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REVISTA
CONTEMPORÁNEA
AÑO IX-TOMO XLV
MAYO —JUNIO 1883
DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN
CALLE DE PIZARRO, NUM. 17, TERCERO, MADRID
OFICINAS P A R Í S , R . S E R R A N O , 4 2 , RUÉ LAI'ONTAINE
MÉJICO BUENOS AIRES J. F. Parres y Comp." BRASIL
VENEZUELA Bellarniino Carneiro Manuel /{eñe E. Fombona Pernambuco
nKRlíCHOS RKSKRVADOS
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LA MODERNA SOCIOLOGÍA
L especial esmero con que estudian, los principales trabajos últimamente realizados en el mundo científico, las direcciones seguidas por las doctrinas, que se conocen con el nombre que sirve
de epígrafe á estas líneas, está justificado por la excepcional gravedad del asunto. Por extraña y misteriosa relación, vienen envueltas en la moderna Sociología las cuestiones más importantes y trascendentes, que palpitan en las varias esferas científicas, y las que mayormente contribuyen á engendrar ese malestar, que en nuestra sociedad por todas partes se siente, esas luchas, que á cada instante se manifiestan, y esas dudas y esas incertidumbres, que forman el caudal propio de nuestra época, pues nadie negará que el medio ambiente que nos rodea, más que aura fresca que todo lo purifica, todo lo perfuma y todo lo embellece, es torbellino, que, en su confusa agitación, todo lo mueve, todo lo arrastra y todo lo destruye; huracán, que marchita las flores, forma las nubes é impulsa los mares.
Por eso, al penetrar en este estudio, no venimos á examinar una sola cuestión: no es únicamente el origen de todo lo
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que existe, la causa determinante, el fin de la humanidad lo que nos proponemos investigar; no hemos de desentrañar tan sólo las leyes que rigen á la naturaleza; ni siquiera ha de ser materia exclusiva de nuestro estudio el problema religioso, envuelto en misteriosas sombras; ni el problema social, precedido de grandes alarmas; ni el problema político, acompañado de luchas sin cuento. Todas ellas, y no una sola, son las cuestiones, que solicitan en el momento presente nuestra atención.
Y es que vamos á examinar una que pretende ser ciencia madre, que quiere abarcar todos esos asuntos, que quiere extender su jurisdicción á todos esos puntos, y que quiere hacer materia propia de su estudio los más pavorosos problemas, los más difíciles y sustanciales, que se agitan, desde la Teodicea á la Economía política, pasando por la Metafísica, la Moral, la Filosofía y el Derecho natural. Ese y no otro es el intento de la moderna Sociología, según enseñan las definiciones y descripciones de los últimos maestros.
La que se llama ciencia novísima, y*ha tomado nombre en el tecnicismo de Augusto Comte, el primer apóstol del positivismo, pretende constituir, y constituir como cosa nueva y hasta el presente desconocida, la ciencia social. ¡Ah! Como si hasta el presente no se hubiera estudiado la sociedad en su esencia, ni en sus formas; como si hasta el presente hubiese constituido un misterio absoluto el conocimiento de sus causas, de su origen, de su formación, de su vida y de sus fines, para esos grandes hombres, que en lejanas épocas ha conocido el mundo con el nombre de metafísicos, moralistas y filósofos, y de los cuales tanto tenemos que aprender en pleno siglo XIX.
No una, sino varias ciencias, siendo partes de un todo, formando la gran familia, la gran agrupación á que llamamos ciencias morales y políticas, han estudiado la sociedad en sus distintos fenómenos, en sus distintas manifestaciones, en sus distintos prismas y en siís fases distintas, desde los tiempos en que dominaron la civilización oriental y la civilización griega, hasta nuestros tiempos; primero caminando
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entre sombras, al acaso, vacilando constantemente, acertando algunas veces, errando las más, y después marchando con paso firme, alumbradas por los resplandores divinos de la luz Cristiana.
Esas ciencias, nacidas en el antiguo Oriente, elevadas á alto rango por el genio griego, acaso decadentes en Roma, alcanzando su mayor adelantamiento con el Cristianismo, en esa Edad Media tan denigrada por la moderna ignorancia, y ansiosas de progreso, dominadas por la ley del movimiento, tal vez confusas y desordenadas en la época presente; esas ciencias, cimiento firmísimo de todas las civilizaciones, que han ido apareciendo al correr de los tiempos, y base primera de la civilización actual, han considerado siempre, como materia propia de su conocimiento, el estudio de la sociedad.
La Sociología, pues, no con este nombre, que alguienj con sobrada razón, ha calificado de barbarismo; pero si en su esencia, es ciencia antigua, una de las que más ha cultivado el hombre en todos los tiempos y en todos los pueblos, hasta tal punto, que bien puede afirmarse que ella, en su desenvolvimiento histórico, representa la mayor cantidad de trabajo científico realizado, la labor principal de la humanidad.
¿Qué significa entonces eso que se llama moderna sociología, y de cuyo descubrimiento se muestran tan ufanos algunos sistemas, considerándolo como uno de los pasos más gigantes dados por la ciencia, en la senda del progreso? ¿Es, por ventura, que han logrado señalar los límites, las verdaderas fronteras de esa manifestación científica; es que han conseguido determinar por completo sus fines, su concepto, que han ensanchado sus moldes, ó que han abierto ancho campo á todas las opiniones, á todos los criterios y á todos los sistemas, ya que no puedan haberla inventado, puesto que de antiguo existía? Si algo de eso han hecho, aunque no sean inventores de la ciencia, merecerán entusiastas
. aplausos. Pero, por desgracia, no son acreedores á semejante gloria. Lo que se llama moderna Sociología, y se presenta como ciencia novísima, no es otra cosa que un doctrinaris-
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mo y un exclusivismo, los más exagerados de cuantos conoce la historia. Es un tendencia, una opinión, una escuela, un sistema, si se quiere, que se levanta orgulloso, negándolo todo á un tiempo, queriendo arrojar por tierra el ideal de la que llama ciencia tradicional é histórica, por juzgarla cosa sin realidad alguna, pura abstracción del entendimiento, para constituir sobre sus ruinas lo que con énfasis denomina Filosofía científica ó Ciencia verdadera. Es una de las múltiples manifestaciones de la escuela materialista, que creyendo, sin duda, haber vencido para siempre al esplritualismo, se ufana proclamando el triunfo y afirmando, en absoluto, que las últimas observaciones empíricas de las ciencias naturales, son los únicos fundamentos, que pueden servir de base firmísima á los estudios sociológicos. Es—digámoslo de una vez—la ambición de las ciencias naturales, de invadir el campo hasta el presente cultivado por las morales y políticas, deseosas de establecer, como únicas fuentes de conocimiento, la observación y la experiencia.
No son en verdad nuevas tales teorías, aunque otra cosa digan sus últimos defensores. Tan antiguas como el error— que debe ser cosa antigua—se han manifestado en todos los períodos de la historia, vistiendo formas distintas, pero idénticas en la esencia. Aparecieron en la ciencia, desde la civilización índica, y se mostraron ya con mayor claridad en Grecia, antes de Sócrates, cuando la Filosofía revestía un carácter esencialmente ontológico, y de ellas nos dan muestra los físicos de Elea, los fragmentos que se conservan del libro Sobre la naturaleza, de Heráclito, perteneciente á la escuela jónica, y el sistema atómico representado por Demócrito. Y aun después de Sócrates, que abrió el período que tan propiamente se llama psicológico, persistió el punto de vista del materiaHsmo, sostenido por Epicuro y sus discípulos. Lucrecio en Roma, donde la filosofía no tuvo existencia propia y sólo pudo alimentarse de la savia que le prestara la civilización griega, poetizó, en su famoso poema, las ideas de Epicuro, conquistando para ellas entusiastas defensores.
Pero semejantes errores cayeron en olvido, cuando la luz de Verdad, partiendo de los horiífontes de Judá, iluminó to-
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dos los ámbitos de la tierra. Hubo un momento de tranquilidad, de paz y de sosiego. El mundo antiguo había llegado á sus últimos días; el tenebroso poder de la duda reinaba por todas partes, y en todas se sentía ese movimiento eléctrico, misterioso y aterrador, presagio de las grandes tempestades; llenaba el espacio sordo clamoreo, nunca interrumpido, á las veces agitado por el estruendo, que producían al desprenderse y caer, las gruesas masas, que formaban los cimientos de aquella sociedad; las nubes se precipitaban por los horizontes en confusa y desordenada carrera... Las señales del tiempo, todas eran señales de muerte: llegó el instante de angustiosa agonía, y cuando la humanidad iba á lanzarse á los abismos de lo desconocido, una voz, una sola voz, la del Redentor de los hombres, tuvo poder bastante para detenerla, fuerza suficiente para calmar la angustia, despejar la atmósfera, acallar el clamoreo y convertir el eléctrico movimiento de los espacios en aire bendito, que regeneraba los espíritus, despertaba dormidos sentimientos y alentaba esperanzas perdidas. Y el eco de esa voz llegó á las más apartadas regiones del mundo, y los hombres la acogieron como áncora salvadora, y las señales de muerte, en señales de vida se trocaron. Entonces el error huyó despavorido, como huyen las sombras perseguidas por los rayos del sol, y el espíritu cristiano, que en todas partes se mostraba, llegó á las ciencias también, á las ciencias, que antes caminaron, con paso mal seguro y voluntad incierta, influidas por las absurdas y caprichosas divinidades del veleidoso paganismo. La Filosofía hizo estrecha alianza con la Teología, engendrando la escolástica, que en aquellos momentos representó, digan lo que quieran ciertas escuelas, un adelanto notable, en el progreso de las ciencias del espíritu. Los herederos de Platón y de Aristóteles, cambiaron el nombre de filósofos, por el de Padres de la Iglesia, y durante cinco siglos, siglos de luchas y combates, largos y penosos, como
. todo tiempo de incertidumbre, emplearon su saber en el estudio de la Filosofía antigua y en la explicación de los dogmas, en la declaración de la palabra divina, haciendo que los conocimientos morales alcanzaran su natural desenvol-
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vimiento, correspondiente al quebranto, que habían sufrido en poder de la ciencia pagana. El materialismo, por aquel entonces, dio escasas y pobres muestras de su existencia, consecuencia lógica del olvido en que cayeron los métodos experimentales. No se crea por esto, que las ciencias que buscan su fundamento en tales métodos, atravesaron una época de estancamiento y completo atraso; antes al contrario, fueron ventajosamente cultivadas, y en aquel tiempo asentaron principios, cuya aplicación había de cambiar, más tarde, la faz del mundo, y prepararon instrumentos para su perfecto desarrollo. La Edad Media fué verdadera época de gestación, de pequeño lucimiento, pero de grandes trabajos. Si se compara á la moderna con aquellos días del año en que la naturaleza nos ofrece sus sazonados frutos, deben compararse los siglos medios con aquel otro período en que la tierra, reblandecida por la escarcha del cielo y el sudor del hombre, hace germinar la semilla escondida en su seno.
Al amanecer de la Edad Moderna, en aquel momento maravilloso en que Cristóbal Colón hacía surgir de las ondas del Océano un nuevo mundo; Vasco de Gama se abría paso hacia las Indias Orientales; Magallanes acometía la empresa de rodear la tierra, que más tarde llevaba á feliz remate Sebastián Elcano; Copérnico mostraba los errores de los astrónomos alejandrinos y restituía el sol á su verdadero centro; Galileo descubría las leyes de la Mecánica y se acercaba á los cielos con el telescopio; Torricelli pesaba la atmósfera; Descartes y Pascal ensanchaban las esferas de la Geometría; Leibnitz, maestro en todas las ciencias, proclamaba la invención del cálculo infinitesimal, y Guericke, Harvey, Huyghes y Grimaldi estudiaban el fluido eléctrico, la circulación de la sangre, la polarización de la luz 6 sus interferencias, al propio tiempo que Melchor Cano profundizaba el saber teológico; Suárez escribía sus obras inmortales; Molina enseñaba los conceptos de la libertad humana y de la presciencia divina; Belarmino combatía con feliz acierto las herejías, y Vitoria, Lugo, Vázquez, Toledo, León, Granada, Bourdaloue, Bossuet, Fenelón y otros mil abrían horizontes desconocidos á la ciencia cristiana; en
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aquel momento sublime, en que todo era luz, color y vida, por sarcástico contraste, germinaron de nuevo los errores del mundo pagano, como nacen las ortigas, en espléndido jardín, entre rosadas flores.
El materialismo resucitó, adquiriendo nuevos bríos al renovarse la observación directa de la naturaleza, tal vez iniciado por Descartes ó la escuela física, y manifestándose en su forma sensualista, antes que en otra parte, en Italia, si bien Bacon, el famoso autor del Nuevo órgano de las ciencias, fué el primero que sistematizó los procedimientos experimentales. Al propio tiempo, Gassendi daba nueva vida al sistema de Epicuro, y Hobbes formulaba teorías esencialmente empíricas, mostrándose ya con claridad la preponderancia creciente, que el materialismo alcanzaba en Inglaterra, preponderancia que aumentó por momentos, según fueron apareciendo Newton, Boyle, Locke, Toland, Hartley, Priest-ley y otros mil, que abrieron nuevas esferas á tales métodos en los siglos XVII y XVIII. En esta última centuria se iniciaron dos movimientos científicos, que influyeron por gran manera en el desenvolvimiento del materialismo: la aparición de los enciclopedistas en Francia, y la reacción filosófica verificada en Alemania. El primero de esos movimientos, favorable fué en un todo á la ciencia materialista, pues Voltaire y sus secuaces, rompiendo los moldes de la Metafísica y dejándola sin Dios, señalaron nuevos caminos á los errores sensualistas, y ellos mismos sintieron su influencia, nacida unas veces de sus propios extravíos y otras del contacto en que se colocaron, algunos de ellos, con los experi-mentalistas ingleses; y así vemos que el mismo Voltaire, y sobre todo Mettrie, Holbach y otros varios, proclamaron y defendieron, con gran entusiasmo, los dogmas materialistas. La reacción filosófica, iniciada en Alemania por Leibnitz, contrarió esos dogmas con gran energía y preparó un período brillante, que llega á nuestros días, para la ciencia racional, período en que figuran pensadores tan insignes como Kant, Fichte, Schelling, Hegel y el mismo Krausse, si bien Kant, el primero de todos, antes de concebir la Crítica de la razón pura, contribuyó al desarrollo ulterior de las teorías
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transformistas. En el entretanto, en Francia progresó el materialismo con Lamarck, Laplace, y últimamente y sobre todo, con el positivismo creado por Augusto Comtc; en Alemania misma, á pesar del movimiento filosófico, tampoco faltan poetas como Goethe y hombres de ciencia como Büchner, que al materialismo se rindan, y en Inglaterra principalmente es donde este sistema adquiere todo el poder con que hoy se presenta, debido, sin duda alguna, á la supuesta transformación de las especies, teoría sistematizada por Darwin, á la Biología positivista de Hoeckel, por no citar otros, y á la Psicología empírica, formulada por Stuart Mili, Spencer y Bain.
El materialismo, pues, ha existido siempre, aunque se ha manifestado en distintas formas y con aspiraciones distintas. Los sistemas de la antigüedad y los evolucionistas, los positivistas y los transformistas, todos forman esa gran escuela, pues coinciden en los dos puntos que la caracterizan: en no admitir otra realidad que la de la sustancia, y en proclamar, como únicos métodos, la observación y la experiencia. Pero á pesar de haber existido siempre esos sistemas, á pesar de no ser nuevos tales errores, la verdad es, que hasta la época novísima, se han presentado con distintas pretensiones, con aspiraciones muy diferentes. Contentábanse antes con aplicar sus métodos al mundo inorgánico, y cuando llegaban á los seres organizados, nunca pasaban del reino animal; querían constituir por entero las ciencias de la naturaleza, pero jamás pensaron, ni aun presintieron, que el empirismo, por sí solo, se bastaba para dar cimiento y base segura á las ciencias del espíritu. Y es que estas últimas, no obstante el ^ materialismo, que en diversas formas ha influido, más ó menos directamente, en los varios sistemas filosóficos, tenían no há mucho establecidos sus principios fundamentales con tal solidez y fijeza, que pocos eran los pensadores, si es que había alguno, que no reconocieran su existencia y no los proclamaran como ciertos. La razón, como elemento superior de vida; el principio de moralidad, como reflejo de la ley moral, y el principio de progreso, en su concepción metafísica, subjetivamente dados en el espíritu, que diferen-
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cia al hombre de los demás seres y presupone la idea de Dios, convicciones racionales eran, sobre las que descansaba en absoluto, por entero, el grandioso edificio social. Hoy los sistemas materialistas, en sus últimas manifestaciones, traspasan las fronteras en que antes se encerraban, quieren explicar el origen del hombre y de todo lo existente, y no contentos con el dominio que ejercen en las ciencias naturales, pretenden hacerlo extensivo á las morales y políticas, creando nueva Metafísica, nueva Moral y nueva Filosofía, como productos exclusivos de la observación y la experiencia, constituyendo, en fin, por tales procedimientos, la totalidad de las ciencias, que sirvan de causa á civilizaciones desconocidas. Por si alguien entiende, que el afán de acometer empresa de tanta magnitud, está justificado por recientes descubrimientos y progresos decisivos, bueno será advertir, aunque de pasada, los motivos á que se debe. El racionalismo rechazó lejos de sí los principios dogmáticos, pretendiendo que la Metafísica y todas las ciencias que al espíritu se refieren, caminaran á su libre albedrio, sin atender los consejos, ni admitir los auxilios de la religión. Y esas ciencias, emancipadas de la fe, abandonadas á su antojo y capricho, se han lanzado por desusados rumbos, marchando con paso inconstante y produciendo muchas divisiones entre sus huestes, que, después de caer en grandes errores, han llegado á una completa y verdadera anarquía; momento de descomposición y de escasez de fuerzas, aprovechado por los sistemas materialistas, ambiciosos de ganar nuevos terrenos, para verificar sus intrusiones y disputarles con éxito la dirección del mundo intelectual.
La moderna Sociología, pues, no es otra cosa, que una evolución de los sistemas materialistas anteriores, que tiene la audacia, porque otro nombre no merece, de presentarse, no ya como una escuela científica, sino como la ciencia misma, aprovechando la confusión y debilidad en que han caído los estudios racionales, desde que se divorciaron de las verdades reveladas.
Los que se presentan con propósitos tan ambiciosos deben, sin duda, exhibir títulos irrecusables, que por meras
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afirmaciones y promesas vagas no hemos de dejarles paso libre, para que pongan fin al tesoro de verdades, que han constituido, y constituyen aún realmente, nuestra civilización, ni hemos de permitirles que destruyan los cimientos de la sociedad. Dicen que las ciencias morales y políticas, que la Metafísica, la Moral, la Filosofía, que todas, en conjunto como en detalle, están apartadas por completo de la realidad y no nos ofrecen más que hipótesis sin valor científico. Aun dando por cierto tal supuesto, aun admitiendo que todos sus conocimientos sean hipotéticos, que algunos merecerían, por lo menos, la consideración de creencias, y las creencias, elevadas por el sentimiento, algo más son que hipótesis, tendríamos que preguntar dos cosas á los métodos empíricos, á las corrientes materialistas, antes de dejarles invadir el campo de la filosofía, la esfera del espíritu; tendríamos que preguntarles, primeramente, si en verdad ellos no admiten otras soluciones que las que recogen de la observación y comprueban por la experiencia, ó si llevados del afán que les domina, de constituir la ciencia por entero, acuden al apriorismo y á la hipótesis, en los casos en que la experimentación no es posible, para no dejar incompletos, en puntos esenciales, sus sistemas; y tendríamos que preguntarles, después, cuando viéramos que se acogen con sobrada frecuencia, para explicar lo que la observación no enseña, á los procedimientos intuitivos, que con tanta energía combaten, si sus afirmaciones hipotéticas dan solución más terminante y oportuna á los problemas sociológicos, que la que alcanzan por medio de los conceptos antropológicos ó de las hipótesis espiritualistas. Si la respuesta á tales cuestiones, fuera favorable á los sistemas que discutimos, tendríamos que confesar, que el principio de la conservación de la energía en el organismo social, y la ley de la lucha por la existencia en el individuo, ú otros dogmas de las ciencias naturales, son bases suficientes para constituir la ciencia social. En el entretanto que esto se demuestra, no podemos negar los principios tradicionales de la Filosofía, y debemos proclamar á todas horas y en todos tonos, su exclusiva competencia, en los estudios que á la sociedad se refieren.
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Se considere la sociedad como mera agrupación de individualidades, uniforme y rutinaria, ó con más acierto, se la asigne el carácter de verdadero organismo, en que los individuos sean las partes del todo, variedades que formen la unidad, produciendo la armonía, siempre tendremos como resultado, que el hombre es factor, el primero y más importante, de ese conjunto, y que á él hemos de referirnos y él ha de ser objeto de nuestro estudio ante todo, si queremos llegar al verdadero conocimiento de esa otra entidad superior; por donde vemos, que el hombre es el problema primordial que debe preocupar á la Sociología. Hasta conocer sus líneas características, no podrá esta ciencia examinar los motivos, que impulsan á los individuos á establecer sociedad, ni las relaciones que les unen, ni mucho menos las formas en que deban constituirse.
Nadie ignora lo que representa para los materialistas el Universo, ni cuál es su idea acerca de su principio y procedencia. Negando por sistema toda concepción superior, que presuponga la influencia de elementos divinos, no pueden admitir y no admiten, como explicación de lo existente, una causa primera, providente y libre; el Ser Supremo, como todo lo espiritual, envuelto en sombras sublimes, pero sombras impenetrables para los sentidos de la carne, consti-ye un absurdo, un mito para los sistemas empíricos, que quieren, de un solo golpe, arrancar al mundo sus cielos y á la humanidad sus ideales. La materia y la fuerza son, para los más, únicas cosas con realidad, únicas cosas positivas, inmutables en sí, pero varias en sus accidentes, que nunca empezaron ni concluirán jamás, y que por medio de evoluciones continuadas é infinitas, van produciendo las varias formas que se conocen, van engendrando la serie de fenómenos que median desde la célula, desde el átomo indivisible, hasta el
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espíritu humano. Pero como las distintas manifestaciones de la escuela materialista, no siempre andan acordes, que á veces hasta en los puntos de partida se separata, no será extraño á la ocasión advertir, que algunas ni aun creen en la realidad de la sustancia, admitiendo sólo la de la fuerza, ó la de la fuerza cósmica, como prefieren decir hoy otras.
Tenemos, pues, que la materia y la fuerza, son los únicos Dioses para los materialistas; pero ¡ah! Dioses—y aquí empezamos á contestar á preguntas hechas antes—Dioses más hipotéticos y menos comprensibles, que los de todas las Teodiceas.
¿Qué es el éter, y aún más, qué son esos átomos primeros, unidades independientes, indivisibles é indestructibles? ¿Quién los ha visto, quién los ha observado y sujetado á experimentación? ¿Cómo es la fuerza, esa fuerza pura, infinita, siempre idéntica? ¿Quién conoce ese fluido, que vaga por los espacios, dando vida al Universo, animando los cuerpos, transformando los seres, levantándonos, como la voz que hizo levantar á Lázaro, haciéndonos andar, pensar, querer y sentir?
Si todo esto permanece oculto á los sentidos, si no se puede comprobar en los laboratorios, no lo afirmen los empíricos como producto de la observación y de la experiencia; confiesen que tales métodos, por sí solos, no pueden constituir la ciencia, y no condenen con tanta energía el aprioris-mo y la hipótesis, en que caen forzosamente, cuando quieren formar sistemas completos. Aprioristas son, y sus afirmaciones, en aquellos puntos más importantes, en los que han de servir de base al consecutivo desenvolvimiento de las múltiples esferas científicas, son verdaderamente hipotéticas. Si no pueden llegar, por la observación y por la experiencia, á las causas primeras, al origen del Universo, declaren impotentes sus métodos, ríndanse sumisos á las creencias religiosas y á los dictados de la razón; pero no prediquen, como verdades demostradas, ridiculas abstracciones, que encierran, en moldes mezquinos, los grandiosos horizontes de la creación.
Y no son éstas, con ser tan importantes, las mayores
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cuestiones, que se escapan á la demostración experimental de los materialistas. Sostienen, como antes indicamos, que todo lo que existe, incluso la vida, es producto de sucesivas transformaciones, que ha experimentado la primitiva masa material, que á su vez debió ser producida; y no nos atrevemos á preguntar quién fué su autor, ó por qué fuerzas fué engendrada, porque no nos tachen de exageradamente curiosos, razón por la cual tampoco hemos de investigar la forma con que esa masa se manifestaba; y siendo materia, no es mucho suponer que tuviera forma, y aún pudiéramos añadir, entre otras cosas, que debía de ser limitada. Pero dejando á un lado tales curiosidades, propias de rancios filósofos, decimos de nuevo, que los evolucionistas afirman, ellos sabrán por qué, que el Universo ha sido creado por sus propias fuerzas y por sus movimientos propios: el mundo inorgánico, según nos enseñan, con sus fenómenos exclusivamente físico-químicos, precedió, y precedió por largo tiempo, á los seres organizados, que fueron su consecuencia, y á la vida rudimentaria de las plantas sucedió, por medio de nuevas evoluciones, la más determinada y completa de los animales, poseedores ya en mayor ó menor cantidad, según las especies, de sensibilidad y sensación, dando éstos, por último, origen, en sucesivas transformaciones, al hombre, al ser que ha sido llamado hasta el presente rey de la creación, propietario único de la sensación consciente y de la razón.
No hay para qué decir, que tan extrañas metamorfosis, ni observadas, ni experimentadas han sido, aunque las proclaman como verdades, los que se jactan de no afirmar más que aquello que ven y experimentan. Por eso los que las describen, como Haeckel, dando muestras de poderosa intuición, más parece que trazan las líneas de fantástico cuento, que las de severa ciencia. ¿Qué pruebas hay, que autoricen á proclamar como verdaderas, transformaciones tan incomprensibles, como las que median entre los seres inorgánicos y los organizados, entre los vegetales y el reino animal, y sobre todo entre este último y la especie humana? ¿Dónde están, en la dura piedra ó en la inaccesible roca, los gérmenes de
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vida, que aparecen en la planta; dónde conserva ésta los del instinto, que se manifiestan en el animal, y cómo ese instinto llega á cambiarse en conciencia y razón? Afirmaciones tan hipotéticas, sólo encuentran testimonio en nuevas hipótesis. ¿Qué otra cosa son las emisiones iniciales; la existencia de lo orgánico, envuelto en el protoplasma, antes de la individualización de lo inorgánico; el influjo determinante de. las circunstancias accidentales; el pretendido instinto de minerales y vegetales, y sobre todo, la supuesta existencia embrionaria de la conciencia y la razón, en los animales superiores, de que tanto nos hablan los naturalistas?
Es necesario convenir, en que las diferencias que distinguen á los seres, más que accidentes, abismos son, que no es posible saltar sino en la región de lo inverosímil, de lo fantástico; los esfuerzos imaginativos, que no otra cosa son, de los que con marcado error se llaman empjricos, no llegarán nunca á demostrar, que la materia tiene en sí misma fuerza bastante, virtualidad suficiente, para crear la vida allí donde no existe, ¡lá vida que se desprende de purísimos manantiales!, ni lograrán jamás probar, que los fenómenos que revelan el espíritu, son simples combinaciones nerviosas ó meros movimientos mecánicos.
Pero no sigamos por este camino, que hemos dicho lo necesario, para poner en claro, cual era nuestro propósito, que las escuelas materialistas tienen que acudir al aprioris-mo y á la hipótesis, con sobrada frecuencia, en las cuestiones más esenciales, desde que, rompiendo modestas aspiraciones, se lanzaron al camino de la ambición, queriendo llegar á todas partes, queriendo explicarlo todo, queriendo ser reinas y únicas señoras del mundo científico. También hemos dicho lo bastante, para dar idea del concepto que tienen formado esas escuelas acerca del hombre, primer factor de la Sociología.
¿No parece justo, que no siendo verdades demostradas las que proclaman los materialistas, sino meras hipótesis, tratemos de cerrarles el paso, los que profesamos los principios de las ciencias morales y políticas? Aun suponiendo, como dijimos antes, que estas ciencias partieran siempre también
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de hipótesis, tendrían en su abono larga y gloriosa historia, y el amparo de la religión, razones que les autorizarían, para rechazar con energía las intrusiones, que pretenden realizar en su campo las ciencias naturales, desde el momento en que éstas, con engañosas ofertas, abandonan sus métodos, para edificar mundos imaginarios, sobre bases deleznables.
Pero bueno será preguntar, una vez que tenemos tales datos, qué mérito hemos de conceder á esas hipótesis, exornadas con el altisonante nombre de observaciones empíricas; es decir, bueno será investigar, si las soluciones que éstas llevan á los problemas sociológicos, son más acertadas que las que ofrecen los principios del espiritualismo, producto, ora de las religiones, ora de las filosofías.
III .
Aparecen en la Sociología, después de determinado el concepto del hombre, una muchedumbre de difíciles cuestiones; el lazo que une á las distintas individualidades, la fuerza que les impulsa á formar sociedad, los movimientos que en ella se observan, las formas en que la mi |ma puede constituirse y el espíritu que ha de informarla, son las principales. Ellas se refieren á la moralidad, á la asociación, al progreso, á la organización política y á la religión.
Los modernos materialistas, que intentan formar la ciencia sociológica, abordan todos esos problemas, después de sostener la doctrina biológica de que nos hemos ocupado, y tratan de demostrar, que por movimientos de la materia, por la fuerza puesta en actividad, por nuevas evoluciones, puede llegarse á todos esos principios, á su realización, con el carácter que les atribuye la civilización de nuestros días. Excusado es decir, que en estos terrenos, vuelven á lanzarse en brazos de la hipótesis, para explicar aquellos principios, que se resisten á la observación, y para salvar las contradicciones en que
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incurren, al proclamar ideas, que no andan conformes concias doctrinas fundamentales de su sistema.
Todo esto lo vemos plenamente confirmado, en lo que se refiere al principio de moralidad. El tal principio supone la idea de una ley moral absoluta, dada en un ser que revista este carácter, ó sea en Dios, y reflejada en la razón y en la conciencia, como cosa esencial, para la existencia del ser social. Asimismo nos hace concebir la idea de libertad, que nos permite escoger entre el bien y el mal. Dios, lo absoluto, la razón, la conciencia y la libertad, cosas son que no pueden admitir los materialistas, sin contrariar su sistema, sin confesar la existencia del espíritu. Para ser lógicos debieran, como Hobbes, que es uno de los pocos que pueden ostentar esta cualidad, negar la moral y proclamar que el bien y el mal son una misma cosa, ó cuando más, objeto de conveniencia. Pero no hacen esto; antes al contrario, crean multitud de sistemas, para sustituir la Moral del espíritu, por una Moral materialista. Empiezan todos por afirmar, que el principio de moral en el hombre, es producto de la evolución cósmica, y que ya se encuentra en potencia en los animales, y después se dividen, al esplicar el principio mismo. Uno de los sistemas más antiguos y generalizados es el de la moral utilitaria, si no creado, puesto en boga, al menos, por Bentham y seguido por Stuart-Mill, Bain y Darwin, que lo han modificado en puntos accidentales, pues todos coinciden en que, el propio interés, es el único móvil que nos lleva al bien. Y en verdad que podríamos decir, que todos los sistemas buscan su base en el utilitario, pues á él vienen á parar los positivistas, que reducen la moralidad á una cuestión de higiene privada y pública; los que, como Li-ttré, no conceden á las máximas morales más valor que el de verdades especulativas, sin sanción, que debe realizar el hombre únicamente cuando le convenga; los que cifran la moral en el sentimiento del otroísmo, nacido de la necesidad de cooperación entre los hombres, 6 los que, por último, como Hebert Spencer, cuya moral evolucionista alcanza, muchos partidarios, buscan su fundamento en el placer y el dolor, y proclaman una moral absoluta, que dicen no tie-
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ne Valor práctico, pues sólo podría ser aplicada á un mundo ideal.
¡Ah! ¡qué diferencias tan esenciales, qué insondables abismos, entre esas morales mezquinas, artificiales, siempre egoístas, movidas constantemente por la propia conveniencia, y la Moral cristiana, que predica el bien por el bien mismo y el sacrificio sin recompensa; esa Moral sublime, que redimió al mundo antiguo, única verdadera, pues no más que pálidos reflejos suyos son los principios morales, formulados, desde el campo racionalista, por Kant, por Fich-te y por Hegel!
No yerran menos los modernos materialistas, cuando intentan explicar el progreso por las leyes de la dinámica 6 tratan de hacer esclavo de la fuerza el principio de sociabilidad. Este último, reconocido por todos los filósofos y poli-ticos, á excepción de Rousseau y sus discípulos, y proclamado con gran acierto por Aristóteles y Santo Tomás, lo explican los empíricos á la manera que el principio de moralidad. Dicen, que la conveniencia material es el móvil que une á los hombres, cuando no afirman que la fuerza es el único lazo que establece sus relaciones, con lo cual desconocen, en una y otra afirmación, ese hermoso y secreto impulso, que tiene mucho de moral, engendrado en el espíritu, que nos lleva á formar sociedad con los que son de nuestra misma naturaleza, con los que son, según las palabras de Cristo, «nuestros propios hermanos.»
La idea de constante progreso, no siempre ha sido conocida como la de sociabilidad, y al presente mismo alguna escuela la rechaza, desoyendo, sin duda, la voz de la razón y la voz de la historia. Sin embargo, el mayor número, conforme está en su existencia, y los materialistas, en general, la aceptan y dicen que se realiza por medio de evoluciones nunca interrumpidas, que va verificando en sí misma la sustancia cósmica, principio y fin de todo lo existente. Queda con esas palabras, mal que les pese, sin explicar el hecho del progreso, porque en ellas se confunden lastimosamente el simple movimiento con el movimiento progresivo. Todo progreso es movimiento, pero no todo movimiento es progreso: para
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que este último se cumpla, no basta que el mundo ande, es necesario además que se dirija á un punto determinado, que siga un camino preconocido, que vaya realizando por partes el principio absoluto, el ideal que le guía. Y es notorio que los experimentalistas, si son fieles á sus métodos, no pueden contar a priori con ningún punto determinado, en lejanos horizontes, con ningún camino preconocido, y no pueden seguir ni realizar, porque los niegan, principios absolutos, ni ideales. Si no estamos en lo cierto, digan los empíricos cuál es el término de esa serie de evoluciones, donde se dirigen, cuál es el progreso último y definitivo; pero les advertimos, que si lo dicen, se declararán aprioristas en toda la extensión de la palabra. Su sistémales condena á la ignorancia perpetua de cómo el progreso se desarrolla, ó mejor dicho, les coloca en situación de no saber siquiera si el progreso existe, pues para observarlo, es necesario ir comparando las últimas transformaciones, con el principio absoluto, y desconociendo este principio, no es posible la comparación, y no siendo posible la comparación, no podrá saberse si esas transformaciones se acercan ó separan del ideal, es decir, si marcan un adelanto ó marcan un retroceso.
El progreso, pues, lo mismo que el principio de moralidad y que la ley de asociación, debieran negarlo los materialistas, para ser consecuentes con su escuela, porque sus explicaciones, además de ser hipotéticas, son insuficientes, y no dan más que conceptos falsos, de aquellas ideas que intentan definir.
IV.
Veamos si son más afortunados, al tratar de los dos últimos siguientes principios: dftl principio político y del principio religioso. ' El problema político es indudablemente uno de los puntos más importantes, de cuantos caen dentro de la esfera propia de la ciencia sociológica. A él se deben en gran parte las lu-
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chas de nuestros días, y por él anda el mundo en zozobra, intranquilo y lleno de incertidumbres. Dos principios son los que sostienen el combate: el principio de libertad y el principio de autoridad; y es tan sangrienta y empeñada la batalla, alternan con tanta frecuencia los triunfos y los reveses, que difícil es prever el término, si bien el no ser pesimistas nos obliga á creer que ha de encontrarse, según pide el carácter de nuestra época, en una de esas grandes síntesis, en que se confunden y armonizan los términos más opuestos, las ideas más antitéticas. Los modernos materialistas, al intervenir en la demanda, pues quieren resolver tambiéri esta cuestión, para no dejar incompleta su ciencia sociológica en ningún punto, se declaran, por regla general, defensores de las soluciones liberales y de los principios democráticos. ¡Extraña contradicción! Ellos, que niegan la libertad natural, defendiendo la libertad política, que únicamente de la natural puede ser consecuencia. El hombre, tal como lo conciben las ciencias naturales, no es libre, no puede serlo. Un ser mecánico, compuesto de elementos químicos, de sustancias materiales, tiene que estar sometido necesariamente á las leyes fatales de la materia. Esto lo reconocen los mismos materialistas; oid á Vogt, á Moleschot y á Büchner, y veréis cómo afirman, que no hay voluntad libre y que el hombre está sometido por completo á las leyes que rigen al universo. ¿Cómo, después de negar la libertad natural, proclaman los materialistas la libertad política? ¿Qué representa esta última sin la primera? ¿Cómo admitir, que el hombre es libre en un orden determinado, siendo por su naturaleza esclavo? Hobbes es también en esto verdaderamente lógico. No defiende la libertad, sino el absolutismo. Comte parece ha seguido algunas veces ese camino de la lógica, en medio de sus grandes contradicciones políticas, entre las que figuran los entusiasmos con que saludó primero á la República y después al Imperio, los escritos que dirigió al Czar de las Rusias, poniendo bajo su patronato programas absolutistas, y el orden social que imaginó en su Política positiva, muy semejante, si no igual, al de la República de Platón, y en el que resplandecen, como en el antiguo Oriente, los sistemas de castas. La conciencia, pues.
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nos dice, que el materialismo y el liberalismo se excluyen, que son términos incompatibles; pues si el hombre es pura materia, no es libre, y si es libre, no es pura materia, es un ser con espíritu, porque sólo en el espíritu puede nacer, y sólo del espíritu puede partir, sentimiento tan alto, sentimiento tan noble, como el sentimiento que nos regenera y nos da vida, como el sentimiento de libertad. ¡Ah! ¡Cuántos problemas insolubles se presentan en la Sociología, una vez negada la libertad! ¿Cómo exigir responsabilidades? ¿Cómo imponer penas, ni cómo conceder premios? ¿Cómo, en fin, distinguir el bien del mal, la virtud del vicio? Consecuencias todas del error de los principios.
Pero los materialistas, constituyendo gobiernos con sus propias doctrinas, irían á parar necesariamente al absolutismo, aunque, por medio de contradicciones y de sofismas, proclamaran, en un principio, los ideales de la escuela liberal. Destruidos por esos gobiernos el Cristianismo y su santa moral, negados los sentimientos del espíritu y el espíritu mismo, vendrían á seguida los apetitos de la carne, y las muchedumbres, libres de las influencias morales, barreras más fuertes que todas las que pueda levantar el genio humano, se lanzarían por desconocidos caminos, y, en arranques de aterradora violencia, harían valer el poder del número, y después de días tristes, días de muerte, en que desaparecerían los más sagrados intereses de la sociedad, vendría la tiranía en forma de reacción, consecuencia inevitable de todos los desmanes y de todos los excesos.
Comprendiendo, sin duda, la necesidad de que existan influencias religiosas y morales, que limiten y contengan los apetitos del pueblo, algunos positivistas han trabajado sin descanso, para construir en la esfera material una religión. Augusto Comte es uno de ellos; ha imaginado, como cuestión de policía, la religión de la humanidad, elevando á la altura de Dios, de gran Ser, la humanidad terrestre, y sustituyendo el culto de los santos, por el culto de los grandes hombres. ¡Qué parodias tan ridiculas! ¡Qué aberraciones tan grandes! Confiesen de una vez los materialistas, que sus sistemas son falsos é insuficientes, y no quieran cubrir esas falsedades y lie-
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nar esas insuficiencias, con nuevos errores y mayores absurdos.
Moralidad, ley de asociación, progreso, libertad, orden político y principios religiosos, cuestiones son las más importantes de la Sociología, y son también, como hemos visto, las que constituyen un arcano, para los sistemas naturalistas, y las que les obligan á formular irrealizables y absurdas hipótesis. ¿Cómo quieren, pues, tropezando con tales obs-táculoSi formar la ciencia sociológica?
El espiritualismo, en cambio, resuelve todas esas cuestiones con suma facilidad. Un solo libro, el Catecismo, le basta para dar solución al problema religioso y para establecer las bases de la Moral. Explica el progreso, por la unión cada día más íntima y real de Dios y el hombre. Pone término á las luchas políticas, por la combinación armónica de los principios de libertad y autoridad. Y ve en la ley de asociación el impulso ingénito dado en nuestro espíritu, que nos une con los que tienen nuestro mismo origen y se dirigen á nuestros mismos fines, con los que viven de nuestra propia vida. La afirmación de Dios, la afirmación del espíritu y la afirmación de la caridad, son suficientes, para resolver problemas, que por otros caminos producen grandes perturbaciones y sólo encuentran dificultades insuperables.
Fácil es ahora contestar la pregunta, resolver la cuestión que aquí estudiamos. De las anteriores, brevísimas consideraciones, se desprende con claridad la siguiente consecuencia: las afirmaciones de las ciencias morales y políticas, aun suponiendo que sean hipotéticas, dan base más segura á la Sociología, que las hipótesis, llamadas observaciones, de las ciencias naturales.
Tiempo es ya de resumir. Lo que se conoce con el nombre de moderna Sociología, es una ciencia social, que quisieron construir los naturalistas, sin otro auxilio que el de la
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observación y el de la experiencia, por creer insuficiente la que hasta aquí han formulado, por otros métodos, los meta-físicos, moralistas y filósofos. Pero es el caso, que por los procedimientos empíricos, no han podido llegar á los fundamentos, ni resolver los problemas de esa ciencia, y como ya estaban animados de este propósito, no han tenido valor para confesar su derrota, y faltando á sus promesas, han construido con hipótesis, lo que no podían formar con verdades demostradas, y lo han construido con hipótesis á todas luces falsas, contradictorias, que no -ponen en claro aquellos puntos que estaban oscuros y que introducen confusiones en los que estaban resueltos. La primera parte, ó sea el carácter hipotético de las afirmaciones naturalistas, se prueba recordando la manera cómo explican la creación del Universo; y la segunda, ó sea su insuficiencia, viendo cómo resuelven las cuestiones que se refieren á la moral, al progreso, á la sociabilidad, al orden político y á la rehgión, que son los asuntos capitales de la ciencia social. Enseñanzas que nos han hecho afirmar, que la Sociología, si así se la quiere llamar, encuentra bases más seguras que en las ciencias naturales, en las morales y políticas, guardadoras de todas las verdades filosóficas y de todas las creencias religiosas, que han servido de fundamento á la civilización moderna.
Proclamemos muy alto la necesidad perentoria en que se hallan, los llamados en conjunto espirituaystas, de poner término á sus luchas intestinas, de organizar sus conocimientos y sus estudios, de unirse en verdadera y estrecha alianza y de aprestar sus huestes, para singular combate, peleando con fe y energía, cuando llegue el momento oportuno, si es que no ha llegado ya, hasta concluir con los falsos principios, que introducen tantas confusiones y debilitan las fuerzas civilizadoras de nuestros días. Si esto no hacen, si no siguen estos caminos, tengan la seguridad de que verán días muy tristes ¡sin sol y sin esperanza!, y cuando quieran poner remedio, acaso sea tarde, acaso el mundo civilizado esté herido de muerte, que las señales del tiempo, semejantes son á las que anunciaron las ruinas de otras sociedades.
No se confien, creyendo que ciertas teorías no pasarán de
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la esfera científica, como parecen indicar algunos de sus mismos defensores, Lange y Spéncer entre otros. Las pretensiones crecerán al crecer de los días, y lo que hoy se da como verdad especulativa, se querrá practicar mañana. Esta es la historia de siempre.
¡A trabajar, pues, por los grandes ideales! Un camino queda, camino de salvación. Agrupémonos todos al único esplritualismo cierto, al que representa el Cristianismo, y el triunfo será nuestro, luchando al amparo del árbol de verdadera libertad, de la Cruz bendita, donde se redimió el Universo.
CRISTÓBAL BOTELLA.
LA JUSTICIA EN EL IMPUESTO
CONFERENCIAS PRONUNCIADAS
EN EL ATENEO CIENTÍFICO, LITERARIO Y ARTÍSTICO DE MADRID
D. RAIMUNDO F. VILLAVERDE
EN LOS DÍAS 27 DE FEBRERO, 6 Y 20 DE MARZO (l)
Conferencia del 6 de marzo.
EÑORES: Deducido en la conferencia anterior el derecho del Estado á percibir el impuesto, no de los servicios individuales que procura, sino de la necesidad de su existencia, llegamos fácilmente
á estas deducciones: el impuesto debe ser general, como el poder mismo del Estado, que á todos se extiende; debe ser proporcional á los medios de cada uno, única fórmula de igualdad en el seno de las desigualdades sociales.
Esa justa proporcionalidad es el ideal á que tiende todo buen sistema tributario; pero ideal al fin, cuya realización absoluta y perfecta está vedada á la limitación de los medios humanos. No sin razón y profundo sentido censura Blunts-chli la facilidad con que damos curso á ciertas fórmulas mo-
( l ) Véase la pág. 273 del tomo XLIV.
LA JUSTICIA EN EL IMPUESTO 2 9
dernas que conducen á hacer inconciliables la teoría y la práctica provocando intolerables pretensiones. «Asi se ha sostenido, añade el sabio catedrático de Heidelberg, que todas las contribuciones han de ser proporcionales á la fortuna, y que por consecuencia el impuesto debe ser único y directo. Ningún Estado ha consentido en aceptar ese principio, del cual se hace la expresión necesaria de toda justicia, y que suprimiría las contribuciones más productivas y las más fácilmente soportadas ( i ) .
Dispensadme que haya puesto el enunciado de la doctrina que hoy me propongo examinar bajo la autoridad de un escritor que la juzga tan severamente. La teoría del impuesto único y directo ha gozado de gran prestigio eñ la escuela individualista radical, que todavía la sostiene, presentándola como el ideal teórico de la justicia tributaria y aun como su fórmula práctica en el porvenir. El Congreso de economistas celebrado en Lausanne en 1860 proclamó no sin dificultades ni sin restricciones esta doctrina, bajo la moderadísima forma de los siguientes acuerdos: «Se puede reducir á un pequeño número de impuestos, y en el porvenir á un impuesto único, las diversas contribuciones que nuestros Estados modernos han tomado de la fiscaüdad de los antiguos. Semejante trasformación será de día en día más posible y fácil con el progreso de las libertades públicas, de la independencia de las naciones y de la civihzación en general. El impuesto, para ser justo, debe abrazar todos los elementos de la riqueza, y gravar á la vez el capital y la renta y también las adquisiciones á título gratuito.» Harto claramente revela esta fórmula ecléctica, producto de una transacción entre los partidarios de diversas teorías, que ya entonces la del impuesto directo y único proporcional á la renta, verdadera expresión de la ortodoxia economista, empezaba á decaer.
Esa idea seductora por su sencillez, como tantas otras de las que acreditó pasajeramente el individualismo radical en la primera mitad del siglo presente, no era nueva.
(1) £1 derecho público general.—Libro VIII: El cuidado de la economí» pública.—Capítulo V; El impuesto.
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Se cita entre nosotros un proyecto del Marqués de los Vé-lez, superintendente general de la Real Hacienda en 1688, proponiendo al Consejo la refundición de todos los tributos en uno, no por capitación, sino por numeración de fuegos, siguiendo la norma y estilo de muchas provincias, y particularmente del Reino de Ñapóles (i) . En 1749 el ilustre Marqués de la Ensenada, deseando acabar con los males que destruían la prosperidad de la agricultura y de la industria de las provincias de Castilla y León, bajo el peso de las alcabalas, los cientos y millones; obtuvo de D. Fernando VI un decreto por el cual suprimía los tributos sobre los consumos y creaba la única contribución directa de 4 rs. y 2 maravedises por ioo sobre las utilidades líquidas de las tierras, industrias, ganados", casas y comercio de los poseedores legos, y de 3 rs. y 2 mrs. sobre los mismos bienes de los eclesiásticos. Para realizar tal pensamiento se ordenó y llevó á cabo la formación de un catastro general; mas la contribución única no llegó á plantearse por las dificultades de la práctica y por la resistencia de los contribuyentes. Sin mayor éxito renovó el mismo empeño D. Carlos I I I , cuyo decreto de 4 de julio de 1770 quedó sin efecto también, «ya fuese—dice el Conde de Cabarrús en el Elogio del Conde de Gausa—porque el aparato de un catastro desconocido y dispendioso disgustase á los pueblos, ó porque familiarizados con la operación, vieran con sobresalto la imagen nueva y peregrina de una verdad que no podían conocer y favoreciesen las ocultaciones sugeridas por el interés parcial.*
Mas, sobre todo en Francia tuvo durante el siglo XVIII, el impuesto único, numerosos y ardientes defensores. El Mariscal Vauban, al fin de sus gloriosos días (1707), escribió el diezmo real, reclamando la creación de un solo impuesto, vigésima 6 á lo sumo décima de todas las rentas. No era absoluta la unidad del tributo ideado por el ilustre ingeniero de Luis XIV, puesto que admitía las aduanas exteriores y los derechos de registro; mas no lo es tampoco por regla gene-
(1) Diccionario de Hacienda, por D. José Canga Arguelles.—Edición de Madrid, 1833, pág. 356.
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ral en ninguna de las teorías que revisten algún carácter práctico. El mismo Congreso de Lausanne salvó de su anatema contra los impuestos múltiples á los que pesan sobre las a.dquisiciones á titulo gratuito, á alguno de los indirectos de coiÉumo sobre artículos como el tabaco, no necesarios para la vida> y á los que gravan el activo neto ó líquido de las sucesiones, según un tipo gradual menos sensible sobre las herencias directas.
La verdadera defensa del impuesto único es la formulada cincuenta años después del diezmo real por los fisiócratas, como parte de su doctrina económica, con todo el encadenamiento ordenado y lógico de un sistema que tuvo inmenso eco y alcanzó considerable prestigio. El libro de Vauban había sido condenado al pilori y el cuadro económico de Qües-ney se imprimió á la vista y bajo la dirección de Luis XV. Bien es verdad que menos tolerante el Monarca con la teoría del impuesto del Marqués de Mirabeau, fué el amigo de los hombres condenado á diez días de prisión y después á un destierro, mientras el Dr. Quesney, jefe de la escuela, cui-^daba de la salud del Rey,, alojado en su palacio de Versalles.-
La doctrina tributaria de los fisiócratas es bien conocida. Para ellos no había más riqueza verdaderamente productiva que la territorial. La industria, decían, las artes, el comercio, todas las otras aplicaciones de la actividad humana reintegran los gastos de producción, remuneran el trabajo, compensan ó rinden el interés del capital; sólo la tierra, además de asegurar todos estos beneficios al que la cultiva, ofrece un exceso de utilidad, una renta, un producto neto al propietario. La industria transforma, la agricultura crea. Los fisiócratas sostuvieron, partiendo de este principio fundamental, que todo impuesto repercute en definitiva sobre el producto neto de la tierra. «Exigidlo, decían, al capitalista, y él por necesidad elevará el interés de sus préstamos al propietario. Gravad las subsistencias, reduciréis el consumo, con el consumo la demanda, con la demanda el precio, con el precio la renta. El consumidor no paga la contribución indirecta sobre el vino ó sobre los granos; la paga, en definitiva, el propietario, que si no vende más barato que antes de la creación del
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impuesto, venderá menos y tendrá que dedicar parte de sus campos á cultivos menos beneficiosos. La agricultura, en suma, produce los alimentos del hombre, las primeras materias de la industria; todo gravamen que en una ú otra forma se dirige á éstas ó aquéllos, recae, dificultando su consumo y su producción, sobre el propietario territorial. No uséis de intermediarios onerosos; pedid el impuesto en forma directa y única al propietario, verdadero contribuyente, más interesado que nadie en que no recarguen su sacrificio gastos innecesarios.» Tales , en breve compendio, la doctrina de la unidad del impuesto sostenida por los fisiócratas; doctrina leal y lógica, pero sin valor real, ya por la inexactitud del supuesto en que descansa, ya porque en sus deducciones idteales prescinde totalmente de los hechos.
Este es, sin embargo, el origen de la teoría del impuesto único. Nació con carácter científico en el siglo XVIII; tuvo por mantenedores á los fisiócratas; la patrocinaron sin resultado grandes Ministros, Ensenada y Turgot; ha figurado luego entre los principios de la escuela economista, aunque no de toda ella, como la prueba la necesidad de descontar del número de sus partidarios á Adam Smith y á Juan Bautista Say.
Juzguémosla rápidamente bajo esta fase. Nada más seductor y apetecible que esa solución expedita é ideal del arduo problema del impuesto. Una parte estrictamente proporcional de la renta líquida de cada uno, tomada por el fisco en forma directa, sin trabas, sin resguardos, sin arrebatar brazos á la agricultura ni á la industria, con libertad completa de fabricación, de cultivo, de tráfico, sin formalidades ni vejaciones; parece ver á la riqueza llevada por la ley de la gravedad á las arcas públicas sin sacrificio y sin esfuerzo; mas semejante idilio suprime por entero la realidad como la hipótesis fisiocrática. Podría realizarse en el seno de la tranquila Arcadia, soñada por los individualistas radicales bajo un Estado sin obligaciones y en paz perpetua; pero no responde á las exigencias de esta civilización turbulenta y dispendiosa en que vivimos, de ejércitos, de armadas, de deudas, de aumento incesante de los gastos públicos. En ella,
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según uno de los últimos y más distinguidos maestros de la ciencia fiscal, Mr. Leroy Beaulieu, cuyo abolengo individualista es bien notorio, sólo puede el impuesto único ser pre-dicho por espíritus quiméricos ó superficiales. No llena, con efecto, la primera condición práctica de todo sistema tributario: su productividad en la medida de las necesidades del Estado. El impuesto directo, único 6 no, debe en buena doctrina contenerse dentro de límites moderados, que sólo salva á espensas de su productividad y de su justicia, pues el hecho de la ocultación las combate y perturba irremediablemente. Los presupuestos modernos no pueden ni podrán, en cuanto tiempo abarca la previsión humana, ser atendidos con un solo irepuesto.
Basta fijarse con alguna atención en los hechos, par«. comprender lo irrealizable de esta ilusión del impuesto único. Su teoría se funda en la fácil y segura difusión del gravamen que impone á la riqueza. El propietario, el industrial, el capitalista, sobre cuya renta pesaría la equivalencia líquida de todos los demás impuestos suprimidos, tienen que indemnizarse de una parte de su sacrificio elevando el precio de los productos y el interés de los capitales; pero no podrían hacerlo, porque vendría á impedirlo la concurrencia extranjera de los capitales y de los productos no gravados en otros pueblos con una carga semejante. Esta innegable dificultad ha sugerido á algunos economistas el recurso de admitir, no sin inconsecuencia, al lado del pretendido impuesto único derechos compensadores ,de importación, como se hizo en el primer sistema tributario de la revolución francesa, y ha arrancado á otrOs más sinceros la confesión de que tal doctrina necesita fundarse en una de estas dos hipótesis igualmente ilusorias: la del aislamiento absoluto'del país á que se aplica, ó la de que una utopia jamás planteada en ningún pueblo haya de ser admitida simultáneamente por todos.
Es del mayor interés profundizar un tanto este aspecto, de la cuestión, decisivo no sólo en favor de la forma múltiple del impuesto, sino también en defensa de su forma indirecta, como veremos en la conferencia siguiente,
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Suponed un pueblo que acoge el impuesto directo y único rodeado de otros que conservan la pluralidad de contribuciones hoy universalmente en uso. Tendrán esos Estados vecinos cuantiosos impuestos de consumo que nunca se exigen á los artículos destinados á la exportación; tendrán impuestos directos moderados gracias á la existencia de los indirectos; tendrán derechos de aduanas sobre los artículos que importen, y será raro que los mantengan sobre los que exporten, por no existir ya de esta forma de imposición sino muy contados ejemplos; percibirán, en suma, cuando menos sobre los artículos extranjeros, aun descartando toda idea de derechos protectores, los derechos fiscales equivalentes á su impuesto indirecto interior. Esta organización les permitirá enviar sus pt-oductos al país de impuesto único sin otro recargo tributario de origen que el peso leve de las contribuciones directas; no sufrirán en él ningún nuevo gravamen, merced á la supresión total de los derechos de aduanas y consumos; irán á hacer, en suma, al pueblo innovador que nos sirve de ejemplo una concurrencia abrumadora en su propio mercado, cuyo primer efecto será impedir que los productores sometidos al régimen de la unidad difundan ó repartan elevando los precios el gravamen del impuesto único. Sería éste, como se ha dicho con acierto, una prima otorgada á la importación extranjera, al propio tiempo que un recargo contra la exportación nacional. Esos productores, sometidos en su país á situación tan opresiva, no podrán buscar en otros mercados las ventajas que el suyo les niega; exportarán sin poder librarse del impuesto directo, que no admite drawhacks, y pagarán sin compensación en las naciones á que lleven sus mercancías los impuestos indirectos de consumo, si es que no sufren recargos aduaneros.
Acaso estimulado por el interés teórico del asunto, me aparto del objeto primordial de mi estudio. Una fase de la justicia fiscal es, con todo, la que acabo de desenvolver, y pasando á otras, no es lícito recordar que Mr. de Girardín contrapuso en su famoso libro el impuesto único al impuesto inicuo, sin recordar también que otro escritor de ingenio paradógico y brillante como el suyo, le contestó diciendo
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que el impuesto único sería el compendio y la cifra de todas las iniquidades fiscales, pues traduce y realiza la imperfección común á todo impuesto y resume la propias de cada uno. Hay, en efecto, una parte irreducible, inevitable, de injusticia en toda forma de imposición; la más equitativa en teoría conduce á numerosas desigualdades en la práctica. Cuando el impuesto es único, los errores son ineludibles y recaen, todos en la misma dirección sobre -íl contribuyente; cuando es múltiple, las desigualdades se destruyen y compensan, produciendo cierto equilibrio que las hace insensibles, como lo es el peso de la atmósfera, porque obra sobre nosotros en todas direcciones. Esa repetida imagen encierra una verdadera teoría basada en la observación, inducida de los hechos, y aceptada por Say y por el mismo Smith, que sentó acaso el primero este principio: la pluralidad de los impuestos es, bien aplicada, una garantía contra sus injusticias particulares.
Científicamente juzgado, el sistema del impuesto único parte del error que supone á la incidencia regida por una ley patente y senc'Ua que permite al legislador dirigir á su voluntad el gravamen que exige. No hay, en realidad, impuesto único, puesto que la incidencia y la repercusión lo fraccionan y diversifican.
Otra objeción fundamental contra su valor teórico y su justicia puede derivarse de la elección de su base, estrecha si se opta por el capital, indeterminada si se prefiere la renta, incompleta é injusta en ambos casos. La condición esencial del sistema que juzgo consiste en no dejar libre de impuesto ningún beneficio, ninguna utilidad. ¿Es esto posible con tal régimen? Veámoslo penetrando en el estudio del capital y de la renta como bases de la contribución única.
El impuesto no ataca al capital por la sola razón de que se halle establecido sobre el capital, ni se limita á gravar la renta por la mera circunstancia de tenerla por base. Si mi capital es de 200.000 pesetas y de 10.000 mi renta, un impuesto de 10 por loo sobre esta última importaría i.ooo pesetas, y no gravará mi capital si me reduzco á gastar las 9.000 restantes; pero podrá atacarle si sigo gastando las 10.000
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íntegras, como antes de la creación del impuesto. Una contribución de I por ICO sobre el capital importará 2.000 pesetas, y no mermará el capital si contengo en la cifra de 8.000 pesetas mis gastos anuales. Parece vulgar esta explicación de puro sencilla, y fué, sin embargo, necesaria en las obras de David Ricardo (i) para fijar los términos de una polémica que aún dura entre los partidarios de una y otra base tributaria. Impuesto sobre el Capital es el impuesto que se calcula refiriéndolo al capital impuesto sobre la renta, es el que se calcula refiriéndolo á la renta; pero uno y otro se satisfacen de las utilidades anuales, ó esto procuran al menos por regla general los contribuyentes, y no pretenden tampoco en general otra cosa los defensores del primer sistema.
No quiere esto decir que no haya entre uno y otro ninguna diferencia de fondo. La diversidad de forma la entraña ya de suyo por la varia capitalización de las utilidades, y por otra parte, hay capitales sin renta, y hay rentas sin capital: capitales sin renta, como las colecciones de cuadros, las alhajas y otras riquezas improductivas de que tanto hablan los novísimos adalides de esa 'doctrina, y singularmente Mr. Menier, industrial y economista, que lleva hoy á la propaganda del impuesto sobre el capital un ardor semejante al que ha puesto Mr. Cernuschi, economista y banquero, en la defensa del bimetalismo; rentas sin capital, como el jornal del obrero, los honorarios de las profesiones, la utilidad directa de las facultades humanas.
Tales son las únicas, aunque importantísimas diferencias reales entre ambos sistemas. El impuesto sobre la renta no atiende á la capitalización de las utilidades ni grava los capitales improductivos; pero la base del impuesto sobre el capital resulta en nuestros días mucho más estrecha, porque excluye todos los beneficios que procura el trabajo manual ó intelectual, parte considerable en la época moderna de las utilidades sociales.
En cambio, una y otra forma tributaria se parecen y con-
(1) De los principios de la Economía política y del impuesto, capítu
lo VIII.
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funden en la tendencia esencial y característica de la contribución directa y única á establecerse sobre la cuantía meramente aritmética de la fortuna, prescindiendo de su naturaleza económica. El impuesto sobre la renta la grava por su importe, sin distinguir la verdadera renta del beneficio industrial, ni este beneficio del interés de los capitales, ni el interés del salario. El impuesto sobre el capital le persigue sin otra norma que su evaluación, no considerando si es inmueble ó moviliario, y aun sumando uno y otro á pesar de sus heterogéneas calidades. El impuesto único sobre el capital ó sobre la renta, di;;amos como en Lausanne sobre la fortuna, adolece del vicio innegable ante la justicia de no distinguir la condición económica de las diferentes riquezas que grava.
No me permite el tiempo desarrollar una clasiü^ación tan abundante en géneros y especies, tan rica en matices, como sabéis todos; pero tomaré los tres grandes tipos generales de utilidad ó producto de la riqueza esencialmente diversos: la renta, el interés y el salario.
La renta de la tierra nace de un capital permanente, imperecedero, y su valor además crece con el tiempo.
El interés del capital es decreciente, por el contrario, y el beneficio de la industria proviene de un capital que se destruye.
El jornal ó los honorarios del trabajo humano son contingentes, puesto que dependen de este depósito inseguro y precario de la vida.
¿Es justo equiparar ante la fórmula aritmética del impuesto único utilidades tan varias? ¿Es lícito sacrificar á la sencillez ó á la belleza de una teoría las necesidades déla realidad económica y las condiciones mismas del derecho? ¿Es soste-nible, en suma, una distribución de las cargas públicas que no atendiendo sino á la cuantía de los capitales ó de los productos, prescinde de la capitalización ventajosa de la renta del propietario, de la amortización del capital industrial, del seguro en las utilidades personales?
Continuemos todavía en este análisis. Sea la misma renta de 10.000 pesetas antes tomada como ejemplo: un propia-
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tario la obtiene al 2 '/a por 100 de un capital inmueble en fincas rústicas que vale 400.000 pesetas; un capitalista la percibe al 5 por 100 dé un capital de 200.000; un tercer contribuyente la disfruta como resultado del ejercicio de una profesión liberal. El impuesto único sobre la renta pedirá indistintamente á los tres un tanto por 100 de sus utilidades con igualdad aparente, pero con agravio real del segundo contribuyente comparado con el primero, del tercero comparado con los otros dos, es decir, con notoria injusticia para todos. La del impuesto sobre el capital se revela en contrario sentido. Sus sistemas varían. El último de ellos, el defendido como más democrático por Mr. Menier, llega á eximir á los capitales circulantes; pero si consideramos á todo capital, fijo ó no,"sujeto al impuesto, resultará en el ejemplo anterior que una cuota de i por 100 sobre el capital pediría 4.000 pesetas al propietario, 2.000 al capitalista, nada al hombre que vive de su trabajo. Las diferencias, como antes indiqué, son importantes, y la distribución menos injusta, porque hay un elemento de proporcionalidad que se toma en cuenta, la capitalización; pero son muchos más los que todavía se desconocen.
La base única de la renta es desigual, la base única del capital es estrecha, y una y otra son ciegas é inseguras, obedeciendo, según he dicho, al error que supone al Estado arbitro de la incidencia del impuesto.
La cuota pedida al propietario territorial, si como en estas cimas ideales de la teoría, no quiero decir de la ciencia, debe suponerse, es moderada y fija, se convertirá en una carga del inmueble que grava, será descontada en capital de su valor por los compradores como un censo, representará un verdadero condominio del fisco. Los propietarios del porvenir, si nos colocamos para juzgar su suerte en el período inicial del impuesto, adquirirán liberadas de todo gravamen tributario sus fincas; pero, en cambio, habrá éste pesado con todo el rigor de una expropiación sobre el propietario de la época en que le supongamos establecido.
Este caso singular de incidencia teórica de la contribución sobre el suelo no se da con facilidad en la práctica; pero basta
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que pueda concebirse en teoría para que establezca una diversidad esencial entre la riqueza inmueble y la moviliaria bajo la apariencia uniforme del impuesto único.
El capitalista y el industrial se librarán de él con relativa facilidad arrojándolo en parte sobre el consumidor. Al obrero le será más difícil lograr que el fabricante divida su gravamen mediante la elevación del salario, y en los oscuros dominios de la incidencia perderá el impuesto todo carácter de unidad, como ante la diversa condición económica de los capitales y las rentas pierde toda norma de justicia.
Bien demuestra el tono general de esta conferencia, contagiada de la vaguedad de su objeto, que la justicia tributaria no cabe en esas fórmulas abstractas, pidiendo antes bien medios y caracteres que la aproximen más á la realidad en que debe cumplirse. Si la riqueza es varia en sus condiciones económicas, múltiple en sus formas para acomodarse á ellas necesita ser el impuesto. Bajo este punto de vista, y ya en el campo de los hechos, procuraré estudiarle en la conferencia inmediata.
LA GRECIA CLÁSICA
Y EL CRISTIANISMO (i)
(CONCLUSIÓN)
L cristianismo no hubiera podido jamás propagarse con aquella rapidez maravillosa con que lo hizo por las provincias asiáticas, si algunos siglos antes las legiones macedónicas de Alejandro
el Grande no hul^iesen difundido el espíritu helénico hasta el delta del Nilo y hasta los confines de la Persia. Los primeros apóstoles de la fe no tuvieron que habérselas con gentes bárbaras é incultas, refractarias á toda comprensión y á toda innovación. Antioquía, Laodicea, Epheso, Filadelfia, Cesárea, etc., eran otros tantos focos de cultura, dispuestos á recibir las ideas de reforma preludiadas por el genio conquistador de Alejandro y sazonadas después por el espíritu vivificante de la civilización romana. Muchos han dado en encarecer la misión de Constantino el Grande, á quien suele atribuirse una parte muy principal en el triunfo definitivo del cristianismo, por el hecho de haberlo erigido en religión oficial del Imperio; mas yo entiendo que no tenemos mucho
(1) véase la pág. 401 del tomo XLIV.
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que agradecerle. El Emperador Constantino, con haber sido canonizado por la Iglesia, y á pesar de todas las leyendas que rodean su memoria, sin olvidar lo de la misión miracu-losa de la cruz como signo de victoria, y los problemáticos hallazgos hechos por su madre Santa Helena, el Emperador Constantino es uno de los hombres que más daño han causado á la religión cristiana. No pasó de ser un ambicioso vulgar, un político desdichado y un padre cruel, que todo lo supeditó á los arrebatos de sus pasiones. Al establecer ese dualismo que tan fatal había de ser para la civilización, al transportar á Constantinopla, capital improvisada por él, el trono de los Césares, con el único fin de restaurar una dominación decadente, desde una nueva Roma que á él debiera su nombre y su poderío, error político que no merece disculpa y que la justicia de la historia no le perdonará jamás, estableció por primera vez esa separación del Oriente y del Occidente que perpetúa en los tiempos modernos la antigua rivalidad entre Europa y Asia, separación funesta que hubo de definirse mejor cuando los hijos de Theodosio dividieron la diadema imperial en dos pedazos, engendrando esa vergüenza de la humanidad que se llama el bizantinismo, y echando los gérmenes del cisma de Focio, en virtud del cual 80 millones de cristianos separados de la gran comunión católica viven hoy dispersos desde las cumbres del Ural hasta los altos del Sinaí, con una fe ilusoria, una esperanza nula y un porvenir dudoso, sin unidad, sin cohesión, sin disciplina, entregados á la merced de sus propios desacuerdos, y privados, quizá para siempre, de ascender á las capas superiores de la civilización. La conversión de Constantino puede justificarse por causas harto independientes de sus sentimientos religiosos. Los antiguos solían pactar con sus dioses, y si éstos faltaban al pacto eran castigados con la desobediencia. Todos los favores, como todas las desdichas, atribuíanse á la divinidad. Constantino vio que los dioses olímpicos no se mostraban muy propicios en favor del Imperio, y probó fortuna con ese otro Dios que tan fácilmente se apoderaba de las conciencias. Yo no me explico de otra suerte la conversión de Constantino. Si en la primera batalla que él
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dio invocando el signo de la Cruz no hubiera salido vencedor, es casi seguro que el nombre de Constantino no figuraría en el santoral. La religión cristiana no necesitaba de la intervención oficial para arraigarse en los pueblos. Cuando una idea debe dominar, no importa que los Gobiernos la adopten ó la rechacen; ella se impondrá por sí misma, y más si se trata de ideas como la cristiana, que está muy por encima de los Gobiernos y de las instituciones.
La época de la gran lucha entre el paganismo y el cristianismo iniciase bajo Constantino el Grande y termina en el reinado de Justmiano. El Emperador Constantino, bien inspirado ó mejor aconsejado, apareció con espíritu de tolerancia y conciliación, que sorprende cuando se observa el espíritu perseguidor y fanático que desplegó más tarde. Tuvo tolerancia mientras creyó que, con su conversión al cristianismo, los paganos quedarían reducidos á la impotencia; mas cuando vio que éstos, lejos de darse por vencidos, utilizaban sus desastres como experiencias y pugnaban por recobrar su vitalidad perdida, sus propósitos tomaron un rumbo bien opuesto. Por lo demás, su famoso edicto de Milán puede aleccionar á los que en pleno siglo XIX desconocen el sentido de la tolerancia, y, mejor aún, á los que, imitadores del gran Constantino, blasonan de tolerancia solamente cuando no están en ocasión de ejercerla. «Concedemos á los cristianos, dice el edicto, y á todos los demás, la libertad de seguir la creencia religiosa de su elección... Que á cada cual le sea permitido el dedicar su alma á la religión que mejor le convenga... porque importa manifiestamente á la paz de nuestro tiempo, que cada cual, en las cosas divinas, pueda conformarse con la regla que le parezca buena.» Esta ostentación de mansedumbre era un fuego fatuo, una maniobra política. Constantino no estaba dotado de buenos sentimientos, y la religión cristiana no bastó á dulcificárselos. Para con sus amigos era un déspota: para con sus enemigos, un monstruo. Tan buenos ejemplos daba de caridad cristiana y de virtudes domésticas á sus subditos, que hizo asesinar á su hijo Crispo, y man4ó ahogar á su mujer Fausta, en un baño ardiente; y luego, poseído de la embria-
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guez del crimen, entregóse á horribles matanzas en las personas de otros parientes suyos, amenizando estos actos de crueldad con pompas magnificas y juegos públicos.
¡Bajo donosos auspicios inaugurábase el cristianismo oficial! Constancio, el heredero de Constantino, si no le aventajó en talento, le superó en barbarie. Hizo matar uno á uno á todos los individuos de su familia, obteniendo que sus crímenes le fuesen santificados por un clero cristiano venal, formado á su hechura, y al que colmaba de escandalosos privilegios. Por milagro escapó á la carnicería el joven llamado á suceder á Constancio, el conocido en la historia por el nombre de Juliano el Apóstatu. Yo le llamaría más bien Juliano el Grande, porque su advenimiento al trono fué de gran interés ppi-a el cristi?_nismo y para la civilización. ¡Cuan hermosa es la vida de este Monarca! La presencia de Juliano en la historia bizantina era una necesidad providencial. Contaba sólo medio siglo de existencia oficial el cristianismo, y ya la divinidad de Cristo, que por ningún cristiano había sido antes de entonces puesta en duda, era negada desde el solio imperial por un prosélito de Ario, cuya herejía, reprobada por el Concilio de Nicea, bajo Constantino, pasó á ser la creencia oficial bajo el reinado de Constancio. Desde el Ponto Euxino hasta el mar Rojo, los pueblos se desgarraban en sangrientas luchas religiosas, ya para conquistar reliquias, ya para disputarse obispados, ya para dilucida,r temas dogmáticos. San Athanasio, Obispo de Alexandría, exclamaba: «Las bestias feroces no son más enemigas de los hombres que los cristianos lo son con frecuencia unos de otros.» Semejante situación no era para predisponer los ánimos elevados y los caracteres nobles en favor del cristianismo oriental. Juliano, desde niño, es apartado de los suyos; los terrores le asedian desde la cuna; el espectáculo del crimen y de la infamia es lo primero que á sus ojos se revela; recibe una edu-caf ión monástica más propia de un aspirante á filósofo que de un aprendiz de Monarca; por casualidad cae en sus manos un ejemplar de Homero, y lo devora; en el descuido en que se le tiene, nadie se apercibe de que los clásicos de Roma y Grecia son sus lectores favoritos; si niño inspiraba in-
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diferencia, adolescente, inspira recelos, y se le envía á la Ni-comedia, en donde aspira los fortificantes aromas de la elocuencia de Libanio, que trascienden á todas las escuelas paganas del Asia; es llamado á Constantinopla, para ocupar el vacío de su hermano, que el Emperador mandó asesinar; pero Juliano ahógase en aquella atmósfera corrompida, p de que lo saquen de allí, y con gusto lo confinan á Atenas; asiste al renacimiento de la filosofía griega; frecuenta todas las escuelas, estudia con asiduidad los restos dejados en aquel glorioso sutlo por las tradiciones de la Academia y del Lyceo; infiltra en su espíritu las doctrmas neo platónicas, emanadas al inñujo de la escuela alejandrina; tiene por condiscípulos á esas dos lumbreras de la cristiandad, San Gregorio de Nissa y San Basilio el Grande; se ejercita en la dialéctica y en el sofisma, y empapa su espíritu en las ideas del heroísmo primitivo y de la virtud clásica; á los veinticuatro años de edad, sin hallarse avezado á cierta clase de riesgos, ni haber recibido educación militar alguna, su primo el Emperador lo manda á la Galia para que reprima una formidable insurrección, al frente de una ridicula legión de 300 hombres; apenas llegado, inicia brillantísima campaña, muéstrase un gran capitán, somete á los galos, organiza un ejército, su renombre cunde por el universo; desde Bizancio, la envidia mueve todos los resortes, fraguase la perdición del improvisado caudillo; pero éste, lejos de caer víctima de las intrigas, es proclamado Emperador por sus propios soldados; declina esta honra; todo inútil; Ja suerte sonríele de la manera más completa; Constancio, al aprestarse á ir contra él, fallece, y Juliano ve confirmada su proclamación en Constantinopla, por los sufragios del pueblo entero; como Alejandro el Grande, muere antes de los treinta años de edad, en una campaña contra los persas; quiere morir como un sabio, ya que supo pelear como un héroe; al sentir acercarse su hora postrimera, requiere su caballo y su lanza, rodéase de sus amigos, y en \in discurso semejante á la última lección de Sócrates, manifiéstase contento de morir joven y en el goce de la fama, y da gracias á los dioses por haberle permitido disfrutar los beneficios de la virtud y Je la sabiduría. ¿Puede darse una existencia más
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interesante y con más provecho empleada? Cierto que Juliano persiguió alguna vez á los cristianos; unos excesos atraen otros; y justo era que Juliano usase de su derecho de legítima defensa, contra quienes no hallaban escrúpulo en emplear contra él todas las armas desleales. Hasta en los actos de intolerancia estuvo Juliano prudente y hábil. No coartó jamás á los cristianos el ejercicio de su culto ni la ostentación de su teología; limitóse á impedirles que enseñasen las letras profanas; «quien enseña á sus discípulos, dijo, una cosa que él mismo no cree, tan distante se halla de hacer un buen maestro como un hombre honrado. Interpretad á Mateo y á Lucas. Contentaos con creer y no queráis conocer.» ¡ Apóstata el Emperador Juliano! ¿Por qué apóstata? Y sin embargo, durante mucho tiempo hase tenido por indiscutible esta acu sación: sólo á mediados del siglo XVIII, un cura católico, el abate de La Bletterie, profesor en el colegio de Francia, pretendió librar de aquel dicterio al simpático Monarca". Hubie-ro sido apóstata en caso de hacer traición á sus principios, á su conciencia y á las tradiciones de sus antepasados: Juliano nació con un alma puramente griega; por sus venas circulaba la sangre de la antigüedad clásica. Homero fué su profeta, Alejandro su modelo, la theurgia su culto. En Atenas, su ciudad predilecta, vivía como en su elemento. Para él no había pasado la edad de los filósofos. Su corazón invitábale á acariciar las sublimidades de la edad vieja; su educación impedíale apreciar lo meritorio y profundo de las ideas nuevas. ¿Quién duda que Juliano no cometiera faltas? ¿Mas quién osará pretender que su conducta, en tesis general, no respondió á las causas más lógicas? ¿Quién osará negarle una plena justificación? Su apego natural á la virtud no le permitía seguir un sistema que le hubiera inevitablemente arrastrado en sentido opuesto. El cristianismo, tal como lo halló Juliano, nada ofrecía de seductor, y para él no evocaba sino los recuerdos más tristes y los ejemplos más abominables.-Si hay una Providencia que rige los movimientos de la historia, poderoso agente suyo fué Juliano, el que con una austeridad y modestia sólo comparable en grandeza con la gloria de sus hechos, representaba la trasnochada religión del sensualismo
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y del orgullo, enfrente de los que, pavoneándose como adalides del Evangelio, de ese código de caridad y mansedumbre, daban el espectáculo del fanatismo, de la soberbia, de la pompa ridicula, encenagados en la corrupción sensual y enamorados perdidamente del crimen.
Con Juliano alcanzó su apogeo aquella brillante escuela de Alejandría, que fué como una galvanización del helenismo. Nunca se vio tan bella, tan depurada la idea helénica, como en aquel fugaz período^ chispa perdida entre los escombros del derrumbado edificio, que prendió de nuevo al soplo de la theurgia oriental. La filosofía, expulsada de Grecia, corrió á refugiaise á un suelo virgen aun, á la ciudad de los Ptolo-meos. Del contacto de las diferentes doctrinas originóse un eclecticismo, con preponderancia de la doctrina de Platón, á lo que se debió el neoplatonicismo. Las religiones del Oriente, uniéndose al espíritu griego, aportaron á la escuela de Alejandría un fondo de misticismo, que acaso fué el secreto de la competencia tenaz que la doctrina neoplatónica pudo sostener con las ideas cristianas. Libanio se distinguió en esta campaña como orador, Jámblico como filósofo, Juliano como político. Proclo coordinó todos los principios de la escuela. En él admírase, á los fulgores de una nueva luz, la metafísica espiritualista de Platón. Henos aquí, pues, ala solución suprema que debía esperarse de la filosofía antigua: el más puro monotheismo. Tal es el punto de enlace de los cristianos con los paganos. Según Proclo, existe algo incorpóreo que no ha sido creado y que lo creó todo. Yo reto á los teólogos modernos á que me presenten una definición más completa del Dios infinito y eterno. «Por la unidad de nuestra naturaleza, dice Proclo, conocemos el Uno perfecto. Por medio del esfuerzo del éxtasis, opérase la identificación del hombre con Dios.» Las otras causas de la existencia de Dios son la unidad, la perfección y la causa primera. La doctrina platónica emplea la dialéctica de la razón; la neo-platónica la dialéctica del amor. En la tecnología cristiana, la dialéctica del amor se llama la fe.
Ni lo vicioso de las instituciones, á cuyo amparo habíase puesto el cristianismo, ni la corrupción patrocinada y fomen-
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tada por el poder supremo, ni los floridos renuevos de la filosofía eran circunstancias favorables al desenvolvimiento de los principios cristianos. Pero surgieron alsjunos hombres de mérito excepcional que lo mantuvieron á flote en medio de la tormenta. Varios de los que conocemos con el nombre de padres de la Iglesia estaban dotados de un genio en cierto modo sobrenatural, pues yo creo que dependía menos de la naturaleza humana de aquéllos, que de la naturaleza divina de las ideas cuyos paladines eran. El cristianismo naciente produjo aquellos grandes hombres porque los necesitaba; ignoro si aparecerían de nuevo, en caso de que sobrevinieran para el cristianismo momentos tan delicados como los de su infancia: la verdad es que, á partir de entonces, nuestra religión no ha logrado engendrar hombres de tan potentísima talla. Odiosas suelen ser las comparaciones, y á más de odiosas ilógicas, cuando las circunstancias no admiten paralelo posible. Sin negar á las lumbreras que ilustran la historia del cristianismo los méritos que á cada cual correspondan, no me cansaré de proclamar que en los siglos III y IV tuvo aquél los primeros oradores, los mejores dialécticos, los más sabios legisladores, las más poderosas inteligencias, los más íntegros y robustos caracteres. Un escritor contemporáneo, Mr. Villemain, se ha complacido en comparar á Bossuet con todos y cada uno de los padres de la Iglesia, con el objeto de ensalzarlo por encima de todos ellos. En opinión de Mr. Villemain, Bossuet es como la personificación del genio cristiano, es el summum de lo grande y de lo sublimé, es el alpha y omega de la inteligencia humana. Homero, Píndaro, Demósthenes, Virgilio, Gregorio Nazian-zeno, Basilio el Grande, Juan el Crisóstomo, Dante, Tasso, Shakespeare, no son sino riachuelos que contribuyen á engrosar el caudal de ese río magnífico que se llama Bossuet. Bosuet es el resumen, es el compendio de toda la poesía, de toda la oratoria, de toda la filosofía cristiana, de todo lo bello, de todo lo perfecto; un coloso, en fin, cuyas proporciones no caben en el entendimiento humano. San Juan el Crisóstomo, con quien Mr. Villemain compara á su patrocinado, usando del conocido sistema de rebajar los méritos
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del uno para ensalzar los del otro, no ha tenido la fortuna de dar con un apologista tan fanático como Mr. Villemain, y no lo necesita en verdad; que bajo cualquier aspecto que lo consideremos, como hombre, como cristiano, como canonista, como orador, ó bien mirando tan sólo los frutos de su obra, San Juan el Crisóstomo descuella, puesto al lado de Bossuet, lo que el coloso de Rodas al lado de una estatuilla de Tanagra. Dificulto que Bossuet, con el carácter personal que le era propio, hubiese llegado en el siglo IV á superar la altura de los Sinesios, de los Athanasios, de los Basilios. Mal hizo Mr. Villemain en ponerlo en paranejón con el Cri-sóstomo, porque ahí sí que no media término alguno de comparación. ¡Qué diferencia entre el admirable discípulo de Libanio, el asceta de la Syria, el ángel tutelar de Antioquia, el sol de las conciencias cristianas, aquel cuya elocuencia hacía temblar á los pueblos y á los Reyes, el ídolo de las masas, la pesadilla de la majestad corrupta, el que convirtió la cátedra de Santa Sophía en la tribuna del Pnyx del cris- ^ tianismo, el primer Arzobispo del orbe, que desdeñaba el oro y la púrpura y vivía casi de limosna, el austero, el humilde, el mártir que con sus lágrimas y con su sacrificio trató de disipar la vergüenza en que yacía la sociedad cristiana, y el • pomposamente denominado águila de Meaux, el teólogo palaciego, el predicador de la corte, el divinizador de Luis XIV, el párroco de la Delfina, el oráculo de las antesalas, el apóstol aristócrata, cuyas homilías sirvieron más para entretener á los poderosos que para infundir aliento y resignación á los débiles! ¡Gran diferencia entre este prelado adulador que halagaba los instintos de los Príncipes á quienes servía, deificando la potestad real ea estos términos: «La autoridad del Rey es absoluta; el Príncipe á nadie debe dar cuenta de sus actos; los Príncipes son los dioses, según la Escritura, y participan en cierto modo de su divina esencia; contra la autoridad del Príncipe no puede haber más remedio que su propia autoridad; no existe fuerza coercitiva contra el Príncipe; todo el Estado reside en él; la voluntad de todo el pueblo se encierra en la suya; no debe investigarse cómo se estableció el poder del Príncipe hasta que se le encuentre establecido
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y reinante; no es permitido, bajo ningún pretexto, alzarse contra los Principes;^al carácter real es inherente una santidad que no puede ser borrada por ningún crimen, ni siquiera tratándose de Principes prevaricadores...» gran diferencia, repito, entre quien así se expresaba y aquel prelado que, después de domarlos instintos de la plebe, como domaba los de los Monarcas, dirigíase á sus feligreses para decirles: «Yo os amo como vosotros me amáis, ¿qué sería yo sin vosotros? ¡Vosotros sois mi padre, mis hermanos, mis hijos; vosotros sois para mí todo el mundo; yo no tengo goce ni dolor que no sea también vuestro, y cuando uno de vosotros perece, perezco yo también!» Admire quien guste el arranque oratorio de Bossuet, cuando éste, ante la más orgullosa de las cortes europeas, pronuncia las célebres palabras del Bccksias-tes: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad.» Dejad que yo admire al Crisóstomo, cuando al tener en sus manos la vida de su enemigo mortal, el eunuco Eutropio, que acosado por las irritadas turbas habíase refugiado en el santuario de Santa Sophía, en uso del derecho de asilo que él combatiera siempre, con el fin de esgrimir un arma contra el virtuoso Arzobispo; dejad que yo le admire cuando abre la puerta del santuario, donde aparece Eutropio arrodillado, transido de miedo é implorando misericordia, cuando se coloca sobre el umbral, arroja con su presencia un reto á la desenfrenada 'muchedumbre que ha invadido el templo, y la desarma, pronunciando la más brillante de las improvisaciones, la que empieza: «Vanidad de vanidades, dijo el Ecclesiastes, vanidad de vanidades, todo es vanidad.»
Y cuenta que San Juan el Crisóstomo era un discípulo del paganismo, educado por su madre en los ejemplos de la virtud pagana, y por Libanio en las lecciones de la filosofía y de la elocuencia helénicas. La corrupción cristiana del siglo IV no pudo hallar, para ser confundida, mejor atleta que el Crisóstomo. Era la elocuencia de éste un ariete al que no resistían ni los vicios del pueblo, ni los vicios del clero, ni los vicios de la corte. Tres plagas pesaban sobre los sacerdotes bizantinos: la lujuria, la gula, la avaricia. Casi todos ellos se amancebaban con una clase de mujeres nombradas agapitas,
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que habiendo hecho voto de virginidad, consagrábanse á Dios, viviendo en comunidad, ó más bien en concubinato, con los ministros de la Iglesia. El Crisóstomo increpábales así: «San Pablo decía: No seáis esclavos de los hombres; y yo os diré: cesemos de ser esclavos de mujerzuelas que nos arrastran á la perdición. No nos ha provisto Dios de armas espirituales para que seamos siervos de miserables hembras. ¿Oís á lo lejos el clarín que resuena? El enemigo da el asalto á nuestra ciudad. Los defensores son llamados á la brecha. Todo el mundo acude) excepto un soldado que se encierra en su casa y deposita, su daga, pues debe permanecer sentado á los pies de una mujer. ¿Lo sufriríais vosotros? ¿No hundiríais su puerta, para coger al cobarde y atravesarle el cuerpo con vuestra espada? Pues bien. Hé aquí lo que yo intento con vosotros. Hay que apresurarse, porque el contacto de las mujeres afemina. El león más soberbio y más bravo, si se le corta la crin, si se le arrancan los dientes y las uñas, no es sino un objeto ridículo y vergonzoso, déjase conducir por un niño, no le quedan más que inútiles rugidos. El sacerdote degenera en mujer desde el momento en que vive entre mujeres.» ¿Combate el Crisóstomo los abusos y los vicios del clero? Natural es que el clero se declare su más implacable enemigo. La corte lo arrebató á su querida Iglesia de Antio-quía, lo elevó sobre el primer trono eclesiástico de Oriente. ¿Creéis que corresponderá, como corresponden otros muchos, á los beneficios de la corte, descendiendo al nivel de ésta? ¡Ah! ¡Cuánto debieron arrepentirse el Emperador Arcadio, la Emperatriz Eudoxia y el eunuco Eutropio, privado del Imperio, de haber puesto frente á sí tan formidable adversario! Vastísimo campo hallará el Crisóstomo en donde esparcir sus anatemas, numerosos blancos á donde asestar sus tiros. La Emperatriz Eudoxia ejercitará todas las astucias femeniles, todos los elementos que le da su posición para atraérselo. ¡En vano! El Crisóstomo ha domeñado sus pasiones con el dogal de la penitencia, ha templado su voluntad al choque de los sufrimientos, ha elevado su carácter á la altura de su genio. La Emperatriz Eudoxia quiere dominar, y domina en efecto, sobre el Imperio todo, como domi-
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na sobre su débil y estúpido marido. La ambiciosa Mesalina tiene junto á sí á tres consejeras, tres viudas ya entradas en años, aunque no salidas de pretensiones, y que acuden á todos los artificios del tocado para restaurar las perdidas galas de su juventud. Esas tres mujeres ofrecen en público el es- • pectáculo de una vida licenciosa y desordenada, en consorcio con las modas más risibles y las coqueterías más escandalosas. Eugraphia es, entre ellas, la que en mayor escala abusa del tocado. Exhíbese públicamente con las facciones enceradas, las mejillas cubiertas de minio y los ojos pintados con antimonio. San Juan el Crisóstomo, desde el pulpito, ve á las cuatro coquetas en una tribuna, y dícelas: «Yo os advierto, y no lo hago en tono de simple exhortación, mas como mandato; yo os advierto que si no os enmendáis, os arrojaré de aquí; después, si se me dice que expulsadas de mi Igle sia os habéis ido con los herejes, me tendrá ello sin cuidado.» En sermones públicos y en sermones domésticos no cesa el Crisóstomo de clamar contra la depravación de las costumbres y contra las cuatro mujeres que, desde las más elevadas regiones, dan el ejemplo de tamaña depravación. La moda de cubrirse la frente con cabellos rizados en bucles, moda en pugna con las prácticas de los primeros cristianos y que en un principio era el distintivo de las cortesanas, generalizóse entre las mujeres todas de Constantinopla, sin distinción de clase, gracias á la iniciativa de la Emperatriz Eu-doxia y de sus compañeras, en especial Eugraphia. Oíd como San Juan las apostrofaba: «¿Por qué os empeñáis en rejuvenecer vuestro cuerpo, cuando eso no es ya posible? Colocáis rizos sobre vuestras frentes, á usanza de las rameras, con el fin de engañar á quienes os miren; pero, creedlo bien, nO lográis sino poner más de relieve vuestras arrugas.» Eudoxia quiere nada menos que erigirse en divinidad y hacerse adorar por sus subditos. Manda, al efecto, levantar estatuas suyas en diferentes puntos: una de ellas, en plata maciza, es erigí-da en el palacio de la Curia, frente á Santa Sophía; y como custodia ú ornamento suyo, vense las estatuas de Júpiter y Minerva, junto al coro de las musas extraído de un templo helénico del monte Helicón. Imagínese con cuánta indignación
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el Crisóstomo hubo de condenar tan insensata idolatría. Como todos los hombres que quieren oponerse á la corriente de una sociedad desbordada, San Juan pereció, victima de su abnegación; fué mártir expiatorio de la moralidad cristiana.
Tal estado de cosas contribuyó á prolongar por un siglo á lo menos la vida del paganismo. Los .medios que los cristianos practicaron, una vez triunfantes, no eran los más á propósito para derrocar inmediatamente á sus enemigos.
Aunísin la intolerancia y las persecuciones que padecieron, hubieran desaparecido, y antes á buen seguro, las escuelas de la filosofía pagana. El despojo de los templos de la Grecia y del Asia Menor, la mutilación de las estatuas, la destrucción de los manuscritos, nada de eso reportó el menor bien al cristianismo; en cambio, sensibles pérdidas ocasionó á la ciencia y al arte, y no tan sólo lastimó la reputación del nombre cristiano, si que también fué de notorio perjuicio para los intereses de la cultura humana. Los Emperadores de Oriente imitaban á los de Roma en el sistema de persecuciones. Las fechorías de sus procónsules dejaban atrás las fechorías de aquellos otros procónsules ejecutores de los mandatos de Calígula y Domiciano. El Emperador Valens envió á B-gipto á un tal Testo, cuyos sanguinarios hechos horripilan. A él cupo la triste gloria de la destrucción del templo de Serapis, en donde se albergaban en confraternidad todos los ritos y todas las creencias del Asia, del Egipto y de la Grecia. Era, por sus dimensiones y por su importancia, el Capitolio de Oriente. Hé aquí cómo un autor de la época, Eunapo, se lamenta de aquel desastre: «Hombres que no habían jamás oído hablar de guerra, atacaron valerosamente las piedras y las sitiaron en regla, demolieron el Se-rapion y se apoderaron de las ofrendas que la veneración de los siglos allí acumulara. Vencedores sin combate y sin enemigos, después de haber valientemente librado batalla á las estatuas y á las ofrendas, y haberlas vencido y despojado, consagraron aquella hermosa regla militar de que todo lo robado es buena presa; mas en fin, como no podían llevarse la tierra, esos insignes guerreros, esos heroicos conquistadores, ufanos con sus proezas, retiráronse y se dejaron susti-
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tuír en la ocupación del suelo sagrado por los monjes, es decir, por esos seres que sólo tienen de hombre el aspecto, que vegetan como los más viles animales y se entregan en público á los actos más repugnantes. Era para ellos un acto de piedad el profanar de toda manera ese lugar venerando. Todo el que en dicha época llevaba un traje negro estaba revestido de autoridad despótica...» Y suprimo aquí los horribles epítetos que el autor pagano lanzaba sobre las más augustas figuras de nuestra religión, no responsables en verdad de los atropellos que en nombre suyo se perpetraban. Decírseme puede que con la destrucción del Serapion quedó destruido el último refugio del politheísmo; mas este argumento es irrisorio, porque el politheísmo, de hecho, estaba ya muerto. Lo que de él restaba hubiérase podido extirpar por medio del buen ejemplo y de la persuasión. Lo único aparentemente peligroso era la persistencia del neoplatonicismo; pero éste debía también desaparecer, y hubiera sin remisión desaparecido, aunque la sabia, la encantadora, la bellísima Hypa-thía no hubiese sido lapidada en las calles de Alejandría, y aunque el Emperador Justiniano no hubiese decretado la disolución de la escuela filosófica de Atenas.
Caros ha pagado sus errores el cristianismo oriental. Intentó matar á mano airada una civilización á que debía su existencia, alejó de sí elementos que podían poderosamente convenirle, y hoy día es una religión como petrificada, sin haber conocido el progreso y sin comprender siquiera la idea de un porvenir. El Parthenon de Atenas, en su situación presente, nada tiene que envidiar á la Santa Sophía de Cons-tantinopla. Esta basílica, ¿reanudará su culto algún día? Tal vez; mas no será nunca lo que fué ni lo que pudo haber sido. En sus libros de ritual no verá, no, los caracteres del sonoro idioma de Homero, más los caracteres cirílicos; el diácono subirá ai ámbona para leer el Evangelio en eslavo, y en eslavo resonarán los salmos de David, y en eslavo el pope de voz estentórea lanzará su bendición á los fieles. Y que vuelva á ser basílica griega, ó pase á ser basílica búlgara, sobre su trono patriarcal tomará asiento una sombra de Patriarca ecuménico, un hombre revestido de autoridad
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imaginaria, que titulándose Cabeza visible de la Iglesia y Obispo de la Nueva Roma, ornará sus sienes con una esplendente mitra rematada por el águila imperial de Constantino, cubrirá su cuerpo con la púrpura bizantina bordada en oro, expedirá órdenes á todas aquellas grandes Iglesias del Asia que ya no existen, y dirigirá encíclicas á una serie de Obispos ignaros puestos al frente de diócesis microscópicas.
¡Cuan varia impresión se experimenta, contemplando esos doá monumentos del mundo oriental, el Parthenón y Santa Sophía! En el primero reconócese desde luego el emblema de toda una civilización; en el segundo, lo que ante todo excita el interés es la parte meramente arquitectónica. En otros monumentos,'mejor que en este, halla su genuina representación el cristianismo. Herbert Spencer ideó una ingeniosa asimilación de los tres reinos de la Naturaleza á otros tantos órdenes de arquitectura. El arte griego, por el escrupuloso culto de la forma y la severa sujeción á las leyes físicas, representa el reino animal; las sombrías construcciones señoriales del feudalismo, con sus pesados muros y sus negros torreones, símbolo de la fuerza bruta, representan el reino mineral; en fin, la arquitectura gótica, con los rosetones, con las columnas en haz que en lo alto se despliegan, formando misteriosa bóveda, con las caladas agujas, que parecen cimbrearse á impulsos del viento, la arquitectura gótica representa el reino vegetal. En la arquitectura bizantina, pues no la conceptúo género definido, la mezcla de heleno y bizantino produce una singular amalgama; equivale á un término medio entre la arquitectura animal y la vegetal: yo la llamaría, pues, arquitectura zoófita. El sentimiento de admiración que despierta Santa Sophía es momentáneo, inmediato: con una vez que miréis con detención el monumento habréis admirado en él cuanto hay que admirar. El Parthenón, por el contrario, á primera vista no deslumhra: es preciso acostumbrarse á verlo para admirarlo, porque su grandiosidad no estriba tanto en la amenidad de sus líneas, ni en las dimensiones de la fábrica, cuanto en la belleza matemática de sus proporciones y en la sublime ar-
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monía del conjunto. Veo patentizado el curso progresivo de las i8eas religiosas del hombre, por las tres fórmulas arquitecturales que deducirse podrían de las tres grandes civilizaciones de la humanidad: la civilización egipcia, la helénica y la europea. El Egipto, encerrado en estrechos dogmas, contenidas sus creencias en el férreo círculo de las castas sacerdotales, posee la pirámide, corporización del triángulo fatal, indestructible, non plus ultra de lo concreto y de lo estacionario; posee la esfinge, imagen del enigma humano, de la ceguedad voluntaria; posee esos edificios refractarios á toda forma de ligereza y esbeltez, y cuyos enormes arquitrabes semejan las losas de los sepulcros. El estilo griego presenta la pirámide, por no desmentir su abolengo egipcio; pero es la pirámide truncada: la conciencia se ha emancipado, el quid divinum brilla en lontananza: el edificio del Par-thenón tiende por todas sus partes á rematar en una cúspide fantástica, que los ojos de la imaginación descubren allá, muy lejos, en las alturas del éter: por más que las columnas de los pórticos aparenten paralelismo, prolongadlas indefinidamente y veréis cómo acaban por unirse en un punto común. La Europa cristiana ha resuelto el problema que el Egipto no quiso plantear y que la Grecia nó pudo resolver: arquitectos anónimos, que no ceden en talento á los Ictinos y á los Dinócrates, bien que les aventajen en fe y en entusiasmo, arriésganse osadamente á crear en el estilo ojival, sin más ingrediente que la tosca piedra, ni bruñida, ni coloreada, ni esmaltada con polichromias, el símbolo material y palpable de la eterna aspiración de los hombres á lo infinito.
Mas no seamos injustos con la arquitectura bizantina, que al fin y al cabo algo representa'. Los ornamentos del Parthe-nón son un himno homérico, la Theogonía de Hesiodo, la leyenda de la antigüedad esculpida por Fidias y sus discípulos. Los ornamentos de Santa Sophía son los Evangelios traducidos en el mosaico. ¡Qué analogía entre los destinos de entrambos monumentos! La Virgen Athenas, salida del cerebro de Zeus; el gallardo hijo de Hypérin, que pasa junto á Theseo al rápido galope de sus corceles; la pródiga Di-
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mitra, que se apoya con amor sobre la espalda de su madre Perséfone; el Iris que anuncia al mundo el nacimiento de Minerva; la Victoria con alas y la Victoria sin alas, cautiva de los atenienses; Pallas, rodeada de las Cecrópidas, contendiendo con Possidón, acompañado éste de Thetis, Amphitri-te, Latona y sus hijos; Venus y Diana; los centauros peleando con los lapithos; el espléndido desfile de las panathenien-ses. . . todo ha,desaparecido, todo: sus fragmentos adornan los museos de Europa'ú obstruyen el s.uelo de la Acrópolis. Apenas si subsisten aun en sus puestos algunas metopes mutiladas. En derredor del basamento apílanse los trozos de columna, los dóricos capiteles, los pedazos de metopes y de' frisos, de trygliphos y de frontones, y ¡oh prodigio! este monumento, que desde los principios de nuestra era viene sufriendo todas las vicisitudes imaginables, ora despojado por los romanos, ora convertido en templo bizantino por los cristianos y en mezquita por los turcos, ora recibiendo en el siglo XVII las bombas del veneciano Morosini y sufriendo en el siglo XIX el inaudito vandalismo del escocés Lord El-gin; este monumento del cual sólo quedan de pie las columnas de los pórticos oriental y occidental y parte de los frontones, conserva un pasmoso aspecto de grandeza y es hoy, como lo fué ayer y como lo será siempre, objeto de la incansable admiración del hombre. El templo de Santa Sophia está integro; ni tan siquiera amenaza ruina; su gloriosa cátedra, desde donde los primeros oradores del cristianismo han hecho oir su voz, ha sido reemplazada por el pulpito musulmán, en donde el Hodja lee sus oraciones; al santuario ha sustituido el Mí/ím^ orientado hacia la Meca; las imágenes se ocultan bajo sendas capas de cal y pinturas abigarradas, que el turco y el judío escarban incesantemente para extraer esos puñados de mosaico que compra por algunas piastras el extranjero, ávido de llevarse una reliquia ó un recuerdo.
No seré yo quien llore sobre los infortunios de la Iglesia oriental, porque considero lo mucho que ella hizo para atraérselos y lo poco que ha hecho para remediárselos. Cuando miro hacia Europa, veo el cristianismo; cuando hacia Orien-
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te miro, veo la Grecia, el helenismo. A honra tengo el ser cristiano; á honra tengo también el estimar y ponderar á los que fueron los precursores de nuestra civilización.
¡Oh Grecia! Tú, que por medio de la emancipación del espíritu salvaste de la disolución moral al mundo antiguo; tú, que resumiste todos los ritos y toda la filosofía del Oriente, fundando el depósito de donde brota el inagotable caudal de la ciencia moderna; tú, que diste la materia de que se han formado los cimientos del cristianismo, el cual es hoy depositario del porvenir de la humanidad; tú, la lámpara inextinguible á cuya luz nos abrimos todavía paso á través de las tinieblas del destino, y desvanecemos las sombras de nuestra mente, y desciframos el enigma de todos los misterios, yo quisiera arrancarte el secreto de las divinas galas de tu lenguaje y recibir un átomo de la inspiración de tus poetas para entonarte un cántico de loor, que transportara de entusiasmo á los indiferentes é hiciera postrar de hinojos á los que admirarte saben; yo quisiera elevarte un altar en la mente de cada hombre, como ya te lo tengo elevado en la mía; yo quisiera erigirte un monumento de gratitud, que fuera pasmo y asombro de las generaciones venideras: de gratitud, sí, porque á tu arte y á tu poesía debo los más puros placeres, á t u historia las mejores enseñanzas y á tu filosofía los mejores consuelos; porque tú me iniciaste en el culto de lo bello y me sugeriste los goces de la armonía y me hiciste comprender la hermosura del bien, porque palpitas en el fondo del esplritualismo moderno, como el germen de la vida está en el seno de la naturaleza, y flotas impalpable en los espacios de nuestra imaginación, constituyendo el oxígeno que respiran nuestras almas; pueblo envidiable que nadie envidia, porque de tu gloria inmensa, inmortal, gozan todos los pueblos, sin menoscabártela; tus héroes son populares en todas partes, como los héroes de esas leyendas fantásticas que por doquiera se ven reproducidas; no hay hombre civilizado que no se regocije con aquellos que parecen recuerdos de su niñez, pues los adquirió en sus primeros ejercicios intelectuales, los recuerdos de tus Leónidas y Themís-tocles, de tus Miltiades y Epaminondas; tú no eres un pue-
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blo, ni una raza, sino un mundo en que todos los heroísmos hallaron su campo de acción, todas las virtudes su prototipo, todas las sabiduiías su pauta, todos los sistemas su ensayo: tú has corrido también épocas de bajeza y liviandades, y nadie como tú ha expiado tan cruelmente los desaciertos; pero con todo, pocos seres ha producido la raza humana que compitan en virtud con Arístides, en intrepidez con Cimón, en osadía con Aritomenes, en prudencia con Solón, en esplendidez con Pericias, en tacto político con Poción, en patriotismo con Filopcemen; todos te imitan, todos siguen tus huellas, todos estudian tus tesoros para apropiárselos, y sin embargo, nadie ha logrado hasta ahora repetir los cantos bélicos de Tirteo y Archiloxos y las endechas eróticas de Ana-creón y de Sapho, las odas de Píndaro y las elegías de Simó-nides, los coros de Stesíchoro y los poemas gnómicos de Pithágoras, los idilios en prosa de Longos y los idilios en verso de Theócrito, las tragedias de Sóphocles y de Eschylo y las comedias de Aristóphanes y Menandro; tú nos enseñaste la manera como se inmortalizan los patriotas y la manera como caen los tiranos; tú nos enseñaste á dirigir las naciones bajo las distintas formas de Gobierno; tuyas son las teorías de la descentralización y de la unidad política, tuyas las instituciones municipales, y tuya es la primitiva idea de la libertad individual; tú experimentaste la supremacía del Estado en Esparta y la supremacía del ciudadano en Atenas, y descubriste la fórmula de la confederación con tus consejos amphicthiónicos...; al penetrarte ¡oh Grecia! enor-gullézcome como hombre, de que tu obra, tan esencialmente humana como es, revista caracteres tan imperecederos; que el genio helénico está llamado á subsistir íntegro y vigoroso, en tanto cundan en la memoria los recuerdos de lo pasado y mientras en la balanza de los destinos del mundo signifiquen algo los fueros de la conciencia humana.
Mucho he molestado vuestra atención; mucho he abusado del derecho que me daba mi presencia en este sitio. Discúlpeme la circunstancia de ser esta la última vez, al menos por ahora, que tengo el gusto de dirigiros la palabra. Debo abandonar en breve esta ciudad, de que tan gratísimos recuerdos
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conservo, y á donde quiera que el destino me lleve, tened por seguro que no olvidaré la extrema amabilidad que me habéis dispensado, y que aprovecharé toda ocasión que se me presente de ser útil á esta Escuela, por cuya prosperidad hago los más fervientes votos.
SATURNINO JIMÉNEZ.
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HOGAÑO Y ANTAÑO
COLECCIÓN DE EPÍSTOLAS SATÍRICAS
A X.
II.
No es sabio el que compone sus escritos
cual sastre remendón...
Epístola l.^
¡Cómo abulta á los hombres la distancia! Yo creía en atletas y gigantes, al salir de los juegos de mi infancia.
Al ver esos periódicos errantes do con afán titánico derraman mil conceptos y párrafos brillantes
escritores que altivos se proclaman apóstoles sublimes de la ciencia, ' entre vítores cien que los aclaman,
pensé que la mayor inteligencia, la rica erudición, la lengua pura, la firme dignidad de la conciencia,
estaban adunados por ventura en esos hombres, de ruidosos nombres que á repetir el vulgo se apresura.
Mas, oh amigo del alma, no te asombres de mi aserto cruel: no vale un pito
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el crédito glorioso de esos hombres. Es admirable el cúmulo infinito
de afanes y ejercicios y tareas que encierra y suma el cotidiano escrito.
Torrentes de palabras y de ideas rodando van de Cádiz á Navarra, de la corte á las últimas aldeas.
El furor con que Rusia se desgarra; la cuestión pavorosa del Oriente; el destructor insecto de la parra;
un tribuno francés omnipotente; la Exposición de plantas y animales; del África central la faz riente;
de Calderón los versos musicales; cómo el gas es mejor y más barato; cómo se ven subir los cereales;
si el asesino es hombre ó mentecato; cuál fué el tronco común de los etiopes; la venta de mujeres si es contrato;
nueva receta para hacer arropes; parentesco del hombre con el mono; si los López descienden de los Lopes;
las patatas y yeros como abono; lo de allá, lo de acá, cultos, toreo, última moda, frase's de buen tono,
rumores del salón y del paseo, crónicas de plazuela y de guardilla, todo junto, causándonos mareo,
llueve, con rapidez que maravilla, en forma de papel, sobre las casas de regia corte y de apartada villa.
Y, como en verde leña ardientes brasas, • humo, más que fulgor, al punto arroja el seno de los pueblos y las masas.
Y no pienses, amigo, que me enoja la afición á comer: sólo me irrita que el plato caro y pésimo se escoja;
y, como el burro es de índole bendita.
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según dice la fábula, el más vano alimento coger se le permita.
¡Dirán que está el jumento gordo y sano y come paja! Sí, mas come paja porque paja le dan, en vez de grano.
El periodista sin cesar trabaja: no lo censuro: á veces el sentido común, la historia y la moral ultraja;
mas ¿quién ql cauce llevará ceñido el torrente, que baja de la cumbre y la campiña tala embravecido?
Es su oficio correr. La muchedumbre de árboles, que circuyen sus riberas, le contemplan, del rayo á la vislumbre,
las peñas desgajar con olas fieras, batir los puentes, arrastrar ganados, chozas, casas y aun torres altaneras,
y llevar á los mares, asombrados de tamaño poder, aguas y cieno, ¡que ya fertilizaran los sembrados!
Mas si en candida flor late el veneno, y hay reptiles ocultos entre rosas, y luz de los nublados en el seno,
¿por qué, de la razón á las hermosas centellas, no escogemos lo nftás puro que ofrecer á las gentes, ambiciosas
de saber y virtud? ¿Por qué el oscuro escritor con el sabio se codea, y el fruto sin sazón con el maduro,
el ruin sofisma con la noble idea, se confunden en bárbaro comercio, para mofa del diablo que lo vea?
¡Ah! No vale un penique ni un sextercio la sagrada misión del periodista: un Sócrates, un Tácito, un Propercio,
poeta, historiador y moralista, tiene que ser para ganar escaso el pan nuestro. Es obrero el publicista
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que acostumbra servir, gratis acaso, al capital: al capital político, que duplica sus rentas á buen paso;
mientras el infeliz, débil, raquítico, gasta con la salud el pensamiento y famélico acaba y paralítico.
Esos nombres, oh amigo, que en el viento se esparcen, pregonando sus bellezas, que adornan ef «histórico momento,»
periodistas no son: pobres cabezas, y más pobres estómagos: son estos adalides de mágicas proezas,
ingenios falsos, nombres sobrepuestos, reputaciones hueras... Caro amigo, lanza tú, como yo, tales denuestos.
Y hasta verles la faz, vente conmigo, que el sabio Don Hermógenes me espera de sus hazañas para ser testigo.
Ya la alfombra pisé de su escalera, vive en un principal; es opulento gracias á su saber, ¡quién lo creyera!...
¡Y dicen que no premian el talento! Toco con suavidad la campanilla. —¿Está el Señor?...
—Tal vez: hace un momento... ¿Mas cual su gracia es?
—Breve y sencilla: yo no tengo más gracia ni desgracia que ser un literato de bohardilla.
—Entonces.,. —Es que vengo de la Tracia
á hacerle una visita. —Voy corriendo
á avisarle, mas dígame su gracia... Dejé mi nombre y díjome, volviendo:
—Pase usted... por allí. Y entré, obediente,
alzándose un tapiz. Y sonriendo
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me recibió el ilustre, el eminente autor del siglo. No mostróse avara naturaleza. Bajo estrecha frente
rasgábanse dos ojos, que sin clara luz brillaban, ocultos, enterrados en la carnosa mole de su cara;
hondos pliegues formaban abultados los carrillos, más anchos que tapices de púrpura; los labios, sombreados
por largo promontorio de narices, de enmarañado vello se cubrían; y, por su anchura y robustez felices,
su pecho y hombros, de gañán tenían la contextura férrea: hasta sus manos de ganapán salvaje parecían.
Libros mil, en volúmenes livianos, circundaban la estancia, de la mesa del escritor, en vez de los insanos
instrumentos del arte, asaz opresa de botellas estaba...
—No me inspira el numen que á los hombres embelesa,
díjome el sabio: la sagrada lira es la copa... Bebed, mísero vate: aquí el Parnaso sin disfraz se mira.
Pides que te aconseje... ¡disparate! Busca la luz en el ardiente vino: por él la musa en mi cerebro late.
La miseria recorre tu camino. ¿Qué importa? Yo era pobre: ya en el oro nado feliz. Estudios: desatino...
Tus tnales cantas con laúd sonoro. ¡Inútiles suspiros! La tristeza ofende casi al público decoro.
Yo he escrito libros mil con tal presteza que las máquinas todas no podían de mi pluma seguir la ligereza.
Novelas escribí, donde morían
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á millares los héroes; personajes, acciones, episodios, se creían
originales, y, con nuevos trajes y nuevo corte, estaban traducidos del francés; escribí sobre viajes
sin salir de Madrid; puse, vertidos también, algunos dramas en escena, que celebrados fueron y aplaudidos.
De citas, ya citadas, larga y buena di á la imprenta la historia de la villa; y probé que del atlas la cadena
es montaña española, que se humilla en el Estrecho y luego se levanta, ¡geológica, estupenda maravilla!
con rica erudición, que al mundo espanta, (libros que traje yo del extranjero) demostré que fué tierra, luego planta,
y animal de los gordos el primero de los hombres, el ser rudimentario de ese linaje torpe y altanero;
formé con la tijera un Diccionario; puse notas á Homero y á Virgilio; defendí la Commune en un diario;
la insurrección carlista, con auxilio de un cabecilla, expuse en una crónica; á la virgen de Atocha en un idilio
religioso invoqué; de Santa Ménica una vida tracé, y á los beatos di gusto con mi frase macarrónica;
dijeron los políticos ¡ingratos! que fui voluble: á todos he servido con lealtad; mas dejé los insensatos
afanes, en la cumbre ya subido de la fortuna. Mi placer, mi fuerte las letras son: por ellas he crecido.
¿Que soy plagiario? No. ¿Quién se divierte en registrar volúmenes vetustos que de polvo y baldón cubrió la suerte?
TOMO XLV.—VOL. I, f>
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No hablo yo con los númenes augustos de Séneca, Platón, Horacio ó Dante: otros, que tienen reaecionarios gustos,
oigan su misma voz; que yo, delante de ellos, voy recogiendo las espigas que á su paso amontonan... Mi semblante
no revela s'us bárbaras fatigas: doy gusto al pueblo, al editor y al diablo; y así cojo la flor, no las ortigas.
Usted se extrañará de lo que hablo. ¡Inocente! El estudio es anti-higiénico. Yo perder mi gordura: guarda, Pablo.
Brillo y me aplauden cual actor escénico. Farsa este inundo es y pavos reales somos todos. Yo, sabio politécnico,
que piso ya las cimas inmortales, brindo por el saber de los que comen. El idealismo es sueño... ¿Qué ideales
hay superiores á mi augusto abdomen?...
M. GUTIÉRREZ.
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LA JUVENTUD DORADA^^^
L U I S XV.
ESDE niño tuvo afición á la caza; enfermizo, consiguió, haciendo ejercicio cotidiano, siempre al viento, á la lluvia, á las heladas, ser fuerte y musculoso. A los catorce años y medio tenía las apa
riencias de un joven de diez y ocho. En los bosques resonaban los ladridos de los perros, las
jornadas á caballo, donde el cazador endiablado tiene* un maligno placer en azuzarlos y matar su séquito los nutridos animales que sirven de refecciones.
¿Quién diría que Luis XV, en la época de su mayor edad de Rey de Francia, lejos de ser enamorado déla mujer, siente un alejamiento, una repulsión, un horror singular y extraño del sexo? Testimonios irrecusables hablan de malas costumbres, nacidas y desarrolladas en la sombra de los guarda-ropas, de intimidad de pajes, de sucias escenas que un momento hacían temer ver reaparecer en Versalles los gustos contranaturales y les mignons de la^ cour des Valois.
En el verano de 1724, un viaje se organiza para Chantilly,
(1) Véase la página 3I4 del tomo anterior.
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que no tiene más objeto que tratar de inspirar á Luis .XV el gusto de la mujer; llevando sus sentidos y sus ternezas, la corte espera dulcificarlo, humanizar, por decirlo así, á la naturaleza intratable y anormal del joven Rey.
La virilidad inquietante del Rey, unida á cortas y violentas enfermedades, ocasionadas tanto por un exceso de comida como por la fatiga de una jornada de caza, donde habían corrido á la vez un ciervo y un jabalí, y por el esfuerzo furioso que el joven cazador había hecho para romper un árbol en un bosque, decidió al Duque de Borbón, ya solicitado por el sentimiento público, á casarlo. El Duque pensaba además, como jefe de la casa de Conde, que si el Rey muriese sin heredero, era la casa de Orleans llamada á recoger la sucesión.
Varias fueron sus gestiones al principio: había cien Princesas solteras. Ninguna quiso ser su esposa: conocían su frialdad y el odio que tenía al bello sexo. En desespoir de cause, el Duque de Borbón dirigióse al Rey de Polonia. ¡Grata sorpresa! En seguida consintió.
Celebráronse las nupcias con gran pompa; la muchedumbre admiraba un cortejo tan fastuoso; las mujeres contemplaban con envidia aquellas galas, las joyas que lucían las damas; el Rey se pavoneaba, sonreía graciosamente á los que victoreaban á su esposa, ponderando su belleza peregrina.
El Rey sentía una emoción desconocida; tanto la quería, que la comparaba á la Reina Blanca, madre de San Luis, y decía á sus cortesanos que le hacían admirar á alguna mujer de la corte: «Yo encuentro a la Reina todavía más bella.»
Pero antes de un año un acontecimiento político trajo una gran frialdad en las relaciones entre los dos esposos. Humillaciones sin cuento pusieron á la Reina triste, brusca y llorosa; la hacían poco propicia á guardar y retener al Rey cerca de ella, y lanzaban al joven marido en la sociedad de mujeres jóvenes y alegres. Mlle. de CharoUáis estaba á la cabeza de la tropa. Creíase ver un muchacho, casi un truhán en esta Princesa de la casa de Conde, que debía guardar su lindo rostro de diez y seis años y sus ojos vivaces, que no se reconocían á través de una careta, en este niño travieso, co-
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mo hay siempre'en los esplendores ó tristezas de Versalles, y cuyo papel parece ser estorbar la etiqueta ó desarrugar la gloria.
Los versos, las canciones, los asaltos; empleaba todas las imprudencias de un espíritu de malicia, y esto con la libertad de un joven, para echar las frialdades y la seriedad de la corte, y recurrir á la diversión y á las familiaridades, improvisar diversiones, amenizar las cenas y sembrar como una locuela atrevida y encantadora las extravagancias, los refranes y los embrollos del carnaval alrededor 'del trono y al lado de los negocios del Estado.
Todavía mejor hecha para animar que para gustar, mezclando toda suerte de caracteres, la verbosidad de los Mor-temant á la altura de los Conde, elevando las audacias y las inconveniencias de su gracia por un cierto aire Princesa que salvaba casi todo, caprichosa, fantástica, vaporosa, atormentada excesivamente por sueños negros de que salía por una broma, una escapada peligrosa, algún tour le page, Madame Charolláis debía sorprender por las contradicciones de su naturaleza á un marido cansado por la inmutable serenidad de su mujer.
La Princesa era el alma de todas las empresas atrevidas y ruidosas; estaba en las carabanas nocturnas, donde el Rey comenzaba á pisar el suelo afrontaba en las calles de Versalles; la hostelera del Caballo Rojo, mientras que con palabras falaces, libertinas, trataba de calmar á la bella insultada, que gritaba: ¡al ladrón! ¡al asesino!
Ella, que desde la edad de quince años había tenido innumerables amantes y un hijo casi regularmente cada año, miraba esto como un accidente natural; en su estado de hija mayor y de Princesa, manifestaba una pasión por el Rey, hallando natural ser la primera que le sedujese excitándole al adulterio con mil coqueterías; finalmente, metiéndole en el bolsillo estos versos:
Tenéis el humor salvaje Y la mirada seductora; ¿Podría ser que á vuestra edad Fueseis indiferente?
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Si el amor quiere instruiros, Ceded, no disputéis nada; Se ha fundado vuestro Imperio Bien más lejos que el suyo.
Mas el Rey, en su timidez, escapaba á las tentaciones que divertían y asustaban á la vez sus deseos: estaba aún repleto de los cuentos pavorosos del viejo Fleury sobre las mujeres de la Regencia.
Otra mujer intimaba menos al joven Rey que esta endiablada Princesa de Charolláis; era la Princesa de Tébora: bella y potente criatura, ojos negros, una mirada llena de dignidad, una sonrisa pacífica y dulce; su rostro era rojo y toda su persona mostraba la tranquilidad serena y amable recogimiento de un bello aire de devoción. Su salón era la pequeña corte de Rambouillet, un refugio mundano durante la brutal Regencia de la galantería pasada; el recuerdo y el resto de la corte de Luis XIV.
En medio de estas distracciones y de estas tentaciones, que no eran aún para el Rey más que un ensayo y el aprendizaje del libertinaje, el gusto del Rey por la Reina, ese gusto tan vivo en los primeros días de su unión, iba disminuyendo y perdiéndose con el tiempo toda pasión física.
Las relaciones del menaje tenían siempre un tono serio; á partir del acontecimiento del mes de junio lyzS, un aire embarazoso. Esta ausencia y abandono, esa falta de efusión, de espontaneidad recíproca que los criados habían sorprendido en las conversaciones más íntimas del Rey y la Reina, aumentaban cada día. Las frialdades del Rey eran más grandes. La Reina lloraba, ocultaba mal sus lágrimas, y la corte se regocijaba de ver al Rey esta esposa sin atractivos y sin coquetería, que debía guardar tan mal á su marido y sin dificultar las intrigas.
En efecto, María Lezinka no era de esas mujeres sabias en el arte de reconquistar su dicha con las relaciones permitidas del matrimonio; no trataba de recobrar ese corazón que se le escapaba; retirábase sin combate, sin murmurar del amor del Rey. Se encerraba refugiándose en su tristeza, resignada, en vez de esmerarse en su toilleie, para atraerle;
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quitaba todos los adornos de una joven; su coquetería era sumirse en lecturas espirituales; rodeábase de severas compañías.
En este menaje en que la separación comenzaba, la menor cosa, las más perdonables manías venían á aumentar la contrariedad y alejamiento. La Reina atacaba los nervios del Rey, por mil niñadas, por el miedo á los espíritus, por la necesidad de ser mimada, asegurada y adormecida por cuentos y de tener siempre á su alcance una mujer cuya mano pueda tener en ver locos terrores; además por cien saltos y cien corridas de noche en su cuarto, buscando á su perro.
En fin, después de la labor de tantos partos, esta esposa que había tenido el 27 de abril dos hijas; el 28 de julio de 1728 una tercera niña; el 4 de septiembre de 1729 un Delfín; el 30 de agosto de 1730 un Duque de Anjou; el 23 de marzo una cuarta hija; esta esposa, que se siente otra vez en cinta, cansada de su oficio de llueca, recibe los abrazos de su marido con la repugnancia de una mujer que repetía todo el día: «¡Ah! siempre encinta, siempre pariendo, es demasiado.»
Quizás á la fatiga, al disgusto de esos placeres que solicitaba sin cansarse el temperamento del Rey, se unían las sugestiones, los consejos en voz baja en el fondo del alma cristiana de la Reina, madre de un Delfín, la inspiración de extraños escrúpulos sobre la santidad del sacramento, y el dedo de un confesor, mostrando los ángeles que guardan el lecho nupcial y purifica la continencia.
La corte de l'Oeil-de-Breuf en la antecámara, las jóvenes y los jóvenes, la alta domesticidad, la intriga, la ambición, todas las pasiones del mundo que se levanta y se acuesta sobre el interés, espiaba á las puertas del matrimonio sus frialdades, y calculando el desenlace de los últimos lazos entre el Rey y la Reina, hacían votos por el advenimiento de una querida que haría suscitar una reconciliación en Versalles, suscribiendo el curso de las gracias otro Gobierno,
Todo lo que era hostil al Cardenal de Fleury, todos aquéllos que contrariaban la economía del viejo Ministro, todos
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los que condenaba al reposo y á la oscuridad la política media del hombre de Estado de la paz, la avidez de los criados contenidos y reñidos, si á esto se añaden las impaciencias de los hombres emprendedores que no podían saltar la barrera que había puesto.
La seducción del Rey por una mujer convenía á las agitaciones, á la furia de las grandes cosas, á la actividad ruidosa de ese medio-genio, el mariscal de Belle-Isle, que veía solamente, ahí, en el apoyo de una querida, lisonjeada por estar asociada á su gloria, la realización de planes que asustaban á la vez el buen juicio de Fleury y la timidez del joven Rey.
En ñn, hasta en el patio, cerca del Rey, velaba y trabajaba una influencia oculta todavía, pero ya poderosa. Los ayudas de cámara, reducidos y mantenidos en su orden secundario por la prudencia de Luis XV, sin otras funciones que sus deberes domésticos en una corte en que el Rey no pertenecía más que á su mujer, esperaba que una corte disipada y galante, de un Rey despedido de su hogar, descendiendo á necesitar de su discreción, á estar á merced de sus complacencias, los provechos de su plaza.
¡Cosa singular! Estas disposiciones, torneadas en el fondo en todas las cabezas serias, hacia la venida del Ministerio y del Ministro, hallaron no apoyo, mas casi la aquiescencia del Cardenal, bajo la condición de ser consultado en la elección y estar seguro de la neutralidad de la persona elegida.
No solamente en Versalles, era su pueblo mismo, que rodeaba al joven Rey de su complicidad, le sonreía, le animaba, como si habituado por la raza de los Borbones á la gloria de la galantería, Francia no podía comprender un joven soberano sin Gabriela, como si en el amor de sus amos encontrase una lisonja y una satisfacción de su orgullo nacional.
Durante algún tiempo los impacientes perdíanse en conjeturas, nadie, ni el más perspicaz, sabía á qué atenerse. La conducta del Rey no autorizaba ninguna preferencia; un día estaba en París, y el baile de la Opera, á que concurría, se asombraba de su presencia, de su animación, de una alegría infantil y aun infatigable, brillando por su genio que la cor-
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te no conocía, lanzábase á las cenas, que entretenía y prolongaba hasta más de media noche el ruido y la locura.
Desde allí, bastante cansado, entró en el cuarto de la Reina; suponiendo á lo que iba, manifestóle su repugnancia, y el horror por la embriaguez del vino de Champagne y su mal olor, terminando por alargar sus súplicas hasta que el Rey se durmió; una noche, al fin, sucedió lo que toda la corte preveía y esperaba. Bachelier, ayuda de cámara del Rey, fué á casa de la Reina para anunciarle que quería pasar la noche con ella. María contestó: «que no podía recibir á S. M. y que por eso estaba desesperada, á las nuevas demandas del Rey, Bachelier llevó la misma respuesta, y de la indignación del Rey participada é inflamada por el ayuda de cámara, salió del compromiso deseado por aquél. Él declaraba: «que él no pediría jamás el deber á la Reina.»
Al día siguiente, la cabala decidida se arriesgó á todo. Mme. de Mailly se deslizaba en secreto en los pequeños departamentos para pasar la noche; Bachelier, que la conducía, no entreabriendo por error su capuchón, la dejó de ver de dos damas.
Tenía treinta años; sus bellos ojos, negros hasta la dureza, no aguardaban en los momentos de enternecimiento y de pasión, más que un relámpago de atrevimiento para animar las timideces de amor. En toda su fisonomía, en el óvalo delgado de su cara morena, había ese encanto excitante y sensual que habla á los jóvenes. Era una de esas hermosuras provocativas, mejillas purpurinas, las cejas fuertes, cuyo re flejo parece un rayo del sol que se pone, una de esas mujeres de quienes los pintores de la Regencia nos han dejado el tipo en todos sus retratoá de mujeres, la gasa en la garganta y la estrella en la frente, con la mejilla encendida, la sangre sacudida, los ojos brillantes y grandes como los de Juno, el porte atrevido, la toilette libre, sobrepujan al pasado, con las gracias desvergonzadas y soberbias, como las divinidades de una bacanal. Añadid que Mme. de Mailly era inimitable para llevar su belleza y hacerla valer.
Ninguna mujer en la corte sabía tan bien arreglar las modas á su hechura.
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Su rostro decía toda la mujer. Ardiente, apasionada, feliz y orgullosa de hacer en sus últimos años de amor la conquista de ese Rey de Francia, bello como el amor, ella había debido mostrarse pronta y resuelta á todos los avances, á todas las facilidades; á esas empresas y á esas violencias de seducción de que Soulavie revela deshonrosos detalles. Mas también debía ser susceptible de todos los aturdimientos, á todos los sacrificios que inspira á una mujer de esta edad con un hombre de la misma, sino con un joven. Por extraño contraste se encontraba que á pesar de sus apariencias de Bacante, y la osadía de un amor que había casi violado al Rey, Mme. Mailly ocultaba cualidades tiernas y dulces de un corazón amante.
Se contaba en Versalles, que cuando el Rey salía y volvía de cerrar sus pequeños cuartos, pasaba dos horas en sus guardarropas, donde se suponía que Bachelier le llevaba á Mme. de Mailly; también se decía que en Fontainebleau había un cuarto amueblado situado debajo del Rey y donde nadie se alojaba, y cuya llave la tenía Luis XV; cerca de ése estaba el de Mme. de Mailly.
Y el secreto tan bien guardado estuvo, que no se supo hasta el otoño de 1737, donde los amores reales proveyeron una copla ó la canción: Béquüle despere Barnaba.
En fin, al año siguiente, en el viaje á Compiegne, el Rey declaró, puede decirse públicamente, sus amores en la cena que iba á dar sin recatarse y á la vista de todos en la casa de Mme. de Mailly, 14 de febrero, 1738.
Journal de Barbier.
Notre monarche enfin Se distingue á Cythere; Uon nefuitplus rupter, Mailly, dont ou habille. La premiére eprouva La royale béquille Du pére Barnaba!
Mme. de Mailly era una encantadora mujer, que entre las cualidades que todos la reconocían, poseía la de ser muy diver-
LA JUVENTUD DORADA jS
tida, cualidad á propósito para un Rey indivertible. Esos epítetos, esa charla tan graciosa, con una chispa de misticismo, era peculiar á la sangre de los Nesle; tenia un fondo de contento al cual la dicha presta vivacidades, aturdimientos infantiles de mujer amante. Desde que fué favorecida del Rey, era atendida por todos como no se había visto jamás desde Luis XIV.
No era verdaderamente feiiz en su papel y su posición de favorita. Luis XV le hacía sentir las humillaciones de su amor propio de amante, oyendo ios extranjeros, la corte, los amigos así como los enemigos de su querida, y aun el marido mismo á quien había quitado su mujer, asombrarse de ese acatamiento por una mujer sin juventud é inferior á mil otras beldades de Versalles. Feo y vergonzoso rumor, casi público, que cada día se agrandaba, corría en las reuniones, deslizábase en las conversaciones de los cortesanos y forzaba á gritar una noche á Havacour: «¡Te callarás!» El Rey, á cada herida á su vanidad, se vengaba en su querida con alguna dureza 6 un mal cumplimiento hacia su belleza ausente ( i ) .
En fin, el Rey se encontraba en esos años en una época veleidosa; no necesitaba una querida, tenía la tentación y el apetito de todas las mujeres (2). Era joven, bello é infiel; en los romances de su tiempo, siempre se hallaba en todos los lances, aprovechando todas las ocasiones y todos los azares. Era ardiente de temperamento, y en esa vida de azar en los pequeños gabinetes, había llegado á buscar menos las satisfacciones del amor que el prurito del placer. Con él nació el libertino, el bribón; así le había llamado esta ninfa en el baile de la Opera, un poco vivamente perseguida por el Rey,
(1) Era al principio del favor de Mme. de Vintimille. Havacour y el marido de la Vintimille hablaban de los amores del Rey y de la frialdad de ambas hermanas, del mal gusto del Soberano. Los cuartos de los dos cufiados estaban debajo de una sala, donde en ese momento se hallaba el Rey, que, para mejor escucharlos, arrimando la cabeza á la chimenea, pronunciaba, á fin de oír al que tenia la palabra, el terrible: «(Te callarás!»
(2) Soulavie dice: «el Rey pasa su tiempo de un extremo de reserva con las mujeres, á un gran libertinaje.»
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bajo la careta. Mme. de Mailly tenía todos los días que temer verse abandonada por una nueva pasión, un capricho ó un pasavolante.
Casi en el momento que Mme. de Mailly era, según se decía, querida declarada, se hablaba de abusos con etidos con niñas llevadas por Bachelier al Rey. Bien pronto, hasta en París, se ocupaban de una galantería (i) que S. M. había ten,j¡¡^ con la hija de un carnicero. La cosa misma era bastante seria para que los cirujanos de París reemplazasen cerca del Rey á los médicos, y que Luis XV tuvo entrevistas con la Peyronia (2).
ADOLFO MENTABERRY.
{Se continuará.)
(1) Journal de Barbier.— Le chroniqueur dit; «q'un garde du corps avait jusqu'a une paveille de la petite bouchere, autour des petits apparte-mants, il alia trouver le cardinal Henry et nous hii avons qu el aváit encoré la... de la petite criature y que si le Roí l'avait vu, il pouvait en avoir autant.
(2) Dans un moment oü le Roi ne chassuitplus ne sortait de su chumbre Mr. le Duc ou queyeant le Roi avoir les medecins, et le Roi sy refusant sous pretexte que de la ocuperait nouvellistes. Courtanvaux exclamó con franqueza: íMais, sir, cela n'empechera pas que tout Paris n'ait beau coup parlé. Ou dit publiquement que les chirurgiens etait necessaires \\ V. M. plus que les medecins consultans.j Et comme ou s'etonnant de la vivacité de l'apos-trophe. Luis XV dijo: «Estoy acostumbrado á oir decir por Courtanvaux todo lo que piensa.»
L A V R E T Z K Y
IVAN TOURGUENEF
Continuación ( l )
las doce acompañó Fédor á Lemm hasta su domicilio y se quedó allí con él hasta las tres de la mañana. Lemm, inspirado hablando, se había enderezado; sus ojos parecían más gran
des y brillaban más; hasta sus cabellos se elevaban sobre su frente. ¡Hacía tanto tiempo que nadie le había manifestado interés! Y Lavretzky parecía por sus preguntas mostrarle una sincera solicitud. El anciano se lo agradeció, acabando por mostrar á su huésped música suya; tocó y hasta cantó con una voz ya cascada algunos fragmentos de sus composiciones, entre otras, toda una balada de Schiller, Fridolin, que él había puesto en música.
Lavretzky se lo alabó mucho, haciéndole repetir algunos compases, y al marcharse comprometió al músico á que fuese á pasar unos días á su casa de campo. Lemm. le acompañó hasta la calle y consintió en seguida, estrechándole afectuosamente la mano.
( l ) Véase la pág. 187 del tomo anterior.
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Cuando quedó solo, al aire húmedo y penetrante que traen los primeros resplandores del alba, se volvió con los ojos medio cerrados y la espalda encorvada, y entró como un culpable en su pequeña habitación.
—Ich hin wohl nicht klug (yo no estoy en mi buen sentido) —murmuró extendiéndose en una cama muy dura y corta.
Pocos días después vino Lavretzky á buscarle en una carretela, y aunque trató de pretextar que estaba malo, entró en su cuarto y acabó por pesuadirle.
Lo que más le convenció fué la circunstancia de que había hecho traer pata él un piano de la villa.
Los dos juntos marcharon á casa de Kalitine, en donde pasa- on la tarde, aunque de una manera menos agradable que pocos días antes, pues se hallaba allí Pauchine, que se puso á hablar de su excursión, parodiando de una manera muy cómica las diversas patronas que había visto.
Lavretzky se reía, pero Lemm no salía de su rincón, callaba y movía los muebles en silencio como una araña. Miraba con aire sombrío y concentrado, y sólo se animó al levantarse su amigo para despedirse. Hasta en la carretela continuó el anciano pensativo, persistiendo en su gesto salvaje; pero el aire dulce y templado de la brisa, las ligeras sombras, el perfume de la hierba y de las acacias, la luz de una noche estrellada, el trotar de los caballos, todas las seducciones de la primavera, del camino y de la noche, descendieron hasta el alma del pobre alemán, y él fué el primero que rompió el silencio.
XXII .
Se puso á hablar de música, después de Lise, luego otra vez de música.
Al hablar de Lise parecía pronunciar con más lentitud las palabras.
Lavretzky dirigió la conversación hacia sus obras, y medio de broma le propuso escribir un libreto.
— ¡Hum!... ¡Un libreto! Esa no es obra para mí—replicó
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Lemm.—Yo no tengo la viveza de imaginación que es preciso para una ópera; ya he perdido las fuerzas; pero si pudiera aún hacer alguna cosa, me contentaría con una romanza; ciertamente que escogería palabras muy bellas.
Calló, quedando un largo tiempo inmóvil, con los ojos fijos en el cielo.
—Por ejemplo, una cosa así, en este género—dijo:—«¡Oh, vosotras estrellas, puras estrellas!...»
Lavretzky se volvió ligeramente hacia él, y se puso á considerarle.
—«¡Oh, vosotras estrellas, puras estrellas!—repitió Lemm. —Vos miráis del mismo modo al inocente que al culpable... Pero solamente los de corazón puro...» O una cosa en ese género. «Me comprendéis.» Es decir, no: «Amáis...» Pero además yo no soy poeta, ni es esa mi misión; pero una cosa así, elevada.
Lemm se había echado el sombrero sobre la nuca, y al resplandor de la luna parecía su rostro más pálido y más joven.
—«Y vos también—continuó bajando gradualmente la voz,—vos que sabéis amar, que sabéis amar porque sois puras, vos solas podéis consolar.» No, no es tampoco eso; no soy poeta—murmuró;—pero una cosa en este género...
—Siento no serlo yo tampoco—observó Lavretzky. — ¡Vanos sueños!—replicó Lemm. Y recostándose en el fondo de la carretela, cerró los ojos
como si quisiera dormir. Transcurrieron algunos instantes, y Lavretzky puso oído para escuchar.
—«¡Oh, estrellas, puras estrellas! ¡Amor!»—murmuraba el anciano.
—-Amor—repitió para sí Fédor. Después quedó pensativo, y sintió que se oprimía su
alma... —Habéis compuesto una buena música con las palabras
de Fridolin, Christophor Fedorowitch—dijo de repente en voz alta.—¿Pero cuál es vuestro pensamiento? Este Fridolin, después que el Conde le robó su mujer, ¿fué inmediatamente el amante de ésta?
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—Habláis así sin duda porque la experiencia... Se detuvo de repente, volviéndose como algo cortado;
pero Lavretzky se echó á reir, conteniéndose, pero se volvió también y miró al camino.
Las estrellas comenzaban ya á palidecer y el cielo blanqueaba cuando la carretela se detuvo ante el pórtico de la casita de Wanitiwskoé. Lavretzky condujo á su huésped hasta el cuarto que le había destinado, volvió á su gabinete y se sentó al lado de la ventana. En el jardín, el ruiseñor dirigía su último canto á la aurora. Lavretzky recordó que en el jardín de los Kalitine el ruiseñor cantaba también; se acordó del movimiento de los ojos de Lise cuando se dirigía hacia la oscura ventana por la que penetraba en la pieza el canto. Su pensamiento se detuvo en ella, y su corazón aspiró algún tanto de calma.
•—«Pura joven,»—pronunció á media voz.—«Puras estrellas,»—añadió sonriendo.
Después fué á acostarse en paz. Lemm, á su vez, quedó por mucho tiempo sentado en la
cama con un papel de música sobre las rodillas. Parecía que su cerebro iba á brotar una suave y dulce melodía.
Agitado y ardoroso, sentía ya las dulzuras y el embeleso de la paternidad... pero, por desgracia, esperaba en vano.
—Ni poeta ni músico,—murmuró. Y su cabeza, cansada, se recostó con pesadez sobre la al
mohada.
XXIII.
Al día siguiente por la mañana, Lavretzky y su huésped tomaban el té en el jardín, debajo de un tilo secular.
—Maestro—dijo entre otras cosas Lavretzky,—pronto tendréis que componer una solemne cantata.
,•—¿Con qué ocasión? —Con la del matrimonio de Mr. Pauchine y de la señori
ta Lise. ¿Habéis advertido cuan atento estaba ayer á su lado? Parece que va bien el negocio.
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— ¡Eso no sucederá!—exclamó Lemm. —¿Por qué? —Porque es imposible. Además—^añadió un momento
después,-—en este mundo todo es posible, especialmente aquí, en vuestro país, en Rusia.
—Dejemos, si os parece, la Rusia á un lado. Pero ¿qué encontráis de malo en esa boda?
—Todo, todo es malo. La Srta. Lisa es una joven sensata, formal, tiene sentimientos elevados, y él es un dilettante; eso lo explica todo.
—Pero ella le ama. El maestro se levantó repentinamente. —No, no le ama—dijo;—es decir, ella tiene muy puro el
corazón, y no sabe lo que significa amar. La señora de Ka-litine le dice que el muchacho es bueno, y ella tiene confianza en su madre; mas á pesar de sus diez y nueve años, no es más que una niña.
Por la mañana reza, por la noche reza; todo eso está muy bien, pero no le ama, no puede amar más que lo bello, y Pauchine no es bello, es decir, su alma no es bella.
Lemm hablaba con precipitación, con fuego, andando con paso corto á lo largo y á lo ancho ante la mesa del té. Su mirada parecía vagar por el suelo.
—Querido maestro, me parece que estáis enamorado de mi prima.
Lemm se detuvo en el acto, —Os ruego—dijo con voz mal Segura—que no os bur
léis de mí; yo no soy ningún loco, tengo ante mí las tinieblas de la tumba, y no un porvenir de color de rosa.
Lavretzky tuvo lástima y le pidió perdón. Después del té, tocó Lemm su cantata. Durante la comi
da volvió á hablar de Liso por instigación de su amigo, que prestábale oído con evidente interés.
—¿Qué os parece, Christophor Fedorow^itch?—dijo por último.—Todo está ahora aquí bien ordenado, el jardín lleno de flores; si la invitase á pasar la tarde con su madre y mi anciana tía, ¿os sería esto agradable? ¿No es cierto?
Lemm inclinó la cabeza de medio lado. TOMO XLV.—VOL. I. ó
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—Invitadla—murmuró. —Pero no es necesorio que invitemos á Pauchine. —No, no es necesario—replicó el anciano con una sonrisa
casi infantil. Dos días después, fué Fédor á la villa ó casa de los Ka-
litini.
XXIV.
Halló á todo el mundo en casa, pero no manifestó en seguida su proyecto, queriendo antes hablar á Lise. La casualidad vino en su ayuda; les dejaron solos en el salón, y comenzaron á platicar. Ya había tenido ella tiempo de acostumbrarse á él, y además no se dejaba fácilmente intimidar por nadie. Fédor la escuchaba con la mirada fija en ella, y repetía para sí las palabras de Lemm, de cuya opinión participaba. Sucede en ocasiones que entre dos personas que apenas se conocen, se establece repentinamente una íntima simpatía; el sentimiento de ese misterioso contacto se conoce en seguida por la mirada, por la dulce y amable expresión de la sonrisa, y hasta en el gesto. Esto es precisamente lo que sucedió con Lise y Lavretzky.
—Vedle tal como es—pensó ella mirándole con un aire de interés.
—Vedla como es ella—pensaba él por su parte. Así es que no se sorprendió cuando, después de dudar un
poco, le anunció Lise que hacía ya algún tiempo que quería decirle una cosa, pero que no se había atrevido por miedo de enfadarle.
—No tengáis ese temor, hablad—le dijo deteniéndose ante ella.
Lise levantó hacia él sus puros ojos. —Sois tan bueno—comenzó, y al mismo tiempo pensaba:
—«Sí, es bueno verdaderamente...»—Perdonadme, no debiera, tal vez, hablaros de estas cosas... Pero, ¿cómo habéis podido... por qué habéis dejado á vuestra mujer?
Lavretzky se estremeció, miró á Lise y se sentó á su lado.
LAVRETZKY 8 3
—Hija mía, no toquéis esa llaga, os lo suplico, pues aunque vuestras manos son delicadas, me haríais sufrir mucho.
—Ya sé—continuó Lise como si no le hubiera oído—que es para con vos culpable; yo no quiero justificarla; pero ¿cómo es posible separar lo que Dios ha unido?
—Nuestras convicciones en eso son muy diferentes, Lise —dijo Lavretzky bastante secamente.—No nos entenderíamos nunca.
La joven palideció; un escalofrío recorrió todo su cuerpo, pero no calló por eso.
-^Debéis de perdonarla—le dijo muy despacio—si queréis que á vos os perdonen también.
—Perdonar...—exclamó Fédor.—¿Conocéis acaso la persona por la cual intercedéis? Perdonar á esa mujer... acogerla de nuevo en mi casa... á ella... á ese ser frivolo y sin corazón... ¿Y quién os dice que ella quiera venir á mi lado? Estad tranquila; ella está muy satisfecha de su posición... Pero ¿de qué hablamos?... Su nombre no debe de salir de vuestra boca. Sois demasiado pura y os es imposible comprender una criatura parecida á ella.
—¿Por qué la insultáis?—murmuró Lise, haciendo un esfuerzo.
El temblor de sus manos acabó por hacerse visible. —La habéis dejado vos, Fédor Ivanowitch. • —Yo os lo repito—replicó Fédor en un arranque involun
tario de impaciencia,—no conocéis á esa criatura. —Entonces, ¿por qué os casasteis con ella?—murmuró
Lise bajando los ojos. Lavretzky se levantó bruscamente. —¿Porqué me he casado?... Porque entonces era joven, sin
experiencia, y me equivoqué. Me arrastró el encanto de la belleza exterior. No conocía á las mujeres ni conocía el mundo. ¡Quiera Dios que hagáis vos un casamiento más feliz! Pero, creedme, no se puede responder de nada por adelantado.
—Y yo también podré ser desgraciada—murmuró Lise con voz temblorosa.—Pero entonces será preciso resignarse; yo no sé hablar, pero si nosotros no nos resignamos,..
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Lavretzky cerró los puños y dio con el pie en el suelo. —No os enfadéis, perdonadme—dijo en seguida la joven. En aquel momento entró María en el salón y Lise se le
vantó y quiso salir. —¡Esperad!—exclamó inesperadamente Lavretzky.—Ten
go que hacer una súplica á vuestra madre y á vos, y es la de que vayáis á visitar mi nueva casa. Ya sabéis que me he procurado un piano, y que Lemm está allí. Las lilas tienen flor, y podréis respirar un poco el aire del campo y volver el mismo día. ¿Consentís en ello?
Lise miró á su- madre; María tomó un aire de enferma, pero Fédor no la dejó tiempo de abrir la boca y le besó la mano.
María, siempre sensible á los procederes amables, y sor-pendida dé tanta amabilidad por parte de un hombre tan bueno como Teodoro, se dejó conmover y dio su consentimiento.
Mientras hacía sus combinaciones para escoger el día, se aproximó Lavretzky á Lise, y aún conmovido le dijo aparte:
—Gracias; sois muy buena... yo he hecho mal. El pálido rostro de la joven se iluminó con una púdica
sonrisa de alegría; sus ojos sonrieron también. Hasta aquel momento temía haberle ofendido.
—¿Podrá ir con nosotros Vladimiro? —Ciertamente—^replicó Lavretzky;—pero sería mejor que
estuviésemos en familia. —Pero me parece...—comenzó á decir María. —Por lo demás, haced lo que queráis. Se decidió que irían Lenotchka y Schourotschka, pues
Marpha rehusó ser de la partida. —Me cansa mucho mover mis viejos huesos, y no sabría
en donde acostarme tranquilamente en tu casa; además, yo no puedo dormir en una cama que no sea la mía. La juventud no desea más que agitarse.
Lavretzky no tuvo ocasión después para hablar con Lise, pero la miraba con una expresión que la hacía unas veces dichosa, otras la llenaba de confusión, y á veces le inspira-
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ba un sentimiento de piedad. Al despedirse de ella le apretó fuertemente la mano, y cuando quedó sola se puso pensativa.
XXV.
Habían pasado ya dos días, y María, según había prometido, llegó con su joven acompañamiento á Wassitiewskoé, Las jóvenes corrieron en seguida al jardín, y María pasó revista á todas las piezas, de las cuales alabó mucho el arreglo con un aire lleno de languidez.
Consideraba la visita á su primo como un acto de gran condescendencia por su parte; en algún modo, como una buena acción.
Sonrió con amabilidad cuando Antonio y Apraxéia, según costumbre de los criados siervos, se aproximaron á besarle la mano, y con voz delicada pidió el té.
Con gran mortificación de Antonio, que se había puesto sus guantes de algodón blanco, no fué servido por él, sino por el ayuda de cámara de su amo, que, según él decía, no entendía una palabra de la etiqueta del servicio.
Por fortuna, Antonio pudo recobrar sus derechos en la comida, y vengarse, aunque la aparición de huéspedes, cosa desusada en Wassitiewskoé, alegraba y turbaba al anciano.
Experimentaba una verdadera satisfacción al ver personas de cierto rango en relaciones con su señor.
Además, no era él sólo el turbado aquel día; Lemm no estaba menos agitado, se había puesto su frac color de tabaco, con faldones muy puntiagudos, y apretado fuertemente un pañuelo alrededor del cuello; tosía continuamente, y se volvía con una expresión agradable y de amabilidad.
Lavretzky notó con placer la buena cordialidad que entre él y Lise continuaba; al entrar en el cuarto le tendió la mano amigablemente.
^ Después de la comida, sacó Lemm de la faltriquera del frac, en la que metía á cada instante la mano, un rollito de papeles de música, y con los labios fruncidos, se colocó en
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silencio al piano. Esta era la romanza que había compuesto la víspera, con las antiguas palabras alemanas, en la que se hacía alusión á las estrellas.
Lise se puso en seguida al piano y descifró la romanza. Por desgracia, la música era muy complicada y de una forma difícil; se veía que el compositor había hecho todos sus esfuerzos para expresar la pasión y un sentimiento profundo, pero sin conseguir saliera nada bueno.
Sólo la dificultad se hacía sentir. Lavretzky y Lise lo notaron así, y Lemm lo comprendió. Sin proferir una sola palabra volvió á meterse la romanza en el bolsillo, y á la petición que le hizo Lise de que la tocase otra vez, bajó la cabeza de una manera significativa, diciendo:
—Ahora ya se acabó. Después se puso muy encogido y se fué. Por la tarde salieron reunidos á pesca en un estanqug de
fuera del jardín, donde había muchas tencas y otros pescados. Colocaron á María en un sillón á la sombra cerca de la orilla, extendieron bajo de sus pies una alfombra pequeña, y le dieron la caña mejor. Antonio, en calidad de bueno y antiguo pescador, le prestaba sus servicios con el mayor celo, le ponía el cebo en el anzuelo y echaba la caña, dándose aires de gran amabilidad. Ya aquella misma mañana había hablado María de él á Fédor, de una manera digna de una colegiala.
—Ahora—dijo—ya no hay gentes como estas, según se encontraban antes.
Lemm se fué más lejos, hasta el dique, acompañando á las dos niñas, y Lavretzky se colocó al lado de Lise. Los peces mordían el anzuelo; las tencas se suspendían á la punta de las cañas, haciendo brillar sus escamas de oro y plata.
Resonaban continuamente las exclamaciones de júbilo de las dos niñas; hasta la misma María lanzó por dos ó tres veces un pequeño grito de premeditada satisfacción.
Las cañas de Lavretzky y de Lise funcionaban con menos frecuencia, lo que consistía tal vez en que estaban menos ocupados de la pesca que los demás, y dejaban que el corcho flotase hasta la otra orilla. En su alrededor se balanceaban
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muy despacio los grandes juncos amarillentos; ante ellos se reflejaba como si fuese una sábana el agua con dulce brillo. Ivan hablaba en voz baja; Lise, colocada de pie sobre la balsa, y Lavretzky, sentado en un tronco de cedro algo inclinado. La joven llevaba un vestido blanco con ancha cintura del mismo color, y suspendido de una mano el sombrero de paja, y con la otra sostenía, no sin algún esfuerzo, su flexible caña. Fédor consideraba su puro y severo perfil, sus cabellos levantados por detrás de las orejas, sus mejillas delicadas, ligeramente sonrosadas como las de un niño, y decía para sí:
—¡Cuan bella está asi, nadando sobre mi estanque! Lise no se volvía hacia él, sino que miraba hacia el agua. Nadie hubiese podido decir si cerraba los ojos ó sonreía. Un
tilo proyectaba sobre los dos su sombra. —He reflexionado mucho sobre nuestra última conversa
ción—dijo Lavretzky,—y lo que he sacado en consecuencia es que sois muy buena,
—Pero yo no tenía intención...—balbuceó Lise confusa. —Sois muy buena—repitió su primo,—y yo con mi ruda
corteza siento que todo el mundo debe de amaros; Lemm, por ejemplo, está sencillamente enamorado de vos.
Un ligero estremecimiento contrajo las cejas de la joven, como le sucedía siempre que oía algo que la desagradaba.
—Me ha dado hoy mucha pena—continuó Lavretzky—que saliese mal su romanza; que la juventud sea inhábil para componer bien, puede pasar; pero es siempre un espectáculo que causa dolor el de la vejez débil é impotente, y sobre todo, cuando no sabe medir el momento en que le abandonan las fuerzas; un anciano soporta difícilmente un descubrimiento como ese... ¡Atención! ¿Pica el pez?
—Dicen—añadió después de un momento—que Vladi-miro ha escrito una romanza muy bonita.
-^Sí—respondió Lise,—es una bagatela, pero está bastante bien.
—¿Y qué os parece, es buen músico? —Creo que tiene gran disposición para la música; pero
hasta ahora no se ha ocupado bastante en ella.
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—¿Es hombre de bien? Lisa se echó á reír y lanzó una mirada interrogadora á su
compañero. —¡Qué pregunta tan singular!—exclamó tirando del an
zuelo y echándole más lejos. —¿Por qué ha de ser singular? Os lo pregunto como re
cién venido y como pariente. —^¿Como pariente? —Si, me parece que soy tío vuestro. —Vladimiro tiene buen corazón—dijo Lise—y talento;
mamá le quiere mucho. —¿Y vos le queréis? —Es un hombre muy galante; ¿por qué no le he de querer? —¡Ah!—dijo Lavretzky. Y calló. Una expresión entre triste é irónica se pintó en
su semblante; su mirada obstinada turbaba á Lise; pero continuó sonriendo.
—Y bien, que Dios os conceda la felicidad—murmuró al fin, como si hablase consigo mismo.
Y volvió la cabeza. Lise se sonrojó. —Os equivocáis—dijo,—hacéis muy mal en creer... ¿Os
disgusta Vladimiro?—le preguntó de improviso. —Sí, me disgusta. —¿Por qué? —Le creo un hombre sin corazón. La sonrisa desapareció de los labios de Lise. —Estáis acostumbrado á juzgar con severidad el mundo—
dijo después de un largo silencio. —No creáis eso. ¿Qué derecho tengo yo para mostrarme
severo con los demás, cuando tengo tanta necesidad de indulgencia? Decídmelo si gustáis. ¿Lo habéis olvidado ya? Las gentes insignificantes son las únicas que no se burlan de mí. A propósito, ¿cumplisteis la promesa que me hicisteis?
—¿Cuál? —¿Habéis rezado por mí? —Sí, recé y rezo todos los días; pero no debíais hablar de
eso con tanta ligereza.
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Lavretzky protestó que no había sido tal su intención, que respetaba profundamente todas las convicciones.
Después se lanzó en disertaciones sobre la religión, sobre el cristianismo en general y sobre el papel que hace en la historia de la humanidad.
—Es preciso ser buen cristiano—le dijo Lise, haciendo cierto esfuerzo sobre sí misma,—no para saber interpretar las cosas celestiales ó terrenales, sino porque todo hombre tiene que morir.
Lavretzky levantó los ojos á Lise "con sorpresa y se cruzaron sus miradas.
—¿Qué palabras son esas que acabáis de pronunciar?—le dijo.
—Estas palabras no son mías. —No son vuestras... Pero ¿por qué habéis hablado de
morir? —Sin saber por qué, pienso muchas veces en esto. —^A menudo? —Sí. —Nadie lo diría al veros en este momento; tenéis una fiso
nomía tan alegre, tan serena y sonriente... —Sí, en efecto, ahora estoy muy alegre—respondió con
inocencia. Lavretzky tuvo tentaciones de cogerle las dos manos y
estrechárselas con efusión. —Lise, Lise, ven aquí á ver qué hermosa tenca acabo de
sacar—gritó María Demitrievna. —Al instante, mamá—respondió Lise, yendo hacia ella. Y Lavretzky se quedó solo. —La hablo como si yo no hubiese concluido para la
vida—pensó. Al marcharse Lise había dejado suspendido el sombrero á
una rama, y Lavretzky miraba de una manera extraña, con una especie de ternura, á aquel sombrero con sus largas cintas arrugadas. Muy pronto vino Lise á ocupar su sitio en la balsa.
—¿Por qué os parece que Vladimiro no tiene corazón?—le preguntó después de algunos instantes.
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—Ya os he dicho que puedo equivocarme. Además, el tiempo lo demostrará.
Lisa quedó pensativa. Lavretzky la habló de su género de vida en Wassitiewskoé, de Antonio, de todo el mundo; sentía la necesidad de hablar á Lise y de comunicarle todo lo que pasaba en su alma. ¡Ella le escuchaba con tanta gracia y tanta atención! ¡Sus escasas observaciones y sus réplicas le parecían tan sencillas y de tanta razón! Llegó hasta decírselo, y Lise se admiró.
—¡De veras!—le dijo.—Yo que por mucho tiempo me he creído igual á mi doncella Nastia, que no tiene palabras propias, y que decía á su novio: «Debes de fastidiarte á mi lado; tú me dices siempre cosas bonitas, y yo no tengo nada que decirte.»
—¡Gracias á Dios!—pensó Fédor.—Así sea.
XXVL
La tarde era ya muy avanzada, y María manifestó deseos de volver. Costó trabajo el arrancar á las dos niñas del estanque. Lavretzky prometió acompañar á sus huéspedas hasta la mitad del camino, é hizo ensillar su caballo.
Al ayudar á María á subir al coche, notó la ausencia de Lemm. El anciano había desaparecido al concluir la pesca. Antonio cerró la portezuela con un vigor notable á su edad, y gritó con tono de autoridad:
—¡Anda, cochero! El carruaje partió. María ocupaba el fondo del coche con
Lise; las dos niñas y la doncella iban delante; la tarde era tranquila y templada; llevaban los dos cristales bajos, y Lavretzky trotaba al lado de Lise con la mano apoyada en la ventanilla, dejaba sueltas las riendas sobre el cuello de su caballo, y de vez en cuando decía algunas palabras á la joven.
El crepúsculo iba extinguiéndose, la noche se acercaba, y el aire iba haciéndose,más templado. María dormitaba, las
LAVRETZKY QI
niñas y la doncella se dormían también. El coche rodaba rápidamente con paso igual.
Lise se asomó á la ventanilla; la luna, que acababa de sa -lir, iluminaba su rostro. La embalsamada brisa de la tarde acariciaba sus ojos y sus mejillas. Experimentaba un indecible sentimiento de bienestar. Su mano se habla colocado sobre la portezuela al lado de la de Teodoro, y él también se sentía dichoso abandonándose al encanto de aquella noche suave, con los ojos fijos en aquel rostro joven y bondadoso, escuchando aquella voz fresca y bien timbrada, que le decía cosas sencillas y breves; así llegó sin notarlo á la mitad del camino, y no queriendo despertar á María, estrechó ligeramente la mano de Lise, y le dijo:
—Ahora somos amigos, ¿no es verdad? Ella hizo un signo con la cabeza y él detuvo su caballo. El coche continuó su marcha balanceándose sobre sus
muelles, y Lavretzky volvió al paso á su casa. La magia de aquella noche de estío se había apoderado de él; todo le parecía nuevo, al mismo tiempo que todo le parecía conocido y amado de larga fecha. De cerca, de lejos, la vista distraída erraba sin darse cuenta de los objetos, pero su alma recibía una dulce impresión.
Todo descansaba en ese dulce reposo; la vida se mostraba llena de savia y de juventud. El caballo de Lavretzky avanzaba con gallardo paso; su sombra negra marchaba fielmente á su lado.
Se hallaba cierto encanto misterioso en el ruido de sus herraduras, y alegría en el grito agudo de su relincho. Las estrellas parecían ahogadas en un vapor luminoso y la luna brillaba con vivo esplendor.
Sus rayos extendían una azulada luz sobre el cielo, y bordaba un cerco de oro al contorno de las nubes que pasaban por el horizonte. La frescura del aire humedecía los ojos, penetraba por todos los sentidos como una caricia fortificante, y comunicaba al pecho vigor y fortaleza.
Lavretzky estaba bajo su encanto y se regocijaba al sentirle.
—Aun vivo—pensó;—no me he hundido para siempre.
9 2 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Y no acabó. Después recordó á Lise, preguntándose si podría amar é Pauchine, y dijo para sí que si la hubiese hallado en otras circunstancias, su vida hubiera tomado probablemente otro giro; que comprendía á Lemm, y que aunque la joven creyese no tener palabras propias, como decía ella, se equivocaba, porque sí las tenía, y recordaba lo que le había dicho:
—No habléis con ligereza. Continuó su camino con la cabeza baja, y después, ende
rezándola de repente, murmuró muy despacio: —He quemado todo cuanto adoraba antes, y ahora adoro
todo lo que antes quemé. Empujó su caballo y le hizo galopar hasta su casa. Al echar pie á tierra se volvió por última vez con un son
risa involuntaria de agradecimiento. La noche tranquila y silenciosa se extendía por los valles
y las colinas. ¿Aquel vapor templado y dulce descendería del cielo, ó vendría de la tierra? Dios sabe qué profundidad embalsamada llegaba hasta él.
Lavretzky envió su último adiós á Lise, y subió corriendo la escalera.
La mañana del día siguiente fué muy monótona, llovió desde muy temprano.
Lemm estaba sombrío y apretaba más y más los labios, como si hubiese hecho voto de no hablar ya más.
AI meterse en la cama cogió Teodoro un legajo de periódicos que no había leído hacía quince días, se puso maqui-nalmente á romper las fajas y á recorrer con descuido sus columnas, que no encerraban nada de nuevo. Iba ya á rechazarlos lejos de sí, cuando le llamó la atención el folletín de uno de ellos, y saltó como si le hubiera mordido una serpiente.
En aquel folletín, aquel Eduardo, que ya conooemos, anunciaba á sus lectores una nueva dolorosa.
«La linda y seductora moscovita—escribía,—una de las reinas de la moda, el adorno de los salones parisienses, la señora de Lavretzky, había muerto casi repentinamente; y esta nueva, que no era por desgracia sino muy verdadera.
LAVRETZKY 93
acababa de llegar en aquél momento. Puede decirse—continuaba—que yo fui uno de los amigos de la difunta.»
Lavretzky cogió su ropa, bajó al jardín y se paseó en todos sentidos hasta la mañana.
XXVII.
Al día siguiente, á la hora del almuerzo, pidió Lemm á Lavreztky que le diera un caballo para volver á la villa.
—Ya es tiempo—dijo el anciano—de que vuelva á mi trabajo; es decir, á dar mis lecciones; pierdo aquí el tiempo inútilmente.
Su amigo no le respondió en el acto; parecía distraído. —Está muy bien; yo os acompañaré. Hizo Lemm su maleta sin la ayuda de ningún criado,
rompió ó quemó varios papeles de música. Tomaron el coche, y Lavretzky, al salir de su gabinete, se guardó en el bolsillo el periódico de la víspera. Durante el trayecto no se cruzaron entre los dos sino muy pocas palabras; estaban ocupados cada uno de sus propios pensamientos y encantados de que nadie les turbara. Se separaron con bastante frialdad, lo que acontece en Rusia muchas veces entre buenos amigos. Lavretzky llevó al anciano hasta su casa. Este, al bajar del coche, cogió por sí mismo la maleta, se cruzó la correa sobre el pecho, y sin darle la mano á Lavretzky, sin mirarle siquiera, le dijo en ruso:
—Adiós. —Adiós—repitió su amigo, dando al cochero la orden de
dirigirse á su propia casa, pues tenía un cuartito en la villa de O...
Después de escribir algunas cartas y comer deprisa, fué á casa de Kalitine. No halló en el salón más que á Pauchine, el cual le dijo que María iba á venir, y entabló con él una conversación en el tono más cordial del mundo. Hasta aquel día le había tratado Pauchine, si no precisamente con altivez, con una especie de condescendencia. Al contar Lise á
9 4 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Pauchine su expedición de la víspera, le habló de Lavretzky como de un hombre amable y de un talento distinguido; no había necesitado más que esto para desear la conquista de aquel hombre amable y lleno de talento.
Empezó por hacerle mil cumplidos acerca de Wassitiews-ÍDoé, que debía ser encantador, á creer las palabras de admiración que dejaba escapar toda la familia. Según su costumbre, llevó la conversación con maña sobre sí mismo, habló de sus ocupaciones, de su manera de ver la vida, el mundo y el servicio; lanzó dos ó tres palabras sobre el porvenir de la Rusia, sobre el modo necesario de llevar las riendas del gobierno; á este fin se burlaba de sí mismo, insinuando que le habían hecho oir en San Petersburgo que era preciso popularizar la idea del catastro; habló mucho tiempo con seguridad y en tono de descuido, cortando todas las dificultades y jugando con todas las cuestiones más arduas de la política y la administración, como un escamoteador juega con sus baratijas. A cada instante se le escapaban frases como estas: «Ved lo que yo haría si fuese Gobierno; sois hombre de bastante talento para que no participéis de mi opinión.» Lavretzky escuchaba con frialdad las disertaciones de Pauchine. Aquel joven tan bello y lleno de talento y de seguridad, tan elegante, con su sonrisa serena, sus ojos perspicaces y su voz insidiosa, le disgustaba soberanamente. Él notó en seguida, con esa facultad de intuición que poseía, que su conversación no causaba ningún placer á su interlocutor, y se alejó bajo un pretexto plausible, decidiendo entre sí que Lavretzky podría ser un hombre galante, pero que le era poco simpático el personaje; en suma, que estaba agriado su carácter, y que era bastante ridículo.
Apareció María, acompañada de Guedeonofski y seguida de Marpha y Lise; después vinieron los otros huéspedes de la casa. La Sra. Belenitzin, aficionada á la música, hizo su aparición; era una mujer flaca, con un rostro pequeño y lindo como el de un niño. Llevaba un vestido negro de ruidoso efecto, un abanico de todos colores y gruesos brazaletes de oro.
Entró acompañada de su marido, un hombre grueso y finchado, de arrebatado color, que tenía blancas las pestañas.
LAVRETZKY Q S
pies y manos muy grandes y una sonrisa estereotipada en sus gruesos labios; su mujer no le hablaba nunca delante de gente, y en su casa, en momentos de ternura, le llamaba «su pequeño cerdo de leche.»
Volvió también Pauchine, y el salón fué animándose; pero toda aquélla gente disgustaba á Lavretzky, y la Sra. Belenit-zin, que le perseguía con su anteojo, le contrariaba particularmente. Si no hubiese sido por la presencia de Lise, ha bría abandonado en seguida el salón. Deseaba hablarla, pero esperó mucho tiempo el momento oportuno, y tuvo que contentarse con seguirla con la vista,' con un secreto gozo. Nunca le había parecido su rostro más noble ni más encantador; la proximidad de la Sra. Belenitzin la favorecía; ésta se movía continuamente en su silla, alzando los hombros; reía como una loca; unas veces guiñaba los ojos, otras veces los abría mucho. Lise tenía un aire lleno de reserva, miraba adelante y no se reía.
La dueña de la casa se sentó en una mesa de juego con Marpha, la Sra. Belenitzin y Guedeonofski, que jugaba muy despacio y se equivocaba á cada instante, limpiándose constantemente el rostro.
Pauchine se creyó obligado á tomar un aire melancólico; hablaba por monosílabos, con expresiones de un hombre ya desengañado, propias del artista no comprendido, y las instancias de la Sra. Belenitzin, que coqueteaba con él y le suplicaba que cantase, le hallaban inflexible; no cantó su romanza; Lavreztky le estorbaba.
Teodoro continuaba igualmente taciturno; tenía un aire singular que chocó á Lise en cuanto entró; presintió que tenía algo que comunicarla, pero sin darse cuenta de sus sentimientos, temía preguntarle. Al fin, al atravesar el cuarto para servir el té, volvió la cabeza, como haciendo un movimiento involuntario, hacia su lado. El la siguió.
—¿Qué tenéis?—le dijo colocando la tetera debajo de la otra del agua caliente.
—¿Habéis notado algo en mí?—^balbuceó Teodoro. —No sois hoy el mismo hombre que otras veces. Lavreztky se inclinó sobre la mesa.
g ó REVISTA CONTEMPORÁNEA
—Quisiera daros una noticia, pero en este momento es imposible. Además, leed lo que está aquí marcado con lápiz en este folletín,—añadió tendiéndole el número del periódico que llevaba.—Os ruego que me guardéis el secreto: volveré mañana temprano.
Lise estaba turbada... Pauchine apareció en la puerta y ella ocultó el periódico.
—¿Habéis leído á Obermann, Lisaveta?—le preguntó Pauchine con un aire soñador.
Lise apenas le.respondió al paso, y subió á su cuarto. Lav-retzky entró en el salón y se aproximó á la mesa de juego. Marpha, muy colorada y con la gorra á un lado, se quejaba de sus compañeros de partida; Guedeonofski, según ella decía, no sabía jugar una carta.
—-Me parece—decía la señora—que debe ser más fácil el forjar historias que jugar con los naipes.
El otro continuaba guiñando los ojos y enjugándose la frente.
Lise volvió al salón y se sentó en una esquina; sus miradas se cruzaron con las de Lavretzk'y, y los dos se sintieron contrariados. Él leyó en la fisonomía de la joven la duda y como un secreto reproche. No podía hablarla, como hubiera querido, y quedar indiferente le era imposible; se decidió á abandonar el salón. Al despedirse de ella tuvo tiempo de decirle que volvería al día siguiente, y que contaba con su amistad.
—Venid,— le dijo con la misma expresión de duda. Así que se fué Lavretzky, Pauchine se animó y comenzó á
aconsejar á Guedeonosfki; se hizo el amable, aunque de burla, con la señora Belenitzin, y por último, cantó una romanza, conservando á pesar de esto con Lise el mismo tono y la misma mirada triste y de profundo sentimiento.
Lavretzky volvió á pasar otra noche en blanco, á pesar de que no estaba afligido ni agitado; sentía, por el contrario, que la calma y la serenidad afluían en su alma, pero no podía cerrar los ojos; el pasado no se presentaba siquiera á su memoria; se encontraba en la vida actual. Las palpitaciones de su corazón eran pesadas, pero naturales. Por momentos
LAVRET2KY 97
una idea se presentaba 'en su cerebro y decía para sí: «No, todo esto no es verdad, es una locura.» Y se detenía, bajaba la cabeza y después trataba de darse cuenta de la situación y sondear su porvenir.
XXVIII .
La acogida que hizo María á Lavretzky no fué de las más amables, cuando apareció al día siguiente. «Ya va tomando la costumbre de venir todos los días,»" pensó; y tampoco le gustaba á Pauchine, que la tenía bajo su influencia, y había hecho la víspera un elogio de él tan pérfido como desdeñoso, que no pudo menos de serle fatal. Como no veía en él un extraño, y no admitía la obligación de molestarse por un pariente, no transcurrió media hora cuando ya él recorría los caminos del jardín con Lise. No lejos de ellos jugaban Le-notchka y Schourotchka. Fédor estaba más pálido que de costumbre, sin manifestarse por eso menos tranquilo. Ella sacó del bolsillo el periódico y se lo tendió á Lavretzky.
—¡Esto es horrible!—le dijo. Lavretzky no respondió. — Pero tal vez no será verdad—añadió Lise. —Por eso os he rogado que no habléis á nadie de ello. Lise dio algunos pasos. —Decidme—continuó,—¿nos estáis afligido? ¿Absoluta
mente nada? —No puedo darme cuenta de lo que experimento. —Pero antes la amabais... —Sí, la he amado. —¿Mucho? —Mucho. —¿Y su muerte no os causa ningún pesar? —No es ahora cuando ha muerto para mí. —Lo que decís es un pecado. No me aborrezcáis por eso;
me habéis dado el título de amiga, y un amigo puede decirlo todo. Os aseguro que lo que experimento es una especie de terror. Ayer teníais una expresión tan mala.. . ¿Recorda-
TOMO XLV.—YOL. I . 7
9 8 REVISTA CONTEMPORÁNBA
bais sin duda que no hace mucho tiempo que la acusasteis duramente? Y tal vez no era ya entonces de este mundo. ¡Esto es espantoso, es como un castigo que se os ha infligido!
Lavretzky se sonrió amargamente. —¡Qué! ¿creéis eso?—dijo.—Pero al menos soy libre. Lise se estremeció de un modo imperceptible. —Cesad de hablarme así. ¿Qué vais á hacer ahora de
vuestra libertad? No podéis pensar en otra cosa sino en vuestro perdón...
—Hace ya mucho tiempo que he perdonado—interrumpió Lavretzky, haciendo un ademán con la mano.
—¡No, no es eso!—exclamó Lise sonrojándose.—No me habéis comprendido; lo que tenéis que tratar es de que os perdonen á vos.
—Pero ¿quién tiene que perdonarme? —¿Quién? Dios. ¿Quién podrá perdona,r si no es él? Lavretzky le cogió la mano. — ¡Ay, Lise! Creedme—exclamó,—ya he sido bastante
castigado. Ya he expiado cuanto tuviera que expiar. No tengáis duda.
—Vos no podéis saberlo—dijo Lise á media voz.—Habéis olvidado que no hace mucho tiempo que me decíais que no queríais perdonarla.
Continuaron paseándose en silencio. —¿Y vuestra hija?—preguntó Lise. Y se detuvo. Lavretzky, turbado, levantó de repente la cabeza. —No tengáis cuidado; ya he expedido cartas en todas di
recciones. El porvenir de mi hija, como vos.,., como vos decís, está ya asegurado. No os inquietéis.
Lise sonrió tristemente. —Pero tenéis razón—continuó Lavretzky.—¿Qué haré yo
con mi libertad? ¿Qué necesidad tengo de ella? —¿Cuándo recibisteis este periódico?—murmuró Lise sin
responder á la pregunta. —Al día siguiente de vuestra visita. —¿Y realmente... realmente no vertisteis una lágrima?
LAVRET2KY gg
—^No. Quedé aterrado; además, ¿de donde iba yo á sacar las lágrimas? Se llora el pasado, pero el mío se ha consumado ya. Su falta no destruyó mi felicidad, sino que me probó que nunca había existido. ¿Qué hay entonces que llorar? Además, ¿quién sabe? Puede ser que esta nueva me hubiera afligido más si hubiese venido hace quince días.
—¡Quince días!—dijo Líse.—¿Qué os ha sucedido en quince días?
Lavretzky quedó mudo, y Lise se sonrió. —Sí, sí, lo habéis adivinado—exclamó de repente Lavret^-
ky.—En estos quince días he aprendido lo que es un alma pura, y mi existencia anterior está más lejos de mí que nunca...
Lise, toda turbada, se alejó lentamente de él, para ir á reunirse con las niñas en el parterre.
—Yo estoy contento con haberos mostrado este periódico —le dijo Teodoro, siguiéndola.—Ya me he acostumbrado á no ocultaros nada, y espero que me paguéis en la misma confianza.
—¿Lo creéis así?—murmuró Lise deteniéndose.—En ese caso, debería yo.. . Pero no, eso es imposible.
—¿Qué deberíais? Decídmelo, hablad. —¿De veras? Me parece que no debo... Por lo demás—
añadió Lise sonriendo y volviéndose hacia su amigo,—¿para qué decir las cosas á medias? Sabed que hoy he recibido una carta.
—¿De Pauchine? —¡Sí, de él. ¿Cómo lo sabéis? —¿Os pide vuestra mano? —Sí—articuló Lise muy seria, fijando una mirada pene
trante en Lavretzky. Este, á su vez, la miró con serenidad. —¿Y qué habéis respondido?—dijo haciendo un esfuerzo. —No sé qué contestar—dijo Lise, dejando caer los bra
zos, que tenía cruzados. —¡Cómo! Pero ¿vos no le amáis? —No me disgusta; me parece que es un hombre agrada
ble, fino.
lOO REVISTA CONTEMPORÁNEA
—Ya me habéis dicho exactamente lo mismo y en los mismos términos hace cuatro días; pero quisiera saber si le amáis con ese sentimiento fuerte, apasionado, que se suele llamar amor.
—Como vos lo comprendéis, no. —¿No estáis apasionada de él? —No; pero eso no es indispensable. —¡Cómo que no! —A mamá le gusta mucho—-continuó Lise—y le parece
bueno; así es qué no tengo nada que decir en contra suya. —¿Y á pesar de eso dudáis? —Sí.. . y tal vez sois vos la causa con vuestras palabras.
¿Os acordáis de lo que me dijisteis antes de ayer? ¡Pero esto es una debilidad!
—¡Ay, Lise!—exclamó Lavretzky con temblorosa voz.— ¡Alejad de vos esa sabiduría mentida! No llaméis debilidad al grito de vuestro corazón, que no quiere entregarse sin amor. No toméis tan terrible responsabilidad ante ese hombre á quien no amáis y al cual os dejáis encadenar.
—Escucho y no temo nada con respecto á mí—dejó escapar Lise como una especie de promesa.
—Escuchad á vuestro corazón, que es el sólo que os dirá la verdad—prosiguió Lavretzky.—La experiencia, la razón, ¿qué son sino vanas palabras? No os privéis de la única cosa que hay más bella, de la única dicha que existe sobre la tierra.
— ¿Y vos, Teodoro, sois el que habla así? ¿Vos que os ca-saistes por amor y que no habéis sido nada dichoso?
Juntó él las manos diciendo: —¡Ah! No habléis de mí; no sabríais comprender lo que
puede confundir con el amor un hombre joven, sin experiencia y sin educación. Y después, ¿para qué calumniarme? Acabo de deciros que no conocí la dicha... Y eso no es cierto, he sido feliz.
—Teodoro, me parece—murmuró la joven toda turbada y bajando la voz, pues cuando no era de la opinión de su in< terlocutor bajaba siempre mucho la voz,—me parece que la dicha sobre la tierra no depende de nosotros.
—Sí, depende de nosotros, de nosotros, creedme—le cogió
LAVRETZKY l O I
las dos manos; Lise palideció y le miró con atención, casi con terror;—siempre que nosotros mismos no echemos á perder nuestra existencia. Para algunas personas puede ser el matrimonio de amor una desgracia, pero nunca para el que tiene un carácter firme como el vuestro, y un alma tan serena. Os lo suplico, no os caséis sin amor y únicamente por un sentimiento de deber, por abnegación, ¿qué sé yo?... En esto hay también escepticismo, y este es el cálculo peor de todos. Creedme, yo tengo derecho para decíroslo, y he pagado bien caro ese derecho. Y si vuestro Dios...
En aquel momento notó Lavretzky que las dos niñas se habían acercado á Lise y la miraban con una muda admiración. Abandonó su mano y exclamó á toda prisa:
—¡Perdonadme!—y se dirigió hacia la casa. —Voy á pediros aún otra cosa—dijo volviendo al lado de
Lise.—No os decidáis muy pronto, esperad y pensad bien en lo que os he dicho. Si no hacéis caso de mis palabras y os decidís á contraer un matrimonio de conveniencia, aun en ese caso no es Pauchine con el que debéis casaros. No puede ser nunca vuestro esposo. ¿No es cierto que me prometéis no apresuraros?
Lise quiso responder, pero no pudo decir ni una sola palabra, no porque hubiese tomado el partido de no apresurarse, sino porque su corazón latía demasiado fuerte, y un sentimiento parecido al temor pesaba sobre su pecho.
{Se continuará.)
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CRÓNICA POLÍTICA
I N T E R I O R .
ON las dos de la tarde. El sol que fuera del augus
to recinto brilla con todos los esplendores pro
pios del soberano de la luz, apenas envía algún
que otro pálido reflejo al salón de conferencias del Con
greso de los Diputados: con el de sesiones se muestra igual
mente esquivo y desdeñoso. Decididamente el sol no es
amigo del sistema parlamentario, ó tal vez el sistema parla
mentario no gusta de mirar de frente al sol. En el hemiciclo
no ha penetrado aún la inquieta muchedumbre que ha de
poblar los escaños; en las tribunas se impacientan las levitas
y se agitan murmuradores capotas y abanicos. La prensa
afila sus lápices, armas de la crítica, cuya punta se clava no
pocas veces en el pecho del adversario con el ensañamiento
del florete. Prepárase una de esas sesiones borrascosas que
han de ser nuevo timbre de la tribuna española, escabel con
frecuencia, más aún que del mérito, del escándalo. En los
CRÓNICA POLÍTICA IO3
pasillos menudean los diálogos vivos, á guisa de cohetes
precursores del debate en ciernes. Hablarán las oposiciones;
hablará el Gobierno; se lanzarán los cargos más duros de
una y otra parte. La política, que no tiene entrañas, se com
placerá en sembrar la perturbación y la discordia entre los
bandos enemigos. Romero Robledo viene provisto de los
acerados dardos de su palabra y de su ingenio puestos al
servicio, como incondicionales aliados, de la noble causa
que defiende. Sagasta, en cambio, está dispuesto á recoger
el guante y á revolverse airado é implacable contra todo el
que atente á los fueros del Gobierno que preside.
Además, Montero Ríos, Moret, acaso Martos, quién sabe
si algún otro de los primeros oradores de la Cámara saldrán
al palenque y harán bizarro alarde de las galas de su estilo
y de los bríos de su talento. El espectáculo proniete. Días
atrás quedó maltrecho y casi exánime el Ministro de Gracia
y Justicia, que aún forma en el Gabinete por inescrutable
privilegio de la voluntad oficial que nos dirige. La tumba,
que para él se abrió por anticipado, no puede cerrarse sin su
presa: hace falta un cadáver, y la opinión exige que se lo
den. ¿Acaso puede defraudarse impunemente á la opinión?...
Tema de las conversaciones en uno y otro corro, es este asun
to el asunto del día. Aquí se reúnen tres ó cuatro diputados
incipientes que discuten con calor las probabilidades de la cri
sis. Allí perora un periodista, demostrando con argumentos
irrebatibles, fruto de su larga experiencia de nueve meses de
vida de gacetilla y bastidores, que el poder moderador no ten
drá otro remedio que disolver el Parlamento. A la derecha, in
dolentemente recostado contra el borde del mármol que sirve
de mesa y remate á la apagada chimenea, escucha con versátil
indiferencia la reñida controversia que sostienen dos de sus
más devotos sectarios, el santón de grupo, jefe indiscutible
l 0 4 REVISTA CONTEMPORÁNEA
de media docena de jóvenes de porvenir, escépticos por tem
peramento y positivistas por necesidad. Á la izquierda, fan
tasea ampulosamente, amenazando con su gesto y con su
tono á quien se atraviera á poner en duda la irrecusable au
toridad de sus palabras, el exministro con mil quinientos
duros de haber pasivo, ayer impenitente demagogo y hoy
hombre de orden, partidario entusiasta de todas las tradicio
nes políticas, militares, administrativas y económicas. En
medio, rodeando el ancho velador de jaspe, los de la iz
quierda y los de la derecha, el orador de la comisión de ac
tas y el tribuno de las preguntas y las interrupciones; el gran
elector de Vitigudino y de Aguadulce y el contratista de ca
rreteras ó suministros para el ejército... Un rasgo caracte
rístico del cuadro: á donde quiera que se dirija el oído hiere
el tímpano el inconfundible acento de los especuladores hijos
del Principado; ¿es que la política y el negocio no son enemi
gos tan inconciliables como la incauta candidez supone?...
El salón de conferencias tiene también sus señores y sus
tiranos. En él impera sobre todos, con absoluto dominio, el
que fué en un tiempo él pollo de Antequera y será siempre el
más experto conocedor de cuantos secretos encierra el arte
de ganar amigos...
El jefe de los húsares pasa de uno á otro grupo, querido,
respetado, agasajado por todos, lanzando acá una frase chis
peante, aventurando allá un juicio inesperado, apretando
manos y amontonando^enhorabuenas. Hombre feliz que siem
pre cuenta motivos para recibirlas: yes que incansable siem
pre, apenas da cima á un empeño, aborda otro, y el éxito ya
no acierta á negarle sus servicios.
El leader de la mayoría no pone el paño sino en solemnes
ocasiones; los Ministros apenas asisten al Congreso más que
para ocupar el banco azul; Martos, Castelar, Silvela, Alonso
CRÓNICA POLÍTICA I o 5
Martínez, Cánovas, el Conde de Toreno, prefieren el muelle
escaño del Diputado al anhelante va y ven del propagandista.
El Presidente del Consejo suele violentarse alguna vez, re
corriendo las avanzadas para alentar á los débiles, lisonjear á
los fuertes y mantener la disciplina...
* * *
Pero la sesión ha comenzado: los pasillos, el salón de con
ferencias, los gabinetes de escribir, hasta el buffet, están
abandonados y desiertos. El director de El Imparcial, extem
poráneamente aludido, se levanta á defender la independen
cia de la prensa, cuyos escritos no deben ser materia de con
troversia en el seno de las Cámaras. Para rectificar ó repri
mir los errores ó excesos del periódico hay dos caminos: el
comunicado ó la querella criminal. Hacer de la censura punto
de honra, mientras la alabanza se ambiciona y se solicita y
se mendiga, es plagiar desvergonzadamente al andante caba
llero de la Mancha; Sancho pagó la deuda de la venta y en
la venta mantearon á Sancho.
El breve discurso de Andrés Mellado, más escritor que
tribuno, es digno de su firma. Hé ahí lo más expresivo que
puede decirse en su elogio.
Calla Mellado, y de puertas afuera del salón de sesiones
óyese el sordo rumor de la violenta acusación que azota el
aire; de vez en cuando, voces impetuosas, que suenan como
alaridos al chascar del látigo, corean los conceptos del ora
dor y obstruyen el paso á su palabra. La campanilla presi
dencial protesta en vano en nombre del orden; la pasión po
lítica, rebelde por naturaleza, ruge desenfrenada en el severo
I 0 6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
alcázar de las leyes, como si aquél fuera su centro y en él
tuviera inexpugnable solio.
Bien pronto salen los diputados y se dispersan en bullicio
sos grupos.—¡Magnífico discurso!—¡Soberbia estocada!—El
Gobierno está muerto.—-Romero Robledo hubiera conquis
tado hoy uno de los más eminentes puestos entre nuestros
hombres de Estado, si hace mucho tiempo no tuviera gana
da esa envidiable ejecutoria por sus singulares aptitudes de
inteligencia, de sagacidad, de perspicacia...
Y es lo más sorprendente del caso el giro esencialmente
político que se ha dado á la discusión de un asunto al pa
recer sin verdadera trascendencia para la suerte del Go
bierno. Se ha hablado de la causa Monasterio, esa mons
truosidad jurídica que emborrona una de las más lúgu
bres páginas de la historia del partido dominante; se ha
tratado de la sinceridad del régimen electoral; se ha analizado
el derecho con que prosiguen al frente de los destinos públi
cos los hombres que para dirigirlos fueron nombrados en gra
cia á una fusión hoy rota y desmentida por los hechos; se ha
llamado, en fin, á capítulo de culpas al Sr. Sagasta y se le ha
tachado de no representar las aspiraciones liberales del país
y de imposibilitar á la vez que otros las realicen con mejor
fortuna y preferentes títulos.
Y todo ¿por qué y con qué motivo? Por consecuencia de la
dimisión del alcalde de Madrid. ¿A qué móviles responde la
retirada del Sr. Abascal? ¿En qué se ha fundado el Gobierno
para desprenderse del correligionario y del amigo? No otro
fué el objeto de la interpelación origen del debate. Pero la
atmósfera era densa; negras nubes cerníanse amenazadoras
en el Ohmpo ministerial... Una chispa basta á promover la
hoguera cuando el combustible está preparado y el viento fa
vorece la explosión de la llama. Había mucho que decir y se
CRÓNICA POLÍTICA IO7
dijo: el espíritu público necesitaba una válvula de expansión
á sus sospechas, á sus prevenciones y á sus fallos, y la buscó
y no tardó en encontrarla fácilmente. Hallado el pretexto,
todo lo demás fué obra de la habilidad política. Los conser
vadores y los hombres de la izquierda se encargaron de acer
car la estopa al fuego. ¡Con cuánto arte comparó el Sr. Ro
mero Robledo los procedimientos de este Gobierno, suspicciz
y vengativo, servidor de los suyos hasta la irritante arbitra
riedad del pandillaje, y los del partido conservador, expansivo,
generoso, olvidadizo del agravio, pronto á aceptar el concur
so de cuantos se acogieron bajo la bandera dinástica, sin exi
girles señas particulares en la cédula de vecindad, ni impo
nerles ruta en el pasaporte!
¡Con qué elocuente amargura se dolia de la desmoralizar
dora intervención oficial en las libérrimas funciones del su
fragio! Ya no son sólo los candidatos ministeriales los que
pordiosean el amparo del Gobierno; hasta los de oposición
se conciertan y convienen, estipulan condiciones y suscriben
pactos. A seguir las cosas por tan funestos derroteros, la
representación nacional quedará convertida en lastimoso sé
quito de unos cuantos dioses de vergonzante omnipotencia.
¡Cómo hizo resaltar de bulto con gallardos trozos y vigoro
sos relieves, la recóndita causa del ostracismo á que se con
dena el más fiel y cariñoso amigo del jefe del Gabinete!
Los lazos de íntima cordialidad que á ambos unen comple
tan la prolija serie de indicios vehementísimos de la comt)li-
cidad del Presidente del Consejo en la injusticia cometida
al decretar la absolución de un reo á quien la opinión há ca
lificado de homicida. ¿Por quién se ha prestado á todo ello
el Sr. Sagasta? Por el Sr. Abascal. Pues el Sr. Abascal ha
debido descender de la encumbrada exhibición á que su car
go oficial le sometía. Por eso se va. Pero, ¿acaso basta eso
I 0 8 REVISTA CONTEMPORÁNEA
para satisfacer las exigencias del decoro público ultrajado?
Se abusa de la exacerbación de las pasiones y se aparenta
creer que es suficiente una víctima para tranquilizarla y se
renarla. Como á la hambrienta fiera se arroja descarnado
hueso por si royéndolo acierta á entretener el hambre. La
víctima que está demandando la opinión es el Gobierno que
preside el Sr.'Sagasta.
* * *
El salón de sesiones vuelve á poblarse nuevamente. En
este país de los oradores espontáneos, donde la elocuencia
es planta que germina y florece al sol y al aire, sin imponer
las fatigas de la siembra, ni exigir los afanes de la cosecha,
no puede ciertamente maravillar á nadie que cada discurso
sea un triunfo y la última palabra parezca la mejor dicha.
Los grupos culebrean otra vez, nutridos y alborotados, por
todos los ángulos del edificio.
—Sagasta ha obtenido uno de los más grandes éxitos de
su vida. Inexorable, cruel, ha devuelto golpe por golpe,
cuchillada por cuchillada. Ni por un instante ha perdido el
aplauso incondicional de la mayoría, que le escuchaba ató
nita. Tan poco acostumbrada la tiene á tales bizarrerías.
—El debate ha invadido nuevos horizontes. A la causa
Monasterio, de los constitucionales, se ha opuesto el recuerdo
de la calle de la Fresa, de los conservadores...
—Montero Ríos culpa al Gobierno de hacer estéril el
acto patriótico de los demócratas que han acatado las ins
tituciones, y amenaza con repasar la frontera de la Mo
narquía.. .
—Moret entra en liza, gladiador más apuesto que aguerrí-
CRÓNICA POLÍTICA l o g
do, adalid más galán que esforzado, y pronuncia frases de
reconciliación entre todos los elementos liberales. La iz
quierda puede identificarse con el Gobierno, si el Gobierno
se identifica con la izquierda.
Los ministeriales celebran el logogrifo. Los conservado
res se miran con extrañeza. Los mismos izquierdos no sa
ben si sonreír ó protestar.
«
Tal ha sido el resultado de la discusión última. ¿Puede,
por estos datos, precisarse su alcance é importancia? Creemos
que no. El tiempo se encargará de descifrarlos. Por de pron
to, es innegable que el Gobierno, há pocos días quebradizo
y vacilante, ha adquirido seguridad y resistencia relativa:
puede ya contar con unos cuantos meses más de agonía,
aunque lenta, irremediable.
Un eminente hombre político ha resumido las consecuen
cias del debate en la siguiente frase: «La izquierda ha dado
cuerda al Gobierno para que pueda andar hasta después que
se discutan los presupuestos.»
En tanto, al Sr. Abascal ha sucedido en la alcaldía de la
villa y corte el Sr. Marqués de Urquijo, cuyas prendas per
sonales de actividad, iniciativa y rectitud merecen unánimes
simpatías. Hombre alejado de los intereses de partido, pue
de ser excelente administrador de los del pueblo de Madrid.
# # *
l i o REVISTA CONTEMPORÁNEA
Ha dejado de publicarse, después de catorce años de ince-
isante lucha, el periódico El Tiempo, primero que proclamó
la causa de D. Alfonso XII, cuando el augusto hijo de doña
Isabel I I era el benemérito escolar del colegio Teresiano.
A los alfonsinos de la víspera van arrinconando—y es
síntoma harto significativo en pro del general asentimiento
que hoy. obtiene el trono legítimo—los más tardíos, pero
sin duda más aprovechados alfonsinos del día siguiente.
La historia de siempre. La tierra descubierta por Colón
lleva el nombre de un oscuro rapsodista.
U.
REVISTA EXTRANJERA
A curiosidad pública no ha quedado aún satisfecha acerca del alcance de la misteriosa y triple alianza pactada en la Europa central. Ni siquiera la opinión está unánime sobre la índole de esa
convención, tratado, arreglo ó lo que fuere, que tanto ocupó á los políticos y que los Ministros de Negocios Extranjeros de Roma, Viena y Pesth, no pudieron explicar sin producir nuevas y mayores dudas en los Parlamentos de los países directamente interesados en aquel ruidoso suceso diplomático.
En el Senado francés el Duque de Broglie dirigió sobre el particular una interpelación al Gobierr^o de la República; pero la contestación de Mr. Challemel-Lacour no fué más explícita que las declaraciones de los Sres. Kalnoky, Manci-ni y Tisza, y el misterio y las nebulosidades subsisten.
Sólo se ha declarado en términos vagos, pero formales, que Italia, Austria y Alemania no abrigan pensamientos hostiles contra Francia, lo que en cierto modo pudiera dar la clave de esa inteligencia de la Europa central, convencida cuando menos de sus propósitos de aislar á Francia. Pero ¿se encamina esa alianza contra la forma actual del Gobierno que se han dado los franceses 6 contra alguna otra que pudieran eventualmente darse el día de mañana? Tales han sido las preocupaciones de los círculos políticos de París.
1 1 2 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Parece evidente que Francia, lo mismo en su estado actual que al día siguiente de, cambiar de instituciones, si en lo sucesivo cambiara, no puede ya ser un peligro para Europa. Doce años de república han costado mucho más que la guerra con Prusia y la Comtnune; su hacienda se encuentra en un estado desastroso; su administración, su comercio y su industria decaen; el espíritu público está abatido, y nadie puede soüar allí en aventuras guerreras, sino en levantar el edificio social que se desmorona.
Por otra parte, Francia no puede anularse, porque sigue siendo y será por mucho tiempo un elemento importante de la civilización europea, y ese elemento no podría desaparecer sin que sobre su cadáver tuviesen lugar batallas sangrientas ante las que nada significarían las que ha engendrado y aún engendrará esa eterna cuestión de Oriente, originada por la agonía del Imperio turco.
El Sr. Duque de Broglie se hizo eco en su interpelación de la especie propalada por parte de la prensa oficiosa de Alemania, afirmando que la triple alianza se propone, entre otras cosas, mantener en Francia las instituciones hoy vigentes; es decir, poner á la república bajo su tutela y garantía, como si Europa aplaudiese todo lo que debilita y divide á los franceses. Tal hipótesis no es creíble, porque los republicanos oportunistas dan la mano á los radicales, éstos la dan á los anarquistas y los anarquistas se entienden con los nihilistas, y ni en Roma, ni en Viena, ni en Berlín pueden verse con calma los atentados contra la monarquía y oirse con agrado las declamaciones contra todos los tiranos y en favor de la república universal, al mismo tiempo que se toman en Italia y Austria providencias enérgicas contra los irredentistas y revolucionarios de todos colores.
El Ministro francés de Negocios Extranjeros, Mr. Challe-mel-Lacour, no duda que es una realidad la inteligencia entre Italia, Alemania y Viena; no duda que esa inteligencia tiene una verdadera importancia; pero opina que el hecho no implica ningún elemento nuevo en la política de Europa. Cree que esa política no depende de conciertos verbales ó escritos, á menudo ficticios, transitorios y equívocos, en los
REVISTA EXTRANJERA I I 3
que las diversas partes prosiguen fines opuestos, sino que estriba en intereses permanentes y más ó menos sabiamente comprendidos, hallándose siempre relacionados con estos mismos intereses el valor, la duración y el porvenir de los actos diplomáticos. Cree imposible determinar si la inteligencia de Italia con los dos Imperios de la Europa central significa simplemente el triunfo de la política conservadora, 6 si la suerte de Francia, Rusia, Turquía é Inglaterra entra por algo en el famoso concierto llevado á término.
De todas maneras, el acto diplomático tantas veces negado resulta cierto, en medio de las contradicciones y de los vaivenes que en Francia se suceden con una veleidad vertiginosa. ¿Pueden tener confianza los franceses? ¿En quién y en qué han de tenerla, como preguntaba el Duque de Broglie?
En el asunto de Grecia, las gestiones de Wáddington fueron desaprobadas por Freycinet, y las de éste por Saint-Hi-laire. En Egipto, Gambetta empezó una política aventurera, abandonada luego por la equívoca de Freycinet, la que anatematizó posteriormente Duclere, todo en el escaso término de seis meses.
Las instituciones, de continuo amenazadas por la derecha y por la izquierda; el continuo cambio de Ministerios que se suceden con una rapidez pasmosa; la incoherencia de los partidos y la extrema movilidad política, imposibilitan todo pronóstico para el porvenir en Francia.
Tiene Francia la incertidumbre por único norte, y hasta la idea de toda alianza formal le está vedada.
En Inglaterra, el Gabinete Gladstone está en desgracia. Sus evoluciones y arriesgados equilibrios en la política interior le han proporcionado una nueva derrota.
Sabido es que el librepensador Mr. Bradlangh, diputado por Northampton, se negó primero á prestar el juramento establecido en la Cámara de los Comunes, alegando que no creía en Dios, y que un juramento religioso no le obligaba.
TOMO XLT.—VOL T. 8
1 1 4 REVISTA CONTEMPORÁNEA
La mayoría le negó el derecho de sentarse en la Cámara, y Bradlangh, siempre deseoso de figurar entre los diputados, volvió más tarde sobre su primer acuerdo, anunciando que consentía ya en pronunciar la fórmula deísta. Pero la Cámara había fallado, y sostuvo que el juramento de un individuo que había hecho alarde de llamarse ateo sería en realidad una irreverencia y una burla, mayormente después de haber púbjicamente declarado él mismo que el acto de jurar no tenía valor alguno.
Hubo incidentes varios, de todos conocidos, y Lord Glads-tone se propuso resolver la dificultad, no titubeando en ponerse de parte de una tolerancia absoluta, y proponiendo un bilí basado en la libertad de conciencia, bilí con el que intentaba sustituir el juramento parlamentario y obligatorio por la simple afirmación facultativa.
Conservadores, anglicanos y católicos, whigs y toríes, y hasta muchas importantes individualidades de los lióme-fulei's, declartiion incapaces de figurar en el Parlamento inglés á los ateos, y rechazaron por mayoría la intempestiva proposición del primer Ministro.
¿Será éste otro golpe irreparable para el Gabinete Glads-tone, que tantos ha recibido? No nos extraña que busque de nuevo una compensación á sus derrotas, distrayendo el espíritu público y halagando con más ahinco que nunca ese afán colonizador que ha constituido el sempiterno empeño de todos los partidos de la mercantil Gran Bretaña.
Lord Dufferin abandonó, por fin, el 2 de mayo el Cairo, donde había permanecido seis meses, é inútil es repetir que los trabajos del diplomático inglés, durante su estancia á orillas del Nilo, se han encaminado á hacer del Egipto una verdadera colonia británica.
El Khedive no puede ya pensar en sacudir el yugo inglés ni en buscar otros aliados. Su mortal enemigo, Arabi, el egipcio tan popular entre ios fellahs, se halla lleno de vida
REVISTA EXTRANJERA I l 5
en una isla inglesa, como una constante amenaza á su antiguo Soberano, que no tiene hoy más amigos ni protectores que los'ingleses.
La secular influencia francesa ha desaparecido del Cairo. Ya no existe la antigua intervención, ni el secretariado francés del Khedive, ni los tribunales mixtos. La administración del catastro y la dirección de la propiedad están ya en manos de funcionarios ingleses.
La Puerta Otomana ha perdido también allí la última esperanza de su antigua soberanía. El diplomático inglés ha sabido contener las ideas, las costumbres y las tradiciones de la raza turca, imponiendo cierto régimen constitucional, antipático á las tendencias autoritarias de los Pachas, y dotando á Egipto de Asambleas deliberantes, en cuyo seno sabrá en su día promover los antagonismos que le convengan.
Lord Dufferin ha hecho mucho más. En Hacienda, en Guena, en Justicia y en Obras públicas ha colocado altos funcionarios ingleses, espléndidamente retribuidos para vigilar, administrar y hacer comprender á las autoridades egipcias que los consejos de IngUterra son órdenes ineludibles. Y aun para asegurar la ocupación inglesa, ha sabido apoderarse de Port-Said, con pretexto de una incomprensible revuelta.
No podrán los ingleses quejarse de un diplomático que tantas y tan inmensas ventajas ha sabido sacar de una guerra tan fácil y afortunada.
Pero surge en estos momentos una cuestión vitalísima sobre el canal de Suez. Varios periódicos ingleses, y entre ellos el Times, han anunciado el propósito de la Gran Bretaña de construir un segundo canal en competencia con el que desde i86g existe.
Se indica el nuevo trazado, de Alejandría á Port-Said, monopolizando el comercio inglés, y anulando la Compañía presidida por Lesseps. Atravesaría el nuevo canal el Delta, lo
Il6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
más rico de Egipto, y tendría 200 kilómetros más que el canal de ahora.
No dudamos que Inglaterra ha de tratar por todos los medios imaginables de ser dueña exclusiva de las comunicaciones entre el Mediterráneo y el Mar Rojo. De antiguo persigue esta idea, y ya hace seis años que Disraeli, animado de igual propósito, realizó con el Khedive la famosa operación de comprar á Egipto 176.000 acciones del canal, que representan la quinta parte de su coste, 6 sea 320 millones de francos, y son la mitad de las emitidas por la Compañía.
No son dudosos los afanes de Inglaterra. ¿Conseguirá verlos realizados? Alegan los franceses que el decreto de concesión, firmado por S. A. Mohammed-Said en 30 de noviembre de 1854, invistió al Sr. de Lesseps de un poder exclusivo; pero este argumento no parece haya de ser muy conclu-yente ante los nuevos y poco escrupulosos señores de Egipto. Más fuerza deben tener para nosotros las palabras del mismo Lesseps: «Para hacer un canal á laderecha del nuestro, dice, sería menester transformar por completo todo el sistema de irrigación de Egipto, mientras que á la izquierda ni siquiera cabe pensarlo, á causa de los arenales. En lo único en que todos podemos estar de acuerdo es en la necesidad de ensanchar el canal existente; pero cuantos tienen alguna noción de geografía saben que el golfo de Pelusio no tiene más que una vía descendente hacia el Mar Rojo, y esta vía es la que ocupamos.»
Si existe posibilidad física para construir un nuevo canal, ya buscarán los ingleses á la corta ó á la larga el medio de hacerse dueños del que hoy existe.
Persistente Inglaterra en el pensamiento de multiplicar de una manera incesante sus colonias, ha tomado posesión de la Nueva Guinea. La noticia ha impresionado principalmente á los italianos partidarios de la política colonial, que habían explorado aquella isla y proponían su ocupación al Go-
REVISTA EXTRANJERA I I 7
bierno de Roma. Pero aquellas defraudadas esperanzas han de limitarse ya al buen deseo de que el pujante poder de los ingleses en los mares no quite la libertad de comercio en la indefinida extensión de sus posesiones y no imponga el monopolio de su actividad económica á los demás pueblos.
La cuestión del Congo ha tomado por otra parte extraordinaria importancia. Gracias á las declaraciones exageradas ó no del inglés Stanley y del agente de Francia, Brazza, que afirman que allá existen vastos y nuevos mercados para la industria y el comercio del mundo, esta cuestión figura en primer término y exige una solución definitiva.
Es menester que se afiance una autoridad efectiva en aquellos vastos territorios y que queden garantidas la seguridad personal y la propiedad, allí donde sólo imperan la anarquía, el derecho del más fuerte, actos de crueldad y represalias sangrientas. Es necesario que los agraviados no tengan que recurrir al Gobernador de Loanda, á varios centenares de millas, ó á capitanes de barcos de guerra que la casualidad haya llevado á aquellas costas. Pero si ha de colocarse aquella lejana comarca bajo el dominio de una nación europea, por desconocer los pueblos y los reyezuelos del Congo hasta los más simples rudimentos de una organización civilizada, ¿qué Gobierno tiene allí más incontestables derechos que el de Portugal?
No puede ciertamente compararse Angola con el Canadá, con la Australia, ni con el Cabo de Buena Esperanza; pero pudiera rivalizar con Sierra Leona, aquella colonia inglesa y africana que tantos esfuerzos y dinero ha costado. El capitán Burton dice que Loanda es la primera y única población que encontró después de haber dejado á Tenerife, y que la sociedad de Angola no es, por cierto, inferior á la de ninguna colonia inglesa del África Occidental.
La misión que Portugal ha cumplido en Loanda, en Am-briz, en Ambacca y tantos otros lugares, puede cumplirla en el Congo, teniendo Europa interés en que la casa de Bragan-za continúe encargada de realizar en aquellos países los progresos compatibles con su atraso y lo que demandan la humanidad, la civihzación y la justicia.
I l 8 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Solamente Inglaterra puede manifestar interés y tiene sobra de egoísmo para disputar á Portugal los resultados que en el Congo ha conseguido.
* * *
El cuadro de los sucesos de Europa durante la última quincena debiera completarse con una relación de festejos.
Grandes fiestas realizadas en Italia con motivo del casamiento del Duque de Genova, y aun antes en Belgrado para celebrar el día de la proclamación del reino de Servia; aparatosas y orientales solemnidades por realizar en la próxima coronación del Soberano del Imperio moscovita, y finalmente, una Exposición colonial é internacional espléndidamente inaugurada en Amsterdam.
Los festejos de Italia y de Belgrado pasaron; los de Rusia nos lo comunicarán próximamente los corresponsales de la prensa europea, y sólo nos toca ahora decir dos palabras sobre la magnífica Exposición inaugurada en Holanda.
Aunque debida á la iniciativa particular, el Rey y el Gobierno la han patrocinado, secundando con toda la influencia oficial los propósitos de los promovedores del pensamiento, enviando las invitaciones del comité ejecutivo á los representantes de las demás potencias y encareciendo su objeto, encaminado á extender las operaciones del comercio, vigorizar la industria, levantar la fuerza moral de los pueblos y estrechar los laz'os que unen á las naciones.
La Exposición está dividida en cinco secciones principales: la de colonias, la de exportación general, la de bellas artes y antigüedades; concursos de animales vivos, flores y frutos y congreso y conferencias. Las tres primeras forman naturalmente la verdadera Exposición, y la sección colonial es la más importante, porque es la vez primera que se ven clasificadas por naciones y por grupos las riquezas de las diferentes colonias; la geografía y meteorología, la geología y mineralogía, la ñora, la fauna y la antropología, estadística, vida doméstica y social, y todo cuanto pueda interesar á los europeos.
REVISTA EXTRANJERA I I Q
Holanda, primera potencia colonial después de Inglaterra, está allí representada por las islas de Java, Sumatra, Célebes, Borneo, Moluscas, Banka, Belitón, otras del archipiélago índico y sus posesiones de las Indias occidentales; Inglaterra por la isla de Ceylán y sus posesiones de África y de la Australia; Francia por Argel, Túnez y la Cochinchina; España por las islas Filipinas y de Cuba. Casi todos los países de Europa figuran, y muy dignamente Persia, China y el Japón.
Es una empresa grandiosa, y dícese que son admirables aquellas grandes galerías donde aparecen reunidas todas las industrias del mundo entero. Extranjeros de todos los puntos del globo se han dado cita en la ciudad de Amsterdam, que prepara grandes festejos en obsequio de los visitantes.
Filadelfia, en los Estados Unidos de la América del Norte, ha debido ser teatro de una agitación desacostumbrada en los últimos días del mes pasado. En aquel centro de la Gran República han debido reunirse las convenciones irlandesas que tan ruidosamente se anunciaron.
Dícese que estaban ya repartidos los papeles. La ciudad del Amor fraternal, que esto significa Filadelfia, habrá oído los anatemas y las enconadas expresiones del odio que los fenianos profesan á los opresores de Irlanda.
La convención de la Liga agraria había de reunirse la primera, creyéndose que aprobaría el programa político de Mr. Parnell. La segunda convención ha debido componerse de los delegados de todas las sociedades irlandesas, políticas, filantrópicas y literarias, asegurándose que el partido de la dinamita había de hallarse en minoría. El propósito de esta segunda convención es refundir todas las sociedades en una sola y vasta organización, que habrá de llamarse Liga Nacional Irlandesa, con la mira política de nacionalizar la Irlanda, obteniendo franquicias municipales primero y parlamentarias más tarde, para llegar á la creación de un Parlamento separado, en el que se reclame la reforma de las leyes sobre la
I 2 0 REVISTA CONTEMPORÁNEA
propiedad y se mejore progresivamente la condición de los labradores hasta hacerlos' propietarios.
¿Se habrán formulado esas reivindicaciones del pueblo irlandés en un programa conciliador, ó se presentarán como un ultimátum revolucionario? Algo habrán tal vez contenido á Rossa y á los partidarios de la dinamita las severísimas invectivas contra ellos lanzadas, por los más importantes diarios de Nueva York. La prensa toda no ha podido menos de anatematizar los procedimientos de asesinatos y explosiones; y hasta cierto Mr. Noah Davis, respetado y antiguo presidente del Tribunal supremo del Estado de Nueva York," aprovechando el aniversario de la Sociedad hebraica, pronunció un discurso de mucho efecto en el que puso en parangón la heroica paciencia con que los judíos perseguidos de Rusia sufren su largo martirio y la conducta de los refugiados irlandeses que desde América alientan á los asesinos y envían máquinas infernales. «¡Es menester, terminó diciendo, que los ciudadanos honrados no toleren por más tiempo que esos vampiros encubran sus conjuraciones bajo la égida de la Constitución americana!»
Las palabras del presidente de la Sociedad Hebraica y ciertos artículos de la prensa más reformista, han debido causar en el público la saludable sensación que se esperaba, y hasta ha llegado á hablarse en muchos centros de la conveniencia de una modificación de las leyes en el sentido de autorizar la persecución y el castigo de los fautores de atentados tan odiosos como los de que se queja Inglaterra. Quizás el anatema unánime del mundo civilizado contribuya á poner coto á los bárbaros procedimientos que presencia con horror la Europa moderna.
Por otra parte, pronto podrá calcularse la verdadera importancia del partido feniano, que opta por toda suerte de violencias y la dinamita. Esperemos detalles acerca de las convenciones irlandesas que se han dado cita en Filadelfia, y estos detalles bastarán seguramente para permitirnos el acertado recuento de todas las fuerzas intransigentes y el conocimiento de las tendencias de la mayoría.
S.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO^ o
El Congreso pedagógico y el t e m a s e g u n d o . — Obrapedagógico-
social por D. Manuel Polo de la
7". Toribio.— Valladolid. — Imp. de
Luis N. de Gabiria.—/ vol en S.°,
2 pesetas en Valladolid y 2, Jo en el
resto de España.
El autor de este libro fué uno de
los ilustrados paladines del Congreso
pedagógico á que él mismo se refiere;
y deseoso sin duda de que las ideas
p o r él emitidas en tan solemne oca
sión, complementadas y desarrolladas
convenientemente, sean conocidas y
juzgadas por la opinión pública, ha
creído lo mejor y más oportuno r e -
unirlas en el volumen que examina
mos; y cuya publicación, después de
todo, según el propio autor afirma,
ha sido motivada por el Congreso pe
dagógico, de igual manera que pudie
ra haberlo sido por otro cualquiera
acontecimiento.
E l tema segundo que sirve al señor
Po lo para sus eruditas observaciones,
comprende, en efecto, el problema de
la instrucción primaria en toda su
magnitud. Era , pues, el más adecuado
y propio al fin que el Sr. Polo se pro
ponía. Su discurso en el Congreso
consta íntegro en el libro, y los prin
cipios fundamentales que le sirvieron
de base se desenvuelven en diversas
partes del mismo.
El Sr. Polo combate , no sin falta
de razón y lógica en muchos casos,
los procedimientos rutinarios que aún
se conservan en la enseñanza pública,
creyendo que no se da á ésta, ni en
teoría ni en práctica, el carácter r a
cional que conceptúa debe ser su úni
co fundamento. En defensa de sus
ideas, y después de hacer constar c ó
mo las estimara una parte de la pren
sa periódica, se extiende el Sr. Po lo
en largas disertaciones filos6íic<-so^
cíales, que en nuestra opinión pecan
un tanto del defecto que precisamente
censura en otros el autor; es á saber:
despilfarro de ciencia, de ideas y de
palabras . Y es que el hombre es tu
dioso, el erudito, difícilmente sabe
sustraerse al deseo natural en él de
revestir sus ideas con el rico ropaje
de sus profundos conocimientos. E l
Sr. Polo , aun contra su voluntad, ha
( l ) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crít ico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
1 2 2 REVISTA CONTEMPORÁNEA
incurrido en este excíso agravado,
¿por qué no hemos de decirlo? con
los múltiples adornos y las preciosas
galas que su exuberante fantasía y sus
condiciones literarias le prestan y pro
porcionan. Pero en fia, el alto vuelo
que toma la imaginación del Sr. Polo
al tratar de la enseñanza en general,'
de la educ'ación y de la instrucción, en
el concepto que á una y á otra asigna
dicho autor, no evita las observacio
nes prácticas y atinadas que en la obra
.se hallan, así sobre la escuela como
respecto del maestro, considerando
que la una y el otro necesitan refor
mas y mejoras que les pongan en con
diciones de servir con mayor eficacia
á los altos fines que les están enco
mendados.
E l Sr. Po lo , imbuido en ciertas
doctrinas filosófico-políticas, teoriza
con lucidez; pero divaga, aunque con
erudición, al descender al terreno de
la realidad en que el asunto de la ins
trucción primaria es precise tratar y
desenvolver para que produzca los
buenos resultados que todos buscan.
P o r eso, sin duda, el libro del .señor
Po lo es mas literario que técnico y
mucho mas teórico que práctico.
E l problema de la primera ense
ñanza es por demás complejo y hay
que tratarlo, para comprenderlo bien,
en su vida de relación y en lo que
podríamos llamar su vida de circuns
tancias. Sin buenos maestros, no pue
den existir buen.is escuelas, y los bue
nos maestros, es preciso formarlos
en buenas escuelas normales. L a pri
mera enseñanza debe de ser educa
ción necesaria para todos y prepara
ción al mismo t iempo de la ins t ruc
ción que nunca podrá generalizarse
t an to . E l principio religioso por base,
y aquellas nociones indispensables al
desenvolvimiento de las facultades in
telectuales, debieían constituir el nú
cleo de enseñanzas en ese primer pe
ríodo de la vida que forma la niñez.
L a rutina en la en.sefi.jnza es un mal;
pero nada se remediaría susti tuyéndo
lo con otro mil veces peor, y que
suele nacer de ese enciclopedismo ab
surdo á que se quiere someter al
tierno adolescente.
Por ú l t imo: si el libro del erudito
director de la Ilustración castellana
no satisface, en nuestra opinión, las
exigencias del tema que desenvuelve
en el estado actual que la cuestión de
la enseñanza pública alcanza en E s
paña, si peca de exageraciones de es
cuela y harta de alguna injusticia
más propia del hombre político y de
partido, que del escritor imparcial y
severo, no por eso hemos de negarle
el mérito, que en realidad tiene, cien
tífica y literariamente considerado, y
que le hacen digno de ser leído con
atención por cuantos se interesan, en
tre nosotres, por los progresos de la
instrucción pública. En este sentido,
pues, no dudarnos en recomendar tan
erudito trabajo.
L o s o r a d o r e s r o m a n o s . — L e c
ciones explicadas en el Ateneo cienti-
ñco y literario de Madrid en el curso
de iSyS'l^^ por Arcadia Roda, con
un prólogo del Rxcnío. Sr. D. A. Cá
novas del Castillo. — Madrid. Libre
ría de V. Suáree.—Precio 2,So y 3
pesetas respectivamente en Madrid y
en provincias.
Nuestros lectores conocen ya, n o
solamente el prólogo de este l ibro ,
sino el que también acompañaba al
que le precediera djel mismo autor ,
t i tulado Los oradores griegos. Aun-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 1 2 3
que las obras del Sr. Roda se reco-
iiiiendan por su mérito intrínseco, por
el interés que despiertan y )a ense
ñanza que ofrecen, es indudable que
encarecen su valor real la presenta
ción que de ellas hace al público el
eminente estadista y gran orador p a r
lamentario Sr. Cánovas del Castillo,
que nadie con mejores títulos para re
comendar trabajos de elocuencia que
aquel que en ella es reconocido y acla
mado como perfectísimo maestro. Los
estudios ]5¡ográfícos, el Sr. Roda lo
dice, son la parte más amena de la
historia, quizás la más fecunda en
útiles enseñanzas, quizás también la
más propia para levantar el ánimo de
los hombres, y especialmente de los
jóvenes, inspirándoles amor á la glo
ria y á la patria, y sin duda por esto
mismo, la que más conviene popula
rizar en los infelicísimos t iempos que
atravesamos.
La obra está dividida en discursos
por el orden en que fueron pronun
ciados en el Ateneo, y comprende
diez, con unas ilustníciones y notas
puestas á cada uno de ellos que de
muestran el profundo conocimiento
del autor de la materia que trata, y
que aumenta extraordinariamente el
interés de la misma. E l Sr. Roda ha
podido penetrar fácilmente en Koraa,
estudiar sus hombres, sus leyes y sus
costumbres, después que conocía á
Grecia en su historia y en su vida
íntima, siendo como lo fué este gran
pueblo maestro y modelo de aquel
o t ro no menos grande que él, pero al
fin y al cabo tributario suyo en casi
todo y no menos que en casi todo en la
elocuencia. Por eso el Sr. Roda no sin
razón expone; que «El arte de la pala
bra fué en Atenas una planta indígena
y en Roma una planta exótica.»
El estudio de la elocuencia, su his
toria en este gran pueblo desde su
misma fundación hasta el período en
que brilla el más insigne de sus o r a
dores, el gran maestro en el arte de
la palabra, como lo llama el ' sef ior
Roda , Cicerón, constituye el erudito
y concienzudo trabajo del libro que
examinamos y que además está escr i
to en lenguaje castizo, con excelente
método y clarísima exposición.
Kl Sr. Roda , al terminar su úl t imo
discurso, promete ocuparse en ulterio
res trabajos de la elocuencia bri táni
ca y aun de la francesa, para venir
más tarde á cerrar el círculo que se
ha propuesto recorrer con un res'jmen
histórico de la tribuna española. Es
tamos seguros de que el i lustrado au
tor de Los oradores griegos y roma'
nos sabrá mantener y cumplir su p r o
mesa con la misma fe y el mismo fe
liz acuerdo con que ha.sta aquí ha des
empeñado las tareas que ha acometi
do y terminado.
Nosotros recomendamos á nuestros
lectores el úl t imo libro del Sr, R o d a ,
como útil y ameno á un t iempo
mismo.
A v e n t u r a s d e u n i n g e n i e r o
n o v e l , por Emile With, iradttcido
por D. yuan Eloy de Bona — M a
drid, [883.—Imp. de la Gaceta de
los Caminos de Hierro .—Precio , 4
pesetas.
Esta interesante obrita, en forma
de novela, escrita por un ingeniero
tan ilustrado como conocido por sus
muchas obras científicas, Mr. Emile
Wi th , y traducida por D. Juan E loy
de Bona, está lujosamente impresa,
en magnífico papel y con excelentes
gi abados
1 2 4 REVISTA CONTEMPORÁNEA
De ella ha dicho otro ingeniero distinguido, Mr. de Montel, al aparecer recientemente en Francia:
«Este precioso librito está destinado, principalmente, á los jóvenes que quieren emprender I"a carrera de ingeniero civil, ó de contratista en las obras de las .Compañías ó del Estado. Definiendo las funciones que los discípulos habrán de desempeñar en su día, é iniciándolos en los detalles de su profesión, estas descripciones constituyen una útilísima preparación de sus estudios. Como tema de desarrollo, se ha tomado la construcción de un camino de hierro.
«El libro de Emile With, al que ha dado la forma de una novela, contiene preciosas noticias sobre los indios pieles-rojas, sobre el naturalismo, la literatura actual; en una palabra, esta novela técnica forma una pequeña enciclopedia muy curiosa, por la cual cumplimentamos singularmente á nuestro simpático compañero.»
Esta opinión de una especialidad tan competente y el juicio no menos autorizado que la traducción ha merecido de D. Melitón Martín y otros ingenieros ilustres, nos dispensan de entrar en explicaciones acerca de un libro que, si en otros países puede considerarse útilísimo, en España puede serlo más aún por lo que nos interesa propagar conocimientos aquí no muy difundidos, en la forma agradable de una amena narración novelesca. •
Tratado de Trigonometría esférica, for D. Esteban Sanchis Ba-rrachina, catedrático del Instituto provincial de Valencia. — Valencia,
—Imp. de Ferrer, iSSo.—Precio, 14 y 16 reales respectivamente eti dicha ciudad y fuera de ella.
El ilustrado autor de este útilísimo tratado expone sus propósitos al publicarlo, en las breves líneas que le sirven de introducción ó preámbulo, y que no son otros que presentar un estudio tan detenido de las fórmulas de la Trigonometría esférica, que los que alguna vez tengan que aplicarlas, puedan de improviso procurarse" las que necesiten, sin, descender á deducirlas en cada caso especial. Con este objeto, además de haber coleccionado las principales en cuadros donde pueden comoararse más fácilmente que' si quedaran diseminadas por todas partes, establece reglas importantes para precisar su estructura.
Como la obra se halla principalmente dedicada á los que se preparan para el ejercicio de la marina, no siempre bastante impuestos en los principios del cálculo, el autor con excelente acuerdo ha procurado detallar con exceso las transformaciones algebraicas de que ha tenido que valerse, así como referirse en cuanto lo estima necesario á logaritmos incluidos en las tablas de navegación, y á fórmulas de frecuente uso entre los náuticos. Un índice de materias, perfectamente ordenado, facilita grandemente el conocimiento y estudio del libro, que está escrito con buen método y claridad. Su impresión es también bastante buena. Creemos, pues, que el Sr. Sanchis ha prestado un importante servicio con la publicación de dicha obra.
El profesorado público.—Ligeras indicaciones á propósito de un
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 1 2 5
proyecto de ley de instrucción púni
ca, por D. Manuel Garda y Molina-
Martele. — ValladoUd, iSS3.—Una
peseta.
Este folleto, de 38 páginas en 4 * ,
contiene, como su t í tulo indica, l ige
ras indicaciones sobre puntos de ver
dadera importancia y gravedad, rela
t ivos á la enseñanza pública. E l i lus
trado catedrático del Instituto de Va-
lladolid, Sr. García, ha creído sin duda
ocasión propicia la que le ofrecía la
circunstancia de ser hijo de aquella
capital el actual Ministro de Fomento,
Sr . Gamazo, para dedicarle su traba
jo; y así lo ha hecho. Con indicar
tan sólo las cuestiones á que el señor
García dirige las observaciones que en
su folleto formula, se comprende la
verdadera importancia del mismo.
Esas cuestiones son las siguientes:
1 .* De la misión que el profeso
rado público está llamado á des
empeñar.
2 . ' De la organización presente
y del estado en que hoy se encuentra,
3.*^ De los defectos de que adolece
su presente organización.
4.* De las reformas que serian
convenientes.
Y S." De la manera como po
drían armonizarse los derechos ad'
quiridos con las reformas que se pro
ponen.
Respecto de cada uno de estos
puntos , emite el Sr. García la opinión
que estima más acertada, apoyándola
en atinadas consideraciones. Algunas
merecen especial mención, como por
ejemplo; las. que se contraen á los in
convenientes que resultan de las per
mutas entre profesores de diferentes
asignaturas y de la inamovilidad per
manente y casi incondicional de los
catedráticos. Al l.ído de éstas y como
medios de reformas, propone el señor
García medidas que, como la de una
revisión de expedientes, traería en la
práctica muchos más inconvenientes
que ventajas y daría tal vez ocasión
á perturbaciones sin cuento . Mas de
todas suertes, el trabajo del Sr. Gar
cía prueba el interés cpn que estudia
y medita los problemas que envuelve
la magna cuestión de la instrucción
pública en general, que está por d e
cirlo así sobre el tapete, á la orden
d e l d í a , como una de las necesidades
más apremiantes á que los Gobiernos
deben dar la debida preferencia entre
sus más importantes tareas.
Mi libro de memorias.—Poesías de José Jackson Veyán,—2.* edición.
•—Madrid.—M. Minuesa, ¡883.—
Precio, 2 pesetas ¿o cents.
El modesto autor de e.sta colección
selecta de poesías, confiaba poco en
la venta de su l ibro y se acogía á la
benevolencia y al cariño de los que,
no sin gracia, l lamaba sus hermanos
de martillo y guardias de veinte y
ctiatro horas \ aludiendo á los que
como él tienen por ocupación oficial
el empleo de telegrafistas. Mas erró
en sus temores el inspirado poeta, y á
la primera edición de sus composi
ciones ha seguido la segunda; prueba
la más concluyente del aprecio que
el público en general ha hecho de
el las .
Antes de darlas á la estampa, así
reunidas en colección, yá las había
publicado sucesivamente, si no todas,
al menos muchas de ellas, en perió
dicos y revistas, ganando poco á poco,
y en buena lid, la fama de poeta de
que ya con justicia goza. De vena
espontánea, fácil y sumisa á variedad
1 2 6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
de géneros, ha sometido el Sr. Jackson
su poética inspirac'ón en metros di-
feíentes; así canta con poderosa ele
vación de ideas y viril acento los
asuntos más serios y graves, como
desciende cáustico y punzante á los
más tHviales y cuoticiiynos de la vida.
Sin embargo, la sencillez y el senti
miento constituyen la cuerda domi
nante del Sr. Jackson; y si en el cua
dro de costumbres A la dernUrc la
.sátira más fina va envuelta en el más
precioso ropaje, en la Noche Buena
la sentida crítica deja el ánimo du l
cemente emocionado.
N o es un libro más, en el sentido
que se da á esta frase, el del señor
Jack 'on , sino una valiosa colección
de poesías que serán siempre leídas
con placer y que aumentan el rico
caudal de las muchas y buenas que
poseemos.
* * *
Las pageros «lo Remensa.— Discurso que en el solemne acU de
¿a distribnción de premios celebrado
-por la Asociación literaria de Gero
na leyó Z>. Narciso I-a;és y Prats,
presidente de la misma^—Cerianien de
1882.— Gerona.—Imp. de Paciano.
Nue.stra REVIST.V se ha honrado
ya con la publicación de importantes
trabajos del Sr Pajes y Prats, dedi
cado especialmente á estudios histó
ricos y juiídico.s, en los que sobresa
le por su erudición, buen juicio y se
vera crítica.
A este género pertenece el folleto
de que se trata, que en 30 páginas
encierra tal riqueza de doctrina y de
datos que se podría con ellos escribir
un abul tado l ibro. Mas el Sr. Pajes,
acomodándose á las circunstancias de
lugar y t iempo, y dando á la ocasión
la oportunidad que requería, concretó
su trabajo en acabada síntesis, reba
tiendo las falsas opiniones que sobre
los antiguos Pageros de Pemensa se
suelen sustentar, y probando de una
manera concluyente que los mal ca
lificados de.siervos, no eran otros que
los propietarios de aquellas casas ru
rales, ó r/iansos, centros de una ex
plotación agrícola, en los cuales se
encerraba diez siglos atrás toda la po
blación de Cataluña la Vieja, y de
ellos son hoy descendientes centena
res de distinguidas familias, y que
conservan íntegro el patrimonio de
sus progenitores.
Kl folleto de nuestro ilustrado co
laborador es un trabajo de crítica his
tórica que merece consultarse.
J u a n i'j n t o i i i o S o i i i b a s . — Memo
ria dilucidando un tema de seguros
sobre la vida. — Premiada en la Aca
demia de Jurisprudencia y legislación
de Barcelona,
Basta hojear las páginas de esta
Memoria para convencerse de) gran
dominio que sobre la materia tiene el
autor . Claja exposición de las diver-
.sas cuestiones que el tema abraza,
excelente método para el desenvolvi
miento de las idejs, claridad y natu
ralidad en la expresión y prolija y
minuciosa enumeración de datos his
tóricos; tales son las principales con
diciones del trabajo que en el lugar
preséntese examina.
En el informe dado por la Acade
mia de Jurisp 'udencia y. Legislación
de Barcelona, se dice entre otras
cosas;
«Indudablemente la .academia tuvo
grande opoitutiidad al proponer para
e! concurso de l á 8 2 un tema de tan
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO
grande utilidad y trascendencia como es el de seguros sobre la vida, que si bien fuera de España ha sido tratado en distintas obras de notables economistas, á pesar de la poca antigüedad de la institución, en España apenas se encuentra tratado incidentalmente en algunos trabajos económicos, y mientras en las naciones más civilizadas tienen extraordinario desarrollo las sociedades ele seguros sobre la vida y cuentan entre sus suscritores el 3 por ICO de su población, en España no hemos visto hasta últimos de este siglo más que ligeros ensayos, alguno de los cmles ha producido el efecto de alarmar á los parliculares en vez de fomentar, en vista de los resultados prácticos y positivos que sociedades de seguros sobre la vida y sólida y sabiamente organizadas debían producir, las virtudes sociales del ahorro y del trabajo, fuente de la riqueza y una de las principales bases de la moralidad de los pueblos.»
Divídese la Memoria en cinco capítulos, en el primero de los cuales se trata de la Estadística en cuanto proporciona los medios para formar las tablas de mortalidad y vitalidad, que son la base necesaria para el cálculo de las primas anuales del seguro, presentando y exponiendo los medios de que se vale el autor para formar una tabla de mortalidad y vitalidad en España. En el segundo capítulo define el seguro sobre la vida bajo los puntos de vista científico, económico, jurídico y moral, expone las diversas combinaciones que admiten los seguros sobre la vida, y demuestra por medio de una tabla cómo se reforma el capital asegurado, sin necesidad de invertir el capital social en especulaciones arriesgadas. Hace
i?7 en el tercer capítulo una reseña histórica de los seguros sobre la vida, dividiéndola en tres períodos, y en el cuarto examina los artículo.! del proyecto de Código de Comercio, que tratan de esta institución y demues- . tra analíticamente sus defectos, exponiendo lo que con arreglo á los principios de justicia y equidad, que son inseparables de la verdadera ciencia, debería disponerse, sin olvidarse de elogiar aquellas disposiciones que se armonizan con los principios de la ciencia.
Y finalmente, en el capítulo quinto, y como síntesis de la Memoria, consigna las bases que deberían regular la constitución de las compañías a.se-guradoras españolas y sus relaciones con los asegurados.
Tal e.s "1 notable trabajo debido al 8r. Sonibas, á quien nosotros no hemos de escasear ciertamente nuestro modesto aplauso.
P o e t a s famosos del siglo X I X , sus v ida s y sus ob ra s , por Enrique Fiñeiro.— Madrid. -— Librería Guílenierg, i883,
El título de esta obra parece revelar desde luego el carácter de la misma, su interés y su importancia, bin embargo, no se trata en ella meramente de la vida y trabajos de algunos ilustres poetas de nuestro siglo, no; á más alto designio aspira el autor, cuando en la introducción de .su libro formula la siguiente pregunta:
«¿Puede acaso afirmarse que haya en el siglo XIX una poesía moderna característica, esto es, una escuela poética especial y determinada, diferente de lo que en épocas anteriores ha existido?»
ia8 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Hé aquí la cuestión que plantea y resuelve el Sr. Pifieiro según su creencia de que en realidad «existe una poesía que corresponde en su carácter á la marcha general del siglo, floreciendo en varios países con diversa fortuna, pero con muchos rasgos idénticos, que ha reflejado directamente y revestido las oscilaciones, las derrotas y los triunfos en el orden social y político; que sin destruir las tradiciones del arte, ha introducido valiosas innovaciones en las literaturas contemporáneas, tendiendo más que nunca á formar una sola familia de poetas nacidas y educados en apartados lugares.»
Tal es la idea, el pensamiento fundamental de la obra que analizamos, y al cual por lo tanto se subordina ésta en su desenvolviriiiento.
Comienza el Sr. Pifieiro un trabajo con poetas de la Gran Bretaña: Keats, Shelley y Byron, no sin dedicar interesantes líneas á Shakespeare y á Milton, para terminar en Wordsworth, con objeto del estudio biográfico crítico del ilustrado literato cubano. Habla después de Espronceda, considerándolo fiel imitador de Byron; se detiene en la poesía italiana, consagrando á la vida y á las obras de Leo-pardi gran número de páginas; estudia en la poesía alemana á Goethe, á Schiller y á Enrique Heine, y el capítulo 6.°, último de la obra y el mejor sin duda, lo destina á la poesía francesa, y en su representación á Lamartine, Muset y Víctor Hugo, en quien se detiene grandemente, analizando con detenimiento sus obras más notables. Estas ligeras indicacio
nes bastan para que se comprenda 1» importancia del trabajo del Sr. Pifieiro, que si no realiza de una manera acabada el pensamiento que al escribirlo se propusiera, y si en los juicios que sobre personas y cosas, poetas, libros y sucesos, tal vez SÍ apasiona demasiado, y el espíritu de escuela ó tendencias determinadas se revelan con extremada supremacía, no por eso hemos de negarle el mérito que le asiste, la ilustración y el estudio que en toda la obra manifiesta.
Además, contra cierta justa observación que pudiera hacérsele de antemano, se cura en la advertencia del libro, expresando «que con los artistas que enumera han florecido otros en la misma época, que hubieran podido, sin trastornar demasiado su plan, colocar, bien al lado, bien inmediatamente después; así como grupos de poetas que en el curso del siglo han ido formando nuevas escuelas, dignas de idéntica atención y de todo aplauso, y que de unos y otros espera ocuparse más adelante.
Promesa es ésta que todos los amantes de la literatura recogerán con satisfacción; pues á juzgar por las brillantes muestras que de su talentoyno-tables cualidades nos ha dado el señor Pifieiro, motivos tenemos para creer que sus trabajos ulteriores han de corresponder á las esperanzas que los ya conocidos nos han hecho concebir y acariciar.-
La obra está impresa con lujo y corrección, y forma un elegante volumen de 366 páginas, que hace poco ha publicado la acreditada librería Guttenberg.
X.
M A D R I D , 1883.—Imprenta de M.inuel G. Ifevnáiitlez, Libertad, l ó d i i p . "
ORIGEN
F O R O S EN GALICIA, CAUSAS DE SU DECADENCIA ACTUAL,
VENTAJAS
É INCONVENIENTES DE SU CONSERVACIÓN PARA LA AGRICUL*rURA
É INDUSTRIAS QUE DE ÉSTA SE DERIVAN ( l . )
fLa historia del colonato es la historia
¡i* la personalidad humana.»
^Gutiérrez.—Códigos, IV, 3j¡.^
L contrato foral, tan entendido por toda la región gallega, no adquirió los elementos y la forma con que aparece en los últimos siglos, sino después de un largo periodo de formación que abarca toda
la baja Edad Media, durante la cuál puede decirse que trascurrió el tiempo de su lenta gestación, atravesando diversas fases que afectan, más ó menos marcadamente, todos los aspectos con que se nos presentan los contratos consensúales mientras fueron informados por las ideas jurídicas á que obedecía el sistema feudal.
( I ) Memoria premiada en el certamen abierto en Pontevedra en 1882,
3o mayo i883.—TOMO XLV.—VOL. II. 9
1 3 0 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Podemos hacer tales afirmaciones, merced á la enseñanza que hemos sacado de gran número de documentos de los siglos VIII al XVI, mediante los cuales no es difícil trazar un ligero bosquejo histórico de la contratación en Galicia.
La materia es interesantísima y su importancia no se limita á lo que se relaciona únicamente con el territorio gallego y con sus fueros, sino que alcanza á las más altas esferas de-nuestra historia jurídica; como que encierra la dilucidación de puntos muy trascendentales, por referirse á dos instituciones tan vitales para la agricultura como son la de los censos y la del colonato.
Entendemos que es conveniente, antes de pasar adelante, examinar las opiniones que hasta ahora se han emitido acerca del origen y naturaleza de los foros. En esta materia, quizá más que en ninguna otra, han sufrido los jurisconsultos la influencia de tiempo y circunstancias. Así es que pueden dividirse en dos grupos, harto diversos, los juicios formulados, que responden á dos criterios muy diferentes, un tanto análogos á los que constituían los antiguos partidos literarios de clásicos y románticos. Uno de ellos aparece encerrado en los límites del Derecho Romano, y el otro extendiéndose por las fantásticas regiones de un convencional feudalismo.
Los primeros, entre los cuales se cuentan autoridades tan respetables como son el Sr. Castro Bolaño, la Sociedad Económica de Santiago y el Colegio de Abogados de la Co-ruña, ponían el origen de los foros en las constituciones de Zenón y de Justiniano, relativas á los censos enfitéuticos, y desde estas disposiciones legales, y á través del Código al-fonsino, traían la genealogía del foro moderno, considerando como su modelo la ley 69 del títvUo XVIII de la tercera Partida. Los otros, representados principalmente por los diputados republicanos que tomaron parte en la discusión de la ley de 1874, arrastrados por la pasión política, no veían en los foros más que restos de abominable feudalismo. Algunos, como el historiador Padín y el abogado Sr. Paz, no habían hallado identidad, sino únicamente analogías entre los censos romanos y nuestros foros. No faltó quien viera, cual el
ORIGEN DE LOS FOROS EN GALICIA I 3 I
Sr. Pardo Bazán, el tipo del verdadero foro en el Fuero Viejo (Lib. IV, tít. I I I , ley 3.^), donde se autoriza para labrar los eriales sin mandado del dueño. Y al mismo tiempo se generalizó la opinión, aceptada por D. Manuel Colmeiro y D . Benito Gutiérrez, de que los foros no eran otra cosa, en su origen, que arrendamientos á largos plazos; concluyéndose por reconocer que, por su naturaleza y circunstancias, constituyen los foros una clase de contratos diversos de todos los demás conocidos en el resto de España.
Unas y otras, de estas distintas opiniones, obedecían á juicios formados a priori, con absoluta independencia de toda investigación histórica y hasta sin tener presentes las lui^i-nosas indicaciones contenidas en algunos estimables libros de los últimos siglos. Tales como las que hicieron el Padre Peralta en su Historia del Monasterio de Osera, impresa en 1677 ( I ) , al decir que los foros se llamaron préstamos al principio, y el insigne jurisconsulto gallego D. Juan Francisco de Castro, al examinar la confusión que se introdujo entre los feudos y las enfiteusis, y al ocuparse de los que llama/eudos bastardos (2). '
Últimamente, los Sres. D. Tomás Muñoz y Romero> en sus Notas á los fueros latinos de León, publicadas en su Colección de fueros y cartas pueblas (3), y D . Francisco de Cárdenas, en su conocido Ensayo sobre la Historia de la propiedad territorial en España (4), hicieron notar la semejanza que ofrecen los contratos forales con los de pronunciado carácter feudal.
I I .
Hay que buscar el origen de los foros en la división efectuada, durante la alta Edad Media, en el dominio de las tierras por consecuencia de la gran reconcentración de la pro-
(1) Pág. 70, núm. 16. (2) Discurso XII.
(3) Pág. 132. (4) Tomo 11, pág. 335.
1 3 2 REVISTA CONTEMPORÁNEA
piedad rústica, que por esos tiempos se verificó, y en los diferentes contratos que entonces se emplearon con este fin y cuyo principal objeto no era siempre el aprovechamiento de las tierras y la constitución de la renta territorial, sino más bien establecer relaciones conducentes á dar la mayor extensión á los derechos señoriales.
En los últimos tiempos del Imperio romano fué usado ya, á la par y en unión con la enfiteusis, el precario, cuyo carácter distintivo consiste en que la cosa sea concedida mediante ruego y sin sujeción á plazo, teniendo que restituirla al dueño cuando sea su voluntad. Los romanos no consi-de^ron como contrato al precario, ni ellos le emplearon con tanta frecuencia como después los visigodos, en cuya época se acomodaba perfectamente á las circunstancias que atravesaban personas y cosas. Además, durante esta misma época se efectuó una combinación del precario y de la enfiteusis que produjo un contrato especial, basado en la cesión del terreno para cultivarle sin determinación de tiempo, con la percepción de todos los frutos, menos el décimo, y la obligación, de verdadero carácter feudal, de no causar perjuicio al dueño de la tierra y de defenderle: según expresan las Fórmulas visigodas publicadas por Roziere (i) y algunas leyes del Fuero Juzgo (2).
Tanto este contrato, como el precario mismo, fueron de gran aplicación en los primeros siglos de la Reconquista y muy en particular en Galicia, donde, como es bien sabido, fué tan pasajera la dominación musulmana que ya Alfonso I , el Católico, incorporó todo el territorio gallego á la Monarquía asturiana, y el mismo Obispo de Lugo, Odoario, testigo de la invasión agarena, pudo ocuparse aún durante bastantes años de la repoblación de su ciudad episcopal y del territorio de su diócesis. Con este objeto otorgó diferentes documentos, desde 747 á 760; y á su ejemplo, hicieron lo propio otros varios repobladores, | entre los cuales un tal Alvito re-
(1) 36 y 37. (2) Leyes 11, 12 y 13 del tit. 1.° del lib. X.
ORIGEN DE LOS FOROS EN GALICIA I 3 3
fiere, en la otorgada en 745 ( i) , cómo él y su familia estuvieran, con el Obispo Odoario, cautivos de los musulmanes y á su regreso solicitaron de su Obispo y señor que les diese una villa de las que estaban inhabitadas, y les concedió la de Villamarca, bajo la condición que Alvito y los que le sucedieren estarían al mandato y voluntad {ad jusionem et man-datum) del Obispo y sus sucesores; cláusulas propias del precario, que comprenden la concesión mediante ruego y la: indeterminación de tiempo.
Tres siglos después, se otorgaban en Galicia concesiones de territorios con esta misma cpndición de inestabilidad. De ello nos suminiátra curioso ejemplo la carta otorgada en 1099 por la Condesa Elvira Suarez (2), en la que dice que el Obispo de Lugo, D. Pedro, la diera' el usufructo de las villas y heredades de Milarioles en préstamo, conservando la sede el dominio (jure hereditario) y quedando obligada la Condesa á devolverlas con los perfectos y la población que tuviesen cuando lo desease el Obispo ^{quandcumque eas volueritis), condición determinante del precario, como á la vez lo son del carácter feudad de este contrato, la obligación de prestar servicio y el silencio sobre estipulación de canon ó renta anual.
Este mismo carácter feudal le presentan graíi número de documentos otorgados en los dos siglos siguientes; pero á partir del XII no hemos vuelto á encontrar ninguna fórmula que responda al carácter del precario. La variedad que ofrecen en este concepto las colecciones diplomáticas de los siglos XII y XIII es muy grande, obedeciendo, sin embargo, constantemente á dos sistemas cardinales: uno que se refiere á la cesión de tierras sin atender á la constitución de renta territorial, y otro que tiene por objeto la constitución de esta misma renta.
Los primeros son completamente feudos, y hasta este mismo nombre (fedus) lleva algút) contrato de esa clase, como el
(1) £sp. Sagr., t. XL, Ap. (2) Tumbo de la Iglesia de Lugo.
1 3 4 REVISTA CONTEMPORÁNEA *
que el abad del monasterio de Villanueva de Lorenzana, Martín, otorgó en 1173 ( i ) á favor de un D. Alvaro, con cláusula de perpetuidad y para que edificasen casas en el t e rreno concedido, y sin estipularse renta ni otra retribución que la protesta de obediencia y reconocimiento de vasallaje, hecho solemnemente á los monjes. Cuyo reconocimiento era condición consignada muy generalmente en los documentos de este género, así en los llamados pactum, como en los conocidos con otros varios nombres. Sirva de ejemplo el pactum et scriptum otorgado por los monjes de Juvia en 1160 (2), donde el aceptante promete ser vasallo del monasterio por toda su vida (sit vester vasallus in vita mea). Y no vale dudar de que esta clase de contratos sean foros originarios y aun foros propiamente dichos, pues en la copia del primero de los que acabamos de citar, fechado en 1173, se encuentra un epígrafe en que se lee ftiero de Vülacesar, lo cual no permite abrigar la menor duda de que los monjes le consideraban desde el siglo XIII , en que formaron su cartulario, como un verdadero foro, igualmente que á otros muchos contratos de la misma índole. ,
Sin más que esto, queda plenamente dempstrado que procedieron muy de ligero cuantos negaron rotundamente que hubiese sido conocido el feudo en Galicia, y que se aventuraron mucho los que se pronunciaron abiertamente contra la opinión de que los foros tuvieron su origen en contratos de carácter feudal. Bien es verdad que partían de un concepto bastante equivocado del feudalismo, considerando esta palabra como expresión de un sistema odioso de tiránicas vejaciones, y no como la síntesis de una organización político-social que dominó, por completo, durante todo el transcurso de la alta Edad Media.
El sistema feudal, tal como hoy se entiende, muy arraigado en Galicia, dio cierta fórmula especial á la contratación sobre el aprovechamiento de las tierras, produciendo una ma-
(1) Cart. Escritura, núm 6 l . (2) Ídem. núm. 65.
ORIGEN DE LOS FOROS EN GALICIA 1 3 5
ñera de SM6 in/eudaciones, y por consiguiente, la descomposición del derecho de propiedad y su reparto entre muchas personas, con absoluta independencia de los principios sobre que se asentaba esta clase de contratación en el Derecho Romano y de las ideas que le informaban. Así es que por más que se hubiesen tomado de la legislación romana algunas reglas, al feudalismo se deben las instituciones que entonces nacieron, hasta las de carácter enñtéutico, como parte integrante del sistema.
A este género de instituciones pertenece el préstamo ó prestación, dentro del cual comienza á desarrollarse la constitución de la renta territorial, combinada siempre con elementos completamente feudales. Los préstamos estaban muy desarrollados en Galicia, ya en el primer cuarto del siglo XII, concediéndolos y recibiéndolos indistintamente caballeros y villanos, eclesiásticos y seglares.
El carácter que ofrecen, en un principio, es el de sociedad para el goce "de los frutos y utilidad de los beneficios que se obtuviesen por el mejoramiento de las heredades. La proporción usual es el reparto por mitad, estableciendo paridad entre el valor de la propiedad y el representante del trabajo aplicado para beneficiar la finca.
Esto se estipuló en la carta (placitum) otorgada en 1120 por el conde D. Gutierre y la condesa D." Tota, á favor del conde Gonzalo Ramírez y su mujer Erlo Alvarez, de la villa de Plácido ( i ) , la cual les dan para que la pueblen y la disfruten mientras ellos vivan, por la mitad de cuanto labrasen, criasen ó ganasen. Y también en laque, en i255, otorgaron Pedro Yáñez y Pedro Gunde (2), donde se dice que recibió éste una heredad para plantarla de viña, de la cual conservaría la mitad perpetuamente, y la otra mitad sería del Monasterio de Villanueva de Lorenzana.
La repartición á medias no era la única adoptada. Lejos de esto, para las viñas resulta más constante el tercio de renta
(1) Cart. del Monasterio de Villanueva, esc. I03. (2) Documento del mismo Monasterio en el Archivo Histórico Nacional.
1 3 6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Únicamente, como se halla establecido en diferentes contratos otorgados á mediados del siglo XIII por los prebendados de la iglesia de Lugo, y se eleva á los dos tercios por el fruto de los árboles que había de plantar el citado Pedro Yáñez en el lugar de Teivín, de que le otorgó pactum el abad del Monasterio de Villanüeva de Lorenzana en 1236 ( i) . Los foros que en los primeros años del mismo siglo XIII otorgó el abad deí Monasterio de Osera, fueron, según el P . Peralta (2), á medias las viñas y al tercio el monte para plantarlas.
La merced ó renta fija, carácter determinante del arrendamiento, aparece ya en los mediados de la XIII centuria, con su propio nombre de renda, que se dio al contrato por el cual el abad de Penamayor concedió en 1244 á D. Pedro Fernández y á su mujer D.* María Rodríguez (3), una heredad durante la vida de ambos y por renta de tres talegas de grano y una de nueces, cuyo contrato fué calificado de/oro, muy poco tiempo después, según revela el epígrafe que le pusieron. Y de renta en metálico se encuentra también ejemplo, poco posterior, en la carta que los monjes del propio Monasterio de Penamayor otorgaron, en 1275, á los hijos de Fernán Velo (4), de la heredad que éste tenía, por las vidas de todos ellos, en renda de seis dineros por San Miguel de vendimias.
Pero desde más de un siglo antes, aparecen documentos en que se constituía renta territorial, al propio tiempo que se establecían relaciones de dependencia entre las personas que intervenían en el contrato, ofreciendo, por consiguiente, el doble carácter de feudo y de arrendamiento. En la Historia Compodelana (5) se encuentra un curioso ejemplo, ofrecido por el peregrino documento inserto erí ella, en virtud del cual Juan Eidiz, su mujer y su hijo, otorgan un pacto (facimuspac-
(1) Documento del mismo Monasterio en el Archivo Histórico Nacional. (2) Fundación del Monasterio de Osera, 96, 42. (3) Documento de la propiedad del Autor. (4) ídem id. (5) Pág. 479 del t. XX de la Esp. Sagr.
ORIGEN DE LOS FOROS EN GALICIA 1 3 7
tum velplacitum) comprometiéndoseá pagar la tercera parte del pan y del vino qué produjesen ciertas heredades de la iglesia de Santiago, que poseerían durante su vida, y mientras sirviesen fielmente á la iglesia y la tributasen obediencia y reverencia... {ahsque alio Domino fideliter servientes obedientiam et reverentiam exhibuerimus). No es menos interesante otro documento poco posterior, inserto en el cartulario del Monasterio de Jubia, donde consta que el prior Esteban y los monjes, dieron en 1137 una heredad en Trasancos á Pelayo Suá-rez para que la cultivase {ad edificandum) á condición de que cada año les diese la mitad de lo que plantase y por San Martín una torta {unam placentam), como reconocimiento de señorío y les guardase fidelidad, en cuyo caso solamente conservarían la heredad.
Un nuevo elemento de carácter místico-feudal viene á combinarse con los anteriores, constituyendo otra importante variedad en la contratación. Este elemento es el constitutivo de los contratos llamados de recomendación ó de incomunión, por cuya virtud, haciéndose entrega de los bienes y de las mismas personas á los monasterios, se buscaba la salvación de las almas al par que protección para los cuerpos al amparo de la in-piunidad eclesiástica, y una seguridad de que nunca se llegaría á carecer de los recursos necesarios para el sostenimiento de la vida; garantías que, á costa de la libertad individual, era menester obtener por el estado de inseguridad en que se encontraban cosas y personas.
Estas cartas de recomendación estaban muy en boga en la segunda mitad del siglo XII; se usaron desde un siglo antes, y todavía se mantenían en uso en los tiempos de Fernando IV. Una de sus más sencillas combinaciones con el contrato de préstamo ó prestimonio, es el de la cláusula de cesión del cuerpo del prestamero después de su muerte, al monasterio ó iglesia que concedía las tierras. Hízolo así Fernando Alfonso cuando en 1160 ( i ) , otorgó pacto {placitum etplazum) al abad y monjes de Celanova, por la heredad de Froganes,
(1) Tumbo.
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que SU hermano Ñuño Alfonso había dado al monasterio. Otra era el sencillo reconocimiento de feligrés, de la manera que lo hizo un tal Pedro Sobrino, á quien el abad de Penama-yor dio en préstamo, en 1228 ( i) , cuanta heredad tenia en casar de os galus durante su vida y la de sus hijos, bajo la condición de que ambos fuesen feligreses de Penamayor; de devolver, á su muerte, la heredad poblada al monasterio, y de que pagasen anualmente dos talegas de nueces ó de habas.
Ambas combinaciones se reúnen, de la manera que vemos en la carta otorgada, en 1262, por el abad de Villanueva, Romeo (2), dando á un clérigo, llamado Domingo Pérez y á D.* Teresa Froilaz, la mitad de la servicíala de Castríz, para que hicieren casa y corte, y á condición de pagar anualmente 18 sueldos legionenses al cillerero del monasterio, de que ambos serían familiares del monasterio y de que sus cuerpos recibirían sepultura en él {et post obitum uestrum debetis ibi uestra codauera sepeliré), fórmula equivalente á la empleada en la carta que el mismo abad otorgó pocos años adelante, en ^269, concediendo otra servicíala en Meyrengós á D. Fernando Pérez y su mujer D / Sancha Rodríguez (3), cada uno de los cuales se otorga por familiario do moesterio, añadiendo, et mando y meu corpo á miña pasaje.
Son muchos los documentos en que, como en los citados de 1160, 1173 y 1191, se encuentra la cláusula del reconocimiento explícito del vasallaje, sin especificarse nada de canon, y contienen también la cláusula recomendaticia completa, ó sea la de que el feudatario fuese recibido por socio del monasterio, y defendido en vida y sepultado á su muerte por los monjes.
Recibió tal desarrollo este género de contratación, que se convirtió en un medio muy eficaz de que la Iglesia aumentase sus riquezas, utilizando los sobrantes de sus recursos, como ya hizo notar hace algunos años un escritor extran-
(1) Documentos de la propiedad del Autor. (a) Documento existente en el Archivo Histórico Nacional. (,3) ídem id.
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jero ( I ) : El procedimiento empleado consistía en entregar ciertas tierras, á título de usufructo, á quien deseando conciliar sus intereses espirituales con los temporales, daba en compensación la nuda propiedad de los bienes que le pertenecían, pero reservándose el usufructo; con lo cual esta persona aumentaba los medios de subsistencia durante su vida, y adquiría gracias espirituales, efectuándose á su muerte una doble consolidación del dominio de los bienes que como dueño y como usufructuario disfrutaba, en favor de la Iglesia.
Este género de contratos se separaba completamente del enfitéutico y no menos del precario, ofreciendo alguna analogía con el'usufructo, y venía á constituir un contrato á título oneroso, de los llamados conmutativos. Su fundamento, según hace notar el eminente académico Sr. Cárdenas, asentaba sobre una mala inteligencia de los textos evangélicos, que prometen el céntuplo y la gloria eterna á quienes por seguir á Jesucristo abandonen sus bienes y familia, y sobre una práctica incompleta del consejo de Salviano, que exhor taba á buscar el perdón de los pecados, ofreciendo á Dios los bienes terrenales, con lágrimas de dolor y arrepentimiento; lo cual se consignaba en las cartas de donación en aquella curiosa cláusula, tan frecuente en ellas, puesta en boca de los donantes, ut terrena largiendo adipisci celestia mereamur.
Combinadas estas ideas con las costumbres de dar en precario los bienes de la Iglesia, resultó una fórmula, que se asemejaba mucho, no sólo al usufructo, como hemos dicho, sino á nuestros vitalicios ó préstamos á fondo perdido y que era tan provechosa al clero como á los fieles, y consistía en recibir la misma finca que se donaba en usufructo vitalicio, ó en percibir más renta equivalente; con lo cual el precarista aseguraba el producto de sus fincas; se ponía á cubierto de las frecuentes usurpaciones y de los continuos atropellos de que era objeto la propiedad laica, y se libraba de los onerosísimos tributos que arruinaban á los propietarios seglares y no alcanzaban á los bienes eclesiásticos.
(1) M. E. Pepin Le Halleur.—Histoire dt íemphyUose en droit romain tí en droit frangais.—París, 1843 —3.* partie, § IV. Z>» precaire. ^
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Esta clase de contratación estuvo muy en práctica en Galicia. De ella ofrece curioso ejemplo la carta que el caballero {miles} D. Fernando Rodríguez de Bolaño otorgó, en 1190 ( I ) , en la cual declara que traspasa los derechos y heredades que tenía en Villaselle al prior y monjes del monasterio de Penamayor, y dice que así lo hace por su alma y la de sus padres, y por una heredad en Pedroso y un toro de tres meses (marzeno) que le dan los monjes, prometiendo que á su muerte esta heredad y la otra entrarían én el dominio del monasterio.
De nada de canon ni de prestación personal se habla en este documento ni en otros muchos de la misma índole. Pero no siempre sucedía así, sino que, según resultaba la diferencia entre lo que se daba y lo que se recibía, se estipulaba una renta niveladora. Tal se hizo en la carta otorgada en i244por el abad del citado monasterio de Penamayor, por virtud de la cual entrega unas heredades pobladas de dos bueyes, dos vacas, seis roxelos y singulos puercos á una persona que se obliga á dar una tercia de centeno anualmente mientras viviese, y á su muerte dejarlas pobladas, con los mismos animales, al monasterio, y además un casal de su pertenencia (2).
Estos contratos, por su misma naturaleza algo complicados, se complicaban mucho más con la introducción de cláusulas que no les eran esenciales.
Bastante complicación es la que ofrece la carta que, en el citado año de 1344, otorgó el propio abad á favor de Pedro López, notario de Villartelín (3), dándole toda la hacienda que allí tenía el monasterio, á condición de que la desempeñase de los 20 sueldos en que estaba empeñada; de que pasados ocho años pagase dos sueldos anuales por San Martín, y de que á sa muerte, no sólo quedase libre toda esa hacienda al monasterio, sino otra heredad que él había comprado.
(1) Documentos de la propiedad del Autoi (2) ídem id. (3) ídem id.
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Es de advertir, porque importa mucho á nuestro propósito, que estas cartas, otorgadas en el año de 1244, tienen su correspondiente epígrafe apuesto por el archivero del monasterio, en el que se les da el nombre de fueros. X Examinados con la rapidez que el caso exige aquellos contratos, calificados de foros, que participan principalmente del carácter feudal, y afectan las formas del precario, del feudo, del préstamo, de la recomendación, del usufructo y de la permuta, vamos á pasar á ocuparnos de otro género de contratos que encierra uno de los elementos constitutivos del sistema propiamente dicho foral, y que promovió, con fortuna, el aprovechamiento de las tierras por medio de la concesión de privilegios particulares.
I I I .
Los principios del sistema foral, desarrollados en las cartas-pueblas, produjeron una transformación completa en la propiedad territorial. Las heredades de solariegos se convirtieron en predios enfitéuticos; la abolición de la mañería cambió en hereditarias la propiedades concedidas vitaliciamente; las tres cualidades esenciales de los feudos fueron desapareciendo; y la asociación, bajo la base del servicio militar, dejó de prestar utilidad, y el feudo tomó carácter territorial.
Echando una mirada sobre los foros gallegos, derivados inmediatamente del sistema foral, ó sea de las cartas-pueblas, nótase desde el momento que en ellos sobresalen dos puntos culminantes. Son estos: el otorgamiento de franquicias á los nuevos pobladores, con lo que se les hacía de mucho mejor condición que los moradores en puntos de antiguo poblados; y la concesión de los terrenos por un canon tan moderado, que no puede considerársele como verdadera renta territorial, sino únicamente como mero acto de reconocimiento de dominio, no sólo sobre el predio aforado, sino sobre las personas de los foristas. Por este medio, los señores obtenían fácilmente aumento de brazos para poder reducir á cultivo
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terrenos eriales y lograban reunir numerosa hueste con que llevar á cabo las frecuentes correrías que emprendían contra los terratenientes vecinos.
Existe una insensible graduación desde los fueros concedidos á las principales poblaciones gallegas hasta las cartas-pueblas otorgadas á los pobladores de aislados casares, que constituyen foros propiamente dichos. Uno de los primeros destellos de este sistema de contratación nos lo ofrece la carta otorgada en 1207 por el abad y monjes del monasterio de Osera ( i ) , con quince moradores de la villa de Aguada, los cuales se obligaron á pagar anualmente ciento cuarenta panes buenos, quince ollas de miel, otras tantas gallinas ó cabritos y el miámo número de escudillas llenas de filloas y fríjoles (bonas logaris etfeigous); á dar, además, al mayordomo del monasterio, cuando el Rey viniese á él, las correspondientes gallinas y cabritos; á asistir á las trillas y siegas en las granjas de los monjes, concurrir al laboreo (senra) de las mismas, tres veces al año con los bueyes; á facilitar sus bestias una vez al año para que los monjes fuesen á Santiago ó á Marín; á no criar en la villa hijo ni hija de caballero ni de señora {militis vel donne); á no hacer asonadas {asonaticum), y á no reconocer otro señor que los monjes. Y en compensación de todo esto, no obtuvieron de éstos más que el compromiso de no darles merino de cierta clase baja (sarracenus nec seruus monasterij), sino tal que no les hiciese daño ni perjuicio [injuriam nec tortum).
Presenta carácter foral más acusado, fa carta concedida en 1213 á todos los pobladores de Villamar (ayuntamiento de Barreiros) por el Obispo de Mondoñedo, Pelayo I I (2), estableciendo que no entraría allí otro poblador contra la voluntad de los que ya lo fueren; que no sería dada la población en encomienda {in prestimoniutn); que ellos percibirían la tercera parte de los diezmos; que no serían inquietados sino
(1) Tumbo del monasterio de Osera (en el Archivo Histórico Nacional), folio 195.
(2) Archivo Histórico Nacional.
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en ciertos casos por las visitas del mayordomo y del sayón, y que se les exime del pago de montazgo, luctuosa (joyosa) y mañería. En cambio de estas importantes concesiones, se les exigió únicamente que quien allí tuviere casa pagare un sueldo por fonsadera y dos pro uita y una pro telado, y la promesa de mantenerse en el vasallaje y obediencia del Obispo.
El carácter propio de la carta-puebla aparece claramente definido en muchos foros otorgados por este mismo tiempo (de 1248 á 1276) por abades benedictinos y cistercienses, de los cuales hemos visto bastantes pertenecientes á las casas monásticas de Villanueva de Lorenzana y de Meyra. En ellas se consignan seis cláusulas que podemos llamar típicas, á la vez que esenciales, y son: la facultad concedida á los pobladores de poder recibir entre ellos otros nuevos; las concesiones de quedar exentos de satisfacer ciertos tributos y libres de las molestas visitas de determinados funcionarios, y de poder constituir concejo; y las obligaciones de pagar lo estipulado por foro y de mantenerse vasallos de los respectivos abades.
La tendencia favorable á constituir concejo hasta en las poblaciones más insignificantes y de más corto vecindario, se llevó al extremo de que nos ofrecen ejemplo las cartas concedidas por los monjes de Villanueva de Lorenzana en I25i , 1357 y 1276 á los cuatro pobladores de la servicia-la de Celeyro, á los diez de Villar de Choy y á los seis de Vi-llamariz (i) , á todos lo cuales se otorgó que tuviesen alcalde propio, bajo la cláusula, en el último de los citados, de que «mándense per alcaydes que se ponnan cada ano por el abad et pelos pobladores desse lugar.»
Durante el siglo XIV fueron muy escasas las cartas-pueblas que se concedieron, lo cual se debió, ya á que en el siglo anterior hubiesen quedado poblados todos los eriales que mejores condiciones ofrecían para el cultivo, ya (lo que es más probable) á que el estado turbulento del país en toda aquella desasosegada centuria no consentía que se fijase la atención
(1) Archivo Histórico Nacional.
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de los señores territoriales, lo mismo eclesiásticos que seglares, en la tranquila y beneficiosa empresa de la repoblación del territorio.
En el siglo XV reaparecen las cartas-pueblas, pero afectando un carácter distinto que las anteriores, bajo el punto de vista de la concesión; pues reviste todas las apariencias de una especulación, del corte de las generalizadas en los tiempos modernos. Así se desprende de que en 1400 un notario morador de Mondoñedo, llamado Ruy Conde, hubiese tomado del abad de Villanueva de Lorenzana el lugar de Montouto de Cadavedo, «por quanto he hermo de todo ponto en manera que enno dito logar non proua nen mora nen-gun,» y á condición de hacer en él tres casas y tener en ellas tres hombres, y de dar él anualmente al monasterio doce libras en día de San Juan y cada morador un maravedí anual al comendero ( i) .
En la segunda mitad del mismo siglo XV todavía se otorgaban foros con idénticas condiciones á las contenidas en los que hemos citado del siglo XIII . Hízolo así el abad de Villanueva de Lorenzana en 1467, y después en 1487 (2), concediendo á los placeiros del lugar de Quende que fuesen libres de todo tributo, excepto rrousos, furtos, coyteladas et aventadicos; que no pagasen sino cuatro maravedís viejos cada año, y que tuviesen alcalde propio, elegido por el^abad á propuesta de los vecinos; bajo la condición de que se mantuviesen vasallos del monasterio.
IV.
El labrador gallego, durante los cuatro primeros siglos de la Reconquista, pedía humildemente una tierra para labrarla, y no la obtenía sino por el tiempo que fuese la voluntad del señor. Obligábase después á pagar de canon la mitad de
(1) Archivo Histórico Nacional. (2) ídem.
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los frutos y renunciaba á toda indemnización por las mejoras que en la finca hiciese; se comprometía á seguir obedientemente á donde le llevase el dueño de la finca que labraba; y hacía, por último, donación de sus bienes y de su mismo cuerpo para obtener terrenos que cultivar. En otras ocasiones, aun cuando todavía sometido al vasallaje del dueño del directo dominio, recibe su plaza en las nuevas poblaciones por un foro muy reducido; logra quedar exento de las más odiosas y pesadas gabelas; se liberta de la dura dependencia de mayordomos, sayones y renderos, y alcanza el derecho de elegir las autoridades á que había de estar inmediatamente sometido.
Desde el precario, el feudo, el préstamo y la recomendación, usados en los siglos del VII I al XIII , hasta las cartas-pueblas, generalizadas en este último, media tanta distancia como separa la servil condición del solariego de .la independiente posición del forista.
Llega éste por fin á contratar libremente, en verdadera forma sinalagmática, desde el momento en que se efectúa el renacimiento de la ciencia del derecho.
Es evidente que el Código, el Digesto y la Instituía fueron estudiados con avidez en Galicia, por lo menos desdé los tiempos de Sancho IV y su hijo Fernando IV, á los cuales alcanzan las curiosas noticias que poseemos sobre los fre-cuentes f)réstamos de tales obras que hacia la iglesia de Lugo. Pero á pesar de esto no resulta muy claro, como ahora indicamos, que el estudio del Corpus juris civilis influyera mucho en el sistema de contratación que en los siglos XIV y XV fué usado en Galicia para ceder por precio el aprovechamiento de las tierras sin desprenderse de su do--minio.
Así es, que se tropieza con no pequeña dificultad para señalar en concreto los puntos en que dejó impresa su huella en el sistema foral de Galicia el Derecho romano, aun después de modificado por el Canónico y hasta por el indígena, ó sea según aparece en las Partidas. No resulta del examen individual de los contratos por entonces otorgados (y mucho menos en tiempos anteriores) que hubiese ejercido influen-
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cia directa en la constitución de los foros; pues que por tal no debe tomarse el empleo de la palabra arriendo, aplicada á los foros, del mismo modo que en otros países se aplicó el nombre de enfiteusis á los arriendos perpetuos ( i ) .
Esto resulta patente en cuanto se examinan las leyes formularias y las relativas á los censos que se hallan en las Partidas.
Bien, es verdad, asimismo, que en las cinco leyes del Fuero Juzgo que tratan de las heredades dadas á plazo, no se encuentra nada que constituya un precente de los foros; fuera de ciertos principios generales comunes á todo género de arrendamientos, como la determinación de la merced, la obligación de devolver al dueño la cosa arrendada y el señalamiento de su extensión y limites. Y otro tanto sucede con las seis leyes de las nueve del titulo XVIl del libro III del Fuero Real, que hablan casi exclusivamente de los desahucios, y con lasdel Fuero Viejo, que tratan de los alogueros y arrendamientos, donde se fija el tercio ó el cuarto como tipo de lo que debía pagar quien labrase una tierra sin obtener el consentimiento de su dueño.
Parece que el arrendamiento, institución extraña al régimen feudal, tropezaba en la Edad Media con obstáculos invencibles para su completo desarrollo, tal como le alcanzó en la Antigüedad, por más que se hallen contratos en no corto número con el nombre de arrendamientos, cuyos contratos participan no solo del de venta, sino del de mutuo, según hace notar el Sr. D. Benito Gutiérrez en sus Códigos. Quizá estuvo algo acertado Troplong al decir que el arrendamiento ama el sol de la civilización, y bajo su influencia se agranda y se desarrolla, mientras que la noche de los tiempos bárbaros le empequeñecen.
Mejor se acomodaba á las circunstancias propias de la Edad Media el contrato de aparcería ó colonato parciario, de que ya hicieron usólos romanos en el colonatus' partiariu, y del que se habla en aquella ley de las Partidas, que con-
(1) Véase lo que se lee sobre esto en la extensa obra de Dallor.
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tiene el modelo de la. carta cuando algunt home da á otro heredad á labrar d medias; cuyo contrato es considerado hoy por algunos jurisconsultos más bien como contrato de sociedad que como verdadera locación, por carecer del señalamiento, de un precio fijo, que, con el de tiempo determinado, constituyen el carácter propio del arrendamiento.
Todavía, en la Edad Media, tuvo menos aplicación que el arrendamiento la tercera forma de ceder por precio tierras para su aprovechamiento, constituida por los censos; manera de enajenación que viene á ser como un término medio entre la venta y arrendamiento, según lo que se dice en las Partidas al tratar de las cosas de la Iglesia que non se deben enajenar.
Comparando las cláusulas y condiciones propias de estos tres contratos con las que encontramos en los foros otorgados en las últimas decenas del siglo XII I , resulta que en su mayoría no convienen éstas con aquéllas, y que la coincidencia se reduce á las más esenciales para el género común de contratación, cuales son las referentes á la duración y á Iqi renta, como también de las peculiares de los arriendos, la obligación de labrar bien la finca, la prohibición de enajenarla y el estado en que ha de encontrarse cuando se verifique la reversión; resultando, en último término, que varía tan considerablemente el carácter del contrato, que en el arriendo el mayor número de obligaciones pesan sobre el arrendador, mientras que en el foro pesan sobre el forista.
De las tres cláusulas peculiares del censo (lá expresión de los dineros entregados por el censatario, la obligación de renovar el censo á la conclusión del plazo marcado y la facultad concedida al señor directo de ejercer,el derecho de tanteo) solamente, y por excepción, se encuentra en algunas cartas de foro la referente al tanteo. La gran diferencia que, solo por esto, resulta entre el censo y el foro se aumenta con el cortejo de cláusulas de carácter feudal de que suelen estar adornados muchos foros.
Bajo este punto de vista pueden dividirse los foros otorgados en la última parte de la Edad Media en dos clases: la de los que no tienen sino las cinco cláusulas comunes á los
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contratos de naturaleza romana, de que acabamos de hacer mención (señalamiento de tiempo, fijación de renta ó canon, obligación de cuidar la finca, estado en que ha de hallarse cuando se verifique la reversión y prohibición de enajenarla), y la de los foros, que contienen, además de estas cinco cláusulas, otras propias de las cartas-pueblas, que son generalmente estas cuatro: la protesta de mantenerse los foris-tas vasallos del otorgante; la obligación de hacerle servicio y darle yantar; la de pagarle ciertos tributos, en especial luctuosa y seydo, y la prohibición de criar hijo ni hija de hijodalgo en el lugar aforado, y de tomar comendero ni menos otro señor que el aforante.
Además, en varios foros se encuentran otras cláusulas de la misma y de diversa índole, que pudiéramos llamar especiales, como son: la referente á la indivisibilidad del foro; la del comiso en que caería por la falta del pago del canon; la del derecho de tanteo ó la del de retracto; la de quedar los foristas exentos de la paga de todo impuesto; la facultad que se les reconoce para moler en el molino del otorgante, y el ofrecerse por feligreses ó familiares, ú otorgarse por amigos del monasterio ó abad aforante.
Con muchas de estas cláusulas se otorgaron ya cartas de foro en el último cuarto del siglo XIII , cual la que el abad Julián de Samos otorgó en 1276 (i) , dando á un matrimonio la casaría de Outeiro, por en toda su vida, con la obligación de que morasen en las casas de la casaría, y paren y labren bien estas y las viñas; pueblen (cultiven) lo que fuese susceptible de cultivo {probanedes ó quefor de probanar, plantar {chantedes) cada año tres árboles, en lugar que possan prender et que non /agan damno ennas viñas. Por la cual habían de pagar anualmente, por San Martín, la considerable suma de diez y ocho,.maravedís (equivalentes al valor que hoy representarían treinta y cinco á cuarenta duros) y además tendrían que recibir bien al monje en las casas de la casaría cuando allí fuesen pausar.
(1) Archivo Histórico Nacional.
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Desde los primeros años del siglo XIV, los numerosos foros que durante todo él se otorgaron obedecen á cierta unidad de redacción, que no excluye, sin embargo, la existencia de abundosas variantes, y cuyo contenido suele reducirse á las cuatro cláusulas referentes á la duración del foro, á la reversión de la finca aforada, á las mejoras que en ella habrían de hacerse y al canon ó renta que debería pagarse, con la novedad de aparecer ya una tercera persona constituida en fiador del forista.
Otras conservan todavía la referente á la obligación en que quedaban los foristas de prestar vasallaje á los aforantes, quienes á su vez contraen la de defenderlos. En algunos aparece consignado el derecho de que el forista nombrase persona que le sucediese en el foro, ú otras cláusulas singulares.
Durante todo el siglo XV se siguió otorgando foros, y no en escaso número, con las mismas cláusulas que en el anterior, sin que se observe una modificación esencial en ellas hasta los últimos años de él, ó más bien hasta los comienzos del siguiente.
Las variantes más notables que presentan los foros otorgados en la XVI centuria son: la sustitución de la palabra vasallos por las de sirvientes y obedientes (que ya data de mediados del siglo anterior), y la mayor duración que se concede al foro, haciéndola extensiva no sólo á toda la vida de los que reciben el foro y la de los hijos que ya tenían, sino de los que tuviesen, y prolongándola, como ya se hacía desde el último cuarto del siglo XV, á la vida de tres y hasta de cinco personas. Desaparecen de muchos foros todo lo referente á la prestación de servicio personal por los foristas y á la paga de yantar, luctuosa y otros tributos y prestaciones; elévase el canon, que suele fijarse, cuando no por cantidades determinadas en dinero ó especie, en el cuarto de los productos, y con la prohibición de subforar, queda completo el foro moderno propiamente dicho, otorgado por la vida de tres Señores Reyes y veintinueve años más.
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La decadencia en que actualmente se hallan los foros en Galicia, entendiendo por tal el desuso en que ha caído el contrato foral, es efectiva. Sus causas son, sin duda alguna, varias. Como la primera, puede señalarse la escasez de terrenos que aforar, después de haber sido aforados en muchas localidades los más apropiados al cultivo, Y con esta se enlaza estrechamente la que ' proviene de que, abiertos mayores horizontes para el ejercicio de la actividad humana con el descubrimiento del navegante genovés, desdeñaron los gallegos la ocupación de proseguir en la roturación de terrenos eriales, que no les prometía las ventajas ofrecidas por la emigración á los países ultramarinos.
Contribuyó también, y contribuyó poderosamente, á que cayeran en desuso, que nunca ha sido absoluto, los aforamientos, la odiosidad que se desarrolló contra tal contrato así que los monjes benedictinos y cistercienses y la casa de Altamira acometieron la empresa de los despojos (no sin motivo calificada de inicua, por más que tuviese sólido fundamento en el derecho), y desde el momento que dio lugar á que anduviesen hambrientas y desnudas, errantes por los montes, miles de familias lanzadas de los hogares de su larga ascendencia, por efecto de los despojos, á que puso ñn la famosa y aún no derogada disposición tomada en 1763.
Creyóse que la institución foral estaba herida de muerte desde ese momento, y por esta causa se enfrió el ya escaso afán de reducir á cultivo terrenos incultos ó de obtener mayores bene,ficios de los que no lo estaban, mediante las ventajas que por su naturaleza presentaba el contrato foral, tanto para el señor como para el labrador. Ni el uno ni el otro conservaron la predilección que habían concedido al foro sobre los contratos de censo, de aparcería y de arrendamiento.
Menester era, para apreciar en toda su importancia el
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punto de que ahora nos ocupamos, determinar con la exactitud posible el grado de decadencia verdadera á que llegaron los foros. Carecemos para ello de los datos indispensables, que es preciso sacar de una estadística algo extensa, todavía no hecha, de los contratos ferales y de los de arrenda-' miento y censo otorgados en el último tercio del pasado siglo y en el corriente.
Por otra parte, la materia referente á los foros no tomó nunca, ni hoy por consiguiente tiene, el mismo aspecto en las diversas regiones gallegas. Varía mucho de las septentrionales á las meridionales y de las orientales á las occidentales, siendo muy diversa la complicación que surgió en el territorio de la provincia de Lugo que en el de las de Coruña y Pontevedra, especialmente por el de los sub/oros repetidos que llegaron á hacerse de una misma finca.
Pero al lado de estas causas intrínsecas que determinaban la decadencia, 6 sea el desuso de los foros, brotaban otras que obraban en sentido inverso, favoreciendo su desarrollo y acrecentamiento. Nos referimos al recurso que en ellos hallaron los poseedores de bienes amayorazgados para burlar su condición de inalienabilidad, aforándolos por un ligerísimo canon, y recibiendo considerables cantidades á título de guantes ó encamallo; procedimiento á que tuvieron gran afición los vincularos de la provincia de Lugo, en el pasado y en el presente siglo.
VI.
Al entrar en el examen del último punto señalado en el tema, hay que comenzar por recordar que en el Congreso Agrícola celebrado en Santiago en 1864 no se llegó á tomar resolución sobre «si convenía cambiar el sistema general de constitución de la propiedad rural gallega; esto es,— decía el tema,—si es justo, político, económico y oportuno el suprimir el sistema foral.»
Semejante indecisión debe atribuirse al conflicto de opi-
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niones que se produjo, no á que carecieren de ellas los jurisconsultos y economistas gallegos allí reunidos. Pero de esto debe deducirse que distaba mucho de ser general la creencia de que el contrato foral fuese perjudicial para la industria agrícola en Galicia.
No podía ser por menos, en verdad, y sólo dominando en absoluto un estrecho espíritu de partido, pudo resultar lo unánime que fué en las Cortes republicanas de 1873 la opinión contraria á la existencia del contrato foral.
La más poderosa razón, la terminante, que en pro de él puede alegarse, es la de que no ha cesado de otorgarse contratos de foro, mientras la legislación los ha permitido, y aún en el tiempo en que ha estado prohibido, se ha apelado al recurso, para no dejar de hacer foros, de otorgar escrituras de compromiso, obligándose á aforar en cuanto las leyes lo consintiesen.
Quizá en los presentes tiempos es conveniente, más que lo ha sido en ningún otro, el empleo del contrato foral, como eficaz remedio para hacer frente á la crisis profunda que anjenaza á la agricultura en Galicia, y favorecer el desarrollo de las industrias que de ellas se derivan. Resolviendo sencillamente el arduo problema de convertir al colono en propietario, sin que éste deje de serlo, mediante equitativa y sabia distribución del dominio; ni el agricultor necesita capital para plantear y desarrollar su industria, ni el propietario se encuentra con un capital en las manos, cuya colocación, cuando no encierra graves riesgos, puede ofrecerle serias dificultades.
Basten estas ligeras indicaciones, por lo que se refiere á las ventajas que ofrece la conservación de los foros para la agricultura é industrias que de ellas se derivan. Y como, arrastrados por nuestras antiguas aficiones, nos hemos detenido algo, más tal vez de lo conveniente en la parte histórica que pedía el tema, muy poco podemos decir tocante á los inconvenientes que presenta la conservación de los foros para las mencionadas industrias.
Ante todo, la conservación de una carga perpetua sobre la propiedad territorial conculca los principios, generalmente
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aceptados, de las ciencias jurídicas y económicas. Es indudablemente una gran remora para la fácil trasmisión de la fincabilidad y da lugar á que se desarrolle la verdadera plaga del país, que constituyen los prorrateos. No desconocemos que puede aumentarse el capitulo de cargos contra la existencia de los foros, y que los inconvenientes de que dejamos hecho mérito no son los únicos que entraña. Pero, por más que así sea, nosotros creemos que todos ellos no neutralizan, ni con mucho, las grandes ventajas que deben esperar de la conservación de los foros la agricultura gallega y las industrias que de ella se derivan.
JOSÉ VILLA-AMIL Y CASTRO.
ESPAÑA EN MASSACHUSSETS •
UN DRAMA PARA LOS CERVANTISTAS.
A literatura clásica española tiene un feliz privilegio de universalidad que no todas alcanzan. No sólo son los pueblos de Europa quienes han estudiado, comentan y saborean las gracias y ge
nialidades de" nuestros primeros autores; la fama de nuestros prosistas y poetas traspasó los mares, consiguiendo entusiasmar hasta á los descendientes de aquella fría raza sajona más refractaria, al parecer, á los brillantes ensueños de los pueblos latinos.
El estudioso Ticknor, prestando á las letras españolas un servicio casi capaz de avergonzarnos, abrió á sus compatriotas los norteamericanos las riquezas de un horizonte tan admirado entre extraños como entre nosotros mismos. Más allá de nuestras fronteras, en Europa; más allá de nuestros mares, en América, existen, en efecto, literatos que no se satisfacen con estudiar las obras escritas en el idioma de su propia patria, idioma y estudio que no cuidamos mucho de seguir nosotros, sino que, convencidos de que el genio es y fué siempre cosmopolita, investigan la galanura de inventiva
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y hasta la originalidad etnográfica donde quiera que presente tipos más salientes y seductores.
Verdad es que tras los picos pirenaicos y tras las olas del Atlántico bullen, con fecunda vida civilizadora, pueblos que nunca olvidaron el natural aliciente que reclama el trabajo, ni el justo estímulo que exigen las letras. ¡Pobre patria mía, donde halló con harta frecuencia brillo, y salió ganosa, la nulidad del favorito y la intriga del osado!
Los destellos de la merecida apoteosis del Manco de Le-panto fulguran hoy por todas partes. Nuestro gran Cervantes, al inmortalizarse con su Quijote, inmortalizó á la par cuantas concepciones brotaron de su inquieta fantasía. Ya no es sólo Víctor Hugo quien da vida á su Esmeralda de Notre Dame de París, pensando en La Gitanilla del príncipe de nuestros ingenios. Aquel precioso tipo de la honradez, en la clase más abyecta, merecía aplausos en todas las lenguas cultas.
Abro un libro, que por pura casualidad cae en mis manos. Es una de las numerosas ediciones de un drama de Henry Wadsworth Longfellow titulado The Spanish Síudent.
Y bendigo esa casualidad, ya porque el lector de los Estudios sobre Longfellow, recientemente publicados por mi amigo D. V. Suarez Capalleja, ha de sentir el deseo, de apreciar directamente los trabajos desconocidos en España del celebrado poeta de la gran República, ya porque ha de tener principal interés para nosotros aquella obra en que sobresale el ingenio y tuvo el autor á gala pintar cosas nuestras á los norteamericanos. '
Lo cierto es que el mérito del poeta queda en esta composición aquilatado de una manera inequívoca é indeleble,
«El pensamiento de esta producción, dice Longfellow en el pequeño prefacio, está tomado .de la preciosa novela de Cervantes La Gitanilla. Á este rico manantial soy deudor de los principales incidentes: el amor de un estudiante español por una joven gitana, y el nombre de la heroína Preciosa. Me he apartado de Cervantes en los demás detalles.
»En España, continúa, se ha tratado dos veces dramáticamente este asunto; primero por Juan Pérez de Monialbán,
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en La Gitanilla, y después por Antonio de Solís y Rivadenei-ra, en La Gitanilla de Madrid.
«Del mismo asunto se valió también Tomás Middleton, autor dramático inglés del siglo XVII; su comedia se titula La Gitana Española. La trama principal es la misma que en las composiciones españolas; pero los detalles son una literal imitación de los trágicos amores de Rodrigo y D, ' Clara, tratados en otro cuento de Cervantes, La fuerza de la sangre.
»E1 lector que conozca La Gitanilla de Cervantes y las comedias de Montalbán, Solís y Middleton, verá que presento el asunto de una manera completamente distinta.»
La circunstancia de estar impresa la obra en el distrito de Massachussets y en la célebre Cambridge, la primera entre las ciudades de los Estados Unidos que instaló su literaria Universidad; la circunstancia de ser un libro de costumbres españolas, merecedor allí de repetidas ediciones, publicado por la casa editorial de John Owen y en la estereotipia de Metcalf, Keith y Nichols, impresores de la Universidad; la circunstancia de ser aquel popular drama, agradable siempre como leyenda, uno de los más característicos cuadros en que han de aparecer pintados por norteamericanos los tipos y la manera de ser del siglo de Cervantes, todo me mueve á dar una traducción en lo posible exacta.
Es también no poco aliciente para esta tarea tener en The Spanish Student una de las obras maestras de Longfellow, obra maestra que precisamente viene á constituir otro precioso dato para los infatigables investigadores cervantistas.
Aunque notemos que los colores estén quizás recargados y el efecto más ó menos espontáneo, reservaremos toda crítica para después de su lectura.
Examinemos ante todo con qué fidelidad se presenta en la América sajoiía la España de hace tres siglos. Leamos un drama—el autor lo llama comedia—en que palabras y escenas, novelescas ante todo, han de interesarnos en extremo.
Cita el autor en la primera página, en descargo suyo, los dos versos de Burns::—Whafs done we partly mdy compute,— But hnow not whafs resisted. '
Y luego, en verso y prosa, dice así:
EI^ ESTUDIANTE ESPAÑOL xSj
EL ESTUDIANTE ESPAÑOL.
COMEDIA EN TRES ACTOS
POR
HENRY WADSWORTH LONGFELLOW.
PERSONAJES.
Estudiantes de Alcalá.
Caballeros de Madrid.
VlCTORtAN
HIPÓLITO
E L CONDE DE LARA
D. CARLOS
E L ARZOBISPO D E T O L E D O .
U N CARDENAL.
BELTRÁN CRUZADO Jefe de gitanos.
BARTOLOMÉ ROMÁN Joven gitano.
E L PADRB CURA DE GUADARRAMA.
PEDRO CRESPO Alcalde.
PANCHO . . . . Alguacil.
FRANCISCO Criado de Lara. CHISPA Criado de Victorián. BALTASAR Ventero.
PRECIOSA Joven gitana. ANGÉLICA.. Joven pobre. MARTINA Sobrina del Padre Cura. DOLOKES Criada de Preciosa.
Gitanos, músicos, etc.
ACTO PRIMERO.
ESCENA I.
Cuarto del Conde de Lara. Es de noche. El Conde en traje de casa, fumando y conversando con D. Carlos.
LARA.—Vi que no estabais anoche en el corral, D. Carlos, ¿cómo faltasteis?
D. CARLOS.—Tuve un compromiso en otra parte. ¿Hubo mucha gente?
LARA.—Como siempre. Concurrió toda la villa y corte.
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Todo estaba lleno; y era de ver cómo se agitaban los inquietos abanicos sobre las elegantes damas, ricamente vestidas, de la misma manera que se agitan las alas de las mariposas sobre las flores. Estaban preciosas la Condesa de Medinace-li, la dama Duende con su amante Fantasma, su lindo don Diego, D / Sol, D.* Serafina y sus primas.
D. CARLOS.—¿Y qué tal la pieza?
LARA.-^Un asunto pesado; una de aquellas comedias en que Lope cuenta la historia del mundo desde Adán, por aquello de que
«La cólera . de un español sentado no se templa si no le representan en dos horas hasta el último juicio desde el Génesis.»
Había tres duelos en el primer acto, tres caballeros mor-talmente heridos, que poniendo la mano sobre su corazón, exclamaban: ¡Oh, muerto estOy!... Una amante encerrada, un viejo hidalgo y un alegre D. Juan; una D." Inés con mantilla negra, seguida en la sombra por un embozado que mira atentamente hacia donde sabe que no está ella!...
D . CARLOS.—Pero, bailaría Preciosa. LARA.—Es cierto. Y lo hizo divinamente. Cual nunca sus
pies se escurrían ligeros sobre las tablas, como un rayo de sol se desliza sobre el agua. Realmente es una bellísima ríiuchacha.
D. CARLOS.—Es, en efecto, una mujer incomparable. Ayer la vi en el Prado. Su aire era el de una Reina, y su rostro angelical como el de una santa del cielo.
LARA.—Quizás sea realmente como decís un ángel del cielo, pero... ángel caído.
D. CARLOS.—¿Por qué lo suponéis así? LARA.—Porque es lo más natural que puede suponerse.
Tiene en la apariencia, es cierto, un angélico candor; pero ¿quién duda que es en el fondo una pobre pecadora? Yo creo que Preciosa tendrá algo de parecido con aquellos lienzos de algunas puertas y retablos que antiguamente pintaban los frailes en los conventos representando á la Virgen María en la parte de afuera, y á una Venus en la parte de adentro.
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D. CARLOS.—Esto no pasa de ser una suposición vuestra, que considero equivocadísima y calumniosa. Estoy seguro que esa joven tiene tanta virtud como belleza.
LARA. — ¡Qué candido sois! ¿Dónde se encontrará, aihigo mío, una mujer virtuosa en la villa y corte de Madrid? ¡Y queréis persuadirme de que una simple bailarina que por dinero se presenta de noche y medio desnuda en las tablas, encendiendo con voluptuosos movimientos la pasión de una juventud incauta, ha de ser tenida por un modelo de virtudes!
D. CARLOS.—Es que os olvidáis de que es gitana. LARA.—Por lo mismo será más fácil ganarla. D. CARLOS.—No. Es lo probable que no lo consiguierais
de ningún modo. La castidad es la virtud de que más se glorían las gitanas. Esta es la virtud que aprecian tal vez más que la vida. Conocí á una gitana, mujer vil, entrometida y sin vergüenza, cuyo oficio era seducir á las jóvenes hermosas, y sin embargo, supo sobreponerse á todas las seducciones de que personalmente era objeto. No faltó un caballero que, prendado de sus atractivos—los salvajes, pero mágicos atractivos propios de las de su raza,—le ofreciera joyas y oro en cambio de las amorosas concesiones que ella misma hacía que otorgasen otras mujeres. Pero la gitana, mirando siempre con desprecio las riquezas del enamorado, se reía de su pretensión en sus mismas barbas.
LARA.^—Esto no prueba que Preciosa esté libre de fundadas sospechas.
D. CARLOS.—Pero prueba que hasta un noble puede recibir un solemne chasco, pensando conquistarla fácilmente. Opino que una mujer, en su más profunda degradación, conserva siempre algo sagrado, algo sin tacha, alguna garantía, algún recuerdo de su altiva naturaleza, y que, como el diamante en la sombra, sabe retener algún inextinguible rayo de celestial claridad.
LARA. —¡Bahl Estoy seguro que Preciosa no es esquiva hasta el punto de no admitir dulces obsequios.
D. CARLOS {levantóndose).—Pues yo creo lo contrario. LARA.—No es esto obstáculo para que siga siendo equí
voca la conducta de la hermosísima gitana. Pero veo que os
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levantáis: ¿á qué tal prisa? Sentaos un poco más, y seguiréis rompiendo lanzas por vuestra Dulcinea.
D. CARLOS.—Es tarde y tengo que hacer. Por otra parte veo que, aunque me quedase, no querríais convenceros.
LARA.—¡Quién sabe! D. CARLOS.—No hay peor sordo que el que no quiere oir.
. LARA.—Tampoco hay peor ciego que el que no quiere ver. D. CARLOS.—De todos modos, buenas noches. Os deseo
un agradable sueño y mayor fe en la mujer. {Se va.)
LARA.—¡Mayor fe! Yo tengo toda la fe posible; porque creo que Victorián es su amante, y creo también que yo lo seré mañana, y después otro, y más tarde otro y otro, arrojando siempre de su zodiaco él último al penúltimo, como Tauro arroja á Aries. {Entra FRANCISCO con un estuche.) ¡Hola, Francisco! ¿Has visto á Preciosa?
. FRANCISCO.—Sí, señor. Pero me ha despedido de su presencia, despreciando las joyas y mandándome deciros que guardéis vuestro oro para comprar á otras mujeres.
LARA.—Entonces tendré que escoger otro camino para vencerla. Dime, Francisco, ¿conoces á Victorián?
FRANCISCO.—Sí, señor; casualmente le he visto hoy en casa del joyero.
LARA.—¿Y qué estaba haciendo allí? FRANCISCO.—Le vi comprar una sortija de oro con un rubí. LARA.—¿Y viste si había en la tienda otra igual á aquella? FRANCISCO.—Otra sortija queda enteramente idéntica. LARA.—Muy bien. Cómprala, y mañana por la mañana
me la traerás. No se te olvide. Ahora, déjame acostar. {Se van.)
ESCENA II.
Una calle de Madrid.—Entra CHISPA, seguido de músicos, con una gaita, guitarras y otros instrumentos.
CHISPA.—¡Abernuncio (i) Satanás! Y caigan mil pestes sobre los enamorados que rondan de, noche, bebiendo los
( l ) fDigo, señora, respondió Sancho, lo que tengo dicho, que de los azotes abernuncio.—Abrenuncio habéis de decir, Sancho, y no como decís, dijo el Duque.»—Don Quijote, Parte II, C. 35.
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vientos en vez de dormir tranquilamente en sus camas. ¡Vaya! Cada difunto á su cementerio, digo yo; y cada fraile á su convento. Ahora estamos ya en campaña por cuenta de mi amo Victorián, ayer vaquero y hoy señor; ayer estudiante y hoy enamorado. Y tengo que complacerle sin remedio, acostándome siempre más tarde que el ruiseñor, por aquello de que, «como canta el abad, responde el sacristán.» ¡Dios quiera que se case pronto, para que cesen entonces todíis esas bromas y serenatas! ¡Ay, casarse! ¡casarse! ¡casarse! Madre, ¿qué significa casarse? ¡Significa hilar, cuidar chicos y llorar, hija mía! Y, en verdad, que debe haber algo más serio en el matrimonio que el anillo nupcial. {Dirigiéndose á los músicos.) Ahora, señores, ¡Pax vobiscum! como decía el asno á las coles. Os pido que andéis pronto el mal camino, haciendo que puedan cuanto antes coger la almohada nuestras cabezas. No es tanta desgracia tener un padre viejo y la camisa rota. Bien mirado, sois todos unos caballeros, llevando la vida de los grillos, con hambre de día y mucho ruido de noche. Quiero, pues, suplicaros que, por esta ve^, no deis chillidos, sino que seáis patéticos; porque habéis de Saber que vamos á dar serenata á una señorita que está acostada y no á ningún habitante de la luna. Vuestro objeto no ha de ser despertar ni asustar, sino agradar, proporcionando sueños tranquilos. Que nadie toque, pues, descompasadamente su instrumento y como si estuviese solo en el mundo, sino con elegancia y cierta mesura, concertándose con los demás. Dime, ¿cuál es tu nombre, amigo?
PRIMER MÚSICO.—Jerónimo Gil, para serviros. CHISPA.—Cada cuba huele al vino que contiene. Dime,
Jerónimo, ¿no es el sábado día de mal agüero para tí? PRIMER MÚSICO.—¿Por qué? ' CHISPA.—Porque he oído decir que el sábado era día de
mal agüero para los que no tienen más que una camisa. Además, te he visto en la taberna, y si corres como bebes, me gustaría cazar liebres contigo. ¿Qué instrumento es éste?
PRIMER MÚSICO.—Una gaita aragonesa. CHISPA.—Dime, chico, ¿te pareces al gaitero de Bujalan-
ce que pedía un maravedí por tocar y diez por callar? TOMO XLV.—VüL. II. II
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PRIMER MÚSICO.—No, señor. CHISPA.—Me alegro. ¿Qué otros instrumentos tenemos? MÚSICOS SEGUNDO Y TERCERO.—Nosotros tocamos la ban
durria. CHISPA.—¡Magnífico instrumento! ¿Y tú? MÚSICO CUARTO.—Yo el caramillo. CHISPA.—Me gusta. Tiene un sonido alegre y de mucha
alma, que subirá á la ventana de mi señora como el canto de una golondrina... ¿Y vosotros?
OTROS MÚSICOS.—Nosotros somos los cantores, para serviros.
CHISPA.—Sois demasiados. ¿Creéis que hemos de cantar una misa en la catedral de Córdoba? De poco sirve para cuatro hombres un zapato; y no veo cómo podréis cantar bien todos juntos. Pero seguidme á lo largo de la pared del jardín. Este es el camino por donde sube mi amo á la ventana de la señorita. Por las camisas del vicario sube el diablo al campanario. Venid, seguidme y no hagáis ruido. {Se van.)
ESCENA III.
Cuarto de PRECIOSA.—La ventana está abierta y se asoma la joven.
PRECIOSA.—¡Qué lenta y tranquilamente baja la luna sobre el ambiente perfumado por las lilas! Como rizadas plumas, flotan las vaporosas nubes en el majestuoso firmamento; y allá á lo lejos, en las huecas bóvedas de la sombra, los ruiseñores exhalan dulcemente sus almas en un tierno cantar. Pero, ¡qué oigo! ¿Qué endechas de amor, qué animados sonidos son los que se perciben de abajo? SERENATA (I).—¡Estrella de la noche del estío,
Rielando en la bóveda risueña, 'Eclipsa de tu luz el poderío!
(^l) Tanto en la» siguientes como en anteriores frases no tratamos de traducir tan libremente una poesía inglesa que quede convertida en castellano; nuestra mira es dar en lo posible idea de las palabras y de los giros, de la forma y del maestro, de las bellezas y de los errores del poeta americano.
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¡Mira que sueña Mi hermosa dueña!
¡Sueña! ¡Luna gentil de noches del estío,
Cuyos rayos la selva nos diseña, Marcha, marcha con plácido desvío!
i Mira que sueña Mi hermosa dueña!
¡Sueña! ¡Viento sutil de noche del estío.
Allá silbando rápido en la breña. Ten lástima del célico amor mío!
¡Mira que sueña Mi hermosa dueña!
¡Sueña! ¡Ilusión de la noche del estío
Que placeres angélicos enseña. Favorece mi amante desvarío!
¡En mí ya sueña Mi hermosa dueña!
¡Sueña! {Entra VICTORIÁN por el balcón.)
ViCTORiÁN.—¡Pobre palomita mía! ¡Tiemblas como una hoja!
PRECIOSA.—¡Soy tan miedosa! ¡Por tí tiemblo! No me gusta que tengas que subir esta pared de noche. ¿No te ha visto nadie?
VICTORIÁN.—Nadie más que tú, amor mío.
PRECIOSA.—Es muy peligroso; y cuando te has ido, me riño á mí misma por dejarte venir así furtivamente de noche. Pero ¿dónde has estado? ¡Desde ayer no te vi!
VICTORIÁN.—^Salí ayer para Alcalá, y hace poco que he regresado. Pronto llegará el ansiado día, dulce Preciosa, en que tan larga distancia no podrá ya separarnos; y entonces no tendré que escalar de noche tu balcón para robarte un beso, como hago ahora!
PRECIOSA.—Honrado ladrón eres, pues no tomas sino lo que das.
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VicTORiÁN.—Y estaremos siempre juntos, sin inquietud alguna, y palabras de verdadero amor pasarán de mi labio al tuyo y del tuyo al mío, como los pájaros que trinan, yendo de una á otra rama.
PRECIOSA.—¡Tan dichosa vida daría, en verdad, envidia al mundo entero! Ya sabía que vendrías á visitarme esta noche. Te vi en la comedia.
VicTORiÁN.—¡Dulcísima hija del aire! Jamás te miré tan llena de atractivos ni tan resplandeciente de beldad como anoche. ¿Qué haces para ser tan seductora, cuando quieres?
PRECIOSA.—¿No lo soy siempre?
VicTORiÁN.-—¡Ay! Y tanto, que tengo celos de los que te miran, y quisiera que todos fuesen ciegos.
PRECIOSA.—Ya sabes que poco me importan todos. Es tando tú, no veo á nadie más que á tí.
VicTORiÁN.—Yo nada encuentro bello sino lo que de tí procede, lo que con tus hechizos transformas.
PRECIOSA.—Y, sin embargo, aún me dejas por tus empolvados libros.
ViCTORiÁN.—-¡Con harta frecuencia tu imagen se interpone entre mis libros! Tu bello rostro aparece en cada cosa que veo. Hasta las pinturas de la capilla tienen tus miradas; los religiosos cánticos se convierten para mí en bulliciosas danzas, y no es raro que aun hallándome entre los sabios doctores de las escuelas, crea verte bailar la cachucha.
PRECIOSA.—Pues no desatinas tanto. Mañana cabalmente bailo ante esos sabios doctores de las escuelas.
VicTORiÁN.—¿Qué dices? PRECIOSA.—Bailo ante un grave y reverendo Cardenal, y
ante su eminencia el Arzobispo de Toledo. ViCTORiÁN.—¡No te chancees, loca! PRECIOSA.—-No me chanceo: te hablo de veras. VicTORiÁNJ-—Pero ¿cómo es eso? PRECIOSA.—Muy sencillo. Dícese que el Papa, deseando
poner coto á ciertos bailes en las tablas, ha encargado el examen de este asunto á su Nuncio en España.
VicTORiÁN.—Algo sobre el particular he oído. PRECIOSA.-—Pues bien: el Cardenal encargado de informar
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esta cuestión, se ha propuesto ver por sus propios ojos los bailes de que se trata, y el Arzobispo ha mandado buscarme.
VicTORiÁN.—¡Y bailarás delante de ellos! ¡Bueno! ¡Viva la cachucha! No dudo que este baile inspirará el fuego de la juventud á esos canosos ancianos, y el entusiasmo que indudablemente despertarás en ellos será la más brillante de tus conquistas.
PRECIOSA.—Hay otra que estimo más. Pero, ¡y si los bailes se prohibiesen! Tu Preciosa volvería á ser nuevamente una mendiga.
VicToRiÁN.—Tú fuiste mendiga, es verdad; pero la más dulce mendiga que jamás pidió limosna. Cuando vi tus suplicantes ojos te entregué desde luego mi alma entera.
PRECIOSA.—¿Te acuerdas de la primera vez que nos encontramos?
ViCTORiÁN.-^Sí: fué en Córdoba, y en el jardín de la catedral. Estabas sentada á la sombra de los naranjos, junto á la fuente.
PRECIOSA.—Y era el domingo de Pascua. Aquellos floridos árboles llenaban el aire de fragancia y alegría. Cantábanse plegarias en el coro, el órgano tocaba, y de repente sonó la gran campana de la catedral. Era el momento de la elevación de la hostia santa. Ambos caímos de rodillas en tierra, bajo las ramas del naranjo, y juntos oramos. Jamás había yo sido dichosa hasta entonces.
VicTORiÁN.—¡Eres un ángel bendito! PRECIOSA.—Y cuando te fuiste sentí un profundo dolor
en el alma. No hablé en todo el día. Pero, desde entonces, fueron para mí, no ya indiferentes, odiosos los requiebros de Bartolomé con quien pretendían enlazarme.
VicTORiÁN.—No me mientes á ese joven, ni quieras que su sombra se interponga entre nosotros. ¡Querida Preciosa! Yo te amaba mucho tiempo antes, y sin embargo, callaba.
PRECIOSA.—Te vi en aquella ocasión por primera vez. Y recuerdo que al separarnos, tu adiós parecía un vago y casi imperceptible lamento de profundo pesar.
VicTORiÁN.—Es que aquél era el primer acento del canto de amor. Sonido que apenas es algo más que el silencio, y
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sin embargo, se percibe distintamente. Las manos de los espíritus invisibles vibran las cuerdas de un misterioso instrumento, el alma, entonando el preludio de nuestro destino. Oimos aquella voz profética, y nos tiene ya intranquilos.
PRECIOSA.—Tal es mi fe. ¿Crees tú en esos sobrenaturales avisos?
ViCTORiÁN.^^Y mucho. Nuestras sensaciones, nuestros pensamientos tienden siempre á ellos, no limitándose á lo presente. Así como las gotas de agua, al caer en un profundo pozo, producen allá abajo un imperceptible sonido, de la misma manera caen en el oscuro porvenir nuestros pensamientos, llegando hasta nosotros sus misteriosos ecos.
'PRECIOSA.—Así lo he sentido y lo siento, pero no hallo palabras para expresarlo. No sé raciocinar; no puedo más que sentir. Tú, al contrario, tienes lenguaje para todas las ideas, para todas las sensaciones. Tú eres estudiante; y muchas veces imagino que no podemos marchar juntos en el mundo, porque es demasiado grande la distancia que nos separa... El destino te llama á vivir entre los astros, y hago tal vez mal en detenerte.
ViCTORiÁN.—¡Eres una pequeña escéptica! No debes abrigar la duda. Lo más apreciable en la mujer no es su inteligencia; lo más apreciable en ella son sus afectos. La inteligencia es finita, pero los afectos son infinitos, y no pueden agotarse. Compárame con los grandes hombres de la tierra. ¿Qué soy? Lo que un pigmeo entre gigantes. Pero si tú amas—tenlo por seguro,—si amas con verdadero amor, la más distinguida de tu sexo no puede aventajarte. El gran mundo de los afectos es tu mundo y no el mezquino de la ambición de los hombres. En la quietud que más conviene á la mujer, quietud calma y santa, recoges esos afectos en el fondo del corazón, y allí alimentas su llama. El elemento del fuego es puro y no cambia nunca de naturaleza, ardiendo tan espléndidamente en un rancho de gitanos como en el salón de un alcázar. ¿No lo crees también así?
PRECIOSA.—Lo que creo es que te amo como los santos aman el cielo; pero no que sea yo digna de este cielo. ¿Cómo he de merecerlo más?
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VicToRiÁN.—Amando. PRECIOSA.—Mi corazón rebosa de amor por tí. VicToRiÁN.^—Entonces déjalo que desborde, y beberé en
él, como en verano las sedientas arenas beben las rápidas aguas del torrente' de la montaña, sin que se calme jamás su sed.
UN SERENO {en la calle.)—¡Ave María Purísima! ¡Las doce... y sereno!
ViCTORiÁN.—¿Oyes esta voz? PRECIOSA.—Es el odiado grito que te aparta de mí. ViCTORiÁN.—Es el cuerno del cazador que ahuyenta al
tímido gamo, ó el ladrido de los perros que asusta á las aves acuáticas y las separa de sus compañeras.
PRECIOSA.—¡No te vayas tan pronto! VicToRiÁN.—Tengo que llegar á Alcalá esta noche. Pien
sa en mí, cuando esté lejos. PRECIOSA.—Ya sabes que no tengo pensamientos que no
te pertenezcan. ViCTORiÁN {dándole una sortija).—Para que no eches en
olvido mi amor, toma este recuerdo: hay una serpiente, emblema de la eternidad, y un rubí, es decir, una gota de sangre de mi corazón.
PRECIOSA.—Según una antigua creencia, el rubí da alegría al que lo lleva, preserva su corazón puro, y, poniéndolo debajo de la almohada, disipa los malos sueños. Pero también ¡triste de mí! la serpiente es la que tentó á Eva.. .
VicTORiÁN.—¿En qué convento de Carmelitas descalzas aprendiste tanta Teología?
PRECIOSA {poniéndole tma máncenla boca).—¡Chitón! ¡Chi-tón, y que todos los buenos ángeles te guarden!
ViCTORlÁN.—¡Adiós! ¡Adiós! ¡Tú eres mi ángel de la guarda! No sé rogar á otro santo más que á tí. {Bajapor el balcón.)
PRECIOSA.—¡Cuidado, no te hagas daño! ¿Estás salvo? VicTORiÁN {desde el jardín).—Salvo, como mi amor por tí.
Pero, ¿estás tú salva? Cualquiera puede escalar tu balcón, á la claridad ds la luna, como yo lo hago. Ten, por Dios, la ventana cerrada; tengo celos hasta del aire perfumado de la noche, que veo sube desde este jardín á besar tus labios.
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PRECIOSA (tirándole SU pañuelo).—¡Qué tonto eres, niño! ¡Toma mi pañuelo para taparte los ojos! Asi no verás tanto. . . Con él va mi bendición.
VxcTORiÁN.—Y me trae la suave fragancia de tus labios, como el blando viento lleva al marinero, en larga travesía, el dulce aliento de la tierra amada que dejó atrás.
PRECIOSA.—No tardes mucho en ,volver. ViCTORiÁN.—Mañana por la noche me verás de nuevo. Tú
eres la estrella queme guía al puerto. ¡Buenas noches, hermosa estrella! ¡Estrella del amor mío, buenas noches!
PRECIOSA.—¡Buenas noches! E L SERENO (á alguna distancia).—¡Ave María Purísima!...
ESCENA IV.
Una venta en el camino de Alcalá. BALTASAR dormido en un banco. Entra CHISPA.
CHISPA.—Ya estamos aquí, entre gallos y media noche, á la mitad del camino de Alcalá. ¡Voto á sanes! ¿Qué posada es esta? Sin luz, y el ventero dormido.
BALTASAR (despertando).—¿Quién va? Aquí estoy. CHISPA.—Sí, aquí estás, como un alcalde tuerto en una
aldea sin aldeanos. Trae luz, y dame de cenar. BALTASAR.—¿Dónde está vuestro amo? CHISPA.—No pases cuidado por él. Nos hemos parado un
momento para que descansen nuestros caballos; y no será extraño que prefiera vagar de acá p^ra allá, al aire libre, oyendo el jadeo de su jaco, como quien oye llover. Pero todo esto no satisface mi hambre. Anda listo, que tengo prisa, y cada cual estira sus piernas según lo permite la manta. ¿Qué traes aquí?
BALTASAR (poniendo luz sobre la mesa).—Conejo guisado. CHISPA (comiendo).—¡Conciencia de Portalegre! Gato gui
sado, quieres decir. BALTASAR.—Y un cántaro de Pedro Jiménez con una pe
ra cocida en él. CHISPA (bebiendo).—¡Tío Baltasar, amigo mío! ¡Bien sa-
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bes pregonar vino y vender vinagre! Esto no es más que tinto manchego con una corteza de tocino.
BALTASAR.—Os juro, por San Simón y San Judas, que es Pedro Jiménez.
CHISPA.—Y yo te juro, por San Pedro y San Pablo, que no hay tal. Bien se ve que tu cena es como la comida del hidalgo: poca vianda y mucho mantel.
BALTASAR.—¡Ah! ¡ah! ¡ah!
CHISPA.—Y más ruido que nueces. BALTASAR.—¡Ah! ¡ah! ¡ah! Estáis de broma, maese Chis
pa. Pero ¿no iré á preguntar á D. Victorián si quiere echar un trago de Pedro Jiménez?
CHISPA.—Es inútil. Sería como si fueses á preguntar á un difunto qué cosa le hace falta.
BALTASAR.—Y ¿por qué va tan á menudo á Madrid? CHISPA.—Por la mismísima razón que no come ni bebe.
Está enamorado. ¿Te has enamorado alguna vez, Baltasar? BALTASAR.—Yo lo estoy siempre, buen Chispa. Este es el
tormento de mi vida. CHISPA.—¡Qué! ¿Estás también sobre ascuas, tío masca
paja? Pues no seré yo quien trate de echarte fuera. VICTORIÁN {desdefuera).—¡Chispa! CHISPA.—Anda á la cama, Pero Grullo, que ya los gallos
están cantando. VICTORIÁN.—¡Hola! ¡Chispa! ¡Chispa! CHISPA.—Allá voy, señor. Ven conmigo, tío Baltasar, y
lleva agua á los caballos. Ya te pagaré la cena mañana. {Se van.)
ESCENA V.
Cuarto de ViCTORlÁN en Alcalá. HiPÓUTO, dormido en una poltrona, se despierta perezosamente.
HIPÓLITO.—-¡Creo que he estado durmiendo! Si; me he dormido profundamente, y era muy alegre el sueño que tenía... ¿Por qué me habré despertado? ¡Oh sueño, dulce sueño! Cualquiera forma que tomes, eres siempre grato, manteniendo en nuestros labios una copa llena de la hechicera bebida
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que produce el olvido.—¡La luz se está apagando! debe ser tarde. ¿Dónde estará Victorián? Como á Fray Carrillo, hay que buscarle siempre fuera de su propia celda.
«Siempre, Fray Carrillo, estás cansándonos acá fuera; quién en tu celda estuviera ¡para no verte jamás!»
Aquí está su guitarra, que raras veces recibe ya las caricias de su dueño. ¡Abre tus silenciosos labios, querido instrumento, y alegra con algún cantar esta pesada media noche! {Toca y canta.)
—¡Padre Francisco! ¡Padre Francisco! —¿Quién me llama tan deprisa? —Aquí está la bella Elisa, que con tierna devoción os suplica confesión. —¡Que pase! Dejadla entrar, que la quiero confesar ( i ) . {Entra VICTORIÁN.)
VICTORIÁN.—¡Padre Hipólito! ¡Padre Hipólito! HIPÓLITO.—¿Quién me llama tan de prisa? VICTORIÁN.—Ño está aquí la bella Elisa; pero soy yo el
que quiere confesarse; porque, si amar es un pecado, soy el más grande de los pecadores. Has de saber que soy reo de un dulcísimo crimen: amo con delirio á una joven y soy correspondido por ella.
HipÓMTO.—Lo que me dices se parece al consabido cuento de la vieja que, cuando se halla en el rincón de la chimenea, cuidando de que hierva el puchero, dice siempre: «Ven acá, hija mía; quiero contarte la historia de mi día de boda.»
VICTORIÁN.—Te hablo así, porque mi corazón rebosa tanto, tanto, que siento verdadera necesidad de hablarte.
HIPÓLITO.—Ese corazón tuvo viene entonces á ser como
( l ) Tomado del gracioso estribillo italiano: —«¡Padre Francesco!—¡Padre Francesco!—¿Cosa volete del Padre Francesco?—¡Vé una bella ragazzina— Che si vuole confessar!—Fatte l'entrare, fatte l'entrare—Che la voglio con-fessare.»
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una escena de la comedia antigua: levántase el telón después de solemne sinfonía, y.. . ¡allá va! entran de sopetón las diez mil vírgenes de Colonia!
ViCTORiÁN.—No; tal vez harías mejor en compararlo con los volúmenes de la Sibila. Ya sabes que los tres que quedaron, después de quemados seis, fueron tenidos en más estima que los nueve juntos. Pero escucha la historia de mis amores. ¿Te acuerdas de la gitanilla que vimos bailar en el mercado de Córdoba?
HIPÓLITO.—Perfectamente. Me acuerdo de Preciosa. VicTORiÁN.—¡Ah! Ella misma. Ya sabes que su recuerdo
me preocupó mucho tiempo después de nuestro regreso á Alcalá. Pues bien: ahora está en Madrid.
HIPÓLITO.—Lo sé.
ViCTORiÁN.—Y estoy perdidamente enamorado. HIPÓLITO.—Veo, en efecto, que debes estar perdido, pues
te vas á Madrid cuando debieras estar en Alcalá. VicToRiÁN.—¡Oh! Perdona, amigo mío, que por tanto
tiempo te haya disimulado mi secreto; pero el silencio es el encanto con que se quiere envolver tales tesoros, y una palabra fuera de tiempo mortifica á veces las ilusiones más queridas.
HIPÓLITO.—-jAy! ¡ay! Veo que estás enamorado de veras. Al fin y al cabo, el amor quita el frío mejor que una capa: sirve de abrigo y también de alimento. Ya sabes el refrán: á un español le basta su misa, su olla y su D." Luisa. Pero, vamos á ver, chico, ¿sabes galantear á tu amante? Si es modesta la muchacha, debes escribirle una canción que empiece con un Ave, cantándole como el fraile cantaba á la Virgen María.
¡Ave! ¡Cuyus calcem clare Nec centenni commendare
Sciret Seraph studio! VicTORiÁN.—Te ruego que dejes bromas aparte. No estoy
para ellas, y te hablo en serio. HIPÓLITO.—¡De suerte que estás enamorado seriamente!
¡Oh! ¿Qué dirá el mundo de que el primero de los estudiantes de la grande Alcalá se haya enamorado de una gitana?
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Pero dime con franqueza: ¿qué clase de amores son los tuyos? VicTORiÁN.—Amores honrados. HIPÓLITO.—¿Y piensas casarte con ella? ViCTORiÁN.—¿Por qué no? HIPÓLITO.—Fué novia, si mal no recuerdo, de cierto Bar
tolomé, joven gitano que bailaba con ella en Córdoba. ViCTORiÁN.—Es cierto; pero aquello acabó. HIPÓLITO.—Pero tú no puedes casarte con ella. VicTORiÁN.—^Puedo y quiero. No la conoces... ¡Los ánge
les del cielo debieron cantar en su cuna! Es una joya divina que hallé entre los escombros é inmundicias del mundo. Me he bajado, es verdad, por ella; pero cuando la ponga aquí, colocada en mi frente, como la estrella de la mañana, el mundo podrá sorprenderse, pero no se reirá de mi amor.
HIPÓLITO.—¡Maravilla será que no te ponga ella algo más en la frente!...
VicTORiÁN.—Te haces intratable con tus injustificadas bromas. ¿Crees que no hay virtud en el mundo?
HIPÓLITO.—No mucha. ¿Qué piensas que estará haciendo ahora, mientras hablamos de ella?
ViCTORiÁN.—Está dormida, y de sus entreabiertos labios sale un aliento tan suave como la fragancia de los pétalos de las flores. Sus tiernos miembros están inmóviles, y tiene sobre su seno la CTUZ por ella invocada antes de acostarse, cruz que sube y baja á impulsos de las palpitaciones, durante el curso de los sueños, como ligera nave amarrada en seguro.
HIPÓLITO.—Lo que quiere decir en prosa que duerme con la boca abierta.
VicTORiÁN.— ¡Oh! Quisiera tener el espejo del antiguo mago para verla dormir el sueño de la inocencia.
HIPÓLITO.—¿Y te atreverías á mirar?
ViCTORiÁN. — ¡Ciertamente que si! HIPÓLITO.—Valiente eres. ¿Has reflexionado alguna vez
cuántos secretos se encierran en la palabra ahoya? VICTORIÁN.—Sí; esta palabra encierra los más terribles
misterios de la vida. Muchas veces he pensado, querido Hipólito, que si por algún mágico hechizo pudiésemos petrifi-
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caí- el mundo y á sus habitantes en las mismas actitudes en que se hallan ahora, descubriríamos horribles secretos en las hondas simas de la vida humana. ¡Qué escenas veríamos alrededor del lecho de la muerte, dejando atrás en horrores al espantoso grupo de Niobe! ¡Qué alegres bienvenidas y qué sombrías despedidas! ¡Qué petrificadas lágrimas en los cristalizados ojos! ¡Qué visible alegría y angustia en las megi-llas! ¡Qué pompas nupciales y qué espectáculos tan fúnebres! ¡Qué de enemigos luchando como gladiadores feroces! ¡Qué de amantes con los marmóreos labios siempre juntos!
HIPÓLITO.—Así es, en efecto. Y si yo estuviese enamorado, que es nuestra cuestión, tendría mucho más miedo. Temería que el mágico espejo y los mágicos sortilegios de que hablas, descubriesen alguna historia más propia para ignorada que para sabida. Podrían, por ejemplo, mostrarnos á tu bella prima, la Srta. Violante, bañada en lágrimas de amor y despecho, como la virgen de Cólquide, y acusándote á tí, pérfido argonauta, que después de haber conquistado el vellocino de oro, su amor de mujer, la abandonas por otra Glauce.
VicTORiÁN.^—Calla. Mi prima no se cuida de mí. Puede además casarse con otro, ó bien ir á un convento, y después de su muerte recibir la mano de Aquiles en los Campos Elíseos.
HIPÓLITO (levantándose).—Está bien. Y con esto, buenas noches; 6 mejor dicho, buenos días. (El reloj da las tres.) ¡Oye! La vibrante maza del tiempo llama ya á las doradas puertas del día. Buenas noches, repito. Ya hablaremos más extensamente de Preciosa mañana. Procura dormir y que el sueño te presente á tu amada como en el mágico espejo, en todos sus encantos. ¡Buenas noches! (Se va.)
ViCTORiÁN.—¡Buenas noches! Pero no quiero dormir todavía; voy á leer antes un poco. (Se echa en la poltrona que HIPÓLITO ha dejado, abriendo sobre sus rodillas un infolio.) Sí; leeré, ó más bien me entregaré á los perezosos ensueños que despierta el cambiante color de tumultuosas olas, estrellándose en las riberas de mi mente... ¡Visiones de la fama! Vosotras que un día me visitasteis, dándome, con vuestra
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sonrisa, una noche gloriosa, ¿dónde estáis? ¡Oh! ^Quién me dará, ahora que os fuisteis, el jugo de aquellas plantas divinas que florecen en el Olimpo, haciéndonos inmortales? ¿Quién me señalará dónde crece aquella maravillosa mandragora, cuya mágica raíz, arrancada de la tierra con gemidos, á media noche, tiene la virtud de ahuyentar á los espíritus malos, fecundizando las fantasías de la mente? Tengo deseos; pero me falta voluntad para el trabajo. ¡Almas délos grandes hombres que murieron! Vosotros, cuyas palabras, desde la fugaz orilla del tiempo, nos deslumhraron con rápida centella, como bruñidos aceros de Roma, templados en el cauce del Tajo, decidme ¿dónde está la fuerza para manejar las armas con que heristeis? El eterno brillo de la ciencia arrancó esplendores de la calada visera de la antigüedad, como de un espejo. Todos los medios de acción, las informes masas, los materiales se hallan por todas partes alrededor nuestro. Lo que necesitamos es fuego del cielo para cambiar las mismas piedras en transparente cristal, lleno de brillantez y tersura. Este fuego es el genio. Siéntase un rudo labrador, por la noche, en el ahumado hogar, y traza con carbón en la pared caprichosas figuras. Jadeante y rendido llega allí el hijo del genio pidiendo albergue contra la inclemencia de la noche. Toma de la mano del labrador el carbón, que, con la sola magia de aquel tacto, queda inmediatamente transí r-mado, resplandeciendo todas sus ocultas virtudes; y pronto brilla un diamante á los ojos del sorprendido rústico. También transformados así los antiguos cuentos y las rudas tradiciones populares, resplandecen como poemas inmortales, al tacto de algún pobre bardo, sin casa, sin patria y vagabundo, sin más premio por sus trabajos que el albergue de una noche. Pero hay todavía más seductores sueños que los de la fama, los sueños del amor. Fuera del corazón se levanta el brillante ideal de estos sueños, como allá en algún misterioso bosque ve el poeta levantarse la aérea ninfa, que desaparece en las silenciosas profundidades, antes que el enamorado llegue á alcanzarla. Este es el ideal que el alma del hombre, como el apasionado caballero junto á la fuente, espera ver surgir, en formas corpóreas, de las tenebrosas
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aguas de la vida. Y no es raro que, precipitándose cada vez más la corriente, no surja de aquellas silenciosas profundidades la visión anhelada... Yo. al menos, nacido bajo el influjo de una estrella propicia, he hallado el brillante ideal de mis delirios. ¡Si! Ella está siempre conmigo. Aquí sentado, á media noche y solo, siento su gentil respiración. Aquí siento sobre mi pecho la opresión de su cabeza. ¡Bendito sea Dios que lo permite! ¡Cierra tus hermosos ojos, bella dormida, y haga el cielo que todas las flores que de noche brotan, suspiren con balsámicos labios en tus oídos mi nombren {Ittctina poco d poco la cabeza y queda dormido.)
C. SOLER Y ARQUES.
{Se continuará.)
M O A L L A K A S ( 1 )
(CONTINUACIÓN.)
IX.
E L MISERICORDIOSO.
I
LABID, SU TRIBU Y FAMILIA.—SU ADOLESCENCIA.—SU VIAJE
Á HIRA Y SU DISCURSO PRONUNCIADO AL REY EN DEFENSA DE
LOS DE SU TRIBU.—SU MENSAJE Á MAHOMA EN MEDINA.—
GUERRAS POÉTICAS ENTRE LAS TRIBUS DE KHACAFA
Y GHATAFAN.
ERTENECÍA Labid, hijo de Rabia, á la tribu de Amir-ibn-Sássasáa; su padre, Rabia, era hijo de Mahk, hijo de Djafar, su madre, Tamira, hija de Zemba, orfehna de la tribu de Abs, había
sido amparada por Rabí, hijo de Zyád. Educado en las letras y bien joven todavía, marchó á la corte de No-mán, Rey de Hira (Sgo, 2 de febrero), donde Rabí, hijo de Zyád, gozaba del favor de este Príncipe y era su comensal
(1) Véase la pág. 431 del tomo XLIV.
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diario, con un griego ó siriano llamado Serdjoum, hijo de Taufil y de su médico Nitaci. En esos esparcimientos, Auf, hijo de El-Awas, Abou Bérá-Amir, y algunos otros personajes de la familia de Djafar, llegaron á morar también á Hi-ra, quienes dejando la guarda de sus camellos y bagajes á Labid, que les había acompañado en el viaje, presentáronse varias veces á Nomán, á exponerle sus asuntos y negocios, siendo perfectamente recibidos de parte del Rey. Rabí, que todo lo conocía, vio con disgustóla agradable recepción que se había hecho á aquellos señores, gente por otra parte malquistada con su tribu, y por medio de insidias consiguió enemistar al Rey y apartarlos de su gracia.
Habiéndolos rechazado un día Nomán con ásperos tratamientos, salieron llenos de disgusto contra Rabí, cuyas insidiosas sugestiones no habían dejado de comprender. Labid se apercibió de su mal humor y preguntóles la causa; al pronto no tenían deseo de manifestársela, en razón de su parentesco con los de Abs; pero al fin, cediendo á sus instancias, le refirieron cuanto les sucedió en la presencia del Rey, acusando á Rabí de cuanto mal les ocurría y de que les hubiese enajenado la voluntad del Rey. «Llevadme mañana con vosotros ante Nomán, les dijo Labid, y os prometo de confundir á Rabí de tal suerte, que Nomán le despedirá al instante.» Antes de acceder á semejante petición, quisieron conocer hasta dónde podían confiarse de él, y en qué podía serles útil y era capaz, y le propusieron por asunto que expresara una sátira; apenas manifestado este deseo, lo verificó al momento con tal acierto, que quedaron grandemente sorprendidos.
Satisfechos de esta prueba los hijos de Djafar, condujeron al día siguiente á Labid con ellos á presencia del Rey. Estaba Nomán en la mesa comiendo solo con Rabí, hijo de Zyád. Labid, apenas obtuvo permiso para hablar, recitó una pieza en verso, en la cual, después de haber exaltado el mérito de la familia de Djafar, atacó á Rabí y le atribuyó hábitos tan reprochables, que el Rey exclamó: «Joven, tú me has arrebatado el corazón... Me es imposible concluir mi alimento, después de lo que acabo de escuchar.» Procufando
TOMO XLV.—YOL. U. 12
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Rabí justificarse del reproche que se le había dirigido, «Es inútil, dijo Nomán; verdadero ó falso lo que se ha dicho, ha producido su efecto—palabra que luego llegó á ser proverbial; —-apártate, yo no sabré verte jamás.»
Este rasgo es casi el único, dicen los historiadores árabes que se conoce de la vida de Labid; pero se pueden aducir otros no menos curiosos, descubiertos con posterioridad, á propósito del progreso del Islamismo, cuando en Ma-homet, Opar y entre los musulmanes revivía un estro religioso por la nueva creencia, formáronse partidos, á cuyo calor constituyéronse ligas contra los descendientes de Ha-chin y Mottalib; en conmoción el pueblo árabe, hubo lides sangrientas, persecuciones, y algunos de los refugiados en Abisinia vinieron á Mekka para acrecentar las conversiones y propagación de la nueva creencia, no sin la pugna de los que allí aún sostenían las antiguas convicciones de los me-kkineses; ocultos los viajeros en casa de algunos de los principales de la ciudad, temerosamente podían alentar su nueva fe, poi: lo que suscitada noble lid entre Othman, hijo de Ma^houm y Walid, hombre honrado, que se había proclamado su poderoso protector, ofrecióle todo apoyo, que Othman rechazaba con las protestas de su respectiva libertad, no aceptando más protección que la de Dios; mas Walid, que se hallaba solemnemente comprometido, no abandonó á su protegido, sino cuando en la Caaba y en alta voz hizo Othman pública renuncia.
Poco después Othman acercóse á un grupo de Coraychis-tas, entre los que estaba el famoso poeta Labid, que les recitaba algunas de sus composiciones, pronunciando los siguientes versos:
«Toda cosa es vana, excepto la Divinidad...»
«Es verdad,» dijo Othman; y continuó Labid:
«Y todas las felicidades son pasajeras...»
«¡Esto no es exacto! exclamó Othman; la felicidad del Paraíso es eterna.»
Detúvose el poeta, y quejándose de tan inoportuna inte-
MOALLAKAS l y g
rrupción, uno de los Coraychistas le dijo: «Este hombre es un necio, que á imitación de otros tontos, ha abandonado la religión de sus padres. No hagáis caso de su impertinencia.» Othman no dejó sin réplica esta repulsión, y contestándole á su vez, llegó la cuestión hasta dar á Othman su contrario un golpe que le hirió gravemente un ojo. Testigo de esta escena desagradable Walid. «Hijo de mi amigo, dijo á Othman, ve lo que te sucede por haber renunciado á mi protección' ¿La quieres de nuevo?—No, dijo Othman; y puede mi otro ojo recibir un golpe parecido por la causa de Dios.»
Refiérese también que por el año 631, encargado Labid por su abuelo Abon-Beza Monlaib-el-Acinna, de llevar un mensaje á Mahoma, con un presente de camellos, pidién dolé remedio para la enfermedad que le afligía, Mahomet rechazó el obsequio, bajo pretextos religiosos contra los idólatras, pero que luego aceptó muy á su gusto; y amasando un poco de tierra y escupiendo sobre ella, entrególa á Labid, recomendándole la diluyera en el agua, é hiciera beber esta disolución á su abuelo. Dicen los historiadores que, verificada la prescripción, obró el remedio deseado; pero que no bien sanó el enfermo, murió de ancianidad. Labid, durante su permanencia en Medina, entusiasmado por los discursos de Mahomet y de las bellezas del Corán, del que había copiado el capítulo Ewahmán, el misericordioso, adquirió desde entonces una afición y gusto extraordinario por el Islamismo, qué abrazó poco más tarde.
Se sabe además que vino á ser Labid uno de los primeros poetas de Arabia que tomaron con mayor calor la defensa de la moral pública; que lamentó con singular elocuencia un triste acontecimiento ocurrido en la feria de Ocahz, el asesinato de Orwat, el viajero, hijo de Kilab y el personaje más ilustre de la gran tribu de Hawazin, extendida en el territorio de Nadjd, limítrofe del Hidjaz, pronunciando unos versos que rápidamente circularon entre los Hawazin:
«Decid á los hijos de Kilab, si los veis, y á los Infantes de Amir, cuyo valor fué siempre superior á los peligros.»
«Decid á los hijos de Nomayr, y á los de Kilab, abuelos maternales de la víctima.»
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«Decidles que Orwat-Errahhal, su hábil mandatario, está muerto en el fresco valle de Tayman.»
Este acontecimiento doloroso por la pérdida del estimado personaje, sirvióles de motivo y ocasión en la misma gran feria á otra nueva lid, de la que hacen expresa y detallada mención los escritores árabes de la época.
II .
MOUNAFERA Ó LID DE LA GLORIA.—JUICIO DE HARAM.
Abundoso de disensiones el pueblo musulmán, difícil es abrir las páginas de sus crónicas sin tropezar con alguna lid y guerras, que se continuaban en las tribus al través de generaciones seguidas; pero llegó un momento en que la suscitada entre la posteridad de Khacafa y la de Ghatafán languidecía paulatinamente, los resentimientos desaparecían y comenzaba á reinar la paz, cuando surgió nueva rivalidad del género que había afligido á las dos grandes familias de Abbas y Khofat, por la preeminencia en la tribu de Soul-aym, en la que ambas unían á su bravura, un talento distinguido para la poesía, y se atacaron por versos, en los que cada uno exaltaba su propio mérito y criticaba á su rival; de las sátiras vinieron á las armas, y á la cabeza de sus familias respectivas, encendióse parcial combate, en el que de ambos lados hubo heridos y muertos. Esta querella, que pudo influir sobremanera en la desventura común, vino á terminar por la mediación de Auf, con los suyos, á cuya instancia se comprometieron á no batirse más; pero continuaron haciendo versos uno contra otro bando, y esta polémica impidióles establecer su armonía, pues del propio modo iba á suscitarse otra entre los referidos Khacafa y Ghatafán, mezclándose en ella las animosidades de célebres poetas y guerreros igualmente ilustres, la rivalidad de Amir y de Alcama; rivalidad que si bien no dio lugar más que á una lucha de cortesía y sin efusión de sangre, como la precedente, igualmente por la preponde-
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rancia de la tribu, dio ocasión á la célebre Motmáfera, ó lid de gloria entre Amir y Alcama (620), en la que cada uno fundaba sus derechos á suceder al' anciano y prudente Abou-Béra en la preferencia y superioridad que se atribuían tanto por el valor personal como por la nobleza sin mancha de sus ascendientes paternos y maternos.
Encendidos los deseos, dijo cierto día Alcama á Amir: «La dignidad de jefe de la tribu pertenecía á El-Ahwas,
mi antepasado. En consideración á su cualidad como nieto, de El-Ahwas, tu abuelo Abbou-Béra ha sido elevado al Gobierno. Hoy que lo abandona, tócame sucederle y recibirlo como legítima herencia. Por lo demás, si tú te crees más digno, hagamos un asalto público de gloria y de nobleza y que un arbitro equitativo decida entre nuestras pretensiones.—Acepto, respondió Amir, y con entusiasmo, porque valgo más que tú; mi sangre es más pura que la tuya, mi valor más experimentado que el tuyo.»
De estos simulacros de la inteligencia y del genio se vieron con frecuencia entre los árabes, especie de procesos llamados Mouná/era; medio al que se acudía frecuentemente para terminar contestaciones de preeminencia, medio también muy peligroso, porque hacía mayor la herida del vencido, que, molestado en su amor propio, cambiaba á veces la solemnidad en enemistades, y exponía á veces al juez y su familia á profundos resentimientos.
A remediar todos los abusos y precaver cuantos daños y peligros pudieran surgir, se dispuso y convino que cada uno de los contendientes pusiera á disposición del arbitro cien camellos, que sería el premio de la victoria; tratóse en seguida de elegir el arbitro, y la consideración de que gozaban los Coraychistas, como guardias del templo de la Cava, obligaba á los beduinos á decidir sus contiendas ante la prudente decisión de aquéllos. Nombrados arbitros ó elegidos varios personajes simultáneamente, por fin Haram aceptó el delicado cargo que se le ofrecía.
Amir y Alcama se presentaron á él con la mayor brevedad, y Harám hízoles jurar que se someterían sin reclamación alguna á la decisión que luego proclamaría entre ambos, y ha-
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biéndolo aceptado así, les dijo: «Id, y volved pasado un año, en el mismo día, para oir el juicio.» Obedecieron los vigorosos pretendientes, tratando mientras se cumplía el plazo de aumentarse el número de amigos y distinguirse por actos de generosidad. Ocurrió entonces la llegada del poeta El-Acha, pidiendo sucesivamente protección á Alcama y Amir, y habiéndole éste ofrecido salvarle hasta de los golpes de la muerte natural, El-Acha tomó la causa de Amir, dedicóle versos plagados de pomposos elogios, mientras que zahería á Alcama con sátiras cuyos rasgos hacían mucho daño al rival de su amigo.
Pasado el año, acompañado cada uno de sus familias y amigos, en el lugar designado, Abbou-Béra no quiso presenciar esta lid, que tanto reprochaba. Llevaban grandes preparativos para los días que pasaran en Fezara y durase el juicio, porque se esperaban grandes debates antes de obtenerse decisión. Además llevaban cada uno, poetas que debían ensalzar las proezas y excelencias ^respectivas de sus caudillos, y con alabanzas y elogios defender su causa; de lado de Amir estaban El-Acha y también Labid, autor de una Moa-llaka; por Alcama, Djarwal y otros muchos, impulsados todos por el mayor deseo.
En la misma tarde de su llegada, Amir fué llamado á la tienda de Harám secretamente, y éste le dijo: «Te juzgaba un hombre sensato, y que no habrías dejado pasar el año sin renunciar á tus pretensiones. ¿Cómo intentas disputar á Al-cama su gloria? Tiene sobre tí una superioridad evidente.— ¡ Ah! exclamó Amir; si tú decides en favor de Alcama, soy un hombre perdido. No me hagas esta afrenta, te suplico este favor; más vale que te apoderes de cuanto tengo y córtame el tupé; mas si tú no quieres concederme la palma, á lo menos ponnos á ambos en igual línea.—Esto me parece bien, dijo Harám; yo reflexionaré.» Del propio modo hizo venir después á Alcama, á quien habló con el mismo lenguaje. Alcama le conjuró con parecidos razonamientos, pidiéndole que no le deshonrara dando públicamente la victoria á su adversario, sino antes bien declararlos á igual altura. Parecióle bien la forma en la cual se había presentado esta cuestión, y á la mañana
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siguiente hízoles comparecer ante él, y en presencia de numeroso auditorio, ávido por conocer el resultado de tan grave asunto, dijo á los contendientes en alta voz: «Hijos de Djáfar (antepasado común de Amir y de Alcama), vosotros me habéis escogido para juzgaros; ahora os declaro que sois como las dos rodillas del camello, perfectamente iguales, que se posan á un mismo tiempo en la tierra cuando se doblan. Cada uno de vosotros tiene méritos que le son propios, y que no tienen su rival. Uno y otro sois jefes nobles y distinguidos. Tal es el juicio que yo pronuncio; aceptadlo como por juramento estáis obligados, é id en paz.» A continuación fueron escogidos diez camellos de cada parte para, divididos en diversos trozos, repartirlos entre las gentes, y mandó á toda la concurrencia retirarse. Plugo á ambos partidos la decisión adoptada por el arbitro, que respectivamente abrigaban temores por la victoria del adversario; Abbou-Béra conservó el título nominal de jefe, y Amir y Alcama gobernaron el territorio, distribuyéndose entre sí las funciones activas del poder.
Refiérese que Harám, juez de tan prudente Mounafera, vivió hasta el reinado del califa Omar, que le alabó por la sabiduría con que había adoptado este juicio, y fué proverbial también la fama de los defensores, cuyo genio burilaban con armas invencibles, imantadas en la más alta poesía popular de los árabes; de aquí el renombrado Moallaka de Labid.
I I I .
MOALLAKA DE LABID.
Cuántas veces el viajero ha encontrado en mi tienda un asilo contra la frialdad de la mañana,
cuando el aquilón tenía en sus manos las riendas de los vientos y dirigía su curso.
Estoy siempre dispuesto á volar en socorro de mi tribu: Ágil corcel lleva mis armas, y pasada su brida alderredor
de mis ríñones, me sirven de tahalí:
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Asciendo en una colina para desde allí descubrir los movimientos de los enemigos;
corto espacio me separa de sus tropas, y el polvo que se levanta en mi rededor hiere sus estandartes.
Permanezco en este puesto peligroso, hasta que el sol tiñe su rastro, y como asido por la mano de la noche oscura, cuando cubre con sus tenebrosos velos, los lugares por donde el enemigo podría atacarnos con ventaja.
Entonces revuelvo mi caballo en la llanura, marcha con la cabeza erguida semejando á una palmera, cuyas ramas sostenidas sobre un alto tallo, descubren sus frutos á la avidez de la mano deseosa de cogerlos.
Le hago correr con tanta viveza como casi vuela el buitre. Luego, cuando está en el mayor calor y vuela con una ex
tremada ligereza, la silla se agita sobre sus ríñones; un torrente de agua riela sobre su pecho;
las cinchas están penetradas del espumeante sudor de que está cubierto;
Levanta su cabeza y parece quiere sustraerse á la brida que modera su ardor;
Prosigue su carrera con la rapidez de una paloma, que devorada por la sed, precipita su vuelo hacia un espinoso riachuelo para mitigar su sed...
Luego que el extranjero viene á buscar asilo cerca de mí, se cree estar en medio del fértil valle de Tébala ( i) .
La madre de familia á quien la desgracia ha reducido á la mendicidad, establece su morada próxima á los cordajes que sostienen mi tienda:
cubierta de deshechos andrajos, parécese á un camello consagrado á la memoria de un muerto y atado á su sepulcro (2).
(1) Es el nombre de un valle situado en los confines del Hedjar y de la Arabia feliz.
(2) El poeta compara aquí esta mujer, á causa de su extrema debilidad y de su flaqueza, á un camello, según hemos dicho, como eco fiel de una costumbre entre los árabes paganos, cuyo camello estaba destinado á morir así de hambre cerca de la tumba.
MOALLAKAS I 8 5
Cuando los vientos de invierno se combaten en la llanura, los huérfanos rodean mi mesa, cargada de abundantes alimentos y se entregan al ansia en los canales de mi abundancia.
Cuando un mismo lugar reúne las familias congregadas, se ve siempre elevarse en medio de ellas algún ilustre vastago de nuestra sangre, cuyo valor y fuerza triunfa de todos los obstáculos,
entonces la justicia rinde á cada uno lo que le corresponde con una exacta integridad,
y á quien renuncia sus derechos por sostener los de las tribus cuya defensa toma de su parte.
Siempre se encuentran entre nosotros hombres generosos que se complacen en repartir sus beneficios y en distinguir su liberalidad,
que miran las acciones nobles como el único beneficio digno de ellos y el botín más precioso.
Cada pueblo reconoce un legislador y las leyes á las cuales debe conformarse;
para ellos, el ejemplo de sus antepasados es la única ley que regula su conducta.
Ninguna mancha empañará el brillo de su gloria, su virtud jamás experimentará ninguna contrariedad, porque las pasiones no corrompen su lozanía.»
EXAMEN LITERARIO Y JUICIO CRÍTICO DE LOS MOALLAKAS.
Sin género de duda, sábese que los árabes anteriores á Mahoma hicieron varias poesías de distinto género, que brillaron en su nación poderosos genios de grande invectiva, y que la sátira llegó entre los mismos á ser causa, no ya de grandes persecuciones, sino también de poderoso aliento para ganar consideración, honores y categoría social, merced al temor que inspiraba á ese pueblo, lleno de amor propio, la calumnia y la befa de cualquiera de sus cualidades individuales.
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Mas de todos los géneros poéticos, ninguno como los Moalla-kas; de todos los versos antiguos, ninguno cual los poemas lla.nados Dorados; de todas sus grandes concepciones acerca de la vida, ninguna tampoco cual esas composiciones suspendidas, ninguna tan psicológica como la expresión genuina de esos siete poemas, ninguna tan subjetiva como los Moallakas, ninguna poesía tan popular como esos primitivos monumentos de los cacidas arábigos, ninguno tan transcendental en el modo de ser de ese pueblo como los esplendores de la imaginación que venían á rendir en lides de populosa gloria los atributos de la justicia y de la paz.
Así es como ha llegado á comprenderse la importancia social de esas creaciones del espíritu de los árabes, tan fecundo en emociones supremas y tan favorecido en su imagi-noción para darnos obras donde con facilidad puede hallarse fotografiado el genio, las costumbres, el carácter de los árabes, tal como nos los describe la historia poco antes de la revolución, que á su calor formóle pueblo de conquistadores.
Encontramos igualmente rasgos generales en todos esos poemas, cual distintivo honorable; un interés patrio inspirado en la mayor bravura de los soldados, en el esfuerzo bélico de sus huestes, en el heroísmo de sus nobles jefes, llenos y poseídos de la mayor fiereza á la vez que de la más dulce consideración para el huésped y el noble vencido. De ese modo extraordinario aparecen entre sus páginas acontecimientos épicos de primera línea; la historia de las sangrientas guerras que nos dibujan con vivísimo colorido algunos Moallakas, ofrece rasgos también de ferocidad y de nobleza, de generosidad y barbarie, contraste singular y entusiasta que forman un paralelo especial, ante el aspecto que se advierte en el concurso de los demás pueblos de Europa, en esos siglos, en los que los desórdenes y la anarquía hacían reinar en todos los lugares los horrores de la tiranía y de la licencia. Mas si estos detalles saltan á primera vista del conjunto, examinados cada uno por su concepto esencial y en los accidentes que nos ofrece en relación al poeta y al pueblo para que fué inspirado y luego recitado, aclamado como honorable lección á la posteridad, sus resultados son grandiosos y llevan tras de
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SÍ un tributo de gloria al numen que los expresó y al pueblo que los alienta.
Expuesta á grandes rasgos la biografía de cada uno de los poetas, según el orden cronológico de su nacimiento, pareció más natural traducir el poema á continuación del esbozo biográfico del autor, y el análisis literario naturalmente debe seguir el mismo método, que en todo debe haber unidad y armonía, en medio de la diversidad de carácter, naturaleza de sentimientos que en ellos se ensalzan, pasiones celebradas y transcendencias sociales también de los diferentes Moa-llakas aquí agrupados bajo el mismo procedimiento, con las novedades adquiridas en otros documentos posteriores.
Como que nada ofrecen de común con la historia del pueblo árabe los dos poemas de Labid-ben-Rébia y el de Am-riolkaís-ben-Hodjr, como quiere llamarlos Sacy, ó de Imriol-kays, según otros, colócalos juntos el citado arabista, guiándose en su estudio por el fondo del asunto más que por la razón social de las diversas concepciones poéticas que examina; pero dejando para su lugar el de Labid, mal puede afirmar el ilustrado Sacy, esto mismo del poema de Imriolkays, pues-to que ni en el ejemplar que poseemos de su notabilísimo estudio dice nada, ni siquiera extracta el celebrado Moallaka del primero de los poetas árabes. Así le han concedido el primer puesto la generalidad de los arabistas, por más de que según asegura Sacy, su Moallaka es el más moderno; pero á esto responden las citas de nacimiento de esos príncipes de la imaginación, especificadas en otra parte con toda claridad y firmeza.
Empieza su poema Imriolkays, como todos, recordando á su amante lejos de sí, el sitio de sus esparcimentos llenos de ambrosía y de un hechizo oriental; mil emblemas y figuras de pensamiento y de palabras llenas de pasión; mil encantos esparcidos por sus cacidas; una arrogancia sin timidez alguna; un saborear la belleza cual sólo es dado al que alienta una esperanza de goce sin fin en la mujer divina; un gusto exquisito para el menor detalle de la mujer, á la vez que un ardoroso estro, ciego también por las lindezas que rinden los seres más perfectos de la creación. Difícil es buscar tanta
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comparación, tanta imagen reunida en menos espacio; especie de nuestro D. Juan Tenorio, los mismos hálitos cerca de la mujer, iguales victorias en sus pasiones, nada respetuosas, aunque sí llenas del atractivo de un encendido amor, y Oneyza, Fatima y otras muchas jóvenes doncellas, «como la perla virgen, cual nácar ligeramente matizada de crema, y que habían sido alimentadas en el fondo de los mares por una agua venturosa,» á cuyo contacto y presencia, el aire se embalsama á su derredor como si el céfiro hubiese llevado al odarato el perfume del clavel, le ofrecían goces y delicias que nos describe con una voluntad indeleble. El campo, el desierto, las montañas, la tempestad, el día y la noche, le suministran igualmente valiosos recursos; los que recibe de su corcel son ilimitados, ser preferido que soporta todas las empresas sin fatiga, hállase correspondido sobremanera en el Moallaka por la consagración que en él celebra el poeta, en medio de todo el movimiento que le inspiran la naturaleza animada é inanimada en sus escenas más patéticas y sublimes, que puede dibujarnos el cincel de la poesía árabe en el hermoso estudio que nos ofrece este poema lleno del mayor ardimiento.
Como gemelos inseparables surgen dos poemas, hermanos de origen, fuertes, enérgicos, de expresión y de levantadísimo espíritu. Los dos poemas, de Amrou-ben-Keltho-um y de Hareth-ben-Hilliza, parecen haber sido pronunciados en presencia de Amrou-ben-Hinda; uno y otro, enardecidos en el calor de la tribu, proclaman la justicia, el derecho y ventajas de los suyos, rechazando al heroico adversario recíprocamente sus violencias y sus injusticias. Amróu, que era el poeta de la tribu de Taglib, ante el Príncipe de su nombre, recuerda con fiereza las acciones de heroísmo y generosidad de sus antepasados; aclama la independencia en que siempre se sostuvieron, y acusa á sus contrarios por haberse sometido al yugo de la monarquía y prestar obediencia á las leyes de un extranjero. Su estilo, lleno de una noble fiereza, se endurece hasta el punto de llegar á una altura denigrante y brutal: bastaría con citar algunos versos para notarse la altivez de sus conceptos y de su carácter indoma-
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ble; pero, á señalar trozos escogidos, habríamos de transcribirle, porque como todos ellos, abunda en situaciones amenísimas, estro brioso y varonil, imágenes vigorosas, que parecen dar la misma fuerza vital á las cosas, ponderando los deliciosos vinos del territorio de Andar y sus mágicos efectos, como los otros poetas encuentran una beldad que les inspira los más fébridos acentos; la ausencia de Layla, le causa los más penetrantes dolores, que puede sentir la camella á quien arrebatan su tierno hijuelo; el carácter de furor puede por él retratarse, es más, lo dibuja con mano maestra. «Toda la violencia de mi amor se ha reanimado, mi corazón está lleno de deseos, luego que al anochecer vi marchar los camellos de mi amada.» La naturaleza le parece brillar con el fulgor de las lucientes gumías desenvainadas; pero si en la pasión es tal como nos lo dice su cácida, en la justificación y en las expresiones que emplea para reivindicar á su tribu la honrosa fama que de antiguo po^seía, está elevadí-simo, lleno de valentía, nobleza y desprendimiento: la vida, el honor, apenas florecen allí sino para la victoria, principalísimo lauro del árabe digno. En brevísimas pinceladas da un acontecimiento completo; cada expresión es una batalla donde se han jugado la muerte tribus completas; difícil es concretarse á fijar una frase distinguida por lo enérgico de su expresión; son muchas las que podríamos señalar en ese concepto, y para ello basta leer los versos destinados á describir la guerra civil, en que se ventilaban las tribus entre sí la hegemonía de aquellos Estados; pero con un espíritu que «el honor es una herencia que nos han trasmitido nuestros antepasados; los hijos de Maadd no lo ignoran. Combatimos para conservar nuestra gloria y hacerla brillar con todo su esplendor.» Sólo así comprendería se celebren mil y mil victorias, á las que refiriéndose el Rey, dice: «Sabe que llevamos á los combates banderas blancas y que las retiramos rojas empapadas con sangre. Si el enemigo retrocede, le detenemos con la lanza; si nos combate de cerca, jugamos con la espada.» Y en seguida las cabezas de los más bravos siembran la tierra y parecen globos arrojados en un suelo pedregoso.»
Estilo vigoroso y de una fuerza suprema en aquella ima-
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ginación, donde nada faltaba más que decir su palabra el poeta que había de perpetuar la espléndida hazaña, cuya energía, por su rango y dignidad, no cedía en rectitud y firmeza á la rígida lanza, á la vez poderosa contra el orgullo del Rey y de los intransigentes palaciegos, ávidos de aminorar la preponderancia de su nombre, daba rasgos bien distintivos del ánimo de ese pueblo, á la vez que su preclaro hijo apaciguaba el hattibre del pobre, repartía en los años estériles sus lar • guezas y recibía á los guerreros como á huéspedes deseados, y al extranjero daba el descanso y el alimento de hospitalidad; en la política tenía ideas bien depuradas. «Cuando un Rey oprime y envilece á los demás hombres, sabemos rechazar lejos de nosotros el fuego de la ignominia;» y como cuando se ha llegado á la cúspide de todo engreimiento so -cial, parecióles lógico cantar: «cubrimos con numerosos guerreros la tierra, demasiado estrecha para nosotros; cubrimos las aguas con nuestros navios, el mundo nos pertenece con todos los que le habitan;» palabras ya de una efusión libérrima y en cuya esfera es difícil contener el vuelo de la imaginación, porque á su espontáneo impulso se halla revestida de una facultad creadora cuyas fuerzas realmente no hallan límite alguno en el arte.
Imprescindible es presentar aquí algún detalle histórico que aclare el nexo y punto de contacto del poema que hemos leído con el que vamos á examinar: bien sea, según juzgó anóniího autor, una razón climatológica, que la sequía afligiese en todo extremo á los habitantes de la tribu de Ta-glib, y en su virtud que fueran á buscar agua al territorio ocupado por los de Bacr, ya el mal recibimiento que éstos les hicieron arrojándoles de sí á causa de sus antiguas odiosidades, como si dijéramos, de familia, los odios hallaban eco profundísimo en las citadas tribus, y refiere notable historiador, que á su retirada perdieron los de Taglib sesenta y dos individuos muertos de sed. Los taglebitas congregáronse á tomar la ofensiva, preparándose también á su vez los bacritas para la guerra, muy repetida entre ellos; ciertamente aparece así encarnado un espíritu bélico, contrario á su bienestar, porque contrarias habían sido también las ten-
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dencias de cada tribu, no obstante de su paternal origen. Habían sido Bacr y Taglib autores de dos tribus, herma
nos é hijos ambos de Vayel-ben-Kiset, razón sin duda por la cual llamólos hermanos de Taglib el poeta Bacrita: vivieron reunidos algún tiempo, pero bien pronto destruyeron su lazo común; nacido en la de Taglib el célebre guerrero' Re-bia-ben-Alhareth, cuyo valor se hizo notar en las guerras que los descendientes de Adnan tuvieron que sostener contra las tribus confederadas de Arabia feliz, fué elegido por unánime aclamación jefe de sus tropas, consiguiendo entre otras, valiosísima victoria sobre los árabes del Yemen; tuvo Rebia á Colaíb, su hijo, varón no menos esforzado y distinguido entre sus compatriotas, que dio ocasión al proverbio árabe «Más ilustre que Colaib, descendiente de Vayel,» y mandó las tropas de todas las tribus reunidas descendientes de Adnan en la jornada de Alharaz, en la que nuevamente fueron vencidos los del Yemen. A partir de esta victoria todos los árabes que habían combatido á sus órdenes escogiéronle por Príncipe y le proclamaron Rey de las tribus, pusiéronle corona real sobre sus sienes y le juraron obediencia y vasallaje, erigiéndole en forma tan digna señor de sus destinos y futura suerte.
No tardó, ciertamente, en recibir la tribu un desengaño su libérrima elección; el nuevo Rey tampoco tardó en abusar del poder que tenía asumido en su cetro, del reconocimiento y de la generosidad de sus compatriotas; arrastrado por los placeres y los goces infinitos de la vida oriental, entregóse á los deleites con una voluptuosidad delirante; tampoco dejó de ejercer vejación alguna contra sus subditos, ni olvidó la opresión bárbara que podía supeditar á su pueblo en la más abyecta y odiosa tiranía. Conforme á sus miras egoístas, reservó para sus ganados los mejores pastos de los sitios mejores, más frescos y frondosos; excluía toda participación á los demás, cuando los pastores de sus piaras abrebaban sus reses, ni consentía sacar fuego alguno de su hogar; estrechez abrumadora para un pueblo que vivía libremente y con la mayor libertad, habiéndole aclamado para que reinara con equidad y los gobernase con justicia.
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No muy distante de la tribu existía otra del partido contrario, por los hijos de la tribu de Scheiban, que pertenecían á la de Bacr. Uno de ellos, Hassas, hijo de Morra, cuya hermana Holayla, esposa de Colaib, había adoptado bajo su protección á una mujer extraña á la tribu, llamada Bassous, que vivió próximo á la tienda de Hassas; Bassous era propietaria de una camella que llamaba Sérab, cuyos dos nombres pasaron á la posteridad con toda la trascendencia del proverbio. «Ser de peor augur^ que Bassous y Sérab;» sin duda por la suerte que la camella y su señora trajeron á tan noble acogida de los de la tribu.
Confirmaríase al poco tiempo esta triste idea, puesto que pasando cierto día delante de la mansión de Bassous los camellos de Colaib, la hembra, asida á la puerta de su dueña, saltó rompiendo la cuerda que la tenía sujeta y corrió á mezclarse con los camellos de Colaib; este guerrero, que no quería lo ajeno, hallábase á la sazón cerca de su cisterna; viendo la hembra que no era suya, tomó su arco y clavó una flecha en el hermoso animal, que prorrumpió en fuertes gritos, pues habíala herido de muerte, derribándola en tierra; alarmada Bassous por los reclamos de su camella, transida de sentimiento excitó á la venganza á Hassas, hermano de Colaib, que sobre brioso corcel y acompañado de uno de sus primos, llamado Amrou, le hirieron con sus lanzas, dejándole muerto en el mismo sitio. Desgracia inmensa y que había de encen-
• der un fuego devorador sobre todas las tribus, sin que al pronto pudieran medirse sus consecuencias.
Pronto el ánimo de los árabes á la lid, no bien cunde la noticia de tan bárbaro asesinato, los hijos de Scheiban, que á su vez preveían las consecuencias del atentado, se jactaban de abandonar aquel territorio maldito, y Mohalhel, hermano de Colaib, renunciando á los placeres, á los juegos y al amor, preparóse á tomar venganza de la muerte de su hermano, reuniendo á todos sus secuaces; mas antes de ninguna hostilidad envió diputados á los hijos de Scheiban, para justificar la necesidad en que se veía de tomar las armas contra ellos, dirigiéndoles varias proposiciones. Los diputados dirigiéronse á Morra, padre de Colaib y de su asesino, que hallaron al
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frente de la familia de Scheiban, y después de reprocharle la muerte de Colaíb, le mauifestaron que tan bárbara acción les obligaba á tratar sus parientes como enemigos: no obstante, venimos, le dijeron, á proponeros cuatro vías de arreglo, en las que os dejamos elegir, y aceptaremos con gusto la que de ellas aceptéis: devolved la vida á Colaíb, ó entregadnos á Hassas su asesino, para que en él venguemos, por su muerte, la de nuestro Colaíb, ó si queréis más, entregadnos en su lugar á Haman (hijo de Morra y hermano de Hassas), ó entregaos á nuestras manos y vuestra sangre ocupará, el puesto reservado al culpable.—Devolver la vida á Colaíb, es imposible—dijo Morra;—-Hassas ha escapado súbitamente de un golpe fatal, ignoro su residencia; Haman está rodeado de numerosos hijos y amigos y tan bravos caballeros, que jamás me consentirán entregároslo para que expíe con su sangre el crimen que otro ha cometido. En cuanto á mí, no ignoro que-Seré la primera víctima de la guerra, pero no he de acelerar la hora de mi muerte. Os doy la elección de estas dos proposiciones: ved estos hijos que me quedan y que están suspendidos del cuello de su padre; escoged el que os agrade y llevadlo, dego liadlo como se inmola á un cordero, ó si queréis mejor, recibid mil camellas escogidas entre las más bellas, para la expiación del crimen de los hijos de Bacr.—Los diputados enfureciéronse y se retiraron exclamando: «Tú nos insultas, ofreciéndonos el último-de tus hijos; tú nos das leche por la sangre derramada de Colaíb.»—Accidentada así la vida y suerte de estas tribus, ofrecen mil contrastes dignos de atención y que se hallan simbolizados á grandes rasgos en sus Moalla-kas respectivas.
Decididas por fin á la lucha, algunas familias, sobre todo de la tribu de Bacr, rechazaron una alianza con los hijos de Scheiban por la fealdad del asesinato de Colaíb; y el mismo Alhareth ben Alabad retrajóse con los suyos de tomar parte en el combate; por cuya causa, siguiendo igual partido otras numerosas familias, los de Scheiban viéronse reducidos á sus propias fuerzas para contrarrestar al propio enemigo, que los derrotó al primer momento y en todos los lances, mandado por Mohalhel á la cabeza de la tribu de Taglib, ante quien
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tampoco intentaban Comparecer. En una de sus escaramuzas, Haman, hermano de Hassas, pierde la vida. Mohalhel, pasando cerca del cadáver exclamó: «Después de Colaíb no ha muerto ningún valiente cuya pérdida me haya sido tan sensible como la tuya.»—Mas la crudeza déla guerraalentóá Mohalhel, y excitó sus armas á mayor estrago, entonces tantas familias inocentes y retiradas del crimen, inocentes aun en la querella, viéronse inundadas por miserables asesinatos, espoliaciones y atropellos inauditos, y todas las familias de sangre Bacr tuvieron que lamentar pérdidas de personas tan estimadas como la del mismo Khair, muertas por las tropas de Mohalhel, no obstante de la neutralidad que había observado en la guerra inflamada entre las dos tribus, por su padre Alhareth ben Alabad: este padre magnánimo, que admitía el sacrificio de su hijo al restablecimiento de la paz, creyendo que la venganza de Mohalhel estaría satisfecha plenamente, calmó su espíritu conturbado; mas no muy tarde inflamaría todos sus alientos al saber que el feroz enemigo exclamaba: — «La sangre del hijo de Alhareth no era más que el equivalente de uno de los cordones délas sandalias de Coraib.»—Ardoroso Alhareth, y á la cabeza de las tropas de su tribu, emprendió la defensa, haciendo cambiar de rumbo la victoria. Entonces amortiguóse la fortuna de Mohalhel; entonces este feroz enemigo comprendió las pérdidas de tantos partidos; entonces más que nunca, obligado á la fuga y vencidas sus tropas, fueron dispersados él y los suyos como el polvo por el viento.
En un encuentro de las tropas, Alhareth, que no conocía á Mohalhel, creyéndole un miserable prisionero, díjole: «Enséñame á Adí, hijo de Rébia (nombre de Mohalhel), y te daré libertad.» «¿Me lo prometes?» le dijo el prisionero; y Adí, confirmado por Alhareth, respondió á aquél: «Yo soy Adí.» Alhareth, fiel á su promesa, dejóle marchar; actos de generosidad celebrada por los poetas, y en la que había no poca complacencia por parte de las tribus.
Fieramente dedicados á la guerra, este indomable guerrero había hecho voto de no abandonar las armas hasta que la tierra se lo ordenase, y los enemigos acudieron á una estra-tajema de feliz resultado para desligarle de su juramento.
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En una sima próxima á la ruta que había emprendido Alha-reth, un hombre oculto, cuando pasara el célebre caudillo debía cantar estos versos: «Tú nos has exterminado, Abou Mondar; conserva algunos restos de nuestra familia; la venganza puede ser más criminal que la ofensa que excita tu cólera.» Este ardid produjo el cambio deseable en el valeroso árabe, y restablecióse la paz entre las dos tribus. En cuanto á Mohalhel, se dijo que retirado al Yemen, fué muerto en el camino en medio del desierto por dos esclavos que había tomado para que le acompañaran en sus expediciones, los que fatigados de aquella vida, quisieron evitarla quitándole la existencia. El desgraciado Mohalhel, moribundo, eneargóles dijeran á su familia un verso que parecía no descubrir sentido alguno: ¡Oh vosotros d quien estas palabras os sean referidas, Mohalhel,... que Dios os sea propicio y os colme de bienes! y los dos esclavos fueron á referir la misión de su señor á la familia juntamente con la triste noticia de su muerte en el desierto.
VICENTE TINAJERO MARTÍNEZ.
(Se continuará.)
ATEKl-:0 CIENTÍFICO Y LITERARIO
DF, MADRI1>
CURSO DE HISTORIA QUINTA CONFERENCIA
21 de marm de 18S2
Tema: LOS BÁRBAROS POR EL SiíNÜR
DON L A U R E A N O F I G U E R O L A
EÑORES: Tienen las ciencias exactas y naturales singular preeminencia sobre las ciencias sociales y morales. En las exactas y naturales el observador puede repetir las experiencias pasi siempre
una y cien veces, para ver los fenómenos que se producen y deducir de ellos las leyes que hacen adelantar los limites de la ciencia, y por las consecuencias obtenidas inducir nuevas leyes, formando categorías y nuevos estudios. En las ciencias morales la observación es accidental, es incierta; 3 como tiene que hacerse cuando P1 fenómeno por sí mismo nace, muchas veces no sólo es accidental é incierto, sino que el observador está mal preparado para abarcar la naturaleza del
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fenómeno, siendo esta una de las grandes dificultades con que tocamos cuando debemos estudiar las leyes de la historia.
Para la conferencia que la bondad de la Junta directiva del Ateneo se sirvió confiarme, yo he de buscar una unidad de medida, un modelo que nos conduzca á ver qué significa la invasión de los bárbaros, y, señores, aunque la comparación no sea completamente ajustada, ni por estilo alguno ofensiva, voy á presentar un estado de cultura con gradaciones de mayor á menor, que sea perceptible y nos pueda servir de término de comparación con un ejemplo al alcance de todos mis oyentes.
La Puerta del Sol es cl centro de Madrid, como el Ateneo, cercano á ella, puede considerarse como el centro intelectual de Madrid. Pues bien: cualquier día de los hermosos de primavera que hernos tenido durante el pasado invierno, si de la Puerta del Sol os dirigís hacia la calle de Toledo ó hacia lade Embajadores y el Rastro y llegáis hasta las Américas,que es el Rastro del Rastro, ó por fin, hasta las Peñuelas, por una gradación que se presenta á la vista, de una manera insensible y gradual, encontraréis que los edificios de la Puerta del Sol, si no magníficos por su arquitectura, son altos como torres, como decía Cervantes, son de cuatro pisos, y á medida que nos apartamos del centro de la población, van descendiendo en altura hasta llegar á ser en las afueras de Madrid casas de sólo planta baja, con una entrada y un tejado. Si examináis los grandes almacenes y tiendas del centro de Madrid, veréis que hay cristales de una pieza que llenan el espacio de los escaparates y de las puertas, y llegando á los extremos de la villa encontraréis todavía aquellos vidrios verdes y amarillentos, unidos por una cinta de plomo que se conservan en las antiguas casas. Si veis los trajes, desde el brocado de seda y paño rico en la Puerta del Sol, encontraréis en la Plazuela de la Cebada el paño burdo y el algodón, y en vez del traje elegante de las señoras, que demuestra la armonía y combinación de colores, pierde en gusto y aparece en las afueras el traje de indiana de las lugareñas mal pergeñadas con colores vivos y chillones; y de la misma manera
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que en los edificios y en el arreglo y disposición de los almacenes y en las telas, desde las más ricas á las más burdas, desde la holanda hasta la arpillera, escucharéis un lenguaje culto y galante en el centro de Madrid, mientras en los extremos es escaso el vocabulario, llenando los huecos de las frases con blasfemias é interjecciones. Hay, pues, una gran diferencia entre el centro de la población y los extremos de la misma: Pues todavía puede acontecer más. Casi todos habéis sido espectadores (tal vez la generación más joven no lo haya alcanzado) de movimientos revolucionarios acontecidos en nuestra Patria, y cuando hay alguno de estos sucesos extraordinarios, los habitantes de los extremos de Madrid afluyen hacia el centro, lo invaden, aparecen agitados por la pasión del momento; sus semblantes desencajados semejan ser terribles, y los habitantes del centro, sobresaltados, temerosos, ven en aquellos semblantes figuras espantables. Quizás aquellos individuos venidos de los extremos de la villa buscan dóciles la dirección de uno que les guíe, y si el que se pone á su frente y los conduce es hombre generoso, se convierten en guardadores de la propiedad de todos, por su docilidad y bondad de corazón, los que asomaron como terribles; pero si es un demagogo el qae se apodera de su dirección, podrán ser feroces tigres que todo lo destruyan y todo lo devasten.
Pues bien: si el ejemplo os parece admisible y de fácil comprobación todos los días, yo podré decir desde ahora: ahí tenéis el módulo, la unidad de medida para el estudio que vamos á emprender. Si podéis formar concepto de una invasión de los vecinos menos cultos de la villa de Madrid en un día dado desde la circunferencia al centro; desde las afueras dándose cita en la Puerta del Sol, no tenéis más que agrandar la idea y comprenderéis fácilmente la invasión de los bárbaros y su llegada á las. puertas de Roma.
Pero esta idea de barbarie, ¿es un hecho localizado en la historia, peculiar al siglo V de nuestra era? Muy lejos de esto: los bárbaros existieron en la antigüedad histórica, pero además son contemporáneos nuestros, porque el número de los hombres civilizados en este siglo, el más civilizado de todos los que
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han transcurrido, es infinitamente menor que el que está en condiciones de salvajismo y de barbarie. Por lo mismo hemos de buscar, no el hecho material histórico que yo podría presentar con innumerables citas de nombres (hartos tendré que citar, y no quiero hacer gala de erudición histórica y de fechas), para ver qué es lo que ha pasado desde el siglo V hasta la época que se ha llamado del Renacimiento; pero me parece que cumpliendo con el deseo de la Junta del Ateneo, debo remontarme á otra esfera, á seguir la: ley histórica de la barbarie. Para conseguir esto, me permitiréis que, imitando el procedimiento de Cuvier, que con algunos huesos fósiles gigantescos reconstruyó una fauna antediluviana, utilice algunos desparramados elementos históricos de diversos pueblos y de muy distintos siglos que sirvan para dar unidad
. al pensamiento dominante de esta conferencia. Johannes Magnus, escritor de la Suecia, pintaba lo que acontecía en el pueblo de los godos y de los sueones ó suecos , y en su libro 8.°, capítulo 17, dice así:
«Un hambre cruel asolaba el país de Gocia y de Suecia (año 382). El Rey y los grandes convocan á ana Asamblea general al pueblo y deliberan sobre el mejor medio de escapar á semejante plaga.»
«Algunos opinaron que era preciso dar muerte rápida con espada á los viejos, á los niños y á todos los que no estaban en estado de combatir, antes que dejarlos sufrir las angustias de una prolongada penuria, más horrible que toda especie de muerte.»
«Otros opinaron que esta resolución era demasiado cruel, y por consentimiento de todos los habitantes se resolvió que los godos y los sueones se distribuirían en tres porciones. Una de ellas, designada por la suerte, quedaba obligada á abandonar la patria y buscar por la fuerza ó de buen grado hospitalidad en otras tierras.»
«Aquellos que la suerte condenó á expatriarse con sus mujeres é hijos, aceptando con valor las vicisitudes de la fortuna, escogieron por jefes ádos bizarros jóvenes, Hacón é Hib-bón, á quienes se obligaron á obedecer.
Después de haber preparado una flota en el puerto de Cal-
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mar, capital de la Gocia meridional, abordaron la isla de Gotland y en seguida las orillas de los Teutones. De allí, arrostrando las mayores dificultades, fatigas y combates á través de los mares y tierras, pueblos y reinos, encontraron descanso en Italia, donde formaron la nación de los lombardos, ilustre por sus combates y sus héroes.»
Tenemos aquí el primer hecho que no voy á describir de-talladanlente, sino á buscar solamente lo sustancial de él. Necesidad de emigración de la Gocia ó Scandinavia, al extremo meridional de la Suecia actual: porque el número de pobladores no puede ser sostenido por la tierra.
Encontramos luego en Grimm, hablando de las costumbres de los teutones, lo siguiente: «El padre mata á los hijos ciegos 6 disformes, con la espada, el agua ó el fuego; el hijo da la muerte á sus padres ancianos; el padre de familia cuelga de los árboles á sus criados valetudinarios;» tales eran las costumbres de los teutones, ahora prusianos; ¡horrible símbolo de la barbarie primitiva! Pero fijemos la atención en otro hecho de un pueblo muy lejano, por la época y el lugar, de los godos y teutones. Y de un salto, pero muy grande, me traslado á una época bíblica, á la época descrita por Moisés en el Éxodo y en el Deuteronomio: ¿Qué pasó á ese pueblo de Israel? El pueblo de Israel antes del Éxodo, ha tenido que ir á Egipto; ¿por qué? Por el hambre.
Abraham, que salió de la tierra de Canaan, estaba con Lot en las orillas del Jordán y hubo de decir á su sobrino Lot: «No podemos vivir juntos; tus pastores y los míos no tienen con qué apacentar nuestros ganados: si tú vas á la derecha, yo iré á la izquierda; si tú vas por la izquierda, yo iré por la derecha,» y se separaron; y no bastó esto: el hijo de Abraham, según leemos en el Génesis, por el hambre tuvo que ir á buscar tierras cercanas á Egipto, y fué á parar en tierra de Gerara, y luego los hijos de Jacob, por hambre, tuvieron que ir á buscar trigo á Egipto, el país civilizado. Hé aquí, por tres elementos dispersos que nos da la humanidad en los residuos de la historia de los antiguos tiempos, demostrado que el aumento de población, que la imposibilidad de manutención de la población en el suelo donde existe, mediante la
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vida nómada y pastoril, obliga á los hombres á buscar nuevas tierras, tierras más feraces, tierras más frondosas, tierras más productivas por ser más civilizadas. Esto acontece en el Asia, como en el Norte de Europa, y del primer pueblo que tenemos hoy noticias más ciertas por los descubrimientos hechos, el Egipto, encontramos que cuando ya había habido allí diez y ocho dinastías, es decir, unos quince siglos antes de la Era cristiana, sufrió la invasión de los hicsos, de los reyes pastores, por el hambre, como acontece á las kábi-las africanas, en movimiento continuo hacia los oasis del Norte del Sahara, que van en vida nómada y errante á buscar alimentos para sus ganados. Los hicsos invadieron el Egipto, y durante esa invasión, habiendo Faraones ilegítimos, como comprueban los datos históricos surgidos de los admirables descubrimientos de nuestro siglo, aprovechóse otro egipcio, Moisés, director del pueblo de Israel, aprovechóse de la ocasión para salir de la tierra de Gessen y se dirigió al desierto para buscar la tierra prometida; es decir, que los israelitas, empujados por los hicsos, se remontaron \ ^ ^ desde el Delta del Nilo á buscar las tierras que ellos consideraban que les estaban asignadas por la Providencia.
Tenemos, por consiguiente, como elementos de nuestro estudio, que históricamente, quince siglos antes de la Era cristiana el empuje de los pastores hicsos ó árabes en contra de los Príncipes de la décimaoctava dinastía del Egipto la hacen desaparecer, y que ese empuje produce otro de los israelitas para utilizar la ocasión de escapar de la dominación de los Faraones; pero ¿qué hacen los israelitas? Una invasión. Pues esa invasión de quince siglos antes de la Era cristiana, la de los teutones, un siglo antes de la misma Era cristiana contenida por Cayo Mario en los campos de Aix {AquíZ Sextie); la de los godos, teniendo que emigrar de Suecia por el hambre, nos presentan tres datos históricos que revelan la ley á que obedecen las emigraciones y las invasiones; pues la emigración, necesaria para los pueblos que no tienen dónde alimentarse, produce una invasión sobre otros pueblos aborígenes ó estantes ya, ó que habían sentado su planta y su civilización en un punto dado, y que se ven despojados da él y
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arrojados y empujados cuando no sometidos ó esclavizados. La invasión produce dos efectos (aparte del de las conquis
tas y el de las guerras religiosas, de que no tengo para qué ocuparme en este momento); produce, primero, la contención, la repulsión, si es posible, y cuando la contención y la repulsión no bastan y la invasión se verifica, entonces la muerte de la civilización preexistente, civilización muerta, anulada, hasta qjie combinándose los residuos de la civilización anterior con las prendas, elementos ó nuevos principios que los invasores traigan, nazca un tercer hecho,un tercer fenómeno social, que venga á modificar aquella civilización y á hacerla adelantar y seguir la ley del progreso. Retroceso primero, anulación muchas veces; combinación posterior de elementos antagónicos para emprender una civilización intermedia. No siempre el invasor es bárbaro. ¿Qué significa ese nombre de bárbaro? Ya desde los tiempos de los griegos y de los romanos, Ovidio decía, desterrado al Ponto: «me toman aquí por bárbaro porque yo no me puedo hacer comprender de estos habitantes» ( i ) . La calificación de bárbaro se aplica al que no habla el propio idioma, al que no se hace comprender; y esto ha acontecido en la antigüedad también, en el período marcado del siglo V de nuestra Era y en los presentes días.
Y voy á describir á grandes rasgos, si es posible, y dentro de los límites de una conferencia, ese hecho de las invasiones históricas, contenciones posibles, repulsiones más allá de donde habían venido las invasiones, y por fin las invasiones realizadas.
Después de la invasión realizada en la tierra de Palestina y la Siria, próximas á la civilizada Fenicia, respetando mucho á Bossuet, que dice que el hombre se mueve y Dios le guía, ó á Laurent, que supone en todo la intervención de la Providencia, no he de mirar más que los hechos tales como se presentan. Los israelitas serán el pueblo de Dios, y así lo dicen ellos; pero los israelitas cuando in-
( l ) Barbarus hic ego sum, quia non intelligor illis.
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vaden la Palestina son bárbaros, y de los más bárbaros. Esto se demuestra con sólo fijar la atención en que el israelita es un pueblo que al salir de Egipto necesita que se le den por ley constitucional, por tablas de la ley, loS diez preceptos del Decálogo, preceptos sencillos, morales, que ya se encuentran en los libros de Manú y en los Vedas de la India. Cuando para ese pueblo fué necesario promulgar tales preceptos, era un pueblo bárbaro en toda la extensión de la palabra, y mucho más si se tiene en cuenta que al salir de la tierra de Gesen y discurrir en toda su marcha por el desierto, penetran en el país de los amorreos y filisteos, y nos demuestra el libro del Deuteronomio, como cosa corriente y llana, el pasar á cuchillo,á todos los habitantes de las ciudades invadidas, hombres, mujeres y niños; estado de civilización atrasadísima y que revela toda la herencia de los pueblos asiáticos, puesto que en la civilizada Asiría, én aquellas murallas de Babilonia y de Nínive, los Príncipes vencedores mandaban extender y clavar la piel de los Reyes vencidos, cuando no servía para tambores de las huestes del vencedor.
Esto acontecía en el pueblo de Israel, invasor de la Palestina.
Después de este hecho de invasión, nos hemos de trasladar á tiempos históricos más ciertos y más cercanos, y nos encontramos con la invasión de Darío, contenida en la batalla de Marathón por Milciades; la invasión de Jerjes, contenida por Temístocles en la batalla naval de Salamina, invasión oriental que viene empujada desde siglos atrás por los bárbaros que proceden desde los confines de la China. Después de esas invasiones aparecen en el siglo IV, antes de la Era cristiana (trescientos treinta y tantos), la conquista de Alejandro, que no es más que una repulsión grandiosa ejecutada por un gran genio mihtar europeo contra la oleada asiática.
Alejandro hace lo que Milciades y Temístocles, pero en mayor escala: atraviesa el Ponto, pasa el Asia Menor, desciende á la Asiría, vence á Darío y llega hasta los confines del mundo entonces conocido, hasta el Indo, y vuelve, joven todavía, para morir en la molicie de Babilonia; pero Alejan-
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dro desempeña un papel histórico de repulsión, después que Milciades y Temístocles habían hecho esfuerzos colosales de contención de los bárbaros con las exiguas pero civilizadas huestes helérficas.
Esto, que acontecía en el Noroeste de Europa, es decir, hacia el Asia, tenía lugar también en el Norte. Los galos, seis siglos antes de la Era cristiana, estaban empujados hacia la Francia por los kímris ó cimbrios y los habitantes del Quersonéso, que llamamos ahora Dinamarca, más feroces que los godos de la Escandinavia. Ese trabajo de contención lo encontramos luego en la vida romana, mucho antes que Atila llegase cerca de Roma, y es de los Emperadores Adriano, Trajano y Marco Aurelio, que tienen que vencer á los tracios, parthos, jépidos, etc., sirviéndoles de barrera la orilla izquierda del Danubio, que era la frontera de la civilización romana, hasta que ya en el siglo III (260 de nuestra Era) no pueden permanecer estacionados los habitantes que están más allá del Danubio, por la avenida de nuevos invasores, y tiene que permitir que los godos pasen á ser guardadores del Imperio, buscando de esta suerte un modus vivendi, llamando en su auxilio á los que calificándolos de bárbaros, lo eran menos por más cercanos,, á los que habían sufrido la influencia del contacto con la civilización romana para que ulteriormente la anulasen y entregasen ala devastación de otros más bárbaros todavía. Pero la oleada viene del Este y viene del Norte, y esta oleada es la de los hunnos dirigidos por Atila, qué va empujando á godos, vándalos, suevos y alanos, que estaban colocados entre el mar Caspio, el mar Negro y el Ponto Euxino, y que hoy diríamos que viven en la ribera del Danubio, Vístula y Elba, y todos ellos se dirigen como en concierto señalado hacia Roma. Entretanto se ha verificado un fenómeno afortunado para salvar la civilización. La Roma imperial ha partido el dominio del mundo en dos grupos, el Imperio de Oriente y el de Occidente; en tiempo de Valenti-niano. En el siglo IV (376) se fundó el Imperio de Oriente; pero los bárbaros no tienen de Bizancio ó Constantinopla la idea que hasta ellos había llegado de Roma, y á ésta se dirigen, mientras la civilización bizantina, contra la cual tanto
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se declama hoy, salva lo que en Roma no se hubiese salvado. Aquella oleada de bárbaros (que con galana frase otros
oradores insignes han descrito desde este mismo sitial) van buscando el botín eterno de Roma, y lo que Cayo Mario no pudo lograr un siglo antes de la Era cristiana; en el siglo V (451), de nuevo y por última vez, un General romano, Aecio, junto con Meroveo, Rey franco, lo consigue también, derrotando á Atila en los campos Cataláunicos, cerca de Chalons, en Francia.
Esto contiene á Atila, que llega á las puertas de Roma, pero que no penetra en ella por el valor y la virtud de un gran sacerdote, del Pontífice San León, el cual, lleno de abnegación, se impone al rey de los hunnos, de quien se dijo que la planta de su caballo lo secaba todo, y Atila no entra en Roma, pereciendo dos años después. Roma debía ser entregada á saco, y lo realiza en 476 años de J.. C. Odoacro, destructor del Occidente.
Mas ese movimiento, esa oleada de gentes invasoras que buscan climas más templados y feraces, acontece también por el Mediodía; los árabes, que habían invadido el Egipto, vienen dirigidos por la nueva creencia de Mahoma, invaden todo el Norte de África y penetran por España. Y por cierto que los documentos de la historia, exagerados en los tiempos pasados, nos danunareglay un consejo para estimar en su justo valor esas grandes invasiones que se suponen movidas de unaá otra parte. Las crónicas árabes nos dicen que al penetraren la tierra de Andalucía la invasión que derrotó en tan pocos días á los go'dos, no estaba compuesta más que de 12.000 hombres, cuando según nuestros historiadores de aquella época era una nube de gentes infieles. Bastaron 12.000 hombres para invadir toda España y para hacer que los godos, afeminados en sus costumbres, fuesen barridos por los árabes, que llegaron hasta Francia, donde se dio aquella batalla entre Tours y Poitiers, que fué la primera vez que seles contuvo en su movimiento hacia el Norte, y la segunda invasión hubo de atajarse en las Navas de Tolosa el año 1212. De suerte que tenemos el hecho de invasiones realizadas por pueblos más atrasados que van á causar un retroce-
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SO en la civilización y su parada ó contención en dos momentos supremos. También se encuentran en época más moderna esos grandes movimientos de repulsión, y uno de ellos es la primera cruzada.
La primera cruzada es un movimiento de la Europa hacia Oriente, repulsión excitada por un motivo religioso, y se produjo en el año iog6 por Pedro el Ermitaño, que concertó todas las voluntades hacia la conquista del Santo Sepulcro. Europa había pasado desde el siglo quinto al décimo una tristísima época, apenas descrita por los contemporáneos, y los pocos que nos han dejado alguna memoria de ella, la pintan como la más desastrosa para la humanidad. En esto había influido un fenómeno religioso que no voy más que á pintar; porque el asunto de esta conferencia no se refiere á cuestiones religiosas: la creencia en el milenario; es decir, que el mundo debía concluir, al cumplirse mil años de la venida de Jesucristo. En el siglo noveno y á principios del décimo todos estaban en la íntima convicción de que el mundo iba á desquicjarse, y de aquí el que se pensase más en la muerte y en el infierno que en la vida y en la civilización. Los más descreídos decían: «puesto que debemos perecer, comamos, bebamos y démonos toda suerte de satisfacciones, porque mañana no seremos nada,» y la gente piadosa purificaba su alma con toda clase de penitencias. El trastorno que esto produjo necesitaba un gran remedio, de la misma índole que el mal inmenso que el mundo sufría, y la concentración en una sola idea vino á dar por resultado una repulsión de invasores, es decir, la primera cruzada, coalición de gentes europeas que marchaban hacia el Santo Sepulcro, y que no pudiendo ir por el camino de la civilización, que es el mar, invadieron el Imperio de Oriente, y Cómmenes se vio en muy apurado trance por aquella nube de soldados y religiosos que asolaron las regiones por donde pasaban.
Llegaron los cruzados hasta Palestina; pero saben los señores que' me escuchan la ineficacia de aquella invasión. Sin embargo, mientras se producía ese movimiento de Occidente hacia Oriente, Europa llegó á gozar de una tranquilidad relativa, que permitió el desarrollo del bienestar, pertur-
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bado antes por las intestinas luchas de los señores feudales y como al mismo tiempo las ciudades marítimas del Mediterráneo habían crecido en importancia, y las del Norte por la liga anseática la tenían también, hubo un estado relativo de tranquilidad y de civilización para Europa, que la permitió reposar de tantas invasiones como había sufrido desde el siglo V.
Una última invasión hubo, para llegar al final de esta conferencia, de pueblos orientales, y fué la de los osmanlis ó turcos, que habiendo medido sus fuerzas y muchas veces alcanzado grandes victorias sobre los cristianos cruzados, fueron adelantando hacia el Asia menor, y llegaron en 1453 á penetrar en Constantinopla. Cayó entonces el Imperio de Oriente, y la opinión general de los historiadores consideraba esta caída como el término de la Edad Media y el principio de lo que se llama Renacimiento. Observad, señores, cómo una invasión de bárbaros da ocasión á lo que se llama Renacimiento, combinado con los inventos maravillosos que en aquel siglo tuvieron lugar. Todo el saber bizantino que pudo salvarse huyendo de Constantinopla se refugió en Italia, se esparció por el Norte de la Iliria y llegó á Occidente, el depósito del saber griego, que se había guardado en Constantinopla, bien así como la traslación de la silla imperial á Bizancio había salvado en el siglo V lo que irremisiblemente se hubiese perdido en Roma. De suerte que la división de los Imperios de Oriente y Occidente fué como un depósito sagrado de los documentos de la antigüedad, conservados en Constantinopla para esparcirlos por el mundo occidental. De aquí la época del Renacimiento, que consistió, no en el invento de nuevas cosas, sino en el descubrimiento de las antiguas que se consideraban perdidas. Bien es verdad que hubo el auxilio grande de la imprenta, y que hubo el nuevo inmenso hecho, bastante por sí sólo para preocupar vivamente la atención de Europa: el descubrimiento de las Américas. He dicho que la última invasión es la de los turcos en 1453, quienes continuaron su obra de avance durante dos siglos. En los dos siglos XVI y XVII, Viena ha tenido que servir de antemural de la Europa civilizada contra, la invasión de los turcos, que por dos veces llegaron á ponerla sitio.
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Carlos V en el siglo XVÍ, y Sobieski, el ilustre polaco, en el XVII, hacen retroceder á los osmanlis, y desde entonces han estado contenidas las invasiones, no habiendo retroceso en 1A civilización, que se presenta con toda la grandeza y pujanza en Europa, libre no sólo de ataques de bárbaros, sino de todas las luchas religiosas que habían causado tanto estrago por virtud de la tregua universal que señala la paz de WestfaHa en 1648.
Es de notar aquí que aquella región que tenía por límite inferior el Danubio, donde inoraban dacios y gépidos, francos y kimris, completamente bárbaros hasta el siglo VIII de nuestra Era, constituyen hoy esa Nación germana de pensamiento, sin duda gran Nación, de hombres pensadores notables, que han hecho avanzar la ciencia sin temor á los límites impuestos por las creencias antiguas.
Pero esto ha traído una novedad de la que es necesario precaverse, y es que ese pueblo, realmente avanzado sobre el pueblo latino, que había quedado en un estado de abatimiento, por no decir de degradación, le han querido suponer los germanistas, y sobre todo los hijos de aquella tierra, gran misión civilizadora, como traída por los bárbaros, porque ellos se contaban ser descendientes de aquel pueblo, y los alemanes han querido dignificar y encumbrar su civilización como superior á la latina, cuando eran completamente bárbaros hasta el siglo VIII de nuestra Era. Donde debertios buscar lo que han traído los germanos no es en ese movimiento de pueblos, de invasiones y repulsiones, que bajo una denominación común se han llamado bárbaros, y 110 podrían alabarse, en verdad, de lo que he leído en Grimm, sobre costumbres de los antiguos teutones, cuando por hambre y necesidad el padre mataba al hijo mal conformado ó ciego, el hijo mataba al padre anciano que ya no podía empuñar la espada, porque Odin no quería más que guerreros vigorosos y fuertes, y el amo ahorcaba á sus criados valetudinarios porque no podía mantenerlos. Esta es la tradición de los pueblos, no ya bárbaros, sino salvajes. El sacrificio de Isaac, coetáneo ó por el mismo estilo del sacrificio de Ifigenia por Agamenón, nos indica la falta de cultura de los pueblos
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que elevan á rito religioso la muerte voluntaria de los hijos, como el rito más sublime impuesto al padre, y sin embargo, no es más que la expresión solemne de las sociedades rudimentarias que carecen de medios regulares de existencia. Ciertamente debe reconocerse que los pueblos bárbaros algo debieron traer para la vida actual, y ese algo es la libertad individual. El bárbaro sólo contaba consigo mismo y en sus propias hazañas para conquistar el suelo enemigo: elegían jefe, lo levantaban por la voluntad de unos y otros para que les condujese á la victoria; el bárbaro tenía el conocimiento y conciencia de su valor, en tanto que el latino se había acostumbrado á un panteísmo de la ciudad que absorbía ej individuo; el ciudadano ateniense, el espartano, el romano, pertenecían á la ciudad en cuerpo y alma. De modo que la civilización romana y griega, compendio y resumen de todas las civilizaciones antiguas, conserva para la actual la idea de asociación, de sociabilidad. El nuevo elemento traído por esos pueblos del Norte y del Oriente es la individualidad, y la combinación de entrambos con la fraternidad nacida del Cristianismo, forman la ley histórica de nuestra civilización actual, aparte de otros elementos en cuya explicación no debo entrar, puesto que serán apreciados y examinados por otros dignos compañeros míos que han de ocupar esta cátedra.
La individualidad y la asociación han venido á ser los dos elementos que forman la ley del progreso., nacido del choque de los bárbaros con la vida griega y romana. Pero esa ley, que hemos encontrado cómo se realiza, ¿puede ser en nuestro siglo excepción de lo que ha pasado en tiempos anteriores?
¡ Ah señores! Nuestro siglo presenta un gran fenómeno que será su mayor timbre de gloria si ataja y contiene, si hace que no siga la invasión oriental de los siglos pasados, la invasión y emigración de los pueblos hambrientos. Nuestra Europa hoy da su sobrante de población sobre el Occidente, sobre la América, por el medio civilizador que era barrera y límite para los salvajes y bárbaros. El mar, que servía de barrera para los habitantes de Aquilea y de Padua, que se cobijaban en el fondo del Adriático huyendo de los horrores de Atila, y reunidos en setenta islillas fundaban á
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Venecia; el mar, que al llegar los osmanlis á Alejandría mete el Califa Ornar espuela á su caballo hasta entrar en el agua y dice: «nadie puede pasar más allá;» el mar es el camino de la civilización, y por las maravillas y adelantos de nuestra época, el buque lleva emigrantes á la América, y allí se vierte el sobrante de la población de Europa; á los Estados Unidos han ido más de veinticinco millones de personas en lo que va de este siglo, y esos veinticinco millones son de hombres civilizados (porque los pueblos salvajes no pueden sumar semejante número), que se trasladan con sus familias, que no van á invadir, á saquear ni á degollar, sino que van á roturar tierras vírgenes para extender el predominio de ese gran pueblo norteamericano, de ese pueblo que adquiere todo lo bueno y todo lo civilizado de la vieja Europa. Esos emigrantes, al marchar allí, como aconteció con «la flor de mayo» en el siglo XVII, los primeros emigrantes de Inglaterra, dejaron en la antigua patria todo lo que podía ser grande y respetado tradicionalmente en la metrópoli, pero inútil á los plantadores, dejaban el sistema feudal y la aristocracia de los lores, la organización jerárquica déla Iglesiaanglicana, imitación de la Iglesia católica, y sacudieron todo organismo religioso y político, para no atender más qué á su ley propia, á la ley de su individualidad. Esa no es una emigración in-vasora; es la trasmigración de masas cultas, trabajadoras, que no van á luchar con los hombres, sino con la naturaleza; aspecto de nuestro siglo que difiere esencialmente de las emigraciones é invasiones de los siglos anteriores.
Sólo hay un temor, y es el panslavismo, es decir, la reunión de pueblos originarios del Asia, incultos, siervos emancipados que conservan todavía las huellas de la servidumbre, pueblos nómadas que discurren por las estepas inmensas, al Norte de la cordillera del Himalaya hasta la Siberia, y se dirigen por un pueblo corrompido antes que civilizado. Ese es el pansla-•v'ismo que puede caer sobre Europa y hacer parar ó retro-ce'der su civilización. Para no realizar la predicción de Napoleón en Santa Elena, que decía: «dentro de cincuenta años, ó cosacos, ó republicanos,» debemos desear para bien de la humanidad, que mientras que los trasmigrantes de Euro
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pa van á poblar la América, á enriquecerla y á salvar tal vez en ella los destinos de la humanidad, cuando alguno de los grandes sacudimientos de la tierra deba hacer desaparecer parte de este continente, que mientras que allí se salva por la trasmigración lo que en las emigraciones europeas se había anulado, no retroceda por la acción del panslavismo, que pudiera conducirnos á ser cosacos, como Napoleón decía; para que continuemos en el estado de civilización alcanzado, desarrollándose con la ley del progreso, por medio de la asociación y de la individualidad, elementos para nosotros heredados de la barbarie y de los pueblos latinos. He concluido. {Grandes aplausos.)
A LOS
ILUSTRES REPRESENTANTES EN MADRID
• DEI, EJÉRCITO PORTUGUÉS,
EN LA VELADA QUE CELEBRÓ EN HONOR SUYO
EL CEUTEO MILITAR ESPAÑOL
Hoy de dos Pueblos Hermanos Aquí sellamos la Union, Y á impulsos del corazón Estréchanse nuestras manos. Nunca Destinos tiranos Rompan tan santa Alianza, Y en Dios puesta la esperanza. La mente en nuestros anales, Con hazañas inmortales Mostremos á cuánto alcanza.
¡Exígelo nuestra historia! ¡De JUANES y de MANUELES,
De FERNANDOS é ISABELES
El siglo de eterna gloria! •Jamás humana memoria Recuerda mayor alteza;
Á LOS OFICIALES PORTUGUESES 2 1 3
Una tras otra proeza Brotar do quiera contemplo, Y de la Fama en el Templo No cabe tanta grandeza!
Si la Tierra se duplica No á extraños Pueblos se debe, Que, hallando su extensión breve El nuestro, la multiplica. Nación ninguna más rica Herencia legara en don. Que aquellas que por blasón LEONES y QUINAS ostentan,
Y á la admiración presentan Del Mundo á GAMA y COLON.
Y ya completa la Esfera De circundarla hallan modo, Que, cuando hecho no está todo. Juzgan que nada se hiciera. El Paso que al Sur se abriera Cruza audaz un Lusitano, Con él surca el Océano Un Español más dichoso, Y se hace el nombre famoso De MAGALLANES y ELCANO.
Y tanta nueva región Hay luego que conquistar, Y allí también que implantar La Cruz de la Redención. Una y otra gran Nación A ALBURQUERQUE y á CORTÉS,
De quienpropio el triunfar es, Tan alto empeño confian, Y aquellos que combatían Alfombra son á sus pies.
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Si de ESPAÑA y PORTUGAL
Tal la misión resplandece Que á nuestros ojos se ofrece Cual obra providencial, Brillo que no encuentra igual Lanzan sus Letras radiantes,
• Pues los que más arrogantes Sus glorias más grandes ajan, Callan y la frente bajan Ante CAMÓENS y CERVANTES.
Y si, un día malhadado. El buen Rey DON SEBASTIAN Del acero musulmán Despojo fué infortunado, HERRERA, en estro indignado. Su venganza profetiza; Como después eterniza CALDERÓN á aquel INFANTE,
Príncipe en la Fé constante. Que el Bárbaro martiriza.
Alzémos, pues, nuestra frente Con noble y gallardo brío: El antiguo poderío El pecho inflame y la mente. Unidos, empresa ingente No habrá á nosotros extraña, Y, al dar cima á cada hazaña. Grande hagamos y acatado De nuevo el nombre sagrado De PORTUGAL y de ESPAÑA.
FERNANDO DE GABRIEL Y RUIZ DE APODACA.
LAVRETZKY
IVAN TOURGUENEF
Continuación ( l )
XXIX.
L salir Lavretzky de casa de Kalitine encontró á Pauchine y se saludaron con frialdad. Volvió á su casa y se encerró. Experimentaba sensaciones que nunca sintió. ¿Había transcurrido mucho
tiempo desde que se hallaba sumergido en ese estado de apacible somnolencia, desde que se hallaba, como decía él, «en el fondo del arroyo?» ¿Qué era lo que le había llevado á flor de agua? El fenómeno más extraordinario, el más inevitable, aunque el menos inesperado: la muerte.
Sí; pero no pensaba tanto en la muerta ni en su propia libertad, como en la respuesta que daría Lise á Pauchine. Comprendía perfectamente que desde hacía tres días él la miraba con otros ojos; recordaba que al volver á su casa en el silencio de la noche, dijo en su pensamiento: «¡Oh! ¡Si yo en otras circunstancias!...»
( l ) Véase la pág. 187 del tomo anterior.
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Aquel deseo apenas formulado, aquel sueño aplicado al pasado, á lo imposible, podía realizarse, aunque de otra nanera; pero su libertad no era bastante. «Ella obedecerá á su madre—pensó,—y se casará con Pauchine; y aunque lo rehusase, ¿cambiaría por esto mi posición?»
Al ver su rostro en el espejo, se encogió de hombros. La mañana pasó rápidamente en estas reflexiones, y cuan
do llegó la tarde fué Lavretzky á casa de Kalitine. Andaba muy áeprisa, pero al aproximarse á la casa detuvo el paso. El duschky de Pauchine estaba ya á la puerta.
—Bien—dijo;—no seré egoísta. Entró; la casa estaba desierta y reinaba un profundo si
lencio en el salón; abrió la puerta, y vio á María que jugaba al piquet con Pauchine. Éste le saludó en silencio, y el ama de la casa exclamó frunciendo ligeramente las cejas:
—¡Ay! No os esperábamos. Lavretzky se sentó á su lado y se ocupó en el juego. —¿Sabéis jugar al piquet?—le preguntó con impaciencia,
quejándose de tener malas cartas. Pauchine contó noventa, se levantó con indiferencia é
hizo una cortesía con una especie de dignidad calculada. Así deben jugar los diplomáticos, y así había jugado Pauchine en San Petersburgo cuando tenía que habérselas con cualquier alto dignatario, al cual quería inspirar una alta idea de su sabiduría y su madurez de juicio. «Ciento uno, ciento dos, ciento tres,» decía con una monotonía que Lavretzky le costaba trabajo definir si era la suficiencia ó la contrariedad la que daba aquel asiento á su voz.
—¿Podré ver á Marpha?—preguntó, observando que Pauchine tomaba un aire aun más digno al barajar las cartas. El artista había desaparecido completamente en él.
—Creo que sí; está en su cuarto, arriba,—respondió María;—preguntad por ella.
Lavretzky subió y encontró á Marpha también con su partida, jugando á los dousatchky con Nastasia Carpovna.
Noreka se puso á gruñir; pero las dos ancianas le hicieron un recibimiento cordial. Marpha, sobre todo, parecía de buen humor.
LAVRETZKY 2 1 7
—¡Ay, Fedia! Bien venido seas, siéntate, hijo mío; vamos á acabar nuestra partida. ¿Quieres dulce? Schourotschka, trae el tarro de las fresas. ¿No quieres? Entonces quédate aquí; pero no fumes, pues no puedo soportar ese tabaco tan malo que usas; y además, hace estornudar á Matross.
Lavretzky se apresuró á afirmar á la anciana protestando que no tenía ningunos deseos de fumar.
—¿Has estado abajo?—continuó.—¿Qué has visto allí? Pauchine no se mueve. Y á Lise, ¿la has visto? No quería venir aquí. ¡Ay, mírala! Basta pronunciar su nombre y en seguida aparece ( i ) .
Lise se sonrojó al ver á Lavretzky. —Vengo sólo un minuto, Marpha—comenzó á decir. —¿Por qué, pues, un minuto?—interrumpió la anciana.—
Siempre estáis de prisa vosotras las jóvenes. Ya ves que tengo una visita; charla un poco con él, entretenle.
Lise se sentó en el borde de la silla, y levantó los ojos á mirar á Lavretzky. Sintió que tenía que comunicarle el resultado de su entrevista con Pauchine; pero, ¿cómo iba á hacerlo? Estaba confusa.
Hacía tan poco tiempo que le conocía, y sin embargo, aquel hombre, que iba tan rara vez á la iglesia, que llevaba con tanta indiferencia la pérdida de su mujer, le hacía su confidente y le abría todos los secretos de su alma...
A la verdad, se interesaba por ella y la atraía una fuerza irresistible. A pesar de eso, se sentía avergonzada, como si un extraño hubiese penetrado en su virginal estancia.
Marpha vino en su ayuda. —Si tú no le haces caso, ¿qué va á hacer este pobre hom
bre? Yo soy demasiado vieja, y tiene demasiado talento para mí; y para Nastasia es demasiado viejo, pues no le gustan sino los que están en la fuerza de la juventud.
—¿Cómo he de divertir á Teodoro?—murmuró Lise.— Pero bien, tocaré algo en el piano si quiere,—añadió con un acento de duda.
(l) Como una visión, dice el texto ruso. La palabra es bonita en el original, pero no se puede traducir.
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—Perfectamente: eres un ángel de talento—respondió Marpha.—Bajad, hijos míos, y cuando hayáis acabado, volved. ¡Bien, capote! Esto me da mucha rabia. Vamos, tomaré la revancha.
Lavret^ky siguió á Lise. Al bajar la escalera, ésta se detuvo.
—No en vano se acusa á las mujeres de inconsecuencia,— le dijo.—Vuestro ejemplo debía asustarme y hacerme desconfiar de los matrimonios por amor, y he...
—¿Y habéis rehusado?—interrumpió Teodoro. —No tanto, pero no he consentido tampoco; le he dicho
todo lo que sentía, y le he rogado que espere. ¿Estáis contento?-—añadió con una fugitiva sonrisa.
Y bajó con precipitación la escalera, agarrándose ligeramente á la barandilla.
—¿Qué tocaré?—preguntó abriendo el plano. —Lo que queráis,—respondió Lavretzky colocándose de
manera para poderla mirar. Lise preludió por algún tiempo; por último, fijó una mira
da en Lavreztky, y se detuvo. El rostro de éste tenía una expresión tan extraña, tan extraordinaria...
—¿Qué tenéis?—le preguntó. —Nada; experimento una dulce quietud; estoy contento
de veros,^—continuó. —Me parece—dijo Lise algunos instantes después—que
si me amara realmente, no habría escrito aquella carta; hubiera debido adivinar que no podía en este momento darle ninguna respuesta.
— ¡Eso poco importa!—respondió Lavretzky.—Lo que nos importa es que vos no le améis.
—Callad, ¿qué es lo que decís? Tengo siempre ante mis ojos la sombra de vuestra esposa y me dais miedo.
— Vladimiro, ¿no os parece que mi Lissette toca muy bien el piano?—decía al mismo tiempo María á Pauchine.
—Sí,—respondió Pauchine;—perfectamente. María dirigió una mirada de agradecimiento á su compa
ñero de partida; pero éste tomó un aire aún más importante, más atento que nunca, y declaró catorce reyes.
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XXX.
Lavretzky no era ya un muchacho y no podía equivocarse mucho tiempo sobre el sentimiento que le inspiraba Lise; aquel día adquirió la convicción de que la amaba, y no sintió ninguna alegría.
—¿Es posible—pensó—que á los treinta y cinco años no tenga nada mejor en que ocuparme que confiar mi alma á una mujer? Pero Lise no se parece á las otras; ella no me hubiese preparado una vida de humillaciones, no me hubiera apartado de mis ocupaciones; me hubiese inspirado por sí misma una actividad honrada y seria, y juntos hubiésemos caminado á un fin noble. Sí, todo esto es muy bello,—dijo para terminar sus reflexiones;—pero es que ella no querrá seguir conmigo este camino. ¿No me ha dicho que yo le daba miedo? A la verdad, no ama á Pauchine. ¡Triste consuelo!
Lavretzky partió para Wassitiewskoé, pero no pudo estar más que cuatro días. El fastidio le echó.
El esperar también le atormentaba; no recibía ninguna carta, y la noticia dada por Mr. Eduardo pedía confirmación.
Se fué á la villa y pasó la noche en casa de Kalitine. Le disgustaba notar que María estaba muy poco amable
con él, pero logró dulcificarla perdiendo al piquet wna docena de rublos. Pudo conversar con Lise cerca de media hora, aunque la víspera había recomendado la madre á su hija que mostrase menos familiaridad con un hombre «que estaba tan en ridículo.» - Él observó en Lise algún cambio; parecía más pensativa
que de costumbre; le reprochó el haberse ausentado; después le preguntó si iría á misa el día siguiente, que era domingo.
—Id allí^—le dijo antes de darle tiempo de responder;— oraremos juntos por el descanso de su alma.
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Añadió que estaba dudosa en lo que debía hacer, pues no sabía si tenía derecho de imponer un plazo á Pauchine.
—¿Por qué? —Porque comienzo á sospechar de la naturaleza que va á
ser mi resolución. Pretextó dolerle la cabeza y subió á su cuarto, tendiéndole
antes con aire irresoluto la punta de sus finos dedos. Al día siguiente fué Lavretzky á la iglesia, y ya estaba ella
allí. Oraba con fervor; sus miradas estaban llenas de un dulce brillo; se inclinaba su linda cabeza y se levantaba con un movimiento suave y lento.
Comprendió que reinaba por él, y su alma se abismó en una especie de éxtasis. Pero á pesar de aquella dulce emoción, sentía turbada su conciencia.
La multitud, recogida y grave, la vista de rostros amigos, la armonía del canto, el olor á incienso, los oblicuos rayos del sol, la oscuridad de la bóveda y las paredes, tof'o hablaba á su corazón.
Hacía mucho tiempo que no había ido á la iglesia, que no había vuelto su mirada á Dios, y en aquel momento mismo ninguna oración salía de su boca; no osaba dirigirse á él ni aun de.pensamiento, pero prosternaba, por decirlo así, su corazón en el polvo. Recordó que en su infancia no acababa nunca sus rezos sin sentir en su frente como la débil sensación del contacto de un ala invisible; esto, pensaba él entonces, es el ángel de mi guarda que viene á visitarme y manifestarme su contentamiento. Y alzó su mirada á Lise.
—Tú eres la que aquí me ha traído—dijo para sí;—-toca también mi alma con tus alas.
Lise continuaba orando muy despacio; su rostro aparecía radiante y sentía derretirse su corazón; reclamaba aquella alma, hermana de la suya, el reposo y el perdón para su espíritu.
En el pórtico se encontraron los dos: la joven le cogió con una alegría grave y con pruebas de amistad.
El sol iluminaba el césped del patio de la iglesia y prestaba mayor brillo á los variados trajes y á los pañuelos de colores de las mujeres; el eco de las campanas de las iglesias
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cercanas resonaba en los aires; los pájaros gorjeaban sobre el cercado del jardín. Lavretzky estaba con la cabeza descubierta y la sonrisa en los labios; un viento ligero jugueteaba con sus cabellos, mezclándolos con las cintas del sombrero de Lise.
La ayudó á subir al coche con Lenotchka, d¡6 todas las monedas que tenía á los pobres, y se dirigió lentamente á su casa.
XXXI.
Días muy dolorosos comenzaron entonces para él; un pensamiento le absorbía. Todas las mañanas iba al correo, abría con mano febril las cartas y los periódicos, y no hallaba nunca nada que pudiera confirmar ó contradecir la fatal nueva. Por momentos se causaba horror á sí mismo, «¿Cómo no me da vergüenza, pensaba, el esperar la confirmación de la muerte de mi mujer, como el cuervo espera su presa?» Iba todos los días á casa de Kalitine, sin hallarse por eso allí más á su gusto. La dueña de la casa evidentemente continuaba enfadada con él, y le recibía desde lo más alto de su grandeza. La amabilidad de Pauchine era exagerada; Lemm, con su misantropía, apenas le saludaba, y lo que era aún más triste, Lise parecía evitarlo. Cuando quedaban solos por casualidad, en vez de la antigua confianza, no hallaba de una parte y de otra sino cortedad: ella no sabía qué decirle, y él estaba turbado. Lise había cambiado en pocos días, lo que se notaba en la desigualdad de su carácter, una cierta agitación secreta á su voz, su risa, en todos sus movimientos. María, á quien ayudaba el egoísmo, no veía nada; pero Marpha comenzaba á hacer observaciones sobre su favorita. Lavretzky se reprochaba algunas veces el haber mostrado el periódico á Lise; no podía disimular que se hallaba en esta situación algo capaz de herir la delicadeza de un alma pura.
Suponía que el cambio de Lise era causado por la lucha
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que sostenía consigo misma, por sus dudas sobre la naturaleza de la respuesta definitiva á Pauchine.
Una vez le devolvió una novela de Walter Scott que le había prestado.
—¿Habéis leído este libro? —No, no tengo la cabeza para libros—respondió ella, tra
tando de alejarse. —Esperad un momento—la dijo.—Hace tanto tiempo que
no hemos estado solos... Parece que me teméis. -^En efecto. —¿Por qué? ¡En nombre del cielo, decídmelo! —No lo sé. Lavretzky calló. —Decidme—preguntó luego,—¿no habéis tomado ya un
partido? —¿Qué queréis decir con eso?—murmuró Lise sin levan
tar los ojos. —¿No me comprendéis?
' El rostro del joven se enrojeció súbitamente. —No me preguntéis—dijo con viveza.—No sé nada, no me
comprendo á mí misma. Y se alejó en seguida. Al día siguiente, cuando llegó Lavretzky á casa de Kaliti-
ne, después de comer, halló preparativos para una oración de noche. En un rincón del comedor habían ya colocado muchas de esas imágenes cubiertas de placas de metales incrustados de pedrería, sobre una mesa cuadrada cubierta de un paño blanco, apoyada contra la pared.
Un servidor anciano, vestido con frac gris y calzado con zapatos, atravesó la pieza lentamente para no hacer ruido, colocó dos velas ante las imágenes, haciendo la señal de la cruz, se inclinó y salió con el mismo paso.
El salón estaba vacío y oscuro. Lavretzky le examinó antes de preguntar si eran días de alguien, y le respondieron que no, pero que aquella ceremonia se hacía por petición de Lisabeta y de Marpha, que habían querido traer aquella milagrosa imagen; pero que la primera tuvo que salir á visitar á un enfermo á treinta verstas de la ciudad.
LAVRETZKY 2 2 3
Pronto llegó el sacerdote con los acólitos. Era éste un hombre de edad madura y calvo; tosió fuertemente en la antesala, y las señoras salieron en fila del gabinete para recibir su bendición; Lavretzky las saludó en silencio, y su saludo le fué devuelto.
El sacerdote quedó algún tiempo de pie, volvió á toser y preguntó en voz baja, ahogando su acento:
—¿Se puede empezar? —Comenzad, padre,—dijo María. Se revistió con sus ornamentos; el acólito se puso una es
tola, y con una voz compungida pidió lumbre, y apenas se la dieron, un olor de incienso se esparció por la habitación.
Se vieron aparecer por la antecámara los criados y las doncellas, que se agrupaban en masa á la puerta.
Roseka, que nunca bajaba, se presentó de repente; la persiguieron, y asustada, comenzó á dar vueltas alrededor de la pieza, hasta que, por iiltimo, un lacayo logró cogerla.
Comenzaron las oraciones. Lavretzky se escondía en un rincón contra la pared; esta
ba bajo la influencia de extrañas y tristes impresiones; no podía darse cuenta de sí mismo, de lo que experimentaba. María ocupaba el sitio preferente delante del sillón, y hacía la señal de la cruz con languidez, con aire de gran señora; movía lentamente la cabeza ó elevaba los ojos al cielo; era evidente que se fastidiaba. Marpha parecía toda entregada á sus preocupaciones, y en cuanto á Nastasia Carpowna, se prosternaba hasta el suelo, haciendo el menor ruido posible. Era muy agradable ver á Lise, inmóvil, sin hacer el menor movimiento la expresión concentrada de su rostro, orando con fervor. Al final de la ceremonia se aproximó á la cruz, la besó y también la mano del sacerdote. María invitó á éste á que tomase té; se despojó de sus vestiduras sacerdotales, y adoptando un aire mundano, pasó con las señoras al salón. La conversación era medianamente animada. El sacerdote bebió cuatro tazas de té, enjugando á cada instante su frente calva con su pañuelo; contó entre otras historias que el comerciante Avanchnikof había hecho donación de setecientos rublos para dorar la cúpula de la iglesia, é hizo conocer á la
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compañía una receta infalible contra las manchas del cutis. Lavretzky trató de colocarse cerca de Lise; pero el aspecto de la joven era severo, casi austero; no le miró siquiera. Parecía que afectaba no verle. En su exaltación guardaba una actitud grave y reservada.
Lavretzky, por el contrario, se sentía de humor alegre y apenas podía moderar su sonrisa; pero su corazón estaba turbado. Se retiró al fin lleno de aprensiones secretas...
Comprendió que había en el alma de Lise un pliegue que no podía él penetrar. De vuelta al salón, Lavretzky prestó oídos á las largas disertaciones de Guedeonofski, cuando, volviendo involuntariamente la cabeza del lado de Lise, sorprendió fija sobre él la mirada de la encantadora joven; pensó en ella toda la noche. Amaba, pero aquel amor no era ya el de un niño, sin consumirse en vanos suspiros correspondía á su edad, y además no era dq esa naturaleza el senti-mr'anto que podía inspirar Lise; el amor tiene tormentos para todas edades, y le estaba á él reservado el experimentarlos todos.
XXXII
Un día, fiel á su costumbre, se hallaba Lavretzky en casa de Kalitine. A un calor sofocante sucedió una taide tan bella, que María, á pesar de su prevención contra las corrientes de aire, hizo abrir las puertas y las ventanas, declarando que no podía jugar.
—Era un pecado—decía—no poder gozar de la naturaleza con un tiempo tan delicioso.
No había más que Pauchine que fuera extraño. Bajo la influencia de aquella poética tarde, se sentía ha
blador; pero no queriendo cantar delante de Lavretzky, se lanzó á la poesía; recitó con cierto arte, pero exagerando la intención y marcándola demasiado, algunas poesías de Ler-montoff, pues Pouschkine no había vuelto á recobrar aun su antigua boga.
Después, como contento con sus bríos, se puso á decía-
LAVRETZKY 325
mar contra las degeneraciones modernas, á propósito de la douma, y no dejó escapar la ocasión de decir cómo hubiese él cambiado todo esto, si tuviese el poder en sus manos.
—La Rusia^—decía—no está á la altura de Europa; es preciso hacer que tome su nivel; además, nos falta el genio de la invención. El naismo L^rmontoff confiesa que no hemos inventado siquiera una ratonera. Es , por lo tanto, natural que imitemos á los demás. «Estamos enfermos, dice Ler-montoff,» y yo soy de su opinión; pero si lo estamos, no es más que porque somos europeos á medias; el remedio está en el mal mismo.
—El catastro—pensó Lavretzky. —En nuestro país—continuó—las mejores cabezas no
están convencidas de que en el fondo todos los pueblos son lo mismo; basta darles buenas instituciones para llegar al objeto deseado. Se puede respetar las costumbres si es preciso y los usos nacionales; éste es negocio nuestro... (Iba á añadir de los hombres de Estado) de nosotros los empleados, si es necesario; no os inquietéis, las instituciones modificarán las costumbres más arraigadas.
María aplaudía las palabras de Pauchine. —Es un placer—decía para sí—el poseer en un salón un
hombre de tanta inteligencia. Lise, apoyada en la ventana, guardaba silencio; Lavretz
ky también callaba; Marpha, que jugaba con uno de sus amigos en un rincón de la pieza, murmuraba por lo bajo. Pauchine hablaba con facilidad recorriendo el salón, pero bajo el imperio de un secreto despecho. Parecía querer provocar una réplica atacando á la generación actual. Sólo un ruiseñor que había elegido su domicilio en un macizo de lilas del jardín, y los primeros acentos de sus cánticos nocturnos interrumpían sus discursos elocuentes; las primeras estrellas se iluminaban en el horizonte teñido de rosa, por encima de las copas inmóviles de los tilos. Lavretzky se levantó para responder á Pauchine, y la discusión comenzó, defendiendo aquél á los jóvenes y las costumbres nacionales; dando á barato á él mismo y su generosidad, pero armándose vigorosamente en favor de la juventud, de sus convicciones, de
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SUS tendencias y de sus nobles inspiraciones. Pauchine le respondía con acritud, en la que se traslucía una viva irritación. «Las gentes de talento—decía—tienen la misión de hacerlo todo nuevo.» Se dejó llevar hasta tal punto, olvidando su título de gentil-hombre de la cámara y su papel de empleado, calificó á Lavretzky de conservador retrógrado, y se permitió una ligera alusión á la falsa situación que tenía en el mundo. Lavretzky guardó toda su calma y no levantó la voz. Batió á Pauchine en todos los puntos, y le demostró la imposibilidad de improvisar así una civilización, de poner en práctica los planes imaginados por el orgullo de las altas esferas administrativas; planes que no justificaban ni el conocimiento de las necesidades del País, ni la forma; creyendo en un absoluto, fué hasta lo subjetivo. En apoyo de su parecer citaba su propia educación.
—Ante todo—añadió—es preciso reconocer la verdad nacional, es preciso inclinarse ante ella; sin ese acto de humildad, hasta contra la mentira es imposible.
No se defendía contra el reproche—á su opinión merecido —de una defensa inconsiderada de tiempo y de fuerzas.
—¡Todo esto es muy bueno y muy bello!—exclamó Pauchine con despecho—Ya os veo aquí de vuelta á Rusia. ¿Qué vais á hacer?
—Labrar la tierra—respondió el interrogado—lo mejor que pueda.
—Esto es seguramente muy meritorio, y me han dicho que ya habéis obtenido excelente éxito; pero convenid que hay muchos que no son aptos para esta clase de ocupación...
—Una naturaleza poética no puede labrar la tierra—interrumpió María...—Y además, Vladimiro, vos estáis llamado á hacer grandes cosas.
Esto era demasiado hasta para Pauchine, que, ya turbado, trató de dirigir la conversación sobre la belleza del cielo estrellado y sobre la música de Schubert... La conversación batía sólo un ala, y ya cansado de guerra, propuso á María una partida de piquet.
—¿Cómo, con tan buena tarde?—dijo ésta con voz apagada.
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A pesar de eso pidió las cartas. Pauchine hizo saltar con ruido el papel. Durante todo este tiempo, Lise y Lavretzky, como si obedeciesen á un tácito convenio, fueron á colocarse al lado de Marpha.
Se sentían tan dichosos el uno al lado de otro, que tuvieron miedo de quedarse solos juntos; sentían que la turbación de los últimos días había desaparecido para siempre.
La anciana dio un golpecito en la mejilla á Teodoro y le miró con aire malicioso, moviendo la cabeza.
—Has compuesto bien á ese hombre de talento—le dijo al oído,—á ese hablador tan lindo.
El salón quedó silencioso; no se oía sino el chispear de las velas; por momentos el ruido de una mano sobre el tapete verde, una exclamación ó contar los puntos.
Al mismo tiempo, el canto del ruiseñor resonaba puro y vibrante como una balada y llenaba la pieza de sus melodiosos sones, con la húmeda frescura de la tarde.
(Se continuará.)
CRÓNICA POLÍTICA
I N T E R I O R .
ADRID está de gala. La corte portuguesa, aceptando regia invitación, ha atravesado la artificial frontera que, contra la voluntad de la naturaleza, divide á dos pueblos hermanos y la musa de la
hospitalidad y la galantería multiplica diversiones y festejos en obsequio de los augustos viajeros. SS. MM. F F . mués-transe, según parece, y no por cierto sin motivo, altamente complacidos de la acogida que les dispensan SS. MM. CC.
Bailes y giras, funciones teatrales y corridas de toros, luminarias y carreras de caballos, revistas militares é inauguración de públicos certámenes, banquetes y recepciones, todo lo que puede contribuir á solemnizar la visita de los Monarcas portugueses y á amenizar su estancia en la capital de España, todo ha sido cuidadosamente escogitado y puesto en práctica por los Monarcas españoles y por sus Ministros, secundados con fortuna por corporaciones populares, proceres y empresarios de espectáculos.
* Hace una semana que no se habla más que de invitaciones y billetes. Credenciales y actas de diputado yacen relegadas ai olvido de desdeñosa indiferencia. Vale más una butaca para la ópera ó una contrabarrera para los toros... Paso
CRÓNICA P O L Í T I C A 2 2 9
á los seres felices que triunfan y se divierten, ajenos á las miserias de la realidad en que mueren, viviendo, muchos millares de desventurados ciudadanos. Ya ha cuidado de advertir la prensa ministerial que una cosa es el hambre y otra cosa el decoro de la Nación. En verdad, que éste se halla comprometido á celebrar alegremente el nuevo vinculo que entre las dos monarquías ibéricas parece consolidar el viaje de D. Luis y D.'' Pía. Pero ¿qué significa ese vínculo?—pregunta un tanto recelosa la diplomacia europea, preferentemente representada, al efecto, por la prensa traspirenaica y de allende el Paso de Caláis. —¿Ha resucitado, por ventura, la trasnochada aspiración á la unidad de ambos Reinos vecinos?
Alfonso Enríquez protesta del intento desde Urique, mostrando victorioso el breve de Alejandro I I I , que, por cuatro onzas de oro al año, le confirma el título de Rey independiente; el maestre de Alvis sonríe malévolo desde Aljubarróta; nuestra infanta D . ' Margarita de Saboya murmura temerosa la avinagrada respuesta que en su misma cámara le diera el portugués D. Carlos Norohna ( i ) ; el Conde Duque de Olivares repite con mal encubierta saña su teoría de los agujeros, con aplicación á las grandezas de su amo... (2). Ñuño Tristán y Cadamosto, en Guinea; Bartolomé Díaz y Vasco de Gama, en el Indostán; Almeida, en Ceilán; Alburquerque, en Goa y en Ormuz, contestando al Sah, que le pedía el reconocimiento de su Señorío: «hé aquí la moneda con que Portugal paga sus tributos:» una bala y una espada; Alvarez de Ca-bral, clavando por Portugal una cruz y una horca en el Brasil... Las Cortes portuguesas reclamando de sus Reyes que no obliguen á contraer matrimonio á las viudas de esclarecida estirpe, y que cuando salgan á recorrer el Reino lleven cocinero y carnicero... Juan V, reconviniendo á palos á sus
(1) (í Qiíé puede hacerme el pueblof—preguntó siempre valerosa la Virreina de Portugal, queriendo salir de su palacio, cuando aquél gritaba, después de haber asesinado al Ministro Vasconcellos, ¡viva el Duque de Braganza! Y contestóle Norohna: Nada más, señora, que arrojar á V. A. por la ventana.
(2) Cuanto más le quitan más grande es, como los agujeros; decíase del Rey en tiempo del famoso Ministro.
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Ministros... Estadistas como Pombal; poetas como Camoens; historiadores como Herculano; puertos comerciales como Lisboa en el siglo XVI; posesiones como Cabo Verde y Bi-sao, Príncipe, Ajuda y Angola, Mozambique, Bardes y Ma-cao... Una lengua propia; una cultura sorprendente en su legislación, al nivel de las más adelantadas, en lo civil, lo mercantil y lo penal... El amor entusiasta del portugués á la integridad del territorio, grande por sus pobladores si modesto por su extensión y su influencia en los destinos del mundo:
que obeliscos y pórticos ajenos nunca valdrán los patrios palomares con las memorias de la infancia llenos,
como dijo el poderoso estro de Eulogio'Florentino Sanz. . . Todo, todo aleja la posibilidad de soñar en abdicaciones bochornosas ó en conquistas irrealizables.
Y sin embargo, otro insigne poeta lo ha escrito en armoniosas rimas:
Hermanos son el español y el luso, un mismo origen su destino enlaza, y Dios la misma cuna les dispuso.
Mas aunque fuesen de enemiga raza, la generosa tierra en que han nacido con maternal orgullo les abraza.
¿A quién importa el rumbo que han seguido? Dos águilas serán de opuesta zona que en el mismo peñón hacen su nido.
Hagamos todos algo, los de aquí y los de allí, por conocernos y estimarnos, y sin recelos ni suspicacias infundadas, estréchense cada vez más los lazos que á portugueses y españoles unen;
y juntos alzarán, cuando Dios quiera poner fin á su mutua desventura, una patria, una ley y una bandera.
según ha cantado también Núñez de Arce.
CRÓNICA POLÍTICA 2 3 I
No es tiempo ahora de suscitar memorias rencorosas, sino de alentar esperanzas lisonjeras. Los Monarcas lusitanos han admirado los primores góticos del monumental San Juan de los Reyes, en Toledo. ¿Quién se acuerda de que el soberbio templo debe su creación á la ferviente piedad de D.* Isabel y D. Fernando los Católicos, en acción de gracias por la victoria de Toro, que destrozó las huestes de Alfonso el Africano?...
Duerman tranquilos los Metternich de hogaño. Las únicas confederaciones eficaces fúndanse hoy en la comunión de ideas é intereses y en el respeto recíproco de los pueblos.
* * *
De política latente poca cosa. La tregua de las fiestas se observa con puntualidad extraordinaria. El voto particular del Sr. Moret, que constituía un plan completo de Hacienda enfrente del que ha presentado el Sr. Cuesta, no ha alcanzado la notoriedad que se esperaba. La discusión de presupuestos caminará en adelante á marchas forzadas, si no ha de llegar el 1° de julio sin que aquéllos estén aprobados. Lo de siempre.
La ida del Sr. Martos á palacio, al frente de la comisión de arroceros de Valencia, es un eslabón más que une al insigne demócrata con las instituciones. El hielo está roto. Cambiadas elocuentes frases de mutua cortesía, que de parte del Sr. Martos representan además plausible acatamiento, el Soberano y el hombre de partido han estrechado las distancias que á éste alejaban del trono. Sea enhorabuena.
Entretanto el Duque de la Torre, solitario en Escañuela, revela bien á las claras el fracaso del último acto de su vida pública. Malograda la izquierda, que él alentó, constituyó y presidía, debe renunciar á nuevas tentativas de intervención activa en la política. No hay astro que no tenga su Poniente.
Los desocupados hablan, como solución probable, de un Gabinete Posada Herrera para suceder al actual. Asi se fun-
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dirían definitivamente con los amigos del Sr. Sagasta, ya reforzados por los Sardoal y los Beránger, los sectarios de Martos y Moret...
Cuenta la anécdota que en la época en que Mr. Thiers era Ministro de Luis Filipe, un día de Nochebuena Mr. Vatout dijo riendo al Rey:—Si yo me encontrara en lugar de V. M., colocaría esta noche mis zapatos en la chimenea para ver qué encontraría mañana.—¡Oh! ya lo sé, contestó el Monarca; encontraría á Mr. Thiers.
El Sr. Sagasta plagia demasiado en este mismo sentido al historiador napoleónico para que el Presidente del Congreso pueda halagar la esperanza de que le ceda su puesto... ni en los zapatos. Y hay otros muchos patriotas que también se lo disputan.
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REVISTA EXTRANJERA
ApECE que era indispensable la muerte de Gam-betta para que su espíritu autoritario, sus tendencias al engrandecimiento colonial y todo lo que formaba la esencia de su política imperase triun
fante sobre las divisiones y veleidades de la Cámara francesa. • Con razón se ha dicho que los capitanes de Gambetta,
como antiguamente los de Alejandro, se distribuyen hoy la vasta y codiciada herencia conquistada por la espada del héroe que llevó á las huestes al combate. Pero así como el vencedor macedónico, dueño de la India, de la Asiría y del Egipto, se llevó consigo su genio á la tumba, es fácil que el gran tribuno francés no haya dejado ningún discípulo capaz de sustituirle. Pero el hecho es que juntos sus adeptos se han hecho dueños del Gobierno y de las Cámaras; juntos dominan y se vengan de su ostracismo y de sus pasadas derrotas.
El grupo parlamentario llamado de la Unión republicana es hoy dueño de la mayoría, ocupando los principales Ministerios: el del Interior, el de Negocios extranjeros, el de Justicia y el de Trabajos públicos, y no perdiendo ninguna ocasión de hablar al país y de preconizar sus doctrinas. La importancia de Ferry, Presidente del Consejo de Ministros,
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queda de hoy más anulada ante la elocuencia ministerial de su colega del Interior. El partido autoritario, que se llamó un día el oportunismo, ha recobrado todo el terreno perdido con el mismo programa que defendió Gambetta y fué causa de la caída del Gabinete del 14 de noviembre.
Se proclama hoy la teoría de los Gobiernos fuertes y la necesidad de la existencia de un Gabinete resuelto en el período de lucha que Francia atraviesa. Se encomia la ley sobre instrucción obligatoria y laica, la libertad de conciencia tal como la entienden nuestros vecinos, la reforma judicial con la separación de los magistrados sospechosos de poco afecto al republicanismo imperante y las proyectadas medidas que han de poner á las congregaciones religiosas fuera del derecho común.
¿Triunfará la política del Gobierno? ¿Basta hoy para gobernar el firme propósito de hacer laica la enseñanza, oprimir á las congregaciones y lanzar el estigma de la servidumbre sobre la magistratura? ¿Son estos los grandes anhelos del pueblo francés?
Otras son las necesidades á que tienen que atender en primer lugar los poderes públicos, cuando el presupuesto está en déficit, la industria y el comercio en decadencia, la miseria y todas las cuestiones sociales sobre el tapete; mientras que naturalmente la clase obrera se agita, porque sufre en primer término las lamentables consecuencias de los conflictos pendientes.
Creer que con perseguir al clero, hacer magistrados adictos y desterrar la idea de Dios de la enseñanza quedan resueltos todos los problemas, es error gravísimo, que parece imposible ilusione y satisfaga á los actuales directores de la tercera República, en circunstancias en que imperiosamente y por todos conceptos se impone la pacificación, y no la lucha; la transigencia, y no los alardes de repulsiva energía; la política de atracción, y no las proscripciones y la guerra sin cuartel y á todo trance.
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Por esto sin duda trata el Gabinete de París de buscar, como contrapeso á la debilidad de su política interior, compensación y fuerzas en lo que ahora ha dado en llamarse política colonial, y que no es otra cosa que la manía de una imposible rivalidad con Inglaterra en multiplicar ó extender por el mundo las posesiones francesas.
En el Tonkín, en el Congo, en Madagascar, en apartadísimos puntos del globo tendrá Francia que desplegar fuerzas en relación con la importancia del fin que quiere alcanzar y de las dificultades que tiene que vencer; tendrá que imponerse sacrificios y arriesgarse á muchos peligros, á cambio de muy hipotéticas ventajas; tendrá que subdividir su acción más alia de los mares, cuando muy bien pudiera su interés hallarse en concentrar, por el contrario, sus fuerzas en el continente.
Si no se tratase de dar expansión á los sueños que ya tuvo Gambetta, sueños de un vasto imperio colonial, y no se quisiese más que abrir nuevas salidas á la decayente industria francesa, más eficaces serían sin duda los tratados de comercio que las expediciones militares y esas luchas contra las grandes dificultades de colonización en nuestros días, cuando el desarrollo de las ideas modernas limita cada vez más las corrientes de las emigraciones é imposibilita el trabajo que antes se buscaba en la esclavitud de la pobre raza negra.
Periódicos franceses nos han dicho que la expedición de Tonkín venía á ser una compensación de los disgustos sufridos por Francia en Egipto, como si pudiera hallarse á orillas del río Rojo el poder y el prestigio perdidos á orilla del Nilo.
No comprendió á tiempo Francia que Londres se burlaba de su candidez y que los ingleses estaban resueltos á apoderarse por sí solos de Egipto y decididos á acabar con la intervención francesa en un país de que quieren ser dueños absolutos, y en el que, según palabras de Lord Dufferín, ha principiado ya «la nueva era.» Aquel error primero no puede ya enmendarse con indicar á lo lejos otras comarcas abiertas á la conquista, otros países que pueden someterse á la influencia francesa. El terreno perdido en Egipto no se halla en el Tonkín, en Madagascar, en el Congo ni en Guinea, donde
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hallarán los autoritarios que hoy imperan en Francia la misma hostilidad pasiva que les contuvo en sus proyectadas aventuras en el país de los Faraones.
Que se envíen á comarcas lejanas barcos y soldados; que se gasten algunos millones más y se funden cuantas estaciones militares se quieran, los ingleses y los alemanes fijarán allí sus depósitos y sus establecimientos mercantiles, prosperando aun á la sombra del pabellón francés y entre marinos y soldados franceses.
* * *
Lo que más con venia á Francia era consagrarse á conjurar los grandes peligros sociales que la amenazan, que se niegan todavía muchos hombres á reconocer, y que son, sin embargo, cada día más evidentes é innegables. Lo que más convenía era declarar la guerra á la inmoralidad y á la miseria; pero la moralidad no se fomenta prodigando á la juventud una enseñanza sin elevación y sin Dios; el bienestar no viene recargando el presupuesto y vejando á los contribuyentes.
La ocupación de Punta Negra y de Loango por los marinos del Sagittaire para buscar el camino más corto que conduzca del mar Rojo á Brazzaville y á los territorios que se dicen cedidos por el Rey Makoko, no amenguará los temores y recelos que despierta la idea inglesa de hacerse dueña del paso del Mediterráneo al mar Rojo, siendo á la corta ó á la larga arbitra del canal. La laicisación de los clásicos, trabajo hoy emprendido con más persistencia que buena fortuna por algunos libre-pensadores oficialmente alentados, que sustituyen la palabra «Rey» por la palabra «ley,» y «Dios» por otra cualquiera en los versos de Racine, Corneille y grandes poetas que los jóvenes estudian, son ridiculas nimiedades que no han de poner trabas á la creciente concurrencia que hace Alemania al comercio francés de exportación. Toda la agitación revisionista, todos los discursos de los Clemenceau, todas las irregularidades de que ha venido
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acusándose á los Bouteiller no son circunstancias muy poderosas para tranquilizar á las clases productoras, ni ser muy firme esperanza de un porvenir preñado de nubes y amenazando tormenta.
Las negociaciones entre Alemania y la Santa Sede parecen aún distantes de una terminación satisfactoria. El Papado y el Imperio, hoy como en los tiempos de Gregorio VII y de Enrique IV, como en los días de las luchas de güelfos y gibelinos, siguen frente á frente y continúa la antítesis de opuestas tendencias. Y sin embargo, el Imperio parece hoy omnipotente y el Papado se halla reducido á la más mínima expresión. La lucha es la misma, y sin embargo, ¡qué diferencias han traído las circunstancias y los tiempos!
Las últimas noticias acerca de los principales detalles en que parece atrincherarse el Canciller Bismarck para poner de una vez término al KuHurkampf son las siguientes:
El Gobierno de Prusia mantiene sus reclamaciones acerca de la obligación que quiere imponer á los Obispos de notificar á las autoridades superiores de las provincias la elección que ellos hagan de miembros del clero secular para cubrir vacantes. El Canciller insiste con tal tenacidad sobre este punto, que lo considera condición sine qua non del proyectado arreglo entre la Iglesia y el Estado, declarando que en el caso de que el Vaticano se niegue á la notificación obligatoria de los nombramientos eclesiásticos, Prusia aplicará nuevamente las leyes de Mayo, como salvaguardia del interés de sus subditos católicos y de la autoridad del Estado.
Es necesario, á pesar de todo, reconocer que Bismarck ha modificado sensiblemente sus pretensiones: consiente en exceptuar de la obligación impuesta los nombramientos de vicarios y sacerdotes auxiliares, pero no de beneficiados y dignatarios de la Iglesia; consiente en suprimir la jurisdicción excepcional del tribunal eclesiástico instituido por el Ministro Falk y hace otras concesiones importantes, como la reía-
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tiva al derecho de revocación y educación eclesiástica, autorizando la reapertura de los seminarios católicos. Se queja, sin embargo, de la lentitud de la curia en corresponder á sus ofrecimientos. Tal es, en resumen, el estado de las negociaciones.
El Vaticano es quizás el único sitio del mundo donde hoy se estrelle la omnipotencia de Bismarck, y en nuestro siglo, sin más fe que en la fuerza, se da el espectáculo de que el Papa, Rey sin subditos y diplomático sin aliados, no se humilla ante el genio de la política ni ante el genio de la guerra.
El Barón de Schloezer, representante de Priisia en la corte pontificia, se halla enfrente del Cardenal Jacobini, Secretario de Estado de la Santa Sede, sin poder invocar más argumentos que los de la razón, porque el Papa, imperando en doscientos millones de almas, no sólo se cree con derecho á contar con la Providencia, sino que no presenta objetivo á la metralla y á los bombardeos. El primero de los instrumentos de la diplomacia, el cañón Krupp, no tiene importancia alguna ante el anciano que hoy ciñe las tres coronas de los sucesores de Pedro.
Alrededor del Quirinal continúan enconadas las luchas por el poder y la dirección de la política, y sigue aún de tema para las discusiones y las crisis el famoso programa formulado en Stradella por Depretis, deseoso desde la Presidencia del Consejo de Ministros de poner término á las agitaciones contra las instituciones y la monarquía, de dar tregua á las reformas políticas y de consagrarse á las mejoras económicas, levantando la política exterior de Italia.
A raíz del citado programa de Stradella, se oyó la palabra transformismo de los partidos, pronunciada por los que luchan para que desaparezcan las antiguas derecha é izquierda, dando motivo á la formación de un Gabinete que simbolice, con la nueva mayoría, la política del antiguo demócrata Depretis.
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Los disidentes, representando la izquierda histórica con los Sres. Crispi y Nicotera, se han opuesto siempre á la evolución transformista, deseosos de aliarse con la extrema izquierda y los radicales para derrotar al Sr. Depretis, á quien acusan de haber entregado sus armas á la derecha. Crispi, partidario acérrimo de la alianza con Alemania, echó en cara al Gabinete en los últimos debates la energía con que reprimió las conspiraciones de la Italia irredenta, y aun manifestó aspiraciones irredentistas, hablando á la Cámara de la Italia geográfica y de la legitimidad de estos ideales. También Cavalotti, el poeta representante de radicales y republicanos, Minghetti, de la derecha, y Cairoli, dirigieron estocadas á fondo al Gabinete y fueron muy aplaudidos de los suyos.
En tanto Depretis pidió un voto de confianza, confirmando su programa, declarando que la mayoría ministerial sería la que apoyase lealmente su manifiesto de Stradella y decidiéndose á no hacer concesión alguna á la izquierda histórica.
En medio de tales discursos quedó planteada la reciente crisis.
Es decir, que en Italia, como en Francia y también en España, la cuestión política absorbe las fuerzas que debieran consagrarse á los asuntos económicos, resultando lentitud y marasmo en todo lo que constituye el mejoramiento de los más vitales intereses de los pueblos.
Hagamos, sin embargo, justicia al Ministro Depretis. Ha sabido dar un gran paso y darlo con mucho acierto. Comprendiendo que el camino de Berlín era el de Viena, emprendió el de esta última capital é hizo abortar el movimiento irredentista, dando satisfacción á las susceptibilidades de Austria.
El porvenir nos demostrará la eficacia de la protección que supo buscar y ha encontrado.
* « *
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Allá en el Norte de Europa, en Moscou, todo está todavía en inusitado movimiento. Príncipes extranjeros, Generales, Embajadores y Ministros, todos se agitan aún y circulan en la antigua capital en medio de la confusión más pintoresca. Los más caracterizados representantes de la Europa y del Asia se han dado allá cita, y el turcomano que, como el antiguo soldado de Atila, bebe aún la leche de su yegua, ha podido codearse con el más refinado discípulo de la civilización occidental.
Alejandro III ha sido ya coronado solemnemente Emperador «de todas las Rusias» en Moscou, la ciudad casi europea y casi asiática, que á principios de siglo recibió á Napoleón á la luz del más horroroso incendio producido para eclipsar la estrella de aquel gran Capitán. En Moscou han querido reunirse ahora todos los esplendorosos atractivos de las fiestas más suntuosas imaginadas por los soñolientos hijos de Oriente.
La ceremonia ha tenido lugar sin incidente alguno, y los telegramas no cesan en ponderar la magnificencia de aquella corte y el entusiasmo del pueblo. Rusia brilló siempre por su deslumbrante fausto, y los fanáticos sectarios de la nada no han podido ahora turbar el tradicional acontecimiento preparado por el representante de la dinastía de los Ro-manoff.
Queda, pues, demostrado que el nihilismo no entra por nada en los sentimientos del pueblo ruso, y que sólo ha podido penetrar en algunas capas inferiores, reclutando algunos adeptos entre los semi-sabios sin posición social y las individualidades reñidas siempre y en todas partes con los grandes principios, que quisieran ver en provecho propio subvertidos. Nos han pintado á la secta como vanguardia de la libertad y del progreso, cuando esa libertad y ese progreso podrán hallarse en las nobles aspiraciones de ciertas clases verdaderamente ilustradas por determinadas reformas políticas, muy difíciles en un país donde la cultura intelectual de las masas es aún rudimentaria, pero de ninguna manera en aquellos cuyo programa es lo desconocido y el crimen.
Nunca hemos creído muy temible el nihilismo. Podrá se-
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guir manifestando su existencia por medio del puñal, el veneno ó la dinamita, pero no podrá jamás echar raíces en 0l pueblo. La coronación de Alejandro I I I acaba de demostrarlo.
No faltarán, sin embargo, recriminaciones. La. democracia europea habrá podido tomar *nota en Mos
cou y en San Petersburgo de los cuantiosos gastos, de los millones que cuestan los tisúes, los terciopelos, la seda, los tejidos y objetos de oro y de plata, las liberalidades en favor del pueblo y todas las ostentaciones de una suntuosa corte de gala. Podrá también dar razón de todo ello el representante extraordinario de la República francesa, tan espléndidamente dotado por su Gobierno. Pero lo que no podrá explicarse es cómo los hombres actuales de la Nación vecina gastan hoy, en percalina sin duda, 8o millones más que la suma que gastaba la Monarquía en brocados.
# * *
¿Tendría la coronación del Czar consecuencias en la política general de Europa? Parece dudoso, y no obstante, no falta quien afirme que los viajes del Príncipe de Bulgaria á Atenas y á Cettigna, así como la reunión en Moscou de los pequeños Soberanos slavos, son los preliminares de otro movimiento en grande escala en la Península de los Balka-nes, movimiento que no podría ser mirado con indiferencia por el Austria, y pondría á prueba en Roma y Berlín el alcance de la triple alianza, que tanta sensación produjo.
Quizás se estrechan ahora las extrañas inteligencias entre la autocracia y la democracia, entre París y San Petersburgo; quizás suceda, y esto es lo más probable, que no quede de todo más que el recuerdo de las fastuosas ceremonias.
Cerremos esta revista con una noticia muy grata. La paz entre Chile y el Perú parece al fin un hecho. Nada tan importante como el ver cesar definitivamente escenas sangrientas y restablecida la tranquihdad en dos pueblos hermanos.
S. TOMO XLV.—VOL. II. 16
BOLETÍN BIBLIOGRAFICO^^^
Gregorio Gutiérrez González.—Poesías—Imprenta de M. Ri-vas.—Bogotá.
El poeta cuyo nombre figura al frente de este epígrafe es uno de los más celebrados y aplaudidos de Colombia. Hemos leído algunas de sus poesías, y aunque á nuestro juicio distan mucho de ser modelos de arte, no negaremos que existen algunas bien sentidas y no exentas de delica deza y dulzura en la expresión.
Pertenece este poeta al género sencillo y natural que consiste en presentar los afectos tales y como se dan en la conciencia humana, sin grandes hipérboles ni arrebatos imaginativos. La poesía, que tiene por fin la expresión enérgica del sentimiento, no cuadra á sus condiciones, como tampoco la poesía cómica, el género en que tantos laureles han logrado aun como poetas líricos Bretón de los Herreros y Narciso Serra.
El Sr. Camacho Roldan, persona de
grande importancia en Colombia, nos dice á propósito de este poeta:
«Con excepción de los tiempos en que estudió en el colegio de San Bartolomé, de 1845 á 1847, y de tres 6 cuatro residencias que hizo en Bogotá, como miembro del Congreso, muy pocas noticias hemos podido recoger acerca de la \ ida de Gregorio Gutiérrez González.
Sabemos tan sólo de sus primeros años que nació en la Ceja del Tamho^ risueño pueblecito situado en la falda oriental de la cordillera que separa los valles de Rionegro y Medellín, el 9 de mayo de 1826; que fueron sus padres el Sr. José Ignacio Gutiérrez y la Sra. Inés González; que desde muy tierna edad fué .separado del seno de su familia, que le envió á estudiar al Seminario de Antioquía, y luego, puesto al cuidado de su primo el señor Juan de Dios Aranzazu, á Bogotá, al Seminario de la Arquidiócesis, en donde concluyó sus estudios de lite-
(1) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crítico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO
ratura y filosofía; que hizo en seguida )(is de jurisprudencia en la Universidad Nacional (colegio de San Bartolomé), y los coronó recibiendo allí el grado de doctor y el título de abogado en la suprema corte de la Nación, en 1847.
Había heredado sin duda de su madre los gustos literarios que tan procazmente se desarrollaron en él. Según se nos ha informado, la familia González había sido distinguida por las aficiones literarias y el numen poético natural de varios miembros de ella, y la Sra. González de Gutiérrez conoce (pues vive aún en Sonsón, Estado de Antioquía, á la avanzada edad de noventa y siete años) los clásicos españoles y recita á veces de memoria largos trozos de composiciones selectas, principalmente de Calderón de la Barca, su poeta favorito. Tan,largo vivir ha producido en ella un fenómeno raro, de que no faltan ejemplos en personas de mucha longevidad, de una muerte parcial en los órganos de la memoria, que llega en ella hasta el punto de preguntar en ocasiones con angustiosa curiosidad quién es ese Gregorio-Gutiérrez González. Si el beleño de un siglo entero ha oscurecido en su mente el recuerdo de los inefables dolores de la maternidad, al menos es permitido esperar que ¡misterio sublime! el alma de su
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hijo se ha transfigurado en la suya propia bajo la forma de un cantor invisible, cuyas melodías penetran todo su ser con las delicias singulares de ese nuevo alumbramiento espiritual.
Esa necesidad de expansión poética debió de acrecentarse en Gutiérrez con la inñuencia de su primo el Sr. Juan de Dios Aranzazu—hombre de Estado distinguido, que fué secretario de Relaciones Exteriores en la administración del General Santander, y de Hacienda en la del Dr. Márquez,— cuyo salón era uno de los más brillantes centros literarios y políticos de esta ciudad. El Sr. Aranzazu tenía espíritu cultivado, era admirador de los clásicos antiguos, y es natural suponer que en esas reuniones, frecuentadas por estadistas literatos como los Sres. Lino de Pombo, Rufino Cuervo, Joaquín Acosta, José Francisco Pe-reira y otros, para quienes no era extraño el trato de las musas, Gutiérrez González, casi niño aún, pusiese oído atento y recibiese el contagio de esa afección que algunos llaman aquí la lepra de la poesía: enfermedad sagrada.»
A fin de que nuestros lectores puedan apreciar las condiciones de este autor, que tantas simpatías cuenta entre las personas más distinguidas de Bogotá, reproduciremos á trozos algunas de sus mejores composiciones:
«Y como ruedan mansas, adormidas, Juntas las ondas en tranquila mar. Nuestras dos existencias siempre unidas Por el sendero de la vida van.
Con tu hechicero sonreír sonrío. Reclinado en tu seno angelical. De ese inocente corazón, que es mío, Arrullado al tranquilo palpitar.
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Son nuestras almas místico ruido De dos flautas lejanas, cuyo son En dulcísimo acorde llega unido De la noche callada entre el rumor;
Cual dos suspiros que al nacer se unieron En un beso castísimo de amor; Como el grato perfume que esparcieron Flores distantes y la brisa unió.
En otro género diferente merece citarse también la siguiente:
«UN BESO.
¡Un beso! ¡Emoción divina Que en la vida disfrutamos. Cita que se dan dos almas Para juntarse en los labios!
De otro género distinto es la composición que dice:
Con rudo golpe en el amante pecho Late otra vez mi corazón, Elvira; Por tí otra vez mí corazón suspira. Por tí me abraso en incesante amor. De tu amor me olvidaba, mas te he visto
Y otra vez tus encantos me rindieron, Y tus gracias divinas revivieron E n las muertas cenizas nuevo amor.
Volví á mirar tu encantadora frente, Divino altar de virginal pureza, Y he mirado rodar de tu cabeza Rizos dorados por tu casta sien. He vuelto á ver en tus azules ojos Ese color en que refleja el cielo, Donde se ven en transparente velo Dibujadas las gracias del Edén.»
Y puesto que la falta material de J. B. Mispoillet.—Instituciones espacio nos lo impide, y creemos ya políticas de los romanos ó exposi-haber rendido culto á la memoria del ción histórica de las reglas déla Cons-citade poeta, abstengámonos de insis- titución y de la administración ro-tir nuevamente sobre sus cualidades, manas desde la fundación de Roma juicio que después de todo debemos hasta el Imperio de yustiniano.— To^ dejar á sus paisanos, á quienes la cosa mo I de 3go págs.—París.—Precio toca más de cerca que á nosotros. g francos.
»*» Sobre la materia de que trata este
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO
libro se han publicado notabilisimos estudios; Borghesi, Marguardt, Mom-msen, Beclíer, Lange, Madvig y Vi-Jlems han escrito con notable acierto acerca de la antigua Roma. Pero si bien estos trabajos existen y han servido grandemente á todos los hombres estudiosos y amigos de ilustrarse, fuerza es reconocer que Mr. Mispou-let, publicando en París el presente tomo, ha hecho un buen servicio á su patria, puesto que en este género de especulación no había tomado Francia parte alguna hasta ahora.
Dicho se está que después del profundo estudio de investigación hecho por los autores antes citados, la obra de Mr. Mispoulet no podía ser original, como no lo es en efecto.
En cambio el autor revela una circunstancia que basta para enaltecer su mérito, y consiste en demostrar sus conocimientos en la materia, penetrando á fondo estos estudios, que son de grande utilidad é importancia. Se trata, pues, de una obra seria, y á la cual deben dirigir sus miradas todos aquellos que se interesan por estos trabajos de investigación histórica.
Veamos ahora cuáles son las materias contenidas en el tomo I que tenemos á la vista:
En el primer capitulo se exponen las instituciones primitivas de Roma, tribus, curias, gentes, patricios y plebeyos.
El capítulo segundo está consagrado á la organización de los poderes públicos: el Rey, el Senado, los comicios y la reforma de Tarquino.
El tercero, á lo que se ha llamado la Constitución serviana; es decir, á las instituciones que se remontan al reinado de Servio Tulio, particularmente las clases y las centurias. El
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capítulo cuarto trata de la institución y de los poderes de los cónsules. El quinto de las magistraturas en general, de su clasificación jerárquica, de los derechos anejos á ella, del papel del Senado, del dictador y de los tribunos.
Los capítulos siguientes se refieren á la historia particular de cada una de las magistraturas, ya ordinarias, como el cónsul, el pretor, el censor, el tribunal de la plebe, el edil, el questor; ya extraordinarias, como el interrex y el prosfectus urbi, el dictador, el jefe de la caballería, los tribunos consulares, las decenviros, etc
Un capítulo entero se dedica al estudio del Senado, sus atribuciones y procedimientos en el seno de esta asamblea. También los comicios, su composición y sus poderes son estu diados con igual ó parecido detenimiento.
La historia admini-strativa del Imperio se encuentra naturalmente dividida en dos secciones: la primera comprende desde el reinado de Augusto al de Diocleciano, y la segunda alcanza hasta Justiniano.
Forman el noveno capítulo la Constitución imperial y los poderes del Emperador, trabajo que á su vez contiene un profundo estudio de la lex regia, que era, como todos sabemos, la ley fundamental del Imperio romano.
Dedícase Mr. Mispoulet á hacer la crítica de la reforma de Augusto en el capítulo décimo, y las modificaciones sobrevenidas en los antiguos poderes de la República: las magistraturas, los comicios y el Senado. Trátase en seguida de las distinciones respectivas de los poderes públicos, y por último, de las nuevas funciones creadas bajo el Imperio; la chancilleria ira-
246 REVISTA CONTEMPORÁNEA
perial, el conciliam, el prefecto de Roma, el prefecto del pretorio, etc. Y el mismo sistema adopta el autor al ocuparse del período comprendido entre Diocleciano y Justiniano.
Este simple resumen basta para demostrar la importancia del tomo primero de la obra de Mr. Mispoulet, de la que damos cuenta á nuestros lectores ea este momento.
No se dirige este libro á los eruditos solamente, sino á todas aquellas personas que deseen conocer con cierta profundidad la interesantísima historia del pueblo romano, de suerte que el trabajo de Mr. Mispoulet reviste más importancia de la que á primera vista se deduce de su lectura, pues no versa sobre simples cuestiones de erudición, sino sobre conceptos fundamentales y permanentes dentro de la vida y de las instituciones de la antigua y poderosa Roma.
Manua l del cultivo del eucalipto gigajitesco y de su superioridad para el arbolado, la higiene y carpintería, por D. Balbino Cortés y Morales.
En 55 páginas ha sabido reunir el ilustrado escritor Sr Cortés, tan perito en asuntos agronómicos, todo lo que conviene saber sobre el cultivo del árbol privilegiado y verdaderamente excepcional que constituye el objeto de .su interesante y erudito trabajo. Cuando tanto se habla y se discute sobre la necesidad de la repoblación, no puede con mayor oportunidad presentarse la obra de que tratamos; pues no hay seguramente árbol, alguno que pueda superar en buenas condiciones al Eu-caliptus. Algunas de sus especies ad
quieren en poco tiempo un desarrollo extraordinario, sin que por esto su madera pierda nada de su dureza, que suele ser tanta como la de la encina; y en cuanto á su bondad, bajo el punto de vista higiénico son tan potentes sus beneficios, que no hay comarca donde él pueda existir que no los sienta inmediatamente.
El Sr. Cortés y Morales, después de tratar de la importancia en general del arbolado, refiere las condiciones del Eucaliptus y cómo y por quién fué introducido en E.spafia. Manifiesta cuanto puede ser de verdadero interés para conocer su cultivo y la mejor manera de extenderlo y perfeccionarlo en Argelia; pa.sando de .•seguida á e.s-tudiar estos puntos con relación á España, para deducir las siguientes ira-portantes conclusiones:
Que liX.eucalipto se multiplica, cultiva y crece con facilidad.
Que su madera es excelente para obras de ebanistería y carpintería, de duración y de resistencia, asi co(no para armazones que deben permanecer dentro del agua, como estacada.s, traviesas, etc.
Que su .savia, sumamente aromática y balsámica, sanea la atmósfera; de ahí la propiedad de ab.sorber una gran cantidad de agua y sanear los terrenos pantanosos y remediar la iasalu-bridad.
Que de su corteza ó lefio se extrae un bálsamo que da perfume á los cueros, y que sus hojas y ramaje, sometidos á la destilación, producen un aceite que disuelve las resinas y arde sin humo.
Que la esencia del eucalipto ocupa ya un lugar importante en la perfumería, y la farmacia la emplea como febrífuga y sustituyente de la quinina.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 247
El manual del Sr. Cortés es de tan evidente utilidad, que se recomienda por sí mismo. Por lo demás, bastaría con el nombre de su inteligente, ilustrado y laborioso autor para encarecer su verdadero mérito.
Fol ie ou Sainteté.—Drame en irois actes et en prose^ par Joseph Echegaray.— Traductión de Eduard de Huertas.—París, Societé anonyme des inipfimeries reunies, iSS3.
Tenemos á la vista un ejemplar de esta buena traducción, que por lo menos dará á conocer fuera de España á uno de los primeros dramáticos de nuestros días, al que ha sabido crear un género, combinando el romanticismo de nuestro antiguo y selecto teatro con el realismo de la moderna escuela dramática. Y en verdad que Echegaray es digno del honor que se le tributa al traducir sus obras para el teatro extranjero. Según nota que el traductor estampa en las primeras páginas de su trabajo, presentado éste al comité de la comedia francesa de París en 8 de enero de 1883, no fué admitido por haberse opuesto á las reformas que en él se querían introducir. Como no se dicen cuáles eran esas reformas, no podemos dar nuestra opinión acerca de su conveniencia y oportunidad. Mas habríamos deseado, á fuer de españoles, que zanjadas las dificultades que pudieran presentarse, y armonizándose todos los intereses, se hubiera admitido y representado la hermosa obra del Sr. Echegaray en el primero de los teatros de Francia.
De todas suertes, repetimos, el Sr. Huertas ha prestado con la traducción de Locura ó Santidad un
buen servicio á nuestro país, y por ello, y por el acierto con que lo ha realizado, le felicitamos.
Por lo demás, al propio tiempo que ha llegado á nuestras manos dicha traducción, vemos con singular placer que Les Malinées espa^noles viene publicando traducido El gran Galeo-ío, con lo cual se facilitan los medios de que, nuestros vecinos los franceses, principalmente, vayan conociendo nuestro teatro contemporáneo.
Juicio crítico de las otras de Calderón de la Barca bajo el punto de vista jurídico, por D. Heliodoro Rojas de la' Vega, relator dt la Audiencia de Valladolid.— Valladolid, imprenta de Agapito Zapatero, i883. —3 pesetas.
Si el ilustrado autor de este original opsúculo no logra con su publicación el principal objeto que se propusiera, es á saber: probar que el gran dramático, entre los mejores de su tiempo, el inmortal Calderón de la Barca, ha sido uno de los jurisconsultos más distinguidos y notables de los últimos siglos, al menos puede tener la satisfacción de haber alcanzado, en justicia, la más envidiable reputación de conocedor profundo de las obras de tan insigne poeta, las cuales analiza y critica en su carácter y tendencias, acomodándolas al criterio que trata de hacer que prevalezca en ellas. No hay rama del derecho en que Calderón, según el señor Rojas, no se mostrara competentisi-mo. El derecho penal, constituyente, constituido y rituatio, el derecho político y el derecho público, ayudados unos de otros y por el natural, que es
248 REVISTA CONTEMPORÁNEA
complemento de todos y su más sana filosofía, fueron, á juicio del Sr. Rojas, las fuentes donde Calderón de la Barca bebió á raudales inspiradas ideas para el planteo y posterior desarrollo de sus obras dramático-jurídicas; por más que también abundan en ellas y en otras muchas, siguiendo su misma opinión, nociones de derecho patrio administrativo, civil y militar, especialidad esta última que, como el derecho canónico, no cree el sefior Rojas dejara de conocer y dominara completamente el que con tanta gloria y tanto merecimiento ciñó la espada de la guerra y la estola del altar.
Y pasando del aserto á la prueba, el Sr. Rojas dedica un capítulo á cada uno de dichos derechos, presentando ejemplos repetidos sacados de las obras de Calderón que de los mismos tratan.
Terminado este minucioso é interesante trabajo, el autor se consagra en la segunda parte de su libro al examen de 14 de las principales obras de Calderón, ó al menos de las que en su concepto se manifiestan con carácter jurídico perfectamente determinado, dando, respecto de ellas, cuantas noticias son necesarias para conocer su argumento, el fin que con empeño persigue en las mismas el sefior Rojas y los medios de que Calderón se valió para realizarlo.
De su erudito y concienzudo examen deduce el Sr. Rojas las conclusiones siguientes;
1." Calderón es, no sólo el primer poeta dramático de la España de los últimos siglos, sino el mejor poeta j u rista.
2.* Los grandes conocimientos jurídicos de Calderón son, además de
los de un sabio ilustrado, especiales, minuciosos, constantes y profundos.
3." Calderón deja derramada entre sus obras poéticas, con relación á su siglo, una enciclopedia, aunque incompleta, de derecho, que le abre preferente lugar entre los jurisconsultos de aquella época.
Y 4." Las magníficas obras de su divino ingenio La vida es sueño, SI pintor de su deshonra y El postrer duelo de España, son verdaderos estudios de ampliación de la ciencia legal.
Tal es el trabajo del ilustrado relator de la Audiencia de Valladolid, que enamorado, sin duda, de la ciencia á que consagra sus tareas habituales, y entusiasta como el que más del gran poeta, no ha titubeado en estudiar sus obras) donde toda clase de conocimientos halla adecuado medio de expresión, bajo el punto de vista especial, y hasta en cierto modo técnico, que constituye el objeto del curioso folleto que hemos ligeramente analizado.
Biblioteca Hispano-America-na. — Ciencia popular. — Electricidad estática, por Celestino Alvarez Llaaos.— Imprenta militar, Valver-de, 3o y 32, 1883. — Con láminas.— Precio, 2,^0 pesetas.
Bajo los mejores auspicios da comienzo esta Biblioteca, publicando como primer volumen el libro del Sr. Álvarez Llanos sobre la electro-estática, á la cual considera como efecto de la electricidad en los cuerpos con una sola carga, en tanto que la dinámica es por cargas sucesivas, que se renuevan sin cesar á medida que se destruyen.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO
L a obra comprende tres libros, di
vididos en capítulos. En el libro p r i
mero se trata de las nociones genera
les sobre electricidad, su historia, teo
rías eléctricas, chispa eléctrica, apara
tos indicadores y condensadores. E l
libro segundo está consagrado á los
generadores eléctricos: su historia,
electróforos, máquinas eléctricas por
frotamiento, multiplicadores eléctri
cos, experiencias con las máquinas
eléctricas-, y el tercer libro comprende
los efectos y aplicaciones eléctricas;
efectos fisiológicos, luminosos, calo
ríficos, químicos, mecánicos y magné
ticos, electricidad atmosférica, fosfo
rescencia y fluorescencia, electricidad
animal y aplicaciones.
Este índice de materias manifiesta
la importancia de la obra, en la que
se desarrollan muchas teorías que de
berán llamar la atención de los hom
bres estudiosos.
L a Biblioteca Hispano-Americana
anuncia en prensa Agnés, narración
del día, por Santiago Arambiht, y
en publicación Electricidad dinámica,
p o r D . Celestino Llanos.
B i b l i o g r a f í a d e l a T a u r o m a
q u i a , por Lziis Carmena y Millán,
— Madrid. — Ducazcal, i883 . —
^ pesetas.
Esmerada impresión, ejemplares
numerados, buen papel y caracteres
tipográficos del mejor gusto, consti
tuyen la parte material de este curio
so libro que el reputado escritor crí
t ico musical y gran aficionado al ar
te del toreo, Sr. Carmena y Millán,
ha dado á la estampa. N o sabemos
qué relación podra existir entre la
música y la tauromaquia; pero ello
249 es que así como el Sr. Carmena es
cribe y entiende de ambas cosas, de
ellas también, con verdadero conoci
miento de causa, inteligencia y peri
cia reconocidos por todos, entiende y
escribe el Sr. Peña y Gofii.
Los amantes de la bibliografía en
general, y los admiradores de nuestra
fiesta nacional en particular, hallarán
grande interés en el libro de que tra
tamos y cuya justificación hace el
autor, al enumerar los ilustres caba
lleros que en pasadas centurias se
emplearan en el ejercicio del toreo,
al que la li teratura y la poesía no se
han desdeñado tampoco de ensalzar.
Consta el libro de 342 piezas, rela
cionadas todas especial y directamen
te con el arte del toreo, ya en sentido
primitivo y técnico, ya en forma g e
neral y profana, figurando en ellas
libros, folletos, periódicos, sueltos y
colecciones de láminas.
El autor da cuantas noticias han
llegado á su conocimiento, expresan
do en la mayor parte las materias de
que tratan, emitiendo los juicios ú
observaciones que algunas le sugieren
y reproduciendo ciertos fragmentos
de los que por su rareza puedan ofre
cer interés. También incluye en su
erudito trabajo las obras dramáticas,
las canciones y piezas musicales con
sagradas de alguna manera á celebrar
el espectáculo: con todo lo cual se
completa y enriquece, el libro, de tal
suerte, que resulta único en su clase.
Artículos sobre una cuestión d e M o n t e s , por D. Felipe Romero y
GilsanZy ingeniero de Montes.— Va"
lladolid, i883. El ilustrado ingeniero autor de es-
25o REVISTA CONTEMPORÁNEA
te folleto, de 36 páginas, ha reunido
en ellas los artículos que hace poco
publicara en El Correo, sosteniendo,
en polémica con la Revista financie
ra, la necesidad de que el Estado sea
el propietario de los montes situados
en la verdadera zona forestal, y no se
desprenda por lo tanto de los restos
que aún le quedan de aquella rique
za. En apoyo de la teoría que sus
tenta, ci taejemplosen nuestra opinión
irrebatibles, pudiendo asegurar que
en tan pocas páginas se encuentran
cuantos argumentos de peso pueden
presentarse en fa vor de la propiedad
forestal del Estado. Lejos de vender
montes, la idea de la repoblación se
arraiga de día en día como una nece
sidad imperiosa.
Las naciones toda.s, incluso los Es
tados Unidos, trabajan para aumen
tar los montes del Estado, sacándolos
de la explotación egoísta de los pa r
ticulares; y no parece sino que esta
idea va en progreso y se afianza más
y más á medida que los países son
más civilizados. Si la desamortización
de los montes públicos en Espaiia
no hubiera producido los males que
todos lamentan, no habría tenido oca-
ción de decir Mr. Ch. Jo ly , en su
Note sur íhorticulture en Bspagne
et en Portugal, estas palabras, que tan
poco favor nos hacen: «Dans les pays
meridionaux, il y a des choses qu'on
ne trouve pa-: d'abord, la propiiété,
ce luxe du pauvre, cette souree de
santé et de bien-étre; on ne la p ra t i -
que pas, sans doute parce qu'on en
a plus besoin qu'ailleurs, parce que
l 'eau e s t r a r e , parce qu'en fin, l 'hom-
me , cet animal si peu raisonnable quoi
qu 'en ait dit Buffon, a laissé denuder
les moníagnes; il s'e.st par lii ;. .lve
d 'eau et a arr^i' !a:,.e végitation.11
Nosotros creemos, por lo t an to ,
que antes bien que vender, lo que ne
cesita el Gobierno español respecto
de los montes, es, adelantar en su r e
población y administrarlos con todo
el esmero y el empeño que exige tan
valiosa riqueza. E l trabajo del señor
Romero y Gilsanz le honra sobre
manera, y demuestra que no en vano
es uno de los ilustrados individuos
que forman el brillante cuerpo de
nuestros ingenieros de montes.
M r . C a p e l . — L a Gran Bretaña y
el Vaticano, ó la Reina debe sostener
relaciones diplomáticas con el Sobera
no Pontífice.—{Traducido del inglés
al francés con autorización del au'
tor.')-—París.—-Precio, i franco.
Se trata de una cuestión de ve rda
dero interés, tanto por el asunto á
que se refiere, como por la significa
ción de esainmensa Nación, tan orgu-
llosa como fuerte, que tiene por Sobe
rana á la Reina Victoria.
Mr. Capel, daspués de plantear la
cuestión en su verdadero terreno, con
signa la necesidad de que se entablen
relaciones diplomáticas en este senti
do, valiéndose de argumentos deduci
dos de las condiciones en que ac tual
mente se encuentra el Imperio britá
nico, donde los católicos son bastante
numerosos para que el Gobierno tenga
el deber de preocuparse de los medio.s
de dar satisfacción á sus intereses las
timados.
Mr. Capel hace ademán un estudio
sintético de la política exterior de
Inglaterra, ^jiobando que en este con-
c e ^ . j le serán también favorables sus
relaciones con la Santa Sede.
Esta grave cuestión sobria y pru-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 2 5 l
dentemenfe resuelta será, á juicio del autor, la que asegure la emancipación de los católicos, y favoreciendo la mayor extensión de la influencia cristiana, aumentará el prestigio de Inglaterra y podrá darle nuevos alientos para luchar con ventaja en contra de las corrienies socialistas, que son hoy la más continua amenaza de los pueblos cultos.
Tales son en resumen las razones en que se funda Mr. Capel y los argumentos que de la exposición lógica de su doctrina se deducen.
Y es en verdad útil é importante el estudio de estas cuestiones, que en la actualidad preocupan á todos los políticos serios y en general á todos los hombres pensadores é ilustrados.
Versos de D. Femando de la Vera i Isla, precedidos de una introducción en verso^ por D. José Zorrilla. Segunda edición, corregida y aumentada; un tomo en 8.^ francés de sgi páginas.—Madrid, ¡883.— Imprenta deD. A. GómezFuentenebro. —4 pesetas.
Tales corren los tiempos para las bellas letras, que no .sin motivo muéstrase general repugnancia á emprender la lectura de voluminosos tomos de renglones cortos. Los ideales han abandonado el cetro á eso que en jerga moderna llámase las conveniencias; y ¿cómo ha de alentar la poesía sin ideales? Por ello cabalmente es
más digno de detenida atención y respetuoso aplauso el poeta que en medio de esta letal atmósfera de abrumador positivismo, acierta á cantar con inspirado acento las magnificencias de la naturaleza, las miserias de la vida, las glorias de la patria ó de la literatura, las expiaciones de los pueblos, el genio, la libertad, la fe cristiana...
Y dicho esto, casi pudiéramos limitarnos á añadir, para dar al lector exacta idea de los merecimientos que avaloran el libro del Sr. Vera é Isla, al cual nos referimos, que el esclarecido autor de los Versos es uno de los escasos privilegiados ingenios á quienes está reservada la feliz realización de tan alto empeño.
Gallarda energía en el decir, severa rectitud de inspiración en el pensar, á un mismo tiempo corrección y espontaneidad, profundidad y elegancia: hé ahí la.í aptitudes que acusan las producciones poéticas del Sr. Vera, harto conocido y apreciado entre los entusiastas admiradores de la rica tradición literaria de nuestra patria.
Quisiéramos alegar, en abono de aquéllas, algo más que el descarnado elogio á que nos reduce el e-spacio de que podemos disponer, pero ni siquiera nos es dable reproducir algunas de las composiciones contenidas en el tomo, testimonio el más fidedigno y convincente. Sirva de muestra el .siguiente rotundo y armonioso soneto. Recuerdo, que, al abrir el libro, nos sale al paso:
El limpio arroyo que el Abril desata, del hielo torpe al sacudir el sueño, unas veces lloroso, otras risueño entre guijas y musgo se dilata..
Ya el verde tallo de la flor retrata,
a52 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ya el duro tronco del cortado lefio,
ora grande se extiende, ora pequeño,
cinta parece de luciente plata.
Tras rudo andar por la montaña erguida
va en su curso también atrás dejando
el valle ameno que á gozar convida.
Así en recuerdo fatigoso ó blando
atrás en la corriente de la vida
afanes y placeres van quedando.
La fuente, delicadísimas estrofas
tan sonoras como filosóficas, Roma,
Al Convenio de Vergara, A un arroyo,
A una coqueta (dos de sus quintillas
sobre todo). En la tumb'a de D. Enri
que Gil, La muerte de Luis XVI, El
egoísmo, En elogio del insigne poeta
D. yosé Selgas, y varias valiosísimas
traducciones ¿e Anacreonte y de D a
vid, son otros tantos timbres que enno
blecen la brillante ejecutoria del poeta,
á quien dice Zorrilla:
Lanza tus versos á la luz, Fernando;
en la región de América te nombran
con placer todavía, y sus periódicos
aun hoy tus cantos juveniles copian.
T u nombre un t iempo se escribió entre nombres
en nuestra patria célebres ahora.. .
El Sr. Vera ha prestado un nue
vo servicio á las letras, coleccionando
esmeradamente, en dos lujosos tomos
que también acaba de publicar, las
obras en prosa de su malogrado a m i
go el ilustre escritor y dulce poeta
D . Enrique Gil.
R e n e Menard .—His to r ia de las
Bellas Artes. — Tres tomos de 3o4,
322 y 3g6 páginas.—París.—Pre
cio, 6 francos.
Como ebra de carácter general y
elemental al mismo t iempo merece
muy especial mención la que á la
vista tenemos.
E l autor ha tratado de reunir en
corto espacio todo lo que se refiere
á la historia de las Bellas Artes, con
cretándose á escribir tres tomos de
escasas dimensiones. El primero trata
del arte antiguo; el segundo, del arte
en la Edad Media; el tercero, del arte
en la época moderna, á partir, como
es lógico, del Renaciajiento.
E l asunto es vasto por todo extremo
y el espacio en que el autor se ha ea-
cerrado tiene muy estrechos límites.
En este sentido, su obra tiene que ado
lecer necesaria«iente de algunos defec
tos. E l objeto principt'.l de una obra
de este género es servir de guía á las
personas que no tienen nociones de
arte, y en este concepto no puede ne
garse la utilidad del trabajo de Mr. Me
nard.
El género de ilustración que en los
tiempos presentes conocemos tiene
como base de progreso común la ex
tensión y no la profundidad de los
CONGRESO DE AMERICANISTAS 253 conocimientos. Hoy que tanto y tanto se habla de ciencia y de saber, sorprendiendo así la buena fe de muchas • gentes, no es que los sabios sean más sabios que los de otras épocas, sino que él nivel de cultura es algo más elevado en la masa común de los hombres. Podrá, si es preciso, haber en nuestros días menos hombres profundos, pero hay seguramente muchos más iniciados que poseen ciertos co
nocimientos que en otro tiempo desconocían, que tienen, por fin, un bafio de cultura, una iniciación en las ideas motrices de la ciencia.
La obra dt Mr. Menard responde también á este carácter de los tiempos modernos: prefiere la extensión á la profundidad, generalizando entre los hombres nociones de Bellas Artes, que aparecen á la vista del lector al compás de su desarrollo histórico,—H.
CONGRÉS INTERNATIONAL DES AMÉRICANISTES
CINQUIÉME SES8I0N. — Copenhague, du 21 au 24 aott 1883
Pro tec teu r : S. M. CHRISTIAN IX, ROY DE DANEMARK
P r é s i d e n t d 'honneur : S. A. R. FRÉDÉRUC CHRISTIAN, PRINCE ROYAL
DE DANEMARK
P R O G R A M M E .
Par decisión du Congrés interna-tional des Américanistes tenu ii Madrid en septembre l88l la ville de Copenhague a été désignée pour étre le siége de la cinquiéme session qui aura lieu du 21 au 24 aoiit 1883.
Le Congrés international des Américanistes a pour objet de contribuer au progrés des eludes ethnographi-ques, linguistiques et historiques re-latives aux deux,Amériques, spéciale-ment pour les temps antérieurs a Christophe Colomb, et de mettre en rapport les personnes qui s'intéressent a ees études,
Toute personne s'intéressant au progres des sciences peut en faire partie en acquittant la cotisation qui est fixée k 12 francs (8 '/4 couronnes, 9 Va shillings).
Le re^u du trésorier donne droit á la carie de membre et a toutes les pu-blications.
Les adhérents sont priés de faire parvenir le plus tót possible le mon-tant de leur cotisation au trésorier du Congrés M. Tietgen, directeur de la Banque privée de Copenhague, soit par un mandat postal ou par un cheque sur Copenhague, Amsterdan, Berlín Bruxelles, London, Madrid ou Paris.
Les mémoires dont la lectura exi« gerait plus de vingt minutes seront déposés sur le bureau, et il en sera présente au Congrés un resume soit écrit, soit oral, faisant connaitre l'ob-jet du travail, ses points importants et ses conclusions.
Les auteurs qui enverront des mémoires auxsquels cette disposition se-rait applicable devront adresser en
254 REVISTA CONTEMPORÁNEA
niéme temps des resumes substantiels. Les mémoires d s personnes qui
ne pourront pas se rendre !i Copenhague devront étre adressés au secré-taire general du Comité avant le 20 juillet 1883. De méme les membres qui voudraient en personne faire des Communications, sont invites a en aviser le secrétaire general avant le 20 juillet, -afín qu'on puisse distribuer le programme détaillé du Congrés a l'ouverture de la reunión.
Les auteurs qui prendront part personnellement aux travaux du Congrés sont instamment priés de substi-tuer un exposé oral k la lecture.
Les livres, manuscrits ou autres objets offerts au Congrés seront acquis soit á la Bibliothéque Royale de Copenhague soit a l'un des Musées ro-yaux de la méme vill-e.
Conformément aux désirs exprimes par le bureau de la session de Madrid le Comité d'organisation piopose les questions suivantes pour étre soumi-ses á la discussion du Congrés:
HISTOIRE ET GÉOLOGIE
La découverte de l'Amérique sep-tentrionale par des navigateurs euro-péens.
La colonisation du Grcinlind par les peuples du Nord.
Des Calpullis mexicains, de leur administration, de leur origine et du principe communiste qu'ils impli-quent.
Des Nationalités qui existaient dans l'Amérique céntrale avant l'invasion des Aztéques et des autres peuples septentrionaux, et de la formation de l'empire mexicaín.
État militaire des empires du Me-xique et du Pérou avant la découver
te et la conquéte du Nouveau Monde. Comparaison avec celui d'autres peuples de l'antiquité.
Examen critique du Popol Vuh. Comparaison des trois royaumes de
Cuzco, de Trujillo et de Quito qui formaient l'empire des Incas au mo-ment de la conquéte. Différences que présentaient leur religión, leur législa-tion, leur langage, leur architecture, leurs mcEuis
Catalogue raisonné des ancienes di-vinités péruviennes. Viracocha, est-il un personnage historique ou une créa-tion mythologique?
Mouveraent ethnologique ou mi-grations de la race caralbe et les limites qu'atteignirent ses peuples á l'Oc-cident dans l'Amérique du Sud.
Déterminer la vraie nature du délu-ge et d'autres phénoménes géologi-ques que constasent les traditions des peuples araéricains.
ARCHÉOLOGIE.
Les débris de cuisine (KjtVkken-moddings) du Gronland et des diverses parties de l'Amérique.
Les signes sacres trouvés en Amé-rique
Valeur religieuse et emblématique des divers types d'idoles, de statuettes et de figures que l'on trouve dans les tombes péruviennes; clasement des canopas par types.
Classification par ages des monu-ments architectoniques du Pérou '& compter depuis les limites qui le separen! du nouveau royaume de Grenade.
ANTHROPOLOGIE ET ETHNOGRAPHIE.
Nomenclature des peuples et peu-plades de l'Amérique avant la con-
CERTAMEN FRENOPATICO 255
quéte. Carte ethnographique du terri-toire ocupé par chacun d'eux.
Situation et limites des royaumes de Cíbola, Quivira et Tegnayo dans rAmérique septentrionale.
Classifications ethnologiques des indigénes de la Nouvelle Grenade et de risthme de Panamá.
Existence des analogies entre les peuples du Nord de rAmérique An-glaise et ceux de l'Asie septentrionale.
LINGUISTIQUE ET PALÉOGRAPHIE.
En quoi la langue esquimaude di-íKre-t-elle gramniaticalement des au-tres langues de l'Amérique du Nord?
Déterrainer si en dehors du territoi-Te mexicain il existe des langues qui présentent des affinités avec quelques-unes de celles qui se parlent dans cette región.
Déchiffrement des inscriptions mayas.
Les quipfos envisagés spécialement sous leurs rapports avec les anciens systémes d'écriture, Possibilité de la traduction des quippos en écriture gra-phique et réciproquement.
Differences dans l'essence et dans la forme des langues des cotes d'avec celles des montagnes du Pérou et ana
logies des premieres avec celles de l'Amérique Céntrale.
La premiére journée du Congrés sera consacrée ii la Géologie améri-caine, h l'histoire de l'Amérique pré-colombienne et a l'histoire de la découverte du Nouveau Monde; la se-conde journée sera consacrée a l'Ar-chéologie; la troisiéme k l'Anthropo-
logie et a l'Ethnographie; laquatriéme 'a la Linguistique et á la Paléographie.
Les Musées archéologiques et eth-nographiques de Copenhague seront ouverts pour MM. les membres du Congres pendant toute la durée de la reunión.
MM. les membres qui désierant des renseignements sur les prix de hó-tels, etc., sont priés de s'adresser au se-crétairegeneral avantle 1 " aoüt 1883.
MM. les membres sont priés de donner trés-exactement leurs noms, prénoms et qualités, ainsi que leur adresse.
Avis. Le bureau du Congrés sera ouvert a l'Université de Copenhague a partir du I9 aoüt.
Les lettres serón adressées \ M. le Commandant W. A. Carstensen, se-crétaire general du Comité d'organi-sation; Palais du Prince, Copenhague.
CERTAMEN FRENOPATICO.
El Certamen fienopático se cele- de 1883, con ocasión de las ferias y
brará en el Manicomio Nueva Belén fiestas de la Merced que celebra la —San Gervasio, junto á Barcelona— ciudad de Barcelona, y tendrá por
los dias 25, 26, 27 y 28 de septiembre objeto:
256 REVISTA CONTEMPORÁNEA
a) Distribuir los premios á los autores de los trabajos que á juicio de un Jurado especial, oportunamente nombrado por la comisión organizadora, resulten agraciados en el concurso;
¿) Dar lectura á los trabajos premiados, así como á otros que sobre temas libres, pero relativos á psiquiatría, hubieren sido oportunamente remitidos á la secretaria de la comisión organizadora;
c) Exposición oral sobre temas de la misma índole, y también oportunamente anunciados, y
<í) Discusión sobre los asuntos objete de los trabajos escritos—exceptuando los temas del concurso—y de los discursos orales, siempre y cuando sea del gusto y se hallen presentes en la sesión los respectivos sustentantes.
Para tener derecho á asistir á las
sesiones del Certamen frenopático, se necesita: ser licenciado ó doctor en medicina ó derecho y haber dirigido demanda de inscripción al secretario de la comisión organizadora, D. Antonio Rodríguez, antes del día 25 de agosto de 1883, quien inmediatamente entregará ó remitirá al interesado un documento que acredite haber llenado este requisito. Podrán también asistir á las sesiones del Certamen las personas que se presenten con papeleta de invitación firmada por alguno de los profesores inscritos y librada por el secretario de la comisión organizadora.
Para más detalles, reclamar las bases de dicho Certamen al Sr. D. Antonio Rodríguez, secretario de la comisión organizadora, calle de Paseo de Gracia, núm. 121, 3.", Barcelona.
MADRID, 1883.—Imprenta de Manuel G. Hernández. Libertad, i6dup.*
ESTUDIOS GRAMATICALES
CONCEPTO GENERAL DEL VERBO Y EXPLICACIÓN RACIONAL DEL
MECANISMO DE SU CONJUGACIÓN (l).
OY que todo se.razona y que el espíritu investigador busca y encuentra por doquiera la explicación de principios antes admitidos necesariamente, no han de ser los estudios lingüísticos los
únicos que continúen bajo el empirismo y la rutina que hasta ahora ha imperado en ellos, cuando fácilmente puede reemplazarse su aridez y monotonía, efectos de tales causas, por lá amena variedad que resulta del uso de la razón, al darse con ella cuenta de lo que parece arbitrario, teniendo, como no puede menos, una explicación natural.
Así y sólo así desaparecerá de las Gramáticas ese fárrago insustancial é indigesto de reglas y excepciones, manifestándose aun en el seno mismo del arte los destellos luminosos de la ciencia.
Este y no otro es el camino para que la Gramática deje de
( l ) Este articulo está tomado de entre otros que forman una obra próxima á publicarse con el titulo de NOCIONES DE GRAMATICA GENERAL, para
servir de introducción al estudio de iodo idioma. Por eso predomina en él el estilo didáctico.
ts junio i883.—roMO XLV—VOL. m. )7
a 5 8 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ser pesada carga, á su despecho ineludible, del joven estudiante, y cuando más, repulsivo entretenimiento del sabio que en otras ramas del saber humano encuentra ocupación, si no más digna, más grata para su inteligencia afanosa.
Intento demostrar con el desarrollo abreviado de una teoría gramatical, que no hay motivo para mirar con prevención, y mucho menos con desdén, esta sección de la filosofía, que si por su propia índole, y por ese mismo atraso en que se encuentra, ofrece vasto campo al espíritu razonador, por su importancia y utilidad reclama poderosamente la atención de los hombres de estudio, que necesariamente tienen que recurrir á ella más de una vez para pedirle medios con que extender más y más la esfera de sus investigaciones.
Entre las diferentes teorías gramaticales, prefiero la del verbo, por ser á juicio mió la más importante, sin que esto quiera decir que esta clase de palabras sea más necesaria que ninguna otra, pues lejos de eso, bien comprendo que siendo por su esencia una palabra atributiva, requiere la existencia déla que ha de representar el objeto de la atribución.
Claro es, á mi entender, el concepto del verbo, y sin embargo, nada más embrollado en las Gramáticas generales ni peor definido en las particulares; sencillo y filosófico el mecanismo de la conjugación, que á pesar de eso aparece complicado y caprichoso en la forma en que hoy se expone.
Para definir el verbo recurren generalmente los gramáticos á uno solo de sus caracteres esenciales, cuando no se fijan torpemente en alguno de los accidentales. Y así resulta el verbo confundido con una ú otra clase de palabras, ó quedan fuera de su definición las condiciones mismas de su naturaleza.
«El verbo no es otra cosa que una palabra que expresa la manera de existir con relación al tiempo, y
Se refiere, por tanto, á un sujeto cuya existencia afirma, indicando el carácter de esa existencia cuando lo tiene, y refiriéndola á un tiempo más ó menos determinado. De modo que el verbo reúne en sí en cierto modo el triple carácter del sustantivo, el adjetivo y el adverbio; y si por medio de estas tres palabras es cierto que podría expresarse la idea de exis-
ESTUDIOS GRAMATICALES zSg
tencia modificada en determinada época, no lo es menos que el verbo, al expresar por si sólo estas tres ideas, viene á ser la palabra por excelencia y el alma del discurso. Leo, en lugar de Yo lector ahora, no sólo abrevia, sino que da energía á la expresión.
Hay en todas las lenguas uno ó más verbos que expresan la existencia en absoluto, sin modificación, aunque siempre refiriéndose al tiempo. Tal sucede con el verbo llamado sustantivo, y con otros que como él pudieran llamarse absolutos. Dios existe. Hay un Dios. Los verbos haber, existir, se equivalen en este caso. A los demás verbos que llevan en sí la idea de existencia, pero modificada, se les llama atributivos, y con razón se dice que pueden siempre descomponerse en el verbo sustantivo y un adjetivo, siquiera sea éste de los verbales que se llaman participios.
Accidentes en general se llaman las diversas modificaciones que una palabra variable admite en su estructura, para expresar diversas circunstancias. La serie de los accidentes del verbo constituye la conjugación. No son indispensables en el lenguaje estos accidentes, ni por lo tanto la conjugación, y lo prueba el hecho de existir idiomas en que el verbo es una palabra invariable, como en chino. Pero son convenientes, en general, existen, y por lo tanto interesa conocerlos.
En primer lugar, hay dos clases de existencia esencialmente distintas: ó el sujeto á que el verbo se refiere existe produciendo la modificación que recae en sí mismo ó er. otro, ó existe recayendo sobre su existencia esa modificación causada por otro. El verbo, cuando expresa lo primero, se dice que está en-la voz activa; cuando expresa lo segundo, en la voz pasiva. Este accidente naturalmente no cabe en los verbos llamados absolutos, puesto que no expresando atribución, mal puede invertirse el orden de esta atribución.
Pero tampoco todos los verbos atributivos pueden tener voz pasiva, y esta consideración nos lleva á establecer en ellos una nueva división, en transitivos é intransitivos, según que la atribución del sujeto afecta á otra cosa ó se finaliza en él mismo. Yo amo exige un complemento sobre que recaiga la acción de amar. Yo duermo no exige nada, y el sentido es com-
2 6 o REVISTA CONTEMPORÁNEA
pleto. Ahora bien; en algunas lenguas como el latín y el griego, el verbo modifica su estructura para expresar la voz pasiva; en las lenguas modernas, el francés, el español, etc., hay que recurrir al verbo absoluto étre, ser, etc., agregándole un adjetivo, el que se llama participio de pasado.
Existen, aunque son menos generales, en algunos idiomas otras voces, como la media, del griego y el hebreo, que sirve para expresar que el sujeto causa una modificación con que afecta á sí mismo, cuyo concepto en otras lenguas se expresa por los verbos que se llaman reflexivos.
El verbo puede expresar las modificaciones de la existencia de una manera indefinida, ó bien con absoluta independ a , ó por último, refiriéndola á un mandato, á una condición 6 á otras circunstancias; de aquí la existencia de los modos verbales, que pueden ser muy variados; pero en general sólo se citan los siguientes: impersonal, indicativo, imperativo, condicional y subjuntivo.
El accidente principal del verbo, como que forma parte de su carácter esencial, es el tiempo, que en rigor lógico sólo admite tres divisiones: presente, pasado y futuro; el presente indivisible, inapreciable, que casi no existe, porque se nos escapa mientras fijamos en él la atención, pero al cual concedemos alguna extensión para poder hacer uso de él; el pasado, que es ilimitado y opuesto al futuro, ilimitado también; pudiendo representarse gráficamente el presente por un punto geométrico, de que salen á derecha é izquierda dos partes de una misma recta, que se prolonga por uno y otro lado hasta el infinito; estas dos partes representan el pasado y el futuro. En ellas cabe establecer más ó menos puntos de relación, fijando así los pasados y futuros, que podemos llamar relativos, en oposición al pasado y futuro abso -lutos, que indican que la atribución tuvo ó ha de tener lugar, sin decirnos si más pronto ó más tarde. De aquí que esos tres tiempos, presente, pasado absoluto y futuro absoluto, existen en casi todas las lenguas. El hebreo no admite presente; el ruso presenta solo los tres tiempos absolutos y prescinde de los relativos, si bien los suple en cierto modo por medio de los aspectos, que en esta lengua y aun en la sans-
ESTUDIOS GRAMATICALES 2 0 1
crita constituyen también un accidente del verbo. Pero en lo general, para facilitar la distinción de épocas sin recurrir al adverbio, se admiten en las lenguas tiempos intermedios y más ó menos próximos ó remotos. Estos en unas lenguas tienen forma propia y se expresan por una sola palabra; en otras se recurre á los verbos que hemos llamado absolutos, acompañados del participio de pasado, y así resultan los tiempos que se llaman compuestos y la denominación de auxiliares que se da á los verbos absolutos con los cuales se forman. Anómalo por demás es el caso de algunos idiomas que ni aun para el futuro absoluto tienen forma propia, y en ellos este tiempo es igualmente compuesto; tal sucede en el inglés, alemán y el griego moderno. El inglés y alemán sólo tienen, pues, dos tiempos simples, el presente y el pretérito; en hebreo lo son el pretérito y futuro; en ruso, los tres absolutos; en sánscrito, además, el pretérito imperfecto y el aoristo; en griego, además de todos éstos, el pretérito pluscuamperfecto; en latín falta el aoristo, pero abundan los tiempos simples, hasta el punto de serlo diez en los modos personales; por último, en las lenguas neolatinas son compuestos el pluscuamperfecto y los futuros segundos, aunque el de subjuntivo en italiano y francés no existen; pero en cambio apa recen como independientes los condicionales, que como veremos carecen de su forma primera en italiano y en francés.
El carácter general de los tiempos compuestos es el de referirse á una época siempre anterior á la del tiempo simple correspondiente; así se convierten los pasados en pasados anteriores, el presente en pasado próximo y hasta el futuro en futuro pasado, ó si se quiere futuro anterior. Su formación sencillísima, puesto que se reduce á colocar tras del correspondiente tiempo del auxiliar el participio de pasado (en los futuros compuestos el infinitivo), aconseja la supresión de estos tiempos en la conjugación para no complicar innecesariamente su mecanismo. Debe notarse que muchos tiempos simples en distintas lenguas parecen claramente el resultado de contraer las palabras de su compuesto: amaré de amar hé, amar-ia de amar-hia, ama-vi de ama-fui, amave-ram de ama-fiíeram, sirven entre otros de ejemplos.
2 0 2 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Antes de examinar los restantes accidentes del verbo y explicar racionalmente la forma en que se expresan, pasaré ligera revista á los tiempos y modos de nuestra conjugación, para indicar la denominación que corresponde á cada uno por el uso que en general se hace de él.
Es de advertir que la división en tiempos sólo aparece bien marcada en el modo indicativo; en los demás la idea de tiempo se desvanece ó aparece subordinada á la de modo, que es la que predomina, por lo cual los llamados tiempos de infinitivo, condicional y subjuntivo son verdaderamente subdivisiones de los modos, suhmodos.
El modo impersonal, caracterizado por la circunstancia que indica su nombre, expresa la significación verbal de una manera vaga, indefinida, y comprende tres formas: el infinitivo, 'que es el nombre del verbo al que se llama presente sin razón, pues no lleva en si la idea de tiempo, tiene su compuesto anterior á él; elparticipio de presente y el de pasado, que son verdaderos adjetivos, aunque como derivados del verbo, llevan la misma idea de atribución transitiva ó intransitiva que el verbo expresa. Y en este modo cabe también el gerundio, que aun cuando en algunas lenguas, como el francés, no se diferencia en la forma del participio de presente, en el fondo no pueden confundirse, como no se confunden en castellano y en latín. El compuesto de este ó del participio de presente expresa la misma idea con anterioridad.
El modo indicativo, que expresa la significación verbal con completa independencia y marcada división de tiempos, comprende los tres absolutos y el llamado pretérito imperfecto con sus compuestos.
Tenemos en primer lugar el presente, de cuya denominación y uso no hay para qué hablar. Sin embargo, nótese que aun el mismo presente, de uso tan definido, en sentido traslaticio, pasa á ser futuro, y que se dice, si no con corrección gramatical, con tolerable abuso, vengo mañana. Sirva esto de norma para no confundir el uso propio de cada tiempo con el uso traslaticio que puede hacerse de todos, y al que de ningún modo puede referirse la denominación ni la regla.
El tiempo compuesto del presente es llamado por los grama-
ESTUDIOS GRAMATICALES 2 6 3
ticos pretérito indefinido, por otros pretérito próximo, denominación esta última que pudiera adoptarse, si no fuera pre-ferible, como nomenclatura general de los tiempos compuestos, la de designarlos con este nombre genérico, que recuerda la anterioridad, y el específico del tiempo simple correspondiente. Este tiempo se usa para referirse á una época que no ha terminado todavía; en este concepto, tiene algo de presente; pero se usa también como pretérito remoto y en lugar del pretérito absoluto.
Llamo pretérito coexistente al que los gramáticos designan con el nombre de pretérito imperfecto, tiempo que se refiere á una época pasada, pero presente con relación á otra pasada que sirve de punto de referencia: indica simultaneidad, coexistencia; pero no encontrando en eso razón para llamarle imperfecto, sustituyo esa denominación, que como la de perfecto y pluscuamperfecto, se derivan del perficere latino, y así significan no terminado, terminado y más que terminado, tecnicismo poco claro siempre y en ocasiones inexacto y vicioso.
Al compuesto del coexistente se le llama pluscuamperfecto, sin duda porque se refiere á ima época anterior á otra ya pasada y expresada por el que se llama perfecto. Es un pretérito que puede llamarse anterior cuando sea simple, como en latín; pero esta denominación conviene en general á todos los tiempos compuestos, como ya he dicho.
El pretérito absoluto se refiere á una época pasada, que en general no se determina. Su compuesto es llamado pretérito anterior; anterior es realmente, y se diferencia del compuesto del coexistente en que éste sirve de punto de referencia inmediato y aquél es referido. Ejemplos aclaratorios: se dice: «cuando yo hube terminado salimos;» «yo había terminado cuando salimos.» El compuesto del pretérito absoluto no tiene forma simple en las lenguas que conozco.
Estos dos tiempos y el compuesto del presente figuran reunidos en las gramáticas espaííolas bajo la denominación de pretérito perfecto (¡amé, he amado ó hube amado!); nada más absurdo que confundir tres tiempos esencialmente distintos, y este error tradicional nace de que en la lengua latina
2 6 4 REVISTA CONTEMPORÁNEA
hay una sola forma para corresponder á estas tres, y al formar las gramáticas españolas se ha copiado servil y cómodamente la denominación.
A\ futuro absoluto se le llama imperfecto, y al compuesto, que es un futuro anterior, casi un futuro pasado, se le llama futuro perfecto.
En las gramáticas españolas tampoco se habla de los condicionales, que se encuentran reunidos en un tiempo del subjuntivo, llamado pretérito imperfecto, sin ser siquiera pretérito, y presentando en él tres formas distintas; consiste también en que se tomó la denominación del latín, donde hay una sola forma. Los gramáticos franceses suelen separar una de éstas con el nombre de condicional, y algunos lo consideran como un modo distinto. Modo es en realidad, que ex -presa la atribución como referida á una condición, pero unas veces expresa esta condición y otras la consecuencia que de ella se deduce; de aquí que tiene dos formas ó submodos, el condicionante y el condicionado, que en castellano correspon • den á las terminaciones ra y ría del pretérito imperfecto de subjuntivo. Cada uno de estos tiempos tiene su compuesto que se refiere á época pasada, así como el simple es por la época un futuro.
Bajo esta forma ó modo condicional se usan no sólo estos tiempos, sino muchos otros, y principalmente el que corresponde á la furma en se del imperfecto de subjuntivo castellano; éste en nuestra lengua se usa como condicionante, nunca como condicionado, y lo mismo sucede en francés, por más que para este caso se destina el pretérito coexistente precedido de la conjunción condicional.
El modo imperativo presenta la significación verbal bajo la forma de un mandato, que es de presente, y cuya ejecución naturalmente ha de ser de futuro más ó menos próximo. No tiene más que una forma, que no hay para qué denominar ni darle el carácter de tiempo. No tiene compuesto, porque el mandato no puede expresarse con anterioridad; no tiene primera persona de singular, porque no es natural que uno se mande así mismo, y si la tiene en plural es bajo la hipótesis de que el mandato se dirige al que lo da y á la vez
ESTUDIOS GRAMATICALES 2 0 5
al que lo escucha; como no puede mandarse de presente al que está ausente ó es tercera persona, no tiene tampoco terceras personas el imperativo, y si se le atribuyen por algunos, es tomándolas del subjuntivo, como se ve claramente en la forma que tienen, que es la del presente de indicativo, sin pronombres en todas las personas menos las dos terceras, que son idénticas á las del subjuntivo.
El modo subjuntivo expresa la atribución siempre con dependencia de alguna circunstancia, que suele ser el mandato, ruego, deseo, necesidad, etc., cuyas circunstancias vienen expresadas por otro verbo en indicativo, que es el que rige ó determina al subjuntivo. No es fácil denominar con exactitud las formas de este modo, por lo mismo que tampoco lo es establecer cuál es el principal entre los varios usos quede ellas se hacen. La idea de modo predomina, y á ella deben referirse las denominaciones para ño caer en inexactitudes como la de llamar presente á un tiempo que se refiere siempre á época venidera, y pretérito imperfecto al que por su significación siempre es futuro. Teniendo en cuenta que la circunstancia de deseo es una de las más frecuentes y naturales en las formas de este modo, y recordando que la segunda se usa también como condicionante, puede llamarse optativo absoluto y optativo condicional al presente de subjuntivo y pretérito imperfecto de casi todos los gramáticos. Cada uno de estos tiempos tiene su compuesto anterior á él, pero unas veces pretéritos y otras futuros. Los llamo compuesto del optativo y compuesto del optativo condicional.
'EÁ futuro de subjuntivo, hasta en las lenguas que lo tienen, va cayendo en desuso, y aun cuando tiene carácter poco marcado, puede considerarse como un condicional dubitativo. Tanto este tiempo como su compuesto en castellano y portugués se han tomado del latín.
Como todos los tiempos pueden referirse á los tres absolutos, vienen á constituir tres grupos muy naturales, que llamo series, y que eri la explicación racional del mecanismo de la conjugación tienen gran importancia. En griego, por ejemplo, la serie de los presentes, de los aoristos y pretéritos comprenden seis tiempos de los distintos modos, faltando sólo los futu-
2 6 6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ros en el imperativo y subjuntivo. Á la serie del presente se agrega el pretérito coexistente, que tiene algo de presente, puesto que lo es con relación al tiempo pasado; á la del pretérito se agrega el anterior ó pluscuamperfecto. Obsérvase también la naturalidad de las series en el cuadro de la conjugación regular castellana; cada serie comprende el tiempo absoluto que le da nombre, y además cada modo reparte sus tiempos en las tres series, agregándose el sobrante del indicativo, ó sea el pretérito coexistente, á la segunda, en que también debe figurar el imperativo; el subjuntivo da á la primera el llamado futuro, á la segunda el presente ú optativo absoluto, y á la tercera el pretérito ú optativo condicional; el impersonal da el infinitivo á la primera y los participios de presente y pretérito á la segunda y tercera. Sólo las dos formas ó sub-modos del condicional se incluyen juntos en la primera serie, porque realmente la significación de estos tiempos simples es de futuro. Estas series además, se corresponden con los tiempos primitivos que admiten la generalidad de los gramáticos para explicar la conjugación, lo cual demuestra una vez más que son naturales; pero en el sistema que explicaré desaparece la anomalía tan ilógica de dividir en partes un mismo tiempo, atribuyendo á cada una diversa formación. Tal sucede en francés, donde el singular del presente se considera como tiempo primitivo del que se deriva el imperativo únicamente, y el plural se considera como derivado del participio de presente. En este sistema no hay diferencia de formación, sino diferencias accidentales, explicadas por la eufonía, como en todos los casos. [Véase el cuadro final, y para más detalles, la Gramática teórico-práctica de este idioma (i)].
Existe en los verbos el accidente del número, teniendo, por lo tanto, cada tiempo diversas terminaciones para singular y plural, así como para el dual en las lenguas que admiten este ntímero, como el griego, sánscrito, zend, eslavo, godo, etc.; el hebreo lo tiene en los nombres, pero no en los verbos.
( l ) ó Método racional de lengua francesa^ próximo á publicarse, dividido en dos cursos, elemental y superior.
ESTUDIOS GRAMATICALES 2 6 7
En cada número se distinguen tres personas, colocadas en el orden de importancia gramatical, sin tener en cuenta las consideraciones sociales y políticas; el hebreo invierte por completo este orden en algunos tiempos.
Por último, en algunas lenguas existe también el género como accidente del verbo; tal sucede en el hebreo y en el ruso.
Todos estos accidentes reunidos constituyen la conjugación, y como no todos los verbos los expresan de igual manera, los gramáticos los dividen en grupos, que llaman asimismo conjugaciones, atendiendo a la identidad de la característica conjugal. Entre estos grupos suelen admitir unos como conjugaciones, que llaman regulares, y dejan otros disgregados como verbos irregulares.
Este procedimiento, falto de lógica en absoluto, da lugar á una divergencia de apreciaciones, en virtud de la cual cada gramático admite el número de conjugaciones regulares que le parece, tendiendo unos á disminuir el número de las primeras, lo que tiene el inconveniente de aumentar excesivamente el de verbos irregulares, y procurando otros formar muchos grupos, complicando de este modo la conjugación regular con un considerable número de modelos.
A poco que se fije la atención en las diversas conjugaciones de los idiomas, se observará: i.°, que hay en todos una, que generalmente es la primera, á la cual corresponde el mayor número de verbos; 2.°, que en esa conjugación se observa mayor regularidad que en ninguna otra, siendo por lo general muy corto el número de verbos irregulares que pueden incluirse en ella; 3.° que las demás conjugaciones difieren más 6 menos de la primera, pero observándose siempre aproximaciones y tendencias hacia aquella. Todo lo cual autoriza á suponer que en algún tiempo ha habido una conjugación única, de la que sucesivamente se han desmembrado por los caprichos del uso todos los demás grupos, que deben considerarse como otras tantas clases de verbos irregulares. Esto es lo lógico y no es menos práctico, pues que en una forma ó en otra se hace preciso aprender las diferencias de todos los verbos; pero además cabe simplificar mucho este estudio
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agrupando los irregulares en clases que presenten las mismas anomalías generales con relación á la conjugación única, en lugar de colocarlos en el desorden lastimoso en que gene -raímente se estudian, sin establecer relaciones, cuando no se colocan caprichosamente en el orden alfabético, que si es útil para consultas, es el más absurdo para el estudio. En la imposibilidad de detallar más estas consideraciones, aclarándolas con ejemplos, remitimos al lector al capítulo correspondiente de la gramática racional citada. Pero no dejaremos de hacer notar, como ejemplo elocuentísimo, que los gramáticos franceses suelen admitir cuatro conjugaciones regulares; que á la primera, ó de los verbos acabados en ev, corresponden ÍWÍÍS de seis mil verbos regulares y sólo dos irregulares, mientras que á la segunda, ó de los verbos en ir, aun admitiendo con algunos varias formas, pertenecen escasamente doscientos verbos regulares y unos ciento irregulares; que éstos lo son principalmente porque se aproximan al modelo de la primera; que á la tercera conjugación, ó sea la de los verbos en evoir, no se pueden agregar más de ¡¡doce verbos regulares!! y veinte ó pocos más irregulares; que últimamente, á cada una de las cinco formas regulares, que suelen admitir en la cuarta, pertenecen unos treinta verbos, quedando como irregulares pocos más. Es decir, que en resumen puede asegurarse que no llegan á mil los verbos franceses no terminados en er, al paso que éstos, según hemos dicho ya, pasan de seis mil; Nótase también desproporción marcada en las conjugaciones castellanas, comprendiendo la primera tantos por lo menos como las otras dos; y también se observa el predominio de los verbos en ar portugueses, los en are italianos y latinos, los griegos en uw, los hebreos de la forma kal, los sánscritos de la conjugación fuerte ó primitiva, los rusos en etuí, etc., etc., admitiéndose en general por los gramáticos una sola conjugación en las lenguas inglesa, alemana y otras.
Conocida ya la noción del verbo en su esencia y accidentes, paso á explicar la manera de expresar éstos en los idiomas.
Hay en todos los verbos una parte invariable, propia de
ESTUDIOS GRAMATICALES 2 6 9
cada uno de ellos, que expresa la modificación en la manera de ser significada por el verbo, independientemente de los accidentes de aquél; se conoce con el nombre de radical, es invariable en casi todos los verbos, y se llartlan irregulares los que la cambian. Pero el verbo debe expresar, además de la idea fundamental, los diversos accidentes que ya conocemos; para ello, á la radical del verbo se añaden ciertas letras que forman lo que se llama terminación, y el conjunto de variaciones que en ésta se hacen para llenar su objeto, constituye el mecanismo de la conjugación.
Ahora bien; el estudio detenido de esta parte variable llamada terminación ha hecho observar que no es un conjunto de letras agrupadas de una manera arbitraria, sino que su estructura obedece á ciertas leyes, y cabe distinguir en ellas notas características, indicadoras de las varias circunstancias ó accidentes, que es necesario expresar.
Examinando por orden los elementos que constituyen las terminaciones en la conjugación de un verbo, se encuentra:
i.° Una ó varias letras que se conservan, si la eufonía lo permite, en toda la conjugación. Esta nota es diversa en las distintas conjugaciones que han formado los gramáticos en cada lengua; caracteriza, pues, á una conjugación y la diferencia de las demás; por eso se llama conjugal.
2." Una ó varias letras que son comunes á todos los tiempos, que significan la idea del verbo de una misma manera, es decir, á cada uno de los modos verbales. En el griego y el latín puede observarse esta nota; en las lenguas neolatinas no existe, tal vez porque en ellas no es tampoco tan marcada como en las muertas la diferencia de modos; esta es la característica modal.
3.° Una consonante común á varios tiempos, que por esta razón, con la que coincide generalmente analogía de significado, se agrupan formando una serie; esta consonante se llama serial,
4.* Una ó más letras llamadas temporales, que son propias de cada uno de los tiempos.
5.* Una ó varias letras que indican la persona y á la vez
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el número á que pertenece el sujeto del verbo; estos son los personales.
6." Algunas letras puestas entre dos notas, que por su reunión inmediata producirían mal sonido; estas son las eufónicas.
Examinemos, por ejemplo, la palabra amanamos en castellano; tenemos: la radical am, propia del verbo amar, y luego en la terminación aviamos: 1.°, la a conjugal de los verbos de la primera en castellano, como lo son la e y la Í de los de la segunda y tercera; 2.°, no hay modal; 3.°, la r característica de la serie del futuro á que corresponde el condicionado; 4 . ' , ia temporal, propia del mismo, y 5.", el personal mas, que en castellano es propio de la primera persona del plural.
Análogamente en la voz griega XeXuxoiiJ-ev {lelucoimen), encontramos el aumento XE y la característica x seriales del pretérito, que comprenden á la radical Xu, la modal ot del optativo; no Ji^y temporal porque los tiempos absolutos no la tienen, y concluye con el personal p-sv, propio de la primera de plural.
No siempre puede hacerse tan completa ni tan clara esta descomposición; hay ocasiones, por ejemplo, en que falta á toda una serie la serial, y esto es muy regular; lo característico es no tener esta nota. Otras veces el verbo pierde ó cambia por eufonía las notas que le corresponden y toma otras anómalas, pero en la generalidad de los casos la ley se cumple, y cuando no, es fácil razonar la anomalía existente.
Veamos ahora á lo que se reduce en este sistema el conocimiento del mecanismo de la conjugación regular de un idioma:
ESTUDIOvS GRAMATICALES 2 7 1
CONJUGACIÓN REGULAR CASTELLANA.
Radical. Conjugal. Serial. Temporal Personales. Tiempos. Series.
1.»
3."
' Infinitivo, é á 1 I Futuro.
Condicionante. | ia J I Condicionado.
Futuro dubita-' tivo.
ndo f ^Participio de < presente.
I Presente. . / j ba )», s, », mos, is, n ' Pretérito co-
Am a I / \ • i 1. ' ' \ existente.
jOptativo absoluto.
do I I Participio de ^ pretérito.
Pretérito abso- | luto.
Optativo condicional.
NOTAS CARACTERÍSTICAS DE LOS VERBOS EN A R
Conjugal.—Es la a, pero desaparece delante de o, e.
Serial.—La del futuro es r. La del presente no tiene. La del pasado es s, pero en el pretérito absoluto sólo exis
te en las segundas personas.
Temporal. — Los tiempos absolutos no tienen temporal, menos el futuro, que tiene é en las personas i.*, 4." y 5.*, y «en las 2.% 3." y 6.^
Para los demás tiempos hay dos temporales: la e que sirve para los tiempos del subjuntivo: futuro, optativo absoluto, y optativo condicional, uno de cada serie; la a sola para el condicionante, precedida de i para el condicionado, y precedida de b en el pretérito coexistente.
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Los participios terminan, el de presente en ndo, el de pretérito en do.
Personales.—El de la primera persona del presente es o, los del pretérito absoluto é, te, o, mas, teis, ron.
En todos los demás casos son: », s, », mos, is, n.
DIFERENCIAS DE LOS VERBOS EN E R , I R .
Conjugales.—Son e, i; desaparecen delante de o, i; se cambia en ie en el condicionante, futuro dubitativo, participio de presente y optativo condicional. La e se cambia en i en el participio de pretérito y pretérito absoluto. La i se cambia en e en las personas 2.", 3.* y 6.* del presente.
Temporal.—La del pretérito coexistente es ia, como la del condicionado; la del optativo absoluto es a, como la del condicionante.
Personales.—En el pretérito absoluto el primer personal no existe y el último va precedido de e.
Para evitar la monotonía de las repeticiones me limitaré á indicar las particularidades más notables de algunos de los idiomas más conocidos, todas las cuales probarán que si este sistema no es más que una hipótesis, es de aquellas que, como la de las vibraciones en física, demuestran que si los hechos no han sucedido como suponen, los resultados son los mismos que si asi sucedieran en realidad.
Sánscrito.—Hay dos conjugaciones; \z. fuerte ó primitiva en que la terminación se junta á la raíz sin vocal epéntica: dvix, dvexmi=zyo odio, y la débil ó derivada en que la unión se hace por vocal epéntica: budh, b6dhámi=:.yo sé. Se admiten diez clases de verbos en tres grupos, pero en el pretérito, aoristo, futuro y condicionado se conjugan todos los verbos igualmente.
Como en griego, hay dos aoristos, ambos con aumento y el primero caracterizado por una silbante entre la raíz y la
ESTUDIOS GRAMATICALES 2 7 3
terminación; esta silbante procede del verbo <w=ser (en godo is).
Los aspectos son cuatro: los verbos/acíiííws, como hacer, saber, tienen aya por característica; los desideratiws, como desear ser, llevan la s con reduplicación; los frecuentativos, que en general son deponentes, admiten doble reduplicación, y los denominativos, como desear tener, no tienen característica propia.
Los personales que más se repiten son mi, si, ti; ma, ta, nti; va, tam, taní, en el singular, plural y dual.
Chino.—No habiendo diferencia entre palabra y raíz, no existe en rigor el verbo; el invariable orden de las palabras indica su oficio en la oración.
No hay distinción de género, número, personas ni tiempos; no hay, pues, conjugación.
Turco.—La raíz es invariable. Se le añaden como subfijos yustapuestos para formar las personas los mismos pronombres personales: seü;-er-m=am-ante-yo=yo amo; sever-sen= am-ante-tú, etc.
En el pretérito coexistente las desinencias son posesivos, por uso análogo al de nuestro auxiliar haber, que indica posesión: sev-er-di-m=:a.m-a.nte-mío=yo amado había; sev-er-di-ñ:=: am-ante-tuyo=tú amado habías.
Por subfijos se indica igualmente el número, tiempo, modo, etc.
Y aún hay más; por el mismo medio se consigue dar á un solo verbo treinta y más formas ó- aspectos distintos.
Amar sev-mek
Ser amado (pasiva) sevil-mek i sev-dir-il-mtkz^str llevado Hacer amar (causalidad) sev-dir-mek ), á amar.
Amarse uno á otro (reciprocidad), sev-ish-mek i sev-ish-di>—»«¿=hacerse No amar (negación) sev-tne-mek S amar uno á otro.
D , / 'uM-j j \ I 1 I stv-he-me-tnek:=^no poder Poder amar (posibilidad) sev-he-mtk ! ^
stv-ishdir-il-he-mc-mek z=z no poder ser llevados á amarse uno á otro.
TOMO XLV.—VOL. III. l8
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Mejicano.—La flexión del verbo se verifica por pronombres personales prefijos y por reduplicación.
Egipcio.—Las terminaciones en el verbo se designan por afijos personales, que distinguen de género en singular para el presente; y por anteposición del verbo sustantivo a^^ser para el pretérito.
Persa.—Hay una conjugación con sólo dos tiempos simples: el .presente y el pretérito. Las demás variaciones de tiempo se forman con partículas auxiliares (como en inglés y alemán); las terminaciones personales proceden de los pronombres.
Inglés.—lS,n esta lengua casi no hay conjugación, pues aun los dos tiempos simples, presente y pretérito, sólo se diferencian en la serial ó temporal del segundo, que es eá, procedente de la reduplicación de las lenguas teutónicas: el pretérito del auxiliar to do en anglo-sajón, es dide; en inglés, did. La tercera persona de singular del presente termina en la letra s, en el origen pronombre demostrativo de tercera persona;. viene del personal ti del sánscrito, cambiado en griego en si, elidiéndose después la s; en latín pierde la i, amat; en godo, por la ley de Grimm, se cambia la t en th.
Alemán.—Lo propio sucede en alemán y apenas hay diferencia entre esta lengua y el inglés.
La d que caracteriza á los pretéritos ingleses, en los alemanes es t.
Los personales de plural son n, t, n. Por eufonía se suprimen las vocales y se reúnen las conso
nantes. Véase la relación de los personales en algunos idiomas
menos conocidos:
Singular. Plural. Dual.
Zend mi—hi—iti. mahi—ta—nti. vahí—»—tó. Godo a—is—ith. am—ith—and. avat—ati—» Antiguo eslavo. . . a—esi—eti. emm—ete—eti. eve—eta—> Litauíco u—í—a, ame—ate—ati. ava—ata—»
ESTUDIOS GRAMATICALES 2^5
Ruso.—Los verbos pueden ser regulares é irregulares; ricos, completos y dobles; defectivos ó incompletos; impersonales y reiterativos.
Se pueden usar en los aspectos terminado, prolongado, simple y múltiplo, semelfactivo é iniciativo, que no son comunes á todos los tiempos, y el presente no tiene ninguno.
Tiene los tres modos: indicativo, imperativo é infinitivo. Hay tres personas, dos números, y tres géneros en el pre
térito. Se admiten dos conjugaciones, en emi y en umi.
Vascuence.—El verbo vascongado lleva hasta la exuberancia la distinción de géneros y categorías significadas por las flexiones pronominales, siendo de notar que la distinción de géneros no existe en el sustantivo.
El infinitivo presenta, como en griego, tres formas, que son como el eje de la conjugación eúskara.
El sujeto va antepuesto, como en el georgiano, en los verbos neutros é imperfectos de los activos; en el imperfecto se alarga, como en el sánscrito; va pospuesto en los presentes activos.
El acusativo va indicado también por un prefijo, y el dativo por un subfijo.
Hebreo.—El verbo (makor) procede de tres letras radicales, á las que se añaden fragmentos de pronombres personales.
Tiene siete formas, cuyos nombres son: Kal, Niphal, Pihel, Pubal, Hiphil, Hophal é Hitpahel, de las que algunos consideran á la 2.% 4.^ y 6.* como pasiva de las i.*, 3 . ' y 5." La primera forma, kal ó leve, es la más sencilla de todas, constituida por las tres radicales y las preformativas y afor-mativas.
Modos no hay. Los tiempos son dos, pretérito y futuro: el pretérito está
basado en el makor absoluto (de dos silabas), con personales aformativos; el futuro se funda en el makor constructo (de una sílaba) con personales preformativos.
2 7 6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
El imperativo, que algunos gramáticos consideran como tiempo, se forma del futuro, quitando las preformativas.
La característica del tiempo excluye á la característica de la conjugación.
No hay número dual en los verbos, aunque lo hay en los nombres.
Las personas son tres, colocadas en algunos tiempos en orden inverso: él, tú, yo.
Género.—La primera persona sirve siempre para ambos géneros.
La segunda distingue el masculino del femenino en todos los casos.
La tercera en singular distingue siempre los géneros; en plural distingue géneros en el futuro, pero no en el pretérito.
Griego.—La conjugación regular la constituyen los verbos en v(o y análogos; existe además el grupo de los verbos en !*' y los irregulares.
Hay tres voces, activa, pasiva y media, todas con forma propia.
Los modos son: indicativo, imperativo, subjuntivo, opta-tativo, infinitivo y participios.
Tiempos: todos los modos tienen presente, aoristo y pretérito (el aoristo es un pretérito remoto); el futuro falta en el imperativo y subjuntivo. El indicativo tiene además los pretéritos llamados imperfecto y pluscuamperfecto.
Las series son cuatro muy naturales: la del presente, futuro, aoristo y pretérito; á la primera pertenece el pretérito imperfecto, y el pluscuamperfecto á la cuarta.
Los números son tres y las personas ocho, porque el dual carece de la primera.
No hay género; pero con la variedad de accidentes anteriores cada verbo griego, comprendiendo los participios, pre senta mil trescientas formas.
Los personales más frecuentes s o n : to. <;, U, [j.£v, te, v; xov, TOv.
Latín.—Las particularidades de esta conjugación son bastante conocidas.
La serie preterial está caracterizada por la v, que procede
ESTUDIOS GRAMATICALES 2 7 7
de la fu, radical del verbo sustantivo cuyas terminaciones toma: ama-vi, de ama-fui^ ama-verunt de ama-fuerunt.
La temporal ba del pretérito coexistente ó imperfecto procede del sánscrito bhavami; bo del futuro del antiguo auxiliar bhu, llegar á ser, lo mismo que oco del futuro griego procede del auxiliar as, ser.
Para abreviar y hacer patentes las relaciones de las lenguas neo-latinas, presento en el cuadro siguiente su conjugación comparada:
2 78 REVISTA CONTEMPORÁNEA
CONJUGACIÓN compar
ESTUDIOS GRAMATICALES 279
las lenguas neo-latinas.
IDIOMAS.
E s p a ñ o l . . . .
Portugués. .
I t a l i a n o . . . .
F r a n c é s . . . .
CONJUGAL.
\
a W
a (2)
a (3) (4)
e (3) Cs)
Futuro .
r
r
r
r
SERIAL.
Presente
9
»
»
))
Pasado.
s ( 6 )
ss (6)
ss(6)
ss (7)
NOTAS
MODO IMPERSONAL.
I n f i n i
tivo.
9
»
e
»
Participio
presente,
ndo
ndo
ndo
nt
Participio
pasado.
do
do
to
é
Presente
t
)>
»
))
i
P»
1
1
•
\ i
r ^ fACTERISTICAS r— 'ÉMPORAL 1
(ATIVO.
¥—
Futuro.
á(8)
lá(8)
k(9)
a (lo)
Coexis-
tente.
ba
va
va
a i (11)
(1) MODO CONDICUNAL.
Condi
cionante
a
a
Condi
cionado.
ia
ia
e
a i (11)
Op
e
MODO SUBJUNTIVO.
tatívo
e
e
i
("J
Futuro .
e
e (12)
Optativo con
dicional.
e
e
e ( i 3 )
e (")
1.
>
»
i
s
PERSONALES ('4)
2.
s
s
i
s
3.
»
»
>
t
4.
mos
naos
mo
ons
5.
is
is
te
ez
6.
n
m
no
ent
¡TAS , , , ^ , . ,. ,. , . , , , , . , , # e n . del presente, parala segunda de plural la misma del indicativo en francés é italiano, y ( 1 ) El imperativo no tiene forma propia; toma para la segunda persona de «;ngularU| P J^^^ ^^ ,^ ^,^.^ ,^^, , 3 , jel optativo,
con algunas variaciones en las otras lenguas; amad, amar, para la primera de] plural y Ilfff ' ^ ( a ) Suprimida ante o, e. f 3 ) Suprimida ante vocal. ( 4 ) Cambiada en e en la primera serie. ( 5 ) Cambiada en a en la tercera serie. ( 6 ) En el pretérito absoluto sólo existe en las segundas personas. ( 7 .) Desaparece delante de consonante.
( 8 ) Se cambia en é en las personas primera, cuarta y quinta.
( 9 ) Se cambia en é en las personas cuarta y quinta, desapareciendo en la primera. (10) Desaparece en plural. (11) Se cambia en i ante los personales cuarto y quinto. (J2) Solo aparece en los personales segundo, quinto y sexto. (13) Desaparece en las personas primera, segunda y cuarta. • >
(14) En los personales hay bastantes variaciones, siendo los más constantes los del espal|i>
2 8 o REVISTA CONTEMPORÁNEA
En ella pueden observarse las desinencias, correspondientes á las del latín; pero llama la atención la aparición de la r, como característica de la serie del futuro. Nada es, sin embargo, más fácil de explicar; estos tiempos son sencillas contracciones del infinito verbal con un tiempo del auxiliar haber: amar-hé ó he de amar, aimey-as=tu as a aimer, etc.,- etc. La diferencia está, pues, en que en griego y en latín las desinencias se toman de un auxiliar de otra lengua más antigua, y en las que ahora comparamos se toman del propio idioma.
En los personales se observa también la relación con los del latín: m, s, t, mus, tis, ni, perdiéndose en el tercero la t en español, portugués é italiano y aun algunas veces en francés.
No creo necesario insistir más en el desarrollo de esta teoría para demostrar su ventajosa claridad. Si con mi modesto trabajo lograra despertar la afición hacia estos estudios y encauzarlos por el camino que siempre debieron seguir, seguro estoy de que aun el más insensible había de verse dominado por el entusiasmo que confieso haber sentido al penetrar por vez primera en estos campos inexplorados y descubrir en ellos nuevos é inmensos horizontes, cuyo esplendor tal vez habrá podido deslumhrarme hasta el punto de de ver tan sólo una parte pequeñísima de lo mucho que faltará por descubrir, cuando pasada la impresión primera, con el ánimo más tranquilo y la vista más serena, puedan aipre-ciarse por completo los interesantes detalles de tan bella perspectiva.
FRANCISCO FERNÁNDEZ IPARRAGUIRRE,
Catedrático de francés del Instituto de Guadalajara.
/.* iit mayo de ¡883.
ESPAÑA EN MASSACHUSSETS
EL ESTUDIANTE ESPAÑOL.
COMEDIA EN TRES ACTOS
HENRY WADSWORTH LONGFELLOW (i)
ACTO IL
ESCENA I.
Cuarto de Preciosa. Es de mafiana. PRECIOSA y ANGÉLICA.
RECIOSA.—No tengáis prisa; yo no la tengo, y el relato de vuestras adversidades me conmueve. Sé que el pobre suele hallarse con harta frecuencia ante corazones para él cerrados, corazones
cuya dureza será anatematizada del cielo, y siente consuelo depositando sus cuitas en la persona que por él se interesa. ¿Cómo se llama el protector de que me hablabais?
ANGÉLICA.—El Conde de Lara. PRECIOSA.—¡El Conde de Lara! ¡Oh! Desconfiad de ese
( l ) Víase la pág. l55 de este tomo.
8 8 2 REVISTA CONTEMPORÁNEA
hombre, desconfiad de su piedad. Antes que aceptar sus dádivas es preferible morir de miseria en las calles.
ANGÉLICA.—¿Le conocéis?
PRECIOSA.—Le conozco tanto como puede conocerle una mujer que se estime. Desconfiad de él, si queréis guardar vuestro nombre sin mancha.
ANGÉLICA.—¡Ay! Y ¿qué he de hacer? No le es fácil á una pobre elegir sus amigos. ¿Debo también rechazar las pocas palabras de bondad que oigo al acaso?
PRECIOSA.—Yo seré vuestra amiga. Una joven tan pobre y tan bella no debe tener amistades sino entre las de su propio sexo. ¿Vuestro nombre?
ANGÉLICA. —Angélica. PRECIOSA.—Nombre que me dice que estáis destinada á
ser mi buen ángel, ángel de cuya infantil sonrisa necesito. Sí, sed mi buen ángel, y tened presente que jamás hallaréis mejor amparo que vuestra misma inocencia. También soy yo una pobre muchacha arrojada por la suerte a l a calle, sin más escudo que la virtud. La conciencia de mi decofo me ha protegido siempre en medio de mil peligros, y lo he guardado aquí, sobre mi corazón.
ANGÉLICA (levantándose).—Del fondo del alma agradezco vuestras consoladoras palabras, señorita.
PRECIOSA.—¿Os vais ya?
ANGÉLICA.—Mi madre está sola y enferma, y estoy inquieta.
PRECIOSA.—Entonces, otro día seguiremos hablando. Pero no quiero que os vayáis sólo con palabras. (Le da una bolsa.) Tomad esto: quisiera que fuese más.
ANGÉLICA.—¡Oh! Mil gracias, señorita. PRECIOSA.—No admito gracias. Volved á verme mañana.
Bailo por la noche, por última vez quizás, y lo que gane será vuestro, si esto puede salvaros de la interesada protección del Conde de Lara.
ANGÉLICA.—¡Oh, mi querida bienhechora! ¿Cómo podré agradecer tanta bondad?
PRECIOSA.—Dad gracias al cielo, no me las deis á mí. ANGÉLICA.—Las doy al cielo, y os las doy á vos.
El. ESTUDIANTE ESPAÑOL 2 8 3
PRECIOSA.—¡A.diós! Acordaos de volver mañana. ANÍÉLICA.—Lo haré. Y que la bienaventurada Virgen y
.sus buenos ángeles os guarden. {Seva.) PRECIOSA.—QMS ellos te guarden también á tí y á todos
los pobres; pues necesidad tenemos de los ángeles. Ahora, Dolores, tráeme mi basquina, mi rico vestido de maja, mi avío de bailarina y todas mis más preciosas joyas. Quiero ponerme hoy más bella que nunca. Tengo que ganar un premio digno de Preciosa. {Entra Beltmn Cruzado.)
CRUZADO.—¡Ave María!
PRECIOSA.—¡Dios mío! Mi genio malo. ¿Qué buscas aquí?
CRUZADO.—Te busco á ti, hija mía. PRECIOSA.—¿Qué quieres?
CRUZADO.—¡Dinero!
PRPCICSA.—Te di ayer, y no tengo más. CRUZADO.—¡Quiero el oro del busné! (i) ¡Venga su oro! PRECIOSA.—He dado hoy de limosna cuanto tenía. CRUZADO.—Mientes.
PRECIOSA.—No miento nunca. CRUZADO.—¡Maldita seas! Y ¿eres hija mía? ¿Has dado
tu dinero á otro, y no á mi? ¿No á tu padre? ¿A quién entonces?
PRECIOSA.—A quien lo necesita más. CRUZADO.—Nadie puede necesitarlo más que yo. PRECIOSA.—;-Tú no eres pobre. CRUZADO.—¿Qué? ¡Yo que me oculto en lúgubres barrios
é insalubles callejones; yo que vivo alojado peor que los presidiarios y esclavos; yo que me alimento peor que los perros vagabundos, y visto andrajos; yo, Beltrán Cruzado, no soy pobre!
PRECIOSA.—Tienes corazón vigoroso y manos fuertes. Puedes cubrir, si quieres, tus necesidades: ¿qué más pretendes?
(1) Busné es el nombre que dan los gitanos á todo el que no es de su
2 8 4 REVISTA CONTEMPORÁNEA
CRUZADO.—¡El oro del busné! ¡Dame su oro! PRECIOSA.—Escúchame de una vez para siempre, Beltrán
Cruzado. Ya sabes que, cuando tengo dinero, te lo doy li-beralmente y desde luego, siendo tuyo todo lo mío. Hoy no tengo, y vete en paz. Sé agradecido, ten paciencia y pronto te daré.
CRUZADO.—Es que si no me lo das no consentiré que vivas por más tiempo en la corte, en ricas habitaciones, gastando vestidos de seda, comiendo delicados manjares y viviendo en la ociosidad, sino que vendrás conmigo y bailarás por las calles públicas, vagando otra vez por campos y colinas. De todos modos, aquí no hemos de estar mucho tiempo.
PRECIOSA.—-¡Qué! ¿Quieres marcharte? CRUZADO.—Pronto. Aborrezco la ciudad populosa: no
puedo respirar entre estas paredes. Necesito aire, aire, y la claridad del sol y el azul firmamento, la sensación de la brisa en mi rostro, el crugido del césped bajo mis pisadas, y no casas, sino las cumbres del monte lejano. Entonces soy libre y fuerte, vuelvo á ser el mismo, Beltrán Cruzado, Conde de los Calés, (i)
PRECIOSA.—¡Dios te guíe en tu camino! No te seguiré ya. CRUZADO.—¡Cómo! ¿Te olvidas de quien soy y de quien
eres? Callarás y obedecerás, y Bartolomé Román... PRECIOSA (con emoción).—¡Oh! ¡Te lo suplico! Si mi obe
diencia y vida intachable; si mi humildad y sumisión en todo hasta aquí puede hacerte algo compasivo; si eres en verdad mi padre y hallas en mí alguna huella de la que me llevó en sus entrañas, déjame al menos arbitra de mi corazón, ya que soy débil, demasiado débil para resistirte, y no me fuerces á casarme con ese hombre... ¡Me causa horror! De rodillas te lo pediré si es preciso.
CRUZADO.—¡Chica, chica, chica! Has hecho traición á tu secreto, como el pájaro que descubre su nido por esforzarse en ocultarlo. Ten por seguro que no te dejaré aquí
(1) Los gitanos se llaman á sí mismos calés. Es de'advertir que estas mismas palabras las emplea literalmente Wadsworth Longfellow.
EL ESTUDIANTE ESPAÑOL 2 8 5
para que seas una gran señora. Prepárate á venir pronto con nosotros, y acuérdate entretanto que un ojo vigilante no se aparta de ti. {Se va.)
PRECIOSA.—¡Desgraciada de .mi! Extraños presentimientos oprimen mi corazón... Pero, haga yo un acto de caridad, suceda lo que quiera, y nadie podrá quitármelo. {Se va.)
ESCENA II.
Una sala en el palacio del Arzobispo. El ARZOBISPO y un CARDENAL.
ARZOBISPO.—Conociendo la inmoralidad del siglo, maleado y corrompido por mil excesos, hubimos de enviar una súplica á Roma, rogando á Su Santidad que nos auxiliase en las medidas idóneas para remediar las perversidades del tiempo, y pusiese dique, de la manera más conducente, á las corridas de toros y á los lúbricos bailes que hoy se estilan aquí en España, (i)
CARDENAL.—Lo sé y lo apruebo. ARZOBISPO.—Luego, por mandato de Su Santidad, las co
rridas se han ya suprimido. CARDENAL.—Siempre he creído que eran una diversión
cruel. ARZOBISPO.—Son un bárbaro pasatiempo, deshonra de un
país que se llama muy católico y cristiano. CARDENAL.—Sin embargo, el pueblo murmura; y si los
bailes públicos fuesen también condenados con demasiada ligereza, podrían seguirse peores males que los que tratamos de enmendar. Sabido es que, así como Panem et Circenses fué el deseo del populacho de la antigua Roma, Pan y toros es también el grito de muchísimos españoles. Por esto, quisiera yo que se obrase con gran cautela, y á fin de que podamos tomar el acuerdo más acertado, he inducido á vuestra seño-
( l ) Esta escena, naturalmente muy exagerada por el poeta norteamericano, tiene sin embargo por base un conocido hecho histórico.
2 8 6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ría á que veamos antes qué carácter tienen esos bailes nacionales. {Entra un criado.)
CRIADO.—La bailarina y con ella los músicos, esperan fuera para lo que Vuestra Eminencia se digne ordenar.
ARZOBISPO.—Decidles que entren. Ahora podrán contemplar vuestros ojos en qué angélica, aunque voluptuosa forma, pudo el diablo tentar á San Antonio.
{Entra PRECIOSA con el manto puesto. Se adelanta silenciosamente en modesta y muy tímida actitud.)
CARDENAL {aparte).— ¡Oh! ¡Qué ángel tan bello y simpático se perdió para el cielo cuando tan interesante mujer cayó!
PRECIOSA {arrodillándose delante del ArzM^po).—He obedecido la orden de Vuestra Eminencia. Si vengo en hora tal vez intempestiva, haced por dispensarme, y puesta á vuestros pies, imploro la santa bendición.
ARZOBISPO.—Dios te ilumine y te lleve á mejor vida. Levanta.
CARDENAL {aparte).—Modestas son sus acciones y discretas sus palabras.—Acércate, hija mía... ¿No es tu nombre Preciosa?
PRECIOSA.—Así me llaman.
CARDENAL.—Es tu origen gitano. ¿Quién es tu padre? PRECIOSA.—Beltrán Cruzado, á quien llaman Conde de los
Calés. ARZOBISPO.—Tengo un vago recuerdo de este hombre. Es
cierto ismaelita de tostado rostro y de genio atrevido y temerario.
CARDENAL.—¿Te acuerdas de los días de tu infancia? PRECIOSA.-—Sí, señor. En las orillas del Darro, mi niñez
pasó. Aún recuerdo aquel silencioso río y la montaña cubierta de nieve; las aldeas donde, siendo aún muy pequeñita. decía yo la buenaventura á los que pasaban por la calle; el caballo del contrabandista, el bandido y el pastor; las caminatas al través de los matorrales; el descanso del mediodía, el rojo fuego del rancho por la noche, iluminando la selva donde dormíamos; y en el más lejano fondo, como en un ensueño de pasada vida, tengo aún presentes los jardines y los muros de un palacio.
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ARZOBISPO. —Será la Alhambra, bajo cuyas torres se fijaba el rancho de los gitanos. Pero el tiempo pasa, y queríamos tener una idea de tu baile.
PRECIOSA.—Obedeceré sin tardanza. {Dejacaer su mantilla. Toca la miíñca la cachucha y el baile empieza. El Arzobispo y el Cardenal se miran con gravedad, y en ocasiones con fruncimiento de cejas. Se hacen entonces señas de desagrado; pero como el baile contintia, viniendo á ser más y más agradable y animado, se levantan al fin de sus asientos, manifiestan también su entusiasmo, y concluyen por aplaudir como en un teatro.)
ESCENA III.
El Prado: largas calles de árboles que conducen á la puerta de Atocha. A la derecha la cúpula y las torres de un convento. Una fuente. Es de noche.
D. CARLOS y D. HIPÓLITO se encuentran.
D. CARLOS.—¡Hola! Buenas noches, D. Hipólito. HIPÓLITO.—Buenas noches, amigo mío D. Carlos. Feliz
estrella ha dirigido mis pasos, porque iba precisamente en busca vuestra.
D. C\RLOs.—Podéis mandarme cuanto gustéis. HIPÓLITO.—¿Os acordáis, amigo, de aquel avaro de los
sueños de Quevedo, que el día del juicio pregunta con interés si resucitarán también sus bolsones?
D. CARLOS.—Si. Pero ¿á qué viene esto? HIPÓLITO.—Viene de molde. Yo soy aquel hombre mise
rable. CARLOS.—¡Es decir, que estáis sin un cuarto! ViCTORiÁN.—«Amén, dijo, mío Cid el Campeador.» D. CARLOS.—¿Y cuánto necesitáis? HIPÓLITO.—Con media docena de onzas tengo bastante.
Esto y los justos intereses... D. CARLOS {sacando su bolsillo).—¡Qué! ¿Soy yo algún ju
dío para que me habléis de usura? Tomad mi bolsillo. HIPÓLITO.—Os doy las gracias. Es un precioso bolsillo el
que tenéis, hecho tal vez por la mano de alguna linda madrileña. Tal vez un recuerdo.
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D. CARLOS.—No; está á vuestro servicio. HIPÓLITO.—Repito las gracias. Descansa aquí, buen San
Crisóstomo, y con tu dorada boca recuérdame á menudo que soy deudor de mi amigo.
D. CARLOS.—Pero decidme, ¿habéis venido hoy de Alcalá? HIPÓLITO.—Ahora mismo.
D. CARLOS.—¿Y cómo está el buen Victorián? HIPÓLITO.—Regularmente; es decir, no muy bien. Una
joven le ha aprisionado con el brillo de sus negros y chispeantes ojos, como los pastores de Andalucía cogen á los novillos con un lazo. Está enamorado.
D. CARLOS.—¿Y es estar malo el estar enamorado? HIPÓLITO.—En su caso, puede decirse que es estar muy
malo. D. CARLOS.—¿Porqué?
HIPÓLITO.—Por varias razones. La primera y principal porque está enamorado de un bello ideal, de una hechura? de su propia imaginación, una virgen del aire, un eco de su corazón; y así como un lirio flota en la ribera, ese ideal flota también en el río de sus pensamientos.
D. CARLOS.—Es cosa común en los poetas. ¿Pero quién es ese lirio flotante? Porque, al fin y al cabo, algún ser viviente, alguna mujer—no un simple ideal—ha de tener para él semejanza con su ensueño. ¿Quién es ella?
HIPÓLITO.—¡Una mujer! Pero Victorián sabe concebirla adornada con las ricas joyas que saca del fondo de su propio corazón. Hace lo que los piadosos sacerdotes que adornan alguna santa favorita con oro y piedras preciosas, hasta conseguir que despida á lo lejos un rayo de gloria. Y ya sabéis que, sin aquellos postizos adornos y la bendición del sacerdote, lo que allí queda no es más que una muñeca.
D. CARLOS.—¡Bien! ¡Muy bien! ¿Quién es la muñeca de nuestro amigo?
HIPÓLITO.—¿Quién pensáis que pueda ser? D. CARLOS.—Su prima Violante. HIPÓLITO.—Seguid discurriendo. Para calmar su trabaja
do corazón, puesto por otra en el último tormento, ha arrojado por encima de la valla todas las talegas de su prima.
EL ESTUDIANTE ESPAÑOL 2 8 9
D. CARLOS.—No acierto entonces. ¿Quién es ella? HIPÓLITO.—No lo digo. D. CARLOS.—¿Por qué no? HIPÓLITO.—¿Por qué?
«Porque casó Mari Franca cuatro leguas de Salamanca.»
D. CARLOS.—-Bromas aparte; ¿quién es? HIPÓLITO.—La Preciosa. D. CARLOS.—¿Preciosa? ¡Imposible! El Conde de Lara
me dice que no es honrada. HIPÓLITO.—¿Digo yo que lo sea? Un Emperador romano,
Claudio, tenía por esposa á cierta Mesalina, según creo. Sí; Valeria Mesalina era su nombre. Pero... ¡Silencio! Allá abajo veo á Victorián junto á los árboles, distraído y como soñando.
D. CARLOS.—Viene, en efecto, por este camino. HIPÓLITO.—Ciertamente sería algún sabio quien dijo que
el dinero, la pena y el amor no pueden ocultarse. {Viene Victorián de /rente.)
VICTORIÁN.—Aquí es donde se ha señalado su paso, y esta es para mí una tierra santa. Sagrados son estos jardines. Te contemplé bajo aquellos frondosos árboles, donde paseábamos por la noche, y me parece que todavía te estoy viendo; me parece que gozo, en este lugar que santificaste, de todo el encanto de tus hechizos.
HIPÓLITO.—¡Observadle, bien! Vedle, distraído, dar largos pasos en diverso sentido y con el aire caballeresco de aquel extravagante convidado de piedra, el terrible Comendador, que va á cenar con D. Juan en la leyenda.
D. CARLOS.—¡Victorián! ¡Victorián! HIPÓLITO.—¿Quieres cenar con nosotros? VICTORIÁN,—¡Hola, amigos! A fe, no os vi. ¿Cómo estáis,
D. Carlos? D. CARLOS.—Siempre á vuestro servicio. VICTORIÁN.—Y ¿qué me decís, uno y otro, de aquella jo
ven gaditana de ojos verdes, que tanto os gustaba? D. CARLOS.—¡Ay, amigo mío! Ha vuelto á Cádiz.
«¡Ay, ojuelos verdes; ay, los mis ojuelos;
TOMO xLv.—voL. III. 19
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ay, hagan los cielos que de mí te acuerdes!
HIPÓLITO.—o Tengo con fianza—de mis verdes ojos...» ( i ) . VicTORiÁM.—No merecéis perdón por haberla dejado vol
ver á Cádiz. Era muy bella, y en sus tiernos ojos aparecía justamente aquella agradable sombra de esmeralda que suele aparecer de noche en el cielo.
HIPÓLITO.—Pero ya que de ojos verdes hablamos, dime: ¿lo son también los tuyos?
ViCTORiÁN.—Nada. ¿Por qué? HIPÓLITO.—Una ligera sombra de verde te sentaría perfec
tamente, porque estás celoso. ViCTORiÁN.—Mucho te equivocas. HIPÓLITO.—Pues deberías estarlo. ViCTORiÁN.—¿Por qué? HIPÓLITO.—Porque estás enamorado, y los que están ena
morados suelen siempre tener celos. ViCTORiÁN.—¡Vaya! ¿Es esto todo? Adiós; tengo prisa.
Adiós, D. Carlos. Yo no estoy celoso. HIPÓLITO.—Pues no deja de haber algún motivillo para
que lo estés. Anda alerta. Se susurra que el Conde de Lara pone sitio á tU cindadela.
VicTORiÁN. — ¡De veras! Entonces trabaja en baldé. HIPÓLITO.—No lo cree él así, y D. Carlos me ha dicho que
ya se vanagloria de su éxito. ViCTORiÁN.—¿Cómo es esto, D. Carlos? D. CARLOS.—'Algunas insinuaciones sobre el particular he
oído de sus labios. Me ha hablado, pero atolondradamente, de la virtud de todas las jóvenes, como puede hablar un calavera cortesano.
ViCTORíÁM. — ¡Infamia y maldición! ¡He de arrancar su torpe lengua, y arrojarla á los perros! Pero no, no. ¡No pue-
( l ) Tradujo el poeta americano estos versos de un conocido villancico, recalcando las aficiones á los ojos verdes. También el Dante afirma que su Beatriz tiene los ojos como esmeraldas {Purgatorio XXXI, 116), y dice Lamí en sus notas: «Erano i suoi occhi d'un turchino verdiccio, simile a quet del mare.»
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de ser! Vosotros os chanceáis ciertamente, os chanceáis. Os reís de mí y nada más, porque de otra suerte no seríais ya amigos míos. ¡Adiós! {Se va.)
HIPÓLITO.—¿Qué mosca le habrá picado? Ni el terrible Infante buscando al traidor Cuadros para matarle, ni el gran moro Calaynos, galopando hacia París en busca de las orejas de Oliver, estaban tan furiosos como él está. ¡Oh arrebatada juventud! Pero venid; nosotros no hemos de imitarle. Confundámonos entre la multitud que se pasea por allá, y encontraremos más alegre compañía. Ya veo á las Mari-alonsos y Almavivas, y cincuenta abanicos que amablemente nos invitan. (Se van.)
ESCENA IV.
Cuarto de PRECIOSA. Está sentada con un libro en la mano cerca de una mesa, sobre la que hay flores. Un pájaro canta en su jaula. El CoNDE DE LAKA entra
sin ser visto.
PRECIOSA (lee).—La noche pasa, triste corazón, mientras tú, desgarrado, desesperas...
¡Ay! Quisiera que estuviese aquí Victorián. No sé qué es lo que me tiene tan inquieta. {Canta el pájaro.) ¡Hola! ¿Eres tú, pequeño prisionero mío de abigarrado traje? Bien saltas, cantando en tu enrejado calabozo. También como tú soy cautiva, y como tú tengo un amante carcelero. ¡Pobre de mí!
¡La noche pasa, triste corazón, mientras tú, desgarrado, desesperas en brazos de una indómita pasión; besos das á fantásticas quimeras, y también en balsámicas flores conviertes las espinas y dolores!
Verdad dices, poeta. Más corazones están penando en este mundo nuestro de lo que á primera vista parece. En las distintas aldeas y hasta en las remotas soledades donde los vientos trasportaron ó las aves de paso llevaron en su fuga las agudas semillas del amor, éstas han echado raíces, y crecen en silencio, y también en silencio perecen. Y ¿quién
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oye la caída de la hoja de la selva? ¿Quién se fija en cada flor que muere?... Mucho deseo que venga esta noche Vic-torián. ¡Dolores! (Vuelve d dejar el libro y ve al Conde.)
LARA.—-¡Perdonadme, señora! PRECIOSA.—¿Qué es esto? ¡Dolores! LARA.—¡ Perdonadme!... PRECIOSA.—i Dolores! LARA.—No os alarméis. Dolores no está, al parecer; pues
no he encontrado á nadie que guardase vuestra puerta. Si he sido demasiado atrevido...
PRECIOSA {volviéndole la espalda).—¡Atrevido en exceso habéis sido! ¡Retiraos, retiraos al punto, y dejadme!
LARA.—¡Hermosa y querida joven, oidme primero! ¡Os suplico que me dejéis hablar! ¡Vengo tan sólo por vuestro bien!
PRECIOSA {volviéndose á él con indignación).—¡Salid! ¡Salid de aquí! Sois Conde de Lara, pero vuestras acciones harán sonrojar en sus tumbas hasta á las estatuas de vuestros antepasados. ¿Son estos vuestros timbres de honor? ¿Consiste el valor castellano en seducir aquí á una desesperada joven y pisotear toda dehcadeza sin piedad? ¡Vergüenza y mil veces vergüenza! Mentira parece qus vos, noble caballero, seáis tan miserable y tengáis ideas tan mezquinas que, no satisfecho con haber intentado comprar mi honor con vuestro vil oro, allanéis como un bandolero mi morada. ¡No hallo palabras para deciros cuánto os desprecio! ¡Idos! ¡Vuestra vístame es odiosa! ¡Salid, digo!
LARA.—Calmaos, bella Preciosa; no intento comprar vuestro honor, ni quiero dañaros.
PRECIOSA.—Sólo no intentáis aquello á que no os atrevéis por miedo.
LARA.—Yo me atrevo á todo, niña mía, y bajo este punto de vista deberíais desconfiar. Pero veo que os engañáis mucho al juzgarme. Bien es verdad que, en este falso mundo, no siempre podemos saber quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos. Y todos tenemos enemigos y necesitamos amigos. Hasta vos, bella Preciosa, tenéis aquí en la corte enemigos que tratan de perjudicaros grandemente.
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PRECIOSA.—-Si á esto sólo debo el honor de la presente visita, podíais haberos ahorrado la molestia. Y ahora que ya me habéis hablado, os repito que quiero que me dejéis sola.
LARA.—Mi intento no era otro que haceros la amigable confianza de las extrañas murmuraciones que sobre vuestra conducta corren. Yo no doy crédito á lo que se dice; pero muchos hay que, no conociéndoos, han de prestar más fácil oído á las hablillas.
PRECIOSA.^—Ninguna necesidad había de que vos mismo os encargaseis de venir aquí con tales cuentos.
LARA.—Es que hay lenguas maliciosas que no cesan de ocuparse con mucha insistencia de vuestro nombre.
PRECIOSA.—No es extraño. ¡Triste de mí! Soy una pobre muchacha, sin protectores, y expuesta, por tanto, á los insultos y á las chanzas más crueles. Me hieren y no puedo escudarme. Pero, como no doy motivo á esas murmuraciones, vivo retirada y no recibo á nadie...
LARA.—¿A nadie? ¡Ohi.Éntonces se os ultraja atrozmente, en verdad.
PRECIOSA.—¿Qué queréis decir? LARA.—Nada, nada. No quiero herir vuestra delicadeza
con el relato de cuentos indignos. PRECIOSA.—¡Hablad! ¿Qué cuentos son esos? Prescindid
de consideraciones que no son del caso. LARA.—Faltaré á mi propósito, puesto que así lo exigís;
pero perdonadme. Esta ventana, según creo, mira á la calle, y esta otra al Prado, ¿no es así? Pues bien: ¿no veis aquel tejado allá abajo, justamente, por encima de los árboles? Aquella es una elevada casa, á la otra parte del jardín, donde vive un amigo mío que ayer me decía que varias noches— no os ofendáis si hablo con demasiada llaneza—ha visto que un hombre subía á la ventana de vuestro cuarto y entraba aquí. (Os ponéis silenciosa! No quiero yo culparos por esto, siendo tan joven y tan bella... (Trata de abrazarla. Ella se lanza atrás sacando un puñal de su seno.)
PRECIOSA.—¡No me toque siquiera vuestra mano! Si dais un paso más, os hiero. ¡Cuidado! ¡cuidado! ¡y recordad que soy gitana!
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LARA.—Suplico que retiréis este puñal: no os sienta bien tal arma en la mano. No temáis de mí.
PRECIOSA.—Nada temo. Tengo un corazón en cuyo valor confío.
L A R A . — Escuchadme. Vengo aquí como amigo vuestro —soy realmente vuestro amigo,—y con una sola palabra, puedo poner coto á todos los indignos cuentos que sobre vos se propalan, haciendo que vuestro nombre brille sin mancha, como sin mancha brillan las azuzenas. Aquí de rodillas, bella Preciosa, de rodillas juro que os amo hasta la locura, y este amor invencible me ha obligado á romper todas las reglas de conveniencia y costumbre, presentándome de improviso en vuestra presencia. {Entra VICTORIÁN sin ser visto.)
PRECIOSA.—¡Levantaos, Conde de Lara! No es este el lugar que os corresponde, ni está bien que os arrodilléis delante de mí. Me conmueve de extraña manera ver á uno de vuestro rango aquí humillado en el suelo. Por vos pondré aparte todo encono, todo mal sentimiento, toda aversión, hablándoos con la amabilidad que conviene á una mujer y á que mi corazón me obliga ahora. No os aborreceré ya, porque todo aborrecimiento me es doloroso; y os aseguro que, si he de hablar sinceramente, no faltando á la modestia ni á la reserva que es la gloria de una mujer, trataré de enseñar á mi corazón á quereros.
LARA.—¡Oh! ¡Eres el más bello de los ángeles! PRECIOSA.—Es muy cierto que mucho más de lo que os
estimáis, os aprecio yo. LARA.—Dadme una prueba de ello, la más ligera prueba.
Permitidme tan sólo que bese vuestra mano. PRECIOSA.—¡No os acerquéis, no! Mis palabras son siempre
la mejor prueba de lo que digo. No me desconozcáis ni os equivoquéis. El afecto que os profeso no es igual al amor que queríais antes ofrecerme. Vinisteis aquí con ánimo de arrebatarme lo único que poseo, mi honor. Vos tenéis riquezas, amigos, parientes y mil halagüeñas esperanzas que hacen vuestra vida feliz; pero yo soy pobre y no tengo amigos ni más tesoro que el que queríais arrebatarme; ¿y por qué razón? Para lisonjear vuestra vanidad, y hacerme
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luego despreciable á vuestros propios ojos. ¡Oh Conde! El amor que me pedís, y que me perjudicaría, no es ciertamente verdadero amor. Muy de otro género y mucho más santo es el sentimiento que por vos me anima: reprende vuestra liviana pasión, vuestros impuros deseos, y os manda que miréis en vuestro corazón y veáis cómo se falsea vuestra mejor naturaleza, agravando vuestra alma con el pecado.
LARA—Os juro que jamás quise perjudicaros; sólo he querido vuestro amor. Jamás intenté quitaros la honra, sino afirmarla y enaltecerla, no exigiendo en cambio más que una pequeña prueba de vuestro afecto. Si realmente me amaseis como confesabais hace poco, ¡oh! me dejaríais entonces sellar aquí con un abrazo...
VicroRikn {precipitándosedelante).—¡Basta, Conde de Lara! ¡Basta! ¿Qué significa este ultraje?
LARA.—¿Qué derecho tenéis, en primer lugar, para preguntar así á un grande de España?
VicTORiÁN.—También soy noble yo; digo mal, soy más noble que vos, ¡Salid de aquí al instante!
LARA.—¿Mandáis en esta casa? ViCTORiÁN.—Mando aquí y en cualquier parte donde la fal
sedad de otros me den tal derecho. PRECIOSA (a Lava).—¡Idos! Os ruego que os vayáis. VICTORIAN.—¡Nos veremos, Conde, y luego! LARA.—Nunca será demasiado pronto. {Se va.) PRECIOSA.—¡Victorián! ¡Qué engañados estamos!... VicTORiÁN.—¡Ah! ¡ah! ¡Engañados, dices! Es verdad que
'O he sido engañado, es verdad. Pero no tú. PRECIOSA.—¿Imaginas?...
VICTORIÁN.—Nada imagino. ¡He visto cómo pasas el tiem-p cuando estoy fuera!
PRECIOSA.—¡Oh! No des ese tono á tus palabras. Me des-grras el alma.
VICTORIÁN.—Es que no trato de causarte placer. PRECIOSA.—Harto bien sabes que la presencia de este bom
be me repugna. VICTORIÁN.—¡Acabo de verte dándole oídos al declararte
81 amor!
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PRECIOSA.—No hacía caso de sus palabras. ViCTORiÁN.—Muy al contrario: le respondías con cariño. PRECIOSA.—¿Has oído todo?... VicTORiÁN.—He oído bastante. PRECIOSA.—Pues no debes irritarte así conmigo. VicTORiÁN.—No me irrito; estoy con mucha calma. PRECIOSA.—Si quieres dejarme hablar... VicToRiÁN.—No; no digas más. Sé ya demasiado. ¡Falsa
y mil veces falsa! ¡Tratos al fin de gitana! ¿Tienes la sortija que te di?
PRECIOSA.—En mi estuche.
VicTORiÁN.—Déjala allí. ¡Quisiera que no te la hubieses puesto! Te creía pura, y me; has engañado.
PRECIOSA.—Tomo al cielo por testigo. VicTORiÁN.—¡No, no! No pongas el nombre del cielo en
tus labios. ¡Son perjuros! PRECIOSA.—¡Victorián mío! ¡Cruel Victorián! VicTORiÁN.—Todo lo he sacrificado por tí; me he sacrifi
cado á mí mismo, he sacrificado mi fama, mis aspiraciones de fortuna ¡ay! y hasta mi alma... ¡Has sido mi ruina! Ahora continúa. Ríete de mí con tu amante; y sentada en las rodillas del Conde de Lara, di que Victorián era un pobre tonto, un loco apasionado. {La rechaza y se precipita fuera.)
PRECIOSA.—¡Imposible parece que esto haya de ver de tí, y no me muera! (Ciérrase la escena.)
ESCENA V.
Habitaciones del Conde de Lara. Entra el CONDE.
LARA.—No hay nada en el mundo tan grato como el amor Amar mucho casi es odio. A fuerza de amar, he aprendido; aborrecer, y por esto he de vengarme. Aquella chica ¡tonta quiso hacerse la modesta conmigo; pero el fuego que er cendió... {Entra Francisco.) ¿Eres tii, Francisco? ¿Qué te h
• dicho D. Juan? FRANCISCO.—Que acudirá, señor.
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LARA.—Bueno. ¿Y el duque de Lermos? FRANCISCO.—No estaba en casa. LARA.—¿Qué dicen los demás? FRANCISCO.—Me ha sido fácil hallar á los sujetos que ne
cesitáis. Todos estarán allí, y á una señal dada, levantarán una gritería y tan discordantes silbidos que será fuerza que cese el baile por no oirse la música.
LARA.—Te has portado perfectamente, muchacho. ¡Ah! Poco imagina Preciosa el recibimiento y la silba que la espera. ¡No cerrará el sueño sus ojos esta noche! Dame la capa y la espada. (Salen.)
ESCENA VI.
Un lugar retirado fuera de las puertas de Madrid. Entran VlCTORlÁN é HIPÓLITO.
ViCTORiÁN.—¡Qué vergüenza! ¡qué vergüenza! Ando solitario, y hasta creo que.la claridad del día, que la brillante luz del sol se burla de mí. ¡Creo oir voces y murmullos; creo ver ojeadas que me dicen «escóndete!» ¡Oh! ¡Qué raras veces pasan desapercibidos en este curioso mundo los hechos repugnantes que imprimen afrenta! ¡Qué terrible es la desgracia! Hasta temo las ventanas, porque me parece que en ellas las miradas de todos se fijan en mí. Cada rostro parece sonreírse irónicamente, expresando la sorpresa de verme.
HIPÓLITO.—Ya te previne. Jamás pude creer á puños cerrados en su virtud.
ViCTORiÁN.—Pero, Hipólito, tal vez nos engañemos todavía; tal vez la hayamos condenado demasiado pronto.... El Conde de Lara es un villano.
HIPÓLITO.—Y ella, amándole, será también villana. ViCTORiÁN.—¡Ella no le ama! Ha fingido por el oro, por
el oro. HIPÓLITO.—Recuerdo, sin embargo, que él enseñaba pú
blicamente un regalo de la gitana: un anillo de oro con una serpiente que tiene un rubí en la boca.
VicTORiÁN.—Yo había dado á Preciosa esta sortija. ¡Dios
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mío! ¡Cuan falsa es su alma! Pero seré vengado. La hora pasa. ¿Por qué no acude el cobarde?
HIPÓLITO.—No es cobarde, Victorián. Será un villano, si quieres; pero no es cobarde. Por esto te aconsejo que no estés confiado en demasía; pues estoy seguro que ha de dar que hacer, dentro de poco, á tu destreza. Mira, ya viene aquí. {Entra Lava seguido de Francisco.)
LARA.—Buenas noches, caballeros. HIPÓLITO.—Buenas noches. Conde. LARA.—Creo que no os habré hecho esperar mucho. VICTORIÁN.—Mucho no, pero bastante. ¿Estáis prepa
rado? LARA.—Lo estoy.
HIPÓLITO.—Mucho siento ver tal querella entre vosotros, caballeros. ¿No habrá otro medio de concertar un acuerdo en esta diferencia, que el que buscáis en la punta de vuestras espadas?
VICTORIÁN.— ¡No hay otro! ¡No! Y te suplico, querido Hipólito, que excuses interponerte entre mí y mi enemigo. Demasiado hemos hablado ya. Deja que terminen el debate estos aceros. ¡En guardia, Sr. Conde! {Se baten. Victorián desarma al Conde.) Vuestra vida es mía. ¿Cómo me impediréis ahora dar á vuestra alma vil su merecido?
LARA.—¡Heridme! ¡Herid! VICTORIÁN.—Estáis desarmado. No quiero mataros; no
quiero asesinaros. Coged de nuevo vuestra espada. {Francisco da al Conde su espada; pero se interpone Hipólito.)
HIPÓLITO.—¡Basta! ¡Basta ya! Vos, Conde de Lara, os habéis portado como un valiente, y Victorián ha sido tan generoso como siempre. Es justo que esto termine; envainad vuestras espadas y sed amigos. Hablando francamente, creo muy insignificante la causa de vuestra querella para llegar á tales extremos.
LARA.—Yo me doy por satisfecho. No busqué disputa; pero algunas palabras pronunciadas en el hervor de la sangre han motivado este lance.
VICTORIÁN.—No es esto sólo; hay mucho más. LARA.—Comprendo. Pero sabed que no quise yo cruzarme
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en vuestro camino. Aquella puerta estaba abierta para mí como para otros, y yo ignoraba además que la joven os perteneciese, pues jamás fué mi intento quitárosla. Ya sabéis ahora la verdad; nos engañaba á entrambos.
VicTORiÁN.—¡Falsa é infame! LARA.—Es más: yo no la busqué; ella me buscó, indicán
dome las horas en que generalmente podría estar á solas con ella.
ViCTORiÁN.—Pero ¿podéis probarme lo que decís? ¡Oh! Desvaneced las terribles dudas que me vuelven loco. ¡Decídmelo todo, todo!
LARA.—Aquí está mi paje, que ha sido el confidente y mensajero de mis amores. Preguntadle. ¿No es así, Francisco?
FRANCISCO.-—¡Qué he decir, señor! LARA.—Y si queréis otra prueba, aquí tengo una sortija
que me dio. VicTORiÁN.—Dejadme ver esta sortija. ¡Oh! Es la misma
que le di. {La echa al suelo y la pisotea.) ¡Maldita sea! Así la desprecio á ella, y así pisoteo su memoria en el polvo. ¡Conde de Lara! Esa joven se ha burlado de ambos, se ha burlado grandemente. Os doy gracias por vuestra cortesía y franqueza. Si bien me habéis hecho mucho daño, como daño hace la mano del cirujano, al fin está curada mi herida, y os lo agradezco. Ahora conozco la locura que hice, aunque demasiado tarde por cierto. Quedad con Dios. Esta misma noche dejo para siempre á Madrid. Tenedme de hoy más como á amigo, y, por última vez, adiós.
HIPÓLITO.—Adiós, Sr. Conde. {Se van Victoriáné Hipólito.) LARA.—¡Adiós, adiós!—Así he despejado el campo de mi
peor enemigo. Ya no tengo que temer á nadie; ha concluido el combate y la ciudadela está rendida. ¡La victoria es míal {Se va con Francisco.)
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E S C E N A V I I .
Una callejuela en los barrios bajos. Es de noche. Entran CRUZADO y BARTOLOMÉ.
CRUZADO.^—Según parece, Bartolomé, la expedición ha fracasado. ¿Dónde te fijaste principalmente?
BARTOLOMÉ.—En Guadarrama, cerca de San Ildefonso. CRUZADO.—Y ¿nada traes? ¿Nada, nada pescaste? BARTOLOMÉ.—No había allí nadie á quien desbalijar, salvo
una cuadrilla de estudiantes de Segovia, con hambre canina y casi intenciones de robarnos á nosotros, y un rechoncho frailuco sin más que un misal y un pan bazo en sus alforjas.
CRUZADO.—Pues entonces, ¿qué te trae á Madrid? BARTOLOMÉ.—Dime tú primero á quién buscas por aquí. CRUZADO.—A Preciosa.
BARTOLOMÉ.—Ella me trae también. ¿Te has olvidado ya de tu promesa?
CRUZADO.—Los dos años del plazo no han pasado todavía. Ten paciencia; la muchacha será tuya.
BARTOLOMÉ.—Sé que tiene un amante busné. CRUZADO.—Y ¿qué te importa? BARTOLOMÉ.—No lo quiero. Aborrezco á todo hijo de pros
tituta busné. Sé también que él hace lo que le da la gana, va á verla y habla con ella á solas, mientras yo estoy fuera, esperando su venia.
CRUZADO.—Ten paciencia te digo; ya llegará el día en que puedas hacer de las tuyas. No' ha de faltarte oportunidad para deshacerte de ese pisaverde.
BARTOLOMÉ.—Con todo, quiero que me digas dónde está la casa de Preciosa.
CRUZADO.—Sigue esta calle. Pero no la encontrarás en casa. Baila en la comedia esta noche.
BARTOLOMÉ.—No importa. Enséñame su casa. {Se van.)
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ESCENA VIII.
El teatro. La orquesta toca La Cachucha. Se oyen las castañuelas dentro del palco escénico. Levántase la cortina y aparece PRECIOSA en actitud de empezar el baile La Cachucha, Tumulto, silbidos y gritos de «¡Bravo!» y «¡Afuera!» Ella vacila y se para. Cesa también la música. Confusión gene
ral. PRECIOSA cae al suelo desmayada.
ESCENA IX.
Habitaciones del Conde de Lara. LAR A y sus amigos cenando.
LARA.—Ahora, caballeros, os doy muchísimas gracias. En obsequio mío, os habéis conducido de una manera admirable en este asunto. Os suplico que llenéis otra vez los vasos.
D. JUAN.—¿Observasteis, D. Luis, qué pálida se puso, al oirse los primeros silbidos, y qué parada se quedó con sus grandes ojos abiertos, la nariz dilatada, sus labios cárdenos | y tumultuoso su seno como el mar?...
D. LUIS.—Lástima me daba. LARA.—Su orgullo está ya humillado, que es lo que yo
quería. Ahora, esta misma noche quiero verla para consolarla.
D. JUAN.—¿Vais á darle serenata? LARA.—¡Serenata no! ¡Nada de música! D. LUIS.—¿Por qué no? Suele enternecer. LARA.—No en lá disposición en que ella debe encontrarse
ahora. La música la pondría furiosa. D. JUAN. —Mejor es que preparéis los dorados címbalos. D. L U I S . — E s verdad, poderoso caballero es don dinero. LARA.—Si he de ser franco, debo deciros que he comprado
ya á su criada. Pero caballeros, ¡parece que no os gusta este vino! Otro vaso, y vamos andando, que la noche pasa. ¡Un trago á la salud de Preciosa! (Se levantan y beben.)
TODOS.—¡A la salud de Preciosa! LARA {teniendo levantado su vaso vacío).-—¡A tí me dirijo
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ahora, vaso mío, brillante y ardiente ministro del amor! ¡A tí me dirijo, maravilloso mago, que acabas de robarme mi secreto, arrancando de mis labios, con miradas chispeantes y apasionada lengua, su nombre precioso. Te juro que otros mortales labios no volverán á oprimir de hoy más los tuyos; nunca ningún nombre mortal volverá á ser murmurado en tu oído. ¡Anda! ¡Toma mi secreto! {Rompe su vaso, arrojándole MI suelo.)
D. JUAN.—¡lie Missa est! {Cae el telón.)
ESCENA X
Calle y pared del jardín. Es de noche. Entran CRUZADO y BARTOLOMÉ.
CRUZADO.—Esta es la pared del jardín, y por encima, más allá, está su casa. Aquella ventana, en que se ve luz, es la suya; pero no podemos ir ahora.
BARTOLOMÉ.—¿Por qué?
CRUZADO.—Porque no está ella en casa. BARTOLOMÉ.—No importa; esperaremos. Pero, ¿qué es
esto? La puerta está cerrada. {Sonido de guitarras y voces en una calle inmediata.) ¡Oye! Por allá viene su amante con su maldita serenata. ¡Oye!
CANCIÓN.
¡Buenas noches deseóte, querida! ¡Vengo á velar por tí!
A tu lado pasar toda mi vida Quiero con frenesí.
Son tus ojos estrellas rutilantes. Tu labio es carmesí;
Veo en tu cara rosas y diamantes Que guardas para mí.
CRUZADO.—Por aquí vienen. BARTOLOMÉ.—Aguarda, que ya empiezan otra vez.
CANCIÓN {acercándose).
¡Oh luna peregrina.
EL ESTUDIANTE ESPAÑOL 3O3
Que reluce con tierna claridad Y en plateado cielo se reclina,
Muéstrame á mi beldad! ¡Muestra, muéstrame ahora A la que mi alma adora!
BARTOLOMÉ.—¡Desgraciado de él si por acá se acerca! CRUZADO.—Estáte quieto: pasan calle abajo.
CANCIÓN {alejándose).
Las monjas en el convento Unas á otras se cantan, Porque allí no ven hermanos, Pero si muchas hermanas.
¡Ay, ay, ay! ¡Qué infeliz! ¡Fué al gato la perdiz! ¡Ay, ay, ay! ¡Qué infeliz!
BARTOLOMÉ.—¡Sigúeme, sigue! Ven conmigo. ¡Fué al gato la perdiz! {Se van. Por el lado opuesto entran el Conde de hará y varios caballeros con Francisco.)
LARA.—La puerta está cerrada. Anda, Francisco, salta la pared y descorre luego el cerrojo. ¡Listo! Así, así, y adentro. Ahora, caballeros, entrad y me ayudaréis á escalar aquel balcón. Hay lu.^. Andad con prudencia. Corre ya el cerrojo a la puerta, Francisco. {Se van. Vuelven á entrar Cruzado y Bartolomé.)
BARTOLOMÉ.—Pasan por la puerta... ¡Escucha! Se oyen sus pasos en el jardín. {Tienta la puerta.) Han echado el cerrojo otra vez. ¡Vive Cristo! No se ha de escapar. ¡Sigúeme y vamos á saltar la tapia! {Escalan el muro.)
ESCENA XI.
Alcoba de PRECIOSA. ES media noche. Duerme en un sillón en traje de dormir. DOLORES, mirándola.
DOLORES.—¡Al fin se ha dormido! {Abre la ventana y escucha.) Todo está silencioso en la calle y en el jardín... jOiga!
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PRECIOSA (durmiendo).—¡Quiero irme de aquí! Dadme mi m£nto.
DOLORES.—¡Ya viene! Se oyen sus pisadas. PRECIOSA (durmiendo).—Anda á decirles que no puedo
bailar esta noche. Estoy muy enferma. ¡Mírame, mira cómo la calentura enciende mi mejilla! Quiero irme de aquí, porque estoy demasiado débil para bailar. (Se oye una señal hecha en el jardín.)
DOLORES (desde la ventana).—¿Quién va? UNA VOZ (desde abajo.)—Un amigo. DOLORES.—Voy á abrir. Esperad. PRECIOSA.—Quiero ya marcharme de aquí, y os suplico
que me perdonéis... ¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza! ¡No esperaba que trataseis así á una débil mujer!... Sed buenos
. conmigo; yo haré, como siempre, en obsequio vuestro, cuanto sepa. Ya estoy pronta; dadme mis castañuelas... ¿Dónde está Victorián?... ¡Oh! ¡Qué odiosas luces! Brillan sobre mí como sobre criatura enfermiza el mal de ojo. No puedo estar. jOid cómo se burlan de mí! ¡Me silban como serpientes! ¡Compasión! ¡Compasión! (Se despierta.) ¿Es muy tarde, Dolores?
DOLORES.—Han dado las -doce. PRECIOSA.—-¡Paciencia! Ablándame esta almohada. (Se
duerme de nuevo. Ruido en el jardín y voces.) UNA VOZ.—¡Muere! OTRA voz.—¡Oh, villanos! ¡Villanos! LARA.—¡Atrás! Esta estocada es para tí . UNA voz.—¡Toma tuesto! LARA.—¡Oh! Me han herido... DOLORES (cerrando la ventana).—^¡Jesús María!
C. SOLER Y ARQUES.
(Se concluirá.)
ATENEO CIENTÍFICO Y LITERARIO
IJE MADRID
CURSO DE HISTORIA SEXTA CONFERENCIA
^ líí abril de 1SS2
Tema: EL FEUDALISMO POK EL SF.ÑOlí
DON MANUEL PEDREGAL Y CAÑEDO
EÑORAS y SEÑORES: En una de las agradables pláticas de Patronio con el Conde Lucanor, se refiere cómo dos caballeros, padre é hijo, se encontraban al servicio de dos señores, allá en el tiem
po á que vamos á referirnos esta noche. Estalló cruda guerra entre los dos señores, lo cual no era entonces cosa rara, y aconteció que, siguiendo cada uno de los caballeros él pendón de su señor, se encontraron en campos enemigos: el padre frente al hijo. El padre tuvo la fortuna de dar en tierra con el señor de su hijo, y éste, cual caballero sin tacha, corrió en ayuda de su señor; pero le detenían los vínculos de la sangre. Gritaba á su padre, y le decía que cesase en aque-
TOMO XLV.—VOL. III. 20
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lia porfiada lucha, y como no le escuchaba, como la saña cegaba al caballero, que se encontraba dueño del señor enemigo, el hijo descargó tan rudo golpe sobre la espalda de su padre, que los dos contendientes, el padre y el señor del hijo, quedaron tendidos, muertos y bañados en sangre. Acongojado su espíritu, con una soga al cuello y atadas las manos, fué el denodado caballero de castillo en castillo, consultando si había faltado á las leyes de la fidelidad ó á las de humanidad: se encontraban en lucha los principios de humanidad, que son de todos los tiempos, con los principios de fidelidad, que tan arraigados estaban en la Edad Media, y fué absuelto el desdichado caballero por sus contemporáneos.
Esto nos revela 6 sirve como para poner de relieve el carácter de la época. Antes que todo, por cima de todos los deberes, estaba el deber de la fidelidad, y muy particularmente la abnegación del caballero en la defensa de su señor.
Pero el grito de la humanidad se hacía también oir en las costumbres feudales, y eíi la lucha de ese sentimiento con el de la fidelidad está el toque característico de la época á que vamos á referirnos. Por cierto que de esta leyenda saco yo una lección no extraña á lo que me propongo deciros; pues si, al juzgar el período feudal con mi criterio democrático, me propusiera y alcanzasen mis fuerzas á matar el feudalismo en la Edad Media, tengo por seguro que al mismo tiempo mataría la democracia, y esta sería para mí una suerte parecida á )a del caballero, que, con la soga al cuello, andaba de castillo en castillo consultando si había faltado á algunos de sus deberes.
El feudalismo, señores, tiene ciertamente, mirado desde el punto de vista con que nos brinda la civilización contemporánea, mucho de repugnante; pero, colocándonos en el período de la historia, correspondiente al desenvolvimiento de aquellos fenómenos sociales; transportándonos en espíritu á los tiempos en que los señores feudales se declaraban guerra cruda, tenaz y persistente, que terminaba de una manera lamentable para los pueblos, necesario es reconocer que, en medio de todo esto, había algo muy superior á todas las excelencias de la historia antigua.
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Los problemas históricos, que se relacionan con el feudalismo, son de índole tal que no habría manera de comprenderlos en una sola lección; y mucho menos de presentarlos ante vuestros ojos, siquiera no fuese más que á grandes rasgos, ora se trate de los orígenes del feudalismo, ora de su desenvolvimiento; bien se discurra acerca de su carácter y aun de su misma existencia, ó de la misión que desempeñó en la historia, causas que motivaron su decadencia, y vestigios que denotan su influencia hasta los modernos tiempos. Cualquiera que sea el punto de vista, en que el observador se coloque para estudiar el feudalismo, se encontrará siempre con problemas históricos de muy difícil resolución.
Es opinión general que el feudalismo se implantó en Europa como efecto inmediato de la invasión de los bárbaros, y á mi juicio, nada hay más erróneo que esto. La invasión de los bárbaros es del siglo V, y el feudalismo en Europa no empezó á desarrollarse hasta los siglos VIII y IX, y no alcanzó su mayor período de crecimiento hasta los siglos X, XI XII y aun el XIII; refiriéndonos á España, se prolongó más todavía. Así es que, en mi concepto, se equivocan mucho los que, como Carlos Comte, suponen que el feudalismo no es más ni menos que el imperio de un pueblo conquistador, bárbaro, sobre otro pueblo, más civilizado, pero que ha cedido al empuje de la fuerza. Este es un error. Carlos Comte dice que el feudalismo es el imperio de los bárbaros sobre los germanos, celtas é iberos, pueblos conquistados; y, á decir verdad, participa del mismo error el insigne Montesquieu, cuya opinión es que la conquista representa un triunfo de los señores, que se repartieron el suelo de Europa. ¡Media docena de magnates convirtieron en esclavos á los celtas, iberos y romanos! La opinión de este gran aristócrata está por completo fuera de todo sentido histórico. Otros consideran que el Rey,el caudillo ó el capitán, distribuyó entre los suyos el territorio de Europa.
Tampoco hay nada de esto; y sobre todo, aunque hubiese sucedido algo parecido, no por eso se habría instalado inmediatamente el feudalismo en Europa, porque feudalismo significa más que apoderamiento del terreno; es más que la
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Opresión, más que ias exacciones indignas, de que fueron objeto los caballeros, los villanos y la plebe, juntamente con los esclavos. El mismo Agustín Tierry, ese gran historiador, que se distingue por la claridad de su intuición y por la seguridad de sus juicios, incurre en graves errores, al señalar los orígenes del feudalismo. Acaso los principios del feudalismo no estaban, como supone Montesquieu, en los bosques de la Germanía; es más probable que los principios del derecho feudal hayan empezado á desenvolverse en la historia misma de Roma. Antes de la invasión de los bárbaros, nos encontramos ya con gérmenes de feudalismo, sobre todo en las costumbres del pueblo romano y en las costumbres de los pueblos subyugados por los romanos. En Roma hubo siempre profunda distinción entre las diversas clases de la sociedad, según la fortuna de que disponían, y sobre todo según la propiedad territorial de cada ciudadano.
Así es que ocupaban en el censo el lugar que respectivamente les correspondía, en razón de la riqueza que disfrutaban. A las provincias y á los pueblos conquistados se les exigía un contingente de fuerza armada, proporcionada á la tierra que poseían los grandes propietarios. Los curiales habían de ser dueños de 25 fanegas de tierra próximamente para obtener ese cargo municipal, y los decuriones necesitaban disfrutar el valor de 6.000 sextercios en fincas rústicas para llegar á esa dignidad en los municipios. Los Príncipes eran grandes potentados territoriales. Cuando desaparecieron los curiales y decuriones, y los grandes propietarios territoriales se convirtieron en señores, y no hubo clase media, estuvo ya entonces todo preparado para el planteamiento del feudalismo, porque los curiales y decuriones, como clase intermedia, se convirtieron en colonos, y por el hecho de serlo y cultivar tierras ajenas, debían prestar ciertos servicios, servicio militar á la vez que el de labrar la tierra, 6 de cualquiera otra especie, y esto daba lugar necesariamente á una institución parecida al feudalismo, si no al mismo feudalismo. Más aún: los esclavos de Roma, los que estaban sujetos al imperio del derecho romano en los siglos III y IV, llegaron á adquirir las condiciones esenciales de la
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servidumbre de la gleba, que se tiene por característica de la Edad Media, siendo de origen más antiguo.
Antes de la invasión de los bárbaros, en los siglos [II y IV, los jurisconsultos romanos condenaron primero, y los Emperadores después prohibieron, la venta de la tierra sin el cultivador. Esta era la servidumbre de la gleba, que consiste principalmente en la unión del trabajador al terruño, en la compenetración del trabajo y de la propiedad territorial. Pues bien; esto existía ya antes de la invasión de los germanos, y habría adquirido más completo desarrollo, si no hubiera sido por otras causas, que lo impidieron. Además, los que suponen que los germanos introdujeron la servidumbre de la gleba se olvidan de que hubo una lucha de cuatro siglos entre los bárbaros y el pueblo romano (al hablar de éste, hablo también de los celtas y de los iberos). Los germanos, en grandes masas, abandonaban sus bosques, se sometían al Imperio, y se convertían en trabajadores, en colonos, en cuasi-siervos de los propietarios romanos. Ese período de transformación duró cuatro siglos, y cuando llegaron aquí las hordas del Norte, que no venían tan diseminadas como se supone, á ellas se incorporaban muchos celtas é iberos, que, disgustados del Imperio romano, se mostraban duros y avasalladores, por la sencilla razón de que ardían en deseos de vengar añejas ofensas.
El feudalismo no es una institución hija de la conquista de los bárbaros; nació primeramente de la transformación que experimentaron las clases sociales y y políticas, por efecto del choque entre dos pueblos, y después por la necesidad que tuvieron de aislarse los grandes propietarios territoriales.
De antiguo, y con arreglo al derecho romano, venían ejerciendo cierta jurisdicción los propietarios sobre sus colonos, y al verse aquéllos aislados, sin comunicación los_ unos con los otros ni con el poder central, el gran propietario territorial, que antes de la conquista ejercía jurisdicción sobre sus colonos, había de agrandarla por necesidad y aspirar á mayor poderío. Pues esto es lo que sucedió. Realmente el feudalismo es más bien hijo del aislamiento, en que vivieron los gran-
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des propietarios, y de su separación del poder central, que de la dominación de los pueblos bárbaros.
Procede el feudalismo (dicen muy profundos historiadores), ó bien de las gracias que otorgaban los Rej'es, Emperadores y Grandes Capitanes á los que iban en su séquito y ejercían las más altas funciones, 6 bien de los beneficios, cuyo nombre llevaban las concesiones de tierras, por título vitalicio, temporal ó precario, y también de lo que se llamaban recomendaciones ó encomiendas. El propietario débil se encomendaba á otro propietario ó señor más fuerte, cediéndole la propiedad de sus tierras, que conservaba en usufructo ó con título precario, á cambio de la protección, que había de obtener del señor más poderoso; solía convertirse además en escudero y aun en cultivador. De esto hubo mucho, en los pueblos celtas y en los iberos, y acaso en España fué este el fundamento, de donde principalmente vinieron los feudos, que mayor arraigo tuvieron; por recomendaciones se establecieron casi todos los feudos en Galicia. Se encomendaban los propietarios desvalidos al monasterio de Celanova en los siglos X y XI, usando una fórmula que se repetía en muchos casos. Propietarios de gran consideración que desconfiaban de sí mismos, y no podían combatir al enemigo que tenían en su casa, iban al monasterio de Celanova, ó á otro, y le encomendaban sus bienes; se constituían en colonos suyos, para obtener defensa y protección: defensionem et mnderationem et tuitionem. Este origen tuvieron muchos feudos en nuestra Península. ¿Qué relación hay entre el feudalismo, nacido de la com-tnendatio, y la invasión de los bárbaros? Es una derivación, una consecuencia del aislamiento, en que tuvieron necesidad de colocarse unos propietarios respecto de los otros. Pero no fué consecuencia inmediata y directa de la invasión, usurpación y predominio de los bárbaros, ni de la distribución que se supone haber sido hecha de las tierras conquistadas entre los invasores. Cuando el feudalismo llegó á su completo desenvolvimiento y estuvo en la plenitud de su pujanza y vigor, no fué durante el Imperio carlovingio en Francia. Entonces los missi dominici, los enviados del Emperador, recorrían todas las comarcas, imponían y hacían respetar las ca-
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paulares, y ejercían realmente potestad y soberanía en nombre del Emperador . E l feudalismo estaba en 'germen, pero no era una realidad. Cuando perdió todo su prestigio el Imper io , y los señores, jun tamente con los mayordomos del palacio imperial, destruyeron el poder central , sobrevino la descomposición de la soberanía, la dirruptio, como dice Stubbs, convirtiéndose los grandes propietarios en señores jurisdiccionales. Esa desmembración del poder central favoreció la usurpación de los señores feudales, que se aislaron y encastillaron de la misma rnanera que se habían encastillado al t iempo de ser invadida Europa por los bárbaros, según refiere Sidonio Apo-linario, porque entonces también se hicieron fuertes en sus castillos los grandes propietarios celtas é iberos, y ejercieron jurisdicción, y fueron soberanos respecto délos de su raza, que buscaban su protección, y también respecto de los germanos , que se cobijaban bajo el amparo ó al abrigo del castillo del celta y del ibero, en donde encontraban protección contra los mismos señores, á quienes habían acompañado en la conquista, porque en éstos de todo había menos de h u m a n o y tratable, como dice acertadamente Fuste l de Coulanges. E l período de pleno feudalismo fué un período de diversidad, de lucha, de multiplicidad, en donde es muy difícil, s ino imposible, buscar un principio de unidad. Así es que nos encont ramos con que el feudalismo francés difiere del feudalismo normando, y el feudalismo anglo-sajón difiere del feudalismo alemán y más aún del español, porque en España también hubo feudalismo, y mucho , á pesar de los escritores que sostienen que en España no fué conocido.
E n Francia dominaba la jerarquía, el orden, la subordinación; en Alemania tendían los señores feudales á la separación y á la más completa independencia. El Duque de Suavia convirtió su territorio en un reino; los Arzobispos, Obispos, Condes y todos aquellos grandes propietarios, que únicamente se reunían cuando iban á nombrar Emperador , se consideraban y eran tan to ó más soberanos que el designado como sucesor de los Emperadores romanos . E n Francia, después de la disolución del Imperio carlovingio, hubo siempre una monarquía , que, si bien tuvo mucho de nomi-
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nal en algún tiempo, fué un lazo político, y, como tal, siempre imponía una jerarquía, un orden de subordinación. En Inglaterra desarrollóse el feudalismo anglo-sajón plenamente, y con un orden muy marcado de jerarquía, por una parte, y de libertad municipal ó de inmunidades populares, por otra, cuando apareció Guillermo el Conquistador con una fuerte organización monárquica, á la cual iba subordinada la aristocracia, que le acompañaba, para repartirse el botín. No se estableció el verdadero feudalismo inglés sino bajo la dinastía de los Plantagenets, en tiempo de Enrique II , pues todo el período de la monarquía normanda fué de intrincada lucha entre los mismos que habían invadido á Inglaterra. Con la dinastía angevina se estableció el feudalismo inglés, y en él había un principio, que le hizo distinguirse de nuestro feudalismo sobre todo. aNemo potest exuere Patriam. Nadie podía abandonar la Patria; á ninguno era permitido romper el lazo que se establecía entre el señor y el feudatario.» Entre nosotros era muy frecuente lo que se llamaba desnaturalización, y de igual modo podía el Rey despedir á su vasallo que el señor feudal se despedía de su Rey. El solariego abandonaba á su señor, como el escudero dejaba al caballero, porque los vínculos feudales se establecían por medio de contratos. Lo ordinario era que el señor colocase sus manos entre las del Rey, el caballero entre las del señor, é hincando la rodilla en tierra, se sometían los inferiores al dominio del superior y le besaban la mano. Este es el origen del besamanos, que todavía se conserva en nuestro tiempo y es un acto de vasallaje. Cuando el señor hincaba la rodilla ante el Rey ó el caballero ante el señor, besaban la mano del Rey ó del señor y se sometían á su soberanía, quedaba establecido el lazo feudal, y para romperlo era necesario que el feudatario besase la mano de nuevo, se hincase de rodillas y que se despidiese; hecha esta ceremonia, quedaba roto todo lazo feudal, y el vasallo marchaba en completa seguridad, hasta que salía del territorio en que dominaba el señor.
El carácter distintivo del feudalismo era la confusión de la propiedad territorial con el ejercicio de las funciones sociales y políticas; el dueño de la tierra ejercía jurisdicción, era so-
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berano, y con la tierra se trasmitía la jurisdicción. Este era acaso el único principio de unidad entre los diversos pueblos de la Edad Media, y fué proclamado por el aragonés Miguel Molino, como lo proclamaron otros jurisconsultos en Alemania, Inglaterra y Francia. La jurisdicción iba íntimamente ligada á la propiedad territorial, y el que ejercía el derecho de propiedad ejercía al mismo tiempo derechos de soberanía, ó tenía la verdadera jurisdicción: imponía penas, recaudaba tributos y usaba de otros derechos, que las circunstancias no me permiten siquiera nombrar. No era, sin embargo, la nobleza feudal una casta cerrada. La nobleza se formó principalmente en el manejo de las armas, y las Cruzadas dieron más de un ejemplo de haber adquirido un villano nobleza feudal, propiedad territorial y el ejercicio de las funciones públicas; pero no solamente los que iban á las Cruzadas se convertían de villanos en grandes señores, sino que aquí, en España, también fueron llamados más de una vez los villanos á guerrear, ofreciéndoles la nobleza, con tal que llevasen un caballo y una lanza, para luchar en el campo al lado de su señor. Importa tener esto en cuenta, porque el hecho de ganar la nobleza feudal en el manejo de las armas, que fué general en la Edad Media, pugna con la afirmación absoluta de ser los nobles hijos de los conquistado res, descendientes directos de los bárbaros, y que los esclavos y plebeyos eran los hijos de los celtas y de los iberos. La nobleza era como galardón del más esforzado en el combate, y la adquiría aquel á quien denominaba caballero el señor, que le había visto pelear á su lado con grandeza de ánimo y con hidalguía. Esto, señores, no era raro; era muy frecuente. Verdad es que la nobleza áulica no se conocía. Era necesario ser un grande propietario, para adquirir el derecho de las funciones de jurisdicción y soberanía, á las cuales iba anéjala nobleza, porque sin territorios donde ejercer ese poder, el poder era nominal. Así es que un gran escritor de nuestro tiempo dice, á mi juicio con muchísima razón, que este enlace de la soberanía con la propiedad territorial, de la jurisdicción con el dominio de la tierra, vino á ser propiamente origen y fuente de nuestro actual derecho internacional.
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La fe que habían de guardar á los Reyes ó á los ricos bornes los caballeros; la fe jurada, la palabra empeñada al tiempo de celebrar el contrato de vasallaje ó de fidelidad tenía tal fuerza é influencia, que era legítima la alianza de los señores contra su Rey, cuando éste faltaba á lo prometido; y no eran raros los casos de hermandad entre los señores, como había hermandades entre las ciudades y Municipios, para triunfar de aquel que había faltado á la fe jurada, quebrantando los más sagrados compromisos. Contra el que faltaba á los deberes del señorío, lo mismo que contra el que faltaba á los deberes del vasallaje, era lícita la alianza ó ¡a rebelión de todos los que sufiían las consecuencias de tales infracciones. El contrato tuvo gran importancia en la Edad Media, tan gran importancia, que, cuando el señor faltaba al cumplimiento de sus deberes, quedaba desligado el vasallo; cuando era el vasallo quien faltaba, quedaba sujeto á todas las consecuencias de un poder absoluto, sin reglas en su ejercicio y sin limitación de ningún género. No es lo peor que á estas consecuencias estuviera expuesto el inferior, que se desentendía de sus deberes, sino que en los primeros tiempos hubo vasallos sujetos á toda clase de servicios y exacciones. Nada estaba vedado á los señores respecto de tales vasallos. Los Reyes también usaban y abusaban de su omnímodo poder, cuando entre ellos y los vasallos existían relaciones directas, como en Inglaterra, donde todos dependían del Rey. En Francia, en Aragón y en Valencia, los vasallos no tenían lazos directos con el Rey.
El vasallo estaba sujeto á toda clase de prestaciones y servicios: se le exigían en las más humillantes condiciones; era una servidumbre esa, peor, cien veces peor, que la servidumbre de los romanos; y para comprender que era una servidumbre peor que la de los romanos, no hay más que pensar en lo que eran los siervos de parada, susceptibles de división material, cuando eran propiedad de dos señores, quienes podían cogerlos, uno por una pierna y otro por la otra, partiéndolos con la espada por mitad. Los esclavos de Asturias, que se rebelaron contra Aurelio, fueron los primeros que se alzaron en España contra sus señores, bajo el peso del sufri-
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miento y de todo linaje de prestaciones. Los esclavos de re-mensa, conocidos todavía en el siglo XVI, eran una vergüenza para el pueblo catalán, porque apenas se encuentra en la historia servidumbre más feroz que la de aquellos esclavos. Los esclavos de remensa estaban en situación muy inferior á la de los esclavos de la Edad Antigua, porque se les obligaba primeramente á servicios indeterminados, y cuando fueron reducidos á seis {remensa, intestia, ctigucia, xorquia, arda y firma, de Spoli forzada), parece como que se hizo para que constase la vergüenza de la última de las seis prestaciones. A idénticas estorsiones estaban sujetos los siervos de parada y los esclavos de Asturias, ó la familia de criación.
La jurisdicción del señor llevaba consigo un derecho, que era á la vez una obligación: el ejercicio de la soberanía. ¿Cómo se protege á un inferior, con autoridad propia, si no se ejerce soberanía? Respecto de todos los que viven dentro de! territorio y en cuanto los derechos del protegido puedan quedar afectados, la jurisdicción, la soberanía, es una condición necesaria de la protección, que deba el señor á los que de él dependen. Esa protección es muy extensa respecto del menor que queda en la orfandad, pues, al morir sus padres, tiene un tutor natural en el señor, que es el defensor de todos los huérfanos, y señaladamente de todas las huérfanas, á quit-ncs no permitía que tomasen marido á su capricho. Recibían por tal marido al que designaba el tutor natural. Esta facultad, por sí sola, presupone inmenso poder y gran autoridad en quienes la ejercían.
Los Reyes de España solían disponer que se celebrasen determinados matrimonios, haciendo indicación nada más de que ricas herederas de la grandeza unieran su suerte á la de galanes que no eran seguramente de la predilección de las favorecidas. Reclamaron contra abuso tamaño en Cortes lo mismo los del brazo de la nobleza que los del brazo popular. Ya comprenderéis que tal protección, con manifestaciones de esta índole, distaba mucho de ser protección; se convertía en una verdadera tiranía. Esto sucede siempre que se trata de proteger demasiado. No hay servidumbre más horrible que la del protector vigilante y asiduo, ocupado
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en realizar la dicha ajena, para lo cual suprime la libertad y los impulsos del corazón. La protección del señor, respecto del solariego y del pechero, era como la protección de los gobernantes respecto de los pueblos excesivamente gobernados. {Varios señores: Muy bien, muy bien.) Todas esas protecciones y tutelas se convertían muy á menudo en censos y en prestaciones. Asi es que, para usar de sus derechos el solariego, ó para casarse la hija del pechero, era menester que pagasen en buenas monedas e\ privilegio que se les otorgaba. A la licencia, para contraer matrimonio, solía preceder una prestación que se llamaba de maridaje. De igual manera fueron adquiriendo los solariegos, especialmente en los siglos XI y XII, libertades á cambio de censos.
En los primeros tiempos, en los siglos VII y VIII , los servicios eran indeterminados: el señor podía exigir toda clase de servicios; pero fueron paulatinamente determinándose los que mejor podía satisfacer el solariego, y por dura que fuese su situación, siendo conocida, era siempre preferible á la situación arbitraria é indeterminada á que estaban sometidos antes. El estado de aquella sociedad, por la clase de prestaciones que se exigían, según los pactos ó según la índole del vasallaje, era realmente odioso. Sin embargo, cuando adquirían esa determinación en las prestaciones, se consideraban casi emancipados. Los documentos, que al efecto se otorgaban, llevaron el nombre de cartas de libertad. ¿Por qué? Estaban los solariegos sujetos al capricho del señor antes de fijar los servicios que aquéllos habían de prestar, y lo peor de todo es vivir completamente á merced del poderoso, de aquel, que mide el alcance de su derecho por la energía de su poder, y es dueño de la tierra, en donde tienen su habitación, y de donde los desgraciados vasallos han de sacar todo lo que necesitan para sí y para su familia.
En los primeros tiempos, los que cultivaban terrenos de un gran propietario se convertían en siervos de la gleba; estaban identificados con el terruño. Pues bien; para aquella población, que después llegó á ser solariega, para aquellos esclavos fué una gran adquisición el poder abandonar á su señor, trasladándose de un territorio á otro, abandonándolo
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todo, por completo, á trueque de verse libres de una insoportable tiranía. Según el Fuero Juzgo, el sayón podía llevar la mitad de lo que había ganado en la guerra, juntamente con su señor, y se reservaba también la mitad del terreno que cultivaba. Si á estas condiciones estaba sujeto el guerrero, ¿cuál sería lá situación del mero agricultor? En el siglo XI adquirió el derecho de trasladarse de un territorio á otro, llevando consigo los muebles que le pertenecieran; y no solamente adquirió ese derecho, sino que las Cortes de 1020, que tuvieron la gloria de redactar el Fuero de León (uno de los más notables, ó el más notable de la época), concedieron al solariego la facultad de vender su solar. El Fuero de Nájera y el Fuero de los muzárabes le autorizaron para venderlo, y en 1325 las Cortes de Valladolid dieron un paso más, permitieron que el solariego abandonase á su señor, conservando la propiedad del terreno que le pertenecía. Todo esto se hacía paulatinamente; pero siempre el cultivador de la tierra iba ganando derechos y adquiriendo cada día más, durante aquellos períodos de la historia en que era más viva la guerra entre los señores y los Reyes. En los tiempos de Alfonso el Sabio aconteció que se desnaturalizaron muchos de los grandes señores, se marcharon á servir en tierra enemiga y le hostilizaron. La venganza que tomó Alfonso X fué muy provechosa para los pueblos: consistió en dar el Fuero de Benavente á casi todos los Municipios nue lo pedían; Fuero que era muy liberal, pues que en él se concedían grandes derechos al solariego. Los señores, por su parte, con el objeto de que quedasen baldíos los terrenos del Rey, concedieron también, dentro de sus respectivos territorios, fueros, exenciones é inmunidades á los solariegos. De aquí resultó que, merced á la lucha de los señores con los Reyes, iban siempre ganando los solariegos y mejorando su situación, que por cierto era harto triste. Pero no lo debieron todo á esta generosidad forzada de los señores y de los Reyes; tuvieron por causa las conquistas principales el esfuerzo propio de los pueblos, porque los Municipios se organizaron, y fué reconocida su organización por los Reyes, por los señores y por la Iglesia. Yo tuve ocasión de examinar algunos fueros
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de obispalías, de pueblos sujetos á la jurisdicción del Obispo de Oviedo, que se gobernaban de la manera más liberal, á pesar de la autoridad del Obispo y de la mesa capitular. Se administraban con independencia absoluta de su señor; se reunían cuando lo tenían por conveniente, tomaban los acuerdos que convenían á sus intereses, y vivían en realidad de una manera independiente, á mi juicio, como vivieron siempre los celtas y los iberos, sobre todo en los países montañosos, porque esas grandes libertades de la Edad Media, el espíritu de libertad municipal, encarnado principalmente en los pueblos de montaña, no viene de los romanos, ni de los bárbaros, sino de la propia naturaleza; viene de antiquísima costumbre, de la veneranda tradición de los pueblos. {Mity bien, muy bien.)
Os he indicado al principio que eran muchos los que opinaban que el feudalismo no se había conocido en España; y el feudalismo imperó en toda España. En Aragón existían las honores (asi se llamaban los grandes feudos), que eran, lo mismo que en Rivagorza y Ariza, en otras partes de Aragón, feudos verdaderos. Los señores que recibían las honores debían repartirlas entre los caballeros, dividiéndolas en trozos, que llamaban caballerías, los cuales caballeros estaban obligados á prestar servicio militar al Rey, á los señores, al rico home; y éstos debían acompañar durante tres meses al Rey, y los caballeros á su señor, manteniéndose unas veces á su costa y otras á costa del Rey. A la posesión del terreno iba unido el ejercicio de la jurisdicción, más ó menos limitada, con la obligación de prestar al Rey servicio militar. Era la tierra una donación, que se hacía en favor del que prestaba el servicio. Los ricos-hombres, que servían al Rey en casos determinados y podían desnaturalizarse, tenían por servidores á los caballeros, y éstos á su vez imperaban ó gravitaban sobre las clases inferiores. Esa jerarquía era feudal, con la jurisdicción y protección, por parte del Superior, quien á su vez obtenía determinados servicios.
En Cataluña existía el feudalismo francés. Cataluña formó parte del Imperio de Cario Magno, y cuando se separó de Francia vino con las mismas instituciones que tenía. Con-
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servó hasta el tiempo de los Reyes Católicos los esclavos de remensa. Mallorca y Valencia eran tan feudales como los pueblos más feudales del Norte. Allí se estableció el feudalismo, de la misma manera que en Inglaterra, por Guillermo el Conquistador; digo mal, porque en Valencia realmente se estableció de una vez como por implantación, y no sucedió lo mismo en el pueblo inglés, á pesar de los propósitos del Conquistador, que tuvo necesidad de luchar con sus mismos compañeros. El feudalismo inglés fué resultado de la compenetración entre las razas normanda y anglo-sajona. En Mallorca y Valencia se introdujo el feudalismo de la manera que seguramente todos sabéis. El Rey D. Jaime convino con varios Obispos, entre ellos el de Tarragona y el de Barcelona, y con los Municipios y ciudades, que le acompañaron en la empresa, en dividir el terreno que conquistasen, según las fuerzas que respectivamente acaudillasen. Cumplióse lo pactado después de la conquista, practicando la división, que consta en un libro llamado feudaíaris de regne de Valencia; de la misma manera que en Inglaterra, después de la invasión de Guillermo el Conquistador, se registró en un libro denominado Domesday-Book la parte de territorio que á cada uno de los conquistadores se adjudicó. En Valencia sucedió también cosa parecida á lo que pasó en Inglaterra con los barones, que acompañaron á Guillermo el Conquistador. Se negaron á prestar servicios militares, que se les exigían en determinadas circunstancias, y fueron castigados con la privación de sus feudos. Pues en Valencia ofrecieron igual resistencia algunos de los que habían acompañado á D. Jaime en la conquista, cuando después les llamó para que le siguieran en empresas guerreras, y quedaron igualmente privados de sus feudos los que no acudieron al llamamiento del Rey de Aragón.
Además, era tal el carácter del feudalismo en el reino de Aragón, que D. Jaime se reservó el privilegio, esencialmente feudal, de los hornos y los molinos; esto es, nadie podía moler trigo ni cocer pan sino en los molinos y en los hornos del Rey, y se reservó también un censo, llamado de carnaje y de herbaje sobre los terrenos baldíos, que eran realen-
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gos; censo que bastaría para darnos á conocer el carácter emi -nentemente feudal de la monarquía conquistadora.
En Castilla, se dice, es donde no había realmente feudalismo, y es extraño que esto se afirme, teniendo como tenemos en las Partidas el título XXVI, partida 4.", que trata de los feudos, y otro título, el XXV, que trata de los señoríos, en cuyos títulos se determinaban con toda claridad las obligaciones del vasallo, los derechos y deberes del señor, y sobre todo, la gran importancia que tenía el contrato de vasallaje y la forma en que había de celebrarse. Algunos han supuesto que se legislaba para los feudos, cuando los hubiese; mas, para que así fuera, habríanse escrito con distinto sentido los dos referidos títulos de las Partidas, que trataban de hechos palpitantes, que se tocaban y que había necesidad de regular. El Rey Sabio legislaba sobre hechos contemporáneos; es indudable que los feudos existían; y de que existían los señoríos, ¿quién abriga dudas? Existían, y la supresión de los señoríos jurisdiccionales en 1811 vino á poner de manifiesto cuánta era la riqueza de arbitrariedad, que se encerraba dentro de aquellos pergaminos, que otorgaban los Reyes á los señores ó los señores á los vasallos. En Castilla hubo feudalismo, con los mismos caracteres que en los demás pueblos de Europa. El dueño del territorio ejercía jurisdicción y soberanía, percibía pechos é imponía contribuciones; y mientras no se regularizaron las condiciones del vasallaje, eran legalmente posibles todas las prestaciones y todos los servicios, que mejor cuadraban al capricho del señor. ¿No se recuerda la arrogancia de Rodrigo Díaz de Vivar con Alfonso VI? Pues era la arrogancia de un gran señor, de un rico-home de Castilla; y cuando le indicaban que al día siguiente Alfonso sería Rey y que podría vengarse, él contestaba que había otros señores á quienes poder servir, como lo demostró después prácticamente. ¿Y los señores del tiempo de D . Alfonso el Sabio, que le abandonaron y se fueron á servir á otro señor? Y cuando D. Alfonso de la Cerda disputaba á Fernando IV el territorio de España, ¿no hubo una transacción, que vino á terminar por sentencia que dictaron los Reyes de Aragón y de Portugal y D. Juan Manuel, nieto
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de Fernando III , según cuya sentencia se dieron á D. Alfonso de la Cerda grandes Estados, libres de toda jurisdicción y poder? ¿No era gran señor feudal en Castilla D. Alfonso de la Cerda, con arreglo á la sentencia que pronunciaron los Reyes de Portugal y Aragón? El mismo D. Juan Manuel, ¿no era un señor feudal, que tenía desde Navarra á Granada terrenos y castillos, en donde podía alojar nada menos que i.ooo lanzas? Pues esto consta en sentencias, en datos auténticos y en los primeros libros del habla castellana que nos dejó D. Juan Manuel, hijo del Infante D. Manuel y nieto de Fernando el Santo. Existían esos inmensos territorios, donde un señor ejercía jurisdicción y percibía contribuciones, con obligación de prestar servicio militar al Rey. Estos señores hacían á su vez donaciones de tierra á sus vasallos, con la obligación de corresponder en servicios determinados.
El señorío de Vizcaya y el de Haro eran grandes feudos. Los Castros y Laras eran poderosos señores feudales; y no había magnates más revoltosos que los ricos-hombres castellanos.
Para venir en conocimiento del estado, en que se encontraban las clases inferiores de la sociedad, durante el período feudal, basta recordar ó indicar muy someramente los servicios á que estaban obligados, aun después de haberse determinado concretamente; no cuando eran arbitrarios y dependían de la voluntad del señor. Pagaban en primer lugar lo que se llamaba infurción, que era un reconocimiento del dominio perteneciente al señor; pagaban la luctuosa, mincio, que consistía ordinariamente en un caballo ó en la mejor res que tenían, cuando fallecía algún individuo de su familia: sobre el llanto por el difunto, se presentaba el señora reclamar el objeto ó prenda de más valor. Estaban obligados á prestar lo que se Uamahai/onsadera; es decir, el servicio militar, según las condiciones del vasallaje y á las órdenes del señor, quien en uso del derecho de mañería, heredaba al que fallecía sin sucesión; todo lo que había ganado el vasallo, que moría sin descendientes, revertía á su señor. Pagaban un derecho que se denominaba/Mmo/e, por el solo hecho de vivir en una casa, además del pedido, que parecía una cosa determinada, fija, y
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sin embargo, no lo era: pedido significaba toda prestación extraordinaria, que por razón de circunstancias extraordinarias debía satisfacer el vasallo, y estas circunstancias dependían muchas veces ó casi siempre del poder y capricho del señor. Tenían los señores derecho á exigir el rauso, homicidio ó calumnia á toda la población ó comarca donde se cometía un delito; de manera que no había delito perdido para el señor; podría no encontrarse el delincuente, y esto sucedía entonces con más frecuencia que en nuestro tiempo; no sería habido el criminal, pero con saber dónde se había perpetrado el delito, ya se sabía quién había de pagar el rauso. Estaban obligados á pagar la. facendera ó serna, que era el trabajo personal en beneficio del señor. Hacían el servicio de velas, rondas y escuchas, en cuya prestación se incluía aquel ridículo servicio de estar golpeando una laguna, para que las ranas no molestasen al señor, durante la noche. Como este capricho, podían ocurrírsele otros al señor, que imponía la vela, la ronda 6 escucha. También exigían á sus vasallos las bodas, tributo que representaba la licencia concedida por el señor á la hija del pechero para contraer matrimonio. No se daba un paso, ni se ejecutaba un acto, desde el más insignificante hasta el de mayor importancia, sin que el pobre solariego pagase alguna prestación de las más gravosas. Eran aquellos vasallos 6 solariegos los labriegos que cultivaban los campos; con razón sobrada se les llamaba buenos hombres en muchos documentos ó cartas que á ellos se referían.
Pagaban todos además, absolutamente todos, la moneda forera, que era para el Rey. El yantar era también otra prestación pesada, y consistía en que, cuando se presentaba el señor en casa del vasallo, éste debía hospedarle y alimentarle, durante tres días, ó más tiempo, y si llevaba séquito, estaba obligado igualmente á sostener á todos los paniaguados del señor. Así es que una excursión regia ó de un soberbio magnate era como la langosta, que por donde atraviesa deja el país yermo. Sucedía entonces lo que más tarde, cuando iban aquellos gloriosos tercios de Felipe II por los llanos de Castilla. Los Procuradores en Cortes se quejaban de que, cuando pasaban por un pueblo fuerzas del ejército real, que
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se asemejaban á bandas de foragidos, huían los habitantes y vagaban por los despoblados, ó se escondían en los bosques, porque no podían sufrir las vejaciones, que con ofensa del pudor y de la seguridad personal cometían los soldados. Pues si esto pasaba en tiempo de Felipe II , y de esto se quejaban los Procuradores, ¿qué sucedería cuando hacían aquellas excursiones los Reyes, seguidos de numerosas lanzas y con todo el aparato de grandes potentados? Lo que acontecía os lo dará perfectamente á conocer el recuerdo de una célebre/azaña de Castilla; porque en Castilla, cuando en los primeros tiempos de la Reconquista se perdiera hasta la memoria del Fuero Juzgo, se dictaban sentencias sobre causas determinadas, se coleccionaban y servían de regla para resolver casos idénticos en lo sucesivo. Pues bien; en esas fa-zañas nos encontramos con que un señor, López de Haro, que recorría sus dominios, tuvo la desgracia de cometer un delito terrible á guisa de castigo de una falta, en que había incurrido uno de sus vasallos, matando un azor. El feroz D. Diego López de Haro, que era uno de los poderosos ricos-homes, se apoderó de vasallo, mandó que le aspasen, y después de haberle destrozado el cuerpo en una rueda, le dejó bajo la acción de un sol canicular hasta que espiró como en martirio.
Esta es una fazaña; esta causa se falló por el mismo López de Haro, y se coleccionó la sentencia, para que sirviese de precedente en casos idénticos. ¿Hay algo más horrible que aplicar por una causa tan leve la pena de muerte? Pues esto consta en una de las fazañas de Castilla.
Otra hay también que es muy instructiva. Una de las causas por que se rompía el vasallaje era la falta del señor para con el vasallo en la persona de su mujer. Los lazos de vasallaje se rompían por culpa del señor, como se perdía todo derecho, por parte del vasallo, cuando se atentaba contra el pudor de la mujer, de las hermanas ó de las hijas, y cuando se servía á otro señor. Pues bien; hubo vasallos que se quejaron al Rey de que sus respectivos señores habían atentado con -tra el pudor de sus mujeres; el Rey consultó este caso con un juez ó alcalde que le acompañaba, y se dictó una fazaña.
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según la cual, por haber denunciado los vasallos un hecho, que ponía en trance de muerte á sus respectivos señores, eran ellos reos de muerte. No se entraba en averiguar si el hecho que denunciaban era, ó no, cierto; se prescindía de esto; el hecho sólo de denunciar un crimen, por el cual se ponía en trance de muerte al señor, era causa bastante para que recayese sobre el denunciador la pena de que el magnate era merecedor. Esta íazaña era también un precedente para lo sucesivo, atrepellando ó dejando sin efecto las protectoras disposiciones que se habían adoptado en los fueros de León, Nájera, Cuenca, etc., etc.
Si tal era la situación de las clases inferiores; si tan triste era su condición; si el estado de lucha era permanente y los señores entre sí dirimían las contiendas por medio de la guerra privada, que éste llegó á ser un medio de administrar justicia, siendo el duelo un caso de guerra particular, por cuyo medio se resolvían las cuestiones feudales, ¿cuáles fueron las ventajas del feudalismo? ¿Cuál fué su misión? ¿Por qué no condenarlo en términos absolutos y de una manera enérgica? Señores, el feudalismo traía consigo un espíritu, que necesariamente había de producir una gran revolución social, antes de llegar á encarnarse en el organismo social. En lo antiguo el individuo no era nada, lo era todo la ciudad; el individuo quedaba anonadado; en la familia, el jefe de ella lo representaba todo; el principio individual, la personalidad, desaparecía por completo. Pues bien; con el feudalismo apareció ese factor importante, que no debe su origen á la invasión de los germanos, ni fué resultado del choque de unos pueblos contra otros, sino que adquirió vigor y se determinó con mayor energía la personalidad humana, como efecto del prolongado estado de aislamiento, en que se encontraron vencidos y vencedores. También influyeron los principios del cristianismo en el desenvolvimiento de la idea generadora de la doctrina democrática. Baste recordar que la mujer adquirió gran predominio en aquella sociedad, donde floreció como una institución la caballería, que con el tiempo degeneró en caballería andante. Con haber aparecido, aunque rodeado de espantosos desórdenes, el individualismo
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como fundamento de la vida social; con haber obtenido la mujer el puesto de honor que le corresponde y le negaba la antigüedad, quedaron proclamados los principios más fecundos en consecuencias para la civilización de los pueblos. Esta fué la ventaja del feudalismo: favoreció el desarrollo de nuevos principios de vida, dignificando y exaltando á veces la personalidad humana. Hubo entonces exageración; se llegó hasta el extremo: el individualismo era tal, que de hecho no reconocían superior los que se encontraban en situación de hacerse respetar ó de imponer su voluntad. Tocaban á todas horas en los linderos de la anarquía, y por carecer de educación política, cometieron trascendentales faltas é incurrieron en grandes errores; pero las exageraciones desaparecieron y quedó enaltecida la personalidad humana, cuyos derechos constituyen el verdadero fundamento de los principios democráticos en nuestro tiempo. Esta es la razón de que os haya dicho al empezar que no caería en la tentación de herir de muerte al feudalismo, porque al hacerlo tendría que herir necesariamente al principio democrático.
¿Estaba acaso representado el feudalismo únicamente por aquella clase prepotente de grandes señores, ricoshomes, infanzones, Condes y Barones? Nada de eso. El feudalismo estaba encarnado en la Iglesia, en las ciudades, como en los grandes señoríos territoriales; en una palabra, era realmente el alma de aquella sociedad, y llegó hasta nuestros días. Se debilitó mucho con haber decaído á la sazón el poder de los grandes señores en los siglos XJII, XIV y XV. En todos los pueblos decreció, aunque no al mismo tiempo, sino sucesivamente. Empezó á debilitarse con las Cruzadas en Francia, Italia y Alemania, y mucho también en Inglaterra, aun cuando en esta Nación sobrevivió más tiempo. En España era todavía muy prepotente en los siglos XIV y XV; estaba muy arraigado en la ciudad, en el Municipio y en la Iglesia. ¿Quién ignora, quién desconoce que los Obispos eran grandes señores feudales; que lo eran los cabildos catedrales? Y sobre todo, ¿cómo hemos de olvidar que la grave cuestión de las investiduras fué tanto feudal como religiosa? ¿Por qué se imponía la investidura de los Obispos como una obliga-
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ción por el Emperador de Alemania? Porque exigía el reconocimiento de su superioridad. En la investidura iba envuelta la jurisdicción temporal, en cuanto se relacionaba con la Iglesia, y lo espiritual; de ahí la complejidad de la cuestión, que fué causa de sangrientas guerras entre el Pontificado y el Imperio. Había ya una lucha muy encarnizada entre la Iglesia y el Estado; pero realmente la cuestión de las investiduras tuvo origen feudal, porque la Iglesia y los cabildos catedrales eran grandes propietarios y señores feudales; y eran señores feudales, porque en el hecho de poseer grandes territorios, ejercían soberanía y jurisdicción, y percibían pechos y contribuciones, y tenían derecho á exigir prestaciones de todas clases, aun las más indignas y humillantes, aun las que más vergüenza debieran causar á los que entonces usaban y abusaban de privilegios. Y ¿cómo desapareció el feudalismo, cómo se debilitó, si estaba encarnado en todos los organismos é instituciones vivas de aquella sociedad? Si eran feudales la Iglesia, el Municipio, los grandes señoríos territoriales, ¿cómo, por virtud de qué desapareció el feudalismo de aquella sociedad? Por una razón muy sencilla. El feudalismo consistía principalmente en la unión del dominio de la tierra con el ejercicio de las funciones de jurisdicción y soberanía. El ejercicio de las funciones públicas, como una derivación del derecho de propiedad, constituía la esencia del régimen feudal. Todas las prestaciones, con inclusión de la del servicio militar, eran parte accesoria, dependiente, verdaderas derivaciones de esa confusión del dominio, de la propiedad, con el ejercicio de las funciones públicas. Pues bien; los pueblos, los Municipios, que se encontraban agobiados, unas veces por los señores, otras por los Reyes, y siempre á consecuencia de los servicios que les exigían, se acogieron al poder de los Reyes, cuando éstos supieron darse trazas para ser más fuertes que los magnates; y cuando no se consideraba el poder de los Monarcas bastante fuerte, ó no tenía por conveniente formar alianza con los pueblos, éstos se concertaban entre sí, como Plasencia y Escalona, por ejemplo, que celebraban una hermandad para la defensa de sus derechos; y si entre ellos había conflictos de jurisdicción, los re-
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solvía otro Municipio, el de Talavera, que desempeñaba la función jurídica de arbitro.
De esta manera se iba extendiendo y formando la hermandad de las poblaciones, para la defensa común, contra los señores y contra los Reyes. Llegó á ser la Santa Hermandad en España uno de los poderes más fuertes, y más imponentes, y que con más eficacia restablecieron el orden en los tiempos turbulentos de las minorías de Fernando IV y de Alfonso XI. De esta manera se impusieron, durante algún tiempo, los Municipios á los Reyes y señores. Los Reyes gustaban mucho de la alianza con los Municipios, y los engrandecían porque tenían necesidad de los representantes de los pueblos para que les otorgasen subsidios. Egoísta la clase aristocrática, no quiso lo mismo en España que en Francia é Inglaterra otorgar subsidios, como entonces se llamaban los impuestos y contribuciones, y para sacarlos de los pueblos llamaron los Reyes álos representantes de las clases populares. Entonces el procurador, lo mismo el de la ciudad que el del Concejo, adquirió poder político en las Cortes, que era un reflejo del poder social, alcanzado por medio de la organización de los Municipios en hermandades ó cofradías, las cuales dieron gran fuerza al Rey para sofocar á los señores feudales. Así consiguieron los Reyes y los Concejos concluir, dominar, casi extinguir el poder de los señores feudales. La monarquía, apoyándose en la organización municipal y en las milicias de las ciudades, venció al poderoso enemigo de las clases populares. No es esto negar el carácter progresivo que el feudalismo tuvo en la Edad Media. El señor feudal elevó en gran manera la importancia y representación de la personalidad humana. En este sentido, no vacilo en asegurar que el feudalismo fué un gran elemento civilizador.
Al mismo tiempo que se organizaban los Municipios, cons-tuíanse cofradías, organizábanse los gremios de artes y oficios con un poder, una significación é importancia, cuya influencia en los acontecimientos de la época no cabe desconocer. Llegaron á ser propietarios territoriales, ejercían jurisdicción y sirvieron de lazo de unión entre los Municipios, cuando no de germen ó núcleo para su desenvolvimiento.
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Infiltraron su espíritu en la monarquía, que durante los últimos siglos de la Edad Media fué eminentemente democrática. Democrática era la monarquía de Alfonso XI y la de D. Pedro el Cruel; no lo fué la de D. Enrique de Trastama-ra, porque usurpó el trono con la protección de los Grandes. Democrática era la monarquía misma de Fernando el Católico, y si no democrática, por lo menos popular, muy popular.
En esta lucha de los Reyes con los señores, de los Municipios y gremios de artes y oficios contra todos, figuraba la Iglesia como fuerza absorbente, que intentaba reunir en torno suyo todos los elementos vitales, porque representaba el principio de unidad más fuerte dentro de aquella sociedad. Todos tenían indudablemente escaso poder en comparación con el de la Iglesia, que estaba presente en todas partes, luchaba con todos y contra todos, contribuyendo grandemente á dar unidad y cohesión á los elementos diversos que se agitaban en el fondo de la sociedad. Lo notable del caso es que, contaminada la Iglesia del espíritu feudal, contribuyó no poco á la transformación del feudalismo, adquiriendo de día en día mayor vigor el espíritu popular, y aumentando los gremios, hermandades y cofradías.
Las Cruzadas fueron causa principal de la extinción del poder de los grandes señores. Estos tuvieron necesidad de allegar cuantiosos recursos; iban á pelear por su fe, á combatir con los enemigos de Dios, como ellos decían; pero habían menester grandes recursos, y vendían sus inmensos territorios, los empeñaban y contraían deudas con los gremios de industriales y comerciantes, que empezaban entonces á enriquecerse. Los Municipios también adquirían riquezas, y con la propiedad, pasaba el ejercicio del poder soberano á otras manos.
Ganaban la monarquía y las clases populares todo lo que perdía el valiente y arrogante cruzado, que emprendía lejanas expediciones contra los enemigos de la fe, y volvía maltrecho, pobre y sin influencia á la comarca de donde había . partido.
A la vez que, por efecto de las Cruzadas, desaparecía el
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poder de los grandes señores, se difundía más y más el imperio del derecho en la sociedad europea.
¿Cuándo se extinguió por completo el feudalismo? Dicen algunos que la revolución municipal, la revolución comunal, que habrá de historiar con viril elocuencia y sólidos razonamientos uno de nuestros más ilustres compañeros, fué un movimiento de reacción de la clase vencida contra la vencedora; pero esto no es exacto: fué un movimiento de reacción del espíritu popular y liberal contra el espíritu aristocrático. La revolución de 1789, dicen otros, fué el triunfo definitivo de la clase vencida sobre la vencedora; tampoco es exacto: no fué el triunfo completo, ni definitivo; fué la aurora del triunfo del imperio del derecho sobre el privilegio, porque la libertad de la época feudal era una libertad privilegiada. Era necesario combatir el privilegio para que la libertad brillase en todo su esplendor, y la libertad brilló en todo su esplendor con la supresión de los privilegios del feudalismo. En Francia se realizó esta supresión en 1789; en España acabó con la extinción de los señoríos en 1811, restablecidos en 1814, que volvieron á suprimirse en 1820, siendo restablecidos otra vez en 1823 y definitivamente abolidos en 1836. En Inglaterra todas las reformas son paulatinas, y no me atrevo á decir que se haya realizado por completo la transformación del feudalismo, pues hay todavía muchos ejemplos de posesiones de tierra que llevan dentro de sí el espíritu de los tiempos feudales. Pero lo más característico de los tiempos del feudalismo en Inglaterra era indudablemente lo que se conoce con el nombre de allegeance, que significa subordinación, obediencia, unión indisoluble entre subdito y soberano. Esta relación de vasallaje produjo tales efectos en el derecho internacional, que fué causa de que el subdito inglés no pudiera romper antes de 1870, emigrando de su país ó por voluntad propia, los lazos de dependencia de su nación. En Francia, Alemania, Italia, España y en todos los países de Europa se ganaba y perdía la nacionalidad por una larga residencia fuera de su país ó por renuncia de la antigua nacionalidad, con propósito de adquirir otra. El inglés no podía perder su nacionalidad, y á todas partes
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donde iba, el Gobierno le seguía con su protección. De aquí, señores, que la representación del pabellón inglés estuviera en todas partes donde se encontraba un subdito de la Gran Bretaña. ¿Por qué? ¿Por orgullo de la Gran Bretaña? No; la razón era distinta. Allí subsistía y subsiste todavía en las costumbres un resto de feudalismo: »nemo potest éxuere Pa-tviam. Ninguno puede abandonar la Patria. El señor debe protección al vasallo; el vasallo debe obediencia á su señor.»
Estos eran los principios del feudalismo, que imprimieron carácter distinto á la civilización inglesa. Sobrevivió hasta nuestros días, y por consecuencia de ese principio, recordaréis todos como era tradicional en la política inglesa, y acaso no se olvidó todavía que el pabellón inglés debe ondear donde quiera que haya menester de protección un subdito de la Gran Bretaña; así como donde quiera que hay un inglés, allí está un servidor de la nacionalidad inglesa. Este principio vivió no sólo encarnado en la Gran Bretaña, sino que se trasladó con los puritanos al otro lado de los mares. Tampoco se podía perder la nacionalidad de los Estados Unidos, por voluntad del ciudadano norteamericano, que emigrando de América no podía en ningún caso adquirir derechos de ciudadanía en otra nación. Este principio desapareció, lo mismo de Inglaterra, que de los Estados Unidos: de Inglaterra en 1870, merced á una de las grandes y trascendentales reformas que introdujo en su País el eminente Gladstone; de los Estados Unidos dos años antes, en 1868. Cabe ya, es legalmente posible, que un inglés y un norteamericano pierdan su antigua nacionalidad, que se rompa el lazo que indisolublemente les ligaba á su nación de origen. Desaparecieron también en nuestro tiempo dos negras manchas del feudalismo, que estaban íntimamente relacionadas con la índole de las instituciones: me refiero á la herencia y al naufragio.
El extranjero que moría en tierra extraña nada dejaba á sus herederos; el náufrago, que llegaba á una costa extranjera, perdíala nave, cuanto llevaba en ella, y realmente venía á quedar como esclavo de la nación donde experimentaba esa desgracia. La jurisdicción era territorial, y el señor del territorio era el único soberano y dueño de cuanto se
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encontraba á su alcance. Así, cuando uno moría en terríto-rio de un señor de quien no dependía, allí no había más derecho que el del señor. El extranjero, que abordaba por casualidad, no tenía ningún derecho; el náufrago, que llegaba á una costa extraña, se encontraba en un país enemigo, con quien ningún lazo le ligaba y en donde quedaba privado de toda clase de derechos. Parecía como que se le conservaba la vida por mera gracia del señor del territorio.
Estas manchas se borraron en Francia con la revolución de 1789; en Inglaterra antes, y en España, para gloria nuestra, teníamos un fuero municipal, el San Sebastián, que otorgaba al náufrago los derechos, que la humanidad debe conceder siempre al desgraciado. En el siglo XV el náufrago que arribaba á las costas del Cantábrico no perdía la nave ni lo que llevaba; conservaba la propiedad de todo, porque en medio de aquel despotismo, el Municipio levantaba la bandera de los derechos de la humanidad.
Concluyo, señores; os he molestado demasiado tiempo. {Muchas voces: No, no.) Nada más hice, sin embargo, que tocar de una manera muy inconexa, muy ligera y desaliñada, las principales cuestiones, que se relacionan con el derecho feudal; derecho que estaba formulado en Códigos y explicado en libros, que gozaban de autoridad en Inglaterra, en Alemania, en Francia y en otros pueblos. Nuestros cuerpos legales contenían disposiciones claras y precisas. El Fuero de los Fijosdalgo era notable, por más de un concepto. En todos tiempos la costumbre tiene parte muy principal en la elaboración jurídica, y la Edad Media se distinguió por la variedad que imperaba en el derecho consuetudinario. Pero había un principio que constituía la base y fundamento de las más importantes disposiciones del derecho feudal. El ejercicio de la jurisdicción y el dominio sobre la tierra iban unidos en íntimo consorcio; era la propiedad territorial condición necesaria para toda clase de privilegios; pero respecto del cultivador, estaba sujeto á todos los gravámenes imaginables, y cuando la tierra, que nos soporta, es esclava, y está sometida á la jurisdicción de un señor, y ese señor ejerce allí soberanía por ser dueño, es imposible que haya libertad para
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los que la cultivan. De ahí el que, si hubo durante el feudalismo un verdadero derecho feudal, de privilegios, la ley y la costumbre, que le servían de expresión, se hayan modificado y perdido su carácter propio, á medida que el derecho y la libertad se unlversalizaban, separándose la soberanía y la jurisdicción del dominio de la tierra.
Ahora recuerdo, señores, que se me olvidó hablaros de una de las glorias del fuero de Aragón: del Justicia, que ejercía una jurisdicción superior á la autoridad del Monarca, é independiente del dominio sobre la tierra. No puedo retroceder, porque es demasiado tarde. Después de todo, la institución del Justicia, como poder de condiciones especialísimas, es una de las muchas glorias, que encierran las Constituciones de Aragón y de Castilla, los fueros de toda España, que nada tenían que envidiar á las mejores ordenanzas, ni á la Carta Magna, ni á las mas preciadas instituciones de la Edad Media. {Grandes aplausos.)
MOALLAKAS ( 1 )
( CONCLUSIÓN. )
OMO no se podía comprender fácilmente el sentido de las palabras, la hermana de Mohalhel, llena de misteriosa penetración, descubrió el atentado de los esclavos y manifestó la volun
tad del finado diciéndoles: O vosotros á quienes estas palabras sean referidas , Mohalhel ha sido muerto en un sitio del desierto: que Dios os sea propicio y os colme de bienes: no permitáis que estos dos asesinos escapen al suplicio que se merecen; y efectivamente, interrogados los esclavos, manifestaron su crimen y fueron castigados. Tales fueron los precedentes odiosos á que hemos aludido en párrafos anteriores, rivalidades no calmadas por un sentimiento de paz firme y estable, y por cuya razón no era difícil explicarse ya, porque acudiendo los Taglibitas á calmar su ardorosa sed en las cisternas de Bacr, éstos les rechazaron hasta el punto de replegarse aquéllos en sus desiertos.
Dispuestos así á nueva y sangrienta lid, comprendieron por una inspiración benéfica las crueldades de pasadas gue-
( l ) Véase la pág. l87 del tomo anterior.
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rras, y en vista de tantos desastres, propusieron de ambos lados pactos de paz, escogiendo por arbitro á Amrou-ben-Hinda, hijo de Mondar y de su madre Hinda. Ambos partidos comparecieron ante el arbitro, y su sanción restableció la paz entre las dos tribus. Entonces recuérdase por los cronistas árabes, que Amrouben-Kelthoun improvisó un Moa-llaka, en el cual memoraba las jornadas en que los hijos de Taglib habían sobresalido y fueron la gloria de su tribu; Ha-rith-ben-Hilliza pronunció también el suyo, más moderado en sus expresiones, más reservado en los reproches que dirige á los enemigos de su tribu, más distinguido por las cualidades de los suyos, más renombrado por las virtudes y la gloria de Mondar, Rey de Hira y padre del Príncipe, delante de quien hablaban, recordó igualmente y á su vez que la tribu de Bacr había vengado la muerte del Príncipe en las tropas del Rey de Ghassan, quien había causado su pérdida: hace mención de una guerra habida entre los árabes del Yemen y todas las tribus descendientes de Adnan, en la cual sus antepasados distinguiéronse por su valor; en fin, rechaza las imputaciones injuriosas de Amrou-ben-Kelthoun, con un hálito digno: como los anteriores, recuerda á su amada Esma, de cuyo calor no puede ya gozar; como ellos, alaba su camella; pero con estilo noble, sin énfasis y lleno de sabia moderación, formando cierto contraste con el poema expresado por Amrou.
Casi más antiguo que estos dos poemas el siguiente, pues es difícil fijar su fecha de una manera precisa, aunque parece formado con alguna anterioridad al entronizamiento de Am-rou-ben-Hinda, la única solución de continuiddadeducida por los escoliastas es la de ser contemporáneos á los dos moalla-kas de Amrou y Harith. Del propio modo Tarafa, en completa diferencia de los poemas que hemos examinado, habla de Khaula, como de otras jóvenes doncellas, cuyo cuello describe adornado de perlas y topacios, graciosas como gacelas; recuerda á su camella como su poderoso auxiliar y demuéstrase apto á servir á cuantos reclamen su auxilio, en cuya generosidad no reconoce superior; describe sus placeres, sus amigos, sus banquetes y un epicurismo extraordinario: él
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bebe, canta y goza de los antiguos, jamás ha encontrado expresión más fébrida y apasionada que en el poeta que estudiamos; algo filosófico en fuerza de razonar sus pasiones, explica á su modo lo que dice constituye la calma y entusiasmo de la vida; la vida, las riquezas, el placer, la belleza constituyen el fondo psicológico de este moallaka, que descubre rasgos despreciables de materialismo, por lo cual debe leerse con cautela, y que á la vez tiene un concepto de la existencia como el que nos expresa diciendo: «La vida es un tesoro que disminuye cada día; mientras la muerte detiene sus pasos hacia el hombre, está como el animal asido á la tierra por una cuerda que le deja pastar con libertad, pero que un poder extraño tiene la otra punta de su mano»; fuente quiííás de sus apreciaciones acerca de la existencia humana y del uso de las cosas; causa también de sus orgías, dila pidaciones y del desvio que tanto lamenta de los suyos, cuya ofensa es más terrible que la herida del hierro cortante; por último, la expresión de su pensamiento hállase representada en un verso como otros tantos de que consta su Moallaka: «Si poseemos la vida á titulo de préstamo, procuremos hacer nuestra conveniencia con las ventajas que pueda ofrecernos.» Así también es fácil á su sencilla lectura descubrir en ese poeta los esparcimientos que le apartan de todo interés patrio; se ve cómo responde á los reproches que se le dirigen por su dispendiosa conducta, y cómo hace el elogio de la vida voluptuosa y critica la austera sabiduría de su rígido censor; no olvida celebrar su bravura y su pasión por las armas y el torbellino de los combates; la brevedad de la vida y la igualdad á que son reducidos después de la muerte el libertino que ha gozado sin límite, freno ni contradicción de todos los placeres, y el sabio que ha preferido la austeridad de la virtud, son los medios que emplea para justificar el desbordamiento de sus pasiones. Es, pues, este poema el que más rasgos voluptuosos reúne de todos los Moallakas, el más apasionado y á la vez el que más gasta toda vitalidad, sin orden ni providencia alguna que no sea el placer.
Como los poemas de Amrou y Harith, otros dos aparecen, cual si fueran pareados, y con motivo y ocasión también pa-
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recida y semejante; con otra particularidad especial respecto de uno, el de Antar, que especificaremos tan luego como expongamos á grandes rasgos el momento preciso en que esos Moallakas van á deslizar sus cácidas en la imaginación y en la historia de los, árabes. Hemos dicho que como aparecieron los que retrataban la guerra de las dos tribus de Taglib y Bacr, se presentan á nuestra vista los Moallakas de Amta-ra-ben-Scheddad y el deZohair-ben-Abousolma, los cuales ni por sus circunstancias ni tampoco por el tiempo en que aparecieron dejaron de ser casi coetáneos; además, tanto uno como otro hacen referencia á la guerra de la tribu de Abs y de Dhobyan, conocida en los escritos de los orientales con el nombre de «guerra de Dahés.»
Presentan los historiadores árabes á Caab-ben-Zohair-ben-Abousolma, hijo de Zohair, célebre por sus poesías, y particularmente por su poema muy estimado, y en el que presenta un notable elogio de Mahomet, para aplacar á este legislador que había puesto su cabeza á precio, lo cual prueba que Zohair fué contemporáneo de Mahomet, y por lo tanto su poema más moderno que el de Antara. Este poeta, que al mismo tiempo era uno de los guerreros más valientes de la tribu de Abs, tuvo su parte en la guerra, y en ella mató á Dhemdhem, ilustre árabe de la tribu de Dhobyan; y con tal motivo empezó su moallaka antes que ocurriese la muerte de Dhemdhem, que también pereció en esta guerra, según parece colegirse de los mismos versos de Antara: «Temo que la muerte me lleve antes que los dos hijos de Dhemdhem sean víctimas de la guerra: ellos han ofendido mi honor, aunque no les he dado ocasión á queja alguna; han hecho voto de derramar mi sangre sin que yo les hubiese provocado; que ejecuten su injusto deseo; yo tendré siempre el consuelo de haber dejado el cadáver de su padre presa de las bestias feroces y á las salvajes águilas.» Mas si estos datos nos dan idea del estado en que se hallaban los ánimos de las citadas tribus, los detalles parecen unir aún más las analogías entre los diversos Moallakas históricos que examinamos.
Desde luego la guerra conocida por los nombres de
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Dahes y de Ghobra, entre los de la tribu de Abs y los de Dhobyan, debió su origen á una aventura muy parecida á la que ocasionó las hostilidades entre los de Taglib y Bacr. Era Dahes nombre de un caballo que pertenecía á un árabe de la tribu de Dhobyan, nombrado Kais-ben-Zohair, y Ghobra el de un jumento, cuyo dueño, Hamal-ben-Beder, era de la tribu de Abs, desafiados ambos á una carrera entre Dahés y Ghobra, bajo la pena de dar cien camellos al vencedor. Llegado el día preciso de la lid, Hamal hizo se ocultaran en los barrancos cerca de la meta unos cuantos muchachos, para en el caso de que ganase el caballo la carrera, saliéranle al encuentro, y asustándole, lo detuvieran el tiempo necesario para que le ganase el jumento: Dahés ganaba como era natural; pero sobresaltado por el alboroto de los muchachos, Hamal ganó con su jumento, por lo cual envió á Malee, hijo de su hermano Hodaiza, para reclamar de Kais el premio de la victoria; mas indignado Kais, hirióle con su lanza y le mató: esta desgracia, que pudo haberles costado muy caro, pronto apaciguóse, porque los de Dhobyan se adelantaron en calmar á Hodaiza con los cien camellos en compensación del asesinato inferido en la persona de su hijo; mas no muy tarde el mismo Hodaiza, que había manifestado estar conforme con este acomodamiento, no obstante de haber recibido los cien camellos, tomó sus represalias y mató á un árabe de la tribu de Dhobyan. Dio lugar este atentado á las exigencias de los Dhobyanos, y negándose á entregarles una remuneración igual enteramente á la que ellos habíanle dado por la muerte de su hijo, exclamaron en duras quejas y encendióse guerra entre ambas tribus.
Tuvo como todas sus discordias civiles grandes pérdidas ante cuyo número, paralizadas las armas un momento, pidieron armisticio los de Abs, entregando en rehenes á sus contrarios ocho hijos de las familias más distinguidas y que debía custodiar Semia-ben-Amrou: este prudente árabe que había comprendido la importancia de estos presos, viéndose próximo al término de su vida, cuidóse tanto de ellos más que de su propio personal patrimonio; considerábalos como el baluarte que podía sostener en buen estado la paz pública,
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y al morir tuvo especialísimo cuidado de recomendarlos á su hijo, mandándole que á la vez estuviese experto siempre contra los intentos de Hodaisa, y que bajo ningún pretexto, cualquiera que fuese, entregase los rehenes, de cuya conservación en su poder pendía la paz entre las dos tribus. No tuvo Semia la suerte de que su sabio consejo fuese cumplido; la virtud y la edad á veces no reúnen la lucidez necesaria á superar los escollos de la vida, y Hodaisa, siempre en acción, logró seducir el hijo de Semia, quien entrególe, contra la última voluntad de su padre, los ocho Infantes, que el cruel y odioso Hodaisa hizo morir sucesivamente. De aquí las amargas quejas de los de Abs; de aquí sus justas recriminaciones; ni compensación, ni sitio para la vida; la batalla era el único hálito de la tribu ofendida: la guerra encendióse de nuevo en medio de las mayores crueldades, y en la que perecieron gran número de dhobyanos, y entre ellos Hamal, el pérfido Hodaisa-ben-Bedry-Hazem, hijo de Dhemdhem, cuyo padre había muerto en una de las primeras acciones á manos del poeta Antara, terminándose las hostilidades por acomodamientos que eran destruidos al menor pretexto; el asesinato de otro árabe por Hossain para vengar la muerte de su padre Dhemdhem, trajo nuevas acciones, que pudo cortar la generosidad de Khardja-ben-Sé-nan, pagando los cien camellos, que parecía ya el precio de la vida de un hombre ilustre, el padre del muerto por Hossain; y terminada al parecer la pasada guerra, todas las tribus aquietáronse menos la de Dhobyam, que no consintiendo en la paz, hacía nuevos aprestos, hasta que aislada y reducida por sus enemigos á morir de sed, avínose á las amonestaciones de Auf y de Makal, hijo de Semia, reuniéndose al voto unánime de las tribus por la paz, momento grandioso para una imaginación poderosa de hálito noble y levantado espíritu patrio; entonces terminóse una guerra que por su duración era más terrible todavía, y á los cuarenta años fué más que suficiente para inspirar con sus acontecimientos los poemas de Antara y Zohair.
Antara, que á fuerza de ingenio y cualidades personales pudo y llegó á superar la esfera de su humilde nacimiento y
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origen ínfimo, hijo de una negra de Abisinia, cuya circunstancia originóle no pocos desaires en la sociedad, su valor y su genio le granjearon una reputación que ha venido acrecentándose con los tiempos, llegando á ser legendaria. De aquí la importancia de tan ilustre árabe, y también el doble concepto que nos ofrece el estudio de sus poesías; además de sus producciones valiosas entre las más notables de los árabes, hay la que sobre él han cincelado las generaciones sucesivas, hasta darnos una leyenda del Padre de los héroes, á causa de sus hazañas, y que se le conoce con el título de Romance de Antara. El poema que más celebridad le conquistó en la posteridad es su Moallaka, cuyo estilo es muy parecido al de Amr, la misma fiereza de sentimientos, igual energía de expresiones, el mismo calor patrio, iguales tendencias sociales.
Este célebre genio, que tanto apreció el Profeta, y con quien hubiera querido permanecer largos momentos, empieza su Moallaka saludando los lugares, siempre solitarios, en los que había estado con su amada Abla; describe en seguida su amor violento y las bellezas de su dueña; hace luego una pintura con singular energía, retratando con fidelidad su existencia salvaje, sus aventuras, las expediciones que sobre el noble camello realiza y el combate en que matóá Dhem-dhem; escrito este moallaka con bellos versos, es su estilo algo difícil de entender, lo cual le ha proporcionado numerosos comentadores.
Pero hemos dicho que aparte de su moallaka hay el romance de Antara donde se ha formado á este ilustre árabe una plaza de honor; la aventurera existencia de Antara, en la que primero se ve un hombre privado de todas las ventajas de nacimiento, figura y de familia, contribuye á rodearle de cierto misterio que luego sabría enaltecer por el poder de su espíritu, por la natural y genuina fuerza de su alma y la indomable energía de su carácter, que al fin le dieron el primer rango de los hombres de su tiempo.
Independiente de las numerosas bellezas de invención y de estilo, se halla en la citada leyenda el desenvolvimiento, por decirlo así, latente de un gran pensamiento moral. Además de las brillantes descripciones de combates, lides, incur-
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siones de todo género, aventuras, golpes de mano, sorpresas, altos hechos de armas, han merecido á esta obra una popularidad que contrapesa en el Oriente musulmán á la de las Mil y una noches; el carácter caballeroso que se atribuye al héroe principal contribuyó sobremanera á sostener el favor que se le dispensa, y un célebre escritor árabe ha señalado con acierto y originalidad la diferencia entre una y otra leyenda diciéndonos que las Mil y una noches distraen á las mujeres y niños, mientras que el Romance de Antara es el libro de los hombres, donde aprenden sabias lecciones de elocuencia, grandeza de alma, de generosidad y política.» Solo así vióse á numerosas tribus orlarse con su glorioso nombre; solo así ellas alcanzaron fama y también valor en las campañas; solo así, como otros jefes árabes de su época, supo Antara manejar el verso y la espada, y á la gloria de guerrero reunió la fama de esclarecido poeta.
Por otra parte, teorías bien admitidas en su tiempo y aun después hallaron eco en su voz y fué la práctica de vida; el amor cinceló en su alma los acentos más puros que vemos después enardecer á los caballeros de la Edad Media; llenos de gentileza y donosura por sus damas, como ellos, fué Antara por Abla, noble y de elevación suprema en todas sus entonaciones; como ellos, Antara, era protector de todo lo oprimido y débil; como se le ve en el episodio de la anciana, viniendo á tomar el agua, á quien venga de las imprudencias de un esclavo infame: para juzgar á Antara no hay sino hacer un estudio comparado de sus palabras y cácidas con las de otros poetas; su carácter está descrito en sus palabras y yo me complazco en consignarlas. «Solamente cuando los maridos están presentes con sus mujeres, entró en casa de las de mi tribu; si el esposo está en alguna expedición, no entro jamás;» que diferencia á la expresión de los versos de un escritor moderno, «cuando el marido está ausente, es preciso comer los frutos del jardín del amor.» Por último, á fuerza de perseverancia, Antara sobrepónese á los obstáculos que le separan de Abla y consigue á su amada; lleno, pues, de interesantes episodios, este romance revístese de toda la aureola del afamado poeta árabe, como ellos sin rival alguno, sobrio
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de imágenes como ellos, borbotando intensos sentimientos, es la expresión genuina de la imaginación oriental.
El otro poema que con el anterior hemos dicho era pareado y con parecido ideal, es el pronunciado por Zohaír, al que por otra parte es preciso estudiarle bien, si se quiere notar sus analogías y sus diferencias de los otros moallakas, por su carácter y estilo particular. Dicho poema, lleno del mismo ardimiento que los demás, está lleno de semblanzas, sentencias y reflexiones filosóficas, nacidas de una sabia experiencia, tal y como habríala perfeccionado ya á los ochenta años, según se confiesa en su cácila: como todos, canta los nobles hálitos de su tribu, pero hállase en el mejor desarrollado el canto de la generosidad de los príncipes árabes que habían negociado la reconciliación de las tribus de Abs y de Dhobyan, afirmando la paz á sus espensas y satisfaciendo las multas respectivas de los cien camellos; hace una viva pintura de los males que entraña la guerra en su rastro mortífero; detesta la perfidia de Hossain, que al desprecio de la paz había muerto á un árabe de la tribu de Abs, y protesta que su tribu no tuvo participación alguna en la violación de los juramentos. Como sus colegas, siente igualmente el amor por una mujer llena de pasión, á quien llama Aufa, y otras que renombra su fébrida imaginación, revestidas de la fiereza que da la opulencia; es el poeta de la mujer aristócrata, á la vez que el más providencialista de una deidad, á quien ruega á veces la suerte de las acciones de los héroes de su tribu, y cuya excelencia pondera hasta decir: «Aquel que como vosotros adquiere un tesoro de gloria, llega á ser grande entre los mortales.» Poema abundoso cual ninguno en máximas filosóficas y sentencias, está cual florido sentimiento destinado á llenar el alma de sabios consejos en el espinoso camino de esta vida: fórmulas de la verdad moral, política y social, que en vano habríamos de trascribir aquí, porque entonces trasladaríamos su traducción á este sitio, en vez del que en el presente estudio la hemos dado.
Resta, por último, juzgar el poema deLébid-ben-Rébia, independiente de todo acontecimiento y sin espíritu histórico árabe; compuesto igualmente, según todas las tradiciones de
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los árabes, bajo el reinado de Amrou-ben-Hinda, en cuyo tiempo brilló por sus condiciones y facultades especiales poéticas, mas interesado en el problema religioso político suscitado por Mahoma, abrazó el Islamismo, y desde este momento parece renunció á la poesía, en la cual había saboreado tantas delicias y sobresalió á todos sus contemporáneos: dejó, dice Sacy, su residencia por la de Coufa, donde siguió hasta su muerte, que sucedió el mismo día que Moavia concluyó la paz con Assan, cuarto Califa, hijo de Alí, esto, es por el año 41 de la Egira y 662 de Jesucristo. Como ascendiendo gradualmente el mérito de estos moallakas, nótase en el de Lébid una belleza de moral y de preceptos filosóficos contenidos en sus versos, que rivalizan en los triunfos de la inteligencia, mereciéndole para lo sucesivo el renombre de sabio, á tal consideración, aun en su vida, que se apiñaban rnuche-dumbres desde lejanas tierras á oír su autorizada doctrina.
El mismo profeta ensalzó sus cualidades, y le designaba cual modelo y ejemplar digno de imitación á los musulmanes, y cual si su moallaka fuera la confirmación de esa noble carrera, fué su poema tan estimado de los árabes, que lo cantaban en sus ceremonias religiosas, dando siete vueltas á la caaba; costumbre sostenida después con el culto de los ídolos hasta el establecimiento de la nueva religión en Mekka. Especie de consagración suprema aún más levantada, que le concedida en supremo triunfo por las lides de la gloria.
Como en el anterior, no hemos de reseñar literalmente muchos de sus versos, apotegmas llenos de prudencia y acierto, donde á la vez que nos da el más sabio consejo, describe con toda exactitud y el mejor colorido las costumbres de los árabes que habitaban los desiertos, sin morada fija, cambiando de cantón cuando lo exigían las necesidades de las muchedumbres; como todos, se ocupa de los que más se distinguen en su compañía, compara la viveza de su camello á la del buitre ó de una cierva salvaje perseguida por los cazadores, y á su caballo con la paloma que vuela rápidamente trazando con sencilez encantadora, pero con toda maestría, la vida de estos animales; concluye por cantar los placeres, en medio
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de los que vive y pasa sus días, y para celebrar sus virtudes, su generosidad y la gloria de su familia, reconoce una sanción moral, que una ley regula la vida de los pueblos, y marca el ejeriiplo de los antepasados como lección imitable en los actos humanos; por último, lleno su corazón y pensamiento de las ideas más puras y delicados conceptos acerca de la caridad, cuya virtud explica á su modo, formula un ideal que trata de justificar con sus actos, y el que á él se ajusta, dice, «ninguna mancha empañará el brillo de su gloría.» «Su virtud jamás experimentará ninguna contrariedad, porque las pasiones no corrompen su lozanía.» Altísimo puesto de este poema lleno de lindezas morales; gran concepción de la vida basada en el amor al prójimo y la gloria nacional, cuyo estro recorre todo espacio sin límite alguno, como toda criatura anhelosa de sus recursos participaba de su abundancia, de su asilo, de su defensa.
VICENTE TINAJERO MARTÍNEZ.
{Se concluirá.)
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I .
E L «HOME» NORTEAMERICANO.
A traducción literal en castellano del home inglés no expresa lo que en realidad debiera significar. En los países donde se habla el idioma de Byron ó Longfellow, home indica hogar, familia y casa.
Es lo que los franceses denominan chez soi.
«Un petit chez soi vaut mieux que le palais d^un Roi.it
A juzgar por lo que se oye, es el sanctum sanctorum lo que para el griego la iglesia de su culto; lugar donde, se dice, desaparecen todas las inclinaciones relacionadas con los siete pecados capitales, para dejar hueco en el alma tan sólo á dos sentimientos tan elevados como bellos: adoración á Dios y amor á la familia.
Con estas ideas acerca del home norteamericano llegó el que escribe á la patria de Washington. «Ya veréis—le habían dicho—cómo se entiende allí el amor al hogar y la familia. Es una nación notable por muchos conceptos; pero que admiraréis sobre todo cuando alcancéis á ser admitido en lo que llaman su home.»
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¡Cuánto me regocijaron aquellas noticias! Las descripciones más plácidas y conmovedoras de la vida patriarcal, me pareció que iba á verlas realizadas por hombres del siglo XIX, con el aditamento ventajoso de la luz eléctrica, el teléfono y otros adelantos, y en la imaginación formábame cuadros de infinita bondad. El venerable y consabido anciano de blanca cabellera y plateada barba; su siempre virtuosa y ejemplar esposa con arrugas en el semblante, consecuencia de sufrimientos pasados, pero tan laudables para ella como para el militar sus cicatrices; las candorosas hijas todas modestas, bellas y puras cual lirios del valle recién abiertos al rocío matinal; y los gallardos mancebos, orgullo del progenitor, descubriendo en sus ojos el valor de su raza, el alcance de su genio y su amoroso respeto al que á más de padre fuera su ilustre mentor. Estas eran las figuras del cuadro; y el lugar de la escena, una casa no decorada ostentosamente, pero sí con confort; no adornada para deslumhrar al primer golpe de vista, mas si para deleitar el ánimo, hallando en ella buenos libros para estudiar y objetos de arte para recreo.
Todos los norteamericanos que anteriormente á mi venida á esta nación había conocido pareciéronme siempre hombres desprovistos de la delicadeza de sentimientos que es peculiar á otras razas; pero al aceptar como ciertas las descripciones de su home, creí errónea mi apreciación y sólo hija de engañosas apariencias. ¿Acaso—me pregunté á mí mismo—es imposible hallar en una nación ó un pueblo unidos los adelantos modernos con la moral, que ni necesita inventarse ni estudiarse, pues que inconscientemente todos la conocemos? ¿Será condición sine qua non que el hombre cuanto más domina con su inteligencia menos siente en su alma, porque ésta jamás llega á comprenderla y por ello trata de destruirla, satisfaciendo así la soberbia que le hace creer que lo que no puede analizar por preceptos fijos es que no existe? Ciertamente no. Por mucho que el materialismo se extienda aún en el pueblo norteamericano, que es tan joven, no habrá podido destruir la pureza de sus sentimientos, y hé ahí la razón por la cual voy á ver aunadas la fuerza material con la espiritual; el oro con la virtud.
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En los primeros m^ses de mi permanencia no me atreví á juzgar lo que veía. Deseaba adquirir innegable evidencia de todo, y ésta no se consigue en un país extraño con sólo reconocerlo rápidamente, visitando museos, monumentos y asistiendo á bailes, saraos ó comidas. Para lograrlo es necesario vivir de igual modo que sus habitantes viven, ó mejor dicho, identificarse aparentemente con ellos, para que de este modo no vacilen en darse á conocer tal y como en reahdad son.
Merced á circunstancias especiales, he tenido fácil acceso con todas las clases de esta sociedad, y desde el home del millonario, contando no por reales, sino por doliars, hasta el del obrero más humilde, todos los he frecuentado y en todos he descubierto igual fondo con distintas formas. La contradicción más absoluta de cuanto hace que la institución llamada familia revista carácter respetable.
Por razones mil, que me propongo detallar en los sucesivos artículos conforme se relacionen con el fondo de ellos, la base ó inclinación de este pueblo es la suprema independen-dencia, y, como consecuencia lógica, su más caro ideal la emancipación absoluta de cuanto no proporcionándoles material recompensa paréceles despreciable
Esos bellísimos afectos del alma, que se llaman amor paternal, filial, etc., naturalmente no puedo decir que aquí sean desconocidos; mas sí puedo asegurar que no tienen más alcance que el estrictamente indispensable para que siempre sean compatibles con los intereses que el oro mejor que nada simboliza.
En los pueblos europeos, con más 6 menos rigor, se observan consideraciones, respetos ó deberes entre los individuos que forman una familia, que aquí son perfectamente desconocidos. Para nosotros vivir en familia, significa hallarse rodeado de personas tan queridas que su sociedad ó compañía es uno de los mayores goces. El hombre—y no me refiero á la mujer, porque ésta aun si lo deseara no podría hacerlo—que en vez de apreciarlo así lo desdeña, y por tal razón hace la vida de restaurant, casino, teatros, etc., generalmente es mal juzgado, y la calificación menos dura que se le aplica es la de emancipado. En este país, por el contrario, el que se
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emancipa obtiene aplauso, pues dicho acto prueba self-confi-dence, sentimiento incomparablemente más valioso que todos los otros, para los norteamericanos.
Si con poder mágico pudiéramos levantar los tejados y descubrir lo que debajo de ellos acontece, seguramente veríamos en cada casa de la Unión cuadros del siguiente género.
En lo que llaman library (ó sea entre nosotros la habitación despacho), el padre solo ó con algún amigo ó pastner (socio) fumando la pipa ó mascando tabaco. En la mesa varias botellas de Whiskey irlandés, escocés ó americano, y otra con agua helada. El y su compañero, con los ojos brillantes por el alcohol, y su conversación alternando entre el negocio del Raü-road (camino de hierro), que de realizarlo por la influencia del senador X, amigo del Presidente y al cual se le han ofrecido 5o.ooo dollars, les dará un beneficio de medio millón, si bien será la ruina de una provincia entera, y demostrarse recíprocamente que la última quiebra del Honorable Mr. Z ha sido fraudulenta y producida únicamente para asegurarse los iSo.ooo dollars que requiere el negocio de los azúcares, por él emprendido aunque en nombre de otro.
La madre, suponiendo sea señora de edad, se hallará en otra habitación con algunas amigas probablemente jugando al Whist , que es su distracción predilecta, y en el Parlar (sala de recibo) la hija ó hijas con algún amigo ó amigos discutiendo sobre el io be or not to he; Parsifal; el último Salón de París; la historia de Roma recientemente publicada ó el próximo tournament de Lawn-tennis, que resolverá la competencia entre los champions X y Z.
Naturalmente, dedicada cada persona de la dicha familia á asuntos ó distracciones tan heterogéneas, hállanse con dificultades para concurrir á la misma hora á las comidas; pero esto no les preocupa lo más mínimo. Indistintamente acuden cuando les es más conveniente, y ni el padre ni la madre hacen objeción, sin duda recordando que ellos á su vez observaron la misma conducta en sus juveniles años.
Entre nosotros uno de los mayores goces de la vida de familia lo constituye la reunión de los que la forman alrededor
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de la mesa, donde durante el tiempo de la comida va á hacerse un paréntesis á las amarguras de la humana existencia. Los norte-americanos desconocen este goce, pues como ellos mismos expresan, the questión is ioget througts; es decir, terminar cuanto antes con este asunto.
Igual independencia que los amos de la casa tienen los criados. Las condiciones que imponen para serviros son: con raras excepciones, que diariamente estarán autorizados para salir á pasear ó á sus asuntos no regresando á la casa sino á las diez ó las once de la noche, y de no salir, recibir á sus amigos, novios 6 parientes.
Con tal organización fácil es adivinar lo que acontece en cada casa. Aun en aquellas donde hay mayor número de sirvientes suele ocurrir que la señora ó señorita sea la que abre la puerta y á veces el que llega es el novio de la doncella. Igualmente veis que el cabeza de familia, todo un senador, banquero ó general, dedica una parte de su tiempo á la compra de comestibles y demás artículos para el consumo diario y se detiene un cuarto de hora con el verdulero á fin de resolver si tomará las patatas americanas ó las irlandesas, que son algo más caras.
En cuanto al mobiliario y decorado, obsérvanse análogas anomalías. Para ostentar cierto gusto artístico aglomeran, especialmente en las habitaciones de recibo, toda clase de objetos; pero tan extremadamemte inarmónicos, que en vez del aspecto artístico, el que presentan es el de prendería. Junto á un bronce bueno un cromo que parece cortado de una caja de dulces; y al lado de un cuadro al óleo de valor un abanico japonés de dos reales. Para reemplazar los bibelots de precio se reparten por las habitaciones las tarjetas cromos de Navidad, los juguetes procedentes de los Cotillones, y por fin las hojas y flores recogidas en el campo y después conservadas debajo de un fanal ó un libro.
Por todo, pues, cuanto va expresado, resulta que el decantado home, lejos de ofrecer los atractivos del apacible hogar, presenta únicamente el aspecto de una fonda, para cuyo sostenimiento cada cual contribuye en diferente forma. El padre, ó se a el propietario, facilitando la mayor suma de recur-
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SOS pecuniarios; la madre sufriendo las molestias de homekee-per, que como se entiende aquí vienen á ser las de nuestra ama de llaves; los hijos varones pagando un tanto semanal conforme á lo que su profesión les reporte, y las hijas cuidando de arreglar lo más artísticamente que posible sea el Parlar, para lo cual constantemente bordan, pintan, compran los últimos libros publicados, y por fin resuelven cualquier conflicto de decorado ú ornamentación que se suscite en la familia basándose para hacerlo en la Revista inglesa ó la novela traducida del alemán que acaban de leer. Por lo demás, ni cariñosas concesiones, ni aceptados deberes cumplidos con desinterés y agrado se descubren en el home norteamericano; pero en cambio la libertad individual es omnímoda y.. . vá-. yase lo uno por lo otro. La perfección es un ideal y el ideal una ilusión que debe desecharse por inmaterial.
TULSAMAR.
L A V R E T Z K Y
IVAN TOURGUENEF
Continuación ( l )
XXXIII.
ISE no había pronunciado ni una palabra durante la discusión, pero escuchó atenta á Lavretzky y participaba de su opinión. La política la interesaba muy poco, mas el tono de suficiencia del
empleado la chocaba (nunca se había manifestado de aquella suerte). Su desprecio hacia Rusia la ofendió. Lise no creía siquiera ser patriota, • pero se hallaba más á su gusto con los verdaderos rusos. El giro del talento ruso la encantaba, no ponía dificultad alguna en conversar horas enteras con el stavoste de su madre, cuando venía á la villa; le hablaba como si fuese su igual, sin que pudiese ver ningún mérito en su condescendencia Lavretzky, comprendiendo todo esto, no se hubiese dado el trabajo de responder á Pauchine; pero sólo había hablado para Lise.
( l ) Véase la pág. l55 de este tomo.
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No cruzaron una sola palabra; sus ojos se encontraron apenas; los dos comprendieron que aquella tarde sus corazones se habían acercado más, que sus simpatías y sus antipatías eran las mismas. Sólo diferían en un punto, pero Lise esperaba en secreto llevar á Dios el pecador. Se habían sentado cerca de Marpha, y parecían mirar el juego; lo miraban en efecto, pero al mismo tiempo sus corazones se dilataban; y de aquello que les rodeaba nada escapaba á sus sentidos. El ruiseñor cantaba para ellos, para ellos brillaban las estrellas, los árboles murmuraban, la noche templada y serena los mecía en un voluptuoso abrazo. Con la mayor delicia, abandonaba Lavretzky todo su ser á la ola que le llevaba. Pero la palabra no podrá expresar jamás lo que pasaba en el alma pura de la joven, que era un misterio para ella misma, como es un misterio para todo el mundo, y nadie sabe, ha visto ni verá jamás cómo la semilla confiada á la tierra y destinada á la vida y florecer se desenvuelve y madura.
Dieron las diez, y Marpha se retiró con su fiel Nastasia Carpovi'na; Lavretzky y Lise dieron algunos pasos en el salón, se detuvieron ante la puerta del jardín que estaba abierta; sus miradas se fijaron en las tinieblas lejanas; después se encontraron; se sonrieron; parece que sus manos iban á unirse, y sus corazones se ensancharon uno en otro.
Volvieron á donde estaba María y Pauchine, cuyo piquet era muy lánguido. Jugada la última mano, la dueña de la casa abandonó su sillón guarnecido de almohadones; Pauchine cogió el sombrero y besó la Mano á María.
—Hay gentes tan felices—observó, —que pueden al menos dormir ó gozar de las dulzuras de la noche; pero yo me veo obligado á pasarla trabajando, encorvado sobre estúpidos expendientes.
Saludó fríamente á Lise, pues le guardaba rencor por lo que le hacía esperar la respuesta, y se alejó. Lavretzky salió con él. En la puerta se separaron: Pauchine despertó á su cochero, dándole con el bastón, se acurrucó en su droschky y partió el carruaje. Lavretzky no se sentía dispuesto á volver á su casa, y se dirigió hacia los campos.
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La noche era clara y tranquila aunque no había luna. Vagó lentamente á través de la hierba, húmeda por el rocío; un estrecho sendero se ofreció á su vista; le siguió, le condujo hasta una cerca de madera y de ésta á una puertecilla que maquinalmente trató de abrir; cedió, rechinando ligeramente, como si no hubiera esperado la presión de su mano, y se encontró en un jardín; dio algunos pasos por un camino de tilos y se detuvo admirado, pues conoció el jardín de Ka-litine.
En seguida se ocultó en la oscuridad de un macizo de nogales y quedó largo tiempo inmóvil y lleno de sorpresa.
—La suerte es la que me ha conducido aquí,—pensó. Todo en torno suyo dormía en silencio; ningún sonido se
escapaba del lado de la casa. Se adelantó con precaución, y al dar la vuelta á un camino, vio que sólo dos ventanas estaban débilmente iluminadas; la llama de una vela temblaba detrás de las cortinas de Lise, y en el cuarto de Marpha una lámpara que hacía brillar con sus reflejos rojizos el oro de las santas imágenes. En el piso bajo la puerta del balcón había quedado abierta. Lavretzky se sentó en un banco de madera, y apoyándose en los codos, se puso á mirar la puerta y la ventana de Lise.
Dieron las doce en el reloj de la villa; en la casa también otro reloj tocó las doce campanadas, que el vigilante repitió en cadencia sobre la plancha.
Lavretzky no pensó en nada, nada esperaba; gozaba con la idea de estar tan cerca de Lise, descansar en el banco de su jardín, en donde venía ella algunas veces asentarse.. . La luz del cuarto de Lise desaparecía.
—Descansa en paz, dulce joven—murmuró, siempre inmóvil, con la mirada fija en la ventana ya oscura.
De repente apareció la luz en una de las ventanas del piso inferior, pasó por delante de otra ventana y luego de la tercera. Alguien avanzaba con la luz en la mano.
—¿Sería Lise? ¡Imposible!... Lavretzky se levantó... Había aparecido en el salón una forma conocida.
Lise, vestida de blanco y con las trenzas colgando sobre sus espaldas, se aproximó lentamente á la mesa, dejó la vela
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y se inclinó buscando alguna cosa; después se volvió hacia el jardín, blanca, ligera, esbelta; se detuvo en el dintel de la puerta. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Lavretzky.
El nombre de Lise se escapó de sus labios. La joven se estremeció y trató de penetrar la oscuridad. —Lise—repitió.él más alto, saliendo de las sombras. La pobre niña, temblorosa, avanzó la cabeza con terror y
le conoció. Él volvía á pronunciar su nombre por tercera vez y la tendió los brazos. Ella se destacó de la puerta y salió al jardín.
—¡Vos! ¿Vos aquí?—balbuceó. —Sí, yo., yo... Escuchadme—dijo Lavretzky en voz baja. Y cogiéndola por la mano, la llevó hasta el banco. Ella le siguió sin resistencia; su rostro pálido, sus ojos
fijos, todos sus movimientos expresaban una indecible admiración. Lavretzky la hizo sentar y se colocó delante de ella.
—No pensaba venir aquí—le dijo;—me ha traído la casualidad... Os... amo... os... amo—continuó con voz tímida.
Lise clavó lentamente en él sus ojosj parecía que comprendía al fin lo que pasaba y en dónde estaba. Trató de levantarse, pero inútilmente, y se cubrió el rostro con las dos manos.
Lise—murmuró Lavretzky;—Lise—volvió á repetir, y se arrodilló ante ella.
Lise sintió un ligero estremecimiento que recorría sus espaldas, y apretó con más fuerza aún las manos contra el rostro.
—¿Qué tenéis? Notó que lloraba, y todo su corazón se heló, comprenditu-
do el sentido de aquellas lágrimas. —¿Me amaréis en realidad?—le preguntó muy bajo, tocan
do apenas sus rodillas. —Levantaos, levantaos, Teodoro—exclamó la joven.—
¿Qué hacemos aquí los dos juntos? Se levantó para sentarse en el banco á su lado; ya no llo
raba, y le miraba atentamente con los ojos húmedos. —Tengo miedo. ¿Qué es lo que hacemos aquí?—repitió. —Os amo, y estoy dispuesto á dar la vida por vos.
TOMO XLV.—VOL. HI. 23
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Ella volvió á estremecerse, como si le hubieran dado un golpe en el corazón, y levantó los ojos al cielo.
—Todo está en las manos de Dios. —¿Pero vos me amáis, Lise? Seremos dichosos. Bajó ella los ojos y él la atrajo hacia sí; la frente de la
joven se apoyó sobre sus hombros... Él levantó la cabeza buscando sus labios... Media hora despijí:;=: estaba Lavretzky en la puerta del
jardín; la halló cerrada, y tuvo que saltar por encima de la empalizada. Entró en la villa atravesando las calles, en donde todo dormía.
Un sentimiento de indecible gozo llenaba su alma; todas sus dudas habían ya muerto desde entonce^
—¡Desaparece,, oh pasado, triste visión!—pensó.—Me ama y es ya mía. ^
De repente creyó oir en los aires, por encima de su cabeza, un sinnúmero de sonidos mágicos y triunfantes.
Se detuvo; los sonidos vibraban aún más magníficos; se le aparecían como un torrente armonioso, y le pareció que cantaban celebrando su felicidad.
Se volvió; los sonidos salían de dos ventanas de una casa pequeña.
—¡Lemm! — exclamó precipitándose hacia la casa.— ¡Lemm! ¡Lemm!—repitió á grandes voces.
Se detuvieron los sonidos, y la figura del viejo músico en bata, con los cabellos en desorden y el pecho descubierto, apareció en la ventana.
— ¡Ah! ¡Ah! ¿Sois vos?—^dijo con orgullo. —Christophor Fedorowitch, ¿qué música es ésta tan ma
ravillosa? ¡Dejadme entrar! El anciano, sin pronunciar una palabra, le echó, haciendo
un gesto de dignidad exaltada, la llave de la puerta. Lavretzky entró precipitadamente en la casa, y quiso al
entrar lanzarse en los brazos de Lemm; pero éste le detuvo con un ademán imperioso y le mostró una silla.
—¡Sentaos y escuchad!—exclamó en ruso con voz breve. Se puso al piano, lanzó una mirada de orgullo en torno
suyo y comenzó.
LAVRETZKY 355
Hacía ya mucho tiempo que Lavretzky no había oído nada parecido. Desde los primeros acordes una dulce melodía llena de pasión invadía su alma; brotaba llena de calor, de belleza, de expansión, despertando todo lo que hay de tierno, de misterioso, de santo en la humana naturaleza; respiraba una tristeza inmortal é iba á extenderse en los cielos. Lavretzky se puso en pie, pálido y estremeciéndose de entusiasmo. Estos sonidos penetraban en su alma, aún inundada con las delicias del amor.
— ¡Más, más!—exclamó en voz conmovida después del último acorde.
El anciano le echó una mirada de águila, se dio un golpe en el pecho y dijo lentamente en su lengua materna:
—Yo he hecho esto; soy un gran músico. Y tocó por segunda vez su magnífica composición. No había luz en el cuarto; la claridad de la luna, que
acababa de salir, penetraba oblicuamente por la ventana abierta; el aire vibraba armoniosamente. Aquel pobre cuar-tito oscuro parecía estar lleno de rayos, y la cabeza del anciano se elevaba erguida é inspirada en el plateado panorama.
Lavretzky se aproximó y estrechó en sus brazos á Lemm, que no respondió á este abrazo, sino que hasta trató de alejarle con el codo.
Por largo tiempo le miró inmóvil, con un aire severo, casi amenazador.
—¡Ah! ¡Ah!—repitió dos veces. Por último, su frente volvió á serenarse, y volviéndole la
calma, respondió con una sonrisa á lors cumplidos calurosos de Lavretzky; después se echó á llorar, sollozando como un niño.
— Es extraño que hayáis venido justamente en este momento—le dijo;—pero lo sé, lo sé todo.
— ¡Lo sabéis todo!—contestó Lavretzky admirado. —¿Me habéis oído—respondió Lemm—y no habéis com •
prendido que lo sé todo? Lavretzky no pudo cerrar los ojos en toda la noche y se
estuvo sentado en la cama. Lise tampoco durmió; pasó la noche rezando.
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XXXIV.
Ya sabe el lector cómo creció y se formó Lavretzky; ahora digamos algunas palabras acerca de la educación de Lise. No tenía más que diez años cuando murió su padre, sin haberse ocupado nada absolutamente en ella. Agobiado con los negocios y entregado al aumento de sus rentas; de un temperamento bilioso, vivo y de un carácter fuerte, no economizó el dinero para pagar los maestros, los ayos ni vestir á sus hijos; pero nunca pudo soportar el entretener á esos muñecos, como él los llamaba. Y además no tenía tiempo. Trabajaba, y absorbido en sus negocios, dormía poco, jugaba raras veces á las cartas, y trabajaba, comparándose á sí mismo con un caballo enganchado á un carro. <i Mi vida ha pasado muy pronto,» decía con una amarga sonrisa en su lecho de muerte.
María no se ocupaba en realidad mucho más de sus hijos, aunque se alababa con Lavretzky de haber sido sola para educarlos. Vestía á su hija como una muñeca; la acariciaba delante de gentes, la llamaba su pequeño tesoro, su genieci-Uo, y nada más. Toda preocupación constante fatigaba á aquella mujer indolente. En vida de su padre habían confiado á Lise á un aya de París llamada MUe. Moran; después de su muerte la dejaron al cuidado de Marpha, á quien el lector ya conoce. Aquella Mlle. Moran era un ser pequeño y rebajuelo con muchos aires y la cabeza á pájaros. En su juventud había sido de vida muy disipada, y ya en la vejez sólo le quedaban dos pasiones, la glotonería y las cartas. Cuando estaba ya harta, no jugaba ni charlaba: su rostro representaba en algún modo la imagen de la nada; aunque respiraba y sus ojos miraban, era fácil comprender que no pasaba por su cerebro ninguna idea. No era posible siquiera llamarla buena, porque nadie sabrá decir sin son buenos los pájaros. ¿Era esto efecto de una juventud borrascosa, ó bien del aire de París que había respirado desde su infancia?
LAVRET2KY 3 ^ 7
Estaba imbuida de ese escepticismo corriente que se expresa ordinariamente por ellos con estas palabras: Todo esto son tonterías.
Hablaba incorrectamente esa verdadera jerga parisiense; no murmuraba ni tenía caprichos. ¿Qué se puede decir mejor de un aya? Tenía muy poca influencia sobre Lise, al par que era mayor la de su criada Agafea Vlassievna.
La suerte de esta mujer era muy extraña. Había nacido de una íamilia de labradores, y había casado á los diez y nueve años con un aldeano; pero se diferenciaba de una manera extraña de todos sus semejantes. Su padre, que fué sta-roste durante veinte años, y tenía economías, la había mimado mucho. Su belleza fué notable en otro tiempo, y de una gran elegancia tenía fama en los contornos; llena de talento, hablaba bien y estaba segura de sí misma. Su amo Dmitri Pertoff, padre de María, la halló en el campo ocupada en aventar, y después de conversar con ella, se enamoró locamente.
Muy pronto se quedó viuda, y Pertoff, aunque gallardo, como no era muy escrupuloso, la llevó á su casa y la vistió como á sus demás criadas. Agafea se puso en seguida á la altura de su nueva posición; podría creerse que nunca había vivido de otra manera. Su piel blanqueó, tomó cierta redondez ; sus manos se pusieron deslumbradoras, bajo sus mangas de muselina, como las de las campesinas; la tetera no abandonaba su mesa; no quería ya llevar más que terciopelo y seda.
Dormía sobre almohadones de Holanda. Esta vida de molicie duró cerca de cinco años, hasta que murió Dmitri Pertoff; su viuda, que era excelente, por miramientos á su memoria, tuvo con ella ciertas consideraciones, y esto le fué tanto más fácil, cuanto que Agafea no se había excedido nunca acerca de ella; pero á pesar de esto, la casó con un pastor y la echó de la casa. Pasaron tres años.
{Se continuará.)
CRÓNICA POLÍTICA
I N T E R I O R .
ÁLGANOS Dios y de cuánto chichisveo de crónica menuda debiéramos dar cuenta en la presente, si á reflejar nos aventurásemos las impresiones dominantes en el mundo de la política! No se trata
de mejorar la Administración, ni de fomentar la Hacienda, ni de elevar el nivel de la cultura, ni siquiera de ensanchar la 'esfera de las libertades públicas... Las gentes que en asuntos de Estado se ocupan, ya como gestores de ios intereses del País, ya como representantes de esos intereses, ya como simples espectadores 6 espectadores simples de este drama jocoserio á que la fusión nos tiene condenados, traen y llevan nombres, refieren y comentan escenas de moral casera, describen y perfilan lances de divertimientos quijotescos y la murmuración invade todas las conversaciones, y el escándalo crece y la maledicencia se ensaña con sus victimas...
¿Qué época es esta, que por desventura atravesamos, en la cual impera como señora absoluta la más repugnante chismografía, quebrantando todos los respetos y dando al traste con todas las conveniencias? ¿Es que, en efecto, el virus emponzoñado circula ya por las venas de nuestra sociedad, destruyendo su organismo de alto á bajo? Malo es que uno y otro día se repita en el hogar, en la oficina, en la pía-
CRÓNICA POLÍTICA 3 5 9
zuela, en el café la frase equívoca del periódico, la punzante sátira de la caricatura, condensando la atmósfera en contra de la autoridad y el prestigio de una institución ó de una idea. Cuando las empinadas crestas de las montañas desaparecen de la vista del observador, hundidas en la alborota da corriente de las olas, ¿quién no se acuerda con profunda pena de la suerte de los habitantes del valle, primeros náufragos del general desbordamiento?
Un periódico ha hecho memoria de la nota característica que distingue á las Monarquías del siglo XVIII.—Pedro I I I de Rusia, griego refinado decadente, especie de Heliogábalo moscovita; Catalina I I , una Mesalina; la corte de Sajonia, una orgía prolongada; el Rey de Portugal viviendo con la abadesa de un monasterio; Matilde de Dinamarca, licenciosa hasta el último grado; Fernando de Ñapóles dando triste celebridad ai parque de San-Leuccio; los electores famosos de Hannover; Federico de Prusia, el más grande, pero el más inmoral de todos sus colegas; Luis XV, que principió su reinado de una manera moral y honrada, manteniéndose esposo fiel desde 1726 á 1738, y enamorado de su mujer María de Leczinska, hasta asegurar que no había en la corte mujer alguna más bella que la Reina, y que de debilidad en debilidad llegó á reflejar el tipo más acabado de la corrupción general, legando al mundo los excesos más inconcebibles del famoso PARO AUX-CERFS y dejando atrás en impurezas á Luis XIV...
¿Qué significan estos recuerdos en los momentos presentes? Por fortuna, pasaron para no volver los tiempos en que
el ejemplo de los unos y las audacias de los otros, dieron ocasión, si no motivo, á aquel enérgico sacudimiento que conmovió á toda Europa bajo los resplandores fúnebres del sol del Terror.
Sol, en cuyo disco terso fué creciendo, negra y ancha, con rojo cerco, una mancha que oscureció el universo ( i ) .
(1) La mutrtf de Luis XiV, por D. Fernando de la V'eía é Isla.
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Nadie cree ya que llegue á repetirse el caso de no poder hablar de los Monarcas sin temor de que se avergüencen nuestras esposas y nuestras hijas. Y no por cierto infundadamente. Si la más vulgar de las reglas de moralidad privada no impusiera tal norma de conducta, la menos exigente de las previsiones de hombre de gobierno la haría elemento imprescindible de propia conservación. ¡Grande responsabilidad la de aquellos que alienten inclinaciones contrarias!
Una parte de la prensa (dos de sus más avanzados campeones) ha sido denunciada ante el tribunal de imprenta, acusada de haber infringido las disposiciones vigentes, y bueno es consignar que el Gabinete Sagasta, irreconciliable enemigo de la legislación especial de los conservadores, según ha asegurado hasta la saciedad, recurre á ella, sin embargo, y en sus sanciones busca escudo contra los que supone excesos del cuarto poder del Estado. La contradicción es evidente.
Más valiera que estos liberales de ocasión, tímidos y recelosos cuando la opinión busca válvulas por donde desahogar sus impresiones, recordasen é hicieran recordar á quien lo olvide que la prensa es el espejo, y que como dijo el autor de El entremetido y la dueña y el soplón:
arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué.
Salió S. M. la Reina para Bohemia, donde se propone tomar los baños de Franzensbad, y llevóse consigo á sus dos augustas hijas, después de prolijos debates mantenidos en Consejo de Ministros acerca de la conveniencia ó inconveniencia del tal viaje, y sobre todo de su realización en tales condiciones. No es grato seguramente para los monárquicos sinceros el ver alejarse de España á la egregia soberana, que realza con sus virtudes el trono de San Fernando, y á las dos tiernas Princesas, fruto del enlace regio, una de las cuales es la presunta heredera de D. Alfonso XII . Que regresen pronto las augustas viajeras es lo que nos toca desear.
Para la época de su regreso se anuncia un cambio en el personal de la servidumbre de Palacio, que daría por prin-
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cipal resultado el nombramiento de Jefe superior de la misma á favor de un Teniente general de lealtad acrisolada y moralidad intachable.
No acaban de identificarse las distintas tendencias que separan á la mayoría. Y justo es reconocer que para fundirlas se realizan desesperados esfuerzos. Últimamente el señor Marqués de Sardoal, presidiendo espléndido banquete celebrado en Fornos, ha hecho terminantes declaraciones en pro de la necesidad de dos grandes partidos, que compartan la representación de las dos escuelas militantes en el campo de la política: liberales y conservadores, izquierda y derecha de la monarquía; la primera, organizada bajo la jefatura del Sr. Sagasta, frente á la segunda, que proclama por jefe indiscutible al Sr. Cánovas del Castillo, y ambas acatando la Constitución de 1876, como legalidad común.
Precisando su pensamiento, decía el Sr. Marqués de Sardoal :
«Desde el momento en que la monarquía está encarnada en un Príncipe comoD. Alfonso XII, todos los que aceptamos la monarquía hemos de procurar que los moldes se ensanchen de tal modo, que al pronunciar las palabras monarquía y libertad en España, estos nombres sean sinónimos de D. Alfonso XII .
Hemos de procurar no vencer á la revolución en las calles, sino que la revolución se desacredite y que la palabra revolución llegue á significar refugio de todas las impaciencias y de todos los despechos; hemos de procurar que ningún revolucionario pueda presentarse á la luz del día diciendo que pronuncia con orgullo el nombre español.
Hay, pues, dos cosas que atender: una la afirmación de la rúonarquía; otra la formación de dos grandes partidos.
Si á alguien le ocurriera, si alguien pensara que pretendíamos proporcionarnos como triunfo el que se inaugurara un nuevo período constituyente, no comprendería nuestro ideal, ó mentiría.»
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El orador de Fornos brindó por S. M. el Rey, y añadió: «Voy á brindar también por su augusta esposa, nuestra gra
ciosa soberana. Yo no sé si por mi me hubiera permitido ofrecer á S. M. la .Reina D.^ Cristina el ramo con que nuestros amigos de la provincia de Murcia nos obsequian. Pero desde aquí se lo mandaré, porque estoy seguro de que nuestros Monarcas no han de entender que nosotros hacemos hacia la señora una galantería que sería irreverente por ser Reina, ni que pretendemos comparar los colores de estas flores con los que esmaltan su rostro, ni la fragancia de ellas con el perfume de sus vestidos, sino que lo mandamos como símbolo de adhesión de los aquí reunidos á la madre de la Princesa de Asturias, y como juramento de que si un día, desgraciadamente, hubiera una minoridad, los liberales españoles estaríamos al lado de la cuna de la Princesa de Asturias, para hacernos dignos de nuestros padres, que mecieron la cuna de Isabel II.»
Es tan significativo el anterior recorte, ¿. oca tales recuerdo y promueve tales comentarios, que, dejando unos y otros al lector, lo grabamos con gusto en estas páginas, seguros de que ha de ser interesante dato para la historia de nuestros hombres públicos.
* * »
Entretanto los federales celebran en Zaragoza una espe cié de concilio, en el que ha quedado resuelto que la federación española tiene por objeto: asegurar la democracia y la república en todo el territorio federal; mantenerlo integro é independiente; defenderlo contra todo ataque exterior; sostener la tranquilidad y el orden interiores y aumentar su propio bienestar y su progreso. Al efecto, según parece, la federación española consagra y garantiza la inviolabilidad del derecho humano en todas sus manifestaciones, y en su consecuencia:
El derecho á la vida y á la dignidad y seguridad de la vida.
El derecho á la libre emisión, manifestación y difusión del pensamiento.
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El derecho á la libre expresión de la conciencia y al libre ejercicio de los cultos.
La libertad de enseñanza. El derecho á la instrucción primaria gratuita. La libertad del trabajo, y como consecuencia la de profe
siones, la de industria y la de comercio interior. La libertad de locomoción, la de elección de domicilio y
la inviolabilidad del mismo. La inviolabilidad de la correspondencia epistolar y telegrá
fica. El derecho de propiedad sin vinculación ni amortización
perpetuas. El derecho de petición. El ejercicio de acciones públicas por denuncia ó querella La igualdad ante la ley. El establecimiento del Jurado para toda clase de delitos. La libertad de reunión, asociación y manifestaciones pací
ficas. La participación en el Gobierno por medio del sufragio,
la autonomía de los municipios; la de las regiones y la integridad del territorio que la federación comprende.
El derecho á la locomoción ha hecho reir á La Iberia; ¡si fuéramos á reimos de todo lo risible! Pero bueno es observar que, para pedir este derecho, no se necesita ser federal. Ahora tenemos en Madrid unas Cortes fusionistas donde se va á pedir, y aun á conceder probablemente, el derecho de los diputados á la locomoción por medio de billetes de ida y vuelta, camino y rodeo gratis, por todas las líneas de España.
* * *
Todas las corporaciones científicas ó profesionales de algún valimiento é importancia están dando señalado testimonio de respeto á los hombres del partido liberal-conservador. La Academia de la Historia está dirigida por el Sr. Cánovas del Castillo, presidente á la vez del Ateneo de la calle de la Montera; la de Jurisprudencia tiene á su cabeza al señor Romero Robledo; la Sociedad Económica Matritense ha
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elevado al sillón presidencial á otro conservador, el señor Bosch y Fustigueras... El Colegio de Abogados de Madrid acaba de hacer objeto de la misma distinción al exministro de Gracia y Justicia, D. Saturnino Alvarez Bugallal.
Partidos, como aquél, que cuando caen de los puestos oficiales encuentran tan agasajadora acogida en las esferas de la ciencia, de la literatura ó del derecho, bien puede decirse que ejercen verdadera influencia en los destinos del País y poderoso ascendiente en los fallos de la opinión. Partidos de estos bríos podrán eclipsarse pasajeramente en punto á la gestión de los negocios del Estado; pero reaparecerán bien pronto con la vivificadora sabia de sus principios y sus soluciones, preponderantes entre los elementos más valiosos para la prosperidad y el engrandecimiento de los pueblos.
* * #
Lo de Andalucía no tiene fácil arreglo. Continuando en huelga los jornaleros, han sido destinados á las labores del campo los individuos del ejército que han preferido el manejo de la azada al del fusil. Por el pronto, esto ha estimulado á aceptar salario á los braceros portugueses, y el conflicto ha empezado á conjurarse... Pero las propagandas socialistas, que tantas raíces han echado en tierra andaluza, no se extirpan de una vez tan fácilmente. Los interrogatorios á que somete la Audiencia de Jerez á los asociados de La mano negra revelan á las claras la honda perturbación que han ocasionado las ideas profesadas por las clases trabajadoras allende el Guadait^u) V Y las ideas ni se extirpan ni se contrarrestan con soldados.
U.
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REVISTA EXTRANJERA
ADA más difícil é incomprensible que muchos de los sucesos que se desarrollan á nuestra vista; nada más oscuro que esos detalles de actualidad, que llegan sin embargo á sernos familiares; nada
menos luminosa que esa crítica, fundada en todas las preocupaciones , crítica forzosamente exagerada y visionaria cuando con vanidoso afán da oídos álos más parciales rumores y quiere penetrar en el interior de todas las cuestiones, desmenuzándolas con implacable escalpelo. No siempre halla en sus análisis el anatómico el germen de la enfermedad, y el problema de la vida es las más de las veces un misterio respetable.
La consagración del Czar, objeto de mil fatídicos pronósticos acerca de planes horribles y de atroces atentados que se suponían dispuestos por la secta nihilista, ha sido el suceso más importante del mundo en el año que corre; y sin embargo, no han faltado periódicos europeos de primera línea que se empeñan todavía en explicar el esplendor de las fiestas por transacciones inmorales y secretos, y no sabemos si tácitos pactos entre la autoridad y el terrorismo, partiendo de hipótesis inadmisibles, manteniendo vivas las emociones, y pintándonos al Imperio de Rusia sobre una tierra volcánica y en vísperas de desaparecer de la faz de la tierra.
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Dejemos, sin embargo, á los profetas de la dinamita seguir en sus vaticinios de horrores, vaticinios en cierto modo justificados por el trágico fin de Alejandro I I , y limitémonos ahora al'examen de sucesos concretos.
El hecho capital es que magníficos detalles han llegado por todos conductos sobre la coronación del Czar. No escatiman los corresponsales descripciones entusiastas, llegando á una emulación sorprendente en el terreno de los epítetos, de las perífrasis y de las hipérboles para ponderar las solemnidades que ha presenciado la antigua Moscou.
¿Son sueños ó realidades los festejos que se nos pintan? Hay unanimidad tan completa en los relatos, que no es posible creer en cierto entusiasmo de encargo, ni tampoco en las ilusiones ópticas, producidas á veces por la novedad y una larguísima distancia.
El programa de los regocijos oficiales y públicos celebrados en Moscou y en San Petersburgo ha circulado á los cuatro vientos, y en el mundo entero ha tenido eco el inmerso clamor de las campanas echadas á vuelo, de las salvas de triunfo y de los burras de alegría. Todos hemos leído descripciones de bailes dealumbrantes, de recepciones de gala y de lujosas paradas de ejércitos, sirviendo de escolta al im perial cortejo, entre Príncipes asiáticos con su servidumbre oriental, mantos de seda y terciopelo de vivos colores, bordados, adornos de oro y armiño, piedras preciosas y todo el fausto oriental en oposición y contraste con el lujo de Occi-cente.
La coronación del Czar se ha celebrado en medio de una pompa apenas creíble y casi fabulosa. Alejandro IIÍ es ya el ungido del Señor, Pontífice supremo de todas las Rusias y dueño absoluto de cien millones de subditos. Dícese que Dios ha manifestado de una manera suprasensible su beneplácito en el acto de la consagración, haciendo que el sol despejase aquel día las brumas del Norte y despidiese sus más espléndidos rayos, y enviando luego una paloma, místico símbolo de la divina sabiduría, que penetró en la sala del banquete, en el Tainik, como garantía de la futura' protección del cielo. Coincidencias raras y supersticiones, si se quiere, pero sin
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duda alguna poéticas y dignas de consignarse en nuestra época de abstracción y positivismo, que reniega de las sencillas y dulces creencias de pasadas edades.
Pero antes de dejar el palacio de Kremlin y sus admirables tradiciones, antes de dejará Moscou y sus deslumbrantes magnificencias, bueno será fijarse en los resultados de la gran ceremonia y en la situación actual del Imperio del Norte.
Ante todo, el espectáculo político que acaba de realizarse presenta un hecho elocuente. El nihilismo no ha dado señal alguna de vida, y el Emperador ha cruzado libremente entre las agolpadas muchedumbres, deseosas de aclamarle, cuando la paz social está más ó menos comprometida en todas las naciones, y parecía estarlo más que en parte alguna en esa Rusia, donde los revolucionarios cosmopolitas, que sueñan con echar el mundo en la barbarie, fijaban sus tristes esperanzas.
Siempre hemos presumido que se daba al nihilismo más importancia de la que merece, suponiéndole una doctrina política. Muchos daños ha causado el nihilismo; muchas conciencias ha perturbado; mucha sangre, y sangre preciosa, derramó; pero no ha hecho conquista alguna, y Rusia tiene hoy tanta firmeza como tuvo en épocas pasadas.
Y es que el Imperio ruso tiene un papel providencial en el mundo, y no bastan á desbaratar los altos designios de la Providencia las armas del asesino.
Colocada Rusia en los confines de la Europa y del Asia, ocupa los territorios que en los tiempos prehistóricos y en los comienzos de la Edad Media sirvieron de camino á las invasiones, siendo esta la causa de los diversos elementos que constituyen el Imperio y el fundamento de imfcrtantes discusiones etnológicas.
Rusia fué siempre centinela de Europa, ya en los tiempos en que se constituyó ea Gran Principado, ya en los posteriores de Pedro el Grande. Al presentarse los jefes suecos en el siglo IX para fundar el Estado ruso, se establecieron primero en medio de los eslavos, para extenderse luego por medio de la conquista y echar los primeros cimientos de Moscou. Y se realizó entonces un hecho histórico, por más de
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un concepto interesante. A principios del siglo XII surgió en China la revolución socialista que hoy hace en Europa sus estragos. Los socialistas franceses de 1848 no fueron más que implantadores de los principios proclamados por los socialistas chinos, según el estudioso y erudito misionero apostólico P. Hue. China expulsó á aquellos temibles innovadores en 1129, y ellos recorrieron los desiertos de la Tartaria, donde comunicaron sus ideas de trastorno á las hordas mongoles. Tal fué el origen de Djenguiz-Khan; y después de la muerte de este héroe salvaje, en 1227, los mongoles unidos á los tártaros, bajo la jefatura de Batú, intentaron el exterminio de la Europa oriental y el afianzamiento á orillas del Volga del centro político del Imperio de Kaptchak.
Entre estas luchas colosales fundóse lentamente el poder ruso, unas veces enfrente de los feroces nómadas del Asia, y adelantando otras veces hacia la cuenca del Dniepper, en dirección á Constantinopla, pero sin perder nunca de vista su origen europeo, porque tanto los Grandes Duques como los Czares de Moscou y los Emperadores de San Petersburgo, todos los Soberanos rusos, desde el siglo IX, y mayormente desde Pedro el Grande y Catalina, comprendieron que la política rusa estaba íntimamente ligada con la suerte del Occidente. Dueño el Imperio ruso del Mar negro, del Caspio y de las faldas de los Urales; dueño de sí mismo, sin temor á sus eternos enemigos del Asia, pudo ya consagrarse á estrechar sus relaciones en las cortes europeas, con las que le ligaron además alianzas de familia.
Hoy, como ayer, tiene el Imperio ruso una misión especial, altísima y muy vasta; hoy, como ayer, será el centinela avanzado en los límites de dos mundos, de dos razas y de dos opuestas civilizaciones.
Suponen hoy algunos que si los asesinos del difunto Czar han desaparecido de la escena, la conspiración está aún latente y no vencida. Dícese que los fundadores de la terrible liga revolucionaria desisten ya de sus errores juveniles, renuncian á luchas estériles, comprendiendo que toda refoí -ma social debe tener por base la libertad política.
REVISTA EXTRANJERA 3 6 9
No creemos aún en la posibilidad de que se convierta hoy Rusia en Estado constitucional. Lo cierto, sí, es que las guerras han podido facilitar una comunicación extraordinaria de ideas, y que se contarán en mayor número que antes los partidarios de ciertas reformas. Lo cierto es que la guerra de los Balkanes en 1877, y la ocupación de la Rumania por las tropas rusas, habrá hecho que muchos oficiales, iniciados en la vida parlamentaria y constitucional, en las grandes ciudades de Moldavia y Valaquia, en Jassy y en Bucha-rest, aunque decididos á vencer ó morir por el Czar, abriguen el propósito de combatir la autocracia. Estas fundadas suposiciones serían en todo caso un argumento contra el nihilismo.
Sin embargo, en las alocuciones y proclamas lanzadas por el Emperador con motivo de la coronación, y con entusiasmo recibidas, aparecen liberalidades sin cuento, pero no indicios de liberalismo por ahora.
*
¿Será cierto, como suponen varios órganos de valía de la prensa europea, que estamos en vísperas de ver resucitar 1» cuestión de Oriente, cuestión destinada á amenazar eternamente la paz del mundo?
Veamos los síntomas que se indican. Años hace que la descomposición progresiva y fatal del
Imperio otomano alienta todas las rivalidades y ambiciones internacionales. Constantinopla padece una gran enfermedad crónica, y esta enfermedad despierta en los políticos de Europa el deseo de participar en su día de la herencia del moribundo.
Dícese que la situación de la Armenia es la que hoy ha de poner de nuevo sobre el tapete la cuestión de Oriente.
Sabido es que la Puerta, olvidadiza del sinnúmero de compromisos que las desgraciadas circunstancias le imponen, prometió realizar en la Armenia las reformas que tuvo intención de introducir en todo su Imperio. Pero la apatía otomana parece ya el sistema de su diplomacia, y nada se ha hecho.
TOMO XLV.—VOL. (H. 2 4
3 7 0 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Inglaterra, preocupada con cimentar su dominio en Egipto, parecía haber olvidado lo convenido en el Congreso de Berlín y las estipulaciones que mediaron en la cesión de la isla de Chipre, cuando Lord Dufferin presentó inopinadamente en Constantinopla una especie de ultimátum sobre las reformas de la Armenia y los disturbios de la Albania, á consecuencia de oponerse los habitantes de Podgoritza á su incorporación al Montenegro.
Estos disturbios han tomado un carácter grave. La liga albanesa funciona de nuevo, y se ha firmado un pacto por el cual diversas tribus prometen asistirse mutuamente contra turcos 6 montenegrinos que atenten á la integridad de la Albania. Infructuosas han sido para apaciguar los ánimos las gestiones del delegado de la Puerta. Los turcos han recurrido á la fuerza, y los albaneses les han derrotado, obligándoles á batirse en retirada y á atrincherarse mientras les llegan refuerzos.
Inglaterra no descansa nunca ni obra tampoco á la ligera. ¿Por qué cuando acaba de anular á orillas del Nilo la soberanía del Diván, le suscita nuevas dificultades en la Armenia? ¿Será que el Gabinete de San James prevé complicaciones y trata de deslindar su actitud con Turquía en un próximo conflicto con alguna gran potencia?
Esto se dice, añadiéndose que esa gran potencia es Rusia. Se supone que la coronación del Czar, no señalando una época de reformas interiores, puede muy bien ser el punto de partida de una nueva acción en el exterior, tomando por pretexto la necesidad de proteger las poblaciones armenias. Entonces Inglaterra, satisfecha por el momento con Egipto, no se opondría al dominio ruso en el Asia Menor; Austria vería en ello una prueba de que el Gobierno de Sin Peters-burgo no trata de contrariar su desarrollo en la Turquía de Europa, y Alemania, favoreciendo estas combinaciones, tendría derecho á la amistad de las tres potencias interesadas.
Pero ¿cómo es posible que Inglaterra abandone el Asia Menor á Rusia, con riesgo de comprometer más tarde la seguridad de su imperio de las Indias? ¿Cómo puede creerse que Rusia deje los Balkanes al Austria, haciéndola dueña
REVISTA EXTRANJERA 3 7 I
del gran movimiento eslavo que es la herencia de Pedro el Grande? ¿Qué compensación se daría á Italia, que forma parte de la triple alianza? ¿Trípoli ó la Siria?
Meras hipótesis, y muy increíbles algunas, son éstas; pero del lado de Oriente aparecen de ordinario puntos imperceptibles, que pueden fácilmente crecer y tomar las proporciones de verdaderas y terribles tormentas.
La República francesa sigue en la manía crónica de desarrollar en las circunstancias actuales lo que ha dado en llamarse su política colonial. Parece que el Gabinete autoritario del antiguo oportunismo trata de hacer olvidar los incidentes y conflictos que en el interior acumula con proyectos de vastas expediciones y con propósitos de extender el dominio en apartadas regiones del África y del Asia. De esa manía nacieron las cuestiones de Túnez, del Congo y de Mada. gasear, dando hoy origen á la expedición del Tong-King.
Recientemente se lamentaba un periódico de París del concepto en que gran parte de la prensa europea va teniendo á los franceses. «Si somos tan medianos, decía, y tan poco valemos, ¿á qué acuden á nuestro lado los hombres serios de todas las naciones y quieren vivir con nuestra vida? Nuestras escuelas están repletas de extranjeros. Nuestras Exposiciones presentan en gran número obras de extranjeros aclimatados entre nosotros. Nuestra literatura surte á toda Europa, que muy poco suele darnos en cambio. Se traducen nuestras comedias y se representan en todas partes. Nos llegan muchas de Berlín, de Londres 6 de Roma, dignas de ser traducidas y representadas. Las galerías del mundo entero se disputan los cuadros de nuestros pintores. Nuestros músicos obtienen un éxito brillante en Inglaterra, Alemania, Italia, Rusia y España. ¿Quién podrá creer que tales resultados nada significan?»
Tenia razón el periódico: no es Francia un pueblo sin originalidad, influjo ni poderío. Fué nación grande, lo es aún, y está llamada á serlo; pero tiene hoy que pagar los des-
3 7 2 RXiVJSTA CONTliMPOKANEA
aciertos de sus gobernantes, y sabido es que la rehabilitación y la influencia fueron siempre patrimonio de la fortuna en las armas.
Quizás por esto busca hoy triunfos en lejanas tierras. Hoy manda una escuadra de guerra al Tong-King.
¿Á qué viene esta guerra? El Gobierno de la República no ha dado explicaciones bastantes sobre el particular; pero el conflicto existía desde 1873. En aquella época el Duque de Broglie, Ministro entonces de Negocios Extranjeros, ordenó ya al Almirante Dupré que no comprometiese á Francia en el Tong-King.
¿Cómo no han bastado diez años para resolver el conflicto? Hasta el mes de enero último todas las dificultades parecían zanjadas ó en vías de zanjarse diplomáticamente; pero no ha sido así, porque Mr. Challemel-Lacour no ha querido.
Dos hechos descuellan entre los más recientes. En primer lugar, imputables son en gran parte al Gobierno de la República los sucesos de Egipto, que han redundado en provecho exclusivo de Inglaterra; y en segundo lugar, creíble es que el mismo Gobierno acabe de obrar con mal acuerdo al desaprobar el convenio ultimado por su representante en China, Mr.Bourée.
Las reyertas y rivalidades entre los Freycinet y los Gam-betta han hecho perder á Francia la posición que el General Bonaparte creó á orillas del Nilo hace cerca de un siglo, j que el ingeniero Lesseps parecía haber asegurado para siempre. La política que divide á los republicanos ha hecho olvidar también el puñado de soldados franceses que, á las órdenes del Comandante Riviére, se hallaban aislados en el Tong-King.
La actitud de Francia era agresiva contra Annam y contra China. El Celeste Imperio hizo preparativos de resistencia, y Mr. Bourée, Embajador de Francia en Pekín, de acuerdo con el Presidente del Gabinete, entonces Mr. Duclere, entró en negociaciones y obtuvo cuanto podían desear los franceses, la retirada de las tropas chinas que ocupaban el río Rojo y el abandono de gran parte del Tong-King con condiciones privilegiadas para los comerciantes franceses en sus relacio-
REVISTA EXTRANJERA 3 7 3
nes con las provincias limítrofes, terminando todas las dificultades pendientes.
Pero terminó la vida ministerial de Mr. Duclere, siendo sustituido en la Presidencia del Consejo por Mr. Ferry y en el Ministerio de Negocios Extranjeros por Mr. Challemel-Lacour; y cuando China consideraba todas las cuestiones resueltas, creyéndose en paz y amistad con los franceses, desaprobóse por telégrafo el tratado propuesto por Mr. Bou-rée, destituyóse á este Embajador y dióse orden de obrar inmediatamente contra los barcos chinos que comercian con el Tong-King. Era una terminante declaración de guerra.
La brusca desaprobación del tratado de Bourée por el actual Gobierno de la República ha costado ya la vida al Comandante Riviére, al jefe de batallón Villers, y sin duda alguna á muchos otros franceses. Se ha creído que China no tenia importancia alguna, y ahora aparece que lo.ooo hombres de tropas regulares chinas se dirigen al Tong-King; que las fuerzas que China puede oponer dentro de algunos días á los franceses no bajan de loo.ooo hombres, habiendo 30.000 armados á la europea, y con cañones Krupp y oficiales extranjeros.
Sea lo que fuere de esta anunciada transformación del ejército chino, ¿se contentará la expedición francesa con reivindicar el honor de su bandera, ó tendrá acaso el propósito, que le atribuye la prensa británica, de apoderarse de Siam, y de dominar también en toda la * inmensa península que se extiende entre el golfo de Bengala y el mar de la China?
Mal auguraríamos del resultado de la expedición de los soldados de la República, en el caso problemático de que llevasen á las provincias feudatarias del Celeste Imperio descabelladas intenciones de conquista.
No serian entonces los chinos solamente los que sostendrían la bandera amarilla. Los tiempos de la expedición napoleónica á la Cochinchina pasaron, y para sostener á los soldados de Pekín estarían hoy todos los poderosos enemigos de Francia.
3 7 4 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Otro hecho de carácter religioso, pero de gran significación é innegable importancia, viene preocupando estos días á la prensa de Europa; la actitud de la protestante Alemania en sus relaciones con el Vaticano.
Conocidas son las serias dificultades interiores de que á cada instante eran causa los católicos de la Cámara prusiana y del Reichstag imperial. Comprendió el Principe de Bis-mark, con el talento práctico que le distingue, que aquella tirantez de relaciones era insostenible, y que sólo era lícito en nuestros días á ciertos gobernantes de molde francés, jacobinos de la decadencia, sostener una perpetua lucha contra el catolicismo para conseguir que quede servilmente subordinada la Iglesia romana á la omnipotencia del Estado. Envió á la corte pontificia un representante de Alemania, y no tardó en llegar á cierta inteligencia, á un modus vivendi con el Vaticano en ciertas cuestiones de orden religioso.
Pero después de fases diversas, después de haber sido en diferentes ocasiones suspendidas y reanudadas luego las negociaciones con la Santa Sede, y cuando ya se anunciaba que habían sido finalmente rotas, ha sorprendido á todos la presentación en el Landtag de un proyecto de ley encaminado á tranquilizar á los católicos y á desvanecer todas las diferencias q -le existieron, viniendo á ser como el anteproyecto de un Concordato ya seguro entre el Papa y el Estado prusiano.
Importantes son, en efecto, las disposiciones de) proyecto de ley presentado por Bismark. Se suprime la obligación de notificar al Gobierno el nombramiento de los encargados temporalmente del servicio religioso, siendo los cargos revocables á voluntad de los Obispos. No es necesario el beneplácito del Gobierno más que en lo referente á los cargos administrativos de una parroquia; pero en las parroquias vacantes puede el Obispo atender al servicio espiritual, nombrando ecónomos ó vicarios. El Gobierno no podrá excluir á ningún párroco sino por consideraciones de orden político, comunicando al Obispo los motivos en que se funde, y teniendo éste el derecho de apelar, no ante el tribunal odioso á los católicos que anteriormente funcionaba, sino ante el Ministro de Cultos.
REVISTA EXTRANJERA 3 7 5
Recordando el carácter coercitivo del KuUurhampf, aparece el nuevo proyecto como un gran paso, un paso decisivo en las vías de la conciliación entre los dos poderes.
La prensa alemana, católica y protestante, interpreta en este mismo sentido la iniciativa del Canciller, que con esa penetración que forma el carácter distintivo de su genio político, no tardó en advertir que seguían mal camino para contar en el Landtag y en el Reichstag con la alianza y el apoyo de los católicos contra los enemigos del orden social y del Imperio.
El periódico ultramontano La Germania declara ya que los diputados católicos votarán el conciliador proyecto. En cambio la Gazette 'Naliónale, el Tageblatt y la Gazette de Voss, periódicos avanzados, manifiestan naturalmente su descontento ante «la horrible defección» del poder laico.
De todos modos resulta que la conciliadora diplomacia de León XIII ha conseguido una nueva y gran victoria, tanto más notable cuanto se trataba de Bismark y de la protestante Alemania, en los momentos mismos en que Francia traba enconada lucha contra el espíritu religioso, que quiere arrancar de las casas de beneficencia, de los tribunales y de las es cuelas, dejando al instinto demoledor del socialismo hasta las cruces de encrucijadas y campiñas.
S.
N J á %fc« &!y
iJ
BOLETÍN BiBLIOGRAFiCO (1 )
Dr. F r a y Ceferino Gonzál ez .—Discursos leídos ante la Real
Academia de Ciencia'! Morales y Po-
Uiicas en la recepción pública de este
ilustre preía lo el dia 3 de junio de
i8S3.—Imprenta de A. Pérez Du-
irull.
L a recepción de Fray Ceferino
González en la Academia de Ciencias
Morales y Políticas no podia menos
de ser un verdadero acontecimiento.
Hombres del saber y del talento del
hoy Arzobispo de Sevilla son un
t imbre de gloria, no sólo para una
corporación científica, sino para la
patria en cuyo seno vieron la luz.
E l Sr. D . Fernando Alvarez, encar
gado de contestar en nombre de la
Academia al discurso del insigne a u
to r de la Historia de la Filosofía,
nos facilita los siguientes datos bio
gráficos:
«Nació el P . Ceferino, antes humil
de religioso, ahora miembro de nues
tro ilustre episcopado, en uno de los
pintorescos valles de Asturias, que,
según la feliz expresión de uno d e s ú s
biógrafos, obligan á los hombres á
mirar al cielo desde niños. Debió á
sus padres educación cristiana y bue
nos ejemplos, y los primeros e lemen
tos de enseñanza á un dómine solici
to, tipo únicamente conocido por los
que contamos luengos años, quien
logró fácilmente hacer de él un gran
latino, cualidad, por desgracia, no
muy común en estos t iempos.
«Impulsado por la triple vocación
del retiro, del estudio y del espíritu
religioso, trocó las montañas de As
turias por las llanuras de Castilla,
hermanas gemelas en gloriosas tradi
ciones, para vestir el hábito de la
memorable Orden de Santo Domingo
de Guzmán, gran figura religiosa, cuya
cuna se meció en la provi/ncia queri
da donde vi la luz primera.
»La regla, dice uno de sus aventa
jados discípulos, estrecha y severa le
imprimió el sello de su austeridad;
( l ) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crit ico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
BOLETÍN BIBLIOGRAFIC O 377 la escolástica, con su gimnasia inte
lectual, vigorizó iu entendimiento; la
metafísica le acostumbró á los abis
mos; la teología, á las alturas; la me
ditación, le hizo silencioso; el estudio,
enfermizo; la soledad, adusto; y Dios,
tocando con el dedo su frente, hizo
brotar en ella la llama esplendorosa
del genio.»
«Desde Ocaña, donde profesó, el
deseo y el deber lo llevaron al o t ro
lado del Océano, sufriendo durante
ocho eternos meses de navegación to
do linaje de molestias y peligros, que
no llegaron á entibiar su celo.
«Guiado por él, pidió que se le des
tinase á la conversión de los infieles,
trabajo rudo á que se consagran los
misioneros españoles, representación
gloriosa y firme de nuestra noble Pa
tria, en apartadas regiones.
«Los superiores, con previsión l au
dable, se lo prohibieron, y le destina
ron á la enseñanza.
«Leyó catorce años filosofía y teo
logía en la universidad de Manila,
madurando y completando sus pro
pios conocimientos al enseñar á los
demás.
«Fueron su primertrabajo los Estu
dios sobre la filosofía de Sanio Tontas^
obra que reveló sa genio y su ciencia.
N o la escribió el modesto religioso
para darla á luz. Le sirvió de apuntes
para sus lecciones. El superior le in
c i tó á corregirlos, se negó á ello, y
la Orden los publicó tales como es
taban.
«Escribió después mucho y sin tre
gua el joven filósofo sobre varios de
los ramos del saber humano. Ent re
sus trabajos descuellan La filosofía
tlemenial, aceptada como texto en mu
chos Seminarios de Europa, América
jT Oceanía, y la Historia de la filoso^
fia, traducida también y muy aprecia
da en el extranjero por la elevación y
la solidez de doctrina con que resuel
ve los problemas modernamente sus
citados. Combate en ella errores fu-
nesto.s, esclarece á la luz de su sólida
crítica el movimiento científico con
temporáneo, estudia los siglos an t i
guos y los medios, apreciando pro
fundamente el XVI , y examinando el
nuestro, que corre rápidamente hacia
su fin arrastrado por el torbellino de
atrevidas novedades, revoluciones in
cesantes y conspiraciones pavorosas
que pretenden santificar el asesinato
y el incendio, la dinamita y el puñal ;
examina, digo, el siglo XIX con el
criterio severo é imparcial del pole
mista católico.
«Para honra de España, precedieron
al P . Ceferino en el vasto campo de
las investigaciones filosóficas. Donoso,
que rompiendo con sus juveniles apa
sionamientos políticos, llevó todo el
vigor de su fogosa imaginación en el
ardiente debate de los principios reli
giosos, casi al ascetismo; y Balmes,
que de súbito atrajo las miradas de
Europa con su vasta erudic ión, la
profundidad de su juicio y el caudal
inagotable de su ciencia.
»Se ha hecho con ingenio y brillan
te frase el paralelo de esta trinidad de
filósofos españoles, designando en
Donoso Cortés al orador, en Balmes
al escritor, y en el P. Ceferino al filóso
fo; observando que el primero admira
como Homero, el segundo persua
de como Platón, y el tercero enseña,
y convence y demuestra como Ar i s
tóteles, y limitando la comparación
dentro de los aledaños de la Iglesia,
se ha comparado á Donoso con T e r
tuliano, á Balmes con San Agustín y
al P . Ceferino con Santo Tomás .
378 REVISTA CONTEMPORÁNEA
»En una pobre casa de la retirada
calle de la Pasión, primero convento
de los Misioneros dominicos, luego
domicilio de la procuración de esta
corte, ocupaba una modesta celda el
ya célebre P . Ceferino, después de su
regreso á la Península para servir la
plaza de Rector en el Colegio de su
Orden establecido en Ocaña. Desem
peñó este importante cargo con la
rara fortuna de mejorar sus rentas,
crear cátedras de lenguas vivas y
muertas, establtcer gabinetes de física,
química é historia natuial , y ur.ir
á la enseñanza sólida y completa de
la ciencia antigua el examen de las
obras referentes á la moderna. Juz
gaba su prudencia que los jóvenes
destinados á vestir el hábito de Santo
Domingo de Guzmán, aleccionados
en todas las fases de la verdad, debían
conocer también todos los delirios del
error antes de llevar los consuelos de
la fe de Jcsucri.sto para conquistar con
las armas incruentas de la predicación
y tal vez con el .sacrificio de sus vidas,
almas á la religión católica y subditos
á España .
«En esa mode.sta celda escribió feliz
y gozoso el P. Ceferlno gran parte de
las obras filosóficas citadas, notables
artículos en la Cruzada, periódico se
manal , sobre economía política y s o
bre filosofía alemana y escolástica;
cuatro brillantes disertaciones en la
revista La Ciudad de Dios acerca de
la filosofía de la historia, señalando
su origen en la esfera de la razón y
en la serie de los siglos, asentando sus
principios y elementos, su fin y sus
propósitos, analizando magistral mente
los sistemas y combatiendo los errores
que, so pretexto de esta ciencia n o
bilísima, se han infiltrado á la vez en
la filosofía y en la historia.
»En ella dio también nuestro acadé
mico electo provechosas conferencias
tres días á la semana, consagradas á
exponer sin ostentación ni apara to á
un reducido círculo de sacerdotes, t í
tulos de Castilla y periodistas, los
principios y las cuestiones más impor
tantes de la filosofía; la teoría de la
verdad, la de la razón, toda la p s i c o
logía empírica y casi toda la racional .
>Sus escritos, por úl t imo, sobre Los
Terremotos y La Electricidad reve
lan su especial conocimiento en las
ciencias naturales.
«Obras de tanto mérito sacaron el
nombre de su autor del silencio y de
la oscuridad del claustro. Las revistas
ilustradas reprodujeron su biografía y
su retrato: los periódicos científicos y
políticos imprimieron juicios acerca
de sus obras. La Academia romana de
Santo Tomás de Aquino, elevada á
tan alto grado de esplendor por Su
Santidad León X l l l , le l lamó á su
seno: la Universidad central de Espa
ña leofreeió una cátedra en su recinto;
Castelar, el presidente y primer orador
de la república, le presentó á la San
ta Sede para el obispado de Málaga;
Pío IX le preconizó, diciendo á los
que le pidieron encarecidamente que
lo dejase escribir: «Por lo que escribió
le hice Obispo; que lo sea y que e s
criba además.»
Inútil será ciertamente, que nos
otros nos propongamos dar idea de es
te trabajo por medio de un breve re
sumen, que es lo que acostumbramos
á hacer. El discurso del P . Ceferino,
ahora, como todos los suyos de gran
de profundidad, no puede abarcarse
en síntesis superficial y ligera. Para
dar idea de su contenido fuera nece
sario reproducirlo integro.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 379 Sus ojos penetrantes dominan des
de la altura de la filosofía tomista la
crisis espantosa que en los actuales
momentos agita el mundo de la idea
para penetrar en lo más íntimo de la
conciencia universal. De una parte el
principio cristiano elevando el hom
bre hasta el trono del Creador; de otra
escuelas materialistas y ateas que
sólo ven en la condición humana un
grado de perfección sobre las demás
especies, partiendo de la base de un
origen común. Los unos buscan la
fuente de toda v-(la y de todo cono
cimiento en Dios; los otros se rebelan
contra él, y queriendo asir con su ma
no las entrañas mismas de la realidad,
no transigen con la menor sombra de
misterio, tratan de caminar ayudados
tan solo por la luz de .su propia in te
ligencia, y misterio, revelación y cul
t o , son otras tantas barreras que j uz
gan levantadas por la debilidad de
los hombres á los ojos del pensa
miento y de la razón.
Estudia el P . Ceferino en su dis-
so á los expositores de la filosofía r e -
lígioso-cri.stlana desde los primeros
siglos, y á los filósofos que apartán
dose en todo ó en parte de la tradición
religicsa, proclaman en alta voz el
principio de la duda universal, de la
libertad del pensamiento y de la in
dependencia de éste. Detiénese, como
conviene á su propósito, en la escuela
de Descartes que rompe la tradición
cristiana, y pomo dice Micheiet, creó
la fi.solofía libre de la época moderna.
Como toda filosofía racionalista, hace
depender la libertad en el desconoci
miento de la razón divina, dicho se
está que acaba siempre por negar á
Dios. Estos principios, asentados por
el cartesianismo racionalista, acal la
ron después sus voces para prestar
oído al acento de otro autor no m e
nos célebre, que desde el centro de la
Germania hizo sentir el peso de su
influencia. Kant, el autor d é l a Críti
ca de la razón pura, muy superior
sin duda á Descartes por su genio>
sigue las corrientes que éste iniciara,
marchando por el camino del racio- "
nalismo absoluto. Según la gráfica ex
presión del sabio Arzobispo de Sev i
lla, «su obra es una obra de muer te .
Al rudo golpear de su crítica impla
cable desaparecen del mundo real y
objetivo la materia y el espíritu, el
hombre y Dios.»
Más tarde, al examinar cómo unas
escuelas aparecen como necesaria de
rivación de las otras, añade;
«Sin ser explícitamente panteista el
criticismo de Kant, lo era implícita
mente, encerrando gérmenes y ten
dencias no solamente panteistas, sino
también materialistas, gérmenes y ten
dencias que no tordaron en desarro
llarse y encarnarse en sistemas tan
.saturados de panteísmo y ateísmo
como de racionalismo anticristiano.
Porque ello es indudable que el E t -
was nouménico y la cosa en si de
nuestro filósofo se convierte fácilmen
te en lasu.stancia única del panteísmo,
en el Yo creador de Kichte, en el Ab
soluto de Schelling, en la Idea de H e -
gel en la Voluntadas Schopenhauer y
en lo Inconsciente ^*¿ í lai trnann. t rans
formación hacia la cual gravita t a m
bién espontáneamente su teoría de lo
sublime, teoría que diviniza al h o m
bre concediéndole una razón infinita,
bien así como su opinión acerca de la
posibilidad de una intuición inmedia
ta, intuición transformada fácilmente
por Schelling en intuición intelectual
y en método filosófico.»
Continúa después ocupándose e!
P . Ceferino de las tres manifestacio
nes ó desarrollos capitales de la filo-
38o REVISTA CONTEMPORÁNEA
sofia de Kant, representados por los
sistemas de Schelling de Fichte y de
Hegel, reconociendo, en medio de sús
errores, grandes rasgos de genio. En
ílcgel, sobre todo, ve el nuevo acadé
mico una inteligencia tan poderosa,
que no puede menos de exclamar;
«El error, pero el error en sus
formas más brillantes, es el mayor
castigo de la razón humana, cuando
arrastrada por la ola de la soberbia,
va á estrellarse contra el trono del
Altísimo. Tal es e! pensamiento que
surge espontáneamente en presencia
de ese panteísmo brutalmente ateo,
que representa y sintetiza el esfuerzo
titánico de Hegel, de uno de los ge
nios más poderosos que vieron jamás
los .siglos. Porque ello es cierto que
el panteísmo, más explícitamente ma
terialista, es la última palabra y el
contenido real de esa concepcióu que
produce vértigos por su originalidad
rítmica, por sus vastas proporciones
como .sistema filosófico, y por su uni
dad fascinadora; de esa soberbia y
colosal pirámide de los tiempos mo
dernos, que, á pesar de tener la nada
por base y por cúspide la negación
de Dios, como hemos dicho en otra
parte, es, sin embargo, la revelación
más sor¡>rendente del alcance y po
derío de la razón humana, y revela
ción también de que, bajo las inspi
raciones de la religión cristiana, el
Aristóteles de los tiempos modernos,
el piofeta panlogista de la Idea, hu
biera podido ser el Santo Tomás d-l
siglo XIX.»
Entra enseguida el ¡lustre autor de
la Historia de La Filosofía en el exa
men de la escuela krausista afirman
do que lo que constituye el fondo de
esta doctrina es un panteísmo ecléc
tico en el cual al lado de reminiscen
cias pitagóricas, platónicas y origenis-
tas acerca del origen y del modo de
ser de las almas, ocupan lugar prefe
rente el dualismo absoluto de Descar
tes, las teorías de Spinoza y de Sche
lling, sin contar sus afinidades teúr-
gicas con la escuela pagana de A l e
jandría, La filosofía de Krause, que
el P . Ceferino se ha creído en el caso
de examinar, siquiera sea como de
pasada y en breves momentos, no
tanto por su importancia científica
como por la preponderancia que al
canzó entre nosotros en época no
muy remota, no merece ciertamente,
ni por su originalidad ni por su bon
dad, la fama que ha logrado en Es
paña, si bien por poco t iempo.
Después de otras muchas é impor
tantes consideraciones, entre el P . Ce-
ferino en el e.xamen del movimiento
po.sitivista contemporáneo, sin olvi
darse por supuesto del transformismo
de Darwin.
«Y sucedió entonces — dice el filó
sofo tomista—que esa filosofía anti
cristiana que en nombre de la razón
y de la ciencia acusaba á la Iglesia
de desconocer la igualdad de los hom
bres, la fraternidad universal y el
amor de la humanidad, concluyó por
negar e.sa misma igualdad y frater
nidad de los hombre»; concluyó por
enseñar y predicar el abandono y la
mueite, por no decii el asesií.ato, de
los débiles, y despreciados. Que esto
y no otra cosa representa la ley dar-
winista de la selección aplicada á la
humanidad, por confesión de sus más
fervientes adeptos. V esta filosofía,
que abandonó el espiíitualismo cris
tiano en demanda de superiores espi-
rilualismos y de más vastos horizon
tes, descendió por gradaciones suce
sivas, pero lógicas, hasta el fango de
la materia y hasta la blasfemia del
ateísmo. Y esa filosofía, en fin, que.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 3 8 1
en nombre de !a independencia auto
nómica de la razón humana , pretendió
escalar el cielo y sentar un trono
cabe el trono dei Altísimo comenzó
divinizando al hombre y proclamando
su identidad sustancial con Dios para
concluir afirmando su unidad sustan
cial, no ya sólo con el simio trepa
dor de! bosque tropical sino con el
protoplasma albuminoso, eflorescen
cia espontánea del mundo inorgá
nico.»
Por úl t imo, el P . Ceferino estudia
todos aquellos sistemas que , siendo
una deducción lógio? del racionalis
mo, ejercen una in'luencia altamente
perniciosa en la vida social . Así se
explican las revoluciones _ las ame
nazas que mantienen e continua
alarma á las naciones más cultas de
Europa , porque el pueblo á quien se
enseña que el cristianismo es una im
postura, y Dios una ficción, no tiene
por qué resignarse á que e! nundo
esté lleno de poderosos y ro .gnates,
mientras él vive en el aband mo y su
fre todos los horrores de la miseria.
¿Para qué la virtud? ¿para qué la re
signación, si no hay más vida que la
presente, ni Dios que premie ni casti
gue? Vosotros, dice hoy el pueblo, sois
poseedores de tierras y de propiedades;
¿y por qué he de respetar yo esos d e
rechos, yo que soy por la fuerza in
contrastable y por el número omni
potente?
Tales son las conclusiones del n o
tabilísimo discurso de! Arzobispo de
Sevilla, gloria de la ciencia y orgullo
de su Patria.
Y no daremos fin á este brevísimo
resumen sin decir que el discurso de
D . Fernando Alvarez, encargado de
saludar al nuevo académico en nom
bre de la Academia de Ciencias iVlo-
r«les y Políticas, es un bellísimo es
tudio de la vida y trabajos científicos
de Fray Ceferino González, escrito en
gallarda y elegante prosa.
O b r a s e n p r o s a d e D . E n r i q u e
Gi l y C a r r a s c o . — Coltccionadas
por D. Joaquín del Pino y D, Fer
nando de la Vera é Isla, precedidas
de un prólogo y de la biografía del
autor. Madrid i8S3, Imprenta de la
viuda é hijos de D. E. Aguado.—Dos
tomos en 4.'^, de 400 v ¿lO páginas
respectivamente; '/ pesetas cada tomo.
Hace algunos años, pocos por des
gracia para los que anteriormente i g
noraban tan valiosos merecimientos
literarios, un ilustre escritor y docto
catedrático, el Sr. D . Gumersindo La-
verde Ruiz, dio á conocer á la gene
ración presente las obras en verso de
un malogrado ingenio, en quien la
escuela romántica, preponderante en
tre nosotros á los comienzos del se
gundo tercio de este siglo, saludó á
uno de sus m.ás preclaros y esforzados
paladines; nos referimos á las poesías
de D . Enrique Gil . «Poeta lírico de
intensa ternura, de apacible y melan
cólico idealismo y de suavidad incon-
parable, siquier alguna vez adoleí!ca
de difuso ó de incorrecto,» fué además
Gil, según el Sr. Laverde, onovelist»
que descuella entre los que con m a
yor fortuna han seguido en España la»
huellas del inmortal Walter Scott ,
critico de juicio penetrante, amplio
y seguro, y pintor tan galano como
discreto y exacto, de impresiones de
viajes, monumentos, tipos provincia
les y escenas dé costumbres.»
Que Gil po.seía envidiable estro
poético, notas dulcísimas para cantar
todos los sentimientos, todas las be
llezas, todas las grandes ideas, cosa
es ya proverbial é indiscutible, un»
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vez dadas á luz en eímerada co lec
ción sus poesías líricas, gracias al s o
lícito celo del Sr. L rve rde . Que las
dotes que éste le atribuyera, como
escritor de costumbres, novelista y
crítico, no desmerecen de sus timbres
de inspirado vate, acaban de demos
trarlo con plausible acierto otros dos
distinguidos publicistas, sus ent raña
bles colf^as los Sres. D. Joaquín del
Pino y D. Fernando de la Vera é Isla,
al coleccionar cariñosamente las obras
en prosa de aquella privilígiada inte
ligencia, no menos privilegiada que
por sus altos vuelos por el excepcio
nal interés con que á perpetuar su
memoria se ha consagrado afanosa
la amistad.
Contiene la nueva colección la
novela El señor de Bembíbre, que
según cuida de advertir el señor
Vera en el luminoso prólogo con
que avalora la edición, puso el nombre
de su autor á gran altura asi en Espa
ña como en el extranjero y que, á
juicio de tan experto li terato, dista
mucho de ser, como creyó el Sr. La-
verde, una imitación má.» ó menos fe
liz del género que dio pasmosa cele
bridad al autor de Ivanhoe y Carlos
el ¿e?nerariu: Enrique Gil es. .scf;ún
su prologuista, mucho menos objetivo
y más ideal que el escritor escocés; me -
nos vigoroso, pero más delicado en
sus descripciones; menos suelto de es
tilo, pero más elegante y correcto;—
el Lago de Carucedo, interesante l e
yenda tradicional, tan primorosamente
trazada como bien sentida; una nume
rosa serie de artículos de crítica l i te
raria que constituyen rico arsenal de
ilustradísimos juicios de muchas p r o
ducciones importantes de nuestra l i
teratura y de las literatnras extranje
ras, y por fin varios trabajos descripti
vos. El anochecer en San Aníonio de
REVISTA CONTEMPORÁNEA
la Florida, El pastor trashumante,
El castillo de Siffíancas, Una visita
al Escorial, e tc . , sulícientes por sí
solos, por la riqueza de sus colores y
el vigor y la originalidad de sus con
tornos, para asegurar la reputación de
un escritor.
Los Sres, del Piño y de la Vera
han prestado un verdadero servicio á
las letras patrias, restaurando con tan
elocuente te-,tim jnio la tradición glo
riosa del nombre de D . Enr ique Gi l .
Juan de Dios de la Kada y D e l g a d o , individuo de número de
las Reales Arademias de la Historia y
de Bellas Artes de San Fernando.—
V I A J E D E S S M M . L O S R E Y E S D E
E S P A Ñ A A P O R T U G A L en el mes de
Enero de 1882,— Un tomo de z^o
páginas.—Imprenta de M. Tello.—
Madrid.
Honrado el distinguido escritor y
docto académico D . Juan de Dios de
la Rada y Delgado, por S. M. el Rey
D . Alfonso XI I con la misión de es
cribir un libro que conservase la m e
moria de la visita que nuestro Monar
ca hiciera el año úl t imo al vecino
reino df Portugal , ha cumplido su
encariño el actual director de la E s
cuela de Diplomática, con el celo y
competencia que le distinguen, y el
libro que á la vista tenemos es la
mejor prueba de la exactitud de nues
tras afirmaciones.
E l Sr. Rada y Delgado nos ofrece
en este discretísimo trabajo la narra
ción verídica y exacta de todo cuanto
ocurrió en el regio viaje, amenizando
además la lectura con noticias, datos
y juicios críticos que dan una idea
precisa, no sólo de la corte y de lo»
festejos que con tal motivo se efec
tuaron, sino también de las condicio-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 383 nes en que se desarrollan la vida y el progreso del pueblo portugués.
Tratándose de persona tan competente como el Sr. Rada en artes y monumentos, no nos sorprenden en manera alguna las descripciones brillantes que encontramos en su libro, referentes á las obras de arquitectura que embellecen las poblaciones portuguesas, ni á nadie que conozca los trabajos científicos y las aficiones del que tan excelentes servicios ha prestado en el Museo Arqueológico de Madrid pueden sorprender la precisión y regularidad con que formula sus juicios sobre determinadas materias, como lo hace, por ejemplo, ocupándose del acontecimiento de mayor importancia, del viaje de nuestros reyes á Portugal, de la Exposición del arte retrospectivo.
No es, pues, el libro del Sr. Rada pura y simplemente la descripción del viaje de los reyes de España al reino vecino; es, digámoslo así, oportuno pretexto para hacer gala de su erudición y de sus conocimientos en artes, antigüedades é historia.
Como no basta sólo saber las cosas, sino que es preciso, y es lo más importante en muchas ocasiones, saberlas decir, bueno es hacer constar que el Sr. Rada y Delgado tiene, bajo este punto de vista, la doble ventaja de poseer un estilo fácil, ameno y por todo extremo agradable; siendo asimismo condición que merece notarse la de ser flexible en su írase hasta el punto de que sin violencia de ningún género abandona la disertación profunda del académico, para describirnos con brillantes colores un baile, una fiesta popular ó una corrida de toros.
Creemos, pues, que aunque el señor Rada dé poca importancia á este tra
bajo por la precipitación con que lo ha llevado á cabo, la tiene en realidad por lo feliz que ha sido en su ejecución y en su desempeño: porque las cosas no sólo tienen valor por el trabajo que representan, sino también por el arte con que, por unas ij cuas circunstancias, se realizan.
Este libro no se pone á la venta, y á decir verdad, lo sentimos, pues es indudable que el autor no ha de tener medios hábiles para que de esta suerte llegue á manos de todas las personas ilustradas, muchas de las cuales al menos han de tener vivos deseos de conocer esta bellísima narrüción, que deleitando enseña, como preceptuaba el docto y prudente clasicismo.
U. González S e r r a n o . — C U E S TIONES CONTEMPORÁNEAS.—La Cri
tica religiosa, El Pesimismo^ MI Na~ iuralisnio artístico, — Un ionio de 201 páginas. Imprenta de M. G. Hernández, Madrid.—Precio, 3 pesetas.
Tratándose de un escritor tan ilustrado é inteligente como el Sr. Gon-Zíi ez Serrano, dicho se está que en toda obra suya hemos de ver cosas que nos inclinen á la meditación y nos sirvan de emulación para el estudio.
Ha probado en muchas ocasiones el Sr. González Serrano, así en sus libros discretísimos como en sus discursos, por todo extremo elocuentes, que su talento y su erudición nada vul ares están siempre al servicio de los ideales democráticos; y nosotros, que somos partidarios de que se respeten todas las opiniones, máxime cuando aparecen sustentadas con el noble y generoso desinterés con que lo hace el Sr. Serrano, no hemos ciertamente de entrar aqui en género «1
384 REVISTA CONTEMPORÁNEA
guno de discusión, á propósito de las
ventajas é inconvenientes que, á nues
tro juicio, puedan ofrecer sus d o c
trinas.
Es una gran verdad, por más que
tenga puntos y ribetes de escepticis
mo, el hecho de que los hombres ven
las cosas con relación al cristal que
les sirve de lente. Sentada una pre
misa, todos los hombres de razón de
ducirán idénticas consecuencias: el es
collo está en cual sea la premisa que
nos sirve de base para el discurso,
de punto de partida para el razona
miento.
E l Sr. González Serrano, que , desde
sus primeros años, viene dedicándose
al estudio de la filosofía, con grande
aprovechamiento sin duda, no puede
menos de tener como base de todos
sus estudios un determinado número
de principios, de los que no puede
apartarse, so pena de ponerse en pug
na consigo mismo, y contradecir su
historia y sus antecedentes científicos.
Así, pues, ¿cómo pueden sorprender
nos algunas de las conclusiones de su
libro, ni á qué respondería tampoco
entrar en inoportuna á la par que es
téril polémica de principios?
Concretémonos, pues, á dar cuenta
de la índole de su última obra CUES
TIONES C O N T E M P O R Á N E A S , y sin co
mentarios de ninguna especie, expon
gamos sus puntos de vista más capi
tales.
Tres largos capítulos contiene este
libro, que se denominan: La Cri'ica
religiosa. El Pesimismo y El Niiu-
ralismo artístico. El primero abraza
ó comprende los puntos siguientes:
1.* Dificultades que ofrece el proble
ma rel igioso.—2.* Precedentes y fac
tores más importantes de la critica re
ligiosa.— 3 . " Carácter predominante
de la crítica religiosa.—4.° Resulta
dos positivos de la crítica religiosa.—
5.° La religión, idea de la fe y de la
tra.scendencia de la v ida .—-6.° El
Kul turkamph (la lucha en pro de la
cul tura) .
La parte que trata del Fesiniismr
se divide; 1 .** Influencias del pesimis
mo en el arte y en la vi la —2. '* Valor
práctico del pesimismo.—3.° El dia
blo moderno.
y por últ imo, el trabajo que cierr.i
este tomo, bajo el epígrafe de El Na
turalismo artístico, ofrece á los < jos
del lector las siguíente.s fases, cuya
simple enumeración es suficiente j ira
dar idea de todo su alcance y a i n Je
toda su oportunidad en las presentes
circuns anclas: 1.° La novela natura
lista.—2 ° Finalidad del ar te segúri el
naturalismo —3.° Impersonalidad y
verdad en el arte natural is ta .—4."Me
dios y factores artísticos del natUi a-
l ismo.—5." Importancia del na tu ra
lismo artístico —6.° El arte y la es
tética moderna .—7.° La idea de la
belleza en la estética moderna.—-
8.» La idea de lo feo.—9." La ¡dea
de lo cómico. — 1 0 . Cenclusión.
Si analizamos este trabajo bajo el
punto de vista de la forma y del pro
fundo conocimiento que en tales ma
terias señala el Sr. González Serrano,
nada tenemos que decir. T iempo há.
por otra parte, que nosot.os hemos
tenido ocasión de conocer los relevan
tes méiitos que le adornan, y por
tanto, no han sido éste ni otros libros
una revelación para los que de larga
fecha conocíamos al digno catedráti
co del Instituto de San Isidro.
H .
MADRID, 1S83.—Imprenta de Manuel G. Hernández. T.ioertad, i 6 d u p . *
LA
CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA
EN AMÉRICA.
L estudio de la antigüedad llama en gran manera la atención de los sabios; tanto, que no sólo individual, sino colectivamente se contribuye para poner en claro los orígenes de los pueblos.
Todo se necesita, en verdad; pues el hombre aislado, si no cuenta con fuerzas excepcionales, difícilmente puede llenar el papel que al verdadero sabio toca desempeñar.
Al mismo tiempo que en Madrid se celebra el Congreso de Americanistas, en Berlín se tratan asuntos científicos del Oriente, y la ciencia geográfica espera de Venecia resultados de valía.
Mucho se ha descubierto; pero bien se puede decir que no sabemos por qué fatalidad no se han estudiado á fondo gran parte de los objetos y monumentos en cuyas molduras y labores vemos signos preciosísimos de la inteligencia que ha llegado á petrificarse en los restos que poseemos. Sin embargo, no se crea que el arqueólogo estudia solamente los fragmentos materiales, sino que, además, penetrando en la conciencia de los pueblos, investiga cuáles fueron sus divini
zo/«««o /á'á'i.—TOMO XLV.—VOL. IV. 25
386 REVISTA CONTEMPORÁNEA
dades, y arranca á su inteligencia, hoy al parecer dormida, las ideas que en ella germinaron y florecieron, sirviéndose de los signos gráficos y fonéticos que las lenguas de los pueblos han conservado con textos vivos aún en las superficies y entrañas de las rocas, en las cubiertas de las tumbas y en el pecho de los dioses.
Al pretender nosotros penetrar por el intrincado origen de los pueblos americanos, tomamos una empresa hoy superior á nuestras fuerzas, no porque nos falten bríos para recorrer tan espinoso camino, sino porque en las circunstancias presentes no tenemos dónde colocarnos, no ya para dominar el horizonte racional de su historia, sino que ni aun el sensible.
Todavía no sabemos leer los pocos jeroglíficos conservados en' preciosos códices. Todavía no tenemos reunidos los ricos tesoros que se encuentran esparcidos por las VIDAS DE LOS VARONES ILUSTRES de las Ordenes religiosas que han pisado aquellas comarcas, y en la conciencia de todos está la urgencia de lo que digo.
Las historias escritas por los misioneros, además de las curiosísimas cartas que aún se conservan inéditas, no llegan por lo general á manos de quienes pueden sacar todo el partido posible de ellas, perdiéndose unas y sirviendo otras^ al caer en poder de algún atrevido, para que se dé nombre con trabajos ajenos.
Nosotros, al escribir estas líneas, creemos que una vez que tan preciosos restos andan dispersos, débese ante todo empezar por reunirlos en obras especiales, buscando acceso para entrar en las bibliotecas donde tan venerandos materiales se encuentran tal vez cubiertos de polvo. Así podremos más tarde llegar á formarnos una cabal idea de los pueblos que han dejado en América construcciones tan soberbias como las de Palenque y Uxmal, ídolos como los mejicanos, enterramientos como los del Perú, y, sobre todo, lo admirable de la unidad teogónica en el Norte, Centro y Sur de las Américas.
Somos, pues, de parecer que, hoy por hoy, no debemos salimos del método comparativo, aunque es cierto que él
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA 3 8 7
nos conduce al resultado que apetecemos; pero no es nuestro ánimo abarcarlo todo, sino circunscribirnos á tres puntos principales, y éstos pertenecientes á la América del Centro y del Sur.
Méjico, Perú y Chile serán los puntos de nuestro estudio. Compararemos sus teogonias, sus artes y sus lenguas con las teogonias, artes y lenguas de otros continentes; y si el juicio en su esencia es la comparación de dos ideas, juzgaremos; y si el raciocinio está informado por una operación idéntica, en que intervienen entonces los juicios, deduciremos las consecuencias, si no ciertas, puesto que los juicios no han de ser categóricos ni absolutos, al menos probables, ya que no podemos menos de servirnos en ciertas ocasiones de la hipótesis.
TEOGONÍAS.
Una es la naturaleza del hombre, caracterizada esencialmente por el entendimiento. Potencia tan sublime no sólo penetra por el mundo de los seres materiales, sino que los espíritus caen también bajo el dominio de su fuerza cognoscitiva. Con semejante facultad relacionando á veces los seres posibles, parece que el hombre crea, si bien no puede en rigor admitirse, porque nunca le falta algo preexistente. Tal sucede con los seres finitos.
¿Podrá el ser humano crear ó realizar la divinidad? Mucho menos. Sin conocimiento no hay efectos intencionados; el del hombre, encerrado en límites estrechos, si conoce la existencia de la divinidad, en cuanto causa, en sí misma es inaccesible: porque la intuición pura mundana no es más que un sueño con cuyos recuerdos han despertado algunos filósofos: y la idea de la divinidad no puede menos de ser intencionada.
¿Es posible la idea de Dios? Esto no ofrece dificultad alguna. Que sea clara y adecuada relativamente á su esencia es ya cuestión muy diferente respecto de los entendimientos humanos. No pudiendo tener cabida de semejante modo en
3 8 8 REVISTA CONTEMPORÁNEA
todo el Cosmos, ¿se reduciría á concentrarse en una de sus más ínfimas criaturas?
¿Es posible la existencia de Dios? Para muchos filósofos, esta verdad es un postulado. Corolarios de ella aparecen el celebérrimo argumento de San Anselmo á priori para probar la existencia del Ser Supremo, y el dicho de San Bernardo (De consolatione, 5.°, cap. X): Quid est Deus? Id quo melius nihil cogitan potest.
La idea de la divinidad es esencial al hombre; por eso todos la tienen de una manera más ó menos oscura. Pero el hombre por sí solo, ¿puede alcanzar la verdadera noción de ella? He dicho que esa idea le es esencial en cuanto humano. Nada de lo esencial le puede faltar; no pudiendo faltarle, por sí mismo la podrá adquirir, si es que no es innata al hombre. Débese, pues, admitir en el hombre una tendencia inquebrantable á la idea de Dios; pero como cada individuo discrepa ya en su manera de pensar, en cierto modo necesita una fuerza que encauce los pareceres diferentes, y si esto en el orden social realiza la autoridad, ¿no es natural que suceda lo mismo tocante á la divinidad? ¿Deberá admitirse también una autoridad para ello? ¡Quién lo duda! Entre los escolásticos, da existencia á la Revelación, y para los racionalistas diviniza la razón humana; consecuencias muy lógicas para unos y otros. Yo no admito todo lo que dicen los escolásticos, pero tampoco creo que seamos nosotros variaciones del gran todo, que los últimos deifican.
Dado el distinto pensar de los hombres, la idea de la divinidad fué variando, y unida á ésta siempre la práctica de un culto, éste revistióse de formas diferentes, dando origen á la idolatría.
Fijémonos en ésta unos instantes. Prescindamos de lo puramente teológico por no ser del caso, y hagamos algo de historia.
En nuestros apuntes acerca de los orígenes de España, Francia é Italia, tratamos del dato de Genebrardo relativo á la contemporaneidad del dulivio y de la irrupción del Hyk-sos en el Egipto, para hacer ver que la cronología de los intérpretes es insuficiente, y por lo tanto, puede tener valor y
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA 3 8 9
de hecho vale hoy la autoridad de Filón el judío (libro i.", de sus Antigüedades), cuando dice que antes del Diluvio, en tiempos de Tubalcain, ya tuvo existencia la idolatría. Según lo cual, se explica perfectamente el texto de San Clemente Alejandrino (libros i.° y 3.°, contra Juliano). Y se pone en claro que Enoch no reprendía á nadie por actos futuros, sino por los presentes, como puede verse en Tertuliano, libro 1.°, de Idololatría; tanto más debe admitirse nuestro modo de pensar, cuanto que Casiano (colección 8.% cap. XXI) insinúa poco más ó menos lo mismo que vamos diciendo al escribir que los hijos de Seth al casarse con las hijas de los hombres (las hijas de Caín) (i.*) aprendieron las artes mágicas y las supersticiones, teniendo por dioses al fuego, al aire y á los demás elementos.
Voy á copiar lo que San Epifanio tiene al principio del Panano, tratando de Pharug.
Et incepit idololatría inter homines ac groecismus velut cognitio quae ad nos devenit, habet. Non dum autem in statuis et sculpturis lapidum aut lignorum aut ex argento et auro aut ex alia materia factis, sed solum per colores et imagines hominis mens ipsa mali-tiam excogitavit et per liberum arbitrium rationisque ac mentís vim, pro bonitate iniquitatem recepit.
Pero hoy nadie puede en vista de los conocimientos y datos que poseemos y que los santos padres no tuvieron (que si ellos los conocieran no los ocultaran, pues á veces avanzan más que nosotros en lo atrevido y que hoy se llama peligroso de las ideas, aunque ésto último es hijo de un sistema ignorante ó astuto. Véanse, por ejemplo, los PP . Alejandrinos y los que en épocas posteriores les han sucedido), nadie puede menos de colocar en una época anterior, pues no sólo pinturas, sino estatuas aparecen.
Estas, según el mismo San Epifanio, son invención de Thare, padre de Abraham: Idolorum cultum qui per colores et
• picturam inductum fuerat sub Sarug, per industriam Jhare auc-tum aut roboratum esse, eo statuas ex luto aliave materia con/ec-tas, ut impie loco Dei colerentur fingente atque eformante.
Nada más natural que esta exposición admirable de San Epifanio, y que para nosotros, teniendo en cuenta la ma-
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yor antigüedad que concedemos, es un dato de gran valía. Nos gusta siempre que escribimos tener en nuestro favor
autores de nota, y como la intención que llevamos no es otra que relacionar los datos antiguos y modernos, seguimos al afirmar la existencia anterior de la idolatría, aun sin abandonar las cronologías patrísticas, á Genebrardo, que coloca su introducción en tiempo de Enoch, también bajo el punto de las estatuas, cuando dice en el primer libro de su cronología, pág. 10, columna segunda: Tempore Enos coepü idololatria fictiorumque Deorum cultus. Hic solus in sua familia veram et avitam religionem reiinens.
La interpretación dada por Casiano en las palabras arriba citadas al oscuro pasaje del capítulo VI del Génesis ben¿ haélohim y henoth háádam no es la más conforme al valor gramatical en ellas encerrado (i) . Hay en ellas un valor diferente y que nos sirve para ir asentando cuanto contribuye necesariamente á nuestro asunto. Nadie negará la grandísima utilidad que dimana, y la extraordinaria claridad que se difunde cuando se procura comparar muchos puntos exegéticos con los descubrimientos modernos. Las teogonias de todos los pueblos tienen enlaces necesarios con muchísimas opiniones de los expositores bíblicos, y aun á veces han llegado á traslucir con su penetrante inteligencia lo que brillaba aun bajo las ruinas de los primitivos templos y mausoleos.
Si general ha sido la idolatría, general ha sido también la creencia en los gigantes; dioses que lo mismo se encuentran en nuestras regiones que en las más apartadas mesetas y montañas; y si su naturaleza es considerada como divina-humana, á ellos van unidas todas las ideas de las soberbias y robustas construcciones cuyos restos prodigiosos llevan la admiración y el recogimiento al que no puede menos de contemplarlas en silencio.
De aquí tuvo, pues, principio la multitud de héroes dioses, así como de la idolatría, la multitud de divinidades.
( l ) Véase Sludien xur kritik und Erklarung dir Biblischen urges-thichtt, pág. 61; Zurich, 1863, y se convencerá el lector con el estudio que «llí publica Schrader.
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA 3 9 I
Para que la cuestión sea tratada brevemente y sin ningún género de parcialidad, asentaré lo que se ha dicho acerca del particular, poniendo al pie de la letra algunas autoridades. Hacemos esto, porque si llegáramos á decir solamente que abrazábamos en un todo las conclusiones del eminente Le-normant, se nos tendría por poco menos que por impíos. Pero gracias á Dios en España también se va formando ya un criterio científico de tal naturaleza, que no se acepta más que lo que se prueba; y las medianías que campeaban en el Olimpo del saber, caen hechas pedazos de sus alturas, lo mismo que la estatua que tenía los pies de barro. Continuemos.
Tune etiam gigantes coeperunt esse in term quos scriptura vocal Anachim.—R. Salomo G. 6.
Ah Ame primo gigante de cognatione jiliorum Dei sive Seth ( i ) . Aben-Ezra. G. 6." A uno y otro autor también cita Gene-brardo pág. i i .
Atenágoras en su defensa de los cristianos, al fin (biblio-theca magna patrum); tomo 9.° dice:
Ex angelis amatoribus virginum gigantes natos essecum ali-qui res divinitus concreditas male in terris administrassent: atque ideo reditu in ccelum negato circa aerem et terram obversari solitos. Animas item gigantum daemones circa munduin aberrare et libi-dinus curam gerere.
Sulpicio Severo en su Historia sagrada, libro I, hace constar: angelas quibus coelum saedes erat humanam corrupisse pro-geniem gigantesque procreasse, cum diverse inter se naturae per-tnixtio monstra gignat. San Justino mártir en su Apología de los cristianos dirigida al Senado romano, escribe: Angeli dei dispositionem transgressi mulieribusque mixti filios procrearunt qui doemones dicti sunt.
San Ambrosio parece más seguro en ello cuando no tiene dificultad en presentar que: Non poetarum more gigantes tilos
^1) Sigue la misma interpretación que Casiano. El primero que parece haber tenido tal modo de pensar es Julio Africano en su crónica escrita en la primera mitad del siglo tercero.
3 9 2 REVISTA CONTEMPORÁNEA
terrae filias vult videri divinae scripturae conditor, sed ex angelis et mulieribus genéralos asseril.
Si atendemos á las interpretaciones de Aquila y de Sym-macho, tenemos del primero uiov TWV Oewv y del segundo Twv AUVKSTEUOV TWVJ pero si se ha de creer á San Agustín citado por Lenormant, de civitate Dei XV, 23, algunos manuscritos de los setenta intérpretes tenían en el cap. VI (2 y 4) del Génesis Sy eXoi TOV OEOS, en lugar de uíoi xoS'Oeou añadiendo el sabio francés que parece positivo que se hallara así en los textos originales de los traductores alejandrinos.
¿Cuál fué su origen? Lenormant trata magistralmente la cuestión en sus Orígenes de la Historia. Conocemos perfectamente cuanto hay escrito sobre la materia, tanto por lo que toca á los intérpretes hebreos, rabínicos, griegos y latinos, como á los que siguiendo sobre todo á los últimos á partir de las opiniones generalizadas en el siglo IV, nos dan á conocer sus pareceres en las lenguas vulgares. Bástanos probar la existencia del hecho, y eso lo hemos llevado á cabo tal vez con exceso.
Todas estas ideas se infiltraron en los pueblos, tanto que no solo en los primeros tiempos tuvieron existencia, sino que se aplicaba aún á tiempos algo modernos. Léase lo que á continuación ponemos de Filostrato. {In suis Heroicis.)
Praeterea et in Pallene quam poetae Phelegrant nomitiant multa quideni hujiis inodi corporatellus, gi^antum qui illic castramentati sunt, continet, multa vero imbres ac terrae nio-tus detegunt. Ñeque audet pastor circa meridient in eo loco versari substrepentibus simulacris qui in ipso insaniunt: y en otro lugar hablando de Fhlegra Macedónica, cap. XIV: Ad-fttonet Fhlegra ubi antequaní oppidum fieret, rumor est inili-íia mundi dimicatum cum gigantibus, y luego:
Illic si quando ut accidit nitnbis torrentes excitantur et aucta aquarum pondera ruptis obicibus valentius se in campos ruunt, aluvione ossa etiam nunc feruntur detegi quae ad instar sunt corporis -humani, sed modo grandiori quae ob enormem mag-nitudinem monstruosi exercitus jactant extitisse id que adju-vatur argumento saxorum inmanium quibus opugnatum caelum crediderunt.
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA 3 9 3
Palabras tan notables de Filostrato prueban además que existen lugares en los cuales podemos aun tal vez encontrar preciosos datos que sirvan para los estudios del antropólogo y del arqueólogo.
Los gigantes, según Baruch (III. 26), eran robustos y belicosos. San Jerónimo, citando á Symanacho, los llama violentos y feroces.
¿Cuándo existieron? Vatablo al parafrasear las siguientes palabras de la Biblia: In principio erat verbum: nondum erant abyssietego jam concepta eyam, se ocupa de ellos. San Agustín, de civitate Dei, cap. 2 j , lib. X F nos dice: Hcec libri divini verba satis indicant, jam illis diebus fuisse gigantes super terram guando Jilüs Dei acceperunt uxores filias hominum.
¿Con la opinión de Vatablo parecen confirmarse las ideas de Rawlinson (i) respecto de las dos razas que reconocían los Babilonios Adames {raza, negra) y sarku (raza blanca), correspondientes á hijos de los hombres é hijos de Dios? Esto, en verdad, es echado por tierra con las ideas de Friedich De-litzsch (2), pero que teniendo en cuenta que semejantes ángeles caídos son confundidos con los demonios, parece quedar en pie la cuestión al decir Lenormant lo siguiente (3):
Et cette demonologie est surement bien anterieure a celle du zo-roastrisme, sur la quelle elle a puissamment injíué: elle remonte aux plus anciennes epoques de la civilisation qui fit sortir de cette contrée les Tera hites. II y a meme de fortes raison de croire qu'' elle est le reste d'une antique religión des peuples non sémitiques de Schoumer et d'Accad, et aurai regné sur le bassin inferieur de l'Eufrate et du Tigre anterieurement a l'age ou commenpa la pre-dominance du pantheon semitique de Babilone.
Pasemos ahora á las regiones americanas y veamos si existen algunas relaciones en este punto. Para la idolatría el traer pruebas sería inútil, cuando en la conciencia de todos
(1) Report of the fortieth meeting of the British Association for the ad-vancement of science at Liverpool.
(2) G. Smith's Chaldseische Génesis. (3) Les orígenes de l'Histoire, pág. 319.
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está, inclusos los ignorantes, la multitud de disformes dioses que en ellos eran adorados.
Respecto de la gigantología, encontramos pruebas muy valiosas, datos que envuelven el mismo concepto, conceptos que suponen una misma inteligencia, si no individual, porque no es posible y no somos partidarios del entendimiento universal de Averroes, al menos una inteligencia que supone comunicación, ó semejanza entre pueblos y pueblos.
La pirámide de Cholula se suponía obra de gigantes. Cayó sobre ella la ira de Dios.
MoíoUnia, en su historia manuscrita, de la que da cuenta Bourgbourg, en sus Recherches sur les ruines de Palenque, da cuenta de cuatro edades. La primera, es la de Tezcatlipoca, quien dio al sol doble de aumento por la poca luz que tenia: vivieron entonces los gigantes ó Quinamés, que desaparecieron á causa de una hambre, pues los Jaguars los devoraron. La historia de Motolinia se llama el Codex Chitnalpopoca.
Lo mismo aparece en el Codex Vaticanus. La primera edad es la de los gigantes ó Quinamés, primeros habitantes del Anahuac y destruidos por una hambre. Esto mismo se recuerda en algunas otras comarcas del mundo de los Andes,
Pero si esto era en épocas remotas, también aparecen relaciones del mismo género aun en tiempo de la conquista, y vamos á dar á conocer á nuestros lectores lo que leemos en Bernal Díaz del Castillo, cap. 78, obra publicada por el P . M. Fr. Alonso Remón, porque para nosotros es un punto muy notable aun arqueológicamente. Dice, pues, Díaz:
Cuando Cortés preguntó á Maese Escari y Xicotenga por las cosas de Méjico (eran los dos de Trascala) le dijeron... que les habían dicho sus antecesores que en los tiempos pasados que había allí entre ellos hombres y mujeres mUy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malasmaneras que los mataron peleando con ellos y otros que quedaban se murieron épara que viésemos que tamaños é altos cuerpos tenían, truxeron un hueso ó zancarrón de uno de ellos y era muy grueso, el altor del tamaño como un hombre de razonable estatura; y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera, yo memdí con él y tenia gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo y truxeron otros
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA SgS
pedazos gruesos como el primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones: y tuvieron por cierto haber habido gigantes en esta tierra y nuestro capitán Cortés nos dijo que sería bien enviar aquel hueso a Castilla para que lo viese su Magestad y así lo enviamos con los primeros procuradores que fueron; también digeron aquellos mismos caciques que sabían de aquellos sus antecesores que les habia dicho un su ídolo en quien ellos tenían mucha devoción, que vendrían hombres de hacía la parte donde sale el Sol y de lejanas tierras é les sojuzgar, etc.
Pasemos á los datos verdaderamente teogónicos después de presentai' algo de lo que dejamos consignado referente á la idolatría y á los gigantes, como datos necesarios para edificar sobre base sólida, puesto que son los fundamentos generales.
Un Dios sin nombre tenían los mejicanos, y un Dios sin nombre aparecía también en el Perú. En una y otra parte era considerado como el creador del Universo. Los primeros habíanle dedicado un templo en Tezcuco.
Sin duda, como el ser, causa de todos los seres, no puede ser concebido adecuadamente por la limitada inteligencia del hombre, nunca ha podido encontrarse un término (ni se encontrará) que signifique la totalidad de su ciencia infinita. Tampoco en su lengua le posee el egipcio, ni aun al griego le ha sido asequible, á pesar de la notabilísima perfección de la lengua de Homero, Platón, Demóstenes y San Juan Cri-sóstomo.
Pero, ¿qué nos pasa á nosotros? Las palabras con que nosotros le designamos, á pesar de la numerosa falange de teólogos que poseemos, ¿revelan y ponen á la inteligencia de alguno con indisputable claridad, siquier no sea más que la más insignificante propiedad (si alguna hay en él insignificante) de su naturaleza? El Dios innominado es de todos los pueblos, porque es el concepto verdadero de la Divinidad. Manitu (espíritu) le llaman los salvajes del Norte de América.
Tanto los egipcios como después los pueblos asiáticos, pusieron su veneración y respeto en los seres más poderosos
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y notables de la naturaleza. El sol, la luna, las estrellas, los montes y los ríos eran seres misteriosos, en los cuales se consideraba encerrado el engrandecimiento ó la ruina de aquellos que merecían sus favores 6 les habían causado su indignación. ¿Quién no sabe el culto grandioso que recibiera el sol en la región de los Yncas y los sorberbios templos que allí se le construyeron? ¿No era antiquísimo también su culto en Méjico, teniendo estatuas colosales, lo mismo que la luna, en Teotihuacan y soberbios templos, cuyos restos aún se conservan? Fonaiuch (el sol) y MezÜi eran representados á manera de caras circundadas de rayos. Esto nos recuerda al Netón de los Aceítanos, el Marte egipcio, el sol, y la preciosa lápida existente en el Museo Arqueológico de Madrid, cuyos signos egipcios nos dicen que representa al señor extendedor de la vida.
Es admirable en verdad la grande conformidad que existe entre semejantes teogonias; pero aún casi no hemos empezado á presentar semejanzas entre pueblos hoy separados por los mares. Si nuestras monedas fenicias indican en sus reversos templos, en cuyo fondo campea el sol; si nuestras lápidas (egipcias) nos dan á conocer al Dios Smo, que era la señal de la inundación del Nilo cuando los habitantes de nuestras comarcas pedían agua levantando sus pies, manos y cabezas al cielo, en tiempo de una horrorosa sequía tenida por fabulosa, y si la estrella de los crepúsculos llena nuestra numismática, vemos que los mejicanos la cuentan entre sus divinidades, elevándola columnas, teniendo en ellas un astro como símbolo, á manera del que tenían los hebreos, según nos le presenta el P . Calmet en su obra Diccionario Biblia (tomos I y II). Raro es en verdad, que si bien no es en el mismo Méjico, lo es en Santo Domingo y en la isla de Cuba, donde se han encontrado simbólicas representaciones del Dios lingal, el falo, como puede verse en los estudios publicados por el Sn. Ferrer en la Revista de España y en el lujosísimo Museo Español de Antigüedades. ¿Qué significa todo esto para el lector, teniendo en cuenta que hay una Diosa llamada Chicomecoatl (de los alimentos), que es su Ceres; un Dios Baco, con el nombre de Tezcatzoncatl; un Eolo, con el de
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Quetzalcoaü; dioses de los ríos, como los Napatecutliz, y aun Esculapio, denominado Tocí ó Totee? Eneas llevó los dioses manes al Latió; ¿quién los llevaría á Méjico?
En un mal envoltorio de secreto contenido, cuanto más en una piedra, decían encerrada la divinidad, lo mismo en aquellas naciones que en las del valle de Méjico. La majestad oculta no era más que un envoltorio ( i ) . ¿No es un envoltorio lo que nos presentan Calmet, Tirino y demás intérpretes en las láminas de sus obras al presentarnos los dioses de los hebreos? Pasemos á la región de los Incas, y examinemos su religión.
Era compañera del culto en los Tahuantinsuyus la luna. Además del planeta Venus, colocaban en su Olimpo las Plé-yadas, juntamente con las tempestades y el arco iris. Como natural consecuencia de esto, no debe extrañarnos venerasen al fuego y al aire. En ésta se producían, y por ella rodaban las nubes y el fuego se desprendía con el rayo; si del fondo de los ríos salían dioses, de las tranquilas aguas de los lagos brotaba la voz misteriosa de los genios, ¿por qué representaban al sol lo mismo que los mejicanos, y á la luna con aspecto de mujer con rayos de plata? Dice Pí Margall que aunque tales seres fuesen objeto de su culto, aún no habían sabido hacer un Febo, una Diana, una Venus, unas vírgenes, hijas de Atlante. También constituían su cielo los tutelares genios de las familias. No creo hallarse tanta distancia como el Sr. Pí y Margall indica respecto de la religión griega, cuando exclama: ¡Cuánto no distaba este antropomorfismo del de los antiguos griegos! (2) El fondo es el mismo; la forma exterior varía. El griego tenía una idea completa de la belleza estética, que en las regiones americanas parecía en gran parte dormida. Con esto no queremos decir que la identidad ideológica fuese absoluta.
¿Quedaba en esto solo? Aún hay muchísimo más. Tengamos en cuenta el culto de la serpiente. Entre los
egipcios, era el símbolo de la vida anx. Aparece en muchísi-
(1) Pi y Margall; América, tomo V, pág. 246. (2) América, tomo I, pág. 390.
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mas estatuas y su valor religioso en modo alguno debe ponerse en duda. Aun cuando engañase á Eva en el Paraíso, es el árbol de la vida levantado por Moisés para que su contemplación sanara á los hebreos. Los griegos representan en sus monedas la escena del Paraíso (i), y Minerva en su yelmo no tiene horror á semejantes ofidios. No sólo envuélvelas aras circulares que tenían los romanos comiendo los higos depositados en su parte superior (2), sino que vengadores de los dioses, salen del fondo del mar para ahogar entre sus anillos á los héroes arrogantes (3). Pero no deje olvidarse lo que dice el sabio Lenormant para tener en esta materia una debida claridad, que es: Mais a cote de serpens divins d'un caradeve essentiellement favorable et pvotecteur fatidiques ou mis en raport avec les dieux de la santé, de la vie et de la gut-rison, nous voyons dans toutes les mythologies un serpent gigantes-que personifier la puissance nocturne, hostil le mauvais principe, les ténébres materielles et le mal moral (4).
Es verdaderamente el principio del mal en algunas teogonias. La serpiente Apap se atreve á pelear contra el sol (5), y entre los asirlos existen los Aiuh ilani (enemigos de los dioses) (6). Su envidia al hombre le lanza en la sima del pecado original, teniendo esto último un paralelismo extraordinario con el antiguo Ophori, dios serpiente (7), primer dueño del cielo, precipitado con sus compañeros al fondo del Tártaro por Cronos (8). Por nadie se pone en duda, dado el estado de la ciencia arqueológica en nuestros días, la íntima relación de culto de las serpientes y de las piedras. Sólo el considerar el zodiaco mejicano, era suficiente en último caso para convencer al que aún dudara después de los estudios del sabio
(1) Manual de Numismática. Henin, Atlas, plan. 27, núm. 6. (2) Le piiture antiche, d' Ercolano, tomo III, pág. 127. (3) Célebre pasaje de Virgilio referente á Lacoon. (4) Lenormant. Orígenes de la Historia, pág. 99. (5) Ídem, id., pág. )00. (6) ídem, id., id. (7) ídem, id., id. (8) ídem, id., id.
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A. \V. Buckland. Una serpiente enrollada mordiéndose la cola, contiene en su círculo los signos de los que el zodiaco se compone. Claro es que todo esto tiene una tendencia al sol asombrosa; el zodiaco por sí mismo lo dice, y los conos también á él están dedicados por lo general. ¿Debe extrañarnos ahora, lectores, que en las regiones americanas encontremos túmulos, y el célebre, sobre todo, de la gran serpiente en el Perú, con semejante carácter precisamente en la tierra de los Incas, donde tenía el sol mausoleos tan soberbios y un culto tan fastuoso? ¿Nos extrañará encontrar en el célebre manuscrito de Vergara un nombre para el cuarto Rey de Méjico, que sea (i) la serpiente de Obsidiana (Itzcohuatl), cuando para ellos los Reyes eran dioses en la tierra? El venerable Sr. Pí y Margall nos dice que en muchas partes del Perú se consideraba como deidad protectora una piedra que llamaban gua-checoal, notable por su color y forma.—Se tenia en gran veneración á las piedras erguidas y solas (2). Lo mismo sucedía con los meteoros caídos y las piedras partidas por el rayo. Lo mismo acaecía en Méjico con la brillante piedra de obsidiana, y extraño será que las célebres aras de Lugo no pertenezcan al género propio de los segundos.
Basta que indiquemos solamente que todo esto puede admirablemente empalmarse con el culto asirio, y como el historiador no inventa, debíamos tomar cuanto acerca del particular encontramos en Layard, Botta, Rawlinson y Oppert, lo cual es muchísimo, y como todo esto está informado esencialmente por la civilización del país de los faraones, nuestro trabajo tomaría las proporciones de un libro que no se pide, en vez de las reducidas páginas de una Memoria.
Cerraremos esta primera parte con la comparación cosmogónica de varios pueblos. No se impaciente el lector si no encuentra á renglón seguido las consecuencias que se desprenden claramente formuladas, pues será lo último de nuestro escrito. Ahora sembramos nada más; luego procuraremos reunir las mieses que hayan fructificado.
(1) Lenormant. Propagación del al/abeto /inicio^ pág. 35, tomo I. (2) América, tomo I, pág. 388.
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La cosmogonía del Génesis la suponemos Qomo lo es en realidad demasiado conocida, según la traducción de la Vul-gata. Pasemos por alto los datos algo diferentes de los intérpretes alejandrinos, y más en especial los modernos de Lenor-mant ( i ) , Ewald (2), Dditzsch (3) y Hupfeld (4). Tan sólo daremos á los lectores las cosmogonías del Perú y Méjico, y las compararemos con las inscripciones cuneiformes del Imperio asirio. Así el trabajo de relación será completo y no le faltarán al lectorios datos necesarios para juzgar en estas difíciles cuestiones.
Respecto del diluvio en Méjico, ninguno mejor que el sabio Lenormant, á quien traduzco en las siguientes líneas:
Corcox se salvó juntamente con su mujer Xochiquetsal en una barca, y según otros en una balsa de madera de Cttpresus distscha. Pinturas referentes á esto han sido encontradas entre los Aztecas, Miztecas, Zapotecas y Trascaltecas y Mechoa-caneses. Sobre todo, los últimos, tienen una conformidad notable con la narración del Génesis y las fuentes caldeas.
Se dice que Tezpi (Corcox), embarcándose en una espaciosas embarcación con su mujer, hijos y varios animales, y con granos necesarios para la conservación del género humano, empezó el diluvio. Cuando el gran Dios Tezcailipoca ordenó que las aguas se retirasen, Tezpi mandó salir del arca un cuervo, el cual, como vivía de carne muerta, no volvió á causa de los muchos cadáveres que se encontraban en la tierra, ya seca. Tezpi mandó á otros y sólo volvió el colibrí con un ramito de hojas. Entonces Tezpi, viendo que el suelo volvía á cubrirse de verdura, salió de la embarcación en el monte de Colhuacan.
En el Codex vaticanus, uno de los más preciosos para conocer la cosmogonía mejicana, se tienen las cuatro edades. La primera es la de los gigantes ó Quinamés, primeros habitan-
(1) Lenormant. Orígenes de la Historia. (2) yahrbücher der biblischen Wiseenschaft. (3) Commentar iiier die Génesis. (4) Die quellen der Génesis und die Art inhiver Zusammensetzung.
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA 4 O I
tes de Anahuac, detraídos por un hambre. Se llamaba soleü de tierra (Tlatonatiuh), Sol de la tierra.
La segunda, sol del fuego (Tletonatiuh). En ella se transforman los hombres en pájaros á la bajada de Xiuhteuctli, el Dios del elemento ígneo. Una pareja refugiada en una caverna pobló el universo.
La tercera, del viento (Ehécaionatiuh). La catástrofe que la termina es un huracán terrible, suscitado por Quetzalcohuatl, el Dios del aire. Con pocas excepciones, los hombres, en medio del huracán, fueron convertidos en monas.
Por último, sol del agua, Atonatiuh. Termina con una verdadera inmensa inundación, con un verdadero diluvio. Todos fueron cambiados en peces menos un individuo y su mujer, que se salvaron en un ciprés.
Para que aparezca más claridad, es útilísimo presentar la traducción dada por Brasseur de Bourg Bourg.
Después de dar cuenta del Codex Chimalpopoca, que es la obra del español ya citado, en el cual las edades (soles) son: primera, la de los yaquars (tigres) que devoraron á los gigantes. La segunda, del viento: en ella los hombres se perdieron, llevados que fueron por el viento, y se transformaron en monas. Fué la tercera del fuego, llamada también de Ha-locan-Tenctli (señor de las regiones inferiores), epíteto habitual de MictÜantencÜi, el Pintón mejicano; concluyó con una lluvia de fuego, y los que no perecieron debieron convertirse en pájaros; y la última, la del agua, que termina con el diluvio. Tal es la traducción dada por Brasseur, que se considera como exacta entre los americanistas ( i ) .
Celui-ci est le soleil appelé Nahui-atl (4 eau). Or Veau fut iranquille pendani quarante ans, plus douce, et le vivait pour la troisieme et la quatriéme fois. Lorsqu arriva le soleil Nahuiatl, 'il s'etait passé' quatve ans, plus deux siecles, plus soixanie et seize ans. A lors tous les hommes furent perdus et noyes et se trou-verent changés en poissons. Le ciel se rapprocha de l'eau. En un seuljour tout se perdit, et lejotir nahui-xochitl (4 fleur) consuma tout notre chair.
( I ) Hí^toire des naíions civilisUs du Méxique, t(3aio I.
TOMO XLV.—VOL. IV. 2 6
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Et cette année etait celie de ce-calli (i maison) et le jour nahui aÜ toutfut perdu. Les montagnes mime s'abimerent sous l'eau, et Veau demeura tranquille pendant cinquante-deux printemps.
Or, sur la fin de Vannée, le dieu Titlacahuan avait prevenu Nata et son epouse-Nena, disant: Ne faites plus de vin d^agave, mais mettez vous a creuser un gran cypres chauve, et vous y entre-rez, lorsquau mois tozonÜi l'eau se rapprochera du del.
Alors ils y entrerent, et lorsque le dieu en eut fermé la porte, il dit; Tu ne mangeras qii'une seule gerbe de mai's, et lafemme une aussi.
Mais, des quils eurent fini, ils sortirent de la: et Peau demeurait tranquille, car le bois ne remuait plus, et en l'ouvrant ils conimen-cerent a voir les poissons.
Alors ils allumerent du feu, enfrottant des morceaux de bois, et ils firent roiir des poissons. Les dieux CiÜalliuicué et Cüallato-nac, regardant aussitot en bas, dirent: Segneur divin, quel est ce feu que Vonfait la? Pourquoi enfumet-cn ainsi le del?
Aussitot Titlacahuan-Jezcatlipoca descendit. II se mit a gron-Aer, disant: Qui a fait id ce feu? Et saisissant les poissons, il leur faconna lesfesses, leur arrangea la tete, et ils furent transformes en chiens.
También expone D. Fernando de Alba en su Historia de los Chichimecas que la primera edad fué la del agua, que empezó en la creación, concluyendo con el diluvio; la segunda, la edad de la tierra, en la que vivieron los gigantes descendientes de los pocos que sobrevivieron de la primera época. Un temblor terrible les puso término; la tercera, la del viento; un terrible huracán la termina con el fuego.
También las encontramos en el Popol-Vuh, colección de las tradiciones de los indígenas de Guatemala.
Ahora bien; siguiendo á Bunsen (i) dice Lenormant (2): Obsérvese que la tradición del diluvio no es originaria, sino importada quizá en América; que seguramente no han podido menos de recibirla las poblaciones de raza roja entre las cuales se encuentra.
(1) ChristianUy and mankind, t. IV, pág. 121. v a) Lts origines de ÍMstoire, pág. 490.
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA 4O3
¿Qué deducimos de esto? ¿Quién llevara semejantes creencias al continente americano? El origen se encuentra, no hay que dudarlo, en las cosmogonías del centro del Asia; pero ¿quiénes han sido los portadores? Somos del parecer del Sr. Amador de los Ríos, respecto de lo que dice al principio del tomo primero, en su Historia de los indios, tratando de estos últimos, sobre si pudieron y se encontraron en las Américas. Su respuesta negativa es la nuestra. Con todo, no dejaremos sin aclarar las preguntas de arriba. Para que nuestros lectores puedan con un conocimiento completo de causa hacer la debida comparación entre cosmogonías y cosmogonías, refiriéndolas después á sus respectivas fuentes, daremos á conocer, antes de entrar en el Asia, las de los Yuracarés y Quichés.
Según los primeros, empezó el mundo por vastos y frondosos bosques. Un espíritu maléfico, Sararuma, le incendió. Tan sólo un hombre pudo cerrarse en una cueva, y por medio de una varilla, al sacarla, viéndola ilesa, conoció el fin del cataclismo. A su salida todo era un erial. Como anduviera triste y solo, Sararuma le dio un puñado de semillas, las sembró y salió un hermoso bosque. Luego dio con una mujer de quien tuvo una hija, la cual lloraba su soledad. Puso los ojos en un árbol llamado Ule, de purpúreas flores, y le amó tanto, que no pasaba día que no le embelleciera y hablara: «¡Si fueras hombre! decía. Le vio transformado en mancebo; pero teniéndole de noche,» la aurora se lo robaba. Habiéndole atado por consejo de su madre, pudo tenerle por esposo.
En la caza murió entre las garras de un jaguar. Su esposa después reunió los miembros del infortunado marido, y tal fué la copia del llanto, que le volvió á la vida ( i ) .
Pero queriendo beber en las aguas de un arroyo, vióse en ellas, y como le faltara parte de la mejilla, negóse á seguir á su consorte. Ule encargóle al despedirse que no volviera la cabeza (a), aunque sintiera caer hojas y ramas de los árbo-
(1) Los griegos refieren la muerte de Adonis. (2) Como la mujer de Loht y el bellísimo pasaje de Euridice y üríeo en
la Georgia cuaita de Virgilio.
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les, y no obedeciendo, perdió el camino y la razón, yendo á una cueva de tigres. Por más cuidado que puso la madre de semejantes animales, fué despedazada la huéspeda por uno de ellos. Como dentro de su seno tuviese una criatura, recogióla el animal cruel y la llevó á su madre. Teri tuvo por nombre y fué educado por la madre de los tigres, quien llevaba en retorno mucha caza.
Un día quiso matar á una paca (brasileña) y erró la dirección. Entonces yxete (así se llamaba allí el animal) le dijo: vives entre los que han dado muerte á tu madre, y á mí, que nada te he hecho, me quieres quitar la vida. Teri entonces se propuso matar los tigres, y uno se salvó, para ponerse á salvo del cual subióse á un árbol exclamando: Favorecedme, palmeras; salvadme, sol y estrellas; socórreme ¡oh luna! Le oyó la luna, y ocultándole, evitó las pesquisas.
Teri llegó á ser el señor del mundo. Presentó á su protectora el más precioso tigre que caminara por los bosques.
Cayu nació de una de las uñas, al saltársele, de Teri. Asistieron al convite de dos aves, y en él se prepararon las viandas con sal. En otro convite, el vaso se llenaba por sí solo tan pronto como estaba vacío; pero Teri por curiosidad le tocó con su varilla, y volcándole, vino la inundación del mundo, en la que pereció Caru; pero buscados por Teri los restos, les devolvió la vida.
Cohabitaron con dos aves y tuvieron cada uno hijo é hija. El hijo de Caru murió, y Teri, para volverle á la vida, mandó á Caru le buscara, pero que no le comiese. No le halló, y sí unas plantas de maní cubiertas de fruto. Las comió, oyendo al instante á Teri: Acabas de comer á tu hijo y me has desobedecido. Quedáis en castigo, tú y todos los hombres, sujetos al traba,-
jo, al dolor y á la muerte. Caru volvió á comer á su hijo. Sacudió Teri un árbol y
cayó un pato. Le mandó comerle y Caru obedeció. Díjoselo Teri, y horrorizado arrojó lo comido, saliendo de su boca los papagayos, los tucanes y otros pájaros. Fueron Teri y Caru á ver á la madre de los tigres, y la quisieron matar porque tenía sangre en los labios; pero supieron que era de uno muerto por una serpiente, y la convirtió en gallinazo, y co-
LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA Y GRIEGA 4 o 5
mo llamase á una cigüeña para que destruyese á la serpiente, salieron del agujero donde la serpiente se guarecía los man-siños, los solostos, los quichnas, chiriguanos y otros muchos pueblos.
Y como Teri dijera á los pueblos que era conveniente su división, y que introduciría entre ellos la discordia y la enemistad, llovieron del sol multitud de flechas que sirvieron de armas á aquellos pueblos. Luego Teri se retiró al Occidente cual se lo indicara el pájaro de brillantes plumas.
Esto está tomado casi al pie de la letra de la Historia de América, del Sr. Pí y Margall, pág. Sgz, tomo I .
Ahora bien; ¿quién al leer lo anterior no conoce desde luego la tradición egipcia de que nos da cuenta Maspero en la que Set hace pedazos á Osiris y esparce sus miembros para que no vuelva á aparecer? (i)
¿Quién no echa de ver el genio griego oculto y velado en la misma cosmogonía, que más bien parece un trozo del libro de las Tras formaciones, de Ovidio, que otra cosa? ¿Quién no recuerda el Génesis al presentársele el maní cubierto de frutos, y por gustarlos queden los hombres sujetos al trabajo y al dolor? La cosmogonía de los yuracarés es un punto de partida de gran valía para traslucir algo de influencias extrañas. Creemos por los datos en ella encerrados que no es anterior á los griegos, y si más tarde indicaremos algo^ como lo haremos, en este sentido, creemos que el Congreso debe tomar en cuenta las ideas que presentamos, no porque sean nuestras, sino por ser legítimas consecuencias de los monumentos que poseemos y de los escritos de algunos sabios.
Aún más confirman todavía nuestro modo de presentar las materias, las doctrinas de los Quichés. No parece sino que estamos leyendo el libro donde sublimemente se estampa: nondum erant abyssi et ego jam concepta eram, y el principio del libro arriba citado del facilísimo Ovidio.
Tal cual encuentro lo que dice el PopoUVuh, según el Sr. Pí y Margall, tal lo traslado, porque creería profanar
( l ) Historia antigua, pág. 32.
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este punto de tan venerable escritor si introdujera alguna mudanza.
En un principio, dice el Popol-Vuh, todo era silencio y calma; vacía estaba la inmensidad de los cielos. No había ni hombres, ni fieras, ni aves, ni peces, ni hondonadas, ni barrancos, ni piedras, ni plantas. No se había manifestado todavía la tierra. No existían sino los cielos y la mar inmóvil. Reinaban las tinieblas, la noche. Sólo allá sobre el mar tranquilo brillaban como luz que aumenta el Creador, el Formador, el Dominador, la serpiente de plumas, los que engendran y los que dan la vida. Hablóles el verbo de Dios ( I ) y resolvieron: Retírense, dijeron, las aguas, y parecióla tierra (2). Como niebla se formó ciiando, á manera de cabrajes, salieron del mar las montañas...
Habló entonces el que engendra y el que da la vida, y dijo: ¿Y se han hecho acaso los montes y las selvas para que estén silenciosos é inmóviles! Creó en seguida á los ciervos y los pájaros...
Viendo el Criador y el Formador que los animales no acertaban á invocarle, hagamos, dijeron, al hombre para que nos respete y obedezca.
El hombre fué formado de arcilla (3). Dios creó la mujer después del hombre. Los cuatro primeros padres de los Quichés recibieron mientras dormían á sus esposas y cuando al despertar las vieron y contemplaron se estremecieron de gozo.
Recojamos velas en esta materia y comparemos. Hay en América dioses como en Egipto y Grecia, dioses como los ídolos de los semitas. En Asiría eran el símbolo del sol los conos de piedra, y encontramos también entre los pueblos americanos símbolos de la misma naturaleza. ¿En cuántas partes del Perú no se tenía como diosa protectora á la piedra Guachecoal? ¿Las piedras aisladas y erguidas no recibían veneración? Conocemos la triada egipcia, conocemos la triada india, conocemos también las triadas de la Caldea. Una triada de guerra tenían los mejicanos, una triada misteriosa y sublime encierran las tradiciones peruanas.
(1) / » principio erai verium eí verbum erat apud Dcum ti Deus trat virium. (San Juan.)
(2) Congregeniur aquae... ti apartai árida. (Génesis, 1. Q.) (3) América, pág. 246, tomo I.
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¿Qué se puede sostener con relación á las cosmogonías? Claramente se ha dejado consignado arriba. Tres elementos dominan en ellas como principales: el egipcio, el semítico y el griego. Vea, pues, nuestro lector que los tres factores que dominan en la historia del mundo antiguo, dominan á su vez en el que llamamos mundo nuevo. ¿Cuál de los tres llevará la primacía? Para juzgar es necesario tener en cuenta con relación á las cosmogonías las inscripciones cuneiformes traducidas por G. Smiih Chaldean account of Génesis. En los apéndices de la obra Orígenes de Vhistoire ( i ) , de Lenor-mant, pueden verse y que no extractamos por no hacer demasiado largo nuestro escrito (2), y la obra es de fácil adquisición. Según esto nos vemos precisados á recurrir al Asia. Pero las civilizaciones asirias y babilonias ¿se han dado el ser á sí mismas? Pregunta gravísima, mas la respuesta se encuentra en cierto modo formulada por un célebre orientalista al asentar que el fondo de aquellos pueblos se diferencia en poco de los de Schoumir y Accad. No hay que olvidarse que el alma de los egipcios es la forma sustancial de las civilizaciones primitivas. Los monumentos y las inscripciones lo prueban. Obsérvese, no obstante, que lo poco que ha dicho no encierra en sí la exclusión de otros hueblos. Maspero llama á los egipcios proto-semitas. La primera parte de esa palabra compuesta encierra tal vez el cambio radical de la historia de Oriente, y así tiene que ser en realidad, puesto que para España, Francia, Italia, es la solución y salida del intrincado laberinto de nuestra historia mal llamada fabulosa y antigua.
Esto en verdad debe probarse y por eso lo hacemos con un impreso aparte (3), porque colocarlo en este lugar fuera separarnos del objetivo principal.
BERNARDINO MARTÍN MINGUEZ. {Se continuará.)
(1) Pág. 4Q4 y siguientes. (2) A manera de nota puede verse al fin. (3) Orígenes de España, Francia é /¡alia, Apéndice á la Geografía His
tórica de D. Gervasio Fournier, tomo II.—Valladolid, imprenta de Santa-rén, 1881.
MOALLAKAS (O
(CONCLUSIÓN.)
XI.
POESÍA ARÁBIGA.
su RELACIÓN CON LOS DEMÁS GÉNEROS LITERARIOS DE LOS
ÁRABES, Y ESTUDIO COMPARADO CON LOS DEMÁS POÉTICOS
CONTEMPORÁNEOS.
ONOCIDA en detalle esa colección magnífica de la primitiva poesía árabe, salen á disquisición numerosos problemas que entretienen el pensamiento en un campo fecundísimo: el origen de
la poesía árabe; la regla á que obedeció esa poesía inicial; su diferencia de la poesía originaria de otros pueblos, ya formada su influencia en la demás poesía nacional; el medio con que ha ido desenvolviéndose ó se ha filtrado en la vena de la humanidad esa influencia misma; su rango ante los demás géneros literarios de un mismo pueblo, llenan otros tantos conceptos, cuya idealización es detallada sobremanera, por más de que en el caso presente no haya de ocupar
( l ) Véase la pág. 333 de este tomo.
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extensión tan grande como la adoptada por la manifestación del pensamiento.
Pues ni tan confusos nos son los orígenes de ese puebIo> al que no podamos reconocer, no ya independencia medio siglo antes que viniera al mundo su famoso Profeta, sino antes bien hallamos ecos gloriosos de su ilustración y cultura en generaciones muy anteriores: antes de Jesucristo gozaban de alguna reputación entre los hebreos; en el libro de ios Reyes, la sabiduría de Salomón es comparada á la de los egipcios y á la de los árabes; magnífica, grandiosa comparación consignada en las sagradas letras para encanto de las generaciones futuras; el mismo episodio de la visita de la Reina de Saba manifiesta igualmente que los árabes habían adquirido, muy de antes á Mahoma, cierto grado de instrucción y de cultura literaria. No hemos, pues, de fijarnos en la denominación primordial que nombró para siempre á los árabes, y que con una riqueza de expresión inagotable le dictó la suprema inspiración al autor sagrado del Liber Josué; entre los territorios que tocaron en suerte á la tribu de Juda ( i ) , en el que su comercio rendía valiosas cuantías á Salomón, y flotas de Hiram llevaron á Jerusalen el oro de Ofir; ricas maderas del Brasil, que el Santo Rey destinó á instrumentos del sacrificio divino y á sagrados cantos, en porción no vista, y grandes cantidades de piedras preciosas (2); en el que la renta de la contratación de las especias aumentaba el peso de oro que de renta poseía Salomón, de todos los Reyes de Arabia y de los principales de la tierra; y así por un curso de poder en la expresión bíblica, Arabia et universi princi... ser refugio de Alejandro (3), y por el estilo ponderados en otros treinta acontecimientos de las Sagradas Escrituras (4), con una locución llena del antiguo recuerdo consagrado á todas las generaciones de la humanidad.
Podrán decir ligeros cronistas que este pueblo tuvo su in-
(1) Josué, cap. XV, V. 52. (2) Regem, cap. X. (3) Galat, I, V. 17. (4) Concordatiae Bibliorum utriusque Tesiamenti.—Antuerpiae, 1381.
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dependencia social unos cincuenta años antes del nacimiento de Mahoma; que é partir de esa fecha hay que considerarle bravo y como nos lo representa la expresión más elocuente de su áninio, y que á ese período se le llamó por los mismos árabes Djahilya (decadencia); pero esto es taxativamente á ese periodo, llamado así precisamente, reconociendo otro, de mayor florecimiento en el que tuvo mayor consideración social, y al que no puede olvidarse si se tienen á la vista los datos de la Biblia; aunque no se posean otros, son muy suficientes para conocerlos con vida propia, rivalizando á muchos en preponderancia política y comercial, y por mucho que se les desconozca, no se puede sostener seriamente que los árabes hayan carecido de alguna literatura antes de ese período tan memorado en las santas páginas de la Sagrada Escritura. A esa designación, pues, hay que darla un sentido bien restrictivo, al religioso más bien que al literario, pues no de otro modo puede llegarse al estado que nos descubren los Motizahabat, consecuencia también de esa regla que se observa en todo pueblo, y que es como eco fidedigno de la poesía inicial de los árabes en un período de su vida.
Mas los hallamos en contacto de otros pueblos igualmente antiguos, y esto nos hace reflexionar brevemente por la gestación poética, notándose á primera vista que mientras unos desarrollan sus ideas religiosas, otros el arte puramente humano, mitológico en muchos, en la poética árabe, las escenas de la vida, entonadas por un ánimo ardoroso, si levantan la imaginación de sus poetas sobre el nivel de la vulgaridad, no la oscurecen con ficticias creaciones, ni tampoco hiende su aurino cincel en las entrañas del pensamiento para darnos su oscuro y misterioso teologismo; así la poesía inicial de los árabes es sencilla y sublime, porque se adapta á la realidad de la vida y al heroico carácter de los moradores de Arabia feliz; de corta dimensión su cdcida, no llevan pretensiones infundadas, y si pasados los primeros momentos de la historia curiosísima de ese pueblo, reparamos en las composiciones magistrales de los árabes, hallaremos también rasgos que hienden el espacio, arborean sobre las pasiones humanas una ley, y reconocen en cualquiera, en los últimos
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Moallakas, el supremo principio de la existencia humana. Por esa razón distinguimos la poesía de los árabes en esa primera esfera de la de los demás pueblos, porque hallamos en ella distinta inspiración, diferentes fines, hálitos más vigorosos, energía de carácter hasta el sublime, expresión fecundísima, ardor inacabable, cuantas pasiones puede abrigar el alma y encender en su estro el vivido fuego del sentimiento humano. Por eso también los hemos visto, animados con actividad, llenar su hálito de acentos generosos, amar los combates, valientes en el mayor peligro, respetar los derechos sagrados de la hospitalidad, y con el mayor entusiasmo cantar sus poetas esa vida venturosa y primitiva en la estación de los amores, en la edad de las creencias, en las ocasiones del heroísmo.
Cuando Roma había descendido en sus cantos desde el imperio inmortal á la proa de los bárbaros, y veíase al coro de los poetas cristianos enardecer el fuego de la pésima civilización del mundo antiguo, y al eco de los egipcios, babilo- , nios, asirios, fenicios, griegos y otra multitud de pueblos, todavía no bien recordados, el estro de Juvencio, Próspero y Lactancio y otros poetas latinos, desarrollar sobre el teatro de la historia de la humanidad un fulgor esclarecido por el más misterioso misticismo, surge un pueblo árabe por su raza y desconocido por su vigor, solamente retratado en el hálito conmovido por sus Moallakas. Los romanos exhalaban el último suspiro embriagado en las delicias de Catulo, Propérico y Tíbulo; los germanos vitoreaban las auras de su libertad en toda institución social, en su individualismo y en el espíritu de sus eddas; una deliciosa caricia en Grecia, un ardiente beso en Roma, una virtud purísima en los poetas del cristianismo, un carácter natural insuperable (i) en los bárbaros y en los árabes; sus pasiones, su tribu, su amada mujer, son los ideales que iban burilando por el mundo esas producciones llenas de la más franca y espontánea voluntad.
(1) Aun después de muchos afios, como se vio en la Reforma á los alemanes, ingleses y escandinavos que se apartaron del catolicismo.
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No de otro modo puede recordarse aquella Gran feria de Ocahz, que como los juegos públicos de las demás naciones, venía á ser la corte de amor y gloria de los poetas árabes, en los que igualmente se señalaba y concedía gran premio á los genealogistas, á las mejores tradiciones de familia, á la astrología é interpretación de sueños.
Más tarde, cuando Mahoma llevó la nueva religión, la poesía entró en una esfera más nueva y el Koran vino á ser un modelo inimitable que nadie supo sobrepasar, cuyo triunfo completóse luego que el célebre autor del último Moallaka Lébid, su antiguo enemigo, proclamó como divino un fragmento del segundo sourate y se convirtió al Islamismo. Los califas de la casa del Profeta, así como de la de los Om-myadas, exageraron aún más ese ciego culto al libro religioso de los musulmanes, que era á sus ojos el fundamento de toda sabiduría y de toda ciencia, y en el que Mahoma desarrolló todo su aplauso á la poesía y al saber, no obstante de reunir escasas condiciones para la primera; circunstancia que puede indicarnos tal vez la mala interpretación dada á algunos sourates, de que se interpretaran mal las palabras del Profeta, y que al realizar una interpretación absurda, quemara Amrou la bibloteca de Alejandría y se arrojaran al agua de Saad, por orden de Ornar, inmensas colecciones de libros persas.
Compréndese, pues, qué nuevo impulso iba á recibir lapoe-sia, y realmente no era pequeño el estímulo. Desde luego sabios y excelentes poetas, el famoso Antara, que fué la viva expresión del espíritu árabe de su tiempo, exclamó cierto día ante la contemplación de esos famosos monumentos de la antigua literatura árabe: «¿Qué asunto no han cantado los poetas?» Como si hubiera presentido que Arabia acababa de agotar toda una fase de su existencia y tuviera necesidad de comenzar una vida nueva, declaraba así abierto el curso de la inspiración musulmana, y un carácter que había de ser en la vida árabe, cual fué preciso para que en el instante último de aquél período pasaran el abismo, veloces como el rayo, y habitar los jardines del séptimo cielo ó el paraíso donde hallaran bosques eternamente verdes y llenos de frescura; pa-
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bellones de nácar, rubíes y jacintos; aguas límpidas corriendo sobre dorado ámbar; diamantes y esmeraldas, ricos tapices de seda, flores, perfumes, descansos exquisitos, ninfas inmortales de ojos negros. Tal es el paraíso sensual que Ma-boma en nueva poesía proponía á la masa de los fieles musulmanes, pero sobre los que resaltaba un goce supremo, los deleites espirituales. «El más favorecido de Dios será el que vea su cara tarde y mañana, felicidad que sobrepasará á todos los placeres de los sentidos, como el Océano sobrepuja á la perla del rocío.»
La poesía, que es á la vez ley religiosa, civil, y el libro Excelente, donde leemos que «un hijo gana el Paraíso á los pies' de su madre, donde los cfeyentes son todos hermanos;» que alienta y excita su carácter, hasta llegar en algunos trozos más selectos de su prodigiosa poesía á proferir: «Miserableel musulmán que permanece en su hogar, en vez de asistir al combate. No evitará la muerte, porque el término de su vida está fijado.» «¿Evitará el calor ardiente de los combates? El infierno es más ardoroso que los fuegos del verano. ¿Pensará huir? El Paraíso está delante de vosotros y detrás las llamas del infierno.» Estos y otros muchos rasgos de energía, ¿no son un destello del espíritu de los Moallakas diseminado por el acento árabe en el seno de sus generaciones? Los preceptos, esperanzas, amenazas, fueron los resortes poderosos que lanzaba su genio y carácter á las empresas heroicas, é impulsó á los árabes con la gumía en la mano en todas direcciones. Si pues tuvo nueva manifestación poética en el genio de los árabes, hallábase todavía inundado en el inmenso oleaje de las pasiones humanas, cuyo flujo y reflujo aún provenía del estridor sostenido en los Moallakas para la cobardía y el egoísmo, con algún rayo más de inspiración reflejado en el sentimiento religioso que venía á dorar el mágico encanto de una muerte ganada en los combates.
Así hallamos el valor cultivado á todo hálito, y la poesía, el género literario indudablemente que impulsó la vida árabe con mayor resultado en sus acontecimientos y grande originalidad en las creaciones populares, ingénita en Arabia, como la flor de sus campos, la lozanía y frescura del oasis,
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los vientos del desierto. Mas nos hallamos al presentar esa segunda época de la poesía árabe, con un estro que forzosamente nos recuerda composiciones anteriores al Profeta, y es que los Moallakas están llenos del carácter, de ese pueblo y llevan bien impresa la enseña de la vida activa de los pueblos del desierto: hemos visto que en ellos se canta el valor, la hospitalidad, la victoria y el amor, iguales los mismos fines sociales que parecen consagrados en la nueva poesía; los antiguos poetas eran á la vez valerosos guerreros; el sacerdote del Koran llevaba el aurino rayo de fuego en sus manos, y la media luna incendiaba todo campamento; todo árabe de noble raza debía saber manejar tan hábilmente el verso como la espada y jamás se verá poeta alguno más valiente como los autores de los antiguos Moallakas.
Ante la universalidad que abrazan esas concepciones de la vida, en el Koran, hállase retratado del propio modo todo acontecimiento notable; un combate, una amenaza, una venganza, un peligro vencido, son otros tantos asuntos sobre los que se ejercitó la inspiración, sobre todo, de los cantores del desierto; los vemos enteramente matizados con mil emblemas y máximas morales que nos dice la nueva poesía de los árabes; hasta ese punto vese cierta analogía de fondo, si no en la parte religiosa, en todos, al menos en tres de los siete moallakas, hállanse también algunos rasgos teológicos de que está plenísimamente reflejado el Koran; hasta ese punto llegó á influir la antigua sobre la moderna poesía de los árabes; hasta ese punto hállase encarnada en el corazón de ese pueblo, y habrá de acompañarle hasta su último suspiro.
Y no podía ser de otra suerte: estimada allí aún en el día la improvisación de sus cácidas, el florecimiento habría de ser como las entonaciones de un ánimo pronto, espontáneo, vivido, enérgico, lleno de colorido y pasión; ahora la forma tendría sus diferentes manifestaciones; la mayor parte de esas composiciones, no pasando desde veinte á treinta versos, dedicábanse sólo á un pensamiento capital, renaciendo allí todas las pasiones como en amenísimo prado la armonía de mil y mil arbolillos y flores en delicioso conjunto; otros de
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treinta á cien versos, y discurren frecuentemente sobre el amor, y así en otros muchos conceptos, las múltiples acepciones de la vida psicológica y social de aquellos pueblos. Era el amor entonces, como entre los trovadores, un sencillo tema de conversación, y vióse en la poesía con tendencias extraordinarias, hasta el punto de que desarrollóse con exceso y este rasgo llegó á producir enfado; así vióse al kalifa Moa-via, movido también por sus naturales afecciones, descontento porque Abderraman-ben-Hassam había repetido con demasiada fecundidad alabanzas á su hija, responderle el poeta: «Si yo hubiera hallado una mujer más bella, la habría cantado aún más y con preferencia.» Estilo que se extiende á todos los tiempos, como reinó antes en los Moallakas, que regularmente empezaban por elogios y sentidas quejas á la ausencia de su amada, y en otras poesías más nuevas alabanzas á Dios, al Profeta, nobles y Príncipes todas á grande altura.
Frecuentaron igualmente la sátira, que mereció á su autor crueles venganzas, y en general el carácter de la poesía árabe vino á consistir en presentar reunido en una sola pieza el género lírico, heroico, elegiaco, erótico y satírico, retratando estas composiciones con extremada fidelidad la vida algo monótona de aquellos pueblos de costumbres á veces patriarcales: carácter que perpetúan allí la tienda, el caballo, fiel compañero en lo más álgido del combate; la hermosa gacela y el incansable camello, y la ansiada mujer divinizada hurí; que todo halla su paralelo correspondiente, como hijo de una naturaleza ardorosa y llena de entusiasmo, rasgos imperecederos de la noble poesía de los árabes. Hé aquí cómo el His-mán Hasalí, sin duda en igual sentido, caracteriza á alguno de los cantores que hemos estudiado; de Imroulkais dice: «es poeta cuando está á caballo; Tarafa, cuando saluda;
Nabgha, cuando ostenta su orgullo; Zohaír, cuando desea.» No podía profundizarse más en el estudio y caracterización de la poesía arábiga, en cuyos rasgos hallamos cada vez más brillante la refulgencia de uno en otro numen, por más que hallamos alguna diferencia, como en la tribu de Houdeif, de muchas generaciones de excelentes poetas, rivalizando
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á la de los Koreischitas, de quienes además de ser pocos eran encarnizados enemigos. Sus obras reunidas están en el Diván de los Houdeilites, como también pueden verse distintas colecciones en Abou-Teman, que ha reunido cierto número en forma de ontología, en la que hallamos elogios de célebres guerreros, elegías, sátiras, cantos de amor, des cripciones, epigramas, etc. Existe otra colección nombrada El Pequeño Hamasen, formada en el siglo IX por Aboul Uva-lidibn Obeid Bokhtarí; Schanfara, célebre por su rapidez en la carrera; Nabegha Zobyan, Jerasdak, Zoul Remma, As-cha, el panegirista de Mahomet-cab-ben-Zoeír, y el satírico Djerir; sin olvidar al famoso héroe de Thabatha-Charrán, célebre por sus aventuras guerreras.
Por lo demás, la literatura histórica, aunque de origen más moderno que la la poética, es fecundísima y embellecida por mil conceptos, hasta en el mero título de sus crónicas, según hemos visto, la cual consistía al principio únicamente en tradiciones orales que se trasmitían fielmente de una á otra generación, hasta que el hombre se tomó el trabajo de redactarlas y escribirlas con todos los atractivos de sus deseables narraciones, á las que contribuyeron la naturaleza y el gusto y admiración de los oyentes. Reuníanse al finalizar el día, con los matices de la tarde al claror de la luna, las familias de las tribus delante de las tiendas, en el desierto ó frente de las puertas de las casas en la ciudad: ante la multitud referíanse las acciones memorables de los antepasados; estos esparcimientos nocturnos (semar) estaban salpicados de versos, lo cual aumentaba la delicia de los oyentes y aureolaba los acontecimientos. Las más antiguas tradiciones discurrían acerca de los Reyes de Hira, la invasión de los etiopes en el Yeman, las guerras de las tribus y otros muchos acontecimientos de gran interés, y la genealogía jugaba también un gran rango en la literatura antigua y posterior á los árabes.
VICENTE TINAJERO MARTÍNEZ.
ATENEO CIENTÍFICO Y LITERARIO
DE MADRID
CURSO DE CIENCIAS NATURALES SEXTA CONFERENCIA
33 de febrero de i8Sz
IDEA GENERAL DE LOS ORGANISMOS POR EL SEÑOR
D. AURELIANO MAESTRE-DE SAN JUAN
EÑORES: Invitado por la Junta directiva de esta distinguida corporación para tomar parte en las conferencias del presente curso, no he vacilado un monaento en aceptar este difícil y honroso
cargo, fiado únicamente en vuestra acostumbrada benevolencia, de la cual en ocasiones análogas me habéis dado pruebas inequívocas.
De todos es conocido el tema cuya dilucidación se me ha encargado en esta velada científica. Trátase de presentar á vuestra consideración una idea, general de los organismos, y desde el instante en que se inicia esta tesis, surge á nuestra
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imaginación lo difícil de la empresa, por cuanto esta cuestión necesita para ser tratada debidamente una suma de conocimientos que no es fácil concurran en una sola persona, y mucho menos en el que tiene la honra de dirigiros la palabra, á quien sólo podéis considerar como un admirador entusiasta de los que cultivan con fruto las ciencias naturales y antropológicas, á la vez que poseído del más vehemente deseo de investigación en los importantes secretos y revelaciones que comprenden estos interesantes estudios. A pesar de todo, y sin desconocer los graves compromisos que sobre mí pesan en este momento, del mismo modo que de la extrema amplitud del punto, cuya exposición me ha sido encomendada por la comisión déla Junta directiva de este ilustradísimo centro científico, debo manifestaros que por organismo se entiende en el lenguaje de la anatomía, que es la ciencia que se ocupa esencialmente del estudio de la organización siendo los seres organizados el objeto de su conocimiento, la asociación y especial disposición de las partes constitutoras de un ser, ya sea vegetal ó animal; las que difieren entre sí por su estructura y por sus usos, pero que todas se encuentran reunidas para el doble fin de la conservación del individuo y de la especie, y con cuyo motivo los órganos se hallan distribuidos en grupos ó series, teniendo cada uno un fin determinado.
Veis por el concepto que acabo de manifestar de los organismos, los infinitos puntos que abarca su estudio en el multiplicado número de sus partes y actividades; y en efecto, si nos propusiéramos tratar únicamente de los organismos vegetales, podríamos hacerlo, ora entrando en consideraciones organográficas de estos seres al estado normal, bien de forma exterior ó de morfología, ó de estructura elemental; ya al estado de verdaderas monstruosidades ó de teratología; ó en otro concepto, en el orden funcional normal ó fisiológico, el de desarrollo de los órganos ú organología; en el patológico 6 nosología, y aun en el de sus aplicaciones; y si lo realizáramos con respecto á los seres animales, podréis observar el sinnúmero de divisiones que ha sido necesario practicar en el estudio de estos organismos, resultado de los inmensos progresos de la anatomía en los tiempos modernos, dando
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con este motivo lugar á que no se limiten los cultivadores de esta ciencia al simple conocimiento de los caracteres de número, forma, situación, etc., etc., de los órganos, ó sea á la anatomía llamada descriptiva, en la cual, con respecto al hombre, la han elevado á una verdadera descripción fotográfica de los órganos los Henle, Krause, Halberna, Cruveilhier y Sappey, sino que ha sido de absoluta necesidad el considerar al organismo según una gran variedad de conceptos, si hemos de comprender, al tenor de la ciencia contemporánea, todas las diversas secciones que actualmente abarca el estudio de la organización de los animales.
Ciertamente; y prescindiendo de las anatomías especiales, como la del caballo, etc., en sus particulares aplicaciones, y de la referente al conocimiento del organismo en toda la serie animal, en la cual se considera entonces sucesivamente los mismos órganos en las distintas especies, á fin de llegar por comparación á una idea más exacta de cada uno de ellos, que forma la anatomía comparada, en la que tanto han brillado Cuvier y Carús, y que continúan con grande éxito Milne-Edwars, Stannius, Huxley, Gengenbauer, Hseckel, etc.; tenemos la que se ocupa en averiguar en la especie humana cuál sea la marcha evolutiva del embrión, desde sus primeros momentos hasta su completo desarrollo, ampliada al estudio de las modificaciones que ofrecen los órganos en las diversas edades de la vida, conocida con los nombres de anatomía de evolución y de las edades, y que creada por los Aran-ci, Baer, Coste, etc., ha sido perfeccionada por los Bischoff, Reichert y Kcelliker; la teratología ó ciencia de las anomalías, tan perfectamente desarrollada en la actualidad por los Moquin-Tandon y Geoffroy Saint-Hilaire; la. filosófica ó trascendente, que se eleva del conocimiento de los hechos particulares á las leyes generales de la organización, constituida en verdadera ciencia por los Carús, Spic, Goethe, Serres, Oke, etc.; la médico-quirúrgica y topográfica, que busca con especialidad la determinación de las relaciones de los órganos, pi estando con ello una gran seguridad á la mano del operador, y que creada por Palfin, ha adquirido hoy una grande extensión en manos de los Velpeau, Malgaigne, Hyrtl, etc.;
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la general, ó sea la que busca las partes similares en órganos diferentes, los compara en conjunto, y asigna los caracteres que á todos les convienen, fundada por el gran Bichat, y de la cual forma una sección la histológica, que estudia con especialidad los tejidos y partes constituyentes de nuestros órganos, y utiliza en sus observaciones la química y el microscopio, como lo han realizado Schleidem, Schwann, Henle, Koelliker, Virchow, Frey, etc.; Is. patológica, que aprecia las alteraciones que experimentan los órganos, á fin de establecer la correlación entre estas perturbaciones y los fenómenos por los que se traducen al exterior, y la cual, cultivada primero por los Bonnet y Morgagni, se levanta á grande altura en la actualidad por los Cruveilhier, Lebert, Muller, Virchow, etc. Indicadas, pues, las principales secciones que comprende hoy el estudio de la organización de los animales, ¿en qué concepto hemos de considerar á los organismos, teniendo en cuenta lo amplio de esta cuestión y dificultad de su desarrollo, á no ser en alguna de sus especiales manifestaciones? Creo, señores, que siendo uno de los puntos de vista en el estudio de los organismos el genésico, evolutivo y de textura, el cual armoniza más directamente con los adelantos de la ciencia contemporánea, me parece éste preferible para la exposición de todo aquello que consideramos pertinente al conocimiento y comparación de los organismos vegetales y animales.
Efectivamente; desde la más remota antigüedad el espíritu humano ha intentado reducir las diferentes formas de la creación á un limitado número de partes primitivas simples y de examinar á continuación el origen de estas mismas: hipótesis primero y hechos después sirvieron de base á diversas y encontradas teorías, y en tal concepto, los elementos de los antiguos, los átomos de Epicuro, las mónadas de Leib-nitz, los sistemas tan variados de generación, etc., son sin ningún género de duda pruebas históricas irrecusables de esta particular tendencia. Los naturalistas y médicos del siglo XVII, especialmente, impresionados por este constante deseo de los hombres de ciencia, continuaron por este camino; y en efecto, Ruyschio y Van-Suammerdan, con sus por-
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tentosas inyecciones, y Marcelo Malphighio y Antonio Leu-wenhoeck, utilizando las lentes amplificadoras usadas en su tiempo, realizaron en beneficio de ellas: el primero, el descubrimiento de las redes vasculares y la circulación capilar, que completó el maravilloso descubrimiento de la circulacióa general de la sangre por G. Harvey, y ratificó el segundo con sus procedimientos de observación microscópica en la membrana interdigital de la rana, así como también conoció los glóbulos rojos de la sangre y las anastomosis de las fibras del corazón, los que prepararon el terreno, del mismo modo que á su vez Bordeu, Pinel y Haller, aunque en diversos conceptos al célebre Bichat, el que, sin utilizar por sí el microscopio, estudió los tejidos del organismo como partes simples, y constituyendo los sistemas, creó, por consiguiente, en i8o i una nueva ciencia, la anatomía general. Continúan en esta misma tendencia los Brisseau de Aíirbel, Gruithuisen, Trevi-ranus. De Blainville, Turpin, etc., valiéndose nuevamente de las lentes, ya algo más perfeccionadas, siendo realmente los Raspail y Dutrochet los precursores de reformas de gran trascendencia. Raspail, en el concepto químico, busca una comparación entre la materia inorgánica y orgánica, y manifiesta que así como la sustancia inorgánica cristaliza en masas angulosas, la orgánica lo efectúa en vesículas, y compuesta primero de hidrógeno y de carbono, es amorfa y constituye un líquido oleaginoso; mas absorbe fácilmente el oxígeno, y cuando se la suspende en el agua toma la forma globulosa, y si entonces se la combina á bases anorgánicas, rodéase cada glóbulo de una membrana, convirtiéndose en vesícula; por consiguiente, todos los tejidos vivos se hallaban formados por vesículas semejantes, lo cual hizo exclamar á dicho químico: «dadme una vesícula capaz de absorber, y os haré un organismo;» deduciéndose de lo expuesto por este autor que tuvo dos originalísimas ideas, que después han sido reproducidas infinitas veces: la formación de los elementos orgánicos por un mecanismo análogo al de la cristalización, y la analogía de estructura de los vegetales y animales. Dutrochet á su vez llegó á una concepción análoga, aunque su punto de partida fué distinto; en efecto, habiendo descubierto
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la endosmosis, creyó haber encontrado la razón de los fenómenos de la vida, y según este distinguido profesor, los organismos vivos vegetales y animales se hallaban cortipuestos de utrículos semejantes; pero tanto la doctrina y observaciones de estos dos autores últimamente citados, asi como la de Mr. Mirbel, Heusinger, Turpin y Royer-Collard, no resuelven la cuestión deseada.
Siguiendo en la exposición del mismo punto científico, llamó mucho la atención de los hombres pensadores á principios de este siglo la peregrina y trascendental idea del célebre Óken, el cual había inventado sin llegar á su demostración una sustancia viva, primitiva y fundamental, una jalea primaria, conocida por los alemanes con el nombre de Ursch-leim, por la cual había comenzado el mundo vivo, y de donde habían salido todos los organismos; la que constituía la parte más importante del sistema nervioso, formaba por sí sola todo el cuerpo de los seres más ínfimos, y se engendraba espontáneamente en el seno de las aguas. La hipótesis de Oken iba cayendo en el olvido, cuando hace cuarenta años que un distinguido profesor de la Facultad de Ciencias de Rennes, el Dr. Dujardín, demostró experimentalmente la sustancia viva primitiva de Oken, á la que dio el nombre de sar-codes, que han confirmado todos los naturalistas porteriores á él, demostrándonos además que el contenido de todas las células animales era una sustancia que disfrutaba con plena exactitud de las mismas propiedades fundamentales que el sarcodes; y como los botánicos han reconocido á su vez la existencia de una sustancia semejante en todas las células vegetales durjtnte el período de su crecimiento y reproducción que Hugo-von-Mohl denominó protoplasma, le ha sido fácil al célebre Max. Schultz el comprobar que entre el protoplasma vegetal y el sarcodes animal no existe ninguna diferencia esencial, puesto que el uno y el otro poseen las mismas propiedades y gozan igual papel, por lo cual deben conocerse ambos con el nombre genérico de protoplasma.
Los naturalistas y médicos de este tiempo, aprovechando los progresos en la construcción de los microscopios por Carlos Chevalier en 1830, teniendo en cuenta las indicacio-
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nes y procederes de Wollaston, con las cuales construyó el primer microscopio simple perfeccionado, y asimismo el citado fabricante y su hermano Vicente, después de vencer grandes dificultades respecto al microscopio compuesto, inventado por Z. Jansen y de utilizar oportunamente lo propuesto por Euler acerca de las lentes acromáticas, realizaron en 1825 el prigier microscopio acromático perfeccionado; se pudieron efectuar observaciones de mayor importancia, consiguiendo R. Brown descubrir en 1831 el núcleo celular en las plantas; en las células pigmentarias de la rana, el profesor Valentín; en los glóbulos de la sangre del mismo animal, Max. Schultz; en las epiteliales, Henle; asimismo en 1838 hizo Schleidenn, no sólo la perfecta descripción de la célula vegetal, estableciendo por sus observaciones micrográficas que la célula es un pequeño organismo, el primero forme, y que cada planta, aun la más elevada en composición, no es otra cosa que un agregado de células individualizadas y de existencia distinta, etc., sino que también explicó el modo de generación de las mismas; y á su vez, y en el mismo año, aplicó el inmortal Schwann los datos anteriores al reino animal, creando la teoría, celular y estableciendo las verdaderas bases de la ciencia del porvenir.
Mas la concepción de la célula, como tal organismo microscópico, presentada por Schwann y ratificado por Henle, Lebert, Virchow, etc., varió desde el momento en que á beneficio de las lentes amplificadoras descubrieron células sin cubierta los insignes profesores J. Arnold, Remak, Berg-mann, Bischoff, Koelliker, Schultz, Brücke Beale, etc., pu-diendo por consiguiente denominarse ^WWos orgánicos. A pesar de todo, la célula se comprobó ser un organismo complejo: la vida comienza antes que la célula; efectivamente, existe una sustancia viva como síntesis físico-química de la misma, el protoplasma, anterior á ella, y cuyo especial estudio y exposición ha llegado á constituir una teoría llamada protopl asm ática por el P . Cohn; de manera que la célula, primer elemento forme de los organismos vegetales y animales, tiene por punto de partida una masa protoplasmática, primer estado transitorio que da bien pronto origen á estados
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más complejos, como la ulterior formación del núcleo y aun de la cubierta celular en un grado superior de complicación para constituituir la verdadera célula; pero el desarrollo puede paralizarse, haciéndose permanente la forma transitoria, tanto en las plantas como en los animales, hasta llegar á constituir los cytodes de Haeckel, que ora están formados por una masa de materia albuminoide sin estructura apreciable, sin forma determinada, desprovistos de toda organización, sin diferenciación de sus partes, y de una masa finamente granulada hasta en su circunferencia, y que se llaman gymno-cytodes, ó bien tienen una disposición algo más complicada, y ofrecen ya un primer grado de diferenciación, puesto que las granulaciones de su periferia son más iMÍIlantes, refrin-gentes y homegéneas que las del centro, y que se denominan lepocytodes, los cuales pueden formar seres vivos aislados y completos, que Hseckel apellidó con el nombre de maneras. Al lado de estos protamibos ha descrito el profesor Huxley, como procedentes del fondo de los mares, á 4 ú 8.000 metros de su superficie y en grande extensión, unas verdaderas masas mucilaginosas con granulos redondos las unas, las otras amorfas, y las cuales constituyen á veces viscosas y extensas redes que cubren los fragmentos de las piedras, y cuyas masas, no teniendo forma determinada habitual, ofrecen el aspecto de seres vivos, como lo prueba su contractilidad, nutri-lidad y perpetuidad por segmentación, á los que se ha denominado Bathibyus, y cuya existencia ha sido comprobada de nuevo recientemente por Emilio Bessels, en su expedición del Polaris, á pesar del cambio de opinión en sentido contrario de Huxley sobre este punto, y de la completa negativa del Bathibyus por Moebius relativamente á la fauna marina de la expedición del Challenger, cuyo discurso causó gran sensación en el congreso de naturalistas alemanes, que tuvo lugar en Hamburgo en septiembre de 1876. Permitidme, señores, que como comprobación de lo expuesto últimamente, os presente algún otro ejemplo de protoplasma libre en cada uno de los reinos vegetal y animal.
Respecto al primero, os citaré los mixomyceies, hongos que se encuentran sobre las hojas ó las maderas podridas, y los ve-
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réis en una fase de su desarrollo dar nacimiento sus esporos, después de muchas transformaciones que el Dr. Bary ha descrito perfectamente, á masas protoplasmáticas análogas á los amibos, que concluyen por reunirse para constituir masas voluminosas de protoplasma llamadas plasmoides, los que están formados por una sustancia granulosa de bordes hyalinos, y dotados de movimientos de corriente que tienen lugar con variable viveza y distintas direcciones, y hasta cambiando su forma, que modifica los contornos de la masa y determina á la larga un verdadero movimiento de progresión sobre la superficie subyacente. Relativamente á los animales, os diré que los amibos, organismos microscópicos que se encuentran en las aguas estancadas, se componen de una masa de sustancia homogénea, en la cual se ve un corpúsculo sólido ó vesiculoso, un núcleo celular; este cuerpo monocelular se mueve espontáneamente en diversas direcciones sobre el cristal porta objeto; si este corpúsculo sin forma definida ejecuta movimientos, es que emitiendo de diversos puntos de su superficie prolongaciones digitiformes que se modifican lentamente, tiran de la masa amiboide y la trasladan, pero al cabo de cierto tiempo cambia el espectáculo repentinamente: el amibo deja de moverse, retrae sus apéndices y se arrolla sobre sí; después la pequeña esfera gelatinosa se extiende de nuevo, prolonga sus apéndices ó pseudó-podos en varias direcciones y se pone en marcha; mas si durante este acto se le toca con la punta de una aguja ó con una gota de agua acidulada, se apelotona, efecto de la acción de la causa irritante. El amibo se nutre, ora absorbiendo las sustancias disueltas en el agua, ó bien penetrando en su masa las partículas sólidas que con él se ponen en contacto, cuyo experimento, en extremo curioso, podemos verificar. Para ello, encontrándose el amibo en el agua, y arrojando en ella un granulo vegetal, se le ve extender sus prolongaciones sobre el cuerpo extraño, á quien rodea y empuja en su masa propia, y después de un tiempo variable, durante el cual tiene lugar la digestión, expulsa de sí la parte inútil y no asimilable de dicho granulo por un procedimiento inverso al de su introducción.
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Podremos deducir, por consiguiente, que el último grado de simplicidad que puede ofrecer un organismo aislado es el de una masa granulosa sin forma determinada, es decir, un cuerpo definido, no morfológicamente, como se había creído que debían ser todos los cuerpos vivos, sino químicamente, no siendo sólo un reducido número de seres los que se presentarían en condiciones de tal simplicidad, sino que todos los organismos superiores se encontrarían transitoriamente en el mismo caso; así, pues, vemos al óvulo en iguales condiciones en un momento dado, como cuando ha perdido la vesícula germinativa antes de recibir la acción fecundante; y si profundizamos algo más en la análisis estructural de la constitución física del protoplasma, observaremos no ser este el último término á que puede llevarse la indagación microscópica, pues en muchos casos se percibe en él una especie de esqueleto formado por una red de finísimas granulaciones enlazadas por filamentos muy delicados, constituyendo los plasiidulos, los que han dado origen á la teoría plastidular de los Bütschli, Strasburger y Ellsberg, ó sea á la última palabra histológica en la concepción de los seres vivos.
A pesar de lo dicho, el elemento anatómico que constituye la base de toda organización animal ó vegetal no es otra cosa que la primera foima determinada de la vida, una especie de molde donde se encuentra incluida la materia viva, el protoplasma, y lejos de ser el último grado que puede imaginarse de lo sencillo, la célula es un aparato orgánico complicado, que si bien constituye por sí sólo el cuerpo de un amibo, compone también nuestros tejidos, perdiendo algo de su independencia por cuanto tiene que someterse á la vida común, mas sin dejar de representar una unidad viva, que no cesa hasta la muerte de llenar su papel en la armonía del conjunto. En la célula se cumple la síntesis morfológica; la morfología real no comienza sino en la célula; las células se forman, se multiplican, se acumulan para constituir, primero, la masa del organismo, después se modifican y dan origen á las formas específicas que desde luego caracterizan los seres que deben aparecer, y por último, la célula, ora sea un
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ser independiente en los monocelulares ó un elemento anatómico en las pluricelulares, es la más simple de las formas bajo la cual la materia viva puede presentarse, pues ella nos ofrece el primer grado de la complicación morfológica, siendo en este estado en el que el protoplasma se encuentra en perfectas condiciones para constituir los seres compuestos.
Considerando, como no puede menos de ser y según la ciencia contemporánea, á la célula como el único elemento primario forme de los organismos, ¿se creerá fuera de propósito el que nos detengamos algunos momentos dando á conocer á nuestro auditorio algunos de sus caracteres más sobresalientes? Creo que ocupándonos de los organismos, no podemos prescindir de hablar de su elemento anatómico primario, y máxime cuando la técnica nos ofrece en la actualidad tan poderosos medios de apreciación y de estudio. En efecto, por una parte los perfeccionamientos del microscopio compuesto, de que nos valemos hoy en nuestras observaciones, como los últimos de Harnach, de Werick y de Zenmayer, que apenas dejan que desear por la pureza y perfecta construcción de sus lentes; los procedimientos de preparación de las partes que se examinan, ora se seccionen en laminillas trasparentes por su delgadez, ó bien por la actuación sobre los mismos de reactivos apropiados; ya que separando de ellos ciertos elementos y respetando otros, ó coloreándolas por impregnación ó imbibición y propiedad electiva, nos presenta clara la diferencia de sus partes componentes; la modernísima institución de la histología animata en la que gracias á las cámaras húmedas de Von-Recklinghausen, de Botter y de Ranvier, la de gases de Stricker, la caliente de Polaillón, pueden colocarse los elementos anatómicos en condiciones análogas al medio en que viven normalmente, y por lo mismo, con conservación de la mayoría de sus propiedades y energías vitales, averiguando por consiguiente con más exactitud la morfología de la célula y la importantísima cuestión del automatismo celular, noción, como dice el gran R. Virchow, la más trascendental de las que han podido adquirirse en estos tiempos acerca de la vida de los elementos histológicos, las corrientes elétricas, los objetivos calientes de Max. Schultz
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y los reactivos químicos, etc., constituyen en nuestros días un arsenal poderosísimo de investigaciones y de análisis.
Pues bien; con tales medios de observación y de estudio hemos realizado sorprendentes portentos, que han de influir cada día más directamente en el porvenir de las ciencias naturales y antropológicas: permitidme, señores, os presente un ligero boceto de la célula en general, y me ocupe á continuación en compararla en los vegetales y animales, así como del mecanismo adoptado por la naturaleza para la constitución de los organismos. Ya hemos indicado que el protoplasma no es una hipótesis: demostrada su existencia, ofrece un aspecto y una constitución química sumamente varia, si se le estudia en los diversos organismos, en los distintos elementos de los mismos y en sus fases de existencia; mas cualquiera que sea su ulterior forma y modificaciones que en él ocurran, no es menos cierto que en su origen ofrece caracteres comunes á todos los seres; formando una especie de ganga, en donde la vida toma los materiales de su futura evolución, es el protoplasma una sustancia de una consistencia semilíquida, que puede variar desde el estado casi fluido hasta el pastoso, componicndose de dos partes, es decir, de una sustancia fundamental de aspecto homogéneo dotado de mayor ó menor refringencia {hyaloplasma) y de granulaciones de aspecto y volumen vario ó micrósomas; la sustancia fundamental es nitrogenada, lo cual se demuestra por todos los reactivos de las sustancias proteicas y contiene una gran cantidad de agua, y las granulaciones, ora son grasicntas, amiláceas, proteicas, etc.; el protoplasma es permeable al agua en ciertos límites, aumenta de volumen por imbibición, pudiendo considerarse cada molécula sólida del mismo como rodeada por una capa de agua variable según su capacidad higrométrica. Las variaciones materiales del protoplasma son muy activas y gozan un importante papel en la vida del organismo; asimila, desasimila, fija materiales de nutrición, escreta los residuos, absorbe o.xígeno, desprende ácido carbónico cuyos actos se hallan en relación con sus movimientos, no siendo el desprendimiento de fuerzas en su interior sino formas de éste, ora en corrientes, ó ya un ver-
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dadero movimiento de progresión, en el que las granulaciones le siguen pasivamente. Dotado el protoplasma de núcleo, constituye el glóbulo orgánico ó célula incompleta, y provisto de ectoblasto, la célula perfecta ó completa de Koelle-ker, y entonces la influencia de la membrana celular por una parte y del núcleo por otra, pueden determinar ciertas formas particulares; y este delicado elemento anatómico experimenta grandes modificaciones por la influencia de los diversos agentes, como el lumínico, el calórico y la electricidad.
Si nos fijamos ahora en sus condiciones según los reinos, veremos, tratándose de los vegetales, que si bien en un principio ofrece los caracteres comunes, después los modifica de una manera progresiva. En efecto, esta masa puede permanecer por más ó menos tiempo en este estado; mas cuando la vida del fitoblasto se activa, cuando bajo la influencia de ciertas causas esteriores, y con especialidad de una temperatura suficientemente elevada y de cierta cantidad de agua, comienza á nutrirse y á crecer, no se asocia el líquido que le penetra igualmente y de una manera indefinida á sus moléculas; sepárase, pues, de ellas, y forma en la sustancia que desagrega, y cuyos elementos aisla, depósitos acuosos primero poco considerables, pero que aumentan después, y el que toma el nombre de jugo celular; líquido que no es generalmente agua pura, sino que, efecto del contacto con el protoplasma, disuelve los materiales solubles que éste encierra como, por ejemplo, sales que luego deposita en forma de cristales y aun ciertas sustancias orgánicas. Mas el jugo celular llega á su máximum, y entonces se acumula en el centro del fitoblasto, que le constituye un reservorio cuyas paredes forman el titriculo primordial nitrogenado de Von-Hu-go-Molh; de manera que en este momento el fitoblasto se encuentra representado por un utrículo de sustancia proteica y por una acumulación central de jugo, y aun por lagos secundarios separados por tabiques ó cintas completas ó incompletas, formados por una sustancia idéntica al utrículo primordial. En un tercer estadio el fitoblasto se construye una cubierta protectriz ó fitocysto, en extremo varia en cuanto
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á SU forma, espesor, resistencia, dimensiones y configuración de las soluciones de continuidad de su pared; fitocysto cuyas reacciones químicas son las de un principio ternario, la celulosa. En un cuarto estadio se observa la formación en el utrículo primordial nitrogenado de los órganos de la circulación del fitoblasto; en efecto, el líquido de un fitoblasto vivo tiene la propiedad de marchar en diversas direcciones sostenido por la barrera del protoplasma sólido, lo cual nos demuestra la más ó menos rápida traslación de los micróso-mas, y como pueden existir en un mismo utrículo primordial muchas de estas zonas líquidas separadas por paredes del protoplasma más sólido, puede dicho utrículo presentar á la vez en su espesor diversas corrientes líquidas cuyas direcciones sean, ó paralelas, ó en sentido inverso las unas respecto á las otras. En un estadio quinto se desarrollan prolongaciones interiores del utrículo primordial que determinan la formación de varios reservorios de jugo celular; y por último, aparece en el fitoblasto un núcleo ó ciíoblasto en las criptóga-mas vasculares, y todas las fanerógamas, y después en la masa de éste, un nucléolo. Por consiguiente, el fitoblasto es en el vegetal el solo agente productor; mientras vive, se nutre, asimila, desasimila y fabrica diversas sustancias, las unas destinadas á ser conservadas, las otras á ser trasportadas al estado soluble, ó al gaseoso en otras partes de la planta y aun en los medios ambientes; además, su cubierta protectriz, el fitocisto, que forma en un gran número de casos el jugo celular, al cual da propiedades particulares y fabrica materias colorantes ó pigmentarias como la clorofila, el almidón ó fécula, ora en granos simples ó ya en agregación; la inulina, las materias azucaradas, las gomosas, tánicas, grasas, aleuricas, esencias, resinas, goma y óleo resinas, látex ó jugo propio, ácidos, alcaloides, sales cristalizadas ó no, cristaloides, etc.; y por último, el elemento celular vegetal contiene jugo ó savia celular y los gases de la atmósfera, etc.
Mas si nos referimos á los animales, observaremos que las células se distinguen de las vegetales en general, salvo las cartilaginosas, grasicntas y pigmentarias, por cuanto en su
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desarrollo ulterior las partes elementales que las constituyen quedan siempre más semejantes á lo que ellas eran en los primeros tiempos de la existencia de la célula. Cuando una membrana más gruesa parece formar una cubierta al contenido celular ó protoplasma, esta membrana se aproxima de tal manera á este último por sus propiedades morfológicas y químicas, que debe considerársela como su capa externa espesada; ordinariamente no desaparece ni es reemplazado el protoplasma, como en las células vegetales, por un líquido celular ó por otras sustancias; asimismo las modificaciones morfológicas de las células animales son casi imperceptibles, y tan poco sensibles las químicas, que el contenido celular más avanzado en edad se parece mucho al protoplasma por su estructura y composición. El núcleo persiste en la mayoría de las células animales; su crecimiento tiene lugar especialmente en longitud, y á no ser en los tejidos epitélicos, no se ven dichas células en capas por mutua aproximación; además, su forma se modi'^'ca por la presión que determinan las sustancias intercelulariat elaboradas por las células en gran cantidad, como se ap'-etia en los tejidos de sustancia conjuntiva; y por último, si bien las sustancias albuminoides que aparecen desde su origen en las células son casi idénticas en los dos reinos, en las células animales se encuentran como partes integrantes de los tejidos sustancias que derivan de las albuminoides, como la córnea, la glutina y la elástica, que no existen en las vegetales, mientras que las mucilagi-nosas y los fermentos que se aproximan á las albuminoides se encuentran en las células de ambos reinos; suministrando los albuminoides otros productos menos inmediatos,que son bases nitrogenadas, éstas varían según las .especies, y son enérgicamente alcalinas en los vegetales, idénticas para todas las diferentes especies, y además de ellas, se encuentra toda una serie de ácidos nitrogenados en los animales; las células vegetales son más ricas que las animales en sustancias no azoadas y poseen varias que les son propias, como la celulosa, el almidón, gomas, aceites esenciales, resinas y ácidos; el agua disuelve primero las sustancias solubles é im-bibe las albuminoides, y después se acumula en el interior
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de las células vegetales y empapa y aumenta el volumen de las células y tejidos que derivan, ó bien constituye la parte esencial de los líquidos del organismo, como la sangre, linfa, quilo y secreciones en los animales; tienen en disolución los líquidos celulares los gases oxígeno, ácido carbónico y amoniaco, con predominio del ácido carbónico en los vegetales, y solo en cantidad notable el oxígeno y ácido carbónico, pero con especialidad del oxígeno en los animales; y conteniendo las células de los dos reinos sales, y particularmente cloruros y fosfatos alcalinos y alcalinotérreos en proporción casi igual, afectan, sin embargo, una relación más constante en los animales y pueden sustituirse más fácilmente en las vegetales.
No considero pertinente para nuestro objeto nuevos datos acerca de las funciones de los organismos celulares, y puesto que ya sabemos que en las células sus materiales mutaciones consisten en fenómenos de asimilación que constan da dos actos, formación de la materia orgánica y de la sustancia organizada y viva, y cuyo primer acto, muy desarrollado en la célula vegetal, es rudimentario en la animal, así como el segundo lo es más en esta última, del mismo modo que la desasimilación, oxidación que se encuentra unida á un desprendimiento de fuerzas vivas; que como fenómenos accesorios de nutrición, tenemos á la afinidad electiva de la célula, á la es-creción y las secreciones; que la irritabilidad es la propiedad fundamental celular y condición de sus manifestaciones vitales; que los movimientos intracelulares son más frecuentes en los vegetales, así como que los celulares propiamente dichos son amibodes, contráctiles, vibrátiles y de verdadera locomoción ó traslación; que por consiguiente, la célula vive, crece, se trasforma ó muere y se reproduce siguiendo diversos procederes, sentando como premisa el aforismo de Omni cellula acellula, como son en los animales principalmente la fisiparidad, la endogenesis, la conjugación sexual y aun por yemas, brotes ó gemmípara, y en los vegetales una veces una porción solamente del protoplasma del elemento original participa en la formación de los nuevos elementos, constituyendo lo que denominan formación celular libre; en otras el proce-
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dimiento es el de la división, excisión simple y endógena, rejuvenecimiento, conjugación ordinaria y gemmación; deberé sólo ocuparme de la constitución de los tejidos en los vegetales y animales.
En los vegetales, y según el sabio profesor Wundt, los tejidos se derivan por yuxtaposición de un gran número de células ó por soldadura de las células entre sí; el tejido de células se halla formado, ora yuxtapuestas, dejando algunas veces entre ellas hendiduras ó espacios canalículos ó lagunas llenos del aire ó de jugos vegetales, ya en las partes blandas del vegetal afectan las células una forma redondeada ó poliédrica, ó sea tejido del parénquima, y en la corteza y madera son prolongadas y se sueldan por sus extremos ó tejido del prosénquima; y el tejido vascular y los vasos, los cuales, por consiguiente, se derivan de células unidas por sus extremos, y cuyos tabiques intermedios se han reabsorbido; las capas concéntricas de la celulosa de la pared vascular se han separado, de manera que pueden formar espirales, anillos y redes, no constituyendo por sí solo el tejido vascular una planta, por cuanto entre los vasos existen siempre series de células y principalmente de las del parénquima. Mas si nos fijamos en el organismo del vegetal, veremos que sólo contiene dos órdenes de órganos, los del tallo y los tejidos de la hoja; pero estando ambas partes formadas por la reunión de los tejidos vegetales elementales, como son células y vasos, no difieren sino por la disposición de estos elementos. En efecto; los órganos del tallo están constituidos por un parénquima de células surcado en el sentido de su longitud por hacecillos vasculares, y ora estos vasos se hallan esparcidos en todo el parénquima, como se observa en las monocotiledóneas, ó bien por el contrario están dispuestas en círculos más ó menos numerosos, como en las dicotiledóneas. Los hacecillos vasculares se hallan limitados hacia afuera del lado de la corteía por una capa longitudinal de células de prosenquimas; mas entre los vasos y este prosénquima existe una capa de células blandas que se llama cambium ó zona generatriz, cuya soldadura puede formar nuevos vasos; continúanse las células de la médula entre los diferentes hacecillos vasculares
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con las de la corteza, y ésta se halla á su vez constituida por tres capas sobrepuestas: una interna de células con clorofila, una media ó subserosa formando el corcho cuyas células contienen aire, y una capa externa ó epidermis construida por células ocupadas en parte por el aire y soldadas lateralmente entre sí. Así como el tallo, el tejido de la hoja está formado por células y hacecillos vasculares; los vasos son la continuación de ios que existen en el tallo, los que cuando han llegado á la hoja se separan entre sí y alojan en estos puntos á las células; dichos vasos constituyen una red; las células comprimidas en ella contienen clorofila y se hallan limitadas en las dos caras de la hoja por la epidermis, que ofrece en la inferior los estomas que dan paso y conducen el aire á los vacudos del parénquima, sirviendo de órganos respiratorios. Por último, los órganos florales no son otra cosa que hojas modificadas, los pétalos y estambres son los análogos de los de las hojas, y el óvulo y polen el resultado de modificaciones especiales de las células del parénquima.
Los tejidos del organismo animal son también, según el célebre profesor de Heidelberg antes citado, de tres especies: tejidos {oimBidos por yuxtaposición regular de células, como los epidérmicos, los epiíelium, las uñas y la sustancia córnea, las células del tejido glandular, el muscular y el del cristalino; por fusión de células, como el nervioso y capilar; y tejidos formados por secreciones de las células ó de sustancia intercelular ó conjuntiva, como el tejido conectivo típico, y en sus formas evolutivas, el fibroso elástico, el óseo y el cartilaginoso. Respecto á los órganos de los animales, éstos no están jamás constituidos por un solo tejido. En las plantas, sus dos variedades de tejidos se combinan para formar un órgano, al paso que en los animales se unen sus tres especies para el mismo objeto, pero siempre observaremos el predominio de uno de ellos, y por este concepto pueden dividirse los órganos en aquellos que están formados por tejidos compuestos de células sin sustancia intercelular, como las glándulas y los músculos; los que lo son por tejidos de células soldadas entre sí de manera que constituyen tubos; ejemplo, los vasos, sistema nervioso y órganos de los sentidos, y aque-
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líos que lo están por tejidos de sustancia conectiva, como el óseo; y considerando á los sistemas como la reunión de los tejidos similares y á los aparatos como la asociación de órganos que tienen por objeto una función determinada, van todos ellos á constituir el organismo.
Prescindiendo, señores, de otra multitud de consideraciones, principalmente acerca de los animales multicelulares, en que se continúa la especialización, la cual si bien primero recayó sobre los elementos celulares, extendiéndose después á la aparición de verdaderos órganos que se agruparon en aparatos correspondientes á las principales funciones, es más aún si tomáramos el grado superior de especialización funcional tal como se ofrece en el hombre, en el que pudiéramos concebir su organismo esquemáticamente, reduciéndolo á su más simple expresión en una esfera, la que estaría constituida por órganos profundos del movimiento ó músculos y nervios; por superficiales que aislan el organismo del medio exterior, superficies epiteliales, que se dividen en de introducción para el oxígeno y materiales nutritivos, y de eliminación de productos; de agentes, sangre y glóbulos sanguíneos, que llevan el oxígeno y las materias nutritivas desde las superficies de introducción á los órganos profundos, y asimismo las sustancias de desagregación de dichos órganos profundos á las superficies de eliminación; de un órgano reproductor, macho ó hembra, y de una sustancia que rellena los vacíos orgánicos y sirve á la vez de sostén, ó sea el tejido conjuntivo. Tampoco creo oportuno hablar de la diferenciación de órganos y funciones que puede seguirse, no sólo en la serie animal ó en un solo organismo, como en el del hombre, el cual se observará formado primero por una sola célula ú óvulo, representando en esta fase un animal unicelular, pero cuya célula se segmenta después y multiplica en otras muchas idénticas, convirtiéndose en un agregado pluricelular que se asemeja á un rizopodo desprovisto de prolongaciones externas ó pseudopodios, y que después se diferencian las referidas células formando tres hojas, que luego darán origen á todos los órganos, y cuyas etapas, recorridas por el hombre en su desarrollo, recuerdan á un ser inferior en cada una de
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ellas; ni me ocuparé, por último, en la exposición circunstanciada de cualquiera de los tejidos del hombre, por cuanto si bien su estudio es interesante y altamente útil para el médico y naturalista, revelándonos lo intrincado y admirable de su textura, nos alejaría hasta cierto punto del objeto de nuestra conferencia, ocupándonos un tiempo que pienso dedicar á establecer las posibles diferencias entre los organismos vegetales y animales.
Consideradas dichas diferencias en las primeras manifestaciones de la vida de estos seres, es completamente imposible realizarlas, y si no recordemos lo que han manifestado los naturalistas acerca de este interesante asunto. En presencia de los hechos y de las discusiones sin fin que han surgido entre los naturalistas, y de la discordancia que existe actualmente respecto á la colocación que debe darse en nuestros métodos álos seres en sus primeras manifestaciones de vida, es evidente que la diferencia de los dos reinos no es posible indicarla. Llegamos en ambos conceptos por transiciones á seres que se parecen y que pueden considerarse como los más simples de los animales, ó como los más degradados vegetales; toda discusión acerca del sitio que deben ocupar dichos seres es absolutamente inútil, puesto que no son ni vegetales ni animales y no ofrecen ningún carácter que nos permita distinguirlos; sus análogos en las edades más remotas del mundo se han modificado y agrupado de modo que forman dos series divergentes de las que han sido el punto de partida, y perteneciendo á la vez á las dos, formando como un puente entre los dos reinos orgánicos, por cuyo motivo recientemente propuso Hceckel el reunirlos en un reino aparte con el nombre de reino de los Protistos. Mas las ideas de que el reino vegetal y el animal se confunden insensiblemente y que existe entre ellos un reino intermedio participando de su doble naturaleza, no es de nuestros días. En efecto, Aristoles consideraba ya á los Ascidios, los Anemones del mar, y á las esponjas, como constituyendo la transición á los vegetales. En el siglo XVI Freigius proponía establecer un reino intermedio entre los animales y vegetales; en el siglo XVIII Buffón creyó que los tres reinos eran insufi-
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cientes para contener todas las producciones de la naturaleza y estuvo próximo á crear un cuarto. El nombre de zoófitos ó de animales plantas imaginado por Pallas para designar á los corales y á los organismos análogos implicaba la misma idea; pero Linneo hace de los zoófitos un simple grupo de su clase de los vermes, mientras que Treviranus quiere designar por este nombre un verdadero reino. Sesenta años después Bory de Saint-Vincent reúne en el reino de los Psycodiarios todos los seres ambiguos, pólipos, esponjas, infusorios, y trata de demostrar cómo se efectúa el paso á los animales y plantas verdaderas. La mayor parte de estos seres, cuya naturaleza parecía dudosa en iSaS, han encontrado su sitio en uno de los dos reinos, mas á pesar de los progresos científicos de hoy no se ha mostrado con más exactitud que á nuestros predecesores la diferencia tantas veces buscada por ellos; si ya no se duda que los corales, las esponjas y multitud de infusorios sean verdaderos animales, quedan sin embargo y como inferiores á ellos un inmenso número de seres vivos que no pueden referirse á los animales mejor que á las plantas, y por consiguiente, en que es necesario renunciar á darles colocación en una de las dos grandes divisiones primordiales de nuestros sistemas, y que ha impulsado á Hceckel á crear su reino de los Protistos.
Reunir en un mismo grupo todos los seres de naturaleza dudosa, afirmar por lo mismo la existencia de formas que no pueden encontrar colocación en los dos grandes reinos orgánicos, puede tener ciertas ventajas; mas ¿es necesario elevar al rango de reino este grupo de transición? Si es ya difícil, ó mejor, imposible distinguir por una definición precisa los dos primeros reinos entre sí, ¿cómo dar una definición más exacta del tercero, que les toca por tantos puntos? Dice el profesor Edmundo Perrier: «Si no podemos decidir en un gran número de casos entre las dos alternativas que nos ofrecen los antiguos métodos, ¿cómo podremos decidir mejor en el método nuevo que nos ofrece un tercero? ¿Podrá tomarse por carácter del tercer reino la impresión que determinara en nuestro espíritu el ser que se trata de clasificar? Los reinos animal y vegetal son perfectamente distintos en
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SUS regiones superiores; pero ¿qué pensar del de los protis-tos, que deberá confrontar por una parte con el inorgánico, y enlazarse por la otra á cada una de las dos grandes divisiones del imperio orgánico? ¿Por qué considerar como un dominio particular lo que no es sino la línea de separación de los dos dominios, y por qué ver una obra aparte en lo que no es más que un prefacio, etc.?» Creo con Perrier que la palabra/roíisío debe aceptarse como un adjetivo que expresará la suma simplicidad de organización de los seres más inferiores, no siendo posible crear para estos seres un reino particular, puesto que en su mayoría no son exactamente intermediarios entre los animales y vegetales, sino que manifiestan una tendencia marcada hacia los unos ó los otros; es decir, los protistos son como el vestíbulo de los dos grandes reinos orgánicos, y no un reino aparte.
Ahora bien; si me propusiera manifestar las relaciones que unen los protistos, sea entre sí ó ya con los vegetales y animales propiamente dichos, debiera deciros que en el grado más bajo de la escala, é inmediatamente por encima de las Moneras, se presentan seres protoplasmáticos, cuya homogeneidad no se encuentra turbada sino por la presencia de un núcleo y nucléolo; su protoplasma es libre, sin membrana de cubierta y pudiendo su contorno tomar las formas más variadas, como sucede con los amibos. Un primer progreso se realiza cuando dicho protoplasma tiene aptitud para prepararse una cubierta membranosa, en el interior de la cual se divide en términos de dar origen á zoosporos en número varío; pero si la cubierta es de naturaleza albuminoide, aproxímase el organismo que la produce al reino animal; mas si, por el contrario, es de la celulosa, tiende al reino vegetal; resultando que los movimientos aparentes del protoplasma podrán tener lugar en el primer caso, por cuanto son siempre más ó menos flexibles las sustancias albuminoides, lo cual no ocurrirá en el segundo por la resistencia de la celulosa. Revélase más la tendencia hacia los vegetales si se depositan en el protoplasma granulos de almidón ó una materia colorante, verde ó roja, como se observa en muchos infusorios flagelíferos; pero si no aparece la materia colorante.
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subsiste la indeterminación, pudiendo referirse las partes desprovistas tanto á los animales como á una sección de los vegetales representada por los hongos. Los mixomiceíes son el último término del paso de los protistos propiamente dichos á los hongos, y por el contrario, las euglenas, las asta-sias y otros infusorios flageliferos coloreados nos conducen directamente á las algas verdes ó rojas, y por ellas á los vegetales más elevados y de más cumplida caracterización.
Respecto al paso á los animales, se establece de un modo tan natural, que es necesario cierto esfuerzo para referir al reino vegetal los seres que acaban de ocuparnos; creeríase¿ desde luego, deber clasificarlos en el reino animal, y en efecto, las primeras formas francamente animales del mundo orgánico se aproximan más á los protistos que las de los vegetales. El protoplasma se ha modificado menos para producir los primeros animales que para los vegetales. Las gregari-nas nos demuestran cómo puede operarse la transformación de las moneras en individuos celulares cuyo fenómeno es en extremo curioso. Así observaremos que el tránsito gradual de los animales y vegetales á las moneras, se halla es tablecido de la manera más completa. Vemos, pues, transformarse las moneras en individuos más complejos, y adquirir pronto una nueva aptitud, la de asociación: la herencia es la consecuencia ineludible del modo de reproducción de los elementos constitutivos de los seres vivos; y si bien los elementos que constituyen una sociedad ó colonia son primitivamente semejantes entre sí,. más tarde se asocian con elementen desemejantes, que, sin embargo, provienen los unos de los otros, representando las fases sucesivas que pueden afectar ciertos seres monocelulares que, gozando en la asociación de diferentes funciones, vive cada uno por su cuenta propia, mas cumpliendo á su vez al objeto común con ciertos actos que les son peculiares, y tendiendo todos sus esfuerzos á la conservación de la colonia y acrecentamiento de su prosperidad, con cuyo fin todas las actividades se coordinan para obtener dicho resultado.
Después de todo lo expuesto, me parece llegado el momento de ofrecer á vuestra ilustrada consideración un rápido estudio
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comparativo entre los reinos vegetal y animal, que sintetice los datos más importantes que acerca de esta por demás intrincada cuestión nos ofrecen los naturalistas y biólogos. Ya sabemos que la planta posee los mismos elementos químicos fundamentales que el animal, pero dominando en ella el carbono, asi como las sustancias no nitrogenadas y los álcalis, caracterizándole especialmente una materia colorante, la clorofila, principio que goza, en su vida de un papel esencial, aunque no absoluto, por cuanto falta en los hongos y se le observa en algunos animales, como en el euglena viridis; además, tiene el vegetal más estabilidad química que el animal, siendo menos activas sus nutriciones materiales: así observamos en el fenómeno de la asimilación que los materiales que emplea los toma del aire y del suelo, siendo con ellos con los que forma el almidón, la grasa y la albúmina de sus tejidos, no efectuándose dicho fenómeno asimilativo sino en las partes verdes por la clorofila y bajo la influencia de la luz, siendo en su virtud su último efecto una reducción y eliminación de oxígeno, proceso llamado impropiamente respiración; y como acto de desasimilación se puede apreciar que todas las partes verdes 6 no del vegetal absorben oxígeno y eliminan ácido carbónico, tanto á la luz como en la oscuridad, constituyendo la verdadera respiración; mas en las plantas esta función es inferior á la asimilación, es decir, introducción de ácido carbónico y desprendimiento de oxígeno, existiendo, por consiguiente, antagonismo entre aquéllas y el animal. Los fosfatos son entre las sales minerales más abundantes en los seres animales; la asimilación en éstos es menos compleja, puesto que utiliza materiales como los albu-minoides, grasas y almidón ya trasformado por el vegetal, y no tienen que sufrir sino un cambio fisiológico más bien que una real preparación; la desasimilación, fenómeno ligado á un desprendimiento de fuerzas vivas y pérdida de materiales del organismo, cuyos dos extremos términos son, en mi concepto, una introducción del oxígeno, y en otro una eliminación de ácido carbónico, de vapor de agua y de sustancias de desgaste, ó sea la respiración, es mas activo en el animal. Los principios necesarios para la vida de la planta, como el
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agua y el ácido carbónico, son precisamente los que elimina el animal como último término de la asimilación, existiendo, por consiguiente, una correlación y solidaridad tan íntima entre el suelo y el aire, la planta y el ajiimal, que no puede menos de traducirse por continuos cambios ó por una verdadera circulación material, siendo esta acción combinada de la planta y del animal la que sostiene la persistencia en la cantidad del ácido carbónico del aire, y resultando demostrado que la vida vegetal y la animal son funciones la una respecto de la otra.
Otro dato de sumo interés es el que se refiere á la proporción relativa de la materia vegetal y animal y á su constancia; mas respecto á este punto, si bien en el origen del mundo el ácido carbónico dominaba por no ser posible entonces sino la vida vegetal, cuando aparecieron los animales aumentó el oxígeno hasta hacerse estacionarias, constituyendo el equilibrio que hoy observamos, el que, á pesar de todo, puede ser turbado á cada instante. El desprendimiento de fuerzas vivas es menos intenso en la planta y solo se deja apreciar en ciertas fases de su existencia, como el calor en la germinación y floración y en los movimientos de la sensitiva; y asimismo transforman más fuerzas vivas, calor y luz solar, en fuerzas de tensión, lo cual ocurre al contrario en los animales. Si consideramos la organización en si, es menos complicada en el vegetal, del mismo modo que, y en general, la división del trabajo fisiológico. La forma general de su organismo adquiere un carácter particular por las condiciones habituales de su existencia; se encuentra de ordinario fija al suelo, y esta condición le imprime una forma que se observa hasta cierto punto en animales [que disfrutan de análogas condiciones; véase, por ejemplo, los poliperos. En en el animal, un factor, si no nuevo, al menos esencial, aparece, y es el movimiento locomotor determinando la distinción del organismo en parte anterior y posterior, y ofreciendo cada una de ellas un carácter morfológico especial y en relación con sus actividades funcionales. En general, la evolución de la planta es menos definida; la individualización es más rara, y la formación de colonias ó agregados de indi-
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viduos, Ó sea el polizooismo, más frecuente que en el animal, en el que este fenómeno constituye una excepción; el crecimiento del vegetal en particular es, si no indefinido, al menos no ofrece la suspensión que ocurre en el animal en un período dado de su existencia, puesto que crece casi continuamente hasta su muerte, y no existe en él el desgaste y desprendimiento de fuerzas vivas, que tan pronunciadas son en el animal, siendo por lo mismo en éste las causas principales de la suspensión de crecimiento. La planta encuentra casi por todas partes los materiales de su existencia, como agua, ácido carbónico y amoniaco, y está obligada á sufrir el medio á donde las circunstancias le han colocado, adaptándose á él ó pereciendo; al paso que el animal tiene necesidad de buscar sus alimentos y puede cambiar de medio, de lo cual resulta más independencia, y por el concepto anterior, mayor variabilidad de los vegetales.
Por consiguiente, manifestaremos, según el distinguido fisiólogo Beaunis, y corno resumen de los caracteres diferenciales más culminantes entre los vegetales y animales, que los primeros absorben agua, ácido carbónico y amoniaco, eliminan oxígeno, purifican el aire y empobrecen el terreno; se aprecia en ellos la clorofila; sus funciones asimilativas predominan á las de desasimilación; tienen lugar en los mismos débiles desprendimientos de fuerzas vivas, como movimiento y calor; transformación de las fuerzas vivas en fuerzas de tensión; constituyen un verdadero aparato de reducción; no ofrecen locomoción tal ni sensibilidad; su organización es menos complicada; tienen tendencia al polizooismo; crecen casi indefinidamente, y es grande su variabilidad; al paso que los segundos, ó sean los animales, absorben oxígeno, eliminan agua, ácido carbónico y amoniaco; vician el aire y enriquecen el suelo; no tienen clorofila, ofrecen predominio de la desasimilación sobre la asimilación; desprenden grandes cantidades de fuerzas vivas, como movimiento, calor é inervación; transforman las fuerzas de tensión en fuerzas vivas; constituyen un aparato de oxidación; tienen locomoción voluntaria y sensibilidad; su organización es más compleja, con tendencia á la individualización; su crecimiento se suspende en un mo-
CURSO DE CIENCIAS NATURALES 443 mentó dado, y es menor que en los vegetales su variabilidad.
Con esto he terminado lo que me propuse presentar, y solamente como en boceto, á la consideración de este respetable auditorio; mas antes de abandonar este sitio, me creo en el deber de dar las más expresivas gracias á todos los señores concurrentes por la bondad con que me han escuchado. {Grandes aplausos.)
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A mujer, que atendida su debilidad orgánica, ha parecido á muchos un ser indiferente con relación á los hechos sociales, merece, á no dudarlo , la consideración más elevada. Entendedlo
bien, damas ilustres: sois llamadas, como seres providenciales, para fines grandiosos en la sucesión de los tiempos fuera de la familia, y sobre todo, en ella, para el perfeccionamiento en las costumbres de los pueblos. ¿Queréis mayor estimación de vuestros servicios? No os envanezcáis, sin embargo, que aún será preciso al mismo tiempo no olvidar los males inmensos que, dentro de esa misma órbita, habéis atraído sobre la humanidad.
Sería conveniente omitir en este estudio el de las cualidades físicas de este sexo; mas es casi imposible: en el mayor número de casos son ellas el arma poderosa, quizás terrible de que se vale, ó que, á lo menos y aun inconscientemente, le prestan medios para alcanzar cuanto codicia. Además, es precisó tener presente que á pesar de la delicadeza de su or-
( l ) Este trabajo, precedido de un «xordio encomiástico, fué leído ante la Real Academia de buenas letras de Sevilla, dando la bienvenida y contestando ai que el Sr. D. Vicente Rodríguez de Pefialver leyó también en el acto y sesión pública y solemne en que fué recibido académico numerario.
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ganización, es fuerte; cualidad que logra, ya porque la creencia en esa debilidad aleja de los demás la idea de temor, inspirando tal vez coinpasión, ya porque la belleza, el encanto de la hermosura desp ierta afección: el hombre entonces, aun creyéndose poderoso, se somete sin violencia ó con placer, aguijoneado sobre todo por la movilidad de delicados sentimientos y hasta por vicios ó virtudes. Tantas concausas, físicas y morales, hacen de ella un ser á todas luces interesante.
No es posible, por tanto, al estudiarla bajo cualquier concepto, prescindir de las condiciones que determinan sus acciones, ó que en el hombre inducen al deseo de realizar aquellas á que involuntariamente se ve arrastrado. Examinándolas se descubren, en verdad, dos poderosos elementos que sintetizan la existencia de la mujer y su valor social; la hermosura que se im pone tiránicamente y el amor que se inicia con dulzura y termina por subyugar en absoluto á la voluntad; tal es el gran talismán que oculta el poderío de esta dignísima y noble mitad del género humano, la clave de la fuerza que puede y sabe desplegar, á veces en provecho, á veces en daño de un hombre dado y aun de toda la sociedad. Pero esta mujer que estoy caracterizando, la forma en que realiza tales hechos, no es igual en todos los tiempos históricos: su representación social ha sido muy diferente al través de los siglos, sobre todo comparando las civilizaciones anterior y posterior al cristianismo. Entonces se descubren las extraordinarias diferencias que en la familia y en la sociedad civil ha inducido su grado de civilización, perfectamente relacionado con el concepto moral de los pueblos. Hé aquí por qué es conveniente estudiarla en esos dos grandes grupos que separa una muralla formidable. Antes, el amor, por el cual la sociedad nueva se informa en la caridad, emblema inestimable, aroma delicioso de su significación, estaba representado por malas pasiones, la lujuria, los celos, la avaricia, induciendo á la madre y á la,, esposa al indiferentismo, al odio, y con extraordinaria frecuencia al parricidio. Perturbada la idea moral, se vieron trastornados los afectos, los nobles instintos del sexo que hoy estudiamos, envilecidos
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bajo la tiránica fuerza del que siempre era su señor. No bastaron aquellas grandiosas palabras que, según el libro santo, puso Dios en los labios de Adán al decir: «serán dos en una carne; el hueso de mis huesos, la carne de mi carne.» Esta primera piedra del edificio social, este bosquejo fidelísimo, base de las demás sociedades, si no siempre tuvo la misma forma, debiólo á la varia representación que se concedía á la mujer; por eso puede afirmarse sin temor que con su consolidación ó disolución, coincide la perfectibilidad de los Estados. Y no os admiréis: ella ha sido la reguladora incontrastable en esta grandiosa evolución; y el éxito ha dependido del valor social que se la concedía, de la moralidad que ha llevado al seno de la familia. Dadme una buena madre y os daré buenos hijos y buenos ciudadanos. ¿Queréis pruebas? Pues estudiadla en los diversos pueblos y os convenceréis de que ella determina su grado de civilización, cuando es esclava, ó sierva, ó concubina, ó esposa, título magnífico que la enlaza indisolublemente con el hombre y con sus hijos bajo el techo del amor, que sólo el cristianismo ha sabido construir. Por eso no debéis esperar hoy de mí que en hiperbóhca frase os pinte, como tipo de la mujer, á la gobernante, la literata, la sabia, la filósofa, la religiosa, la santa, la heroína en el combate ó en los trabajos del taller ó del escritorio; no, otro papel jnás alto la reservo. Su importancia no está en las escenas brillantes, en el sarao, en donde se hagan perceptibles las galas y los encantos que pródigamente la concedieron la naturaleza y el arte. Si queréis encontrar su inapreciable valor, buscadla en el hogar, y allí veréis á la que sabe ser madre de familia, llevar, sin conocerlo ella misma, una inmarcesible corona de grandeza, que nada podrá empañar. Estudiad las vicisitudes que recorre en la historia y adquiriréis una fidelísima prueba de esta gran verdad.
Cuando en los antiguos pueblos se estimaba nada más que su belleza física, vivía sepultada en el serrallo ó prostituida en las calles ó en el templo de Milita. Las instituciones mosaicas cambiaron este modo de ser, pues la impúdica era expulsada de entre las hijas de Israel, en donde se condenaba
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el adulterio y aun estaba prohibido el desear la mujer ajena. Tales principios concordaban con no ser esclava como en Oriente ni estar encerrada en los gineseos, como en Grecia y Roma: antes al contrario, tuvo personalidad á lo menos en ciertos casos. Débora aparece á la cabeza del pueblo, y Ju-dith es respetada aun antes de libertar á Betulia. Por otra parte Ruth, Sara y la mujer de Tobía manifiestan en su amor una pureza que descubre la santa dignidad del matrimonio cristiano. Y aunque entre los hebreos se toleró la poligamia, siempre fué moderada por las leyes, sin que el marido pudiera repudiar, á menos que interviniera un levita.
No fué igual en todos los pueblos primitivos la suerte de la mujer. En la India, donde en su carácter se descubren delicados sentimientos, aparece la familia constituida por ella con su marido y sus hijos. La poligamia de este pueblo difería de la de los mahometanos, siendo limitada por ciertos privilegios que ella tenía; y si al quedarse viuda se sacrificaba sobre la tumba del marido, principalmente si era guerrero, no obedecía en esto á ningún precepto legal, sino á una costumbre sostenida, á la desesperación y al deseo de inspirar una alta idea de generosidad y de sacrificio. Aun da fundamento para persuadirse del aprecio que de ella se hacía en este país, la consideración de que las jóvenes se ejercitaban, como en España, en la lucha, y de que las más robustas mejor que otras encontraban consorte.
Las relaciones de la mujer con la divinidad revelan su carácter en Fenicia. Al lado de Baal, dios masadino, se levantaba Venus ó Astartea, á la cual se tributaba en Biblos un culto tan obsceno, que nos demuestra su indignidad en aquel país; consistía, es verdad, en cortarse el cabello, pero esta para ella cruel imposición, se redimía prostituyéndose y ofreciendo al templo de la diosa el precio de la deshonra.
La forma tiránica con que se revestía en Persia el trato de la mujer se revela en el castigo impuesto por Asuero á Vas-thi, su querida consorte.
No se busque en los primitivos griegos afección hacia ella: la deseaban para su placer ó para que les diesen hijos. Al despedirse Héctor de Andrómaca, sus palabras de ternura
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son para el fruto de sus amores, nada para la esposa. La legislación de Esparta atendió sólo á dotar al país de hombres robustos que pudieran vencer en la guerra ó morir por la pa tria; y á esta idea sacrificó la dignidad del hombre y el pudor de la mujer: ella luchaba desnuda en el teatro, y no se le exigían más virtudes que las que la naturaleza encomienda al sexo. La espartana no aspiró á seducir al hombre, ni por sus gracias, ni por la coquetería, sino por la insensibilidad. Sostiene vigorosa el estandarte de la gloria por la Patria, ve morir, y aun para esto lleva sus hijos á la guerra, y desconoce el pudor y el amor á la familia. La ateniense, aunque libre, no alcanzó la dignidad de la mujer del Norte, . ni mucho menos la de la cristiana. Los jonios la creían útil, pero de un modo insignificante. Entre los eolios era un objeto de deleite: en el pueblo dorio su poder moral degeneró á veces en barbarie; y si la poesía es la expresión de los sentimientos generales, sólo se ve en Calipso una amante furiosa, en París y Elena voluptuosidad. Y no era posible otra cosa en un pueblo en donde las jóvenes, vestidas con cortas túnicas, iban en unión de los muchachos á los ejercicios de la lucha y de la carrera, y en donde se tributaba culto á Pria-po, á Baco y á la Gran Madre. Sin embargo, en él se formó para el estudio de los altos principios de moral la asociación pitagórica, á donde también concurrieron muchas mujeres. Entre ellas se distinguió Theano, hija del filósofo del mismo nombre, la cual preguntada un día por el tiempo que debía tardar una en acercarse á los altares después de su unión con un hombre, contestó: inmediatamente si es su marido; nunca si fuere extraño: gran principio de moral, deducido de la doctrina de su maestro.
Como en Fenicia, las jóvenes cartaginesas se prostituían ante la divinidad, reservando el precio de aquella falta para su dote; mas entre los Galatas era tan estimada la fidelidad de la mujer casada, cuanto indica la conducta firme y heroica de Chiomana y Camma, esposas de los tetrarcas Ortiago-no y Sinato.
A pesar de las condiciones honestas con que se celebraba el casamiento entre los chinos, ya con la mujer escogida, ya
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con las demás concubinas que por cierto la estaban subordinadas, no por eso, como se ve, dejó de haber poligamia, si bien esta forma era limitada á los grandes y mandarines. Y aun cuando al tiempo del matrimonio obtenía el padre ciertas garantías, es lo cierto que en este país la mujer se hallaba siempre en estado de servidumbre y que las leyes apenas se ocupan de ella. ¡Son vendidas por la avaricia del padre, y á veces por la del marido, que las guarda, instigado por celos, y las hace vivir mortificadas por el odio de sus rivales!
Entre los primitivos pueblos de la Italia, la familia, ni estuvo bajo el yugo patriarcal de los asiáticos, ni constituida aristocráticamente como después en Roma. Los sabinos se casaban fácilmente: los jóvenes más valientes y bravos concurrían durante las fiestas religiosas á escoger sus esposas entre las muchachas asistentes.
La que se hacía indigna era repelida: la buena madre de familia llevaba un distintivo honroso (iutulus, especie de sombrero cónico), y tenía autoridad ilimitada sobre sus hijos.
La mujer en Roma representaba un papel miserable: se casaba sin amor, y el que afectaba, siempre era sin delicadeza. Mételo el numídico decía: si la naturaleza hubiera sido bastante liberal para darnos la vida sin necesidad de la mujer, nos veríamos libres de una compañía bastante importuna; y unía que el casamiento debía de ser considerado como el sacrificio de un placer particular á un deber público. No os admiréis de este horrible juicio, porque á tal concepto respondía ella dignamente con su desvergonzada inmoralidad. Es verdad que hubo una Cornelia, madre de los Gracos, y una Octavia, virtuosa hermana de Augusto y esposa de Antonio; mas estas eran joyas preciosas que había necesidad de admirar aun no viendo aquella inmensa muchedumbre de mujeres indignas. Entre las más notables se cuentan Servilia, esposa de Lúculo, una hija de Lila, casada con Milow, y la incestuosa Tuhola, hija de Cicerón: Marco Antonio conduce triunfante en su carroza á la cortesana Citérides, salida de los tugurios. ¿Influiría sobre esta manera de ser en las costumbres la facilidad con que se daba el repudio? Augusto quiso corregir
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aquel mal social que había hecho clásico el celibato, y promulgó la ley Julia, que por cierto fué ineficaz. La corrupción fué tan grande, y la de la mujer tan pública y escandalosa, que el mismo Augusto lloró como padre la depravación de Julia, la hija querida, á cuya educación había sacrificado el descanso y el sueño.
Los odios del Hasem en la India, los juegos y ejercicios violentos y libertinos en Grecia, las liviandades en Roma, dan idea de lo que era la mujer en la antigüedad. Y se la ve esclava en Oriente, prostituida á la sombra de la divinidad en Fenicia y en Cartago, poco estimada y relegada al papel de producir hijos ó servir de deleite en Grecia, en servidumbre en Persia y China, licenciosa en Roma. ¿Cómo llegar de este modo á constituir familia? En aquellos tiempos se revelaba ésta por un despotismo político, lleno de odios y de rigor: no era la sociedad tierna, afectuosa y santa, como debe ser, y á que ha podido llegarse, cambiando el valor y representación de la mujer por el influjo de la idea cristiana. Antes, siempre esclava, no tuvo libertad, ni aun para amar; no supo esgrimir las armas de la hermosura, sino envileciéndose; ni despertar en el hombre otros sentimientos que los de la sensualidad, no los que aparecen á la voz de la ternura en el corazón que siente una noble pasión. Libre ya, ha podido llegar al tálamp nupcial por su propio derecho, trayendo al lado de los encantos de la belleza física el inestimable capital del amor, que siempre es noble y desinteresado, y la virtud que informa su existencia: de aquí el valor de la esposa y de la familia, creada por ella bajo la antorcha del cristianismo. Aún hay más: nace espontáneamente y se revela en la humanidad el sentimiento moral, que por eso en todos los tiempos se ha descubierto; ahí están, como prueba respecto de la mujer, las instituciones mosaicas, la estimación de la fiel casada entre los gálatas, las sentencias de la asociación pitagórica y de la hija de Theano. Mas, á pesar de esto, Roma, de cuya cultura debiera esperarse mayor perfección moral, ensoberbecida, reúne en sus costumbres, como revela su legislación y su historia, las tradiciones de los pueblos orientales y de Grecia; y en los tiempos de su mayor poder y gran-
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deza, que son los mejor conocidos, se nos presenta corroída por la podredumbre del vicio, filtrado á torrentes en el seno de la sociedad conyugal. No pudo, pues, así constituirse verdadera familia, y nos lo prueba el estudio de la mujer casada.
Tiene origen la sociabilidad en nuestros propios instintos; por eso no es este sentimiento exclusivo del hombre; se descubre también en los animales, ño sólo de necesidades fáciles de satisfacer, sino aun en los carnívoros, si bien entre ellos limitado á la especie y la familia, que forman también con su hembra y sus hijuelos. No hace á nuestro propósito desentrañar los orígenes de las diferentes sociedades, sean públicas ó privadas: sólo creo pertinente á mi objeto consignar que la conyugal es la primera en el orden histórico y tipo de las demás; el núcleo de donde todas parten y el molde á que en su sucesiva complicación y desenvolvimiento se ajustan las grandes colectividades; el patriarcado, la tribu, el Estado. Ella afecta ciertamente la mayor perfección; se constituye sin interés material, sólo por el recíproco afecto entre seres que un sentimiento nobilísimo atrae para trasmitirlo á otro ser, en quien ha de revelarse su propia existencia. Quitad este carácter á la unión del hombre y la mujer, y pierde esta sociedad su forma innata; es entonces un hecho brutal, indigno aun de los animales, y descubre una perversión moral, que dada la extensión con que estas uniones se realizan, hará aparecer horrible la condición de la colectividad. Rácese, pues, ella sólida y tierna en proporción de la nobleza de los sentimientos, que, al constituirse, trajeron los que la han formado; lo cual se prueba perfectamente estudiándola bajo el influjo del paganismo en Roma, y luego, bajo el de la idea cristiana.
La matrona romana sólo pensaba en agradar; toda su existencia estaba en el tocador, en donde muchas esclavas cuidaban con solícito esmero de blanquear su cutis y teñir de rubio ó negro, según la moda, su cabello y sus cejas; del peinado, del perfume, de la colocación de las flores: para cada uno de estos servicios había una de ellas destinada; y ¡desgraciada de la que no acertaba á darle belleza, tal como lo deseaba, porque ó ella ó el losaritis, esclavo destinado á los
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castigos, la azotaban cruelmente! Tenía ropas á propósito para las excursiones nocturnas, correr por las calles de la ciudad y aparecer liberta ó cortesana. Iba en litera, acompañada de esclavos y esclavas, no sólo á las visitas malignas, sino á las citas amorosas, en donde al precio de su honestidad adquiría ricas joyas. Era muy común el incesto y ver á la suegra envenenar á su hija para entregarse al yerno. Cicerón, defendiendo aun joven acusado de prácticas culpables con Clodia, se empeña, no en negar, sino en excusar el delito. «La severidad de las costumbres, dice, era tal ve^ el patrimonio de los Camilos, Fabricios y Carios; mas hoy apenas está en uso; ni aun se leen los libros en que de ello se hace mención.» Falesia, dos veces viuda, se casa con Marco Antonio para ser su consejera y dirigir y presenciar actos de crueldad, ensañándose al fin en la cabeza de Cicerón; luego se entrega á los groseros actos del más innoble lupanar en la casa de Gemelo, durante la comida ofrecida al Cónsul Mételo y á los tribunos. La dama romana, por último, alardeando de su hermosura y de su imperio sobre el corazón de muchos hombres, asiste á comidas lúbricas, en donde busca secretos deleites, mientras que su marido recoge en oro el precio de su tolerancia. ¿Cómo debían de ser con estas mujeres los lazos de la familia? Por eso era tan común el divorcio, para el cual bastaba alegar la causa más mínima, la estirilidad, disgustos domésticos, la impudicia, haber salido con la cabeza descubierta, aun, como Paulo Emilio, sufrir molestia al ver á su esposa: alguno alegó que su mujer tenía relaciones amorosas con un liberto de baja clase. Cicerón, después de treinta años de matrimonio, repudió á Te-rencia para encontrar una nueva dote con que pagar sus deudas, y á Publia porque le pareció que se gozaba en la muerte de Tuliola. Terencia tuvo sucesivamente cuatro maridos; Tullóla, tres, de los cuales Dolabela, que fué el último, la repudió estando embarazada. Un célebre gastrónomo repudió á su mujer porque entró en su bodega hallándose en cierto estado periódico, por lo cual temió que se torcieran los vinos. Era miiy común casarse hoy y repudiar la esposa al día siguiente para quedarse con la dote. Cesar tuvo tres
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mujeres; Augusto, cuatro; cinco y aun seis otros de la familia, y no era raro convenir en el divorcio por haber contraído previamente los cónyuges otras uniones. Muchas matronas sostenían sus casas á las mujeres que sus maridos y sus hijos prostituían. El hombre no buscaba los goces del hogar, sino los de la crápula; se unía á una liberta rica que había pertenecido á otro; la obligaba por escrito á prometer fidelidad, en la seguridad de que no cumpliría su palabra y podría ser repudiada. Tales hechos hicieron repugnante el matrimonio, tan impertinente por otra parte como superfino, aun siendo tan fácil de disolver, y por todos se creyó lo mejor el celibato.
Aun llega á descubrirse en sus íntimas formas la familia romana, conociendo la suerte de los hijos, á los cuales, cuando no se podía ó no se quería mantener, se exponía sin rebozo y con la mayor impudencia. Con fines diferentes se desprendía la madre del fruto de sus entrañas, en Esparta echando los deformes al Taijeto; en Tabas, donde eran vendidos en provecho del Estado, y aun entre los hebreos, donde los que no se hallaban en determinado sitio, eran declarados ilegítimos y privados de todo derecho. En estos pueblos, sin embargo, 6 se justificaba la exposición como en Esparta, ó se hacía con temor y recato; mas en Roma, ni se ocultaba ni se justificaba, lo cual hacía horrible el acto y repugnantes á los padres que de este modo revelaban la no existencia del lazo que la naturaleza ha establecido para unirlos. ¿Qué hay de común entre este estado de cosas y la familia? Aquí la esposa es infiel, unas veces por capricho, otras por interés; el marido vende su dignidad: ella pensando en los placeres, él en el oro envilecido, y ambos, antes de unirse, calculando los modos más fáciles de la separación y deshacerse de los hijos que hubieren, y se tolera el incesto y nacen el celibato y la federastía, aun, como afirma Juvenal, dentro del tálamo. Así vivieron los señores de la opulenta Roma, tan admirada por su brillo y grandeza exterior; pero en donde no existiendo los poderosos vínculos de la familia, fueron deleznables los del Estado; y vino la tiranía de los Césares y las luchas por el poder, y la anarquía social que acabó con el potente Imperio.
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Entretanto la idea cristiana, joven purísima, ponía enfrente del egoísta sensualismo, de la avaricia y de la ambición, nobilísimos sentimientos: todo es amor, todo es caridad; «lo que no quieras para tí no lo quieras para tu prójimo;» y tan claros y persuasivos principios hieren con vividos resplandores el ánimo de los increyentes, que al fin son vencidos. Pero el cristianismo, que se sostiene en la razón, se difunde y arraiga en el sentimiento; por eso ha encarnado preferentemente y de un modo tan profundo en el corazón de la mujer. «El amor, ha dicho Mme. Stael, es un episodio en la vida del hombre y la vida entera de la mujer;» y de esto podremos adquirir una perfecta prueba, estudiando comparativamente la modalidad afectiva en uno y otro sexo.
Entonces se demuestra que, al descubrirse aquella pasión en la adolescencia, afecta varia forma; se revela en el hombre por un sentimiento general que le hace expansivo, que endulza el corazón, mientras que en la mujer aparece con una tristeza concentrada, que tal vez le obliga á verter dulces lágrimas; en el uno se dan demostraciones ardientes, al tiempo que en la otra hay languidez, maneras decentes, mi. rada tímida y aparente impasibilidad, hilos fuertísimos con que se teje el tupido velo del pudor. El hombre, antes de fijarse en una, ama á todas las mujeres: ellas á uno determinado, muchas veces creado idealmente y adornado con encantos y atractivos, derivados de su propia imaginación. Entonces sobre él concentran todos sus sentimientos, le recuerdan de día y con él sueñan de noche: basta esta idea para satisfacer sus totales aspiraciones, por lo cual se recrea en la soledad, en donde puede entregarse plenamente á gozar embebecida en sus propios pensamientos. Para el adolescente el amor es un fin; para la joven, es el medio de satisfacer la innata esperanza de ser madre: innata, supuesto que aun antes de su matrimonio, ama al hijo que ya ha soñado llevar en su seno.
Si queréis ahora conocer de un modo inequívoco la espontaneidad y nobleza del amor en la madre, sorprendedla en sus recreaciones sohtarias con su hijo, y entonces veréis triunfar aquel sentimiento de su propio interés, de lo que
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constituye ciertamente su más vivo egoísmo. Desde que adquiere la persuasión de ir á ser madre, la aspiración de su pensamiento, su único deseo, es vivir siempre unida al fruto de sus amores: al verlo, le estrecha entre sus brazos, temerosa de que se lo arrebaten; y en su imaginación elabora el plan que había de seguir para elevarlo al mayor rango: todo, por supuesto, en el ánimo de no apartarlo jamás de sí. Y, sin embargo, ella misma conspira contra este nobilísimo deseo; y, sin apercibirse, se complace y recrea en abrir la senda que ha de llevarle á la separación, que tanto teme; ella, mientras que en loco transporte estrecha contra su pecho á ese ser aríiado, se llena de alborozo al ver que se sonríe cuando en él fija la atención: goza y celebra con gran efusión el día en que arroja el primer diente, cuando pronuncia la primera letra, cuando asienta por primera vez el pie en el suelo, sin acordarse, porque el amor la ciega, de que cada uno de estos progresos son pasos que le apartan de esa madre que aun le retiene asido entre sus brazos. Y luego buscará y dará á conocer con enfático acento sus adelantos en la escuela y en la educación: se recreará en los triunfos que alcanza en la sociedad, y hasta pregonará la delicadeza y la perfección con que galantea á la joven dichosa que va á robarle el cariño que ella creía eternamente unido á su existencia. ¡Pobre madre! Un noble y desinteresado amor ha vendado tus ojos, ante los cuales se abrirá por tus propios esfuerzos el camino por donde huye de tí el hijo que creíste eterno prisionero en tu corazón. Tú labraste tu propia desgracia; aunque á la verdad, instintivamente has comprendido que, al presente y en el porvenir, este hijo, que no es otra cosa que una délas más estimadas partes de tu propia naturaleza, manifestándose en el espacio bajo una nueva forma, será la continuación de tu existencia en busca de la eternidad. ¡Y gozas pensando en la utilidad que tu obra prestará á la sociedad, sin desear recompensa fuera de tu corazón!
No es, por tanto, dudoso que el amor está en armonía con la naturaleza de la mujer, cuyos instintos propenden por la bondad, la ternura, la generosidad, el heroísmo. Ella nació, en verdad, para amar, y si en los antiguos pueblos, restrin-
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gida su libertad, no dio á este afecto su verdadero colorido, pudo hacerlo perfectamente desde que la adquirió con el sacrificio del Gólgota. La mujer pagana sintió concupiscencia no el amor espiritual que nace con la ternura en el corazón, que se enlaza con el bien y que guía la virtud. La esposa cristiana ajusta sus sentimientos, sus afectos y hasta sus pasiones al molde del amor, que es la viva expresión de la caridad: por eso perdona las ofensas del marido, y aun las paga con el sacrificio. Todavía se halla más dispuesta para él la madre de familia, ávida de imitar á la que al pie de la cruz enseñó á sufrir con resignación la más grande de las penas.
Mientras la mujer fué reputada como cosa, siguió ciegamente el camino que el padre ó el esposo la trazaron; mas libre ya por el cristianismo, usó de su propio derecho y apareció ante la sociedad con el característico aspecto que, dadas las condiciones morales, propias del sexo, supo comunicar á los que la rodeaban. El esposo la llama compañera, no esclava; la busca y elige, inspirado en el amor, y por él se retiene á ella unido: esta pasión, este sentimiento, es la antorcha que ilumina la casa conyugal; que alienta el agua, que desde el nacimiento beben los hijos, y sólo él ajusta el lazo en la vida íntima que todos sostienen: la madre lo estrecha en verdad; y así, cual el sol en el firmamento, es en la familia astro primero, alrededor del cual giran los demás como planetas secundarios. La esposa, que respira el aliento del marido, y vive y duerme á su lado constantemente: la que hasta con fruición cede en beneficio de ese mismo marido y del hijo de sus entrañas el precio de su trabajo: la que ha comenzado por dar en la lactancia su propia vida á los que crecen dentro de su mismo lecho; y solícita, previene sus males, les cede su alimento y les sacrifica el sueño, el descanso y aun la propia existencia, imprime sin quererlo y sin saberlo, á todos los que la observan, hábitos de ternura y de bondad, que jamás se olvidan. Laque, inspirada en el amor, vela cuando el marido duerme: la que es económica, siendo aquél pródigo y derrochador, la que practica la virtud al lado del libertino; la que agota sus fuerzas en el trabajo necesario para proveer al marido enfermo y á los hijos del alimento y
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de ropas que cubran sus carnes, se impone irresistiblemente y se hace admirar y respetar. No hay medio de contrarrestar el influjo de la esposa, inspirada en el amor; porque nadie hay que desconozca la importancia de los grandes sacrificios. Por eso, desde el seno de la familia trasciende á la sociedad el influjo de la madre cristiana, ella, siendo orgánicamente más débil, sabe y puede dominar al esposo, ya riendo, ya llorando: esgrime unas veces las armas de la hermosura, de la coquetería, del orgullo, de la vanidad; otras, las de la resignación,, de la humildad, de la virtud, pronunciada en hechos preeminentes. Así le humilla mil veces, cuando está corrompido, y le alienta en la honradez; y así enseña á los hijos á respetar al padre, y á quererle y estimarle, y someterse sin violencia á su voluntad para estrechar en el amor los lazos de una buena y feliz familia. De la que así ha sido formada han salido profesores modelos, sacerdotes ejemplares, gobernantes sin tacha, militares honrados y distinguidos; los cuales han podido y sabido filtrar en el corazón de la juventud los principios de la dignidad y de la justicia, dirigir las conciencias, dar equitativas fórmulas para la gobernación de los Estados, hacer humanitaria la guerra y sensata la conquista. Cristianos fueron los que, según el testimonio del mismo Emperador Marco Aurelio, le dieron la victoria sobre los mascomanos, los que, obedientes bajo el lábaro de Constantino, humillaron á Magencio, y los que, mandados por Clodoveo, vencieron en Tolbiac; y estos héroes de la fe y de la guerra, obedeciendo á jefes ded iversa creencia religiosa, descubrieron ante sus enemigos los hábitos de sumisión y respeto aprendidos en la familia cristiana. Allí, al calor del hogar, una madre cariñosa dirigió sus pasos y fortaleció su espíritu en el amor á sus padres y á sus superiores; les enseñó á ser justos y generosos hasta con sus propios enemigos, les hizo creer en la gloria eterna, que sólo alcanzan las almas de los buenos, y les reveló prácticamente el arte de ser resignados en las desgracias de la vida, creyendo vivamente en las leyes y designios de la Providencia.
JOSÉ MORENO FERNÁNDEZ. Sevilla 3 de Junio de iSS3.
BOCETOS YANKEES
II.
E L NORTE-AMERICANO.
ísiCAMENTE considerado, no presenta rasgos típicos de una raza determinada. Confundidos sus orígenes latino y anglo-sajón, hoy día, lo mismo en el Norte que en el Sur, el norte-americano no
tiene ni el color sonrosado del británico, ni el moreno del ibero. En su estatura nótase igual vaguedad. La regla general es la estatura media. Lo único peculiar que posee es una carencia absoluta de distinción ó elegancia. De existir el club de los filócalos, seguramente toda solicitud de ingreso de procedencia norte-americana sería desechada incontinenti. El hortera y el millonario se confunden lastimosamente por su apariencia personal. Solamente de edad avanzada se ven aquí hombres de apariencia no vulgar.
En general, sigue las modas inglesas para la elección de sus trajes; pero no poseyendo ni el chic sui géneris del inglés, ni tampoco la agradable sans facón del francés ó el español, resulta cursi si se esmera en sus toilettes 6 de lo opuesto ordinario.
No bien comienza á apreciar por sí mismo las cosas, cuando sus padres, sus hermanos, sus amigos y hasta los periódi-
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eos tratan dé infundir en su ánimo la idea que suponen ha de proporcionarle la mayor dicha posible. Es á saber, que el oro es el rey del mundo, y por lo tanto, que á poseerlo deben dirigirse todos sus afanes.
Esas disertaciones familiares, cuyo objeto es dirigir y estimular los puros sentimientos del alma, entre los norte-americanos tienen poquísimo valor, y de ahí que el niño, y más tarde el hombre, no recoja de ellas las enseñanzas que en otros pueblos originan.
Seguramente, si nuestro inolvidable Moreno Nieto fuese juzgado por un yankee, le calificaría de loco, porque, despreciando los beneficios materiales que su saber pudo proporcionarle, sólo dedicó su inmenso poder intelectual á ese venerando amor llamado amor de la ciencia; y en cambio el Dr. Garrido, descendiendo hasta la propaganda chocarrera para vender sus específicos, obtendría aplauso, pues que por tal medio los duros llegan á su gaveta.
A la edad de veinte ó veinticinco años, aquí, como en todas partes, el hombre hállase en la plenitud de sus facultades morales y físicas, y por ello con capacidad suficiente para ser el arbitro de sí mismo. Como el principal objetivo de su vida ya lo conocemos—pues que sabemos cuál es el que le inculcaron,—vérnosle reflexionar detenidamente sobre las chances (probabilidades) mejores para realizarlo, y hecha la elección, dedicar todas sus fuerzas con perseverancia digna de elogio.
Así el que desciende de padres millonarios como el de más humilde esfera, no halla inconvenientes de ningún género en emprender cualquiera profesión ú oficio, con tal que en ella vea posibilidad de hacer dinero.
El dicho de «tanto tienes, tanto vales,» significa para el yankee la base de todos sus juicios. Si el aplauso universal no ensalzara el genio, éste no existiría para el norte-americano sino como una facultad utilizable para hacerse rico.
Y esta inclinación que desvirtúa ó destruye todas las demás, siendo tan libre como pretende serlo, lo hace más esclavo que lo es el último mendigo ruso, pues para no prosternarse ante el becerro de oro necesita cambiar en absoluto
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todos los sentimientos que desde su infancia ha alimentado y por los cuales acata como supremacía indiscutible y absoluta al millonario.
El Presidente de la nación, ó sea la persona de más alta jerarquía, es «uno de tantos» si á sU posición oficial no re-une la de la fortuna. Todo hombre de talento, pero indiferente al oro, el yankee lo juzga con despreciativo tono, cual not a practical man, y por esto le rehusa toda admiración ó aplauso.
Otra de sus aspiraciones es la de aparecer cual perfecto genüeman; pero contados son los que merecen en absoluto tal calificación. Y esto no es de extrañar si se tiene en cuenta la organización interior de la familia y la indiferencia absoluta hacia las atenciones que dependen exclusivamente de la galantería; actos que, espontáneos para nosotros, para ellos significan un estudio en el cual no quieren distraer su tiempo.
El norte-americano que se precie de más galante, le veréis en un baile atender á una señora con esmero y cortesía, pero al propio tiempo no vacilará un instante en cometer mil groserías con todas las demás. Y es que de la primera esperará obtener alguna compensación á sus atenciones, y esto le induce á molestarse.
Lejos de seguir ese sistema de educación basado en los estudios enciclopédicos, el norte-americano, por el contrario, observa un exclusivismo exajerado, y de ahí se origina el no poseer—por regla general—ninguno de los atractivos peculiares á otros pueblos.—La ocupación ó carrera del padre es la que seguirá el hijo, si en ella ve esperanzas de hacer fortuna; mas como todo su afán concéntrase en ganar dinero cuanto antes, desde niño prefiere—y los padres lo aprueban,—en vez de dedicar algún tiempo, por ejemplo, al conocimiento de la historia universal, dedicarlo á ser el último clerk (dependiente) en una oficina ó tienda donde toda su ocupación es copiar cartas ó marcar los precios en los artículos, pero con lo cual obtiene alguna remuneración pecuniaria, y ésta lo hace más feliz que saber qué fué el imperio romano ó la revolución francesa.
Indudablemente cstb ofrece algunas ventajas, y una de
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ellas es la de no tropezar aquí con los tipos llamados eruditos á la violeta.—Además, dichosistenaa proporciona conocimiento práctico en la profesión ú oficio que se adopta, y de ahí mejor juicio para dirigir cuando es llegado el tiempo; pero tal ventaja, ¿compensa la ignorancia de todo lo demás?— ¿Es preferible, bajo sus diversos puntos de vista, dedicar en absoluto todas sus fuerzas intelectuales á un solo estudio que repartirlas equitativamente entre los más importantes?... Seguramente, tratándose de hombres privilegiados por su inteligencia, sí lo es, pues de tal modo se presentan muchas más probabilidades de alcanzar una supremacía notable; mas para el hombre de dotes no excepcionales, dicho exclusivismo será más bien perjudicial, pues sin darle las facultades que se requieren para brillar—las cuales, en la inmensa mayoría de los casos, son don de Dios y no de la perseverancia,— le privará por el contrario de superficiales conocimientos, buenos cuando menos para no hacer patente su nulidad.
Según opinión de un amigo mío que ha ido á aquel país en diferentes ocasiones, y algunas de ellas comisionado por el Gobierno español para determinados estudios, lo que más me sorprendería iba á ser el conocer simples obreros que durante el día hállanse ocupados en trabajes mecánicos y por la noche en su casa, en vez de la blusa, visten de frac y reciben á sus amigos con toda la cortesía y atención del más distinguido gentilhomme.—«Pero ¿no«se resienten en sus modales ó conversación de la sociedad en que se hallan la mayor parte del tiempo?»—le preguntaba yo á mi amigo después de escuchar sus descripciones.—«Nada de eso—me respondía siempre,—^y en ello se funda mi admiración.»
Oyéndole hablar en una forma tan categórica, hasta que juzgué por mí mismo le di crédito; mas hoy, con conocimiento exacto, puedo asegurar que tal operario diurno, y más tarde caballero de distinción, es el rara avis de la clase, en esta nación quizás con más motivo que en muchas otras, pues aun para los que viven de sus rentas no es el refinamiento en el trato social la cualidad que los caracteriza.
Es indudable que el comerciante y el abogado, el agricultor y el militar, y en fin, el jornalero y el rentista, se unen
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aquí para formar clubs, asociaciones ó compañías de todo género y realizar actos públicos ó privados de diversas índoles; pero esto mismo ocasiona que en casi todas partes se descubran heterogéneos detalles de dudoso gusto.
El norte-americano, empero, no es partidario de la igualdad de clases, sino para proclamarse con tantos derechos como cualquier otro y censurar que á algunos se concedan honores ó privilegios que él no puede obtener.
En confirmación de esto pudiera citar innumerables ejemplos, pero algunos serán suficientes para demostrarlo.
Uno de ellos es la mofa que á todo norte-americano sugiere la prerogativa de los Reyes de otorgar condecoraciones, y sin embargo, ellos á su vez—aparte de un millón de distintivos que usan en el ojal ó el chaleco para hacer ver que son miembros de tal ó cual asociación—han creado una, plagio de la «Legión de Honor» de Francia, que titulan uLoyal Legión.»—Esta es una cruz muy parecida á la ya citada de Francia, pero con la diferencia muy notable, de que en vez de ser el Jefe del Estado el que la otorga, son ellos entre sí. —Para tener el derecho de lucirla—según se nos ha asegurado—es necesario haber servido en clase de oficial en el ejército federal durante la guerra separatista de i86i-65; pero lo más curioso es el reparar que los afortunados poseedores—sin embargo de su desdén á tales cosas—ostentan la roseta continuamente.
Si se habla de los títulos nobiliarios, todo norte-americano adopta una expresión de ironía, y si le preguntáis su opinión sobre los mismos, con tono despreciativo exclamará: «We ¿tonteare for such thungsn (nosotros no damos valor á tales cosas); pero al propio tiempo como posea los medios no dejará en su primer viaje á Europa de ir al Colegio Heráldico de Londres, y allí, mediante mayor ó menor suma, tratar de adquirir un escudo de armas ó divisa que luego ostentará en su carruaje, libros, cortinas, etc., etc.
Otra anomalía muy sorprendente es el cuidado con que en los periódicos, invitaciones, y actos apropiados, si citan un diputado de su nación, escriben el «Honorable;» si un alcalde, «His Honor;» si un Gobernador de un Estado ó Minis-
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tro, «His Excellency;» mas tales atenciones rara vez las prodigan á los extranjeros, que se concretan á llamar el Ministro, el diputado ó el alcalde.
El mismo exclusivismo que observa en su educación lo usa para sus distracciones.—Si el teatro comienza á las ocho, un cuarto de hora antes hállase ya sentado en su localidad, y allí permanece todo el tiempo del espectáculo, solamente lamentando la necesidad de los entreactos, pues su atención está en absoluto dedicada á la comedia ó drama que se representa.
En las tertulias ó bailes es igual.—A la hora fijada en las invitaciones, acude é inmediatamente compromete parejas para todos los bailes anunciados, más los extras, lo cual ocasiona que si tenéis algún quehacer que os impida presentaros precisamente á la hora señalada, os hallaréis imposibilitado, no tan sólo de hallar pareja con quien bailar, sino igualmente persona alguna á quien dirigiros, pues no bien termina el vals cuando comienza el rigodón, y asi sucesivamente hasta el momento de la cena. Si es en una reunión de whist ú otro cualquier juego, observa análoga costumbre. A las ocho ó las nueve se sienta en el sitio destinado de antemano, y sin cambiar otras palabras que las necesarias al juego, se está hasta las once ó las doce, con la circunstancia extraña de que en tales partidas no se cruza cantidad alguna.
En el trato con señoras el norte-americano es verdaderamente un tipo curioso.
Careciendo, como carece en general, de ilustración, sus recursos para entretener son muy limitados; pero en realidad esto le preocupa muy poco merced á la habitual bondad del sexo femenino.
En las visitas, paseos, ó cualquier otro sitio, la mujer aquí es la que se afana por sostener la conversación y darle atractivos, y realmente sorprende su tacto para lograrlo. En la mayoría de los casos empiezan por hablar de música, literatura, acontecimientos sociales más ó menos frivolos, ú otros sucesos de diversas índoles; pero descubriendo que en ninguno de estos extremos halla eco, acaba por hacer alguna pregunta relacionada con la profesión ó negocios del visitan-
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te, Ó bien indagar la situación de fulano, ó menganq, y entonces es cuando el norte-americano adquiere una verbosidad notable é ilustra á su amiga con el conocimiento exacto de la fortuna de X. ó Z., ó la relación de su último negocio en Chicago, donde compró 3.000 gallinas á razón de 30 centavos, vendiéndolas dos días después en New York á 60.
Respecto á religión, por regla general el norte-americano profesa una indiferencia muy marcada, y si bien no rehusa la contribución pecuniaria que le corresponde para el sostenimiento de la Iglesia á que pertenece, el que, por ejemplo, sus hijos no sean bautizados ó bien elijan otra secta ó creencias que las suyas, no le preocupa lo más mínimo. No obstante, en el lema de sus armas nacionales se lee In God we trust (en Dios confiamos); pero tan bello pensamiento en sí debió parecerles insuficiente para estimular sus fuerzas, y por ello lo hacen grabar en la moneda. De tal modo el norteamericano jamás desconoce su valor...
TULSAMAR.
L A V R E T Z K Y
ivAN TOURGUP:NEF
Coniimiación ( l )
NA tarde de un calor sofocante tuvo la señora el capricho de entrar en su granja; Agafea le ofreció una nata deliciosamente fresca; su aire era tan humilde, y estaba tan limpia toda su persona,
tan serena y satisfecha de su suerte, que su ama le concedió el perdón y le permitió la entrada en su casa. Seis meses después le había tomado tal afición, que le confiaba todo el gobierno y la economía de su casa.
Agafea volvió á entrar en el ejercicio de sus funciones, volvió á engruesar y á blanquear sus manos; ya no tuvo, por decirlo así, límites la confianza de su ama. Así pasaron otros cinco años. La desgracia cayó otra vez sobre Agafea. Su marido, á quien había hecho subir hasta la antesala, se entregó á la bebida, se ausentó de casa de su ama, y concluyó por sustraer unas cucharas de plata, que ocultó hasta tener ocasión en el cofre de su mujer.
( l ) Véase la pág. 360 de este tomo.
TOMO XLV.—YOL. IV. 30
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Se descubrió el robo, enviaron al marido con sus bestias y la mujer perdió el favor.
De mayordoma, descendió á bordadora. Se le prohibió llevar gorra, y tuvo que ponerse pañuelo. Llevó este golpe con tan humilde resignación, que admiró
á todo el mundo. Tenía entonces más de treinta años; se habían muerto to
dos sus hijos, y su riiarido no vivió largo tiempo. Llegó, pues, la hora de volver por sí misma. Se hizo ta
citurna y muy piadosa, se mostró asidua á los maitines y á la misa, y repartió en limosnas sus mejores trajes.
Pasó quince años en silencio, humilde, formal, llena de deferencia con todo el mundo.
Si alguno le hablaba con dureza, se inclinaba dándole las gracias por la lección.
Su amale había ya perdonado hacía mucho tiempo, devolviéndole su favor y poniéndola un día su propia gorra en la cabeza; pero no quiso cambiar de adorno y continuó con su vestido oscuro; después de la muerte de su ama, se hizo aún más humilde y más dulce.
La rusa obedece fácilmente y toma cariño, pero es difícil adquirir su estimación; no se entrega nunca con ligereza.
Todo el mundo en la casa estimaba á Agafea; nadie pensaba en sus errores pasados, que habían muerto y sido enterrados con su antiguo señor.
Al casarse María con Kalitine, quiso éste confiar el gobierno de su casa á Agafea; pero ella lo rehusó á causa de su mucha seducción; él elevó la voz, ella le saludó humildemente y salió del cuarto.
Kalitine, como hombre de talento, comprendía bien á las gentes, y conoció á Agafea y no la olvidó. Al fijarse en la villa, la puso con sentimiento al lado de Lise, que no tenía más que cinco años. El aire serio, el rostro severo de la nueva haya intimidó al principio á la niña, pero no tardó en familiarizarse con ella, y acabó por tomarla un vivo afecto. Lise era además una niña muy formal. Su fisonomía recordaba la viveza de la de su padre, pero no sus ojos, pues su mirada, por el contrario, estaba llena de dulzura, de tranquilidad y
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reflexión, lo que es poco común en los niños. No le gustaba el jugar á las muñecas, ni se reía nunca mucho ni con ruido. Era activa, no se abandonaba fácilmente á los ensueños, y naturalmente, guardaba silencio. Cuando reflexionaba era bajo la impresión de un pensamiento serio, que se manifestaba por las preguntas que entonces dirigía á las persogas de más edad. Temía á su padre, y el sentimiento que le inspiraba su madre no era bien definido; no estaba con ella ni cariñosa ni con temor; además, no era zalamera con nadie, ni aun con Agafea, de quien no se separaba jamás; ofrecía un curioso espectáculo verlas juntas: la uña tiesa, severa, con su calceta en la mano, vestida siempre de negro, con un fichú de color oscuro en la cabeza, y su rostro delgado y transparente como la cera, pero sus facciones aún bellas y expresivas, y la niña á sus pies en una banqueta, trabajando ó con los ojos fijos, escuchando con seriedad las narraciones de su aya.
No eran cuentos lo que Agafea le contaba, sino, con voz grave y conmovida, la historia de la Virgen, de los siervos de Dios y de los santos mártires. Le contaba la vida de los Padres del desierto, y cómo se santificaban sufriendo hambre y miseria, y cómo, sin temor ni aun de los mismos Emperadores, enseñaban la ley de Cristo; cómo los pájaros del
• cielo les llevaban el alimento y las fieras les escuchaban. Le decía que el suelo regado con su sangre se cubría de flores, y la niña, á quien gustaban mucho las flores, preguntaba siempre si eran éstas las flores de la pasión.
El acento de Agafea era dulce y serio, y participaba de la impresión que producían sus piadosas palabras. Lise la escuchaba, y la presencia de Dios todopoderoso se grababa profundamente en su alma y la llenaba de un dulce y bendito temor. Así había logrado que Jesucristo para ella fuese como un huésped muy conocido, un ser familiar, como un pariente. Agafea le había enseñado á orar. A veces la despertaba muy de mañana, la envolvía con esmero y la llevaba á los maitines. Lise la seguía andando de puntillas y.reteniendo su aliento.
El frío y la media luz de la mañana, la frescura y el vacío
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de la iglesia, el secreto en que se envolvían estas furtivas salidas, la vuelta misteriosa á su casa, para volverse á la cama, todo este conjunto de circunstancias, en que la desobediencia y lo imprevisto se mezclaban con la piedad, hacía impresión sobre la niña, y removía hasta el fondo de su ser. Aga-fea no la reñía jamás; cuando estaba descontenta se callaba, y Lise comprendía su silencio. Hasta notaba, con esa penetración del niño, cuando tenía queja de los demás, de María, del mismo Kalitine.
Durante tres años estuvo Lise confiada á sus criados. La reemplazó Mad. de Moran; pero la frivola francesa, con sus palabras secas y su exclamación acostumbrada: «Todo esto son tonterías,» no pudo arrojar del corazón de Lise la imagen adorada de su antigua aya.
La semilla echó profundas raíces, y Agafea, aun cuando no tenía ya que guardar á la joven, se quedó en la casa, en donde la veía muy amenudo y le manifestaba igual confianza. Sin embargo, no permaneció por mucho tiempo después que Marpha vino á habitarla. La severa importancia de la antigua sirvienta y ama de gobierno á la vez no podía estar acorde con el carácter impaciente y voluntarioso de la anciana.
Se alejó bajo pretexto de devoción, y corrió el rumor de que había entrado en un convento. Pero las huellas que dejó en el alma de Lise no se borraron.
Como en tiempos pasados, iba al servicio divino cual á una fiesta; oraba con una especie de embriaguez, con una exaltación contenida y casi avergonzada de sí misma, de lo que María no estaba poco admirada.
La misma Marpha, que no influía nada sobre Lise, trató de moderar esa devoción, y quiso prohibirle el prosternarse tan amenudo, diciendo que esos eran gestos y no oraciones de un alma elevada.
Lise aprendía bien y trabajaba con asiduidad, pero Dios no la había dotado de grandes facultades ni de un talento brillante; no podía aprender nada sin dificultad. Tocaba bien el piano; pero sólo Lemm sabía lo que le había costado.
Leía poco, tenía poca originalidad en la expresión, pero
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SUS pensamientos eran propios y seguía la línea de ponduc-ta que se había trazado.
En esto se parecía mucho á su padre, que no tenía que preguntar nunca á los demás lo que le tocaba hacer. Creció así amarillenta hasta llegar á los diez y nueve años. Llena de encantos, sin que ella lo notara, cada movimento suyo manifestaba una gracia inocente y un poco torpe.
Su voz tenía el timbre argentino y puro de la juventud: el más ligero sentimiento de placer atraía á sus labios una amable sonrisa y añadía un vivo brillo y una secreta ternura á sus dulces miradas.
Atenta siempre á no ofender á nadie, de un corazón bueno y virtuoso, amaba á todo el mundo sin marcada preferencia á nadie. A Dios sólo había entregado todos los ardores de su alma, todos sus afectos, todo su amor. Lavretzky fué el primero que vino á turbar la calma interior de aquella existencia. Esta era Lise.
XXXV.
AI día siguiente, á las doce, tomó Lavretzky el camino de casa de Kalitine, en el que encontró á Pauchine á caballo, que le adelantó, metiéndose el sombrero hasta los ojos. Lavretzky no fué recibido, por la primera vez desde que las conocía. Un criado le dijo que María estaba descansando porque tenía dolor de cabeza, y en cuanto á Marpha, que había salido con la señorita. Erró Teodoro por los alrededores del jardín con la vaga esperanza de hablar á Lise, pero no vio á nadie. Volvió á la casa dos horas después y recibió la misma respuesta, que acompañó el criado con una mirada socarrona. Le pareció inconveniente el presentarse por tercera vez en el mismo día, y se decidió á volver á Wassitiewskoé, en donde de todos modos le reclamaban sus ocupaciones.
Por el camino iba formando los planes más bellos, pero al llegar al pueblo se apoderó de él la tristeza.
Se puso á hablar con Antonio, y la desgracia quiso que el
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anciano tuviese también aquel día las ideas tristes; le contó cómo Glafira Petrovi'na antes de morir se había mordido la mano, y después de un momento de silencio, añadió suspirando:
— Todo hombre, mi querido amo, está condenado á devorarse á sí mismo.
Era ya tarde cuando Lavretzky tomó el camino de la villa, y le vinieron á la memoria las melodías de la víspera por la noche; la imagen de Lise se alzaba ante él con toda su ¡nocente gracia; el placer de que era amado le llenaba de emoción, y llegó al fin á su casita con el espíritu más tranquilo y dichoso.
La primera cosa que le chocó al entrar en su casa, fué un olor de patchouli, que detestaba; sobre el piso de tablas yacían cajones y maletas de viaje. El rostro de su ayuda de cámara, que se había precipitado á su encuento, le pareció extraño. Sin darse cuenta de sus impresiones, pasó al salón.
Una mujer con vestido negro de volantes se levantó lánguida del diván en que estaba echada, para venir á su encuentro. Sobre su pálido rostro tenía un pañuelo elegantemente bordado; dio algunos pasos hacia adelante é inclinó con mucha gracia su linda cabeza, dejándose caer á sus pies. Entonces fué sólo cuando la conoció: era su mujer. Su respiración se cortó, y no tuvo más tiempo que el de apoyarse en la pared.
—¡No me rechaces, Teodoro!—dijo en francés. Y su voz fría como el acero de un puñal penetró en su co
razón. La miró sin comprenderla, y á pesar de eso, notó en seguida que tenía la tez más blanca y las mejillas más abultadas que nunca.
—Teodoro—continuó levantando de vez en cuando los ojos, y fingiendo retorcer sus afilados dedos con sus uñas rosadas y suaves;—Teodoto, soy culpable; diré más, soy criminal; pero óyeme: el remordimiento me persigue.
¡No puedo soportar por más tiempo mi posición; estoy aburrida de mí misma! ¡Cuántas veces he pensado dirigirme á tí! Pero temía tu cólera; me he decidido á romper con el pasado. Después estuve tan mala...—añadió pasándose la
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mano por la frente y las mejillas.—Me he aprovechado del rumor que corría de mi muerte, y lo he dejado todo... No me he detenido día ni noche; tenía prisa por estar aquí; he dudado mucho tiempo antes de osar aparecer ante tus ojos... Por último, me he resuelto, recordando tu inagotable bondad. He sabido tus señas en Moscou y he venido. Créeme— añadió levantándose muy despacio y sentándose en el brazo de un sillón,—he pensado muchas veces en la muerte, y hubiese tenido bastante valor para dármela, si el pensamiento de mi hija, de mi Adda, no me hubiese detenido. Está aquí durmiendo en el cuarto inmediato. ¡Pobre niña! Está cansada; la veréis... Ella al menos es inocente á vuestros ojos... ¡Y yo soy tan desgraciada! ¡Tan desgraciada!—-exclamó echándose á llorar.
Lavretzky volvió al fin en sí; se separó lentamente de la pared, contra la que estaba apoyado, y se volvió hacia la puerta.
—¡Os vais!—dijo su mujer con desesperación.—¡Os vais sin decirme una palabra, sin hacerme ni un reproche! ¡Ese desprecio me abruma! ¡Estoes horrible!
Lavretzky se detuvo. —¿Qué me queréis?— dijo con voz apagada. —Nada, nada—exclamó con viveza:—ya sé que no tengo
derecho de exigir nada; no soy ninguna insensata; nada espero; no me atrevo á contar con vuestro perdón. Solamente me atrevo á suplicaros que me digáis lo que debo de hacer, en dónde vivir. Como una esclava cumpliré vuestras órdenes, cualesquiera que ellas sean.
—No tengo órdenes que daros—respondió Lavretzky con el mismo acento;—ya sabéis que todo acabó entre nosotros, y ahora más que nunca. Podéis vivir donde queráis, y si tenéis poco con vuestra pensión...
— ¡Oh, no pronunciéis palabras tan crueles!—interrumpió ella.—¡Tened piedad de mí!... AI menos, en gracia de este ángel.
Diciendo esto, se lanzó al otro cuarto, y volvió trayendo en sus brazos una niña artísticamente ataviada.
Bellos bucles rubios caían sobre su linda cara sonrosada
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y sobre sus grandes ojos, aún medio dormidos; sonreía y cerraba á medias los párpados al mirar á la luz, apoyando su manita en el cuello de su madre.
—Adda, mira; éste es tu padre—dijo la señora de La-vretzky separándole los rizos que cubrían los ojos de la niña y abrazándola fuertemente;—pídele por mí.
—¿Este que está ahí es papá?—chapurró la niña con su media lengua.
—Si, hija mía. ¿No es verdad que le quieres? Lavretzky no pudo contenerse más. —¿En qué melodrama—le dijo—hay una escena parecida
á esta? Y salió del cuarto. La señora de Lavretzky quedó algún tiempo inmóvil; des
pués alzó ligeramente los hombros, cogió la niña, la llevó al otro cuarto, la desnudó y la metió en la cama. Después se sentó al lado de la lámpara, cogió un libro, esperó cerca de una hora y se acostó.
—¿Y bien, señora?—le preguntó al desnudarla su doncella, que era una parisiense.
—Nada, Justina—le respondió.—Ha envejecido bastante, pero parece tan bueno como siempre. Dadme los guantes para la noche, preparad para mañana el vestido gris alto, y sobre todo no olvidéis las chuletas de carnero para Adda. Será tal vez difícil el hallarlas aquí; pero, en fin, es preciso tratar de que las busquen.
—En la guerra como en la guerra—respondió Justina, y apagó la luz . .
XXXVI.
Lavretzky vagó durante dos horas por las calles de la pequeña villa de O... Recordaba la noche en que había vagado también por los alrededores de París, y su corazón se oprimía, á su cerebro enfermo se agolpaban mil ideas siniestras y malas.
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—¡Vive y está aquí!—murmuraba con un acento de admiración siempre creciente. Sentía que iba á perder á Lise para siempre. La rabia le ahogaba; el golpe le había herido con tanta prontitud... ¿Cómo había podido dar crédito álos chismes de un folletinista, á un papelucho?—Pero al fin—pensó, —si no lo hubiera creído, ¿cuál sería ahora la diferencia? No sabría que Lise me ama ni ella tampoco lo sospecharía.
No podía desechar de su pensamiento la fisonomía, la voz, la mirada de su mujer, y se maldecía á sí mismo y maldecía al universo entero.
Preso de una horrible tortura, fué enmedio de la noche á casa de Lemm. Por mucho tiempo no pudo lograr que le oyesen llamar; por último, apareció la cabeza del anciano en gorro de dormir; su rostro arrugado y de mal humor no tenía nada de aquella cara de artista, radiante de inspiración y de entusiasmo, que veintricuatro horas antes tenía á La-vretzky bajo el imperio de su soberana mirada.
—¿Qué queréis?—le preguntó.—Yo no puedo estar tocando todas las noches; acabo de tomar un sudorífico.
A pesar de eso, las facciones de Lavretzky debían de tener una expresión tan extraña, que el anciano, poniendo la mano sobre sus ojos y después de fijar en él una atenta mirada, le hizo entrar. Una vez en el cuarto, Lavretzky se dejó caer sobre una silla; el anciano se colocó delante de él, cruzó las puntas de su bata de colores y se acurrucó moviendo los labios.
—Ha llegado mi mujer—dijo Teodoro levantando la cabeza.
Y de repente lanzó una carcajada. La estupefacción se pintaba en el rostro de Lemm; pero
no se sonrió, contentándose con apretar más los pliegues de la bata.
—¿No podéis sospechar que yo me había figurado...—continuó Lavretzky—que había leído en los periódicos... que no existía ya en este mundo?
—¡Ah! ¿Habíais leído eso? ¿No hace mucho tiempo, no es cierto?—preguntó Lemm.
—No, hace poco.
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—-¡Oh!—volvió á decir el anciano levantando las cejas.— ¿Y acaba de llegar?
—-Si. ¡Está en mi casa... y yo.. . soy muy desgraciado!^— exclamó y se echó de nuevo á reir.
—Sí, sois desgraciado—repitió lentamente Lemm. —¿Os encargaríais de llevar una carta, señor Lemm? —¡Hum! ¿Se puede saber á quién? —A Lise. —¡Ah! ya comprendo. Bien. ¿Y cuándo habrá que dár
sela? —^Mañana; lo más pronto que sea posible. —¡Hum! Podríamos enviar muy bien á Catalina, mi coci
nera; pero no, iré yo mismo. —¿Y me traeréis la respuesta? —Traeré la respuesta. Y el anciano suspiró. —Sí, pobre amigo mío; decís bien, sois muy desgraciado. Lavretzky escribió algunas palabras á Lise; le anunciaba
la llegada de su mujer, le pedía una entrevista; después se €chó en un sofá con el rostro hacia la pared, y el anciano se volvió á acostar.
Daba sin cesar vueltas en la cama, tosía y tragaba algunos buches de aguas cocidas.
Cuando llegó la claridad del día, se miraron los dos con aire extraño. Lavretzky en aquel momento se hubiese que-. rido matar. Catalina les trajo un café detestable. Dieron las ocho en el reloj, y Lemm cogió el sombrero y salió, diciendo que generalmente no daba la lección en casa de Kalitine hasta las diez, pero que hallaría un pretexto plausible para ir antes. Lavretzky volvió á echarse en el sofá y una amarga sonrisa entreabrió sus labios.
Pensaba en su mujer, que le había echado de su casa; se le representaba la posición de Lise y cerraba los ojos, cruzando los brazos sobre la cabeza con gesto desesperado.
Por último vino Lemm, trayendo un pedazo de papel en el cual Lise había trazado con lápiz estas pocas palabras:
«No podemos vernos hoy; tal vez mañana á la tarde. Adiós.»
LAVRETZKY 475
Lavretzky dio gracias á Lemm con tono breve y distraído, y volvió á su casa.
Halló á su mujer almorzando; Adda, con los cabellos rizados, con un vestidito blanco con lazos azules, comía chuletas de carnero.
Bárbara Pavlowna se levantó en seguida y se aproximó á él con aire sumiso.
El le rogó que le siguiese á su despacho, cerró la puerta y comenzó á pasearse con paso agitado.
Ella se sentó, y cruzando modestamente las manos una sobre otra, le seguía con la vista.
Tenia aún unos ojos muy hermosos, aunque las pestañas estuviesen pintadas.
Por largo tiempo no pudo Lavretzky proferir una palabra; comprendía que no era dueño de sí mismo, y veía que su mujer no le temía absolutamente, pero que se preparaba á fingir un desmayo.
—Escuchadme, señora—dijo con voz ahogada, apretando convulsivamente los dientes;—no tenemos que fingir el uno delante del otro. No creo en vuestro arrepentimiento, y aun cuando éste fuese verdadero, me sería imposible volver á vuestro lado y vivir con vos.
Bárbara Pavlowna se mordió los labios y cerró los párpados. ^ É s t o es repugnante—dijo entre sí;—para él ya no soy
una mujer siquiera, éste es un hecho. —Es imposible—continuó Lavretzky, abrochándose el
gabán;—no sé por qué me habéis hecho el honor de venir aquí; probablemente porque no tendréis ya dinero.
—¡Ay de mí, me ofendéis!—murmuró. —Al fin y al cabo, señora, por mi desgracia seguís siendo
mi mujer; no puedo por lo tanto arrojaros de mi casa. Ved lo que voy á proponeros: podéis ir hoy mismo, si os agrada, á vivir á Lavriki. Ya sabéis que la casa es bonita; tendréis todo lo que os sea necesario además de la pensión... ¿Consentís en ello?
Bárbara Pavlowna se llevó á los ojos el pañuelo bordado. —Ya os he dicho—dijo con tembloroso labio—que con
siento en todo lo que me impongáis; pero permitidme al
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menos esta vez que os dé gracias por vuestra extremada generosidad. ,
—Basta de gracias, os lo suplico—dijo con impaciencia. —Asi—añadió Lavretzky,—puedo contar con que...
—Desde mañana estaré en Lavriki—respondió Bárbara Pavlowna, levantándose respetuosamente del sillón.—Pero, Fédor (ya no decía Teodoro), ¿qué queréis? Ya sé que aún no he merecido mi perdón... ¿Puedo al menos esperar que con el tiempo...
—¡Ay, Dios mío! Bárbara Pavlowna—interrumpió Teodoro,—ya sé que sois una mujer de talento, pero yo no soy tampoco ningún imbécil. Ya sé que mi perdón os es completamente indiferente. Os perdoné ya hace mucho tiempo, pero hay entre nosotros un abismo.
—Sabré someterme—replicó ella bajando la cabeza;—no he olvidado mi falta, no me hubiese sorprendido que la nueva de mi muerte os hubiera causado placer—dijo con dulzura, mostrándole con la mano el número del periódico que •Lavretzky había dejado olvidado sobre la mesa.
Lavretzky se estremeció al ver el folletín marcado con un lápiz. Bárbara Pavlowna le miró con aire aún más humilde. Estaba en aquel momento muy bella. Su vestido gris dibujaba admirablemente su talle flexible, un talle de una muchacha; su cuello delgado y delicado, que adornaba un cuellecito muy blanco; su pecho, que elevaba una respiración tranquila; sus brazos sin brazaletes, sus dedos sin sortijas; toda su persona, en fin, desde sus ondeados cabellos hasta la punta de su botina, que dejaba ver, todo en ella mostraba un arte exquisito. Lavretzky la envolvió en una mirada de odio, y le costó gran trabajo el dominarse para no gritar ¡bravo! á aquella cómica. Se sentía capaz de dejarla en el sitio, y salió. Una hora después corría por el camino de Wasitiewskoé, y no habían transcurrido dos horas cuando Bárbara Pavlowna se había ya hecho traer el tren mejor del país, y puesto un sombrero de paja con velo negro y una manteleta muy sencilla, confió á Adda á los cuidados de Justina, y se hizo conducir á casa de Kalitine. Preguntando á las gentes de la casa, supo que su marido iba allí todos los días.
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XXXVII.
El día que llegó la señora de Lavretzky á la villa de O... fué un triste día para su marido y un día penoso para Lise. Antes de que hubiese saludado á su madre, oyó el galope de un caballo y vio con secreto espanto á Pauchine que entraba en el patio.
—Vendrá tan temprano—pensó—para tener una explicación definitiva.
Y no se equivocaba; después de haber permanecido algunos momentos en el salón, la propuso que fuese con él al jardín, y allí le pidió una respuesta explícita. Lise se armó de valor, y le declaró que no podía casarse con él. La escuchó él hasta el fin, examinándola con disimulo, y calándose el sombrero hasta los ojos, le preguntó cortesmente, pero cambiando de tono, si era una decisión irrevocable, y si él mismo le había dado involuntariamente ocasión de aquel cambio en sus ideas. Después, llevándose la mano á los ojos, lanzó un profundo suspiro y retiró la mano.
—Yo no he querido seguir el camino trillado—dijo con voz sorda;—he deseado hallar una compañera según las aspiraciones de mi corazón. ¡Mas parece que eso es imposible! ¡Adiós mis ensueños!
Se inclinó hasta el suelo y entró en la casa. Lise contaba con verle partir en seguida, pero fué al
cuarto de María y estuvo allí cerca de una hora. A la salida dijo á Lise:
—Vuestra madre os llama. ¡Adiós para siempre! Montó á caballo y salió á escape. Lise halló á su ma
dre llorosa, porque Pauchine le había informado de su desgracia .
— ¿Tú quieres quitarme la vida?—dijo la pobre viuda para comenzar sus lamentaciones.—¿En qué piensas? ¿Por qué le rechazas? ¿No es un excelente partido para tí? Es gentilhombre de cámara, no es interesado; en San Petersburgo
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podrá casarse con una dama de honor. ¡Y yo que esperaba con toda mi alma!... Pero dime, ¿desde cuándo has cambiado para él? Esta nube siniestra no ha estallado por sí misma. ¿Qué viento la ha impulsado? ¿Será por casualidad ese necio?... ¡Bonito consejero has hallado ahí! Y Pauchine, ¡qué excelente joven, cuan respetuoso está en su dolor y qué lleno de delicadeza! Me has prometido no abandonarme. ¡Ay! Comprendo que no podría soportarlo. ¡Ya empiezo á tener un dolor de cabeza terrible!... Envíame á mi doncella. Me matarás si no vuelves á otros sentimientos. ¿No oyes?
Después de decirle por dos ó tres veces que era una ingrata, la despidió. Lise volvió á su cuarto; pero no había tenido aún tiempo de tranquilizarse de su explicación con Pauchine y su madre, cuando estalló sobre su cabeza una nueva tempestad que venía del lado que menos lo esperaba. Entró Mar-pha en su cuarto y cerró en seguida la puerta. El rostro de la anciana estaba muy pálido; tenía la gorra de medio lado; sus ojos brillaban, sus manos y sus labios temblaban. Lise quedó aterrada; nunca había visto á su tía, á aquella mujer tan espiritual y tan razonable, en parecida situación.
—Muy bien, señorita—dijo con voz entrecortada y temblona,—muy bien. ¿En dónde has aprendido eso?... Dame agua, no puedo hablar.
—Calmaos, tía, ¿qué tenéis?—-dijo Lise presentándole un vaso de agua;—pero si vos tampoco queríais á Pauchine.
Marpha dejó el vaso y respondió: —^No puedo beber, me rompería los últimos dientes que
me quedan. ¿Pero es ésta acaso cuestión de Pauchine? ¿Para qué hablar de él? Dime más bien quién te ha enseñado á dar citas de noche, ¿eh?
Lise palideció. —No trates de negar; la chica, Schourotschka, ha visto
todo y me lo ha contado. Le he prohibido que charle, pero no miente.
—No me defiendo, tía—respondió Lise con voz appnas inteligible.
—¡A.hl ¿Entonces fué así? Diste una cita á ese viejo pescador, á ese hipócrita.
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—¡No! —¿Cómo que no? —Bajé al salón para coger un libro, y él, que estaba en el
jardín, me llamó. —¿Y tú fuiste? Esto es admirable. ¿Pero tú le amas? —Sí—contestó Lise con voz apagada. —¡Dios mío! ¡Le ama! Marpha se arrancó la gorra. —¡Le ama, un hombre casado, le ama! ¡Ay de mí! —Me había dicho...—comenzó Lise. —¿Qué te ha dicho ese hombre encantador? —^Me ha dicho que había muerto su mujer. Marpha se santiguó. — ¡Dios haya tenido compasión de su alma!—murmuró.^—
Era una mujercilla bien nula. Pero no hablemos más de ella. ¿Conque es viudo? Vamos, ya veo claro; él es el culpable de todo. Ha hecho morir una mujer y necesita ya otra. ¡Con ese aire de gatita muerta! ¿Sabes, hija mía, que en los tiempos en que era yo joven se hubiese pagado cara una cosa así? No te enfades conmigo; sólo los imbéciles se enfadan por la verdad. Le he cerrado hoy mi puerta. Le quiero mucho; pero no le perdonaré nunca lo que ha hecho. ¡Toma, toma! ¿Conque es viudo? Dame agua... En cuanto á haber despedido á Pauchine con un puntapié, me hace que te estime más; pero solamente te ruego que no vayas por la noche á hablar con esa clase de hombres. No trates de desarmarme, porque no lo lograrás, pues no sé sólo acariciar, sino que sé también morder. ¡Toma, toma! ¿Conque es viudo?
Salió Marpha de allí, y Lise se sentó en un rincón y echó á llorar. Su alma estaba llena de amargura; no merecía tan grande humillación. Para ella el amor no se anunciaba bajo alegres auspicios. Desde la noche anterior lloraba por segunda vez. Aquel nuevo sentimiento no había tenido apenas tiempo de nacer en su corazón, y lo pagaba ya muy caro. Una extraña mirada había penetrado el misterio de su vida íntima sin consideración alguna. Estaba avergonzada; sufría amargamente, pero no tenía dudas ni temor, y Lavretzky le era más querido en vez de negarle su amor.
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Antes estaba llena de incertidumbre entre las ideas diversas de que se hallaba rodeada, y no se comprendía á sí misma. Pero después de la entrevista de la víspera por la noche, después de aquel beso, no podía ya dudar; comprendía que le amaba y se puso á amarle seriamente con un corazón recto: se rindió á su pasión con toda su vida y con toda su alma. Ya no temía las amenazas; sentía que ninguna violencia sabría romper los lazos que había formado.
XXXVIII.
María quedó muy turbada cuando vinieron á anunciarle la visita de la señora de Lavretzky. No sabía siquiera si debía ó no recibirla por temor de ofender á FéJor. Al fin la curiosidad se sobrepuso, y pensando que al cabo era su pa-tienta, se'recostó más y más en su sillón, y dijo al criado que la hiciese entrar. Momentos después se abrió la puerta y Bárbara Pavlowna se aproximó á ella con paso rápido y ligero, y sin darle tiempo de levantarse de su sillón, se inclinó casi hasta sus pies.
—Gracias, gracias, tía-—dijo en ruso con una voz dulce y conmovida,—gracias; no contaba con tanta indulgencia; sois buena como un ángel.
Pronunciando estas palabras, cogió la mano de María, y estrechándola ligeramente entre sus guantes de Jouvín, color gris perla, la llevó á sus purpurinos labios. María perdió completamente la cabeza al ver á sus pies á una mujer tan hermosa y tan bien vestida.
No sabía ya lo que había hecho; hubiera querido retirar la mano y hacerla sentar y decirle al fin alguna palabra de benevolencia, y acabó por levantarse y besar su tersa y perfumada frente.
La señora de Lavretzky se enorgulleció con aquel beso. —Adiós, adiós—dijo María;—ciertamente que no me es
peraba... que no creía... En fin, me alegro de veros; ya comprendéis.., puedo tal vez ser juez entre el marido y la mujer...
LAVRETZKY 48I
—Mi marido tiene razón en todo—le dijo;—yo soy la única culpable.
—Estos son sentimientos dignos de alabanza, sobrina mía —dijo María;—sí, dignos de alabanza. ¿Hace mucho tiempo que habéis llegado? ¿Le habéis visto ya? Pero sentaos, os lo suplico.
—He llegado solamente ayer—respondió Bárbara Pavlow-na, sentándose humildemente en el borde de la silla;—he visto ya á mi marido, le he hablado.
—¡Ah! ¿Le habéis hablado? Y bien, ¿qué os ha dicho? —Temía que mi llegada tan de improviso despertara su
cólera; pero no me ha rechazado... es decir... no me ha. . . —Ya, ya comprendo—dijo muy bajo María;—es algo brus
co, pero su corazón es bueno. —No me ha perdonado, no ha querido oírme... pero ha
sido bastante bueno para fijarme Lauriki como residencia, —¡Ah! ¿De veras? Pues es una hermosa hacienda. —Desde mañana iré á establecerme allí, conformándome
á su voluntad; pero he creído de mi deber venir antes á presentarme en vuestra casa.
—Os lo agradezco, querida mía; es necesario no olvidar jamás á sus parientes. Me admira el que habléis todavía tan bien el ruso. Es muy extraño.
Bárbara Pavlowna lanzó un suspiro. —He estado demasiado tiempo en el extranjero, ya lo sé;
pero mi corazón, creedme, se ha conservado ruso siempre, y nunca he olvidado á mi patria.
—Eso está bien, muy bien, vale más que todo... Y además, creed mi experiencia, aunque antigua: la patria antes que todo... ¡Qué bonita manteleta traéis! Por piedad, enseñádmela.
—¿Os gusta? Y Bárbara Pavlowna se la quitó precipitadamente de los
hombros. —Es muy sencilla, de casa de Mme. Bandán. —^En seguida se conoce que es de Mme. Bandán. ¡Qué
bonita es, y de qu^ buen gusto!... ¡Estoy segura de que habréis traído multitud de cosas lindísimas! ¡Cuánto me gustaría verlas!
TOMO XLV.—VOL. ,1V. 3 I
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—Todos mis trajes están á vuestra disposición, tía; si queréis, podré enseñar varias cosas nuevas á vuestra doncella; la mía es de París y muy buena modista.
—Sois muy amable; pero verdaderamente, yo tengo escrúpulo.
•—¡Escrúpulo!—repitió con tono de reproche Bárbara.—• ¿Queréis hacerme feliz? Pues disponed de mí como os plazca.
María se animó. —Sois encantadora—le dijo;—pero ¿por qué no os quitáis
los guantes y el sombrero! —Pues qué, ¿me lo permitiríais?...—dijo juntando las
manos. —Ciertamente, y hoy comeréis con nosotras; así lo espe
ro.. . Os presentaré á mi hija. Dijo esto María turbándose un poco, y después, tomando
su partido, añadió: —Mi hija, sí; pero hoy no está muy buena, la excusaréis. —¡Ay, tía, qué buena sois!—exclamó llevándose el pa
ñuelo á los ojos. El pequeño cosaco anunció á Mr. Guedeonofski. El viejo hablador entró sonriéndosey haciendo grandes sa
ludos á derecha é izquierda. María le presentó á la señora de Lavretzky, lo que le hizo
quedarse al principio muy parado; pero Bárbara Pavlowna tomó con él un aire de coquetería respetuosa, que le hizo ponerse colorado hasta las orejas; desde entonces los chistes y las amabilidades brotaron como un manantial; ella le escuchaba conteniendo una sonrisa, y poco á poco fué tomando parte en la conversación.
Habló con modestia de París, de sus viajes á Badén, hizo reír por dos ó tres veces á María, y ella se contenía cada vez y suspiraba como si reprochase una alegría intempestiva.
Pidió permiso para traer á Adda, y habiéndose quitado y a los guantes, mostraba con sus afilados dedos en dónde se estilaba llevar los volantes de los vestidos, los ruches ó los plegados.
La prometió llevarle un frasco de un perfume nuevo, lia-
LAVRETZKY 483
mado esencia Victoria, y se alegró como una niña cuando María consintió en aceptar el regalo.
La había conmovido hasta el fondo de su corazón. En aquel momento entró Lise. Desde por la mañana, en el instante en que, helada de es
panto, había leído la carta de Lavretzky, se preparó á la entrevista; presintiendo ya que tendría que verificarse, resolvió no evitar el verla, á fin de castigar sus criminales esperanzas, como ella las llamaba. Sintió que su vida se había amargado para siempre; en menos de dos horas, su fisonomía adelgazó, pero sin verter ni una lágrima.
—Lo he merecido—pensó, rechazando con esfuerzo los sentimientos amargos y malos que á ella misma le espantaban.—Es preciso que vaya al salón—dijo para sí, en cuanto supo la llegada de la señora de Lavretzky.
Pero estuvo mucho tiempo en la puerta sin atreverse á abrirla; por último traspasó el dintel, diciéndose:
—Soy culpable para con esta mujer. Hizo un esfuerzo para mirarla frente á frente y sonreír. No bien la hubo visto Bárbara, cuando salió á su encuen
tro, inclinándose ligeramente ante ella con amabilidad, pero con una especie de respeto.
—Permitidme que me recomiende á vuestra indulgencia— le dijo con voz insinuante.—Vuestra madre me ha tratado con tanta bondad, que espero que vos seréis también buena para mí.
La expresión de Bárbara Pavlowna pronunciando estas palabras, su falsa sonrisa, su mirada fría y lánguida, los movimientos de sus manos y de sus hombros, su mismo traje y toda su manera de ser, despertaron en Lise un sentimiento tal de repulsión, que no pudo responderle nada, y tuvo que reunir todas sus fuerzas para tenderle la mano.
—Esta linda joven me desprecia—pensó la señora de Lavretzky, estrechando con fuerza los dedos helados de Lise.
Y volviéndose á María, le dijo á media voz: —Verdaderamente es deliciosa. Lise se ruborizó ligeramente, comprendiendo la ironía y
la insolencia en la alabanza, pero estaba decidida á resistir
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SUS impresiones; se aproximó á la ventana y se puso al bastidor á bordar en tapicería. Bárbara Pavlowna estaba resuelta á no dejarle tregua; se aproximó á ella elogiando su buen gusto y su habilidad. El corazón de Lise palpitaba fuerte y dolorosamente; apenas podía dominarse y continuar en su sitio. Le parecía que lo sabía todo y que se burlaba de ella con sorna ridiculizándola. Felizmente, Mr. Guedeonofski interpeló á Bárbara Pavlowna, y distrajo así la atención general. Lise se inclinó más y más sobre su labor, observando á la señora de Lavretzky con disimulo: «¡Y ha podido amar á esa mujer!» dijo para sí.
A pesar de eso se esforzaba en arrojar á Teodoro de sü pensamiento, temiendo perder el imperio que hasta entonces había conservado sobre sí misma; pero sentía que su cabeza se extraviaba.
María habló de música. —He oído decir, querida sobrina, que erais una verdadera
artista. Hace mucho tiempo que no he tocado nada—respondió
ésta sentándose inmediatamente al piano y haciendo correr sus dedos rápidamente sobre las teclas.—Mandad...
—Os lo ruego. Bárbara Pavlowna tocó con maestría un estudio brillante
y difícil de Hertz. Tenía mucha fuerza y agilidad. —-¡Sílfide!—exclamó Guedeonofski. —¡Admirable, extraordinario!—añadió María.—Os confie
so—continuó, llamándola por primera vez por su nombre—• que me admiráis; podríais dar conciertos. Aquí tenemos á un músico alemán muy viejo y original, pero instruidísimo, que da lecciones á Lise, que se volverá loco si os oye.
—¿La señorita Lise es también música?—preguntó Bárbara Pavlowna, volviendo ligeramente la cabeza hacia ella.
—Sí, no toca mal, y le gusta la música; pero ¿qué es esto en comparación de vuestro talento? También tenemos aquí un muchacho que es preciso que conozcáis. Tiene alma de artista y compone bastante bien. Este sabrá apreciaros.
—¡Un joven, un artista! Algún músico pobre, sin duda. —¡Dios mío, no! Es uno de los jóvenes más elegantes, no
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sólo de nuestra villa, sino también de San Petersburgo; es gentil hombre de cámara, y está recibido en la mejor sociedad; habréis seguramente oído hablar de él: Mr. Pauchine; ha venido aquí con una comisión del Gobierno, y es un Ministro en agraz.
—¿Y artista? —Artista de alma, como os digo, y muy amable, ya lo ve
réis. Viene aquí muy á menudo y le he comprometido para esta noche. Espero que vendrá—dijo apoyando la frase con un ligero suspiro y una sonrisa llena de amargura.
Lise comprendió el sentido de aquella sonrisa; pero estaba demasiado preocupada con otra cosa para prestar grande atención.
—¿Y es joven?—dijo Bárbara Pavlowna modulando ligeramente la voz.
—Veintiocho años, y de un exterior que encanta; un joven completo.
—Podría decirse un joven modelo—añadió Mr. Guedeo-nofski.
Bárbara Pavlowna se puso de repente á tocar un ruidoso vals de Straus, que comenzaba por un trino tan rápido que Guedeonofski se estremeció.
A la mitad del vals pasó de repente á un motivo triste y melancólico, y acabó por la Lucia, Fra poco; acababa de comprender que la música alegre no convenía á su situación.
El aria de Lucía, en la que acentuaba vivamente las notas altas, agradó infinitamente á María.
—¡Qué alma!—dijo por lo bajo á Guedeonofski. —¡Una sílfide! ¡Una sílfide!—repitió éste levantando los
ojos al cielo. Llegó la hora de comer, y Marpha bajó cuando estaba ya
la sopa en la mesa. Recibió á la señora de Lavretzky con sequedad, y no res
pondió más que medias palabras á sus amabilidades, sin hacer caso de ellas.
Bárbara Pavlowna comprendió que no podría nada con aquella vieja y cesó de ocuparse en ella. María, por el contrario, redoblaba sus amabilidades con la joven, pues la im-
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política de su tía la contrariaba. Por lo demás, Marpha no estaba enfadada sólo con Bárbara, sino que manifestaba también su rigor á Lise. Con los ojos animados y rígida como una piedra, pálida, amarilla, con los labios apretados y sin comer nada. Lise parecía estar tranquila; la había abandonado todo sentimiento. La inercia del condenado á muerte había penetrado en su corazón.
Durante la comida Bárbara Pavlowna habló poco; parecía conmovida, y sus ^facciones respiraban una modesta melancolía. Sólo Guedeonofski animaba un poco la conversación con sus anécdotas, aunque de vez en cuando miraba á María con un aire de temor, pues acostumbraba á toser con una carraspera seca cuando en su presencia se permitía alguna mentira. Pero entonces le dejó decir lo que quiso.
Después de la comida se descubrió que á Bárbara Pavlowna le gustaba con pasión el jugar á la preferencia. Esto agradó tanto á María y tanto la conmovió, que dijo para sí: «¡Qué imbécil debe ser Fédor para no haber sabido apreciar una mujer como ésta!»
Vino, pues, á sentarse en la mesa de juego, en donde estaba ya colocado Guedeonofski, y Marpha se llevó á su cuarto á Lise, diciendo que no tenía ya figura humana, y que debería tener mucho dolor de cabeza.
—Sí, sí, tiene mucho dolor de cabeza—dijo María, volviéndose hacia la señora de Lavretzky y poniendo los ojos en blanco.—Yo también tengo á menudo horribles jaquecas que...
—¿De veras?—dijo Bárbara Pavlowna. Entró Lise en el cuarto de su tía, y faltándola ya las fuer
zas, cayó sobre un sillón. Marpha la contempló mucho tiem po en silencio; después se arrodilló delante de ella, y siempre silenciosa, la besó alternativamente las dos manos. Lise se inclinó hacia ella, muy encarnada, y rompió en llanto. Pero no trató de levantar á Marpha ni retiró las manos, comprendiendo que no tenía derecho de hacerlo ni de impedir á la pobre anciana que le expresase su arrepentimiento, su afecto y pedirle perdón por las palabras de la víspera. Marpha no podía dejar ^de besar sus lindas manos, pálidas y dé-
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biles. Las dos lloraban sin decir nada. El gato Matros roncaba en un ancho sillón al lado de una labor de media comenzada. La mortecina luz de la lámpara que ardía ante la imagen apenas vacilaba, y escondida detrás de la puerta de la habitación inmediata se hallaba Anastasia Carpovna, secándose las lágrimas con un pañuelo de algodón de cuadros.
{Se continuará.)
CRÓNICA POLÍTICA
I N T E R I O R .
I no fuera tan cierto como verdad de Pero-Grullo el aforismo vulgar de que no hay disputa posible cuando de dos que están á punto de reñir uno no quiere, bastaría la continuación en el poder
del Gabinete Sagasta para demostrar que, en efecto, contra todos los cálculos de las probabilidades, contra todas las reglas de la lógica, contra todas las leyes de la política, contra todas las conveniencias de la moral de un partido, se erige predominante, avasalladora, inflexible, la voluntad decidida Üe parte de los Ministros de continuar al frente de los destinos del país, en tanto no se les haga objeto de un acto violento en las Cámaras ó en las alturas de la suprema institución reguladora.
¿Qué más ha podido imputarse á un Ministerio que esta falta de criterio propio, esta negación constante de sus principios liberales, esta vacilante conducta, que ora expone la nave del Estado al desabrigo de las tormentas, ora la estrella en el puerto por desatentado afán de encallejonarla para defenderla? Barco pirata que un día enarbola un pabellón y lo sustituye al siguiente por otro distinto, como si no estuviera averiguado que en los mares de la política el pabellón no basta á cubrir la mercancía, apenas hay cuestión
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en que los actuales gobernantes no naufraguen; así la controversia les enoja, las reclamaciones de la opinión les soliviantan, la explicación misma de sus actos es tarea para ellos erizada de dificultades invencibles, y de aquí también que procuren sortear los debates, aplazar todo motivo de recriminación ó protesta, eludir la responsabilidad consiguiente á la más modesta iniciativa.
No siempre, por supuesto, es dable conseguir semejante mistificación del sistema de publicidad que constituye el nervio, la base, la garantía del régimen parlamentario. Entonces, en esos casos extremos en que no hay trinchera donde cobijarse, ni medio, por excepcional que sea, de volver la espalda al inminente riesgo, se toma un plazo prudencial para elegir armas, buenas ó malas, en los arsenales del desmedido orgullo ó de la despreocupación impenitente; y es probado: barajando ideas, confundiendo nombres, falseando hechos, contestando el cargo concreto con la acriminación personal, oponiendo á la acusación que condena al Ministro el despecho del arranque oratorio que nada prueba, como no sea la falta de razón del que á él se acoge, y sobre todo prescindiendo con inverosímil calma del fallo de la opinión, de los respetos á la investidura que se ejerce, de los deberes más elementales del gobernante y del hombre público, se arrostra heroicamente el desdén de los unos, el sarcasmo de los otros, la reprobación de todos, y no ha pasado nada, y se continúa en el puesto oficial que tan unánimes censuras promueve... y la vida en el poder es la vida del Paraíso... con serpiente.
¡Qué situación la del Ministro de Gracia y Justicia!... Abandonado de sus antiguos amigos; mirado con glacial indiferencia por sus colegas de Gobierno; maltratado, vejado, condenado por todas las minorías, que nunca mejor que en este caso han reflejado las palpitaciones de la opinión general; sin otra defensa, de su parte, que la acusación del que le acusa, ni otro escudo en su derrota que el inverosímil empeño de sacrificarlo todo, hasta el prestigio personal y el decoro político, al insaciable afán de conservar una cartera, obtenida á favor de una defección de que no hay ejemplo en los fastos de nuestros partidos, y disfrutada á costa de la ab-
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negación más egoísta, si es egoísmo cambiar el sosiego doméstico, la respetabilidad del apellido, el relativo bienestar de una posición social inadvertida, por el sobresalto continuo, por la imputación diaria, por el repugnante contagio de esa gangrena que marca con irredimible sello á los que bautizan su personalidad pública en las profanadas aguas de un nuevo infernal Leteo...
Entró el Sr. Romero Girón en los consejos de la Corona empezando por negar, pecador como Pedro, su propia historia; pocos días antes se llamaba aún republicano en pleno Senado; pocos días antes burlábase á la par de la Monarquía y de la religión católica, los dos principios fundamentales de nuestro organismo nacional. Había sido fervoroso apóstol del Jurado; enérgico detractor del decreto del Ministerio-regencia, que restableció la validez del matrimonio canónico; panegirista entusiasta de la inamovilidad judicial... No hablemos de sus catilinarias contra la inmoralidad del particular ó del Ministro: en ese terreno se encuentran siempre todos los hombres de todos los partidos.
De la noche á la mañana, una de esas maquiavélicas combinaciones de la política le elevó á la dignidad de Consejero responsable de Alfonso XII , y Consejero responsable cabalmente en los negocios más íntimamente relacionados con la administración de justicia y con el culto y clero. Desde aquel día, el Sr. Romero Girón es víctima de una inexplicable metempsícosis. Sin trasmigrar á otro cuerpo, su alma ha debido sufrir una maravillosa trasformación, dentro de la misma arpillera que la cubre: el bilioso demócrata, el irreconciliable republicano, es ya suavísimo monárquico y hasta el más complaciente cortesano. ¡Oh eficacia del Leteo-presu-puesto, que trueca en apretados montones de centenes los vagos platonismos de una intransigencia tan quebradiza y débil al soborno!
El Jurado... hay que plantearlo con prudencia, mermando doctrinariamente la capacidad del ciudadano, á quien se atribuyen funciones de juzgador. El matrimonio civil... ¿quién se atreve á resolver este trascendental asunto sin las convenientes salvedades en pro del acto sacramental? La
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Iglesia... respetable institución, cuya autoridad es indiscutible. La inviolabilidad judicial... eso es un mito en la práctica de todo Gobierno que empuña con plausible brío las riendas del poder. El Rey... ¡ah! ¿qué seria de los pueblos sin la paternal solicitud de un jefe supremo por abolengo, única garantía- sólida de la tranquilidad de los Estados, expuestos de otra suerte á perecer en los azares de las frecuen -tes algaradas á que puede precipitarlos el desenfreno de todas las ambiciones, todos los apetitos y todas las concupiscencias? La moralidad...
¿Quién reconoce en el comensal del palacio de Oriente y de los palacios episcopales, en el que se deja festejar benévolo y honrado en las expansiones de Algete, y besa sumiso el anillo de los pastores del rebaño de Cristo, en el que invoca la parsimonia más exquisita como procedimiento de política y sanciona la arbitrariedad más absoluta como elemento de Gobierno, al demagogo, al incrédulo, al puritano de la víspera?
Graves son los cargos que le ha dirigido el Sr. González Fiori, adicionando la serie de culpas y cpntradicciones que, como río tortuoso, nace en las escabrosidades de su monarquismo, bordea la ciénaga de sus creencias, se pierde en los recodos de la célebre causa Monasterio y se extiende por los repliegues de las traslaciones, cesantías y ascensos con que corrige, castiga ó premia la mayor ó menor ductilidad de sus subordinados, convirtiendo la augusta toga independiente en servicial auxiliar de sus propósitos; y es lo peor del caso que el Sr. Romero Girón ha querido defenderse y ha empezado por confirmar la acusación. No recuerda nombres... no puede precisar hechos... sin duda ha confundido á un juez con otro... hay uno cuya conducta merece severí-simo correctivo...
¿Qué es esto? ¿Qué significa esto? ¿Puede tolerarse esto? A la imputación concreta, razonada, terminante, se contesta con abstracciones que nada prueban. El Ministro de Gracia y Justicia, el jefe de la magistratura, el que contrae estrecha responsabilidad si mantiene en su destino al juez indigno, al inepto ó al prevaricador, afirma á la faz del país que existe uno de esos funestos ejemplares, ¡y no le ha separado, y no
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le ha sometido á expediente, y no ha dispuesto que se le forme causa criminal!... ¿Puede darse testimonio más expresivo y elocuente en punto á lo que es y significa ese Ministro?
Por lo demás, que el Sr. González Flori influyó para que fuese trasladado un juez, nada importa y, si importara, lo niega bajo su firma el interesado, dando un solemne mentís á su jefe; que el Ministro es amigo particular de otro juez que fué de esta villa y corte; carta canta: el aludido rechaza esa supuesta amistad y declara que sólo dos veces, y de oficio, ha hablado con el Sr. Romero Girón; que... ¡Falso! ¡Falso!—exclaman á coro treinta voces.
Pues bien; el Sr. Romero Girón es Ministro todavía. ¿Se quiere un retrato más perfecto y acabado de la situación en que oficialmente vivimos?
Aquí no se sabe qué admirar más: si la indiferencia de los unos, ó el valor del otro. Terminadas las interpelaciones del diputado por Hoyos, es fama que el Ministro de Gracia y Justicia no encontró, ni aun entre sus compañeros de Gabinete, que, en cierto modo comparten sus pecados, una sonrisa que le alentase, ni una mano que estrechara la suya... Esta sigue firmando la suculenta nómina.
* * *
Hay otro Ministro para el cual han debido ser también harto poco lisongeros los últimos debates: por diferentes causas ciertamente, que no afectan en nada á la gloria del soldado victorioso, pero que condenan al político por sentencia inapelable.
Se ha discutido el presupuesto de la Guerra, y se ha discutido con singular detenimiento. Hombres civiles han tenido la osadía {¡fi done!) de emitir su parecer acerca de la actual organización del ejército en España. Los Sres. Moret y Canalejas, que no sabemos si en sus tiempos adornaron su cabeza con el marcial gorro de tres picos á que destina la belicosa infancia todo periódico que cae entre sus pecadoras manos, pero que de seguro, hombres ya, no pensaron ni por asomo en emular los timbres de Alejandro, de Gonzalo de Cor-
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dova Ó del Capitán del siglo, se consideraron, sin embargo, en el derecho y hasta en el deber de examinar las condiciones del poder militar de España, en los presentes momentos. En ese camino les precedieron ó siguieron otros diputados jefes del ejército, y fuerza es convenir en que de cuanto se ha expuesto acerca de tan interesante asunto, no sale muy bien parada la gestión administrativa del héroe de Sagunto. Resulta que pagamos 20.363 oficiales para un ejército que apenas puede poner en pie de guerra 90.000 hombres, siquiera se suponga que ascienden á 400.000; resulta que la burocracia militar, sobre ser costosa, sólo concurre á dificultar la administración; que la alimentación del soldado es cara y mala; que la retribución del oficial es exigua para él y ruinosa para el país; que la administración militar es viciosa en sumo grado, y que se reformaría y mejoraría dándole un carácter civil; que con lo que hoy cuesta el ejército podría tenerse, en fin, otro mucho más poderoso y mejor organizado.
¿Qué ha hecho, pues, el General Martínez Campos al frente del departamento de la Guerra? ¿No lo ocupa precisamente con el carácter de reformador, de regenerador, de redentor del elemento armado? ¿Qué ha hecho en tales conceptos? Por otra parte, ¿son admisibles los atrevimientos oratorios del actual Ministro de la Guerra? ¿Son compatibles con la dignidad que ejerce sus singulares giros, sus deplorables confesiones, su desconocimiento absoluto de la ciencia del Gobierno y del arte de la palabra?
Ya se ha dicho en letras de molde: en el campo de batalla es un General; en el Congreso parece un quinto. La víspera de ser Ministro era el ídolo del ejército; hoy le atacan los primeros los periódicos militares. El prestigio^y el renombre que alcanzara desempeñando el papel que conbcía, está á punto de gastarlo al meterse en cosas de que no entiende. Por eso á la vez se le ha recordado el ejemplo del General Espartero, primer prestigio militar del siglo en nuestra Patria; ni el vencedor de Bailen, ni el héroe de los Castillejos, llegaron jamás al alto puesto en que la imaginación popular colocara al soldado de Luchana. Dos veces quiso aquel hom-
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bre mezclarse en política; en la primera sus propios amigos se volvieron contra él y lo derribaron; en la segunda perdió á los progresistas que merecían su predilección, y convencido de su falta de condiciones para la política, buscó humilde y voluntario retiro, de donde no le sacaron ni ruegos ni halagos.
«Vuelva el General Martínez Campos, ha escrito con sana intención un periódico ajeno á las miras de partido; vuelva á ser el militar de antes, abandonando el banco azul, que le debe parecer relleno de punzantes espinas. Recuerde y obre en consonancia con las siguientes palabras del Sr. Romero Ortiz: Aun puede el General Martínez Campos prestar un gran servicio á su Patria y á su Rey: retirarse de la política.\)
¡Cuánto ganarían, en efecto, España, los partidos, los intereses militares, la respetabilidad de su brillante ejecutoria de caudillo insigne, si el actual Ministro de la Guerra, en vez de malgastar su alta posición en las contingencias de la lucha constante del Parlamento, se colocase en actitud de mero espectador, esperanza segura de la patria, garantía eficaz de las instituciones, salvaguardia de la libertad que encuentra su mejor apoyo en el mantenimiento del orden!...
Un detalle de la discusión del presupuesto de Guerra que merece consignarse: confundiendo lo esencial con lo accidental, la administración del ejército con el ejército mismo, la víctima con el verdugo, al censurar algunos oradores (y entre ellos, y es lo más sensible, oradores que visten el uniforme militar) lanzaron malévolas especies en punto á la necesidad y justificación de ciertos gastos relativos á atenciones de Guerra. Contra esas manifestaciones, contra esa tendencia, contra esa flagrante injusticia protestó en enérgicos y elocuentes términos el diputado D. Gaspar Salcedo, digno jefe del cuerpo de Artillería de la Armada. Su discurso fué escuchado con señaladas muestras de general asentimiento. Una cosa es, en efecto, criticar lo orgánico de la institución y otra condenar la existencia de la institución misma.
Cuando truena, todo el mundo se encomienda á Santa Bárbara. ¿Aparecen las boinas en las montañas del Norte 6 los gorros frigios en las ciudades del Mediodía? Pues el ejército va á restablecer la paz en la Península. ¿Se rebelan en
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la manigua los hijos ingratos de la madre Patria? Pues el ejército, arrostrando las penalidades de una lucha, cuyos peligros aumenta la insalubridad de un clima tropical, restaura el honor de nuestra bandera, á la vez que restablece la integridad de la Monarquía. ¿Surge en Jerez una complicación con motivo de los trastornadores intentos del socialismo en acción? Pues el ejército conjura instantáneamente el conflicto, ejecutando las labores agrícolas paralizadas.
No hay una huelga de panaderos contra la cual no se eche mano del ejército; en tal caso, los obreros militares tienen que hacer el pan. Hay una epidemia, y van los médicos militares á encargarse de los hospitales civiles. ¿Hay erupción de langosta en alguna provincia de España? Pues van los soldados á matar la langosta. ¿Es necesario que la nación española esté bien representada en ciertos Congresos geodésicos de muchísima importancia? Pues se recurre al ejército y se nombra á un General, á quien eligen los extranjeros presidente por su reconocida competencia.
Es preciso hacer justicia á las clases militares. El brigadier Salcedo mereció bien de sus colegas y bien de la imparcialidad y la razón, volviendo por los hollados fueros de tan respetables intereses. El Sr. Romero Robledo protestó, á su vez, con la discreción que le distingue, de ciertas frases pronunciadas en el curso del debate y alusivas á un régimen político por completo hostil al que nos rige. El Gobierno nada h^bía opuesto á tan deplorable inconveniencia.
El presupuesto de Marina ha dado poco juego. Que no hay barcos ni dinero para adquirirlos, nadie lo ignora, por desgracia.
* * *
¿Qué pasa en el seno del tradicionalismo intransigente? La conducta de algunos elementos políticos de ese bando, opuesta en un todo á los mandatos de Su Santidad León XIII y á los paternales consejos del episcopado español, parecía encaminarse á buscar un conflicto entre las jerarquías eclesiásticas, haciendo que la voz de los prelados fuese menospre-
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ciada; buscábanse adhesiones á una bandera política en los Seminarios, llegando el escándalo á punto tal , que fué necesario que el Obispo de Tuy tomase enérgicas medidas contra los fautores de la indisciplina, haciendo públicos los procedimientos empleados para arrancar la firma á los jóvenes, casi niños, que se consagran á la Iglesia. En la diócesis de Barcelona, como en la de Tuy, la propaganda de los Obispos de levita ha sido tan eficaz, que logró amargar el último período de la vida del virtuoso Sr. Urquinaona, y hace dificilísima la posición del actual vicario capitular; y ahora surge el conflicto en condiciones mucho más graves, según se deduce de un enérgico decreto del Arzobispo de Tarragona, objeto de la atención general.
cEs un hecho desgraciadamente cierto y notorio, y por tanto escandaloso, dice el venerable prelado, la insubordinación de un número considerable de seminaristas de Tarragona. ¿Cómo se explica? Se creyó, y al principio creímos también, que la insubordinación era simplemente un caso de la actual lamentable lucha político-religiosa. Sin embargo, la cosa no pasó así; y sin negar la parte que, sin duda, cabe á la cuestión que nos trabaja y divide, tenemos íntima convicción de que ella hubiese sido dominada á no haber servido de ocasión y pretexto para muy distinto objeto. Embarazaba algo en el Seminario y se quería quitarlo, aunque para ello fuese preciso soliviantar los ánimos de jóvenes inexpertos. Al fin lo han dicho sin rebozo. Se sabe, pues, dónde reside el mal, y estamos resueltos á arrancarlo de raíz, cueste lo que cueste. El Seminario de Tarragona ha de ser verdadero Seminario Tridentino; plantel de virtuosos é instruidos sacerdotes, ni más ni menos; y será esto ó no será. No consentiremos que se convierta en club político ó en centro de innobles y hasta criminales intrigas para imponérsenos, ni que influencias dañinas abusen de la candidez é inexperiencia de alumnos para perturbar el orden y la tranquila regularidad que es necesaria para el cultivo de las letras y para formar á la juventud en piedad y ciencia.»
Al efecto, el Arzobispo de Tarragona ha disuelto el internado del Seminario y el cuerpo de profesores del mismo, im-
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poniendo nuevas condiciones disciplinarias á los alumnos que en lo sucesivo ingresen en aquel establecimiento de enseñanza teológica, club político ó centro de innobles y hasta criminales intrigas, según el propósito de algunos...
Como arguye El Día, Arzobispos del temple de carácter que distingue al de Tarragona deben gustar muy poco á El Siglo Futuro. Mejor que mejor.
* * *
Ha levantado grande polvareda el proyecto del Ministro de Fomento suprimiendo el impuesto del lo por lOO sobre el transporte de viajeros por los ferrocarriles.
Esta supresión origina, realmente, un grave perjuicio á las empresas, á quien se concedió tal emolumento por decreto de 29 de noviembre de 1866, con arreglo al cual se han cf eedo derechos de tal importancia que no pueden alterarse sino por medio de una novación ó de una expropiación, pues de no hacerlo asi se atenta al derecho común, igualmente aplicable que á las demás entidades morales y jurídicas, á las Compañías de caminos de hierro, sin que, por otra parte, resulte clara la conveniencia de provocar esta cuestión en las actuales críticas circunstancias.
Todo lo que podría hacerse, sería quizá someter el asunto á una información. Resolverlo de plano, á raja tabla, puede ocasionar más perjuicios que ventajas.
*
La Audiencia de Jerez ha impuesto la pena capital por asesinato á siete asociados de La mano negra. ¡Negra, en efecto, es la mano que así arrastra al patíbulo á los que de ella hicieron ejecutora de sus planes!
U.
TOMO XLV.—VC! , IV. •¡z
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EPAEADO de nuestras islas Filipinas por el mar de la China, y al Sur de aquel Celeste Imperio, el más vasto y rico del mundo, se halla el TOGN-
KiNG. Limitado al Norte este País por las provincias chinas del Yunan y del Kuang-s¡, al Levante por el golfo, al Oeste por el Laos birmano, y al Sur por el Reino de Siam y la Conchinchina annamita, se halla cruzado de Noroeste á Este por el río Rojo, que forma á unos cien kilómetros de su desembocadura un extenso delta, en el que se hallan enclavadas las importantes y fortificadas ciudades de Hanoi, Nam-Dinh, Hai-Dzuong y Tanh-Hoa.
Aquel territorio, teatro hoy de trascendentales sucesos, es relativamente exiguo; pero, teniendo en cuenta la aglomeración en que viven los habitantes en aquellas regiones del extremo del Oriente; teniendo en cuenta que la raza amarilla ha conseguido verdaderos prodigios en el arte de alimentar el pescado, poblar las corrientes de agua y mejorar las especies, haciendo consistir en la pesca su principal recurso, calculan algunos viajeros que su población no baja de i5 á i8 millones de habitantes.
Mucho producen también los arrozales; pero, á distancia del litoral, la población disminuye, hallándose selvas de más risueño aspecto, entre las que se suponen riquezas minerales
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no explotadas, cuyas costumbres se dicen son sencillas y su carácter afable. Pertenecen, como los chinos, á la secta filosófica de Confucio, habiendo también budhistas, y medio millón de católicos.
Los altos funcionarios del fértil Tong King proceden del Annam, cuya capital es Hué, residencia del Soberano Tu-Duc. Es Hué la ciudad misteriosa, síntesis, según algunos, de todas las mágicas curiosidades de Oriente, inaccesible á los extranjeros y rodeada de una muralla de siete kilómetros de circuito con diez puertas, adornadas de pabellones chinescos y defendida por unos cuatrocientos cañones de antiguo modelo en los parapetos.
Dando crédito á las notas del hijo de Mr. Chaigneau, oficial francés, que se dice sirvió á principios del siglo en el ejército del Emperador Gia-Long, la ciudad de Hué está dividida en dos recintos, hallándose en el interior del primero el barrio aristocrático y varios edificios públicos, entre ellos, seis Ministerios, el palacio del Gobernador, la Biblioteca, la Escuela de los Mandarines, el Tribunal, el Observatorio, arsenales é inmensos cuarteles. El segundo recinto, vedado á todo hombre que no sea del Gobierno, aunque no á las mujeres, contiene el palacio del Gran Consejo, la secretaría del Rey, el palacio de Conferencias de los Mandarines, muchas construcciones afectas á los diferentes servicios del Estado, el Alcázar Real, dorado y adornado con vistosas esculturas, el serrallo, el teatro, las casas de los Príncipes y mandarines al servicio inmediato de Tu-Duc, los jardines, el paseo del Rey, lleno de gigantes bambúes, la Tesorería, el Museo y otras varias construcciones. Las casas, adornadas con más 6 menos lujo, no tienen más que el piso bajo, rodeadas de muros que no dejan ver más que techos de abigarrados colores.
Sea cual fuere la exactitud de descripciones más ó menos fantásticas, es lo cierto que ellas no aumentan ni disminu-y en la verdadera importancia de Hué, del Annam y del Tong-King, ciudades y comarcas en las que ha soñado la República francesa implantar el cacareado sentimiento de fraternidad universal á cañonazos.
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Causa cierta sorpresa ver á los apóstoles de la libertad discurrir acerca de las mejores condiciones de salubridad del Tong-King sobre la Cochinchina; tratar de fortalecer la dominación francesa en el Asia, cuyo núcleo ha de partir de la Península transgangética; calcular la mejor manera de dar vida á explotaciones coloniales y de explotar la buena fe y la laboriosidad ajenas.
No hay más que una dificultad para la realización de estos dorados sueños: la iniciativa francesa dista mucho de ser hoy tan temible como fué ayer. Las circunstancias de nuestros vecinos son muy otras, y es muy problemático que realicen esas halagüeñas esperanzas de hacer suyo el Tong-King, desembocadura de uno de los mayores ríos de la China y admirablemente situado para convertirlo en un gran depósito de las más ricas regiones, quitando á Inglaterra y á Alemania el privilegio exclusivo de traficar con los productos de su industria en el mundo entero.
* « *
¿Qué sucedería si la China se uniese á los annamitas para rechazar á los franceses con su ejército hoy poderoso? ¿Qué sucedería si el Celeste Imperio contase con las simpatías más ó menos francas de Inglaterra y las no equivocas de Alemania? ¿Pueden los franceses emprender una campaña en regla, que exigiría fuerzas imponentes, riesgos inmensos y gastos considerables para invadir, someter y conquistar un país situado al extremo del Oriente, donde tan pocos intereses tiene Francia?
Se asegura que el Marqués de Tseng, eminente diplomático y Embajador de China en París, no ha ocultado los propósitos del Imperio donde nació y que representa con un talento nada común. «Mi país, dice el Marqués chino, no acepta que Francia tenga un protectorado real sobre Annam y no puede negociar sobre estas bases; pero consiente en hacer que todo quede como anteriormente, no oponiéndose en manera alguna á un tratado comercial entre Francia y el Annam.»
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La China reconoce lo que existía en 1874, y protesta contra lo que se ha hecho después y contra lo que se intente sin su consentimiento y concurso. Quiere que el Tong-King, la más rica provincia y la más poblada del Imperio de Annam sea independiente; porque si Francia tomase posesión de aquel país, que es el mejor de las provincias del Sur, todo el territorio situado entre el Tong-King y Saigón, que es el menos fértil, quedaría arruinado. Los franceáes pretenden que el Tong-King es absolutamente necesario para la existencia y seguridad de su establecimiento en Saigón. «Esto, ha dicho el astuto Marqués de Tseng, es lo mismo que si se dijese que para poder vivir en Nueva Orleans es necesario ocupar también á Nueva York.»
Muchos, desde el principio de estas cuestiones, han expuesto la duda de si podrían los chinos oponer una resistencia seria á las armas francesas. Creíble es la afirmativa; pero ,'^^\| lo que habría que examinar ante todo es si puede Francia i * \^, sostener una guerra formal en el Asia. Esto es lo realmente l'i^ imposible, porque el bombardeo y el bloqueo de los puertos xf¿ de China por Francia significa pérdidas inmensas para el comercio que en grande escala con el Este mantienen Inglaterra y los Estados Unidos, y estas dos grandes potencias conocen sobradamente los medios de imposibilitar aventuras y de esterilizar intentonas que les perjudiquen.
Ya se ha dicho que la declaración de hostilidades podría dar á China los medios de destruir la marina mercante francesa; y es muy cierto. La China no ha contraído determinados compromisos con Europa, no ha admitido el nuevo código internacional marítimo creado por la declaración del 16 de abril de i856, y con absoluto derecho puede armar en corso y dar caza á todos los barcos que enarbolen pabellón francés el día en que se declare la guerra. Y no quedaría entonces localizada esta guerra en los mares de China, pues bien podrían expedirse patentes á los americanos, á los individuos de todas las naciones que no se adhirieron expresamente á las declaraciones del Congreso de París; y entonces en el mundo entero se vería perseguido y vejado el comercio francés, sin que les valieran los buques de guerra ni las es-
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cuadras contra steamers rápidos y libres de todo riesgo. Algo significa el violento lenguaje de la prensa de Londres que, olvidando el carácter de Inglaterra, decía hace poco que Francia era un país de filibusteros.
El hecho es que las negociaciones entre Francia y China están por el momento interrumpidas y no parecen por ahora en vías de arreglo. El Gaulois ha publicado la conversación del Embajador en París del Celeste Imperio con un diplomático extranjero, y de esta conversación, á la que se ha dado mucha importancia, resulta que el Marqués de Tseng terminó diciendo á su interlocutor las siguientes palabras: «Si permanezco en París, será prueba de que nos entendemos; si me voy á Londres, será que las dificultades aumentarán.»
Y el Embajador de China ha salido inesperada y precipitadamente para Londres.
No se comprende, sin embargo, cómo pueden pensar los franceses en una ocupación militar definida, en un estado de guerra permanente en el Tonkín, con todos los odios que de ella resultan, cuando lo único que convenía á los intereses de Francia era abrir las puertas de los grandes países del Oriente á su comercio por los medios pacíficos, reñidos con el espíritu de conquista.
Y los grandes problemas que presenta la cuestión del Tong-King surgen en momentos en que no es dudosa la política colonial de Francia, combatida además interiormente por dificultades de todo género.
La división naval puesta á las órdenes del Contraalmirante Fierre, compuesta de los cruceros Flore, Forfait y Bruei y de la cañonera Pique, en las aguas de Madagascar, acaba de bombardear el pueblo de Tamatave en la costa occidental de la isla, pueblo de unos 3.000 habitantes, con casas de madera y techos de hoja, sin más defensa que sus empalizadas de cocoteros. Luego el Contralmirante francés ha extendido sus conquistas á los pobres pueblos de Foulepointe, Moam-bo y Tenerife, que viven vendiendo sus aves, su arroz y sus esteras á los habitantes de las islas Borbón y Mauricio. A estos triunfos ha dedicado largos artículos la prensa republicana.
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Al mismo tiempo que en Tamatave quedaba enarbolada la bandera tricolor, los gobernantes franceses se dirigían á Ver-salles para presidir la inauguración de la famosa sala del juego de pelota, transformada en museo republicano.
La fiesta de los hijos de la revolución francesa fué esta vez legítima y justificada. En aquella sala histórica y el 20 de junio de 1789, quedó consagrada la era novísima. Aquel día, el tercer estado, es decir, el pueblo proclamó su soberanía, reivindicando el poder constituyente y el legislativo. Aquel día quedaron abolidos los estados y se fundó la unidad nacional; los dos principios seculares, el poder absoluto del Rey, y los privilegios de la nobleza y del clero, recibieron una herida mortal, fundándose por primera vez el derecho nacional sobre las ruinas del derecho divino.
«¡En nombre de la libertad, de la soberanía nacional y de la justicia, exclamó Mr. Jules Ferry, juro que he salvado la República! i>
Tales fueron las palabras pronunciadas el 20 del actual en Versalles, palabras que, ni aun bajo la fe de un juramento hoy abolido en los territorios de la República, pueden á lo sumo significar otra cosa que la fórmula de un buen deseo. No están salvados los peligros que nacen de continuo en el escabroso camino de los gobernantes franceses; antes al contrario, parecen complicarse.
Prescindamos de los trabajos por necesidad incesantes que presuponen las reivindicaciones sociales y las monárquicas, y fijémonos en un hecho reciente. El Nuncio de Su Santidad en París había ya formulado reclamaciones y protestas contra la política francesa en sus relaciones con la Iglesia; pero estos sentimientos acaban de tomar forma precisa en una carta dirigida por el Papa al Presidente de la República, carta que no ha podido menos de causar vivísima impresión en los descreídos centros oficiales y en la opinión pública.
La carta del Pontífice es una exposición completa de los hecho realizados por el Gobierno francés contra el Concordato, desde los decretos que disolvieron las congregaciones religiosas hasta las medidas últimamente tomadas contra el clero. Es también una protesta contra las leyes hostiles á la
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religión que se preparan, el servicio obligatorio de los seminaristas, la reforma del mismo Concordato, la de segunda enseñanza y otras. Sabido es que el Presidente del Consejo y el Ministro de Justicia se apresuraron á llevar á la comisión del presupuesto declaraciones benévolas en lo concerniente á las relaciones del Estado con la Iglesia, esperando calmar así las inquietudes de la Santa Sede; pero desgraciadamente resultó lo dicho letra muerta, y las comisiones del presupuesto y del Concordato han persistido en su hostilidad sistemática. No es, pues, extraño que León XIII , profundamente afectado, se manifieste resuelto á no retroceder ante una ruptura diplomática.
Al dirigirse el Papa á Mr. Grevy, que se halla parapetado en sus funciones constitucionales, y no al Ministro de Negocios extranjeros, parece que ha querido revestir su manifestación de un carácter aún más grave que el simplemente diplomático.
La situación actual de Francia, con muchos curatos desposeídos de sus rentas y con la interrupción consiguiente del culto público en muchas localidades, es por demás análoga á la que levantó las protestas del Papado en lyg i , cuando las discusiones relativas á la constitución civil del clero. Entonces como hoy, el Papa Pío VI aguardó hasta última hora, confiando siempre en que al fin imperarían los buenos principios y que la persecución organizada contra las conciencias, en nombre de la libertad, terminaría. Luis XVI le suplicaba que guardase silencio, al mismo tiempo que por debilidad sancionaba las leyes vejatorias; pero Pío VI no necesitó, como no necesita tampoco León XIII , consejos ni ejemplos. La constitución civil de 1791 fué condenada, y gracias á este acto vigoroso del Papa, subsiste aún en Francia la religión católica.
El Vaticano es el Gabinete que tiene una tradición más constante y conoce más á fondo su historia.
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Todos los Príncipes extranjeros y Embajadores extraordinarios reunidos en Moscou se han despedido, llevando el convencimiento, después del espectáculo dado por Rusia entera en la coronación de su Czar, que el pueblo ruso es el más monárquico de la tierra.
Apagados ya los últimos ecos de las fiestas, vuelve la atención de los políticos á las cuestiones de Oriente y á los planes de los dos formidables colosos que tienen su cabeza en Berlín y en Petersburgo.
En Londres, Lord Gladstone ha conseguido que el Impe-. rio otomano sufriese rudos golpes en Asia, en Europa y en África, sin considerar que muy bien puede ahora Alemania suplantar á Inglaterra en Constantinopla, y muy bien puede Rusia apoderarse de la Armenia y abrirse camino por Persia hacia la frontera de las Indias. No sabemos hasta qué punto habrá sido el amor propio buen consejero de Gladstone, empeñado en seguir una política en un todo opuesta á la de los conservadores.
Rumores siniestros circulan con más insistencia que nunca acerca de la Europa oriental. Hay quien ve ya la crisis; quien ve cien mil rusos amontonados en la frontera armenia, la Servia armada, la Búlgara también y la Rumelia oriental; los montenegrinos y los albaneses en lucha; la Grecia preparándose, é Italia, Austria, Alemania y Rusia aguardando la señal del combate. Sólo falta, para completar el cuadro, ver la pob.ctoión de Egipto sublevada contra el yugo británico; ver los rusos, señores de la Armenia, llegar al pie del Himalaya; el valle de Cachemir rebelado; las Indias en lucha abierta contra el Virrey inglés, y el apoyo del Czar invocado desde Bokhara á Ceylán. No faltan ciertamente pretextos á los indios y á los egipcios para rebeliones, cuya posibilidad no puede negarse.
Y es lo cierto que Rusia y Alemania se encuentran en una situación en la que no sería de extrañar hiciesen el mejor día cosas terribles en Oriente la una y cambiando la paz de la Europa la otra.
Son de admirar, al cruzar la Lituania, las poderosas obras militares que ha construido Rusia para proteger la frontera
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de sus provincias bálticas. No es al Austria á quien teme por aquel lado.
Alemania es la que alarga extraordinariamente sus dos brazos, uno hasta las riberas del Báltico, en dirección de San Petersburgo, y otro al Sudeste, casi hasta Cracovia, encerrando en amoroso abrazo á la Polonia rusa. Necesita Alemania hacer del Báltico un mar suyo, donde pueda preparar y tener sus escuadras. Con razón se le atribuye el proyecto de apoderarse de Holanda y de la corriente del Mosa con Amberes; pero para ello necesita ante todo ser dueña del Báltico, base de sus operaciones futuras.
No tardaría entonces Alemania en ser dueña de toda la Polonia rusa, que atraería anulando el Kulturkampf, dando plena libertad de conciencia y favoreciendo sus aspiraciones á formar una potencia católica; y, ensanchada por aquel lado, Berlín haría sentir su peso sobre el Austria, por la parte de Hungría. Entonces quedaría coronada la obra del Canciller de Hierro: Bismarck habría hecho á Alemania invencible.
Pero, ¿puede fácilmente Rusia ser arrojada de Europa, por más que se le ofrezca en cambio el Imperio absoluto del Asia?
Tal es el problema de un porvenir no lejano, problema cuyos datos arrancan de la terrible teoría formulada por el mismo Bismarck: «Una potencia que deja de adquirir, dijo, empieza siempre á perder.»
Pero hay algo superior á todas esas combinaciones de la diplomacia, á esos arranques de la fuerza, en la misteriosa marcha de los imperios. Hay los accidentes y trastornos producidos por ese quid divinum que ningún político ni siquiera fisiólogo nos explica: la vida. De la vida de un anciano acaso, dependen á veces transformaciones providenciales é ines -peradas que confunden el cálculo de los hombres.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO ( 1 )
Ramón de Campoainor [de la Academia Española).—Los pequeñvs poemas.— Quinta edición. La más completa de las publicadas hasta hoy — Madrid, Imp. de Victoriano Suá-ret, i883.—Precio: Madrid, ¿pesetas; Provincias, ¿,So.
¿Quién que en España ó fuera de España cultive la literatura y la poesía no conoce á Campoamor? ¿Quién no ha leído algunas de sus originales composiciones, y sobre todo, alguno de sus pequeños poemas? Y ¿quién leyendo alguno no lee los demás? Podrá discutirse con más ó menos erudición y acierto sobre el género creado por el gran poeta, con el nombre de Dolerás; pero discutido y todo, el resultado ha de ser siempre el mismo. La composición se impone con avasallador interés. No conocemos poeta antiguo ni moderno que haya sabido como Campoamor popularizar por medio de la forma, y valiéndose de los más sencillos proce
dimientos, los asuntos más graves y trascendentales. Esa difícil facilidad poética, esa manera nueva y por demás ingeniosa de hacer suave y delicado, al par que sencillo y grato, lo más filosófico y enmarañado; ese arte en fin de enseñar deleitando, vistiendo la más amarga crítica con el bello ropaje de la poesía que brota siempre natural y espontánea, esmaltada de profundos pensamientos, es don peculiar y exclusivo de Campoamor. Por eso su nombre ha traspasado las fronteras y por eso Campoamor es una gloria legítima de nuestra patria, á la que todos debemos respeto y admiración.
Esta nueva edición que examinamos se halla dividida en dos partes. Comprende la primera en 383 páginas los catorce poemas siguientes; El tren expreso. La novia y el nido, Los grandes problemas, Dulces cadenas. Historia de muchas cartas, El quinto no matar. La calumnia, Don
(1) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crítico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
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jfuan, Las tres rosas. Dichas sin
nombre. El trompe y la muñeca. La
gloria de los Atistrias y Los amores
en la luna. En la segunda parte se
dan á conocer en 249 páginas estos
ocho poemas: La música, La lira
rota, L^os caminos de la dicha. Por
donde viene la muerte. El amor y el
rio Piedra, Los buenos y los sabios.
Los amoríos de Juana y La utilidad
de las flores. Además, así la primera
como la segunda parte, constan de
urí índice crítico con el extracto de
las advertencias de las primeras edi
ciones.
Que la quinta que acaba de pu
blicarse correrá en brevísimo plazo
la misma suerte de las que le han
precedido, no hay que decirlo, y mu
cho más si se tiene en cuenta lo eco
nómico del precio y los nuevos poe
mas que el abultado volumen con
tiene.
U n i v e r s i d a d C e n t r a l . — M e m o
ria.—Anuario que se publica con
arreglo á la instrucción ^ 7 de las
aprobadas por real orden de i^ de
agosto de iSyy.—Madrid.— Esta
blecimiento tipográfico de Estra
da, i833.
Este útilísimo y curioso trabajo
comprende, en la Memoria, la Esta
dística de la enseñanza durante el cur
so de 1880 á 1881 y en el Anuario, la
reseña histórica de la Universidad, el
consejo universitario del distrito y re
lación de los profesores de las dis
tintas facultades, del notariado, de
las escuelas superiores y especiales de
los institutos, de las escuelas no rma
les de maestros y maestras, y de los
doctores que forman parte del claus
tro extraordinario. Por úl t imo, bajo
el t i tulo de Variedades, consigna los
catedráticos que han pronunciado el
discurso inaugural desde 1845. los
rectores de la Universidad desde igual
fecha y la secretaría general con t o
das sus dependencias. Agradecemos
al rector de la Universidad Central ,
Sr. Pisa Pajares, la atención con que
nos ha favorecido, remitiéndonos un
ejemplar de tan interesante trabajo.
C o n g r e s o n a c i o n a l p e d a g ó g i
co.—Actas de las sesiones celebradas,
discursos pronunciados y Memorias
leídas y presentadas á la mesa. No
tas, conclusiones y demás documentos
referentes á esta Asamblea, seguido
de una revista crítica de la Exposi
ción pedagógica de iSSa, publicado
por la Sociedad E l Fomento de las
Artes, iniciadora del Congreso.—Ma
drid.—Imprenta y librería de Her
nando, 1883.—Precio, 10 pesetas.
El título de esta obra, sin necesi
dad de explicaciones, manifiesta c la
ramente su objeto y su importancia.
Hasta la publicación de este l ibro,
esmeradamedte impreso á dos colum
nas, en cuarto mayor y con 4 6 0 pá
ginas de lectura, solamente trabajos
incompletos, si bien algunos muy es
timables, se habían dado á luz respec
to del Congreso pedagógico, que en
la accidentada vida de la instrucción
pública en España, constituirá un pe
ríodo notable, digno de estudio y gran
meditación.
L a obra, pues, á que por vía de anun
cio consagramos estas líneas, como
dice perfectamente la junta directiva
del Fomento al distinguido impresor
Sr. Hernando, será recordada en lo
venidero como una manifestación de
progreso y cultura realizada por la
España contemporánea, y será con .
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 5o9
siderada como la expresión fiel y sin
cera de las necesidades docentes en
los presentes t iempos.
Se trata, por lo t an to , de un libro
de verdadero mérito y de verdadera
utilidad, a l cual tendrán que acudir
forzosamente cuantos deseen conocer
el estado de la instrucción pública en
sus fuentes más principales y los r e
medios que se proponen por los que
creen haber penetrado mejor en sus
más apremiantes necesidadas.
L a obra termina con una adverten
cia que no debe, con efecto, pasar
inadvertida. Se hace en ella constar
el celo desplegado por los señores
D Pedro de Alcántara Garcia y don
Ildefonso Fernández Sánchez en la
tarea, por todo extremo penosa, que
tomaron á su cargo de revisar y c o
rregir todos los materiales que cons
t i tuyen el libro, y nosotros consigna
mos con satisfacción circunstancia que
tanto honra á dichos ilustrados p r o
fesores.
Respecto al no menos distinguido
Sr. D . Pedro Ferrer y Rivero, se ma
nifiesta el gran servicio que prestara
al escribir la Revista critica de la Ex
posición-pedagógica de / í f í ^ , trabajo
que merece los plácemes que en jus
ticia se le tributan. Por úl t imo, en
dicha advertencia se hace notar, asi
mismo y en primer término por cier
t o , que á pesar de los mayores sacri
ficios realizados por ello, no ha sido
posible obtener el original del discur
so pronunciado por el Sr. Castelar,
-quien teniéndolo en su poder desde el
mes de jul io úl t imo, para su revisión,
se ha negado constantemente á entre
garlo y á que se publique tal como
fué pronunciado. Es de jentir que el
libro carezca de esa brillante página,
y en verdad no acertamos á compren
der cómo el Sr. Castelar ha condena
do á prisión perpetua un trabajo que
numeroso público había oído y aplau
dido y al que parecía tener derecho la
Sociedad, quien debía recogerlo como
los demás materiales del Congreso en
sus respectivas actas.
No terminaremos esta corta reseña
sin dar las más expresivas gracias al
Sr. D . Modesto Fernández y Gonzá
lez, presidente del Fomento de las
Artes, y uno de los más valiosos
campeones del progreso de la ense
ñanza, por su bondad y atención al
remitirnos un ejemplar del libro que
ligeramente hemos examinado.
*
E l p r e s i d e n t e d e l a J u n t a d i
rectiva de la Asociación mutua del
ejército y de la Armada, señor briga
dier Vallejo, ha tenido la amabilidad
de remitirnos un cuadro en que cons
tan las cantidades entregadas por dicha
Asociación y los conceptos en que
han sido dadas, resultando con la evi
dencia de los números, al par que las
desgracias é infortunios remediados,
los grandes beneficios que tan pa t r ió
tica y caritativa Asociación viene
prestando.
Desde noviembre de 1874 hasta
mayo de 1882, que es el período que
abraza el cuadro que tenemos á la
vista, se han entregado 99 .055 pese
tas 75 céntimos, distribuidas de este
modo; porauxi l ios transitorios 11.288.
por auxilios fijos 87 .000 , y por cuo
tas devueltas 767 y 75 céntimos.
Ta l es la importante suma con que
la Asociación mutua ha socorrido
en el período indicado á sus herma
nos de armas y á las familias de éstos
que han necesitado de sus auxi l ios ,
encareciendo por tan elocuente medio
la importancia de su insti tuto.
5 i o REVISTA CONTEMPORÁNEA
:S/
J u a n R a m ó n y Vidal.—Preservativo del carbunco en los ganados^ ó sea compendio descriptivo y detallado de los adelantos observados en la comisión al extranjero desempeñada por el autor.—Imprenta de Nicolás González. — Madrid.— Precio, 3,¿o pesetas.
El día 8 de julio de 1882 se publicó una real orden, siendo Ministro de Fomento el Sr. Albareda, comisionando á D. Juan Ramón y Vidal, ingeniero agrónomo, jefe de cultivos del Instituto Agrícola de Alfonso XII, para que pasara á Francia con el objeto de estudiar los procedimientos que en esta nación se emplean para prevenir y combatir las enfermedades que atacan al ganado, y especialmente las de naturaleza contagiosa, debiendo presentar, terminada su comisión, una Memoria comprensiva de sus resultados y observaciones sobre el particular.
Hé aquí las causas que dieron origen al presente estudio, cuyas dificultades son tales, que el autor, á pesar de su reconocida competencia, dice al comienzo de la obra:
«Honrado con la comisión á que alude la real orden que á continuación se inserta, comprendí desde luego lo delicado del encargo y lo espinoso de su cometido, del cual hubiese rogado se me relevase, si se hubiera tratado de enfermedades en general, por saber harto bien que no tenía competencia para ello; mas tratándose especialmente de las contagiosas en todo cuanto se refiere y relaciona con los conocimientos modernos, debidos casi en su totalidad al talento del por tantos y tantos conceptos célebre
Mr, Pasteur, quien no porque su pro fesión fuera la medicina ó la veterinaria ha dejado de prestar servicios inmensos á la patología y á la terapéutica, no tuve el menor inconveniente en aceptar distinción tan honrosa é inmerecida, mucho más cuando dem; sólo se exigía que diera cuenta de los adelantos realizados en Francia, que es lo que constituye á la vez el fin y objeto del presente compendio.»
Esta obra, dividida en siete capítulos, estudia la materia que se propone dar á conocer en la siguiente forma:
Capitulo 1." Ligeras nociones sobre los seres infinitamente pequefios.
6ap. 2 ° El cólera de las gallinas. Cap. 3." El carbunco. Cap. 4 ° Profilaxis del mismo. Cap. 5 o Modo de practicar la va
cunación carbuncosa. Cap. 6.° Septicemia. Métodoliste-
riano. Cap. 7." Causa de la no ejecu
ción de la real orden referente á vacunación carbuncosa.
Y una vez señaladas á grandes rasgos las divisiones principales de este compendio y conocidos su objeto, su fin y las causas que le dieron origen, sólo nos resta felicitar al señor Ramón y Vidal por los felices resultados por él obtenidos para el estudio y conocimiento de esta importante materia.
El trabajo que á la vista tenemos demuestra cumplidamente que el éxito ha venido á coronar sus esfuerzos, lo cual sucede siempre que se trata de personas tan ilustradas y laboriosas como el Sr. Ramón y Vidal.
H.
M A D R I D . 1883.—imprenta de Manuel G. HernánfJez, Libertad, i 6 d u p . «
ÍNDICE DEL TOMO XLV
15 DE MAYO DE 1883 . Págs.
La moderna sociología, por D. Cristóbal Botella 6
La justicia en el impuesto (conferencias pronunciadas en el Ateneo
Científico, Literario y Artístico de Madrid), por D. Raimundo F .
Villaverde 28
La Grecia clásica y el Cristianismo (conclusión), por D. Saturnino
Jiménez 4O
Hogaño y Antaño, por D. M. Gutiérrez • 60
La juventud dorada (continuación), por D. Adolfo Mentaberry 67
Lavretzky (novela, continuación), por Ivan Tourguenef. 77
Crónica política, por R , 102
Revista extranjera, por S 111
Boletín bibliográfico, por X 121
30 DE MAYO DE 1883.
Origen de los foros en Galicia, por D. José Villa-amil y Castro 129
España en Massachusséts, por D. C. Soler y Arques 164
Moallakas (continuación), por D. Vicente Tinajero 176
Curso de historia (quinta conferencia), por D. Laureano Figuerola... 196
A los ilustres representantes en Madrid del ejército portugués (poesía),'
por D. Fernando de Gabriel y Ruiz de Apodaca 212
Lavretzky (novela, continuación), por Ivan Tourguenef 2 l5
Crónica política, por U 228
Revista extranjera, por S 233
Boletín bibliográfico, por H 242
Congreso de americanistas . . 263
Certamen frenopático 255
15 DE JUNIO DE 1883. Pág3.
Estudios gramaticales, por D. Francisco Fernández Iparraguirre, cate
drático de francés del Instituto de Guadalajara 257
España en Massachussets (continuación), por D. C. Soler y Arques.. 28l
Curso de historia (sexta conferencia), por D. Manuel Pedregal 3o5
Moallakas (continuación), por D. Vicente Tinajero Martínez 333
Bocetos yankees, por Tulsaniar 344
Lavretzky (novela, continuación), por Ivan Tourguenef 360
Crónica política, por U 358
Revista extranjera, por S 365
Boletín bibliográfico í 376
30 DE J U N I O DE 1 8 8 3 .
La civilización egipcia y griega en América, por D. Bernardino Martín
Mínguez 385
Moallakas (conclusión), por D. Vicente Tinajero Martínez 408
Curso de ciencias naturales (conferencia pronunciada en el Ateneo
Científico, Literario y Artístico de Madrid), por D. Aureliano Maes
tre-de San Juan 417
La madre de familia, por D. José Moreno Fernández 444
Bocetos yankees, por Tulsamar 458
Lavretzky (novela, continuación), por Ivan Tourguenef 465
Crónica política, por U 488
Revista extranjera, por S 498
Boletín bibliográfico 5o7