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Thomas Robert Malthus Ensayo sabre el principio de Ia poblaci6n Thomas Robert Malthus Ensoya sabre el principia de Ia pablociotl \: o Fondo de Culturo Economico / Serie de Econom( , .....

Thomas Robert Malthus Ensayo sabre el principio de Ia poblaci6n

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Thomas Robert MalthusEnsayo sabre el principio

de Ia poblaci6n

Thomas Robert MalthusEnsoya sabre el principia

de Ia pablociotl\:

o Fondo de Culturo Economico / Serie de Econom(

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PREFACIO DEL AUTOR A LA SEGUNDA EDICION

EL Ensayo sobre el principio de la población, que publiqué en 1798, me lo sugirió, según indiqué en el prefacio, un artículo de Mr. God~ win aparecido en el Inquirer. Lo escribí bajo el impulso del mamen~ to, y con los escasos materiales de que se puede disponer en una residencia campestre. Fueron Hume, Wallace, Adam Smith y el Dr. Price los únicos autores de cuyos escritos deduje el principio fun~ damental del Ensayo, y mi propósito era aplicarlo en el examen de las especulaciones sobre la perfectibilidad del hombre y de la so~ ciedad, que, en aquella .época, atraían la atención del público.

Durante la investigación tuve, como es natural, que ocuparme de examinar los efectos de este principio sobre el estado existente de la sociedad. Vi que había que atribuirle una parte de la pobreza y penalidades que se observan en todos los países entre las clases infe~ riores del pueblo, así corno el fracaso de los esfuerzos que realizan la.s clases altas para buscarles alivio. Cuanto más examinaba el asun~ to desde este punto de vista, mayor importancia parecía adquirir, y esta consideración, unida al grado de atención pública que excitó el Ensayo, me decidieron a emprender el examen histórico de los efec~ tos de aquel principio de la pobladón en el pasado y en el estado actual de la sociedad, con el fin de que, ilustrando el asunto de ma~ nera más general y sacando de él aquellas deducciones que la expe~ rienda pareciera justificar como aplicables a las circunstancias actua~ les, pudiera darle un interés más práctico y permanente.

Durante esta investigación hallé que se había hecho mucho más de lo que yo había creído cuando publiqué mi Ensayo. Y a en épocas tan remotas como las de Platón y Aristóteles se habían advertido con claridad la pobreza y las miserias que se derivan de un aumento de~ masiado rápido de la población, y aun se habían propuesto los reme~ dios más radicales. En los últimos años, algunos economistas fran~ ceses, ocasionalmente Montesquieu y, entre nuestros escritores, el Dr. Franklin, sir James Stewart, Mr. Arthur Youngy Mr. Townsend, se han ocupado de este problema en forma tal que resulta extraño que no hubiera excitado mayormente la atención del público.

Mucho quedaba, sin embargo, por hacer. Independientemente de la comparación entre el aumento de la población y el de los ali~ mentas, la cual quiú no se había expuesto con suficiente vigor y pre~ cisión, algunos de los aspectos más singulares e interesantes del asun~

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4 PREFACIO

to se habían omitido o se habían tratado superficialmente. Si bien se había expuesto con claridad que la población debe mantenerse siempre al nivel de los medios de subsistencia, se bahía investigado poco acerca de las diversas maneras como ese nivel se manifiesta, y el principio nunca se había seguido hasta sus consecuencias ni se ha­bían sacado del mismo las deducciones de carácter práctico que parece sugerir el examen riguroso de sus efectos sobre la sociedad.

Esos son, pues, los puntos que he tratado más detalladamente en el siguiente Ensayo. En su forma actual puede considerarse como una nueva obra, y quizá hubiera debido publicarla como tal, omiJ tiendo lo poco que he conservado de la anterior; pero deseaba que formara un conjunto y que no fuera -preciso hacer continuas refe­rencias. Creo, pues, que no será necesario que me excuse ante quie­nes adquirieron la primera obra.

Temo mucho que aquellos que conocían ya el asunto de ante­mano, o que lo comprendieron perfectamente al leer la primera ediJ ción, encuentren que he tratado algunas partes de esta obra con demasiados detalles, y que haya incurrido en repeticiones innecesa­rias. Esas faltas provienen de mi escasa habilidad y, en parte, son también intencionales. Vi que era muy difícil evitar algunas repeti­ciones al tratar de sacar deducciones análogas del estado de la so­ciedad en distintos países, y en aquellas partes de la investigación que conducen a conclusiones que se apartan de nuestro modo habiJ tual de pensar, me pareció que, para hacerlas más convincentes, era necesario presentarlas al lector en diferentes ocasiones y en distintos momentos. He preferido sacrificar toda pretensión en lo· que res~ pecta al mérito de la composición, con tal de persuadir a un mayor número de lectores.

Es por tal manera incontrovertible el principio fundamental ex­puesto que, limitándome a indicar opiniones de carácter general, hubiera podido colocarme en una posición inexpugnable; en esta for~ ma, es probable que mi trabajo hubiera tenido un aspecto . más doctoral; pero expuestas de tal modo las opiniones, si. bien pueden adelantar la causa de la verdad abstracta, rara vez tienden a produ~ cir un beneficio práctico, y creí que no haría justicia a esta materia ni la pondría cabalmente a discusión si no examinába todas las con­secuencias que parecían derivarse, cualesquiera que ellas fueran. Creo que siguiendo este "plan he abierto la puerta a numerosas obje­ciones y, quizá, a críticas muy severas, pero me consuelo pensando que incluso los errores en que haya incurrido pueden servir, al brin~ dar motivos de discusión y examen, para que se generalice el conoci­miento de un asunto que tan estrecha relación tiene con el bienestar de la sociedad.

5 PREFACIO

En el desarrollo de esta obra me he apartado del principio que regía en la anterior, hasta el punto de suponer la actuación de otro freno a la población que no puede considerarse ni como vicio ni como miseria; en la última parte he tratado de suavizar algunas de las conclusiones más ásperas y desagradables del primer Ensayo. Espero que al hacer esto no haya transgredido los principios del razonamienJ to puro; tampoco he expresado, respecto del probable perfecciona­miento de la sociedad, ninguna opinión que no esté apoyada por la experiencia del pasado. Las conclusiones del anterior Ensayo conJ servarán toda su fuerza para aquellos que creen todavía que cualquier freno que se pusiera a la procreación. sería peor que los males que pudiera aliviar, mas si adoptamos este punto d~ vista nos veremos obligados a reconocer que la pobreza y las penalidades que soportan las clases inferiores de la sociedad son irremediables.

He procurado· evitar, en la medida de lo posible, errores en la presentación de los hechos y en los cálculos que aparecen en el curso de la obra. Si alguno de ellos resultare falso, el lector verá que no por ello se afecta en forma apreciable el alcance general del raza~ namiento.

Dado el cúmulo de materiales que encontré, no me atrevo a enorgullecerme de que haya elegidQ los mejores para ilustrar la priJ mera parte del asunto, o de que haya sabido arreglarlos del modo más claro; espero que para aquellos que se interesan por las cuestio­nes morales y políticas, la novedad y la importancia del tema com­pensarán las imperfeciones de su ejecu~ión.

Londres, 8 de junio de 1803.

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Libro Primero SOBRE LAS LIMITACIONES DEL DESARROLLO DE

LA POBLACióN EN LAS PARTES MENOS CIVILIZADAS DEL MUNDO Y EN

EN LA ANTIGüEDAD

éAPÍTULO I

Exposición del asunto. Proporción entre el aumento de la población y los alimentos

EN UNA INVESTIGACIÓN concerniente al mejoramiento de la. sociedad, d tratamiento que el mismo tema sugiere es:

l. Investigar las causas que han impedido hasta ahora la evo­lución de la humanidad hacia la felicidad; y,

2. Examinar las probabilidades de supresión total o parcial .de esas causas en el porvenir.

Tratar el asunto a fondo y enumerar todas las causas que han influido hasta ahora sobre el mejoramiento de la humanidad estaría más allá del alcance de un solo individuo. El principal objeto del presente Ensayo es examinar los efectos de una gran causa, íntima~ mente unida a la naturaleza misma del hombre, la cual, sí bien ·ha estado actuando constantemente desde el origen de la sociedad, ha re~ cibido poca atención por parte de quienes se han ocupado de estos temas. Cierto que se han expuesto y reconocido repetidas veces los hechos que establecen la existencia de esta causa; pero se han pasado por alto sus efectos naturales y necesarios, aun cuando es probable que entre eso:::: efectos pueda reconocerse una parte considerable de aquellos vicios y miserias, y de la desigual distribución de las roer~ cedes de la naturaleza, que siempre trataron de corregir los filán~ tropos más instruidos.

La causa a que aludo es la tendencia constante de toda vida a aumentar, reproduciéndose, más allá de lo que permiten los recur~ sos disponibles para su subsistencia. .

El Dr. Franklin ha observado que la fecundidad natural de las plantas y de los animales no tiene más límite que el que fija su pro­pio nacimiento y la mutua restricción de los medios de subsistencia. Según el Dr. Franklin, si la superficie de la tierra estuviera des~ provista de toda clase de plantas sería fácil hacer que se extendiera por toda ella una sola, por ejemplo, el hinojo, y que si estuviera des~ . 7

8 LIMITA ClONES DE LA POBLACIÓN

poblada excepw d territorio ocupado por una sola nación, digamos Inglaterra, sería fácil para los habitantes de ésta llegar a poblar toda la tierra en pocas generaciones.

Es esta una verdad incontrovertible. Tanto en el reino animal como en el vegetal la naturaleza ha esparcido con profusión las se~ millas de la vida; pero ha sido avara al conceder espacio y alimentos. Si los gérmenes de vida que existen en la tierra pudieran desarro~ liarse en libertad, llenarían en el transcurso de unos cuantos miles de años millones de mundos como el nuestro. Sólo la necesidad, esa ley inflexible y universal, es la que los mantiene dentro de los lími~ tes prescritos. Tanto las plantas como los animales retroceden ante esta importante ley restrictiva, y el hombre no puede, cualesquiera que sean sus esfuerzos, escapar a ella.

En lo que se refiere a las plantas y a los animales irracionales, el modo de ver el asunto es bien sencillo. Un poderoso instinto em~ puja a todos ellos a reproducir su especie, y este instinto no se detiene ante ninguna clase de dudas sobre la posibilidad de criar a su des~ cendencia. Por tanto, siempre que existe la libertad necesaria para ello se ejerce la facultad de procrear, y los efectos se presentan des~ pués bajo la forma de falta de espacio y de alimentos. r

En lo que respecta al hombre, los efectos de este obstáculo son más complicados. Un instinto igualmente poderoso le impulsa a pro~ crearse y reproducir su especie; pero la razón pone obstáculos a ese instinto obligándole a preguntarse si no traerá al mundo seres a quie~ nes no podrá criar. Si atiende a esta sugestión natural de su razón, la restricción da lugar a menudo al vicio. Si no la escucha, la raza humana estará tratando constantemente de aumentar más allá de lo que permiten los medios de subsistencia; pero, como debido a aquella ley natural por la cual el alimento es necesario para la vida huma~ na la población no puede nunca aumen~ar efectivamente más allá de {o que permita la alimentación indispensable para sostenerla, la dificultad para adquirir los alimentos tiene que estar actuando continuamente como un fuerte freno contra el aumento de la p~ blación. Esta dificultad debe localizarse en alguna parte, y dejarse sen~ tir necesariamente en una u otra formas de miseria, o de temor a ella, en una gran parte de la humanidad.

El e~ainen de los diferentes estados de sociedad en que el hom~ bre ha existido mostrará, con suficiente claridad, que la población tiende constantemente a aumentar más allá de los límites que le se~ ñalan los medios de subsistencia; pero, antes de que procedamos a este examen, quizás se verá con mayor claridad el asunto si tratamos de averiguar cuál sería el incremento natural de la población si se la dejara desenvolverse en perfecta libertad y cuál podría esperarse

POBLACIÓN Y ALIMENTOS 9 que fuera la proporción en que aumentaran los productos de la tie~ rra en las circunstancias más favorables para la actividad humana.

Se reconocerá que no ha existido hasta ahora ningún país en el que las costumbres hayan sido tan puras y simples, y los medios de subsistencia tan abundantes, que no haya habido en él nada que impida los matrimonios tempranos por la dificultad de sostener una familia, y en el que las costumbres viciosas, la vida urbana, las ocu~ paciones insálubres, o el trabajo excesivo, no hayan puesto obstáculos a la reproducción de la especie humana. Puede afirmarse, pues, que no se ha conocido aún ningún país en el cual se haya dejado a la po~ blación ejercer toda su fuerza de reproducción en perfecta libertad.

Exista o no la institución del matrimonio, los dictados de la na~ turaleza y la virtud parecen coincidir en la temprana inclinación hacia una sola mujer, y allí donde no existieran impedimentos de nin~ guna clase para estas uniones, y no hubiera tampoco causas poste~ rieres de despoblación, el a~mento de la especie humana sería mucho mayor que ninguno de los que hasta ahora se han conocido.

La experiencia ha mostrado que en los Estados Unidos de Nor~ teamérica, en los que los medios de subsistencia han sido más abun~ dantes, las costumbres más puras, y los obstáculos para el matrimonio en edad temprana menores que en _ninguno de los estados europeos modernos, la población se ha duplicado en períodos de menos de 25 años, por espacio_ de 150 años sucesivos.1 No obstante, durante esos períodos, en algunas ciudades, las defunciones excedían a los nacimientos, circunstancia que prueba que en aquellas partes que suplían la deficiencia de las otras, el aumento de la población tiene que haber sido mucho más rápido que el promedio nacional.

En las colonias interiores, en las que la única ocupación es la agricultura, y los vicios y los trabajos malsanos son casi desconoci­dos, la población se ha duplicado en 15 años; pero es probable. que este crecimiento extraordinario sea aún muy inferior a la capacidad máxima de aumento de la población. Para roturar y poner en culti~ vo tierras nuevas es preciso un trabajo muy rudo; las condiciones en que éste se realiza no suelen ser muy salubres, y es probable que sus habitantes se hallen expuestos a las incursiones de los indios, los cua~ les pueden destruir algunas vidas, o por lo menos hacer que dismi~ nuvan los frutos de la actividad. ·

· Según una tabla de Euler, calculada sobre la base de una mor~ talidad de 1 por 36, si la proporción entre los nacimientos y las defunciones es de 3 a 1, será necesario un período de 12 años y 4/5

¡· Según cálculos recientes, parece que desde que se 'establecieron las primeras colo­nias en América del Norte hasta el año 1800, los períodos para la duplicación de la pobla­ción han sido muy poco superiores a las 20 años. Véase nota sobre el aumento de la población americana en el lib. n, cap. Xl.

10 LIMITA ClONES DE LA POBLACIÓN

para doblar la población. 2 Y esta duplicación no sólo es posible, sino que, en realidad, ha ocurrido durante cortos períodos en más de un país. Sir William Petry llega a suponer la posible duplicación en un período de diez años.

Para estar seguros de que nos mantenemos dentro de los límites de lo posible tomemos el más bajo de los valores para la rapidez del aumento, valor con el que están de acuerdo todos los datos de la ex~ periencia y que se sabe positivamente que proviene tan solo de la procreación. ·

Puede afirmarse que la población, cuando no se le ponen obs~ táculos, se duplica cada 25 años, esto es, que aumenta en progresión geométrica.

No será tan fácil, en cambio, determinar la rapidez con que puede esperarse que aumenten los productos de la tierra. Podemos estar seguros de que su aumento, en un territorio limitado, tiene que ser de naturaleza totalmente distinta al de la población. La fuerza reproductiva del hombre puede hacer que se duplique caJa 25 años lo mismo una población de mil habitantes que otra de mil millones; pero los alimentos necesarios para sostener este último número no podrán obtenerse con igual facilidad. El hombre se halla por nece~ sidad confinado al espacio de que puede disponer. Cuando se han ido aumentando año tras año los terrenos dedicados al cultivo hasta llegar a ocupar todas las tierras fértiles, el aumento anual de la pro~ ducción de alimentos tiene que depender del mejoramiento de las tierras ya cultivadas, y es ésta U!la reserva que, por la misma natura~ leza del suelo, en lugar de aumentar, tiene que ir disminuyendo gradualmente; en cambio, la población podría seguir aumentando con el mismo vigor si se le suministraran los alimentos necesarios, y el a.umemo durante un período produciría una capacidad aun mayor de aumento para el período siguiente sin ningún límite:

Por los informes que poseemos sobre China y Japón, es dudoso que los esfuerzos mejor dirigidos de la actividad humana puedan doblar la producción de esos países, incluso en no importa qué nú~ mero de años. Cierto que existen muchas partes del mundo hasta ahora inhabitadas y casi incultivadas; pero, debemos preguntarnos, desde el punto de vista moral, si tenemos derecho a exterminar a los habitantes de esos territorios poco poblados. El proceso de ins~ truírlos y de dirigir sus actividades sería por necesidad lento y dur rante él, como la población seguiría con regularidad el mismo paso que la producción de alimentos, pocas veces podría aplicarse un grado elevado de conocimientos y de acüvidad sobre un suelo rico y desocupado. Y aun en aquellos casos en que esto pueda tener lu~

2 V é~t! esta t;~bla al final del cap. rv. lib. u.

POBLACIÓN Y ALIMENTOS 11 gar, como sucede en las colonias nuevas, la progresión geométrica de la población hace que la ventaja no dure mucho tiempo. Si los Estados Unidos continúan aumentando, como ocurrirá, si bien no con la misma rapidez que antes, se irá empujando a los indios cada vez más hacia el irÚ:erior del país, hasta que se les extermine por completo, y entonces el territorio disponible no podrá aumentar~ se más.

Esas observaciones son aplicables, en diverso grado, a todas las partes del mundo en las cuales el suelo no está completamente cul~ tivado. La exterminación de todos los habitantes de Asia y Africa es algo en lo cual no puede pensarse. Civilizar y encauzar las ac~ tividades de las tribus tártaras y negras sería indudablemente un proceso lento y de éxito inseguro y variable.

Europa no está tan poblada como pudiera estarlo, y es en ella donde hay mayores probabilidades de que la actividad humana pueda encauzarse mejor. En Inglaterra y en Escocia se ha estudiado mu~ cho la ciencia de la agricultura, y en ambos países existen todavía bastantes tierras sin cultivar. Veámos en qué proporción podría aumentar la producción de nuestra isla en las circunstancias más favorables.

Si suponemos que, siguiendo el mejor de todos los sistemas y estimulando todo lo posible la agricultura, se pudiera doblar la pro~ ducción de la isla en los primeros 25 años, probablemente nuestra suposición excedería a lo que puede ·esperarse razonablemente.

Es imposible suponer que en los 25 años siguientes se pudiera cuadruplicar la producción. Esto sería contrario a todos nuestros conocimientos sobre las propiedades del suelo. La mejora de las tie~ rras estériles sería obra de mucho tiempo y de mucho trabajo; y tiene que ser evidente para todo el que tenga los más ligeros conocimientos agrícolas que, en proporción a como se extendiera el cultivo, las adi~ dones que pudieran hacerse cada año a la producción media ante~ rior tendrían que ir disminuyendo gradualmente y con regularidad. Con objeto de que podamos comparar mejor el aumento de la población y de los alimentos, hagamos una suposición que, sin que pretendamos que sea exacta, es más favorable para la capacidad de producción de la tierra de lo que pudiera justificar la experiencia.

Supongamos que las adiciones anuales que pudieran hacerse a la producción media anterior, en lugar de disminuir, continuaran siendo las mismas, y que la producción de nuestra isla pudiera au~ mentarse cada 25 años en una cantidad igual a lo que produce en la actualidad. Ni el más optimista puede suponer un aumento ma~ yor que éste. Al cabo de unos cuantos siglos toda la isla parecería un jardín.

12 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN Si esta suposición se aplicara a toda la tierra, y si se admitiera

que los alimentos que la tierra produce pudieran aumentarse cada 25 años en cantidad igual a la que produce en la actualidad, esto equivaldría a suponer una proporción de aumento mucho mayor de la que produjera no importa qué esfuerzos de la humanidad.

Podemos llegar a la conclusión de que, teniendo en cuenta el estado actual de la tierra, los medios de subsistencia, aun bajo las circunstancias más favorables a la actividad humana, no podrían ha~ cerse aumentar con mayor rapidez de la que supone una progresión aritmética.

Son impresionantes los efectos que necesariamente habrían de derivarse de las proporciones diferentes en que crecerían la pobla~ ción y la producción de alimentos. Supongamos que la población de nuestra isla es de 11 millones de habitantes y que la produc~ ción actual basta para sostener bien a ese número de personas. Al cabo de los 25 primeros años la población sería de 22 millones de habitantes y, habiéndose doblado la produción de alimentos, los me~ dios de subsistencia seguirían bastando para la población. · En los 25 años siguientes, la población sería de 44 millones, y los medios de subsistencia sólo bastarían para mantener a 33 millones de habitan~ tes. En el siguiente período de 25 años la población sería de 88 mi~ llones, y los alimentos sólo bastarían para mantener a la mitad de ese número de personas, y al finalizar el primer siglo, la población sería de 176 millones de habitantes y los abastecimientos sólo podrían mantener a 55 millones, lo que dejaría sin medios de subsistencia a 121 millones.

Si consideramos la totalidad de la tierra, en lugar de esta isla, claro está que quedaría excluída la posibilidad de la emigración; y, suponiendo la población actual igual a mil millones de habitantes, la especie humana aumentaría como la progresión de los números 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, y las subsistencias como la de los nú~ meros 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. Al cabo de dos siglos, la propo.rción entre la población y los medios de subsistencia sería como la de los números 256 y 9; al cabo de tres siglos, como los números 4,096 y 13, y al cabo de dos mil años la diferencia sería casi incalculable.

Hay que tener en cuenta que no hemos supuesto límite alguno a la producción de la tierra, esto es, que podría continuar aumen~ tando indefinidamente, y llegar a ser mayor que cualquiera cantidad que pudiera fijarse, y, no obstante, como la cantidad de aumento de la población en cada período es muy superior, el crecimiento de la especie humana sólo puede mantenerse al nivel de los medios de subsistencia por la constante ación de la dura ley de la necesidad, actuando como un freno sobre la potencia más vigorosa.

LIMITACIONES GENERALES

CAPÍTULO II

De las limitaciones generales del crecimiento de la población, y de su forma de actuar

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EL PRINCIPAL. obstáculo para el aumento de la población parece ser la falta de alimentos, que se deriva necesariamente de las distintas proporciones en que aumentan aquélla y éstos; pero esta limitación, únicamente es de carácter inmediato en casos de verdadera hambre.

El obstáculo inmediato puede definirse diciendo que consiste en todas aquellas costumbres, así corno los padecimientos, que parecen ser consecuencia natural de la escasez de los medios de subsistencia, y todas aquellas causas, independientes de la escasez, y tanto de ca~ rácter moral como material, que tienden a destruir o debilitar pre~ maturamente la constitución humana.

Los frenos que contienen el aumento de la población, que ac~ túan continuamente y con mas o menos fuerza en todas las socie~ dades, y mantienen el número de habitantes al nivel de los medios de subsistencia, pueden clasificarse en dos grandes grupos; los pre~ ventivos y los positivos.

El obstáculo preventivo, mientras es voluntario, es peculiar del hombre y resulta de la ~uperioridad cáracterística de sus facultades razonadoras que le permiten calcular las consecuencias lejanas. Las barreras contra el aumento indefinido de las plantas y los animales irracionales son todos positivos, o, si tienen algún carácter preven~ tivo, éste es involuntario. El hombre no puede mirar a su alrededor :y ver la miseria que aflige a menudo a los que tienen familias nume~ rosas; no puede mirar sus actuales bienes o ganancias, que hoy casi consume él solo, y calcular lo que tocaría a cada uno cuando hu~ hiera de dividirlos entre siete u ocho, sin sentir duda acerca de si, al seguir sus inclinaciones, podría sostener la prole que seguramente traería al mundo. En un sistema igualitario, si semejante estado puede existir, esta sería simplemente la cuestión. En el estado ac~ tual de la sociedad se presentan otra clase de consideraciones. lNo rebajará el rango que ocupa en la vida, y no se verá obligado a aban~ donar en gran parte sus antiguos hábitos? lTiene probabilidades de encontrar un empleo con el cual pueda sostener una familia? lNo se expondrá a tropezar con mayores dificultades, y no tendrá que tra~ bajar más que cuando estaba soltero? lPodrá transmitir a sus hijos las mismas ventajas de educación y de mejoramiento que él ha dis~

14 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

frutado? lTiene la seguridad de que, en el caso d~ tener una familia numerosa, sus esfuerzos podrán librarla de la pobreza y de la con ... siguiente degradación en la comunidad? lNo se verá obligado, bajo el imperio de la necesidad, a tener que renunciar a su independencia y a recurrir a la caridad para poder sostenerlos? Consideraciones de esta clase son las que, en todas las naciones civilizadas, se oponen al natural deseo de los jóvenes a contraer matrimonio.

Si esta restricción no diera lugar a los vicios, indudablemente sería el menor mal que puede resultar del principio de la población. Considerada como freno de una fuerte inclinación natural, hay que reconocer que produce un determinado grado de infelicidad; pero es evidente que ésta es ligera, si se la compara con los males que re ... sultan de cualesquiera otras formas de impedir la procreación y es de la misma naturaleza que todos los sacrificios de una satisfacción tem ... poral en aras de otra permanente, que el ser moral se ve obligado a hacer de continuo.

Cuando esta abstención da lugar a vicios, los males que ello ocasiona son evidentes. Las relaciones sexuales en las que se procura impedir el nacimiento de hijos parecen rebajar, de manera muy acu ... sada, la dignidad de la naturaleza humana. No puede por menos de afectar al hombre, y en cuanto a la mujer, nada degrada tanto el carácter femenino Y. destruye sus cualidades más amables y dis ... tinguidas. Añádase a esto que entre esas infortunadas hembras, que tanto abundan en las grandes ciudades, se encuentra tal vez mayor miseria que en ningún otro grupo de la sociedad.

Cuando en todas las clases de la sociedad predomina la corrup ... ción, en lo que respecta al sexo, sus efectos tienen que envenenar las fuentes de la felicidad doméstica, debilitar los lazos conyugales y paternales y disminuir los esfuerzos unidos y el celo de los padres en el cuidado y educación de sus hijos, efectos que no p4eden tener lugar sin que se produzca una disminución general de la felicidad y la virtud, sobre todo si se tiene en cuenta que la necesidad de recu ... rrir al engaño y a las intrigas, y. de ocultar sus consecuencias, con ... duce necesariamente a otros vicios.

Los· obstáculos positivos que se oponen al aumento de la pobla ... ción son muy diversos, y comprenden todo aquello que contribuye en mayor o menor grado a acortar la duración natural de la vida humana, ya provenga del vicio, ya de la miseria. En este grupo ha ... brá, pues, que incluir las ocupaciones malsanas, el trabajo excesiva ... mente fatigoso y la exposición a las inclemencias del tiempo, la po... breza extrema, la mala crianza de los hijos, la vida de las grandes ciudades, los excesos de toda clase, toda la gama de enfermedades comunes y las epidemias, las guerras, las pestes y las hambres.

15 LIMITACIONES GENERALES

Examinando esas restricciones del aumento de la población que he clasificado en los dos grandes grupos de preventivos y positivos, veremos que pueden agruparse en tres: abstinencia moral, vicio y

miseria.1

Entre los obstáculos preventivos, la abstención del matrimonio que no es seguida de la satisfacción irregular puede denominarse acle ... cuadamente como abstención moral.

La promiscuidad en el intercambio sexual, las pasiones antina ... turales, las violaciones del lecho matrimonial y los medios indebidos para ocultar las consecuencias de las uniones irregulares son obs ... táculos preventivos que caen dentro de la denominación de vicios.

De los obstáculos positivos, los que parecen ser consecuencia inevitable de las leyes naturales pueden caer bajo la denominación de miseria y los que es evidente que nos acarreamos nosotros mismos, tales como las guerras; los excesos, y otros que no está en nuestras manos evitar, son de naturaleza mixta. Todos estos resultan de los vicios, y su consecuencia es la miseria.

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La suma de todos estos obstáculos preventivos y positivos, to... macla en su conjunto, constituye el freno inmediato a la población; y es evidente que, en todo país en que no puede actuar plenamente la potencia procreadora, los frenos .preventivos y los positivos tienen que variar en razón inversa los unos de los otros; esto es, en los países de por sí insanos, o en que la mortalidad es elevada, cualquiera que

1 Se observará que empleo la palabra moral en su sentido más estricto. Por abstinen• cia moro! quiero que se entienda la abstención del matrimonio por motivos de prudencia, manteniendo una conducta estrictamente moral durante el período de la abstención, y nunca he tenido la intención de desviarme de este sentido. Cuando he querido referirme a la abstención del matrimonio sin tener en cuenta sus consecuencias, la he designado como restricción prudencial o como parte de los obstáculos preventivos, de los cuales constituye en realidad la rama principal.

En mi examen de las diferentes etapas de la sociedad, se me ha acusado de no con-ceder suficiente importancia a la abstención moral en lo que respecta a la prevención del aumento de la población; pero cuando se advierta el sentido limitado del término, según lo acabo de explicar, creo que no se pensará que he errado mucho a este respecto.

2 Puesto que la consecuencia natural del vicio son las miserias, y puesto que esta consecuencia es precisamente la razón por la cual un acto se considera como vicioso, puede aparecer que la palabra miseria, sería suficiente, y que es superfluo emplear ambas. Pero si rechazamos la palabra vicio introduciremos una confusión considerable en nuestras ideas y en la manera de expresarlas. Queremos que nuestro lenguaje sirva muy particularmente para distinguir esos actos, cuya tendencia general es producir la desventura, y que han sido por ello prohibidos por los mandamientos del Creador y los preceptos de los mora, listas, si bien, en sus efectos inmediatos o individuales tal vez parezcan opuestos. La satis­facción de todas nuestras pasiones tiene como efectos inmediatos la felicidad, no la mise· ria y, en casos individuales, es posible que caigan bajo esta misma denominación incluso las consecuencias remotas (al menos en esta vida). Es pesible que hayan existido relacio­nes irregulares que hayan hecho felices tanto al hombre como a la mujer, y que no hayan perjudicado a ninguno de ambos. Estos actos individuales, no pueden considerarse como productores de miseria; pero, es evidente que son viciosos, ya que un acto se denomina así cuando viola un precepto expreso, porque tiende generalmente a producir la miseria, cualesquiera que sean sus efectos individuales y nadie puede dudar de que la tendencia general del intercambio ilícito entre Jos sexos es perjudicial a la felicidad de la sociedad.

18 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

Una circunstancia que ha contribuído, quizá más que ninguna otra, a ocultar esta oscilación es la diferencia entre el precio nominal y el precio real del trabajo. Muy pocas veces sucede que el precio nominal de la mano de obra baje universalmente; pero todos sabe~ mos que muy a menudo continúa siendo el mismo mientras que se eleva poco a poco el precio nominal de las provisiones. En realidad esto sucederá, por lo general, en el caso de que el· aumento de las manufacturas y del comercio sea suficiente para dar empleo a los nue~ vos trabajadores que aparecen en el mercado, y para impedir que el aumento de la oferta produzca la rebaja de los precios.~ Pero un au~ mento en el número de trabajaaores que recibieran los mismos sala~ ríos en dinero tiene por necesidad que aumentar el precio en dinero del trigo, a causa de la mayor demanda. Esto equivale en realidad a una baja en el precio del trabajo y, durante ella, la situación de las dases más bajas de la comunidad tiene que ir empeorando; pero los agricultores y los capitalistas se enriquecen a causa de la baratura real de la mano de obra. El aumento de sus capitales les permite emplear mayor número de hombres, y, como probablemente la población frena su crecimiento a causa de la mayor dificultad para sostener una familia, la demanda de mano de obra, después de un período determinado, sería mayor que la oferta, y es obvio que los jornales subirían si se le dejara alcanzar su nivel natural; de esta manera, los salarios de los trabajadores, y en consecuencia la situación de las clases más bajas de la sociedad, podrían tener movi~ mientes de avance y de retroceso, aun cuando el precio de la mano de obra no hubiera bajado nominalmente.

En la vida salvaje, en la que no existe un precio normal para el trabajo, no puede dudarse-que han ocurrido oscilaciones análogas. Cuando la población ha aumentado casi hasta los límites más extre~ mos que permiten las subsistencias, es natural que todos los obstácu~ los preventivos y positivos actúen con mayor fuerza. Se generaliza~ rán las costumbres viciosas en lo que respecta al intercambio sexual, será más frecuente el abandono de los hijos, y serán asimismo mayores las probabilidades de que ocurran guerras y epidemias con su sé~ quito correspondiente de defimciones; y es probable que esas causas sigan actuando hasta que la población descienda por debajo del ni, vel de las subsistencias; entonces, el retorno a la relativa abundancia

1l Si los nuevos trabajadores que se lanzaran cada año al mercado no encontraran otro trabajo que la agricultura, la concurrencia podría hacer bajar tanto los jornales que .,[ crecimiento de la población no se traduciría en una demanda de trigo; o, en otros tér­minos, si los terratenientes y los arrendatarios no pudieran obtener otra cosa que una ~antidad adicional de mano de obra agrícola a cambio de cualquier aumento en los pro­ductos que pudieran cultivar, tal vez no se sintieran tentados a acrecentar su producción.

19 EN LOS PAÍSES MÁS ATRASADOS

producirá de nuevo un aumento, y, después de cierto período, se de~ tendrá de nuevo el progreso por las mismas causas.

Sin que intentemos establecer estos movimientos de avance y de retroceso en los distintos países ~lo que exigiría materiales históri~ cos mucho raás minuciosos que los que poseemos-, y que el pro~ greso de la civilización tiende naturalmente a contrarrestar, intenta~ remos demostrar las siguientes proposiciones:

1) La población está necesariamente limitada por los medios

de subsistencia. 2) Allí donde aumentan los medios de subsistencia, aumenta la población invariablemente, a menos que se lo impidan obstáculos

poderosos y evidentes.4

3) Estos obstáculos y los que reprirpen la capacidad superior de aumento de la población y mantienen sus efectos al nivel de los medios de subsistencia, pueden todos resumirse en la abstención roo~ ral, ios vicios y la miseria. La primera de estas proposiciones apenas si necesita ilustrarse. La segunda y la tercera quedarán suficientemente establecidas me, diante el examen de los obstáculos inmediatos al aumento de la po~ blación en el pasado y presente de la sociedad.

Este examen será el asunto que nos ocupará en los capítulos

siguientes.

CAPÍTULO Ill

De las Limitaciones de la población en los grupos rn.ás atrasados de la sociedad humana

ToDOS LOS VIAJEROS coinciden en colocar a los habitantes de la Tie~ rra del Fuego en el punto más bajo de la escala de los seres humanos. Sin embargo, poseemos muy pocos datos acerca de sus prácticas domésticas y de sus costumbres. La esterilidad de su país, y el mi~

4 Me he expresado con precaución porque creo que hay algunos casos en los cuales la población no se mantiene al nivel de los medios de subsistencia; pero esos son casos extremos; y, en termino5 generales podría decirse: a) La población aumentá siempre donde aumentan los medios de subsiste11cia. b) Los obstáculos que reprimen la potencia superior de la población, y mantienen sus efectos al nivel de los medios de subsistencia, pueden

agruparse en restricción rnoral, vicio, y miseria. Es preciso observar que por aumento de los medios de subsistencia, queremos signi-ficar aquí un aumento tal que permita a la gran ma~a de la sociedad disponer oie más ali­mentos. Pudiera muy bien ocurrir que aumentara la cantidad de alimentos y que en una sociedad d~terminada no se dist-ribuyeran entre las cla~es más bajas, y qut•, por consiguiente,

ese aumento no estimulara el crecimiento de la poVlación.

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20 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

serable estado en que viven han impedido que se tenga con ellos el intercambio que nos hubiera suministrado información; pero no es difícil concebir la existencia de impedimentos al aumento de la po~ blación entre una raza de salvajes, cuyo solo aspecto indica que están hambrientos, y que, tiritando de frío y cubiertos de suciedad y de parásitos, viven en uno de los climas más inhóspitos del mundo, sin tener la suficiente sagacidad para proveerse de aquellas cosas que pudieran aliviar los rigores del clima y hacer su vida más tolerable.

Después de los fueguinos, y casi tan carentes como ellos de in~ genio y de recursos, se ha colocado a los indígenas de la Tierra de Van Diemen; pero algunos informes más recientes presentan a los habitantes de las islas de Andamán, en el Oriente, como salvajes aún más miserables. Se dice que la barbarie de esta gente supera a todo cuanto han relatado los viajeros sobre la vida salvaje. Siempre tie~ nen que andar en busca de alimentos, y como sus bosques contienen muy pocos o ningunos animales, y contadas plantas comestibles, su principal ocupación consiste en trepar a las rocas o vagar por las ori~ llas del mar, en busca de mariscos y peces, cuya obtención les resulta­casi imposible en las temporadas de borrascas. Pocas veces excede su estatura de los cinco pies; sus vientres son salientes, la cabeza gran~ de, las extremidades muy flacas. Su aspecto es miserable, mezcla horrible de hambre y de ferocidad; y sus rostros extenuados indican a las claras la falta de tina nutrición suficiente. Se han encontrado en las costas algunos de estos seres desgraciados en el último grado de inanición.

Podemos colocar en el puesto siguiente de la escala de los seres humanos a los habitantes de la Nueva Holanda, de una parte de la cual poseemos informes dignos de confianza procedentes de una per~ sona que vivió durante bastante tiempo en Port Jackson, y tuvo mu~ chas oportunidades para observar sus costumbres. El narrador que informa acerca de estos salvajes en el primer viaje del c¡3.pitán Cook, habiendo observado el escaso número de habitantes que se veían en la costa oriental de Nueva Holanda y la incapacidad aparente del país, a juzgar por su aspecto desolado, para alimentar mayor nú~ mero, observa: "Tal vez no sea fácil averiguar por qué medios el número de habitantes de este país se reduce al de los que pueden subsistir cc:in los medios de que disponen; otros viajeros averiguarán si, como los habitantes de Nueva Zelandia, se destruyen unos a otros en sus luchas por procurarse el alimento, si son diezmados por el hambre, o si existe alguna otra causa que impida el aumento de la especie."

Los informes que ha suministrado Mr. Collins acerca de estos salvajes ofrecen una respuesta hasta cierto punto satisfactoria. Se les

EN LOS PAÍSES MÁS ATRASADOS 21 describe, en general, ni altos ni bien formados. Sus brazos, sus pier~ nas y sus caderas son delgados, lo que se atribuye a su mísera vida. Los que habitan cerca de la costa dependen casi por entero de la pesca para su alimentación, que alguna que otra vez suplen con grandes larvas que encuentran en el tronco de un eucalipto enano. La escasez de animales en los bosques, y el gran trabajo que es ne­cesario para cazarlos, hacen que los indígenas que viven en el interior del país estén en una situación tan precaria como sus hermanos de la costa. Se ven obligados a trepar hasta los más altos árboles en busca de miel o de los animales más pequeños como la ardilla o la zarigüeya. Cuando los troncos son muy altos y sin ramas, como sue~ le suceder en los bosques espec;os, este trabajo es en extremo fatigoso, y lo realizan cortando con sus hachas de piedra una muesca en el sitio en que han de poner cada pie, mientras con su brazo izquierdo rodean el tronco. Se han visto algunos árboles con muescas de esta clase hasta una altura de 80 pies antes de que se encontrara la pri~ mera rama. Sorprende el enorme trabajo que tendrían que realizar los indígenas para obtener una recompensa tan pobre.

Los bosques ofrecen pocas plantas comestibles, además de los muy escasos animales que en ellos pueden encontrarse. Algunas ba~ yas, el ñame, la raíz del helecho y las flores de los arbustos del género banksia forman todos los elementos ·de su dieta vegetal.

Un nativo acompañado de su hijo, al ser sorprendido por algu~ nos colonos en las orillas del río Hawksbury, lanzó su canoa al agua con gran precipitación, dejando tras sí el alimento que consumía. Consistía éste en un gran gusano que estaba extrayendo e!~ un pe~ daza de madera medio podr~do por la humedad y todo él lleno de agujeros. Tanto el olor del gusano como el de la madera eran re~ pugnantes. En el lenguaje del país se designa a esos gusanos con el nombre de cah-bro, y una tribu de indígenas que vive en el interior del país lleva el nombre de Cahbrogal por el hecho de que esos gu~ sanos constituyen su principal alimento. También los indígenas de los bosques <;:amen una pasta hecha con las raíces del helecho y hor~ migas machacadas, y cuando es la época le añaden huevos del mismo insecto.

Es evidente que en un país cuyos habitantes se ven reducidos a tan pobres alimentos y en el cual es tan grande el trabajo necesario para procurárselos, la población tiene que ser muy escasa en propor~ ción al territorio y sus límites extremos tienen que ser muy reducidos; pero si tenemos en cuenta las costumbres extrañas y bárbaras de esas gentes, el cruel trato que dan a sus mujeres y las dificultades para criar a sus hijos, en lugar de sorprendernos de que la población no traspase más a menudo esos límites, nos inclinaremos a considerar

22 LIMITA ClONES DE LA POBLACIÓN

que esos recursos tan escasos son suficientes para sostener toda la po; blación que pudiera existir en circunstancias semejantes.

En este país el preludio del amor es la violencia, y de la clase más brutal. El salvaje elige su esposa entre las mujeres de una tribu diferente, por lo general enemiga de la suya propia. La sorprende cuando están ausentes los que pueden protegerla y, habiéndola atan; tado primero a golpes con una estaca o espada de madera, ensan; grentada por las heridas así causadas en la cabeza, la espalda, y los hombros, la arrastra por el bosque tirándola de un brazo, sin parar mientes en las piedras o las ramas de árboles que haya en el camino y sólo atento a llevar su presa hasta su propio territorio. La mujer que ha conseguido por estos medios se convierte en su esposa, se in; corpora a la tribu, a la cual pertenece ya y que muy rara vez abandona por otra. Los parientes de la mujer no resienten esto como una ofen; sa, y ellos a su vez contestan, cuando pueden, con un acto de la misma naturaleza.

La unión de los sexos tiene lugar en edad muy temprana, y nuestros colonos han conocido casos de violación de muchachas de muy corta edad.

La conducta del marido con su esposa, o con sus esposas, pa .. rece estar .en consonancia con esta forma tan bárbara de cortejar. Las hembras suelen tener en la cabeza cicatrices que atestiguan la brutalidad de los machos, la cual empieza a manifestarse tan pronto como sus brazos tienen fuerza suficiente para dar golpes con una es .. taca. Se ha visto a alguno de esos seres desgraciados con incontables cicatrices en la cabeza. Mr. ColHns dice: "Es tan desgraciada la si; tuación de esas mujeres que a menudo, viendo a una de ellas llevar en sus hombros a una niña, y pensando en las desgracias y mise; rías que la esperaban, he deseado que la criatura muriera." En otro lugar, refiriéndose a la esposa de Bennilong, que había dado a luz, dice: "Encuentro entre mis papeles una nota según la cual, a causa de alguna falta, Bennilong había maltratado cruelmente a esta mu .. jer poco antes de que diera a luz." 1

Es evidente que las mujeres sujetas a un tratamiento tan brutal tienen que abortar con frecuencia, y es probable que el atropello de las niñas, que antes he mencionado como cosa corriente, y la unión muy prematura de los sexos, tenderán a hacer que las mujeres no sean muy fecundas. Se ha observado que es más frecuente tener va .. rías esposas que una sola; pero lo que es extraordinario es que Mr. Collins no recuerde un solo caso en que más de una de las esposas haya tenido hijos. Mr. Collins oyó a algunos de los indígenas que

1 Collill$, Accounc of New Souch Wales, Apéndice, pp. 562 ss.

EN LOS PAÍSES MÁS ATRASADOS 23 la primera esposa reclamaba siempre el derecho exclusivo a las cari; das del marido y que la segunda mujer no era otra cosa que una esclava de ambos.

No parece probable lo del derecho exclusivo de la primera espo·· sa a las caricias del marido; pero sí es posible que no se permita a la segunda esposa criar a sus hijos. De todas maneras, si la observación es exacta, demuestra que muchas mujeres no tienen hijos, lo cual sólo puede explicarse por las penalidades que tienen que soportar, o por alguna costumbre especial que tal vez no haya llegado a cono; cimiento de Mr. Collins.

Si muere la madre de un niño lactante, éste es enterrado vivo en la misma sepultura que la madre. Su propio padre coloca al niño sobre el cadáver de la esposa, y, cuando ha arrojado sobre ellos una gran piedra, los demás indígenas proceden a llenar la tumba. Este acto terrible lo realizó Co;le .. be, indígena muy conocido de nuestros colonos, y al preguntarle por qué lo había hecho contestó que por .. que no podría encontrarse una mujer que quisiera encargarse de criar al niño, que, por consiguiente, hubiera tenido una muerte mu .. cho peor que la que se le había dado. Agrega Mr. Collins que tenía razones para suponer que esta costumbre era general, y observa que tal vez esta medida explique la poca ~ensidad de la población.

Semejante costumbre, si bien en sí misma quizás no afectara mucho a la población de un país, hace resaltar con gran fuerza la dificultad de criar los hijos en la vida salvaje. Las mujeres, obligadas por su forma de vida a cambiar constantemente de lugar, y forza .. das por sus maridos a incesantes y fatigosos trabajos, parecen incapa~ ces de criar dos o tres hijos cuya edad sea poco diferente. Si nace un hijo antes de que el anterior pueda valerse por sí mismo y sea capaz de seguir a su madre a pie, uno de los dos tiene que perecer a causa de la falta de cuidados. En esta forma de vida tan vaga .. hunda y trabajosa, la tarea de criar aunque sea un solo hijo tiene que ser tan difícil y penosa que no debe sorprendernos que no pueda encontrarse a una r.nujer dispuesta a arrostrarla si no se siente im .. pulsada a ello por los poderosos sentimientos maternales.

A esas causas, que por fuerza reducen la generación naciente, hay que añadir aquellas que contribuyen a destruirla, tales como las frecuentes guerras entre las diferentes tribus de esos salvajes y sus perpetuas luchas entre sí; su extraño espíritu de represalia y ven, ganza, que les impulsa a los asesinatos nocturnos y a los frecuentes derramamientos de sangre inocente; el humo y la sucíedad de sus miserables chozas, su modo de vivir, propicio a las más asquero, sas enfermedades cutáneas y, sobre todo, la terrible epidemia de la viruela, que hace desaparecer gran número de ellos.

24 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

En el año de 1789 se presentó esta epidemia con virulencia ex~ trema, y fué casi increíble la desolación que produjo. No se encon~ traba una cri. tura viviente en las bahías y puntos antes más fre~ cuentadm: Las oquedades de las rocas estaban llenas de cuerpos en estado de putrefacción, y en muchos lugares los senderos aparecían cubiertos de esquebtos.

Supo Mr. Collins que la tribu de Co~le~be, el indígena menci~ nad(\. antes, había quedado reducida a tres personas, q'..le se vieron obligadas a unirse a otra tribu para evitar su total extinción.

Anc causas tan poderosas de despoblación. n0s sentiríamos in~ clinados naturalmente, a suponer que la producciÓ!l :;.nimal y vegetal del país aumentaría más que los dispersos y P.Scasos indígenas y que, sumada a los peces que pudieran conseguir en las costas, sería sufi~ dente para el consumo; no obsta:nte, ryarecr que, en conjunto, la población se halla por lo general tan ruvelada con los alimentos dis~ ponibles <.¡Je cualquiera pequeña deficienci:;~ de éstos, debida al mal tiempo o a otras causas fortuitas ocasiona terribles ha.11bres. Se dice que son corrientes las épocas en las que los habitantes parecen sufrir mucha hambre, y en tales períodos es frecuente ver a los indígenas casi reducidos a esqueletos, y .nedio muertos de inanición.

CAPÍTIJLO IV

De las limitaciones de la población entre los indios americanos

DIRIJAMOS él hora nuestra mirada hacia el Continente Americano, cuya mayor parte se encontró habitada por pequeñas tribus indepen~ dientes de salvajes que subsistían, casi como los indígenas de la Nue­va Holanda, de los productos naturales. El suelo se hallaba cubierto casi totalmente por enormes bosques con pocos de los frutos y-vege­tales suculentos que crecen con profusión en las islas del Mar del Sur. La producción de una agricultura ruda e imperfecta, única que conocían algunas tribus de cazadores, era tan insignificante que sólo podía considerarse como un débil complemento a los productos de la caza. Podemos considerar a los habitantes de esta parte del Nuevo Mundo como viviendo principalmente de la caza y la pesca, 1 y los

1 Esa~ causas pueden quizá parecer suficientes para mantener el nivel de la pobla­ción a la altura de los medios de subsistencia, y es seguro que lo ·serían si las informaciones que nos dan acerca de la infecundidad de las mujeres indias fueran todas o casi todas ciertas. Es probable que algunos de esos informes seau exagerados, pero es difícil decir cuáles y hay que reconocer que, aun teniendo en cuenta esas exageraciones, son insufi­cientes para comprobar el punto.

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 25 estrechos límites de este género de vida son evidentes. Los suminis~ tros derivados de la pesca sólo podían alcanzar a aquellos que se hallaban cercanos a los lagos, los ríos o la costa del mar; la ignorancia y la indolencia característicos del salvaje imprevisor le impedirían muchas veces extender los beneficios de esos abastecimientos más allá del momento en que los obtenían. Con frecuencia se ha expuesto y se ha reconocido la gran extensión de territorio necesario para sos~ tener a un cazador. El número de animales salvajes a su alcance, unido a la facilidad con la cual pueden ser muertos o caer en una trampa, tiene que limitar necesariamente el número de cazadores. Las tribus, como los animales de rapiña, a los cuales se parecen por su modo de vivir, estarán muy esparcidas sobre la superficie del te­rritorio que ocupen. Como los animales de rapiña, tienen que ex~ pulsar a sus rivales o huír de ellos, y estar siempre luchando.

En circunstancias tales, el que América estuviera muy poco po~ blada en proporción a la extensión de su territorio no es otra cosa que una ilustración del axipma según el cual la población no puede aumentar sin el alimento necesario para sostenerse; pero la parte in­teresante de esta investigación, aquella sobre la que quiero llamar b atención del lector, es el modo como se conserva la población al ni~ vel de sus escasos suministros alimenticios. No puede pasar inadver­tido que un abastecimiento insuficiente de alimentos en cualquier pueblo no se manifiesta sólo como verdaderas hambres, sino en otras formas más permanentes de miseria, y en que engendra determinadas costumbres que actúan a veces con mayor fuerza para impedir el au~ mento de la población que para destruirla.

Se observó en general que las indígenas americanas estaban muy lejos de ser prolíficas. Se ha atribuído esta infecundidad a la falta de ardor sexual en los varones, rasgo de carácter que se ha conside­rado como peculiar de los salvajes de América y que no es, sin em­bargo, privativo de esta raza, sino que probablemente exista en grado elevado entre todos los pueblos bárbaros cuya alimentación es pobre e insuficiente y que viven bajo el constante temor de ser presa del hambre o asaltados por algún enemigo. Bruce pudo observarlo fre­cuentemente entre los pueblos gallas y shangallas, naciones salvajes de las fronteras de Abisinia, y Vaillant menciona el temperamento flemático de los hotentotes considerándolo como la principal causa de su escasa población. Parece que esta característica tiene su ori~ gen en las penalidades y peligros de la vida salvaje, que h¡¡.cen que se conceda menos atención a la pasión sexual, y probablemente éstas sean sus principales causas entre los indios americanos, más bien que un defecto de su constitución física, ya que la frigidez disminuye casi en la misma proporción en que esas causas disminuyen o des~

26 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

aparecen. En aquellos países de América en los que, ya sea por su peculiar situación o por otras ventajas, se sienten con menor inten; sidad las penalidades de la vida salvaje, la pasión sexual es mayor. Entre algunas tribus establecidas en las orillas de ríos en los que abunda la pesca, o que habitan un territorio bien provisto de caza, o que están más adelantadas en la agricultura, las mujeres son más estimadas y se las admira más, y como casi no se impone ningún obstáculo a la satisfacción del deseo sexual, sus costumbres son a veces excesivamente disolutas.

Si no consideramos esta apatía· de los indios americanos como un defecto inherente a su constitución física, sino simplemente como una frigidez general, no nos sentiremos inclinados a conceder mucha importancia a su efecto sobre el número de hijos habidos en cada matrimonio, sino que nos indinaremos a buscar la causa de esta infecundidad en la situación y costumbres de las mujeres en el estado salvaje, y aquí hallaremos razones suficientes para expli; car el hecho.

El Dr. Robertson ha observado con gran acierto que, los filó; sofos, en su deseo de discutir, han debatido la cuestión de si el hom; bre ha mejorado al progresar las artes y la civilización; pero lo que nadie puede poner en duda es que la mujer debe al refinamiento de los modales del hombre una buena parte del feliz cambio que ha experimentado su situación. Una de las características más gene; rales del salvaje, en no importa qué parte del mundo, es el desprecio del sexo femenino y su degradación. Entre la mayor parte de las tribus americanas es tan lastimosa la situación que la palabra serví; dumbre es demasiado suave para designarla. La esposa es poco más que una bestia de carga. Mientras el hombre pasa el día en la ocio; sidacl y las diversiones, la mujer está condenada a un trabajo ince; san te. Se le imponen tareas sin misericordia alguna, y sus ·servicios se reciben sin deferencia ni gratitud. En algunas regiones de Amé; l'ica es tan cruel este estado de degradación que se han conocido casos de madres que dieron muerte a sus hijas para librarlas de una vida que las condenaba a una miserable esclavitud.

Este estado de depresión y de constante fatiga, unido a las in; evitables penalidades de la vida salvaje, tiene que ser muy poco favo; rabie para la concepción, y el libertinaje que suele predominar entre las mujeres antes de casarse, unido a la costumbre de provocar el aborto, tiene que disminuir su aptitud para la función de la mater; nidad. Uno de los misioneros, refiriéndose a la práctica corriente entre los natchez de cambiar sus esposas, a menos que tengan hijos de ellas, prueba que muchos de esos matrimonios eran infecundos, lo

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 27 que tal vez se explica ·por el libertinaje en que viven las mujeres an; tes de casarse, hecho que ya había observado con anterioridad.

Charlevoix atribuye la esterilidad de las mujeres americanas a las siguientes causas: amamantar a sus hijos durante varios años y du; rante ese tiempo no cohabitan con sus maridos; el trabajo excesivo a que se ven condenadas, cualquiera que sea su situación, y la cos; tumbre imperante en muchos lugares de permitir a las mujeres jóve; nes prostituirse antes de casarse. Añade que, uniendo a estas causas la extrema miseria a que se ven reducidos con frecuencia, no es ex; traño que no deseen tener hijos. Entre algunas de las tribus más rudas es una máxima no .tomarse el trabajo de criar más de dos de los hijos que les nazcan. Cuando nacen gemelos, es corriente aban­donar a uno de ellos, ya que la madre no puede criar a los dos, y cuando muere la madre durante la lactancia no queda ninguna po; sibilidad de conservar la vida de la criatura, y, corno en la Nueva Holanda, se la sepulta en la misma tumba que la madre.

Como es frecuente que los padres se vean expuestos a las ma; yores necesidades, la dificultad de sostener a sus hijos es a veces tan grande que se ven obligados a abandonarlos o destruirlos. En gene; ral se abandona a los hijos deformes, y, entre algünas tribus sur­americanas, se abandona también a los hijos de las mujeres que no soportan bien las fatigas, pues se supone que heredan la debilidad de la madre.

A causas corno éstas hemos de atribuir la notable ausencia de deformidades en los indios norteamericanos. Incluso cuando una madre trata de criar a todos sus hijos indistintamente, una propor; ción tan elevada de ellos perece a causa de las penalidades que tie; nen que sufrir en el estado salvaje, que es probable que no sobreviva ninguno que padezca alguna debilidad o deformidad. Si no se les abandona o destruye tan pronto corno nacen, no pued~n prolongar n:mcho su vida en las condiciones tan duras que les aguardan. En la América española, en la que los indios no viven una vida tan tra; bajosa, y se les impide destruir a sus hijos, muchos de ellos son de; formes, enanos, mutilados, ciegos y sordos.

La poligamía parece haber sido permitida entre los indios ame­ricanos, pero pocas veces se usaba este privilegio, a no ser por los caciques y los jefes, y alguna que otra vez por otros hombres en las provincias más fértiles del Sur, en las que era más ·fácil procu; rarse la subsistencia. La dificultad de sostener una familia hacía que la mayor parte de los hombres se contentara con una mujer, y esta dificultad se reconocía por manera tan general que los padres, antes de conceder a sus hijas en matrimonio, exigían pruebas inequívo; cas de la habilidad del cortejante en la caza y de su consiguiente

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28 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

capacidad para sostener a la esposa y a los hijos. Según se dice, las mujeres no se casan jóvenes y eso parece confirmarlo el libertinaje tan frecuente entre ellas antes del matrimonio, que tantas veces han observado los misioneros.

Las costumbres que hemos enumerado, que parecen ser produc~ to, en gran parte, de las dificultades inherentes a la creación de una familia, unidas al número de niños que tienen que perecer bajo las penalidades de la vida salvaje, a pesar de todos los esfuerzos de sus padres por salvarlos, son, sin duda, poderosas barreras contra el aumento de la población.

Una vez que el joven salvaje escapó a todos los peligros de la infancia, otros trances no menos formidables le acechan al acercarse a la virilidad. Las enfermedades a que se halla sujeto el hombre en estado salvaje, si bien no son muchas, en cambio son más violentas que las que predominan en la sociedad civilizada. Como los salvajes son muy imprevisores, y siempre precarios sus medios de subsisten~ da, pasan a menudo de la extrema necesidad a la mayor abundancia, según las vicisitudes de la suerte en la caza o la variedad de la pr~ ducción en las estaciones. Su irreflexiva glotonería en un caso y su severa abstinencia en el otro, son igualmente perjudiciales para la constitución humana, y, como es natural, su vigor resulta afectado por la necesidad en algunas épocas del año, y en otras por el exceso de alimentos ingeridos, y los desarreglos gástricos consecuentes. Todo esto, que puede considerarse como efecto inevitable de su manera de vivir, hace que mueran muchos en la flor de la vida. Son asimismo muy propensos a la tisis, las pleuresías, el asma y la parálisis, como resultado de las fatigas que tienen que soportar en la caza y en la guerra, y de las inclemencias de las estaciones a las que se hallan constantemente expuestos.

Según los misioneros, los indios de la América del Sur se ha~ Han sujetos a constantes males para los que no conocen remedio ninguno. Ignorando el empleo de las hierbas más sencillas, o 1~ con~ veniencia del cambio de dieta, mueren en gran número a causa de esas enfermedades. El jesuíta Fauque dice que casi no ha encon~ trado en sus viajes individuos de edad avanzada. Según los cálculos de Robertson, la duración de la vida humana es menor entre los salvajes que en las comunidades laboriosas y bien reguladas. Raynal, a pesar de sus frecuentes peroraciones en favor de la vida salvaje, dice, refiriéndose a los indios del Canadá, que pocos de ellos llegan a vivir tantos años como los ingleses, cuyo género de vida es más uniforme y más tranquilo. Cook y Pérouse confirman esas opinio~ nes en las observaciones que hacen acerca de algunos habitantes de la costa noroeste de América.

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 29 En las vastas llanuras de América del Sur, el sol abrasador que

cae sobre los extensos pantanos y las inundaciones que suceden a las estaciones lluviosas, producen algunas veces terribles epidemias. Los misioneros nos hablan de enfennedades contagiosas frecuentes entre los indios y ·que ocasionan a veces una gran mortandad en sus aldeas. La viruela hace en todas partes grandes estragos, ya que, por la falta de cuidados y la escasa ventilación de las chozas¡ muy pocos de los atacados logran vencer la enfermedad. Según se dice, los indios del Paraguay son muy propensos a las enfermedades contagio~ sas, a pesar de los cuidados y atenciones de los jesuitas. La viruela y las fiebres malignas, a las que, a causa de los estragos que produ~ cen, se les da el nombre de plagas, suelen asolar las florecientes mi~ sienes y, según Ulloa, a ellas se debía que esos establecimientos no hubieran crecido de acuerdo con el tiempo que llevaban existiendo y la profunda paz de que habían disfrutado. Esas epidemias no es~ tán confinadas al Sur. Se mencionan como frecuentes entre las na· ciones situadas al Norte; en. un viaje reciente a la costa noroeste de América, el capitán Vancouver informa sobre una desolación extra~ ordinaria, al parecer producida por alguna enfermedad de esta clase. Desde New Dungeness atravesó 150 millas de costa sin ver el mismo número de habitantes que antes. Eran frecuentes las aldeas aban~ donadas, cada una de las cuales era bastante grande para contener a todos los salvajes que se habían observado en esa extensión de te~ rritorio. En las diferentes excursiones que hizo, en particular aire~ dedor de Port Discovery, los cráneos, las extremidades, las costillas, las vértebras, y otros vestigios del cuerpo humano, se veían esparcidos por todas partes en gran número, y, como nó se observaban cicatri~ ces parecidas a las que deja la guerra en los cuerpos de los indios que habían quedado, y no se advirtieron signos especiales de temor entre. ellos, la conjetura más probable parece ser que la despoblación tiene que haber sido ocasionada por alguna enfermedad contagiosa. La viruela parece ser común· y muy mortífera entre los indios de esta parte de la costa. En muchos de ellos pudieron observarse las huellas indelebles que deja esa enfermedad, y algunos habían perdido un ojo a caüsa de ella.

En general, en lo que respecta a los salvajes, puede observarse que su extrema ignorancia, la suciedad de sus personas, la falta de ventilación y aseo de sus chozas anulan la ventaja que suele tener un país poco habitado, esto es, la de estar menos expuesto a las en~ fermedades contagiosas que los de población numerosa. En algunas partes de América se construyen las chozas de manera que sirven de

·habitación a diferentes familias y suele ser frecuente que vivan bajo un mismo techo 80 ó 100 personas. Cuando las familias viven se~

26 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

aparecen. En aquellos países de América en los que, ya sea por su peculiar situación o por otras ventajas, se sienten con menor inten~ sidad las penalidades de la vida salvaje, la pasión sexual es mayor. Entre algunas tribus establecidas en las orillas de ríos en los que abunda la pesca, o que habitan un territorio bien provisto de caza, o que están más adelantadas en la agricultura, las mujeres son más estimadas y se las admira más, y como casi no se impone ningún obstáculo a la satisfacción del deseo sexual, sus costumbres son a veces excesivamente disolutas.

Si no consideramos esta apatía· de los indios americanos como un defecto inherente a su constitución física, sino simplemente como una frigidez general, no nos sentiremos inclinados a conceder mucha importancia a su efecto sobre el número de hijos habidos en cada matrimonio, sino que nos inclinaremos a buscar la causa de esta infecundidad en la situación y costumbres de las mujeres en el estado salvaje, y aquí hallaremos razones suficientes para expli~ car el hecho.

El Dr. Robertson ha observado con gran acierto que, los filó~ sofos, en su deseo de discutir, han debatido la cuestión de si el hom~ bre ha mejorado al progresar las artes y la civilización; pero lo que nadie puede poner en duda es que la mujer debe al refinamiento de los modales del hombre una buena parte del feliz cambio que ha experimentado su situación. Una de las características más gene~ rales del salvaje, en no importa qué parte del mundo, es el desprecio del sexo femenino y su degradación. Entre la mayor parte de las tribus americanas es tan lastimosa la situación que la palabra serví~ dumbre es demasiado suave para designarla. La esposa es poco más que una bestia de carga. Mientras el bombre pasa el día en la ocio~ sidad y las diversiones, la mujer está condenada a un trabajo ince~ sante. Se le imponen tareas sin miserir:ordia alguna, y sus.servicios se reciben sin deferencia ni gratitud. En algunas regiones de Amé~ rica es tan cruel este estado de degradación que se han conocido casos de madres que dieron muerte a sus hijas para librarlas de una vida que las condenaba a una miserable esclavitud.

Este estado de depresión y de constante fatiga, unido a las in~ evitables penalidades de la vida saivaje, tiene que ser muy poco favo~ rabie para la concepción, y el libertinaje que suele predominar entre las mujeres antes de casarse, unido a la costumbre de provocar el aborto, tiene que disminuir su aptitud para la función de la mater~ nidad. Uno de los misioneros, refiriéndose a la práctica corriente entre los natchez de cambiar sus esposas, a menos que tengan hijos de ellas, prueba que muchos de esos matrimonios eran infecundos, lo

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 2 7 que tal vez se explica -por el libertinaje en que viven las mujeres an~ tes de casarse, hecho que ya había observado con anterioridad.

Charlevoix atribuye la esterilidad de las mujeres americanas a las siguientes causas: amamantar a sus hijos durante varios años y du~ rante ese tiempo no cohabitan con sus maridos; el trabajo excesivo a que se ven condenadas, cualquiera que sea su situación, y la cos~ tumbre imperante en muchos lugares de permitir a las mujeres jóve~ nes prostituirse antes de casarse. Añade que, uniendo a estas causas la extrema miseria a que se ven reducidos con frecuencia, no es ex~ traño que no deseen tener hijos. Entre algunas de las tribus más rudas es una máxima no .tomarse el trabajo de criar más de dos de los hijos que les nazcan. Cuando nacen gemelos, es corriente aban~ donar a uno de ellos, ya que la madre no puede criar a los dos, y cuando muere la madre durante la lactancia no queda ninguna po~ sibilidad de conservar )a vida de la criatura, y, como en la Nueva Holanda, se la sepulta en la misma tumba que la madre.

Como es frecuente que los padres se vean expuestos a las ma~ yores necesidades, la dificultad de sostener a sus hijos es a veces tan grande que se ven obligados a abandonarlos o destruirlos. En gene~ ral se abandona a los hijos deformes, y, entre algunas tribus sur~ americanas, se abandona también a los hijos de las mujeres que no soportan bien las fatigas, pues se supone que heredan la debilidad de la madre.

A causas como éstas hemos de atribuir la notable ausencia de deformidades en los indios norteamericanos. Incluso cuando una madre trata de criar a todos sus hijos indistintamente, una propor~ ción tan elevada de ellos perece a causa de las penalidades que tie~ nen que sufrir en el estado salvaje, que es probable que no sobreviva ninguno que padezca alguna debilidad o deformidad. Si no se les abandona o destruye tan pronto como nacen, no pued~n prolongar mucho su vida en las condiciones tan duras que les aguardan. En la América española, en la que los indios no viven una vida tan tra~ bajosa, y se les impide destruir a sus hijos, muchos de ellos son de~ formes, enanos, mutilados, ciegos y sordos.

La poligamía parece haber sido permitida entre los indios ame~ ricanos, pero pocas veces se usaba este privilegio, a no ser por los caciques y los jefes, y alguna que otra vez por otros hombres en las provincias más fértiles del Sur, en las que era más· fácil procu~ rarse la subsistencia. La dificultad de sostener una familiá hacía que la mayor parte de los hombres se contentara con una mujer, y esta dificultad se reconocía por manera tan general que los padres, antes de conceder a sus hijas en matrimonio, exigían pruebas inequívo~ cas de la habilidad del cortejante en la caza y de su consiguiente

28 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN.

capacidad para sostener a la esposa y a los hijos. Según se dice, las mujeres no se casan jóvenes y eso parece confirmarlo el libertinaje tan frecuente entre ellas antes del matrimonio, que tantas veces han observado los misioneros.

Las costumbres que hemos enumerado, que parecen ser produc, to, en gran parte, de las dificultades inherentes a la creación de una familia, unidas al número de niños que tienen que perecer bajo las penalidades de la vida salvaje, a pesar de todos los esfuerzos de sus padres por salvarlos, son, sín duda, poderosas barreras contra el aumento de la población.

Una vez que el joven salvaje escapó a todos los peligros de la infancia, otros trances no menos formidables le acechan al acercarse a la virilidad. Las enfermedades a que se halla sujeto el hombre en estado salvaje, si bien no son muchas, en cambio son más violentas que las que predominan en la sociedad civilizada. Como los salvajes son muy imprevisores, y siempre precarios sus medios de subsisten, da, pasan a menudo de la extrema necesidad a la mayor abundancia, según las vicisitudes de la suerte en la caza o la variedad de la pro, ducción en las estaciones. Su irreflexiva glotonería en un caso y su severa abstinencia en el otro, son igualmente perjudiciales para la constitución humana, y, como es natural, su vigor resulta afectado por la necesidad en algunas épocas del año, y en otras por el exceso de alimentos ingeridos, y los desarreglos gástricos consecuentes. Todo esto, que puede considerarse como efecto inevitable de su manera de vivir, hace que mueran muchos en la flor de la vida. Son asimismo muy propensos a la tisis, las pleuresías, el asma y la parálisis, como resultado de las fatigas que tienen que soportar en la caza y en la guerra, y de las inclemencias de las estaciones a las que se hallan constantemente expuestos.

Según los misioneros, los indios de la América del Sur se ha, llnn sujetos a constantes males para los que no conocen remedio ninguno. Ignorando el empleo de las hierbas más sencillas, o la con, . veniencia del cambio de dieta, mueren en gran número a causa de esas enfermedades. El jesuíta Fauque dice que casi no ha encon, rrado en sus viajes individuos de edad avanzada. Según los cálculos de Robertson, la duración de la vida humana es menor entre los s.dvajes que en las comunidades laboriosas y bien reguladas. Raynal, a pesar de sus frecuentes peroraciones en favor de la vida salvaje, dice, refiriéndose a los indios del Canadá, que pocos de ellos llegan a vivir tantos años como los ingleses, cuyo género de vida es más uniforme y más tranquilo. Cook y Pérouse confirman esas opinio, nes en las observaciones que hacen acerca de algunos habitantes de la costa noroeste de América.

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 29 En las vastas llanuras de América del Sur, el sol abrasador que

cae sobre los extensos pantanos y las inundaciones que suceden a las estaciones lluviosas, producen algunas veces terribles epidemias. Los misioneros nos hablan de enfennedades contagiosas frecuentes entre los indios y ·qu~ ocasionan a veces una gran mortandad en sus aldeas. La viruela hace en todas partes grandes estragos, ya que, por la falta de cuidados y la escasa ventilación de las chozas¡ muy pocos de los atacados logran vencer la enfermedad. Según se dice, los indios del Paraguay son muy propensos a las enfermedades contagio, sas, a pesar de los cuidados y atenciones de los jesuítas. La viruela y las fiebres malignas, a las que, a causa de los estragos que produ, cen, se les da el nombre de plagas, suelen asolar las florecientes mi; siones y, según Ulloa, a ellas se debía que esos establecimientos no hubieran crecido de acuerdo con el tiempo que llevaban existiendo y la profunda paz de que habían disfrutado. Esas epidemias no es, tán confinadas al Sur. Se mencionan como frecuentes entre las na· ciones situadas al Norte; en un viaje reciente a la costa noroeste de América, el capitán Vancouver informa sobre una desolación extra, ordinaria, al parecer producida por alguna enfermedad de esta clase. Desde New Dungeness atravesó 150 millas de costa sin ver el mismo número de habitantes que antes. Eran frecuentes las aldeas aban, donadas, cada una de las cuales era bastante grande para contener a todos los salvajes que se habían observado en esa extensión de te, rritorio. En las diferentes excursiones que hizo, en particular alre-­dedor de Port Discovery, los cráneos, las extremidades, las costillas, las vértebras, y otros vestigios del cuerpo humano, se veían esparcidos por todas partes en gran número, y, como nó se observaban cicatri, ces parecidas a las que deja la guerra en los cuerpos de los indios que habían quedado, y no se advirtieron signos especiales de temor entre ellos, la conjetura más probable parece ser que la despoblación tiene que haber sido ocasionada por alguna enfermedad contagiosa. La viruela parece ser común· y muy mortífera entre los indios de esta parte de la costa. En muchos de ellos pudieron observarse las huellas indelebles que deja esa enfermedad, y algunos habían perdido un ojo a causa de ella.

En general, en lo que respecta a los salvajes, puede observarse que su extrema ignorancia, la suciedad de sus personas, la falta de ventilación y aseo de sus chozas anulan la ventaja que suele tener un país poco habitado, esto es, la de estar menos expuesto a las en, fermedades contagiosas que los de población numerosa. En algunas partes de América se construyen las chozas de manera que sirven de

·habitación a diferentes familias y suele ser frecuente que vivan bajo un mismo techo 80 ó 100 personas. Cuando las familias viven se,

30 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

paradas, las chozas son muy pequeñas, cerradas y miserables, sin ventanas y con las puertas tan bajas que es necesario entrar en ellas a gatas. En la costa noroeste de América, las chozas suelen ser, por lo general, grandes, y Meares describe una de dimensiones extraordi~ narias, perteneciente a un jefe, cerca de Nootka Sound, en la cual 800 personas comían, se sentaban y dormían. Todas los viajeros están de acuerdo en lo que respecta a la suciedad de las habitaciones y a la falta de aseo personal de los habitantes de esta costa. El ca~ pitán Cook los describe como llenos de parásitos, que ellos mismos se quitan para comérselos, y se refiere al estado de sus habitaciones en términos del mayor asco. La Pérouse declara que sus cabañas huelen tan mal y están tan sucias que no podría compararse con ellas la guarida de ningún animal.

En semejantes circunstancias, podemos fácilmente imaginarnos los estragos tan terribles que tiene que ocasionar una epidemia, y no parece improbable que el grado de suciedad descrito engendre enfer~ medades de esta naturaleza, ya que el aire de sus chozas no puede ser más puro que el de las ciudades más congestionadas.

Los que escapan a los peligros de· la infancia y de las enferme~ dad es se hallan constantemente expuestos a los azares de ·la guerra, y a pesar de la extrema cautela con que conducen los indios americanos sus operaciones militares, como rara vez gozan de algún intervalo de paz, el número de los que mueren en la guerra es considerable. La más incult.a de las naciones americanas conoce muy bien los dere~ chos de cada comunidad dentro de sus propios dominios, y como es de la mayor importancia impedir que otros destruyan la caza de sus terrenos, guardan esta propiedad nacional con el mayor celo, lo cual da motivo a innumerables disputas. Las tribus vecinas viven en per~ petuo estado de hostilidad unas con otras. El hecho mismo de que aumente el número de individuos de una tribu tiene que ser consi~ derado como un acto agresivo por parte de sus vecinos. En este caso la lucha continuará hasta que se restablezca el equilibrio mediante las mutuas pérdidas de personas, o hasta que el más débil sea extermi~ nado o expulsado del país. Cuando un enemigo invade sus tierras y .destruye sus cosechas, o los expulsa de sus terrenos de caza, se ven por lo general reducidos a la más extrema necesidad, ya que care~ cen de reservas de provisiones. Todos los habitantes del distrito invadido quedan obligados a refugiarse en los bosques y las monta~ ñas, en los que es difícil encontrar alimentos, y muchos de ellos pe~ recen. En la huída cada quien atiende tan sólo a su propia seguri~ dad. Los hijos abandonan a sus padres y éstos consideran a sus hijos como extraños. Los la:ms de la naturaleza no cuentan ya. Un padre es capaz de vender a su hijo por un cuchillo o un hacha. El ham ..

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 31 bre y las miserias de toda clase completan la destrucción de los que habían escapado de la espada, y de esta manera no suele ser raro que se extingan tribus enteras.

Ese estado de cosas ha contribuído poderosamente a engendrar ese feroz espíritu guerrero que se observa entre los salvajes en gene~ ral, y en especial entre los americanos. El fin que persiguen en sus luchas no es la conquista, sino la destrucción. La vida del vencedor depende de la muerte de su enemigo y, en el rencor con que lo per~ sigue, parece tener siempre presente la desgracia que representaría para él la derrota. Entre los iroqueses, la frase con que expresan su resolución de hacer la guerra contra un enemigo es, "vayamos a co~ mernos a esa nación". Si solicitan la ayuda de alguna tribu vecina, la invitan a una comida en la que figura caldo hecho con la carne de sus enemigos. Entre los abnakis, cuando un grupo de sus guerreros entra en territorio enemigo, suele dividirse en distintas partidas, de 30 ó 40 hombres, y el jefe 'dice a cada una de ellas: "Vosotros te~ néis que comeros esa aldea, vosotros tal otra", y así sucesivamente. Esas expresiones continúan existiendo en el lenguaje de algunas tribus en las que ha desaparecido la costumbre de comerse a sus enemigos prisioneros. Es indudable que el canibalismo continúa existiendo en muchas partes del Nuevo Mundo, y, contra la opinión del Dr. Ro~ bertson, no puedo menos de creer que tiene que haberse originado en épocas de excesiva necesidad, si bien es posible que la costumbre se perpetuara por otros motivos. Parec;e favorecer menos a la natu~ raleza humana y al estado salvaje atribuir esta horrible costumbre de comer carne humana a las malas pasiones sin el incentivo de la ne~ cesidad, más bien que a la gran ley de la propia conservación, que a veces ha vencido a toda otra clase de sentimientos, incluso entre los pueblos más humanos y civilizados. Una vez que ha existido, aunque sólo sea con carácter accidental, el temor que pueda sentir un sal~ vaje de ser comido por sus enemigos pudiera con facilidad elevar el rencor y el deseo de venganza a una altura tal que le empujen a tratar así a sus prisioneros, aunque el hambre no le apremie.

Los misioneros citan varias naciones que parecían gustar la car~ ne humana siempre que podían obtenerla, en la misma forma que comerían la de cualquier animal poco común. Quizá sean exage~ radas estos informes, aun cuando parecen confirmarlos hasta cierto punto los últimos viajes a la costa noroeste de América, y·también la descripción que hace el capitán Cook del estado de la sociedad en la isla de Nueva Zelandia, situada más al sur. Los habitantes de Nootka Sound son caníbales y el jefe del distrito, Maquinna, parecía tan inclinado a esta clase de banquetes que, a sangre fría, mata a un esclavo cada luna para satisfacer este apetito monstruoso.

32 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

El principio fundamental de la propia conservación, que en el pecho del salvaje se halla íntimamente relacionado con la seguridad y la fuerza de la comunidad a la que pertenece, impide que admita ninguno de los ideales de honor y caballerosidad en la guerra que predominan entre las naciones civilizadas. El honor entre los in~ dios americanos consiste en huir de un adversario que está preve~ nido, y en evitar una lucha en la que pueda correr riesgo su propia persona, y, en consecuencia, su propia comunidad. Para justificar el ataque a una persona armada y preparada a resistir se considera necesaria una superioridad aplastante; y aun en ese caso todos sien~ ten miedo de ser los primeros en avanzar. El fin que persiguen los guerreros más renombrados es debilitar y destruir las tribus ene~ migas con la menor pérdida posible para la suya, poniendo para ello en juego todas las artes y las astucias, todos los engaños y las estratagemas, todas las sorpresas que su ingenio pueda sugeriries. Hacer frente a un enemigo en igualdad de circunstancias se consi~ dera como una gran locura. El caer en la lucha se considera como una desgracia que expone al guerrero a que se le tache de impru; dente, en lugar de reconocerse como una muerte honrosa; pero per~ manecer en acecho día tras día, hasta que se preseqta la ocasión de lanzarse sobre la presa con toda seguridad, y sin que ésta pueda re~ sistir; sorprender en el silencio de la noche a los enemigos, prender fuego a sus chozas y asesinar a sus habitantes, cuando huyen de las llanuras desnudos e indefensos, son hechos gloriosos que vivirán para siempre en la memoria de sus agradecidos compañeros.

Es evidente que esta manera de hacer la guerra se debe al cono~ cimiento de las dificultades inherentes a la crianza de nuevos duda~ danos bajo las penalidades y los peligros de la vida salvaje, y esas causas de destrucción pueden ser, en algunos casos, tan grandes que mantengan la población en un nivel inferior al de los medios de sub~ sistencia; pero el temor que demuestran los indios americanos a cual~ quier disminución de su número, y su evidente deseo de aumentarlo, no prueban que éste sea el caso general. Es probable que el país no pudiera sostener al número adicional de individuos que cada .tribu desearía tener; pero el aumento de fuerza de una tribu le abre nue~ vas fuentes de subsistencia en la debilidad relativa de sus adversario" y, por lo contrario, una disminución de sus componentes, en lugar de proporcionar mayor abundancia a los miembros que quedan, los expone a la destrucción o al hambre a causa de la invasión de sus vecinos más fuertes.

Los chiriguanos, que en su origen formaban sólo una pequeña . parte de la tribu de los guaraníes, abandonaron su país natal en el Paraguay y se establecieron en las montañas cercanas al Perú. Como

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 33 el nuevo país les ofrecía subsistencias abundantes, aumentaron con rapidez, atacaron a sus vecinos, y por su mayor valor y su buena suerte poco a poco los fueron exterminando y tomaron posesión de sus tierras; consiguieron ocupar una gran extensión de territorio y aumentar considerabl~mente su número en el transcurso de algunos años (de 3 ó 4 mil que eran, hasta 30 mil), mientras las tribus de sus vecinos más débiles se veían reducidas cada día más por el hambre y la guerra.

Esos ejemplos demuestran el rápido crecimiento de los indios americanos cuando las circunstancias son favorables, y explican el temor que predomina, en todas las tribus, a ver disminuir el nú; mero de sus miembros y el frecuente deseo de conseguir su aumento, sin que ello suponga una superabundancia de alimentos en el terri; torio que dominan.

La mayor frecuencia de las tribus, y el mayor número de los individuos que componen cada una, en todas las partes del país en las cuales -por la vecindad de lagos o ríos, la superior fertilidad del suelo, o los mejores sistemas de cultivo-- los alimentos son más abundantes, demuestran claramente que las causas que hemos men; donado como afectando a la población de América se regulan prin; cipalmente por la abundancia o la escasez de las subsistencias. En el interior de las provincias que bordean el Orinoco pueden atra~ vesarse cientos de millas en distintas direcciones sin hallar una sola choza, ni observar las huellas de un. pie humano. En algunas partes de Norteamérica, en las que el clima es más riguroso y el suelo me~ nos fértil, la desolación es aún mayor. Se han cruzado extensiones de varios cientos de leguas de llanuras y bosques deshabitados. Los misioneros citan viajes de 12 días sin encontrar alma viviente, e inmensas extensiones del país en las que sólo podían hallarse tres o cuatro aldeas muy espaciadas. Algunos de esos desiertos no con~ tienen caza alguna, y estaban por consiguiente deshabitados; otros, que contenían alguna caza, eran atravesados en las épocas propicias por partidas que acampaban y permanecían en diferentes sitios, se~ gún el éxito que encontraran, y estaban, por consiguiente, deshabi~ tadas en proporción a la cantidad de subsistencias que producían.

Otras regiones de América parecen estar relativamente muy pobladas, como, por ejemplo, las orillas de los Grandes Lagos del Norte, las riberas del Misisipí, la Louisiana, y muchas provincias de Suramérica. En ellas las aldeas eran grandes y próximas unas a otras, en proporción a la superior fecundidad del territorio en caza y pesca y a los adelantos realizados por sus habitantes en la agricul; tura. Es indudable que los indios de los grandes y muy poblados imperios de México y Perú procedían de la misma raza y poseían al

34 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

principio las mismas costumbres que sus hermanos más rudos, y a partir del momento en que, por un conjunto afortunado de drcuns~ tandas, pudieron perfeccionar y extender su agricultura, aumentó su población con extraordinaria rapidez, a pesar de la apatía de los hombres y de las costumbres destructoras de las mujeres. Cierto que estas costumbres cederían en gran parte al cambio de las circuns~ tandas, y que la sustitución de una vida nómada de continuas pena~ lidades por otra más tranquila y sedentaria haría que las mujeres fueran más fecundas y pudieran atender a las necesidades de una familia más numerosa.

Si dirigimos una mirada de .conjunto al Continente Americano tal como lo describen los historiadores, veremos que la población parece haberse extendido sobre toda su superficie casi exactamente en proporción a la cantidad de alimentos que los habitantes de sus diferentes regiones podían obtener de acuerdo con su laboriosidad y conocimientos, y que, con pocas excepciones, presionaba con fuerza contra este límite, más bien que quedar por debajo de él, como se des~ prende de la frecuencia con que se presentaba la miseria y la escasez en todas las regiones de América.

Según el Dr. Robertson, ocurren casos muy notables en las ca~ lamidades que sufren las naciones primitivas a causa del hambre. Como ejemplo cita un informe proporcionado por Alvar Núñez Ca~ beza de Vaca, explorador español que residió casi nueve años entre los salvajes de la Florida. Este conquistador los describe como ign~ rantes de toda clase de agricultura, y viviendo casi completamente de las raíces de diferentes plantas, que se procuraban con grandes dificultades, vagando de un lugar a otro en su busca. A veces matan alguna caza, otras cogen algún pescado, pero en cantidades tan insig~ nificantes que su hambre excesiva les impulsa a comer arañas, huevos de hormigas, gusanos, lagartos, serpientes, y hasta cierta clase de arcilla, y, estoy persuadido, dice Cabeza de Vaca, que si en este país hubiera piedras, se las comerían. Aun muelen los huesos de los pe~ ces y las serpientes, y se los comen. La única época en que no sufren mucha hambre es aquella en que madura un fruto parecido al higo de tuna; pero para hallarlo se ven a veces obligados a trasladarse a gran distancia de su residencia. En otro lugar, observa que se ven a menudo obligados a pasarse dos y tres días sin ningún alimento.

Ellis, en su Viaje a la Bahía" de Hudson, describe emocionado los sufrimientos de los indios a causa de su extrema necesidad. Des~ pués de mencionar la severidad del clima, añade:

Con ser grandes las penalidades que sufren por el rigor del ·frío, no obs­tante, puede afirmarse que son muy inferiores a las que sienten a causa de la escasez de provisiones y de las dificultades con que tropiezan para pro-

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 35 curárselas. Bastará para demostrarlo un suceso que se cuenta en las facto­rías, que se sabe es positivamente cierto y que bastará para dar al lector compasivo una idea exacta de las privaciones a que se ve expuesto este des­graciado pueblo.

Cuenta entonces cómo un pobre indio y su esposa, al no tener éxi~ to en la caza, y habiéndose comido todas las pieles con las que se vestían, se vieron reducidos al terrible extremo de mantenerse con la carne de dos de sus hijos. En otro lugar, agrega:

Ha sucedido algunas veces que los indios que vienen en el verano a comer­ciar en las factorías, habiéndoles fallado los socorros que esperaban, se han visto obligados a chamuscar el pelo de millares de pieles de castor, para poder alimentarse con el cuero.

El abate Raynal, que siempre está haciendo comparaciones en~ tre la vida salvaje y la civilizada, si bien en un lugar se refiere al salvaje como un individuo siempre seguro de obtener subsistencia adecuada, no obstante, en sus informes sobre las tribus del Canadá dice que, aun cuando residían en un país en el que abundaban la caza y la pesca, en algunas épocas, y a veces durante años enteros, les fallaba este recurso y el hambre ocasionaba entonces una gran mortalidad entre las personas, demasiado alejadas unas de otras para poder ayudarse. ·

Charlevoix, hablando de los inconvenientes con que tropiezan los misioneros y de las miserias que tienen que sufrir, observa que a menudo los males que ha estado describiendo se borran ante otro mayor, en comparación del cual todos los demás carecen de impar~ tanda. Se refiere al hambre. Cierto, dice, que los salvajes pueden soportar el hambre con tanta paciencia como descuido muestran en proveerse contra ella, pero a veces se ven reducidos a extremos que no pueden resistir.

Es costumbre general entre casi todas las naciones americanas, incluyendo aquellas que han realizado algunos progresos en la agri~ cultura, dispersarse por los bosques en determinadas épocas del año y subsistir durante algunos meses del producto de la caza, como una parte principal de los suministros anuales. Si permanecen en sus al~ deas se exponen a un hambre cierta, si bien en los bosques no están siempre seguros de escapar a ella. Hasta los cazadores más hábiles no tienen a veces éxito en la caza, incluso allí donde no falta ésta, y en los bosques, al fallar este recurso, el cazador o el viajero se ex~ pone al hambre más cruel. En sus expediciones de caza, los indios se ven a veces reducidos a pasar tres y cuatro días sin alimento al~ guno; un misionero refiere cómo algunos iroqueses, en una de esas ocasiones, habiéndose comido las pieles que llevaban consigo, sus :za~

36 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN

patos, y aun cortezas de árboles, al fin, desesperados, sacrificaron a algunos de la partida para alimentar a los restantes. De once, sólo volvieron vivos cinco.

En muchas partes de Suramérica los indios viven en la más ex~ trema necesidad y a veces se ven exterminados por las hambres más rigurosas. Las islas, que parecían tan ricas, se hallaban pobladas hasta el límite permitido por el nivel de su producción. Si se esta~ blecían unos cuantos españoles en alguna región, esa pequeña adición de bocas daba lugar a una severa escasez de provisiones. El flore~ dente imperio mexicano se hallaba en este mismo estado, y Cortés encontró a menudo las mayores dificultades para procurarse su~ sistencias para su pequeño ejército. Las misiones del Paraguay, con todo el cuidado y la previsión de los jesuítas, y a pesar de que su población se mantenía baja a causa de las frecuentes epidemias, no se hallaban exentas de la presión de la necesidad. Se menciona el caso de los indios de la Misión de San Miguel, que aumentaron tanto que las tierras cultivables en su vecindad producían sólo la mitad del grano necesario para su sostenimiento. Las sequías suelen des~ truir sus ganados y producir la pérdida de sus cosechas, y en esas ocasiones algunas misiones se veían reducidas a la más extrema in~ digencia y hubieran perecido de hambre si no hubiera sido por la ayuda de sus vecinos. .

Los últimos viajes a la costa noroeste de América confirman esos informes acerca de la frecuencia del hambre en la vida salvaje y muestran la inseguridad del recurso de la pesca, que es la que parece ofrecer, en general, la provisión más ab.undante de alimentos que suministra la naturaleza. El mar de la costa cercana a Nootka Sound rara vez está tan helado que impida el libre aceso a los habitantes. No obstante, por las grandes precauciones que adoptan para alma~ cenar provisiones para el invierno, y el cuidado que ponen en pre~ parar y conservar cualquier clase de alimento que pueda resistir para las estaciones más frías, es evidente que en esas épocas no pueden conseguir pesca alguna en el mar y parece que sufren con frecuencia grandes privaciones por la falta de alimentos durante los meses más fríos. Durante una estancia de Mr. Mackay en Nootka Sound, de 1786 a 1787, el largo y riguroso invierno ocasionó grandes hambres. Se agotaron las reservas de pescado seco, y no había medio de ob~ tener pesca ninguna; de modo que los indígenas se vieron obligados a racionarse, y los jefes llevaban cada día a nuestros compatriotas la ración de siete arenques secos por cabeza. Mr. Meares dice que la lectura del diario de este señor horrorizaría a cualquiera persona dotada de sentimientos humanitarios.

ENTRE LOS INDIOS AMERICANOS 37 El capitán Vancouver menciona que algunos de los pueblos al

Norte de Nootka Sound viven miserablemente de una pasta hecha de la corteza interior del pino y de joyo.2 En una de las excursiones que hicieron los botes encontraron una partida de indios que tenían

· alguna cantidad del pez llamado hipogloso; pero, a pesar de que les ofrecieron un precio muy elevado, no pudieron .convencerles de que se lo vendieran. Esto, como observa el capitán Vancouver, era muy extraño, e indica la escasez de sus provisiones. En el año 1794, en Nootka Sound el pescado escaseaba mucho y alcanzaba precios ex~ orbitantes, ya sea por lo escaso de la pesca, o por descuido, y los ha~ bitantes habían soportado mayor miseria por falta de provisiones durante el invierno.

La Pérouse dice que los indios de la vecindad de Port Fran~ois, gracias a la pesca, vivían durante el verano en la mayor abundancia, pero expuestos a morir de hambre durante el invierno.

No es, como imagina Lc;>rd Kaimes, que las tribus americanas no hayan aumentado nunca lo suficiente para hacer necesario el cultivo de la tierra para subsistir, sino que, por una u otra causa, no. han adoptado en grado apreciable esos modos más fáciles de procu~ rarse la subsistencia, y por consiguiente no se han multiplicado hasta poblar bastante los territorios que ocupan. Si sólo fuera el hambre la que hubiera podido empujar a los salvajes de América a un cam .. bio semejante de sus costumbres, no puedo imaginar que quedara una sola tribu de pescadores y cazadores; pero, es evidente que, acle .. más de este estímulo, es necesario el concurso de otro género decir~ constancias para realizar ese fin y, es probable, que esas artes para obtener los alimentos se inventaran primero y se perfeccionaran des .. pués en aquellos sitios mejor adaptados a las mismas, y en los que la fertilidad natural de la tierra, permitiendo vivir juntos a un mayor número de habitantes, diera mejores probabilidades para que se des .. arrollaran las facultades inventivas del espíritu humano.

Entre la mayor parte de las tribus americanas de que nos hemos ocupado predominaba un grado tan grande de igualdad que todos los miembros de cada comunidad participaban por igual de las pe .. nalidades inherentes a la vida salvaje y de la escasez de alimentos en determinadas ocasiones; pero, es probable que en muchas de las naciones situadas más al Sur, como Bogotá, .y entre los natchez, y sobre todo en México y en el Perú, en las que existía una distinción muy marcada en el rango y las clases más bajas se hallaban en un estado de absoluta servidumbre, siempre que faltaban provisiones se .. rían éstas las que sufrirían más, por lo que los obstáculos positivos

2 ESpecie de yerba parecida a la cizaña.

38 LIMITACIONES DE LA POBLACIÓN para el aumento de la población actuarían casi exclusivamente en esta parte de la comunidad.

Tal vez la extraordinaria despoblación que ha tenido lugar entre los indios norteamericanos pueda parecer a algunos que contradi, ce la teoría que se intenta establecer; pero se hallará que todas las c.ausas de esta rápida disminución pueden resumirse en los tres gran, des grupos de obstáculos para la multiplicación que se han expuesto anteS; y no se ha afirmado que esas restricciones, actuando con fuer, za inusitada en circunstancias especiales, no puedan ser más podero, sas que el principio del crecimiento de la población.

· La insaciable inclinación de los indios por los licores espirituo, sos, que según Charlevoix es tal que sobrepasa toda expresión, al suscitar entre ellos perpetuas querellas y luchas a menudo morta, les, al exponerlos a una nueva clase de desarreglos que les es difícil combatir debido a su género de vida, y al disminuir y aun destruir su facultad generadora en su misma fuente, puede considerarse ya por sí sola como un vicio capaz de producir ia actual despoblación. A esto hay que añadir que, en casi todas partes, las relaciones de los indios con los europeos han tendido a rebajar el temple de aqué, llos, a debilitar su actividad o a imprimirle una dirección falsa y, así, a disminuir las fuentes de subsistencia. En Santo Domingo, los in, dios dejaron de cultivar sus tierras con la intención de que murieran de hambre sus opresores·. En Perú y Chile, el trabajo forzoso de los indígenas se dirigió a la extracción de metales de las entrañas de ·Ja tierra, desdeñando el cultivo de la superficie, y, •entre las tribus del Norte, el deseo de comprar a los europeos licores espirituosos diri, gió la actividad de la mayoría de ellos casi exclusivamente a la obten, ción de lo que podía servirles de medio de cambio, lo cual les impe, día dedicar su atención a otras fuentes fecundas de subsistencia y al mismo tiempo les hacía destruir con rapidez las especies de caza. En todas las partes conocidas de América, el número de .animales salvajes ha disminuído aún más que el de indígenas.13 En todas par, tes ha disminuído más bien que aumentado la actividad agrícola, a consecuencia del contacto con el europeo. En ninguna parte de Amé, rica, del Norte o del Sur, sabemos que existan tribus indias que vivan en la abundancia a consecuencia de la disminución de su nú, mero. No estaremos, pues, muy lejos de la verdad si decimos que aun hoy, a pesar de todas las causas de despoblación que hemos men, donado, la población media de las tribus americanas está, con pocas excepciones, al nivel ~e la cantidad media de alimentos que pueden obtener mediante sus actuales habilidades.

3 Es probable que la introducción de las armas de fuego entre los indios haya con• tril:>uído a la disminución del número de animaJes salvajes.

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CAPÍlUL~ De las limitacione~ a la población en Ías islas del Mar del Sur

REFIRIÉNDOSE a las islas que pertenecen a la Gran Bretaña, y a sus habitantes en general, dice el abate Raynal: Es entre estas gentes donde hay que buscar el origen de esa multitud de instituciones singulares que retrasan el progreso de la población. La antro­pofagia, la castración de los hombres, la prostitución de las mujeres, los ma­trimonios tardíos, la consagración de la virginidad, la aprobación del celibato, los castigos a las jóvenes que son madres a una edad temprana, etc.1

Esas costumbres, debidas a la superabundancia de población en esas islas, se han llevado, dice él, a los continentes, en los que los filósofos de nuestra época se ocupan aún de investigar las razones de su existencia. Raynal no parece darse cuenta de que una tribu salvaje de América rodeada de enemigos, o una nación civilizada y muy po, blada cercada por otras en igual estado, se hallan, desde muchos puntos de vista, en circunstancias semejantes al isleño. Las barreras que se oponen ~ un aumento ulterior de la población no están tan bien definidas, ni es tan fácil percibirlas, en los continentes como en las islas; no obstante, son casi tan insuperables como las de éstas, y el emigrante que huye de la miseria de su país, no es seguro que encuentre alivio en otro. No existe, probablemente, ninguna isla cuya producción no sea susceptible de aumentarse. Esto es todo lo que puede decirse del conjunto de la tierra. Toda ella está poblada hasta donde lo permite el nivel de la producción y, a este respecto, toda la tierra es como una isla; pero como los límites al número de habitantes de las islas, sobre todo cuando son de poca extensión, son tan estrechos y tan bien señalados que todas las personas tienen que verlos y reconocerlos, la investigación de los obstáculos puestos al aumento de la población en aquellas sobre las cuales poseemos infor, mación auténtica puede contribuir mucho a aclarar el punto de que nos ocupamos. La pregunta que formula el capitán Cook en su pri, mer viaje, con respecto a los salvajes tan desperdigados de la Nueva Holanda, "¿Por qué medios se reduce el número de habitantes de este país al máximo que puede subsistir sobre él?" puede formularse con igual propiedad respecto de las islas más pobladas de los mares del Sur, o de los países más poblados de Europa y Asia. La pregunta, aplicada en general, parece muy curiosa y conduciría a la aclaración

1 Raynal, Histoire des Indes, ed. 1795, vol. n. lib. m. p. 3 .