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1 Jorge Aravena Llanca LOS IDIOTAS DEL TANGO EN BERLÍN Novela Colección: Música, Palabra e Imagen de Latinoamérica

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Jorge Aravena Llanca

LOS IDIOTAS DEL TANGO EN

BERLÍN

Novela

Colección: Música, Palabra e Imagen de Latinoamérica

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Colección: Música, Palabra e Imagen de Latinoamérica. De la Biblioteca Historia Musical Publicación de ejemplares, en fotocopias demostrativas enero de 2014 Título original “Los Idiotas del Tango en Berlín” Todos los derechos reservados, por la presente edición, a JALL de la Colección Palabra, Música e Imagen de Latinoamérica El autor se hace responsable de la presente edición Jorge Aravena Llanca Taunusstrasse 15 12161 Berlín, Alemania Tele-Fax: 0049-30-8221953 E.Mail: [email protected]

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Dedicatoria

A mi esposa Christiane y a mis hijas Cristina,

Javiera y Antonia que soportaron mi soledad y el tiempo de aislamiento

al escribir estas páginas. Por su paciencia

y apoyo diario, conscientes de la importancia

y la autoridad de la memoria descrita durante el tiempo vivido en Alemania,

desde 1982 hasta que cayó la Muralla de Berlín

el 9 de noviembre de 1989.

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LOS IDIOTAS DEL TANGO EN BERLÍN

CAPITULO 1

29 de Mayo de 1982

Discepolín

Sobre el mármol helado, migas de medialuna y una mujer absurda que come en un rincón,

tu musa está sangrando y ella desayuna, el alba no perdona, no tiene corazón.

Al fin, ¿quién es culpable de la vida grotesca, y del alma manchada con sangre carmín.

Mejor es que salgamos antes de que amanezca, antes de que lloremos, ¡viejo Discepolín!

Homero Manzi

Novelísticos

–Los novelistas son unos babosos embusteros, el ripio de la basura humana, ladrones de ideas, cloacas voraces que detrás de la fama y el dinero intentan transformar la vida del género humano de acuerdo a sus comercializadas fantasías –dijo Juan mirándose en los ojos de Mario

“¡Pa´ qué bailen los muchachos vía a tocarte bandoneón, la vida es una milonga”, chan, chan y terminó el tango que escuchaban.

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–Sus mentalizadores son organizaciones planificadas y, las novelas en la actualidad, en sí misma, son la base de un sistema social a partir de cuya escala se construyen los intereses de los economistas. Por todo y, pese también a ello –insistía Juan–, tenés que escribir esa novela sobre la obsesión de los idiotas del tango en Berlín. ¡Está claro! ¿O no?

Cuando terminés de leer todos los libros de la historia de la Humanidad y encuentres que se han olviden de ti y te sientas triste y desolado, a tu alrededor, gracias a los novelistas todo se cotizará en fantasía. Entonces será cuando a los argentinos, como alguien dijo por ahí para reírse de nosotros, el tango nos esperará en el cielo como recompensa platónica y su ritmo será el único espejo de nuestra realidad.

Mario apagó el aparato de sonido y se dispuso salir a la calle junto a Juan que, mientras hablaba apresuradamente, se abotonaba el abrigo con cuello de terciopelo negro que le protegería hasta las orejas.

–Vos lo sabés muy bien, no es necesario bailarte un tango para que me creas –dijo aspirando el aire seco y frío de las calles ya oscurecidas de Berlín–, lo que antes se ponía en manos de la religión yo la pongo ahora en el tango, al que se ama por útil y porque uno se siente dentro de algo positivo y humano. Es necesario. Vivimos demasiado solos y el hombre, después de tantos siglos de sufrimientos por superar su condición animal, necesita valores sustentables.

Además, cuando cantás y bailás el tango no pagás derechos de autor, en tu intimidad deja de ser propiedad privada. Así habita dentro de nosotros como un ejercicio voluntarioso. Nos hace libre al potenciar en él, la tragedia y el dolor del alma humana que es la condicional de esquinas y ochavas de todo porteño, hasta sacarle dolor a las madreselvas y bebérselo con un vaso de grapa.

29 de mayo de 1982. Segundo Festival de la Cultura Latinoamericana

–El 29 de mayo 1982 hasta el 20 de junio, se comenzó a

consolidar, lo que ya es historia en esta ciudad de Berlín, el llamado fenómeno del tango en Europa, cuando se inauguró en Kreuzberg el

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Segundo Festival de la Cultura Latinoamericana, donde estuvieron presentes, además de Astor Piazzolla, Mercedes Sosa, Susana Rinaldi, Cacho Tirao, El Cuarteto Cedrón, incluso Juan José Mussolini y su bandoneón, hasta Atahualpa Yupanqui representando a Argentina –recordó Juan en vos alta y cabizbajo, como hablándole a sus zapatos, cubiertos por la nieve que se levantaba por lo menos cinco centímetros, cuyas suelas estaban ya empapadas desde el inicio de la caminata.

Juan, era delgado y de considerable estatura, tenía la pinta de un criollo porteño de los poemas de Carriego y los cuchilleros de las milongas de Borges, a los cuales, estos poetas, siempre imaginaban con una difícil nariz colgando como una rima de su poemática. Usaba un sombrero de ala ancha caído ante su mirada y un bigote negro le ocultaba el labio superior; el inferior era carnoso, le daba vigor a su figura y tendía a mostrarle cierta sensualidad que afloraba en su rostro en un momento en que la voluntad no controla los impulsos. Nadie le conocía los ojos casi siempre medio cerrados, que eran de forma y color de incomible almendra, pequeños y vivaces lo vinculaban al ancestro autóctono del mestizaje argentino. Su madre era italiana y su padre nieto de españoles. Dos generaciones bastaron para emparentarlo con la tierra y congraciarle con raíces gauchas. Era hombre de torcida facha fronteriza con perfil hosco de ladrillo y ombú, de asfalto y polvo, de pampa y ciudad, de espacio y confusión.

Malhumorado como siempre, trataba de no perder el compás de los pasos de su amigo Mario que caminaba como dirigiendo la marcha.

–Preocúpate mejor, de la noticia del Berliner Zeitung, Juancito, el día de ayer –le requería Mario mirándolo de reojo–, mataron a un músico del ambiente del tango. Léelo. Está en la página 16, sin duda era conocido tuyo.

–Fue en esa fecha de 1982 que descubrimos –insistía Juan sin escucharlo– quien era realmente Astor Piazzolla, a quien nosotros lo comenzábamos a admirar.

Los alemanes se volvieron locos con su música y su talento que, en Buenos Aires, por su estilo particular en el tango, con un extraño ritmo, disonancias melódicas y complejas armonías, ya había sido descalificado por los bailarines de las milongas de los barrios

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porteños; había sido también mirado de reojo por los bandoneonistas y músicos bonaerenses del tango, aunque después lo copiaron y lo convirtieron en un ejemplo a seguir, destacando su innegable calidad gracias al tremendo éxito que estaba obteniendo en todos los países extranjeros con su bandoneón y el tango moderno.

–Piazzolla y el tango ¿otra vez? ¿No vamos a terminar nunca con esta canción? –rezongó de nuevo Mario.

–Aquí en Berlín, en esa fecha, descubrimos que Astor Piazzolla era de esos cojos malos, pero malos, remalos –y Juan se puso a renguear sobre la nieve–. Tenía un pie pata de caballo y cojeaba casi con insolencia y desprecio, mirando a su alrededor medio de costado. Era del tipo colérico, inestable, neurótico y malhumorado. A nosotros, los argentinos que intentamos saludarlo, nos despreció sin ninguna hidalguía. Conocerlo fue una desilusión cuatro por cuatro.

Odiaba a los bailarines de tango, con mucha razón, decía él, porque estropeaban su música, y así es, cuando un vanidoso bailarín de tango comienza a moverse, digamos a bailar, nadie escucha la música.

–Una verdad a toda prueba –se le oyó decir bajito a Mario, para no interrumpir las blasfemias de Juan.

–Conocer más a Piazzolla, fue una patada en la ingle en lo mejor del baile. Casi nos daban ganas de aplaudir a Amelita Baltar que en París le puso los cuernos con uno de sus músicos.

Aprendimos, ese 1982, piel a piel, con bombo y poncho de gaucho, con toda su vestimenta de india, que la cantante Mercedes Sosa, “la negra”, la humilde negra protectora de los pobres, era de una filosa antipatía, una lanza ponzoñosa de avaricia y vanidad en una caja de resonantes e insoportables sonrisitas; de doble cara, como todos esos artistas que luchaban cantando e intentaban con guitarras –¿te acordás de esa época en Argentina?– hacer la revolución, con zambas y chacareras, y darle a los pobres los bienes de los ricos: eran nuestros Robín Hood de las quebradas y cortes tangueros y de la percusión en los bombos. Era toda una falsedad, por lo menos yo me di cuenta a tiempo, tarde me entró en la cabeza, que lo único que buscaban eran los dólares que les pagaban. ¿Qué fue lo que se logró?

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Juan esbozando un rictus amargo en sus labios proseguía–, con la izquierda, repartían los infértiles granos de arena de las ideas políticas, como si fuesen alimenticios y, con la derecha cosechaban los dólares que la negra Mercedes Sosa, tan admirada por su defensa de los pobres los invirtió después en una inmensa hacienda en Tucumán –además de atea era, según ella, por supuesto, una disciplinada marxista–, después se puso a cantar de inmediato, como una piadosa creyente católica, juntando las manos como un ángel y mirando al cielo, la misa criolla argentina, dejando de lado todas las ateas canciones de protesta que fueron las que la enriquecieron. No se cansaba de repetir, golpeteando el bombo, que “mi camino ha sido siempre acompañar a los pobres que lloran. Yo no voy a cambiar porque sigo pensando igual”.

–Pero cuando se muera, Juancito –le respondió Mario–, la comenzarás a querer y no la criticarás nunca más. Le pondrán en Tucumán más de un altar. Aunque es verdad, nunca encajó en nadie eso de ser católica y marxista además, con poncho y bombo legüero.

–Me cuesta creer Mario, que todos mis pensamientos, con los que vivo a cuesta sobre esos personajes, son debido a la confusión interior que sufrimos, en ese momento, todos los argentinos que vivimos en Berlín, por la coincidencia con la Guerra de las Malvinas.

–Sí, sí, es verdad –dejó caer el aludido–, mientras aquí estábamos escuchando tangos, chacareras y zambas panfletarias, allá en las islas desde el 2 de abril hasta el 14 de junio del mismo 1982, alrededor de 16.500 jóvenes argentinos pasaron por las islas Malvinas, donde padecieron todos los horrores en una guerra por defender su soberanía: ¿cuántos pobres muchachos con su vida?

Juan, otra cosa, ¿por qué no pensás en el motivo de tu amargura, que hace que siempre estés a punto que se te reviente el hígado?

–Pronto voy a reventar, perdé cuidado. Creí que sabías de cómo se lleva el dolor y los fracasos a cuesta.

Cuando no hay angustias el tango no existe, querido Mario. El tango arruinó el psicoanálisis y Freud está pasando al olvido porque no compuso ningún tango. Sabía que a la larga no era la solución para nadie.

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Muchachos jóvenes, che –jadeaba Juan estropeando la blancura de la nieve–. ¿Cuántos de ellos con apellidos italianos, alemanes, polacos, franceses, hijos o nietos de inmigrantes europeos? Pibes, que aun no habían echado raíces en tierra argentina ahora viven pensando en sacar un pasaporte del país de sus antepasados, para venirse a Europa, para huir de la miseria a la que los condena nuestro país. Esgrimen las mismas razones de sus abuelos que, como miserables, huyeron de sus patrias. Esa patria europea que los alentó a abandonarla, ahora los nietos, piensan recuperarla.

–Tenés que incluirte Juancito, no olvides de meterme a mí también en el mismo saco. ¿A quién no de los nacidos en la Argentina? Todos estamos haciendo preguntas del por qué, pero las cambian, che, a las preguntan le cambian el ritmo a cada rato. No sabés si lo que bailás es tango o cumbia. .

–Con desprecio a la Argentina que los vio nacer –insistía Juan–, que abrigó a sus padres y abuelos a quienes les dio la oportunidad de una nueva vida, ahora esos pibes, inquietos y angustiados andan rondando por los consulados. En el italiano cerca de 60 mil hijos de inmigrantes están en lista de espera. Para qué te digo en el de España. Les dan pasaporte, para atrás, hasta la cuarta generación. Ese afán de escapar de la miseria, de la corrupción en que ha degenerado la política, la religión y el militarismo en Argentina, estos huidos de la patria, se escudan en un falso sentimentalismo. Algunos escapan sinceramente, porque sienten el llamado de la tierra de sus ancestros y retornan a la de sus mayores en busca de sus raíces. Todo un drama interno, sin que nadie haga sobre ellos un estudio que tienda a esclarecer las motivaciones de la inmigración que procreó entre nosotros tantos sinsabores.

Los exiliados cuando llegan a otro país, nunca logran olvidar donde nacieron, se empecinan y andan rescatando, en descoloridos daguerrotipos, los valores que dejaron atrás sus abuelos.

–Sí, che. No te olvidés de nosotros. ¿En qué saco nos querés meter? Sabemos hasta donde alcanza y llega la vanidad y el desconcierto de muchos argentinos. Pero también sería adecuado un estudio de tu amargura –pensó para sí Mario. El poeta de La Plata

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–Conocés la historia de ese poeta de la ciudad de La Plata, Pinno Sincuottani que, no bien llegado a Italia, ubicó una oficina donde hacen investigaciones genealógicas para que le buscaran, por su apellido, el origen de sus antepasados. Los investigadores no lograron nada, pues los Sincuottani fueron bastardos y vasallos ancestrales; todos los nacidos, en la región de Sicilia de ese apellido, desde la época de los romanos eran analfabetos. Pero le sugirieron que, como él era poeta, por cinco mil dólares más de lo que ya había pagado, lo podían emparentar y hacer descender de Dante Alighieri o, si prefería, de Virgilio, de Tácito, de Lucano u otro poeta o escritor de la antigüedad y darle certificados genealógicos auténticos del parentesco. Me entendés ¿no?

–Por favor, Juan, sabemos muy bien –pese a lo que te oprime– que todos los que están fuera nunca dejan de pensar en Argentina. Sé de la confusión afectiva entre el amor a la tierra y al país de sus abuelos. Cuanto llegan a Europa no conocen a nadie; nadie los ayuda a incorporarse; son una carga para el gobierno que los tiene que alimentar, como a muchos de los nuestros aquí en Berlín que viven de la caridad del Estado. Y estos reemigrados se angustian y lloran su soledad, ahora llamada “latina”, pensando en la pampa; en las callecitas de Buenos Aires; en la lunita tucumana; en las laderas cordilleranas de los Andes. Siguen en tiempo de tango, queriendo volver pero “con la frente marchita...”, convertidos, otra a vez, en los llorones clásicos de la primera etapa cuando llegó la vanguardia de inmigrantes a Argentina, esos que ayudaron a la elaboración de las letras del tango amargo y cotidiano de los porteños. Así, vuelven a ser ahora entre nosotros, la mayoría de compatriotas que lloran en estos viernes nostálgicos en que nos reunimos, que no tienen perfil ni al derecho ni al revés, che. ¡Qué quieres que te diga!

El tango de Las Malvinas

–No podemos olvidar que allá en Argentina –seguía como

cantando Juan–, desde el 2 de abril hasta el 14 de junio de 1982, con sangre, sudor y lágrimas millares de jóvenes sin experiencia bélica, esos que vos nombrás, se convirtieron en un tango que no se puede ni se debe cantar, en protagonistas de una amarga historia argentina.

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Mientras, aquí en Berlín, nosotros escuchábamos embelesados los compases de un tango que intentaba echar raíces, hacer temblar las costumbres de los alemanes, muchas de ellas hasta desaparecer y darle paso al baile y a la música del tango, que como una salvación a las costumbres enraizadas en lo bélico, o por lo menos, en una psicosis progresiva de posguerra, venía a renovar los nuevos métodos de relaciones sociales de los berlineses, el encumbramiento, con nivel profesional y anticipaciones al derecho que todo ser humano tiene, del intercambio amoroso en un baile abrazado en medio de miles de otras engañosas caricias.

En un mes primaveral lleno de manifestaciones artísticas latinoamericanas, ¿quién tomaba en serio esa extraña guerra de Las Malvinas?

Para mí, que los militares argentinos se pusieron de acuerdo con los ingleses, aliados en la forma y la astucia para hacer esa guerra. Fue tan absurda la decisión de llevarla a cabo que las sospechas se convirtieron en realidad cuando se comprobó la cobardía con que enfrentaron, esos oficiales argentinos, la teatral decisión final de escapar del conflicto. ¿Y qué me decís de la traición de los chilenos que ayudaron a los ingleses?

Y aquí estamos, Mario, todavía con remordimiento de conciencia. Aunque, si recordamos bien, Piazzolla se merece recibir puteadas desde todas las esquinas, de los zaguanes y las callecitas de Buenos Aires, desde el sur hasta el norte ¿Por qué? ¡Insólito, che! Después de dedicarle una composición suya a Salvador Allende, como homenaje póstumo, aceptó almorzar con Jorge Rafael Videla, el dictador más hijo de puta de los militares argentinos.

–De verdad –exclamó Mario–. Esa visita al dictador que su hija Diana nunca le perdonó. Y yo tampoco. ¿Y eso de Liber tango en qué quedó? ¡Qué vas a hacer!

Al llegar a la Savignyplatz, de la Kudamm apresuradamente

doblaron por la Leibnizstrasse hacia la Kanntstrasse, ahí en la esquina se metieron en “El Pulpo”, el restaurante del gallego.

–Demasiada gente. Repleto. Este ambiente huele a podrido Juancito, mejor vamos al “Borriquito”, a calentarnos con un tequila, antes de ir donde nos esperan nuestros amigos.

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–Nadie de nosotros se explicaba, entonces –seguía repitiendo Juan–, por qué Piazzolla, antes de empezar a tocar en la Filarmónica de Berlín dedicara uno de sus temas a los soldados argentinos que murieron en la guerra de las Malvinas. ¿Doble cara? ¿Arrepentimiento? En todo caso, ante ese gesto, los que escuchamos ese homenaje, tragando saliva y más de una puteada, guardamos en ese momento absoluto silencio.

Extraña coincidencia, de negación y reconocimiento que alteró todos los planes de la danza en Berlín. Lo mismo sucedió en Argentina, cuando la juventud se olvidaba del tango asumiendo interpretaciones, cada día más, de la música del llamado Rock-latino, fusionándola con todos los ritmos del folklore y principalmente del tango, en la búsqueda de explicaciones al fracaso tan evidente de la juventud, que defendía esa bandera, como dice la canción “alta en el cielo un águila guerrera”, y no a la ponzoñosa dictadura. Esa juventud que fue a las Malvinas, con intenciones de traer un triunfo, regresó con una tristeza que contagió a toda la nación enflaqueciendo la vida de toda mi generación.

Esa juventud, hija, nieta y bisnieta de la inmigración, que fue la cara de la derrota, es la esencia ancestral de las letras de tango, como lo fuimos nosotros frente a la dictadura, los que debimos salir corriendo, en actitud y pasitos de tango, con la Biblia en la mano a una embajada europea para proteger nuestras vidas. Lo de ellos es más triste y dramático pues hasta el momento se han suicidado más de 400 excombatientes de las Malvinas, son los mismos muchachos hijos de la inmigración europea. Nuestro país ostenta el triste record de 30 mil desaparecidos y nos queda como una desgracia, entre otros malos recuerdos, el borracho Leopoldo Galtieri. Y ahora ¿de qué valen los reclamos históricos? Creo que tienen el mismo valor de la visita a almorzar de Piazzolla al jefe militar, culpable de tanta maldad y de la ruina de nuestras vidas. El empedrado venoso de Berlín

Todas las calles de Berlín estaban cubiertas de nieve.

Caminaban cabeza abajo para no pisar la mierda de los perros que, como siempre, estaba otra vez reblandecida en todas las veredas. Treinta mil perros que son paseados por las calles cagando en el

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verano cerca de cualquier puerta, árbol o en mitad de la vereda, logran que en invierno su mierda se congracie con la nieve, se oculte y se active aficionándose, olorosa y resbaladiza, a las suelas de los caminantes berlineses. Juan, sin esperar respuestas rumiaba entumecido en el interior de su obsesión, pensando en voz alta, sin importarle si Mario le escuchaba o no.

Ya en la Uhlandstrasse intentaron entrar al restaurante “El Burriquito”. Al empujar la puerta se toparon con un grupo de japoneses que esperaban mesa. El mostrador estaba lleno con dos hileras de personas levantando, con insistencia la mano pidiendo algo inaudible.

Se veía sólo la cabeza del gitano Antonio, el rumbero, rasgueando una inaudible guitarra, moviendo en círculo los labios. No se le escuchaba ningún sonido. No se oye el canto señor –alguien le gritaba–. El ensordecedor ruido les quebró la iniciativa de esperar. Además del humo, era tanto el babélico griterío, en diversos idiomas al unísono de los parroquianos, que decidieron emprender el camino hacia su destino.

Enfilaron hacia la Wilmersdorferstrasse bajo la nieve que, otra vez descargaba pelusas que iban cayendo, como plumas de gansos viajeros, hasta convertirse en un tejido espumoso de virginal pureza que, como un velado telón descendente de coreográfica blancura, dejaba ante sus ojos fuera de foco todos los objetos. A dos metros de la vida y del quehacer humano no se divisaba nada. Debieron detenerse buscando refugio bajo el quicio de una puerta. Reediciones activas

En Berlín, la música y el ejercicio memorial es la noche misma. La inquietud del día se vuelca en la oscuridad en un fluir incesante de oleajes de rostros. El tránsito brutal y congestivo, el acicate angustioso del trabajo, la multiplicidad de un sonido que bloquea el oído sin enriquecerlo, la unánime enemistad de la masa de gente en acción, por el hecho que inútilmente clama su inocencia al moverse al terminar el día, vuelve encontradizo y casi indiscernible el dédalo de cemento y ladrillos. La ciudad moderna habita en el ruido y en él se disuelve, hasta que la noche corrige los agresivos perfiles de la realidad. La noche desafía con sus manos profundas y

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ausentes el puñal bruñido del amanecer, el brutal hervidero de los refugios humanos para ese entrar en la oscuridad que resume caricias, es en una espiral incesante y violenta la declinación de la ruta de los fatigados que buscan en la noche, con la memoria cansada, rehacer sus vidas.

–Los novelistas mezclan la ficción con la realidad –vociferaba Juan pisando la nieve con violencia, como para que dejaran de verlo, lo perdieran de vista, o se asustaran los presuntos fantasmas de los miles de civiles sacrificados en la Segunda Guerra Mundial, que vienen ansiosos detrás de todos los noctámbulos berlineses–.

–Los novelistas funden la documentación con la vida real; intereses económicos con el sentimiento y la verdad con la pasión sensitiva, tratando de dar una voz más íntima a sus personajes.

Los novelistas intentan, por mandato propio o, no se sabe de qué orden superior, engarzar una voz poética al dolor y una leal historicidad al desfalco de políticos, a la podredumbre y el charco en que viven y, el vacío legendario de las religiones lo llenan, caritativamente, con la poca moral que le resta a la existencia humana.

Después pretenden que el lector saque sus propias conclusiones. Olvidan que la muerte tiene los ojos abiertos y que no existe el olvido porque ¿vale más la vida que la muerte? ¿No importa, acaso, que los muertos en nuestra historia humana sean mayoría? Los muertos nunca perdieron la intimidad del lenguaje que es el equilibrio y la trascendencia de la memoria que nosotros desarrollamos en la actualidad. Todo el quehacer literario es hablar de los muertos y de sus cosas. La muerte tiene la memoria activa, después de ella es cuando se encuentra la verdad. Ese es el intercambio literario entre la vida y la muerte, ambas cosas están unidas en el ser vivo. Los novelistas no pueden así no más, porque se les ocurre, ocultar las verdades humanas detrás de sus fantasías.

Las teorías, basamento de las conspiraciones, proceden de los novelistas, que las llevan a los medios de comunicación de los diarios, la radio, la televisión y hasta del mundo académico de las universidades, de los gobiernos y hasta de los poderosos que manejan la economía y la información global.

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–Con todo lo que dices, pretendes Juan, que yo escriba una novela sobre la obsesión del tango en Berlín. ¿Qué valores tiene el pobrecito tango frente a cuánto me indicas?

Además, querido Juancito, igual que mucha gente, soy una de esas personas enamorada de la ficción. Mi sentido de la identidad procede de las páginas de las novelas en igual medida de la esquina y del boliche de la calle del barrio donde viví en Buenos Aires. En este sentido soy defensor y colega de viaje de esta forma literaria. Vos hablás con la amargura del tango, yo como las conversaciones conformadas de acuerdo a los diálogos de las novelas. Mis fantasías son fantasías novelescas. Mis conceptos de la belleza en la música y en la literatura, verdad y placer, se desprenden de las obras que he leído y de cuánto he escuchado. Soy un acomodado prisionero de la novela. Esta es la razón por la que, contradictoriamente, como a vos te gusta tener tus relaciones, no pienso nunca escribir una novela menos sobre los obsesivos idiotas del tango en Berlín.

–Pero, Mario, los novelistas llegan con sus argumentos a las redes secretas de los dueños del dinero, les dan ideas para que se conformen, por cierto, como se han conformado. Hasta quieren cambiar la posición de la tierra, que no gire en redondo, sino como si fuera cuadrada y se caigan, en el vacío de la ignorancia, todos los que no están aferrados a manijas de materiales firmes como es el oro. Echar fuera a los actuales propietarios del pensamiento libre, aprisionar a toda la Humanidad. Pretenden tomar las riendas del poder pensante de los seres y ejercer dominio de ellos entre bastidores. Saben, que su grupo de poder deriva de una vasta y oscura infraestructura y, de su relación directa, con las grandes industrias privadas; los fondos de inversión inmobiliaria; los bancos; las universidades y lo medios de comunicación, que son los que alimentan sus fantasías. De ellos reciben el pago con grandes tirajes o simplemente premios suculentos. No comprenden que también están subordinados a la causa social de la Humanidad y no son los rectores ni los jueces que dictaminan, acusan y condenan.

Con sus argumentos intentan desarrollar, tanto intereses intelectuales como emocionales en el sustento de las nuevas políticas, así confunden y desacreditan, tanto afectiva como políticamente, cualquier oposición hacia los personajes que están sirviendo, los que les pagan o los sobornan.

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–Los novelistas son como las moscas Juan, se acercan solos a la miel. Las editoriales no los llaman, ellos van a golpear sus puertas. Nadie nos obliga a comprar y leer una novela, a lo sumo aceptamos sugerencias de la calidad de una de ellas que, por cierto hay y, en abundancia novelas muy creativas dentro del pensamiento e identificadas con el tiempo y la vida humana que al autor le tocó vivir, que enseñan y entretienen.

Dentro de tus contradicciones advierto que criticas a los alemanes profesores de tango, los pobrecitos tipos que por haber aprendido a bailar ya se catalogan de académicos y se largan a enseñar y ganarse la vida, así entiendo que dices, que los novelistas, con malas intenciones, hacen lo mismo.

Juan, todo el que ha leído un libro, después de ver su estructura, conocer los tiempos verbales, equilibrar las sintaxis, lograr un estilo sabiendo lo que se quiere contar, cree y se siente capaz de escribir y, si tiene mucha experiencia e imaginación logra una novela. Sí señor. Todos somos capaces de enseñar a bailar el tango, de leer y de escribir una novela. Es un requisito humano del emprendedor. El buen escritor, todos lo saben, es el que escribe lo que ha leído porque ha leído mucho y entendido bien. El poeta Heide recitaba “cuando mueren las palabras empieza la música”, es la misma distancia de la novela al tango. Cuando tienes inquietudes y afán de permanecer en este mundo escribes, de acuerdo a tu sensibilidad y conocimientos un tratado científico, un ensayo, un libro de poemas o una novela.

Cuando dejás caer una lágrima sobre una mesa, entonces, es cuando estás capacitado para escribir un tango. Al final Juancito, los tangos son igual que las lágrimas, pequeñas novelas de no más de tres minutos de lectura bailable, lo que dura su evaporación.

–En definitiva, Mario –te repito–, los novelistas son clandestinos y anónimos entre sí, pero los de éxito y fama se entienden en secreto, dentro del liberalismo que pregonan, como una nueva religión, intentando con sus fantasías, controlar los mecanismos hasta en los servicios de orden y limpieza de los excusados, de todos los que están en el poder, simplemente van cambiando, para no perder vigencia, los argumentos de sus novelas, o el paño con que limpian las tazas donde se sientan y hacen fuerza los valientes.

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Mario, sabemos que la única verdad de este asunto es que, desde los tiempos bíblicos, los profetas tenían el control de lo que se debía publicar en los libros sagrados, ahora, detrás de los novelistas existe un sector financiero que ha tomado las riendas del poder económico, en centros ideológicos de inquebrantables secretos, pero estos señores son controlados por los escritores más inteligentes, los que les sugieren qué deben publicar y cómo repartirles suculentos premios. Terminan siendo los novelistas los profetas modernos, igual que en la Biblia. El apéndice final de la actual novelística, es la reafirmación que el dinero es socio del pensamiento, cuyo único alcance y propósito es la privación de las libertades individuales del pensamiento para hacerse con el control de un gobierno mundial. En todo esto la Biblia dictó las pautas, por el elevado grado de fantasía que le inculcó a la humanidad.

El poder de estos grupos deriva de una vasta infraestructura, con nombre y apellido, a la vista de todos en relación directa con las grandes industrias privadas, los fondos de inversión inmobiliaria, los bancos, las universidades y los medios de comunicación. Todos entrelazados en el centro mismo del poder. Todo esto se piensa, se escribe y luego se obra en consecuencia.

–Lo curioso, Juan –y Mario puso en sus labios una torcida mueca–, es que me pides escribir una novela que nadie la va a publicar, pues tus insolencias harán desaparecer todo intento de acercamiento a cualquier agente. Nadie te ayuda si los estás insultando.

–Los novelistas son unos babosos embusteros –repetía Juan. Ladrones de ideas y falsificadores de la realidad.

–Que se escriban novelas que repudias Juancito, por escritores que desprecias, es una política donde nada pasa por accidente, todos esos argumentos sólo son para divertimento, igual que en la cinematografía, puedes darlo por seguro que ha sido planeado con mucha anticipación para que ocurra y se publiquen de ese modo. Así también se recurre y elige a los escritores antiguos.

–Los novelistas son un puñado de inmundicia –indignado seguía el amigo–, un corral de chanchos hambrientos, cucarachas que salen en las noches sin luz, a repetirse el plato de porquerías que escriben como alimento intelectual. Lo repito, y lo repienso, porque bien tuvo D. H. Lawrence la valentía para no asustarse cuando se lo

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dijo, en plena cara, a esos escritores que lo escuchaban durante su disertación, que lo miraban ingenuamente, con ojos acostumbrados a ocultar todo lo que les contrariaba, porque los novelistas, bien lo sabía D. H. Lawrence, se denominan a sí mismo creadores, convencidos que, con sus mentiras y capacidad de falsear las historias que escriben, pretenden dominar el amor, el sexo, la ciencia, el comercio y la política del mundo: de lo negativo extraen el material que usan y lo trasmutan en positivo. Creen que la vida de la Humanidad la tienen aprisionada. Con esa cierta independencia de criterio y de accionar, pretenden quebrarle la mano a los editorialistas que quedan bajo su dominio.

Los que conocemos el horror y seguimos esperanzados nunca vamos a terminar en el suicidio. Créemelo. Por eso a los novelistas le brillan los ojos pensando en el tiraje de las editoriales y las muchas veces, nunca entendibles traducciones.

El obediente hijo de la civilización moderna está poseído por un miedo a apartarse de los hechos que, desde el acto mismo de la percepción, ya han moldeado –convirtiéndolo en un cliché– las convenciones dominantes de la ciencia, el comercio y la política; su ansiedad no es otra que el miedo a la desviación social. Esas mismas convenciones definen la idea de claridad lingüística y conceptual que han de satisfacer el arte, la literatura y la filosofía del presente.

Mario, así era y seguirá siendo. Cuando escribas esa novela sobre la historia de la obsesión de los Idiotas del tango en Berlín, procura ser, con la misma dialéctica, tramposo como ellos, pero ponle algo más popular, unos chistecitos con sabor a boleros así se alivia la tensión; unos párrafos con aliento a poesía cocinada por los indios quechuas para tranquilizar la lectura y darles otro ambiente. Es decir, tenés que jugar con los lectores, pues la mayoría son seres inocentes que buscan la entretención fuera de sí, y no son capaces de encontrarla en su interior. Incluso debes escribir sobre perfumes de gratos olores para que huelan las páginas a color; ponle, a la quietud de un gato, acciones violentas; miradas de ternura al dolor cuando te sacan una muela, para que el lector sufra compadeciéndose del drama, de los pecados y hasta que huelan los pedos de los personajes. Es lo que hacen los que escriben novelas, con sus mentiras. Casi todos estos escritores, falsean historias con la que pretenden engrupir, con ideas abstractas lo que dictan los europeos,

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porque las nuestras, con pendejos de indios, les han parecido que tienen un lenguaje carente de espacio, sustancia, materia y cuerpo, alejadas exactamente de las virtudes, de libertad, gratitud que ellos poseen y que nosotros, como indígenas comemierda, aún no poseemos.

O utiliza el oxímoron, como Borges lo utiliza en su prosa, con mucha frecuencia, como una manera de expresar una realidad paradójica. Esa figura que se llama oxímoron, se aplica a una palabra un epíteto que parece contradecirla; así, los gnósticos hablaron de luz oscura; los alquimistas, de sol negro. Con este estilo pensarán que eres un gran intelectual y te juzgarán con benevolencia.

Otra cosa. El plan del dominador no es invisible. Con la complicidad de sus novelistas ha ganado tanta fuerza que ninguna astucia puede socavarlos. Para no llamar mucho la atención usan, con sus aficionados lectores, el soborno emocional para que, en esencia, no distraigan y no desvíen la atención hacia la mera entretención en el cine, la televisión y los medios informativos, de manera que, de rebote, los que aman la literatura se idioticen y anulen sus intereses particulares y no reparen en el verdadero enemigo que los priva de libertad.

En esa novela de los obsesivos idiotas del tango, no critiques a nadie ni a nada. No hagas ni digas nada como yo que tiro mierda en este momento, pues ningún editor te la va a publicar, ningún periodista le hará un comentario

–Es lo que yo intento decirte, pero no me escuchas Juan. Sos inconsciente y contradictorio. No pretendo escribir ninguna novela.

–Mario, ni te la aceptarán en las bibliotecas y la policía te abrirá, por sugerencias de órdenes secretas, un prontuario en que te será hasta peligroso ir al baño a lavarte también las manos y los cojones. ¡Ah! ¡Marito, amigo mío, que corrientes frías llegan con extraños vientos! Hasta el culo lo tengo frío.

Pese a todo, esta nieve es benefactora frente al novelado papel que, en trágico exterminio ecológico en garabateadas páginas de novelas vacías de ideales, insinúan los miles de bosques talados. Quijotadas del tango

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La noche les descubría un nuevo Berlín, un Berlín que se esconde y se descubre a sí mismo. El que sabe encontrarlo se coloca en su centro convirtiéndose en un eterno caminante; un Berlín del pasado, más vivido y trajinado: testigo de gritos, clamores angustiosos de heridas, goteando aún sangre por los hoyos entre los adoquines que, igual que las grietas de las casas nunca han cicatrizado. Así es de doloroso Berlín. Ninguna guerra está olvidada.

Caminaban pensando que, si se detuvieran unos instantes en cualquier esquina y miraran para atrás, verían las sombras de algunos de los cientos de miles de berlineses que murieron durante la guerra, que bajo la nieve, de los adoquines y los cascajos de los edificios derribados, debajo de la tierra, se levantan y se esparcen tímidos, medios tibios de infantilismo, y siguen todas las noches a los noctámbulos y también se detienen en las esquinas, indefensos e indecisos, por la imposibilidad de comunicarse. Por ello se sentían irreflexivamente amenazados con una fracción de ese terror cósmico que la pequeñez humana, en continuas contiendas por la rivalidad de cosas materiales y casi siempre a muerte, el hombre tributa a su condición de animalidad doméstica, protegiendo en la muerte del pasado su atemorizado espacio de vida.

–Así debe ser Mario. Por ello es que debes usar la novela, donde caben todos los trucos siniestros de la falsedad humana, para testificar nuestra presencia aquí en Berlín. Para nombrar y graficar la vida de todos estos inútiles del tango que nos rodean, sobre todos los argentinos con los que cada viernes nos reunimos intentando crear una atmósfera de conciliación de todos nuestros fracasos, donde me incluyo, por supuesto, también yo.

–¿Y qué tiene qué ver con el tango en Berlín? La novela es una cosa y el tango es otra ¿no? La novela es lectura y entretención y el tango un inocente baile. Así pienso. ¿Qué relación existe entre ambas cosas? –intento aclarar Mario.

–Yo no estoy en contra del tango, –insistió Juan. –Estoy contra los novelistas mentirosos y babosos, que se endiosan mutuamente considerando sus obras como óperas omnias del intelecto humano.

–¿Y por qué me insinúas que escriba una novela? –Porque hay que utilizar la novela, y en ella mentir y mentir,

para tener el mismo éxito de esos canallas escribientes. Hay muchos

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ejemplos de mentiras y falsedades ya novelizadas. Por ejemplo el caso de Cervantes, para mí uno de los más patéticos, de los más emblemáticos.

¿Cómo es posible que los españoles sigan insistiendo que el Quijote fue la primera novela europea, la guía de mayor valor literario del mundo entero después de la Biblia? ¿Acaso no estaba escrito “El cortesano”, de Baltazar de Castiglione? ¿El Decamerón? Sin equívocos, “Gargantua y Pantagruel” de Rabelais, se publicó en 1532 y el Quijote recién salió de la imprenta en 1605. ¿Acaso Boccaccio nunca existió? ¿Qué Saquespiare –como decía Sarmiento–, no estaba al frente de la literatura inglesa? ¿Qué importancia tuvo el Quijote para el intelecto hispano en el momento de su publicación? En definitiva, El Quijote, es la narrativa de un loco, dudoso de sí mismo; de dos idiotas que anduvieron diciendo y viviendo sólo cosas ingeniosas y entretenidas que ni siquiera pertenecen al pasado histórico de los hispanos, menos de los europeos, porque los españoles, en su mayoría, no son europeos, son parte del antiguo mestizaje de los semitas del norte africano y los del Medio Oriente.

Para el cubano Cabrera Infante, el Quijote fue un personaje de tira cómica, un viejo estrafalario más que caballero armado y pensante, un cuenta chistes, y Cervantes un humorista copión. Otros, a los cuales la monarquía española les paga por sus opiniones, opinan que la única creación absolutamente original, de la literatura mundial, es el Quijote.

¿Será verdad? ¿No será demasiado? Existen rateros mercenarios pero el que hace carrera en la literatura es digno de lástima, como un cojudo comemierda por engañar a los ya engañados.

Cervantes cultivó la entretención literaria a través de lo nimio y lo fatuo lo revirtió a lo profundo de la caridad humana. Así está el mundo. Cervantes con la novela y ahora con el cine, la televisión y la música siguen al servicio de hacer idiotas. Así se domina al mundo con fantasías y mentiras.

Las novelas logran el empobrecimiento de la capacidad expresiva y de la comprensión lectora, visual y audible. Abren una brecha, cada vez más profunda y amplia entre generación y

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generación. Las mentiras de las novelas impregnan la lengua histórica y aleja de la verdad lo hermoso de la vida.

Además, Cervantes che, copió ese libro de travesuras y de humor. Lo copió de escritos apócrifos que vienen de la época de los grandes imperios del Cercano Oriente, desde los sumerios, los babilónicos hasta llegar a la Biblia, de esos tiempos entre el dibujo cuneiformes, jeroglíficos y la palabra escrita de la ciencia de los Hititas y los egipcios, cuando los hebreos no existían, mucho antes de las narraciones arameas, antes de la esclavitud de los judíos en Babilonia. Dio vueltas muchas historias de cosas serias a cosas tontitas sin importancia; de amor a indiferencia y, arbitrariamente, a sentencias risueñas.

En todas las historias, desde el comienzo de la humanidad hasta ahora, hay cuentos de flacos y gordos; de reyes y plebeyos; de gigantes y de enanos; de tipos serios con amigos cómicos, nada nuevo bajo el sol. Cervantes copió páginas íntegras cuando encontró esos libros siendo camarero, para todo servicio –como maricón que era–, en la casa del cardenal Julio Aquaviva, lo que él mismo declara en dedicatorias de su puño y letra y, es que fue también criado de don Pedro Fernández de Castro Conde de Lemos, a quien le sacaba y le limpiaba hasta el vaciador nocturno: tenía el trabajo de limpiar los urinarios, tarea dedicada a los putos. Esto lo dijo y escribió en varias ocasiones Fernando Arrabal que nunca tuvo pelos en la lengua. Además, algo así que, cuando Cervantes tenía 21 años, fue condenado por el rey de España, por ser maricón a la amputación de su mano derecha, o izquierda ya no importa, y al destierro de diez años. Que no fue un hombre ejemplar ni heroico, nada de Lepanto, sino un simple mentiroso. Es calificativo saber que el apellido Cervantes significa servas de donde sale servidor. Cervantes era flor de puto, un trole, che. Ahí está, me comprendés, era Miguel el servidor para todas las ocasiones. Se ponía en cuatro patas a escribir y recibir todas las moneditas que le tiraba su amo.

La administración monárquica española se ha preocupado demasiado de pagar a ciertos escritores, tanto ingleses como alemanes, para que hagan panegíricos del Quijote, por ejemplo a Helmut Hatzfeld, Karl Vossler, Ludwig Pfandl y otros, cuando los intelectuales hispanos de esta época dicen, en rigor, que el Quijote no es para tanto.

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Además, pese a que casi todos lo tienen en sus bibliotecas ¿quién ha leído ese libro? La mayoría hasta la mitad o menos. Quiero decirte con esto que las mentiras abundan, sobretodo, donde abundan las alabanzas y los premios.

En definitiva ¿quién se enriquece con ese libro? Mintiendo con quijotadas de inocente avaricia, a más de alguna empresa editorial le entran miles de morlacos; como ya es libre nadie paga derechos de autor; a la monarquía española le da el prestigio que nunca ha tenido, por lo menos entre nosotros.

–En esto te doy la razón –le contestó Mario– porque los españoles cultivan el Quijote, y viven llenos de vanidad y ambiciones de que algún día, el castellano, conquiste el mundo desplazando a todas las lenguas históricas de la cultura y el conocimiento de la Humanidad. Lo lograron en su península desde 1492 y lo intentan en el mundo entero.

Cuando los Reyes Católicos realizaron, desde las tierras de León y Aragón, la reconquista del país, uniformaron todo la Península con el Castellano como ley de real imposición, así desaparecieron cientos de lenguas y la riqueza de esas culturas es completamente ignorada en la actualidad. Lo mismo intentaron, por la fuerza del crimen y la depredación borrar, en América, todas las lenguas de los indígenas.

Además, elevar a un pedestal de la literatura universal al Quijote tiene otra connotación, algo oculto que tiene que ver con quienes realmente son los dueños de España, quiénes y qué condición personal representan dentro de la conducción económica del Europa. La monarquía española vive con los sueños de lo que fue su Imperio, perseveran y, aún se sienten capaces de dominar nuevamente al mundo. ¿Será posible?

Mentir y mentir Mario, acopiar oro y más oro, y seguir mintiendo. El Quijote es el premio más codiciado y polémico de las letras españolas. Una entretenida mentira. Decir soborno, Premio Cervantes y Príncipe de Asturias, es lo mismo.

El Quijote ha dado para todo, che. Es el ejemplo, de la leche para los niños de incompleta nutrición vitamínica; la fatiga histórica incomprendida, confusa y maleada de los ibéricos; la oscuridad de sus pensamientos y sus oscuras intenciones de seguir siendo conquistadores. En ese lenguaje sólo de entretención –y no se dan

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cuenta–, es donde se engendró la desnutrición de la lengua castellana, pese a que enriquecen y actualizan el Quijote en cada nueva edición. Más de cuatrocientos años que están en la tarea de vigorizar modernizando la escritura de Cervantes.

–Pero, ¿te diste cuenta, por lo menos –contestó con ironía y sarcasmo Mario–, que el Quijote está ausente en el tango?

–No tanto. ¿Quién en Juan Mondiola? ¿Quién es el che Garufa? ¿No te dice nada el tango Dandy? ¿O el humor de “Esta noche me emborracho”, “Chorra” o “Victoria, saraca, victoria, pianté de la noria, se fue mi mujer”. Parece que Enrique Santos Discépolo fue uno de los que lo leyó por eso de “Qué vachache” y también “Malevaje”. En “Tormenta” cuando dice: “aullando entre relámpagos, perdido en la tormenta de mi noche interminable, Dios busco tu nombre”, no ves al Quijote corriendo hacia los molinos y cuando está en el suelo malherido y sufriendo no le oyes decir:: “No quiero que tu rayo me enceguezca entre horror, porque preciso luz para seguir...”.

Está, querido. Está. En el Quijote está patente, sólo que el tango es más amargo y derrotista, no dulzón y acomodaticio. Discépolo llevaba a los dos personajes enrollados en los bolsillos, ahí los acariciaba, che, y Borges, en su biblioteca, lo usaba de cabecera para dormir la siesta de la mano de Manuela. Los dos eran igual de fanáticos y eróticos del caballero andante.

–El tango, Juan –se atrevió a interrumpirlo Mario, mirándose los zapatos por si hubiera pisado un rey, es decir, mierda como lo gritaban en su barrio cuando pibes–, el tango es una verja que estranguló la creatividad del oportuno hibridismo en Buenos Aires, como dice Sergio Pujol en su libro “Canciones del inmigrante”, anuló la misión étnica del encuentro de todos los seres que ahí se encontraron en esa misión, donde, cada uno con su aporte debía dar, por esa ley de la vida que protege la pureza de la raza humana cuando existe el mestizaje, sin desprecio debía existir sólo amor entre los procreadores de un nuevo ser. Bien dicho, Pujol repetía, el hibridismo es un beneficio para cualquier país. En el tango se impuso el inevitable desprecio, para empezar, hacia las mujeres, que si no son Malenas borrachas, son Madame Ivonne putillas, igual que las amargadas Grisel y Margot.

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También Juan, pensálo bien, también en nosotros está el desprecio por nuestras derrotas y amarguras diarias.

–Es lo que te he dicho. Nosotros somos la versión, en masculino, de esas burlas en que convirtieron a las mujeres en el tango. Nosotros los machos porteños somos los borrachos, los putos, los amargados. ¿Decíme que no?

–Para mí es lo mismo. El tango me interesa por otros contenidos y, por esencia, he sido un propagador de él.

–Yo soy más tango que hombre argentino – dijo Juan con un acento y pronunciación sonora como la de un tenor–, el tango es una forma de personalidad, un carácter maduro en plena oscuridad, un estilo inconfundible de aportar a la vida viviéndola de otra forma; mirá que la nacionalidad es también una vocación, una elección de recuerdos íntimos, de memoria y de conservación de ella, de remordimientos como lo es el tango, que lo canto y lo bailo en pareja o solo en mi casa escuchando alguno que me gusta.

Si detrás del tango viene lo realmente argentino como ser el vocabulario, el acento, las palabras que empleo y la carga fonética de mi silabario vocal, me importa más el ser tango que el lugar donde nací. Lo de ser argentino que viene detrás es lo de menos, pero lo acepto, no por ello voy a romper mi pasaporte. Al tango lo llevo en la sangre y forma parte de mi carácter, de mi cultura, de mi vocabulario; mi memoria es tango; mis amigos desde la infancia, fueron preferentemente los que practicaban el tango; amaba a mis amigos, no porque fueran argentinos, sino por compartir conmigo la esencia de sus propias expresiones exteriores y, diariamente, su tango-vida conmigo. Y por favor, que esto, y todo lo que he dicho, te quede bien claro –terminó diciendo Juan, ante un Mario, que igual que él tenía la cara como de cera, dura y quemada de tanto frío, y la nariz moqueando, abierta las ventanillas como la de los caballos. Ambos sin duda pensaban: ¡estamos cagados de frío! ¡Apurá el tranco Federico! Calles que me ven pasar

Mario levantó la cabeza y extendió su mirada por la caminada calle Kudamm que era blanca, como todas las de Berlín en invierno, como una hoja de un libro abierto cuya lectura debería

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ser el argumento de innumerables autos que, como letras, se veían estacionados y silenciosos al costado de las calles. La ciudad dice en nosotros –siguió pensando– todo lo que de ella se necesita, hace que repitamos su discurso y hace creer que los hombres retenemos la calificación de creadores de ella, sin darnos cuenta que es ella, la ciudad que ya tiene vida propia, la que se define a sí misma y, en todas partes nos indica en su apretada envoltura de signos, que contiene o esconde –ahora con piel blanca de fría nieve– el paso hacia donde nada de importancia se extiende, solo una hilera infinita de autos de inacabables colores y formas; sólo calles con sus árboles, como guardianes policíacos, a la espera del término del invierno para revivir en primavera.

Y, qué curioso que exista tanta simetría hasta en las calles en círculos de las que hay muchas en Berlín. Los autos son letras y los árboles policías, así la lectura de caminar por la calle le resolvía a Mario el intento de interpretarle todas las inconvenientes preguntas. Bueno, se decía, vivimos en medio de casas y calles sitiadas entre los dos muros de Berlín. En cualquier ciudad del mundo el hombre es un joven indefenso, pero la noche le hace definitivamente bien a todos los agravios bailados, comidos, amados o vividos durante el día. Los hombres se hacen más graves en las noches berlinesas. Todas las ciudades son para la noche, porque en ella cesan o se inician las peregrinaciones de seres que deambulan en busca de un sitio donde aposentarse, café, restaurante, espectáculo o amores detrás de un zaguán, sin conseguir por ello que le florezca un poco de tolerada libertad.

Pero, las ciudades conservan siempre lo íntimo de su ser, más allá de las destrucciones que imponen las circunstancias y el odio del tiempo. Si se entiende que Berlín fue un cuerpo agraviado con fuego, rencor y una violencia inusitada como para resarcirse de la desatada violencia, se acepta, lo que ésta ciudad también generó hacia toda Europa. Desde Berlín se destruyó Alemania, y desde su genial ubicación se dibujó la destrucción de Europa.

Juan le seguía repitiendo, sin darse cuenta que hablaba sobre lo mismo, mientras Mario pensaba, que el trabajo de síntesis de la noche es admirable.

Juan, en voz alta seguía insistiendo. –Tenés, che, que escribir esa novela. Es necesaria, sólo vos sos el encargado, porque

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tenés, en tu memoria, completa todas las historias. Entre nosotros sos el único histórico gestor de este fenómeno del movimiento y expansión del tango en Europa. Vale por ti, che.

El mal siempre parte de intereses individuales; el bien sin embargo, se sitúa más allá de la capacidad de raciocinio, no tiene por qué ser de otra manera. Lo malo del mal es que se presenta como el bien. Los canallas siempre vienen a salvar el mundo y todos con las mejores intenciones.

Madre hay una sola

–Esa novela Mario, tenés que escribirla, desde el prejuicio

más universal del odio y comprensión de la incapacidad de los novelistas de ser sinceros, como si estuvieras luchando, convertido en un cruzado, con babosos embusteros, pornógrafos de los más nobles ideales del ser humano.

¿Y en la novela vas a hablar de las mujeres? –Qué novela y qué mujeres, Juancito, si no hay mujeres

latinas en los bailes de tango de Berlín, son todas alemanas. –¿Cómo que no hay? Y si no hay tenés que meter algunas.

Invéntalas. ¡Meter he dicho! A las mujeres hay que meterlas en la cama,

che, ¿qué otra cosa con ellas podés hacer? Las minas del tango –dijo Juan haciendo un gesto como de paso de baile– son un mero argumento, no tuvieron ese protagonismo que sugieren las letras de Contursi ni de Discépolo. Eso de la rubia Mireya, “Te acordás hermano lo linda que era, se formaba rueda pa´ verla bailar...”, y de esa otra letra: “Chorra fané, descangallada, la vi esta madrugada salir del cabaret...” y que el porteño, de todas las esquinas rosadas o de en un terreno baldío, termina llorando como siempre “esta noche me emborracho bien, me mamo bien mamao pa´ no llorar”, son versitos, nada más, bien hilvanados para la comicidad y la diversión, lo mismo la tristeza de “Volvió una noche, no la esperaba, había en sus ojos tanta ansiedad...”, que es para crear conmiseración en la representación de una magdalena arrepentida. Es falso lo que en los tangos se dice de ellas. Bueno, no del todo, pero la realidad es que si fuera verdad Buenos Aires sería un verdadero puterío y no es así.

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Discépolo, no sé qué quiso decir que “el tango es más una situación que una sensación”. Pero suena lindo.

El tango es contra-mujer, es como una embriaguez de movilidad de la moral que cava y sepulta en el silencio los valores femeninos, pero todo ello, antes del sacrificio de la penetración. Hay que cantarlo como una señal de victoria masculina. De sublimación. ¿O no?

Discépolo, Manzi y Le Pera unen a las parejas en el tango, junto a Gardel, Troilo, Di Sarli y hasta Piazzolla, en la música les dan tres minutos para que se refrieguen, pero el Dios cristiano, en cada tango, los hace cambiar de pareja y así toda la noche variando entre piernas y tetas. El tango es para adentro y, ¿no es ésta una forma de leve e inocente prostitución?

¿Y acaso Buenos Aires no fue un puterío fluvial? ¿No lo sigue siendo? El tango necesita una mujer para expresarse, la ciudad de Buenos Aires es femenina, es mujer, a ella la penetraron millones de inmigrantes de todas las nacionalidades, los varones ambiciosos de tango la violaron en completo estado de tristeza y la copularon estando la ciudad de espalda, indefensa al final del mundo; la recrearon ardiente e infiel y le edificaron hijos, regalones de esquinas rosadas, que serían los cantores y, que no conformes con eso, se pusieron a bailar encima de ella. Por eso se da el ambiente proclive al sexo, el refregarse mutuamente entre pasos y figuras.

A Berlín, en cambio, lo creó el comercio, el dinero fue su empuje y, esencialmente se da lo mismo en casi todas las ciudades alemanas. Otro ejemplo es el de los romanos, que por una sobre población masculina, como le gusta al actual Papa condenar la promiscuidad, se desbordaban hacia otras latitudes llevando de paso toda su civilización y la virilidad del semen de su idioma, levantando la bandera que llevaban entre las piernas, ante las mujeres de todos los pueblos conquistados.

–Yo pienso al tanguero, che, –y Mario detuvo sus pasos– parado arriba de la ciudad mujer, pisoteándola como se machacaba la uva en las antiguas vendimias. ¡Pura sangre en los pies! O arriba de ella copulándola ¿Y el amor? Al romano lo pienso destruyendo idiomas y matando con sus perros de infantería forrados en gruesas armaduras.

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–Mario –te repito–, no pueden faltar referencias femeninas en tu novela. Pensá en tus amigos, en nuestros contertulios de los viernes, todos han tenido sus problemas matrimoniales. Bueno, pensá también en esas bellas y esculturales vikingas que capturaban los romanos y las vendías como esclavas en los mercados de Roma, algunas de ellas están a nuestro alcance.

¿Quién de nosotros no está separado de alguna mujer, cargando fracasos que se notan cuando pasamos de tres cervezas por hora? No todo es sed, sino ahogo de recuerdos. Para mi, mujer-castigo y tango-resignación, son una misma cosa, igual que esperanza-fracaso, y después, como dice la letra “si te he visto no me acuerdo”; “porque uno busca lleno de esperanzas el camino que sus sueños prometieron a sus ansias...”

La historia de Pacho

–Como ejemplo te cuento la historia del Pacho: una mina alemana de paseo por Buenos Aires se enamoró de este jetón, se casaron y ella se lo trajo a Berlín. Lo hizo para ayudarle a salir de ese cajón sin ningún destino que es el tango del arrabal donde Pacho vivía. Al amor del porteño lo podemos llamar calentura, y al de la alemana ayuda y caridad social.

Vinieron a vivir a Berlín. Cuando entró por primera vez en el salón de La Salsa, donde todos en esos tiempos nos reuníamos, el argentino lo hizo del brazo de ella que era una rubia auténtica, lucía unas minifaldas que atentaban contra la fidelidad masculina. Orgulloso, creído al máximo por tener a esa preciosura a su lado. Nosotros nos mirábamos así como diciendo: ¿y bueno che, qué le vas a hacer?

Al poco tiempo la vimos a ella, pero sola, bailando como siempre la habíamos conocido, alegre y desenfadada por su gran admiración por los latinoamericanos. Una noche el porteñito entró como a las 3 de la mañana a La Salsa y, al verla ahí bailando, a los gritos le preguntaba a dónde había ido, por qué estaba ahí y por qué bailando. La había buscado hasta con la policía en los hospitales de primeros auxilios. Todos fuimos testigos de sus gritos.

–De aquí no me he movido –dijo ella con un mohín burlón.

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–¡Pero que te crees vos, que a mí me vas a dejar plantado, solo en la casa, y vos te venís a bailar sin mí!

–Pero que te crees tú –y la rubia pateaba el suelo- piensas que voy a dejar mis costumbres sólo por haberme casado contigo. No he perdido mi libertad. Te guste o no yo sigo con mi vida.

–No hablés muy alto Juancito, que entre los amigos de los viernes hay varios que fueron abandonados por sus percantas. De hecho todos viven sin mujeres. Ahora son todos unos pajeros. A todos les ha resultado difícil la relación, nunca han entendido que estamos en medio de otra cultura.

–La verdad fue cruel. La mina del Pacho, había sido, en la cama o en un zaguán, de todos los de La Salsa, todos se la habían comido más de una vez, bastaba un poco de ron con coca cola, bailarse unas bachatas para encamarse con ella. Costó mucho que el amigo argentino comprendiera que las alemanas son así, libres en el sexo y que el amor, lo que es en el amor, el verdadero amor, ahí sí que son fieles y las más abnegadas compañeras. En el verdadero amor las alemanas son un verdadero prodigio. Tampoco comprendió, que ella casándose con él, lo hizo como una ayuda para sacarlo del lugar donde no tenía ningún porvenir.

Esa muchacha es la de la historia ocurrida en México, a donde fue de vacaciones a Acapulco con su hermana, igual de linda como ella. Sabían hablar muy bien castellano. Durante ese viaje, ambas, se acostaron con dos cuates mexicanos que, al verlas así, tan fáciles y fragantes, las secuestraron y las mantuvieron tres meses en una casona donde tuvieron que ejercer de putas. Las castigaban de puro gusto para doblegarlas y las obligaban a portarse en forma escandalosa con los clientes de ese puterío. Al fin las muchachitas lograron escapar y volvieron a Berlín. La que fue esposa del argentino se volvió loca y hasta ahora está ingresada en un manicomio.

No le mirés la cara, a ninguno de nuestros amigos, sino vamos a llorar todos por eso de “percanta que me amuraste...”, son de una soledad que da miedo.

Además, mi querido Mario, para que tenga éxito tu novela tenés que nombrar a muchas mujeres. Te insisto, describí hasta en el título a esas locas por el sexo, payasas de la vida cotidiana, las que se creen protagonistas de las letras de los tangos, que viven y obran en

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consecuencia. Si querés tener éxito no olvidés a la mujer en tu novela, pero intenta que las alemanas no se sientan Margot o “percanta que me amuraste en lo mejor de mi vid, María la del sombrerito allá en el sur, o Madame Ivonne que de París se la trajo Ricardo Guiraldes, y que después, entre mate y tango, la abandonó en un prostíbulo en lo de Hansel, para que no entren las alemanas, en el fatal destino que los hombres del tango le dieron a las argentinas que siguen creyéndose las únicas protagonistas de la vida de los tangos, lo que les gusta mucho porque siguen reeditando en su vida el falso argumento de ser las estrellas de los tangos de letras mafiosas. ¡Y en mi caída...!

–Las mujeres alemanas no tienen culpa de las tragedias que

describen los tangos –insistía Mario. –Todos lo sabemos -seguía hilvanando Juan-, la mujer

argentina tomó la personalidad del macho, la acción del patriarcado, de lo macho que tiene el tango, la conducta del macho del tango, voluntariamente se la incorporó, se la inyectó, se le metió por todos los poros y el machismo se hizo sustancia e historia en su conducta; olvidó la feminidad y se hizo delincuente en la relación con el amor hacia el varón, en la relación entre ambos sexos.

–¿Decís todo esto para que aprendan las mujeres alemanas, las bailarinas empecinadas de las noches de tango?

–En el tango gana siempre la mujer y deja llorando al hombre, a los llorones del tango, a esos llorones, como nos llaman los brasileños, además, “cornudos del cuatro por cuatro”. Ahora bien, después cuando la mujer argentina es madre, es igual que la actitud benevolente con que se escuchan los tangos –un protector de la soledad; una cuna de recuerdo; la memoria viva del pasado infantil y de la adolescencia–, entonces la mujer se convierte en un ángel provisto de las virtudes de todos los seres humanos reunidas en ella: madre amorosa despojada de todos esos gestos de maldad, cobardía y llanto que le suponen a las protagonistas del tango. Así se presenta, hoy día, la mujer argentina en su madurez. Igual como al tango que, por tantos años de estar maduro en la conciencia de todos los latinoamericanos, se le puede escuchar sin juzgar ni condenar su

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contenido psicológico, sin agresión, sólo como una obra de arte y hasta se lo canta despersonalizado de los intereses de los mucosos tristes, llorones y cobardes que abundan en sus letras. Por eso no es raro que la mujer argentina, la porteña digo, en su fuero interno desprecie al hombre, y lo considere un chanta.

–No. No, mi querido Juan, no es así tan fácil, –replicó Mario, fastidiándose por verse en la obligación de contestar ante el difícil dilema femenino en el tango, caminando por una calle llena de nieve, casi muerto de frío y además con una inmensa sed.

–Los letristas del tango –lo increpó con fastidio– que se ocuparon de la mujer, rebajándola a una mínima expresión, usándola como pretexto, muchas veces exóticos y sensibleros, seguro que ignoraban, pero en forma inconsciente, que estaban repitiendo, los escritos victimológicos de Casdascia alusivos a las primeras leyes de los asirios, en el Medio Oriente, según las cuales la mujer no existía como persona, siendo considerada tan sólo una parte del marido, y hasta castigándola a ella por los delitos que hubiere cometido él. O, si mencionamos el Sínodo de Mácon, en el año 585, en que las autoridades deliberaron largos meses para determinar si la mujer podía ser considerada un ser humano: producida la votación y por un solo voto en su favor, triunfó la tesis que debía ser considerada ser humano. Y más cerca de nosotros, en la cultura de Tenochtitlán en México, se le aconsejaba a la mujer no mirar de frente al varón cuando éste pasare por la calle. Ella debía inclinarse y darse vuelta para que el varón pasara, a riesgo de ser castigada.

En el tango es el varón quien debe ir siempre hacia adelante, son las leyes del baile, empujar a la mujer como en actitud de penetrarla, mientras sacude los pies como queriendo sacarse los pantalones, los “unterhose” como dicen los alemanes. ¡Eso es ser macho entre los bailarines! No sé ahora si lo siguen pensando así, pero que siguen revoleando las gambas, las siguen revoleando.

Alguien inventó unas siglas como denominación a los alemanes que bailan el tango, para él son los ITB, los idiotas del tango en Berlín ¿qué te parece?

Aquí en Berlín –llamémoslos ITB–, los bailarines son como animales que se desplazan sobre la hierba como los machos persiguiendo a las cebras, a las bambis, como dulces y tiernos alces con la sonrisa en los labios, con inocencia, pero con la pesadez del

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elefante o la elegancia de un orangután cargando a la orangután cuando la mete en el agua para que se bañe. Ya vez, yo les doy con una carga de apreciaciones de las más comunes, porque de verdad, los alemanes son osos en celo cuando bailan porque están deseando la búsqueda de la felicidad con sentimientos culturales que no comprenden, con un espíritu musical que no les pertenece. Y con letras que ni escuchan.

–La mujer del tango no es la mujer que vos conocés, esa de carne y hueso: tu madre, tu hermana, tu novia, la deseada sensualota vecinita, tus tías, la mujer querida y necesariamente admirada, –Mario hablaba como dictándose pensamientos repetidos en todas sus conversaciones con Juan.

Los letristas de tango, que vinieron solos –todos los hombres cuando están solos son poetas–, esos inmigrantes que llegaron a Buenos Aires de sus conflictivos países siendo los miserables más tristes y abandonados de esos años de decadencia europea, fatalistas encadenados por el feudalismo que aún persistía en ellos, analfabetos y traumatizados, tomaron a la mujer, por ejemplo, a su madre, su hermana, a la mujer de la calle y a las putas europeas que abundaban, como representación de la patria adoptiva a la que habían llegado. Para ellos mujer y patria fueron la misma cosa. Esa patria, con representación femenina, había que ganársela a fuerza de trabajo y de amor, y les costó demasiado llegar a poseerla, no se les dio con facilidad; a golpe de soledad, tristeza y carencia sexual, debieron ir reconociéndola en una imagen de mujer distinta a la que tenían en su país de origen.

Es esa nueva patria, convertida en mujer, a la que desprecian, contra ella despotrican porque no les dio de inmediato la teta con abundante y nutritiva leche. Te das cuenta cuál fue la transferencia psicológica del inmigrante.

El recién llegado creó una falsa mujer y hacia ella enfiló todas sus agresiones, pero es a la nueva patria a quien desprecia –despreció a la Argentina–, a quien es incapaz de amar, pues esa patria convertida en mujer, tampoco lo reconoce, menos lo ama. El inmigrante es un ser infiel, desde el momento que traiciona a su verdadera patria abandonándola, lo mismo que hace, tanto la mujer de los tangos como los hombres del tango de cualquier condición social.

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–¡Vaya, tu sicología barata, che! Lo cierto es que vos Mario, tenés che, la necesaria imaginación y la agresividad creativa –que se viste de gracia en tus apreciaciones– dispuesta hasta a los golpes de puño, y lo digo porque te conozco, vos no sabés perdonar. Hace años, desde ese famoso Horizonte de 1982 en Berlín, venís repitiendo esa cantinela sobre los idiotas del tango en Berlín. Creo que también debés extenderla a los profesores y a las mujeres, las berlinesas idiotas del tango.

Tenés en la novela la oportunidad de desahogar tu neurosis, perdón sin ofender, también canalizar tu paranoia. En la reescritura de la historiografía, la novela ha contribuido a una nueva construcción de la historia, desde un punto de vista muy particular y le dio peso y consistencia a la mentira. Un novelista escribió que fue un argentino el que descubrió el clítoris en la mujer, que nadie se había dado cuenta que existía; otro afirmó que un azteca descubrió Europa antes que Colón América. Otro dijo que América es un invento de los europeos; que el mapa del cielo lo conocieron los mayas antes que los egipcios aunque todos se han olvidado de los sumerios y, otros sabían que en las tierras del sur del continente se cosechaban papas, antes que Magallanes descubriera el estrecho.

Por ello hay cosas que por sabidas se callan y por calladas se olvidan, alguien dijo esto con mucha sabiduría a sabiendas que el concepto de la verdad ha perdido valor.

Basta que pienses en los publicistas, que es otra trinchera de la falsedad y del oportunismo, no sólo de mentiras, esta vez de engaños programados con propósitos diseñados para alinear a los seres humanos, a veces a niveles descarados, abruptos y manifiestamente repulsivos. Esa es la forma en que operan estratégicamente, sin humanidad reconocible, los publicistas que manipulan el lenguaje del hombre.

Entre novela y tango, Mario, la novela que te sirva como de venganza, como un instrumento del mal, un método ideológico para ejercer la propagación de la maldad humana, la novela nunca es caritativa, como utiliza la falsedad teniéndola de materia prima, que te sirva para tu venganza personal contra todos los que odies.

Y del tango, olvídate de esas prédicas manidas de que en el tango existen cuatro verdades: el abrazo, el caminar y desplazarse en el sentido contrario a las agujas del reloj y la improvisación; de que

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es binario; que se baila enlazado y que el Papa lo aprobó. Ya basta de esas nociones primarias a esta altura de nuestra vida. Lo esencial es ir al centro del alma del tanguero, a desnudarle los sentimientos, la tristeza, la soledad que lo incita a acercarse al baile, descubrir si es un verdadero idiota o un hombre sincero en búsqueda de esencias e identificaciones. Eso es lo que hay que arañar. Lo que es verdad y lo que es engaño. Lo que es fundamento y lo que es nimio. Al meollo de la formación de una nacionalidad, no a la descripción de la hierba de sus parques. En estas cosas debes profundizar en lo que escribas.

En tu análisis aléjate de eso que el tango es un sentimiento triste que se baila, frasecita que Discépolo –como más de una vez te lo dije–, la leyó de un poeta francés muerto cien años antes que él naciera, sin esa palabra tango, sino con otra connotación. Esa frasecita objeta cosas materiales, el pié por ejemplo, que es engañoso porque sirve, sobre todo, para pegarle patadas a las mujeres, pisar los sentimientos, machacarlos en el suelo, en vez de buscar el espíritu de la compañera de baile; el equilibrio entre el silencio de su mirada; del calor húmedo de su cuerpo; de la sensibilidad y la acogida de sus manos; el olor de sus senos dispuestos aun maternalmente con la alegría de un vigor virgen, dadivoso y hospitalario. Sigue leyendo poesía francesa y algún día vas a encontrar esa frasecita tan manida traída a continua colación. El tango no está en los pies de los bailarines sino arriba de ellos, en la atmósfera que crean los sentimientos cuando, por la magia del arte musical, los sitúa avanzando hacia el cielo en la búsqueda de la esencia desconocida de la vida.

La escritura en todo caso es algo serio y necesario, sin duda, te será de gran ayuda. Pero hay que saber ver las diferencias entre novela y literatura, entre palabras que construyen y le dan justificación al tejido humano, o una mera y vacua entretención que distrae y aleja al ser de su esencia.

Para eso sirve la novela, para mentir. Así que escribíla che; mentí, odiá a todos los personajes que consideres; inventále calumnias, mierdéalos como quieras, mándalos a la reputa que los parió a todos. Coloca en ella a los personajes reales que más odies. Ahí, los podés matar sin escrúpulos. Vas a ver que tu paranoia va a descansar por un tiempo. No importa que sean Shakespiare, Cervantes, Mario Vargas Llosa o el guatón de la CIA Antonio

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Skármeta, también llamado Toni Caluga; los ahora lejanos, escritores que se han ido de Berlín como el monstruo del periodista Oscar Vega, y ese poeta Sergio Villaroel, y los que por aquí todavía andan en la biblioteca Iberoamericana, copiando a escondidas viejas novelas. ¿No has visto a ese tipo que viene de la DDR? Al que le dan permiso para salir del área comunista y que cruza la frontera sin problemas; ese, con una jorobita en la espalda cada día más grande, que pasa a tu lado sin saludarte, como ocultándose hasta del aire cuando se cruza contigo y que no deja en su ruta ni un hálito cuando te encuentras con él. Además, usa un perfume olor a caca de perra embarazada.

–¿A quién te referís? –preguntó Mario mirándolo de reojo. –Al Toni Santo Saabed, ese chileno descarado que escribió

un guión sobre las rubias del tango en Berlín, con el cual hicieron una película los exiliados chilenos en la DDR. ¿Lo imaginás? No la hicieron sobre la cueca o una tonada sino, cantando un tango como mapuches desalojados de sus tierras, resumieron en nuestro baile sus tristezas de exilio. Les faltó imaginación o intentaron echarle la culpa a los argentinos de sus fracasos. Han sido todos estos, y muchos otros novelistas latinoamericanos, los que viven o han vivido en Berlín, che, aquí en West Berlín o al otro lado de la muralla, unos eternos sinvergüenzas, amantes de la guita, de la fama y llenos de vanidad e hipocresías, che. ¡Ah!, y siempre son de un partido político, los de allá o de este lado de la muralla, de bien determinada tendencia. ¿Adiviná de qué partido? ¡Políticos asalariados, che, qué querés! O del MIR, valientes revolucionarios. Así ha sido la vida de los exiliados latinoamericanos del otro y de éste lado del muro. La necesidad tiene cara de hereje, che.

Yo los he visto entre otros extranjeros

–¿Y por qué todos los exiliados creen que deben escribir su

vida? ¿Qué importancia tiene? La mayoría comienza a hacerlo y no pasan de dos hojas mal escritas, llenas de falta de ortografía, con puntos suspensivos y signos de exclamación como gritos incomprensibles. Todos se creen un tango.

–Bien sabés Juan –le respondió Mario–, que todos los exiliados quieren dar a conocer su dolor, porque en definitiva, ser

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exiliado es una tragedia. Por eso el tango le gusta a los exiliados, lo cantan igual que los boleros personificándose en toda su retórica; es su tesis de tristeza la que cantan, ellos se reencuentran y se califican en cada frase de abandono y otras cosas. ¿Pensás lo contrario cuando canturrean?: “Volver con la frente marchita las nieves del tiempo platearon mi sien”.

Todos los exiliados somnolientos en sus tristezas sueñan con el retorno. Se sienten protagonistas del tango que más se ajusta a su vida. Saben que volverán un día pero cansados, con las sienes plateadas adonde quedaron sus hijas, que nunca más los reconocerán. Saben que son extranjeros por la libertad; caminantes en busca de patria; un paisaje detrás de la infancia adentro del alma. No es fácil enfrentar a estos hombres en cuyas historias estás vos y yo, che. Cuidado que hay mucho dolor detrás de estos comentarios sobre exiliados.

El tango de los exiliados tiene un ritmo de historias que estamos viviendo. Yo los he visto, andan por el mundo, conocen sus ciudades y aeropuertos, pero en frías antesalas los burócratas les cierran las puertas ante cualquier pregunta. Yo los he visto entre tantos pasajeros, en los aeropuertos o estaciones de trenes, mirar de lado y, cuidadosamente para atrás, con un temor extraño, cultivando la esperanza de que un día volverán a la patria florecida.

Yo los conozco, todos son iguales, hijos sin padre, sin hermanos, sin amigos; no son dueños de nada y a veces la noche los sorprende sin un lecho, apretando los suspiros dentro del pecho herido. Trabajan en silencio en fabricas oscuras por un mísero salario, bajo la mirada y el odio de un vecino, y de noche se juntan alrededor de un vaso de vino triste. Yo los he visto, son como niños balbuceando idiomas sin olvidar los recuerdos e inquietudes de su infancia. Pensá en nosotros cuando hablamos en alemán. Los he visto como guardan sus libros y su poquísima ropa, con un temor extraño de un imprevisto viaje. Caminando en la vida sin reclamos, escuchando las noticias con angustia, viven y sueñan, desde la madrugada con el regreso, y ahí está, como única esperanza y bendición ese tango “Volver” de Gardelito para el consuelo del alma con el cual se identifican.

He visto al profesor que amasa pan; al periodista vendedor de libros; a los cantantes guitarra bajo el brazo; a los que barren las

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calles y a los que fueron estudiantes; a esas pebetas que en cuanto llegan quedan embarazadas, que es un singular método de protección de las que no tienen visa. Créemelo, distingo a los exiliados del resto de los hombres porque huelen a historias antiguas, las de nuestra misma memoria. Se visten de regreso todos los días, las semanas y los meses y así se van muriendo de melancolía, como nosotros, que en vez de mirarnos hacia adentro nos saturamos de críticas que fatalmente pueden ser inútiles. Como vos que le das, y le das, con eso de las novelas. Todos anclados en París, Madrid, Barcelona o en Berlín, como nosotros. Profesores del tango bailable

–Esa novela Mario, escríbela ahora y meté a todos los

exiliados, que todos son en definitiva exiliados del tango, porque dentro de poco saldrán en Europa, docenas de libros de autores alemanes escribiendo temas relacionadas con el tango sobre crímenes; amores desplazados; la razón sicológica del tango, algo así como el tango y su contrario, que podría significar el hombre contra la mujer o la mujer en tensión criminal contra el hombre; los éxitos de los profesores de baile, y seguro que formas de aprender a bailar con la técnica, fría y arribista, con lo que fabrican todas las cosas los alemanes. Te juro que hasta crearán un sindicato de tangueros o una sociedad de profesores, si es que no llegan, con descaro, a copiar eso de la Universidad del Tango recién creada en Buenos Aires. ¡Qué sé yo qué más, che!

Se constituirán en una corporación, algo así como en una familia, al estilo de las mafias, todo ello, por supuesto, cuando terminen la guerra que ahora tienen declarada entre sí, por eso de quién baila mejor; quién tiene las piernas en la medida adecuada para el tango y no cortitas, no el culo casi en el suelo –un modelo antiestético para bailar el tango–, y otras cosas así simples de imaginarse. Sin que los alumnos lo sepan se los repartirán o disputarán; formarán una casta para nominarse profesores, académicos, artistas; la elite gobernante del espectáculo del tango; sindicalizados con normas y reglamentos.

Pondrán academias en todas las ciudades. Más de alguno se adelantará a los que demoren un poquito en darse cuenta del negocio.

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El baile del tango, entre los alemanes, significa guita, che. Verás que hasta tendrán sucursales en otros países, algo así como asociaciones con socios, otros bailarines de segunda mano, medios patos, segundones que por aprender se subordinarán, a más de alguno de estos profesores, y lo ayudarán para que funde un imperio de academias de tango, primero en Alemania, y después en toda Europa. Tendrán que apurarse, pues mientras dure la novedad, a todos les dará de comer, adquirirán una nueva profesión, pero a la vez, y no dudés esto, lo agotarán, porque el tango no es una manifestación eterna, lo fatigarán por el excesivo abuso y afán de salir de la miseria de estos sesudos profesores, así tendrá su final. Mientras más pujen por ganar dinero en esas empresas, como algunos le dicen a sus academias, más pronto convertirán al tango en una moda para reírse unos de los otros.

El tango es misterioso por eso, por ser algo íntimo y muy particular; una afición personal; una opción interior de reencuentro consigo mismo. Si lo convierten en algo masivo tendrá muy pronto una muerte oscura y silenciosa. Lo peor es que, como utilizan sólo la música para bailar y, no comprenden los mensajes de las letras, se habrán perdido una parte profunda del pensamiento humano con un mensaje filosófico y psicológico, ahora más que nunca, necesario para los alemanes que, recién salidos de una guerra desastrosa, buscan ayuda en el arte del sentido de las palabras más que del movimiento.

–Todo eso es porque los alemanes tienen voluntad e inteligencia de qué hacer con sus ideas –respondió Mario. La necesidad de crear del alemán alcanza recovecos inusitados. Su ambición de hacer cosas revela su carácter inventivo llevado al máximo. Pero eso es positivo ¿o no? ¿Cómo? ¿Lo ves así? ¿O no?

–Bien lo sabes –recalcó Mario intentando elocuencia– que el hombre no puede, ni siquiera en el sentido físico, vivir sin ilusiones: su mísero cuerpo estallaría bajo la presión de los deseos y pasiones no satisfechas. ¿Cómo iba el alma de la humanidad a soportar la existencia sin la esperanza de algo más elevado, sin ilusiones de la fe? En el afán de crearse de nuevo, de fundamentar los alemanes un nuevo espíritu, querrán darle un sentido nuevo a sus intereses artísticos, pues en ese afán se construye a sí mismo en el sentido más profundo de toda vida espiritual. Como que nunca nadie podrá

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quebrar la vitalidad del pueblo alemán y del sentido de su proceso en la cultura universal.

–Verás que inventarán pasos en el tango –insistía Juan revolviendo la cabeza para ambos lados, ya en plan de discusión– y, en docenas de escuelas de bailes sofisticados inventarán sistemas especulativos, en libros y videos darán lecciones, crearán métodos que, por supuesto, los pondrán en el registro de la propiedad intelectual para cobrar por su aprovechamiento, darán licencia, en esos salones, siempre que paguen los derechos de autor, para que bailen cojos y mancos; hasta lisiados en sillas de ruedas tendrán su método; para viudos, jóvenes y viejas; para mujeres solas; tendrán salones y días especiales para homosexuales y lesbianas; todo, todo un conjunto que sobrepasará lo imaginable de lo que ellos llaman el fenómeno del tango, cosas que los que bailan el tango en Argentina nunca se lo imaginarían.

El tango es una posibilidad infinita

–No olvidés Mario, la vanidad que encierra el tango, la egolatría ha estado siempre presente en los salones. Es que el tango tiene esa cosa especial que convierte a los que lo practican en algo diferente. No hay en todos los pueblos del mundo un grupo de bailarines más vanidosos que los que bailan tangos. Y luego, tenlo presente, que la creación del baile del tango, los alemanes se la adjudicarán sin reservas. Y ahí perdimos todos: el país argentino; el continente latinoamericano y cada uno de nosotros que no hacemos nada para guiar, o encausar, como quieras decirlo, esta introducción de nuestra cultura en las costumbres alemanas. Será de ellos toda la riqueza de nuestros sentimientos, como lo es nuestra materia prima para su industria con la complicidad de los políticos de turno: si ya nada en América nos pertenece, ni el aire siquiera es nuestro. ¿Vamos a seguir perdiendo? Cuando los alemanes van a nuestros países, se apoderan de todo, y cuando nosotros venimos con, aunque sea, buenas costumbres, actitud y pureza hacia el arte, nos despojan de ella y la expropian como algo de su creatividad. ¿De quién es la culpa o el mérito? Por cierto, si es que hay culpa o mérito. ¡Te lo digo, che! Harán agencias de viajes; Sociedades de Protección Mutua; van a patentar pasos y figuras en el registro de la propiedad

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intelectual; van a mandar inspectores por todos los salones del mundo para que paguen impuesto por usarlas.

¡Ah, ah!. ¡Pensás que es exagerado, pero, ya vas a ver! Tenés, además, que ejercer el derecho a tu propio psicoanálisis y practicarlo escribiendo esa novela sobre los idiotas del tango que viven en Berlín; contra quien lo desees: si contra los inteligentes profesores del baile, contra los idiotas bailarines alemanes o contra nosotros, ya sean idiotas latinoamericanos o propiamente idiotas argentinos; contra todo el que se titule bailarín de tango; usa a medio mundo; revuelve la mierda con el amor; la caridad con el desfalco; la dulzura con el odio; la virginidad de las criaturas con los lascivos viejos podridos y lujuriosos que buscan, hurgueteando, en las esquinas a esas criaturas que se los forniquen. ¿Y qué temor existe si todo va en dirección de estos idiotas depravados? Lawrence, como vos siempre decís, fue muy valiente: entendés acaso en qué medida se desahogó con esa frasecita sobre los novelistas que son unos babosos embusteros. Además, no le tengás miedo a esa calificación de obsesivos e idiotas, la palabra la han utilizado grandes escritores como Moliere, Dostoschezky y, como lo último, ese libro de crónicas “El perfecto idiota Latinoamericano”, de unos periodistas del liberalismo, entre ellos el hijo de Vargas Llosa, que por vender libros absurdos disparan contra todo, incluyéndose ellos mismos. ¿Pura hipocresía? Pero, ¡cuánta razón tienen! Resistencias noveladas

–Así que, dale no más, dale que va, mandálos a freír papas fritas, inventáles nombres y apellidos despectivos, quitále el disfraz de inocencia con el que se visten –le seguía repitiendo Juan. –Yo te ayudo, che, a tirarle mierda a esos papanatas inventores de cuentos y novelas negras, policiales, políticas y de memoria histórica que todo lo falsean. Mientras más grande y contundente es la mentira en las novelas más penetra en la memoria, en el uso y adopción de la gente que la incorpora como un credo. ¿Se inspiraron en la fantasía bíblica? ¿Aprendieron de Hitler? ¿Cuántas creencias actuales, en pleno ejercicio en las novelas como una verdad absoluta, fueron en su tiempo una colosal mentira? Ahora son como dogmas con sagradas recomendaciones de santidad.

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Tu novela tiene que ser una guía sobre el tango para que los tangueros argentinos dejen de creer en el tango de los alemanes, porque quien ama y practica el tango a los veinte años es un sentimental, y quien lo sigue practicando o inicia el aprendizaje a los cuarenta no tiene cerebro.

Mario escuchaba a medias a Juan, con tiempo para pensar: los novelistas, el tango, las mujeres, el sexo, los alemanes ¿contra quien dispara este pelotudo con tanta amargura y tantas contradicciones?

–Cuando se mintió por primera vez ahí mismo se inventó la novela –seguía insistiendo Juan–, pensá en la Biblia donde todo su contenido sigue vigente, con esto te lo digo todo, para que te des cuenta que se vive una fantasía desde hace más de tres mil años, como quieras, más de cinco mil setecientos años, si contamos también con la historia de los egipcios y del Medio Oriente. Muchas de las cosas que nos rodean son mentiras inventadas por ese exceso de fantasía que casi siempre es destructiva. Te doy un ejemplo: el dominio del mundo es el ejercicio del mal que transmiten los cobardes que le tienen miedo a esta vida y viven pendientes de otra en el más allá, desconocida y terrible por los castigos que avizoran a fuego vivo, con esas sentencias llenas de temores se nos paga diariamente, además, con otras, llámale hambre, desigualdad, explotación, miseria, culto al feísmo, desamor a la verdad y a la justicia, y ahí, también a destruir todo lo bello, por ejemplo, lo que el tango tiene y eso lo vemos en Berlín, noche a noche en los salones de baile como le van destruyendo toda su belleza. Esos boludos hacen gimnasia, no bailan. ¡Nos quedamos sin nada! ¡Lo entendés, che! La cuestión del tango es una pequeña cosa, es verdad, pero es algo y es valioso, y aquí en Alemania ahora tiene, y tendrá en el futuro su ejercicio –lo vas a ver– más vigencia de lo imaginable. Es decir, va haber cada vez más profesores, más salones de baile y por ende más idiotas.

–¿Y las virtudes que tiene el que baila? –le contestó casi gritando Mario. –La habilidad, la dedicación buscando el ritmo perfecto, el amor que los lleva a estar noche tras noche bailando, ¿podemos contar con esas virtudes para defenderlos y justificarlos? ¿O simplemente somos nosotros, porque defendemos al tango, los virtuosos? ¿Y si los que bailan en vez de bailar, estuvieran

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drogándose, robando, o cometiendo otros delitos? ¡No es mejor que bailen y que no estén haciendo guerras u otras pelotudeces! ¿Dónde están las virtudes?

Los bailarines y sus profesores son seres inofensivos Juancito, no debes temerles –insistía Mario ya cabrero de tantas disquisiciones.

Bien es cierto que, bailando tangos no se solucionan los problemas del mundo. Los alemanes que bailan no le hacen daño a nadie, son como niños en un hospicio que buscan el abrazo de sus madres, el olor y el calor de una familia, los movimientos de esos gestos de amor perdidos en la infancia.

No olvidés la primera y última guerra, esas necesidades vienen de ahí, del olvido posbélico, los alemanes toman ejemplos de culturas de otras nacionalidades y, ejerciéndolas, se olvidan de ellos mismos y no trajinan más por su historia.

El tango para el alemán es una panacea, un alivio ir caminando al ritmo de una música nueva en brazos de una madre que no los abandona o los empuje a una nueva guerra, una madre que no vuelva a crearles un destino bélico, de muerte, como un gesto de venganza, por la opresión que los hombres han ejercido, a través de todos los tiempos sobre ellas. Me refiero a la opresión que los hombres y su cultura de machos han ejercido en las mujeres. Para ellos, para los bailarines distraídos con el tango, es un don que les otorga el Dios caritativo de la religión que cada cual tiene. Así es. Nada más. El tango es benefactor.

Sobre los profesores debieran haber alabanzas. Son como ángeles que le dan posibilidades, a los bailarines, de otro lenguaje para la complejidad de sus confusas conductas, aunque algunos profesores, por su mero afán comercial, rayan en la demencia, alrededor del sofá de un psiquiatra que atiende en la antesala del Deutche Bank.

El pediatra doctor Yamamoto, un japonés muy alegre, me cuenta que, cada vez que va a su consultorio un tipo aquejado de dolores de espalda, de rodillas o tobillos, le pregunta si baila tango, y qué profesor tiene. Y se muere de la risa porque no sabe que recomendarles, porque decirles que dejen de bailar no es su tarea. Pero estos bailarines le piden una nueva terapia que aún no la encuentra. Un aprieto para él.

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Mirá Mario, hablando de virtudes, con nuestras virtudes latinoamericanas, lo único que podemos hacer con ellas es llevarlas escondidas entre las piernas y debajo del sobaco y así caminar por estas calles de mierda cuando vamos solos y, pobre si vamos acalorados. De nada nos vale mostrarlas pues todos los latinoamericanos sobresalimos por nuestros defectos, los pendejos son nuestros escudos distintivos: la virtud de ser sinceros, pero sin quererlo ¡ah! Mostrando a cada rato nuestras debilidades, y hasta la cobardía de ser un extraño en este país en que vivimos, podemos decir que es nuestra marca de fábrica.

–Decididamente –dijo Mario con aptitud defensiva–, es verdad, optamos por ser extranjeros; nos decidimos a jugar el papel de extranjeros; nos revestimos de soledad, tristeza, indefensión, con la ayuda de las letras de tango y esas de amor de los boleros o aquellas de una rebeldía silenciosa de los quenistas indígenas que encuentras en cada plaza de Berlín, dándole como resentidos al bombo y a los charangos. Pero si encontramos una virtud en nuestro espíritu y, en lo que hacemos que nos refuerza el carácter, cultivémosla sólo para nosotros y nuestros seres amados, sin decir nada, sin alabanzas ni vanidad. Son nuestros defectos los que debemos solucionar, sobre todo aquellos que sirven para agredir al prójimo. La lealtad que tenemos hacia el tango es un defecto no una virtud, una excusa que nos ayuda a esconder nuestras debilidades. ¿Contradictorio no?. Si no puedes con tu enemigo únete a él, dijo Simón Bolívar. ¡Lo entendés! ¿O no, che?

–¿Es una virtud –seguía moviendo las cintura Juan– saber bailar el tango con autenticidad? ¿Tiene eso importancia cuando nuestros problemas son otros, cuando existen tantos en esta vida moderna, en esta ciudad en que vivimos? Pensá en el otro Berlín, el de la DDR, en los comunistas, en la gente que allí vive detrás de esa muralla, ahí al otro lado de esa terrible muralla ¿son todos comunistas? Ese si que es un problema, che. ¿No podríamos centrarnos en ellos, en lo importante, para buscarle solución, empezando por los que necesitamos dentro de cada uno de nosotros para vivir en paz, por lo menos en paz en este mundo que es profundo y extensamente ajeno?

Mirá Mario, lo valioso de nosotros, para ellos, los alemanes capitalistas de este lado, y de los dialécticos del otro lado de la

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muralla, es nuestro silencio y conformismo. Mientras los latinoamericanos estemos quietos, saben que nos tienen dominados y atemorizados y que aceptamos cabizbajo lo que nos dan, como un soborno, para que no nos rebelemos. Por los medios normales no podremos decir nunca nada. La novela ayuda. Se la considera una creación; un esfuerzo de mentes sabias o por lo menos de gente inteligente. Y aquí en Alemania vale más la inteligencia y la creatividad que ninguna otra cosa, aunque esté puesta en algo mínimo como sería escribir una novela sobre el tango, si esto es inteligente y hay un esfuerzo creador, eso es valorizado. Creo que el método de escribir nuestra vida novelada nos proporcionaría el arma de desahogo adecuado. Si vos la comienzas a escribís te daremos, algunos de nosotros, personales y valiosos argumentos. Con eso ya nos sentiremos compensados. Créemelo.

El otro día che, estuve en una reunión donde estaba el embajador de un país centroamericano que daba el homenaje, no sé a qué y por qué. Me lo presentaron como embajador, pero pusieron énfasis en nombrarlo como novelista, y la adjetivación era casi de ennoblecimiento, como aristócrata y, expresaron, con voz temblorosa, secreta, que estaba por terminar una novela. ¡Imagínalo! El tipo tenía una cara propiamente de mentira, se le notaba en los ojos, hasta como juntaba los labios y en ese calorcillo de su mano humedecida y todos pendientes de su supuesta inteligencia y habilidad por ser novelista más que por ser diplomático ¡Increíble la inocencia de la gente!

La novela lo resiste todo –insistía Juan–, en ella puedes mentir, disfrazar la verdad, acumular historias, hasta de los esquimales; de las onas en el fin del mundo, los masturbadores de la Tierra del fuego y, añadírselo a las mujeres. Sin asco, che, la novela resiste todo: la envidia y la soberbia; todo tipo de intrigas. En ella puedes traicionar a tu madre, si la odiaste y nunca tuviste oportunidad de decírselo, en la novela puedes hacerlo; en ella podés fornicarte a tu hermana si querés dar un un ejemplo de endogámica perversión –ah, me salen los secretos ocultos, pensó Juan para adentro, y se acordó de su archivo fotográfico lleno de culos de las mujeres que pasaron por su casa y consintieron fotografiarse el trasero, pero prosiguió al hilo–, así es la cosa, che; mezclarlos a todos en la misma bolsa que mientras más inmunda, más le agrada a

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los lectores, que siempre han soñado con descargar sus fuerzas negativas a través de una lectura, que aunque falsa, sea contundente. ¡Qué bella es la mentira! ¡Cómo consuela! ¡Paja! ¡Pura paja!

Baile macho, debute y milonguero

–En el tango tenés miles de argumentos. Desde el amor al

simpático barrio reo de barro y miserias; de charcos y ladrones; hasta la pebeta amorosa que te dio el primer envión sexual; de florcitas, como las madreselvas, que lo saben todo pegadas a un paredón, aunque sea allá en Balvanera, en Pompeya o en el Dock, en Valentín Alsina, en Flores o en Palermo. Para qué seguir sugiriéndote argumentos, en el tango los tenés todos: amarguras, cuchillos, lealtad, traición, amistad, compasión, puteríos, a granel delincuencia política y religiosa y, gracias a Gardel la protesta social en esa elocuencia maravillosa de “Silencio”. Y todas las frustraciones de la Humanidad. El masoquismo desde los egipcios hasta los tiempos presentes. El sexo que lo mueve todo y lo revuelve todo. Tenés todo che, todo, hasta la soberbia del Dios de los dos testamentos, iracundo y bondadoso, ingenuo y malvado, que se olvida todos los días, desde la madrugada hasta la noche, de buscar comida para los pobres, porque está empeñado en multiplicar las cuentas bancaria de los ricos.

El tango es la historia universal del hombre pero cantada, así tiene más sabor, por eso algunos se beben la vida y asumen, bailando, sus derrotas en el tango.

Nadie aún se ha atrevido a hacer, como hizo Homero, algo parecido a la Ilíada, pero con las letras de tangos. Material hay de sobra, abundantes como para que la historia de la Argentina, y del mismo ser humano, se enriquezca. Ninguna de las manifestaciones cantoras es tan recordada como el tango, ni ha despertado tanto interés en la imaginación de los hombres, como los acontecimientos, los argumentos del tango en la ciudad de Buenos Aires. Hacer una nueva Ilíada es un desafío para que los futuros anales no se conserven con la frialdad en la relativa certidumbre de los documentos meramente casuales. El tango tiene un futuro perenne, garantizado porque es una creación gigantesca que se está transmitiendo de generación en generación sin que haya perdido en

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ningún momento su profunda actualidad. Las letras de los tangos nos ofrecen toda una gama de comportamientos humanos en torno a la situación límite de lo diario en el juego de la vida y de la muerte, por ello se conservará por siglos, como una necesidad su frescura y esa imperecedera juventud que le confiere al ser, al ser de ser, una obra sonora de palabras y movimientos en el cancionero Occidental. Me refiero a las letras, donde está la palabra decidora que explica la vida; las letras no tienen arrepentimiento de cuando exponen; en los tangos son como seres vivos que transmiten la esencia del ser humano a través del tiempo. El tango es algo benefactor e indulgente.

Pero no el baile aislado. Como lo enseñan aquí en Berlín no va a ninguna parte, estos profesores crearon un monstruo cuyo cuerpo se mueve, sin letras, sordos sin escuchar la música, fuera del ritmo, en silencio de sepulcrales cementerios ajenos y lejanos. El solo lenguaje del movimiento no basta para comprender el sentido de la vida. Donde nacen las palabras empieza la música y ahí se incuba el movimiento, pero nunca sin la palabra que por si sola es música.

Algún día van a declarar al tango como patrimonio de la Humanidad, pero el tango completo donde la letra será lo más significativo.

Pero hay más para seguir insistiendo. Nosotros somos testigos de la propagación del tango en Berlín y si se revierte hacia la ignorancia, al olvido o a lo absurdo, será nuestra culpa. Tenemos que luchar para que estos profesores de danza con sus academias no lo conviertan en una mera mercadería, ya que todos estos alemanes, son como soldados de una organización que están realizando, obedientemente, una campaña de ejercicio preparándose para una guerra de despojo, y no sólo para lograr una mera y simple tarea de supervivencia, para comer a diario como lo hacen los gusanos de la putrefacción, sino también para desarrollar su vacua vanidad, para comprarse un autito, docenas de zapatos de charol y viajes a Buenos Aires. El tango no se está muriendo, está más vivo que nunca y no necesita que lo cambien, ni le provean nuevo ropaje con pasos y figuras descabelladas. El peligro reside en que estos alemanes no comprenden los mensajes de las letras, solo les interesa el lenguaje del movimiento y, en la letra está el verdadero contenido del drama

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de la gestación de la sociedad argentina, si es que esto a alguien le puede interesar. Por ahí va la pregunta.

–Juan, la organización que le darán los alemanes a las escuelas de tango será un ejemplo para los argentinos y seguro que, en breve tiempo, tendremos por acá, muchos atrevidos bailarines porteños, copiando los nuevos pasos y figuras que inventarán los berlineses, sino también sus métodos organizativos. Esta expropiación se cumplirá, como lo anticipó ese profesor que cambió el saxofón por el baile de tango, cuando dijo: “ahora el tango es universal, le pertenece a todos lo que lo ejecutan en cualquier parte del mundo, no tiene propiedad privada”. Buena la respuesta ¿no? Ya no es argentino. Crearán, sin duda, una Universidad del Tango Berlinés, los iniciadores serán entonces los orgullosos profesores universitarios, que pasarán, como Lotta Schneider, de chofer de taxi a catedrático y empresario, y de camarera, como la Ruth Dorff, a profesora emérita.

Todo esto te lo digo a tientas, intuitivamente, pues estas ideas las mascullo en silencio, pero ¿ves? son más decidoras que cualquier invento práctico de cosmética.

Hacéla. Escribí esa novela, que nos vas a ayudar a todos –le gritaba con vehemencia– no todos sabemos escribir, pero sí todos tenemos en la conciencia gestos de venganza contra esta tropa de idiotas del tango, que se consideran, en Berlín, una novela de renovadas intenciones artísticas.

–Cómo se te ocurre Juanito –respondió con fastidio Mario–, mientras sentía que sus botas se hundían en la nieve, todavía blanda, y tan blanca que le costaba imaginar que en la calle existiera tanta pureza botada para que la pisen los caminantes: blanca al pedo, pensó sonriendo–, como me voy a poner a putear a novelistas, a tangos ajenos, a gente que no conozco ni las sufro, recalcó, a la cual, por no conocerla, no las tengo en mis viejos rencores.

Apurá el paso que nos vamos a cagar de frío. No fue buena idea salir esta noche. Me puedes decir Juanito, por qué todos los viernes se nos ocurre citarnos en ese inmundo boliche de esos chilenos mal educados, y lo peor –dijo pausadamente moviendo la cabeza de lado a lado con resignación–, pretendiendo ir a bailar tangos a esos abarrotados salones donde están los que tanto te fastidian. Berlín está repleto de programas culturales de otra índole y

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nosotros tras las huellas de algunos argentinos nostálgicos y la mayoría soberanos idiotas. ¿Qué piensas? ¿Estos pelotudos argentinos aman realmente al tango o sólo van en busca de minas? Algunos van tan sólo para masturbarse mentalmente; para paliar su soledad; la impotencia de sociabilidad y otros, van solamente para mirar culos, tetas, criticar a las minas y a los seudos machos. No es el tango lo que les interesa, son las minas che, solo las minas y criticar a destajo.

Ya te voy a contar la historia de ese peruano bailarín de tangos, Raúl Linares, que se cree la reencarnación del indio Garcilaso de la Vega, que comenzó en Berlín a realizar actos de beneficencia disfrazado con la boina y la estrella del Che Guevara; pedía dinero para obras de beneficencia que realizaría en Perú, dinero que nunca llegó a su destino y ni siquiera le pagaba a los colaboradores de esas fiestas. Un día desapareció, se fue calladito a los Estados Unidos y de ahí volvió, diría yo, con otra personalidad, con trajes de cuero gamuza, corbatas de seda y zapatos de charol. Este tipo se reconvirtió en un galán. Ahora anda, en las milongas berlinesas, no baila, sólo camina, siempre con los mismos pasos y los ojos cerrados. A veces aparece de esmoquin como salido de una foto de la época de Gardel y fuma unos habanos hediondos que impregnan todo el salón –“para que se note que mi presencia”–, dice este idiota. De todo el dinero recopilado para crear en su pueblo un lugar de trabajo para sus pobres indios nadie sabe nada, se comió todo el dinero calladito. Los cagó a todos. ¡Vaya la idiotez del Garcilaso Linares!

Es el único que baila con la costurerita que dio un mal paso. Su historia y sus estafas te las reservo para un ambiente más cálido que esto de andar por las calles cagados de frío.

El restaurante Latino

Llegaron al fin a la Wielandstrasse. Abrieron entre ambos la puerta del bar-restaurante Latinoamérica, lugar de la cita, donde esperaban encontrar a sus amigos. Un vaho caliente, con olor a todas las marcas de cigarrillos existentes, mezclado con el contenido nauseabundo y feroz de más de una empanada comida a medio camino, les golpeó la cara como si le hubieran tirado una masticada

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de maíz fermentado en pleno rostro. Las ventanas de sus narices, casi congeladas por los 10 grados bajo cero de la calle, se dilataron y hasta las cuerdas vocales sintieron el remezón del cambio de olor y temperatura en el nuevo ambiente. Es como si hubieran entrado, en pleno verano, a un comedor cerrado de los indios otabaleños de Ecuador. Varias sonrisas, dispensadas con benevolencia por los dueños del local, las dejaron sin contestar, ansiosos de un poco de calor.

Al fondo de la primera sala, entre la niebla del aliento humano, del humo de los cigarrillos había, en la tarima elevada unos metros, algo así como veinte personas formando un coro, una hilera a lo ancho, que movían la boca como cantando, pero no se oía nada, o el sonido se confundía con el grueso murmurar de tantas gargantas que decían, o que parecía que estaban cantando o diciéndose cosas unos a los otros. Un coro mudo, desusado entre la niebla.

Los parroquianos habituales eran, en su mayoría, casi todos latinoamericanos de los innumerables países del centro y del sur de América. Negros, mulatos, blancos e indios se adosaban inquietos a las mesas. Uno que otro alemán salpicaba la escena. Pero prevalecían los centroamericanos que, siguiendo al cubano Vitico que tocaba con su grupo musical los días jueves, se acomodaban frente a una cerveza a vociferar inquietudes, casi siempre, demasiado entusiastas y a contarse anécdotas de rápido olvido. No faltaba quien usara la mesa como bongó mirando hacia todos lados por si alguien advertía que sabía tocar y tenía buen ritmo.

El coro, o lo que parecía tal, al fondo, entre la transparente niebla, seguía moviéndose al compás de voces con ritmo indefinido sin que nadie supiera lo que cantaban.

Juan y Mario, intentando pasar hasta el fondo, sortearon las mesas mientras reconocían a los parroquianos. Los de siempre: ahí estaba el Yuny; el “intelectual tonto huevón”, como le decían los chilenos al borrachín Perico Méndez; Anton Sarmetta les lanzó una sonrisa sin sacarse el dedo gordo de la boca que lo tiene pequeñito de tanto chupárselo; el indio José Quilapi se subió el pelo que le cubría los ojos diciendo, “ah, llegaron los che garufas, así que ahora vamos al tango”, terminando la frasecita con su tímida sonrisa mapuche; la hija de Oscar Vega, la dulce Josefina, –dos años atrás tierna y frágil, inocente y virgen– ya estaba absolutamente borracha desde, al

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parecer, temprano. Los quiso detener, pero apenas alcanzó a levantar el brazo. En otra mesa, pegada a la pared junto a las ventanas, el grabador Santos Chávez, el increíble privilegiado de la DDR, al que le daban permiso para cruzar la muralla todos los fines de semana, durante los cuales se empapaba de vino para que los pinceles, durante la semana astenia, se le doblaran húmedos de color a vendimia. No faltaba Mariana la chilena, la incipiente cantante de tangos y de valses peruanos, la que a todos los conocidos les decía “mis guachitos” o “mis perritos chocos” que terminaba –porque siempre se le caía algo al suelo– agachándose al costado de cualquier mesa donde hubiera hombres para mostrar su soberano culo. Cruzando ese mundo de exiliada neblina, se olía y se podía palpar el llanto salino con que muchos iban a terminar la noche, dejando para el próximo viernes el final de sus historias de valientes guerrilleros –siempre de frágil memoria–, como la increíble del guitarrista Jorge Villaseca, “el cabezón”, como le decían, que acostumbraba a pararse para saludar a los recién llegados sin que se le notara porque era petizo.

Bueno, pues y ahí estaban, entre el bullicio y el ansia de cortar las cabezas de todos los presentes, en medio de ojos vidriosos y lenguas traposas, los amigos argentinos de los viernes de siempre, sentados ya con su cerveza enfrente y a medio camino, pendientes de su llegada.

Alguien canturriaba: “En un viejo almacén del Paseo Colón, donde van los que tienen perdida la fe...” Ese canto se detuvo para exhalar un ¡qué hacés, che!

–Al fin –les grito Luis– aunque están perdonados porque el retraso es de sólo cinco minutos. ¡Hoy será la definitiva muchachos! Esta vez sí que vamos a bailar unos tanguitos de meta y ponga. No importa en que salón, en todos ellos la mercadería, el ganado, che, digo che, ¡perdón digo!, las minas son las mismas, tienen los mismos atributos y los chantas alemanes, como decimos los argentinos, a la larga son entretenidos y buenas personas, che, son inocentes, ¿no es verdad Toli, que son los que vos tanto adoras y respetas?

Sin agresión, esta vez, por favor, fue lo primero que se le ocurrió pensar a Mario, aunque calló por prudencia. Los miró a todos, uno por uno, les alargó la mano, aún helada y, con una sonrisa se sentó al lado de Toli que como siempre, antes de comenzar a

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hablar la primera frase, le pega en el brazo a todo interlocutor con el revés de la mano, como señal de advertencia, poniéndolo alerta de que otra tontería le quiere decir.

¡Qué maldita costumbre tiene este soberano pelotudo! –pensó Mario– mirándolo resignado y aguantando las palmaditas de Toli.

–“Compañeros de mi vida...” ¡Qué haces, pirulín! ¿Qué contás? –decía Toli, que antes de hablar cantaba una frasecita de algún tango, y le seguía dando palmaditas con el revés de su mano. –Hace tiempo que no te veía tan bien trajeado, tese veía, che. Estás pa´ levantarte a todas las minas de la milonga, levantarte; matás con esa tapín de gigoló afranchutado, con esa matás. Esperemos que esta vez sea la definitiva y podamos rumbear pa´ la milonga. Mirá –dijo Toli con cara de pesadumbre–, hace más de dos años que nos juntamos los viernes en este boliche y nunca hemos salido de aquí, no llegamos nunca juntos a ningún salón para milonguearnos unos tangazos de meta y ponga, nunca. Nos juntamos los viernes para salir porque es el mejor día, porque a las milongas va el mejor minaje, el que ha criado ansias y calor durante toda la semana. La última vez se nos emborrachó Dante, se nos emborracho; la anterior vos tenías la gamba jodida, tenías. ¡Y, qué sé yo, che! Siempre hay una excusa. Falta sólo Peter. En cuanto llegue rumbeamos “pa´ que bailen los muchachos”. Un tango de nunca acabar

Juan miraba a Mario con una insistencia casi agresiva y con su cigarrillo a medio terminar, que se le había apagado de puro frío y lo mantenía apagado sin intención de volver a encenderlo, siguió diciendo como si nada lo hubiera interrumpido.

–Las novelas de algunos escritores latinoamericanos, últimamente, están dedicadas sólo a las cosas más desastrosas que nos han ocurrido. Sobre dictadores y todas sus fechorías, sus crímenes, robos y estafas y mencionan, para unir sus argumentos, una historia de amor, de fidelidad humana, enternecedoras tramas que terminan en nada, porque nada solucionan, más bien amargan, nunca dan soluciones. Porque no las tienen o no les importa.

–Es lo macabro lo que vende –rumió Mario.

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–También impresionar con lo negativo que demuestre que el mundo marcha al barranco sin medida ni solución. Esos hechos apocalípticos, bíblicos diría yo, han marcado el pensamiento de la civilización moderna que está poseída de un miedo de apartarse de los hechos que, desde el acto mismo de la percepción, los han moldeado convirtiéndolos en un cliché. Su estilo de presentar la vida en el cine y la televisión, sobretodo en las novelas es una bifurcación moral que desvía la necesidad de satisfacer el arte, la literatura y la filosofía de toda la historia de la Humanidad. Además todos los latinoamericanos o son novelistas, o son poetas; no hay ensayistas, menos filósofos profundos, pensadores que den solución a las cosas que el mundo actual enfrenta.

De verdad no vende, tenlo claro –seguía diciendo Juan a los gritos ante el bullicio que los rodeaba–. Así que escribe esa novela con esa frasecita como título “Obsesión. Los Idiota del Tango” y agrégale en Berlín; en ella siembra y riega lo absurdo; cultiva lo negativo; fomenta lo retrógrado y de lo infame has una proclama esperanzada a viva voz, y viceversa, que a la larga la maldad social hace reflexionar hasta a los más idiotas. Por ahí va, creo yo, lo único positivo de los novelistas actuales y lo que todas las editoriales aprueban financiando estas obras. Novelas sin interrupción

-Chan, chan, -grito de pronto, captando toda la atención,

Héctor el peruano, médico psiquiatra en pleno ejercicio de su profesión, cuando terminó su cerveza, mientras que Ricardo le decía a Juan –¿qué hablás tanto?, tomáte la cerveza que la tenés ya caliente en tu vaso, –y le insistía empujándole con el reverso de su mano.

–Dejáme de hinchar las bolas –dijo Juan mirando a Ricardo a los ojos– y no me pegués más con la mano boludo, no podés conversar sin dar golpecitos que esa es una pelotuda costumbre de chantas porteños, no ves que tengo que convencer a este otro boludo de que se ponga de una vez a escribir la novela que todos precisamos, la que se ha ido construyendo sola, digo, que nosotros la hemos estado viviendo día a día con nuestros fracasos, más que con ninguna otra cosa. Que escriba lo que tiene que ser la historia de nuestras propias vidas ancladas aquí en Berlín.

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¿No comprendés Roberto la necesidad fatal que tenemos de ir a juntarnos con esos idiotas del tango? ¿No pensás qué cosa detrás de nosotros mismos, de nuestro subconsciente, nos empuja a una decisión que nadie entiende? Estamos criticándolos noche y día pero vamos a juntarnos con ellos casi con angustia. Si querés bailar, andá solo si querés, que yo me encargo de convencer a éste sotreta de lo que debe hacer.

Te lo digo, Mario –dijo Juan volviéndose hacia él, y continuó como si nada hubiera ocurrido, haciendo caso omiso de los amigos que integraban el grupo, del humo y del griterío que los rodeaba– aunque suene exagerado –y levantó más la voz–, que si nos remitimos a la definición de lo más santo que existe, como aún prédica a nuestro alrededor la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, ¿tú eres católico, verdad? nos llevaremos una tremenda sorpresa con referencia a la verdad, palabrita que los novelistas odian porque ellos aman la ficción. Para ellos el sentido de la identidad humana procede de las páginas de sus desvaríos emocionales que no tienen nada que ver con la razón y la verdad. Algo así como todas las hecatombes bíblicas; las historias de los jinetes del apocalíptico y los reiterados anuncios del fin del mundo.

La Iglesia católica, ¡mirá quién lo dice! afirma que la mentira es la ofensa más directa contra la verdad, mentir es hablar u obrar contra la verdad para inducir al error al que tiene el derecho de conocerla lesionando la relación del hombre con la verdad y con el prójimo. La mentira ofende el vínculo fundamental del hombre y de su palabra con el Señor, su Dios.

Las novelitas, con las que la religión nos ha educado, ¿recuerdas esas de la Historia Sagrada? ¿Difieren diametralmente de estos fundamentos? Esos relatos son una absoluta falsedad. Toda obra escrita requiere pensamientos, meditaciones, materia de moralidad y fe, por eso no es creíble cuánto la iglesia dice: en la fe está el designio de la verdad, desde los tiempos en que los judíos escribieron el Antiguo Testamento hasta el Nuevo y hasta nuestros días. Y, ¿qué es la fe sino una renuncia al raciocinio y al conocimiento científico? Una cárcel para todo creyente. Por esto es lícito reflexionar sobre todo cuanto atañe a las religiones.

Juan intentaba hablar a los gritos, sabía que nunca lograría ser claro, pero una verborrea incansable abordaba su sed y sus labios

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estaban como quebrados por el frío y, ahora con el humo y el calor humano del restaurante, se le habían reblandecido.

–Bien sabés –continuo–, que algunos argentinos, boludos porteños que nos acompañan, también están haciendo una religión del tango y de cuanto le concierne. Por eso se debe tener el coraje de criticar ácidamente, cuanto se nos pretende dar como una verdad, hechos donde no hay racionalidad.

–Además, insisto, a todos estos amigos de los viernes, los cojones les sirven solo como bolsas y son todos cornudos o lo fueron, por ello la soledad.

Nos incumben todas estas mentiras religiosas, también las mentiras del tango en Berlín, esa mentira llamada el fenómeno del tango en Berlín, ya que en buena medida en lo religioso, a todos nos resulta imposible sustraernos a su influjo cultural tras casi dos milenios de predominio absoluto del espíritu de la Iglesia Católica y sus dogmas en el proceso de conformación mental, costumbres, valores humanos y hasta en las leyes, esas leyes que condenan al que roba una gallina con cinco años de cárcel y al poderoso que roba millones le ponen sólo una multa. Todos tenemos una estructura mental católica para ser creyentes pero también para ser ateos; para negar a Dios y la religión sólo podemos hacerlo desde aquella plataforma que nos la hizo conocer; por eso un ateo de nuestro entorno cultural, es básicamente, un ateo católico, podemos pensar en un ateo creyente. Además todos nacimos cristianos. Por eso todos somos los católicos idiotas del tango.

–Por lo que decís ¿el tango es católico che? –Por la forma de juzgar lo correcto del baile o lo incorrecto

de la música o de las letras, sí es católico, por ello siguen haciendo una religión de estas y otras sandeces.

–Juancito, los mecanismos básicos de nuestra culpabilidad existencial son un dramático fruto de la primera formación, en lo referente al tango y a la religión, del ambiente en que nos criamos, dentro de la dinámica psicológica de Buenos Aires. ¡Ah, en esa Santa María de los Buenos Aires! Pero eso de hacer del tango una religión ¡por favor! No todos somos tarados.

Será católico en la forma, pero en el fondo, sobre todo en lo comercial, el tango nunca fue católico, le perteneció a Max Gluckman, que era de religión judía, que fue además, el patrón de

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Gardel, el financista de todos los discos del inicio del tango allá por 1910. Te lo digo firme y sabiamente por si no lo sabés.

Cállate mejor. ¡Papanatas! –dijo una voz que se alzó, sin saber de dónde, por sobre todas las mesas. El sacramento del tango

–¡Qué les pasa a ustedes! Yo soy ese pelotudo que está

haciendo una religión del tango. ¡Y qué! –“por una cabeza...” cantó Toli desde la otra esquina–. La hago con todos los preceptos que los católicos heredaron de los judíos y que tienen vigencia en cada uno de los actos de los hombres, incluso de los nuestros en estos viernes, que no es más que una eucaristía, una misa, una consagración al tango. ¿O no estamos en un ritual? ¿En una catedral del tango? En este boliche está nuestro destino, como el semen en la próstata de cada uno de nosotros. O, como quieran llamarlo, nos está recomponiendo la vida, nos reencuentra con los mismos principios en el movimiento que tiene la vida y en el pensamiento religioso que nos han enseñado los testamentos.

La concepción de la religión del tango, como distribuidora de emoción, recuerdos y práctica memorial de las letras, nos dan esperanzas y recompensas positivas.

No como la religión católica dogmática y apatronada, por ejemplo, que en su esencia, distribuye la fe y la esperanza, no el pan, ni la paz, ni la libertad, ni la justicia humana, sino la fe, que es para que se mantengan tranquilos los pueblos. Ese tipo de religiones son buenas para el orden, che, para proteger la propiedad privada de los monarcas, de la aristocracia, de los bancos; le da estabilidad al Estado con quienes son cómplices, todos ellos lo saben y lo explotan mutuamente.

Creo que es demasiado -pensó Mario- sin contestar una palabra, llevándose un dedo a la oreja, a la larga perorata de Toli; mientras, medio cabizbajo, daba vueltas y vueltas el vaso de cerveza ya entibiado en sus manos.

En el restaurante el ambiente se enrarecía. Las conversaciones subían de tono; pronto sería todo un griterío de voces cruzadas en todas direcciones. Brazos en alto pidiendo más cerveza; paradas y caminatas, al fondo y a la izquierda, para ir al

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baño; miradas fugaces a las tetas y ojeando el pantalón apretado del trasero de la mujer que acababa de pasar; mirando con odio los gestos mal educados de la dueña del restaurante, la mapuche teñida de rubia; la imposibilidad de tragarse el olor a cigarrillos; el mal aliento de los comedores de empanadas llenas de cebollas casi fermentadas; la música de salsa cubana, mezclada en todos los movimientos de los parroquianos y, de ese mudo e insólito grupo coral moviéndose en el fondo del salón, le hicieron a Mario insoportable la espera de Peter. Menos mal que éste llegó cuando estaba por tomar la decisión de retirarse. Peter Hoffmann.

Peter era el único alemán del grupo. Había aprendido un

poquito a bailar el tango, un poquito de lo que le enseñaba cada uno de los ahí reunidos: abrazarse al bailar junto a su pareja, mirarla a los ojos cuando le insinuara un cambio de paso, sentir la piel de ella, su calor, la tensión y el equilibrio de sus cuerpos latiendo sus corazones en un ritmo que tendiera a alcanzar el correcto compás cuatro por cuatro del tango y, le enseñaron, además, pasos y figuras complicadas, movimientos que eran para la parejita alemana totalmente nuevas. Fueron los primeros berlineses que llegaron al gimnasio de la Musikschule de Tiergarten, donde enseñaba Rubén Lanza, acompañado de su hija Sara Filomena, una atractiva piba que bailaba y enseñaba como una experta.

El mismo Rubén Lanza que tenía una orquesta de tango, donde era el cantante y, en ese grupo tocaba el bandoneón Nardo Schusma. Era esta la orquesta más conocida, la más vieja y la única que tenía un cantante en castellano, los otros grupos que se formaban entre alemanes, se separaban en breve tiempo. Las únicas que se mantenían eran aquellas que interpretaban a Piazzolla, donde no requerían, o despreciaban al cantante, o por que no había. Por más que muchos ensayaron serlo, nadie dio con la profesión de expresar el tango con cierta fidelidad, como los de Buenos Aires como lo hacía Rubén Lanza.

Como era gratis la enseñanza, en el gimnasio de la Musikschule de Tiergarten, las clases de los días miércoles se llenaba de argentinos, de rusas, chilenos y polacas, todos deseosos de

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aprender a bailar tango, además, de encuentros para sus relaciones sociales. Algunos de estos alumnos se convirtieron al cabo de poco tiempo en profesores e incluso uno, también de nombre Ricardo, en bailarín profesional arriba de escenarios internacionales. Ahí aprendió el peruano Garcilaso Raúl Linares su único paso que fue caminar con los ojos cerrados. Ese gimnasio fue una exitosa revelación como escuela gratuita de tango.

Acompañaba a Peter, en esas jornadas, una hermosa berlinesa, la bella Ulrike, jovencísima, de piel blanca, cabellos rubios, pero de verdad rubios, casi verdosos: ¡era una maravilla verla! Al poco tiempo de concurrir a las sesiones de baile, la minita le fue arrebatada a Peter, por un mulato cubano que la sedujo halagándole sus nalgas. La rubiecita, al parecer nunca nadie le había señalado esa parte de su hermosura. Con una cruel inconsciencia que nadie comprendió, se volvió loca de amor por el latino, dejando al pobre Peter solo dentro de ese ambiente; con el tango aprendido a medias; con unos pasos y figuras que le salían chuecas y sin ninguna coordinación, al punto que todos sentían amargura de puro verlas. Triste, con la nostalgia propia del abandonado de las letras de los tangos de Discépolo. Peter se quedó, sin traducción, cantando: “solo me falta ir a misa e hincarme a rezar”.

“Sobre tus mesas que nunca preguntan”

Casi todos los parroquianos, los contertulios del tango que se

reunían en ese restaurante los días viernes, eran una especie de exiliados voluntarios por razones económicas; los unía el exilio con distintas formas de vida; tenían el mismo idioma, pero, escuchando lo que conversaban no se entendían en nada más que en las referencias al tango, inclusive Juan, que con su grandota nariz y su seriedad, casi siempre con cara enojada, imponía cierto respeto.

Roberto Muñoz, el manchado, era pequeño y regordete, formaba parte de un contingente de jóvenes argentinos que tenían 18 años cuando empezaron a soñar, en Córdova su ciudad natal, con irse de la Argentina, y entre conversación y conversación, maduraron y robustecieron la idea de marcharse a Europa donde hacer realidad sus sueños de escapar de la ciudad natal. Cuando fueron mayores de edad, despegados de la tutoría emocional y jurídica paterna; de ser

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jugadores de fútbol, tocadores de guitarra, algunos dando unos golpecitos a una caja de cartón con los que hacían bailar al resto; se conformaban, así de simple, cantando las canciones de los Beatles, en una inglés que todos celebraban como impecable, y que sería muy necesario, lo repetían incesantemente, una vez llegados al viejo Continente. Ninguno con una profesión que pudiera serle útil en el extranjero. Todos eran hijos de emigrantes europeos, de diversos países, en primera generación. Esto los unía y por ello se identificaban.

De esta camada, cuatro fueron los que lograron embarcarse, escapar mejor dicho. A costa de grandes sacrificios y endeudamiento de sus padres, que al final, felices, se los sacaban de encima pues casi ninguno había empezado a trabajar después de terminar los estudios secundarios. Con la venta de lo único de valor que cada uno tenía, lograron al fin llegar al Río de la Plata, a la rada porteña de Puerto Maderos, donde el barco “Don Fermín” los llevaría a Barcelona. Y así le hicieron chan, chan, a la Argentina y al tan mentado “Mi Buenos Aires querido”, a la vez que inauguraban un estilo de exilio, sin que nadie los echara, alegando no haber abandonado nunca su nacionalidad, pues las causas del abandono de la patria querida era el problema económico que también justifica el exilio, el mismo de los grandes grupo de inmigrantes europeos en la rada del puerto de Buenos Aires, desde comienzos de los años de 1850.

Otro de los asiduos era Dante Cincuotta, a quien le decían el “Loco Redondo”, porque le atraía todo lo relacionado con lo esférico, y consideraba que el mundo, con su redondez, había alcanzado la perfección, en su esencia de ser y contenido, y que el mundo era, la tierra, sin duda, un ente vivo y hastiado de soportar tanta miserable vida humana en su lomo. Dante era de una estatura más bien alta, de muy buena figura, un clásico italiano con la cara de esas estatuas que aun quedan en los destruidos panteones en la Sicilia del sur de Italia. Andaba siempre intentando patear algo que fuera redondo, no había papel en el suelo, piedra o puchos de cigarrillos a los que no intentara darle un puntapié con un pretencioso anhelo de hacedor de goles. Se contaban risueñas historias de sus andadas pues les pateaba hasta la sombra a los que caminaban delante de él, y otras en bicicleta detrás de pelotas

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desinfladas que hasta que no le pasaba las ruedas por encima no quedaba tranquilo.

Dos chilenos eran los que excitados y expectantes, aparecían los viernes. Los dos aprendices de tango. Uno era Armando Tufillo que con su cara de mapuche-filipino sonreía como cómplice en todo, y el otro Carlos Ratamala, medio esquizoide, un acelerado que bebía, inconsecuente, la cerveza a sorbitos cuando nadie lo miraba. Ambos escapados, en el momento oportuno, del régimen de Pinochet, aunque nadie conocía las causas de su exilio, ahí estaban siempre como amigos y practicantes afectuosos del baile del tango y admiradores adulones de los argentinos.

Era la época de los grandes contingentes de exiliados políticos que salían de la Argentina, con los militares en el poder y la represión descontrolada entre las mismas fuerzas armadas que no se ponían de acuerdo a quién y cómo reprimir. Además, a cuesta con la historia de las islas Malvinas, la mayoría viajaba rumbo a Italia, cuando eran descendientes de italianos; a España cuando sus padres eran de esta nacionalidad, donde eran acogidos sin mayores problemas. En Europa, la recepción de latinoamericanos aún era posible. Ignoraban estos países, que en poco tiempo la cantidad sobrepasaría toda expectativa, lo que haría endurecer las leyes hasta convertirlas en algo imposible de transgredirlas o burlarlas al cabo de pocos años. Se salía del país de origen, al principio, sin visa y se llegaba a destino sin que ningún aduanero preguntara nada, igual como cuando uno se baja del bus, se dirigían en dirección a los dudosos contactos con otros compatriotas que habían partido antes y que algo halagüeño les auguraban. Por lo menos, esperaban ser recibidos, ubicados en alguna parte y empezar a trabajar en lo que fuera.

Así la inmigración, de Europa a la Argentina iniciada más o menos en 1850, se revirtió. Esta vez, de 1982 en adelante, eran los hijos y nietos, jóvenes y fuertes de esos emigrantes, los que volvían al país de origen de sus antepasados.

En este grupo Hottmar, el polaco, era el único que tocaba la guitarra. Lo hacía realmente bien, tenía un talento innato para el ritmo y punteaba con mucha rapidez; era además, un curioso personaje: sacaba los cigarrillos casi encendidos de su bolsillo para que nadie le pidiera uno; nunca invitaba a nadie a nada, su egoísmo

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parodiaba a los personajes de Dickens y andaba siempre enojado, hediondo de mal humor, con la mufa hirviendo, miraba a todos de costado, hablando mal de todo el mundo; paranoico a carta cabal. Todos le tenían miedo cuando se ponía pálido y miraba hacia la tarima del coro cómo ardía la zarzamora, pero en completo silencio, como avergonzado de sus problemas.

El Topi, como le decían a Sebastián, aprendió algunos ritmos tamboreando en los hierros, bancos y paredes del mismo barco que los transportó a Barcelona; Ricardo algo había aprendido en la flauta traversa, aunque su ritmo no era muy ajustado se empeñaba en superar al Topi. El otro era Claudio, el único músico verdadero. Tocaba la flauta traversa y se convirtió en el maestro del grupo. Como en Barcelona donde llegaron, no les dio resultado ser limpiadores de platos; transportistas de mercadería casa por casa, negocio por negocio, decidieron ser músicos. Si Claudio como instructor no se aburría era posible lograrlo. Pero Daniel no tenía guitarra; Topi no conocía ni sabía tocar los bongos, y Ricardo se cambió en Barcelona a la batería, ¿de dónde iba a tener una batería para acompañar? ¿Y a quién acompañar? Decidieron que cantara Sebastián y Ricardo. Y ¿qué cantar? pues, las cosas folklóricas de las pampas argentinas: zambas, chacareras, cuecas ¿y por qué no, –por ejemplo– canciones centroamericanas como Moliendo café? Así comenzaron improvisándose en todo. El grupo se formó y ahí mismo comenzó la desunión al presumir, cada uno por su lado, quien era el mejor y quien debía ser el jefe; quien debía buscar los lugares donde trabajar y quien debía asumir la responsabilidad paterna del grupo. Hasta ahí no más llegaron, con el estómago vacío, con varios kilos de menos que cuando partieron de Buenos Aires, pero ya no podían detenerse.

Menos mal que aun en los mercados de abastecimientos de Barcelona, en los estantes con alimentos, todavía no eran tan estrictos en la vigilancia; aun se podían meter unos cuantos bifes de chorizo debajo del pantalón junto a las bolas donde, los encargados de revisar, tienen siempre vergüenza de meter las manos. Ahí escondían esos bifes aunque estuvieran fríos y se helaran los huevos, y los sacaban de los negocios sin que nadie los revisara. La fruta y la verdura la recogían de los tarros donde cada noche eran depositadas para ser retiradas en la madrugada. Era cosa de levantarse temprano

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y el almuerzo era seguro. Se separaron. Cada uno partió a un país distinto y al cabo, por extraño designio, sin proponérselo, se juntaron, sin querer en Berlín, los días viernes y alrededor de la misma mesa. Ninguno sabía bailar tango.

Los cuatro, pero más Ricardo, llamado también el gordo, por ser escuálido y desnutrido, eran asiduos a estas reuniones. El otro que estaba sentado al lado de Toli, era Héctor, el médico sicoanalista de origen peruano que había estudiado en la antigua DDR, era el más viejo y tenía un innegable y digno aspecto de indio quechua, era, además, el más conocedor de letras de tango que, canturreando, lanzaba estrofas alusivas a cada frase o pregunta que escuchaba de sus amigos. Era el que terminaba cada diálogo, hasta cuando se saciaba con más de una cerveza, con un chan, chan, el sonido acompasado del bandoneón que marca, con su lamentoso chan, chan el término de un tango.

Juan, “el narigón”, el que le insinuaba a Mario escribir la novela, era, aparentemente, el intelectual del grupo. Era sociólogo, al parecer el único verdaderamente exiliado político protegido por las Naciones Unidas con el clásico pasaporte azul, luchaba por revalidar su título en la Universidad Libre de Berlín. Siempre se quejaba de lo difícil que era llevar esa doble vida de estudiante alemán y de memorialista político argentino, porteño para más remate, de “ese Buenos Aires que nos vio partir”. Sus reflexiones causaban pánico.

Luis era un ave rara, un extraño invitado de piedra, metido en el medio como un espantapájaros en el centro de un maizal, que ni los pájaros le hacían caso. Hablaba puras incoherencias y siempre en monosílabos. Tenía un rostro cuyo interés era repasado varias veces por quien lo miraba por primera vez. Las mujeres le decían que tenía bonitos ojos almendrados, pero seguramente se lo dirían porque su nariz era demasiada grande y ganchuda, y la boca con los labios un poco abultados, y como si fueran elásticos, se le estiraban cuando sonreía, tocándole casi los lóbulos de las orejas. Siempre se pensó que no tenía dónde ir y, que por eso se pegaba al grupo. Era de los que no daba nada; pagaba sus tragos sin invitar a nadie. Como ya todos los conocían, no se hacían comentarios sobre él, y nadie le preguntaba siquiera de qué religión era, y si es que era de alguna, porque a nadie le importaba. Además no molestaba, y su presencia no se sentía.

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Toli el calavera ¡Ah! ¿Y Toli? Aquí si que todos ante él, después de

escucharlo hablar, se detenían a seguir observándolo, en silencio y sorprendidos de tanta osadía en sus apreciaciones, siempre terminantes y sin punto final, donde no admitía discusión. Hasta lo cargoseaban insinuándole temas inconexos para sonreír ante sus salidas que escamoteaban siempre la razón. Era el porteño bonaerense por antonomasia; el que lo sabía todo; el que intervenía en toda conversación convencido de saber todo a la perfección. Siempre sonriendo, burlón e irónico, seguro de sí mismo hasta la más impenetrable comprensión. ¿Cómo podía ser tan seguro de sí mismo de lo que hablaba si lo único que decía eran sandeces e incongruencias sin ton ni son? Este es uno de los misterios de los porteños que lo saben todo, era lo que pensaba Mario de él. Toli era el más atrevido, el más pintoresco y entretenido del grupo.

Cuando faltaba Toli a las reuniones, se notaba un vacío. Toli había llegado a Berlín, donde vivía desde unos tres meses, con toda su familia que era la más numerosa de todas las agrupadas en Berlín. Se decía que eran más de setenta miembros y que todos vivían del gobierno alemán a través de la ayuda social, que no le trabajaban un día a nadie y, que el Estado estaba obligado a mantenerlos, se le escuchó decir a Toli más de una vez. Las cabezas de esas familias, nacidos en Alemania, se habían exiliados durante la Segunda Guerra, en Argentina. Desde ahí volvieron con todos sus hijos cuando las cosas comenzaron a quemar en la economía del país.

Toli, portaba un diploma, el único documento de toda la familia, ganado en un concurso de tangos, que le acreditaba el primer lugar. Era su orgullo, pero ya el tango tenía como dos años de inocente vigencia en Berlín, un poco tarde –decía él–, pero igual se tomó la responsabilidad de pensar en recuperar el tango para los argentinos, con unas características, que Héctor el sicoanalista, las analizaba sonriendo, pero con mucha prudencia, como algo fuera de lo común, casi como una muestra de una consumada mitomanía con mucho de neurosis.

Toli, cuando se presentaba y se acercaba a las mesas, se anunciaba con el título de un tango y comenzaba la noche, su cerveza y sus inacabables cigarrillos, exponiendo siempre sus ideas

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hipocondríacas, pues siempre se encontraba un poco enfermo y, con paranoicas ideas quejándose de que al tango, que era su única finalidad en la vida, estaba siendo prostituido por los berlineses y que era necesario que él lo volviera a su esencia porteña, a la verdadera nacionalidad argentina, recuperando las virtudes del tango que él había aprendido desde el comienzo en los años de su infancia cuando aprendió a bailar.

Tenía en sus conversaciones alucinaciones visuales y auditivas que dominaban por completo toda su sensibilidad y todos sus pensamientos. Se creía el mensajero providencial de salvar al tango de los impostores berlineses en manos de una serie de profesores que se habían adueñado de la enseñanza en muchos locales, que ya se llamaban pomposamente Academias o Escuelas de Tango.

Poco a poco sus delirios fueron tomando un carácter místico y religioso; hablaba directamente con un supuesto Dios que le había encomendado la tarea de redimir el baile del tango. Los bailarines berlineses lo hostigaban como verdaderos demonios y creía, por último “vivir en otro mundo”, porque en el Berlín capitalista no se bailaba el verdadero tango.

Insultaba con desprecio a todos los alemanes que bailaban, por los cuales se sentía perseguido y perjudicado, los calificaba de asesinos del ritmo y proxenetas ignorantes del significado de las letras. En el curso de los meses, desde su llegada a Berlín, su cuadro mental se transformó en crónico, cristalizando un diagnóstico hasta alcanzar el de clínico paranoico, todo esto según Héctor, que lo seguía de cerca y nos lo confiaba en secreto, terminando con su clásico: “y así es él, ¿qué más?. Chan, chan”.

Toli había edificado, en efecto, un artificioso sistema de delirios que habían reconstruido su personalidad, dándole una real dualidad al punto de mostrarse perfectamente capacitado, por ser el mejor bailarín, ser a la vez, el redentor de la verdadera esencia tanguera de los barrios porteños. Su sistema delirante siempre terminaba con la convicción de saberse llamado a redimir las imperfecciones de los bailarines, y devolverle al tango la bienaventuranza perdida. Afirmaba haber tenido conocimiento de su destino por revelación divina, como las que habían recibido los profetas del Antiguo Testamento. Decía que sus nervios, cuando

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estaban sobreexcitados, tenían la cualidad de atraer a Dios. Pero a un Dios muy especial: su religión era el tango; Gardel era uno de sus más importantes dioses; los profetas eran Cadícamo y Mattos Rodríguez, los autores de La Cumparsita; Homero Manzi y Aníbal Troilo los autores de Sur; que Enrique Santos Discépolo era un profeta mayor porque nadie como él había hablado del existencialismo y del amor en el tango “Uno” y, que este tango era un compendio de profunda filosofía por eso de “Uno busca lleno de esperanzas” y que con “Cambalache”, había dado lecciones de sabiduría bíblica profetizando el futuro de la Humanidad.

Algo así como que los verdaderos santos eran los interpretes del tango: los compositores, letristas y músicos, y los cantantes Julio Sosa, Edmundo Rivero, Angelito Vargas, Magaldi y todos los restantes testigos presenciales de misterios, que sólo él era capaz de comprender y resolver y, que estaba en disposición de revelar, llegado el momento en que sus dioses inspiradores le dictaran como el más apropiado. Ese tiempo sería cuando lograra tener un grupo de bailarines, machos y hembras, que debían ser como modelos, no sólo de belleza física, sino también niñas prodigios en cuanto al baile. Buscaba a través de todos los medios mujeres alemanas que se acondicionaran a su estilo, las que serían, bien adiestradas en el baile y en la moda –y en la cama decía pícaramente–, su gran contribución. Lo que quería era tener de modelos a esas tremendas valkirias alemanas –que en el tango de Berlín andan a montones–, que le dieran su vida, en cuerpo y espíritu, para redimir al tango, quitárselo a los profesores alemanes y darle a Berlín el verdadero alimento nutritivo para augurarle, al fin, a todos los europeos, un verdadero futuro tanguero. Todos pensaban que los sueños de Toli, eran sólo para conseguir mujeres para su harem que siempre estaba vacío.

No faltaba el amigo que le preguntaba cosas para irritarlo. –Che, Toli –se oía decir en forma anónima– cómo anda tu

Biblia del tango, ¿incorporaste a un nuevo profeta? –No te rías, che –respondía Toli mirando como para la

galería–, “mentira, mentira yo quise decirle...” que en estos tiempos de corrección política y de blandura moral, en estos tiempos, lo que necesitamos es confianza y esperanzas en la vida, la fe más que ninguna otra cosa, che, la fe. Corren malos tiempos para la libertad,

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los enemigos hablan de guerras. ¿Cómo no, si nosotros estamos prisioneros entre dos muros? Llaman la atención y exigen romper esta tibieza y anomalía que caracteriza a las sociedades occidentales que procuran sacudir el alma para que se tome conciencia de que corren malos tiempos. Defienden el laicismo frente a la emergencia y belicosidad de los fundamentos religiosos: lo que está en juego es el porvenir de nuestros hijos y el arte de nuestros padres que hicieron, entre otras cosas, el baile del tango, que hicieron, che.

Yo pretendo crear una nueva religión, que tenga la fuerza de congeniar una nueva fe, una esperanza en algo usual que nos pertenezca a todos con plena naturalidad, no con hechos desconocidos sino con lo que cabe en nuestras manos, me refiero a nuestros pies, al baile del tango, a todo su contenido, a la salvación que hace que nos podamos reunir y ser más civilizados. ¡Viste!

–¿De dónde sacás esas teorías Toli? Sin bien es cierto que algunos filósofos, como Malraux, opinaron que el siglo XXI será religioso o no será nada, y afirmaron que comienzan a estar en juego nuestras libertades, no esas libertades abstractas sino esas de ir y venir, la de hablar de cualquier cosa, la de pensar lo que quieras, incluso la de hacer caricaturas ofensivas. Todo eso está en peligro. Si te ponés, che, a crear una nueva religión estará en peligro también el bailar tango ¿No creés?

–Las religiones son asesinas, Toli –aclaraba Mario–, y vos pensás crear una nueva, qué ingenuidad de tu parte, todas tienen un tono de inocencia pedagógica, y al mismo tiempo, de exigencias condenatorias. Tienen nuevas tesis. Cada una de ellas pretende profundizar en las distintas cuestiones que han saltado al debate público desde que la amenaza del terrorismo comunista nos tiene a todos tomado de un ala, como a un indefenso pajarito, que si nos lo comemos, no alcanza ni para saciar el hambre de un niño. ¡Ah, y encerrados entre dos muros! ¡Entre capitalistas y comunistas! ¡Qué destino!

No hay una sola religión –seguía explicando Mario–, son muchas y en ellas hay distintas iglesias y corrientes místicas. Todas las religiones son políticas, tienen vocación de poder. Todas las religiones están conformadas con materias que conducen a la economía, son centro del poder comercial que trafican con las cosas del espíritu. Todas se han ido afinando poco a poco, y se centran en

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las tres grandes religiones, las que tienen un corpus de textos sagrados a los que referirse, digo, si los analizas profundamente, pueden quedar en meras curiosidades e historias de cuánta cosa pasó alrededor de sus creadores. Esas religiones consideran que tienen derecho a servirse de la violencia para imponer la lectura de los textos sagrados a los impíos. Quieren conquistar el poder, imponer su verdad, borrar toda disidencia aunque sea promoviendo guerras.

–Es que el tango ha ganado miles y miles de adeptos en todo el mundo. Ya no es sólo un estilo de vida, sino una nueva y ordenada filosofía –afirmaba Toli parado en actitud agresiva frente a Mario–, con la misma fuerza mesiánica de aquellos que escribieron la Biblia, la misma palabra de Dios, che. El catolicismo ya no puede ser un fundamento revolucionario, esa parcela religiosa se enriqueció demasiado y perdió el norte, están viviendo de un gran bienestar económico, el Vaticano es inmensamente rico, tiene los tesoros más preciados del mundo entero y sólo hablan de esperanzas porque ya perdieron el significado de la palabra. Además pretendieron algo inconcebible, pretendieron imponer su verdad de manera totalitaria.

–Pero, che –terció Roberto–, todas las religiones han sido totalitarias tanto la judía como la mahometana. Nosotros conocemos sólo la católica porque nacimos en ella, pero la judía es igual de absorbente, no deja a nadie libre, piensen que desde los primeros días de nacer una criatura, los judíos ya le pusieron el sello de la circuncisión y de ese distintivo no se libra ningún humano de seguir siendo lo que los rabinos pretenden. Miren a los islámicos, árabes o mahometanos, como quieren llamarlos, ¿cómo visten? ¿Cómo se ponen agresivos con sus turbantes y pañuelos y las mujeres con sus polleras largas para no mostrar ni los tobillos donde quiera que vayan? Lo peor de todo es que la mayoría de las víctimas son los propios adictos a esas creencias. Traumatizan a la gente inocente, los obsesionan, los convierten en una llaga abierta, llena de pus, llena de culpas, terribles temores al fuego eterno y le pronostican que, sin la fe hacia ellos y a los dogmas de sus prédicas, que nadie comprende, los castigos del fuego eterno serán implacables por toda la eternidad.

¡Qué cosa terrible viejo! ¿Te imaginas estar toda una eternidad dando vueltas, como un chorizo, sobre las brazas? ¿Qué cantidad de asados che?

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–Y vos Toli, en esa nueva religión tanguera ¿qué castigos vas a imponerle a los que no te sigan? ¿Tendrá confesionario y purgatorio? Y, al final los malos bailarines ¿estarán en una parrilla a fuego lento?

–Yo creo –intervino muy serio Dante– que no tendrá música ese infierno. Que los bailarines de tango darán vueltas y vueltas en el mismo sentido que las manecillas del reloj; que andarán a los choques; estarán iluminados por las llamas que, en vez de luces habrá vísceras relucientes, zapatos llenos de corazones rotos. Todo será distinto: los hombres serán mujeres; las mujeres serán hombres; todos tendrán las rodillas con puntas de aguja y se estarán dando patadas en los tobillos. Ahí no habrá ni putos ni lesbianas. Creo que será igual que ese cuento alemán que dice que un condenado en el infierno pretendía tomar cerveza y la botella se le vaciaba por un agujerito, y cuando quería hacer el amor con una mujer la mujer no tenía agujerito. Ese infierno deberá tener el contraste más siniestro que se puede el hombre imaginar. Por ejemplo: Toli en el infierno, sabrá bailar sólo salsa; andará sin corbata; estará en completo silencio; a nadie le hablará de religión y no dará golpecitos con la mano cada vez que intenta decir algo. ¡Pero, che! ¡Hasta cuándo!

–“Salvame Legui...”. Yo, che, con el tango –insistía Toli–, siento un golpe a la vista y el movimiento es como la única ley, siento un golpe ¡viste! Cuando lo escucho se me excita la piel, sólo quiero moverme. Me atrapa la música. Me siento como prisionero entre una colisión de estrellas en un universo desconocido, entre columnas de terciopelo rojo, che. ¡Viste! Sobre un piso reluciente de materiales dignos de los pies de dioses que están consagrados con puros símbolos, tanto de música como de palabras. ¡Viste! Así ¿cómo no querés que piense en qué esta nueva religión sea benéfica a todos los seres humanos?

La religión del tango “porque la suerte que es grela, fallando y fallando...”, llevará consuelo a todo el que la practique, a quien se encuentre en las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la guerra, a los que han salido de ellas aunque sólo con vida, con el espíritu destrozado y rechacen su historia, adoptarán nuevas prácticas filosóficas y psicológicas. Bailando el tango crecerán en espíritu. Será un consuelo para aquellos que ven negada su legítima aspiración a una subsistencia espiritual y artística más segura; a la

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salud, a la educación, a un empleo. Piensen, che, en la cantidad de profesores de tango que van a salir a ganarse el pan de cada día en esas rantifusas academias que les dará estabilidad económica, ascenderán socialmente, tendrán participación plena en las responsabilidades civiles y políticas, más allá de toda opresión y al reparo de condiciones que denigran al ser humano en empleos en los que ellos se han sentido ofendidos. Estos profesores tendrán más dignidad. Dejarán de ser seres anónimos che, ¡viste! ¿Qué más querés? Hasta podrán salir en la televisión, che, salir podrán. Mirálos, y en la Cámara del Bundstad alemán, habrá un diputado del tango, ¿no? Si querés uno ahí lo tendrán, che, lo tendrán.

–¿Eso vas a ofrecer con tu religión? –ahora era Roberto el que vociferaba indignado–. ¿Por qué no pones en tu prédica a los niños, a las mujeres y los ancianos que son las primeras víctimas de los más sangrientos conflictos armados, del terrorismo y de violencias de todo tipo que infligen inauditos sufrimientos a poblaciones enteras? En esto del dolor, el tango no tiene nada que ver, es indiferente a la tragedia humana. Bueno, bueno, un paliativo a la soledad, a la angustia de estar solo, pero como solución nunca los profesores de tango han entregado una visión psicológica para superar los problemas que buscan los principiantes de bailarines. Pero, che, si ni ellos tienen calma, viven angustiados porque se les reconozca que bailan bien y que son buenos profesores. Es como si dudaran de lo que hacen y si de algo les sirve hacer bailar a los alumnos. A ellos, todo el esfuerzo de las academias, sólo les da sólo para comer, no para pensar.

–“Dónde estás corazón...”. Sí señor, eso voy a ofrecer con la práctica religiosa del tango. La venganza es la recompensa de los dioses y que sigamos cantando a Gardel, tendrá prestigio de salvación. El profeta Elías dijo: “Dios abrirá los ojos a los ciegos y destapará los oídos a los sordos”, yo añado, que el tango enseñará a caminar, no sólo a los paralíticos, a equilibrarse a los cojos, sino también a ponerle ritmo a los defectuosos del alma; acongojados de guerras y opresiones históricas, que es lo que padecen los alemanes. Con el tango, los alemanes que ahora están cegados por los dioses, van a tener la verdad eterna porque sin el tango no existe la salvación.

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El tango de Cagliostro –Toli, seguro que vos ni sabés quién fue Cagliostro, pero te

lo voy a contar –decía Mario agitando las dos manos como queriendo cortarle la cabeza. –Cagliostro fue un masón que, entre otras cosas, pues tuvo una vida agitadísima, tenía una visión del rito egipcio de la masonería, una visión masculina y otra femenina y estaba, este rito, precedido por el Gran Copto, que era él mismo, del que dependían doce maestros a los que se denominaba profetas y siete maestras llamadas sibilas. Los mandamientos del rito eran los propios de la masonería, como, por ejemplo, el amor a Dios y al prójimo, y el respeto al rey y a las leyes dictadas por el monarca. Sin embargo, lo realmente atractivo e interesante era lo que prometía el rito a los nuevos adeptos. Fundamentalmente eran cuatro cosas: aquí, Toli, tenés la figura del cuadrado en el tango, para que te vayas acercando al trasfondo de mi historia, la visión beatífica, la perfección, el poder de invocar a los espíritus y las regeneraciones físicas y moral. En resumen, se trataba de un programa gnóstico –como gnóstica es esencialmente la masonería– que pretendía levantar al hombre de los efectos de la caída de Adán, reuniéndole con la divinidad, enseñarle un camino de Bien, Virtud y Sabiduría, dotarle con los secretos de la nigromancia greco-egipcia, y finalmente, proporcionarle la inmortalidad. Por ahora me olvido de todo lo relacionado con los Sumerios y sus tabillas históricas. ¿Te parece que me acerco a tus propósitos tangueros de recomponer la civilización? No hace falta ser un experto para percatarse que una visión espiritual de este cariz, llámese tango o lo que sea, casa muy mal con el cristianismo, el judaísmo y los mahometanos, las religiones más numéricas e importantes en este mundo Occidental.

Cagliostro, como otros maestros masones, insistía en la posibilidad de una doble militancia. Para vos Toli, esta doble militancia sería bailar tango y bailar salsa ¿no? Que las academias o “empresas”, como algunos las denominan, ofrezcan un paquete de ritmos donde está revuelto el tango, la salsa, el merengue, el mambo y otras danzas latinoamericanas, es lo que sería una doble o múltiple militancia, ¿Me entendés? ¿Sería así o no?

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En el curso de los años siguientes, Cagliostro tuvo un éxito de verdad espectacular en la Europa central –el mismo espacio que ahora esta teniendo el tango–, donde decenas de miles de personas se sumaron a su rito masónico. Las historias que corrían sobre él eran, desde luego, impresionantes. Se decía, por ejemplo, entre otras cosas, que había logrado que se apareciera el arcángel San Miguel, que es un ángel maricón, por ello todos los llamados Miguel son maricantungas, algo así, para vos, como si se apareciera Troilo y Homero Manzi en una milonga de Berlín, o que Gardel, en pleno baile en una academia, digamos de un uruguayo, por qué Gardel era uruguayo ¿no? llegue descendiendo de los cielos cantando “Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien” y, que también, había conseguido que se presentara el espíritu de Catalina de Rusia, igual como si fuera Libertad Lamarque cantando un tango linfómano, como cuando tu macho sobrino Miguel canta: “Fumando espero al hombre que yo quiero...” o “Una busca llena de esperanzas...” ¡Qué maricón tu sobrino, che! ¡Tremendo puto!

No cabe duda de que el camino recorrido por el humilde siciliano era extraordinario y por ello no resulta extraño que intentara crearse –como tantos fundadores de sectas antes y después de él–, un pasado totalmente falso, pero enormemente atractivo.

Prestá atención, Toli, que esto es lo que falta en vos. Lo que contaba Cagliostro a sus íntimos y posibles seguidores, era que había nacido de una estirpe nobiliaria en el Oriente, antes del Diluvio Universal, lo que obliga a preguntarse cómo llegó a embarcarse en el arca de Noé sin ser familiar suyo ni uno de los animales salvados por Dios; que había sido amigo de Moisés y Salomón; discípulo de los faraones y de Sócrates; compañero de Hermes Trimegisto y de Jesús, al que incluso había dado consejos para salvarse la noche del Viernes Santo. En otra versión se presentaba como hijo del jerife de La Meca y de la princesa de Trebisonda, discípulo de un sabio llamado Altotas y a la vez fue amigo del Cardenal Orsini y del papa Rezzonico. Un verdadero Anunnaki de los Nefilin del Planeta 12.

¿Qué te trae a la memoria si este relato lo emparejás con la historia del tango en Berlín? Casi es lo mismo que vos estás soñando. En París Cagliostro se dedicaba, bueno –no está consignado si bailaba o no tango–, a invocar a los muertos en sesiones de espiritismo, y que había dado la vista a los ciegos, la

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movilidad a los paralíticos –algo hablaste de esto, hace un rato Toli, con referencia a los alemanes-, la vitalidad sexual a los impotentes y la vida a los muertos.

Esto es lo que tenés que hacer, Toli, crear una logia al estilo de los masones, con ropa adecuada sobre todo para las mujeres, con un tajito abierto en la mitad del trasero femenino; no deben usar bombachas para que se les vean todos sus atributos; zapatos, también para hombres que respondan a los requerimientos del baile del tango y respondan a la elegancia que se necesita para presentarse en los salones, como pantalones con unos bolsillos adecuados para bailar con las manos adentro, como insinuando que tenés las pelotas agarradas para excitar a las minas. Lo que hace el Paco Liana para impresionar a sus compañeras de baile.

–“Rencor mi viejo rencor...”. ¿Pero, che, me están cargando? –gritó Toli–. ¿Qué sé yo de los masones, che? ¿Con qué se come eso de masón? ¿Son caramelos, es una medida de Martini con aceitunas, o una nueva forma de chorizo con pan? ¡Déjense de hinchar las guindas! ¡Por favor, che!

–¡Mirá, Toli, terminála che, con esas payasadas! ¿Porqué no luchás para que los comunistas quiten el muro? Todos vivimos, comunistas y capitalistas, aterrados por la perversión de valores que ha cambiado la multiplicación de los panes por la multiplicación de los bienes. “La verdad os hará libres” ha cambiado por “la mentira os hará ricos”. Te pido por favor que la terminés de una vez, che. O andá a derribar el muro de una vez por todas.

–“Leguisamo solo...”. ¡Cuando falta la razón no queda más que la locura de la fe! –terminó casi cantando Toli, sentándose aferrado a su vaso de cerveza.

Peter Hoffmann, el arquitecto alemán, entró al restaurante y cuando estuvo junto a las mesas, se abrió lugar, entre dos de los muchachos, cómodamente sentados, con un balanceo de cintura como si fuera a hacer con el culo un “ocho” y quedó al lado de Toli. Algo le susurró al oído que hizo que éste lo mirara con un gesto de decepción y le dijera casi sin voz: “otra vez, che”. Pero se bebieron dos cervezas cada uno mientras conversaban en voz baja sin hacer caso del griterío en el restaurante, sin importarles dejar de lado en su conversación a los demás amigos.

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–No tengo tiempo. Hoy o nunca. No puedo renunciar al buen trabajo que me han ofrecido Toli, ¿me comprendes? –le susurraba Peter–. Postulé, gané y no puedo echarme atrás –Peter ya estaba gesticulando como un aireado borracho.

–Mañana sábado debo partir a primera hora al norte. El tren sale a las 6 de la mañana, pero antes debo conocer el terreno sobre el que debo trabajar, el sitio donde desarrollaré la reconstrucción de esa iglesia sobre la que postulé, y que todavía no conozco. Toli, sólo un vistazo me basta para hacerme una composición de lugar y poder dar opiniones en la entrevista que sostendré mañana con los de la empresa que me ha contratado. Ellos ganaron el concurso. A mí me han llamado, y me necesitan por tener experiencia en estas remodelaciones. Me llamaron así de golpe sin darme tiempo a conocer el lugar donde deberé desempeñar la reconstrucción de esa iglesia que, como te digo, aun no conozco. Te ruego que me acompañes, será tan sólo, no más, una hora entre ir y venir, después te dejo en el salón donde quieres ir a bailar tango. Pero yo deberé regresar a mi casa a dormir un poco y salir mañana tempranísimo en tren rumbo a Hannover.

Toli miró a Peter casi con compasión, le tocó el brazo y le dijo: –ta´ bien, che, te acompaño–. Salieron a los pocos minutos.

La pequeña Lucía

Cuando ambos se levantaron, sin despedirse de nadie, entró

al restaurante una mujer cubierta con un chal que le cubría la mitad de su cuerpo. De la cara apenas se le divisaban los ojos. Era pequeña y se notaba frágil e indecisa. Miró de frente y caminó hacia las mesas de los amigos del tango. Al llegar se paró delante de Juan y se sacó a medias el chal, dejando al descubierto su rostro amoratado, un ojo hinchado y abajo lleno de sangre coagulada; una mejilla como un globo, y el labio posterior caído por la hinchazón, donde se advertía un corte con una costra en formación. Con los ojos resecos y los labios a medio fruncir intentó una sonrisa mientras miraba a Juan.

–¡Lucía! ¿Qué te pasó petiza? ¡Qué bárbaro che! ¡No puede ser! Vení querida, sentate aquí, –y Juan le ofrecía su asiento sin dejar de mirar a sus amigos sorprendidos de esa imagen herida, desgastada y frágil.

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–¿Qué te pasó querida? –Otra vez, ese hijo de puta con el que vivo me dio una

soberana paliza –dijo hablando como si tuviera una papa caliente en la boca–. Ni pregunten por qué, si yo nunca me imaginé que volvería a hacerlo. No es la primera vez. Me tiene de pelotuda, como una expiación de sus problemas.

–¿Y por qué no lo dejás de una vez? ¡Te lo hemos dicho repetidas veces!

–Si lo dejo, dónde vivo, es el único tipo en Berlín que conozco que toca el bandoneón, el único que me puede acompañar a cantar tangos, que es lo que hago para ganarme la vida. ¿Qué quieren que haga? Además, bien sabés que no tengo visa, ando indocumentada.

–¡Bueno, no llorés che... por favor! –¿Cómo puedo llorar? Si tengo secos los ojos de tanto

caminar sola por las calles. Vine aquí sabiendo que los podría encontrar. Menos mal que aún están y no se han ido a bailar. Tuve que a ir al hospital. Ahí y me curaron con urgencia y fue donde la policía habló conmigo y tomó mi denuncia de agresión. Me dieron unos calmantes para el dolor y ahora estoy como drogada. La muerte de Nardo Schusma y el bandoneón de corbata

–Perdoname Lucía, que te interrumpa –dijo Roberto mirando a todos los de la mesa, con los ojos abiertos como signos de interrogación–, ¿muchachos se enteraron de lo que pasó? Ayer en el Berliner Zeitung, salió una noticia curiosa. Encontraron sentado en un banco de una plaza, allá en un barrio del norte de Berlín, a un tipo muerto, parece que le clavaron un punzón y se desangró internamente. Lo extraño es que era un alemán, parece bastante conocido, un músico compositor que tocaba el bandoneón. El diario agrega que era el autor de “El choclo” un tango famoso en el mundo entero; de “Adiós muchachos” y de una canción, “Cielito lindo” que yo siempre creí que era mexicana. Sobre la autoría del tango “El choclo”, y de “Adiós muchachos” realmente, no la entendí.

–Lucía, ¿cómo se llama el fulano aquel con el que vos vivís? –Franck Schneider, pero ese chanta vive en el sur.

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–No, no es él. El muerto se llamaba algo así como Nardo Schusma. Lo raro, y donde hay una clara intención de dar una señal, algo así como un mensaje, según la policía, es que los que, supuestamente lo mataron, sacaron el bandoneón de la caja donde el muerto lo guardaba, le hicieron al bandoneón en la parte de arriba, donde comienza el fuelle, un agujero en un extremo y se lo pusieron como de corbata. Así lo encontraron con el bandoneón de corbata colgando a lo largo hacia abajo, con la caja del teclado haciendo una mueca al costado izquierdo.

–Los policías indagando llegaron a su casa y ahí encontraron a una mujer, su amiga seguramente. Según ella lo esperaba porque debía, el músico muerto, acompañarla en una fiesta tocando el bandoneón, porque ella es bailarina del vientre. Estaba vestida como una estrella de esa danza y con cascabeles y platillitos en las manos, los clásicos con que se acompañan las bailarinas en estos bailes

–¡Cagamos! –grito Héctor–. Ahora la policía va a iniciar una investigación y van a llegar a todos los salones de tango. Se dan todos los componentes: bandoneón de corbata en el cuello de un músico berlinés y pelotudos argentinos que se juntan para ir a bailar tango!

–Lucía, quedate, no te vayás –dijo Juan tomándola del brazo– y no te asombrés de la imaginación de estos amigos. Son demasiados rápidos para sacar conclusiones.

–¡Qué sacar conclusiones! –le respondió Héctor–. Sabido es que vivimos entre cinco redes de espionajes, los ingleses, los americanos, los franceses, los rusos y los alemanes. La muralla de la DDR es la que dicta las reglas. Vamos a ser investigados todos los que estamos aquí. Son muchos los que conocen y saben que aquí nos reunimos. Nos van a venir espiar. Seguro que nos van a mandar espías. Así que debemos estar vigilantes. Nos van a mandar un espía sin rostro, porque el sexto super espía será de la DDR. Si nos mandan a Marcus Wolf, todos vamos a ser culpables. Chan, chan.

Mirándolos a todos en medio de unas carcajadas dijo: –y bueno, ¡a ver, che pipiolos, que confiese el garufa que le puso el bandoneón de corbata a ese músico alemán! chan, chan.

–Quedáte tranquila Lucía, no te pongas nerviosa –le repetía Juan a la pequeña amoratada–. Estas cosas se resuelven con el tiempo. Nosotros no tenemos nada que ver.

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–¡Me quiero ir, pero no se dónde, no tengo donde! ¡No me quiero juntar más, nunca más, con ese chanta maldito! –exclamaba Lucía, con gestos a punto de llorar

–Veníte a mi casa –la invitó Juan–, pero ahora quedáte tranquila, parece que se te pasó la el efecto de los calmantes. ¿Tenés otros?

–Che, –alguien alcanzó a decir– si es el bandoneonista alemán que se robó “El choclo” y “Adiós muchachos”, poniéndolos a su nombre, se tiene merecido que lo hayan masacrado. ¿Pero quién fue?

Viernes siguiente

Otra vez la noche bajo la nieve berlinesa. Con quince días

nevando los nervios se crispan y enardecen, más en un cuerpo que nació muy alejado del clima del norte de Europa.

El trabajo de síntesis de la noche es admirable. Por más aglomerado y vulgar que resulte durante el día el tránsito humano y mecánico de Berlín, la noche descubre su refinamiento y sus historias, a veces un recuerdo aislado constituye la médula, la puerta abierta, para entrar a los recuerdos que ocupan todo el espacio de la ciudad como la oscuridad, que tiene dominio sobre el aire en un lenguaje sin descifrar, un cuerpo que sin obstáculos nos deja penetrar intentando, lo único, dejarnos sin palabras.

Toda la grandiosidad esencialmente nostálgica de muchas ciudades se asemejan, pero ninguna como Berlín y Buenos Aires con sus fachadas de edificios del centro, rubricados por penachos cuyos significados se han perdido. Un palpitar de transeúntes empeñados en la misma búsqueda; sus laberintos de mesas en los cafés nivelados en las mismas ansias de espera, que ni las sombras piadosas y perdonadoras concluyen ordenar. La única diferencia es el despertar confuso de un Berlín occidental Norte americanizado superficialmente, de la misma manera que el otro que no ha sido sovietizado hasta la raíz.

Mario, voluntariamente, se dirigió solo al encuentro de los viernes. No quiso llamar a Juan, ni contestar sus llamadas. Las polémicas que éste suscitaba eran aburridas, y las mismas que, por años habían mantenido divididos a los argentinos a través del

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tiempo. Las mismas de esas mesas de los viernes cargadas de pesimismo, desaliento y fracasos. Caminaba pensando en el libro, que recién había leído de Estela Canto, la percanta que fue amada por Borges, que el mismo Martínez Estrada, el escritor argentino que llegó casi hasta las últimas consecuencias del análisis de la personalidad de su país, e hizo una aterradora observación sobre los inmigrantes europeos que cruzaban el Océano Atlántico: “esos hombres que venían a la Argentina desde otras partes del mundo creían venir a hacer historia”, en realidad, estaban entrando en la prehistoria. Se le ocurrió pensar al revés, en los que de allá venían y como entraban en Berlín, como él mismo lo hizo. Apresuradamente concluyó que, pese al tiempo, los unía el fatídico exilio. Nada más. En todas las otras conductas, cada uno en su lugar y, en su tiempo, siguen siendo los mismos. Como si lo que estaba viviendo en este momento lo hubieran ya vivido esos italianos, judíos y polacos, gallegos y vascos que llegaban a la Dársena Norte en el puerto del Río de la Plata en ese Buenos Aires de los años de 1850.

No basta con ser argentino, de esa patria del tango como supone la mayoría, para hacer lo que se hace o se piensa respecto al tango. Además qué importa, si como dijo Borges, el tango tiene la importancia que cada uno le da.

Mario había nacido en Ecuador, pero desde muy pequeño, desde los dos meses de vida, junto a su familia por una decisión materna, habían llegado a Buenos Aires, una ciudad con un puerto artificial, junto a un río que no es un río sino una inmensa charca, un estuario lleno de sueños incumplidos y del barro que baja desde el mismo Brasil, apabullado por las corrientes del río Pilcomayo, con los afluentes del Paraná y otros que fluyen, siempre hacia abajo, hasta formar el delta donde empieza a tomar nombre el barroso Río de la Plata. Nunca había pensado que era Brasil quien embarraba, por no decir ensuciaba las costas de Buenos Aires, quitándole propiamente esa singularidad de buen aire protegido por una Santa María.

Ahí, junto a ese río estancado en puja constante con las aguas del mar que ha intentado siempre retenerlo, no dejarlo pasar, llegaron los primeros españoles que bautizaron a la ciudad como Santa María de los Buenos Aires, y después de ellos, casi de inmediato, junto a innumerables comerciantes judíos-portugueses,

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fundaron lo que sería la patria de los poetas del tango porteño. Pasando por independencias, dictaduras, correr a los indios hacia el sur, y rencillas limítrofes con los paraguayos, chilenos y uruguayos. Estas terrosas y antiguas reseñas están muy lejos de las mentes del común de los argentinos. Esos hombres nos gobernarán algún día

Estas cosas se han escrito y repetido mil veces, hojeando libros y libros las encontramos con las mismas palabras y expresiones. Bien dice Sergio Pujol, el más erudito actual escritor del tango, que está en la memoria popular esa prédica de que la Argentina, en esos años, era el país del futuro. La clase alta era refinada, culta y democrática. Norteamérica era democrática, sí, pero nadie consideraba a los norteamericanos refinados o cultos. Brasil era un país de mulatos; México, otro gigante latinoamericano, era indio y tendía al extremismo político; Chile, el expósito del fin del mundo, el vecino de la izquierda, era de propiedad Argentina, por ideología, debilidad y complejo racial de los chilenos por haber sido liberada de los españoles por un argentino el General don José de San Martín.

No era la Argentina, sino esa ciudad de Buenos Aires, con su pura sangre europea y su clima exótico la que podía por derecho y respeto, dictado por el ancho río y por la penetrante humedad que reina en ella, levantar la cabeza sin complejos entre todas las naciones latinoamericanas. Aunque vestida, como sigue repitiendo Sergio Pujol, con todo el ropaje de frustraciones con que Europa abrigó, ensayando amargas experiencias, y que exportó en la mente cansada por tanta ignorancia de aquellos seres que mandaba al Nuevo Continente, más en cantidad a la Argentina que al resto.

Buenos Aires es la más europea de las ciudades latinoamericanas, decían los extranjeros que desembarcaban en los chatos llanos argentinos, quizás un lamento que supo recoger, escribir y prolongar Horacio Vázquez Rial, lo decían en parte para halagar a sus anfitriones, en parte porque no encontraban en Buenos Aires el colorido, la exuberancia, la exótica belleza de Río de Janeiro.

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Lo importante es que en Argentina, en el siglo XIX, no había gente de color, ni negros ni chinos ni gitanos, todo esto por estar firmado en decretos constitucionales donde se les prohibía entrar. A los negros, de la época de la colonia, los mataron durante la guerra de la independencia, cuando para ser libres se les exigía ingresar al ejército y formaron los batallones de vanguardia que eran los que recibían las primeras descargas realistas. O eran los músicos, pardos y negros, sobre los que las balas se satisfacían, al acercárseles, hacerlos añicos con trompetas, tambores, pitos y todo. Los pocos que quedaron junto con San Martín llegaron hasta el Perú, donde había mucha gente de color, y ahí se quedaron.

Los porteños, los nacidos en Buenos Aires, se sentían, y se sienten, superiores al resto de los provincianos argentinos, y así viven mentalmente en la actualidad, y se creen, por sus componentes europeos, superiores a los latinoamericanos de cualquier país de América, por compartir esa deliciosa complicidad con los criterios de los europeos, –el color claro, a veces hasta rubio y los apellidos con doble consonante–, presumen hasta la actualidad entender y saber comportarse como auténticos europeos.

Mario había leído en el Berliner Morgenpost, diario de la mañana, que Jean Paul Sartre escribió que Hitler fue un hombre capaz de profundas intuiciones en las zonas bajas de la naturaleza humana, porque confirió títulos de nobleza a toda la nación alemana al establecer que la sangre aria convertía a cualquier salchichero alemán en el miembro de un pueblo de señores. Nada necesitaba hacer el alemán para adquirir este status. Una cosa, una sola cosa le bastaba: no tener sangre judía en sus venas.

Del mismo modo, los nacidos en Buenos Aires, se sentían superiores a los provincianos argentinos, incluso a los sudamericanos por no tener sangre negra, china, gitana o india en sus venas. Pero la aristocracia argentina sí tenía sangre semita, hispano hebrea precisamente, pero no le importaba porque tenía la de los esforzados señores comerciantes portugueses llegados por allá en 1600, pisando primero Brasil y de un salto pasar sobre el río. Esto nadie lo sabe porque siempre se silenció y de tanto callar entró al olvido. ¡Ni hablar de ello! Pero lo cierto es que los criollos argentinos, como toda la aristocracia del resto de América del Sur, tenían casi todos un pasado semita-judío, indio y negro. Pensando en la Argentina basta

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recordar sólo el rostro de Bernardino Rivadavia para advertirlo, y mirar en las fotos antiguas el noble rostro de semita de Bartolomé Mitre, y de Sarmiento, negro e indio, para dar hoy cuenta de la confusión racial que, a la larga, debería tener un gran provecho derivado en la fuerza mestiza gestora de cada nacionalidad. La mezcla de sangre, de cultura, de costumbres y otras virtudes civilizadoras del género humano, sabido, que es altamente positivo. El joven escritor Pujol, sigue insistiendo en este aspecto. Esta mezcla, hoy tan desdeñada, no la tenían los inmigrantes europeos –aunque sí la comenzaron a tener rápidamente sus hijos–, esos primeros viajeros llegados al puerto de la Dársena Norte, que ante la escasez de mujeres, pues venían solos, se acurrucaban, de inmediato, con las mujeres criollas.

A comienzos del siglo, en 1910, cuando el tango estaba en su apogeo y Gardel sonriendo en los escenarios, las riendas del gobierno rioplatense se mantenían firmes en las manos de los propietarios de la tierra, del ganado y del trigo, la gente del dinero y del poder que eran capaces de interpretar lo que estaba ocurriendo en el mundo y de prever lo que hacía falta en el país, aunque no se percataran de las recreaciones que en materia del arte popular realizaba el pueblo. Les importaba sí, los grandes edificios que comenzaban a proliferar en la ciudad, construidos con los viejos planos, ya desechados en Europa que traían arquitectos e ingenieros, ahorrándose el trabajo de hacer algo nuevo, dentro de un ambiente geográfico donde esperaban formar sus nuevas vidas, renovarse por completo formulándose una total y original postura de vida. Por eso el centro de Buenos Aires se asemeja a casi todas las viejas ciudades de Europa, que igual que ahora mandaba, y sigue mandando, desde allá toda la basura, lo caduco y desechable.

La nueva clase alta de Argentina emergió en 1853, después de la derrota de Rozas, para unos un tirano, para otros el Restaurador de las Leyes, odiado y adorado como habría de ser Perón, el imitador de Gardel, cien años más tarde. El poder de esta clase se fortaleció después de la guerra con Paraguay, que la Argentina ganó nominalmente, y Brasil la ganó de hecho, quedándose con todo el territorio y la riqueza que compensó esta sangrienta agresión fratricida entre vecinos. Esa clase de gente, vencedores derrotados, fue la que marcó, con su sello contradictorio, al país y la ciudad.

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Fueron, estos personajes creadores de discordia y agresiones, políticos y militares apoyados por la aristocracia conservadora, de oscura y prepotente religiosidad, los grandes desconocedores del tango; fueron los que en la primera ocasión lo menospreciaron y después lo soportaron en silencio o ignorándolo por años. En esos tiempos no se podía hablar de la Argentina sin mencionar a Buenos Aires: Buenos Aires era ya la República Argentina, esencialmente todo el país, y Buenos Aires era tango.

Los que mandaban, afincados en Buenos Aires, eran extremadamente pudientes. El dinero entraba en sus arcas casi sin esfuerzo. Bastaba dejar las vacas y los caballos sueltos en la pampa para que se reprodujeran, solos y por millares, en esos vastos campos cubiertos por alimenticios pastizales. Las líneas férreas tendidas por los ingleses en el país, aumentaron enormemente el valor de las tierras aledañas, permitiendo a los que estaban en antecedentes de su utilidad hacer rápidas fortunas. Además del ganado, Argentina tenía trigo. Argentina era el granero del mundo. El precio del trigo y la carne en los mercados extranjeros era cuatro veces o cinco su precio actual, puesto en moneda actualizada.

Algunas familias de las clases dirigentes fueron conscientes de los grandes privilegios que tenían, sólo unos pocos comprendieron que estaría en manos de los inmigrantes la creación de lo que, más tarde, se vanagloriarían como inventos de los argentinos, enarbolando entre otras cosas, el tango como algo de su pertenencia. Alberti, un prestigioso político argentino, desde el balcón de su casa, viendo pasar a los inmigrantes recién descendidos de los barcos dijo: “estos nos gobernarán algún día”. Fatalmente no se equivocó, en menos de cincuenta años, dos generaciones, fueron estos recién llegados políticos, abogados, militares, médicos, y los diplomáticos con severos apellidos con doble consonantes, hasta que comenzaron a inaugurar la serie de presidentes, militares, dictadores déspotas y economistas vendidos al capital extranjero que llevaron, con la complacencia de los criollos adinerados en complicidad con los banqueros internacionales, a la derrota económica de toda la Argentina actual, amarrándola definitivamente al va y viene de los intereses de la bolsa mundial, donde, personajes carcamales, de siniestros intereses y desprovistos de toda humanidad, entre bambalinas y a la sombra de una ambigua nacionalidad y,

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practicando una y otra oculta religión, se entretienen a diario jugando con millones de vidas. ¿Engrupido yo?

El argentino de aquellos anteriores años, fue ostentoso, no ante los extranjeros, sino ante otros argentinos, aquellos cabecitas negras de las provincias, esos provincianos morenos, mestizos de indios y hispanos semitas. Es la costumbre, pensaba Mario, cuando se tiene la sensación de chapalear en el vacío. Vacío que todos procuraban y había que llenar. Pero como la pampa no se puede llenar, en ese conglomerado humano, ese tapiz florido de las razas, en ella es cuando se mira el único horizonte de promisión; pero en la chatura del pelaje del aristócrata de hierbas enanas, se tiene la sensación de soledad y de ámbito cerrado. Pero todo había que llenarlo. Y el argentino, entre uno y todos los otros, llenaron la ciudad con sus sueños. El primero fue el sueño de plantar y regar con seres de otros continentes todos los vacíos que sabe procrear la necesidad de riqueza. Después todos decían, “somos un país rico”: en la Argentina se vanagloriaba de ello hasta el más destartalado linyera. Una consecuencia de la enorme riqueza agropecuaria, fue la importancia que tomó siempre Argentina en los años de conflictos mundiales. Lo dijo Hitler y lo repitió toda Europa: “nosotros hacemos guerras, mientras Argentina nos alimente”.

El mundo necesitaba a Argentina. Argentina le daba de comer –sobre todo en los períodos de guerras–, y esa sensación de importancia del argentino medio, desde el más común limosnero hasta el aristócrata se la fue dando a sí mismo en forma personal, como algo imprescindible en cualquier ambiente en que se encontraba: peso, pensamiento, palabra y conducta que aun no pierde cuando dice: “soy argentino, todo lo puedo y domino”, dicho, consecuentemente para que todos escuchen, en voz muy alta.

Pero los argentinos que vinieron a Berlín –ninguna ley pudo terminar con la voluntad de vivir en Berlín–, los que en este momento viven aquí, y con los que me junto, son de distinta clase –pensaba Mario, sin alarde de menosprecio–, estos son unos verdaderos pela gatos, pero es lo único que tenemos y con ellos

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tenemos que estar, no nos queda otro remedio. Ninguno hará historia.

París adobó al tango

En esos años, de 1850 hasta 1900, Berlín era desconocido

para los argentinos recién iniciados en el bautismo de su carnívora nacionalidad. Para ellos existía sólo París. Ahí la palabra argentina, era un timbre de intensificada riqueza. ¡Soy argentino! Hasta el nombre del país tenía resonancia de plata, color y resplandor que muchos aun creen tener. La segunda explicación, para los machos porteños, es que París representaba la realización de pecaminosas fantasías sexuales; para las mujeres significaba la adquisición del chic (una palabra de esos tiempos) que podía comprarse en una renombrada tienda de alta costura. Por eso los que en Buenos Aires ignoraban a sabiendas el tango y tenían la posibilidad de estar en París, lo asumieron y practicaron en los salones parisinos con un apego sexual renovado, sintiéndose inventores de algo que impresionaba. Ahí se sintieron extranjeros, pese al derroche de su dinero, y adquirieron su Argentina nacionalidad. Viniendo de lejanas tierras del sur, bravías, incultas, salvajes, por ello, era otra la visión y la posibilidad sexual en el baile, ya de un alcance y emoción internacional. No es mentira decir que el tango renovó las costumbres de todos los bailes que hasta entonces eran enlazados. A toda la fantasía del sexo el tango le infundió, en el baile, vitalidad cuando dio la posibilidad que se juntaran los cuerpos de un hombre y una mujer y, hasta se refregaran en público, sin ningún pudor, pero con dulzura, y a la vista de quien quisiera mirar.

Naturalmente, para llegar a París, el cruce del océano tenía sus riesgos. Con encomiable previsión, las familias argentinas adineradas viajaban con vacas y gallinas, con pasto y granos, a fin de poder contar con la leche y los huevos frescos para los niños. A nadie se le ocurría encontrar grosero o vulgar este despliegue: era un ejemplo del poderío argentino. Todos los escritores comentan estos hechos, que ya son históricos y no deben olvidarse. Nunca se supo, fatalmente, cual fue el destino de las vaquitas y las argentinísimas gallinas que cruzaron el océano para asegurar la salud de los niños argentos que acompañaban a sus padres al anhelado París.

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Muy distinto a lo que ocurre ahora que los exiliados llegan flacos, menguados, ansiosos, angustiados y con los bolsillos vacíos. ¡Las vaquitas siempre fueron ajenas! ¡Las gallinas eran hembras y ellos fueron machos! Los argentinos de esa época, iban a Europa para mostrar que habían estado en Europa. Lo único que interesaba era el efecto que ese viaje habría de producir en otros argentinos, (en cambio, los viajeros de ahora, han sido producto de otros intereses en las vicisitudes de un exilio, forzado o voluntario y la mayoría a la larga se queda en el país de adopción), esta actitud habría de echar hondas raíces en el carácter argentino y se iba a reflejar en lo que para un sudamericano, de origen más o menos latino, es lo más importante, el fundamento secreto a voces de la vida: el sexo. En las letras de los tangos de los años 20, abundan los ejemplos cuando el populacho inquieto de intereses literarios comenzó a viajar, aquellos de los barrios de Palermo, Boedo y San Juan, a costa de grandes sacrificios imitando a los anteriores argentinos ricos, por lo que debieron pasar por todas las penurias imaginables y una enorme nostalgia: “No sé si te acuerdas del barrio perdido, de aquel Buenos Aires que te vio partir, muchachita criollas de los ojos negros, que en París cantabas antes de morir”.

Los argentinos son europeos en el exilio

Mario llegó al restaurante recordando a los personajes de la

semana anterior, casi todos eran argentinos de origen europeo. ¿Quién hablaba bien el alemán? Sabía que hablar francés en Buenos Aires era una necesidad entre los acomodados, sin duda hablar alemán nunca fue ni siquiera pensado. Más arriba en la escala social, el inglés como idioma era un logro que lo situaba a uno casi en la aristocracia. En épocas recientes el italiano era el idioma de los inmigrantes que, junto a los españoles de las provincias más pobres de España, habían inundado el país en busca de mejores condiciones de vida. Ser español, gallego bastardo, bruto y analfabeto, era un todo, (con excepción de los vascos) era mala condición: ser italiano peor. Debajo de esta clase social que, por ser de formación reciente, era pusilánime, artificiosa y egoísta, estaban las masas de inmigrantes de clases menesterosas. Estos nuevos argentinos trabajaban en lo que les ofrecían, se consideraban argentinos y

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estaban orgullosos de pertenecer a su reciente país. Pero la legislación social era casi inexistente y se sentían tratados como parias en lo que creían y necesitaban que fuera su propio país. Estas fueron las fuerzas que habrían de explotar en 1945, en apoyo a Perón, quien desde el Ministerio de Trabajo y Previsión, se limitó a hacer cumplir viejas leyes laborales que, en la fecha en que intervino políticamente, no se respetaban. Y, se produjo la colisión entre las dos Argentinas, la aparente y la real; la nueva tenía la excusa de haber sido sofocada; la otra demostró su incompetencia.

En este país dividido había un solo denominador común: el sexo. El asumido presidente Frondizi lo puso de relieve en su primer discurso radial: “el orgullo de tener 20 millones de argentinos, que seguirán creciendo y tendrán cunas firmes y seguras para proseguir procreando la grandeza de toda la patria”.

El sexo y la protesta social estaban en la letra de todos los tangos que colaboraban, cada cual desde su ángulo, a saber decir sexo y protesta, cantando diríamos, la propagación de sus estímulos. Gran parte de esa historia de nuevos seres está en las letras de los tangos; en las crónicas criminales de los diarios; en los prostíbulos, rebosantes de prostitutas polacas, judías, rusas y vascas, todas en un paquete etiquetado de francesas expertas. En general eran muchachas no arias que habían logrado escapar de los pogromos y la hambruna de la Europa miserable sobre la que escribió Víctor Hugo. No se contaban entre éstas ni alemanas, ni holandesas menos inglesas que formaban otro mundo. A todas las mujeres de Europa Oriental que lograron salir de sus países, pero que no lograron escapar de su destino, al llegar a la tierra prometida, del esnobismo argentino, les exigían que se hicieran pasar por francesas, expertas en las artes del amor. Esto lo señalan casi todos los que han escrito libros sobre Buenos Aires, aunque ya se ha olvidado quien fue el primero que fundamentó este conocimiento que todos seguimos copiando.

Las clases olvidadas, cerradas por el marasmo rencoroso, sumidas en una ignorancia recelosa, buscaron su identidad en las formas humillantes del sexo, en un bajo fondo que permitía destellos de cierto bravío orgullo, en una ignorancia que se afirmaba y se complacía en sí misma, en un sentimentalismo a veces no desprovisto de cierto penacho. De este modo surgió el tango. Y este mundo de burdeles y cuchilleros (criminales muchas veces

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promocionados como guardaespaldas de algún político) infectó al otro, al pobre de la galería, el que ahora está en los estadios de futbol, a quién le transmitió su voluntad de ocultación, su deliberada ceguera, el uso del sexo, entre otras cosas, como instrumento para rebajar a la mujer.

Los hijos de las verdaderas putas

No es extraño entonces que el clásico insulto de los porteños

sea el de “hijo de puta” o “la puta que te parió”, como que todos suponen de donde vienen, o se le achacan a los otros para opacar al enemigo o al que recién o apenas han conocido y, el término ni siquiera es mal escuchado, tal vez por lo frecuente perdió sentido. Hay que detenerse en este punto para entender las fuerzas que, formaron y deshicieron al niño que iba a ser el porteño tan engrandecido en sí mismo. Esto es lo mismo que ocurre durante las guerras o al término de ellas cuando el vencedor toma sus trofeos, en desigual fuerza, violando a las mujeres del vencido, cosa que después nadie sabe a ciencia cierta de que padre proviene.

La palabra “hombría” tiene diferentes resonancias en cada país, diversas implicaciones. Solo puede saberse con certeza lo que no es “hombría” en un lugar y tiempo determinado. Para el hombre argentino de principios de siglo la hombría no consistía vencer dificultades y nada tenía que ver con enfrentar las duras realidades de la vida, con proteger o defender a los débiles (mujeres, niños, viejos). El mero hecho de ser varón implicaba una superioridad. Esto es casi palpable en las narraciones de Borges. No se era hombre por haber ganado una posición sino por haberla heredado. No se era hombre por haber conquistado el amor de una determinada mujer: se era hombre por haberse acostado, a los doce o trece años, con una criada, o haberse comportado bien en el burdel adonde algún tío, o amigo complaciente nos había llevado.

En esos primeros tangos la mujer era un receptáculo de sucios humores o adorno caro, nunca una compañera o una amiga. La esposa era un mal necesario, necesario para continuar la familia y consolidar fortuna, aunque cuando llegaban los hijos las cosas comenzaron a cambiar. Pero todo contribuía a intensificar la separación entre los sexos. En los bares y confiterías había un sector

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reservado llamado “Salón Familias”. Los lugares que no los tenían eran tabú para las mujeres que se preocupaban de su reputación. Esta conducta de pensar y obrar tan característico del tango cantado, los letristas la tomaron como un sello personal, fue su verbo y razón, el principio de la palabra reveladora. Todo esto le recordaba a Mario, la conducta y las directrices, hacia las mujeres, en el viejo testamento y los actuales de la Iglesia Católica. No era tango aquel donde no se despreciara a la mujer del prójimo como a la suya que le había sido infiel o con la cual, simplemente, compartían diversos niveles sociales.

Argentina fue creada por los europeos

El emigrante europeo, como quiera que llegaba a Buenos Aires, analfabeto por generaciones, lo hacía ansioso de libertad; salido de una etapa feudal, para él recién terminada no bien pisar la tierra del puerto porteño; con esos resabios que golpean como tradiciones imperturbables e inmutables que, a través de la religión hasta se las cuida, bajaban de los barcos temblorosos, conminados a integrarse a un país bárbaro, donde encontraban la salida ilíaca en la admiración por la virilidad hiperbólica de chambergos, melenas insolentes y asados homéricos.

Pese a poseer costumbres distintas, el emigrante europeo va, lentamente, incorporando las vocaciones y la personalidad que el tango insinuaba en sus letras, las que el mismo iba creando, desarrollándose en ellas y describiendo su futura personalidad. Las figuras viriles, de ese nuevo mundo al que ingresa y quiere quedarse, se lo imponen, al punto, que no advierte el primum movens de todas ellas, desde el gaucho Martín Fierro y los orilleros hasta los diez mil cornudos que matan en los tangos: self pity ilimitada. Años más tarde cuando se impuso el tango-canción y esta self pit, los jailaifes versión lunfarda, de jovencitos bien, era palmaria, ese italiano, gallego, turco, francés, judío ruso o polaco, se tapó las orejas y abominó de su pasado incorporándose de lleno a las nuevas modalidades que, aunque no las comprendía ni las aceptaba del todo, formaban parte de lo novedoso que buscaba en el nuevo mundo que habitaba por propia voluntad. Y cantaron esos tangos sintiéndose protagonistas.

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Pero no advertían que, en las imágenes de compadres de sainetes, era obvia la cobardía en esos personajes del tango, cobardía que el consenso popular no ha querido ver hasta la fecha. Los escritores, letristas, bailarines y apegados al tango quisieron que el tango fuera lo que el tango nunca a podido ser: una briosa toma de posesión. Privado de su contexto social, de sus lupanares, de hombres que no tienen más trabajo que actuar como matones de algún político o representarse machos ante los amigos de la esquina bajo el farolito o hacerse mantener por una mujer de oficio, pierde su sentido. Borges lo pensó y tuvo la valentía de escribirlo.

El tango es una protesta de lo que fue la hez de la sociedad argentina a comienzos del siglo decimonónico, por una realidad social de la cual no puede y no quiere librarse ni con militares que lo prohíben ni sociólogos que lo denigran; ensalzado por los poetas populares como Le Pera, Manzi y Discépolo, o los aristocráticos como lo eran Fernández Moreno, Blomber, Borges, y como científico lo es Sábato. En muchos tangos, lejos de haber un desafío a ras del empedrado de la existencia humana, está la nostalgia de una inalcanzable vida burguesa.

No son escasos los tangos de contenido social, aunque más bien, la mayoría, están ajenos al sentir popular colectivo, más bien cerca del personalismo en cualquier tragedia hogareña o amorosa. Hay más sobre las carreras de caballos, los fracasos amorosos, las infidelidades, el crecimiento del entorno edilicio, “Barrio plateado por la luna...”, “San Juan y Boedo antiguo...” que de un descifrable contenido social educativo. El personaje protagonista del tango no domina su destino, sino que es dominado por él, porque detrás todo es cartón, una escenografía de sainete, de colores y un hábitat falso. Por otra parte, se requiere pensar en los bailarines: noche a noche en el mismo salón; dando las mismas vueltas y vueltas; los mismos pasos y caminadas; haciendo las mismas figuras; tango tras tango; tres minutos por vez; otra vez noche tras noche; las mismas mujeres en las actitudes que, como tal le corresponden, guiadas en la misma emoción de lo que les provocó el tango de ayer, el de hoy, el de siempre y en la misma milonga de noches amanecidas. Viernes Santo en el Cementerio Jerusalén

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Toli enfiló directo a la mesa de los tangueros: derecho viejo no más, no lo paró la niebla cigarrera, ni el sabor a la nicotina en los ojos y en la lengua, ni el olor frustrado del maíz cosechado en Italia, llamado polenta, ni las empanadas fritas hirviendo en gastado aceite de ruedas de carretas pampeanas.

En la pared del fondo seguía el coro, siempre mudo, gesticulando un ritmo incompleto. Se le añadía en la pared de la derecha, a la entrada de los baños, un indígena peruano que intentaba llegar a la cima del Machu Pichu, y el de aquella mujer colombiana empecinada en que le miren la espalda cargada de flores de un complejo jardín ambulante.

Dentro, no era la oscuridad de la noche sagrada, movediza y tenebrosa del Berlín entre muros, sino el humo hasta de los habanos de Vitico. Ya todos sabían que el humo del tabaco contaminaba más que el de los autos y de la industria. Sin duda, todos esos pulmones de la mesa de los viernes, contenían una cantidad de monóxido de carbono aproximado a los niveles de alerta, tanto de los fumadores como de los no fumadores, que son fumadores pasivos, era como excusa eso de: “fumando espero a la mujer que quiero...”

Rodeando las mesas estaban casi todos, hasta la pequeña Lucía que al lado de Juan observaba a todos sonriendo como se lo permitían las huellas de la tremenda paliza recibida.

Al no haber ningún asiento disponible, Toli se sentó en la mitad de la silla de Luis, así el pedazo derecho de los cachetes de su culo lo dejó pensativo en el vacío. Con un codo apoyado en la mesa, no le importó quien estuviera hablando. Interrumpiendo las charlas siempre inconexas, intentó imponerse, levantando su carrasposa voz y, como siempre, concitó la atención de todos.

–Empezó como siempre cantando: “La vida es así, qué le voy a hacer, me dedico a la garufa...”. No saben, muchachos, lo que viví el viernes pasado cuando acompañé a Peter. Fuimos a mirar el lugar, sin saber dónde estaba exactamente esa iglesia que debía reparar. Resultó ser un cementerio donde este genio debe hacer el trabajo de restauración.

–Les cuento. Salimos de aquí como a las 11 de la noche. Dentro del auto, de inmediato, me pasó la botella de ron que siempre lleva consigo, y tragos van tragos vienen, enfilamos para Kreuzberg. Ahí en la Mehringdamm, está el cementerio Jerusalén. Pasamos

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frente a su entrada principal, doblamos por la Blücherstrasse buscando la Zossenerstrasse.

–Es el número 54 de la Zossenerstrasse –dijo Peter, deteniendo el auto frente a una fábrica con las siglas GSG.

–¿Pero no será dentro del cementerio? logré decir al divisar la puerta de hierro del Campo Santo.

–Sin duda. Coincide el número. –Y ahí estábamos. Sí, y era un cementerio donde estaba

clarito el número 54, que ahora sé que se llama Jerusalén. Es el que da a una esquina donde hay una iglesia grande, donde doblan los autos para todos lados, la Kirche zum Heiligen Kreuz, esa rosada donde ahora hacen concierto pues, como en todas las iglesias de Berlín, ya no entra gente a rezar. La reja del cementerio es nueva y parados frente a ella, mirando hacia adentro todo era oscuro y, qué misterio, che, si hasta el aire como que tenía rostros silenciosos que se movían y olían no a rosas precisamente. Ahí me entró un julepe bárbaro.

–“Un tropezón cualquiera da en la vida...”. ¡No, no, Peter, yo me voy! ¿Cómo se te ocurre que vamos a entrar al cementerio a esta hora cuando los muertos salen a pasear? ¿Qué ni se te pase por el balero?

–Toli -susurró Peter–, antes en todos los cementerios había iglesias pequeñas, lo sé, las vi cuando era un niño, así que pienso que la que debo restaurar debe estar adentro.

–¡Pero no pensarás entrar ahí y de noche! ¿Estás loco, che? –Y si no ¿qué hago? ¿Cómo conozco el sitio? Para eso vine.

Si mañana no llevo una impresión de mi futuro trabajo ¿qué digo en la empresa de Hannover cuando me presente?

–Entremos, Toli. Tómate un trago de ron. ¿Estás temblando? ¿De dónde, qué eres un macho del tango? ¿Qué tipo de argentino? Ahí adentro sólo hay muerto, cuerpos quietos, puros huesos que no nos harán nada. ¡Vamos!

–¡No viejo, no me mueve de aquí, las piernas me tiemblan más que cuando hago un surtido de ochos bailando El Choclo! ¡Andá vos solo! Yo espero aquí!

–¡No seas cobarde, Toli! Serán unos minutos, nada más. ¡Ven, ven! Te ayudo a trepar por la pared. ¡No, por la reja no, que

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nos pueden ver los guardianes nocturnos! Apoya tu pie entre mis manos y, cuando estés arriba, déjate caer despacio y sin hacer ruido!

Toli, temblando, puso su pie entre las manos de Peter y éste lo empujó hacia arriba dejándolo inclinado boca abajo en lo alto del paredón.

–¡Date vuelta y despacio déjate caer Toli! Y cayó al otro lado, pero lo hizo sobre una lápida. Toli sintió un crujido bajo su pie y el zapato le quedó aprisionado en la loza que, vieja por años, se quebró en su caída. –¡Ahaaaaaaa! ¡Me agarraron la gamba, el zapato los de ahí abajo me lo sujetan! –alcanzó a gritar cuando Peter que, ya había a su vez saltado por la misma pared y caído a su lado, lo agarró de la chaqueta, tironeó de él, soltándole la prisión del zapato en la loza quebrada. Al ver el rostro lívido de Toli, Peter sólo atinó a pasarle la botella de ron, y la empujó de abajo hacia arriba para que le entrara más líquido por la boca. –¡Caí sobre la familia Abel, no faltaba más!

–¡Caí sobre la loza de alguien familiar! –¡Fue una mina la que me agarró de la pierna! –¡La sentí, sí, y la sentí fría! –¡No te miento Peter! –¡Rajemos de aquí! –¡Mirá, mirá la familia Abel! –¡Ya estamos Toli, no te asustes más! La iglesia debería

estar cerca de la puerta de entrada, pero aquí solo hay un mausoleo y está demasiado restaurado y es muy bajo para ser la iglesia. –Miró a Toli, que permanecía mudo y tiritando, mientras se miraba el zapato izquierdo. –¡Pisé mierda che! ¡Cómo es posible que vengan a cagar al cementerio, debajo de esta nieve se reblandeció la mierda! ¡Sentí que olor! ¡Qué lo parió! ¡Quién me manda ser amigo tuyo! –decía Toli mientras refregaba su zapato sobre la nieve y entre unos arbustos de pinos de hojas perennes. –¡Ven, ven Toli, avanza a mi lado, no hagas ruido, no te separes de mí!

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–Este cementerio –dijo Peter– tiene como cuatro cuadras a la redonda, así que deben ser dos cementerios y la entrada principal no es por esta calle, sino por la de enfrente. Vamos hacia ella. –¡Peter, mirá ese tipo, no tiene cabeza, che! –Es sólo una estatua y es de un niño. No mires para los costados, sólo de frente y hacia el suelo para que no tropieces. –¡Peter, mirá esa mina, está bailando tango! Che, se mueve como si me invitara! ¡Está haciendo el cuadrado!

–Es una estatua Toli. Hazme caso. Mira adelante y no hables. Tómate un trago largo, otro, otro... –¿Quién nos espera Peter? ¿Qué manera de hacer visitas? ¡Ahí está el presidente de la cámara de la industria Carl Antón Wilhelm y el Freiherr Schleinitz! ¡Qué bárbaro, son del año 1807! –¡Avanza, avanza, no mires nada más! Ves, ahí hay una muralla alta y grande. Seguro que separa los dos cementerios el viejo y el nuevo. Si es así en uno de los costados debe estar lo que era la iglesia. ¡Seguro que esa es! –dijo señalando con el brazo extendido–. Al costado de los Mendelsohn. Queda a este lado. En el viejo recinto. Sin duda, debe de haber una salida hacia el otro lado.

–¡No, no, yo me quedo aquí Peter, perdoname pero yo ya me hago...! ¡No aguanto más! –y Toli se escondió detrás de unas matas que protegían, por detrás, la tumba de Salomón Mendelsohn Bartholdy dando grititos apenas perceptibles!–. Papel, papel, papel! ¡Peter, por favor! –Cuando terminó, Toli aun seguía angustiosamente sofocado y refregaba los dedos de una de sus manos en la nieve; afirmándose, apresuradamente, la correa del pantalón divisó a Peter con una libreta en la mano dibujando la iglesia y su posición.

La iglesia, o lo que parecía ser, estaba toda descascarada. La puerta de entrada estaba llena de grafitis indescifrables y tenía una pequeña entrada que sobresalía del cuerpo principal que era bajo y muy reducido. Sólo dos ventanas muy pequeñas le daban cierto carácter de ser, lo que Peter ya estaba seguro, la iglesia que buscaba.

–Ves, Toli, yo tenía razón, está justo en el lugar donde era el comienzo y la entrada del cementerio antiguo. Termino este croquis y nos vamos.

–¡Misión cumplida mi querido amigo! Retrocedieron por la misma calle. En la retirada Toli

emprendió una acelerada carrera. Le sacó ventaja rápidamente a

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Peter, y saltó de un solo envión la misma muralla de la tumba de los Abel, apoyando los pies en cada resquicio de la pared de la tumba familiar. Al otro lado, Toli cayó rendido boca abajo, jadeaba como adolorido, sin atinar a levantarse.

–Te dejo en tu casa y yo me voy a dormir. Muchas gracias, pero antes tómate otro trago de ron, Toli.

–“Esta noche me emborracho bien...”. Si ya no queda nada en la botella, nos la bebimos entera. ¡Un litro, qué bárbaro, y ni siquiera estamos borrachos! Kreuzberg, el Nuevo Jerusalén

–“Yira, yira...”. ¿Qué querés que te cuente, che? –Se aprestó

Toli a continuar su aventura– El lunes fui, sin perder el cagazo, a conocer de día ese cementerio al que entré de noche con Peter. Lo hice por la misma puerta de rejas, de día, abiertas de par en par. Desde ahí miré hacia delante y créeme que recordé que desde las tumbas, ese viernes de noche, vi que se levantaban luces medias verdosas y que al subir un metro sobre los floreros se evaporaban solas, che, qué bárbaro, ¿viste?

Por la pared llena de dibujos, letras y grafitis, donde salté al cementerio empujado por Peter, sobresalen hacia la calle las figuras de los mausoleos; la nieve, en algunos, los coronaba como una divisa o una distinción. Los muertos no tienen ninguna imagen con las que nos enorgullecemos en vida, pero de noche los cementerios, por el silencio, el olor y esas luces fosforescentes que se alzan de las tumbas, tienen otra dimensión que las calles donde transitamos. Tienen mucho respeto y dignidad. Sobre todo misterio. ¿No?

Desde la reja de entrada por la Zossenerstrasse se inicia una calle larga que da a una pared al fondo, ante la que se oponen unas tumbas bajas de cruces y de lápidas. Tuve que pasar por las de algunos famosos alemanes del siglo XIX. Ahí están Knobelsdorff constructor del emperador; Schering el químico fundador de la empresa química farmacéutica; Simens el industrial; Hoffmann el músico y compositor real. Fue por ahí que me topé en plena oscuridad con la tumba de Carlos Mousen artista del emperador Friedrich II. ¡Qué miedo che, una mina sentada sobre el féretro que tiene un pocillo como para tomar sopa en el almuerzo, o algo así. ¡Está sin cabeza! ¡Y se notaba demasiado porque le daba una luz

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justo sobre el cuello y, al lado derecho, la figura de una mina en bolas apoyada en un pequeño monolito de mármol, con las tetas al aire y un niño sentado al lado de ella, las figuras sin cabezas y todo el conjunto tiene un color verdoso por la humedad y el tiempo, en cuyas hendiduras del mármol no pudo crecer el pasto. ¡Muertos y encima abandonados, se nota que nadie los visita! ¿Habrán dejado descendientes? Seguro que éstos ya los olvidaron. ¡Qué triste destino el nuestro! Por ahí mismo, divisé un bajo relieve de una mujer vestida a la usanza griega, sobre una pared media cóncava, debajo de ella está la tumba, no me quise acercar para saber quién era. Me pareció conocida. Ella parece que está haciendo pasos de tango, como si hubiera iniciado la caminada para hacer el ocho hacia atrás y, como lleva en la mano una corona de olivos, parece salida de una leyenda viva. ¡Real, todo real en esa figura! Sí, sí, aquí en Berlín algunas minas en los salones de tango andan vestidas igual, ¿para impresionar? O lo que sea, pero yo esa figura, a esa mina, che, la he visto en varias milongas.

–Al final de esa calle, antes de llegar a la pared que divide los dos cementerios, el nuevo y el viejo, están las tumbas, muy dignas, humildes y serenas de la familia de Félix Mendelsohn Bartholdy, el compositor de música clásica, el de la Marcha Nupcial. Está su mujer y sus hijos, él en el medio con una lápida color café y hay tres cruces cristianas y dos piedras, una negra y otra de color cemento de sus hijos. Las cruces creo que pertenecen a las mujeres cristianas que se casaron con los parientes de Mendelsohn que eran judíos. Porque en todo ese cementerio se advierte que eran en vida, familias adineradas las ahí sepultadas, y están en paz y reposo protestantes, católicos, judíos prominentes como la familia de los Bergaessniss Alfons Fischer, todos juntos, sin alboroto; masones como los Weydinger con sus clásicos emblemas de la hoz, la escuadra y coronas de olivos y hasta palestinos o sirios como los Raabe. Por detrás de esta calle hay una tumba, la más curiosa de todas que fue de la familia de unos judíos de apellido Caro. Totalmente abandonada, llena de balazos de ametralladoras, por fuera y por dentro. Se advierte con estremecimiento que aquí se libraron intensos tiroteos de resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. La puerta de este mausoleo, que es el más grande, está

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vieja y carcomida, pero por las rendijas se puede mirar hacia adentro. Sus paredes están cubiertas de signos hebraicos y parece que fue una pequeña sinagoga, porque en su interior, aunque ahora vacío, se nota un ambiente de misticismo, recogimiento y hasta de santidad. Más bien, diría yo, de dolor y sacrificio. Ahí dentro sentí voces y extraños cantos litúrgicos que aún conservo en los oídos. Pensé que los muertos deben estar enterrados debajo del piso, donde ya ha crecido un pastito verdoso medio meloso..., como que brilla.

–Bien. Para que sepan, al fondo se encuentra la tumba del poeta Adalbert von Chamisso y de Antonie su amada. Conmovedora, pues es la única que tiene flores frescas.

–Al terminar la pared del cementerio viejo, detrás de la tumba de Félix Mendelsohn, el compositor, hay dos grandes lápidas de los padres del músico: Abraham Ernst Mendelsohn Bartholdy que nació en 1776 y murió en 1835, a su lado la madre de Félix que acompaña a su reconocido esposo, uno de los hombres más ricos de esa época. Importante estas fechas, pues este banquero, fue el creador de este cementerio según dicen los archivos. El matrimonio y sus hijos, Félix y su mujer sobre todo, participaron en la creación de salones de arte donde eran asiduas gente como Goethe, Schiller, Humboldt y otros prominentes alemanes, cuando se fundían en Alemania los hombres solamente en intereses culturales y humanistas, dejando de lado los intereses místicos de todas las religiones, todos juntos fundiéndose en ese espíritu de progreso, en el comercio y la industria, que fundamentó el alemán del siglo XVIII, sin discordia ni envidia, viendo en la nacionalidad alemana, en su espíritu y sus creaciones, el futuro de la humanidad.

–¿Qué más les puede contar? Me tuve que poner a leer y estudiar para saber quienes eran esos personajes, porque yo ni sabía quien era Goethe, Hoffmann, el arquitecto Gilly que también está ahí, ni siquiera sabía quien era Félix Mendelsohn Bartholdy ¿Qué más querés que te diga?

–¡Ah, que a Peter no lo acompaño nunca más a ningún lado, menos de noche!

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CAPITULO 2

Viernes universitarios

Mario entró cabizbajo al restaurante. Se acercó a las mesas de sus amigos que desde muy temprano –algunos ya estaban con más de una cerveza–, esperaban compartir la dura soledad de la semana y, del ineludible trabajo invernal. –¿Y, qué ocurrió al fin el viernes pasado? –le preguntó a Héctor, mientras le echaba de reojo una mirada al coro fijo en la pared del fondo. –¿Qué piensas? Todos se fueron chan, chan muchacho. Nada, aparte del cuento de Toli y el cementerio, nada de baile, como siempre. Se quedaron todos sentados escuchando a un periodista argentino que vino a visitarnos, sabiendo de nuestras reuniones nos dejó una formidable información sobre la historia del tango. ¿Podrías ubicarte cómo que la estás escuchando? Lo que pasó fue esto: –Llegó el hediondo chileno Carlos Ratamala con un argentino. Lo presentó en el momento justo cuando el Toli con Peter se levantaron y se fueron sin despedirse, al mismo tiempo que entraba Lucía con todo la cara hecha pedazos por la paliza que le dio el bandoneonista con el cual canta y pasa el sombrero en las calles. A vos y a Juan no se les vio más. ¿Dónde se fueron y en qué momento? –Al ver que la discusión, como sabes, siempre es sobre el tango o recae en él, el porteño se puso a hablar y no paró hasta muy entrada la madrugada. Según nos anticipó es uno de los creadores de la Universidad del Tango que el gobierno argentino está programando en Buenos Aires. ¿Qué nos contó? Bueno, que mucho se ha escrito y discutido sobre los orígenes del tango y de su nombre. Y que se seguirá discutiendo para honra y gloria de la danza en cuya práctica se ejercitaban, allá por 1880, compadres, compadritos y jailaifes. –¿Uds. que es lo qué saben? ¿De dónde procede el tango? Pregunto ese fulano. Unos dijeron considerar sus raíces más antiguas en el África negra. Otros en España. Más ecuánimes, hubo quienes opinaron que la procedencia es mixta: hispana y morena. Y que no faltaron los conspicuos que situaron, inverosímil, su cuna por la

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Europa Central y otros en Finlandia, errores afirmados como un dogma atribuible a los múltiples viajes de conquista que el tango ha realizado en boca de las tripulaciones de los barcos argentinos que cruzaron el Gran Charco del río de la Plata, entre el Sur-Atlántico de América y el Viejo Continente. –Entre sus ancestros se citan, solitarios o combinados, el tango andaluz, el candombe, la milonga y la habanera. –Sobre la habanera Sr. Volpe. Me permite usted unas palabras –dijo pidiendo intervenir el hediondo chileno Mandó Tufillo–, nuestro amigo Mario, que anda por ahí o se acaba de ir, afirma que ésta proviene de la danza-habanera, ésta de la contradanza que tuvo durante años un tremendo éxito en Europa y que proviene del chotis, una danza de origen escocés que se bailaba en Alemania allá por los años de 1200, cuando se hacían los concursos llamados de los “Maestro Cantores de Núremberg”, de canto y de baile, donde se mostraban los progresos realizados en la música y los nuevos inventos de instrumentos musicales. Venían de todo el mundo Occidental a concursar. De estos concursos el chotis se extendió como música y baile en las cortes palaciegas con el nombre de contradanza. Nos afirmó que hasta Mozart, Beethoven y casi todos los grandes compositores clásicos hicieron de esta música su supervivencia escribiendo, para las casas editoriales, partituras que aun tienen vigencia.

Algunos cubanos que estudiaron en París como Kabanna, Cervantes, Samuel y otros la llevaron a Cuba, cuando la contradanza era ya popular en las cortes españolas. Ahí en la ciudad de La Habana se le quito la contra y quedó sólo la danza a lo que después se le agregó lo de habanera, quedando al final, sólo como habanera que fue, en Latinoamérica, el baile y la forma de canto más popular en los años alrededor de 1850. De ahí pasó al sur traída por los marineros desembarcando en todos los puertos, en Río de Janeiro se convirtió en el Maxixe; en Uruguay se mezcló con el candombe y la marchiña, hasta que llegaron esas habaneras al puerto de Buenos Aires. Hasta ahí y nada más. Ahí se quedó anclada, porque ahí se acaba el mundo posible para el baile, comenzando a tomar nuevas formas de estructuras rítmicas y se le acoplaron letras. Cuando llegaron los emigrantes, que bailaban la contradanza, en Europa en ese tiempo convertida también en Polca, estando de moda el vals

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vienés y otras danzas, lo bailaron en los peringundines con todas estas formas coreográficas. Y, que de ahí, fue tomando la forma del tango que conocemos actualmente como el auténtico tango argentino. No sé si usted opina igual. –Todo a su tiempo muchacho –dijo el profesor Volpe que miraba en los ojos a Mandó Tufillo sin interrumpirle, dando ostensibles muestras del podrido mal aliento del chileno.

–Para añadir algo más, sobre la palabra tango, a ésta acompasada Babel de palabras, hay que agregar que en Centroamérica, específicamente en Honduras, y también en Colombia, existe un primitivo instrumento llamado tango: “un cilindro hecho de un tronco hueco, cubierto en uno de sus extremos con un cuero sobre el que se golpea”. Ese cuero, o parche, es propiamente el tango, o tangó, lo cual permitiría deducir que la voz es onomatopéyica y de origen negro. Esto de tangó y de tocar, como verbo, muchos lo derivan de una antiguo verbo latino tanger, antigua forma del verbo tañer, del latín tangere, tocar, ejercer el tacto, ya en desuso pero que dio innumerables palabras que aun se conservan, como tangente, tangencial, todas de la misma familia a saber que, partiendo de algo, se sigue una línea que se puede mirar, oír y hasta tocar, algo fuera de dudas, como que es algo tangible. En todo caso no proviene de ningún idioma de los negros esclavos que llegaron al Río de la Plata.

La Academia del Tango

–Ya ven, hay para todos los gustos, y los investigadores, todos y cada uno de los argentinos y de los amantes del tango, pueden seguir hurgando en las raíces onomatopéyicas y etimológicas, para concluir si el tango es o no una danza de origen negro, cosa que, a estas alturas de su recorrido triunfal por el mundo musical, poco importa.

El inolvidable Enrique Santos Discépolo dijo alguna vez y para siempre que el tango es “un sentimiento triste que se baila”, que resultó ser, de tanto leer poesía, un pensamiento de un poeta francés del siglo pasado pero que ahora, en el tango, esta feliz frasecita, está en todo su ser y es solamente argentina y definidora del tango. A la mierda el poeta francés.

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Pero, ¿dónde y cuándo empezó a bailarse este mentado pensamiento triste? La ciudad de Buenos Aires –que ya agregaba a los propios el aire de capital europea que la caracteriza–, era en las últimas décadas del pasado siglo un bullente y bien trazado centro social y comercial en cuyo derredor se iba apretando un cinturón de pobreza, barriadas informes y heterogénea población de mal vivir. Eran las “orillas”, sucesión de barracones y callejas enlodadas, dispersos caseríos que nacían como por generación espontánea, “villas miserias” análogas a las callampas chilenas y a las favelas en Brasil. Nombres pintorescos y decidores las designaban: “Tierra del Fuego”, irónico homenaje a una antigua penitenciaría ahí existente y que recordaba a un famoso penal de ese fin del mundo; “Barrio de la Ranas”, alusión a una laguna próxima donde aquellas elevaban sus coros; y el suficientemente descriptivo de “Los Corrales” y la “Villa jardín”. A las “orillas” llegaban a ocultarse los huidos de la ciudad: delincuentes, prostitutas en decadencia, fugitivos, veteranos de olvidadas guerras, matones sin memoria que imponían sus propias leyes. Ahí también arribaban –facón y guitarra– los gauchos a reponerse de sus soledades pampeanas. A la mezcolanza terrible y pintoresca, se sumaba la nube de inmigrantes europeos sin destino, aquellos de la plaga que designó Alberdi “estos algún día nos gobernarán”. Rufianes de todas las nacionalidades vinieron a renovar los métodos del mal viviente criollo, quienes aprendieron con demasiada rapidez todo lo concerniente al trato con los políticos de turno. Dejaron documentados testimonios de su paso en el léxico del lunfardo, plagado de voces de los argots criminales europeos. Este material fue posteriormente tomado por los escritores sobre todo de los poetas del tango. Es el caso de Jorge Luis Borges, que hasta con nombres auténticos dejó en la historia a más de alguno con gruesas cicatrices en el rostro, o simplemente tirado, con la barriga abierta, sin decir palabra alguna, más de un cuerpo, en una esquina cualquiera, rosada y en ruinas.

Con el tiempo empezaron a surgir de esa masa informe algunos personajes que se destacaron por sus hechos y sus asociaciones. Así, el compadre, resto del gaucho pampino empantanado en “las orillas”, hombre de pelo en pecho, retador en

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defensa de su dignidad, dueño de un curioso sentido de honor que lo eleva por encima del delincuente: si mata lo hace en duelo y por cuestiones de hombría y, no asesina como la fauna del malevaje. Como una prueba de ello, ustedes deben cantar: “Me acuerdo fue en Balvanera, / en una noche de farra / que alguien dejó caer el nombre / de un tal Jacinto Chiclana. / Algo se dijo también de una esquina y de un cuchillo / los años no dejan ver el entrevero y el brillo”.

Abajo, mucho más abajo en la orillera escala social, asoma otro personaje, una especie más corrupta derivada del compadre, y de ahí su trato en diminutivo: el compadrito. El compadrito del tango, también fue en la realidad rufián, traidor, cargó bufoso y aseguró su prestigio ruin y su propia persona mediante el engaño, el solapado gesto y su facilidad para mimetizarse con el medio gris y informe de la barriada. El compadrito, cafiolo, chimentero y fanfarrón, será el protagonista de mala estofa en muchos tangos, tan pronto en éstos asomó la letra. ¡Vaya la mezcolanza del mestizaje emigrante con el criollo! Patotero rey del bailongo, / patotero sentimental...

Sin intención de herir a nadie muchachos, tómenlo con calma –seguía insistiendo el profesor de la Universidad del Tango–, estas descripciones se asemejan a la personalidad esencial del argentino medio, hasta en esta visión se ve su forma de hablar en lunfardo; su estilo de caminar imitando pasos de tango y más, cuando silba en la esquina con el pie apoyado en la muralla, donde pareciera que espera a alguien, pero donde se nota que está más solo que nadie. Los poetas del tango supieron encontrar a estos personajes, y rápidamente se inspiraron en ellos. Sin entrar en contrariedades, esta letra denuncia a un ciruja: “Como con bronca y junando, /de rabo de ojo a un costado, / sus pasos va encaminando / derecho pa´l arrabal. / Lo lleva el presentimiento / de que, en aquel potrerito, / no existe ya el bulincito / que fue su único ideal”,... y sigue hasta el final: “ Frente a frente, dando muestras de coraje, / los dos guapos se trenzaron en el bajo, / y el ciruja, que era bueno para el tajo, / al cafiolo le cobró caro su amor... / Hoy, ya libre ´e la gayola y sin la mina,/ campaneando un cacho ´e sol en la vedera, / piensa un rato en el amor de la quemera / y solloza en su dolor...”. Los primeros tangos, digo, sus letras, no llegaron a nosotros porque no fueron escritas –anotó un escritor–, pero sí fueron vividas

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y, muchas de sus posibles letras están en la memoria de poemas ciudadanos, en aquellos un poco almidonados común a los poetas de bajo calibre, o en aquellos letristas populares sin posibilidad de llevarlos al pentagrama y a la imprenta. Muchos fueron tomados y reescritos, sobre todo los de los poetas payadores como Gabino Ezeiza y José Betinotti y musicalizados por el bandoneón de Eduardo Arolas y la inspiración copista de Ángel Villoldo. El primer tango fue, quizás, “Dame la lata” de Juan Pérez, aparecido allá por 1880. Vino después el famosos “Queko”, de los revolucionarios de Arredondo.

Para bailarlos, aquellos precursores usaban alpargatas con moños de colores, amén de cuchillo al cinto para defender la fama de consumados bailarines. La primitiva orquesta se componía de acordeón, arpa, violín y flauta, reforzada a veces en el ritmo con la tuba gigante, por lo general, improvisaciones de cualquier tema aprendido de memoria. De esta música no ha quedado huella, aunque sí sabemos que están refundidas en otras melodías, porque la mayor parte de los directores de estos conjuntos eran musicalmente analfabetos. –¿Y qué es eso, Sr. Volpe –interrumpió otra vez el chileno Mandó Tufillo de que se bailaba entre hombres? –Según afirman muchos historiadores, inclusive existen imágenes fotográficas, al comienzo se bailaba, para aprender, entre hombres: pues en una casa decente ninguna mujer se atrevía a participar en esta danza tenida por lúbrica y procaz. Los estilos variaban: los orientales del Uruguay bailaban con grandes pasos, a tranco largo. El porteño bonaerense apretaba su baile en tal forma que de ello quedó un dicho: “¡Con una baldosa basta y sobra!”. –Pero, según nuestro amigo Mario –afirmó Roberto–, el más entendido entre nosotros en cuestiones literarias sobre el tango, los peringundines en las orillas de Buenos Aires, eran verdaderos prostíbulos, donde los hombres bailaban, pagándole con una chapita de metal barato, como comprobante, a la mujer que lo acompañaba. Y se pegaban a ella, sí, moviéndose en una baldosa. Sí, pegados al cuerpo de la hembra con el miembro viril duro y bien apoyado en la pierna, o cuando la mina lo admitía, por muchas chapitas, entre las piernas donde el macho eyaculaba, convirtiéndose la danza en una fornicación vertical, que ha veces necesitaba varios tangos,

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milongas, valses o polcas, para lograr el cometido, de no sólo franelear a la mina, sino llegar a fornicársela parado, por supuesto, ambos vestidos y quedaban chorreando hacia adentro. Quedaban, es de imaginarse, mojados y olientes. Recuerde que los emigrantes venían solos, escaseaban las mujeres, por eso que se dio en Buenos Aires, en esa etapa, tanto tratante de blancas, mujeres que famosos rufianes traían desde Europa y eran de todas las nacionalidades. ¿No viene de ahí que los emigrantes fueren los que regaron de esperma los antiguos barrios porteños? Eran lodazales ¿o no? ¿Y que el argentino porteño es hijo de puta y un tremendo pajero? –¡Hey! No es así la cosa. ¡Se precipita mi amigo! Generalizar no es el propósito –dijo casi gritando y enojado el profesor Volpe–. No por lo que usted dice la fama del tango se extendió. Fue porque cundieron las academias, y la coreografía sin proponérselo se impuso en los salones a lo largo y ancho del mundo orillero, impresionando después a todos los países europeos. –Bueno, igual que aquí, profesor, donde cualquier alemán que sepa bailar un poquito ya se considera profesor de tango. Con unos pocos marcos, arrienda un salón, consigue una mina, a la que hace su amiga, con la cual comparte las ganancias y el forniqueo, y se dedican a enseñar a cuántos despistados aparecen. Conozco en Berlín taxistas, camareras, pintores de brocha gorda, fotógrafos, músicos, y los más, son los fracasados en el baile clásico. Están llenos los salones berlineses de estos jaileifes, como usted los nombra. ¿Qué es jaileifes profesor? –Es la versión lunfarda de “high life”, eran los “don juanes” arribistas y sin profesión, que solían arrendar locales para ellos solos, con todo y hasta compañía femenina, para practicar una bohemia de artificial colorido populachero.

–Parecido a lo que se da aquí ahora en Berlín, y lo que quiere hacer y con lo que sueña el Toli. ¿No es así muchachos?

–Aquí a esos jaileifes les llamamos ganzúa y a las mujeres larguitas. –¿Y la música profesor? Porque según Mario, nuestro entendido, el tango tiene cuatro elementos: la palabra tango, la danza, la música y la letra. ¿Estos cuatro elementos son un solo cuerpo?

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–Bueno, como usted quiera. Los teóricos dividen la historia del tango en dos etapas: la Guardia Vieja y la Guardia Nueva. Los límites, como todos los límites históricos, son imprecisos, y las fechas de inicio de una y otra Guardia fluctúan de acuerdo con la opinión de los investigadores, aunque todos andan cerca en sus apreciaciones. Creo que se debe hablar de una evolución marcada por un par de hitos importantes. El primero, que inicia la Guardia Vieja, ocurre cuando los autores empiezan a firmar sus composiciones. Entre ellos se recuerda a Rosendo Mendizábal, autor del clásico instrumental “El entrerriano”, escrito en 1897; a Villoldo, con razón llamado “el papá del tango criollo”, pues es nada menos que el creador del tango más famoso y más conocido internacionalmente: “El choclo”; a Campoamor, Roncallo y Bevilacqua, autor éste último del único tango tocado a cuatro manos “Minguito”. Cruel fue el destino de muchos de estos precursores. Recuerden que Rosendo Mendizábal, que fuera pianista de la concurrida casa de putas la “Casa de Laura”, murió paralítico y ciego en 1913, y el autor de “El choclo” falleció pobre y abandonado el año 1921: ¡no conoció las riquezas que su obra iba a producir a lo largo del tiempo!

Uno de ustedes me contó que aquí un bandoneonista alemán, es también compositor de un tango con la misma melodía y el mismo nombre, llamado a la vez igual que el Choclo nuestro. ¿Es así? –Me permite profesor –se adelantó Héctor, moviendo las manos desde las sienes de su cabeza–, olvídese de eso que le contaron. Yo tengo unas historias bastantes distintas de algunos personajes que usted nombra, y creo que de buena fuente y bien documentados serán mis argumentos si usted me permite exponérselos. Todo proviene de nuestro informante Mario el investigador, con el cual contamos con su amistad y que lamentablemente ahora no se encuentra aquí, se retiró muy temprano de la reunión.

Esta es mi historia. Cuando la habanera estaba ya en pleno apogeo, desde La Habana capital de Cuba, y su difusión ya estaba regada en todo el continente, tanto el baile como la música y sus letras con ese simpático 2 x 4, venido desde tiempos inmemoriales de remotas tierras, al tango se le llamó tango-habanera, después

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cambió su designación a tango-canción, quedando al final, por esa ley de la abreviación, en solamente tango. ¿Por qué? Pues, porque la influencia de la habanera fue su principal componente melódico y rítmico. De la habanera, en esos tiempos en que no existía el registro de la propiedad intelectual, cualquiera tomaba su música y la tocaba sin más. Cuando, se vigorizó la ley de la propiedad intelectual todos los compositores de tangos, incipientes entonces y pocos como eran, inscribieron muchas habaneras, esas piezas en el pentagrama con ritmo de tango, ya con el 4 x 4, en propiedad legítima, con el nombre de tango. Usted conoce, sin duda, el tango “Mi noche triste”, la melodía de esta pieza musical está dentro del cancionero cubano con el nombre de “Mi bohío”, de Julio Brito; más, también la música de una zamba argentina cantada por Jorge Cafrune que se llama “La Cautiva”, que fue una recopilación de un tema muy antiguo, llegado al Río de la Plata, sin duda, en fechas de su descubrimiento, allá por 1560, más o menos, está también en la misma canción cubana “Mi bohío”. El otro tango que usted menciona es el “Choclo” de Villoldo. Mario me hizo escuchar un tema musical cantado por un coro de judíos, que antes, esos cantores de las sinagogas, se llamaban “payos”, palabra que suena en otros ámbitos, ¿la reconoce? no está lejana de nuestros cantores los payadores ¡eh! Pues bien, el tema central de la melodía del “Choclo” era lo que esos hebreos cantaban. ¿Dónde y cuándo Villoldo escuchó este tema, le puso ritmo de tango y la popularizó, desconociendo el populacho su verdadero origen?

¿No sería Villoldo de religión judía? ¿De la misma manera que los compositores de origen italiano le dieron al tango un aire de aria operística, y los españoles y catalanes una atmósfera de chotis y de sardana, no pudo darle Villoldo una nota de su entorno religioso? Esto, Mario se lo puede demostrar cuando usted quiera, con argumentos sonoros pues los tiene registrados. –Otra inquietud profesor –Roberto seguía esmerado en sus demostraciones–, un negro cubano ejecutante de violín se hizo famoso en Alemania, era un virtuoso, se imagina ¿cuán virtuoso debió serlo para ser tan considerado en Europa cuando aun existía la esclavitud? Este negro de nombre Claudio José Domingo Brindis de Salas, se casó con una aristócrata aria, una alemana de Frankfurt, y fue halagado por todas las cortes monárquicas europeas. Pero cayó

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en desgracia y creyó que probando suerte, lejos de donde tanto éxito había logrado, la recuperaría y llegó a Buenos Aires allá por los años de 1880. Como músico, siendo ese su único trabajo, llegó, a no dudarlo, con todas sus partituras, tanto de música clásica como popular, incluyendo las numerosas, muy hermosas y pegajosas habaneras que había en Cuba y Europa. No tuvo la suerte esperada. Murió en Buenos Aires en 1911, solo y embargado de deudas y nunca más se supo de él, tan sólo que su último destino fue que término su vida en Buenos Aires. ¿Qué fue –más de uno se pregunta– de todas esas partituras? En qué medida están en los tangos que fueron compuestos uno detrás de otro, con una profusión a escala de cientos por minutos, por así decirlo, pues Buenos Aires se convirtió, desde 1880, en una verdadera fábrica de tangos, valses, rancheras, milongas, melodías que añadidas a los que cada emigrante traía junto a su nostalgia, acrecentaron el caudal de tangos compuestos en una cantidad que Sadaic, el Derecho de Autor en Argentina, considera en unos 4 millones los registrados hasta el momento. Da que pensar y afirmar que el arte no se da espontáneamente, sino es una cadena creativa que tiene su comienzo desde que el mismo ser humano tiene existencia. ¿Que piensa usted? –Entiendo y me da que pensar, lo que nos dice nuestro amigo el doctor Héctor –reafirmaba convencido Roberto.

Pero Héctor prosiguió. –Cuando la música del tango comenzó a registrarse en los Derechos de Autor, en los primeros años decimonónicos, cuando irrumpe la radio y se crea el plato sonoro, el disco, y al poco tiempo Gardel, Canaro y otros famosos de esa época, esos primeros registros modificaron la memoria y el olvido, y esa ley de la Propiedad Intelectual, del Derecho de Autor, se ocupó de darle sitio a nombres que firmaban sus obras que serían los que perdurarían. Sé que todo el caudal de música que existía en esos años se rescribió con nombre y apellido. El que primero grababa un tema, aunque fuera viejo y conocido, era el dueño de esa obra. Con Gardel pasó eso, por ello tiene tantos temas, donde la música figura a su nombre. Algunos de sus temas se encuentran en la música del folklore de Perú, de Chile y de Uruguay, por nombrar a los países más cercanos a la Argentina. Esto está claro y reconocido y ahora es, estimado profesor, irreparable.

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Cuando de joven visité por algunos meses Buenos Aires, al ver mi entusiasmo por los tangos, visitando los boliches del Paseo Colón, los viejos tangueros me contaban sonriendo que en la Argentina había tres ladrones famosos: Canaro, Gardel y Atahualpa Yupanqui. Mucho tiempo después vine a comprender el por qué de esas acusaciones. Profesor –seguía sin inmutarse Héctor–, pero si hasta la melodía de “El día que me quieras” de Gardel y Razanno, se escucha en una canción cubana de Barbarito Diez y de Antonio María Romeu, titulada “Qué noche tan linda”. Ese vals cuya música está registrada a nombre de Carlitos Gardel “Ay... Aurora” que dice: “Ay Aurora me has echado al abandono” es de un autor peruano, pero los cubanos lo tienen como suya, titulada simplemente como “Aurora” del autor Manuel Corona. Ya ve, tres nacionalidades detrás de un tema popular. Todo da que pensar cuando se adjudican con tanta propiedad temas que son reconocidos por diversas nacionalidades. “¿Qué me van a hablar de amor?” Chan, chan. Un tango de mi flor –Usted bien sabe que los argentinos son los verdaderos inventores del tango... ¡Por favor profesor!. –Héctor, seguía enfático en lo que ya era discusión–, no me venga con eso que ya se lo escuché a Horacio Ferrer el autor junto con Piazzolla de esa canción hablada que dice “Las callecitas de Buenos Aires, tienen ese, qué sé yo, viste...”, Balada para un loco, de que el tango es, no sólo un invento argentino, sino que los argentinos eran sus descubridores, sus creadores y otros adjetivos. Pienso que esas afirmaciones son nada más que para afirmar la creación de esa Universidad que están ustedes soñando. Bien dijo Ernesto Sábato que el argentino lo único importante que ha hecho en su existencia es el tango, pero Borges lo alcanza en la carrera de definiciones, con eso de que los argentinos le dan al tango la importancia que a cada cual le parece, y si le preguntan a Sebreli, otro sabio argentino, éste siempre responde: ¿el tango? ¡A mí qué me importa! –¡Pero, che, no comiencen a discutir! ¡Viste! Así no se logra nada. ¡Viste! Déjanos seguir escuchando la historia que es un

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privilegio, para todos nosotros que el profesor nos la cuente. Uno baila, canta y piensa en el tango, pero no tiene la obligación de saberlo todo –dijo Roberto golpeando con el revés de la mano a Héctor, que aún no había terminado de decir chan-chan. –El tango, muchachos –reinició el profesor–, era música y danza. Los tangos iniciales casi nunca tuvieron letra. Los poetas populares fueron los primeros que se encargaron de agregarle coplas, que muchas trascendieron de baile en baile, ganaron popularidad en compañía de la música. Fueron corridas de versos octosílabos que los payadores acomodaron a la melodía, pero la letra argumental que hoy conocemos aun no aparecía. Cuando Villoldo quiso ponerle letra a “La Morocha” de Saborino, personaje que Borges admiraba, lo hizo en forma de cuplé, con todos las intenciones españolas, enraizadas en el alma popular por los sainetes, verbenas y zarzuelas. El hito final de esta evolución se produce cuando Pascual Contursi le pone letra a “Lita” el tango de Samuel Castriota que después tomó el nombre de “Mi noche triste”. Una letra puesta con intención que responde al carácter de los emigrantes y del porteño ya enraizado en la ciudad. La recuerdan ¿no?: “Percanta que me amuraste / en lo mejor de mi vida / dejándome el alma herida / y espinas en el corazón. / Sabiendo que te quería / que vos eras mi alegría/ y mi sueño embriagador. / Para mí ya no hay consuelo, / y por eso me encurdelo / pa´ olvidarme de tu amor. Héctor, el psiquiatra peruano, miró al profesor casi con insolencia y desprecio, exclamando mientras gesticulaba con sus brazos: –¡Lo ve! Ahí está el comienzo del carácter derrotista, la vestimenta social con que se revistió y los colores de la camisa del porteño: se pegó a una pared, se abrió una herida, se clavó una espina en el corazón y se echó al suelo a llorar por una puta, ni la guitarra tan recurrida, por estar en el ropero y seguro sin afinar, lo pudo salvar. Ahí está la clave de la personalidad del argentino. Eso, los criollos y los hijos de emigrantes, se la inyectaron al resto de los que venían llegando, que entraron derrotados a una nueva patria y a los mismos gauchos que siempre fueron vencidos adentro y afuera de las pampas; todos en el tango se sienten derrotados por la vida, por el amor de una mujer a la que ven superior, con más fuerza y entereza y se abandonan en los cafetines de Buenos Aires, se pegan a una mesa, como nosotros a ésta de todos los viernes; recuerdan sólo a la madre,

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porque el porteño argentino, salvo excepciones, no tiene padre en el tango, solo amigos y proxenetas. Por eso no se dice “el puto que te parió”..., sino “la puta que te parió”. ¡Femenino che! ¡Femenino... chan, chan! –¿Eh, Héctor que pasa? ¿Nunca pensé que vivas el tango con tanto pesimismo? –¿Con pesimismo dices Robertito? No, no, con la absoluta verdad y sin engaños personales. Es que lo conozco, me sé casi todas las letras que canta Gardel. –¿Pero eso no justifica tanto negativismo! –dijo Roberto el único que interrumpía–. ¿Para qué? –No es negativismo es una visión real de una expresión artística que la hemos acogido como una compañía en la vida, y tenemos derecho a opinar sobre ella, porque es algo que forma parte de nuestra cultura. Yo hablo tango, analizo tango, pienso tango, camino tango, silbo, canto, siento y, ¡qué querés pibe, todo sin necesidad de haber nacido en la Argentina. ¡Viste! Y entonces, qué. Chan, chan. Sin calcular lo que en ese momento pasaba, todos vieron al profesor levantarse y enfilar hacia la puerta. No saludó a nadie, no miró para atrás y se largó nomás. –¿Eh, y quién paga las cervezas que ese fulano se bebió? –dijo Luis que había estado escuchando con mucha atención. –¡Págalas vos Héctor, por tus argumentos se enojó el profesor! –grito Ricardo.

–Ni pienso –cacareó risueño el psiquiatra–. Este profesor debe ser el personaje masculino de “Chorra” en el tango de Discépolo, ese que dice: “Chorro, me robaste hasta el amor... / Ahora, tanto me asusta un “profesor”, / que si en la mesa no paga / me pongo al lao del botón / lo que más bronca me da / es pagarle las cervezas”; O el dandy aquel “más yo sé, dandy! que sos un seco.../ cuando sepan que sólo sos confidente... tus amigos del café te piantarán. Y chan, chan.

Además, ¿no será este chanta el espía que esperamos, por eso del bandoneón de corbata? Chan, chan.

–Qué espía ni qué espía, aquí en Berlín los espías pagan sus copas y te las pagan cuando traban comunicación contigo, esa es la comprobación ante sus jefes de que realizan su tarea, son amables y

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no hablan mucho. Dos o tres preguntas les basta. Así te espían. ¡Viste! ¿Qué querés? ¿Pero che? dijo Biondi. ¡Viste! También lo dijo Julio César: ¿tú también Brutus?

Y así había acabado, ese viernes, el cuentito de la historia del tango. No obstante Héctor, sin mal humor, risueño y burlón, lanzó las más sabias palabras de la noche:

–“El tango es la última forma de penetración pacífica con que la República Argentina está conquistando, empezando por Berlín, toda Europa”. Y como para callado –por eso nos mandan a estos grasas sabios hediondos. O, capaz que era un espía.

Nadie había imaginado nunca que aconteciera una reacción negativa en esta reunión, por ello Héctor, sin que lo notaran, y contra su costumbre, pagó la cuenta del profesor, sabiendo el despelote que se armaría, pues todos sus amigos tangueros eran “unos secos”, nunca tenías más dinero que para pagarse lo que ellos escasamente consumían.

Ya era muy tarde y estaban por cerrar el restaurante, la

camarera esperaba un llamado para hacer las cuentas de su caja, pero Héctor, Luis, Roberto y los hediondos chilenos Ratamala y Tufillo, no se movían. Afuera la anoche prometía un frío regreso, anónimo y cabizbajo de todos los nocturnos fantasmas berlinese El autor de “El Choclo” y de “Adiós muchachos” -¡Che, otra vez vienen visitas! No te dije que con el asesinato de ese músico al que le pusieron de corbata el bandoneón, todos íbamos a ser controlados –dijo Juan mirando a la pequeña Lucía, que sonreía bastante recuperada de la paliza que le dieron por chambona.

El bigotudo indicaba la puerta de entrada del restaurante que, al abrirse, dejó pasar un suculento y grueso viento frío, frío fresco y seco que disipó con agrado, en parte no más, el olor a patas cocinadas –fritas diría también–, dentro de zapatos con protección interior de lana de cordero, al que se sumaba, como siempre, la cebolla masticada de las empanadas hechas al estilo mapuche-temucano de los dueños del restaurante, y al maíz fermentado dentro de unas cazuelas de pollos turcos muy publicitados como recién llegados de Ankara.

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–Nos mandan espías por el bandoneonista asesinado, al que le pusieron de corbata el bandoneón. ¿No tengan dudas?

A todos les sugiero que no hablen de esto con nadie, sino la policía tendrá pruebas que le indique nuestro interés por el tango y no nos darán reposo.

Van a investigar en todos los salones de tango y a todos los interesados en él, y ahí entramos nosotros. Aunque nos cueste comprender y aceptar que el asesinado, del muy aprovechador y canalla Nardo Schusma, alias el “comedor de ajos” fue, según nos cuenta Mario, porque se apropió de “El Choclo”, y de “Adiós muchachos”, que en todos los discos que ha grabado, lleva su nombre y no el de Villoldo.

Además, para colmo, le cambió el nombre a ese tango, ahora, en su última producción musical, no es “El choclo” sino se llama “Tango appassionata”, y está, curiosamente, cantado, vaya uno a saber con qué texto, por una mujer en Yiddisch, que es un antiguo idioma usado por los judíos alemanes, en desuso, es cierto, pero vigente entre esta colectividad.

–Este tipo, che, Héctor, para que sepás y amplíes tus conocimientos –interceptó Roberto–, también firmó con su nombre no sólo “El Choclo” sino también “Adiós muchachos”, el vals mexicano “Cielito lindo”, “El tango de Albeniz” y otras canciones que son, decía él, tradicionales. De acuerdo. Son libres del derecho de autor, pero si él hacía sólo los arreglos de esas canciones, que en verdad, simplemente los copiaba, debería escribir su nombre sólo como arreglista, pero dejando el verdadero del autor aunque esté muerto. ¿No te parece?

–Se merece que le hayan puesto, como chan, chan final, en su cuello el bandoneón como corbata –opinó Héctor–. Este robo, deberían sopesarlo todos los amantes del tango, tendrían que denunciarlo, che, al periodismo argentino; a Mirtha Legrand que cuando almuerza, aunque con la boca llena, comenta todas estas cosas y se le va a caer la baba ¡eh!; al “Alma que canta”; a Susana Giménez; a Biondi y al Capitán Piluso; a los hinchas del Boca Junior. Pregonarlo en Corrientes y Esmeralda; darle una espada a los parientes de Villoldo, para que reclamen ante la historia; al Gobierno Argentino para que declare un día de asueto por duelo nacional con la bandera a media asta. Sino el mundo tanguero irá, tango a tango

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perdiendo, no sólo el nombre de sus compositores, también todo su repertorio, en la medida que tipos como este alemán manilarga de Schusma, se vayan apropiando de los mejores tangos, que son patrimonio argentino, del alma de Buenos Aires. ¿No te parece?

Nosotros que hemos hecho tanto esfuerzo por dar una muestra de nuestra cultura en Alemania, de pronto, viene un ladrón mal parido y se burla de toda la historia Argentina. Tira a la fosa, por cobrar unos míseros pesos, el esfuerzo de más de cien años de músicos y poetas.

–Esto hay que denunciarlo porque es la verdad más absoluta. No es ni cuento ni novela, es la verdad total –reclamaba Toli mientras apretaba su vaso de cerveza vacío a punto de reventarle en sus manos.

¡Dios, que es Argentino y porteño, de Palermo, che, se ponga a cantar el verdadero “Choclo”! ¡Qué reclame a los gritos con nosotros!

¡Gardel, Gardelito, Carlitos airoso, que no sea en vano invocar tu nombre!, che,: “Al mundo le falta un tornillo / qué venga un mecánico pa` hacerlo arreglar”, –gritaba el calavera Toli furibundo desde la esquina opuesta de la mesa–.

¡Se lo merece, che, se merece que lo hayan achurao! ¡Bendito el que inició la venganza del tango! Ahora que vengan las denuncias públicas –terminó con la

mano en alto añadiendo–, porque el tango es un sacramento y hay que respetarlo. El coro de incienso

Al fondo del restaurante, en la tarima pegada a la pared, como todos los viernes estaba el coro y la totalidad de sus integrantes, con sus túnicas granates, gesticulando como desesperado porque nadie le hacía caso; y el indio imprentado, camino al Machu Pichu sin llegar a la cima pese al tiempo transcurrido; el olor a flores en grandes canastos de mimbre, en la espalda de la cargadora colombiana, era una visión de la esforzada mujer trabajadora; nadie se explicaba que no se marchitaran esas flores cuando ya no olían ni a ramos de cementerio, ni eran leves perfumes entremezclados con tantas camperas de cuero colgadas en los percheros abarrotados de

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pesadas prendas. Esas figuras daban la impresión de estar pegadas a la pared de los costados, reclamando espacio para subir, hasta parecían solamente unos afiches de tanto insistir en ser observados en su ascenso.

Carlos Gardel, su cadáver y Hans Ulrich Thom Acompañaba, esta vez a Dante Cincuotta, un alemán de elevada estatura, de pelo blanco y frondoso que al llegar a las mesas, saludó a todos los presentes con una sonrisa de agradable finura y respeto. Lucía con mucha elegancia un abrigo negro, tan largo que le llegaba casi a los tobillos y se abrigaba con una gruesa bufanda roja que le colgaba del cuello. –Muchachos les presento a Hans Ulrich Thom, es un nuevo amigo que tiene gran interés en conocer argentinos. Ni un problema con él, habla perfectamente castellano con acento y modismos originales de los porteños. Ya lo van a escuchar. -Espero no molestar –fue lo primero que dijo el viejo alemán, bajando a medias la cabeza como pidiendo perdón–. Dante me contó de vuestros encuentros. Hace años que no voy a Buenos Aires y siento mucha nostalgia de cuántas cosas viví en la Argentina. No quiero molestar. Me basta con escucharlos hablar para creer sentirme, como antes, en un glorioso tiempo, caminando en medio de la calle Florida o en un café de la Avenida de Mayo.

–¿Mucho tiempo vivió en Buenos Aires señor? ¿Cómo dijo que se llamaba?

–Hans, simplemente, o Hans Ulrich, como quieran. Visité la Argentina por primera vez cuando era muy joven. Después, repetidas veces estuve, por años, trabajando en una empresa y, como escuchan, se me pegó el acento. Además, siempre me pareció muy simpático el lunfardo. Eso de tener dos idiomas, uno en la oficina y otro en los cafés y en la calle, es enriquecedor. Y como debe ser, me interioricé de la historia Argentina, igual como supongo que ustedes deben haber estudiado la historia alemana, o por lo menos haber leído algo sobre nuestra cultura. Siempre he practicado el adagio: “donde fueres has lo que vieres”. Además, soy loco por el mate y los asados, no me he podido desprender de estas dos buenas costumbres que heredé del Bajo Belgrano el barrio donde vivía.

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–¿Le gusta el tango Sr. Hans? –preguntó Mario. –Me entusiasma y reconozco, además, a los músicos y los

cantores cuando escucho alguno. En esas conversaciones de café, junto a los amigos, sobre el tango, es lo que más se conversa ¿no? Bien saben lo que dijo Discépolín: “sobre tus mesas que nunca preguntan, lloré una tarde el primer desengaño, nací a mis penas, bebí mis años y me entregué sin luchar”.

–Voy a pedir unan cerveza para mí, si me permiten que pague una vuelta para ustedes, me harían un honor. ¿Cuánto tiempo que no hablaba con acento porteño? Hasta me atrevería a contarles una historia que tengo guardada y que me bulle dentro del pecho y, que veces, me atosiga por entregarla. Además, considero de suma importancia para la historia del tango, que la conozca gente argentina amante del tango que, por lo que veo, es lo que más a ustedes les interesa. Pero no quiero molestar. Cuando ustedes quieran irse a bailar, me avisan. Puedo contarla en capítulos, –dijo Hans, sonriendo.

–Adelante, señor Hans –asintió Mario, ya intrigado, presintiendo que asistía a un momento especial–. Cuéntenos esa historia, que historias y chistes es lo único que circula entre nosotros. Seguro que será más interesante que las nuestras.

Berlín, julio de 1939

–Yo tengo 70 años. Nací en 1917. En el comienzo de mi historia, en ese entonces tenía 22 y estaba por rendir los últimos exámenes de lenguas románicas en la Universidad Humboldt, donde cursaba también estudios de lingüística y filología. Ya ven el idioma lo conozco desde que era muy joven. ¡Qué bárbaro, y cuánto me ha servido –y al viejo Hans se le iluminó el rostro al pronunciar esta frase final.

–La noche de julio de 1939, la tibieza característica del verano berlinés, lo agradable del ambiente lleno de contagiosa alegría, donde la vida nocturna parecía reflejar el verdadero espíritu de la amplitud humana del alemán, nada hacia presagiar los acontecimientos que pronto se desarrollarían. Nada daba a entender que estábamos en el inicio de una de las tragedias más profundas de

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la Humanidad, iniciadas y gestadas desde el mismo corazón artístico de Europa, como era considerado Berlín.

Yo estaba con mi amiga que era del cuerpo de baile del Kabarett der Komiker, en la Kurfürstendamm 156, el cabaret preferido de Marlene Dietrich, que en 1933, cuando el Nacional Socialismo ganó las elecciones, se había ido a Estados Unidos, pero no se había despedido definitivamente de Berlín. Según lo que ella nos había contado, se había iniciado en ese cabaret en el arte del canto y la actuación junto a Ulrike, mi amiga de esos momentos. Marlene había vuelto, brevemente y casi de incógnita, a Berlín para despedirse para siempre de la ciudad. Esta despedida era la definitiva. El cabaret estaba lleno. Yo tenía, como todas las noches reservada una silla en la mesa de los artistas, pues mi amiga de entonces era integrante del cuerpo de baile y del coro.

La mesa ocupaba el costado del salón casi en la penumbra. El aire, ¿se imaginan? estaba enrarecido por el humo que a nadie perturbaba. En el escenario una orquesta de Jazz, dirigida por el compositor Kurt Weill, en ese entonces la música de moda, la decadente música de moda, así catalogada por las autoridades del régimen de ese entonces, tocaba las melodías más conocidas que llegaban desde los Estados Unidos. Todos los hombres, igual que yo, vestían de esmoquin, con pajarita al cuello, y las mujeres con sus sombreros ajustados en la cabeza, con trajes de lentejuelas brillantes, dejando al descubierto, hasta las rodillas, sus blancas piernas, gesticulaban con sus cigarrillos metidos en las clásicas y largas boquillas de auténtico marfil. La mayoría de las mesas de los costados estaban, las mejores como siempre, ocupadas por militares de alta graduación, era lo más normal que lo hicieran acompañados de sus soldados de escoltas que, impertérritos, manos a la espalda y piernas abiertas pegados a la pared, en estricto silencio, esperaban órdenes de sus jefes

Esa noche, el Herr Ober, el camarero, el mozo como se dice en Buenos Aires, que nos atendía, me llamó para preguntarme si no tenía inconveniente en darle la silla desocupada de nuestra mesa para cinco personas, a un cliente que le había dado una buena propina, pues estando el salón completamente lleno, no había ninguna otra posibilidad. Con mi amiga y Marlene Dietrich, junto a Dolis, otra bailarina del cuerpo del ballet, esperábamos que se iniciara el

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espectáculo. Después de consultar con mis amigas, no tuve reparos para favorecer al mozo nuestro amigo de siempre. Éste se fue y cuando volvió lo hizo acompañado de un hombre entrado en la madurez, alto, peinado a la gomina con el pelo liso y un elegante esmoquin.

Se presentó con simpatía, alargándonos una mano franca y enorme, pero hablando en italiano: –Buona nottes signorinas. Cavaliere mollto piachere. Io mi chiamo Giovanni Dompero, mollto piachere. Mille grazie per la vostra gentileza. Yo, además del español también dominé siempre ese idioma y no tuve reparos en ofrecerle la silla desocupada. Ante mi gesto de aceptación se sentó al lado de Marlene que, indiferente a su presencia y a todo, estaba concentrada esperando que se abriera el grueso telón de terciopelo rojo y comenzara la función.

Imposible que nuestro nuevo amigo no se enamorara de Marlene, ignorando que Dolis era algo más que su acompañante. Se pasó toda la noche invitándola a beber a la salud de toda Europa, pidiéndome palabras alemanas para halagar a nuestra amiga. Bailó con ella y se mostraba eufórico ante la elegancia y la dignidad de la cantante.

Dompero, sentado, juntaba sus manos como si entre ellas se saludaran y una vez puestas a la altura de la cintura, inclinada la cabeza se iluminaba con una sonrisa franca, de dientes sanos de marfil blancura.

Estaba sorprendido de la cantidad de militares que ocupaban las mejores mesas, dispuestas para el disfrute con numerosas botellas de champaña para presenciar el espectáculo del cabaret. Uno de los de mayor calidad artística en todo Berlín. A cada rato me preguntaba si conocía a ese alto y rubio, ahí parado copa en mano, con jinetas de coronel de ejército; o aquél, con quien todos eran más obsecuentes, con las palas de general, o el de las estrellas que debía ser de la aviación. O aquel otro, con traje oscuro y en el brazo un ostentoso brazalete rojo con la esvástica en blanco, que hablaba o que escuchaba con inusitada tranquilidad.

Curioso –me decía excitado por el extraño ambiente– tantos uniformados en este momento. ¿No crees Hans? ¿Quién es ese de camisa parda al que le rinden pleitesías, un poco exageradas? ¿No te parece? ¿No es Göring ese que está en este momento conversando

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con él? ¿Y aquél otro? –Hans, explícame ¿cómo es posible lograr este ambiente de alegría y jolgorio, donde todos parecen indiferentes, ausentes diría, de los comentarios de los diarios y de las radios de que algo fuerte se avecina?

Giovanni, dedícate a tu amiga. ¿Qué importa quien es quien y que cosas pueden venir, estamos todos alegres y en lo mismo? ¿No te parece? El tango en Berlín

–Perdone, señor Hans, otra interrupción, –dijo Mario, esta

vez ante el silencio expectante de la mesa de los tangueros– ¿recuerda algún nombre argentino, o una manifestación artística argentina en esa época?

–Pienso, pienso... ¡No, lamentablemente no! Tan solo algunos tangos instrumentales muy conocidos como El Choclo, Bandoneón arrabalero y A media luz. No recuerdo otros.

–¿No sonaban tangos con la voz de Carlos Gardel, en algún disco o en alguna radio?

–Qué yo recuerde, en este instante, no. Pero dentro de lo popular sí una voz femenina. Sus canciones se hicieron muy populares. Era una chilena de nombre Rosita Serrano. Algunos nostálgicos aun hacen programas en la radio con sus temas que son tonadas chilenas y canciones que lograron inusitado éxito, como una que sé que su nombre original es “Chiu Chiu”, pero que fue aquí bautizada con otro nombre, algo así como de origen chino que todas las niñas, incluso lo bailaban parando los deditos y vestidas como chinitas.

–¿Y algún otro latinoamericano? señor Hans ¿recuerda alguno más?

–Sí, sí, a un pianista clásico Claudio Arrau. Este intérprete del piano, que era chileno, llegó a los 11 años a Berlín y se convirtió en un niño prodigio. Se destacó entre todos durante los casi 32 años que vivió en la capital. Después se fue a los Estados Unidos donde prosiguió con sus triunfos. Junto a él figuran en el registro de la HdK, como maestros del piano Conrad Ansorge; Víctor Babin; Hans von Vulgo; Ferruccio Busoni; la inolvidable Teresa Carreño muy recordada en su patria venezolana; Edwin Fischer; Leopold Godowsky; Wilhelm Kempff; Martín Krause, maestro de Arrau;

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Wanda Landowska; Ignacy Jan Paderewski; Artur, Antón y Nikolai Rubinstein; Artur Schnabel, y muchos otros. Todos destacados, cada uno en su patria, pero buscaron en el abrigo de Berlín la escuela del éxito. Berlín era el único trampolín a la fama que ofrecía Europa. Sigue la historia de Carlos Gardel

–El nombre de Carlos Gardel, que ahora sé perfectamente

quién fue, lo escuché, por primera vez, a los veintidós años, en Berlín, allá por 1939, en el cabaret donde conocí a Giovanni Dompero.

––Ahora que lo nombro, permítanme seguir con mi anterior narración –propuso Hans y prosiguió:

Al terminar la noche, con el cabaret vacío y al lado de nuestras mujeres, seguíamos brindando por Italia, por Alemania, por la belleza de las alemanas. El alcohol lo teníamos hasta la coronilla y fumábamos sin parar como era la costumbre en todos en los cabaret.

Dompero me pidió que lo dejara la noche siguiente otra vez sentarse en nuestra mesa. Como habíamos logrado entendernos a la perfección, y yo estaba feliz de ejercitar mi italiano, no tuve reparos. La segunda noche agregamos otra silla para otra amiga bailarina del coro, una preciosura de mujer que se interesó de inmediato por Dompero, quien, ante la indiferencia de Marlene, no tuvo reparos en cambiar de preferencia hacia la nueva adquisición femenina que se le ofrecía.

En una de esas noches, en que seguía presente en nuestra mesa Marlene, como no queriendo alejarse de ese ambiente que era tan suyo, Dompero me pidió que solicitara a la orquesta un tango. Justo, en ese momento, estaban tocando la canción Lili Marlene. Las luces de la pista, enfocadas hacia los bailarines en el centro del salón, se volvieron hacia nuestra mesa dándole en pleno rostro a nuestra amiga. De inmediato se escuchó un clamoroso aplauso. A la vez que empezaban en cantar a coro, todos los presentes, los versos de la conocida canción:

Vor der Kaserne / vor dem grossen Tor / stand eine Laterne, / und steht sie noch davor, / so wolln wir uns da wiedersehn, / bei der

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Laterne wolln wir stehn / wie einst, Lili Marleen, / wie einst Lili Marleen.

Pareció que era esto lo que esperaba Marlene. Casi de

inmediato, tomando la mano de Dolis su especial amiga, nos miró en silencio y con un gesto de despedida, profundo y triste por el silencio de sus labios y el ruido circundante, llevándose los dedos a la boca, nos lanzó una pequeña señal de adiós con el afecto de un beso.

Las luces volvieron al centro de la pista de baile y la orquesta irrumpió con un tango que con algarabía todos salieron a bailar. Las mujeres hacían el clásico quiebre de cintura hacia atrás y daban, ambos bailarines con enérgica resolución y sincronizada seriedad, vuelta sus cabezas y emprendiendo la marcha, hacia donde estuvieran de frente, mejilla a mejilla.

–Pero si es el Choclo uno de mis preferidos, pero está bailado como polca, o qué diablos es eso que bailan –exclamó Dompero.

–Te ruego Hans le pidas después al director de la orquesta que toquen un tango de Carlos Gardel.

De los músicos nadie conocía a Carlos Gardel –Lo siento Dompero, tu amigo Gardel es un desconocido

para todos nosotros. ¿Quién es? Dompero se metió la mano al bolsillo interior del saco de su

esmoquin y, mostrándome una foto me dijo: –éste es Carlos Gardel, el mejor cantante argentino de tangos. Mi preferido. Es un verdadero fenómeno. Lo admiro y lo sigo. Su muerte fue para Argentina una verdadera desgracia, una enorme tragedia.

Tomé la foto, la observé un rato, lo miré a él, volví a mirar la foto, y sin proponérmelo y sonriendo le dije: ¡cómo se parece a ti Giovanni! ¡Si tiene tu misma sonrisa! Además, con ese esmoquin del mismo corte del tuyo pareciera que fueras tú.

Bueno –me respondió en medio del bullicio moviendo la cabeza y asintiendo como con resignación– todos dicen lo mismo.

–Veo que esa opinión, por la sonrisa que tienes, no te desagrada, ¿no? Ser famoso ¿no? Y de inmediato, recuerdo, que todos nos largamos a reír. Me pregunté ¿qué es esto de ser italiano y de admirar a los argentinos?

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Fue una semana corrida que llegada la noche nos juntábamos en el cabaret. Al terminar la velada, cada uno se iba a su casa, yo siempre acompañando a Ulrike, pero antes dejábamos a Dompero en su hotel de la Kudamm. Estaba alojado en el Kempinsky, a muy pocos metros del lugar.

Mañana viernes, –le dije– yo no puedo quedarme por muy largo tiempo. Le pedí disculpas a mi nuevo amigo, sin darme cuenta hablando en español y él me contestó con absoluta perfección, pero con un acento para mi desconocido. Algo parecido al italiano ¿o al catalán? pensé en ese momento. Resultó que conocía, según me dijo, varios idiomas románicos y que no le era extraño expresarse en varios de ellos cuando la ocasión lo requería.

–Sé que tú eres lingüista Hans. ¿Además, filólogo? –Sí, sí, con mención especial en etimología de la toponimia. –¿No me digas? Qué coincidencia querido Hans, pues yo he

sido siempre un aficionado al significado de las palabras, incluso, mi pasión ha sido tan grande que me atreví a escribir un libro sobre el significado de la toponimia del extenso territorio que es Argentina.

–Algo más que estas preciosuras de mujeres nos une Giovanni. Yo trabajo de traductor de lenguas románicas y en muchas ocasiones me he topado con palabras muy extrañas del territorio argentino, cuyo significado me fueron desconocidos. Algún día, veré la oportunidad de consultar tu libro, seguro debe estar en el Instituto Iberoamericano, donde existe casi todo el material de consulta sobre el tema de la toponimia de Latinoamérica.

Pero ahora Giovanni, no me puedo quedar largo tiempo. Mañana temprano debo hacer algo muy importante. Debo estar muy fresco, con todos los sentidos, en un lugar a donde no puedo faltar.

–¿No puedo acompañarte? –se ofreció Dompero. –No creo que sea de tu interés, le respondí, pero ante su

insistencia, le propuse que lo mandaría a buscar, y que lo irían a recoger al hotel a las ocho de la mañana del siguiente día.

–¿Muy temprano para ti Giovanni? –¡No, querido! Si no me acostara a dormir esta noche igual

te acompaño. Yo todo lo cumplo. –Bien. Quien te busque te llevará donde yo estaré, ahí

proseguiremos juntos. ¿De acuerdo?

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El cementerio de Magdeburgo A la mañana siguiente, a las ocho llegó al hotel Kempinski

un soldado preguntando por el señor Giovanni Dompero, era el chofer enviado por Hans Ulrich. Éste, en la puerta, lo estaba esperando vestido con su mejor traje de calle. Sin preguntar nada más entró en el auto, un Volkswagen negro y largo, que con él, como único pasajero enfiló hacia el norte de Berlín, por la carretera hacia Hanhover.

Dompero, no preguntó nada, se dejó llevar imposibilitado de conversar con el soldado chofer, pues además de no hablar ni una palabra en alemán, tampoco el soldado hizo ningún gesto para comunicarse con él.

Se abrió, de este modo, para Giovanni Dompero, el paisaje campesino inmediato de los alrededores de Berlín que no había tenido tiempo de visitar, ya que se pasaba todas las noches en el cabaret junto a Hans. No había reparado en esta belleza de extensión verde de amarillas flores de Repsol, protegidas por un ambiente pleno de tranquilidad y pureza de aire. Era otra Alemania la que se le ofrecía a la vista.

Casi dos horas duró el viaje por caminos asfaltados bordeados de árboles de tilo, cuando no de plátanos orientales, que le recordaron a Dompero algunos caminos de su patria lejana. Llegaron a la ciudad de Magdeburgo y en la entrada, hacia la izquierda, de lo que sin duda, como apreció Dompero, era un cementerio. Adentro se oían los acordes de una lenta marcha, cadenciosa y melancólica, ejecutada por una banda militar.

Se acercó despacio al grupo de personas que, en actitud de respeto, silenciosa y reposada, se agrupaban alrededor de una cúmulo de tierra removida, donde en una cavidad, como es la costumbre, era depositado el féretro que ya estaba en posición de descenso. Mientras veía los gestos del sacerdote que derramaba agua bendita sobre el féretro, advirtió que los primeros de la fila eran militares. Sus trajes y condecoraciones, estrellas y jinetas, le confirmaban que eran oficiales de alta graduación y que pertenecían al cuerpo de aviación. Para su sorpresa vio entre ellos la figura de su amigo, vestido con el mismo uniforme. Por la edad que sabía que tenía Hans, supuso que sería de capitán o algo cercano. Pero se

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mantuvo a discreta distancia observando con decoro la tristeza conmovedora de la ceremonia.

La música prosiguió con la profunda reconvención que provoca la marcha fúnebre de Mozart, en el momento del descendimiento del féretro al dejar caer tierra y flores sobre el cajón del muerto y en el posterior, silencioso y lento alejamiento de los presentes al sepelio.

Dompero se mantuvo en la misma prudente distancia, advirtiendo que los oficiales hacían una fila y saludaban respetuosamente a su amigo Hans Ulrich Thom, con un reverendo gesto de pesar. Y, no dudó que era un familiar de su amigo a quien habían enterrado. Al terminar los saludos de despedida, Hans se acercó a Dompero y, sin mediar otros gestos, le comentó los pormenores del entierro.

–Era mi padre, que también fue militar del cuerpo de la aviación alemana. Murió hace unos años en una importante misión en el extranjero y que, por ciertas circunstancias, aun no había sido sepultado. Ya ves, mi querido amigo –dijo indicando su uniforme–, bien sabes que casi todos los alemanes somos en estos tiempos militares. ¿Qué momentos nos esperan? Nadie lo sabe –sin darse cuenta Hans hablaba en español y Dompero siguió utilizando el mismo idioma que resultó, entre ambos, más fluido que el italiano.

–Escuchando hablar, en esos momentos a Dompero –prosiguió Hans– no pude dar con el acento tan particular que éste tenía. Y regresamos en el mismo auto al hotel de Berlín. Almorzamos juntos donde se nos unió mi amiga Ulrike siempre acompañada de Ruth, la otra muchacha conocida en el cabaret, que había iniciado un repentino y ardoroso romance con Giovanni.

–Hoy me despido queridos amigos –dijo de pronto Dompero, mirando repetidas veces a Ruth–, se terminaron mis vacaciones y debo regresar, en dos días, a Roma.

–Lo lamento –respondió Hans– yo también debo partir esta tarde a una misión que me impone el cuerpo de aviación al que pertenezco.

–Me ha parecido muy bien que seas militar Hans, te felicito. Debo confesarte que yo soy argentino, no italiano y debo partir dentro de unos días a mi lejana patria. Nunca tuvimos demasiadas conversaciones sobre nuestras vidas privadas. Puras farras querido.

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Han sido unas noches largas y maravillosas las vividas junto a ti y este hermoso recuerdo que me llevo, también de mi fracaso con Marlene y de esta preciosura de alemana que me ha enternecido con tanta frescura y tanta dedicación. Me duele alejarme pero debo hacerlo. Sin duda, ¿qué deberes importantes nos esperan a ambos? Toma Hans mi tarjeta de visita –y Dompero alargando el brazo le entregó una–, Hans mirándola a la ligera leyó en español Juan, en vez de Giovanni, pero no le dio importancia.

Es mi dirección en Buenos Aires. Si algún día tienes que ir a mi país, te ruego querido Hans, llegues a visitarme. Los espero a todos ustedes. No olvides nunca, pase lo que pase a tu amigo Giovanni o Juan, como quieras llamarme. “Si necesitás alguna ayuda y te hace falta un consejo acordate de este amigo que ha de jugarse el pellejo, pa´ ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión”, y terminó ofreciéndole su mano firme y vigorosa.

Se levanto y se irguió con prestancia. Hans advirtió que Dompero calzaba zapatos de charol y que, juntando los talones y la punta de los pies abiertos tomó una posición de firmes, lo que le pareció un conocido saludo de despedida. Buenos Aires. Junio de 1943 En la vereda de enfrente de la dirección que buscaba y habiendo dado con ella, Hans Ulrich, se acomodó las solapas del perramus, se subió el cuello porque ya la neblina comenzaba a hacerse presente en su cara. La garúa caía perseverante aunque con levedad sobre el asfalto de la ciudad de Buenos Aires. Se ladeó el sombrero de filtro negro y tocó el timbre de la casa. Tenía en su mano la tarjeta que Dompero le había dado en su despedida de Berlín. La miró repetidas veces mientras esperaba que lo atendieran. Cuando la puerta se abrió, una mujer en bata de levantarse, con el rostro huraño y el pelo aun revuelto, lo miró con gesto agrio. –¿A quién busca señor? –indagó, casi irrespetuosamente. -¿Está el señor Juan Dompero, –respondió Hans con la tarjeta de visita en la mano mostrándosela a la portera, y repitió– busco al señor Juan... –Al coronel Juan Domingo Perón, dirá usted. Él sale siempre muy temprano, nunca después de la siete de la mañana y no regresa

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hasta la noche. Ahora lo encuentra en su oficina, en el Ministerio de Guerra. Si desea dejarle un mensaje démelo a mí.

–No, no gracias –le respondió Hans. Enteramente confundido retiró su mano extendida con la tarjeta de visita entre sus dedos.

–¿El coronel Juan Domingo Perón, dijo usted? De pronto una inaudita sorpresa transformó el rostro de

Hans– ¿y en el Ministerio de Guerra, dijo usted? Muchas gracias señora. Voy de inmediato hacia allá.

En la esquina Hans miró la tarjeta y leyó, Juan Domingo Perón Sosa. Calle Arenales, esquina Coronel Díaz, Buenos Aires. Argentina.

Comprobó que estaba en el sitio correcto y sin salir de su asombro, ahora con preocupación, la guardó en uno de sus bolsillos y se metió en el primer café que encontró a la vuelta de la esquina.

Cuando terminó su desayuno, que fue un submarino con ensaimadas, lo típico recomendado por el mozo de ese bar. De inmediato solicitó un taxi, que lo acercó a una cuadra de la embajada alemana, lugar de su destino. Caminó hacia ella. El guardia en la puerta, reconociéndolo, lo saludó franqueándole la entrada.

–Escúcheme bien capitán Thom –le dijo el embajador, cuando Hans estuvo en su presencia. El embajador era un hombre rubio y alto, algo entrado en edad– escríbame de inmediato una lista de todas sus necesidades y procuraré que le sean cumplidas sin reparos. Debemos apurarnos, le ruego no perder tiempo, ya han pasado ocho años y la espera en nada nos favorece. Se ha dilatado demasiado el tiempo.

–Sí señor embajador –respondió muy serio Hans–. Lo tendré al tanto de todo y en cualquier momento. Muchas gracias. –Y salió.

Era la primera vez que Hans Ulrich Thom pisaba la ciudad de Buenos Aires. Había llegado cuatro días antes con una carga de preocupaciones, designado para una misión muy específica, y hasta personal, como le había dicho, con severidad, el comodoro jefe de la división a la que él pertenecía en el cuerpo de la aviación alemana. En la embajada lo esperaban y le tenían todo preparado, hasta un buen departamento que aunque pequeño le fue grato y estaba ubicado en la calle Lavalle esquina con Florida, un lugar céntrico de la ciudad.

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Debería conocer, recorrer Buenos Aires antes de cualquier otra actividad, se dijo mentalmente. Pero las palabras del embajador le resonaban como una orden imperativa, de la cual todas sus implicaciones las comprendía con suma claridad. Por ello prefirió ir directamente a vincularse con su amigo el coronel Juan Domingo Perón, esperando nerviosamente que fuera el mismo Dompero que conociera en esos años de 1939 en Berlín. Un presentimiento de encontradas emociones lo embargaba.

Cuando divisó el edificio del Ministerio de Guerra, el edificio al parecer era, además, de robusto muy seguro, con una fachada de claros colores, se detuvo a unos metros de la entrada principal, dándole la espalda a la Plaza de Mayo, donde reinaba un paisaje casi tropical con sus palmeras y sectores verdes, con un monolito mediano casi en el centro y frente a la Casa Rosada, sede del Gobierno Argentino, y una estatua ecuestre. Después conocería el nombre de esta plaza –el nombre del monolito y del guerrero sable en mano montado a caballo–, donde su misión lo llevaría repetidas veces. Observó, al frente del Ministerio de Guerra, a unos seis soldados de guardia y la gran puerta de hierro de la entrada que daba a un patio, que se advertía amplio y por el que circulaban, con las armas al hombro, soldados en ropa de fajina.

Creyó prudente esperar a la distancia para conocer mejor el entorno de la plaza, el movimiento de la calle y esperar que su nerviosismo se disipara.

De pronto, avistó a un grupo numeroso de oficiales que venían de la Casa Rosada, la casa de Gobierno de la Argentina, que se iban acercando a la puerta de entrada del Ministerio. Hans aventuró su reconocimiento. ¿Qué sí eran oficiales?: por el correaje cruzado afirmado en la cintura de la chaqueta color café oscuro, sí; por los pantalones claros, sí; y la clásica gorra de visera militar con los distintivos de sus grados, también. Entre los oficiales, uno sobresalía por media cabeza de los demás por su corpulencia, su ancha espalda y firmeza al caminar. En él creyó reconocer a su amigo Dompero.

–¡Él es! ¡Sí, es él! –dijo a media voz, y casi se puso a correr de entusiasmo, pero dominándose, caminó más rápido para alcanzar al grupo que ya empezaba a entrar al edificio.

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–¡Dompero, Dompero! –grito entonces haciéndose eco con ambas manos.

Debieron ser tan fuertes sus gritos que casi todos los oficiales volvieron la cabeza, inclusive el aludido, el más alto de ellos, aunque más levemente que los demás se volvió con disimulo, casi de reojo. Todos los oficiales entraron sin detenerse, pero advirtió que el oficial que él creyó ser Dompero se detuvo en la entrada, llamó a un soldado, le dio algunas indicaciones que después de cuadrarse al recibir la orden, el soldado miró hacia la calle y con fusil y todo salió al encuentro de Hans.

–El coronel Perón le pide que me acompañe. Por favor, tenga la bondad, sígame señor, por favor– dijo el soldado, y lo encaminó hacia la primera escalera de la derecha.

–Espere aquí –le oyó decir–. Lo vendrán a buscar. –Saludó y se retiró a su puesto de guardia.

Transcurrieron cinco minutos cuando otro soldado, pero esta vez sin armas, saludándole de mano le pidió que lo acompañara hacia el primer piso. Tocó la puerta con el número siete. Al oír la palabra ¡adelante! la abrió de par en par dejando pasar a Hans a una sala. Allí lo primero que se advertía era un inmenso escritorio lleno de papeles y, detrás de él a su amigo Dompero, que salió, precipitadamente, detrás del escritorio con los brazos abiertos y no dándole tiempo a Hans de reaccionar, sonriendo lo estrechó en una fraterno abrazo.

–¡Qué bárbaro! –dijo el coronel Perón–. ¿Por qué para mí es esta grata sorpresa? ¿Por qué se cumplen siempre mis premoniciones? –Y tomando con ambas manos y apretando los brazos de Hans le sonreía y, con una alegría desbordante, le volvía a dar un abrazo.

Muy cerca de su oído, el coronel Juan Domingo Perón le dijo a Hans quedamente: –no es este el lugar para conversar. Juntémonos al mediodía. Almorzamos juntos y conversamos privadamente, de todo, de todos los recuerdos y de las cosas que traigas como motivo de tu visita. Querido Hans espérame dos minutos, entrego estos oficios y estoy otra vez contigo.

Perón llamó al oficial de servicio, le entregó unos papeles en un debido orden y regreso ampliando su ancha sonrisa que de

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inmediato se conectó a su cuerpo y que transmitió a Hans con vivo entusiasmo.

Las dudas de Hans ya estaban disipadas. La tranquilidad que necesitaba estaba ante su presencia. Su cabeza bullía y mil ideas repentinas le entorpecieron manifestarse con la misma espontaneidad de su amigo Giovanni Dompero.

–Son las once de la mañana. A las 12, en punto, te paso a buscar bajo ese reloj que está en la torre de esa casona vieja que se llama El Cabildo, que está a la izquierda de este Ministerio. Anda, camina, cruza el edificio rosado, y ahí enfrente a la plaza de Mayo lo distinguirás, tiene muchas cosas interesantes que ver y conocer, y me esperas a la hora fijada bajo ese reloj. ¡Ahí estaremos juntos otra vez mi querido Hans!

Al cabo de una hora, Hans, frente al viejo Cabildo de la Plaza de Mayo, bajo el reloj de su torre, vio llegar al coronel Perón pero de civil. Vestía un saco deportivo y su aspecto había cambiado totalmente despojado del uniforme. Marcharon por la Avenida de Mayo hacia la Nueve de Julio y en el Café Tortoni, Perón enfiló derecho hacia la escalera que da a los comedores de la parte baja, donde se divisaban un sinnúmero de reservados. –Por favor mozo –y repitiendo con una pícara sonrisa– Herr Ober, –dijo mirando a Hans, –tráiganos un bife de chorizo de 400 gramos, papas fritas y ensalada. ¡Ah! Y un Trapiche tinto reserva de los que tiene sólo para mí. ¿De acuerdo? –Será un encuentro bien argentino. En este momento te mereces el más patriótico de los recibimientos.

–Y ahora, querido Hans –indagó Perón–, cuéntame los motivos de tu visita.

–Creo Giovanni, todavía te llamaré así hasta que me acostumbre a tu nuevo rango, nombre y apellido, que este no es el lugar adecuado para confidencias. Te propongo que nos veamos ahora o más tarde, pero hoy mismo, en otro lugar más seguro.

–De acuerdo –contestó sonriendo el coronel. –Te ruego que tomes la dirección –Hans sacó una libreta y

dejó que Perón copiara las señas que le dieron en la embajada de una casa privada, para mantener las reuniones que sabían seguro que se le presentarían y que necesitaría más de una en gestiones de la embajada y su designación.

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–Cuando llegues no toques la puerta principal, dobla y entra rápidamente por el portón que da a un jardín. Al fondo hay una puerta, golpea con el pie tres veces en la parte de abajo donde se ve que está la entrada del gato. Yo te estaré esperando. ¿A que hora te viene bien?

Acostumbrado a tantos misterios, motivados por los momentos difíciles que vivía el mundo entero y, otros tantos, en el ambiente político y militar en la Argentina, con la guerra en Europa y teniendo a un alemán frente a él, Perón asintió, no tuvo dudar de que algo importante tenía su amigo que comunicarle. Tomó nota de la dirección y dijo –¿te parece bien a las siete de la tarde?

–Bien me parece. Ahí estaremos esperándote. Habiendo terminado el consumo de tan sabroso y abundante

churrasco, se dieron un abrazo con la seguridad que se encontrarían a la hora fijada. Luis Viale, a dos cuadras del Hospital Israelita –No tenga cuidado capitán Thom. Abreviando. Sobre él, ¿su amigo no? Como era de imaginarse, tenemos un informe bien elaborado de toda su carrera..

El embajador tocó un timbre y entró un ayudante de civil que le entregó un grueso folio.

–Del contenido ya estoy informado, pues cuando el coronel Perón volvió de Europa, donde farreó, como aquí dice, estando con usted una semana entera en Berlín, fue necesario incorporar al informe su nombre y apellido, capitán Thom.

–Sabemos todo sobre la vida de Perón. Que nació en Lobos en 1895, que es hijo de un comerciante de campo, éste a su vez descendiente de inmigrantes italianos y que es hijo de una india mapuche de apellido Sosa, aunque muchos desmientes este ascendiente porque de ser así, los prejuicios que aquí imperan, más en el ejército, no lo hubieran permitido ascensos. Sobre esto existen muchas dudas.

–El 6 de marzo de 1911, ingresó al Colegio Militar en calidad de pensionista–cadete. Su legajo personal registra algunos datos. Sabemos que en esos años el ejército argentino estaba conformado –como lo sigue estando– por un espíritu profesional y

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contenido por dos corrientes de pensamientos y de acción: los que habían elegido la carrera de las armas como vocación y tradición de sus mayores y aquellos a quienes los preconceptos laborales y sociales, incubados como hijos de inmigrantes, le posibilitaron como profesión. Nuestro actual coronel es un hombre de plena convicción militar.

–Se destacó siempre por su interés en el estudio de la Historia, creo que hasta escribió un libro sobre toponimia del territorio argentino. Tenemos un documento sorprendente de Juan Domingo Perón, que demuestra que en esta época, en su formación militar, un gran interés por los problemas sociales de los trabajadores del agro y de las fábricas de la capital, una gran preocupación por los obreros y por los trabajadores de clase menesterosa. Tuvo por esos años de 1913, antes de recibirse de subteniente, un accidente, abreviando su desarrollo histórico, fue que se golpeó, durante unos ejercicios de barra, en los testículos, quedando por cuatro días en estricta observación médica, lo que de acuerdo al parte médico por este incidente quedó incapacitado de tener descendencia.

–Durante sus estudios siempre tuvo una conducta intachable, muy buena voluntad, serio, empeñoso en el trabajo, con buen espíritu y carácter, gran desarrollo afectivo como compañero e integrante de grupo, con cualidades innatas de líder, y poseía firmes condiciones para el mando superior.

–Era, siendo teniente, un radical personalista y algo de conservador nacionalista. Argentinista de siempre, tenía muy maduró un antianarquismo que, luego de correr el tiempo, se convertiría en rechazo de todo lo que fuera comunista. Así era la época. Así, el Ejercito Argentino.

–Estuvo como jefe de Sección en Campo de Mayo; se recibió de oficial de estado mayor con el grado de capitán; en 1931 fue enviado a la Escuela Superior de Guerra como profesor de historia para luego ingresar con el mismo título en la Academia de Guerra.

–En 1933 decidió prescindir de cualquier militancia política dentro de ejército. En abril de 1934, elevó al Inspector General del Ejército, dos ejemplares de su nuevo libro titulado “Apuntes de Historia Militar. Guerra Ruso-Japonesa de 1904-1905”.

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–En 1936 prestó servicio como agregado militar argentino en Chile, donde tuvo un sonado proceso por descubrirse un entramado de espionaje del cual salió libre de toda culpa. En este año fue ascendido a teniente coronel. Se destacó brillantemente en la acción de ayuda a los que sufrieron el terrible terremoto ocurrido en las provincias Cuyanas en el límite de la frontera con Chile.

–Con el grado de teniente coronel, después de morir su esposa, con la cual nunca pudo tener hijos, por ser estéril como antes le he detallado, solicitó un viaje de estudios en 1938, el que le fue concedido. Llegó a visitar Italia, Francia, Yugoslavia y brevemente Alemania.

–Realizó un viaje a Berlín en julio de 1939. Hasta ahora solo se sabe que estuvo con usted en ese cabaret acompañado de Marlene Dietrich y de una corista de nombre Ruth Schneider, con la que aun mantiene relaciones a través de cartas que han sido detestadas por nuestro servicio secreto de encomiendas y correos postales. Además, realizó una visita, no sabemos si de cortesía o no, a la embajada Argentina en Berlín, donde se reunió con el agregado militar y el embajador que era en ese momento Eduardo Labougle.

–A su regreso de Europa, comenzó a tener mayor participación en hechos que, actualmente, cubren el frente de muchas inquietudes del ejército argentino con los destinos del país, frente a las corrientes anglosajonas y pro los Estados Unidos, siendo estos dos grupos contrarios a los que apoyan a nuestro gobierno Nacional Socialista. El otro grupo, aun sin tomar cartas visibles en ningún asunto, es el nacionalista que está encabezado por el actual coronel Perón. –Sus preferencias artísticas se reducen a una gran admiración de las manifestaciones folklóricas del campo argentino y populares de la urbe capitalina; le gusta escuchar tocar la guitarra. Es aficionado al tango y, por sobretodo, goza o sufre, con una desmedida admiración por un cantante nacido en Francia de nombre Carlos Gardel.

–Desde que llegó de Berlín, tenemos noticias que han sido consignadas, tan sólo porque su nombre, capitán Thom, figura en el informe. Parece que usted le hizo a él, una referencia a que se parecía a ese cantante Carlos Gardel. Desde su llegada ha tomado una personalidad que desarrolla en privado, ante sus amigos entre

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copa y copa, como que su prestancia y éxito se debe a que se parece al cantante de tangos Carlos Gardel. Esta apreciación nadie más que usted pudo habérsela dado. La confidencia, sin trascendencia y sin ningún temor para usted capitán, viene de buena fuente.

Sin hacer objeción alguna, Hans se acordó de la intimidad que tenía con Ulrike su novia berlinesa, y de Ruth la admiradora de Dompero.

–¿Cuál será el futuro, en la Argentina, de este destacado, idealista, inteligente y esforzado oficial? No tiene antecedentes sociales de alcurnia, por provenir de una humilde familia de inmigrantes y como se comenta que es hijo de una india mapuche, juzgamos que ninguno. Dentro de estos ejércitos latinoamericanos se pierden los mejores hombres por falta de padrinazgo. Los que son apoyados por la aristocracia, en el orden conservador de todos sus ejercicios, y por las autoridades y recomendaciones de los países cuyos capitales sobresalen en su economía son los que ascienden.

–Este hombre necesita ayuda y creo, capitán Thom, que con estas últimas referencias usted debe desarrollar sus tácticas de trabajo para que él se acerque a nuestra causa.

–Le daré cuatro sugerencias de convencimiento. Una: la principal, recuperación del objeto sobre el cual él tiene tanta veneración; dos: destapar hacia arriba, con nuestra ayuda, los ascensos para consolidar su futuro militar; tres: proporcionarle varios nombres de colegas embanderados en nuestra causa. Este solo hecho es ya un compromiso, pues su sola mención, donde quiera que esté, lo privaría de toda confianza y ahí quedaría detenido todo su futuro. Cuatro: después de su regreso le envió, vía Italia, una carta a esa amiga que usted le presentó Ruth Schneider, para que viaje a Buenos Aires, ella le contestó que no podía hacerlo sino con toda su familia, a lo que él aceptó.

–Ruth Schneider y toda su familia son judíos, como usted bien lo sabe desde antes. Fue detenida y enviada a Auschwizch, donde aun permanecen. Este último argumento sería el más contundente, si es que se niega, para que le preste a usted ayuda. De hacerlo, le facilitamos la liberación de toda esa familia, como lo hemos hecho con otros militares, políticos y eclesiásticos que han presentado solicitudes en diversas y por variadas causas, y los hemos traído a Buenos Aires.

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–¿Señor embajador, no cree usted que esta sería una extorsión? Digo, ¿una sugerencia demasiado extrema? –apunto Hans, con gesto de honda preocupación–. ¿Será necesario tanta iniquidad para lograr propósitos que bien podríamos, esforzándonos, lograr por otros medios?

–Esa es su tarea capitán Thom, encontrar el convencimiento más útil para lograr el propósito para el cual está usted aquí. Todo el éxito ahora depende de usted, capitán Thom. Tendrá en sus manos todos los medios que nos solicite, monetario y materiales, en hombres y demás cosas necesarias. Para nuestra causa, debe entenderlo, no son los hombres lo que importa, es la seguridad de alcanzar lo que nos proponemos que, además, es una orden emanada del propio Führer. ¿Lo entiende así, verdad?

–¡Sí señor embajador! Pondré cuánto esté en mi capacidad para lograr el cometido. Bien sabe que en esto está también comprometido mi propio nombre, el de mi familia y todo mi futuro y una solución a nuestra causa, por el bien de nuestra nación y el nombre de nuestro Führer.

De pronto, se escucharon fuertes golpes en la puerta. Era evidente que le estaban dando patadas a la puerta de entrada de los gatos.

–¡Alerta, que nuestro hombre está llegando! –Por favor, pase, adelante coronel, –dijo sonriendo Hans, al

estrechar la mano de Perón, que también con una leve sonrisa condescendía, con prontitud, a entrar a la habitación donde estaba el embajador alemán, ahora acompañado de dos personajes, protegidos con largos abrigos de cuero negro, cuya sola figura le recordó a Hans el nombre de la repartición a la que pertenecían. Ahí los esperaba ese señor alto y rubio, entrado en años, que Hans presentó al coronel Juan Domingo Perón como el barón von Thermann, su Excelencia, el Embajador de Alemania, acreditado ante el gobierno argentino.

–Nos servirán una merienda dentro de media hora coronel –ofreció el embajador–, pero antes tenga usted la amabilidad de servirse un buen aperitivo. –En una bandeja estaba una variedad de botellas que ante la indicación de preferencia de cada uno de los asistentes, el Herr Ober, de inmediato sirvió a cada uno de ellos.

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El coronel Juan Domingo Perón, y el capitán Hans Ulrich Thom, quedaron frente a frente, éste último en posición de tomar de inmediato la palabra, inclinándose hacia su amigo el coronel y, con la venia del embajador, comenzó a hablar. Colombia. Medellín, 24 de junio de 1935 –En el paquebote “Coamu”, que sale por la noche del 28 de marzo del puerto neoyorquino, Carlos Gardel y su comitiva, integrada por sus secretario José Corpas Moreno y José Plaja –este es el traductor de inglés–, el poeta y escritor Alfredo Le Pera y los guitarristas Barbieri, Riverol y Aguilar, emprenden viaje para concretar la anunciada gira artística por países de habla hispana. Arriban, a San José de Puerto Rico, el 1 de abril, en donde permanecen 21 días dando numerosos conciertos con un rutilante éxito. A La Guayra, Venezuela, llegan el 25 y en Caracas reciben un apoteótico saludo de la afición. Debuta Gardel en el Teatro Principal, donde se presenta durante 8 días. Viaja a Maracay para cantar ante el presidente Juan Vicente Gómez, gran aficionado a las peleas de gallos. Gardel le interpreta el estilo “Pobre gallo batarás”. Conmovido el general Gómez, le obsequia la cantidad de 10.000 bolívares que el cantor dona a una institución benéfica. Actúa, además, en el Teatro Rialto, en donde se despide del público de Caracas para emprender luego una gira por algunas localidades de Venezuela. El 12 se presenta en el municipal de Valencia; el 18 en el Teatro Baralt de Maracaibo y en el Metro. A esta altura de la gira y, por la sofocante temperatura que reina en la zona visitada, los viajeros viven jornadas que se tornan agotadoras. Sobre todo para Gardel, quien tras el cansancio de los viajes, debe soportar el asedio constante de sus admiradores en todas partes, asistiendo a innumerables agasajos y finalmente cumplir largas actuaciones ante insistentes auditorios que le piden más y más. Aquí se unen a la comitiva el empresario teatral chileno Celedonio Palacios y Henry Schwartz, empresario teatral de Venezuela. Los siguientes días se presenta en el Circo Teatro España, resultando chico el lugar para ubicar al numeroso público que concurre durante las tres noches de su actuación. El día 14 de junio,

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en el aeropuerto de Techo, Bogotá, aterriza a las 14 horas el trimotor que conduce al cantor, “El Rey del Tango”, como llaman a Gardel en toda Colombia, y su comitiva. En ese momento la multitud reunida en el campo de aviación rompe el cerco policial e invade la pista, asediando y ovacionando a Gardel. Poco después las demostraciones de bienvenida son renovadas a lo largo de la carretera para ver pasar al astro en el automóvil que lo lleva hacia el centro de la ciudad. Gardel se presenta del 18 al 21 de junio en el Teatro Olimpia. El 22 en el Real, en funciones de tarde y de noche y el domingo 23, por la tarde efectúa la última presentación en este mismo teatro a las 21,15 horas. La emisora está colmada de oyentes y las miles de personas que no han podido entrar pueden seguir la transmisión desde la calle por altavoces colocados especialmente en la plaza Bolívar. Gardel interpreta los siguientes temas: “Cuesta abajo”, “Tengo miedo”, “Insomnio”, “El carretero”, Melodía de arrabal” y “No te engañes corazón”. Al finalizar este tango expresó: “Me voy de Bogotá con la impresión de quedarme en el corazón de ustedes... Encontré en las miradas de las mujeres colombianas, en la sonrisa de los niños que me hace recordar tanto a los niños de mi tierra y en el aplauso de los bogotanos un cariñoso afecto hacia mi persona. Si alguna vez alguien llega a preguntarme sobre las mejores atenciones que he tenido a lo largo de mi carrera, les aseguro que no podré dejar de mencionar al pueblo colombiano. Gracias amigos..., muchas gracias por tanta amabilidad. Yo me voy a ver a mi viejita pronto... y no sé si volveré, porque el hombre propone y Dios dispone... Hasta siempre, mis amigos...”. De inmediato y para cerrar su actuación cantó “Tomo y obligo”, la última interpretación de su vida. El trágico final de Carlos Gardel –El 24 de junio de 1935, a las 11 de la mañana de ese día, Gardel y sus colaboradores, se reúnen en las habitaciones del Hotel Granda ultimando los detalles antes de alejarse de Bogotá. La próxima meta en la gira por Colombia es la ciudad de Cali. En ella tiene proyectado actuar por la noche en el Teatro Jorge Isaac, en cuya sala, además, se ha de pasar el filme “La casa es seria”. Ya en el aeropuerto de Techo, Bogotá, se les ofrece una cálida despedida a

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los viajeros. Gardel es asediado constantemente por una inmensidad de ávidos fotógrafos que le toman innumerables fotografías, que serán así mismo las últimas de su vida. Tras las demostraciones de afecto, la máquina, en su trayecto hacia Cáliz, hace escala en el campo de aterrizaje de Olaya Herrera, de Medellín y mientras se abastece al “F 31” de combustible, los pasajeros aprovechan para tomar un breve refrigerio en el bar del aeropuerto. Al lugar arribó gran cantidad de público deseando ver al “Rey del Tango”, aunque sea por unos minutos. A las 15 horas, los pasajeros son llamados a tomar ubicación en el avión que se apresta a continuar su vuelo, esta vez conducidos por el piloto colombiano Ernesto Samper Mendoza quien, además, es copropietario de la Compañía Saco. El aparato al ponerse en movimiento, atraviesa el campo de norte a sur y al llegar al final de la pista, gira, esperando la orden de salida. A las 15.10 horas se produce el fatal accidente. Al darse las señales correspondientes, el “F 31” inicia la operación de despegue, recorriendo unos 500 metros. De improviso y cuando sus ruedas se han separado del suelo, comienza a desviarse de su inicial ruta, inclinándose hacia la derecha. Casi frente a las oficinas del aeropuerto, choca violentamente contra otro trimotor, el “Manizales” de la compañía “Scadta, Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos”, que a un costado de la pista se hallaba detenido y con los motores en marcha aguardando su turno para partir hacia Bogotá, y de ahí, hacía la ciudad de Buenos Aires, en la República Argentina. Tras la colisión sobrevienen las llamas, que en segundos envuelven a los dos aviones en una sola hoguera. Pasados los primeros instantes de estupor, los testigos de la increíble y tremenda tragedia corren hacia el lugar con el propósito de socorrer a los desdichados viajeros. Pero las gigantescas lenguas de fuego y el calor intenso les impiden acercarse, pudiendo solamente auxiliar a cinco personas que milagrosamente logran escapar de la trampa mortal. Cuando los bomberos logran extinguir las llamas, las autoridades judiciales proceden a realizar la dolorosa y difícil tarea de rescatar y reconocer los restos de las víctimas del dramático suceso. El cuerpo de Carlos Gardel se puede identificar sin mayores tropiezos. Se le halla debajo de las válvulas de un motor, cuya masa,

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en parte lo ha protegido contra la acción de fuego. Presenta quemaduras de cuarto, quinto y sexto grado generalizadas, y están menos atacadas la región pectoral izquierda y la cara interna del brazo del mismo lado, en cuya muñeca se encuentra una pulsera de oro con esta inscripción: “Carlos Gardel, Jean Jaurés 735, Buenos Aires”. Además, aparecen junto al difunto artista, su pasaporte medio quemado y varias libras esterlinas desprendidas del cinturón que usaba para llevarlas. Otro detalle que confirma su identificación es la hermosa conformación de su inconfundible y blanca dentadura que se muestra intacta. Como el cantor viajaba en un asiento delantero inmediato al del piloto, se supone que su muerte debió ocurrir instantáneamente por efecto del tremendo impacto. Las víctimas El luctuoso accidente arrojó como víctimas un saldo de 17 muertos y 3 sobrevivientes. Ocupantes, del “F 31” de la empresa SACO, que mueren:

Carlos Gardel, cantante. Guillermo Barbieri, guitarrista. Alfredo Le Pera, poeta y escritor. Celedonio Palacios, empresario chileno. Ernesto Samper Mendoza, piloto Henry Schwartz, empresario teatral. José Corpas Moreno, secretario de Gardel. Willis Foster, radio operador. Ángel D. Riverol, guitarrista, fallece 48 horas después. Alfonso Azzaf, masajista, fallece a las pocas horas. Sobreviven:

José María Aguilar, guitarrista. José Plaja, Maestro y traductor de inglés. Gran Flyinnm jefe de tráfico de SACO.

Ocupantes, del “Manizales” de la compañía SCADTA, que mueren:

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Hans Ulrich Thom, ciudadano alemán, piloto y propietario del “Manizales”. Hernando Castillo, camarero. Estanislao Zuleta Ferrer, abogado colombiano. Jorge Moreno Olano, banquero colombiano. Guillermo Escobar Vélez, escritor colombiano Lester Strauss, representante del sello Universal.

–Hasta aquí, coronel Perón, el informe detallado de la muerte de Carlos Gardel, que usted debe conocer, sin lugar a dudas –dijo uno de los dos asistentes, encargado de la lectura, cuyos nombres no se habían mencionado–, le damos la lista de los muertos para que constate cuales fueron los alemanes del “Manizales” que viajaban y de algunos de los colombianos que iban también cumpliendo una misión muy específica hacia Buenos Aires. –Pero como el informe tiene otros argumentos es necesario que prosiga leyendo. Con su permiso coronel Perón.

El sacerdote Germán Posadas, que acude de inmediato al lugar del siniestro, colabora incansablemente con la policía en el rescate de los cuerpos quemados ofreciendo, además, piadosas oraciones por el descanso de las pobres almas sacrificadas. Los cuerpos son colocados en humildes ataúdes donados por la Municipalidad de Medellín y, posteriormente son trasladados al anfiteatro del Hospital San Vicente de Paul, en donde se realiza el reconocimiento final. Allí, se cambian los despojos de Carlos Gardel a un nuevo féretro, de calidad lujosa, por encargo de la empresa fílmica Paramuno, a través de su representante en Colombia. Lo mismo hace la embajada alemana con los restos mortales del piloto Hans Ulrich Thom, proporcionándole el último de los dos únicos ataúdes de lujo existentes en la funeraria de Medellín, los de mejor calidad que existían en la casa mortuoria. Ambos féretros eran iguales en su formato y construcción, detalles que quedaron graficados, en la boleta de compra, por parte del representante de la embajada alemana en Medellín. El 25 de junio, a las 10 horas, se los traslada a la iglesia de la Candelaria, en donde se efectúan los responsos en forma colectiva para todos los muertos de los dos aviones. Posteriormente, en medio

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de un imponente cortejo fúnebre, integrado por una verdadera multitud y numerosos automóviles, portando cruces y coronas de flores, los despojos mortales llegan al Cementerio de San Pedro, en cuyos nichos inferiores de una las galerías, reciben cristiana sepultura.

Por resolución popular se hizo el trayecto a pie, llevando a pulso y sobre los hombros el ataúd con los restos de Gardel. Las fotografías y las películas tomadas, en esos momentos demuestran que la ciudad entera acompañó los restos mortales hasta el cementerio. En la tarde del 24 de junio de ese año de 1935, se difunde en Buenos Aires la ingrata noticia de la muerte de Carlos Gardel. El inmenso pesar se extiende por todos los países latinoamericanos en donde la figura y el arte de Gardel eran bastamente conocidos.

Armando Defino, apoderado de Gardel, nos entrega en un informe detallado las disposiciones de la madre del cantor de que los restos de su hijo fueran repatriados y enterrados en Buenos Aires, pues se lo disputaban desde Nueva York, Uruguay y Argentina.

En Buenos Aires se formó una comisión que encargó a Armando Defino, previa aprobación de doña Berta la madre del cantor, para que se trasladara a Colombia con el fin de gestionar la repatriación de los restos de Gardel, de sus colaboradores y de liquidar en Nueva York, la sucesión del artista en su carácter de albacea de la testamentaria del artista. En Colombia, las autoridades sanitarias en principio le negaron la posibilidad de la inmediata repatriación, alegando que los restos no podían salir del país hasta que no se cumplieran los cuatro años fijados por la ley. Pero las activas tareas de Armando Defino, para las que fue comisionado y que desarrolló con admirable convicción, logran obtener el permiso de repatriación de los restos, cosa que pudo efectuarse tan sólo en diciembre del mismo año. Además, ayudó porque el cadáver de Gardel había sido tratado especialmente en la eventualidad de una rápida repatriación. No así los de sus amigos y demás muertos en el accidente, que no fueron repatriados hasta verse cumplidos los cuatro años de requerimiento legales.

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Hasta aquí, coronel Perón, los detalles más importantes de ese accidente –terminó diciendo el lector, indicándole a Hans que él podía continuar con lo que le concernía. Hans Ulrich Thom, hijo. –Mi querido Giovanni, como ya has apreciado, yo soy hijo de Hans Ulrich Thom, el piloto del “Manizales”. Mi padre era el dueño de esa empresa. Mi padre fue el que murió. Después de tres años logramos el permiso de repatriación, abreviamos en uno los cuatro permitidos. De Colombia, logramos traer sus restos para enterrarlo, en junio de 1939, en Magdeburgo, ese día que estuviste afectuosamente presente. –Ahí, solamente ahí, un día antes, cuando se le realizaron al cadáver de mi supuesto padre los análisis bucales, se pudo comprobar que no era mi padre el que enterrábamos en el cementerio de Magdeburgo, sino que era el cantante argentino Carlos Gardel. –¿Por qué esa constatación? Mi padre tenía también una dentadura perfecta igual que Gardel, en ella llevaba grabado, en dos molares posteriores del lado izquierdo de la cara, los números secretos que eran los que correspondían al elevado depósito de dinero que, el Banco Nacional de Alemania había depositado en el Banco Central de la República Argentina, con sede en Buenos Aires, por órdenes expresas de nuestro Führer. Así mismo, el número del depósito en barras de oro puestos en la misma custodia desde nuestro banco al de Argentina. Agentes nuestros eran el abogado Zuleta Ferrer y el banquero Moreno Olano, ambos colombianos. Mi padre tenía la orden de viajar a Buenos Aires portando las pruebas para la recuperación de esos depósitos. Era Buenos Aires su destino para la recuperación de esos bienes.

Cuando se le hizo a mi supuesto padre, al llegar su cuerpo a Berlín, el reconocimiento bucal, después de tres años de espera, se comprobó que en la dentadura de la calavera del cuerpo que tenían delante, no había ningún número en el lugar correspondiente. Otros detalles indicaron que se había cometido un error. Poco tiempo nos bastó para comprobar cuales fueron esos errores. Se habían cambiado los féretros. El que recibimos en Berlín, era el de Carlos Gardel, no de mi padre. Después que tú, te

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despediste de nosotros para regresar a Argentina, me informaron de estos detalles, y me aboqué, por órdenes superiores, de inmediato, a esa comprobación viajando a los lugares para recabar la verdad de lo que había pasado. Nuestros hombres en Colombia, en Medellín, a través de testigos que estuvieron presentes nos contaron la siguiente historia. Cementerio de Medellín. 26 de junio de 1935 –El avión de la compañía SACO en que viajaba Gardel y su comitiva, llevaba un telón, que la compañía usaba como fondo durante sus actuaciones, de ocho metros de largo por cuatro de alto, que enrollado a un palo fue colocado en el pasillo de la máquina trimotor. Cuando ocurrió el choque este telón salió disparado hacia delante llegando, sin ninguna traba, hasta los talleres y oficinas de los mecánicos del aeropuerto, que quedaban a unos cien metros. Nadie se percató de él, pues las llamas en el centro de la pista atraían la atención de todos. Después, fue arrumbado a un costado del taller, y cuando todo estuvo calmo uno de los mecánicos, amigo, confidente y agente de mi padre, por ende de nuestra causa, lo descubrió y se lo llevó a su casa. Ahí lo tenía después de los tres años en que el cadáver, con ese permiso especial, nos fue devuelto. Por ese hecho es que nunca se atrevió a dar mayores detalles a ningún periódico, ni a nadie.

Este hombre era un fanático de Gardel, al punto que esa noche, junto con su hermano entraron al cementerio, como a las dos horas después de que se retiró el último de los asistentes, cuando aun a los nichos no le habían colocado los nombres y las identificaciones pertinentes a cada uno de los sepultados.

En esa hilera, primero estaba Hans Ulrich Thom, luego Carlos Gardel, lo seguía Samper Mendoza, el piloto colombiano, y el resto de los muertos de su avión y del otro, hacia la derecha. Los habían colocado por orden de llegada en forma muy transitoria, y sin la lápida correspondiente, quedando los cajones funerarios a la vista dentro del nicho,

Queriendo obtener una reliquia el mecánico, el agente de mi padre y su hermano, sacaron todas las coronas que estaban depositadas frente al nicho de Gardel, las pusieron en el de Hans

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Ulrich que estaba a su izquierda, también aun sin nombre ni señal, e intentaron sacar el féretro para sacar algo como recuerdo que perteneciera a Gardel.

De pronto, cuando advirtieron que los vigilantes del cementerio se acercaban. Huyeron de inmediato dejando todas las flores, ramos, coronas y cruces delante del nicho, del lado que era el de mi padre. El de Gardel quedó sin flores, al lado del piloto Samper.

A la mañana siguiente, los encargados de escribir los nombres de los nuevos difuntos del cementerio, sin dudar un momento, viendo las flores en el nicho de Hans Ulrich Thom, creyendo que era el de Gardel, le pusieron con los escasos métodos en todos esos cementerios, pero con inusitado cariño la lápida, y en ella, en letras góticas: “Carlos Gardel, junio 24, 1935”, y detrás del nombre una cruz inclinada con una corona enlazada rubricando la parte de arriba y sellaron con cemento el nicho que definitivamente, siendo el de mi padre, pasó por ser para siempre el de Carlos Gardel, que de inmediato comenzó a recibir una verdadera peregrinación que aumentaba día a día.

El nicho que pertenecía realmente a Gardel, el segundo que estaba ahora sin flores y que iniciaba la hilera de sus acompañantes, músicos y amigos argentinos, tuvieron que esperar unos días para recibir sus respectivas lápidas con sus nombres escritos, quedando, de esta forma, el verdadero de Carlos Gardel con el nombre de mi padre Hans Ulrich Thom.

Cuando el 29 de diciembre Armando Defino logró que las autoridades colombianas le permitieran retirar el cajón para repatriar a Gardel sacaron, naturalmente, el que tenía su nombre, que era donde estaba mi padre, y se lo llevaron a Buenaventura. Pese a los exámenes que le realizaron en los momentos de iniciar la repatriación, nada los indujo a dudas: el cadáver tenía una dentadura perfecta; las mediciones de huesos que le habían realizado correspondían al cantor, o ellos creyeron que así era, pues aun el renovado dolor, al ver el cuerpo de su idolatrado artista, no se había cicatrizado.

Esto fue lo que hizo posible que se consumara el error que, nos llevó a nosotros esperar tres años para tener la certeza, que ahora tenemos, que en el cementerio de la Chacarita, en el mausoleo de

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Gardel está mi padre y que Gardel está en Magdeburgo, en el norte de Berlín, en la tumba que conociste Giovanni.

Hans miraba el pálido rostro del coronel Perón, cuyos ojos muy abierto, perplejos, reflejaban una interrogante en la caída de su labio inferior y otra en el pestañar de su ojo izquierdo.

Sí, Giovanni, yo puedo responder a todas tus silenciosas preguntas.

Necesitamos, por favor, que nos ayudes a recuperar esos dientes con esos números. Es de vital importancia para nosotros hacerlo lo más rápido posible. Debes saber cómo es eso de la custodia e historia de la tumba de Gardel.

¡Sí, sí, sabemos que es una reliquia que nadie se atreve a abrir, menos a profanar! La Chacarita es un lugar de peregrinación de todos los amantes del tango –lo sabemos–, los que sienten amor por la Argentina, como tú, sabemos que son amantes y verdaderos patriotas, valientes defensores de sus valiosos patrimonios.

–Pero ahí en la Chacarita, mi querido Giavanni, no está Gardel, ustedes tienen a un impostor, nosotros tenemos en Magdeburgo esa reliquia. Comprendes Giovanni.

De inmediato que recuperemos los números que están en la calavera de mi padre y ustedes consuman la entrega del caudal que nos pertenece, traemos el cuerpo de Gardel para que le rindan homenajes al personaje real. No a uno ficticio y, que el amor que ustedes sienten por su idolatrado cantor siga siendo una peregrinación histórica pero de acuerdo a la verdad.

–¡Qué despelote bárbaro! –dijo Perón, y al momento pidió disculpas por la gruesa palabra–. ¿Quién, menos yo, hubiera imaginado esto? ¿Y a mí me toca enfrentar este enredo en estos cruciales momentos en que estamos viviendo?

–Para nosotros ha sido una verdadera suerte que sea usted coronel Perón –intervino el embajador–, pues dada su posición ventajosa entre sus colegas del ejército, sabemos que puede conducir bien los detalles pertinentes a la recuperación hasta que hayamos logrado nuestro propósito. Digo todo esto siempre que usted apruebe ayudarnos.

No olvide quienes somos nosotros; dele la importancia a nuestras relaciones en todos los ámbitos de la conducción política y económica de su país; de nuestro aporte a la realidad social y militar

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de la Argentina. Piense en su futuro, coronel Perón, usted tiene en nosotros sus amigos, en Hans un colaborador que será fiel y leal hasta la muerte.

Es su ídolo, coronel Perón, es Carlos Gardel, el que está en juego. La integridad de él, la verdad de una idolatría. Para el capitán Hans Ulrich Thom, el trasunto emocional de su familia, su padre es el que está en la contrapartida. Todos estamos detrás de esto. Hasta nuestro Führer.

–¿Debemos esperar su decisión muy largo tiempo, coronel Perón? –indagó el barón von Thermann.

Sin esperar respuesta a esta urgente pregunta, prosiguió: –le ruego que ahora nos tomemos un breve tiempo de reflexión. La cena está servida. Brindemos por el buen éxito de nuestra empresa, con este vino de su tierra coronel Perón, un Trapiche de la misma reserva que a usted tanto le agrada tomar en El Tortoni. ¡Salud! No me queda más que decirle que espero su inteligente decisión. ¡Salud, estimado coronel don Juan Domingo Perón! –terminó diciendo el embajador, llevándose el vaso de vino a los labios sin dejar de mirar los ojos atribulados del coronel.

–El señor Bohle, aquí presente –dijo el embajador señalando a uno de los que todavía no había hablado–, es el jefe de las secciones nacionalsocialista alemana en el extranjero y el titular en la República Argentina el señor Küster, aquí presente –e indicó hacia su derecha donde estaba el segundo de los dos acompañantes a la improvisada cena–. El señor Bohle depende como funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, pero, en su calidad de miembro del partido, se halla bajo las directas e inmediatas órdenes del representante del Führer, señor Hess, y participará junto con el capitán Thom en todas las decisiones que se tomen.

Coronel Perón, nuestro Führer y su movimiento ha creado en estos años de firme trabajo, una nueva Alemania plena de fuerza, de honor y de orgullo. En estos años alzó Adolfo Hitler, un Reich de unidad nacional y de justicia social. Por la obra de Adolfo Hitler, Alemania se coloca en la fila de las grandes naciones del mundo. Todas las fuerzas militares alemanas, conducidas por Adolfo Hitler, mantendrán la guardia. Por ello, creo que los alemanes y los partidarios de nuestras ideas, pueden apreciar más profundamente la transformación estupenda de nuestro Vaterland en breve tiempo.

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Muchos hombres y mujeres han resuelto creer en Adolfo Hitler, en su misión y en la cruz Esvástica, que hoy luce con orgullo el pabellón del Reich. Por un trabajo eficaz en el campo de la igualdad social, la antigua comunidad de alemanes en el extranjero –aquí me refiero a la existente en Argentina–, basa sus esfuerzos en los principios de Adolfo Hitler, porque el trabajo a todos nos hace libres, porque el trabajo dignifica. El coronel revolucionario Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, el armamento provisto del Ejército argentino no distaba mucho del usado por los países europeos, así lo pudo comprobar el coronel Perón a su regreso del norte. Lo certificó, también, en la gira que realizó por la región de sur en Neuquén y Bahía Blanca. Durante ella un vínculo especial y estrecho se había concretado entre el reciente ascendido coronel Perón y el general Farell. El cerco del destino bien pronto se complementaría.

El 30 de junio de 1942, Perón había agregado un sol dorado, con felpa de base negra, a sus dos anteriores. Lo habían nombrado coronel con retroactividad al 31 de diciembre de 1941. El 6 de marzo, el coronel Perón se presentó a un nuevo destino, el que le ordenaron en razón de sus últimas aptitudes adquiridas en el norte de Italia y en toda su gira por Europa. Los mandos del Ejército en el Estado Mayor quisieron saber por boca de Perón, qué estaba sucediendo, sobre todo en Alemania. Casi de inmediato fue incorporado al cuartel del Centro de Instrucción de Montaña. El 17 de junio fue nombrado Director Interino del Centro.

Cuando terminó el periodo presidencial de Agustín Pedro Justo, el sistema fraudulento conservador de la época, llevó al sillón de Rivadavia a su sucesor, el doctor Roberto M Ortiz, antiguo militante antiirigoyenista y funcionario de Alvear. Bajo Ortiz crecieron los burgueses industriales y los terratenientes, que chocaban ya con los electores intelectuales de marcada tendencia nacionalista. Los nacionalistas exhibían mayoría entre admiradores del ejército alemán. Y, de ellos, muchos de alta graduación, por extensión, grandes propiciadores del imperante régimen nazi.

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Cuando Castillo se hizo cargo de la presidencia, al principio en forma interina, contradijo algunas intenciones de Ortiz en el sentido de eliminar gradualmente el fraude pero pronto volvió a los mismos métodos. En el seno de las Fuerzas Armadas, muchos militares traducían su adhesión a la causa del Eje, a través de su admiración por el nivel técnico y por la parafernalia de los sistemas nazi y fascista.

A poco andar el año 1942 y producida la muerte de Alvear, Castillo comenzó a ver en la influencia de Justo sobre su ministro de Guerra, el general Tonazzi, peligrosas repercusiones. El general Justo ahora era partidario, inexplicablemente, de un apoyo a los Estados Unidos, país que presionaba continuamente al gobierno para una intervención directa en contra del Eje. Y como esto iba en contra de los intereses conservadores, que seguían al lado de Gran Bretaña, nadie olvidaba que el flujo de los granos y la carne de Argentina iba solo para Inglaterra, Castillo optó por remover a su ministro y reemplazarlo por el general Pedro Pablo Ramírez en noviembre de 1942.

En marzo y junio de 1943, se creó oficialmente el G.O.U. (Grupo Obra Unificación). En su casa de Arenales y Coronel Díaz, Perón recibía asiduamente al grupo directivo colegiado de la agrupación por él creada. El coronel ya había reclutado, del grupo independiente de la Inspección de Tropas de Montaña, a Alguero Fragueiro, Velasco y Ferrazzano. Las fuerzas políticas de siempre, intentaban movilizarse paralelamente y aun desconociendo la existencia del GOU, en un esfuerzo por derrocar a Castillo, antes de las elecciones de finales de 1943. Todas las noticias de la época anterior a la revolución de junio de 1943, contenían un mismo patrón de desarrollo; análisis de la situación internacional, con el tema de la neutralidad Argentina; el repaso de la actualidad interna del país; la situación del ejército; Norteamérica e Inglaterra. Fueron analizadas, especialmente la situación de Bolivia, como las presiones de los Estados Unidos; la de otros países latinoamericanos; y las posiciones argentinas con respecto a la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial.

3 de junio de 1943

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En el paso de la noche del 3 de junio de 1943 a la madrugada del 4, Buenos Aires parecía dormir tranquilamente. Sin embargo, en algunos cuarteles y dependencias del Ejército y de la Marina, se preparaba un hecho trascendental.

–Te lo abreviaré Hans, –empezó diciendo el coronel Perón–

para que lo trasmitas a tus jefes. El relato de los hechos ha sido recreado sobre la base de los

informes elaborados por los principales actores que intervinieron. Se ha reconstruido la jornada del 4 de junio, en los aspectos políticos y militares más importantes, en atención a los documentos elaborados de inmediato por los generales Manni y Bassi, los coroneles Perón, Campero, Terrera, Ávalos, Anaya, Mascaró y diversos tenientes coroneles y capitanes. Así mismo va un informe parcial, de la matanza de soldados, cantidad de muertos, del entonces Director de la Escuela de Mecánica de la Armada, capitán de navío Anadón.

Personalmente, en forma verbal te refiero de inmediato los detalles de nuestra acción que nunca deberíamos nombrar, menos por escrito. Pero los entrelazaré dentro de los horarios que han sido fundamentales para el desarrollo de todas las acciones.

Con bastante antelación a estos hechos, del 3 y el 4 de junio, enviamos una comunicación a todos los organismos estatales: escuelas, hospitales, ministerios, cuántos dependen y, sobre los que está el gobierno pendiente como reparticiones públicas, incluyendo los cementerios. La orden fue que todos debían revisar sus sistemas de seguridad, puertas, candados, cajas de seguridad, etc.

A la Chacarita hicimos una visita especial, acompañados de algunos de tus agentes especializados, pues comprobamos que la entrada al mausoleo de Gardel está siempre con doble llave, es impenetrable, además, porque un guardia diurno y nocturno pasa frente al mismo cada media ahora. Otro juego de llaves la tiene una oficina encargada de su custodia, refracción y mantenimiento, que es una fundación dependiente de Sadaic, organismo del derecho de autor argentino.

En contacto con estos señores les asesoramos prudentemente, de acuerdo al plan que ustedes nos presentaron, y les sugerimos el cambio de cerraduras, por ende de llaves y su custodia,

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de forma tal que nadie sepa quién las tiene. El asesoramiento consistió en que una empresa alemana, de nuestra más absoluta confianza, que ustedes nos indicaron, hiciera el trabajo del cambio de la puerta del mausoleo de Gardel, con cerradura nueva y un juego de llaves que fueron entregadas a la fundación, a la portería del cementerio y a un lugar secreto que los del derecho de autor considerarían. Y como ustedes nos indicaron, nosotros nos guardamos un juego completo de llaves. Además, vuestra asesoría, nos dio la posibilidad de conocer el sepulcro de Gardel, la forma que se encuentra por dentro, asesorado por hombres expertos que nos proporcionaron de la embajada alemana, de qué herramientas necesitamos para abrir el cajón sin dejar huellas posteriores e hicieron, estos técnicos alemanes, los cálculos exactos del tiempo que emplearemos para lograr el cometido. En todo esto no hubo ningún problema. Al contrario, las instituciones nos han agradecido. Todo, como es de suponer, estaba viejo y no ofrecían una mínima seguridad. En la Chacarita hicimos lo mismo, para despistar, como regalo en las tumbas de Jorge Neuwery y de la madre María.

–Ahora seguiré con el relato de día 3 y 4 de junio: –Señores –comenzó el coronel Anaya–, los propósitos que

animan al Sr. General Rawson han llevado a poner en ejecución el deseo unánime de los camaradas de mantenernos unidos y apoyar en toda forma a S. E. el señor Ministro de Guerra general Pedro Pablo Ramírez.

Mantuvieron, Rawson y Farell, una corta reunión a puertas cerradas y luego, el primero ordenó a Sosa Molina que se pusiera en contacto urgente con los jefes de la División de Caballería 2, en la Escuela de armas a las 9 de la noche.

23.00 horas del 3 de junio Escuela de Caballería Campo de Mayo El teniente coronel González aprovechó la oportunidad para

sellar un juramento: “Mi General, la revolución está en marcha”.

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Mientras se desarrollaba la trascendental reunión de jefes en el casino de oficiales de la Escuela, afuera, en los pasillos varios uniformados esperaban y comentaban la situación. Eran los mismos que asistían a las reuniones cuando fueron concientizados, ignorando todos ellos el verdadero propósito de la acción, llamada revolucionaria, que haría estallar todas las pretensiones futuras de la República Argentina. Por supuesto, que siempre que se quiere, se encuentran razones plausibles para desarrollar un acto de fuerte represión y diconformismo que muevan a una reparación aunque sea a la fuerza.

!Orden de Operación a ejecutarse número 2! –comenzó

Anaya–, marcharán dos columnas; de la derecha al mando del coronel Emilio Ramírez, con la Escuela de Suboficiales, el regimiento 1 de artillería y las Escuelas de Caballería y Antiaérea; la izquierda comandada por el coronel Mascaró, que integrará el Regimiento 10 de Caballería, las Escuelas de Infantería, de Artillería y de Comunicaciones y el 8 de Caballería....”

Y continuó el coronel Anaya: –A las 04.00 horas saldrán en dispositivo de marcha en situación de guerra, desde la puerta 8. El coronel Ramírez encabezará la marcha con la columna y lo seguirá la izquierda. La marcha será por San Martín, por la avenida General Paz y la avenida Alvear. El coronel Mascaró, por la calle Blandengues y la avenida del Centenario. A la altura de Pampa, señores, las dos columnas se detienen para recibir nuevas órdenes.

A la medianoche del 3 luego que el teniente coronel Tomás Ducó y el mayor Heraclio Ferrazzano se retiraron, con un bando preparado por los coroneles Perón y Miguel Angel Montes, después de haber conversado telefónicamente con el teniente coronel Domingo A. Mercante, el coronel Perón, dueño de casa, se aprestó a salir, de uniforme, hacia un destino que sólo él conocía.

Mi general dijo el coronel Baldasarere orgulloso: tenemos a los regimientos en la mano y todos los jefes y oficiales le responden. El general Bassi asintió con un gesto de rutina. Entonces fue que Farell abordó al general Bassi y, con familiaridad, le comento escuetamente que el movimiento militar tendría éxito, pues casi todas las unidades de Campo de Mayo se habían plegado. El general Bassi hizo una mueca de dolor y mirando las figuras de sus coroneles

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a su alrededor preguntó por Perón, a quien ya estaba echando de menos.

04.40 Campo de Mayo “!A los vehículos!” La masa de la columna revolucionaria comenzó a avanzar

lentamente. A su cabeza los autos transportando el general Rawson, al coronel Anaya y a los tenientes coroneles Terrera y Sosa.

04.40 del 4 de junio en el Cementerio de La Chacarita A las órdenes de un militar de mando superior, una tropa de

veinte soldados vestidos con trajes de combate nocturno, encapuchados, y sin divisas ostensibles en sus uniformes, se preparaban para entrar al cementerio de La Chacarita. Eran soldados de considerable estatura, de ojos azules brillantes, todos pertrechados con un sofisticado equipo de combate, pero con los uniformes de guerra del ejército argentino. Se daban órdenes y las recibían entre ellos en un idioma que muertos y vivos de La Chacarita nunca entenderían. Penetraron por la calle principal del cementerio, en perfecto orden, sin ruido y dirigiéndose, al parecer, desde diversos puntos al mismo destino.

Los guardias nocturnos, sin enterarse de estas acciones, estaban en la oficina del jefe acompañados de un teniente coronel, un sonriente oficial argentino a cara descubierta, cuyas órdenes eran de que nadie saliera como forma de proteger sus vidas, pues la acción revolucionaria llegaría hasta el mismo recinto del cementerio si fuera necesario, por lo tanto, debían estar todos juntos sin asomar la cara por el camposanto. Mientras, el teniente coronel los acompañaría tomando mate con ellos para la tranquilidad de todos.

La noche era clara. El frío invernal de junio era más profundo en el cementerio y tenía un olor a flores desfallecidas, a tierra evaporizada porque había cesado la lluvia dejando despejado el cielo. El resplandor de la luna nueva, irradiaba una luz blanca, plena y serena llenando todos los espacios que dejaban las sombras de los pinos y las tumbas pequeñas, más la de los mausoleos que solemnes

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protegían el silencio de esa madrugada en el cementerio La Chacarita.

Diez fornidos soldados de elevada estatura, tomaron posiciones en las tumbas laterales, detrás de las lápidas, del frente y los costados, por las cuatro esquinas que forman las calles donde está el mausoleo de Carlos Gardel, no pudo ninguno de ellos, dejar de contemplar la imagen sonriente del bronce del cantor. Dos soldados quedaron parapetados, fusiles en manos de espalda a la puerta de la tumba de la familia Rial, en cuyo frontis en letras de bronce se podía leer, claramente por la radiación lunar –aunque, por cierto, no entendieron nada al intentarlo–: “Tú eres la vida, la vida dulce / llena de encantos y lucidez / tú me sostienes y me conduces / hacia la cumbre de mi altivez. / Tú eres constancia, yo soy paciencia, / tú eres ternura, yo soy piedad. / Tú representas la independencia / yo simbolizo la libertad.

Un grupo de ocho soldados, con sofisticados bultos, entraron al mausoleo de Carlos Gardel por el portón pintado de blanco, en cuyo frente, arriba en la franja de cemento está escrito: “Carlos Gardel”. Fue abierto sin ninguna dificultad; los soldados bajaron los escasos escaños y llegaron hasta la pequeña sala, que queda, precisamente debajo de la estatua de cuerpo entero del bronce de Gardel, que ahí arriba, sonriendo mantenía, como siempre en su mano derecha un cigarrillo un poco fláccido y el siempre fresco y diario clavel, en el ojal de su bronceado y rígido esmoquin.

El féretro de caoba oscura, desde el primer día de ese inolvidable 6 de noviembre de 1937, ocupaba el centro del santo recinto, el definitivo, donde la comisión de traslado integrada por Francisco Canaro, Francisco Lomuto y Enrique Santos Discépolo, rodeado de numerosos admiradores y autoridades municipales lo habían depositado para su descanso eterno. Estaba aun cubierto por un poncho criollo del grupo tradicionalista “Leales y Pampeanos” y la bandera argentina.

10-30 del 4 de junio Avenida Uriburu Frente a la Escuela de Mecánica de la Armada

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Vamos a ver a este cabrón... –dijo Ávalos al teniente coronel Fernández, mientras acariciaba la pistola que llevaba al cinto. Antes que pudiera acercarse al edificio, desde el frente comenzaron a llover las balas. Un nutrido fuego de ametralladoras rompió el silencio de la afligida mañana–. ¡Al suelo todos...! –y se rectificó en seguida–: ¡al otro lado de la calle, carajo...!

–¡Hijos de puta, están matando a nuestros hombres! –y corrió junto a Fernández hasta la otra orilla de la avenida, tirándose de inmediato al pavimento detrás de una tanqueta.

–¡Hijos de puta, hijos de puta...! –repetía a los gritos, desde el suelo protegiéndose la cabeza.

El tiroteo duro más de quince minutos y paró primero del lado de los marinos. Habían muerto más de treinta hombres en la calle y los heridos se contaron por casi un centenar.

En medio de un desbande general, de gritos y de maldiciones, el automóvil que manejaba Eloy Prieto se detuvo en el centro de la calle, posiblemente por la acción de una bala. Apenas repuestos, pero jadeando, el teniente coronel exclamó a su subordinado: –¡Pero, que carajo! ¡Esto ha sido un error! ¡Debe haber sido un trágico error! ¡Si éramos aliados!

Pasadas las 12,30 horas del día 4 el general Rawson, en el edificio del Tiro Federal le ordenó a Roulier una misión especial: –Teniente coronel, usted se trasladará ahora a la Base Aérea de El Palomar, para trasmitir de inmediato un mensaje al Comandante de la Aviación general Manni. –¡Entendido mi general! –Y continuo Rawson–, el mensaje es este: “La revolución está triunfante y ahora continuaremos la marcha sobre la Casa de Gobierno. La aviación deberá acompañar a la columna revolucionaria en este acto, levantando vuelo de inmediato”.

El Círculo Militar, frente a la Plaza San Martín, fue el punto de reunión de muchos oficiales y jefes empeñadas en el movimiento. También habían llegado poco antes, Juan Carlos Montes y Juan Domingo Perón.

–¡Qué jornada, mi coronel! –exclamó Imbert–. Sí, teniente coronel, he presenciado algo desde el barrio Lacroze y desde la Avenida General Paz. Lamentablemente lo de la escuela de Mecánica... contestó Juan Perón, visiblemente emocionado.

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El comando revolucionario, luego de desfilar por la avenida Alvear y pasar por el Círculo Militar, llegó a la Casa de Gobierno a las tres de la tarde. Cuando llegó Rawson se confundió en un abrazo con el general Ramírez.

Por la tarde de aquel día 4, un tímido júbilo se apoderó de los militares que comenzaron a ingresar a la Casa de Gobierno.

El coronel Juan Perón sentía dentro de su pecho una desazón que, inconfundiblemente, era producto del trabajo realizado. Sin embargo, esperó hasta el día 8 y desde su casa llamó a Hans pidiéndole una reunión urgente, inclusive donde estuvieran las autoridades de la embajada y algunos de los que participaron en la acción de La Chacarita. Había ciertas cosas que no entendía.

El día 8, le habían dado una triste noticia, que el día anterior, el 7, la madre de Carlos Gardel había muerto y que antes de expirar pedía desconsolada que fueran a avisarle a su hijo, al cementerio de La Chacarita, que sentía, sin saber por qué, grandes preocupaciones y angustias y que pronto iría a visitarlo. El tesoro de Magdeburgo

–Coronel Perón, usted debe saber que el cambio se debe efectuar cuando tengamos esos valores que los números representan. De nada nos vale haber recuperado los números de la prótesis. Por sí solos no tienen valor. Nadie a usted lo ha defraudado. Debe existir en el Gobierno Argentino voluntad de entregarnos los valores que nos pertenecen, lo que no se advierte por el momento. Cuando alguien cumpla, entonces verá usted que nosotros haremos realidad nuestra promesa, como lo hemos hecho hasta ahora.

–Ustedes nos entregan nuestros valores y nosotros le devolvemos a Carlos Gardel.

–Usted tiene el camino de su profesión allanado. Serán muchos los que, después de lo ocurrido el 4 de junio, no serán promovidos. Se abrirán nuevas perspectivas para aspirar a superiores ascensos, y usted, coronel Perón, está en la lista de los primeros. ¿Le interesa el Ministerio del Trabajo? ¿De Previsión Social?

–Si ningún militar, de los que tengan un momentáneo poder, realiza la operación de entrega de nuestros valores, nosotros aceleraremos las cosas para que sea usted, coronel Perón, desde la más alta posición a la que ascenderá con nuestra ayuda, quien nos

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devuelva lo que nos pertenece. Y tendrá usted, definitivamente, de vuelta en Buenos Aires, a Carlos Gardel, ese preciado tesoro, que nosotros tenemos en Magdeburgo.

Sobre tus mesas lloré el primer desengaño

En las mesas desmanteladas y unidas del restaurante

Latinoamérica, Hans Ulrich Thom, miraba a los noctámbulos contertulios tangueros que lo rodeaban. De su frente surcada de arrugas brotaban dos gotas de sudor y su pelo, totalmente blanco, le daban, en ese momento descansando en su relato, un aspecto de anciano resignado, aunque firme e indagador. –Bien muchachos. Todos sabemos que Perón llegó a la presidencia, por primera vez el 17 de octubre de 1945, cuando ya la Segunda Guerra Mundial estaba terminada en el mes de mayo del mismo año –siguió detallando Hans Ulrich Thom, mientras observaba con un destello despectivo, pero aun animoso, al grupo de amigos argentinos que lo seguían escuchando sin interrumpirlo.

–Después fue elegido por dos periodos más. Estuvo tres veces en la presidencia. Como ven, teniendo todo el poder en sus manos, tuvo tres y más oportunidades de realizar el cambio que le habíamos propuesto. Nosotros cumplimos en todo. Pero así es la vida y es imposible cambiar el pasado.

–Cada cual en su tiempo. Los hombres manejan las cosas de acuerdo a sus intereses y a la importancia que le da a los problemas del momento. Alemania está cada día intentando olvidar su pasado. Muchos de nosotros no queremos saber, ni recordar nada de esa terrible guerra. Y en la Argentina pasó lo mismo. El coronel Perón, siendo general y presidente, tuvo preocupaciones gravísimas y cada vez que se le recordaba que debía tener voluntad para cumplir con su promesa, de recuperar lo que tanto idolatraba a cambio de lo que a nosotros nos pertenecía, no pudo o no quiso tomar la decisión definitiva. Todos tenemos muchas lagunas históricas, somos conscientes de ello y nada hacemos, porque no siempre la memoria es una ayuda para volver a caminar hacia un futuro que intentamos que sea promisorio, veraz y un eficaz aliciente. –¡Qué más quieren que les cuente muchachos!

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Mario miró de frente a Hans Ulrich Thom y le descubrió en el rostro, al lado derecho de la boca, una verruga volcánica casi transparente; le divisó un punto negro al lado del labio superior que no era más que un pelo mal cortado por la máquina de afeitar; otras dos verrugas de anciano en el centro del mentón; algunas pintas color marrón que codificaba su cara, en la que descifró sólo un largo peregrinar de años, y con estas imágenes completó con la nariz, boca, orejas, pómulos, ojos y cabellos de Hans Ulrich Thom, un colorido y arrugado mapa con la historia desconocida de Alemania y Argentina; le vio los ojos azules con el color diluido en la inutilidad de un espacio borroso y le pareció reconocerlo en medio de dos páginas de un libro abierto por la mitad. Y pensó: “hay que dejarlo abierto, y que este hombre no se nos muera”.

–¿Qué mi padre sigue en Buenos Aires? ¿Y cual es mi interés y mis preocupaciones en ello? –seguía insistiendo Hans.

–¿Qué en el cementerio de Magdeburgo, cerca de Berlín, descansa Carlos Gardel, vuestro admirado amigo el cantor de tangos? –continuaba Hans con acento acalorado.

¿Qué por los números de unos molares, seguimos reclamando que algo nos pertenece? –Quiere decir señor Thom –indagó con acento lacrimógeno Mario sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos –¡qué aún en el cementerio, ese de Magdeburgo, sigue sepultado Carlitos Gardel! ¿Qué no está en el hermoso mausoleo de La Chacarita en su Buenos Aires querido?

–¡No, por cierto! Está en una tumba común, de tierra y hojarascas, en Alemania, en Magdeburgo!

Una orquesta de voces de todas las mesas unidas, se alzaron destempladas, casi ardiendo, rajando el aire carcomido de humo viciado, usado y vuelto a aspirar por todas las gargantas y de golpe, como ayudando al coro del fondo, siempre mudo y terco a templar su extraña y sorda melodía, se oyeron lastimosos gemidos unidos a un zumbido descascarado, terroso y oscuro de ultratumba:

–¡En una tumba ordinaria de tierra y hojarasca! ¿Qué estamos haciendo aquí?

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–¡Nuestra inutilidad en Berlín parece que encontró una

causa!

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CAPITULO 3

Viernes memoriosos

A las noches del Berlín Occidental, siempre se llega contemplando las primeras ventanas iluminadas, donde no faltan las adornadas con flores artificiales y, en cualquier época del año, lucecitas navideñas, sugiriendo el aquietamiento afectivo por la lenta llegada a la casa de los integrantes de la familia. Es la única manera de no pensar qué pasa detrás de la muralla en el sector comunista. El olvido es un paliativo ineludible.

Alrededor de las noches berlinesas está todo, aunque no se nombren, porque no se ven, los puentes sobre el río Spree y sus múltiples canales que van a dar a numerosos lagos fecundados en sus orillas por plácidas playas; a los tupidos bosques de Tiergarten y los contornos de Berlín siempre verdes, ansiosos de agua y animados de atardeceres rojos.

Se sabe que existe este Berlín, se lo quiere, protege y se goza la plenitud de la naturaleza que lo rodea en todas las estaciones, presente en todas las calles con sus robustos castaños, robles añosos y redondeados tilos. Además de sus edificios de aspecto severo, protectores y fuertes, la historia berlinesa que abarrotan los museos custodiando objetos antiguos, que todos los emperadores procuraron, de cualquier manera de llenarlos, con el arte de los egipcios, los griegos, y para atrás, de cuánto lograron, en una imposible labor de traer como fuera, aunque sea comprándolos de forma fraudulenta, para llenar los espacios que ahora satisfacen la curiosidad de toda Europa.

La única queja es que la mayoría de los edificios culturales quedaron en el sector Este: museos, salas de teatro, de la ópera y la calle Unter dem Linden la más tradicional y bella de Berlín, transitada de historia, de paseos imperiales, de protestas populares. Todo el arte quedó en el Berlín comunista.

En las numerosas arterias, alborotadas del comercio diario, las principales y más importantes de la ciudad, de noche empiezan a tomar relieve los restaurantes, los cafés y lugares de esparcimiento. Sobresalen los que venden carne de Argentina: los Maredos, Los

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Gauchos, La Pampa, El Churrasco, El Asado. Han faltado nombres que definan la carne asada, en parrillas de acero inoxidable con gas, en la medida que desaparecen las de carbón por eso del gas grisú, según dicen por provocar cáncer. Han faltado nombres y los más imaginativos los han tomado de los más sonoros y fácil de recordar, como las más importantes ciudades del interior de la Argentina: entonces, aparecieron también Mendoza, Córdoba, Misiones y Corrientes; al no conocer más nombres han recurrido a las riendas, el apero, el rebenque hasta llegar a la continua confusión del Ole, Toro, incluso figura hasta el Siux y el Búfalo.

Al principio, todas estas parrilladas eran regentadas por grandes cadenas que exportaban directamente de Argentina la carne congelada, repartidas por empresas que faenan la carne en el lugar de origen, además de propietarias de los animales y de las fértiles haciendas de casi toda Argentina: Haciendas de grandes extensiones y de prodigiosos pastos, que han estado en poder de un ancestral propietario, la eterna corona inglesa desde los tiempos de las guerras fratricidas entre federales y unitarios, recordados tiempos de Facundo Quiroga y de su memorialista don Domingo Faustino Sarmiento, esas extensas haciendas regentadas por los terratenientes argentinos de patrióticos y republicanos apellidos, leales hasta la muerte a la realeza británica.

Luego, aparecieron, como una competencia en Berlín, las parrilladas de los turcos, libaneses, sirios y marroquíes con locales con nombres aun más exóticos, con carne no tan sagrada ni proveniente de las pampas. A un trozo de churrasco se le comenzaron a añadir acompañamientos de cebollas crocantes y papas fritas precocidad, con añadidos de ensaladas árabes condimentadas con mágicos colores y salsas con exóticos sabores más cerca del desierto del Sahara que de los lugares que frecuentaba Martín Fierro, en galopadas pampas, en compañía del viejo Vizcacha. Todo una mezcla de gustos y de intenciones mercantiles, que hasta ahora, siguen teniendo un éxito que no vislumbra un parpadeo de término.

El nombre Argentina fue así sólidamente identificado por la carne, por otro lado, corría el nombre asociado al futbol, a Maradona y al vino tinto que el diplomático Orfila, con su nombre etiquetado,

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se encargaba de abastecer a los restaurantes, igual que a todas las embajadas latinoamericanas. Die Deutsche Name der Tango

Lo mismo ha ocurrido con los salones del baile del tango, aunque los profesores dueños de esas Academias o Escuelas de Tango, con mayor sentido publicitario, indicando con el nombre de la calle, o el lugar de nacimiento de algunos de sus profesores como el de Juan Dietrich Lange uno de los iniciadores del movimiento con “Estudio Sudamérica”. En cambio Anetta Lange, su antigua amiga y pareja con la que se inició, se decidió por el de “Tango Vivo”. Pintorescos nombre como “Walzerlinksgestrickt”; “No solo Tango”; “Stravaganza Dache”; “Alte Bahnhofshalle”; “Café au latí”; “Heilig Kreuz”; “Bundespressestrand”; “Ballhaus Berlín”; “B-flat”; “Bebop”; “Grüner Salon” “Haus der Sinne”, “Mehlspeicher”; “Rote Salon”; sin faltar personajes, de novelas y cuentos alemanes, como “Max und Moritz” y algunas referencias a añejas maniobras porteñas como “Mala junta”, o a una sala de referencia juvenil en uno de los cien barrios bonaerense “Salón Urquiza”. Así es que en esas noches, frías de lluvia o de nieve, a ningún argentino le ha faltado donde ir. Cerca o lejos, siempre tendrá un pedazo de carne de Argentina y un salón de tangos donde acercarse para paliar la nostalgia y estar plenamente identificado con la patria lejana.

En esas noches berlinesas iluminadas y hospitalarias, que la nieve multiplica con mil otros brillos, los salones de tango le han arrebatado cierta cantidad de personas a los cines y restaurantes, clientes a quiénes poco se les hecha de menos. Todo tanguero berlinés se precia de beber solamente agua mineral, o un vino blanco, lento y cadencioso, conversado o mirando pausadamente a los que entran al salón, donde las vaporosas valkirias llegan con sus bolsitas cargando los zapatos especiales para bailar, dejando en el guardarropa, del que nadie se hace cargo en caso de choreo, los gruesos abrigos: efectivos protectores del frío bajo cero que reina frecuentemente en la calle, sobre todo al salir los solitarios bailarines de los salones pasadas las dos de la mañana.

Las noches berlinesas han comenzado a tener recuerdos tangueros; de cómo y dónde se iniciaron los primeros pasos de

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tango; sobre todo de los actuales profesores; que profesiones tenían si es que tenían alguna; qué eran antes de aprender a bailar y por qué ese afán de convertirse en maestros del baile del tango; de los primeros salones y de cómo las mejores pistas de baile pasaron a manos del primer oportunista que vio que la enseñanza era un negocio; a formularse memorias de tiempos pasados, qué ha ocurrido, por supuesto con los tangueros argentinos, los primeros profesores recorriendo Europa, que llegaron a dar pruebas de cómo realmente se debería bailar; del ahora lejano junio de 1982 cuando llegaron músicos, bailarines y cantores de tango dejando a los alemanes, en suma, inquietos de la novedad musical que estos argentinos les traían; del paso de baile de algún profesor de renombre; de grupos de espectáculos en estrellados teatros de lujo.

El envión iniciado ese año de 1982 estaba dado y, el movimiento giratorio en contra la ley del reloj había entrado en pleno funcionamiento, lo mismo que los llamados Kneipes latinoamericanos, que son igual que los vulgares boliches de cualquier barrio porteño. Los había de todas las nacionalidades de exiliados, pero abundaban los chilenos por la encarecida y pertinaz ayuda de los partidos políticos a sus adherentes, que permanecían fieles a sus filas, trabajando detrás del mostrador o sirviendo en las mesas, conscientes de cumplir con sus ideales partidistas.

El bandoneón de corbata. El comedor de ajos. Los espías

–¡Cagamos dijo Ramos! –fue lo primero que Mario escuchó al acercarse a la mesa de los viernes. Quién profería esta insolada sentencia, como un eructo, era nada menos que el erudito Héctor, que en su carácter de oculto psiquiatra los días viernes, y el más sentencioso del grupo, nunca decía, por lo menos, emocionales palabras de grueso calibre, más bien, por su educación, era un ejemplo de prudencia y razonamiento.

–Sí, así será –repetía, Héctor, ubicado en un lugar privilegiado de la mesa de los viernes.

Lo dije desde el primer día que supimos la noticia de la muerte de ese músico alemán que toca el bandoneón, al que le pusieron de corbata el instrumento. Ya comenzaron a espiarnos. ¿Paranoico yo? Es la realidad. Es lo que estoy viendo –seguía

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repitiendo mientras trataba de acomodarse al lado de Mario y de Juan. Al fin se sentó en medio de ambos repitiendo las mismas palabras–, todas las salchichas alemanas vienen con etiqueta de espías y están hasta en la espuma de las cervezas que bebemos.

Lo más sospechoso y bastante risueño, fue que Nardo Schuma, el muerto, el del bandoneón encorbatado, tenía un tremendo olor a ajos. Un vecino, del barrio donde lo hallaron muerto, lo reconoció porque ese músico era un campeón comiendo ajos crudos desde la mañana hasta el mediodía. La policía consignó este detalle del olor a ajo para sacar conclusiones, pero sin llegar a nada. ¿Cómo van a matar a un tipo por tener sólo olor a ajo?

–Yo lo conocí, che –se atrevió a decir Luis–, se llama Nardo Schusma, una vez asistí a un concierto de tangos de ese músico y, de verdad, todo el salón olía a ajos, hubo que abrir las ventanas pese al frío, porque era invierno. ¡Qué bárbaro el olor a ajos, era insoportable che! Lo recuerdo muy bien porque además, le compré un CD de tangos y, ¿saben que leí ahí? Me había olvidado de comentárselos: nada menos que él es el autor del “Choclo”, de “Adiós muchachos” y de “Canaro en París”.

Ahí mismo me comentó que ese CD, donde están esos títulos bajo su firma, había tenido un éxito bárbaro en toda Europa y sobre todo en Japón, donde él era muy conocido, precisamente por esos temas, que se los adjudicaba como autor, que eran la locura por la belleza de la melodía. Los japoneses estaban locos por conocer al compositor de los tangos más famosos. ¿Qué pensás, che de esto? ¡Viste! Demasiado atrevimiento y nadie dice nada por el robo que nos hacen hasta de la música de los mejores tangos, che. Él dice que, como ahora son libres de derechos de autor, entran en la norma de tradicionales y, como él hace una pequeña introducción y nuevos arreglos instrumentales, le pone su nombre y se olvida del verdadero autor. ¿Habías visto mayor descaro?

¡Lo imaginás, este tipo se está robando nuestros más hermosos tangos! Anda suelto por las calles, bueno, andaba, porque ahora nadie le puede quitar la corbata del cuello.

–¿No habrá sido, che, por robarle “El Choclo” a Ángel Villoldo? ¿Y a Sander “Adiós muchachos”? –replicó Roberto.

–No sigas Luisito –dijo con un susurro Héctor, casi en el oído de Luis–, que la policía va a creer que, en venganza, porque el

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tipo robó esos tangos, fuiste vos el que lo mató. No va a faltar quién le cuente a la policía que lo conociste; eso del olor a ajos, es lo de menos, pero por tu reprobación a que se robó la autoría de esos tangos argentinos, ya eres un claro sospechoso por intentar vengarte del patrimonio argentino. ¡Cállate la boca y desde ahora ni una palabra más sobre esto! ¿Entendido? Chan, chan. –Y prosiguió, sin dejar de mirarlos, atento a una nueva conversación entre las mesas.

–A quién corresponde que la policía sospeche es en Toli, el más desaforado defensor de la pureza del tango. Con su dogmática religión pudo haber llegado hasta censurar al comedor de ajos, che.

–Cuidado –replicó Héctor– no hagan bromas, que por ellas comienzan y se crean verdaderos problemas. ¡Pobre Toli, él es incapaz de algo así! Déjenlo tranquilo.

Vivimos en una zona de efervescentes conflictos. En Berlín, debajo de las baldosas, estamos pisando escombros, debajo de ellos hay algo más que piedras y cascajos de ladrillos: hay más de dos millones de berlineses que murieron, sin comprender nada del conflicto bélico, cuando sentían el ruido de las bombas al caer. Como niños que corrían detrás de las ratas para cazarlas y comérselas, que sorprendidos se tapaban con las manos la cabeza, con la boca abierta y además casi muertos de frío. Sin que nadie los nombre, estos berlineses están sepultados y sólo las suelas de nuestros zapatos se acuerdan de ellos. Sus cuerpos quedaron molidos, esparcidos y todos revueltos. Bajo estas límpidas calles, ahora cubiertas de nieve, sus fantasmas aun vienen a buscar a sus seres queridos en los departamentos de las antiguas casas donde vivieron. Nosotros, todos los viernes, para llegar aquí les venimos pisando lastimosamente el alma destrozada.

–No te espantés Héctor –lo interrumpió Juan mirando hacia el coro, donde la planta de zarzamora se volvía amarilla–, esos mismos muertos en Argentina están en el fondo del Río de la Plata con la panza abierta, todos descendiendo de los helicópteros de los malditos militares, que intentando salvar la patria casi nos asesinan a todos.

–Dejaron sólo los pañales con que se cubren la cabeza las Madres de la Plaza de Mayo. Nosotros tenemos el aire, el silencio, todo nuestro lenguaje contaminado de sangre, hasta en los codazos que nos damos en las calles está el recuerdo de los desaparecidos.

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La cueva de espías –¡Déjenme continuar! –gruñía Héctor–. Si le sumamos a

los espías de las cuatro zonas, la inglesa, la americana, la francesa y a la rusa, la de los alcahuetes alemanes de West Berlín, tenemos cinco. Calculen bien: si multiplicamos que cada nación ocupante tiene cuatro ramas de fuerzas armadas, cada una de ellas aporta cuatro espías, multiplicado por cinco nos dan veinte en total, considerando exactamente que estas son las cifras oficiales que tendremos de visita. Y, si pensamos que hay espías en cada especialidad; profesionales en todos los ramos de la actividad humana en la política, en la economía, de fronteras, familiar, religiosa ¿en cuánto más? ¡Qué bárbaro, che! ¿Pueden calcular la cantidad de alcahuetes, de espías dentro de su propia familia, alternando con nosotros día a día? A estas cifras muchachos, a ellas, hay que sumarle los soplones latinoamericanos pagados o gratuitos, que no son centenares sino miles, la Comisión Internacional de Juristas en Ginebra, en 1962, dio una cifra de más de 500 mil espías, de diversas nacionalidades, repartidos por toda Alemania. Sin contar a los alcahuetes latinoamericanos, que andan muertos de hambre y son reclutados pagándoles con un departamento de 30 metros cuadrados, comida de mercados turcos, y un resto para el bolsillo para invitar, a los desgraciados hambrientos y sin iniciativas, una mísera cerveza. ¿Pregúntale al chileno Carlos Ratamala o al hediondo Mandó Tufillo? ¡Porque así viven esos dos miserables! Ambos famosos por el Plan del Retorno de los chilenos, ese que crearon los alemanes pata echar a estos rotos, que se fueron con un proyecto que nunca realizaron, metieron la plata en un banco en usura y volvieron a Berlín, cuando el propósito de los alemanes era que no lo hieran nunca. Ahora se dedican a bailar tango igual que el peruano Linares. Se robaron todo, che, se robaron.

A todo esto súmenle los del lado comunista, los de la DDR. ¡Che, da una cifra incalculable!

Vivimos rodeados y esto cada día tiene más efervescencia, bulle, con más y más actividad. Berlín es una cueva de espías.

Aquí en este restaurante, muchachos, hoy día deberían haber, por lo menos, 24 espías oficiales. Así que apróntense a

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conocer caras nuevas, por supuesto, más los latinoamericanos soplones a sueldo, cuyas caras al reconocerlas nos van a sorprender.

Además, hay que contar a esos viejos berlineses que pasan todos los días asomados a las ventanas. Si te ven tirando un papel en la vereda, incluso escupiendo, te señalan con el dedo índice que, después, lo mueven lado a lado, diciéndote ¡nein, nein! ¡Ah, carajo, viejos de mierda! ¡Si aquí está todo prohibido, alles Verboten!

Me juego entero, que a la muerte de ese músico con el bandoneón de corbata, seguro que le darán más importancia de la que tiene, porque el bandoneón está asociado al tango, el tango a los salones de baile y el tango a los bailarines, por lo tanto a nuestras intenciones de tango de todos los viernes, que todo el mundo conoce de lo cual algunos han hecho hasta artículos en los diarios, como uno de esos periodistas que creyó encontrar un submarino en la taza de chocolate y el hoyo al queque, y le dio relieve en un estúpido artículo, que hasta tituló “El tango de los días viernes: exilio argentino en una mesa de Berlín”. Mirá vos, todo porque aquí nos juntamos para ir a bailar. Para mí fue una burla, che. ¡Qué novedoso! ¿No?

–Yo se los dije. Ese tipo del bandoneón de corbata nos deschavó, nos quito la privacidad –le contesto Juan, que como siempre cabrero y malhumorado, intentaba hablar en privado con Mario, sin lograrlo aun por la larga perorata de Héctor–.

Yo les dije que iban a comenzar a llegar tipos extraños todos los viernes. ¡Miren, miren! ¡Miren si no es cierto! Lo que más bronca me da es que esta india, mal parida pintada de amarillo, va a ganar más dinero, venderá más cerveza y vasos de vino, porque los espías tienen la costumbre, para entrar a conversar y hacerse amigo contigo, comunicarse con todos los sospechosos y después hacer sus informes, invitar con una copa, de lo que sea, de lo que acepte el invitado y ¿quién de estos pelagatos , come mierda, no va a aceptar? ¡Si son unos muertos de hambre!

–Pero, por favor, Héctor, no hagás tanto escándalo, che, mirá que los frustrados y sin corbata del tango somos todos y nadie de nosotros sabe tocar el bandoneón.

–Pero, yo no les hablo a todos. Les hablo sólo a ustedes que son de absoluta confianza. Y, hoy, por tener indiscreciones femeninas más que nunca, porque al lado de Luis se sentó una

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hermosa hembra y al lado de Roberto otra tigresa. Son demasiado lindas y se van a acercar todos los don Juan latinos y, si ellas están entre argentinos, seguro que pensarán que son, por lo lindas, también argentinas, porque entre las latinas, las argentinas, por ser pocas y las más hermosas son las más codiciadas. Si hasta parecen, también, espías. ¿Por qué hoy, justo hoy, llegaron aquí? Además, junto a Juan está la pequeña Lucía, que no es nada de fea, se le mejoró la carita ¡eh!

¿Ustedes conocen a esas minas? ¡Las mujeres son capaces de todo! Chan, chan.

–Si querés, te las presentamos –le sugirió Mario–. Mirá, esta piba es Inés –y le indicó una cara de monja, con sonrisa de monja, con voz de monja e inocencia de monja–, cantante y pianista que sabe tocar tangos, con título auténtico de un alto conservatorio, creo que es la única que tiene realmente un título; y María –ésta era más agresiva y sensual, con un pelo negro, largo y encrespado–, que está recién casada con un alemán y es bailarina profesional de tango, con escuela de ballet en el conservatorio Nacional de Buenos Aires.

–Pibas, les presento a nuestro doctor Héctor, el psiquiatra más conocedor del tango en toda Alemania sino del mundo entero. Héctor las saludó inclinando la cabeza como ante la reina Isabel, sin poder darles la mano por encontrarse las muchachas al otro extremo de la mesa.

Después de la presentación mirando con sorna a Héctor le dijo: –son putitas, che, ¿no te das cuenta? ¡Pobres pibas! Apuesto que se retiran a la 11 de la noche, que es cuando entran al cabaret. ¡Déjalas! ¡Déjalas tranquilas! Y que podrían ser espías, a mí, no me cabe duda. Las putas son las primeras a quien hecha mano la policía para soplonear. Son todas alcahuetas, che.

–Mejor que no hagan más comentarios –pedía Mario como mendigando un favor–, tenemos suficientes problemas personales, cada uno de nosotros como para hacerse cargo, gratuitamente, de uno más, basta con los muchos que tengo. Che, Juan –dijo dirigiéndose a su amigo–, no le digamos a nadie de estas preocupaciones de bandoneón y corbata, sino van a comenzar a asustarse y no vendrán más. Comparto las preocupaciones de Héctor, pues hoy todo me parece sospechoso.

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–¿Conocés a ese que está entrando? Parece un linyera de esos tomadores de cerveza de las entradas al subterráneo, digo, de la estación del metro. Y, a ese otro que está sentado solo en esa mesa del fondo que hace rato nos está mirando con ganas de acercarse. Ese, que está debajo del coro silencioso que ahora parece que le pusieron luces amarillas a la mata de zarzamora.

–¡Mirá, mirá! Ahí está el chileno, el gordo escritor Ezkar Metta, alias el toni Caluga, que siempre me ha parecido que es un espía. Nadie se explica, por qué sólo a él le entregan todo el dinero de ayuda que entrega el Ministerio de la Cultura de Berlín, ayuda que debería ir a todos los escritores chilenos. ¿Por qué recepta todo lo que debiera ir para la publicación de libros, de revistas y eventos culturales? Sé, que cuando ocurrió en Chile el golpe militar estaba en los Estados Unidos, que sacó títulos en la Universidad de Columbia, sin ningún problema, cuando en esa época no dejaban entrar a ningún chileno porque todos eran sospechosos de comunistas. Apareció en Berlín al poco tiempo de mi llegada y de inmediato lo incorporaron a la Universidad del Arte como profesor. Lo que no me explico, y por ello mis sospechas, es que teniendo tantos colegas, en esa universidad de gran cultura y relaciones sociales, este tipo esté entre nosotros que perdemos el tiempo en este lugar de mierda. No creo que sea por nostalgia que anda entre nosotros. Algo anda buscando desde hace tiempo. Lo veo siempre en la misma actitud, chupándose el dedo pulgar del que ya debe tener la uña reblandecida o no tenerla, el dedo le hace las veces de chupete de niño en la boca: tiene un descomunal retroceso oral. Pero este tipo es un problema para los chilenos no para nosotros.

–Mario, ¿qué pensás del Quilapi? –¿Quién es Quilapi? –Ese con pelo largo y crespo, que tiene cara de mujer, es de

la misma tribu mapuche de los que manejan este restaurante, y él mismo dice que muchos indios de su grupo tienen esa particularidad, el tener ambivalencia facial ¿no crees vos? ¿O es maricón? Puede ser perfectamente un espía. Si su cara es ambivalente por qué no su ingenua visita a este lugar.

–¿Y de ese actor Gallardo? ¿Y de ese artista grabador Santos Chávez, que se viene a emborrachar todos los fines de semana? ¿Por qué le dan permiso en la DDR para pasar la frontera?

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¿Qué privilegios tiene? ¿Del Perico palote político, que parece que está siempre borracho? ¿Del borrachín de Pepe, el que seguro asegura que es un exiliado político, y que ha hecho de su mapuchismo una profesión? ¿De la misma Paolita que siempre está aparentemente borracha? ¿O del Yunny que sólo vive de la guitarra? ¡Demasiadas sospechas, che! ¿Y la Mariela no será una espía? No me explico qué afán de andar cimbreando el culo alrededor de todas las mesas.

–Es mejor que nadie de nosotros se vaya. ¡Qué nadie de nosotros abandone el local! Nos quedamos aquí, como hemos estado desde hace tiempo para no despertar sospechas, sino irán a nuestros domicilios a investigarnos y será peor. Como un alivio debemos pensar que todo este despliegue de espías es pura burocracia. Además, nada hemos hecho como para tener miedo ¿no es cierto preciosa? –decía Juan mientras le acariciaba el cabello a la pequeña Lucía que siempre estaba atenta a la conversación pero aparentando que no entendía nada–. ¿No es cierto que nosotros somos unos santos?

–¡Viste Mario –dijo suspicaz Juan–, cuantos argumentos tenés para escribir tu novela sobre esos idiotas! Bueno, ahora tenés a espías que no son personajes tan idiotas, que digamos. Todo esto es argumento fresco para endulzarle la píldora a tus lectores. Y, vas a ver, van a aparecer muchas otras cosas. Así adquieren vida los argumento, y empiezan también los problemas o las soluciones, ¿por qué? ¿Qué estructura, idea o historia no proviene de otras?

Se escribe lo que se lee

–La vida, como todos sabemos, es sorprendente en la

semejante a sí misma y sorprendente en las diferencias en las semejanzas. Sólo el ojo del artista es el que descubre esas diferencias. Como siempre te he dicho no debes tenerle miedo al plagio. Debés, che, copiar todo cuanto te sea útil, además, que el copiar es una forma de reafirmar la historia de los pensamientos sabios, entregarlos bajo diversos disfraces y cambios de lenguaje para que el lector se lo grabe para siempre, para que la sabiduría permanezca.

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Lo que escribas debe parecerse a todos los libros escritos hasta ahora, para que el lector tenga familiaridad con la historia de la literatura. Así, cuando lean tu novela, piensen que ya la han leído antes. Para ello es necesario que copies sin miedo. No me cansaré de repetirte el concepto de Borges que dijo “el escritor escribe lo que ha leído”. Y nada más, che. Copiar es darle permanencia a la sabiduría. ¿No copia acaso el que lee un poema de Homero, o cuenta trozos de una novela de Julio Verne, o canta la letra de un tango de Gardel? Bueno, en fin, en la novela lo que importa es que la gente lea que es la mentira lo importante y que ello no le importe, porque algo positivo tienen también las mentiras. Te repito que el ojo del artista es el que descubre esas diferencias, y ahí radica su singularidad una vez que es capaz de manifestarlo expresivamente, sea escribiendo, pintando, cantando, o componiendo música.

Un plagio musical se descubre porque existe un lenguaje musical codificado nota a nota; un plagio literario se descubre porque el código lingüístico permite comprobar que un texto es igual a otro, etcétera. Pero ese es el caso que apenas se da. ¿Por qué? Pues, porque si se trata de verdaderos autores, ni siquiera con un argumento idéntico harían la misma obra. ¿Por qué? Porque nunca le darían el mismo sentido. El argumento de una obra puede ser repetible; el sentido sólo es propio de cada autor y nada más que suyo. Además te digo, querido Mario, “ el que no llora no mama”, todos maman de la vida y la vida es una continua repetición de vidas, de hombres y de hechos. Los plagios, afirmo lo de copiar, se refiere siempre a los asuntos externos, al argumento y etcéteras, no al sentido interno de una obra. Ahí jamás se producirá una acusación de plagio porque ahí, es sustancialmente imposible. Así es que todo parece una conspiración, algo así como poner la historia al día.

En esos momentos llegaba a la mesa, abriéndose camino entre el humo, Filiberto el flaco, acompañado de Ramón el gordo. Ambos gritaron asombrados –¿Che, qué pasa? ¿Por qué tanta agente? ¿Cada día más?

–Mirá, mirá quién viene ahí... -alcanzó a decir Mario al divisar entrar a Jorge Miell, cuando éste con inusitada rapidez ya ésta estaba a su lado.

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–¡Qué bien muchachos, todos, cómo están che! ¿Y vos querido? –exclamó entusiasmado cariñosamente al ver a Juan. ¡Qué tiempo sin verte, che! –Y su cara se le ponía luminosa bajo la barba incipiente que siempre usaba.

–¿Qué pasó contigo Miell? ¿Seguís viviendo detrás de la muralla? ¿En la DDR? ¿Cómo que te dieron permiso? Qué bien che, bien por tus jefes –dijo en voz baja– así podemos tenerte de vez en cuando entre nosotros –y continuo alzando la voz– me contaron que te compraste un bombo chiquitito, para actuar. Que te vieron ejecutar “A media luz” leyendo la partitura y acompañando con el bombo ese tango con ritmo sincopado. Qué bien, che, estás creando una nueva y original forma de ser músico de tango.

–No hay un lugarcito para mí, che –dijo Jorge Miell queriendo sentarte en la mesa del grupo.

–No hay sitio. Pero mientras esperás si alguna silla se desocupa, allá en el fondo cerca del coro hay una mesa vacía, después te venís cuando se vaya alguien.

En el fondo del salón, el coro seguía en su trance de armonioso silencio y comenzando desde la base del piso, hasta las rodillas de los cantores, se divisaban unas luces amarillas intermitentes, que tanto a Héctor, a Juan como a Mario, hacía rato que algo nuevo le insinuaban.

–No te lo dije. ¡Pasa algo raro! Miralo a ese Jorge Miell. Este tipo, bien lo sabés, es de Berlín Este, es comunista de la DDR, seguro que es espía de la Stasi, le dan permiso, hasta el lunes, casi todos los fines de semana. Anda en todas las paradas de tango y en los boliches de latinos. Bebe sólo un vaso de agua. No te acepta nada. No fuma. Nadie sabe nada de él, cuando le preguntás que hace en su vida, te responde con una sonrisita a boca abierta y dientes lustrosos, siempre con retazos de palabras de cualquier otra cosa. Pero creo que hace las veces de locutor en alguna radio. No le escuchaste la voz de bajo que saca desde la panza. Cuenta que fue novio de la hija de Astor Piazzolla, ahí lo conocí en ese junio de 1982, cuando todos los privilegiados de la DDR lograron asomarse para el Berlín capitalista. ¡Qué bárbaro, che! Parece que entramos en una etapa de Berlín más entretenida que el vivir rodeado de estos idiotas que sólo quieren ir a bailar tango. Entonces ¡bienaventurado el bandoneón, el comedor de ajos, y las corbatas de los espías che!

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Simbología del movimiento

–Héctor, necesito que me ayudés. –Dante Cincuotta se inclinaba hacia el psiquiatra amigo como pidiéndole un favor–. Necesito explicaciones muy detalladas sobre la simbología del movimiento para analizarlas dentro de un desarrollo científico acerca del baile del tango. Explicaciones que tengan que ver con el cuerpo y sus motivaciones, conscientes o inconscientes en todo lo que respecta al baile, –y movía la mano frente a la cara de Héctor, queriendo disipar el humo interpuesto entre ambos.

–¿Para qué ese conocimiento, querido amigo? –Es que debo tener muy claro todo esto para explicarme a

mí mismo algunos razonamientos, porque he progresado mucho en el baile del tango y creo que debo comprender el afán que me lleva a ejecutar los movimientos que debe poseer un buen tanguero, che.

–Este asunto, tu pregunta, Dante, requiere un lenguaje distinto al que usamos a diario, como el de aquí, de estos viernes inútiles de humo, malos humores y el bullicio interminable que runrunea en nuestras cabezas, durante toda la semana. Además, de ese coro del fondo que ahora está iluminado. ¿Lo ves? ¿No parece que está detrás de una zarzamora ardiendo? Chan, chan.

–Como sea Héctor, te lo ruego. En este grupo eres el único que tiene conocimientos científicos. El único que sabe razonar. ¿A quién pregunto qué me dé respuestas valederas?

–Comprendo muy bien a dónde va tu pregunta. Yo mismo, muchas veces, me la he formulado y he debido sacar conclusiones para explicarme ¿por qué yo también tengo tanto interés en el baile del tango? Sé que no es sólo por lo literario, el significado de las letras y su contenido social, amoroso y tantas otras motivaciones que tienen los textos tangueros.

Además, me pregunto, cuáles son los problemas personales de todos estos amigos que se juntan los viernes para ir a bailar y nunca van. Algo los retiene aquí pegado a las mesas. Es como que no quieren ir por problemas personales. Llegan asustados, porque eso de ir a bailar tango, les preocupa. Este problema es el que hay que solucionar. Chan, chan.

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¿Pero dentro de este bullicio? ¿Quién puede concentrarse aspirando este humo de cigarrillos usados, el aliento de cerveza desteñida y de zapatos húmedos?

Vamos al fondo. Hay una mesa vacía. La zarzamora que arde, como vos la vez, por cierto Héctor ¿no nos quemará? Además yo no diviso nada, pero si huelo un olorcito a pasto seco.

Mira, Dante –dijo Héctor intimando con su acento limeño-, antes de comenzar a hablar me parece conveniente determinar el sentido que nosotros damos al término “fantasmático”.

En el lenguaje corriente esta palabra designa, en general, una producción imaginaria consciente, una especie de sueño estando despierto. Estos fantasmas, a pesar de ser conscientes, tienen un contenido simbólico inconsciente, que no es el que nosotros consideramos. Debes imaginarte un salón berlinés donde mujeres y hombres están en plena actividad bailando tangos.

Debemos entender por fantasmas una producción imaginaria inconsciente, capaz en la realidad, de motivar unos comportamientos de los que el sujeto no tiene conciencia.

Espera, espera, ya iremos al movimiento del cuerpo en el tango que es lo específico de tu interés. Es necesario entender algunas cosas con anterioridad. Al revés de la pulsión, que es un elemento primario, preformado, vinculado a lo biológico, el fantasma se estructura con respecto a una vivencia. Esa, o esas vivencias, de tipo emocional –placer o displacer–, es anterior a la aparición de la conciencia y ha quedado grabada únicamente en el inconsciente. Constituye el marco de referencia de rechazos o de deseos inconscientes. De esta forma es como entendemos los fantasmas de devoración, castración, fusión y, de los fenómenos motivadores de la simbología del movimiento, que es lo que a ti te interesan. El fantasma que está dentro del ser humano, del bailarín específicamente, que pertenece al orden de lo imaginario, sólo puede expresarse a través de lo simbólico. Trata de mantener en tu mente una imagen del bailarín de tango...

Mira, Dante, para comprender lo que es realmente el movimiento y para la materia viviente, es necesario remontarse, en un óptica filogenética, a los orígenes de la vida.

No hay vida sin movimiento y la suspensión de su movimiento propio, para cualquier materia viva, es la muerte.

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En principio, es el movimiento interno, un incesante ADN, de la materia viva; pero muy pronto, en la evolución filogenética, se añade y asocia a ese movimiento biológico, el movimiento dirigido hacia lo exterior, orientado por tropismos y finalidades de nutrición y desplazamiento.

Estas dos funciones están íntimamente ligadas al principio en los niños. Mucho más tarde, se irán diferenciando en función vegetativa y en función llamada de “relación”, que requieren el desarrollo de sistemas de regulación específicas, tales como los neuromotores y hormonales. Esta distinción, muy esquemática, es un tanto arbitraria, ya que ambos sistemas están en correlación constante y estrechamente subordinadas a su funcionamiento recíproco.

Podemos hablar, controlando explicaciones en los niños que empiezan a moverse, de una “pulsación de movimiento”, primero y fundamental, que es la base misma de la “pulsación de la vida”. De hecho, el movimiento aparece en el embrión humano, ya en el útero, como una pulsación primitiva, sin finalidad aparente. La misma pulsación sexual, sobre la que se ha basado toda la teoría psicoanalítica, aparece como un aspecto particular, orientado hacia la procreación de la pulsación motriz primaria.

Freud demostró cómo en el ser humano lo psicológico nacía a partir de lo biológico; cómo la necesidad fisiológica creaba el deseo psíquico, y la satisfacción de la necesidad, el placer. Así es, por ejemplo, cómo se organiza, a partir de la necesidad fisiológica de nutrirse y a partir de la succión refleja, la libido oral y todos los fantasmas que de ahí derivan tales como la introversión, devoración, etc.

Si aplicamos ese principio a la necesidad biológica de movimiento, podemos sacar la conclusión de que se puede crear también, a partir de ahí, toda una organización física hecha de deseos, satisfacciones y placeres, de frustraciones y prohibiciones y generatriz de infinidades de fantasmas y conflictos inconscientes. La trama y la articulación de esos fantasmas es lo que encontramos a través de nuestra experiencia en el movimiento vivenciado tanto en los bailarines de tango como en otras formas de baile. Te ruego que no pierdas la imagen de los bailarines.

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El movimiento en busca del placer

Existe un placer del movimiento por sí mismo y en sí mismo, aparte de cualquier otra finalidad, y si entendemos por sexualidad, según la definición de Freud, todo cuanto es placer del cuerpo, nosotros podemos decir que todo gesto vivenciado, es decir, no estereotipado e intelectualizado, tiene un contenido sexual difuso y primitivo y a nivel del placer de ser, de existir en la movilidad de su cuerpo. Podemos añadir que toda modulación tónica –es decir, el contenido emocional del gesto–, por estar en relación con las estructuras más arcaicas del cerebro, rinencéfalo, hipotálamo, etc.–, despierta sensaciones de placer, de las más primitivas y profundas en relación con la pulsión vital del movimiento biológico.

Pero ese movimiento, surgido de los más profundo del ser, va a propagarse por el espacio exterior y a encontrar contactos; contactos de inmovilidad –limitaciones y apoyos–, contactos de placer y displacer, encuentros de las prohibiciones sociales, etc. En este momento es cuando nacen los conflictos que modelarán ese deseo de movimiento, de acción, de ser algo dentro del espacio.

Por ello buscamos el detonador que haga estallar los conflictos latentes o ya evidentes en los intentos de iniciar movimientos combinados, prefijos con una finalidad determinada aún en el inconsciente, los que se nos presentan siempre como reveladores de conflictos mucho más profundos, siendo lógico buscar el origen y la evolución en esos conflictos durante el transcurso de los años anteriores y de intentar poner remedio antes de que se enquisten, como parece que se te ha enquistado el tango en muchos otros amigos que conocemos y no se explican por qué “por ir a ver qué pasa” ¿en los demás o dentro de ellos? tanto afán de ir a bailarlo.

–Pero, Héctor mi deseo es escuchar razonamientos respecto al baile del tango..., no me compliques.

–Lo sé, lo sé, amigo Dante, pero debo hacer este prefacio para lograr que entendamos que significa el movimiento primero en los niños, las motivaciones naturales que ello implica y las reveses que sufren y se convierten en ataduras con el correr de los años, hasta cuando llegan a la adultez y desean estructurar codificando

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sus movimiento. Has de saber que ya a los 18 meses de edad, la personalidad está muy estructurada, el carácter del niño muy marcado, sus comportamientos son muy diferenciados y se puede casi predecir los problemas de adaptación que cada uno deberá superar. Esta edad nos ha parecido importante, toda vez que muchas psicosis aparecen hacia los 2 años y por lo tanto deben pasar cosas importantes, muchas cosas que ignoramos, durante ese período en la estructuración de la personalidad.

Yo sé dónde quieres ir. Te preguntas por qué tanto entusiasmo en Berlín, bueno, y en ti mismo, de ir a bailar ¿no es así? Y, cuáles son las motivaciones de ese abrazo en el tango, esas manos unidas y cuantas cosas más se requieren para iniciarse bailando.

Mira, ese “ir a ver qué pasa” en un salón de tango no significa ir a observar sólo el comportamiento de los demás, desde el exterior, sino entrar en comunicación psicomotriz con ellos, los que con la misma tendencia se juntan alrededor del tango, sino se trata también de sentir a los otros al nivel de una comunicación gestual tónica, ser, o por nuestro cuerpo, el espejo de sus fantasmas, como intentaré explicarte más adelante. Es querer comprender en el espejo cómo es la gente que rodea nuestra personalidad, además, de quien baila mejor y con la hembra más codiciada.

La aproximación corporal empieza a despertar un enorme interés, en especial con los niños y adolescentes perturbados, particularmente los sicóticos y autistas, ya que se ha caído en la cuenta de que es el medio más eficaz –y a menudo el único– de ayudarles a establecer con los demás el inició de una comunicación que puede evolucionar de inmediato hacia una curación, digo, curación porque los que buscan el sentido de la vida en el movimiento, en este caso del tango, sino están, por cierto, dentro del orden antes descrito y con diagnóstico clínico, van al menos en busca de una adaptación suficiente para hacer posible una vida social. Préstale atención a esto de ir a bailar tango y el ser autista.

–¿Estoy entendiendo Héctor –interrumpió Dante–, que el baile del tango tiene componentes sanitarios, y que a él va, mayoritariamente, por así decirlo, gente con problemas sociales, de comunicación y de adaptación, con desórdenes, desde la infancia,

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dentro de su personalidad? ¿Algo así como que muchos son personajes kafkianos?

–Sin duda, querido amigo. Pero, debemos ir a esas explicaciones con tiempo. No es posible saltarnos etapas, sino es imposible comprender la problemática de los bailarines. Tenemos que ir a explicaciones que permitan hacerse cargo, en cierta medida, de los que corresponde a lo cultural, lo adquirido, y lo que es propio de la naturaleza humana. Por otra parte nos permitirá poner de relieve los fantasmas corporales e íntimos propios del adulto y con los cuales se va a encontrar bailando, corriendo o simplemente caminando con el niño que fue, o con pulsaciones como cuando comenzó siendo un embrión. Esto, como te diré más adelante, reviste mucha importancia, ya que la actitud del niño frente al cuerpo del adulto se presenta a menudo de forma reactiva a los propios fantasmas que el adulto proyecta, desde su pasado, sobre él y los movimientos que ejecuta, sobre todo aquellos proyectados hacia un quehacer de carácter y cultura adquirida, como es el baile del tango, y todos los demás que se utilizan para el placer corporal en busca de comunicación, física y emocional. Los profesores de tango. Experiencias psicomotrices

Los profesores de tango en Berlín, sin conocimientos pedagógicas y consejos psicopedagógicos sólo tienden, muy superficialmente, a entregarle a los estudiantes directrices de conducta dentro de un movimiento estructurado con antelación, con esquemas elaborados fuera del ser, que no le corresponde al ser y, con frecuencia, estos esquemas son muy ilusorios, porque ellos mismo no saben por qué hacen de profesores de educación corporal, no tienen conciencia de que todo tratamiento en el movimiento corporal tiene una finalidad que tiene conexión con el pasado emocional, educacional y de instrucción del niño y se proyecta en el adulto, y podría estar proyectado en ellos mismos, me refiero a los profesores. ¿Está claro? La gente no se mueve porque sí nomás, cada movimiento tiene un propósito definido cuya fuerza viene desde el interior, hasta diría, del pasado vivido desde niño por el que la proyecta.

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¿Pueden estos profesores crear conciencia de la verdadera significación del baile del tango, llegando a modificar dichos fantasmas y transformar, de modo duradero y auténtico, su relación pedagógica y terapéutica con los que aprenden a moverse de otra manera que la natural, utilizando, como en el tango, una coreografía, hasta el momento del aprendizaje, desconocida a todo ser humano? La gente no anda caminando en la calle haciendo ochos, cuadrados, salidas cruzadas o ganchos. Hay que reconocer que los estudios sobre ellos, que ya están provocando estos profesores, como reeducadores en psicomotricidad o de los psicoreeducadores actualmente en boga, no responden siempre a objetivos sanos o meramente artísticos, sino a una manera de ganarse la vida, a un profesionalismo mercantilista.

En los diferentes centros de formación tanguera se han instituidos agrupaciones muy diversas y, en ocasiones, con un espíritu totalmente comercial. Estudios que nos llevan a precisar que, estos profesores, no tienen demasiada cultura ni capacidad analítica para desempeñar como formadores de hombres estáticos, que fueron niños con problemas, en seres forjadores de movimientos paralelos a la mujer, con precisión, equilibrio, además de técnica del movimiento. ¿Crees que un chofer de taxi, que es un hombre inmóvil, aunque en forma forzada, puede tener capacidad de enseñar a moverse cuando él es un tieso arrepollado en un asiento, sólo moviendo los pies? ¿O de una camarera que va y viene con una taza de café, recoge pedidos, entrega el pedido, toma la propina y se va? ¿Cómo lo entenderá el que sopla un saxofón? ¿O el que capta imágenes fotográficas? ¿Pueden tener capacidad de razonar que el movimiento en el baile del tango, o en cualquier otro, es una función de extensión de la formación completa de un ser?

Así como el sicoanalista, que únicamente puede formarse a través de su propio análisis didáctico, el sicomotricista no puede formarse más que a partir de la experiencia íntima de su propio análisis psicomotor. Debe ser la formación en la que incluya el cuerpo, aunque no en sus aspectos anátomos fisiológicos, sino como receptor y emisor de mensajes tónicos relacionados con las fantasmática personal del reeducador. Éste debe ser consciente de las inducciones de su propia problemática, y de sus limitaciones, y

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ésta debe permitir hacer consciente las inducciones de su problemática corporal en su relación con los otros. Debe atenuar o superar las resistencias tónicas para poder estar corporalmente disponible, capaz de adaptarse a las necesidades tónicas del otro, de ser lugar de resonancia de sus fantasmas sin utilizar al otro como lugar de resonancia de su propio deseo, debe tomar conciencia de su propia relación fastasmática con el mundo, el espacio y los objetos. Para ello, deberán perder sus inhibiciones corporales y acceder a un pensamiento corporeificado, a una vivencia más libre pero al mismo tiempo más consciente. Únicamente a partir de ahí podrán integrarse las técnicas de comunicación, pasos, figuras etc., no verbal, como ayuda y soporte de la relación en el baile. Estas técnicas, así como los datos teóricos, sólo pueden ser realmente asimilados si están referidos e integrados a sus propias vivencias.

Estos profesores son un telón que mediatiza una relación meramente formal y artificial, por no decir una relación bastarda y comercial de sobrevivencia, en procura de un trozo de pan, de un vaso de vino o unos zapatos de charol, como de halago y vanidad.

Movimiento en el sótano

No dejes de pensar nunca que vivimos en un mundo diferente. Berlín ha sido una ciudad de mucho sufrimientos, de un acatamiento a órdenes casi nunca entendibles, pero obedecidas ciegamente. Las órdenes se reciben en silencio o sólo con movimientos de resignación, dentro de escollos de vivir situaciones emotivas extremas, a menudo de muerte y de total posibilidad de aniquilamiento como lo fue el final de la Segunda Guerra Mundial. Todo un panorama muy distinto al bailar tan sólo por placer que ejerce el porteño de Buenos Aires, que busca, libre de temores, la relación física con la mujer, a su vez la mujer, como una condición única de comunicación y encuentro de dos cuerpos que mutuamente se necesitan para el placer de traslación de emociones libres de temores no controlados, aunque muchas veces, amarrados a temores fantasmáticos, los que están en todos los seres humanos.

–¡Pero, Berlín es otro campo! –quiso aclarar Dante– Una complicación de psicosis recesivas, de presiones y vivencias

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expansivas y muchas veces que explotan dentro del bailarín, de lo cual nadie se da cuenta, porque la procesión va por dentro.

–No te olvides la cantidad de niños de los Keller, –los chicos de los sótanos para nosotros–, que son aquellos que ahora tienen edad de tango y ahí están, los que fueron encerrados en los subterráneos, mientras los aliados descargaban sus bombas, imagina el pavor de esos pequeños, la impotencia, la necesidad de moverse para escapar del recinto cerrado. Míralos ahora en la misma oscuridad desplazándose en tiempo de tango, con una música casi sin ritmo, silenciosos, buscando avanzar a cada paso o figuras que no indican salir de algo confuso.

¿Tienen los profesores sentido profundo de la historia alemana? ¿Tanto los alemanes como los argentinos que ejercen como profesionales? Sin tenerla ¿pueden ser instructores de seres que padecen síndromes de deficiencias regresivas para ellos desconocidos? ¿A qué responsabilidad se acogen para ejercer de maestros dentro del lenguaje simbólico del movimiento y, qué saben sobre estos conocimientos científicos? ¿Qué saben esos profesores de la prolongación de los conflictos psicológicos que los padres engendran en sus hijos? ¿Tendrán idea, estos profesores, de cuántos problemas, estos padres han transmitido a sus hijos e hijas, y que ahora ignoran por qué eligen una forma determinada, o experimentan con ella, en búsqueda de llenar espacios incontrolados de sus cavilaciones emocionales, que le son desconocidas y hasta misteriosas?

¿Cuántos de estos bailarines alemanes, siendo jóvenes, fracasaron en el estudio de la danza clásica?

Los argentinos, allá en Buenos Aires respecto al tango, están revestidos de cierto poder mágico que no conviene desmitificar. Esta posición de privilegio carismático que posee el argentino, que muchas veces está colmada de narcisismo, no deja de ser sin embargo emblemática, porque teniendo estas virtudes, en estas personas sus afanes, capaces o no, tienen autenticidad, por tener la cultura formada a niveles de sociabilidad y de profesionalismo, para hacer clases de formación corporal encaminadas al baile, a una baile colectivo que requiere conocimientos de sociabilidad y hondos contenidos existenciales de relación humana. Son como un rechazo a verbos de esencialidades, como una fuga ante el lenguaje que

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llamamos corporeidad del lenguaje, es decir la posibilidad de hacer pasar y a hacer positivas, en una expresión auténtica del movimiento, las tensiones y emociones corporales vivenciadas. Lo no verbal, una vez descubiertas sus inmensas posibilidades de comunicación física de dos cuerpos opuestos, deberían corresponder muy exactamente a las fases iniciales de estereotipos motores en el trabajo de ajustamiento corporal como lo es el baile, y el tango más aun, pues recrea, por la unión en el abrazo de dos personas, las primeras emociones del niño ante la madre y la sociedad mostrándose con satisfacción cuando logra atraer la atención en algunos intentos, o de frustración cuando no es advertido en afán de llamar la atención.

Con estas palabras puedes ver la inutilidad de los profesores de tango, ante su ignorancia de motivaciones psicológicas que posee la simbología del movimiento. El baile entendido humanamente es una educación, una terapia y no una forma de conducción burlona de comercializar con las necesidades de niños grandes que no han tenido la oportunidad de satisfacer, no les han enseñado las necesidades primarias del movimiento de sus propios cuerpos. No cualquiera puede venir, llegar e implantarse como profesor, con insolente arrogancia, formas de educación física, a través de la simbología del movimiento, menos utilizando fórmulas artísticas como lo es el tango.

El tango pretendió ser una liberación a las prohibiciones religiosas en la relación sexual. La pareja se fundió en un abrazo, se juntaron sus piernas, sus mejillas se acomodaron a la mutua tibieza de sus carencias, virtudes y necesidades físicas, buscando el acomodo al equilibrio que cada cual tiene en la vida, pero a mi entender, como la enseñanza, aquí en Berlín, fue ejercida por gente ignorante en los más básicos principios científicos de la educación corporal, fue un fracaso, no se llegó al final ni ha entregado formalmente esa promesa que fue en un inicio, cuando la emoción de abrazarse en público, sin que fuera pecado, llenaba de emoción y se completaban las razones de la ansiada libertad.

Se quedó a medias, porque eso de revolear las piernas con ganchos y ochos, no soluciona problema existenciales tan profundos, como los que solemos tener casi todos los bailarines de tango, frente a la presencia femenina. Terminamos, en relación con la mujer, siendo mutuamente enemigos, contrarios, o más

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levemente, en continua tensión en sentido negativo, término muy del gusto de los profesores para seducir a los iniciados para enfrentarlos a un problema que creen tener sus alumnos: sólo rivalidad ante el sexo contrario, cuando en tan sólo una búsqueda a veces angustiosa de lo perdido y nunca recuperado como es el calor, desde el vientre del abrazo materno.

Podría proseguir querido Dante, pero ¿es necesario? El tema es largo. Paremos aquí, tomate tu cerveza y quiero que me cuentes tus impresiones y las verdaderas motivaciones de tus preguntas. Yo con mi perorata puedo continuar después. ¿Te parece? Chan, chan.

Viernes mozartianos

Dante, con inquietud frente a Héctor, mirándolo a los ojos y con la boca fruncida le dijo: –te contaré las verdaderas motivaciones de mis preguntas. Lamento que tengan que ver con todos estos espías que, otra vez hoy, llenan el restaurante para satisfacción de tu amiga la princesa mapuche teñida de amarillo.

–¡Qué amiga! El glorioso viernes pasado tú te retiraste un poco temprano. –Héctor hablaba mientras se acomodaba en la mesa e iniciaba su relato–. Yo me quedé casi hasta el final. Se armó un despelote tremendo. Hasta llegó la policía. No pasó de ahí, pero las cosas siempre se saben porque hay ojos que miran más de lo que debieran y oídos que escuchan no sólo ruidos. El marido de la india teñida, la encontró en el baño, en cuatro patas como una perrita, con los calzones abajo, gimiendo desesperada sacándose las tensiones de tanto trabajo, con un cubano que se la estaba mandando por la retaguardia, la tenía enculada casi a la vista de todos. La pobre mujer amarilla de caliente y, el macho negro de emoción, perdieron sentido de la ubicación, obnubilados por sus incontrolables deseos. Y ahí el Napo agarró a ese tipo a trompones, el moreno se defendió, como perrito en plena faena al que le tiran agua para separarlo, pero logró desconectarse y escapó a la carrera. Cuando llegó la policía, el Napo, ya se había encargado de zamarrear a la india teñida que lloriqueaba avergonzada, afortunadamente para ella, ante pocos parroquianos. Nadie se metió porque parece que esto es habitual cada viernes o sábado. Y ella después siguió sirviendo cervezas como si nada,

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alguien dijo que sin lavarse las manos. Algunos tienen coraje de bestias. No cabe duda. Bueno, cuéntame tus preocupaciones.

–Bien sabes Héctor que yo soy músico; que tengo una formación profesional; que estudié formalmente y no soy un improvisado como la mayoría de los que andan pasando el platillo y cantando en la calle. Estoy terminando en la UdK musicología y mi tesis de grado versa sobre la influencia de Mozart en la música popular latinoamericana, específicamente en la cubana que tanta influencia tuvo y tiene en el tango.

Desde hace tres meses, casi tres veces por semana, solicito visa para ir a la Biblioteca del Estado de la DDR, que queda, naturalmente, al otro lado del muro de Berlín, donde tienen un archivo sobre Mozart fabuloso, ordenado y en cantidad. Ahí, la bibliotecaria que me atendió resultó ser una revelación que ha terminado siendo tragedia amorosa. Te lo digo en términos confidenciales. Es una mujer hermosa con un cuerpo de diosa, dulce y cariñosa como una madre protectora. Por ella comprendí muy pronto la problemática de la mujer en la DDR, la muralla las ha aislado más de lo comprensible. ¡Con esa belleza Héctor, su soledad era un abismo! El mismo trabajo entre partituras la convirtió en un ser silencioso de gestos y de angustias que nunca ha comprendido. Es una extranjera en su propia mente, algo así como un navegante emboscado en un mar de teorías y de partituras.

Caminábamos por las calles del Berlín Este, después de salir de la biblioteca, hasta que yo debía cruzar otra vez la frontera e intentábamos estar en lo más profundo de nuestro ser. A ella el muro le dictaba una doble conducta y se proclamaba dentro de ella como lo único que existe, como una araña tejiendo en una catedral destruida, ello le obligaba a vivir pendiente de su entorno y se ha convertido en algo extraño como si no hubiera nada más en su vida. El muro ha tenido un gran poder de atracción y los ha envuelto a todos. Hay uno que cruza todo Berlín y otro toda Alemania, pero la tercera, el muro mental que no se ve, es la que cierra la vida de cada uno de los berlineses del otro lado, les anula la conducta, no tienen expansión, les cambió el carácter, no saben de fidelidad ni de lealtad, si siquiera, marital, y esa actitud de docilidad política es una máscara.

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Y, te cuento detalles íntimos. Como no puedo ir a su casa, porque con el temor acumulado en la DDR, hasta a los parientes se les teme por el que dirán, y te pueden denunciar por faltar a las normas de honestidad que te dicta el partido, incluso a la Stasi te pueden delatar.

Aunque parezca mentira, todo el amor lo teníamos que desarrollar entre los estantes de la biblioteca, llenos de partituras de todos los compositores alemanes, que en todo instante es música muda, lo único que se escucha como melodía de fondo, es el temor a que nos descubran.

Por cierto han surgido otras situaciones. Aunque no me creas, por eso te anticipé eso de la prolongación del crimen del bandoneón como corbata. Ella estaba enterada de todo, más de lo que te puedes imaginar. Ese crimen terminará en un conflicto entre las dos Alemania. Ya lo verás. Mi amiga había recibido oficios, hasta fotos, que demuestran cuántas veces ese músico estuvo en la biblioteca y fue atendido por ella; qué partituras consultaba; durante cuanto tiempo sacó copias, es decir, cual era el verdadero motivo de su investigación. Sobre todo, por qué su interés nada más que en Mozart, cuando su trabajo como intérprete del bandoneón era el tango argentino en el Berlín capitalista.

Las contradanzas de Mozart

Piensa, el bandoneón y Mozart, ¿qué tienen que ver? A mi amiga le resultaba, desde el primer día que llegó Nardo Schusma, –así se llamaba el muerto–, extraña su constancia; su saber pedir las obras específicas sobre las que trabajaba; ella constató que no copiaba la partitura sino que sacaba notas sobre ciertos acordes en el pentagrama de forma muy distinta a como acostumbra a hacerlo un mero copiador de notas que copia nota por nota, copia todo. Además superponía a las líneas del pentagrama dibujos en escala con los que hacía señales en los bordes de las partituras, que luego cotejaba con las notas y sus valores, incluido la notación de los silencios y valores como de negra y blanca, corcheas y semicorcheas. Este músico, según mi amiga, miraba hasta a trasluz las páginas cuando aparentaban ser originales. Mi amiga hasta se atrevió a preguntarle qué buscaba y si podía ayudarle.

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–Yo me llamo Nardo Schusma –le dijo cuando se conocieron y se hicieron amigos–, soy músico, mi instrumento es el bandoneón, interpreto tangos argentinos y estoy investigando a Mozart, porque ciertas obras, de él, para piano tienen muchas semejanzas con el ritmo y las melodías del tango, además, un lenguaje distinto al del sonido propiamente musical. No busco, en sus obras sólo las melodías, silencios y notaciones una por una, sino la semejanza que estas tienen con vocales, sílabas hasta formar palabras y frases con un sentido y forma en nuestro normal y diario vocabulario.

Cuando mi amiga se enteró que a Nardo Schusma lo habían asesinado –fueron policías los que se lo comunicaron–, la llevaron a la comisaría y la interrogaron durante cuatro horas. Mi amiga les contó lo mismo que te cuento a ti, no sabía nada más, pero como allá, en el Berlín comunista, ven espías hasta en la sopa, le crearon un panorama insoportable, al punto que hasta yo estoy en la mira de la policía. Menos mal que poco saben de mí, pues siempre entré por el departamento de bibliografías del pabellón de América, de ahí, por una puerta trasera me comunicaba con mi amiga, así es que nadie está enterado de mis relaciones con ella. Pero la psicosis crea inquietos órganos perceptivos y todos andamos prevenidos, y porque no decirlo, asustados y más nerviosos que perro en cancha de bochas.

–Los clásicos problemas de amor, querido Dante. Deja que el tiempo cicatrice esas heridas, piensa en otra mujer y por ahora no vayas más a Ost Berlín, que se olviden de ti. Lo del bandoneón y la corbata también se va a olvidar, dentro de poco nadie hablará de ello.

–No creo Héctor. Veo que tendré que confesarte las cosas con más precisión, exactamente como ocurrieron y con las fechas correctas, porque se han creado ya confusiones que ambos las estamos manifestando. Siento que mi desahogo me produce calma. Si me permites, voy a empezar de nuevo con la misma historia. Los masones y Nardo Schusma

–Los hechos que te estoy contando comenzaron desde hace meses, va de ello casi un año. La noticia de la muerte del

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bandoneonista en Berlín West, ocurrió hace más de ocho meses, la noticia recién se divulgó hace tres, ¿por qué? Fue la familia del músico en West Berlín que logró al fin desamarrar a la policía para que diera la información a requerimientos de dar tiempo para una investigación exhaustiva. La policía de ambos Berlín están trabajando de común acuerdo en este caso. Es algo que no lo entiendo.

Y sucede que, de verdad, no he ido a Ost Berlín desde hace ya dos meses. Hice tal como tú siempre recomiendas: tener paciencia. No me dejé ver para nada, más he vivido casi oculto caminando por la sombrita para no despertar sospechas de nada. Hace unos días recibí esto –y Dante sacando de su mochila un sobre se lo ponía a Héctor delante de sus ojos–, dentro hay fotocopias de todas las partituras que investigaba Nardo Schusma, con sus anotaciones. Hay unos papeles, que escribió mi amiga Mirian, con sus apreciaciones sobre el trabajo de Nardo Schusma, muy prolijas, se ve que estuvieron pensadas, trabajadas diría yo, entre ambos, exactamente como ella me lo confirma en otro escrito. Te dije que ambos se hicieron amigos, Nardo había llegado a ser conocido en la Biblioteca, y es posible que Mirian, por su soledad, aburrimiento y querer escapar hacia cualquier lado, se arrimara a Nardo viendo, quizás, una posibilidad de lograr una nueva vida. ¿Tal vez de escapar del Berlín comunista? Seguro. Por lo menos, se le abrió una ventana y una luciérnaga le alumbró la visión de otra vida alejada de toda la política comunista.

Todo esto porque mostró el mismo entusiasmo por un sujeto venido del otro lado de la muralla. Así lo advertí en ella cuando yo llegué a la Biblioteca. No sé si ya el bandoneonista estaba muerto o qué otra cosa estaba sucediendo.

En este sobre, Héctor, están escrita las posibles motivaciones por las cuales fue asesinado el bandoneonista. Mirian lo supo y aquí adentro me lo comunica con detalles. No sé cuales son sus motivaciones al ir conservando estos documentos y entregármelos a mí.

¡Héctor, por favor! ¡Espera! ¡Espera un poco! Te explico lo que son mis conclusiones, que las he tomado un poco precipitadamente, porque no tengo asideros materiales para evaluarlo. Hay mucho de intuitivo. Bueno, en definitiva, lo que

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ocurrió es que en este sobre también me cuentan por escrito, seguramente el que me lo trajo, que no lo conocí pues lo dejaron en el buzón de mi correo, que a Mirian la encontraron, hace un mes, muerta en un suburbio de Ost Berlín. Sobre esto no existe ninguna noticia, sólo la de un familiar que metió una anotación dentro del sobre y cumplió con su promesa de hacérmelo llegar a solicitud de Mirian. ¿Quién la mato? ¿Y cómo murió? Nadie lo sabe y nada se ha publicado sobre ello, parece ser un secreto policial.

A tanto ha llegado este misterio, y el interés por él, que se está haciendo un guión para filmar una película. Así me lo ha contado Peter Borgelt, el famoso Haustmann de la serie Polizeiruf 110. Él, nada sabe, de que yo conozco pormenores del bandoneón, la corbata y el ajo, no tiene asociaciones que hacer pues desconoce la relación de la bibliotecaria con Nardo Schusma, menos conmigo. Por supuesto, que de esto nada les revelaré, pero por lo menos, al final, si hacen el filme, tendré más noticias, aunque sean ficticias, de qué ocurrió con esa misteriosa muerte de una mujer triste, sola y desamparada.

La Segunda Guerra, en Berlín, fue una época de grandes crímenes –toda la atrocidad de los nazis y su maquinaria bélica y genocida–, en la que no dejaron de producirse, por supuesto, esos otros crímenes, uno está tentado de decir con minúscula, como si hubiera diferencia, más allá del número de víctimas, entre arrasar Lidice o asesinar vilmente a una bibliotecaria, pudiera establecerse una categoría, una escala de valores.

Esa doble moral, esa perversión, ese desprecio por la vida humana, de la justicia que imprime la guerra y el totalitarismo y que parece liquidar la honestidad y la decencia de los hombres es hoy demasiado grande. Qué sentido tiene investigar un crimen como el de mi amiga, en medio de la barbarie, de esta incertidumbre de dos regímenes que, políticamente parecen estar de acuerdo para engañar a medio mundo, y sacar ganancias a corto o largo plazo. Esto es el meollo mismo, el mecanismo que anima este subgénero del, digamos, policial con esvástica o negro “feldgrau”, que aún sigue caracterizando a los dos lados de Berlín.

Se andan matando uno a los otros, sin asco. No importa si se es inocente o no, basta que tenga implicancia en un pequeño secreto, o simple malestar, para que la persona sea dada de baja con

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toda la perversidad que ejercen. ¡Sin arrugarse matan, así nomás mi querido Héctor!

Patrimonio musical

Ahora ¿por qué quieren llevar al cine esta historia? Creo, simplemente, porque estos cineastas berlineses de la DDR, son gente honesta y quieren crear conciencia de cosas intolerables, aunque no creo que la policía los deje hacer lo que ellos quieren sin investigarlos, pues estas denuncias no van en contra del control que tienen las autoridades sobre todo tipo de difusión, tanto cultural en imágenes como por escrito. Algo negro hay detrás de todo. Creo que quieren hacer frente a la dormida sensibilidad ante la cantidad de crímenes de una población embotada y saturada por tanto horror vivido. Si cada día matan a uno que intenta escapar, saltando el muro, o nadando bajo el Spree, o por los aires con alas prefabricadas como Píndaro, de cera y papel maché. Pero ellos la mataron, no me cabe dudas.

¿Tendré yo que añadirle ritmo de tango a la historia para magnificar nuestro frustrado amor?

¡Déjame seguir, que quiero ir al contenido del sobre! Lo que he leído que está escrito aquí adentro –decía Dante inquieto golpeteando sobre los papeles del sobre–, más las conclusiones que yo había sacado del trabajo de Nardo Schusma, más lo que me confesaba día a día Mirian durante nuestros paseos, la cosa es, que en las partituras de Mozart, casi en forma exclusiva en las danzas y las contradanzas, que es un extenso material casi en desuso por los intérpretes, por supuesto de música clásica, contienen un códice que tiene que ver con los masones, bien sabes que Mozart era masón y parece que, cierto grupo de masones le encargaron que resumiera, para el futuro de la humanidad un trabajo histórico de divulgación secreta dentro de sus partituras, las que serían difundidas a otros países dentro de inocentes esquemas bailables. Créeme, Héctor, que yo, sin tener este sobre en mi poder, había llegado a ciertas conclusiones bastante cercanas a las que aquí he leído.

Además, ¿sabés que Mozart es autor del himno de los masones, que a la vez es el himno nacional de los austriacos?

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La contradanza “La Bataille” K.535, fue compuesta por Mozart en Viena en 1788, y fue anunciada por el “Wiener Zeitung” como el “Asedio de Belgrado”, está inspirada en la guerra que mantuvieron las tropas monárquicas austriacas contra las fuerzas turcas. La contradanza transmite una visión fantasiosa de la guerra y resulta sorprendente que la misma familia Mozart, como muchas otras personas viajaron por el terreno de la cruenta guerra sin mayores problemas, lo que a Mozart le proporcionó, por la cercanía de los hechos, material sonoro suficiente para su inspiración, la misma que está plasmada en la “Marcha Turca”, ambas piezas con secciones alternadas en el piano fuerte, presumiblemente para danzar, a una señal, repetitivamente. La coda es una “Marcha Turca”, que incita a danzar todo el tiempo. En los últimos pasajes el contrabajo lleva la batuta con el arco incitando a la acción, al avance marchando militarmente.

En esta contradanza “La Bataille” y en la “Marcha Turca”, están los mensajes que le fueron dictados a Mozart para que fueran sólo conocidos por los iniciados con mayores responsabilidades, digamos los Grandes Maestros de grado tres para arriba, que es de donde comienza la oscuridad jerárquica de estas agrupaciones. Estas partituras con las anotaciones de Mozart, se entregaban, en todos los países de Europa, incluida la Rusia zarista, tan sólo a ciertas personas, con el revestimiento de un especial carácter religioso, para que estos grupos de gente secreta estuvieran enteradas de los procedimientos a seguir en el futuro por las personas o el grupo encargado de interpretarlas, estando ya enterados de la fórmula para ello, y a ejecutarlas y enseñarlas a quienes conviniera para su propagación, propósito final de todo el entramado secreto.

Las partituras esperaron el momento oportuno para emprender la marcha hacia Latinoamérica, que en esos años aun estaba en poder de los españoles, que no dejaban que nadie fuera, viajara o se comunicara, menos que negociara, con los habitantes del Nuevo Continente. El Descubridor Científico de América

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¿Cómo fue posible que llegaran a América? Esto se realizó de las manos de un hombre que pertenecía, igual que Mozart, a una especial logia masónica alemana. El mismo que se había encargado de elaborar el proyecto, se las entregó, en el momento oportuno, al que transportaría los mensajes.

Este hombre, el que llevó los mensajes, fue el científico alemán Alejandro de Humboldt, que en el año 1799, fue el primer extranjero que logró permiso, del propio rey de España, para viajar a América. Se le impusieron cláusulas que debía cumplir y que lo hizo bajo juramento de honor, de su apellido y de su noble rango y título de Barón, que no revelaría a nadie lo investigado y descubierto en suelo Americano.

Humboldt desde España, provisto con certificados reales emprendió su viaje a América. Conseguido el permiso en 1799, de Madrid viajó a Tenerife y, navegando por El Atlántico, desembarcó en Venezuela. Su primer destino debía ser Cuba, pero una epidemia de cólera lo desvió hacia La Guaira donde comenzó su labor, desconocida hasta ahora, de propagar nuevas ideas de libertad, independencia, igualdad y fraternidad; de crear nuevos vínculos con los hombres más preclaros de América del Sur y de gestar, entre ellos, las ideas libertarias del liberalismo europeo. Fueron muchos personajes, con los que Humboldt tuvo efectivo contacto. Entre ellos sobresale el nombre de Simón Bolívar, a quien, después conoció en París, y de quien fuera amigo y con quien mantuvo correspondencia durante todo el tiempo que vivió el Libertador venezolano. Por estos papeles que desempeñó Humboldt frente a su relación con los libertadores de América, como conclusión final, en la logia masónica, le dan a Humboldt el adjetivo calificativo de promotor de la Independencia Latinoamericana.

Humboldt, a su regreso de América, después de cinco años de activo trabajo recopilando infinidad de conocimientos sobre la riqueza del suelo americano, viaja hacia París, donde se reunió con destacados hombres de ciencia, industriales y comerciantes parisinos representantes de varias comunidades de acaudalados europeos que logran convencer a Napoleón que le declare la guerra a España para apoderarse de la riqueza de América, que luego, de acuerdo a los aportes monetarios aportados para esta guerra contra España y, posterior invasión a América, los diversos bancos de

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variados países, se repartirían los territorios, los hombres y los tesoros de ese extenso territorio.

En todas las anotaciones directrices que están fijadas en los pentagramas de las contradanzas de Mozart y, como un mensaje de alerta, está presente la denuncia, del afán y del poder de dominio, de una sociedad aun más secreta que las mismas logias masónicas a las que él pertenecía, pero que están incrustados en ella, porque en las logias, y nadie sabe con qué grados, estos hombres no figuran con nombres ni apellidos, ni siquiera supuestos. Son el entramado profundo, muy atrás, entre bambalinas, de una sociedad secretísima que sería la última, definitiva y única beneficiaria de todas las riquezas que le irían arrebatando a los españoles.

Por todo esto, por el apoyo de hombres relevantes en esos momentos en Europa, y los cuantiosos empréstitos que le brindan a los americanos los amigos de Humboldt, éste cuenta con la colaboración de los más destacados personeros de la Independencia latinoamericana, empezando por los mexicanos Hidalgo y otros, con Bolívar, Sucre y Santander en La Gran Colombia, hasta llegar a Chile con O´Higgins, y en la Argentina con José de San Martín emparentados con las logias masónicas inglesas. Las divergencias que, posteriormente, estos personajes tuvieron en vida, lograron dividir el continente creando diversos países, unos pequeños y otros demasiados grandes. Estas divisiones se hacen patente, hoy en día, viendo en qué manos están nuestros países. Así los ingleses contando, dentro de sus filas con algunos de estos próceres como San Martín de la Argentina, José Miguel Carrera en la logia de San Juan de Cádiz, otros del antiguo Rito Escocés, y de otras logias de Francia, al fin persiguiendo beneficios personales para cada uno de los grupos que representaban, se dividieron, y le entregaron lo acordado, a cada facción que los había auspiciado con créditos y protección, con territorio, poder político, religioso y militar, de acuerdo a la ayuda dada en los momentos de contraer compromisos antes de emprender la lucha con armas y hombres. Así, Latinoamérica quedó dividida definitivamente, y en poder de los hombres que manejan toda la economía desde las sombras, ocultos en los bancos europeos.

Pero a la larga –los documentos que tengo lo indican–, que todo lo que se pretendía con la libertad de América y toda la

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riqueza arrebatada a los españoles, ha ido a parar en manos de grupos aun más secretos que los mismos masones de la logia de Mozart y de Humboldt, grupos bancarios que son los que aun conservan el dominio de la tierra, de la política, la religión, de la fuerza militar y policial en nuestras naciones tremendamente divididas pero, estrechamente unidas en las manos secretas, que aún las conservan, sin atisbos de perder el poder que ejercen sobre todos los estamentos políticos que gobiernan en cada uno de los países latinoamericanos.

Contra estos grupos fue el trabajo, de prevención ideológico y moral, de Mozart y sus partidarios, el difundir esos mensajes secretos como método de divulgación y lucha que se mantiene hasta ahora pero que está casi perdida. Humboldt en la música de Cuba

Dando pormenores: Humboldt le entregó las partituras a un músico cubano, nadie tiene graficado su nombre, pero “La Bataille” se difundió rápidamente y como todo lo musical era captado de inmediato por el pueblo, esta melodía con todos sus contenidos secretos, sin ser desvelados a los neófitos se difundió, lo mismo que “La Marcha Turca” que era la pieza musical obligada, desde Cuba hasta el último rincón donde existía un piano en el Nuevo Continente, para el aprendizaje de los iniciados en este instrumento que era el que tocaban sólo las clases adineradas con idealismos de cambios ideológicos y económicos. Después de ser conocidas, practicadas y difundidas estas piezas musicales en Cuba, todas las que llegaban a la isla como música culta, tomaron un cariz popular, se popularizó y se irradió por todo el continente con otros instrumentos ligeros y fáciles de transportar como la guitarra y el acordeón.

Estos mensajes llegaron finalmente, pasando por Río de Janeiro, Montevideo y, en Buenos Aires último puerto, tuvo su definitivo desembarco, donde tomó las características sonoras del ritmo tango como una imitación de la habanera que había tomado el ritmo de la Danza y esta de la Contradanza, recorrido que ya conocemos. Por ello, en varios tangos encontramos la clave de las fórmulas en que Mozart escribió estos mensajes: en “El Choclo” de

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Villoldo; en “La Cumparsita” de Mattos Rodríguez; en “El Entrerriano” y de Gardel en “Melodía de arrabal”, en el “Día que me quieras” y en otros muy conocidos, los más utilizados por los bailarines y cantados por quienes le interesan las letras. Por esto, Mozart, con toda propiedad, tiene que ver con la creación del tango.

La necesidad de difusión, anotados en las partituras de la música de Mozart, de los principios revolucionarios de las logias masónicas, llegó a crear, en la danza del tango, el mensaje simbólico del movimiento y, ahí afincado, por instrucción y enseñanza de unos iniciados, se encuentra en los pasos y en las figuras del tango, los que combinados de acuerdo a ciertas normas de iniciación y seguimiento del baile, nos entregan pasos convertidos en letras y figuras con significación de sílabas, combinaciones de pasos y movimientos y todos estas agilidades que, en palabras, expresan frases con sentido completo, definen y explican las tareas a realizar, dando, en la lectura de ese lenguaje, nombres de personajes y la labor, cargo, responsabilidad, estamento social y religioso que cumple, cada uno dentro de las misiones secretas de la forma de mantener y conservar la riqueza del lenguaje del mensaje adquirido.

Esto es lo que, Nardo Schusma, un traidor arribista, el bandoneonista de West Berlín estaba estudiando para entregárselo a los oscuros intereses de esos grupos secretos tan poderosos, en la oscuridad de los bancos y sus afiliados.. Había llegado casi al final, sólo le faltó escribir la tesis para entregarlo al grupo antagónico del inicial de la época de Mozart, que aún existe, que pretende un nuevo Gobierno Mundial, que es contrario a los que actualmente gobiernan en todo el mundo, afilando sus garras ardiendo en casi todos los Continentes. Concretamente utilizando el sistema de la tesis, la antítesis y la síntesis. Estas sociedades secretas han seguido actuando. Crearon las contradicciones para que se diera la Revolución Rusa, la Primera y la Segunda Guerra Mundial, financiando a ambos contendores.

Los objetivos de los comunistas rusos y de Karl Marx, eran en gran parte, los mismos de los de los Illuminati y la francmasonería continental. Una ideología llevada a la realidad a partir de la teoría de Hegel, quien veía que una parte de un conflicto (tesis) enfrentada a la otra (antítesis) originaba un compromiso

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(síntesis). Esta fórmula –con el elemento añadido ahora de que el conflicto se crea– ha sido aplicada con éxito por los seguidores de Hegel, incluidos los Illuminati, Cecil Rhodes, y Ruskin, los Skull and Bones, El Club Bilderberg, los Rockefeller, los Morgan, los Rothschild, Lenín, Hitler y los miembros de las modernas sociedades secreta.

El afán de Mozart, al crear este códice, era divulgarlo después para prevenir, desprestigiar y arrebatarle a los que ahora, siguen teniendo en su poder, todo el dominio del mundo y de Latinoamérica principalmente. En rigor, creo de la historia mundo entero. Como lo imaginas, Mozart y Humboldt, eran benefactores compenetrados de una gran humanidad.

Ahora bien. Este músico alemán Nardo Schusma, tenía complicidad con otro músico, no sé si argentino o chileno, gran conocedor del tango, su socio parecía ser, que también pertenecía a este grupo que te reseño al final, un doble espía, que era el que le proporcionaba todo el conocimiento histórico y le entregaba las diferencias de entendimiento entre la lengua musical alemana y la castellana.

Este músico es el que me dio la pauta del robo de tangos de Nardo Schusma, de su traición a la causa humanística por la que él luchando lo inició en el tango, y Schusma, como alemán débil de ideales, sobornado, avaro y egoísta, se pasó al enemigo. Quién lo mató, sin duda lo hizo en venganza a su traición y como burla a sus pretendidas virtudes de intérprete del bandoneón.

Héctor, yo tengo la clave estudiada en los pasos y las

figuras del tango en forma muy detalladas y soy capaz de entregar la simbología del lenguaje bailado hasta convertirlo en lenguaje escrito con grafía, no de notas musicales, sino en la forma latina, con las letras que usamos normalmente en nuestra actual cultura libresca. Pero, para ello, necesito abreviar el tiempo, en vez de buscar libros y sacar conclusiones hipotéticas, te he pedido que me expliques lo anterior al baile en sí, la valiosa simbología del movimiento en el que están todas las formas bailables.

–¡Qué fantasía estupenda, mi querido Dante! ¿Adónde piensas llegar con tanta imaginación? Yo soy psiquiatra, pero nunca me imaginé, que por la muerte de un simple músico alemán que

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tocaba el bandoneón, con su corbata y su olor a ajos, llegáramos a definir las motivaciones del descubrimiento de América, e imaginarnos quienes son los culpables del genocidio más grande de la Humanidad, el que se cometió contra los indios, luego los negros durante el descubrimiento, la conquista, la colonia y los sobornos a los patriotas, los únicos hombres sanos que tuvimos los latinoamericanos durante los años de la Independencia.

¿Así que el baile del tango, en sus pasos y figuras. tiene las respuestas, que nadie hasta ahora a encontrado, de todos los misterios del descubrimiento, de la conquista, del colonialismo y de los actuales políticos que gobiernan Latinoamérica? ¿Al mundo entero?

¡Qué fantástico! ¡Parece increíble! Chan, chan... Yo, mi querido Dante, definitivamente, no lo creo...

Perdón, pero no creo en nada de lo que has hablado. Chan, chan. Viernes que no cesan

Cuando el cambiante señuelo de nuestro rostro se refleja en el implacable espejo matutino, pensamos que, si supo atraer amor y amigos, no es tan inhábil como la luz siempre tránsfuga del día. Los viernes allanan un poco la enemistad de la muerte que arrebató a algunos personajes que nunca conoceremos en este Berlín que, en definitiva, lo hemos hecho tan nuestro porque tan caritativamente nos hace sentir parte de su cuerpo. Así, iba pensando Juan, como siempre cabizbajo, mientras se encaminaba al restaurante. Meditaba en el vil escamoteo del existir, de tener movimiento de vida que, constituye la única certeza de gratificación sobre las calles ya barrosas por la nieve derretida, sin darse cuenta, también, que casi todo lo tenemos perdido de antemano, porque podremos estar felices por instantes, pero lo perdido de antemano es irrecuperable. Careciendo de ese don santo que se ejerce únicamente en el territorio de la mente, que nunca alcanza a satisfacer la carnalidad de la amistad, de la pasión, del amor.

Juan pensaba en una calle para domiciliar a todos los amigos de los insaciables viernes, incluidos los recuerdos que todos atesoran y los guardan como el único libro que trajeron de su patria lejana. Mentalmente repetía que la vida es una perpetua postergación. ¿Qué

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cosa es la eternidad? ¿Esa dimensión del alma que el hombre lleva en sí, a veces, sin advertirlo? ¿Por qué se piensa? ¿Qué es el tiempo?

Ya estaba por llegar y seguía pensando, mejor dicho, sintiendo “si esta calle de los viernes” pudiera ser toda la vida berlinesa, siempre en busca de algo, aunque sea repetido, por lo menos algo dentro de rostros cariñosos, aunque poco confiables la mayoría de las veces, pero a cada instante con fácil reconciliación.

Juan sabía que a él, con frecuencia, le invadía un extraño temor, una especie de repentina acrofobia, las calles y las cosas parecían dar vueltas y como que amenazaban caer. A veces, perdía la orientación y estaba absolutamente consciente de sus indecisiones de cual calle tomar, cosa que le provocaba que fuera más profunda su sensación de pérdida de orientación. Todo ello se lo achacaba a ese no ser de donde estaba, aunque tenía conciencia que el exilio es algo más que un trasplante de un país a otro. Eran esas las ocasiones que en el horizonte brillaban luces, a veces muy cerca de él, como de zarzamora ardiendo, igual que delante del coro que se movía en el fondo del restaurante. Lo peor era cuando escupía saliva demasiado blanca.

Se trataba de abanicar con profundas propuestas ¿por qué no considerar que los exiliados somos unos adelantados al tiempo en que toda la humanidad sea una sola etnia? ¿Por qué no podemos demostrar que somos los que proponemos una convivencia de igualdad? ¿Y qué todo lo iniciamos con mucha valentía? De esta forma, el exilio no es más que una exploración del futuro para que nuevas generaciones puedan movilizarse con pleno conocimiento, conscientes de cuánto puede ocurrirle. ¡Ah! Sí, así es –pensaba– pero, para ello es necesario, no sólo pensar, sino escribir, sopesar los pensamientos, idear las ideas, sentir los sentimientos que viven esos exiliados amigos que reunidos los viernes no sobrepasan a la iniciativa o inventiva de una cerveza. De ahí tenía la convicción que el exilio es algo interior; él, como algunos de sus amigos de los viernes habían sido exiliados en su propia patria. Así, desde adentro, arguyendo en su ser, tenía la certidumbre que, de antemano, el exilio era la página inicial de su destino.

–¿Qué van a hacer mañana sábado? –preguntó Mario a toda

la concurrencia, que alrededor de la mesa inclinaban sus cuerpos

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intentando escuchar, pese al ruido y a la cortina de humo que los envolvía.

–Por qué no dejás que pasé el viernes –le contesto Ricardo– que siempre nos trae cosas nuevas, antes de enfrentar el sábado que me recuerda una cama, dolor de cabeza y la salida a comprar combustible para el puchero, che.

–Lo digo porque hay una invitación para ir al cumpleaños, no sé cuántos, de nuestro amigo, el redondo Dante Cincuotta –anunciaba Mario casi gritando para que le escucharan todos.

–Aquí está la dirección, el que quiera aparecer será bien venido, pero por lo menos con una botellita de blanco o de tinto o algún comestible para el buche.

–Y, hablando del redondo Dante Cincuotta, conversé con él, que pese a estar muy preocupado de algo que no quiso comentarme, me informó en detalle de sus investigaciones sobre esa pesadilla que tiene sobre la redondez de las cosas que existen en nuestro mundo.

En ese instante, llegó Juan. Lo primero que miró fue la pared del fondo del restaurante donde el coro seguía rítmicamente, con silenciosos gestos y alegres compases, detrás de una zarzamora de reluciente color amarillo. Excitado, como siempre, llegó preguntando –¿qué me estoy perdiendo, che?. Empiecen de nuevo con todo lo que se ha contado. Desde el inicio, no quiero perderme nada.

–Ustedes saben que Dante –prosiguió Mario–, investiga muchas cosas que hemos escuchado como meras locuras. Pero otras son como para razonarlas y, para satisfacerlos a ustedes, él trabaja y piensa en buscarle explicaciones. Entre éstas, para mí, es muy valiosa la que me contó en detalle. En pocos minutos se las cuento, pero no me interrumpan. ¿De acuerdo? Pero debo empezar por lo más importante para que podamos comprender las ideas que este loco me estuvo desarrollando. Identidades desperdiciadas

-El ritmo está en la base de la vida humana. Es, ante todo, el ritmo del órgano que gobierna los impulsos del corazón y la circulación de la sangre. Como si viviéramos en un mundo de pulsaciones en todo lo que nos circunda respondemos a él y, alternadamente, estamos limitados a su ritmo, al de la vida. El

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tiempo fluye entre los atardeceres invernales, que es lo que estamos viviendo ahora en secuencia de cuatro estaciones. La repetición nos permite formar hábitos a manera de un “quizás” muy familiar; la necesidad de una rutina está profundamente arraigada en la estructura del movimiento de nuestros cuerpos.

En una ciudad o aldea que conocemos desde nuestra niñez nos movemos en un espacio doméstico, y nuestras habilidades encuentran señales por todas partes que favorecen la rutina. Trasplantados a un espacio extranjero, nos oprime la ansiedad debido a la determinación, a la inseguridad. Existe ahí una enorme cantidad de nuevas formas que fluyen, porque el principio de su orden, de su rutina, no puede ser descubierto. Lo que digo es, posiblemente, una generalización de mi propia experiencia, pero tengo la esperanza que se entienda como la experiencia del exilio compartida por muchos de nosotros.

Así, empieza la rutina, en el análisis de las cosas y las conclusiones que sacamos de ellas. Bueno, al margen, una apreciación que creo tiene validez, es que entre los infortunios del exilio, la ansiedad que produce lo desconocido ocupa un lugar predominante. Cualquiera que se haya encontrado como inmigrante en una ciudad extranjera, ha tenido que hacerle frente a esa clase de envidia que produce ver a sus habitantes enfrascados en sus diarias ocupaciones, distracciones y frecuencias, inclusive rutinarias, conduciéndose con absoluta confianza a rumbos seguros, definidos y conocidos, a tiendas u oficinas, en un mundo que se teje dentro de una enorme fábrica de alboroto cotidiano.

Viviendo aquí en Berlín, por el momento alejado de ese como dice el tango “que te vio partir”, he dibujado una línea alrededor de algunas calles en el barrio en que vivo, de modo que pudiera reconocer una cierta área como mía, al estilo de los gatos que orinando marcan sus sitios de propiedad: un restaurante en la esquina, una pequeña librería, una lavandería, un café seguido de otro hasta completar un círculo o un cuadrado. Como quieran. Reconocer por adelantado la presencia de estas secuencias en los puntos esperados, me han procurado cierta seguridad en mis caminatas cotidianas y es como, el conocer algo aunque siga siendo ajeno, me ha procurado cierta alegría.

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Y voy, por esto de la rutina alrededor de las calles, a nuestra búsqueda de la identidad personal, de la fatiga de las cosas y sus parentescos, los que procrean y hacia donde se conducen con su propia voluntad, a veces desconocidas para nuestros endebles conocimientos –¡qué veinte años no es nada”–, ni ochenta años es nada, ni cien, y quizás ni los miles que el ser humano ha vivido en este mundo.

El lenguaje del culo

Para Dante –siguió comentando Mario–, todo empezó con

la rutina de las calles que rodean una manzana de casas dentro de un cuadrado y por extensión al cubo. Por ello, en principio pensó, que el cuadrado es lo más importante en la vida del hombre, pero comprobó al poco tiempo que si un cuadrado, hablo mejor de un cubo, es expuesto a vibraciones y sometido a golpes de rodamiento se convierte en algo redondo, como las piedras que bajan, en el lecho de un río, por el fragor del agua cuesta abajo, donde terminan siendo un guijarro, muchas veces totalmente redondo.

Este loco nuestro de cada día, colocó dentro de un recipiente, delgado y redondo, un cubo y lo tiró a rodar obteniendo un resultado obvio. ¡La tierra, pensó! Igual como dijo ¡Eureka! el sabio griego. Y se afanó en buscar en todas las cosas redondas la verdad de la vida; en todo objeto que tuviera estas características; por eso andaba, como un inocente niño, siempre pateando piedritas en la calle o embobado con los globos de las criaturas en sus fiestas de cumpleaños.

Bien. Les estaba diciendo que Dante, también sabía por otros medios que, todos y todo lo conocido, comenzamos con una gran explosión, tanto lo humano como lo que llamamos materia. Porque toda la materia del universo es una unidad orgánica, hasta el vacío el que solemos llamar como profundidad de la nada es también materia que ocupa, en sí misma, un espacio con sus propias características.

Una vez, en los tiempos primigenios, toda la materia estaba concentrada en una bola que era tan densa que la cabeza de un alfiler habría pesado muchos miles de tonelada. Este átomo primigenio estalló debido a la enorme gravitación. Es decir, lo que

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nosotros conocemos como vacío, como nada, fue lo que oprimió esa materia. Fue como si algo se rompiera y todo comenzó a andar. A los seres vivos en este mundo, de todas las categorías, los dejó, desde hace millones de años, en un movimiento perpetuo que es el principio de la vida: el crecimiento en el movimiento, ¿entienden? que se prolonga en formas muy inocentes como el pretender bailar y hacer deporte.

Cuando miramos hacia el cielo intentamos encontrar el camino de vuelta a nosotros mismos: avanzamos, giramos, nos devolvemos; mirando hacia arriba, al cielo, siempre nos ponemos nostálgicos. Y es así que las estrellas y galaxias del universo están hechas de la misma materia, y todas en movimiento. En algunas partes, algunas de ellas se han juntado y este es un principio, como una ley que, en el movimiento, todo tiende a juntarse, por lo menos a unirse, como en el baile del tango buscan fusionarse en esa ley definitoria. Simples los ejemplos, pero son los que a nosotros nos corresponde y nos interesan ¿no?

La creación de nosotros como seres humanos fue por obra de una manipulación genética de otros seres iguales a nosotros, en todo iguales, por ello fue fácil, aunque siniestro los propósitos pues nos destinaron tan sólo al trabajo para aliviarse ellos de cargas pesadas. Dicen que fueron visitantes de otros planetas dedicados a la minería. En todo caso la explicación bíblica que un Dios de otra constelación nos hizo de barro, nos dio con su aliento la vida y nos mandó, después que descubrimos que fornicando nos procrearíamos dándonos maestrías civilizadoras, a ganarnos el pan diario de cada día.

Pero, como éste loco de Dante es músico, ya está muy alejado de los principios que motivaron nuestra existencia, todas sus propuestas las transporta, muy humanamente, a melodías, ritmos y las motivaciones que procrea la música. ¿Dónde, entonces, descubrir lo redondo en la música? ¿En el ritmo envolvente del violín? En ¿El Vuelo del Moscardón? ¿En las vueltas que bailando contra el reloj se desplazan y retuercen los tangueros? Y ¿por qué no por ahí?

En definitiva en la danza, pero no pudo dar con la idea de cualquier danza. Nada le indicó que en la danza clásica pudiera estar el secreto de la inteligencia del ser humano. ¿En los bailes

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agitados como la salsa tan en boga, recurrente y apetecida, por los berlineses? ¡No, no! Por la frivolidad con que bailan este tipo de música de agitados movimientos, además de ser ensordecedora, vana en sus textos y excesivamente repetitiva en sus formas melódicas y rítmicas.

Y descubrió, y esto se lo reafirmaron expertos científicos en la materia –entre ellos hay inclusive un Premio Nobel–, que en las mujeres, los ácidos de las grasas poliinsaturadas, durante el embarazo, juegan un rol fundamental en el posterior desarrollo intelectual de las niñas y niños, que él mismo ácido, en valores de inteligencia, fuerza, constancia y otras virtudes, se encarga de transportar y desarrollar durante su crecimiento, y añadir a la voluntad de hacer, en cuántas tareas laborales, deportivas o artísticas es capaz el hombre siendo adulto.

Se respondió que en la redondez del cuerpo humano están dadas las posibilidades de la inteligencia, la capacidad civilizadora y el desarrollo de generar mayor porcentaje, inclusive, repito, de virtudes. Comprobó, que ciertos estudios científicos, establecieron que, los cuerpos de las mujeres que poseen caderas más anchas y “cinturitas de avispa”, senos más compactos y redondeados, tendrían más posibilidades de que sus hijos e hijas, sean más inteligentes en comparación con el resto de las chicas que serán madres algún día o que lo han sido, que poseen pocas curvas tanto en lo senos como en las nalgas y la cintura. Las pruebas las realizaron estos sabios con un total de 16 mil mujeres y lograron conclusiones definitivas altamente elocuentes.

Esta es la razón, que todos conocemos, del por qué Dante anda siempre mirando los culos de las mujeres donde quiera que esté. Siempre habíamos pensado que era una fijación puramente anal de reconvención infantil, un retraerse a actitudes cumplidas en complicidad con débiles fragmentos de su mal formación infantil.

El vocabulario de la división de los glúteos

¡Pero, no! Dante, andaba siempre pensando que, en la redondez del trasero de la mujer, con más soporte de deslizamientos a la vista y al tacto, armonioso y también apetecible a los deseos y a la estética, estaba el misterio de la inteligencia y las

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virtudes, vuelvo a repetir, del ser humano. Y, se propuso desvelarlo.

He aquí, en rigor, encontró que sólo el tango le proporcionaba riqueza visual para observar, detenidamente, esta posibilidad, por ser el tango, además, –como género gramatical masculino–, más lento en su ritmo, dulce, insinuante, pausado y rítmicamente armonioso. Porque el tango, para el hombre, tiene en el placer visual, el componente sexual más insinuante, ejercitado como atavismo, desde el mismo momento en que entran en un salón, emerge en él, con gran intensidad la captación femenina y sus formas físicas, como una idea obsesiva de movimiento y posesión. Bailarse un tango es también hacerlo, con la vista bailando, sobre el cuerpo de una mujer. Sobre todo en sus nalgas se deslizan, con más sentido y fuerza, nuestras apetencias.

En el tango es donde la mujer desarrolla la danza con más posibilidades sexuales que el hombre que sólo es un acompañante. La mujer tiene en la vida la responsabilidad de la procreación y en el tango la mujer es la portadora, como en muchas otras tareas, de la gracia del baile; de la emoción visual en que entrega su cuerpo a esos movimientos en que las piernas cambiando de lugar, se mueven deslizándose melódicamente; renovando la posición de sus nalgas, para lograr un expresivo lenguaje, diríamos, hasta con gramática, distrayendo con armonía su línea divisoria, la raya del culo y, los dos componentes redondos llamados, anatómicamente glúteos, forman palabras y frases que tienen sentido; dando origen con ella a diversas figuras que terminan siendo de evidente sexualidad, que expresa y desarrolla un contenido emocional, de todo lo cual, sólo tiene conciencia la mujer que baila, digo, tiene y lo explota con variados movimientos e insinuaciones, como es debido, al máximo, pero la mayoría de las veces en forma subconsciente.

En la salsa y otros bailes tropicales el hombre le mira, mejor dicho, le puede valorar el trasero a la mujer, porque la mujer se da vueltas, se lo muestra y lo mueve llena de insinuaciones, inclinándose o moviéndoselo, algunas lo refriegan cerca de la zona de excitación del hombre. En el tango nada de esto, el hombre está de frente y no le divisa nunca el trasero a la mujer. Los que están alrededor son los que lo visualizan y, si están bailando ocupados en

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hacer figuritas, no pueden prestarle atención a los movimientos que la mujer hace con sus nalgas en forma natural o a propósito para insinuar inconscientes propuestas sensuales, que el baile por sí solo posee. Es decir, en el tango no se advierte la importancia del trasero de la mujer, el hombre sólo con sus senos tiene calor y contacto y, en su imaginación, vuelve al hombre a la niñez cuando afirma su brazo en la espalda y la atrae hacia él.

Sabemos que las mujeres en su casa antes de salir, con anticipación y por largos minutos, frente al espejo se miran de perfil por detrás y por delante se acomodan el pantalón entre sus nalgas, se aprietan la ropa, el pantalón en este caso, al cuerpo en la parte en que se separan los cachetes del culo. Desde hace tiempo la mujer aceptó la moda de llevar el pantalón, algo normal, pero en esa zona, cuando va a bailar, se mete la tela dentro, en el medio de los glúteos y, esa parte de su cuerpo, que al no llevar la clásica prenda íntima, llamada en Argentina bombacha interior, insinúa, abierta y atrevidamente, la línea o raya divisoria de las dos nalgas, que es cuando la redondez de las mismas se pone en evidencia y se destacan, prominentes y decidoras de un lenguaje que indica mayor desarrollo de inteligencia y virtudes, de carácter y personalidad que Dante, ha creído saber interpretar.

Yo pienso que todo esto es, además de hermoso, una inteligente propuesta literaria, también estimulante porque es pura vida; pura energía en posesionarse de algo real, de dos fuerzas que se encuentran, que se dicen y contradicen, que se entierran y emergen. Son dos y van a ser una en esa necesidad de complementarse en franca armonía en procura del placer carnal, tan negado por las reglas religiosas que hasta ahora han imperado en nuestra cultura. Dante, dice haber encontrado, con esto, las motivaciones de nuestro atraso en materia de conocimiento de nuestro prójimo más inmediato como es la mujer. Y, pese a que el lenguaje de la redondez curvilínea de la mujer es y ha sido siempre evidente, el hombre no ha sabido, hasta hoy día, interpretarlo. La humanidad será civilizada en forma absoluta sólo cuando incorporé a la sociedad a la mujer con todo su valer. Tango pornográfico

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–“Barrio plateado por la luna, / rumores de milonga es toda su fortuna; / hay un fuelle que rezonga / en la cortada mistonga, / mientras que una pebeta, / linda como una flor, / espera coqueta / bajo la quieta luz de un farol”.

Con la melodía runruneando en la cabeza, refregándose las manos para calentarlas y enfundado en su grueso abrigo, Toli llegó al restaurante. Se acercó a las tres mesas puestas todas juntas, cuando ya casi todas las sillas estaban ocupadas. Sin alcanzar a sentarse, como era su costumbre, ya estaba vociferando.

–“Qué le vas a hacer...”. Se acercaron demasiado a la pornografía, che –fue lo primero que dijo Toli al terminar de acomodarse.

Lo mejor sería buscar a Hans Ulrich Thom y recoger los restos de Carlitos Gardel, que dedicarse a mirar el culo de las minas, che, viste que descaro más grande. ¡Viste!

No pude comprender todo lo que dijo Dante, pero ciertas cosas che, ciertas, no me entraron en el balero, me entraron. Y yo no soy ningún boludo, porque con las minas me sé manejar muy bien. ¡Viste! Con las minas me sé manejar, me sé.

–Ya sabemos que vos no entendés nada, Toli, que no sea querer aplicarle al tango una religión descangallada. Vos tenés una grave fijación provista de una evolución regresiva hacia un pasado que ni vos entendés.

–¡Eso es lo que vos te crees, pirulín, eso es lo que vos! Yo tengo muy claro mis principios respecto al tango, son, sin duda, más claros y sanos que los de todos ustedes juntos, che. Ustedes son unos patoteros, unos bonchas que no creen en nada, no creen.

–Dante no habló de pornografía –le replicó Mario– y si hizo referencia a ella fue tan sólo para graficar unos ejemplos. Si sobre la pornografía todos sabemos la diferencia que tiene con el baile del tango.

Bien –Dante dijo–, y todos sabemos, que el tango se inició, no lo neguemos, como una promesa pornográfica y ahí se quedó estancado. Surgió como una respuesta a los preceptos tabúes de la religión cristiana. Pero, no tuvo, en su desarrollo ni un paso adelante para atreverse a significar un señuelo de pornografía. Se desarrolló solamente hacia el arte de la danza.

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No se olviden de que en esa etapa, cuando, si bien es cierto, las parejas bailaban amarraditas, las mujeres usaban ropones, faldas que les llegaban hasta los tobillos.

–“Cuando la suerte que es grela...”. Pero, che –le contestó cantando Toli esgrimiendo el dedo índice como un director de orquesta–, esa no era la vestimenta en las milongas arrabaleras. Ahí en las milongas de los peringundines las mujeres utilizaban las faldas cortas y de percal, tenés la prueba en ese tango: “Percal, te acuerdas del percal, tenías quince abriles, y anhelos de sufrir y amar, de ir al centro y triunfar..., así, y ahí, a todas se les iba la juventud. La franela, hasta ahora, en el tango es algo evidente, che. No me vas a negar que más de una vez bailando pusiste los ojos calientes de cordero degollado, che, me vas a negar –decía Toli con la voz clavada en la misma melodía del tango “Percal”, empinando los ojos como si estuviera bailando.

En esos momentos se acercaron los chilenos Ratamala y Tufillo, el primero como un ratón asustado y el segundo con un olor en su aliento, como siempre insoportable, mirando hacia el costado, ansiosos le preguntaron a Roberto –¿no había el viernes pasado un espejo en esa pared? ¿Qué pasó que lo quitaron? Por lo menos nos servía para peinarnos a la distancia.

–Actualmente existe una corriente de pensamientos que considera la pornografía como una nueva forma de arte, que tiene por objeto mostrar, menos mal, la belleza de la sexualidad humana –decía Mario dirigiéndose a Juan que era el que más atención prestaba–. Los que sostienen esto señalan que muchas formas de arte en un principio fueron menospreciadas. Lo mismo aconteció con el tango, que los conservadores religiosos lo desaprobaron tajantemente como un vil y rastrero baile del lupanar porteño.

Los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires, no todos eran católicos, o racionalmente gnósticos. De forma inconsciente, tal vez, todos contribuían a despojarse de las normas morales implantadas en sus países por las reglas de la religión, que con sus cláusulas prohibitivas esclavizaba a todo el mundo. En relación de poder, la religión, era inmensa y gravitaba en todo, hasta en los escenarios. El abrazarse en el tango fue una forma de venganza contra esas prohibiciones y, a la vez, un avance en la liberación de la expresión artística. El cristianismo convirtió las manifestaciones

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públicas de sexualidad en un tabú. Menos mal que muchos intelectuales y científicos hoy opinan que la pornografía es vital para la libertad sexual y, que una sociedad libre y civilizada deber ser juzgada en función de su disposición en aceptar todo lo que sea por desatar viejos tabúes que nos han mantenido, como la religión cristiana, ligados a su control y estatismo.

El tango contribuyó a lograr la libertad de una pareja a abrazarse en la calle, a besarse y hasta otras cosas positivas. No tenía porque avanzar más, pues los bailarines le dieron más importancia al baile que al sexo. En ese momento de unión entre los bailarines, la música, el contenido del texto y la compañía de otras personas en búsqueda de las mismas emociones, hizo que se revirtiera en una danza social de poderosa comunicación afectiva y sobre todo artística.

–Yo sé –alcanzó sólo a decir Ratamala, cuando Luis alzando la voz refunfuñó– la pornografía degrada a las mujeres al utilizarlas como objetos sexuales para el disfrute de los hombres, che argentinoso, degrada. Viste.

La tigresa Rosita Ríos

–Conocen ustedes a la tigresa del porno –se adelantó a

decir Daniel, que casi nunca hablaba–. Si la tuvieran delante o en un video se darían cuenta lo alejado que está el tango de la pornografía. Para los amantes del porno, la boca y el culo de Rosita Ríos, son referencias. Nadie rodó tan apasionadamente escenas cinematográficas de coitos, felaciones y masturbaciones, juntas o revueltas. Nadie ha disfrutado ante las cámaras, dejándose penetrar, morder, chupar, manosear; chupando y mirando, mordiendo, lameteando, manoseando ella con un ardor que sólo el verdadero deseo del cuerpo del otro o, en su caso, de los otros, despierta. Esta mina filmó 120 películas en 12 años de carrera. Se atrevía con todo. Y todos. Dos, tres, cinco, hasta ocho hombres o mujeres a la vez, a veces dos en el mismo orificio. Se atribuía de ser la pionera de la doble penetración, no podía creer que desde el inicio de los tiempos anteriores las mujeres no lo hicieran. Rosita fue siempre exuberante, desbordante de excitación y de entusiasmo; era

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exhibicionista excesiva, de obra y palabra. Esta mina era argentina, che y, en el escenario empezó bailando tango. ¿Qué creés? ¡Viste!

La pornografía inventó posiciones que ni en el Kama Sutra existen, el sumun de la imaginación. Se convirtió en una industria, crecieron los intereses económicos y en cada mujer bonita los productores vieron a una candidata que, siempre dispuesta a ganar mucho dinero y con poco esfuerzo, con placer mejor dicho, se presentaban solas a posar, o hacer cualquier cosa que, si no las sabía, se las enseñaban. La vida de Rosita se desarrolló paralelamente a la industria del porno. Pero ella comenzó con la inocencia del tango y la bifurcó a intereses comerciales.

Ahí está el ambiente, desde la evolución de la revolución sexual de los años sesenta; de los espectáculos en vivo en garitos a las primeros precarias y, por el éxito luego, a mayores producciones; de las iniciativas de librerías para adultos a la retahíla de actores y directores que llegaron, rodaron, se quemaron, desaparecieron; de productores que crearon escuelas al ambiente de drogas y desenfado, de amor libre, desinhibido que explica mucho de aquel tiempo; del imperio del sadomasoquismo a las limpiezas del FBI a lo largo del tiempo. Hasta la llegada del sida, los controles, y el miedo final.

¿Cómo sería posible comparar esto con el crecimiento del tango? Quien diga que el tango es erótico no miente, pero no sabe apreciar realmente la capacidad de la mente humana para llegar a limites impensable del placer. Una cosa es erotismo y otra es pornografía. ¿Está claro?

–“Que en la primera cita me dio su amor...”. Lo mismo digo yo, che –cantaba Toli–, el tango es un baile pasivo, tanto la mujer como el hombre buscan inocentemente lo mismo, pero sanamente. Sí, che Daniel, estoy con vos, no se puede comparar el tango con la pornografía, no se puede. Existen los dos, pero no se pueden comparar, no se pueden, es un insulto para el tango. ¡No faltaba más, no faltaba!

Por más rotundo que sea el físico de una mina que está bailando tango, por más voluptuosas que sean sus caderas, y que se mueva con sexualidad leonina, no es comparable a las escenas porno que tiene el baile de salsa, menos a esas películas porno que tienen un desarrollo imaginativo imposible de alcanzar en la

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realidad. Al tango, la sexualidad y lo erótico que tenga, no le afecta en nada. La imaginación de los bailarines de tango no les llega ni a los tobillos a la imaginación de la pornografía. Hay que verlo y nada más.

–Abrí, che, el cajón de la memoria –le replicó Daniel– hurgá y elegí imágenes, desde el principio, tal vez en el principio en los peringundines, se pudieron dar casos, pero en la actualidad, los salones son un templo a la castidad. No me desmentirán que todos andan temblando, excitados, pero sanamente cuando se calzan, como inocentes niños, los zapatos de charol especiales para bailar, y se atreven a sacar una mina para milonguear. Una cosa es utilizarse para un placer alejado de la moral y otro para tener una alegría física, sí, es verdad, pero tierna y con el goce, antes que nada, de la música. ¡Dos cuerpos juntos, dos ángeles volando! Es un abrazo, una forma de compartir algo fuerte entre desconocidos: las cabezas van firmes, rígidas, pegadas; los pechos, casi juntos; los vientres, alejados; cuando de ahí para abajo se unen, la locura, che; los pies, revoloteando recuerdos de cosas pasadas. Una búsqueda de identidad o algo parecido queda en el vacío que va dejando lugar al eco de la música. La búsqueda del latido, del ritmo que el hombre perdió al punto de nacer. Y en tres minutos, lo que les dura a los dos el estremecimiento.

Ambos, hombres y mujeres se utilizan mutuamente para lograr ese placer sano que proporciona la danza, el ambiente, la música, el movimiento, todo, todo, che y, ese utilizarse, no es perversión ni mala leche, al contrario, es una conducta usual de gente civilizada que sabe compartir, cuerpo a cuerpo, su entrega y búsqueda de sus necesidades. Pese a que el tango es una de las pocas situaciones en que aún es lícito aceptar que el hombre sea el que manda, el conductor. Es lo humano. Es gente que asiste cargada de emociones sexuales, pero, sanamente, como algo natural. ¿Calientes? De acuerdo. Pero ¿quién no anda caliente en todo lugar por el intensivo bombardeo de imágenes en las revistas, periódicos, a diario en la televisión misma y en el cine, donde las mejores minas continuamente aparecen desnudas? Tan sólo caminando por las calles se te levanta el ánimo al ver a las mujeres vestidas con pantalones de telas de piel de cebolla ajustada a sus cuerpos.

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Un salón de tango representa el conjunto de comportamientos que conciernen a personas normales. Un salón de tango no es una catedral con santos del conservadurismo religioso de hace cien años, está disponible, sí, sí, a la satisfacción de la necesidad y al deseo sexual de vírgenes “María”, “Malena” o “Milonguitas” que son sólo inventos de los poetas. Es algo normal sacar el máximo de placer carnal.

Solo los inocentes saben bailar

–“Barrio plateado por la luna...”. Parate ahí, che, ¡viste! Al igual que toda la especie animal el humano utiliza vínculos y recursos para la excitación sexual con fines reproductivos y para el mantenimiento de relación social, pero, a esto, le agregan el goce y el placer propio y el del otro, añadido al placer estético del movimiento, la música, la poesía son facetas profundas de la efectividad y la conciencia de la personalidad del ser humano, todo lo que crea lo utiliza en provecho personal. Como ves muy alejadas está la danza del tango de la pornografía. Frente a ella, al margen del valor que pueda o no tener, el querido baile del tango es una actividad inocente, aunque las minas vayan a mostrar, como vírgenes inquietas, sus nalgas apretadas a los valerosos machos que viven en actitud, hasta la coronilla, de arrebatado sexo. A nadie el sexo le ha hecho daño.

¿Qué no ha hace daño? –seguía replicando Toli–. El tango no es inocente como vos decís, sino ¿cómo entender, en las letras, ese odio en muchos de esos hombres hacia la mujer? ¿El desprecio hacia todos sus atributos encaminados al amor; la incomprensión de que no saben amar; que se burlan de los hombres; ese menosprecio machista hacia la hermosura, que cuando una mujer la posee, la utiliza para dañar el corazón de los machitos porteños? No solamente tiene esta conducta el que baila, sino también el que canta sus textos, pues se identifica con ellos y los desarrolla dentro de su personalidad como algo propio y, llegada la ocasión, se porta como le dicta el argumento de un tango. Bien lo dice en una parte el tango de Charlo y Amadori “Rencor”: “La odian mis ojos porque la miraron; / mis labios la odian porque la besaron; / la

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odio con todas las fuerzas de mi alma, / y es tan fuerte mi odio como fue mi amor. / Rencor mi viejo rencor...”

–Y, si el hombre llora, ¿no es por qué alguien le ha hecho daño?

–No Toli –lo interrumpió Héctor–. El tango, ni en su danza, ni en su texto es lo que daña, sino la capacidad personal de cada uno que se acerca a él, cómo lo absorbe y lo incorpora a su conciencia, a su bagaje cultural de acuerdo a sus debilidades. Si va tan sólo a un salón de tango para buscar una mujer, y no tiene atributos personales para conquistarse una, claro que obra, baila y canta, con resentimiento. Entonces debe ir a otra parte a emparejarse. Pero el ambiente, la atmósfera que dan los salones de tango, no son ni pecaminosos ni pervertidos, aunque tampoco una universidad, una academia del saber y la ciencia, menos un templo de la inteligencia ni para ponerse de rodillas a rezar, porque ahí en el salón de tango se juegan intereses sexuales más que artísticos, cosa que es natural mutuamente en todo lugar entre hombre y mujer. Los salones son como un campo de entrenamiento donde se miden y sopesan emociones, intereses y placeres físicos. Algunos lo toman como campo de una batalla final donde se desarrollan como guerreros a ver quién es el que triunfa. Pero, al fin, todos los salones de tango sirven para quitarse las tensiones en la relación con el sexo femenino, de todo lo que acontece en su casa, en su trabajo y en la calle.

Muchos de los “viernosos” estaban silenciosos. La

expectativa radicaba en Juan, que era el que siempre hablaba más que ninguno y, a quien todos miraban esperando una apreciación de su parte, pero a Juan se lo veía muy dedicado a la pequeña Lucía, que ya recuperada de la paliza de su ex compañero, estaba reluciente, fresca y siempre sonriente, era como la flor en un vaso en el centro de las mesas, celebrando todo con la hermosura y el aire de su compañía. Pero era evidente que no se le escapaba ni un detalle.

–Bueno. ¿Y, quién puede contar el motivo que los lleva a comparar el tango con la pornografía, cuándo y dónde surgió esa motivación? –se atrevió Juan a decir condescendiente.

–Todo viene del sábado pasado en el cumpleaños de Dante. Durante unas horas nos tuvo entretenidos dándonos a conocer su

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teoría sobre la inteligencia y su estrecha relación con el tango. Nos contó que se puso a visitar los salones en busca del culo de una mujer, de una bailarina de tango, el más redondo y hermoso que le pudiera dar las claves, del por qué, esa teoría que la inteligencia la mujer la tiene por el culo que, en un principio creyó era de su propio razonamiento, pero después descubrió que era una vieja teoría de casi todos los científicos en la historia del hombre. Naturalmente, eligió a una alemana, que tienen, así dijo, el mejor culo del mundo.

–Te lo explico, porque parece un atávico misterio ese algo que todos tenemos como manía dentro de los ojos, porque mirarle el culo a las minas, buscando su redondez y hermosura, su nerviosismo gimnástico es lo primero que intentamos descubrir cuando entramos a un salón de baile, de cualquier baile. No sé por qué en el tango piensan que es distinto.

El culo visto por Dante Cincotta

–Mirá, Juan. ¡Escuchame, che! ¡Dejáme hablar! ¡Viste!

Bien, bien. Dante se dedicó a fotografiar exclusivamente primeros

planos de culos de bailarinas de tango en varios salones de Berlín; de minas en pantalones, que bailan y mientras hacen movimientos de avance o retroceso de qué manera las nalgas le dibujan la línea divisoria de los glúteos, o sea la raya del culo. Qué insinuaciones, posiciones, curvas, relajamiento, posibles tensiones y agresiones manifiestan con el movimiento del trasero. Y ha estado intentado descifrar, con palabras, que el trasero hasta tiene frases completas de lo que considera mensajes que la mujer entrega en cada simbólico paso o figura.

–“No prolongués más mi desventura...” –cantaba angustiado Toli.

–O sea, ¿opinás qué el culo de las minas hablan? –¿Qué vociferan? –¿Qué ríen? –¿Qué exclaman cosas que los hombres no comprendemos? –¿Qué da opiniones? –¿Qué se encoleriza?

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–¿Qué los culos de las minas te llaman? –¿Con qué lenguaje che? –¿En el materno o suelen ser bilingües? –¡Pero, che! –Que a veces cantan como todos los culos humanos, no

tengo dudas, pero que hasta puedan escribir un libro.! Pero, che! ¡Qué fenómeno che! ¡Se lo voy a contar a Biondi y al Capitán Piluso, no faltaba más!

–Dejáme seguir molestoso. ¡Qué imaginación desviada tenés che! “¿Que al mundo le falta un tornillo...?”

¿Qué podría significar el cuadrado entre las nalgas, qué insinúa esa línea del medio del culo femenino cuando realiza el ocho; qué dice durante la parada; qué mensaje está entregando en el promenade; qué filigranas de color decide el culo femenino en la corrida y, qué mirada tiende sobre la esperanza en la sentadita?

–“Acaricia mi ensueño...”. ¡Che, qué bárbaro! ¿Me querés decir que el culo de las mujeres también sabe escribir?

–Todo esto –nos insinuó Dante– no lo entiende el compañero de baile, su pareja en ese momento, porque éste no la está mirando desde atrás ¿comprendés, tarado? Si el hombre está frente a ella no puede mirarle las nalgas, menos descifrar nada si no tiene la clave para desvelar este misterio, aunque crea que ha descifrado el carácter y las emociones de ella por las expresiones de su rostro.

–“No te dejes engañar, corazón por su querer, por su mentir...”. ¿Qué el hombre tiene la cara de la mina delante, y el culo la mina lo tiene atrás? ¿Esto si que es algo desconocido? ¡De qué mensajes me hablás, che! ¡Por favor! –gritaba Toli eufórico y como siempre calentón con todo lo que no era de su iniciativa.

Yo lo sé, y les digo: eso viene desde tiempos primitivos, cuando el hombre por la poca posición erecta que tenía cuando era todavía un mono y andaban en cuatro patas, hacía el amor sólo por detrás con la mona, digo con la mujer, colocada en cuatro patas, ahora le llaman a lo “perrito”, cuando aun no existía la posición conservadora de los sacerdotes, de los curas digo, llamada “de los mensajeros católicos” más civilizada y moderna, y de ahí le quedó a las mujeres, desde entonces, el atavismo de enviar, para seducir, mensajes amorosos por el culo y que era, para el hombre primitivo lo

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más apetecido de ella para lograr la procreación de la especie, bajo el dictado de “crecer y multiplicaos” –dijo eufórico Ratamala, levantando empuñada su mano derecha, manifiestamente agresiva, como si hubiera obtenido un premio por sus palabras–. ¿Se dan cuenta que yo entendí el mensaje de Dante?

–¡Dejate de joder, chileno boludo! ¡Estas diciendo puras pavadas!

–Dante –prosiguió Mario– llegó hasta el límite de las posibilidades. Se consiguió una mina alemana que consintió en dejarse fotografiar desnuda y, que bailando con su pareja, Dante les detenía los pasos, en cualquiera figura, y le sacaba una foto en primer plano al culo de la mina con la raya torcida, o como estuviera, como puedes imaginarte, por tener las piernas ubicadas para avanzar de una forma, en la corrida de frente; en el tirabuzón medio para arriba hacia la izquierda y así en todos los pasos que conocemos.

Las fotos las mostró en pantalla gigante, la noche de su cumpleaños y todos estos papanatas quedaron bobos de tanto mirar, de hacerse preguntas y de consultarse en los recovecos de sus oscuros pensamientos. No creo que entendieron el trabajo de investigación científico que realizó Dante y a él tampoco le importó que lo entendieran. Ya tiene sus conclusiones y está elaborando un alfabeto con el cual descifrar los códigos de esos mensajes secretos.

–Yo entendí perfectamente el mensaje –seguía con el dedo en alto y de pié, anunciando con inocente orgullo el hediondo Tufillo.

–Perdón, pero yo pienso, sinceramente, y sin dudas, que todos tienen ya una opinión qué significa el baile del tango –dijo Juan, aun tomado de la mano con la pequeña Lucía–. Porque para mí el tango, –ahora me olvido de la investigación del loco Dante–, digo el tango que yo quiero es una danza que hable de recuerdos, que diga de tiempos pasados, de nuestros padres con el cual bailando se enamoraron y se emborracharon llenos de emociones. ¡Y aquí me tienen a mí producto de ese amor! Un tango que dicte normas elevando el mensaje a la suprema forma de expresarlo y darnos definiciones de vida y de amor.

–Para mí, yo quiero un tango –reclamó Mandó Tufillo en voz demasiado alta– un tango milonguero que arranque de un compás y me lleve a las figuras verdaderas donde se encuentre la raíz

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de la danza, aprender de todo para después colocar una academia y llenarla de minas todas dispuestas a mis mejores pasos y figuras.

–¡Pero boncha! Si Dante te está dando las claves de ello, en esas posiciones de la raya del culo femenino, te está entregando la clave que la mujer tiene la inteligencia en lo redondo de su cuerpo, y el culo femenino es lo más redondo de todas las partes de su anatomía. No creo que de una mina a otra las cosas difieran mucho, todas las mujeres son iguales, o por lo menos todas sus cosas, bueno, igual que nosotros, las tienen iguales y en el mismo lugar. Pedro Tango

–¿Qué decís vos Pedro Tango? –¡Muchachos! Les presento a un nuevo amigo que sé que

tiene mucho que decir sobre este tema y que además, ha escrito sobre el tango apreciaciones que debemos hacerlas nuestras para mejorar los pensamientos que tiene el pelotudo que habló antes, hacer nuestras prácticas más poética y no mantenernos en bastardías de apreciaciones sin valor alguno.

–¡Hablános Pedrito! ¡Decínos algo! ¡Rompé el silencio! –le dijo Toli medio embobado.

Todos volvieron la cabeza hacia el sitio donde estaban dirigidas las palabras de Mario y se encontraron con un hombre de noble frente, con una sonrisa franca y, era notable que parecía ser bonaerense, algo así como de la “Guardia Vieja” que sin reparar en que suscitaba toda la atención, casi con humildad, empezó a hablar.

–Yo quiero un tango que esté en el sendero de la verdad y aunque se halle solo, siga adelante, que no desfallezca y, cuando las fuerzas se agoten, use el aforismo de Almafuerte “no te des por vencido ni aun vencido”.

Yo quiero un tango que toque todos los sentidos, porque el tango encontró el camino que conduce a la belleza y no nos bifurque en otros que nos puedan tentar con oropeles falsos de arte.

Yo quiero un tango de renovación, de innovación, revolucionario, que modifique todo lo habitual, que tenga formas inéditas de supremo encanto, que toque los encuadres superiores, que alcance la cúspide de lo inigualado, y que todo lo actuado sirva de base para levantar el pilar donde se sostenga la perfección.

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Yo quiero un tango danza con virtudes que desechen todo lo actuado en impurezas, que arroje todo lo espurio, que baile con todo el esplendor que poseen las formas perfectas de lo lindo y nos ofrezca a los ojos la alegría de mirarlo.

Yo quiero un tango con las formas clásicas de los movimientos que son: doblar, estirar, levantar, resbalar, saltar, lanzar, girar. Al que hay que agregarle otros para hacerlo más perfecto que son: arrastrar, golpear, trasladar, vocear, repiquetear y balancear. Aparte de hacer el “adagio” en silencio e incorporar el “allegro” para los movimientos vivos, un andante cantabile para pasar la barrera de la danza perfecta, para hacer de este baile enlazado, la manifestación más completa y estilizada en materia coreográfica terminando en un allegro spiritoso, un molto finale, todo vivace.

Yo quiero que los pies y los brazos traduzcan el mensaje, el cuerpo su sandunga, a este enjambre armonioso de conjunciones reales que lleva el tango a las alturas de la perfección, donde todos los elementos se compulsan para arrojar el resultado de la belleza, propuestos por las formas del clasicismo puro iniciadas en el flamenco.

Al terminar miró hacia abajo y abriendo los brazos alcanzó, con un susurro, a dar las gracias cuando un solo aplauso irrumpió de las manos, humedecidas de sumo de cerveza, de los doce contertulios de ese viernes. Hasta las mesas se movieron. El coro en el fondo detuvo, por un instante, sus movimientos y los cantores quedaron con la boca abierta, al tiempo que el polaco Kulozky, comenzara a sentir un pálido desfallecimiento.

Héctor, de inmediato advirtió, que los del coro del fondo, prosiguieron alzando sus brazos, queriendo unirse entre ellos para protegerse, colocándose delante de la zarzamora que aun seguía ardiendo. Los vio atemorizados.

Entre tantos aplausos apenas se oyó la crítica, como siempre mordaz, de Toli cuando se puso a refunfuñar.

–“Este odio maldito que llevo en las venas...”. Por eso, lo de “sandunga”, la puta que lo parió, este tipo es gallego, che. No es argentino. Mamó, che, de libros todo lo que dijo. Pero a mí no me engrupe che, no me engrupe ningún gallego. Además, ¡viste! ¡escuchaste! –dijo mirando a Tufillo– los nombres de los pasos y de

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las figuras, ninguno es argentino, de los nuestros, che. ¡Qué invento! “Al mundo le falta un tornillo que venga un mecánico para hacerlo arreglar”.

–¡Carlitos Gardel ayudáme –exclamó mirando al techo–, no sé si podré tragar de este cáliz y pasar este amargo trance! ¡Dios mío, Carlitos! ¡Busco tu iluminación! ¡Dios es Carlitos! ¡Poderoso es Gardel! ¡Grande es Carlitos!

Y se lanzó a la calle gritando “los gallegos, los gallegos”, donde encontró, casi en la puerta, protegiéndose de la persistente nieve a Héctor como escondido, que también había salido sin decir ni una palabra y lo encontró cantando: “¡Qué saben los pitucos, lamidos y shushetas! ¡Qué saben lo que es tango, qué saben de compás! Aquí está la elegancia. ¡Qué pinta! ¡Qué silueta! ¡Qué porte! ¡Qué arrogancia! ¡Qué clase pa´bailar... ¡Así se baila el tango, un tango de mi flor!”

–Chan, chan. Toli. Bis nächste Freitag.

Los viernes de la historia

–Che, Juan, tenés algo que decir de las noches berlinesas, ahora que nos vamos metiendo en una de ellas.

–¿Querés que las compare con las de Buenos Aires? Con las veredas porteñas de la calle Corriente en busca de las librerías, a saltos por los Martonas hasta Callao, por una rebanada de pizza y un yogur agrio; y el retorno en el tranvía que yendo hasta Pompeo, pasaba por todo el riachuelo: “La Boca paredón vuelta de Rocha...”, se metía en parte de Avellaneda, cruzaba varias veces el riachuelo hasta llegar a Valentín Alsina. Ahí en mi casa ya de medianoche, mi vieja que me esperaba con una tortilla de papas y huevos y sólo entonces se dormía, sólo al verme llegar lograba conciliar el sueño.

¡Ah, las noches berlinesas! Creo que mis noches serán siempre las de Buenos Aires, las de todos los arrabales hasta las del centro de Esmeralda y Corriente y la Nueve de Julio, mirando hacia Constitución o hacia Santa Fe.

¿Vos crees que yo a mi madre no la comprendía? No, de verdad, yo no la comprendía.

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Me siento muy amargado pensando que ella fue joven y tuvo sus propias tristezas. Recuerdo su hermosura y pienso en sus sueños de amor. Después en su nostalgia y su resignación. Su mirada aún la siento en mis sienes pues nunca supe decirle nada, recién ahora recapacito cuan grande era su amor por nosotros y sufro porque no supe dale nada de lo mío.

Recién ahora que vago por estas calles desconocidas, con nombres tan raros me doy cuenta que he sido un malagradecido y que no conozco las noches de Berlín. De Buenos Aires no comprendía nada y el sacrificio de mi madre recién ahora lo comprendo. Por ello, aunque sea dispar ¿cómo buscar semejanza entre Viamonte y Reinickendorf? ¿Entre el barrio de Lanus y Schöneberg? ¿Flores y Lichtenberg? ¿El Paseo Colón y Wannsee? ¿Palermo y el Tiergarten? ¿La Boca, el riachuelo y el Spree? Che, nunca comprendí nada.

¿Cómo, y dónde encontrar la comparación entre la juventud y la madurez? “...vuelvo vencido a la casita de mis viejos..., /los años juveniles, la falta de consejos...”. Querido Juan han pasado muchos años y los recuerdos se confunden entre los vividos en Buenos Aires y los de Berlín. ¿Hemos conocido hombres importantes dedicados al tango entre los alemanes? ¿Bailarines del Walzerlinkstrickt como los del Salón Rivadavia? ¿Algunos de esos de meta y ponga del Palacio de la Flores en el bajo de Retiro, al lado del Parque Japonés y los de Mehlprecher?

¿Podremos ir, más atrás del tiempo, en busca de una milonga donde toque Osvaldo Pugliese? A esa Sociedad Española, ¡ah! esa sociedad Española, en esos años donde hacíamos, entre hombres, prácticas de tango los días miércoles, cuando Perón ya no salía al balcón y ya lo habían borrado del gobierno y hasta de la cañonera Paraguaya donde se había refugiado ese 55; a esa Española, en Valentín Alsina, que cuando llegaba Pugliese a animar noches de tango, desde la media tarde, ya estaba llena la pista de baile. Recuerdo que la orquesta tocaba un solo tango y entonces, era el momento: entraba un policía, que saludando cortésmente a Pugliese –el oficial primero le pedía perdón al maestro–, y se lo llevaba preso, con suma moderación y respeto, con todos los instrumentos y todos los músicos. Arriaban con todos a la comisaría. Perón les tenía prohibido tocar porque el maestro y

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todos sus músicos eran comunistas. Después, el baile proseguía sólo con discos, esos negros LP, de tangos bailables de Pugliese, a quien igual le pagaba el club La Española, porque esas noches se repletaba de gente en adhesión a la música del tango que comenzaba a ser perseguida. Después nos persiguieron a nosotros.

Por esos años fue cuando en este país se empezó, en la mente de los políticos, a dibujar en Berlín el muro por el escape de miles de amantes de la libertad hacia el sector capitalista. Valgan las comparaciones, pues el comunismo era el único protagonista de la película de moda, una realidad vivida también en Buenos Aires, por todos nosotros que éramos pendejos llenos de esperanzas. Eran años en que los gobiernos eran todos anticomunistas y manejaban a la gente bajo las órdenes que venían del norte, junto con el Rock and Roll, con presiones de los previsores gringos.

–Aquí nos encontramos dentro de esa historia. La estamos viviendo día a día. Aunque no creo Mario –dijo de súbito Juan, deteniéndose para sacudirse el zapato a la vez que gritaba, que vociferaba –¡otra vez pisé mierda reblandecida che!– Y mientras intentaba limpiarse prosiguió: –la estamos viviendo ¿vos te das cuenta dónde estás viviendo? ¿Qué tipo de ciudad es ésta donde caímos como inocentes pendejos?

–Limpiáte bien ese zapato, che, que con ese olor a mierda te van a rompen la cabeza más de uno de los “viernosos”.

–Berlín ya va acumulando historias idiotas sobre el tango. Esas docenas de Academias que funcionan no son más que para morirse de la risa, por lo precario de la enseñanza de esos improvisados profesores. Pero, serán historia viva dentro de poco.

–Se van a superar –dijo Mario–. Todos esos profesores van a madurar y van a aprender a enseñar. Ya vas a ver. No falta mucho, que siguiendo el ejemplo de ese mayo y junio del 1982, vengan grupos de bailarines, de músicos, cantores de tango desde Argentina a resolver sus problemas económicos. Todo esto crecerá y es posible que ese fenómeno que comienza a vislumbrarse se consolide y sea un ejemplo para toda Europa. ¡Ya vas a ver!

¿De los músicos alemanes qué se puede esperar? Han aparecido casi una docena que tocan el bandoneón, lo desempolvaron, o se cambiaron del acordeón al fuelle. Están ahí,

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los ves. Están intentando con el tango superarse y olvidar la música suya.

Es normal, che, el bandoneón es un instrumento alemán y aquí nunca se ha dejado de tocar, hay cientos de músicos que tienen su bandoneón y lo tocan. Basta que te vayas al Museo del Instrumento, al lado de la Filarmónica, para que veas en sus vitrinas los añorados y apetecidos doble A, e infinidades de otras marcas.

–Pero no por ello lograrán tocar bien el tango –le retrucó. –Para saber interpretar el tango es necesario haber nacido en Buenos Aires, comprender la historia Argentina, saber del drama de la inmigración, de la soledad y de saber ser el habitante de Buenos Aires que uno quiere ser, que deja, toma y sabe qué espera. Y no ser maricón como lo son varios de los que aquí en Berlín han empezado a tocar ese instrumento. Se necesita un cúmulo de vida desde atrás, che, esa que la llevamos en la sangre, esa que cuando cantamos un tango nuestros labios tienen la sangre aun fresca de lo acontecido con los milicos que aún tiene permanencia; quién tiene hambre; a qué volver ¿a dónde? Eso hay que sufrirlo. Hay que sangrar. El ejercicio del tango es hasta el dolor. Aquí recién lo empiezan a balbucear.

–Ya verás como lo van a lograr. El alemán es capaz de todo. Pensá, solamente, cómo ha sobresalido su economía cuando fueron totalmente pisoteados por los aliados que destruyeron casi toda la ciudad de Berlín. Mirá ahora como se reconstruye la ciudad ¿y no van a aprender a tocar el tango?

¿Qué pensás? ¿Qué el tango es algo imposible de reproducirlo? No olvidés que es algo creado por el hombre y todo lo que el hombre hace, otro es capaz, por supuesto, otro hombre es capaz de repetirlo. Hasta los secretos que la sociedad de banqueros intenta crear para ocultar sus oscuros negocios, se desvanecen en cuanto un espía cualquiera mete la cuchara, che.

–Esta discusión sería buena para plantearla en el grupo de los viernes, para ver qué opiniones existen que sean valederas.

–¿Tendrán opiniones esos tarados que no tienen la iniciativa de irse solos a los bailes de los días viernes? Casi todos no se atreven, porque en cuanto los alemanes en algún salón ven a un latino, todos piensan que sabe bailar el tango, y de verdad son los más patas duras. ¡Da vergüenza, pues sólo saben bailar salsa y

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hasta por ahí no más, porque moviendo el trasero, las manos en alto y canturreando las estúpidas frases que tienen estos bailes, creen hacerlo bien!

–Qué curioso, che. Yo siempre he sentido temor al andar por estas calles de Berlín. De día son hermosas, llenas de árboles, como ahora entrando la primavera que parece que revive todo, hasta las esperanzas en el espíritu.

–Berlín, además del buen aire que tiene, es una ciudad para respirar, tiene color, olor y tranquilidad. Es bello este ambiente. Pero, de noche mis temores crecen por estas calles vacías, en la alta noche, en la profunda noche berlinesa sentirse solo es como estar con todos los muertos de la Segunda Guerra. Este temor de naturaleza reverencial, respetuoso, es el mismo que tributamos a Dios y a todos los seres que amamos orando en una iglesia. Esto tiene que ver, más con la profundidad del respeto, que con la agitación personal y torpe de lo circunstancial del miedo y lo que hay debajo de las calles. Siempre que dejo atrás, no obstante, las noches maravillosas de Berlín y entró en mi casa, siento el amparo perdurable del recuerdo de mi madre. Los boliches berlineses

El restaurante estaba, como todos los viernes, lleno desde la hora temprana en que la oscuridad comienza a reinar en Berlín y se encienden las luces de sus antiguos faroles.

Los tres amigos, que estaban al tanto de los espías, no dudaron en que esa cantidad de parroquianos era producto que aun proseguían las investigaciones del bandoneón asesinado, la corbata y el olor a ajos.

Sin decirse una palabra buscaron ubicación, mirando hacia el fondo donde el coro seguía, detrás de la zarzamora, como si ardiera hasta llegarles a las rodillas.

Siempre fue una larga tradición de los alemanes y, por sobre todo de los berlineses, de ocupar los cafés y restaurantes para paliar el frío. En sus casas no había calefacción, sólo la tenían estos boliches, aunque fueren tugurios había calor de hogar; una estufa siempre estaba prendida y por ello ahí se refugiaban. El paso del

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tiempo era alegre con más de una cerveza y llegada la hora de dormir, la hora de retirada, bien calientito por dentro y por fuera.

–Estos berlineses pensativos viven en los peringundines y cafés igual que en Buenos Aires los porteños ¿no es así Toli? –entró diciendo Juan al ver a los parroquianos de siempre, sus viejos amigos y conocidos, ya reunidos alrededor de la mesa de todos los viernes.

–Juan, por favor, no critiques a nadie. Sabemos que todos nuestros amigos viven sin mujer. Fueron todos cornudos y ahora los cojones les sirven sólo como bolsas por eso llevan en la bragueta una estrellita.

–Tranquilo, tranquilo, que a estos muchachos los quiero mucho –alcanzó a magullar Juan antes de mirar hacia las mesas.

Estaban casi todos. Pero sí, un poco más viejos. Ya habían transcurrido varios años desde que se comenzaron a juntar en este recinto y casi ninguno había abandonado la costumbre, incluso, de quedarse hasta el cierre del boliche, hasta la última palabra, esas que se escuchan fatigadas o mudas transmutadas en solo una palmadita de esas que se dan en la espalda.

Toli, como siempre lucía de corbata y traje recién salido de la tintorería, con un inmenso pañuelo se sonaba las narices con un ruido a locomotora. ¿Y los tamangos? como él decía “de taquito militar pa´bailar la milonga,” che, lustrados y brillantes encegueciendo debajo de la mesa. Se había teñido el pelo con un tinte pelirrojo que lo hacía más joven.

–¡Qué pelotudos que son todos ustedes! ¿A nadie se le ocurrió pedirle la dirección a ese Hans Ulrich Thom? ¿Entonces como se proponen seguir tras las huellas de Carlos Gardel en ese cementerio de Magdeburgo? ¿Y ahora nadie ha visto y sabe donde está Dante Cincuotta? Lleva mucho tiempo sin aparecer, che. Somos pocos pero que no se pierda ninguno, nosotros “semo” los mejores.

–Y, vos Toli, sabés dónde anda tu amigo Peter, por qué no lo buscás en el cementerio –le gritó Hottmar, mientras se secaba la frente mirando incesantemente en dirección al coro.

–¡Eh! ¡Muchachos! Mario me proponía hace unos minutos, que por qué no damos nuestras opiniones, por qué no exponemos nuestros conocimientos sobre lo que hemos visto y sabemos sobre

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el tango en Berlín. Es posible que tengamos muchas opiniones distintas. Sería bueno barajarlas.

Juan dirigía la voz mirando a los ojos a Mario, indicándole con un golpecito de codo.

–Viste, che, yo te decía que tenés que escribir esa novela sobre los idiotas del tango en Berlín. Te estás perdiendo historias imposibles de reproducir y, que a la larga, entrarán en el olvido o van a ser tergiversadas por esos alemanes inquietos que harán del tango una intelectual entrada de dinero y, como un negocio, pronto se pondrán a escribir sobre el tema hasta lo que nos pasa a nosotros. No dijo ese periodista que todas nuestras vidas y actividades eran como para hacer una película –de idiotas digo yo–, que se juntan para ir a bailar y nunca van.

–“Ahora triste en la pendiente, solitario y ya vencido...”. ¿Sobre qué querés que opine che? –dijo Toli levantando la mano–. Preguntá y te doy todas las respuestas que quieras, te doy.

–La idea es sobre los músicos alemanes que tocan tango, los bandoneonistas y sobre las orquestas que se han formado en este tiempo en que el tango en Berlín está comenzando a hacer historia.

–“Tango, tango vos que fuistes el confidente de su amor...”. ¡Todos son unos grasas che, unos avivados, unos chantas! –respondió Toli– no saben tocar, no saben. Los que empuñan el bandoneón, como ese que tiene un apellido sobre el que pasa el ferrocarril, Drope no sé cuanto, que además dicen que es manflora; ese que se manda un teatro bárbaro cuando abre el fuelle, como si fuera Pichuco, y hace caritas de emoción cerrando los ojos, moviendo la cabeza como si lo estuvieran martirizando. Si bien debe saber música, porque el bandoneón no se puede tocar si no se ha estudiado música y solfeo, su digitación sobre las teclas, sobre todo las que hacen la melodía se oyen empastadas, aglomeradas, sin definición, no alcanza a sacar los dedos a tiempo para que deje de sonar la nota que aprieta y le da paso a las siguientes, las toca todas ligadas y se siente una sola línea de sonido. Le falta adiestramiento, agilidad en los dedos y eso se logra cuando solamente se aprende a tocar desde niño, un adulto no lo logra jamás, menos cuando se inicia en algo por un hecho traumático, por fracasos en otras cosas, como en un estudio cualquiera o en lograr una profesión, algo así

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como ¿si soy homosexual, tocando tangos en el bandoneón, podré solucionar o esconder mis problemas?

Ese Drope, como todos los otros alemanes, le podrá sacar notas, melodías, acompañamiento al bandoneón, pero esa delicadeza que tiene el instrumento, que da capacidad para dar con el sentimiento de la música del tango, nunca, nunca, che. No lo logrará nunca por más trenes que pasen arriba de él, ese Dropito no lo logrará nunca, aunque siga mandándose la parte, cerrando los ojos, viviendo y viajando en aras del tango, porque sé que empezó a hacer su vida como si viviera en un arrabal del gran Buenos Aires. ¿Qué más querés que te diga che?

Es mejor que le siga pegando golpes a las puertas para desahogarse, tire las botellas vacías que conserva en el cuarto de entrada de su casa y esconda los zapatos viejos. Para mí que es manflora che, maricón, que querés que te diga.

A todos estos boludos alemanes les falta calle, putas y quilombo che. No ser, consagrados putos con disfraces ridículos che, porque se disfrazan de tangueros. Necesitan algo más que tener veinte años cargando el bandoneón sobre la franela de las rodillas. Les falta vida, mierda y un cuchillo, tripas y corazón, un barrio de tierra, hambre y amor de madre. Les falta traición y esperanzas y una mina que les ponga los cuernos.

–Lo necesario y valiente es que digás el nombre de ese bandoneonista, ¿por qué callarlo cuando se hace una crítica constructiva?

–“Sol de mi vida, fuí un fracasado...”. ¡Boncha! Porque a mi no me gusta criticar con nombre y apellido a la gente cuando no está presente, tengo huevos suficientes para ello. Hay que ser en definitiva un poco respetuoso.

–Yo pienso –comenzó a decir Roberto–, mejor dicho, por lo que he escuchado, visto, sentido y razonado que nadie podrá igualarse a la consonancia, tonalidad, disonancia, armonía y forma de tocar como lo hacía Aníbal Troilo o como Piazzolla, que revolucionó la música dentro de las tendencia antiguas del tango en Argentina. Todo evoluciona a través de épocas y estilos. La noche porteña tuvo muchos dominadores, desde Julio de Caro, bueno, Pichuco hasta Piazzolla, pasando por Fresedo y Salgan. La música no dormía nunca adentro de Pichuco. Encontrar a alguien a su

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semejanza sería entrar en el misterio y la maravilla del sonido renovado. Deseamos que alguien alcance esta altura. Pichuco la tenía, por sacar noche afuera, en aire recortado, redondeado en teclas de fábula. El tango le trajo contratos, un montón de plata, soberbias encamadas con mujeres incontables, el amor hasta el fin de Zita y la amistad atropellando el fondo de la noche en extrañas, cada vez más extrañas noches, prolongadas al dar espaldas a la madrugada con extraños amigos. Había en esas noches millares de copas, y algo más, para desarraigarlo. Pichuco quería salirse de su cuerpo gordo, de sus dedos mágicos, tal vez de la vida, que le había dado, desde muy pequeñito todo lo anhelado para que sus dedos desfilaran perfectos sobre las teclas de su amado bandoneón, que desde niño asombraba por su seriedad y talento cuando tocaba algún tango, hasta que se quedó quieto y eterno en el corazón de nuestros recuerdos.

–Bien, bien Roberto, lindo homenaje para Troilo. Cuando se empieza desde la niñez la música no tiene ningún misterio, se convierte en sustancia en las manos y en el alma, y se la ejecuta sin vanidad, ni con ese orgullo estúpido de andar escribiendo en currículum que éste o aquél es el mejor bandoneón de Europa, no le basta decir ser el mejor de Berlín, sino escribe que es el más conocido, el mejor de todo el Continente europeo.

–Lo mismo digo yo –alcanzó a decir Ricardo– que una violinista alemana, por más linda cara y culo que tenga, nunca podrá tocar como el violín celestial de Francini.

–“Tengo el corazón hecho pedazos...”. ¡Che y el piano! Algunos argentinos que han llegado a esta ciudad, por tocar un tango creen que van a barrer con todos los principios. No son sólo los alemanes los que se engrupen. Cuidado, todos sabemos que los más engrupidos del mundo entero somos los argentinos, nos creemos una excepción en todas partes donde estamos. Por ello me refiero a estos tipos recién llegados a Berlín, que crecieron en las afueras de Buenos Aires, que no se metieron nunca en el destierro nocturno de los peringundines, ni tuvieron referencias de “La Enramada” ni por lectura lo “De Laura”, o de un club de Avellaneda, de Villa Jardín, de Flores, de Urquiza o el Bajo Retiro, que no escucharon nunca a Pugliese cuando lo perseguían por comunista o, a Di Sarli y porque salieron de un conservatorio creen

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saberlo todo; tipos que crecieron escuchando a los Beatles y mirando hacia países gringos.

Hace poco llegó uno que tiene un problema serio de respiración, che. Da pena, porque así como respira arrítmicamente, así mismo toca las teclas del piano todas desordenadas, quienes lo hemos escuchado le deberíamos dar el diagnóstico de redondo descuadrado. Y, encima nos tira su soberbia y deslealtad en la cara por no saber hacer bien las cosas, por lo que..., bueno, si es un enfermo, che. Es que, además, es mal agradecido, traicionero y pésimo amigo. Todo un chanta soberbio e individualista. Esta es gente que viene huyendo de algo. Son como niños traviesos que han venido escondiéndose de la policía, o por lo menos, de sus fracasos pasados.

–No hablés mal, Toli, de los argentinos que viene en buena onda, con intención de solucionar sus problemas sicológicos y económicos, como todos nosotros. Si no demuestran lo que a vos te gusta, dejálos tranquilos, che, todos tienen derecho a ganarse la vida como puedan. Todos tenemos que matar el hambre, che.

–¿Vos creés que se pueden dar buenos compositores de tango entre los músicos alemanes, de bandoneón, violín o lo que fuera?

–“Llovía y te ofrecí el último café...”. ¡No señor, no podrán nunca podrán! ¡Nunca jamás, no podrán!

–¡Pero, Toli, dejá hablar a otro que lo tuyo es tirar siempre pura mierda. Sos un sorete –le apunto Juan con manos y cuerpo–, no dejás libre a nadie de críticas sin valor ni consistencia. Además, las opiniones variadas y bien razonadas son lo que nos interesan, así participan todos los presentes.

–Bueno, yo opino igual que Toli –se atrevió a insinuar Ricardo–, y Luis piensa lo mismo. Recién me decía que ya nadie podrá igualar a los antiguos compositores de los tangos hasta la década del 50, cuando aparece Pichuco, Piazzolla que están en el recuerdo. No sólo los poetas, los escritores que como Manuel Mujica Láinez dijera, “el tango es una alianza conmovedora de desesperación y felicidad”; quizás ha sido en el extranjero donde más sentí la urgencia impostergable de oírlo y donde significó para mí, su ritmo y las letras, un resumen de una nostalgia que antes no

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conocía. El tango me enseñó a sentir cosas distintas; me devolvió al ancestro vital de la familia; al recuerdo de esquinas de mi barrio, y rostros de amigos que creía olvidados; esperanzas que creía perdidas. Me ha hecho revivir nuevas emociones che, ¡qué querés que te diga! Hasta me ha revitalizado la curiosidad.

Quiero decir con esto que si nos dejamos llevar por la emoción nunca vamos a encontrar valores en nada que no sea de nuestros países. Creo que los alemanes, que han sido tremendos músicos, llevan en la sangre, no sólo la innovación sino también la creatividad; fueron en el pensamiento y la acción, fundadores del Humanismo; de una filosofía que aún no encuentra otros intérpretes ni otros profundos pensadores; en la música han sido los más brillantes, piensen en Mozart, Händel, Haydn, Bach, Beethoven, Schubert, Schumann, Mendelsohn. ¿Cuántos otros? Cientos que entregaron a todo el mundo miles de obras que, aun son y serán patrimonio de la Humanidad y, por siempre, la admiración y el talento de este pueblo, donde estamos, y debieran estar todos ustedes, orgullosos de que vivamos dentro de él.

–¡Por favor, muchachos! –entró como a decidir Mario–, ¡cómo los alemanes no van a saber tocar el tango en el instrumento que ellos mismos inventaron! ¡Déjense de joder, por favor Es necesario respeto, ecuanimidad y conocimiento para discernir sobre el arte! Los músicos alemanes son capaces de tocar bien todas las cosas, porque de ellos provienen casi todos los adelantos, no sólo en instrumentos, sino en las reglas de composición, interpretación y dirección que usa el mundo entero.

Ante este intento de menospreciar el talento de los músicos europeos, siempre he pensado que el tango es una pequeña estrofa de una aria de ópera. Sin comparación, las arias son mil veces más hermosas en calidad y duración en el tiempo. El tango no es nada frente a una ópera de Rosini, a su Stabat Mater; a una obra de Verdi, como Othelo, o de Rigoleto; a un E lucevan le stelle, de Puccini; o a Una furtiva lagrima, de Donizetti o Com´e gentil en Don Pascuale. La misma comparación podemos hacerlas frente a los alemanes con La Flauta Mágica de Mozart y Fidelio de Beethoven, así no terminaríamos nunca de reconocer la mayor

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calidad de esta música frente al tango que se queda chico ante la calidad y hermosura de muchas de estas obras.

No es esa la discusión. Criticar a Alemania es absurdo y a los que se ganan la vida tocando el bandoneón, bien, medianamente, o mal, se les debe admirar, pues además de ser gente sana se sacrifican por mantener el tema del tango en los escenarios, si no fuera por ese entusiasmo de los músicos alemanes por interpretar algo nuevo para ellos, el tango no estaría en el puesto en que lo vemos, habría pasado a segundo plano como mucha otra música que esta sepultada entre tantas otras manifestaciones.

–Lo que pasa, muchachos, es que el tango –Luis lo decía golpeando la mesa– es la tentativa popular más lograda para aproximarse a la arrebatadora dulzura del éxtasis y los alemanes también están, mejor que nadie, en condiciones para lograrlo y, cuidadito que mucho, mucho más que nosotros. ¿Que si los alemanes han sufrido? ¡Sin duda más que nosotros!

Decía que el tango, y no me interrumpan, le pone melodía y tiempo a la oscuridad intemporal de la pasión. El tango compone pequeñas islas de un archipiélago tierno, familiar y suburbano, frente a la épica continental del sonido que nace de esa obra que nadie que la ame de verdad puede desconocer.

–Ya estás con la poesía como método de alabanza –lo interrumpió Juan– ¡al grano compañero!

–Nadie desconoce el talento alemán –seguía como recomponiendo Mario–, ni se quiere competir con la idea de su genialidad, nadie es insensato hasta la demencia o estar poseído de sordera espiritual para la música, porque nadie podrá negar la cultura alemana –dejemos, por ahora, los arrabales–, las noches del Teatro Colón con el vibrante universo de la Octava de Mahler, o la Pasión según San Mateo de Bach, o el imperioso oleaje de las sinfonías de Beethoven. Por eso digo, frente a estos nombres, que el tango es una islita frente a ellos, quién puede desconocer lo que significa Tristán e Isolda de Wagner, donde está todo lo que existe en el amor humano, incluida la posesión con sus exaltados detalles físicos es puesto a contribución para la labor de un genio. Y de mil obras más. Si nos ponemos serios y sin nostalgia, che ¡qué tango ni qué tango! ¡Magnificamos demasiado su pequeñez!

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A los pendejos que recién llegan de su Buenos Aires querido, además de ayudarles, hay que hacerles ver que el tango no es lo único en la vida, y que estamos viviendo en Alemania donde la música es la forma de expresión más elevada del mundo entero, y que vivimos otras cosas, sin imaginarnos que existían, como esto de estar dentro de dos muros, donde el peligro de guerra es diario y estremecedor el saber lo que pasa al otro lado en el Berlín comunista.

–Yo creo que el tango murió hace tiempo, si me dejan hablar y no se ofenden los argentinos –dijo Héctor mirando hacia el fondo a donde estaba el coro otra vez detrás de la zarzamora–, si me escuchan bien, digo: que el tango llegó a su final. No aparecerán nunca más compositores, ni letristas, ni interpretes, menos bailarines. Sobre esto hay que preguntarle a Dante, el por qué. Él responderá: que el tango está teniendo, por lo menos para nosotros, un final feliz. Toda la Humanidad deberá renovarse para que llegue otro Santos Discépolo que supo enfocar con sus letras de tango, como nadie, la vida con sus reveses, inquietudes y esa desesperación por la verdad, que nos muestra el camino a todos los que andamos mal, porque no sólo se equivocan las palomas como dijo el poeta. Chan, chan.

Poetas del tango

–¿Algunos de nosotros a sido capaz de escribir una letra de

tango superior? –continuo Héctor con gestos doctorales–. ¿De lo que les ocurre en este exilio? Sé que muchos lo intentaron y lo siguen intentando, ¿por qué no logran algo de igual calidad, por no decir de mejor calidad, porque ha pasado el tiempo y tenemos mayores conocimientos e información sobre la vida. ¿Quién podrá hacer una letra como el tango “Uno”. ¿Vendrá, de qué país, un nuevo Homero Manzi, un Cadícamo, un genio como Villoldo con los versos de “La Morocha” o un Contursi con “Mi noche triste”? El ciclo se ha cumplido. El tango está muerto, es el ejercicio de su recuerdo, su memoria latente en cada uno de nosotros lo que lo mantiene vigente. Chan, chan.

Lo lamento, pero el tango ya cumplió su etapa. El envión que nos dio a todos va a durar tal vez siglos, o hasta puede ser, en el

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futuro, algo imparable. Se lo podría renovar, recrear y, con su base, empezar todo de nuevo, llegando a utilizar todos los conocimientos y las experiencias de todo el mundo y de todos los tiempos. Sólo esto es lo que hará, digo yo, perdurar al tango: necesita una verdadera recreación, un refundación con nuevos sentimientos, costumbres, fracasos y alegrías.

El tiempo se devoró todo lo ocurrido en Buenos Aires, en el espíritu y las ansias de los inmigrantes. Todo lo que vive bajo el sol tiene corto espacio de existencia. Todo se electrifica y evapora en el aire de las renovaciones necesarias al ser humano. La oxidación existe porque la naturaleza trabaja.

Para el tango, su prolongación, como una expresión de arte popular, es una prueba de sus verdaderas cualidades filosóficas sobre todo en las letras, de la profundidad afectiva en la simbología y lenguaje en el baile, y la hermosura arrebatadora de sus melodías. Pero, repito, el tango murió y el último testigo fue Piazzolla que le puso una corona que reluce en todo el mundo. Los bailarines no aportan nada, chan, chan.

El tango es irrepetible. Por lo mismo su muerte está en nuestros recuerdos. Ese recuerdo, su memoria es lo que nosotros estamos viviendo, cantando y bailando. Somos el tango del pasado. ¿Podremos ser un tango del futuro? ¿Serán nuestros hijos esos herederos? O ellos se encargarán sólo de renovar sus más valiosas cualidades para convertirlas y usarlas de acuerdo a sus necesidades, porque el mundo cambia a diario y los seres humanos necesitarán otras formas de expresión que los interprete. Chan, chan.

Pero no creo que aparezca, aquí en Alemania, un Troilo, o un Piazolla, chan, chan. El tango fue un invasor de amplia terapia en nuestras vidas, la cuerda de nuestro reloj de cabecera y si ahora es un invasor en territorio europeo es porque representa el “canto del cisne”; es como la flor del cactus que cuando florece es porque ha muerte desde la raíz, la misma que comienza a secarse lentamente.

¿Quién de ustedes ha escrito una letra que los interprete en este exilio? ¿O sobre el desarrollo material o afectivo de la progresión del baile? ¿O, un ensayo de cómo progresan los músicos alemanes ejecutando el tango? Esperen unos poco años y verán cómo estarán tocando de maravilla los alemanes el tango para envidia de

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los propios argentinos. ¡Faltan poetas para complementar el miedo de vivir entre dos murallas, entre dos sistemas políticos!

¿Quién ha planteado el problema psicológico que ha llevado a los alemanes a bailar tango, hasta convertirlo en un fenómeno de masas en toda Europa?

Conozco un solo caso de un compositor y letrista de los nuestros aquí en Berlín –insistía Héctor–, que ha ensayado imágenes en el mismo lenguaje del tango sobre los bailarines berlineses. Trataré buscar esas letras y se las mostraré. En todo caso escribe que las alemanas que bailan el tango no entregan en el contacto con el hombre, en este caso, de ella con el latino, piel a piel, las razones que nosotros buscamos en el tango, pues la mujer descrita desarrolla solo movimientos exactos, cuadrados y numerados, pero sin motivación afectiva, sin entrega de calor, de humanidad, de amor y en ello se perdió el tango, la fuerza constructiva del ser humano y mejor hubiera sido no haber ni siquiera bailado. Es como decir mejor que no exista ni baile, ni piel, ni antojos. ¡Ni yo ni ella!

¿Y sobre los hombres que bailan el tango? Este poeta escribió que los alemanes que bailan el tango lo hacen como dando vueltas alrededor del sofá de un siquiatra, sin hacer confesiones, mudos. ¿Cómo será confesarse en silencio? ¿Quién podría conocer ese lenguaje misterioso de no decirse nada intentando superar problemas de neurosis? Chan, chan.

–Héctor, cierto. Así es. Si no se escriben nuestras experiencias nadie recordará lo que estamos viviendo. Critican al periodista que escribió sobre nosotros y sobre estas reuniones de los viernes en que nunca hemos ido a bailar, que nos quedamos pegado, como ese guapo de Discépolo, a la mesa que representa nuestra madre. Cuando pase el tiempo, verán que más de un inquieto literato intentará investigar qué pasó con los exiliados argentinos y latinoamericanos adictos al tango, de qué forma colaboraron con el desarrollo de la música o del baile aquí en Berlín y, bien puede llegar, más de alguno, a nosotros declarando al descubrirnos, que fuimos unos idiotas inútiles. Porque, nadie sabe, que nos une, además del tango, la tendencia, viernes a viernes de controlar, allá en el fondo de esta habitación, al coro y la zarzamora que arde bajo sus pies –dijo Daniel y siguió–, sé que vos te has callado siempre, veo

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que divisas ese misterioso coro ardiendo, que lo sientes igual que casi todos nosotros, y nunca has dicho nada.

-¿Te diste cuenta Héctor –decía Hottmar, anunciando una extraña palidez–, que todos han tenido una opinión, todos han visto como crece el fuego en la zarzamora? ¿Y que los tipos del coro cada viernes están más espantados? Es como si estuviéramos emparentado, por esto del coro, la zarzamora que arde, y lo demás, eso de juntarnos los viernes para ir a bailar tango, es puro cuento.

¡Venimos a ver y cuándo vamos a escuchar y qué es lo que canta este bendito coro! Es como si lo estuviéramos controlando. Pero nadie dice nada al respecto, ni vos, Héctor, que siendo un profesional podrías darnos una opinión de qué nos pasa. ¿Qué sentido tiene el coro y las ardientes llamas, con ese profundo amarillo, que nunca se agota?

–El caso es, para mí –contestó Héctor, haciéndose el desentendido a las palabras de Kulozcky–, que el tango hace años está muerto y que aún no lo han sepultado. Chan, chan.

–Te ruego, Héctor, no eludas mi pregunta con ese estúpido chan, chan. Todos estamos requiriendo respuestas autorizadas de qué nos pasa.

–Espero que su recuerdo –seguía Héctor sin perturbarse– y los homenajes a la memoria del tango, que son los salones, donde en la actualidad se baila, los músicos que se empeñan en seguir ejecutándole y los que cantan o silban por las calles, tengan suficientes fuerzas para proseguir con el tango y sus dominios, hasta que la naturaleza propia de las cosas, que el hombre crea y sienta que se ha agotado el tema. Y, entonces, muchachos, para el tango vendrá el verdadero chan, chan.

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CAPÍTULO 4

El muro berlinés de los viernes “Tira´o por la vida de errante bohemio estoy Buenos Aires

ancla´o en París”... –¡En Berlín querrás decir, boncha! –¿En Berlín o en París? ¡Déjame cantar qué es lo mismo! –

dijo Héctor, para de inmediato reafirmar–, muy distinta es la fama y la holgazanería de los que viven en París que la de nosotros que estamos emparedados, como un choripán, entre los capitalistas y los comunistas. Entre muros, el de Berlín y el otro que está a lo largo de toda Alemania; más los hoyos metálicos de las metralletas de los soldados de las cuatro fuerzas aliadas; más los ojos que nos miran las 24 horas del día y el papeleo de los burócratas, son todos muros que nadie puede franquear. “Capaz que una noche me encane la muerte y chao Buenos Aires, no te vuelvo a ver”. Chan, chan.

Escúchame, Mario –continuó con el rostro serio y entristecido–, la historia alemana está más allá de cualquier punto investigativo e imaginable. La de Berlín la seguimos viviendo nosotros deambulando por sus calles ignorando la magnitud y el sufrimiento de cada uno de sus habitantes. La Segunda Guerra Mundial se prolonga conmigo, diría con todos nosotros, y no ha terminado.

Cuando en la tarde del 2 de mazo de 1945 terminó para Berlín, ese flagelo de exterminio, la angustia de sus habitantes aun se mantenía en los rostros destrozados por el hambre, sobretodo de los niños, las mujeres y los ancianos, ante el temor inaudito de tanta muerte. Seis días más tarde, el Reich Alemán se rendía en su totalidad. Los sobrevivientes, niños, madres y ancianos casi en su totalidad, que salían de los refugios antiaéreos y de los oscuros sótanos, se encontraron con un sol radiante, clásico de la hermosura de la primavera berlinesa, pero angustiados ante un enorme, apocalíptico cementerio de escombros y con la psiquis destrozada y los miembros paralizados por la sed, el hambre y las infecciones.

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En esos días de angustia, de miedo, y con los mismos temblores e incertidumbre de las miles y miles de ratas que, como ellos, intentaban escapar, sepultados en la oscuridad, con sed y una desesperación desconocida, crearon fuertes lazos de negativos temores ante la vida; la desesperanza ante cualquier perspectiva futura se desvaneció. Ya no creían en nada, ni en sus madres que los apretaban entre sus brazos, ni en sus abuelos a los que ya comenzaban, inconscientemente, a despreciar por considerarlos culpables de tanta tragedia, por no haber sabido detenerla o por haberse involucrado y, aplaudir brazo en alto la ambición depositada en un loco, que los condujo a la ruina emocional, espiritual y económica, después de haberles inculcado planes ambiciosos, ahora el orgullo alemán anexaba con la frente caída la derrota, sin esperanzas ante las inciertas perspectivas de vida futura.

Todos lo síntomas de depresión o ansiedad acumulados durante esos días de continuo bombardeo, tomaron cuerpo y se hicieron carne tuberosa en sus entrañas. Lo demuestran esas ancianas de más de 80 años, con un estrés que se tradujo en una salud mental que precipitó el trastorno de la depresión colectiva de los sobrevivientes.

Las abuelas de Berlín

Por eso, a cada paso que das por las calles de Berlín ves que

las viejitas, cuando vas detrás de ellas y pasas a su lado, a eso de las 10 de la mañana cuando salen a comprar, caminan temerosas, mirando de inmediato hacia atrás. Cuando creen oír pasos se detienen y te dejan pasar. O la actitud de desprecio, hacia ellas, de los jóvenes que no se levanta en el metro a darle el asiento, o esas jóvenes vestidas de alternativas que se entretienen haciéndole zancadillas a las ancianas cuando pasan a su lado. O, en esas fiestas de los barrios donde se las ve solitas caminar balanceándose, con tres o más vasos de vino blanco para ir a la cama y poder dormir tranquilas.

También ves a esas viejas brujas que viven asomadas a los balcones y en cuanto cruzas la calle con luz roja, o tiras un papel en la calle, o arrancas una flor del jardín de la ante casa, te gritan indicándote con el dedo: ¡nein, nein! ¡Verboten! ¡Polizei! ¡Polizei!

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Dale nombre a estas conductas. A menudo se cita la frase de Talleyrand según la cual el lenguaje sirve para ocultar los pensamientos del diplomático, o de una persona astuta y de dudosas intenciones. Sin embargo, la verdad es lo contrario. El lenguaje saca a la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma deliberada, ante otros o ante sí mismo y, aquello que lleva dentro inconscientemente.

Hubo de parte del fascismo, no sólo una instrumentación de la ideología y de la política, sino la intención de destruir todo el humanismo y la cultura acumulado por siglos en el espíritu alemán. Yo no sé si de parte de los alemanes o de otros intereses. Pero sí que tomó cuerpo la propaganda y el terror como medios políticos y forma ideológica. Por ello, la propaganda y el lenguaje fascista habrían de ser efectivos e irracionales hasta después de pasada la guerra.

O la Segunda Guerra Mundial fue un suicidio colectivo de los alemanes o alguien estuvo detrás, impulsándolos a destrozar la cultura alcanzada durante tanto tiempo. Una especie de venganza contra el pueblo alemán y toda su acumulación de arte, técnica y humanismo. ¡Es algo incomprensible!

Eran seres casi acabados. Deshechos subirían de los sótanos a la luz de una calle primaveral, con toda la carga lingüística de definiciones negativas que le adjudicarían los aliados, como designación de tener rasgos ciegos, informes, petulantes, débiles, negligentes y traidoramente inhumanos, así, simplemente, resulta ser el alemán propio de ese tiempo, por eso de la culpabilidad colectiva. Yo me niego a aceptar estas definiciones, si ellas fueran verdaderas sería imposible convivir ahora entre y con ellos. Yo creo que el alemán es otra cosa.

Lo difícil es negar que lo ocurrido verdaderamente existió, que se padeció un holocausto y que murieron 50 millones de seres humanos. ¡Qué barbaridad!

En todo Berlín, cuando la gente anciana, los jóvenes y los niños salieron de los subterráneos, las calles y plazas, sobre todo los barrios céntricos, estaban cubiertas de cadáveres, ruinas, tanques y cañones carbonizados. 800.000 muertos y 75 millones de metros cúbicos de escombros, casi el 15 por ciento de la masa total de destrucciones de toda Alemania, era la herencia que dejaba para

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Berlín la soberbia del “Reich milenario”, y de un loco paranoico consciente de su ambición y soberbia.

Aquello que en un principio fue silencioso, al conocerse se convirtió en, por decir poco, el mayor asombro de todo lo que aconteció en el período de guerra, pues en los campos de concentración, el peligro de muerte y los sufrimientos eran incomparablemente mayores que en el frente. El odio irracional se conjugó en todos los estamentos humanos, donde fueron muertos y torturados, en su mayoría alemanes de religión judía, comunistas, homosexuales, hasta en los hospitales de enfermos mentales, a todos estos ciudadanos alemanes, les dieron muerte de inmediato iniciado el proceso armamentista.

Antes de la guerra, la ciudad tenía 4.300.000 habitantes. En mayo de 1945 quedaban en Berlín 2.800.000 personas. Los que pudieron escapar antes, durante y después de la guerra, no saben a lo que estuvieron expuestos los que se quedaron y salían de entre los escombros.

Los supervivientes, sobre todo las mujeres, los niños y los ancianos empezaron con los trabajos de reconstrucción. Sólo unos pocos pensaban en un futuro más allá de lo inmediato.

A los franceses, en París, no les destrozaron nada. Los nazis robaron cuanto pudieron, pero la ciudad quedó intacta, aunque no las vírgenes parisinas. Estas comparaciones cierto que son odiosas, pero nada se equipara con el dolor de los berlineses. El hecho que ahora andemos, Mario, por estas calles, como si no hubiera pasado nada, no deja de ser preocupante, porque después de la destrucción, cuando aun el alma berlinesa no se recuperaba de la tragedia de la guerra, empezó el proceso político, económico y psicológico a hacer mella en la recuperación y la esperanza de una verdadera tranquilidad. Las fuerzas aliadas comenzaron a repartirse el territorio con sus habitantes dentro y sus soldados a desflorar árboles, a inseminar paisajes y desvirgar hasta el alma de todas las mujeres jóvenes que encontraban a su paso, que son aquellas ancianas que ahora andan temblorosas por las calles.

Un tango promiscuo

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Berlín se convirtió como un lugar para expósitos. La ciudad para el encuentro del sentimentalismo de toda Alemania, y del mundo entero, por el especial significado, radicado en el hecho de haber sido la capital de la nación y, porque fue la más herida y destruida de todas sus ciudades y, porque quedaron los hijos nacidos, a corto tiempo, sin padres conocidos. Nunca nadie ha mencionado este hecho de violaciones colectivas de los soldados aliados: ha sido silenciada y considerada la venganza como un derecho natural, como trofeo de guerra.

–¿No me digas que estas generaciones del berlinés del tango, son hijos de los soldados aliados? ¿Se podría explicar por ello el querer escapar de toda manifestación teñida de cualquier nacionalismo prusiano, de un escape hacia expresiones artísticas extranjeras? ¿Y qué, por eso ha prendido tanto el tango en estos berlineses porque son, decís vos, un extraño producto del semen victorioso de los aliados? ¿Así pensas Héctor?

–¿Te imaginas como quedaron destrozados, física y espiritualmente los berlineses? –respondió el siquiatra–. Yo conozco varios casos, de los que viven en este Berlín que escaparon del Berlín oriental, que tienen un carácter de inestabilidad muy particular; sus neurosis mantienen esa clásica paranoia bélica tan estudiada que renace cada vez que a un loco se le ocurre hacer una guerra.

Tú conoces a Peter, el arquitecto del cuentito del Toli, que está trabajando en el cementerio Jerusalem de Kreuzberg, y a esa rubia que va a bailar al gimnasio de Tiergarten, que cada vez que la abrazas para bailar un tango tiembla como una verdadera enferma. En toda relación humana su miedo al contacto la mantiene incapaz de acercarse a alguien. Lo intenta y en eso le ayuda el tango, pero no lo logra. Por supuesto no escapan los hombres a esta situación psicológica, ni los hijos de ellos, ni sus nietos. Quedaron muy destrozados. La guerra es fatal, acaba con todo: borra educación, sentimientos, personalidad y engendra apatía por la vida y un no querer vivir en el lugar donde se desarrolló toda esa historia sangrienta. Se odia a los padres y a los abuelos que son declarados culpables por haber originado esas atrocidades.

Todas las guerras duran más allá de la fecha en que se firmó la paz. Los que estudian la metodología de las guerras, la proyectan y

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la inician por lo que sea: expansionismo fronterizo, economía o religión, saben que las secuelas psicológicas se mantendrán vigentes, por lo menos, hacia el futuro por cuatro generaciones, que el olvido por tanta crueldad no se borrará así no más, y que la memoria nada ayuda a que comiencen con otras acciones bélicas. Una guerra termina cuando empieza otra.

La eternidad del Muro de Berlín

–Mario, vamos para los 30 años que levantaron el muro. Va para largo esta historia. Ayer intentó escaparse otro de la DDR. ¿Te enteraste cómo? ¡Fatal, che, fue bárbaro! El tipo construyó un globo ¿te imaginas fabricando un globo tremendo de grande en el patio de tu casa, temiendo ser descubierto a cada instante por la policía? Este hombre, una vez que lo terminó, se elevó en su aparato y el viento lo empujó hacia el Berlín Occidental. Todos los habitantes de Berlín Occidental estaban enterados y seguían las peripecias, a través de la televisión, excitados por el afán de libertad de ese berlinés del otro lado; yo también lo aplaudía cuando, agitando los brazos, saludaba risueño desde lo alto; las cámaras de televisión lo tenía continuamente enfocado transmitiendo en vivo el escape. De pronto, el viento comenzó a soplar en sentido contrario y el globo, entró nuevamente al Berlín comunista, donde los policías sonriendo lo esperaban con las carabinas listas para dispararle, entonces, el muchacho, un joven de treinta años, decidió arrojarse del globo antes que caer en las manos de los de la DDR. ¡Por supuesto que se mató en la caída!

Yo vivo en Berlín desde 1960, y aquí realicé todos mis estudios universitarios –prosiguió Héctor–, al año siguiente de mi llegada, el 13 de agosto de 1961, se levantó el muro a lo largo de casi 42 kilómetros entre el Berlín oriental, el comunista y el occidental capitalista.

Detrás de ese muro, mi querido Mario, de ese muro ancho y alto de concreto, hay una franja de control roturada y, del enrejado metálico se extiende una franja de vigilancia totalmente iluminada, luego de la cual se encuentra una zanja o una hilera de postes de hierro plantados en el suelo. Su finalidad es la de impedir el paso de vehículos. Luego, viene un camino para el patrullaje de soldados

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especializados en el control de fronteras, las torres de observación, las casamatas y las casetas de perros de caza, –de la misma raza de los que utilizaban los valientes españoles contra los indios antes de iniciar una conquista–. Por último, del lado oriental, se encuentra el cerco de contacto eléctrico, el mismo que al ser tocado, emite señales de alarma luminosas y sonoras. Toda una fiesta de color y sonido.

Fue levantado hasta una altura de 2 a 4 metros; además, se tendieron barreras de troncos cubiertas de alambradas; se erigieron cercas de alambres de púas; se removieron las superficies de las carreteras; se cavaron zanjas, etc. Los rieles del ferrocarril al aire libre entre el Berlín occidental y el oriental, fueron cortados y doblados en las estaciones limítrofes situadas en el sector soviético. En los lugares en que la frontera coincide con la alineación de edificios situados en el sector soviético, las puertas y las ventanas que dan a la frontera han sido cerradas o tapiadas para que no sirvan como vía de escape. Tapiaron la entrada del Templo Expiatorio de la Bernauerstrasse que da a la frontera. Era una iglesia a cuyos oficios asistían regularmente fieles de ambas partes de Berlín. Se ordenó a miles de trabajadores del Berlín oriental, con esposas e hijos, que arrasaran sus huertos y demás tierra cultivadas cerca de la frontera; que derribaran las villas de veraneo y los cobertizos que existían allí con objeto de facilitar la vigilancia de la frontera. También, debido al sistema de acarreo de la mierda humana de toda Berlín por conductos subterráneos, y como van todos estos desechos a terminar en el sector de la DDR, ésta se encarga de comercializarlo, es decir, la recicla para obtener abono que luego le vende a los de Berlín capitalista. Uno regala la mierda y el otro después se la vende. Así es la vida: un círculo en todo lo que comemos, bebemos y bailamos. Nada se pierde, todo recompone y así, todo bicho que camina va a parar al asador, como dijo Martín Fierro.

Aún no se ha dicho cuál intrincada es la red de relaciones humanas entre los dos Berlín. Se ha hecho notar que la división constitucional administrativa de la ciudad no ha tenido ninguna influencia perjudicial sobre los vínculos humanos. ¡Una soberana mentira! Tengo pruebas que muchos niños y jóvenes quedaron aislados de sus madres, novias y hermanos. La familia fue disgregada con una brutalidad difícil de exagerar. Algunas familias sufrieron duramente debido a la construcción de la muralla. Sólo

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después del 13 de agosto se puso de manifiesto cuántos habitantes del Berlín occidental tenían todavía familiares en el sector oriental de Berlín o en el resto de la DDR.

¿Y los traumas sicológicos, che, no cuentan? Conozco gente que ha escapado del Berlín comunista y tiene la cabeza hecha mierda, sobre todo las mujeres jóvenes.

Después de 1961, por cifras oficiales que se deben multiplicar por diez, por lo menos hasta hoy, 1987, 72 personas que buscaron fugarse han muerto en el intento, de las cuales 55 fueron alcanzadas por disparos de las tropas de control fronterizo de la DDR. 113 personas fueron heridas por armas de fuego. Unas 5.000 personas han logrado escapar hasta ahora hacia el sector occidental. Desde nuestro lado se han podido detectar unas 3.000 detenciones de personas que intentaron escapar sin lograrlo. Nadie conoce la cifra total de los frustrados intentos de fuga y tampoco la verdadera cantidad de muertos por saltar la muralla. Peter Fechtner fue uno de los primeros en escapar. Después, aprovechando ciertos lugares menos vigilados como los cementerios y hasta los edificios públicos, escaparon miles de personas. ¿Desde ahora en adelante cuántos más escaparán? Te aseguro que llegarán a miles. Las cifras reales no se conocerán nunca.

Para nosotros, los del lado occidental, para los que vivimos en el Berlín capitalista, a sido beneficioso, sobre todo para los extranjeros de quienes el gobierno ni se preocupa. Cualquiera puede entrar a este Berlín capitalista. Más, como necesitan gente promueven los beneficios de la ciudad dando facilidades para radicarse. A los alemanes que vienen a vivir aquí, como estudiantes, o simplemente a trabajar, los eximen hasta de prestar servicio militar y les dan una considerable ayuda económica. Por ello muchos se vienen volando, de carreritas a disfrutar de las secuelas de la guerra que está beneficiando sólo a los de este lado.

Así llegaron casi todos los “viernosos”, estos amigos tuyos, muchos que no le trabajan un día a nadie y viven del Estado y, que sólo sueñan con ir a bailar tango. Tú mismo ves el movimiento cosmopolita que gira a nuestro alrededor. Una prueba está en el rostro multicultural, multifacético de los que vienen a este restaurante, y el de espías que nos rodean que andan buscando al

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culpable de la muerte de ese tipo del bandoneón de corbata y con olor a ajo.

El circo romano de Berlín

–Al Berlín capitalista, para contraponerlo al oriental comunista, lo han convertido en el centro cultural de Europa. Sus museos, los conciertos y los espectáculos teatrales, la diversidad de las artes plásticas y de la literatura, todo ello, ofrece una variedad para todos los gustos. Se puede afirmar, sin temor a exagerar, que Berlín tiene una oferta cultural como ninguna otra ciudad en Alemania. Berlín ha logrado afirmarse como centro de arte del país. De este modo, la ciudad irradia seguridad, alegría y atrae, al mismo tiempo, el sadomasoquismo de los turistas. En vista de su situación política, ello constituye una necesidad, así como un privilegio. Este Berlín es un circo donde hasta se puede vivir gratis, como lo hacen muchos avivados que saben como viene la marea.

–Sí, sí, circo para el pueblo les daban los césares a los romanos. Lo mismo aquí ¿no? –se escuchó decir a una vos distante.

–Así ha sido y sigue siendo amigo mío. Berlín está considerada como una ciudad de vanguardia musical, tanto en lo referente a la creación clásica como en el campo de la experimentación moderna. Aquí ofrecen conciertos una serie de orquestas sinfónicas y de cámara, entre ellas la mundialmente famosa Orquesta Filarmónica, dirigida por Herbert von Karajan. La orquesta Sinfónica de la Radio se cuenta también entre la más destacadas. Se vive como si no pasara nada. Según las estadísticas, unas 466.000 personas asisten a los conciertos en cada temporada.

En lo que a nosotros nos toca, Berlín se caracteriza por ser la ciudad Alemania que mayores posibilidades ofrece para desarrollar nuevas formas de vida. Está ahora lleno de gente de costumbres alternativas y que ejercen como tales. Aquí cualquier buen observador ve el fenómeno de colorida diversidad en los rostros de los seres humanos que habitan Berlín. Creo que hay de todas las nacionalidades del mundo. Y a todos los extranjeros, para vivir algo cómodos, les conviene ser alternativos. Existen empresas artesanales y de reparación administradas de manera colectiva; lo mismo que tiendas y panaderías de alimentación biológica; centros de

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comunicación; juntas vecinales de ayuda mutua; comunidades de vivienda; colectivos de teatro y muchas cosas más. Todo ello como una forma de protegerse mutuamente. Las fiestas se realizan a puertas abiertas, cualquiera puede entrar como en su casa; la policía no molesta; los restaurantes, bares y casas de putas están abiertas toda la noche: Es la diversidad, que entretenga y distraiga, lo que el gobierno protege y hace crecer, lo que logra que casi nadie sufra, o simplemente tenga conciencia de que, cada día que pasa, estamos para ser, nuevamente, carne de cañón. Alternancia de los sueños

Los alternativos, dentro de los que estamos nosotros en el

colectivo de los viernes para ir a bailar tango –aunque te rías nos cabe el término–, intentan encontrar y experimentar con nuevas formas de vida y, si es sin trabajar mejor. A diferencia del movimiento estudiantil de protesta de los años sesenta y de los grandes intentos reformistas y revolucionarios del pasado, se trata de realizar cambios a pequeña escala, en el más reducido ámbito de convivencia. El sector autónomo, vale decir, el espacio que debe mantenerse libre de las influencias de la sociedad burguesa, tiene gran importancia en el pensamiento de los ideólogos alternativos. Por cierto, no existe una teoría estructurada y orientadora, ya que la mayoría de quienes forman parte de este movimiento, consciente o inconsciente, consideran que la práctica es más importante que los planteamientos teóricos.

–Me querés decir –lo interrumpió Mario– que el tango, para vos, se inició en Berlín como uno más de los actos alternativos, de distracción y distensión, más que por sus propios méritos. ¿Entonces, qué importancia real podrá tener, como nos dicen, en cuanto a que el berlinés tomó conciencia de que el tango era una forma sustancial, no sólo del diario convivir, sino de realizaciones hacia nuevos esquemas sentimentales y de verdadera comunicación humana?

–Por cierto, y en rigor, querido Mario, no fue más que un intento de hacer algo nuevo y como el tango vino de sopetón de Latinoamérica y lo hizo con grandes estrellas de la música y abanicado por una publicidad feroz, lo tomaron algunos vivillos, inteligentes oportunistas, diría yo, los que ahora se llaman a sí

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mismo profesores, como una posibilidad de vida alternativa, queriendo alejarse de este modo de los valores destrozados que aun no terminaban de pudrirse en Berlín y en el suceder de toda Alemania. Gente que ansiaba cambios en su entorno y principalmente en su vida inmediata; que no entendían lo que les rodeaba; ni lo querían; que deseaban cambiar sus costumbres hasta de bailar, cantar y entretenerse y no colaboraron ni con apoyo afectivo ni material a la reconstrucción de la ciudad. Se dedicaron a bailar y, a la mierda los que quieren reconstruir la ciudad. ¡Que laburen los mersas y los giles che! Yo che, me voy a bailar. ¿Qué querés?

–Así nacieron los profesores de tango, gente solitaria y, para mí, muy egoísta; aprendieron unos pocos pasos y figuras de un arte que aun no entienden hacia dónde va y para qué sirve; se consideraron gimnastas aptos y atrevidamente se convirtieron, de la noche al amanecer, en profesores de tango.

– No crees Héctor, que tiene que haber existido un ardiente fervor por las nuevas variantes que se le ofrecían. ¿Por qué no utilizaron la pintura? ¿Por qué no el teatro, o el canto lírico en su elección? ¿La enseñanza en escuelas realmente formativas? ¿Por qué no como gente útil en enseñanzas de ayuda social? ¿Por qué no miraron las necesidades de su ciudad? Pienso que fue gente que deseaba irse, que no han querido mirar atrás, aceptar y seguir con lo que es alemán, porque se les puede destrozar la vida.

Fueron muchos los hijos de alemanes que escaparon antes y durante la guerra, que volvieron cuando, en esos países donde se refugiaron les comenzó a ir mal y, viendo que Alemania se reponía, buscaron, otra vez, la salvación personal sin importarles ni la ciudad que abandonaban, ni la que los albergaba ni los seres que los rodeaba.

–Así, fue Mario. Las actividades de verdadera ayuda que necesitaba Berlín requerían estudios universitarios, sacrificio, abnegación y estos personajes, casi vagabundos alternativos como sus propios padres, tenían sólo formación autodidacta, y con la edad avanzada en que comenzaron estaban ya fatigados. Careciendo de capacidad académica y no teniendo materia prima sustentables en una profesión realmente de utilidad social, eligieron aquella forma fácil de mover los pies, además, porque previeron que era una vía,

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además de ganar dinero, para escapar del medio ambiente, ser algo diferente, gente de otra cultura. Había que olvidarse de todo lo alemán y comenzar a crecer, definitivamente a vivir disfrazado, como un ser más cosmopolita sin identificación propia. Y surgieron, en Berlín como hongos, los llamados profesores de tango.

Sin embargo, muchos observadores afirman que en la actualidad en Berlín existen dos culturas. La cultura tradicional de la mayoría de alemanes en lo tecnológico y materialista, y en los humanistas e intelectuales, con sus normas de la herencia del pasado, y otra, una novedosa, como una anticultura alternativa donde se encuadra el tango, la salsa, los bailes africanos, y toda esa música y costumbres que recién, con la llegada de tantos extranjeros, se empieza a conocer: en el espacio de esta gente se desconoce el humanismo y la intelectualidad, menos en los que practican el tango, y mucho menos en sus profesores.

En los hechos, sobre todo los berlineses de mayor edad, al principio reaccionaron con cierta desconfianza, ante formas de vida desconocida en la ciudad que ellos habían reconstruido con tanto sacrificio después de la guerra. Un Estado de bienestar social que funcionaba casi a la perfección y que se encargaba de casi todos los problemas, y un bienestar material, hasta entonces desconocido, parecían desmentir categóricamente las utopías planteadas por críticos jóvenes e inexpertos. Además la etiqueta “alternativa” servía, a menudo, para justificar actos de violencia. En lo artístico y lo cultural: para justificar la holgazanería, en no querer incorporarse al estado del consumismo, pero más, como seguir perteneciendo a un grupo, aunque sin coherencia ni principios comunes, apoyados en el Estado que como un padre, con su ayuda solucionaba todos los problemas, sin un trabajo pesado. ¿Lo imaginás? ¡Bailando, che! ¡Y se fueron a bailar tango!

–Para bien de nosotros –y Mario lo decía sonriendo–, en Berlín, ahora nadie se muere de hambre. Así taxistas, camareras, músicos, fotógrafos, técnicos de pacotilla, hasta pintores de brocha gorda, tanto mujeres como hombres, inútiles y descorazonados de sus trabajos anteriores, y un grupo numeroso de homosexuales y lesbianas que salieron del armario –para estos últimos una verdadera solución–, todos encontraron, en el abrazo público del tango, la bendición a sus reservados y oscuros problemas. Todos se

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clasificaron de alternativos incorporándose a la cultura argentina, separándose y olvidándose de la alemana. Así eligieron el tango como justificación de rebeldía, por ser, a su entender, creativos en calidad de artistas de la danza y no tener posibilidades de algo nuevo y novedoso y lo mejor sin responsabilidad. En esto existen hechos positivos y otros negativos, no todo es tirar escombros en lo que se hizo.

Reconocimiento tanguero

Al tango lo encontraron en buen momento. El tango, en el

mundo entero, con Piazzolla a la cabeza, estaba en su mejor período de éxitos, lo mismo que otras manifestaciones artísticas del baile latinoamericano. Y como el tango, en su música y baile es algo que, en definitiva nació en Europa y viajó hasta toda América con otros nombres en el pasado, cumplió con el retorno del ciclo de toda proyección humana en el arte, si bien con cambios sustanciales en su estructura. Con el tango, cuando transcurra el tiempo, puede pasar lo mismo que con la ópera que se convirtió en un espectáculo elitista, que sólo lo consumen generaciones de viejos y nostálgicos, aficionados que, año tras año disminuyen. Habrá que esperar, cuando se renueve esta generación de tangueros, y los jóvenes, que juegan en la conservación del arte el papel más importante, lo mantienen vigente o le dan término por caduco, por no identificarse con la vida de ellos. El arte en los jóvenes está en continua renovación.

Yo creo que el tango será una carcajada como la del médico japonés que te conté, o una antigualla preferida sólo por los intelectuales, los sociólogos y los historiadores que intentarán estudiar el pasado psicológico de Argentina y sus influencias en el mundo, en base, y aquí volvemos a lo mismo que yo repito constantemente, no de la música, menos del baile, sino exclusivamente de las letras del tango, porque ahí radica toda su vigencia y su valer, en el lenguaje que sirve de mensajero para describir la vida afectiva del ser humano. No en el baile, en esos pasos desarticulados, tuertos, ciegos y sin sentimientos que los profesores pretenden enseñarle a los alumnos.

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–Bueno, concuerdo contigo. Después comenzaron a llegar otros solitarios y amantes de las novedades, hombres y mujeres que han querido olvidarse de todo lo alemán, y que justificando sus carencias, encontraron en el tango a su padre y su madre y se abrazaron a ellos en público; justificación a los traumas posbélicos, que sin duda fueron exquisitamente programados por los expertos militares como secuelas de los bombardeos, la ocupación de territorio, las violaciones y todos los agravantes despojos que justifican las guerras, que yo no dudo que está vigente en todos esos espíritus que andan buscando renovación a principios de paz, crecimiento y bienestar personal.

Por todo esto nos salvamos los extranjeros que vivimos al tres y al cuatro en esta ciudad. El Senado de Berlín partió de la convicción de que la mayoría de quienes se adhirieron al movimiento alternativo, nosotros incluidos, somos gente de buenas intenciones y nos dejan hacer lo que hacemos los viernes, que es no hacer nada.

–¡Ja, ja, ja! ¡Ejem, ejem! ¿Lo creerán los espías que vigilan nuestras reuniones de todos los viernes? Terminó diciendo Mario muerto de la risa.

–Déjame seguir. En muchos extranjeros alternativos hay síntomas de impaciencia e intolerancia, como aquellos que dicen “el Estado tiene el deber de ayudarnos porque los alemanes han saqueado nuestros países, por ello ahora deben hasta alimentarnos”. No pocos de ellos, con aires de políticos conductores, sobre todo los argentinos y chilenos, se consideran una especie de elite y pretenden indicar el camino que debe seguir el resto de exiliados.

Conozco a varios que indican que todo ello debe ser, por supuesto, sin trabajar, solo hablando, creando planes y proyectos que necesitan ayuda estatal. Al final, unos sinvergüenzas que a la larga van a perjudicar a todos los que verdaderamente intentan con capacidad hacer algo positivo. ¿Quieres que te dé nombres?

–Sé a donde quieres ir, Héctor, pero dentro de los profesores del baile de tango no hay de esos que insinúas. Casi todos son gente honrada, pero tremendos vagos, que se sienten identificados con la música, les gusta estar abrazados a una mujer, por cierto a su mamita, sentirse protegido en sus brazos, amparado y las más de las veces, conducidos; pero no hacen daño, al contrario crearon una fuente de trabajo e iniciativas, nueva diversión para otros

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alternativos. Además, nadie de ellos se hará rico, lo que ganen les va alcanzar sólo para vivir, por si es esto lo que te provoca envidia. Si estos profesores vinieron de Argentina, les servirá para mandarse la parte de que han triunfado en Europa, como el Toli, el Max, el Chicke y el Virgilio, que sólo eran conocidos en el salón del barrio donde bailaban, y ahora pretenden ser muy reconocidos en los salones de tango; creen que bailar tango es lo único de valor; lo que justifica vivir; lo único que se necesita e importa en la ciudad de Berlín.

El sarcófago de los tangueros

–Todos estos movedizos pajaritos terminan viviendo de

noche, en la semioscuridad, con los oídos tapados con las mismas melodías y en un ritmo de pesadumbre como es el tango. Viven sepultados moviéndose sin poder salir del ataúd tanguero, abrazados a cualquier mujer, pero sepultados en noches sin frenesí ni entusiasmo, silenciosos y con la panza sin alimento. Dando vueltas y vueltas se consumen así mismo.

–Si piensan que son famosos, déjalos, que tal vez sean feliz con esa creencia. Bueno, que se sienta feliz el que crea que tiene ahora una verdadera profesión, lo que no deja de ser cierto, aunque ignorada profesión sin ciclos universitarios, pero que vale para la admiración de unos pocos, sobre todo de las mujeres y eso basta. ¿No te parece? ¿Es o no es una profesión ser profesor de tango?

–En definitiva, lo evidente, es que sólo la moderna sociedad industrializada y basada en la división racional del trabajo es útil al ser humano, y también lo recreativo que está en condiciones de abrir espacios para que la gente los aproveche para entretenerse y garantice el funcionamiento de bienestar y equilibrio entre lo productivo y lo recreativo. Ahí el tango como alternativa cumple su función. Está claro ¿no?

–Escúchame esto que te digo: creo firmemente que el movimiento alternativo del tango en Berlín, responde a los deseos de mayor libertad individual y de realización personal de elegir, entre bienes artísticos de la patria en que han nacido y como tomar los de otras naciones. Es el ejercicio de la libertad natural de todo ser humano, sentirse dueño de todo lo que el ser humano, no sólo piensa

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y habla, sino lo que inventa y utiliza en su provecho. Te vuelvo a repetir lo que dijo Max Rielke que antes tocaba el saxofón: “el tango ya no es argentino, ahora es un baile internacional”. Así es. El tango ahora es de todos.

–Pero, se advierte, que algo está pasando, tanto con el tango como con la diversidad de otras manifestaciones artísticas alternativas que vienen de otros continentes: los hombres se muestran abiertos a asumir, por lo menos, ciertas manifestaciones de la contra-cultura, de aquella que provocó la tremenda Segunda Guerra, de la cual aún no salimos. Lo atestigua ese muro que nos mira impávido, che, ¿no lo ves?. Abuelo que me hiciste mal y sin embargo te quiero

–Lo mismo pienso, cuando veo a los jóvenes alemanes,

hombres y mujeres, cómo odian a los viejos, porque en ellos ven retratados todos los males del pasado. Sus padres, sus abuelos y los anteriores ascendientes, así lo creen, fueron los generadores de este acontecer, que a ellos les ha tocado de refilón; que ni siquiera lo vivieron ni lo aplaudieron; ni desfilaron como ellos pero lo padecen en su soledad; en su ofuscamiento que no les permite ver una futuro limpio y promisorio para un progreso del espíritu. Están como detenidos. Dolidos interiormente, sin interrogaciones ni curiosidad. Nada de historias, compañero, nada del pasado, ni un recuerdo, aunque algunas comunidades, como la judía se le estén a diario refregando a los alemanes para que no olviden. Bien que lo hagan. Mientras el odio exista la guerra no ha terminado. Mientras no haya olvido los pecados siguen en los hombres como manda el catecismo judío-cristiano, sobre todo en los religiosos protestantes que cargan con los pecados hasta de sus abuelos: los pecados que cometieron hace siglos siguen pesando en sus conciencias. ¿Cómo es eso?

–Y los católicos, judíos y musulmanes que aún lloran porque Adán y Eva cometieron la insolencia de amarse desafiando a Dios, y qué aun carguen con el pecado capital es inconcebible. No creo que ninguna persona adicta a estas religiones, ni de otras, se merezca la culpa de cargar con los pecados de sus antepasados. El hombre nace libre, no hay otra verdad. Así es, pero mientras existan culpas y venganzas no habrá olvido. Aunque bien es cierto que se puede

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perdonar pero no olvidar, pero en algunas cosas, no en todo. ¿Qué me dices?

–No sigamos. Como van las cosas, Berlín se va a convertir en el museo del mundo, la vitrina donde van a venir a mirar y contar a todos los muertos y perseguidos. Será la capital del turismo mundial. A los comerciantes no le va a importar que sea esto producto del dolor, la casi aniquilación de la ciudad ni del ser berlinés, le importará que venga gente, gaste su dinero, lo deje en sus manos y todo está olvidado. ¡Ah, el masoquismo! !Y... a mirar los monumentos! Apareció Cincuotta

–¡Ah! Me olvidaba decirte que apareció, después de un año

Dante Cincuotta. Me contó todo lo que le ha sucedido que de alguna manera nos toca a nosotros. Después te cuento todas las cosas que me dijo y, que si a alguien le informara, fuera solamente a vos y a Juan, en quienes tiene absoluta confianza. Me dijo que él mismo les dará a ustedes las indicaciones a seguir en todos los casos en que se encuentren en situaciones comprometidas. ¿Misterioso? ¿No? Pero no decir nada de nada a los “viernosos”.

En Berlín la calle que no cesa es la Kurfürstendamm, con su doble y ancha vía y sus árboles protegidos como huesos santos, donde ruedan en tres filas, por cada carril, los incesantes e interminables filas de autos. Una marea de rostros recuerda a la calle Florida en Buenos Aires, que aunque ésta es angostísima, hierve igual de humanidad. Pero no es en esta calle donde se reunían los tangueros sino en una, no muy alejada, más tranquila, casi ignorada dentro del enjambre del mapa berlinés.

En la Kudam, al atardecer, en ciertas esquinas florecen hermosas muchachitas, que son testigos de repentinas ofertas de amor. En la calle Florida, ni pensarlo, a no ser una muy disfrazada. Aquí en Berlín, basta caminar por la Kudam desde el Zoo hasta la Akaziensallee, para regocijarse de ver tantas jovencitas, que sin decir nada, ocupan, rondando, sus tres metros de pertenencia en cada esquina. Al mirar el cielo oscureciéndose, cuando la amenaza de

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lluvia primaveral nos sorprende, la noche piadosamente nos hace cobijarnos, a veces, al lado de uno de estos ángeles caídos de un extraño sueño, como racimos de rubias uvas para colmar con la mirada, en la dulzura de sus bocas, la sed de los dioses paganos que llevamos dentro.

Cuando nace la noche en Berlín renacen todas las noches de su pasado. Edificios históricos llenos de nostalgia donde en su interior los aliados, al ocupar la ciudad, encontraban a los parroquianos llenos, hasta los cabellos, de cerveza; noches horribles de hambre; noches escondidas en turbulencias e infernales ruidos; noches en los sótanos con el rostro cubierto de ceniza; también, noches de festejos de fiestas sinfónicas; de música marcial y estandartes desfilando por la Bismarckstrasse hacia la Puerta de Brandemburgo; noches de tumores y auto envenenamiento; de irrevocables cianuros para salirse del tumor maligno; de la tentativa de la entrañable afición a la obediencia para separarse de la desfiguración fatal de un rostro, cortándose las venas inútilmente, para abreviar de todos modos su agonía.

Estas noches son todo. Son noches que corrigen las tendencias al perdón, pero no al olvido. Cualquier cosa del pasado resurge, en sus dominios dormidos; ya de la angustia del ensordecedor ruido del atardecer al silencio profundo en los barrios en la media noche. Se necesita pasar por la ciudad, del amanecer a la noche, para comprender que cada rostro que pasa a nuestro lado es el de un ser querido; un resucitado; un recuperado; un ser que podemos abrazar por cualquier motivo. Los recuerdos que convoca el ámbito nocturno de Berlín no tienen una biografía exacta porque está llena de clamores; exhibiciones de bellos rostros; los mejores ejemplares de rara gracia y belleza femenina, que de pronto se disipan, pero que es evidente que existen. Todo es por el estallido general de desaprobación de que el pasado quiere pasar a ser olvido absoluto.

Berlín es una ciudad de luz y aire para respirar. Las primaveras berlinesas son olorosas, cada calle tiene en ella su personal aroma, de acuerdo a los árboles que cubren los frontis de las casas como guardianes serenos y responsables. Para vivir respirando: Berlín, y para morir en un olvido total: también Berlín. Viernes de luz, cámara y acción

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–Nosotros los “viernosos” vivimos en un ambiente de mal

aliento, en la semioscuridad de un tugurio de mierda que no da nada –reclamaba Juan que como siempre que comenzaba a hablar le insistía a Mario–, te estás perdiendo lo mejor, che, por no dedicarte a escribir esa novela. Si hasta el mismo Toli está feliz de que lo incorporés a él como el triunfador del tango en Berlín y denuncies a los profesores improvisados. Y los otros amigos de la mesa “viernosa” viven expectantes por saber si los pondrás en alguna de esas páginas.

–¡Qué poner, che, ni que poner ni que sacar! La vida se vive dejando que transcurra por sí sola, sin incitaciones ni revelaciones ni anticipos. Además, ¿me voy a poner a escribir sobre idioteces? ¿Qué pretendes?

Entraron al restaurante a los 8 de la noche. No era la hora acostumbrada para reuniones, pero Héctor los había citado así de temprano para tener espacio y silencio para contarles lo que Dante, que sólo en ellos confiaba, necesitaba que supieran.

Pronto llegó Héctor. Los tres se sentaron debajo del coro sin hacer caso de la zarzamora que ardía como con tres amarillentos colores, uno para cada uno de ello, era como una interna necesidad de comunicación, la intensidad variable del color que intentaba identificarse con cada uno de los tres.

–Dos cosas, muchachos, para contarles –dijo Héctor–. Una, sobre las investigaciones de Dante y el lenguaje de los pasos y las figuras del tango. Me dijo que había terminado de descifrar el código. Como entendí muy poco de todo ello, por cierto muy complicado, lo único que puedo decirles es que este amigo considera que no es este el país donde se puedan descifrar esos mensajes que vienen desde los años de Mozart, hasta hoy día.

Que lo único, que Dante sacó en limpio, es que los alemanes, al realizar los pasos en el baile tienen todas las letras confundidas y fuera de una caligrafía entendible; que las figuras que ellos practican plantean un desafío a la razón de la existencia de la palabra, con muy mala ortografía, pues lo único que expresan son incoherencias, donde están mezclados idiomas absurdos, con frases sin sentido, sin definiciones. Que, siendo seres que bailan de la cintura para abajo, la inutilidad del resto del cuerpo, de la cintura a la cabeza, los inhibe de

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pronunciar, con los pies al desplazarse, con exactitud todo el conjunto de letras, palabras y frases de ese lenguaje que escribiera inicialmente Mozart en sus dos partituras. Aquí no funciona esa idea: ¡Nada de que el tango es un pensamiento triste que se baila! ¡Menos sentimientos!

Me dijo, además, que no entendió ese cerrar de ojos, depositando, en el hombro de los machos, la cabeza como adormecida que deja caer la mujer cuando baila. No cree que en esa actitud se pueda pensar y dar a la vez instrucciones a sus miembros, los pies en este caso, para expresar ideas. Es decir, perdió todo sentido la gramática y la etimología de los símbolos del baile del tango y, que en los pies de los alemanes, la vida y el baile es analfabeta.

Decididamente, los alemanes no saben leer con los pies. Son todos mecanicistas. Objetos que, solamente, se desplazan.

Ahora bien, que los pasos tienen en el baile del tango un lenguaje, eso lo tiene claro y plenamente confirmado.

Otro detalle es la pasividad, la conformidad de estar solamente bailando, o aparentando que se baila. No advirtió en casi ningún alemán fuego o ardor, de ¿qué me estas diciendo? O interrogantes como ¿qué pretendes con ir hacia delante? Ni exclamaciones de aceptación ¿por qué no más energía? ¿Acaso no necesitamos ritmo? ¿Si no te acercas a mi pecho no te puedo dar calor? ¡No es tu pierna entre las mías lo que me basta! ¡Además todos los tangos son muy breves! ¿No necesitamos tangos más extensos para desarrollar un poco de eternidad y llenarnos por más tiempo de energía vital? Tres minutos no es nada, menos comparado a la eternidad de la muerte.

Como todo esto, en el tango, tanto en Buenos Aires como en Berlín y otras ciudades, es un lenguaje silencioso, pues no es recomendable dialogar mientras se baila, por supuesto que así no es posible descifrar nada. Porque bailando como bailan y han aprendido los alemanes, nadie quiere violencia, ni verbal, ni auditiva ni física. Por ello eligieron el tango, ¿no te parece?

Vos Juan ¿aceptas que el tango no tenga vida? ¿Qué sea parasitario? ¿Antisocial? ¡No ves, qué es tan sólo para dos personas! Si la mujer cierra los ojos al bailar, ¿le puede importar quién pase a su lado haciendo figuritas con los pies? o lo que pase en el mundo,

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en su mundo, ese de los dos Berlín a punto de agarrase otra vez, por eso de que me pisaste otra vez el cayo. ¿Cuánto cuesta vivir fuera del mundo interior? ¿Dos tangos? O ¿una noche completa con valses y milongas?

Las letras de la realidad del tango

–Volvemos a lo mismo muchachos –trataba de explicar

Héctor, sin parar de mojar sus labios con la lengua ya traposa, pensando que sería por el calor de la zarzamora ardiendo–, mientras no se comprendan las letras de los tangos, la escritura de los pasos y figuras no podrá tener vida en el tango de los alemanes: esa de tantos sabores, colores y variaciones; como también, de tantas esquinas, de tantos barrios; de tantos guapos, de tantas minas; de tanta muerte, ingratitud y desamor que las letras contienen. Por las letras es que existe ardiente determinación de entregarse en brazos extraños buscando el calor, la vida y la muerte de la madre, en un desenlace que termine por lo menos en una sacrificada cama, un altar apocalíptico, como un mártir religioso con una mujer recién conocida aunque requeté usada.

–No es sólo la comprensión de las letras del tango –reafirmó Mario mirando de costado advirtiendo que habían colocado el espejo en su lugar correcto–, yo creo que en la actualidad, los medios de comunicación han alcanzado en el mundo moderno, gracias al progreso de la técnica, una amplitud y una importancia que no habían tenido anteriormente. Por ello los emisores han de transformar la lengua corriente –hablada o escrita– en una cifra profesional, a veces secreta, y el receptor debe reconstruir la forma lingüística originaria con ayuda de claves, como el telégrafo corriente, la escritura Braille del alfabeto de los mudos, la luz de los semáforos, etc. Las fórmulas químicas o las abreviaturas de las recetas médicas constituyen ejemplos de lengua cifrada. ¿Qué me dices, Héctor?

–Sí. La enseñanza de una lengua a niños y adultos, así como los ejercicios de rehabilitación de los lingüísticamente infradotados: sordos, afásicos, espásticos, personas con defectos en el paladar o en la mandíbula, etc., ofrecen otro aspecto del problema de la comunicación, aspecto que resulta tan importante para el individuo

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como para la sociedad. Es evidente, sin más, que toda actividad de este tipo debe basarse en un conocimiento profundo de la lengua misma en todas sus formas, inclusive en la simbología del lenguaje del movimiento.

Cuando se establecen contactos entre individuos, grupos o naciones, entra en escena inmediatamente la lengua como instrumento imprescindible; pero también si las dos partes no usan el mismo código, con demasiada frecuencia se obstaculiza todo como algo insalvable. La casi nula comprensión es más peligrosa, en algunas circunstancias, que la no comprensión absoluta. Aunque la lengua tiende puentes entre dos seres, es también susceptible de abrir abismos.

Y, qué pasa, díganme ustedes –y Héctor les movía la cara con gestos afirmativos–, cuando dos bailarines no se entienden porque la música suena muy alta como en los bailes modernos, acordémonos solamente del baile de la salsa cubana, en esos lugares cerrados. Sabiendo que no se reconocen palabras en el ruido, por esto mismo la pareja no habla, sólo se mueve, busca espacios y se sonríen mientras gesticulan con brazos y sacuden la cintura con demostraciones sexuales. ¿Qué extrañó? ¿No?

Vayamos al tango. Aunque la música del tango sí permite un diálogo por ser suave, carente de percusión, más entendible y bellas sus melodías, este diálogo no existe porque los bailarines deben estar pendientes de los pasos y figuras que uno u otro insinúa o incita. Si el hombre no se acerca a la mujer con piernas y todo lo demás y, de la cintura hacia arriba hasta sus senos no hay ninguna incitación sexual. Esta unión de cuerpos sería el único lenguaje insinuado, pero no se da. También, como por tener los ojos cerrados, deben las mujeres echar para atrás el trasero y poder corresponder a los pasos insinuativos del hombre, en una posición medio arqueada, como de medio círculo, no puede existir este contacto y se pierde el único lenguaje, que es el sexual, que podrían estar comunicando ambos.

¿Saben esto los profesores de tango que prefieren recomendar que siempre haya luz entre los cuerpos para realizar cómodamente los cambios de pasos, iniciar figuras o terminarlas, teniendo antes sus pies suficiente espacio para no andar pateando al contrario? O como dice Wolfgang, que es otro profesor de tango: “la

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mujer debe custodiar su dignidad y no dejarse tocar las tetitas por el que la saca a bailar”.

A los alumnos, estos profesores ¿le entregan inquietudes de comunicación? ¿Material didáctico para iniciar una comunicación? ¿Consideran las necesidades por las cuales vienen a recibir lecciones? O piensan que las parejas se acercan al tango tan sólo por el movimiento o porque quieren entretenerse, o pretender viajar y mostrar la elegancia del tango como en las películas ¿Entienden que podría tener otras incitaciones sicosomáticas?

Bueno. Bien, Mario. Pero insisto –decía ya con acento de enojo Héctor–, si los bailarines no entienden el significado de las letras, difícil que se integren plenamente al tango. Además estoy seguro, que la problemática, que el tango nos entrega a nosotros y, que comprendemos, no le interesaría en lo más mínimo a los alemanes y a todos los europeos que bailan tango.

Cuando algunos alemanes logran entender el contenido de las letras se ríen a carcajadas, porque los argumentos de la letra de los tangos, no forma parte de su mentalidad, no están en su carácter ni en su formación más elemental, sólo les importa la música y en ella la coreografía que, improvisando, cada cual demuestra poseer.

Hay tangos de muy hermosa música, buen ritmo pero de letras idiotas, absurdas e incomprensibles; de crímenes, burlas y traiciones, bueno, pienso que bailar con esas ideas intentando ser feliz es imposible.

–Se me ocurrió pensar en espías y que de esa palabra deriva espiar, que forma frases como espiar las culpas, que sería algo así como conocer sus pecados y sacarlos afuera. Digo esto –decía Mario, medio sonriendo– porque hoy veo llegar al restaurante tantos tipos distintos que da miedo. Algunos parecen que vienen del campo y que recién salieron de sus faenas entre al azadón y la pala; otros que han venido corriendo desde la oficina; unos como que el traje les queda chico o grande, estos deben ser milicos; y los latinos que se ponen la sonrisita en los labios como ese que está entrando ahora.

Juan los miraba y riendo intentó alejarse. –Nos dio entretenidos argumentos esa muerte del bandoneonista y su corbata con olor a ajos. ¿No te parece?

La Piel Interior Silenciosa en el tango

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–Este viernes si que estará entretenido –decía casi a los gritos y gesticulando entusiasmado Mandó Tufillo. –Apróntense muchachos, Ricardo ha traído tres minas alemanas que están para comérselas crudas.

Tufillo, el chileno, tenía como siempre el bigote blanco por la espuma de la cerveza, y a su alrededor, un olor a pedo ardiendo que se confundía con el de las empanadas, el humo de cigarrillo y de cuerpos estáticos evaporándose. Hacía tiempo que todos se habían dado cuenta que Tufillo era hediondo por la naturaleza de su madre chilena.

–Sí, che. Las tres bailan el tango y hablan castellano, porque estuvieron en Buenos Aires intentando conocer la idiosincrasia nuestra. –Por qué decís, nuestra, chabón. Mirá que nuestra, si vos sos chileno y no tenés nada que ver con el tango, sos un advenedizo sólo de fronteras. –Cuando hablada Tufillo, a Toli le salía siempre su xenofobia nacionalista.

–“Golondrina de un solo verano...”. Mirálo a este fanfarrón hasta se quiere adjudicar nuestra nacionalidad, ¿dónde naciste boludo, en el barrio Mapocho o en Palermo? Ser de Buenos Aires es un privilegio. –Por favor –fué lo primero que atinó a decir Ricardo observando la mirada ansiosa de sus amigos ante la vista de las tres muchachas.

–Nada de incultura, pórtense bien, educaditos, sino me voy inmediatamente con ellas. Vinimos para hacer hora y luego ir al tango de la Weisse Rose, en Schöneberg. Me pianto con ellas enseguida. Ya las tengo sobre aviso que ustedes son unos tremendos calentones y boca sucia. Sobre todo vos Toli, lo mismo Ratamala y Tufillo, que viven pensando en que cada mujer es sólo para la cama, en lo que se creen campeones y no ven una, y cuando tienen una, la viven llorando. Se las presento: ellas son Ruth, Erika y Heidrun. Se las presento muchachos –repetía lleno de orgullo Ricardo.

–Ruth, ¿qué piensas tú del tango? –le preguntó de inmediato Toli, con suma ternura a la muchacha que quedó a su lado, ampliando su sonrisa de oreja a oreja lo que hizo reír a carcajadas el gordo Ramón, que a los gritos y como cantando decía: -cuando se

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convierte en un seductor éste tipo sí que sabe ser hipócrita. ¡Seductor! ¿Y con esa geta? ¡Socórreme Discepolín! –Desde que volvimos juntas de Buenos Aires, nosotras tres hemos pensado y conversado mucho sobre el tango –contestó Ruth, poniendo sus brazos sobre los hombros de sus amigas como jugadoras de futbol americano–, hemos conversado y analizado todas nuestras experiencias y hasta hemos querido escribir un libro histórico sobre nuestras aventuras, y cuánto nos ha ocurrido en la relación con los hombres que bailan tango, tanto allá en Buenos Aires como aquí en Berlín. Estas ciudades son dos lugares muy diferentes entre sí, pero algo tienen que las acerca –terminó diciendo Ruth. Mientras todos los mirones se pasaban la lengua por los labios resecos e intentaban tragar saliva. El silencio femenino –Nuestro punto de vista al respecto –agregó de inmediato Erika– es más sobre el silencio femenino, el que la mujer ha mantenido casi siempre cuando se hace relación, tanto literaria como de la práctica del tango. Nosotras hemos opinado mucho; tenemos capacidad de criterios desinhibidos; como bailamos el tango creemos, obramos y pensamos diferente a los hombres y las mujeres que no lo bailan o lo ignoran. Ahí hemos desarrollado una dialéctica, creo sin duda, distinta a la de los hombres sobre el mismo tema. Erika era más bien pequeña y rubia, en su rostro de piel blanquísima, sus ojos azules se destacaban enormes, como un mar intenso y profundo sumergido en dos círculos vivaces e inquietos. Héctor se puso a cantar despacito “muñequita rubia de marfil / dueña de mis sueños juvenil / la que pregonando por las calles de..., hasta que Ricardo, mirándolo, le pegó un codazo en el brazo -¡calláte, boludo! ¡Dejálas hablar! –Tuvimos que ir a Buenos Aires para conversar y conocer el lenguaje hasta del lunfardo; cómo viven y piensan ustedes dentro de esa emoción particular que genera el tango, porque aquí en Berlín, se desconoce la cara del porteño.

Cuando supimos que se reunían en este restaurante, y tuvimos la suerte de encontrar a Ricardo, nos moríamos de ganas de conocerlos y admirar las cosas que hacen y dicen aquí.

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–“Fume compadre, fume y charlemos...”. ¡Che, que suerte que tenemos! –gritaba Toli entusiasmado–. ¿Quién se iba a imaginar que nos vendrían a visitar tan sólo por ser argentinos? ¡Y qué lindas que son, viste che! ¡Qué fenómeno, qué lindas!

–Mirá como lo dice este idiota –decía cabeceando el flaco Filiberto, que intervenía siempre en las conversaciones de acuerdo a su estado de ánimo que siempre era de mufa–, y por eso mismo, no por ser argentinos, sino por ser porteños nos van a odiar, o vamos a perder la amistad de estas preciosuras. Más de alguno va a cometer una cagada. Si todos estos boludos se creen el culo del mundo, se creen. Se creen bonitos y creen que todas las mujeres, con sólo mirarlos, se enamoran de ellos. ¡Ya vas a ver! ¡Qué vanidosos, che!

–¡Hey, por favor, no cuchicheen tanto, por favor, dejen hablar a las damas! –agregó de inmediato Toli, sin despegar la sonrisa de los labios y mirando a Heidrun le preguntó– y qué historias vivieron entre los porteños, ¿Vos te enamoraste de alguno?

–La historias de amor aquí en Alemania no tienen mucha importancia, no más que otras cosas de la vida cotidiana.

De inmediato, Toli agregó –¿qué quieren tomar muchachas? ¿Les pido unas cervezas? O prefieren beber vino, auténtico vino de Mendoza, quieren tomar, de Mendoza quieren.

La garúa húmeda

Las tres se miraron y Heidrun respondió –tomaremos vino pero lo que bebamos lo pagaremos nosotras. ¿De acuerdo? –y prosiguió-: la Piel Interior Silenciosa del tango es lo que nos interesa, mucho lo hemos conversado entre nosotras, es sobre esa parte silenciosa que no está expuesta, donde se siente, se escucha y se baila mejor el tango, sin necesidad de ponerle nombre de zonas erógenas. Tengo confianza en que nos van a entender, porque de lo que nunca he dudado en los porteños es de su inteligencia.

–¡Cha... gracias señorita! –suspiró Luis– mirándola a los ojos.

–Pero hay que calentar el preámbulo. Juguetear. Hacer de esta conversación una crónica húmeda. Queremos escucharlos también a ustedes.

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–¡Viste Mario! ¿No te lo dije? –agregó Toli al oído de su amigo–. Hoy vas a aprender cosas húmedas, hoy más que nunca vas aprender sobre cosas húmedas, che. ¿Dónde van estas minas? La humedad es por la neblina de la entrepiernas del riachuelo, ¿no crees? ¡La garúa, la garúa se viene la garúa!

–Hasta ahora los estudios sobre el tango lo han realizado sólo hombres –prosiguió Heidrun–, los libros sobre el tema han sido escritos, lo mismo que las letras, con la mentalidad del macho, por qué no decirle, del macho porteño.

–Tienen como ejemplo el de Enrique Santos Discépolo, que sólo veía a las mujeres solas y descangalladas, perdiendo por ellas su honor y con ganas de suicidarse, echándole a las mujeres la culpa de todo, hasta de sus borracheras, de quitarle el pan a su mamá, de vivir de rodillas, sin moral ni fe, como un mendigo. Todo un problema síquico de Discépolo no de las mujeres.

La mujer en letras de tango

Sólo una mujer se ha atrevido a escribir letras desde el punto de vista femenino...

-Ya sé, ya sé quién es, Eladia Blázquez. ¿Vos la conocés Mario? ¿Sabes quién es? Yo si la conozco, che, la conozco, es una gallega advenediza. No es ni porteña, menos argentina. Es una mina moralista, una cabeza bendecida por Franco y sus obispos, che. –Y Toli se puso otra vez a gritar–: ¡Las gallegas, en el puerto! ¡Están bajando las gallegas!

–Sí, sí, es Eladia Blázquez. De verdad, una mujer insolente y astuta, una española que tuvo la valentía de escribir conceptos en sus letras de tangos, que nunca los porteños reconocen sobre sí. ¿Tal vez por ser extranjera, y sin vínculos terráqueos con el país, pudo ver las debilidades de los hombres de Buenos Aires? Todo ello como una consecuencia de un largo oficio de letrista, madurado en la convicción de un destino que se ha ido cumpliendo sin concesiones fáciles, con el resplandor deslumbrante del éxito. Es que Eladia, como mujer, es la que pone en este momento el punto inicial a otros sentidos sobre el estudio del tango, con el lenguaje del hombre común, pero con el sentimiento y la responsabilidad de mujer, de esposa y madre, tratando de captar sus sentimientos y reflejar la

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verdadera identidad del hombre frente a la mujer y a la vida en general, pero sobre todo en esa actitud de hombre-tango, hijo-tango, esposo-tango, o baile-tango simplemente solitario en el carácter-tango.

–No como Discépolo que se burló “Justo el 31”, porque ella, su ex mujer, pasando a su lado, tangueando altanera, con un compás hondo y sexual, lo dejó sin fe, sin coraje, y sin un pucho ni siquiera en la oreja, convencido que debería ir a misa, hincarse y ponerse a rezar. Este hombre cantó “Victoria”, creyó en la gloria cuando se fue su mujer y, tan sólo le dio pena cuando se la llevó un porteño ciego e inocente, no importándole que él quedaba de cornudo. Al poco tiempo hace una “Confesión”, y se pone a llorar diciendo que fue a conciencia pura que perdió su amor, que por salvarla fue feliz, y se arrincona a llorar para llamarla después “sol de mi vida, fui un fracasado y en mi caída busqué dejarte a un lado, porque te quise tanto, tanto que al rodar para salvarte sólo supe hacerme odiar”, y se revuelve de puro cornudo pensando, que el que la tiene así se lo merece, por lo linda y tranquila que la ve después de cierto tiempo, pensando que vivir lejos de él, esa mujer recompuso toda su humanidad.

Este estilo paranoico ¿de dónde creen que proviene? ¿De la fealdad personal de Discépolo, o de su alma rebelde a la caridad, por estar lleno de prejuicios: hacia su madre tal vez?

–¡Che, pará, pará! Estas minas están hablando mal de Discépolo! ¿No te parece que es demasiado? ¡Discépolo es uno de mis apóstoles!

–Perdónenme señoras, yo no he dicho nada, he dicho, solamente porque ustedes son tan lindas –dijo Toli levantándose de su asiento y como un senador romano en pleno discurso añadió–, pero están hablado mal de nuestros hombres, los que están en mi santuario tanguero, los que veneramos y nos representan en carácter y nacionalidad. Pareciera que son hijas de Lilit y no de Eva, y viven todavía con el complejo de la mujer abajo y el hombre en la postura del misionero. ¡Perdónenme! ¡Pero, che! Y Toli seguía– con ese criterio ustedes fueron las que le dieron a Adán a comer la manzana del árbol del bien y del mal.

–Bien, Toli –exclamó Juan– ahí vas, y muy bien, en defensa de tu religión. ¡Sacá afuera todos tus reclamos che! Invocá al Dios

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Gardel; llamá a tus profetas Cadícamo, Romero, García, Ferrer; a tus ángeles de bandoneón y guitarra; arrimá a estas minas a Sodoma y Gomorra; que estas pendejas no se crean “la llama de las espadas vibrantes” y, que nos dejen acercarnos y vivir sin quejas a nuestro tango, nuestro jardín del Edén. Están a punto de creer que ellas, por ser alemanas como la serpiente del paraíso, descubrieron en el tango la inmortalidad de la seducción desarrollando los principios de su religión.

A las novelas les falta un tornillo

–¿Viste, Mario, qué sabrosa sería tu novela con estas

discusiones? Toli, por favor dejá que prosiga Heidrun con sus argumentos lésbicos de amor a Eladia la gallega, che. ¡Ah, las gallegas, las gallegas!

–Si ustedes no comprenden el proceso certero de los tangos de Eladia, es que necesitan un siquiatra –les apostrofó Erika mientras miraba a Ruth que sonreía satisfecha.

–Ya lo tenemos señora. Aquí está. Este es Héctor, nuestro chan, chan, que hace rato les está cantando, escúchenlo: “Quién sos, que no puedo salvarme, / muñeca maldita, castigo de Dios...

–Si me dejan seguir –casi suplicando Heidrun miraba a Mario.

–¿Por qué no? Adelante, y adentro como dicen en las zambas.

–Eladia, hizo letras de tango con la certeza de que en el arte, como en la vida, las especulaciones jamás dan buen resultado y cuánto más se calcula, menos se logra, como aquella donde dice: “Yo me alimentaría, rumiando tangos / sobrado de alegrías falto de mangos, / porque mi fiesta es relojear desde una esquina / a mi ciudad que es la más linda de las minas”.

–No te dije Mario. Hasta estas minas reconocen que las mujeres porteñas le dan aire a sus pulmones opinando desde el punto de vista de los hombres. Eladia habla en los tangos como si fuera un macho, asume las mismas dolencias y relincha herida como un caballo manco, che.

¿Entienden? Compara el amor que tiene el porteño hacia la mujer, con el amor desmedido que tienen por Buenos Aires, que es

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una ciudad cualquiera de cemento indiferente y de lastimeros ladrillos. ¿Y dónde está la verdadera mujer de carne y hueso, de sentimientos y necesidades femeninas? Y, ese fulano, como ustedes dicen, sigue cantando y define su sentimental inclinación hacia los fierros “por que hay amor en tus baldosas y es el dolor la misma cosa, / porque te amo y me embriago con tu aire / al nombrarte, Buenos Aires, en mi canción”. Después apostrofa a los machos “Para vos no existe nadie más que vos. / A todas las cosas les decís que no.... / si ves a un amigo no lo saludás... / si pasa una “naifa” la menosprecias. / En el estribillo afirma que: “siempre andás mufado, todo lo ves mal / el amor es mufa, mufa la amistad”. El tanguero no comprende que el mundo se hizo para que “el hombre sea hombre y la mujer mujer, y que el amor se tienda como un puente para que toda la gente tenga un poco más de fe”. – Pareciera que está hablando de la mufa de Kulozky. ¡Ven, escuchen los porteñitos, lo mismo que siempre he dicho yo! –intentaba recalcar el peruano Héctor en voz baja pero igual lanzó despacito su chan, chan. –El tango, me dejas seguir Heidrun por favor –decía Ruth, tratando de dejar de lado a su amiga apoyándole la mano sobre su hombre–, para nosotras las mujeres, es un placer intenso. Un estremecimiento que comienza en la cabeza y termina en los pies. Una inyección de placer. Calor. Un toque de electricidad que avanza por la espina dorsal. La espalda se pone erguida a la vez que se dobla hacia delante, o a ambos lados. Un cosquilleo en la panza, que baja y que intenta entrar en el oscuro presente de la Piel Interior Silenciosa. Un viaje que termina en la eyaculación femenina con la explosión de un líquido blanquecino, que comenzó con la saliva pegajosa. En el tango se sacia el impulso inicial, después de un orgasmo, estimulado en la Piel Interior Silenciosa. Por ello al tango siempre se le quiere más y más. Porque el tango provoca orgasmos atrasados en el tiempo, los repite, los recuerda y acciona esos resortes.

–A eso, señoritas –les refunfuñó Toli–, a eso, yo le llamo paja. –Pero, cuidado, no se equivoquen, no es así Heidrun, que eso de eyaculación y orgasmo no es lo mismo que conoce el hombre cuando hace el amor con la mujer, es algo distinto, algo así como

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que toda la humanidad del ser, en todos los años de su existencia, se estimula en todos los derrames del complejo ácido que, las partículas químicas entremezclaron, dándole creación y vida a los seres, pues pusieron en movimiento variadas estimulaciones encaminadas al descubrimiento de lo sublime en el ser humano, que no es sólo la carne y la piel el apetito sexual, sino un destino superior de entendimiento con la verdadera naturaleza de todos los seres animados, sean hombre o mujer, animal, aves, peces o insectos: flora y fauna unidas defendiendo la vida en toda su complejidad. La Piel Interior con ritmo y en lunfardo Lo que los hombres nunca han sabido sobre el tango, del cual se sienten los creadores, es que esa Piel Interior Silenciosa, es una zona rugosa en la entrada de la vagina –decía Ruth, sin importarle el asombro de la muchachada de los viernes, que se miraban entre sí, asombrados del lenguaje desinhibido de las alemanas–, que permitiría tener un orgasmo sin necesidad de penetración, tan sólo por el estímulo externo intelectualizado y sentimentalizado, y lo creo a ciencia cierta porque lo que experimentamos nosotras, y que sólo las mujeres con un poco de ejercicio, pueden realizarlo. –Che, estas minas están diciendo, ¡qué descabelladas! que ellas tienen la manzana del bien y del mal, a la manzana le están llamando piel interior, ¿o no? Yo no soy boludo che, ¡Mario, estoy entendiendo todo! –Yo creo –interrumpió Erika– que no hay como el preámbulo, donde la Piel Interior Silenciosa se programa a sí misma por todo el cuerpo y la autoexploración, en el momento de sentirse dentro o cerca de ella, es la brújula para realizar todo lo que viene después de la introducción en el tango: pasos, figuras, sociabilidad, encuentros, tensión. Todo, hasta el hartazgo de la búsqueda del placer del baile. Lo dice Eladia: “No, permanecer y transcurrir / no es perdurar no es existir / ni honrar la vida. / Hay tantas maneras de no ser / tanta conciencia sin saber, / adormecida. / Merecer la vida, no es callar y consentir / tantas injusticias repetidas, / es una virtud, es dignidad, / es la actitud de identidad más definida. / Eso de durar

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y transcurrir / no nos da derecho a presumir / porque no es lo mismo que vivir... / Honrar la vida”. La obsesión, de la Piel Interior Silenciosa en el tango, guarda relación conque los hombres están un poco desorientados frente a la liberación y determinación de las mujeres por querer disfrutar de su sexualidad y, cómo no, de su liberación intelectual en el pensar, en el hacerse y formarse a sí mismas, enfrentando con entusiasmo el destino de ser mujer. No saben como complacernos, qué queremos y qué buscamos. –Che, Juancito –le dijo al oído Toli–, con cual de las tres te acostarías vos... –¡Calláte, boludo! No has entendido nada de lo que dicen estas pibas, es filosofía pura, che, no esas pavadas de Ferrer, Salas y los actuales mentores tangueros, que sólo afirman que el tango es creación argentina; un invento argentino; un descubrimiento argentino. No ves que están diciendo cosas nuevas que nunca nadie las había escuchado. Ves pelotudo, que los alemanes sobrepasarán todos los pensamientos y análisis que han hecho los porteños referentes al tango. Nos superan en todo, hasta en belleza. ¡Mirá a estos mersas calentones, están todos boquiabiertos! ¿Entenderán algo estos pelotudos? ¿Sabrán comprender algo distinto que hacerse sólo la puñeta?

–Cuando bailamos tango, a veces, ni las mujeres sabemos cual contundente es la estimulación, porque somos distintas y tenemos la Piel Interior Silenciosa en una actividad que señala otra dirección, sabemos lo que nos gusta y lo que no, y en elegir al hombre que se merece nuestra compañía. El buen tango se obtiene ensayando y ensayando, un ir y venir, como cuando se realiza, con amor, el acto sexual.

Lutero bailarín de tango

–Algo en particular me interesa saber respecto a las alemanas, ¿puedo preguntar? –era Mario que se había levantado y se acercaba a Erika.

–Ustedes, sin duda, son de religión protestante. ¿Qué diferencia pueden establecer, cercanas o lejanas, como quieran, sobre el tango con referencia las mujeres católicas o de otras religiones?

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Ruth, fue la que recogió la pregunta de Mario, era en la que se advertían conocimientos algo más profundos.

–La diferencia entre las tres religiones más numerosas y prominentes en la actualidad parten de la diferencia que estableció Lutero y profundizó Calvino, cuando se convirtieron en cismáticos y revolucionaron todas las creencias religiosas, liberando a toda la humanidad del yugo católico.

Son tres las premisas que fundamentan la distancia entre ellas. Lutero, para poder lograr ser creído en sus argumentos, instituyó las que consideraba más importantes en ese momento para lograr la libertad del hombre y de la mujer, separarlo de las prédicas y prácticas católicas, liberarlo de la férula vaticana.

Una: libertad de comercio. Cualquiera podía ponerle precio, el que creyera más justo a lo que fabricaba y vendía. Sin límites libertad de comercio.

Dos: libre lectura e interpretación de la Biblia, porque en esos tiempos estaba implícita la prohibición de su lectura, y la capacidad libre de su interpretación.

Tres: libertad sexual. Dejó de ser pecado el realizar el acto sexual cuando, individualmente, dentro o fuera del matrimonio, lo necesitara tanto la mujer como el hombre. Hacer el amor cuando hubiere un sentimiento de simpatía ya era suficiente para realizar el acto sin que fuera pecado, sin cargo de conciencia ninguno. Amor libre.

Ya ven, estas tres premisas han formado el carácter de los alemanes y es lo que los diferencia de los demás países europeos, sobretodo de ustedes, los latinoamericanos, que viven prisioneros de la moral antinatural impuesta por vuestros agobiantes dictados católicos.

Ustedes son los que apagan la luz en el dormitorio, no quieren ver a la pareja en la cama, gimen en las sombras, ignoran que la mujer se convierte en un ángel cuando hace el amor.

Y en el tango esa liberación es libertad de expresión. No se maravillen ni escandalicen de nuestros argumentos que son los ilustrativos de nuestra mentalidad, donde el pecado capital no existe, menos el acercarse a un hombre, abrazarlo, rozarse con él, experimentar esa fuerza de la Piel Interior Silenciosa sobre la que hemos estado hablando. El amor libre engendra libertad de lenguaje.

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Además, nosotras no creemos en la virginidad de María la madre de Jesús. La virginidad no es ninguna virtud, más bien es una carga en la vida de las mujeres, por lo menos de nosotras.

Creo, muchachos, que ustedes no han comprendido nuestro punto de vista o si lo entienden, no lo compartirán. ¿Qué piensas tú?

–Por ahora nada. Me dedicaré a leer un poco más de historia, a estudiar para poder comprender más el carácter alemán, –contestó resignado Mario

–Pero, ¿y la culpabilidad? –En esos tres valores humanos que te he enunciado no existe

la culpabilidad, porque son decisiones, donde la libertad impera y, en ellos no se cometen faltas que atenten contra otros seres. La culpabilidad rige en actos que van contra la moral, la ética y el daño social, como la mentira, el robo y cosas mayores, por eso es que en el carácter alemán la mentira casi no existe, es la verdad lo que todas las mujeres te estarán diciendo, sobre todo respecto a la relación hombre y mujer. Con la verdad en primer plano es el mejor entendimiento hasta en el ejercicio, como antes dije, de la libertad de lenguaje. Así es que no se asombren del liberalismo que tenemos al utilizar frases, conceptos y palabras que para ustedes son pecaminosas, impronunciable por vuestras mujeres.

Por todo lo dicho, muchas participaciones privadas han dejado de ser tabú, como la autocomplacencia hasta lograr el placer. Mi Piel Interior Silenciosa en el tango, es un conjunto de cosas, creo que ninguna está separada. Mi Piel Interior Silenciosa es un hombre atractivo, una buena conversación, un lugar agradable, un buen vino y un baile de tango alborozado, pleno. Toda una preparación para el acto sublime que nos enseñó la serpiente Yanka.

El silencio es anterior al tango

Al escuchar esta prédica todo volvieron la cabeza hacia Toli

y vieron como éste se erguía, echando la cabeza hacia un costado y levantando los hombros sacaba su pecho inflado mientras decía –así y todo, sin pedírmelo se meten en mi religión tanguera. Estas minas son luteranas, che, estos jetones católicos; yo soy mahometano y Luis es judío de raíz semita; los demas son comeratas, pero todos somos ateos, igual como es Dios, que no cree en nadie más que en él.

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¡Gardel, estamos perdidos! Después de esto ¿qué tango nos queda por cantar?

–¡Sigue Erika, por favor, sigue! –imploraba ansioso el chileno Ratamala mientras, sin querer, movía hacia atrás y adelante su cabeza– te seguimos escuchando.

–Es importante la diversidad de nuestras opiniones. Para que vean si existe acuerdo en nuestros criterios –contestó Erika–. Sigue tu por favor Heindrun –indicó levantando su vaso y diciéndole salud a todas los boquiabiertas que la miraban.

–El buen tango depende de un estupendo y largo preámbulo. Después de eso da lo mismo los pasos, las figuras, porque ya el ritmo está en el roce y la melodía se metió en la Piel Interior Silenciosa. Creo que las mujeres tenemos el derecho a autosatisfacernos, ocupando todo lo que haya en los diversos salones de baile y, lo que después del tango siempre viene, sin culpabilidades que son cosas del pasado. Con ganas de aprender y dependiendo de la habilidad de la pareja en el baile y, de lo que después viene, todo el cuerpo puede ser la Piel Interior Silenciosa.

–Para mí la Piel Interior Silenciosa no está en una sola zona. A veces, se les olvida a los hombres que nosotras las mujeres aprendemos a bailar más pronto que ellos y que nuestra Piel Interior Silenciosa, es más pausada, y que nuestros tiempos en esto son distintos. No se dan cuenta que captamos más rápido el ritmo y comprendemos las coreografías con todo el contenido de la simbología del movimiento.

–Todo lo misterioso atrae. –Acercó, Erika, adelantando con un coqueto gesto su rostro hacia los tangeros.

–¿Dónde está Dante? Ese loco tendría que estar escuchando esto para aumentar su sabiduría, no te parece Filiberto.

–¡Cerrá la boca papanata que se nota demasiado tu calentura con estas minas! –decía entre cortados suspiros Daniel que no dejaba las manos tranquilas que le temblaban bajo la mesa. Afrodita y el tango

–Sabemos que la fantasía es el mayor estimulante, por eso

opino que la Piel Interior Silenciosa en el tango, no queda donde se

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presume, sino más bien en algún lugar mágico dentro de nuestro cerebro.

–El cuerpo es un solo integral y dependiendo, de la disposición que tengamos y del objeto del deseo, cualquier cuerpo en el tango se puede convertir en un poderoso centro erógeno. Todo es cuestión del estímulo y como se coordinen los pasos y las figuras para darle rienda suelta a las fantasías que se despiertan solitas dentro de nuestros cuerpos. El sentirse cómodas en ese espacio, no siempre es fácil y, es para nosotras las mujeres algo misterioso. El descubrir nuestra Piel Interior Silenciosa en el tango, no es una obsesión desmedida y sólo en provecho personal, sino una comunicación y un factor para mantener la armonía en la pareja y la alegría en la relación mutua. Un clima de confianza, humor y ternura. Conservar el carácter lúdico de la existencia, mantener una buena dosis de saludable vanidad, y recordar que el sexo es sobre todo comunicación, asociación de ideas, contactos de sueños, de estímulos, asociación de placeres menores acumulados hasta un crecimiento, hasta inconsciente, en zonas secretas erógenas desconocidas por quien no sabe asociar.

El factor Piel Interior Silenciosa, es el agente de la exploración como expresión erótica saludable. Mi Piel Interior Silenciosa está, muchas veces, sólo en el cerebro, en otras en la epidermis, en lo exterior, o transportadas a gestos de los que me rodean, pero clamando a voces la importancia del ir y venir, el antes y el después en lo más profundo. De dar y recibir.

La Piel Interior Silenciosa en el tango, es una terminación nerviosa y privada. -dijo Ruth, mirando los ojos de Juan, mientras seguía reafirmando sus criterios sin importarle opiniones, aunque no venía ninguna, por ello su seguridad asombraba más y más.

–De ahí que al encontrarla una siente que vuela o explota. Yo les recomiendo a mis amigas alemanas que se saquen del cuerpo, y de la psiquis, todos los bosques que con sus árboles entorpecen su desarrollo, que vivan en un campo libre, donde puedan correr y bailar, que no siempre estén pensando en que son chicas, gordas, flacas o grandotas, esas cosas están en la cabeza, afuera de la Piel Interior Silenciosa. En el tango hay que saber superarse, jugar, manejar y dar a creer a los hombres que por él una es sumisa, para poder disfrutar, y así disfrutarlos a ellos al máximo.

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Muchas mujeres, y sobre todo las latinoamericanas, que son calientes por fuera pero frías por dentro, no conocen la Piel Interior Silenciosa de sus cuerpos, así es muy difícil que puedan comunicarse con su pareja de baile. Debemos considerar que el hombre, esa Piel Interior Silenciosa, no la conoce, ni le importa, porque su ignorancia sobre ella es casi absoluta. La mujer debe saber lo que le gusta y enseñar, tratar que el tema no quede en la oscuridad, e indicarle a él cómo se debe jugar en la búsqueda de un punto que le pueda interesar.

–Yo –interrumpió Ruth– he comprobado la existencia de la Piel Interior Silenciosa en el tango, porque se diferencia de otras comunicaciones: es otro orgasmo, es una especie de estallido por dentro que te deja hasta con la saliva pegajosa.

–¿Y qué figuras, digo, posición es la mejor para ti Erika cuando bailas el tango? –peguntó Toli lleno de malicia, mientras se metía una mano en el bolsillo.

–Dirás, que paso o figura, porque posición estática, salvo la paradita, en el tango no hay, todo es un imaginativo deslizamiento. Yo estoy segura que es el punto que explora, en su extensión, la nota musical, la que tiene que ver en todo; la melodía que incita a la respiración en el sentimiento –los sentimientos respiran no se pisan como dice vuestro poeta–, y el ritmo que te despierta la imaginación para adquirir conciencia y memoria del pasado, de hechos consumados pero que fueron felices.

–Bueno, sí –se atrevió a preguntar Mario–, pero hay alguna cosa que le provoque a usted más estímulos en esa PIS, en alguna figura entre el hombre y la mujer.

–Sí. Cuando el hombre pone su pierna entre las mías y queda apoyado su miembro a mis muslos y se refriega sin intención premeditada; cuando repite la operación dos o tres veces seguidas y una no ha perdido la memoria de ese contacto; cuando después se agita, respira y me mira a los ojos. En ese instante adviertes qué largo de edad mental tiene, qué carácter, qué valiente y atrevido es y hacia donde encaminará la cultura de su trajín nocturno hacia una. Aristóteles sale a bailar

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–¡Che Luisito, aprendé a expresarte! ¿Viste como opinan? Yo creo que estas minas nos quieren coger. ¡Viste cómo hablan y cómo lo hacen! ¿No es demasiado filosofía para una mesa de ignorantes, como nosotros, filosofía para una mesa? Están hablando de los atributos che, los atributos que hacen hijos. ¿Habías escuchado a una mina del tango hablar cosas semejantes? ¡Pero che!

–En realidad el misterio del tango está en la intimidad que cada una le da a la relación dentro del movimiento, una puede estar sola, sin embargo cobijada en los brazos masculinos, escuchando la música y tratando de no perder el ritmo. Pero está sola.

–Erika acaba de decir que ella tiene momentos felices de evocación sin pretender nada más que lo que el instante le da, sin ir más lejos –cómo es en usted Heidrun–. Yo me llamo Luis, Luisito para las amigas.

–Mire Luisito. He leído, a través de un artículo de la periodista Carolina Rojas, que entrega datos que fue la mujer de Aristóteles quien se pronunció sobre la Piel Interior Silenciosa.

El hallazgo es viejo. Nosotras sólo hemos llevado este descubrimiento a la relación con el tango. Mi consejo es desmoralizar esa Piel, desacralizarla, sensibilizar ese punto de roce en el lenguaje, desatarlo en el pensamiento. Para ser más clara, llevar el centro del placer que provoca bailar hasta descifrar lo que es o no es tango, en el sentido de la respiración agitada. El hombre que no respira y no se agita no está vivo en el tango.

Creo que ese punto, llamado Piel Interior Silenciosa, que no es más que una zona rugosa, lo que bien sabía y conocía la mujer del filósofo griego, como antes insinué está en la entrada de la vagina, que permite tener un orgasmo sin estimular necesariamente el clítoris, pero esto se logra en condiciones de estímulos exteriores, estímulos primarios que van siendo acomodados y acumulados por la música, el ritmo entre ambos bailarines, cuando abrazados avanzan hacia el mismo propósito.

–¡Perdón, perdón señoritas! Yo creo que no es necesario llegar, con estas palabras e ideas a definir el baile del tango. No están ustedes demasiado adelante en la libertad sexual, porque en palabras ya llegaron a la línea del triunfo. ¡Nos ganaron che!

–¿Ahora te ponés moralista pailón? No ves, sin duda, estas señoritas...

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–Perdón, señoras... -dijo Ruth, mirándole a los ojos. –Bueno, señoras, ellas... ¡viste! Han sobrepasado esas

normas religiosas en que nosotros fuimos educados, están liberadas che, son protestantes. Nosotros andamos sexualmente muy atrás, con toda esa carga de prejuicios encarnados por los curas católicos que nos educaron con sus tabúes morales.

–Por eso te he dicho que este asunto del tango va a ser superado por los alemanes, nosotros los argentinos nos quedamos atrás. ¡Avergonzáte tarado! ¡Sos un soberano mersa! ¿Quién no conoce a los porteños?

Yo puedo decir, me permiten –alcanzó a balbucear Ruth, mirando a Mario–, que sí conozco al porteño. En Buenos Aires todos nuestros pretendientes se mostraban, de inmediato, de cuerpo entero. ¿Cómo eran? Sin problemas les cuento que nosotras tres, a la vez –tómenselo a la risa si quieren–, nos casamos con tres porteños, porque como todos quieren salir de su país, les ayudamos a salir y desarrollarse fuera de Argentina, como son los sueños de casi todos esos hombres de ese “Mi Buenos Aires querido”.

¿Y? ¿Qué pasó estando aquí en Berlín? Lo de siempre. No soportaron nuestra natural libertad y nos hicieron tremendos problemas. Ahora las tres hemos vuelto a ser libre, pero emocionadas del descubrimiento de esa Piel Interior Silenciosa en el tango, que no se debe perder. No todas las mujeres logran encontrarla, por lo tanto, nosotras no la vamos a perder. Estamos conscientes y compartimos el mismo criterio.

Buenos Aires tiene a los porteños

¿Y, qué si conozco a los porteños? ¿Quién no conoce al

porteño? Lo mismo dice Eladia: “cuando (el porteño) se agarra la bronca / si se embala como un mionca / nadie lo puede parar. / La bronca es un explosivo, / es aire dinamitado / que el porteño se ha insuflado / y lo tiene que largar. / No hay terapia para el caso / no se puede con el genio / la bronca está en el porteño / como en el morfi la sal, / vos dejá que se desinfle / y dejá que arme la rosca / si al fin no mata una mosca / de puro sentimental”.

–¡A ver che, los porteños que levanten la mano, estas minas los quieren saludar! Señorita Erika, aquí tiene uno de cuerpo entero,

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soy descendiente de italianos en tercera generación. Para servirle señora madame, –decía Toli golpeándose el pecho– para lo que usted requiera, y que es un macho que sabe bailar el tango...

–Degeneración en tercer grado, dirás Toli, porque vos por educación y cultura tenés una hormiga en la cabeza –le gritó Luis desde un extremo de la mesa.

–Volviendo al punto de la zona rugosa –exclamó media irritada Erika– bailar el tango con estos conocimientos es cuando entras en la dimensión explosiva y te conviertes, en medio de sus melodías, en un ser sensible a cualquier estímulo. Todo provoca, desde la oscuridad del ambiente a la atmósfera del ritmo, y al entramado, presente de cuerpo entero en la supuesta hombría de los bailarines. En los salones de tango todo te provoca: lo que ves, oyes y hules, porque todo en el ambiente, en el aire de los salones de tango, todo huele a semen, se respiran esos sueños.

No hay mayor provocación efectiva por cierto, que entrar a un salón donde ves la posibilidad de bailarte un tango en la semi oscuridad, luego otro y otro, que importa que sean tan cortos, porque en definitiva el tiempo corporal para el placer nunca es mayor de tres minutos, que es el tiempo de un tango, pero con una hermosa introducción melódica. No confundan.

–Esta conversación me ha estimulado –sonriendo se le escuchó decir a Ruth–, pero veo que son las dos de la mañana y ya no hay tiempo para ir a ningún salón a bailar tango. Así que nosotras nos marchamos. ¡Aufwiedersehen Freunden y vielen Dank. Bis bald!

–Pero igual –le respondió mirándola Heidrun– lo hemos pasado bien, aunque esperaba mayor conocimientos e inquietudes de parte de estos muchachitos. –Y las tres mujeres se fueron riéndose a carcajadas.

Uno de los viernosos, el de más afinado oído, medio confundido alcanzó a escuchar que Heidrun terminó diciendo en idioma alemán: “te lo dije, estos argentinos son todos ignorantes y unos soberanos cornudos”.

–“Fume y charlemos...”. Y nosotros –continuo Toli, moviendo la boca y entornando los ojos– nos quedamos en ayunas y todos estos jetones calientes como papas recién salidas de la sartén. Estas minas no eran para tocar sino sólo para escucharlas. Les faltó solamente el envoltorio rozado de papel maché. ¡Parecían un

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condón! ¡Mejor digo, una argolla! Se fueron burlándose de nosotros, che. ¡Qué bárbaro!

–¡Viste boncha! –le respondió Héctor–, la filosofía alemana está también en la risa burlona, en la prédica de la cintura para debajo de las mujeres. La reforma del tango la verás bien pronto encabezada por ellas mismas. Llamá a tu Dios Gardel y pregúntale si no tiene un tango para estas alemanas, o a Eladia Blázquez si es verdad que “Son las pasiones populares del porteño / ir rumiando siempre un sueño en la letra de un “gotán”.../ y que no es cuestión de perder / ni es cuestión de ganar / es jugarse a suerte y verdad”.

La vida, che, la vida. Si quieres saber más tienes que aprender que las flores se secan. Chan, chan, y que las madres mueren llamando a sus mamás, no a sus hijos ni a sus amantes. Chan, chan. Viernes de espías conjuntivos

Juan sudaba sin darse cuenta. Ese nuevo viernes, observaba

con demasiada insistencia a los presentes en el restaurante, pero fríamente, admirándolos como a jugadores, improvisados, de un deporte profesional. ¿Económicamente, cuánto vale, para ellos, permanecer aquí? ¿Quién mandó a estos espías? ¿Algo podría asustarles o algo atraerles? ¿Qué odiaban? ¿Eran hombres con conflictos consigo mismo, hombres que no tenían más que una vida, una profesión de fe, o si la tenían, las habían traicionado?

Juan, había visto en Argentina, durante sus secretas participaciones en la lucha ideológica en la que se embarcó y por la cual estaba en el exilio, a muchos hombres que habían sufrido un completo cambio de ideas y, que en las horas más secretas de la noche encontraron un nuevo credo, y ellos solos, impulsados por la fuerza interna de sus convicciones, habían traicionado su vocación, sus familias, su país; incluso ellos, cuando estaban con nuevos celos y renovadas esperanzas, tuvieron que luchar contra el sistema, el síndrome interno de la traición: ellos incluso, luchaban contra la angustia casi física de decir aquello con lo que se les había educado para no confesar nunca jamás su claudicación. Como apóstoles que temieran quemar la cruz, vacilaban entre lo instintivo y lo material, y pensaba que todos aquí en Berlín estaban atrapados en la misma

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polaridad. Tenía que ayudarse con una sana ideología o, completamente con ninguna, rechazar el orgullo, todas las omisiones, las mentiras, los desafíos o la pura perversidad, o diversión de la profesión de espía. También sabía que todo redundaría contra sus intereses. Sabía por adelantado el tipo de información que esos espías buscaban.

–Yo creo –se le oyó en voz alta, pero no tanto, para que solamente sus dos interlocutores lo escucharan–, que las distintas nacionalidades de estos espías, les va a confundir el ánimo, ya tienen la lengua trabada desde que se intentó construir la torre de Babel, ahora será, como entonces, a ladrillazos.

Fíjense como intentan mirarse las caras, cómo disimulan la propia que no la pueden ocultar. Observen como sacan los cigarrillos y como lo prenden ¡con qué misterio che, si parecen salidos de una película Yanki!

Mirá a ese. Debe ser inglés pero seguro al servicio de los rusos; ese de cara alargada con un habano en los labios, sin duda, que es norteamericano por lo ridículo; este otro que viene caminando hacia nosotros tiene pinta de francés, pero seguro que no es francés debe ser argelino. ¡Qué risa, che, quién se hubiera imaginado vivir estas escenas! ¡Qué viva el bandoneón, las corbatas y el olor a ajo! Nardo Schusma, a mí me ha despertado la imaginación.

¡Viste Mario –terminó diciendo mientras se mordía el labio–, cuánto material para tu novela!

Héctor levantó la cabeza y con acento doctoral sermoneó: –El secretismo no es la clave en estas reuniones. Cualquiera de nuestras actividades si son honorables y justificadas será capaz de resistir la luz del escrutinio de la capacidad mental de estos espías, Si la presencia de estos espías se pone al descubierto todos seremos capaces de juzgar, si tiene o no mérito, el robo de los tangos argentinos de ese músico Nardo Schusma y, si su asesinato está justificado.

–Bueno che, no les den tanta bola, que todos juntos atropellándose así, como se atolondran en pedir cerveza y tratar de acomodarse para presenciar el espectáculo, no van a lograr nada. ¡Déjenlos tranquilos! La muerte de ese bandoneón y su corbata está en otro lugar, lo mismo el ajo que está con Drácula. Cuando encuentren otra pista estos tipos van a desaparecer. Pero debemos

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tomar nota de los latinos que vienen igual que ellos, intentando creer que alguno de nosotros tiene algo que ver con esto. Después hay que mostrarles tarjeta roja. Desalojarlos de cualquiera de nuestras actividades. El bandoneón, y su corbata con olor a ajo, en algo nos va a ser útil.

–Todavía es muy temprano, –le interrupió Roberto–, pero miren como sigue llegando gente. Hasta tus amiguitas del otro día Juan, la monja puta, pianista y soprano, y la virgencita, de las orejas y del ombligo, ya están tomando asiento.

El locutor con voz subterránea

–Llegó otra vez el Jorge Miell. Veamos qué preguntas hará

ese pelotudo. Fijáte bien con quién conversa y vas a conocer a un espía, jugador del mismo equipo de él. ¿Estos boludos pensarán que engañan a todo el mundo? ¡Todos tienen una pinta de espías que no pueden con ella, che!

–Muchos alemanes están llegando. No te aseguré Mario –volvía a reclamar Juan–, que este argumento de los espías tampoco te lo puedes perder. Dale cuerda a tu novela. Escribíla de una vez por todas. ¿Cómo te vas a perder a ese personaje tragicómico del Jorge Miell? ¡Si lo buscas en la guía no olvides que su apellido alemán es Höning¡ Miell es catalán. ¡Mirá cómo sonríe el hijo de puta! ¡Qué dulzura más grande y que elocuencias tienen sus manos, si parece un sacerdote benefactor, que sólo te quiere bendecir!

–¿Cómo te vas a perder al peruano Linares que se cree el indio Garcilaso de la Vega? ¿Mirá como le creció la joroba y se soba las manos como que ya está justificando el sueldo que recibirá por venir a espiarnos? Esta porquería es lo que me da náusea, este Raúl Linares es, de verdad, una inmundicia.

–Todos esos espías saben que toda persona tiene su precio: para unos es el dinero, para otros una ideología, sexo o religión. –Héctor, esta vez hablaba sin importarle si sus amigos escuchaban o no y lo hacía con un desacostumbrado y extraño énfasis mirando, en el fondo del restaurante al coro con demasiada insistencia.

Para nosotros son las debilidades de todo ser humano. Siempre existe la forma de llegar y descifrar los misterios. Tiene que

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ser así, porque el sentido de la inteligencia es infiltrar a la parte contraria.

Para mí que ese bandoneonista tenía algo más que ocultar que el instrumento de corbata, el ajo y esas partituras y los tangos que se robó. No por nada hay tantos tipos detrás de algo. El gastadero de dinero para pagarles a todos estos descifradores de misterios, debe ser bárbaro. No me imagino que lo hagan por patriotismo. Cada uno de ellos debe saber qué busca, se lo habrán dicho, les habrán dado una pista de algo que creen que está aquí en este tugurio, o que lo tenemos nosotros. Hay que seguir pensando en todas las posibilidades para que no nos sorprendan en cualquier momento. Mientras, yo recomiendo prudencia y no comentarlo con los demás. Hay entre nuestros amigos, más de uno muy imprudente, salvaje y desleal. Silencio que todos corremos peligro.

–Hasta che, me duele lo del otro viernes, esa visita de las tres minas que nos dieron una paliza sobre el tango y su piel interior que aun me tiene intrigado. ¿Serían también espías? ¿Cómo se rieron de nosotros?

Juan, como era su costumbre, seguía hablando sin saber si Mario lo escuchaba o no y sin importarle lo que analizaba Héctor como por su cuenta. Y repitiéndose a sí mismo insistía en sus comentarios.

Las fronteras del Muro de Berlín

–Mario, solamente para recordarte que estamos en Berlín

emparedados entre dos muros como bien dijo alguien, recorrí, hace unos días, casi todos los puntos de la frontera entre Berlín Occidental y Oriental. Te lo digo, sólo para entregarte material visual y angustia real, de qué manera nos conformamos con vivir en Berlín, sin saber que estamos como prisioneros voluntarios. Para que de una vez inicies esa novela cargándole las tintas a estos detalles. Si estos tipos se agarran a balazos, ¿qué hacemos nosotros, si en tres minutos, con ciudad y todo, nos barren del mapa?

En todos lados está el cartelito: “Achtung. Sie verlassen jetzt West-Berlin“. O el otro en inglés: “You are leaving the American Sector”; en francés: “Vous sortez du secteur americain”; y en alemán: “Sie verlassen den americanischen sektor”.

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Lo más tétrico de todos los pasos de la frontera, no es el límite propiamente tal con esos sacos de arena, los reflectores y las celdas de revisión de pasaportes, sino el entorno, con los “vopos”, la policía militar del otro lado que andan como muertos de miedo, y todos son jovencísimos con cara de alemanes de rostro, más de arios puros, que los de este lado, que se confunden con los negros americanos y los blancos que son casi todos oficiales; los franceses que son como nosotros y los ingleses que caminan impávidos y todos vestidos, como de campaña, listos para la guerra.

En Bernauerstrasse me encontré con un grupo de viejos, parecían todos jubilados, que miraban para el otro lado con el rostro como lamido por los perros; con una ansiedad que de inmediato me la comunicaron. Con esa sensación fui hasta Pankow, bajé a la Prenzlauer Berg hasta la Friedrichstrasse. Ahí crucé tan sólo para sentir esa sensación de prisionero cuando te revisan hasta los calzoncillos; los cigarrillos casi uno por uno; el dinero que llevas y las preguntas a qué vas. Me devolví, al medio día por el mismo paso, después de almorzar y tomarme dos litros de vino para gastar los 25 marcos DDR, que me entregaron, ¿Te imaginás? Volví con un pedo bárbaro che. En la zona de Kreuzberg, en ese sector que está detrás de la iglesia en la Marianenplatz, oriné en el muro, igual que Gargantua, como testimonio de protesta. ¿Qué infantil? ¿No? Quise copiar de las pinturas las frases y dibujos que se han hecho en el muro, pero son demasiados.

Este difícil equilibrio de la guerra fría amenaza, en cualquier momento, con estallar de un lado a otro de Berlín. En este escenario, bañado por la inhóspita luz de la duda y el miedo, no tenemos más remedio que seguir aquí, sin creer en palabras ni en símbolos, como una diminuta pieza que alguien mueve sobre la nieve de un tablero donde las figuras somos nosotros, todos paranoicos, que andamos derretidos de miedo. Ya nadie sabe para quien juega. No existen ya refugios para el sentimiento, nadie se puede enrocar a salvo, quizás, sólo para una incierta piedad; para una sutil ironía; para un débil soplo humano en la entraña metálica de una máquina sorda. Esto que digo lo tiene muy bien escrito David Cornwell, que es ese tipo que acaba de entrar al restaurante. Lo conozco, pues vi ayer su foto en el Berliner Zeitung, anunciando que venía de visita a Berlín.

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¡Míralo, ese es! Escribió una novela de espías con el seudónimo de John le Carré: “El espía que surgió del frío”. Qué intenciones tendrá, es personaje conocido por todos los medios, un hombre muy rico y, no dudo, que también es muy inquieto. ¿Qué hacen aquí entre nosotros, pobres tipos que sólo sabemos hablar del tango, cargados, cuántas veces, de nostalgias, atrasados de noticias? Ese tipo salió del frío y se metió en una heladera llena sólo de Coca Colas.

Te das cuenta, Mario –seguía insistiendo–, esta realidad es más diversa y entretenida que la ficción. Bueno, che, me desdigo, no odies tanto a los novelistas, déjalos pasar, que sigan escribiendo tranquilos, dedícate a pensar en la novela de lo que nos acontece a nosotros. Así te descargás de odios y rencores.

–¡Juan, de tus odios y rencores, vos, solitario y mufado, tenés que cargar con ellos, ni siquiera yo escribiéndolos ni dándote la bendición un pastor evangelista, sería posible un exorcismo que te alivie! ¡Por favor che!

Te escucho sin que estés...

–No sé que me pasa –empezó a quejarse Juan– cada vez que me siento cerca de esta zarzamora ardiendo me siento acalorado y como si el coro elevara sus voces. Estoy a punto de pedir aspirinas para tomar con la cerveza.

¿Y, esos indios peruanos tratando de llegar al Machu Picchu? ¿Qué hacen que no llegan nunca? Lo mismo esa colombiana cargando el canasto con flores, no se cansa de caminar, pero no veo que avance un paso. Me tendré que tomar una aspirina. No hay caso, cuando no comprendo nada me duele la cabeza.

De verdad ¿vos también los ves como figuras reales y no como un mero afiche? ¿Qué confusión, che? Este calor sofocante, como una descarga eléctrica, como si viniera del coro, me sofoca, che.

Siempre he tenido la convicción –insistía mientras se secaba la frente que le comenzaba a transpirar– que la revolución rusa, del famoso octubre de 1917, fue una empresa comercial fijada a ganar dividendos a largo plazo, donde se utilizaron propuestas de justicia, igualdad y libertad social, bellos y eternos principios anhelados por

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todas las generaciones de seres humanos a través de su historia, pero sólo para amotinar a la gente, agruparla y luego conducirla como rebaño hacia el destino que le tienen con anticipación dado: el dominio mental y material de toda la humanidad en una nueva forma de esclavitud. En esa revolución para mí lo único positivo fue que mataron a los zares, y me pregunto ¿por qué no la continuaron con los reyes de Inglaterra? ¿Por qué no desalojaron a la monarquía holandesa, la sueca, la belga, la española? ¿Por qué las dejaron más firmes que antes?

–Añade esto Juan, en Rusia y en el mundo entero, había unos grupos religiosos que tenían orden de ser comunistas a pesar de todo, comunistas, internacionalistas rebeldes. Verdaderos creadores de despelotes. Nunca comprendí bien, que siendo tan antiguos y persistentes religiosos, pregonaran el ateísmo.

–Bueno, che, que querés que te diga, ese muro que separa a los dos Berlín es también una soberana mentira, una falsedad con faldas, sin senos ni leche para mamar; vas a ver cuando desaparezca todo va a empezar a comercializarse. Se están riendo de todo el mundo y nosotros preocupados de ir a bailar tango, me parece una infamia, hasta de nuestra parte, utilizar este argumento, para eludir la responsabilidad que nos cabe en el orden de esta historia que vivimos sin haber nacido aquí, ni tener arte ni parte en este conflicto. ¿O tenemos responsabilidades, por el solo hecho de estar aquí y conocer este engañoso devenir?

Viernes de película –Yo los llamé para darles el recado que me dio Dante Cincotta sobre la historia de Mozart, sus partituras, de Humboldt y todo lo demás –les confidenciaba Héctor. Antes que este boliche se llene y el ruido no me deje hablar, escuchen, pero antes con cerveza...“Tomo y obligo mándese un trago / que hoy necesito el recuerdo matar, / sin un amigo, lejos del pago, / quiero en mi pecho mi pena volcar. / Beba conmigo, y si se empaña / de vez en cuando mi voz al cantar / no es que la llore, porque me engaña, / yo sé que un hombre no debe llorar”. Chan, chan.

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Dante, me dijo que vendría hoy a conversar con ustedes Rubén Lanza, quien quiere hacerles una oferta de trabajo. Veremos de qué se trata. ¿Lo conocen? Es el profesor del Instituto Iberoamericano que pertenece a la Universidad Libre de Berlín. Hace clases de Latinoamericanista en el departamento de Letras.

Ahí viene. Ustedes lo conocen. Los dejo con él, mañana tengo una consulta muy temprano. Así que: “Adiós muchachos compañeros de mi vida, / barra querida de aquellos tiempos / me toca mí hoy emprender la retira / debo alejarme de mi buena muchachada...”. Chan, chan. No demoraron mucho en advertir que el personaje citado ya estaba en el restaurante, pero confundido entre tantos parroquianos, y que se había acercado a la mesa de los tangueros y saludaba a Hottmar Kulozky y a Daniel Perkution. Entre la neblina del ambiente aterrado de humo, con la ropa ya impregnada de ese nauseabundo olor a tabaco que solo se advierte al otro día; los olores alimenticios confundidos dentro de las patrióticas y recurridas empanadas; el bullicio de todas las conversaciones juntas y la estridente música de salsa, cumbias y bachatas, el salón se revolcaba envolviéndose en sí mismo, como un hormiguero o un panal de abejas, donde el zumbido en el ir y venir revoleando inquietudes, hervía como si hubieran echado a miles de insectos, de improviso, en una olla de agua hirviendo. Por ahí andaban rondando, moviendo las alitas a apunto de tomar ubicación Carlón Ratamala y Mandó Tufillo. Toli, trajeado como un dandi, que era el más dedicado y atrevido con las mujeres, ya estaba invitando a bailar, sabiendo que eran putitas, a Inés la monjita y a María la virgencita. –“Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve...”. Vamos a bailar, pebetas –les ronroneaba Toli, mirando embobado las pechugas excitantes de las muchachas.

–Todos los viernes se dan unas milongas fenomenales che, en un nuevo local de Kreuzberg, –y en sus ojos, que se le salían del rostro cadavérico, se adivinaba que ya estaba soñando que las tenía a las dos entre sus brazos apretadas a su pecho siguiendo el compás de un tango.

El salón tiene buen parquet y el ambiente es fino, tranquilo y la música para bailar el tango muy buena y bien canyengue. ¡Es

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bárbaro! Ahí se presenta mi sobrino, el actor y cantante Miguel Lavín todos los viernes, se presenta. Es maricantunga, es cierto, manflora, maricón, puto como decimos nosotros, pero como actor, es muy bueno. Se van a entretener, se van, les aseguro. Me imagino que saben bailar tango, saben ¿no? Si no yo les enseño che, para eso estoy. ¿Entonces qué esperan, che, para que vayamos? ¿Qué esperan? “Decime quien sos vos, alegre mascarita que me gritas al pasar...”.

–Dejálas tranquilas, que estás minas tienen que irse a trabajar a las once en punto, si no van a esa hora no las dejan entrar a la casa de putas donde trabajan. Déjalas tranquilas boludo –carraspeaba Ramón a Toli–, no van a dejar su trabajo para ir con vos, bailarín pajero. Cuando Mario y Juan, al fin pudieron ubicarse junto a Rubén Lanza, se sacaron la chaqueta quedando en camisa. El ambiente caluroso del local, lleno de gente, no daba lugar a aspirar nada más que esa humanidad, que transmiten en su agitación los seres humanos a quienes se les escapa, sin quererlo, la angustia por todos los poros, por ello los tangueros nunca se quejaban de ese ardor que les provocaba el atiborrado ambiente, formaban parte de la esencia modelada en el ambiente del recinto. Mozart y la bibliotecaria Rubén Lanza, el recién llegado, tenía el rostro clásico latinoamericano. Por ello nadie acertaba a saber de qué país provenía. Medio moreno, de pómulos un poco sobresalientes que podían ser de indio mejicano o aimará, de ojos cafés, de barbilla firme y fuerte de esas que suelen mostrar los mestizos de indios e irlandeses. Tenía la nariz afilada lo que le daba el cariz diferente a los demás; de manos grandes, además, era más alto que el común de los concurrentes lo que hacía de él un personaje que llamaba la atención. Su vestir era también acicalado y en la seriedad de su mirada se evidenciaba una educación superior.

–El asunto muchachos es el siguiente: –empezó, con gran seguridad diciendo Rubén ante la mirada expectante de los dos amigos–, en la DDR existe una compañía cinematográfica, que pertenece al Estado, como todo lo de allá, que filman sólo películas

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sobre episodios policiales, crímenes, robos y cosas parecidas. La serie se llama Polizeiruf 110. Conozco al actor principal, Peter Borgelt, que es tío de mi esposa. Él me contó que están por iniciar una película sobre un tema de una mujer que encontraron muerta en las afueras de Berlín en forma un tanto misteriosa. Era una bibliotecaria que tenía algo que ver con la custodia de las partituras de Mozart, que estaban siendo estudiadas por un músico que tocaba el bandoneón que vivía a este lado de la muralla, en la zona norte del Berlín capitalista, y que lo encontraron muerto, supuestamente asesinado, sentado en un banco y con su instrumento puesto como corbata en el cuello, y que fue identificado por un vecino por su penetrante olor a ajo.

Esta mujer había tenido relación con ese músico y se piensa que ambos fueron asesinados, pues a la bibliotecaria la encontraron tirada en una zanja en una zona despoblada y no lejos del lugar, pero al otro lado, en el Berlín Occidental, donde encontraron muerto al comedor de ajos.

A la mujer no se le conocían enemigos, pero los policías descubrieron que la relación entre ellos eran unas partituras de Mozart e imaginaron que en ellas podría haber algo misterioso. Encontraron unas hojas olvidadas por el bandoneonista, donde había varios nombres y fechas que mencionaban viajes e intentos de contactos ocurridos por los años de 1788, en que Mozart escribía contradanzas; en 1789, cuando se inició la Revolución francesa; menciones al viaje que Alejandro de Humboldt realizó en 1799, y referencias de Aime Bonpland, su amigo y médico francés que lo acompañó en ese viaje a América. Peter los necesita a ustedes por ser latinoamericanos, para que hagan el mismo recorrido que hizo Humboldt. Yo, a ustedes, los he recomendado porque los conozco bien, y sé que harán, con honestidad, ese papel de investigadores para lo que ellos los necesitan. Les adelanto algunas cosas.

Se van a filmar dos películas. La primera será sobre el desarrollo de los crímenes a los que he hecho referencia, las investigaciones y la solución de los mismos por los supuestos policías que son los actores del elenco estable que tiene esa compañía. La parte que les corresponde a ustedes, será incorporada posteriormente, dentro de dos años, cuando se supone que ocurrirán

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hechos importantes en la política actual de Alemania, sobre todo de Berlín, y plantearán, desde otro punto de vista, motivaciones políticas que instigaron esos crímenes, dándole a la segunda película un argumento dentro de ella misma, como si la película hubiera incitado a la motivación de esos crímenes, como si la película fuera procreadora, como un ente vivo, de propagarse creando especies a su imagen y semejanza, como hace el ser humano que procrea y se perpetúa en su misma especie; como un escritor que imagina y difunde, no sólo personajes, si no argumentos que rayan en una insólita realidad. ¿Me comprenden? O sea, será la novela un ente vivo, que matará y solucionará, a la vez, los problemas que los cineastas quieren plantear.

Latinoamérica 1799

–Es necesario que ustedes sepan cómo y por qué Humboldt

realizó su viaje a América impulsado, en ciertas condiciones, por el mandato de un poder superior, destinado a divulgar las ideas revolucionarias que los grupos secretísimos de intereses políticos, de esos tiempos, habían impuesto en la Revolución francesa ocurrida en 1789, pero que vienen desde tiempos pretéritos, anteriores a la graficación, tanto por escrito como en dibujos, como un intento humano de equilibrar sus ambiciones, en aras de una igualdad comunitaria, ambiciones que aun no se consolidan y que han sido eternamente buscadas en todas las manifestaciones humanas.

Humboldt, inició el viaje junto con Aimé Bonpland, desde Marsella en dirección a España. En ese entonces reinaba Carlos IV, hombre de escasos recursos intelectuales. El Barón de Forrel, embajador de Sajonia ante la Corte Española, le presentó al Ministro de Asuntos Exteriores, Mariano Luis de Urquijo –ambos pertenecían a la misma logia masónica–, quien le consiguió el sabido permiso del rey y pasaporte crediticio para que pudiera realizar ese ansiado viaje al Nuevo Mundo. Se entendía que los gastos correrían por cuenta de Humboldt. En los pasaportes que se le otorgaron se mencionaba como lugares de destino: Cuba, México, Nueva Granada –actual Colombia–, Perú, Chile, Buenos Aires, Argentina, y las Islas Filipinas. Se le dieron órdenes a todos los gobernadores de estos lugares para que le prestaran los debidos servicios para que

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Humboldt, sin tropiezos, lograra sus observaciones astronómicas, mediciones de altura, etc., etc.

Humboldt firmó una carta de compromiso que todo lo que descubriera, midiera o coleccionase debía ser entregado sólo al rey de España, y se comprometió, bajo sagrado juramento del honor de un hombre noble –su título de Barón lo acreditaba–, firmando, un documento compromiso, en presencia del Embajador de Sajonia y del Ministro español, consignando que cumpliría sagradamente con su palabra.

Humboldt llega, como primera escala, al Puerto de la Cruz de Tenerife. Ahí subió al volcán El Teide; señaló el hallazgo de una pequeña flor que clasificó como Violeta del Teide, entre otras cosas mencionó los dragos y una visión científica del famoso volcán de Tenerife. De ahí partieron los viajeros a América. Deberían haber desembarcado en Cuba, pero un ataque de cólera, propagado en el barco en que viajaban, les obligó a hacerlo en Venezuela, donde desembarcó, con su amigo Bonpland, el 16 de julio de 1799.

En aquel entonces Simón Bolívar, el futuro Libertador, estaba recibiendo educación en Madrid, España. Bolívar en Caracas había iniciado su formación acompañado por dos hombres, que al correr el tiempo serían ilustres en las letras del Nuevo Mundo, Simón Rodríguez y Andrés Bello. Traten de recordar estos nombres, pues estos personajes, ambos masones, tendrán después suma gravitación en la difusión de las prédicas que motivaron a Humboldt a realizar ese viaje.

De Venezuela, Humboldt pasó a Colombia, donde también mantuvo entrevistas valiosísimas con hombres destacados en las artes y la ciencia colombiana como Mutis y Caldas, a la vez con hombres de la aristocracia criolla que entrarían en la historia de la Independencia Americana como los más importantes, como Santander, Nariño y Restrego. De Colombia se trasladó a Ecuador donde subió al volcán Chimborazo junto con Montúfar otro de los propagadores de las ideas que transportaba Humboldt, y de ahí al Perú.

En Cajamarca, donde fue asesinado Atahualpa rey del Tahuantinsuyo, fue informado en detalle de la crueldad de los españoles durante todos los años de su dominio, bajo cuya férula aun se mantenía, como colonias, todo el territorio americano del sur y,

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ahí Humboldt, toma la valiente y noble decisión de romper su compromiso con el rey de España, y rompe el documento que había firmado, en presencia de los indios peruanos. Ahí lo destrozó, imponiéndose la tarea de luchar por la verdad y la necesidad de justicia que se le ofrecía a la vista. A su llegada a Cuba inicia el libro “Ensayo político sobre la Isla de Cuba”, donde centró sus argumentos sobre la humillante y dolorosa esclavitud de los negros y los problemas sociales que ella ignominiosamente provocaba, esclavitud utilizada por la administración monárquica de España, bogando por su completa anulación. Luego va a México, de donde parte para los Estados Unidos y se entrevista con el presidente Jefferson, para regresar a Europa ingresando, por Bordeaux, a Francia.

En Cuba es donde Humboldt completa el verdadero plan de su viaje. Ahí le entrega, los papeles secretos que transportaba al conde de O´Reilly, para que este se encargara de hacerlo llegar a quienes proseguirían con su secreta difusión. Estos papeles no eran otra cosa que los mensajes cifrados, escritos en partituras musicales inicialmente por Mozart, en un código que tan sólo los iniciados podían descifrar. Con ellos cumplió Humboldt la tarea, impuesta por su logia, para la divulgación de los principios libertarios y la forma a futuro, de conducir la política económica y social del territorio del Nuevo Mundo y, contrarrestar el intento de dominio que otro grupo, también secreto pero entre ambos asociados pero en continua disputa, querían imponer para su total y exclusivo beneficio, donde no estaban presentes esos sagrados principios del humanismo, en el que tanto Mozart y Humboldt, como sus inspiradores intentaban mantener vigente.

Humboldt, a su llegada a París, después de cinco años que estuvo en el Nuevo Mundo y, de conocer la potencialidad de su riqueza y la utilidad de distribución, en aras de la solución de tantos problemas de crecimiento de todo el género humano, tuvo en París, numerosas entrevistas con hombres de ciencias en la que estuvieron presentes ávidos industriales y comerciantes de toda Europa. Sus prédicas, donde evalúa la riqueza del continente en poder de la corona española, les despierta, a estos comerciantes, la codicia y su capacidad de rapiña hacia la corona española, y al poco tiempo, siendo ya Emperador Napoleón Bonaparte, bien asesorado por sus

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consejeros y éstos a su vez, estimulados por los comerciantes y las confidencias de Humboldt, se inician los preparativos para quitarles a los peninsulares el derecho de gobernar ellos solos, tanto territorio con tanta crueldad y egoísmo. Así es que prosiguiendo con lo iniciado por la logia de Mozart y Humboldt, Napoleón, en 1808, invade España apoderándose de ella, tomando prisionero al rey y nombrando a su hermano Pepe Botella como nuevo monarca, dejando abiertos los mares, para la expropiación a destajo y explotación arbitraria del territorio americano del sur, a cualquier pirata que se envalentonara izando su famosa bandera. Cosa que los piratas ingleses aprovecharon más que nadie.

De esta forma, desde 1810, se inicia la Independencia del Continente americano, desde México hasta Chile. Los patriotas criollos, imbuidos ya del afán libertario, en fechas cercanas entre sí, logran consolidar la libertad a costa de sangre y sufrimiento.

Humboldt, en su casa de París, había recibido al joven Bolívar y lo había instruido, entregándole conceptos claros de que América estaba madura a su independencia, pero que no existía el hombre señalado para ello. Bolívar asumió ese compromiso. Ahora el tiempo y la historia nombran a Humboldt, como el inspirador de tantos principios libertarios que hicieron posible la independencia del poder español, para depositarla en el pueblo: los criollos de América del Sur.

La Contradanza y la Habanera

Desde Cuba, inmediatamente que Humboldt abandonara la

isla, se comienza a divulgar la música de esas partituras junto con instruir a los iniciados en los códigos secretos que ellas contenían. Estuvieron después estos secretos en manos de importantes músicos cubanos compositores de contradanzas que se instruyeron en París, como Ignacio Cervantes, Kavanas, Manuel Saumell, Brindis de Salas y, más cercanos a nosotros Sánchez de Fuentes, Gonzalo Roig, firmes compositores de contradanzas, que bien sabemos que el estilo inicial derivó en la habanera, ritmo que se propagó por todo el continente, con un carácter propiamente de música cubana.

La contradanza original vestida con otro ropaje sonoro, viajó, vía Océano Atlántico hacia el sur, desembarcando en Río de

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Janeiro, donde tuvo una divulgación hacia la música popular de los negros, que la bailaron y la denominaron Maxixe. En Montevideo, Uruguay, la habanera se consagró en La Cumparsita del conocido autor Matos Rodríguez nacido como uruguayo, pero de claro origen castellano, donde advertimos, que hasta los componentes armónicos y melódicos, están marcados rítmicamente con acentuación de marcha. La Cumparsita fue originalmente creada como una música para el carnaval, una especie de marchita que derivó en uno de los tangos más conocidos a nivel mundial, dando inicio a una creatividad, desplegada desde Buenos Aires, con promisorios estímulos materiales que hicieron posible la creación de una verdadera fábrica de tangos, que ahora están almacenados en el gusto popular, en una cantidad presumible, entre valses, milongas y tangos, de 4 millones de partituras, medianamente diversificadas.

Deben prestarle atención a los iniciadores del tango. Para no perder el tiempo sepan que los códigos, en línea directa de Mozart, hasta el tango pasa por los primeros compositores, fundamentalmente los pianistas, si es que no solamente en ellos. Los nombre más importantes son: Ernesto Ponzio “Don Juan”; Domingo Santa Cruz “Unión Cívica”; J.L Roncallo “La cachiporra”; Angel Villoldo es fundamental con “El choclo”; José Luis Padula “9 de Julio”; Rosendo Mendizábal “El entrerriano”; Enrique Saborino “Felicia” Vicente Greco “Rodríguez Peña”; Juan Maglio “Sábado inglés”; Eduardo Arolas con “La cachila”, y otros como Agustín Bardi, Roberto Firpo, Francisco Canaro, hasta Osvaldo Fresedo y Osvaldo Pugliese.

Esto los llevará a pensar distinto, como suelen hacerlo y decirlo, los escritores argentinos que afirman que el tango es una invención de ellos, que son sus auténticos creadores y cuantos adjetivos más para darle realce a su creatividad. Ya no importa. Estas apreciaciones merecen otro tipo de análisis y en otro momento.

Además, para que no pierdan tiempo deben considerar que el código está en la música y también proyectado en el baile del tango, pero no en las letras, tampoco en los cantores, por ello a Carlos Gardel, ni lo toquen, menos a Piazzolla, que con su tango moderno creó una fusión entre los románticos alemanes, como Brahms, Schumann, Schubert y otros, y no tiene relación con el inicio histórico, que es lo que nos importa, además, porque él compuso sus

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temas, sobretodo con el ritmo, con los conocimientos de Stravinzky, percusión que a su vez, este compositor ruso, tomó de los indios Siux, de Norte América. Piazzolla se alejó de los principios elementales que son nuestra actual preocupación.

Es en los iniciadores, de todas las actividades intelectuales y artísticas, donde podrían encontrar las claves más evidentes. Pero esa tarea, específicamente, no es la de ustedes, aunque interesante es que los sepan, sino tan sólo levantar un catastro de estos personajes, como de los anteriores que les mencioné. Están dentro del orden de la literatura y la poesía: Andrés Bello, Simón Rodríguez, en Cuba José Martí, en Nicaragua Rubén Darío, etc., etc., pues todos pertenecieron a la logia masónica del origen de los idearios de Mozart y de Humboldt.

En el orden de los Libertadores deben inscribir fundamentalmente a Simón Bolívar, Antonio de Sucre, a los colombianos antes mencionados Santander, Ricaurte, Caldas y Mutis, no así al argentino José de San Martín, deben mencionarlo pero no tiene mayor importancia, pues su quehacer va por otro lado, diría por el opuesto y contrario a lo que se pretende reglar. No deben olvidar en esa lista a Bernardo O´Higgins, a José Miguel Carrera y a Manuel Rodríguez de Chile, ni a Carlos María de Alvear y Martín de Pueyrredón de Argentina, sin dejar de lado a Rosas, Mitre y Sarmiento.

Siguiendo, paso a paso, el complejo mecanismo de la normal transmisión –aquí se los esbozo en forma somera–, pues a la realidad del lenguaje común es muy complicado encontrarle definición exacta, me explico, por ejemplo: en todo lo relativo al proceso de audición –hablamos de las partituras–, vemos que el paso del primer compás de las obras de Mozart mencionadas, hasta el último, comporta cambios sucesivos entre un curso sonoro continuo y unos elementos discretos que dan paso a reglas de armonización, entre una sonoridad informe y unas estructuras organizadas, entre una melodía y otras de insinuación que si se prolongan con la lógica matemática de la música derivamos en que el lenguaje, siendo tan simple en primera instancia, tiene un contenido de sentido lingüístico musical, que hasta podría estar almacenado en el cerebro humano y luego desarrollado, simbólicamente, en los movimientos en los que derivó el baile del tango actual. Así los impulsos nerviosos que parten de

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este centro son discretos, mientras que la actividad cerebral estimulada por el ritmo estructura la simbología del movimiento progresivo, siempre hacia delante. “La Bataille”, lo mismo que la “Marcha Turca”, donde se iniciaron estos mensajes, presentaron una estructura sonora, siempre hacia adelante, que estimuló la comunicación cuando la transmisión logró ser perfecta.

La tarea de ustedes –seguía explicando Rubén– es viajar por todos los países que visitó Humboldt; también en aquellos donde la prolongación del uso de los temas musicales, derivados de la habanera, tienen vigencia, e intentar rescatar los nombres y las actuales actividades de cuántos músicos, poetas e intelectuales, aun conservan la modalidad, como manifestación artística musical y dancística, que proviene de la contradanza “La Bataille” y la “Marcha Turca” que escribiera Mozart, y luego asesorar a los productores alemanes de la serie televisiva Polizeiruf 110, para que ellos compaginen vuestros conocimientos en la fusión de la segunda parte, como les dije, del renovado argumento de la película, que tendría que salir a la exhibición pública dentro de dos años, en 1989.

Ciertos asesores que tiene el actor Peter Borgelt, les darán claves para que desde este momento se movilicen en una búsqueda consecuente.

Hasta aquí llego yo. Solo sé que vuestra participación será incorporada en la segunda parte de la misma película, con el mismo argumento, pero con la incorporación de los designios secretos de la participación de Mozart, de Humboldt y de otros famosos personajes históricos para entregar una visión de conjunto donde está la verdad de los principios de este grupo humanitario que intentaba contrarrestar los intereses materialista de otros grupos secretos que han querido siempre imponerse. Comprueban ustedes que hasta en estos secretos grupos de francmasones y otros de tantos diferentes nombres, las peleas son igual que en el futbol, a ver quien mete más goles, en este caso quien adquiere más poder y el oro que de él deviene.

Rotundo quehacer de contradicciones que aun mantienen el mismo dinamismo, beneficioso y perjudicial, en las estructuras de la vida social, religiosa, económica y moral de nuestro continente.

Los mensajes de estos benefactores amigos, están elaborados en las figuras y el pentagrama del tango, y son sólo del dominio de

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los iniciados, aunque no todos pueden descifrarlos pues el rol de ciertas personas es sólo la divulgación, la que puede darse en más de alguno, ignorando los profundos principios por los que fue escrita esa ideología en defensa de la humanidad en los pasos del tango y en su música como mensajera. Pero todos tienen conciencia, hasta una noción primitiva, que el conocimiento no debe perderse. En la permanencia y propagación del tango está la clave de una resistencia, el mayor obstáculo para que el grupo que intenta apropiarse de los designios humanos logre imponerse.

Aquí tienen escrita la dirección, el teléfono y los nombres de los contactos en este lado de Berlín, para que les entreguen las formas de poder cruzar sin problemas al lado comunista. No se asusten, lo harán con visas absolutamente legales, estará todo reglamentado, todo en orden. Y por último la remuneración, el pago en dinero, les convendrá sin ninguna duda, y será como ustedes la deseen, además que viajarán con gastos pagados, como reyes, por los lugares más hermosos de nuestro continente.

Buena suerte. Si yo no aparezco en nada más, ni me ven nunca más, es porque nada más debo hacer. Pero si intentan buscarme aquí en esta dirección me encontrarán. Y les ruego discreción absoluta. A nadie deben contar de qué se trata vuestro viaje. Que nadie sepa dónde van y de dónde vienen. Todo les ocupará, pienso, no más de medio año.

Les reitero, buena suerte, discreción, prudencia y, ¡a la acción muchachos!

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CAPÍTULO 5

Luces de Buenos Aires –Las noches de Buenos Aires –Mario caminando intentaba darle relieve a sus recuerdos–, esas porteñas noches de la década del “que te jedi salía al balcón”, peinado a lo Gardel, engominado y de esmoquin como Carlitos, me hacen pensar en los amigos que me hicieron trabar amistad con el tango –decía Mario con la voz reblandecida–. Cada vez que escucho “El Choclo”, me acuerdo de ese razonado sentido de agradecimiento que sentía hacia Villoldo, por habernos dado con su tango, algo tan gratificante y, porque empezó a generarse en mí esa forma de ser agradecido cada vez que me sentía cerca de una obra musical y de cualquiera cantor de tango que me agradara; de una imagen, pintura o fotografía impactante o a la simple ayuda de un amigo; agradecido por recibir una sonrisa y, por sobre todo, por el mate compartido en rueda familiar o con el pibe que vivía más cerca, cuando a la madrugada volvíamos de alguna milonga a matear a su casa. El tango, como el mate, enseña a ser agradecido.

Nosotros, los de los viernes, de argentinos tenemos sólo el andar, con pasos de cancheros y tanguistas, proclamándonos por Berlín, asociándonos al tango con luminosas divagaciones nocturnas.

Berlín ha tenido siempre una invitación pacífica a dimensionar los sueños, aunque no siempre le ha ido bien: muchas veces se la teme porque demostró ser agresiva, por ser una ciudad que, a la vez que trágica, creativa y recuperativa de humanos valores, desde la cercanía se la ama; desde la lejanía se la sueña y, desde el recuerdo, provoca temor y compasión.

Creo que solo nosotros comprendemos que la noche es la personalidad de Berlín. Nosotros somos por ello unos privilegiados, aunque borrachos sumisos, inofensivos de ensoñación y pereza, ejercitando el ocio creativo donde no se llega a nada positivo, pero todo esto hay que vivirlo.

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Enamorados de la noche, no porque nos oculta y nos hace más inofensivos, sino porque tiene poesía el acto de meter la cara en la oscuridad, nos adelanta el volumen de la muerte y de la nada, pues nos entrega ese misterioso paso de avanzar contra el cuerpo de lo negro, de ese vacío en el que un día estaremos eternamente.

Soy un agradecido de la noche. Si en la noche hay un tango mortecino nada mejor que el bandoneón de fúnebres sonidos para que nos anticipe el porvenir. Así ha sido todo querido Juan, contrapuestas con antelación a las noches berlinesas, viví esas tremendas noches argentinas en la Avenida de Mayo, en las que me iba al Café Tortoni, tempranísimo, para observar entrar a los contertulios y ver a Borges, de un tamaño natural, no hecho de papier-maché, sentado al lado de una mesa. Ya no eran esos del pasado, de la famosa peña de intelectuales entre los años 1926 hasta su desaparición en 1943. Todos esos prohombres de la literatura habían desaparecido de la escena nocturna. Terminé conociéndolos por la lectura de sus libros, tanto a Roberto Arlt, a Borges, Fernández Moreno, González Tuñón, César Tiempo, Julio Cortázar, Sábato, Leopoldo Marechal: todos hombres del tango en espíritu y presencia, en obras de pecado y salvación. Ahora todos son un rectángulo con letras, personajes que tienen notas de tango porque son fantasmas.

Todos han querido repetir el espíritu de esa peña, incluso nosotros con nuestros encuentros de los viernes, porque sabemos que esa fue la forma que en Buenos Aires se construyó la amistad de la noche. Pero todo lo que permanece se corrompe, dijo William Blake, que no sé quién fue, este pensamiento se lo escuché a Ulises Petit de Murat, cuando, ya muy viejo, nos hacía clases en el Normal de la calle Urquiza y, nos contaba con lujo de detalles las reuniones de tantos brillantes hombre que ahora son historia: Borges, Lugones, Peyret, Julián Centeya, Mastronardi Jacobo Fijman, Leopoldo Marechal que hizo caminar a Adán por Buenos Aires, y cuántos más, entre los que no faltaba Julio de Caro el violinista alucinado del tango, que le inventó un ángulo más a la amistad profunda y porteña, y a la música popular una era, pegada a la guardia Vieja que, con justicia, lleva su nombre. Eran esas anochecidas clases en el colegio Urquiza, donde nosotros haciendo el bachillerato nocturno, nos emocionábamos sabiendo que por esas mismas aulas habían pasado;

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que por ahí se habían sentado; y aprendieron por los dados y el inocente truco cimarras matutinas y nocturnas; que se educaron y en inquietas peroratas literarias había brillado en sus aulas el talento de Cortázar, Sábato y Capdevilla.

¿Qué distinta a nuestras reuniones de los viernes? ¿Qué cambio de generación tan profunda? Los argentinos pasamos de la lectura a la admiración de grandes y reconocidos intelectuales y artistas, a tener como ídolo, en la actualidad, y como un héroe al futbolista Maradona, que es en quién nos reconocen cuando nos identificamos.

La oscuridad de Berlín

¿Quién de nosotros se ha adentrado en la historia de Berlín,

de esta ciudad que nos alberga? ¿Acaso Hottmar, el Dany, Ricardo, el Toli o los chilenos Ratamala y Tufillo? Ni pensar en las minas que andan puteando detrás de unas míseras monedas y que vienen aquí en busca de nuestra compañía. Bueno, para que seguir hablando, si la culpa es nuestra porque vinimos por voluntad propia, a encerrarnos entre idiotas ITB.

Mirá Juan, ¿por qué resulta tan especial vivir en Berlín? ¿Debería ser algo más que una anécdota personal, para cada uno de nosotros, encontrarnos aquí viviendo el trasfondo de la Segunda Guerra Mundial? ¿Es una condición de fe emparentarnos con los berlineses? Porque seguro, no hemos venido a solucionar sus problemas, en rigor, no tenemos la capacidad de ayudarles en nada positivo. Hemos sido, en verdad, una carga para el gobierno berlinés, que nos ampara con bondad y nos protege de algo que ellos aún no terminan de vivir y sufrir.

Hemos creado, berlineses y extranjeros, una imagen propia de la ciudad, que al final resulta una multicolor galería de retratos, que únicamente gana forma y nitidez cuando se suman todos los cuadros contenidos en ella. Berlín no anda buscando su razón de ser, este es un trabajo de cada uno de nosotros. La ciudad tiene la función que ha de cumplir porque así lo dicta la voluntad de los que en ella viven que se convierte en un deber. Reconocer esa labor, describirlas y desarrollarlas es la labor más noble que nos incumbe por la

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hospitalidad que, no siendo un deber, nos brinda con quietud, casi con una silenciosa obligación de moralidad.

A mí me da pena, aunque tengo derecho, hablar mal de Buenos Aires, de su gente y sus manifestaciones artísticas y no poder hacer lo mismo con Berlín. Invitado a casa ajena no debo criticar, sólo agradecer la hospitalidad. ¿No crees? Puedo tan sólo decir de esta ciudad, que no es la mía, lo que otros han escrito y lo que algunos de vez en cuando repiten en algún discurso o en entrevistas de la televisión o la radio, que aunque parezca banal, es de suma importancia: la influencia más profunda que se ha ejercido y se ejerce sobre Berlín que tiene su origen en las personas de esta ciudad, lo mismo los aquí nacidos, que los emigrantes o los que se encuentran de paso, todos ellos, dan forma a Berlín y, al mismo tiempo, también se dejan conformar por Berlín.

Muchos de los grandes personajes del mundo, la verdad es que no se sintieron demasiado a gusto aquí. Ni Federico el Grande, ni Bismarck, ni siquiera Adenauer. El motivo es simple: los berlineses no sienten respeto por nadie, aún en la actualidad. Una buena muestra de ello es la jerga que utilizan para hablar entre ellos y lo profundo de la ironía de su lenguaje. También, porque con ellos todas las fuerzas políticas se ensañaron desbordando sus ideologías y ¿cuántas veces provocándole a la ciudad verdaderos desastres bélicos? De ahí ese orgullo que sienten los berlineses, porque saben que tienen historia, dolor, oscuridad y viriles suicidios ante agresiones bélicas. Viven una especie de justificada protesta social, porque saben reconstruir sus fracasos. ¿Tendrán este temperamento y atributos los berlineses que se han acercado al tango? Tal vez tengamos, en otra generación, respuesta a esta incógnita.

–Algo muy parecido al orgullo de ser porteño. ¿No crees? –le interrumpió Juan–. Los porteños que miran al mundo con una altivez incomprendida, y se han puesto apodos a sí mismo que los engrandece, y a los provincianos, no sólo en forma despectiva, sino apodos con ironía y desprecio.

–Los berlineses –prosiguió Mario–, siempre fueron un poco locos, orgullosos, ofensivos, pero al mismo tiempo, vulnerables y sensibles.

Así mismo ve el porteño a cualquier extranjero que hace un pequeño análisis de su personalidad. Ese parentesco de Berlín con

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Buenos Aires es lo que ha plasmado el acercamiento del tango, su aceptación por esta masa de hombres que encontraron en él una nueva forma de realización ¿No lo crees?

La cultura que ofrece Berlín, como posibilidad de crecimiento en todos los aspectos de la actividad humana, sobrepasa las necesidades y la inteligencia de percibir las mejores oportunidades que tienen los latinoamericanos, que tenemos un receptáculo demasiado pequeño para darnos cuenta, conviviendo aquí con ese desarrollo cultural, que con sólo observarlo y hacer mención de él, tendríamos ganado un documento de identidad. Berlín le ofrece a cualquiera, con este despliegue de cultura, una perspectiva más completa, un mayor acercamiento al conocimiento personal, la posibilidad de no olvidar el pasado, a pesar del prurito de la publicidad y de los comerciantes que avasallan con sus propuestas diarias con un bombardeo de ofertas.

–Entonces ¿por qué no oscuridad de Buenos Aires y luces de Berlín? Mejor no sigo ampliando comparaciones –dijo Juan–. Te escucho.

–El muro ha puesto en una tensión pavorosa a los dos Berlín, a comunistas y capitalistas con nosotros en el medio. Pero pese a ello, aunque siempre hay motivos para que estén tensos, en este ambiente la libertad se asienta en la presencia política, por otro lado deseada, pero más necesitada, de las potencias protectoras, los Estados Unidos; Gran Bretaña y Francia, en la unión de los países federales de Alemania y en la voluntad de libertad que se respira conviviendo con los berlineses, aquí es impagable. Todo porque se siente la respiración, el aliento seco y el sudor amargo de los que viven en el lado comunista.

Las catedrales divididas

La situación de Berlín, como una ciudad dividida que es,

arrastra como consecuencia el hecho de tener dos mundos psicológicos distintos y enfrentados. Tiene dos fines y se proponen dos sistemas distintos de vida para el futuro. El muro se ha incrustado en todos, no te digo sólo en la piel, entre músculos y nervios del auténtico berlinés, sino hasta en nosotros, que no somos de aquí, que no sabemos convivir ni con los extranjeros de otros

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países latinoamericanos. El muro tiene una vida que aprisiona cualquier estilo de comprensión y te destruye la perspectiva de una visión más amplia de la convivencia humana.

–Pero, che, yo creía que vos pensabas que la verdad que a diario observamos nos demuestra algo distinto.

–Sí, sí, aunque tenga mis apreciaciones cariñosas hacia Berlín y su gente, no la tengo para los políticos, menos para los militares. Seamos honestos: ¿quién saldrá con los bolsillos llenos después de todo esto?

Tengo la convicción, siempre la he tenido, que desde la Revolución Rusa hasta nuestros días todo ello ha sido, a costa del pueblo, una mentira, una falsedad. La Unión Soviética no es más que una empresa comercial a largo plazo, que en un término de algo así como de 70 años, va a terminar, pues tendrá sus frutos maduros. La inventó un grupo de políticos comerciantes religiosos, que ni siquiera eran rusos, y van a entrar a especular, cuando termine el experimento, con todo lo contrario que ahora defienden.

Lo mismo este muro. Pese a todo lo que se diga sobre él, de bueno y de malo, no es más que una forma de experimentar con la posguerra, de programarle y añadirle ideas creativas a otras guerras que puedan venir, un conocimiento de cómo sacarle a los vencidos los derechos de reparación monetaria. Mientras, como siempre, el pueblo sigue viviendo con sólo las esperanzas cristianas que le imponen y le sepultan sonriendo en la miseria, sin futuro ni otras perspectivas.

Escuché un mensaje del cura Ratzinger, un obispo alemán de Marktl, dicho como un dogma imperativo “que Jesús no trajo al mundo un mensaje socio-revolucionario, y tampoco era combatiente de una liberación política, sino algo mucho mayor: el encuentro con el Dios vivo, con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud y por ello transforma desde adentro la vida del mundo”. Increíbles palabras que desautorizan a Espartaco y a todos los idealistas, y no le dan vigencia a nadie que pide libertad, justicia, pan, mejor vida para los hijos; y que se prefiera ser esclavo, pues siéndolo se sufre menos, porque el ser humano se alimenta, y se llena sólo con esa cristiana esperanza, que nunca ha llegado a nadie que la solicite vía rezos en iglesias de cualquier religión.

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Los humanos ya no tenemos secretos, ni intimidad, ni siquiera antes de nacer. Incluso en el vientre nos pueden ver, oír, filmar, examinar hasta el más mínimo movimiento. Este es sólo un preámbulo de lo que es el espionaje permanente que soportará el niño por el resto de su vida. En la época en que vivimos, cuando un niño nace ya se conoce su sexo, sus medidas y su peso. Desde antes del nacimiento se comienzan a acumular datos sobre cada persona. Y la cosa continúa, queda el registro de qué vacunas y cuándo se la pusieron, de todas las visitas y remedios que recibió desde su nacimiento, al igual que las calificaciones del colegio. Entonces que un cura se preocupe tanto de nosotros es una advertencia que nos tienen, desde el altar religioso, controlados, observados y nos aplicarán la vara de Dios cuando sientan que acometemos ideales y obras que van contra sus intereses. Las centrales políticas manipulan, junto con los representantes de Dios, todas las informaciones sobre nosotros, las que se compran y venden en la bolsa, o las canjean con compañías de crédito, bancos, seguros, hospitales y partidos políticos. Para las elecciones nos convertimos en un número más. Saben donde vivimos, dónde trabajamos, cuánto ganamos, cuanto impuesto pagamos, por quién se vota, a quién llamamos por teléfono y dónde comemos. Nada queda oculto a los ojos del imperio político-religioso y comunicacional, protegido por militares y policías.

Aquí en Berlín estamos –insistía–, aparte del muro, entre todas las informaciones emparedados por la policía. No podemos mover un dedo ya que todo lo saben. Así que tantos espías que vienen a controlarnos los días viernes es una anécdota más en el sistema de control, los espías son una vieja manera de conservar algo del pasado, un esquema caduco, que le da sabor a los sistemas de control moderno donde no somos nada. La muerte del tipo del bandoneón, su corbata y olor a ajos, cuenta menos que mantener el sistema vivo en número y calidad de espías.

El reciclaje de los intereses

Este muro también va a desaparecer. Se nota en el ambiente.

Berlín tiene cada día mayor cantidad de inversiones en toda su industria pesada y liviana. Se siente que ese trabajo no es para aliviar

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a los del Berlín capitalista, sino que se preparan para inundar el Berlín comunista cuando caiga el muro.

Nos han estado engañando a todos como a niños de pecho. Mientras vivimos aquí, en este lado con tantas garantías, ¿quién se preocupa de esos, aparentes pequeños detalles casi ocultos, del crecimiento de la industria publicitaria en cuanto a colocar carteles en los edificios. Todo lo que fabrican lo amontonan a la espera de inundar los edificios del otro lado cuando quiten el muro. Y muchas otras industrias que han crecido aguardan pacientemente que llegue a término el plazo.

–Ya vez, querido Mario –respondió Juan–, que no todo es alabanza cuando se intenta contar en la vida con la verdad. Es necesario reafirmarse en que la verdad no la tiene ni la mayoría, ni las religiones ni los políticos. La tiene, aunque nos cueste sangre, dolor y lágrimas reconocerlo, el dinero, sólo el dinero, ¡el oro, che, será a la larga el único vencedor en esta contienda! Donde vos y yo no contamos para nada. El muro de Berlín ha sido un banco de inversiones monetarias, que ha acumulado dinero a montones y hasta, seguro digo yo, que en forma oculta, ¡escuchá bien! ¡El muro se cotiza en la bolsa! ¡En la bolsa mundial se cotiza en absoluto secreto toda la riqueza que el Muro, una vez desaparecido, va a generar!

Inversiones a largo plazo

–¡Ah, querido amigo! –No importa quien diga esto–. Yo

pienso en la verdad y recuerdo los días que anteceden a la Navidad, de cómo se comercializa con el recuerdo del nacimiento del creador de la religión católica. Ese programa también fue un negocio a largo plazo. Todos los iniciadores de ese negocio, se confabularon para darle a la descendencia que vendrían después de aquellos que crearon este sistema de homenajes, después de dos mil años, una seguridad económica y la satisfacción de un absoluto triunfo comercial. Muchos seres de esa comunidad murieron en el camino, en la espera del producto con que vendieron ese cuento del niño Jesús, a todos los desaprensivos, que no miran para atrás ni les importa el futuro, con toneladas de materiales, ideas y esperanzas inservibles.

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No hay caso. Uno puede taparse los ojos, los oídos, la boca. Incluso, uno puede pretender que nunca ha existido. Pero lo vivido permanece. Nosotros, los hombres y las mujeres, podemos ocultar, fantasear o ensuciar la verdad como queramos. A veces nos resulta, como a aquellos que te he indicado, claro que resulta sólo por un tiempo. ¿Largo? ¿Corto? Pero no por todos los tiempos se puede ocultar la verdad.

El problema está, en que ahora después de tanto ejercicio por consolidar mentiras, se han hecho sabios y poderosos económicamente con tanto tiempo practicando la falsedad ya nadie puede tocarlos. Se han envuelto en lo que se llama “el sistema”, ahí están ocultos. Nadie le conoce las caras, ni sus nombres, ni se sabe donde viven. Pero no hay caso, la verdad siempre encuentra una forma de salirse con la suya. Un juez obstinado, un juego, una demolición, una plantación. Siempre algo imprevisible le gana todos los esfuerzos y coordenadas para ocultarse. Sale la verdad y revienta como una flor sangrienta. Con un halo de luz la verdad reverdece. A veces como pus retenida o como la costra que, ya en apariencia sana, se ha ido para dejar una cicatriz. Siempre surge la verdad, como nos sucede ahora que la tenemos en los labios.

Es necesario hacer justicia, pero no buscando venganza, no existe venganza alguna que pueda devolverle la vida a generaciones enteras que se fueron al infierno, por ejemplo, por no ir a misa los domingos, por no comulgar en ella, o jóvenes que pecaron por masturbarse, o por tener malos pensamientos. El infierno está lleno de putitas, mujeres que no encontraron otro oficio que la práctica sexual. Todos al purgatorio o al fuego eterno. ¡Andá a creerlo! Con el miedo al infierno, el pavor al demonio ¿cuántas veces no frenaron el descubrimiento y el ejercicio del amor y de la verdad?

Así ha sido, pero gracias a la verdad el hombre crece, porque la verdad es un ente vivo, cuya vida el ser humano no alcanza a comprender ni la acepta como vida vital dentro de sí, en su inteligencia, en su raciocinio. ¿Me comprendes? La verdad es como un Dios de esos que el hombre no puede dimensionar. La verdad existe en el dolor del hombre, vive en él, en su soledad, en sus desvaríos, en sus degeneraciones, en el alcance de la belleza; en su descubrimiento de que existen otras vidas paralelas que auxilian al ser humano, como el sonido, que la verdad convierte en música; el

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color que la verdad convierte en imágenes, que ya están plasmadas, frente a sí, en la sabia, tranquila y dadivosa naturaleza que es otra innegable verdad.

Por eso, la verdad emerge a través del tiempo cuando menos se la espera, ilumina a unos pocos seres, aquellos que la buscan en todas las cosas, que hurgan debajo de su propia vida y de la muerte de millones de seres que nos antecedieron. Entonces, cuando se la encuentra, destruye mitos, ratifica horrores, consagra méritos, avala lo hecho y deshecho por el hombre, no importa en que estamento social esté. Abre las puertas de los templos religiosos para que penetre el entendimiento y la razón de los espíritus libres, en forma sana y contemplativo y lo añada al conocimiento, aunque después lo deje en una biblioteca, para que otros elaboren, por lo menos, la búsqueda de soluciones.

La verdad es porfiada y nos permite que conozcamos nuestra maravillosa capacidad de construir y también de descubrir las falsedades con que algunos se han destruido a sí mismo construyendo palacios, ideologías, religiones, incluso formas artísticas que no son más que material de consumo y de adquisición del maldito dinero que da el poder fatídico a los actuales poderosos.

La verdad redime a los inocentes; a la sangre inútilmente derramada; a los muertos insepultos; a los miles y miles de desheredados que pueblan con los ojos cansados, heridos, y amados de la gente que nos rodea, de los que piensan y se inclinan ante ella, pero sobre todo, los que mantienen el alma abierta y radiante, para los que quieren ver que la verdad, amando la libertad, nos acompaña y nunca nos abandona, pese al trabajo de algunos, a través de los tiempos, que intentan ocultarla encadenándonos. Berlín y la Segunda Guerra Mundial

Lo que los historiadores han convenido en llamar la Segunda

Guerra Mundial es, en realidad, la historia de numerosas guerras que coincidieron en el tiempo y provocaron en su conjunto la mayor hecatombe que han visto los siglos. Además, de crear grandes fortunas para unas pocas familias. No hay una cifra precisa de muertos, pero se sabe que sumaron más de ochenta millones de personas, lo que quiere decir que varios cientos de millones más

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resultaron heridas, que otros cientos de millones pasaron hambre y penurias. Para describir el horror sufrido por la humanidad en el corto periodo de seis años, los periodistas, escritores e historiadores han intentado explicar que se trató, por primera vez, de una guerra que tuvo el carácter de total, es decir, que afectó a la población civil incluso en mayor número que a los militares movilizados para matar a otros militares. No ha cambiado nada desde esas lejanas guerras púnicas o romanas, por buscar sólo un ejemplo, cuando las huestes imperiales de una ciudad o un Estado sitiaban una ciudad y, cuando esta caía, en un solo día se acababa con todo, y con absolutamente toda la población civil. Unos morían degollados; los que tenían suerte, pasaban a engrosar de por vida, el gigantesco ejército de esclavos que proporcionaba mano de obra barata para el desarrollo económico del país o la ciudad de los vencedores.

Aquí en Berlín se desarrolló el epicentro de toda esa inteligencia de exterminio, aquí estuvieron varios criminales, con Hitler a la cabeza, a nuestro lado, y Stalin, al otro, sin olvidar por supuesto, que creían proteger sus fronteras y motivaron a estos sátrapas a emprender la marcha criminal con sus arranques de grandeza.

Cuando Gran Bretaña y Francia decidieron entrar en guerra contra Alemania no fue por salvar la democracia en Polonia, cosa que no existía, ni por salvar al pueblo judío del exterminio, al comienzo algo sobre lo que existían abundantes indicios pero no una completa constancia. Fue porque las intenciones imperialistas de Hitler habían quedado absolutamente al desnudo. La invasión de Francia era predecible, formaba parte de la agenda del dictador alemán. La firma del pacto germano-soviético en agosto de 1939, unos días antes que se produjera la invasión conjunta de Polonia, obligó a Gran Bretaña a intervenir contra Alemania y a reforzar el discurso democrático contra el nazismo.

–No entiendo –intentaba explicarse Héctor–, cómo se puede hablar de democracia cuando se es gobernado por un monarca.

–Escucháme que sigo razonando. –lo detuvo un poco impaciente Mario–. Hasta que en 1941 las tropas alemanas atacaron la URSS, cuando ya Francia estaba postrada y gran Bretaña aislada, la esperanza de que la guerra pudiera volcarse a favor de las democracias fue decreciendo. Japón alimentó la esperanza cuando

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atacó Pearl Harbour y decidió la entrada de Estados Unidos en la guerra.

Ahí se decidieron los dos escenarios, el frente ruso, donde los dos totalitarios chocaron con toda la potencia de su industria bélica y sus gigantescos ejércitos; y el frente asiático, donde los americanos lograron doblegar a los japoneses.

Y nosotros. Pensemos en nosotros. Qué valor tiene estar detenido en esta revancha de estar emparedados que nos dan, a la expectativa de que podamos serles de ayuda en una siguiente contienda. ¿Por qué será que estamos aquí? ¿Nos tienen aquí para algo que viene, y que podríamos en algo serles útil?

Bueno, digo todo esto para que puedas comprender por qué pienso en la gran mentira que es el comunismo y más el capitalismo, para llegar a la verdad de la existencia de este muro, que lo tenemos en la cabeza y que es una realidad tan palpable como que nos ha emparedado en vida.

En la época estalinista un linotipista en Rusia –nadie recuerda su nombre– cometió la aberración de escribir mal la palabra Leningrado, y lo fusilaron. A la poeta Anna Ajmátova, nada sospechosa de simpatizar con el régimen de Stalin, ejecutaron a su marido por actividades antisoviéticas y ella misma estuvo condenada al ostracismo por chocar su poesía con el realismo socialista. Sin embargo, le regaló a Stalin una carta de súplica, que él ignoró, para que perdonara a su hijo. Le decía: “Que el mundo recuerde este día para siempre, que esta hora sea legada a la eternidad. La leyenda habla de un hombre sabio que salvó a cada uno de nosotros de una muerte fatal”. ¡Stalin y su régimen ordenó matar a 20 millones de personas! ¿Cómo pueden algunos poetas todavía alabarlo, e identificar en él los principios más puros y necesario para el ser humano?

Te doy estos ejemplos para llegar hasta nuestros poetas latinoamericanos como Pablo Neruda que, con su “Nuevo canto de amor a Stalingrado” intentó conmovernos con sus sueños sobre Lenín y el comunismo, y con las alabanzas y honores que, por sus poemitas le dieron los comunistas, nos encapuchó con versos la verdad de esa ideología que profesaba, como un oportunista, en busca de seguridad y de premios. Bueno. Llegó hasta el Nóbel ¿no? Inclusive el tan conservador Jorge Luis Borges, en su juventud, le

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cantó ingenuamente a la revolución rusa. No los culpo. Nos engañaron a todos, hasta es posible que también a ellos. Y cuántos otros intelectuales dieron la vida por el internacionalismo, se lo metieron en las venas a la juventud y a los obreros de todos los continentes.

¿Qué fue eso del internacionalismo? Si los rusos son de Rusia y ahí están, ahí viven, no están en todas partes. ¿Qué tipo de rusos fueron aquellos que propagaron el internacionalismo? ¿Quiénes son los que están en todos los países del mundo y que luchan por internacionalizar todos los poderes? ¿Quién me podría desvelar estas preguntas sin que me descalifiquen en la esencia democrática, de libertad y justicia conque vivo?

–Esos internacionalistas –le interrumpió pensativo Héctor, que no terminaba de tomar su cerveza–, se convirtieron en una máquina exportadores de revoluciones.

–¿Y cómo no, che? –seguía Héctor–. Si hablan de justicia social, libertad y del derecho del proletariado al acceso a disfrutar de los bienes de los poderosos y ser definitivamente los dueños del mundo. Con estas promesas ¿quién no es capaz de ponerse a soñar y pedir de inmediato una cédula de asociado?

Verás, cómo esa prédica, ese estilo de convencimiento, de actividades políticas en corto tiempo, no será más que una descarada empresa comercial, que sin tapujos ni vergüenza seguirá adelante con sus propósitos sin importarle las opiniones, ni la rebeldía de los pocos seres pensantes. Cesarán las prédicas, y todos los comunistas se reconvertirán al capitalismo, que es el que maneja los hilos de la empresa política y religiosa que nos tiene marcando el paso con los militares apuntándonos al pecho.

–Yo siempre he creído –dijo Juan apuntando a todos con el dedo– que el capitalismo creó el comunismo para edificar confusión. ¿Podrás entenderlo? Ha sido una soberana contradicciones, y dentro de poco ese comunismo, constructor de mentiras se volverá capitalista y echará por tierra todos los principios y las palabras de justicia, libertad y amor saltarán por los aires. Ya te hable de la tesis, la antítesis y la simbiosis.

Todo va a caer, comunismo, muro, dictaduras. Vendrán otras guerras, pues como te dije, la última no ha terminado y entonces che, ¡pobre de nosotros!

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Espero no estar aquí para cuando lleguen esos momentos. Ese contrato que nos han dado de ir a Latinoamérica, Mario, por lo menos a mí, me salva de vivir el triunfo de una hipocresía abierta y descarada como lo es el comunismo de Berlín oriental y su muro pintarrajeado y el engaño de todos los políticos confabulados entre sí y, con todas las naciones aliadas, para lograr tan solo sus ambiciosos proyectos. Después todo será difusión publicitaria. Novelas que fueron vividas

–Che, Mario, dame un abrazo –exigía Juan–. Te eximo de que escribas esa novela puteando a los escritores o por lo menos de que los andes acusando de hacer escuela de mentiras, protegiendo a los capitalistas con sus entretenidos argumentos. Sin embargo todo lo que dije sobre los novelistas es la verdad.

Que la escritura, en definitiva, en todas sus modalidades que se entienden valores literarios, nos crean y revelan a veces, beneficiosamente mundos paralelos, donde está todo contaminado por la economía, la política y los medios. La literatura entra en la realidad y ya no es posible saber si conserva una intención de sana creatividad. Tomála como un instrumento para ver el mundo, como cuando bebés un vaso de vino embriagante desde la primera copa, o tomás un café o te sorprendés jadeando en un coito frenético. Algo que sabemos que daña, pero por lo menos en una mínima medida, no digo el coito ¿no?, el amor hace bien en todo momento y en cualquier edad. ¡Te lo digo yo! Porque así, como que la novela construye realidad ficticia, también destruye y, señala territorios para ubicar a tientas, las condiciones de vida actual.

El mundo lo podemos ver de muchas otras maneras, desde el ángulo de cualquier cosa: la sociedad, el cuerpo, las creencias; porque una vez que aprendés a leer es posible pensar en lo más profundo y general; tomar ubicación en el palco que te condiciona la vida y dar los saltos que se te ocurran y señalar, con o sin importancia, si los personajes son reales o no, si la historia ocurrió en la fantasía o es una soberana mentira; si son ensayos, biografías, grabaciones o un simple periódico. Desde ahí podés decir con qué intensidad las cosas oscilan entre ellas, y se diferencian en categorías y cuánto exigen para ser comprendidas o aceptadas. Pienso que la

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novela actual es una contracultura, que va en dirección contraria al raciocinio. Como mera entretención cumple su tarea, pero algunos novelistas, con una carga moral demasiada influida en lo religioso; otros en lo económico; otros en su propia vanidad y conveniencia de halagos, nos dan caminos equivocados y digerimos mal sus mercaderías, nos estatizan los sentimientos y la carencia de distribución del afecto y el verdadero amor y otros principios son, simplemente, en estas novelas, repito, simple mercadería. Así se diluye el lector sincero en cosas subversivas a la razón. Toda la otra literatura, la de valor, se pierde en aras de la fantasía.

Estos antecedentes politizan el arte en todas sus expresiones. Hoy los problemas. –querido amigo– son las fusiones, las contaminaciones, los éxodos, lo que implica dejar de lado, o entre paréntesis, la cuestión del valor de los textos literarios. Esto lo sabemos todos los que hemos leído a Walter Benjamín que terminó en España pegándose un tiro. ¡Qué buena lección!

En la gran literatura de la novela moderna, ¿a qué llamamos valor? ¿A la contemplación de destinos, a la existencia de un marco referencial, a las relaciones especulares, al libro dentro del libro, a la densidad verbal, a las duplicaciones internas, las recursividades, los paralelismos, las paradojas, las citas y referencias, a todo eso que califica a la llamada gran literatura? Estos pensamientos, más que con menos, los encontrarás en muchos críticos que no han logrado, ni el que escribe, ni el que lee, ninguna reconciliación ni con él mismo.

¿Crees, de verdad Mario, que la realidad requiere ser representada por cuanto ella misma es pura representación? Cuando se ha obrado mal parece que no existe futuro, que ha desaparecido, sólo existen los pasados, todos los abismos del pasado, conviviendo en el presente, y el futuro parece como un vuelo de otro ser que nosotros sólo estamos presenciando. Todo lo que se produce y circula y nos penetra, que es individual y social, privado o público, imaginario y real es nuestra respiración, tan sólo por ello vivimos porque todo se deja respirar, incluso lo ajeno al ser humano como es la maldad y los propósitos ocultos de dominio. Nosotros somos masa y tenemos un doble carácter: por un lado somos disciplinados, controlados y dominados, y por otro, indefensos, indiferentes a lo poco que tenemos de vida, por ello la soportamos. Somos, che,

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aunque cueste creerlo, una esponja que todo lo absorbe y, como siempre, nos están apretando ¿comprendés el resultado?

Para mí la imaginación novelística moderna es un territorio utópico donde existe para el escritor la explotación: los que trabajan, en toda la red editorialista son explotados, creen que han entrado a una elite de privilegiados pero permanecen como obreros que juntan letras en frases con cierto sentido No ocurrió nunca una liberación, la literatura nació encadenada a las necesidad de unos y de otros. Los que escriben son esclavos de afectos, de creencias, de vidas cotidianas, como un trabajo sin libertad en nada, como si su motivación fuera una eterna opresión. Ves, una posición totalmente utópica. Pero en la realidad lo que ocurre es la desigualdad más brutal, porque la globalización, a la que se espera recurrir cuando acabe este muro y la Unión Soviética desaparezca, viene con una diferencia tremenda: producirá cientos de miles de pobres que estarán pataleando en el barro, todos mudos sin saber que decir; la caída del muro va a condensar en el presente una suerte de historia de la humanidad, desde el hombre de las cavernas hasta el tipo que está conectado a Internet las 24 horas, con sus migraciones y sus desplazamientos forzosos. La explotación, la injusticia, el imperio y el capitalismo son brutales. Esa es la cara que muestra la utopía realizadora del liberalismo que se cierne y, en cuya ayuda, la literatura es una de las culpables de su implantación por ser capaz y, con una intención perversa e intencionada de antemano, de distraer la atención de lo primordial.

–Juan, cuanto has dicho, ya lo sé, es comentado en todos los medios de información, que de alguna u otra manera todos lo están repitiendo. Si creés en lo que leíste y acabas de decir, ¿por qué recomiendas ejercitarlo? Son tus traumas los que enumeras y esta paranoia de estar encerrados entre dos muros.

–Bueno. Veamos Mario. Te eximo de que escribas esa novela. Quedáte así. ¿Conforme? Si lográs tranquilidad con haberte liberado de la carga de escribir esa novela sobre nosotros y el tango en Berlín, también yo me libero de estar repitiéndote cargas morales que, de verdad, y te diste cuenta, me agobian desde hace mucho tiempo. Además, ¿a quién le importa si existimos?

De lo último que he leído me llamó la atención de qué manera los escritores intentan dorarnos el lomo con frasecitas como

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las de un escritor turco, que dijo que los novelistas envidian la realidad y, que se debe, ante la imposibilidad de vivir en carne y huesos nutritivos, escribir la historia novelada con trozos de mentiras. Lo que es para mí desconcertante.

–Pero, es lo que has estado pidiéndome durante todo estos años Juan. Sos un tango sin escuela. Yo no escribo novelas –refunfuñó Mario.

¡Quedáte tranquilo! ¡Entonces, no escribas nada! ¿Ves como te quiero che? ¿Soy o no soy tu amigo? Viernes escapados del muro

Ambos amigos llegaron ese viernes al restaurante cuando ya estaba lleno. El humo del ambiente dejaba apenas perceptible la punta de la nariz de los parroquianos, cuya tarea, a primera vista, era meter el cigarrillo en sus labios, luego lavarse los dientes con la cerveza mezclada con el humo, gastado y trajinado por docenas de gargantas, de mal olor y peor sabor, mientras articulaban sonidos que podrían ser palabras, frases o una conversación que no llegaba más allá de sus labios.

En eso entró Roberto, “el manchado”, a quien llamaban también “el vitíligo” por las manchas blancas que tenía en la cara, venía agitado y sudando por el calor que reinaba en la calle. Caminaba como un alarmado energúmeno, y se puso casi a gritar.

–Che, les cuento. Acabo de pasar cerca del muro y de mirar otra vez hacia el lado oriental de Berlín. Ahí en la entrada del Check Point Charly, la principal para los vehículos que van a la DDR, al Berlín Oriental, y donde están esos carteles que dicen: “Achtung. Sie verlassen jetzt West-Berlin”. Ahí presencié otra de las escapadas milagrosas. Por supuesto protegida por los aliados. Estaban todos, hasta los gendarmes de la aduana de este lado sobre aviso de que alguien intentaría escapar. La escena estaba preparada de antemano. A los periodistas los escondieron dentro de los zaguanes de las casas vecinas y todos los policías del West Berlín, cruzaban los dedos porque el escape resultara exitoso.

¡Y yo, ahí che, de casualidad en el medio! ¡Qué bárbaro! ¡Lo vi todo temblando de pies a cabeza! ¡Oí cómo hablaban los policías del otro lado alarmados, pensando en el castigo que a ellos les

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darían. Estaban, algo así, como por primera vez bailando un tango instrumental! Con las metralletas con la bala pasada a punto de agarrarse a balazos, los de allá y los de acá a punto de romper el equilibrio, che.

De casualidad, che, tuve el privilegio. ¡Viste! Fui testigo ocular. ¡Che, qué bárbaro! Y lo más sensacional de todo, es que este muchacho que me acompaña –parece mentira lo tranquilo que está–, es uno de los que se escaparon. Nos hicimos amigos. En cuando escuchó que yo era argentino, me preguntó dónde se podía ir a bailar tango, que lo quería ver y aprender. Bueno, me encontró a mí. Le conté de nuestros encuentros y me lo traje conmigo. ¡Qué bárbaro che, qué anécdota! El pibe está un poco inquieto, tiene que desahogarse, evacuar todos los nervios acumulados durante años y meses preparando el golpe evasivo, che. ¡Por favor, trátenlo bien!

No habla castellano, pero no importa, ustedes háblenle en alemán. O bailen un tango para que vea que somos de verdad.

Todos miraron con asombro a Roberto, que se moría de risa, ante la sugerencia de una traducción. Pero ahí saltó el supuesto alcahuete Jorge Miell, que estaba como siempre a la expectativa.

–Yo hago la traducción, che, no faltaba más... Mario miró a Juan diciéndole al oído–, ¡viste, che, este

sonriente espía va a lograr, con sus artimañas, meter su cuña entre nosotros! Estaba esperando su oportunidad. Esta vida es como la levadura, la calentás un poco y comienza a crecer.

–Qué bueno che, gracias Jorgito –le decía Toli y le palmoteaba cariñosamente la espalda.

El alemán era joven, de regular estatura, rubio, de ojos azules y de mirada atrevida. Aunque no dejaba de sonreír, en sus labios se advertía firmeza y en sus ojos una extrema curiosidad. Mientras, Jorge Miell apoyando sus brazos en la mesa y en medio de todos, se le notaba feliz y, lleno de entusiasmo, comenzó a traducir en forma instantánea. El alemán empezó así:

–Yo me llamo Stefen y tengo 25 años. No crean, no soy un escapado, sino uno de los que ayuda a escapar. Me tomé esa misión porque el primer muerto por ayudar a los de la DDR, fue mi abuelo, que recibió el primer balazo de los vopos, los policías de la DDR, y nunca nadie dijo nada. En el comienzo de la división entre las dos Alemania, pasaron muchas tragedias que se olvidaron por la cantidad

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de cosas, que juntas y siendo tan graves, ahogaron la posibilidad de denunciarlas. Además, nadie esperaba que fuera tan grave la situación que vemos ahora.

Yo tenía, hasta ahora mismo, un auto italiano, un Isetta, que es pequeñísimo, además bajo y con cabida para dos personas. Fui con él, por primera vez, a visitar a unas tías que me viven en Ost Berlín, donde además he tenido siempre una amiga. Todo comenzó porque con esta amiga, un día nos metimos dentro del Isetta y como pudimos hicimos dentro el amor, cierto, todos quebrados, pero lo logramos, pese a la estreches de mi auto. En ese momento surgió la idea. Ella me dijo, ¿porque no me llevas así al otro lado? Mi novia reunía todas las condiciones: era pequeña, tenía voluntad de escapar, la fuerza suficiente para arriesgarse, era joven, llena de vida y entusiasmo por conocer la vida de nuestro Berlín. Yo revisé bien mi Isetta y logré meterla y ocultarla en el espacio que tiene destinado el Isetta para alojar la calefacción y la batería. Y lo logré. Pasamos todas las revisiones de los vopos. Con ese vehículo conseguí sacar a 18 personas. Nunca dije nada a nadie. Los que ayudamos no somos héroes, y si lo somos nos mantenemos en el anonimato.

Duró bien poco este sistema de huída, pues los vopos que vigilan las fronteras lo hacen con varillas que indican las medidas de todos estos vehículos pequeños, en cuya punta van colocados espejos para controlar los autos desde abajo.

La última vez que intenté pasar el Isetta cabeceó ligeramente, en el momento de controlar los aduaneros mis papeles por un incontrolado movimiento del que estaba escondido, pues al no tener espacio para nada, con mover un dedo se notaba adentro que alguien respiraba. Empezaron los guardias a los gritos a dar señales de algo extraño, pero otro detalle que se les había escapado hasta ese momento, fue que la barrera siempre tuvo una altura que yo ya había calculado y venía preparado para la emergencia: a la capota de mi auto le había cortado las bases con que está unida al cuerpo de abajo dejándolas apenas con un centímetro de apoyo, y aceleré a fondo, confiando en que al otro lado todos estaban conscientes que alguien se escaparía en ese auto pequeño. La capota al pasar debajo de la barrera se despegó y quedó colgando detrás de mí, dejando al Isetta como un auto deportivo. Los vopos se quedaron con mis documentos y yo fui recibido por la policía del Berlín Occidental con una abierta

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y desafiante protección. Lo que hizo que los periodistas presentes pudieran propagar la noticia y fotografiar mi auto que venía arrastrando la capota.

Ahí me encontré con este amigo. A él, ya le conté que, con esta vez, conseguí pasar 18 veces por diversas fronteras, con 18 amigos de la familia de mi novia y la mía que había quedado al otro lado.

Desde el 13 de agosto de 1961, en que se construyó el muro han logrado escapar muchísimas personas. Se calcula que unas 300 lo han logrado. Pero los acusados, juzgados y condenados por intentarlo han sido más de 60 mil hasta este momento.

Se crearon muchos métodos para el escape. Todos llenos de ingenio y creatividad, algunos con resultados, por lo que se requirió inventar o perfeccionar elementos materiales, que han servido, digo, para inventar o perfeccionar varios tipos de instrumentos que ahora son de utilidad pública.

–Che Jorgito Miell, pregúntale al amigo, si conoce de otros casos de escapados, –Luis le inquiría inquieto al intérprete que se catalogaba a sí mismo de “intérprete del tango” y que estaba feliz chachareando en medio de todos.

–Desde los primeros días, los escapes empezaron ser a diario, no todos resultaron con un final feliz. Desde esa huida en que una viejita quedó colgando media hora de una frazada, por miedo de soltarse, mientras los policías del lado oriental tironeaban hacia arriba, los de bajo, de occidente, le insistían a la abuela que se dejara caer, tironeando, a duras penas hacia abajo la punta del lienzo en que colgaba la pobre vieja; hasta esa familia que desde el cuarto piso comenzaron a lanzarse a la lona de los bomberos. Primero, tiraron a un niño de 6 años, luego se tiró la madre que resultó gravemente herida y el padre que al romperse la lona quedó con la columna destrozada. Para otros cuatro fugitivos estos saltos fueron fatales, falló la lona y fallecieron a consecuencia de las heridas sufridas.

Miell, el presunto espía y diligente traductor, sudaba la gota gorda, mientras pedía otra cerveza–. ¡Che que tengo la lengua seca de tanto hablar! –Y seguía traduciendo.

–Varios intentaron cruzar en camiones pesados estrellándose contra el muro, derribándolo, algunos lo lograron pero llenos de contusiones, otros no alcanzaron pues los guardias tenían órdenes de

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disparar a muerte. Nadie sabe a cuántos de estos fugitivos los alcanzaron los perros que eran lobos salvajes que los tenían amarrados; también a otros que no alcanzaron saltar el muro o quedaron enredado en los alambres de púas.

Uno de las más espectaculares escapadas fue la de un austriaco que en una tienda de alquiler de automóviles de la Kurfürstendamm de Berlín occidental había descubierto un coche inglés tan bajo que pasaba por debajo de la barrera de detención.

Por este coche, copiando su altura, yo logré mis escapadas. El austriaco consiguió huir en el mini auto, con su propia

novia y la madre de ella. Lo interesante para ustedes es que al poco tiempo un argentino descubrió el mismo auto en el mismo comercio y lo alquilo con la misma idea.

–¿Quién será che? ¿Quién lo conoce? –grito Toli–. ¿Cómo se llama?

–En la frontera –prosiguió el joven alemán– el centinela le preguntó al argentino: “¿no es este el mismo coche de hace unos días?”, el muchacho ignoraba lo que había pasado antes y el guardia, también confundido, lo dejó pasar. Dentro iban debajo del asiento trasero, la novia del argentino y en el portamaletas la madre, ambas en cuclillas amontonadas en el mínimo espacio de estas cavidades. Esta fue una escapada feliz. No otras, donde el fugitivo quedó herido de muerte. Fueron muchas las fugas que se han hecho famosas como aquella del túnel, donde en su construcción participaron 38 personas que, desde un baño de una casa aledaña, lograron escapar hasta otra casa del lado occidental. Hicieron un túnel de 145 metros a 12 metros de profundidad, con sólo 70 centímetros de altura, que salía a una antigua casona de la Bernauerstrasse. Tras seis meses de activo trabajo consiguieron huir 28 personas.

Otro joven de 24 años, logró construir un avión en el quinto piso de un edificio, en un cuarto de 4 x 4 metros. Logró volar 100 kilómetros hasta Austria en el pequeño avión que tenía un motor sacado del Trabant, el auto de los comunistas berlineses.

Han escapado civiles y militares. Y la lista va a continuar, lo mismo la de muertos. ¡Es una suerte, una valentía lograr salir de cualquier modo para lograr la libertad!

La cifra real de los escapados, de los perseguidos por ayudar y los muertos no se sabrá jamás. Tanto desde este lado, muchachos,

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como del otro de los comunistas, estos datos los ocultan, dicen, para no asustar a la población.

Bueno, bueno, nos hemos ganado otra cerveza. Y me gustaría, perdón –dijo sonriendo el alemán–, como me dijo el amigo que me trajo aquí, que me llevarían, si les contaba todos mis conocimientos y mis aventuras, a bailar tango, que desde hace mucho tiempo que quiero aprenderlo. ¡Vamos, que yo los acompaño! ¿O es muy tarde? Los viernes de La Hansa Para todos los que se juntaban los viernes, no era la mejor vida deambular de noche a grandes zancadas por la ciudad. Era sí, una necesidad el juntarse. Le ocurre a los poetas de todas las diversidades que andan recitando, con las mismas pausas, sus recuerdos en rima. Al respecto decía Reinar María Rilke, el vate alemán, que la expresión física debe constituir una necesidad perentoria; esa necesidad se había agudizado en él a propósito para no convertirse en una solución trágica. Terminó suicidándose.

Mario, sabía que era verdad. Entrar en la noche berlinesa era como entrar en su propia casa, porque en ella, en esas noches de tibio calor primaveral, siempre sentía un amparo perdurable hasta el otro día, cuando se presentaban otras emociones, algunas no reconocibles, en todo caso casi siempre inesperadas sensaciones de bienestar. Así la noche y la casa podrían ser, perfectamente, la misma cobija maternal, por eso de estar adentro como en una atmósfera familiar.

No es mala idea, pensó, recopilar información del actual trajín, conformación de las academias y de los profesores de baile de Berlín. Como todos los muchachos tenían que participar en esa búsqueda, había considerado importante dar una semblanza psicológica de los bailarines y de los profesores alemanes frente a su calidad de organizadores, a esa responsabilidad de los alemanes de hacer las cosas a la perfección.

Había copiado unas páginas sobre la historia de una gran obra organizativa, de gran prestigio y éxito, que se había gestado hace muchos años en el norte de Alemania. Para que sea –se repetía a sí mismo–, mi aporte en estos viernes, para que estos burros

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aprendan un poco de historia alemana, que transcritas paralelas a la organización de las academias de tango y de los profesores en Berlín, les diera a los viernosos, una somera idea de la capacidad de los alemanes en todo tipo de negocio y asociaciones mercantiles. Por algo y para algo existían esas academias de tangos y esos profesores. El comercio desde antaño

–Bueno muchachos –dijo cuando aún no se había sentado–, les leeré unas páginas de la historia, de cómo se agruparon en comunidades de negocios, los comerciantes alemanes en tiempos pasados. Intuyo van a ser los referentes que van a copiar, los actuales los profesores de tango, para organizar sus academias. No me extrañaría que más de uno busque asociarse a otro y así fundirse, todos en una sola intención que tienda a protegerlos en el futuro, en algo así como una Universidad, Ministerio o la Cámara del Tango en Berlín.

Las ciudades alemanas, algunas de las que fundaron los romanos y fueron los centros espirituales, políticos y económicos del Imperio medieval, estaban en las márgenes del Rhin y el Danubio. Había otras ciudades, generalmente en la periferia, que eran los centros de la burguesía genuina. Esas ciudades surgieron después y alcanzaron mayor importancia económica que las viejas ciudades imperiales. Berlín en época de la conquista de los romanos aún no existía.

Bueno muchachos. Escúchenme, por favor –dijo Mario en el momento de sentarse en la mesa que ya estaba colmada con las tres habituales mujeres, las putitas tucumanas acompañadas ahora de una colombiana, muy arregladitas como para ir a una fiesta, que se habían convertida en asiduas de las primeras horas de los viernes, por lo menos hasta las once de la noche.

La pequeña Lucía, se quedaba siempre, como embobada, escuchando a todos hasta el final de la tertulia.

–Bremen, Hamburgo y Magdeburgo –prosiguió Mario–, aparecieron con la cristianización de los territorios alemanes entre el Rhin y el Elba. El desarrollo del comercio y la industria crearon en esos burgos un nuevo poder, impaciente de librarse de la tutela feudal, y del siglo XII al XV, unas veces con sublevaciones, otras

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por negociaciones, lograron conquistar alguna forma de independencia o absoluta autonomía. En este último período aumentó considerablemente el número de nuevas ciudades, que impulsaron los colonizadores, como Enrique el León. Surgieron entonces, entre otras, Lübeck, Munich, Freiburgo, Leipzig. Entonces fue cuando Berlín comenzó a vislumbrar, a crecer lentamente pero sin pausa, hasta consolidar una posición en la geografía de la parte norte de la Germanía.

–¿Algo así –interrumpió con suma inocencia Hottmar– como cuando en Berlín comenzó, en ese 1982, a divulgarse el tango?

–Hacia 1350 la mayoría de las ciudades alemanas se habían convertido en ciudades libres. Su número se elevaba a unas 70. Otro grupo de ciudades, más pequeñas, eran ciudades imperiales, id est, su autonomía estaba fiada a la protección del emperador. –Che, aquí en Berlín también hubo un alemán que se creyó emperador del tango, casi dueño absoluto de todos los conciertos y bailes de tango. En esa época, al comienzo nadie era, con nadie solidario, no se entendían entre ellos, se odiaban viendo quien progresaba más, quien tenía más alumnos o una mejor academia. El terreno lo disputaron hasta robándose a las mejores bailarinas. Ahora hay un Papa del Tango, tiene su propio Vaticano. ¿Saben quién es?

–¡Pará, pará, dejáme seguir leyendo! –grito Mario–. La riqueza y el poder de las ciudades alemanas no eran inferiores a los de las ciudades occidentales europeas y podían ser comparadas con los de las ciudades italianas. Sólo que las ciudades alemanas no desempeñaban en la historia el papel político que se arrogaban las ciudades al sur de los Alpes en la historia de Italia. El horizonte político de las ciudades alemanas era más estrecho, más económico y más local. Sin embargo, no carecían de ambiciones al respecto. El intento más logrado de las ciudades alemanas de alcanzar sus aspiraciones económicas por medios políticos fue la formación de la Liga de los Emporios del Norte bajo la dirección de Lübeck, la conocidísima Liga Anseática o Hansa.

–Mario, perdón que te interrumpa. Sé donde vas –creyó un deber insistir Toli–. Aquí se formó por primera vez, entre bailarines, por supuesto ya conducidos por un experto de la danza clásica, un grupo que se llamó Sindicato del Tango en Berlín. Era un grupo para bailar coreográficamente. El cuerpo de baile tenía unas puestas en

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escenas al estilo del elenco del Teatro Colón. Con mucho entusiasmo hasta fueron a Buenos Aires, llenos de mística y pusieron una placa en la tumba de Carlos Gardel, che. Lograron un pequeño espacio entre tantas que hay. Hoy se ve a simple vista ese homenaje lleno de cariño de este grupo. Creo que fue el primer grupo coreográfico que se organizó en Berlín.

–La Hansa –prosiguió Mario– se originó por la comunidad de intereses de los países bálticos y del norte de Alemania. El comercio del báltico solo podía prosperar exportando el grano del norte de Alemania, el hierro y el alquitrán de Escandinavia, y las pieles, cueros y cera de Rusia a cambio de vinos, especies y tejidos finos. Los navegantes del norte de Alemania y los del Báltico coincidían, pues, en su aspiración a negociar con Brujas, centro del comercio entre Flandes e Italia. La Hansa fue una confederación, no sólo de los mercaderes, sino también de las ciudades a las que pertenecían, desde Riga a Colonia. Llegó incluso a comprender algunas ciudades del interior, como Breslau y Münster. Lübeck fue el centro de la Hansa desde mediados del siglo XIII. La Liga manejaba la mayor parte del comercio del Báltico y Escandinavia y buena porción del comercio inglés.

–Perdonáme Mario, pensar que nosotros los argentinos, cuando nos conformamos como nación, nos andábamos peleando entre provincia y provincia, cada cual tiraba para su lado. Cuánta muerte y desperdicio, che. Aquí intentando unirse y nosotros peleándonos para vivir desunidos.

Para comprender esta desgracia y odios en nuestro país en su etapa de formación, basta leer a Sarmiento “Facundo, civilización y barbarie” para comprender por qué en la actualidad existen tantas rivalidades.

–Bueno. Bien, bien. ¿Puedo seguir? En el siglo XV, cuando la Hansa estaba en su apogeo,

dominaba política y económicamente el Mar del Norte y el Báltico, desde Novgorod, en Rusia, hasta Londres y Brujas. Pero aunque los esfuerzos políticos y colonizadores de la Liga Anseática se acompañaron de resultados prodigiosos, no pudieron quebrantar, al final, la oposición de gobiernos nacionales fuertes. El predominio de la Hansa en Inglaterra concluyó cuando su factoría londinense, la Steelyard, perdió el monopolio por pragmática de Enrique VII.

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–Algo así, ¿no crees? –volvió a interrumpir Juan– como cuando perdió la exclusividad Juan Dietrich Lange, el Fugger del tango, de ser el primer y el único profesor de tango de Berlín, con la aparición de otros que intentaron ganarle alumnos, como Brigitte y Silvia, o el fotógrafo Stefen. Juan predicaba que la plaza de Berlín debía ser para un solo profesor, que no daba para más que para un solo profesor y una sola academia de tango. La prédica terminó siendo inútil, pues aparecieron, como todos sabemos, docenas de profesores en busca de su propia realización. Una de las primeras, que le creó rivalidad, fue su ex compañera de baile, de amor y de vida, Anette Lange que, cuando se pelearon y separaron, puso su propia academia.

–Las ciudades del Rhin y del sur de Alemania estaban asociadas comercialmente al Mediterráneo desde la época romana, y debían su prosperidad, en no escasa medida, a ese comercio. Hacia 1500 Nuremberg y Augsburgo podían jactarse de contar entre las ciudades más ricas del mundo. Los banqueros alemanes, como los Fugger manejaban más capital que los Medici en Italia.

Berlín, la actual Hansa del tango

–En definitiva, che, lo que entiendo es que Berlín se convirtió en la Hansa del tango, a esto nos querés llevar ¿no? Así lo voy entendiendo –seguía interrumpiendo Juan.

Desde aquí, el tango se irradió a otras ciudades y otros países europeos, que se asociaron al baile, consolidando la tendencia, en cantidades de academias por la variedad de gente madura que iniciaron clases de baile de tango. Poco a poco se irían incorporando más y más gente joven. Como siempre en estas agrupaciones las mujeres llevaban la iniciativa en número y calidad, como alumnas y como profesoras.

Así llegaremos a que estos profesores de tango un día no muy lejano se asociarán como los integrantes de la Hansa, protegiéndose entre sí, de cualquier extraño que pudiera hacerles competencia.

–¿Y que podrían ganar che, con esa asociación? –preguntó Toli, que quedó con la boca abierta esperando una respuesta.

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–Muy simple, sería esa asociación la que controlaría, no las academias que seguirán siendo privadas, los conciertos en Berlín y en otras ciudades del país, en definitiva en toda Europa. Ellos financiarán los espectáculos, festivales y grupos famosos, llevándolos donde hay alguno de sus afiliados, y todos harán de agentes. Una copia fiel de la Hansa.

–Espero que el primer presidente sea Juan Dietrich Lange, se lo merece, che.

–No se extrañen y no critiquen, que si los alemanes logran realizar esta asociación, todo será en beneficio del tango y de nuestra cultura. Por esta publicidad Argentina no pagará ni un peso, le saldrá gratis la difusión. ¿No crees?

–Además, lo he dicho repetidas veces –pudo al fin decir Héctor que esperaba turno para opinar–, tendremos que aplaudir al profesor que patente los pasos y figuras que vaya creando, y en el derecho de autor registre el nombre de su academia, su nombre propio, los pasos y las figuras. Si es ambición o vanidad no importa, pero esto será cierto, igual que en la Hansa. Chan, chan.

Me anticipo. Esta sociedad de Profesores de Tango en Berlín, le pondrá nota de calificación a los mismos integrantes de su grupo, entrarán en un escalafón que les permitirá tener más prestigio, y a los alumnos también le darán categoría lo que les abrirá el camino para, algún día, poner su propia academia. Regirán desde ese púlpito los destinos de toda la clase tanguera de Berlín. ¡Ya vas a ver! ¡Hasta que logren colocar un diputado del tango en la cámara!

Sí, es posible. Todo será en beneficio del tango bailado –siguió reafirmando categóricamente Héctor– porque los tangos cantados seguirán en tercera fila. Yo creo que nunca podrán entender las letras. Estos alemanes defienden firmemente su lengua y menosprecian cualquier otra, aunque sea la base del verdadero contenido de una de sus formas bailables. Porque el tango es texto, poesía y palabra, más que baile, ritmo y melodía. Chan, chan.

Personajes novelísticos

Toli se acercó a Mario, le colocó sus manos en los hombros y sin darle lugar a descolocarse físicamente de ese cariñoso aprisionamiento lo instó a escucharle.

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–“Qué noche llena de hastío y de frío...”. Che garufa, sé que vas a escribir un libro sobre el tango en Berlín y sobre nosotros, che, que vas a escribir. Te voy a pedir que me incluyas en él. Tengo derecho porque en la escena del tango en Berlín soy el más conocido. Si bien no estoy en Berlín desde el primer día que comenzó a desarrollarse el fenómeno del tango, ¡viste!, ocupo un lugar destacado en el ambiente que nadie me lo puede discutir, me lo puede, ¡viste!, porque soy uno de los que mejor baila el tango. Tengo diplomas que lo acreditan che, auténticos, de autoridades de Buenos Aires. Fui ganador de varios concursos, fui ganador ¡viste!

¡Mirá! Aquí tenés unas fotos mías bailando con la Judit, otras con la Laura, la Ruth y otras minas alemanas. Elegí las que más te guste para que las pongás en tu libro junto a mi currículum. Por la entrevista no te voy a cobrar nada che. Nada. ¡Viste!. Porque a mí me pagan cuando me hacen un artículo en los diarios o en alguna revista. Sólo quiero que me pagués con 15 libros para mis parientes, mi mujer y mis cinco hijos, y otros familiares, uno para cada uno che. ¡Mirá! Aquí te dejo algunos datos precisos de mis actuaciones en Europa, che. Son importantes. ¡Viste! Estos son los boletos del bus cuando fuimos a Polonia, de ida y de vuelta, que fue cuando me encamé con la Judit, ponélos también che, para que no haya dudas. Yo te voy a hacer publicidad, te voy a hacer, para que podás vender más libros. Si necesitás otras cosas pídemelas sin miedo. Te doy todo y no te cobro nada ¡Viste!

Mario miró para el fondo, como pidiendo socorro, hasta le pareció divisar a lo lejos la cara de Gardel y vio como ardía la zarzamora. Le pareció que los del coro se espantaban, no sólo de calor sino también de miedo y que todos los integrantes miraban a Toli. Observando como Roberto con su cara manchada de blanco se sonaba los mocos, casi se pone a gritar ¡la Gota Coral! ¡La Gota Coral!

–¿Quién te dijo que yo escribiría un libro? –Juan, andaba diciendo y repitiendo lo importante que será

dejar constancia de que hemos estado viviendo aquí en Berlín, justo al lado del muro.

–Tomátelo con calma Toli. Lo mejor será que vayan trayendo esos datos sobre la cantidad de salones de baile del tango y los nombres de los profesores.

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–¡A ver, che! Aquí hay un programa que estamos proyectando –al instante Filiberto y Ramón se pararon al unísono, pero prosiguió– es necesario que todos ustedes busquen los nombres de todos los salones y de los profesores direcciones, nombres y apodos, profesión y descripción física de ellos, si es que la tienen los que enseñan a bailar tango. La mayor cantidad de datos sobre todo de las profesoras, y que atributos tienen, inclusive, en su apariencia física. Nada de culos de minas, que con los datos de Dante hay suficientes.

–Tenemos que mandar toda esa información a Buenos Aires, al programa radial de Beba, la hija de Osvaldo Pugliese. La última vez que estuve en Argentina fui llevando un video casete filmado en una academia donde enseñan a bailar tango. Después de verlo, los periodistas argentinos que lo miraban asombrados, me lo pidieron prestado para dárselo a Biondi el más gracioso payaso argentino, y éste lo pasó en su programa cómico que tiene en la televisión, o tenía, los días sábados. Fue un éxito furibundo, todos se cagaron de la risa de ver cómo en Alemania se podía falsificar una enseñanza del baile del tango, en forma tan ridícula y con tanta seriedad. Nadie podía creer que lo estaban haciendo en serio. Los aplaudieron por el coraje, no por la ingenuidad de la filmación, los felicitaban también por la seriedad con que filmaron. Esos profesores enseñaban a bailar en el video absolutamente en serio, che.

Con ese antecedente es que me pidieron que les mandara toda la información que pudiéramos reunir para que los porteños tengan noción de cómo se practica y se baila aquí en esta cuidad. De qué se trata este fenómeno del tango en Berlín.

–Pero no es sólo en Berlín, che. En casi toda Europa han florecido las escuelas de tango, lo están aprendiendo a bailar muchísima gente hasta en Dinamarca. Habría que ver como bailan esas pecosas pelirrojas de Copenhague. Y no creo que difieran mucho entre unas y otras.

–“Por una cabeza, de un noble potrillo...”. Sí, boncha –cantaba Toli–, pero por algo tenemos que comenzar, pibe. Berlín es esto, lo estamos viviendo, todo lo tenemos cerca, así que es recomendable que nos procuremos esos datos para hacer algo positivo en beneficio de la historia del tango, que Mario, según me

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dijo Juan, empezará o creo que tiene casi terminada una historia sobre nosotros: “El muro y el tango en Berlín”.

–No se llamará así, sino “Los idiotas del tango en Berlín”, los ITB, ahí entramos nosotros –dijo riéndose el hediondo Mandó Tufillo, llamado también Armando Trujillo.

–No hay ninguna duda, porque vos, el hediondo Tufillo y el comemierda Ratamala, chileno cagón, son los más importantes protagonistas ¿no es cierto?

–¡Eh, pará un cacho, che! ¿Quién está escribiendo esa novela? ¿Mario? Che, Mario es necesario que conversemos largo y tendido, che, mirá –y el polaco Hottmar Kulozky se paró delante, él que nunca hablaba, por lo que todos se sorprendieron.

–Mario, escucháme bien. Yo tengo una novela de un inglés que se llama algo así como “El club de los relojes parados”, ahí describen a todos los socios con lujo de detalle. Si vos che, escribís esa novela, nosotros te damos todos nuestros datos. Muy pocos saben que desde que salimos de Rosario y llegamos a Barcelona, pasamos por Génova hasta Hamburgo y de ahí nos vinimos a Berlín. ¿Cómo vivimos? Ahí está mi historia che, para que la pongas en esa novela. Se la mandaría a mi padre a quien quiero entrañablemente.

–¡Ja, ja, ja. No pretenderás que Mario escriba tu biografía exclusivamente. Yo, Toli, soy el protagonista de todo esto. Pero creo que debería hacerlo sobre nosotros, los que durante tanto tiempo nos hemos reunidos los días viernes en este restaurante. Aún no se ha muerto nadie, salvo el bandoneón con corbata y con olor a ajo, pero cualquier día puede ocurrir que uno de nosotros no venga más por estos lados. Por ello creo que este es el argumento y, yo y ustedes, los protagonistas de ese pentagrama, no una historia exclusiva de unos pocos.

–¡Pará, pará, che! –seguía Toli–, lo primero que debemos hacer es conseguir esa dirección de Hans Ulrich Thom, para que nos diga en qué cementerio está enterrado Carlos Gardel, él dijo que en Magdeburgo; y bueno, che, hay que buscar a ese jetón, para localizar a Carlitos. Así tendremos algo positivo que contar y nos haríamos famosos en Buenos Aires. ¿Lo imaginás, che? –respondió Roberto que estaba a su lado– ¿qué manera de hacernos famosos? Así, Mario, pon también en la novela nuestro esfuerzo en esa búsqueda y cuenta toda la historia.

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La imaginás a toda página: “Argentinos residentes en Berlín, descubren la verdadera tumba de Carlos Gardel, y han mandado al cantor para su casa de La Chacarita en Buenos Aires”.

–Lo que debemos hacer –seguía Roberto– es conseguir primero esas direcciones de los salones y de los profesores de tango.

–Mientras tanto tratamos de localizar a Hans Ulrich Thom, y Mario podrá, con ese material, escribir de una vez su novela. Che, Mario, yo preferiría, che, que fuera más bien una biografía, una semblanza de cada uno de nosotros.

–Mario, mirá a Toli, no crées si logras descifrar su caracho no estarás haciendo una obra de arte, mirále la nariz, los huesos de este flaco que se lo lleva el viento, es igual que la Villa Fiorito. Con esas gambas bailando el tango se cree el culo del mundo. ¿Toli, por qué no vas al médico a que te opere la geta así salís más lindo en la novela? Porque, después que Mario escriba sobre vos ese guión, lo van a llevar al cine y te vas a hacer famoso hasta en Norteamérica.

– “Percanta que me amuraste...”. ¡Dejate de joder Robertito, no me cargués que te doy una piña, que te rompo el alma che, te doy! Parecés el pibe Alberto Arenas trayéndole al comisario las trenzas de su china y el corazón de él, parecés. ¿De qué te las das fanfita? “Si soy así, qué voy a hacer / nací buen mozo y embala´o para querer. / Si soy así, qué voy a hacer: / con las mujeres no me puedo contener”. ¡Eh, querés que te la siga! Si soy así, que voy a hacer / pa´ mi la vida tiene forma de mujer. / Si soy así, qué voy a hacer / es Juan Tenorio que hoy ha vuelto a renacer.”

Hablás de pura envidia, vos que tenés la jeta toda manchada ¿cómo te podés olvidar de eso? ¡Andá a mirarte a un espejo porque pucha que sos divertido! Lavate la raca y después volvés, la cara lávate. O píntate de negro esas manchas blancas que tenés en la geta, che. ¡Y no me digas más “querido”, con ese acento de provinciano tucumano, chupa culo. ¿Qué querés que te diga?

–Che. Todos están hablando al soberano pedo –intervino sacando pecho Héctor–, la mejor idea que se ha tenido hasta aquí es la del calladito Luis, esa de Borges, de que nadie ha hecho todavía un resumen de la historia del tango detallada e hilvanada como la Ilíada de Homero. Material hay de sobra. Eso sí sería un encuentro con una obra, a la distancia, que nos identifique con nuestra nacionalidad y con el tango, además de que me parece bien esa

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investigación sobre los salones y los profesores, pero para esto es necesario que se apunten datos psicológicos de los profesores y de los alumnos que van a aprender y que ya están bailando en los salones. Son berlineses y, como nosotros, están dentro del muro con esa carga neurótica que se manifiesta en todos, descargando agresiones inútiles, hablando al cuete, che. Y del oportunismo y avaricia de esos muertos de hambre de los profesores que se insinúan por todos lados. Chan, chan.

Además tendrían que hacer una lista de cuantos tipos de tango existen, allá en Buenos Aires, en toda Latinoamérica y ahora en Europa. Yo conozco algunos, como:

Tango al pedo. Es tan-go-lpeando. Tango de mi flor. Tango o no tengo. Tango rante. Tango púa, te tango o no te tengo, rantifuso, al cuete, etc., hay cientos. Búsquenlo y den una cifra se van a entretener mucho. ¡Atorrantes, vagos sin ton ni ritmo! Chan, chan. La intuición de Jorge Luis Borges

–Tengan en cuenta, lo mismo que Borges sugería –intentaba explicar Héctor–, que el guapo porteño no es un salteador ni un rufián ni obligatoriamente un cargoso y, que esa era la definición de Carriego: el guapo un cultor del coraje che, así tal cual. Un estoico, en el mejor de los casos; en el peor, un profesional del barullo, un especialista de la intimidación progresiva y solapada, un veterano del ganar sin pelear, menos indigno que su presente desfiguración italiana de cultor de la infamia, de malevito dolorido por la vergüenza de no ser canfinflero.

–Borges dijo también –replicó Roberto con acento resentido después de haber escuchado las palabras de Toli– que el tango no es el natural sonido de los barrios de Buenos Aires, sino de los burdeles, de las casas de putas, y que lo representativo de verdad para el porteño era la milonga.

–“Del barrio ´e la mondiola, sos el más rana...”. Pero de quién hablás –interrumpió Toli–, si Borges no sabía cantar una nota, era desafinado hasta para toser che, y cuando bailaba en la soledad de su ceguera, no bailaba: estornudaba; y porque siempre bailando pasito a pasito simulando un tango, con su bastón iba al baño como cualquier mortal. Además, algo imperdonable, despotricaba contra

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Carlitos Gardel, y eso es una infamia, y más contra Piazzolla diciendo que éste no tenía oído, que en Piazzolla se conjugaban la sordera musical y la poética.

–¡Ah! ¿No sabés por qué? –Eso fue porque dicen que Piazzolla le afanó los derechos de

autor de sus milongas, la de “Jacinto Chiclana”, la de “Los dos hermanos” y las otras, lo sabemos bien. Esta apreciación fue un error de Borges pues en Sadaic, el Derecho de Autor Argentino, fue donde cometieron esa fechoría. Borges cargó contra Piazzolla que fue quién recibió todo el dinero por derechos de difusión, y no se hablaron más. Piazzolla nunca habló mal de Borges.

Pero qué iba a hablar mal si con esas milongas Piazzolla ganó muchísima guita que se la farreó con la Amelita Baltar, hasta que ésta le puso en París, con un franchute o uno de sus propios músicos, los cuernos en venganza de Borges.

Julio Cortázar sí que fue amante del tango, lo cantaba y lo bailaba con lágrimas en los ojos. Una vez lloró tanto que se notó porque subió el nivel del Senna, la vena acuática de París, che, y a todos los tangueros el agua les llevo a las bolas –dijo riéndose Toli. La pálida de Kulozky

–Che, qué historias. Pero a nosotros no nos pertenecen.

Nosotros estamos muy lejos esas cosas –dijo Hottmar Kulozky, mientras se acercaba a Juan y Mario.

–Che, a ustedes dos los veo mirar siempre para el fondo donde está el coro. Yo no lo quería decir, pero siempre me he dado cuenta que a los pies de los cantores de ese coro arde la zarzamora y cada día más. Por favor, cuando me dé la pálida, antes de desfallecer sáquenme de aquí, pero sin que lo note nadie. ¡Por favor! ¿Ustedes parece que bailan al mismo ritmo?

–Es que Borges, que no sufría de “La Pálida”, es uno de los críticos del tango más interesantes –siguió diciendo Roberto– basta leer lo que escribió: “tal vez la misión del tango sea ésa: dar a los argentinos la certidumbre de haber sido valientes, de haber cumplido ya con las exigencias del valor y el honor”; y en otro pasaje –que hay que rescatar del olvido– agregó: “la milonga y el tango de los orígenes podían ser tontos o, por lo menos,

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atolondrados, pero eran valerosos y alegres; el tango posterior es un resentido que deplora con lujo sentimental las desdichas propias y festeja con desvergüenza las desdichas ajenas”. Porque esos cafiolos bailarines de una chapita más, que se regaban por dentro, después se ponían a llorar. ¿Qué valientes eran, che? ¡Viste!

–Che, que grande que es Borges –dijo Ratamala como para congraciarse con los argentinos– yo no he leído nada de él pero se merece el Nobel, ¿no es cierto Toli?

–La verdad –tercio en la conversación Luis–, es que nadie habla sobre el origen del tango con la verdad ahí puesta sobre papeles o estudios que se puedan tener por verídicos. Desde que los profesionales del tango, los que viven de él, hablando o escribiendo, nos han dicho, con esa severidad sacerdotal que el tango lo inventaron los argentinos, que es un descubrimiento de ellos, una creación espontánea, ¡y qué se yo che, qué más cosas! ¿Cuántas cosas más? Nadie se atreve a decir la verdad, más ahora que algunos lo promueven para ser Patrimonio de la Humanidad.

–Y qué verdad querés vos papanata ¿Qué el tango no es argentino? ¡Ya cometiste con esas intenciones un sacrilegio!

–No grités Toli, que de nada va a servir que hagas una religión del tango, aunque el Papa te de por el culo su bendición, a nadie vas a engrupir, che, con esa payasada. Deja tranquilo a Gardel, que cante mejor cada día ya es suficiente. Si me dejás hablar te doy una referencia para que, aunque sea una sola vez, logres meditar algo positivo.

Toli empezó a chuparse el dedo índice. Se lo metía en la boca alternando con el cigarrillo, que antes de que se le apagara, encendía, con el ya consumido, el siguiente.

–Por qué no dicen la verdad sobre el coro y la ardiente zarzamora, rogaba Hottmar. Tango eterno

–A todos nos sucede –dijo Héctor–, que las verdades más

significativas, precisamente son aquellas que, por ser las más sencillas, representan una efectiva respuesta a las preguntas eternas del hombre sobre su propia naturaleza y, han tenido que relatarse bajo forma de parábolas o de leyendas para que fueran aceptadas. Se

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da el caso que tales narraciones simbólicas son capaces de revelar, más que cualquier otra explicación abstracta o metafísica, los más profundos misterios del conocimiento.

Sobre el tango se ha especulado demasiado pero nadie llegó a lo profundo y lejano de su creación. El tango no es de hoy, menos una creación espontánea de los argentinos. ¡Ni pensarlo! Los que hablan así no tiene ni la más remota idea del funcionamiento progresivo del arte en el interés, a través del tiempo, de los seres humanos.

El tango ha vivido y se ha adaptado al hombre, con la obligación irreversible de vivir dentro de un comportamiento estanco en el que su actividad, como ente propio, con vida propia, tiene un destino que viene desde tiempos inmemoriales, como música y danza con otros y variados nombres: sangre, dolor, abandono, tristeza, odio, esperanza, amor y muerte, son algunos de sus componentes.

Hay un punto en algunos seres que, todavía hoy, han intuido que hay un lugar y, –posiblemente muchos más de los que la lógica pura puede vislumbrar– en que se unen, respondiendo a una verdad única, humana y natural, las ciencias matemáticas, biológicas, filológicas, químicas, médicas, históricas, físicas y metafísicas. Un punto en que la geometría se hace historia; en el que la biología se convierte en religión; en el que la ciencia del lenguaje se identifica con la música; con los cálculos arquitectónicos de un templo; con los componentes químicos de las aguas medicinales o con la más abstracta comprensión de la Verdad.

Y, es urgente, que de una vez sepamos que el tango viene de tiempos inmemoriales, hasta podríamos decir, desde antes de los griegos; que tuvo su nacimiento, digamos su iniciación, junto con la historia de la Atlántida que sigue sumergida en el misterio, lo mismo que en las tablillas de los sumerios que lo aprendieron de los extraterrestres que nos colonizaron hace cientos de miles de años. Y, ¿la progresiva propagación del tango no es, acaso, un misterio? De la misma manera que el misterio de la desaparición de la Atlántida no se ha perdido, el tango perdura en la memoria y en el ejercicio –como un misterio–, de muchos seres en el mundo entero. ¡Hasta en el Japón! ¿O no? Capaz que es hasta una invención asiática, che.

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–¡Andá loco! ¿Qué estás contando? El tango nació en Buenos Aires, ¡qué venís con ese chamullo de la Atlántida. Sos loco, sos! ¡Qué lo parió, che, qué salvajadas qué se están escuchando! Tango bíblico

–Escuchá Toli, no te precipites. Nadie ha dicho aún que

Jesucristo, en sus ratos libres de predicador, también bailaba tango, además, piénsalo bien, no es mal argumento para tus prédicas y tu catecismo ecuménico. ¿Imaginas a Jesús haciendo el ocho, o cantando El choclo?

Mirá Toli, en estos tiempos, la religión es el último reducto del humor, nada divierte más que las encíclicas papales o imaginando a Jesús y Magdalena, y a María y José bailando un tango.

Siempre ha sido la religión, además de sus otros componentes, divertida, che. El libro de humor de la Edad Media es La Leyenda Áurea, que dice que en el momento en que nació el niño Jesús sonaron unas trompetas, se abrió el cielo, los ángeles cantaron y se murieron todos los maricones del mundo. No hubo desperdicio.

A tu religión del tango, Toli, y a Gardel tu Dios, tienes que saberla comparar con las que existen desde hace siglos. Te lo digo yo, che, algún día tienes que ir a Jerusalén y ver el Santo Sepulcro. Tienes que verlo, no sea que algún día caigas, sinceramente, en la tentación de creer en algo. En Israel también se baila el tango.

–Yo estuve ahí –insistía cabeceando de arriba abajo Roberto. –Es santo. Un espectáculo. En toda la Vía Dolorosa venden casetes con las canciones que cantaba san Pedro, para tu pesar Toli, nada de Gardel. Luego hay cinco o seis iglesias o sectas que se han repartido aquello y están todas que se matan entre ellas. Una tiene la columna de la flagelación, otra, los clavos de Cristo. Los de la iglesia marinita te dicen que no vayas con los otros porque aquello ni vale nada. Los otros te dicen: ¡venga, venga! Y luego están los verdaderos amos, los ortodoxos griegos, que tienen el sepulcro. Aunque en el piso de arriba están los coptos abisinios que tienen salida a la azotea y tienden allí la ropa recién lavada, claro, che, y es verdad, que en El Cairo te enseñan la casa en la que vivió la Sagrada Familia. Y eso que entonces El Cairo no existía.

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–Así que anda aprendiendo –continuo Héctor–, que la base de la religión no es lo que te cuentan, sino lo que tú quieres creer, y hay una gran necesidad de seguir unas liturgias que tienen un final terapéutico. A mí, me fascina la organización de lo sublime. Hace poco leí que en la autopista a Lourdes hay una señal con un mecanismo que unos días de la semana lleva a los turistas directamente a la cueva de la virgen, y otros días los hace pasar por el pueblo para que todos los comercios se beneficien del por qué la Virgen bajó del cielo. Por esos caminos algunos van bailando tango de rodillas. ¡Sangran, che, sangran!

Por eso no me sorprende que, algún día, este idiota, logre fundar la religión del tango con Gardel como Dios supremo. Basta saber, curiosamente, que cuando el cristianismo barrió al paganismo y se convierte en religión oficial, el reducto de tolerancia para otras religiones, incluida la judía, es el Islam, que tolera incluso iglesias de otros credos que se llevan fatal entre sí. Che, si esto lo ha dicho y repetido el mismísimo Eduardo Mendoza y está refrendado por Fernando Savater, que afirma que fue porque el Islam no tenía teología. Los cristianos la tienen. Lo que tienen los islámicos son sólo rituales. El hecho de que tú puedas ser malo aunque cumplas todos los ritos de la Iglesia, es algo que sólo le pasa a los cristianos. La judía Hannah Arendt cuenta que un día, cuando era joven, se decidió y le dijo al rabino: “Yo no creo en Dios”. Y el rabino le contestó: “¿Y quién te ha pedido que creas?

Toli, una cosa bonita de la religión griega es que los dioses no se meten en la vida de los humanos. Viven en niveles distintos. Sin embargo, en el cristianismo o en el judaísmo Dios es omnipotente. Te controla todo. El Parnaso griego es más entretenido, sobre todo con esas diosas despampanantes que se presentan desnudas con las tetas al aire. Son bestiales, che.

Por ahí tienes que ir con la religión del tango, no entrar en la parte privada del ser humano. Déjalos a todos los profesores y sus alumnos alemanes tranquilos que hagan lo que quieran, entretención es lo que se necesita. Cada cual tiene su estilo al bailar, no intentes uniformarlos como hacen los cabezas cuadras de profesores alemanes que de sus academias salen todos bailando iguales, con la misma túnica, los mismos rezos, tirando a la vez incienso de olores a pata sucia, cargando los mismos candelabros y las mismas culpas. La

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única diferencia es que se ponen pantalones bluyines de diversas marcas. Pero todos zapatos de charol, en este esplendor se igualan todos. ¡Brillantes, che, brillantes!

No le des mucha importancia a la fe que para el cristianismo es lo vital, de ahí que otras religiones se escandalicen con esa idea del pecador reincidente que luego reza y se redime. Para los demás esta redención no es posible. Si has pecado no hay quien te salve. El éxito del cristianismo católico, es la intención y el arrepentimiento, el que en el tango da una patada, ya está, no puede volver a atrás. La dio, dolió y todo quedó en los callos, pide disculpas y olvídate.

Freud dijo que las religiones son neurosis colectivas, que forman obsesivos. Si son tontos son obsesivos tontos, pero si son listos salen Einstein y Freud, o empresarios de abultadas cuentas en los bancos internacionales. ¡El tango! ¡El tango!

En los países católicos nadie lee la Biblia, pero si te pones a leerla encuentras cosas que son un disparate. Si te pones a pensar, todo lo que hay que hacer para poner en la parrilla a una vaquillona se te quita el apetito. Por no hablar de las exhortaciones al genocidio o a los ritos bíblicos para purificar a las mujeres que han tenido la regla.

–No será, che –reclamó Hottmar Kulozky–, que esas religiones fueron las que circuncidaron al tango.

–Pero, será posible que sigan hablando pavadas –insistía protestando Toli.

La consagración del tango

–El tango, –recalcó Héctor– dejará una huella, como la

Ilustración y la Revolución Francesa, con ese método de recordación histórica tienes Toli, que trabajar la dialéctica de la religión del tango, porque ya es una huella que no se va a borrar nunca jamás, así que aprovecha y, apúrate en crear esa religión; tu consigna debería ser conseguir adeptos con gran capacidad mística; consagrarlos en el altar nocturno de los salones al compás de “La Cumparsita”; bendecirlos mientras canta Carlos Gardel o Edmundo Rivero, y luego mandarlos como apóstoles a conseguir, para el baile nuevas figuras, pasos enganchados y tirabuzones, y muchas minas de regías figuras, hasta que sobrepasen los acólitos la capacidad del salón y

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que todos bailen al unísono un tango “de mi flor” como un himno sagrado. No olvides que la teología en la Inquisición fue una máquina sofisticadísima puesta al servicio de la locura. Lo mismo que el nazismo fue una locura, pero aplicada por personas que habían leído a Hegel, mezcla de lógica y creencia pero con el convencimiento del uso de las armas.

En las religiones se predica la santidad con un conjunto de palabras enredadas en un lenguaje que nadie entiende; se habla de ángeles; infierno; cielo; castigos eternos para el pecador; salvación eterna para el justo, pero como dijo Sávater, nada dicen que alguna vez alguien se haya tirado un pedo, menos Jesús y la Virgen, en todo lo bíblico falta humanidad, falta el mal olor de todos los traseros. Esto nos separa de esas divinidades.

Una vez Bertrand Russel hizo un elogio total de la felicidad. Cuando terminó, alguien le preguntó al sabio: “Entre felicidad y el conocimiento, ¿usted que elegiría?. Él tuvo que admitirlo: el conocimiento”. Es que la fe en la vida religiosa, si no la tienes, no crees en nada. La Biblia dice algunas cosas interesantes, “el que añade saber añade dolor”, estas palabras son humanas por ser comprensibles a todos.

Anda aprendiendo Toli. No es fácil. Pero no te preocupes que cuando te mueras, van a ir miles a tu entierro, bailarán un tango sobre tu tumba y nosotros te elevaremos a un altar, te haremos santo y vos te dedicas, desde el más allá, a hacer milagros, te conseguimos adeptos, cobramos la entrada al cementerio y vos te haces famoso, ¿te parece?

¡Déjame seguir Toli! ¡No te metas más que interrumpes y hablas puras pavadas!

¿Cuándo nació la tristeza en el ser humano? Pues, con la destrucción de sus valores básicos fue que emergió la tristeza y sólo en un abrazo los seres humanos fueron capaces de soportar y postergar esa tragedia. ¡Ahí, en ese abrazo nació el tango! El tango es viejísimo. Nosotros nos sentimos ya humanamente incapaces de abarcar la totalidad de la verdad que intentaron conocer los filósofos de la antigua Grecia. Cuando hablan de la danza en esa época, y en otras anteriores, nadie describe de que manera y que simbología tenía el movimiento. No era festivo, esos lo saben todos, era creativo, evocativo y redentor, en cuanto a la capacidad humana del

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sufrimiento y del exorcismo; servía la danza para expresar, exactamente, lo que ahora expresa el tango: la tristeza, la evasión inclusive y, ¿cuántas cosas más? ¿En ese abrazo la mujer soñaba para escapar de algo? ¿O para conquistar otras experiencias? Acaso cuando murieron los italianos en Pompeya bajo la lava del Vesubio, ¿no los encontraron, después de dos siglos, abrazados en posición de una figura de bailarines de tango?

Además el tango es la más vital reivindicación de los derechos de la mujer dentro de la sociedad, gracias al tango, en ese abrazo, necesario para la mujer, se fraguó su liberación que comenzó cuando el tango logró expandirse. Fue ese abrazo el redentor. Después las mujeres se pusieron a fumar y votar en las urnas, se pusieron faldas cortas y pantalones apretados en las nalgas, y ahora están logrando una verdadera emancipación. Estudia la obra de Evita Perón y vas a ver lo que el tango fue capaz de hacer en el destino de las mujeres. Con Evita fue una culminación.

La muerte tiene un dedo en el corazón de los hombres tapando uno de sus orificios, y lo mueve pulsando rítmicamente, cuando deja en el aire ese dedo, la gente muere, esa es la tarea de la muerte, y el tango ¿no es la misma representación? ¿Acaso, estos alemanes de Berlín, que han aprendido a bailar, lo hacen por ser tan sólo sobrevivientes o hijos de sobrevivientes de esa última guerra? ¿No se están preparando a morir abrazados ante una nueva guerra que pudiera venir, al compás de algún tango burlón y compadrito? Cuando la muerte saca ese dedo de una de las válvulas de irrigación sanguínea viene un imprevisto y definitivo bandoneón que gime y dice: chan, chan.

–“La copa del alcohol hasta el final y en el final tu niebla bodegón...”. Perdón, Luisito, están pelotudiando –dijo Toli alzando la voz aireado y mirando a su amigo–, yo humildemente, a todos les digo que tengo una religión, que tengo, que no es ni griega, ni musulmana, ni judía ni cristiana, les digo, che, que tengo; que en esa profunda realidad del desplazamiento del ser humano y, que a través de varios continentes, los emigrantes que recalaron en Buenos Aires, trajeron fe en lo que iban a crear.

¿Gardel acaso no era francés? ¿Un Dios francés? ¿Lo imaginás lo que es ser francés? ¿Cómo puedes dudar de esto? El templo que cada uno lleva dentro de su galaxia espiritual, en esta

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edad real que vivimos, entre los muros de Berlín, ¿no te dicta conciencia de que el tango es el generador de todas tus emociones, che, no te dicta? Y Gardel ¿no está en tus emociones, no se cobija y abriga tu pecho, no te da calor en esta orfandad en que vivimos?

La fe en el tango va a salvar a todos los argentinos que vivimos fuera del país. Sí, che. Nosotros somos apóstoles de su difusión, somos el ejemplo en que basan los profesores alemanes su éxito en las academias de baile, los sostenedores de la tradición, los ángeles que los acompañan en la doctrina pura y romántica, que como dice Héctor, están en la esencia de las letras. Héctor, después de lo que he dicho, che, voy a robarte tu chan, chan.

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CAPITULO 6 Homero y el Tango

–El último viernes hablaron mucho de Jorge Luis Borges,

creo nadie sabe por qué no le dieron el Premio Nobel –alcanzó a decir Roberto antes que llegaran a la mesa Mario y Juan.

A la pequeña Lucía, caminando en medio de ambos, se la veía alegre y despreocupada y como siempre en actitud de cantar un tango.

–Se le sueltan las riendas por cantar –les advirtió Juan a los concurrentes– si la dejo suelta va a aparecer otra vez con una piña en el ojo. Así que mejor: ¡Lucía, quedáte quieta piba! ¡Che! ¡Sentáte y tomáte tu cuba libre como de costumbre!

–Y a quién le importa si Jorge Luis Borges recibió o no el Nobel –como siempre contrario a todo lo cultural, el que interrumpía era Toli, el depredador de todos los escritores.

¡Cómo qué no! Si el Nobel es uno de los premios símbolos más perversos e hipócrita de estos tiempos y los que lo reciben de manos del rey noruego unos hipócritas desubicados y vanidosos oportunistas.

–Dejen hablar a Roberto, che. Bajen la voz que además, con todos estos ruidos este local parece un parlante defectuoso.

–Además fíjense bien como los espías paran las orejas. ¡Cómo disimulan, che! ¡Qué lindo verlos!

–No se entiende nada –gritaba Mario dirigiéndose a todos los concurrentes que al fin se callaron.

–Borges, cuando fue a Chile –insistía Roberto– y el dictador Pinochet le dio una espada en reconocimiento a su literatura, al recibirla Borges dijo: “Prefiero la espada de la libertad a un premio con olor a pólvora”.

Ahí fue cuando el especialista noruego del capítulo en español, decidió que, ante tan grave opinión del porte de un tanque de guerra, no se le debería hacer ningún honor. Menos darle el Nobel.

Borges quedó al fin satisfecho repitiendo: “Prefiero la espada de la libertad a un Premio con olor a pólvora”, porque ese

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premio él, de verdad, no lo quería recibir, porque sabía que el premio que daban en dinero –Nobel fue el inventor de la dinamita–, era obtenido con las ganancias de la venta de armas, de la pólvora, de la dinamita de Nobel y de todos los productores de las guerras en el mundo entero, de los industriales de la muerte.

Borges, sin ese premio, quedó feliz pues era uno de los hombres más limpios y puros que han existido en este mundo. Un honor para Argentina. Ahora que murió, y se cumple un año, deberíamos hacerle un homenaje.

–“No sabrás nunca sabrás lo que es morir de pena y de ansiedad...”. Borges era un fascista, che –otra vez era Toli el trasgresor–, fue un conservador de cuello duro, de los mismos que en Argentina tienen al pueblo hecho mierda y no sabía bailar tango.

–Eso lo decís porque nunca lo has leído, opinarías distinto si hubieras leído un libro de él, verías donde está la importancia de un escritor, si es, solamente el hombre lo que importa, o es su inteligencia y sus escritos. Es cuestión de valoración.

¿Quién de ustedes ha leído a Borges? Todos se llenan la boca con su nombre pero casi ninguno lo ha leído, eso lo sé por experiencia. No quiero ponerlos a prueba para que no den tonos desafinados, pasos sin ritmo y, comprobar que son unos idiotas, que además de ser idiotas del tango, los argentinos ITB, lo son también de nuestra literatura.

El único escritor noble a la par de Borges, respecto al Nobel fue el francés Jean Paul Sartre que también se negó a recibirlo, pero no indicó las causas, pero después, el inconsecuente papanatas, se arrepintió y pidió que le dieran el dinero del premio.

En cambio, Borges, sí dijo las causas de su rechazo, aunque nadie le dio importancia, porque todos los que han seguido recibiendo ese premio lo han hecho con la mayor hipocresía guardando silencio y metiendo los dólares en sus bolsillos, sin importarles que ese dinero vino de la muerte, del desgarro de todos los sufrimientos humanos. Nada raro ¿no? Que la muerte y el premio venga, desde siempre, amparado por una monarquía.

–¿Por qué no dejan hablar a Héctor? –recomendaba con insistencia Daniel, viendo que el doctor levantaba la voz y el dedo índice a cada intervención que escuchaba.

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Se ha tomado dos cervezas intentando chamuyarnos algo che. Además déjenlo hablar así se acaba ese zumbido de chan, chan que me tiene podrido. Si no lo dejan hablar ¡se nos va a encurdelar!

–La idea es grandiosa, ese mar de grandiosa imaginación, de copiar la Ilíada del Tango –empezó, diciendo Héctor, con un gesto retórico. A ella quiero llegar, chan, chan.

Borges y la salidita

Borges es un genio de la literatura aunque ninguno de

ustedes lo haya leído. Borges es una de las cosas más notables que le ha pasado a la Argentina, a la lengua española y a la literatura en el siglo veinte. Seguro que esa forma particular de genialidad literaria que fue la suya –por lo excéntrico de sus curiosidades, su oceánica cultura, lo universal de su visión y la lucidez de su prosa–, hubiera sido imposible sin el entorno social y cultural de Buenos Aires, probablemente la ciudad más literaria del mundo, junto con Berlín.

Borges sabía que toda esa cultura estaba asentada en el tango, de cuyo cuerpo popular nadie podía evadirse, que todos debían un día salir a pasear por Corrientes y Esmeralda, entrar en las librerías, en los cafés literarios donde se cocinaban grandes polémicas estéticas y políticas, y el tango bailado en cada esquina.

Mucho de aquella Argentina de lectores voraces y universales, bien lo dijo alguna vez Vargas Llosa –que sueña con el Nobel, lo mismo que el guatón Hozkar Metta–, de cosmopolitas frenéticos y políglotas desmesurados, están en nuestra mesa cargados de cervezas, aunque un poco desfalleciente por la lejanía, el mismo espíritu tenemos todos al descubrir la materia importante y eterna de nuestra existencia tanguera.

Copiar la sangre del tango

Borges tenía tremendas ideas y hay que copiárselas. Hay que seguir su consejo: se debe copiar y copiar, todos los grandes escritores han hecho del copiar sus obras más creativas. Parece una paradoja, pero es cierto. Copiando las grandes ideas se hace con ellas historias perdurables, que a la larga, parecen ser las verdades de la vida. El conocimiento entra con la letra y repetida mil veces, en la

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sangre hasta el cansancio. Y si los hombres son siempre la misma cosa, algo repetido y aburrido al fin de ser siempre lo mismo, porque no seguir repitiendo lo cotidiano de sus ideas, como “buenos días”, repitiendo este saludo nadie pone reparos, no se plagia a nadie. ¿O no?

Así, nadie debe olvidar que cuando Borges afirmó que “el escritor escribe lo que ha leído”, sin duda pensaba en sí mismo y en Rubén Darío, cuando la poesía del nicaragüense, irrumpió con música de tango en muchas composiciones sobre todo en las del Negro Celedonio Flores, como aquella que termina así: “Ahora vas con los otarios a pasarla de bacana / a un lujoso reservado del Petit o de Julián, / y tu vieja –¡pobre vieja!- lava toda la semana / pa´ poder parar la olla con pobreza franciscana / en el triste conventillo alumbrao a querosén. Es de la misma Margot que empieza: Se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada...

Darío afirmó que para ser original había imitado a todos: “A cada cual le aprendía lo que me agradaba, lo que cuadraba a mi sed de novedad y a mi delirio de arte; los elementos que constituirían después un medio de manifestación individual. Y el caso es que resulté original”..

Y es que con Darío cambió la poesía, porque, como dijo Jorge Luis Borges. “Cuando un poeta como Darío / ha pasado por una literatura, / todo en ella cambia”. Así llegó a la música, a la agilidad y la concisión para destrozar una poesía atestada de oratoria. Y los poetas del tango aprendieron de sus versos alejandrinos, como dije antes, afinándome y afligiéndome con Margot: “Desde lejos se te embroca, pelandruna abacanada, / que naciste en la miseria de un cuartucho de arrabal, / hay un algo que te vende, yo no sé si es la mirada / la manera de sentarte, de vestir, de estar parada, / o tu cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal”.

Con los creadores del modernismo poético llega el futuro al tango, que de una pasión en cautiverio en un río de color incierto, el gran charco, adquirió una amplia universalidad, una profunda liberación de criterio, luminosos rayos de vivos y ardientes colores en movimiento. Eran tiempos de una extraña intensidad. Los inventos se sucedían unos a los otros, a la iluminación eléctrica de las ciudades, al ferrocarril y al transatlántico lo seguían el automóvil y el avión; a la linotipia; el cinematógrafo; el teléfono inalámbrico

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desplazaba al cable submarino y alteraban todas las condiciones de vida.

Cambiaba el mundo a velocidad de vértigo y se comienza a inaugurar, en Buenos Aires, la cofradía de los poetas populares del tango, como una fuerza que, de paso, los ocupa y los deja amarrados dentro del juego rítmico de los sonidos y en escalas de los nuevos instrumentos, como el bandoneón y el bajo acústico, mirando al futuro. Esos poetas del tango vivieron en permanente apuro, reinventando el modernismo, leyendo a los poetas franceses, a Darío, a Amado Nervo, a quien Le Pera le copió los versos de “El día que me quieras” y a otros, que escribían y recopilaban, con plena conciencia: lo más fugaz es la materia que se cree permanente.

Tengo una lista de letras que, a despecho de filólogos, poetas, literatos e historiadores del tango –olvídense de los García, los Gobello, los Ferrer, los Salas, y los Sábatos–, les dará conciencia total que el compendio tanguero alcanza nivel de inmortalidad, que si no viene de la Atlántida, va a permanecer, por lo menos, en esta ciudad de Berlín, más tiempo que nosotros. Porque podremos leer en estas letras, analizando sus símbolos, que los seres humanos han ido dejando a través de su vida la historia de sus costumbres: su relación con la vida y la muerte; con el traslado de todas sus vivencias, así como para emparejar a todos los seres que piensan y sufren, que tienen algo que decir y escuchar de la vida. Porque en la letra de los tangos estamos todos retratados y sus argumentos son los más humanos que se han impreso para graficar nuestra humanidad.

Es posible encontrar en algunos tangos muchas de nuestras virtudes, es estremecedor constatarlo, lo mismo nuestra paranoia y esos estados regresivos a la infancia, llenos de soledad, en busca de rostros que ya no están y de esa nostalgia del barrio que nos vio nacer, de amigos que no han vuelto y persisten en la memoria, es decir el mundo que se le murió a la Humanidad. En esa misma ciencia de la verdad tanguera –si es que el tango nació en un pasado olvidado, en el misterio de la historia que está fuera de la memoria del ser humano–, será en Berlín, aunque lleno de idiotas, a corto plazo Patrimonio de la Humanidad, o al menos de una parte de ella. Esto lo certifico yo, chan, chan, precisamente, por la constante búsqueda de la verdad a lo largo del tiempo. Si me permiten les contaré la historia.

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Déjenme seguir las huellas de las letras de tango y, aunque revuelva los tiempos en que cada tango se compuso, comprendan que voy en la búsqueda de una ilación comprensible, aunque me salte nombres, autores, circunstancias y popularidad en algunas letras que no son las decidoras históricamente. Si alguien sale criticando esta historia, sería interesante que escriba la suya, pues cada cual tiene, y lo respeto, sus propios argumentos y, debe con ellos escribir su biografía. Chan, chan.

LA ILÍADA DEL TANGO

Cambalache –Qué el mundo fue, es y será una porquería lo sabemos

todos. En todos los tiempos el ser humano vivió quebrado, contra el ritmo natural de las pulsaciones de su universo. Estos revoltijos se acentuaron en esos europeos años del 320 en adelante, cuando Constantino, el emperador Romano, fundió al Estado con la Iglesia, con eso de que “Con este signo triunfarás”, con esa significativa cruz encadenó el porvenir de la Humanidad y esclavizó a todos los espíritus libres, como todo lo que vino después, hasta llegar a la Revolución francesa, pasando por Napoleón que traicionó los principios más honesto de los revolucionarios; y se llegó en Rusia a la revuelta de octubre que reventó en una seguidilla de revoluciones internas en cada país, haciéndole la vida imposible, sobre todo a los seres más humildes que comenzaron a tener idea de libertad y justicia. Desde siempre en Europa se han acumulado cosas infames, porque siempre hubo chorros, maquiavelos y estafados, contentos y amargados, cosas de valor e inmundicias.

De Europa llegó la podredumbre humana a Buenos Aires en barcos de muchas nacionalidades, cargados de costumbres infamantes, pervertidos sentimientos, cobardía y temor acumulado en miles de años de intentos de lograr, de parte de unos pocos, el poder religioso, político y militar, a cuenta del dolor, el fracaso y la intimidación humana, dejando a todos los seres con una educación de deslealtad, falta de hombría, de honradez y llenos de prejuicios

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raciales. Las monarquías de Europa, depositaron su basura en tarros flotantes con figura de barcos que, gozosos, empujaron hacia América.

Los europeos, y los que ahora somos hijos y nietos de esos barcos, hemos vivido en este mundo, desde siempre revueltos en el lodo y basureados por los poderosos.

Desde esta inmundicia, los más fatigados y valientes, se desparramaron, para sacudirse la basura de sus hombros, por el mundo verde y hospitalario de los países de América. Los propios inmigrantes se han encargado de dejar constancia de la historia de la pobreza del alma de Europa. Ingenuos gobiernos americanos posibilitaron la entrada a esa ralea infame de mujeres y hombres, tristes y agobiados, que agotadas sus debilidades en sus países de origen, emprendiera la marcha hacia el Sur, así le daban un respiro a las monarquías y a los políticos corruptos de toda Europa, ayudándoles a quitarse la basura que habían acumulado con su inhumana avaricia de siglos de vergüenza y dolor.

Argentina le abría las puertas, sin imaginarse, que era basura lo que le enviaban, más que seres creadores de nuevas formas morales, acordes con la verdadera naturaleza humana, que era lo ella necesitaba.

Desde siempre todo es igual, y allá y aquí, valía lo mismo un profesor que un burro recitando versos sobre un entablado. Han estado mezclados todos los valores materiales y humanos: don Bosco y cualquier mina de Montparnase o del barrio Latino, de Sicilia o de Moscú, de la misma forma, que en un negocio de desperdicios, en un estante de ropa de segunda mano, ves una Biblia vieja y despreciada por fantasiosa, debajo de un sable historiado por muchas muertes, enmohecido con sangre seca a la venta, a la oferta del mejor postor.

¿Qué ha pasado, señor? ¿Esta tierra está maldita? ¿El amor de Dios enfermo en cama? ¿Por qué la gente grita, rompe y brama y al hombre le han mareado la inteligencia con el humo del triunfo? ¿Qué pasa señor que todo es demencia? ¿Y la están mandando en barcos repletos hacia el sur?

De esta forma se lamentaba Renzo, mirándose en el espejo matutino. Era de Calabria, de una Italia aun no del todo identificable en una unidad nacional. Tenía mucha conciencia de sí mismo, pero

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cada día mirarse al espejo era algo nuevo, pues nunca se reconocía igual que el día anterior.

Había decidido partir hacia América, en su patria –la bella Italia, culta y civilizadora– los valores estaban todos podridos. Daba lo mismo el que trabajaba noche y día como un buey, que los que vivían de los otros, los que siguen matando, los que curan y los que andan escapados de la ley. No ignoraba que en su patria siempre había vivido la confusión de los valores morales y que él venía de esa inmoralidad, acunada por siglos, desde los curatos de los senadores romanos.

Cuesta abajo –Pero a él, ¿qué futuro podría esperarle si espiritualmente

sentía arrastrar por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser nada? Además, nunca imaginó que en esa nueva tierra sería despreciado como uno más de los miles llamados “che garufa, gallego, tano, bachicha, verdulero”.

Se enrostró su viejo sombrero Borsalino, bajo cuya ala, ¿cuántas veces una lágrima no pudo contener? ¿Cuántas veces cruzó por los caminos, feliz con un destino promisorio que de pronto se truncó? Si había sido flojo, ciego lo único que quería era comprender el valor que representaba el coraje de haber sabido amar.

Había tenido un gran amor. Pero ahora vencido, con el alma amargada, sin esperanzas, hastiado de la vida no hallaba consuelo a su dolor. Ese amor había sido para él como un sol de primavera, su esperanza, su pasión. Sabía que en el mundo no cabía toda la humilde alegría de su pobre corazón, cuando sentía el cariño de esa pequeña mujercita que había sido la fiel depositaria de todo su amor.

Quiso seguir tras de su huella y bebió, incansablemente, en su copa de dolor. Nadie comprendía que había dejado pedazos de su corazón en cada vuelta e intento de recapacitar sobre su destino.

Ahora, que estaba triste en la pendiente, solitario y vencido, antes de partir, quiso confesarse y, comprendió que por aquellos ojos habrá dado siempre más.

Esa confesión frente a los inmorales no tenía sentido. Debía partir donde nadie lo conociera. Dejar esos sueños de juventud,

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adentrarse en el destino de la impostura, de la ambición y atropellar a la razón si fuera necesario para cumplir con el destino de seguir viviendo.

Sabía que debía partir. Llegaría, por tierra o por mar a Marsella y de ahí a Bordeaux, donde zarparía en un barco rumbo a América. Ese barco era el suyo. Miró su pasaje y la palabra Argentina lo llenó de alegría y esperanzas. Tocaría cien puertos recogiendo la música del mar, sin anclar, por riberas tan sólo vistas de lejos. Muchachas de ojos tristes los habían venido a despedir. Sintió que el gusto de las copas de alcohol y esas manos, con un pañuelo remeciendo el aire del puerto le alegraban el corazón.

Por primera vez sentiría que se baila mejor sobre la tierra firme y, cuando al alba zarpó el barco, sintió en el fragor de las olas, el llanto de las muchachas, sus nombres, todos y cualquiera de ellos, los guardó con ternura para tener alguien con quien conversar en alta mar. Y desde ahí, por siempre, la imagen sagrada de su madre que nunca lo abandonaría.

Dos meses viajó en el barco. El puerto Maderos, de la ciudad de Buenos Aires, lo estaba esperando. Al llegar escuchó por primera vez el llanto del bandoneón, tan parecido al gemido de esas muchachas que en los puertos de Calabria y de toda Italia, despedían a quien nunca más, talvez, volverían a ver. Dos meses viajó en el barco hasta llegar al puerto amigo de la ciudad de Buenos Aires de esa nación Argentina, llena de esperanzas para todo el que pisaba su tierra, de la cual presentía no saldría jamás.

Todos los hombres que salieron de sus patrias, tanto de Italia como de Francia, Alemania, Inglaterra, España, Polonia Rusia, de esa Europa en declive moral y materialmente con profundos problemas de indecentes traumas sociales, buscaban en Argentina llenos de esperanzas los caminos que sus sueños prometían a sus ansias. Sabían que la lucha sería cruel y mucha, que se desangrarían en cualquier intento de elevar el espíritu. En esas patrias de Europa, vieja sátrapa de insaciable infamia, esos hombres se habían arrastrado entre espinas y en su afán de dar su amor, sufrieron y se destrozaron hasta entender que se habían quedado sin corazón. Y, miles y miles, decidieron partir. Seres humanos que pese a ese tremendo y humano dolor, fueron considerados por las monarquías basura, sólo basura presta a tirar al mar.

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Madame Ivonne –En las fiestas del luminoso París, en el “Les Quastre Arts”, en el barrio del viejo Montmartré, Mademoiselle Ivonne era la muchacha que, con su belleza y su alegría, alegraba las noches a los vates melancólicos. Era la muchacha más linda del Barrio Latino que supo inspirar a los poetas del parnaso parisino. Pero un día llegó un argentino, nada menos que desde Buenos Aires, que a la francesita la hizo rendirse y suspirar. Le cebaba mate y le cantaba, en su guitarra, coplas con la sabiduría del que sabe respirar. Desde ese día, para ella, que sería en el futuro solamente Madame Ivonne, la Cruz del Sur sobre el cielo americano fue el sino de su suerte, como el vuelo atolondrado de una alondra gris conmovida de ausencias. Bailate un tango Ricardo. –Ricardo se salía bailando de la vida. Donde llegaba encontraba a las mujeres llenas de sueños, y se las llevaba como antaño, dormidas hasta la muerte que murmura perdida en el entresueño, allá bajo la Cruz del Sur, lugar que le había señalado a la melancólica Madame Ivonne Este viaje a París era uno de los tantos que realizaba por los negocios de seducir a las más lindas mujeres europeas para que viajaran a Buenos Aires. Era muy conocido como “tratante de blancas”, por ello cuando bailaba, todos los recolectores de esas apetecidas frutas femeninas, sabían que le sacaba orilla a la vida para arrimarlas a su muerte. La recolección de esos frutos femeninos, árboles de vida y muerte, para su negocio de sueños sexuales, era eficaz hasta la saciedad. Total la vida es la suerte que se da por el retardo, medio haragán de la muerte, todos, ante su éxito, estaban agitados por gritarle fuerte, fuerte ¡bailate un tango, Ricardo!

Y Ricardo, de profesión agricultor y fantasioso de letras, puntos y comas, bailaba y el ángel del recuerdo lo acompañaba. Era dueño de la vida de sus mujeres y de la propia y, de pura alegría, se mandaba una media luna y un intenso puente macho rubricando

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París, Londres y Berlín con Buenos Aires, de arrabal con Pampa y tango.

Otro que se salía de la vida, pero sin saber bailar el tango, era Luis Migdal, de profesión alcahuete, hijo de Félix y de Berta, natural de Varsovia, cuando era de Rusia, a quien el verdadero amor y su religión milenaria, se le ahogó en la sopa y su Dios se le atragantó con el dinero.

Luis Migdal, tendría el honor de ser en las páginas policiales y en los libros de tratantes de blanca, al igual que Ricardo que nunca fue delatado, el mayor cabrón de la historia Argentina.

Verde mar –Mañana zarpa otro barco rumbo a Buenos Aires. A bordo van Madame Ivonne, Margo que sería la milonguita, María la valezka en la sombra de su pieza, Olga, una oda triste de las nieves siberianas, Elisa la melenita de oro, Esther de una tribu perdida, Margot una muñequita que hablaba con zeta, Malena tendría penas de bandoneón como nos contó Homero Manzi, Alejandra que terminaría en el Parque Lezama sentada en el último banco junto a Sábato y muchas otras casi todas, como la de Borges, de nombre María y muchas más con sus trajes de percal, con un tajo en la pollera, con nuevas emociones como la rubia Mireya, frágil y débil al amor que entregaba al primer envión. Todas con la esperanza de volver algún día a su patria y, al humilde hogar al calor del regazo materno, llenas de alegría, prósperas y decididas a poner término a la miseria de sus vidas y de sus seres queridos. Renzo, era de Palermo, de la Sicilia que mira al Mediterráneo, se paseaba por la cubierta del barco atestado de pasajeros. Solo. Igual que todos los demás, sin entender los extraños idiomas que hablaban los viajeros –el suyo era tan sólo un dialecto–, por ejemplo: el de aquellas mujeres con pañuelos en la cabeza, o aquella de vestido de percal, rubias de ojos celestes y azules como el mar, alegres criaturas de cara risueña, o ésta otra de mirada triste y pensativa, hasta llegar a la figura provocativa, de quien creía, que tenía una cara igual a las campesinas de la tierra de Trapani. Lo mismo los hombres que, entumecidos buscaban compañía, alguien con quien conversar. Por ahí, sin duda, por la

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elegancia de su traje, un francés; por ese gorro de piel de conejo un rubicundo ruso; por sus narices afiladas esos sirios-libaneses de morenos rostros. Ingleses y holandeses. Polacos, alemanes del Volga, italianos desde las fronteras del cárnico norte austriaco y suizo, hasta la punta de la bota siciliana; ucranianos, franceses, judíos, turcos, rusos blancos y mongol, vascos, gallegos y catalanes, todos provenían de distintos ambientes, de otras geografías con distintos colores, con distinto comportamiento existencial, desde núcleos en franca expansión hacia la periferia del mundo, ese final de esperanzas llamado América, que se llamaba Argentina y, por desembarco Buenos Aires. ¡Qué nombre más lindo y prometedor: Buenos Aires!

Eran unidades étnicas aun no enfrentadas, que serían capaces, juntas, de generar muchos estímulos culturales, movimientos desencadenantes de motivaciones y reacciones de todo tipo, que le darían valores al hibridaje humano que no puede ser evitado, imparable y es tremendamente fecundo. Uno –Todos habían vivido arrastrándose entre espinas en afán de hallar y dar su amor, sufriendo y destrozándose el corazón al entender que partían con el “cuore” desangrado, dejando sin protección el techo de todas sus familias, para pagar el precio del castigo que uno recibe, entrega y sufre por un beso que no llega o un amor que lo engañó. Hastiados, en su condición de parias de amar y de llorar tanta traición.

Todos preguntando ¿qué pasa señor? ¿Por qué ese cambalache del mundo que dispone cuesta abajo el destino de lo mejor que uno ha querido dar?

Estos seres venían arrastrando costumbres tristes, llantos reprimidos que volcarían en las primeras frases de sus intentos poéticos. El tango esperaba.

Balada para un loco

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–Las callecitas de Buenos Aires, tienen ese qué sé yo, porque sin duda, además de las baldosas flojas y, que al mundo le falta un tornillo, no existe el mecánico que la pueda arreglar, por ella andan tipos con medio melón en la cabeza, banderitas de taxi libre en cada mano, con los zapatos clavados en los pies que, son locos pero no pelotudos, andan reclamando amor y pregonando ¡dale, dale que va! que allá en el horno nos vamos a encontrar todos los que trabajan, los que viven de los otros, los curas, los ladrones y hasta San Martín, el mismísimo “Padre de la Patria”.

Nada nuevo en la forma de encarar el patriotismo. Renzo y sus connacionales tendrían dentro de poco a uno de sus líderes, nada menos que a Mussolini, colgado boca a bajo, en una de esas callecitas de Roma, antes de morir pateado más por las mujeres que por los hombres, escupido y fotografiado hasta el cansancio. Volverían algunos, otros Ferrer violando sobrinas, a poner de moda la locura de ser justo y andar buscando la verdad, vendiendo rosas, como ese pibe de Bachín que le llenó a Horacio la bolsa de dinero por el derecho de autor. Y los pibes siguen ahí con sus rosas y sin ningún derecho de propiedad intelectual.

Mocosita –Tan sólo descender la escalinata del barco, le bastó a todos

los pasajeros sentir que algo habían vencido, con el alma destrozada, sin esperanzas, hastiados de la vida, porque el que no llora no mama, porque algunos no hallaban consuelo a su dolor y en su bulín sollozarían angustiados como ese pobre bachicha Betinotti, que se convirtió en payador de décimas, que había abandonado a Dante y a Da Vinci, las arias de las óperas que recordaban a Verdi, Puccini y a Donizetti, y había colgado su humilde guitarra en un rincón del cuartucho dejándola abandonada.

Buenos Aires la Reina del Plata –La inmigración, por aquel entonces, conflictivo presente que recibía Buenos Aires, era un tema hasta entonces fundamental en la evolución económica-social –y por ende cultural– de Argentina.

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La ciudad de Buenos Aires había crecido obsesionada, atiborrada de extranjeros llegados como aluviones. Buenos Aires les ofrecía pocas alternativas de ubicación en la estructura de trabajo a los nuevos contingentes. Y los inmigrantes seguían llegando, atiborrando las calles porteñas, seguían modificándose ellos mismos y modificando la ecología cultural de la ciudad. Llegaban y llegaban. La ciudad se saturaba, se desbordaba por los cuatro costados y crecían las esquinas de modo irreversible. En una población, escasa en número, el componente europeo alcanzó cifras millonarias. En el viejo continente, ansiosos de escapar a su origen, entraban los inmigrantes en los barcos como por la parte ancha de un embudo y descendían en los puertos porteños apretados por la parte angosta, apelotonados, perdida la personalidad y el individualismo. Dale que va, que allá en el horno... Cabizbajos.

A la larga serían todos uno sólo, harían sólo una casa donde habitarían todos juntos; la irían construyendo cada vez más al sur; cantarían la misma canción y le pondrían tango como nombre, ritmo que perdería sus rasgos diferenciales hasta convertirse en el manoseado himno de la derrota en el amor y los recuerdos de los desplazados. Sería también un baile.

Sin embargo, estos seres, hijos de diversas culturas, hablando diferentes lenguas y teniendo entre sí, formas y apetitos, hambres antiguas que los diferenciaban notablemente, crearían, entre ellos una babélica confusión de valores que en muy poco tiempo se plasmarían, desde la plataforma de la ciudad donde habían ubicado sus abismos, tremendas diferencias sobre todo económicas. Era al mismo tiempo de entrar, con la misma emoción y angustia, una acción inmediato, despectiva y soberbia de dividirse. Llegaban ansiosos con las mismas intenciones pero se distribuirían hacia distintos derroteros.

Llegar, para cada uno era el final de una etapa, la confirmación de un cambio y el nuevo perfil de una vida económica y cultural, cuyas raíces había que rastrearlas en la historia de los primeros inmigrantes.

Apresada entre dos hitos, Buenos Aires creció a pasos vertiginosos, dinámicos, con el renovado aporte de europeos y asiáticos. No se salvó nadie, el globo entero se metió en los barcos. Así, Buenos Aires quedó conectada pronto con los modelos

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mundiales de las modernas sociedades de masas que, bajo esas medias suelas clavadas en los pies, traían las inmundicias de volverse locos, polvorientos de masturbación, para disimular su impotencia en las necesidades laborales del campesinado, que para tal función el país los había admitido.

Al principio, se podía constatar en todas partes la figura típica de un extranjero, de un gringo. Luego, se fue haciendo cada vez más difícil detectar con exactitud la procedencia de ellos, iban hibridándose a pasos agigantados: cabecitas negras con ojos celestes; rubios de rasgos negroides; achinados compadritos; judíos con rasgos distintos a su inconfundible endogámico universo, pero todos con miradas sorprendidas. Así componían nuevas etnias y se descomponían sus individualidades. Iban a renacer con otros buenos aires, donde podrían, por lo menos, respirar para sobrevivir. Desde el Bajo hasta Palermo, la geografía comenzaría a ser “Mi tierra querida...” y le pedirían a todos que escucharan esa canción de agradecimientos pues con ella les iba la vida. Le confesaban a la ciudad, como lo hacían a su madre, sus horas de angustia, hartos ya de placer y locuras, pensando en una patria verdadera para calmar la amargura.

Mi Buenos Aires querido –Lo que nunca ha quedado claro es a qué ciudad le cantaban con tanto amor, si a la que dejaban atrás, aquella de sus padres y donde habían nacido, o a la nueva que los hospedaba vacilante con nuevas emociones. Cuando yo te vuelva a ver, no habrá más penas ni olvidos, era el sentimiento pisando por primera vez tierra del fin del mundo. De esos encontronazos iba naciendo otro Buenos Aires. Del criollismo de vieja cepa, con el aluvión inmigratorio, se desarrollaba otra neurosis, notable en los versos de los tangos ya de moda como la forma de expresión de los recién llegados. En esas expresiones del cantor orgulloso, sus raíces quedaron marcadas a fuego. Desde el Bajo hasta Palermo, la geografía porteña acusaba la presencia del inmigrante, rápido conocedor de los secretos de la ciudad y creador de sus confines espaciales.

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Yugoeslavos en la calle Reconquista; judíos en Villa Crespo; rusos en la calle Libertad; ingleses y alemanes en Barrio Belgrano; italianos en el riachuelo y en todas partes; turcos en torno de Lavalle y Reconquista; japoneses en la calle Corrientes, después desaparecidos; alemanes del Volga en el barrio comercial de la calle 25 de Mayo, disputándosela a los españoles; sirios-libaneses en la Avenida Leandro Alem; eslavos de diversas procedencias en Balvanera cerca del submundo de Once, donde se revolverían todos los de procedencias de semitas judíos y árabes tranquilos y aseados alrededor de churrasquerías de criollos vendiendo la carne de animales que las empresas ingleses tiraban en el río por viejos y duros. Y los gallegos, inconfundibles por el modo de bajar por una escalera, que nadie sabe si suben o bajan. Todos juntos y revueltos, masticando esos asados de tira que se llevaban los escasos dientes de los parroquianos golosos.

Cien barrios porteños –Sergio Pujol y González Tuñón, notaron que la llama, débil en el inicio del concierto ciudadano, se hizo jugosa de orgullo en los infinitos microcentros de Buenos Aires. Nacieron, no cien barrios porteños, sino cien patrias distintas, una por cada grupo tribal de inmigrantes de Europa y del Medio Oriente. Todos evocando a las ciudades que habían dejado atrás. Así “Mi Buenos Aires querido” vino a representar a cada una de esas ciudades abandonadas allá en Europa, en el Medio Oriente o en las estepas polacas y rusas. A quien le cantaron fue a esas ciudades perdidas, pero le dieron el nombre de “Mi Buenos Aires querido”, tierra florida, donde soñaban que terminarían sus vidas, porque bajo su amparo no habría desengaños y, volando los años, se olvidarían del dolor.

Algunos a “La Reina del Plata” le exigían que escuchara su canción porque con ella iba su vida, porque igual que allá en la patria lejana –esto no lo sabían–, se oye aquí a una nena pidiendo pan, por eso, y muchas otras cosas, siempre sollozando igualdad en las penas. Otros, cuando se hallaron lejos, sólo lograban consuelo en las notas de una polca, de una sandunga o las saudades gallegas, en una sardana o en una canzoneta napolitana. Nadie se explicaba por qué eran canciones malevas, lamentos de esperanzas, sollozos de pasión.

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Terminaron entregándole a Buenos Aires todos sus anteriores fracasos, culpando, a la inocente ciudad argentina que los hospedaba con tanta bondad, de todos sus tropezones y, de ese cuarto de hora que a ellos no les tocó, de las nostalgias pasadas que empezaron a ser nuevas en la medida que perdían el color local de sus lejanas patrias, ante el vigor de la geografía humana, oyendo el llorar del bandoneón se decidieron entonar, en un solo idioma que sería en idioma de tango-canción, tango-habanera, al final solo tango, tango y por siempre tango, sus fracasos tango y sus triunfos tangos. Y empezaron a bailar.

Canzoneta

–Sin secarse aún las lágrimas, el Tano Genaro agarró el acordeón y allá en La Boca, en un callejón de la Vuelta de Rocha, se despachó su Canzoneta gris de ausencia, cruel malón de penas viejas escondidas en las sombras del figón. Dolor de vida...!Oh mamma mía...! ¿En cuánto tiempo tenía ya la cabeza blanca aferrado a la tristeza del alcohol? Escuchando “O Sole mío senza mamma e senza amore, sentía un frío en el cuore”, apretado de ansiedad pensaba que quien lo llamaba era el alma de su mama que dejó cuando era niño. Antes de irse de cualquier boliche, Genaro sacaba de las teclas tristezas de Tarento, soñando con el regreso de todos sus paisanos que seguirían en La Boca, llorando sus congojas con el alma triste, rota, sin perdón. De ahí el tano Genaro se fue a la calle Corrientes y cambió el acordeón por un bandoneón dobla A. ¡Ue, paisanos comme está!

Sentimiento gaucho

–El Paseo Colón era uno de los pasadizos para entrar de lleno, aunque a veces gateando, a Buenos Aires. Por ahí desfilaban en los viejos almacenes los que tenían perdida la fe. A Renzo, todo sucio y harapiento, Genaro lo encontró una tarde borracho sentado en un oscuro rincón. Sin confesionario sacerdotal le bastaba una simple y mugrienta mesa para confesarse con todos los parroquianos. De hombría, ni que hablar. Lloraba porque aquella mujer conocida en el barrio posta, resultó ser trabajadora nocturna del Chantecler, a

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quien encontró al alba transitando por la Avenida Corrientes sola, fané, descangallada, la vio esa madrugada salir del cabaret, vieja vestida de pebeta, teñida y coqueteando su desnudez, parecía un gallo desplumado luciendo al compadrear su cuello picoteado y él no aguantando más se refugió de la garúa, en el viejo almacén a llorar esa traición y el desgaste del tiempo en el ser amado que le cortó, de un solo tajo, todo el amor que conservaba por ella. Con el codo en la mesa mugrienta y la vista clavada en el suelo, en la mesa vecina, piensa el tano Domingo Pulenta en el drama de la inmigración. Y en la sucia cantina que canta la nostalgia del viejo paese. Renzo llora mientras Polenta está cantando: “E la Violeta la va, la va, la va la va, la va sul campo que lei si soñaba que l´era il suo yinyin que aguardentosa estaba...”. Cantaba esa canzoneta del pago lejano idealizada en la sucia taberna. Brillaba en los ojos del tano la perla de un lagrimón. La canzoneta la aprendió cuando vino con otros encerrado en la panza de un buque y, es con ella que haciendo batuque, consuela su desilusión. También a los demás. Algunos, se abrazaban y se ponían a bailar entre ellos. Otros lo harían después en cualquier vereda. Y así, a todos se les piantaba la vida entre berretines locos de muchachos ranas arrastrando ciegos la juventud que se les iba entre milongas, timbas y otras macanas. ¡Cómo se pianta la vida! ¡Cómo rezongan los años cuando fieros desengaños van abriendo heridas! Se encuentran sin chance en la jugada de la partida de la patria y la mala suerte.

La traición y la muerte han entrado a tallar... El tango madura. Se canta, se baila y se escribe en partituras. Hasta las mujeres han comenzado a tararearlo. A la luz de un candil

–¿Alberto Arenas o Francesco Giordanno –no te engañés corazón–, con qué nombre vivir en el barrio? Mal entrazado, convertido en un forastero afincado en los campos del sur, en la esquina del herrero, de barro y pampa, del paredón con un perfume de yuyos y de alfalfa, con la pesadumbre de una patria cambiada, ya no es bachicha, sino cabalmente un matrero que viene trayendo en su maleta un entripao. ¿Antes se llamaba Renzo? Lo había olvidado.

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“¿Me da su permiso señor comisario? Yo soy un gaucho honra´o a carta cabal. No soy ni borracho, ni soy un cuatrero, señor comisario yo soy criminal”. “¡Arréstame sargento y póngame cadenas, si soy un delincuente que me perdone Dios! Apriete sargento que no me retobo”.

Ella era la pulpera de Santa Lucía, rubia, de ojos celestes que reflejaban la gloria del cielo de los más hermosos días. Cantaba como una calandria; era la flor de la vieja parroquia; la que alegraba los atardeceres, con un dulce gemir de vihuelas, mientras la reja de nuestro rancho olía a jazmines.

Yo he tratado de ser un criollo bueno señor. Ahora no me llamo ni me siento igual como en la patria en que nací; estoy en otra tierra pero no soy distinto en el amor, pero ella fue malvada, mi amigo un sotreta, me traicionaban y los maté a los dos. Mientras me fui a otro pago me basurió la infiel, no sabiendo por qué todas se llaman Lucía; “las pruebas de la infamia las traigo en la maleta: ¡las trenzas de mi china y el corazón de él!”

Volver –Ahora adivinando el parpadeo de las luces que a lo lejos

van marcando el recuerdo de la patria lejana, las luces de lo de Hansel, con una imaginación perversa, se van encendiendo al atardecer. Un nacimiento con nueva dirección y algo llamado tango con unas melodías que endulzaban los labios. A media luz el embrujo del amor. Y le siguen pidiendo eso de “bailáte un tango Ricardo”, mientras a media luz los besos, en el crepúsculo interior de Juncal doce, veinticuatro, no hacen ruido los tamangos sobre la alfombra del departamento lleno de almohadones y divanes con catres puesto al amor. En la pista eso de bailáte un tango Ricardo, que después de haber estado dándoselas de bohemio anclado en París, volvió cubierto de males y bordeado de apremios que lo hacen evocar emocionado a su divina Margarita, su dulce inspiración, a la que llora y que reza embargado de tristeza ahora en un bulín de la calle Ayacucho. Percal

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–En medio del salón, Malena canta el tango como ninguna y

en cada verso pone su corazón, luciendo su vestido de percal, aquel que vestía cuando tenía quince años, con anhelos de sufrir y amar, de ir al centro y triunfar, se encuentra con que su juventud se fue y que en el ayer tirado se quedaron acobardados el percal y su pasado. “Porque los años de la infancia risueños han pasado, camino el olvido los títeres también, piropos y promesas su oído acariciaron, se fue de su casa y nadie supo con quién”.

El cálculo definitivo es que todas fueron a parar, otorgando suculentos dividendos, a lo de Hansel, parquímetro semental de Ricardo antes de partir a refugiarse junto a don Segundo Sombra a San Antonio de Areco.

Estercita, ahora llamada milonguita, es la flor de lujo y placer del cabaré, los hombres le hicieron tanto mal que hoy daría toda su vida por volver a ponerse aquel vestidito de percal de los quince años, para volver con la frente marchita a la casita de sus viejos. Estercita cuando salía de aquel cabaré, toda su alma temblando de frío diciendo “¡ay! si pudiera volver a querer”, escondiéndose en los zaguanes para que el tano Renzo no te viera el cuello picoteado, flaca y vestida de pebeta, y así teñida bajo ese tapado de armiño todo forrado en lamé que su cuerpito abrigaba al salir del cabaret, que tuvo, el tano por ello, que dejar de fumar tres meses para poder comprártelo.

Che papusa oí –¡Che papusa oí!, valeska disfrazada de parisina, ahora que

hablando con zeta sos la muñequita con más gracia, “batís miché” con aspavientos de pandereta y sos la milonguerita de más éxito ¡oíme papusa! Andás trajeada de bacana, bailás con cortes y por raro snobismo tomás “prissé”, y en un auto camba de sur a norte andas paseando como una dama de alcurnia. Y por más que parles en francés y tires ventolina a dos manos, que andés bebiendo copetines buen frapé, y tengas un gigoló bien bacán, serás siempre un biscuit de pestañas bien arqueadas, serás, siempre una muñeca brava, bien cotizada, siempre una milonguerita juguete de ocasión.

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El tango se está convirtiendo en un fiscal acusador, incluso, mientras se está bailando, porque en muchas de sus figuras hay condenas a perpetuidad.

Contrario a la frialdad de Ricardo, Renzo no debía haber pensado jamás en lograr el corazón de Grisel y, sin embargo la buscó, y con engaños la aturdió sin pensar que era una buena mujer. Pero al final le cantaba como en La Boheme con aire de aria, que no fuera tan cruel, que no lo abandonara. Le pedía perdón escritos en cartas de tango, que siempre registraba, culpándola de sus desgracias.

El baile comenzó a condenar, a más de alguno, a muerte en pleno movimiento.

Han pasado muchos, muchos años que Madame Ivonne zarpó de Francia, ya no es “Mademoiselle”, hoy es sólo “Madame”, al ver que nada se cumplió en la distancia como eran sus sueños bebe con tristeza su champán. “Ya no es la papusa del Barrio Latino, ya no es la mistonga florcita de lis. Ya nada le queda, ni aquel argentino que entre tango y mate la alzó de París”.

Porque eran las mujeres las que dejaban a los hombres, ellas eran las malvadas sin corazón y en sus descripciones en el tango se merecieron los epítetos más crueles, desencajados de la realidad, al punto, que parecían inventos elaborados como piezas de ensamblaje en la línea de fabricación de tangos en que se convirtió Buenos Aires.

Las recién llegadas ya incorporadas del todo a la vida porteña y sus necesidades, esas mujeres que subieron la escalinata del barco plenas de alegrías, que transitaron por la cubierta llenas de juventud y esperanzas, en Buenos Aires fueron convertidas en pebetas, naifas, minas, balurdos, chancleteras, milonguitas, bacanas, acameladas, afanancias, achuradas, arrastradas, bagres, balurdos, alcahuetas, cuñada, culona, biscuit, bodrio, busarda, cojuda, conchuda, copera, china, chota, fayuta, franelera, garchadora, yiro, yira, guacha, hembra, leona, pantera, jetona, lorenza, madama, cabrona, merluza, mechera, mersa, minetera, paica, chucheta, patín, puta, pebeta, pendeja, ramera, serva, suburra, tortillera, trincadora, vampireza, yanta y chanta, zingadora, y qué sé yo que más, ocupando epítetos que llenan el diccionario lunfardo de todas las editoriales rosadas en libros de barro y pampa. Estas naifas bailaban

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en los cabaré sin tener otro recurso, habían sido contratadas para eso y sus pasaportes escondidos las inhibían de reclamos y defensas judiciales. Estaban entregadas al franeleo con cortes y quebradas para los niños bien, hijos de los jueces, de los políticos y los policías, en las manos de las autoridades en entregas de cacuchas voluntarias; todas con parla afranchutada, pero con pinta maleva, en el Hansel, en el Trianón de Villa Crespo, en el Chantecler y el Armenonville, ahí volvían otario al rano y al vivo gil, luego tiraban el dinero a manos llenas escabiando champán con sus gigolós de turno, cuando ya tenían la trágica evidencia de su destino y el tango era una casucha dentro de una verja milonguera que las estrangulaba. Casi todas terminaban en La Enramada de la Plaza Italia, al lado de la Rural.

Eran los tiempos en que Gardel había dejado de cantar a su yegüita, a Ramona y a las trenzas de su china, y había entrado de lleno a darle a los tangos, que se le acumulaban mareando la pasta negra de los discos. Sus amigos le confidenciaban sus penurias y él se las interpretaba frente al público grabándola en los platos disqueros recién creados y, oídos a través de la radio que se volvió de golpe una atracción de masas. Los amores se fueron haciendo públicos, desinhibidos; las mujeres siempre escasas se popularizaban en pródigos amores, sobre todo de aquellos despechados que en la letra de un tango intentaban historiar el fracaso de sus amores.

Y se despabilaba la imaginación. Así desde lejos, uno de los mejores ejemplos: el negro Celedonio relojeaba a Margot, a quien nunca pudo alcanzar y le encargaba a Gardel, convertido en proxeneta cantor, que le gritara a la distancia: “se te embroca desde lejos, pelandruna abacanada que has nacido en la miseria de un cuartucho de arrabal, porque hay algo que te vende. Yo no sé si es la mirada que parece tan altiva o es tu cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal”. Eran denuncias de infidelidad, de reconocimiento público de la debilidad varonil y de incapacidad de relaciones normales, entre hombres honestos y las ahora llamadas putas europeas. Comenzaba el tango policial al servicio de alcahueterías malevas. Tomo y obligo

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–Sin vergüenza los hombres despechados se sinceraban públicamente, y daban consejos con el codo apoyado en un mostrador casi ordenando con la valentía de los sabios: “tomo y obligo, mándese un trago que hoy necesito el recuerdo matar, sin un amigo, lejos del pago, quiero en su pecho, amigo, mi pena volcar”.

Y por favor “mozo, traiga otra copa, y sírvale de algo al que quiera tomar, que ando muy solo y estoy muy triste desde que supe la cruel verdad”.

Algo así como graduados en sicólogos con diagnósticos y ungüentos de caña, de aguardiente y de amargo vino, en las mesas que nunca preguntan, mugrientas y húmedas de las lágrimas ajenas de expertos tomadores de café, dictaban sus experiencias y diagnosticaban adhesiones. Tangos de Freud, de Adler y Jung se iniciaban con grapa.

Llorando sus desengaños eran una orden para los cantores de tango, decirles a todos los que quisieran escuchar –Gardel era referencia obligada–, que la percanta, mala mujer y puta descarriada, había amurado a un buen amigo, hombre sano, dulce y sincero, en lo mejor de su vida, dejándole el alma herida y espinas en el corazón. Confesándose en el Viejo Almacén, en Corrientes y Esmeralda, en el Café de los Angelitos, o en Boedo y San Juan, cerca del sur, del paredón y después, siempre más y más en los confesionarios del sur, donde las madreselvas en flor eran engañosas, porque todos sus amagos debían saber que aun dentro de su alma conserva, como buen hombre, macho conscripto del tango, el cariño que tuvo para ella; que todos sepan que nunca la había olvidado; que por culpa de ella los amigos lo habían dejado solo; que nadie lo consolaba en su aflicción, si hasta su perro compañero, al verlo sin ella, sin un ladrido también lo había abandonado.

De noche cuando se acostaba dejaba la puerta abierta por si volvía y, de puro bueno e inocente, le sigue llevando biscochitos aunque el espejo estaba empañado por la ausencia de su amor. Siguiendo la vieja costumbre había colgado en el ropero, por difícil de afinar las cuerdas de tripa de chancho, la acariciada guitarra, y no quiso seguir pagando la cuenta de la luz, y por ello la lámpara de su cuarto también había sentido su ausencia porque la luz, desde entonces, no ha podido su noche triste alumbrar. Comenzaban a cantarse los tangos a oscuras.

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Malena

–Al anochecer es cuando a Malena, en lo de Hansel, canta con su voz quebrada, borracha, con un pedo de santo y señor mío, se le ven los ojos oscuros como el olvido, con los labios apretados como el rencor, recién advierten, los que la persiguen mirándole el trasero, que sus manos son dos palomas y que sus venas tienen sangre de bandoneón y, que cuando ladran los fantasmas, ella canta el tango con voz desfalleciente, pero no por ello se rechifla en su tristeza y evoca que fue, en su pobre vida, sólo una buena mujer; insistiendo en eso de que esta noche me emborracho bien para mamarse chupando gratis; que ahora anda como una bacana; que la vida le ríe y canta y los morlacos los tira y juega con los hombres como el gato con el ratón. Como buena observadora sabe que esos triunfos, pobres triunfos pasajeros, serán una larga fila, no de riqueza ni placer, sino para que mañana se la vea como un descolado mueble viejo, sin esperanzas en su pobre corazón y que los literatos, porque tienen conciencia que están haciendo historia, se la disputen creyendo que esa Malena era aquella a quien le ofrecieron, por la vuelta, el último café.

A este fin llegarán todas. Serán un retrato del ambiente desvalido, una sonrisa chueca, un carancanfún. Los años pasarán sobre ellas como un choclo en un tango desgranado al compás del corazón. Lo que antes fue por su hermosura la personificación de la ternura ahora, es su locura y afán de placer, es un cascajo, mazorca seca, porque antes, viviendo rechiflao por su belleza, el buen hombre, varonil a carta cabal, le había quitado el pan a su madre; se había convertido en ruin y pechador, que por ella se quedó sin un amigo; que esa mujer lo tuvo de rodilla, sin moral, hecho un mendigo cuando se fue. Todos esos encuentros, al varón fiel y leal, le hacían tanto mal que nada positivo lograba, ni emborrachándose, para no sentir ni pensar.

En esos tangos, nadie olvidaba que nunca habían alcanzado verdaderamente el corazón de estas mujeres, que habían llegado en busca de otro destino que no era sólo el amor, sino progresos económicos para borrar, en su patria lejana, el pasado de miserias y de horror. Todas se convirtieron en yiradoras, fue, entonces, que la

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suerte, que en Buenos Aires es grela, fallando y fallando, las largó solas a un destino nunca imaginado. Y sin embargo las seguían buscando como a Grisel, aunque sin la dulzura de sus besos, vagando solas por el mundo sin amor.

El tango ya peinaba a la gomina y el baile frisaba a bien universal.

Rencor

–Rencor, ese viejo y viril rencor, que no deja olvidar esas traiciones ocultas crecida por esos cobardes amores femeninos, en la entrega física de un momento de aparente y profunda relación corporal, que todos pensaban que deberían ser eternas. Nadie comprendía lo volátil de las necesidades de esas mujeres, acuñadas tras el largo trayecto de gestar, en otras primaveras, el destino de sus vidas. Sentidas de añoranzas en esos siniestros barcos, las historias que, una vez en tierra, volvían a repetirse bajo el mismo amor, la misma lluvia, el mismo loco afán. Todos comenzaban a ser tangos conocidos.

Y en esas noches llenas de hastío y de frío, Renzo, Flavio, Ennio, Giovanni, todos los de los barcos, caminaban, por las callecitas de Buenos Aires, en las sombras muy lento; mientras la garúa con sus púas se acentuaban en su corazón, como un duende que en las sombras los busca y los nombra; triste, porque hasta el cielo platinado, cargado de angustias de Buenos Aires, se pone a llorar por ellos; no quieren que nadie les diga que de su vida ella lo ha arrancado. No quieren que nadie se imagine cómo de amarga y honda es su eterna soledad.

Volvió una noche

–Así, en la doliente sombra de su cuarto, ellos los cuchilleros del arrabal amargo de Boedo y San Juan, al esperar sus pasos que quizá no volverán, se deshacen en ayees melancólicos. A veces le parece que esos pasos, ante la puerta de su bulín, detienen su andar sin atreverse a entrar: “pero no es nadie y ella no viene, sólo es un

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fantasma que crea su ilusión y que al desvanecerse va dejando su visión cenizas en su corazón”.

Nunca tranquilizado ese odio maldito que lleva en las venas, es un mal que le ha abierto una herida, que le inunda el pecho de rabia y de hiel. Ese viejo rencor, recio y varonil, es aun fuerte como fue su amor.

En más de una noche ella volvía triste y desamparada. Él, la estuvo esperando casi toda la vida, esa noche notó en su rostro tanta ansiedad, que tuvo pena y miedo de recordarle su felonía y su crueldad. Ella le dijo humilde “si me perdonas el tiempo viejo otra vez vendrá; la primavera de nuestra vida, verás que todo nos sonreirá”. Mentiras, mentiras, el tiempo pasado lo hace imposible, pensó callando su amargura y tuvo piedad. Los ojos de la valeska, “azules, muy grandes se abrieron y una pena infinita de pronto, ambos comprendieron, y con una mueca de mujer vencida ella dijo: “es la vida”... y no la vio más”.

El tiempo lo puede todo, hasta comprender que las antiguas culpas se deben pagar y hay que dejar en el olvido el paisaje amado de su lejana familia. Después de estos tangos de abandonos y tristezas, todos volvían a su pasado a buscar a la anciana madre que habían dejado abandonada. Comprendían que madre hay una sola y aunque un día la dejaron sola, en los campos floridos de Palermo, con un pañuelito blanco que le ofreció como despedida, sabían que a ese amor habrían de volver y le contaban a la mujer que vivía en la antigua casa de su niñez: “ya sé que es tarde vecina, no me haga caso ni me mire con desconfianza. Al ver la casa y al verla a usted me parece que está mi madre en la reja, porque esta casa era mía cuando era mía mi vieja...” Viví muchos años desorientado, soñando no sé que mundo, me hundí en el delirante afán de una loca juventud; me atraían los placeres, los abismos, y las mujeres pero anhelando aquellas hondas ternuras, las palabras dulcificadas del amor por el hijo que de mi madre siempre escuché. Por cierto, aunque siempre el padre estuvo ausente en sus tangos, pues se había piantado en la copa del olvido, conservaba de él sólo su viejo reloj de cobre.

Yira, Yira

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–Las mujeres de los barcos comprobaron muy pronto que todo era mentira, que nada en la vida es amor, que al mundo nuevo que se habían incorporado nada le importaba y tuvieron que yirar y yirar, quebrada la vida, mordidas por el dolor, sin esperar nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor. Los hombres de los barcos vieron secas las pilas de todos los timbres que apretaban, bajo la lluvia y mirando para todos lados, en busca de un pecho fraterno para vivir o morir abrazados. Comprendieron que en el mundo, los que quedaban vivos y con algo de esperanza, se estarían probando la ropa que iban a dejar los que se morían; que nadie se acordaría de ellos, porque un día cansados, cuando vieron la indiferencia del mundo, de común acuerdo y como perros, se pusieron a ladrar.

Comprendieron que nadie puede huir de sí mismo ni escondiéndose en otro continente, con otro idioma cantando aunque esté muerto de hambre, pues siempre el pasado vuelve a enfrentarse con su vida. Por más que huya el viajero, tarde o temprano detendrá su andar.

Volver –En un coro, que insiste pregonarse en nuestros días, siguen

intentado volver al hogar de sus abuelos, a la tierra que nunca debieron abandonar, al regazo materno, al verdor de los campos de la niñez y a las caricias de los mares que ahora los ignoran. Adivinan el parpadeo de las luces que a lo lejos, en ciudades y países lejanos van marcando un anhelado retorno, porque siempre se vuelve al primer amor. Aunque se vuelva con la frente marchita, con las sienes plateadas.

Veinte años es mucho cuando se convierten en docenas de desesperado tiempo que, inconcluso, frenó el crecimiento, disparó el amor lejos del horizonte de la patria lejana que es a donde se quiere volver. Se quiere volver a la tierra de los mayores, a Italia y no a Buenos Aires, a los castillos de las estepas cubiertas de polen del norte eslavo; a las nieves, donde Olga, aun sueña encontrar de vuelta el amor que dejó invernando; a las montañas cantábricas de milenarias piedras, de donde nunca se debió bajar; a las luces de París, que a lo lejos divisa al hijo pródigo que vuelve.

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No es Buenos Aires el retorno que se anhela y se canta. Por eso es el miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con sus vidas. Miedo de las noches cubiertas de recuerdos de Toulouse de un niño gardés provinciano, de un joven le pera de padres de Trento pero que nació en Brasil; viajeros que huyeron y que tarde o temprano reconocerían que deberían detenerse y volver.

El olvido no existió nunca, no logró matar ninguna ilusión, por eso aún guardan una esperanza humilde de que alguien los perdone por haber abandonado la patria natal.

Infeliz final del puterío

–El destino final de todas esas mujeres fue Buenos Aires y para sus hombres, solitarios de resistentes y, auto acariciadoras manuelas, un dadivoso puterío; como una nueva venganza, inaugurada por las mujeres que bajaron de los barcos y ahora se asentaban en los peringundines juntando chapitas; las que al fin decidieron ser madres, perpetuarse y tener hijos. Fueron miles y miles las que enfrentaron el destino de no vivir la vejez en la soledad. No importa de quien fuera el recién nacido. Sólo la maternidad es verdadera, nunca se sabe quien es el padre, además, ¿a quién le importaba? Total, los padres, apenas están mencionados en los tangos. La madre es la que se baila, nunca el padre.

Será por todo esto que, en Buenos Aires, tanto se emplea eso de “hijo de puta”, “la puta que te parió”, o “que te recontraparió”. ¿Fueron gestados, los primeros varones del tango, hijos nacidos en la nueva patria, como el producto de esta innovación femenina cuya maternidad, herencia y venganza, de procrear sólo hijos de puta, aun no se reconoce a tango vivo? Y esos hijos, bravos varones nacidos al despecho de un tango burlón, hablador adulto, insultador y contra mujer, de cuya insidia tanguera no se salvaba ninguna: ¿fueron ellos, los hijos de putas, que se dedicaron, como militares en su nueva patria, a la defensa de los valores políticos y sociales de la clase alta, y en la custodia de la justicia en bien de la aristocracia encontraron algunos su derrotero? ¿Otros en la medicina, en la agricultura y la ingeniería? ¿Más de uno en quiscos, en cada esquina, de venta de diarios y

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dulcecitos; en carnicerías del barrio viejo de sus ensueños; o vendiendo telas, para camisas y trajes, casa por casa a crédito semanal? ¿La mayoría fueron aquellos que inundaron las nuevas fábricas gastando sus manos en cualquier cosa? ¿Algunos en odiosos policías luciendo un uniforme azul en defensa del bienestar de la ciudad; o como militares intimidando a los países vecinos con bravatas de cambios de marcas en la frontera para justificar su armamento, su vestimenta, sus prebendas?

Hasta que, cantando polcas, valses, danzas, esos mendigos caminantes, después de cien años que bajaron de los barcos, lograron el desquite final; esos hijos de las putas que trajeron los cabrones Ricardo y Luis, putas auténticas de Europa, de las nieves rusas; de las bálticas olas; de los pirineos prisioneros; de la esclavista franca; de la itálica romana fascista; de las putas luces parisinas: esos descendientes convertidos en auténticos “hijos de putas” lograron realizarse, cantando lo que ya era tango, a dúo junto al diablo cuando visitó Argentina vestido de militar entre 1976 y 1983; esos políticos amargados y militares soberbios; esos hijos de verdaderas putas, prepotentes custodios del fuego eterno; esos hijos de verdaderas putas desenvainaron sus ardientes sables y se vengaron; en el país que nacieron atravesaron la sociedad de parte a parte y abrieron una profunda herida: 30.000 personas desaparecidas.

Crímenes que algunos arrepentidos confiesan ahora que desordenaron la organización del infierno, donde hasta faltaba y le habían subido el combustible para el fuego que ardió en el infierno que crearon en vivo en Argentina; una locura cuyas consecuencias perdurarán durante generaciones. Casi todos de gloriosos Agostis, Masseras, Galtieris, lúcidos apellidos italianos; Videlas de cara peninsular más atroz que la de los conquistadores; Kraft y Krauze de rígido hospedaje germano; franceses, rusos y polacos.

¿Venganza al país que hospedó a sus abuelos, padres y hermanos?

¿Venganza por ser comprobados hijos de putas, descendientes de madres y de abuelas, que ellos mismos convirtieron en putas? Las que ahora tienen marcadas en los tangos, que siguen cantando por los cuarteles y en cuartuchos de arrabal, aunque hayan prohibido algunos que atentaban contra la cristiana religión que los amparaba, los perdonaba y les daba aliento para justificar la

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represión, los asesinatos, los robos de niños recién nacidos y del caudal público.

El holocausto argentino: recuerdo de horrores; historia del horror ¿fue un tango sufrido y valiente, señero de alerta a la justicia y la libertad? No. Nada de eso señor. Sólo lo fue en la entonación desgarrada en las valerosas Madres de Mayo condenando a los sacerdotes cristianos, hijos de puta insólitamente adoradores de una virgen, cómplices de las torturas, que utilizaban perros mordedores de testículos; presionando las cabezas en piletas llenas de mierda; con picanas eléctricas en vaginas y pechos de madres aún niñas; sacerdotes que bendecían, incluso, a todos los delatores que colaboraron con el régimen militar, aquellos sacerdotes que aún siguen levantando la eucaristía con las manos llenas de sangre y pregonando que la esperanza, la liberación de la humanidad, está en la fe hacia el Dios benefactor, omnipotente y bondadoso que otorga la vida eterna en un tango que me hiciste mal y sin embargo –¡la puta que los parió!–, lo sigo queriendo.

En esto andaban ocultos los Menem bailando en aviones de nombre tango, otorgando indultos al horror, que no fue un bálsamo que su suciedad inmigratoria arrojó sobre las heridas argentinas para amansar el dolor. Fue una canallada legal que el poder inventó para burlarse, más y más, del dolor de las Madres de Mayo y de esas nietas que aun están en brazos de los verdugos de sus progenitores. Las confesiones, ahora, muchas siguen al ritmo del tango, son un revulsivo necesario para aquella gente lastimada. Esa obediencia debida, patraña por la que se supone que, cualquier crimen es perdonable, si él que lo ha ejecutado seguía órdenes de un superior hijo o nieto de las putas iniciales.

La misma mención, ahora, merece quien sigue cantando percanta que me amuraste, que es una acusación bastarda contra las mujeres de cobardes patoteros, de advenedizos que no supieron defender la dignidad en el amor y lloran las consecuencias amurado bajo un cacho de sol en la vereda; lo mismo para el que baila al compás del corazón de la mujer, a quién acusa que le hirió la virilidad y a quien le indaga la infidelidad; lo mismo la cobardía de ser uno que busca lleno de esperanzas el camino que sus sueños prometieron a sus ansias; el mismo cantor y el que lo escucha en un caminito que el tiempo a borrado que juntos un día los viste pasar;

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ese varón para quererla mucho, ese varón para desearle el bien, que acusan y denuncian a la costurerita que dio un mal paso y no al compadrito que la incitó: todos son unos hijos de la gran puta.

¿Se salvan los Muraña, Albornoz y Chiclana, porque venían del sur, como ángeles ignorantes, chocando en cada esquina, aún medio indios y milicos entreverados de ocio y desprejuiciados desde su nacimiento?

Cuando llega en la vida el momento en que cada cual debe decidir dar el primer sí o, el primer no de respaldo a la maldad, de despojar a la mujer, aunque sea cantando y bailando un tango de mi flor, de la dignidad de niña y madre, ese individuo pierde el derecho de ser humano y debe ser juzgado con el mismo rigor.

Bien podemos decir que de ese pasado, desde los barcos hasta los peringundines; de las milongas del arrabal amargo, pasando por todos los tangos de sueños esperanzados que han ocultado la perversidad y procrearon la nefasta estirpe de los apellidos europeos que levantaron, un cuartel asesino de uniformados hijos de puta en la patria que los cobijó del hambre, de la miseria que sus padres por siglos habían vivido en sus patrias lejanas, podemos decir por esto, plenamente identificados en la ignominia y en el complejo hormonal, gritando: ¡todos somos argentinos! ¡Todos somos porteños! ¡Todos somos de Buenos Aires! ¡Todos somos hijos de putas!

Por esto y, mucho más, nuestros balcones no tienen ninguna flor. A los habitantes de Buenos Aires señor, ¿qué les pasa? ¿odian el perfume, odian el color? Si no aman las plantas no amarán las aves, no sabrán de música, de rimas ni de amor. Nunca se oirá un beso. Jamás se oirá una clave en la ciudad Santa María del Buen Aire, reducto de los tangos del puterío y el desamor.

¿Quién no conoce al porteño cuando se agarra la bronca? La bronca es un explosivo diario de la industria nacional. No hay terapia para el caso, no se puede con su genio, la bronca está en el porteño, como en la comida la sal. Porque se andan alimentando de tangos, rumoreando tangos, pisándose los sentimientos cuando bailan, con sus mufas, descontentos, raros, como encendidos se hayan bebiendo triste y fatal, maldiciendo los días húmedos de compartir tanta soledad.

Siempre andan “mufados, todo lo ven mal, el amor es mufa, mufa la amistad”. Sin comprender por qué tantos fracasos, y esto lo

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dijo una mujer-tango: “por qué el mundo se hizo para que el hombre sea hombre y la mujer, mujer; y el amor se tienda como un puente para que toda la gente tenga un poco más de fe”.

Héctor, termino con un doble y sonoro ¡chan, chan! ¡Chan, chan!

Confesión a conciencia pura Nadie de los asiduos concurrentes al restaurante hacía más preguntas a los argentinos de las mesas de los días viernes. Se habían cansado de preguntar: ¿y, hoy muchachos, no van a las milongas a bailar tango? ¡Eh! ¡Ah! ¡Oh!

Con el tiempo la mesa de los tangófilos dejó de ser una moda. A nadie le importaba dónde se reunían. Si hacían algo o no hacían nada.

Los espías terminaron siendo los mismos todos los viernes y se acostumbraron al boliche. Por la cordialidad y la regularidad con que se relacionaban, algunos se hicieron amigos y, hasta seguro que se confidenciaban qué cantidad ganaban cuando pasaban un dato fidedigno. Si algo aportaron en la oficina de sus jefes, nunca lo sabría nadie. Parecía que todo estaba olvidado. Se notaba la que la concurrencia estaba, entre los espías, un poco aburrida. Hasta Héctor después de su larga historia de la Ilíada del Tango, se sentaba más cerca del coro y se notaba que sentía el calor de la zarzamora ardiendo.

Cuando pasaban por las mesas de los argentinos algunos de los espías los saludaban con un golpecito en la espalda. A veces llegaban a las mesas invitaciones de vasos de cerveza que nadie rechazaba sabiendo de donde provenían, no le hacían asco al beberlas levantando las jarras al aire, para agradecer en forma silenciosa e indirecta llena de misterio.

Las conversaciones, no obstante, entre los argentinos seguían siendo las mismas. Y las propuestas se repetían. Todos tenían conciencia que al ladrón de tangos, al bandoneón de corbata y con olor a ajo, nadie lo había olvidado, pero también que a nadie le importaba demasiado.

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¿Qué si iban o no a bailar tango? Esa pregunta se había perdido dentro de sacos de avena líquida que es el colchón de los sedientos. Ni ellos se preguntaban así mismos cuál era el problema de no movilizarse ¿a quién podría importarle? ¡Caramba si llevaban ya como cinco años en lo mismo!

Héctor decía que los viernes las milongas estaban muy llenas y que a él le gustaba, para bailar, tener espacio y libertad de movimiento, sin bailar golpeando y pegando patadas a su alrededor.

Dante, era tal vez, el que iba todos los días, lo proclamó cuando dictó las clases sobre el culo de las bailarinas y esa extraña investigación sobre el lenguaje de la redondez del cuerpo de la mujer que, traducida al tango, daba por resuelto el problema de la comunicación en la simbología del movimiento; Ricardo decía que durante la semana, iba a las academias más viejas donde ya las alemanas sabían bailar, donde se estaban inventando figuras, o las originales que las traían de los viajes que los berlineses hacían, cada vez con más frecuencia a las milongas de Buenos Aires; Luis y Roberto iban a mirar a las minas según confesión de ellos, tan sólo, cuando necesitan alimento para reforzar sus tirajes masculinos.

Ratamala y Tufillo, los chilenos asiduos, que no se perdían ninguna reunión de los viernes, también preferían los domingos en el estudio del uruguayo, cuando un profesor de prestigio en el ambiente de las milongas de Buenos Aires hacía clases especiales o, cuando se iniciaban clases de sicología como aquella que dicto el mismo uruguayo de cómo entrar a la milonga: cigarro en mano; detenerse en la entrada; mirar a las mujeres una a una; lustrarse los zapatos al revés de la pierna y dirigirse al bar caminando lentamente, con indiferencia y toda la sobriedad que en el momento pudiera tener el intrépido bailarín o, en el salón de las dos amigas, que habían inaugurado, a todo lujo, un pequeño estudio en Kreuzberg, que eran, por sus buenas relaciones, donde venían, de paso por Berlín, profesores, como Edward Zalktinwanky, desde el mismo Buenos Aires, a dar clases especiales, antes de viajar al Japón donde el tango hacía furor; Carlos Di Mateo, el pelao, ya no aparecía por ninguna milonga de Berlín, había aprendido a bailar, se autocalificaba como profesor y tenía una academia en Berna, Suiza. Michael Rieles ya había inaugurado, con mucho éxito el Rote Salón.

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Pero en general ninguno de los argentinos se topaba en estas academias. Daba la impresión, que si iban a ellas, era por minutos, o tan sólo a mirar, a sobajearse meta cigarrillos y cervezas meonas que empeoraban sus mínimas relaciones, cuando lograban tener alguna, con las minas alemanas del tango. Milongas de antaño –En el caso mío Héctor –relataba Mario con cierta intimidad y con ánimo un poco electrizado, inquieto y sumariado a una oculta necesidad de comunicación–, yo tengo verdaderos problemas con los locales del baile del tango, actuales con los de Berlín y, en el pasado con los de Buenos Aires. Desde que comencé a aprender a bailar, que no me costó nada, íbamos a las milongas todos los fines de semana, donde quiera que había una orquesta con el cantante que nos gustaba: al Salón Rivadavia, en Avellaneda en el club Independiente, asiduos de la Unión Española, en Fiorito, Lanus y Pompeo, después de utilizar los miércoles para practicar pasos y figuras entre amigos, puros hombres, entre los que nos entregábamos lo aprendido sin otras preocupaciones. A nadie se le ocurría pensar en un profesor. Ese comercio no existía en Buenos Aires en mi época de aprendiz de bailarín. Pero siempre tuve problemas. Iba a las milongas con el corazón apretado porque nunca tuve éxito con las mujeres.

¿Vos sabés cómo era, en esos tiempos, el método de los clubes de tango de Buenos Aires?

Escuchen bien: imagináte una inmensa cancha para jugar al básquet, por supuesto sin los parantes y los aros: las mujeres se ponían alrededor del salón, pegaditas a la pared; iban casi todas acompañadas por algún pariente femenino, su mamá, sus tías y hasta con sus abuelitas y en grupo de amigas, una vieja cuidaba a todas las pendejas. Los chomas se paraban en el medio del salón, formando una masa compacta: los más chicos delante, los grandes atrás. A veces, la mayoría se quedaba en la puerta de entrada haciendo un tapón que nadie podía romper, pues estos hombres eran, digamos así, los más tímidos los que, o no sabían bailar o tenían miedo de enfrentar la mirada de las bailarinas. Fumaban como locos.

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El que pretendía sacar a una mina, miraba a la que le gustaba, cuando recibía la mirada de ella, daba un cabezazo hacia abajo, con cierta elegancia por supuesto. Las minas los cabezazos los respondían con suma dulzura y una feminidad que ahora se ha perdido por completo. Entonces, uno apagaba el cigarrillo con la punta del zapato, moviendo con diligencia el talón, se acercaba a la acompañante de su pretendida pareja, y le pedía permiso. Cuando la madre, tía o abuela respondía que sí, uno le ponía el brazo en ángulo, ella se enlazaba y salían a la pista a bailar. Como siempre los salones estaban llenos, se podía bailar hasta unos cuatro tangos seguidos, y se franeleaba tupido y parejo, lo que daba poco tiempo a conversar, intimar y crear un ambiente de calentura propicio para pedirle una cita, las que, cuando se hacían siempre se fijaban para el martes siguiente y si llovía para el jueves, y si seguía lloviendo, entonces se verían el próximo sábado en el mismo club con la orquesta que estuviera de turno. Eso era un levante clásico del que no se enteraba nadie salvo los bailarines. Los zaguanes de las casas de barrio están siempre repletos.

Pero bailar tango, bailar como se dice bailar no se podía, era imposible hacer figuras, casi moverse era imposible, la corriente empujaba en rueda contra-reloj, y hacia donde fuera, la indiada debía ir. Ni pretender que los negros hicieran un cuadrado, un ocho o una corridita. Esas cosas eran para los días miércoles en los ensayos de La Española, por ejemplo, entre puros machos. Por eso de que yo era petizo, negrito, tímido y vacilante en mirar a una mina, siempre quedaba, como se dice pagando, de plancha. Planchaba. Algunas veces, creyendo que a mí me respondían el cabezazo, me acercaba a mi elegida y ella me decía: “no era a usted, joven, sino al muchacho de atrás”; y cuando el de atrás, más grandote, blanquito y rubio, de ojitos azules se acercaba, la vergüenza era respaldada por un aplauso de miradas sarcásticas del grupo, que pese a la experiencia que cada uno tenía, se aprovechaban de los más petizos para entretenerse y tener algo para comentar y tratar de chabón y pelotudo al pobre despreciado. Y, ¿cuántas veces no me pasó eso? Yo no escarmentaba pese a la continua vergüenza. ¡Qué querés que te diga! –seguía relatando Mario–. Ese es mi problema con el baile del tango, el que aún mantengo en estas

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milongas de Berlín. Por ello es que analizo con tanta crítica a las academias; envidio a los que sin problemas se acercan a una mina; le estiran la mano y salen a bailar lo más fresco. Esos fracasos, muchas veces, los transporté a otros retazos de mi vida, sobre todo en el intento de relación amorosa con las mujeres. Por eso, no sólo en mi caso, sino en el de muchos, en Buenos Aires se prefieren los peringundines de milongueras que iban, de inmediato, a la guerra total por unos míseros mangos, che. Así me hice asiduo a las casas de putas donde se bailaba el verdadero tango y de otra manera más sensual, de agresiva calentura y conquista y nada de vergüenza. Entre tango y puterío nunca encontré diferencias.

Este tipo de confesión, al estilo iglesia católica, no se trata de una enfermedad. Nuestros fracasos no están sólo en el baile del tango. Mientras exista memoria al perdón no se ha llegado. Sólo con el olvido se perdona. Cuando no se recuerda la ofensa, aunque se la haya olvidado sin perdonarla, es porque está el perdón por sí solo vigente en la mente y con el alma limpia. La memoria es una carga, cuando se ha originado en la infancia todo el material que transportamos en los hombros que forma parte de nuestra personalidad, o como culpa de cosas de las que tenemos que arrepentirnos de por vida y, de nada vale recordarlas, si lo que se busca en la vida es tranquilidad para alcanzar, en la confesión pública el perdón como recompensa.

Los Hermanos alemanes del Colegio La Salle –Escucháme Héctor, tan sólo como entretención memorial

algunas confesiones al estilo de Discépolo en sus mesas de café. Yo me eduqué en un colegio de los Hermanos La Salle, que

es una orden religiosa de origen francés, pero mis profesores eran todos alemanes. Hombres que salieron de Alemania, antes de la Segunda Guerra Mundial, que no la vivieron, pero sí, ahora que vivo en Alemania, los comprendo: traían el espíritu procreado en los alemanes que vivieron y sufrieron ese tremendo despelote político y social, con el resabio de la Primera entre las dos guerras. Largo de contar. Pero en definitiva nos entregaron su esfuerzo y sus mejores años.

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Esos jóvenes religiosos, con toda esa carga de humanidad que por obligación vocacional deberían ejercer, no fue precisamente lo que nos formó educacionalmente, a mí, particularmente, me deformó, porque ellos venían con el desorden mental a cuestas desde su misma infancia. Estaban saliendo de la Primera Guerra Mundial y ya dentro de la Segunda, es comprensible el desorden afectivo que debieron tener. Detrás, o dentro de ellos, por cierto, muchas otras cosas. Demasiadas vocaciones equívocas. Escapes, a ellos después quiero llegar. Me cuesta, pero sé que debo contarlas, para cubrir con el desahogo, llámale confesión a la necesidad de hablar más elemental de tanta experiencia acumulada y que ha marcado mi existencia.

Es una toma de conciencia con el afán de remediar, si algo se pudiera, aunque sea tarde, y enmendar diría mejor, la ruta por donde uno camina, que nunca se sabe cual es la mejor. Eso de “caminante no hay caminos, se hace camino al andar” es sólo un trozo de poesía bien cantada, pues pareciera que alguien, por la educación que nos dieron, sabía que camino deberíamos elegir, que el mismo estaba determinado de antemano para cada uno de nosotros. Es decir no creamos ningún camino. Todo nos lo dieron premeditadamente de acuerdo a reglamentos parecidos a los de la Católica Inquisición Medieval.

Ese colegio tenía el estilo de los más conservadores de Europa que se propagó a toda Latinoamérica: un ala para niños internos todo el año, y el otro medio pupilo, con uniformes bien característicos que nos diferenciaba, e imponía a simple vista la clase social de cada uno. La categoría más privilegiada era de niñitos de buena familia, de padres acaudalados. Estos Reverendos Brüder, como les llamábamos, mantenían un colegio para hijos de gente adinerada de la aristocracia, de embajadores, políticos e industriales; y otro para niños con becas especiales, donde yo estaba y, lo último con pobres de escasos o ningún recurso. Eran subvencionados y mantenidos con donaciones que a los grupos de industriales y comerciantes les convenía mantener, pues así resarcían de sus negocios, cuantiosos impuesto anuales.

Estos grupos de sociedades de beneficencia, como el de la Escuela Las Nieves, El Matte Mesías, el don Bosco, o el Champañar de Buenos Aires, el La Salle de Brasil y otros países, comenzaron

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con el clásico plan comercial a largo plazo, tan utilizado por las empresas de poder, que saben hacer las cosas, sobre todo el ahorrar en vida, proteger sus propiedades, mantenerlas para valorizarlas cada día que pasa, además, de estar protegidos con la complicidad del Estado, que con estos dadores se ahorra dinero en la educación del pueblo, que es su definitivo deber.

En plena colaboración, el Estado y estas beneficencias, crean escuelas y centros de ayuda a la educación infantil. Para ello, los industriales, las familias ricas, de apellidos sonando desde la época de la conquista española, de las cuales se desconoce dónde obtuvieron su riqueza, repito, hacen donaciones millonarias, pero sólo en el papel, que son deducidas de los impuestos de sus empresas, naturalmente con cifras adulteradas, así los descuentos de impuestos se convierten en ganancias. Todo esto bajo el visto bueno, por lo misericordiosos que son, del Estado que, a su vez, como te dije, se ahorran esfuerzos y gastos en la educación y, de paso, a los políticos que tienen en sus manos estas decisiones les queda una suculenta comisión por dar permiso para ejercer estas maniobras.

Estos colegios se convirtieron en verdaderas empresas recibiendo donaciones, una bolsa que siempre estaba llena desde sus inicios en 1894, y se expandió por toda Latinoamérica, poniendo colegios que justificaron y justifican en la actualidad su obra, y oficinas para receptar las donaciones, convirtiéndose en verdaderos limosneros de millonarios, sagaces ahorradores de impuestos. Por ahí, por esos colegios religiosos católicos pasaron miles de niños. Yo fui uno de ellos entre esos miles. La infancia usada para el ahorro de los latifundistas.

A estos recintos, casi carcelarios, llegaron en 1936 los Hermanos alemanes que se hicieron parte en la dirección de todo el orden educacional, tanto en Chile, como en Brasil, Perú y, principalmente, en Argentina, en Buenos Aires para ser más preciso.

Para ser breve, este colegio que te menciono ahora, vendió el 90% de sus propiedades, las que había conservado teniendo como negocio central, ese colegio donde yo estuve, dándole media educación a una cantidad de niños, que a lo largo de más de cien años sumaron centenares de miles. Ahora han vendido todos los edificios, el campo adyacente de los alrededores, que formaban unas haciendas, de tierras riquísimas, descomunales, donde hoy día han

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construido poblaciones de cientos y cientos de casas, bajo la dirección y la capitalización de los mismos familiares de las emprendedoras fundadoras, conservando una parte del colegio para seguir dándole justificación a su obra de beneficencia.

Este método tiene en todo el mundo ejecución; es conocido por los empresarios y la alta sociedad, como una forma de ahorrar dinero sin pagarle al Estado. Pero a la larga a ¿quién le importa que utilicen a los niños para ello? ¿Quién los controla si la educación está disimulada bajo las creencias cristianas? En ellas es la hipócrita bondad la que impera, pero hay que haber vivido dentro, haber estado en contacto diario para constatar la utilización de la vida de los niños, para su propio beneficio. Haber sufrido en carne propia la metodología de sus entramados comerciales. Es decir todos esos niños fuimos, triste e inhumanamente utilizados.

Mis recuerdos parten de cuando me fueron a dejar a ese colegio en calidad de interno, sin saber que ese sería, por largos y tristes años, mi destino: en mi casa, con mis hermanos, estábamos escuchando la radio y discutiendo como energúmenos, con la clásica tozudez de un niño que apenas sabe nada, una audición de tangos, donde nos desafiábamos a gritos –nunca lo olvidaré–, si Gardel había sido en la historia argentina el mejor cantante de tangos; si Magaldi o Corsinni lo igualaban o superaban y más nombres y más gritos. Ponían un tango de cada uno de ellos y le pedían al oyente su opinión. Con mis hermanos nos reclamábamos, mutuamente, por nuestras sabias opiniones. Yo siempre bregaba entusiasmado por Carlitos Gardel, escuchando ese tango: “Viejo barrio de mi ensueño, / el de casitas iguales / como a vos los vendavales / a mi me acunó el dolor...”, en esta palabra me sorprendieron, tomándome de un ala para llevarme, con el uniforme ya puesto, al colegio donde me dejaron insólitamente solo, sin curiosidad por el lugar donde estaba, sin importarme de que me tomara y me condujera de la mano un hombre vestido con polleras negras, y con cara de gringo, viendo, sin comprender nada, que a lo lejos mi madre y sus acompañantes se alejaban. Ni siquiera sabía el lugar geográfico donde me dejaron. Aún no lograba comprender el alcance que tendría ese secuestro.

Ahí permanecí durante larguísimos años esperando a diario que me fueran a recoger. Mi niñez y mi juventud fue interrumpida, pues crecí dentro de una laguna infantil que aun no puedo, aunque

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parezca mentira, llenar con nada. El agua de esa laguna, que a veces parece tener un fondo turbio, son las melodías de los tangos, la fijación filial de pérdidas, de recompensas y fracasos.

¡Ah, el tango! Por ello para cada uno de nosotros, el tango tiene algo de protector. Es como el amigo que nos protege, que nunca nos olvida y está, porque nosotros lo queremos, siempre a nuestro lado con situaciones vividas a la manera de los personajes de sus argumentos.

Así, el tango fue para mi la libertad, el espacio al aire libre donde vivían mis familiares, mi casa, mis hermanos, la gente que no conocía, una vocación sin muros protectores a escapadas o de vigilantes vestidos de negro que miraban siempre los muros como un freno de cómplice superioridad. La cápsula mística de su propio refugio vocacional. Ellos y los niños éramos todos prisioneros.

El tango siempre fue algo que volaba por sobre todos los muros; en general era el aire; la respiración que escapa con tanto ritmo; cualquier sonido; el tango estaba afuera donde todos eran libres de entonarlo a los gritos y con los gestos que se quisiera. Fue mi anhelo de libertad. Después de justicia, aunque también de condena.

El mate fue lo mismo. Allá, afuera de estas murallas, decía yo, con una inocencia que ahora que la recuerdo me llena de nostalgia, “allá en mi casa toman mate”. En cada hogar de Buenos Aires, el mate es cada día un compañero de fatigas y ansiedades; el calmante de fracasos; el espacio que daba lugar a los sentimientos largamente conversados; a la amistad por compartir de la misma bombilla, todos con sus labios humedecidos, el calor y el sabor de la yerba refrescante amortizando el hambre, la sed y la angustia. Pensar en el mate era sentir la libertad en los labios, sorbiendo con tranquilidad la pertenencia natural del ser humano a ese preciado don de la vida y la inteligencia compartida.

¡Ah, la libertad! Más, cuando era nuestra madre, pava en mano, que se encargaba de cebarlo y darlo a cada uno de nosotros, para que chupáramos como pibes sedientos. Cuando en la rueda me tocaba a mí, me sentía superior y privilegiado, sintiendo el calorcito del porrón entre las manos. Y agradecido pero ignorando la fijación oral que adquiría en cada chupada de mate.

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El tango era un espacio cantado fuera de mi reclusión física, era el ejercicio libre de todas las actividades humanas: la habitación del pecado; la belleza sonora de la respiración; el dejarse vivir por la vida; el elogio de los delincuentes; el cometer pecados con un ansia irrefrenable; la bravura de los guapos en las orillas de Valentín Alsina, las que en cada insignificante encono intentábamos imitar cantando, caminando o enfrentándonos, con falsos cuchillos, rememorando escenas con supuestas palabras de guapos.

Nos imaginábamos viajando por todo Buenos Aires: por el verde Palermo; nos encontrábamos silbando en Avellaneda; en el Bajo de Flores; en la quema. Había tangos para todo. En todas esas calles donde florecían las madreselvas refrescando el interior del frente de las casas e iluminando las calles allá en Parque Patricios; eran nuestro arrebato, en la imaginación, las pebetas de aireados vestidos, con pantorrillas y caderas fuertes e incitantes que desfilaban hacia los talleres a la madrugada; los trasnochados noctámbulos que regresaban a sus guaridas a dormir la mona; los gorriones de los diarios que pululaban vendiendo las noticias de un asalto a mano armada en plena calle Corriente; con excitación en los nidos nocturnos las encamadas de las madame Ivonne, Margot, Griseta, las que imaginábamos como a Mireya, bellas, apetitosas, corpulentas como roperos, provistas de vestidos de colores y formas de nalgas que no conocíamos. Del por qué siempre en pedo “Malena canta el tango con voz de sombra”, por qué tenía “sangre de bandoneón”, o “Madame Ivonne era una pebeta del barrio posta del viejo Montmartre”; nos preguntábamos por los corralones y los charcos de Nueva Pompeya; y si en la calle Quintana cerca de La Recoleta, era verdad que salían los aristócratas muertos de sus mausoleos a caminar por la vereda que iba al centro, por Libertad o Viamonte, donde se perdían en los cabaret en los brazos de las francesas, las vascas y la valeskas, siempre frescas que todavía llegaban amontonadas en los barcos junto a otros inmigrantes.

Esa era la ansiada libertad que nos sugería cada uno de los tangos, cuando los canturriábamos, dándonos por recompensa la sensación de estar libre. Nunca los curas se dieron cuenta del socorro que nos prestaban esas melodías. Eran nuestros secretos, nuestras murmuraciones en clase o en la misa. De lo sacrosanto de la voz de cualquier cantante de tangos, ellos siendo alemanes ¿cómo habrían

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de percatarse? Soñábamos con la pinta de cualquier cacatúa que estuviera rumbeando para el centro, para Corrientes y Esmeralda, teniendo la convicción de que la suya, como oferta diaria al malevaje y, la pinta de Gardel era siempre la recomendación máxima para nuestro futuro. Escuchar las audiciones diarias a escondidas, era como salir al aire libre, respirar, caminar haciendo los pasos y las figuras más conocidas que, en silencio y, en plena privacidad, ensayábamos canturriando un tango que creíamos, inocentemente, obsceno.

¿Cómo olvidar que mi relación, con la pérdida de la libertad fue un tango, como última melodía que escuché por propia decisión? Después hube de entrar al mundo melódico medieval de Lutero y de Sebastián Bach.

¡Qué Gardel fue la unión con ese desgajarte a la fuerza de la vida familiar! Cada vez que me he ido a algún lado, recuerdo los presagios del tango, el ritmo y el significado desgarrante de algo que se está perdiendo. Por eso es que siempre que me dispongo a partir solo, para que nadie me sorprenda, me pierdo canturriando un tango, caminando por estas calles de Berlín, como antes lo hacía por las callecitas de Buenos Aires y, de niño por los patios del encierro escolar, por ello me he encerrado –de esto tengo plena conciencia–, en estos dos muros berlineses, igual como cuando me encerraron siendo un pibe, pero esta vez voluntariamente: entre dos muros y entre alemanes. Comprendo perfectamente que volví a mi infancia y juventud, y me encerré solito dentro de la alemanidad, inclusive del idioma y costumbres de mis carceleros, esos siempre mentalizados Deutsch Reverendos Brüder.

La primera comunión

–Otros recuerdos parten de la foto de mi primera comunión,

donde me sigo mirando con esa melancolía inocente que luego la vida arrancó de cuajo, en la dura lucha de creer sin creer y de amar sin amar, de caminar, no haciendo camino, sino recorriendo dictámenes de conciencia impuestos por esa ley: lo que se aprende es lo que se ejecuta, lo mismo dijo Goethe: “que el hombre habla lo que sabe”.

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Después de todo, la foto de mi primera comunión me sigue mirando desde el retrato infantil, con cierta soberbia y arrogancia, con esa melancolía inocente que luego la vida me arrancó de cuajo en la dura lucha diaria, caminando siempre mufado con los resentimientos a cuestas, más amargos y despiadados y sin creer en nada.

Entre santitos y embelecos sagrados, el rito de la primera comunión marcó profundamente mi niñez. Después, de leer a Pedro Laloca, en una breve crónica, porque a él le pasó lo mismo que a mí, tomé en cuenta que ésta etapa de la vida marcó a varias generaciones de niños católicos que recibieron la sagrada comunión, recién cumplidos los seis o siete años. Esa marca la llevamos los que fuimos iniciados en esos misteriosos ritos que no han dejado ningún beneficio. Éramos todos apenas –bien lo sentía y lo supo decir también Laloca–, unos querubines de inocente mirar, forzados a seguir las reglas de esta angélica iniciación. Era preferible que fueran niños puros, almas sin mácula sometidas a una tortuosa preparación para recibir el cuerpo de Cristo. No sé cómo en el entendimiento de varios de mis compañeros congeniaba Cristo con Gardel, la piedad con el despelote del tango, de esas letras lunfardas llenas de pecado y el Padre Nuestro. Tampoco me propuse nunca ver diferencias entre Margot y la Virgen María, entre Mireya y la fama de Magdalena.

Eran eternos meses de catecismo, oraciones y memorización de himnos en latín, y aprender, a escondidas, de viejos cancioneros las letras de los tangos; asistir a misas de matiné, vermut y noche, entonando el “Alabado sea el augusto sacramento del altar”, o “con flores a María que madre nuestra es”, cánticos que nosotros revolvíamos con las melodías de “Grisel”, de “Uno” o de “Barrio de Tango”, hasta se nos filtraban esas melodías de tangos amorosos como “Caminito”, “Cristal”, “Café de los Angelitos” o “Cuartito Azul”. Éramos pebetes obligados a permanecer tiesos, con la mente –así creían ellos–, en blanco y el corazón en reposo, domesticado por la disciplina de la religión. No era así. Entre los tres que formábamos el grupo de tangueritos, nos confidenciábamos que en esos momentos, de sagrado recogimiento, yo había entonado “Mi Buenos Aires querido”, el flaco Volpe “Qué va cha che”, y el gordito Ruiz su preferido que era “El Choclo”.

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En una de esas piadosas sesiones de entrenamiento de la primera comunión fue que escuché, por primera vez, el nombre de Napoleón, pues éste, nos dijeron, cuando era chico y todavía inocente, tomó también la primera comunión y cuando le preguntaron, en la isla de su destierro, cual había sido el día más feliz de su vida había contestado: “el de mi primera comunión”. Esta respuesta siempre tuvo un paralelo con la de Lutero y el protestantismo, según nos contaban, que Lutero antes de morir dijo: “vivir como protestante pero morir como católico, porque se había casado con una monja. Historias que nos hacían cada día más buenitos por comprender los verdaderos valores de la santa religión de nuestros mayores.

Después de recibir la primera ostia –en lunfardo decimos te pego una ostia en vez de decir te doy un golpe, curioso, ¿no?–, los niños debían pasar por el sacramente de la confirmación. Una especie de juramento vitalicio con el catolicismo dirigido por la presencia autoritaria del Obispo, máximo representante de Dios en nuestra ciudad que, sin ninguna explicación y, con la bravura de los caballeros de las cruzadas, repartía cachetadas en la carita de los niños que, puestos en fila hombro a hombro, se sorprendían y se retiraban del altar con la mejilla ardiendo, traumatizados por la bofetada de Dios, que de esa forma nos convertía en sus esclavos, a fuerza del dolor y la impotencia, frente al más fuerte, grande, poderosos y panzones, como lo son sus obispos, que manifestaba en el niño indefenso, a cachetada limpia, a piñas despiadadas, su infinito amor. Así, en ese momento, con la mejilla ardiendo, quedábamos incorporados al ejército del Dios católico.

Tal vez la mayor prueba de sometimiento a lo divino era la confesión, una rígida entrevista con el sacerdote, sentado en una casucha que parecía un urinario y cagadero del Vaticano y que, al hincarse uno frente a una ventanilla, una voz retumbante, anónima como de ultratumba preguntaba: “Qué pecados tienes que confesar, hijo”. A esa edad, cuando el mundo era un alba brillante y pura de aire y luz, la pregunta se balanceaba entre el deseo y el castigo, con ese puñado de años entre las manitas juntas frente a la eternidad. ¿Qué podía contestar uno con apenas siete años? ¿Qué sabía yo lo que era pecado?

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Esa palabra terrible agigantada en láminas de catecismo en que Adán y Eva, en pelotas y entumidos, eran expulsados del Paraíso por Dios que así se convirtió en el primer censor, el creador del exilio, el dictador de leyes que aún perduran. En el tango del espiante.

El padre Román preguntaba, sin achicarse ni bajar la voz, de entrada no más, caliente y descaradamente: ¿se ha tocado el palito? Yo, no sabiendo que contestar, porque eso del palito entre mis juguetes para entretenerme no lo tenía, debí contestar con una mentira, la primera que le di a un cura: sí padre, ¿y cuántas veces hijo mío? Muchas padre... ¿Y te arrepientes de ello? Sí, padre... Bueno, entonces reza diez Ave María, cinco Padre Nuestro y, la próxima vez, me cuentas si has seguido tocándote el palito. Yo debí preguntarle a los muchachos de los cursos más adelantados, qué significaba el palito y, de ahí, que llevé, durante años, ese apodo de “El Palito”: porque el palito era la pija, la poronga, el pene, la pistola, el rebenque y, qué sé yo cuántos nombres más tiene ese inicial y provocativo palito.

El padrecito le indicaba, a la mayoría de los niños que se masturbaban que, como acto de constricción rezaran encomendándose María. Muchos de esa generación hasta los días de hoy se excitan con el Ave María, o con María simplemente, porque no pueden masturbarse sin rezar, ni rezar sin masturbarse acordándose de la virginidad, esa tremenda virtud de María.

Después, yo aprendí a sobre excitar al cura tocándome el palito a propósito, no sin antes responderle: ¿Cómo Padre? ¿Cómo debo hacer cuando necesito orinar? ¿Qué hago si no utilizo las manos? Este ha sido un problema técnico que nunca he podido resolver. El padrecito me enseño con lujo de detalles el sistema, que me sirvió después para masturbarme, a cuya afición le puse el nombre de Padre Román en homenaje a este santo curita.

El pecado, ese monstruo de palabra, asustándonos desde los dibujos donde se quemaban vivos los herejes de Sodoma y Gomorra. “El pecado, ese negro demonio que todos llevamos dentro”, insistía el cura desde la oscuridad de la caseta: “revisa tus pensamientos, busca en tus acciones de palabras, obra y deseos impuros, algo debe haber de malo que contar”. Descubrí también cuales eran los momentos más emocionantes de ese personaje, de polleras largas y

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negras, dentro del confesionario: cuando guardaba silencio era porque se arremangaba la sotana y se le oía el deglutir de saliva y del sonido de su lengua sobre sus labios. Así, después de visitar a este particular curita, después de confesar al piberío con su visto bueno, cuando todos habíamos aprendido que el palito era compensador de viejas fiestas privadas, estábamos todos los pibes listos para recibir la primera comunión.

Recuerdo que esa mañana el padre de uno de los comulgantes aceleró demasiado su automóvil y chocó de frente el portón de la iglesia, causando un ruido infernal que repercutió, más que los bajos del órgano tocado por manos inexpertas. Un cura gritó: “la mano del demonio está entre nosotros, un pecador está desafiando el poder de Dios”. Pero no lograron dar con el diablo que sabe escabullirse, mejor que cualquier pibe después de haber robado un pedazo de pan de la cocina a la que habitualmente entrábamos, furtivamente, muertos de hambre.

Además, estaba el revoltijo de padres, padrinos y amigos, admirando nuestros limpios trajes y sobre todo el color dorado de nuestros escapularios y el distintivo blanco con un cáliz de oro del brazo que indicaba, además, nuestro nombre, la fecha y el lugar del santísimo momento, como un recuerdo para toda la vida. Caminábamos hacia el interior del templo de dos en dos, muertos de hambre por el ayuno, crujiéndonos las tripas, y ansiando, por lo menos, esa ostia que pensábamos nos saciaría el apetito religioso que minuto a minuto crecía cruel y santamente dentro del estómago.

Ahora pienso que si Dios que era tan inmenso, ¿cómo podía caber en esa oblea casi transparente de la ostia? Mientras sentía que me faltaba saliva para tragar, sin masticar, esas migas de pan aplastadas conteniendo el cuerpo del santísimo. Debíamos devolvernos cantando: “Santo, santo cantaba María quien más pura que tú sólo Dios y en el cielo, una voz repetía sólo tú Dios, sólo Dios”.

Después cantaríamos con Discépolo “Son suplicios, son memorias... / fantoche herido mi dolor / se alzará, cada vez, / que oigas esta canción”.

Algo de este canto a la virgen Madre de Dios, me sigue sonando hoy, tal vez en el recuerdo goloso del chocolate que nos esperaba después de la misa. Quizás en los distintos trajes de primera

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comunión que nos encumbraba en las diferencias sociales, pues se juntaban, ese día, todos los alumnos del instituto, tanto los pobre como los hijos de ricachos que ostentaban verdaderas obras maestras de la sastrería infantil, severa en el color, igual en las formas de los trajes de los adultos del Club Hípico de Buenos Aires, rígido de cuello almidonado y el pelo engominado.

Después comenzaron a nacer otras culpas infantiles que nunca fueron confesadas, que costó mucho que fueran desalojadas del recuerdo con todo ese derecho a culpabilidad con que se habían ubicado en nuestra formación psíquica. Esos eran pecados guardados como reliquias adoradas, necesarias para el acercamiento a la adquisición de sabiduría sexual, la que teníamos que aprender solos, por ello ese cúmulo de conocimientos siempre fue un despelote y, el sexo, una general confusión.

Pese a todo esa foto de la primera comunión me persigue, no por la supuesta emoción de la pureza que creía tener de niño, sino porque el pecado, que tontamente confesé, fue que entré a la iglesia cantando, lo mismo que mis amigos, pues fue una apuesta de nobleza ser consecuente con la promesa, cantando cada uno un tango, el mismo que elegí y que sigo cantando sin poder terminar de hacerlo nunca, me refiero a “Golondrinas de un solo verano / con ansias constantes de cielos lejanos, / alma criolla, errante y viajera, querer detenerla es una quimera. / Golondrinas con fiebre en las alas, / peregrina borracha de emoción, / siempre sueña con otros caminos la brújula loca de tu corazón...” Creo que no me castigaron pues no creyeron, o no entendieron, que yo supiera cantar tangos, siendo tan pequeño y estando tan alejado de los peringundines. Pero me convertí en un delator de mí mismo, por eso me identifico con los tangos, en cada uno de ellos descifro parte de mi personalidad. En los tangos encuentro mi prontuario.

La vida después arrancó la emoción de esa primera comunión, y de esa melancolía me despojé de cuajo en la dura marcha de crecer sin creer y del amar sin mar, cuando comprobé que era capaz, desde tan chico, de no aceptar dogmas que me eran incomprensibles.

Pero del tango jamás me he olvidado, lo mismo que ese día frente a un obispo, cuando estiró su mano para que le besara el anillo

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y yo me metí, mirándolo a los ojos, la mano al bolsillo izquierdo y me agarré las pelotas descaradamente. ¡Qué dulce venganza!

Recuerdo que con Jorge Meller, mi mejor amigo, un día nos desafiamos a quién era capaz de comulgar más veces durante la misma misa. El cura era un viejito de grandes anteojos que caminaba, de ida y de vuelta, frente a las interminables hileras de niños hincados en una insípida actitud de sumisión y santidad dibujada en sus rostros: el curita iba y venía sosteniendo el cáliz y, en la otra mano una ostia que depositaba en la lengua de los niños que, curiosamente, siempre ponían los ojos del porte de un huevo, redondos como los ojos de los pescados; el rostro relajado, con una sincera serenidad y, en la actitud del cuerpo, un ablandamiento de entrega total a los dictámenes de la santidad. Nadie tenía vergüenza, como la que ahora yo siento al recordar ese pasado de ostias sagradas.

Yo logré comulgar cinco veces, a la última, después de haber tragado la ostia, que con poca saliva costaba que entrara de inmediato, el curita me miró como reconociéndome y ahí me entró el pánico.

Meller logró un desayuno total, sació su hambre y me ganó por dos puntos: comulgó siete veces. La cruz arrodillada –Durante el quinto grado ocurrió algo que marcó mi existencia en relación con el conocimiento del sexo y, en lo que lamento, se inició otro reconocimiento, con un sentido de crítica y alejamiento hacia el estamento religioso que perdura hasta estos días.

Después de cada jornada de estudiar, correr, cantar y recitar en el aprendizaje de la amistad y los juegos infantiles, los alumnos internos nos acostábamos temprano en esos dormitorios de largo espacio, tipo hospitales antiguos, de dos hileras de camas de hierro pintado de blanco; asépticos dormitorios en cuyas paredes entre ventana y ventana, colgaban las imágenes de vírgenes y de históricos santos, que nos protegían desde sus retratos simbolizando la castidad y la humildad en santa plenitud. A un costado de este dormitorio, en una esquina estaba la habitación del Hermano Bernardo, el Reverendo Brüder encargado del curso, bajo cuya férula estábamos

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todo el día. Ahí tenía su oficina. Ahí dormía, rezaba y desde ahí sermoneaba y, regla en mano, a culito pelado, en la intimidad de su cuarto, les daba a los pibes más lindos el castigo divino de su bondadoso Dios bajo cuyo mandato nos estaba educando. Esa memorable noche, ya con la luz apagada y con orden de dormir, el Reverendo Hermano Bernardo apareció con un camisón blanco de dormir, que le llegaba más abajo de las rodillas, y se hincó en medio del dormitorio, abrió los brazos en cruz y permaneció mirando de frente al infinito, con los ojos vacíos. Nuestra sorpresa fue mayúscula. Al silencio profundo que nos llevó la sorpresa, siguió la curiosidad: uno comenzó prendiendo la luz; otros nos sentamos en la cama; algunos se pararon sobre ella y todos comenzamos, como inició, a susurrar, luego ya hablar en voz alta preguntándonos después a los gritos “qué le pasa a este pelado cabeza de culo”, como llamábamos al Brüder Bernardo. Como persistía en esa postura de rodillas y con los brazos abiertos, una cruz arrodillada y penitente, algunos de los más atrevidos se acercaron a él, lo tocaron y hasta lo empujaron sin que el Reverendo perdiera su santa posición. Alguien le tiró una almohada y, el más atorrante de todos le pegó una patada en el culo que le hizo movilizar toda su germana humanidad. Esta escena duró horas. Los desordenados, durmientes despiertos a la fuerza, nos cansamos y, al fin, sin obtener respuesta del por qué esa pública constricción, volviendo a la calma, todos nos dormimos dejando en esa terrible prueba de estoicismo, o qué sé yo que era, al Reverendo Brüder. Al otro día, mientras nos levantábamos, todos estaban enterados de la motivación del Hermano. Habían sorprendido a uno de nuestros compañeros de curso en pleno acto sexual con otro del mismo grado. Y de ahí corrió, como la caída de agua de una cascada, con la rapidez de la necesidad del saber que dan las sorpresas, que uno de los sorprendidos fue de inmediato a la rectoría, y denunció toda una trama de relaciones sexuales entre dos de los Hermanos y una cantidad numerosa de niños que eran utilizados, tanto por los dos Hermanos, como por muchachos más grandes de los cursos superiores. Uno de los Hermanos era el pelao Bernardo, tremendo y asiduo pedófilo. Ahí comprendimos su actitud de expiación ante nosotros. Su necesidad de hacer público su arrepentimiento y sin ocasionar protestas ni denuncias, por la insolencia de sus alumnos

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que lo escarmentaron, faltándole tanto el respeto. ¡Cómo para creer en la castidad de San José! No entiendo –querido Héctor– a los que sostienen que la religión y, los que la practican, están por encima de toda discusión, de toda crítica y de todo desafío. Que a los niños se los adoctrine en la fe católica, sin otra alternativas que la sumisión a los dictados de la iglesia, que en lo referente al sexo, están en una desafiante agresión a la moral que predican. Si ellos están en ese misterioso celibato imitativo –porque a su Dios también no se le conoció mujer–, que se ha mantenido sin variantes en la historia, perseverando ya con histerismo en su postura, por encima y al margen de la naturaleza misma del ser humano. A los jóvenes de hoy conviene recordarles o enseñarles lo que deben estudiar para que sepan que nuestro católico Dios es soltero y no tiene hijos. Nadie sabe el por qué su angustia de crear hombres sobre esta tierra que se la entregó solo a unos elegidos, dejando a los otros que se procrearan sin medida ni conciencia numérica. La pornografía actual, el bombardeo televisivo y el cine con sus referencias han borrado en los jóvenes el erotismo. Ya no es tabú ni pecado. A los 14 años, como media, los adolescentes se estrenan en las relaciones sexuales. A los adultos les sorprende esta precocidad porque la comparan con sus propias experiencias, en la medida de la educación católica del común de los actuales adultos. La edad del inicio es quizás el cambio menor. La concepción de la sexualidad tampoco es la misma. El sexo ya no está rodeado de lastre ni de moralina oscurantista. Ahora es lúdica, algo corriente, parte del ocio, un intercambio entre amigos, algo que hay que hacer. Y se asimila, sobre todo, a partir de la publicidad, la televisión, el cine, y el grupo de amigos, lo que ayuda a transmitir mitos erróneos y aviva algunos miedos. Unos nuevos, viejos los más y de mayor tamaño los adquiridos en la infancia.

A mi nadie me tocó el culo, me salvé por negro y por feo, pero me despertaron fantasías a una edad demasiado temprana hacia apetitos insaciables; incomprendidos; a priori, sentimientos de rechazo hacia todo lo que fuera el sexo, lo que convirtió la inocencia en una ignorancia disparada hacia la idiotez. Ninguna, buena o mala experiencia conmovedora adquirida en la niñez, se borra jamás. Acompañan toda la vida. Por lo menos, ante tantos rechazos que

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experimenté no me volví maricón. No sé qué fue lo que me salvó, si golpear madera tres veces, o ignorar a los marineros. Como ejemplo actual, candente, basta comentar la bitácora que un cura pedófilo provocó en Brasil, donde mil setecientos sacerdotes fueran acusados de abuso sexual de menores, convirtiéndose, por la cantidad, en un caso emblemático, porque en esa bitácora, ese religioso escribió una suerte de manual pederasta. Ahora el tipo esta preso. Así Brasil, el país más católico del mundo, destapó el más grave y enorme escándalo de abusos sexuales con niños cometidos por sacerdotes católicos. Los niños de la calle son los más fáciles de controlar, escribió este curita en su diario, donde recomendaba presentarse siempre como el que manda; ser cariñoso; nunca hacer preguntas pero tener certezas; conseguir chicos que no tengan padres y que sean pobres. Jamás involucrarse con niños ricos. Y como él hay más, pero este Tarcisio Spricigo de 48 años, aparte de llevar un diario, cuando fue descubierto estaba terminando un libro de cuentos eróticos basados en sus aventuras pedófilas, las mismas que destrozaron la vida de muchos de los que se acercaron a él en busca de ayuda. No se cansaba de escribir que la Iglesia católica es el mejor refugio para pedófilos y homosexuales no asumidos. Desde que se instituyó la Iglesia Católica, Apostólica y Romana hasta nuestros días, más de 2 mil años, ¿adónde llegan las cifras de abusos sexuales de estos placenteros predicadores del amor y la paz en el ejercicio de su desmedido amor a Dios? Solamente en la diócesis de San Diego, en Norte América, se debieron pagar 198 millones de dólares a más 500 víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos. El obispo Robert Brom, según el dato periodístico, señaló entonces que tomo la decisión y accedió a las exigencias monetarias de compensación aunque fuera la ruina de la iglesia bajo su conducción. Y por el sacramento de la confesión, todos esos curas obtuvieron el perdón, como manda la ley divina del arrepentimiento y con una nueva bendición fueron salvados de culpa y remordimientos. Todos quedaron con su apetito robustecido, con el estómago vacío y ansioso para iniciar el reconocimiento de otros manjares, en esa mesa bien abastecida de inocentes, madres y niños, que se acercan en busca de paz, fe y amor a las Iglesias católicas. A los niños abusados les pagaron en dólares, fueron los putos de un

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burdel sagrado, bendecido entre santitos, estatuas y ostias consagradas. El resultado de un aprendizaje, inducido por los mayores, llamados pedófilos, en un niño o niña menor de edad, es la construcción de una sexualidad genital y machista. Despiertan en los niños y jóvenes abusados, una falta absoluta hacia la comprensión sexual de su capacidad natural frente al sexo. Es la muerte de la sensualidad y el erotismo. Un niño no tiene escapatoria, con él no hay ceremonias de seducción, la prédica es: aquí te pillo, aquí te mato. Su desarrollo posterior obedecerá a estos designios que se convertirán en conductas inducidas inconscientemente, pues ese aprendizaje sin consentimiento experimentado sin conciencia ni deseos aun no incorporados al bagaje emocional de las humanas necesidades, no creó en el niño o en el joven, un conocimiento exacto de lo experimentado sin el natural consentimiento que el acto sexual exige. Ese descubrimiento, que la orientación sexual del niño no es la predominante en su entorno, a una edad en que se la experimenta, se la vive desestabilizando al ser en formación cuando es un niño o un adolescente. Luego su proceso de adaptación es muy duro porque la presión del entorno determina conductas maduras y conscientes. Desde entonces, muchas comunidades cristianas reclaman que el Papa es el que debe pedir perdón, condenar y terminar con la hipocresía del celibato eclesiástico. Pero los Papas son muy pocos los que se salvan del semántico adjetivo.

En esa sumisión de oscura castidad la iglesia no ha recibido de Cristo, ni del Dios urdido más atrás en la etapa inicial de escritos bíblicos, una misión de producir técnicas de conducta sexual, política, social o cultural, un Estado cristiano, ni siquiera un partido cristiano. La Iglesia como tal es un ámbito puramente religioso y no debe contaminarse ni siquiera en apariencias de negaciones sexuales inherentes a la naturaleza humana. En esto es bueno recordarse que la iglesia católica es una de las sociedades menos democráticas de las imaginables. No guarda los más mínimos requisitos exigibles a cualquier formación social, política y moral, y llama la atención el machismo, éste sí, radical de su estructura de poder y la ausencia de cualquier sombra de igualdad, respeto sexual en sus, cada vez, más mermadas filas.

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En un mundo crecientemente globalizado y multicultural, donde tantas religiones sirven de excusa o aval para casi cualquier cosa ilegal, es preciso discutir con transparencia y honestidad de las relaciones entre el poder político y las iglesias, y ésta con sus fieles, aunque sea con sus normas de religioso carácter comercial y sus rígidas normas de conducta sexual. Se trata de un debate pertinente y apasionante, que nos devuelve al escrutinio de la modernidad emanada de la Ilustración, defensora de la radical igualdad de los ciudadanos y, enfrentada ahora a sentimientos de identidad de todo tipo. Como ligado a la culpabilidad que es una de las formas de alineación recurrente en sus prédicas. Nunca, estas religiones, han dejado que los seres que están bajo su férula, decidan por sí sus apetencias sexuales. Imponen su moral provista de pronósticos de miedos y catástrofes. Gobiernan por el terror, con esta original forma acrecientan sus patrimonios comerciales, que es la finalidad de todas sus acciones y prédicas.

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CAPÍTULO 7

9 de noviembre de 1989 Escuelas de tango en Berlín Ese viernes el primero que llegó al restaurante fue el Toli, que entró rengueando un poco. Tenía muchas preguntas que hacerlo a sus amigos. A Roberto que entró después que él, le tocó de inmediato con el revés de su incansable mano– che, –le dijo, con su sentido descolocado del ritmo de la realidad tanguera de los viernes–: ¿cómo demoran en llegar? –“Una canción que me mate la tristeza...”. ¿Por qué nunca hemos buscado a Hans Ulrich Thoms? ¿Por qué no hemos sido capaces de localizar a Carlitos Gardel? Hace 46 años que su tumba de La Chacarita, está habitada por un extraño, por un impostor y él, solo y triste, en Magdeburgo. –Toli, ¿y que hacés vos para ir a buscarlo, che?

–¿Cómo voy a ir solo? Tenemos que ir todos juntos para hacer peso y nos escuchen. Los cementerios son sagrados.

–¿Y qué sabés de tu amigo Peter, el arquitecto? –¡Ah, sobre él! Tengo muchas cosas sabidas sobre él. Sí, fui a ver a ese loco al cementerio y lo encontré manejando un pequeño tractor con una pala excavadora, intentando, che, hacer una investigación ecológica de cómo se nutre la tierra en los cementerios con los humanos muertos. ¡Qué loco, viste! para utilizarla en las parcelas donde se siembran legumbres, hortalizas ¡viste! se siembran lechugas, che. –Y vos Roberto, ¿qué sabés de Mario que iba a escribir nuestra historia y de estas aventuras de los viernes?

–Olvídate de esa historia que iba a escribir Mario. Nadie de nosotros tiene historia, nadie necesita ser biografiado. ¿Qué argumentos valiosos hemos vivido para que se cuenten nuestras aventuras? ¿Servimos para algo más que gastar, para estos araucanos, unos pesos en cerveza?

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–Lo que tenemos que hacer es la lista de las academias de baile del tango, de los profesores y de los argentinos que han llegado recientemente, de los músicos alemanes que tocan el bandoneón y los argentinos que han formado orquestas de tango en Berlín y que ejercen como flautistas, pianistas o se lucen en el bandoneón. Tenemos que mandar esta relación al programa de televisión de Buenos Aires que la esperan desde hace meses y a la Universidad del Tango para que estudien cuánto ha ganado el tango en Europa y el mundo entero.

–Van a analizarla, te lo dije, en la Universidad del tango de Buenos Aires –prosiguió orgullosamente Roberto–, como un medio de propagar que nuestro baile es universal y el mérito lo tenemos nosotros que lo hemos universalizado, porque de alguna forma o de otra todos hemos tomado parte en ello, ¿no pensás así che Toli?

–Yo soy uno de los propagadores, el argentino más importante entre todos, che, soy. El que mejor baila, no lo dudés, que lo he demostrado

–La historia comenzó, lo sabes ¿no? en 1982, cuando vinieron por primera vez a Berlín músicos y bailarines argentinos. La pionera Silvia Bayer

–En Berlín la única persona que sabía bailar era Silvia

Bayer, la hija de Osvaldo, el escritor del libro “La pampa bárbara”. Ella le enseñó a Juan Dietrich Lange y a la Anette Lange, unos pasos que incluían sobre todo el ocho, hacia delante y atrás. Después Rubén Lanza les pasó el cuadrado, y cuando vino, casi de inmediato el Coco Díaz, que andaba bailando en París, aprendieron de él la promenade, la corridita, la bicicleta, el tirabuzón y otras figuras y el resto mirando a los bailarines argentinos que venían cada vez más seguido a dar clases o eran contratados por estos mismos profesores alemanes.

Todos preferían los pasos más extravagantes; aprendieron de inmediato el tango de escenario; el tango que era ya en ese entonces culto de los turistas, por supuesto, difícil de aprender en unos pocas clases; ninguno se dedicó a caminar con pausa y elegancia escuchando la música, guiándose por el ritmo oculto que tiene el tango. Nadie escuchaba la música y como el tango no tiene casi

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ritmo, así como el de la salsa, digamos como ejemplo, cada uno hacía lo que se le antojaba. Eran todos unos acelerados, se desplazaban a mil kilómetros por segundo. Y nada de vueltas contra las manecillas del reloj: para cualquier lado y a los tropezones. Nada, por supuesto, de señales en la espalda del hombre a la mujer. Y dale que va, che. Todos tenían un entusiasmo bárbaro, che, por hacer ochos, mover los pies, pero sobre todo sentirse abrazado y en público, cosa inusual entre los alemanes.

Al principio, te acordás, che, cómo temblaban las minas cuando las estrechabas entre tus brazos, y le tocabas las tetitas; cuando le acercabas las gamba y le apoyabas el que te “jedi”: eso era un delirio; el “san se acabó”; la gran sorpresa final del baile del tango. Ninguna mina se lo esperaba. Se ponían pálidas, mirando para todos lados por si alguien las observaba. La refregada era en público. Y nosotros nos hacíamos los fesas.

La primera escuela la puso Juan Dietrich y la Anetta Lange, con el sistema de cobrar por hora la enseñanza, después pasaron a cobrar por mes.

En casi todas las escuelas de tango, comenzaban con los alumnos haciendo relajación por 20 minutos, algo así como gimnasia de distensión; otros 20 era de aprender la famosa salida y algunos pasos que se repetían hasta el cansancio para memorizarlos; los 20 restantes otra vez de relajación. Desde ese momento se desencadenó una serie de similares, y larguísimos, aprendizajes utilizados por casi todos los profesores, todos tenían una salida distinta, en la cual, aun ahora, no hay acuerdo.

–Che, perdón pero Juan Dietrich tiene muchos méritos. Fue el primero que se preocupó de que existiera un grupo de músicos de tango en Berlín. Motivó a muchos guitarristas y cantores, suya también esa iniciativa de arrendar salones donde hubiera los viernes y los sábados baile de tango, que no existían che, que no existían. Para él debe ir el primer premio, las alabanzas, él fue que comenzó en Berlín.

–Te das cuenta –indicaba Daniel con la mano puesta en el corazón y la otra como si tuviera una mujer en sus brazos–, el tango no necesita relajación, en sí mismo es distensión de pasiones, enfrentamiento con la realidad del amor, escuchando música en

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brazos de una mujer, no es más que una búsqueda de la felicidad, de la calma, del sosiego interior.

El tango en sí tiene el componente energético que da prosperidad al espíritu, engendra paz y una real comunicación con el prójimo. Nunca necesitó tener relajamiento ni anterior ni posterior. Eso es una avivada de los profesores porque apenas tienen pasos y figuras para enseñar por más allá de 20 minutos y para que el alumno se perpetúe en sus clases inventaron métodos de repetición de pasos y figuras, que le ha costado mucho a los alumnos, casi toda una generación, salir a bailar con tranquilidad y seguridad en sí mismo.

El tango tiene la sangre a flor de piel y lo que flota a su alrededor es lo narcotizante del amor. El tango aspira a la claridad de los sentimientos, por eso su magia, su opio se da en la penumbra de los salones.

–Siempre y cuando se entiendan las letras –insinuó parsimonioso Héctor– si no se comprenden las letras todos están perdidos sin atisbar el brillo de un horizonte, están, como dijo Discépolo “viviendo revolcados en un merengue y en un mismo lodo todos manoseados”, chan, chan.

–Cómo vas a pensar distinto si uno de estos académicos, Juan el uruguayo, sostenía que para aprender a bailar tango se necesitaban 3 años. ¿Te das cuenta? En 3 años en una universidad sacás una carrera, con 2 más eres doctor en medicina che. Así que durante 3 años deberías estar pagando la mensualidad al profesor. ¿No te parece demasiado? Con estas mismas propuestas aparecieron, y se asociaron profesores de diversos tipos como Carlos Di Mateo, Michael Rothgordt, Stefan Schulke y Ulrike Ottnand, un manflora de nombre Manfred, flor de maricón y, como una excepción, las dos amigas que bailaban juntas, Brigitte y Silvia, que aprendieron sumamente rápido y lo hacían muy, pero muy bien.

Además, estos pailones están sacando argumento de unas doctrinas de un tal Alejandro, que son como dogmas sobre el movimiento, la gimnasia del intelecto del ocio de los sin profesión. Van a tomar clases de sicología, de relaciones públicas y cuelgan los certificados en las paredes.

–Es duro, pero es la realidad –dictaba Roberto–, con ello tratan de hacer, como te dijera, che, hacer creer que realizan una enseñanza científica. Cuando el tango es así de simple: deslizarse

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abrazado hacia delante escuchando la belleza de la música y el contenido de las letras, es decir, bailarse la historia de la realidad humana que es el amor. En él nada de ciencia. Caminar y caminar con las historias humanas en sus letras, ritmo y melodías. Y, como dice Héctor, nada más que un marcado final de chan, chan.

–En tres minutos acaba todo o se prolonga para toda la vida el chan, chan –terminó diciendo Héctor. Rey del bailongo

–“Yo soy y he sido siempre un muchacho calavera...”. Que

me van hablar a mí, –se adelantó Toli vociferando– yo los conozco a todos los nombrados, che. Ese Lotta Schneider es un verdadero chanta. Siendo taxista, comenzó a dar lecciones de sicología, de cómo se debía entrar a un salón al viejo estilo de los compadritos de Montevideo –que no se comparan a los porteños de Buenos Aires que son auténticos–, con un cigarrillo en los labios, mirando de reojo a las minas como diciendo: “aquí llegué a romper el ambiente”, porque él es nacido en Uruguay. Lo conozco che, lo conozco, es un tipo que nunca podrá bailar bien porque –cómo te dijera–, es un mestizo de ruso-mongol-polaco con finlandés, de esos que vienen de la época de la llegada de Atila a Alemania, allá por los años del 400, que dejó un reguero de descendiente, pues estos mongoles se cogieron a todas las minas que encontraban y de ahí que salieron muchos, aunque rubios y de ojos azules, con las piernas cortitas y el culo arrastrando por los suelos.

Con las piernas cortitas no se puede bailar el tango. ¡No señor! No se puede. Se debe tener una figura digna que le de elegancia al baile. Esto lo saben todos. Pero este tipo tiene un coraje a toda prueba y, un amor al dinero y a la fama, en la misma proporción que el temor a la pobreza en que nació y se educó allá entre los gauchos brasileños. Fue uno más, de los tantos, producto de la inmigración forzada, tanto en Polonia como en Alemania, de sus padres que debieron de ejercer de campesinos por falta de profesión.

–La alegría del tango está en lo novedoso, en ese abrazo teñido del orgullo sano de ser macho y de ser una mujer sexual, ambos plenos de emoción y amor por la vida –decía como soñando el inocente Luis.

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–Héctor, vos que sos nuestro memorialista oficial por qué no cantás “Desencanto” de Discepolín? Ese que dice, vos ponéle la música: “Qué desencanto más hondo / qué desconsuelo brutal... / qué ganas de echarse en el suelo / y ponerse a llorar... / Cansado de ver la vida que siempre se burla / y hace pedazos mi canto y mi fe... / La vida es tumba de ensueños, / con cruces que abiertas, / preguntan... para qué.

–Las minas como la desabrida Ruth Dorff y otras, esas sí que lograron aprender bien. Aquí las mujeres son las que bailan bien; aprenden muy rápido; los machos son unos paquetes fanfarrones como ese Paco Liana, que se mete las manos en los bolsillos, se agarra los huevos y, mirando a todos lados para que lo observen, se mueve con aire de extrema arrogancia como diciendo: “yo soy un rompedor, el máximo y único cacatúa”. No lo hace mal, pero es un fanfarrón insoportable, además, desprecia a medio mundo, no tiene la más mínima pinta, ninguna figura de alemán, más bien parece un gitano flaco o un árabe revuelto con turco askenazi, de la Ankara profunda. ¿Pinta de tango? Ninguna che.

–Por favor –dijo Roberto–, así descalificando a todos la cosa no camina, además le das demasiado duro al pobre Lotta che, que se ha sacrificado como ninguno por instaurar el tango en Berlín.

–Con ese sistema de críticas no vamos a llegar a ningún lado. Por favor, se ruega tener educación y respeto cuando se nombre alguno de los profesores. No deben olvidar que todos, de una u otra forma, han contribuido a darle relieve al tango y a difundirlo. Han hecho lo que nosotros nunca hubiéramos podido hacer. Así que, respeto che, sino nunca vamos a poder enviar ese informe. No hacemos nada más que rascarnos las pelotas todos estos viernes y encervezarnos, mientras ellos, los profesores, trabajan che, y ganan dinero, porque es un trabajo la enseñanza. Por lo menos hagamos ese informe, algo positivo, algo que tenga historia y deje un buen antecedente del tango en Berlín, que vaya a Buenos Aires y allá lo valoren.

–“Garufa, vos sos un caso perdido, Garufa...”. No se puede pailón –grito cantando Toli–, cómo hablar bien de Carlos Di Mateo, ese sí que era un idiota ITB, si cuando hacía clases a las minas que tenía como alumnas, después las mandaba a espiar a los otros salones, a copiar pasos para darlos como suyos en su escuela. Y

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después se llevaba a las pobres minas a la catrera, minas que eran pasaditas de años y solitarias de crecidas angustias, que no le veían el ojo a ningún tuerto, además, de hacerse pagar todos los gastos por estas ilusionadas mujeres que buscaban una salida honrosa a su angustia. Todos son unos capicuas sin profesión.

–Igual que vos Toli, que sos el ejemplo más acabado del idiota ITB, que no fuiste nunca a la escuela y si alguna vez te sentaste en un banco fue en la última fila o en el banco de una plaza.

–Lo que yo sé, che, es que ahora esos profesores, ahora, son todos egresados de universidades con títulos de publicistas, de antropólogos, de siquiatras, y ¡qué sé yo! que más profesiones fantasmas tienen, che. Entre gitanos no podemos vernos la suerte: “Somos del mismo barrio, de la mondiola, somos los grasas más ranas, porque estamos lejos y nadie nos gana”. Ponéle música che, ponéle.

–Jetón, no te das cuenta, cómo vas a hablar bien de ese Stefen y de Ulrike, que lo único que los salvaba era que esa mina tenía un culo digno de experiencias y de investigación como las que hizo Dante, con eso de que la inteligencia está en la redondez del culo de la mujer. ¿Cómo vas a hablar bien si este tipo llegó a crear un tango fantasía, él le llama extravagancia, que da risa: de tango no tienen nada, puro rock and roll, y a los saltos, a las patadas. Ese es otro de piernas cortas pero de avivada larga.

–Toli, no hablés mal de Stefen que vos no sabés que fue él quien le dio el mayor impulso, y de lujo, a los salones de baile. Tuvo la iniciativa de arrendar un teatro, luego una sala histórica en el centro de Berlín, y después inauguró el mejor y más elegante salón que hay en Berlín el Walzerlinksgestrickt.

Stefen fue el que hacia clases y bailes todos los fines de semana en ese palacio que la Sony tuvo que correr varios metros, haciendo una proeza técnica, digna solamente de la capacidad de los alemanes, para que no se destruyera. Bueno y correcto, Stefen con esa iniciativa de organizar tango en ese salón histórico, despertó el apetito a esos ingenieros que al fin conservaron esa sala que luce hoy impecable. No, no es así tan liviano el criticar. También él tiene sus méritos.

–¿Cómo no vas a valorar Toli, a Brigitte y Silvia, que le dieron prestigio al tango, con una decencia que muy pocos

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profesores tuvieron, porque les faltaba, a estos otros improvisados profesores saber bailar, por lo tanto saber hacer clases, porque nunca habían bailado. Nadie ha tenido pedagogía en la enseñanza. En cambio Brigitte y Silvia eran profesoras de danza clásica y habían estudiado académicamente lo que luego enseñaron. Además se tomaron la iniciativa de contratar a Eduardo Altimbanqui, el mejor bailarín de Buenos Aires, para que diera clases, con ello se elevó el conocimiento de todos, pues los pasos y las figuras que Eduardo enseñaba en Berlín, todos las copiaron.

–Juan Dietrich, de acuerdo, lo sabemos todos, era taxista y la Anette camarera, Stefen fotógrafo y Michael tocaba el saxofón, pero todos se superaron, algo tenían adentro que los llevó a lograr sus objetivos y emprendimientos. Gracias a sus esfuerzos el tango tiene ahora tanto futuro.

–Fueron muchos, che, el que aprendía, con mucho esfuerzo dos pasitos –empezó otra vez Toli a gritar– ya se consideraba profesor. No les digo yo que son unos chantas.

El vals peruano

–Yo no puedo olvidar esas figuras extrañas, malabares, piruetas como las que hacía Juan Dietrich y la Anetta con sus pobres e inocentes alumnos, –seguía diciendo como cantando Toli.

Esto es histórico, che: en cualquier salón sus alumnos se distinguían, se hacían notar sus alumnos cuando bailaban el vals que él les enseñaba. ¿Lo imaginás? Mientras se oía a Di Sarli tocando un vals, o se escuchaba a Juan D`Arienzo interpretando “Desde el alma”, todos sus alumnos salían a bailar moviendo el culito, con un ánimo de maricones intentando seducir no sé a quién. Ese chanta enseñaba, sin saberlo, el vals peruano, que cuando bailan las mujeres con los mulatos, sí les quedaba bien mover el trasero. Pero ver a esos alemanes grandotes, con flor de traseros, forzudos como titanes mover el culazo, daban ganas de estropearle la geta porque les enseñaba a hacer el ridículo. ¡Pobres tipos che! Así es la historia.

–Yo me acuerdo –quiso intervenir el piojoso Mandó Tufillo, alias Armando Trujillo, y ahí se quedó pues Toli lo paró en seco–: vos callate que sos un chileno torcido, y no sabés nada de tango, sos de los mismos que anda tratando de enseñar, como oportunista que

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sos, cuando aun no has aprendido ni la salida. Sos un boncha. Callate mejor, chileno pelotudo y cornudo que te voy a seguir corriendo la alambrada en la frontera cordillerana.

–Te voy a decir algo Toli –grito, parándose, Ratamala en defensa de su amigo– vos, te crées la muerte y lo único que sabís huevon, es revolear las patas y criticar a medio mundo. Por eso han hecho a tu alrededor, en todos los salones, el silencio y el desprecio, y por tu culpa le dicen cornudos a los argentinos, gente nimia, fanfarrona y engrupida. Y sos tan huaso que no te has dado cuenta que donde entras eres un desgraciado por criticón. Además te ponís a enseñar en medio de la pista y les jodes los espacios a todo el resto de bailarines. No vas a aprender nunca. ¡Vos, si sos un huevón! ¡Vos sos el cornudo mayor!

–Es historia, che –seguía repitiendo Toli–, Roberto por favor, decíle a estos bonchas si no es cierto que los alumnos de una escuela, de cualquier escuela, bailan todos iguales. En las milongas de Berlín se nota de qué escuela vienen y quién es su profesor. Parece que les hubieran puesto, a cada escuela, un uniforme, un número y una dirección en la espalda, todos se mueven iguales; hacen los mismos pasos y figuras; los profesores no les han dado libertad de movimiento, le quitan la forma natural con que se mueve el alumno en su vida privada y en la calle, que es esa particularidad que tienen todos los seres, en forma distinta, de moverse, de presentarse al contrario, lo que le da personalidad y, lo hace por la forma de mover el cuerpo, tener una propia y original manera de expresarse en el movimiento, cada ser humano, tanto hombre como mujer.

Lo uniforman con el mismo traje que tiene el profesor que les enseña. Por eso los del uruguayo movían todos el culito; las minas, de no se qué escuela, cierran los ojos y se mueven curvando la cintura hacia afuera, y forman un ángulo con el culo atrás, se deslizan pegadas a la mejilla del hombre que, virtualmente, tiene que sostenerlas. Creo que todo esto es para que el hombre, no le toque las tetas ni las gambas a la mina con la que baila. En esto se nota la falta de pedagogía humana e interés psicológico de estos profesores y hacen ridículo el baile del tango en Berlín.

–Si mandan un informe a la Universidad del Tango, cuenten que aquí el baile da para todo. Una profesora que se separó de su

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antiguo compañero de baile, se juntó con un tipo, con una pinta tremenda, hermoso como hombre che, y entre ambos pusieron una escuela de tango, pero este galán era maricón elevado a la enésima potencia, era tremendo manflora. Esta profesora, calculadora como buena alemana, se fue a Buenos Aires; se agarró a un porteño, rubio y de ojos claros; se lo fornicó al ritmo frenético de la milonga “Zapatitos de raso” o del nostálgico “Sur”, y logró quedar embarazada. Aquí en Berlín tuvo a su hijo que fue producto, bellísimo por lo demás, del verdadero acercamiento que el tango propone, una unión, no sólo de comunicación momentánea, sino de la fuerza de la relación civilizadora entre macho y hembra. Esa consigna: “creced y multiplicaos” es el mejor ejemplo de lo que el tango ha logrado aquí en Berlín.

Los músicos de tango

–Sos un huevón Toli, y tú también Roberto, y tú también

Ricardo. Creo que no se salva nadie. ¿De qué mufa me hablan? ¿De mufa argentina, que es una de las más grandes creaciones de los porteños?

–Dejen, che, de criticarse, que van a terminar a las piñas. Así no podrá ir ningún informe. Menos de los músicos de tango, que estoy seguro que los van a destrozar si comienzan a hablar de ellos.

–Y cómo no papanata –seguía insistiendo Toli como si fuera un catedrático–, apuntá esto, sobre ese petizo Ermerich, el de los dientes de conejo, al que le falta sólo la zanahoria, y Franz, ese guitarrista rubio desteñido que es un fanfarrón che, ambos te descargan el tango como una agresión a nuestra nacionalidad, te agreden che, cuando tocan La Cumparsita, cuando tocan.

–Sos un paranoico Toli, pensás que los músicos viven y tocan sólo para vos. Te ignoran che. Ellos se realizan y se sienten orgullosos de incorporarse a algo nuevo que les rinde hasta frutos económicos.

–No. Con los músicos alemanes es más difícil hacer malas apreciaciones –retrucó Ricardo– pues ellos sí que saben qué es una partitura y si están tocando, como Klaus con registros de arregladores argentinos, sale bien che, tocan bien, y más, con el

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entusiasmo y la pureza de un niño que está aprendiendo. Lo hacen muy bien. –Pero, es el colmo, cómo me podés decir que tocan bien, si algunos tocaban el acordeón y se pasaron al tango, nunca vieron un bandoneón en su vida. ¿Cómo podés decir eso? –prosiguió enfático– el bandoneonista Bernd Machus es un fustigador del tango, escapado de una banda militar, lo único que le falta es una gorra y dos galones, uno por cada Guerra Mundial, es pura marcha, che. Cuando copia una partitura toca bien, pero cuando él hace los arreglos, es una burla al buen gusto y apreciación musical hasta de los alemanes. –Falso, falso. Se ve que sos un ignorante. Si el bandoneón es alemán. Todos saben que es alemán. Si conocieras la historia no hablarías tantas pelotudeces. ¿Conocés a Karl Oriwohl? ¿Fuiste alguna vez a su casa? Tiene más de 200 bandoneones de todos los tamaños, de todos los modelos. Por supuesto que en la Argentina no hay tantos, ni en las manos de los que tocan tango, y él los tiene de adorno, en estantes que están llenos y cubren todas las paredes de dos tremendas habitaciones de su casa.

Los alemanes tomaron conciencia que de ellos es el bandoneón y ahora exclaman “el bandoneón es el tango, el tango es sólo bandoneón”.

Así que hablar mal de los músicos alemanes que han comenzado con el tango y tocando el bandoneón, con desprecio, por no ser argentinos es una canallada, che. Ellos son los dueños del instrumento, los inventores. Los alemanes son los mejores músicos de Europa y saben hacer las cosas porque son disciplinados, consecuentes, tenaces y todo lo hacen bien. Además, todas las personas tienen derecho a hacer y tomar lo que les interesa, todo lo humano es de los seres humano. La maldad es solamente de los que la engendran, pero las virtudes les pertenecen a todos.

–“Tengo el corazón hecho pedazos, rota la ilusión en este día...”. Dejáme de joder Ricardo –y Toli sacudía el pañuelo lleno de mocos–, les estás chupando las medias, si esos tipos son casi todos maricones, hasta hay uno enfermo de arritmia labial que se ahoga cuando está tocando el piano y se van todos a la mierda con el ritmo por su culpa. No me explico por qué el tango, que entre nosotros es macho, aquí está en manos de puros manfloras, che. Lo mismo que

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entre los bailarines, los salones están llenos de lesbianas y de maricones que tuercen todo el sentimiento de virilidad del tango, lo prostituyen, si no dan ganas de bailar cuando ves a tu lado dos tipos abrazaditos y dándose besitos, o dos minas pegadas, refregándose teta a teta, che, que bárbaro, ¿no viste qué bárbaro que es?

–Yo comparto las apreciaciones de Toli che –añadió torciendo el ceño Roberto–. Algunos despistados por el hecho de vivir en Berlín piensan que con el tango pueden realizar el sueño de su vida. Ricardo quiso dedicarse a cantar. ¡Fuiste un boludo Ricardo! Ahí lo tenés a tu lado. Te está mirando che, por eso defiende a los músicos. Podés imaginarte que, con esa pinta de pájaro carpintero, y esa vocecita de cordero degollado, que le sale como un pito, pueda entonar una letra que no sea “¿Qué vachaché? Hoy ya murió el criterio, vale Jesús lo mismo que el ladrón”. Discépolo lo sabía todo, che.

Quién sos que no puedo salvarte

–¿Quién puede impedir que uno intente realizar sus sueños?

–entró a defenderse Ricardo–. Quién no tuvo “el sueño del pibe”: cantar como Gardel. Yo probé enseñar como profesor el baile, si, hasta di espectáculos con Michelle y nos fue muy bien, pero las críticas, como las de ustedes nos hizo fracasar.

–La pequeña Lucía andaba cantando tango en la calle, hasta que ese bandoneonista le dio la última paliza, ¿por cantar mal? ¿Por engrupida? ¿Por alcahueta? El tango engrupe che. En estos últimos tiempos han venido varios músicos de Buenos Aires. Esos pibes jóvenes, lindos pibes che, que recorren el mundo armados de bandoneón, guitarra, a veces flauta, esos son los que siempre vuelven. Lo positivo es que conocen países, sus costumbres y deciden, después que conocen el mundo no salir más del lado de su mamita. En su abrigo está su realización, en el amor materno, che, ahí está su porvenir.

–Otros vienen para esconderse de alguna fechoría que han hecho en Buenos Aires –afirmaba enfático Toli–, se cambian el nombre y ya está, como uno que primero se llamaba Juan Carlos Pigmeone y luego Carlos Juan Nipechi, y el otro que tiene un apellido de pajarraco, que tiene el labio y hasta la nariz abierta que

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apenas lo deja respirar. Dentro de sí, estos tipos son maleantes, matreros.

Algunos son más atrevidos, como un guitarrista ecuatoriano, el Vitorio, ese seudo concertista de guitarra clásica, que tiene que dedicarse a tocar el “Arroz con leche” y pasar el platillo. No tiene otro recurso, pero nadie le gana a sentirse el culo del mundo. Ahora se dedicó a tocar tango con ese que toca el piano y que no puede respirar.

Tienen un grupo y andan actuando en cualquier lado. No dejan lugar donde no recurren con el clásico engrupimiento de que el tango es conversación, cosa rara, sentimiento, voladuras; afirman en su publicidad que también es nostalgia, amor, vida, tragedia, pero cuidado, che, todo ello vendiendo en una maratón, entre tango y milonga, empanadas frescas, que, cuando las mastican se oye decir: “Este es el tango, canción de Buenos Aires”.

–Se olvidaron de nombrar el vinacho, che –dijo Hottmar, que cada vez que hablaba dirigía la mirada hacia el coro y la zarzamora ardiendo–, y que también el tango fumando un pucho produce tensión.

–Yo creo que la única tensión y tragedia –le replicó Toli–, es el ritmo de ese pianista sicario, ese grandote y peludo que habla como gangoso, arrítmico y falluto, siempre desesperado porque ni siquiera puede conquistarse una mina. De repente, cuando está tecleando se ahoga. Se ahoga che, se desespera y pierde el ritmo y entonces le da con furia a los pedales, y lleva a todos los músicos a un desconcierto de arritmia total. Se nota demasiado. Un flautista que tocaba con él se culpaba de esas descuadradas, hasta que comprendió que el pianista las causaba, era el pianista el arrítmico, que a la vez era el director de la orquesta, que cuando se ahogaba se perdía intentando recuperar oxígeno. El flautista se tuvo que ir calladito para no ofenderlo. Ahí está la tragedia, lo raro de esas cosas, además de las empanadas frescas. Y nadie se atreve, por compasión, a decirle nada porque cuando sonríe es un pobre tipo. Nadie de esos chantas hará historia. Un día se van y, como que nunca estuvieron en Berlín, nadie se acordará de ellos.

–Debo decirte –dijo Roberto– que hay un pianista de apellido italiano que toca con un charanguista que es un fenómeno.

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El único pianista argentino decente, un caballero, además, buenísimo. No todo es fatalismo.

–Han pasado varios cantantes alemanes de tango experimentales, sobre todo más de dos pares de minas. Una de ellas se atrevió a cantar de Piazzolla “Balada para un loco” y, en la parte esa que dice “vení volá, volá” ella decía “vení bola, bola...” qué es lo mismo que decir “vení boludo”, che, que descuadre fatal. Pero era de aplaudir el esfuerzo idiomático de estas alemanas. No es la primera vez. ¿Te acordás de esa japonesa, hace muchos años atrás, que cantaba por fonética?, la Ranko Fujisawa, pero la Ranko era estupenda y su fonética perfecta.

–Che, y de ese Nando Skiselli o Phiselle, ¿qué han sabido de él? ¿Desapareció del todo? Cantaba con un sombrero de copa, y se publicitaba con una cara de niño bonito, él sólo, sin que nadie se lo pidiera, se convertía en un manflora cuando en verdad no lo era. Ahora fusionó la salsa con el tango y lo anuncia como una de las novedades más importantes de la creatividad porteña en Berlín. ¡Qué mersas, che! Es valiente, ¿o no? Pero cojudo, no hay dudas.

–Han sido muchos los que han pasado, y seguirán pasando, pues Berlín es una cuna de realizaciones, aquí hay oportunidad para todos, es un continuo ir y venir, una cuna de entusiasmo, sorpresas, fracasos y triunfos, pero todo positivo. Este Berlín es caritativo con los artistas. Siempre lo fue por eso quieren venir a Berlín a realizarse. Pasa lo mismo que entre las dos guerras, cuando Berlín era el paraíso de todos los artistas cual fuere su especialidad y lugar de nacimiento.

–A vos te digo Toli. Tus apreciaciones son dañinas, todos tienen derecho a ganarse el pan como puedan. Toda esta gente alemana del tango, comenzaron a conocer y amar a la Argentina. Han viajado a Buenos Aires y ahí aprenden verdaderamente a bailar. Los empresarios del tango en Berlín, si bien es cierto, invirtieron dinero, si bien hicieron negocios como eso de organizar viajes de turismo en aras de visitar los salones, casi tan sólo para ganar dinero, a los tangueros, los idiotas ITB, le han hecho conocer la verdadera cuna, la esencia del tango. Todo el entorno che, todo. Hay que felicitarlos. Y a la Argentina le ha salido gratis esa publicidad del tango, pese a lo que dijo Ernesto Sábato que “el tango es lo único que ha realizado en el arte Argentina”.

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En ese paquete va un tango –Sí, ya sé que te referís al primero que organizó esos viajes

comerciales de nombre Juan Dietrich Lange, – insistía Toli–. Es el mismo que ahora tiene una empresa de tango, y ofrece un paquete de danzas: merengue, cumbia, salsa, vals, milonga, tango y bolero, como oferta en su negocio, porque no es la suya una academia de baile sino una empresa comercial de distintos movimientos y estilos de gimnasia. El mismo lo dice en sus papeles de publicidad sin ninguna vergüenza. No se da cuenta, y lo demuestra con sus palabras, que comete una estafa al bien cultural que le llevó a los argentinos más de cien años de sacrificios creativos. Y así no más, che, viene este tipo y ofrece esos esfuerzos artísticos en un paquete donde está todo revuelto, salsa, merengue, y que sé yo que otros movimientos tropicales. Y por ahí anda ese fulano hasta sonriendo.

En mis tiempos o se bailaba tango o no se bailaba nada. A nadie se lo ocurría mezclar la cumbia con el tango. Era una religión mantenerse limpio de otros ritmos que no fuera el tango si pretendías ser realmente un argentino, un porteño, un hombre de Buenos Aires, noble y leal. Ves pirulín, como se prostituyen en aras del comercio los valores patrios. Qué me venís a hablar a mí de tango, si lo sé todo, che.

–La puta que los parió, che –gritaba con el cigarrillo a medio camino el mismísimo Luis que nunca hablaba–, así pretenden enviar un informe a la Universidad del Tango de Buenos Aires que es una institución seria, che. Es seria, lo digo yo.

–Por todo lo que dicen –se oyó decir a alguien–, veo que nadie valora el esfuerzo que algunos de estos profesores están realizando. Alquilaron unos talleres de antiguas fábricas, las remodelaron, se gastaron herencias de tías lejanas, como esa mina que de pronto apareció con una sala a todo lujo, con la incertidumbre si le iba bien o mal. Tuvieron confianza en el tango, que triunfarían y lo lograron, che, están haciendo historia. No sé si aceptarán que nosotros sabemos todo de ellos, y los critiquemos, porque es como si hubiéramos leído en el libro privado de sus vidas.

–¿Y esa mina, che –preguntó Roberto–, creo que es de Ucrania, algo así como Mariela o Mirelia, que tiene espalda de luchador griego, que está enseñando en todos los cafés de Berlín? A

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mí me parece la reencarnación de esas inmigrantes de Buenos Aires, que hacían de todo, una luchadora trabajando día y noche para realizarse. Es una mujer ya pasadita en edad. Tiene una energía a toda prueba. Se la ve en todos los salones repartiendo invitaciones para sus clases, ¿es verdaderamente una idiota ITB? Todos necesitamos ganarnos el pan. Esa mina tiene un ideal y lo practica.

–¡Basta che! Aquí se acabó la intención de mandar ese informe a Buenos Aires. Han hablado puras groserías, mal de todos y embarrado todo el sistema. Yo me voy, pero antes –dijo Luis– que quede claro que, por el motivo del tango, nos hemos reunido aquí todos los viernes, y si fuera el ambiente en Berlín como ustedes lo han descrito, y nosotros no haciendo nada por mejorarlo, si es que hay que mejorarlo, no merecemos ni una palabra de admiración. ¡Váyanse todos a la puta que los pario!

–Yo también me voy –se apuntó Héctor–. A mí me importan sólo las letras de los tangos, así que sigue moviendo las gambas Toli, vas a llegar lejos. Anda a buscar mejor a Peter al cementerio, que te enseñe la tumba de la familia Abel a ver si recuperas el zapato que le clavaste a esa señora en el corazón. Me voy desengañado. “Adiós muchachos compañeros de mi vida...” chan, chan.

–Es un mufa, un amargado completo este boludo de Toli –dijo mirando para el costado–, todo lo ensucia con su amargura, no sé para que le dan pista si no aporta nada. ¡Qué vachaché! Para vos Toli –le comenzó a cantar Héctor–, no existe nadie más que vos. / A todas las cosas le decís que no. / Si ves a un amigo no lo saludás, / si pasa una “naifa” la menosprecias. / Ves con tus cristales de “toyufa” / todo el mundo envuelto en “mufa” / y de “mufa” te llenás”. Te lo recito si quieres grandulón: siempre andás “mufado”, todo lo ves mal, el amor es “mufa”, “mufa” la amistad. Un collar de brasas a todos colgás. Tus perros ladran a las pobres lunas mansas”. Y ahora te lo canto: Comprendé que el mundo / se hizo para que el hombre sea hombre / y la mujer mujer / y el amor se tienda como un puente / para que toda la gente / tenga un poco más de fe”.

–Comprende pelotudo, “que sos un secante que no hace ni reir, vos resultás –haciendo de moralista– un disfrazado...sin carnaval.”

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-“Qué desencanto más hondo.../ qué desconsuelo brutal.../ qué ganas de echarme en el suelo / y ponerme a llorar... /cansado de ver la vida que siempre se burla / y hace pedazos mi canto y mi fe... / La vida es tumba de ensueños / con cruces que abiertas / preguntan... para qué...”.

Héctor se alejaba cantando pero antes de llegar a la puerta se volvió, miró para atrás, divisó la enredadera completamente amarilla y sólo atinó a decir chan, chan.

–Bueno che, mandamos el informe o no –les pedía casi rogando Ricardo a los enrarecidos concurrentes.

Para mí, dado el desacuerdo de todos estos papanatas, mandá sólo la lista de las academias de tango en Berlín. Olvidáte de los nombres de los profesores. Manda papeles con la publicidad que ellos hacen, que allá en Buenos Aires, se van a dar cuenta que la manejan con más calidad e imaginación. Mandálas para que aprendan esos mersas.

–Es mejor que mandemos sólo la lista che. Aquí va.

WWW.berlin.tango.info.

Alte Bahnhofshalle. Café au lait. Azúcar. Ballhaus Berlin. B-flat. Bebop. Bundespressestrand. La Caminada. Clärchens Ballhaus. Estudio Sudamérica. La Fabrik. Grüner Salon. Heilig Kreuz. Haus der Sinne. Elisab.-Hf / I. Webwe. Kolonnaden. Festsaal Kreuzberg. Kretiver Bypass. Lichtblick. Tangoloft. Löewenpalais. Mehlspeicher. Mala Junta. Max und Moritz. Neue Nationalgalerie. PassionKirche. NOU. Studio35. Osthaus Ost. Phynix tanzt. Rathaus Friedenau. Roter Salon. RAW-Tempel. Ballhaus Rixdorf. Soda-Club. Atravaganza Dache. Salón Urquiza. Tango Vivo. Walzerlinksgestrickt. Zapatos de Baile. Di Nobile. Especiales. Nosoltango. Kristin Pracht.

–Todas estas menciones vienen dentro de un mapa de Berlín. Son hasta hoy 46 escuelas, sin contar las clandestinas, esas privadas en que los bailarines solamente luchan de a dos y después en la catrera, sin sacar la guitarra del ropero, se milonguean la pasión. Estas son las mejores y con inmediatos resultados.

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–¿Y los nombres de los profesores? –¡No! No vale pena. Además es muy difícil escribir los

apellidos alemanes. Si leen tu novela ya se sabrán ubicar. –Pero en otra publicidad hay 54 escuelas, sin más que su

nombre y la dirección como Zapatísimo. A compas. Art.13. Berlinesa. Blo Atelier. Bühnenreif. Tanzbasis. Café Freistil. Gemeinsaal. TSV GutdMuths. Tango Raum. Haus der Sinne. Jup. Kudammtango. TT Machtschön. Osthafen/Univerrsal. Pilateslab. Pavillon Volksp. Radielsystem. Café Volver. Villa Kreuzberg. Wtpl./ La GloriBeta. Yeite. Especiales. Shusheta. Alamo Tanzstudio. La Mambita. Zwischenraum. Traumstrand.

Dentro de estos folletos publicitarios, varios profesores aparecen con sus fotos y el logotipo de sus escuelas. Hay una foto de un profesor argentino, agarrándose la panza con la mano izquierda, empeñado en un semi envión, y con intención de dar un salto de rana. En otra foto, dos bailarines se sostienen en un agresivo equilibrio, que si no es por los cojones de él, se van al suelo; en varias están enredadas las gambas de los que bailan. Hay una foto genial: los dos están con un pie en alto, pero bien en alto, a punto de pegarle a la pelota igual que en el fobal, cuando el árbitro te saca tarjeta roja. Pero pienso que hay que ver, personalmente, todas estas fotos para darse una idea de la genialidad creativa de estos profesores que publicitan sus actividades. Miren y guarden para la historia la foto del idiota ITB chileno Mandó Tufillo. Ese sí que es un cara dura total. Completo. Cojonudo y cornudo a la vez.

–¿Y vos crees Toli, que le darán curso en la Universidad del Tango a este informe? –No creo che. Allá no son boludos, no son. Pero está bien, como muestra del momento actual. Esto seguirá creciendo, che, seguirá. ¿Hasta adónde? Sólo Dios lo sabe, che garufa.

Creo que Carlitos Gardel se está haciendo el desentendido, lo mismo El cementerio Jerusalén

¿Qué es de Juan che, igual que a Rubén no se lo ha visto

estos últimos viernes por aquí?

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-Descubrimos, -respondió Roberto-, que la pequeña Lucía era espía de la policía de Berlín, que de pequeña tenía sólo la estatura. Denunció a Juan a la policía, como no tenía visa de estadía, para conseguirla, se vendió a la policía; acusó a Juan, por algo así como de concomitancia con espías, no sé de dónde, ni qué espías. A Juan lo sacaron en calzoncillos de su casa y los detectives le encontraron unos papelillos de cocaína, que ellos mismos se lo metieron para justificar la detención. Juan se defendió a trompada limpia: ¡mirálo loco, imagínalo al loco, dando piñas, contra seis policías de casi dos metros cada uno! Le sacaron la mierda. Sé que salió libre de toda culpa, pero anda muy resentido.

-Nuestro amigo no viene ahora a juntarse con nosotros, le da vergüenza, no soportó esa tamaña injusticia y la traición de la pequeña Lucía, esa mina a la que le dimos tanta protección y Juan le daba casa y comida. No hay caso. En el tango moderno se sigue imponiendo la mujer como progenitora de argumentos para ser cantados. Pero mejor olvidar todo. Juan está bien, les mandó saludos y me dijo que pronto vendría otra vez. Cualquier día lo veremos por aquí.

Te acordáis del versito de esa milonga de Jorge Luis Borges: “Se cuenta que una mujer / fue y lo entregó a la partida. / A todos, tarde o temprano, / nos va entregando la vida”

Toli se acercó a Héctor y con cara compungida le pidió que lo escuchara.

-¿Viejito, te cuento lo que le pasó a mi amigo Peter el arquitecto?

-Te acordás que lo visitaba en Kreuzberg, en el cementerio Jerusalén de vez en cuando. Una vez lo vi en un pequeña excavadora sacando tierra al lado de unas tumbas, me dijo que para examinarla. No sé. En serio te digo que la última que lo vi fue hace dos lunes pasados. Lo vi demacrado. Mal lo vi, viste. Me dijo muy serio: muchas gracias por tu amistad Toli. Te conocí por el tango y desde ese momento te consideré mi mejor amigo. Este trabajo tiene unos misterios que no los comprenderías si te los cuento. He pensado enviarte una carta explicándote algunas cosas.

-Y me mandó esta enorme carta. -Mirá este sobre Héctor. Mirá che, deben ser muchos

papeles, parece uno o varios libros. Aun no lo he abierto. Me da

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miedo. Seguro, además, están escritos en alemán, y yo, bueno yo, vos sabés no hablo, menos leo en alemán.

-De inmediato que lo recibí, como presintiendo algo malo, fui al cementerio. Pura intuición de mi parte. Toda la Zossener Strasse, una de las calles del cementerio Jerusalén, estaba rodeada de autos de la policía y no quise acercarme demasiado. Después le pregunté a uno de los guardias del cementerio que Peter me había presentado y me dijo che, ¡qué bárbaro! ¡créemelo! que a mi amigo lo habían encontrado muerte, tirado sobre la tumba de Salomón Mendelssohn: pareciera que estuvo así tirado desde el domingo a la noche.

-Ayudáme Héctor a leer lo que me mandó. Yo no sé leer en alemán. Me da miedo y, créemelo, me siento desfallecer, más ahora que miro a los del coro y veo que la zarzamora arde demasiado che.

-¿Cómo vamos a ponernos a leer en este ambiente lleno de humo, de gritos donde nos van a molestar a cada rato. Dámelo. Si quieres déjame leerlo primero a mi y después te cuento sobre el contenido o lo leemos juntos en otro sitio. O vente el viernes próximo bien temprano y aquí conversamos. Los misterios del cementerio Jerusalén

-No te asustes Toli -dijo Héctor de inmediato al encontrarse, el viernes siguiente, con su amigo-. Leí todo el contenido del paquete de libros y apuntes de Peter. Tienes que comprender que está escrito a mano y en alemán. No ha sido fácil. Te narraré, como pueda, lo más importante porque es muy largo de contar todo lo que tu amigo escribió:

10 de enero de l983. -Estoy escribiendo bajo un ciprés

cercano a la tumba de Abraham Ernst Mendelssohn, geb. den 11ten Decbr. 1776- geft. den 19ten Nonbr. 1835 y de Lea Felicia Pauline su esposa, que fueron los padres del compositor Félix Mendelssohn Bartholdy. A mi derecha está la muralla que separa los dos espacios en que está formado este cementerio. A mi izquierda, las seis tumbas de la familia de Félix, el músico, con tres cruces cristianas y tres monolitos de mármol con los nombres de su esposa, de sus hijos y

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sus hermanos. Más hacia la izquierda, diviso el majestuoso mausoleo de la familia de Alfred Fischer.

-Desde aquí contemplo el árbol que está casi frente a la entrada de lo que suponemos fue la pequeña iglesia que debo restaurar. Tarea que comenzaré en cuanto me lleguen los materiales que necesito.

-El lenguaje básico de la arquitectura es la piedra. Las pirámides, el obelisco, los pilones y aun los muros ligeramente inclinados dan la idea de una forma piramidal. La arquitectura funeraria reflejada en las mastabas y en las pirámides, que responden a un culto individual y al concepto de la muerte y de la vida futura, han tomado su estilo, en nuestros conocimientos y utilización del concepto de la muerte, de los egipcio, de los griegos y los romanos.

-Existe tal cantidad de piedras como lápidas en los cementerios que conozco, que con ellas se podrían construir más de una ciudad en cada uno de los países donde existen, porque en todos hay cientos de cementerios, que por el respeto humano hacia sus muertos son intocables. Solo las guerras hacen estragos en las tumbas, pero aun así son reconstruidas una vez que cesan las contiendas.

-Sé que tendré tiempo de fotografiar y meditar sobre cada centímetro de este territorio que primero debo explorar. También, comprender y aceptar, porque voy a vivir entre ellos, que los muertos se van quedando muy solos, en la medida que pasa el tiempo se advierte el tremendo olvido que pesa sobre ellos, por el césped y la tierra que cubre sus trajinados cuerpos en el fondo de las tumbas. Los familiares se van distanciando y el olvido, en forma de desgaste, le gana a los muertos la partida, por la mala memoria de los vivos, dejando las tumbas a la intemperie y a la caridad del viento y la nieve.

-La supuesta iglesia, la que estoy mirando de frente, se advierte que ha sido reparada varias veces y que no data de la época de 1830 en que dicen fue construida, una vez terminado de lotear todo el perímetro del cementerio. En una de sus murallas, la que da al nuevo cementerio, en esa época ahí terminaba el que ahora le dicen el viejo, es de notar entonces que la iglesia se encontraba en una esquina del cementerio. La entrada tiene dos escalones que dan a un pórtico de no más de dos metros de altura y uno y medio de

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ancho, en cuyo fondo se divisa la puerta de madera maciza, ahora llena de absurdos grafitis de varios colores. Al costado izquierdo, que da hacia el mausoleo de los Fischer, hay una puerta que está tapiada con cemento y tiene tres escalones que descienden a lo que supongo es un sótano. La única posibilidad, hacia el frente, de aire y de luz, lo da una pequeña ventanita a la derecha que también pareciera ser una habitación, da la impresión haber sido incorporada con posterioridad, lo mismo el techo que tiene un metal de protección de fabricación reciente, de donde sobresale una pequeña estructura de ladrillos que hace de chimenea. Por el lado derecho hacia la tumba de la familia Fischer hay tres ventanas que iluminan el interior del recinto.

-12 de enero de 1983. Entré por primera vez al interior de la iglesia y comprobé que no era un recinto sagrado, sino el lugar donde esperan los féretros la llegada de los familiares antes de ir a la tumba asignada.

Al entrar noté que la pared de la izquierda, en la parte de abajo, que da a la tumba de la familia Fischer es más ancho con respecto a la que sostiene las ventanas. Lo golpee con el martillo y sonó hueco. Realicé esta operación, repetidas veces. desde arriba hacia abajo, a lo alto y a lo ancho, y el mismo sonido me dio la pauta que había dos murallas.

13 de enero de 1983. Llegó la oscuridad y aun no me atrevo a sacar ninguna conclusión. Golpee con mucha fuerza con el martillo más pesado y destrocé la débil primera capa de cemento. Un fuerte olor a humedad me sorprendió, con ese olor característico de los cementerios, mezcla a perfume de un cúmulo de flores y a tierra donde está añadido el de antiguos cuerpos humanos.

14 de enero de 1983. Sigo escarbando. Advierto, dentro de las dos murallas, en una especie de repisa que la luz de mi lámpara deja ver, un grueso paquete que de inmediato retiro, comprobando que algo hay dentro del envoltorio exterior que en una especie de camisa que está casi destruida por la acción del tiempo. Es un conjunto de hojas formando un libro. Está escrito a mano. Lo leeré en mi casa. Se ha hecho demasiado tarde.

16 de enero de 1983. El supuesto libro es la historia de otro arquitecto que trabajó en el mismo cementerio, pero en el momento

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en que éste fue creado en 1830, está escrito a mano y en letras góticas. Leo:

“Presiento que estos son los últimos instantes que me quedan de vida. En este momento no importa ni mi nombre ni mi historia, sólo conservar un atisbo de esperanza sobre mi vida, a la que me aferro desesperadamente. Carezco de medios para salir de este inmenso sótano que abarca toda la superficie del terreno de arriba.

Probé, de acuerdo a lo previsto con Bastian Horn, el empresario que me contrató para realizar la obra, salir cada día una vez terminado el trabajo, por debajo de la lápida de lo que será la tumba del banquero Mendelssohn. ¡Pero ésta hoy no se abre! El debió venir, de acuerdo a lo convenido, a esta hora a sacarme de esta profundidad.

Me han traicionado. Debí imaginarme que me podría pasar lo mismo que a los constructores de las pirámides de Egipto, que los dejaron encerrados dentro para borrar testimonios de cómo se edificaron. Ante mi inminente muerte, borro de mi promesa el silencio al que me comprometí. !Fuera lealtad y honor! En estos últimos instantes que me quedan de vida escribiré las razones por las que me encuentro en esta situación. Este pequeño respiradero, por el que no alcanza a pasar mi mano, me servirá para depositar mi denuncia. Espero que un día alguien descubra y revele los secretos que se pretenden guardar en este lugar.

Este terreno fue comprado para hacer un cementerio. Pero el propietario me contrató, con mucha antelación, para que cavara, hasta 10 metros de profundidad, toda la superficie del terreno que ocupará el cementerio, y luego techarlo, construyendo así un gran subterráneo, o mejor dicho un recinto donde se pudieran guardar muchas cosas protegidas, contra la humedad, los ladrones y, sobre todo, para la posteridad.

Debí construir en los límites del sur y del oeste del cementerio, hacia arriba del subterráneo, tumbas de grandes proporciones, dentro de las cuales ideamos un sistema de poleas, con la tarea de subir y bajar los féretros pesados para depositarlos en esas cavidades construidas como cuartos herméticos. Todo el conjunto de la superficie, según me informaron, serían tumbas asignadas a gente prominente.

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Los obreros que colaboraron en este trabajo, realizaron tareas por etapas y todos eran de regiones lejanas. Ninguno de Berlín. Una vez que éstas estaban concluidas, se los despedía, y se contrataba a otros, y así interminables veces, hasta concluir toda la edificación de este templo bajo tierra. Nadie que trabajó al comienzo supo al final la verdadera finalidad de este subterráneo.

Sólo yo, el señor Fischer y su socio Horn, estábamos enterados de cómo y cuánto podía abarcar este espacio debajo, un templo subterráneo, de lo que sería el cementerio de Kreuzberg,, el primero de la parte sur de la ciudad de Berlín.

Llegó el plazo de entrega. La tarea estaba cumplida. Todas las habitaciones del subterráneo estaban preparadas; el piso embaldosado; las paredes cubiertas con materiales contra la humedad, y el techo firme, medido meticulosamente para sostener el doble, para lo que supuestamente sería ocupado, que serían 400 tumbas con el peso de la lápida de mármol de 200 kilos añadido al de cada uno de los féretros.

Hasta este momento yo podía salir diariamente al aire libre por la cavidad de la tumba de Mendelssohn, que era la única que estaba construida, cuando todo el resto de la superficie del cementerio estaba loteado o ofreciéndose en venta para futuras tumbas.

La gran lápida de la tumba de Mendelssohn se levantaba, con un ingenioso sistema desde arriba y desde abajo, con tan solo presionar un preciso mecanismo, dejando espacio para que un cuerpo alcanzara a salir. Hasta esa tumba, desde el interior y por debajo de ella, se llega a la parte inferior de la lápida a través de una escalera de unos veinte peldaños. El sistema había funcionado a la perfección desde el primer día, pero en este instante, en que de acuerdo a lo comprometido, deberíamos juntarnos los tres arriba, no funcionó desde abajo. El mecanismo estaba absolutamente bloqueado. Me restaba esperar que desde arriba, de acuerdo a la promesa dada y a la hora convenida, la abrieran permitiéndome salir.

Hasta ahora todo ha sido en vano. Ni con gritos ni golpes de martillo en el mármol obtengo respuesta. Compruebo que no podré salir. Me resta tan sólo, intentar denunciar esta traición, escribiendo estas últimas líneas pensando que algún día podrán ser encontradas

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por alguien, y comprender de qué se trata, y para qué será ocupado este subterráneo que me tendrá por una eternidad encerrado. Mi obra se cierne sobre mi...

-Aquí Toli, faltan varios papeles, es como si el desarrollo del

temario quedara inconcluso. -Sigo con la narración de Peter: 2 de febrero de 1983. Con nuevas herramientas he intentado

entrar en este subterráneo descrito a grandes rasgos por mi antiguo colega. He roto, en la iglesia, casi la pared completa donde encontré estas hojas y advierto que la cantidad de papeles no es completa, faltan, al parecer muchas. No he podido romper la gruesa capa de cemento y piedras de la pared interior que se nota gruesa y firme. No puedo poner en evidencia que realizo tareas de destrucción, por no ser esa la finalidad de mi contrato. Debo tener cautela de que nadie me observe, menos que sepan lo que he encontrado.

-10 de marzo de 1983. -Deberé intentar desde arriba entrar al subterráneo. No tengo otro recurso. Por ello he ideado adquirir una máquina pequeña que me permita excavar entre las tumbas, sin dañar nada y no dar indicios de que algo extraño intento hacer en el cementerio. Para ello elaboré una teoría de investigación a realizar con la tierra del cementerio, para saber si esta se enriquece cuando los componentes de los muertos, los cuerpos putrefactos de los humanos, entran en su composición. Las autoridades del cementerio aceptaron mi propuesta y estoy en eso trabajando en las excavaciones. Terminará siendo, por añadidura, un proyecto ecológico del enriquecimiento de la tierra.

-20 de Marzo de 1983. He logrado penetrar al fondo del subterráneo socavando hacia abajo como seis metros de profundidad hasta dar con un piso de gruesas piedras; al fin entré por el costado de uno de los mausoleos que está pegado a la pared de la calle....

-Aquí Toli, pareciera que nuestro amigo Peter se detuvo un

tiempo y muy largo pues la fecha es bien reciente: 10 de diciembre de 1986. Estoy debajo de la tumba de la

familia Fischer, es decir pegado a la Barutherstrasse, calle que llega

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a la Mehrindamm, donde está en la actualidad la entrada principal del cementerio Jerusalén. He elegido el atardecer que es cuando merman las visitas y los vigilantes escasean. Queda solamente uno que hace una ronda cada 30 minutos. He cubierto la entrada, a la profundidad del foso que hice, con una puerta, una tapa de madera forrada de tierra, para disfrazarla.

Llevo una linterna de minero adosada a la cabeza, guantes protectores ligeros y cómodos, y he dejado caer una escalera de mano que la afirmo, desde arriba, a un grueso árbol, más una cuerda llena de nudos y firmemente amarrada a una gruesa lápida de una tumba, del frente del mausoleo de los Fischer, en otra esquina de la fosa por cualquier emergencia.

Consulto la hora. Son las ocho de la noche. Arriba la oscuridad cubre todo el cementerio. Dejaré de escribir pues comienzo a descender...

-Aquí Toli, pareciera que también se interrumpe la escritura

o faltan hojas. Si hay cosas inconexas las tendremos que imaginar. En un caso como este cualquier profesional como Peter sabe, primero: qué precauciones tiene que tomar ante lo desconocido, medir distancias, comprobar peso, etc.; segundo: qué elementos podría haber necesitado para lo que él mismo ya estaba imaginando. Me comprendes. Pero sigamos con la narración de Peter:

25 de febrero de 1987. He logrado conocer a cabalidad la

finalidad de este cementerio, no sin antes haber realizado una larga investigación de lo que pudo haber ocurrido en 1830, en que fue iniciada su construcción hasta 1835 en que fue terminada. He recurrido a la historia de la familia Mendelssohn de Ficher y Horn. Sólo del primero y del segundo he obtenido información, el tercer personaje es un misterio. Sobre la vida de Mendelssohn constato que, en vida, fue un banquero de mucho éxito y padre del famoso compositor Félix y, que viviendo en Berlín donde tenía todos sus intereses comerciales como banquero, mandó a levantar una tumba, él decía: la quiero a ras de tierra, en el nuevo cementerio de Kreuzberg, ya con el nombre de Jerusalén, para él, su esposa y su familia. Padecía de una grave enfermedad y, en un día de visita de inspección a la tumba que sería su última morada, le dio un ataque al

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corazón falleciendo de inmediato. Lo encontraron a la semana siguiente, después de intensa búsqueda, boca abajo sobre la gruesa lápida que sería la misma que cubriría su cuerpo.

Deduzco que esta fue la causa de la muerte, y del abandono en la profundidad del templo subterráneo, de mi antiguo colega. No haber sido causa de una traición, sino de un accidente fortuito, ajeno a las intenciones seducidas y escritas por el arquitecto constructor del subterráneo, donde encontró la muerte, que se convirtió en su enorme sepultura.

Del contratista Fischer: su historia está llena de un sinnúmero de éxitos comerciales y que fue uno de los más importantes constructores de la ciudad de Berlín. Que muchos de los más famosos edificios de la ciudad, incluidas varias iglesias y ministerios públicos, se debieron a que él capitalizó los proyectos. Que era algo así como el prestamista del emperador, y de muchas casas imperiales de Europa hasta del mismo Vaticano y, en definitiva, el verdadero dueño del cementerio Jerusalén. Era algo así como el continuador de la política de préstamos a las casas monárquicas y al papado, que había estado en manos de la banca Függer y Welzer, desde la época del descubrimiento de América.

Teniendo estos y otros datos fue que ingresé por primera vez al interior del templo subterráneo.

Cuando descendí por primera vez ese día 25 de febrero de 1987, al templo subterráneo, no medía ni calculaba la historia con lo que me iba a encontrar.

Mi linterna no era lo suficiente potente, tan sólo alumbraba con cierta claridad, un perímetro de unos cuatro metros cuadrados, pero fue lo suficiente para encontrar el primer cuarto. Una vez abierta la puerta del mismo, sin grande dificultad pues no tenía ni cerradura, tampoco candado, la luz de mi linterna se concentró en la pieza que era de unos cuatro metros cuadrados. Cubierta de estantes y de aparadores con puertas de vidrios, bastante opacos por el polvo acumulado por el tiempo. Dentro de estas vitrinas de advertían numerosos objetos. Los tuve todos en mis manos. Eran, desde coronas de oro, evidente de reyes, con incrustaciones de piedras preciosas y diamantes de gran tamaño, hasta un sin número de crucifijos del mismo precioso metal, con incrustaciones de piedras de diversos tamaños y colores, cáliz y objetos sagrados religiosos todos

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las medidas; había como unas dos docenas de eucaristías de oro puro, al igual que los crucifijos con incrustaciones de piedras preciosas de diversos colores y tamaños; cajas de madera labradas prolijamente que guardaban anillos con diamantes y otras piedras preciosas, collares de enormes perlas de varias vueltas y pulseras de antigua y rica confección. En una de sus paredes sin estantes, colgaban muchas obras de arte como cuadros de pinturas de imágenes sagradas. Parecía estar dentro de una sacristía, ante un altar del Vaticano. Pude leer algunos nombres conocidos como Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Rubén y otros de famosos pintores.

En un cuarto continuo con muebles adecuados para guardar objetos valiosos, los estantes estaban llenos de máscaras de oro, de estatuillas, gargantillas, pulseras y otra infinidad de objetos. Como siempre he sido un conocedor del arte antiguo, constaté que todo esto pertenecía a las culturas de la antigua América del Sur: estaban ahí docenas y docenas de máscaras de la cultura del oro colombiano. Había inmensos penachos, como teatrales sombreros recubiertos de piedras preciosas y vistosas plumas de todos los colores; collares de inmensas y brillantes perlas, blancas y negras; diversas estatuas de oro macizo con las figuras, sin duda, de los antiguos aztecas mexicanos; útiles como cuchillos ceremoniales, platos y objetos familiares que por su colorido y estilo debieron ser de la civilización maya. Por ultimo un sinnúmero de piezas de oro, máscaras, calaveras de oro macizo y de cristal transparente con incrustaciones, en los ojos, de piedras preciosas de variados tamaños y colores, estatuas labradas en plata maciza, y de oro puro cuyo peso algunas alcanzaban, aproximadamente, los 600 kilos, y eran de una altura superior a los 2 metros, las que pude identificar como de los Incas del Perú. No tuve dudas que este tesoro debió pertenecer a la corona española. Con este criterio deduje que lo anterior, acumulado en el primer cuarto, debió ser del tesoro del Vaticano.

Los otros cuartos, atiborrados de objetos, contenían así mismo otros tesoros arqueológicos y de confección, típicos y clásicos, de las monarquías europeas y otros, por su estilo, característicos de países como Rusia y Hungría y hasta objetos de confección y estilo oriental que supuse serían de la China, de Tailandia y del Japón.

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Pero lo más fantástico y curioso, y que me llevó mucho tiempo definir su procedencia, fueron los libros de una inmensa biblioteca, todos protegidos dentro de armarios con doble madera y doble cristal. Le saqué fotografías al frontispicio de varios de ellos, así mismo al índice, a la primera página y la última, comprobando después con un experto amigo, que eran libros científicos de antiguos matemáticos, que resultaron, de acuerdo a las investigaciones de mi amigo David Auvermann, el anticuario mejor calificado de Berlín, escritos por sabios árabes en la época de su mayor esplendor civilizador, que seguramente les fueron arrebatado por las fuerzas de los caballeros teutónicos, inclusive aquellos de las diversas cruzadas cristianas contra los infieles mahometanos, cuando estaban participando unidas, en esa época en una lucha de exterminio total, todas las monarquías de Europa.

Mi asombro no tuve límites cuando descubrí, un sin número de tabillas de arcilla y rodillas pequeños, de esos clásicos de los sumerios encontradas en lo que hoy es Irán e Irak entre el Tigris y el río Éufrates, y que hoy, algunas, simplemente como curiosidad se muestran en los museos. Habría unas 2 mil, entre rodillos y tablillas grandes, de no más de 25 centímetros de lado, y otras más grandes y muchas más pequeñas.

No teniendo de donde sacar información detallada del por qué todos estos objetos se encontraban aquí reunidos, debí suponer que eran los que el prestamista Fischer y Asociados habían heredado de algunos reyes, del Vaticano y otros coleccionistas, de Függer y Welzer los que capitalizaron la conquista de América desde 1492, y formaban parte de los objetos dados como aval por los reyes, como a Carlos V el germano, y a todos los restantes personajes reales por el dinero que estos banqueros le prestaban cuando andaban escasos o carentes de divisas para iniciar y mantener sus guerras intestinas, y los que ellos mismos, Fischer y Asociados, les exigían a las actuales casas principescas, a las que les seguían prestando grandes sumas de dinero a cambio de esos objetos valiosos. Los reyes y nobles eran los personajes de las casas más ricas de Europa, los que siempre carentes de dinero constante y sonante se endeudaban, empeñando sus riquezas a cambio de un préstamo. Esta acumulación no era otra cosas que el producto de las necesidades que las guerras exigen y

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que no siempre se ganan, por ello se fueron acumulando uno tras de otro esos inmensos tesoros.

Es de suponer el tremendo pavor que me causó este hallazgo. Siendo un hombre solo, sin ningún respaldo y suponiendo que ese tesoro escondido tendría aun dueño y debía ser custodiado, el miedo se adentró en mí. Hasta ahora no he sabido qué hacer, más cuando comprobé que eran muchos los hombres que resguardaban esos tesoros.

Al otro lado de la Barutherstrasse, detrás del mausoleo de la familia Fischer, cruzando la calle, advertía siempre una constante y sospechosa vigilancia hacia el cementerio. Una noche, queriendo comprobar mis sospechas, me mantuve en vigilia, provisto de agua y un ligero alimento, dentro de mi escondite bajo la tapa cubierta de tierra de mi fosa. Vi, a eso de las 6 de la tarde, entrar sigilosamente portando flores, a un grupo de seis personas, al mausoleo de los Fischer. No salieron en toda la noche. Al otro día al atardecer, pues aun me mantenía en guardia, el mismo grupo entró por la puerta principal del cementerio, y se metieron al mausoleo de la familia Caro y salieron, como a la media tarde, pero por el mausoleo, distante unos 40 metros, de la familia Raabe.

Desde entonces sé a ciencia cabal, que todo lo encontrado dentro del templo subterráneo, construcción iniciada en 1830 y terminada en 1835, está custodiado por poderosas fuerzas absolutamente desconocidas. No puedo seguir insistiendo...

1 de noviembre de 1989. Hoy he bajado otra vez hasta el

piso del templo subterráneo. Provisto de una lámpara de gran potencia he visto, con mayor luz que el recinto ocupa todo el perímetro del cementerio y que los cuartos que guardan los tesoros son más de los que suponía.

He prometido alejarme del lugar. Me he propuesto abandonar esta empresa. Huelo el peligro. Demasiadas personas caminan a horas indebidas sin rumbo aparentes de visitar algunas tumbas. De pronto aparecen flores en la tumba del poeta Chamisso, como en la del industrial Siemens, o de Schering, sabiendo que estas tumbas hace tiempo están abandonadas. Resulta demasiado sospechoso y mis temores se acrecientan día a día...

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-Toli, esta hoja parece que está dirigida a vos che. Tómala, mirá la fecha y la dedicatoria al final. Peter la escribió para vos. Como está en alemán te la leo:

Querido Toli. Mañana pondré un paquete de papeles a tu dirección. Es como una despedida. Gracias por tu amistad. No sé para que te mando estas cosas a ti, sé que no te serán de ninguna utilidad puesto que tu único interés, bien lo sé, es el tango, y si te fueran de utilidad te crearía un gran problema. Pero como pienso que no vas a entender nada, es que te pido que de alguna manera las deposites en algún lugar seguro o las entregues a algún investigador que conozcas. De cualquier forma nadie creerá nada. Te reitero mi amistad

Hasta siempre. Tuyo, Peter Schstillen. -¿Y que me decís che? -exclamaba Toli atónito mirando a

Héctor que movía la cabeza de lado a lado. -Que no creo en nada. Presiento una conducta enfermiza

detrás de lo escrito por Peter. -¿Por favor Héctor? El otro día Mario afirmaba que la

Segunda Guerra Mundial habría tenido otras motivaciones, y más importantes que la sola incorporación de territorio al este, hacia Polonia y Checoslovaquia.

-¿No podría ser que los ingleses y franceses, apoyados en silencio por el Vaticano, y los otros países de común acuerdo con Alemania buscaran este tesoro para rescatar lo que les pertenecía? Si todos ellos, lo que han hecho en toda su historia, es robar y robar en los países que han invadido sin motivo más que para despojarlos de su riqueza.

-¿No sería posible que el infame de Hitler los haya traicionado al comprobar que la invasión hacia el Este no dio resultado por no encontrar ningún tesoro?

-No crees que así como ha habido guerras por el sexo; por imponer una determinada religión; por mera conquista para probar armas y afirmar un poderío interior en cada uno de los países que un rey gobernaba; por meras desavenencias entre reyes emparentados y otras causas menores, no podría haber comenzado una guerra por tener ese tesoro oculto por más de cientos de años.

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-Che, todo puede ser verdad. Este mundo está lleno de misterios sin resolver.

-Toli, no serás tu quien lo intente y los resuelvas. ¿Verdad que no? Mira lo que le pasó a Peter. La policía no dirá nada más. La noticia de su muerte ya está perdida como noticia y, si fuera verdad, detrás de todo debe haber un poder que nadie va a lograr descubrirlo. Deben ser, lo que lo poseen, demasiados poderosos.

-Apróntate que están llegando los muchachos y te prometo, que yo no le contaré nada a nadie, como buen profesional que soy me convierto, prometiéndolo, en una tumba del cementerio Jerusalén. Chan, chan, -y volviendo la cara para el lado del coro dijo: además nadie va a creer nada. Cae el muro de Berlín. 9 de Noviembre de 1989 El 9 de noviembre al medio día, de súbito, el cielo de Berlín adquirió tintes rojos en todos sus puntos cardinales. En una forma como de afección crónica que siempre ha tenido esta ciudad. Ha sido este color como la crisis de un cielo recurrente, debido a descargas excesivas del calor y de la fuerza de las neuronas cerebrales de toda la población berlinesa, cuando, por diversas manifestaciones incontrolables, su gente entra al cielo de la nave nocturna dentro de la misma crisis cerebral de intereses comunes, obedeciendo a descargas excesivas y sincrónicas de una fuerza súper excitable, que se expresa por síntomas súbitos y transitorios de naturaleza motora, sensitiva, sensorial, vegetativa y/o psíquica. Todos los berlineses están demasiados golpeados con la afección característica de la repetición histórica de crisis incontroladas: en un siglo dos Guerras Mundiales, una paz casi imposible, una separación familiar forzada y eternos días de vigilia bélica. El berlinés parece que posee una mayor facilidad (la llamada predisposición congénita) para presentar crisis en ausencia de agentes causales, o ante la presencia mínima de nexos cerebrales desconexos, que en habitantes de otras ciudades no llegan a originar la descarga neuronal de conductas extremas. Sufre en ocasiones, como se observa en este momento, en casi todos sus habitantes, la herencia de un congénito, definitivo y desenfrenado desorden familiar de orden psíquico colectivo.

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Esta ciudad tiene causas prenatales y postnatales de trastornos congénitos del metabolismo histórico, una herencia recesiva acumulada en exceso. La herencia acumula todo, sube la presión sanguínea y explotan las venas de todos los colectivos humanos.

Arriba, el cielo se desbordaba en lienzos rojos horizontales. Daba la impresión que estuvieran cambiando el telón del escenario celeste para la presentación de una nueva obra de teatro. La misa en escena de una ópera de Wagner.

Por las calles de Berlín, a la media tarde, una multitud de seres avanzaban hacia el Oeste, cruzando puentes, saltando los muros de los cementerios y navegando por los canales. Los grupos crecían a cada instante, en la medida que avanzaban por las calles eran como orquestas sinfónicas a la que se iban incorporando más y más personas; venían vestido todos iguales, la ropa del mismo color, el mismo modelo de sus trajes y repetidos con la misma calidad del tejido, eran sus vestimentas algo así como el uniforme de ese gran hospital psiquiátrico experimental del Berlín Este.

En grupos, como espectros humanos, se precipitaban por calles y avenidas. Todos hacia el Oeste.

Por donde pasaban estas orgías clamorosas de gente, iba quedando el pavimento blanco y resbaladizo, por el fluir, de una espuma media purulenta que iban dejando caer a escupitajos esa anónima población de la DDR, mientras agitaban los brazos en forma inconexa e incansable como un ejercicio de salutación militar.

Marchaban hacia el Occidente de la ciudad. Hacia el Berlín capitalista.

En el restaurante los argentinos comenzaban, como siempre, aunque bastante más temprano que de costumbre, a congregarse alrededor de sus mesas.

–Este viernes parece que viviremos algo especial, che. Noto un raro nerviosismo en todos los parroquianos del restaurante –exclamó eufórico y nervioso Roberto, no bien acabó de sentarse en el sitio que le asignaron.

–¡Aquí adentro comienza a ser de noche y afuera es pleno día! ¡Qué fenómeno!

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–Berlín está convulsionado. Es como si fuera a estallar desde adentro algo imprevisto. Se nota en el cielo enrojecido, en las calles un ulular de voces acompasadas con los mismos gritos viene avanzando desde el Este.

–Dicen que la Puerta de Brandemburgo está copada de gente, y que el muro, entre las dos Alemania, y entre los dos Berlín esta cayendo como una cascada de espuma blanca.

–Es como si se le hubiera abierto una tremenda garganta a Berlín y comenzara a arrojar espuma incolora y fatigada y, sus miembros, a agitarse sin entender la súbita caída del muro.

–¡Y la gente del otro lado pasa y pasa! –¡Están pasando todos! –¡Salen como de una boca que tiene los dientes quebrados! –¡Sí, che, quitaron el muro! –¡Ahora va a desaparecer Berlín! –¡Quitaron el muro, qué locos che, nos dejaron en la calle! –¡Se ladeó el palo mayor! –¡Se viene al suelo el circo, se viene! –¡Los trapecistas se vinieron todos abajo! –¡Van a reventar contra el piso! –¡La malla de protección del equilibrista desapareció! –¡Loco, se les rompieron todas las cuerdas! –¡Qué cantidad de espuma blanca! –¡Las calles por donde avanzan han quedado llenas de

espuma blanca! –¡Vienen cantando! –Los vienen acompañando hombres históricos con extrañas

vestimentas! –No los conozco a todos pero algunos se destacan por la

veneración que les dan! –¿Ese es Schiller? –¿Ese otro es Beethoven? –¿Qué fuerte que se escuchan sus voces?

Freude, Freude, Freude, schöner Götterfunken, Tochter aus Elysium! Wir betreten feuertrunken Himmlische, dein Heiligtum! Deine Zauber binden wieder, was die Mode streng

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geteilt, alle Menschen werden Brüder, wo dein sanfter Flügel weit...

–¡Un coro a garganta abierta viene rodando hacia Occidente! –¡Se vienen los comunistas! –¡Ya no son más comunistas! –¡Los capitalistas y los comunistas se están uniendo en un

abrazo? –¡Son todos alemanes los que avanzan! –¡Cómo se ríen! –¡Qué cantidad de espumas blanca!

“Einigkeit und Recht und Freiheit Für das deutsche Vaterland! Danach laßt uns alle streben Brüderlich mit Herz und Hand. Einigkeit und Recht und Freiheit Sind des Glückes Unterpfand. Blüh im Glanze diese Glückes Blühe deutsches Vaterland.

–Mirá, mirá, hasta tus amigos los espías, se notan nerviosos,

algunos se han ido a la carrera. ¡Che, algunos ya están en el suelo babeando! ¿Por qué se caen? ¡Escupen blanco!

–¿Qué pasó Dante? –preguntaba inquieto Héctor, al ver el

nerviosismo general en todas las mesas de los habituales contertulios de los viernes–.

–¡Qué desorden, che! Kulozky el argentino-ítalo-polaco se retorcía en el suelo, la

boca le había crecido hasta las orejas, tenía los ojos fuera de sus órbitas, redondos y lacrimógenos, y se palpaba temblando los bolsillos en busca de un cigarrillo, mientras sus piernas se balanceaban de arriba hacia abajo en forma inconexa.

A Ricardo de la nariz le salían algo así como dos velas encendidas y Roberto se puso de repente blanco, con una palidez cadavérica.

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Todos estaban pendientes, mirando encorvados con la boca abierta hacia el coro y la zarzamora desde donde escuchaban y, por primera vez, entendían el texto casi gritado de los integrantes del coro, que a garganta burlona y abierta cantaban:

Con este tango, que es burlón y compadrito, / se ató dos alas la ambición de mi suburbio. / Con este tango nació el tango y como un grito / salió del sórdido barrial buscando el cielo. Conjuro extraño de un amor hecho cadencia / que abrió caminos sin más ley que su esperanza, / mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia, / llorando en la inocencia de un ritmo juguetón. Por tu milagro de notas agoreras / nacieron sin pensarlo las paicas y las grelas / luna en los charcos, canyengue en las caderas / y un ansia fiera en la manera de querer. Al evocarte, tango querido, / siento que tiemblan las baldosas de un bailongo / y oigo el rezongo de mi pasado. / Hoy que no tengo más a mi madre / siento que llega en punta ´e pie para besarme / cuando tu canto nace al son de un bandoneón. ¡Caracanfún, caracanfún! … / … / … / …/ … /

Toli no pudo seguir escuchando, estaba sentado, con los brazos caídos al costado y miraba hacia el coro. De vez en cuando gritaba a media voz, con la lengua hecha un rollo llena de espuma –¡la puta que los parió, que los reparió che! ¡Este tango puto..., reputo!

–¡Carlitos Gardel aparta de mí este tango! –¡Nos apabullaron los obsesivos idiotas del tango en Berlín! –¡Mira! ¡Mira! –gritaba Carlos Ratamala mirando a Tufillo

mientras se limpiaba lo blanco de la comisura de sus labios–, los indios peruanos llegaron al Machu Pichu, y a la vendedora colombiana se le secaron las flores del canasto.

–¡Pero si son sólo dos posters guevón! –¡Pero están ardiendo! ¡La zarzamora quema todo! –¡En el espejo al lado de la orquesta de Vitico se ven unos

tipos con cara de viejos! ¡Qué feo se ve al chileno Armando Tufillo!

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¡Que olor hediondo el de Carlos Ratamala, a tu alrededor algo está podrido! –les gritaba Luis.

–¡Mirá a los del coro! ¡Salieron corriendo! Alguien abrió la puerta de la entrada del restaurante y sin

soltar la manija grito hacia adentro: –!Die Mauer ist weg! –¡Berlin ist wieder Berlin! –!Jeder darf ab sofort durch! –!Deutschland weint vor Freude! –!Die ersten sind schon da! –!Wir reichen uns die Hände! –!Hunderte von Ost-Berlinern brachen abends durch die

Mauer! –!Vopos, drückt den Stempel rein! –!Wir wollen sofort rüber! –!Sie tanzten, weinten, lachten, jauchzten: Hurra, die Grenze

ist endlich geöffnet! –!Tausende kamen heute nach West-Berlin! –!Berlin wird diese Nacht nicht vergessen! –!Berlin ist wieder Berlin! –!Die Mauer ist weg!

–¡Dante! ¿Qué dicen esos pelotudos?

–¡Qué cayó la muralla que divide a Berlín! –¿Será esta caída de la muralla el Apocalipsis de la mentira? –¡Por qué todo eso era una tremenda falsedad! –¡Esto es como el holocausto de todas las falsedades

políticas y religiosas! –¿Vendrá ahora el tiempo de la verdad? –¿O augura el comienzo de otra forma de dominio y

esclavitud humana? –¡Dante querido! Llamá a la araucana amarilla que la zarzamora

está ardiendo demasiado.

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–¡Nos vamos a sofocar| ¡Se incendia el restaurante! –¡Mira, mira! –gritaba Héctor–. Huyen los del coro y

nuestros amigos están cayendo, uno a uno! –¡Todos caen! –¡Eh, reventó la zarzamora, reventó la zarzamora! –¡Eh, muchachos, ustedes también se ahogan! –¡No jodan, che,! –¡Traten de respirar profundo! –¡Tu lengua Ricardo! –¡Luis, qué te caes! –¡No empujés maricón! –¡La zarzamora arde como en el monte Sinaí! –¡Parece que Moisés sale de adentro de la zarzamora con las

tablas de la ley! ¿Lo vez? ¡Se le cayó una! –¡El castillo de Kafka está incendiándose y se ve a un

monstruo que grita! –¡Che, es una cucaracha gigante que sale debajo de una

cama y está roja! –¡Se mató Raskolnikoff! –¡Dostoievki está llorando! –Yo te lo decía, parece que Dios ha muerto, lo está diciendo

Friedrich Nietzsche. –¡Mirálo, mirálo es ese bigotudo! –¡Es la televisión, boludo, que da ejemplos de antecedentes

humanos de lo que le pasa a Berlín! –Si hasta Marlene Dietrich esta convulsionada dando saltos

en el suelo. –¡Es un largo historial. –¿Eres tú Roberto? ¿No se te ve la cara? –¿Eres tú que, además de babear, blandes esa tremenda

espada? ¡Parecés la cólera de Júpiter! –¡No te rías de mí pelotudo! Pensar que yo creí ser la luz de

la Llama de las Eternas Antorchas. –Dante, estás babeando, una espuma blanca te cubre la cara.

¡Cuidado ¡Dante! ¡Yo siento dentro de mí, que...! –¡Señora! –gritaba Héctor– ¡Rápido, rápido! ¡Apúrese y dígales a los de la ambulancia lo que está pasando aquí!

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–¡Eh! ¿Cómo? –¡Nunca lo pensé! –¿Yo también? ¡Chan, chaaaaaan!

–Que piensa doctor. Aparte de la idiopática colectiva de lo que supongo ocurre aquí, ¿habrá tumores cerebrales, dolencias cerebrovasculares; trastornos metabólicos; uremia; insuficiencia hepática; inmovilidad sicomotora; alcoholismo; drogadicción; enfermedades degenerativas asociadas a toda esta comunidad?

–Totalmente de acuerdo, colega –decía el doctor indicando a Kulozky el argentino–ítalo–polaco–, a todo eso añádale anormalidad electrolítica, hipoglucemia y repita, repita en el diagnóstico, eso del alcoholismo, e idiopática o, idiotez verdadera, como rotunda definición.

–Dejo a su criterio doctor, afirmar si es debido a un degenerativo proceso histórico en vez de un decantado síndrome congénito familiar aislado.

–En estos casos extremos no se debe perder tiempo. Anote todo. –¡Inspector, inspector, pero, impector! –le gritaba el doctor al jefe de policía–. ¡Atención! ¡Urgente! ¡Llame de inmediato a tres ambulancias más! No daremos abasto con tantos desfallecidos. –Creo que este es un caso único.

–¿Inspector, había visto usted en su vida un ataque de epilepsia colectiva?

Berlín, 9 de noviembre de l989 cae la muralla.

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INDICE

CAPÍTULO 1 Página 5 Novelísticos.- 20 de mayo de 1982, “Segundo Festival de cultura Latinoamericana”.- El poeta de La Plata.- El tango de las Malvinas.- El empedrado venoso de Berlín.- Reediciones activas.- Quijotadas del tango.- Calles que me ven pasar.- Madre hay una sola.- Historia de Pacho.- ¡Y mi caída…!.- Yo los he visto entre otros pasajeros.- Profesores del tango bailable.- El tango es una posibilidad infinita.- Resistencias noveladas.-Baile macho, debute y milonguero.- El restaurante latino.- El tango de nunca acabar.- Novelas sin interrupción.- El sacramento del tango.- Peter Hoffmann.- Sobre tus mesas que nunca preguntan.- Toli el calavera.- el tango de Cagliostro.-La pequeña Lucía.- La muerte de Schusma y el bandoneón de corbata.- Viernes siguiente.- “Esos hombres nos gobernarán algún día”.- ¿Engrupido yo?.- París adobó el tango.- Los argentinos son europeos en el exilio.- Los hijos de las verdaderas putas.- Argentina fue creada por los europeos.- viernes Santo en el Cementerio Jerusalén.- Kreuzberg, el Nuevo Jerusalén.-

CAPÍTULO 2 Página 97 Viernes universitarios.- La Academia del Tango.- Un tango de mi flor.- El autor del Choclo y de Adiós muchachos.- El coro de incienso.- Carlos Gardel, su cadáver y Hans Ulrich Thom.- Berlín Julio de 1939 .- El tango en Berlín.- Sigue la historia de Carlos Gardel.- El cementerio de Magdeburgo.- Buenos Aires, Junio de 1943.- Luis Viale a dos cuadras del Hospital Israelita.- Colombia,

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Medellín 24 de Julio de 1953.- El trágico final de Carlos Gardel.- Las víctimas.- Hans Ulricho Thom hijo.- Cementerio de Medellín, 26 de Junio de 1935.- El coronel revolucionario.- El tesoro de Magdeburgo.- Sobre tus mesas lloré el primer desengaño.-

CAPÍTULO 3 Página 157 Los viernes memoriosos.- Die Deutsche Name der Tango.- El bandoneón de corbata, el comedor de ajos y los espías.- La cueva de los espías.- Se escribe lo que se lee.- simbología del movimiento.- El movimiento en busca del placer.- Los profesores de tango.- Experiencias sicomotrices en el tango.- Movimiento en el sótano.- Viernes mozartianos.- Las contradanzas de Mozart.- Los masones y Nardo Schuman.- Patrimonio musical.- El descubridor científico de América.- Humboldt en la historia de Cuba.- Memoria que no cesa.- Identidades desperdiciadas.- El lenguaje del culo.- El vocabulario de las división de los glúteos.- Tango pornográfico.- La tigresa Rosita Ríos.- Solo los inocentes saben bailar.- El culo visto por Dante Cincuotta.- Pedro Tango.- Los viernes de la historia.- Los boliches berlineses.- Poetas del tango-

CAPÍTULO 4 Página 231 El muro berlinés de los viernes.- Las abuelas de Berlín.- Un tango promiscuo.- La eternidad del muro de Berlín.- El circo romano de Berlín.- Alternancia de los sueños.- Reconocimiento tanguero.- El sarcófago de los tangueros.- Abuelo que me hiciste mal y sin embargo te quiero.- Dante Cincuotta.- Viernes de luz, cámara y acción.- Las letras de la realidad del tango.- La Piel Interior Silenciosa.- El silencio femenino.- La garúa húmeda.- La mujer en las letras de tango.- A las

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novelas le falta un tornillo.- La Piel Interior con ritmo y en lunfardo.- Lutero bailarín de tango.- El silencio es anterior al tango.- Afrodita y el tango.- Aristóteles sale a bailar.- Buenos Aires tiene a los porteños.- Viernes de espías conjuntivos.—El locutor con voz de subterráneo.- Las fronteras del Muro de Berlín.- ¿Te escucho sin que estés…! Viernes de película.—Mozart y la bibliotecaria.- Latinoamérica 1799.- La Contradanza y la Habanera.-

CAPÍTULO 5 Página 289 Luces de Buenos Aires.- La oscuridad de Berlín.- Las catedrales divididas.- El reciclaje de los intereses.- Inversiones a largo plazo.- Berlín y la Segunda Guerra Mundial.- Novelas que fueron vividas.- Viernes escapados del Muro.- Los viernes de La Hansa.- El comercio de antaño.- Berlín, la actual Hansa del tango.- Personaje novelísticos.- La intuición de Jorge Luis Borges.- La pálida de Kulozky.- Tango eterno.- Tango bíblico.- La consagración del tango.-

CAPÍTULO 6 Página 331 Homero y el tango.—Borges y la salidita.- Copiar la sangre del tango.- La Ilíada del Tango.- Cambalache, Cuesta Abajo, Madame Ivonne, Bailáte un tango Ricardo, Verde mar, Uno, Balada para un loco, Mocosita, Buenos Aires la Reina del Plata, Mi Buenos Aires Querido, Cien barrios porteños, Canzoneta, Sentimiento gaucho, A la luz del un candil, Volver, Percal, Che papusa oí, Tomo y obligo, Malena, Rencor bajo la garúa, Volvió una noche, Yira yira, Volver.- Infeliz final del puterío.- Confesión a conciencia pura.- Milonga de antaño.- Los Hermanos del Colegio La Salle.- La Primera Comunión.- La cruz arrodillada.-

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CAPÍTULO 7 Página 385 Escuelas de tango en Berlín.- La pionera Silvia Bayer.- Rey del bailongo.- El vals peruano.- Los músicos de tango.- ¿Quién sos que no puedo salvarme? En ese paquete va un tango.- www-berlin.tango.info.- El cementerio Jerusalén.- Los misterios del cementerio Jerusalén.- Cae el Muro, 9 de noviembre de 1989.

Indice 429.