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Instituto de Educación Secundaria CÁSTULO - Linares

- Linares Instituto de Educación Secundaria · mujer más bella y elegante que jamás haya visto ni volveré a ver. Es alta y esbelta, de cabellos rubios, tiene unos ojos tan claros

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Tercer concurso de relato corto ilustrado IES Cástulo

EDITA: Instituto de Educación Secundaria CÁSTULO. Linares (Jaén).

MAQUETACIÓN: Librería Entre Libros

DISEÑO Y PORTADA:Francisco Martínez Muelas

DEPÓSITO LEGAL:

IMPRIME: Gráfi cas La Paz de Torredonjimeno

A todos los que con su esfuerzo, han hecho posible que este proyecto vea la luz.

www.iescastulo.com

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Tercer concurso de relato corto ilustrado IES Cástulo

Prólogo

ABUELO, CUÉNTAME UN CUENTO...

Había una vez un melonero, que se llamaba “Caca-cieno”, famoso por criar los mejores melones de todas las huertas del condado, y sus melones eran mejores que los de Grañena e incluso que los de Villaconejo. Junto a su huerta vivía otro huertano, el “Tío Sieso”, listo, envidioso y malasombra, que desde siempre tenía en la cabeza ro-barle los melones a Cacacieno y hacer negocio con ellos, que eran mucho mejores que los suyos.

Se le ocurrió un plan macabro: una noche se disfrazó de fantasma, con sábanas blancas, velas y campanillas (tilín, tilín) y se presentó en la huerta de Cacacieno can-tando: “Que vengo por los melones de Cacacieeeeno, los más gordos, los más ricos, los más bueeeenos”. El pobre Cacacieno, asustado, no se atrevió a salir de su choza de melonero creyendo que aquel espíritu, además de lle-varse sus melones, también se llevaría su alma al mundo de los muertos endemoniados. Al día siguiente comprobó que le faltaban los melones más gordos del melonar. Y de este modo el sinvergüenza del Tío Sieso se apropiaba, cada dos o tres noches, de la cosecha melonera de Ca-cacieno.

Andando el tiempo, Cacacieno se mosqueó, decidió ser más valiente y esperar escondido en un balate para ver cómo el fantasma se llevaba sus melones. Noche oscura como la boca de un lobo, tilín, tilín, las luces ti-tilantes de las velas, la misma canción y al cabo de un rato el fantasma se quita las sábanas y las campanillas y coloca las velas en el bancal. Empieza a coger melones y los va echando en una espuerta. Mientras se agachaba para coger uno de los melones más gordos, con el culo en pompa, Cacacieno cargó la escopeta y ¡PAM, PUM! ... (El fantasma salió pitando o, nunca mejor dicho, salió escopeteado).

Desde entonces en el condado al Tío Sieso se le co-noce con un nuevo mote: el “Tío Tieso”, porque siempre

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Tercer concurso de relato corto ilustrado IES Cástulo

Vivimos inmersos en la era de las nuevas tecnologías. Tablets, iphones, teléfonos móviles, redes sociales…, son herramientas que hoy día nuestros alumnos utilizan con tal asiduidad que a veces se olvidan de que existen otras.

Nuestro deber como docentes es recordarles, aún sin bajarse del carro de los avances tecnológicos, que la lectura es una actividad muy importante para su desarro-llo íntegro como personas y que puede llegar a ser tan divertida e interesante como cualquier videojuego o per-sonaje de éstos, si somos capaces de seleccionar el libro adecuado.

La creación literaria y artística está presente en la ac-tividad educativa diaria de nuestros alumnos aunque ellos no lo perciban. Aún así, en esta era en la que nos mo-vemos, debemos acercar a nuestros alumnos actividades motivadoras diferentes que despierten su interés y que hagan que se impliquen en ellas.

Es nuestro tercer año de concurso y la respuesta por parte de los alumnos es muy buena. Seguiremos traba-jando en este proyecto mientras siga siendo demandado por nuestros alumnos.

Un año más, agradecer el apoyo recibido por parte del equipo directivo del centro, al profesorado implicado por el esfuerzo realizado, a los alumnos por la ilusión que ponen en este tipo de actividades y a los patrocinadores por su aportación económica sin la cual, este proyecto di-fícilmente vería la luz, a la librería Entre Libros y especial-mente a la AMPA “Anibal e Himilce”.

LÁZARO HERNÁNDEZ FERNÁNDEZCoordinador del proyecto

está de pie, que no se puede sentar porque tiene horren-dos dolores en el culo. Nadie sabe qué le ha podido pasar pero Cacacieno sí sabe que ya nadie le roba los melones.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado y Ca-cacieno tan feliz se ha quedado.

Éste, resumido, era uno de los muchos cuentos que me contaba mi abuelo. Los cuentos siempre los han con-tado los abuelos que, capitanes de las naves de la ima-ginación, nos llevaban desde el fondo de los mares hasta más allá de la Luna. Si, como decimos, los han contado los abuelos, de aquí se desprende que el auditorio ha estado formado por los nietos. Vivimos en una época de cambios, ¿por qué no hacer narradores a los nietos y oyentes a los abuelos? Alumnos y alumnas del IES Cástulo, vosotros ya lo habéis hecho al menos en dos ocasiones. Nos consta que vuestros abuelos han leído con interés vuestros rela-tos cortos, vuestros cuentos, de los dos anteriores concur-sos y sabemos que se lo han comentado con orgullo a sus amigos: “Mi nieto, mi nieta, ha escrito un cuento, y se lo ha inventado y además le ha pintado dibujos y, todavía más, ¡se lo han publicado en un libro!”

Desde aquí os animamos, a los que ya lo habéis he-cho para que sigáis y a los que os lo estáis pensando para que empecéis, a contarnos lo que bulle en vuestra desbordante imaginación, vuestros sueños y pesadillas, vuestras ilusiones y aventuras reales o imaginarias. Que-remos oír ahora:

NIETO, CUÉNTAME UN CUENTO...

FRANCISCO MARTÍNEZ MUELASJefe del Dpto. de Inglés

Colaborador “de lujo”

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Equipo de apoyo a la biblioteca

Departamento de Lengua Castellana y Literatura.- FRANCISCO NÁJERA MARTÍNEZ. TERESA POZA RAYA. Mª TERESA SERNA RACIONERO.Departamento de Inglés.- MARIFÉ CIFUENTES MOLINA.Departamento de Francés.- Mª LUZ GARCÍA-SAAVEDRA SÁNCHEZ. ESTRELLA CASADO GONZÁLEZ. JOSÉ Mª GARCÍA AGUIRRE.Departamento de Educación Física.-

ANTONIO JAVIER ARIZA VEGA.Departamento de Orientación.-

LÁZARO HERNÁNDEZ FERNÁNDEZ.Departamento de Tecnología.-

ANTONIO HUERTAS MONTES.Departamento de Comercio.- Mª JOSÉ RAYO MARTÍNEZ.

***************

Colaboradores

Además de los componentes del equipo de apoyo a la biblioteca, han participado en el proyecto como colabo-radores:

JUAN CARLOS TRUJILLO GARCÍA. (Dpto. Biología y Geología).

FRANCISCO MARTÍNEZ MUELAS. (Dpto. Inglés).

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ÍNDICE

La misión perdida ......................................Primer Premio 1er Ciclo ESO

El pequeño José Miguel y... Yo ................Segundo Premio 1er Ciclo ESO

El sufrimiento de los sucesos ...................Primer Premio 2º Ciclo ESO

Caza de brujas .............................................Segundo Premio 2º Ciclo ESO

La mirada del ángel ...................................Tercer Premio 2º Ciclo ESO

La decisión ...................................................Tercer Premio 2º Ciclo ESO

Flamenco en Chicago .................................Primer Premio Bachillerato y Ciclos For.

Proyecto Goethe .........................................Segundo Premio Bachillerato y Ciclos For.

La cuarta campanada .................................Tercer Premio Bachillerato y Ciclos For.

La decisión ...................................................Premio especial a la mejor ilustración

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LA MISIÓN PERDIDA

TextoLidia Aguilera Nieto 2º ESO A

IlustracionesAna Andújar García 2º ESO A

Primer Premio 1er ciclo de ESO

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No sé por qué mi madre insiste en traerme a estos sitios, ya soy lo bastante mayor como para quedarme solo en casa durante un rato.

No me gusta ir a los supermercados, es aburrido y no hay juguetes, solo comida. Cuando creo que la he perdido de vista, la veo girar la esquina del siguiente pasillo. Ese pasi-llo da a la pescadería donde trabaja la insoportable de Ma-nuela, bueno, insoportable para mí. Cuando me ve, siem-pre me dice lo mismo: << ¡Dani, qué guapo estás! ¡Cuánto has crecido! ¿Ya tienes doce años? ¡Eres todo un hom-bre! >>. Sin embargo hoy parece ignorarme, solo habla con mi madre. Ahora que lo pienso, soy demasiado alto. Miro hacia abajo y no veo lo que esperaba ver: mi silla de ruedas. He estado andando todo este rato y no me he dado cuenta antes de ese dato tan importante. Mi silla de rue-das se ha convertido obligatoriamente en mi mejor regalo desde hace cuatro años. Recuerdo perfectamente nuestro accidente de 1958, la parte buena fue que mi madre salió ilesa, pero a veces, echo de menos jugar al fútbol con mis amigos. Y de repente la silla se ha esfumado. Da igual, es lo mejor que me ha pasado en todo el año. Comienzo a notar como una especie de niebla en el supermercado, blanca y brumosa. Me asusto al pensar que podría ser un incendio, descarto esa opción cuando veo a mi madre y a Manuela hablando sobre recetas tranquilamente. La niebla es cada vez más espesa ¿es que no lo ven? Intento avisarlas pero las veo cada vez más lejanas y siento que me voy, que intento mantenerme despierto y mis ojos luchan por cerrarse. Finalmente cedo a los deseos de la niebla.

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Cuando abro los ojos contemplo lo último que espera-ba ver: el mar, inmenso y azul. Estoy tumbado y, segura-mente, con mi típica expresión de sorpresa. Lo último que recuerdo es a mi madre envuelta en una niebla en la que parecía no darse cuenta. Pruebo a ponerme de pie y andar, cosa que logro rápidamente. Decido acercarme al mar y darme un baño, pero antes de que haya dado más de diez pasos, percibo que algo volante se acerca hacia mí. Rápi-damente descubro que es un chico que no debe de tener más de dieciséis años, viste unas extrañas ropas blancas y tiene alas en las sandalias. En su rostro, que me parece vagamente conocido, hay preocupación.

–Rubicundo, ojos castaños, fl acucho. Sí, tú debes de ser Daniel –me dijo el muchacho demasiado acelerado.

–Sí –respondo inseguro– ¿Por qué me conoces?–¡Rápido, debes salvarlos! ¡Date prisa! –me grita el

chico– No pierdas más tiempo, sigue el camino que hay a tu derecha y encontrarás todas las respuestas.

Y se va tal y como vino. Lo peor de todo es que me ha dejado más confuso que antes pero dentro de mí hay una voz que me pide que le obedezca. Miro hacia mi dere-cha y ahí está: un sendero claramente señalado. Sin darme cuenta, ya estoy dentro y no me paro hasta visualizar a una chica que conozco a la perfección junto a una fuente que no funciona.

–Cristina –la llamo– ¿Qué haces aquí?–No tenemos tiempo que perder. –dice mi mejor ami-

ga, que aunque sea un año más mayor que yo, necesita que mi madre la ayude con los deberes casi todos los días– ¿Qué haces ahí parado? Sígueme.

En pocos segundos la alcanzo, corre tan deprisa que apenas me da tiempo de disfrutar del maravilloso paisaje que nos rodea.

–Bien, –empieza a explicar Cristina mientras no redu-ce su velocidad– estamos en la isla de Creta y tenemos una misión. El Minotauro tiene secuestrado a Teseo y Ariadna, el plan del ovillo no les funcionó. Tenemos que ir corrien-do a rescatarlos.

Pienso en todas las tardes de misiones secretas que hemos vivido en mi casa y creo que esta es una más de ellas, solo que debería de haberme explicado el juego an-tes de empezarlo. Finalmente nos paramos agotados en la entrada de un castillo en ruinas. Desde aquí se puede ver un trozo de hilo tirado en el suelo. Parece tan real que es-toy empezando a asustarme.

–Vamos, tenemos que entrar ahora mismo –dice mi amiga.

–Me parece que no es buena idea ¿Cómo piensas sal-varlos? –contesto algo aterrado.

En ese mismo instante aparece delante de nosotros la mujer más bella y elegante que jamás haya visto ni volveré a ver. Es alta y esbelta, de cabellos rubios, tiene unos ojos tan claros y brillantes que casi parecen diamantes.

–Vengo a ayudaros. –nos dice la mujer– Os prestaré unos objetos y si queréis salir todos con vida del laberinto debéis seguir mis instrucciones.

A Cristina le da una lanza, un casco de invisibilidad y una fl or cuya misión es alumbrarnos el camino para encon-trar a Teseo y después guiarnos hacia la salida. Yo recibo una espada y un casco igual al de Cristina. Después de unas animadoras palabras de la mujer decidimos adentrar-

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nos en el laberinto. La fl or de mi amiga ilumina perfecta-mente el camino y logramos encontrar a Teseo y Ariadna antes de lo esperado. Los liberamos y salimos en busca del Minotauro. Encontramos al ser con cuerpo de hombre y cabeza de toro en una gran habitación donde apenas hay luz. Le presto mi espada y mi casco de invisibilidad a Te-seo que rápidamente acaba con el Minotauro. Cristina nos ilumina el camino hacia la salida y aunque ya hace un rato que no corremos peligro, nadie se ha atrevido a hablar aún. Cuando por fi n conseguimos salir, nos dirigimos a la playa donde los compañeros esperan a Teseo en las naves.

–Os estaré eternamente agradecidos, niños –son las únicas palabras que nos dirige el héroe pero en ellas pude notar grandes sentimientos.

–Habéis sido muy valientes, siempre seréis bien reci-bidos a esta isla –nos dijo la sonriente y enamorada Ariad-na.

Nos quedamos para despedirlos y no dejamos de agi-tar las manos hasta que casi los perdemos de vista. Ha sido la aventura más emocionante y real que he vivido en mi vida y más si la he podido vivir caminando por mí mis-mo. Junto a nosotros se suma la hermosa mujer que nos ha ayudado antes.

–Lo habéis hecho muy bien, –cuenta con su melodio-sa voz– sois uno auténticos héroes. Por cierto, soy Palas Atenea, debéis recordarlo siempre. Os doy las gracias.

–No, gracias a ti. Tú has sido la mejor de todos –con-sigo decir. Sin embargo no puedo evitar ruborizarme.

Cristina y yo le devolvemos los utensilios que nos ha prestado y se despide de nosotros. Cuando se va me invade una sensación de tristeza y deseo con todas mis fuerzas volver a verla.

Mientras Cristina y yo discutimos qué vamos a ha-cer ahora, observo que el cielo se torna oscuro y cargado, como si dentro de unos minutos fuese a descargar una tor-menta. En el momento en el que empiezo a oír los prime-ros truenos me despierto. La playa ha desaparecido y la tormenta también. Estoy en mi dormitorio, mi madre se acerca para cogerme y llevarme a la silla de ruedas. Todo ha sido un sueño, el mejor de todos. Estoy deseando hacer esta mañana el examen de la antigua Grecia en el colegio y de ver esta tarde a Cristina para contarle mi sueño.

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EL PEQUEÑO JOSÉ MIGUEL Y... YO

Texto e ilustracionesÁgueda Pérez Mengíbar 1º ESO A

Segundo Premio 1er ciclo de ESO

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Para mi primito, José Miguel.

1. EL ACCIDENTE

Riiin, riiin –sonó el teléfono. –¿Sí?, ¿diga?–Soy yo, tu tío Eric, de Madrid.

– (…) ¿Y para qué llamas? –le dije enfadada pues no hablábamos desde hacía mucho tiempo. La verdad es que estaba sorprendida.

–Ya ha nacido el pequeño –respondió mi tío lleno de felicidad-.

–Bueno... y… –estaba paralizada, como si tuviera un nudo en la lengua– Mira, mejor hablamos luego. –Colgué el teléfono sin piedad.

–¡¡¡Águeda!!! –Era mi madre que me llamaba desde el salón.

–¡Voy, mamá! –Le grité desde mi cuarto. Bajé las es-caleras rápidamente.

Solo me acuerdo que aparecí en el hospital con una bombona de oxígeno. Estaba despertando, veía una silueta, parecía la de mi madre. No la podía ver con claridad pues lo veía todo borroso. Al rato, más espabilada, el rostro sonriente de mi madre se me apareció como un espectro…

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–¿Mamá, qué me ha pasado? –Pregunté quitándome el oxígeno. Estaba asustada, ¿quién no? en mi situación…

–Hija, has tenido un accidente; pero no pasa nada. Tú descansa y verás como en cuestión de días estarás total-mente recuperada.

Mi madre intentó tranquilizarme, pero todos aquellos tubos me asfi xiaban. Empecé a desesperarme hasta que al fi n vino el equipo médico, me dieron un calmante y en cuestión de segundos me dormí.

–¡Águeda!... ¡Águeda! (…) –Yo oía una voz, pero no estaba segura– ¡Despierta, venga! –Desperté tras haber dormido cuatro horas y media.

–¡Para ya, mamá!… ¡Me duele la cabeza y encima me despiertas de esta manera! –Se lo dije con malos modos; la verdad es que a ella tampoco le hubiera gustado que yo gritara así–. Quiero que venga papá. –añadí.

–¿Papá? ¡No hombre! Papá está en un viaje de nego-cios, pero quien sí vendrá, será tu tío Eric; me ha llamado esta tarde y me ha dicho que mañana a primera hora ven-drá a verte… Estaba muy entusiasmado y me ha dicho que también traerá a José Miguel, tu nuevo primito.

Yo no dije nada, solo puse cara de lunes pero a mi madre le dio igual. Desde ahora voy a pensar en mí… por eso, mañana no me importará nada lo que me diga mi tío, ni ese niñito suyo… ni nada que tenga que ver con él. Si no me ha llamado en todo este tiempo, será por algo y mañana me tendrá que dar más de una explicación.

2. UNA Y OTRA VEZ–Ya es hora de dormir, –era una de las enfermeras del

hospital– mañana tendrás visita a primera hora de la ma-ñana y no está bien que estés cansada cuando recibas a tus familiares. Me lo acaba de comentar tu “mami”… te tienes que levantar temprano para que así te dé tiempo a duchar-te, desayunar, lavarte los dientes…

–A mí me da igual mi tío –se lo solté descaradamente. Estaba muy enfadada y no entendía por qué desde que se mudó a Madrid, no me había llamado ni una sola vez. Ni una sola vez. Antes, nos llevábamos muy bien… éramos uña y carne.

No dormí en toda la noche; a las siete y media de la mañana, ya estaba en pie. Las enfermeras, intentaban que yo entrara en razón. ¿Quién les había dado vela en este entierro? ¿por qué se metían en mis asuntos? La historia con mi tío era personal y a nadie le importaba.

–¿¡Me queréis dejar en paz!? –ya estaba harta–. Quie-ro estar sola y si no quiero ver a mi tío, será que tengo razones de peso… ¡enfermeras cotillas!

Estuve como media hora llorando. ¡Yo no era así! Pero todas las personas tenemos límites y los míos ya se habían agotado. Estuve hablando sola durante una hora, cualquiera diría… yo creía que me estaba volviendo loca: primero el accidente (mi madre siempre me decía que no corriera por las escaleras, que un día de estos me iba a caer) y luego mi tío.

–Ojalá que no salga el avión, ojalá que lleguen tar-de, ojalá… Todo el daño que me había hecho nunca se lo perdonaría y si un día llegara a hacerlo, tampoco me lo perdonaría.

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Si él, al menos, me hubiera llamado una vez… La verdad es que en el fondo estaba muy entusiasma-

da por ver al pequeño José Miguel y también a mi tío, mi tito Eric.

3. EL ENCUENTRO.Me quedé sorprendida, me frotaba los ojos una y otra

vez. –No puede ser –pensaba–. ¿Será un sueño? No, no lo creo.

¡Jolines!, ¡Pero si era mi tío! Con una sonrisa en la cara de oreja a oreja; y en sus manos, un diminuto… ¿ser? Tenía un poquito de pelo (no sabría decir aún el color) los ojos oscuros, como los míos. También un poquito rajados, como mi tía, que por cierto, no había venido; no sabía el porqué. Me quedé mirándolo entusiasmada con ojos como platos, yo nunca había visto un bebé tan pequeño, jamás de los jamases y tampoco tan guapo como el pequeño José Miguel.

Toda la ira que tenía hacia mi tío desapareció durante unos instantes, tomé aliento y le dije muy dispuesta:

–A ver tío, tenemos que hablar…Quiero que me ex-pliques porqué no me has llamado, ni me has enviado e-mails. Todos los días, desde que te fuiste, he estado espe-rando tu llamada…

Hubo unos segundos de silencio; estaba impaciente por saber su respuesta. A lo mejor, lo perdonaba. Ayer me pasé, me puse como una fi era, lo reconozco.

4. YA ENTIENDO.Mi tío, se puso serio. Se sentó al borde de la cama

donde yo estaba tumbada y empezó a ponerse nostálgico, empezaron a humedecérseles sus grandes ojos donde yo ya podía notar su tristeza y arrepentimiento, sus ojos en los que solo guardaba amor por mí.

–Sobrina... –Dijo acariciándome la frente– Tú sabes que eres mi sobrina favorita, que nunca serás reemplazada por nadie. Tú y yo hacíamos muchas cosas juntos y eso no se olvida. Aunque no hayas recibido noticias mías, no quiere decir que no te quiera como antes. El nuevo trabajo que me obligó a irme a Madrid me ha hecho viajar por medio mundo; pero todo se arreglará; pronto podré volver y haremos las mismas cosas que antes. Recuperaremos el tiempo perdido y podrás ayudarme a criar a mi pequeño hijo.

A cada sílaba, a cada palabra pronunciada soltaba una lágrima… Conozco demasiado bien a mi tío y sé que esas lágrimas salían de lo más profundo de su corazón. Ya es-taba ilusionada con la idea de cuidar al pequeño José Mi-guel. Ya lo quería como si fuese mi hermano.

–Dámelo tío, quiero tenerlo entre mis brazos. –estiré los brazos para poder cogerlo, y entregarle todo mi cariño, transmitirle todo lo que sentía en ese instante, todo aque-llo tan maravilloso, ese fantástico momento lleno de paz, lleno de amor.

–Toma. –me lo puso en los brazos, con mucho cuida-do… hasta que se durmió.

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5. HOYMi tío cumplió su palabra. A los pocos meses se vi-

nieron a vivir con nosotros a nuestra ciudad. El pequeño nos unió más… aprendí a ponerme en lugar de los demás. Ahora reconozco que yo no tenía razón. Recuperamos, con creces, el tiempo perdido

Ahora, José Miguel, tiene apenas seis años. Los cum-ple el mes que viene. Mis tíos son como unos segundos padres para mí; mi primo como el hermano que nunca tuve y yo como una hermana que siempre ha estado ahí para lo bueno y para lo malo. Ver a José Miguel crecer me ha hecho muy feliz; tanto que puede decirse que soy la ado-lescente más afortunada del mundo: tengo a mis padres, al pequeño José Miguel y a mi tío.

Dentro de mí reservo celosamente parte del cariño re-cibido de mi familia para cuando llegue el momento ade-cuado dárselo a “mi propio José Miguel”.

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EL SUFRIMIENTO DE LOS SUCESOS

TextoMario Morueta Delclós 4º ESO B

IlustracionesNatividad Cubillas Pérez 4º ESO B

Primer Premio 2º ciclo de ESO

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El corazón le palpitaba rápidamente mientras bajaba la calle como si la llevara el mismo diablo. La gente se apartaba a duras penas en

el último momento, evitando ser atropellada por la chica. Muchos otros no eran tan rápidos de refl ejos y caían al suelo. Pero cuando levantaban la vista para ver quién había sido el responsable, ya no encontraban a nadie.

En estas ocasiones, a uno no le importa lo que pase a su alrededor. No ve más allá de ese meridiano que vislumbra en su mente, indicándole el camino hacia su destino. No te importa lo que piense la gente acerca de tus actos, lo que te digan con la intención de llamar tu atención o simplemente, los efectos colaterales de esa lucha frenética a contrarreloj por llegar a tu meta, que con tanta ansia y temor se espera alcanzar.

En ese momento, Eva era producto de ese fenómeno. Parecía casi haber olvidado todo aquello que no tuviera nada que ver con su objetivo. Más que una simple humana de clase media, recorriendo las calles de una ciudad, antaño gloriosa, parecía un frágil cervatillo escapando de las garras de su depredador, ansiando alcanzar la protección de de la manada, de la familia. Y realmente, esa era la razón de su urgencia.

Solo que el depredador era el tiempo. Y la presa no era ella.Sino su madre.

Hacía poco más de una hora, Eva se había visto involucrada en el giro argumental de su vida más radical que se le hubiera presentado nunca.

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Se encontraba en clase. El profesor explicaba el temario mientras los alumnos tomaban los apuntes, o simplemente dejaban que el tiempo transcurriera, deseando que la hora acabara lo antes posible. Eva era de ese tipo de personas, que no se preocupaban más que por el presente y que prefería vivir un poco la vida, sin desviarse demasiado de sus deberes. Miraba por la ventana. Era una chica muy distraída, y a la vez muy viva, que podía hacer muchas cosas a la vez, aunque no todas le salieran perfectas.

De repente, sin previo aviso, la habían llamado de dirección y llevado ante el director. No tenía ni idea de por qué la habían llevado hasta ahí.

Desde luego, algo bueno no podía ser.La habían sentado en una silla y se habían reunido

con ella varias personas, aparte del director, entre ellas el subdirector, el jefe de estudios y la psicóloga del instituto.

¡La psicóloga!¿Qué pintaba allí? ¿Qué tenía que ver ella con nada?

¿Qué era “aquello” por lo que estaban ella y el resto de personas?

Todas estas preguntas le rondaban por la cabeza, que eran tan insistentes y dolorosas como picaduras. No podía pensar claramente y se estaba empezando a poner nerviosa.

Sin embargo no tardaron en hablar. Fue la psicóloga la que se anticipó a los demás:

–Eva... –dijo con un una voz poco fi rme. Parecía que estuviera pensando qué palabras usar, para evitar que lo que tuviera que decirle, fuera lo que fuese, no resultara impactante–. Tenemos una mala noticia.

¿Cómo? ¿Una mala noticia? ¿Qué podría ser? No se le ocurría nada, su vida era normal, no era de esas personas que se metían en líos. No podría haber ocurrido nada malo.

A no ser...En ese momento se le heló la sangre, esperando lo

peor.

–Hace apenas unos minutos, –prosiguió la psicóloga– nos llamaron del hospital y... Bueno...

Se calló y negó con la cabeza. No podía seguir. Quizás no solo por la magnitud de su mensaje, sino por la presión de lo que ello conllevaba.

Entonces fue cuando el director se vio obligado a continuar.

–Eva, resulta que tu madre ha sido hospitalizada gravemente. Resulta que no ha podido resistir más la presión del ébola. Le van a tener que realizar la operación de la inmunidad.

Eva se quedó de piedra al escuchar sus palabras. Tenía ganas de llorar pero no le salían lágrimas. Tenía ganas de gritar, pero no le salían las palabras. Tenía ganas de echar a correr, pero no le salían las fuerzas. Solo pudo bajar la cabeza y hundirla entre las manos.

–Lo sentimos mucho –admitió el director. Estiró el brazo y le levantó la cara hasta que sus ojos estuvieron fi rmemente mirando los suyos–. No te preocupes. Hemos llamado a los del servicio del hospital para que vengan a recogerte y que puedas ir a verla antes de... la operación.

Sin embargo, ahí estaba ella, corriendo calle abajo con esos recuerdos tan tempranos rondándole la memoria. En cuanto había tenido oportunidad había echado a correr fuera del instituto. No podría haber aguantado la interminable espera a que llegara la persona que fuera a recogerla.

Todavía no podía creerse lo que había ocurrido. ¿Cómo era posible que su madre hubiera sido afectada por el ébola? Esta vez, ni siquiera la medicación que el gobierno había implantado como “estrictamente obligatoria” desde la guerra biológica de 2201, había podido mantenerla al margen de la enfermedad. A decir verdad, ocurría frecuentemente en la ciudad. Pero aparte de este remedio, los investigadores habían encontrado una forma de mantener con vida a aquellas personas afectadas mediante

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antojaba a una cárcel de varios miles de metros cuadrados llena de edifi cios vacíos, habitados por infelices individuos solitarios en “cuarentena”. Una triste “cuarentena” de por vida.

Al fi nal, cayó rendida, agotada por las fuertes emociones que había sufrido en un solo día. No fue hasta la tarde cuando despertó.

Por un momento, Eva pensó que era nada de esto había ocurrido, pero en seguida volvió a la realidad. Le dolió mucho, pero ya no le quedaban fuerzas para volver a quejarse.

Se le habían dormido las piernas así que se levantó a duras penas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había algo justo al lado de donde había estado sentada. Una bolita de pelo parda de la que asomaba un pequeño hocico redondeado.

Era su querido hurón, Nibble.Eva sonrió dulcemente. Si había algo que le podía

animar en este momento, era el afecto que había forjado con aquel animal. Se agachó a recogerlo. En seguida,

una operación. Pero esto era un procedimiento muy complejo y caro. A cambio, estas personas “resucitadas”, debían trasladarse a lugares apartados y aislados de la población, para no aumentar el riesgo de transmisión al resto de personas.

Y a esta cruel marginación era a lo que se enfrentaba su madre.

Si lograba sobrevivir.De repente, Eva frenó en seco. Se dio cuenta de

que no llevaba su cartilla sanitaria encima y cambió de dirección hacia su casa. No podía moverse más allá de unos límites establecidos, ya que con ella garantizaba en los controles que había tomado la medicación ese día. Se la administraban a todo el mundo, a los niños en los colegios, y a los más mayores, en su trabajo, o en los hospitales.

Eva giró la última esquina antes de llegar a su casa, evitando por los pelos la colisión con un ciudadano. La vivienda era un simple edifi cio de dos plantas, encajado entre dos grandes edifi cios parciamente abandonados.

Entró y cerró la puerta tras de sí. Se apoyó en ella, y, por fi n, se paró a refl exionar.

Refl exionar sobre su futuro. Sobre lo que tendría que hacer a partir de ese momento, para seguir adelante en su vida... sola.

Entonces ya no pudo reprimirlo más, y rompió a llorar. Lloró como nunca había llorado, sintiendo ese gran vacío en el estómago que se siente cuando pierdes a un ser querido, esa soledad que presiona tus sentimientos y les deniega el acceso a la recuperación emocional, esas dudas sobre la razón de vivir...

Porque aunque su madre saliera adelante de la operación, no la podría volver a ver nunca. La llevarían al lado Oeste de la ciudad, separado del resto del mundo por una gran muralla hermética y cubierto por un extenso techo de plástico translúcido. Ese “refugio” para afectados, como lo querían llamar los altos cargos del país, se

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Nibble se despertó, pero se dejó elevar hasta la cara de la niña, que lo miró con infi nita ternura. Le acarició y acto seguido se lo colocó en el hombro.

Antes de llegar a su cuarto para recoger aquello por lo que había venido, se paró ante un espejo de pared.

–Vaya pintas que llevo –bromeó con amargura antes de ponerse los mechones de pelo es su sitio.

Eva era una chica sencilla, no muy alta, de cara redondita y pelo castaño y largo. Lo que más resaltaban eran sus ojos verdes y penetrantes, que se asemejaban a dos gemas.

Suspiró. Se parecía tanto a su madre...Fue en ese momento cuando sonó la campana del

correo.Eva se sobresaltó. Dejó al hurón en el suelo, y salió

corriendo hacia la entrada. Nada más llegar, se fi jó en la carta que había en el suelo. Se agachó a recogerla y empezó a leerla. Nibble llegó en el momento justo para ver cómo Eva se desplomaba al suelo, y retomaba el llanto al que había dado tregua hacía apenas unas horas.

Pero no tardó en cesar el sollozo. Volvió a coger la carta y la releyó. Venía a nombre del Hospital Central y... trataba el tema de su madre.

Ya la habían operado.“Nos satisface anunciarle que la operación ha sido un

éxito.....” “.... se pasará a recoger sus pertenencias para luego....” “... ha sido asignada en la sector 3 de la Zona Oeste...”

No podía ser. ¡Esto no podía estar pasando!–¡No! –se quejó Eva– ¡No, no, no! –Arrugó la carta y

la tiró lo más lejos que pudo.No se lo podía creer. ¿Qué sería de ella a partir de

ahora? Apenas tenía trece años. Y... ¿de su madre? No había podido ni despedirse de ella. No había podido decirle todo lo que la quería. Que no sería capaz de vivir sin ella.

Que habría hecho cualquier cosa por salvarla, cualquier cosa por haber estado en su lugar, cualquier cosa por estar con ella.

Estar con ella...Esta idea le vino a la mente de forma súbita. No.

No sería capaz. Ni siquiera era tan valiente como para intentarlo. Pero, en ese momento de desesperación, se le antojó posible. Sonrió. Sí que podría.

El silencio del pasillo central del hospital se vio interrumpido por un retumbar de pasos acelerados de personas con batas blancas, alrededor de una camilla. Toda esta marabunta desapareció tras la puerta del quirófano.

Al parecer una chica había aparecido en el límite Oeste de la ciudad, con síntomas del ébola. Llevaba dos días sin tomar la medicación.

Se rumoreaba algo de un hurón acompañante.

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CAZA DE BRUJAS

TextoAna Belén Juanes Fernández 3ºESO B

IlustracionesCarmen Trujillo Teruel 3ºESO B

Segundo Premio 2º ciclo de ESO

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Me levanté. Había estado un buen rato tumbada en el suelo y ni siquiera sa-bía por qué. Miré a mi alrededor para

analizar dónde me encontraba. Una sala vacía yacía con un gran trono en frente de mí. Si echabas la vis-ta hacia arriba, no podías distinguir el techo y pasa-ba exactamente lo mismo con las paredes laterales, como un pasillo amplio que nunca acababa. Bajo mis pies, el suelo estaba compuesto por baldosas que se intercalaban rojas y negras con un pequeño desorden.

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De repente, detrás del sillón salió un hombre que yo le hubiera echado unos cuarenta y cinco años, pero, como lo reconocí al instante, me di cuenta de que era imposible. Rápidamente, me arrodillé y noté un escozor en las rodillas, algo que me pareció muy raro. El hombre se sentó e hizo un gesto para que me pusiera en pie.

–Cuéntame tu historia –me dijo con picardía–. Entonces, decidiré qué hacer.

Me limpié el sudor de las manos en el zarrapas-troso vestido que llevaba, cogí aire y comencé con la historia de cómo había llegado a este lugar inhumano.

“Me hallaba colgada, atada de manos y pies en un gran listón esperando mi hora. Realmente nunca me imaginé que por amar, por confi ar en alguien, estuvie-ran a punto de ajusticiarme.

La gente de la calle chillaba, me insultaba y sol-taba cosas dolorosas con la vulgar intención de ridi-culizarme. No lo conseguían. Siempre me había dado igual, todo lo que esos horribles aldeanos pensaban de mí y no iba a importarme ahora, en el momento de mi muerte. Para ser sincera, me dolía más lo que me apretaban las cuerdas. Aunque había escasez de alimentos, a mis vecinos no parecía importarles dado que de vez en cuando me tiraban algún tomate o ver-dura. Pero en ese instante alguien fue más listo que los demás y me lanzó una piedra. Un hilillo de san-gre manchaba mi cabellera rubia platino tintándola de rojo. Y pensar lo limpio y largo que solía ser mi pelo y ahora era todo lo contrario. Ahora el fi lo me raspa-ba la barbilla y estaba tan sucia como el pelaje de las ratas que merodeaban en las calles de la ciudad.

Mi preciosa melena platino que fue por la prime-ra cosa que Él me halagó. Él. El amor que me había llevado a la muerte. Desde esta hoguera maldigo el día en que nuestras miradas se cruzaron. El día que

nos hablamos por primera vez y en todos los demás días en los que Él se dirigía a mí con su relajada voz diciéndome: “Todo saldrá bien, Eli. Te preocupas de-masiado.” La última vez que pronunció esa frase me entregó a la guardia real, como una criminal, y recibió una gran fortuna con ello.

Mi madre siempre me decía que no confi ara en nadie. Que la gente es cruel y sólo piensan en su be-nefi cio, incluso que había gente que te hacía creer lo contrario. Pero siempre quieren algo. Un cambio equivalente. Nunca se hace nada por pura bondad o amor. Incluso ella nos abandonó a mi hermana y a mí, afi rmándonos esa lección. Alcé la vista al cielo, se es-taba volviendo gris. A mi izquierda un grupo de curas rezaban y me echaban maldiciones para que Satanás no me acogiera al llegar.

Quería aparentar serenidad y evitar lo exagerada-mente asustada que estaba. Cuando eres consciente de que en cuestión de minutos la muerte llega hacia ti, no es posible no estar tranquila. Había estado una semana en una celda “arrepintiéndome de mis peca-dos”. Lo único que hice fue llorar, y practicar ser una roca en este momento. Las lágrimas se quedaron en la celda. Yo hoy no iba a llorar.

Le vislumbré entre el público. Llevaba las llamas que prenderían la chimenea provocándome mi propia defunción. El público estaba lleno de personas que me habían visto crecer y; sin embargo, ahora, son desconocidos para mí. Ya no eran esas amables per-sonas que te invitaban a comer a casa, sino gente con tridentes y palos, presas del miedo que les transmitía, dispuestos a asesinarme. La multitud parecía que iba a enloquecer. Gritaban a coral pero en distinguidos tonos:

–¡Bruja, arrepiéntete!

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Desde la primera fi la, Él me miraba con ojos llo-rosos y susurraba lo que decía el coro de voces. Es-tábamos lejos pero igual le lancé un escupitajo, que-riendo que viera que no le había perdonado. Ahora me daba cuenta. Amar a alguien es iniciar una lenta y ciega destrucción hacia ti mismo. Pero después de todo, era algo que no se podía remediar.

Momentos de mi vida, se empezaron a pasar por mis ojos. Recordé el día en que nuestra mental-mente problemática madre nos avisó de que nuestro padre jamás volvería. Un par de meses después ella nos abandonó también, dejando a mi pequeña her-mana de 4 años a mi cuidado. Mi hermana Louise y yo tuvimos que espabilar, para aprender a sobrevivir. Esta vida se basa en la supervivencia. Si eres débil, la naturaleza se encargará de quitarte de en medio. No nos estaba permitido serlo. Louise pedía limosna mientras yo robaba algo del mercado, que se me hizo bastante fácil con la práctica. Varias veces me habían pillado pero sólo unas pocas me llevé un golpe. Solía frecuentar el puesto de panes, dado que el dueño era muy simpático y siempre estaba dispuesto a enseñar-me algo. Podría considerarle un padre incluso. Podía quedarme escuchándole embelesada horas y horas, y el buen hombre por las molestias, me recompensaba con alguna hogaza sobrante de pan.

Sobrevivimos así algunos años. Pasábamos ham-bre más de una vez, pero seguíamos vivas, que era lo importante. A los trece años, el amable panadero me contrató para trabajar en su panadería del merca-do. Me enseñó a cocinar con restos que nadie quería platos exquisitamente jugosos y nutritivos. Incluso aprendí juntando un par de hierbas del campo a crear bebidas con las que reducíamos la fi ebre o algún ma-lestar en general. Gracias a que ganamos algo de di-nero Louise pudo aprender a leer y escribir, y se em-pezó a hacer cargo de la casa mientras yo trabajaba.

Nuestro hogar no tenía puertas y podría derrumbarse de un momento a otro, pero ese fue el techo que nues-tra madre nos dejó. Los tiempos que vinieron fueron buenos hasta que apareció Él…

Otra pedrada me hizo volver en mí. Esos buenos tiempos jamás iban a poder volver. No podría sobre-vivir a este acontecimiento. Mi pequeña hermana vino a visitarme una vez a la cárcel. La vi entre el público. Lloraba a mares y apenas se podía mantener de pie. Ahora tenía 14 años y se había convertido en una mujer. Estaba apoyada en su mejor amigo, del cual ambos estaban enamorados desde que Lui fue a la pequeña escuela dónde adquirió sus conocimien-tos. Espero que ella pueda superar mi perdida.

Volví a fi jarme en los pies de mi hoguera. Le vi a Él, antorcha en mano, derramar lágrimas. Por muchas ganas que yo tuviera a hacerlo, no lo conseguiría. No me iba a ablandar. A su lado estaba una sacerdotisa, según pensé por su atuendo, que daría mi sentencia. Por lo visto no me equivocaba.

–Elisabeth Rose Wheel, se te acusa de brujería e intento de asesinato. Se te ha encontrado culpable.

Mi pecado, mi destino. No era bruja pero sabía que iba a morir igual En el pueblo tenía muchos ene-migos y más de una vez me observaron curando a una persona. Supongo que por ello, tarde o tempra-no me iban a entregar. Cuando Él se enteró de ello no tardó en contárselo a la policía. “Nadie hace nada por alguien si no se va a llevar algo a cambio. Un intercambio equivalente. En eso se rige la vida.” Esa aplastante verdad resonaba en mi cabeza. Él se acercó y encendió todos los tablones de mis pies, derraman-do una última lágrima que me hizo entrar en pánico. Empecé a forcejear contra las cuerdas cuando vi el fuego acercarse a mí. Recordé mi injusto juicio donde me condenaron por bruja y por intento de asesinar a William Thames. Él. Momentos que pasamos juntos

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se me empezaron a pasar por la mente. Cuando vino a comprar pan, a la panadería en la que trabajaba dán-donos a notar nuestra existencia. Esos ratos en los que me escabullía de la tienda y nos íbamos a la pradera, donde descansaba mi cabeza en su regazo y absorbía su olor a canela. Yo le llamaba: “Will, búscame.” Y mientras me acariciaba mi largo cabello, me decía: “siempre te encontraré”.

Aparté esos pensamientos de mi mente. Recor-darlos era una mayor tortura que el propio fuego fun-diéndose en mi piel. Un dolor agudo, me recorrió la espina dorsal. Entonces entendí, por qué cuando me arrestaron me cortaron mi gran mata de pelo, sin nin-guna explicación. En ese momento ya sabían que yo iba directa a la hoguera. Haciendo ese acto, la quema sería mucho más dolorosa. Cuando el fuego hizo una especie de muralla a mi alrededor, me permití llorar. Aunque no podía sentir si realmente las lágrimas sa-lían de mis ojos o simplemente se evaporaban con el calor. Me planteé si el infi erno era un lugar como este. Una continuación de la maldad y la crueldad. Fuera lo que fuera, estaba dispuesta a aceptar lo siguiente que me viniera. Ya estaba corrompida. No tenía nada que perder.

Ahogué un grito. William. Me mordí el chamus-cado labio inferior. William. Solté un sollozo segui-do de un largo grito con el que mi alma salió de mi cuerpo, calcinado. Del que casi dos segundos después sólo quedaban cenizas. “

–Y aparecí aquí –dije concluyendo mi historia.–Y estás aquí –dijo el hombre bebiendo de una

copa que había invocado de la nada. Después dejó la copa en el suelo y ésta se evaporó–. Simplemente por una razón.

Un espejo apareció ante mí, donde la criatura se apoyó a un lado. Me observé bien. Seguía teniendo 17 años la edad con la que había dejado el mundo huma-no y exactamente, la misma apariencia del día de mi ejecución. Sucia, llena de cortes por todas las partes del cuerpo y el vestido cochambroso fabricado con un humilde saco de patatas que me dieron en mi celda. Pasé mis encallecidos dedos por mi cuerpo, pensando que iba a llegar el momento en el que me desvanece-ría, pero eso no ocurrió.

–¿Por mis pecados, señor?El diablo negó con la cabeza. –Por la venganza.Me sorprendí, sin comprender por qué el mismo

Belcebú quería ayudarme a mí. Chasqueó los dedos, y el vaso volvió a aparecer en sus manos, enseñándo-me su contenido. Millones de almas se agitaban en su pequeño interior. Detrás del gran trono aparecieron unas puertas del mismo color que las losas del suelo. El demonio se alejó del espejo y el cristal desapareció convirtiéndose en humo. Abrió los brazos de par en par y dijo alegremente:

–¡Bienvenida a las puertas del infi erno! –golpeó una baldosa, como si fuera un paso de baile– Y tú mi pequeña amiga, puedes cumplirla.

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–¿El qué? –Volví a preguntar perpleja.–Dicen que hace falta un alma buena e inocente

para atraer a la más despiadada. –Se acercó a mí, y con su dedo índice me recorrió la tripa. No hice esbo-zo ninguno de moverme, cosa que en vida sí hubiera hecho– Te dejaré volver a vivir, pero siendo sirvienta mía. Me traerás las almas perversas, personas que no merezcan vivir, para completar mi infi erno.

–¿Qué gano yo con esto? –dije queriendo aparentar consistencia. El demonio se dio cuenta y puso una expresión tranquilizadora en su cara.

–La inmortalidad. –Satanás parecía saber que iba a aceptar. Aunque también no tenía otra opción me-jor– Atraerás a personas crueles y las asesinarás. Me traerás estas almas con los poderes que requieren para llegar hasta aquí que no es fácil. Cambiarás de ciu-dad cada 20 años. Te turnarás con más compañeras y despedazarás a esas personas que te han hecho mal y conseguiremos llenar el infi erno.

Asentí con la cabeza. Tenía claro que no iba a ol-vidar nada. Aunque también sabía que tenía que tener cuidado con los tratos con Lucifer. Pero lo iba a hacer. Acepté y sentí un ardor en el estómago. Me levanté el camisón y vi grabado a fuego en mi piel una serpien-te que daba la vuelta a mi cintura hasta comerse su propia cola en una cadera. La eternidad. Ya no había marcha atrás.

–Vamos querida, –dijo el diablo– la verdadera caza de brujas empieza ahora. La gente buena va al cielo, pero nunca está demás poner a raya a la plebe mandándola al averno.

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LA MIRADA DEL ÁNGEL

Texto e ilustracionesTriana Ginés Bernabé 3º ESO B

Tercer premio 2º ciclo de ESO

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Era una fría mañana de marzo. Carolina se levantó de la cama, apenas había dormido, todos sus problemas rondaron por su cabeza

durante la noche. Hoy no tenía nada que hacer, era sábado, pero no quería seguir acostada para darle vueltas a la cabeza. Estaba sola, su madre y su hermana habían salido y en su casa lo único que hacía era pensar, pensar en lo de su padre, en lo de la beca, en lo de Lucas… Pero había un lugar donde se olvidaba del mundo, la biblioteca. Leer evadía de los problemas, era como si se alejara de la realidad. Se vistió y sin ni si quiera desayunar se puso en camino.

Cuando llegó no había demasiada gente, un hombre mayor, una chica más o menos de su misma edad y una madre con su hija pequeña. Héctor, el bibliotecario, la saludó simpático, ella le correspondió. Tomó un libro que llevaba un par de semanas leyendo, se sentó, lo abrió por la página 92 y comenzó a leer. Enfrente de ellos estaba la niña pequeña que iba con su madre, bueno, que Carolina supuso que era su madre. Era morena, con el pelo corto y recogido con una felpa. Sus ojos eran grandes y de un color azul muy claro, unos ojos que no paraban de mirar a Carolina, cosa que a esta le estorbaba un poco. Tendría unos siete u ocho años y esbozaba una tímida sonrisa. La mirada de aquella cría seguía clavada en ella, que se miro un par de veces en un pequeño espejo que llevaba en el bolso por si tenía algo en la cara, pero nada, no sabía por qué la observaba de esa forma. Una hora mas tarde Carolina se levantó, y bajo la mirada de la niña dejó el

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Hacía unos meses que a su padre le habían detectado una enfermedad en el corazón, esta se fue agravando hasta el punto de necesitar un transplante. Habían encontrado un donante en Guadalajara que había fallecido con treinta y dos años en un accidente de coche. Un transplante de corazón es muy complicado, mil cosas podían salir mal.

Carolina llegó al hospital, subió a la planta de cirugía y allí estaban su madre y su hermana, hablando con un doctor. Se acercó, le tocó el hombro a su madre, esta se giró y Carolina nada más ver su rostro sabía cómo había ido todo, se abrazaron. La operación había salido bien.

* * * * * * * * * * *

De camino a su casa, Carolina sonreía, no recordaba la última vez que sonrió de esa forma. Un problema menos al cual darle vueltas. Aunque aún le quedaban unos cuantos. Sin saber por qué recordó la mirada de aquella niña, clavada en ella, le resultaba familiar, como si ya la hubiese visto antes, era una mirada especial. Pero no tenía tiempo de pensar en eso, sino en lo bien que había ido todo. Llegó al portal, antes de subir, cogió las cartas del buzón, la mayoría, propaganda, la factura de la luz y una carta para ella. Era de la consejería de educación, cosa que le extrañó. Hacía cosa de un mes solicitó una beca para la universidad, siempre había tenido unas notas brillantes. Solo daban tres por provincia, y ella, con muy mala suerte y tan solo por unas décimas quedó en cuarto lugar. Nada más subir abrió la carta y la empezó a leer. En resumidas cuentas, decía que por renuncia de la segunda beca otorgada, esta pasaba a ser para ella. Carolina, muy sorprendida, dejó el papel encima de la mesa y de tanta alegría empezó a saltar, a gritar e incluso a llorar. Todo era muy confuso, llevaba un par de meses horribles y ahora, en tan solo un día las cosas empezaron a solucionarse, por sí solas, como por arte de magia. Otra vez se acordó de lo mismo, de esos ojos azules que no paraban de observarla,

libro en su sitio, se despidió de Héctor y se fue. No dio ni dos pasos cuando su móvil empezó a sonar. Nada más ver el nombre que salía en la pantallita, le entró un escalofrío por todo el cuerpo, quizás eran las mejores noticias del mundo o quizás lo peor que podía pasar. Contestó.

–Dime, mamá –Hija, ven al hospital, la operación de tu padre ha

terminado. –Otro escalofrío.–Y… ¿Todo bien?... ¿Mamá?Ninguna respuesta desde la otra parte, Carolina se

retiró el móvil de la oreja y se dio cuenta de que ya no le quedaba nada de batería. Sin pensárselo dos veces emprendió camino hacia el hospital, nerviosa, muy nerviosa, sin saber aún qué había pasado.

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a recorrer sus mejillas y se abalanzó sobre Lucas, ni una palabra, solo miradas, besos y abrazos. Ahí estaba, el chico que llevaba un año sin ver y más de un mes sin saber nada de él. Hacía exactamente 362 días que se había ido de misionero a África y sin aún ninguna explicación, un mes sin coger el teléfono. Pero ya todo daba igual, estaba ahí, a su lado, abrazándola fuertemente, y comprendió que sí había tal ángel, un ángel que estaba en su corazón, en sus ganas de que todo saliese bien. A veces la vida no nos lo pone nada fácil, pero con un poquito de esperanza tarde o temprano las cosas se solucionan. Y recuerda. Sonríe

esa mirada que tan familiar le resultaba y creía que ya sabía por qué. Se dirigió a su dormitorio y de debajo de la cama sacó una caja en la que tenía todos sus recuerdos de la “ESO”. De esta caja sacó un archivador lleno de dibujos hechos por ella, cosas que le venían a la cabeza, sin más, y ella las plasmaba en papel. Pasó las hojas y allí estaba el dibujo que buscaba, no era posible, era aquella niña. Con esos ojos azules, con ese pelo corto, esa sonrisa… Lo único que se diferenciaba es que la del dibujo era un ángel, un ángel que dibujo después de un extraño sueño que ahora no conseguía recordar. Cada vez todo era más extraño, ¿un ángel? No podía ser… Ella nunca había creído en esas cosas, ni en la suerte, ni en el destino... Ni mucho menos en los ángeles. Todo debía ser una casualidad, sería eso, una simple casualidad. Dejó todo donde estaba y se negó a creer que fuese cierto, aunque durante todo el día no dejó de pensar en lo mismo.

Eran casi las diez de la noche, su madre ya estaba en casa, preparando la cena, hoy había dos motivos que celebrar aunque solo ellas dos. Su hermana Erica se quedó en el hospital con su padre para que al despertar no se encontrase solo. Con tantas cosas, Carolina se olvidó de hacer lo de todos los días. Marcó un número de teléfono, pulso el botón de llamar: “El teléfono marcado no se encuentra disponible en estos momentos, por favor, deje su mensaje cuando suene la señal”... Un pitido. Otra vez, el mismo mensaje que llevaba escuchando desde hacía algo más de un mes, su cara de decepción lo decía todo, pero la verdad es que ya no esperaba respuesta aunque dentro de ella quedaba un poco de esperanza.

En la tarde del día siguiente todo era aparentemente normal, aquella noche Carolina durmió algo más tranquila y aunque quiso olvidar la idea del ángel, esta seguía en su cabeza. Sonó el timbre, supuso que era su madre que venía del hospital, ella fue por la mañana. Se levantó del sofá y fue hacia la puerta. La abrió, se quedo paralizada al ver a quién tenía delante de ella, las lágrimas empezaron

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LA DECISIÓN

TextoAinhoa Bautista Rodríguez 4º ESO B

IlustracionesNatividad Cubillas Pérez 4º ESO B

Tercer Premio 2º ciclo de ESO

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Hay un dicho popular que reza “No muerdas la mano que te da de comer”; pero, ¿qué pasa si se da el caso en el que la mano que da de

comer es la que muerde? Dependiendo de la situación, esta pregunta puede llegar a ser de lo más extraña o tornarse algo diario y cotidiano.

El ser humano es egocéntrico, egoísta y violento con los demás seres vivos, llegando incluso al maltrato. En al-gunas ocasiones el otro ser vivo es de diferente especie, pero en otras es un semejante la víctima de tanto odio.

Si se da el caso en el que el ser vivo maltratado es humano también, el agresor podría no solo recurrir a la violencia física, sino que también podría llevar a cabo uno de los peores maltratos existentes, la tortura psicológica.

De este modo, el agresor recurre a los métodos más crueles y viles imaginables, jugando con los sentimientos y creencias de su desdichada víctima hasta que esta queda tan confusa y dolida que suplica su propia muerte, dado que esta cree en ese momento que todo está perdido y que seguir con vida supondrá caer en una espiral de lúgubre desolación y desesperación, esta creencia hará enfermar y agonizar al desdichado o a la desdichada.

Es en ese momento, en el que el agresor le da un atis-bo de vida, un atisbo de esperanza. Es ese el momento en el que el agresor da el golpe de gracia y arrebata todo lo que le queda aún a su ya de por sí desgraciada víctima.

“La desdicha es diversa, la desgracia cunde multifor-me sobre la Tierra” E.A.Poe.

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Todo comenzó cuando yo era apenas un crío, por ese entonces, adoraba a mi padre, y admiraba todo de él, su habilidad cazando, la manera en la que hacía que mi madre y mi hermana lo respetaran, la manera en que mandaba a Marie…

Para mí, mi padre era un gran hombre y un ejemplo a seguir, yo lo seguía a todas partes y él confi aba en mí. Yo por ese entonces, iba a una escuela para chicos blancos. Todos los miércoles, a la salida, iba corriendo directo a casa a aguardar impacientemente a que mi padre llegara de trabajar, ya que los miércoles eran los días en los que mi padre me llevaba a la parte trasera de la casa y me daba lecciones de tiro. En el terreno de atrás habíamos montado una mesa, y sobre ella poníamos las latas de soda que íba-mos guardando durante toda la semana.

–Padre, ¿Lo estoy haciendo bien?, estoy mejorando, ¿Verdad?, padre…

–No, hijo, no estás mejorando, sigues sin apuntar bien, el retroceso del arma te mueve, eres demasiado débil, es culpa de tu madre y de esa negra. La comida sabe bien, pero no da fuerzas para nada, hay veces en las que tengo que pedir ayuda a Henry para levantar peso.

–Le diré a Marie que nos prepare la comida un poco más fuerte, ¿De acuerdo?, padre.

–Haz lo que quieras, va a dar igual, esa negra es una inútil, no sé por qué tu madre se empeña en conservarla.

–Padre, es que Marie cocina muy bien y ayuda mucho a madre con Jess...

–No me hables de tu hermana ahora, esa es otro pará-sito inútil, la mantengo y además de no respetarme, se jun-ta con chusma, en vez de buscarse un buen marido, como el hijo de Henry, ese sí que es un chaval fuerte, no como tú…

–Lo sé padre, siento ser tan débil, me esfuerzo por ser como Henry Jr, pero es imposible, no hay manera de alcanzarle.

–Eso es porque eres un vago y no te esfuerzas lo sufi ciente.

Este era el tipo conversaciones que solíamos tener mientras que recolocábamos las latas en la mesa.

Marie ciertamente era una cocinera excelente, y ade-más ayudaba mucho a mi madre, ya que tras las constantes palizas que mi padre le propinaba e ella y a mi hermana Jess, las dos estaban demasiado cansadas y débiles como para mantener una casa tan grande limpia y ordenada.

Con el tiempo mi hermana le fue plantando cara a mi padre, y poco a poco, ella y mi madre se convirtieron en el principal enemigo de mi padre, por lo tanto, las palizas se hicieron más frecuentes y se ampliaron también a Marie. A mi, por aquel entonces, esas palizas no me parecían mal, ya que las veía como una cosa natural, ya que pensaba que el hombre de la casa era el que debía de mandar, ¡Cuán equivocado estaba!, ahora me doy cuenta de que esas pa-lizas no eran normales, y los motivos no eran válidos ni por asomo.

Mi padre nunca nos puso la mano encima, ni a mí ni a su querido perro; pero cuando mi hermana se fugó de casa con Marie y un chico de aspecto desenfadado, pelo largo y desgreñado; montó en cólera y lo pagó con mi madre y con el pobre perro. A mi madre le pegó una paliza más brutal de lo que ya eran normalmente y la encerró en la buhardi-lla durante una semana. El perro tuvo más suerte, ya que a él solamente lo mató, a mi madre además le consumió la vida por completo.

Durante la semana en la que mi madre estuvo ence-rrada, mi padre tuvo que cocinar, y no se le daba demasia-do bien, por lo que no tardamos en enfermar, a mi madre le subía yo comida a escondidas las tardes que mi padre cazaba. Una de esas tardes, mi madre me contó lo que ha-bía ocurrido con Jess y Marie. También me dijo que tenía algunos diarios escondidos, y que los leyera para poder comprender su punto de vista.

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Esa tarde cogí todos los diarios de mi madre y los llevé a mi habitación para leerlos. Ese mismo día, por la noche, cogí uno de los libretos que contenían las memo-rias de mi madre y los leí ávidamente. Después de aquella noche empecé a mirar a mi padre con un poco menos de admiración y algo más de odio. Mi padre no sabía que yo había hablado con mi madre y que había leído sus diarios, y por lo tanto, él no sabía que lo estaba empezando a abo-rrecer. Yo tampoco lo supe hasta más tarde, pero eso que crecía en mi interior, más amargo que la bilis era el odio y la sed de vengar todas las injusticias que había cometido mi padre.

Para la mitad de esa semana, yo ya había leído todos los diarios de mi madre, por lo que ya acumulaba un odio considerable hacia mi padre, y cualquier cosa que decía o hacía me irritaba de sobremanera. Cuando una tarde subí comida a mi madre, ella me pidió que quemara los diarios para que mi padre no los viera, ya que si los veía, no vol-vería a confi ar en mí.

Al día siguiente, cuando fui a subirle comida a mi ma-dre, la encontré subida en un taburete y con una soga al cuello, cuando me vio se quitó la soga, bajó del taburete, me dio dos besos, un abrazo y me dijo:

–Adiós mi querido niño, sé que llegarás a ser un gran hombre, y que harás grandes cosas.-

Justo después me sacó de la buhardilla. Cuando mi padre subió a librarla del asedio, vio que mi madre se había suicidado. No se inmutó, bajó las escaleras, me lo dijo fríamente y buscó una caja de pino lo sufi cientemente grande como para que cupiera mi madre, la enterró sin nin-guna ceremonia en el terreno donde solíamos ir a practicar el tiro.

El día siguiente mi padre me dijo que era miércoles, y que ese día nos tocaba lección de tiro, disparé con toda la rabia del mundo a esas latas, y cuando mi padre iba a hu-millarme, le apunté con el arma y dije:

–Padre, he decidido reservar una bala para ti, créeme cuando digo que la mereces, y créeme cuando digo que eres el ser más asqueroso de la Tierra y te odio. Pero re-cuérdalo, ella te amaba y

no te abandonó porque seguía amándote, a pesar de tus estúpidas palizas y tus insultos.

Sonó un gratifi cante “click”, luego un glorioso “bang”, y mi padre cayó fulminado al suelo.

–¿He apuntado bien, padre?... ¿He mejorado?....

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FLAMENCO EN CHICAGO

Texto e ilustracionesRocío Hernández de Vera 2º Bach. C

Primer Premio Bachillerato y Ciclos For.

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Recuerdo que aquella noche, al salir de mi apar-tamento, me topé de golpe con aquella frase de aquel felpudo de fi eltro que mi madre me

regaló en el aeropuerto poco antes de embarcar. Recuerdo su abrazo frío y su sonrisa cínica, como aquel que sonríe cuando se quita un peso de encima y sabe que a partir de ese momento todo va a salir bien. Recuerdo aquella frase poco oportuna en el momento menos preciso:

–Toma, Cristóbal. Te he comprado esto para que lo pongas en tu puerta. Buena suerte, la vas a necesitar.

¿’’Buena suerte’’? Cretina. Yo no necesito un felpudo con un “Buena suerte” bordado. Ni siquiera necesito un felpudo. Ni siquiera necesito tener buena suerte. Nadie la necesita. Y en un ataque de odio y tristeza agarré aquel felpudo, salí a la calle y lo arrojé al lado del primer conte-nedor de basura que se me cruzó en el camino.

Después de aquel arrebato estilo “no me dejes recor-darte porque no puedo permitirme echarte de menos”, co-

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mencé a andar hacia ningún lugar y logré percibir el sonido de una guitarra española proveniente de un pequeño local.

Supongo que por la nostalgia hacia todo aquello que dejé olvidado en España hace unos meses entré en aquel lugar como el que entra en su propia guardería después de treinta años y todo le sabe a buenos recuerdos, y no por el fl amenco, las palmas, el vino o por el grupo de ado-lescentes que cantaban al compás, sino por el hecho de sentirme como en casa por primera vez desde que crucé el gran charco. Entré y me senté sin pararme mucho en elegir el lugar. Quizás elegí el peor de los asientos para disfrutar del baile, pero tampoco era mi intención hacerlo: el fl amenco no es algo que me haga entrar en ningún sitio, pero tampoco salir de él. Pedí una copa y encendí un ciga-rro. Fue entonces cuando, en uno de esos giros y taconeos que las parejas se regalaban, la nube de humo del local, mezcla de tabaco y jaleo, se movió lo sufi ciente como para poder ver el otro lado del bar, y allí estaba ella, bailando sola. No voy a describirla porque no se puede describir lo indescriptible.

No sé si pasaron tres o cuatro minutos, pero me des-cubrí con la vista desenfocada, la boca abierta y el cigarro quemándome los dedos. Ella no tardó en darse cuenta de mi acoso ocular, pero no debo tener, todavía, la sufi cien-te cara de violador porque, más lejos de dedicarme una de esas caras que todas las mujeres me dedican, avanzó su mentón como diciéndome algo. Aquí debería explicar mi nulo entendimiento de los códigos humanos, y mucho menos de los femeninos, pero no quiero quedar mal, así que dejé que pasaran unos segundos y yo imité su gesto como si de un chimpancé me tratara y ella sonrió y repitió el gesto, o supongo que repitió el gesto. Volvió a sonreír y ferozmente comenzó a taconear de nuevo con un ritmo casi olímpico mientras sujetaba mi mirada con la suya. En-tendí, tras algo de observación del entorno que ese gesto era una invitación, un… “sácame a bailar”, ya que era lo

que todos hacían allí, toda esa gente estaba allí para bailar y yo… yo no sabía bailar, y mucho menos sevillanas.

–Se llama Rocío.–¿Qué…?–Que se llama Rocío. Es una cordobesa sin familia

que lleva bailando aquí en el Flamenco’s desde que se mudó a Chicago. ¿Otra copa, señor?

De golpe, un camarero de unos cincuenta y tantos años, de aspecto bonachón, interrumpió la conversación visual que estaba manteniendo con mi andaluza de la son-risa.

–No, gracias. Ya me iba.–¿No vas a bailar con ella?–No sé bailar, le dije mientras me levantaba de aquella

silla con la cabeza pesada y con la peor de las sensaciones.Cuando estaba a punto de cruzar la puerta de salida,

aquel hombrecito me cogió por el brazo y me susurró al oído algo que estuvo dándome vueltas en la cabeza duran-te todo el camino a casa: “No hace falta que sepas bailar para bailar con ella.” Y efectivamente me fui. Me fui dán-dome cabezazos contra la palma de la mano, sintiéndome completamente impotente y al llegar a casa eché de menos ese “buena suerte” de aquel felpudo, y me acosté deseando no soñar con aquella andaluza bajo ningún concepto.

Suena el despertador, y abro los ojos haciéndome el que no ha soñado con ella. Salgo a la calle y escojo una

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Me quedé unos segundos, o unos minutos intentando asimilar que me estaban dando la respuesta al sentido de la vida.

–Tú quieres aprender a bailar fl amenco por algo que ya fue... –Y añadió– Si quieres empezar esta tarde en dos semanas estás bailando como los profesionales.

Pero no. Me negué con una sonrisa en la boca y esa misma noche volví a adentrarme en el jaleo y el humo, y bailé el peor mejor fandango con mi mujer de la sonrisa.

de las avenidas que tanto me gusta recorrer cuando a los cuarenta pasos escucho, tres plantas sobre mí, el sonido de una guitarra española o “instrumento de seis cuerdas que escuché la noche en que vi a la mujer de mi vida, me invi-tó a acercarme y yo escapé como un imbécil.” Busqué el portal más cercano a la música, drogado por la convicción de que detrás de la puerta correcta estaría ella. Leí las pe-gatinas de los porteros automáticos y descubrí una al lado del tercero, en un perfecto castellano: Clases de fl amenco. “Bingo”, pensé. O más bien… “Olé”. Pulsé el botón, me abrieron sin preguntar, subí, entré y ahí estaba la música. Ahí estaban las parejas, ahí estaba el baile, el ambiente familiar, pero sin ella. Fue como ver una película con las luces encendidas y encima… sin palomitas.

–Así que quieres aprender a bailar fl amenco, ¿no?- me dijo un hombre sentado detrás de un mostrador. Supongo que mis pintas de español exiliado me delatan sin que yo me percate de ello.

–Eh… Sí. (..) No… no sé.–¿Por qué quieres aprender a bailar fl amenco? –pre-

guntó como intentando darme una segunda oportunidad.–Porque… me gusta. –Mentí, y él sabía que le mentía

porque su expresión de “vuelve a intentarlo” era inconfun-dible– Bueno… esto… hay…

–¿Una chica?Y le conté la historia. Se la conté como si fuera un

cura. Se la conté como si le importará mientras yo me sen-tía felizmente ridículo.

–¿Sabes? –dijo– A mi me encanta el fútbol, lo adoro, pero no puedo ver los partidos los domingos porque tengo clases de diez a nueve y me es imposible, así que… los grabo. Por la noche llego a casa y los pongo, me preparo la cena, me tomo unas cervezas y grito, me muerdo las uñas de los nervios, insulto al árbitro y canto los goles de mi equipo como si me fuera la vida en ello. Pero… eso ya fue… ¿Me sigues? El partido… está grabado.

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PROYECTO GOETHE

Texto e ilustracionesJosé Javier Trujillo Moya CFGM

Comercio

Segundo Premio Bachillerato Y Ciclos Form.

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¿Sabes Daniel? Ésta pequeña historia se remonta a mis tiempos de estudiante, más concretamente a

cuando yo asistía a la secundaria. Ni que decir tiene que nunca fui un niño estudioso, no buscaba complacer a los demás por medio de mis notas y constantemente me rega-ñaban por mi falta de atención en clase, pero es que siempre tuve la mente ocupada montando castillos en el aire –relata con un tono de añoranza–. Pero, aunque no lo pareciera, tu abuelo sí que tenía una gran predilección por la literatura, Lengua y Literatura española era la única asignatura que conseguía captar toda mi atención. Recuerdo que mi tutora se llamaba Elisabeth y que ese año nos tocó presentar un proyecto de investigación individual sobre los árboles ge-nealógicos y el origen de los apellidos. Como tengo sangre alemana, decidí aprovecharlo e investigué sobre mi fami-lia paterna...y vaya que si investigué, ¡ya lo creo que lo hice! –Exclama con cierto tono de orgullo.

Lo primero que tenía que hacer era buscar el origen del apellido Goethe, sabía que era de origen alemán pero tenía que averiguar en qué parte de A lemania era más co-mún, es algo así como aquí en España los “López” o los “Pérez”. Dejé esa tarea para más tarde porque se me vino a la mente que, desde pequeñito, padre me dejaba jugar en el sótano mientras él hacía los encargos que le encomenda-ban ya que era carpintero y allí debajo tenía el taller. Siem-pre lo desordenaba todo, pero había una caja que nunca me dejó tocar...siempre me repetía que cuando fuese mayor

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podría verla ya que estaba ahí todo el pasado de nuestra fa-milia y eran fotos y recuerdos tan antiguos que los podría romper si me los dejaba.

–¡Ahí tendría que haber cosas que me sirvieran para mi investigación! –exclamé extasiado .

Y en efecto, ahí encontré algo muy especial, el diario de mi tío abuelo Johan Goethe.

Lo que encontré allí era un diario, había tantas cosas por investigar y por descubrir...el sólo pensar que tenía en-tre mis manos un objeto demás de 100 años hizo que no pudiera pegar ojo y me estuve toda la noche leyendo la historia que tenía que mostrarme aquel diario.

“19 de Marzo. Algunas regiones de Alemania están sufriendo grandes pérdidas económicas, mientras que sus habitantes estaban pagando altos impuestos. Este con-junto de razones provocó que muchos alemanes desearan emigrar para salir de la pobreza, incluso nosotros la fa-milia Goethe...no, nosotros somos la familia Von Goethe y nos estamos viendo...”

Lo demás era ilegible, lo que me llamó más la aten-ción es que recalcara que son Von Goethe y no Goethe, eso hacía preguntarme ¿había alguna diferencia en el Von? Investigué en Internet y para mi gran sorpresa las inmi-

graciones de alemanes hacia América fueron bastante fre-cuentes en el siglo XIX y XX pero lo que más me sorpren-dió fue conocer que el prefi jo “Von” sólo lo utilizaban las familias alemanas nobles. ¿Yo? ¿Tener sangre noble? Es-taba tan ansioso por saber toda la historia de mi tío abuelo que ya había olvidado que esto era un trabajo de investiga-ción –dijo enérgicamente–. También encontré que la no-bleza alemana fue abolida el 11 de agosto de 1919 con la Constitución de Weimar en la que todos los alemanes eran reconocidos como iguales ante la ley, y las distinciones nobiliarias dejaron de existir. También descubrí que desde principios de la existencia de Venezuela las familias reales de Alemania ejercían un gran poder e infl uencia en el terri-torio después de la Guerra de la Independencia.

“23 de Agosto. (…) Creo que este país se nos viene grande, si es verdad que hay muchas colonias alemanas...quizás iré donde está Arthur, en España no hay peligros...”

“30 de Junio. Han asesinado a Margareth (…) llevaré a Juls y regresaré a España junto a María que...”

Terminé de leer el diario, gran parte de éste estaba destrozado o no se podía distinguir bien el castellano de Johan, pero algo sí que me quedó claro, esto era una his-toria de superación...un emigrante alemán, despojado de todas sus tierras y posesiones emigra a América, asesinan a su primera esposa y huye con sus hijos y con su amante a España. Allí comienza una nueva vida sin que nadie sepa su origen noble y vive pacífi camente hasta su muerte...¡Por dios, estaba clarísimo que de esto se tenía que hacer una película, Daniel, se tiene que dar testimonio de lo que pasó con los Von Goethe!

–Hijo mío, yo ya cumplí con esta familia dándole vida en papel, después de sacarme la carrera de periodista con-seguí, con los años publicar el “Proyecto Goethe” y ahora tú...mi joven nieto vas a llevar esta historia a la gran panta-lla, no me lo puedo creer –expresa con alegría.

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–Ya sabes abuelo, que siempre he sentido curiosidad por tus historias, y las llevaré a la gran pantalla –exclamó.

–Reportera: Bueno señor Daniel G. , ¿tiene usted al-guna intención de irse a vivir al extranjero?

–Daniel: Ahora, 3 años después del estreno del “Pro-yecto Goethe” puedo decir que he conseguido honrar la memoria de mi familia y de mi abuelo, que en paz descan-se, ahora lo único que quiero es centrarme en mi trabajo y en mi familia. Gracias por la entrevista.

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LA CUARTA CAMPANADA

Texto Noelia Cobo Arana 2º Bach. B

IlustracionesElisabeth Aguilera Nieto 2º Bach. C

Tercer Premio Bachillerato y Ciclos Form.

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Aquel fue un día especial, pero no resultó como yo lo imaginé. Caminaba a paso ligero por la calle principal. Estaba contenta, más de lo

normal en estos últimos meses. A medida que avanzaba aumentaban los nervios y mis manos retorcían con fuer-za una pequeña botella de agua vacía. No podía dejar de sonreír, estaba impaciente, él tenía que conocer la gran noticia. Apenas quedaban unas calles para llegar a mi destino, tenía la boca seca y las piernas me respondían con difi cultad. Había imaginado nuestra conversación mi-les de veces, sabía exactamente lo que iba a decir. Lamen-tablemente, esa conversación nunca tuvo lugar.

Un chico me golpeó en el hombro y siguió su camino, sin disculparse. Entonces me percaté de que la gente co-rría hacia el mismo sitio al que me dirigía: la Plaza de la Unifi cación.

Llegué temiéndome lo peor, alcé la vista y allí estaba: Ante mí se erguía un muro con una altura imponente que impedía el paso hacia el otro lado de la ciudad. En ese preciso instante supe que no volvería a verle, que no po-dría darle la noticia. Rompí a llorar y susurré una y otra vez su nombre: Robert.

Salí de casa preocupado. Había dejado a mi hijo solo por primera vez, pero en cierto modo sabía que él no ten-dría problemas. Aparté esos pensamientos de mi mente y comencé a correr hacia la Plaza de la Unifi cación. Lle-gaba tarde, muy tarde, pero a ella no le importaría. Pen-

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sar en Danielle me hizo sonreír. También recordé por qué estaba en aquella situación, lo que me hizo correr más rápido.

Cuando llegué estaba agotado. Miré en derredor, buscándola, y lo que vi me cortó el aliento. Las cosas no iban bien en la ciudad, todos lo sabíamos, pero nunca imaginé que se repetiría lo ocurrido en 1961 en la Capital alemana.

Desesperado, comencé a gritar su nombre. Un hom-bre uniformado se acercó a mí y me pidió que me calmara, pero no le hice caso. Tenía que verla una vez más. Me acerqué al muro esquivando a algunos policías, pero no tardaron en reducirme. Aún no lo sabía, pero mi futuro se había tornado tan oscuro como el cielo

***********

8 años después

Robert estaba en la cocina, sentado junto a un walkie. Permanecía con los ojos cerrados y el rostro hundido entre las manos, sin embargo pudo sentir cómo una mirada se clavaba en su nuca.

–¿Por qué estás despierto, Dylan?, vuelve a la cama.–Debería decirte lo mismo –Contestó el chico mien-

tras se sentaba junto a su padre– No duermes desde hace semanas.

Robert alzó la vista e intentó vislumbrar el rostro de su hijo en la oscuridad de la noche.

–No puedo, podría sonar en cualquier momento –dijo, dirigiendo la mirada hacia el Walkie.

–¡Papá!, han pasado 7 meses, no va a sonar. Deberías abandonar esta idea absurda y volver al mundo real. No podrás…

En ese momento el aparato comenzó a emitir sonidos ininteligibles. Robert se puso tenso y esperó hasta escu-char el mensaje: A Delta-15. El plan había comenzado.

Robert cogió su chaqueta y, antes de salir, abrazó a su hijo. Ambos se miraron fi jamente, quizás por última vez.

Mientras caminaba, una única y electrizante idea re-corría su mente: El muro iba a caer y él estaría allí para verlo.

***********

El sol había salido apenas unos minutos antes de que Robert llegara, pero no estaba solo. Entre la muchedumbre se ocultaban algunos miembros del grupo rebelde.

La organización también contaba con miembros infi l-trados en el ejército y la ofensiva era simple: una bomba. Esta sería pequeña, para no dañar a terceras personas, pero tendría la carga justa para derruir una parte del muro.

El reloj de la plaza comenzó a marcar la hora y Ro-bert se apartó del muro. La bomba detonaría en la cuarta campanada.

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Los segundos se hicieron eternos. Su respiración se agitó, el corazón le latía con ferocidad, ya no había vuelta atrás.

Sonó la cuarta campanada y un estrepitoso soni-do invadió la plaza junto con un estallido de escombros y gritos. Todo el mundo corría desesperado. Todos, excepto los miembros de la organización. Este era el momento jus-to para adentrarse más allá del muro y no ser vistos, para terminar lo que se empezó hace 6 años.

Robert avanzó con agilidad por entre la muchedum-bre que huía asustada, mientras sorteaba los restos de lo que había sido el motivo de su ira durante tanto tiempo. Ahora se sentía libre.

Cruzó la brecha y calibró los daños en aquel lado del muro. Entonces la vio. A pesar de la escasa visibilidad y los años, la reconoció al instante: Su aterciopelada melena cobriza por detrás de las orejas, su piel pálida y sus pro-fundos ojos verdes.

Robert corrió hacia ella esbozando la misma sonrisa que solía mostrar cada vez que la veía. Entonces algo le hizo volar por los aires con violencia.

Se incorporó, aturdido. Apenas podía respirar y los oí-dos le pitaban con fuerza. Su vista se había teñido de rojo, al igual que su ropa. Había estallado una segunda bomba, pero esta solo era de reserva, no debería haber estallado.

Apenas unos segundos después de levantarse, el páni-co invadió cada rincón de su cuerpo: Danielle estaba junto al lugar del estallido.

–¡Danielle! –Su garganta emitió un grito desgarrador que hizo estremecerse a aquellos que lo escucharon– ¡No!

Avanzó con difi cultad mientras su cuerpo gritaba de dolor. Al llegar apartó los escombros con desesperación hasta encontrarla. Ella abrió los ojos lentamente y, al verle, todo signo de preocupación y sufrimiento desaparecieron al instante de su rostro.

–Logan –susurró Danielle en su último aliento.

Robert sintió cómo la vida de la mujer a la que amaba se apagaba en sus manos. El corazón de Danielle dejó de latir en mitad del caos existente, pero su rostro mostraba tranquilidad. Había conseguido reunir a su familia por pri-mera y última vez.

Pasaron las horas y Robert no se separó del cuerpo de Danielle, aun lo sostenía con cuidado, como si fuera a romperse en mil pedazos. Entonces una mano se apoyó en su hombro. Eran James, un amigo al que no veía desde que se levantó el muro, y Dylan, que llevaba a un niño de la mano.

–Cuidé de Danielle mientras tú no estabas, como te prometí. Pero hay algo que debes saber –Dijo James di-rigiendo la mirada hacia el niño– Este es Logan, tu hijo.

Entonces todo encajó en su mente: el motivo por el que Danielle lo había citado con urgencia hace ocho años estaba ante él. Robert se agachó y estudió la profun-da mirada de ojos verdes que Logan había heredado de su madre. Entonces miró a Dylan, que asintió con lágrimas en los ojos y una media sonrisa alentadora. La sed de justicia le había arrebatado a Danielle, pero ahora tenía dos moti-vos por los que seguir adelante.

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Premio especial a la mejor ilustración

LA DECISIÓN

Natividad Cubillas Pérez 4º ESO B

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