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Un bonsái en la Toscana (ESENCIA CONTEMPORÁNEA) (Spanish

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ÍndicePortadaCapítulo1Capítulo2Capítulo3Capítulo4Capítulo5Capítulo6Capítulo7Capítulo8Capítulo9Capítulo10Capítulo11Capítulo12Capítulo13Capítulo14Capítulo15EpílogoBiografíaCréditos

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París,veintidósañosantes

Eltiovivogirabasincesaralsondelamelodíaalegreymachacona.Conlos ojos brillantes por la emoción, y bien agarrada al grueso palo demadera barnizada, la pequeña Léa cavalgaba muy erguida mientras elbriosocorcelamarilloquehabíaelegidosubíaybajabasindescanso.

Cuando lamúsica seapagóyel tiovivo sedetuvo,Léanoesperóaquesuniñerafueseabuscarlaparadesmontar.AcababadecumplircuatroañosyestabamuyorgullosadenoseryaunbebéquenecesitabaparatodoalacascarrabiasdeMarie;lomaloeraque,arasdelsuelo,lascosasnoseveían tanbiencomodesdesumontura.Apesardequeeldíaerafrío,elsol brillaba en el cielo pálidode noviembrey el parque estaba llenodegente.Unmontóndeniñosdelvecindariotanbienvestidoscomoella—consueleganteabrigoinglésdecuelloypuñosdeterciopeloquetantolegustaba—corríanygritabanasualrededor.

Léa se puso de puntillas y trató de distinguir a su niñera entre lamultitud,perofueinútil;sucabezarubiaapenasllegabaalacaderadelosadultosquelarodeaban.Sedijoquesisealejabaunpocodelbarullodeltiovivo sería más fácil ver a Marie, así que, caminó decidida hacia elbancoenelquesuviejatatasolíasentarseconlasotrasniñerasmientrascriticabanasuspatronesypresumíandelobieneducadosqueestabanlosniños a su cargo. Sin embargo, al acercarse no vio ni rastro deMarie.Seguramentehabríaidoabuscarlaaltiovivo,pensó;lomejorseríaquesequedara allí a esperarla. En ese momento, una mujer con un eleganteabrigocolorbeigeyunpañuelodesedaalcuello,muyparecidoalosqueusabasutía,sesentójuntoaella.

—Hola,pequeña,¿estássola?—preguntóconunasonrisaamable.LaviejaMarielehabíarepetidohastalasaciedadquenodebíahablar

con desconocidos, pero aquella mujer morena y agradable le resultaba

vagamentefamiliar;lahabíavistoamenudoenelparqueynoseparecíaen nada a esos hombres de los cuentos con los que a la viejaMarie legustaba asustarla; unos monstruos mal vestidos que cargaban con unenormesacoalaespaldapararaptaralosniños.

—AhoravieneMarie.—Léaledevolviólasonrisa.—Marie...¡Ah,yarecuerdo!¿Terefieresaesamujermayorquelleva

unacestallenadeverduras?—Laniñaasintióconlacabeza;antesdeiralparquehabíanpasadoporlapequeñafruteríadelbarrio,quesiempreolíademaravilla,y suniñerahabíacompradounmontóndecosas—.Claro,entoncestúdebesdeserLéa.Mariemecomentóqueteníaunpocodefríoyqueseibaatomaruncafécalientealbarqueestáfrentealparque.Mepidióqueteacompañaracuandoterminaseseneltiovivo.Alparecerhoyleduelenbastante lasarticulaciones.Anda,venconmigo.Mariehadichoquepediríaunheladoparati,asíqueserámejorquenosdemosprisa,novayaaserquesederrita.

ALéanolesorprendió,MariesequejabaamenudodequeelfríodeParísacabaríaconella.Suniñerateníalosdosdedosmeñiquesretorcidos,comolossarmientosquehabíavistocientosdevecesen losviñedosdelchâteaudesupadre;ellaselosbesabaamenudo,muydespacito,puesasutata parecía aliviarla. La mujer se levantó del banco y Léa la imitó;segundosdespués caminaban agarradasde lamano, sin dejar de charlaralegremente,endirecciónalaseñorialverjadehierronegroquerodeabaelrecinto.

WashingtonD.C.,año2013

La puerta del despacho se abrió de golpe y, sin molestarse en pedirpermiso,RobertGaddientróhechounafuria.Apoyadoensusempiternobastóndemadera, se acercócojeandohasta lamesa, sederrumbó sobreunadelassillasyestirólapiernamalaantesí.

—¿Tehasenterado?Comodecostumbre,nodioni losbuenosdías.AldoctorGaddi las

convenciones sociales y los buenosmodales le parecían una pérdida detiempoynosemolestabaendisimularlo.

IanDoolan,eldirectordeproyectos,sedespidiódesuinterlocutorycolgóelteléfono.

—Buenosdías,Robert.No,nointerrumpesnada,detodasformasibaa llamarte ahora mismo —contestó sarcástico—. Por cierto, tienes unaspectohorrible.

—¡Meimportaunamierdamiaspecto!El recién llegado se pasóunamanopor elmentón rasposo, queya

necesitabaunbuenafeitado.Enrealidadnoeraloúnicoquenecesitaba:laelegante camisa blanca estaba arrugada, manchada y le faltaban variosbotones y lucía un llamativo desgarrón en la pernera de su pantalónoscuro. Además, apenas podía abrir uno de sus ojos, cuyos párpadostumefactoshabíanalcanzadotresvecessutamañonormal.

Al finalizar la representación de la ópera Manon Lescault en elKennedy Center, Robert había decidido pasar por el laboratorio pararecogerunosdocumentosquenecesitabayhabíasorprendido,infraganti,adosencapuchadosenfrascadosenlaapasionantetareaderegistrarhastael último rincón de su despacho; su aspecto actual daba fe de loaccidentadodelencuentro.

—Sí,meheenterado.Charlesmellamóyhevenidoatodaprisa.—Doolancontestó,porfin,asupregunta.Apesardesuaparenteserenidadse notaba que estaba nervioso. Robert lo conocía desde que ambosestudiabanenHarvardysabíamuybienloquesignificabael tamborileoinquietodesusdedossobrelamesadecristal.

—Aúnnohetenidotiempodepasarpormiapartamentoaponermeguapo.Verás,querido Ian—sabíabienqueaDoolan le repateabaque lehablaracomosifueraunchiquilloestúpido,asíqueaprovechabalamenoroportunidad para hacerlo—, he tenido que esperar a que los del FBIterminaran de husmear y revolverlo todo con sus manazas. Queríaasegurarme de que el laboratorio y mi despacho quedaran lo másrecogidosposible.

—¿Hasechadoalgoenfalta?—¿Aparte de los botones de mi camisa y la visión de mi ojo

izquierdo?No, esosmamones no se han llevado nada importante. Hacetiempoquemeolíaalgosemejanteyhesidocuidadoso.

Doolanexhalóunsuspirodealivio.—Charlesvieneparaacá.Quierehablarcontigo.Como si al pronunciar sunombre en alto lohubieran invocado, en

eseprecisomomentoseoyóelgolpeteodeunosnudillossobrelamaderadelapuerta.Éstaseabrióyuntipocorpulentodemedianaedad,vestido

conuntrajenegro,camisablancaycorbataoscura,secolódentro.—¿Habéis empezado sin mí? —Charles Cassidy, el oficial jefe

operativodelFBI,enarcóunadesuspobladascejasoscurassalpicadasdecanas.

—No, has llegado justo a tiempo para el baile —respondió elcientífico sin dejar de juguetear con el bastón demadera tallada que yaparecíaunaextensióndesucuerpo.Según lehabíacontadoaDoolanenuna ocasión, era una pieza victoriana muy valiosa, aun así, él lo hacíaoscilar de lado a ladomientras hablaba, sin importarle que golpeara devezencuandocontralapatadelamesa—.ComoleestabadiciendoaIan,querido Charles, por si los intrusos no me habían destrozado ellaboratorio lo suficiente, tus chicos han continuado la tarea conentusiasmo.Yatepasarélafactura.

—Losé.Vengodeallíyyatengoelinforme.Nohayunasolahuellaquemerezca lapena,yodiríaquesonprofesionales.¿Hanrobadoalgo?Másbienparecequeteníanlaintencióndearrasarellugar.

RobertyCharlesseconocíantambiéndesdehacíaañosy,apesardeejercer profesiones tan diferentes, eran buenos amigos; puede que eldoctor Gaddi no fuera el tipo más simpático del mundo, pero Cassidysabíabienqueeraunadelaspersonasmáslealesqueconocía;enunpardeocasionesenquelohabíanecesitado,lehabíaofrecidosuayudaenelactosinhacerpreguntas.

—Hanrobadounpardeordenadores,peronohabíaenellosningunainformación candente. Desde que empezaron a llegar las primerasamenazashesidomuycuidadoso.Nisiquieramijefeaquípresente—hizoungesto con labarbilla endirecciónaDoolan— tieneni ideadedóndeguardo el apetecible pastel. Si esos dosmastuerzos querían los estudiossobrelavacuna,tendránquevolverotrodíaabuscarlos.

—Eso es precisamente lo queme preocupa, Robert—comentó IanDoolan sin dejar de repiquetear con los dedos sobre el cristal—. ¿Quéocurrirá con la investigación si te pasa algo? Nos estamos jugandomucho.Hoymismopodríashaberrecibidounapalizademuerteohaberacabadoencoma.

—Puedequeestécojo,Ian,peroaúnsémanejarlospuños,asíquenotemaspormí;aunquemedalaimpresióndequenoesrealmentepormíporquientemes,¿eh?—Robertleguiñó,burlón,elúnicodesusextrañosojos dorados que estaba operativo; sin embargo, recobró la seriedad al

instante—.Elprotocolodelainvestigaciónestáenlugarseguro.Yasabesque funcionamos como los comandos de Al Qaeda: mis ayudantes soncélulas estancas que se comunican únicamente conmigo. Si algo mepasara, tendrías toda la documentación sobre tu mesa en menos deveinticuatrohoras.

EneldespachosehizounaburbujadesilencioqueeloficialdelFBIseencargódepinchar.

—Cuéntame algo de esa investigación, Robert. Me imagino que elataquedehoynoesunarespuestaatodosloscallosquehasidopisandoporahídurantelosúltimosaños...

RobertGaddisesacudiólapelusadelacamisaconunamano,loquenomejorósuaspectodesastrado.

—Estábien,Charles.Imaginoquenotengoquerecordartequetodoloque tediga es estrictamente confidencial, ¿verdad?—Esperóaqueelotro asintiera antes de proseguir—. Como sabes, llevamos añosinvestigandounavacunacontraelcáncer...—Mientrashablaba,lasyemasdesusdedoslargosydelgadosrepasaban,unayotravez,elrelievedelasgrotescasmáscarastalladasenlamaderadelbastón—.Puesbien,creoqueestavezlohemosconseguido.Enrealidadnoesunavacunapropiamentedicha, sino un virus común, modificado genéticamente, que consigueeliminarinclusolascélulascancerígenasqueresistenalostratamientosdequimioterapia o radioterapia, de una forma precisa, barata y sin másefectossecundariosquelossimilaresalosdeunagripeleve.

CharlesCassidylanzóunsilbidodeadmiración.—¿Ydicesqueesefectivo?—Enlosratonesyconciertostiposdetumores,muyefectivo.—Sus

ojosdegatodestellaronllenosdeentusiasmo—.Ahorahemosempezadolosensayosclínicosconhumanosyparecequevamosbienencaminados.Poresosospechoqueahíestáelquiddelacuestión.

—Alguienquiererobaroslafórmulaparapatentarlayquedarseconlapasta, ¿no es así?—preguntó su amigo como si estuvieran charlandodelguiondeunapelículaqueyahubieravistomuchasveces.

—Creoqueesalgounpocomásretorcido.Aquellarespuestahizoquesuinterlocutorlomirarasorprendido.—¿Másretorcido?¿Quéquieresdecir?Robertgolpeólapatadelamesaconsubastónunavezmás.—Lo que quiero decir es que pienso que hay gente que no está

interesadaenquese logreunavacunaparaacabarconelcáncer.Loquebuscanesdestruirlaantesdequevealaluz.

AhoralaexpresióndelhombredelFBIeradeabsolutaperplejidad.—¿Por qué querría nadie hacer semejante cosa? No tiene ningún

sentido.Eslaprimeracausademuerteenelmundo,¿no?—Laoctava,sibienunadecadatrespersonaspadeceráuncánceralo

largode suvida.—Robert sepasóunamanopor los revueltos cabellososcuros;nohabíadormido,estabacansadoyledolíatodoelcuerpo.

—¿Entonces?—Piénsalo, Charles. Los tratamientos son caros y largos, los

hospitales tienen plantas enteras asignadas a oncología, los resonadoresmagnéticos,lastomografías...,hastalaspelucasdelospacientes.Enfin,esun negocio floreciente quemuevemiles demillones de dólares al año.¿Quiénquerríaacabarconlagallinadeloshuevosdeoro?

Suamigohizounamuecadedesagradoyreplicó:—¡PorDios,Robert!Séqueestásamargado,peronosabíahastaqué

punto.Esoquedicesesespantoso.Elcientíficofruncióloslabiosenunamuecasardónica.—Bienvenido a la vida real, querido Charles: el mundo en que

vivimos es espantoso. Puede que un paisaje espectacular, una piezamusical conmovedora o unamujer hermosa te hagan olvidarlo duranteunosminutos,pero,bajotodaesabelleza,lamayorpartedelasvecesseescondenlamuerte,ladegradaciónyelhorrormásabsoluto.

EldelFBIdecidiónocontestar.Conocíaalgunosdelosmotivosdelaamargura de su amigo y, aunque podía entenderlo, no compartía enabsoluto su punto de vista. Charles Cassidy no iba a negar que la vidapodía ser cruel amenudo; sin embargo, él en particular llevaba casadoveinte años con lamismamujer, lamadre de sus tres hijos, y aún se leencendíalasangrecuandolamiraba;siemprequellegabaacasadespuésdeundíadedurotrabajoloinvadíaunasensacióndeprofundobienestarydabagraciasaDiosporlosbienesrecibidos.

—Bueno,nosestamosdesviandodel temaquenosocupa.—Lavozserena de Ian Doolan interrumpió sus pensamientos, y Cassidy dirigiótodasuatenciónhaciaelhombrequehabíapermanecidoensilenciohastaentonces—.Lacuestiónes:¿quévamosahacerahora?¿Quéprecaucionesdebemostomarparaqueestonovuelvaaocurrir?Nosestamosjugandomuchoconesteasunto;elGobiernoha invertidomillonesdedólaresen

estainvestigaciónduranteaños.—Estáclaroloquetenemosquehacer.—Elvozarróndelhombredel

FBI reverberó contra las paredespintadasdeblancodel despacho—.LomásimportanteenestosmomentosesprotegeraRobert;esevidenteque,apartirdeahora,vanairaporél.

Tresdíasdespués,RobertGaddisepersonabaeneledificioJ.EdgarHoover, donde estaban ubicadas las oficinas centrales del FBI. En esaocasión se tomó lamolestiadeaparcarbien suMaseratiGranCabrio; lacoleccióndemultasqueseamontonabaenunodesuscajonesamenazabacon batir récords, y su última y acalorada discusión con un agente detráficocasihabíaacabadoconsushuesosenelcalabozo.

Apesardesupronunciadacojera,elcientíficosubióconrapidez laescaleradepiedradelaentrada,apoyadoensuinseparablebastón.

—¡Nopuedepasar,elseñorCassidyestáreunido!Sinprestarlamenoratenciónalatentativadelasufridasecretariade

Charles de detenerlo, abrió la puerta de madera del despacho con suímpetuhabitual.

—¿Quéeraesotanimportantequequeríasdecirme?Como de costumbre, fue directo al grano sin perder el tiempo en

fórmulasdecortesíamientrassedejabacaerenunadelascómodassillasdecueronegrocolocadasfrentealaampliamesademaderadeldespachodesuamigo,comosiestuvieraensucasa.Alestirarlapiernafrenteaél,descubrióunpequeñopar depies calzados conunos espantosos zapatosplanos;sinmuchointerés,lamiradamasculinasubióporlaspernerasdelpantalónmarrón oscuro y la chaqueta a juego, hasta llegar a un rostrojuvenil en el que apenas se detuvo unos segundos. Sin dedicarle unpensamientomásalapersonaqueestabaasulado,volviólamiradahaciasu corpulento amigo, que también estaba repanchingado en un enormesillónergonómicoyexclamó:

—¡Venga,Charles,notengotodalamañana!Cassidysacudióconlacabezacongestodesaprobador.—¡Por Dios, Robert! Me gustaría saber dónde están tus modales.

DisculpealdoctorGaddi,señoritaZhao.Robert,tepresentoaLianZhao,tunuevaguardaespaldas.

El científico se quedó mirando a su amigo con fijeza, antes devolversedenuevohaciaaquellamujerquenolehabíasuscitadoelmenorinterés. Sus ojos dorados —aunque ya podía abrir los dos y no habíaperdidovisión, lapieldel lado izquierdodesucara todavíamostraba lahuellaamarillentaymoradadeloscardenales—seclavaronconfijezaenelrostroaniñado,sinpoderdisimularsuasombro.

Ella sobrellevó el examen con serenidad y sus ojos enormes, delcolor de un resplandeciente cielo de primavera, lo observaron a su vezconatención.

—Estásdebroma,¿no?¿Tambiéntengoqueacompañarlaalcolegioporlasmañanas?

Notóquesuexabruptonohabíaafectadolomásmínimolaplacidezdeaquellosdesconcertantesojosazulesysesintiómolesto.

—Robert,Robert.LaseñoritaZhaonoesningunaniña.Esmiembrodeunadelasmejoresempresasdeseguridaddelmundoyunaexpertaenartesmarciales.EllafuelaqueseocupódelcasoKnowles.

A pesar de que el científico pasaba la mayor parte del día en sulaboratorioyselimitabaaojeardevezencuandolasnoticiaseninternet,sabía que Charles se refería a Samantha Knowles, una famosapresentadora de un reality de moda que había recibido amenazas demuertedepartedeunperturbado.Habíaleídoqueel locohabíaestadoapunto de cumplir su amenaza, pero que los escoltas habían repelido laagresión.

Charlespodíadecirloquequisiera,peroéladuraspenascreeríaqueaquellachicadeaspectorecatado,sentadaconlaspiernasmuyjuntasylaspequeñasmanos, de dedos esbeltos y uñas cortas y sin pintar, apoyadassobre las rodillas, con ese aburrido traje pantalón marrón, la cara sinrastrodemaquillajeyelpelo,muyrubio,recogidoenunasencillacoladecaballo, fuera capaz de cruzar sola por un paso de cebra, así que nodigamosrechazarelataquedeunlunático.

—¡LianZhao!—Elcientíficorepitiósunombrecondesdényañadió,mordaz—:Megustaríasaberporquédemoniosutilizaunnombrechino.Mejuego loquequieraaqueno tieneustedniunmililitrodesangredeesarazaenlasvenas.¿Esparadarlemásveracidadaesaincreíblehistoriadereinadelkung-fu?

Por primera vez, la joven abrió la boca para responder y al oír suvoz,graveydulcealavez,aRobertseleerizaronlospelosdelanuca.

—Mi nombre significa «grácil sauce» y llevo el apellido de unvenerablemaestroshaolin.

—Grácilsauce.¡PorDios!—Pusolosojosenblanco—.Charles,estoesunabroma,¿verdad?

Alverlaexpresióndesuamigo,quefluctuabaentreeldesagradoylaincredulidad,Cassidyreprimióunasonrisaycontestómuyserio:

—Éste no es un asunto con el que se pueda bromear, Robert. Lianserátuguardaespaldas.Apartirdeahoranosesepararádeti;viviráentucasa, viajará contigo y hasta te acompañará a mear si es necesario.Perdone, señorita Zhao —se disculpó en el acto el hombre del FBI,súbitamente avergonzado de su lenguaje. Ella se limitó a mirarlo ensilencio,sinperderniunápicedesucalma—.LomejoresqueabandonesWashingtondeinmediatoyterefugiesenLaFortezza,dondecuentascontodo lo necesario para tus investigaciones y estarás más protegido.Además, te asignaré un par de hombres; con ello, tu castillo italianoresultaráprácticamenteinexpugnable.

—¡No pienso hacerlo! —exclamó el científico como un niñomalcriado, al tiempo que se pasaba una de sus elegantes manos por elrebeldecabellooscuro.

—Lo siento, Robert, no tienes alternativa. Ian Doolan ha sidoterminante: o aceptas que te protejan o los fondos destinados a tuinvestigaciónsufriránseverosrecortes.

De los insólitos ojos color ámbar emanaron pequeñas llamaradasincandescentes al escuchar aquel ultimátum. Enojado, Gaddi aferró elpuño de su bastón y lo hizo oscilar; almoverlo golpeó la pierna de lachica,peronosedisculpó.Ellanisiquieraparpadeóysufaltaderespuestalo exasperó aúnmás.Muyenfadado, sepusoenpiey, sindespedirsedeCassidy,abandonósudespachoatodaprisasinimportarlelomásmínimosiaquellaextrañamujerloseguíaosequedabaallí.

Sinembargo,almeterseenelascensorfueundedofemeninoelquepulsó el botón de la planta baja. Había un par de personas más en elinteriorde lacabina,asíqueRobertpermanecióensilencioconelceñofruncido y la ignoró por completo. Estaba tan furioso que al salir a lacalleintrodujosinquerersubastónporunadelasrejillasdeventilacióndelmetroyperdióelequilibrio.Tratódehacercontrapesoapoyandomáspeso del debido sobre su pierna mala y una aguda punzada de doloratravesósumuslodeladoalado;peroantesdequecedieraporcompleto

y sederrumbarademanerahumillante sobre la acera, la pequeñamujerque había permanecido todo el tiempo a su lado sin decir palabraintrodujoelhombrobajoelhuecodesubrazoylosujetóconfirmeza.

Rabiosoporsu torpeza,Robertnopudoevitarnotarcómoaquellosfrágileshuesosbajosubrazoaguantabansupesoconseguridad.Apesardequedesdefueradebíandeparecerunaniñacargandoconunadulto,sedijoqueesaimageneraengañosa,pues,sobrelafeachaquetamarrón,susdedoshabíanrozadosinquererunpechopequeñoybienformado.

—¿Teencuentrasbien?Denuevoaquellavoz, calmadaydulce,queproducíaunamarejada

de confusas sensaciones en sus tripas.Robert notóque supecho subíaybajaba agitado mientras que la respiración de ella seguía tan relajadacomo si, en vez de un cuerpo de casi noventa kilos de peso, sostuvierasobresuhombrounaligerabufanda.

Sin tansiquieradarle lasgracias,elcientíficoseapartódeellaconbrusquedadyseapoyóenlapiernabuenaaltiempoquedesenganchabasubastónde la rejillametálica.Actoseguido,accionóelmandoadistanciadesuvehículo,cuyosintermitentesseiluminaronenrespuesta,yconunacojeramáspronunciadaquedecostumbrelorodeóysubióalasientodelconductor.Antesdequeterminaradeencajarlahebilladelcinturónensuanclaje,lapuertadelcopilotoseabrióyLianZhaosesentóasulado.

Robert condujo en silencio en dirección al lujoso apartotel queocupabasiemprequeibaaWashington.Habríaodiadoqueaquellainsólitajovenempezaraahablarsintonnison,comosolíanhacerlasmujeresconlasquesalíadevezencuando;sinembargo,nosabíaporquéelmutismodesuacompañantelosacabadequicioaúnmás.

—¿Quéocurre?¿Tanestúpidaeresquenotienesnadaquedecir?—pensó que no le contestaría, pero después de un momento la joven selimitóaresponder:

—«Cuando no tengas nada importante que decir, guarda el noblesilencio.»

Gaddivolvió lacaray lamiróconestupor,peroellanosedioporaludidaysiguiócontemplandoconaparenteinteréseltráficodensodeunamañana laborableenWashingtonD.C.Robertnoestabaacostumbradoaquenadie lo ignorara.Suactitudagresiva siempreprovocabaalgún tipodereacción—negativaporlogeneral—;aesasalturas,cualquierotrasehabría deshecho en lágrimas, pero esa niñata descolorida permanecía

imperturbable,comosiélnofueramásqueunamoscamolestaalaqueesmejornoprestaratención.

Depronto, su sentidodelhumor llegóal rescateyempezóaverelladocómicodelasunto.

—AsíqueminuevaguardaespaldasesunaespeciedeKwaiChangyyo soy el pequeño saltamontes... —Una vez más, los ojos azules seposaronenél, inexpresivos—.¿NoveíasKungFu?Seguroqueno, eresdemasiado joven. Tú debes de ser más de Bob Esponja. ¿Qué ocurre,acasonoveslatele?

—No.Depronto,aRobert leentraronganasdesaberalgomásdeaquella

extrañacriaturaqueparecíaunaniñay,sinembargo, teníaelaplomodeunaanciana.

—¿Podrías contestar con una frase completa o sólo conoces unoscuantosmonosílabos?

Nada. Su silenciosa acompañante permaneció mirando al frente,absortaalparecerenel impresionanteobeliscoblancodelMonumentoaWashington.

Apesardequenoparódehacerpreguntasdurante todoel trayecto,RobertnorecibióningunarespuestaycuandoporfinaparcóelMaseratien el garaje del edificio su temperamento irascible estaba de nuevo alborde de la explosión.Enojado, bajó del coche y cerró conun violentoportazo;cojeando,sedirigióhaciaelascensorcojeandoygolpeóelbotóndellamadaconelpuñodesubastón.

De repente, sin saber cómo, se encontró inmovilizado contra lapared. Incapaz de reaccionar por la sorpresa, bajó la mirada hacia ladiminuta mujer que mantenía el antebrazo izquierdo sobre su pechomientrasloestudiabaconcalma.Atónito,laobservóalzarlaotramanoycolocar las yemas de los dedos a la altura de su corazón; un contactoligero que, sin embargo, fuemás efectivo que si lo hubiera clavado almuroconcientosdepuntasdehierro.

—«Másgrandequelaconquistaenbatallademilvecesmilhombreses la conquista de uno mismo.» Tienes el corazón lleno de ira, RobertGaddi,nopuedesdejarqueellahableporti,puesalfinaltedejarásordoatodoloquenoseansusexigencias.

Eralafrasemáslargaquelehabíaescuchadopronunciardesdequela conocía, y le desconcertó el misterioso acento que detectó en sus

palabras;apesardequehablabainglésalaperfección,aquellamujernoerani inglesaniamericana.Examinóel rostro femeninoalzadohaciaélcondetenimientoy,sorprendido,descubrióquenohabíanadaanodinoensus facciones. Lian Zhao no sólo tenía unos ojos enormes, una narizpequeña y graciosa y unos labios sensuales; lo que más le llamó laatenciónfuelapálidapieldesurostro,cremosayaterciopelada,enlaquenodetectóunasola imperfección. Incómodo,sacudió lacabeza, tratandoderomperaquellaespeciedeencantamientoenelquesehabíasumidoypreguntó,cortante:

—¿Tienes que hablar como en una jodida película de Jackie Chan,robleretorcido,ocomoquieraquetellames?

De nuevo, una de esas desconcertantesmiradas azules y el silencioporrespuestahastaque,depronto,lascomisurasdesuslabiossealzaronconlentitudenunainesperadasonrisaquelerobóelaliento.

—Lian,mellamoLian.Diounpasoatrásyseapartódeél,yRobertpudorespirardenuevo

connormalidad.Conungestonervioso,sepasóelíndiceporelcuellodelacamisacomosilacorbataleasfixiaray,sindecirunapalabra,subióalascensor y mantuvo sujeto el botón que abría las puertas para que ellapasara.Durante el trayecto hasta su apartamento los ojos dorados no seapartaron de ella, pero si lo que pretendía era que Lian se pusieranerviosa,noconsiguiósupropósito.

Cuandollegaronabriólapuertaylainvitóaentrar.—Ésteestudormitorio.—Lemostróunapequeñahabitación—.Por

desgraciaesteapartamentoesmuypequeño, asíquemeveréobligadoacompartir el cuarto de baño contigo y yo no estoy acostumbrado acompartir mi casa con nadie. No quiero ver bragas secándose en eltoalleronibarrasdelabiosenellavabo,¿entendido?

La observó depositar la ajada mochila negra con la que habíacargado toda la mañana sobre la cama y no pudo evitar una nuevapregunta.

—¿Esoestodotuequipaje?Lianasintióconuncasiimperceptiblemovimientodecabezaantesde

sentarsesobreelcolchóndelaestrechacamaquehabíajuntoalaventanaymirarasualrededorconcuriosidad.

—Esperoqueloqueguardasahídentronoseatanhorriblecomoeltrajey los zapatosque llevaspuestos;paraun tipo sensible comoyo, la

faltadebellezaesunaofensaespantosa.Asíquesipretendesirvestidadeesperpentoduranteeltiempoqueestésamilado,desdeyatedigoquenoloconsentiré.

—Laropanoesimportante.Élalzóunaceja,socarrón.—Me pregunto de qué extraño agujero habrá salido una criatura

comotú.Eslaprimeravezqueoigoaunamujerafirmarsemejantecosa.Aunque,claro,quizáloquehabríaquepreguntarseessitúeresrealmenteunamujer.¿Cuántosañostienes?

Lianparecíainmuneasusmalosmodosynodudóencontestarle:—Veintiséis,creo.—¿Crees?No aparentaba ni siquiera lamayoría de edad y aquella enigmática

contestacióndisparólacuriosidaddeRobertunavezmás.—ElmaestroChengcalculómiedadpormialturayeltamañodelos

huesosdemimuñeca.Para un hombre de mentalidad inquisitiva como él, semejante

respuestanohizomásqueincrementarlasganasdellegarhastaelfondodelacuestión.

—¿Ytuspadres?Lianalzólasmanosyvolviólaspalmashaciaarriba.Desdeluego,se

dijoRobert,fastidiado,siaesamujerlepagaranporpalabrapronunciada,seríamáspobrequelasratas.Estabaclaroquenoibaacolaborar,asíquedecidiódejarlaenpaz.Porelmomento.

—Serámejorquecoloquestusvaliosasposesionesenelarmario—recomendósarcástico—.Yovoyatrabajarunratoconmiportátil.Luegosaldremosacomeralgo.

Diomediavueltaysaliódandounportazo.Lianselevantóentonces,empezóavaciarlamochilayfuecolocando

sus escasas pertenencias en el armario. Por último, sacó de uno de losbolsillos lateralessumáspreciadaposesión—unmalao rosariobudistadecientoochocuentasdemaderaquelehabíaregaladosumaestrocuandosehabíadespedidodeélhacíayaseisaños—yladepositóconreverenciasobrelamesilladenoche.

Luegosesentóenelsueloconlaspiernascruzadas, laespaldamuyrecta y el dorso de las manos apoyado sobre las rodillas y trató demeditar, pero la imagen de unos insólitos ojos dorados llenos de ira le

impedíaconcentrarse,asíquedirigiósuspensamientoshaciaelhombrealqueacababadeconocer:RobertGaddi,aquienteníaqueprotegerconsuvida, aunque él pareciera detestarla. Se preguntó si el hecho de estarlisiado era la causa de la amargura que burbujeaba en su interior; sinembargo,algoledecíaquenoeraasí.

Si estuviera allí su antigua protegida, Samantha Knowles, estabasegura de que le preguntaría con curiosidad morbosa si le parecíaatractivo.Eralapreguntaquelehacíacadavezquelepresentabaaalguiendelgéneromasculinoysabíaquelaambiguarespuestaquelehabíadadoentodasaquellasocasiones:«Labellezaseescondeenlomásprofundodelaspersonas»,lasacabadequicio.

TratódepensarenlaprimeraimpresiónquelehabíacausadoRobertGaddi cuando lohabía conocido, pocashoras antes.El científico eraunhombrealtoyconbuenafigura.Apesardesucojera,Lianhabíanotadoladureza de sus músculos bajo su camisa, lo cual quería decir que hacíaalgún tipo de deporte paramantenerse en forma.De pelo oscuro y pielmorena, su rasgo más señalado eran esos extraordinarios iris colorámbar.Nuncahabíavistounosojossemejantes;cuandosehabíavueltoamirarlaenlaoficinadelFBItuvounainsólitasensaciónquenuncaanteshabía experimentado,muyparecida aunade esas alertas que elmaestroChenglehabíaenseñadoadetectaryquelaponíanenguardiaenelacto.Despuésdeañosdeestimulaciónconstante,Lianconfiabaporcompletoensu instintoyéste la estabaavisandodequeelhombreparaelqueahoratrabajabasuponíaalgúntipodeamenazaparaella.Lomejorseríanobajarla guardia, pensó. Había una palabra que definía a Robert Gaddi a laperfección:peligro.

Unas horas más tarde, sentados frente a frente en un coquetorestaurante francés que quedaba a un par demanzanas del apartamento,Robert estudiaba sin ningún disimulo a su acompañante con la mismaatenciónquesi fueraelADNdeunodeesosvirusqueanalizababajoelmicroscopio.AcababadepedirunchablisVaudésirysedisponíaaverterunpocoenlacopadeLiancuandoellalatapóconunrápidomovimientodesumanoycomentó:

—Nobeboalcohol.

Losojosdoradoschisporrotearonbajolasnegrascejasfruncidasconun brillo amenazador, y respondió irritado mientras llenaba su propiacopa:

—No bebes alcohol, no hablas, vistes de pesadilla. ¡Pareces unamaldita monja! —exclamó, desagradable, al tiempo que dejaba caer labotelladevinosobrelamesaconbrusquedad.

Sininmutarse,Lianclavóenélsusgrandesojosazules,giróunpocolacabezahaciaunlado,enunmovimientodelicadoqueaéllerecordóaldeunapequeñaavealaesperadeunascuantasmigasdepan,repusomuyseria:

—Monjaymalditasonpalabras...incompatibles.¿Sediceasí?Derepente,élechólacabezahaciaatrásylanzóunasonoracarcajada

quedejóaldescubiertosublancadentadura,yaLianlerecordóaunodeesosbrillantesrayosdesolcapacesdeatravesarlasnubesmásdensasenundíagris.

Enesemomento,elchef,queconocíaaRobertdesdehacíaaños,seacercóasumesaparaaconsejarlesalgunosplatos fueradecartaysoltóuna larga parrafada en francés a toda velocidad, a la que el científicorespondió con soltura en el mismo idioma. Luego, se volvió hacia lajoven para traducirle lo que había dicho, pero, para su sorpresa, ella lerespondió en un francés perfecto que no era necesario, pues lo habíaentendido todoa laperfección.Encantado,elgruesohombrecillo siguióhablandoenfrancésconLianunratomásy,trastomarlesnota,sealejódeellosdandosaltitos.

—¿Cuántosidiomashablas?Lian lanzó un suspiro. No le gustaba nada hablar de símisma; sin

embargo, estaba claro que aquel hombre no iba a parar de hacerlepreguntas,asíque,resignada,decidiócontestar:

—Hablolalenguageneralchina,queeselmandarínhàny,ytambiénelidiomawuyelcantonés.Unamericanoquehizovotoseneltemplonosenseñósuidiomaalosqueestábamosinteresados.Yunbuendíadescubríquetambiénhablabafrancés.

AhoraRobertnopodíaestarmásintrigado.Esperóconimpacienciaaqueelcamarerodejaraencimadelamesalosplatosquehabíanpedidoysiguióconelinterrogatorio.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Cómo que un día descubriste quehablabasfrancés?Nadieaprendeunalenguaporósmosis.

Lianseencogiódehombrosyempezóacomerlaensalada,loúnicoquehabíapedido.Elcientíficolamiróexasperado.

—¿Te importaría dejar de hacerte la interesante y ser un pocomásconcreta, por favor?—Acto seguido, pinchó un caracol con su propiotenedoryselopusodelantedelasnarices—.¿Quieresprobar?

Ellavolvióelrostro.—Nocomocarne.Unavezmás,Robertpusolosojosenblanco.—¿Quépasa?¿Loprohíbetureligión?—Esunode losdiezmandamientosdelcódigomoralde laescuela

Shaolin:noconsumircarnenibebervino.—¿Ylodelfrancés?—Robertpodíaserrealmenteinsistentecuando

quería.Lianresoplóconimpaciencia.—No sé cuándo lo aprendí, de verdad. Hace unos años tuve que

protegerenCanadáauncantantedeorigenfrancésymedicuentadequelo hablaba y lo entendía a la perfección, sin embargo, no sé leerlo. Yahora,RobertGaddi,¿teimportadejartuspreguntasunratoparaqueyopuedacomertranquila?

—¡Te recuerdo que soy tu jefe, así que no seas impertinente o tedespediré!

Ellaselimitóaresponderasuamenazaconunadeaquellasmiradasazuleseimpasiblesysiguiómasticandoconcalma.Duranteunosminutoselcientíficodesviósuatenciónhaciasuplatodecaracoles,peroenseguidavolvió a la carga. Hacía mucho que no se sentía tan intrigado por unapersona.Normalmente su trabajoera loúnicoquedespertabasu interés;sin embargo, Lian Zhao, esa especie de anciana sabia y repelente conrostrodeniña,resultabadelomásenigmática.

—AsíquenacisteenChina.Esoeslomáximoqueteconcedo,porqueno me creo que ninguno de tus padres sea chino. Entiendo bastante degenética, créeme —añadió con suficiencia, al tiempo que se recostabasobreelrespaldodesusillasindejardemirarla.

—Nosésinacíallí.—¡Maldita sea! ¡¿Puedesdarmeuna respuesta comoDiosmandade

unavez?!—Irritado,golpeólamesaconlaspalmasdelasmanos,perosuinterlocutoraselimitóacontemplarlo,impasible.

—No sé dónde nací—dijo por fin—. No tengo recuerdos de mis

primeros años de vida. El maestro Cheng me encontró comiendo frutapodrida que recogía del suelo en el mercado de Luoyang. Al parecerllevabavariosdíasvagabundeandoporallíydurmiendohechaunovilloencualquiersuciorincóndesuscalles.Apartirdeaqueldía,losmonjesylosaprendicesdelmonasteriodeShaolinfueronmifamilia.Almenoseslaúnicaqueconozco.¿Estássatisfecho,RobertGaddi?

El científico no contestó; por primera vez en su vida se habíaquedadosinpalabras.EnesemomentollegóelcamareropararetirarlosprimerosyRobertinsistióenqueLiantomaraunpostremientraséldabacuenta de su segundo plato. A pesar de sus protestas, ordenó que letrajeran unas crepes con nata y chocolate y le divirtió la expresión desorprendidodeleitedelrostrodelajovencuandosellevólacucharaalaboca.

—Estárico,¿eh?Portodarespuesta,losirisazulesresplandecieron,felices,yporunos

segundos el científico tuvoun atisbode lapersonaque seocultababajoaquellacapa,casiimpenetrable,deautocontrol.

«Bueno,bueno—sedijo—.LaseñoritaZhaoestodounmisterio.»YsialgohabíaenelmundoaloqueRobertGaddinopodíaresistirse

eraaunbuendesafío.

2

Macedonia,cercadelafronteraconAlbania

ElinteriordelcamiónestabamuyoscuroyelbruscotraqueteoprovocadoporlosinnumerablesbachesdeaquellascarreterasmalasfaltadashicieronqueLéa sintiera el estómagocadavezmás revuelto.Llevabanunpardedías viajando en aquel vehículo que apestaba a estiércol y que sólo sedetenía de cuando en cuando para que bajaran a hacer sus necesidades.Alguno de los niños que se arracimaban a su alrededor, tan pálidos yasustados como ella, no habían podido contenerse y se lo habían hechoencima,conloqueelhedorresultabainsoportable.

Aunque al principio Léa llamaba con desesperación a su padre y aMarie,unviolentobofetónlahabíasilenciadodelaformamáseficazyyasólosollozabaenvozbaja,paraqueloshombresmalosnopudieranoírla.Nadie hablaba, aunque de vez en cuando algún grito, rápidamentesofocado,seescuchabaporencimadelrugidodelmotordelcamión.Léatemblabasincontrol,nosabíasidemiedoodefrío;suabrigo,antestanelegante y ahora sucio y maloliente, apenas la protegía de las bajastemperaturas. A pesar de que era de noche, a través de los diminutosagujerosquealguienhabíapracticadoenlachapadelremolqueparaquehubieraunmínimodeventilaciónseadvertíaelresplandorfantasmaldelanievealagélidaluzdelaluna.

Lastripasdelaniñarugieronporenésimavez.Duranteaquellosdosdíasapenasleshabíandadounoscuantosmendrugosdepanduroyunaslonchasdefiambre;sinembargo,lopeoreralased.Sóloenunaocasión,duranteunadelasescasasparadas,aquelloshombresleshabíanentregadounacantimploraquehabíapasadodemanoenmano,perocuandoaLéalellegóelturnodebeber,apenasquedabanunaspocasgotasensuinterior.

Helada,hambrientaymuertadesed,Léasehizounovilloenelsuelodel contenedor y trató de dormir a pesar de las sacudidas. Soñaba que

Marieletraíaunvasodelechecalienteyunasgalletasalacamacuandoelcamión se detuvo con brusquedad; su cuerpo salió despedido y chocódolorosamente contra la pierna de otro de los niños, que lanzó unjuramentoenun idiomaqueno logrócomprender.Entoncesseapagóelmotordelvehículoyelsilenciosehizoabrumadorhastaquealgopesadoimpactó contra las paredes metálicas del remolque, produciendo unadesagradablevibraciónqueleshizotaparselosoídosyvolverlascabezas,asustados,entodaslasdirecciones.

Los golpes y el ruido se prolongaron durante varios minutos. Depronto, el contenedor se ladeó bruscamente y, sin que nadie hiciera elmenor caso de los gritos infantiles de pánico, empezó a elevarse en elaire.

WashingtonD.C.,enlaactualidad

Pasaroncuatrodíasdeconflictivaconvivenciaenelpequeñoapartamento.EldoctorGaddillevabalamayorpartedesuvidadeadultoviviendosoloy Lian insistía en acompañarlo a todas partes; tan sólo permitía que sealejaradesuvistaeltiempoquepermanecíaenelcuartodebañoyaunasí,cuandoestabanenalgúnsitio,leacompañabahastalapuerta.Alcientífico,quenoeraningúndechadodepaciencia,selollevabanlosdemoniosylosimproperiosyamenazasqueledirigíaparecíannotenerfin.Sinembargo,aLiannoleafectabanlomásmínimosusataquesdecólera;comprendíaque a la mayoría de las personas no les resultaba fácil renunciar a lalibertaddeiryvenirasuantojo,yelmalhumordesuprotegidoavecesle parecía incluso cómico. Aquella actitud imperturbable, por contra,sacabaaRobertdesuscasillasyeraconellaaúnmásdesagradabledeloquesolíamostrarseconelrestodelaspersonasquelerodeaban.

Pasabanmuchashorasenellaboratorio.Alcientíficolehabíallevadovariosdíasorganizaraqueldesastre,peroparecíaque,porfin, lascosasvolvían a estar bajo control. A pesar de que daba la impresión de estarconcentradoporcompletoensutrabajo,nodejabadevigilarla;Liannosellevaba libros o revistas para hacer más llevadera la aburrida esperamientras él consultaba datos y más datos en su ordenador, sino quepermanecía completamente inmóvil en algún rincónde la habitación sinhacerelmenorruido.Robertnoteníaningunaquejaaeserespecto;sino

fuera porque a todas horas se sentía intensamente consciente de supresencia,nosehabríadadocuentadequeellaestabaallí.

Debía reconocer que Lian Zhao era una persona relajante. Susmovimientoseran siempreprecisosyextrañamenteelegantes.Dealgunamanera parecía fluir con delicadeza; desde que la conocía no habíadetectadoniunsolosignodebrusquedadensulenguajecorporal.

Solíanalmorzarycenarfueradecasa,aunquealgunavezélllamabaaalgúntakeawaydelazonaycomíanensilencioalamesadelaampliacocina del apartamento. En varias ocasiones Lian se había ofrecido acomprar en el supermercado de la esquina los ingredientes necesariosparaprepararalgo,peroélsiempresenegabaconungruñido.Asíqueunatarde, aprovechando que el científico estaba enfrascado en unosdocumentosquesehabíatraídodeldespacho,Liansalióacomprarfrutayverduras frescas. Al parecer Robert no se había dado cuenta de suausencia, pues cuando ella anunció con una palmada que la cena estabalistalamirósorprendido.

—¿Qué es esto? —Examinó con el ceño fruncido los diferentesplatosdeverdurayarrozdispuestossobreelmantel—.Nomegustanlashierbas,nosoyunmalditorumiante.

Sininmutarseporsumalhumor,Liansesentófrenteaél,cogiólospalillos de madera que había comprado también, llenó su cuenco yempezó a comer con expresión satisfecha. Al ver que no le prestaba lamenoratención,Robertsesirvióasuvezy,prescindiendodelospalillosqueellahabíacolocadojuntoasucuenco,empezóacomerconeltenedor.Depronto,sediocuentadequeestabahambrientoy leparecióque todoestabadelicioso.

—Estaba muy bueno —concedió a regañadientes cuando hubodesaparecidohastaelúltimogranodearrozdelosplatosyLiansepusoenpiepara traerelpostre—.Nomegusta lafruta—añadiómirandolastresrodajasdepiñaqueleacababadeservir.

—Tu cuerpo es sagrado, Robert Gaddi: debes cuidar de él yalimentarloconcomidasana.Come.

Incrédulo,clavó losojosenaquelladiminutamujerquesepermitíadarleórdenescomosifueraunchiquillotestarudo,peroellaledevolviólamiradaconserenidady,parasuasombro,cogióeltenedoryempezóacomer.Cuandoterminóselevantósinayudadelbastón,recogiólosplatosconbrusquedady,cojeando,losllevóallavaplatos.

—Mañana iremosa laópera—anuncióconaspereza—.Esperoquenovayasdisfrazadadeesperpentocomoacostumbras.

Ellaseencogiódehombrosyrespondió:—Soytuguardaespaldas,noesimportantecómovayavestida.—Amíme importa—gruñó,desagradable—.Nomeapetece llevar

al lado a una mujer que parece vestida por el Ejército de Salvación.Mañanairemosdecompras.

Lianbajólacabezayexaminósutrajedechaquetamarrónoscuro,elmismoquellevabaeldíaenqueseconocieron,condesconcierto.

—¿Qué le pasa ami traje? Lo tengo desde hace años y aún puedeservirmeunoscuantosmás.

Robertalzólosojosalcielo,exasperado.—¿Sepuedesaberdedóndehassalidotú?¿Desdecuándounamujer

no salta de felicidad ante la oportunidad de que le regalen un vestidonuevo?

—Nonecesitoningúnvestido—insistió,tozuda—.Sonmásprácticoslospantalonesparamitrabajo.Además,tampocoesnecesarioquemelocomprestú.—Liansaliócorriendodelacocinayregresóalratoconunarelucientetarjetadecréditoenlapalmadelamanoquelemostrócomosifuerauntesoro—.Tengounacuentaenelbancoyunmontóndedinero.Apenas gasto y durante los últimos seis años he recibido unos sueldosmuygenerosos.

Aélledivirtiólaexpresióndeorgullodesusemblantey,almismotiempo, notó una inesperada punzada de ternura; sin embargo, siguióhablandoconelceñofruncido:

—Pues ya va siendo hora de que gastes algo de ese dineral enmejorar tu aspecto. ¿Para qué necesitas tanto dinero pudriéndose en elbanco?

Unavezmás,Lianseencogiódehombros.—No sé, no lo necesito. Francis insistió en que tenía que abrir una

cuentaenelbancoconunatarjetadecréditoasociadaymeenseñócómohacerlo.

Robert, que se había inclinado para guardar los platos en ellavavajillas, se volvió hacia ella repentinamente alerta, con la mismaactitudqueunperrodecazaqueacabaradedetectarelrastrodeunconejo.

—¿QuiénesFrancis?—FrancisKane esmi jefe.—Al pensar en aquel hombre amable y

grandullón que tan bien se había portado con ella, una suave sonrisaasomóaloslabiosfemeninosy,denuevo,Robertsequedósinalientoalverla.

—¿Tujefe?—Notóunaprofundairritaciónquenoentendíaaquésedebía—.Por la cara que has puesto, cualquiera diría que esmuchomásqueeso.

Lianladeólacabezapensativa,enaquelademánqueaélempezabaaresultarle familiar, y tras considerar unos minutos su pregunta conabsolutaseriedadcontestóalfin:

—FrancisKanetambiénesmiamigo.—¿Sois amantes?—Lapregunta se escapóde entre susmandíbulas

apretadas y le sorprendió notar lo interesado que se sentía por larespuesta. Ella lo miró como si no lo entendiera, así que, impaciente,volvióaformularlaconotraspalabras—:¿Teacuestasconél?

Aunque ya se había dado cuenta de que aquella mujer nuncareaccionaba como él esperaba, lo sorprendió que ni siquiera parecierasentirse un poco ofendida por su rudeza. Lian Zhao era una jovenmuyextraña,yalescucharsurespuestalepareciómásraraaún.

—Yonomeacuesto—dijo,simplemente.Robert se quedómirando aquellos francos iris azules y sacudió la

cabeza,confundido.—¿Cómoquenoteacuestas?¿Quieresdecirquenotegustaacostarte

conhombres?¿Prefieresalasmujeres?—Nosé.—¿Cómoquenosabes?—preguntócadavezmásdesconcertado.De

pronto, se le ocurrió una idea casi inconcebible—:No querrás hacermecreer que nunca te has acostado con nadie, ¿verdad? ¿Pretendes quemetraguequeeresvirgen?

Lianseencogiódehombroscomosinoleinteresaralomásmínimolo que él creyese o dejase de creer, recogió el mantel, lo sacudió y lodobló para meterlo de nuevo en el cajón. Luego salió de la cocina sinprestarlamenoratenciónalhombrequelaseguíadecercaapoyadoensubastón.

—¿Creesquesoyidiota?Dijistequeteníasveintiséisaños.¡Ningunamujerllegavirgenaesaedad!

Liansedetuvoenseco,provocandoqueestuvieranapuntodechocar,sediolavueltayseencaróconél:

—¿Porquéhablasdeellocomosifueraunacosahorrible?Él admiró los preciosos ojos azules que, por una vez, parecían

despedirchispasdeindignaciónycontestó,burlón:—AhoramismovoyallamarallibroGuinness;lotuyosíqueesun

récord.Dime,¿quéocurrió,decidistemetertemonja?Robert tansólopretendía seguirdivirtiéndosea sucosta,asíquese

quedódepiedracuandoellaselimitóacontestar:—Sí.Estupefacto, la miró boquiabierto. Deslizó los ojos por ese bonito

rostro juvenil sin rastro demaquillaje, lo que ponía de relieve su cutissatinadoyperfectoy,denuevo,sacudiólacabezaconincredulidad.

—Sí,¿qué?—Quería ser monja —respondió ella muy tranquila, como si le

estuvieradiciendolomásnormaldelmundo.Sinmuchadelicadeza,Robertlaagarródelbrazoylaarrastróhasta

elmullidosofádelsalón,dondelaobligóasentarse.Élsedejócaerasulado,estiróbienlapierna,quedenuevovolvíaadolerle,ysindespegarlavistadesurostroordenó:

—Cuéntamelotodo.—No hay mucho más que decir. Ya te he contado que crecí en el

monasterio de Shaolin.Quise sermonja, pero elmaestroCheng nomedejó.

Lianhizoamagodelevantarse,peroRobertpusounadesusmanazassobresuhombroynoselopermitió.

—Mira, sicomoroesbelto,ahorano tevasaescapar sincontestaraunas cuantas preguntas. Lo primero que quiero saber es qué hacía unamujerenelmonasteriodeShaolin.Queyosepa,ahísólovivenhombres.

Liansesentómuyrectasinrecostarseenelrespaldo,juntólasmanosen su regazo enungesto sosegado, como si se dispusiera a contarle uncuento,yempezóahablarconvozdulceymusical:

—El maestro Cheng hizo una excepción conmigo. Al principio,apenas hay diferencias entre una niña y un niño, y no importa; perocuandocrecíyohabíademostradograndeshabilidadesen laprácticadelwushu o, como lo conocéis enOccidente, del kung-fu; también tenía unbuenconocimientodelbudismozenyelmaestropensóqueseríaunapenaalejarmede allí.Yoqueríaquedarme.Al cumplir veinte, le pedíquemedejara hacer los votos; pensé que cuando el maestro Cheng faltara y

alguien pusiera pegas a mi presencia, siempre podría trasladarme almonasteriodeYongtai,quees sóloparamujeres,peromimaestro teníaotrasideas...—LosojosdeLianseoscurecieronysuexpresiónsevolviótormentosa—.Medijoqueaúnnoestabapreparada,queteníaquesaliralmundo y encontrar mi propio camino. Yo le supliqué que me dejaraquedarme,peronomehizocaso.HablóconFrancisKane,alqueconocedesdehaceaños,yasíempecéa trabajarensuempresadeseguridad.Elmaestromeprometióqueencontraríaunaseñal,peroyallevoseisañosenOccidenteysigosinconocercuáleselcaminoquedeboseguir.Durantetodo este tiempo, cada fin de año, he enviado una carta al maestrorogándolequemedejaravolveryhacermisvotos,perosu respuestaessiemprelamisma:«Aúnespronto».

Alcientíficotodoelasuntoleparecíacompletamenteincreíble,peroaquellamanerasencillayfrancaderelatarladescabelladahistorialehizosaberqueLianlecontabalaverdad.

—¿Y durante todos estos años no te has enamorado de nadie?¿Ningúnhombretehahechocambiardeopinión?

Liancontestósindudarunsegundo:—No.Ycomounareinaquedierapor terminada laaudienciaconcedidaa

unodesushumildessúbditos,Lianselevantóysaliódelahabitación.Robertpermaneciósentado,conlacabezaapoyadaenelrespaldodel

sofá,pensandoenloqueacababadeoír.Leparecíaincreíblequeaquellamujer,queaélleparecíapocomásqueunaniña,estuvieratandecididaarenunciaralamor.Aunquepersonalmentenocreíaenelamor—paraélaquella palabra era un pretexto con el que las personas pretendíanjustificar sus relaciones sexuales—, sí que creía en la vieja y queridalujuria;dehecho, loúnicoquebuscabacuando se acercabaaunamujereraaplacarlayleparecíainconcebiblelaideaderenunciaraesaexcitantesatisfacciónparasiempre.Ynosóloaeso,siseesforzabapodíaimaginarlavidaquellevaríaunamonjabudista;nadaderestaurantes,cochescaros,ropa a lamoda; nada de ir al teatro, a la ópera o al cine; paz, silencio,oraciones... Robert sacudió la cabeza; sólo de pensarlo le dabanescalofríos.

Se levantó y encendió el moderno equipo de música, disimuladoentrelosnumerososvolúmenesqueabarrotabanlalibrería.Alinstante,lasnotasdeLabohèmeinundaronlahabitaciónyRobertcerrólosojospara

saborear sin distracciones la prodigiosa voz de la soprano. De pronto,notóquenoestabasolo;miróasualrededorydescubrióaLiansentadaenelsueloenlaposicióndelloto,conlospárpadoscerradosyunaexpresiónde éxtasis en el rostro que le fascinó. Cuando se apagaron los últimosacordes,abriólosojosconlentitud,comosidespertaradeuntrance.

—¿Tegustalaópera?—Hasta ahoranohabía escuchadonadaparecido.—Sus expresivos

rasgosaúnreflejabanlamaravillaquehabíasentidoalescucharlamúsica.—SellamaQuandom’envo.EsunariadeLabohème,dePuccini;la

óperaqueiremosavermañanaalJohnF.KennedyCenter.—Es muy hermosa. Me habría gustado entender lo que decía esa

mujer.—EsunariamuysensualquecantaMusettaparaatraerlaatenciónde

Marcello, su antiguo novio. Ella finge que canta para su viejo amante,pero,enrealidad,consiguequeMarcelloardadecelos.Sinembargo,losprotagonistasde laópera son lamodistillaMimíy elpoetaRodolfo.Seenamoran aprimeravista, pero sus continuos coqueteoshacenque él ladeje.LoquedesconoceesqueMimíestámuyenfermaycuandoseenterase siente culpable, pues piensa que el tiempo que han vivido juntos haperjudicadoaúnmássusalud.Alfinalvuelvenareunirse,aunquenopormucho tiempo, pues Mimí muere poco después. —Lian seguía susexplicacionesmuyatenta.ARobertlerecordólaexpresiónabsortadelosniñoscuando lescuentanuncuentoysedijoquecon laextraña infanciaquehabíatenido,lomásprobableesquenohubierahabidomuchosensuvida—.¿Quieresvolveraescucharla?

Ellaasintióen silencio, asíqueRobertpulsóunbotóndelmandoadistanciayelsalónvolvióallenarsedemúsica.Cuandoterminó,Liansepusoenpiey,antesdesalirdelahabitación,tansólodijo:

—Gracias.

Al día siguiente, después de pasar la mañana encerrados en ellaboratorio,comieronunpardebocadillossentadosalsolenlaescalerade piedra del edificio, rodeados de docenas de oficinistas con traje dechaquetaqueaprovechabantambiénlosdébilesrayos.Cuandoterminaron,en vez de volver al interior, Robert la llevó de compras como le había

prometido.Elcientíficonoestabaobsesionadoporsuapariencia,perolegustaba

vestirbienysiemprellevabaprendasdecalidad.Elhabitualsastremarrónde Lian, sin forma definida y de tela barata, contrastaba llamativamenteconelelegantetrajeamedidagrismarengoquellevabaél,suimpecablecamisa azul pálido y la fina corbata de seda. Robert Gaddi, un estetaconfeso amantede labelleza en todos sus aspectos, era conscientede ladisparidad entre el aspecto de ambos; en especial, los horribles zapatosnegrosque llevabaLian lecrispaban losnerviosynoestabadispuestoasufrirpormástiemposemejantetormento.

AparcósucochefrenteaunapequeñayeleganteboutiquedelbarriodeGeorgetown, sujetó la puerta y, con un gesto impaciente, le indicó aLianquepasara.Ellamiróasualrededorconlosojosmuyabiertos.Nadamásconocerla,FrancisKane lahabía llevadoaunosgrandesalmacenesde Shanghái. Allí Lian se había comprado todo lo que sumentor habíajuzgadonecesario;nohabíavueltoairdecomprasymenosaunlugartanlujosocomoparecíaaquel.

Unamujermuyguapa,vestidaalaúltimamoda,seacercóaellosconunasonrisainmensayartificial.

—¿Enquépuedoayudarlos?—Laseñoritanecesitaropanueva,enespecialunoscuantosparesde

zapatos.La mujer bajó la vista hacia los feos zapatos de Lian y no pudo

disimularunamuecadehorror.—¡Desdeluego!Convencida de que lamañana iba a resultar provechosa, empezó a

sacarprendatrasprendahastaqueLianprotestó:—¡Nonecesitotantascosas!Robertalzóunadesusnegrascejascondesdén.—Créeme,hijamía,síquelasnecesitas.Peroellanoseamilanóydeclaróconfirmeza:—No deseo vestidos ni zapatos de tacón. Estoy aquí para hacer un

trabajoyesasprendasnoseríanadecuadas.Al notar la brusquedad con la que el elegante y atractivo moreno

tratabaaaquella jovencita insignificante, lamujerdescartódeplanoquehubieraalgúntipoderelaciónamorosaentreambos,asíquesussonrisas—dirigidasaRobertcasienexclusiva—sevolvieronaúnmásinsinuantes

y él recorrió su cuerpo sensual, lleno de curvas artificiales, con unamiradaprocazqueaellaleprovocóundeliciosocosquilleo.Sinembargo,unossegundosdespués, la testarudezdeLianarruinócualquierdeseodecoquetearconladependienta.

DespuésdeunafuertediscusiónenlaqueLiansalióvencedorayelhumordeRobertsevolvióaúnmásnegrodeloquehabíasidodurantelosúltimos días, la tozuda joven sólo consintió en comprar unos cuantosparesdepantalonesyvariasblusas,discretasyelegantes,ajuego.AceptóaregañadienteslosdosparesdezapatosencuyacompraRobertsemostróinflexible, y ya se disponían a pagar cuando él interceptó la mirada deanheloque ella dirigióhacia unospantalonesvaquerosque colgabandeunaperchacercanay,sindecirpalabra,loscolocótambién,juntoconunpardecamisetasdesenfadadas,sobreelmostrador.

—Toma.—Lianletendiósutarjetadecrédito.Robert miró el ofensivo trozo de plástico como si fuera una

cucaracha,antesdeapartarlodeunrudomanotazoquehizoquelatarjetasalieradespedida.

—No me provoques más, Lian —gruñó con los ojos doradosechandochispas—.Haztea la ideadequeestoespartede tu sueldo.Nosoporto verte ni un día más con esas ropas espantosas y tus horribleszapatos,eresunaofensaalbuengusto.

En silencio, Lian se agachó para recoger su tarjeta de crédito. Alponersedenuevoenpie,seirguióentodasuescasaestaturafrenteaély,conunavozsedosaquehizoqueaRobert se leerizaran lospelosde lanuca,leadvirtió:

—Lapróximavezqueseasbruscoconmigomedefenderé.—¡Memuerodemiedo!—replicó sarcástico; sinembargo,algoen

losserenosojosazulesledijoqueseríamejorandarseconcuidadoconlaseñoritaZhao.

En pie en el salón, muy elegante con su traje oscuro y la camisablanca que ponía de relieve su rostro bronceado, Robert esperabaimpaciente a su guardaespaldas. De pronto, un sexto sentido le hizovolverse y allí estaba ella, que, como de costumbre, había entrado sinhacer el menor ruido. Se la quedó mirando con fijeza; Lian se había

puestolospantalonesdeesmoquinajustadosdecolornegroylablusadesedacolorperlaquelehabíarecomendadocomprarladependientadelaboutique,ycalzabaunodelosnuevosparesdezapatosqueapenasteníantacón. A pesar de saber que la mayoría de las mujeres que acudiríanaquella noche al John F. Kennedy Center llevarían vestidos muchomásespectacularesyaltísimos taconazos,RobertpensóqueLianZhaoestabamuyatractivayelegante.

Envezdelacoladecaballoconlaquesolíarecogersucortamelenarubia se había hecho unmoño bajo, y el severo peinado resultabamásacordeconsuedadreal.No llevabani rastrodemaquillajeenel rostro,pero sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas y sus preciosos ojosazulesbrillaban con anticipación.Mientras la examinaba sinningún tipodedisimulo,aRobertlevinoalamentelabellezaespiritualdelaVenusdeBotticelli y, de repente, deseó alargar la mano y acariciarle la mejilla.Molestoporaquelimpulsoestúpido,comentódemalosmodos:

—Al menos esta noche no me avergonzaré de ti. —Agar ró confuerzaelbastóndemaderaysaliócojeandodelahabitaciónsinesperarla.

Dejaron el coche enmanos de unode los numerosos aparcacochesapostadosfrentealedificiodelaóperaysedirigieronjuntoconelrestodelosdistinguidosasistentes,miembrosensumayoríadelaaltasociedaddeWashington,alinterior.

Liannosedespegabadesu ladoyRobertnotóqueapenasprestabaatenciónal impresionante interiordeledificiooa lasenormes lámparasdecristalquecolgabandeltecho.Lajoveneraunaprofesionalyloúnicoquelepreocupabaenesosinstanteseralaposibilidaddeunataque.Enunmomentodado,Robertnotóqueunode losasistentescaminabaconmásrapidezdelonormalendirecciónaellosy,alinstante,elcuerpoesbeltoseinterpusoentreelhombrequeveníadefrenteyelsuyo.Fueunafalsaalarma, pero el científico no pudo evitar sentir una cosa rara en elestómago,alpensarquelaenaparienciafrágilseñoritaZhaoestabamásquedispuestaarecibircualquiergolpedirigidoaél.

Robert saludó a algunos conocidos con una leve inclinación decabeza,peronosedetuvoacharlarconningunomientrasconducíaaLianhacia las dos butacas de la platea, bien centradas, que reservaba a su

nombreaño trasaño.Tomóasientoconungruñidoyextendió lapiernaizquierdalomásposible.

—¿Te duele la pierna, Robert Gaddi?—A Lian no se le escapó lamuecadedolorquehabíaesbozadoalsentarse.

—¿Ahoraresultaquetambiéneresmédico,arbustopreguntón?El dolor de la pierna le hizo pagarlo con ella, pero, como de

costumbre,Liannosólonoentróaltrapodesusprovocaciones,sinoquenisiquierasemolestóencontestarle.Porfortuna,antesdequeelcientíficolelanzaraalgúnotrocomentarioenvenenadoempezóelprimeracto.

Lamúsicaerade laspocascosasquereconciliabanaRobertcon lahumanidad y no permitía que nada ni nadie lo perturbara cuando laescuchaba;sinembargo,enesaocasión,apesardequeLabohèmeeraunadesusóperasfavoritas,estababastantedistraídoyamenudolanzabaunamiradadesoslayoalamujerqueteníaallado,observandosusreacciones.Lianestabamuyquietaensuasiento,consuspequeñasmanosentrelazadassobresuregazocomounaniñabuena,peroaRobertlefascinódenuevolaexpresióndeéxtasisdesurostro.Parecíaescucharcontodoelcuerpo,comosiquisieraabsorberhastalaúltimanota;enunmomentodado,unalágrimasolitaria,comounacuentadecristal,sedeslizódespaciosobrelasuavepieldesumejillasinqueellahicieranadapordetenerla.Muyasupesar, Robert se sintió conmovido hasta lo más hondo. Jamás habíaconocido a nadie con semejante grado de sensibilidad musical; estabaclaroquelasorprendenteLianZhaoeraunajovenpococomún.

En cuanto terminó el tercer acto fueron a picar algo a la barra delrestaurante y, justo cuando el camarero retiraba los platos, una vozfemeninasonóasusespaldas.

—¡Robert,cariño!Penséqueseguíasentuguaridaitaliana.Él se alzó del taburete en el acto y, con una cortesía anticuada que

sorprendió a Lian, se inclinó sobre la mano de la recién llegada, unaeleganteyhermosamujerdetreintaytantosañosquelodesnudabaconlamirada.

—Yavesqueno,Britanny.Losojosdoradossedeslizaronconlentaapreciaciónsobreaquellos

grandespechosqueamenazabanconescaparseporelpronunciadoescotedesuvestidoderasoazul.

—¿Quiénesésta?—lointerrogólaexuberantemorena,señalandoaLianconlabarbilla.

—¿Ésta?—RobertsevolvióhaciaLiancomosisehubieraolvidadodesupresencia—.Ellanoesnadie,haztealaideadequeesunarbolillomásdelpaisaje.

Britanny echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada llena demalicia,luegoapoyólamanodelargasuñasrojassobrelapecheradesublancacamisaysusurróenuntonocargadodesensualidad:

—Robert, cariño, podríamos vernos a la salida y celebrar nuestroreencuentroportodoloalto...

—¿Qué sugieres? —preguntó, provocativo, con su cálida voz debajo.

—¿En tu casa o en lamía?—respondió ella conotra pregunta, sindejardeacariciarelpezónmasculinoporencimadelateladelacamisa.

—Metemoquetendráqueserenlamía,Britanny,meveoobligadoallevar niñera a todas partes. —Robert hizo un gesto displicente endirecciónaLian.

—Mientras no quiera unirse a la fiesta...—Lamorena le dedicó susonrisamásinsinuante.

—Creo que no. La señorita Zhao no sabría por dónde empezar—afirmó el científico con crueldad, sin dejar de observar a Lian condisimulo;sinembargo,elrostrofemeninonorevelabalamenoremoción.

Enesemomentosonóelavisoqueindicabaqueelcuartoactoestabaa punto de comenzar, así que ambos se despidieron y quedaron enencontrarsefueradeledificio,juntoalafuente.Ensilencio,RobertyLianregresaron a sus asientos y, pormás que él la estuvo observando en lasemioscuridad,yanofuecapazdesorprenderenaquelrostroinexpresivonirastrodesuarrobamientoanterior.

ApesardequehacíaratoqueLiansehabíaacostado,losruidosquevenían de la habitación contigua no la dejaban dormir. Aquella mujerresultaba extremadamente molesta, se dijo. Sus gritos de placer, encontraste con el silencio del hombre que compartía con ella aquellosjuegos eróticos, atravesaban las finas paredes del apartamento,acompañadosporelcrujidodelosmuellesdelcolchónyalgúnqueotrogolpedelcabecero.Cansadadedarvueltasenlacama,Liancogiósumalade la mesilla y sin encender ninguna luz se dirigió al salón, donde, al

menos, el sonido de los gritos femeninos llegaba amortiguado. Máscalmada,sesentóenelsuelocon laspiernascruzadasyempezóapasarlascuentasdelrosario.

Mientrastanto,ensudormitorio,Robertdiscutíaconsuamante.—Venga,Britanny,noempiecesotravez.Yasabesquenomegusta

dormir acompañado. Necesito estirar la pierna para que no me dueladurantelanoche.

—Anda,cariño...Ellaintentóecharledenuevolosbrazosalcuello,peroelcientífico

seapartóenelactoy se sentóenelbordedelcolchónparaponerse lospantalonesdelpijama.

Al fin la morena se rindió y, maldiciendo, empezó a recoger lasprendasqueyacíandesperdigadaspor toda lahabitación.Robert llamóaun taxi y esperó, paciente, a que terminara de vestirse antes deacompañarlahastalapuerta.

—Adiós,Britanny,eltaxiteesperaabajo.—¡Eres un capullo, Robert! —exclamó la mujer a modo de

despedida.Sin inmutarse, Robert cerró la puerta detrás de ella y regresó a su

habitación;sinembargo,alpasarfrentealsalónalgoleimpulsóaentraryalaexiguaclaridadqueproveníadelpasillodescubrióaLiansentadaenel suelo, con los ojos cerrados y sumida en una profunda meditación.Encendiólaluzyobservó,fascinado,cómolajovenparecíadespertardeunsueñoprofundo.Teníaunaspectomásaniñadoquenuncaconel finopijamablancoyelpelorubiosueltoydespeinado,yaRobertledesagradósobremaneranotarelsúbitopinchazodedeseoensusingles.

De hecho, a pesar de haber utilizado su amplio arsenal de técnicasamatoriasparacomplaceraBritanny,élnosehabíaexcitadodemasiado—quizá porque no había dejado de pensar en la mujer que estaríaoyéndolotodoalotroladodeltabique—,perolamorenanohabíanotadonada y saltaba a la vista que había quedado satisfecha. Sin embargo, alsentir su rápida y desconcertante respuesta ante los atractivos, muchomenos obvios, de ese remedodemujer,Robert se sintió comoun viejosátiro babeando por los virginales encantos de una jovencita, lo que nocontribuyóamejorarsuhumorprecisamente.

—¿Qué haces despierta? ¿Nos estabas espiando? —preguntó conaspereza.

Lianrespondiómuytranquila:—No,RobertGaddi,nohacíafaltaespiaros.Armabaistantojaleoque

nopodíadormir.—Alomejortumentereprimidadevirgeninsatisfechasepreguntaba

cómoeshacerelamorconunhombre...—Robert,vestidotansóloconlospantalones oscuros del pijama, se recostó contra el vano de la puerta ycruzó los brazos sobre su poderoso pecho desnudo, de forma que losmúsculosdesusbrazossemarcarontodavíamás.

Losojos azulesdeLian sedeslizaronpor el cuerpomasculinoconindiferenciayrespondiócondesdén:

—Nocreoqueesoqueacabáisdehacerhayasidoelamor.Másbienmehaparecidoelencuentrodedosanimales;dosperroscallejerosque,incapacesdereprimirsusimpulsos,copulanalavistadetodoelmundo.

—No pretenderás darme una lección de moral, ¿verdad, pequeñamonjafrustrada?—Entornólospárpadosysusojosdespidierondestellosdorados.

—No pretendo nada, Robert Gaddi, sólo digo que tu cuerpo es untemplosagradoalquenodeberíasinvitarapasaracualquiera.

Aloírla,Robertsesintióextrañamenteavergonzado,loqueavivósuira,quedirigiódeplenohaciaella.

—¡Estás despedida! ¡Mañana a primera hora recoges tus cosas y telargas!

Unagruesavenalatía,hinchada,ensucuello;ciegodeira,golpeólaparedconelpuñoyelsúbitodolorledevolviólacorduraenelacto.

Conaquellosmovimientosfluidosyelegantesquelacaracterizaban,Lianselevantóysaliódelahabitacióncaminandoconsuspiesdescalzoscomosisedeslizarasobreelagua.Yaensucuarto,setumbóenlacamaysequedódormidaenelacto,aunquesussueñosnofueronplácidos.

AlamañanasiguienteRobertGaddisaliódesudormitorio,descalzoyvestido tansóloconelpantalóndelpijama,ysedirigiócojeandoa lacocina. Al pasar por el salón hizo como que no veía la esbelta figurafemenina, sentada muy quieta en uno de los sillones y con la mochilanegraqueconstituíatodosuequipajeasuspies.Unavezmásibavestidaconsuviejosastremarrónylosodiososzapatos.Alvolverdelacocinael

científico entró en el salón, se apoyó contra la pared y dio un tragodirectamentedelabotelladezumodenaranjaquellevabaenlamano.

—¿Notehasidoaún?—preguntóconaparenteindiferencia.—Lapuerta está cerradacon llave.—Comodecostumbre, losojos

clarosteníanlaplacidezdelasaguasdeunlago.—¿Nomedigas?—Robert segolpeó la frente—.Anda,quécabeza

tengo.—Imaginoquelallaveestáentucuarto.—Puede ser, puede ser...—respondió con vaguedad y al momento

cambiódetema—.¿Porquévasotravezvestidaasí?—Anochemedespediste.Dijisteque laropaerapartedemisueldo.

Nomeheganadoelsueldo,asíquetedejolaropa.«Verparacreer»,sedijoRobert;eralaprimeravezqueunamujerle

devolvía un regalo.Miró aquel rostro, sereno y juvenil, y de nuevo seacordódelcuadrodeBotticelli;habíaenlaseñoritaZhaounaespeciedecualidadespiritualquenoresultabanadacomún.

—Está bien. Vuelves a estar contratada. Ve a cambiarte.—Hizo ungestoconunamano,igualqueunpríncipeotorgandounavenia,peroLiansiguiósentadasinmoverse,asíquerepitió,impaciente—:¿Aquéesperas?Noaguantolavisióndeesoszapatosespeluznantesniunsegundomás.

Lianpermanecióinmóvilyelcientíficoempezóaenojarse.—¿Quéocurre?¿Tambiéneressorda,álamoobstinado?—Noteentiendo.Primeromedicesquemevayayahoradicesque

mequede.Robert sepasóunamanoporel revueltocabellooscuroy luegose

frotó la mandíbula en la que empezaba a despuntar una cerrada barbaoscura,sindejardemirarlaconelceñofruncido.

—¿Acasosonlasmujereslasúnicasquepuedencambiardeopinión?—«Lapeordecisióneslaindecisión»—replicóella,muyseria.—¿UnanuevamáximadelmaestroCheng?—Alzóunaceja,burlón.—No,uncompatriotatuyo.BenjaminFranklin.—Averquétepareceésta:«Hagoloquemeplace,cuandomeplace»,

RobertGaddi.Ayertedespedíyhoytevuelvoacontratar.Punto.Lianselevantódelsillón,cogiósumochilayantesdedirigirseasu

habitaciónparavaciarladenuevo,lomiróconsusgrandesojosazulesysoltó otra de esas desconcertantes sentencias que hacían que aRobert ledieranganasdesacudirla.

—Nadieestanlibre,RobertGaddi.

Mediahoradespués,elcientíficoconducíasuMaseratinegrorumboal laboratorio a todavelocidad.Sentadaa su lado,Lianpasaba lamano,unayotravez,por susvaqueros reciénestrenados.ARobertno lepasódesapercibido sugesto; senotabaquealmenos aquella compra lehabíagustado. Con la favorecedora camiseta de diseño que llevaba y loscómodosmocasinesTod’squeélhabíainsistidoencomprarle,parecíalaestilosahijauniversitariadeunafamiliaadinerada.

Pasaron todo el día encerrados el laboratorio, pues, como decostumbre,Robert teníaquecotejaruna inmensacantidaddedatosy tansólohicieronunabrevepausaparacomerunbocadillo.Porfin,aesodelas nueve de la noche, el científico alzó la vista de la pantalla delordenador, entrelazó los dedos detrás de la nuca y estiró los músculosagarrotadosdesucuello.

—¡Seacabó!Nosvamosacasa.Obediente, Lian se levantó del suelo, donde, como de costumbre,

habíaestadosentadatodoeltiempoconlaspiernascruzadas,ysesacudiólos vaqueros con vigor. A esas horas el edificio estaba vacío y lailuminacióndelospasilloseratenue.Robertapretóelbotóndelascensory,alcontrariodeloqueocurríaenlashoraspunta,cuandosedeteníacasiencadaplanta,bajóenseguida.Cruzaronelvestíbuloysedespidierondelguarda jurado que vigilaba las pantallas de las numerosas cámaras deseguridadinstaladasendespachosycorredores.

Afuerayaeranochecerradaynoseveíaunalmacaminandoporlacalle.Roberthabíaaparcadoalfinaldelamanzana;unosmetrosantesdellegar al coche, sacó elmando a distancia y lo accionó.A partir de esemomento, un infierno salvaje se desencadenó a cámara lenta. Losintermitentes del vehículo se encendieron y, de pronto, un estallidocegador rompió la oscuridad. Al científico apenas le dio tiempo deregistrarloqueacababadeocurrirantesdequealguienloderribaraconviolenciajustodetrásdeunpequeñomurodehormigónydeencontrarseconlacarahundidaentrelospechospequeñosycálidosdesusalvadora,quienlocubríaconsucuerpoligeroconlaclaraintencióndeprotegerlo.

Aturdido,enloúnicoenquepodíapensareraenelaromafresco—

unamezcla exóticade clavoynaranja—de aquella piel en la quehabíahundidosuaristocráticanarizheredadadesusantepasadosflorentinos,ysólorecuperóunatisbodesusfacultadesalescucharlavoz,graveydulce,quehablabamuycercadesuoído:

—¿Estásherido,RobertGaddi?Robert empezó a mover músculos y extremidades tentativamente,

comprobandoelalcancedelosdaños.Sumalditapiernaledolíamásquenunca, pero, fuera de eso, todo parecía estar en orden. A lo lejosempezabanaoírselasprimerassirenas;lapolicíaestabaencamino.

—Estoybien,Lian.Ytú,¿estásherida?Los brazos masculinos la rodearon, al tiempo que deslizaba los

dedosarribayabajodesucolumnavertebralenbuscadealguna lesión;pero lo único que descubrió fue que con apenas una de susmanos casipodíaabarcarporcompletolasuavecurvadesucintura.

—No.Conagilidad,Lianseliberódesusbrazos,seincorporódeunsaltoy

loayudóaponerseenpieantesdeirabuscarsubastón,quehabíarodadounos cuantos metros calle abajo. Apoyado en él, Robert contempló elamasijo de hierros humeantes en los que su impresionante Maserati sehabíaconvertidoyluegosevolvióamirarelrostrotiznadodelajoven,quepermanecíamuytranquilaasulado.

—Acabasdesalvarme lavida—afirmósinapartar sus irisdoradosdeaquellacaramanchadaquelahacíapareceraúnmásaniñada.

—Esmitrabajo—ellaseencogióligeramentedehombros,pero,alinstante, toda su serenidad desapareció de golpe, reemplazada por unaexpresióndeprofundodesconsuelo—.¡Oh,no!

—¿Quéocurre?—Sobresaltado,volvióadeslizarsusojosalolargodesucuerpobuscandoalgunaherida.

—¡Semehanrotolosvaqueros!Al guardia de seguridad, que en esemomento llegaba corriendo a

todavelocidadtrashaberescuchadolaescalofrianteexplosiónleparecióincreíble que al hombre alto ymoreno, cuyo elegante traje de chaquetaestabasucioyrasgadoenalgunaspartes,aúnlequedasenganasdereírseacarcajadas.

3

ElaviónacababadetomartierraenelaeropuertodeMilán.ApesardequeeldoctorGaddisiemprevolabaenprimeraclaseyhabíapodidoestirarlapiernadurante el largoviaje, losdolorosos calambres loponían aúndepeor humor que de costumbre. Después de lo ocurrido enWashington,incluso élmismo había visto la necesidad de refugiarse en La Fortezzadurante un tiempo; se encontraba en un momento culminante de lainvestigaciónynoestabadispuestoapermitirqueningúnasesinodetresalcuartosellevaratantosañosdetrabajopordelante.Sinembargo,queleobligaranadarsubrazoatorcereraalgoquejamáshabíallevadobienysumalcarácterhabitualsehabíamultiplicadoportres.Asíqueenvezdeagradecerle a Lian su rápida intervención, que muy probablemente lehabía salvado la vida al protegerle de los fragmentos de metralla quehabían salido despedidos en todas las direcciones tras la explosión, eraconellamásdesagradablequenunca.

Lian se había limitado a ignorarle y había permanecido la mayorpartedeltiemporecostadaensuasientoconlosojoscerradosocharlandoamigablementeconel auxiliardevuelo,un tipoconpintademodelodepasarelaalqueaRobert,enmásdeunaocasiónduranteellargotrayecto,le habría gustado borrar la irritante sonrisa, blanca y perfecta, de unpuñetazo.

En un momento dado, ella se había quedado dormida y su cabezahabía resbalado hasta el hombro del científico, quien, incapaz desacudírseladeencimacon rudezacomohubierahechoencualquierotraocasión, había permanecido muy quieto, tratando de no molestarla. Elagradablepesodeaquellacabezasobresuhombroyelcosquilleoensubarbilla de uno de los suaves mechones de pelo dorado que habíanescapadodesucoletahicieronqueserelajaraalfinyéltambiénsequedódormido.

Lian admiró el paisaje de ondulantes colinas verdes y cipresesesbeltosrecortadoscontraeldeslumbrantecieloazulquevolaba tras loscristalesdeldeportivoquesuenfurruñadoacompañantehabíaalquiladoenelaeropuerto.Asuprotegidonoparecíaimportarlemucholaposibilidadde que los carabinieri le pusieran unamulta por exceso de velocidad ypisaba el acelerador como si, en vez de por las anticuadas autopistasitalianas,condujeraporuncircuitodefórmula1.

De reojo observó el perfil de rasgos duros ymarcados y, una vezmás,notóesainquietantesensacióndequeentreaquelhombrequeparecíaun barril de pólvora a punto de estallar y ella había una profundaconexión.Comosiunsextosentidolepermitieraatravesarlacapadeirayagresividadquelorodeaba,Lianpercibíaelvacíoamargoquealbergabasualma.

Apesardequesabíaque,aesasalturas,cualquierotrapersonahabríasalido corriendo para no ser blanco de sus comentarios desdeñosos ehirientes,aellaloúnicoqueleproducíancuandolosoíaeraunaprofundacompasión. Robert Gaddi era un hombre inteligente y, a juzgar por supasiónporlamúsicayelrestodelasartesquehabíaobservadoduranteelcortolapsodetiempoquehabíanconvivido,muysensible.Debíadehabersufridomuchoparaconvertirseenelindividuoamargadoqueeraahora.Examinólasmanosmorenasdelargosdedosqueaferrabanelvolanteconseguridadysuestómagohizounacosaextraña.Unavezmássuinstintolaavisó de que, de algunamanera, aquel hombre suponía un peligro paraella.

Eneseinstanteeldeportivoenfilóporuncaminodetierrarodeadoaambos lados de extensos viñedos en los que las vides, cuyos brotes yahabían roto, crecían sujetas en espalderas.El camino continuabaduranteun par de kilómetros hasta que, al fin, detrás de una nueva muralla decipreses,Liandivisólastorresdeloqueparecíauncastillomedievalcuyabellezaladejósinaliento.

Robertdetuvoelcocheenelpatioempedradoysevolvióamirarla;porunavez,suceñonoestabafruncido,yLiantuvolasensacióndequelapazqueserespirabaenaquelhermosolugarcontribuíaacalmarlo.

—¿Quéteparece?—¡Esmaravilloso!Ynoséporqué,elpaisajemeresultavagamente

familiar,aunquejamáshabíaestadoenItalia.Elcientífico se laquedómirandoconcuriosidade ibaadecir algo

cuandoelgritodeentusiasmodeunniñodeunosochoañosquellegabacorriendoatodavelocidadlointerrumpió:

—¡SignorRoberto!¡SignorRoberto!—¡Piero!¡Piero!—contestózumbón.EralaprimeravezqueLianveíaesasonrisa,francayluminosa,yse

dijo que si su antigua patrona le preguntara en ese momento si aquelhombreleparecíaatractivo,notendríamásremedioqueresponderquesí.

Robert se bajó del coche y estrechó al niño entre sus brazos conafecto.

—¿Dóndeestálanonna?—Vieneahora,yalaheavisado,perocaminamuydespacio.Sinpedirpermiso,elniñosesubióalinteriordeldeportivoyempezó

atoquetearlosbotonesyamoverelvolanteencantado.Enesemomentouna mujer de unos sesenta años, bastante gruesa y con el pelo grisrecogidoenunmoñobajo,doblólaesquinadelcastillo.Emocionada,sedetuvo frente a ellos y juntó las palmas de las manos como si fuera arecitarunaplegaria.

—¡Signor Roberto, qué alegría!Ya pensábamos que esta primaveratampocovendríaporaquí.

—Puesyavesquesí,Nella.—Robertseinclinóybesóconcariñolamejillaaúntersadelamujer—.Mira,tepresentoalaseñoritaLianZhao.Vaaquedarseunatemporada;yno,antesdequeempiecesadarlevueltasatuocupadacabecitateaclaroquenoesminovianimiamante.Nomeheacostado con ella. De hecho, es la última virgen de veintiséis años quequedaeneluniverso.

Losojososcurosyagudosdelamujerseposaronenaquella jovenconcaradeniñaquenosehabíainmutadolomásmínimoantesemejantesalida de tono y le dirigió una sonrisa de bienvenida a la que ellarespondióenelacto.

—¿Es su secretaria, entonces? ¿Su ayudante? —preguntó Nella,curiosa.

—Ni lo uno ni lo otro.—Se notaba a la legua que el científico seestabadivirtiendo—.Ahídondelaves,conesapintadecolegialamodosarecién salida de catequesis, la señorita Zhao es mi guardaespaldas. Dehecho,esmásqueprobablequemesalvaralavidahaceunpardedías.

Lamujerlomiróasustada.—¿Guardaespaldas? ¿Por eso llegaron ayer esos dos hombres?

SegúnPierollevanpistolasescondidasdebajodelaperneradelpantalón.¿Estáenpeligro,signore?

—No te preocupes,Nella.Con la señorita Zhao rondando por aquíestamostodosasalvo.

Sinmás,Robertsacóelequipajedelmaleteroy,consumaletaenunamanoyelbastónenlaotra,entróenlacasa,impaciente.

—Permítamequelaayude,señoritaZhao.—LlámameLian, por favor.Yno esnecesario, puedo con todo.—

Lianhabía tenidoquecomprarunamaletaparametersuropanueva,asíque agarró el asa conunamano, se colgó suviejamochila del hombrocontrarioysiguióalamadellavesalinteriordelcastillo.

Sentados a uno de los extremos de la larga mesa de caoba, suspalabrasresonabanenelinmensoespaciodelcomedor,encuyasparedes,enteladasconunricobrocadodecolorburdeos,lassangrientasescenasdecazadelostapicesantiguosalternabanconornamentadosbodegones.

RobertnotóqueLiannoparecíasentirsecohibidaenabsolutoporlasuntuosadecoracióndeLaFortezza,apesardequeunamujercriadaensus circunstancias no debía de estar muy acostumbrada al lujo. Alcientífico, que no dejaba de observarla con atención cada vez másintrigado,lesorprendióunavezmáslacapacidadqueteníadeadaptarsealmedio. En ese momento, con el elegante pantalón verde oscuro quellevabaesanoche,lablusaajuegoylacortamelenadoradasueltasobreloshombros,cualquieralahabríatomadoporlajovencastellana.

—Gracias.—SonrióaNella trasservirseunaracióndeverdurasdelabandejadeplataqueacababadepasarle.

—¿Sólovaacomereso?¿Nolegustaelpavo,signorina?—No te molestes, Nella, la señorita Zhao no come animales. Va

contra su religión.—Comodecostumbre, suspalabras teníanun tonilloirónico.

Elamadellavesnegóconlacabezayabandonóelcomedorsindejarderezongarsobrelorarosqueeranlosjóveneshoyendía.

—Ybien,olmoinapetente,¿quétehaparecidotuhabitación?Lianalzólavistadelplatoycontestóconentusiasmo:—¡Espreciosa!

Unas horas antes el ama de llaves la había conducido hasta laespaciosa habitación, contigua a la de su protegido, desde la que seapreciabaunavistaespectacularsobreelpintorescopueblomedievalquequedabaalospiesdelcastillo.Lospuntosfocalesdeldormitorioeranunacama con un recargado dosel de madera labrada y colgaduras deterciopelo azul, y la enorme chimenea enmarcada por una ricaembocadurademármolque,apesardeestarapagada,ledabaalconjuntountoquecálidoyacogedor.

Al ver su suave sonrisa, los ojosmasculinos se detuvieron un ratomásdelonecesariosobreesoslabioscastosyprovocativosauntiempo,ytuvo que hacer un esfuerzo considerable para reprimir el impulso dealargar la mano y contornearlos con su pulgar. Sacudió la cabeza,impaciente,tratandodealejarlatentación.

—LaFortezzaesunlugarmuyseguroymásconlosdoshombresdeCharles rondando por aquí, así que ya no tienes que seguirme a todaspartes como un pesadísimo perro faldero, ¿entendido? Pasaré lamayorpartedeldíatrabajandoenmilaboratoriodelatorrenorte,demodoquetendrásquebuscartealgúnentretenimiento.

Conun ligeroademánde lamano, ledejóclaroqueaél ledaba lomismoloquehiciera,siempreycuandonoseconvirtieraenunestorbo.

Nellasirvióelpostrey,cuandoterminarondecomer,elcientíficosepuso en pie y, con una cortesía inusual, retiró la silla de Lian paraayudarlaalevantarse.

—Hoy ha sido un día muy largo. Será mejor que nos acostemostemprano.

MientrassubíanlosaltosescalonesdelaimpresionanteescalinatadepiedraaLianleparecióqueRobertcojeabamásdelonormal.Justoeneseinstante, el científico se frotó el muslo con la mano libre en un gestomaquinal,ysuslabiossefruncieronenunamuecadedolor.

—¿Teduelemucholapierna,RobertGaddi?—Lleva unos días molestándome más que de costumbre. —Se

encogió de hombros con indiferencia—.Debí de hacerme daño cuandomearrojastealsuelo.

—Siquierespuedointentaraliviarte.—Hum...,esosuenadelomásinteresante.Almirarlosserenosojosclarosalzadoshaciaél,Robertcomprendió

queellanohabíacaptadoelmatiz insinuantequehabía imprimidoa sus

palabras,yesainsólitacandidezlehizosentirsevagamentemolesto.Ajena por completo a sus pensamientos, Lian interpretó aquella

respuestacomounsí.—Vetedesnudando,voyacogerunascosasyahoramismovoyatu

habitación.Subió a toda prisa los escalones restantes y se dirigió a su cuarto.

Unos minutos después, llamó a la puerta contigua y entró sin esperarrespuesta.

—Mepregunto cómo has podido permanecer virgen durante tantosaños.Unamujerquepidea loshombresquesedesnudenyqueentraensusdormitoriossinserinvitada...

Robertsehabíasentadoenelbordedelcolchónconlapiernaestiradafrente a sí. Estaba descalzo, pero aún llevaba puestos los pantalonesoscurosy la camisablancaquehabía lucidodurante la cena, aunque losfaldonesdeéstacolgabanporfuera.

—Es difícil dar un masaje con la ropa puesta —contestó ella sininmutarse—. ¿Necesitas ayuda? Puede que sea virgen, pero he visto amuchoshombressinropa.

Alinstante,losojosdoradosseclavaronenlossuyos,completamentealertas.

—¿Yeso?—Suceñoresultabadelomásamenazador.—Losaprendicesnosbañábamosdesnudostodaslasmañanasenuna

lagunacercanaalmonasteriosinimportareltiempoquehiciera.Cuandocrecí tuvequedejardehacerlo,claro,peroelmaestroChenginsistióenqueaprendieraelartedelaacupunturaylasanación,yamenudoteníaqueatender a hombres con contracturas y lesiones. Conozco bien el cuerpohumano.

Mientras hablaba, Lian no permanecía ociosa. Colocó un bote decristal conun líquidooscuro sobre lamesilla denoche, luego encendióunabarritadeinciensoy,almomento,elairedelahabitaciónseimpregnóconelcaracterísticoolor.

Robert odiaba que otros vieran las cicatrices de su pierna. Inclusocuandohacíaelamorreducíalaluzalmínimo,ysialgunamujertratabadeacariciarleelmusloapartabasumanoconsuavidadperoconfirmeza.Sin embargo, en aquella ocasión se llevó los dedos a la hebilla delcinturóny,decidido,empezóadesabrocharla.Lianentróenelcuartodebañoyvolvióconunaenormetoalladerizoamericanoquecolocósobre

lacolchaparanomancharla.—Túmbate—ordenó.Porunavez,élobedeciósinrechistar;vestidotansóloconlacamisa

blancayloselegantesbóxersdesedasetendiótodololargoqueera,sindespegarlavistadelrostrofemenino.

Liansesentóenelcostadodelcolchónyexaminósupierna.ApesardequeRobertlaobservabaconatención,nopudodetectarnielmásleverastroderepulsiónqueenturbiarasuexpresiónserena.Losdedosesbeltosrecorrieron la espantosa cicatriz que se enredaba alrededor del muslocomounaboaconstrictorcosidaconretazosdepielblancuzca,yeselevecontacto,frescoyligero,leprovocóunprofundoescalofrío.Nadie,salvolosmédicos y las enfermeras que le hicieron las curas en su día, habíavueltoatocarleenaquellugar.

—¿Quépasó,RobertGaddi?Robert jamás hablaba de lo ocurrido aquella noche, pero, una vez

más,aunquedemaneraconcisa,hizounaexcepción.—Unaccidentedetráfico.Lian contempló, compasiva, aquel rostro de rasgos marcados tan

masculino. Notó que apretaba las mandíbulas de manera involuntaria ysupoquehabíamuchomásenaquellahistoriaqueélnoestabadispuestoacontarle, así que, sin más dilación, cogió una pequeña caja de maderalacadadeunbonitotonorojooscuroconadornosdoradosysacónueveagujasdebuentamañoconempuñaduradehueso.

Alverlas,Robertseincorporóconrapidezsobresusantebrazos.—¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¡¿No pretenderás pincharme con eso?! No quiero

quemecontagiesunaenfermedad.—Siemprelasesterilizodespuésdeutilizarlas.¿AcasoelgranRobert

Gadditienemiedodeunapobrevirgenindefensa?—Lianalzóunadesusdelicadascejas,burlona.

—Túdeindefensanotienesnada—gruñó,aunquesetendiódenuevosobrelatoallaytratóderelajarse.

Lianempezócolocarlasagujasenvariospuntos,peronoselimitóalapierna.Conmaña,desabrochólosbotonesdelacamisa,apartólatelayle clavó una cerca de la tetilla izquierda. Robert no pudo evitar unrespingocuandolasiguienteacabóenmitaddesuentrecejo.

—Estatequieto—ordenóella,altiempoquelesubíamáselbordedelcalzoncilloycambiabadelugarunadelasagujasdelmuslo.

Siguiópinchándoleduranteunbuenratoy,apesardelescepticismoconelqueelcientíficohabíaseguidotodoelproceso,deprontonotóquelapiernayano lemolestaba tantoyque losdolorososcalambresque lomartirizabantanamenudohabíancesadoporcompleto.Robertnopodíaapartarlamiradadeaquelpreciosorostro,quelucíaunatractivoairedeconcentración.

—Ahoratedaréunmasajeyesperoquepasesunabuenanoche.Lian alargó el brazo para coger el frasco de cristal de la mesilla,

quitóeltapóndecorcho,vertióunchorrodelcontenidoenlapalmadesumano,selasfrotóparacalentarelaceitemientrasunaagradablefraganciaa hierbas aromáticas se unía a la del incienso y empezó elmasaje. LashábilesmanosfemeninassemovíanalolargodesupiernaconlafuerzajustayRobertsesentíaapuntoderonroneardesatisfacción.LaseñoritaZhao era una caja de sorpresas, pensó, al tiempo que con la manotironeabadesucamisaparatratardeocultarsuincipienteerección.

Ajena por completo a los apuros de su protegido, Lian siguiómasajeandoaquellosmúsculosagarrotadoshastaquenotóqueempezabanadistenderse.

—Ya está—declaró satisfecha y él se vio obligado a contener unaprotesta.

Acontinuaciónrecogiósuscosasysepusoenpie.—¿Novasadarmeunbesodebuenasnochestambién?—Apesardel

tonoburlónquehabíaempleado,notóquesurespiraciónseacelerabasólodepensarlo.

—Los besos no forman parte del tratamiento —replicó ella, muyseria,antesdedarmediavueltaysalirdelahabitación.

Robert permaneció tumbado boca arriba, concentrado en losenrevesadosdibujosdelateladeldosel;aúnledurabalaexcitaciónysurespiración todavía no había recuperado la normalidad. Tendría queandarse conmucho cuidado, se dijo. El científico no se hacía ilusionesrespecto a sí mismo; sabía que podía ser un auténtico capullo, peromaldito si iba a ser él,RobertGaddi, el hijo de puta que le robara a ladeliciosaseñoritaZhaosuinocencia.Sesentíarelajadocomohacíamuchoquenoloestabay,sindarsecuenta,sequedódormidoenelacto.

Losdías transcurrían conplacidezmientras la agradable primaveratoscanaestallabaconfuerzaasualrededor.Lasladerasdelacolinaenlaqueseasentabaelcastillosecubrierondefloresdetodosloscoloresyelaire se llenó de deliciosas fragancias.Robert pasaba lamayor parte deltiempoencerradoensutorrecomounariscoseñorfeudal,enfrascadoensusinvestigaciones,yLian,quehacíaañosquenoteníatantotiempolibreentrelasmanos,disfrutabaentusiasmadadelaapaciblevidaenlacampiñaitaliana.

El pequeñoPiero, un chicomuydespierto, la había sorprendido enunaocasiónhaciendosusejercicios—losmonjesshaolinylosaprendicestenían la obligación de practicar a diario sin interrupción— y habíainsistido en que le enseñara. Así que todas las mañanas, en el patioempedradofrentealportóndeLaFortezzatenía lugarunaclaseprácticadekung-fuydelosprincipioséticosqueregíanlaescuelaShaolin,ybajolaguíafirmeycariñosadeLianelpequeñoempezabaaconvertirseenunalumnoaventajado.

Aunquenohablabadeello,Robertamenudolosobservabapracticardesde la pequeña tronera de su atalaya y cuando veía a Lian inclinarsesobreelniñoparacorregirconsuavidadsuposturaoelángulodealgunadesusextremidadesnopodíaevitarsentirunciertoramalazodeenvidia.Nuncaloadmitiríanisiquieraantesímismo,perolehubieragustadoserélquienrecibieraaquellaslecciones.

Enesasocasiones,Liansujetabasucortamelenarubiaenunacoladecaballo y se enfundaba un quimono de un brillante color naranja, cuyaspernerasibansujetasporunoscalcetinesblancosque,asuvez,atabaconcintas negras; desde su ventajoso puesto de vigilancia, Robertcontemplaba, fascinado, su forma de moverse con la rapidez de unrelámpagocentelleante.

Nosolíanencontrarsehastalahoradelacena,queNellaservíaenelinmensocomedor,dondeconversabandeaquellamaneraqueempezabaasercaracterísticaentreellos;éltratabadeaveriguarelmayornúmerodedetallesdelavidadesumisteriosaguardaespaldasyellacontestabaasuspreguntas con evasivas, hasta que conseguía sacarlo de sus casillas y seganaba una cortante reprimenda, que Lian solía recibir con un serenoencogimientodehombros.

Despuésde lacenaaRobert legustaba tomarcafé,asíquePierosereunía con ellos en el salón del castillo, donde Nella aún encendía la

chimenea todas las noches, para recibir su ración nocturna de cuentos.EntoncesLianyelpequeñosesentabanconlaspiernascruzadassobrelamullidaalfombraAubussonfrentealcómodosillónorejeroenelqueserepantingaba el científico y lo escuchaban, absortos. Robert Gaddi nocontabacuentosaluso,sinoquesolíareferirlessangrientosepisodiosdela historia europea, de guerras y hombres largo tiempo olvidados y deheroicashazañasquehacíanquedosparesdeojos,unoscastañooscuroyotrosmuyazules,relucieran,hechizados.

ParaLian aquél era elmejormomentodel día.Le encantaba lapazqueserespirabaeneseenormesalónatestadodemueblesantiguosyobrasde arte, en el que la atmósfera hablaba aún de tiempos remotos, damasseductoras y nobles caballeros. Era el único instante en el que RobertGaddi se relajaba por completo, y le fascinaba escuchar su voz grave yacariciadora, que parecía resonar en el interior de su cuerpo mientrascontaba esas apasionantes historias de las que ella nunca parecía tenersuficiente.

Conlapiernabienestiradafrenteaélysubastónapoyadoenunodelosbrazosdelsillón,lapatriciacabezamorenaapoyadasobreelrespaldoy los inquietantes iris dorados chisporroteando con el reflejo de lasllamas, cualquiera habría tomado a Robert Gaddi por uno de aquelloscastellanosquehabitaron antañoLaFortezzay cuyos sombríos retratos,colgadosdelasparedesdelagaleríademúsica,Lianhabíaestudiadocondetenimiento.Tansólolaropaquellevabaeradiferente.

RobertcotejabalosúltimosdatosquesuscolaboradoresdelLondonResearchInstitutelehabíanenviadocuandodesdeelpatiolellegaronlosgritosdeentusiasmodelpequeñoPiero.Flexionóelcuelloaunoyotroladoparadesentumecer losmúsculosagarrotados traspermanecer tantashorassentadofrentealordenador,cogióelbastón,queconlafidelidaddeunperrobienentrenadoleaguardabaapoyadojuntoasusilla,yselevantóparaecharunvistazo.

El nietodeNella lanzabaunapatada trasotra, acompañadasporunfiero rugido cada vez, en dirección a un enemigo invisible. En cuantofinalizóelferozataqueysequedóquietoenposturadealerta,seoyeronunosaplausos.

El científico se inclinó aún más sobre el alféizar y descubrió alagente Harrelson, uno de los hombres a los que Charles había enviadoparaprotegerlo, charlandoamigablemente conLian.Al instante, fruncióelceñocondesagrado;noeralaprimeravezqueveíaaaquel individuozascandileando por el patio empedrado a lamisma hora que la chica yPiero realizaban sus ejercicios. Si el tipo ese pusiera tanto interés en suseguridad como en hacerse el simpático con Lian, desde luego nadielograríarozarleunpelo,sedijoRobertcadavezmásirritado.

ObservóconojocríticoaLian,peronologródetectarniunápicedecoqueteoensuconducta;selimitabaasonreírledeaquellamanera,afabley gentil, que solía emplear con todo el mundo. En ese momento,Harrelsonextendióelbrazomusculosoqueasomabapor sucamisetademanga corta y le preguntó algo a la joven; ésta, sin vacilar, se colocódetrásdesuespalda,ampliacomounarmarioroperoy,tocandoconsuspequeñas manos aquellos músculos hinchados, que a Robert se leantojarongrotescos,leindicólaposturacorrecta.Elpuñodelcientíficose cerró con fuerza en torno al bastón; si hubiera estado en el patio lohabría utilizado para darle un par de estacazos a aquel cretino.Mascullandoentredientes,sealejódelaventanaydecidióbajarunratoatomarelaireparadespejarse.

A pesar de su cojera, descendió con agilidad por la empinadaescalerade caracol y al salir al patio sedetuvo en seco, con el corazóngolpeando con fuerza contra su caja torácica. En pie sobre una de laspequeñas bolas de granito que remataban la balaustrada de piedra,Lian,conlosojoscerrados,manteníaelequilibriosobreunadesuspiernas,laotradobladafrenteaellaenelairey laspalmasde lasmanosunidasenposturadeoración,ajenaporcompletoalaempinadacaída,denomenosdeveintemetros,quehabíaalotrolado.

Robert notó que se le erizaban los cabellos de la nuca. Apretó lasmandíbulasparacontenerelgritoquetrepabaporsugargantayseacercócojeando a la barandilla a toda velocidad; pero antes de que pudieracogerlaensusbrazoscomoerasuintención,Lianabriólosojosyconunmovimiento tan rápido que su retina apenas pudo registrarlo, voló porencimadesucabezayaterrizóconsuavidadasuespalda.

—¡¿Estáslocaoqué?!¡¿Quédemonioscreesqueestáshaciendo?!—Robertseencaróconellaconlosojosechandochispas.

Piero losobservaba en silencio, asustado, pero el agenteHarrelson

tratódemediarentreellos.—Hasidounapequeñademostracióndeequilibrio,señorGaddi.He

sidoyoelqueheinsistidoenqueLian...Aloírlehablardeellacon tantasconfianzas,Robert lo interrumpió

conaspereza.—AgenteHarrelson, creoque sus superiores lo enviaron aquí para

ejercer labores de vigilancia y no para asistir a exhibiciones de niñatasinmaduras,asíqueserámejorquevuelvaasupuesto.

Alcientíficonose leescapóelesfuerzoquehizoelagentedelFBIparanocontestarleconlamismarudeza;sinembargo,logrócontrolarsey, lanzando una mirada de conmiseración en dirección a la joven, selimitóadecir:

—Siento que vayas a tener problemas por mi culpa, Lian. Te veoluego.—Sevolvióysealejódeallícondignidad.

Sin dedicarle un pensamiento más al agente Harrelson, Robert sevolvióhaciaellahirviendodefuria.

—¡¿Quépretendes, que aPiero le dépor imitarte y se caigapor elbarranco?!

—¡Signor Roberto, ha sido culpa mía! —exclamó el niño, conlágrimasenlosojos,tratandodeprotegerasunuevaamigadelafuriadesuadmiradosignore—.SóloqueríaveraLian...

—Tranquilo, Piero.Yo hablaré con él.—La voz dulce y serena deLiansedejóoírporfin.

Alverelnerviosismodelchiquillo,elcientíficosesintióligeramenteavergonzadoy,enuntonoalgomástranquilo,ledijo:

—Anda,Piero,vetecontunonna.QuierohablarconlaseñoritaZhaoasolas.

Porprimeravezelniñonoparecíadispuestoaobedecerleenelacto,perotraslanzarunamiradaangustiadaaLian,quienasintiódeformacasiimperceptibleconlacabeza,sealejódeallíarrastrandolospies.

—¿Ybien?—¿Ybienqué,RobertGaddi?—¡Notehagaslalistaconmigo,castañoimprudente!Ellaladeólacabezaconsugestohabitualysusgrandesojosazules

locontemplaronconlamismaplacidezenervantedesiempre.—Necesitashacerejercicio,RobertGaddi;desdeque llegamosaquí

no has hecho más que encerrarte en tu torre. Debes canalizar la

agresividadquetedevora,yoteentrenaré.—¡Tú no eres la que das las órdenes aquí! —Iracundo, inclinó la

cabeza,hastaqueel rostro femeninoquedóamenosdediezcentímetrosdelsuyo.Sinembargo,ellanoretrocedióniunmilímetro—.Vas listasicreesquevoyaponermeenridículodesemejantemanera.¿Acasopiensasque esto es un adorno?—Robert blandió su inseparable bastón ante susojos,amenazador.

—Quéciegoestás,RobertGaddi.Túcojeranoestáentupierna,sinoaquíyaquí.—Tocóprimerosufrenteyluegoposólapalmadesumanosobre supecho, enel lugardel corazón—.Teenseñaréadefenderteyadescargarlarabiaquellevasdentro.Teesperoalascuatroenelclarodelbosquecillo,allínadienosmolestará.

Sin esperar respuesta,Lian se diomedia vuelta y desapareció en elinteriordelcastillo.

Furioso, Robert permaneció en pie, con las pupilas clavadas en ellugar por donde ella había desaparecido. Aún no podía creer que sehubieraquedadocallado,aguantandosudiscursodemonasabiacomountierno corderito. Aquella diminuta mujer no sólo se atrevía a darleórdenes, sino que le arrojaba su cojera a la cara sin ningún tipo dedelicadeza.¡Malditafuera!¿Quiéndemoniossehabíacreídoqueera?Porél, ese laurelmarimandón podía esperarlo sentado en aquel claro hastaquelesalieranraíces.

A las cuatro en punto, vestido con un pantalón de deporte y unacamiseta negra, Robert caminaba apoyado en su bastón por el sinuososendero de grava en cuyas márgenes crecían aquí y allá estilizadasamapolas. El bosquecillo de cipreses, olivos y abetos al que se referíaLian estaba en la parte trasera de La Fortezza. Un pequeño riachuelo,apenas lo suficientemente hondo para remojarse los tobillos, loatravesaba.Robert loconocíabien,habíapasadomuchasvacacionesconsu tía en el castillo y ése había sido uno de sus lugares favoritos paraescondersedel restodelmundo.Hacíaañosquenopaseabaporallíyelmanto de delicadas margaritas que cubría el prado le trajo agradablesrecuerdos.

Enseguida descubrió a Lian; estaba sentada en mitad del pequeño

claroenlaposturadelloto,conlasmanosapoyadassobrelasrodillasylas palmas vueltas hacia el cielo. El sol de la tarde arrancaba destelloscegadores de los suaves cabellos rubios que escapaban de su cola decaballo. En esa ocasión vestía un top negro de tirantes que dejaba aldescubiertosuvientrefirmeyunasmallasmuyajustadastambiénnegras.Abrió lospárpadosconlentitudysusgrandesojosazulesseposaronenél,insondables.

Siellahubieramostradolamenorseñaldecomplacenciaelcientíficose habría dado media vuelta y habría regresado a toda velocidad pordondehabíavenido;sinembargo,Robertnodetectóensuactitudningúnsignoenesesentido,comosinohubieradudadoniporunsegundodequeélfueraaaparecer.

Conunmovimientoarmoniososepusoenpieyfueasuencuentroy,sinmediarpalabra,lequitóelbastóndelamanoyloarrojóaunlado.

—¡Eh!¿Porquéhashechoeso?¡Lonecesito!—Ahora no, pero no te preocupes. Tu amigo te estará esperando

cuandotermines.Robert abrió la boca para soltarle una de sus respuestas cortantes,

pero ella alzó la mano y colocó los dedos sobre sus labios,impidiéndoselo.

—«Cortesíayprudenciadebensermostradasatodoslosmaestros.»Sus labioshormigueabanbajo lasyemasdeaquellosdedosesbeltos

y, de pronto, deseó sacar la lengua y chuparlos. Por fin, Lian retiró lamanoylarespiracióndeRobertsenormalizó.

—Ahorateenseñarélosseisprincipiosdelboxeoshaolin.Enprimerlugar,debesserhábil.

Conrapidez,hizounaseriedemovimientosfluidosquedespertaronlaadmiracióndeRobert,quienparadisimularalzóunacejaycomentó:

—Terecuerdoquesoyunpobrelisiado.Sin hacerle el menor caso, ella prosiguió con su explicación y el

científicoreparóenque,cuandoestabaconcentrada,aquelacentoexóticotanpeculiarsehacíamásevidente.

—Tratadeatacarme—ordenó.—Mira, bonsái insignificante, puede que sepas muchos trucos de

circo, peromido veinticinco centímetrosmás que tú y debo de pesar eldoble,asíquepaso.

Ligeracomounrayo,Lianlegolpeóenelcostado.

—¡Ay!¡Esohadolido!—Atácameovolveréahacerlo—respondió,serena.Ahoraveríaesairritanteninjadepacotilla,sedijoRobert.Supierna

le restaba mucha agilidad, sin embargo, era un hombre fuerte y teníabuenos reflejos. Acostumbraba a nadar durante horas en la piscinacubierta de su apartamento en Washington y cuando fue atacado en sulaboratoriorepartiótantoomásdeloquerecibió.Asíque,depronto,seabalanzó sobre ella en un intento de pillarla por sorpresa y, sin sabercómo,seencontrótendidotodololargoqueerasobrelamullidahierbadelclaro.

—En segundo lugar, tienes que ser discreto: «Para que tú puedastumbarunpesodemilonzasusandosolamentelafuerzademediaonza».

Lianseagachósobreélyletendióunamanoparaayudarloaponerseenpie,peroRobertlahizoaunlado,furioso,yselevantósolo.

—En tercer lugar, debes ser audaz; es decir, debes atacar sinvacilaciónalamenoroportunidad.Encuartolugar,tienesqueserrápido.«Unopuedeversupuño,peronosugolpe.»

Ellaamagóunataqueatodavelocidadysusnudillossedetuvieronamenosdeuncentímetrodeltorsomasculino,sinrozarlo.

—Enquintolugar,serferozygolpearsiempreenlospuntosvitales.Enestaocasiónfueelcantodesusmanosloquequedóamilímetros

desusriñonesprimeroydesugargantadespués,yRobertnopudoevitarcerrarlosojossinquerer.

—Yensexto lugar,debes serpráctico.—Lian lomiróa losojosycontinuó—:Losmovimientosdebenservirsiempreaunpropósito,yaseaatacarodefender, pero jamásdeben servirpara lucirse.Voya enseñartelos golpes más básicos y me ocuparé de fortalecer tu pierna para queaguantemejortupesocuandoseanecesario.Quítatelacamiseta.

—¡Bien!¡Estoempiezaaponerseinteresante!—dijo,altiempoqueselasacabaconrapidezporlacabeza,pero,comoenocasionesanteriores,RobertnotóqueLiannohabíacaptadoeldoblesentidodesuspalabras.

Depiefrenteaél, losojosazulessedeslizaronsobreel torsoylosbrazosfibrososconunamiradaatentaperoimpersonal.

—Tienes buenos músculos, Robert Gaddi —declaró por fin,satisfecha, y el científico no pudo evitar un cierto calorcillo decomplacencia—.Ahoraquieroqueimitestodosmismovimientos.

Conesaspalabrascomenzóunintensoentrenamiento.Liansemovía

junto a él en silencio y, a menudo, le hacía colocar las palmas de lasmanosensuesbeltacintura,paraquenotaralatirantezenunosmúsculosenconcreto;otrasveceseraella laquedibujabaconundedounodesustendonesoun ligamentomientrascambiaba laposicióndesubrazoy lehacíapercibireldiferentegradodetensión,hastaquellegóunmomentoen que la respiración alterada del científico no se debía tan sólo alesfuerzofísico.

CuandoLiandioporconcluidalalección,elcuerpodeambosrelucíaconunabrillantepelículadesudor.ARobertledolíabastantelapiernaporelesfuerzorealizadoyempezóafrotarseelmuslo.Alverlo,ellaleindicóconungestoquesesentaraenelsueloysearrodillóasulado.

—Quítateelpantalón—ordenóunavezmás.—¡Oye,estoesirdemasiadolejos,plátanolujurioso!Creoquetodo

estedespliegue almejor estiloKungFuPanda ha sido sólo un pretextoparatocarme.Reconocequemicuerpoteexcita.

Una vez más, sus labios se alzaron en las comisuras de aquellamanerainocenteysensualqueRobertyahabíanotadoconanterioridadyqueteníaunefectopeculiarsobresuestómago.ElrostrofemeninoestabatancercadelsuyoqueRobertdescubrióunascuriosasmotasamarillasensuspreciososiris.

—Estábien,RobertGaddi,tedaréelmasajeporencimadelpantalónparapreservartupudor—respondiómaliciosa.

Y sin esperar su permiso sus manos, pequeñas pero fuertes,desplegaron de nuevo su magia y, casi al instante, los músculos de supiernaempezaronadistenderse.Robertaprovechóqueestabaconcentradaporcompletoensutareaparaobservarlacondetenimiento;lellamaronlaatenciónlasoscuraspestañasmuylargasyespesas,queresaltabancontralapielnacaradadesusmejillas.Elmasajeterminódemasiadoprontoparasu gusto y, en esa ocasión, él aceptó la mano que le tendía Lian paraayudarloalevantarse.

—Enfin.Deboreconocerquemehagustadolaclase,señoritaZhao,así que te espero mañana a la misma hora para continuar con miaprendizaje —comentó con gesto displicente, igual que un reyconcediéndoleunagranmercedasuvasallo;luegoseagachó,recogiósubastónyregresóalacasacojeando.

Lianobservóalejarselaaltafiguradelcientíficopreguntándose,algoperpleja,quéeraloquehacíaquefueratanconscientedelapresenciade

aquelhombre.Durantetodoelentrenamiento,cadavezquerozabaconlosdedos los poderosos músculos de su torso había notado unas extrañassensaciones.Una vez había escuchado a un tipo explicar que la fricciónentredosmaterialescargadosconelectricidaddedistintosignodalugaraunaelectrificaciónque,asuvez,podíaconduciraunadescargaeléctrica,yesoera,exactamente,loquelehabíaocurridoaellaencadaunadelasocasionesenquelohabíatocado.Hastaesemomentosiemprehabíasidocapaz de controlar hasta la última reacción de su cuerpo; sin embargo,desdequehabíaconocidoasuactualprotegidorespondíadeunamaneradesacostumbradaanteciertosestímulos.

Lian sacudió la cabeza, desconcertada. A lo mejor eran sóloimaginaciones suyas; RobertGaddi era una fuente explosiva de energíaencapsulada y quizá ahí residía elmisterio, se dijo. Pero sabía bien quenuncaantestocaraningúnotroserhumanolehabíaproducidosemejanteefecto. Su instinto, agudizado tras años de entrenamiento, le habíaadvertidoqueesehombreerapeligrosoyellanodebíaolvidarlo.

4

EnunpuntoindeterminadodelocéanoÍndico

Léa permanecía sentada con expresión apática, los ojos perdidos en losdiminutospuntosbrillantespordondepenetrabalaúnicaluzquellegabaalinteriordelcontenedor.JuntoaellayacíasuqueridaAnne,muydebilitadaporlaslargasjornadasdetravesía.Apesardequelaniñalehabíacedidoparte de su ración diaria de comida y agua, notaba que su amiga se ibaapagandodíatrasdía.Anneacababadecumplirnueveañosy,casidesdeun principio, se había erigido en protectora de la pequeña Léa; sinembargo,ahoraeraéstalaqueleprodigabatodosloscuidadosqueseleocurrían,aunquepordesgracianoparecíanservirdemucho.

Yaapenasnotabaelhedor insoportableque impregnabael reducidoespaciodondesehacinabaunaveintenadeniños.Lamalaalimentación,lafalta de ejercicio, el insoportable calor y el continuo vaivén del barcodondelostrasladabanhabíanprovocadonumerososcuadrosdevómitosydiarreas, y en dos ocasiones uno de los corpulentos carceleros habíatenidoqueentrarasacarloscuerpossinvidadeunpardepequeños.ALéala aterraba que Anne pudiera ser la siguiente, así que procuraba noapartarse de su lado. Mientras sujetaba la mano fría y cada vez másesqueléticadesuamiga,Léaintentabaevocarelrostrodesupadreyeldela vieja Marie, pero a pesar de sus esfuerzos ya no era capaz derepresentárselos con nitidez. Según iban pasando las semanas, losrecuerdosdesuhogarsedesdibujabancomosifuerantansólolosjironesdeunbonitosueño.

—Léa...ElsusurroapenasperceptiblequesaliódeloslabiosresecosdeAnne

lasacódesuestupor.—Léa,me...llama...mimadre...—¡Es imposible, Anne! Me contaste que tu madre está en el cielo

comolamía.—Asustada,lapequeñaleapretólamanoconmásfuerza.—Mevoy...conella...—¡No!¡Anne,Anne,nomedejes!¡Porfavor,Anne!LacabezadeAnnerodóhaciaunladoconsuavidadysusojosazules,

entreabiertos,lamiraronvacíos.Léaempezóachillaryyanoparóhastaque,muchomástarde,uno

de los guardianes arrancó el cuerpo sin vida de su amiga de entre susbrazosylepropinóunabofetadabrutalqueladejóinconsciente.

LaFortezza,Italia,enlaactualidad

Robert abrió con suavidad la pesada puerta de la biblioteca y entró sinhacer ruido.Lasparedesestaban forradasdeestanteríasde robleoscurorebosantesdevolúmenes—entrelosqueseencontrabanvariosincunables—quellegabanhastaeltecho.NellalehabíadichoquepensabaqueLianestabaallíynosehabíaequivocado.

Por primera vez desdeque la conocía, estaba tan concentrada en ellibroquesosteníasobresuregazoquenosepercatódesupresencia.Sehabíasentadoenelsillóndecuerojuntoalaventana;suespaldareposabasobre uno de los brazos mientras sus piernas colgaban por encima delotro.Unodelosúltimosrayosdesoldeaqueldíaluminosotransformabasurubiamelenaenunhalodorado,ydenuevoaRobertlevinoalacabezael cuadrodeBotticelli.Observó la formaenquepasaba laspáginasconacariciadorareverenciaysintióunaguijonazodecuriosidad.

—¿Quélees?Lianalzólacabezasobresaltada,peroalverlosetranquilizó.—Me gustan tus libros, Robert Gaddi. Las ilustraciones son

hermosas.Élseinclinósobreellayvioquesetratabadeunlibrodeviajesdel

sigloXIX,adornadoconbellosgrabadosdepaisajes.—Estáenfrancés.Medijistequenosabíasleerlo,¿verdad?—Asíes.Tampocoleobienelinglés.Mr.Jones,elamericanoquese

refugióenelmonasteriodurantelosúltimosañosdesuvidaymeenseñósu idioma, no llevó ningún libro consigo. Sólo sé leer y escribircorrectamente en la lengua general y aquí no he visto ningún libro conideogramaschinos.

Se encogió de hombros, como si se enfrentara a una de esasfatalidadesdelavidasobrelasqueellanopodíaejercerningúncontrol.

Antesdepararseapensarsuspalabras,Robertseencontródiciendo:—¿Quieresqueteenseñealeer?—¿A leer?—Los ojos azules se iluminaron de la emoción—. ¿Lo

harías,RobertGaddi?Alcientíficoleconmoviósuentusiasmo.Desdequelaconocíahabía

notadoqueLianZhao teníaunadescomunalseddeconocimientosyunasensibilidad única; parecía absorber hasta por los poros de su piel lashistorias que él le contaba a Piero después de cenar y escuchaba,embelesada, las óperas que Robert hacía sonar muchas tardes en esamismabiblioteca.

—Haremos un trato —declaró, como si todo aquello fuera unasimplecuestióndenegocios—.Yoteenseñaréaleereninglésyenfrancésy,acambio,túmeenseñarástustrucosguerreros.¿Estásdeacuerdo?

Al instante,Lianbajó lospiesdelbrazodelsillónysepusoenpie,conellibroapretadoconfuerzacontrasupecho.

—Deacuerdo.Yoya tehedadounaclase.Te tocaa ti. ¿Dóndenosponemos?Creo que el escritorio es un buen sitio, ¿verdad?Traeré otrasilla.

Desdequelaconocía,Robertnuncalahabíavistotanentusiasmaday,de pronto, experimentó una profunda sensación de ternura por aquellamujer, excesivamente madura en ciertas cosas y tan semejante a unachiquillaenotras.PoseíalasabiduríamilenariadelanaciónChina,peroenotrosaspectoseratanignorantecomounniñodepecho.

Pasaronloquequedabadetardeconlascabezasjuntassobreellibrodeviajes.Elcientíficonoeradelosquebuscabanelcaminofácil,asíquedecidióquesiéseeraellibroquelegustabaaLian,seríaeselibroconelqueleenseñaríaaleer.Complacido,notóqueeraunaalumnaaventajada,rápida y lista como una ardilla. Durante un buen rato observó aquelloslabios carnosos que repetían con tesón lo que él le iba diciendo y, depronto,lainterrumpió:

—¿No te has parado a pensar que quizá el francés es tu lenguamaterna?

Lianalzólosojosdellibroyseloquedómirandosinexpresión.—¿Y?—Medijistequenorecuerdasnadadelosprimerosañosdetuvida,

quetumaestroteencontróenlacalle.¿Cuántosañoscalculasqueteníasenaquellaépoca?

Ellaconsiderósupreguntaduranteunratoy,alfin,respondió:—Unoscuatroocinco.—Noeras tanpequeña, lo justoparahablarbienun idioma,aunque

no lo suficientementemayor como para saber leer o escribir. De todasformas,lonormalseríaquetuvierasalgúnrecuerdo.

De nuevo Lian se encogió de hombros, no parecía preocuparlemucholacuestión;sinembargo,Robertcadavezestabamás intrigadoymásdecididoahurgarensumisteriosopasado.

—Supongamos que eres francesa, la cuestión es averiguar cómollegasteaChina.Quizátuspadreseranmisionerosotrabajabanenalgunamultinacional,pero¿quéhacíaunaniñadetuedaddeambulandosolaporlacalle?¿Quéocurrióconellos?

Lianhizoungestoconlamano.—Esopasóhacemuchotiempo.Estaba claro que el asunto no le interesaba lo más mínimo. Los

orientalessentíanunaprofundainclinaciónporelfatalismoyeraevidentequeellasehabíacriadoconesamismamentalidad;peroparaRoberteratodo un reto, y los desafíos de cualquier tipo eran el leitmotiv de suexistencia.

Notó que ella había dejado de prestarle atención y contemplaba,embelesada, una reproducción enminiatura delDavid deMiguel Ángelrealizada en marfil que él solía utilizar como pisapapeles. De pronto,alargó la mano y, como si no fuera consciente de ello, sus dedos laacariciaron con exquisita delicadeza. Al verlo, Robert se imaginó esosmismosdedosesbeltosydelicadosrecorriendocadaunodelosrinconesde su cuerpo con la misma suavidad y no pudo reprimir unestremecimiento.

—Veo que te gustan los hombres desnudos—afirmó con aspereza,tratando de sacudirse de encima aquel repentino y completamenteinoportunolatigazodelujuria.

Ellalomirócomosidespertaradeunsueño.—Eshermoso.Meharecordado...—seinterrumpiódegolpe,peroya

eratarde,unavezmáshabíadespertadolaagudacuriosidaddelcientífico.—¿Aunantiguoamante?Ah,semeolvidaba...—Sediounapalmada

enlafrentecongestoteatral—.Eresvirgen.

—Aunamigo—respondióella,alfin,convozronca—.Yalolloré.—¿Lolloraste?Explícameeso,acebomisterioso.Por un momento Robert pensó que no contestaría; sin embargo,

después de unos segundos, mientras sus dedos seguían dibujando cadaánguloy cada curva tallada sobre elmarfil,Lian comenzóahablar conexpresiónsoñadorayconeseacentosuyo,algogutural,másmarcadoquenunca:

—SellamabaHao.Yaestabaenelmonasteriocuandoyollegué.Eraun añomayor que yo. Desde el principiome defendió del resto de loschicosqueseburlabandemipeloydemisojosclaros.Éleraelúnicoquepodíaburlarsedemí,lesdijo.Yaveceslohacía,peronomeimportaba.Yoloseguíaatodaspartes,comounperroasudueño.Noshicimosmuyamigos, compartía con él todos mis pensamientos y él hacía lo mismoconmigo.Durantelosagotadoresentrenamientosnosanimábamoselunoalotroysiempreacabábamosvenciendoalresto.Éramoslosmejores.—Un centelleo de orgullo refulgió en los iris azules, y algosospechosamente parecido a un ataque de celos hizo que las tripas delcientíficose retorcierandemaneradolorosa.Lianbajó losojoshacia laestatuilla que sostenía entre sus manos y deslizó el pulgar sobre losmarcadospectoralesdeltorsoamarillento—.Meharecordadotantoaél...AunqueHaollevabalacabezaafeitada,sucuerpoeraasí.Aveces,porlanoche,meescapabademiceldaymeacostabaasuladoeneljergón;megustabarepasarconmidedotodossusmúsculosmientraséldormía.Erahermoso.

No había ni rastro de turbación en el semblante que se alzaba denuevohaciaél,serenoeinocente.Estabaclaroque,paraLian,elamorquehabía sentido por su compañero de juegos estaba libre de cualquierconnotaciónsexual.

—AunqueHao teníael sueñoprofundo,unavez sedespertó.Estabamuyraroymedijoquenodebíavolveradormirasuladonuncamás.Mepusemuytriste,peroleobedecí.

Frunciósuscejascastañascomosiel recuerdodeaquellaspalabrasaúnlahiriesey,unavezmás,permanecióensilenciodurantetantotiempoque Robert, que había sido incapaz de interrumpirla con alguno de suscomentariossarcásticos,sevioobligadoapreguntar:

—¿QuéocurrióconHao?—Murió —El brillo azulado de sus ojos desapareció—. De unas

fiebres.Yolocuidédíaynoche.ElmaestroChenginclusohizoveniraldoctor europeo de Luoyang, pero fue inútil.Mi amigo, tan fuerte y tanlleno de vida, se apagó como una de las velas del templo diez díasdespués.Ya lo lloré—repitió con profundamelancolía—.Aquél fue unañomuytriste,tambiénperdíaLok-lok.Aéltambiénlolloré.

Robert reprimió el impulso de pasar su brazo sobre aquelloshombrosfrágiles;algoledecíaquetocaraLiannoseríaunabuenaidea.

—¿Lok-lok?ComosilascompuertasdelalmadelaintrovertidaLiansehubieran

abierto de golpe y ahora no fuera capaz de cerrarlas, continuó con suhistoria.

—Era un perro regordete y gracioso. Lo encontramos Hao y yocuando era un cachorro. Tenía una pata rota y aunque no pudimosentablillarla,consustrespatasbuenaseraelperromásrápidodetodalaprovincia.DossemanasdespuésdelamuertedeHaoloencontrécolgadodelaramadeunodeloscerezosdelhuerto.—Losexpresivosojosazuleschisporrotearondenuevo,pero,estavez,conunfuegogélidoquehelabalasangre—.SupeenelactoquehabíasidoWei.Siemprelehabíagustadoatormentarme,peroconHaodemipartesólosehabíaatrevidoahacerlode forma vil y traicionera. Fui a buscarle y lo admitió todo con esaexpresióndebueyestúpidoyarrogante,ynopudecontenerme.Luchamos.Wei tenía diecisiete años y yo sólo catorce, pero aunque eramás alto ymuyfuerte,yoeramuchomáságil.Lediunapaliza.

Unasonrisadesatisfacciónasomóasuslabiosmientrasensucabezasaboreabadenuevoaquelinstanteperfecto.

—SienesemomentonohubierallegadoelmaestroCheng,lohabríamatado —pronunció aquellas palabras de una manera tan sencilla yrazonable que el científico comprendió que lo decía completamente enserio—.Tardósemanasenpoderabandonarsucamay luegosemarchódel monasterio. Yo acabé con una muñeca rota y no pude sentarme encuatrodías.Habíainfringidovariosdelosprincipiosymandamientosdelcódigoshaolin:evitardesafíosyhuirdelaagresividad,nopelearnihacergestos violentos... En fin, el maestro Cheng me golpeó con la vara debambúhasta que le dolió el brazo, pero nome importó. Si viviera cienvidas,cienvecesharíalomismo.

Lian alzó sus límpidos ojos, desafiante, y Robert no pudo evitarsentirunaoleadadeadmiraciónhaciaaquelladiminutamujerquedabala

engañosa impresión de que cualquier viento un poco más fuerte de lonormalseríacapazdederribarla.

—Hicistelocorrecto—afirmó,yseganóunamiradadeaprobación.—Eseañodecidíquequeríasermonja.Yanoqueríallorarmás.Los

monjesnotienenapegoalascosasterrenalesnialaspersonas.Así que era eso, se dijo Robert. Resultaba comprensible que una

persona conuna sensibilidad tan aguda comoLian renunciara almundoparaevitarsufrimientos.Hastaentoncesnohabíapodidoentenderque lamujer que asomaba de vez en cuando bajo aquel aspecto sereno eimperturbable—tanvital,tanansiosapordescubrirycomprendertodoloquelarodeaba;queparecíaembebersehastaenelmásmínimoatisbodebelleza que la existencia pudiera regalarle— hubiera decidido tomarsemejantecamino.

A finde evitar el deseo apenas controlablede estrecharla contra supechoyconsolarla,Robertselevantóyempezóapasearinquietoarribayabajodelahabitación.LianZhaoeraunmisterio,sedijo,unaespeciedecriaturamíticasurgida,comoelviento,delalientodePangu,eldioschinodelacreación.

Enunintentodedespejarunpocolatensiónemocionalquecargabaelambiente,anuncióconsuhabitualtonoautoritario:

—Llevamos mucho tiempo aquí encerrados. Mañana iremos deexcursiónaFlorencia.

—SerámásseguroquenonosalejemosdeLaFortezza.—Lianhabíarecobradosuaplomohabitual;susojosazuleslomirabanconserenidadya Robert le pareció increíble que apenas unos minutos antes le hubierahechoaquellasconfidencias.

—Hedicho que iremos a Florencia, encina sabelotodo, y eso es loquevamosahacer.Noaguantounminutomás.YaestoyaburridodeversólotucarayladePiero.

Depronto,nosabíaporqué,sesentíairritado.Notabaqueempezabaaalbergarporaquellaextrañamuchachaunmolestosentimientoque,sinofueraporquesabíaquesupasadohabíaextirpadoderaízelmásmínimorastrodeaquellaemoción,habríallamadoternura.

Comodecostumbre,Liannoseinmutóantesuexabrupto,sinoqueselevantócon tranquilidadyseacercóa la libreríaparacolocarelgruesotomoensusitio.Alverquenisiquieradepuntillasseríacapazdealcanzarlabalda,elcientífico,impaciente,seacercóaellacojeando,learrebatóel

libro con brusquedad y lo puso en su lugar. Antes de que Lian pudieraagradecerlesurudaasistencia,Nellaentróenlabibliotecayanuncióquelacenaestabalista.

Aldíasiguiente,cuandoelcientíficobajóalpatiodepiedra,Lianloesperaba, paciente, sentada sobre el oxidado banco de forja que habíajuntoalaentrada.Alverlollegarcojeando,sepusoenpieyseacercóaél.Robertdeslizósumiradaporlaesbeltafigura,enfundadaenlosajustadospantalonesvaquerosqueahora lucíanundesgarróna lamodaenunadelasrodillas,unacamisetablancaconunalegredibujoylosmocasinesqueéllehabíacompradoy,conlafrentearrugadaporaquelceñoperenne,leespetódemalhumor:

—No estaría mal que de vez en cuando te soltaras el pelo y tepusieras un poco de maquillaje. Quien te vea pensará que eres mi hijaadolescente.

LacarcajadadeLian,taninesperadayalegrecomoeltintineodeunacampanilladeplata,hizoqueRobertfruncieraaúnmáselentrecejoenunvano intento por defenderse de aquel encanto, fresco y espontáneo, queamenazabaconcolarsepor lasrendijasdelacorazadeamarguraqueloenvolvíacomounasegundapieldesdehacíaaños.

—Nadietetomaránuncaporelpadredenadie,RobertGaddi,tienesdemasiadomal carácter—afirmó conunamueca traviesa que a él se leantojóirresistible.

—Eresunaimpertinente,LianZhao.Sinofueraporqueseguramentetedebolavidatedespediríaahoramismo.Subealcochedeunavezantesdequepierdaestapacienciadesantoquemecaracteriza.

Sonriente,Liansesubióalasientodelcopilotodellujosodeportivoyle lanzó una mirada especulativa mientras lo veía hacer las maniobrasnecesarias para salir por el estrecho portón de la antigua muralla querodeabalafortaleza.

—¿Sabes que no sé conducir? —comentó, al fin, con aparentedespreocupación.

Elcientíficose limitóavolver lacabezaparamirarlayenarcóunaceja,burlón.Alverquesucomentarionohabíadesatadoningunareacciónexplosiva,ellaprosiguió,cautelosa:

—Creoqueteseríademásutilidadsiaprendiera.Alomejorundíateduelelapiernay...

—Así que quieres aprender a conducir —la interrumpió sinmiramientos.

—Piensoquenoestaríademás.—Lianseencogiódehombrosconfingidaindiferencia;sinembargo,alosagudosojosdorados,másatentosa las reacciones femeninas que a la sinuosa carretera por la quecirculaban,noselesescapóelanheloquesereflejóensusirisazules.

A Robert le hizo gracia su actitud tan digna, a pesar de que eraevidentequeesperabasurespuestaconimpaciencia.

—No sé...Ya te doy clases de lectura a cambio de tus lecciones dekung-fu.

—Podríapagarte.Yatedijequetengomuchodinero.—Hum,tentador.Aunque...nosési lohasnotado,adelfadespistada,

perotengomásdinerodelquepodríagastarenestavida.Una vez más, los ojos claros fueron incapaces de esconder su

desilusión.—Tal vez haya algo... —La esperanza centelleó de nuevo en las

expresivas pupilas—. Quizá podrías darme uno de esos masajes tuyoscadanoche.Reconozcoquenolohacesdeltodomal.

Robertsabíaqueestabajugandoconfuego,peroenestaocasiónnoleimportó.Legustabaeltactodeesosdedoshábilessobresupielysedijoque,alfinyalcabo,nohabíanadademaloenaprovecharsedel lujodetenerunamaravillosamasajistaadomicilio.

—Unaleccióndeconduciracambiodeunmasaje.Hecho.Lian se recostó sobre el respaldo del asiento con expresión

satisfecha, ajena por completo a las intenciones, nada inocentes, delhombrequeconducíaasulado.

—Perfecto.—Serelamióelcientíficoconlamismaexpresiónqueuntigrequeacabaradezamparseauntiernocervatillo.

Siguieron conversando con afabilidadmientras circulaban sin prisapor lapequeñacarretera llenadecurvasqueatravesaba labellacampiñatoscana cubierta de flores, cuya dulce fragancia se colaba por lasventanillasabiertasdeparenpar.

Enseguida llegaron a Florencia y, tras dejar el coche en unaparcamiento público, se dedicaron a explorar la hermosa ciudad a pie.HacíamuchoqueLiannodisfrutabatanto.Apesardequeestabaatentaal

más mínimo peligro que pudiera surgir de aquellas calles estrechas yatestadasdegente,noseleescapabaniunsolodetalledelasexplicacionesque la voz profunda y seductora de Robert Gaddi iba desgranandomientrascaminaban.

El doctorGaddi, comounmodernoLeonardo daVinci, además dedominar las ciencias era un gran amante de las artes y, pese al tonosarcásticoqueutilizabaconellatanamenudo,eraevidentequedisfrutabaenseñándolenosóloloqueestabaalalcancedecualquierturistaconunaguía en la mano, sino los matices ocultos que encerraba aquellamaravillosaciudad.Apesardesucojera,elcientíficonoparecíacansadoen absoluto. Sin poder contenerse, Lian lo observó con disimulo; conaquelmechóndepelooscuroresbalandodecontinuosobresufrenteylosojosdoradoschispeantesdeanimación,parecíadiezañosmásjoven.

Recorrieron la impresionantepiazza delDuomo, la animadapiazzadella Signoria y pasearon entre la abigarrada multitud que inundaba elPonteVecchio.LuegolallevóalaGaleríadelaAcademia,dondeestabaexpuestalagigantescaesculturaoriginaldelDaviddeMiguelÁngel,yalverlamiradaextasiadaconlaqueLianrecorríalosmúsculosytendonesesculpidossobremármolblanco, laagarróde lamanoy laarrastróconbrusquedadhacialasalida.

—Yahasbabeadobastanteporhoy.Sigamosconeltour.Saborearon la deliciosa gastronomía toscana mientras charlaban

sentadosen la animada terrazadeuna trattoria y en cuanto acabaron debeberse los dos capuchinos que habían pedido prosiguieron su periplo,incansables,yvisitaronlaGaleríaUffizi.

Robert la hizo detenerse frente al impresionante lienzo de ElnacimientodeVenus,deBotticelli,ylepreguntó:

—¿Aquiénterecuerda?El científico la observó examinar con detenimiento el rostro de la

mujer desnuda sobre la concha.Al fin, alzó sus grandes ojos hacia él ynegó con un suave movimiento de cabeza; pero antes de que Robertpudieradecirnada,unhombredepelolargodeunosveintitantosañosquecopiabapartedelcuadrocercadeellosyque,asuvez, loshabíaestadoobservandoconcuriosidaddesdequehabíanentradoenlasaladeclaróenuninglésatrozconunmarcadoacentoitaliano:

—Ilsignore tiene razón.Labella ragazza tiene lamisma expresiónespiritual,alejadadelamorcarnalodelplacersensual,quelaVenusque

pintó el gran Sandro. Las facciones finas y delicadas de la mujer delcuadro,aligualquelassuyas,signorina,seacercanalidealdeinteligenciapuray el saber supremopropiodeunamadonna.—Las pupilas oscurasdelpintorrelucíanconunaespeciedepasiónartísticaqueaRobertestabaempezandoarevolverleelestómago—.Veramentemeencantaríapintarladesnuda, tumbada sobre un campo de amapolas; su piel inmaculada enprofundocontrasteconlosverdespastos...

—¡Yabasta,amigo!Métaseensusasuntos.Laseñoritanovaaservirdemodeloaningúnmujeriegopintoritalianodetresalcuarto.

De nuevo, Robert la agarró del codo sin lamenor delicadeza y laarrastróhacialasalida.

—Noheentendidonilamitaddeloquehadicho.—Liansacudiólacabeza,perpleja—.¿Túcreesquemeparezcoaesahermosapintura?¿Deverdadqueríapintarmeaquelhombre?

Él se detuvo en seco, le alzó la barbilla con su dedo índice y laexaminó con el ceño fruncido; había bajado alguno de los pocosescalonesporlosqueseaccedíaalimpresionantesoportaldeledificio,asíquesuspupilasquedabanalamismaaltura.

—Sí, tienes un ligero parecido con la Venus de Botticelli. —Loslabios sensuales esbozaron una sonrisa feliz, que se borró en el acto alescucharlasegundapartedesucomentario—:Yolvídalo,novoyadejarquetellevealhuertocualquierpintamonasconínfulasdemaestro.

—¡Yo no quiero ir a ningún huerto! —Lian negó con la cabeza,desafiante—.Peromehaceilusiónquequierapintarme.

Robert se preguntaba si le debería aclarar a esa insoportableinocentonalaclasedehuertoalqueserefería,cuandounavozmasculinaque hablaba con ese tono algo nasal propio de los norteamericanos losinterrumpió:

—¡Caramba,sieselmismísimoRobertGaddi!Robertmaldijoensilencio;nisiquieraenFlorenciapodíalibrarsede

conocidos indeseados. De una rápida ojeada tomó nota del atuendo deperfectoturistaquellevabasuantiguocompañerodefacultad:lacamiseta,con grandes manchas de sudor bajo las axilas, se tensaba sobre unabarrigaagradecida,ysusbermudasdecuadrosdejabanverunaspiernasgruesas y peludas que acababan en unos pies calzados con sandalias ycalcetines blancos. A su lado, una exuberante pelirroja algo vulgar quellevabaunceñidovestidoverde recorría condescarado interés la figura

atléticadelcientífico,cuyospantalonesdepinzasylacamisaazulpálidoligeramente remangada no desentonaban en absoluto con aquel estilo,deportivoyelegante,propiodeloshombresitalianos.

—Hola,Matt—saludócondesgana—.TehacíafabricandosalchichasentufábricadeTennessee.

—Ja,ja,ja—serioelhombretón,altiempoquesepasabaunpañueloarrugadoporlafrentesudorosa—.EsteRobertsiempretandivertido.Metemo,compadre,quehayocasionesenlasquenoquedamásremedioquedejareldeberaunladoybuscarsóloelplacer.TepresentoaAnabelle,latercera señora Lindon, estamos de luna de miel; como puedes ver, lasesposasmesalenenristras,comolassalchichas,ja,ja,ja.

Lavulgaridaddesucomentariodebiódesentarlecomountiroa lapelirroja, quien no pudo ocultar una mueca de desprecio al mirar a suorondomarido,quesaltabaalavistaqueteníamásdineroquebuengusto.

Elcientífico,asuvez,recorrióconlentitudlassinuosascurvasdelaesposadesuantiguocompañeroynoseleescapóelmodoprovocativoenque la rosada lengua femenina se deslizó sobre los gruesos labiospintados de rojo al sentir su escrutinio descarado. Sin embargo, elsiguientecomentariodeMattLindonhizoqueperdieraenelactoelinterésporlamujer.

—Veoqueahoratevanlasjovencitas.¿Nonosvasapresentar?Alpercatarsedelaformaenlaquelosojillosporcinosdesnudabana

Liansinelmenordisimulo,Robertsintióunasganascasiirresistiblesdehundirsupuñoenunadeaquellasmejillasflácidas;perosevioobligadoacontrolarsey,demalagana,procedióahacerlaspresentaciones.

—Robert Gaddi es un prestigioso científico, querida. Y tengoentendido que posee un fabuloso castillo medieval en esta zona de latoscana.—AltalMattlegustabaalardeardelasposesionesdesusamigosyconocidoscomosifuesenpropias.

—¡Uncastillo!—AsuesposalefaltópocoparabatirlaspalmasconentusiasmoyaRobertlepareciódetectarunaexpresióndedesagradoenlos,engeneral,plácidosirisdeLian.

Depronto,leentraronganasdeprovocarlayconunbrillodiabólicoenlosojosdoradosdijoconunacordialidadnadacaracterísticaenél:

—¿Osgustaría conocerlo?Si queréis pasaros el fin de semana queviene,estaréencantadodesoportarvuestrapresenciaunpardedías.

—Soportarnuestrapresencia,ja,ja,ja,Robert,ereslamonda.Nosé

quéopinaaquímiseñora,peroyoestaréencantadodeecharleunvistazoaesasposesionestuyas.

Alapelirrojatambiénlepareciódeperlas,asíquequedaronenqueesemismosábado iríanacomeraLaFortezzaysequedaríanadormir.Harto ya de su presencia, Robert se despidió con rapidez y se alejaroncaminandoendirecciónallugardondehabíanaparcadoelcoche.

—Estásmuy callada, nogal aburrido. ¿Acaso no te gustan nuestrosdistinguidosinvitados?

Lianalzósupequeñanariz,desafiante.—Nosonnuestrosinvitados,sontusinvitados—recalcó.—Asíquenotegustan,¿eh?—Alzóunaceja,burlón.—Loquenomegustaescómomemirabaelseñorgordoytampoco

cómomirabastúaesapelirrojayellaati.—Nome digas que estás celosa...—A pesar de que trató de sonar

irónico,sólodepensarloexperimentóunaagradablesensación.—¿Celosa?—ARobertleirritólasinceraexpresióndesorpresaque

aparecióensurostro—.¿Porquequierashacerconellaloquehicisteconlamujerdelaópera?Yatedijeantesquetucuerpoesuntemplosagradoalquenodeberíasdejarpasaracualquiera,perositaninteresadoestásnoesdemiincumbenciaaquiéndecidesinvitaratucasa.

Tras soltar su pequeño sermón se encogió de hombros con aquelgesto inimitableque leprovocabaunasganas locasdesacudirla,apesarde lo cual decidió dejarlo estar. En realidad no tenía ningún deseo devolveraveraesosdos,aunquequizá,sedijo,nolevendríamalpasarunatemporadaconunamujerhechayderechaa laquepudiera llevarsea lacama y con la que dar rienda suelta a su lujuria, para variar. Llevabademasiadotiempoencompañíadeesaespeciedesantaenminiaturaquelehacíasentirseunviejopervertidocadavezqueseacercabaaella.

Demalosmodos, abrió la puerta del copiloto para que pasara y lacerró dando un portazo. De pronto, toda la alegría que habíanexperimentado durante aquel estupendo día dedicado al turismo parecióesfumarsedegolpeyregresaronalcastilloensilencio.

El resto de la semana transcurrió con lamismaplácida pero activarutina.Elcientíficoseencerrabaensutorremuytempranoynosalíahasta

la hora de comer. Lian y Piero, que estaba de vacaciones, dedicaban lamayorpartede lamañanaapracticarobajabanalpuebloa comprarunhelado.Despuésdecomerytrasunasiestacorta,Robertacudíaalclaroenelbosquecillodondelajovenlosometíaaunduroentrenamiento.Apesarde que el científico acababa agotado y—aunque no se lo confesaba nisiquiera a sí mismo— más que ligeramente excitado, notaba que losmúsculosdesupiernamalasefortalecíanpocoapocoy,ahora,cuandolaapoyabaenelsuelo,yanoledolíatantocomoantes.

Despuésseduchabanysereuníanenlabiblioteca,dondeLianrecibíasuclasedelectura.Roberteraunbuenprofesor,peromuyexigente;porfortuna,ellaavanzabaconrapidezyyacasipodíaleerpárrafosdecorridoenfrancés,aunqueelingléslecostabamás.

Aveces,cuandoLiansentíaquesucabezaestabaapuntodeestallar,él seponíabruscamenteenpieyanunciabaque laclasede lecturahabíaterminado;entoncessalíanalpatioysesubíanenelpotentedeportivodecolor negro. A Lian le encantaban las lecciones de conducir; con elvolanteagarradoconfuerzasalíaatrompiconesporelestrechoportóndelamurallamientrassusufridoprofesornodejabademaldecir.Rodarporaquellasserpenteantescarreterasconlasventanillasbajadasyrespirandolosembriagadoresperfumesdelaprimaveratoscanalaenardecíahastaelpunto de que incluso los mordaces comentarios de su acompañante lehacíanreíracarcajadas.

—¡Eres la peor conductora que he tenido la desgracia de conocerjamás!—gruñíaél,aferradoalasideroquehabíasobrelapuerta.

Lian se limitaba a sonreír con picardía y apretaba un pocomás elacelerador, loqueprovocabaunanueva sarta de juramentos.Apesar deafirmarqueaquellasleccionesleestabantiñendoelpelodeblanco,Robertno se las habría perdido por nada del mundo; ver a la seria y formalseñorita Zhao desmelenarse de aquella manera era un espectáculo quevalíalapena.

Además,luegollegabasurecompensa.Encuantoanunciabaqueseibaadormir,Lianaparecíapocodespués

ensudormitorioconsukitdemasajista,comoéllollamaba.ParaRobertaquellosquinceminutosquedurabanlassesioneseranlomejordeldíaylosesperabaconimpaciencia.

Eracurioso,sedijounanochetraselrelajantemasaje,justoantesdesumergirse en un sueño profundo; tenía la sensación de que conocía a

LianZhaodetodalaviday,aunqueloapartabaconimpaciencia,avecesleasaltaba el pensamientodeque se estaba acostumbrandodemasiado a supresencia.

Lanochedelviernesdespuésdelacenaydeunanuevaentregadelasturbulentas historias de la familiaMédici—de la que Robert asegurabaquedescendíaunodesusancestros—,Liandeambulabadeladoaladodelsalóntoqueteándolotodoconcuriosidad,cuandolellamólaatenciónunapequeña caja demaderamuy ornamentada en la que no se había fijadoantes.

Intrigada, la cogió tratandode descubrir lamanera de abrirla hastaque,porfin,hallóunpequeñoresortemetálicodisimuladoentrelastallas.Al apretarlo, la tapa se abrió con facilidad y una musiquilla pegadizainundólaestancia.

Robertalzólavistaalescucharlamelodíaysesorprendióalnotarlarigidez de la joven, de cuyas mejillas había desaparecido cualquiervestigiodecolor.

—¿Qué ocurre, Lian? ¿Qué tienes?—El científico se plantó de unsaltoasuladoylaagarróporloshombros,preocupado.

Ellaparecióvolverensídegolpeyparpadeó,confusa.—Tehaspuestopálida,¿quéhapasado?—repitió.—Ha sido la canción—respondió al fin—. De repente, he sentido

pánico.Robert bajó lamirada y descubrió la caja que apretaba con fuerza

entre sus manos. La machacona melodía seguía sonando, así que se laquitóylacerróconbrusquedad.ElrostrodeLianaúnnohabíarecobradosucolorhabitualysuslabiostemblaban.

—¿Pánico?¡Quédemonios!¿Tehahechorecordaralgo?—Apesardesurudeza,senotabaqueestabamuypreocupado.

—No, no es un recuerdo.Ha sido una sensación.De prontome hesentidoaterrorizadanoséporqué;nuncaantesmehabíapasado.

Seencogiódehombros,enunintentodeaparentarindiferencia,peroa él no lo engañó; lamúsica de aquella cajita había removido algo quellevabamuchotiempoocultoenalgúnlugardesumemoria.

Al observar su rostro desencajado, Robert la despidió con

brusquedad:—Estás cansada. Vete a dormir; esta noche prescindiremos del

masaje.Lian obedeció sin rechistar y subió a su habitación mientras en la

biblioteca el científico, absorto en sus pensamientos, abría y cerraba latapade lacajadejandoescaparaquellamúsicaalegreyalgo infantilqueencerrabadentro.

5

Dos horas después, Robert subió a acostarse. Después de ponerse lospantalones del pijama decidió asomarse a la habitación de Lian paracomprobarquetodoestuvieraenorden.Empujólapuertasinhacerruidoy se quedó escuchando; le pareció oír unos débiles gemidos, así quecaminó sin hacer ruido hasta la mesilla de noche, encendió la pequeñalámpara que había sobre ella y contempló la figura dormida sobre lacama. Lian tenía la frente perlada de sudor y movía la cabeza conbrusquedad de un lado a otro de la almohada, agitada, así que decidiódespertarla.Concuidado,sesentóenelbordedelcolchón,laagarróporloshombroscubiertoscon lacamisablancadelpijamay lasacudiócondelicadezasusurrando:

—¡Despierta,Lian!Depronto,sinsabercómo,seencontrótendidodeespaldassobrela

cama, con Lian sentada sobre su pecho mientras le apretaba la tráqueaentreelíndiceyelpulgar,impidiéndolerespirar.

—Lian...—jadeó,medioahogado.Al oír su voz, ella lo soltó en el acto, aunque permaneció a

horcajadassobresutorso.—¡Dios!¡Casi...casimeahogas!—exclamóentretoses.—Mehasasustado,RobertGaddi.¿Quéhacesenmidormitorio?Robert alzó lamano y se frotó la dolorida garganta, sin apartar la

vistadeaquellapeligrosaamenazaenformadechiquilladepelorevueltoymejillassonrosadas.

—Quería comprobarqueestabasbien.Teníasunapesadilla, asíquehe tratado de despertarte, pero más me hubiera valido quedarmequietecito.¡Malditasea,hasestadoapuntodematarme!

—Noexageres.Notehubieramatado.—Vaya, ya me siento mucho más tranquilo —replicó sarcástico.

Luego,algomáscalmado,añadió—:¿Recuerdasconquésoñabas?

Lian cerró los párpados durante unos segundos, tratando deconcentrarse,yempezóacontarleloquerecordaba.

—Yo iba montada sobre unos extraños caballos de colores, muybonitos.Girabanygirabansinpararalsondeunamelodía.—Depronto,abriómucholosojosylelanzóunamiradasorprendida—.Creoqueeralamismamúsicade lacajitadel salón.Alprincipioestabamuycontentadandovueltas,peroluegoquisebajarmeynopude.Loscaballosibancadavezmásrápidoyyoqueríallamaraalguienparaquelosdetuviese,sóloquenoeracapazderecordarningúnnombre.

Los iris azules rezumaban una profunda angustia, como si aquelsueñoaúntuvieraelpoderdeperturbarla.

—¿Hastenidosueñosparecidosalgunavez?—Eltonotranquilodelavozmasculinalaayudóaserenarse.

—Ahoraquelodices,creoquenoes laprimeravezquesueñoconesoscaballosdecolores.—Sefrotólafrente,tratandodeconcentrarse.

—Estáclaroqueloscaballosdetusueñoformanpartedeuncarruselylacanciónquehasonadocuandohasabiertolacajademúsicanoesraroescucharlaenlasatraccionesdelasferias.¿Haspensadoquequizánosetrate sólo de un sueño?—Lomiró confundida, sin entendermuybien adóndequeríairaparar—.Quierodecirquealomejoresunrecuerdo.Lareminiscenciadealgúnacontecimientovividoduranteesosprimerosañosquehasborradodetumemoria.

LianrespondióconunodesushabitualesencogimientosdehombrosyRobert permaneciópensativohastaque, depronto, el leve contactodelosdedosfemeninosquesedeslizabansobresufrente,repasandoprimerounadesuscejasoscurasydespuéslaotra,loarrancódesuscavilaciones.Sorprendido,lamiróydescubrióquelosojosazulesseguíanfascinadoselrecorridodeaquellosmismosdedos,comosifueranajenosaellaporcompletoysemovieranporsupropiavoluntad.

Robert se quedó muy quieto, concentrado por completo en aqueldelicado rocequeahora trazabaelpuentedesunarizaguileña, losaltospómulos y su mandíbula cuadrada. Hasta ese momento, no había sidoconscientedelligeropesodelcuerpodeLiansobresupechodesnudoysurespiraciónsealteróaúnmás.Notóque losdedoscuriosos repasaban lacurvadesubarbillaysedeslizabanporsugarganta,ascendíanyvolvíanadescender por el insignificante obstáculo de su nuez y bajaban hasta supecho,dibujandoanteslaslíneasdesusclavículas.

—Estásjugandoconfuego.—Elsonidorasposodesuspalabraslossobresaltóalosdos,yLianlomiróconfusa—.Miraloquehashecho.

Robert se incorporó hasta apoyar su espalda en el cabecero y, sinpermitirquesealejaradeél,lasujetóporlosbrazosylacolocósobresuregazo.

—¿Lonotas?Porprimeravezél laviosonrojarsey,condeliberación,deslizósu

miradaardientedesde lasencendidasmejillashasta lospequeñospechosque subían y bajaban, cada vez más agitados bajo la fina camisa delpijama.

—Ahorametocaamí—susurróroncamente.Elcientíficoapoyósudedo índicesobreelentrecejofemeninoy lo

fuedeslizandomuydespacio,delineandoelcontornodelapequeñanariz,delabocasensual,deaquellabarbillaligeramentepuntiaguda,delcuello,grácilylargo,hastadetenerseentresuspechos.

Lianlomiróconlosojosmuyabiertos,peronodijonada,yRobertpercibió que sus pupilas estaban tan dilatadas que los iris parecían casinegros. Entonces, con un movimiento tan lento que casi resultabaimperceptible, arrastró su dedo hacia un lado y notó, complacido, elestremecimientoquelasacudióencuantosuyematocóelsensiblepezón,que al instante se irguió ansioso por debajo de la tela. Con la mismasuavidad, trazó pequeños círculos sobre él, sin apartar la mirada deaquellos labios provocativos que se habían entreabierto de formainvoluntaria.

Teníamuyclaroquehabíaconseguidoexcitarla—sólodepensarenquequizáeraelprimerhombrequelohabíalogradosesintiómareado—;pero el proceso, de paso, le estaba llevando a él hacia el límite de suresistencia.Debía terminarenesemismoinstanteconese juego,sedijo;sin embargo, siguió acariciando su pezón, que se empinaba, anhelante,comounbroteenbuscadelsol.

Unavezmás, los llameantesojosdoradosseposaronsobreaquellabocaincitanteeinocenteauntiempo,queloinvitabasinpercatarsedequeél era el loboquedevoraría aCaperucita, y fue entonces cuandoperdiópor completo los papeles. Incapaz de resistirse, enmarcó el preciosorostro con ambas manos, se inclinó sobre ella muy despacio, como situviera miedo de asustarla, hasta que sus labios casi se rozaron ypermanecióahíduranteunossegundos,respirandosudulcealiento.

—Lian...—jadeó,justoantesdequesusbocassejuntaran.Robert no estaba preparado para la dulzura de aquel beso.Durante

casi la mitad de su existencia lo único que había buscado en lasinnumerablesrelacionesquehabíamantenidohabíasidoaplacarsudeseo.En aquellos encuentros sobraba lascivia, lujuria y sexo sin tabúes, peroningunadeaquellasmujeres,cuyosrostrosseconfundíanunosconotrosensumemoria,lehabíahechosentirjamásquepodíanrozarsualma.Sinembargo, ahora, al sentir esos labios delicados que se movían casiimperceptiblemente contra los suyos, como si su dueña no supieramuybienquéhacerconellos,notóquealgoensuinteriorsederretía.

Su corazón bombeaba la sangre a una velocidad endiablada y, depronto,yanopudocontenersemásylaternuradeaquelbesosetrocóenuna pasión devoradora que amenazaba con hacerle perder cualquiervestigiodeautocontrol.Enredólosdedosentrelossuavescabellosdesunucamientras con el otro brazo rodeaba su cintura y la atraía hacia síbuscando fundir carne con carne, pero aún no era suficiente. Con unrápido movimiento rodó con ella, hasta que el cuerpo femenino quedódebajodel suyoy sinmuchadelicadezaagarró la cinturilladelpantalóndel pijama y la deslizó hacia abajo, rozando con sus dedos ardientes lasuavepieldesuscaderas.Elúnicopensamientocoherentequealbergabaensucerebroeralanecesidaddehundirseenaquellacarnetiernaypuraqueseleofrecíasinoponerlamenorresistencia.

Sinembargo,uninesperadoramalazodeconcienciaquenuncasupodedóndehabíasurgidolehizorecobrarlarazónenelúltimoinstanteyloobligó a detenerse. Con un gruñido ronco, semejante al de una fierafrustrada, Robert alzó la cabeza de entre los senos que devoraba porencima de la fina tela de algodón. Resollando, se alzó sobre susantebrazosyalobservarelpelorubioyrevuelto,lasmejillassonrosadasy aquellos labios, hinchados y enrojecidos por sus fieros besos,entreabiertos enunamuda súplica, tuvoquehacerdenuevounesfuerzotitánico para no abalanzarse una vezmás sobre ella y hacerla suya porcompleto.

—¡Maldita seas! —masculló, rabioso, al tiempo que con dedostemblorososlesubíadenuevoelpantalónycolocabalacamisadelpijamaensusitio.

Ella permaneció inmóvil, sin decir nada, con las dilatadas pupilasclavadasenaquelrostrosombríoqueparecíaapuntodeestallardeira.

—¡¿Sepuedesaberenquéestabaspensandoalprovocarmeasí?!—gritó Robert, consciente de que lo injusto de la acusación hacía que sufuriacrecieraaúnmás;peroLianselimitóamirarlo,sinpronunciarunasolapalabra,hastaqueélyanopudo soportarloy se apartóde ella conbrusquedad.

Elestruendosoportazoquedioalsalirdelahabitaciónhizoqueellareaccionara al fin.Aturdida, se sentó sobre el colchón con la almohadaestrechamente apretada entre sus brazosmientras trataba de comprenderquédiablosera,exactamente,loquehabíaocurrido.

Acababaderecibirsuprimerbeso.Turbada,sellevóunpardededostemblorosos a los labios inflamados tratando de recrear lasestremecedorasemocionesqueelcontactodeaquellaboca,tanduraytanhábil,habíadesencadenado.

RobertGaddilahabíabesado.Lahabíaacariciadocomoningúnotrolohabíahechojamásyhabíaprovocadoenellaunextrañoanhelodealgoaloquenosabíadarlenombre.¿Seríaesoelamordelquehablabanenlaspelículas,otalvezerasólosexo?Liannolosabía;ensuvidaaquellasdospalabras habían tenido una presencia casi inexistente. Ciertamente habíaamado a Hao y al maestro Cheng, pero aquel sentimiento, amable yfamiliar,noseparecíaenabsolutoal tumultoqueenesemismo instantehacíaquesucorazónlatierafrenéticoensupecho.

Quizálanegativadesumaestroparaquehicierasusvotossedebíaaeso. ¿Acaso era la señal que estaba esperando? Pero ¿hacia qué caminoconducíanaquellastempestuosassensaciones?¿Cómoeraposiblequeunhombredelqueapenassabíanadayalquenisiquieraparecíacaerlebienpudieradespertaralgotan...tanindescriptiblecomoaquelloensuinterior?Liansacudiósurubiacabeza,confusa.Enesosinstantes,lehabríagustadotener un amigo a quien confiar sus preocupaciones, pero el maestroChengestabamuylejosynohabíanadiemásaquienrecurrir.

Desesperada, se tumbó de nuevo y se hizo un ovillo debajo de lassábanas mientras trataba de dejar su mente en blanco. Por fortuna, sucapacidaddeconcentración,lamismaqueutilizabacuandomeditaba,vinoensuayudayalospocosminutosdormíaconplacidez.

Al día siguiente, Robert no salió de su torre hasta bien entrada la

tarde.No hubo lecciones de kung-fu, ni de lectura, ni de conducir. Liandeambulabadeunladoaotrodelcastillocomounalmaenpena,sinsaberen qué emplear su tiempo. Piero se había marchado a pasar el fin desemanaacasadeunamigoyellanoqueríapensarenaquellosbesosqueaúnteníanelpoderdehervirlelasangre.Desesperada,bajóalascocinas,dondeNellacomenzabaconlospreparativosdelacena.

—Hola,¿puedoayudarteenalgo?Lamujer alzó la cabezade los guisantes que estabapelando en ese

momentoymiróconcuriosidadaLian,quienconsuhabitualaparienciajuvenilvestidaconaquellosvaquerosrotosalosqueparecíatenerengranestimayunafavorecedoracamisetadelmismocolordesusojos,esperabainquietasurespuesta.

—Por supuesto, Lian, puedes ayudarme a pelar los guisantes siquieres.—Casi desde el principio, Nella la había aceptado como a unanietamásylatratabasinlamenorformalidad.

Lianlelanzóunasonrisafugaz,satisfechadehaberencontradoalfinalgo en lo que ocuparse, y se sentó frente al gigantesco bol repleto devainas recién cogidas del huerto. Nella continuó observándola condisimulo mientras los esbeltos dedos separaban con habilidad losguisantesdesusfundasyelmontóndebolitasverdesdeunplatocercanocrecíaconrapidez.

—¿Teocurrealgo,Lian?Parecescansada.Sobresaltada, la joven alzó la vista hacia el rostro amable de su

interlocutora y aNella no se le escaparon las dosmedias lunas oscurasquesubrayabansusojosnisuexpresiónpreocupada.

—No,nada.Pocas cosas ocurrían en La Fortezza que escaparan a la mirada

vigilante del ama de llaves. Siendo apenas una niña había entrado alserviciodelaantiguaseñora,quienlehabíaenseñadoaleeryaescribir,yconocíaaRobertdesdequealcumplir losochoañosempezóapasar lamayor parte de sus vacaciones de verano yNavidad junto a su tía en elcastillo. Con mucha tristeza, Nella había visto transformarse a esechiquillo alegre y sensible en el hombre amargado que era ahora; perodesdequeaquellabonitamuchachatandistintadelasdemáshabíallegadoalcastilloconilsignore,élparecíahaberrecuperadoalgodelafelicidaddeantaño;inclusoparecíamásjovenyyanofruncíaaquelceñosombríotanamenudo.

—¿Ha sido il signor Roberto desagradable contigo? —El ama dellavesnosedabaporvencidaconfacilidad.

—IlsignorRobertosiempreesdesagradableconmigo—replicóLianhaciendounamueca.

—Loes,aunqueesevidentequetúlecaesbien.—Yo no estaría tan segura—murmuró para sí, a pesar de lo cual

Nellalaoyó.Trabajaron un ratomás en silencio, hasta queLian lo rompió para

hacerleunapregunta.—Nella...—Sedetuvosinsaberbiencómocontinuar.—Dime.—¿TúsabesquéleocurrióaRobertGaddi?—Nellalevantólosojos

de la pella enharinada que estaba amasandoy notó un leve rubor en lasmejillas normalmentepálidas de la joven, quien se apresuró a añadir—:Nopiensesquequierofisgonear.Essóloquemegustaríasaberquéfueloqueocurrióparaconvertirloenunhombretaninfeliz.

Sin decir una palabra, la gruesa mujer siguió con lo que estabahaciendo durante un buen rato y, cuando Lian pensó que ya no lerespondería,empezóacontarunahistoria:

—Il signor Roberto perdió a su madre poco antes de cumplir losocho años. Su padre, el hermano de mi señora, nunca se repuso de lapérdidadesubellaesposanorteamericana;peroenvezdevolcarseensuhijo se refugió en sus negocios cada vez más prósperos. Los Gaddisiempre han sido una de las familias florentinas más poderosas; sinembargo, el padredel signore triplicó la fortuna que había heredado desusantepasados.Mientrastanto,elpequeñoRobertoestudióenalgunosdelos más selectos internados europeos y todos los veranos venía aquí apasarlasvacacionesconsutíaYsabelle,queloadoraba.Apenasveíaasupadre y amedida que iba creciendo se distanciabanmás ymás.—Lianescuchaba absorta las palabras de Nella en aquella acogedora cocina,impregnada del vibrante aroma del orégano y la albahaca—. En cuantocoincidían teníanunapelea,cadaunamásviolentaque laanterior.HastaqueilsignorLorenzoamenazóconecharlodesucasaydesheredarlo.

»Los Gaddi son terriblemente orgullosos, así que el hijo, que enaquel entonces no tenía ni siquiera veinte años, juró que a partir de esemomento no volvería a pedirle nada a su padre y cumplió su promesa,créeme. Era un estudiante y un deportista excepcional y consiguió una

becaparaestudiarmedicinanadamenosqueenHarvard.Comolecostaballegar a fin de mes, trabajaba por las noches de camarero en unconcurridorestaurantedelazona,pero,apesardeello,acabólacarrerayse doctoró con unas notas magníficas. —Los pequeños ojos de Nellabrillaban con orgullo al pensar en su valeroso muchacho—. La vidaparecíasonreírlealjovenRoberto.Estudiabaunacarreraquelefascinaba,eraunadelasestrellasdelequipodehockeydelauniversidad,laschicasloadoraban...y,entonces,llegóella.

ALianlepareciódetectarunposodeodioenlaspupilasoscurasy,sin ser consciente de ello, aplastó entre sus dedos la vaina que estabatratandodeabrirenesemomento.

—Todo esto me lo contó la señora Ysabelle mucho más tarde;aunque sí lleguéaconoceraEstelle.Estelleque, enefecto, erahermosacomo una estrella, pero sólo por fuera. —La mujer masculló algo enitalianoquesonócomounamaldiciónantesdecontinuar—:Il signore latrajo aLaFortezzaunaSemanaSanta, enplenaprimavera, comoahora.Reconozco que aquella muchacha resultaba fascinadora y todos caíanrendidosasuspiessinpresentar lamenor resistencia; sinembargo,a laviejaNellanolaengañóniporuninstante.Suactitudhacia laspersonasqueestabanasuserviciodistabamuchodelaquepresentabaantelagenteque pensaba que le podía interesar. La calé enseguida; era una niñamimadaacostumbradaautilizarsubellezaparaconseguir loquequería,sin importarle si alguien quedaba herido en el camino, pero il signorRobertoestabalocoporellayeraincapazdeverloqueseocultababajoaquelimpresionanteexterior...

—¿Cómo era,Nella?—La interrumpió Lian sin poder reprimir sucuriosidad.

—Eramuy alta—lamujer alzó sumanomanchada de harinamuypor encimade su cabeza—y tenía una silueta escultural que la eleganteropaquellevabaseencargabaderesaltar.Unamelenanegrayonduladalecaía hasta más abajo de los hombros y contrastaba, lo mismo que susgrandesojososcuros,conaquellapielpálidaqueparecíadealabastro.Erauna de esasmujeres que todo elmundo se vuelve amirar por la calle.Reconozcoquejamáshevistoanadietanbello.

ALian se le encogió el estómago.Esa talEstelle nopodía sermásdiferente de ella, que sólo era una rubia descolorida, bajita y nadaelegante.

«Y ¿qué te importa?», se dijo a sí misma, impaciente; pero enrealidadsíqueleimportaba.

Ajena por completo a los melancólicos pensamientos de la joven,Nellacontinuóconsuhistoria:

—Todo ocurrió una noche después de una fiesta. El jovenRobertoacababa de graduarse y, como premio, se había permitido el lujo decomprarseunpequeñodeportivo.Estelle insistióenconducir,apesardequeelcocheeramuchomáspotentequelosqueellaestabaacostumbradaamanejar;ilsignoretratódedisuadirla,peroellaestabadecididayalfinalélcediócomohacíasiempre.Elpobreeraincapazderesistirsenialmásmínimodesuscaprichos.

»Ya puedes imaginar lo que ocurrió; una noche sin luna, el asfaltomojado, alguna copa demás..., en fin: al tomar una curva se salió de lacarretera y chocaron contra un árbol. La policía dictaminó que iban amucha más velocidad de la debida en semejantes condiciones. Estelleacabóconapenasunpardearañazos,peroRobertoestabamalherido.Sinembargo,antesdeperderelconocimientoaúntuvofuerzasparacambiarde asiento y acordar que dirían que era él quien conducía. Hasta enaquellosinstantes,rotodedolor,suprimerapreocupaciónfuequeellanosalieramalparadaporsuatolondradocomportamiento.

—Desdeluegodebíadequererlamucho—comentóLian,conmovida.—Es peligroso entregar tu corazón a ciegas a alguien que no lo

merece.—Nellafruncióloslabioscondisgusto.—Peronosiempresepuedeelegir,¿no?—sepreguntólajovenenun

susurrocasiinaudible.—Imaginoqueno.Esperaunmomento,voyaponer elpastel enel

horno.Contantopaliqueaestepasolacenanoestarálistaatiempo.Lamujercolocó labandejacon lamasaenel interiordelmoderno

hornodeaceroinoxidable,quecontrastabademaneraimpactante—comoelrestodeloselectrodomésticosúltimomodelo—conlaantiguacocinamedieval.

—Continúa,Nella,por favor.—Lianestaba impacienteporconocerelfinaldelahistoria.

Mientras limpiaba la mesa con una bayeta, la mujer prosiguió surelato:

—Ilsignore estuvo a las puertas de lamuerte durantemuchos días,había recibido un fuerte golpe en el abdomen y su pierna estaba

destrozada. Finalmente consiguieron estabilizarlo, pero durante semanaslosmédicosestuvierondiscutiendosiamputarleonolapierna.Estellenoaparecióenningúnmomentoporelhospital.Laúnicaque loacompañóduranteaquelloslargosmesesdecalvarioenlosqueleoperaronenvariasocasionesfuelasignoraYsabelle;nisiquierasupadresedignóahacerleunavisita.Encuantorecobróelconocimiento,Robertopreguntabaacadamomentopor sunovia, hastaque a su tíano lequedómás remedioquedecirle la verdad: Estelle, a la que siempre le habían horrorizado lasdeformidadesfísicas,nosoportabalaideadeestarunidadeporvidaauntullido,asíquehabíaempezadoasalirconotradelasestrellasdeportivasdelauniversidadsintenersiquieraladelicadezayelvalordedecírseloalacara,yalpocotiemposecasó.

»Despuésde casi seismeses en el hospital, lasignora lo trajo aquíparaquecontinuaraconsurecuperación,peroelhombrecojoyresentidoquebajódelaviónyanoteníanadaqueverconeljovenRobertodeantesdel accidente. Unos meses después murió su padre y para sorpresa detodos le legó su inmensa fortuna; de la noche a la mañana il signorRoberto se convirtió en un millonario amargado que compraba a laspersonasy lasutilizabaasuantojo,hastaqueempezabanaaburrirle.SuvidadisolutaydesenfrenadahabíaalcanzadounnivelpreocupantecuandounantiguoprofesordeHarvardsepusoencontactoconélyleofrecióelpuestodedirectordeunimportanteproyectocientífico.Esofueloquelosalvó.

Se hizo un gran silencio en la cocina mientras Lian trataba deasimilarlavaliosainformaciónqueNellaacababadedarle.

—Esunahistoriamuytriste—comentóporfin.—Yalgo ledicea laviejaNellaque túestás triste también.¿Quéte

ocurre,hijamía?¿QuéhahechoilsignorRobertoestavez?—Sólo...—Liansepusocomountomate,perosentíaqueestallaríasi

no hablaba con alguien de lo ocurrido y el ama de llaves era de esaspersonasquesabíanescuchar—.Mebesó.

Lamujernopareciómuysorprendida.—Hum...,asíquetebesó.SumiradaespeculativahizoqueLian,con lasmejillasaúnechando

fuego,seapresuraseaaclarar:—Séquenotieneningunaimportancia,RobertGaddibesaatodaslas

mujeresqueencuentra,pero...

—Peroatinotehabíanbesadoantes—terminóporella.—No...,bueno,sí...,peronoa...así.—Yaveo.—Yahoraestáencerradoensutorreyyanoleerámásconmigo,ni

medará leccionesdeconducir—añadió,compungida,aunquesabíabienque no eran esas, precisamente, las razones por las que se sentía tandesgraciada.

Nellalelanzóunamiradaperspicaz,comosiellatambiénlosupiera,ypermanecióunratopensativamientrasLianmutilabasinpiedadunadelasvainasdescartadas.

Estabaclaroquealsignorelegustabaaquellasorprendentechiquilla,cavilólamujer;silahabíabesadoeraporquesentíaporellaalgomásdeloqueseatrevíaaconfesarseinclusoasímismo.Nellaloconocíabienysabía que, en el fondo,RobertGaddi era un hombre íntegro incapaz deaprovecharse de una persona cuya ignorancia en ciertos asuntos erapatente. Saltaba a la vista que Lian también estaba muy afectada por loocurridoy,depronto,lamujerpensóque,alomejor,aquellajovenconpintadeniña,consubellezaespiritualysupureza,eralarespuestaasusplegarias.Quizáfueraellalaencargadadesalvarasuqueridosignoredeaquellavidasolitariaysinamoralaquesehabíavistoabocado.

—Bueno,Lian—dijoalfin—.Creoquelomejorseráquenoledesmuchas vueltas a lo ocurrido.Que hagas ver que ese beso no ha tenidomuchaimportanciayquepongasdetuparteparaquenovuelvaaocurrir;como túbiendices, il signorRoberto es un hombre bastantemujeriego.Asíqueyasabes:hazcomosinohubieraocurridonada.

Lian lamiró con los ojosmuy abiertos, peroNella sabía bien queRobert, a pesar de su cojera, estaba acostumbrado a que las mujerescayeran rendidas a sus pies sin que él tuviera que esforzarse lo másmínimo.Unodelospuntosdébilesdesuseñoreraelorgullo,yelamadellaves,quelohabíavistoconvertirseenhombre,estabaseguradequelaaparente indiferencia de Lian lo sacaría de quicio y no haría más queincrementar su interés.Advirtió la expresión de profunda incertidumbrequeasomóenlosexpresivosojosclarosydesechóunsúbitopinchazodemalaconciencia,diciéndoseasímismaquelohacíaporsubien;poreldelosdos.

—Haréloquemedices—asintióLian,apesardequecadavezquepensaba en el roce de aquella boca sobre la suya notaba un anhelo

vehementedealgoquenosabíacómocalificar.

6

A la hora de la cena se reunieron en el comedor. La expresión delcientíficoeramástormentosaquenunca,asíquecomieronelprimerplatoenmediodeunsilencioglacial.

A pesar de que fingía no reparar en ella, Robert la miraba condisimulo,tratandodeaveriguarquépasabaporlamentedeaquellavirgenimpredecible,aunque, laexpresiónserenae imperturbabledeLianno leproporcionó ninguna información; le daba rabia que pareciera tantranquilamientrasqueélllevabatodoeldíadándolevueltasaloocurrido,sinpodersiquieraconcentrarseensutrabajo.Porfin,incapazdeaguantarmás aquel silencio, lanzó uno de aquellos exabruptos destinados aprovocaralprójimoenlosqueeratodounexperto.

—Esta noche me pasaré por tu habitación para terminar lo queempezamosayer—afirmóenuntonoindiferente.

HastaNelladiounrespingoqueestuvoapuntodehacerlevolcarlabandeja;sinembargo,lareaccióndeLianhizoquerecuperasedenuevoelaliento.

—Creoqueno—selimitóadecirconplacidez.—Ah, ¿no? ¿Sabías, endrino provocador, que lo tuyo tiene un

nombre muy feo? —De pronto, a Robert empezaba a divertirle laincómodasituación.

—Estábien.Tepedirédisculpas.La inesperada respuesta de Lian le pilló completamente

desprevenido; ¿de verdad le iba a pedir disculpas cuando había sido élquiensehabíaabalanzadosobreellayhabíaestadoapuntodemancillarsuvirtud,comodecíanenlosmelodramasantiguos?

—¿Disculpas? —Debía reconocerlo, la pequeña señorita Zhaosiempreselasarreglabaparadesconcertarlo.

Lianalzólosojosdesuplatoycomounaniñaquehubieraaprendidobienlalecciónsoltódecarrerilla:

—Sientohaberteacariciadoelrostro,RobertGaddi.Yateconozcolosuficientecomoparasaberqueeres incapazderesistirtea lasmujeresynodeberíahaberteprovocado.Fuemiculpa.

Surespuestahizoqueelcientíficosesintieraprovocado,indignadoyfurioso,todoalmismotiempo.

—Así que, según tú lo ves, soy un pobre hombre al que le resultaimposibleresistirsealosencantosdecualquiermujer,incluidatú,¿noesasí?—Sutono,sedosoycontenido,noaugurabanadabueno.

Lian se limitó a encogerse de hombros y siguió picoteando laensaladaqueacompañabaalpasteldecarne.

—Bien.Tedemostraréquenoesasí.—¿Seguirásenseñándomealeeryaconducir?—Esoesloúnicoquetepreocupa,¿verdad?—Sesentíaheridoyno

sólo en su orgullo, así que procedió a hacer lo que mejor se le daba:devolverelgolpedelamaneramásdolorosaposible—.Puessí,magnoliopresuntuoso, seguiremos nuestras lecciones connormalidad.Espero queesotedemuestrequeunhombrecomoyonotieneelmenorinteréssexualporunacaricaturademujercomotú.

Lian siguió comiendo hojas de lechuga como si aquellas cruelespalabras no acabaran de clavarse en su alma con la precisión de unasflechas bien dirigidas y, en cuanto la cena terminó, se levantó y huyócorriendoasuhabitación.

ElsábadoporlamañanallegaronlasvisitasyRobert,perfectoensupapel de anfitrión, salió a recibirlos al patio empedrado. A Lian no leapetecíavolveraveraningunodelosdos,perocomoencargadadevelarporlaseguridaddelcientíficonosedespegódeRobertentodoeldía.Fuedolorosoobservaralapelirrojacoqueteardescaradamentemientrasélsedejabaquerer;peroLianpermanecióa su ladoen todomomentoconelrostroimpasible.

Tampoco a Robert se le escapó el modo en que su antiguocompañerodefacultadserelamíacadavezquesusojosseposabansobresu guardaespaldas; daba la sensación de que el hecho de estar en plenalunademielconsuterceraesposanorevestíademasiadaimportanciaparaél.

Segúntranscurríalamañana,elmalhumordelcientíficoaumentaba.El día era muy agradable y la temperatura perfecta, así que decidieroncomerbajo la fragantepérgolaentrelazadademadreselva;pero,apesarde que el jardín de La Fortezza en primavera resultaba espectacular,ningunodeloscomensalesleprestabademasiadaatención.

Lian notó que cada vez queAnabelle señalaba a su anfitrión algúndetalledelidílicoentorno,aprovechabaparatocarlosinningúndisimulo;primerolamano,luegoelbrazo,ahoralarodilla...mientrassurepugnantemaridotratabadehacerlomismoconellapordebajodelamesa.Yahabíatenidoqueapartarenvariasocasioneslapiernadesucontactorepelenteysedijoque,comoaqueltiposiguieraasí, leibaacostarcontenerseynoestrujarlasmejillasfofasentresusdedoshastaquelesuplicaseclemencia.

Por su parte, al científico tampoco se le escapó la forma en queaquellosirisazules,habitualmenteplácidos,adquiríanelmatiztormentosode un cielo cubierto. Había sido una estupidez invitar a aquellos dos,pensó,peseaqueyaeratardeparaarrepentirse.

Después de tomarse el café,Robert le pidió aLian que le diera unrecadodesupartealamade llavesyellasealegródepoderalejarsedetan detestable compañía, aunque fuera durante unos pocos minutos.Cuando regresó a la pérgola, el científico y la pelirroja habíandesaparecidoytansóloquedabaMattLindon,muyentretenidoenapurarunanuevacopadevino.Sinembargo,encuantolaviosepusoenpieyseleacercótantoqueLianpudoolersualientoalcohólico.

—Hola otra vez, pequeña Lian. ¿No te gustaría darle un besito alviejoMatti?

—No.Matt la agarró por ambos brazos y la atrajo hacia sí hasta que su

abultadoabdomenentróencontactoconelesbeltocuerpodeLian.—Sólo un besito —cloqueó en el mismo tono que emplearía si

estuvierahablandoconunaniñapequeña.A Lian le pareció asqueroso, pero procuró no perder la calma y

respondiómuytranquila:—Suéltame.Lindonnosólolaignoró,sinoqueapretómássusmanosentornoa

sus brazos hasta que ella pudo hacerse una idea precisa de la fuerzaescondidaenaquellosdedosgruesos.

—Vamos,unbesitonadamás...

Suslabios,muyrojosyhúmedos,estabancadavezmáscercayLiannopudoresistirlomás;conunmovimientofluidoseliberódesupresa,legolpeóenlacaraconlaalmohadilladelamanoaltiempoqueleponíalazancadillayloarrojóalsuelo.

—¡Zorra!¡Mehasrotolanariz!Elgordogritabasinpararderetorcersesobre lahierba.Liannose

molestóencontestarle,sinoquesediomediavueltayfueenbuscadesuprotegido.Notuvoqueesforzarsemucho;alpasarjuntoaunlaberintodearomáticos cipreses que ocupaba una extensión considerable del jardínescuchóvocesenel interiory, sindudarlo, entróa investigar.GraciasasusjuegosconPieroconocíabienelcaminoy,justoalllegaralcentro,seencontróconunaescenaquelahizodetenerseenseco.

Lapelirroja,depuntillasycon losbrazosentrelazados tras lanucamasculina, lo besaba con ansia mientras retorcía su cuerpo curvilíneocontra el del científico en una inconfundible invitación. A pesar dellatigazode rabiaque lagolpeódepronto,Lianadvirtióqueélmanteníasus propios brazos caídos a lo largo de su cuerpo, y ese hecho le hizorecuperarlacalmaenelacto.

—Ejem, ejem—carraspeó un par de veces para llamar su atenciónantesdecontinuar—.Sientocomunicarte,señoraLindon,quetumaridohasufridounpequeñoaccidenteyestáansiosopormarcharse.

Al oír su voz el científico alzó lasmanos, desenredó de su cuelloaquellosbrazosqueparecíanempeñadosenahogarloydirigióunamiradainquisitivaaLianqueellaselimitóadevolver,inexpresiva.

—Yalooyes,Anabelle,serámejorquevayamosaverquéleocurreatumarido.

Conunamuecadefrustracióndibujadaensubocaprovocativaenlaque apenas quedaba rastro de pintalabios, la pelirroja se dejó conducirhacialasalidadellaberinto.

—Unmomento, baja la cabeza—ordenó Lian cuando Robert pasójuntoaella.

Sorprendido,sedetuvoeinclinólacabeza,obediente.Lianalzólamanoyconelpulgarfrotósuslabiosconfuerza,hasta

quedesapareciódeelloscualquiervestigiodecarmín.—Yaestá.Siguieron caminando hacia la pérgolamientras el científico trataba

deanalizarelestúpidodeseoquelehabíaasaltadodepedirdisculpasasu

guardaespaldas,cuando,enrealidad,habíasidoAnabelleLindonquiensehabía arrojado sobre él como una loba hambrienta. Sacudió la cabezaenojado consigo mismo; ya sólo faltaba que tuviera que darleexplicaciones a ese témpano con piernas al que las caricias de aquellanoche—quepormásqueseesforzabanolograbaquitarsedelacabeza—parecíannohaberafectadolomásmínimo.

AlrodearlapérgolacasisedierondebrucesconMattLindon,quien,con un pañuelo empapado de sangre en lamano, trataba de contener lahemorragia.

—¡Gaddi,laperradetuamiguitameharotolanariz!—Venga, Matt, no pretenderás que me crea que una jovencita tan

frágil y delicada como Lian ha podido romperle la nariz a un tiarróncomo tú. —La diversión que se adivinaba en su voz profunda nocontribuyóacalmarlosánimosencendidosdesuinvitado.

—Matt,cariño.Pobrecitomío.Resultaba cómico observar los esfuerzos que hacía Anabelle para

consolarasumarido,altiempoqueprocurabamantenerselomásalejadaposibledeélparanomancharse.

—Hayuncentrodesaludalasafuerasdelpueblo.Lomejorseráqueosvayáisyay,porfavor,llevaosvuestroequipaje.Acaboderecordarquetenemos una plaga de ratones en los dormitorios. —Los ojos doradosbrillabanllenosdeburla.

Al oírlo, Anabelle abrió la boca y dejó escapar un resoplidoindignado.

—Esto no quedará así, Gaddi —amenazó Lindon, sin tratar deaparentarquenoentendíalaindirecta—.Voyadenunciaraestazorraenelprimerpuestodecarabinieriqueencuentre.

Los iris dorados perdieron cualquier atisbo de diversión y suexpresiónsevolviópeligrosa:

—Yoquetú,queridoMatt,meiríasinarmar jaleo.EstoysegurodequelaseñoritaZhaotendríasusrazonesparahacerloquehahecho.Asíque:¡largodeaquí!

Atónitosantesemejantefaltadecortesía,laparejasediomediavueltay regresó a la casa sin dejar de discutir y de agitar los brazosmientrasprometían toda suerte de venganzas. En cuanto los perdieron de vista,Robertsevolvióhaciaellaylamirósocarrón:

—Ybien,enebroviolento,¿quéhaocurrido?

—Siento haber pegado a tu invitado, Robert Gaddi, pero es unestúpido.

Lianseencogiódehombros.—Indudablemente, eso salta a la vista—replicó impaciente—, pero

quierosaberelmotivoconcretodeestearranquedeagresividad,asíque¡desembucha!

—Intentóbesarme.Robertnoestabapreparadoparaelarrebatodefuriahomicidaquese

apoderódeél.Depronto,leentraronganasdesalircorriendodetrásdesuantiguocompañeroparaañadirasucuentaunrodillazoenlaentrepierna.Mantuvo el control a duras penas, pero su ceño se frunció, ominoso, alpreguntar:

—¿Yconsiguiósupropósito?—No.El inmenso alivio que experimentó lo puso aún más furioso y la

apuntóconundedoamododeadvertencia.—Esperoquenolehayasprovocado.LapequeñanarizdeLianapuntóalcielo,desafiante.—Yonosoycomotú.Novoyporahíbesandoatodoelmundo.—Su

actitud,tandigna,casilohizosonreír.—Queconsteque fue labellaAnabelle laquemebesóamí.Yono

pudehacernadaporevitarlo.Liansoltóunbufidodeindignacióny,enesaocasión,elcientíficono

pudo contener una carcajada. Al notar que los iris claros centelleabanfuriososalargóunamano,lealzólabarbillaconundedoyañadióconlosojosardientesclavadosenlossuyos:

—Está bien. Te perdono. Por esto y por intentar seducirme la otranoche; está claroque soy irresistible.Olvidemos loocurridoy sigamoscomohastaahora,¿teparecebien,fresnoespinoso?

—¿Volverásadarmeclase?—¡Quéremedio!Alverlasonrisadefelicidadquesedibujóenaquellaapetitosaboca,

Robert estuvo a punto de abalanzarse sobre ella y repetir, segundo asegundo,laescenadesudormitorio.Tendríaqueandarseconcuidado,sedijo; esavirgen absurda teníamáspeligroqueuna legiónde cortesanasbailandoelcancándesnudassobreunamesa.

Comohabíaprometidoelcientífico,retomaronsurutinadeleccionesyentrenamientos,ycasisindarsecuentalaprimaveradiopasoalverano.LosdíasvolabanyNella,cuyamiradadeáguilanoseapartabadeellos—aunquesiempreconlamayordiscreción—,notóenseguidaelcambioensuamadosignorRoberto.Nosólohabíarecuperadolasonrisa,queyanorecordaba en nada a la mueca sardónica que solía esbozar, sino que aveces incluso rompía a reír a carcajadas cuando estaba en compañía deLian. A pesar de que seguía tratándola con una ligera rudeza, los ojosatentos del ama de llaves habían sorprendido más de una de aquellasmiradascargadasdeternuraquelelanzabaalajovencuandopensabaquenadieloobservaba.

Respecto a Lian, aunque era muy reservada y no resultaba fáciladivinar lo que pasaba por su mente, no podía evitar que sus ojos seiluminaran cada vez que se posaban en el apuesto rostro masculino ocuandoleescuchabacontaralgunadeaquellashistoriasquelafascinaban.ANellaleveníanalacabezaesascomediasrománticasquelegustabairaveralanticuadocinedelpuebloenlasquelaalumnaaplicadasiempreseenamorabadelbrillanteprofesory,complacida,sedecíaqueapesardeladiferenciadeedad,pues il signore yahabíacumplido los treintayocho,parecíandestinadoselunoparaelotro.

Salvoenlosentrenamientosyporlanochealahoradelmasaje,nosehabíanvueltoatocar,ynoporqueélnolodesearaconunardorcadavez más apremiante; para Robert resultaba una sensación extraña pasartanto tiempo en compañía de una mujer sin acostarse con ella. Enocasiones, cuando Lian hacía que la agarrara durante uno de aquellosentrenamientosqueamenudoseasemejabanmásaunadanzasensual,elcientíficoseveíaobligadoalucharcontodassusfuerzascontrasusmásbajosinstintos.

Ladeseaba,Diossabíaqueladeseaba.Muchasveces,conlasmanosapoyadas sobre sus caderas esbeltas, no podía evitar que sus dedos laacariciaran con disimulo; llevaba demasiadosmeses de abstinencia y seencontraba al borde de su resistencia. Quería tumbarla sobre aquelmullidopradocuajadodefloresyenseñarledeunavezloquesesientealhacer el amor; necesitaba acariciar su piel suave a plena luz del sol,deslizar su lengua por todos los pliegues secretos de ese cuerpo que,comoeldeBlancanieves,esperabaaquealguienlodespertaradeunsueñoprofundo; anhelaba ser el primero en dibujar en aquellos límpidos ojos

azuleslapasióndesenfrenada;separarsuspiernasyhundirseenellahastallenarlaporcompleto...

Pero,apesardetodo,algoensuinteriorlofrenaba.Durante muchos años había gozado de los placeres del sexo sin

moderación; se había revolcado en el vicio y en el libertinaje con laexcusadequetodoestabapodridoyélnoibaaserunaexcepción.Habíadecidido tiempo atrás que nunca se casaría ni tendría una relaciónprolongada con nadie —Estelle le había curado de aquellos estúpidossueños románticos hacía yamuchos años—, así que se juró a símismoquenomancillaría con susmanosmanchadas la única pureza quehabíaconocidoenaños.Queríapensarque lapalabra«honor»aúnteníaalgúnsignificadoparalosGaddi.

DejaríaaLianparaunhombremejorqueél.Sinembargo, laagradableyserenaexistenciaenaquellaespeciede

idílicaArcadiallegóasufinmuchoantesdeloquecualquieradelostreshubiera deseado. Apenas acababa de comenzar el mes de septiembrecuandoRobertrecibióunavisitainesperada.

—¡Charles, qué sorpresa!—Robert estrechó la mano de su amigocalurosamente.

—¡Hola, Robert, tienes muy buen aspecto! Te presento a FrancisKane,eljefedeLian.Porcierto,¿dondeestá...?

Antesdequepudieraacabarlafrase,untorbellinorubioseechóenbrazosdel hombretóndemediana edadque esperaba, sonriente, junto aldirectordelFBI.

—¡Francis!—¡Lian!Elplacerque ambos sentían con el reencuentro saltaba a lavista, y

Robert tuvo que contenerse para no arrancar de un violento tirón elcuerpo esbelto de Lian de los brazos de aquel tipo. Lo observó condetenimiento:FrancisKaneeraunhombredeunoscuarentaycincoaños,muy alto y en buena forma física; se notaba que antes de dirigir suempresadeseguridaddebíadehaberestadoenelejército,puessufiguraerguidaaúnconservabaunligeroairemarcial.Llevabamuycortoelpeloentrecano y sus ojos grises eran afables y francos. A pesar de todo, alcientíficolecayómaldesdeelprincipio.

Cuandoalfinlasoltó,Lianpermanecióenpiejuntoaaquelgigantequelahacíapareceraúnmásminúscula,contemplándoloconunasonrisa

defelicidadenloslabios.Sinmásdilación,Robertloscondujoalsalón;siCharlesCassidysehabíamolestadoenvolarhastaItalia,estabaclaroqueelasuntoeraimportante.

—¿Ybien,Charles?Estaban sentados en los cómodos sillones del salón y Nella había

dejadosobrelamesademármoldeCarraraunabandejaconrefrescosyaperitivos.

—EsapropósitodelosPremiosPríncipedeAsturias.—¿Nomedigasquehasvenidohastaaquíparafelicitarme?—Alzó

unaceja,burlón,ydiounsorboasuCoca-Cola.Charles dio a su vez un trago a su whisky con hielo antes de

contestar:—Ahoraquelodices;¡enhorabuena,Robert,estoymuyorgullosode

ser amigo de un científico tan brillante como tú! —Pero al instanterecuperó la seriedad y añadió—: Me imagino que tienes pensadodesplazarteaOviedopararecogerelpremio,¿noesasí?

—Sí,¿tienesalgunaobjeción?Séque lopreferirías—comentóconsarcasmo—,peronopuedopermanecerelrestodemividaencerradoenLaFortezza.

—Lo comprendo, aunque me temo que correrás un riesgoimportante. Todavía no hemos conseguido averiguar mucho del cochebombaqueestallóenWashington.Estáclaroquesonprofesionales;nomesorprendería que se tratase de mercenarios renegados entrenados pornuestropropioejército.

Robert sepasó lamanopor loscabellososcurosymiróalhombredelFBIconlosojosechandochispas.

—Mira, Charles, no voy a permitir que un puñado de asesinos asueldomarqueelcompásdemiexistencia.Además—señalóconungestode la cabeza en dirección a Lian, que permanecía sentada sin moverse,muyatentaalaconversación—,tengoalaseñoritaZhaoparaprotegerme.

—Ynopodríaestarenmejoresmanos,créame.—LavozprofundadeFrancisKanesedejóoírporprimeravezenelsalón—.Precisamentehemosvenidoaelaborarunaestrategia.Perdona,Charles,siguetú.

Cassidyseaflojóunpocoelnudodesucorbataoscurayretomóel

hilodelaconversación:—Sabíaquenoibasarenunciarairenpersonaarecogerelpremioy

meimaginoquelosquequierenacabarcontigolosabentambién,asíquetenemos un plan para tratar de protegerte lo mejor posible. —Dio unnuevotragoasuwhiskyantesdeproseguir—:Lapolicíaespañolahaceunfuertedespliegueconocasióndelevento.EnelTeatroCampoamor,dondetiene lugar la entrega, estarás protegido en todo momento, lo que mepreocupaeselhotely losdesplazamientospor laciudad.IanDoolanmecomentó que te han invitado, además, a dar unas conferencias en laUniversidad de Oviedo, así que allí también serás vulnerable. Voy aasignartedosguardaespaldasmás.

—¿DosguardaespaldasmáslaseñoritaZhao?¡PorDios,Charles,nique fuera el presidente de Estados Unidos! —Golpeó el suelo con subastón,impaciente.

—La señorita Zhao tendrá un papel especial en las labores devigilancia, pero no figurará como parte de tu equipo de seguridad.Harrelsonyelotroagenteseencargarándeeso.

AquellaideanolegustónadaaRobert,quemiróasuamigoconelceñofruncido:

—¿Yeso?—LaseñoritaZhaoseharápasarpor tuprometida,nadiesabráque

está ahí para protegerte. Te acompañará a todas partes, incluso dormirácontigoenlahabitacióndelhotelsinlevantarsospechas,asínoteperderádevistaniunsegundo;serátunoviaatodoslosefectos.Habríapreferidomantener tuagendaensecretodurante todoelviaje,peroséquenoseráposible. Sin embargo, estaré más tranquilo sabiendo que ella no sedespegarádeti.

En cuanto se recuperó de su asombro Robert lanzó unamirada endireccióna lasilenciosaLian,perosurostropermanecíacompletamenteinexpresivoynopudoadivinarsuspensamientos.Molestoconellaporsertan reservada y consigo mismo por buscar ansioso en su expresión unmínimoatisbodeentusiasmo,soltóunadesusagudezas:

—Faltamenosdeunmes,nosésimedará tiempoparahacerde laseñorita Zhao una prometida creíble. Me da la sensación de que tengomuchotrabajopordelante.—Laironíadesucomentariolahirió,aunque,unavezmás,lodisimulóalaperfección.

Durante las últimas semanas Robert Gaddi y ella habían pasado

muchotiempojuntos;tantoquealfinalnolehabíaquedadomásremedioque reconocerquese sentíaatraídaporélmásde loquesu tranquilidadaconsejaba. Casi no había unmomento del día en que no se colara sininvitaciónensuspensamientosel recuerdodesusbesosy,sierasinceraconsigo misma, debía admitir que deseaba volver a sentir aquellasturbulentas emociones una vez más. Por desgracia, ella, Lian Zhao,parecía ser la únicamujer en el planeta Tierra a la que el científico nodeseababesar.

Con semejantes vaivenes emocionales hacer los votos quedabadescartado por completo, así que ahora ni siquiera podía aguardar conexpectación el día de su regreso almonasterio.ElmaestroChenghabíasabidosiemprequeaquelnoerasudestino.

ALianelfuturoseleantojabaunpáramodesolado;eraconscientedequeaqueltrabajoacabaríatardeotempranoy,aunquenoentendíaporqué,laideadenovolveraveraRobertGaddilallenabadedesesperación.Porfortuna justo en ese momento la voz de su jefe la arrancó de aquellassombríaselucubraciones.

—Creo que cualquier hombre se sentiría encantado de tener unaprometida comoLian.—ARobert le repateó la galantería deKane y lefastidióaúnmásverlamiradaagradecidaconquelopremióella—.Consupermiso,caballeros,megustaríahablarconlaseñoritaZhaoasolas.

Antes de que el científico pudiera negar semejante permisoFrancisKane se levantó, fue hacia la puerta y la sujetó con cortesía para dejarpasar a Lian. A Robert no le hizo maldita la gracia que aquel tipo sesintiera con derecho para hablar a solas con ella cuando se le antojara.Tendríaque recordarle a aquel proyecto fallidodemonjaqueno estababien que corriera como un perrillo ansioso cada vez que ese hombresilbara,sedijofurioso.

—¿Estás de mal humor?—La pregunta de Charles lo sacó de susreflexiones.

—Tonterías, ¿por qué habría de estar demal humor?—Su ceño sehizoaúnmásamenazadorydejóelvasoconbrusquedadsobrelamesademármol.

—¿Cómovalainvestigación?—Suamigodecidiócambiardetema.Robert se obligó a apartar la mente de la pareja que acababa de

abandonarelsalónycontestó:—Casi hemos terminado con los ensayos clínicos y los resultados

son todavía mejores de lo esperado. No descarto que en unos añoshayamosconseguidoreducirlaincidenciadelcáncerhastadejarloalniveldel sarampión. Lo mejor de todo es que la vacuna es de una sencillezasombrosa, asíquehasta losmáspobresde lospobres tendránaccesoaella.

LosojosdoradosbrillabandeentusiasmoyaCharlesCassidynoseleescapólatranscendenciadesemejantedescubrimiento.¡PorDios,noleextrañaríaquenominasenasuamigoparaelNobeldespuésdeaquello!

EljefedelFBIsebebióelrestodesuwhiskyantesdecomentar:—Silainvestigaciónvatanavanzadaquieredecirqueelpeligroque

corres es cadavezmayor.Los quepretenden acabar contigo tratarándehacerloantesdequeanunciéiseldescubrimiento.

—Imaginoquesí—Elcientíficoseencogiódehombros,comosilaideanolepreocuparademasiado—.Porcierto,Charles,queríapedirteunfavor...

Su amigo lomiró sorprendido. Podía contar con los dedos de unamanoyaúnlesobraríanmásdelamitadlasvecesenqueRobertlehabíapedidoalgo.

—Loqueestéenmimano,yalosabes.El científico se acomodó en el sillón y empezó a acariciar los

relievestalladosdesubastón.—Necesitounalistadeniñasdeentre tresyseisañosdesaparecidas

enFranciaharáunosveinticincoaños,cincoarribacincoabajo.Séqueesunperíodomuyamplio,peronoquieropillarmelosdedos.

Charles lo miró con sus inteligentes ojos azules y se limitó apreguntar:

—¿Lian?Robertasintió.—QuizásuspadresestabanenChinacuandonació.Siesasínohay

nada que hacer, dudo que las autoridades del país estén dispuestas a darningúntipodeinformación,enelcasodequedispusierandeella.

—¿Quétehacepensarqueesfrancesa?—preguntóCharlesintrigado.—Habla y entiende el idioma a la perfección, aunque no recuerda

dónde lo aprendió. Sin embargo, no lo lee, lo queme hace pensar quecuando salió de Francia no era aún lo suficiente mayor para haberaprendido. Además, cuando llegamos a La Fortezza comentó que elpaisajeleresultabafamiliarapesardenohaberestadonuncaenItalia.No

creo que en China haya paisajes semejantes a los de la Toscana; encambio,enlazonadelaProvenzalacampiñaesmuysimilar...—Robertestabamuyserio—.Quéquieresquetediga, tengounpálpitoyyasabesqueloscientíficosnosdejamosguiaramenudopornuestraintuición.

—Hum, no sé. Es todo un poco vago; además, ha pasado muchotiempo.Nocreoqueseafácil.

El científico se pasó una mano impaciente por el pelo oscuro yrespondió:

—Al contrario, pienso que no será difícil. Nadie se ha molestadojamásenbuscarningunapista;Lianeslaprimeraalaquesusorígenesnopareceninteresarlelomásmínimo.

Suamigolelanzóunamiradaespeculativa:—Y¿quéinteréstienestúensaberdedóndevieneesajoven?Losojosdoradosledevolvieronlamirada,impenetrables.—Digamos...quenuncahesidocapazderesistirmeaunmisterio.Despuéssiguieroncharlandoamigablementedevariosasuntos,hasta

queNellaanuncióquelacenaestabaservida.

7

MercadodeLuoyang,China

Léaestabahambrienta,llevabaunpardedíasvagabundeandoporaquellaciudad entre la multitud indiferente, que tan sólo se percataba de supresencia para apartarla de un empellón. Aquella especie de corrientehumanalaarrastrabaendirecciónalcentrosinqueellapudierahacernadapor resistirse, hasta que llegó almayormercado que había visto jamás.Loscoloridospuestosrebosantesdefrutasyverdurasquenoconocíasearremolinaban junto a otros llenos de pequeñas jaulas, colocadas unasencima de las otras, atestadas de pájaros cantarines; éstos, a su vez, semezclaban con los que vendían cabezas de perro fritas e, incluso,pequeñoscocodriloscortadosen filetes.Apesardequese leencogióelestómago al ver a aquellos pobres animales, al aspirar el aroma que sedesprendíadeellosnopudoevitarqueselehicieralabocaagua.

Devez en cuando se agachaba para recoger del suelo una pieza defruta medio aplastada o podrida que alguno de los comerciantes habíadesechado, ganándose con ello las imprecaciones y algún coscorrón delosatareadoscompradoresquetropezabanconella.

Aún no podía creer que hubiera logrado escapar y de cuando encuandomirabaa su alrededor, comosi esperasequedetrásde cualquieresquina apareciera uno de aquellos fornidos guardianes que la habíanaterrorizadoduranteellargoviaje.Nosabíacuántotiempohabíapasadodesdequeelbarcohabía atracadoenel inmensopuertodeShanghái; lomismoquecuandoembarcaron,unasgrúasenormeshabíandescargadoelcontenedoryuncamión lohabía llevadohastaunaespeciedenavealgoapartadadelbulliciodelosmuelles,dondeporfinlosguardianeshabíanabierto las puertas y los habían obligado a bajarse de malos modos.Mientras loshacíanesperarenpiesobreelsuelodecementodelanave,otrogrupodehombressehabíaapresuradoacargarelcontenedor,ahora

vacío,congrandescajasrepletasdemercancía.Léamiróalosotrosniños,tanmugrientos,flacosyasustadoscomo

ella, que parpadeaban medio cegados por la claridad de las bombillasdesnudas que colgaban de las vigas metálicas del techo. De repente seprodujounodeesoscortesenelsuministroeléctricoqueeranhabitualesen la zona, las luces se apagaronde golpe y quedaron completamente aoscuras.

Léa nunca supo qué clase de instinto se apoderó de ella en esemomento,pero,sinhacerelmenorruido,volvióameterseatientasenelcontenedor del que acababan de salir —en el que ahora al hedoracostumbrado se sumaba el olor del tabaco—y se hizo un ovillo en elhuecodiminutoquequedabaentredosdelascajas.

Nadie pareció percatarse de su desaparición y, aterrorizada de quepudieran descubrirla, Léa permaneció acurrucada en el mismo sitiodurantenuncasupocuánto tiempo,hastaqueelcamiónvolvióaponerseenmarchaunavezmás.Elviajefuelargoyestabamedioenloquecidaporlasedcuandoelcamiónsedetuvo.Muyasustada,sucuerpopermanecióentensiónalaesperadequelaspuertasdelcontenedorseabrierandenuevo.No sabía qué le harían si descubrían que había intentado fugarse, perotenía claro que no sería nada bueno, así que, en cuanto escuchódescorrerseelgruesocerrojodehierrosepreparóparasaltar.

Alhombrequeabrió lapuertaaquella inesperadaaparición lopillócompletamente desprevenido y cuando consiguió reaccionar al fin yempezóagritar,frenético,laniñacorríayacalleabajoatodalavelocidadque le permitían sus pequeñas piernas entumecidas; poco despuésdesaparecióentrelamultitud.

La súbita visión de una jugosa naranja que había rodado al suelo,inadvertida,ladevolviódegolpealpresente.Conlaagilidaddeunmonojoven, se arrojó sobre ella, la escondió entre los pliegues de su abrigo,cuyagruesacapademugreimpedíaadivinarelcolororiginal,ysealejódellugarconrapidez.Unosmetrosmásallá,sedetuvotraselmurodeunacasa,sacólafrutadenuevoy,sinmolestarseenlimpiarlaunpoco,clavósus pequeños dientes con ansia en la brillante piel naranja hasta que eljugo,dulceycaliente,resbalóachorrosporsubarbilla.

En ese preciso instante una mano la sujetó con fuerza del brazo.Aterrorizada, alzó la cabezapara enfrentarse a su captor:unhombrenomuy alto con la cabeza rapada por completo y vestido con una túnica

colorazafránquelamirabaconojosbondadosos.

LaFortezza,Italia,enlaactualidad

En el comedor Robert se sentó a la cabecera de la imponente mesa demaderaen tantoqueCharles lohacíaasuderechayLianyFrancisasuizquierda. La conversación giró en torno a temas generales, y FrancisKanedemostróqueapesardeserunhombrehechoasímismoeracultoyeducado.Molesto,RobertobservóelbrillodeadmiraciónenlosojosdeLian cada vez que lo miraba. «¡Por Dios, casi tiene edad para ser supadre!»,pensódisgustado.

—RecuerdobienlaprimeravezqueviaLian—contabaeldueñodelaempresadeseguridadenesemomento,yelcientíficotuvoquehacerunesfuerzo para concentrarse en la conversación—, iba vestida con elatuendo tradicional de las campesinas chinas del siglo pasado: unospantalonesdealgodónoscurosyunacamisadelmismocolorconbotonesde cuerda. Parecía una niña y pensé que el maestro Cheng se habíaequivocado.

KaneledirigióunasonrisayLianseladevolvióampliada;aRobertnolepasódesapercibidoelintercambioyapretóconfuerzaeltallodelacopadecristaldeBohemiahastaquesusuñassepusieronblancas.

—SequedóenmicasadeShangháiduranteunpardemesesmientrasse familiarizaba con los avances tecnológicos de los últimos años.Aúntengo grabada su cara de susto cuando habló conmigo porvideoconferencia.

—No deberías burlarte de una pobre muchacha que sale por vezprimera de su aldea—lo reconvino Lian de buen humor, dándole unapalmaditacariñosaeneldorsodelamano.

LamiradadeFrancisKaneestabacargadadedulzuracuandolaposósobreella:

—Fue lo más tierno que había visto en mucho tiempo. Recuerdocómo quitabas la colcha de tu cama todas las noches, la extendías en elsueloytetendíassobreella.

—Lascamasmeparecíandemasiadoblandas,aúnmeloparecen.Y¿porquédemoniossabíaaqueltipolosarreglosqueLianhacíao

dejabadehacerparadormir?,sepreguntóRobertcadavezmásenojado.

Suestadodeánimofluctuabaentreelinterésquesuscitabaenélcualquiercosaquepudieraaveriguar sobreelpasadodeLianZhaoy la irritaciónque le producía comprobar que aquel hombre estaba colado por suguardaespaldas.

Charlesentretantoobservabaasuamigoconinterés.Saltabaalavistaque lemolestaba la amistad que FrancisKane y Lian Zhao compartían;con aquellas llamaradas ardientes que despedían sus ojos doradossemejaba un volcán en plena erupción. Desde que lo conocía, Robertnunca sehabíamostradoposesivoconningunamujer; sin embargo, eraevidentequeaquellamuchachitaconcaradeniña,bellayetéreacomounhada,eralaexcepción.

Se preguntó si estaría enamorado de ella; pero, a pesar de que suinterés era evidente, Charles no era capaz de asegurarlo. Gaddi era unhombre complicado y de pasado turbulento, y Lian parecía una joveninocenteyvulnerable.Sóloesperabaquesuamigonolehicieradaño.NoeraqueRobertfueraunmalhombre,peropodíasermuydestructivo.Detodas formas, se dijo al ver la ecuanimidad que rezumaban aquellospreciosos irisazules, laseñoritaZhaonoparecía tenerunpelode tonta,asíquequizáenesaocasiónfueraella laque lometieraaélenunbuenbaile.

Más tarde, continuaron charlando frente al fuego que ardía en lachimeneadelsalónmientrasloshombresbebíanloslicoresqueNellaleshabíaservido;sólocuandoelantiguocarillóndelvestíbulodio lasdocedecidieronirseadormir.

ComotodaslasnochesRobert,tumbadoensucama,vestidotansólocon la camisa y sus calzoncillos de seda, esperaba impaciente cuandoescuchóunligerorepiqueteoylapuertaseabrióparadarpasoaLian,quetraíalayafamiliarcajadeagujas,elaceiteysusvarillasdeincienso.

Desdequeentrenabayellaleprodigabaaquelloscuidados,lapiernayacasinolemolestaba.Losmúsculossehabíanfortalecidoyaguantabanmuchomejorsupeso,ylosdolorososcalambresquesolíanmartirizarloparecían cosa del pasado. Aunque reconocía que tendría que estarleagradecido,loúnicoquesentíaenesemomentoeranunasganasenormesdetumbarlasobresusrodillasydarleunosbuenosazotes;pordesgracia,sabíaquelahabilidaddeLianconelkung-funoselopermitiría.

Sinembargo,encuantoellasesentóenelbordedelcolchónleespetóconaspereza:

—¿Quétienesconesehombre?Acostumbradaasusbruscoscambiosdehumor,Lianrespondiómuy

tranquilamientrasencendíaunavarilla:—¿ConFrancis?Yatelodije.Esmiamigo.Meayudómuchocuando

salí del monasterio; yo era tan sólo una campesina ignorante y él tuvomuchapacienciaconmigo.

—Estáclaroqueahorapretendepasartefactura.Lian se detuvo con una de las agujas en el aire y preguntó,

sorprendida:—¿Factura?—FrancisKaneestáenamoradodeti.Ella soltó una alegre carcajada, al tiempo que clavaba la primera

agujaensumuslo.—Hayqueverquétonteríasdices,RobertGaddi.—Te agradecería que no te dieras esos aires de mujer de mundo,

higuera pueblerina. Sé bien cuándo un hombre mira con deseo a unamujer.Soyunexperto,¿recuerdas?—afirmóconrudeza.

Lian siguió clavando las agujas sin prestarle demasiada atención;estaba claro que su protegido esa noche tenía el ánimo peleón, lo quetampocoresultabamuyinusual.

—Bah.Aquelmonosílabodesdeñosoterminódeenfurecerloy,agarrándola

con fuerzade ambosbrazos, lediouna ligera sacudida.Lianentrecerrólospárpadosyselimitóadecirconunavozenlaqueseadvertíaunanotaacerada:

—Serámejorquerecuerdesatuamigoelgordo.Elcientíficosequedómirandoaquellosojosquehabíanadquiridola

gelidez de un glaciar y,muy a su pesar, se vio obligado a esbozar unasonrisa.

—Esmuytristequeunhombrenopuedadarteunosazotessincorrerelriesgodeacabarconlanarizrota.

—No sé por qué dices que merezco unos azotes. —Negó con lacabezasindejardemasajearlelapierna—.Nohehechonadamalo.Bien,porhoyyaheterminado.

Reacioaperderladevistasinhaberdicholaúltimapalabra,Robertseincorporóy,consuavidad,lepusounamanoenelhombroparaimpedirqueselevantara.

—Enfin,tratarédeexplicártelolomejorposible.Aver,imaginaquesoy un tío preocupado por una sobrinita díscola. —Lian lo miró concuriosidad, preguntándose qué era lo que aquel hombre sorprendente lediría a continuación—. Imagina que me siento responsable de ella.Imaginaquetengoqueadvertirledelosposiblespeligrosqueleaguardanahí afuera... —La voz hipnótica y profunda la mantenía clavada en elcolchónycuandoélsujetósubarbillacondelicadezay lealzóel rostrohastaquelosojosdeambosquedaronaunadistanciademenosdeveintecentímetrosnoseresistió—.Aesasobrinitainocenteyalgotontalediría:¡cuidado con esos hombresmayores que parecen tan amables!, ¡cuidadocon sus palabras llenas de miel! No te fíes de ellos, pues lo único quebuscanespillardesprevenidaalapobreCaperucitaparaabalanzarsesobreellay...¡devorarla!

AntesdequeLianpudieraadivinarsusintencionesRobertinclinólacabezahastaquesuslabiosseapoderarondeaquellabocaentreabiertaqueparecíallamarloy,degolpe,sevioatrapadounavezmásporladulzuradeaquellacaricia.Porunosinstantes,algomágicoyespiritualquejamáshabíaexperimentadoantesseapoderódeél;sinembargo,elgemidocasiimperceptiblequebrotódelagargantafemeninaloenloquecióylapasiónquelodominóactoseguidonoteníanadademística.Soltósubarbillaysusdedosseenredaronenelsuavepelorubioconrudezaylaatrajoaúnmás hacia él sin dejar de devorar su boca sensual, ansioso, hambriento,insaciable; en ese momento no le importaba lo más mínimo que suscariciaspudieranresultarledolorosas.

De formamaquinal Lian colocó las palmas de las manos sobre elampliopechoynotóqueelcorazónocultobajolacamisalatíaalamismavelocidad endiablada que el suyo. Su cuerpo estaba en llamas, lo queresultaba una sensación emocionante y aterradora a la vez, pero no separecía a la excitación que experimentaba cuando luchaba, aunque teníamucho de aquel ardor; tampoco era como el embeleso que le producíaescuchar una de aquellas magníficas óperas, a pesar de que notaba undeslumbramientosimilar.Lianeraincapazdeexpresarconpalabras«eso»que la estaba quemando por dentro; sólo sabía que quería más. Peroentonces, sin aviso previo, aquella boca enloquecedora se apartó de lasuya y ella no pudo evitar un suspiro de protesta. Despacio, abrió lospárpados y sus pupilas chocaron contra aquellos iris incandescentes querefulgíandedeseomezcladoconfuria.

—Yaveoqueeressorda—mascullójadeante—.¿Acasonoacabodeprevenirte contra los hombres mayores que se aprovechan de lasmuchachitasinexpertas?

Comosifuerapresadeunencantamiento,Liancolocólapuntadelosdedossobresuslabiosalgomagulladosporlasviolentascariciasyhablótambiénenunsusurroentrecortado:

—Quiero...quieromás.Durante unos segundos, Robert se perdió en aquellos lagos

profundosysincerosqueeranincapacesdedisimuloalgunomientrassuconcienciaysucuerpomanteníanunaluchaabrazopartido.Finalmentelaprimera se impuso y, con un gruñido atormentado, la soltó conbrusquedad.

—¡Lárgatedeaquíantesdequetedéloquemepides!Su expresión era tanborrascosaqueLian se levantó en el actoy, a

pesardequesuspiernaseranpresadeuntemblorincontrolable,abandonóeldormitorioatodavelocidad.

Al día siguiente el científico estaba de un humor de perros. Habíapasadolamayorpartedelanochedandovueltasenlacamayaplastandolaalmohadaconelpuñomientrassedecíaasímismoquenecesitabaunamujer.Eldiabloque teníadentro lesusurraba insidiosoque teníauna,alparecerbiendispuesta,apocosmetrosdesudormitorio;pero,apesardeque la tentación era casi irresistible, no cayó en ella. Seducir aLian, sedijo,seríacomoarrebatarlelapiruletaaunniño.Reconocíaqueresultabatentador convertirse en el primer hombre en la vida de una mujer; dehecho,nuncahabíaestadoconunavirgen.Élmismoperdiósuvirginidadalosquinceconunachicatresañosmayor,ylasinnumerablesparejasconlas que se había acostado desde entonces habían sido mujeresexperimentadas,queconocíanbienel juegoynoesperabandeélmásdeloquelespodíadar.

Sucumbiralatentaciónerafácil,perolepreocupabaloqueocurriríadespués.¿Lemiraríanaquellosgrandesojosazulesconarrepentimiento?,¿condolor?,¿conodio...?Y¿cuáldeberíasersuconductaacontinuación?¿Estaría obligado a hacer lo correcto y casarse con ella por haberseaprovechadodesumayorexperiencia,paraluegocargarduranteelrestodesusdíasconunaesposaquenodeseaba?¿Dejarladeladoyquefuerapasandopor losbrazosdeunosydeotros?Erade esperarqueunavezlevantada la veda, la señorita Zhao se olvidaría de su absurda idea de

meterseamonja.AlimaginaraLianenbrazosdeotrohombrenotóqueselehumedecíalafrenteconunsudorfríoysacudiólacabezaenunvanointentodelibrarsedeaquelladesagradablesensación.

¡No!,sejuróeneseinstante.Dejaríaqueellaconservarasuinocencia,aunquetuvieraquesometerseaunodiosorégimendeduchasfríasvariasveces al día. Estaba seguro de que FrancisKane podía ofrecerlemuchomásqueélyseríaunhijodeputasinoledejabaelcampolibre.Porunavezharíaaun ladosuegoísmo;al finyalcabo,apreciababastantea laseñoritaZhao.

Unaveztomadaesafirmeresoluciónsaltódelacamaapesardequeapenas acababade amanecer.Despuésdedarseunade esasduchas frías,fuea la cocina,donde sepreparóuncaféycogióunode losdeliciososbollos caseros que Nella solía guardar en una lata. Tras devorar aquelsencillodesayunoseencerróensutorreduranteelrestodeldía,hastaqueel ama de llaves le envió recado por Piero de que los invitados semarchabanya.

BajóadespedirsedeCharlesyestrechólamanodelotrohombreconrigidez. Curiosamente no se veía a Lian por ningún lado, y le extrañómucho que no corriera a decirle adiós a su querido jefe. Intrigado, sepreguntóquéhabríaocurridoydecidióiraaveriguarlo.

Después demucho buscar, encontró a Lian sentada en el borde delriachuelo que atravesaba el claro donde solían entrenar, trazandomisteriososcírculosenlaslímpidasaguasconunpaloquesosteníaenlamano.Estaba tanensimismadaensuspensamientosquenosepercatódesu presencia hasta que él estuvo junto a ella. Al oírlo, se puso en pie,sobresaltada.

—Calma,noqueríaasustarte.—Conungestoeducadoleindicóquevolvieraasentarseyéllohizoasulado.

Notó que las mejillas, normalmente pálidas, tenían un ligero tonorosado,peroellaenseguidavolviódenuevolacabezahacialasaguasdelríocomosinodesearaqueviesesucara.

—¿Quéocurre,Lian?—Nada.Obstinada,siguióconlavistaclavadaenlospequeñosremolinosque

seformabanjuntoalasrocas.—Vamos, tilo testarudo, puedes contarle tranquilamente al padre

Robertquéesloquepreocupaatupobrealmaatormentada.

—Noeresunsacerdote.—¡Nomedigas!Quéagudoportupartehabertepercatadodeello.Impaciente,elcientíficoalargólamano,lasujetóporlabarbillayla

obligóaalzarelrostrohaciaél,aunqueLiansiguiósinmirarlo.—Mírame—ordenó.Por fin, ella alzó losojoshacia él yRobert notóque seponíamás

roja aún. Las pupilas inquisitivas del científico se detuvieron sobre loslabios ligeramente irritadosy,depronto, sintióque le invadíauna rabiaasesina.

—Dime qué ha pasado. ¿Ha tenido ese hijo de perra la audacia debesarte?

Lianseapresuróadefenderasujefe.—¡Nolollamesasí!—Dime,¿tehabesado?—LosdedosdeRobertapretabanahorasus

brazosylasacudióligeramente.—Suéltameoacabarásmal—amenazóella,cadavezmásfuriosa.—¡¿Tehabesado?!—repitióagritosunavezmás.Lianseencogiódehombrosyconfesó:—Sí.—Pero ¿a ti qué te ocurre? —La zarandeó de nuevo—. Llevas

veintiséisaños sinpermitirquenadie te toqueyahoraparecequepuedehacerlocualquiera.¡Diosmío,hecreadounmonstruo!¿Puedesabersequédicenlosmandamientosshaolinalrespecto?

—Sólodicenquesedebeserprudenteencuantoaldeseosexual.Nocreo que haya faltado a lamoral.Comparada contigo o conmi antiguaprotegida,quecadasemanainvitabaaunhombredistintoasucama,sigosiendounaespeciedesanta—afirmóllenaderabia.

—Nosabíayoquelassantassebesaranconelprimertipoquepasaporahí—replicó,hiriente.

Lian se liberó de sus manos y con los ojos echando chispasrespondió,retadora:

—Y¿quéteimporta?Tútambiénmebesaste.—¡Asíqueahorapiensasirporahíbesandoatodoelmundo!A pesar de los tintes absurdos que empezaba a tomar la discusión,

Robertestabafueradesí;porfortuna,estabanlosuficientementealejadosdelacasaparaquenadiepudieraescucharlasvocesquedaba.

—¡Nofueesoloqueocurrió!

—¡Entonces¿quéfueloqueocurrió?!¡Dímelo!Lianbajólacabeza,incapazdemirarloalosojos.—Me...medijoqueestabaenamoradodemí—susurróalfin.A pesar de que tan sólo unas horas antes Robert había decidido

dejarleelcampolibreaFrancisKane,alescucharaquellaspalabrasnotóunaextrañaopresiónenelpecho.

—¡Ytú,¿quésientestúporél?!—¡Nolosé!¡Ydejadegritarme!—replicó,furiosa.Elcientíficosepasóloslargosdedosporsupelooscuro,tratandode

tranquilizarse,yvolvióapreguntarenuntonomássuave:—¿EstásenamoradadeFrancisKane?—Noséloqueesestarenamorada.Francisesmiamigo,loaprecio

mucho;peronosésiesoesamor.Poresodejéquemebesara.—Lianseretorcíalosdedosmientrashablaba—.Quería...queríasabersisentiríalomismoquecuandomebesastetú.

—¿Ybien?—Tratóde aparentar indiferencia, aunquenotabaque letemblabanlasmanos.

Lianhizoungestonegativoconlacabezaantesdecontestar.—Fueagradable,peronohabíanirastrodeesasextrañassensaciones

quemeinvadencuandotúmebesas.Por unos momentos, Robert experimentó la necesidad casi

irrefrenable de echar la cabeza hacia atrás, golpearse el pecho con lospuñosylanzarunrugidodetriunfo;sinembargo,logrócontenersey,sinapartarlavistadeaquellospreciososirisenlosquenocabíalamalicianielfingimiento,declaró:

—Bueno,notienenadaderaro,alfinyalcaboestoysegurodequemiexperienciarespectoalasnecesidadesdelasmujeresesmuchomayorque ladel santurrónde tuamigo.—Inclusoaél suspalabras le sonaronodiosamente petulantes; pero, sin el menor asomo de arrepentimiento,añadió—:Escúchamebien,Lian.Nopuedespretenderrecuperareltiempoperdidoduranteañosenunospocosdías,asíqueseacabóestodebesaralprimero que pasa para saber lo que sientes. No es bueno para tu saludmental.

Lianlomiróconlosojosmuyabiertos,peroselimitóadecir:—Ytú,¿volverásabesarme?—¿Tegustaríaquetebesara?—susurróconvozronca.Ellaasintióconlacabeza.

—Está bien. Será una formamás de ocuparme de tu educación.—Robert se preguntó a quién demonios pretendía engañar, pero lainocentona de Lian pareció tomárselo al pie de la letra—. Ahí va unanuevalección.Levantalacabeza.

Enelactoellahizoloqueleordenabay,además,cerrólospárpadosy entreabrió los labios; al verla, una irrefrenable oleada de ternura seabatiósobreélyseprometióasímismoquenoleharíadaño.Disfrutaríadeaquella ingenuidadembriagadora,perosólounpoquito;sinperderelcontrol.Unbesoyya.

Diezminutosdespuésalzabalacabeza,resollandoigualqueuntoroherido,ylamirabacomosinosupieraporquéLianestabatumbadasobrelahierbayélseencontrabaencimadeella,cubriéndolaconsucuerpo.Enesaocasiónlasmanosfemeninasnosehabíanquedadoquietas,sinoquelehabíanacariciadolaespaldayelpechoconentusiasmo,yaquellastorpescaricias lohabíanpuesto fuerade sí,hasta elpuntodeolvidar todas susbuenasintencionesynotenerenmenteotropensamientoquehacerlasuya.

—Esto...estoseestávolviendouna...unacostumbremuypeligrosa—jadeó,antesdeañadir—:Apartirdehoyyanotebesarémás.

Liannohizoningún intento por disimular su desilusióny al verlo,Robert tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no volver aarrojarse sobre aquella boca incitante. Así que, para evitar nuevastentaciones,sepusoenpieyletendiólamanoparaayudarlaalevantarsetambién.

—No deberías ser tan transparente, serbal tentador, me lo estásponiendomuydifícil.Tienesqueaprenderaocultar tus sentimientos,nopuedes irporahíconelcorazónen lamano; lamayoríade lasmujeressonexpertasenhipocresíaydisimulo.

—Intentaréaprendereso también.—Alescucharlaelcientífico tratódeprotestar,peroellalointerrumpió—:Loqueocurreesquebesasmuybien.

Divertido,contemplóelexpresivorostroquesealzabahaciaél.—Me sientohalagado.Semejante opiniónviniendodeuna experta...

—replicóconsorna.Las comisuras de la boca de Lian se alzaron en una suave sonrisa

satisfecha,ylamiradamaliciosaquelelanzólodejósinaliento.—Bueno. Ya he besado a dos hombres. Así que puedo decir con

cierto conocimiento de causa que considero que tu técnica es superior.

Muchasgraciasporlalección,RobertGaddi.Y antes de que él pudiera hacer ningúnmovimiento para detenerla,

Lian desapareció en un recodo del camino de grava ante su miradaestupefacta.

8

Unavezmás recorríanabuenpaso lascallesdeFlorenciay, apesardequeaLian lehubieragustadodetenerseacontemplar ciertosedificiosolas portadas de algunas iglesias, el científico, que la llevaba bien sujetaporelcodo,noselopermitió.

—¡No séporqué tenemosque ir tan rápido!—protestó, dirigiendounamiradadeanheloalapreciosafachadademármolblancoyverdedelaiglesiadelaSantaCroce,queacababandedejaratrás.

—Nohaytiempo, tenemosmuchascosasquehacer—respondiósinsoltarlaniaflojarelpaso.

—Yafuimosdecompras,nomeapeteceirotravez.Liancasi teníaquecorrerparamantenerelritmodeaquellaslargas

piernasque,apesardelacojera,dabanpoderosaszancadas.—Desde luego eres una mujer desnaturalizada, señorita Zhao.

¡Deberíasestarencantada!De todas formas,novoyadiscutirmássobreeste tema.Vasahacertepasarpormiprometidaduranteunassemanas,yyonoquierounaprometidaquevatodoeldíaenvaquerosypeinadaconuna coleta como una estudiante de instituto. ¿También pretendespresentartedeesaguisaalaceremoniadeentregadepremios?

Alver que cualquier tipode resistencia resultaría inútil,Lianno sedignó a responder y, poco después,RobertGaddi se detenía frente a unexclusivosalóndebelleza.Losrecibióunadistinguidamujeralgomayorqueelcientífico,yaLianse le revolvióelestómagocuando laescuchósaludarloconfamiliaridad:

—¡Roberto,carissimo!Cuántotiempo.—¡Angelina,quéalegríavertedenuevo!Robertseinclinósobreeldorsodesumanoconanticuadagalantería

antesdetirardeellahaciasíydepositarunbesoencadaunadelasbienmaquilladasmejillas.EstuvieroncharlandoduranteunbuenratocomosiLian no estuviera delante, hasta que el científico se dignó a recordar su

presenciaehizolaspresentaciones.—Angelina, te presento a la señorita Zhao, el reto del que te he

hablado.Tienesqueconvertir a estaespeciedeadolescenteenunadamaelegante.Tedoyhastalahoradecierre.Yomeharécargodelasfacturas.Porcierto,esmuyimportante...

Una vez más, no pareció importarle que Lian estuviera presente yempezóasusurraralgoenlaorejadesuamiga.

—Entiendo,caro.Lasonrisacomplacidaquesedibujóenloslabiosrojosdelamujer

hizoqueLianrechinaralosdientes.Robertsevolvióparamarcharse,peroellaseloimpidióagarrándolo

delbrazo.—¡No puedes irte sinmí, Robert Gaddi, soy tu guardaespaldas! El

señorCassidydijobienclaroquenodebíasepararmedeti.—No te preocupes por mí, cerezo fastidioso, Harrelson y su

compinche me esperan fuera y pasaré el resto del día encerrado en launiversidad con un colega pesadísimo que quiere hablarme de unosasuntos,asíquenocorreréningúnpeligro.

Sesoltódesumano,impaciente,ysaliósinesperarrespuesta.AtravésdelescaparatedelsalónLianviolasimponentesespaldasde

losdosagentesqueCharlesCassidyhabíaenviadoaprotegerLaFortezza,así que no le quedómás remedio que soltar un suspiro de resignaciónantesdevolversehaciaaquellamujerquelamirabadivertida.

—Bueno,querida, no tienesporquépreocuparte.No soy la amantedelbelloRoberto.

Liannotóqueseponíacomountomate,perorespondióconaparenteindiferencia:

—Lasamantesdel señorGaddino sondemi incumbencia.Yosólosoysuguardaespaldas.

Como si no la hubiera escuchado, lamujer la condujo a través delelegante interiordel local sindejardecharlar, sedetuvofrenteaunadelasdiscretascabinasylehizoungestoparaquepasara.

—En otro tiempo sí lo fuimos. Amantes, quiero decir. Mi caroRoberto sabe bien cómo complacer a unamujer, eso desde luego.—Leguiñó un ojo con complicidad—. Ahora llevo varios años felizmentecasadaconunhombrequetambiénesunamantemaravillosoysoymuyfeliz con él. —Lian no pudo evitar una fuerte sensación de alivio al

escucharsuspalabras—.Bien,veamosquétenemosaquí,querida.Lamujerapretóuninterruptorylapequeñacabinasellenódeunaluz

deslumbrante, luegolasujetódelabarbillaylealzólacarasindejardeexaminarla.

—Bene, bene, bene, esto es lo que yo llamo una belleza en bruto.¡QuéojotieneelviejoRoberto!

—Le repito que Robert Gaddi no es nada mío. —Lian apartó sumano,molesta.

—Serámejorqueno tratesdeengañara laviejaAngelina,querida,henotadocómolomiras.Peronotienesporquéavergonzarte—añadióalverquelaspálidasmejillasseteñíanunavezmásdeunoscurorubor—.ApesardesucojeraRobertoGaddiesunbell’uomo;enrealidad,esunodeloshombresmásatractivosqueconozco.Unodeesostiposatormentadosyvirilesqueanosotras,pobresmujeres,nosponenlacarnedegallina.—Angelina lanzó una alegre carcajada, al tiempo que obligaba a Lian asentarseenunacómodasilladecueroblanco.

Apesardelostemoresdelajoven,eldíafuedivertidoytranscurriócon rapidez. Angelina charlaba por los codos mientras una de susayudantesledepilabaaLianlascejassinprestarlamenoratenciónasuscontinuasquejas.Luego,lamismaempleadaleenseñóamaquillarse—susdivertidasexplicacionesy lospicantescomentariosdeAngelinahicieronque lascarcajadasresonaranamenudoenel interiorde lacabina—ylecortóelpeloconunasafiladastijerasbajolamiradaatentadesujefa.ApesardequeAngelinadabalaimpresióndeserunamujerimponente,enelfondoeraunabellísimapersona llenadebondadnaturalque,desdeelprincipio,habíadecididoacogeraLianbajosuala.

EncuantolaamigadeRobertquedósatisfechaconelresultadofinal,hicieron un alto para devorar una deliciosa focaccia con tomate ymozzarella de búfala en una pequeña trattoria cercana y luego laacompañóasuboutiquefavorita,dondesacóla largalistaqueRobert lehabía dado con todo lo que la joven podría necesitar. En un momentodado,Liannotóque ladueñade la tiendayAngelinahacíanunaparteyempezaban a cuchichear de manera conspiratoria, pero, cansada ya deprobarse ropa, no les prestó demasiada atención. Quedaron en que leenviarían todo a La Fortezza a lamayor brevedad, salvo el vestido queLianacababadeprobarse,queselollevaríapuesto.

CuandomuchashorasmástardeRobertpasóporelsalóndebellezaa

buscar a Lian, ya se había deshecho de sus guardaespaldas y los habíaenviadodevueltaalcastillo.

—¿Quétaltodo,Angelina?¿DóndeestáLian?—preguntómirandoasualrededor.

—Hemospasadoundíafantástico,caro,deboreconocerqueLianesuna chiquillamuy dulce y divertida. Si quieres que te sea sincera, no lepeganadaaunconnoisseurcomotú;esmásinocentequeunbebé.

A Robert le molestaron las palabras de su amiga, pero trató dedisimularlo.

—Lianesmiguardaespaldas,notenemosningúnrollosexual.—Sevealaleguaqueaúnnotenéisningúnrollosexual,pero¿qué

medicesdeunrolloromántico?—LospenetrantesojosdeAngelinanoseapartabandeél.

—MiqueridaAngelina,aestasalturasdeberíasconocermeunpocomejor. ¿Cuándo he tenido yo un rollo romántico con una mujer?—Elcientíficoalzóunaceja,burlón.

—DesdequelodejasteconEstelleesciertoqueninguno,peroalgomedicequeconladelicadaseñoritaZhaopodríaserdiferente.

Robertechólacabezahaciaatrásylanzóunacarcajada.—Vamos, Ange, desde que te casaste con Enzo ves romances por

todoslados,perosientodesilusionarte:lamayorpartedelapoblacióndeluniversonotienelamismasuertequetú.Yahoradime,¿dóndeestáLian?

—Le dije que te esperase en la piazza tomando un capuccino; lapobre ha acabado agotada con tantas compras. —Robert trató deimaginarsealaenérgicaLianagotada,peronoloconsiguió.Encambio,podíaimaginárselaalaperfecciónsoltandounbufidodefastidioalverseobligadaaprobarsemodelitotrasmodelito.Debíareconocerqueaquellamujer era muy distinta del resto—. Por cierto, mañana te mandaré lafactura, pero te lo aviso: no ha sido barato. Espero que pienses que hamerecidolapena.

—Confíoentiplenamente,Angelina.Muchasgraciasportodo.—Elcientíficolediounbesoenlamejillaysemarchóendirecciónalaplaza.

LosagudosojosdeAngelinaseclavaronenlaaltaypoderosafiguraque se alejaba cojeando calle arriba con una expresión de profundacomplacencia que al científico, de haberla visto, no le hubiera hechoningunagracia.

La plaza era pequeña y estabamuy animada—niños que jugaban a

perseguirsesobreelsueloadoquinado,palomasqueechabanavolaranteel menor signo de alarma, parejas jóvenes besándose en los bancos—.Robert se dirigió a la agradable terraza que en aquel momento estabaabarrotadadegentetomandounacopamientrasdisfrutabadelosúltimosrayosdesoldeaqueldeliciosodía.Losojosdoradosescudriñaronatodaslas personas que estaban allí sentadas, pero no logró descubrir a Lianentreellas.

Depronto,sequedóobservandofijamenteaunade lasmujeresquehabía descartado con anterioridad. Llevaba un vestido camisero colorbeigequeseamoldabaasucuerpoesbeltoylellegabaunpocomásarribadelasrodillas—segúnpudocomprobaraldeslizarunamiradaapreciativapor las fabulosas piernas cruzadas con elegancia que la tela dejaba aldescubierto—yunasmodernassandaliasdetacónentonosarena.Porfin,logrósepararlosojosdeaquellaslargaspiernasysumiradasedetuvoenel rostro, que a pesar de las grandes gafas oscuras que lo ocultaban seadivinababellísimo,enmarcadoporunacortamelenarubiabiendesfiladaen la parte frontal, que parecía seguir hasta el más mínimo de susmovimientos. Los aros dorados que lucía en las orejas, el collar defantasíayuntintineantejuegodepulserasmuyfinas,doradastambién,lahacían parecer una sofisticada modelo que se hubiera escapado de laportadadeVogueodeCosmopolitan.

Incrédulo, Robert se dijo que aquella preciosa mujer, que en eseprecisomomentosereíadealgoquelehabíadichoelatractivocamareroque no parecía tener ninguna prisa en atender al resto de lasmesas, nopodíaserLian;pero,enelfondo,sabíabienqueeraella.Reconociósusgestos fluidos, la manera delicada en que se retiró uno de aquellosmechones dorados del rostro y lo colocó detrás de su oreja, la súbitasonrisaque,devez encuando, sedibujabaenaquellos labios tentadoresmostrandosuspequeñosyblancosdientes.Nohabíaduda:eraLian.

El científico aspiró profundamente y, decidido, se acercó a ella.Fingiónoprestaratenciónalapuestocamarero,queparecíaempeñadoenenseñarleasuguardaespaldascómosepronunciabanenitalianotodoslosnombres de la carta, se agachóy depositó unbeso ligero en sus labios,quelucíanundelicadotonorosa.

—Yaestoyaquí,cara.—Ydirigiéndose al camarero añadió—:No,gracias,nodeseotomarnada.

Alnotarsucaradepocosamigos,eljovensediomediavueltaenel

actoysepusoaatenderunadelasmesasvecinas.Lianagradecióquelasgafasoscurasocultaransusexpresivosojosy

que,asuvez,lepermitieranestudiaralhombrequesehabíasentadoasuladosinqueél lonotara.Subesolahabía tomadoporsorpresay,comosiemprequelatocaba,supulsolatíaahoraacelerado.

—Ybien,¿quéopinasde tunovia?—Tratóde sonarcomopensabaqueloharíaunamujersofisticada,peroloúnicoqueconsiguiófuequeélenarcaraunadesuscejasoscuras.

—Nomegustaquecoqueteesconmigo—replicó,desabrido.La recién adquirida seguridad en sí misma que le habían

proporcionadoelvestidoysunuevopeinadodesaparecióenelacto.—¿No te gusto?—Su patente desilusión lo enterneció—. Angelina

dijoqueestabamuyguapayqueelvestidomesentabamuybien.Menudapérdidadetiempo,entonces;podíamoshaberidoavisitarelPalacioPittioelconventodeSanMarcos,mehubieragustadover laAnunciacióndeFraAngelico.

—Pst, no estás del todo mal. Podrás pasar por novia mía sinproblemas.

Su propia mezquindad le hizo sentirse ligeramente incómodo. Laverdadesaqueestabaguapísima;siemprehabíasabidoqueLianeraunabelleza,peronuncahabíaimaginadohastaquépunto.Alnotarlasmiradasdedisimuladointerésquelelanzabanlamayorpartedeloshombresquelarodeaban,elcientíficoempezóapreguntarsesinosehabríaequivocadoaldisfrazardeprincesaaCenicientayaquellospensamientos,máspropiosdeun celoso sultánquedel libertinoRobertGaddi, le incomodaron aúnmás.

—Venga, vamos a cenar. He reservado en un restaurante cerca deaquí.

Caminaron despacio y durante todo el trayecto Robert mantuvo lamanoapoyadaenlapartebajadesuespalda.ALian,elcontactodeaquellamano fuerte y cálida estaba empezando a ponerla nerviosa, así quecomentó:

—Nohacefaltaquemesujetes,sécaminarsola.Hizo ademán de alejarse de él, peroRobert no se lo permitió y la

estrechóaúnmáscontrasucostado.—Empezaremos desde ya a fingir que eres mi novia, así que vete

acostumbrando—afirmó,tajante.

Ella no supoqué contestar; por una parte, ésas eran las órdenes deCharlesCassidy,elhombrequelahabíacontratado;pero,porotra,aesasalturas sabía muy bien que la cercanía de Robert Gaddi resultabaextremadamentepeligrosaparasupazmental.

El restaurante era pequeño y muy romántico —con sus mesasdiminutas y la tenue iluminación que proporcionaban las velas—, y lacomida, exquisita. El científico se mostró muy atento durante toda lavelada; le sugirió con amabilidad desconocida un plato de pasta yverduras que le pareció delicioso y en ningún momento de laconversaciónfuebruscoconella,apesardeque,bajosuceñofruncido,los ojos dorados queno se apartabande su rostro ni un segundo teníanunaexpresiónextraña.Tantaamabilidadladesconcertaba,asíque,cuandoalterminarelpostresaboreabanuncaféyunainfusión,respectivamente,Liannopudoevitarcomentar:

—Laverdadesqueestásmuyraro.¿Eresasícontodastusnovias?—Así¿cómo?—Fruncióaúnmássusamenazadorascejasnegras.—Pues así, tan educado, tan agradable..., sólo te pareces al Robert

Gaddide siempreenquemeestásmirandocomosiestuvierasenfadadoconmigo.

A Robert le divirtió su comentario y, sin darse cuenta, suavizó sugesto y replicó con una de aquellas atractivas sonrisas suyas que teníanextrañosefectosenelestómagodeLian:

—¿Quéocurre?¿Prefieresquetetrateapatadas,ailantomasoquista?Ellaselimitóaencogersedehombroscondelicadeza.Durantetoda

lacena,elcientíficonohabíapodidoevitarnotarlagracianaturalconlaque Lian llevaba su nuevo atuendo. No parecía ser consciente de ellamisma—alcontrarioqueotrasmujeres,nose ibamirandoenelprimerreflejoqueencontrabaparaatusarseelpelooajustarselaropa—,yesoledabaunanaturalidadúnica.Aquellajovencriadademaneratanextraña,alaque sumaestro encontró comiendodesperdicios en la calle, teníaunaeleganciainnataqueparasíhubieranqueridomuchasdamasdeclasealta.Unavezmás,sepreguntóquiénesseríanlospadresdeLianZhaoysejuróquenopararíahastaaveriguarlotododeella.

Deprontosesintiótravieso,asíquealargólamanoylaposósobrelos dedos femeninos que reposaban encima del mantel. Lian trató deapartarse,pero,unavezmás,élnoselopermitió.

—Nohacefaltaqueparezcastanasustada.Losnovioshacenmanitas

a todas horas —afirmó mientras su pulgar trazaba delicadas filigranassobrelasuavepieldesumuñeca.

Liannotóque le faltabael aire,peroconsiguiócontestar sinque letemblaralavoz:

—Meestásponiendonerviosa.Aquella sencilla confesión hizo que se le hinchara el pecho de

orgullo, y los ojos doradosdespidieron chispas ardientes al clavarse enlosdeella.

—Vaya,cuántololamento.Sinembargo,tengoquecomunicartequetambiénmeveréobligadoabesarteenpúblicodevezencuando.

Con un gesto maquinal Lian colocó uno de sus suaves mechonesrubiosdetrásde laorejamientrassus labiosprovocativosseentreabríande manera involuntaria, en una invitación inconsciente, y, al verla, elgolpeteo del corazón en el pecho de Robert se volvió ensordecedor. Apesardequelaúnicapartedesuscuerposqueestabaencontactoeransusdedos sobre la mesa, las aletas de la aristocrática nariz se dilataron enrespuesta a la casi insoportable carga erótica de aquella, en apariencia,inocenteescena.

—¿Deseanalgomás?Lavozdelcamarerorompióelhechizoenelacto.Robert liberósu

manoyLianpudovolverarespirarconalgosemejantealanormalidad.Salierondelrestaurantedespuésdequeelcientíficopagaralacuenta

ycaminarondespacio,sindejardecharlardetemasmenosespinosos,endirecciónalaparcamientoenelquehabíandejadoelcoche,quequedabaunpocomás lejosdedondehabíanaparcadolaúltimavez.Encuantosealejarondelcentro,lascallessevolvieronmássolitariasyoscuras,ysuspasosresonabanconfuerzasobreelpavimento.

Enesemomentooyeronelruidoensordecedordevariasmotosconel escape defectuoso y tres Vespas, cada una con dos ocupantes, losrodearon impidiéndoles el paso. Unos tipos vestidos con pantalones dechándalysudaderasconcapuchadecoloroscurosebajarondelasmotosy se plantaron frente a ellos; al percatarse de su actitud pocotranquilizadora,Liansesituófrenteasuprotegido,seliberóatodaprisadelassandaliasdetacónyarrojósubolsoalsuelo.

—¡Qué rapidez! ¡Ni siquiera hemos tenido que pedirlo!—se burlóunodeaquellosmatonesalverelgestodelajoven.

El puño de Robert se apretó alrededor de su bastón, listo para

estrellarlocontralacabezadelprimergamberroqueseleacercara.—Será mejor que os larguéis de aquí antes de que alguien resulte

herido—comentóentonoamenazador.El que parecía el cabecilla, un tipo enorme cuyos poderosos

músculos se marcaban bajo la ajustada prenda de algodón, soltó unaruidosa carcajada y sus colegas lo imitaron. De pronto, aquella súbitahilaridadsecortóensecoyafirmóconchulería:

—Nadie tiene por qué salir herido, amigo. Sólo queremos que nosdentodoloquellevanencimadevalor,aunque...—susojossedeslizaron,apreciativos, sobre el cuerpo esbelto y las piernas desnudas de Lian—tampocomeimportaríacharlarunratoasolasconestabelladama.

Lapandillaalcompletoestallóennuevascarcajadasmientrasunpardeellossefrotabanlaentrepiernaconungestolascivo.

—Vamos, rubita preciosa, ven con papá —invitó el cabecillahaciéndoleungestoconeldedo.

Lian permaneció donde estaba, con los brazos alzados frente a sucaraylasrodillasligeramenteflexionadas.

Al notar la postura alerta de la joven, el temor por lo que pudieraocurrirle oprimió el pecho de Robert de manera dolorosa. Había vistocómosemovíaLianenlosentrenamientos,peroestonoeraunsimulacroy aquellos seis delincuentes, grandes como armarios, tenían todo elaspecto de que se la comerían con patatas a la menor oportunidad.Impotente,aferróelbastónconmásfuerza.

—Nico,tráemela.Quieroecharleunamiradamásdecerca.El tal Nico se acercó a Lian, extendió el brazo para sujetarla y, a

partirdeeseinstante,todosedesarrollóalmismoritmodelastrepidantesescenasdeunapelículadeacción.Antesdellegaratocarlasiquiera,Lianloderribóyeltipoempezóaaullardedolor.

Al ver a su compinche en el suelo sujetándose con una mano elantebrazo del que colgaba la otra en un ángulo extraño, el resto de lapandilla se abalanzó sobre ellos lanzando alaridos de furia. Lleno deadmiración,RobertobservóaLiandandovueltassobresímismacomolacoladeuntornado,lanzandopatadatraspatadaygolpetrasgolpeenunaimparable sucesión, hasta que cuatro de los asaltantes huyeron a todavelocidad y los dos restantes permanecieron tendidos sobre la calzadahúmeda, uno retorciéndose de dolor por una muñeca rota y el otroinconscientetrasrecibirunfuertegolpeenlacabeza.

Sinpoder contenerse,Robert la rodeócon susbrazosy la estrechócontodassusfuerzascontrasupecho.

—¡Buentrabajo,acebucheintrépido!—lafelicitóconentusiasmo.Unos segundos después notó que ella se revolvía para liberarse y

aflojóalgoeldolorosoabrazo.Lianalzóelrostroylomirópreocupadamientraspalpabasutorsoysusbrazosconmanosfrenéticas.

—¿Estásbien,RobertGaddi?Estabamásquebien,estabacompletamentedeslumbradoporaquella

pequeñamujerquelohabíadefendidocomounaleona.Éltansólohabíatenido tiempo de deshacerse de uno de los atacantes de un certerobastonazoenlanarizantesdequeLianhubieraterminadoconelresto.Ibaaabrazarladenuevocuando,depronto,susojossedetuvieronenelfrentedesuvestido.

—¡Estásherida!Lian miró hacia abajo, sorprendida, y al ver la tela rajada justo

encimadesupechonopudoevitarunamaldición.—¿Porquésiempre tienenqueatacartecuandovoyconroparecién

estrenada?—selamentó,furiosa.Pero él ni siquiera pareció escucharla. Con dedos temblorosos

empezó adesabotonar el vestido, loqueprovocóunadébil protesta porpartedeella,quetratódeapartarsusmanos.

—¡Quieta!—ordenó con rudeza—. Recuerda que aunque no ejerzasoymédico.

Robert leabrióelvestido,dejandoelhombroysupecho izquierdo—ocultotansóloporunincitantesujetadordeencaje—aldescubierto.Lanavajadeunodelosasaltanteshabíadejadounfeoarañazosobrelapielcremosaqueelcientíficoexaminóconatención.

—Parecequenoesnada.—Elprofundoalivioquesentíahizoquesuvozsonaramássevera—.Tecuraréencuantolleguemosacasa.

—Noesnecesario,nisiquierameduele.—¡Nodiscutas!Lian se encogió de hombros, irritada. No entendía por qué aquel

hombreexasperanteparecíatanenfadadoconella,alfinyalcabolohabíaprotegidobienynohabíasufridoningúndaño.

Por fin llegaron al aparcamiento y pocos minutos después loabandonaban a bordodel deportivonegro.El silencio que reinaba en elinterior del vehículo resultaba opresivo y Lian lo rompió, al fin, para

preguntar:—Éstosnoeranlostiposquequierenmatarte,¿verdad?—Parecíaunapandadesimplesrateros.Alpensarenloqueaquellos«simplesrateros»lepodíanhaberhecho

aLian,apretóconmásfuerzalasmanosentornoalvolante,deseandoquefueran sus gargantas lo que estrujaba. Lamiró de reojo; ella estaba tantranquila, comosi envezde lucharcontra seismatonesdedosveces sutamaño se hubiera enfrentado a unos cuantos chiquillos ruidosos reciénsalidosdelaguardería.

Depronto,recordólamaldiciónquesoltócuandodescubrióqueselehabía rotoelvestidoy,muyasupesar, sevioobligadoasonreír.Teníaque reconocer que la señorita Zhao, además de un arma letal, eraextraordinariamentevaliente,ydivertida,ybonita,y...ynosabíasipodríacontrolarsemuchomástiempo.

A Lian no le había pasado desapercibida la sonrisa, pero antes depoder sentir el más mínimo alivio al pensar que en realidad no estabaenojado con ella, los labiosmasculinos se contrajeron de nuevo en unamuecadedisgustoquelahizoexhalarunsuspiro.

Pocodespués,Robertaparcóelcocheenelpatiodepiedra,laagarródelbrazoy,sindecirunapalabra,laobligóaacompañarloalabiblioteca.ElfuegoquesolíaencenderNellaalcaerlatardeaúnpermanecíavivoenla inmensachimeneayLianagradeciósucalor.Elcientífico laobligóasentarse sobreel sillónsin lamenorcortesíay leordenóqueaguardaraallí,sinmoverse,hastaquevolvieraconelbotiquín.

Obediente,Lian permaneció contemplando el fascinante bailoteo delas llamas en el hogarmientras repasaba en sumente el ataque del quehabíansidovíctimas.«Quizátendríaquehaberestadomásatenta»,sedijo.Laagradableveladaquehabíapasadoconsuprotegidodealgunamanerahabía hecho que bajara la guardia. Había algo en Robert Gaddi que lahacíaolvidarelporquéde supresenciaa su lado,pero seprometióa símismaquenovolveríaadescuidarse.

La llegada del científico con una pequeña caja metálica con elsímbolo de laCruzRoja en uno de los laterales la arrancó de aquellossombríos pensamientos. Con una expresión más turbulenta que nunca,Robert se sentó en el sofá junto a ella sin decir palabra y, con unahabilidad que a Lian le hizo preguntarse cuántos miles de veces habríahechoaquelmismogesto,desabotonósuvestidohastalacintura,deforma

que su hombro y su pecho quedaron al descubierto; aunque en estaocasiónalnotarlaformaenqueelcientíficoinspirabaconfuerza,ellanopudoevitarponerseroja.

—Tranquila.—Tratódecalmarla,apesardequesuspropiosdedos,que limpiaban la herida con un algodón empapado en una soluciónyodada,temblabanvisiblemente.

Alcontrariodeloquehabíaocurridoantes,enestaocasiónnoseleescapólaprovocativaropainteriorqueapenaslacubría.Dejóelalgodónenlamesay,conteniendoelaliento,deslizóelfinotirantelentamenteporlasedosapieldesuhombrohastaquesupecho,blancoydelicado,casiseescapódelcálidonido.Sinpoderdominarse,bajóelvaporosoencajeaúnmásyunpezónrosadoseirguióenundesafíoqueRobertfueincapazderesistir; con un gemido, rodeó su pequeño seno con lamano y lo alzóhaciasuboca.

Alsentirlahumedaddeaquelloslabiosávidoscontrasupecho,Lianpensó que estallaría y se desintegraría en miles de partículas. Febril,arqueó la espalda y cerró los ojos, concentrándose en aquel punto quehacíaardersucuerpoconmilfuegosauntiempo,alavezquealzabalasmanos y hundía los dedos en los cabellos oscuros como había deseadohacerunmillardeveces,yloatraíaaúnmás.

Aquellacálidabocaquelaconvertíaenunsersinvoluntadabandonóalfinsupechoyfuesubiendo,despacio,muydespacio,dejandotrasdesíunsuavereguerodebesossobresuhombroysuclavículahastahundirsepor fin en su cuello, desatandounavezmásunamiríadade chispasqueprendieron un nuevo incendio entre sus muslos. Estaba tan arrebatada,perdida por completo en ese universo de inflamadas y desconocidassensacionesqueseabríaanteella,queapenasfueconscientedequeRobertleestabahablando.

—Lian,Lian...—gimió, torturado, contra su garganta—.Tenemos...tenemosqueparar.

Peroapesardesuspalabrassesentíaincapazdeexigirleasuboca—queeneseprecisoinstantedejabaunrastrodesuavesmordiscosasupasosobreladelicadapieldesucuello—queseapartara,yaellasesumóunamano traidora que, en manifiesta rebelión contra las órdenes de sucerebro,seintrodujobajoelvestidoyempezóasubirmuydespacioporsumuslodesnudo,llevándoladirectaalalocura.

Alsentiraquelnuevoe inesperadoataque, larespiracióndeLianse

convirtióenun jadeo irregular.Robertalzó lacabezaysusojos felinosbrillaron con un deseo salvaje mientras contemplaba su propia pasiónreflejadaenelrostrosonrosado.

—¡Erespreciosa!Suvoz,muyronca,lepusolacarnedegallinayestavezlabocadel

científicoseabatiósobreellaconunaviolenciaquecontrastabademaneraferozconlasuavidaddeaquellosdedosindiscretosqueahoraacariciabanel centromismode su ser por encimade la ropa interior.Las atrevidascariciasleprovocaronunfuerteestremecimientoyconsuslabiospegadosaloslabiosmasculinossuspiró:

—RobertGaddi...Alescucharsunombrepronunciadoconsemejantedulzurasupo,sin

asomode duda, queLian acababa de entregarse a él por completo, y laidea lodeslumbróhasta talpuntoque seolvidóde todo loqueno fueraaquella piel de seda y esa boca rendida a sus caricias. Presa de unaexcitacióncasiinsoportable,susdedosseengancharonenlagomadesusbragasyempezóadeslizarlas,pocoapoco,porsuscaderas.

—SignorRoberto,¿necesitanalgomás?LavozdeNella,enlaqueseapreciabaunaclaranotaacusadora,lo

sacó de golpe de aquel estado de ciega pasión y con un juramento seincorporósobresusantebrazos.

—¡¿Quédemoniosquieresaestashoras,Nella?!Rabioso, clavó la mirada en el rostro de su ama de llaves que se

enfrentabaaél,retadora.—SóloqueríasabersiustedolaseñoritaZhaodeseabanalgomás.La mujer se mantuvo firme en pie junto a la puerta, a pesar del

aspectocasidiabólicodesuseñor.Robert bajó lamiradaydescubrióqueLian, abochornada, se había

bajadoelvestidolomásposibleyahoratratabadeabotonarelfrentecondedos trémulos. Ciego de ira por aquella inoportuna interrupción ysintiendoaúnunadolorosapalpitaciónenlaentrepiernagritó:

—¡Lárgatedeaquí,Nella,noesasuntotuyo!—Porsupuestoqueesasuntomío,signore—lodesafiómuyseria—.

Lianesmuyjovene ignorantede losmanejosdelmundoynotieneunamadreo amigosquevelenpor ella.Siusted fueraunchico agradableycon buenas intencionesmemantendría almargen, pero desconozco porcompletocuálessonlassuyas.

—¡Notengoporquédarleexplicacionesamiamadellaves!La ira que rezumaban sus ojos dorados hubiera amedrentado a

cualquiera, pero Nella había curado sus arañazos cuando era niño y lohabía consolado estrechándolo contra su voluminoso pecho demasiadasvecesparasentirseintimidadaporsumalhumor.

—Quizánotienequedarleexplicacionesaunasimpleamadellaves,pero me gustaría saber qué fue del honor de la familia Gaddi. ¿Va aaprovecharse de la inocencia de una muchacha sólo para satisfacer susmásbajosinstintos?¡Susnoblesantepasadosdebendeestarrevolviéndoseensustumbas!

Apesarde lomelodramáticodeaquellaafirmación,aloírlaRobertpareciórecuperaralgodelacorduraquehabíaperdidoencuantotomóaLian entre sus brazos. Hirviendo de furia, se levantó de un salto y sinmolestarseenabrocharse lacamisa,quenosabíaquiénde losdoshabíadesabotonado y que dejaba al descubierto su torso moreno, agarró lamuñecadeLian,laobligóaponerseenpieconbrusquedadylaempujóendirecciónalamadellaves.

Observóalajoven,quienconlacabezagacha,comosinosoportaralaideademirarlo,sedirigíahacialapuertamuydespacio,yexperimentóunaprofundamezcladevergüenzaydesesperación.Llenodecóleraporalbergar aquellos sentimientos a los que no estaba en absolutoacostumbrado,lanzóunadesuscruelesandanadas,procurandomostrarselomásbrutalposible:

—Está bien, Nella, tú ganas. Puedes llevarte ya a la niña. No tepreocupes, está intacta; no ha sufrido nadamás grave que unos cuantosbesos. Me temo que ahora tendré que ir a buscar algo de alivio alprostíbulomáscercano.Es loquesueleocurrirporandarconvírgenes;siempretedejanamedias.

Lian ni siquiera se volvió a mirarlo antes de desaparecer por lapuerta.

9

MonasteriodeShaolin,veinteañosatrás

Lospequeñosaprendicesvestidosconsustúnicascolorazafrán,zapatillasy las características tiras negras cruzadas a lo largo de la espinilla seejercitabanenlagranexplanadadepiedrafrentealafachadaprincipaldeltemplobajolaatentamiradadelmaestroCheng.

Igualqueundiminutoejércitopracticabaneltaolu,unascoreografíasbastantecomplejasqueconteníanunalargacadenademovimientos,unasvecessuavesyestilizadosyotrasfuertesycontundentes.Enmediode latreintenadeniñosdecráneoafeitadodestacaba,delmismomodoque loharíaunaflorexóticaenunpradoirlandés,unaniñadeunosseisosieteañosyaparienciafrágilconunalargatrenzadepelorubioquebrotabadesucoronillacomounsurtidordorado.

A pesar de que llevaba poco más de un año viviendo en elmonasterio, la pequeñaLian se había adaptado a la perfección a aquellavidadurayllenadesacrificios.ElmaestroChengobservó,complacido,laeleganciaylaseguridadconlasquelaniñarepetíaunayotravezaquellosmovimientos hasta conseguir que fluyeran de un modo completamentenatural.

Los días en el monasterio de Shaolin eran largos. Empezaban demadrugaday,salvolastrescomidas—queinvariablementeconsistíanentofu,arroz,verduraspicantesyalgunapiezadefruta—,alasqueseguíanun pequeño tiempo de descanso y algunas horas de meditación yenseñanzasdelossutrasdeBuda,consistíanenunaprácticacontinuadadelosejerciciosdekung-fuhastalasdiezdelanoche;momentoenquelospequeñosaprendicescaíanrendidossobresusduroslechosdemadera.

Elmaestroemitióungritosecoyprofundo—elsonidodelafuerzaylaexcelenciaquefortalecíaelqi,elflujodeenergíaque,cuandohubieranalcanzadoungradodeaprendizajeadecuado,lespermitiríapartirladrillos

con los dedos y lanzas con la cabeza— y los alumnos lo imitaron.Después,sedividieronenparejasysedispusieronaluchar.

Wei,unmuchachodeunosnueveaños,máscorpulentoquelamedia,corrió a colocarse frente a Lian. Elmaestro frunció el ceño demaneraimperceptible,peronodijonada.Enseguidahizounaseñalycomenzólalucha. Los aprendices, enfundados en sus túnicas de color naranja, semovían con la rapidez y sinuosidad de las llamas, lanzando patadas ygolpeando a sus oponentes con la almohadilla de las manos o con losempeines.

Satisfecho,elancianoobservóalapequeñaesquivarconagilidadlosataquesdeWei,que,comoelbueydelquehabíatomadosunombre,eranpesados y algo lentos, pero también peligrosos. Sin dejar de escurrirseigualqueunaanguila,consiguióconectarunpardepatadasenelcostadodel muchacho que hicieron que se tambalease. Por desgracia, en unmomento dado, lamanaza del chico se cerró alrededor su trenza y tirócon tanta fuerza que la derribó al suelo, donde siguió golpeándola consañahastaqueelmaestroseinterpusoentreellos.

—¡Basta,Wei,estoesunentrenamiento,nouncombateamuerte!Los ojos rasgados del muchacho brillaron con odio al mirar a la

niña,queseguíatumbadaenelsueloyseapretabaconfuerzaelestómago,antes de darse media vuelta y alejarse. El maestro Cheng observóimpasible el rostro pálido de Lian, el hilo de sangre que brotaba de sulabiopartidoyeldolorqueasomabaasusenormesojosazulesytansólodijo:

—Vuelve a tu sitio. Cuando terminemos, ve a la enfermería y tecuraré.

Lian asintió en silencio, se puso en pie con dificultad y regresócojeandoasulugar.

Unahoramás tarde se encontraba en la enfermeríadelmonasterio,apretando los labios con fuerza para no gritar de dolor, mientras sumaestro le daba un par de puntos de sutura en el desgarro que habíasufridoenelcuerocabelludo.Luego,elmaestrocogióunpañolimpioylavósulabiopartido,quehabíadobladosutamaño.Cuandoterminóporfin,Liannopudocontenersemásyseencaróconél,furiosa.

—¡Noesjusto,maestroCheng!Noséporquénopuedoafeitarmelacabezayotambién.Mitrenzameponeendesventajafrentealosdemás.

Unavezmás,asuinterlocutorlesorprendiósudominioperfectodel

mandarín.Cuando la llevó almonasterio no sabía ni una sola palabra yhabíapermanecidoencompletosilenciodurantemásdetresmeseshastaque,depronto,sehabíasoltadoyhabíaempezadoahablarconasombrosaprecisión; de hecho, parecía haber olvidado por completo su propialengua.

—«Sinsufrimientonohayaprendizaje»—se limitóa recordarle sumentorporenésimavez.

—Pero¿porquétengoquesufriryomásqueelresto?¡Noesjusto!¡Noquieroserdiferente!

Lianparpadeócon fuerzaparacontener las lágrimas;parecíahaberolvidadoporcompletolamáximaprincipaldelpensamientoshaolin:«Unaprendiznuncamiraatrásynohacepreguntas.Tansóloacataórdenes»,perosumaestrodecidiópasarloporalto.

—Sinoquieresqueelbueyteatrapeytevenzaconsufuerza,tendrásque ser mucho más rápida que él. Quieras o no, grácil sauce, tú eresdiferente;nuncaloolvidesynuncateavergüencesdeello.Yahoravealacocinayayudaacortarlasverdurasparalacena.Amitabha,queBuda tebendiga.

Lianvioqueseríainútilinsistir,asíqueinclinólacabezaobedienteyledevolvióelsaludo.

—Amitabha,maestro.

Despuésdebuscarlaportodaspartes,suamigoHaolaencontróporfinenelbosquedepagodas.Conlospiesapoyadossobredosdeaquellasestructuras de piedra y ladrillo, erigidas una junto a la otra, Lian semantenía abierta de piernas a casi dos metros sobre el suelo con laspalmasdelasmanosunidasfrentealcorazón.

Hao se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y alzó la cabezaparamirarla.

—¿Cuántotiempollevasaquí?—Nosé,elsolsehamovidocasiunpalmodesdequeestoyaquí.—¡Venga,Lian,vamosapescar!Sindejardemiraralfrente,contestó:—Nopuedo,Hao,tengoqueentrenar,nopiensodejarqueWeivuelva

aganarmeennuestropróximocombate.Voyaserlamonjaguerreramás

famosadetodoslostiempos.Haoobservósuexpresiónresueltaconindulgencia.Laentendíaala

perfección; él también estaba decidido a ser uno de aquellos monjesguerreros,sabiosyfuertes,delosquehablabanlasleyendas.

—Venga,bajadeahíypracticaremosjuntos.Lian sonrió al oírlo y, con unmovimiento increíblemente ágil, dio

unavolteretaenelaireyaterrizóconsuavidadsobresuspies.

Unassemanasdespués,enlaexplanadafrentealtemplo,seproducíaunaescenaconsaboradéjàvu;elmaestroChenghizoungestoparaqueseaprestaranalcombateyelgrandullónWeisecolocófrenteaLianconuna mueca burlona en sus labios crueles. Lian, en cambio, mantuvo surostroinexpresivoporcompletomientrasesperabalaordendelmaestro.

En cuanto empezó la lucha,Wei se abalanzó sobre ella dispuesto amachacarla,perolaniñaloesquivócondestrezaylegolpeólascostillascon el canto de lamano.Dolorido y furioso, elmuchacho le lanzó unapatada que si la hubiera alcanzado le habría partido un brazo o algunacostilla;sinembargo,Liansearrojóalsueloenplanchademodoquenisiquieralarozóy,tanrápidacomounparpadeo,seincorporódenuevo.

Atraídos por aquella lucha que iba mucho más allá de un simpleentrenamiento, el resto de los niños habían dejado de lado sus propioscombates y ahora los rodeaban animando a uno o a otro. Al ver laexpectación que habían despertado, Wei apretó los labios hasta que seconvirtieron en una delgada línea blanca, más decidido que nunca adestrozar a aquella criatura descolorida e insignificante a la que habíaodiadodesdeelprimerdíaenquehabíaaparecidoporelmonasterio.

Recordó cómo la había conseguido inmovilizar la última vez ydecidió repetirlo. Con un rápido movimiento alargó la mano paraagarrarla de la trenza que se balanceaba, provocativa, sobre la cabezadelicada,peroLianfueaúnmásrápidayseapartódeformaquelafuerzade su propio impulso le hizo perder el equilibrio, lo que la niñaaprovechó para golpear a su atacante con el codo en la espalda yderribarlo.Wei soltó un alarido de dolor, pero se levantó en el acto y,ciegodeira,seabalanzósobreelladenuevo.EnestaocasiónLiannoloesquivó, sino que se plantó con firmeza en el suelo frente a él y en el

último momento, justo cuando ya todos los reunidos esperaban oír elcrujidodesusfrágileshuesosalseraplastadosporaquellamasahumana,diounsaltomortalhaciaatrásyelempeinedesupiegolpeódellenolamandíbuladesuatacante,quecayóalsuelomedioinconsciente.

Entonces se hizo un profundo silencio, pero, casi al instante, laexplanadasellenódegritosyvítoresdeentusiasmo—enrealidad,aquelpequeñomatónnoeramuyapreciadoporsuscompañeros—mientraslosdos mejores amigos del aturdido Wei lo levantaban con esfuerzo y loayudabanaarrastrarsehastalaenfermería.

Apartirdeaqueldía,Lianhizodesulargatrenzarubiasuestandarteynodudabaenagitarla,desafiante,antesusenemigos.

LaFortezza,Italia,enlaactualidad

Nella acompañó a Lian hasta la puerta de su habitación y ya iba adespedirse de ella cuando sus palabras, llenas de desesperación, ladetuvieron.

—Meodia,Nella.Elamadellaveslaempujóadentroycerrólapuertaasusespaldas.—No teodia,Lian.Loqueocurreesqueni siquieraél escapazde

entendersussentimientos.Estáasustado.—¿Asustado?—preguntólajovenconincredulidad.Lamujer la hizo sentarse en una pequeña banqueta que había a los

piesdelacamayellalohizoasulado,altiempoquelepasabaunbrazopor encima de los hombros; con el rostro apoyado sobre aquel pechogeneroso,Liansesintióextrañamentereconfortada.

—Créeme, conozco al signor Robertomuy bien. Si no es capaz demantener lasmanosalejadasde ti,unachiquillasinningunaexperiencia,esporquetúlegustasmuchomásdeloqueestádispuestoareconocer.

Lian negó con la cabeza, nada convencida. Resultaba evidente queNellatratabadehacerquesesintieramejor,peroellahabíapercibidoconclaridad el odio reflejado en aquellos insólitos ojos del color del orocuando le lanzó a la cara, lleno de desprecio, las palabras que tanto lahabíanherido.

—Noséquéesloquemeocurrecuandometoca,Nella—empezóadecirconvozsuave—.Escomositodalavidahubieraestadoesperando

suscariciassinsaberlo.Nuncahabíasentidoporningúnhombrenielmásligerorastrodedeseo,peroél...élesdiferente.Cuandomebesanopuedoni quiero resistirme. Adoro estar a su lado, es como si nunca tuvierasuficiente.Me encanta cuando me enseña cosas que ignoro, cuando meexplica el libreto de una ópera, hasta me gusta cuando se burla de minombre...

Aloírla,laexpresióndeNellasedulcificó.—Bienvenida a ese insuperable sentimiento que llaman amor,

pequeña—dijoconternura—.YoloexperimentétambiéncuandoconocíamimaridoyapesardequeyallevadiezañosconDiosnohaydíaenqueno lo añore. Pero no te preocupes, no hay nada malo en sentir lo quesientes.Amarnoshacemejorespersonas.

Lian se sintió reconfortada por sus palabras y continuó tratando deexplicarlasconfusasemocionesqueseagitabanensupecho:

—Séqueunhombre tanbrillantecomoélnopuedesentirseatraídoporunamujercomoyo,pero...

—¡Altoahí,Lian!—lainterrumpióNellaconfirmeza—.Túeresunamujerentreunmillónynodebesolvidarlonunca.

—Pero no soy bella como Estelle, ni elegante, ymi ignorancia esmonumental.Loúnicoquehagobienesluchar—admitióangustiada.

—¡Tonterías!Loquevamosahacerahoraestrazarunaestrategia.Yava siendo hora de que alguien ponga en su lugar al orgulloso RobertoGaddi—afirmóconunamiradallenademalicia.

—Puesnosécómo.—Lianseencogiódehombrosdesmoralizada.—Siquieresconquistaraesehombretercoyamargadohazcasode

losconsejosdelaviejaNella,¿entendido?Lian afirmó en silencio y el ama de llaves empezó a explicarle su

plan.

Apesardesusamenazas,Robertseguíasentadoensusillónfavoritodelabibliotecadandovueltasenlamanoaunvasodewhiskyconhielo.Unavezmássehabíaportadocomounauténticohijodeperra,sedijo.Eraun imbécil amargado y lo pagaba con una mujer que no sólo le habíasalvadolavidadosveces,sinoqueeraelúnicoserrealmentebello,porfueraypordentro,conelquesehabíatopadoenmuchotiempo.

Allevantarlavistayencontrarseconlamiradallenadereprochedesuamadellavessehabíapuestohechounafuria,sobretodoporque,enelfondo,sabíamuybienquelaviejaNellateníarazón;sólounbastardosinescrúpulosseaprovecharíadeunamujerquetenía lamismamaliciaqueungatitoreciénnacido.

Sinembargo,apesarde lomalquese sentíaconsigomismo,enelfondo seguía lamentando la interrupción.Ni siquiera se le había pasadodel todo la descomunal excitación que había sentido al acariciarla. Noteníamásquepensar en el abandonocon el que ella había susurrado sunombrecontrasubocayvolvíaaponersemásduroqueunapiedra.

¡Dios,aquellamujerlovolvíalocodedeseo!Lo malo era que estaba claro que la pobre ingenua se había

enamorado de él, aunque, se dijo, al fin y al cabo, era lógico que unajoventaninocentecomoLiansesintieraatraídaporunhombremaduroycon mucha más experiencia. Las alumnas se habían enamorado de susmaestroscasidesdeelprincipiodelostiempos;perosabíabienqueloqueen principio no eramás que un enamoramiento pasajero, si lo llevabanhastasusúltimasconsecuenciaspodríavolversemuypeligrosoalalarga.

«¿Peligroso para quién?», preguntó una vocecilla burlona en sucabeza,peroRobertnoteníaganasdecontestaraesapreguntaynegóconlacabeza,irritado.

Estavezselotomaríaenserio,seprometió.Nopensabaacercarseaesavirgeninquietantemásdelodebidoy,encuantopudiera,seliaríaconalgunamujer que estuviera al cabo de la calle de las reglas del jodidojuego.Dentro de unas semanas viajarían aOviedoy sabía que iba a serduro fingir que era su prometida y dormir en la misma habitación sintocarla, pero se juró que lo conseguiría. La señorita LianZhao era unatrampamortalyélestabadecididoaevitarlacomofuera.Elcientíficodiounbuentragoasuwhisky,peronielalcoholni la firmeresoluciónqueacababadeadoptarlehicieronsentirsemejor.

Despuésdelaturbadoraescenadelanocheanterior,novolvieronacoincidirhastalahoradeldesayuno.Robertnosabíacómohabíaesperadoencontrarla,perodesdeluegonopensabaquelaveríaradianteyfeliz.Aprimera hora habían llegado varias cajas repletas con las numerosas

comprasdeldíaanterioryLiannosehabíaresistidoaestrenaralgunasdelas nuevas prendas; se había puesto unos pantalones blancos cortos, unacamisavaquerademanga largaque llevaba remangadayunas sandaliasplanasdecueromarrón.SunuevopeinadoenmarcabasubonitorostrodeunmodomuyfavorecedoryRobert,muydisgustadoconsigomismo,hizoloposibleporreprimirunintensochispazodedeseo.

—Hola, Robert Gaddi, ¿has dormido bien? —preguntó con unaampliasonrisa.

Élnosólonoseladevolvió,sinoquelaexaminóreceloso,tratandodedecidirsiaquelloibaconsegundas.

—Perfectamente, gracias —mintió seco. En realidad había estadodandovueltasenlacamadurantehoras.

Lianvolvió suatencióna losexquisitosbollosquepreparabaNellatodaslasmañanasyquedejabadispuestos,juntoconuncafédelicioso,enlamesadehierrodel jardín.Apesardeestara finalesdeseptiembre, latemperaturaseguíasiendosuavey resultabamuyagradabledesayunaralairelibre.

Aéllemolestóqueloignoraratanabiertamente;esperabaaunaLiancasialbordedelaslágrimasyallíestabaella,devorandobollossinparar,comosinotuvieraunasolapreocupaciónenelmundo.

—Sobre lodeanoche...—empezóadecir sinsabermuybiencómoempezar con las disculpas, pero Lian no permitió que siguiera con susexplicacionesylointerrumpióconungesto.

—Hay una máxima que nos repetía a menudo el maestro Cheng:«Deja que tus palabras coincidan con tus pensamientos. Deja que tusacciones coincidan con tus palabras. Deja que haya armonía entre tuspensamientos, palabras y acciones».Anoche estuve un rato pensando enellas antes de dormirme y me di cuenta de que no he obradocorrectamente.Tepidodisculpas,RobertGaddi.—Aloírla, el científicocasisaltóensusilla,peroantesdequepudieradecirnada,Liancontinuó—: Fue un error dejar queme tocaras y queme acariciaras, no estuvonadabien;comoyasabes,deseosermonja,asíquemicomportamientohasidoincorrecto.Mepudolatentacióndeprobarquésesientealserbesaday reconozcoque fuemuyagradable,peronohesidohonestacontigoniconmigomisma.Porfavor,perdóname.

Así que para ella tan sólo había sido un experimento, «muyagradable»,esosí.AyerhabíallegadoalaconclusióndequeLianestaba

locamente enamorada de él y ahora resultaba que seguía empeñada enaquellaestúpidaideademeterseamonja.

Robertentornólospárpadosylamiróconfijeza,buscandoalgoquele diera la clave de aquella inesperada actitud tan despegada, pero suspreciosos ojos le devolvieron lamirada serenos y sonrientes. La nocheanterior, mientras daba vueltas, insomne, en su cama, se había sentidoagobiadoporlaresponsabilidadquesuponíatenercolgadadesucuelloaunamujer inexperta y enamorada.Había trazado en sumente cientos deplanesparacortarconaquelloderaízyahoraresultabaquenoteníaquehaberse preocupado; lo único que Lian había buscado al rendirse a suscaricias era satisfacer una razonable curiosidad. Aquella inesperadasolución a sus problemas tendría que haberlo aliviado, sin embargo, loúnicoquesentíaeraunprofundodisgusto;deprontoteníaladesagradablesensacióndehabersidoutilizado.

—No hay nada que perdonar —respondió con aparente calma,aunque en realidad tenía ganas de abalanzarse sobre ella, desnudarla ytumbarlasobrelahierbaparademostrarlelo«agradables»quepodíansersuscaricias—.Apesardequeenbreve tendremosquefingirquesomosunaparejadenoviosenamorados,procurarénoacercarmeatimásdelonecesario.

La frialdad de aquellos ojos dorados hizo que a Lian le entraranganasdellorar;aúnnosabíacómohabíasidocapazdeseguirelplandeNella y simular que lo de la noche anterior no había tenido apenasimportancia para ella. El ama de llaves había insistido en que tenía quemostrarse indiferente y serena, pero a Lian, en realidad, le hubieragustadoarrojarsealospiesdeaquelhombrequelamirabaconelmayordesinterésysuplicarlequelavolvieraabesar.

Porprimeravezensuvidahabíamentido;habíaafirmadoqueseguíapensando en hacer los votos, pero nada más lejos de su intención.Aquellosdesconocidossentimientoshabíannacidoensupechodemaneraimpensaday,apesardesaber—pormuchoquedijeraNella—quenuncaserían correspondidos, sumera existencia le advertía, sin lugar adudas,que lavidaenelmonasterionoeraelcaminodestinadoparaella,yesaseguridadhacíaquesufuturoseleantojaracadavezmástristeeincierto.

Sinembargo,selohabíaprometidoalamadellaves,asíquetratódesobreponerseasu tumulto interiory respondióconuna tranquilidadqueestabamuylejosdesentir:

—Muybien.Entoncesseguiremoscomohastaahora.

RobertGaddihizohonorasupalabra,ylospocosdíasquequedabanantes de su partida a Asturias para la entrega de los premiostranscurrieronenunacalmatensa.Apesardeello,aLiannoseleescapólamiradapenetranteconlaqueaquellosojosdeoroparecíanseguirhastael más mínimo de sus movimientos. La estudiaba con atención, sin elmenor disimulo, y aunque Lian se sentía incómoda bajo aquel intensoescrutinio, trataba de aparecer calmada y serena.Nella también le habíadicho que no vendría mal que coqueteara un poco con el agenteHarrelson; pero ahí Lian había trazado una línea roja que no tenía lamenorintencióndecruzar,asíqueselimitabaaseramableconelhombredelFBIcuandoseacercabaaellaynadamás.Sinembargo,tampocoselehabía escapado que cada vez que los pillaba charlando, el ceño delcientífico—que en los últimos días se había instalado perenne sobre sufrente—sevolvíaaúnmásferoz.

Apesardequeenaparienciahabíanretomadolarutinadesiempre,latirantezentre losdosseestabavolviendoagobiante,asíque,cuandoporfin se subieron en el avión rumbo al principado español, Lian respiróaliviada.

Llegaron a Oviedo bastante tarde, se registraron en el Hotel de laReconquista y Lian apenas tuvo tiempo de dejar su equipaje en lahabitación antes de que el científico la arrastrara de tapas por losanimados bares del centro. Tanto el agente Harrelson como el agenteSmithnosedespegarondeellosdurantetodoelrecorrido,apesardelocualellanodejódemirarniun segundoa sualrededor, completamentealerta y en tensión. Desde que había llegado a la ciudad notaba unconocidocosquilleoenlanuca;uneficazdetectordepeligroquenuncalehabíafallado.

—Relájate,estásmástiesaquemibastón.Aunqueyacasinolonecesitabaparadesplazarse,elcientíficoseguía

aferrado al que había sido sumás fiel compañero y lo llevaba con él atodaspartes.

—Tengounmalpresentimiento—replicósombría.—No empieces con tus rarezas, eucaliptomístico.—Al escucharlo

llamarlaconaquelnuevoapodo,algoquenohabíahechoenlosúltimosdías,Liannopudoevitarunasonrisafelizy,alverla,élsevioobligadoasonreírasuvez—.Anda,pruebaesto.

Sinesperarsupermiso,introdujountenedordetortillademerluzaensubocayaellanolequedómásremedioquetragar.

—¡Hum!—fueloúnicoquepudodecir,conlabocallenaylosojoschispeantes.

—Exacto.Le guiñó un ojo con buen humor. Hacía días que no se sentía tan

contento y, a pesar de que no quería analizar los motivos, sabía queaquella preciosa rubia, que de nuevo lo miraba risueña y no conprevención,teníamuchoqueverenelasunto.

Durante toda lanocheestuvieroncharlandocomohacía tiempoquenolohacían,peseaqueLianseguíamuypendientedeloqueocurríaasualrededorynohabíabajado laguardiaenningúnmomento.Asíque, encuanto cerró la puerta de la espaciosa habitación—que constaba de undormitorio,unsalónyunampliocuartodebaño—respiróaliviada.

—Yodormiréenestesofá.—¿Seguro? Puedes dormir en la cama conmigo, es muy grande.

Prometoquenotemolestaré.Alversumiradamaligna,ellasenegóenelacto.—Notepreocupes,estarémuycómodaenestasalita.Pasatúalbaño

mientrasdeshagoelequipaje.Robertlaobedecióy,comoerasucostumbre,cuandosaliódelcuarto

debaño tan sólo llevabapuestos lospantalonesdelpijama.Lianhizo loposible por ignorar aquel ampliopechodesnudoqueparecía llamarla ysiguiórebuscandoensumaleta.

—¿Buscas algo? —En los labios de Robert se dibujó una sonrisablanda.

—Noencuentromipijama.—Teayudaré abuscarlo.—Cojeando, se acercóhastadonde estaba

supropiamaleta,sacóunpaqueteenvueltoenpapeldesedayselotendió.Lian le lanzó una mirada desconfiada antes de empezar a

desenvolverlo y al ver lo que había en su interior no pudo evitar una

exclamación.—Pero...—Se me ocurrió en el último momento pedirle a Angelina que te

consiguieraunodeéstos.Yaestoyhartodetuspijamas.Lianrecordólosmisteriososcuchicheosquesetraíaconsuamigael

díaquelallevóalsalóndebellezay,sinpoderevitarlo,deslizólosojos,maravillada,poraquelfabulosocamisóndeencajeysaténcolormarfil.

—Nopuedousaresto—declaródecidida.—Metemo,queridomatorral,queesestecamisónodormirdesnuda.

Claroquetambiénpodríaofrecerteunademiscamisas.Ellaconsiderólaofertacondetenimiento,perosediocuentadeque

aquellasolucióntampocoeramuchomejor.—Nomegustaquememanipules—advirtióconelceñofruncido.—Manipular.Quépalabratanfea,nísperopudoroso,nadamáslejos

demiintención—replicóconexpresiónofendida.Lianemitióunbufidoexasperado,apretóelcamisónenelpuñoyse

metióenelcuartodebañodandounportazo.Mediahoradespués aúnnohabía salidoyRobert golpeó la puerta,

impaciente.—¡Sal!—ordenó.—¡Novoyasalir!¡Tráemeunaalmohadaydormiréenlabañera!—¡Salahoramismooderribarélapuerta!—Golpeólamaderaconel

puño,enojado.Aún tuvo que esperar un par de minutos antes de que la puerta se

abriera despacio y Lian saliera por fin con una gran toalla de bañocubriéndoleloshombros.

El científico tuvo que echar mano de todo su autocontrol para nolanzarunacarcajada,peronopudoocultarunamuecadediversión.Lianlomirófuriosa.

—Estecamisónespeorqueirdesnuda.Deberíasregalárseloaalgunadeesasmujeresconlasqueterelacionas.

Sincontestar,Robertpegóunfuertetirónquelatomóporsorpresayla toalla se le escapó de las manos. Al verla de pie en mitad de lahabitación,vestidatansóloconesasugerenteprendaquelellegabaalostobillos, con los pequeños y firmes senos apenas ocultos detrás de unaligera capa de encaje y la gran raja lateral que permitía apreciar lasuavidaddelapieldesucaderayunapiernalargayesbelta,aRobertsele

pasócualquierdeseodebromearynotóqueselesecabalaboca.LasmejillasdeLiansepusierondecolorrojobajoaquelescrutinio

descaradoy,apesardequeleentraronganasdeencogersesobresímismapara tratar de taparse en lo posible, permaneciómuy erguida y lomiródesafiante.

Elcientíficogirólentamenteasualrededorobservandolaformaenque el satén color marfil marcaba el perfil de sus nalgas, el profundoescotequedejabalaapetitosaespaldaaldescubiertoylospequeñospuñosde Lian, apretados con fuerza—como si tratara de contenerse para nogolpearlo—,yunsuspiroprofundosaliódesupecho.

¡Dios,erahermosa!Se acercó por detrás e, inclinándose sobre su espalda, susurró

roncamenteensuoído.—Estás bellísima, Lian. —Complacido, percibió el violento

estremecimientoquesacudiósucuerpoesbelto—.Parecesunadiosa,unaVenus recién salida de las aguas. Si no fuera porque me prometí a mímismo que no lo haría, ahora mismo deslizaría este pequeño tirante ydibujaríaunsenderodebesossobretupieldeseda,desdeelhombrohastalasyemasdetusdedos...—Bajóladelgadatiradetelaysudedoíndicefuetrazandoesemismorecorrido.

Apesardequesurespiraciónempezabaavolversedificultosa,Lianpermaneció muy quieta sin hacer amago de apartarse; aquella vozseductoralaclavabaalsuelocontrasuvoluntad.

—Despuésrepetiríaesemismobosquejoentuespalda...—hizoaunladolasuavemelenay,denuevo,sudedoempezóabajarmuydespaciodesdeaquellanucablancacubiertaconunasuavepelusilla rubiahastaelhueso del coxis apenas cubierto por otra transparente tira de encaje.Entonces pegó tanto sus caderas contra sus nalgas que incluso para lainexpertaLianfueevidentelaintensidaddesudeseo—,lameríaloshuecosde tusclavículasy, luego,mi lenguadescenderíaen línea rectaentre tuspechos,exploraríaelmisteriosohuecodetuombligoyseguiríabajandoportuestómago,yyanopararíahastallegar...

La yema de su dedo se detuvo justo sobre el triángulo entre suspiernasyLianexhalóunsonorojadeo.

—¿Porquémehacesesto?—Aquellapreguntasonómitadaanhelo,mitadasollozo.

Y antes de que la mala conciencia que se apoderó de Robert al

escuchar laangustiaescondidaensuspalabraspudierasiquiera llegaralrescate,seliberódesusbrazosconfacilidadysevolvióhaciaélechandochispasporlosojos.

—¡Novuelvasatocarme!¿Quéteocurre,RobertGaddi?¿Notienesotramujermásamanoy tienesque recurriralbicho rarodeLian?¿Tedivierte saber que no puedo resistirme a tus caricias? ¿Quieresdemostrarte algo a ti mismo? ¡Déjame en paz! ¡Yo no soy uno de esosmicrobiosqueexaminasparaestudiarsusreacciones!¡Porsinolosabes,inclusoyo,lapatéticavirgendeveintiséisaños,tengosentimientos!

Unagruesalágrimarodóporsumejillay,disgustadaconsigomisma,selasecóconfierezaconeldorsodelamano.

Robert permaneció mirándola, sin saber qué decir, avergonzadocomonadie lehabíahecho sentir enmucho tiempo.Extendió losbrazospara agarrarla denuevo, aunque en esaocasión lo únicoquequería eraestrecharlacontrasupechoparaconsolarlaysuplicarleperdón;peroLianretrocedió un paso y, con los iris lanzando destellos de hielo azulado,advirtióenuntonomuchomássereno:

—Sivuelvesatocarmeteromperélanariz.Élsepasóunamanonerviosaporlososcuroscabellos.—Lotendríabienmerecido,Lian.Quemerompieras lanarizyque

medieras,depaso,unapatadaenlaentrepierna.Perdóname.Porfavor.—Lianloexaminóconatención,comosisospecharaquetratabadeburlarsede ella, pero, por una vez, aquellos extraños ojos dorados estabancompletamenteserios—.Puedesestartranquila,notemolestarémás,teloprometo.Diquemeperdonas.

Su expresión, contrita y sincera, ablandó a la joven, que trató deesbozar una sonrisa y, al notar aquel patético intento, al científico leremordióaúnmáslaconciencia.

—¿Amigos?—Sonrióconternura.—Está bien, amigos —aceptó, y algo turbada al notar su

desacostumbradamiradaafectuosa,añadió—:Serámejorquemevayaadormir.Buenasnoches.

Diezminutosdespués,Lianyacía tumbadaenel sillóndel saloncitocon la luz apagada, pero completamente despierta, cuando lo escuchóhablardesdelapuerta:

—Tranquila, vengo en son de paz. Si juras que nome romperás lanarizmeacercaréunpocomás.

Ellasevioobligadaasonreír.—Estábien,peronointentesnadararo.—Teloprometo.Cuandollegójuntoalsofáextendiólamantaquellevabacolgadadel

brazoylatapóbienconella.Luegosepusoencuclillasasuladoy,conunaternuraqueinclusoaélmismolesorprendió,apartóunrubiomechóndesurostroylocolocódetrásdesuoreja.

—Eres una gran chica, Lian, y no hay nada de lo que debasavergonzarte, así queno le hagas elmenor caso aun imbécil comoyo.Buenasnoches.—Inclinólacabezaylediouncastobesoenlafrente—.Quetengasdulcessueños,pequeñaLian.

Robert ladejó solay ella sevioobligada aparpadearunas cuantasvecesparacontenerlaslágrimas.¿Podíasabersequérayoslepasaba?,sepreguntó,molestaconsigomisma;ella,queno llorabanunca,deprontoparecíaunaestúpidaregadera.

Golpeó con furia el cojín que hacía las veces de almohada y seobligóadejarlamenteenblancoynopensarmás;perotodavíatardóunbuenratoendormirse.

10

MonasteriodeShaolin,dieciochoañosatrás

Llovía con tanta intensidad que Lian apenas podía ver su mano si lacolocaba delante de su cara. Caminaba deprisa; no había podidoescabullirseantesdesusnumerososquehaceres—desdequehabíallegadoal monasterio la pequeña Lian siempre había desempeñado tareas deresponsabilidad;esedíadespuésdelentrenamientolehabíatocadobarrerbieneltemplo,asegurarsedequeelinciensosiguieraquemándoseenlosaltaresy,mástarde,ayudarenlascocinasafregarlosenormesperolesdehierrodondesepreparabanlascomidasdelosmonjesylosaprendices—ylapreocupaciónporsuamigolaatormentaba.

El día anterior el maestroWang, que a Lian le caía especialmentemal, había pillado a Hao comiéndose unas cerezas que alguien habíarobadounashorasantesdelacocina—algoquenoresultabainfrecuente,pues los aprendices siempre andaban hambrientos debido a las exiguasraciones con las que los monjes trataban de enseñarles la virtud de latemplanza— y, al contrario que otrosmonjes, como elmaestro Cheng,que solían hacer la vista gorda ante aquel tipo de travesuras, lo habíacastigadoseveramente.

De pronto, casi chocó con uno de los tocones de madera que losmonjessolíanemplearparasuscastigos.

—¡Hao!—llamó,tratandodehacerseoírporencimadelestruendodelalluvia.

—¡Aquí!—Apenasoyólarespuestaahogada.Conelaguaresbalándoleporelrostroytodoelcabellochorreando,

Liansedirigióhaciasuderechayallí,subidoaotrodeaquellostocones,descubrióaHao,quepermanecíaenequilibrio sobreunade suspiernasmientras sujetaba el talón de la otra con una mano por encima de sucabeza,vestidotansóloconlosanchospantalonesdecolorazafránquese

pegaban,empapados,asucuerpo.Supechoestabacasimoradodel frío,sin embargo,mantenía un equilibrio perfecto a pesar de que ya llevabacasiunahoraenesamismapostura.

—¿Cuántotequeda?—gritóLian.—ElmaestroWangdijoquevendríaabuscarmecuandopensaraque

habíatenidosuficiente.Lian estaba segura de que el monje no se aventuraría a asomar la

narizmientrasafuerasiguieralloviendoconsemejanteintensidad,asíquesedijoquelacosaibaparalargo.

—¡Mequedarécontigo!—¡Vete,Lian,acabaráscongelada!A Hao no se le ocurrió en ningún momento tratar de librarse del

castigoque lehabían impuesto; ni siquierapensó enbajar lapiernaquemanteníaenelaire.Estabadecididoaserunmonjeshaolincuandofueramayor—elmássabioyelmásfuerte—,yesapenitenciatansóloeraunapartemásdesuaprendizaje.Asíquecuandosentíaquesucuerpoenjutoempezabaaflaquear,sedecíaasímismoqueél,HaoLiu,teníaladurezadeldiamante, laflexibilidaddelos juncos, laagilidaddelmono,queerasusignodelhoróscopo,ylaresistenciadeunbuey,ynoserendía.

—No me iré —afirmó, resuelta—. Yo también comí parte de lascerezas.MequedarécontigohastaquevengaelmaestroWang.

Liansesubióauntroncocercanosinvacilar,alzósupiernaizquierdahasta adoptar la misma postura que mantenía su compañero y dejó lamente en blanco. A través de la espesa cortina de agua, Hao apenasalcanzabaaverel resplandornaranjade la túnicade lapequeña,pero,apesar de sus protestas, se sintió mucho mejor sabiendo que su amigaestabaallí.

Casiunahoramás tarde,cuandoelaguacerosehabía transformadoyaenunasligerasgotas,elmaestroWangseabriópasoconcuidadoentrelos charcos profundos, en un intento infructuoso de embarrar lomenosposible sus zapatos. Al llegar hasta el tocón sobre el que Hao,impertérrito, mantenía el equilibrio, se sorprendió mucho al descubrirmuy cerca de él y en la misma postura a aquella extraña niña de peloamarilloquesucolegaCheng,encontradesuopinión,sehabíaempeñadoencriarenelmonasterio.

Oviedo,PrincipadodeAsturias,enlaactualidad

CuandoalamañanasiguienteRobertsedirigió,somnoliento,aladucha,Lian lo aguardaba sentada en elmismo sillón en el que había pasado lanoche, completamente vestida. Él se limitó a gruñir a modo de saludoantes de cerrar la puerta con firmeza tras de sí.Un cuarto de horamástarde,volvióasalirdelcuartodebañoacompañadoporunaespesanubedevapor,conelpelomojadoymuyrevuelto,ypor todavestimentaunaesponjosatoallaenrolladaalrededordesuscaderasestrechas.

Liansiguiópasandolascuentasdesumalatratandodenodistraerseante la visión de aquel torsomoreno y espléndido, pero no pudo evitarobservarloahurtadillashastaque,depronto,elcientíficosoltóelextremodela toallayéstacayóasuspies, loque leproporcionóunperturbadoratisbo de sus nalgasmusculosas antes de volver su rostro sonrojado endireccióncontraria.

Robertempezóahablarmientrassevestía,ajenoporcompletoasuturbación.

—Hoy tengoquedarunaconferenciaen laUniversidaddeOviedo.NosreuniremosconHarrelsonySmithdespuésdeldesayuno,comeremosprontoydescansaremosunpoco.Laentregadepremiosesalas18.30.

Enesemomentollamaronalapuertay,trascomprobarquesetratabadel camarero que les traía el desayuno, Lian lo dejó pasar; ella habíasugeridoque lomejor sería salir lomenosposiblede lahabitaciónyelcientíficohabíaaceptadodemalagana.Encuantoelhombre terminódecolocarlotodosobreunamesacercadelaventana,loacompañódenuevohastalapuerta.

RobertcharlóconellacomosinohubieraocurridonadareseñablelanocheanterioryLian,recordandolosconsejosdelamadellaves,hizolomismo.Encuantoterminaron,élabriólapuertaparaquepasarayconunamanoposadaenlapartebajadesuespaldalacondujohaciaelascensor.Lianserecordóasímismaqueesadesusadamuestradecortesíasedebíatan sólo a la necesidad de aparentar que eran una pareja de novios. Elrecuerdodesuvozprofundasusurrándolealoídolobellaqueerasecoló,inoportuno,ensucabeza.

«Quétontería»,sedijo.Lianno sehacía ilusiones respecto a su apariencia; sabíamuybien

cómo era. Durante su infancia y adolescencia todos en el monasterio,

salvosuamigoHao,sehabíanburladosinmisericordiadesupielblanca,desusojosazulesyredondosydesucabellorubioyondulado.Asíque,haciendo un esfuerzo, trató de olvidar aquellas palabras y alejar de sumenteeltactodeesamanocálidaparaconcentrarseexclusivamenteeneltrabajoqueteníapordelante.

Nadamássalirdelascensor,losdoscorpulentosagentesdelFBIqueesperabanenelvestíbulo los rodearon;apesardequeaúnestabanenelvestíbulo del hotel, ambos llevaban puestas las gafas de sol ymascabanchicle sin parar. Al verlos, Robert suspiró y se dijo que, si pretendíanpasardesapercibidosentrelamultitud,ibanlistos.

Sindejardevigilarelentorno,Harrelsonmantuvoabierta lapuertadelcochemientrasambosseintroducíanenlaparteposteriordelvehículoantes de cerrarla de nuevo y subirse en el asiento del copiloto. Sucompañero arrancó en el acto y bajó por una calle estrecha hasta laavenidadeGaliciaaunavelocidadsuperioralopermitido.PocosminutosdespuéssedeteníaenelaparcamientodelaFacultaddeMedicina.

En la puerta los esperaba el rector de la universidad, que losacompañóhastael aulamagna,abarrotadade jóvenesestudiantes,dondetendríalugarlaconferencia.Lianmiróasualrededor,inquieta;allíhabíamuchagenteyporloquesepodíaapreciarasimplevistalasmedidasdeseguridad,arcos,vigilantes,etcétera...,brillabanporsuausencia.Sepegóa la pared, no muy lejos del estrado desde donde el científico iba adirigirse a los alumnos, y observó cómo los agentes del FBI tomabanposiciones a su vez. Después de una corta presentación por parte delrector,Roberttomólapalabra.

Apesardeloscomplicadostérminosmédicosqueutilizaba,eldoctorGaddiseexpresabadeunmodoamenoysencillo,deformaquehastaunlegoenlamateriacomoellapodíaseguir lamayorpartedesudiscursosindificultad.Liannoteníamásqueobservarlascarasfascinadasdelosestudiantesparasaberqueelloserandesumismaopinión.

El final de la conferencia fue recibido conuna atronadora salvadeaplausos y luego llegó el turno de preguntas. La mayor parte de losestudiantes levantaronlamanoyRobert ibacontestándolesunoaunodeforma interesante y concisa; aunque, de vez en cuando, salpicaba susrespuestascondivertidasanécdotasquemanteníanalauditoriopendientedesuslabios.Cuandoporfinterminóelacto,muchosdelosestudiantesseacercaron al estrado, ansiosos de tener la oportunidad de cruzar unas

palabrasconél.Sinrelajarlavigilancianiunsegundo,Lianseacercóunpocomása

su protegido; consciente de que aquellos momentos eran los másdelicados.Sibienhabíaqueestarunpoco locoparaatacar,pues lomásprobableeraquealfinalteatraparan,sabíadesobraquehabíapersonasalasque,contaldeconseguirllegarhastasuobjetivo,aquellaposibilidadno les preocupaba lo más mínimo. De hecho, el perturbado que habíaintentadoagrediraSamanthaKnowlessehabíaacercadoaellafingiendoserunadmirador.

Enesemomentodetectólapresenciadeunestudiantedepelolargoydescuidado con gruesas gafas de pasta negra que se acercaba hacia elestrado muy decidido. Cuando estaba ya a menos de un metro delcientífico,metióunamanoenelbolsillode suviejaamericana, sacóunobjetoalargadoyapuntóconélendirecciónaGaddi;actuandocasiporinstinto,Lianagarrólamuñecadelmuchachoconunrápidomovimientoyapretóhastaqueéllanzóungritoysoltóloqueaferrabaenelpuño.

Unbolígrafobaratorebotócontralamaderadelatrilycayóalsuelo.El chico se volvió hacia ella, agarrándose la muñeca con la otra

manoconungestodedolor.—¡Mehashechodaño,joder!Farfullandounasdisculpas,Lianseagachó,recogióelbolígrafoyse

lo tendió de nuevo al estudiante. En ese instanteRobert, al que no se lehabía escapado detalle del pequeño incidente, se dirigió al joven con sumejorsonrisaenloslabiosypreguntóconinsólitaamabilidad:

—¿Querías algo? —Al ver que el hombre al que admiraba tantocomootroslohacíanalasestrellasdelfútbolsedirigíaaéldirectamente,alestudianteselepasóeldolordegolpeyconunpenosotartamudeolerogóquelefirmaraunautógrafoensulibroGenéticahumana,deSolari—.Encantado,¿cómotellamas?

Elchicoselodijoyencuantotuvosuautógrafosealejóconellibroapretadoconfuerzacontrasupechosinacordarseyadeaquellaatractivarubiaquecasilehabíarotolamuñeca.

—Medebesuna,ciprésimpetuoso—susurróRobertaloídodeLianparaquenadiemásloescuchara.Ellalomiróimpasibleyseencogiódehombros.

En cuanto terminaron, regresaron a toda velocidad al hotel. Alcientíficolehabríagustadoconoceralgomásdeaquellabellaciudadenla

quenohabíaestadoantesypasearporsuscalles,peroLianleconvenciódequecomeralgoligeroenlahabitaciónyesperarallíhastalahoradelaceremoniaseríalomejor,yalnotarlainquietuddelajovenRobertaceptóaregañadientes.

Como ya había ocurrido en el desayuno, el ambiente durante elalmuerzo fue distendido y la risa de ambos resonó a menudo en lahabitación. En un momento dado, con la mirada clavada en su rostrorisueño,RobertsedijoqueLianZhaoeraunabuenachicayseprometióasímismoquenolalastimaríacomohacía,antesodespués,contodoaquelqueseleacercaba.

DespuésdelacomidaelcientíficodecidióecharselasiestamientrasLian, sentada en el suelo en su postura habitual y con su rosario en lamano, dedicaba aquel tiempo a meditar. Más tarde, Robert le cedió elcuarto de baño para que se arreglara para el evento y él lo hizo en lahabitación.

Mediahoradespuéselsonidodelapuertadelbañoalabrirselehizovolverse;alverla,Robertseolvidóporcompletodeloqueibaadecirleypermanecióenpie,enmitaddelahabitación,mirándolaconfijeza.

Lian lucíaunode losmodelosqueAngelina lehabíacomprado.Lafaldablanca,degasayconvuelo,lellegabajustoporencimadelarodilla,elcuerpodesedanegraconbordadosseajustabaasuesbeltafigurayloseleganteszapatosconun tacóndediezcentímetros realzabansusbonitaspiernas. Su rostro, maquillado como le habían enseñado, quedabaenmarcado por su media melena rubia y el sabio uso de sombras ymáscaradepestañasacentuabaeldeslumbrantebrilloazuldesusojos.

—Estás... estás preciosa —consiguió decir al fin Robert con susardientesirisdoradosclavadosenellay,aloírlo,Liannopudoevitareldelicioso estremecimiento que recorrió su columna vertebral de arribaabajo.Conunvisibleesfuerzologróapartarlosojosdeellayañadió—:Serámejorquenosvayamos.Harrelsonnosesperaenlapuerta.

Laagarródelacinturaconademánposesivoylacondujofueradelahabitación.

Enseguida llegaron al Teatro Campoamor. Frente a él, la pequeñaplaza de la Escandalera estaba fuertemente custodiada por numerosos

efectivosdelapolicíaespañola,yunpúbliconumerosoanimabadetrásdeunas vallas a los invitados que iban desfilando por la alfombra azul alritmodegaitasytamboriles,igualquesisetrataradeestrellasdecine.

ElaforodelpequeñoteatroestabacompletoyLian,sentadaenunadelas butacas de la primera fila de la platea, no perdía detalle de lo queacontecía.Alsondelhimnonacionalespañolinterpretadoporunabandade gaitas, entraron los príncipes de Asturias en el teatro, en el quepredominabaelcolorazuldelabanderadelprincipadoy,actoseguido,lohicieron lospremiados,que se sentaronenunos sillones también azulesdispuestosaloslados.Algunosmiembrosdelamesapresidencialdijeronunaspalabras,traslascualesseprocedióalaentregadelosgalardones.

Robert Gaddi le había contado a Lian que lo habían nominado alPríncipedeAsturiasdeInvestigaciónCientíficayTécnicajuntoconotrosdoscientíficos:unbritánicoyotronorteamericano.

«Porlosavancesenlautilizacióndeanticuerposcomoherramientasterapéuticas, que han proporcionado nuevos métodos para prevenir ytratar desórdenes inmunes, enfermedades degenerativas y distintos tiposdetumores.»Cuandoterminólalecturadelpequeñofragmentodelactadeconcesiónnombraron,unoporuno,a lostrescientíficos,queavanzaronsobre la alfombra azul decorada con el escudo dorado de la instituciónhastalamesapresidencial,donderecibieronundiplomaenvueltoenlazoscon los colores de las banderas española y asturiana de manos delPríncipe Felipe deBorbón.Luego, los tres se volvieron en dirección alpalco desde el que la Reina de España contemplaba la ceremonia einclinaronlacabezaenseñalderespeto.

Mientras Lian observaba la solemne ceremonia no pudo evitar unaprofundasensacióndeorgulloalcontemplarasubrillanteprotegido.Eltrajeoscurohechoamedidarealzabasuelevadaestaturaysudistinción,yconlaimpolutacamisablanca,envivocontrasteconelrostromorenoenelquechispeabanllenosdevidalosojosdorados,yunaelegantecorbataentonosverdesestabamásatractivoquenunca.

Si alguna duda le quedaba a Lian sobre sus sentimientos, al verlosaludar a la concurrencia tras recoger el galardón con su habitualdesenvoltura a pesar de su cojera supo que estaba profunda eirremediablementeenamoradadeRobertGaddi.Enesemismoinstante,seprometió a sí misma que aceptaría lo que él quisiera darle conagradecimientoy sinpensar enel futuro;no lucharíamáscontra loque

sentía,sinoquetomaríaloquepudierayviviríadesusrecuerdoselrestodesuvida.Trastomaraquellafirmeresolución,Liannotóquelainvadíauna inmensa sensación de paz. Volvió a la realidad justo a tiempo deescuchareldiscursodelPríncipe,seguidoporelAsturias,patriaquerida,elhimnodelprincipado,yporfinterminólaceremonia.

Permanecieron un rato en el teatro hablando con otros de losgalardonadosysusesposas.Robert,conelbrazoalrededordesucintura,lapresentabaatodoelmundocomosuprometida,yLiannotóelmodoenquealgunosdesusconocidosalzabanlascejasenungestodesorpresa.Enun momento dado, como si deseara convencer a los incrédulos, él seinclinóydepositóunbesobreveperoardientesobresuslabiosqueladejópetrificada.Cuando se apartó se limitó aguiñarle el ojo condisimuloysiguiócharlandoconlospresentescomosinada.Lianaspiróconfuerzacon el corazón latiéndole acelerado, pero a pesar de todo no se dejódistraer;estabamuytensaynoperdíadevistanadadeloqueocurríaasualrededor.Unavezmás,suinstintoleadvertíadelpeligro.

Consciente de su inquietud, el científico le acarició la nuca consuavidad, pero ella se apartó en el acto. Necesitaba mantener toda suatención concentrada en la misión que Charles Cassidy le habíaencomendado:protegeralhombrequeestabaasulado,elmismohombrecuyascariciasleimpedíanpensar.

Despuésdesalirdelteatroregresaronalhotelysedirigieronalsalóndonde tendría lugar el cóctel.ALian el antiguo salón circular—con sualtísimo techo y aquellas paredes llenas de balcones que se abrían en lapiedra de color gris claro, en intenso contraste con las colgaduras rojosangre—lerecordóunpocoaLaFortezza.Elsalónestabarebosantedehombres trajeados y mujeres muy elegantes, además de un ejército decamarerosqueibandeunladoaotroconlasbandejascargadasdecomidaybebida.Cadavezmásinquieta,LianseacercóaHarrelson,querondabacercadeellostratandodepasarlomásdesapercibidoposible,yledijoenvozbaja:

—Quieroqueestéismuyatentos.Tengounasensaciónextraña.—Entendido,Lian.—Alinstantesealejóunpocoparadecirlealgoa

sucompañero.Robert,alque,comodecostumbre,noseleescapabanadadeloque

ocurríaasualrededor,seacercódenuevoaellaylepreguntóenvozbaja:—¿Ocurrealgo,Lian?

—Notepreocupespornada,RobertGaddi.Éstaestunoche.Disfrutadeellaynosotrosnosocuparemosdetodolodemás.

Élrodeounavezmássucinturaconelbrazoyseacercaronacharlarcon otro de los científicos galardonados. Lian fingía atender a laconversaciónconunasonrisavacíafijaensuslabios;sinembargo,todossussentidospermanecíanenestadodealerta.

Esperando.Sobreelruidogeneraldelasalasuoído,agudizadohastaungrado

imposible,distinguióelsonidodeunacucharaalgolpearlaporcelanadeunplato,elpequeñogritodedolorquesoltóunamujercuandounodelosasistentes lapisó sinquerer, el sonido rasposodeunasuñas rascandoelcuerocabelludo...Teníaerizadoslospelosdelanucaysusojosibandeunlugaraotro,vigilantes.

Yentonceslovio.En uno de los numerosos balcones que, como bocas oscuras, se

asomabanalsalón,distinguióuncasiimperceptibledestello.Antesdequesumente hubiera empezado siquiera a captar el significado de aquello,LianyahabíaempujadoaRobertGaddidebajodeunadelasmesasdondealgunos de los asistentes se habían sentado a dar buena cuenta de loscanapés.Dos proyectiles, disparados en un intervalo demenos de cincosegundos, impactaron en el centro de mesa y en una de las copas,respectivamente,provocandounalluviadepétalosdefloresycristalesquehizoquevariaspersonasqueseencontrabanenlosalrededoresempezaranachillar.

Aturdido,medioescondidobajo lamesayconLian tendidaencimadeéltratandodeprotegerloconsucuerpo,Robertviocómounatercerabalase incrustabaen lamoqueta rojaaescasoscentímetrosde lacabezafemenina y se quedó paralizado. Para entonces, Harrelson y Smithformabanunamurallaprotectoradelantedeellosyelprimerodisparóunpardevecesconsupistolaendirecciónaunodelosbalcones.

En el salón reinaba una confusión absoluta, la mayoría de losasistentes sehabían refugiadodebajode lasmesasoyacíanacurrucadosen el suelo, y losgritosdepánico resultaban ensordecedores; pero, porencimadeellos,elcientíficoescuchóaLiangritar:

—¡Vosotros id en busca de ese hombre! ¡Yo me encargaré deprotegeraldoctorGaddi!

Aningunodelosagentesseleocurriódiscutirniporuninstantesu

autoridad, sino que se limitaron a asentir con la cabeza y salieron delsalónatodaprisa.

—¿Estásherido,RobertGaddi?—preguntóellasindejarderecorrersucuerpoconlasmanos.

Élmoviólacabezaenunasilenciosanegativa,puestodavíasesentíaincapaz de pronunciar palabra. Después de un rato, Lian parecióconvencerseporfindequeestabaperfectamente,asíquealzólacabezaylomiróconfijeza.

—¿Quéteocurre?¿Teencuentrasbien?Robertparecíaincapazdeapartarlavistadeaquelbonitorostroenel

que los grandes ojos azules lo examinaban con expresión preocupadahastaque,alfin,logróarticularunarespuestaconvozrasposa:

—Laúltimabalahaestadoapuntodealcanzarte.Liansiguióladireccióndesumiradayvioelagujeroenlamoqueta.

Entonces,seencogiódehombrosconfatalismo.—Parecequehetenidosuer...—Antesdequepudieraacabarlafrase,

elcientíficolaestrechóentresusbrazosylaapretócontantafuerzacontrasupechoquelehizodaño.

—¡RobertGaddi!—protestóretorciéndose,enunvanointentodedeliberarsedeaquelabrazoasfixiante.

—¡Podrías haber muerto! —exclamó sin aflojar ni un ápice elapretón,conlamejillaapoyadasobreelsuavepelorubio.

—Bueno, eso podría ocurrirle a cualquier persona a la quedisparasendesdeunaposiciónelevada.

Al escuchar aquella contestación tan razonable, Robert no pudoreprimir una carcajada temblorosa. Justo en ese momento, pareciórecordarquenoestabansolos;miróasualrededorconelceñofruncidoydescubrió que un montón de personas, entre curiosas y asustadas, searremolinaban cerca de ellos sin quitarles la vista de encima.Muy a supesar se vio obligado a soltarla y, en el acto, Lian se incorporó conagilidadyletendiólamanoparaayudarlo.Alguienlealargósubastóny,apoyadoenél,notóqueempezabaarecuperarlaserenidad.

Poco después, los agentes del FBI regresaron de un infructuosoregistrodelasgaleríassuperioresdelhotel.

—Eltiradorhaconseguidoescaparynohemosencontradonirastrodeélenelbalcón—anuncióHarrelson.

Pasaronvariashorashastaquelapolicía,quehabíallegadoalpoco

tiempo de producirse los disparos, los dejó marchar. Poco después demedianoche,pálidosyagotados,subieronporfina lahabitación.EnesemomentosonóelmóvildeldoctorydesdelasalaLianescuchódistraídalaconversaciónmientrassepreparabaparaacostarse:

—Sí,Charles,lapolicíaacabadedejarnosmarchar.—...—¡¿De veras?! —Su voz traicionaba una insólita excitación—.

Envíalo ami portátil,mañana le echaré un vistazo.Ahoramismo estoyexhausto;demasiadasemocionesparamiviejocorazón.

—...—Metemoquelapublicidadserá inevitable,asíquenocreoquese

arriesguena atacardenuevoen lospróximosdías. ¿Piensasquepuedenlocalizarmeporelteléfono?

—...—Perfecto.Lodejoentusmanos.Pensaréenalgo.Tellamomañana.Robert,conlospantalonesdelpijamapuestos,seasomóalsaloncito

dondeLianestabaapuntodetenderseenelsofáysoltóabocajarro:—Lian,quieroqueestanocheduermasconmigo.Ellalomirósorprendidayrepitiócomounloro:—¿Dormircontigo?—Hepasadomuchomiedo,sinolohacestendrépesadillas.Lian ladeó un poco la cabeza con su gesto habitual mientras

considerabasupropuestay,sinapartarlosojosdeél,preguntó:—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —Pero él le devolvió la

miradacontotalseriedad.—Teprometoquesóloharemoseso.Dormir.—Escuché cómo le decías a la mujer de la ópera que no te gusta

dormir con nadie porque necesitas estirar la pierna.—La expresión deLianeradecompletadesconfianza.

—¡Caramba, el saúco nos ha salido cotilla! —replicó fastidiado.Luego pareció recordar que le estaba pidiendo un favor y añadió en untonomás suave—:Por favor,Lian, tenecesito ami lado.Sólo será estanoche.Necesitoabrazaraalguien.Tejuroqueaúnestoytemblando.

Al escuchar sus palabras, pronunciadas con un matiz ronco yvehemente,Liannopudoevitarqueunaoladerubortiñerasupieldesdeelescotehastalafrente.TeníalaimpresióndequeRobertGaddienverdadlanecesitabaysesintiótentada;recordólaresoluciónquehabíatomado

durante la entrega de premios y se dijo que quizá ésa sería la únicaoportunidadquetendríajamásdeaveriguarquésesentíaaldormirentrelosbrazosdelhombreamado.Además,sabíadesobraqueeraincapazdenegarseasusruegos,asíquedespuésdeunratoasintióensilencio.

Elcientíficosoltódegolpeelairequehabíaestadoreteniendohastaese momento y, con una cojera más pronunciada que otras veces, seacercóaellayledijosimplemente:

—Ven.La condujo de la mano hasta el dormitorio y se paró frente a la

inmensacamadematrimonio.—¿Qué lado prefieres?—Al ver que ella se encogía de hombros,

apartólassábanasyordenó—:¡Adentro!Obediente, Lian se tendió sobre el colchón y se subió las sábanas

hasta la barbilla, en un intento de ocultar en lo posible lo que dejaba aldescubierto su indiscreto camisón. Robert se tumbó al otro lado, seincorporósobresucodoyselaquedómirandoconunbrilloperversoensuspupilasdoradas.

—Parecesunamomia—afirmódivertido—.Puedesrelajarte,novoyahacertenada.

Lian volvió la cabeza hacia él y, algo más tranquila, dejó que lassábanasresbalaranhastaunpocomásabajodesucuello.

—¿Novasaapagarlaluz?—Apesardesusesfuerzos,ensuvozseapreciabaunligeronerviosismo.

Elcientíficoapartó losojosdeellaaregañadientes,estiró lamano,apretóelinterruptorqueestabasobrelamesilladenocheylahabitaciónquedó completamente a oscuras. Lian, muy tiesa, permanecía atenta almenor sonido procedente del otro lado de la cama; de pronto, sintió elpesodeunamanosobresuhombrodesnudoydiounrespingo.

—Si estás tan tensa esto no va a funcionar—comentó Robert condespreocupación.

—Y¿quéesloquetienequefuncionar?—Se supone que vas a dormir conmigo para procurarme consuelo

traslosespantososmomentosvividos.—Nocreoquenecesitesmiconsueloenabsoluto,RobertGaddi.—Teaseguroquesí,acaciadesconfiada,aúnmeduraelsusto.Venga,

pontedeladodeespaldasamí.—¿Paraqué?—preguntórecelosa.

—Definitivamente,sisiguesasíestonovaafuncionaryvasaacabarponiéndome tan nervioso que voy a hacerme pis en la cama —gruñóirritado.

—Estábien.—Lianhizoloqueleordenaba.Robertseapresuróaenvolverlaconsubrazoderechoyellanotóel

duropechodesnudopegadoasuespaldaylacalidezdesuscaderascontrasusnalgas.

—Creo...creo...Nosésiestovaaserbuenaidea—susurróLian,quese había quedado rígida al sentir aquel cuerpomusculoso tan cerca delsuyo.

—Chis, relájate.—Hundió el rostro en su fragantemelena rubia ysuspiró,satisfecho.

Pocodespués,elritmodesurespiraciónsevolviómásregularyalcomprender que se había quedado dormido, una intensa sensación defelicidad se adueñó de ella. Permaneciómuy quieta, sin poder creer deltodo que el hombre al que amaba acababa de quedarse dormidoabrazándola y, a los pocosminutos, también ella se sumió en un sueñoprofundo.

11

MonasteriodeShaolin,catorceañosatrás

Lian subió de tres en tres los peldaños de la escalinata de piedra deltemplo, sin hacer caso de la mirada de desaprobación que le lanzó unancianomonjequejustoenesemomentoabandonabaellugar.

—¡Yaheterminado,Hao!¿Cómovastú?Arrodilladoenelsuelo,Haofregabaconahíncolaslosetasdepiedra

de aquel lugar sagrado y, al oírla, alzó la vista hacia ella y se llevó undedoaloslabiosparaindicarlequebajaralavoz.

—Sólomequedandos—susurró,yellarespondióenelmismotono:—Puesdateprisa,porqueestoysudando.Aquel verano estaba haciendo mucho calor, así que, en cuanto

terminaban sus tareas, corrían a bañarse a unas pozas cercanas almonasterio.

Haoobedecióy,mediahoramástarde,corríanporencimadelpuentede piedra rojiza que unía las dos orillas de la pequeña poza de aguasverdosas hasta llegar a su lugar preferido, a la sombra de un salienterocoso,dondesedespojaron,impacientes,desustúnicas.Unosañosantes,nohabríandudadoendesnudarseporcompleto,perodesdequeHaohabíaentradoenlaadolescencia,apesardequenolohabíanhabladoenningúnmomento,parecíanhaberllegadoaunacuerdotácitoypreferíanmeterseen el agua con lospantalonespuestosy, en el casodeLian, con su finacamisadealgodón.

Sentadasobreelsuelodepiedra,laniñaempezóaextenderlacremaque le preparaba el propio maestro Cheng por los brazos y el rostro.Aquéleraunritualconocido,pues,desdequehabíallegadoalmonasterio,el rústico tarrodearcilla laacompañabaa todaspartes;sinembargo,enesa ocasión, Hao observó cómo extendía concienzudamente la untuosapomadaporlasuperficiedesusbrazoscomosilavieraporprimeravez.

Curioso,seacuclillóasuladoycolocósuantebrazojuntoaldeella,yelcontraste entre los tonos de la piel de cadauno—ladeHaode un tonopardo-rojizoinclusoeninviernoyladeLianmuypálidahastaenverano—sehizoaúnmásevidente.

—Mepreguntoporquétieneslapieltanblanca.Lianretiróelbrazoenelactoyseencogiódehombrossincontestar.

Sabíadesobraqueconsupeloamarilloysusojosdelcolordelcieloeraunaespeciedebichoraroentrelosaprendicesynolegustabanadaqueselo recordasen. Sin embargo, Hao, sin percatarse de su incomodidad,siguióelucubrandoenvozalta.

—Alomejortuspadrespasaronañosmeditandoenelinteriordeunacueva.

—¿ComoDaMo,quieresdecir?Lian se refería al hombre, más conocido fuera de China como

Bodhidharma,quemeditóenelmonteShaoshidurantenueveañoshastadejar su sombra impresa en una cueva y que, incluso, se arrancó lospárpadosparanoquedarsedormido.

—A lo mejor —el muchacho siguió elucubrando con expresiónpensativa—,siyotambiénpasaraunmontóndetiemposinquemedieraelsolmevolveríablancoysemedesteñiríanlosojoscomoati.

—Pueshazloqueteapetezca,peroyomevoyabañar.Sinmás,Lianselevantóydeunsaltoselanzódecabezaenlacharca

deaguasprofundas;alinstante,Haoseolvidódesusdudasmetafísicasyse arrojó detrás de ella. Pasaron horas riendo y jugando en el agua y,cuandosalieronpor fin,sesacudieroncomodoscachorros felicesantesdetenderse,exhaustos,sobreunadeaquellasgrandesrocasqueguardabanelcalordelsol.

Oviedo,PrincipadodeAsturias,enlaactualidad

Cuandosedespertóalamanecer,Robertpermanecióaúnunratosinabrirlospárpados,disfrutandodelaplacenterasensacióndehaberdescansadomejordeloquelohabíahechoenmuchotiempo.Sediocuentadequesubrazo rodeaba un cuerpo cálido e inconfundiblemente femenino y, alinstante, recordó lo ocurrido la noche anterior. De pronto, notó el casiimperceptible rocedeundedo trazandocomplicadosarabescossobresu

pechoydecidiófingirqueseguíadormido.Entreabrió los párpados apenas y, a la débil claridad que se colaba

por el amplio ventanal, distinguió el rostro de Lian apoyado a su ladosobre la almohada y su sugestiva expresión de concentración mientrasdibujaba figuras invisibles en su piel. Permaneció observándola,fascinado, y una vez más percibió la longitud y el espesor de aquellaspestañas oscuras, la fina y pequeña nariz ligeramente respingona y loslabios voluptuosos que en ese momento esbozaban un gesto desatisfacción.

Muydespacio,Lian se acercóunpocomásy empezó a salpicar debesos su pecho, con tanta suavidad que si hubiera estado dormido nisiquiera lo habría notado; sin embargo, estaba bien despierto y aquellasdelicadascaricias lehicieroncontenerelaliento,al tiempoqueunavivaexcitaciónseapoderabadeél.Justoentoncesellaseapartó,peroantesdeque pudiera incorporarse y abandonar el lecho,Robert la agarró por lamuñecaylaretuvoconfirmeza.Sorprendida,Lianalzólavistay,alverque estaba completamente despierto, lomiró con los ojosmuy abiertosmientrasunaoleadaderuborcubríasusmejillas.

—Lian...—susurróroncamentejuntoasuslabios,segundosantesdeinclinarsesobreellosybesarlallenodedeseo.

Alsentirelcontactoarrebatadordeesabocaávida,unsuavegemidoseescapóde lagarganta femeninayaquelprovocativosonidodesbaratócualquierintenciónquehubieraalbergadoelcientíficodedetenerseahí.

Ciegodedeseo, la estrechóentre susbrazosy subeso sehizomásexigente; ella, incapaz de resistirse, respondió a sus caricias conabandono.Al notar su ardiente respuesta,Robert comprendió que ya noseríacapazdedarmarchaatrás.¡Aldemoniolasconsecuencias!,sedijo.Iba a hacerle el amor aLian, allímismo, en esemomento, y trataría deemplear el escaso autodominio que aún le quedaba en procurar que suprimeravezresultaramemorable.

Fielasudecisión,apartóeltirantedeencajeydeslizólapuntadesulenguapor lapiel inexploradade sucuelloyde suhombro,paladeandocon ansia su sabor dulce y salado a un tiempo. Notó el fuerteestremecimientoquesacudióelcuerpodeLian,ylaconcienciadeldeseoquehabíaprovocadoenellaavivóaúnmássupasión.Muydespacio,bajóeltiranteaúnmás,hastadescubrirunodesuspálidospechos.Entonces,sulengua trazóuna líneadescendentedesde la clavículahasta el sonrosado

pezón,queseerguíaanhelante,yempezóatrazarpequeñoscírculossobreélconlalengua.

Envezdeapagarlo, lahumedaddeaquellaboca insaciableavivóelfuegoquesehabíaprendidoensu interior,yLianseretorcióaferradaalos cabellos oscuros en los que había hundido los dedos, pensando queenloquecería.

Sinembargo,aquelloerasóloelprincipio.El científico se tomó su tiempo. A pesar de que su cuerpo pedía a

gritosunarápida liberación,RobertGaddi luchócontrasupropiodeseoarrollador y la morosidad que se impuso a sí mismo provocó que suexcitación alcanzara límites desconocidos. Poco a poco, la fuedesnudando, al tiempoque suboca saboreabahasta elúltimocentímetrodelapálidapielquelateladelcamisónibadejandoalairey,cuandonotóque el cuerpo de Lian respondía al suyo igual que una guitarra bienafinadaenlasmanosdeunartista,secolocóunpreservativoconrapidez;apoyándosesobresusantebrazosparanoaplastarlaconsupeso,setendiósobreellaylamiró.

Lianmantenía los párpados apretadosy semordía el labio inferiorconfuerza,tratandodereprimirlosgemidosquepugnabanporsalirdesugarganta.

—Lian,abrelosojos—ordenóconvozronca.Ella le obedeció en el acto y al descubrir la intensidad del deseo

reflejadoenaquellaspupilas incapacesdedisimuloalguno,Robert supoqueyanopodríacontenersemuchomás.

—Robert Gaddi, necesito... necesito...—Sus palabras fueron apenasunjadeoentrecortado.

—Yoséloquenecesitas,Lian.Menecesitasamíysóloamí.—Sí,RobertGaddi,sóloati...Alescucharaquelsuavesusurroelcientíficoabrióunpocomássus

piernasyempezóaintroducirseconcuidadoensuinterior.Apesardequesesentíaapuntodeestallar,seobligóairmuydespaciomientrassusojosdorados,fijosenella,captabanhastalaúltimaemociónquepasabaporlosexpresivos iris azules. En cuanto detectó una leve sombra de dolor sedetuvoalinstanteypermanecióunratomuyquieto,parapermitirlequeseacostumbraraaaquellasnuevassensaciones.

Yporfinestuvodentrodeella,queloacogióconcalidezy,tansúbitocomoeldestellodelflashdeunacámaradefotos,experimentólainsólita

sensación de que acababa de encontrar algo que llevaba toda la vidabuscandosin saberlo.Sinembargo, lamarejadadeexcitación loarrollóuna vez más, arrastrando consigo aquellos extraños pensamientos, y loobligó amoverse con un ritmo cada vezmás intenso y profundo, hastaque el éxtasis que rezumó por aquellos límpidos ojos azules fue fielreflejodelqueélexperimentópocossegundosdespués.

Después permanecieron un buen rato en silencio, estrechamenteabrazados,hastaqueRobert,conscientedequeyaerahoradeponerseenmarcha,seapartódemalaganadeaquelcuerpoacogedor,selevantó,fuealcuartodebañoyvolvióconunapequeñatoallaempapadaenagua.

—Déjamelimpiarte.Lianledejóhacer,apesardequeelcolorqueibayveníaacadarato

en susmejillashablabade su turbación.Cuandoelmeticuloso científicoestuvosatisfecho,latapóconlassábanasylepreguntó:

—¿Cómoteencuentras?¿Teduelealgo?Apesardequeledolíatodoelcuerpo,enespecialalgunaszonasque

nuncaanteslehabíanmolestado,negóconlacabeza.—Mentirosa.Seinclinósobreellaydepositóunligerobesoensuslabiosantesde

dirigirsealcuartodebaño.Cuandosalió,lecomunicóqueiríaalahabitacióndeallado,queera

laqueocupabanlosdosagentesdelFBI,ahacerunasllamadasyconsultarunascosasenelportátil.Porprimeravezdesdeque laconocía,LiannoprotestóantelaideadeperderlodevistayRobertimaginóquesealegrabadequeladejaraunosminutosasolas.

Algomás tarde,mientras permanecía bajo el chorro caliente de laducha,Lianpensóenloqueacababadeocurrir.Habíaoídoamenudoqueperderlavirginidaderadoloroso,perosibienhabíasentidounasligerasmolestias al principio, nada le había preparado para el torbellino deemocionesysentimientosalquelasexpertascariciasmasculinaslahabíanarrastrado.Aúnseguíadeslumbrada,peronosehacíailusiones;sabíabienque,apesardelainmensaternuraycuidadoquehabíadesplegadoRobertGaddiensu iniciación,élnoestabaenamoradodeella.Sinembargo, sejuróasímismaqueesonolaharíaarrepentirsejamásdeloqueacababadeocurrir.Habíasidomaravillosoylorecordaríaduranteelrestodeesavida,solitariaygris,queseextendíaamenazadoraanteella.

Mientrassesecabaelpelosemiróalespejocondetenimiento,medio

esperandodescubriralgodistintoenél;maselreflejoqueledevolvió,apesar de que sus ojos brillaban con intensidad y sus mejillas estabanarreboladas,eraeldelamismaLiandesiempre.

«Curioso»,sedijo,porquesesentíamuydiferente.

Alosagenteslessorprendiósualegresaludoylaenormesonrisaquelo acompañó; desde luego no era a lo que el hosco científico los teníahabituados,peroRoberteraincapazdecontenerlaeuforiaqueloinvadía.Tenía ganas de echar la cabeza hacia atrás y reír a carcajadas. Norecordabalaúltimavezquesehabíasentidoasí,nisiquieraestabasegurodesi,enrealidad,habíaexperimentadoalgosemejanteconanterioridad.

Aúnteníagrabadaensumentelaformaenquelahabíaabrazadocontodas sus fuerzas después de hacer el amor y cómo, durante unossegundos,habíatenidoquecontenerlasganasdellorar,élquenolohacíadesde que era un niño. No había derramado una sola lágrima tras suaccidente;nisiquieracuandoconociólatraicióndeEstelle,peroduranteesospocossegundosquehabíapermanecidoconLianentresusbrazos,sehabíasentidoconmovidomásalládeloqueeracapazdeexpresar.

Uninstantefueradeltiempo...Alverelpeligrosorumboquetomabansuspensamientossellamóal

orden. Había sido mágico, no podía negarlo, pero tampoco había queidealizarenexcesoloocurrido,sedijo.Seríaridículopensarquesehabíaenamorado de Lian, sólo era que llevaba meses sin acostarse con unamujer y era lógico que lo hubiera cogido con ganas. Con muchísimasganas.Al recordar el entusiasmo que ella habíamostrado a pesar de suinexperienciaesbozóunasonrisallenadeternura.

Justoeneseinstante,elcorreoquesuamigoCharleslehabíaenviadolanocheanteriorseabrióenlapantalladesuportátilylasonrisaseborródesuslabiosenelacto.

«Como predijiste, al final ha resultadomuchomás fácil de lo queparecía.»

Debajodeeseescuetomensaje,unafotodeunaadorableniñarubiadeunoscuatroocincoañoslomiraba,sonriente,conlosmismosojosdeLian.

Durante los siguientes minutos, el científico se dedicó a leer con

suma atención el dosier que Cassidy había adjuntado; fotos de viejosrecortesdeprensa,informespoliciales,inclusoalgúnqueotroextractodeun noticiario televisivo de anticuada cabecera. Cuando terminó,permaneciómuyquietoconlaspupilasclavadasenelrostrovivarachoyfelizdeaquellaniña.

Elruidodelapuertadelahabitaciónalabrirseylossaludosdelosagentes lo sacaronde su abstracción, y cerró la tapadel portátil conungolpeseco.Frenteaél,Lianlomirabaconaparenteserenidad,aunqueélya la conocía lo suficiente para saber que no estaba tan tranquila comoparecía.

—Buenosdías,Lian.Hayunpequeñocambiodeplanes;hedecididoretrasarnuestroregresoaLaFortezza.—Nadaenaquellavozindiferentedabaningunapistasobreloquehabíaocurridoentreellosapenasunahoraantes,y la joventratódeaparentarelmismodesinterés—.Partiremosenuncochedealquilerconrumbodesconocido,salvoparamí,porsupuesto.Haremosverquenosdirigimoshaciaelaeropuerto,peroenunmomentodadonosdesviaremos.CharlesCassidyharálosarreglosnecesariosparaquenadiepuedalocalizarnos,ytúyyodesapareceremosdelacirculacióndurantealgunosdías.

—Bien.Aloíraquelescuetomonosílabopronunciadosinlamenorinflexión,

Robertselaquedómirandoconelceñofruncido.—Recogetuscosas,nosmarcharemosencuantoHarrelsondisponga

lonecesario.—Sutonosonómásbruscodeloquehabríadeseado,peroellasediolavueltasinmoverunapestañaysaliódelahabitación.

Media hora después estaban listos; subieron al cochede g ama altaquehabíanutilizadohastaentoncesypartieronendirecciónalaeropuertocon el agente Smith al volante. Al poco tiempo, se desviaron por uncaminodetierradondeunosmetrosmásadelantelosesperabaHarrelsonjunto a un vehículo plateado de un modelo corriente. Robert y Liansubieronaesteúltimoy,trasesperarunoscuantosminutosaqueelprimercoche se hubiera alejado lo suficiente, el científico, ayudado por unnavegador GPS, condujo con precaución por una serie de intrincadoscaminoshastaqueunoskilómetrosmásadelantesalierondenuevoaotracarreteraasfaltada.CircularondurantevariashorasporlaredsecundariaycruzaronlafronteraconFranciaenunpuntopococoncurrido.

Duranteaquellargotrayectoapenascruzaronalgunaspalabras.Lian

sentíaquealgorebullíaenelpechodelcientífico;eracomosilaantiguaira estuviera de vuelta. Sospechaba que él se había arrepentido de loocurridoentrelosdos,peronosepermitióhundirsebajoelpesodeaqueldesagradable pensamiento. Ya era noche cerrada y había empezado alloverconfuerzacuandoRobertrompióelincómodosilencioparadecir:

—Buscaremosunsitioparacenaryalojarnos.Justo entoncespasaron junto auncartelque anunciabaunRelais&

Châteaux y el científico tomó la desviación sin dudarlo. Por fortuna, ladueña del pequeño hotel era unamujermuy agradable que no les pusoninguna pega; pero, a pesar de ser temporada baja, sólo había unahabitacióndisponible,quelamujerlesaseguróqueestaríalistaencuantoterminarandecenar.Aloírla,elcientíficofruncióelceñoaúnmás;ensusplanesnohabíaentradopasaraquellanocheen lamismahabitaciónqueLian;sinembargo,nolequedómásremedioqueaceptar.

Tras una sencilla pero deliciosa cena en la que apenas hablaron,subieron a acostarse. La habitación, a pesar de no ser muy grande, eramuyacogedora,yunagradablefuegocrepitabaenlachimenea.Alverlapequeña cama de matrimonio llena de almohadas con fundas de tirabordada y una bonita colcha floreada, Lian empezó a sentir que seahogaba.

—Mevoyadarunpaseo—anuncióderepente,yantesdequeRobertpudieradetenerla,salióatodaprisacerrandolapuertaasuespalda.

Lianregresócasidoshorasmástarde,abriólapuertaconcuidadoyentródepuntillasparanohacerruido.Buscósucamisónenlamaletaaladébil claridad que arrojaban las llamas que ardían en la chimenea, peroantes de poder encontrarlo la voz colérica del científico le hizo dar unrespingo:

—¿Sepuedesaberadóndehasido?Robert bajó las piernas de la cama y, cojeando, se acercó a ella,

amenazador.Lianseencogiódehombrosysiguióbuscandoensumaleta.—Yatelodije.Meapetecíadarunpaseo.—¡Estás empapada! —El pelo rubio chorreaba, y el agua que

resbalabaporlaropamojadaibaformandouncharquitoasuspies.Robert entró en el cuarto de bañoy salió al instante conuna toalla

entrelasmanos.Sinningunadelicadezaempezóasecarleelpelo.—¡Ay!—protestóLian.

—¡Estatequieta,pequeñaestúpida!¡Vasacogerunapulmonía!El científico arrojó la toalla al suelo y empezó a desabotonarle la

camisa.—¡Puedohacerloyosola!Élnolehizoelmenorcasoy,enpocossegundos,loúnicoquecubría

a Lian era su empapada ropa interior. Los hábiles dedos masculinosencontraronenseguidaelbrochedelsujetadoryantesdequeellapudieraimpedirlolosoltóylospequeñospechosdeLianquedaronaldescubierto.

Al ver el reflejo dorado de las llamas en su pálida piel,Robert nopudoreprimirunjadeo,pero,haciendounesfuerzosobrehumano,tratódeconcentrarsedenuevoenloqueestabahaciendoydeclaró:

—Nodebí permitir que ocurriera lo que ocurrió. Si hubiera tenidocierta información entonces habría podido evitarlo, al menos eso creo;pero ya no tiene remedio. Sin embargo, a partir de ahora tendré máscuidado, así que tú dormirás en la cama y yo lo haré tendido sobre laalfombra.—Sindejardehablardeaquelmodoalgooscuro,enganchólosdedos en la goma de las bragas de Lian y las deslizó por sus caderas,recogiólatoalladelsuelo,lasecóunpocoylaenvolvióconella.Luegola alzó entre sus brazos y se dirigió hacia la cama—. Así no habrátentaciones.¿Mehasentendi...?

Antes de que pudiera acabar la frase, Lian enredó sus brazosalrededordesucuelloylobesóconpasión.YtodoeldiscursoqueRoberthabía elaborado cuidadosamentemientras la esperaba tumbado sobre lacama se borró de su mente de un plumazo. Incapaz de resistirse, ledevolvió el beso con avidez como si padeciera hambre atrasada y sólocuando,muchomástarde,yacieronabrazadossobreelcolchón,agotadosysinaliento,pudovolverapensarenalgoquenofueralasuavepieldeLianysusdulcescaricias.

—¿Sabesunacosa,RobertGaddi?—susurróLianadormiladacontrasupecho.

Robertlabesóenlafrenteypreguntó:—¿Qué?—Mealegrodenohabermemetidoamonja...Casialinstantesequedódormida.

Unalluviadebesossobresupecholodespertóalamañanasiguiente.AbriólosojosydescubriólarubiacabezadeLianinclinadasobreél,altiempoquetrazabaunconcienzudorecorridoporcadacolinaycadavalledesupiel.

La respuesta del cuerpo deRobert fue instantánea, pero, a pesar detodo,tratóderesistirse.

—Lian... —Su nombre pronunciado con aquella voz ronca y algosuplicantelahizoalzarlavista,yelbrilloardientedeaquellosiriscolorcielo lo dejó sin aliento. Sin embargo, lo intentó de nuevo—. Lian, nodebo. Lo que ha ocurrido entre nosotros no debería haber pasado... Deverdad, hay ciertas cosas que desconoces y yo no debería... ¡Ah!—Lossuaves labios sobre suspezones le arrancaronungemido—.Nodeberíahabertomadoventajadetuinocencia.

—¡Callate, Robert Gaddi! —Aquella orden, pronunciada consuavidad,lohizodesistiryserindióunavezmás.

Permaneció tumbado, muy quieto, indefenso por completo ante elrocedeaquellabocahastaquesuosadacuriosidadamenazósucordurayle hizo tomar el control.Apretándola con fuerza entre sus brazos, rodócon ella hasta tenerla debajo de su cuerpo; entonces, con las pupilasclavadasenlassuyas,afirmóconvencido:

—¡Losabía!Definitivamente,hecreadounmonstruo...Antes de que se apagaran los ecos de la contagiosa carcajada que

lanzóLian,Robertseapoderódesuslabiosylabesóhastaqueambossequedaronsinaliento.Unavezmáselcientíficopusouncuidadoexquisitoy utilizó hasta el último truco que conocía para transportarla a eseuniversodesensacionesenelquenocabíaotrarealidadqueelcontactodesubocaansiosa,susdedoscuriososyhábilesyelrocedesucuerpollenodeángulosyaristasqueparecíaencajarenelsuyoalaperfección.

Mucho tiempo después conducían por la autopista bajo un fuerteaguaceroy,comoenlasúltimasocasiones,ibanencompletosilencio.Sinembargo, enestaocasiónLian se sentía feliz; apesardelominosoceñoque una vez más se había hecho fuerte sobre la frente masculina, teníaganas de cantar.No sabía qué pensamientos oscuros rumiaba el hombreque conducía a su lado; apenas había despegado los labios desde quehabíanpagadolacuentadelhotelysehabíandespedidodelaencantadorapropietaria,perosabíaquelabatallaqueteníalugarenelinteriordeaquelpechopoderosoquehabíasaboreadocondeleiteesamismamañanadebía

seguir su curso hasta que él tomara una decisión que le permitierarecuperarlacalmaperdida.

—¿Adóndevamos?—preguntóporfin.—París.—Aquellaúnicapalabrasaliódeentresusdientescomoun

disparo.—¡Bien!NoconozcoParís.ARobertleirritósuexpresiónencantadayexclamóconbrusquedad:—¡Lian,tenemosquehablar!Elcientíficoapartóduranteunossegundoslavistadelacarreterayse

volvióhaciaella.Estabatanguapaconsuseternosvaquerosyaqueljerseydecuelloaltoqueledieronganasdeinclinarsesobreellaybesarlahastaquenopudierapensar ennadamás. Incómodo,notó el principiodeunaerección apretándose contra sus pantalones; consciente del incontrolabledeseo que se apoderaba de él cada vez que lamiraba, se puso aúnmásfuriosoy,comodecostumbre,lopagóconella:

—¡No podemos seguir así, Lian, esto tiene que acabar! ¡No puedesseguirabalanzándotesobremíatodashoras!—Sumiradaserenaseposósobreélyleparecióqueesbozabaunasonrisadediversión.Sólopensarqueseestuvierariendodeél,cuandoprecisamentesesentíatanmalqueloúnicoqueleapetecíaeragolpearloprimeroqueselepusierapordelante,lopusoaúnmásrabiosoyrugió—:¡¿Mehasoído?!

—Sí,RobertGaddi.Porsupuestoqueteheoído.Aúnnoestoysorda,aunqueconlosgritosquepegasalomejornomefaltamucho.—Larisitacascabeleraqueacompañósuspalabrasacabódeponerlofrenético.

—¡No te rías! ¡Esto no es una broma!—Se pasó la mano por loscabellos,despeinándoseporcompleto,yañadióenuntonomáscalmado—: No podemos seguir haciendo el amor como adolescentesirresponsables, Lian. Hay... hay cosas que no sabes. Cosas que puedencambiartuvida.

Como de costumbre, ella se encogió de hombros sin mostrardemasiadointerés.

—¿Quécosas?—Aúnnopuedodecírtelo,perohastaquelohagadebemosmantener

lasdistancias—declaróconfirmeza.—Peroamímegustahacerelamorcontigo,RobertGaddi.Mehaces

sentir...;noséexplicarloconpalabras...Escomosipudierarozarelcieloconlasyemasdelosdedos.¿Quétieneesodemalo?Noteestoypidiendo

quetecasesconmigoninadaporelestilo.AquellasinceraconfesiónprovocóquelafrentedeRobertseperlara

desudorysurespiraciónsetornómásdificultosa.Sentíalospantalonesapunto de estallar; esa pequeña mujer era más peligrosa que una cerillacercadeunbarrildepólvora.

—¡¿Quieresdejardedeciresascosas,porDios?!—¿Porqué?—fruncióligeramenteelceño—.Eslaverdad.Noesmi

culpa que tú seas un buen maestro, Robert Gaddi. Si no lo fueras notendríaganasderepetir.

Elcientíficosepasóundedoporelcuellodelacamisa,queapesarde tener unpar de botones desabrochados se había tornado asfixiante, ysinapartar losojosde lacalzadaempapadaapenasvisible traselespesomurodeaguaquecaíadelcielo,lanzósuultimátum:

—Te loadvierto,Lian.Seacabó.Yonovolveréa tocartey túamítampoco.¿Entendido?—Suspalabrasresonaronconfuerzaenelinteriordelcoche.

—Entendido,RobertGaddi—respondióellaconplacidez.—¿Entendido?¿Esoestodoloquetienesquedecir?Notóquesuenfadocrecíadenuevo,fueradetodaproporción.—¿Qué quieres que diga? No quieres besarme ni que te bese, no

quieres acariciar hasta el último rincón demi cuerpo y tampoco deseasquelohagayo,noquieresqueroceconmilenguatu...

—¡Basta,nohagaseso!—Elcientíficosepasóunavezmásunamanotemblorosaporlosrevueltoscabellososcuros.

—¿Elqué?—Lomiróconfingidainocencia.Volviólacabezahaciaellasinimportarlelomásmínimositeníanun

accidenteonoybalbuceó,llenoderabia:—Eres...eres...Ellaleinterrumpiósinperderunápicedesucalma.—Erestúelqueestásiendoirracional,RobertGaddi.Tusojosdicen

unacosaytubocaotramuydistinta,yyo¿acuáldelosdosdebocreer?Lamirada entremaliciosa y traviesa que le dirigió fue la gota que

colmóelvaso.Elcientíficodiounbruscovolantazoycogiólaprimerasalidadela

autopistaqueencontró.Ensilencioyconlasmanosapretadasconfuerzaentornoalvolantecondujohastaunacarreterasecundariapor laquenopasabaunalma.Searrimóalarcényfrenóenseco;lalluviacaíatandensa

alotroladodeloscristalesqueparecíaqueestuvieransolosenelmundo.—¿Porquéparamos...?—¡Nodigasunapalabramás!—Lainterrumpióconviolencia,antes

deapagarelmotor, soltar loscinturonesdeseguridaddeambos,buscarunapalancabajoelasientoyecharlohaciaatrásconbrusquedadhastaquealcanzóeltope.

Sin más, se inclinó sobre ella para desabrochar sus vaqueros y,segundos después, arrojaba los pantalones y la ropa interior deLian decualquiermaneraalasientotrasero.

—Robert...—tratódeprotestar, perounavezmás él la interrumpiósincontemplaciones.

—¡Calla!Sedesabrochósuspropiospantalonesy,sinmolestarseenquitárselos

deltodo,sepusounpreservativoatodaprisaantesdeinclinarsedenuevosobreella.Comosinopesaralomásmínimo,lacolocósobresuregazoy,alcontrarioqueenlasocasionesanteriores,enlasquelahabíatratadoconexquisitocuidado,estaveznoleimportósiellaestabapreparadaono.Deunapoderosaembestidaseintrodujoensuinterior;sinembargo,Liansí que estaba lista y acompañó cada uno de los salvajes embates con elritmoelementalquelossereshumanosllevandentrodesdeelprincipiodelostiempos.

Cuando el éxtasis rápido e intenso los alcanzó a ambos al mismotiempo, sus ojos chocaron y los dos leyeron la maravilla de aquelencuentroenlaspupilasdelotro.Pocodespués,comosihubieraperdidohasta el último rastro de energía, Lian se desplomó sobre su pecho yhundió el rostro en el cálido hueco de su garganta.Aún dentro de ella,Robertlaestrechóconfuerzaentresusbrazosyseprometióasímismoquenotrataríadealejarladeél,almenoshastallegaraParís;disfrutaríadeaquellarelacióntanespecialtodoeltiempoquepudierasinpensarenelfuturo.

EscuchóqueLianmurmurabaalgopegadaasucuello.—¿Quédices?—Digoquenoteentiendo,RobertGaddi.Lacarcajadasatisfechaque lanzóelcientíficopareciórebotarensu

pechoy,porfin,consiguiócontestar,apretándolaaúnmáscontraél:—No lo intentes, tamarindo irresistible, yo mismo soy incapaz de

hacerlo.

12

Robert condujo sin prisa el resto del camino, así que tardaron tres díasmás en llegar a París. Para Lian fueron de los más felices de su vida;llenos de magia, de pasión y de risas, y supo que su recuerdopermaneceríaparasiempreconella,imborrable.Duranteaquelpaseobajolalluviahabíadecididovivirelmomentoy,enconsecuencia,tratódenopensarenelvacíoquesentiríaeldíaquetuvieraquedecirleadiós.Enesemismo instante, seprometióa símismaqueelpoco tiempode felicidadquelequedarapordelanteloaprovecharíaparahaceracopioytratarasídesobreviviralinviernoqueestabaporvenir,inevitable.

Uninviernoquesepreveíaduroyfríocomonunca.NadamásllegaraParís,RobertleenseñóaunaboquiabiertaLianlas

principales atracciones de aquella maravillosa ciudad en un breve tourdesde el coche. Se detuvieron en el lujoso hotel en el que el científicohabíareservadohabitacióneltiempojustoparasoltarlasmaletasydejarelcocheenelgaraje.ComieronunatabladedeliciososquesosdelpaísenunodelostípicosbistrósqueabundanenlaciudaddelSena,rodeadosporuna heterogénea y ruidosamezcla de estudiantes, turistas y parisinos detodalavida,mientrascharlabananimadamente.

—Encuantoteacabeslainfusióniremosahacerunavisita.Ellaasintiósinmostrarmuchointerés.Enningúnmomentolehabía

preguntado qué hacían en París; Lian, como Robert había notado amenudo,selimitabaadejarsellevar.Despuésdepagar,elcientíficocogióuntaxiquelosdejófrenteaunadistinguidamansióndelFaubourgSaint-Germain. Lian miró a su alrededor y, de pronto, notó el familiarerizamiento de los pelos de su nuca; al notar aquella súbita tensión, elcientífico rodeó con un brazo su cintura y la condujo en dirección aleleganteportaldeledificio.

Elvestíbuloeraamplioylujoso,conunaimpresionanteescalerademármol, un ascensor art nouveau y un conserje, perfectamente

uniformadocon levitagrisdebotonesdoradosygorradeplato,que lespreguntó al instante a dónde se dirigían. Cuando Robert se lo dijo, elhombre hizo una consulta a través de un teléfono interior, antes deseñalarleselascensorconungesto.

—MadameTausietviveenelúltimopiso.Elúltimopisoocupabatodalaplantadeledificio.Aldetenersefrente

aladistinguidapuertadenogaltallado,elcientíficoaspiróprofundamenteypulsóconfirmezaeltimbredelatónquehabíaaunlado.

Alpocotiempo,unapizpiretadoncellaconuniformenegroydelantalblanco los hizo pasar y los condujo hasta lo que ella denominó eldespacho;unahabitaciónampliay luminosacon inmensasestanteríasdemaderarepletasdevaliososvolúmenesque,ajuzgarporelrápidovistazoqueechóelcientífico,noteníannadaqueenvidiaralosdelabibliotecadeLaFortezza.Antesderetirarse,ladoncellalosinvitóatomarasientoylesdijoquelaseñoralosrecibiríaenseguida.

Alospocosminutos,unamujeraltayrubiadeunoscuarentaytantosaños que lucía un estiloso vestido adornado con un fabuloso collar deperlasaustralianasentróeneldespachoysedirigióhaciaRobertconunasonrisaamableenelrostro.

—EsunhonorrecibirenmicasaalfamosocientíficoRobertGaddi.—Letendióunamanodededoselegantesenlosquebrillabannumerososanillos.

—Elhonoresmío,madameTausiet.Losentímuchocuandomuriósuhermano; Georges Saint-Saëns fue un hombre admirable, un referenteparalosadolescentesqueentoncesempezábamosamostrarinterésporlapolítica.

Lairresistiblesonrisadelcientíficoasomóasuslabiosylamujernopudoevitarun rápidoparpadeoque lehizocomprenderauna resignadaLianqueellatambiénhabíasucumbidoalarrolladorencantomasculino.

—Sí, monsieur Gaddi. Georges fue un hombre de los que dejanhuella.—Robertdetectóunatisbodepesarenlosgrandesojoscastaños.

—PermítamequelepresentealaseñoritaLianZhao.Elcientífico,quemanteníalamanoenlacinturafemenina,laempujó

unpocohaciadelante.—Encantada,señorita...Al volverse hacia la acompañante del famoso científico, en la que

apenas había reparado antes, madame Tausiet empalideció y se detuvo

bruscamente, interrumpiendo el gesto de tenderle la mano que habíainiciado.Envezdeello,se llevóelpuñoa los labioscomosi trataradecontenerungrito.

Lian miró a Robert sin saber muy bien qué hacer, pero los ojosdorados estaban fijos en la otra mujer, que en ese momento parecía alborde del desmayo. El científico reaccionó en el acto y, sujetándola delbrazo, la condujo con delicadeza hasta uno de los sillones tapizados enterciopelooscuro,dondelaobligóasentarse.Unossegundosdespués,conmanotemblorosa,madameTausietlehizoungestoaLianyleindicóquesesentaraasulado.Obediente,lajovensesentóenelmullidoalmohadóncon las piernas juntas y las manos cruzadas sobre el regazo y miró aaquellaextrañamujerque,depronto,parecíaapuntodeecharseallorar.

MadameTausiet se tapó la boca con la puntade losdedos como siquisieraocultarel temblordesus labiosypronuncióacontinuaciónunapalabraquesonócomounsollozo:

—¿Léa?Perpleja,Lianalzólamiradahaciaelcientíficoyarrugóelentrecejo

enunamudapregunta.—Lian,creoquemadameTausietpiensaquepuedesserotrapersona

—aclaróRobert,quesehabíasentadoenunabutacacercanaynoperdíadetalledelaescena.

—¿Otra persona? —Sus grandes ojos iban del uno a la otra condesconcierto.

—Tienes los mismos ojos que Georges. Eres Léa, la hijita que learrebataronamihermanohacemásdeveintidósaños.

Apesardelevidenteesfuerzoquelaelegantemujerestabahaciendopara no dejarse llevar por sus emociones, unas gruesas lágrimascomenzaronadeslizarsepor susmejillasmientras subocapugnabaporexhibirunasonrisatrémula.Sinpodercontenerse,tomólamanodeLianylaapretóentrelassuyas.

—Su...¿suhermano?Ajuzgarporlaexpresióndeciervoacorraladoreflejadaenaquellos

elocuentesirisazules,RobertdedujoqueloquemásleapetecíaaLianenesemomentoera liberarsedeaquellamanoque lasujetabacon fuerzaysalirpitandodeaquellahabitación,asíquedecidióintervenir.

—Verá,madameTausiet...—PuedellamarmeMarianne—lointerrumpió.

—Gracias, Marianne. En realidad, Lian no recuerda nada de losprimeros cuatro o cinco años de su vida. Sospecho que a esa edad leocurrióalgolosuficientementetraumáticoparaborrarporcompletosusmemoriasdeaquellaépoca.

—¡Mipobreniña!—AntelamiradahorrorizadadeLian,lamujersellevósumanoa los labiosy labesó,unayotravez,mojándolaconsuslágrimas.Depronto,lasoltóysepusoenpie—:¡Tengounaidea!¡Semehaocurridoalgoquequizáteayudearecordar!

Sin más explicaciones, Marianne Tausiet salió corriendo de lahabitaciónyregresócasienelacto,apretandounmarcodefotoscontrasupecho.Denuevo, se sentó junto aLian y se lo tendió.Ella bajó la vistahacia el portarretratos de plata que ahora sujetaba entre las manos ydescubrióelrostroapuestodeunhombredetreintay tantosañosypelorubio peinado hacia atrás con fijador, cuyos expresivos ojos azulesparecíandevolverlelamiradaconpicardía.

ARobertnoseleescapólaformaenqueLianentreabrióloslabiosyaspiró con ansia como si, de pronto, el aire no le llegara bien a lospulmones, antes de colocar las yemas de los dedos sobre el cristal ydeslizarlasmuydespaciosobreaquelrostrotanfamiliar,enunadelicadacaricia.

—Papi...—susurró.—Sí,asíes,Léa.Papi.Asísolíasllamaratupadre.Ahoralaslágrimasfluíanaraudalesporaquellasmejillasaúntersas,

sinquelamujerhicieranadaparadetenerlas.Conelrostrodescompuesto,Lianlevantólavistadelafotografíay

dirigióaRobertunamiradaimplorante.Enrespuestaasumudasúplica,elcientíficoseacercódedoszancadas,sesentófrenteaellasobrelamesadecentroy, tomandosusmanos—queahoraestabanheladas—entre lassuyas, utilizó todo el poder que encerraban sus ojos ambarinos paraobligarlaapermanecerconél.

—Tranquila, Lian. Respira hondo —ordenó y, contra todopronóstico,sutonosecoyautoritarioconsiguiócalmarla.

Sin soltar los dedos esbeltos que temblaban dentro de su mano,RobertsedirigióamadameTausiet:

—Leagradeceríaquenoscontaraquéocurrió,exactamente,eldíaenqueLianoLéadesapareciódesusvidas.

Lamujersacóunpañuelodebatistadeunbolsillo,sesonólanarizy

sesecólasmejillasconcuidadodenodesmaquillarse,antesdeempezaracontarsuhistoria.

—A pesar de los años que han pasado, recuerdo hasta el últimodetalle de lo que ocurrió aquel día; pero quizá sea mejor que empiecedesdeelprincipio,asíLéapodrátenerunaideamásclaradesusorígenes.—MarianneposólapalmadesumanosobreelmuslodeLian,comosinopudieraresistirseatocarla—.Verás,querida,yovivíaenestamismacasacon mi hermano, que era mucho mayor que yo, desde que murieronnuestros padres. Anne, tumadre, aceptó siempremi presencia de buenagana,apesardequenoesfácilparaunaparejadereciéncasadosteneraunaadolescenteasucargo.

»Pero tu madre, Léa, era una mujer fuera de serie, gentil, alegre,encantadora...Apesardequetieneslosojosyelpelodemihermano,eressu vivo retrato, tan menuda y delicada. Georges estaba locamenteenamorado de ella y cuando se quedó embarazada después de que casihubieranperdido laesperanzade tenerunhijo, la felicidaddeambos sevolviócasipalpable.

Marianne Tausiet se detuvo para sonarse una vez más y, algomáscalmada,prosiguióconsuhistoria:

—Durante el parto las cosas se complicaron y, a pesar de queGeorges consultó a losmejores especialistas,Anne falleció una semanadespuésdehaberdadoaluzaunapreciosaniña:tú.—Lianseagarróconfuerza a lamanodeRobert, que ledevolvió el apretón enun intentodeprocurarle un poco de consuelo—. Fueron unos días espantosos, hubomomentosenlosquepenséquemihermanoperderíalarazón.Jamáshevistolloraraunhombredeaquellamanera.Durantedíassenegóasalirdesudormitorio;permanecíatumbadoenlacama,aoscuras,sindejardesollozar ymaldecir en voz alta.Yono sabía qué hacer, nome atrevía aentraren lahabitación; lohabía intentadounavezymehabíadespedidoconviolencia.

»Una semana después, caminaba de arriba abajo por el pasillocontigoenbrazostratandodecalmartullantocuando,depronto,seabriólapuertadeldormitorioymihermanosaliódesuguarida.Suaspectoeraterrible; no se había lavado ni cambiado de ropa en todo ese tiempo,

apenas había comido y tenía los ojos muy irritados. Sin decir nada, seacercó amí y extendió los brazos; por unmomento dudé, pero, al fin,cedí.Aúnrecuerdolamaneratorpe,casiasustada,conlaquetecogióyteestrechócontrasupechoy,entonces,ocurrió:tullantocesóenelactoy,apesardequelosexpertosdicenquelosreciénnacidosnosoncapacesdefijar la mirada, cuando aquellos dos pares de ojos casi exactos seencontraron, fui testigo de eso que llaman «un flechazo». Desde eseinstante,entrepadreehijaseestablecióellazodeamormásestrechodelquehetenidoelprivilegiodesertestigoenestavida...

—Un momento, Marianne, ¿puedo pedirle un vaso de licor o unabebidaquecontengaalgodealcohol?—LainterrumpióRobert.

Ella asintió al instante y le señaló el mueble bar que había en unrincóndelahabitación.Elcientíficosedirigióhaciaél,cogióunvasoy,despuésdeexaminarlasbotellas,leechóunbuenchorrodecoñac.

—Llamaréparapediralgodecomer—ofreció,solícita.—Noesnecesario,gracias.Toma,Lian.Conungestoimperioso,letendióelvasoalajoven,quenoparaba

detemblar.—Sabesquenobeboalcohol,RobertGaddi.—Pueshoybeberás.—Decidido,apoyóelbordedecristalcontrasus

labios.Muyasupesar,Liansevioobligadaaabrirlabocayellíquidoañejo

leabrasólagargantaylahizotoser.—¡Bien!—exclamósatisfecho—.Unpocomás.—¡No!—Lianapartóel rostroyse limpió losojos llorososconel

dorsodelosdedos.Apesardequesentíaelestómagoenllamas,ellicorpareció surtir efecto y, algo más tranquila, se volvió hacia su reciénhalladatíayrogó—:Porfavor,continúa.

Marianne consultó con lamirada a Robert, que asintió en silencio,antesdeproseguir:

—Apartirdeentonces,Léa,túfuistelarazóndeexistirdetupadre.Apesar de sus éxitos y de su brillante carrera como político, tú eras elmotorque lo impulsaba.Encuantopodía, seescapabadesusnumerosasobligacionesyseibacontigoalchâteauquenuestrafamiliatienecercadeBonnieux, en la Provenza. Allí pasabais los días los dos solos,recorriendolosviñedosquerodeanlacasa.

Depronto,Lianyanoestabaallí,enlaexquisitamansiónparisinade

sutía,sinoquepaseabaporentrelasinterminableshilerasdeviñassujetasenespalderadelamanodeunhombremuyaltoymuyfuerte.

—Mira, Léa, ¿ves estos brotes? Pronto colgarán un montón deracimosdeuvasdeellos.

Su padre le señalaba cualquier cosa que despertara su curiosidad,perolapequeñaLéanosiempreprestabaatenciónasuspalabras,sinoqueselimitabaaescucharelrunrúndesuvoz,profundayquerida;asentireltacto de aquellos dedos cálidos en los que los suyos, tan diminutos,desaparecíanporcompletomientrasserecreabaenlosdébilesrayosdesolsobresurostro,sinserconsciente—comocasisiempreocurre—deque,eneseprecisoinstante,eratotalyabsolutamentefeliz.

El terrenodelviñedoeraabrupto,peroellasabíaqueno importabaquetropezase,porqueelhombrequemarchabaasuladosiempreestaríaasuladoparaprotegerla...

—Lian, ¿qué ocurre? Te has quedado blanca. —Las molestaspalmaditasensusmejillasyelsonidodeaquellaotravozmuydistintalatrajeronderegresoalpresente.

—Estoybien.Estoybien.Las grandes manos de Robert enmarcaron su rostro y clavó sus

pupilasenellaconpreocupación.—¿Seguroqueestásbien?Podemosdejarlasexplicacionesparaotro

momento,nohayprisa...—¡No!—lo interrumpió con brusquedad, dirigiéndole una mirada

suplicante—. Estoy bien, te lo juro. Necesito saber, Robert Gaddi, heolvidadoamipadredurantedemasiadosaños.

El científico rozó los pómulos de Lian con los pulgares en unadelicadacariciaysinapartarlosojosdelossuyosafirmó,convencido:

—Siloolvidastefueporquelosacontecimientosteobligaronaello,Lian.Noesculpatuya.Recuérdalosiempre.

Ella asintió y sus labios esbozaron una sonrisa temblorosa. Consuavidad, retiró lasmanos de su rostro y, de nuevo, se volvió hacia suinterlocutora,quelamirabainquieta.

—Teprometoqueestoybien.Sigue,porfavor.Marianneseaclarólagargantayprosiguió:—Yo acababa de llegar de la facultad y estaba en mi cuarto

estudiando cuando escuché gritos en el vestíbulo, salí disparada aenterarmedeloqueocurríayviaMariefueradesí,llorandoygritandoa

la vez que Léa había desaparecido. No sé si han tenido alguna vez esasensacióndenosabersiloqueestásviviendoesrealosetratatansólodeunapesadilla,peroesofue,exactamente,loqueyosentíenesemomento.Cuandoal fin logré reaccionar,corríal teléfonoy llaméamihermano,queenesemomentoestabadandoundiscursoen laAsambleaNacional.En cuanto conseguí que lo avisaran, cortó su intervención en el actodejandoalpresidentedelaRepúblicaconlapalabraenlabocayvinoparaacáatodavelocidad.

»La casa era un maremágnum de carreras, gritos y lágrimas. Porfortuna,Georgeseradeesoshombrescapacesdemantenerlacalmaenlassituacionesmásextremasy,encuantollegó,despidióalossirvientesquepululaban a su alrededor sin saber qué hacer y se encerró conMarie yconmigoenestamismahabitación.Comohaceunosmomentoshizousted,lesirvióunvasodecoñacalaviejaniñeraparaquesetranquilizaray,unavez que Marie dejó de temblar, le rogó que le explicara lo que habíaocurridosindejarsenada.

»MarierelatócómosehabíasentadoenunbancodelparquemientrasLéadabaunavueltamáseneltiovivo.—Alescucharaquellapalabra,Lianalzócon rapidez lamiradahaciael rostrodelcientíficoynotócómoélasentía de manera casi imperceptible. Marianne, entretanto, seguíahablando,asíqueseobligóaconcentrarseunavezmásenloquedecía—.Antes de llegar habían pasado por la frutería para hacer una pequeñacompra.Tenía lacestaa suspiescuando,depronto,unpilluelodeunosdoceañoslacogióysaliódisparado.Latatacorriódetrásdelmuchachosindejardegritar,perolagentedebíadepensarqueeraunalocaporquenadiesemolestóenayudarla.Unosmetrosmásadelante,cuandoyanolequedaban fuerzas para seguir corriendo, se encontró el contenido de lacesta desparramado por el suelo y, en ese mismo instante, tuvo lapremonicióndequeLéaestabaenpeligro.Regresóalcarruselalacarrerayconelcorazónencogidovioquesupequeñanoestabaentre losniñosque subían y bajaban montados a lomos de los caballitos de alegrescolores.Jadeante,seacercóalbancoenelquesolíaesperarla,peroallítansólohabíaunaniñeraconlaquehabíahabladoalgunasveces,quelecontóque había visto a Léa caminando de la mano de una mujer bastanteeleganteendirecciónalaspuertasdelparque.Encuantoescuchóaquello,Marieregresócorriendoacasaparadarelaviso.

»Cuandoterminóporfinsurelatodeloshechos,Georgeslaenvióa

sucuartodeinmediatoyllamóaunmédico,puesnolegustabaelcolorcenicientodel rostrode laanciana.Despuésavisóa lapolicía,que llegócasienelacto.

»A partir de esemomento,mi hermano renunció a su carrera paraconcentrarseentubúsqueda.Sinolohubierahecho,esmásqueprobableque lo hubieran elegido como cabeza de partido para presentarse a lassiguienteseleccionesgenerales.Quizá,incluso,sehabríaconvertidoenelnuevopresidentedelaRepública,perocomoyatedije,Léa—ledirigióunadulcesonrisa—,túeraslomásimportanteparatupadreynovacilóniunsegundoalahoradetomarsudecisión.

»Empleó todo su tiempo y sus recursos económicos en haceraveriguaciones sobre tuparadero.Deno ser por el empujedeGeorges,creoquelapolicíasehabríalimitadoaarchivarelasuntocomootrocasomás de secuestro de menores sin resolver. De pronto, a raíz de ladesaparicióndeLéalapolicíaempezóaatarcabos;alparecer,desdehacíamás de dos años se había denunciado en casi todas las prefecturasfrancesasladesaparicióndeniñosdeambossexosconunascaracterísticasfísicas muy similares: rubios, de tez blanca y ojos claros. Hasta esemomentonadiehabíaestablecidounarelaciónentreaquelloshechos,peroa la vista de todos los datos que iban apareciendo resultaba más queevidente que estaban relacionados. Entonces, la policía llegó a laconclusión de que se trataba de un caso de trata de blancas que llevabamuchotiempoteniendolugarjustodebajodesusnarices.

»Un añomás tarde, la policía consiguió detener a la mujer que tesecuestróenelparquey,tirandoconpacienciadelainformaciónqueellales proporcionó, consiguieron desmantelar la organización, cuyosprincipales cabecillas provenían de la mafia ucraniana, aunque teníaramificacionesencasitodoslospaísesdelnortedeEuropa.

»Tu padre voló a China y a Filipinas, donde las policías localeslograron encontrar a la mayor parte de los niños raptados en burdelesespecializados en un tipo de “comercio” muy específico. Los clientesresultaron ser en su mayoría ricos hombres de negocios árabes yjaponeses;fueunescándalomayúsculoanivelmundialysehablódeelloentodoslosperiódicosdelaépoca.Sinembargo,nohabíanirastrodeti,Léa.Georgesinterrogópersonalmentealamayorpartedelosdetenidos;chinos, filipinos, a varios de los ucranianos que habían conducido lostransportes desde Francia... Nadie le supo dar ninguna pista sobre tu

paradero,nisiquierasabíaacienciaciertasiseguíasvivaohabíasmuertocomo tantos otros. Se enteró de que algunos de aquellos niños habíanconseguido escapar y eso hizo que en ningún momento perdiera laesperanza de encontrarte algún día. Tanto es así que incluso dejó unfideicomiso a tu nombre, para que, en caso de que aparecieras, no tefaltaradenadaduranteelrestodetuvida.

»Volviendo a lo principal..., después de devolver a los niños queencontraron a sus respectivas familias, la policía cerró el caso; sinembargo,tupadrenuncasedioporvencido.Contratólosserviciosdeunade lasmejores agencias de detectives y siguió buscándote sin descanso,hastaqueundíasucorazónyanopudoresistirlomás.

Mariannesedetuvoyunavezmássellevóelpañueloalosojos,peroenseguidasesobrepuso.

—Cincoañosdespuésdetudesapariciónsufrióunataquealcorazón.Elmédicohablódeestrés,desobrecargadetrabajo,detensión...,peroyosébienloqueocurrió:mihermanoGeorges,tupadre,muriódepena.

Liantragósalivaantesdepreguntar:—¿QuépasóconMarie?—El viejo corazón de tu niñera aguantó mucho menos tiempo.

Después de tu desaparición, a pesar de que nadie la acusó de nada enningúnmomento,ellanopudosoportarelpesode laculpa.Alospocosmesesdeloocurridoenelparquemurióensucama;unanochesefueadormirynuncamásdespertó.

EncuantoMarianneTausietcalló,unpesadosilenciosecerniósobreellos,yalabrumadorsentimientodeculpaLiantuvoquesumarleeldolorsordodesucabeza,queparecíaapuntodeestallar.Alverlapalidezdesurostro,Robertanunció:

—Muchasgraciasportodo,Marianne.MetemoquelaseñoritaZhaose siente indispuesta, creo que lomejor será que nos vayamos al hotel,paraquepuedadescansarunrato.

—Léa,puedesquedarteaquísiquieres,éstaeratambiénlacasadetupadrey,porlotanto,tucasa.

Alescuchar suofrecimiento, el científico sepuso tensoyesperó larespuestadelajovensindecirunapalabra.

—Muchasgracias,mada...—Léa,soytutíaMarianne.—Lamujerlamirósuplicante.Lian esbozóuna sonrisavacilante amododedisculpay se llevó la

manoalafrente,enunvanointentodeapaciguareldolorquemartilleabaentresusojos.

—Perdóname, tía,me temo que son demasiadas sorpresas. Todavíatengoquehacermealaideademuchascosas.Sinoteimporta,regresaréal hotel con el señor Gaddi; aún trabajo para él y mis órdenes son nodejarlesoloenningúnmomento.Teprometoqueencuantopuedavolveréahablarcontigolargoytendido.

Resignada,MarianneTausietlosacompañóhastalapuerta.—Noolvidestupromesa,Léa.Debemosrecuperareltiempoperdido,

eres loúnicoquemequedadeGeorges.Además,quieroqueconozcasatusprimas,tienesdos.

Sin pedirle permiso, la estrechó entre sus brazos con fuerza y lajovennotóensupiellahumedaddesusmejillas.

Eneltaxidevueltaalhotel,LianibamuycalladayRobertnotratóderomperelsilencio.Teníalasensacióndeestarconectadoaaquellamujer—que con la mirada perdida en algún punto más allá de la ventanillaparecía más menuda y frágil que nunca— por una especie de cordónumbilicalquelepermitíaadivinarhastalaúltimadelasemocionesqueseagitabanensupecho.Dolor,tristeza,ira...,pero,sobretodo,unterribleeirracionalsentimientodeculpa.

En cuanto llegaron a la lujosa habitación que el científico habíareservado,Liansevolvióhaciaélyledijo:

—¿Teimportaríadejarmesolaunrato,RobertGaddi?Apesardequelehubieragustadoquedarseconellayabrazarla,algo

ensurostroinexpresivoledijoqueseríamejorhacerloquelepedía,asíque asintió y se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir oyó que ledecía:

—Prométemequenosaldrásdelhotel.—Estábien,teloprometo.Metomaréunacopaenelbar,sentadode

frente a la entrada para poder detectar a cualquier asesino a sueldo quetengalaimpertinenciadepresentarse.

De nuevo aquel patético amago de sonrisa en los suaves labios deLian,queledabaganasdeplantarseasuladoyapretarlacontrasupechocon todas sus fuerzas. Se contuvo con esfuerzo y abandonó por fin lahabitación.

13

Cuando regresó dos horasmás tarde, descubrió a Lian hecha un ovillosobreelcolchón.Tansólosehabíaquitadoloszapatosysehabíatapadocon una cálida manta que había encontrado a los pies de la cama. Seacercó de puntillas para no despertarla y vio que estaba tiritando;preocupado,colocólapalmasobresufrenteynotóqueardía.

En el acto buscó su bolsa de aseo en la maleta y sacó la caja deibuprofenoquesiemprellevabaconsigo.Llenóunvasodeaguaconunabotellaqueencontróenelminibarysesentójuntoaella.

—¡Despierta,Lian!Estásardiendodefiebre.Losdelicadospárpadosseabrieronconlentitudysusojosvidriosos

lo miraron desconcertados. Robert pasó un brazo por detrás de sushombros y la ayudó a incorporarse antes de colocarle él mismo unapastilla sobre la lengua, luego acercó el vaso a sus labios para quebebiera. Cuando terminó, lo dejó sobre la mesilla de noche y trató deincorporarse,peroLianleechólosbrazosalcuelloynoselopermitió.

—¡Nomedejes,RobertGaddi!—suplicó—.¡Abrázame!—Esperaunmomento.Elcientíficosequitóloszapatosylachaqueta,setumbóasuladoyla

rodeóconunbrazo.Lianapoyólamejillasobresupechoylapalmadesumanoenellugarexactodondeelcorazónmasculinolatíabajolacamisacon un ritmo firme y sosegado, y empezó a hablar con aquel exóticoacentoquesehacíatantomásevidentecuantomásabsortaestabaenloquecontaba.

Comountorrenteduranteunatormentalaspalabrassedesbordaron,incontenibles, y le contó todo lo que durante tantos años había estadoarrumbadoenalgúnrincóndesusubconscienteyque,depronto,trasverel retrato de su padre y escuchar lo que su tía le había contado, habíaaflorado de nuevo a la superficie.Las imágenes olvidadas durante tantotiempoadquiríandeprontounanitidez tanmarcadaque sentíaque sino

hablabadeelloseahogaríaensupropiaangustia.Lianhablóyhabló, duranteminutos, durante horas..., hasta quepor

fin,agotadaycasironca,sequedódormidaentreaquellosbrazosque,enesemomento,leparecíanelúnicolugarseguroenelquerefugiarse.

Alnotarlacariciadesurespiraciónregularcontrasupecho,Robertla apretó aún más contra sí, y con la barbilla hundida en sus suavescabellosrubiospermaneciópensandoenlaincreíblevidadeaquellajovenqueahoradormía,confiada,entresusbrazos.

LianZhaoeraunamujeradmirable,sedijo.Unaluchadoratenazquenunca se había rendido ante la adversidad. Desde una edad temprana sehabíaenfrentadoahechosquehabríanacabadoconlacordurademásdeunadultoynosólohabíasalidovencedora,sinoquesehabíaconvertidoenunapersonafueradeserie,generosaycompasivaque,alcontrarioqueél,enningúnmomentosehabíadejadoarrastrarporlaamargura.

Cuandoeldestinolahabíaarrancadoconviolenciadelosbrazosdesus seres queridos y de la vida de lujo y confort para la que estabapredestinada, ellahabía conseguido sobreponerse a semejantemazazoy,además,habíasalidoaúnmásfuertedeaquelladifícilprueba.

DurantelostresidílicosdíasquehabíantardadoenllegaraParís—en los que no habían faltado animadas charlas ni risas por cualquiertontería;enlosqueparabansinmásenelprimerlugarquelesllamabalaatención para visitar un pueblo medieval o unas ruinas; en los quecualquier excusa era buena para estrecharla entre sus brazos y besarlaapasionadamente; en los que las noches se convertían en momentos depuramagiaenlosqueapenasdormían—,nisiquieraentonces,apesardehaberse sentidomás feliz de lo que lo había sido en los últimos veinteaños, había sido capaz de reconocer lo que tenía justo delante de lasnarices. Llevaba meses engañándose a sí mismo, pero la historia queacababadecontarlelamujerqueeneseinstantedormíaentresusbrazoslehabíaabiertolosojos.Porfin.

AmabaaLian.Amabaelsuavecabellorubioqueenmarcabasupreciosorostro,los

grandes ojos azules que lo miraban con serenidad, aquella nariz algoinfantilquesealzabaamenudo,desafiante.Susmovimientosdelicadosyligeros, la fuerzaocultaen su figuraesbelta, tan frágil enapariencia, loignorantequeeradesupropioatractivo, lasensibilidady la inteligenciaquemostrabaentodomomento;pero,sobretodo,amabasuinocencia.No

sóloladesucuerpo,sinolaformaconfiadaqueteníademirarelmundoyvertansólolabellezaqueencerraba.

Aquellapequeñamujerqueparecíaunaniñalehabíahechorecuperarlafeenlahumanidady,enespecial,lafeensímismo.Despuésdetantosañosrevolcándoseeneldesengañoylaamargura,ellalehabíadevueltolaesperanzaylehabíahechoverquepodíaconvertirseenunhombremejor.

Sinembargo,alcompararlastrayectoriasdeambos,tandispares,sesentíaavergonzado.Noeradignodenidebesarlelospies,sedijo.SabíaqueLianpensabaqueestabaenamorada;suformadeentregarseaél,sinfalsos pudores, sin guardarse nada dentro, era sumanera de gritarlo almundo;peronoibaaaprovecharsedeaquello.Bastantemalhabíahechoyaalserincapazderesistirseahacerleelamor,aunquementiríacomounbellacosidijeraquesearrepentíadehabersidoelprimerhombreensuvida.Amarla había sido una de las pocas cosas nobles que había hechojamás,peroelcaminoqueteníaquetomarapartirdeahoraseabríaconclaridadanteél.

Debíarenunciaraella.Lian pertenecía a una de las familiasmás conocidas de Francia; su

padrehabíasidounodelospolíticosmásqueridosybrillantesquehabíadadoesanación.Porloquesutíahabíadadoaentender,lehabíadejadolosuficiente para que nunca le faltara de nada. Por eso debía dar un pasoatrás;ellateníaderechoaretomarlaexistenciaquedebíahabersidosuyasiaquelsecuestronolehubierarobadoveintidósañosdesuvida.

Apesar de sus sentimientosno teníaderecho aguardárselapara sí,queeraenrealidadloquelegustaríahacer;siporélfuera,seencerraríanenLaFortezzaynosaldríandeallímásqueencasodenecesidadurgente.Nodeseabacompartirlaconotraspersonas,noqueríaquenadaninadiepudiera cambiar su forma de ser. Acarició su rostro con ternura; Liandormía plácidamente con la mejilla apoyada sobre su pecho, ajena porcompleto a sus negros pensamientos. Sin poder contenerse, Robert laatrajoaúnmáshaciasíydepositóunbesoleveensussuavescabellos.

Porunavezensuvidaharíalocorrecto,sejuró,inflexible;estavezno se dejaría arrastrar por su egoísmo. La quería demasiado pararetenerla a su lado, así que renunciaría a ella, aunque eso lo destrozara.QuizáenunprincipioLiannoestuvieradeacuerdo,perosabíaquealfinalse lo agradecería, ella merecía algo mejor que un hombre disoluto yamargado.

Lianmerecíaserfeliz.Enese instante,comprendióqueaquellasería laúltimavezqueella

dormiría entre sus brazos y, decidido a aprovechar hasta el últimosegundo,pasóelrestodelanochevelandosusueño.

CuandoLiandespertóestabasolaenlaenormecama.Justoentonces,seabriólapuertadelcuartodebañoyRobertsalióreciénafeitadoytanelegantecomosiempre,apesardeque,ajuzgarporlasoscurasojerasqueresaltabanaúnmáselbrillodeorodesusojos,teníaaspectodenohaberpegado el ojo en toda la noche. La expresión de su atractivo rostro eraimpenetrable,yalgoensuactitudhizoqueaLianselepusieralacarnedegallina.

—Será mejor que te duches, Lian, en pocas horas saldrá nuestrovuelo.VolvemosaWashington.

Aloírlafrialdaddesuvozcomprendióquealgohabíacambiado;enese preciso instante supo, sin lugar a dudas, que el momento que tantohabíatemidohabía llegadoporfin,yconsuhabitualfatalismoserindiósin ni siquiera luchar. En silencio, bajó de la cama y se encerró en elcuartodebaño.Permanecióunbuenratobajoelchorrodeaguacaliente,tratando de no pensar. A pesar del dolor sordo que sentía, no podíaabandonarseaél,pormuchoquefueraprecisamenteesoloquedeseaba;todavíateníauntrabajoquehaceryyahabíaactuadodemaneramuypocoprofesionalalmezclareldeberconelplacer.Ahoranoeraelmomentodederrumbarse, se dijo, así que terminó de peinarse, salió del baño yrecogiósuscosasconrapidez.

—Estoylista.Robertlamiródearribaabajosindecirnada.Lucíaunodelosceños

mástormentososqueLianlehabíavistojamás;demodoinconsciente,ellaseirguióaúnmásyledevolviólamirada,impasible.

—Lian...—empezóadecir,peroenseguidasedetuvoconlos labiosapretadosy trasunossegundosen losque la joven tuvo la impresióndeque luchaba consigomismo, exclamó demalosmodos—: ¡Vámonos deunavezoperderemoselmalditoavión!

Durante el largo vuelo transoceánico apenas hablaron. ARobert lehubieragustadoexplicarlecómosesentíayquérazoneslehabíanllevado

a tomar la decisión de apartarse de ella para siempre, pero tenía lasensacióndequesiempezabaahablarperderíatodasudeterminación,sederrumbaríayharía,exactamente, loquesehabíaprometidoasímismono volver a hacer jamás: besarla, una y otra vez, hasta conseguir quejurasequepermaneceríaasuladoparasiempre.

Laobservódereojo,estabatanbellayserenacomodecostumbre;sino fuera porque que llevaba variosminutos sin pasar de página, habríapensado que estaba absorta por completo en la colorida revista de laslíneasaéreasquehabíaencontradoenelbolsillodelasiento.

«¡Lohagoportubien!»,gritóensilencio,apesardequenotabaqueseledesgarrabanlasentrañas.

Lomejorseríaquepensaraqueeraunseductorsinsentimientos;quetansólohabíabuscadoenellaunaconquistamás.Cortarporlosanoalalargaseríamenosdoloroso,sedijo,oalmenosdeseabacreerloasí.

EnWashingtonya era noche cerrada cuando llegaron.En cuanto elaviónsedetuvo,Robertsacósumóvilehizouna llamadamientrasLiansacabadelportaequipajessupequeñamaleta.

—Bien, iré ahora mismo. —Oyó que decía antes de cortar lacomunicación—.¿Estásmuycansada?

Muy a su pesar, el científico no pudo ocultar su preocupación alobservarel rubiocabello revueltoy lapalidezdesurostro,peroella lomiróimpasibleynegóconlacabeza.Denuevoquisodeciralgo,perounavezmássecontuvo,apretóloslabiosconfuerzayconelasadesumaletaen una mano y el bastón en la otra salió cojeando a toda prisa de laaeronave.

Sin aparente esfuerzo y a pesar de las largas zancadas que daba suprotegido, Lian se mantuvo a su altura en todo momento, hasta quesalierondeledificiodelaeropuertoysesubieronal lujosodeportivodealquiler que Robert había reservado. Pasaron por el apartamento paracogeralgunascosasquenecesitabaelcientíficoypocodespuéssalíandelaciudad.

Llevaban más de media hora de trayecto por carreteras solitariasflanqueadasportupidosbosquesdeconíferascuandoelcientíficorompióelincómodosilencio.

—VamosacasadeIanDoolan.Estáesperandomiinforme.Lian se limitó a encogerse de hombros ante aquella súbita

información y siguió mirando por la ventanilla, a pesar de que afuera

reinabaunaoscuridadimpenetrable.Irritadoconella,perosobretodoconsigomismo,preguntódemalos

modos:—¿Tehasquedadomudaderepente?Ellavolviólacabezadespacioypreguntóasuvez,muyserena:—¿Quéquieresquediga?Cadavezmásfurioso,Robertreplicóenuntonodemasiadoalto:—¡No sé! ¡A lomejor podríasmostrar algo de interés! ¿Es que no

tienesnipizcadecuriosidad?¿Tanpocoteimportatodo?Nohevistounapersonamás apática enmi vida.—Sabía que estaba siendo irrazonable,peroeraincapazdecontrolarse.

—Estábien,¿dondeviveeseIanDoolan?—Suexpresiónindiferentehizoqueélrechinaralosdientes.

—CercadeRichmond,lacapitaldelestadodeVirginia.—Interesante.El tono que empleó desmentía por completo el significado de su

afirmacióny,sinpodercontenerse,elcientíficosoltóelvolante,laagarródelamuñecayapretóconfuerza.

—¡Nome trates como a un niño pequeño al que hay que llevar lacorriente!

—Creo que cualquier niño mayor de tres años se comportaría deformamás racionalque tú—replicóconsequedad—.Llevas todoeldíahaciendocomosiyonoestuvieraahíysólomehablasdemaneracortantecuandonotequedamásremedioquehacerlo.¿Quéesperasquehagayo?No sé qué te ocurre, Robert Gaddi. Unas veces eres un hombre casiamable y otras te conviertes enun... ¿cómoes esoque te llama siempreHarrelson?—Frunciólasdelicadascejasligeramentemientrastratabaderecordar—.Ah,sí.Uncapullo.Unauténticocapullo.

Sonrió,encantadadehaberdadoconlaexpresiónexactaqueutilizabael agente del FBI cada vez que se refería al científico, y al ver aquellahechicera sonrisa el deseo de estrujarla entre sus brazos y besarla hastaque no le quedara ni gota de oxígeno en los pulmones fue casiincontrolable. Robert sacudió la cabeza en un esfuerzo desesperado porresistiraquelimpulso;noentendíacómotantasemocionescontradictorias—rabia,deseo,resentimiento,lujuria,amor—podíandarsecitaalmismotiempodentrodesupecho.Sinembargo,asíerayahíestabaél,luchandoconsigomismo,portándosecomoelcapulloqueelladecía,desesperado

porbesarlayhacerleelamorunavezmásysabiendo,almismotiempo,que tenía que dejarla marchar. Atormentado, soltó su muñeca conbrusquedadyvolvióaconcentrarseenel trazadode lacarreteraque losfarosapenasiluminaban.

De pronto la pequeñamano de Lian se posó sobre su rodilla y sucaloratravesólafinateladelpantalón.

—ComodiceelmaestroCheng:«Encualquierbatallapierden tantolos vencedores como los vencidos» y yo no quiero pelearme contigo,RobertGaddi.Tendrásquesertúelquevenzasatuspropiosdemoniosyéseesuncombateenelquenadiepuedeacudirentuayuda—declaróconsuavidad.

—¡Loquemefaltaba!Elmagnoliofilósofoatacadenuevo.—Tratóde ignorar la súbita rigidez en su entrepierna que aquel simple contactohabíaprovocado.

Unavezmás,Lianseencogiódehombrosyretirólamano,yRobert,queenefectoluchabaabrazopartidocontraaquellosdemoniosdelosqueellahabíahablado—esosdemoniosque,enesepreciso instante,estabanávidos de sexo—, juzgó que seríamás prudente permanecer en silenciohastallegarasudestino.

Casiunahoradespués,detuvoeldeportivojuntoalaimponenteverjade hierro que rodeaba lo que parecía un extenso parque. Después deintercambiar algunas frases con un interlocutor invisible a través delporteroautomáticolaverjaseabrióconsuavidadyelvehículoenfilóporunsinuososenderodegravaqueconducíaaunaimpresionantemansión.Un par de potentes focos bañaban de luz la fachada de ladrillo rojo,divididaendosporunpórticoneoclásicosujetoporcolumnasblancas,ypermitíanadivinareneltejadodepizarraoscuralassiluetaselegantesdevariasmansardas.

Elcientíficodescargóconbrusquedadelequipajey,sinhacercasodelasprotestasdeLian,secolocóelbastónbajoelbrazo,cogióunamaletaen cada mano y subió cojeando los tres escalones de la entrada. Pocodespuésdellamaraltimbre,Doolanenpersonaabriólapuerta.

—Ian —fue el escueto saludo de Robert, antes de colarse en elmajestuosovestíbuloseguidodecercaporLian.

—Bienvenido a mi humilde morada, Robert. Yo también estoyencantado de volver a verte —respondió su antiguo compañero defacultadconironía.

AldescubrirladelicadafiguradeLiandetrásdelcientíficosequedómuyquietoysuscejassealzaronlevemente.Robertdejólasmaletassobreelsuelodemármolblancoycontestóasumudapregunta.

—Es la señorita Zhao. La niñera que ha contratado Charles paradecirmecuándoiralbañoyrecordarmedespuésquemesubalabragueta—lapresentósarcástico.

El hombre alto y rubio se dirigió hacia ella con una encantadorasonrisayleestrechólamanoconfirmeza.

—Encantado,señoritaZhao.ConociendoaRobertcomoleconozco,meimaginoquesulabornohabrásidounpícnic,precisamente.

—Nomequejo.—Liannorespondióasusonrisa.—Dehecho,mehasalvadolavidaenunascuantasocasiones.Desde

luego,nopuededecirsequelaseñoritaZhaonosepahacersutrabajo.Su tono hostil hizo que Doolan lo mirara sorprendido, pero al

descubrir un brillo tormentoso en sus ojos felinos decidió no hacerningúncomentario.

—Bueno, serámejor que paséis a la cocina.He preparado algo decenar,me figuréquenohabrías comidomuchoenel avión.Noesgrancosa, la verdad es quemis dotes de cocinero son bastante básicas, perohoylaseñoraJacksontieneeldíalibre.

Loscondujohasta laespaciosacocinablancaynegra,equipadaconmodernoselectrodomésticos.SobrelaampliaislacentralhabíadispuestosdosmantelesindividualesconsuscorrespondientesserviciosyDoolanseapresuróacolocaruntercero.

—Siéntese,porfavor,señoritaZhao.—Conungestoeducado,señalóunodelosaltostaburetesdeacero.

Losdoshombrestomaronasientoasuvezy,enpocosminutos,entretodosdieronbuenacuentadelaensaladayelquesoquesuanfitriónhabíapreparado;aunque,comodecostumbre,Lianrechazólacopadevinoqueletendía,porloqueIanDoolanseapresuróaservirleaguaenunvaso.

A pesar de que Lian no contribuyó mucho, la conversación fueconstanteyanimada.Encuanto terminaronelpostre,Doolan lesofreciópasaralsalón,ytomaronasientoenloscómodossillonessituadosfrentealfuegoqueardíaenelinteriordelaimponentechimenea.

—Llevodíastratandodelocalizarte,Robert.CassidytampocomehadadodetallessobretuparaderoytrasloocurridoenOviedoestabamuypreocupado.

—Charlesdesconocedóndeheestadoenlosúltimosdías.Dehecho,dudoquenisiquierasusqueridosespíassepanqueyaestoydevueltaenEstados Unidos; quedamos en que lo llamaría cuando regresara, peroqueríahablarantescontigo.—Setapólabocaparaocultarunbostezo—.Verás,Ian,Charlesyyodecidimosquecuantamenosgentesupieradondeestaba, menos probabilidades habría de que me pegaran un tiro o mehicieransaltarporlosaires...Enrealidad,estuveenParís.

—¿París?—Denuevounadelascejasrubiassealzóinterrogante.—Temas personales—contestó el científico con vaguedad, y luego

añadióconsuhabitual ironía—:Perono temas,comosabíaqueestaríaspreocupado pormí he venido a toda prisa para que seas el primero enconocerlosúltimosdetallesdelainvestigación.Notequejarás,¿eh?

Ian hizo un gesto con la cabeza en dirección a Lian que suinterlocutornotuvoningúnproblemaeninterpretar:

—Puedes hablar delante de ella con toda tranquilidad. La señoritaZhaoconocebientodosmis...secretos.—Sipretendíahacerlaenfadarconelmatizinsinuantequeimprimióasuspalabrasnoloconsiguió;losojosazules de Lian le devolvieron la mirada vacíos de toda expresión. ARobert leparecióqueestabamáspálidaquedecostumbreypreguntó—:¿Teencuentrasbien?

—Muybien.Sinembargo,noeracierto.Liannotabaelestómagobastanterevuelto

y,depronto,sesentíamuycansada;alparecerel largoviajeenaviónleestaba empezando a pasar factura. El científico la examinó con ojospenetrantes antes de volverse hacia Ian y continuar con lo que estabadiciendo:

—En fin, vayamos al grano. Las pruebas de nuestra vacuna enhumanoshansuperadotodasmisexpectativas.Comosabes,Ian,elestudioha sido de los más exhaustivos que se han llevado a cabo jamás y lavacunasehareveladoefectivaenel85%delospacientesconcáncerdepulmónydepróstata,yenun95%delosafectadosporcáncerdemama.Tambiénhacontribuidoareducirsignificativamenteel tamañodevariostumoresenelhígadoylavejiga.Contodosestosdatosenlamano,puedoasegurarte sin pecar devisionarioque estamos ante unanueva era en laprevenciónylaluchacontraelcáncer.

Sus palabras rezumaban entusiasmo y los ojos dorados brillaban,triunfantes.

Ian Doolan cogió su vaso de whisky y se lo llevó a la boca conparsimonia. Después de dar un buen trago, chasqueó los labiospaladeándolo.

—Impresionante,Robert,despuésdeestotegarantizoquetunombreempezará a sonar para el Premio Nobel. He visto que tienes aquí tuportátil,¿hastraídotodaladocumentación?

—Porsupuestoqueno,Ian,estátodoabuenrecaudocomoyatedije.—ElcientíficovolviólamiradadenuevohaciaLian,quehabíaapoyadolanucaenelrespaldodelsillónymanteníalosojoscerrados;estabamuypálida—.¿Quéteocurre,Lian?¡Mírame!

Obediente,tratódeabrirlospárpados,sinembargo,eraunesfuerzoinútil; al segundo volvían a cerrarse como si sus pestañas fueran deplomo.Hizounnuevoesfuerzoeintentóenfocarlamirada,pero,aunquetansólo losseparabanunpardemetros, losrostrosde losdoshombrespermanecieron borrosos. Muy preocupado, el científico se levantó, sesentóasuladoyrodeósucinturaconunbrazo.

—Estásagotada.Vamos,teacompañaréatuhabitación.Liannotabaqueseleibalacabezaytansólopudosusurrarantesde

abandonarsealainconsciencia:—Cuidado...,RobertGaddi.Depronto,elcuerpolaxodelajovenseconvirtióenunpesomuerto

entresusbrazosy,completamentedesconcertado,Robertsevolvióhaciasu anfitrión en busca de ayuda sólo para descubrir que Ian Doolan leencañonabaconunapistoladeaspectosiniestro. Incapazdecreer loquesuspropiosojosinsistíanenmostrarle,preguntó,confundido:

—¿Sepuedesaberdequédemoniosvaesto?Sindejardeapuntarloniunsegundo,Doolanse limitóaencogerse

de hombros. Robert sacudió la cabeza, perplejo; se sentía como siestuviera dentro de uno de esos sueños en los que resulta imposibledespertar. De repente, un pensamiento espeluznante se abrió paso en sucerebro.

—¡¿Nolahabrás...?!¡Lahasenvenenado!—Aúnsinpodercreerlodeltodo observó el rostro macilento que descansaba sobre su pecho y,volviendo de nuevo la vista hacia el elegante hombre rubio que loobservaba impasible, gritó fuerade sí—: ¡Contéstame,malditobastardo,¿vaamorir?!

—Tranquilo, Robert, ya veo que la señorita Zhao no te resulta del

todo indiferente. Tan sólo le he puesto un poco de flumitrazepam en elagua. Imagino que lo conoces; es un sedante que actúa como relajantemuscular y provoca después una amnesia temporal. Espero no habermepasado con la dosis, al fin y al cabo el médico eres tú—comentó confrialdad—.En realidad la droga iba destinada a ti, pero, verás, la súbitaaparición en escena de la señorita Zhao me ha obligado a cambiar deplanes.Créemequenomeagradaenabsoluto.

Robertapretóaúnmáselcuerpoexánimecontrasupechomientrassucerebro trabajaba a toda velocidad, tratando de encontrar una vía deescape que les permitiera a ambos salir con vida de aquella trampainesperada.

—¿Quieresdecirquehassidotútodoestetiempoelquehatratadodeboicotearelensayo?¿Misdosintentosdeasesinatosoncosatuya?

Sinbajarlaguardia,IanDoolanserecostóenelsillónylomirómuyserio.

—En realidad, al ver que las amenazas no conseguían asustarte,contratéaunosinútilesparaeltrabajosucio,pero,comosabes,enlasdosocasiones fracasaron miserablemente, así que cuando me llamaste paradecirquevolvíasaWashingtonensecretoyquenisiquieraCassidyestabaal tantode tu regresopenséque lomejor seríaocuparmeyomismodelasunto.Nocreasquemeagradalaidea,apesardequenosomosamigosnos conocemos desde hace tiempo y reconozco que todo el asunto es...desagradable.—HizoungestodesganadoconlapistolaseñalandoaLianycambiódetemaabruptamente—.Cuestacreerquefueraestajovencitalaqueteprotegiódelosmalos.

—Sí, Lianme salvó la vida en aquellas dos ocasiones y en algunamás.Charlestuvobuenojoalahoradeelegirlaparaelpuesto.—Losirisambarinosnoseapartabande su interlocutor, atentosalmenordescuido—.Tiene lamaníade tirarse encimademí cadavezque seorganizaunrifirrafe.

—Bueno, no creo que eso te molestara; si te soy sincero a mítampocome importaría que seme tirara encima.—Al oír sus palabras,Robert refrenó a duras penas el irresistible impulso de partirle de unpuñetazo uno de aquellos dientes de folleto de clínica dental—.Pero notrates de distraerme, Robert. Si intentas algo, ten por seguro que laprimerabala irádirectaalcerebrode laseñoritaZhao.Megustamuchocazar. Te aseguro que tengo una gran puntería y, la verdad, me

desagradaríamuchoponerlacasaperdidadesangre;bastantetendréconlimpiarvuestrashuellasmástarde.—EchóunaojeadaalRolexdeoroquelucía en su muñeca izquierda y añadió—: Bien, será mejor que nosdejemosdechácharaynospongamosenmarcha.TúllevarásalaseñoritaZhao.

Doolanlehizoungestoconelcañóndelapistolaparaquesepusieraenpie.ElcientíficosiguiósusinstruccionesydepositóaLianenlapartetraseradeldeportivodealquiler,luegometiódenuevotodoelequipajeenelmaleteroysesentóenelasientodelpilotomientrasqueelotrohombre,quenohabíadejadodeapuntarleconelarmaniunsegundo,lohizoasulado.

—¿Adóndevamos?—Noseasimpaciente,Robert.Prontolosabrás.

14

MonasteriodeShaolin,seisañosatrás

Sentadaenel jergóndemaderadesupequeñacelda,Liantragósalivay,deunsolotajo,cortósulargatrenzarubiaconunrápidomovimientodelamuñeca.Despuésdejóelafiladocuchillosobreelsueloyatóelcabellocon un cordel que había cogido también de la cocina. Con dedostemblorososacariciólossedososmechonesdepelodoradoytragósalivauna vez más, en un vano intento por deshacer el nudo que tenía en lagarganta.

LapequeñamaletadecuerodesgastadoquelehabíadadoelmaestroChengyacíasobrelacamacontodassusposesionesterrenales—latúnicaazafrán, sus zapatillas, unas cuantasmudas de ropa interior y el silbatotalladoenunacañadebambúqueHaolehabíaregaladoañosatrás—ensuinterior.

Sesentíaextrañavestidaconelatuendotradicionaldelascampesinaschinas,unospantalonesdealgodónoscuroyunacamisadelmismocolorquetambiénlehabíadadoelmaestro.Enrealidad,todoeraextraño.Ibaaabandonarelmonasterioporprimeravezdesdequellegóhacíayamásdequince años y estaba asustada. Sin embargo, su expresión impasible nodelatabaenlomásmínimosutumultointerior.

Suspiróunavezmásantesdecerrarlatapadelamaletayajustarlosanticuados herrajes de latón. Luego agarró el asa con firmeza y con lamaletaenunamanoy la larga trenzaenrolladaen laotrasedirigióconpasodecididoendirecciónaltemplo.

Lafrescaatmósferalaenvolviócomounabrazo.ConpasosligerossedirigióalaltarenelqueunBudadepiedraparecíameditar,encendióunavarilladeinciensoysesentófrenteaélconlaspiernascruzadassobrelasfríaslosasdepiedra.Permanecióasí,conlamentevacía,durantemásdemediahora.Por fin, juntó laspalmasde lasmanosfrentealcorazón,

inclinó la cabeza y se levantó para dirigirse a donde se encontraba elancianoFanDang,escoltadocomosiemprepor susguardaespaldas,dosfornidosmonjesqueselesentabanaamboslados.

Lian apoyó una rodilla en el suelo y, con la cabeza baja, pues aloráculonoselepodíamiraralacara,letendiólatrenzaensilencio.

—¿A qué vienes?—La voz del anciano sonaba sorprendentementefirme.

—Losmonjes shaolin cuidaron demí durantemuchos años.Ahoratengo que irme —su voz tembló ligeramente— y, en agradecimiento,quieroentregarlesloúnicodevalorqueposeo.

—Ungestoquetehonra,grácilsauce.Elancianohizoungestoconlamanoyunodelosguardaespaldasse

adelantóparacogerlatrenzadeentrelasmanosdelachica.—¡Nodeseoalejarmedeaquí!—Susúplica,casiunsollozo,restalló

en el templo silencioso, pero al instante Lian se mordió el labio yparpadeóconfuerzaparacontenerlaslágrimas.

—El destino te llama, grácil sauce, y ese destino no lo encontrarásaquí.Peronotemas,apesardequeloshilosdetuvidaseenredaronhacemuchos años conseguirás desliar la madeja y encontrar tu verdaderocamino.Ahoravete,tudestinoteaguarda.

Lianseinclinóconrespetohastaquesufrentetocóelsuelo.Luegoseincorporó, agarró de nuevo el asa de sumaleta y con la cabeza baja sedirigióhacialasalida.Apesardequeelcieloestabanublado,despuésdelapenumbradeltemplolaclaridadexteriorladeslumbróy,denuevo,sevioobligadaaparpadearconfuerza.

Encontró a su maestro en su lugar favorito, sentado con los ojoscerrados y las piernas cruzadas a la sombra de una de las pagodasmásaltas.Liansesentóenelsuelofrenteaély,apesardequenohabíahechoelmenorruido,lospárpadosdelancianomaestroseabrieronalinstanteysusojossabioslaexaminaron.

—Mevoy,maestroCheng,deseotubendición.Élasintióconlacabezaantesderepetir,comohabíahechomásdeun

centenardeveces:—Debesencontrartucamino.—Sí,maestro.Suinterlocutorsepalpólatúnica,sacódeentrelosplieguessuviejo

rosariodecuentasdemaderayselopasóporlacabeza.

—Noestarássola,yosiempreviviréenti.Incapazdedecirnada,Liansorbióconfuerzaporlanariz.—Y recuérdalo siempre, pequeña Lian, «todo es pensamiento—se

tocólafrenteyluegoelpechoconunamano—ycorazón».Durante unosminutos permanecieronmirándose, en una comunión

silenciosa, hasta que elmaestro juntó las palmas de lasmanos frente alcorazón e inclinó la cabeza. Ella lo imitó antes de ponerse en pie yagarrar,unavezmás,elasadesumaleta.

—Adiós,maestroCheng.—Amitabha,grácilsauce.Lian se alejó a paso rápido. Aún le quedaba un largo camino que

recorrer hasta llegar a Luoyang, donde, como le había explicado elmaestro, cogería un autobús que la conduciría en dirección hacia esedestinoqueseleantojabacadavezmásoscuro.Cuandollegóalacimadela primera colina, se volvió a contemplar el lugar que la había acogidohacíayatantosañosyqueahoraabandonabaparasiempre.

En ese momento las densas nubes grises que permanecíansuspendidas sobre Songshan, una de las cinco montañas sagradas deChina, se abrieron y un rayo de sol iluminó las cumbres nevadas. Lamágicabellezadeaquelpaisajefabulosolerobóelalientoy,al instante,Liansintióquelaesperanzaregresabadenuevoasucorazón.

AlrededoresdeRichmond,Virginia,enlaactualidad

Despuésdeconducirunbuenratoensilencio,elcientíficopreguntó:—¿Porqué,Ian?—No seas ingenuo, Robert. ¿Por qué va a ser? Por dinero, por

supuesto. No te imaginas lo que ciertos laboratorios están dispuestos apagarparaquetuinvestigaciónnovealaluz.

—Essen,¿noesasí?—afirmóconlosojosclavadosenlacarretera.Doolansoltóunacarcajada:—Essen, ¿quién si no? Acaban de sacar al mercado una nueva

quimioterapiaqueprometemilagrosqueestá lejosdecumplir,perohaninvertido muchos años y muchos millones y no están dispuestos aperderlosconesavacunaparapobresquetehassacadodelamanga.

—ImaginoqueelpasosiguienteesdeshacertedeLianydemí.

—No estuvistemuy listo el día queme dijiste que si a ti te pasabaalgo tendría toda la información encima de mi mesa en menos deveinticuatrohoras.Noespropiodeti.—Chasqueólalenguaconfingidopesar, pero luego cambió de actitud y añadió—:Confieso queme gustavivir bien y últimamente he hecho algunasmalas inversiones. De verasque lo siento, Robert, no es nada personal. Nunca me has caídoexcesivamente simpático, pero reconozco que eres un tipo brillante ypodríashaberllegadolejos.

—¡Dejadedorarmelapíldora,noconseguirásqueparezcamásdulcedetragar!—replicóconrudeza.

Despuéscontinuóeltrayectoensilencio.Cuandolorompiódenuevoeracercadelaunadelamadrugada,habíaconducidodurantemásdedoshorasporaquellaoscuracarreterayelcansancioacumuladohacíaquelepesaranlospárpados.

—¿Quévasahacerconnosotros?Doolan estiró el cuello entumecido a un lado y a otro antes de

responder.—Trashablarcontigo,tuvequeimprovisarunplanatodavelocidad.

NadiesabeaúnqueestásdevueltaenEstadosUnidos,nisiquieratuamigoCharles. En cuanto salte la alarma por tu falta de señales de vidaaveriguarán que tanto la señorita Zhao como tú volasteis aWashington,alquilasteis un coche y nuncamás se supo de vosotros ni del vehículo.Nadieosviollegarniirosdemicasa.

»ComosoyunjefecomprensivolehedadolanochelibrealaseñoraJackson,cosaquehagoamenudo,paraquevisitaraaesaqueridanietecitasuyaquealparecergozademuymalasalud.EnelcasoimprobabledequeCharles sospechara demí, pensaría queme he deshecho de las pruebasarrojándolas a la bahía de Chesapeake. Sin embargo, tengo mi Audiaparcado en una zona solitaria del lagoKerr y en cuanto este coche sehunda en las oscuras y frías aguas con vosotros dos dentro, regresaréconduciendo tranquilamente y nadie sabrá jamás que esta noche meausentédemi casa.ADiosgraciasno tengovecinosmolestosqueesténpendientesdemisidasyvenidas...

Robertnoledejóacabarlafrase,sinprevioavisogiróelvolanteconbrusquedadhacialaizquierdayluegodenuevohacialaderecha,tratandode pillarlo desprevenido, pero Doolan tenía bien sujeta la pistola y elcinturóndeseguridadimpidióquesalieradespedidocontraelparabrisas.

—¡Hijodeputa!¡Detenteotejuroquelamato!—Colérico,apuntóalainconscienteLian,quehabíarodadohastaelsuelodelvehículo.

Aloírlo,Robertenderezóelrumboenelactoyredujolavelocidad.—Está bien, tranquilo. Tenía que intentarlo, ¿no? —comentó con

fingidaserenidad,procurandoquitarhierroalasituación.—Comovuelvasaintentaralgoparecido,comohayDiosmecargoa

tuamiguita.Megustaríallevarelasuntoconpulcritud,peronocreasqueeltemoraderramarunpocodesangremevaaecharparaatrás.

Alescucharaquel tono, impasibleygélido,alcientíficono lecupodudadequesuantiguocompañerodefacultadcumpliríasuamenaza.Yadesde los tiemposde launiversidad IanDoolanhabía sidounmuchachoimplacablequenuncadejabaunaafrentasincastigary,pordesgracia,sedijoRobert,noparecíahabercambiadomuchodurantelosúltimosaños.

Muchomástarde,Doolanordenó:—Tuercealaderecha.Robertobedecióyelcochetraqueteósobreuncaminodetierralleno

de baches que se abría paso a través de una densa masa de árbolesgigantescos. Durante los últimos veintitantos kilómetros no se habíancruzadoconunalma,yelcientíficodudabamuchoquefueraaapareceralguien en aquel lugar dejado de la mano de Dios, así que se dijo quedebíahaceralgoantesdequeseleacabaraeltiempo.

Unos minutos después llegaron a una pequeña playa arenosa y sucaptor dio la orden de detenerse. Robert apagó el motor, pero dejó lasluces encendidas y permaneciómirando las oscuras aguas del lago, queapenassemecíanconlaligerabrisanocturna.

—Enfin,Robert—Doolanrompióelsilenciocompactoquereinabaen el habitáculo, sólo perturbado por el canto chirriante de los grillosmachos empeñados en atraer a las hembras de su especie que se colabapor la ventanilla entreabierta—.Teprometoque estomegusta tan pococomoati,peronopuedohacerotracosa.Créeme.

—Por supuesto que te creo, Ian. Entiendomuy bien que la vida demillonesdepersonasy, que consteque en este instanteni siquiera estoypensandoenlamíapropia,notienelamenorimportanciaalladodeunoscuantosmillonesdedólares—replicóelcientíficoconsorna.

Su interlocutor recibió su respuesta con un leve encogimiento dehombros, sin dejar de apuntarle con el arma; sus palabras no parecíanhaberloimpresionadolomásmínimo.

—No nos pongamosmelodramáticos, Robert. Las cosas son comoson.Yonecesitoeldineroyparaconseguirlodebodeshacermedetiydetuamiguita.Nodisfrutoconlaidea,perotampocomevaaquitarelsueño.

Robert apenas le escuchaba, su mente funcionaba a toda velocidadtratandodeencontrarunasalida.Enesepreciso instante,comosialgunacaritativa deidad hubiera contestado a las súplicas que no habíapronunciado, se oyó el sonido inconfundible de las aspas de unhelicópteroy,pocodespués,undeslumbrantehazdeluzinundóelinteriordelvehículo.

—¡Llególacaballería!¡Justoatiempo!—¡Noseteocurramoverteodisparo!—ElgritodeDoolany,sobre

todo, el siniestro cañón del arma a menos de veinte centímetros de surostroapagódegolpeelentusiasmodelcientífico.

—¡Bajendelvehículoconlasmanosenalto!—Lavozdistorsionadaqueemitióelmegáfonosesumóalaalgarabíareinante,loqueaumentóelnerviosismodelhombrequeloapuntaba;porunmomento,Roberttemióqueapretaseelgatillosinquerer.

—Tranquilo,Ian.Bajaelarma.Hasperdidoylosabes.Robert esperó que el tono sereno que había empleado tuviera un

beneficioso efecto tranquilizador, pero, por el contrario, sus palabrasparecieronexacerbaraúnmásalquehastahacíapocohabíasidosujefedeproyecto.

—Te aseguro que no voy a dejarme atrapar.No pienso acabarmisdías en una prisión estatal. Vamos.—Abrió la puerta lo suficiente parasacarlaspiernasyordenó—:Cámbiatedesitioynointentesnada.

Elcientíficoobedecióypasósuslargasextremidadesporencimadelapalancadecambios,luegohizolomismoconelrestodesucuerpoyseapoyóeneldiminutohuecolibrequequedabaenelasiento.IanDoolanlerodeóelcuelloconunbrazo,altiempoqueclavabaensusienelarmaquesosteníaenlaotramano.

—¡Ahora sal despacio y no intentes nada o te juro que te vuelo lacabeza!

Amboshombreserancaside lamismaestaturayDoolan tuvobuencuidado de mantenerse en todo momento parapetado tras el cuerpo delotro, a salvo de cualquier tirador de élite que en aquel momento loestuvieraapuntandoconunrifle.

—¡Suelteelarma!—ordenóelagentequesosteníaelmegáfono.

—¡Váyanse o mataré al doctor Gaddi! —La voz de Doolan seescuchóconclaridadporencimadelestruendodelhelicóptero.

ElaparatoestabatancercaqueRobertdistinguióconclaridadcómoel hombre del megáfono consultaba con otra persona a través delmicrófonodesusauricularesylehacíaunaseñaalpilotopara indicarleque tomara un poco de altura. Si se iban estaban perdidos, se dijo elcientífico,frenético;teníaquehaceralgo.

«Concéntrate, Robert Gaddi. Concentra todas tus energías en unmismopuntoyluego...¡descargaelgolpe!»,lavozdeLianresonóensucabeza con tanta nitidez como si ella estuviera dentro de su cerebro,diciéndole lo mismo que le había repetido tantas veces durante susentrenamientos.

Cerró los ojos y se olvidó de lo que le rodeaba: el ensordecedorsonidodelhelicóptero,elfríocañóndehierroclavadoensusien,elcaloramenazantedelhombrequeestabaasuespalda...;depronto,sóloestabanélylaenergía, igualquecintasdelucesbrillantes,quefluíadesdetodoslosextremosdesucuerpoparaconvergerenunúnicolugar:supuño.Sinpensar,dejóquesucuerposerelajarahastaelpuntodequesinohubierasido porque IanDoolan lo tenía cogido con firmeza, se habría caído alsuelo.

El repentino peso muerto entre sus brazos hizo que Doolantrastabillara, oportunidad que el científico aprovechó para golpear confuerza el brazo que sostenía la pistola, que salió despedida y aterrizódebajo del coche. A pesar de haberlo tomado por sorpresa, su antiguocompañero de facultad estaba en buena forma y reaccionó en el acto,estrellando su rodilla contra el muslo de la pierna mala de Robert. Eldolor fue tan atroz que le hizo doblarse sobre sí mismo, sin aliento, yDoolanaprovechóaquelladebilidadmomentáneaparaagacharseytantearconansiedadbajoelcocheenbuscadelarma.Aturdidoporel lacerantedolor en el muslo, Robert corrió hacia él cojeando, en un intentodesesperadopor impedirlo,peroerademasiadotarde;cuandollegóasulado, Ian Doolan lo esperaba ya pistola en ristre. Muy despacio y sinapartar lamirada del rostro del científico, se puso en pie y apuntó a lafigurainconscientedeLianatravésdelaventanilla.

—¡Quietoolamato!—gritóunavezmás.ARobertno lecupo lamenordudadequecumpliría suamenazay

supo que era ahora o nunca, así que cogió aire, apretó los dientes y,

apoyando todo su peso sobre la pierna herida, giró la cadera y con lapiernacontrarialepegóunapatadacontodassusfuerzasquelearrancóalmismotiempoelarmayunescalofriantealaridodedolor.

—Porelaspecto,yodiríaqueesunafracturadeMonteggia,¡capullo!—escupióelcientíficojadeantealagacharseacogerelarma,sinhacerelmenoramagodeayudaralhombrequeseretorcíaenelsuelo,sujetándoseelbrazorotocontraelpecho—.LástimaqueLianselohayaperdido.

Robertsemetiólapistolaenelbolsillodelachaqueta,abriólapuertadelcocheysacóaLianconmuchocuidado,laalzóentresusbrazosylallevócojeandohastaelhelicóptero,quesehabíaacercadoatierraunavezmás,sinprestaratenciónalardorinfernaldesumuslo.

—Déjemeamí,doctorGaddi.Pero el científico no hizo el menor caso del agente que había

descendido para echarle unamano y siguió caminando hacia el aparatoconsupreciosacarga.

En el interior del helicóptero lo esperabaCharlesCassidy, quien alinstante tendió los brazos para ayudarlo a subir a Lian, que seguíainconsciente.

—¡Impresionante, Robert! —Su amigo trató de hacerse oír porencimadeaquelruidoensordecedor.

—¡Necesito llevar a Lian cuanto antes a un hospital! ¡No sé quécantidad de droga le ha administrado Doolan! —contestó el científicotambiénagritos.

Cassidy habló durante unos minutos por el micrófono que llevabapegadoaloslabiosyenseguidabajóotrohombredelaparato,altiempoque el agente delFBI que estaba en tierra alzó el pulgar enungesto deconfirmación.

—¡Se quedarán custodiando a Doolan hasta que llegue el furgónpolicialqueyaestáencamino!¡Sube!

Elcientíficoobedecióyalospocossegundosseelevabanporencimadelosfrondososárbolesquerodeabanellago.

Lianabriólosojosymiróasualrededor,confundidaymareada;noteníaniideadecómohabíaidoapararaloqueparecíaserlahabitaciónde un hospital. Conteniendo una arcada,movió la cabeza hasta posar la

vista en sumano izquierda, donde alguienhabía conectadounavía a ungoterocercanoalacama.

—Yaibasiendohoradequedespertaras,hibiscodormilón.—Lavozde bajo de Robert Gaddi, que estaba sentado en un sillón con pinta deincómodo que había junto a la cama, la sobresaltó y le hizo dar unrespingo que agravó sus náuseas.—Llevas casi veinticuatro horas dalequetepego.

—Me...meencuentromalyno...norecuerdo...—Notabalagargantasecaylecostabahablar.

—Es normal —la interrumpió el científico—. La dosis deflumitrazepam que te dio el bastardo de Doolan habría resultadodemasiado incluso para mí. Por fortuna, las benzodiazepinas no sonbarbitúricos y la sobredosis no resultamortal.Eso sí, puedeque sientassomnolencia, una ligera amnesia, mareos y náuseas, pero enseguidapasará.

Liannotóelaspectodesastradodesuinterlocutor.Lospantalonesylacamisaquellevabaestabanmuyarrugados,comosihubieradormidoconellospuestos,yensusmejillasempezabaadespuntarunabarbacerrada.Su pelo oscuro estaba muy revuelto y tenía los ojos dorados un pocoirritados;senotabaquenohabíadescansadobien.

—Tienesunaspectohorrible—musitó.—Tedevuelvoelcumplido—replicóconunamueca.Enrealidad,Liannoestabahorrible,sinotodolocontrario.Apesar

dequesurostroestabamuypálidoyllevabaunodeaquellosespantososcamisones color verdehospital,Robert teníaque luchar, unayotravez,contraeldeseodeinclinarsesobreellayatraparesabocaseductoraentresus labios. Había pasado todo el día a su lado—sentado en esamismasilla,cuandonopaseandoporlahabitaciónparaestirarunpocolapierna—yapenashabíadormidonicomidonada.Elmédicoquehabíaatendidoa Lian al llegar al hospital le había asegurado que en unas horas seencontraría perfectamente, pero sólo cuando despertó y la oyó hablardesapareciósupreocupación.

Leacercóaloslabioselvasodeaguaquehabíasobrelamesillaylaayudó a beber. Luego le ahuecó las almohadas detrás de la espalda y lesubiólassábanasunpocomás,comounamadresolícita,mientrasnotabalosgrandesojosdeLianclavadosensurostro.

—¿Quieresquetecuenteloquehapasado?

Acercólasillaunpocomás,sesentóytomólamanoquenollevabalavíaentrelassuyas,grandesycálidas.

Lianasintióensilencio.—Al parecer, segúnme ha contadoCharles, llevaban algún tiempo

vigilandoaIan.Alinvestigarenmicírculomáscercano,elFBIdescubrióquellevabauntrendevidaquenoibaacordeconsusingresos,apesardeque éstos no eran lo que se dice escasos, y que había perdido grandessumas jugando en casinosonline.En cuanto nos vio llegar a su casa, elagenteencargadodesuvigilanciadioavisoaCharles,quien,apesardesaber que yo estaba de nuevo en suelo norteamericano, ignoraba dóndeexactamente.

»Luego ya sabes: la maldita crisis, recorte en los presupuestos,vamos, lodesiempre...Total,que tardaronunbuen ratoendisponerdelhelicóptero.ElplandeDoolanerapegarmeuntiroyarrojarelcochedealquilerallagoconnosotrosdosabordo.Unplanalgobásico,perobienorquestado.Porsuerte,antesdequepudierahacermeunpiercingenmitaddelafrentellegóelhelicópteroconlosmuchachosdelFBIalrescatey,apartir de entonces, todo ocurrió igual que en las películas.Al final, losbuenosvencieronalosmalosgracias,porsupuesto,alfabulosohéroequeluchócomounvaliente.

Le guiñó un ojo con picardía, y Lian no pudo evitar esbozar unasonrisaquevolvióadesaparecercasienelacto.

—Tefallé—afirmóenunmurmullo.—No digas tonterías. ¡Mírame! —Pero Lian siguió con los ojos

bajos,incapazdemirarloalacara.Elcientíficoselevantódelasillaysesentóenelbordedelacama,colocóeldedoíndicebajosubarbillaylaobligó a alzar la cabeza, al tiempo que clavaba sus pupilas en ella,amenazador—.Escúchamebien,Lian,porquenovolveréarepetirlo.Ereslamejorguardaespaldasquenadiepudieradesear.Heperdidolacuentadelasvecesquemehassalvadolavida.

—Pero tendría que habermedado cuenta de que había droga enmibebida,tendríaque...—lointerrumpió,angustiada.

Elcientíficocolocóelíndicesobresuslabiosconescasadelicadeza.—¡Nome interrumpas!El narcótico que te dioDoolan no huele ni

sabeanada;además,nisiquierayohabíasospechadodemipropiojefedeproyecto,¿porquéhabríasdehacerlotú?Noquierovolveraoírtedecirquemehasfallado.¿Entendido?

Lian asintió, pero él notó que no lo hacía convencida. Para unapersonacomoella,haberquedadofueradecombatemientraslavidadesuprotegido corría peligro equivalía al deshonor; era demasiadoperfeccionistaparaperdonarsea símisma.Porunos segundos ledieronganasde sacudirla por su testarudez, pero sabíabienque si le ponía lasmanos encima luego no podría contenerse y la estrecharía entre susbrazos,comohabíadeseadohacerdesdeelmomentoenquedespertó, labesaríahastadejarlasinalientoyjamásladejaríamarchar.

—Yahora,¿quéocurrirá?Robertseencogiódehombroscomosiaquelasuntonoleinteresara

demasiado.—En unos días publicarán los resultados de la investigación en las

principales revistas científicas del mundo. Imagino que Cassidy leofrecerá aDoolan algún tipo de trato si accede a contar condetalle y aaportar pruebas de sus tejemanejes con Laboratorios Essen. Créeme, encuantosalgalainformaciónalaluzelescándalovaatenerproporcionesépicas;nomegustaríaestarenelpellejodelosdirectivosdeesaempresa.

—Asíqueyanonecesitarásprotección—dijoenvozmuybaja,conlospárpadosvelandosuselocuentespupilasunavezmás.

Robertabriólabocaparadeciralgoylavolvióacerrarenelacto.Selevantó,seacercócojeandoalaventanaypermaneciócontemplandoelescasotráficoquecirculabaenesosmomentospor lacalle,sinvernadaen realidad. Con las manos entrelazadas a la espalda y sin volverse amirarla,declaróconvozronca:

—Metemoquetendréqueprescindirdetusservicios.Lian tragó saliva y se alegró de que él estuviera de espaldas y no

pudieraleerensusojosladesolaciónquelecausabansuspalabras.Elsilenciosehizocasidoloroso,hastaque,porfin,elcientífico lo

rompiódenuevo:—Yo...nosotros...—Carraspeóconfuerzaparaaclararselagarganta

antesdeseguir—.Heactuadodemanerairresponsable.Soymuchomayorque tú y tengomil vecesmás experiencia. Sé quemis palabras son unapobreexcusa,peronodeberíahabermeaprovechadodeti.

Al oírlo Lian enderezó la espalda, alzó la barbilla orgullosa yreplicó:

—Nadiesehaaprovechadodemí.Hehecholoquehehechoporquehe querido y no necesito tus excusas. Sabía que antes o después te

cansaríasdemí.—Seencogiódehombrosensugestohabitual—.Nuncamehehechoilusionesalrespecto.

Robertsevolviócomosisuspalabraslehubieranquemado;conlosojosdespidiendochispassesentódenuevoenlacama,hundiólosdedosensushombrosylediounaligerasacudida,furioso.

—¡No te atrevas a decir eso!—Las palabras salían con aterradorasuavidad a través de sus dientes apretados—. En ningúnmomento te hetratadocomoaunamujerdeusarytirar.Ysiahoratedigoquelonuestrohaterminadoesporquequieropoderseguirmirándomealespejoporlasmañanassinsentirganasdevomitar.

»EreslaherederadeunodeloshombresmásqueridosyadmiradosdeFrancia.Encuantovuelvascontutía,tufamilia...¡quédigotufamilia!¡El país entero te recibirá con los brazos abiertos como a una heroína!Podráshacercualquiercosaqueseteantojeconlafortunaquetedejótupadre:viajar,estudiar,pasarteeldíadecomprassitedaporahí.Además,eresunabelleza:tendrásatuspiesalosmejorespartidosyconocerásaunjovendignodeti,quenohayallevadounavidadeexcesosydegradación,conelquequerráspasarel restode tusdíasyde tusnoches.Tienespordelantetodaunavida;lavidaquetearrebataroncuandoteníascuatroaños,peroqueahorapuedesretomaryexprimirhastalaúltimagota,ynoseréyoelcanallaqueteloimpida.

Robert se detuvo bruscamente con la respiración agitada. Aquelpequeño discurso le había dejadomás cansado que si acabara de hacerdoscientas flexiones. Notaba una dolorosa opresión en el pecho, perosabía que, por una vez en su vida, estaba haciendo lo correcto y nopensabaecharseatrás.

—¿Ysiesonoesloqueyoquiero?—preguntóconsuavidad.—¡Malditasea,Lian!Hastaquenolopruebesnosabrássiesloque

quieres o no.—Sin darse cuenta, sus dedos se clavaron aúnmás en loshombrosfemeninos,peroLiannosequejóapesardequesabíaquealdíasiguientesupielmostraría lashuellasoscurasdeesosmismosdedos.Selimitó a mirarlo con ojos serenos, aunque, en esa ocasión, Robert fueincapazdeadivinarsuspensamientos—.Te lodebes,Lian.Eldestinohasidocruelcontigo,nodejesqueunpocodedeseosexualyunarelaciónquenovaaningunapartetehaganperderunaoportunidadúnica.

Elsilencioduróvariosminutos.—Estábien—dijoellaalfin—,volveréaParís.

AlescucharsuspalabraslaopresiónquesentíaRobertenelpechosetransformó en un dolor punzante, tan agudo que el aire entraba condificultad en sus pulmones.Quiso retractarse, suplicarle que olvidara loqueacababadedeciryrogarlequepermanecieraasulado.Quehicieradeélunhombremejory le redimierade susmuchospecados; pero, sobretodo, que lo amara a pesar de ellos. Sin embargo, justo en ese instante,entróelmédicoquelahabíaatendidoyelmomentopasó,yRobert,enpiejuntoalacamaconlasmanosenlosbolsillos,sedijoqueasíeramejor.

Eldoctorexaminósuspupilas,palpósuestómago,lepreguntócómosesentíay,finalmente,ledioelaltaantesdemarcharse.Entonces,GaddileacercóaLiansuajadamochilanegra,conunascuantasprendasderopaylosútilesdeaseoqueunodeloshombresdeCassidyhabíaidoabuscarasuapartamento,ysaliódelahabitacióntrasél.

Lianseincorporódespacio.Aúnseleibaunpocolacabeza,asíqueesperó unos segundos antes de levantarse y dirigirse al baño paraducharse.Elchorrodeaguacalientesobresuscabellosdespejóunpocosu mente, lo suficiente para pensar con detenimiento en lo que RobertGaddiacababadedecirle.

Al principio había pensado que trataba de deshacerse de ella comotenía por costumbre cuando las mujeres con las que se relacionabaempezabanacansarloy,apesardequesehabíasentidoherida,aquellonolahabíasorprendido.Desdeelprincipiodelarelaciónhabíaaceptadoqueloqueélsentíaporellanoibamásalládeldeseosexual,porloquehabíaaceptado,resignada,queencuantoseagotaralanovedadseacabaríatodo.Sin embargo, el resto del discurso del científico la había dejadoestupefactaycambiabaporcompletolaperspectivadelasunto.Depronto,loqueapenassehabíaatrevidoasoñartomabavisosderealidad.

RobertGaddilaqueríalosuficienteparaapartarladeél.Nosólonose había cansado de ella, sino que pretendía hacer una especie de inútilsacrificioporquepensabaqueélnoeralobastantebuenoparaestarasulado. «Menudo hombre absurdo», se dijo Lian con una alegre sonrisa.Saliódeladuchaysesecóelpelolomejorquepudoconunatoallasindejardedarlevueltasaloocurrido.

¿Creíaacasoque,aesasalturas,noloconocíalosuficiente?Gruñón,testarudo, desconfiado, brillante, divertido, malhablado, leal... ¿Acasopensaba que no sabía la forma en que había usado y abandonado sin elmenor remordimiento a un montón de mujeres antes de conocerla? Lo

habíasabidodesdeelprincipioyaunasí,apesardequecreíafirmementequeseconvertiríaenunamás,sehabíaentregadoaélcon losojosbienabiertos. Porque lo amaba.Con sus defectos y con sus virtudes. Ella noquería un santo, un chico más joven y de buena familia, ella quería aRobertGaddi;alguienaquienadmirar,conquienreír,conelquepelear,que la sacara de sus casillas y que la volviera loca de pasión todo almismotiempo.Éleraelhombreperfectoparaella,elúnicoquelehabíahechosentirsemujer.

Sin embargo, era consciente de que cuando se le metía algo en lacabezaeldoctorGaddinodabasubrazoatorcerconfacilidad.Alparecerestabadecididoaactuarcomouncaballeroandanteportodaslasrazonesequivocadasyellanopodíalucharcontraello.

«La paciencia es un árbol de raíz amarga, pero de frutos muydulces.» El proverbio del maestro Cheng, que tantas veces le habíarepetido cuando era una niña, resonó con nitidez en el interior de sucabeza.

¡Ésa era la respuesta!, se dijo, feliz. Esperaría. Se armaría depaciencia y cuando él se diera cuenta de que se había portado como untonto,lorecibiríaconlosbrazosabiertos.

Conrapidez,recogiótodassuscosasysaliódelahabitaciónconunasonrisa en los labios. Si al científico le sorprendió encontrarla tancontenta,nohizoningúncomentario.

Durante los días siguientes, la publicación de la investigación deldoctorGaddiylaconspiracióndeloslaboratoriosparaqueéstanovierala luz fue lanoticiaqueabrió todos los informativosen radio,prensaytelevisión.Deprontotodoelmundoqueríaentrevistarloy,aunqueCassidyhabía insistido en que Lian siguiera acompañándolo durante un par desemanasmás—alosnumerososplatósdetelevisiónqueselodisputaban,a las multitudinarias ruedas de prensa que ofrecía—, el ritmo era tanfrenéticoqueapenasteníantiempoparahablary,porsupuesto,nohabíanvuelto a compartir la cama. Robert trataba de evitar cualquier contactofísico, inclusoelmás inocente, apesardequeaLianno se leescapóelintensoanheloqueasomabaenaquellosojosdoradosquenolaperdíandevistaniunsegundo.

En el escaso tiempo libre del que dispuso, Lian se acercó a lasoficinas del FBI para despedirse de Charles Cassidy y con parte delgenerososueldoquerecibiósecompróelpasajedeidaaParís.

Pocosdíasdespués,ambospermanecíandepie,frenteafrente,juntoa la puerta de embarque del vuelo con destino a la capital. A Lian leparecióqueRobert estaba algomáspálidoquede costumbreynopudoevitaralegrarsedeello.

—Bueno,Lian—empezóalfintrasaclararselavozunpardeveces—.Quieroquesepasque,sibiennosiempretelohedemostrado,séquetedebo la vida y te estoymuy agradecidopor ello.Te... te voy a echar demenos.

Ellalesonriócondulzura.—Yotambiénteextrañaré,RobertGaddi.Alcontemplaraquelprecioso rostroalzadohaciaél, aRobert se le

hizo un nudo en la garganta, pero, decidido a no demostrar sussentimientos,intentóponerunanotahumorísticaenaquelladespedida,queleestabapareciendolomásdifícilquehabíahechoensuvida.

—Aunque tambiénmealegrarédeno tenerte siemprepegada amistalones,grácilsauce.

Liansoltóunatemblorosacarcajada,apesardenotarquesusojossehabíanempañado.

—Porfinhasdichobienminombre.«Última llamada para los pasajeros del vuelo 3476 con destino a

París.Porfavor,embarquenporlapuertanúmero3.»Alescucharelavisodelamegafoníadelaeropuertoambosrecuperaronlaseriedadenelactoysemiraronalosojosensilencio.

—Tengo que... —Antes de que pudiera acabar la frase, Robert laestrechócontrasícontantafuerzaquelehizodaño.

Unos segundos después la soltó con la misma brusquedad y sedespidióconaspereza:

—Adiós,Lian.—Adiós,RobertGaddi.Yrecuerda:«Nadiepuedehuirdeloqueleha

devenir».Agarró su mochila negra con fuerza, se dio media vuelta y poco

despuéshabíadesaparecidoporelestrechopasillomientrasRoberttratabaaúndedescifrarelsignificadodeaquellafraselapidaria.

15

LaFortezza,Italia,cincomesesmástarde

Losúltimosmeseshabíansidoagotadores:habíaviajadodecostaacosta,impartiendo conferencias en las principales universidades de EstadosUnidos,yentodasellas losestudiantes lohabíanrecibidocomosifuerauna estrella de rock. ¡Incluso había firmado docenas de malditosautógrafos!Estabaagotado.HabíallegadoalaToscanahacíacuatrodíascon un único propósito: refugiarse en La Fortezza y no salir hasta quellegaralafechadelcomienzodeltoureuropeoquelehabíaorganizadolaFDA(FoodandDrugsAdministration),peroahorasedabacuentadequevolverallíhabíasidouninmensoerror.

Gracias a aquel interminable ajetreo había logrado relegar a LianZhao o, mejor dicho, a Léa Saint-Saëns a un oscuro recoveco de sucerebro hasta que llegaban las noches, interminables, en las que noimportaba lo que hiciera: su recuerdo estaba siempre ahí, listo paraatormentarlo.

Aunqueahoraeratodavíapeor;enLaFortezzahastaelúltimorincónle hablaba de ella. La veía en el patio empedrado practicando con suquimono color azafrán; la veía sentada con las piernas cruzadas y lasmanossobrelasrodillasenmitaddelclarojuntoalriachueloque,comotodaslasprimaveras,sehabíacubiertodenuevodemillaresdepequeñasmargaritas;laveíarecostadaenelsillónorejerodelabiblioteca,juntoalaventana,leyendounodeaquelloslibrosdeviajesquetantolegustaban;laveíaenelcomedor,eneldormitorio,ensucama...

¡Dios,seestabavolviendoloco!Unavezmássellevóelvasodewhiskyaloslabiosylediounbuen

trago.Apenashabíahechootra cosaquebeberdesdequehabía llegado,pero,pormásquelointentaba,nuncallegabalabenditaborracheraqueleproporcionara unos minutos de olvido. A pesar de todo el alcohol que

había consumido durante aquellos días, su cerebro permanecíaobstinadamentelúcido.

De pronto, un leve toque en la puerta lo sacó de sus sombríospensamientos.

—¡Fuera,quienquieraquesea!—gritóairado.Sin embargo, la puerta se abrió y la figura oronda de su ama de

llavesaparecióenelumbral.—¡Déjametranquilo,Nella!Lamujercerrólapuertaasusespaldas,seacercóaélypermaneció

enpieconlosbrazosenjarras,mirándolocondesaprobación.—Llevatresdíasaquíencerrado,signore,apenashaprobadobocado

yporloqueveo—susojillososcuroslorecorrierondearribaabajoconreproche, tomando nota de su apariencia descuidada y de la barba queoscurecíasumandíbula—nisiquierasehaaseadonicambiadoderopa.

Robertapretólosdedosentornoalvasocomosiquisieraromperloycontestóconungruñido:

—Noquierooírte.Déjamesolo.Elamadellavesseacercóalaventana,descorriólaspesadascortinas

yabrióloscristalesdeparenparparaventilar, luegoempezóaahuecarlosalmohadonesdelsofálibre.

—¡Estatequietadeunavezotedespediré!Sin prestarle la menor atención, Nella se inclinó sobre lamesa de

centro,abarrotadadepapelesyperiódicosviejos,yempezóarecogerla.De pronto se quedó muy quieta, mirando la página que alguien habíaarrancado de uno de ellos y estaba arrugada en lo alto del montón. Laalisóunpoco con el cantode lamanoy la examinó con curiosidad.Enprimer plano salía la fotografía de una atractiva pareja. Casi en el actoreconoció aLian—unabellísimaLian, cuyo escotado traje de noche seajustaba, favorecedor, a su cuerpo esbelto—, que reía de algo que elhombre que estaba a su lado, guapo y elegante, debía de haberle dicho.Debajo leyó un esclarecedor pie de foto: «La hermosa Léa Saint-Saëns,muy bien acompañada por Jacques Belcourt, heredero de la firma decomplementosdelujodelmismonombre».

—No entiendo por qué no va a buscarla de una vez en lugar dequedarseaquíencerradoybebiendocomounsciocco.

Robert levantó lacabezacomosi lehubierangolpeadoyrespondióconaspereza:

—Irabuscarla, ¿paraqué?Es evidenteque se lo estápasandomuybien.No creo que necesite a otro admirador babeando a sus pies. Y unpocoderespeto,Nella;aunqueloolvidesamenudo,soytuempleador.

Lamujer negó con la cabeza, sinhacer elmenor casode la últimafrase.

—SabebienqueLiannoesasí.Ellaleama.Al científico aquellas palabras le hicieron el mismo efecto que un

puñetazoenlabocadelestómago;sinembargo,tratódeocultarcuántolehabíandolidoyreplicósarcástico:

—Seguro,Nella.Entreteneraunmuchachojoven,guapo,ricoydepasado impecable a su lado o tener a un viejo pecador, cascarrabias ylisiado, lomás probable es que una chica lista comoLian escoja a esteúltimo.

Enesemomentosentíaunaprofundacompasiónporsímismoy,unavezmás, se llevó el vaso a los labios; pero su ama de llaves, lejos deacompañarloenelsentimiento,seenfrentóaélcondecisión.

—Era igual de viejo, pecador, cascarrabias y lisiado cuando ellaestuvoaquí,yesonoimpidióqueseenamoraradeustedconlocura.

—Enamorarseconlocura.Ja.Noseasinocente,Nella.Eldeseofísiconoesamor.

Impaciente, sepasóunamanoporsuoscurocabello,alborotándoloaúnmás.

—¿Realmentecreeeso,signorRoberto?¿QueloqueLianqueríaeraunsimplerevolcón?—NellafruncióloslabioscondesprecioyaRobertnolecupodudadequeestavezsíquehabíalogradoenfurecerladeverdad—. ¡Debería darle vergüenza! Esa niña está loca por usted y no mepregunteporqué,puesyomismanopuedocomprenderlo.¿Quiénpuedeentenderquehayaescogidoparaenamorarseaunhombredesagradableymalhumorado?ReconozcoqueLianesdemasiadobuenaparausted,noselamerece,esoseguro,peroelcorazónnosiempreelijealapersonamásadecuada cuando decide entregarse; precisamente eso debería saberloustedmejorquenadie.

¡Tocado! El científico hizo una mueca; cuando se enfadaba, Nellapodíaresultardelomáshiriente.

—¿Creesquenolosé?¡Poresonoiréabuscarla!Estáclaroquesialgunavezsintióalgopormí,ya lohaolvidado.A juzgarpor las fotosque salen tan a menudo en la sección de sociedad de los periódicos

franceses,seloestápasandoengrande.Nellaalzólasmanosyelevólosojosalcielo,dandoaentendercon

ese expresivo gesto la lástima que le daban aquellos razonamientos tanendebles.

—Y¿quévaahacerlapobrecilla?¿Encerrarseensucuartoypasareldíallorando?YadeberíaconoceraLianlosuficienteparasaberqueellatienemuchomás valor que todo eso.A pesar de lo humillada que hayapodido sentirse por su rechazo, aunque estoy segura de que tiene elcorazón partido en pedazos diminutos, una mujer como Lian siempresaldráadelante.

Muyasupesar,Robertnotóqueunachispadeesperanzaseencendíaensuinterioralescucharaquellosargumentos.¿YsiNellateníarazón?¿Ysi Lian estaba realmente enamorada de él? ¿Y si estaba tirando por labordacualquierposibilidaddeserfeliz,comoloharíaunmalditoidiotatestarudo?Luchóferozmenteconsigomismo;noqueríahacerseilusionesparaluegodarsedebrucesconladecepcionanterealidad.Sinembargo...

El científico dejó con brusquedad el vaso de whisky encima de lamesa,agachólacabezayhundiólosdedosensupelorevuelto,altiempoqueungritotorturadobrotabadesugarganta:

—¡Noséquéhacer,Nella!¡Ayúdame!Elamadellavesmiróenternecidaaaquelhombrequesemesabalos

cabellos con desesperación; pero no vio en él al brillante científicoadmirado y adulado por todos en el que se había convertido, sino alpequeñoqueacudíaaellacorriendocadavezquesehacíaunarañazooparaqueloabrazaracuandoestabatriste.

—Debeirabuscarla—afirmóconvencida.—Pero¿ysinomequiere?—preguntóigualqueunniñoquedesea

quesumadreleasegurequetodovaasalirbien.Nellafruncióelceñounavezmás,impaciente.—Nadietienejamáslaseguridadabsolutasobrenada;perosinolo

intenta, nunca lo sabrá.Usted, signorRoberto, es unGaddi, y losGaddisiempre se han enfrentado cara a cara a cualquier dificultad que hayaosadosalirlesalpaso.Puesbien,hallegadosuturno;ahoraletocaausteddemostrarqueesdignodeperteneceraestanoblefamilia.

Apesardelodramáticodelmomento,elcientíficonopudocontenerunasonrisaalescucharla;noconocíaanadiequeestuvieramásorgullosodellinajedelosGaddiquelaviejaNella,porcuyasvenasnocorríaniuna

gotadesusangre.—Está bien —decidió, y se irguió en el sillón—. Iré a verla. Lo

mínimoquepuedohaceresaveriguarsiestácontentaconsunuevavida.Fingiónodarsecuentadelaexpresiónburlonadesuinterlocutoray

continuó:—Peronolaavisaré.Quieroqueseaunasorpresa.«Asísabréporfinsisealegraonodeverme»,pensóparasí.—Bravo!—Nellaaplaudióconentusiasmo—.Envistadequelacosa

estáenmarchalomejoresquesevayaaducharmientrasyolimpiobienestahabitación.Luegolellevaréalgodecomeralveladordeljardín.

Robert obedeció sus órdenes con unamansedumbre ajena a él porcompleto.Porprimeravezdesdehacíameses, se sentía extrañamenteenpazconsigomismo;alfinhabíatomadounadecisióny,aunqueLianfueraincapazdecorresponderelamorquesentíaporella,sedijoque,almenos,seaseguraríaenpersonadequeestuvierabien.

—¡No,no,noestáscogiendoelmazocorrectamente!Sisiguesasílamandarásalaotrapuntaunavezmás.

LiansoltóunacarcajadaynoprotestócuandoJacques,detrásdeella,rodeó su cuerpo con los brazos para enseñarle a sujetar el mazo decroquetenlaposicióncorrecta.

—¿Ves,Léa?—susurrómuycercadesuoído—.Tienesquecolocarlasmanosasí.

Lianseliberódesuabrazoconsuavidadyseapartóunpoco.InclusoparaalguiencontanpocaexperienciacomoellaeraevidentequeJacquesle estaba haciendo la corte y eso la hacía sentir incómoda. No era queaquel simpático francés no le agradara; Jacques Belcourt era un jovenatractivoyatentoconelquelopasabamuybien,peronodeseabaquelascosasfueranmásallá.

Jacques pareció percatarse de su incomodidad y, sin decir nada,siguió con el juego en el que llevaban enfrascados la mayor parte deaquella agradable mañana de primavera. Lian miró la extensa praderasembrada de aros demetal por los que tenían que hacer pasar aquellasbolasdemaderaypensóenlomuchoquehabíacambiadosuvidadurantelosúltimosmeses.

Loprimeroquehabíahechohabía sidopresentar sudimisiónen laempresa de seguridad, pero Francis Kane—al que no le hacía ningunagracia perder a su empleada más efectiva y quien, además, no habíaperdido por completo la esperanza de que algún día la jovencorrespondierasuamor—lahabíaconvencidodequemásadelantepodríaarrepentirse.Asíquehabíanquedadoenquesetomaríaunaespeciedeañosabático;tiempomásquesuficiente,enopinióndeKane,parapensarquéeraloqueellaqueríahacerconsuvida.

EncuantollegóaParís,sutíaysusdosprimas,dedieciochoyveinteaños, respectivamente, con las que conectó desde el principio, laacogieron con los brazos abiertos. Enseguida hicieron suyas laspreocupaciones de su prima y sobrina, por lo que el siguiente paso fuedilucidar entre todas en qué emplearía Lian la gran cantidad de tiempolibrequeahorateníaentrelasmanos.

No les llevó mucho tiempo tomar una decisión. En cuantodescubrieron su pasión por el arte y la historia, la convencieron paraapuntarseaunoscursosenlaSorbona.Alprincipio,Lianseresistió.Paraempezar, no estabamuy segurade sus capacidadesy temía fracasar, y aese temor se le sumaba el hecho de que carecía de título alguno quepudierademostrarquenoeraunacompletaanalfabeta.Sinembargo,sutíale había asegurado que una vez que explicara el caso al rector, al queconocíapersonalmente,ysiendoademáshijadeGeorgesSaint-Saëns,unode los alumnos más ilustres que habían pasado por la universidad, nohabríaelmenorproblema.Yasífue.

Lianprontodescubrióque,graciasalasenseñanzasdeRobertGaddidurante su estancia en La Fortezza y haciendo un esfuerzo extra, podíamantenersealaparconelrestodelosalumnos.Asíquesevolcóensusestudiosmotivadapordospoderosasrazones:laprimera,queleencantabaaprender,ylasegunda,quecuantomásocupadaestuvieradocumentándoseohaciendotrabajos,menostiempotendríaparapensarenelsusodicho.

EncuantosefiltrólanoticiadequelamisteriosahijadeunodeloshombresmásqueridosdeFranciahabía regresadodeentre losmuertos,losmediossevolvieronlocosyempezaronaperseguirlaportodaspartes,ansiosospor averiguarhasta elúltimodetallemorboso.Asíque su caraempezóaaparecerconfrecuenciaenlaprensadelcorazón,puesentrelasinfluencias de su tía y que la gente se desvivía por conocerla, lasinvitaciones para todo tipo de eventos y fiestas llegaban con incansable

profusión.En una de aquellas celebraciones había conocido a Jacques yenseguidasehabíanhechoinseparables.ALiansuentusiasmoysualegríadevivirlerecordabanamenudoasuañoradoHaoyporesoleagradabasalirconél.

Peronosehacíailusiones;sucorazónyateníadueño.Duranteaquellosmeses, apesarde losesfuerzosquehacíaparano

pensarenél,RobertGaddisehabíacoladoamenudoensuspensamientossin ser invitado; sus ojos dorados, su aguda inteligencia, susmanos dededoslargosydelgadosquesóloteníanquerozarlaparahacerleperderlacabeza... No, no había podido olvidarlo, aunque en los últimos tiemposcasihabíaperdidolaesperanzadevolveraverloalgúndía.

Depronto,alzó lamiradadelmazoquesosteníaentre lasmanosy,como si sus pensamientos lo hubieran conjurado, lo vio ahí mismo,caminandoporelmullidocéspedcon laayudadesu inseparablebastón.Primeropensóqueeraunailusión,peroencuantosedetuvoamenosdedosmetros de ella, sin dejar de devorarla con sus ojos dorados, se vioobligadaaparpadearvariasvecesantesdeconseguirasimilar,alfin,queerareal.

—Lian...—Elnombreensuslabiossonócomounacaricia.—¡Léa,tetoca!El grito de Jacques los sacó de golpe de aquel extraño trance que

parecíahaberlosdejadociegosysordosatodoloquenofueranellosdos.El joven se acercó a ellos balanceando con indolencia el mazo de

croquet en una de las manos. Al percibir la tensión que rezumaba elcuerpodeLian,rodeósucinturaconunbrazoypreguntó,preocupado:

—¿Ocurrealgo,Léa?—No,por supuestoqueno.—Esbozóunasonrisa trémula, tratando

de reaccionar con una apariencia de serenidad—. Es sólo que estoysorprendida,esoestodo.

Los ojos de Jacques pasaron de uno a otro, interrogantes, muyconscientedelapresenciadecorrientesocultasentrelosdos.

—¿Aquiéntengoelplacer...?Con esfuerzo, Lian reunió sus dispersas facultades y se apresuró a

realizar las presentaciones pertinentes, sintiendo un profundo alivio alnotarquenoletemblabalavoz.

—JacquesBelcourt,RobertGaddi.—¡RobertGaddi,eldescubridordelavacunacontraelcáncer!

El tono que imprimió a sus palabras rebosaba admiración; sinembargo,elcientíficoselimitóadirigirleunamiradadesdeñosa.

—Mira, jovencito, si quieres después te firmo un autógrafo, peroahoramegustaríahablarconLian.Asolas.

La amenaza que acechaba en los iris dorados era de todo menosvelada,yLiannotóqueelrostrodesuamigoseponíacoloradoderabiaalversetratadoconsemejantedesprecio.

—Peroqué...Antes de que las cosas se pusieran mucho más feas, decidió

intervenir.—Te ruegoquedisculpesaldoctorGaddi, Jacques, acabade llegar

de viaje y está muy cansado. —Apoyó una mano en su antebrazo y,sonriéndole con dulzura, añadió—:Por favor, ¿te importaría dejarnos asolasunosminutos?

Su amigo no parecíamuy por la labor, ymenos cuando descubrióunaexpresióndefinitivamenteburlonaenlosojosdorados;sinembargo,comprendió queLian estabamuy incómoda con la situación y haciendogaladelaexcelenteeducaciónquelocaracterizabadiounpasoatrás.

—Siestássegura...—Loestoy,gracias,Jacques.Aregañadientes,eljovenfrancéslosdejósolosysealejóagitandoel

mazoconrabia.—Seguroque tu amiguito se quedapor aquí espiando, así que será

mejorquecaminemosendirecciónaaquellaalameda.Sin darle tiempo a contestar, la agarró del brazo y la obligó a

seguirloatodaprisaporelsenderoqueconducíaalaarboleda.Muyasupesar,Liannotratódeliberarse;lepreocupabaqueJacqueslosestuvieraobservandodesdelejosyledieraporacudiralrescate.

—¿Tenías que ser tanmaleducado?—lo reprendiómientras tratabademantenersealaalturadesuslargaszancadas.

—¿Estunovio?—preguntóasuvezfurioso.Lian estaba perpleja; ya era bastante sorprendente que Robert

apareciera de repente en el château familiar, pero aún le resultabamásincomprensibleque,despuésdemásdecincomesessinverse, lehicierasemejantepreguntay,además,estuvieraenojadoconella.

Enesemomentoentraronenlaalamedaylosgruesostroncosprontolos ocultaron de los ojos indiscretos que pudieran acecharlos desde el

castillo.Robert la empujó conbrusquedad contra unode esos troncos yrepitiólapregunta:

—¡Contéstame,¿esesetipotunovio?!—No,Jacquesnoesminovio.Aloír su respuesta,elalivio lobañócomo lamareaa laplaya;sin

embargo,aúnnoestabasatisfecho.—¿Tehabesado?Lianalzólanarizenelaireycontestó,altanera:—Nocreoqueesoseadetuincumbencia,RobertGaddi.Al escuchar la forma tan peculiar que ella había utilizado siempre

paradirigirseaélnopudoevitaresbozarunasonrisa,ylarabiahomicidaquelehabíainvadidoalveralotrohombreagarrándoladelacinturacontantaconfianzasedesvaneciódegolpe.

Dio un paso atrás para evitar que ella se sintiera intimidada y larecorrió de arriba abajo con ojos hambrientos. Lamelena rubia y algoalborotada,queahoralellegabamásabajodeloshombros,enmarcabasurostroadorable,yelligerovestidodealgodónylassandaliasplanasquellevabadejaban susbrazosypiernas, ligeramente tostadospor el sol, aldescubierto.Liannodesentonabaenabsolutoenaquelambientecampestreperoelegante,sedijo;estabaaúnmásbelladeloquelarecordaba.

—Estás...Teveobien—dijoalfinconvozronca.Ella, sin embargo,percibió al instante lasmarcadasojerasbajo los

párpados y notó que estabamás delgado; pero, a pesar de ello, con sucamisablancaligeramenteremangadaenlospuñosylospantalonesbeigede algodón que resaltaban sus anchos hombros y sus caderas estrechas,pensóqueeraelhombremásatractivodelmundo.

—Gracias—selimitóadecir.—¿Nodicesnada?—¿Quéquieresquediga?—respondióconotrapregunta,asabiendas

dequeesolefastidiabaprofundamente;queríaqueleexplicaradeunavezaquéhabíavenidoalchâteauquesufamiliateníaenlaProvenzadespuésdehaberpasadomesesymesessindarseñalesdevida.

—Yo...Verás,Lian.¿OprefieresquetellameLéa?—Lianestábien.Robert miró a su alrededor, ajeno por completo al encantador

escenario en el que se encontraban—árboles gigantescos, engalanadoscon los primerosbrotes de color verdebrillante, en los quedocenasde

pájaros piaban sin cesar, la alfombra de flores amarillas que cubría elsuelohastadondeseperdíalavistayeldeliciosoaromadelaprimaveraportodaspartes—,ytratódeencontrarlaspalabrasadecuadas.

—Verás—carraspeóunpardeveces—,queríaasegurarmedequeteencontrabasbien,dequeestabassatisfechacontunuevavida.

—Para eso no tenías necesidad de viajar hasta aquí. Podías haberllamadoporteléfono.

Desde luego no se lo estaba poniendo fácil, la muy bruja, se dijoRoberthaciendounamueca.

—Necesitaba...necesitabaverte.—Yaestaba.Porfinlohabíasoltado.Peroaquellosserenosirisazulesnomostraronlamenoremociónal

escucharsuspalabras.—Y¿porquéderepente?Hanpasadomásdecincomeses.Sufrialdadestabaempezandoasacarlodesuscasillas,perotratóde

controlarseyrespondióconaparentetranquilidad:—Porquedurantetodoestetiemponohedejadodepensarenti.Aloírlo,Liannotóunextrañovacíoenelestómago.Queríacreerle,

deseabaarrojarseensusbrazosyrogarlequelabesaraunavezmás;sinembargo,contestóconexpresiónhelada:

—Teesperé,RobertGaddi,durantemuchosdías,perotúnovinisteabuscarme.

Aldetectarelprofundodolorencerradoenaquellafrasetanescueta,elcientíficosepasólamanoporlososcuroscabellosconnerviosismo.

—Ahoraestoyaquí,Lian.Hesidounestúpido, lo reconozco.Penséqueestaríasmejorsinmíyestoysegurodequeesasí,perosoyyoelquenoestábiensinti.Tenecesito,Lian.Tequieroamiladoparasiempre,nisiquiera he sido capaz de tocar a otra mujer en tu ausencia, aunqueconfiesoque lohe intentado.—Laspalabrasbrotabanatropelladasde supecho,habíanesperadodemasiadotiempoparaserliberadasyeraincapazdeponerlesfreno—.EnParísmedicuentadequeteamaba,peroahoraséquemehabíaenamoradodetimuchoantes.Meparecisteunmilagroymediopánicodestruiresaencantadora inocenciaque tehaceúnica;poresomeobliguéasepararmedeti.Quieroquesepasquehasidoelúnicogestogenerosoquerecuerdohaberhechoenmivida;sinembargo,miegoísmoesmásfuerteyporesoestoyaquí,suplicándotequetecasesconmigo...

—¡Casarnos!—Suvozsonómásagudadelonormal.—Claroquequieroque tecasesconmigo.¿Quéesperabas?¿Que te

convirtieraenmiqueridaunoscuantosmeses?—LosfrancosojosdeLianle dijeron que eso era exactamente lo que había esperado que lepropusiera.Alpercatarsedelbajoconceptoqueteníaelladesuintegridadle invadió un nuevo arrebato de ira y, agarrándola con fuerza de loshombros, le dio una ligera sacudida—.Quiero que seasmimujer, ¿meoyes? No pienso permitir que cualquier imbécil se crea con derecho acogertedelacinturacuandoledélagana.Quieroatarteamídetodaslasformasposibles;medaigualsiquiereslaceremoniaporelritoshaolin,siesqueexiste,porelcatólicooporelmusulmán,peroserásmíaaunquetengaquedrogarteyllevartearastras.¿Loentiendesahora?

Subrayó su pregunta con una nueva sacudida, pero sus palabrashabíandejadoaLianentalestadodeshockquenohizoelmenoresfuerzopor liberarse de aquellos dedos que se clavaban en su carne conbrutalidad.

¡Quería casarse con ella!, se dijo sin poder creerlo aún. ¡RobertGaddi, el atractivo y brillante científico al que la gente admiraba y lasmujeres se disputaban, acababa de confesar que estaba enamorado de lainsignificante Lian Zhao! ¡No sólo la deseaba, sino que la amaba!Aquellospensamientosla teníantanmaravilladaquenonotóquellevabaunbuenratomirándoloensilencioconlabocaentreabiertahastaqueéllasoltó,avergonzadoporsuviolencia,ydejóquesusbrazoscayeranflojosaambosladosdesucuerpo.Losojosdoradosnopodíanocultarsudolorcuandoañadió:

—Esdemasiadotarde,¿no?Elhombrequeestabacontigopareceuntipodecente,puedoentenderquetehayasenamoradodeél.

Elmatizdederrotaqueimprimióasuspalabraslahizoreaccionaralfin.

—¿Eressordo,RobertGaddi?Tehedichoquenoestoyenamoradadeél.

Liangolpeóelsueloconelpie,impaciente.—Puedequetodavíano,peroloestarás.Esguapoy,segúntutía,que

fuelaquemedijoqueteencontraríaenelchâteau,unencanto.Seguroqueteharálavidaagradable,notegritaráyserá...

Luchando por reprimir una sonrisa, Lian colocó las puntas de susdedossobresuslabiosparahacerlocallarylomirómuyseria.

—Creoqueescosamíaynodemi tíani tuyasaberdequiénestoyenamorada.YteaseguroquenoamoaJacquesBelcourt.Enrealidad...

Sedetuvopensativayapartó lamanodesubocaparaapoyarlaconmucha ligereza sobre su pecho, justo encima de su corazón.Aquel levecontactoleprovocóunjadeo.

—¡Meestásmatando,manzanocruel!Lian notó el temblor de su cuerpo y sonrió, encantada. Luego le

dirigióunamiradacalculadoraantesdecontinuar:—¿Simecasocontigoprometerquemetrataráscondelicadeza?—¡Sí,loprometo!—¿Contaráshastadiezantesderespondermedeformacortante?—¡Tienesmipalabra!—¿Novolverásaburlartedeminombre?—¡Daloporhecho!Tejuro,Lian,queseréunmaridomodélico,note

gritaré nunca más y no insistiré en imponer mi opinión, sino que teescucharésiempre...

LianalzólamanopidiendosilencioyRobertsecallóenelacto.—¿Sabesunacosa?—Alzóunaceja,displicente.—¿Qué?—preguntóangustiado.—¡Eresunmentiroso,RobertGaddi!Yantes deque él pudiera reaccionar se pusodepuntillas, rodeó su

cuelloconlosbrazos,obligándoloabajarlacabeza,yseapoderódesuslabiosenunbesoávidoquelodejómareado.Sinembargo,encuantoserecuperó de la sorpresa,Robert le devolvió el abrazo como si nunca lafueraadejarmarcharmientrassusurrabaensuoídounayotravez:

—Eresmía,mía,mía...

Epílogo

MonasteriodeShaolin,trecemesesmástarde

A la sombra de una de las doscientas veintiocho estructuras de piedra yladrilloquecomponíanelBosquedePagodasdelMonasteriodeShaolin,sentadoenlaposicióndellotoconlasmanosapoyadasenlasrodillas,elanciano maestro, inmóvil por completo, observaba a la pareja que sealejaba.

A juzgar por la forma en que el hombre alto y moreno rodeaba,posesivo,lacinturadelajovenesbeltaderubioscabellos,queparecíacasifrágilasulado,eraobviodequenosoportabaquesealejaradesuladoniunsegundo.Enunmomentodado,ellaechólacabezahaciaatrásylanzóuna carcajada y, como si no pudiera contenerse, él aprovechó paraestrecharlaentresusbrazosybesarlaconpasión.

PocagentehabríasidocapazdeadvertirlaformacasiimperceptibleenquesealzaronlascomisurasdelabocadelmaestroCheng.Sialguienle hubiera acusado de tener algún tipo de favoritismo respecto a susalumnos,sehabríasentidogravementeofendido;ahorabien,siesamismapersonalepreguntaraporunaalumnaenespecial,sehabríaencogidodehombrosconfatalismo.LianZhaohabíasidolamejoraprendizquehabíatenido jamás y la idea de que ella misma se encargaría a su vez detransmitir las enseñanzasy losprincipios shaolin a jóvenesoccidentalesen aquel castillo italianodel que lehabíahablado lo llenabadeorgullo.Estaba claro que su grácil sauce había encontrado, al fin, su propiocamino.

Quizá,incluso,dentrodealgúntiempo,cuandoellaleescribieraparaanunciarlequehabíaunpequeñoaprendizmásenelmundo,daríaelpasode subirse a un avión y visitarlos. Al fin y al cabo, no había nada quetemer; aunqueanciano, seguía siendounodeaquellosmonjesguerrerosdelosquehablabanlasleyendas.Casipudosentirlabendicióndelmaestro

alqueestabadedicadasupagodafavorita—connomenosdesietenivelesque hablaban bien claro de sus logros terrenos—, a cuya sombra legustabasentarseameditar.

Como decía su admirado Bruce Lee, el protagonista de la únicapelículaquehabíavisto:«Laclaveparalainmortalidadesvivirunavidaquevalgalapenarecordar».

Yestabasegurodequeaquelviajeresultaríainolvidable.

IsabelKeats—ganadoradelPremioHQÑdigitalconEmpezardenuevo,finalista del I Premio de Relato Corto Harlequin con su novela Elprotector y finalista también del III Certamen de Novela RománticaVergara-RNRconAbrazamioscuridad—esel seudónimo traselqueseoculta una licenciada en Publicidad madrileña, casada y madre de tresniñas. Isabel es una lectora empedernida que lee todo lo que cae en susmanos.Hacepocosañosempezóaescribirsuspropiashistoriasy,adíadehoy, además de varios relatos, ha publicado seis novelas, tanto en papelcomoenformatodigital.

A finales de 2012 autopublicó Algo más que vecinos en lasplataformas digitalesmás importantes y fue tal el éxito de esta comediaromántica que fue editada en papel y ahora está disponible en lasprincipaleslibreríasespañolas.Hoyporhoy,loquemásdivierteaIsabelesescribir,yesperapoderseguirhaciéndolodurantemuchotiempo.

Encontrarásmásinformaciónsobrelaautoraysuobraen:<isabelkeats.blogspot.com>.

UnbonsáienlaToscanaIsabelKeats

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©delailustracióndelaportada,AlexanderChaikin-Shutterstock©delafotografíadelaautora:Archivodelaautora

©IsabelKeats,2015

©EditorialPlaneta,S.A.,2015Av.Diagonal,662-664,08034Barcelona(España)www.editorial.planeta.eswww.planetadelibros.com

Primeraediciónenlibroelectrónico(epub):octubrede2015

ISBN:978-84-08-14569-1(epub)

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