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TRANSATLANTIC POETICS: POÉTICAS TRASATLÁNTICAS Cristián Gómez O. Case Western Reserve University Son varios capítulos los que componen esta novela. Sus orígenes datan de los así llamados tiempos del descubrimiento. Pero sería al mismo tiempo exagerado perdernos en la oscuridad de la Historia. Incluso si Julio Ortega insiste en las políticas de identidad y el rol que estas juegan en la Nueva Coronica de Buen Gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala, la crítica trasatlántica obtiene y/o identifica su objeto de estudio cuando poetas y narradores, hispanistas y profesores de Literatura latinoamericana y española comienzan a entender que ese lenguaje que comparten es, también, un campo en común, un área de intercambios todavía por explorar, incluido el mismo Ortega en un inequívoco primer lugar. Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez se cuentan entre los primeros que entendieron el español de esta manera. La importación del “Modernismo” desde América Latina, a finales del

Transatlantic Poetics/Poéticas trasatlánticas

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TRANSATLANTIC POETICS: POÉTICAS TRASATLÁNTICAS

Cristián Gómez O.Case Western Reserve University

Son varios capítulos los que componen esta novela. Sus

orígenes datan de los así llamados tiempos del descubrimiento.

Pero sería al mismo tiempo exagerado perdernos en la oscuridad de

la Historia. Incluso si Julio Ortega insiste en las políticas de

identidad y el rol que estas juegan en la Nueva Coronica de Buen

Gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala, la crítica trasatlántica

obtiene y/o identifica su objeto de estudio cuando poetas y

narradores, hispanistas y profesores de Literatura

latinoamericana y española comienzan a entender que ese lenguaje

que comparten es, también, un campo en común, un área de

intercambios todavía por explorar, incluido el mismo Ortega en un

inequívoco primer lugar.

Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez se cuentan entre los

primeros que entendieron el español de esta manera. La

importación del “Modernismo” desde América Latina, a finales del

siglo XIX, a España., marca uno de esos momentos estelares donde

la lengua en común le hace más que nunca honor al adjetivo. El

desembarco de esta estética, sin embargo, no estuvo exento de

contradicciones y retrocesos.

Si, por una parte, algunos autores como Ramón del Valle-

Inclán, Ramón de Campoamor, Gaspar Núñez de Arce y Juan Valera,

entre otros, saludaron la llegada de Ruben Darío a Europa y su

reinterpretación de la lengua castellana, también es cierto que

hubo otros que resistieron con tenacidad el cambio que implicaba

suscribir esa estética modernista casada abiertamente con ciertos

esquemas franceses, lo cual era para algunos una renuncia al

Vaticano peninsular: algo a lo cual simplemente no estaban

dispuestos.

El lugar subalterno que ocupaba Darío en esta polémica no

parecía preocuparle al nicaragüense. Como cita lúcidamente María

A. Salgado,

El poeta era consciente del recelo peninsular y sabía que muchas de las críticas negativas que recibía se debían al encono nacionalista con que muchos intelectuales españoles percibían lo queconsideraban el rechazo de los valores castizos por losjóvenes

escritores de Hispanoamérica. En un ensayo publicado enLa Nación (en junio de 1 897), Rubén Darío admite dicho rechazo, pero culpa de esta situación a España: "Hemos pecado, es cierto. ¿Pero quién ha tenido la culpa sino la madre España, la cual,una vez roto el vínculo primitivo, se metió en su Escorial y olvidó cuidar la simiente moral que aquí dejaba? Un puente de ideas habría habido de continente a continente, pero no se preocupó más unión desde entonces, que la que podían sostener unas cuantastelarañas tendidas desde [la Real Academia de la Lengua]." El vacío español, prosigue Darío, fue llenado por otros: "Naves, hombres e ideas deotros países llegaron a nuestras tierras y nosotros nosfuimos olvidando también poco a poco de España". (441-42)

El credo modernista, una vez fallecido en 1916 Darío, lo tomará

Juan Ramón Jiménez, quien a su vez “volverá” a tierras americanas

en cuanto concluya trágicamente la Guerra Civil española y deba

comenzar su exilio. Un periplo que incluye Estados Unidos, Cuba y

Puerto Rico, su destino final, donde alternará períodos de

reclusión y retraimiento con un afán de seguir en contacto, pese

a todo, con los poetas más jóvenes de España y de América. Y, a

pesar de las desavenencias que en algún momento tuvieron, será

Lorca en su relación con Neruda quien continúe estos diálogos

intercontinentales. Lorca y Neruda leyendo al alimón en Buenos

Aires, pero también Huidobro y Vallejo y Larrea con la revista

Favorables-París-Poema, para no hacer mención (obligatoria, por

lo demás) del desembarco creacionista y sus trazos en la obra de,

por ejemplo, Gerardo Diego.

Pero el exilio español no nos aportó sólo a Juan Ramón, sino

también a León Felipe y una larga lista de intelectuales que no

pueden dejarse de lado a la hora de hacer esta especie de

arqueología, aunque para los propósitos de la tarea de hoy, esa

empresa debamos postergarla.

Sin embargo, en esta historia de las relaciones trasatlánticas,

ocupan un lugar esencial los estudios trasatlántcos, liderados en

una primera instancia por Julio Ortega y otros investigadores

quienes asentaron las bases del campo de estudio:

Frente a la globalidad definida por los ejes productores de la cultura,

los estudios transatlánticos optaron, me parece, por forjar otros ejes de

debate: el triángulo España-América Latina-Estados Unidos pertenece a la praxis, tanto al común denominador del español, como también a las nuevas migraciones, que en España como en Estados Unidosson un drama social y un horizonte del futuro. Otros

ejes incluyen a Francia, y a otros países, de acuerdo a la pertinencia de los textos, y a la articulación conceptual de las prácticas. Estos escenarios no son fuentes de mera influencia o intercambio, sino modelos paralelos y, a veces, inclusivos de información reprocesada y reapropiada, queparecen actualizar la historia cultural como otra

orilla (onda o textura) de un presente más durable y fluido. (6)

Es en ese primer triángulo que señala Ortega donde quiero

ahondar, debido fundamentalmente al nuevo tipo de escritura que

se ha ido creando a partir de esa simbiosis entre Latinoamérica y

España como proveedores y Estados Unidos como el receptáculo

laboral e inmigratorio donde se ha gestado esta ¿nueva? poesía.

Aunque no son polos estáticos, como ya hemos visto. Si hay una

cantidad no despreciable de poetas españoles enseñando lenguaje y

literatura en Estados Unidos, también hay poetas españoles que

han fructíferamente migrado hacia el sur (como Juan Carlos Mestre

en Concepción y, también, el profesor y poeta escocés Niall

Binns) y asimismo poetas latinoamericanos que se han asentado con

mayor o menor fortuna en lo que antaño era la Madre Patria y

ahora tal vez una provincia ultramarina de nuestro continente. El

mismo Roberto Bolaño, sin ir más lejos, sería un ejemplo

patafísico y peripatético de ese re-descubrimiento.

Cuando a Mónica de La Torre y a mí, nos tocó hacernos cargo

de Malditos latinos, malditos sudacas (2009), la antología de poesía

iberoamericana made in USA publicada por El Billar de Lucrecia,

nos encontramos con un corpus de estudio independiente y con

reglas propias. Nos preguntábamos en el prólogo de ese libro:

¿Hablamos aquí de literatura latinoamericana, de literatura chicana (o de su

relación con el mundo chicano, con el cual necesariamente está emparentado),

de otra literatura, de otro universo simbólico, con imaginario e identidades

propias?, ¿quién carajo son los integrantes de esta (¿nueva?) literatura?, ¿los

mexicanos que muchas veces suelen ser la metonimia perfecta para borrar de un

plumazo la diversidad del continente?, ¿los inmigrantes, losnacidos aquí en

Estados Unidos?, ¿los que escriben en castellano, en spanglish, en inglés?, ¿

los que escriben en español Y en inglés? ¿Los que publican sólo en

Latinoamérica, en los Estados Unidos, o aquellos que logran de uno a otro

extremo en la cuerda floja tendida entre ambos territorios? ¿Por qué la

insistencia, además, de seguir designando el área que comprendería esta

literatura en términos geopolíticos? (8)

Esta es una realidad en formación que requiere

necesariamente de esquemas novedosos de aproximarse a ella. El

corpus de esta poesía multilingüe, para empezar con los problemas

metodológicos, es cada vez más amplio. Una piedra de toque dentro

de él, sin embargo, que no se puede pasar por alto si no queremos

invalidar cualquiera de nuestras conclusiones, es la obra del

cubano avecindado en Nueva York José Kozer (1940). Autor de una

larga lista de libros de poesía que han concitado, especialmente

a partir de la década de los 80, una importante resonancia

crítica, Kozer llegó a NY en 1960 y durante años fue profesor de

Lengua y Literatura Hispánica en Queens College. Su caso puede

ofrecernos algunas pistas en torno al asentamiento de una voz

diferenciada en el panorama de la literatura que se escribe en

EE.UU., especialmente porque se trata de una transculturación

doble, como bien señala Miguel Ángel Zapata en su ensayo sobre la

obra del cubano.

En este texto, Zapata subraya la doble inmigración por las

que pasa o experimenta, aun cuando de manera vicaria, Kozer. Hijo

de inmigrantes judíos (checos y polacos), una vez consolidado el

régimen de Fidel Castro, deciden emigrar una vez más, ahora hacia

Estados Unidos, en 1960. Esta extrañeza, en el caso de Kozer,

será fundamentalmente extrañeza de la lengua. En su poema

“Gramática de papá”, el hablante subraya esas dificultades

lingüísticas, de vocabulario y sintaxis, de pronunciación y

conjugaciones que coartaban o problematizaban los circuitos de

comunicación para su padre.

Había que ver a este emigrante balbucir verbos de yiddish a español,

había que verlo entre esquelas y planas y bolcheviques historias

naufragar frente a sus hijos, su bochorno en la calle se parapetaba tras el dialecto de

los gallegos, la mercancía de los catalanes,

se desplomaba contundente entre los andrajos de sus dislocadas, [conjugaciones,

decía va por voy, ponga por pongo, se zumbaba las preposiciones, y pronunciaba foi, joives decía y la calle resbalaba,

suerte funesta déspota la burla se despilfarra por las esquinas, y era que el emigrante se enredaba con los verbos,

descargaba furibunda acumulación de escollos en la penuria de [trabalenguas, (en Heredia, 43)

Pero no se trata únicamente de obstáculos para darse

entender, de aprender a conciencia el idioma. Como muy bien lo

plantea Aida Heredia,

La cuestión del lenguaje que el exilio plantea recibe un hondo tratamiento

en la pieza “Gramática de papá”. Kozer describe la angustia del padre en

términos de una mezcla confusa de yiddsih –la lengua nativa de éste– y

español. Hay un paralelo entre esta proyección de la figura paterna y la

autodescripción del yo poético en función de la palabra, (…)El “balbucir

verbos de yiddish a español” es la frase matriz de la cual se desprenden

las variantes que cuentan la aflicción y deshacimiento del padre. A la

mezcla de idiomas se suma el expresivo vocabulario empleado por el hijo

en la descripción del lenguaje del padre (“los andrajos de sus dislocadas

conjugaciones,” “descargaba furibunda acumulación de escollos”) con

lo cual se nos ofrece un cuadro preciso del desgarramiento de éste. La

situación del padre no cambia con su llegada a Cuba, país donde se

radica; allí sigue siendo víctima del menosprecio. (49)

De igual modo, no es un dato menor la carga simbólica que lleva

en sí un idioma como el yiddish. Lengua franca de la Diáspora

judía, el yiddish ha sabido soportar los diferentes pogroms de

los judíos de Europa oriental. En el poema de Kozer, su

refracción ante la mercadería catalana y el dialecto gallego es

como una Torre de Babel del desarraigo, según Heredia, quien

identifica el verbo “naufragar” con el hipotético fracaso para

proveer el sustento de la familia, por una parte, pero también

con naufragar en el río mentado al final del poema, “último

padecía para siempre impedido entre las lágrimas del Niemen, fin

de Polonia.”, donde no se puede ablucir el sujeto de su destino

ni olvidar de la violencia que lo persigue.

El mismo Kozer ha dado testimonio fidedigno de esas partidas

y esas llegadas al comienzo de su etapa neoyorkina. En una

entrevista con Mario Pera, el poeta atestigua cómo esa

transculturación de la que habla Zapata es por sobre todo una

cuestión de lenguaje.

Salgo en 1960 de mi país, me voy de inmediato a Nueva York, y ahí, por

supuesto, sigo escribiendo. Pero me ocurren dos cosas: la primera, pierdo el idioma, el castellano mío se deteriora, no es que fuera en Cuba muy álgido, pero en aquel Nueva York donde no se hablaba ni una papa de español, pierdo no sólo fluidez, pierdo el sentido del castellano, ahora reemplazadopor un inglés, en aquel entonces deficiente y maluco. Un individuo que quiere hacer poesía y que no tiene idioma, imagínate lo que eso representó. El inglés,además de cancaneante, no me acompaña, ya que no puedo, tal vez apenasse puede hacer poesía en un idioma ajeno al idioma materno.

Sin embargo, no hablamos aquí tampoco de un asunto que se

redujera a la escasa adaptabilidad de este sujeto en tránsito,

sino que también hay otras coerciones o limitantes desde un punto

de vista aun más práctico, si cabe. Kozer arguye, junto con la

anterior otras razones para haber publicado su primer libro

(Padres y otras profesiones, 1972) de manera más o menos tardía,

pasados los treinta años. Según él (y concordamos por completo

con el autor en este aspecto), un cubano fuera de Cuba no lo

tenía muy fácil para publicar a mediados de los sesenta. Son los

inicios de la Revolución cubana y un cubano exiliado, máxime en

Estados Unidos, no caería muy bien en esa década en que la

izquierda cultural latinoamericana mantuvo una incondicional luna

de miel con la empresa encabezada por Fidel Castro.

En un artículo que trata de Lezama y la empresa

transatlántica, Julio Ortega esboza esa diferencia con la que el

autor de Dador contribuye desde la escritura a crear algo que no

está en las tradiciones de las que se vale y modifica. “De la

inteligencia de la misa/a los placeres de la mesa,/el rayo vital

no cesa/de engrandecerse con la vista”, escribe Lezama en la

primera estrofa de su bien conocido “Himno de la luz nuestra”;

eso le basta, sin embargo, a Ortega, para subrayar cómo ese himno

de origen clásico busca moverse en otras aguas, cómo abre nuevas

rutas y posibilidades combinatorias, sin sentirse limitado por el

linaje de su fuente.

Ese proceso de epifanías que es el poema de Lezama,

incorpora y no anula los polos de la misa y la mesa, dando lugar

a la “luz nuestra” (eso que, podríamos decir provisoriamente, es

el agregado americano) a cambio del Olimpo clásico. El entramado

festivo (Ortega) es terreno para el milagro, que quiere decir ver

más. La inteligencia y su capacidad de re-ligar, de reunir bajo

nuevas banderas aquello que a simple vista parecía ajeno, gracias

al rayo de lo vivo, reivindica y conjuga como un verbo los

placeres de la mesa. Así, Lezama agrega más tarde: “El halo

canónigo de la trucha/hiere la uva del poniente./Diga la luz que

nos escucha/la compañía del astro sonriente”. El sol como un

crisol, la suma donde las ceremonias se armonizan sin perder sus

esencias.

Resulta curioso que un desplazado permanente, como Kozer (si

no en términos biográficos, sí en términos escriturales), haga

del espacio físico de la casa uno de los epicentros de su mundo

textual. Si la explicación a esta paradoja aparente la

encontramos en Zapata, cuando plantea con palabras de Bachelard

que “la casa es, más aún que el paisaje, un estado de alma”

(321), tampoco podemos dejar de subrayar que esa casa lo

acompañará en ese desarraigo. La casa, o el desarraigo, entonces,

viene a ser uno de los ejes conductores de un libro como Carece de

causa, que Kozer publicara en 1987 y que a nosotros nos interesa

particularmente aquí, en tanto se reúnen allí poemas que

despliegan toda esa gama de matices de quien enseña su hogar como

una invención o un lugar de paso o un recuerdo.

Aun cuando hay en este conjunto, poemas que serían mucho más

gráficos a la hora de ilustrar lo que hemos venido diciendo sobre

Kozer (textos como los incluidos en “Díptico de la casa”, o

aquellos dedicados a su entorno familiar, a saber: “La unión”,

“Motete”, “Desposorio” y “Testimonio del sastre”, entre muchos

otros), nos parece mejor por ahora establecer un puente entre

esas abundancias de Lezama en su “Himno para la luz nuestra” y

“Las retribuciones”, poema con que se abre Carece de causa: en este

último, los comensales se reúnen en torno a una mesa donde se

mastica pero es poco lo que se come, el vino se derrama en las

paredes y el ritual de sacrificar a la vaca parece exceder las

posibilidades del carnicero. La cena está en el patio, pero la

noche es el veredicto de la ciudad enmudecida: sólo al amanecer

se podrá recuperar algo. En un libro como Carece de causa, donde

las casas están ahí para ser abandonadas y, en consecuencia,

también las ciudades están para dejarlas atrás, un poema como

“Las retribuciones” abre la puerta para que ese animal a punto de

ser devorado, esa vaca de los contornos, no sea otra cosa que el

país perdido, esa Cuba que se menciona como un origen y está

dividida en tantos pedazos como el animal: “El país está dividido

en seis partes iguales en dieciséis partes (iguales) está

dividido./Igual está dividida la vaca descuartizada, nos

representa” (139). No es gratuito que hagamos el alcance entre

esa mesa puesta en el poema de Kozer y los versos citados de

Lezama. En Carece de causa, ese animal abre y cierra un libro que

es a la vez evocación y ofrenda, ceremonia del recuerdo que

intenta una recreación desde la distancia. Esa distancia es lo

que para nosotros inaugura estas nuevas poéticas que englobamos

bajo la etiqueta, siempre insuficiente, de trasatlánticas. La

ambigüedad es la imprescindible marca de fábrica que Kozer le

impone a esta poética. Ese animal dividido en seis o dieciséis

partes aparece precisamente en un poema como “Las coníferas al

norte son plantas perpetuas”, texto en el que el mentado país se

torna elusivo en la medida en que esas coníferas (del norte, de

EE.UU., si leemos entre líneas) no se encuentran en la Cuba

originaria de los desplazamientos y el origen familiar, esa Cuba

del recuerdo efímero, en oposición a esas hojas perennes.

La posibilidad del regreso, al final del libro, es eso: una

pregunta, una posibilidad que no clausura ni tampoco anticipa

ningún diálogo. Pero tampoco podemos olvidar que el libro de

Kozer se publica en 1987, por lo que podemos datar estos poemas

en una época donde el fin de la Guerra Fría aún era difícil de

anticipar, donde el período especial todavía no llegaba y la

promiscuidad entre Miami y la isla no era la de hoy. No obstante

ello, la ofrenda permanente que nos propone Carece de causa es un

paso ineludible en la creación y la instalación de este corpus.

Jorge Rodríguez padrón plantea que

No es casualidad —tampoco una fácil recurrencia— que muchos de los

poemas de Carece de causa (como tantos en la obra de José Kozer) repitan

el motivo temático de la ofrenda, de la invitación a la mesapuesta, con los

manjares al alcance, dispuestos para ser comidos. Escena cotidiana que

aquí trasciende su vulgaridad repetitiva, orientada sólo a la consumación y

consumisión de satisfacciones inmediatas, para alcanzar la iluminación

original que en ella se contiene: una sabiduría nacida de esa encarnación de

las cosas. (91)

La ofrenda que en el caso de Kozer está siempre servida en una

casa que es todo evocación, nos entrega la posibilidad de

imaginar otros territorios originarios y de ponerlos al mismo

tiempo entre paréntesis. Si la errancia es su condición, entonces

la tenue línea que nos une a ese origen necesita re-estudiarse.

La casa, como decía Bachelard, más aún que el paisaje, es un

estado de alma.

Indagando esta senda, nos encontramos con otros poetas cuyas

filiaciones y afiliaciones no son definitivas ni inherentes, sino

que se encuentran por ahora en permanente definición. Podríamos

nombrar una serie de nombres que comparten este espacio de

transición, entre otros los de Niall Binns, Benito del Pliego,

Mónica de la Torre, Pedro Montealegre. En un estudio más acabado

esperemos “dar cuenta” de ellos. Por lo pronto, nos centraremos,

debido a las poéticas estrechamente compartidas, en dos poetas

que hacen del tránsito y la contemplación de éste, el centro de

sus quehaceres, como son Julio Espinosa y Andrés Fisher.

Del primero nos enfocaremos en su sintaxis asfalto (2010),

título sintomático que indica perentoriamente los ajustes que

necesita la palabra para imbuirse de las nuevas territorialidades

que inaugura y la rodean. De Fisher, producto de la homogeneidad

de su producción poética, nos parece que Series (2010), libro

editado no hace mucho en España y donde reúne la casi totalidad

de sus títulos publicados, da con la definición misma de la

poiesis de Fisher. En este sentido, no creemos que sea forzado

aproximar los textos de uno y otro poeta (vista la escualidez de

Espinosa y la objetividad escueta de Fisher), cercanía que, como

pretendemos señalar con todas las pruebas del caso, deviene en

una suerte de confraternidad poética, un compartir puntos de

vista que no se limita a la página. Este es un punto en el que

quisiera abundar, antes de entrar de lleno en el comentario

textual. Tal vez porque esto ES el comentario textual, porque el

texto no termina, como creemos, en los bordes de la página.

Fisher y Espinosa, pero no sólo Fisher y Espinosa, han

recorrido un periplo de exilios y desarraigos más o menos

voluntarios que comparten poco o nada, salvo el título, con el

exilio político de Latinoamérica en los sesenta y los setentas.

La conciencia de un mundo globalizado que en sus carencias ha

provocado corrientes migratorias que pueden ser vistas como una

necesidad, pero también como una bendición, ha posibilitado el

nacimiento de nuevas ciudadanías múltiples y por definición

diversas, en las que las lenguas menores (Deleuze y Guattari, )

comienzan a erosionar el canon lingüístico, pero supongo que

también a incorporarlo en sí mismas. Estas trans-nacionalidades y

estas trans-territorialidades son las que han generado

paulatinamente un corpus poético con cualidades propias que aquí

nos proponemos someramente esbozar. Algo de eso ya hemos hecho

con Kozer. Por su parte, Julio Espinosa y Andrés Fisher comparten

su doble nacionalidad chileno-española sin que ninguno de los dos

resida en su lugar de origen (Espinosa en España, Fisher yendo y

viniendo entre Madrid y Boone, en North Carolina): esto, que en

otras circunstancias no pasaría de ser un dato meramente

anecdótico, lo hemos traído a colación en tanto esta(s)

escritura(s) no están disociadas de su lugar de producción y

circulación. Comprendo que esta última aseveración pueda parecer

un truismo (toda poesía, casi como si fuera un lugar común, puede

afirmarse que está relacionada directa o indirectamente con su

lugar de origen); sin embargo, en el caso de poetas como Fisher y

Espinosa cobra especial relevancia, en tanto sus poéticas hacen

de esa extrañeza el centro de su textualidad, explícita o

implícitamente. Para utilizar las palabras de Julio Ortega, se

trataría de un “hábitat heteróclito”, a caballo entre lenguas y

territorios en una rearticulación constante donde los espacios de

legitimidad son ahora múltiples. Como si estuviéramos frente a

una negociación bipartita, ni el hispanismo puede dar cuenta

cabal de una obra como la de Andrés Fisher (y, si estamos en

ello, tampoco de la de Benito del Pliego) ni el latino

americanismo puede arrogarse para sí el discurso de Julio

Espinosa sin menoscabar las posibilidades significativas de este

último. Es por eso que nos interesa leer su poesía de carreteras

y paisajes en sus momentos de superposición, de cruce entre esos

trigales de Castilla que Fisher describe con mirada minimalista y

la sintaxis que Espinosa re-crea para su tránsito

automovilístico-textual (“Trabajos en la carretera/ampliando el

margen/de la hoja”, 42).

Un poema de Fisher, sintomáticamente titulado “Variaciones

sobre un poema de Joao Cabral de Melo Neto: ríos sin discurso o

el dis-curso de los ríos”, es donde me parece que se alcanza una

mayor cercanía entre estos poetas. Cito un fragmento del poema:

ii.La palabra y la corriente estancadas: espejos de símismas ante la irrupción del caudal discursivo.

La sintaxis rota de un río: su caudal desmembrado,su léxico agonizante.

iii.El dis-curso de un río: la deconstrucción de agua yvocablos que componen su flujo.

Una riada que reata o reúne: la imposición interinade otro lenguaje que restablece el discurso. (69)

Por su parte, toda la disección que hace Espinosa, ronda en torno

a la carretera misma antes que al viaje, o tal vez simplemente se

trate de una elaborada metonimia que a veces contrapone cultura y

naturaleza y, en otras, pareciera reunirlas en ese espacio de la

imagen que sólo puede crear el poema. El juego consiste aquí en

morigerar lo que de otro modo podría ser un maniqueísmo propio de

un larismo trasnochado y malentendido: Espinosa esquiva y supera

el entuerto al mantener un tono neutro que no intenta ni

demonizar el asfalto ni exornar la naturaleza. Por el contrario,

el hablante parece entender que cualquier reduccionismo lo

conduciría a un callejón sin salida:

¿Avanzael autobúsla carreterao el universo?

¿Ve másel que transitael oscuro textodel asfaltoo el transparentedel sendero?

Absurdas preguntaspara una absurdaescritura (39)

Si bien hay una negatividad evidente en muchos de estos poemas,

con un tono a medio camino del road movie y el discurso ecológico,

pareciera que el hablante de esos textos se asienta en un

escepticismo cuya inscripción textual está en la escualidez y la

brevedad de sus versos y poemas. Por sobre todo, se asienta en la

creencia (implícita al leer estos poemas) de que la única forma

de acceder a esos viajes entre Zaragoza y Madrid (nos dejamos

llevar, por un minuto, por una inclinación biográfica), a esa

realidad del paisaje español es a través del texto, que para

conocer aquello que “pasa por los costados” (38), hay que

reconocer primero la mutua influencia entre el paisaje y la

imaginación que tenemos del mismo: “La página/del paisaje/y la

ventana/de un libro/Dos partes/de un espejo/que hay que cruzar”

(32).

Esta estética, donde la voz es permanentemente mediada por

las formas de representación elegidas y/o disponibles por/para

ambos poetas, resulta ser una forma de extrañeza dentro del

panorama de la lírica española de hoy, al menos de ese panorama

dominado por lo que se ha dado en denominar (erróneamente

creemos) “poesía de la experiencia”, o la nueva sentimentalidad y

cuyo más genuino representante lo encontramos en gente como Luis

García Montero y otros. Sin querer entrar en un análisis

exhaustivo de esta poética acendrada en el circuito editorial

español, sí podemos señalar que escrituras como las de Espinosa y

Fisher se distancian de esa pretensión de hablar a través de un

yo semi-autobiográfico y mal entendidamente colectivo, tanto como

de aquella poesía que está a contracorriente de aquel estilo

experiencial y más visible y, por qué no decirlo, publicitado.

Esa estética a contracorriente, que Vicente Luis Mora (2007)

llama “Poéticas críticas, resistentes, o de la otredad”, ofrece

un panorama bastante más alentador que aquel presentado por lo

que podríamos llamar el establishment lírico de la España

contemporánea, que asociamos con Montero y otros autores como

Felipe Benítez Reyes.

Sin embargo, esta poesía crítica, en la que se encuentran

autores tan destacados como Enrique Falcón, Antonio Orihuela,

Antonio Méndez Rubio o Jorge Reichmann, adolece en ocasiones de

los mismos males que aquella poesía de la experiencia o de la

otra sentimentalidad, id est, una confianza excesiva en la

palabra (aunque por motivos radicalmente opuestos) que la pone al

servicio de un mensaje (la experiencia personal en algunos casos,

la denuncia social en otros) y, en definitiva, degradándola o

privándola de todas sus posibilidades de sentido1.

En la introducción que escribe para Series, Benito del Pliego

señala que en la escritura de Fisher “podría comprobarse la

preocupación central por cuestionar la noción conformista de la

realidad” (en Fisher, 10); esto es, la poesía como un arma de

conocimiento (antes que, necesariamente, de futuro, aunque esto

último no esté descartado en ningún momento por Fisher), donde el

yo que conoce es ahora un sujeto que debe ser re-examinado y

estudiado, cómo y quién conoce, en lugar de una autobiografía en

verso que nunca se ha cuestionado el proceso de tal

autobiografía. Pero también señala Del Pliego que la poesía de

Series se ubica en lugares intersticiales, entre la identificación

1 Dicho esto, compartimos a cabalidad lo escrito por Vicente Luis Mora, cuandoplantea que, en cualquier caso, “si tengo que elegir entre los planteamientos de esta poesía de resistencia crítica y los posibilistas cantos al capitalismorampante de la poesía de la normalidad, cuya desideologización (o falsa ideología) coincide con la del aparato multinacional, financiero y comunicacional triunfante, me quedo con la primera, desde luego, aunque sólo sea porque no se ha rendido, y porque sus lecciones de ética civil pueden sostenerse con la conciencia tranquila” (2007).

y el desapego. Para Del Pliego (otro poeta español que vive y

escribe desde EE.UU., a quien mucho de lo dicho por nosotros

también podría aplicársele)

este tipo de posicionamiento que, desde distintas perspectivas teóricas, se ha

interpretado como propio de la escritura exílica (Said, Bauman, Bahbha); o

también como una forma de enfrentarse críticamente a la sociedad desde

presupuestos rigurosamente poéticos (Méndez Rubio). Todas estas

concepciones parecen más que adecuadas para interpretar la trayectoria de

Fisher, especialmente si se toma en consideración el devenirvital que

acompaña la elaboración de esta obra2. Su posicionamiento nos enfrenta a la

necesidad de reconocer la fractura que se produce desde el lenguaje, la

fractura que podría frustrar los intentos de controlar la unanimidad acrítica

que el lenguaje es capaz de generar desde ciertas posicionesde poder.

(en Fisher, 13)

Ese tipo de fractura es la que nos interesa, ya que esa grieta,

gap o interludio, también hemos podido rastrearlo en otras

geografías, simbólicas y cartográficas. Es el caso, por ejemplo, 2 Andrés Fisher nació en EE.UU., creció en Chile, pero su vida adulta ha transcurrido mayoritariamente en España y, posteriormente, en EE.UU., donde actualmente reside y trabaja.

de la poesía escrita en español en EE.UU., tema que daría para

otro ensayo completo, pero que aquí queremos citar, aun cuando

someramente, para acentuar esa tricontinentalidad de la que

hablaba Ortega. En la ya mentada antología Malditos latinos, malditos

sudacas, el caso de esa estética “bisagra” o de posicionamiento

indeciso, para usar la terminología de Benito del Pliego,

encuentra modos de reapropiación inéditos cuando Román Luján,

poeta mexicano avecindado en California, propone una

geotextualidad de corte diferente, donde se ponen en tensión los

polos de un discurso que en algún minuto se quiso entender

maniqueamente y que ha terminado por revelar su hábitat

heteróclito (Ortega, 2).

En su poema “Racimos”, incluido en la citada compilación,

Luján presenta una larga lista de preguntas (de un hablante en

todo momento neutro) que subrayan la permanente negociación que

este último y su hipotética comunidad deben establecer con esos

lugares intersticiales que este mexicano en California puede

compartir ahora con un poeta como Fisher.

¿Por qué usan guantes blancos para hojear los pasaportes?

¿Por qué jamás se rozan en los elevadores?¿Cómo van a coger si apenas se conocer?¿Se considera todavía un café con leche o ya es un latte?(Luján, en De la Torre y Gómez 153-54)

Una de las claves de la perspectiva trasatlántica es que un texto

desbordará su marco local, tensionando esos posibles escenarios

de inserción pero también de desarraigo, produciendo en

consecuencia otro tipo de significaciones, hoy facilitadas por

las nuevas situaciones geopolíticas.

Todo esto presupone que los espacios de diálogo abiertos sean de

suyo heterogéneos, móviles, contradictorios y, en ciertos casos,

utópicos: al menos imaginar ese lugar trasatlántico es ya una

forma de empezar a serlo: hacerlo.

OBRAS CITADAS

1.- De la Torre, Mónica y Gómez Olivares, Cristián (eds). Malditos latinos, malditos sudacas. D.F: El billar de Lucrecia, 2009.

2.- Espinosa, Julio. sintaxis asfalto. Tarazona: Ediciones Olifante, 2010.

3.- Fisher, Andrés. Series. Madrid: Amargord ediciones, 2010.

4.- Heredia, Aida. La poesía de José Kozer: de la recta a las cajas chinas. Madrid:Verbum, 1994.

5.- Kozer, José. “Hacer poesía, desde el principio fue para mí escurrirme de Cronos”, entrevista con Mario Pera. En http://la-convencion.blogspot.com/2012/01/entrevista-al-poeta-jose-kozer-hacer.html

6.- Mora, Vicente Luis. http://vicenteluismora.blogspot.com/2007/10/poticas-crticas-resistentes-o-de-la.html

7.- Ortega, Julio. “Crítica Trasatlántica en el siglo XXI”, en http://blogs.brown.edu/ciudad_literaria/2011/03/23/critica-transatlantica-en-el-siglo-xxi/

8.- __________. http://blogs.brown.edu/ciudad_literaria/2011/03/22/lezama-lima-y-la-teoria-transatlantica/

9.- Rodríguez Padrón, Jorge. “CAUCE DE COMUNION: CARECE DE CAUSA DE JOSE KOZER”. Inti: revista de literatura hispánica. 29 (1989): 89-99.

10.- Salgado, María A. “Del Modernismo y sus puntas de lanza en el transatlantismo hispano: Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez”. Hispania, Vol. 92, No. 3 (2009): 439-448.

11.- Zapata, Miguel Ángel. “Avispero de Forest Hills: la poesía de José Kozer, 1983-1993”, revista de Crítica Literaria Latinoamericana. 58 (2003): 317-337.