—Le informé que yotambién tenía esas líneas yentonces él sacó una fotoPolaroid… ¡Era el papiro deBreasted,doctorHusseini!

—¿Enquétebasasteparallegaraesaconclusión?

—LainstantáneaPolaroid

representaba el papiro yalgunos otros objetos delajuar. Teóricamente habríapodido tratarse de cualquiercosa,perodespuésmeenseñóunavieja fotoamarillentaenla que se veía el papiro alladodeesosmismosobjetos,colocadosenunamesa,enelinterior de la casa de unfellah.

»Ahora bien, doctor

Husseini, aunque en la fotono se veía a James HenryBreasted era lógicoconsiderar que se trataba deese papiro porque coincidíaen el aspecto general, en lapartesuperiorderechaestabaroto y algomás arriba de lamitad del lado izquierdo lefaltaba un borde. Encualquier caso,habría juradoquesetratabadelosmismos

objetos vueltos a fotografiarcon Polaroid ochenta añosdespués de la primera fotoamarillenta.

—¿Quéhicisteentonces?—En nombre de nuestra

antigua amistad, lo máslógico era decirle quequeríaver el papiro enseguida. Nocabía en mí del entusiasmo.Me moría por contárselo aldoctor Blake. ¡La cara que

iba a poner cuando seenterase!

—Peronoselodijiste.—No, le pregunté cómo

era posible que todos esosobjetos hubieran salido a laluzalcabodenoventaaños.

—Ya. Interesante lapregunta.

—Me salió con unahistoria increíble… si tienepaciencia como para

escucharlaselacontaré.Husseini lo invitó a

seguirconunmovimientodela cabeza y le sirvió máscafé. Selim continuódiciendo:

—El abuelo deAlí habíaparticipadoenlaexploracióndelacuevadeDayral-Baharien calidad de jefe de lacuadrilla de obreros, a lasórdenesdeEmilBrugsch,por

entonces director delServicio de Bellas Artes.Brugsch lohabía sospechadosiempreporqueeraamigodelos dosfellahín deAl-Qurnaque habían encontrado lacuevadelasmomiasrealesyvendido gran cantidad deobjetospreciososantesdeserdescubiertos y obligados arevelar de dónde sacaban elmaterial para sus

operaciones.»No estaba muy alejado

de la verdad. Su jefe decuadrilla era un jovenapuesto y lleno de vitalidad,más pobre que las ratas yestaba perdidamenteenamoradodeunamuchachadeLuxor,camareradelHôtelduNil.Poresemotivoqueríaganar mucho dinero paraofrecer el regalo adecuado a

la familiade lamujercon lacual quería casarse. Tratóentonces de vender algunosobjetos robados en la cuevadelasmomiasreales.

»En otras circunstanciashabría esperado meses,incluso años, antes deintroduciraquellosobjetosenel mercado, pero el amor eselamoryelcorazónnosabede razones. El joven estaba

tan ansioso por presentarseante la familia de lamuchacha con los regalosadecuados que olvidó todaprudencia y, en contra delconsejo de sus amigos, hizocircular el rumor entrequienes iban por el WinterPalace Hotel de que teníaciertas piezas muy antiguasdegranvalor.

»James Henry Breasted

se encontraba entre esaspersonas.Alenterarsedequeentre los objetos en ventahabía un papiro pidió verlode inmediato. Se concertó lacita pero, entretanto, elrumor había llegado a oídosdel director de BellasArtes,Emil Brugsch, que contabacon informantes en loshotelesdeLuxor,enespecialenelWinterPalace.Breasted

yBrugschnosepodíanvernien pintura y este últimoimaginabaquemuchasdelasreliquias importantes queempezabanaformarpartedelas colecciones del InstitutoOriental de Chicago eran dedudosoorigen.

»Cierta noche de finalesde la primavera, Breasted sereunió con el abuelo de miamigoAlíenalgunapartedel

Nilo, y desde allí locondujeronacaballohastalacasa donde guardaban losobjetos. En cuanto vio elpapiro, Breasted se mostrósumamente interesado, perosu interlocutorqueríavendertodo el lote puesno le hacíagracia arriesgarse a hacervarias transacciones condistintoscompradores.

»Breastedinsistió,peroel

otro le pidió entonces sólopor el papiro algomenos delo que le había pedido portodo el lote en venta; lacantidad era tan alta queBreastednopodíacerrartratocon los fondos que tenía enElCairo.

»No quería dejar escaparsemejante oportunidad, poreso tuvo que mandar untelegrama a Chicago para

pedir más dinero. Solicitótambién fotografiar losrestos, pero como no eraposiblehacerlode inmediatole permitieron copiar elpapiro. Breasted acababa deponersea transcribir el textocuando llegó unfellahjadeante y les avisó que loshombres de Brugsch lesseguíanlapista.

»A Breasted no le

convenía que lo encontraranallí, de manera que dejócomo anticipo el dinero quellevaba encima y se alejó atoda prisa y en el mayor delos sigilos. El abuelo deAlíloescondiótodoymástardemandófotografiarlosobjetospuestos en venta y junto aellos el papiro, pero pasarondías, semanas incluso,durante las cuales los

hombres del Servicio deBellasArteslovigilaronmuyde cerca, por tanto no searriesgó a volver a ver aBreasted.

»El pobre tuvo querenunciarasusueñodeamorcon la camarera del WinterPalaceyalcabodedosañossecasóconunachicadeAl-Qurna, perteneciente a unafamilia tan pobre que su

padre sólo pidió por ella unsacodemijoyunafanegadearrozcomoregalonupcial.

»Un buen día, pocosmeses después de la boda,mientrastrabajabaenunpicocerca de Dayr al-Bahariperdió pie y cayó. Lollevaronasucasaagonizante,pero antes de morir logródecirle a su mujer,embarazada del primer hijo,

dónde había escondido losobjetos.

»El secreto pasó degeneraciónengeneración…

—Mepareceraroqueesepequeño tesoro pudiesepermanecer oculto durantegeneraciones —lointerrumpió Husseini—.Imagino que el padre de tuamigo Alí tampoco nadabaenlaabundancia.

—Es verdad, doctorHusseini, si hubiesen podidolo habrían vendido a laprimeraocasión.Elhechoesque no podían y el mismoBreasted fue el primero enquedarse con un palmo denarices.Verá…Pocodespuésde la muerte de nuestrohombre laDirecciónGeneralde Bellas Artes mandóconstruir un barracón para

los guardias que debíanvigilar aquella extensa zonaconvertida en centro de graninterés arqueológico ehistórico.

—Ya —dijo Husseini—.El barracón fue construidojusto donde el abuelo deAlíhabíaenterradosutesoro.

—Exactamente. Es más,con el paso de los años elbarracónsetransformóenun

cuartel de ladrillos, es decir,en una estructura estable ydefinitiva. Lo habíandemolido hacía poco tiempoparaconstruirunacarreteraymi amigoAlí aprovechóunanoche sin luna y, siguiendolasinstruccionestransmitidaspor su abuelo y su padre,consiguió volver a hacersecon el pequeño tesoro deDayral-Bahari.

—Pero… ¿cómo fue quese te ocurrió recurrir a tuamigoAlí?

—Porque en Al-Qurnasiempre se había hablado deaquel tesoro oculto y de unpapiro de incalculable valorsobre cuya pista habíanestado tanto Breasted comoEmilBrugsch.Se locontéaldoctor Blake cuando meenteré de que se interesaba

por aquellas tres líneas delpapirodeBreastedyporesodecidió trasladar suinvestigación aAl-Qurna, enEgipto.

—No cabe duda de quehicisteun trabajodeprimera—reconoció Husseini—.¿Quépasódespués?

—Bueno,másomenosloque usted ya sabe, doctorHusseini.Empecéanegociar

la compra del lote porqueAlí, como le había pasado asu abuelo, quería venderlotodo de golpe, pero pedíamuchísimodinero…

—¿Cuánto? —preguntóHusseini.

—Medio millón dedólaresenunacuentasuiza.

Husseiní soltó un silbidodeasombro.

—Después de largas

negociaciones conseguí quebajara a trescientos mildólares, pero seguía siendomucho dinero. El doctorBlake tuvo que poner enjuego toda su credibilidadpara conseguir los cien mildólaresdelanticipo.

»En cuanto llegaron losfondosconcertélaentrevista,pero cuando el doctor Blakese presentó en el lugar de la

citahubounaincursióndelapolicía egipcia.Llegaronporsorpresa, como si nosesperaran…

—¿Yelpapiro?—Laverdadno sé dónde

fue a parar. Alí consiguióhuir; probablemente se lollevó con él. A lo mejor nisiquiera lo tenía encima, esunchicomuydesconfiado.Síllevabalosotrosobjetos,dos

brazaletes y un colgante…hermosísimos, verdaderasobras maestras. Estabansobrelamesacuandoentrólapolicía.

—Hay algo que no mehascontado—dijoHusseini.

Selim levantó la vista ylo miró con expresióndesconcertada, como si sesintiera culpable o hubiesetenido un comportamiento

inadecuado.—El doctor Blake me

dijo que estaba convencidode la autenticidad del papiroporque había otroscompradores misteriosos ycon mucho poder quetambién estaban interesados.¿Sabesalgodeesto?

—No,señor.Nada…Husseini se asomó a la

ventana. Nevaba, los copos

blancos flotaban en el airecomoconfetienplenodesfilede carnaval, pero en la calleno había nadie; desde lejos,amortiguadoporelmantodenieve, le llegó un sonidoparecido al de un cuerno decaza, tal vez fuese la sirenade un barco que hendía laniebla del lago en busca delpuertoinvisible.

—¿Qué hiciste después?

—preguntó entoncesHusseini.

—Cuandoentrólapolicíayoestabafuera,esperandoenelcoche.Mepuseenmarchaencuantomepercatédequese lo llevaban en el cochepatrulla con la sirena a todovolumen. Pobre doctorBlake…

—¿Dónde crees queestaráahoraesepapiro?

—Nolosé.Alomejorlotiene Alí. O esos otroscompradores, si lo queustedhadichoesverdad…

—Oelgobiernoegipciooel gobierno norteamericano.InclusoBlakepodríatenerlo.

—¿Blake?—Lodigopordecir…En

realidadno sabemosnadadelo ocurrido ese día en Khanel Kalil. Alí huyó, tú no

estabas… Sólo estaba eldoctorBlake.

—Es cierto. En miopinión,noesustedelúnicoquelohapensado.

—¿Quéquieresdecir?—El otro día me quedé

trabajando hasta tarde enmidespacho del Instituto. Vi aldoctor Olsen entrar con unallave en la oficina que habíapertenecidoaldoctorBlake.

—¿Tienes idea de québuscaba?

—No lo sé, pero empecéa vigilarlo y descubrí algomás: el doctor Olsen es elamante de la ex mujer deldoctor Blake. La cosa vienedehacetiempo.Enalgodebedehaberinfluidoesedetalle,¿nocree?

—De eso no hay duda,Selim. Pero ahora debemos

darconlapuntadelamadejay ver cómo podemos actuar.Déjame pensarlo. Tendrásnoticiasmíasdentrodepoco.

—Entonces me marcho,doctor Husseini. Gracias porelcafé.

—Ha sido un placer,Selim.Siguemanteniéndomeinformadosobrecuantoveas.

Loacompañóalapuerta,esperó a que el coche de

Selim desapareciera al finalde la calle, entró y se sentó.La casa estaba silenciosa ynotó el peso opresivo de lasoledad.En esemomentonohabíanadaen suvidaque leinspirara ningún sentimientoo emoción. Ni siquiera leinteresaba continuar con sucarrera académica. Sólodeseaba una cosa: leer elpapiro de Breasted hasta el

final.Sonó el teléfono celular.

Husseini echó un vistazo alreloj pero no se movió. Elteléfono siguió llamando ysus timbrazos apremiantesllenaron la casa. Al final,Husseini contestó con gestodeautómata.

—¿Dígame?—Buenas noches, doctor

Husseini—losaludóunavoz

—.Leaelcorreoelectrónico,por favor. Hay un mensajeparausted.

Husseini apagó el móvilsin decir palabra y siguiólargoratosentado,pensando.Cuando se levantó y fue alordenador cayó en la cuentadequehabíapasadocasiunahora.Conectóconsuservidorde correo electrónico,recogió los mensajes y vio

unoquedecía:

3×3=9

Apagóelordenador,sesentóen el suelo y encendió unpitillo. Los tres comandoshabían llegado. Seencontraban en EstadosUnidos,dispuestosaactuar.

Elteléfonovolvióasonaraesodelasdocedelanoche,

cuando Husseini estaba apuntodedormirse.

—Habla Husseini —contestó.

—DoctorHusseini—dijouna vozmetálica—, paramílas ciudades más bonitas deEstados Unidos son LosÁngeles yNuevaYork, peromejor quédese en Chicagopara recibir a esos amigos.Ustedconocelasdirecciones.

Era una voz perfecta, sinningún acento, aséptica. Noquedaba duda alguna: losobjetivos ya estabanelegidos. Seguramentequerrían ver a Abu Ghajaceptar el desafío. PeroAbuGhaj estaba muerto. Desdehacíatiempo.

Y si no lo estaba,convenía matarlo; cuandorecibiera la orden,AbuGhaj

no podía erigirse en juez dela vida y la muerte demillones de personas que nolehabíanhechonadamalo.

Apagó todas las luces ymeditó mucho tiempo ensilencio; no había previstoque todo se cumpliera conprecisión tan cronométrica,que el plan de Abu Ahmidpudiera proceder como elengranajedeunamáquinade

guerra. Pero conocía a AbuAhmid y entonces se leplanteólaatrozduda:cuandotuviese la certeza de que lasarmas estaban en su sitio ycebadas, ¿se limitaría ausarlas únicamente comoamenaza? Cuando Jerusalénestuviera en sus manos,¿resistiría a la tentación deinfligir el golpe mortal aldetestadoenemigo?

Acarició la idea delsuicidio y cuantas másvueltas le daba, más claroveíalaescenaenlaoscuridaddel cuarto: los agentes depolicía entrarían al díasiguiente, tomarían medidasy huellas. Se veía en mediode un charco de sangre (¿untiro en la sien, quizá?) ocolgado del techo con elcinturón.

ImaginóaWilliamBlakemoviéndose a tientas en unhipogeo faraónicoabsurdamente excavado ensuelo israelí y cayó en lacuenta de que no tenía anadie que pudiese ayudarlo,prisionero como estaba enmanos de desconocidos, sinpoder moverse. Pensótambién que su suicidiorestaría velocidad a la

máquina,peronoladetendríay que William Blake sequedaría solo en aquellatumba.

Pensó en la ferocidad deAbuAhmid y elmiedo hizoque se lehelara la sangre enlas venas. Revivió escenasdel pasado que creía habersepultado en el fondo de lamemoria, traidorescaídosensus manos a quienes había

torturadolentamente,durantedías, para arrancar de suscuerposmartirizadoshastalaúltima gota de dolor. Sabíaque si traicionaba a AbuAhmidonocumplíaconsusórdenes éste inventaría paraél penas más atroces,buscaría la manera demantenerlo vivo durantesemanas, meses, inclusoaños, obligándolo a vivir en

uninfiernoetemo.¿Era posible desobedecer

aunhombrecomoél?Jugaría la partida pero

antes prepararía una fugahacia lamuerte.Buscó en laagendaunnúmero telefónicoy como todavía no erademasiado tarde llamó a sumédico, el doctorKastanopoulosy,pretextandoalgo urgente, le pidió hora

paraeldíasiguientealasseisdelatarde.Cuandoconsiguióla cita se sentó delante delordenador para leer losmensajes del correoelectrónico. Había uno quedecía:

DR115.S14.1.23

En base al código elaboradopara los comandos, ese

mensaje significaba quedebíareunirseconalguienenla salida 115 Sur de la DanRyan, el 14 de enero a lasonce de la noche. Al díasiguiente conocería cara acara a uno de los caballerosdelApocalipsis.

Estaba extenuado perosabíaquesisetumbabaenlacamano lograríaconciliarelsueño; en su mente y su

tiempo sólohabía lugar paralaspesadillas.

Encendióeltelevisoryenla pantalla surgieron lasimágenes de un informativoespecial. La voz delperiodista anunciaba que alascincoydiezdeldía13deenero el presidente al Bakrihabía sido víctima de unatentado en el transcursodeldesfile militar ante las

murallasdeBabilonia.La cadena CNN ofrecía

escenas de confusiónabsoluta: miles de personasseamontonabanparahuirdelas tribunas alineadas aderecha e izquierda de uncamino; los gruposmilitaresapostadosenel recorridodeldesfile disparaban a tontas yalocascomoatacadosporunenemigo invisible; los

enormes tanques defabricación soviéticainvertíanlamarchaenmediode sonoros chirridos y sustorretas giraban como situviesen a tiro a un agresorquenosedejabaapuntar.

Por doquier se veíandestellos de luces deambulancias y cochespatrulladelapolicíay,enelcentro de la tribuna, bajo un

dosel con las banderasnacionales,uncharcoenormede sangre. Dos hombrestransportabanalacarreraunacamilla hacia el helicópteroque aterrizaba en esemomento en medio de lacalle, para elevarse otra vezalcabodepocosminutos.Elobjetivo de otra cámara,colocada en un lugardominante, seguía el vuelo

del helicóptero sobre lascúpulas doradas y losminaretes de las mezquitasdeBagdad.

El periodista decía que,según el comunicado de laagencia de prensa nacional,el presidente al Bakri estabaencuidados intensivosyquesu estado era grave, aunqueloscirujanosesperabanpodersalvarlelavida.Actoseguido

añadíaqueerapocoprobable,pueslostestigospresencialeshabíanvistoeldestellode laexplosión muy cerca delpresidente y se rumoreabaque los enfermeros habíanrecogido en las gradas lostrozos de cuerpo. Lahipótesis más probableapuntaba a que un miembrode la oposición hubieseadoptado la técnica de los

comandos suicidas deHamás. Era impensable quealguien hubiese podidocolocar una bomba en lastribunas, rastreadas a fondopalmoapalmoporlaguardiade seguridad hasta minutosantesdelaceremonia.

Husseini inclinó lacabeza mientras hacían lapausa de la publicidad ypensó en quién podía estar

detrás del atentado quellegaba en un momento tancrítico para el panorama deOrienteMedio.

Al reanudarse latransmisión, las cámarasenfocaron a un alto oficialcon la gorra del cuerpo detanques, rodeado de susguardias. Llevaba el hombroderecho en cabestrillo, lasvendasmanchadas de sangre

e impartía órdenes con vozagitada. El periodista loidentificó como el generalTaksoun, hombre fuerte yposible sucesor de al Bakri.Personaje que podía contarcon la estima y el apego delastropasdeélitedelejércitoygozabadeciertareputaciónenelextranjero.

Husseini observó laexpresiónduraydecididadel

general,susmodalesbruscos,como de quien sigue lasindicaciones de un guiónestudiadodesdehacíamuchoy dedujo que tras aquelatentadoquizáestuvieran losserviciossecretosdeEstadosUnidos. Para losnorteamericanos, el generalTaksoun era alguien conquiensepodíatratar.

Sonó el teléfono en ese

preciso instante y Husseinilevantóelauricular.

—Hemos sido nosotros,doctorHusseini—dijolavozmetálica.

S arah Forrestall subiócon el todoterrenohasta la cima de la

colina que daba alcampamento,apagóelmotorybajóenpuntomuertohastacasi llegar al aparcamiento.Se apeó para empujar elvehículo hasta su sitio,respiró hondo y miró a sualrededor. Todo estabatranquilo y en silencio; las

casetas se veían en laoscuridadgracias a la luzdela luna que iluminaba elpolvo blanquecino de laexplanada.Haciaeloeste,enuna de las colinas querodeabanelcampamento,viodeprontounreflejoluminosoy se ocultó detrás de uncamión. Minutos más tardeoyó el motor del jeep en elque Maddox se había

marchadodelcampamento.Elcochesedetuvoapoca

distancia de su escondite,Maddoxbajóyhablóconloshombres que loacompañaban; vestíanuniforme de camuflaje yllevabanarmasautomáticas.

Oyó que seguíanhablandoenvozbajayluegocomprobó que los militaressubían al jeep y se alejaban

hacia el sur. Esperó a queMaddox entrase en su casapararegresarsigilosamenteasucaseta,metiólallaveenlacerradura y abrió la puerta,pero cuando se disponía ameterse dentro alguien lecerróelpaso.

—Will —dijosobresaltada—.Quésustomehasdado.

—Y tú a mí —contestó

Blake—. ¿Qué has ido ahacerporeldesiertoenplenanoche?¿Teparecenhorasdevolver?

—Vamos, hombre,entremos —sugirió lamuchacha—. No me pareceoportuno que a las dos de lamañana nos vean aquícharlando.

—De acuerdo —aceptóBlake mientras la chica

encendía la lámpara de gas,bajaba almínimo la llama ycorría las cortinas—. Perocreo que me debes unaexplicación.

—¿Por qué? —preguntóSarah.

—Porque me heenamorado de ti y lo sabes.Medas a entender queno tedisgusta ymemetes en líos.Me tienesalmargende todo

aunque te consta que estoydesesperado por recibirayuda en todos los sentidos.Nosésimeheexplicado.

Sarah se volvió hacia él.Blake dedujo por cómo lomiró que sus palabras no lehabíanresultadoindiferentes.

—Te has explicado muybien. Pero te equivocas, mehe arriesgado por ti paraconseguirte la información

que querías.Yo no tengo laculpasinohetenidosuerte.

—Claro que tienes laculpa—dijo Blake—. Copiétu archivo original y loexaminé en mi ordenador.Las coordenadas están ahí,correspondenaunalocalidaddel desierto de Néguev, enIsrael.EstamosmásomenosasesentakilómetrosalsurdeMitzpeRamonyapocomás

de veinte al este de lafronteraegipcia.Túlosabías.Y repito, ¿qué fuiste a haceral desierto a estas horas conel todoterreno? Imagino quehasseguidoaMaddoxyasushombres,¿peroporquéyporcuentadequién?

Sarah se dejó caer en lasilla suspirandoprofundamente.

—¿De verasme quieres?

—preguntó mirándolo a losojos—. ¿Qué esperabas paradecírmelo?

—Para empezar, no séquién diablos eres ni quécuernos haces aquí ni paraquiéndemoniostrabajas…

—¿Yatiquéteimporta?—inquiriólachica.

Se puso en pie y se leacercó. Blake percibió lafragancia de su perfume

mezclada con el olor de susudor antes de que lo besaraapretándose a él con unafuerzacargadadeagresividadypersuasión.

La oleada de calor lesubió por el pechoofuscándole la mente. Blakehabía olvidado la fuerzaarrolladora del deseo por elcuerpo femenino y el poderde la fragancia que emanaba

de entre los pechos de unabellamujer.

Intentó no perder lalucidez.

—¿Por qué me hasmentido? —le preguntótratando de separarse de ellapero sin apartar la vista desusojos.

Elaireestabacargado, lacaseta parecíaempequeñecerse por

momentos, como si lasparedes se fuesen acercandoyobligaranalhombrey a lamujer a refugiarse en elespaciocadavezmásexiguodonde flotaban sussensacionesysusdeseos.

Sarah sequitódelantedeél la camiseta y lospantalones llenos de polvo yanunció:

—Creo que me daré una

ducha. No te vayas, porfavor.

Blakesequedósoloenlapequeña habitación cargadade mapas, libros, ropacolgada en el interior debolsas de plástico, mientrasescuchaba el golpeteo delagua de la ducha tras lasmamparas empañadas y ellatir cada vez más fuerte desu corazón. Temblaba por

dentro al pensar en elinstanteenqueelaguadejarade correr; hacía seis mesesquehabíahechoel amorporúltima vez con Judy. Todauna vida. Judy seguía dentrodeélconelcolordesusojos,elperfumedesuscabellos,lagraciadesusmovimientos.

Pensó en la tumbaperdida en medio deldesierto, tras la montaña

esfinge y la montañapirámide, en el enigma delfaraón sepultado a increíbledistancia del Valle de losReyes. Antes de que elpalpitar enloquecido de sucorazón anulara todopensamiento, por su mentepasaron fugazmenteimágenes del lugar donde lanaturaleza y el azar habíanreproducido las arquitecturas

másmajestuosas de la tierradel Nilo; la voz del hombresepultado por los siglos y elolvido en una zona desoladadelmásáridodelosdesiertosno logró vencer la fuerza dela llamada que percibía traslacortinadevapor.

Sindarsecuentasiquiera,la encontró desnuda ante él;sólo entonces cayó en lacuenta de que el ruido del

agua de la ducha habíacesado.

Lo desvistió despacio y,con las manos aún mojadas,recorrió su cuerpoy su cara,comoquientomaposesióndeun territorio largo tiempodeseado.

Presa de frenéticaansiedad,Blakelallevóhastala camadonde la abrazó conincrédulapasión,lacolmóde

besoscadavezmásardientestratandodedeshacersedelosrecuerdos y el dolor,mientras ella lo acogía conuna sensualidadmás intensa,más ávida y envolvente.CuandoBlakeapartó lavistade su cuerpo para mirarla alos ojos la vio transfigurarsede placer, volverse cada vezmás hermosa y radiante,envuelta en un misterioso

esplendor,iluminadaporunaluztenue.

La contempló mientrasellaseabandonaba,exhausta,y estiraba las piernasvoluptuosamentedisponiéndoseadormir;élsesacudió, como si despertaradeunsueñoyledijo:

—Y ahora contéstame,porfavor.

Sarahlomiróasuvez,se

incorporó y se sentó delantede él sosteniendo su manoentrelassuyas:

—Todavíano,Will.Aquíno.

El doctor Husseini apagótodas las luces de su casa,conectó el contestadorautomático, cogió la cajitanegra y la metió en el

bolsillo interior de laamericana. Salió a la calle yfue hasta su coche aparcadojunto al bordillo. Se cruzócon un colega, el doctorSheridan, docente de acadio,quesacabaapasearalperroylo saludó inclinando lacabeza. Seguramente sepreguntaría dónde iba a esashorasconelfríoquehacíay,con toda probabilidad

encontraría alguna respuestamaliciosa aunque tal vezinocua.

Puso elmotor enmarchay arrancó; entró despacio enel bulevar que bordeaba ellago de la Expo, brillantebajo las farolas cuyo haloverdosohacíarelucirelhielo.A suderechadejó las agujascubiertas de nieve deledificio de laUniversidad y,

más allá, la torre de lacapilla.

La vista era fascinante yespectral a la vez, aunquetodavía no se habíaacostumbrado a ella.Recordabalaprimeravezquehabía pisado la capilla y susorpresa al no encontrar enella ninguna señal que lepermitiese identificarla conuna determinada confesión

religiosa. Podría muy bienhabersidounamezquita.

“Cosas que pasan enEstadosUnidos”,pensó. “Nopodíaelegirunadeterminadafe, por tanto no elegíaninguna.”No tardó en llegaralaDanRyan,desiertaaesashoras,yenfilar larampaqueiba al sur. Adelantó a uncoche de la policía quepatrullaba a baja velocidad

porlaautopistay,alvolante,violafiguracorpulentadeunagentenegro.

Siguió tras un camióncisternacubiertodebrillantescromados y luces de coloreshastala111, luegosecolocóen el carril de la derecha.Enseguida vio una viejacamioneta Pontiac conmatrícula de Indianaque ibaala velocidad fija de sesenta

kilómetros por hora. Pensóquepodíatratarsedeél.

Cinco minutos antes delas once lo vio doblar haciala 115 y entrar en elaparcamiento de una tiendade vinos y licores y ya notuvodudas.

Suspiró hondo y aparcótambién dejando encendidaslas luces de posición. Elhombrebajódesuvehículoy

sequedóquietoenmediodelaparcamiento vacío. Vestíavaqueros y cazadora con elcuello levantado y calzabazapatillas deportivas.Llevaba una gorra de losChicagoBulls.

Tuvolaimpresióndequemirabahaciadondeélestaba,paracerciorarsedequenoseequivocaba, después vio quese cubría la cara con un

pasamontañas.Seleacercóapaso ligero, abrió laportezueladeladerechaysesentóasulado.

—Salam aleykum, AbuGhaj —dijo—. Soy elnúmero uno del grupo dos yte traigo saludos de AbuAhmid.Perdonapor taparmela cara, pero se trata de unamedida de seguridadindispensable, todos tenemos

órdenes de aplicarla. AbuAhmideselúnicoquenoshavistoypuedereconocemos.

A él pertenecía la vozmetálica con la que habíahablado por teléfono.Husseini lo miró; tenía laactitud, la voz y el porte deun hombre de alrededor deveinticinco años, robusto, demanos largas y fuertes.Cuando se acercó y abrió la

portezuela sehabía fijadoensusmovimientossueltos,casifluidos, seguros peroprudentes, y su mirada,brillanteapesardelasombraproyectada por elpasamontañas, aparentabaindiferencia aunque estabaatentaynodejabadevigilartodo a su alrededor. Setrataba, sin duda, de unamáquina de guerra de

eficacia y precisiónextraordinarias.

—Es un honor —siguiódiciendo—, trabajar bajo lacoordinación del gran AbuGhaj. Tus gestas siguensiendomotivodeadmiraciónen todos los territorios delIslam. Para cualquiercombatiente de layihad ereselmodeloaimitar.

Husseini no contestó, se

limitóaesperarque siguiesehablando.

—Nuestra operación estáapuntodeconcluir.Los tresasnos comprados en elmercado de Samarcanda notardarán en llegar a sudestino.Unodeellosviajabaen el camión articulado queiba delante de ti en laautopista,¿lorecuerdas?

—Sí—contestóHusseini.

—Escúchame, Abu Ghaj—continuó el otro—, elgrupo uno llegará a destinodentro de dos días; el grupotres lo hará dentro de tresdías;elgrupodosyaestáensu sitio. Los tres asnospueden ser ensillados encualquiermomento.

Husseini consideró quesus temores eran cada vezmás fundados. “Ensillar los

asnos” era la expresión encódigo para referirse almontaje de los artefactos yeraevidentequeelusodeeselenguaje incluso en unaentrevistatanconfidencialloimponía el temor a lasescuchas.O quizá sólo fueraproducto del florido estilodellenguajeoriental…

—Abu Ahmid te mandadecir quedebes transmitir el

mensaje veinticuatro horasdespués de que el últimoasno se encuentre en sucuadra.

“En total, cuatro días”,pensóHusseini. La situaciónavanzaba a velocidadimparable. La megalomaníadeAbuAhmidestabaapuntode alcanzar sus cotas másaltas. Sin embargo, todavíanoentendíaporqué lohabía

elegido a él ni cómo podíaestar tansegurodequeharíacuanto le pedían. Bajó laventanilla y echando manodel paquete de cigarrillos lepreguntó al muchachosentadoasulado:

—¿Temolestasifumo?—No —contestó el

muchacho—. Pero es malopara ti y para quienes terodean.

—Es increíble —dijoHusseinimeneandolacabeza—, hablas como unnorteamericano.

—Es preciso —contestóelotrosininmutarse.

Husseini se apoyó en elrespaldo del asiento, aspiróuna larga bocanada de humoy la echó por la ventanillajuntoconunanubedevapor.

—¿Qué más te ha dicho

AbuAhmid?El joven ni siquiera se

volvió hacia él, metió lamano en el bolsillo interiorde la cazadora y sacó unsobre.

—Me ha pedido que teentregase esto y que tepreguntarasiloconoces.

Husseinisaliódelextrañoentumecimiento en queestaba sumergido y cogió el

sobre. Algo del todoinesperado.

Loabrióycomprobóquecontenía tres fotos de lamisma persona: en lainfancia,enlaadolescenciaylajuventud.

El muchacho siguió conla vista clavada al frente, enelvacíode lanoche.Repitiómecánicamente:

—AbuAhmidpreguntasi

loreconoces.Husseini siguió mirando

en silencio las fotos; alprincipio no entendía nada,pero luego fue como si loalcanzara un rayo. Conexpresión azorada y los ojosbrillantesdijo:

—Podríaser…pero…noes posible… ¿Podría ser…mi hijo? ¿No es así? ¿Esmihijo?

—Es tu hijo, Abu Ghaj.Abu Ahmid dice que es tuhijo.

—¿Dónde está? —preguntó con la cabezainclinada mientras laslágrimas le surcaban lasmejillas.

—Nolosé.Husseini acariciaba la

imagendelmuchacho al quehabía dado pormuerto hacía

tanto tiempo. Años atrás,AbuAhmid lehabíaenviadoun pequeño ataúd en cuyointerior estaban los restosirreconocibles de un niño,destrozado por una granadadurante el bombardeo de uncampamento de refugiados.Lo tenía ante sus ojos, enaquellas fotos, y lo veía talcomo lo había imaginadosiempre que pensaba en

cómo habría sido deadolescente,demuchacho,sila crueldad humana lehubiese permitido crecer.Pero Abu Ahmid lo habíamantenido oculto duranteaños, en secreto, parautilizarloundíacomorehén.Ese día había llegado paraobligarlo a él, Omar alHusseini, a obedecer sindiscutir. De ahí la certeza

férreadeAbuAhmiddequeseguiríasusórdenesalpiedelaletra.

Mientrassuhijoestuvieraen manos del hombre máscínico y despiadado quejamás había conocido, nisiquieraelsuicidioleserviríade escapatoria. Estabaatrapado.

—AbuAhmiddicequeelmuchachoestábienyqueno

tepreocupes.Elsilenciosepulcralcayó

como una losa en el fríohabitáculo del coche; elmuchacho lo rompió al finparapreguntar:

—¿No estás contento,AbuGhaj?

La pregunta indiferentesonó a broma macabra ycruel. Husseini se secó laslágrimas con el dorso de la

manoyledevolviólasfotos.—Abu Ahmid dice que

puedes quedártelas—le dijoeljoven.

—No me hacen falta —contestó Husseini—. Desdesiemprellevosucaragrabadaenmicorazón.

El muchacho cogió elsobre y lo miró de frente.Husseini observó fijamentesus ojos y en ellos encontró

sólo un fulgor inmóvil,glacial.

—Estás angustiado, perocréeme,esmuchomejorqueel vacío, que la nada. Yoestoy a punto demorir, perono tengo ni padre, nimadre,nihermanos.Tampoco tengoamigos… Nadie llorará pormí. Será como si nuncahubiese existido.Adiós,AbuGhaj.

Se apeó y caminó hastasu coche. Cuando se hubomarchado,Husseinisequedómucho tiempo mirando sushuellas en la nieve, como sise tratara de las de unacriatura quimérica. Despuéspusoelmotorenmarchaysefue.

WilliamBlakebajódespacio

al hipogeo, esperó a queSarah tocara el suelo paraencender la luz y luego fuehasta donde había empezadoa limpiar el derrumbe y asacaralaluzelentarimado.

—Aquí se oculta elsecreto de esta tumba —ledijoaSarah—.Peroantesdeque prosiga, contesta a mispreguntas.Aquínadienosvaaoír,Sullivannoseenterará

por el ruido del generador yelcabrestante.

Sarahsereclinócontralaparedynoabriólaboca.

—Sabías que estábamosen Israel y nome lo dijiste;sabes también que Maddoxno se ocupa únicamente dehacer investigacionesmineras. Anoche, cuandoregresasteis, ibaacompañadodedoshombresarmados,con

uniformedecamuflaje; tú loseguiste de cerca en eltodoterreno hasta esemismoinstante.

—Siteheocultadocosaslohehechoportubien.Saberdónde estamos habríaalimentado tu curiosidad demanerapeligrosa…

—Y me habría evitadotambién las pistas falsas.Yocreía que estábamos en

Egipto.—Egipto está a unos

cuantos kilómetros hacia eloeste…

—El Egipto al que merefieroestáenelNilo.

—Y enterarte de lo quehaceMaddoxhabríasidoaúnmáspeligrosoparati.

—Nomeimporta.Quierosaberloyquierosabermásdeti. Al fin y al cabo hemos

dormidojuntos,¿noteparecequeyaeshora?

—No. No me parece. Ysigopensandoquetienesquemantenerte al margen. Yatienes un enigma porresolver,deberíabastarte.

Blake la fulminó con lamirada. En el interior delmausoleo empezaba a hacercalor, el aire se había vueltodensoypesado.

—Si no respondes a mispreguntas le diré a Maddoxque esta noche lo seguiste yqueelotrodíaentrasteensudespacho para copiararchivosdesuordenador.

—Noseríascapaz.—Claro que sí. Además,

se lo puedo probar porquetengo una copia del originalque reprodujiste. No teconvienecorrerelriesgo.No

esningúnfarol.—Seráshijodeputa…—Esto no es nada, si

supierasdeloquesoycapaz.—¿De veras crees que

puedes obligarme con tusamenazas? —le preguntóSarah acercándose a él—.Para tu información, en elcampamentosólometienesamí. Si tu presencia llegara aresultar inconveniente por el

motivo que fuera, nadiedudaría en quitarte de enmedio y enterrarte bajo laarena y un montón depiedras. Maddox no lopensaría dos veces y, sihiciera falta, Pollackcolaboraríaencantado.

—Ya lo imaginaba, peronoteníamássalida.

—Síquelatenías.Podíashaberte quedado en Chicago

y, si era necesario, cambiarde oficio… pero ahora esinútil hablar, aquí las cosasseestánponiendofeas.Sideveras quieres saber, elgobierno organizó unaoperación secreta y queríautilizar uno de loscampamentos de la WarrenMining Corporation comobase. Hace tiempo, antes deque la Warren Mining lo

fichara como director, AlanMaddoxhabíatrabajadoparaelgobierno.

»La operación hafracasadoaunque,pordecirlodealgúnmodo,elazarquisoque se alcanzara igualmenteelobjetivo.Esto,asuvez,haprovocado un graveresentimiento en las fuerzasdelserviciosecretodeIsrael,indispensables para el

gobierno norteamericano eneste territorio, pero que nosabían nada de la operación.Total, que en este momentonadie se fía de nadie.Además, la idea de Maddoxde hacerte intervenir en laexcavación ha resultado unaseriaincomodidad…

—¿Por qué me habráhecho venir Maddox? ¿Escierto que tienen problemas

financieros o te lo hasinventado?

—Ha sido una locura deMaddox y una vieja maníasuya por la egiptología. Yome he hecho la siguientecomposición de lugar: elgobierno le aseguró aMaddox una buenarecompensa por sucolaboración, recompensaque tendría que depositar en

las arcas de la empresa parasalvarla de la quiebra.Cuando descubrió estamaldita tumba se le ocurriómatardospájarosdeuntiroyembolsarse el valor de estostesoros, compartiéndolosquizá a partes más o menosiguales con Sullivan yGordon. Supongo que a titambién te hicieron unaoferta.

—Así es. Pero nome hecomprometidoanada.

—El problema es que lasituación general de estazonaseestádeteriorandoyseprevén serios problemas.Yano queda tiempo para tuslucubraciones. Si quieres miconsejo, desescombra estemaldito derrumbe lo antesposible, haz trabajar a losobreros día y noche si es

preciso,catalogalaspiezasy,si puedes, márchate. Cuandoeste asunto haya acabado, tebuscaré y a lo mejorpodremos pasar juntosmomentos más tranquilos.Quién sabe… hastaconocemos mejor y todo.Siento curiosidad, para quénegarlo.

Blake la miró a los ojossin decir nada, tratando de

dominar las emociones, elmiedo, la inquietud que suspalabras habían suscitado.Luego bajó la cabeza y ledijo:

—Gracias.Volvió al agujero de

entrada y le hizo señas aSullivanparaqueleenviaraalos obreros y bajara elcabrestante.

Siguió con las obras de

desescombro en contra de loque le dictaba su concienciadeestudioso;cadavezquelapala de los excavadoresarrancaba trozos de maderadelentarimadoy los lanzabadentro de la cubeta se sentíamal, pero no tenía otraelección. Si hubiesetrabajado con cuidado,usandocepilloyllana,habríatardado semanas, pero se

daba cuenta de que tenía lashorascontadas.

Se concedió apenasmedia hora para reponerenergías y subió a lasuperficie; se sentó junto aSarah, a la sombra de latienda para comer unbocadillo de pollo y beberunacerveza.

Se disponía a bajar denuevocuandoporelladodel

campamento vio acercarseuna nube de polvo y pocodespués logródistinguirbiendequése trataba:unode losvehículos de la empresaminerasedeteníaalaentradade laexcavación.Seabrió laportezuela y se apeó AlanMaddox.

—Menuda sorpresa —dijoBlake—.¿Aquédeboelplacer de esta visita a mi

excavación?—Hola, Sarah —saludó

Maddoxalveralamuchachasentada, y dirigiéndose aBlake añadió—: Tengonovedades. Han llegado losresultados del análisis alradiocarbonodelasmuestras.Nos ha costado un ojo de lacara pero lo han hecho enmuypoco tiempo.Penséquele gustaría que se lo trajese

personalmente.—Le estoy muy

agradecido —dijo Blake sinocultar su entusiasmo—.¿Puedoverlo?

—He venido para eso—contestóMaddoxtendiéndoleelsobrecerrado.

Blake lo abrió, sacóapresuradamente la hoja yleyóelresultado:

Muestras de madera:mediados del sigloXIIIa.deJ.C.+/−50años.Muestras de cuero:principiosdelsigloVIa. de J. C. +/−30años.

Maddox esperaba con

nerviosismo para conocer elresultado.

—¿Quénoticiashay?—El resultado es

sumamente exacto, pero nologroentendernada…—dijoBlakenegandoconlacabeza.

—¿Por qué? ¿Qué quieredecir?

—Todos los elementosque he considerado hastaahorameconducenaafirmar

que esta tumba data de loss i g l o sXII oXIII a. C.,extremo que confirma elanálisis de la madera delentarimado, pero la pruebadeltrozodecueroofreceunadatación de principios delsiglo sexto… No entiendonada…

—Alguien habrá entradoen la tumbaseis siglosantesde Cristo para saquearla,

¿quétienederaro?—Justamenteeso,queno

fue saqueada. ¿Por quéentraría entonces elmisteriosovisitante?

Maddox calló como siestuviesemeditando.

—¿Toma algo? —lepreguntó Blake—. Hay aguay zumo de naranja; todavíaestáfresco.

—No, gracias, ya he

bebido. Dígame, Blake,¿cuánto tardará en terminardedesescombrarlatumba?

—No mucho… —respondió Blake—. Quizáestémañanaporlatarde…

—¿Qué hará después,abriráelsarcófago?

Blakeasintió.—Quiero estar presente

cuando lo haga. Mándemellamar, Blake, quiero estar

allá abajo cuando abra esamalditatapa.

—De acuerdo, señorMaddox. Gracias por habervenido. Si no se le ofrecenada más, sigo con mitrabajo.

Maddox le hizo algunoscomentarios a Sullivan, sedespidió de Sarah, subió alcoche y semarchó.Blake sehizobajaralatumbaysiguió

trabajando.Sarah se reunió con él

poco después parapreguntarle:

—¿De veras tienesintenciones de abrir elsarcófago mañana por latarde?

—Sí,esmuyprobable.—¿Cómo piensas

hacerlo?—La losa de cierre

sobresale casi diezcentímetros todo alrededor.Me las arreglaré con cuatrovigas y cuatro gatoshidráulicos. Haremosdeslizar la tapa sobre otrasdos vigas hasta conseguirapoyarla en el suelo. ¿Creesque en el campamentohabráalgoparecido?

—Esta tarde me ocuparéyomisma.En el peor de los

casos usaremos los gatos delosjeeps,deberíanbastar.

Los obreros habíandejado al descubierto lamayorpartedelentarimadoycuanto más escombroseliminaban, por el ladooriental del hipogeocomenzaba a asomar unaespecie de arquitrabe debajodel cual seguían bajandoescombros.

Blakeseacercóeiluminóelarquitrabeconlalinterna.

—¿Qué ocurre? —preguntóSarah.

Blake examinó elarquitrabeyluegolaporciónde entarimado que habíaquedado al descubierto y sesintió invadidoporunsúbitoentusiasmo.

—Quizá tenía yo razón.Pásameelmetro.

Sarahsacóelmetrodelacestadeherramientasyselodio.

Blake se subió a lamontaña de piedras, resbalóvarias veces hasta queconsiguióllegaralarquitrabey medirlo. Volvió a bajar ymidió el ancho delentarimado.

—Lo sabía. Es tal comolo pensé. El entarimado

estaba en posición vertical ycerraba esta especie deabertura.

—Después, en unmomento dado, alguien lotumbó para obstruirdefinitivamente la entrada aestatumba.

—Eso mismo creo yo.También creo que cuandoterminemos de mover elentarimado encontraremos

lospuntales.Recomendóa losobreros

que al eliminar losescombros trataran de dañarel entarimado lo menosposible; luego empuñó lapalayempezóacavarporellado del sarcófago mientrassus hombres continuabantrabajando por la zona delentarimado. Encontrómaterial más ligero, arena

mezclada con guijarros deltamañodegranosdemaíz,ylaremociónavanzabamásdeprisa de lo esperado. Sarahtambién parecía presa de unextraño entusiasmo; no pudoseguirde simple espectadoray quedarse de brazoscruzados, de modo que sepuso a llenar las cestas y avaciarlas en el enorme cubocon gran despliegue de

energía física. La camisa dealgodón empapada de sudorse le pegó al cuerporesaltando sus formas; en lapenumbradelhipogeosupielbronceadadestacabacomolapátina de las estatuasantiguas.

Los dos se ataron unpañuelo a la boca paraprotegerse de la densapolvareda que el trabajo de

cuatro personas levantaba dela masa de escombros y elaspirador no alcanzaba aeliminardeltodo.

Blake se detuvo paracoger de la cesta deherramientaslaescobillayelpincelyempezóaeliminarelpolvo incrustado en lasuperficiedelsarcófago.

—¿Qué has descubierto?—preguntóSarah.

—Lapiedradelsarcófagoestá grabada… se diría quehastalamismabase.

Sarah dejó su parte deltrabajo a los obreros, seacercóysearrodillócercadeBlake.

—Enciende la linterna yalúmbrame con un hazrasante—leordenómientrasseguía limpiando lasuperficie calcárea, primero

con la escobilla de zahína yluegoconelpinceldecerdas.Sarah hizo cuanto lemandaban y observaba a sucompañero mientras pasabalos dedos por los surcosgrabadosenlapiedra.Bajoelcontraste de la luz rasantesurgió una línea escrita enjeroglíficos que conservabarestos de los colores usadospor el escriba: ocre, índigo,

negro,amarillo.—¿Qué significa? —

preguntóSarah.—Nada —respondió

Blake—. No tiene ningúnsentido.

—¿Cómo es posible? —inquiriólamuchacha.

—Necesito ver lainscripción completa. Nopodré descifrar el sentidohastaquehayamosllegadoal

suelo.Volvamosatrabajar.Blakeempuñóotravezla

palay,entreelderrumbeylapared del sarcófago,consiguió cavar un canal lobastante ancho como paramoverse con libertad; luegose puso a limpiar lasuperficie a fin de copiar lainscripción.

Cuando terminó con lalimpieza se dio cuenta

enseguida de que el escribadebía de ser el mismo quehabía grabado las otrasinscripcionesde la tumba,elmismo que había redactadoelpapirodeBreasted.

Empezó a leer. Sarahespiaba las reacciones deBlake amedida que los ojosde éste recorrían de arribaabajo las líneas de escritura.Cuandoterminóseleacercó;

vio su expresión perpleja,casiturbada,comosieltextolohubiesesumidoenlapeorde las confusiones. Sarah letocóelhombroy,sinapartarlos ojos de su cara, lepreguntó:

—¿Qué dice, Will, quédicelainscripción?

—Noloséconcerteza…Si lo que estoy pensandofuera cierto, sería una

barbaridadtangrandeque…—¿De qué se trata?

¡Dímelo!Por el tono de la

muchacha los obreroscayeron en la cuenta de quealgo ocurría y se volvieronhacia ella dejando de cavar,entoncesBlake le hizo señaspara que no insistiera y selimitóapedirle:

—Saca fotosmientrasyo

copio el texto. Tengo queasegurarme… tengo queasegurarme…Noestanfácil.Me puedo equivocar…Hablaremos después. Ahoraayúdame.

Sarahnoinsistió,cogiólacámaray tomóalgunasfotosde la inscripción mientrasBlake,sentadoenelsuelo,lacopiabaconsumocuidadoenuna hoja de dibujo fijada en

unportapapelesdemadera.Los obreros ya casi

habían terminado dedesenterrar el entarimado; alfinalde laparedoriental delmausoleo quedaron aldescubierto un arquitrabe ydos jambas que enmarcabanuna abertura, situadaligeramente por debajo delentarimado.

—Limpiad a fondo el

entarimado y eliminad elrestode los escombroshastael sarcófago—ordenó Blake—. Nos quedan un par dehoras todavía y podréisconseguirlo. Si termináisantes de la noche osgarantizo que el señorMaddox os ofrecerá unabuenagratificación.

Los dos obrerosasintieron yBlake empezó a

excavar en el lugar donde elprimer día habían aparecidolosesqueletos.Sóloencontrólos huesos limpios de cuatroadultos, con todaprobabilidad se trataba dehombres. Todo alrededorreconoció restos de azufre ybrea, las sustancias con lascuales habían quemado loscuerpos.Metióloshuesosenuna caja y la dejó en un

rincón del hipogeo. Cuandoterminó, le indicó a Sarahque saliera con él. Semetieron en la cubeta y sehicieron subir a la superficieconelcabrestante.

—¿Qué tal va? —preguntóSullivan.

—Bien —contestó Blake—. Si todo marcha comohasta ahora, antes delatardecer terminaremos de

desescombrar el derrumbe.Nos vemos luego, Sullivan.Sigaconsu trabajo,nosotrosiremosaestirarlaspiernas.

—De acuerdo —dijoSullivan y volvió a bajar lacubetaalhipogeo—.Peronose aleje demasiado y presteatención a los barrancos, lasserpientesylosescorpiones.

—No te preocupes,Sullivan —le dijo Sarah—,

yameocupoyodeél.Blake tomó agua fresca

del termoy se alejóhacia eleste, donde se alzaba unamontaña, nomuy lejos de laexcavación. El sol tocabacasi el horizonte y sussombrasalargadaslamíanlospiesdelacolina.

Blake iba a buen paso,como si tuviera prisa porllegar a un lugar

determinado.—¿Porquévamos tande

prisa?—preguntóSarah.—Porque quiero llegar a

lacimaantesdequeelsolsepongayyanofaltacasinada.

—Noentiendo—protestóSarah tratando de seguir suritmo.

—¿Qué vamos a buscarallá arriba? ¿Y qué tiene deextraordinario lo que acabas

deleerenlainscripción?—Ya te lo he dicho —

repuso Blake—, no estoyseguro. El jeroglífico puedetener varias claves deinterpretación. Quierocerciorarme de algunospuntos, comprobar ciertoselementos antes depronunciarme.Y sobre todo,deboabrirelataúd…

Trepaba jadeante por la

ladera,mientrasla luzseibaatenuando a cada paso y elcielo sobre su cabeza sevolvía de un azul cada vezmásintenso.

Llegóporfina lacimaydesde allí contempló lallanura donde el coche deSullivan y su equipodestacaban en el vacío másabsoluto.

—¿Qué estás buscando?

—insistióSarah.—¿Tú ves algo? —

preguntó Blake observandoatentamente el terreno deabajo.

—No —contestó Sarah—. Nada, aparte del jeep deSullivan, nuestro coche y elequipo.

—Ponmás atención—lesugirió Blake con expresiónenigmática.

—¿Deverasnovesnada?Sarahnegócon lacabeza

mientras paseaba la miradaporelllanodesolado.

—Nada,sólopiedras.—Precisamente —dijo

Blake—. Piedras. Pero si tefijasbien,verás alineacionesque marcan una especie deperímetro. Y la tumba estámásomenosenelcentrodeeseperímetro.

Sarah observó con másatención mientras el sol seponía del todo tras elhorizonte; descubrió un granrectángulo cuyos vérticesestabanmarcados por cuatropiedras y, en el interior delespacio así delimitado,aparecían más alineacionesde piedras trazando otrassubdivisionesdelespacio.

Un ave rapaz nocturna

abandonóentoncessunidoenel pico lejano del cráter deMitzpeyelevándosehastaelcentro del cielo tomóposesióndelanoche.

—¿Sabías ya lo de lasseñales en el terreno? —quisosaberSarah.

—Esto está lleno deseñales: en el terreno, en lasrocas… Hay grabadosrupestres, alineaciones de

piedras, un lenguaje mudohasta este momento. Hedescubierto y dibujadomuchas de ellas en los ratoslibres que me ha dejado laexcavación. Ha llegado lahora de devolverles lapalabra…¿PorcasualidadnotendrásunaBibliaentucasa?

—¿UnaBiblia?—Sí—Laverdad,Will,nosoy

muy religiosa.Me temo queno tengo ninguna Biblia…Pregúntale a Pollack. Por loque me han contado, es unviejo verde pero también unchupacirios.

—Pídesela, la necesito.Después te explico. Anda,bajemos a ver cómo siguenlostrabajos…

Pasaron al lado deSullivanqueenesemomento

vaciabalacubeta.—Creoqueestánapunto

de tenninar —anunció—, lacubeta ha subido mediovacía.

—Ahoramismovoyaver—dijoBlake.

Blake descendió con elcabrestante y comprobó queprácticamente no quedabanada del derrumbe; los dosobreros estaban barriendo el

entarimado.Teníanelcabelloy las barbas blancas por elpolvoqueflotabaenelaire.

—Cuando hayáisterminado cerrad la entradapero no quitéis las lonas,todavía hay mucho polvoflotando.

SalióalasuperficieyélySarah subieron al cochemientras Sullivan guardabael equipo y enganchaba al

cabrestante la losa paradepositarla sobre la entradadelatumba.

Sarah conducía el jeepporlapistailuminadaporlasúltimas luces del crepúsculomientras Blake repasaba lashojasdondehabíacopiadolainscripción grabada en elsarcófago.

—¿De veras no vas adecirmeloqueestáescritoen

esa piedra? —preguntó lamuchacha.

—No es cuestión dedecírtelo o no decírtelo.Verás, el jeroglífico es unsistemadeescrituraenelquela mayoría de los signosadquieren variedad designificados según laposición que ocupen en lafrase o el contexto engeneral…

—Y un cuerno. Tequedastedepiedra,nopuedesocultarlo. Lo cual significaque algún significado lehabrásdado.¿Síono?

—Sí —reconoció Blake—. Pero eso no basta paraque me pronuncie. Déjameesta noche y todo el día demañana para estudiarlo. Teprometoqueseráslaprimeraensaberlo.

El jeep se encaramó a lariberasurdelwadiparabajardespués hacia el lechoaccidentado, cubierto degigantescos peñascos. A lolejos brillaban las luces delcampamento. Faltaba pocopara que los llamaran acenar.

En cuanto llegaron alaparcamiento,Blakebajódelvehículo.

—¿Esta noche tambiénsaldrásapasearporahí?—lepreguntóaSarah.

—Nolosé,depende…—ConsíguemeesaBiblia,

porfavor.—Haré lo posible y lo

imposible,siespreciso.Le sonrió, se echó la

mochila al hombro y se fueparasucasa.

Blake se sentó en un

peñasco y encendió uncigarrillo. ¿Cuánto tiempohabía pasado desde aquellagélida noche en Chicago?Parecía una eternidad,aunque realmente eran pocomásdedos semanas.Vayaasaber qué habría pensadoJudyalnoverlomásnitenernoticiassuyasporteléfono…Le gustaba la idea de haberdesaparecido así de repente

de su vida. Con todaseguridad ella esperaría quela llamase, que le hicierallegar algún mensaje, que lerogaraverlaotravez…

¿YSarah?Imaginabaqueen cuanto acabase sumisiónla muchacha se esfumaría yéltendríaqueenfrentarsealavidadesdeelfondoenelcualhabíacaído,amenosquelosdel campamento seocuparan

de eliminarlo… Si asíocurría, por lomenos habríavivido el momento másintensodesuvidayde lademuchos otros hombres quepasan por la faz de la tierracomo si jamás hubiesenexistido.Al caer la tardedeldíasiguienteseenfrentaríaalenigma más grande de lahistoria de la humanidad,estaba seguro, y por primera

vez vería cara a cara alfaraóndelasarenas.

Siguió sentado, gozandode la tibieza del día quedesprendían las piedras,luego se levantó y fue a sucasa.

Encuantocerró lapuertaencendió la radio que teníasobre la mesita de noche,subió el volumeny semetióen la ducha. Era la hora de

las noticias y habíasintonizado una emisorachipriota que transmitía eninglés. El locutor parecíanervioso,sutonoeraurgente,se hablaba de una granconcentración de tropasiraníes en la frontera sur deIrak,alnortedeKuwaitydelas islasdeShattalAmb.Ellocutor comentaba que elgeneral Taksoun había

obtenido de las NacionesUnidas y del gobierno deEstadosUnidospermisoparala movilización de parte desu ejército con el fin dedefender las fronterasamenazadas y que elgobierno norteamericanohabía respondidoafirmativamente. Era depúblico conocimiento queTaksoungozabadesimpatías

en ciertos ambientes delDepartamentodeEstado.

En Israel, otro atentadosuicida, esta vez en elinterior de una sinagoga enplena celebración del sabbathabía provocado unacarnicería. La policía creíaque el explosivo había sidointroducido en el templo eldía anterior. Era la únicaforma de que el comando

suicida pudiese burlar loscontroles de seguridad yentrar. El presidenteBenjamin Schochot habíaescapado por los pelos a unatentado y el ministro delInterior había endurecido lasmedidas de seguridad ycerrado todas las entradas alosterritoriospalestinos.

Blakecerróelgrifodeladucha y se acercó a la radio

frotándose el cabello conenergía.

En ese momento entróSarah y señalando la radioencendidalepreguntó:

—¿Te has enterado tútambién?

—Sí—contestóBlake—.No me gusta nada. Lasituación en esta zona estáfuera de control. No mesorprendequeMaddoxquiera

largarsecuantoantes.—Aquí la tienes —dijo

Sarahdejandoun libro sobrelamesa.

—Me la ha prestadoPollack.¡Sivieraslacaraquepuso cuando se la pedí!Habrá pensado que estoy enplenacrisismística.

Blake se vistió mientrasSarahhojeabadistraídamenteelgruesovolumen.

—¿QuéesperasencontrarenlaBiblia?—preguntó.

—La confirmación deuna sospecha —contestóBlake.

Sarahcerróellibro,fuealapuertayconlamanoenelpomodijoantesdesalir:

—Dentro de cincominutosserviránlacena.

G adAvnerentróeneldespacho delpresidente Schochot

y éste lo recibió con carasombría.

—Señor presidente… —losaludóAvnerinclinandolacabeza.

—Siéntese, señor Avner—le pidió el mandatario—.¿Qué le puedo ofrecer? ¿Unwhisky,uncigarro?

Avner sabía bien adóndeiban a terminar esospreámbulos, no era más quela calma que precede a latempestad.

—No, gracias, señorpresidente —contestónegando cortésmente con lacabeza—, no me apetecenada.

—Señor Avner… —empezó a decir Schochot—,

por el momento no quierohablar del atentado a mipersona… —anuncióponiendociertoénfasisen lafrase“porelmomento”.

»Quieroquemeexpliquecómofueposiblequeenunasinagoga, en plenacelebración delsabbat,estallara esa bomba. Nuncahabía ocurrido nadasemejante. Si nuestros

servicios de seguridad sonincapacesdeimpedirqueloslugares más sagrados de lanaciónseanprofanadosporelterrorismo, significa quehemos caído muy bajo. Lamoraldelpuebloestáporlossuelos. Los sondeos indicanque día a día aumenta elnúmero de quienes piensanabandonarelpaísyemigraraEstados Unidos, Francia,

Italia. Incluso a Rusia.¿Vamos a asistir impotentesa una nueva diáspora? SeñorAvner, usted sabemejor queyoque si elpueblode Israelse ve obligado a abandonarotra vez su tierra será parasiempre.Noregresarámás…

Hablaba con convicción,con angustia, no como lospolíticos. Avner locomprendió.

—Señor presidente, labomba entró en la sinagogaporelsubsuelo.Encontramosun túneldecincuentametrosque sale de una alcantarilladelaciudad.Alcantarillaquemandó construir su gobiernopara el nuevo asentamientodecolonos…

El presidente se mostrómomentáneamentedesarmado, pero no tardó en

volveralataque:—¿En las sinagogas no

hacen una inspección antesdelasceremonias?SetratabadeunkilodeSemtex.Unkiloesunbuenpaquete,nopuedepasarinadvertido.

—Señor presidente,nuestrareconstruccióndeloshechos es la siguiente: uncomando de terroristasexcavó el túnel y dejó sólo

una separación bajo el suelopara completar el trabajo elviernes por la noche o elsábado por la mañana. Laúltima inspección deseguridadnoencontrónadayautorizó la entrada de losfieles.Cuandolasinagogasellenó rompieron laseparación con una pequeñacarga explosiva, el militantesuicida irrumpió en el

interior y accionó eldetonador de la bomba quellevabaencima.Elataquefuesorpresivo, los presentes notuvieron tiempo dereaccionar.

»Usted me dirá que esnuestrodeberprever,ademásde proveer, pero sabe muybienquetodotieneunlímite,incluso las organizacionescomolanuestra,biendotadas

de medios y de hombres.Físicamente es imposiblecontrolarelsubsuelodelpaísy,almismotiempo,vigilarlasuperficie. No obstante, mistécnicos están instalandosensores en todas lassinagogas y demás lugarespúblicosparacaptarruidosyvibraciones sospechosasprovenientesdelsubsuelo.Setrata de una operación

compleja y costosa, nuestrosenemigoslotienenencuentaen sus planes; ejercen sobrenosotros una presiónconstantepara impulsarnosarealizar desembolsos cadavez mayores en términos deesfuerzos y recursoshumanos… Si la presión nodisminuye, no podremosresistir.

»No hablo por mí; si ya

no me tiene confianza notenga reparos, estoydispuesto a dimitir. Carezcode ambiciones, señorpresidente, a lo único queaspiroesaprotegerloaustedyalpueblo…perosiconocea alguienmejor que yo,máspreparado, llámeloydelemicargoahoramismo.Estáasudisposición…

Sepusoenpie,dispuesto

a salir del despacho, pero elpresidenteseloimpidió.

—Siéntese, Avner, porfavor.

Gad Avner se sentó; losdos hombres se miraron ensilencio. El ruido del tráficodelacallecasihabíacesado,la gente se había retirado asus casas, empujada por laoscuridad de la noche y elmiedo.

Schochot se levantó y seasomóalaventana.

—Fíjese, Avner, en lacalle no queda nadie. Lagenteestáaterrorizada.

Avnerselevantóasuvezy se acercó al presidente. Elventanaldeldespachodabaala ciudad antigua y a lacúpula dorada de la Roca,como la ventana de suterraza.

—Están nuestrossoldados—lerecordó—.Ahílos tiene.Tambiénestánmishombres, pero no puedoindicarledónde.

—¿Qué piensa hacer?—preguntó el presidentesuspirando.

Avner encendió uncigarrillo,aspiróconfruicióny le asaltó un prologandoaccesodetos.

—Fumausteddemasiado,Avner—ledijoelpresidentecon amabilidad—. Es muyperjudicialparalasalud.

—El tabaco no me va amatar, señor presidente,mucho me temo que no ledará tiempo. De todosmodos, ¿para quépreocuparse? Por favor,escúcheme,tengoquedecirlealgodesagradable…

—¿Puedehaberalgopeordeloqueyasabemos?

—Como usted recordará,hace unas semanas hablé ensuConsejodeministrosdelallamada OperaciónNabucodonosor y pedí másmedios para lo que yoconsideraba una amenazagraveeinminente…

Schochotfruncióelceño.—¿Me está diciendo que

estos atentados marcan elcomienzodelaoperación?

—No lo sé, es muyprobable…pero loque temoes que deberemos combatiren dos frentes, el terrorismointerno y un ataque exterior.Frontal.

—No es posible. Loshemos derrotado siempre encampo abierto. Nuestrasuperioridad técnica es

aplastante.Noseatreverán.—Por desgracia creo que

síseatreverán.—¿Tiene algún indicio…

algunaprueba?—No. Sólo

presentimientos.Schochot lo miró con

incredulidad.—¿Presentimientos?—Es difícil de explicar:

Los sabuesos olemos en el

aire estas cosas. Nonecesitamos pruebas. Sientoque ese mal nacido estádetrásdetodoestemontaje…detrás del asesinato de alBakri y de la sucesión deTaksoun, que ha pilladodesprevenidos a losnorteamericanos y nosospechannada.

—¿Quémalnacido?—AbuAhmid,¿quiéniba

aser?—Pero Taksoun goza de

la estima, por no decir de laamistad de losnorteamericanos.

—A al Bakri no lomataron ellos. Para esaoperaciónteníanuncomandoen Mitzpe Ramon. ¿Estabausted al tanto, señorpresidente?

Schochot se quedó

pasmado, sin poder articularpalabra.Avner insistióenuntono que no ocultaba sureproche:

—¿Estabaaltanto?—Sí,Avner,sí.—¿Yporquénomepuso

alcorriente?—Pensé que se opondría

alaoperaciónyque…—Hable, hable sin

tapujos.

—Que me habría puestotrabas en un momento en elcual no puedo enfrentarme alosnorteamericanos.

—Habría agachado lacabeza,nomehabríaopuestoa sus actos. Pero habríahecho todo lo posible pordisuadirlo.

—¿Pero por qué? Losnorteamericanos se fían deTaksounynomenegaráque

para nosotros es muchomejorquealBakri.

—Yonome fíodenadieymuchomenos deTaksoun.Si es amigo de losnorteamericanosesuntraidoryunvendido.Sinoloes,talcomo yo pienso, entoncesalguien le ha sacado lascastañas del fuego pormotivosmuydistintosdelosque imaginan nuestros

amigosdeWashington.—¿Está relacionado con

la misteriosa OperaciónNabucodonosor?

Avner encendió otrocigarrilloySchochotobservóque fumaba la marca siriaOrient. Costumbre típica desusubordinado.

Avnertuvootroaccesodetos seca y persistente y encuantoserecuperó,dijo:

—No entiendo esahistoria de las tropas iraníesen la frontera de Shatt alArab. No tiene sentido. Ytodavía menos sentido tienela movilización solicitadaporTaksoun,másbienpareceunacomedia…Nomegusta,no me gusta nada. Además,sé que los hombres deTaksoun se han puesto encontacto con Siria y Libia.

Esperabaquesereuniesemásbien con los jordanos y lossaudíes,¿noleparece?

—¿Estáseguro?—Sí.—¿Qué esperaba para

decírmelo?—Se lo estoy diciendo,

señorpresidente.Tambiénheinformado al Estado mayordelasfuerzasarmadas.

Schochot meneó la

cabeza.—No, no tiene sentido.

Los norteamericanosmovilizarían a sus fuerzas,comoenlaguerradelGolfo.Es absolutamente imposible,créame.

Avnerapagó lacolillaenel cenicerodel escritorio delpresidente y se puso en pie.Schochot lo imitó y fueronlosdoshastalapuerta.

—Señor Avner —le dijo—, ocupaba usted el mismocargo con el gobierno y lacoalición anteriores, pero yotengo plena confianza enusted.Lepidoquesigaenelcargo y continúe con sutrabajo. Por mi parte, en elfuturo trataré de… de evitartomardecisionesimportantessinconsultarlo.

Avner se detuvo con la

mano en el pomo de lapuerta.

—Señor presidente, ¿haleídoaPolibio?

—¿Elhistoriador griego?—inquirió Schochot,sorprendido—.Sí,algoleíenlauniversidad.

—Polibio dice que lahistoria no está toda enmanosdeloshombresquelahacen. Existe lo

imponderable,latyche,comola llama él, es decir el azar.Presiento que esta veznuestros enemigos lo hanpreparado todo con granexactitud, sólo el azar podrásocorrernos. O la mano deDios, si lo prefiere. Buenasnoches,señorpresidente.

Como de costumbre, se hizo

llevarasucasaporelchófery subió solo al último piso.Sobre la mesa de la cocinaencontró pollo frío y en latostadora varias rodajas depan. La botella de aguamineral y la cafetera en elquemador de la cocinacompletabansucomida.

Abrió la puerta de laterrazayaspiróelvientodeldesierto de Judá que

transportaba el aroma de laprimavera precoz. Con todolo que fumaba se sorprendíadeloaguzadodesuolfato.

Sesentóacomeralgoyahojear los periódicos y eldocumento con las órdenesparaeldíasiguiente.Cuandoterminóentróenelcuartodebaño, donde se aseó antespara meterse en la cama, ymientras salía oyó el

timbrazo de su líneareservada.

Levantó el auricular yoyó la voz de siempresaludarlodelmodohabitual:

—Soy el portero denoche,señor.

—Te escucho, portero denoche.

—El comando deMitzpeestá levantando elcampamento, pero hay algo

que no me cuadra. Intentodescubrir quien es enrealidad el responsable de lamisión.

—¿Quéinsinúas?—Pues que tengo la

impresión de que estájugando a dos bandas perotodavía no he logrado saberquién es el segundointerlocutor.

—Laúltima vez hablaste

de una excavaciónarqueológica. ¿Cómo latienen?

—Mañana abrirán elsarcófago y tal vezidentifiquen la momia. Silogran concluir estaoperación no tendríanmotivos para seguir allí,salvo imprevistos. Lasituación esmuy compleja ydifícil. Si no me equivoco

creo que hay negociacionesen curso pero, como le hedicho, todavía no sé quiénestásentadoalotroladodelamesa. Quizá el tesoro de latumba, cuyo valor esinestimable, forme parte deesas negociaciones, aunquenoesseguro.Peroempiezoatenermissospechas,eltesoropodría servirle a alguien enIsrael…

Avner guardó silencio ypensó a quién podría estarrefiriéndose. Él tambiéncomenzaba a tener sussospechas, pero se cuidó demanifestarlas.

—Sé prudente y, sipuedes, llámame en cuantoempiece a perfilarse lasolución.Buenasnoches.

—Buenasnoches,señor.La luz del teléfono se

apagóyelcansanciohizoqueGad Avner cayera rendidosobre la cama. Se sentíaasediado por un enemigoomnipresente y no sabíahacia dónde golpear paradefenderse.

Maddoxleindicóalcocineroque sirviese el café e hizocircular la caja de habanos.

Había seis personas sentadasa la mesa: él, Pollack,Sullivan, Gordon, que habíareaparecido horas antes,Sarah y Blake. Por tanto,Maddox podía hablarlibremente.

—Señores, mañana eldoctor Blake abrirá elsarcófago y examinará lamomia que verá la luz porprimera vez después de tres

mil años. He pedido estarpresente en la operación; noquiero perdérmela. Imaginoque a ustedes les pasará lomismo. ¿Alguna objeción,doctorBlake?

—No, señor Maddox,ninguna. Me gustaría saberqué ha pensado hacer con elmobiliariofunerario.

—Se trata de unadecisióndeúltimomomento.

Ahora quiero que exponga alos aquí presentes losresultados de su excavaciónen el interior del mausoleo.Eldesescombrodelderrumbeera indispensable para poderlevantar la tapa delsarcófago, pero tengoentendido que esto le hapermitido ver con másclaridad la situación generalen la cual se produjo el

derrumbe.¿Noesasí?—Como ya saben —

comenzó a decir Blake—, elsepulcro se hallabaparcialmentecubiertoporunderrumbe de material inerteformadoporarenaypiedras.Poresemotivoeranecesarioprocederaldesescombroconel fin de liberar la parteenterradadelsarcófago.

»Esperaba también que,

una vez limpia la zona,descubriría las condicionesenquesehabíaproducidoelderrumbe.Alprincipiopenséque aquello se debía a unterremoto, pero cambié deideaencuantocomprobéquetodos los objetos del ajuarfunerariodelatumbaestabanensusitio.

»Dehaberseproducidounterremoto tan fuerte como

para provocar un derrumbedeesasdimensiones,muchosdelosobjetoshabríancaídoyalgunos de ellos, los devidrioycerámica,sehabríanroto. Por tanto no se tratabade un terremoto sino de underrumbe provocado; habíaque descubrir cuándo y porqué.

»Empezamosaquitar losescombros y a descargarlos

en el exterior mediante unacubeta conectada alcabrestantedeljeepdelseñorSullivan. No tardé endescubrir que debajo delderrumbe había unentarimado de maderaapoyado en el suelo de latumba, hecho que no supeexplicarinmediatamente.

»Junto al entarimadoencontramos entonces los

restos de lo que parecía unasandalia de cuero. Mandérealizar análisis alradiocarbono de los dosrestos: un trozo delentarimado de madera quehabía debajo del derrumbe yun trozo de cuero de lasandalia. Los resultadosllegaron ayer y sonsorprendentes.Elentarimadoes demadera de acaciamuy

resistente y sus orígenes seremontan a mediados delsigloXIIIantesdeCristo.Lasandalia pertenece al sigloVI.Algomuyextraño.

»Cuando concluimos lasobras de desescombrocomprobé, casi con todaseguridad,queel entarimadoformaba parte de un sistemade protección de la tumba.Quien intentara penetrar en

ella provocaría la caída delentarimado y eldesprendimiento de unamontaña de piedras y arenaque bloquearía la entrada ysepultaría al intruso. Estesistema de protección esanálogo al hallado en losgrandestúmulosdelosreyesdeFrigiaenAsiaMenor.

»Ahorabien,lapresenciade la sandaliaque, según los

análisis del radiocarbono,pertenece a principios delsigloVI,noshacepensarqueel derrumbe se produjoentonces. Sin embargo, estahipótesis plantea numerososinterrogantes: ¿quién era elhombre de la sandalia? ¿Unladrón?

»Siasífuera,¿porquénoquedó sepultado por elderrumbe? El hecho de que

sólo perdiese una sandaliahace pensar que sabía a laperfecciónloquehacía.Amimododever,setratabadeunsacerdote que por algúnmotivo conocía la ubicaciónde esta tumba.Probablemente temía quefueseprofanadaosaqueadaypor eso accionó elmecanismo para provocar elderrumbe y obstruir la

entrada.—Esa operación —

intervino Maddox—, seprodujo más de cinco siglosdespués de que la momiafuesedepositadaenlatumba.

—Eso pienso yo —dijoBlake.

—Peroencinco sigloselentarimado podría habercedido solo. El derrumbemuy bien podría haber sido

espontáneo.—Podría haberlo sido—

replicó Blake—, pero no lofue. Por dos motivos: elentarimado está reforzadocondosbarrasdebronceyelclima tan seco contribuyó aconservar la madera, de porsí muy dura; además, lasandalia induce a pensar queenelmomentodelderrumbehabíaalguien,alguienqueno

fue sorprendido por estehechosinoqueloprovocó.Sino fuera así, debería haberencontrado sus restos en elinteriordelatumbaynosólosusandalia.

Blake interrumpió suexposiciónytodosguardaronsilencio, a la espera de quecontinuara hablando. Al verque nadie preguntaba nadasiguióexplicando:

—La presencia deldispositivoyelhechodequeun sacerdote pudieseaccionarlo al cabo de siglossignificaquealguienconocíaesta tumba y transmitía suubicación por motivostodavíadesconocidos.

—¿Espera descubrirlomañana abriendo elsarcófago? —preguntóMaddox.

—Eso espero —contestóBlake.

—Enesecasoserámejorque nos vayamos a dormir.Mañana nos espera un díacargado de trabajo yemociones. Señores, buenasnochesatodos.

Se levantaron y seretiraron a sus respectivosalojamientos. Poco después,el tiempo justo para

cepillarse los dientes yponerse el pijama, elgenerador se apagó y elcampamento quedó sumidoenlaoscuridadyelsilencio.

WilliamBlake llegóa sucasa, encendió la lámparadegas, se sentó, abrió laBibliay se puso a leer y a tomarnotas. De vez en cuando elsilbido de loscazabombarderos que

sobrevolaban el campamentoa baja altura interrumpía elsilencio. Pasó largo ratosumergido en la lectura y elestudiohastaquedeprontoleparecióoíralolejoselruidocaracterístico de las hélicesde un helicóptero. Miró elreloj: era la una de lamadrugada.

Sepusoenpieyseacercóa la ventana de atrás para

observar el desierto por elladodedondeveníaelruido;vio a Sarah salir por laventanatraseradesucasetayperderse en la oscuridad. Lavio reaparecer detrás de unarbusto y desaparecer otravez. Sacudió la cabeza y sedisponía a volver al trabajocuando le llegó el sonidoapenas perceptible de unmotor;enloaltodeunaduna

vio avanzar un jeep con losfaros apagados; iba hacia elhorizonte, donde sedistinguíaunadébilclaridad.

Suspiró, salió por lapuertadeadelanteyencendióun cigarrillo. La oscuridadera total; el cielo estabacubierto. Cogió un palo delsuelo, loafilóconsunavaja,clavóelcigarrilloenlapuntay semienterró el palo en el

suelo.Despuésfuea lapartede atrás de su caseta ycaminó hasta elaparcamiento. El coche deMaddoxnoestaba.

Regresóasucasaycogióla colilla todavía encendidapara terminar de fumársela.Hacía frío; en el aire flotabaolor a polvohumedecido: enalguna parte llovía sobre latierraáridayestéril.

Tuvo la impresiónde serun caballero velando lasarmas. ¿Qué le depararía eldíasiguiente?¿Quéocurriríacon el tesoro de la tumba yqué haría él si la locahipótesis que intentabacomprobarresultabacierta?

Volvióasuspapelesyseagarró la cabeza con ambasmanos tratando de ver siexistía el modo de salvar la

tumba del desierto.SeguramenteenelFalconnocabrían todos los objetos,pero podían usar los jeeps opedir que enviasen camionesa través del desierto. Nonecesitaban más que citarseen algún lugar oculto,efectuar el transbordo ydespués embarcarlo todo enuna zona deshabitada de lacostamediterránea.

Eran las tres de la mañanacuando William Blake selevantó de la mesa paralavarse la cara y prepararcafé. Mientras encendía elhornillo oyó ruido de pasosapenas perceptibles en lahammâda,veníande lapartetrasera de la caseta.Miró dereojo por la ventana y vio aSarahentrandoensucasapor

laventanadeatrás.Esperóunmomentoy,descalzoparanohacerruido,salióyseacercóa lacasetade lachicadondesepegóalaparedyapoyóenella laoreja.Oyóelfluirdelagua, pasosy luego silencio.Regresó a su casa y siguiótrabajando, pero a los pocosminutos desde elaparcamiento le llegó elruido de un motor: Maddox

debía de haber vuelto de suexpediciónnocturna.

Blake se tomó el café,unamezclaitalianaadquiridaen la pequeña tienda delcampamento con la queconseguía preparar algovagamente similar a unexpreso, encendió uncigarrilloyseacercóalmapadesplegado sobre la únicamesa libre. El panorama

comenzaba a aclararse;empezaban a tomar cuerpohipótesis aparentementeabsurdas; ante sus ojos serevelaban itinerariosolvidados.

Sacó del cajón las fotosde los grabados rupestrestomadasaquíyalláalolargodel camino que atravesandoel desierto llevaba a latumba; ellas también

comenzaron a formar unasucesión de signos consignificado.Pensóen lasdosmontañas con forma deesfinge y de pirámidemientras el rostro del faraóndel desierto surgía poco apoco del misterio como laesferadelsolalasomarentrelasnieblasmatutinas.

AlascincoBlakesaliódesucasa y fue a llamar a lapuertadeAlanMaddox.

—Discúlpeme, señorMaddox—dijo en cuanto lotuvo delante en bata y concaradesueño—.Necesitosuayudaahoramismo.

—¿Se encuentramal?—preguntó Maddox mirándolo

condisimulo.Bajo la luz del alba su

carateníacolorterrosoysusojos, enrojecidos por lavigilia, le daban uninquietante aspecto detrastornado.

—No,meencuentrobien,señor Maddox. Necesitoenviarunmensajeporcorreoelectrónico antes de ir atrabajar.Esmuyimportante.

Maddoxlomiróperplejo.—Ya conoce las reglas

quenoshanimpuestoenestecampamento, no podemostener ningún contacto con elexterior hasta acabar laoperación. Usted loentiende…

—Señor Maddox, yo yame comuniqué con elexterior en su ausencia y,como ve, no ha ocurrido

nada…—¿Perocómo…?—Déjeme pasar, por

favor,seloexplicarétodo.—Pollack deberá

responder por esto… —protestóMaddox.

—Como ha podidocomprobar, aquí no hapasado nada. Soy hombre depalabra, me hecomprometido con usted y

piensocumplir.Setratabadeun texto jeroglífico para elcual necesitaba la clave delectura. La obtuve pocodespués, por correoelectrónico, y gracias a esohe podido continuar con miinvestigación.

»Escúcheme, señorMaddox, imagínese queconsigo identificar alpersonaje enterrado en la

tumba deRâ’s Udâsh, elvalor del mobiliario setriplicaría ipso facto. ¿No leinteresa?

—Pase—dijoMaddox—.Peroestarépresentemientrasenvía el mensaje. Lo siento,peroespreciso.

—Pollackhizolomismo,examinó la cartaacompañatoria y comprobóque efectivamente se trataba

de una inscripciónjeroglífica. Tengo unprograma para eso, se loenseñaré.

Se sentó ante la pantalla,encendióelordenador, cargóel programa de escrituradesdelosdisquetesysepusoaescribirfrasesencaracteresjeroglíficos.

—Extraordinario —susurró Maddox, de pie, a

espaldas de su huéspedmatutino,mientrasobservabala antigua lengua del Nilotomar forma en la pantalladelordenador.

OmaralHusseinientróensucasa,sesirviócaféysesentóasumesadetrabajoparaleerlos exámenes del primersemestre de sus escasos

estudiantes, pero noconseguía concentrarse niapartar la mirada de la fotodelniñoqueteníadelante:lafoto de su hijo. Se llamabaSaid, era fruto de su uniónconunamuchachadelaaldeade nombre Suray, que lehabían dado en matrimoniosus padres después de largasnegociaciones con la familiade ella para fijar la dote

adecuada.Nunca la había amado,

como era lógico tratándosedeunaesposanoelegidaporélyquenolegustaba,peroletenía aprecio porque erabuena y devota y porque lehabíadadounhijo.

Losdiopormuertosalosdos cuando la casa dondevivían fuealcanzadaporunagranada; los sepultó en el

cementerio de la aldea, bajola escasa sombra de losarbustos de algarrobo, en loalto de una colina de piedraagostadaporelsol.

A su mujer la habíaalcanzado una esquirla ymurió desangrada, pero ledijeronqueelniñohabíasidoheridode talmaneraqueerairreconocible, por lo cual nisiquiera pudo verlo por

última vez antes deenterrarlo.

Aquella misma noche,mientras seguía llorando asus muertos, sentado en elsuelodelantedelasruinasdesu casa, fue a verlo unhombre y le ofreció laposibilidad de vengarse;rondaba loscincuentaañosyllevabauntupidobigotegris;ledijoquequeríaconvertirlo

en un gran combatiente delIslam, que le ofrecía unanueva vida, un nuevoobjetivo, nuevos compañeroscon quienes compartirpeligroseideales.

Aceptó y juró servir a lacausa y dar la vida si erapreciso. Lo llevaron a uncampo de adiestramientocercadeBaalbek,enelvallede la Bekaa, le enseñaron a

usar el puñal, laametralladora, granadas,lanzamisiles; reavivaron elodio que sentía por elenemigo, destructor de sufamilia, y después lolanzaron a una serie deempresas cada vez másaudaces y destructivas hastahacer de él un combatienteimplacable e inasible, ellegendarioAbu Ghaj.Y así,

unbuendía,sehizodignodeconocer y ver cara a cara almás grande combatiente delIslam, el enemigo mástemido de los sionistas y desus sostenedores: AbuAhmid.

Fueron años de fuego yentusiasmo durante loscualessesintióunhéroe,vioy trató a personajes de altorango, durmió en grandes

hoteles,vistió conelegancia,comió en los mejoresrestaurantes,conociómujereshermosas y dispuestas. AbuAhmid sabía recompensarcomo era debido a suscombatientes más audaces yvalientes.

Llegó el día en que lasangreyelpeligroconstantelodesquiciaronycayóenunaprofunda crisis. Con Abu

Ahmid había acordadocombatir hasta que se leacabasen las fuerzas y elvalor. Por eso una nochecogió un avión y se marchócon documentos falsos,primero a París, dondeterminósusestudiosdecoptoy luego a Estados Unidos.Desde entonces habíanpasadodieciséisañossinqueAbuAhmid diese señales de

vida. Se había esfumado sindejar rastros. Él lo habíaolvidado todo, su vidaanteriorquedóborrada,comosijamáshubieseexistido.

Noseguíalosavataresdesu movimiento, ni losacontecimientosdesupaísdeorigen. Se había integrado,sumergido en el estudio y lavida tranquila de la clasemedia alta de Estados

Unidos. Tenía una amante,algunas aficiones, practicabael golf, se interesaba por elbaloncesto y el fútbolamericano.

El único recuerdo queconservaba era el de su hijomuerto,Said.Desdesumesadel despacho, el retrato lomiraba siempre; pasaban losdías y en su imaginación loveía crecer, veía su primera

barba, oía su voz de niñoconvertirse en adulta. Almismo tiempo seguíasintiéndose padre delpequeño de la foto que nocrecía nunca y, en ciertomodo, ese detalle nimio lorejuvenecía.

Por eso no había queridovolveracasarsenitenermáshijos. Pero un buen día losfantasmas de su pasado

regresaron en tropel juntocon la foto de un muchachoque reconoció al instantecomohijosuyo;yahíestaba,sin poder salir de suasombro.

Fue al armario parabuscar los tranquilizantes yen ese momento sonó elteléfonomóvil.Contestó.

—Salam aleykum, AbuGhaj —lo saludó la voz

metálica levementedistorsionada por la línea.Llamaba desde su móvil—.Tenemos todos los asnosensillados. Estamos listosparairalmercado.

—De acuerdo —respondió Husseini—.Transmitiréelmensaje.

Esperó unos minutosmientras seguía pensandocómo salir de esa situación,

cómoborrartodo,elpasadoyel presente, para volver a sutranquilo puesto de profesornorteamericano o morirquizá.Hiciera lo que hicierano tenía salida. ¿Acasovolvería a ver las columnasde Apamea, pálidas bajo laluz del alba y al atardecer,rosadas como antorchasllameantes?

El cielo estaba gris, gris

lacalleygriseslascasas,delmismocolorquesuporvenir.

El timbre de la puertasonó en ese momento y sesobresaltó:¿quiénpodíaseraesashoras?Teníalosnerviosdestrozados y no conseguíadominar sus emociones; sinembargo en otros tiempos(¿cuánto hacía de aquello?)había sido Abu Ghaj, lamáquina de matar, el

autómatainexorable.Fue a la puerta y

preguntó:—¿Quiénes?—Soy Sally —respondió

tímidamente una voz casiinfantil—.Ibaparamicasayvi la luz encendida, ¿puedopasar?

Husseini suspiró aliviadoy abrió; era su amiga, lasecretaria de la biblioteca.

Hacíadíasquenoseveían.—Ponte cómoda —le

dijo,nosinsentirseviolento.La muchacha se sentó.

Erarubiayentradaencarnes;sus grandes ojos azulesmirabanconasombro.

—Hacía mucho que nosabía nada de ti —dijo—.¿Tehehechoalgomalo?

—No, Sally. No me hashechonada.Laculpalatengo

yo. Estoy pasando por unmomentodifícil.

—¿Te encuentras mal?¿Puedoayudarte?

Husseini estaba muynervioso; sabía que deberíahaberllamadoenseguida;sinquerer, miró el reloj. Lamuchachasesintióhumilladay se le llenaron los ojos delágrimas.

—Noesloquetúpiensas,

Sally, tengo que tomar unmedicamento y por eso hemiradoel reloj…Yaves,nomeencuentrobien.

—¿Qué tienes? ¿Puedohaceralgoporti?

—No —respondió—. Nopuedes hacer nada. Nadiepuede hacer nada, Sally. Esalgo que debo resolver yosolo.

Seleacercóyleacarició

lamejilla.—Omar…Husseinisepusotenso.—Perdóname, no me

siento…Ella inclinó la cabeza

tratando de ocultar laslágrimas.

—No te llamaré duranteuna temporada, Sally, no lotomes a mal… Tendrásnoticias mías en cuanto me

hayarecuperado.—Yo podría…—insistió

lamuchacha.—No, es mejor así,

créeme. Debo arreglármelascomopuedayosolo…Ahoraveteadormir,estarde.

Lamuchacha se secó losojos y salió. Husseini sequedó mirándola desde elumbralhastaquelaviosubira su coche, después cerró la

puerta, cogió el móvil ymarcó el número.Respondióel contestador automático ydejóelmensaje:

Tenemos todos losasnos ensillados.Estamoslistosparairalmercado.

Le echó otro vistazo al niñode la foto y sintió que lagranada que había destruidosu casa hacía tantos añosvolvía a estallar en esemomento en su corazónhaciéndolo pedazos. Ya nosabíaquién erani quéhacía,sólo sabía que debía seguiradelante a cualquier precio:

tarde o temprano, suverdadero yo asomaría otravezysepondríaaluchar.Enunbandouotro.

Posó la mirada en elordenador y se acordó de sucolega William Blake.Encendió el aparato y seconectó a su servidor pararecogerelcorreoelectrónico.Encontró dos mensajes decolegas y en último lugar el

de William Blake. Enjeroglífico.

La traducción másaproximadapodíaser:

El faraón de lasarenas enseñará surostroantesdequeseponga el sol de estedía. Antes delcrepúsculo sabré sunombre.Elnombre te

llegará dentro dedoce horas.Entretanto, busca elpapiroperdido.

Setratabadeunacitaprecisa.Husseini miró el reloj: elmensaje fue enviado cuandoen Israel eran las seis de lamañana.Elpróximomensajellegaría al día siguiente,antes de mediodía, hora de

Chicago. Debía dejar elordenador encendido, de esemodo comprobaría si lellegaba correo y podríaresponder a Blake deinmediato.

Entretanto, redactó larespuesta de confirmacióncon la esperanza de queBlakelainterpretarácomo:

Dentrodedocehoras

estarépresente.Estoybuscando el papiroperdido.

Envió el mensaje y trató deponerse a trabajar, pero lecostaba un esfuerzo enormeconcentrarse. Al terminarcomprobó que habíaempleadoeldobledetiempodel que habitualmentededicaba a corregir media

docena de exámenes. Erancasi las once y no habíacomido nada. En lugar decenar tomó dos pastillas deMaalox y un tranquilizantecon la esperanza de poderdormir.

Se acostóy, en cuanto eltranquilizante empezó ahacerle efecto, cayó en unsueño inquieto y turbado, ysiguió hundido en ese

agobiante sopor durante casicincohoras.Entródespuésenla fase de duermevela yempezóacambiardeposturatratando de encontrar la quele permitiese volver adormirse. Del mundo de lossueños le llegaba una señalinsistente, como si alguienllamara a la puerta. Nolograba precisar si oía lostimbrazos en el sueño o si,

porelcontrario,seproducíanenelmundoreal.

De repentedejódeoír eltimbre e imaginó a Sallydetrásdelapuerta,esperandoque le abriera. Pensó quehabría sido bonito queentrara y se acostara a sulado. Llevabamucho tiemposin hacer el amor con ella.Pero no era el timbre de lapuerta,eltimbrenoteníaese

sonido intermitente.Era otracosa.

Se incorporó en la camapresionándose las sienes conlas manos. Era el teléfonomóvil.Respondió:

—¿Dígame?—Hallegado laorden—

dijo la voz de siempre—.Elataqueseproducirádentrodetreintay cuatrohoras, por lanocheyconmaltiempo.Los

pronósticosprevénquehabráuna tormenta de arena deinusitada violencia… Miraen tu buzón de correo.Encontrarás un paquete conun videocasete que contieneelmensaje.Envíalodentrodenueve horas exactas. Quetengas un buen día, AbuGhaj.

Se levantó, se echó labatasobreloshombros,salió

y caminando sobre la nievellegó hasta el buzón.Encontróelpaquete,entróensucasaysepreparócafé.

Paladeó el líquidocaliente y encendió uncigarrillo,sinapartarlavistadelpaqueteenvueltoenpapeldeembalajequehabíadejadosobre la mesa de la cocina.Tuvo ganas de abrirlo y versu contenido, pero se dio

cuenta de que si cedía a suimpulsoquedaría trastornadoel resto del día y no podríasiquiera ir a trabajar. Leconvenía esforzarse porparecernormal.

Saliódecasaalassieteymediayalasochoentrabaensu despacho del InstitutoOriental. Recogió el correode su buzón y lascomunicacionesdeservicioy

se dedicó a leerlas mientrasesperaba que llegase la horade darla primera clase.Llamaron entonces a supuerta.

—Pase.EraSelim,elayudantede

Blake.—Tengo que hablar con

usted,doctorHusseini.—Entra,siéntate.¿Quése

teofrece?

—El doctor Olsen se haidootravezaEgipto.

—¿Cuándo?—Esta mañana, creo. Irá

a Luxor, a la sede delInstituto.

—¿Algunaotranovedad?—Sí, he tenido noticias

de mi amigo Alí, el de Al-Qurna.

—¿El del papiro? —preguntóHusseini.

—Elmismo.—¿Quécuenta?—Dice que todavía tiene

elpapiro.—Estupendo.¿Esdefiar?—Diríaquesí.—¿Quépropones?—Si queremos

recuperarlo necesitamosdinero. Alí no se pasará lavida esperando. Sigueteniendo el adelanto, está

dispuesto a mantener supalabra.

—ElInstitutoeselúnicoque puede firmar un chequede doscientos mil dólares,pero no lo hará nunca. Esteasunto del papiro sigueoliendoachamusquina…

Selim se encogió dehombros.

—Entonces no tenemosninguna esperanza. AAlí le

han hecho una oferta muygenerosa, pero no quisodecirmequién.

—Entiendo —dijoHusseini.

—¿Quéhacemos?Husseini tamborileó con

los dedos sobre la mesamientras se mordía el labioinferior:unaideaacababadetomarcuerpoensumente.

—Vuelve a tu despacho,

Selim. Iré a verte cuandoterminemiclaseyencontrarélos doscientos mil dólares.¿PuedesavisarleaAlí?

—Claro.—Entonces hazlo

enseguida. Dile que irás allevarleeldinero.

SelimsalióyHusseinisequedó meditando sinabandonar el rítmicotamborileo con los dedos,

después abrió el móvil ymarcó un número. Al oír laseñal,habló:

—Emergencia. Solicitodisponer del dinerodepositadoenelInternationalCity Bank. Tengo quecomprar material decobertura.

Colgó y esperótamborileandoobsesivamente los dedos

sobre la mesa de encina.Faltaban cinco minutos paracomenzarsuclase.

Elportátilsonódeprontoyunavozsintetizadaledijo:

—Disponibilidadconcedida hasta trescientosmildólares.Códigoderetiro,Gerash.200/x. Repito,Gerash.200/x.

Husseiniapuntóeldatoeinterrumpiólacomunicación.

Erahoradeiradarsuclase;cogió el maletín con losapuntes, los textos y lasdiapositivasyenfilóhaciaelaula donde lo esperaban losestudiantes.Prácticamentenohabía asientos libres. Iniciólaclasediciendo:

—Hoy hablaremos delmitodelaGranBibliotecadeAlejandría que, según latradición más difundida, fue

destruidapor los árabes.Lesdemostraré la falsedad dedicha tradición.Fundamentalmente por dosmotivos:primero,cuandolosárabes tomaron Egipto hacíasiglosquelabibliotecahabíadesaparecido; segundo, losárabes siempre fueronsostenedoresdelacultura,nosusenemigos…

William Blake miró lasecuencia de caracteresaparecida en la pantalla yrepasó mentalmente susignificado:

Cuandohayaspasadola frontera de tunoche, yo estarépresente. Estoybuscandoelpapiro.

Calculó que entre las doce yla una de la tarde, Husseiniestaría delante de suordenador, conectado aInternet.

—Muchas gracias, señorMaddox —dijo—. Ahorapodemosirnos.

Salieron cuando elhorizonte comenzaba aclarearporeleste.

Blake se detuvo ante la

puertadeSarahyllamó.—Voy —contestó ella y

de inmediato apareció en elumbral.

Vestía pantalones cortoscolor caqui, botas y camisaestilo militar. Se habíarecogidoelpeloenunmoñoyestabahermosísima.

—Tienes cara de estarmolido—ledijo—.¿Quéhashecho?

—Trabajartodalanoche.—Yo también —dijo

Sarah—.Bueno, toda entera,no.

—Espérame en elaparcamiento. Dame tiempopara ducharme y quemar lastostadas; no tardaré nada.Entretanto, prepara elmaterial. ¿Sabías queMaddox vendrá connosotros?

La muchacha asintió.Cerró la puerta y fue alaparcamiento.

—Hoy es el gran día —dijo Maddox acercándose aella—. ¿Te ha comentadoBlakequéplanestiene?

—No. Pero me da laimpresióndequenotienelascosas del todo claras. Sepronunciará cuando hayaabiertoelsarcófago.

—No sé… tengo elpresentimientodequeocultaalgo. Vigílalo de cerca,quiero estar informado detodo lo que piensa. No tearrepentirás, al final habráparatodos.

—¿Paraéltambién?—Para él también—dijo

Maddox.Llegaron Sullivan y

Gordon; poco después

apareció también Blake conun manojo de papeles ypreguntó:

—¿Nosvamosya?

W illiam Blake ySarah subieron aljeep y salieron

rumbo al campo deRâ’sUdâsh.Losseguíadecercaelcoche de Maddox, conSullivanalvolante.

—Tienes un aspectoverdaderamente horrible —observó Sarah mirándolo ahurtadillas.

—Nuncahesidoapuesto,

pero cuando me paso lanocheenvelalasituaciónnomejora.

—¿Has conseguidotraducirlainscripción?

—Sí.—¿Esalgointeresante?—Algo que puede

cambiar el destino delmundo,traumatizaralasdosterceras partes de lahumanidad y dejar

boquiabierto al terciorestante que esté encondicionesdeentenderalgo—respondió Blake con tonomonótono,comoquienrecitasunúmerodeteléfono.

—¿Estás bromeando? —inquirióSarahmirándoloalacara.

—Eslapuraverdad.—¿Y estás seguro de tu

interpretación?

—Alnoventaporciento.—¿Quétefalta?—Abrir el ataúd y

mirarloalacara.—¿Alfaraón?—Aquienquieraqueesté

sepultadoallídentro.—¿Porqué?—La tumba podría estar

vacía, no sería la primeravez. En ese caso mis dudasaumentarían. O bien el

inhumado podría ser alguiendistintodequienyopienso.

—¿Quién piensas quepuedeser?

—Todavía no puedodecírtelo.

—¿Melodirás?Blakenocontestó.—No te fías de mí,

¿verdad?Blake siguió sin decir

palabra.

—Sin embargo soy laúnica persona delcampamento capaz desalvarte la vida. Además, tehasacostadoconmigo.

—Cierto. Y me gustaríarepetir.

—Nocambiesdetema.—Revelar la identidad

del personaje tendría unimpactodevastador.

—Por eso no te fías. ¿Es

eso?¿Nisiquierasitecuentolo que preparaMaddox y loqueharáncontutumba?

Blakesevolvióhaciaellabruscamente.

—Ah,veoqueteinteresa—dijoSarah.

—Te lo diré. Cuandohayaquitadolatapa.

—Gracias.—La tostada está

totalmente carbonizada.

¿Llevasalgoenelbolso?—Sí.Galletasyuntermo

decafé.Sírvete.Blake esperó a que el

terrenosevolviesemásllanoy regular para servirse conmás comodidad el café deltermo, cogió un puñado degalletas de la bolsita yempezóacomer.

—Anoche —dijo Sarah—, seguí aMaddoxhasta su

citayviconquiénsereunía.—¿Has oído de qué

hablaban? —preguntó Blakeentrebocadoybocado.

—Llevaba conmigo unjuguetemuy útil, se trata deun micrófono direccional dealtafidelidad.

—Eso es estar bienequipada.

—Esmitrabajo.—¿Yquépasó?

—Maddox se reunió conJonathan Friedkin. ¿Sabesquiénes?

—No.—El jefe indiscutible de

los israelíes ortodoxosextremistas. Un grupo depeligrososfanáticos.

—El fanatismo siempreespeligroso,vengadedondevenga.

—Sueñanconderrocaral

gobierno republicano einstaurar una monarquía detipobíblico…

—Heoídorumores…—Hayalgomás.Suplan

esdestruirlamezquitadeAlAqsa en el monte Moriah yconstruir en su lugar elcuartoTemplo.

—Unproyecto sugestivo,de eso no hay duda. ¿Cómopiensanllevarloacabo?

—No lo sé. Pero ladramáticasituaciónquereinaen Oriente Medio no hacemás que reforzar lasposiciones extremas, de unoyotrobando.

—Ya… los sueños… elpoder de los sueños es másgrande que ningún otro. Sufuerza es arrolladora.¿Quieres saber una cosa? Sifuera judío yo también

soñaría con reconstruir elTemploenlamontaña.

Encendió un cigarrillo ysoplódespacioelhumoenelairedeldesierto.

—¿Estarías dispuesto amatar a miles de personasporeso?

—No.Yono.—Will, Maddox está de

acuerdo con ellos; venderánlosobjetosdelmobiliariode

la tumba deRâ’sUdâshyserepartirán el dinero. Unasumaenorme.Hanpasadolasfotos y las fichas de tudocumentación a loscompradores. La oferta portodo el conjunto es de cienmillones de dólares, de loscuales veinte serán paraMaddox.Másquesuficientespara resolver todos susproblemas. El resto servirá

para financiar al grupo deFriedkin.

—Cabrones. ¿Cuándoharántodoeso?

—Mañanaporlanoche.—¿Bromeas? Es

imposible.—Loharán.Llegarándos

camiones desde Mitzpe y locargarán todo, después iránrumbo a la costa; allí losesperará una embarcación

para su traslado. El pago seharáenelmomentoderetirarla mercancía. Ver camello,pagarcamello,dicenenestastierras.¿Losabías?

—Ya.—¿De veras me dirás lo

que has leído en lainscripción?

—Telodirécuandohayaabiertoelsarcófago.

—Gracias.

—Sarah.—Sí.—Tequiero.—Yotambién.Pasaron ante la ruina de

piedras y enseguida por laroca esculpida con losgrabados rupestres. Faltabapoco trecho para llegar a lahammâda que cubría latumbadeRâ’sUdâsh.

—¿Cómo te sientes? —

preguntóSarah.—Avecessientocomosi

me faltara la respiración y aveces noto un agujero en elestómago. En una palabra,comolamierda.

—Ánimo, hombre. Es undía decisivo y has trabajadotodalanoche.

—¿Cómo crees tú queacabaránconmigo?

—No me parece que

tengan motivos para hacertedaño. En su momento,Maddoxteofreciódinero.Enmi opinión deberíasaceptarlo.Temontarán en elFalcon y te depositarán enChicago. Te ingresarán unbuen pellizco en un bancosuizo y si te he visto nomeacuerdo. Yo en tu lugar nomepreocuparía.

—Lo intentaré.Pero sigo

pensando que la situación esdifícil,pornodecircrítica.

Se detuvieron en laexcavación, se apearon yesperaron a que llegasen losotrosdoscoches:elprimero,donde viajaban Maddox ySullivan, y el segundo conlosobrerosyWalterGordon.

Sullivan bloqueó lasruedasdeljeep,desenrollólacuerda del cabrestante, la

pasó por la garganta de lapolea y, después de atar lalosadecierre,lalevantóyladepositóenelsuelo.

—Si quieren bajar, yoestoylisto—dijo.

—De acuerdo—contestóBlake—, lleve la escalera ylas herramientas. Cuandohaya terminado venga ustedtambién, porquenecesitaremossuayuda.

Encuantolaescaleratocóel fondo de la tumbadescendióal interior seguidode Sarah. De inmediatobajaron los obreros,MaddoxyporúltimoSullivan.

—Si el señor Gordonquiere ver lo que hacemosserá mejor esperar a queabramoselsarcófago.Somosdemasiados, podríamosromperalgo.

El aire viciado delhipogeo se llenó deinmediato con el olor de loscuerpos sudados y laatmósferasevolvióopresiva.

Blakemetiócuatrocuñasde madera en los cuatroextremos del sarcófago ycolocó encima cuatro gatosde camión. Sobre los gatosapoyó cuatro vigas: dosparalelas a los lados más

largos del sarcófago y dossuperpuestas sobre los ladosmáscortos.

Conelnivelcomprobósiestabanrectasymodificólascuñasdesoportedelosgatoshasta que las cuatro vigasquedaron rigurosamentehorizontales.Enelladonortedel sarcófago montó unarampa de tubos sobre la quecolocó un entarimado de

maderauntadodegrasaparadeslizar por él la tapa delsarcófago cuando llegara elmomento de quitarla porcompleto y depositarla en elsuelo.

Cuando el sistema decuerdas estuvo listo,escuadradoynivelado,Blakeapostó a los dos obreros enlosdosextremosdelnorte.

—Prestad mucha

atención —les advirtió—,estos aparejos no sonadecuados para la operación,perocomonodisponemosdeotra cosa tendremos queadaptarlos. El problemaconsiste en que debemossubir los cuatro gatos demaneraconstanteyuniforme,delocontrariolalosapodríaromperse.

»Lasmaderasdearribay

abajo amortizarán losuficiente la irregularidaddelos impulsos, demanera queno deberíamos tenerexcesivasdificultades.

»En cualquier caso,tendréis que estar atentos ami señal y almismo tiempono perder de vista a quientengáisdelanteydeladoparaaplicar a la palanca del gatoelmismo impulso constante.

Deberéis deteneros despuésde cada impulso y continuarcuandoosloordene.

»Tened presente que elprimer impulso es crucialporque nos permitirá separarla tapadesuapoyo.Si fuerapreciso, en un segundomomento,habráquelevantarlos dos gatos del lado surparacrearunplanoinclinadoy permitir así que la losa se

deslice hacia la rampa yllegue al suelo. Pero esteúltimo detalle lo decidirécuandohayavisto el interiordel sarcófago. ¿Algunapregunta?

Nadie abrió la boca.Blakeinspiróhondoydijo:

—¿Preparados?Los obreros también

percibían la tensión queflotaba en el exiguo espacio

de la tumba y sudaban amares. Maddox tenía lasaxilas y la base del cuelloempapadas y se enjugaba lafrente y la barbilla con elpañuelo.

Blake observó elsarcófago y el sistema decuerdas y miró a los ojos aSarah, que estaba de pie,delante de él. Su miradadestilaba violentas

emociones pero al mismotiempo una calmaextraordinaria.Era lamiradade quien está a punto dejugarse la vida, pero lo haceconlasangrefríaexigidaporlaapuesta.

—¿Listos? ¡Ya! —exclamó.

Con movimiento lento yuniforme empezó a bajar lasmanos.

Sarah, Sullivan y los dosobreros empujaron haciaabajolapalancasiguiendoelmovimiento de sus manos.Lasvigasgimierony la tapade caliza crujió al separarsede su base después de tresmilañosdeinmovilidad.Loscuatro brazos siguieronbajando mientras Blakecoordinaba sus movimientosbajando las manos como el

director de orquesta cuandodebe marcar los tiempos desusmúsicos.

Las palancas llegaron alfinaldesurecorridoyBlakeexaminó la tapa: se habíalevantado un par decentímetros.Nohabíaencaje,la losa estaba apoyada sobreel borde del sarcófago. Lellegó un leve aroma asustancias resinosas seguido

delolordelpolvomilenario.Tenía la frente cubierta desudor y la camisacompletamente empapada.Los dos obreros parecíanestatuas antiguas, apenasunasgotasdesudorbrillabansobre las frentes enmarcadaspor la kefia. Estabanacostumbrados de toda lavida a adaptarse a lascondiciones extremas del

desierto.—Y ahora el segundo

impulso —dijo—. Subid lapalanca hasta el final delrecorrido y controlad elmovimiento de mi brazocuando dé la señal de bajar.Sarah, ¿puedes continuar?¿QuieresqueelseñorGordonte sustituya? —preguntó alobservar en los ojos de lamuchacha el fulgor de la

incertidumbre.—Todo en orden, Blake.

Adelante.—Muy bien. Atención…

¡ya!Empezó a bajar despacio

el brazo izquierdo paraacompañarelmovimientodelas cuatro personas quehacían fuerza sobre laspalancas.Lamaderachirrióylalosasubiótrescentímetros

más. Sarah lanzó un suspirodealivioapenasperceptible.

Blake observó lascolumnas de los gatos:estabanextendidascasihastalamitaddelrecorrido.Cogióvarios bloques de madera ylos metió entre la tapa y lacaja del sarcófago paraaliviar el esfuerzo sobre losmartinetes y aumentar elespesor de las cuñas debajo

delasbases.—Esmuyingenioso…—

dijo Maddox—. Es ustedmuyhábil,Blake.

—Estoy acostumbrado aresolver situaciones deemergencia, es todo. No mefíodeestosgatosynoquieroextender en exceso lospistones fuera de loscilindros. Prefiero subir lasbases.Silasuerteseponede

nuestraparte,dentrodepocohabremos completado sinproblemaslaprimerafasedelaoperación.

LepidióaGordonque lebajasemás tablas demaderaen la cubeta y las colocósobre las bases de los gatoshastalevantarlossieteuochocentímetros. Colocó enposición las vigas, lasencuadró y niveló. Cuando

todoestuvolisto,indicóasuscompañeros que volviesen asus puestos y empuñaran laspalancasdelosgatos.

Maddox se adelantó y ledijoaSarah:

—Déjame a mí, estáscansada.

Sarah no se opuso, seapartóyseapoyóenlapared.La camisa, completamenteempapada, se le pegaba al

cuerpo como si se hubiesesumergido con ella en elagua.

Blakerepitiólaseñalconlamanoylascuatropalancasbajaron despacio ysincronizadas para detenerseal final del recorrido.La luzquesecolabaporlaaberturadel sarcófago iluminó elinterior hasta unaprofundidad de treinta y

pocos centímetros y Blakealcanzó a ver la paredinterior.

Repitió la operación porcuarta vez y subió las cuñasdebajo de la tapa. Habíallegadoelmomentodeverelinterior.

—¿Quiere mirar ustedprimero, señor Maddox? —preguntó.

Maddox negó con la

cabeza.—No. Ha dirigido la

operación de formamagistral, doctor Blake. Lomásjustoesqueseaustedelprimero.

Blake asintió, cogió lalinterna, se subió a unescabel para alumbrar elinteriordelsarcófago.Conlamirada buscó a Sarah antesde contemplar la tumba

abierta del faraón de lasarenas.

Vio el cuerpo de unhombre completamentevendado, pero allí tampocohabía rastros de los vasoscanopes donde debían estarlas vísceras. Probablementeelembalsamamientosehabíarealizadoconprisas.

Sobreel rostro llevaba latípica máscara egipcia

rematada por el klaft debronceyesmalte,peronosetrataba de un retratoconvencional pues no seguíaun estilo determinado.Aquella cara estaba tratadacon impresionante realismo,como si el artista hubieseesculpido su obrainspirándose en el modelovivo,másquebajoel influjode un canon amarniano

remoto.La nariz afilada y

voluntariosa, la quijadapotente, las cejas tupidasbajo la frente levementearrugada daban a susfacciones solemnes un aurade dominio duro einquietante.

Los brazos, cruzadossobreelpecho,sosteníandosobjetosdeltodoinsólitos:un

bastóncurvadodemaderadeacacia y una serpiente debronce con escamasligeramentedoradas.

De su codo izquierdocolgaba un ankh de oromacizo y sobre el corazónllevaba un escarabajo deturmalina.

Blake notó a primeravista que el objeto estaba alalcance de la mano y,

después de vacilar, metió elbrazo.Noquedaba sitio paraasomar la cabeza entre latapa y el sarcófago, demanera que tuvo que tantearcon la mano milímetro amilímetro para no provocardañoalguno.

Palpó entonces lasuperficie curvada y lisa delescarabeo, lo sujetó y loextrajodelasepultura.

Le dio vueltas hasta quela base quedó bajo la luz.Llevaba la siguienteinscripciónjeroglífica:

que interpretó sin dudaalgunacomolapalabra:

MOISÉS

Le dio un mareo y estuvo apuntodecaer.

Sarahcorrióensuayuda.—¿Te encuentras bien,

Blake?—Estámuy estresado—

dijo Maddox—. Dadle unvasodeagua.

Blakenegóconlacabeza.—Noesnada.Cosasdela

tensión. Echen un vistazo,es…esextraordinario.

Apoyó la espalda en elsarcófago,seaflojóysedejócaerhastatocarelsuelo.

Maddoxsubióalescabel,encendió la linternaeléctricayobservóelinterior

—¡Diosmío!—exclamó.

Selim Kaddoumi detuvo el

coche en el aparcamiento deWaterTowerPlace,cogiósumaletín de cuero marrón, seapeó, se subió el cuello delabrigo y echó a andar por laacera.AlgirarporlaavenidaMichigan sintió el cuchilloheladodelvientoypensóenlas noches templadas aorillas del Nilo lejano. Pasómentalmenterevistaaloquele esperaba en las

veinticuatrohorassiguientes.Apretó el paso hacia la

entradaytraspusoelumbral;lo recibieron la atmósferacaldeada del centrocomercial, la músicamonótona de las pequeñascascadas que caían unadentrodelaotraenmediodela exuberante lozanía de lasplantas de plástico verde.Subió al primer piso por las

escaleras mecánicas; lefascinaban aquellas cascadasyleencantabacontemplarlosdestellos que despedían lasmonedas desde el fondo delaspilasdemármolcipolino.

Le habían explicado quelos turistas tenían lacostumbredelanzarmonedasenunadelasgrandesfuentesde Roma para asegurar suregreso a la ciudad eterna.

¿Pero qué sentido tenía tirarmonedas en aquellasfuentecitas?De todosmodoslagenteibaadiarioalcentrocomercialahacerlacompra.Ciertos aspectos de lacivilización occidentalcontinuabansiendoparaélunmisterio.

Enelprimerpisocogióelascensor y subió al tercero,donde entró en la librería

Rizzoli. Curioseó entre losestanteshastaquediocon lasección de libros de arte.Dejóelmaletínenelsueloyhojeó un lujoso volumensobre el baptisterio deFlorencia, encuadernado entela negra, con grabados enoro.El título del lomodecíaMirabilia Italiae (MaravillasdeItalia).

Minutos más tarde se

acercó otro hombre, dejó unmaletínidénticoalsuyoenelsueloysededicóaexaminarun libro de grabados dePiranesi.Selimdejósulibro,cogió el otro maletín y sedirigió a otro estante. EligióunaguíadeItaliatituladaOffthe beaten track, pagó en lacaja y salió sin volverseatrás.

Subióalascensor,sebajó

en el primer piso y por laescaleramecánicaflanqueadade cascadas que caían unadentro de la otra llegó a laplantabaja.Cuandosalióalaacera el aire estaba másgélidoaún,elimpactofuetandoloroso que le cortó elaliento.

Avanzó tosiendo hasta elaparcamiento, abrió laportezuela de su coche y se

sentó al volante. Dejó elmaletín en el asiento delacompañante y lo abrió.Encontró un sobre con diezfajosdeveintebilletesdemildólaresyunbilletedeBritishAirwaysparaElCairo.

Poco después iba por laautopistahaciaelaeropuertoO’Hare. Lloviznaba, pero lalluvianotardóenconvertirseen aguanieve, minúsculas

perlasdehieloquerebotabansilenciosas contra elparabrisas.

Omar al Husseini salió delvestíbulo del Water TowerPlaceconelmaletíndecueromarrón y caminó hasta unacabina de teléfonos.Introdujo una moneda deveinticincocentavosdedólar

enelaparatoymarcó.—Chicago Tribune —

respondió la voz de unamujer.

—Póngame con laredacción,porfavor.

—Disculpe, señor,¿podríadecirmesunombre?

—Haga lo que le pido,maldita sea. Es unaemergencia.

La telefonista calló y

despuésdedudarun instantecontestó:

—Deacuerdo.Yalepaso.Seoyeron lasnotasde la

música de fondo paraentretener la espera y luegocontestóunavozvaronil:

—Redacción.—Escúcheme. Dentro de

cincominutos, en laporteríade su diario entregarán porFederal Express un paquete

decartóngrisoscurodirigidoa la redacción. Contiene unvideocasete. Ábraloenseguida, es cuestión devida omuerte paramiles depersonas.Repito, es cuestiónde vida omuerte paramilesde personas. No se trata deunabroma.

—Peroqué…Husseini colgó y regresó

al aparcamiento a buscar su

coche.Arrancóypuso rumbo al

edificiodelChicagoTribune.Cuando faltabancuatrocientos metros parallegar detuvo el coche yfingió tener una avería, puesenaquellazonanohabíasitiodóndeaparcar.

Estuvo trasteando con elgato y la rueda de recambiohasta que llegó el furgón de

Federal Express; se detuvodelante del edificio góticodelTribune y de él bajó unempleado con un paquetegris.

Sacó del bolsillo losprismáticos y enfocó laentrada. Un hombre decabello canoso se apresuró arecibiralmensajero,lefirmóel albarán, abrió febrilmenteel paquete y sacó el

videocasete.Husseiniguardóelgatoy

la rueda de recambio en elpreciso instante en que seacercaba a él un cochepatrulladelapolicía.

—¿Necesita ayuda? —lepreguntó el agente,asomándosealaventanilla.

—No, gracias, sólo hasido un pinchazo. Ya lo hesolucionado.Gracias.

Subióasucocheyvolvióacasaatodaprisaparavereltelediariodelanoche.

Una noche gris y oscuraquesecerníasobrelascallesde la metrópolis como elángeldelamuerte.

Alan Maddox salió al airelibre y fue a reunirse conGordon,quesehabíasentado

bajo la tienda montada porSullivan usando el techo deljeepdesoporte.

—Baje, Gordon. Baje aver.Esalgo increíble.Enmivida había vivido semejanteemoción. Allá abajo hay…hayunhombrequellevatresmil años dormido. Sinembargo su máscaradesprende una prepotentevitalidad, una fuerza

indomable.Miréfijamentesupecho vendado y pormomentos creí ver que seelevabaconlarespiración.

Gordon lo miródesconcertado. Maddoxestabairreconocible.

Tenía la caraembadurnada de polvo ysudor, lacamisaempapadayprofundas ojeras, como siacabara de soportar enormes

fatigas.No hizo comentariosy bajó con cuidado lospeldañosdelaescalera.

Minutos después, Blakesubía a la superficie seguidodeSarah.Elarqueólogomiróel sol que empezaba aponerseyledijoaMaddox:

—Hemosterminado.—Eltiempohapasadode

prisa—dijoMaddoxmirandosureloj.

—Estuvimos allá abajodurante horas, pero da laimpresión de que han sidopocosminutos.

—Ya.Gordonseunióaellos.—¿Qué me dices? —

inquirióMaddox.—Asombroso.Increíbley

asombroso.—¿Qué piensa hacer?—

preguntóMaddox.

—Por hoy nada más —contestó Blake—. Si quiere,puede regresar alcampamento.Yomequedarépara comprobar que elsarcófago quede biencubierto con el plástico. Laexposición al aire podría serperniciosa para la momia.Nos veremos a la hora de lacena.

—De acuerdo —dijo

Maddox—. Necesitourgentemente tomar unaducha.

Blakeregresóalhipogeo.Latapaestabaapoyadasobrelas cuñas y separada delborde del sarcófago casitreintacentímetros.

Esperó a que los obrerosla cubriesen con la películade plástico y cuando ellossalieron a la superficie

aprovechóparacontemplarelcontenido del sarcófago.EncaramadoalossoportesdelosgatosapuntólalinternaalinteriorBajolatransparenciadel plástico, el rostroesculpido en madera asumíaun aspecto aún másinquietante, como siestuviese sumergido enlíquidolechoso.

Blake lo contempló con

atencióndurantemuchorato,hipnotizado por aquellamiradamagnética.LavozdeSarah lo sacó de suensimismamiento.

—¿Va todo bien ahíabajo?

—Sí —contestó—. Todobien.

Bajó al suelo y fue a laescalera, pero antes de subirechó otro vistazo al

sarcófagomurmurando:—Nos has engañado a

todos…¿Porqué?¿Porqué?Sullivan esperó a que

saliese Blake para cerrar laentrada con la plancha deaceroycubrirlaasuvezconarena.Subió a su cochey sefue.

Empezabaaoscurecer.—¿Nos vamos ya? —

preguntóSarah.

—Deja que fume uncigarrillo—lepidióBlake—.Necesitorelajarme.

Sarah se sentó en unpeñasco y William Blakeencendió el pitillo apoyandola espalda en el costado deljeep.

—¿Sehanconfirmadotussospechas?—preguntóSarahdespuésdelbrevesilencio.

—Plenamente.

—¿Tienes ganas dehablardelasunto?

—Teloprometí.Blake se volvió hacia

ella, le brillaban los ojos,comosiestuvieseapuntodeecharseallorar.

—¿Quétepasa?—Sé quién es el hombre

enterradoenesatumba.—Yalosé.Medicuenta

cuando te vi leer el

jeroglífico grabado en elvientre del escarabeo. Comositehubieracaídoencimaunrayo. ¿Tan desconcertantees?

—Más quedesconcertante, horrible.Ahídentro está la momia deMoisés.

—Noesposible…—dijoSarah meneando la cabezaconcaradeincredulidad.

—Empecé a sospecharlocuando vi los grabadosrupestres: una vara y unaserpiente… un hombre conlos brazos en alto ante lahogueraencendida…

—¿Lazarzaardiendo?—Tal vez…Además, en

lamontañaencontrérestosdefuegos a alta temperatura.¿Te acuerdas del libro delÉxodo? El humo y el fulgor

de las llamas cubrían elmontesagradomientrasDiosdictaba su ley a Moisés enmedio del fragor de lostruenos y el resonar de lastrompetas… ¡Sarah, elcampamento de la WarrenMining Corporation está alpiedelmonteSinaí!

»Mis sospechasaumentaron cuando descubríqueestamosenIsraelynoen

Egipto. Ningún dignatarioegipcio se habría hechoenterrar tan lejosde la tierradelNilo…

—¿Ylainscripción?—Subamosaljeep—dijo

Blake—. No querríadespertarsospechas.

Sarah puso el motor enmarchayarrancó.Blakesacódelbolsillounahojaarrugadaysepusoaleer:

El hijo del sagradoNiloyde la princesa realBastetNefrere,príncipe de Egipto,predilectodeHorus,surcóelumbralde lainmortalidadlejos de las TierrasNegrasydelosamadoslugaresdelasriberas

del Nilo mientrasconducíaalpueblodeloscabiros a asentarseen las fronteras deAmurrupara que también enesos lugares áridos ylejanosse formara unanación queobedeciese al faraón,

señordel Alto y BajoEgipto.Que aquí pueda élrecibirelsoplovitalydesde aquí puedasurcar el umbralultramundanopara llegar a loscamposdeYaluy la morada deOccidente.

»SiguenlasfórmulasritualesdelLibrodelosMuertos.

—En la inscripción nofigurasunombre.¿Esporesoque esperabas a abrir elsarcófago para tener laconfirmacióndefinitiva?

—Sí. Pero era por unexceso de prudencia. Teníaen mi poder una cantidadimpresionantede indicios; lainscripción habla de un

príncipe hijo del Nilo y deuna princesa egipcia, lo cualse ajusta perfectamente aMoisés quien, según latradición, fue salvado de lasaguas del Nilo y adoptadopor una princesa real.Además, este hombre muerelejos de Egipto, en un lugarárido y desolado, mientrasconduce a un grupo decabiros, o sea de judíos a

establecerse en las fronterasde Amurru, es decir, enPalestina, con lo cual estopuedemuybienreferirsealanarración del Éxodo, de locontrario sería imposiblehablardeunpríncipeegipciosepultadofueradeEgipto.

»He reflexionado sobrelas páginas de la Biblia. Lamuerte de Moisés estárodeada de misterio. Se

cuenta que, acompañado dealgunos ancianos, subió almonte Nebo, situado al estede la desembocadura delJordán, para morir allí. Dehecho nunca se supo dóndeestaba su tumba. ¿Cómo esposiblequeunpuebloenterose olvidara del lugar de lasepultura de su padre yfundador?

—¿Cómo te lo has

explicadotú?—Antes de entrar en esa

tumba pensaba que enrealidad Moisés no habíaexistidojamás,quesetratabade un fundadormítico comoRómulo,comoEneas.

—¿Yahora?—Ahora es distinto. La

verdadesquenosóloMoisésexistió,sinoquesiemprefueegipcio. Tal vez sintió

fascinación por elmonoteísmodeAmenofisIV,un faraón herético queinstituyó el culto a un solodios, Atón, pero de hechosiempre siguió siendoegipcio. Y como tal quisomorir,conunatumbaegipciay,dentrodeloposible,conelritualegipcio.

—No tiene ningúnsentido.¿Cómopudohacerse

construir una tumba así ydecorarla, esculpir elsarcófago y preparar losmecanismos que protegiesenla entrada sin que su pueblolodescubriese?

—El santuario bajo latienda.Heahílaexplicación.¿Lo recuerdas? Nadie podíaacceder al santuario exceptoél y sus más estrechoscolaboradores y amigos,

Aarón y Josué. Oficialmenteporque en esa tienda semanifestaba la presencia deDios. En realidad, porque latienda ocultaba el trabajo depreparación de suinmortalidad egipcia, sueternamorada.

—¿Insinúas que elsantuariotapabalaentradadesutumba?

—Estoy prácticamente

seguro. Desde la colina queda al campamento deRâ’sUdâsh todavía se ven laspiedras de referencia. Hetomado medidas, coincidenperfectamente con lasindicadas en el libro delÉxodo.

Sarahmeneabalacabeza,como si no pudiera o noquisiera dar crédito a susoídos.

—Perohayalgomás.Undía, un grupo de israelitasguiados por un hombrellamado Coré se alzaroncontraMoisés y pusieron entela de juicio su derecho aguiaralpuebloeimponersusreglas. Evidentemente, estoshombresconstituíanelfrentevisible deunmovimientodeoposición.

»Moisés los retó a

comparecer con él ante elSeñor, es decir, a entrar conél en el Templo, bajo latienda.Y bien, bajo sus piesse produjo una vorágine quelos engulló. Y he aquí miinterpretación: una especiede trampa los hizo caerdentro de la tumba, en parteexcavada, donde sus cuerposfueron quemados ysepultados rápidamente, lo

cual queda confirmado porlos esqueletos que hemosencontrado al fondo de laparedeste.

»Desde lejos,transparentado a través de lasagrada tienda, el pueblodebió de ver siniestrosfulgores, percibir el olor aazufreycarnequemadayoírgritosdesesperados.Eltemorreverencial los mantuvo a

todos clavados en sustiendas, temblando demiedoenlaoscuridaddelanoche.

—Will…nosésieltextodeesa inscripción tepermitellegar tan lejos… Tuhipótesis es demasiadoaudaz…

—Pero terriblementelógica…,

—Además, presuponeque el libro del Éxodo es la

transcripción fiel de loshechos.

—Te equivocas. Todo locontrario. Tengo aquí unaseriededatosmaterialesqueconfirman el testimonioliterario del librodelÉxodo.Encontré restos de azufre ybreatambiénenelinteriordelatumbaytúmismavisteenun rincón el amasijo dehuesos cubiertos apenas por

unospocospuñadosdepolvo.¿Notebasta?

—¿Los restos de Coré ysus temerarios secuaces queosarondesafiaraMoisés?

—Pues así es. Y sipudiese someter a análisisquímico los rastros de fuegoque encontré en la tumba ycompararlos con los de lamontaña,estoysegurodequerevelaríanlapresenciadelas

mismas sustancias.Probablemente las queprovocaron la columna defuego que guió al pueblo denocheyelhumoquelosguióde día. Las mismas queprovocaron las llamas y lostruenos en el monte sagradomientras recibía las TablasdelaLey.

—¡Basta! —exclamóSarah—.¡Noquieroescuchar

más!Pero Blake siguió

hablando, más machacóntodavía:

—¡Y el lugar! Considerael lugar; estamos cerca deuna pirámide y una esfinge,dos formaciones naturalesque recuerdan de maneraimpresionanteelmásfamosopaisaje de Egipto.Circunstancia nada casual

para un príncipe egipcio,obligado a construir sumorada eterna fuera de supatria.

Sarahseguíanegandoconla cabeza. Estabavisiblementeafectada.

—Ynobasta—prosiguióBlake—. Moisés diopersonalmente la orden deexterminar a los madianitas,tribu a la que estaba

vinculado por lazos desangre, pues Séfora, sumujer, era madianita. Laúnica explicación plausibleesqueéluotrosensulugar,para mantener en secreto ellugar de la tumba, acabasenconcuantosloconocían.

—Dios mío… —murmuróSarah.

—No… no imaginé quefuesescreyente—dijoBlake.

—No es por eso —leespetó la muchacha—. Talveznolosea,perolaideadeque dos tercios de lahumanidad, que las tresgrandes religionesmonoteístas se veancondenadasadesaparecerportuteoría…

—Pordesgracianoesunateoría,tedarépruebas.

—¿Pero te das cuenta de

lo que dices? El profeta delmonoteísmo universal nohabría sido más que unimpostor.

—Sarah,lamomiadealláabajo llevaba sobre el pechoun escarabeo con el nombredeMoisésgrabado.

—¿Cómo puedes estarseguro?

Blakecogióelbolígrafoyen su libreta trazó la

secuenciade ideogramasquehabía visto grabados en elescarabeo.

—¿Lo ves? Los dosprimerossignossignificanMy S y con esto podría haberdudas.Comoenegipcionosetranscriben las vocales lasdos consonantes podríantener también otrossignificados, pero los tresideogramas siguientes

especifican “conductor deasiáticos”, y los judíos loeran.No.Notengodudas.

»Además, el cadáver nofue embalsamado según loscánones tradicionales por laimposibilidad de encontraren estas tierrasembalsamadores de la casade los muertos de Tebas.Todo coincide. Y lainscripción grabada en el

sarcófago puede muy bienreferirse a las vicisitudes deMoisés salvado de las aguasdel Nilo y a su viaje por eldesierto del Sinaí, tal comose describe en el libro delÉxodo. No puedo más quetomarnotadeloquehevisto,leídoydescubierto.

—¿Pero por qué? Tienequehaberunporqué.Si todatu interpretación es absurda

tus indicios nobastaránparahacerlaplausible.

—Reflexioné toda lanoche tratando de encontrarunaexplicación.

—¿Yentonces?—No lo sé… Es muy

difícil hallar la respuesta.Estamoshablandodealguienque vivió hace más de tresmil años. No sabemos si laspalabras de la Biblia deben

tomarsealpiedelaletraosideben interpretarse. En esteúltimocaso, ¿cómo?Talvezlo impulsara la ambición…la ambición de ser el padrede una nación como era elfaraón en Egipto. Algo a locual él, como hijo dedesconocidos que era, jamáshabría podido aspirar… Alfinal, en el momentosupremo de la muerte, no

suporesolverelconflictoquelo había desgarrado toda lavida: sangre y cuerpo dejudío, educación ymentalidaddeegipcio…

—¿Yelderrumbe?¿Yelentarimadodemadera?¿Ylasandalia? ¿Cómo encajan entus teorías? Quizá sianalizarasconatenciónestoselementos podrías encontraruna respuesta diferente, más

plausible.—Ya he encontrado

respuesta a eso. El hombreque perdió la sandalia sabíadóndeestabalatumbaporqueun círculo restringido depersonasconsiguiódealgunamanera transmitir suubicación, pero,probablemente, nadie habíaentrado en ella. Por tanto,debía de tratarse de un

hebreo, sacerdote quizá, olevita,oprofeta…Noséquévendríaabuscaraeste lugarhace veintiséis siglos. Detodos modos, lo que viodebió de conmocionarlo detal manera como paraimpulsarlo a activar elmecanismo de protección ysellarparasiemprelatumba.Si hubiese tenido a manoexplosivos la habría hecho

saltar por los aires. Estoyseguro.

La luz del crepúsculo seapagaba sobre las arenas deldesierto de Parán, las cimasde las montañas yermas secubrieron de sombras y lasleves ondulaciones delterreno se tiñeron de unapátina broncínea. La lunaempezaba a perfilarse,diáfana,contraelcielotenue

que, en el centro de labóveda, se volvía azuloscuro.

Sarah no dijo nada más.Con las manos aferraba elvolante y sólo apartaba laderecha para cambiar demarchacuandodebíasuperaruntramodifícildecamino.

Blake también guardósilencio; no lograba quitarsede la cabeza la mirada del

faraóndelasarenas,sufijezairreal, la soberbia austeridadde sus facciones, la ásperapurezadesusrasgos.

Cuando a lo lejossurgieron las luces delcampamento,Sarahsevolvióotravezhaciaél.

—Hay algo que noentiendo. Has mencionadorastros de fuegos a altatemperaturaenlamontaña.

—Asíes.—Y los atribuyes a la

manifestación del Dios deIsraelaMoisés.

—Esopienso.—Lo cual implicaría que

la montaña que dominanuestro campamentocorresponde al monte SinaíencuyacimaMoisés recibiólasTablasdelaLey.

—Contodaprobabilidad.

—Pero yo siempre supequeelmonteSinaíestáenelextremosurdelapenínsulayaquí estamos en el norte, eneldesiertodeNéguev.

—Cierto. Sin embargo,éste es el territorio de losmadianitas y algo más alnorte se extiende el de losamalecitas, los pueblos deldesierto con quienes seencontraron los hijos de

Israel. Tiene perfectamentesentido que el Sinaí seencuentre en esta zona. Laidentificación a la cual terefieres,laquesitúaelmonteSinaíenelextremosurdelapenínsula tiene origenbizantino y se remonta a lasperegrinaciones a TierraSanta de la reina Elena,madre de Constantino, perosiempre ha carecido de

fundamento real. En esaregión no se hallaron nuncarastros del Éxodo bíblico ytodas las reliquias de esazona que se muestran paraconsumo de la más ingenuapiedadpopularsonfalsas.

—No sé… —dijo Sarah—. Todo parece tanabsurdo… Durante siglos ysigloscentenaresdemilesdepersonas, entre ellas

científicos, filósofos yteólogos han aceptado laepopeyadelÉxodocomounanarración sustancialmenteexacta.¿Cómoesposiblequetodos ellos se hayanengañado?

»Y ahora vienes tú,WilliamBlake deChicago adecir que la fe de dos milquinientos millones depersonas es fruto de la obra

deun impostor.Entiendo tusargumentos, pero no logroaceptarlos del todo… ¿Estásseguro de tu teoría? ¿Noexiste nada que puedaponerlaenduda?

William Blake lamiró yrepuso:

—Talvez.—¿Qué?—Sumirada.

Omar al Husseini regresó asucasaaprimerashorasdelatarde,encendióel televisorysededicóacambiardecanalparavertodoslostelediariosprogramados, pero noconsiguió encontrar ningunodonde se hablara del caseteentregado al ChicagoTribune.

Fueasuestudio,sesentódelante del ordenador y se

conectó a Internet. Consultóel buzón de correo y vio elnombre de Blake. Abrió elmensaje y ante sus ojosaparecieron los cincoideogramasdeljeroglífico:

MOISÉS

y después la firma deWilliamBlake.

Se reclinó contra elrespaldo, como paralizadopor un rayo. Sólo logrómurmurar:

—¡Oh, Alá, clemente ymisericordioso!

E sta vez elmensaje esmuy breve —dijoPollack con una

sonrisa idiota al ver queBlake enviaba a su colegasólo cinco ideogramastranscritos de una hoja depapel.

—Ya —dijo Blake,lacónico.

—¿Esesotodo?—Sí.Podemosiracenar.

ElseñorMaddoxylosdemásnosestaránesperando.

MientrasPollackapagabaelordenador,Blakesereuniócon el resto de loscomensales bajo la tiendabeduina, se sentó y saludócon un movimiento decabeza. La tensión erapalpable alrededor de lamesa. Maddox llevaba laincomodidad reflejada en el

rostro, como si tuvieraescritas en la frente susintenciones para lasveinticuatrohorassiguientes.No obstante, al llegar Blakedijo:

—Quiero felicitar aldoctorBlakeporlabrillantezdel trabajo desempeñado yespero que pueda revelarnoslo antes posible el contenidode la inscripcióncopiadadel

sarcófagoysu interpretacióndel derrumbe hallado en elinteriordelatumba.

Hablaba con afectación,comosifuesedeloficio.Otradesuscostumbres.

Blakelediolasgraciasydijo que necesitaría trabajaralgunas horas más pararedactar un informeexhaustivo, pero que lefaltabapocoparaconcluirsu

investigación. Laconversación continuó conintermitencias por losmismos y arduos cauces,como si después de cuantohabían visto y vivido aqueldíalostemasescasearan.

Sin embargo resultabaclaroque todos lospresentesestaban sumidos en suspropios pensamientos, o talvez fuera una extraña

electricidadqueflotabaenelaire la que influía en elhumor y la actitud de laspersonas.

ApesardequeMaddoxyBlake habían trabajado todoel día codo a codo noparecían tener mucho quedecirse. Maddox sóloconsiguió hacer comentariostrivialesdeltipo:

—Ha sido la experiencia

másestimulantedemividayeso que me han pasadoinfinidaddecosasenlosañosquellevotrabajandoentodoslospaísesdelmundo.

La intervención de Sarahnofuemenosprevisible:

—Si me hubiesen dicholo que me esperaba cuandoacepté este encargo habríapensado que estaba tratandocon locos; pero es cierto, ha

sido una experienciafantástica, sobre todo paramí, que la he seguido día adía.

Sullivan mantuvo lacabeza inclinada sobre suplatodurantetodalaveladayapenas pronunció palabra,mientrasqueaGordonlediopor recurrir a lameteorología,enconsonanciacon su afectación típica de

bostoniano educado enInglaterra. No obstante, sucomentarioplanteóatodoslanecesidad de considerar quela situación del campamentopodía tomar inesperadosrumbos trágicos debido atrivialidades tales como loscambiosclimáticos.

—He escuchado lasprevisiones del tiempo denuestroemisorporsatélite—

dijomientras servían el café—. En las próximasveinticuatro horas se esperauna tormenta de arena deproporciones excepcionalesque afectará buena parte deCercano Oriente y quefácilmente podría abatirsesobre nuestro campamento.Se prevén inconvenientes enlas comunicaciones,interrupciones de vuelos

regulares, escasa visibilidaden un radio de miles dekilómetroscuadrados.

—Estamos equipadospara hacer frente asituaciones así —repusoMaddox—. Disponemos devíveresyaguaenabundanciay nuestras casetas estánequipadas con filtros de airequepodemosconectarconungenerador auxiliar. Pollack,

asegúrese de que todo estélisto y en perfectascondicionesparalatormenta.

Pollackselevantóyfueala caseta del generadorauxiliar.Maddoxsedespidiódetodosyseretiró.

—¿Qué harás? —lepreguntó Sarah a Blakecuandoestuvieronasolas.

—Me quedo. Tengo quehablarconMaddox.

—¿Quieres un consejo?Nolohagas.

—Notengomásremedio.—Me lo imaginaba…En

esecaso,escúchamebien…—¿Quépasa?—Ni se te ocurra

comentarle nada a Maddoxde lo que te dije sobre laoperación de mañana a lanoche. De lo contrario, túserás hombremuerto y amí

me meterás en problemashastaelcuello;no lecostaránada adivinar de dónde hassacado la información. Si teofrecedinero,acéptalo.Si lorechazas tendrá lacertezadequenopuedefiarsedetiytequitará de en medio. Hazmecaso. No lo pensará dosveces: no cuesta nada cavaruna fosa en la arena. Nadiesabe que estás aquí, nadie

vendráabuscarte.Serácomosi te hubieses desvanecido,¿entiendes?

—Estánmismensajes decorreoelectrónico.

—¿Enjeroglífico?—dijoSarah encogiéndose dehombros—.Vayacosa…

—¿Y tú? Tú tambiénestabasconmigo.

—Yo soy un bocadodemasiadograndeparaél.

—Entiendo.—Telopidoporfavor.Si

te ofrece dinero, acéptalo.Creo que le caes bastantebien. Si no consideraindispensable eliminarte tesalvará con gusto. Pero sirechazas el dinero una vezquetelohayaofrecido,enmiopinión estarás firmando tucondenaamuerte.Sobretodoen las actuales

circunstancias, con toda esagente implicada y el jaleoquepareceapuntodeestallarencualquiermomento.

»Te espero. No hagastonterías. Me gustaríacontinuarconloquedejamosensuspensolaotranoche.

—A mí también —dijoBlakecasiparasusadentros.

Sarah hizo ademán demarcharse,peroéllaretuvo.

—Sarah,hayalgoquenotedije.

—¿Dequésetrata?—Delainscripción,—¿Ladelsarcófago?Blakeasintió.—No soy egiptóloga —

dijoSarah sonriendo—, peropudeleerentucaraquealgome ocultabas. Parecías ungato con el ratón en laboca…Soytodaoídos.

—No es verdad que eltextoqueteleíseguíaconelLibrodelosMuertos.Loquesigueesunamaldición.

—Tiene su lógica. Measombraría lo contrario. Noirás a decirme que uncientífico como tú cree enestas tonterías. Fíjate si hansido efectivas esasmaldiciones que, a lo largode los siglos, no han

conseguido alejar a losladrones.

—Ya.Peroéstatienealgoconvincente… Si no estásmuycansada,espérame.

—Te esperaré —dijoSarahycruzóelcampamentoiluminadoporlaluna.

William Blake pensóentonces que no le habríaimportadonadaestarconellaen otro lugar. Tiró la colilla

al suelo, la apagó de unpisotón y fue tras Maddoxque estaba a punto de entrarensucasa.

—Señor Maddox —ledijo cuando se disponía aabrir la puerta—. ¿Puedohablarconusted?

—Cómo no —contestóMaddox—.Pase,porfavor.

A pesar del tono amablepusocaradequien tieneque

vérselas con un pelma.Encendió la luz, seacercóalmueblebarypreguntó:

—¿Whisky?—Sí,gracias.—¿Qué me dice de la

tormenta de arena, Blake?Parece que se trata de unfenómeno de inusualintensidad.

—Nos causaráproblemas. Y podría

provocar serios daños. Perono he venido a hablarle deesto.

—Lo sé —dijo Maddoxmientras escanciabaMacallan de su reservapersonal—. Quiere hablarmede la tumba deRâ’s Udâsh,peroyo…

Blakelevantóelíndiceenelaire,miróasuinterlocutorfijamentealosojosylesoltó

sinparar:—Señor Maddox, debo

preguntarlesitieneintencióndesaquearelhipogeodeRâ’sUdâshytrasladarlosobjetosdel ajuar donde consideremásoportuno.

—Blake,¿quédiablos…?—No, déjeme hablar,

Maddox, o no tendré valorpara seguir. Debe detenerahora mismo la operación

porquenotieneustedningúnderechoahacerlo.

—Eso lo dice usted,Blake. En este campamentomando yo y si usted seentrometenodudaréen…

—Maddox,antesdedecirnada más escúcheme. Nopuedetocaresatumbaporquerepresenta un complejoextraordinario cuyo misterioapenas he logrado analizar

someramente con misestudios apresurados ysuperficiales. Si dispersaesos tesoros se perderá unpatrimoniodeconocimientosquenosllegaintactodespuésde más de treinta siglos, seperderá información quejamás volveremos arecuperar, información quepodríaresultarvitalparatodoelgénerohumano.

Maddox meneaba lacabeza como si acabara deoírpurosdesvarios.

—Me dijo usted queestabaapuntodedescubrirlaidentidad del personajeenterradoenesatumbayqueeso iba a aumentar el valorde todo el conjunto. Inclusole di permiso para enviarvarios mensajes por correoelectrónicoasuscolegaspara

consultarlos a pesar delriesgo que corría yo. ¿No esasí?

—Así es—repuso Blakeconlacabezagacha.

—¿Entonces?—Ese es precisamente el

punto: existen muchasprobabilidadesdequesetratede un personaje demuy altorango,talvezdeunconocidopersonaje histórico.

Imagine…—Blakesedetuvopara recuperar el aliento—,imagine que durante unaépoca de anarquía la momiade un gran faraón hayacorrido peligro de serprofanada y que lossacerdotes hayan queridollevarla a un sitioinaccesible,oqueuncaudilloenzarzado en una campañamilitar hayamuerto lejos de

la capital a causa de lasheridas o de la plaga y que,porrazonesdesconocidas,nohubiese sido posibletransportarsucuerpohastaelValle de los Reyes para quelo embalsamaran. SeñorMaddox, he hecho cuantoestaba a mi alcance parasacardeesasepulturatodalainformación posible, perotodavía quedan muchos

interrogantes.Todavíaignorosi laentrada lateraldondeseprodujo el derrumbe seprolonga y, si es así, hastadónde e ignoro exactamenteparaquésirve.

—Lamentablemente nohaymástiempo…

—Además, nunca haquerido decirme dóndeestamos.

—No he tenido más

remedio.—Selopidoporfavor,no

lohaga.—Lo siento, Blake, el

trato estaba claro. Debíadesempeñar un trabajo y lohahechobienyrápidamente.Lodemássiemprefueasuntomío.¿Noesasí?

Blakeinclinólacabeza.—Lamento que no haya

podidohacermás,sabermás.

Soy perfectamenteconsciente de que comocientífico debe sentirsefrustradopornopoder llegaral fondo del tema, peroconsidere también que hatenidounaoportunidadúnicaen el mundo, un verdaderoprivilegio.

»Si es sensato,confórmese. Recibirá unasuma de dinero que le

permitirávivirconholguraelresto de sus días y, si loquiere,hastarehacersuvida.Alan Maddox no es ingrato.Dispondré del dinero dentrode cuarenta y ocho horascomo mucho. Puedo pagarleal contado o algo mejor,acreditarlelacantidadenunacuenta suiza de la que lefacilitaré los datos. Esosignifica que renunciará a

todo tipo de publicación. Sino cumpliera con esecompromiso,lamentodecirlequecorreríagravepeligro.

Las palabras de Maddoxeran muy claras. Blakeasintió.

—Muy bien —dijoMaddox interpretando elgesto afirmativo comomuestra de aceptación—. Lehe reservado plaza en el

vuelodirectodeElAldelas21.30 que sale de Tel AvivparaChicago.

—¿Por qué no de ElCairo?

—Porque El Al nosofrece condiciones másventajosas.

—¿No hay nada que yopuedahacerparadisuadirlo?

Maddox negó con lacabeza.

—Por lomenos deje quesupervise las operaciones deembalaje y carga. Searriesgan ustedes a causarenormesdaños.

—De acuerdo —aceptóMaddox—. Obviamente nomeatrevíaapedírselo.

—Unaúltimacosa:¿tieneintencióndetocarlamomia?

Sus ojos tenían unaextraña expresión, como de

quien quiere advertir a suinterlocutor de un peligromortal. Maddox acusó elgolpe y no supo quéresponderle.

—¿Por qué me lopregunta?—inquiriódespuésdeunapausa.

—Porque necesitosaberlo.De todosmodos, yoensulugarnoloharía.

—Si cree que va a

asustarme se equivoca; noesperará que crea en lasmaldicionesdelosfaraonesytodasesasnecedades.

—No. Pero de todosmodosquieroquesepaquelainscripción del sarcófagocontiene la maldición másatroz y espantosa de las quehe leído en veinticinco añosde investigación y estudio.No se trata sólo de una

maldición, sino más bien deunaprofecíaquedescribeconnotable precisión cuantoocurriráalosprofanadores.

—Eso lo incluye a ustedtambién —dijo Maddox consonrisairónica.

—Esposible.—¿Qué le induce a

pensar que esta maldiciónserámáseficazquetodaslasotras que no sirvieron para

proteger ni una sola de lastumbas donde lasencontrarongrabadas?

—El inicio. Dice así:“Quien abra la puerta de sueternamorada verá el rostroensangrentadodeIsis”.

—Impresionante —dijoMaddox con mayor ironíaaún—.¿Y?

—Mañana por la nochehabrá un eclipse total de

luna. Y la luna se pondrárojiza: el rostroensangrentado de Isis. Si setrata de una coincidencia esrealmentenotable.

—En efecto, es unacoincidencia.

—Despuésdicequealdíasiguiente y durante otranoche el aliento de Setoscurecerá de este a oesteunavastazonadelatierra.Si

lasprevisionesdeltiempodelas que nos habló el señorGordon resultan correctas,me parece que debemosesperar una tormenta dearena sobre buena parte deCercanoOriente,apartir,oh,casualidad, de mañana a lanoche. Habrá una fuertedisminucióndelavisibilidady se interrumpirán lascomunicaciones en distintas

localidades durante más deveinticuatro horas. No menegará que ésta también esuna gran coincidencia, dadoque “el aliento de Set” esuniversalmente reconocidocomoelvientodeldesierto.

—Vuelva a cerrar elsarcófago, Blake —dijoMaddox sin poder ocultarcierto nerviosismo—, yahórrese esas tonterías. El

ajuardelatumbaesdeporsímuy rico, no necesito de lospocos objetos que quedandentro del sarcófago.Además, para sacar lamáscara funeraria de lamomia, la única piezarealmente preciosa,deberíamos subir la tapa porlo menos veinte centímetrosmás,locualsignificamuchashoras de trabajo. No

disponemos de ese tiempo.Lo demás me importa bienpoco.

—Mejor así. Buenasnoches,señorMaddox.

Gad Avner caminaba detrásdeYgaelAllon; éste llevabaen la mano derecha unalámpara de neón paraalumbrar el túnel que

recorríandesdehacíamásdequinceminutos.

—Después de quitar dosbarreras producidas porderrumbes de finales de laedad antigua y de la épocamedieval, la galería haresultado ser bastanteaccesible. Mire —le indicóacercando la lámpara a lapared izquierda—, estos songrafitos de principios del

sigloVI.Talvezseremontenal período del asedio deNabucodonosor.

El nombre provocó enAvner un visible sobresalto.Se enjugó la frente con elpañueloyobservóelgrafito.

—¿Quésignifica?—Nolohemosentendido

bientodavía,peropareceunaindicación topográfica,comosi indicara que la galería se

desvíaenotradirección.Lasletras trazadas debajo deldibujo dicen, “agua” o“torrenteenelfondo”.

—¿Unpozo?—Es posible. En el

transcurso de los asediosexcavabangaleríascomoéstapara aprovisionarse de agua.Pero la inscripción podríasignificarcualquierotracosa.

—¿Comoqué?

—Acompáñeme —lepidió.

Siguió avanzando por lagalería que, en un momentodado torcía a la izquierda encurva cerrada y luegocontinuaba en línea bastanterectahastaunpuntociego.Ala izquierda, sobre la pared,se veían las marcas de unsondeo,aladerechahabíauntabiquedemaderasujetoala

paredconuncandado.—Ya estamos —dijo

Allon—. Sobre nuestrascabezashaytreintametrosderoca compacta y despuésviene la explanada delTemplo. Fíjese en esto —leindicó, inclinándose hacia elsuelo y alumbrando con lalámpara.

—Hay escalones —observóAvner.

—En efecto. Se pierdenen la ladera de la montaña.Pienso que se trata de unaescalera que venía delTemplo. Puede incluso quedel Santuario. En este lugarhemos hecho un pequeñosondeo,¿love?Encontramosmateriales contradictorios,cenizas, fragmentos derevoque, caliche. Podríatratarse de materiales de la

destrucción y del incendiodelTemplodelaño586a.C.quecayeronenel interiordela tumba por la escalera yllenaronenparteelhueco.

—¿Quiere decir que siseguimos esos escalonespodríamos llegar al Templode Salomón o a susdependenciasinferiores?

—Contodaprobabilidad.—Extraordinario.

Escúcheme, Allon, ¿quiénmás aparte de usted está altantodelasunto?

—Misdosayudantes.—¿Ylosobreros?—Son ucranianos y

lituanos y acaban de llegar;por tanto no entienden unapalabradehebreo.Sobretodoel hebreo técnico quehablamosentrenosotros.

—¿Seguro?

—Como que estoy aquíconusted.

—¿Quéhaydetrásdeestetabiquedemadera?

Allonsacódelbolsillo lallaveyabrióelcandado.

—Aquíesdondehicimosel descubrimiento másapabullante. El hallazgosiguein situ. Acompáñeme,ingenieroCohen.

Ante ellos se abría otra

galería que, con todaprobabilidad, discurría haciaelsur.

—TalvezconduzcahacialapiscinadeSiloéyelvalledel Cedrón —sugirió Allon—. Eso podría señalar elgrafito. En este momentoestamos siguiendo laindicación que encontramosgrabadaenelmurodel túnelprincipal y recorremos una

galería que debía de ser lacontinuación tanto del túnelprincipal como de la rampacon escalones que bajabadesde el Templo. El lugardonde nos hemos detenidoantes debía de ser lainterseccióndelasdoscalles.

»Mire,aquíhemostenidoque quitar materiales desedimentación que tapabancasi por completo el paso.

Debajoencontramosesto…Allon se detuvo; con su

linterna iluminó de lleno elmontón de arcilla donde seveía incrustado un objeto deunbrillodeslumbrante.

—¡Dios mío…! —exclamó Avner,arrodillándose en el barrotodavía húmedo—. En mividahabíavistonadaigual.

—Para serle franco, yo

tampoco —dijo Allon,poniéndoseencuclillas.

Acercómás la lámparayel haz luminoso arrancódestellos a los zafiros, lascornalinas, el ámbar y loscorales incrustados en el oroleonado que relucía en elbarro.

—¿Qué es? —inquirióAvner.

—Un turíbulo. Y el

punzón que ve aquí, en estelado, dice que pertenecía alTemplo.Amigomío, en esteobjeto quemaron incienso alDiosdenuestrospadresenelSantuario erigido porSalomón.

Le tembló la voz alpronunciar aquellas palabrasy la luz de la lámpara lepermitió a Avner descubrirquelebrillabanlosojos.

—¿Puedo tocarlo? —preguntó.

—Adelante —respondióAllon.

Avner tendió la mano yrozó la superficie del vaso.Era una copa de admirableperfección; en su pie, lasgemas engastadas formabanuna fila de grifos alados tanestilizados que daban laimpresióndenosermásque

una elegante sucesión demotivos geométricos. Lashojas de palma, que serepetían en motivos caladosenlatapa,ornabanelbordeyestaban rodeadas de unaataujía de plata bruñida poreltiempo.Elpomodelatapaera en forma de granadaabierta, de oro, en cuyointerior minúsculos coralesrepresentabanlosgranos.

—¿Cómo ha venido aparar aquí este objeto tanprecioso?—preguntóAvner.

—Sólo tengo unarespuesta: alguien intentóponer a salvo las vasijassagradasantesdeque fuesenprofanadas por el invasorbabilonio. Por otra parte, esprobable que este incensariohubiese sidohechoydonadohacía poco tiempo; proviene

deuntallercananeodeTirooBiblos, o quizá sea obra deunartesanodeesaciudadquehabía trasladado su taller aJerusalén para atender losencargosdelSantuario.Estosmotivosornamentalesqueveaquísoncaracterísticosdeunestilo inconfundible que losarqueólogos denominamos“orientalizante”.Laépoca sesitúa entre finales del siglo

VIIylosprimerosveinticincoaños del sigloV antes deCristo.

—La época del sitio deNabucodonosor.

—Exactamente. Ahorabien, es muy probable quequienes pusieron a salvo lasvasijas sagradas lo hicieranen el último momento,cuandotuvieronlacertezadeque la entrada de los

babilonios era inminente.QuizácuandoelreySedecíasse fugó a través de unabrecha en la muralla, cercadelapiscinadeSiloé…parair al encuentrode su terribledestino…

»Fueron tales las prisasque no hubo tiempo deembalar los objetos con elcuidado necesario; esteincensariocayóalsueloyahí

se quedó hasta anoche,cuando lo encontramos.Tambiéndebemospensarquequien lo transportabacaminabaapasomuyvivoyno se dio cuenta de queperdía parte de suvaliosísimacarga.

—¿Quiere decir que alfinal de este túnel podríaencontrarse el tesoro delTemplo?

—Todo es posible —contestó Allon después deuna breve vacilación—. Sibien es cierto que no sepuede excluir la posibilidadde que la galería conduzca aunacámara secreta, tampocoes del todo seguro. Mañanacontinuaremos con lostrabajos. Ahora sacaré deaquí este objeto; me esperaun piquete de la policía

militarparaescoltarmehastala bóveda del BancoNacional.

»Esteobjetoeslareliquiamásvaliosaencontradaen latierradeIsraeldesdetiemposde nuestro regreso aPalestina.

Alloncogióel incensariocon suma delicadeza y loguardóenunacajaenguatadaquellevabaenbandolera.

Volvieronsobresuspasoshasta la entrada del túnel,debajo del arco de laFortaleza Antonia. Sedisponían a salir cuandoAvner vio encenderse yapagarse la lucecita roja desuteléfonomóvil:laseñaldemáximaurgencia.

Se despidió delarqueólogo con un calurosoapretóndemanos.

—Gracias, doctor Allon.Ha sido un privilegio. Leruego que me mantengainformado de todas lasnovedades, porinsignificantes que sean. Hede marcharme, tengo unallamada urgente y debocomprobardequésetrata.

—Hasta la vista, señorCohen—dijoAllon.

Elarqueólogosiguióalos

policías que lo escoltaronhasta el coche blindadoaparcadoapocadistancia.

Avnerescuchóelmensajedel buzón de voz. Decía:“Llamada urgente delMinisterio de Defensa.Estado de máxima alarma”.Por la voz parecíaNathanielAshod, jefe de gabinete delPresidente.

Miró el reloj: eran las

once. Le convenía pedir quefueraabuscarloalguiendelaoficina; empezó a marcar elnúmero, pero en esemomentounRoveroscurosedetuvo a su lado y de él seapeóFabrizioFerrario.

—SeñorAvner, de prisa,lo estuvimos buscandodesesperadamenteportodalaciudad.¿Hacomprobadosilefunciona el teléfono? No

habíamaneradeconectarconusted.

—Estabaatreintametrosbajotierra.

El joven le abrió laportezueladeatrásyluegosesentóasulado.

—Vamos —le ordenó alchófer, y dirigiéndose aAvner lepreguntó—:¿Cómohadicho?

—Me has oído a la

perfección, Ferrario, estabaen el túnel con el profesorAllon de la Universidad.¿Quédiablosteocurreahora?

—Señor, me temo queestamos en seriasdificultades—dijo el oficial—. El ministro se loexplicarátodo.

Entraron en elministeriopor la puerta de servicio yFerrario le indicó el camino

por escaleras, pasillos yascensoreshastaconducirloauna salita desnuda, cuyoúnico mobiliario eran unamesaycincosillas.

Asistían el presidenteSchochot, el ministro deDefensaAser Hetzel, el jefedel Estado mayor AaronYehudai, el ministro deAsuntos Exteriores EzraShiran y el embajador de

Estados Unidos RobertHolloway.Enelcentrode lamesa había dos botellas deagua mineral y vasos deplástico delante de cada unodelospresentes.

Cuando entró, todos sevolvieronparamirarloconelrostrodemudadoyexpresiónalucinada. El único queseguíaimpasible,concaradesoldado, era el comandante

Yehudai.FabrizioFerrarioseretiró

ycerrólapuerta.—Siéntese,Avner—dijo

elpresidente—.Haypésimasnoticias.

Avner se sentó pensandoque lediríanque acababadeponerse en marcha laOperación Nabucodonosor yentonces se cabrearía comouna mona y les recordaría

que hacíamás de dosmesesqueél leshabíaadvertidodeque el peligro eramuy serioy nadie se había dignadoprestarleatención.

El embajador de EstadosUnidos habló en primerlugar.

—Señores,haceunahoraalguien telefoneó a laredacción delChicagoTribune para anunciar la

inminente llegada de unvideocasete y exigir que lovieran de inmediato puesestaba en juego la vida demiles de personas. Cincominutos más tarde unapersona que bajó de unacamionetaentregóelpaquetecon el casete, tal como seanunciaba en la llamadatelefónica.

»Eljefederedacciónyel

directordelTribunevieronelvídeo y llamaron al FBI.Pocodespuéssetransmitíaelvídeo en el despacho delpresidente en Washington.En el casete aparecen tresgruposterroristasdistintosenelmomentodeconectarotrostantosartefactosnuclearesentres lugares diferentes deEstadosUnidos.

—¿Cómo pueden estar

segurosdequeseencuentranrealmente en EstadosUnidos?

—Ofrecieron una pruebaque es almismo tiempo unaburla. Una llamada anónimadiolosdatosquepermitieronlocalizar los lugares dondemontaron las bombas, en lasmismas condiciones en queaparecían en la cinta.Con laúnica diferencia de que las

bombas no estaban allí, sólose encontraron losembalajes…

—Puede tratarse deimágenes hechas porordenador.

—Excluimos esaposibilidad —dijo Holloway—.Nuestrosexpertosopinanque la cinta es original y nopresenta signos de añadidos.De todos modos, nos han

mandado copia y no tardaráenllegamos.

—Podría tratarse demaquetas como las que sevenenelcinepero llenasdeserrín.

—Es improbable. Elvídeo muestra primerosplanos en los que se ve uncontador Geiger enfuncionamiento.

—¿Quéquieren?

—Nada. Un mensajesobreimpreso dice que habrámás información. El FBI, laCIA y todos los cuerposespecialesdepolicíadetodoslos Estados recibieron ordende peinar el país de arribaabajo y encontrar a esoscabrones, pero EstadosUnidos se encuentra ante lasituaciónmás dramática quelehatocadovivirdesdePearl

Harbor.—¿Alguna pista? —

preguntóAvner.—Por ahora ninguna. El

presidente y su equipoconsideranquesetratadeuncomandodefundamentalistasislámicos. Pero lospersonajesqueaparecenenelvídeo llevan la cara cubiertacon pasamontañas y esimposiblereconocerlos.

»Los expertos delPentágono están tratando deidentificar las bombas, perolas imágenes son parciales yno hay ninguna panorámica.La hipótesis es que se tratade las famosas bombasportátiles,delasquesehabladesde hace mucho tiempo,joyas de la técnica de las exrepúblicas soviéticas,artefactos que caben en un

maletín y se puedentransportar con sumafacilidad.

—¿Quépotenciatienen?—Según ciertas fuentes

serían bombas tácticas dequinientos kilotones, fácilesde montar, de transportar yesconder. Si las hicieranexplotar en una zona urbanadensamente pobladaprovocarían una carnicería.

Se calcula que entrequinientos y setecientos milmuertos, medio millón deheridos y trescientas milpersonas más afectadas porradiaciones mortales queacabarían con sus vidas alcabodetresocuatroañosdela explosión; suficiente paraponer de rodillas al paísentero. Además, parece quela misma persona que

transporta la bomba puededejarla lista para estallar, nohace falta el famosomaletínnegroqueacompañasiemprea los presidentes de Rusia yEstadosUnidos.

Avner miró de frente aYehudai.

—General, estamos anteel comienzode laOperaciónNabucodonosor. Atacaránmañana, con mal tiempo,

utilizarán los medios detierra, nosotros no podremosvalemos de nuestrasuperioridad aérea y nadiepodrá acudir en nuestraayuda:EstadosUnidosestarábajo amenaza mortal y nopodrá actuar; además, harápresión sobre sus aliadoseuropeos para que no hagannada.

—Dios mío… —

balbuceóelpresidente.—Debí suponerlo —dijo

Avner—; yo seguía oteandolasmontañas por el lado deldesierto de Judá sin pensarque el ataque vendría de laotra orilla del Atlántico…malditocabrón.

Yehudaisepusodepie.—Señores,siasíestánlas

cosas solicito permiso paralanzar lo antes posible un

ataque preventivo conmisiles de nuestra aviaciónpara destruir en tierra elmayor número posible deaviones árabes. Debopresentarme en mi Estadomayor, dar la alarma roja ypreparar el plan de defensade nuestro territorio.Podemoscontarcontodoslosreservistas dentro de seishorasytodaslasunidadesde

combate en línea yplenamente efectivas dentrodeunahora.

—Creo que la propuestadel general Yehudai es laúnica salida posible, señores—concluyó el presidente—.Envistadelagravedaddelasituación no debemos perderunsolominutomás.

—Un momento, señorpresidente —dijo el

embajadorHolloway.—Nomepareceprudente

tomarsemejantedecisión.Nomedia ninguna declaraciónde guerra de ningún paísárabe,tampococontamoscondatos de los satélites queindiquen movimientosmasivos de tropas; delcomando terrorista que hacolocado las bombas ennuestro territorio no hemos

recibido aún ningunapetición.

»Si atacan ustedes seríaunaactodeguerraatodoslosefectos y acabaría parasiemprecon todaposibilidadde concluir con éxito elproceso de paz en esta zona.Objetivo que a mi gobiernoleimportamucho.

Todos se miraron sindecir palabra. El primero en

hablarfueAvner.—Señorpresidente,estoy

segurodequelosdoshechosestán relacionados, tanseguro como de estar aquí.Losterroristascolocaronesasbombas en territorionorteamericano parainmovilizaraEstadosUnidosmientras lanzan el ataquedefinitivo. Detrás de todoesto está Abu Ahmid y el

atentado contra al Bakritambién forma parte de estaestrategia.

»Nome fío de su amigoTaksoun —añadió,dirigiéndose a Holloway—.Estoysegurodequeenestosmomentos está preparandosusplanesdebatallaenalgúnmalditobúnkerdelpalaciodeal Bakri. Estoy a favor deatacar aunque los

norteamericanos se opongan.Esnuestropellejoelqueestáen juego —concluyó, yencendióuncigarrilloapesarde los carteles colgados entodas partes que prohibíanfumar so pena de severassanciones.

Holloway se pusocoloradísimo.

—Señor Avner, sucomportamiento es

inadmisible…—¿Lo dice por el

cigarrillo?Vamos,Holloway,está en juego la vida demillones de personas y austed le preocupa que susmalditos pulmones aspirenuna modesta ración dealquitrán. Mi padre y mimadre acabaron convertidosen puro humo en los hornosde Auschwitz. ¡Váyase al

demonio!—Señores —intervino el

presidente—, señores, juntosdebemos alcanzar la mejordecisión posible. No sonmomentos para pelear entrenosotros. Avner, hágame elfavor,apagueelcigarrillo,leprometo que cuando todoesto acabe leharé llegarunacaja de los mejores habanosdelmercado.Acuentadelos

contribuyentes.Ybien,señorHolloway…

—Lo siento, señorpresidente, tengoinstrucciones claras de migobierno, nada de locurashasta que sepamos quéquieren.

—¿Y si hacemos casoomisodesuconsejo?

—Quedarán ustedessolos:seacabaránlasayudas,

los suministros, lainformación. Esta vez migobierno tiene la firmeintención de no dejarsearrastrar a otra guerra. Laopinión pública no loentendería.

—De todas maneras, anosotros nos correspondedecidir —dijo el presidenteSchochotmirandoaYehudai—. General Yehudai, tome

todas lasmedidas de alarmamáximaperonolanceningúnataquehastanuevaorden.

Yehudai se levantó, seencasquetólagorrayalsalirse cruzó con un soldado queenesemomentoentregabaunsobrealoficialapostadoantela puerta del despacho. Elguardialocogióyllamóalapuerta.

—Adelante —ordenó el

presidente.El oficial entró y le

entregóelsobre.—Acaba de llegar ahora

mismo,señorpresidente.Schochot lo abrió,

conteníaelvideocasete.—¿Quiere verlo? —le

preguntóaHolloway.Elembajadorasintió.Avner se encogió de

hombrosycontestó:

—Yo ya sé todo lo quehay que saber. Buenasnoches, señores —sedespidió—. Dios no quieraquesealaúltima.

Saludóatodosinclinandolacabezaysalió.

Fabrizio Ferrario loesperaba en el coche; encuanto lo vio le ofreció uncigarrilloyseloencendió.

—¿Está todo tan mal

comopinta?—lepreguntó.—Peor. Llévame a casa.

Mucho me temo que mepasarélanocheenblanco.

Ferrario no hizopreguntas, arrancó y pusorumbo hacia la casa de sujefe,enlaciudadvieja.

Avner guardó silenciotodoeltrayecto,mientrasibarumiando sus pensamientos.Cuando el coche se detuvo

delante de su casa, abrió lapuerta y conunpie dentroyotro fuera le advirtió a suagente:

—Ferrario, en laspróximas veinticuatro horaspuedepasardetodo,incluidoun nuevo holocausto. En elfondo, eres nuevo por aquí.Si quieres volver a Italia noteloreprocharé.

Ferrarionolehizocasoy

selimitóapreguntarle:—¿Tiene alguna orden

paraestanoche,señor?—Sí. Mantente cerca,

podríanecesitarte.Siquieresdar un paseo ve por la zonade la Fortaleza Antonia, altúnel de Allon, ¿lorecuerdas?

—Claro que lo recuerdo.Estádondeestabahoy.

—En efecto. Comprueba

la situación. Asegúrate deque los militares lo vigilencon mano de hierro. A lamínimasospechallámame.

Ferrario sealejóyAvnersubió en ascensor hasta elsextopiso.Abriólapuertadela terraza y se quedócontemplando la noche quecubría las montañas deldesiertodeJudá.

—Desde allí vendrás a

matarme, hijo de perra —masculló entre dientes—.Estaréaquí,esperándote.

Cerrólapuertaventanayentró en la sala. Se sentódelante del ordenador yrevisó todos los bancos dedatos sobre artefactosnucleares, conocidos osupuestos, para tratar deencontrar alguno que seajustaraalosdetallesconlos

cualescontaba.Por el rabillo del ojo vio

parpadear la luz de la líneareservada. El minutero delreloj pasaba apenas de lasdocedelanoche.

—Soyelporterodenoche—dijolavoz.

—¿Qué novedades hay,porterodenoche?

—Han abierto elsarcófago e identificado la

momia.—¿Conseguridad?—Sí. El hombre

sepultadobajo las arenasdeRâ’sUdâshesMoisés,quienguió a Israel en su salida deEgipto.

Avnersequedódepiedra.—Imposible—dijoalfin

—, es absolutamenteimposible.

—Existen pruebas

irrefutables. En el sarcófagohay una inscripción que loidentifica.

—Loqueafirmasesmuygrave, portero de noche.Meestás diciendo que elconductor de Israel era unpaganoquequisomorirentrelos dioses con cabeza depájaro y chacal. Me estásdiciendo que nuestra fe nosirve de nada y que el pacto

de Dios conAbraham no secumplió.

—EstoydiciendoqueesehombreesMoisés,señor.

—¿Qué posibilidades deerrorhay?

—Por lo que sé sonmínimas. Sobre el pecho delamomia han encontrado unescarabeo que llevabagrabadosunombre.

—Entiendo… —dijo

Avner,confundido.Desde el día en que le

comunicaronlamuertedesuhijoencombatecreíaquenohabría noticia capaz deconmoverlo.

—Hayalgomás,señor.—¿Quémáspuedehaber,

porterodenoche?—Mañana, al anochecer,

sacarán de la tumba todo elajuar para venderlo a un

grupo de extremistasortodoxos. La gente deJonathan Friedkin. Puedehaber otro material aún noestudiado que contenga máspruebas de la identificación.Es posible que los hombresde Friedkin decidan actuarporsorpresaparanopagar…

—¿Sabesdóndeseharálaentrega?

—No exactamente. Pero

presumo que vendrán desdeel camino de Mitzpe.Necesitaráncamionesyeselúnico camino transitable.Pero también podrían venirdesde Shakarhut, donde hayun pequeño asentamiento decolonos.

—Entiendo.—¿Quiere saber algo

más?Avnertuvouninstantede

distracciónyluegodijo:—Sí. ¿Sabes si el

comando de la Delta Forcesigue en la zona deRâ’sUdâsh?

—Quedan más o menosmedia docena de infantes demarina,peroellostambiénsemarcharánloantesposible.

—Muybien.Esoestodo.Buenasnoches.

—Buenasnoches,señor.

Avner colgó, cogió elotro teléfono y marcó elnúmero.

—Yehudai —contestóunavozronca.

—Habla Avner. ¿Dóndeestás?

—EnelEstadomayor.—Escúchame, acabo de

enterarmedealgomuygrave.Un grupo de integristas deHamás ha dado un golpe en

elcampamentode laWarrenMining, cerca de MitzpeRamon.Loutilizarándebasepara lanzar una serie deataques terroristas al sur delpaís. En esa zona estáBeersheba.¿Tedascuentadeloquesignifica?

—Me doy cuenta.Podrían tratar de desmontarnuestrarepresalianuclear.

—Destrúyelos esta

misma noche, Yehudai. Nopodemos correr el riesgo deque nos amenacen en esefrente, menos con lo que seavecina. No debe quedarnadie con vida. ¿Me hasentendido?Nadie.

—He entendidoperfectamente, Avner —respondióelgeneralYehudai—.Noquedaránadie.Tedoymipalabra.

Avner colgó; se asomó ala ventana de la terraza paracontemplar la luna llena queseelevabasobrelascumbresdelasmontañasdeJudá.Porelrabillodelojoviosobrelamesa el teléfono de la líneareservada;estabamudo.

—Adiós, portero denoche —murmuró—.Shalom.

W illiam Blakeregresó a su casay se sentó en el

escalón de la entrada ameditarsobreloqueharíalasveinticuatrohorassiguientes.Creía haber tomado ladecisión más sabia al norevelarle a Maddox laidentidad del personajeinhumado en la tumba deRâ’s Udâsh, pues no podía

prever el efecto ni lasconsecuencias que la noticiatendríanenél.

Cuanto más lo pensaba,más conciencia adquiría dequeelsaqueoyladispersiónde ese ajuar funerariorepresentaba una pérdidainsoportable que debíaimpedir a toda costa. Desdehacía tiempo sumentehabíaelaborado, casi

inconscientemente, unaespecie de plan desalvamento que, con lamisma espontaneidad, se lepresentó en ese precisoinstantecomolaúnicasalidaviable.Al recordar laactitudremisa exhibida durante lareunión con Maddox sintiódisgusto y rabia y loinvadieron las ganas dereaccionar como fuese, de

tomarlainiciativa.Perosolonopodía.

Fue a llamar a la puertadeSarah.

—¿Cómo ha ido? —lepreguntó la muchachainvitándoloapasar.

Tenía el cabello mojadopor la ducha y llevabacamiseta; daba la impresiónde estar a punto de irse adormir.

—Intenté convencerloportodoslosmedios,peronohubomanera.

—Me habría sorprendidoque lo consiguieras; suvanidaddeintelectualespurapuestaenescena.Aélsóloleinteresaeldinero.

Yhablandodedinero,¿teha ofrecido algunacompensación?

—Sí, acreditarme una

cantidad sustanciosa en unacuentasuiza.

—Espero que la hayasaceptado.

Blake guardó unincómodosilencio.

—No habrás cometidoalguna locura… —insistióSarah,alarmada.

—No, no.He aceptado…mejor dicho, le he hechocreer que estaba dispuesto a

aceptar.—Loimportanteesquete

haya creído. De lo contrarioereshombremuerto.

Le echó los brazos alcuelloylobesó.

—Mehe acostumbrado ala idea de que existes y mefastidiaríatenerquedarteporperdido.

—A mí también, laverdadseadicha.

—Entonces, nada delocuras. Mañana por lanoche, Maddox lo entregarátodoa esos fanáticosy, si tenecesita, tú le echarás unamano. Cobraremos nuestrodinero, nos largaremos deesteagujeroyharemoscomosi jamás hubiésemos pisadoesta tierra. Yo ya hecumplido conmi parte.Y tútambién. De haber podido

hacer más y mejor, lohabríamos hecho. Pero hallegadolahoradelevantarelvuelo, créeme. De unmomento a otro aquí puedearmarseladeDiosesCristo,túniteloimaginas…Pasadomañana estaremos en vuelohaciaEstadosUnidos y si tehevistonomeacuerdo.

»En cuanto hayaterminado ciertos asuntos te

iréabuscarparapasarunfinde semana en el lago.Alquilaremos una cabañadonde pasaremos unos días.Miraquesécocinar…

—Sarah, estoy pensandoeniraRâ’sUdâsh.

La muchacha se quedómuda.

—Y quiero que meayudes.

—Estás como un

cencerro.¿QuévasahacerenRâ’sUdâsh?

Blakesacódelbolsillosulibretaytrazóundiagrama.

—Escúchame; cuandodesescombramos la galeríanoloquitétodo.Elderrumbese había compactado en laparte de arriba. Lo alisé conlallanaparaqueparecieraelfondo de un nicho, perogolpeando con un pico

podemos abrir la abertura alpasillo lateral y comprobarhasta dónde lleva. Deberíacomunicar con alguna salidaotalvezconotracámara.

—¿Ysiasífuera?—Miplaneselsiguiente:

si encontramos la salidaquieroponerasalvoelmayornúmero de piezas posible yluego cerrar la galería ybloquearlasentradas.

—Creo que no te dascuentade…

—No, Sarah, lo tengotodo pensado. En la tumbahay cinco piezas de ciertotamaño;tressondemaderaydosdecalizapintada.Lasdecaliza pesaránaproximadamente cincuentakilos, pero entre los dos laspodremos transportar singrandes dificultades. Las

estatuas de madera sonligeras. Las demás piezas:pebeteros, reposacabezas,candelabros, vasijas, copas,armas y joyas, en totalcincuenta y seis, son dedimensiones reducidas.Necesitaremos como muchohoraymedia.Otrahoraparacerrar el sarcófago: loharemos bajar aplicandocuñas cada vez más

pequeñas.»Otra media hora más

para colocar las cargas yenterrar todo el complejobajomilesdemetroscúbicosde arena. Inmediatamente alestedelaaberturacreadaporMaddox está esa loma,¿recuerdas? Si hacemosestallar una carga en mitaddelacuesta,bastaráparaqueel derrumbe caiga hacia la

entradaylasepulte.—Ahora lo entiendo —

dijo Sarah—, a ti te importauncuernoelfindesemanaytodo lo demás, lo único quete importa es tu puñeterohonoracadémico.RegresasaEstados Unidos, presentas ladocumentación y despuésvuelves aquí para sacarlotodo a la luz: eldescubrimiento arqueológico

másespectaculardetodoslostiempos. Aplaudirán ypediránmilperdonesalgranWilliam Blake y hasta esposible que le ofrezcan ladirección del InstitutoOriental.

—Estásmuy equivocada,yo…

—¿Nohaspensadoenlasconsecuencias? Tudescubrimiento sembrará la

confusión en dos terceraspartes de la humanidad,minaráunodelospilaresdeljudaísmo, el islam y elcristianismo.

—Han muerto Ra yAmón, Baal y Tanit, Zeus yPoseidón; también puededeclinar el Yahvé de IsraelsinqueDiosdejedeexistir.

—Teayudaréacolocarlacarga explosiva dentro de la

tumba, es lamejor solución.Creéme.

—No, Sarah. Si esatumba llegó intacta hastanuestrosdíasdespuésde tresmilaños,notenemosderechoadestruirla.

—Pero tu plan esimposible, no podemosalejarnosdelcampamentosinquesedencuenta…

—Túlohashecho.

—No tenemosexplosivos…

—No será difícil entraren el depósito. Los obrerostienen las llaves, invéntatealgunaexcusa…

—No tenemos nipuñetera idea de lo que haydetrás de ese muro al finaldel pasillo del derrumbe.Podría haber otro derrumbe,podríamosacabaratrapadosy

morirasfixiados…—Si no me ayudas, lo

haréyosolo.Sarahinclinólacabeza.—¿Quémecontestas?—Te ayudaré. Porque si

no lo hago te matarán. Perocuandotodohayaacabado,tepasaréfactura.

—Pormí,deacuerdo.—Me figuro que te

habrás dado cuenta de que

aquínopodremosvolver.¿Sete ocurre alguna idea paradespués?

—El todoterreno siemprelleva reserva de agua ygasolina. Cogeremosprovisiones y algunasraciones de subsistencia ynos iremos.Yo evitaría usarel camino deMitzpeRamoneiríahaciaelsur,porelvalledel Arabah hasta Yotvata y

Elat. Desde allí ya se verápor dónde seguiremos…Bien,mevoyaldepósito.

—Mejorno.Yameocupoyo. Tú despertaríassospechas.Recoge tus cosas,llena las cantimploras yreúnete conmigo en elaparcamiento dentro dequince minutos. No teolvidesde la crema solar, esmuy probable que nos

quememos.Blake entró en su casa y

empezóaprepararsuscosas.Se sentía dominado por unextraño entusiasmo; aquellareclusión se le había vueltoinsoportable y la idea dealejarsedeesecampamentoyde esa gente le parecía unsueño.Mirómuchasveceselreloj contando losminutos yfumó nerviosamente el

último cigarrillo antes desalir.

La luna todavía no habíasalido por detrás de lascolinas, pero la claridaddifusaqueseapreciabahaciael este indicaba que el astrose disponía a asomar surostro sobre el desierto deParán.

Cuando faltaban pocosminutos para la cita, Blake

apagó el cigarrillo, fue alcuartodebañoy se colóporla ventana después de haberlanzadolamochila.

Se detuvo para mirarhacia el fondo delcampamento y vio unasombra oscura que seacercaba a hurtadillas alaparcamiento:eraSarah.

Agazapado en laoscuridad fue sigilosamente

en la misma dirección hastaqueseleacercóbastante.

—Estoylisto—susurró.—Yo también —dijo

Sarah—. Muévete, partimosenseguida.

Se disponía a dejar lamochila en la caja deltodoterreno; ni tiempo demoverse tuvo cuando se oyóel ruido del generador y deprontoelcampamentoquedó

iluminadocomoenplenodía.—¡Alto ahí, no os

mováis!—ordenóunavoz.—¡Maldita sea, es

Maddox!—profirióSarah—.¡Sube!¡Larguémonos!

—¡Detenedlos! —gritóMaddox a un grupo dehombres que se acercaban aél.

Blakesubiódeunsaltoaltodoterreno mientras Sarah

arrancaba y salía a todavelocidad. Los hombres deMaddox echaron a correrhacia el aparcamiento yempezaron a disparar y agritar:

—¡Alto!—¿Qué hacen? —

preguntó Sarah sin atreverseaapartarlavistadelcamino.

Blake miró hacia atrás ylo que vio lo dejó sin

respiración.—¡Dios santo! —

exclamó aferrando a Sarahdel brazo—. ¡Mira, mirahaciaahí!

Sarah echó un vistazohacia donde le indicaba:infinidaddehacesluminososhendían la oscuridad delcielo, se oyó el golpetearentrecortado de hélices y elfragor demotores amáxima

velocidad.—¡Son helicópteros de

asalto! —gritó—.¡Larguémonosdeaquí!

Pisóelaceleradorafondomientras los hombres deMaddox abordaban los jeepsymaniobrabanpara salir delaparcamiento.

No les dio tiempo; a susespaldas, ráfagasenceguecedoraspenetraronla

oscuridad; el estruendoensordecedorde loscañones,que alcanzaban con letalpuntería casetas, vehículos ydepósitos, se apoderó dellugar.Elruidosomartilleodelos cañones fue acompañadopor el tableteo de las armasautomáticas que barrían elsueloenelconodeluzdelosproyectores frontales,levantando nubes de arena y

lanzandoalcielonegromilesde piedras incandescentescomometeoros.

Losjeepssaltaronporlosairescomojuguetesdelatón;cuando las descargasalcanzaron el depósito deexplosivos, la explosión quesiguió sacudió las montañasyuna inmensaboladefuegoiluminólazonavariasmillasalaredonda.

—¿Qué ocurre? ¿Quédiablos ocurre? —gritabaSarahsinapartar lavistadelcamino.

—Loshelicópterosatacanel campamento y lo estánarrasando —gritó Blake—.Es un infierno. Disparan sinpiedad a todo lo que semueve.

Sarah apagó los faros yavanzó sólo con las luces de

posición para que no losdescubriesen.

—¡Van a bajar! —aullóBlake, que vigilaba laretaguardia—. Elcampamento ha quedadodetrásdelascolinas,peroloshelicópteros vuelan encírculosmásgrandesyestánbajando.

Los helicópteros seocultarondetrásdelperfilde

las colinas pero el fulgor delos reflectores y las estelasde las balas trazadorasiluminaron el cielo con laclaridad de un amanecerfantasmagórico.

Elgolpeteodelashélicesde los rotores y el ruido delosmotoresfuecuantoseoyódurante un rato, después sereinició el tableteo de armasautomáticas.

—Han aterrizado.Probablemente estánpeinando el terreno palmo apalmo. ¡Acelera! Debemosalejamos lo más de prisaposible.

—Ya estamos a cincokilómetros—dijoSarah—,elpeligrodeberíahaberpasado.

La luna se elevaba en elcielobañandoconsu intensaclaridad la superficie

blanquecina del desierto.Sarah mantuvo el ritmodurante un buen trecho ypudoaumentarloalentrarenlazonallanadelahammâda.

El todoterreno avanzabacomounbólidodejandoatrásnubes de polvo lechosoatravesadas por los rayos delaluna.

Al llegar a la zona deRâ’s Udâsh, Sarah apagó el

motor,seapeóysedejócaeren el suelo completamenteexhausta.

Blakeseleacercó.—Nuncaheconducidoun

trastocomoéste,perohabríapodido relevarte si mehubiesesexplicadocómo…

—Olvídalo—le contestó—.Nossalvamosdemilagro.Unminutomásy…

—¿Peroquiénesserían?

—No lo sé. No he vistonada porque tenía que mirarpor dónde iba. ¿No hasreconocido ningún símboloen los laterales de loshelicópteros?

—Con ese infierno detiros, explosiones, balastrazadoras…nosedistinguíanada; además, nos alejamosmuydeprisa.

—Maddox debe de

haberle tocado las narices aalguienyesealguienselohatomadomuymal—aventuróSarah—. Dios mío, nossalvamosporlospelos.

—En dirección a Mitzpetodavíaseveelresplandordelosincendios,mira.

Sarah se incorporó, oteóel horizonte hacia el norte,donde se veía el confusopalpitardelucestraslalínea

baja y ondulada de lascolinas.

—Ya—dijo—. ¿Y ahoraquépiensashacer?Mepareceque tu plan no tiene ahorademasiadosentido.

—Es verdad—respondióBlake—, pero de todosmodos quiero bajar alhipogeo para examinar elpasillo lateral y cerrar elsarcófago. Después colocaré

lascargas.Sacó la pala del

todoterreno y quitó la arenadelasuperficiedelaplanchadeacero.Cogiólacuerdadelcabrestanteylaatóalaanilladeenganche.

—Será mejor que nosvayamosenseguida—sugirióSarah—. Alguien podríahaber descubierto quehuimos. No creo que aquí

estemosmuyseguros.—Ayúdame, venga —le

pidió Blake como si no lahubieseoído.

—Porelmotorenmarchaytiradelaplancha.Conquela subas medio metropodremos entrar. Bajaremosconunasoga.

Sarah obedeció, hizomarcha atrás y aceleró; lasruedas del todoterreno se

hundieron en lahammâda yel vehículo derrapó haciaambos lados hasta encontrarel punto de apoyo necesarioparahacerfuerza.Laplanchase deslizó despacio haciaatrás dejando al descubiertoparte de la entrada.Blake seatóunextremodelasogaalacinturayelotroalaanilladeenganche de la plancha y sedejócaeralinterior.

Encendió la lámpara deneón y miró a su alrededor:todoestabaenorden; la tapadelsarcófagoseguíaapoyadasobre el rudimentariomecanismo de elevacióninventado por él. Quitó elplástico que envolvía elsarcófagoysubióalescabel;se quedó inmóvil yensimismado contemplandola máscara que cubría el

rostrodelamomia.El realismo

impresionante del retratoreproducía las facciones deuna cara austera ymayestática, la expresiónsevera y poderosa de unhombreacostumbradoaguiarmultitudessóloconlafuerzadelamirada.

AlnotarlamanodeSarahapoyada en su brazo se

sobresaltó, como si acabarandedespertarloderepente.

Bajó en silencio y uniócon una estaca las palancasde los cuatro gatos, demanera tal que la mismapersona pudiese accionarlosalmismotiempo.Conayudade Sarah los subió hastaliberar las cuñas del peso delatapa,colocóotrascuñasdemenor espesor y bajó los

gatos haciendo descenderpoco a poco la tapa hastacerrar el sarcófago porcompleto.

—Hemos tardado sesentay cinco minutos —dijo alacabar,mientrassesecabalafrente y miraba el reloj—.Másdeloprevisto.

—Siempre se tarda másde lo previsto —observóSarah—.Y ahora, por favor,

vámonos mientras sea denoche.

Blake se colocó endirección del pasillo lateraldel cual había eliminado elderrumbe y empuñando lapiquetadijo:

—Déjamecomprobarquéhayallá.

—Vámonos —insistióSarah—. Este lugar no megusta.Además,noterminaste

decontarme lahistoriade lamaldición…

—Nohubomuchotiempoparaexplicaciones.

—Ya.Detodosmodoseshora de marchamos.Cerremos este agujero,hagamosestallarlascargasylarguémonosparaYotvata.Siel trasto ese de ahí fueraaguanta, llegaremos a Elatantes de que cambie el

tiempo. El todoterreno hacecomo máximo setenta porhora, o sea una media deentre cuarenta y cincuenta.¿Lohabíastenidoencuenta?Diablos, siempre podrásvolver cuando todo se hayacalmado y excavar hasta elcentro de la tierra si teapetece.Peroahorasalgamosdeaquí.

—Tardaré media hora,

nada más —dijo Blake—.Damemedia hora y despuésnos marcharemos. No sé sipodré volver aquí; quierocomprobar qué hay ahídetrás. Alúmbrame, porfavor.

Sarah enfocó el pasillodelderrumbeconsulámparade neón y Blake empezó aexcavar el fondo compactocomo si demoliera unmuro.

Al cabo de poco notó que lapiquetaencontrabaelvacío.

—Lo sabía —dijo conentusiasmo creciente—, delotroladohayunacavidad.

Sin dejar de jadearensanchó la abertura y lepidióaSarahquelepasaselalinterna para iluminar elhueco detrás de la masa deescombros.

—¿Qué hay? —preguntó

Sarah.—El resto del derrumbe;

tapona parcialmente unagaleríaquesubeenrampa.

—Nos quedan quinceminutos—dijo Sarah—.Melohasprometido.

Blake siguió excavandocon la piqueta y echandoatrás los escombros hastaabrir otro hueco lo bastanteamplio para permitir el paso

deunapersona.—Vamos —ordenó y

empezó a avanzar hacia elotrolado.

Sarah losiguió, insegura,iluminandoelestrechopasajecon la lámpara de neón.Recorrieronaproximadamente diezmetros cuando se detuvo deprontoyaguzóeloído.

—¿Qué ocurre? —

preguntóBlake.—Los helicópteros…

maldita sea, esperaron queclareara para seguir lashuellasdeltodoterreno.

—No tiene por qué serasí, Sarah. No es la primeravez que vemos helicópterossobrevolandoestazona…

Peroelruidosehizocadavezmáscercanoeintenso.Alcabo de nada se oyó el

tableteo de lasametralladoras.

—¡Salgamos de aquí, deprisa!—exclamóSarah.

Se disponía a volversobre sus pasos pero en esepreciso momento unaexplosión sacudió la tierrabajo sus pies; un relámpagoiluminó el hipogeo y elpasillo. Inmediatamentedespués ambos fueron

sacudidosporungolpesordoy quedaron sumidos en laoscuridad.

—Le han dado altodoterreno y las cargas deexplosivo. ¡Nos hanenterradovivos!

—Todavía no —dijoBlake—. Date prisa, vamosporaquí.¡Alumbra,alumbra!

Seoyóotraexplosión.—Los bidones de

gasolina… —dijo Sarahencaramándosealarampa.

En ese momento, a susespaldas se oyó un ruidosiniestro, una especie dechirrido seguido del fragorimpresionante de underrumbe.

—¡Dios mío, lasvibracioneshanprovocadoeldesmoronamiento del túnel!—gritó Sarah—. ¡Salgamos

deaquíahoramismo!Eltúnelseestrechabayel

recorrido era ligeramenteascendente; Sara y Blakeavanzaron impulsados por ladesesperación,empapadosdesudor, con el corazóngalopando enloquecido yaterrados por obra de laclaustrofobia y la sensacióndeaplastanteopresión.

Avanzaban a la carrera,

perseguidos de cerca por elcontinuoderrumbedepiedrasy arena, envueltos en densasnubesdepolvosofocantequela lámpara apenas conseguíapenetrar. Blake se detuvo,petrificado, con la vistaclavada en el flancoizquierdo del túnel donde seabríaunaespeciedenicho.

—¡Vamos!—aullóSarah—. ¿A qué esperas? ¡De

prisa!¡Deprisa!Pero Blake estaba

paralizadoporloqueacababadeverocreíaverantesi:unbrillo confuso de alasdoradasdentrode lanubedepolvoblanco,bajo labóvedade piedra, y los fulgoresveladosdeuntesoro.

Sarah lo aferró del brazoytiródeélapartándolojustoantes de que la bóveda del

túnelsedesplomarasobresucabezaysiguió tirandodeélhasta que creyó que elcorazón le estallaría. Sinfuerzasya,losdossedejaroncaerenelfondodelagalería.

Se hizo el silenciointerrumpido de vez encuandoporalgunapiedrecilladesprendida de las paredes.Al disiparse la polvaredavieron que soplaba algo de

aire y la arrastraba despaciohacialoalto.

—Allá arriba hay unaabertura —señaló Sarah convoz entrecortada—. Tal vezconsigamosllegar.

Blake se levantó elprimero;lesangrabalafrentepor los rasguñosygolpesdelas piedras caídas de labóveda; tenía las manos encarne viva y el rostro

cubierto de un emplasto desudor y polvo blancuzco.Blandíaenlamanolapiquetay parecía fuera de sí, comoloco.

—Debovolverabajar—dijo retrocediendo—. Nosabesloquehevisto…

Sarahloaferróporambosbrazosy lopusode espaldasalapared.

—¡Por el amor de Dios,

Will!Loimportanteahoraesponernos a salvo. Si nosalimos de aquí moriremos.Vámonos, por lo que másquieras,salgamos…

Blake salió entonces desu extraña catatonia yreemprendió el ascensovolviéndose de vez encuando, hasta que vieron laclaridad.

Fínisimosrayosdeluzse

colaban por una grieta alfondo del túnel queterminabaenesepunto.

Blake se acercó, levantóla piqueta para ensanchar lagrieta, vio caer el polvo yoyó voces amortiguadas. Lehizo señas a Sarah para queno se moviese ni hicieseruido y apoyó la oreja en lagrieta: oyó pasos que sealejaban y, más lejano, el

golpeteodelashélicesdeunhelicóptero girando almínimo.

—Han aterrizado —bisbiseó—.Patrullanlazona,probablemente nos esténbuscando.

—¿Logras escuchar enqué idioma hablan? —preguntóSarah.

—No. Están lejos y elruidodelhelicópteronodeja

oír bien las voces. Sugieroque tratemos de salir y locomprobemos.

Agrandó la grieta con lapiquetahastapasarlacabezayloshombrosyentróenunapequeñacuevadonde flotabaun insoportable olor a orina.En el suelo se veían huellasrecientesdebotasmilitares.

CuandoBlaketerminódeexaminar el lugar ayudó a

saliraSarah.—¡Caray! —exclamó la

muchacha—. ¿A qué hueleaquí?

—A pis de íbex. Usanestas cuevas como refugionocturnoylaarenadelsueloestá cubierta de susexcrementos. He vistomuchas como ésta en todoOriente Medio. Anda,comprobemosquépasa.

Noterminódepronunciarestas palabras cuando oyó elmotor del helicópteroaumentar de revoluciones ynotóel silbidode lashélicesenelaire.

Se arrastraron por elsuelo de la cueva hastaasomarse a la entrada y seencontraronenlaladeradelacolina deRâ’s Udâsh quedominaba el campamento

donde habían trabajado todoese tiempo;densascolumnasde humo negro ascendíanhaciael cielo.Elhelicópterosehabíaalejado.

—¡Qué desastre! —exclamóBlake.

El todoterrenohabía sidoalcanzado de lleno y lo quequedaba de él estabaesparcido por todas partes.Laexplosiónhabíadejadoun

cráterylosescombroscaídosformaban un túmulo a laentradadelhipogeo.

Doscargasdeexplosivoycuatrobidonesdegasolinasehabíansalvado.

—Menudo golpe —dijoSarahmientraselhelicópterono era más que un pequeñopunto en el cielo gris—.¿Pudiste ver si tenía algúndistintivo?

Blake moviónegativamentelacabeza.

—Nohevistonada.¿Hasexaminado laspisadasde lasbotas?

Sarah echó un vistazo alas huellas que cubrían laentradadelacueva.

—Botas impermeablestipo OTAN. Son las máscomunes y forman parte delmaterial de decenas de

ejércitos. Por lo que yo sé,podrían ser egipcios,norteamericanos, saudíes,israelíes.De todosmodos,elhelicóptero era defabricación occidental, locualnoaclaramucho.

—Sólo nos quedan lasprovisiones que llevamosencima —anunció abriendolamochila—.¿Quéllevastú?

Blakeabrió sumochilay

contestó:—Una cantimplora de

agua, varias barritas decereales,doslatitasdecarne,galletas,unalatadedátilesyotradehigossecos.

—¿Nadamás?—Cerillas, cordel, aguja

e hilo, navaja suiza, pastillade jabón, crema solar. Laschucherías de siempre…además, mapa topográfico y

brújula.Bajó hacia la llanura

desierta.Empezabaaclarear;el viento frío del norteaplastó contra el suelo lacolumna de humotransformándola en negraserpiente que se alejó arastrasentrelaspiedrasdelahammâda.

SarahvioaBlakedarselavuelta,mirarasuizquierdae

inclinarsepararecogeralgo.—¿Qué has encontrado?

—le preguntó poniéndose asulado.

William Blake le enseñóla Biblia que acababa derescatar; sus páginas estabanchamuscadas por laexplosión.

—No se ha salvado nadamás —dijo—. No se hasalvadonadamás…

—Si hubiesen sidooccidentales la habríanrecogido, ¿no crees? A lomejor eran árabes… En fin,es inútildevanarse lossesos.Me temo que noconseguiremos averiguarnada.

Sesentaronenel sueloybebieron con parsimonia desuscantimploras.Blake sacóel paquete de cigarrillos del

bolsillo y encendió uno sinapartarlavistadelanubedehumo que seguíaarrastrándose sobre ladesierta planicie. Parecíadistante,ausente.

—El camino de Yotvatasigue siendo la mejorsolución —dijo Sarah—. Siracionamos el agua y lasprovisiones, llegaremos. Soncientotreintakilómetros.

—Ya —dijo Blake—,siempreycuandoestanochenonossorprendalatormenta.

—No está escrito quevaya a afectar también estazona.

—Es verdad, no estáescrito.Peroesposible.

—Will.—¿Sí?—¿Por qué te detuviste

enel túnel?Casinosalesde

ahí.—Vi…—¿Quéviste?—Alasdeángeles…eran

deoro.—Estás cansado —dijo

Sarahmoviendolacabeza—,vesvisiones…

—Alomejorcreíver…—¡Ver qué, por el amor

deDios!—Los ángeles de oro

arrodilladossobre…sobreelArca. Había otros objetos,vasos,incensarios…

Sarah lo miró a los ojosconincredulidad.

—William Blake, ¿estássegurodenohaberperdidolachaveta?

—Sí—contestóBlake—.Ahora por fin lo tengo todoclaro. Sé por quéencontramos esa sandalia en

la tumba y tal vez tambiénsepaaquiénpertenecía.

Hojeó la Biblia medioquemada ante los ojos de lamuchachaylepreguntó:

—¿Lo ves? Lo hedescubierto aquí… en unpasaje del Libro de losMacabeos.

Sarah lo contempló conestuporysecerrólacazadorade algodón aunque no la

abrigara demasiado delviento punzante que soplabadesde el norte con fuerzacreciente.

—Esa sandalia seremonta más o menos a laépoca en que los babilonios,guiados por el reyNabucodonosor, asediaronJerusalén. Alguien debió dedarse cuenta de que lospaganos no tardarían en

irrumpir en la ciudad paraprofanar el Templo, saqueareltesoroyllevarseelArca.Através de algún pasadizosecreto conocido únicamentepor dicha persona, sustrajolos tesoros y se los llevólejos.Sumetaeraunlugarenel desierto de Parán, dondehabían levantado el primersantuariobajolatienda,alospies del monte Sinaí. Allí

escondería el Arca, dondehabíaestadoporprimeravez.Quizá encontrara la pequeñacueva por casualidad ypensara que podría ser unbuen escondite, o tal vezsabía que cerca del antiguoSantuariode laTiendahabíauna cueva y hacia ella fuedeliberadamente.

»Bajó al túnel, depositósutesoroenunnichoabierto

enlapared…—¿Ydespués?—inquirió

Sarah con gran interés,aturdida casi por el vértigoque ledabaaquelpasado tanlejano.

Blakesiguiódiciendo:—El hombre había

cumplido con su deber y sedisponíaa regresarsobresuspasos, pero el túnel que sehundía en las entrañas de la

tierra y parecía estaresperando su visita desdehacía muchos años le llamópoderosamente la atención yavivósucuriosidad,demodoque en lugar de volver a lasuperficieempezóabajar.

»Seguramente alumbrabasu camino con la llamatemblorosa de un candil ycuando, sin saberlo, seencontró frente a la entrada

de la tumba puso enmarchael rudimentario mecanismoquelaprotegíaprovocandoelderrumbehaciaelinteriordelhipogeo de la masa enormedeescombros.Eneseprecisomomento, arrastrado alinterior de la tumba por laavalancha de piedras, perdióla sandalia, único objeto enaquel pequeño universofúnebredeotraépoca.

»Probablemente éltambiéncayóconlaspiedras;pero el derrumbe se detuvoprontoporquelasfiltracionesdeagua,alempaparlacaliza,acabaron provocando lacimentacióndelamezcla.Laentrada no quedó obstruidadel todoy tal vez al hombrele dio tiempo de ver elinteriordelatumbayleerlasprimeras líneas de la

inscripción si, como esprobable, conocía losjeroglíficosegipcios.

»Si intuyó la verdad,debió quedar conmocionado.Presa de la desesperación,ganó otra vez la salida ydesapareciósindejarrastros.

—¿Quién era esehombre? Has dicho quesabías a quién pertenecía lasandalia—dijoSarah.

Blake hojeó las últimaspáginas del grueso volumen,medio quemadas por lasllamas.

—Este libro contiene unapéndice valiosísimo: losapócrifos del AntiguoTestamento. Son textos queleímuchasvecesenelcursode mis investigaciones, perola otra noche releí un pasajequemeiluminó.

—¿Quépasaje?—insistióSarah, quien no lograbaentenderdeltodocómoselasarreglaba Blake paraencontrar pistas dejadashacía treinta siglos, como eldetective que llega a laescena del delito a las pocashorasdeocurridoéste.

—EsuntextoapócrifodeBaruc. Dice que durante elsitiodeJerusalénsumaestro

desapareció de la ciudad yestuvo ausente dos semanas.Su maestro era el mismohombre del que habla elLibro de los Macabeos, elprofeta Jeremías. Dossemanas son exactamente eltiempo necesario para llegaraquídesdeJerusalénalomosde mula y regresar. Sí, elhombre de la sandalia eraJeremías,elprofetaquelloró

la desolación de Jerusalén,abandonada por su pueblo ysus reyes, sometidos a laesclavitud.

Sarah no dijo palabra; sequedó mirando fijamente elvacío mientras el vientolanzaba su aliento sobre suscabellos empolvados y en elinteriordesualmadesierta.

—Vámonos,Blake—dijode pronto—. Tenemos que

emprender la marcha. Elcamino es largo y difícil. Sila tormenta de arena nossorprende aquí estaremosrealmenteperdidos.

—Espera—dijoBlake—.Yo te lo he contado todosobremí, pero todavía no séquiéneres.

—En realidad soytécnica, ya lo has visto contus propios ojos. Hice mi

trabajo para la WarrenMining. Peromemandó unaorganización privada quetrabaja por encargo del FBI.Hacía tiempo que teníanfichado a Maddox y laOficina sospechaba de estacampaña justo en esta épocayenestelugar.Estodo.Perono trabajo como empleada;tengo mis puntos de vista ymiformadeactuarycuando

me encuentro en estassituaciones me muevo comomejormeparece.

—Yamehedadocuenta.—Al principio tampoco

confiaba en ti porque en mitrabajo sé que no puedofiarmedenadie.Después,enlamedidadeloposible,tratéde mantenerme al margen,porque estaba segura de quede una manera u otra

acabaríasprovocándolosy teeliminarían. Y ahora hazmeelfavor,vámonos.

Avanzaronporelpáramollano y yermo, donde seveían aquí y allá arbustosespinosos agostados por lasequía. Entretanto el sol sehabía elevado sobre elhorizonte, empezaba acalentar la atmósfera y lainmensa planicie comenzó a

titilar por obra de infinidaddeastillasdesílexnegroquelacubrían.

Se detuvieron con el solalto en el cielo y comieronalgo, pero no había ni unasola sombra bajo la cualresguardarse de aquellosrayosdespiadados.

Blake intentó situarse enelmapatopográficomientrasSarah mordisqueaba una

barritadecereales.—¡Pensar que en la

oficina de Pollack había unLORAN portátil que noshabría permitido saberexactamente dónde estamos,con un margen máximo deerrordediezmetros!

—Debemos arreglamoscon lo que tenemos —dijoBlake—. Así, a ojo,habremos recorrido quince

kilómetros. Si seguimos aeste ritmo, al anochecerdeberíamos llegar al caminode Beer Menuha, más omenosaquí—dijoseñalandocon el dedo en el mapatopográfico.

Miróhaciaeleste,dondesehabía instaladounanieblablanquecina.

—Todavía no me hascontadoquédecíaelrestode

lainscripción—dijoSarah.—Es cierto —repuso

Blake.Doblóelmapa,guardóla

brújulayechóaandarbajoelsolagostador.

La noche del cinco defebrero, Selim Kaddoumiaterrizó en el aeropuerto deLuxor; de allí fue en taxi

hasta los suburbios de laciudad, pagó al chófer ysiguióapie.

Necesitó alrededor deveinte minutos para llegar asu vieja casa donde sóloquedaba su madre, quien alprincipio no quiso abrirleporque no podía creer quefueraélyquesepresentaraaesas horas de la noche sinsiquieraavisarle.

—Madre —le dijo—, leexplicaré todo más tarde.Ahoradeboatenderunasuntoimportante.

Se despojó de sus ropasoccidentales, se puso lajalabiyyaysalióatodaprisaporlapuertatrasera.Anduvocasimediahorahastallegarauna zona solitaria, en laslindes del desierto. No lejosde un pozo se veían los

penachos de las palmeras ypocodespuésvio llegar aunmuchachoparallenardeaguasucántaro.

Seleacercóyledijo:—Salam aleykum, ¿no es

demasiado tarde para venirpor agua al pozo? Con estaoscuridad, corres peligro decaertedentro.

—Aleykum salam,el-sidî—respondióelmuchachosin

inmutarse—.Vengoporaguacuandotengosed.

Selim se descubrió lacabezayseacercó.

—Soy Kaddoumi.¿DóndeestáAlí?

—Alejémonosdeaquí—sugirió el muchacho—.Sígueme.

Enfilaron un senderoiluminado por la luna llena;pronto llegaron ala cima de

una loma baja.Al fondo, enelcentrodelvalle,seveíaelpueblo de Al-Qurna. Sedetuvieron ante una casuchaen mitad de la ladera. Elmuchachoempujólapuertaehizopasarasuacompañante.

—Aquínoveoanadie—observóSelim.

—Imagino queAlí te hadicho que lo vigilan. Andaporaquílamismagentedela

otra vez, ¿entiendes? Espreciso extremar lasprecauciones. ¿Traes eldinero?

Eljovenasintió.—Entonces espera aquí.

El vendrá en el curso de lanoche.Sialsalirelsolnolohasvistoaún,vuelvemañanaporlanochesinquenadietevea y espera hasta quellegue…Inshallah.

—Inshallah —repitióSelim.

El muchacho cerró lapuertayelruidodesuspasosse alejó por el sendero queconducíaaAl-Qurna.

Selim apagó el candil yesperó fumando en silencio,envuelto en la oscuridad.Cuando sus ojos seacostumbraron a lapenumbra,elcuartovacío,de

paredes de barro, se leapareció luminoso bajo losrayos azulados de la lunallena. Estaba cansadodespués del largo viaje y aesashoraselsueñolovencíaperopugnabapormantenersedespierto. Acompañaba laespera fumandouncigarrillotrasotroypaseándosepor laexiguahabitación.Devezencuando miraba por las

rendijas de los postigos paracomprobar si se aproximabaalguienporelvalle.

Vencido por la fatiga,reclinó la cabeza contra elrespaldo de la silla y sequedó dormido. Durmiómientras el cansancio pudomásquela incomodidadyelentumecimiento provocadopor la dureza de la silla.Cuandoabriólosojosymiró

a su alrededor se encontróenvuelto en una extrañaoscuridad;unaluzsiniestrayrojiza invadía el cuarto. Seacercó a la ventana paramirar fuera y ante sí vio eldisco lunar suspendido sobrelas casuchas de Al-Qurna,surcadodesombrasrojasquelocubríancasiporcompleto.

Jamás había visto uneclipse parecido: la sombra

no ocultaba el disco lunar,sino que lo velaba con subruma sangrienta, y la fazdesfigurada del astroproyectaba sobre el valle unsilencio profundo ycompleto, como si losanimales de la nochecontemplaran azoradosaquella inquietantetransfiguración.

Selim se sintió

mortalmentecansadoypensóenmarcharse;cuandorecogíadel suelo elmaletín se abrióla puerta y una negra siluetaocupó por completo el vano.Seestremeció.

—¿Eres tú, Alí? —preguntó.

La silueta se balanceóbrevemente y cayó haciaadelante. Selim la aferróantes de que se desplomara,

la tendió en el suelo condelicadeza y le colocó lachaquetadebajodelacabeza.

—¿Erestú…Alí?Encendió el mechero y

bajosudébilllamareconocióalamigomortalmentepálido.Alretirarlamanoconlacualle sostenía la espaldacomprobó que estabaempapadadesangre.

—¡Oh, Alá, clemente y

misericordioso! Amigo…amigo mío… ¿qué te hanhecho?

—Selim… —dijo eljoven con un hilo de voz—,Selim…elpapiro…

Teníalafrenteperladadefríosudor.

—¿Dónde está? ¿Dóndeestá?

—Winter Palace… elhombre calvo de bigote

pelirrojo… lleva una bolsaconhebillas…deplata.

Contempló la luna rojacon ojos aterrados, lanzó unprolongado suspiro y sucuerposeaflojó.

Selimmiróasualrededorconaireextraviado,aguzóeloído y le llegó el gemirlejanodesirenas.Notardaríaen encontrarse como eldoctor Blake, pero en una

situación mucho máspeligrosa. Debía marcharsede inmediato. Le cerró losojos a su amigoy se internóen lanochecorriendocuantolepermitíanlaspiernashaciael fondo de un wadi quepartía en dos el valle a suderecha,aalgomásdemediokilómetro.

Apenas le dio tiempo alanzarsedetrásdeunpeñasco

cuando vio dos vehículos dela policía subir la colina agran velocidad y detenersedelante de la casucha dondeyacía su amigo muerto. Deno haber reaccionado con laprestezanecesaria lohabríandescubierto con las manosensangrentadas, junto alcadáver.

Esperó quedesaparecieran y después de

asegurarse de que no habíanadie en las inmediacionesechó a andar despacio haciael sendero por donde habíallegado.

Cuandoestuvoenelpatiode su casa sacó un cubo deagua del pozo ymetió en éllasmanos.Elaguasetiñóderojo.

F abrizio Ferrario entróen el despacho deAvner con unamaleta

negrayrígidayladejóenelsuelo, delante del escritoriodesujefe.

—Asíconsiguenmoverseen la tormenta de arena —dijo haciendo chasquear losmecanismos de cierre de lamaleta.

Avner se levantóy rodeó

sumesa.—¿Quétraes?—preguntó

después de echar un vistazoalartefactodel interiorde lamaleta.

—Un radiofaro. Hancolocado muchos a lo largodelospuntosdeinvasión.Semueven en la oscuridadmásimpenetrable guiados por laseñal emitida por estosaparatos.

—Y nosotros podemosusar nuestros helicópteros yla aviación únicamente alveinte por ciento de supotencial. Las condicionesclimáticas al este del Jordánson imposibles. ¿Cómo hasconseguido hacerte con esetrasto?

—Los colocaron entiendasbeduinasunpocoportodas partes. Gracias a un

chivatazo conseguíinterceptar uno. ¿Cómo sonlas previsionesmeteorológicas?

—Pésimas. Se prevé queen las próximas veinticuatrohoraslasituaciónempeorará.Cuando haya mejorado lostendremos en la puerta decasa.

Ferrariovolvióacerrarlamaleta.

—Debo asistir a lareuniónconelEstadomayory los expertosnorteamericanos. Tienes queacompañarme.Pordesgracia,ya sé que sólo nos daránmalasnoticias,peroalmenossabremos de qué vamos amorir.Traelamaleta.

Ferrario levantó el bultovoluminoso,loarrastróhastael ascensor, esperó que

entrase Avner y pulsó elbotóndebajada.ElcochedelEstadomayorlosesperabaenlacalleylosdoshombressesentaron en el asientoposterior.

—Parece que losremitentes del vídeo handadoseñalesdevida.Poresemotivo,enlareunióndehoytambiénestaránpresenteslosnorteamericanos. Debería

darles de patadas en el culo.Nos impidieron ser losprimeros en atacar y ahoradirán que no pueden hacernada—comentóAvner—.Deesopuedesestarseguro.

—Tienen tres bombasatómicas en su territorio, nopodemos reprocharles nada—lerecordóFerrario.

El coche se detuvodelantedelnúmerocuatrode

la calle deAshdod. Ferrariosolicitó a los hombres de laguardia que se ocuparan desubir la pesada maleta alcuarto piso, donde tendríalugarlareunión.

Asistieron los mismoshombres que habían estadoenlaprimerareunión.Avner,el general Yehudai, jefe delEstado mayor, y elcomandante del ejército se

dispusieronaentraralavez.Al otro lado de la mesa

estaban sentados treshombres vestidos de civil,recién llegados de laembajadadeEstadosUnidos.Avner le indicó a Ferrarioque esperase fuera con lamaleta, entró y saludó a lospresentes. Se leía en suscarasquelasnoticiasnoeranbuenas.

El general Hooker delPentágono tomó la palabrasin poder disimular suincomodidad.

—Lamentamosreconocerquenoshemosequivocado…—dijo.

—El general Yehudaitenía razón. La presencia delos artefactos nucleares ennuestro territorio, tal comovimos en el vídeo entregado

al Tribune está directamenterelacionada con cuantoocurre en esta zona delmundo. El Departamento deEstadorecibióunallamadayuna voz grabada dejó estemensaje.

Pulsó el botón de lagrabadorayelcaseteempezóa dar vueltas. Una voz rara,de timbre metálico, sinningúnacentodecíaasí:

Cuandoescuchenestemensaje, las fuerzasislámicas estaránatacando a laorganización sionistapara expulsarla deuna vez por todas delos territoriosusurpados con ayudade los imperialistasnorteamericanos yeuropeos. Esta vez el

choque será enigualdad decondiciones,nohabráninguna intervenciónexterna. Siintervinieran elgobierno de EstadosUnidos o el decualquiera de susaliados, seconectarán las armasnucleares que les

fueron exhibidas yque se encuentrandentro de lasfronteras de EstadosUnidosdeAmérica.

Se oyó un leve zumbidoseguidodelsilencio.Losallíreunidos se miraron. Avnerno abrió la boca pues pensóquecuantoteníaquedeciryalo sabían todos, pero su

expresión fue más elocuentequemilpalabras.

—Por desgracia, laamenaza es absolutamentecreíble. Nuestros expertoshancomprobadoqueelvídeoes auténtico y original y,como ustedes ya saben, laosadía de los terroristas estan grande que nospermitieron encontrar loslugares donde se grabó el

vídeoylashuellasfísicasdela operación en élrepresentada, para que notuviésemosdudaalguna.

—Imagino que por ahoralanoticiasehamantenidoensecreto—dijoelministrodelInterior.

—Asíes—dijoelgeneralHooker—, pero siconsiguiéramos descubrirdónde están las bombas

podríamos tomar medidaspara neutralizarlas y, almismo tiempo, poner enmarchaelplandeevacuaciónde lapoblación.Hayavionesdotados de aparatos muysofisticados que sobrevuelanel territorio de EstadosUnidos tratando de localizarposiblesfuentesderadiación,pero se trata de unaoperación de éxito

improbable.»Es muy posible que el

enemigo haya blindado losartefactos para evitar quenuestros instrumentos losdetectasen. Hasta ahoratampoco han dado resultadolosintentosdeinterceptarsuscomunicaciones.

»Por desgracia, todo elpaís es rehén de estosdelincuentes,demomentono

existe posibilidad alguna deayudar a nadie porque nisiquieranospodemosayudaranosotrosmismos.Deahoraen adelante no podemosarriesgarnos siquiera aefectuar consultas como éstapues,sillegaranatrascender,podrían ser consideradascomo una ayuda ydesencadenarlasrepresalias.

Bajó la cabeza y guardó

silencio.—Gracias, general

Hooker —dijo el presidenteSchochot—. SomosconscientesdelasituacióndeEstados Unidos y de todasmanerasledamoslasgraciaspor soportar esta amenazaespantosa a causa de laamistad que nos handemostradosiempre.

Se volvió al jefe del

Estadomayorylepidió:—General Yehudai,

¿quiere usted hacer el favordeexponemoslasituación?

—Tres cuerpos deejército, dos iraquíes y unosirio avanzan escudados porla tormenta, sin que laspésimas condicionesmeteorológicas los afecten.El señorAvner les explicarámás tarde cómo lo han

conseguido.Uncuartocuerpode ejército, de nacionalidadiraní cruza Kuwait endirección a los pozospetrolíferosdeArabiaSaudí.Parece claro que quierentomarsucontrol.

»Nuestros informantesconsideran que en Egipto esinminenteungolpedeestadode corte fundamentalista,apoyado por Libia y Sudán,

por tanto debemos cubrimoslas espaldas también por eseflanco. Nuestra hipótesis esqueelactualgobiernopodríaverseobligadoadenunciareltratadodepazconnosotrosysumarse a la guerra con losdemáspaísesbeligerantes.

»Se han producidodisturbios y manifestacionesde los ultranacionalistas. Esposiblequedeunmomentoa

otroataquenporelfrentedelSinaí.Lamayoríadenuestroscampamentos de la fuerzaaérea nos informan que laspésimas condicionesmeteorológicas dificultan eldespegue de nuestroscazabombarderos, pero almenos tenemos el consuelode que sus aviones tambiénse ven afectados por el maltiempo. El problema surgirá

cuandodebamosenfrentamosa la coalición de todas lasfuerzasaéreasenemigas.Losiraníes devolvieron a losiraquíes los aviones que leshabían entregado durante laGuerra del Golfo. El señorAvner les mostrará cómo, apesar de la tormenta dearena, las divisionesacorazadas consiguenavanzar hacia nuestras

fronteras.Avner se acercó a la

puerta e hizo entrar aFerrario. El joven abrió lamaleta y la exhibió a lospresentes.

—Radiofaros —dijo—,alimentados mediantebaterías o recargables en loslugares donde hayelectricidad. Emiten unaseñal constante queguía con

precisión a los carrosblindados.

—¿Se ha producido ladeclaración de guerra? —preguntóHooker.

—Obviamente no —respondió el premier—:Taksouninformóquesetratade maniobras conjuntas conSiria. No le falta cinismo nila seguridad de que no tienenadaquetemer.

Llamaron a la puerta yFerrariosalióparaverdequése trataba. Al cabo de pocoregresópálidoytenso.

—Señores, acaban deavisarnos que en Galilea sehan iniciado centenares deincursiones de comandos deHezbolá apoyadas por ellanzamiento de cohetes y…lo que es peor, hace diezminutos,enTelAviv,Haifay

Jerusalénoestehanestalladotres artefactos. Han muertomás de setenta personas yhay centenares de heridos,muchosdeellosgraves.

»Se teme que semultipliquenenlaspróximashoras los atentados suicidasdeloscomandosdeHamás.

—¿Quépiensanhacer?—preguntóHooker.

—Luchar.¿Quéotracosa

podemos hacer? En otraocasiónhemosvencidosolosa las fuerzas armadas árabescoligadas —dijo Yehudai—.Lanzaré a mis paracaidistassobre toda la zona sur delLíbano para contrarrestar elataquedeHezbolá, enviaréatodos los cazabombarderosencondicionesdevolaryleslanzarán todas las bombasquetenemosenlosdepósitos.

Los tanques blindados y laartillería están preparadospara plantar cara en elJordán.EsmuyprobablequeJordania se les una; si no lohace se verá arrastrada porlas circunstancias y, cuandoocurra, Egipto tampocotendrá alternativas. Si noconsiguiéramos detenerlos,nos queda siempre la últimacarta. No permitiremos que

nos lancen al mar. Novolveremos a ser un pueblosintierra…

El general Hooker sepuso en pie y mirándolofijamenteledijo:

—General Yehudai, ¿meestá diciendo que piensanusararmamentonuclear?

—No lo dudaríamos unsolo instante —respondióYehudai después de

intercambiar una rápidamirada con su presidente—.Sifueraindispensable.

—¿Se da cuenta de queellos también podrían haberconseguido artefactosatómicos en las repúblicasislámicas de la ex UniónSoviética? Seguramente lasbombascolocadasennuestroterritorio provienen de allí.Unarespuestanuclearpodría

provocar una represaliaanáloga. Sus misiles son decorto alcance, perosuficiente…

Yehudai miró a supresidente y después algeneralnorteamericano:

—Harmaguedón…—dijo—.Siasídebeser,seapues.Y ahora le ruego medisculpe, general Hooker,pero debo reunirme con mis

hombresenelfrente.Inclinó la cabeza y los

saludó:—Señorpresidente,señor

Avner…Abandonó la sala. En la

salasumidaenelsilencio,elruido de sus botas decombateresonóconinusitadafuerza.

Los tres norteamericanossaludaron, se levantaron yfueron hacía la salida, perocuando les abrían la puertaparadejarlospasar,Avner lehizo una señal a Ferrario yéste se dirigió al generalHooker, que había salido enúltimolugar:

—Mi general, el señor

Avner me ha encargado quele solicite una entrevista enprivado.Lo esperadentrodeuna hora en el bar del hotelKing David. Dice que allíestarán más tranquilos.¿Puedoconfirmarlacita?

Hooker meditó larespuestayledijo:

—Confírmeselo. Ahíestaré.

Avner llegó alrededor de

las cuatro de la tarde y sesentó delante de su invitadoenunasalareservada.

—Aquí estaremos mástranquilos que en el Estadomayor del ejército. En miopinión,esmásdiscreto.¿Lemolestasifumo?—preguntóal tiempo que encendía elcigarrillo.

—Sólo faltaba —dijoHooker—; a estas alturas,

esossondetallesnimios.—General, necesito su

ayuda.—Lo siento mucho,

Avner, no puedo hacer nada.Loquehedichoenlareuniónde esta mañana no tienevueltadehoja.

—Yalosé,nosetratadeeso.Hayotroproblema.

—¿Otro?¿Ademásdelosqueyatenemos?

—Sí,peronodelamismagravedad, espero…Seguramenteestáalcorrientede la operación WarrenMiningenMitzpeRamon,¿omeequivoco?

—No se equivoca. Perotodo quedó resuelto, creo…Nuestro comando fueretirado.

—No se trata de eso,general. Por desgracia hubo

ciertas complicaciones. Estanoche el campamento de laWarrenMininghasufridounataque devastador;posiblemente se tratara deunaincursiónpreparatoriadelas fuerzas enemigas paracrearelvacíoenunazonadeacceso a un sector altamenteestratégico, o tal vez fueseuna represalia: en el Estadomayor iraquíquedanmuchos

oficiales fieles al difuntopresidente que quizáconocían la existencia delcomando puesto por ustedesenesalocalidadparamataraalBakri.

—Pero no hemos sidonosotros.

—Aellos lesda igual, sino los conozco mal. En fin,hemos llevado a cabo unreconocimiento de la zona y

no encontramossupervivientes. Esoscabrones han atacado conprecisióncientífica.

No obstante, misinformantes me dicen que alomejoralguienhaescapadocon vida, alguien que paranosotrospodríaseruntestigovaliosodeesamatanza,delaquefueronvíctimasnopocosdesusconciudadanos.Tiendo

apensarquesialguiensehasalvado es porque se lopermitieron. No sé si meexplico.

—A la perfección—dijoHooker—.Usted creeque setrata de quienes hancometidolatraición.

—Para mí no tiene otraexplicación. El campamentofue rodeado por completo,arrasado con armas

automáticas hasta el últimocentímetro, sacudido porespantosas explosiones. Peroun todoterreno salióminutosantes de que empezara eseinfierno, ¿no le parece raro?Lo encontraron abandonadocerca de la frontera egipcia,en una localidad llamadaRâ’sUdâsh.Eslógicopensarque si en él viajabapersonaldel campamento de la

Warren Mining, lo másprobable es que hayan idohacia Egipto, donde tal vezalguienlosesperaba.

»Interceptamos algunastransmisionesde radiodesdeelcampamentode laWarrenMining. Sabemos que desdeallímantenían contactos conlos fundamentalistasislámicos por motivos quetodavíanoestánclaros.

»En las oficinas de ladirección se encontraron lasfichas de los miembros delcampamento: éstaspertenecen a las únicas dospersonas cuyos cuerpos nofueron hallados. Podrían serlas personas que buscamos.Lo que le pido es que nosavise si llega a saber dóndeestán o si se ponen encontactoconustedes,casode

tratarse de ciudadanosnorteamericanos.

—Haré lo que pueda,señorAvner.Si encontramosa alguien será el primero ensaberlo.

—Le doy las gracias.Sabíaquenosayudaría.

Se despidieron.Avner sequedóparaterminardefumarsu cigarrillo mientraspensaba en el secreto

enterrado en pleno desiertode Parán, un secreto que sihubiese trascendido habríadestruido el alma de sunación…aunquequizáhabríaacabado para siempre conguerrascomolaqueestabaapuntodeestallar.

Reflexionó largo rato,absorto,mirandolabrasaqueseconsumíalentamentehastaconvertirse en ceniza. En el

fondo de su corazón sabíamuybienquehabíaalgoquejamás aceptaría: ladesaparición del pueblo deIsrael, con su historia y suconciencia. Pensabaimpedirlo por alto que fueseelprecio.

El ruido de pasos a susespaldas lo arrancó de suspensamientos.

—Ferrario. ¿Qué

novedadeshay?—Yehudai ha enviado la

aviacióny los helicópteros apesar del mal tiempo. Se haencontradocon la resistenciade las fuerzas aéreasenemigas. Se han producidobajasyenlaspróximashorasestáprevistoquelasituaciónempeore. Las NacionesUnidas han dado unultimátum a los iraníes para

que se retireninmediatamentedelterritoriosaudí, pero es como si lohubiesedadoelPapa.

»De todos modos, lastropas saudíes han cortadorelaciones con ellos. Sinayuda norteamericana esosnosabennisonarselanariz.

—¿Yelfrentenorte?—Incursiones de la

aviación siria, cohetes sobre

GalileayelGolán,comandosde Hezbolá desplegados entodalalíneadelfrente.Sobreellos lanzamos sin descansoparacaidistas para aliviar lapresión,perolacosaestáquearde. El gobierno estáevacuando a la poblacióncivil en un radio de veintekilómetros.

—En Egipto —dijoAvner—, no debe moverse

nadasinqueyomeentere.—Lo sé, comandante.

Nuestraredseencuentrabajomáxima presión. Es difícilquesenosescapenada.

Avner lo miró y leadvirtió:

—No digas tonterías,Ferrario, en esta tierra nadiepuede presumir de sabercuantoesprecisosaber.Alolargo de los siglos, el factor

imprevistohasidosiempreelqueha cambiadoel cursodela historia… siempre elfactor imprevisto, no loolvides.

—¿Quiere que loacompañe otra vez a lacentral,señorAvner?

—No, Ferrario, iré solo.Mientras tanto, tú me harásunencargo.

—Usteddirá.

Leentregóunacarpeta.—Es preciso que alguien

le pase el chivatazo a losegipciossobrelospersonajesde este expediente. Por lomenos dos de ellos podríanencontrarse ya en suterritorioyparanosotrosesosería unpeligromortal, peroen Egipto no tenemosposibilidad demovernos conla libertad necesaria.

Debemos arreglárnoslas paraquelosegipciosseencarguende eliminarlos. ¿He sidoclaro?

—Comoelagua,señor—respondió Ferrario hojeandolas fichas del expediente—.Meocuparéahoramismo.

—Ah, por cierto, quierosaberquépasaeneltúneldeAllon.Mantenmeinformado.

—Descuide,señor.

Avnersalióalacalleysedetuvo para contemplar elcielo todavía límpido deJerusalén mientras de todaspartes le llegaba el gemidode las sirenas de lasambulancias cargadas decuerpos destrozados. Enfilóun sendero que no recorríadesdehacíaaños.

Caminósolodurantecasimedia hora, con las manos

hundidas en los bolsillos, elcuello de la chaquetalevantado, y llegó ante laPuertadeDamasco.Recorrióla calle El Wad hasta laconfluencia con Ha-Shalsheletyseencontróenlaexplanada que mira hacia elmurooccidentaldelTemplo.En todos los accesos de laplaza habían apostadosoldados con uniforme de

combate que vigilaban a lostranseúntes sin separar eldedo de los gatillos de susUzi. Avner cruzó laexplanada barrida por elviento frío y se acercó almuro. Algunos fielesortodoxos, con la frentedespejada de cabellos y loslargos mechones negrossobrelassienes,semecíanalritmo de su lamento

milenario por la pérdida delSantuario.

Avnermiróconfijezalosgrandes bloques de piedraalisados por la piedad demillones de hijos de Israel,exiliados en la Diáspora yexiliadosensupropiapatria.Por primera vez desde lamuertedesuhijotuvodeseosde rezar y, por una extrañaburla de la suerte, no podía

hacerlo pues su almaocultaba un secreto que nodejaba resquicios libres paranadamás.

LarabiaylacontrariedadsetransformaronenprofundodoloryGadAvner,quehabíaenterradoasuhijosinllorar,sintió sus ojos humedecerse.Se los rozó con la punta delosdedosyconellasmojólapiedra del Templo, sumando

suslágrimasalasdecuantoslohabíanprecedidoalolargodelossiglos.

No pudo hacer más. Sealejódeallíyalllegaralotroextremode laplazavioaunviejoateridodefrío,sentadoen la acera, mendigando. Loobservóyensusojosviounaextraña luz febril, casi deexpresióninspirada.

—Dame algo para comer

—lepidióelviejo—,yyotedaréalgoacambio.

AAvnerlosorprendieronesas palabras porinesperadas; sacó un billetede cinco shekels y se loentregódiciendo:

—¿Qué puedes darme túacambio?

El viejoguardó el dineroen su zurrón, lo miró a lacarayrepuso:

—Talvez…laesperanza.A Avner se le puso la

carne de gallina, como si elvientofríoquesoplabadesdelas cimas del Carmelo sehubiese instalado bajo suropa.

—¿Por qué me lo dices?—preguntó.

Elancianonolecontestó;teníalamiradatristeclavadaen el vacío, como si por un

instante hubiese sido elintermediario inconsciente einvoluntario de una fuerzadesconocida que se habíaapagado, repentinamente,comohabíallegado.

Avner lo observó sindecir palabra; luego echó aandar, sumido en suspensamientos.

Las últimas luces delcrepúsculosedesvanecíanenla inmensidad desierta; elcielo, cada vez más negro,empezaba a poblarse deestrellas titilantes. Blakeseguía avanzando a pesar deque le sangraban los pies.Sarah, que calzaba zapatillasdeportivas, andaba a paso

más ligero ymenos cansino,pero los dos estaban ya alfinaldesusfuerzas.

Elvientocruzóelespaciovacío con su cuchilla afiladay los dos se miraronangustiados al leer en laexpresión del otro la certezadecuantoibaaocurrir.

—Ya llega —dijo Blake—.Venga,ánimos.

—¿Dónde crees tú que

estaremos?—Cerca del cruce con el

camino de Beer Menuha, sinohecalculadomal.Cuandohayamos subido a esaelevación que ves alláadelante deberíamos verlo.Aunqueesonosignificagrancosa. La única diferencia esque en el camino nos serámásfácilencontraraalguien.

—¿Qué haremos si nos

sorprendelatormenta?—Ya te lo he dicho. Si

encontramos un lugar dondemeternos lo utilizaremos; delocontrario,nostumbaremosen el suelo y trataremos deresguardarnos el uno al otro.Nos taparemos la cabeza, labocaylanarizyesperaremosaquepase.

—Pero podría durardías…

—Es cierto, pero no hayotramanera.Laalternativaesmorir ahogados. El polvo esfinocomoeltalcoyenpocosminutos te tapona lospulmones. Tienes quearmartedevalor.

Blakemiróhaciaelesteyvioqueelhorizonteseperdíaen una bruma blancuzca.Andando a duras penas seapresuró cuanto pudo para

llegaralaelevación,apocosmetros de donde estaba;alcanzó la cima y divisóentonces el camino de BeerMenuha que, completamentedesierto, se internaba en ladistancia.Al otro lado de laelevación había un peñascode la altura de un hombre,unaespeciedebulbodesílex,rodeado de otras piedras demenor tamaño que con el

transcurso del tiempo sehabíandesprendidodeélporobra de los espectacularescambiosdetemperatura.

Blake iba a llamar aSarah cuando oyó que éstadecía:

—Diosmío,mira,lalunaroja, el rostro ensangrentadodeIsis…

Blake también sepercatódel espectáculo irreal: el

disco lunar surgía por elhorizonteoscurecidoporunasombra sangrienta que seextendía,porobradelreflejo,sobrelallanurainmensa.

—Eleclipse—dijoBlake—. Date prisa, vamos, antesde que nos sorprenda latormenta. Ya la tenemosaquí,lonoto.

Sarah se reunió con él yvio que había dejado en el

suelolamochilayseafanabapor amontonar piedras juntoel lado noreste del peñascomás grande para formar unaespecie de muro deprotección. Ella tambiénpuso manos a la obra; amedida que pasaban losminutos el viento cobrabamásymásfuerzayelairesevolvíaturbioyespeso.

—Tratemos de comer y

beber algo —sugirió Blake—, vete a saber cuándopodremosvolveradarnoseselujo.

Sarah hurgó en lamochila, le pasó el paquetede galletas y un puñado dedátiles e higos secos. Blakesacó su cantimplora; cuandoSarah hubo bebido, éltambiéntomólargossorbos.

Notaba ya en la boca el

sabor del polvo. Echó otrovistazo a la faz de la luna,cada vez más cubierta poraquel extraño velosangriento.

—Debemos encontrar laforma de resguardamos omoriremos. La tormenta yacasiestáaquí.

Presa de la inquietud,miró primero a su alrededoryluegohaciaelhorizonte.

—¿Qué miras? —preguntó Sarah antes deatarse el pañuelo alrededordelaboca.

—Este refugio no nosalcanzará. Tampoco esepañuelo…Diosmío…yanoqueda tiempo…yanoquedatiempo.

En su desesperaciónclavó la vista en la mochiladeSarahylepreguntó:

—¿De qué material sonlasmochilas?

—D egore-tex, creo —contestólamuchacha.

—Es posible entoncesque nos quede algunaesperanza. Si no recuerdomal, los poros de la telagore-tex dejan pasarúnicamente lasmoléculas devaporhaciaafuera,por tantodeberían impedir el paso del

polvo hacia adentro ypermitirnosrespirar.

—No estarás pensandoen…—dijoSarahmeneandolacabeza.

—Precisamente en esoestaba pensando —dijoBlake.

Vació las mochilas yguardó su contenido en unabolsa de plástico que encajóentre las piedras. Miró

entonces a los ojos a Sarahcon lamochila boca abajo yleordenó:

—Mete la cabeza aquídentro. No nos queda otrasalida.

La chica obedeció.Blaketiró de los cordones de laabertura y se la ajustóalrededor del cuello, leenrolló encima el pañueloconvariasvueltasparacubrir

laaberturadelamochila.—¿Qué tal? —le

preguntó.La muchacha contestó

con un gruñido que podríahaber significado cualquiercosa,peroBlakelointerpretócomo la admisión de quetodo ibabien.Le estrechó lamano con fuerza y repitió laoperación con su mochilatratando de sellar lo mejor

que pudo la aberturaalrededor del cuello con dospañuelosatadosjuntos.

Cuando terminó buscó atientas las manos de Sarah,tiródeellay lahizotumbar.Se acurrucaron en el sueloconlacabezaapoyadacontrael peñasco, abrazados el unoalotro,yesperaronlallegadadelatormenta.

Instantes después el

torbellino se abatió sobreellos con toda su fuerza; lasuperficiedeldesiertoquedóbarridaporlafuriadelvientoylanubedepolvoloengullótodo borrando cielo, tierra,piedras y colinas. Sólo laluna conseguía filtrarse consu tenue halo naranja en elhemisferio occidental delcielo, pero desde la inmensallanura desierta nadie

alcanzabaaverla.Blake se aferró con

fuerza a Sarah, como paratransmitirle toda suvoluntadde resistir a aquel ataqueinfernal, de aguantar contodas sus fuerzas parasobrevivir a aquel mortaldesafío, o tal vez paraencontrar en ella la energíanecesaria.

Notaba contra el gran

peñasco de sílex un ruidosemejantealdelgranizo;eratal lafuerzadelvientoqueasupasopulverizabamiríadasde piedras diminutas. Levinieron a la cabeza laspalabras de Elías: “Hubo unhuracán tan violento quehendía las montañas yquebrantabalasrocas…”Eraaquelel infiernodeldesiertode Parán, un lugar en donde

sólo losprofetasguiadosporla mano de Dios habíanosadoadentrarse.

El silbido continuo yagudo, el incesante crepitarde las piedras contra elpeñasco, la oscuridad totalque los rodeaba, les hicieronperder la noción del tiempo.Procuraba concentrarse en elcuerpo de Sarah, en loslatidos de su corazón para

sobreponerse al terribleesfuerzo, ala sensación deopresióncadavezmásfuerteysofocante.Habíapolvoportodas partes: cubría cadamilímetro de su piel,impregnaba la ropamás queel aguamisma,pero tanto lanariz como los pulmonesestaban a salvo y se diocuenta de que respirar se lehacía difícil aunque no

imposible.Sepreguntabacuántomás

resistiríaenesascondicionesde tremenda incomodidad ycuánto aguantaría Sarah. Encualquier caso, eraperfectamente consciente deque sólo era cuestión detiempo; tarde o temprano lahumedad de la respiración,combinada con los finísimosgranos de polvo, formaría

una pasta que sellaría losporos de la tela gore-tex;entonces tendrían que elegirentre morir ahogados por elpolvo o la falta de oxígeno.¿Cuánto tardaría en llegar elmomento en que lanaturaleza formidable lesasestara el golpe de gracia yacabara aplastándolos comoinsectos?

El espasmo provocado

por la tensiónyelcansancioaminoró; sumido en unestado semiinconsciente,Blakeaflojóelabrazoquelomantenía unido al cuerpo deSarahytuvola impresióndequelatormentaamainaba,deque el viento tambiénnecesitabarecobrarfuerzas.

Se levantó, desató elpañuelo que le envolvía elcuelloysequitódelacabeza

lamochila degore-tex.Antesus ojos se ofreció unaapariciónespectral:unamasanegra, enorme yluminiscente, dos halos deluzpálida,lechosa.Defondo,un ruidocontinuoy ritmado,comounresuellolento.Mirómejor y alcanzó a distinguiruna silueta, los contornos dehacesde luzquerecorríanelmagma polvoriento de la

atmósfera nocturna; parecíaun submarino apoyado en elfondo del mar, pero enrealidad era un autobús deldesierto, uno de esosextraños vehículos quelograban transportar hastacincuenta pasajeros deDamascoaJedda,deOmánaBagdad,porloscaminosmásendiablados. Vehículosestancos como naves

espaciales, dotados depotentes filtros y aireacondicionado.

Sacudió a su compañera,que parecía desmayada, y ledestapólacabeza.

—Sarah,Sarah,levántate,poramordeDios,noshemossalvado. ¡Mira, mira delantedeti!

Sarah se sentóprotegiéndose la cara con la

mano,mientrasBlakeechabaa andar hacia la luz de losfaros.

—¡Eh! ¡Eh! —gritaba—.¡Socorro!Noshemosperdidoen la tormenta de arena.¡Ayudadnos!

Bajaron del vehículovarioshombresarmados;unode ellos se volvióbruscamenteyapuntóelfusilcomosiacabaradeoíralgo.

Llevado por elentusiasmo de su inminentesalvación,Blakenopensóennada más. Sus gritos apenashabían sido escuchadoscuandonotóquealguienseleechabaencimaporlaespaldapara derribarlo. Sarah lomantuvo aplastado contra elsuelo.

—Quieto—le susurró aloído—. Quieto. Mira… van

armados.El hombre del fusil

avanzó en dirección a ellosalumbrando la espesapolvareda con el rayo de sulinterna. Agazapados en elsuelo, cubiertos de polvo,Blake y Sarah se habíanmimetizado por completocon el paisaje. El hombreescudriñóbrevementelazonaaguzando el oído y, cuando

sehuboaseguradodequenohabía nadie, regresó alautobús. Por la puertaposterior, aún abierta,salieron otros tres o cuatrohombresarmadosconfusilesametralladores, la cabezaenvuelta en la kefia. Secolocaron en los cuatroextremos del vehículo paramontar guardia mientrasotros dos revisaban los

neumáticos.—¿Quiénes serán…? —

preguntóBlake.—No nos conviene

averiguarlo. Está claro quenoson israelíes.Volvamosanuestro refugio… ¿Qué horaes?

Blake limpió laesferadesurelojycontestó:

—Poco más demedianoche. Faltan seis

horasparaqueamanezca.Se arrastraron hasta el

peñasco mientras el vientoempezaba a soplar otra vezcon fuerza, pero se notabaque la violencia de latormenta se iba reduciendopocoapoco.

Las luces de los farosiluminaron entonces otrasmasas oscuras que parecíansurgirdelanada.

—Son camellos…—dijoSarah—. ¿Cómo hacen parasobrevivir?

—Son beduinos —murmuró Blake—. Semueven en la arena comopeces en el agua… ¿Lograsveralgo?

—Sí, mira, llegan más,van armados… Está claroque se trata de una cita. Esincreíble.

—Podrían haber llegadocon los ojos cerrados—dijoBlake—. Con los años quellevanviviendoeneldesiertotienen el sentido de laorientación muydesarrollado.Enmediodelastormentas se mueven comofantasmas sin que nadie losvea.

Unodeloshombresabrióla puerta posterior del

autobús e hizo subir a losrecién llegados, todos ellosarmados con fusilesametralladores.

Cuando el último hubosubido, el vehículo se pusoen marcha y desapareciórumbo al norte, envuelto enlanubedepolvo.

Blake y Sarah seovillaron otra vez detrás delpeñasco después de cubrirse

lacabezacon lasmochilasyaguantaron inmóviles elembate de la tormenta. Laescasezdeoxígeno,lafatiga,la decepción después delbreveestallidodeentusiasmoante la salvación inminentelos sumió en un estado deprofunda apatía, una especiededolorosapostración, entrevigilia y sueño, durante elcual lo único perceptible era

el frío que calaba hasta loshuesosyelpolvoimpalpableque empezaba a colarse porla abertura de las mochilashastaformarunemplastoconlasalivaylassecrecionesdelanariz.

Derepente,Blakelevantólacabezahaciaeloeste.

—¿Qué ocurre? —logrópreguntar Sarah, que habíanotado su brusco

movimiento.—Cordita —dijo Blake

—. ¿No notas ese olor en elviento?Hueleaguerra.

Blake se destapó uninstante,aguzóeloídoyenelviento oyó brevemente elfragordetruenoslejanos.

Llegó el alba y los dosfugitivos se destaparon lacabeza y se sentaron con laespalda apoyada contra el

peñasco. El viento seguíasoplando con fuerza, pero lafase más violenta de latormenta había pasado. Elaire estaba turbio, como siuna niebla espesa envolvierael desierto, pero desdeoriente la luz tenue se abríapaso entre la brumaimpenetrable.

—¿Tevesconánimoparacontinuar?—preguntóBlake.

Sarahasintió.—Notenemosotrasalida.

Si nos quedamos aquímoriremos. Debemos tratarde seguir el camino hacia elsur. Tarde o temprano algoencontraremos… si lasfuerzasnonosabandonan.

Recogieron susprovisiones, las metieron enlas mochilas y partieron. Searrastraron durante horas y

cuando estaban a punto decaer, muertos de cansancio,Blakevio a su izquierdaunaconstrucciónbajadebloquesde cemento con techo dechapa y los postigos medioarrancados.

Entró y miró a sualrededor: estaba todocubiertodepolvo,perohabíauna pequeña habitaciónresguardada donde pudieron

sentarseenelsuelo,beberdesuscantimploraselaguaquequedabaycomerdosbarritasde cereales, las últimas. Lospaquetes de higos secos ydátiles que habían abiertoestaban completamenteimpregnados de polvo.Descansaron media hora ycontinuaron viaje por elcamino de Beer Menuha.Anduvieron horas y horas

bajo el azote del viento; seguarecíanalabuenadeDiosy descansaban de tanto entanto cuando las fuerzas losabandonaban. Llegaron alcruce de Beer Menuha alfinaldelatardeyenfilaronelcaminodeYotvata.

Alcabodenodemasiadotrecho vieron llegar unafurgoneta que transportabacabrasyseofrecióallevarlos

hasta Yotvata. Era ya denoche pero pudieronencontrar donde alojarse sinmuchas dificultades. Eldueño del hotel, un hombredealrededordesesentaaños,los miraba estupefacto.Parecían fantasmas, con elcuerpo,lasropas,elpelo,laspestañasylascejascubiertosde polvo blanco, y la caracubiertadepequeñasheridas.

—Somos turistas —leexplicó Blake—, nossorprendió la tormentacuando se nos estropeó elcocheantesdeBeerMenuha.Tuvimos que andar durantehoras en plena tormenta dearena.

—Entiendo —dijo eldueño del hotel—, estaránmuycansados.

—Y tenemos hambre —

dijo Blake—. ¿Tiene algopreparadoparallevarnosalahabitación?

—Por desgracia, nomucho.Elgobiernohahechorequisas para el ejército queluchaenelfrenteynosfaltacasi de todo. Pero les puedoofrecerbocadillosconhumusy atún y un par de cervezasbienfrías.

—¿El frente?—preguntó

Blake—.Veráusted…hemosestado mucho tiempo en eldesierto,nosabemosnada.

—Hay guerra —leinformóel hotelero—,yunavezmásestamossolos,nadieacude en nuestra ayuda…Simedejansusdocumentos,yapuedensubir…

—Verá —dijo Blake—,lo hemos perdido todo en latormenta. Si quiere le

escribimos nuestros datosparaqueno tengaproblemasen caso de controlespoliciales.

El hombre dudóbrevemente y luego asintió;bajo la atenta mirada deSarah, Blake escribió unosdatos inventados y ella loimitó. Subieron a lahabitación como elmatrimonio Randall; se

asearon, limpiaron comopudieron sus ropas ycomieron con apetito losbocadillosqueelhoteleroleshizollevar.

Cuando terminaron,Sarah se dejó caer en lacama.Blakebajóalacalleycaminó en la semioscuridadhasta encontrar unaparcamiento de taxis consólodoscoches.

—Estamismanoche—ledijo a uno de los dosconductores—,tengoqueiraElat. Lo espero a las tres dela mañana delante delquioscodeperiódicos.

El hombre, un falacha,aceptó el encargo y Blakeregresóalhotel.Enlascallesno se veía un alma y de vezen cuando pasaba algúnvehículomilitardepatrulla.

Encontró a Sarahdurmiendo a pierna sueltacon la luz encendida; nisiquiera había tenido fuerzaspara apagarla. Puso eldespertador de su relojpulsera, apagó la luz y sedejó caer en la cama,completamente rendido. Enla oscuridad notó que Sarahlo buscaba con la mano, labesó antes de quedarse

dormido.El zumbido insistente de

sureloj lodespertóa lasdoscuarenta y cinco; seguíamortalmente cansado yatontado por el breve sueño.Despertó a Sarah, que sesentóen la camacon la carademudada.

—¿Qué…quéocurre?—Nos vamos. Aquí no

mefíodenadie.Estoyseguro

dequeelhotelerotampocosefíadenosotros.Alamanecerpodríamos encontrarnos conuna desagradable sorpresa.Nosesperaun taxidentrodequinceminutos.Dateprisa.

Blake dejó en la mesitade noche un billete decincuenta dólares. Los dosfueron a la escaleraantiincendios por dondebajaron despacio tratando de

hacerelmenorruidoposible.El viento seguía soplandoconfuerzaylaciudadestabaenvueltaenlabruma.

Blake y Sarah seescabulleron por la parte deatrás del hotel, enfilaron lacalle principal ocultándosedetrás de las acacias ymimosasquelaflanqueaban.

Enelprimercrucevieronel quiosco y, pocos metros

másadelante,losfarosdeuncochequeseaproximaba.

—Eltaxi—dijoBlake—.Estamossalvados.

El falacha loshizo subir:Blake delante y la chicaatrás, y partió.Dejaron atrásShamar, Elipaz, Beer Ora yllegaron a Elat cuandotodavía no había amanecido;allí leindicaronalconductorque fuese hacia la frontera

egipcia.—Nos conformamos con

que nos ayude a cruzar lafrontera—le aclaróBlake altaxista—. Después nosarreglaremos.

Elfalachaasintió,llegóala frontera egipcia y sedetuvo ante el puesto decontrol.

—¿Tienes visadoegipcio?—lepreguntóBlake

aSarah.—No.—Da igual. Puedes

hacértelo en la frontera. Hecortado de mi pasaporte lapágina con la anotación queme calificaba de persona nograta. Espero que no se lesocurra contar las páginas.Ysobre todo quemis datos nofiguren en los registros defrontera.

—¿Ysifiguraran?—Lopeorquenospuede

pasar es que nos nieguen laentrada. En cuyo casobuscaremosunbarcoquenosllevealosEmiratos.

Sarahseapeó,entróenelfotomatón, se hizo tres fotostamañocarnettanfeasquenose reconoció y rellenó losimpresos. Blake exhibió supasaporteaunpolicíamedio

dormido, con los bigotesamarillos de nicotina, quienle selló el documento sinhacerlepreguntas.

El egiptólogo suspiróaliviado y subió al coche,donde esperó a Sarah; luegole pidió al falacha que losllevara a la estación deautobuses. El lugar estabavacío y el vientoarremolinaba los papeles

amarillentos y las hojas deperiódico que cubrían lascalles polvorientas. Sacó dela cartera un billete decincuenta, el precio pactado,y se despidió del taxistaestrechándolelamano.

—Adiós, amigo.Gracias.Sipudieratedaríamás,perome queda por delante unviajelargoydifícil.Shalom.

—Shalom —contestó el

falacha mirándolo con susgrandes ojos negros yhúmedosdeanimal africano.Subió a su coche ydesapareció envuelto en lapolvareda.

La taquilla abrió pocodespués. Blake compró dosbilletes para El Cairo, doscafés con rosquillas desemillas de sésamo y fue asentarsealladodeSarah.

—Ya está hecho —dijo—; si llegamos a El Caironos presentaremos antenuestra embajada, dondeencontraremos quien nosayude.

—Si llegamos a laembajada se habrán acabadonuestros problemas —dijoSarah—. Alguien deberáexplicarme lo que pasó enRâ’s Udâsh; se trata de una

bromaquenomehasentadonada bien. No me gustanestosimprevistos.

—Ni a mí —reconocióBlake—, es algo que noconsigoexplicarme.

Hurgó en los bolsillos yencontróelpaquetearrugadodeMarlboro;sólolequedabaun cigarrillo entero, losdemás estaban rotos. Se lollevóaloslabios,loencendió

yaspiróconfruición.—¿No te conformas con

toda la porquería que tienesenlospulmones?—preguntóSarah.

—Merelaja—dijoBlake—. Me siento como elprotagonista de una películade acciónque sehaquedadosin doble; me duelen todosloshuesos;pordolermehastameduelenlasuñasyelpelo.

Sarah lo miró. Blakelucía unamueca forzadaqueintentaba parecerse a unasonrisa, pero en el fondo nolograba ocultar la angustia,que ya no era producto delcansancionideldolorfísico.Cuando la salvación seperfilaba cercana, WilliamBlakereflexionósinohabríasidomejorparalahumanidadque tanto él como su

compañera hubiesen muertoahogados en el polvo deldesiertodeParán.

—¿Quéharemosconestesecreto? —preguntó Sarahcaptando al vuelo suspensamientos.

—No lo sé —dijo Blake—. En este momento nologro analizar lo ocurridocomounhechoreal.Tengolaimpresióndehaberlosoñado.

—Pero llegará elmomentodedespertar…

—Entonces lo decidiré.Si fuera posible detener estaguerra revelando cuanto hevisto… revelando que enninguna parte existenPueblosElegidos,loharía…

—Tal vez deberíashacerlo de todosmodos. Porsunaturaleza,laverdadexigeserrevelada.¿Noteparece?

Blake moviónegativamentelacabeza.

—Por su naturaleza, laverdad nunca es creída. Enrealidad el silencio casisiempre suele ser la únicaverdadposible…

El ruido del autobús alacercarse a la marquesinainterrumpió sus palabras.Subieron los primeros; sesentaron en el fondo,

seguidos, poco después, porotros pasajeros que fueronllegando uno a uno: lasmujeres llevando pesadosfardos, los hombres concartones de tabacoamericano, probablementecompradosenAqaba.

Finalmente, el autobúsarrancóconunasacudidaysepuso en marcha aumentandoprogresivamente la

velocidad. Mecida por elbalanceo del vehículo y elronroneo del motor,derrotada por el cansancio,Sarah apoyó la cabeza en elhombrodesucompañeroysequedó profundamentedormida.Al principio,Blakeintentó mantenerse despiertopero acabó cediendo alcansancio y la tibieza delcuerpodeSarah.

Se despertó al notar queel autobús se deteníabruscamente y pensó que elconductor había hecho unaparadaenalgunaestacióndeservicio para repostar.Cuando iba a acomodarsepara seguir durmiendo sintióalgo duro apoyado en suhombro y tuvo quedespertarse del todo y darsela vuelta.Ante él encontró a

unhombrequeloencañonabaconsumetralleta.

W illiam Blakedespertó a Sarahque, ajenaa todo,

seguía durmiendoplácidamente y fingió noentender las órdenes de losdosmilitaresegipciosquelosconminabanabajar.

El de más alto rango sepuso nervioso y les gritó enárabe obligándolos alevantarse mientras el otro

losempujabaconelcañóndela metralleta por el pasillocentral del autobús, bajo lamirada estupefacta de losotrospasajeros.

Cuando estuvieron fuera,Blake comprobó que lacamioneta de los dosmilitares, atravesada en elcamino, había detenido alautobúsenplenodesierto.

Los cachearon,

tomándose más tiempo delnecesario con Sarah, loshicieronsubirasuvehículoyse alejaron por un senderoque se perdía hacia elinterior. Entretanto, elautobús volvía a ponerse enmarcha con estentóreoretumboydesaparecíarumboaloeste.

—No me lo puedocreer… todo esto no tiene

sentido…—dijoSarah.Blake le hizo señas para

que callara porque susguardias estaban hablando yno quería perderse laconversación. Sarah advirtióque Blake fruncía el ceñomientrasescuchabacuantosedecíansindejardereír.

—¿Entiendes lo quedicen?

Blakeasintió.

—¿Malasnoticias?Blakeasintióotravezyle

dijoenvozbaja:—Tienen órdenes de

llevarnos a una prisiónmilitar donde seremosinterrogados y sometidos ajuicio, presumiblementesumario, pero antes tienenintención de divertirsecontigo. Los dos. El oficialserá el primero,

naturalmente.Sarah palideció,

impotente, llena de rabia.Blakeleapretóconfuerzalamano.

—Lo siento, pero serámejor que estemospreparados.

El soldado los mandócallar pero Blake siguióhablando como si nada,fingiendo no haber

entendido, hasta que elhombreperdió los estribosylepartió el labio superiordeunabofetada.

Blake se retorció dedolor, sacó el pañuelo delbolsillo para limpiarse lasangrequelecaíadelabocay le manchaba la camisamientras se devanaba lossesos pensando qué hacer,indefenso y exhausto como

estaba,paraevitarcuantoibaaocurrir.Alsacarelpaquetede kleenex del bolsillo notólos dos capuchones de lasplumas que asomaban por elborde y recordó que elprimero de ellos cubría subisturí de arqueólogo.Aprovechando la distraccióndel soldado, que conversabaanimado con su superior, losacó, le quitó el capuchón y

se lometió en el bolsillo delachaqueta.

La camioneta siguióavanzando hacia el interiordurantecasimediahorahastallegar a una serie de suavesondulaciones del terreno.Cuando el vehículo las dejóatrás se detuvo, el soldadoabrió la portezuela y sedispusoabajar.Enelmismoinstanteenquepusoelpieen

tierra,Blake, que lo vigilabadecerca,leclavóelbisturíalaalturadelhígadosindarletiempo a desenfundar lapistolay,mientraselhombrecaíasoltandounborbotóndesangre por la boca, velozcomo el rayo, con la otramanoelarqueólogolesacólapistoladelafunda,disparóaloficial,queseguíasentadoalvolante, de espaldas a él, y

remató al soldado que seretorcía en la arenaempapada de sangreponiendo fin a susufrimiento.

Todo ocurrió en cuestiónde segundos y Sarah locontemplaba mientras Blakeretrocedía, incrédulo, con elbisturí firmemente asido enlamanoizquierdacubiertadesangrey la pistola humeante

enladerecha.—Caramba,Blake, jamás

habríapensadoquefueras…—Yo tampoco, la

verdad…—respondióél.Soltó lasarmas, sedobló

endosyempezóavomitarenlaarenalopocoqueteníaenel estómago. Cuando lasarcadas dejaron deatormentarlo se incorporóconlacaraverdosa,selimpió

comopudoconunpañueloy,tambaleándose, se acercó alcajóndel jeepdedondesacólapala.

—Vamosasepultarlos—anunció.

Yempezóacavar.Cuando el hoyo estuvo

terminado les quitaron losuniformes a los dos, losecharon dentro y loscubrieron de arena. Blake

desechó la camisamanchadade sangre del soldado, perosequedóconsuchaqueta,sepuso los pantalones, la gorray las botas. Sarah lo imitótratandodeajustarselomejorposible el uniformedemasiadograndedeloficial.

—Si por una de esascasualidadesEgiptoestuvieraen guerra, imagino que yasabes que pueden fusilarnos

por esto —le recordó Sarahmientrassevestía.

Blake lanzóunvistazoalhoyoydijo:

—Por eso tambiénpueden fusilarnos. Como nopodrán hacerlo dos vecesmerece la pena arriesgarse.No podemos ir por ahívestidosdecivilenuncochemilitar. Y sin coche nopodemos ir a ninguna parte.

Cuando lleguemos a algúnlugar habitado decidiremosquéhacer.

Limpió cuidadosamenteel bisturí con unkleenexhastasacarlebrillo.

—Es inglés —dijomientras lo tapaba con elcapuchónyseloguardabaenel bolsillo de la chaqueta—,sindudaelmejor.

Subieron al jeep y lo

registrarona fondohastadarcon un mapa militar delSinaí.

—¡Magnífico! —exclamó Blake—. Con elmapa podremos buscar unitinerario poco transitado.Sugiero que vayamos aIsmailiaenlugardeElCairo,nos será más fácil pasarinadvertidos. La gasolinadeberíaalcanzar.

—Espera, mira lo queacabo de encontrar —dijoSarah.

Le enseñó un sobre deplásticocerrado,quesacódelbolsillo interior de laamericana que llevabapuesta. Había dos hojasescritas en árabe con lasfotosdeellos.

—Dice que somos espíasdel Mosad enviados para

preparar la reocupación delSinaí por parte de Israel —anunció Blake después deleerlos.

—Es absurdo —dijoSarah—. Me están haciendoobjeto de una broma pesadaen nombre de no sé quémalditarazóndeEstado,perohanhechomalloscálculos…Si logro salir de este follóntendrán que darme

explicaciones muyconvincentes.

Pusoel jeepenmarchaypartió;alcabodepocotrechola radio comenzó a graznarenárabe:

—Abu Sharif a león deldesierto,conteste,cambio.

BlakeySarahsemiraroncon expresión interrogantemientras la radio repetía lamisma frase. Blake cogió el

micrófonoyrespondió:—Aquí león del desierto

aAbuSharif,escucho.Se produjo una pausa

cargada de incertidumbre alcabodelacuallavozdijo:

—¿Qué novedades hay,leóndeldesierto?

—El león ha cazado lapresa: la gacela y el íbexcayeron en nuestras garras.Misióncumplida.Cambio.

—Muy bien, león deldesierto. Regresen a la base.Cambioyfuera.

Blake lanzó un profundosuspiro.

—Por suerte la radio noestá bien aislada y se oyeninfinidad de descargas, nocreo que se hayan dadocuenta de que no era el leóndeldesierto.

—¿Dónde has aprendido

el árabe tan bien, con unestilotanflorido?

—He vivido más enEgiptoqueenChicago.

—¿Y por eso te dejó tumujer?—preguntóSarah.

—Tal vez. O tal veztuviera otro. Nunca quisereconocerlo, pero en elfondo…¿porquéno?

—Porque no te lomereces —dijo Sarah—.

Porque eres un tipoextraordinario.

—El tímido Clark Kentque se convierte enSupermán. No te hagasilusiones.Essólocuestióndehábitat.CuandomeencuentreotravezenChicago,siesqueconseguimos llegar, volveréaserClarkKent.Opeor.

Instintivamente hurgó enel interior de sus bolsillos

diciendo:—A saber si ese cabrón

fumaba.Encontró un paquete de

cigarrillosegipcios.—Qué asco de tabaco

fumabael tío.Peroacaballoregalado… —concluyó,haciendosalirunallamitadelencendedor.

Condujerondurantehorascruzándose esporádicamente

con algunos camionesmilitares que los saludabantocando la bocina; al caer latarde llegaron a las puertasde Ismailia. Blake buscórefugio detrás de una colina,quitó las matrículas y lasenterró; se cambiaron otravez de ropa y entraron en laciudad.

Flotaba en el aire unaextraña agitación; de lejos

llegaban los lamentos de lassirenas y contra el rojoencendido del crepúsculo seveían centellear frías lucesazules.

—Llevo algo de dineroegipcio—dijoBlake—.Delaúltima vez que estuve. Lanoche que partí me lo trajeporque pensaba venir aEgipto. Podemos tomar untaxiybuscarunhotel.

—A pesar de todo, esmejor el autobús —sugirióSarah.

Compraronlosbilletesenun quiosco y rosquillas depanconsemillasdesésamoyesperaron bajo lamarquesina. Pasó unaformación de aviones decombate en vuelo rasante;ibanalestehaciendotemblarlosedificiosconelestruendo

ensordecedordesusmotores.Por una calle lateral

asomó una columna decamionetas cargadas desoldados y seguida de ungrupodetanquetas.

—¿Qué diablos ocurre?—preguntóSarah.

—Nada bueno. Esto estálleno de militares y carrosblindados. Una de dos, ohubounarevueltaoungolpe

de Estado. Lo sabremos encuantoleaelperiódico.

Subieron al autobús, querecorrió las calles de laciudad, y al comprobar quehabía muchos puestos debloqueoycontrolbajaronenla primera parada y trataronde escabullirse a la zona delbazar, donde resultaba másfácil confundirse en lamultitud.

Llegaron a losalrededores de la mezquitacuando el cielo sobre lostechos de la ciudad viejacomenzabaaoscurecerseyelcanto del almuédano seimponía por encima delfragor ciudadano; las sirenasy el ruido de los carrosblindados parecieronacallarse para permitir alpuebloescucharelllamadoa

laoración.Blake se detuvo también

a escuchar el largo lamentocantado que surcaba el airelóbrego y denso delatardecer, y el pensamientode que tal vez allá arriba nohubiesehabidonuncaningúnDios,ni elDiosde Israel, niAlá, ni el Dios de loscristianos, lo llenó deprofundatristeza.

Emprendiólamarchaporlas callejuelas del centroantiguo en busca dealojamientobarato.

—Disponemos de pocotiempo —dijo—. A estasalturassehabrándadocuentadeque“el leóndeldesierto”nohavueltoa lamadrigueray sospecharán que tal vez lohandejadofueradecombate.Empezarán a buscamos por

todaspartes;sinosmetemosenunhotelnoslocalizaránenmenosquecantaungallo.

Encontró habitaciones dealquiler en el barrio que haydetrásdelamezquitaypactódosnochesdealbergueenuncuartoconbañoyteléfonoenelpasillo.

Elbañoeraunretretealaturca que apestaba a orinescomo para hacer saltar las

lágrimas,perocontabaconsucómodo grifo de agua a laaltura adecuada para lasabluciones de las partesíntimas. La ducha era uncuartucho rectangular aparte,del cual se servían todos,incrustado de jabón, antiguocomo Egipto mismo, y conlas paredes completamenteoscurecidas por capas demugreymoho.

El teléfono era de pared,conectado a un cuentapasosmediante un enchufe. Sarahdecidió lavarse en lahabitación con unapalangana;lohizoporpartes,conesponjayjabónmientrasBlake encendía la radio ybuscaba las noticias. Todaslas emisoras transmitíanmúsica religiosa y Blake serecostó en la cama a

descansaryobservaraSarah,ocupada en sus laboriosasabluciones. De pronto lamúsica cesó para dar paso alavozdel locutor:anunciabaque el presidente habíatomado nota de la nuevamayoría en el parlamento ynombrado un nuevogobierno. Este último habíaimpuesto la ley islámica ydenunciado el tratadodepaz

conIsrael.—¡Caray! —exclamó

Blake—. Hubo un golpe deEstado y Egipto ha entradoen guerra. Israel estácompletamente rodeado.Líbano y Libia también handeclarado la guerra y elgobiernoargelinopodríacaerde unmomento a otro. ¿Porqué nuestro gobierno notomará cartas en el asunto?

¿Qué diablos está pasando?Sarah, mientras estuvimosencerrados enRâ’s Udâshdebiódeocurriralgoterrible,algo que ha provocado estacatástrofe.

Sarahsesecóyempezóafriccionarse el pelo con latoalla.

—Menudo desastre.Estamospeorqueantes.Nostienen fichados como espías

delMosad,imagínate,enunasituación de guerra; si nosechanelguantenotendremosescapatoria posible. Hemossalido de una trampa paracaerenotrapeor.

—Nuestra únicaesperanza es llegar a laembajadadeEstadosUnidos.Debemos ponernos encontacto con ellos para quenos asesoren sobre cómo

debemosmovernos.—Bien. Yo me encargo.

Conozco a un pez gordo quetrabaja allí. Dame dosminutos y termino devestirme.

—De acuerdo —dijoBlake—, entretanto voy ahacer una llamada. Hayalguien aquí en Egipto quepodríabuscamosunrefugioyayuda por si no

consiguiéramos nada de laembajada. Es Selim, miayudante.

Salióalpasilloy,despuésdepedirlíneaenlacentralita,marcóelnúmero.Elteléfonosonó largo rato pero en elapartamento de Selim, enChicago,nocontestabanadie.No le quedaba más remedioque molestar a otro amigo;marcóelnúmerodeHusseini

y esperó. Husseini contestódeinmediato.

—¿Dígame?—Omar, soy William

Blake.—Dios mío, ¿dónde

estás?He intentado ponermeencontactocontigoportodoslos medios. Pero losmensajes de correoelectrónicoqueteheenviadomevienendevueltos.

—No me extraña, hanbombardeado elcampamento. Estoy enEgipto, en medio de unaguerra. Escúchame, tengo laimperiosa necesidad deponerme en contacto conSelim, mi ayudante. ¿Sabesdónde está? ¿Puedesconseguirme una citatelefónica?

—Selim está en Egipto,

enAl-Qurna.Elpapirosigueallí.

—Estás de broma, no esposible…

—No es ninguna broma—insistió Husseini—. Selimintentacomprarlo.

—¿Conquédinero?—Pues… no tengo ni

idea.Deberáspreguntárseloaél.Sitodohaidobien,aestahora debería haber realizado

loscontactos.Llámaloaestenúmero—Blakeloapuntóenla palma de su mano—,después de las diez, hora deEgipto.

En esemomento salía desu habitación otro de loshuéspedes de la pensión yBlake calló pues no queríaarriesgarse a que lo oyesen.Cuando el hombredesapareció escaleras abajo,

siguiódiciendo:—Deacuerdo, lo llamaré

esta misma noche… ¿Oiga?¿Omar?

Se había cortado lacomunicación.Intentóllamarotra vez pero la línea estabaocupadaysiguióasípormásqueinsistiera.

Copió el número deSelim en un papel y entró asuhabitación.

Sarah se había vestido yhurgabaensumochila.

—¿Has encontrado a lapersona que buscabas? —lepreguntó.

—No, pero tengo sunúmero de Egipto. Lollamarémástarde.Siquierestelefonear, aprovecha ahoraquenohaynadie.

Sarahsiguióbuscandoensumochila.

—Aquítengoalgomejor,siesquenosehaestropeado.

—¿Notehabíancacheadoenlafrontera?

—Sí… pero aquí dentrono miraron —dijo Sarahexhibiendo un paquete decompresas.

Abrió una y sacó unadiminuta joya bivalva encuyamitadderechahabía unteléfono celular y en la

izquierda un ordenador. Loencendió y una luz verdeiluminóelpequeñomonitor.

—¡Viva! ¡Funciona! —gritóSarah,exultante.Marcóel número y se acercó elauricularalaoreja.

—Oficina de Exteriores—contestó al fin una vozmasculina.

—Me llamo Forrestall.EstoyenEgiptoencompañía

de otra persona. Corremosserio peligro y necesitamosurgentemente llegar a laembajada. Dígame cómopodemosconseguirlo.

—¿Dónde están? —preguntó la voz después devacilarbrevemente.

—En una habitación dealquilerenIsmailia,SharaalIdrisi, número 23, segundopiso, segunda puerta

izquierda.—No se muevan de ahí.

Enviaremos a alguien arecogerlos. Usaremos losservicios de nuestroscolaboradores egipcios, peronecesitaremostiempo.

—Denseprisa,porloquemásquieran—suplicóSarah.

—Quédese tranquila —respondió la voz, dándoleánimos—. Haremos todo lo

posible.—¿Y?—inquirióBlake.—Me han dicho que no

nosmovamos,queenviaránaalguienarecogernos.

—Mejorasí.Oye,mevoyal bazar a comprar vestidosárabes, será mejor nolevantar sospechas. En vistade la situación, dudo quehayan quedado muchosoccidentales en el país. De

paso aprovecharé paracompraralgodecomer.Enlaesquina he visto un lugardonde hacendoner kebab.¿Teapetece?

—Detesto el cordero. Siencuentras pescado loprefiero,perosinohaynadamás me conformaré con elkebab, estoy muerta dehambre.

—Veremos lo que

consigo —contestó Blake ysalió.

Sarah se metió en lahabitación y miró el reloj:eran las nueve. Fuera, lascallesestabancasivacíasyalo lejos se oían resonardiscursos agitados por losaltavoces.Talvezenlaplazase preparaba algunamanifestación, lo cual lesfacilitaríalascosas.

Para entretener la esperarepasó mentalmente loslugares por donde pasaríaBlake y deseó entonces quenoseperdieraenellaberintodel bazar. La ayuda tardaríaen llegar, losde laembajadatendrían que ponerse encontacto con agentes que noresidían en la ciudad y aquienes, seguramente, lescostaría bastante trabajo

moverse en el caos devehículos militares queatestabanlascalles.

Lomás probable era queno llegara nadie antes de lamedianoche, incluso mástarde.

¿Dónde se habría metidoBlake?¿Cuántotiempohacíafalta para comprar algo deropa y unas raciones dekebab?Apartó las cortinas y

miró por la ventana: en lacallesóloestabaelvendedorde pistachos y cacahuetes,apostado en la esquina de lamanzanacasidesierta.

Se hicieron las diez ySarahvolvióatelefonear.

—La operación está enmarcha —le contestó lamisma voz—, pero requieretiempo.Nosemuevan,iránabuscarlos.

Se hicieron las once ySarahestabaseguradequeasu compañero le habíaocurrido algo malo: lohabrían detenido y llevado ala comisaría para comprobarsu identidad. Tal vez lohabían reconocido yrelacionado con ladesaparición de un oficial yun soldado del ejércitoegipcio en el desierto del

Sinaí.Imaginó que lo habían

detenido y lo estabaninterrogando, torturando talvez, y que él trataba deresistir para darle tiempo dehuir.Selehizounnudoenlagarganta.

Debía tomar unadecisión: Blake tenía laposibilidaddetelefonearalapensión desde cualquier

cabina,demodoquesinolohacíaeraporque le resultabaimposible.Debíasalirdeallíy tratar de llegar sola a laembajadadeEstadosUnidos.La embajada sería el puntode referencia para él si dabaseñalesdevida.

Le quedaba algo dedinero, el suficiente paratomar un taxi y llegar a ElCairo.

No tenía otra salida.Escribió una notita: “Nopuedo esperar más. Trataréde ir al lugar convenido pormis propios medios. Teespero. Ten cuidado. Sarah”ylapegóenlapuerta.TantoBlakecomolosagentesdelaembajada, quien llegaraprimero,sabríanquéhacer.

Cogió la mochila, ocultóla deBlake en el armario y,

antesdesalir,echóunúltimovistazo a la calle apenasiluminada por las farolas.Vio detenerse un coche delque bajaron dos hombres deaspecto egipcio, perovestidosalaeuropea:debíande ser ellos.Alverlos entrarydespuésdelprimerinstantedealivio,aSarahlaasaltaronmildudasysiguió,apesardetodo, con su plan de huir y

llegar sola a la embajada deEstados Unidos en El Cairo.Demasiado tarde: se oía elruido de pasos de los doshombres que subían lasescaleras y no había otrasalida, a menos que saltaraporlaventana.

Estaba sopesando estaposibilidad cuando llamarona la puerta. Procuróserenarse, pensóque al finy

alcabonadahabíaquetemer,que esos hombres seríanagentes enviados por laembajada de EstadosUnidosy fuea abrir, peroencuantoviosuscarascomprendióqueestabaperdida.

—Soy oficial de lapolicía militar egipcia —sepresentó uno de ellos en uninglés aceptable—. Elpropietariodelapensiónnos

hadichoquenohadeclaradousted sus datos completos.¿Me hace el favor deenseñarmesusdocumentos?

Los dos agentes nohabían visto todavía la notapegada a la puerta, en esemomento vuelta hacia lapared,ySarahconfióenquese tratara de un controlrutinario de los hoteles. Lesentregó su documento de

identidaddiciéndoles:—Me llamo Sarah

Forrestall. Entré en Egiptocomo turista y la guerra meimpidesalirdeaquí…Esunalástima, nohepodidovisitaraún Luxor ni Abu Simbel,pero…

—Señora—dijo con vozfirme—, ¿dónde está suamigo?

A Sarah se le vino el

mundoabajo.—No lo sé, salió hace

más de dos horas a compraralgodecomerynohavueltotodavía. No tengo idea dedóndepuedeestar.

—Deberá acompañamosal comando donde noscontará todo loque sabe.Deélnosencargaremosdespués.

—Pero yo… —intentóprotestarSarah.

No pudo decir más. Elhombre la cogió del brazo yla sacó a rastras de lahabitación mientras elcompañero se entretuvorecogiendo los objetosdesparramados en la cama yel suelo; después, los tresenfilaron el pasillo. A lospocos pasos se encontraronde frente con otros dosindividuos que aparecieron

eneseprecisomomentoeneldescansillo empuñandopistolasconsilenciador.

Sarah intuyó cuantoocurría y se tiró al suelocubriéndoselacabezaconlasmanos mientras lasemioscuridad del pasillo seiluminaba con fogonazos deluz anaranjada y el aire sellenaba de humo espeso yacre. Alcanzados en mitad

del pecho, los dos policíasegipcios cayeron a su ladofulminados.

La muchacha levantó lacabezaycomprobóqueaunodelosdoshombreslohabíanheridoenelbrazomientraselotro avanzaba hacia ella conel arma humeante en lamano:losdoseranegipcios.

—Justo a tiempo, si nome equivoco —le dijo al

acercarse—. Perdónenos,señorita Forrestall —añadióconunasonrisa—,perohabíamucho tráfico. ¿Dónde estásuamigo?

Por el tipo de humor delquehacíagala senotabaqueestaba acostumbrado a tratarcon norteamericanos; estedetallelatranquilizó.

—No lo sé —contestóSarah—.A eso de las nueve

bajó por comida y no havuelto. Lo he esperado hastaahora pero me temo que yanovendrá.Aquínopodemosquedamos; además, sucompañeroestáherido…

—Porsuertesólohasidoun rasguño—dijo el otro—,me ataré un pañuelo y yaestarélisto.

Le ayudaron a vendarsesomeramente la herida, se

pusoelabrigootravezybajólas escaleras seguido deSarah y su compañero, queseguíaempuñandolapistola.

Un viejo árabe subía enesemomento apoyándose ensu bastón y murmuró entredientes:

—Salamaleykum.—Aleykum salam —

respondió el hombre de lapistola.

Sarah se sobresaltó alreconocer la voz de Blake.Instantes después, la mismavoz volvía a oírse a susespaldas, más fuerte ydecidida:

—Tiren las armas ysubanahoramismo.

Sin dejar de apuntarlosconsupistola,Blake repitió,categórico:

—¡Tiren las armas, he

dicho!Sarah lomiró: llevaba la

pistoladel egipcioquehabíamatadoconelbisturí.

Los dos hombresobedecieron. Blake lasrecogió con presteza y lostres subieron las escaleras,seguidos por Sarah. Pasarondeladojuntoaloscadáveresdelosdospolicíastiradosenelsueloenmediodelcharco

de sangre que seguíaaumentando y empapando lamoqueta.

—¡Entren! —gritó Blakeindicándoles la puertaentreabiertadelahabitación.

Se arrancó lakefia queocultabacasiporcompletosurostro.

—He visto movimientossospechosos en lasinmediaciones de la pensión

—ledijoaSarah—.Tuvequeesconderme. Por eso no subíantes.

—¿Por qué losamenazas?—preguntó Sarahsinentendernada.

—Han venido asalvamos. Uno quedó heridoenelintercambiodedisparosconlosdosagentesegipcios,losquehasvistotiradosenelpasillo.

—Señor Blake… —empezóadecirelotro—.Leruego que entre en razón…No hay tiempo que perder,debemos marcharnos yamismo.Ustednoentiende…

—¿Cómo sabe minombre? —preguntó Blake,sindejardeapuntarlo.

—Lo ha dicho la señoraForrestall…

—¡Mentira! La señora

sólohadichoqueconellaibaotrapersona.Estabapresentecuando habló con ustedes.¿Cómosabeminombre?

—Will, te lo ruego…—insistióSarah.

—Sarah, no intervengas,sé lo que hago.No podemosfiarnos de nadie.Mi nombresólo figurabaen las listasdelaWarrenMining.¿Cómoesposiblequeacabaraenmanos

de la embajada de EstadosUnidos? ¿Cómo llegó a lospapeles de esos dos que nosdetuvieron en el autobús?Átalos. Coge las cuerdas delascortinasyátalos.

Sarah obedeció; cuandolos dos hombres quedaroninmovilizados, Blake hurgóen sus bolsillos, encontró unteléfonomóvilyloencendió.

—¿Cuál es el número al

queteníasqueinformar?El hombre negó con la

cabezayrepuso:—Está loco. La policía

podríallegardeunmomentoaotro.

Blake loencañonócon lapistolaylegritó:

—¡Elnúmero!El hombre se mordió el

labio y le dictó el número,Blake lomarcóyel teléfono

empezóasonar.—En cuanto te contesten

lesdirásqueoshabéistopadocon la policía egipcia y queenelintercambiodedisparoshemos muerto los dos. ¿Lohas entendido? Estamos losdos muertos. No hagasbromas si no quieres acabarhaciéndole compañía a esosdeahífuera.

ContestóunavozyBlake

acercóeloídoalaparato.—OficinaM,¿digame?—SoyYussuf. Las cosas

hansalidomal.Nosesperabala policía militar egipcia.Hemos tenido que disparar.Nuestros amigos fueronsorprendidos en medio deltiroteo. Están… muertos.Abdulhasidoherido,peronodegravedad.

Sehizounsilencioalotro

ladodelalínea.—¿Habéis entendido lo

que acabo de decir? —preguntóelhombre.

—He entendido, Yussuf.Regresad ahora mismo. Osenviaré una ambulancia allugar convenido para laentrega.

Blakeapagóelteléfono.—¿Qué pretendéis hacer

con nosotros? —preguntó el

denombreYussuf.—Enviaremosaalguiena

buscaros—repusoBlake.Le hizo señas a Sarah

paraquerecogierasuscosas,salieron y cerraron la puertaconllave.

—Ponteesto—leordenólanzándole unajalabiyya decolor oscuro—. Hay quelargarse de aquí lo antesposible.

Bajaron las escaleras ypasaron delante del viejopropietario que, con cara deaturdido,estabadepiedetrásdel mostrador sin entendernadadecuantoocurría.

—Llama ahora mismo ala policía—le ordenó Blakeen árabe—, arriba haymuertosyheridos.

Salió a la callearrastrandoaSarah,envuelta

enlajalabiyya,conlacabezay la cara cubiertas con unvelo.

—¿Pero qué bicho te hapicado…?—preguntó.

—Ahora no hay tiempo.Luego te lo explicaré.Debemos largarnos a todamáquina, nos quedan pocosminutos.

Blake se internó en unacallejuela mal iluminada, la

recorrió hasta el finaldeteniéndose en cada crucepara comprobar que de lascalles laterales no salieransorpresas desagradables. Enla zona del bazar todavíahabía gente. En su mayoríaproveedores y porteadoresque descargaban mercancíapara el día siguiente: elcomercio continuaba a pesardelaguerrasanta.Devezen

cuando la tranquilidadrelativa del barrio se veíainterrumpida por el ruido delos helicópteros y el fragorde los aviones a propulsión,envuelohaciaelfrente.Bajouna bóveda ennegrecida porelhumodelaviejafraguadeun herrero hizo una pausa yse ocultó en las sombras,apretando a Sarah contra sucuerpo.

—¿Y ahora? —dijo lamuchacha.

—Ahora rézale al Diosque más te guste—contestóBlake y miró el reloj—.Dentro de cinco minutossabremos si tu plegaria hasidoatendida.

Se quedaron quietos, ensilencio, aguzando el oído almínimo ruido.Pasaroncincominutos de nerviosa espera,

luego diez, luego quince;abatido, Blake deslizó laespalda contra la pared y alquedar sentado en el sueloapoyó la cabeza en lasrodillas.

—¿Quieres explicarmequé hacemos aquí? —preguntóSarahenfurecida—.¿Porquénoseguimosaesosdoshombres? ¡Aestas horasestaríamos camino a la

embajadadeEstadosUnidos,malditasea!

—Por lo que a mírespecta, a estas horaspodríamos estar muertos.Empecé a sospechar cuandolos egipcios nos detuvieronen el autobús y encontramosesos documentos. Y tútambién, si nome equivoco.Además, ese tipo sabía minombre.¿Quiénselodijo?

Sarah movía la cabezanegativamente.

—No lo sé, ya no estoysegura de nada… Podríahabérselodichoyo…

No tuvo tiempo deconcluir la frase. En laesquina apareció un viejoPeugeot404familiardecolornegroysedetuvoanteellos.

—A lo mejor estamossalvados —dijo Blake—.

Iluso de mí, esperar que losegipcios fueran puntuales.Anda,sube.

HizosentardetrásaSarahy él ocupó el asiento al ladodelconductor,unjovennubiodepieloscura,que lo saludócon una sonrisa llena dedientesblanquísimos.

—Salamaleykum,el-sidî.—Aleykum salam —

respondióBlake—.Túdebes

deserKahled.—Soy Kahled,el-sidî.

Selimmepidióquevinieraarecogeros.Tambiénmepidióque os llevara lo antesposibleasucasaenElCairo.Él volverámañana de Luxory se reunirá con vosotros.Viajaremos casi toda lanoche porque tendremos quehacer un rodeo muy grandepara no topamos con

soldados ni policías. En esabolsadeplásticohaycomida.Estaréishambrientos.

—Has acertado —dijoBlake—, hace días que notomamosnadadecente.

Sesirvióunbollorellenodeverduraycarnepicadadecordero y le pasó otro aSarah, que lo mordió conavidez. Khaled avanzabadespacio, con mucha

prudencia, recorría callessecundarias,casisintráfico.

—Yo te haré compañía—le comentó Blake—, peromi mujer está muerta decansancio, la dejaremosdormir.

Tendió la mano hacia elasiento posterior y estrechólargamente la de Sarah.Después se reclinó en elrespaldo y guardó silencio

mientras escuchaba elronroneo del viejo motor yveía la calle deslizarsetranquilamentebajolaluzdelosfaros.

Khaled abandonó casi deinmediato el caminoasfaltado y enfiló otro detierra batida, polvoriento ylleno de baches, que seinternaba en la llanura deldelta. De tanto en tanto

cruzaban aldeas de casashechasconladrillossincocery tejado de paja y cañas,comoenlaépocadelÉxodo,yBlakenotóenelaireeloloraestiércolybarro,elmismoquehabíaolidoenlasaldeasdelAltoyBajoEgipto,delaMesopotamia y el Indo, elolorde los lugaresolvidadosporlaHistoria.

La bíblica ciudad de Pi-

Ramsés, desde donde habíapartidolagranmigración,nodebía de estar muy lejos:estabancruzando la tierradeGosen.

A medianoche Khaledencendió la radio paraescucharlasnoticiasyBlaketuvoocasióndeoírallocutorque, con tono triunfalistadecía que Israel seencontrabarodeadoportodas

partes y su suerte estabaechada. A continuaciónentrevistaron a un político;declaró que después de lavictoriaárabe, a los israelíessupervivientes quedemostraran haber nacido enPalestina se les permitiríaquedarse y, después de jurarfidelidada lanuevabandera,podrían adoptar lanacionalidadpalestina.

Blakegiró el botónde lasintoníaybuscóunaestacióneuropea o israelí, pero elaparato las recibía con pocaclaridad; de hecho,prácticamente no se podíanescuchar.

A eso de la una sedetuvieron a orillas de unbrazo del delta del Nilo yKahled y Blake bajaron delcoche para orinar. La luna

que seguía casi llena flotabaalgo más arriba de la líneadel horizonte dejando lamayor parte del cielo altitilar de las estrellas. Unaráfaga de viento hizo oscilarlos penachos de los papirosque,brillantescomohilosdeplata bajo la luz lunar, sereflejaban cual tentáculos demedusas en el espejotranquilodelasaguas.

Desde el este llegaronrepentinamente descargas detruenosyelhorizontepalpitóvariasvecesconel fulgorderelámpagos. Poco después lapazprofundadelcieloseviosurcada por el fragorensordecedor de cuatrocazabombarderosidentificados con la estrellade David; volaban bajossobreelcañizaldejandoasu

paso largas estelas de fuego:IsraelreaccionabaenfurecidoalaofensayBlakerecordólaley implacable que, desdehacía treinta siglos, guiaba aaquel pueblo de largamemoria contra su enemigo:ojoporojo.

Khaleddejócaersobrelapuntadesuszapatoselbordede lajalabiyya que acababade subirse hasta la cintura,

echóunvistazoalinteriordelcoche y después deasegurarse de que Sarahdormía sacó una carta delbolsillo y se la entregó aBlake.

—Selim quiere que laleas a solas —le dijo—.Quédate aquí fuera,encenderé las luces deposición.

Blakeseacuclillódelante

delcocheyamedidaquesusojosrecorríanaquellaslíneasnotabaquelasangrelesubíaa la cabeza y la frente se lecubría de sudor. Cuandoterminócayóderodillasysetapólacaraconlasmanos.

La mano de Khaled,apoyada en su hombro, losacódesuensimismamiento.

—Vamos, nos quedamuchocaminopordelante.

Lo ayudó a subir alcoche, se sentó al volante ysiguió viaje, imperturbable.A las cincode lamadrugadalosprimeros suburbiosdeElCairo se recortaron contra elcielo nacarado y, desde lasagujas de los grácilesalminares, vibró sobre laciudad desierta el cantoestentóreo del almuédano,más grito de guerra que

plegaria.Khaledvolvióa conducir

por las calles tortuosasde laperiferia de la inmensametrópolis y, al cabo de unlargo vagabundeo, se detuvoal final de un caminopolvoriento flanqueado desórdidos edificios dehormigónyladrillohuecosinenlucir, con loshierrosde laestructura asomando por los

extremos y las acerasdestrozadas y llenas debaches.

Los cables del tendidoeléctrico colgaban comoextraños festones a lo largode las paredes y algunos delospostesdesoporteseguíanplantados en mitad de lacalzada, testigos de unasituación urbanísticaderrotada por la tumultuosa

expansión de la ciudad másgrandedelcontinente.

Khaled sacó del bolsilloel manojo de llaves, caminóhasta uno de los edificios,franqueólapuertadeentraday subió con susacompañanteshastaelúltimopiso, donde abrió una de laspuertasdelrellanoyloshizoentrar en un apartamentodesnudo y modesto, pero

sorprendentemente limpio yordenado, libre de loscargadosoropelesquesuelenadornar las casas egipcias.Encontraronun teléfono,unatelevisión pequeña y unamáquina de escribir portátilsobreunescritorio.

Blake se asomó a todaslas ventanas para comprobarla situacióndeledificioydelas calles de acceso; al abrir

la puerta que daba a unbalcón de la parte posteriorvioa lo lejos las imponentessiluetasdeGizeh:lapuntadela gran pirámide y la cabezadelaesfingequedescollabanenelmardecasuchasgrises.

Sintió escalofríos yrecordóesasmismassiluetas,obra de la naturaleza, talcomo habían surgido ante élenlallanuradesiertadeRâ’s

Udâsh. El círculo se habíacerrado y él,WilliamBlake,era el frágil punto de uniónde aquel anillo mágico ymaldito.

Khaled puso a calentarleche y preparó café turcopara sus invitados, peroBlakesóloaceptólaleche.

—Si queréis descansar,enlaotrahabitaciónhayunacama —dijo Kahled—. Ya

me quedo yo levantado aesperaraSelim.

—Yo dormí en el coche—dijo Sarah—, le harécompañía a Khaled.Acuéstatetú.

ABlakelehabríagustadoquedarseperosedejóvencerpor el cansancio mortal quelo invadió de pronto en eseinstante,seechóenlacamayse quedó dormido como un

tronco.Se despertó en el

apartamento oscuro y vacíoal oír los timbrazosinsistentesdelteléfono.

Gad Avner se acercó alparapeto de acero inoxidabley suspiró al contemplar lainmensamaquetatopográficailuminada en el centro del

búnker subterráneo dondeestaban representados, comoen la pantalla virtual de uninofensivo videojuego, losmovimientos de las fuerzasdesplegadas. El realismo delefecto tridimensional, tantoen la representación delterritorio como en la de losobjetos enmovimiento,dabaalobservadorlaimpresióndeencontrarsefísicamenteenel

mismocampodebatalla.Se veían las ciudades y

los pueblos donde habíanpredicado los profetas, lallanuradeGelboédondeSaúly Jonatán murieron en labatalla, el lago deGenesarety el Jordán que habíanescuchado las palabras deJesúsydeJuan,yalfondolaescabrosa fortaleza deMasada, rodeada de rampas

derruidas y esqueletos decampos atrincherados,memoria de un espantososacrificio humano ofrecido alalibertad.

Se veía el Mar Muerto,encerradoentresusorillasdereluciente sal, tumba deSodoma y Gomorra, y alfondo, en las lindes deldesierto del Éxodo,Beersheva,cúpuladelShe’ol,

cavernadeHarmaguedón.En el centro, entre las

olas del Mediterráneo y eldesierto de Judá, sobre surocasealzabaJerusalén,conla cúpula de oro, rodeada demurallasytorres.

Una voz lo sacó de suspensamientos.

—Bonito juguete, ¿no teparece?

Avnerencontróantesí la

mole imponente del generalYehudai, que lo miraba concaradepreocupación.

—Mira —dijo—, esevidente que el enemigoconcentratodossusesfuerzosenaislaraJerusalén,comositratara de asediarla cortandolasvíasdeacceso.

Un jovenoficial se sentódelante del teclado delenorme ordenador y, a cada

petición de su comandante,simulabalosmovimientosdelasdivisionesacorazadas,losataquesavuelorasantedeloscazabombarderos,ymostrabalos escenarios resultantes decada posible movimiento deataqueodefensaencadaunade las áreas de choquearmado.

Las cosas habíancambiado mucho desde la

guerradelosSeisDías.Alnohaber sido destruidas lasfuerzasaéreasdelenemigosehabía producido unasituación de equilibrio que,conelpasodelashorasylosdías, derivabapeligrosamente a un puntomuerto, conduelosviolentosde artillería y nutridosbombardeos desde bateríasmóviles.

Lascontinuasincursionesde comandos por el interiordel territorio israelísembrabaneldesalientoentrela población civil yprovocaban la crisis delsistema de comunicaciones.Los ataques aéreos sobretodos los frentes sometían ala aviación a un desgasteextenuante y a los pilotos aun esfuerzo cada vez más

duro a causa de lainferioridad numérica y lafalta de refuerzos en elpersonaldevuelo.

—Estamos endificultades —dijo Yehudai—,sobretododespuésdequeEgipto ha entrado en elconflicto. Las cosas podríanempeorar. Es indispensablequeasestemosalenemigoungolpe devastador, de lo

contrario corremos el riesgode que se les unan otros. Sillegaran a entrever laesperanza, por mínima quefuera, deque lavictoria estácerca, otros tratarían desubirsealcarrodelvencedor.

—Asíes—dijoAvner—;por el momento Irán selimitaadarsuapoyoexteriorenpagoporsusconquistasdeArabia, donde procura

custodiar los lugares santosdel islam, pero las fuerzasmás extremistas podríanimponerse en cualquiermomento y presionar paraintervenir de forma directa,especialmente si siguevigente la amenaza queinmovilizaanorteamericanosy europeos. No olvidemosque los iraníes también hanjurado tomar Jerusalén. Me

han informado de disturbiosincluso en las repúblicasislámicas de la ex UniónSoviética.

Callóuninstante,comosirumiase un pensamientoangustiosoyluegodijo:

—¿Qué probabilidadesexistendeque tengamosquerecurriralabombaatómica?

—Es la última carta —repusoYehudai y su mirada

seposóenBeersheva—.Peropodría resultar inevitable.Lasituación es la siguiente:tratamos de contraatacar allídonde el enemigo se adentraen nuestro territorio conintenciones de alcanzar lacapital, y mañana por lanoche sabremos si lacontraofensiva ha tenidoéxito.

»Si no consiguiéramos

rechazarlo significaría que,en el plazo de veinticuatrohorasacontardesdemañanapor la noche, la situaciónpodríadecantarseclaramenteen favor del enemigo, encuyo caso nosotros nosencontraríamos en uncallejón sin salida. Entoncesnotendríamosotraopción.

—Por desgracia —dijoAvner agachando la cabeza

—, no hay novedades deWashington. La situación enEstados Unidos sigue siendolamisma.Nologranlocalizara los comandos, no sabendónde están las bombas y,por ahora, no hay motivosqueinduzcanapensarqueenlaspróximascuarentayochohoras vayan a producirsecambios.

—Debemos contar

únicamente con nuestrasfuerzas, si exceptuamos elllamamiento del Papapidiendo un alto el fuego.Aunquemetemoquenodarágrandesresultados.

La puerta neumática delbúnker se abrió para dejarpasar a Ferrario, que entróvisiblementealterado.

—Señores, losdispositivos de escucha de

los satélites han localizadouna central decomunicacionesenelinteriorde nuestro territorio. Segúnlosexpertosnorteamericanospodría tratarse del núcleoprincipal de coordinación detoda la operaciónNabucodonosor. Si nuestroordenador principal consigueconectar con el satélite, ellugaraparecerálocalizadoen

nuestroteatrovirtual.Miren.Se acercó al oficial

sentadodelantedel tecladoyle pasó la secuencia decomandosparasintonizarconel satélite militar en órbitageoestacionaria;enmenosdeun minuto, en el mapatridimensional parpadeó unaluzazul.

—¡Pero si está entreBelén y Jerusalén! —

exclamó Yehudai,estupefacto—.Casidebajodenuestrasmismasnarices.

—Entre Jerusalén yBelén… —repitió Avnercomo si hurgase en susrecuerdos—.Sólounhijo deputa arroganteypresuntuosopodría haber colocado unacentral de comunicacionesentre Jerusalén y Belén…¡AbuAhmid!

—No es posible —dijoYehudai.

—Yocreoquesíloes—insistió Avner. Ydirigiéndose a Ferrario lepreguntó—: ¿Dónde estáAllon?

—Supongo que seguiráen el túnel —contestóFerrario después demirar elreloj.

—Llévame ahora mismo

conél.—¿Quién es Allon? —

quisosaberYehudai.—Un arqueólogo —

respondióAvnerqueseguíaasuayudante.

—Un tipo que lo sabetodosobreNabucodonosor.

L a puerta se abrióchirriandosuavemente y una

siluetaoscuraserecortóenelvano, la de un hombre másbienalto,conunabolsaenlamano.

—¿Selim?Soy yo—dijo—.Acabodellegar.

—¿Porquépreguntarporel ayudante cuando estápresente el profesor, doctor

Olsen?—¿Quién es? ¿Quién

anda ahí? —inquirió elhombre,retrocediendo.

—¿No reconoces a tuviejo amigo? —quiso saberlavozdesdelaoscuridad.

—Dios mío… WilliamBlake. ¿Eres tú, Will? Portodos los santos, menudasorpresa, pero… ¿qué hacesahí, en la oscuridad? Anda,

déjate de bromas, sal paraquetevea.

Se encendió una lámparay Bob Olsen se encontrófrente a William Blake.Estaba sentado en un sillóncon el tapizado roto, con lasmanos en los brazos y a sulado,sobrelamesa,teníaunapistola.

—Estoy aquí, Bob.¿Cómo es que has venido a

Egipto en momentos tandifíciles?¿Cómoesqueestásaquí, en un lugar tanapartado?

—Estaba trabajando enLuxor y he venido porqueSelim prometió ayudarme allegar hasta nuestraembajada. Puse manos a laobra, como te prometí,busqué testimonios, apoyos.Intentaba aclarar las cosas

con las autoridades egipciasque se pusieron a midisposición… Prometíreabrir tucasoen la facultady lo haré, créeme. Siconseguimos salir de esteinfierno, te juro que tedevolverán el cargo… ytendrás el reconocimientoquemereces…

—Tú también, Bob,mereces reconocimiento por

tomarte tantas molestias portudesafortunadoamigo.

Olsentratabadenomirarla pistola para fingir queaquello no iba con él, peroera el único objeto quebrillaba en la penumbra delcuarto. Sus ojos extraviadosrecorrieron la habitación. Latensión de aquel momentotan irreal no tardó en hacermellaensualardeadacalma.

Cuando habló, el miedo lequebrabalavoz.

—¿Qué insinúas?¿Aquéviene ese tono irónico?Oye,Will, no sé lo que te habrándicho,peroyono…

—Noinsinúo,afirmoquehas traicionado de milmaneras mi buena fe y miamistad. Eres el amante demi mujer. ¿Desde cuándo,Bob?

—Will,noirásadecirmeque das crédito a lashabladuríasmalintencionadascuyoúnicofines…

—¿Desde cuándo? —repitióBlake,tajante.

Olsenretrocedió.—Will,yo…Los párpados de su ojo

izquierdo comenzaron aabrirse y cerrarseconvulsivamente y un hilillo

desudorlebajóporlasien.—Ahora entiendo tus

esfuerzos porque meconcedieran la financiación,para tener el campo libremientrasyoestabaenEgipto.

—Te equivocas, lo hicecontodasinceridad,yo…

—Tranquilo, en eso tecreo.Sabíasqueestabasobrela pista adecuada. De hechomehicistevigilarporunode

tus amigos en la oficina delInstituto de El Cairo ycuando te enteraste de quehabía conseguido la cita memandastealapolicíaegipcia.Así, me dejabas fuera dejuego para hacerte con elpapiro. Pero en esa ocasiónlas cosas se torcieron; miscontactos no llevaban elpapiro encima. Aunqueaquello marcó mi fin: me

echarondecasa,delInstituto,acabaron conmigo. ¿No esasí? Tarde o temprano elpapiro terminaría poraparecer, era cuestión depaciencia, el descubrimientohabríasidotuyo.¡Imagínate!Una versión egipcia delÉxodo bíblico, la únicafuente no hebrea delacontecimiento másimportante de la historia de

OrienteyOccidente.Noestámal.

»Te habrían nombradodirector del InstitutoOriental, sucesor de JamesHenry Breasted. Gloria,fama, contratos millonarioscon editoriales y la guindadelpostre,Judyentucama…

Olsen balbuceaba, teníala boca reseca, intentabainfructuosamente

humedecerse los labios conlalengua.

—Creéme, Will, es unasartadementiras.Quientehadicho todo eso no pretendeotra cosa que enemistamos,vete a saber con qué oscurofin…Reflexiona,siemprehesidoamigotuyo…

—¿No me digas? Deacuerdo, sólo pido creer entus palabras. Pero antes

déjame terminar. Tenemostiempo, nadie sabe queestamos aquí. Y Selim estáde acuerdo conmigo, claro.Alguien mandó matar a AlíMahmoudi, el hombre quetenía el papiro de Breasted,poco antes de que loentregara y luego envió a lapolicía… ¿Te recuerda algoestamecánica,Bob?PeroAlínomurió.

»Raro, ¿no? Un hombrecon tres balas en el cuerpo.Pero, ¿sabes qué pasa, Bob?Estos campesinos egipciosson fuertes,desciendende larazadelosfaraones.

»ElpobreAlíllegómediodesangradoallugardelacitay antes de morir le dijo aSelim quién le habíadisparado: el hombre calvode bigote pelirrojo. El

hombre con la bolsa dehebillasdeplata.¿Noesésa,Bob? ¿No es la bolsa quellevasenlamano?

—Esto es una locura,Will —farfulló Olsen—. Nopuedescreerqueyo…

—No lo creeré si medejas ver el contenido de labolsa.

Olsen estrechó la bolsacontrasupecho.

—Will, no puedo… Estabolsa contiene documentossumamente confidenciales ynotengoautoridadpara…

Blake puso la manoderechasobrelapistola.

—Abrelabolsa,Bob.En ese momento, el

fragor de las explosioneshizo temblar los cristales ylas lámparas; el reflejoestroboscópico de los

estallidos iluminó el cuarto,seguido de cerca del rugidode losmotores a chorro y eltrueno ritmado de loscañones antiaéreos. A Israeltodavía le quedaban fuerzaspara atacar el corazón deEgipto. Los dos hombres nopestañearon siquiera. Olsenagachólacabeza.

—Como quieras, Will,pero estás cometiendo un

grave error… aquí llevodocumentosque…

Las dos hebillas de platasaltaronuna trasotra conunchasquido metálico; velozcomo el rayo, la mano deOlsensehundióenlabolsaysacó una pistola, pero antesde que le diese tiempo acolocarla en posición dedisparo, Blake empuñó lasuyayabrió fuego.Unasola

bala,directaalcorazón.Se oyó el ruido de pasos

precipitados escaleras arribay en la puerta aparecieronSarahySelim.

—¡Santo Dios! —exclamó Sarah a punto detropezar con el cadáver deOlsenatravesadoenelsuelo,delantedelvanodelapuerta.

—Como puedes ver,llevaba pistola —dijo Blake

—.Y trató de utilizarla, nomequedómásremedio.

Sarah lo miróestupefacta.

—Ahora tenemos queirnos —dijo Selim—. Elruido del bombardeo y de laartillería antiaérea habráncubierto el del disparo, perono podemos seguir con estoaquí.

Blakenoparecíaprestarle

atención. Se arrodilló en elsuelo mientras otra serie defogonazos dibujabanfrenéticas sombras en lasparedes del cuarto; abrió labolsadeOlsenyhurgóensuinterior. Sacó una cajametálica, la dejó sobre lamesa, junto al sillón, debajodelalámparaylaabrió.Otraráfaga de explosiones, estavez muy cercanas, hicieron

temblar el edificio de arribaabajoy la luzenceguecedorade los fogonazos se reflejórepetidas veces sobre lasparedes y el techo. En laspupilas de Blake destellaronfiguras antiguas, losenigmáticos ideogramas quetanto tiempo había estadobuscando.

—¡Dios mío! ¡Diosmío…! ¡El papiro de

Breasted!De buena gana se habría

olvidado de todo paradedicarseadescifraraquellaspalabras, aquel mensajemilenario rescatadoal findela oscuridad. Todo habíaquedadoatrásenelrecuerdo,incluso el hecho de queacababa de matar a unhombre.

Sarah lo devolvió a la

realidad.—Will, tenemos que

deshacernosdelcadáver.—Al fondo del pasillo

sigue estando el andamio delaempresadeconstrucciónyel montacargas por el quesubían los materiales.Podemos utilizarlo—sugirióSelim—. Pero necesitoayuda.

Sacó del bolsillo las

llaves del coche y se lastendióaSarah.

—Señorita Forrestall,tendrá que bajar, coger elPeugeot de Kahled que estáaparcado en la calle, dar lavuelta a la manzana y pararcerca del andamio. Nosotrosbajaremos dentro de unosminutos con el cuerpo deldoctorOlsen.

Asombrada por los

macabros formalismos de suinterlocutor, Sarah asintió;bajó las escaleras en laoscuridad mientras Selim yBlake, después de echar unvistazo a su alrededor,sacaron a rastras el cadáverde Olsen envuelto en unamanta y lo llevaron hasta laventana que daba al exteriorSelim la abrió, franqueó elantepecho, saltó al

montacargas y desde allícomenzóasubirelcuerpodeOlsen, ayudado por Blakequeempujabadesdeabajo.

Cuando terminaron decargarlo, Selim cortó loscables del panel de mandodel montacargas para hacercontacto y darle corriente almotor.Laplataformasepusoenmovimientoconun suaveronroneo mientras Selim

guiñaba el ojo con el pulgaren alto y desaparecía delantepechodelaventana.

Blake bajó las escalerasdepuntillas,salióalacalleydio la vuelta a la manzanahasta llegar a la base delandamio. Mirara dondemirase, la oscuridad reinabaen todo el barrio. Estabaclaro que imperaba el toquedequeda.

Sarah ya había abierto lapuertadeatrásdelPeugeotySelim bajaba delmontacargaselpesadofardo.Lostrestuvieronquearrimarel hombro para levantar elbulto y depositarlo en elmaletero.

—Iré a recoger aKahledparaquemeayudeatirarloalNilo.Espérenmeenlacasayno se muevan por nada del

mundo.—Gracias, Selim —dijo

Blake—.Noloolvidaré.—Nosepreocupe,doctor

Blake. No contesten alteléfono antes del décimotimbrazo —les advirtióSelimysemarchó.

SarahyBlakesubieronalapartamento y cerraron lapuertaconllave.

—Será mejor que nos

quedemos a oscuras —sugirióSarah—.Lascortinasno cierran bien y la luz sefiltra. Es más seguro quenadie sepa que aquí haygente. Ya descifrarás elpapiro con tranquilidad,cuandohayamosvuelto.

Blake y Sarah seabrazaron en la oscuridad yasí se quedaron, el uno enbrazos del otro, mientras

fuera los ruidos de la guerracontinuaban poblando elcielo.

—¿Cómo conseguiremossalirdeestepaís?—preguntóSarahalcabodeunrato.

—No lo sé. Ya veremosquépuedehacerSelim.Hastaahorahasidomuyeficiente.

SeacordódeHusseini.Éltenía amistades en las altasesferas de Egipto, quizá

podríaecharlesunamano.—Sarah,dameelteléfono

móvil. Quiero llamar a unapersonademi confianzaquetalveznospuedasalvar.

Sarah le pasó elmóvil yencendió una linterna paraalumbrarlo mientrasmarcaba. El teléfono deHusseini llamaba sinproblemas pero nadierespondía, tampoco estaba

conectado el contestadorautomático. Era raro. Lointentó dos o tres vecesmássinresultado.

Apagó el móvil, buscóuna silla a tientas y se sentópara ordenar suspensamientos. Mientrasdejabaelpequeñoteléfonoenlamesatuvounaidea.

—Sarah, este trasto estambiénunordenador,¿noes

cierto?—Sí—repusoSarah—,y

es más potente de lo queimaginas.

—Perfecto. Entoncespodría mandarle un mensajepor correo electrónico. Eltiene el ordenadorpermanentementeconectado.

Abrió el aparato,encendió el pequeñoordenador, arrancó la

conexión a Internet yenseguida en la pantalladiminutasedesplegóelmenúde diálogo que le pedía lacontraseña de acceso. Sarahse la indicó y el teléfonocomenzó a llamar al númerodeHusseini.

En la oscuridad, Blakeobservaba casi incrédulo lapantallafluorescenteyconelpensamiento seguía la señal

que iba a un satéliteartificial, y luego a unservidor del otro lado delAtlántico, y desde allí alteléfono del ordenador deldoctor Omar al Husseini, enel número 24 de PrestonDrive,Chicago,Illinois.

—¡Estas máquinas sonfabulosas!—exclamó.

—Ahora escribe elmensaje —le dijo Sarah—,

peroantestecleaZQparaquesalga la pantallacorrespondiente.

Blaketecleólasdosletraspero, cuando se disponía aescribir,en lugardelespacioparaelmensajeaparecióotraventana.

—¡Joder!¿Quéhehecho?Sarahseacercó.—Nolosé,déjamever…

Probablemente has tecleado

otra cosa y sin querer le hasdado una orden de accesoremoto.¿Loves?Hasentradoenelexploradordetuamigo.

—Ayúdame a salir deaquí —le pidió Blake—, noquiero husmear en susarchivos.

—Es fácil —dijo Sarah—, pulsa las teclas alt ytabulador y saldrás, despuésvuelves a teclear las letras

ZQ para que te salga laventana del correoelectrónico.

—Alúmbrame—le pidióBlake—, no quiero volver aequivocarme.

MientrasSarahtratabadeiluminar mejor el teclado, aBlakele llamólaatenciónelnombre de uno de losarchivos porque estabaescrito en jeroglíficos

egipcios.—¿Qué es eso? —

preguntóSarah.—Nuestro sistema

secreto de comunicaciones.EnRâ’sUdâshenviéyrecibímensajes bajo las mismasnarices de Maddox. Le hicecreer que intercambiabatextos jeroglíficos parainterpretarlos con ayuda demicolegadeChicago.

—Interesante. Y asídescubristedóndeestabas.

—Exactamente. ¿Quieresverlo?

—Bueno,KhaledySelimtardarán por lo menos doshorasenvolver…

—Entonces, primerotengoquecargarelprogramade lectura del jeroglífico.Puedo hacerlo directamentedesde el ordenador de

Husseini.Recorrióconelcursorlos

archivos y se detuvo en elejecutable del programa. Locargó en su minúsculoaparato y volvió a buscar elarchivo identificado con lasecuencia de cincoideogramas.

—¿Qué significan? —preguntóSarah.

—En esta secuencia,

nada. A lo mejor Husseiniutilizó una contraseña.Dejémoslo, volvamos alcorreoelectrónico.

—Espera—le dijo Sarah—,déjameprobaramí.

Le pasó la linterna aBlake y se puso al teclado.Seleccionó con el ratón loscinco ideogramas, tecleóunaserie de comandos y losideogramas empezaron a

girar en distintascombinaciones hastadetenerse pocos segundos encadarecomposición.

—¿Y así consigues veralgúnsignificado?

Blakenegóconlacabeza.—No es ningún

problema,elordenadorsiguebuscando combinacionesalternativas, fíjate qué deprisava.

—Oye, Sarah, me pareceque no tenemos derecho a…—No terminó la frase—.Páraloahí.

Sarah tecleó un comandoy fijó los ideogramas en elorden en que acababan decombinarse.

—¿Este tiene algúnsignificado?

—Sí —contestó Blake,concaradepreocupación.

—¿Quésignifica?—Harmaguedón.—¿Harmaguedón? —

repitióSarah.—Eslabatalladelúltimo

día,laqueveráacuatroreyesde Oriente aliados contraIsrael. La batalla queterminará con la catástrofefinal… Eso es lo que estáocurriendoenestemomento:Israel se encuentra en las

garras de sus antiguosenemigos, los pueblos delNilo,elTigrisyelÉufrates.

—Debemos abrir esearchivo —dijo Sarah—, hayalgoquenomegusta.

—Pero es imposible. Laclave también estará escritaenjeroglíficooenárabe.

Tecleó el comando deapertura.

—¿Lo ves? No se abre,

me pide la contraseña paraentrar.

Sarah no quiso darse porvencida.

—No hay quedesanimarse.Casisiempresetrata de tonterías, como elnúmerodeteléfono…

Blake se lo dictó sindemasiadaconvicción.

—No funciona… o lafecha de nacimiento. ¿La

sabes?—No tengo ni idea.

Déjalo, Sarah. De verdad,escucha,Husseiniesunbuentipo, es amigo mío y noquiero…

—O el nombre de sumujer¿Estácasado?

—Tiene una amante. Sellama Sally, si no recuerdomal.

—Conque Sally, ¿eh?

Tampocofunciona.Pruebaenárabe,túquesabes.Tengoelprograma.

Blake dio el brazo atorcerytratódecolaborar.

—Sally en árabe… quéideas tienes, Sarah… ¿Loves?Tampocofunciona.

—Unahija,unhijo…—Notienehijos…Sarahextendiólosbrazos

ydijo:

—Deacuerdo,dejémoslo.Tienesrazón, túnoestábienfisgonear en asuntos ajenos.Será mi deformaciónprofesional…

—Esperaunmomento—la interrumpió Blake y derepente, como si la tuviesedelante, vio la foto de unniñoen lamesadeHusseini,ensupisodeChicago,conladedicatoriaenárabe:

ASaid,papá.

—Tiene un hijo… o talvezlotuvo.

Escribió “Said” en árabey el archivo salió en lapantalla.

—¡Caray! —exclamóSarah—. ¿Qué diablos esesto?

Blake se acercó pero novio más que un montón de

caracteres ASCII dispuestosenestructuraderacimo.

—No se entiende ni jota—dijoBlake—,¿aquévienetantaalarma?

—Porque éste es unprograma muy complejo ydelicadoyademás,muyraro.Y por lo que yo sé, estáúnicamente al alcance deciertas estructuras deespionaje. Querido mío, tu

colega trata con genteextraña.

—Pero si no es más queprofesor de copto. Loconozcodesdehace años.Esel tipo más pacífico yrutinario que puedasimaginar. Yo no entiendomucho de informática, perote aseguro que… Ya veráscómo se trata de un sistemadecorrecciónortográficadel

arameo…—Por desgracia creo que

no…Malditaminipantalla,sipudiera imprimirelesquemaentero… Espera, veré siconsigo meterlo en midescodificador.

Siguió tecleandoafanosamente; al chocarcontra las teclas sus uñasemitíanun ruidoqueparecíaeltictacdemuchosrelojes.A

medidaqueeldescodificadorinterpretaba el racimo designos de la pantalla, laaprensión iba apoderándosedelrostrodeSarah.

—¿Logras entender quées?—preguntóBlake.

Sarah no le contestó ysiguió tecleandointermitentemente. Esperabalasrespuestasdelprogramayseguía tecleando.Al final se

arrodilló y se secó la frentemojadadesudor.

—¿Qué has averiguado?—insistióBlake.

—Setratadeunaespeciede sistema automático,articulado en tres sectores;fíjate, el sistema en racimoque ves aquí dirigeautomáticamente la rotaciónde tres objetos, o personas,sobrevariosobjetivos.

—¿Puedeslocalizarlos?—Debotratardeagrandar

unsolosectoryreconocerelsoporte topográfico…déjame probar… así megusta, bonito, siguetrabajando, no te pares. Sí,efectivamente… se trata deun soporte topográfico. Yatengounode losobjetivos…veamos el otro… muy bien,así… y ahora, el tercero…

¡Santo Dios! ¿Quédiablos…?

—¿Quieresexplicarmedequé va todo? —insistióBlake.

—Verás —dijo Sarah—,si no me equivoco, cadaveinticuatro horas el sistemadirige el desplazamientocontinuoyenrotacióndetresobjetosidentificadosconestapalabra…¿Quées,árabe?

—Sí —respondió Blakeponiéndose las gafas yacercándose a la pantalla—.Esárabeysignifica“asno”.

—En fin, será comodices.De todosmodos, cadaveinticuatrohorasymedianterotación, estos tres “asnos”se desplazan hacia unobjetivo distinto. El sistemase compone de seisdesplazamientos, cuatro de

loscualesyasehanhecho—dijoindicandounamarañadesímbolos ASCII en unextremodelapantalla

»Al producirse el sextodesplazamientoseactivaotroprograma, una especie desistemaautomático,comounvirus de ordenador queprovoca daños irreversibles,como la destrucción de lamemoria del ordenador, la

pérdida del archivo y esposiblequealgomás.

—¿Quémás?—preguntóBlake.

—¿Cómo se llamaba elarchivo?

Blake lo recordó derepente:

—Se llamaHarmaguedón.

—La batalla del últimodía, ¿no es así? ¿No te

recuerdanada?—Por eso nuestro

gobierno no interviene —respondió Blake—, ytampoco nuestros aliados.Nuestro país se encuentrabajounaespeciedeamenazacatastrófica conectada a unmecanismoderelojería.

—Hipótesis muyprobable —dijo Sarah—.Imagínate que esos “asnos”

sean recipientes de gasnervioso o cargasbacteriológicas o bombasnuclearestácticas.Alasextaorden de rotación quedanapuntadas sobre objetivosfijados de antemano y seejecutaelprogramafinal.Esdecir, el detonador. Yentonces…¡Pum!

»Deberíamosavisarahoramismoalaembajada,perosi

lo hacemos podríanenviarnos otros dos esbirroscomo los anteriores paraquitarnosdeenmedio.

—Es improbable —dijoBlake—. No saben dóndeestamos y no tienenposibilidadesdelocalizarnos.Deberán escucharnos lesgusteono.Saldeesearchivoyllamaalaembajada.Ahoramismo.

—De acuerdo —dijoSarah—, ojalá nos hagancaso.Enelfondonoestamosseguros. Podría haberanalizado el programa de unvideojuego.

—Es posible —convinoBlake—, pero más vale unafalsaalarmaqueninguna.Noles costará nadacomprobarlo. En el peor delos casos, cuando llegue el

momento,lepedirédisculpasaHusseini.Llama.

Sarah cerró el archivo,desconectó la conexión aInternet, apagó el ordenadory en el teclado del teléfonomarcó el número de laembajada al que habíallamadoantes.

—Comunica —dijo alfin.

—Quécosamásrara,son

las diez de la noche. Pruebaotravez.

—Lo pondré enautomático,seguirállamandohastaquehayancolgado.

Blakeapagó la linternayesperaron en silencioescuchando las señales delpequeñomóvilquellamabaaintervalos de dos minutos yseguía encontrando la líneaocupada.

—No puede ser —dijoBlake al cabo de muchosintentos—, hace media horaque llama. No pueden tenertodaslaslíneasocupadas.

—Estamos en situacióndeemergencia.Habrámuchagente que llama para pedirayuda, las líneas estaráncolapsadas.

—¿También la líneareservada a la que

telefoneaste la última vez?Ayer te contestaronenseguida, ¿no? ¿Y si loshubiesendesconectado?¿Ysila embajada estuvieracerrada?

Sarahinclinólacabezaenlaoscuridad.

—Será mejor quetelefonees a alguien enEstados Unidos. Hastrabajado para el gobierno

muchas veces, ¿no?Conocerás a alguienimportante que se mueva ohaga mover a quien seanecesario. ¡Joder! Nopodemos quedamos aquí aesperar que ese malditoteléfonodejedecomunicar.

—Nunca tuve contactosdirectos con nadie de laadministración de EstadosUnidos.Miintermediarioera

Gordon. Y algunas vecesMaddox.Perolosdoshabránmuerto.

—¡Llamemos a quiensea!—gritó Blake—.A unacomisaría de policía, al FBI.¡Al Ejército de Salvación!Tendránqueescucharnos.

—No será fácil explicardequéhablamoseinclusoenelcasodequenosescuchen,¿cómo les explicaremos el

sistema para bloquear elprogramao localizar los tresterminalesderotación?

—Bastará con quedesconecten el ordenador deHusseini.

—No necesariamente.Seguroquetienenuncircuitode reserva. Es impensableque una operación desemejante entidad, si de esose trata, dependa sólo del

ordenador personal de unprofesor de Chicago.Desconectar el ordenadorpodría provocar lasconsecuencias catastróficasque pretendemos evitar.Además, elordenadorpodríanoencontrarsealavista.

—DetendránaHusseiniylo harán confesar —insistióBlake,sinlogrardisimularlavergüenza.

—¿Confesar qué? ¿Teconstaqueseaunforofodelainformática?

—Por lo que yo sémaneja bien todos losprogramas de tratamiento detexto, pero creo que deprogramación no entiende nijota.

—A eso iba. No mesorprendería que le hayaninstalado todo este montaje

sinqueéllosupiera.—Tal vez sea lo más

probable—admitió Blake—.De todos modos, no coge elteléfono. Tampoco sabemossi sigue viviendo en suapartamento.

SeoyeronvariospitidosySarameneólacabeza.

—¡Loquefaltaba!Mehequedado sin pilas y notenemosluz.

—Usemos el teléfono deSelim—sugirióBlake.

En ese momento alguiensubía las escaleras y luegodecíaenlapuerta:

—Doctor Blake, señoritaForrestall, soy yo, Selim,abran.

Blake encendió lalinternaque,yacasisinpilas,proyectó una luz tenue.Buscó a tientas la puerta;

antesdellegaraella tropezóvarias veces y lanzó otrastantas maldiciones. Cuandoabrió, Selim entró con sulinternaencendida.

—Tenemos que irnosahoramismo.Estánpeinandola zona y todos losextranjeros, especialmenteeuropeos y norteamericanos,son detenidos paracomprobar sus identidades.

La radio no para de emitircomunicados rogando a lapoblación que denuncien atoda persona sospechosa.Además…

—¿Además qué? —preguntóBlake.

—Las fotos de ustedesestán en todos los lugarespúblicos juntocon lasde losdelincuentes buscados.Tenemos que salir de El

Cairomientrasseadenoche.Recogieron las mochilas

ylabolsadeOlsenybajarona lacalledonde losesperabaKahled con el Peugeot enmarcha. Partieron rumbo aldesierto con los farosapagados.

—¿Dónde piensasllevarnos? —quiso saberBlake.

—Tengo amigos en una

tribu beduina que se mueveentre Ismailia y la franja deGaza. Se quedarán con elloshasta que cambie lasituación.

—¿Hasta que cambie lasituación? Selim, estás debroma. Debemos salir ahoramismodeEgiptoyencontrarun aeropuerto donde podercoger un avión. Nos quedancuarentayochohoraspara…

—¿Para qué, doctorBlake?

—Para nada, Selim… esdifícil de explicar… pero setratadeunaemergenciamuygrave.

—Pero doctor Blake,usted me pide milagros. Nohay ningún lugar dondepuedancogerunavióneneseplazo.

—Sí que lo hay —dijo

Sarahchasqueandolosdedos.Blake se volvió hacia

ella, sorprendido por sucategóricaafirmación.

—¿Dequéhablas,mujer?—¡El Falcon! El Falcon

sigue en el hangar de lamontaña, a siete kilómetrosd eRâ’s Udâsh. Estoycapacitada para hacerlodespegar y volar hastaEstadosUnidos.

—Es imposible —dijoBlake, abatido—, ¿cómoharemos para cruzar lafronteradelazonadeguerra,cómo llegaremos aRâ’sUdâsh con este coche, enplenanoche?

Sarah no le contestó;todos guardaron silencio.Tras las ventanillas seextendía la estepa queprecede al desierto; aquí y

allá se alzaban pequeñaselevaciones rocosas yredondeadas,desgastadasporel viento, a cuyos piescrecían arbustosachaparrados y hierbajosresecos, como gigantescascabezas calvas bajo la luzvacilantedelaluna.

Kahled conducía por uncaminoapisonadoamuybajavelocidad, guiándose por la

luz de la luna y tratando deno levantar demasiado polvopara no llamar la atención.Selim se puso entonces aconversar con él en eldialecto de Al-Qurna y aBlake le costaba muchotrabajoentenderlos.

—Alomejoryosécómopodemos conseguirlo —dijode pronto Selim en vozmásalta.

—¿Hablasenserio?—Khaled conoce una

tribu de beduinos que vivencerca de la frontera y suelencruzar para robar losvehículos que los israelíesdejan abandonados en elpolígono de tiro comoseñuelo para loscazabombarderosdelafuerzaaérea. Los desmontan yvenden los recambios, a

veces consiguen hacerlosfuncionar. A cambio de unabuena cantidad los llevaránde un modo u otro aRâ’sUdâsh, de noche, sin servistos,ylaverdad,dinerononosfalta.

—Entonces, adelante,Selim —dijo Blake dándoleunapalmadaenelhombro—.¡En nombre de Alá,movámonos!

Kahledpisóelaceleradoren cuanto enfilaron uncamino secundario que seinternabaen lapenínsuladelSinaí y mantuvo la marchadurante casi cuatro horas.Fue entonces cuando oyeronde repente la voz imponentede la guerra: al principio enforma de truenosamortiguados quemartilleaban la tierra con

sombríos retumbos; luego setransformaron en largossilbidos agudos seguidos deespectacularesdeflagraciones,cadavezmáscercanas, mientras eninfinidad de puntos delhorizonte se producíanexplosiones apocalípticas,llamaradasdelucesrojasquehacíanresplandecerelcieloeincendiabanlatierra.

Entre el manto de nubessurgióporelsurungrupodecazabombarderos que selanzó en picado barriendo elsuelo con enfurecidasráfagas, pero otros notardaronenacercarseaellos,como escupidos por lasentrañas de la tierra, y seentabló un duelo a muerte.Las infinitas estelasmulticolores de las balas

trazadoras recorrieron elcielo, laceradoporel aullidorabioso de los motores que,en sus locas acrobacias,traspasaban la barrera delsonido.

Pocodespuésvieroncaerun avión; la bola de luzbermeja y el trueno quesacudió la tierra indicaronellugar de su fin. Otro, heridode muerte, se alejó

vomitandounalargacolumnade humo negro paraestrellarse a lo lejos, con elbrevefulgordeunrelámpagoestival. Un tercero lanzóprimero al aire un paraguasblanco que, tras columpiarseen la luz líquida delamanecer como una medusaen un mar transparente,estalló en mil pedazos quecayeron en incandescente

cascada.Selim señaló hacia el

norte.—Râ’s Udâsh está por

allá —dijo—. Dentro depocos minutos llegaremos aAl Mura, donde deberíamosencontrar a nuestros amigos.No se preocupen por eldinero. Llevo encima partedel efectivo que traje paracomprar el papiro. En vista

dequenoshasalidogratis…—Todavía no me has

explicado cómo hiciste paraconseguirlocomentóBlake.

Mepidieronquenose lodijera.

—Selim, es importante.Debo saber de dónde vieneese dinero. Te juro que nosaldrádeaquí.

—Me lo dio el doctorHusseini. Se apenó mucho

porustedycuandoseenteródequehabíanovedadessobreelpapirodeBreastedhizoloimposible por reunir eldinero.

—¿Cuánto?—Doscientosmil dólares

en efectivo. Llevo encimadiezmil,másquesuficientes.Elrestoestáenlugarseguro.

Bajaron del coche ySelim se adentró en el

campamento sin dignarsesiquieraamiraralasmujeresquienes, cargando cántarosenlacabeza,ibanalpozoporagua. Khaled fue tras suamigo, seguido de Blake.Envuelta en sujalabiyya,Sarah esperó a prudentedistancia.

Selim dio voces desde laentradadelatiendayalcabode nada salió un hombre

envuelto en unburnus negroque lo saludó. Selim y suamigo retribuyeronel saludoinclinándoseytocándoseconla punta de los dedos elpecho,labocaylafrente.Elhombre le echó un vistazo aBlake y les indicó a los tresque entraran en la tienda.ASarah le ordenaron que sesentara en el suelo, junto aunapalmera.

El hecho de que Blakehablara árabe facilitómucholas cosas. Selim no dioexplicaciones: sabía que enlas negociaciones iban aperdermuchotiempo.Porsuparte,Blakeseguardómuchode decirle a Selim queaceptara enseguida, a laprimera petición; inclusosabiendoquedeesemodonoresolvería el problema sino

que, por el contrario, locomplicaría.

Enelsilencioreinanteenel campamento se oyó elmartilleoritmadodelamanode un mortero; alguienpreparaba café para losinvitados venidos de lejos yBlake recordó aquella nochegélida en las calles deChicagoylahospitalidadquelehabíacalentadoelcuerpoy

el corazón. ¿Cómo eraposiblequeHusseinifueseunmonstruo que preparaba ladestrucción de tantosinocentes?

El perfume del café notardó en flotar en la tienda.Blake se sirvió su tazahumeante pensando quehabría dado un buen puñadode los dólares que Selimllevaba en el bolsillo por

poderecharleunbuenchorrodel mejor bourbon. Tambiénpensó en la femineidadhumillada de Sarah ylamentónopoderhacernadaporellaenesasituación.

Las negociacionesavanzaban mientras lasmujeres servían leche decabra,yogur,ayranydátiles.Blake pidió que sirvieranalgo a su esposa, cansada y

hambrientaporellargoviaje.Lasmujeresasintieronconlacabeza y cuando terminaronde atender a los hombressalieron y se ocuparon deSarah.

Selim y el jeque seestrecharon la mano ycerraron trato en la suma decuatro mil ochocientosdólares, la mitad a pagar deinmediato y la otramitad al

concluirlamisión.Pasaronadiscutir el itinerario sobre elmodernísimo mapa militarnorteamericano a escala1:500.000, que el dueño decasa desplegó sobre suarquibanco.

La marcha que losacercaríaallugarindicadoseharía de día, a lomos decamello, para no llamar laatención de las fuerzas

armadas desplegadas porambos bandos.De esemodollegaríanalasinmediacionesde Abu Agaila, a pocoskilómetros de la frontera.Allíencontraríanunvehículocon tracción en las cuatroruedasylucesblindadasparael traslado nocturno hastaRâ’s Udâsh, en total cientoveinte kilómetros porterritoriodealtoriesgoy,en

la primera etapa, a escasadistanciadelfrente.

Selim contó el dinero ypoco después todos fueronconducidos hasta el oasisdonde estaban los camellos.Se despidieron de Kahled,puessequedaríaeneloasisaesperar el regreso de Selimpara llevarlo de vuelta en suPeugeot.

—Gracias,Khaled—dijo

Blake abrazándolo—.Volveré y juntos nostomaremos una cerveza fríaenelWinterPalacedeLuxor.

—Inshallah —dijoKhaled,sonriendo.

—Inshallah. Si Diosquiere—respondióBlake.

Cuando se hubo reunidocon sus compañeros que yahabían montado en suscamellos, le preguntó a

Selim, mientras éste seencaramaba al basto de sucabalgadura:

—¿CómoavisaráalosdeAbuAgheilaquevamosparaallá?

Selim le hizo una señacon lacabezayBlakesediolavuelta.Eljequeacababadesacar un móvil últimomodelodelafajaquellevabaen la cintura y hablaba

animadamenteydandovocescon su desconocidointerlocutor.

Viajaron todo el día ypararon media hora en elpozo de Beer Hadat, uncharco de agua amarillentasobre la cual se deslizabannubes de libélulas y pulgasde agua; en más de unaocasión, por el camino setoparon con columnas de

camiones blindados ytanques con cañonesantiaéreos que se dirigían alfrente. Estaba claro que labatalla continuaba en suapogeo.

Llegaron a Abu Agheilapocodespuésde la caídadelsol y el jefe de la caravanalos condujo a un pequeñocaravasar lleno hasta lostopes de asnos, camellos,

mulas y sus conductores; elaireestabasaturadodegritosyolores.

Dispusieron lo necesariopara que abrevaran ycuidaran de los animales.Selim entabló unaconversación al principiotranquila y luego muyencendidaconeljefeyBlakese dio cuenta de que elhombre quería el resto del

pagoantesdereemprenderlamarcha.

Se acercó a Selim y ledijoeninglés:

—Siaceptalamitaddeloque le debemos dile que deacuerdo, de lo contrarioregresamos. No quiero quepiense que necesitamosdesesperadamentesuayuda.

Selim transmitió elmensaje y, para ser más

convincente, sacó docebilletes de cien dólares y selos puso en la mano. Alprincipio el hombre hizoademán de rechazarlos, perodespués de reflexionar legritó a un muchacho y ésteabrió de par en par undesvencijado portón demadera tras el cualguardaban un viejo Unimogcon pintura de camuflaje

muynueva.—Porfin—suspiróBlake

mirando el reloj; eran lasochodelatarde.

A esa hora el ordenadordeHusseiniponíaenmarchael quinto ciclo. Faltabanveinticuatro horas para laconclusióndelprograma.

El precio pagado incluíatambién un bollo de panrellenodecarnedecorderoy

salsa y una botella de aguamineral;eljequehabíahechobienlascosas.

Sarah cumplía a laperfecciónsupapeldeesposamusulmana: comía apartadade los hombres, la cabeza ygran parte del rostro ocultosbajo el velo, pero de vez encuando Blake buscaba sumiradapara darle a entenderquepensabaenella.

SubieronalUnimogalasocho y media. El muchachoquehabíaabiertoelgarajesesentó al volante, Selim a sulado, Sarah y Blake en elasiento de atrás. El vehículoestaba cubierto por una lonade camuflaje, tensada sobreel armazón de tubos dehierro.

Al cabo de una hora deviaje entendieron por qué el

hombre del caravasar habíaqueridocobrarlatotalidaddela suma pactada: losestallidos y relámpagos delas explosiones estabantemiblemente cercanos.Selim adivinó el estado deánimode suscompañerosdeviaje y se volvió paracomentarles:

—El muchacho dice quenodebemospreocuparnos.El

frente está en dirección aGaza, dentro de poco nosdesviaremosalsudesteynosalejaremosdeél.Después semeterá en el lecho delwadiUdâsh que, al cabo de pocoskilómetros se estrecha yqueda encajonado entre lasrocas,conlocualgozaremosdeunresguardoperfectoquenos permitirá llegar adestino.

—¿Cuándo? —preguntóBlake.

Selim conversó con elconductor y luego lecontestó:

—Si todo va bien, siningúnaviónnosametrallaysi no sufrimos averías, a esode las dos de la mañana…Inshallah.

—Inshallah —repitióBlakemecánicamente.

El muchacho conducíacon tranquilidad y muchaprudencia; sólo encendía lasluces en los tramos difícileso donde el caminodesaparecía o resultabairreconocible.

Hacia la medianochellegaron a la frontera y sedetuvieron al amparo de unaelevación del terreno. Adoscientos metros de donde

estabanseveíauncercadodealambre espino y, al otrolado, ya en territorio israelí,paralela a la fronteradiscurría una carreteraasfaltada.

El conductor y Selimbajaron andando y seacercaron cautelosamente ala líneadelafrontera,dondese detuvieron, miraron aambos lados, cortaron con

tenaza el alambre espino yregresaronalUnimog.

—Hasta ahora hemostenidounasuerteincreíble—dijoSelimmientraselpesadovehículo se encaramaba alterraplén del camino paravolverabajaralotrolado,endirecciónalwadiUdâshque,blanco y completamenteseco, se extendía a mediokilómetrodedistancia.

—Selim, debo pedirtealgo—dijoBlakeenárabe.

—¿Dequésetrata,doctorBlake?

—¿Sabes por qué losnorteamericanos y susaliados europeos no hanentrado todavía en estaguerra?

—La radio y los diariosdicenquetienenmiedo,perosonpocosquieneslocreen.

—¿Túquéopinas?—He sintonizado una

emisora de Malta. Lasnoticias hablaban defiltraciones que apuntaban aque Estados Unidos estáinmovilizado por unaincreíble amenaza terrorista.Me pareció una explicaciónplausible.

—A mí también me loparece —contestó Blake, y

añadió—:Selim,¿quéopinasdel doctor Husseini? Quierodecir… ¿nunca has notadonada raro en sucomportamiento?

Selimlomiróconcaradesorpresa, como si jamáshubiese imaginadoquenadiefuera a hacerle semejantepregunta.

—El doctor Husseini esunabuenapersona.Yausted

letienemuchoaprecio.Sehatomado muchas molestiasporusted,seloaseguro.

—De eso estoyconvencido—contestóBlakey agachó la cabeza ensilencio.

Entretanto, Sarah estabasumidaensuspensamientos.

—¿En qué piensas? —lepreguntóBlake.

—Seguro que el hangar

delFalconestarácerrado;lasllaves las tenían Gordon yMaddox. Me pregunto cómoharemosparaabrirlo…

—No lo sé —dijo Blake—, pero hasta ahora hemossuperado tantos obstáculosqueunapuerta,porresistentequesea,nonosdetendrá.

Llevaban ya ciertotiempo avanzando por ellecho seco del wadi Udâsh,

cubierto por una capa degravilla limpia y arenagruesa, entre dos orillassituadas a por lo menos dosmetrosdealtura,sombreadasde tanto en tanto porespinosas acacias queofrecían resguardo en losmomentos críticos, cuandopor el cielo asomaba lasilueta de un avión o unhelicópterooalolejosseoía

el ruido de motores de unacolumnaenmarcha.

A eso de la una de lamañana, Sarah, que estabamedio dormida, despertó yseñalóhaciaeleste.

—Mira, allí —le dijo aBlake—.LapirámidedeRâ’sUdâsh. Debemos salir delwadi, el camino y el hangarestán por esa zona, a sietekilómetrosmásomenos.

Selim la había oído, ledio una palmada en elhombro al conductor y leindicó que parara y apagaraelmotor.

—Siete kilómetros porterreno completamentedescubierto —dijo en inglés—.Ahoraviene lodifícil.Sillega a descubrirnos algúnaviónotanque,delabanderaque sea, nos incinerarán sin

pensárselodosveces.—Escúchame, Selim —

dijo Blake—, esimprescindible quelleguemos a ese hangar, nopodemos fallar…Disponemos de muy seriosindicios de que la amenazaterrorista de la cual noshablabas hace poco está enmarcha y que su última fasese producirá dentro de…—

miró el reloj—, diecinuevehoras.

—¿Qué última fase? —preguntóSelim.

—No lo sabemos. Puedeincluso que estemosequivocados, pero nopodemos correr riesgos. Lomásprobableesqueungrupode terroristas hayaconseguidocolocarartefactosde potencia devastadora en

algunas localidades deEstados Unidos, con lo cualhan frenado la respuestaarmadadeéstos.

—Entiendo.—Entonces, escúchame.

Me adelantaré yo a pie ycuandoveaqueelcampoestálibreosharéunaseñalconlalinterna para que avancéiscon las luces apagadas; asíhasta llegar a la pista de

despegue. Una señalluminosa significa que todoestá en orden y que podéisavanzar. Dos señalesindicaránquehaypeligro.

—Voy contigo —dijoSarah.

—De acuerdo —aceptóBlake apeándose delvehículo; luego cogió lamochilaylabolsadeOlsen.

Sarah se arrancó el velo

islámico, se quitó lajalabiyyaysacudiólacabezadejando suelta la rubiacabellera.

—¡Por fin! —exclamó,saltando a tierra con suuniforme caqui—. Estabahasta el gorro de hacer demomia.Venga,enmarcha.

Saludaron a Selim y éstelescontestóconelpulgarenaltoysealejaronalacarrera.

Llegaron a una cima quese elevaba a siete u ochometros del suelo y otearonlargamente la llanuradesierta. Blake encendió yapagólalinterna.

Selim le ordenó a suacompañante:

—Baja y espérame aquí.Despuésvendréarecogerte.

Elmuchachoprotestó.—Podría pisar una mina

y saltar por los aires.¿Quieresmorirconmigo?

Cogió el resto del dineroyseloentregó.

—Es mejor así, hazmecaso.

El muchacho bajó sinponer más reparos y seacuclilló en el fondo delwadi. Selim se sentó alvolante, puso el motor enmarchayarrancó.Alllegara

la cima, Blake y Sarah yaestabanaunkilómetro.

Esperó la siguiente señalcon el motor al mínimo ycuando vio brillar a la lejosla lucecitapisóel aceleradory cruzó el segundo tramodedesierto. A1 detenerse en elpunto siguiente, elcuentakilómetros indicabacasitreskilómetros.Yahabíacubierto la mitad del

recorrido.Entretanto,SarahyBlake

avanzaban a veces andando,otras a la carrera. A suizquierda, a medida quevariaba la perspectiva, lapirámide deRâ’s Udâshdestacabacadavezmásentrelas otras alturasimponiéndose con suimpresionante presencia.Cuandocomenzóareconocer

otros elementos del paisajeque le resultaban familiares,Blake sintió escalofríosaunque estaba empapado desudor.

Faltaban apenas doskilómetros para llegar a lapista. Volvieron a hacerleseñas a Selim para queavanzara y emprendieron elascenso de otra elevaciónrematada por rocas partidas,

algunos de cuyos trozoscubríanlasladeras.

—Eslacolinadelhangar—dijo Sarah—, lo hemosconseguido.Noveomorosenlacosta.PodemosindicarleaSelim que se reúna connosotros, es inútil queperdamosmástiempo.

Blakehizolaseñalconsulinterna y al cabo de pocosminutos, el Unimog estaba

juntoaellos,enmediode lagran llanura silenciosa.A lolejos se oía el eco de loscañonazosy,por el estey elnorte, hacia la zona deGazaysobreelmarMuertoseveíaelfulgordelasexplosionesylas balas trazadoras de losduelosaéreos.

Subieron al estribo delvehículo mientras Selimacelerabayrecorríaenpocos

minutos el tramo restante dedesierto que los separaba delapista.

Blake efectuó unreconocimiento paraasegurarse de que susuperficie no estuvieradañada; en el suelo sóloencontró algunas asperezas,probablemente debidas a latormenta de arena. Sarah ySelim fueron de inmediato a

la puerta del hangar, delantedel cual el viento habíaacumulado bastante arena.Los dos cogieron las palasdel Unimog y empezaron aquitarla; Blake no tardó enllegaryecharlesunamano.

Emplearon cerca de diezminutos en despejar elumbral. Cuando loconsiguieron, Sarah se colgóde los gruesos tiradores de

acerodelportóndeentrada.—¡Estácerrado!—gritó.—Era de esperar —dijo

Blake—. Ahí dentro hay unjuguetedeveintemillonesdedólares.

Se dirigió a Selim y lepidió:

—Acércatemarcha atrás,trataremos de arrancar lapuerta de los goznes con elcablederemolcar.

Sarah lo mandó callar yle hizo señas a Selim paraqueapagaseelmotor.

—¿Qué ocurre? —preguntóBlake.

—¿Nooíseseruido?Blake aguzó el oído y

respondió:—Yonooigonada.—Son motores —dijo

Selim—. Se acerca unacolumna.

De un salto se apeó delUnimogycorrióalacimadela colina; a casi cincokilómetros de distancia seveían los faros de vehículosoruga que avanzabandesplegados en abanico, aaproximadamente unkilómetroelunodelotro.

—¡Una patrulla detanques en misión dereconocimiento!—gritó.

—Sonpor lomenos tres.Unodeellosllegaráalapistasinocambiaderumbo.

Bajóporelterraplényseplantó ante la puerta delhangar.

—¿A cuánto están deaquí?—inquirióBlake.

—Más o menos a cincokilómetros. El más exteriorde los tres estará cercade lapista dentro de siete u ocho

minutos como mucho.Debemos intentarlo ahoramismo. Si tratamos deescapar nos verán y nosdispararán.Hay que arrancarlapuerta.

Enganchó el cable, sepuso al volante, puso latracción integral y bloqueólosdosdiferenciales.

—¡Pisa el aceleradorcuando el cable se tense!—

aullóBlake.Selim levantó el brazo

para indicar que habíaentendido, puso la marcha,colocóelcableen tracciónypisó el acelerador a fondo.Entretanto, Sarah habíasubido a lo alto de la colinapara vigilar el avance de lostanques. Se trataba detransportes de tropas,probablemente egipcias; se

acercaban despacio, pero avelocidad constante. Miróhaciaelhangar:elUnimogsehundía lentamente en lahammâdaylapuertanodabaseñalesdeceder.

—¡Acelera, acelera, quese mueve! —gritaba Blakesinquitarleelojodeencimaa la puerta que empezaba adeformarse por el centro,donde sufría el efecto de la

tracción.Las ruedas del Unimog,

recalentadas por la fricción,despedíanhumoyflotabaunfuerteoloragomaquemada.Selim sacó el pie delacelerador.

—Tengo miedo de queexploten los neumáticos.Cogeré impulso e intentarédaruntirónseco.

—¡No! —gritó Blake—.

Si el cable se rompe, ellatigazotematará.

—¡Están a un kilómetro!—anunció Sarah desde loaltodelacolina.

—¡No nos queda otrasalida! —gritó Selim,poniendolamarchaatrás.

Cuando se disponía atomar impulso, Blake lodetuvo.

—Espera, un momento

nada más. Ayúdame adesmontar la puertaposterior.

Selim se apeó, ayudó aBlakeasacardelosgozneslapuerta de la caja, después laencajaron entre los laterales,detrásdelasiento.

—Esto nos protegerá —dijoBlakeyocupóellugaralladodelconductor.

—¡No, doctor Blake,

váyase!—¡En marcha, obedece!

Alguien debe aguantar lapuerta; de lo contrario, alprimer barquinazo caerá.Acelera,malditasea,acelera.¡Ahoraonunca!

Selimpisóelaceleradorafondo, el motor rugió, elvehículo se agarró a lahammâda y salió como unabala.Enpocosmetrospusola

segunda y la terceraacelerando y friccionando elsuelo al máximo mientrasBlake aguantaba con las dosmanos los extremos de lapuerta tras la cual separapetaban.Enunafracciónde segundo el cable se tensóy la inerciade tres toneladaslanzadasasetentakilómetrosporhorapartióelcablecomosi se tratara de un palito. El

extremo libre dio vueltas enel aire restallando como unlátigo para acabar golpeandocon gran violencia el escudode hierro. Blake soltó todoaullando de dolor yretorciéndose en el asiento,mientras la puerta caía congran estrépito en la caja delvehículo.

Selimmiróatrásyesperóa que el viento disipara la

polvareda y el humo de losneumáticos quemados yanunció:

—La hemos abierto,doctorBlake.

Blake se incorporótratando de vencer el dolorlacerante que sentía enmanos y brazos y vio queSarahbajabaatodavelocidadlacolinahacia laentradasindejardegritar:

—¡De prisa, de prisa, yallegan. Corre, Blake, por loquemásquieras,corre!

Blake bajó del Unimog,corrió como pudo hasta elhangar y vio que Sarah yaestaba en la cabina delFalconponiendo losmotoresapunto.

—¡Me he fracturado lasmuñecas! —aulló parahacerse oír por encima del

estruendo de los reactoresenseñándole los brazosensangrentados.

Sarah entendió, fue aabrirlapuertaylolevantóenvilo,mientrasélapretabalosdientesparanogritar.

Blake consiguió llegar alasientoySarahsesentóenelpuesto de pilotaje, aferró lapalanca demandos, aumentópotenciaysalióalapista.

—¡Para!—gritóBlake—.¡Para! ¡El maletín de Olsen,elpapiro!LoshedejadoenelcochedeSelim.

—¡Estás loco! ¡Notenemos tiempo! —exclamóSarah.

Mientras rodaba por lapistacomprobóqueSelimselesacercabaatodavelocidadenelUnimogy lesenseñabael maletín. En la distancia,

detrásdeunaduna,asomólasilueta de un camiónblindadoyabriófuegoconlaametralladora.

—¡Abre! —aulló Blake—.¡Abrelapuertaotemato!

Sarah obedeció,asombrada por la irareflejada en el rostro de suamigo; la cabina se llenó detorbellinos de aire. Sarah seestremeció de dolor, pero se

mordió los labios y siguióaferrando los mandos. Blakesacómediocuerpodelavión,Selim soltó el volante y, depie en el estribo, le lanzó elmaletín.

Blake lo aferró más conlos antebrazos que con lasmanosycuandolotuvoensupodersedejócaerenelsuelodel avión, mientras Sarahcerraba la puerta y

aumentabapotencia.El camión oruga estaba

ya en la cima de la duna yhacía rotar la ametralladoraendirecciónalapista.

—Ahora sí que la hemosjodido, ¿lo ves? ¡Malditocabeza dura, la hemosjodido!

Eneseprecisoinstanteseoyó el crepitar de armasautomáticas y Blake vio

alzarse chispas y llamaradasde la coraza del tanque:Selim disparaba con suametralladora apoyada en elcapó del Unimog. El tanqueno hizo caso del ataque ysiguió avanzando hacia lapista para impedir eldespegue del Falcon, peroSelim dio un volantazo a laizquierda que casi lo hizovolcaryfueatodavelocidad

hacia el tanque que se vioobligadoagirarparahacerlefrente.

Cuando las ruedas delFalcon se separaron delsuelo, Blake y Sarah oyeronuna explosión espantosa, ydel punto donde el Unimoghabía chocado con el tanqueselevantóunaboladellamasyhumo.

Sarah puso los reactores

al máximo y se mantuvo apocos metros del suelo paraevitar los radares; sobrevolóa baja altura sobre aquelinfierno sembrado decarcasasycuerposdevoradospor el fuego. Pasó enmediode una lluvia de proyectilesantiaéreos y las descargasmulticolores de lastrazadoras, sin pensar ennada, sinoírnada, apretando

los dientes, con la miradaclavada al frente hasta queanteellaapareciólatranquilayazulextensióndelmar.

Sóloentoncessepermitiósoltar un largo suspiro ycomprobar el estado de sucompañero.Blaketambiénlamiró con los ojos llenos delágrimas.

G adAvner llegó a laplaza del Muro delas Lamentaciones

después de cruzar la ciudadtotalmente sumida en laoscuridadporimposicióndeltoquedequedayfuehaciaelarcodelaFortalezaAntonia.Enlaplazanohabíaunalmay lanocheeracomobocadelobo,peroporelnorte,suryeste el cielo se poblaba

continuamentedefulgores;elfrente se acercaba cada vezmás a las murallas deJerusalén.

El ejército estabaconsumiendo las reservas demunición y carburantemientras el enemigo recibíaaprovisionamiento de todaspartes. Yehudai iniciaría losprocedimientos delanzamiento de las cabezas

nuclearesdeBeershevaantesdequelasbateríasdemisilesdel general Taksounalcanzasen la distancia detiro para neutralizar larepresalia nuclear de Israel.Con toda probabilidad,faltaban como muchoveinticuatro horas, sifracasaba la contraofensivalanzada en esemomento porelejército.

Avner se encontró conFerrario, que lo esperabadesde hacía rato; pasaronentre los dos guardiasapostados delante del accesoy se internaron en el túnelhastaellugardondelaúltimavez habían visto losescalones medio enterradosen la pared norte de lagalería. Allon surgió derepente, como si hubiese

brotadodelaparedmisma.—¿Alguna novedad? —

preguntóAvner.—Excavamos esta

escalinata —contestó Allon—.Conduceaunaespeciedehipogeo que va desde elsubsuelo de la mezquita deAlAqsa hasta el atrio de lamezquita deOmar.Debía deser la cripta del Santuario otalvezunacisterna.

Avnerseestremeció.—¿Se lo ha contado a

alguien?—¿Porquélopregunta?—Porque si alguien se

enterara que desde aquí sepuedellegaralsubsuelodelamezquita de Al Aqsa nosveremos obligados a lucharcontra nuestros integristas,ansiosos de arrasar con todoenlaexplanadadelTemplo.

—Hemos tomado todotipo de precauciones —dijoAllon—, pero no se puedeexcluir la filtración de lanoticia.

—¿Qué encontraron enesacripta?—preguntóAvnercambiandodetema.

—Porahorapoco,perosetrata de un espacio bastantegrande. Nos hemos limitadoahacerunabrevemarcación.

Preferimos continuar con eltúnel.

—¿Es por aquí? —preguntóAvner indicando laabertura que se adentraba enlamontaña.

—Sígame —le pidióAllon—, este túnel esincreíble. El tramo yaexplorado mide casi unkilómetro.

Allon encendió una

linternaqueinundódevívidaluzun largo trecho, luego sepuso en marcha seguido porsus dos acompañantes. Lasparedes eran ásperas peroregularesyenellassepodíancontarlasmarcasdelpico.

—Por lo que he visto,deduzco que el túnel seconstruyóenvariasfases.Laparte central es una galeríade mina excavada

probablemente por losbabilonios durante el primerasedio para provocar elderrumbe de las murallas.Posteriormente,aestafaseseconectóelprimer troncoqueahorarecorremos, talvezlosasediados lo hicieron con elfin de que actuara decontramina.

»El último tramo secompletó más tarde para

abrir un camino secreto defugaque llevase al otro ladode las líneas enemigas encasodeasedio.Elgrafitoquevimos al inicio tal vezindicaba un tronco queterminaba en el valle delCedrón.

»De todosmodos, por loque podemos ver, estecaminosóloeraconocidoporlossacerdotes.Enelaño586,

elreySedecíasmandócortaruna porción de las murallaspara salir con su familia ysusguardiasporelladodelapiscina de Siloé. Pero lasvasijas sagradas del Templofueron puestas a salvo atravésdeestetúnel.

—Escúcheme —dijoAvner casi a regañadientes—, ¿existen posibilidades deque también el Arca haya

sido puesta a salvo por estepasaje?

Allon somió antes decontestar:

—Amigomío,creoqueelArca forma parte del mitodesde hace muchísimossiglos. Aunque no descartonada.Perosiquieresabermipunto de vista —dijoechando a andar nuevamente—, suponiendo que exista,

ojalánolaencuentrennunca.¿Se da usted cuenta de laexplosión de fanatismo queprovocaríaenlagente?

—Lo sé —reconocióAvner—, pero créame, eneste momento necesitamosunverdaderomilagro…

Allon no hizo máscomentarios y siguieronandando, en muchos trechosobligadosaencogerseporque

la bóveda era demasiadobaja.Al cabo de casi mediahorademarchasedetuvieronenunazonaalgomásancha;creadaartificialmenteporlosarqueólogos,apuntabaaalgosemejante a la base de unarampa.

—¿Exactamente dóndeestamos? —quiso saberAvner.

Allon sacó un mapa del

bolsillo interior de lachaquetaeindicóunpuntoendirecciónaBelén:

—Exactamenteaquí.Avner desplegó a su vez

un mapa militar dondefiguraban las demarcacionesgoniométricas.Enéltambiénhabía un punto encerrado enuncírculo.

—Los dos puntos distancomo máximo trescientos

metros—comentóFerrario.—Ya—dijoAvner.—¿De qué están

hablando?—preguntóAllon.—Escuche —dijo Avner

levantando los ojos al techode la galería—, ¿cuánto haydeaquíalasuperficie?

—Poco. Entre tres ycinco metros, calculo. Casicontodacertezaesadeahíesla rampa que lleva a la

superficie —dijo señalandoun lugar en la base de lapared y añadió—: Aquí, eneste detalle aumentado,señalamos el sitio probablede salida de la rampa.Debería estar debajo delsuelo de una casa de estebarrio.

Avner fingió tomarnotasen su libreta ydisimuladamente lepasóuna

hojita a Ferrario. Decía:“Prepare inmediatamente uncomando, gente camuflada,nodeben levantar sospechas.Téngalos preparados paraactuar en las próximashoras”.

Ferrario asintió con lacabezayanunció:

—Señor Cohen, si ya nome necesita, tengo asuntosque atender.Nosvemosmás

tarde.Volvió sobre sus pasos y

regresó a la entrada de lagalería. Avner siguió trasAllon.

—Tengootrapregunta—ledijo.

—Loescucho.—¿Dónde estaba el

campamento deNabucodonosor durante elasediodelaño586?

—Verá, sobre el temaexisten dos escuelas depensamiento…—comenzó adecir el arqueólogo con tonoligeramentepedante.

—Quiero su opinión,Allon.

—Más o menos aquí —respondióindicandounlugarenelmapa.

—Lo imaginaba —dijoAvner—. ¡Megalómano, hijo

deputa!—¿Cómohadicho?—Nome refiero a usted.

Estoy pensando en alguienqueconozco.

El lugar indicado porAllonestabamuycercadesudemarcación goniométrica.Era el lugar desde dondepartíalatransmisiónderadiosospechosa localizada porFerrario y sus hombres

despuésdenopocasfatigas.—Escuche, profesor —

dijo Avner—, le pido unsacrificioaunque séqueestámuy cansado. Le mandaréotros obreros que trabajaránbajo su supervisión.Mañanaa la noche quiero verdespejada esta rampa. Nopuedo decirle el motivoporque yo también obedezcoórdenes superiores, pero en

un momento como el queestamos viviendo debemosintentarlotodo.

—Me hago cargo —dijoAllon—, haremos todo loposible.

Avner salió a lasuperficie y fue al cuartelgeneraldesdedondeYehudaiseguía paso a paso laevoluciónde labatallaen sumaqueta tridimensional. El

satélite norteamericanoacababa de localizar unainstalación sospechosa aaproximadamente doscientostreintakilómetrosal estedelJordán.

—¿Qué podrá ser? —inquirióAvner.

—Enmi opinión se tratadeunaemisorade radioy lafuente que localizamos entrenuestraciudadyBelénpodría

serunrepetidor.—¿Conquéobjeto?—Ellos no tienen acceso

a los satélites, por tanto seven obligados a trabajar conrepetidores desde tierra. Lovimosdurantelaavanzadaenla tormenta de arena. Mira,estos dos puntos forman untriángulo equilátero perfectocon nuestra base nuclear deBeersheva.Probablementese

disponenaatacarla.—Destruyeelemisorque

está más allá del Jordán.Podríatratarsedeunacentralde tiro conectada a unarampadelanzamiento.

—Ya está hecho. Havuelto a reaparecer. Tal vezse trate de una estructuramóvil que se oculta en unbúnker subterráneo. Y lafuente de radio hacia Belén

podría guiar un lanzamientosobrelacapital.

—¿Jerusalén? No seatreverán.Tambiénparaellosesunaciudadsanta.

—¿Y si usaran gas?Nabucodonosor tambiénvaciólaciudaddehabitantes.Estos podrían hacer lomismo… con distintosmétodos. ¿Qué hasaveriguado con tu

arqueólogo?—Algo interesante.

Cómo llegar a pocos metrosdel emisor de Belén sincruzar dos kilómetros dezonadealtoriesgo,infestadade miles de francotiradoresdeHamás.

—Esunabuenanoticia.—Dentro de algunas

horas,sihecalculadobien,tedaré otra mejor, pero por

ahora prefiero no hablar. ¿Ynuestraofensiva?

Yehudai le indicó sobrelamaquetatridimensionallaszonas donde luchaban sustropas.

—Elprimerasaltoseestáatenuando, debemos racionarel carburante y dentro depoco hasta las municiones.En pocas horas sabré sideberé cursar órdenes a

Beershevaparaqueinicienelprocedimiento delanzamiento de nuestros“Gabriel” con cabezasnucleares antes de que seademasiadotarde.

Avneragachólacabezaydijo:

—Yomoverépiezaantesde mañana por la noche. Temantendréinformado.

Salió del despacho del

Estadomayor y dio orden alchóferdeque lodejaraenelKingDavidparatomarseunacervezayponerordenensuspensamientos antes deregresar a su casa. Lesirvieron la cerveza yencendió un cigarrillo.Dentro de escasas horassabría si su intuición habíasido correcta, si su olfato deviejo sabueso seguía siendo

bueno. Estuvo largo ratoanalizando todas lasposibilidades y cuandolevantólacabezaseencontródelante a Ferrario enuniformedecombateconlasestrellas de subteniente ypistolaalcinto.

—Todo dispuesto, señor,el comando está listo yesperasusórdenes.

—¿Y dónde vas tú con

esapinta?—preguntóAvner.—Si usted lo permite, al

frente.He solicitado quemeasignarán a una unidad decombate.

—¿Se acabaron lascamisasdeArmani?

—No, señor, la sastreríadel ejército noofrecemuchavariedad.

—¿Aquiénhassolicitadodejartupuestoconmigo?

—Se lo estoy pidiendo austed, señor. En el frenteestán muriendo muchosjóvenes en el intento demantener al enemigoalejadode lasmurallasde Jerusalén.Quiero aportar mi grano dearena.

—Lo estás aportando,Ferrario.Ymuybien.

—Gracias,señor,peronotengo ánimos para seguir a

sus órdenes. Además, ustedpuede arreglárselas sin miayuda.Selopidoporfavor.

—Estás loco, podríashaber vuelto a casa despuésde obtener la licenciatura,pero has querido gozar deesta apasionante experienciayahoraquieresirtealfrente.Claro, es mucho másapasionante, pero supongoque te darás cuenta que

también es mucho máspeligroso.

—Medoycuenta,señor.—¿No echas de menos

Italia?—Mucho, es el paísmás

bonitodelmundo,mipaís.—Peroentonces…—Erez Israel es la patria

del alma y Jerusalén unaestrelladelcielo,señor.

Avner pensó enRâ’s

Udâshyelsecretoquehabíamandado enterrar bajo unamontañadecadáveresytuvoganasdegritar.

“¡Todoesmentira!”Peroselimitóadecir:

—Sientoperdertuayuda,pero si lo has decidido noseré yo quien te pongaimpedimentos. Buena suerte,hijo. Trata de salvar elpellejo. Si te ocurriera algo,

en tu tierra habrá muchasmujeresbonitasquenomeloperdonaríanunca.

—Haré lo posible. Yusteddejedefumar.Lehacemucho daño. —Acercó lamanoalaviseradelagorrayañadió—:Ha sido un honor,señorAvner.

Se diomedia vuelta y sefue.

Avner lo vio alejarse al

ritmo lento marcado por laspesadas botas militares ypensó que los italianosconseguían ser elegantesinclusosivestíancontrapos,después agachó la cabeza ymiró cómo se consumíalentamente la brasa de sucigarrillo.

Sarah se reclinó en el

respaldo del asiento yvolviéndose a su compañerolepreguntó:

—¿De veras lo habríashecho?

—¿Qué?—Matarmesinoabría la

puerta.—Creo que no, tengo las

muñecas fracturadas, tendríaque haberte matado amordiscos.

—Pero pusiste cara dedecirlomuyenserio.

—Por eso la abriste.Menosmal.

—¿Cómoestásahora?—Mucho mejor, los

calmantes hacen efecto. Túestás muy pálida. ¿Quétienes?

—Nada.Estoymuerta decansancio…¿Will?

—Sí.

—¿Qué decía la últimaparte de la inscripción en elsarcófagodeRâ’sUdâsh?

—Decía: “Seas quienseas, si profanas esta tumba,te romperán los huesos yverás derramar la sangre dequienesamas”.

—¿Por qué no me lodijiste?

—No queríaimpresionarte; es justamente

lo que me está sucediendo.Mehanrotoloshuesosy…

—Yo no me impresiono,Blake, ha sido unacoincidencia.

—En efecto. Eso mismopiensoyo.

Guardaron silencio y alcabodeunratoSarahdijo:

—¿Eran esas las últimaspalabras?

—No —repuso Blake—.

Decía: “Esto ocurrirá sinfalta a menos que el sol sepongaporeleste”.

Sarahlocontemplóconlamirada llena de estremecidainquietud.

—O sea nunca. Es unamaldición implacable, el solnuncaseponeporeleste.

—Nopiensesenello—lesugirió Blake—, no sonmásque antiguas fórmulas

mágicas.Una fuerte somnolencia

se apoderó de él y se quedócallado; estaba a punto dedormirse cuando vio la luzdel alba reflejada en lacúpula de plexiglás. Levantóla cabeza y vio que el soldesaparecía despacio por eleste, detrás del horizonte. ElFalcontodavíanovolabaalaaltura adecuada, pero en ese

momento avanzaba a mayorvelocidadqueelmovimientoinversodelaTierra.

Miró a Sarah con unaextrañasonrisayledijo:

—Avecespasa.Despuésreclinólacabeza

ysequedódormido.Una hora más tarde se

despertó por los bruscosmovimientos del avión quepasaba por una zona de

turbulencias. Blake lepreguntóasucompañera:

—¿Cómovaeso?La vio mortalmente

pálida,empapadadesudor,yen el suelo de la cabinadescubrió una mancha desangre.

—¡Santo Dios! —exclamó—. ¿Qué haocurrido? ¿Por qué me hasdejadodormir?

—Fue cuando abrí lapuerta… una esquirla meperforóelhúmeroizquierdo.

—¡Maldita sea! —gritóBlake—.¡Quédesastre!¿Porqué no me despertaste? Venaquí —le dijo ayudándola aincorporarse—. Siéntate enmi lugar. Necesitaré espacioparaocuparmede tubrazoytambiéntuayuda.

Blake no conseguía

apaciguarseymientras ibayvenía alrededor de lamuchacha no cesaba derepetir:

—¡Qué desastre, malditasea,quédesastre…!

Con esparadrapo seinmovilizó como pudo lasmuñecasycuandolasnotólobastante firmes sacó elbisturídelbolsillo,lecortólamangadelacamisaylesoltó

despacio el torniquete queSarah se había aplicado paradevolverle la circulación albrazohinchadoyazulado.Ledesinfectólaherida,lavendócon gasa y esparadrapo, lesecó la frente y la obligó abeberlomásposible.

Durantehorasvolaronenla oscuridad con el pilotoautomático puesto; de tantoen tanto, Blake le secaba la

frenteylacaraymojabasuslabios con zumo de naranjaque había encontrado en ladespensadelavión.

Sarah lo miró entoncescon los ojos brillantes defiebre.

—Existelaposibilidaddequemedesmaye—ledijo—.Te enseñaré cómo se hacepara lanzar el may day ytirarte en paracaídas. Temo

que no me dará tiempo aenseñartecómoaterrizarestetrasto…

—¿Ytú?—Siereslistomedejarás

aquí.Sitelanzasconunpesomuertonotendrásesperanzasdesobrevivir

—Negativo, micomandante —dijo Blake—.Yosintinosabrédivertirme.Otodosoninguno.

—Maldito cabeza dura.Después delo que hemoshecho para llegar hasta aquíeres capaz de echarlo todo aperder. —Encontró fuerzaspara bromear—: ¿Sabes quelo tuyo podría considerarseamotinamiento?

—Ya me denunciarás encuanto hayamos aterrizado.Pero hasta ese momento nopiensomovermedetulado.

La obligó a beber más yla mantuvo despierta contodos losmediosdisponibleshastaquelosinstrumentosdea bordo captaron la señal dela torre de control delaeropuerto La Guardia, enNuevaYork.

—A lo mejor loconseguimos y todo —dijoSarah con un hilo de voz—.Escúchamebien.Tendrásque

convenceralatorreparaquenos dejen aterrizar ytransmitir tu mensaje a lasautoridades.Yo he hecho loquehepodido.Ahorate tocaa ti, tendrás que emplearte afondo.

ElcapitánMcBaindelcuerpodeinfantesdemarinadetuvoel coche a la entrada del

Pentágono y le ordenó alcentinela de la puerta que locondujese al despacho delgeneral Hooker. Al estardelante de su superior leanunció,jadeante:

—Migeneral, la torre decontrol del aeropuerto LaGuardia de Nueva York noshapuestoencontactoconunavión desconocido, conheridos a bordo, que se

empeña en transmitimos unmensaje de absolutaprecedencia.Estárelacionadocon la guerra, creo, y laamenazaterroristaquependesobre nuestras cabezas —letendió entonces una carpetaquellevabadebajodelbrazo.

Hookercogióelarchivoyempezóahojearlo.

—Un visionario, unadivino, ¿qué otra cosa

podríaser?—La verdad,mi general,

estaspersonassabenquenoschantajean con una amenazaterrorista, aunque no sabende qué se trata.A través deInternet entraron porcasualidad en el disco durode un ordenador, dondeencontraron un archivosospechoso y consiguieronabrirlo.

»Sedieroncuentadequese trataba de un programamuy sofisticado de tipomilitarypensaronqueestaríarelacionado con la amenazaque paraliza nuestro sistemaderespuestaarmada.

Hookerlevantólacabeza:—¿Me está diciendo que

estas personas lograron loquenosotrosnoconseguimoscon todos nuestros sistemas

de espionaje? ¿No le parecesospechoso? Si lo que dicenes cierto, ¿cómo pudieronsaltarse las defensas de unprograma tan potente, cómoencontraron la contraseñapara entrar en él? Si fuerandelosnuestroslosabríamos,y si no lo son, ¿con quiénestán?

—Mi general, megustaría que me siguiera

hastalasaladeoperacionesala cual he transmitido elprogramaparapresentarloenlapantallagigante.Tengaencuenta que si por casualidadtuvieran razón, sólo faltantrecehorasparael iniciodelprocedimientofinal.

Hooker cerró la carpeta,selevantódelsillónysiguióal capitán McBain por lospasillos que conducían a la

saladecontrol.—¿De quién era el

ordenador?—De un tal Omar

Husseini…—¿Es árabe? —inquirió

Hooker,sobresaltado.—Norteamericano de

origen libanés, profesor decoptoenelInstitutoOrientaldeChicago.

—¿Ydóndeestáahora?

—No está. He hechovigilar su casa condiscreción.

—¿Discreción, McBain?Siloquemecuentaesverdadhabrá que echar la puertaabajo y apoderarse de esemalditoordenadorquenoshaestadotomandoelpelohastaahora.

—Nuestros expertosdicen que existe una

contraindicación: tocar eseordenadorequivaldríaatocarunabomba,mejordicho,tres.

—¡Entonces entren en élcomohizoesagente!

—No es tan fácil, migeneral.Haytítulosencopto,archivos en jeroglíficosegipcios, en árabe, unverdadero galimatías. Loestamos intentando con laayudadenuestrosintérpretes.

—¿Han conseguido quelesdijeranquiénesson?

—No.—¿Porqué?—Nosefían.McBainabrió lapuertay

condujo a su superior a lasala de operaciones. Sobreuna pantalla inmensa lostécnicos desarrollaban elprograma siguiendo lasinstrucciones de una voz

masculinaquelesllegabaporun altavoz, con el ruido defondo de un avión dereacción.

Hooker lanzóunamiradaa la pantalla del radar ypreguntó:

—¿Sabendóndeestán?—Los han desviado al

aeropuerto militar de FortRiggs —respondió otrooficial—. En cualquier caso,

ordené que les enviaran unhelicóptero con dosmédicosmilitares.

—Insisto —dijo Hooker—, ¿quién nos garantiza queel programa no constituyeunaamenazaparanosotrosoque el avión mismo no seauna amenaza durante lasmaniobrasdeaproximación?

—Mandé hacer ciertascomprobaciones, mi general

—le informó McBain—,puedo asegurarle que esaposibilidad quedacompletamente descartada.Acompáñeme,porfavor.

Lo llevó ante el monitorconectado a una cámara devídeoyunordenador

—He pedido al FBI queme entregara las cintasgrabadas por las cámaras deseguridad del vestíbulo del

Chicago Tribunesecuestradaseldíaenqueseentregaron los vídeos con ladeclaración de la amenazanuclear.Fíjese.

Hizoavanzarlacintayladetuvo cuando aparecía elvestíbulo delTribune. Seveía el morro del furgón deFederal Express cuando sedetenía y bajaba el recaderoconelpaquete.

—Esepaquetecontieneelvídeo—comentóMcBain—.Ahorafijesebien.

Tecleóenelordenadorlaorden de congelar la imageny luego aumentó un detalledel fondo: en él se veía unautomóvildetenidojuntoalaacera y un hombre queintentabacolocarelgatoparacambiarla rueda. El zoomaumentó todavía más el

detalledelhombreyluegosurostro;enlapantallaaparecióuna imagen bastantedesenfocada, pero en suconjunto reconocible. Tecleóotros comandos y al lado dela imagenaparecióotra, estavezmuynítida.

—AquítieneunafotodeldoctorOmarHusseini.Noslaenviaron de la oficina depersonal del Instituto

Oriental. Como verá no hayninguna duda, se trata de lamisma persona. La únicaduda por resolver es siHusseini estabaahí aparcadopor pura casualidad, aunquesetratadeunahipótesismuyremota.

—Señor —losinterrumpió entonces eltécnico informático—,acabamos de descodificar el

programa.Hooker lo siguióhasta la

pantallacentralsobre lacualdestacaban en caracteresgigantescoslaspalabras

TheARMAGEDDÓN

Program

—El programa tiene porfinalidad hacer girar tres

objetos en seis ciclossucesivos de veinticuatrohoras cada uno—le explicóel técnico—, sobre objetivossiempre distintos hasta que,en el sexto ciclo, pone enmarcha el procedimientofinal. En caso deinterferencia, elprocedimiento final pasa aejecutarse de inmediato oquizá active un circuito de

reserva. Hemosdescodificado los lugares alos cuales corresponden losobjetivos, se trata deciudades de Estados Unidos.LasdelsextociclosonNuevaYork, Los Ángeles yChicago.Es inútilqueaclareque los objetivos enmovimiento son las bombasnucleares portátiles queestamos buscando. Al

cambiar continuamente delugar se dificultaenormemente sulocalización.

—Qué raro —dijoHooker con la vista clavadaenlapantalla—,¿porquénoWashington?

—Es la mentalidadoriental—señalóMcBain—;a un hombre le resulta másdoloroso que ataquen sus

afectos, sus cosas másqueridas, a que lo destruyanfísicamente. En el proyectode esta gente, el presidentedebesalirilesoparaasistiraltormentodesupaís.

—Señor —intervinoentonces un sargento decomunicaciones—, tenemoslarespuestadeJerusalén.

—Enviamos las fotos deHusseini al Mosad —le

explicó McBain acercándoseal monitor del ordenador enel que surgía una serie deimágenes de un hombrejoven, de tupido bigote, conla cabeza cubierta con lakefia.

Hookerseacercó,sepusolas gafas y escrutó conmuchaatenciónlasimágenesmientras el técnico las abríacon el programa de

transformacióndefotosylesquitaba el bigote y la kefia,hacía ralear el pelo yahondabalasarrugas.

—Dios mío… —dijo—.Diosmío…¡HusseiniesAbuGhaj!

—A estas alturas creoque no hay ninguna duda—reconoció McBain—.Husseinies laclavede todo.Debemos encontrarlo.

Disponemos de menos detrecehoras.

Hooker reunió a sualrededoratodosuequipo.

—Escúchenme bien.Primero, traigan a uno deesosmagosdelainformáticacapaz de colarse en laconfiguración del programapara pararlo sin que saltetodo por los aires. Segundo,investiguen a fondo a

Husseini, identifiquen susdocumentos, la matrícula desu coche, sus tarjetas decrédito, su carnet de laseguridad social, losmovimientosrealizadosensucuenta bancaria a través decajeros automáticos. Si ponegasolina, se hace prescribirpastillas para dormir ocompra ropa interior en losgrandes almacenes, es

nuestro.Tercero,identifiquena los tres comandos quetienen las bombas yelimínenlos antes de quepuedan decir esta boca esmía. Despuésdesconectaremoslasbombas,si podemos. ¡En marchatodos!

El suboficial responsablede las transmisiones se leacercóenesemomento.

—Malas noticias, señor.La ofensiva del generalYehudai en Israel estáfallando.Sedisponenaponerenmarchael lanzamientodelas cabezas nucleares deBeersheva.

Hookersedejócaerenlasillaysetapólacaraconlasmanos.McBainseleacercó.

—Vuelvoatenerelaviónen la línea, señor, ¿quiere

deciralgo?—Sí—respondióHooker

—,déjemehablarconellos.Seacercóalmicrófono:—Aquí el general

Hooker, del Pentágono, medirijo a la aeronavedesconocida.¿Meoyen?

—Perfectamente,general.—Tenían razón. Todo es

como habían dicho. Los tres“asnos” que aparecen en el

archivo son tres bombasnucleares portátiles quepodrían explotar dentro detrecehorasycatorceminutosen tres grandes ciudades deEstadosUnidos.

»EldoctorHusseiniesunfamoso terrorista en activohacia mediados de los añosochenta,sunombredebatallaes Abu Ghaj. Ahora, si lodesean, pueden identificarse.

No tenemos ninguna reservaconrespectoaustedes.

En la sala de control sehizo el silencio durante unminuto interminable al cabodelcuallavozdijo:

—Me llamo WilliamBlake.SoycolegadeldoctorHusseini en el InstitutoOriental de Chicago. Voy abordo de un Falcon 900EX.LopilotaSarahForrestallde

la Warren MiningCorporation,peroestáherida.Somos los únicossupervivientes delcampamento deRâ’s Udâsh,eneldesiertodeNéguev.

Hooker apoyó la espaldaen lapared, como si acabaradegolpearlounrayo.

—¿Oiga? ¿Me harecibido,general?

—Lo he recibido, señor

Blake.Altoyclaro.—Escuche, general. No

creo que el doctor Husseiniquiera hacer explotar esasbombas.Esposiblequehayasido terrorista, pero era suforma de luchar contraadversarios demasiadopoderosos.Hoyyanoloesyno causaría una matanza deciviles inocentes.Probablemente ese programa

funciona sin que él lo sepa.Ya lo han visto ustedes, escomounvirus deordenador,¿me comprende? Quizá éltambién sea víctima de unchantaje…¿comprende?

—Comprendo, señorBlake.

—Nolomaten,general.—No pensamos matar a

nadie. Estamos tratando desalvarle la vida a muchos

inocentes. Pasaré lacomunicación a la torre decontrol.

—Noshemosquedadosincombustible,pídalesquenoshagan bajar lo antes posible.Buena suerte para ustedestambién.

Hooker le ordenó aMcBain:

—Póngame conJerusalén,códigoAbsalón.

—Código Absalón enlínea,señor—dijoMcBainalcabo de un instante—, yapuedehablar.

Hooker se aproxímó almicrófono.

—AquíHooker.—Le habla Avner. Lo

escucho,general.—¿Es cierto que han

puesto en mancha elprocedimientonuclear?

—Notenemosotrasalida.—Deme seis horas. Hay

novedades.—Esperamos una vez y

fíjeseenlasconsecuencias.—Avner, hemos entrado

en el sistema de control deldetonadorynuestrostécnicosintentandesactivarlo.

—¿Cómo lo hanconseguido?

—Noshanpasadoeldato.

—¿Quiénes?—Preferiría decírselo

cuandotodohayaterminado.—Es un riesgo que ya

corrieron una vez conresultados…nadabuenos.

Hooker mantuvo a rayasuirritaciónymeditódurantealgunosinstantes.

—WilliamBlakeySarahForrestall siguen vivos yvienenhaciaaquíabordode

un Falcon de la WarrenMining Corporation. Ellosfueronquienesnospasaroneldato.

—Se trata de una llavepara entrar en territorionorteamericano. Derribenlos.Es una trampa, no hay duda,yustedesvanacaerenella.

Hooker recordó laspalabras de Blake: “Esposible que haya sido

terrorista, pero era su formade luchar contra adversariosdemasiado poderosos…”¿Justificaba Blake a unterrorista?

Avnerinsistióotravez:—¿Quéarriesga,Hooker?

Si el sistema que le hanindicado es bueno habránsacrificadoustedesdosvidaspara salvar un millón. Si esun truco, de lo cual estoy

seguro, se arriesgan aprovocar una catástrofe aúnmayor. Esos dosconsiguieron que loshelicópteros de Taksoun secargaran a todos los delcampamento deRâ’s Udâsh,incluidosdiezdesusinfantesde marina. No lo olvide.¿Quésabenustedesdeloquellevanabordode ese avión?Hágame caso, Hooker,

cuando todo haya terminadocomprenderá que yo teníarazón. Derríbelos enseguida,antes de que sea demasiadotarde. Es evidente que losdatos del programa se lospasaron los agentes deTaksoun para despistarlos austedes y hacerles perder eltiempo,oalgopeor.Piénselo,Hooker, ¿cómo habríanconseguido salir de la zona

de guerra y en avión, nadamenos?

Hooker se secó la frenteempapadadesudor.

—Hágalo —insistióAvner—, y le garantizo quedetendré el lanzamientonuclear de Beersheva…Convenceré al generalYehudai, se lo aseguro,aunque sólo durante cincohoras, ni un minuto más.

Después, pase lo que pase,desencadenaremos elinfierno.Hooker,¿seacuerdade las palabras del Libro delos Jueces? “¡Muera yo conlosfilisteos!”

Hooker cerró los ojospara calmar el tumulto quebullíaensucorazóneintentóevaluar con la mente fríatodos los elementos a sudisposiciónyluegodijo:

—Deacuerdo,Avner.Asíloharé.

Después le ordenó aMcBain:

—Dentro de cincominutos quiero mi avión enlapista.MevoyaChicago.

Blake entró en la cabina delpiloto con gasa y alcohol,intentó limpiarle la herida a

Sarah,quesepusorígidaporel dolor, y le cambió elvendaje.

—Soy muy malenfermero y como piloto nohago mejor papel —reconoció—,perotúnoestásen condiciones de seguir enpie. Déjame que tome losmandos, seguiré tusinstrucciones, saldremos deésta…

—¡Mierda! Tenemosvisita —lo interrumpióSarah.

—¿Quéocurre?—Un caza a las diez en

punto, distancia docemillas.Nos van a derribar,Will, notehancreído.

Blake vio acercarse lasiluetadelavión.

—¡Maldita sea! —exclamó—. El muy cabrón

me convenció para que meidentificara.Penséqueyanodudabandenosotros…

Sarah observó laextensión de campossalpicada de nieve, dondedestacaban los tejados rojosdeunpueblecito.

—Nos queda unaposibilidad —dijo—, melanzaré hacia ese pueblodonde no podrá dispararnos.

Tú te tiras en paracaídasmientras yo lo entretengo.Saldrédeesteembrollo,notepreocupes.

Empujóhacia adelante lapalancademandosyelaviónapuntólaproahaciaabajo.

—Ponte ahora mismo elparacaídas, tenemos menosdedosminutos.

—Nopiensohacertecaso—protestó Blake, pero no

tuvo tiempo de acabar lafrase.

De la radio se oyó unavozquelesdecía:

—Soy el capitánCampbell de la aviación deEstados Unidos, tengoórdenes de guiarlos hasta ellugar de aterrizaje. Síganme,porfavor,bienvenidosacasa.

—Lo seguimos, capitán—repuso Sarah, exultante—,

seráunplacer.Diez minutos después,

con las últimas gotas decombustible, aterrizaban enunabasemilitarcercadeFortRiggsyfuerontrasladadosenel helicóptero que losesperaba en la misma pista.Dos camilleros se ocuparonde Sarah, dispuestos allevarlaalaambulanciaperolamuchachasenegó.

—Yo voy contigo —ledijo a Blake—. No quieroperderme el final de estahistoria.

No hubo manera deconvencerla y los camillerosla entregaron a los médicosque iban a bordo delhelicóptero. Uno de ellos leinmovilizóelbrazoyelotrole practicó inmediatamenteuna transfusión. Después le

administraron un sedanteparaquedurmiera.

Descendieron dos horasmástardeenelaeropuertodeMidway, en Chicago, bajouna lluvia torrencial. En lapista los esperaba otraambulancia con el motor enmarcha y el general Hookerenfundado en suimpermeable.

Sarah fue trasladada a la

ambulancia y Blake sedespidió de ella con un besoyunlargoabrazo.

—Perdóname —le dijo—,yotengolaculpadetodo.

—Hasido la fatalidad—dijo Sarah con sonrisacansada—. No vayas aolvidarte otra vez de tumalditomaletín.

—¡Iré a verte! ¡Hasestado soberbia! —le gritó

Blake mientras se lallevaban.

Hookerletendiólamanoperolaretiródeinmediatoalcomprobar que Blake teníatanto la izquierda como laderechaenvueltasengruesosvendajes.

—Bienvenido a casa.Debe de estar muy cansado.Venga, subamos otra vez alhelicóptero. El médico se

ocuparádeusted.—Cuando vi el caza, por

un momento tuve la certezade que nos iba a derribar—comentó Blake mientras loseguía.

—¿Derribarlos? ¿Por quéíbamos a hacer algo así?—preguntóHookerconcaradeasombro.

Subieron a bordo y elaparato,quenohabíaparado

motores, aumentó lavelocidad y se elevó poco apocoenelcielogris.

—No sé… —dijo Blake—, últimamente no hemossido recibidos con excesivahospitalidad en ningunaparte… ¿Cómo van lascosas?

Elmédicoseleacercó,leinyectólaanestesiayempezóa quitarle el vendaje de las

manospara inmovilizarle lasmuñecas con varillas yvendaselásticas.

—Tenemos el factortiempo en nuestra contra —dijoHooker—, faltan apenascuatro horas para que seponga en marcha la fasefinal. Nuestros técnicosintentandesactivarelsistemapero no estamos seguros dequeseaelúnico.Puedehaber

otro de reserva que nosotrosdesconocemos. Husseini noda señales de vida. A lomejor sospechó algo y hacedíasquenovuelveasucasa.Hace cuatro horas elpresidente se vio obligado atransmitir un mensaje a lanaciónyarevelarpartedelaverdad; los ciudadanos queviven en las zonasconflictivassontrasladadosa

los refugios subterráneos, alos túneles delmetro y lejosdelasciudades.

»Esloúnicoquesepodíahacer. En las tres áreasmetropolitanas de NuevaYork,ChicagoyLosÁngeleshay cerca de cuarentamillones de habitantes. Elpánico habría provocado unasituación insostenible y laoperaciónensímismahabría

exigido por lo menos unasemana. Y nosotrosdisponemos de pocas horas.En estos momentos él sabeque lo sabemos, de locontrario habría vuelvo a sucasa. A lo mejor se diocuentadequelovigilábamoso es posible que alguien lopusieraenguardia.

—Eso mismo pienso yo.También es cierto que

todavía no ha transmitido laordende activar las bombas,suponiendo que lecorrespondaaélhacerlo.

—Los esfuerzos porlocalizarlo han sidoinfructuosos.Nohautilizadotarjetas de crédito, no hapuesto gasolina, no haretirado dinero de ningúnbanco,nada.Escomosiselohubiesetragadolatierra.

—General, recuerde queHusseini fue Abu Ghaj, unformidable combatiente.Puedepasarsedíassincomer,ni beber, ni lavarse,escondidoencualquierlugar,inclusoenlascloacas.Paraélnuestrasreglasnovalen.

—Pordesgracia,sinélnopodemos localizar a los trescomandos. El programaHarmaguedón no ofrece

ninguna localizaciónespecífica.

—Creo que estáconvencido de controlar lasarmas de un chantaje queterminará cuando seproduzca la victoria delIslamcontraIsraelylacaídade Jerusalén. No es seguroque sepa que las bombasexplotarán de todos modos.EstoysegurodequeHusseini

no está en condiciones deleer ese programa einterpretarlo.

—¿Qué podemos hacerentonces?

—¿Adóndevamos?—A nuestro cuartel

general de Chicago. Me hetrasladado aquí porque esdondeestáHusseini; él es elcentrodetodo.

Enelsilencioquesiguió,

Blake sepusoamirarpor laventanilla las luces de suciudad, las calles y lasautopistas golpeadas por lalluvia torrencial,embotelladas por aqueléxodo angustioso, depesadilla; a pesar de todo,comprobó entonces que lahabía echado mucho demenosyquedebíaimpediratoda costa que le ocurriese

algotanespantoso.—General —dijo de

pronto—, hay algo queHusseini haceinvariablemente: escuchar laradio. Consígame ahoramismo un mortero beduinodemaderaconsumajadero.

—¿Cómo ha dicho? —inquirióHookersinpoderdarcréditoasusoídos.

—Lo ha oído usted bien,

quierounmorterodemaderacon su majadero, como losque utilizan los beduinos delapenínsulaarábiga.

—Perosetratadeobjetosde civilizaciones neolíticas.¿DóndevoyaencontrarlosenChicago?

—No tengo ni idea.Mandepeinarlosmuseos,losinstitutos de antropología yetnografía,peroencuéntrelos,

por favor… Ah, otra cosamás,búsquemeunbatería.

—¿Unbatería?—Tengo las muñecas

fracturadas,general,nopodrégolpear el majadero en elmortero.

Hooker meneó la cabezacon incredulidad pero seconectó con la sala deoperaciones e impartió laorden:

—Los comentarios estánfueradelugar—añadió—,esmás, están prohibidos.Aterrizamos dentro de diezminutos, procuren nodecepcionarme.

Alcabodemediahoraelextraño objeto llegó pormensajero desde el MuseoField.Al batería lo llevaronen taxi; era un muchachonegro llamado Kevin que

tocabaenlabandaderapdelCottonClubdelcentro.

—Escúchamebien,Kevin—le dijo Blake—; con losdedos te marcaré un ritmosobre la mesa y tendrás queimitarlo golpeando elmajadero dentro de estemortero. Estos señores tegrabarán. Intenta hacer unbuentrabajo.¿Entendido?

—Está chupado —

contestó Kevin—. Disparaya,tío.

Blake empezó atamborilear con los dedossobre la mesa ante laincrédulamirada del generalHooker y del resto de losoficiales.

Kevin no tardó enimitarlo, arrancando a suimprovisado instrumento unritmosecoysonoro,elritmo

sencillo y sugestivo queBlake había escuchado porprimeravezencasadeOmarHusseini en Nochebuena yque había vuelto a escuchardosdíasatrásenlatiendadeljequeenAlMura.

Cuando terminaron ledijoaHooker:

—Ordene que cada diezminutos transmitan estagrabación en todas las

emisoras de radio hasta queyo le diga cuándo parar. Yroguemos a Dios quefuncione.

—Ahora necesito ir allavabo —dijo cogiendo elmaletín—,quieroarreglarmeelvendaje.

Salió al pasillo y caminóhasta lapuertaque lehabíanindicado, pero en lugar deentrar siguió hasta el

ascensor y bajó alaparcamiento. Encontrómuchos coches, tanto civilescomo militares. Subió alprimeroqueencontróconlasllavespuestasypartióatodavelocidad, haciendo casoomisodelguardiaqueintentóacercársele para pedirle laidentificación.

Condujomuchoratobajola lluvia implacable,

apretando los dientes paravencer el dolor en lasmuñecas, que notaba cadavez con mayor fuerza amedida que se le pasaba elefecto de la anestesiaadministradaporelmédico.

Las autopistas estabancompletamenteembotelladas, convertidas enuna confusión de gritos,frenazos y bocinazos

frenéticos. En cuanto le fueposible,Blakesedirigióaunbarrio de las afueras, dondelagentevivía tanmalquenisiquiera tenía miedo de labombaatómica.

Encendiólaradioyantesde llegar a su miserableapartamento comprobó quelos programas seinterrumpían para transmitiruna extraña música llena de

ritmo, monótona percusiónque de vez en cuando seaceleraba hasta convertirseen sonido intenso ymartilleante. Kevin era todounartista.

Dejó el coche en elaparcamiento y corrió bajocortinas de lluvia hastaalcanzar la puerta. Sacó lasllaves del bolsillo y concierto esfuerzo consiguió

abrir.Encontró el pequeño

apartamentofríoyoscuro,talcomo lo había dejado almarcharse. Los ladronessabíanmuybienquenohabíanada interesante para robarensemejantesitio.

Encendió la luz y lacalefacción. De un armariolleno de botes sacó unpaquete de café cerrado, lo

abrió,preparóelfiltro,vertióaguaen lacafeteray lapusoal fuego. Intentó ordenar unpoco y mientras ibaguardando zapatos y ropaempolvadaencendiólaradio.En esemomento transmitíanmúsicaclásica:Haydn.

Se sentó y encendió uncigarrillo.

Pasó una hora; en elbarrio una calma aparente:

quizá se habían marchadotodos, aunque también eraposible que hubiesendecidido quedarse a esperarensilencioeljuiciodeDios.

La radio volvió atransmitir inútilmente elritmo del mortero y Blakepensó que había sido unalocura,queciertascosassóloocurren en los cuentos. Laapagó con gesto de rabia y

apartó la cafetera del fuego.Sintió que en el diminutoespacio de su apartamentovolabanlasalmasdeGordonySullivan,ojaládescansaranen paz, porque tanto a él,comoaSarahyquiénasabeacuántosmásno tardaríaenllegarleslahora.

En ese momento alguienllamóasupuerta.

T e esperaba —dijoBlake—. Pasa, porfavor,siéntate.

Omar Husseini llegóempapado,apenassesosteníaenpieyteníalabarbalargayel cabello revuelto. Lasprofundas ojeras y los ojosenrojecidos indicaban quellevaba muchas horas sindormir.

—¿Cómohas conseguido

regresary…quétehashechoen las manos? —preguntódejándosecaerenlasilla.

Estaba morado ytemblaba de frío. Blake lehizo quitar el abrigomojadoylotendiósobreelradiador.Cubrióconunamantaviejaasu amigo y le ofreció cafécaliente.

—Está recién hecho —dijo.

—Escuché el ruido delmortero…—repusoHusseinisonriendo débilmente— ypensé,poraquícercaalguienestá preparando café. Demaneraque…

No terminó la frase. Sellevólatazaalabocaytomóunsorbo.

—Fíjate si es raro. Losdos somos depositarios desecretos devastadores… Y

hace apenas unas semanaséramos dos pacíficosprofesores.¡Quévueltasdalavida! Dime, ¿cómo es latumba del Gran Conductor?¿Lehasvistolacara?

Blakeseacercóaél.—Omar, escúchame. En

este momento, tu secreto esel que más daño puedecausar.Hemosdescubiertoentu ordenador un dispositivo

automáticoquedentrodetreshoras iniciará la fase deactivación de tres bombasnuclearesentresciudadesdeEstadosUnidos.

Sin inmutarse, Husseinicontestó:

—No ocurrirá nada deeso.Jerusalénestáapuntoderendirse y todo acabarápronto. Se estipulará untratado y olvidaremos estos

días.Además,yasabesque…que en ningún país delmundo las armas nuclearesdependen de la mismaestructura que detiene suactivación. No creo que lasbombashaganexplosión.

—¿Crees que podemoscorrer semejante riesgobasándonos únicamente enesta esperanza? Sabes muybien que sería una locura,

Omar. ¿O debo llamarte…AbuGhaj?

Husseini levantó lacabezadegolpeymiróa losojos a su interlocutor, quiencontinuóimpertérrito:

—Dios mío, ¿cómo haspodidoprestarteaprogramarla matanza de millones deinocentes?

—¡No es cierto! Luchécuando era el momento

oportuno y creía habercumplido conmi parte, peroel pasado suele regresar…inclusocuandopiensasquelohas sepultado para siempre.Me pidieron que mantuvieralaespadadeDamoclessobrela cabeza de este país hastaque nuestros pueblosrecuperaran sus derechos…Nada más.Y lo hice… tuveque hacerlo. Pero no soy un

verdugo, no habrá ningunamatanza.

—Tres horas, Omar, ymillonesdepersonasmoriránsi no conseguimos detenerese mecanismo inexorable,sólotúpuedesayudarnos.Lehe dado a los técnicos delPentágonolaclavedeaccesoal archivo que denominasteThe Armageddon Program.¿Mecreesahora?

Husseini abrió biengrandes los ojos enrojecidosporelcansancio.

—¿Perocómo…?—No tengo tiempo de

explicártelo. Sólo quierosaber una cosa, ¿qué pasa sise desactiva el ordenadordurante la ejecución delprograma?

—Nolosé.—¿Dónde están los

“asnos” comprados en elmercadodeSamarcanda?

Husseinivolvióamostrarsu estupor al oír que Blakeconocía las palabras clavesmejor guardadas de suordenadorpersonal.

—Nopuedohablar.—Debeshacerlo.—Si lohago…Tengoun

hijo, Blake… un hijo al quecreíamuerto, un hijo a cuyo

recuerdo dediqué cadaacción, cada asalto, cadatiroteo en los que participédurante los años en que fuecreciendo la fama delexterminador Abu Ghaj.Creíahaberloenterradoenunmiserable cementerio delvalle de la Bekaa y memostraron pruebas de quesiguevivo,lotienenellos.Sihablo, los sufrimientos a los

cuales lo someterían notendrían límite… No puedesentender, no tienes ni idea.Existe un mundo donde lamiseria, el hambre, la luchasin cuartel matan todacompasión, acaban con lacapacidaddehorrorizarse…

—También Abrahánestuvodispuesto a inmolar asu único hijo sólo porqueDiosselohabíapedido.Telo

piden miles de hombres yniños inocentes que moriránquemados, contaminados ocondenados a una larga ycruel agonía. Omar, puedoprobar que te han mentido.Las bombas explotarán detodos modos, aunqueJerusalén se postre derodillas e implore piedad.Espera,porfavor…

Cogióelteléfonoymarcó

unnúmero.—SoyWilliam Blake—

se presentó en cuantocontestaron—, póngame conelgeneralHooker.

—¡Blake!¡Quéhahecho!¿Dónde está? Esimprescindible que vengaa…

Blake lo interrumpió sincontemplaciones:

—General… dígame qué

está ocurriendo en elprogramaArmageddon —lehizo señas a Husseini paraque se acercara y escuchaselaconversación.

—Estamos trabajando enel ordenador de Husseini,pero es tal como nos lotemíamos. Los técnicos handescubierto cómointerrumpir el procedimientode activación, pero si lo

hacen se ejecutará uncomando que, a su vez,pondría en marcha otrosistema.Siloapaganocurrirálo mismo. Las bombasexplotarán a intervalos deunahora.Laprimera loharádentro de dos horas ycuarenta minutos. Hemospedidoayudaalosrusosparadesactivarelsistema,peronopueden hacer nada si no

conocemos qué artefactoshan instalado en nuestroterritorio.

—General, yo… —mirófijamente a los ojos a sucompañero—, creo quepronto podré darle datosimportantes… No se muevadeahípornadadelmundo…ydelerecuerdosalaseñoritaForrestalldemiparte.

—¡Blake! ¡Maldita sea!

¡Dígamedónde…!Blakecolgóylepreguntó

aHusseiniconvozdébil:—¿Máscafé,Omar?Husseini se sentó en la

silla, apartó la vista y seencerró en un mutismo quese apoderó de todos losrecovecos del cuartodesnudo. Cuando levantó losojos, estaban llenos delágrimas.

Metió la mano en elbolsillo interior de lachaqueta y sacó una cajitanegra.

—Aquítieneslacopiadelprograma que hay en mimáquina, debo llevarlasiempre encima por si meveo obligado a alejarme delordenador principal. No sémás.

—¿Se puede conectar al

teléfono?Husseiniasintió.—El cable está dentro.

Encontrarás también unatarjeta de plástico con laclave.

Blake abrió la caja yencontrólatarjeta;enellaseleía una inscripción encaracteres cuneiformes quecomponían la palabraNebuchadrezzar; es decir

Nabucodonosor.—Gracias, Omar, has

hecho lo que debías.Esperemosque lasuerteestédenuestraparte.

Llamó a la central deoperaciones y pidió hablarconelgeneralHooker.

—General, tengo elcircuito auxiliar, conecte elaltavozdesuteléfono,quieroque me oiga su técnico

informático. Al parecer setratadeunordenadorportátilmuy potente y sofisticado.Ahora mismo lo conecto alteléfono. Conecten la líneacon el ordenador central. Encuanto lamáquina le pida laclave de acceso, teclee“home” y en pantalla lesaldrá una inscripción encaracterescuneiformes.Pulseen ella con el puntero del

ratón y se ejecutará elprograma… General, mandeinterrumpir la transmisiónradiofónica de ese ritmo.Yano la necesitamos. Buenasuerte.

Se sentó y se quedómirando las lucecitas de lapantalla diminuta que ibanindicando el paso de lainformación por la líneatelefónica.

—¿Te queda café? —preguntóHusseini.

—Claro —respondióBlake—, también tengocigarrillos.

Le sirvió el café y leencendióuncigarrillo.

Siguieron sentados, sindecirse nada, frente a frente,en el cuarto que empezaba acalentarse, escuchando elgolpeteo de la lluvia sobre

loscristalesempañadosdelaventana.Blakemiróel reloj:faltaban noventa y cincominutosparaelcomienzodelapocalipsis.

Husseini temblaba; ni lamanta que le cubría loshombros, ni la bebidacalienteconseguíanvencerelfríodesualma.

De pronto, las lucecitasdel pequeño ordenador se

apagaron: la transmisiónhabía concluido. Blakedesenchufó el conector ycolgóelteléfono.

Dejó pasar variosminutosyllamóotravez.

—Soy Blake. ¿Algunanovedad? Sí, dígame…Entiendo. La fábricaabandonadaenelcruceentrela autovía Stevenson y DanRyan. No, no es lejos de

donde estoy. Podemosencontramos en elaparcamiento del McKinleyPark dentro de media hora.De acuerdo, general, nosvemosallí.

Colgó y le dijo aHusseini:

—Han encontrado lasbombas. La que debeexplotarenChicagoestáalaaltura del cruce entre

StevensonyDanRyan,en lafábrica abandonada de laHoover Bearings, vigiladapor tres terroristas armados.Unodeellos,elúnicoquesedeja ver a cara descubierta,se ha atrincherado en lacabina de mandos de unagrúa, a treinta metros dealtura.Estáarmadoconfusilametrallador… Por esa zonapasan ahora miles de

personas en su huida de laciudad.Ademásestáel túneldebajodel ríoChicago.Si labomba llega a estallarcausará un desastre deproporciones espantosas. Note muevas. Volveré arecogerte.

Husseini no dijo palabra,pero en ese momentocomprendió queAbuAhmidnunca había dejado de

considerarlo desertor eintuyó la pena que le teníapreparada.

Blake salió a la callebarridapor ráfagasdevientoy lluvia, subió a su coche yfue al lugar de la cita. Ensentido contrario pasabancoches de la policía a todavelocidad y en los crucessonaban intermitentementelas sirenas de alarma, como

en una vieja película de laSegundaguerramundial.

Cuando llegó alaparcamientovioelcochedeHooker entrar poco despuéspor lacalle35ytocarvariasveceslabocina.

—Los escuadronesespeciales están en posición,Blake.¿Ustedquéhace?—legritó Hooker, asomado a laventanilla.

—¡Acompañarlo! —gritóBlakeasuvez.

Bajó de su coche y sesubió al del general quepartióatodavelocidad.Juntoal conductor iba el capitánMcBain.

—¿Saben cómo detenerel procedimiento deactivación?—preguntóBlakeencuantoocupósuasiento.

—Por desgracia, no —

respondió Hooker—. Perohice venir a los ingenierosmás expertos que tenemos.Ojalá lo consigamos.Estamos permanentementeconectadoscon los rusos.Encuanto hayamos visto lasbombas y podamosdescribirlas,ellos tratarándedescubrir el modelo ytransmitimos elprocedimiento de

desactivación.—¿Cuántonosqueda?—

preguntóBlake.—El escuadrón especial

salióhacequinceminutos,enhelicóptero,habrállegadoya.Disponen casi de cuarentaminutos, deberían sersuficientes.

—Hay problemas, señor—anuncióentoncesMcBain.

—¿Quéocurre?

—La resistencia es másfuerte de lo previsto. Almenostreshombresarmadoscon lanzacohetes y armasautomáticas.Abatieronaunode nuestros helicópteros. Sehanescondidoenunedificiode la fábrica de cojinetesHooverBearings.

—Maldita sea, esocomplica las cosas —protestóHooker.

—Y las retrasa—añadióBlake—. ¿Es posible que enel archivo de Husseini nohubieraningunaindicación?

—Ni una sola… —respondió Hooker—, salvoesa maldita palabra…asnos… pero ya se sabe, losasnossontodosmuyburros.

—Ya.Amenosque…—Hable, hombre —lo

urgióHooker.

—Podríamos preguntarlea nuestros amigos deMoscúcómo sedice “asno” en rusoy si la palabra les sugierealgo.A lomejor, en la jergamilitar tiene algúnsignificado —sugirió Blake,comosipensaraenvozalta.

—Espere un momento,caray, espere, Blake.McBain,pidaquenospongancon el capitán Orloff de

Moscú. Pregúntele cómo sedice “asno” en ruso y si esapalabralesugierealgo.

McBain conectó con sucolegarusoyletransmitiólapregunta; acto seguido, concaradeestuporrepetía:

—O - s - jo - l …Oblonsky… Sistema…Jomkostnogo… Limita.Sistema Oblonsky decapacidad limitada…

¡Eureka!Spasibo, spasibo,kapitán! —le gritóentusiasmado al oficial rusoy luego, dirigiéndose a susuperior, agregó—: Setrataba de una sigla, generalHooker.

Sin desconectar con sucolega ruso, McBain llamópor otra línea al escuadrónespecial.

—AquíGamaBravoUno,

contestenJinetesdelCielo.—Aquí JinetesdelCielo,

controlamoslasituación.Doscomandosabatidos,elotrohahuido.Hay unmuerto y tresheridos.Ytenemoslabomba.

—Atención, Jinetes delCielo,tenemoselcódigoparabloquear la activación.Retransmítanlo a los otrosescuadrones de Los Ángelesy Nueva York. Presten la

máxima atención, transmitodirectamente instruccionesdesdeMoscúaquienestengoen la otra línea. Ponganmucha atención, repito,Jinetes del Cielo, ponganmucha atención, el mínimoerrorpuederesultarfatal.Nopermitan que el tercerterrorista escape, essumamentepeligroso.

—Uno de nuestros

equiposestáenello.Hablen,escuchamos con atención,Gama Bravo Uno —dijo lavozalotroladodelalínea.

El coche llegó a destinodiez minutos más tarde, ymientrasMcBainseguíaenéltransmitiendo lasinstruccionesque le llegabandeMoscú,elgeneralHookery Blake bajaron y fueroncorriendoaledificio,perose

encontraronenmediodeunalluvia de balas. Las bateríasde células fotoeléctricasiluminaban la zona como sifuese de día, pero variasbombillas habían sucumbidoeneltiroteo.

Un oficial del escuadrónespecial se encargó desacarlosdeallíyponerlosenun lugar seguro.El temporalnodabaseñalesdeamainary

enlaexplanadadelantedelafábrica arreciaba la lluviaheladayelaguanieve.

—¡Quétiempodeperros,migeneral!—aullóeloficialpara imponerse al fragor dela tormenta y al tableteo delasarmasautomáticas.

—¿Dóndeestálabomba?—inquirióHooker.

—Ahí arriba, mi general—contestó el oficial

señalando el último piso dela vieja fábrica—. El tercerterrorista se encerró en lacabinadelagrúaynostieneatiro.

Blakehizoviseracon lasmanos para protegerse losojos de las ráfagas de lluviaque le azotaban la cara ylevantó la vista hacia la altatorre desde la cual seextendía el largo brazo,

sacudidoporlosembatesdelviento.

Por la ventana de lacabina asomaba de vez encuando el cañón de unaametralladora y escupíafuego sobre las posicionesdel escuadrón especial; ésterespondía de inmediatodisparando a discrecióncontra las paredes y elarmazón de acero. Con cada

descarga, toda la estructuraresonaba como un siniestrorepiqueteodecampanasydeella partían cascadas dechispas,comorayosenplenovendaval.

De pronto la gigantescaestructura comenzó a vibrargirandopocoapocosobresímisma.

—¡Joder! —exclamóBlake—. ¡Hace girar el

brazo!¡Silocolocacontraelviento, la estructura todacaerá sobre la calle llena decoches!¡Capitán,porelamordeDios,mande allá arriba auno de sus hombres adesconectarelembrague!

El oficial transmitió laordenaunode sus soldados,quien salió corriendobajo elfuegocruzado,llegóalabasede la torre y empezó a subir

laescaleradehierro.En ese instante se abrió

una ventana de la cabina demandos de la grúa y elterroristasalióalabasedelatorremientraselbrazoseguíagirando. No tendría más deveinticinco años, iba a caradescubierta, se movía conincreíble agilidad entre elsilbidodelasbalas.

Miró brevemente hacia

abajo y dio la impresión dequeibaacaer.Eneseprecisoinstante, Blake oyó a susespaldas un gritodesesperado.EraHusseini.

Estaba de pie, bajo lalluviaygritaba:

—¡Said!¡Said!Cruzó corriendo la

explanada, en dirección a latorredeacero.Gritabaavozencuello,elrostrobañadode

lágrimas y lluvia, le gritabaal muchacho que seguíaavanzando hacia el extremodelbrazodelagrúa.

Presa de grannerviosismo, Blake le dijoalgo al oído al generalHooker y éste levantó elbrazo para ordenar que nodisparasen. El comandantedel escuadrón especialtransmitió la orden a sus

hombres.El temporal también se

dio por aludido, la lluviaempezóaamainaryelvientoa soplar con menorintensidad. La voz deHusseiniseoyóaltayclara:

—Said! Said! Anawaliduca!Anawaliduca!

—¿Qué le dice? —preguntóHooker.

Sin salir de su asombro,

Blakecontestó:—Ledice: “¡Said, soy tu

padre!¡Soytupadre!”Hooker observó al

hombre empapado en mediode la explanada y almuchacho que seguíaarrastrándose hacia elextremo libre del brazo. Ellargo eje, colocado casi porcompletocontralafuerzadelviento, provocaba la

peligrosa oscilación de todalatorre.

—¡Diosmío…Diosmío!—murmuró.

En ese instante, el jovensepusodepieyeloficialquelo vigilaba con prismáticosgritó:

—¡Cuidado! ¡Estácargado de explosivos!¡Disparen!¡Fuego,fuego!

El disparo lo alcanzó en

una pierna y el joventrastabilló. Husseini sevolvió como el rayo,empuñando un arma y gritófueradesí:

—¡Alto! ¡No disparen!¡Altooabrofuego!

El oficial detuvo a sushombres;cuandoHusseinisedisponía a apretar el gatillo,un disparo lo hincó derodillas. Al caer levantó la

vista al cielo y vio a su hijoarrastrarse hasta el final delbrazo, ponerse de pie ylanzarse al vacío como elángel de la muerte, sobre elmardecochesquepasabaporla calle de abajo. Lostiradores de élite alcanzaronde lleno al muchacho y sucuerpo se desintegró en elaire.

Su sangre cayómezclada

con la lluvia sobre la cara ylos hombros del padremoribundo.

Blakesalióatodacarreray cruzó la explanada hastadonde estaba Husseinigritando:

—¡Omar!¡Omar!Elaguaqueseacumulaba

bajo su cuerpo se tiñó derojo.Blakelotomóentresusbrazos y comprobó que

seguíarespirando:—Omar…Husseini abrió los ojos

veladosporlamuerte.—Has estado en

Oriente… ¿Has visto… hasvisto las columnatas deApamea?¿Lashasvisto?

—Sí, amigo mío… —respondióBlakeconlágrimasenlosojos.

—Sí,lashevisto.Bajola

luz del alba estaban pálidascomovírgenesqueesperanasu esposo y al crepúsculo,rojizas como pilares defuego…

Loapretócontrasupechomientrasexpiraba.

La grúa gimió y crujió bajolos embates cada vez másenfurecidos del viento, pero

el soldado llegó justo atiempoa loaltode lacabinay desconectó la transmisión.El brazo, libre ya, girólentamente sobre suplataforma hasta colocarse,inmóvil, en dirección delviento. El capitán delescuadrón especial se acercóal general Hooker y lecomunicó:

—Las bombas están

desactivadas, mi general. Laoperaciónhaterminado.

—Gracias, comandante—dijoHooker—.Gracias ennombredetodos.

Cruzó la explanada hastadonde estabaBlake. Le pusola mano en el hombro y ledijo:

—Todo ha terminado,hijo mío. Venga, lollevaremos al hospital.

Alguiendebeocuparsedesusbrazososequedarásinellos.

Blake subió al coche deHookerylepidió:

—Lléveme con Sarah,porfavor.

La encontró dormida porefecto de los sedantes,entubadaycontransfusiones.Pidió quedarse en la sala deesperahastaquedespertarayelmédicodeguardiaaccedió.

La sala estaba desierta:habíasofásdispuestoscontralasparedesyenunrincónuntelevisor apagado. Junto a laventana había una mesa conunalámpara.

Sesentó,abriólabolsayse puso a leer; era el primerser humano que en tres mildoscientosañosleíaelpapirodeBreasted.

De madrugada, se le

acercó una enfermera paraavisarle:

—Señor Blake, estádespierta y quiere verlo. Seausted breve, por favor.Todavía no está fuera depeligro.

Blake cerró la bolsa yacompañóalaenfermera.

Sarah tenía el hombroizquierdo aparatosamentevendado y en el brazo

derechounasonda.—Hola, cariño —le dijo

—. Lo hemos conseguido.Hasestadoformidable.

—Yo no me veo —leadvirtióSarah—,perojuraríaquetuaspectoespeorqueelmío.

—He tenido un díahorrible, es todo un milagroque conserve algún aspecto,seaelquesea.

Sarah guardó silencio,con la cabeza oculta en laalmohada;luegolomiróotravezalosojosyledijo:

—Somos los únicos queconocemoselsecretodeRâ’sUdâsh. Quizá sería mejorpara todos si la hubiesepalmado.

Blake le acarició lafrente.

—Noesnecesario.Amor

mío,noesnecesario…

Gad Avner se enfundó suantiguo uniforme decombate, se ajustó elcinturón, metió en lapistolera la Remingtoncalibre 9 y bajó por elascensor hasta el sótanodonde lo esperaban dosvehículos conunadocenade

hombres de los cuerposespeciales,armadoshastalosdientes, vestidos de negro,con la cabeza cubierta porpasamontañas. Sucomandantesepresentó:

—Soy el teniente Nahal;asusórdenes,señor.

Subieron a los jeeps devidrios ahumados yrecorrieron las callesdesiertas de la ciudad vieja

hasta el arco de la FortalezaAntonia.

YgaelAllonesperabaalaentrada del túnel y no diomuestras de impresionarsedemasiado al ver a Cohen,miembro del cuerpo deingenieros civiles, enuniformedecombate.Guióalos hombres por la galeríahasta el comienzo delsegundo tramo. En el lugar

donde se abría la escalinataque pasaba debajo delbasamentodelTemployanoquedaban marcas y la paredseveíatotalmenteíntegra.

—Los hombres quehicieron el trabajo fueronconducidoshastaaquíconlosojos vendados y después dehacerles dar muchas vueltaspor la ciudad —susurró elteniente Nahal al oído de

Avner—.Cuando terminaroncon lasobras los llevarondenuevo a sus unidades en lasmismas condiciones. Comove, en la pared no quedanseñales. Aparte de nosotros,el presidente es la únicapersona que conoce laexistenciadeestepasaje.

—Muybien—dijoAvner—.Vamos,faltapocoparalacita.

Después de quinceminutos de marcha llegaronalfinaldeltúneldondehabíaconcluidolaexcavacióndelarampa.

—En la Antigüedad, lasalidadeltúnelestabaaquíyllevaba a campo abierto,detrásdelaslíneasdeasedio—dijo Allon—. Elcampamento deNabucodonosor no debía

estar lejos de aquí, en esadirección. Buena suerte,señorCohen.—Volviósobresuspasos.

Los agentes subieron porla rampa hasta llegar debajode una especie de trampilla.Laabrieronyseasomaronalinterior de una casa vigiladapor otro grupo decompañeros.

Acompañado por dos de

sus hombres, Avner fue alpiso superior donde sustécnicos habían colocado unequipodeescucha.

—Señor, a las veintidóshoras tienen previsto lanzarsus Silkwonn sobreBeersheva desde rampasmóviles y queda confirmadala noticia de que tienen unarampaapuntandoaJerusalén.Probablemente con gas.

Dentro de media horacomenzarálacuentaatrás—leinformóNahal.

Avner miró elcronómetroquellevabaenlamuñeca:

—Envíen a loshelicópteros y ocupen lospuntos 6, 8 y 4 delmapa deoperaciones. Nosotrosentramos en acciónexactamente dentro de siete

minutos.Los hombres se

reagruparon cerca de lassalidas, Nahal se acercó aAvneryledijo:

—Si me permite, señor,insistoenquenohaymotivospara que participe en elcombate. Nosotros nosarreglaremos. Si es verdadque Abu Ahmid estáescondido en esa casa se lo

traeremoshastaaquíatadodepiesymanos.

—No —dijo, Avner—,tengo con él un asuntopendiente que quieroresolver. Él estaba almandode la emboscada en la quemataronamihijoenLíbano.Querría ajustar cuentaspersonalmente,sipuedo.

—Pero señor, no esseguro que AbuAhmid esté

allí. Arriesgaría ustedinútilmente su vida en unmomentomuydelicado.

—Estoy seguro de queestá. El muy cabrón quiereserelprimeroenentrarenlaciudad desierta, sinhabitantes, como hizoNabucodonosor. Está, lopresiento.Loquieroparamí,Nahal,¿entendido?

—Entendido, señor

Avner.El oficial miró el reloj,

levantó el brazo y lo bajó.Manteniéndosepegadosalasparedes, sus hombresavanzaron en silencio portodas las salidas hacia elobjetivo.Enese instante,delextremo opuesto, casi a unkilómetro, les llegó el ruidode los helicópteros y eltableteo de las

ametralladoras. La maniobradiversiva se inició con laprecisión de un mecanismoderelojería.

El comando de Nahal seencontraba a escasos metrosdel objetivo: el palacetepintado de blanco, rodeadodeedificiosmuchomásaltosque lo ocultaban casi porcompleto a la vista. Deltejado,disimuladaentreropa

y esteras tendidas se alzabauna antena de radio muypotente.

—Todo ha salido segúnlo ha previsto usted, señorAvner —dijo Nahal—.Estamos preparados para elataque.

—Adelante—dijoAvner.Nahal dio la señal y

cuatro de sus hombres secolaron sigilosamente por

detrás de los centinelas quevigilaban las entradasposterioryanteriordelacasay losapuñalaronsinhacerelmenorruido.

AvneryeltenienteNahalavanzaronhastadebajodelasventanas.Nahal dio la ordeny sus hombres lanzaron alinterior un manojo debombas luminosas y actoseguido entraron veloces,

disparando con precisiónletalsobrecuantosemovía.

Nahal entró en unahabitación lateral y eliminóalhombresentadodelantedelapantalladel radar.Vio lasseñales de referencia de lasrampasmóvilescadavezmásnítidas.

—¡Aquíestán!—gritó—.¡Salenaldescubierto!

Llamó al cuartel general

ydijo:—Barak aMelech Israel,

rampas localizadas, envíenlos cazas, coordenadas 2, 6,4,repito,coordenadas2,6,4.

—Aquí, Melech Israel,recibido,Barak. ¿Dónde estáelZorro?

Nahalmiróasualrededoryviode refilónaAvnerquecorría al final del pasillo, sedetenía y disparaba tres,

cuatro balas en rápidasucesión. Gritó a sushombres:

—¡Cúbranlo! —Luegocontestó a la pregunta deMelech Israel—: El Zorroestá persiguiendo a su presa—y se lanzó tras sushombres.

Avner tenía delante otropasillo al final del cual viocerrarseunatrampilla.Corrió

hastaella,laabrióybajóporlaestrechaescalera.

—¡No! —aulló Nahal—.¡No!

Pero el jefe del Mosadhabía desaparecido bajotierra. Nahal y sus hombresfuerontrasél.

Avner hizo una pausa aloír los pasos del fugitivo yvolvió a abrir fuego en esadirección; luego corrió hasta

llegaraunsótanocuyotechoerasostenidoporunadecenade columnas de ladrillo,donde había cajas demateriales y municiónapiladaspor todaspartes.Enel centro estaban loscimientos de la antena deradioretráctil.

—¡Revisad hasta elúltimorincón!—aulló.

Mientras los incursores

peinaban el sótano, Avnercorrió hasta la escalera quellevabaalasuperficie.Abriódeparenparotratrampillayse encontró fuera: loshelicópteros pasaban envuelo rasante limpiando lazonadefrancotiradores.

Avner vio una siluetacorrer agazapada contra laparedygritó:

—¡Altoodisparo!

El fugitivo se volvió unafracción de segundo; Avnerreconoció el fulgor de susojos bajo la kefia y disparó,peroyahabíadesaparecido.

Llegaron Nahal y suequipo y se encontraron conungrupodemujeresyniñosenlaentrada.

—¡Sehaocultadoentrelagente,maldita sea, rodeen lamanzana, registradlos a

todos!Lossoldadosobedecieron

pero de Abu Ahmid noencontraronrastros.

El tenienteNahal regresójunto a Avner, que estabaapoyado en la esquina de lacasa donde había vistofugazmente cara a cara a suenemigo.

—Lo siento, señor, hasido imposible encontrarlo.

¿Estásegurodequeeraél?—Tan seguro como que

estoy aquí.Y le he dado—añadióindicandounamanchadesangreenlaesquinadelapared—. Lleva una balamíaen el cuerpo. Un pago acuenta. No pierdo laesperanza de saldar el restodeladeudaantesdequeestomemate—dijo encendiendoun cigarrillo—. Eche abajo

esta barraca y vámonos acasa.

Cuando los soldados seconcentraban en el punto dereunión para subir a loshelicópteros, Nahal recibióuna llamada del cuartelgeneral.

—Aquí,MelechIsrael—dijo la voz bien reconocibledel general Yehudai—, ¿meescucha,Barak?

—Operación concluida,Melech Israel. Objetivodestruido.

—Nosotros también—leinformó el general—. Hacetresminutosvolamosporlosaireslastresrampas.Pásemeconsujefe.

El teniente Nahal leentregó el auricular aAvnerdiciéndole:

—Esparausted,señor.

—Avneralhabla.—Soy Yehudai. Ha

pasado lo peor, Avner.Hemos suspendido ellanzamientodelos“Gabriel”.Los norteamericanosdesactivaron las bombas.Cinco portaaviones delMediterráneo están enviandoun enjambre decazabombarderos derefuerzo.

—¿Has dicho cinco?¿Cuálesson?

—Dos norteamericanos,e lNimitz y elEnterprise ytres europeos, elAragón, elClemenceauyelGaribaldi.

—¿El “Garibaldi”también? Díganselo aFerrario.Sealegrará.Cortoyfuera, Melech Israel. Esperoquemeinvitesaunacervezaantesdeirmeadormir.

Elhelicóptero los recibióabordoylevantóvuelosobrela ciudad. Un siniestroestruendo rugió desde eloeste y se transformó enfragor de trueno cuando milestelas de fuego surcaron elcielo.

Avner se dirigió alteniente Nahal que en esemomento se quitaba elpasamontañas.

—¿Qué noticias tenemosdeltenienteFerrario?

Nahal vaciló antes deresponder:

—El teniente Ferrario hadesaparecido en combate,señor.

—Saldrá de ésta —leadvirtió Avner—, es unmuchacholisto.

Fijó lamirada a lo lejos,haciaeldesiertodeJudáylas

colinascalcinadasdeMoab.

DEpílogo

avid, hizo ademánde sacar la carterapero una voz a sus

espaldasledijo:—Invitoyo, señor, sime

permite.Avnersevolvióyanteél

vio a Fabrizio Ferrario.Vestía un traje de lino azul

decortemagníficoylucíaunbronceadoimpecable.

—Me alegro mucho deque hayas salido con vida,Ferrario. ¿Qué, nosmarchamosya?

—Sí, señor. No queríairme sin haberme despedidodeusted.

—¿Has vuelto enterocomoterecomendé?

Ferrario se miró la

entrepierna y guiñándole elojocontestó:

—En la últimacomprobación que hice nofaltabanada,señor.

—Estupendo.Buenviaje,pues.

—¿Irá a verme aVenecia?

—Me gustaría. Quiénsabe…a lomejor algún día,cuando me retire de este

malditotrabajo.—Y si no aquí, en

Jerusalén, cuando usted men e c e s i t e .Shalom, señorAvner.

—Shalom, muchacho.Recuerdos para tu hermosaciudad.

Avner lo vio alejarse,pensó en las hermosasmuchachas que estaríanesperandoaFerrarioenItalia

ysuspiró.Se echó la gabardina

sobre los hombros y salió.Recorrióapielascallesdelaciudadantiguahastaelportalde su casa. Entró y subióandando, aunque a pasolento, como solía hacer laspocasvecesqueconseguíanofumar como un carretero.Cuando llegó al rellano sedetuvo para recobrar el

aliento y desde un rincónoscurooyóasusespaldasunavoz que no escuchaba desdehacíamuchotiempo.

—Buenasnoches,señor.Avner se sobresaltó pero

nosedio lavuelta.Mientrasmetíalallaveenlacerradurarespondió:

—Buenasnoches,porterodenoche.Laverdad,nocreíaquevolveríamosavernos.

—Loimagino.Nohasidofácil sobrevivir a todos lossicariosquemandócontramíportierrayaire.

Avnerabriólapuertayleindicóal inesperadohuéspedquesepusieracómodo.

—Pase, doctor Blake.Supongoquetendráalgoquedecirme.

Blake entró. Avnerencendió la luz y le señaló

una silla, tomó asiento y secubrió los ojos con lasmanos.

—Lleva una pistola enesa bolsa, ¿no es así? Havenido a matarme —dijo—.Hágalo, si quiere. Me da lomismoviviromorir.

—Teníamos un pacto —lerecordóBlake.

—Es verdad. Yo lolibraba a usted de quince

añosde cárcel enEgiptoy acambioustedcontinuabaparanosotros la búsqueda delpapiro de Breasted y nosfacilitabatodalainformaciónútil que encontrara en elcursodesutrabajo.

—Esomismohiceacostadegrandesriesgos.Entonces,¿porqué…?

—Imprevistos, Blake —lo interrumpió Avner,

sonriendo burlón—, son losimprevistos los que marcanel curso de losacontecimientos.Cuandomisagentes fueron a verlo parallevarlootravezaEgiptoconpapeles e identidad nuevosusted ya no estaba, se habíaido. Al principio pensé queno había soportado el golpede su despido del Instituto,perodespuésoísuvoz…

Blakeabriólosojoscomoplatos.

—Es imposible.Entonces… Gordon ySullivan…

—Nunca trabajaron paramí.Cuandomehablódeellosni siquiera conocía susnombres. Si usted hubieseinfringido la regla que le di,esdecirnohablarnuncadelaOrganización ni hacer jamás

referencia a la verdaderaidentidad de otro agente, nisiquieraconel interesado,sehabría dado cuentaenseguida,pero…

—Yorespetolospactos.—Yo también… siempre

que me resulte posible. Laprimera vez que me llamóme di cuenta al instante dequealgonofuncionaba.Perolo que estaba descubriendo

era todavía más interesante.Por eso dejé que continuara,como si todo hubiese sidoplanificadodeantemano.Eraextraordinario cómo hacíasus informes, sin referirsenuncaasímismoenprimerapersona, ni siquiera cuandohablaba de su excavación.¡Formidable! Un talentonatural extraordinario, noexentodeciertonarcisismo.

—Seguí las normas deseguridad que me dieron,nunca se puede estar segurode quien te escucha del otrolado.

—Enefecto.—Fueronustedesquienes

provocaron lamatanza en elcampamento deRâ’s Udâsh.¡Unamatanzainútil!Despuésmeecharonencimaatodos,alosisraelíes,alosegipcios,a

losnorteamericanos.—¿Inútil? —repitió

Avner poniéndose en pie derepente, con el rostroencendido—. Es usted unestúpido, un ingenuo, comotodos los norteamericanos.¿Se da cuenta de lasconsecuencias que habríatenido el descubrimiento sihubiese sido divulgado?Habría privado a gran parte

de la humanidad de laesperanzadelinfinito,habríadestruido lo poco que quedadel alma de la civilizaciónoccidental y la identidad demi pueblo. ¿No le basta?Lohabría hecho por muchomenos.

—De modo que si memarcho de aquí sin matarlono saldré con vida de estepaís.

—No —contestó Avner—,nodeberíahabervenido.

—Seequivoca.Seríaotrohomicidioinútil.

—Se niega usted aentender…—dijoAvneryalverqueBlakemetía lamanoenlabolsapensóqueyanoleimportaba nada, que se lehabían terminado las ganasde luchar. Miró entonceshaciasumesayviolafotode

unmuchachodealgomásdeveinteañosydijo:

—Si va a matarme, deseprisa. No soporto laincertidumbre.

Blake no dijo nada, selimitó a dejar una carpetablancaenlamesa.

—¿Qué es eso? —inquirió Avner,imprevistamenteturbado.

—El papiro de Breasted

—dijo Blake—. Siemprecumplo con miscompromisos. También estámi traducción. Si se fía demí.

Avner abrió la carpeta ytras el papel protector viotransparentarse los colores ylos ideogramas del papiro.Encontró al lado latraducción y, al recorrerlacon la mirada, su rostro se

fue llenando de estupor yconsternación:

Pepitamón, escriba ysuperintendente delos palacios delHarén Real, humildesiervodetuMajestad,a la princesa BastetNefrere,luzdelAltoyelBajoEgiptosaluda.

Seguí a los khabirudesde Pi-Ramsés porel Mar de cañas yluego en el desiertooccidental dondevagaronduranteañosalimentándose delangostas y raíces.Viví como ellos yhablé como ellos.Como ellos me

alimenté y bebí elagua amarga de lospozos y recé a losgrandes Dioses deEgipto cuando no meveían.El día en que loskhabiru volvieron avenerar al torosagrado Apis yfundieron unsimulacro de oro,

abrigué la esperanzade que el corazón detuamadohijoMoiséscambiara también.PeroMoisés destruyóel toro, cometiósacrilegio erigiendounaltaralDiosdeloskhabiru y unsantuario miserablehecho de piel decabra.

Cuando le llegó lahora,enfermóymurióy los khabiru losepultaron en unafosa en la arena,como se hace con lacarroñade losperroso loschacales,sinunsigno que recordarasunombre.Entoncesesperéaqueellos se hubieran

marchadoycomopororden de tuMajestadnopodíadevolverloaEgipto, siguiendo tuvoluntad,hiceveniralos excavadores ypicapedreros hasta elcorazóndeldesiertoyexcavé una tumbadigna de un príncipe,en el mismo lugar enque había erigido su

santuariodepielesdecabra, parapurificarlo.Embalsamésucuerpo,cubrísucaraconunamáscara bien hecha.AñadílasimágenesdelosDiosesycuantoesjustoqueacompañeaun gran príncipe alLugar Inmortal y aloscamposdelalu.Lo

dispuse todo demaneraqueelsecretono pudiera serviolado. Nadie saliódeese lugar, salvo tusiervo.Que Osiris, Isis yHorus protejan a tuMajestad y a tuhumilde siervoPepitamón que tesaludapostradoenel

polvo.

—Loshamatadopornada—dijo Blake cuando Avnerterminó de leer—. MoisésfuesepultadoenlatumbadeRâ’s Udâsh según el ritoegipciodespuésdesumuertey en contra de su últimavoluntad.

—Yo no… no podíaimaginarlo… tampocousted,

Blake. Nadie habría podidoimaginarlo nunca. ¿Dóndeestálatumba,Blake?¿Dóndeestásepultado?

—No se lo diré, Avner.Porque también era el lugardel Templo bajo la tienda,donde ocultaron el Arcadurante el asedio deJerusalén. Yo la vi, Avner.En medio de la espesapolvareda vi brillar las alas

de oro de los querubines.Pero ustedes tienen lasbombas nucleares deBeersheva, Avner. Nonecesitan el Arca… Ah, semeolvidaba—añadió.

Metió la mano en elbolsillo superior de lachaqueta, sacóun transmisoren formadeplumay lodejósobrelamesa.

—Con esto sólo puedo

comunicarmeconustedy, laverdad, creo que no tengonadamásquedecirle.

Salióycerrólapuerta.Cuando llegó al final de

la escalera oyó un disparoamortiguado por unsilenciador.Ya en el umbralse dio media vuelta y miróhaciaarriba.

—Adiós, señorAvner—dijo—.Shalom.

Salióyseperdióentre lamultitud.

Notadelautor

En cuanto a las páginasreferidas al epílogo delÉxodo bíblico, este libro esdeudor de una hipótesis deFlavio Barbiero (La Bibbiasenzasegreti,Milán,1988)yse inspira, en general, en lasinvestigaciones realizadaspor el grupo de Emmanuel

Anati en Har Karkom, en eldesiertodeNéguev,montañarodeada de innumerablespruebasde culto, de caráctersagrado, que datan de lasépocasmásremotas.

Quienestoescribe formóparte de ese programa deinvestigaciónyllevóacaboypublicó la excavaciónsistemáticadellugarllamadoHK221 bis, pero sobre todo

participóenlosdebatesylosintercambiosde experienciasproducidosenelcursodelasdistintascampañas.

Las comidas en tomo alfuego del vivac o bajo laespaciosa tiendabeduinaqueservía de lugar de reunión ydebatenospermitíanatodos,ya fuéramos estudiososprofesionales conresponsabilidades

académicas o voluntariosanimados por el entusiasmode los neófitos, gozar delplacerdeexponerlaspropiasideasyescucharlasajenas.

El ambienteincreíblemente sugestivo dellugar, el tema mismo de lainvestigación (Anati sostieneque Har Karkom es elverdadero monte Sinaí de laBiblia) favorecieron el

nacimientoydesarrollodelaidea que dio origen a estanovela.

En el momento deentregarla a imprenta quieroagradecer, además de a losamigos del campamento deHarKarkom,atodasaquellaspersonas a quienes pedíayuda o hice consultas: elegiptólogo Franco Cimmino,elescritoryperiodistaAmos

Elon, el general CesarePucci, el coronel GabrieleZanazzo,elorientalistaPieroCapelli, la señora LolitaTimofeeva.