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IMÁGENES DE LA MEMORIA El Legado Fotográfico de don Emeterio Cuadrado Díaz

Un ingeniero entre cacharros. Recuerdos y añoranzas

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IMÁGENES DE LA MEMORIAEl Legado Fotográfico de

don Emeterio Cuadrado Díaz

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INSTITUCIONES COLABORADORAS

U N I V E R S I DA D AU T Ó N O M A D E M A D R I D

UNIVERSIDAD AUTONOMA

ORGANIZAN

COLABORAN

Juan Blánquez Pérez, Virginia Page del Pozo José Miguel García Cano y Lourdes Roldán Gómez

(Editores Científicos)

Juan Blánquez Pérez, Virginia Page del Pozo José Miguel García Cano y Lourdes Roldán Gómez

(Editores Científicos)

IMÁGENES DE LA MEMORIA

El Legado Fotográfico de don Emeterio Cuadrado Díaz

UAM Ediciones es miembro de la UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel na cional e internacionalUAM Ediciones is the UNE member, which ensures the diffusion and com mercialization of its publications at the national and international level

AGRADECIMIENTOSNuestro agradecimiento a la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia y, en concreto, a su Consejería de Cultura y Portavocía. La labor desarrollada por la Dirección General de Bienes Culturales, a través de su Servicio de Museos y Exposiciones, el Museo de Arte Ibérico El Cigarralejo (Mula) y el Archivo General de la Región de Murcia ha sido fundamental para llegar los objetivos previstos.A la Universidad de Murcia, que cumple ahora 100 años de historia (CENTUM, 1915/2015) y, en especial, al Museo de la Universidad de Murcia, tantas veces propiciador de proyectos e investigaciones interinstitucionales. A la Universidad Autónoma de Madrid, a su servicio de publicaciones que generosamente ha asumido este libro a través de su sello UAM Ediciones y, muy en especial, al Centro Documental de Arqueología y Patrimonio (CeDAP). Al Deutsches Archäologisches Institut (DAI, Madrid), siempre abierto a colaborar, generosamente, en cuan-tos proyectos arqueológicos se desarrollan en España. A la Asociación de Amigos del Museo de Arte Ibérico El Cigarralejo (ASAMIC) pues, sin su colaboración e interés por este libro habría sido imposible la edición del este libro; así como a la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, amigos todos —nunca mejor dicho— de don Emeterio. Por último, y en justicia, nuestro agradecimiento a la familia Cuadrado Isasa y los tantos amigos y discípulos de don Emeterio Cuadrado autores de este libro que, de manera desinteresada pero llena de ilusión, han llenado de contenido estas páginas que el lector tiene ahora en sus manos. A todos ellos, instituciones y personas, gracias.

ISBN: 978-84-8344-514-3 Depósito Legal: M-3802-2016

Créditos fotográficos: CeDAP (UAM): Centro Documental de Arqueología y Patrimonio. Universidad Autónoma de MadridAGRM (CARM): Archivo General de la Regional de Murcia. Comunidad Autónoma de la Región de Murcia MAIEC (Mula): Museo de Arte Ibérico El Cigarralejo Mula (Murcia)DAI: Deutsches Archäologisches Institut

© de la edición: Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Madrid© de los textos y fotografías: los autores

Este libro se enmarca en los trabajos del Centro Documental de Arqueología y Patrimonio (CeDAP) y del Grupo de Investigación Arqueología y Fotografía: historia de la arqueología en España (HUM-F.003 UAM), de la Universidad Autónoma de Madrid.Todos los derechos reservados. De conformidad con lo dispuesto en la legislación vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reproduzcan o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte, sin la preceptiva autorización.

EDITORES CIENTÍFICOSJuan Blánquez PérezVirginia Page del PozoJosé Miguel García CanoLourdes Roldán Gómez

DOCUMENTALISTAGabriela Polak

DISEÑOJuan Blánquez PérezTrébede Ediciones, S.L.

IMPRIMEGráficas El Niño de Mula

EDITAEdiciones UAM, 2016Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de MadridCampus de Cantoblanco. C/ Einstein, 1 - 28049 MadridTel. 91 497 42 33 - Fax 91 497 51 69http://www.uam.es/[email protected]

Presentación

Difundir la Cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Noelia Arroyo Hernández

Investigar en la UAM y divulgar más allá de nuestro campus . . . . . . . . . . . . . . . . 11José Mª Sanz Martínez

Un largo camino andado con retos, todavía, por conseguir . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12Pedro Martínez Del Amor

Capítulo I. Leer las imágenes, escribir las ideas

Leer las imágenes, escribir las ideas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17Juan Blánquez Pérez, Virginia Page del Pozo, José Miguel García Cano y Lourdes Roldán Gómez

Estampas antiguas de El Cigarralejo . Apuntes para una semblanza de Emeterio Cuadrado Díaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23Manuel Cuadrado Isasa

Capítulo II. ¿Un ingeniero arqueólogo o un arqueólogo ingeniero?

Emeterio Cuadrado y su actividad en el contexto de la Arqueología Española de la segunda mitad del siglo xx . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35José Miguel Noguera Celdrán

Notas biográficas de don Emeterio Cuadrado Díaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49José Miguel García Cano

Emeterio Cuadrado, ese ingeniero de Caminos, ese magnífico arqueólogo, ese gran hombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59Juan Guillamón Álvarez

Emeterio Cuadrado, arqueólogo . Una perspectiva personal . . . . . . . . . . . . . . . . 67Fernando Quesada Sanz

El santuario ibérico, periurbano, de El Cigarralejo (Mula, Murcia) . . . . . . . . . . 79Juan Blánquez Pérez

Caracterización de la necrópolis de El Cigarralejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89Virginia Page Del Pozo

Capítulo III. El Centro Documental de Arqueología y Patrimonio (CeDAP de la UAM)

El archivo fotográfico de don Emeterio Cuadrado Díaz y el CeDAP de la UAM . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109Juan Blánquez Pérez, Lourdes Roldán Gómez y Gabriela Polak

Sumario

Capítulo IV. Recuerdos y Memorias

Emeterio Cuadrado . Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos . . . . . . . . . . . . . 131Emilio Estrella Sevilla

In Memoriam don Emeterio Cuadrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139Hermanfrid Schubart

Algunos recuerdos de don Emeterio Cuadrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 145Ana María Muñoz Amilibia

Recuerdos inolvidables de una restauradora «Amiga de la Arqueología» . . . . 149María Sanz Nájera

Recuerdos que el tiempo no borrará: don Emeterio Cuadrado y los Castelo Ruano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155Raquel Castelo Ruano y Manuel Castelo Fernández

Don Emeterio y yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165Salvador Rovira Llorens

Recuerdos desde la distancia . Don Emeterio, incuestionable científico, reconocido arqueólogo pero, sobre todo, buena persona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171Ángel Iniesta Sanmartín

Recuerdos y vivencias con Emeterio Cuadrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177Carlos García Cano y Elena Ruiz Valderas

La suerte de haber conocido a don Emeterio Cuadrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183José Miguel García Cano

Un ingeniero entre cacharros . Recuerdos y añoranzas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189Juan Blánquez Pérez

Capítulo V. El legado cultural de Emeterio Cuadrado Díaz en el siglo xxi

El Museo de Arte Ibérico El Cigarralejo (Mula, Murcia) . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207Virginia Page Del Pozo

Memoria de Emeterio Cuadrado, mi Amigo Presidente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 219Manuel Bendala Galán

ASAMIC (Asociación de Amigos del Museo de Arte Ibérico El Cigarralejo): El nacimiento de un sueño . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227Francisco Palazón Romero

La biblioteca de don Emeterio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233Enrique Baquedano

Catálogo

Cuando los objetos hablan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 239Gabriela Polak

Don Emeterio Cuadrado durante una excursión de la Asociación Español de Amigos de la Arqueología. © CeDAP (UAM) y MAIEC (Mula), nº inv. 0004 (ca. años 90)

Capítulo IV

Recuerdos y Memorias

Visita de Emeterio Cuadrado y su familia a Carteia (San Roque, Cádiz): don Emeterio con su hija Nina, su nieta y Lourdes Roldán, directora de las excavaciones. © CeDAP (UAM). Foto J. Blánquez (1999)

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Un ingeniero entre cacharros. Recuerdos y añoranzas

JUAN BLÁNQUEZ PÉREZCatedrático de Arqueología. UAM

Aviso para navegantes…

Relatar con detalle, en este libro, los recuerdos que guardo en mi memoria acerca de don Emeterio Cuadrado Díaz, en más de una ocasión, durante la redacción de este texto, me ha parecido un cierto atrevimiento. Sobre todo después de que, por el privilegio que da ser uno de los editores científicos de una publicación, permite leer algunos textos ya enviados por nuestros invitados a participar en el capítulo de este libro sobre Recuerdos y Memorias. La casi totalidad de dichos invitados convivieron con él con una intensidad, bien casi familiar, bien en sus quehaceres arqueológicos, por no hablar de los museológicos.

Mis recuerdos, en este sentido, se iniciaron, prácticamente, con mi entrada en la universidad, allá por el año 1975. Para bien y para mal, solo cuando nos vamos haciendo mayores —que no viejos— creo que acumulamos suficiente experiencia como para saber separar con acierto «el grano de la paja» y, en general, «pasados los 40», como me aconsejaba hace años un buen amigo mío, la Felicidad consiste en «alejarse de todo aquello desagradable», entendida esta última palabra en su más amplia y poliédrica acepción.

Ahora bien, no querría que los inteligentes lectores interpretaran estas pala-bras como evidencias de una melancolía o añoranza hacia tiempos pasados. Hace ya bastantes décadas asumí, tras medio leer un peculiar libro, cómo la nostalgia es un error. Personalmente, hace años que defiendo cómo el Presente es el mejor tiempo de nuestra vida. Por todo ello, pues, entremos de lleno en el tema que nos ocupa… don Emeterio.

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Mis «recuerdos» con y de don Emeterio es posible que no sean los que guar-dan otros colegas arqueólogos. Mis contactos con él siempre fueron intermitentes pero, a la vez, continuados en el tiempo hasta su fallecimiento en el año 2002. Pero no finalizaron entonces, todo lo contrario, los he mantenido hasta hoy aunque, como es lógico, de otra manera no, por ello, menos cercana.

Comidas y encuentros con su familia. Fundamentalmente con Manuel y An-tonina Cuadrado Isasa; «Manolo» y «Nina», para entendernos. Muchas estancias de trabajo en los museos de Mula y, ya en Murcia, primero en el Provincial y después en el Museo de la Universidad, instituciones ambas dirigidas por dos de sus más cercanos discípulos —Virginia Page y José Miguel García Cano— hoy verdaderos amigos íntimos. También investigaciones prorrogadas algunas hace ya más de una década; o la realización de prácticas docentes con nuestros alumnos de la UAM, fundamentalmente en el museo de Mula, donde conocí también a Carlos García Cano y a Elena Ruiz Valderas; asimismo verdaderos amigos hoy como, en más de una ocasión, sobradamente, me han demostrado.

Este libro y la exposición con que se acompaña, pensada hace casi tres años y que ahora ve la luz a inicios de 2016, son demostración palpable del mantenido cariño de muchos de nosotros hacia su persona. Son, pues, sucesivas páginas, a modo de un libro escrito con tinta de nuestra Memoria, a las que han venido in-corporándose, tanto personas de su más directo círculo de instituciones y de sus colaboradores. Además de los que citaré con más detalle, me refiero, por ejemplo, a Ángel Iniesta, a Manuel Lechuga o, más recientemente, Rafael Fresneda. Todos ellos, como era de esperar han colaborado en este recordatorio a don Emeterio. Se cumplen ahora, como decía, 14 años de la pérdida de este arqueólogo ingeniero o, tal vez mejor, ingeniero arqueólogo; no sabríamos ordenar con imparcialidad estos dos términos. Pero, sea como fuere, parece evidente que su memoria permanece viva entre nosotros. ¡Qué mejor homenaje al no favorecer que su recuerdo se diluya con el paso del tiempo!

Mis primeros «contactos» y recuerdos con don Emeterio Cuadrado

Vaya por delante que yo nunca excavé con él. Cuando empecé a tratarle de manera más personal, seguía enfrascado en sus excavaciones y tipologías de los materiales de El Cigarralejo. Yo, por aquel entonces, andaba literalmente inmerso en las mías albacetenses: las necrópolis del Camino de la Cruz, Los Villares, El Salobral y, por

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último, en el poblado de La Quéjola. De igual manera, nunca publicamos juntos ningún artículo y, para rematar esta casi «declaración de principios», tampoco tuve la fortuna de colaborar en la materialización del museo; de hecho, mis andanzas museísticas empezaron años después, en 1999, excepción hecha de mi pequeño homenaje en Gijón Romano (1984) para mi íntima amiga Carmen Fernández Ochoa, la inefable «Melus» entre sus amigos.

Oportuno es, como en toda historia a relatar, que sigamos una ordenación cronológica y, dado que esta abarca cuatro décadas, es posible ordenarla fácilmente en dos etapas diferentes pero, no por ello, menos intensas. La primera, compartida físicamente con don Emeterio a lo largo de 27 años; la segunda, forzadamente de recuerdos, pero marcada por actuaciones mías relacionadas con él de una manera u otra. Esta segunda «época» llega hasta nuestros días y goza de una espléndida salud propia de los «14 años» recién cumplidos. La proyecto en su familia, Manolo y Nina fundamentalmente; en la Asociación Española de Amigos de la Arqueolo-gía o, más recientemente, en la también Asociación de Amigos del Museo de Arte Ibérico El Cigarralejo, de las que me precio de ser socio. Pero, sobre todo, a través de sucesivas investigaciones, exposiciones y viajes por las provincias de Albacete y Murcia acompañado, casi siempre, de una notable representación de sus discípulos, «herederos responsables» de su legado y hoy, como es sabido, amigos personales.

«Prohibido limpiar el polvo». Librería de don Emeterio donde guardaba cerámicas griegas y objetos menudos de la necrópolis. Hoy en uso por su hijo Manuel. © CeDAP (UAM). Foto J. Blánquez (2015)

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Actividades casi todas apasionantes pero que, todas juntas, en más de una ocasión, les he provocado momentos de cierta locura.

Mi primer encuentro con don Emeterio, como a tantas otras personas de su entorno no familiar les habrá sucedido, fue a través de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología; en concreto, en el año 1975. Por aquel entonces tenían su «sede social» en la Fundación Transmediterránea, ubicada en la madrileña calle Velázquez y en ella se impartían los famosos «martes de conferencias de la Asociación»; charlas estas que, todavía hoy, de manera fielmente ininterrumpida, se han mantenido en sucesivas sedes siempre generosamente facilitadas.

Con el habitual despiste de todo estudiante en su primer año de carrera, en mi caso —posiblemente— vivido con mayor intensidad llegué con la conferencia iniciada. Como era de esperar, no conocía a nadie y me senté donde pude, en plena charla, con la sala a obscuras por la tradicional proyección de diapositivas. Termina-da la charla, durante el coloquio, fue cuando conocí «visualmente» a don Emeterio, quien moderaba desde el centro de la mesa las preguntas del público asistente.

Repetí otros martes, nada pasaba digno de recordar a excepción de una tarde cuando, en plena conferencia, un policía nacional —los conocidos «grises» por el color de su uniforme— interrumpieron el acto para decir que había que desalojar la sala por altercados que, por lo visto, sucedían en la calle. La Mesa presidencial, o sea, don Emeterio, consiguió que se permitiera terminar el acto a condición de que, cuando saliéramos de la sede, lo hiciésemos en pequeños grupos y, sin dete-nernos, nos fuésemos a casa. Me sorprendió bastante dado que, en el inicio de la calle Velázquez y en aquella época, no había bares ni nada parecido. Era invierno, hacía frío y serían ya más de las nueve de la noche cuando salimos a la calle. Com-plicado esto de ir a conferencias, pensé, sorprendido por la capacidad de persuasión que había tenido el Presidente de la Asociación para conseguir aquella «prórroga».

Fue una de mis profesoras de la carrera —mi querida Mª Ángeles Alonso— quien tuteló mi ascenso a un «estatus» de mayor rango al favorecer —por no decir «empujarme»— a impartir la primera conferencia de mi vida… en la Asociación. Yo ya había terminado la carrera y los Amigos de la Arqueología habían cambiado la sede a la calle Mejía Lequerica. Creo recordar que era allí donde había estado antes el Instituto Nacional de Educación-Centro de Iniciativas y Turismo, pues el salón de actos lo conocía de varios años antes. Allí, los sábados, se proyectaban documen-tales turísticos del mundo y a los mismos mi padre, con puntualidad mayor que las conferencias de la Asociación, me había llevado durante años en su «campaña de culturización» a sus hijos.

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El título concreto lo recuerdo gracias a la labor de «hormiga» que, en España, todo aspirante trabajar en el mundo universitario debe desarrollar. Me refiero a pedir los famosos «certificados». Ordenado en el trabajo que, no tanto en la vida, los míos los guardaba —y sigo guardándolos— con celo, como buen soldado (aspi-rante a profesor de universidad) que siempre ha de tener su taquilla (el curriculum vitae) en perfecto estado de revista (preparado para solicitar una beca). El tema que impartí fue sobre El poblado ibérico de El Amarejo (Bonete, Albacete) pues, además de asistir varias campañas previas como aprendiz, bajo la dirección de Santiago Broncano, durante el año 1981 fui «ascendido» a codirector de las excavaciones.

Un año después ya empecé a dirigir las mías. Primero en el Camino de la Cruz; luego en Los Villares (Hoya Gonzalo, Albacete), que tantas alegrías me daría. Sus tumbas tumulares, sus ajuares con armas y las conocidas esculturas de caballeros ibéricos en estos días, por cierto, de viaje (expositivo) en nuestra Villa y Corte…, pronto captaron el interés de don Emeterio; en honor a la verdad aquellas tumbas tumulares ibéricas me sirvieron, literalmente, de «embajadoras» para empezar a compartir con él mi aprendizaje. Ahora que la sana competitividad, desde mi pun-to de vista, con frecuencia se desdibuja de sus naturales cauces por los que debe discurrir creo oportuno recordar aquel refrán que dice es de bien nacidos ser agrade-cidos. Por ello, si en aquellos años se sucedieron anuales invitaciones para nuevas

Visita a las tumbas principescas de El Cigarralejo de don Emeterio, a los 85 años de edad, con Lourdes Roldán y María Sanz. © CeDAP (UAM). Foto J. Blánquez (ca. 1992)

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conferencias (1984, 1985…) en la actualidad, como Dios manda, sigo sin faltar a esta cita anual. Es más, ahora soy yo el que invito, es decir, «empuja» a los becarios que tutelo a impartir también ellos conferencias sobre sus investigaciones en marcha.

Mi estudio de la necrópolis de Los Villares pronto se convirtió en uno de los ejes de mi tesis doctoral atenta a La formación del mundo ibérico en el sureste de la Meseta (Albacete). Guardo, como decía, las programaciones trimestrales con las conferencias de aquellos años y, por ello, puedo hoy comentar al lector mis par-tenaires de actuación: Rosario Lucas, Emiliano Aguirre, Alfonso Moure, el propio don Emeterio. Así, fueron mis primeros pasos en la Asociación y con don Emeterio. Siempre bajo la querida pero, a la vez, exigente guía de Mª Ángeles Alonso y de Manuel Bendala que, asentado ya en Madrid, también pronto quedó «atrapado» por la Asociación; de hecho, tras la muerte de don Emeterio, pasó a ser hasta hoy su flamante presidente.

Acabada la carrera en 1979, durante algunos años anduve trabajando —hoy diríamos que de autónomo emprendedor— con diferentes arqueólogos y por di-ferentes instituciones. Fue en la planta semisótano del Museo de América, donde entonces tenía la sede el Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte (ICROA, hoy IPCE), bajo la tutela de J.M. Cabrera Garrido donde, nuevamente, conocí a otras personas —personajes sería más expresivo— ligados a don Emeterio.

Traigo a colación aquellos años de múltiples miradas y recuerdos para contar, tan solo, algunas de las nuevas amistades directamente relacionadas con nuestro protagonista. Por un lado, María Sanz, restauradora del entonces ICOBERIC y vocal —siempre activa— de la Asociación. También la figura de Salvador Rovira quien, durante años, llevó adelante la biblioteca virtual de la Asociación, nomenclatura esta que considero especialmente ilustrativa, dado el hecho de que nunca tuvo sede física. De hecho, su propia casa fue, en muchas ocasiones, depósito de los fondos bibliográficos. Pero sigamos adelante.

De vuelta a la Universidad Autónoma con una flamante beca de Formación del Personal Universitario (FPU) ya bajo el tutelaje del profesor Manuel Bendala, me pude permitir numerosísimos «periplos» por los museos del suroeste penin-sular: Albacete, Jumilla, Yecla, Murcia y, lógicamente, El Cigarralejo. Por aquel entonces José Miguel García Cano era director del Museo de Murcia y su mujer, Virginia Page del Pozo, directora del de Arte Ibérico de El Cigarralejo (Mula). A su vez, Carlos García Cano, a quien había conocido en Mula, desarrollaba su trabajo en arqueología urbana y ahora, en la actualidad arqueólogo del Servicio de Patrimonio Histórico de la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia; al igual que su hoy

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esposa, Elena Ruiz, directora hoy del Museo del Teatro Romano de Cartagena. Co-mo con cariño se dijo hace poco en el Salón de Actos de la Universidad de Murcia, la «patulea» que siempre rodeaba a don Emeterio; en nuestro lenguaje, para mí, el «núcleo duro» de sus mejores y más leales colaboradores.

La temática de mi tesis doctoral, junto con las citadas excavaciones en su-cesivos yacimientos ibéricos facilitaron frecuentes encuentros con don Emeterio. Recuerdo, especialmente, uno en su domicilio de la calle Alcalá, cuando me regaló su libro de las Excavaciones en el santuario ibérico de El Cigarralejo (Mula, Murcia). Me llevó a uno de los cuartos de su casa y de un armario con llave —como no podía ser de otra manera— sacó dicho ejemplar y me lo dedicó: A Lourdes y a Blánquez, su marido, con el afecto de siempre y esperando la resolución del caso, con el cariño de siempre. Un abrazo. Emeterio Cuadrado Díaz. 19-9-999. De paso, me regaló algunas de sus más importantes separatas y me fui de su casa como el hombre más feliz del mundo.

Era el año 1999 y yo, por aquel entonces, me encontraba en plena fiebre bibliotecaria —heredada de mis padres— comprando todo lo (poco) que podía y a la espera (siempre) de que arqueólogos «famosos», a los que iba conociendo, me regalaran algunas de sus publicaciones. En aquel tiempo yo ya había trabajado en la Subdirección General de Arqueología, lo que me permitió conocer a Manuel Fernández-Miranda durante casi tres años en el, entonces, Ministerio de Cultura, cuando este tenía su sede en el paseo de la Castellana. Ello me posibilitó conseguir las colecciones que, por aquel entonces, allí se editaban. Especialmente significa-tivas para mí eran Noticiario Arqueológico Hispánico y Excavaciones Arqueológicas en España. Con más paciencia también llegué a conseguir series antiguas que, aunque teóricamente agotadas, pronto se convirtieron para mí en un reto «a solucionar»; y, ¡vaya si lo conseguí! Visitas a la —por entonces desconocida— librería del pro-pio Ministerio, situada en el barrio de Chamberí; también a la Cuesta de Moyano o rastreos en los mil y un armarios de un ministerio recién trasladado del antiguo Casón del Buen Retiro… hicieron el resto.

Su paso por la Universidad Autónoma de Madrid

Como «prometedor» iberista y como juanesca celebración de mis 10 años en el departamento de Prehistoria y Arqueología, ya como profesor de la UAM, deci-dí llevar a cabo un congreso sobre necrópolis ibéricas que, como no podía ser

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menos, tenía que tener un carácter nacional y ser publicado en una colección de monografías diferente a lo habitual… Dicho y hecho. Organicé, en noviembre de 1991, el Congreso de Arqueología Ibérica. Las necrópolis y lo publiqué en una nueva serie que había creado para tal ocasión: la Serie Varia (nº 1, 1992).

Lo llevé a cabo en colaboración con Víctor Antona y fue una divertida locura. Reunimos a 31 investigadores, se presentaron un total de 22 ponencias, hubo tres coloquios y el correspondiente acto de Clausura. Todo ello quedó debidamente recogido, muy poco tiempo después, en un libro. Nuestro deseo con aquella reunión científica era generar una publicación que supusiera un «antes y un después» en los estudios del mundo funerario ibérico. Algo «modesto», como habrá captado el lector, en lógica consecuencia de esa enfermedad que casi todos los arqueólogos tenemos en los primeros pasos de nuestra andadura profesional.

Don Emeterio estuvo presente los tres días que duró aquella locura, mañana y tarde. Sin exagerar, la convocatoria reunió en el Salón de Actos de la facultad de Filosofía y Letras a más de 400 personas que, sorprendentemente, permanecieron fieles hasta el mismo momento de clausura que protagonizó nuestro afamado ibe-rista. Él tenía, en aquel momento, la friolera de 85 años de edad y yo 35.

No vamos a relatar aquí todos los pormenores sucedidos, tanto con la organiza-ción del congreso como de la posterior publicación. Pero sí apuntar algunos detalles,

Investidura de H. Schubart como doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), el 27 de enero de 1989. Gentileza I. Rubio de Miguel

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creo que ilustrativos, para ánimo de los egresados actuales que no tiene más opción que ir siempre hacia adelante. La portada del libro la diseñó y dibujó el que escribe estas páginas. La maqueta del mismo la hicimos también nosotros, en un moderno —claro, para entonces— PC-386, portátil, con el conocido programa WordPerfect que, a pesar de su nombre, distaba mucho de ser perfecto, al estar programado para texto y no para el uso que le estábamos dando. En la actualidad, editados ya 10 números de esta Serie Varia, la colección, gracias a la incuestionada profesionalidad de un verdadero maquetista y amigo, Carlos Comas-Mata (Trébede Ediciones), justo es reconocerlo, la calidad de las monografías ha subido de manera más que notable.

Recuerdo el día de la clausura a don Emeterio, sentado a mi derecha, atento a su turno de palabra para cerrar el congreso y ante un auditorio que, extrañamente, no había menguado un ápice en relación con el primer día. De hecho, en mis 31 años de docencia, no recuerdo un lleno como aquel en el antiguo gran salón de actos de nuestra facultad. No llevaba ninguna nota escrita y permanecía tranquilo a la espera de que le cediera el uso de la palabra. Le precedimos en el mismo yo, en calidad de codirector del congreso; a continuación, Pierre Rouillard, en su cali-dad de iberista y en representación de la Casa de Velázquez; Walter Trillmich, del Instituto Arqueológico Alemán (DAI, Madrid); Carmen Aranegui, catedrática de Arqueología de la Universidad de Valencia y Concepción Blasco, por aquel entonces directora de nuestro departamento.

Por último, di la palabra a nuestro querido don Emeterio para clausurar el acto. Tenía notable curiosidad por saber cómo iba a rematar la «faena». Sin papeles, como decía y con su habitual naturalidad inició un maravilloso discurso que, porque fue grabado y publicado en las Actas, puedo hoy reproducir con exactitud sin que el tiempo o mis recuerdos puedan hacer pensar al lector que exagero:

Antes de dar por terminada esta, tan encantadora, reunión quiero dar las gracias a los organizadores que nos han hecho posible estar todos reunidos. A mí, personalmente, porque han tenido la atención de nombrarme Presidente pero, en fin… Quiero asegurarles a ustedes que me siento encantado porque me he rejuvenecido y me he quitado una de años encima como ustedes no se pueden imaginar. Por ello, me van ustedes a permitir que, ya que me he rejuvenecido tanto, pueda decirles una cosa. He observado que casi todos los ponentes, en sus conclusiones, sacaban: señoras 50%, caballeros 10%, niños… Es el congreso de los tantos por ciento y yo, la verdad, no me quiero quedar corto. Puedo decirles: señores 5%, señoras 70%, guapas 100%.

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Con esto señores damos por terminada la reunión, nos citamos para un próximo lugar, que Dios les bendiga.

La reacción de los congresistas y, sobre todo, del alumnado que llenaba el salón de actos fue unánime: un grandísimo aplauso como pocas veces he oído. Mientras, don Emeterio me dijo al oído: No falla, Blánquez, siempre un piropo. Co-gió su sombrero y su, ya también, habitual bastón y salió del recinto. Contaba en aquellos momentos 85 años de ilusionante juventud.

Yo a Mula y él a Carteia. 18 años de intervalo

El haber encontrado escultura ibérica in situ, en la necrópolis de Los Villares de Hoya Gonzalo (1986) me obligó —digamos mejor, inspiró— llevar a cabo un Grand tour al Oriente… peninsular que, como en los mejores casos del siglo xviii, duraría mucho más de lo inicialmente pensado. De hecho, lo mantuve con intensidad hasta, prácticamente, el año 1998. Fue entonces, al empezar a estudiar imágenes fotográficas de la arqueología española de finales del siglo xix y primera mitad del siglo xx, cuando tuve que cambiar las prioridades de mi investigación, que no del área de trabajo; tan solo supuso una ampliación espacial hacia tierras jiennenses.

Las numerosas visitas realizadas, a partir de entonces, al Museo de Arte Ibérico El Cigarralejo, para estudiar y fotografiar escultura ibérica, no suponían mi primer contacto con esta institución.

Mi primera estancia había sido cuando, todavía, don Emeterio frecuentaba el museo; de hecho, estaba acabando su montaje. Virginia Page, con la hospitali-dad que siempre le ha caracterizado, nos dejó dormir al equipo… en la habitación que don Emeterio utilizaba como despacho. La única condición que puso fue que, antes de las 9 de la mañana, hubiéramos dejado todo correctamente recolocado. Aquella noche no fui yo el único en descubrir la existencia y efectos de un anís «abanderado», nunca mejor dicho, llamado Machaquito. A fuerza de rellenar su tapón, a modo de vaso-chupito, aunque parezca mentira, dimos cumplida cuenta del mismo y, si bien su etiqueta ya avisaba, haciendo honor a su nombre, nos dejó literalmente «machacados». Vueltos a la realidad al amanecer, la pauta dada por Virginia, aparentemente de lo más sencilla: «levantados y todo recogido a las 9»… fue conseguida por milagro de los dioses. Pero, eso, nunca mejor dicho, es otra historia.

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Con motivo del XX aniversario de la creación de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología a su Majestad, la Reina, hoy Emérita y Presidenta de Honor le correspondía regalarle —debidamente encuadernados— los ejemplares del Boletín que nuestra Asociación. Fuimos, así, en audiencia, a la Zarzuela la plana mayor directiva bajo la batuta de don Emeterio. Hoy, al contemplar la fotografía, me es fácil reflexionar sobre las personas y los personajes allí presentes. Curiosamente, la mitad de ellos ya no están entre nosotros, pero a ninguno lo tengo olvidado.

Me fijo —el lector amigo se puede fijar— en la colocación protocolaria de cada uno de nosotros, pero también en la gestualidad, muchas veces «ilustrati-va» de su personalidad: Juanito, general retirado; Maria Ángeles, con su dignidad comparable a la de S.M., para qué hablar de don Emeterio —un republicano de pro— encantado de posar con una reina; S.M., perfecta; Manolo, siempre sonriente; el otro Manolo, invariablemente responsable… No cito apellidos ni indico si «leo» de derecha a izquierda o viceversa. No importa, a los Amigos de la Arqueología no les costará ubicarlos y, para los que no lo son, tampoco es muy relevante. Ahora bien, ¡qué verdad es que una imagen vale más que mil palabras!

Pero pasemos al otro capítulo citado, interesante por lo intenso y de múlti-ples miradas que ahora mis recuerdos traen al presente. Me refiero a la exposición,

Recepción en el Palacio de la Zarzuela con S.M. la Reina, Presidenta de Honor con motivo del XX aniversario de la creación de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología. © A. García Dalda (13 de abril 1989)

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de la que fui su Comisario, sobre los exvotos del santuario de El Cigarralejo. De nuevo, la suma de circunstancias positivas me permitieron acometer la primera y, hasta la fecha, única, exposición pública de los exvotos de El Cigarralejo. Fuimos capaces de llegar a reconstruir, de manera idealizada pero rigurosa, la habitación donde habían sido enterrados voluntariamente los exvotos en época ibérica y, en un juego propio de todo concepto expositivo, exponer en una alargada vitrina los casi 200 pequeños exvotos tallados en piedra.

Pudimos fotografiarlos todos y hacerles moldes para, así, asegurar una poste-rior exposición de los mismos, que pudieran itinerar en otras exposiciones o tener ya en el Museo de Arte Ibérico de El Cigarralejo una adecuada documentación fotográfica rigurosamente actualizada. Y claro, todo ello, había que hacerlo… en casa de don Emeterio.

Cualquier persona mínimamente normal y, más aun, a la edad de 91 años, se habría quedado horrorizada de ello. No solo por la posibilidad de hacer moldes a sus preciados exvotos sino también por tener, campando por la casa, a más de cinco personas sacando y metiendo exvotos en sus preciadas vitrinas. Él no, todo lo contario, estuvo encantado de que restauradores, arqueólogos y fotógrafos andu-viéramos por todos lados bajo la cómplice mirada de su hija Nina; ¡qué maravillosa experiencia!

Emeterio Cuadrado en su despacho madrileño de la calle Alcalá, con uno de los caballos. © CeDAP (UAM). Foto J. Blánquez (1998)

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Don Emeterio, en su ya pequeño cuarto de trabajo, filtraba y daba el «Vis-to Bueno» a todos los «movimientos» de «sus» exvotos. Mientras, Virginia Page; Juan García Sandoval, «Movi» para los amigos; Lourdes Roldán y el que escribe estas líneas corríamos por los pasillos de su larga casa de la calle Alcalá deseosos de acometer tal tarea. El maravilloso final de toda esta complicidad de amigos y familiares fue la grabación, con el consentimiento de su hija Nina, de una entrevista que Lourdes Roldán hizo a don Emeterio. Fue publicada, como no podía ser de otra manera, exclusivamente a su nombre y, si no me equivoco, su último artículo científico. Auténticos recuerdos y memorias, de su larga vida arqueológica.

Viaje a Ítaca

Comprometido, totalmente, en el grupo de trabajo del Proyecto Carteia como res-ponsable del periodo púnico, desde 1994 hasta hoy, un iberista como yo se vio abocado a ampliar la mirada territorial y cultural de mis investigaciones hacia los, nunca mejor dicho, «vecinos púnicos». Vecinos, ahora en serio, en espacio y tiempo pero que, durante casi todo el pasado siglo xx, habían permanecido invisibles para la piqueta arqueológica. Esta ampliación del marco de estudio, más que cambio de

Reconstrucción idealizada de la habitación de los exvotos del santuario. Exposición del Museo de Mula. © CeDAP (UAM). Foto J. Blánquez (1999)

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«especialidad», debida a varias circunstancias coincidentes en mi vida acicatadas, sobre todo, por el desinterés de alguna que otra institución, fue para mí un evidente beneficio científico. De nuevo iniciaba un «acercamiento» a un periodo cultural con una orientación diferente a la habitual. No desde Cartago o desde el Oriente, sino a partir del conocimiento de la Cultura Ibérica peninsular; en cierto modo, pues, en dirección contraria al de un «clásico» helenista u orientalista.

Casi religiosamente, en cuanto a constancia y puntualidad, todos los meses de agosto el equipo de la UAM, bajo la dirección en su inicio de la profesora Lourdes Roldán y Manuel Bendala, acometíamos una campaña de excavación o de estudio de materiales, pero en el campo, en la ciudad púnico-romana de Carteia, ubicada en el centro de la actual bahía de Algeciras (San Roque, Cádiz).

Pues bien, dio la casualidad de que el verano de 1999, don Emeterio, que normalmente pasaba el verano —huyendo de los calores— en el Guadarrama, por temas familiares marchó a Algeciras donde su hija Nina pasaba siempre sus vacaciones de verano. ¡Qué gran oportunidad! Enseñar a don Emeterio «nuestro» yacimiento en justa reciprocidad a nuestra visita con él al Cigarralejo, hacía ya siete años. Dicho y hecho.

La visita fue al caer la tarde, el mejor momento de luz y de tranquilidad para visitar la ciudad antigua. Fundamentalmente paseamos por la plataforma superior del foro. Vinieron don Emeterio, con la misma ilusión de siempre por ver, conocer y aprender… a sus 97 años. Acompañado por su hija Nina, su nuera y, por parte del equipo Carteia, Lourdes Roldán, Manuel Bendala, Darío Bernal y yo, entre otros.

Llegó debidamente uniformado —como siempre hacía— para sus salidas al campo. No con su habitual pantalón de peto, dado que no iba a excavar, sino «de visita». Sus también habituales para aquellas ocasiones «de campo» con pan-talones cortos, sus siempre bien estirados calcetines, gorra y bastón… dispuesto a recorrer —para terror de familia y amigos— todos los edificios romanos posibles. Quería verlo todo, preguntaba por todo aquello que no conocía; verdaderamente, incansable.

Con total dignidad subió la escalinata augustea de acceso al foro. De verdad que no exagero al decir que, si no hubiera sido por la vestimenta tan informal de todos nosotros, parecía la llegada de un patricio praetor presto a impartir justicia con la sabiduría que, en su caso, le dieron los años. Recorrimos el templo republi-cano, la domus del Rocadillo, la necrópolis tardoantigua… y no se cansaba de mirar, reflexionar y admirar el trabajo de los demás; en este caso nosotros. Fue una visita, de verdad inolvidable y ¡quién lo iba a decir!, la última vez que le vi pero, no por

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ello —como antes comentábamos— de pensar en él y de intentar trascender su obra y su humanidad a las generaciones presentes.

Podría contar más «recuerdos y memorias», pero me temo que el espacio, el tiempo y la paciencia de algunos cercanos amigos se acaban. Otro momento y lugar permitirá, seguro, su continuidad. Con semejante archivo fotográfico no hemos hecho más que empezar. ¡Va por usted!, don Emeterio.

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