32
JUVENTUD Y SEGURIDAD La juventud tiene miedo y da miedo. Es la edad de todos los peligros. Se viola a las muchachas, sobre todo. ¿Quién se ha visto atracado por un viejo? La juventud es frágil, incluso frente a sí misma. Ese exceso de fuerza, de impaciencia, de inconsciencia… La vejez protege y se protege. La muerte le resulta un enemigo suficiente. Además, el cansancio le sirve de sabiduría… Pero ¿la juventud? La vida la amenaza, más que la muerte. O la muerte, por cuanto está viva (es lo que llamamos un accidente), o por demasiado ardor más que por cansancio. Ese hijo que hemos querido proteger contra todo-la esquina de una mesa, una corriente de aire, etc.-, lo vemos ahora encima de una moto, en marcha hacia Dios sabe dónde, ¿y con quien joder, con quien y para hacer qué? La vida es peligrosa para la juventud, o la juventud es el principal peligro para ella misma ¿Una juventud prudente? Sería otro peligro, y no el menor quizá ¿Quién querría a un viejo de 20 años? Cualquier vida es arriesgada, eso es todo, y la juventud es sencillamente la más arriesgada de las edades. Los viejos ya no tienen nada perder más que a sí mismos, sus recuerdos, su cansancio; su vejez. Los jóvenes lo tienen todo por perder porque lo tiene todo por vivir. La juventud es un peligro, la vida también. Ambas son lo mismo. ¿A dónde pretendo ir a parar? No lo sé: quizás a ninguna parte. Lo importante no es ir a alguna parte sino saber dónde estamos, en qué punto estamos. Estoy hablando de la juventud, del peligro de la juventud, y esto me da miedo, como a cualquiera – tengo tres hijos -, e intento comprender y superar como puedo ese miedo siempre repetido de los padres. Que hay que protegerlos esta bastante claro. Pero no demasiado no obstante, y cada uno se las arregla como puede entre esos dos escollos. Además, y es una idea que ya encontramos en Freud, cualquier educación fracasa: los hijos solo triunfan contra sus padres. Esto debería volvernos modestos y prudentes, al menos por humanidad. No podemos impedir nada, de forma segura que quiero decir, y siempre nos equivocamos

P.D. VIVIR

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Juventud y seguridad

Citation preview

Page 1: P.D. VIVIR

JUVENTUD Y SEGURIDAD

La juventud tiene miedo y da miedo. Es la edad de todos los peligros. Se viola a las muchachas, sobre todo. ¿Quién se ha visto atracado por un viejo? La juventud es frágil, incluso frente a sí misma. Ese exceso de fuerza, de impaciencia, de inconsciencia… La vejez protege y se protege. La muerte le resulta un enemigo suficiente. Además, el cansancio le sirve de sabiduría… Pero ¿la juventud? La vida la amenaza, más que la muerte. O la muerte, por cuanto está viva (es lo que llamamos un accidente), o por demasiado ardor más que por cansancio. Ese hijo que hemos querido proteger contra todo-la esquina de una mesa, una corriente de aire, etc.-, lo vemos ahora encima de una moto, en marcha hacia Dios sabe dónde, ¿y con quien joder, con quien y para hacer qué? La vida es peligrosa para la juventud, o la juventud es el principal peligro para ella misma ¿Una juventud prudente? Sería otro peligro, y no el menor quizá ¿Quién querría a un viejo de 20 años? Cualquier vida es arriesgada, eso es todo, y la juventud es sencillamente la más arriesgada de las edades. Los viejos ya no tienen nada perder más que a sí mismos, sus recuerdos, su cansancio; su vejez. Los jóvenes lo tienen todo por perder porque lo tiene todo por vivir. La juventud es un peligro, la vida también. Ambas son lo mismo.

¿A dónde pretendo ir a parar? No lo sé: quizás a ninguna parte. Lo importante no es ir a alguna parte sino saber dónde estamos, en qué punto estamos. Estoy hablando de la juventud, del peligro de la juventud, y esto me da miedo, como a cualquiera – tengo tres hijos -, e intento comprender y superar como puedo ese miedo siempre repetido de los padres. Que hay que protegerlos esta bastante claro. Pero no demasiado no obstante, y cada uno se las arregla como puede entre esos dos escollos. Además, y es una idea que ya encontramos en Freud, cualquier educación fracasa: los hijos solo triunfan contra sus padres. Esto debería volvernos modestos y prudentes, al menos por humanidad. No podemos impedir nada, de forma segura que quiero decir, y siempre nos equivocamos cuando nos acusamos o nos absolvemos. Así, acabara en un hospital psiquiátrico aquel a quien apartaremos de la droga o de la cárcel, cuando aquel otro, a quien todo amenazaba, tendrá una de esas vidas plenas que hace soñar. Sin hablar de todos esos normalizados, como me decía un amigo psiquiatra, que no conocerán nunca el peligro que los mata o del que no debe salir… Los jóvenes hacen su vida ellos mismos, con nosotros y contra nosotros. Nosotros solo podemos ayudarlos tanto como podamos sin poder vivir en su lugar ni suprimir los peligros que la vida implica y que la juventud – cualquier juventud- debe afrontar.

Cierto es también que la sociedad es culpable, a menudo, más que los individuos. Demasiadas injusticias y miserias alimentan la delincuencia y la inseguridad. Esas violaciones colectivas, en los sótanos de nuestros extrarradios, y esos pillos que esnifan cola o algo peor aún… ¿Qué hay de más atroz y miserable? Cualquier juventud está en peligro, pero no todas de la misma forma. ¿Cómo pensar que la represión pueda bastar? La política recupera aquí sus derechos, al mismo tiempo que sus retos. Pero no más que la represión. Ni una ni otra bastarían. Una y otra son necesarias, una y otra, y su suma, insuficientes ¿Que, entonces? La educación. No es que sea suficiente abrir una escuela, como creía Víctor Hugo, para cerrar una cárcel. Pero si es verdad que solo la

Page 2: P.D. VIVIR

educación hace a los hombres humanos. La lucha contra la barbarie vuelve a empezar con cada generación y, por definición, la juventud es su lugar y su reto. Padres y escuela no bastan para evitar lo peor, que siempre amenaza, ni para hacer posible, a veces, lo mejor ¿Qué es lo mejor? Un hombre verdaderamente humano, o una mujer (me parece que es menos difícil, que Rilke tenía razón cuando juzgaba a la mujer y a la joven más cerca de lo humano que el hombre, eso es lo que cada uno desea, para sus hijos, o debería desear y esforzarse para obtener.

Para ello la escuela no es suficiente, ya que solo se preocupa por el saber. Ni le estado, que solo se preocupa por el poder. Los padres, que saben y hacen lo que pueden, que no es poco, aportan el resto, que es lo escencial: el amor, que protege tanto como puede y perdona tanto como debe. ¿Sin límites? Si el perdón tuviera limites, ¿de que serviría el perdón? Un padre no es un policía, una madre no es un juez .En ese punto es donde el amor se acerca mucho al infinito, y lo humano a lo divino.

Todo el amor del mundo puede fracasar, no obstante, e incluso fracasa siempre, ya que morimos, ya que sufrimos. De ahí también esas cárceles y esas madres en el locutorio... La sociedad se protege como puede, como debe protegerse, y protege a sus hijos protegiéndose a sí misma. Pero sería una equivocación protegerse contra la juventud, como desearían algunos, cuando es a la juventud a la que hay que proteger, todo lo que se pueda, contra ella misma y contra nosotros.

La seguridad está hecha para el hombre, y no el hombre para la seguridad. Es lo que la juventud indócil no deja de recordar a los adultos olvidadizos.

Page 3: P.D. VIVIR

EL PADRE

Es lo más grande que le puede ocurrir a un hombre, aquello para lo que está hecho en el fondo, si es que está hecho para algo, y ese algo es alguien: ¡mi hijo. mi amor! La vida empieza aquí, o mejor vuelve a empezar, y es así, de generación en generación, como continua. Solo puede continuar volviendo a empezar, puesto que morimos .Los padres pagan a la especie, por así decirlo, el tributo que le deben. Dar lo que se ha recibido: engendrar, y no crear, transmitir, y no hacer. Los hijos no se hacen; se hace el amor y luego los hijos se hacen ellos solos. Como pueden. Viviendo como pueden vivir. Desde el principio, viven en esa soledad. Hasta el final, esa soledad. Mortal nacido de mortal. Todo vuelve a empezar para que todo continúe. Todo continua, puesto que todo vuelve a empezar.

Todo vuelve a empezar, pero nada se repite. Él no es yo, yo no soy el: ¡mi hijo, mi amor, tu, el más próximo de los prójimos; tu , el más íntimo de los íntimos, y no obstante, completamente otro, desde el principio, el extraño que hay en mi corazón, que se instala en el cómo en un país conquistado- tierra quemada: mi alma -, y de repente, el mundo que vacila por una sonrisa ¡

La madre lo había llevado antes de conocerle, alimentado antes de alimentarle, amado antes de amarle. Luego aquí le tenemos: nuestro hijo, nuestra hija. El amor engendra el amor Es como un milagro verdadero. Ese pequeño amor humano- un hombre, una mujer: una pareja- desemboca ese amor mayor que el amor, ese amor sobrehumano, y no obstante el más humano de todos, el más fuerte, el más extendido, el más banal, el más conmovedor. Nuestro hijo: nuestro amor.

¡No me vengáis con cuentos! La vida sería más fácil sin hijos. Más sencilla. Más cómoda ¡Cuantas menos preocupaciones habría, cuantas menos angustias, cuanto menos cansancio!

No se hacen hijos para ser feliz. Se hacen hijos para el amor y por el amor. La felicidad solo vendrá, si viene, solo durara, si dura, por añadidura. Pero la felicidad es demasiado frágil, demasiado expuesta, demasiado incierta. ¿Qué puede nuestra alegría frente a un niño que sufre? La felicidad debe demasiado a la suerte, o mejor (ya que la suerte nunca ha bastado para ser feliz) el destino puede demasiado contra la felicidad. El amor solo se debe a sí mismo. Solo se debe a nosotros, pues, o nosotros solo nos debemos al amor.

Uno de mis amigos se sorprende de que con una filosofía como la mía, como dice, yo tenga hijos. No sé lo que ha comprendido de mi filosofía, y poco me importa. Lo que sé es que mis hijos son el mayor amor que yo haya experimentado nunca, y que coloco el amor en lo más alto de todo, como todo hijo de vecino. Esto es suficiente para hacer hijos y para amarlos… ¿Para qué viviríamos si no amaramos la vida? ¿Y por qué la amaríamos sino amaramos el amor? ¡Pobres nihilistas, que se creen más lúcidos que los demás, cuando solo son menos capaces de amar! Hacer un hijo es quitarles la razón. Es así como la vida continua, a pesar de la muerte, a pesar del cansancio, a pesar del dolor, a pesar del dolor, a pesar de la angustia, y así es como triunfa el amor en el amor de los hijos. Incluso cuando la pareja fracasa.

Page 4: P.D. VIVIR

Freud veía aquí un ardid de narcisismo. ¿Por qué no? Quizás uno solo se ama siempre a sí mismo, y a sus hijos solo porque son suyos. Uno de mis amigos ha adoptado a una niña pequeña. Te ponen un bebe en los brazos – me cuenta-, tu no lo conoces, no sabes nada de el ¡y en seguida es el ser más importante del mundo! Mi hijo, mi hija… ¿Por qué se ama tanto a los propios hijos y tan poco a los de los demás? Porque uno se ama a través de ellos. Y que así conste. Pero, al fin y al cabo, se les quiere, y son otros, y se nos escapan… Así se aprende amar fuera de uno mismo, es decir, a amar verdaderamente. El amor empieza aquí: no en el amor del hijo hacia sus padres ( el recién nacido no ama: tiene hambre, tiene miedo, tiene frio … ), sino en el amor de los padres hacia el hijo, ese amor primero, gratuito, incondicional, gracias al cual el hijo aprende a amar, a su vez, y se prepara para amar a sus hijos… ¡ Cuanto amor ha hecho falta, y durante cuantos milenios, para que la humanidad se convierta simplemente en lo que es! ¡Cuánto amor hará falta para que se mantenga!

Acerca de ese amor, me parece que las madres saben de entrada más que nosotros, al menos con mayor frecuencia, cuando se instalan tranquilamente en ese cara a cara sublime. Carne de su carne; su bebe, su amor. El hombre ama desde más lejos, casi siempre, o se acerca solo torpemente, desmañadamente. Tanta fragilidad le intimida: tiene miedo de estropearlo, de romperlo, de herirlo, y no sabe demasiado bien qué hacer con ese pequeño cuerpo que da alaridos, tan poco y tan mal adaptado al suyo…

Se habla mucho de los nuevos padres. No es solo una invención de periodista. Los hombres de mi generación se han ocupado de sus hijos como ningún de nuestros padres, que yo sepa, lo había hecho nunca.

Los hemos lavado, cambiado, alimentado, paseado, arrullado, consolado, tranquilizado, distraído, acompañado, educado… Algo se ha conquistado aquí, bello y fuerte; mas igualdad, entre hombres y mujeres, y más intimidad, entre padre e hijo.

Pero un padre sigue siendo un padre; el justo reparto de tareas no debería escamotear la diferencia delas funciones y de las personalidades. Era una extraña paradoja de los años setenta que el feminismo acabara tan a menudo rechazando la feminidad; hubo otra en los años ochenta, que los hombres, ante esas mujeres más libres, a veces hayan tenido miedo de asumir su virilidad. No pienso tanto en la vida sexual – cada uno se las arregla como puede, no es tan grave- como en la vida familiar. Un padre no es una madre, no tiene que serlo, no puede serlo. Françoise Dolto, con su buen sentido habitual, lo ha recordado a menudo, y es también de estricta ortodoxia freudiana: la diferencia sexual, que es una verdadera diferencia (incluso si es indisolublemente biológica y cultural: la cultura forma parte de lo real), pasa a través de la familia y la estructura. Tanto el niño como la niña necesitan tener ante ellos un hombre y una mujer verdaderos- verdaderamente hombre, verdaderamente mujer-, cuya complementariedad es, en el fondo, mas importante (¡aún más importante!) que la armonía.

En pareja diferenciada, es decir, en una pareja, la madre estaría tradicionalmente (y los psicoanalistas siguen estando de acuerdo) del lado del amor incondicional, de la dulzura, de la

Page 5: P.D. VIVIR

ternura, del cuerpo que consuela y que protege, mientras que el padre estaría más bien del lado de la autoridad, de la fuerza, del poder que impone y manda. Son arquetipos, se me dirá. Claro. Pero que no han nacido por azar, y que apelan bastante a nuestro corazón y a nuestra experiencia para que podamos reconocer en ellos algo importante. Lo simbólico no es un fantasma; con el los fantasmas se organizan y toman sentido. Además, los padres son sexuados. No tienen ni el mismo cuerpo, ni el mismo deseo, ni la misma función…Naturaleza y cultura se abrazan aquí, en esta diferencia aceptada y redoblada. El hijo se reencuentra pronto en ella, o mejor se encuentra, se construye, edificando su propia diferencia, su propia sexualidad, su propia personalidad, en el campo siempre polarizado (y de entrada bipolarizado) de la familia. El amor de la madre, la ley del padre… Evidentemente esto no quiere decir que las mujeres no puedan mandar, ni que los hombres sean incapaces de amar.

Pero esto sí, quizá: que el amor y la ley son dos cosas distintas y necesarias, ambas. Esto puede leerse en la biblia, en el antiguo y nuevo testamento, y e psicoanálisis no la contradice, ni la sociología, ni la etnología. Ni nuestra experiencia- siempre difícil, a menudo dolorosa- de la familia.

De este modo el hijo descubre – y es necesario que lo descubra- que hay algo más elevado que el: la ley.

Y algo más elevado que la ley: el amor.

Page 6: P.D. VIVIR

LOS CELOS

Habría que distinguir primero entre los celos y la envidia, lo que no es nada fácil ni quizá del todo posible. Ambas palabras son, a menudo, intercambiables: de los éxitos de un colega podemos sentir envidia o celos, y sería muy astuto quien estableciera la diferencia, Pero del marido apasionado o desconfiado no diremos que siente envidia de su mujer ¿Porque? Por qué no se puede sentir envidia de lo que se disfruta. Es una primera diferencia, que lo aclara en este sentido: la envidia se refiere a lo que no se tiene, los celos, en la misma medida o preferentemente, a lo que se tiene o se comparte. La envidia expresa una carencia, los celos el miedo a perder o a tener menos. Cualquier modistilla puede envidiar a una estrella de cine, pero solo las actrices, sin duda, pueden sentirse celosas. Podemos ser envidiosos por cualquiera; pero me parece que solo nuestros iguales pueden sentir celos de nosotros. Se de lo que estoy hablando, Los colegas perdonan vuestros fracasos más fácilmente que vuestros éxitos. Es humano. Los celos son esto mismo: es el rechazo o el sufrimiento por compartir con otros aquello de lo que disfrutamos, más o menos , pero de lo que disfrutaríamos más, creemos, sin ese reparto. Lo confirma la pasión amorosa: el igual, en el amor, ¿qué es sino un rival?

Esto justifica lo que tiene positivo los celos: el apego a lo que tenemos ¿Algún enamorado no es celoso? La envidia, por el contrario es un sentimiento casi exclusivamente negativo: el envidioso solo sabe amar; y se aburre tan pronto como lo posee. El celoso, no. Ama demasiado lo que tiene como para cansarse de ello, e incluso, a menudo, como para desear otra cosa. Ya sé que no todos los celosos son fieles, ni mucho menos. Pero, en una pareja, ¿quién no desconfiaría a la larga del que no siente celos? cuando una mujer deja de estar celosa de su marido- decía Balzac- es porque ya no le ama. De aquí amar a otro… Esto vale igual para los hombres. Los celos acompañan tan habitualmente al amor que fácilmente los confundimos con él o lo tomamos como su obligado testimonio. Allí ella se tranquiliza; me ama puesto que esta celoso. Y sin duda, no es tan sencillo, ni del todo falso no obstante. Los celos son un amor posesivo, egoísta, indiscreto: Pero el amor sin celos, ¿sería también amor? Ya no sería pasión, en cualquier caso, y aquello a lo que, mientras estamos enamorados, no queremos renunciar. El celoso ama demasiado para querer compartir. Pero para aquel que lo consiente ¿ama también suficientemente?

Sin embargo; no concedamos demasiada ventaja a los celosos. En el límite, los celos pueden matar (lo que en los periódicos llaman un crimen pasional) y esto lo dice todo sobre su naturaleza. ¡Extraño amor que prefiere el duelo a la afrenta! ¿A quién amaba? ¿A su mujer, o al goce exclusivo que tenia de ella? ¿A su mujer, o al hecho de que fuera suya? ¿A su mujer, pues, o así mismo?

En las formas más ligeras o más cotidianas, aparece el mismo egoísmo. Fijaos en ese celoso común: vosotros, yo, cualquiera… ¿Ama a su mujer? Está bien. ¿Pero qué quiere decir? ¡Qué quiere ser amado ella, y solo el! O peor aún: que prefiere saber que es desgraciada con el que feliz con otro… Que esto sea amor, lo acepto. Pero ¿es su forma más elevada?

Page 7: P.D. VIVIR

Santo Tomas distinguía el amor de benevolencia, que ama al otro por el bien de este, del amor de concupiscencia, que solo ama al otro, decía, para su propio bien. Los celos atañen evidentemente al segundo, y es lo que impide hacer de ellos una virtud. Seria eros, en griego, más que philia (la amistad) o agape (la caridad). Es amor a sí mismo, en una palabra, más que amor al otro, por lo que los celos son quizás el más humano de los sentimientos, el más fácil, el más violento. Observo por otra parte que la palabra celos, en francés, no tiene contrario. Esto dice mucho sobre la universalidad del asunto… En cuanto al Dios celoso de la Biblia, se trata evidentemente de un antropomorfismo que nos enseña más sobre el hombre que sobre ese Dios.

Yo hablaba de la imposibilidad de hacer de los celos una virtud. Es, no obstante, a lo que nos llevaría la etimología: jalousie (celos, en francés) deriva de zele (celo, en francés), a pesar de que no se entienda del todo, este es uno de los sentidos, aunque envejecido, de la palabra. Estar celoso de la propia reputación o de la propia independencia es tener el celo de defenderlas. Muy bien. Pero mostrar demasiado celo por uno mismo, ¿es realmente tener celo? Pues no, y esto es lo que denominamos celos.

¿Quiere esto decir que los celos son un defecto? Tampoco. Los sentimientos son lo que pueden ser, la moral solo se ocupa de los actos. Eso quiere decir que ese sentimiento es más una muestra de posesividad que de amor, de tener más que de ser, de tomar más que dar. El celoso teme perder porque quiere poseer. De ahí ese sufrimiento, siempre, y esas mil torturas de la imaginación…

Los celos son un celo egoísta y desgraciado.

Page 8: P.D. VIVIR

¿QUE ES SER UN CANALLA?

Los malvados no existen; los canallas son innumerables. He aquí lo que hay que intentar comprender. ¿Qué es un malvado? Habitualmente consideramos que es alguien que hace el mal. Pero ¿qué quiere decir eso? El dentista que hace sufrir a su paciente no hace el mal: le hace daño, es cierto, pero es por su bien. No es malvado; es torpe a lo sumo. Sobre el individuo que atraca un banco o que apuñala a su rival, podemos convenir que obra mal, que hace daño, incluso, pero ¿es por ello forzosamente malvado? No lo creo en absoluto. Sigue su inclinación, es arrastrado por su historia, por la violencia de los tiempos o del amor, por su pasión, por su deseo, por su ira, por su sufrimiento quizás… Habría preferido ser rico sin tener necesidad de robar. Habría preferido ser amado antes que matar porque no lo es o porque ya no lo es… Las cárceles están llenas de buena gente que se ha echado a perder, pero que no se ha vuelto malvada por ello. ¿Cuantos pobres tipos hay detrás de las rejas? ¿Y cuantos canallas en libertad?

Si podemos hacer el mal sin ser malvados, eso implica que la maldad se debe menos al contenido del acto que a la orientación de la voluntad. Es la intención la que define nuestras acciones, decía Montaigne antes de Kant, y ambos tienen razón. Ser malvado no es solamente hacer el mal: es quererlo. Y no es solo quererlo (ya que podamos quererlo por una buena intención, como el desgraciado que roba para alimentar a su familia o al terrorista que mata por una causa que cree justa); es quererlo con todo conocimiento de causa, en tanto que mal, como dice Kant, no como medio sino como fin, con una intención mala en sí misma. Ser malvado es querer el mal por el mal.

Por eso la maldad no existe. Ningún ladrón roba porque este mal robar. Roba porque está bien ser rico. Ninguna persona celosa mata porque este mal matar. Mata porque está bien vengarse o eliminar a un rival. En resumen, solamente hacemos el mal por un bien, o lo que pensamos que lo es. El mal, para los humanos, es solamente un medio, nunca un fin.

Se me echara en cara a Hitler, que parece el diablo en persona. Pero la grandeza del Reich, la solución final o su propio poder, eran un bien para él.

Se me echara en cara al sádico, que siente placer con el sufrimiento ajeno. Para mí esto aseria más bien una confirmación. Si tortura a su víctima, no es porque la tortura sea un mal, es porque el sufrimiento del otro le hace disfrutar, y su placer es su bien.

Esto da la fórmula: un canalla no es aquel que hace el mal por el mal, como sería el malvado, sino aquel que hace daño a otro por su propio bien. Los hombres no son malvados, explica Kant (hacer el mal por el mal seria diabólico, y los hombres no don demonios), pero son malos o, como yo preferiría decir, mediocres. ¿En qué sentido? Por el hecho de que sitúan el amor a sí mismos por encima de la ley moral. En vez de tender a la felicidad, como es legítimo, en la medida que puede hacerlo sin faltar a su deber, solo cumplen con su deber, por el contrario, mientras este no resulte incompatible contra su propia felicidad. Es lo que Kant denomina la transposición de los motivos, que define como un mal radical innato en la naturaleza humana. Los hombres son malos porque

Page 9: P.D. VIVIR

someten su deber a su felicidad, cuando es lo inverso lo que deberíamos hacer. O para decirlo de otro modo, en un lenguaje más evangélico que Kantiano: someten el amor al prójimo al amor que sienten por sí mismos, no tienen en cuenta lo ajeno más que en la medida en que su propia comodidad no queda comprometida. ¡Que hueco y lleno de basura está en el corazón del humano!, decía Pascal. Porque solamente está lleno de sí mismo.

¿Un canalla, seria pues un egoísta? No, en absoluto, pues entonces lo seriamos todos. Todo canalla es egoísta (incluso si ese egoísmo se enmascara detrás de la devoción a una causa a un Dios), pero cualquier egoísta no es un canalla. El canalla es el egoísta sin freno, sin escrúpulos, sin compasión. Ser un canalla no es, pues, una cuestión de naturaleza, sino de grado. Egoístas los somos todos, pero de manera desigual. Los canallas son aquellos que lo son en mayor medida que la media, o más que lo que se considera aceptable. Esto deja lugar a la interpretación, a las diferencias de medida, de punto de vista o de evaluación. Aquel que será un canalla para uno, a los ojos de otro será solo un vulgar egoísta, incluso un héroe, quizás, a los ojos de un tercero. Mirad a Napoleón o a Pétain, a Savonarola o a Lenin. Mirad a ese pequeño cabecilla de una banda de extrarradio, o a ese notable del centro de la ciudad. No existe un canalla absoluto, ni para sí mismo. Sería el diablo, y no existe.

Todos los hombres son egoístas, todos los hombres son malos, como dice Kant. Es lo que el mito del pecado original, tan chocante por otra parte, contiene de verdad humana. Pero no todos son unos canallas. Quizá con eso nos referimos a la gracia o a la salvación.

Entre el egoísta y el canalla como decía, la diferencia no es de naturaleza sino de grado. Intentemos precisarla. El egoísta es aquel que no hace, para el prójimo, todo el bien que debería. El canalla es aquel que le hace más daño del que podría. Se es egoísta por defecto y canalla por exceso. ¿Exceso de qué? Exceso de egoísmo, de violencia, de agresividad, de crueldad a veces… El egoísta carece de amor (solo sabe amarse a sí mismo).El canalla rebosa odio. Es egoísmo también, pero con otra intensidad. El egoísta no consiente en ayudar al prójimo más que en la medida en que eso no comprometa su propio bienestar. El canalla va más lejos: está dispuesto a todo, por su propio bien, incluso a lo peor. Es como un egoísta extremo, y el egoísta sería más bien un canalla menor u ordinario. ¿Quién no haría algún daño al prójimo si eso redundara en un gran bien para sí mismo? ¿Quién no se permitiría una pequeña mentira para hacer una fortuna? ¿Quién no robaría para salvar su piel? Esto es egoísmo, pero tolerable. El canalla va más lejos: hacer padecer un gran mal al prójimo para obtener un pequeño bien para él. Es egoísmo también, pero intolerable. Por ejemplo, aquel que mataría para satisfacer su amor propio, que violaría por un orgasmo, que torturaría por una idea o por unos billetes.

Ser un canalla no está al alcance de cualquiera. Hace falta mucha insensibilidad al sufrimiento ajeno, mucho odio o violencia, mucha falsa buena conciencia o inconciencia. Nadie, decía yo, hace el mal por el mal. Esto no impide que lo hagamos, por desgracia por un bien que esperamos. Es lo que esperamos. Es lo que distingue de nuevo al canalla del malvado. El malvado seria aquel que escogería el mal como fin: aquel que sería nazi, por ejemplo, sabiendo que el nazismo es un horror. Pero este no sería nazi ni tendría ningún motivo para llegar a serlo. Los nazis estaban

Page 10: P.D. VIVIR

convencidos de que el nazismo era un bien, para Alemania al menos, para ellos al menos y que eso lo justificaba todo, es lo que llamamos un nazi, y es lo que llamamos un canalla.

El canalla es aquel que está dispuesto a sacrificar al prójimo en su propio beneficio, por su propio interés, por sus propios deseos, por sus opiniones o sus sueños.

Esto se acerca al pensamiento de Sartre, que fue el primero en hacer del canalla una categoría filosófica. El canalla, en el sentido sartriano del término, es aquel que se cree a sí mismo, que se toma en serio, aquel que olvida su propia contingencia, su propia responsabilidad, su propia libertad, aquel que está convencido de su derecho, de su buena fe, y esa es precisamente la definición, para Sartre, de la mala libertad. El canalla, en el fondo, es aquel que se toma por Dios (por tanto, el amor para él es lo de menos), o que está persuadido de que Dios (o la Historia, o la verdad…) está de su lado y cubre, como se dice en el ejército, o autoriza, o justifica, todo lo que él se cree obligado a cumplir. Las canalladas de los inquisidores. Las canalladas de los cruzados. Las canalladas del socialismo científico o del Reich de mil años. Las canalladas, así mismo, del buen burgués tranquilo, que vive la riqueza como su esencia y el capitalismo como un destino. Las canalladas de la derecha, decía Sartre (ser de derechas, para mí, quiere decir ser un canalla), lo que ilustra bastante bien una canallada de izquierdas. El canalla es aquel que tiene buena conciencia. Es el derecho- habiente, como dice François George en sus Deux etudes sur Sartre, dicho de otro modo, aquel que está convencido d su propia necesidad, de su propia legitimidad, de su propia inocencia. Por ello ningún canalla se considera tal: todos los canallas tienen mala fe y no cesan de darse justificaciones y excusas. Así, lo contrario del canalla no es el santo, ni el sabio, ni el héroe, sino el hombre lucido y autentico, como diría Sartre, aquel que asume su propia libertad, su propia soledad, su propia gratuidad. El canalla, dijo un día el autor de La náusea, es la plenitud del ser. Y lo contrario de esta canallada del yo es la conciencia, que es la nada, donde es imposible la coincidencia de uno mismo consigo mismo, que es exigencia, desgarramiento, libertad, responsabilidad, culpabilidad… ¿mala conciencia? Es la conciencia misma. Y la conciencia siempre nos dice que no.

¿Qué es un canalla? Es un egoísta que tiene buena conciencia, que está convencido de ser un buen tipo y de que el canalla, en consecuencia, es el otro. Por ello que se permite lo peor, en nombre de lo mejor o de sí mismo- tanto más canalla porque se cree justificado para serlo, y piensa que no lo es.

Los hombres no son malvados, son malos y se creen buenos. Canallada: egoísmo con buena conciencia y mala fe. Los canallas son innumerables, y están convencidos de su inocencia.

Valdría más un egoísta lucido y que se reconociera responsable de lo que es o hace, que un egoísta satisfecho de sí mismo y convencido de su justo derecho. En lenguaje sartriano: más vale un auténtico egoísta que un verdadero canalla.

Pero el único egoísta autentico, el único egoísta insatisfecho, es aquel que no se resigna a serlo. Es lo que llamamos la conciencia moral, y lo contrario de la canallada.

Page 11: P.D. VIVIR

EL FIN DEL MUNDO

El fin del mundo acarrearía menos muertes y sufrimiento que su continuación. Esta idea, que me parece clara, puede parecer una paradoja; esa es una primera razón para explicarla. Tranquiliza: es una segunda razón. Anima, he aquí la tercera! Más razones de las que nos hacen falta para pensar!

Que el fin del mundo acarreara menos muertos que su continuación es una evidencia aritmética: los aproximadamente seis mil millones de seres vivos actuales morirían en ambos casos, a lo que hay que añadir, si el mundo continua, los miles de millones de seres vivos todavía por nacer, cuyo nacimiento, en caso de producirse, los condenara a una muerte cierta. En un caso: seis mil millones de muertes .En el otro: seis mil millones+ los miles de millones de nacimientos (y de muertes) todavía por llegar. La continuación del mundo, lejos de disminuir el número de decesos inevitables, lo aumenta indefinidamente, el fin del mundo solo puede reducir ese número, y es lo que había que demostrar primero.

El mismo razonamiento, o un razonamiento del mismo tipo, pueden aplicarse al sufrimiento. Que muramos todos a la vez o por separado bloque o individualmente, no cambia nada los datos del problema: una agonía sigue siendo una agonía, y hay pocas agradables. Podemos pensar incluso que una muerte colectiva seria, en ciertos aspectos, más fácil. Nos libraría al menos de cualquier preocupación por los que quedan (puesto que, por hipótesis, ya no quedaría nadie) y de ese sentimiento, tan desgarrador, de injusticia…Sobre todo, el sufrimiento se acabaría aquí, cuando en el otro caso solamente puede continuar. Cualquier vida es dolor; decía Buda. Únicamente el fin del mundo puede poner fin al sufrimiento.

Esta idea me proporciona cierta paz, anunciaba yo antes, bien extraña y tranquila. La extrañeza es lo que aparece primero. Pues este fin del mundo es también lo peor que podemos imaginar, en un sentido, ya que sintetiza más o menos el detalle de nuestras angustias o de los peligros, a menudo muy reales, que nos amenazan. Uno temía morir, otro perder a un ser querido, el tercero temía por su dinero, el cuarto por su retiro. Y cada uno de entre nosotros sería simultáneamente esos cuatro ¡y mucho más!

Por lo tanto: lo peor. Y sin embargo, habría menos sufrimiento que de la otra manera, ya lo hemos visto, ningún sufrimiento más…De ahí precisamente, la tranquilidad y la paz. Que lo peor sea en el fondo tan poco de temer es una idea tranquilizadora, que vuelve a poner nuestras miserias en su lugar. No es el fin del mundo. Decimos a veces para consolarnos de un suceso desagradable, y tenemos razón. Pero qué paz, entonces, para quien ha comprendido que el fin del mundo en sí mismo es… Y volvemos aquí de nuevo a mi principio.

Así pues, una idea clara y tranquilizadora. Pero ¿por qué anima? Por esa paradoja de la que había partido y que ahora estoy en condiciones de aclarar.

Page 12: P.D. VIVIR

El fin del mundo, decía, acarrearía menos muertes y sufrimiento que su continuación; y sin embargo es lo peor, ya lo hemos visto, que podemos temer para la humanidad. ¿Qué conclusión sacar, sino que lo peor no es el máximo de sufrimiento y de muertes, o bien, para decirlo de otro modo, que no vivimos para evitar uno y otras? Pero entonces, ¿porque vivimos? Para vivir, para transmitir, para continuar y transformar aquello que hemos recibido, para disfrutar y alegrarnos, para amar, para luchar, para crear…No se trata de evitar la muerte o el sufrimiento, ni tan solo de reducirlos, sino de mantener y acrecentar la vida, sus placeres, sus alegrías. Es lo que da la razón a Spinoza, en contra de Schopenhauer, o a la vida, en contra del nihilismo. No es el reposo lo que es bueno si no el esfuerzo (conatus), sino el poder de existir, la acción, el conocimiento, el amor. Por ello preferimos ese mundo que sufre por su final, incluso indoloro, y nuestras angustias ante la muerte más que la paz de la nada.

La vida es en sí misma su propio fin (¡la vida, no la comodidad o la quietud!), y este es el secreto del valor. Se trata no de sufrir lo menos posible (pues entonces valdría más el suicidio, para el individuo), no de morir lo menos posible (pues entonces valdría más el fin del mundo, para la especie), si no de vivir lo más posible, a pesar del sufrimiento, a pesar de la muerte, a pesar de la vida.

¿Y que anima más, en efecto, que esa voluntad de vivir, y de amar la vida, pese a todo?

Nuestra paradoja, que parece en un primer momento apelar a esto, desemboca pues en una recusación del nihilismo. Considerar que la vida es un inconveniente (Cioran: Del inconveniente de haber nacido), que el mundo es un inconveniente (Schopenhauer), muestra simplemente que somos incapaces de amarlos tal como son, es decir, de amarlos. Esto vuelve a llenarnos a Spinoza.No deseamos una cosa porque es buena, explicaba, sino que, al contrario, la deseamos porque la consideramos buena. Yo diría lo mismo: no amamos el mundo porque es bueno; porque lo amamos- y en la medida en que lo amamos-nos parece bueno.

¿Perfecto? Evidentemente que no (¡cuántos sufrimientos, cuantas desgracias, cuanta injusticias!), y eso debemos también transformarlo. ¿Mejor que todo? Evidentemente que sí, puesto que no hay nada más.

Lo real, o lo tomas o lo dejas. Que estemos a veces tentados de dejarlo es nihilismo cansancio. Que haya más dicha en tomarlo, es lo que recuerdan el placer y la acción.

El fin del mundo, que no será nada para nadie, tiene menos importancia que la llegada de la primera mañana, en la que todo empieza, puesto que todo continúa. Y Spinoza continúa: un deseo que nace de la dicha es más fuerte, en igualdad de circunstancias, que un deseo que nace de la tristeza. Que esto nos sirva para desearles muchas felicidades, amigos lectores, para el año nuevo.

Page 13: P.D. VIVIR

FILOSOFAR

Debate público, en el Odeón, sobre el retorno de la filosofía. El tema me deja perplejo. ! La vida intelectual debe haberse vuelto muy apagada para que el éxito de dos o tres libros- el de Gaarder, el de vuestro servidor… - provoque tal acontecimiento ¡si hay un retorno, explique, me parece mucho menos significativo, mucho menos importante que su contrario, que nos olvidamos d celebrar y que le da su sentido. La sorprendente perennidad, desde hace veinticinco siglos, de esta actividad intelectual específica, siempre abstracta, a menudo ardua, a veces aburrida! Y sin la más mínima utilidad técnica o económica, sin cargas previas ni políticas ni religiosas, sin prueba ni verificación!

¿Cómo podría volver la filosofía, si nunca había desaparecido? ¿Cómo podría desaparecer, si nunca, si nunca deja de cambiar, de inventarse, de renacer?

¿Retorno de la filosofía? Son más bien las religiones las que regresan, las ideologías que declinan, las ciencias humanas, quizá, que ilusionan menos… Cada vez creemos menos en las respuestas predeterminadas; las buscamos para nosotros mismos, y esto es lo que llamamos filosofar.

Uno de los participantes, en la sala, me reprocha una expresión que he utilizado: filosofar- dije con ocasión del debate- es pensar la propia vida y vivir el propio pensamiento. Esto le choca, me explica agriamente, y por dos razones: en primer lugar, porque es encerrar la filosofía en subjetividad, en la vida interior, apartada de los demás y del mundo, y luego, porque es aspirar a una transparencia imposible, a un a imposible adecuación del yo a uno mismo.

La primera objeción no viene al caso, me parece a mí, pero la segunda, realmente, va al grado de la cuestión.

Que filosofar sea pensar la propia vida y vivir el propio pensamiento no significa evidentemente que debamos – ni siquiera que podamos – filosofar nosotros solos. ¿Qué pensamiento existe sin lenguaje, sin comunicación, sin intercambios? ¿Qué filosofía, sin sociedad, sin cultura, sin debate o sin combate? Esto no significa tampoco, aunque lo dudemos, que la filosofía se preocupe solo de sí misma. ¿Cómo pensar la propia vida sin pensaren lo que se rodea, lo que la condiciona, lo que la determina, lo que le da su valor y su límite? Vivimos en el mundo. Vivimos en una sociedad. Con otros, gracias a ellos, para ellos, contra ellos a veces. Pensar la propia vida es, pues, también pensar el mundo, pensar la sociedad, pensar a los demás y nuestras relaciones con ellos. ¡No se trata de encerrarse en la pequeña cárcel del yo! Se trata mucho más de liberarse de ella. Pero solo podemos hacerlo- solo la verdad libera- a condición de que nos conozcamos. En donde la filosofía empieza, desde Sócrates (conócete a ti mismo), y siempre vuelve a empezar.

Pero no aquí donde se detiene.¿ Cómo podría yo conocerme, sin conocer, al menos parcialmente, el universo que me contiene, la humanidad que me engendra, la sociedad de la que soy miembro ? Cualquier filosofía digna de ese nombre tiende a lo universal: filosofar es pensar la propia vida, así

Page 14: P.D. VIVIR

pues el mundo, así pues el todo. Es lo contrario de una torre de marfil. Pensarse a sí mismo sin pensar el mundo no es filosofar: es permanecer prisionero de las ilusiones que nos hacemos sobre nosotros mismos, es contemplarse el ombligo el alma. La introspección nunca ha reemplazado el conocimiento, ni la reflexión, ni la razón. La filosofía no es una variante sofisticada del narcisismo.

Pero es cierto que pensar el mundo sin pensarse en el uno mismo tampoco es filosofar: es tomarse por Dios, lo que es una locura, o por nada, lo que es ciencia quizá. Pero ¿qué sabio podría conformarse con ello? Seria cientifismo, y otra locura.

La segunda objeción es más fuerte, más ajustada. Porque es verdad, ciertamente, que vida y pensamiento son dos, siempre y forzosamente. ¿Que pueden los conceptos contra las pulsiones? ¿Que pueden las pulsiones contra los conceptos? Ningún individuo es idéntico a sí mismo ni transparente para sí mismo. Yo es otro, como decía Rimbaud, o varios otros, que solo hacen un sujeto (yo) por la imposibilidad en la que nos encontramos de conocerlo objetivamente. ¿Freud contra Sócrates? Al contrario, puesto que ambos participan evidentemente del mismo combate- contra la ignorancia, contra la ilusión, contra el obscurantismo, contra el narcisismo. – Digamos mejor que desde Freud sabemos (en realidad los lectores de Montaigne. Hume o Nietzsche ya lo sabían) que la empresa Socrática estaba destinada al fracaso o por decirlo mejor, a la incompletitud. No acabaremos nunca de conocernos a nosotros mismos, ni de pensar nuestra vida y por ello nunca seremos capaces-nunca completamente capaces- de vivir nuestro pensamiento. Este fracaso es nuestra vida. Esta incapacidad es nuestro yo. ¿Cómo podríamos vencerla ya que nos constituye?

Entre vida y pensamiento subsiste pues una distancia: es lo que hace a la filosofía imposible (como éxito) y siempre necesaria (como trabajo). ¿El sabio? Hubo un tiempo en el que era quien había colmado esa diferencia, aquel en quien vida y pensamiento eran solo uno. Ya no lo creo en absoluto, y consideraría sabio, en mayor medida, a aquel en quien habitaba esa separación, entre vida y pensamiento, que la acepta, que se nutre de ella, que se divierte con ella… Montaigne, pues, mejor que tal creador de un sistema filosófico, que tomaría la vida por un concepto o sus conceptos por la vida.

La paranoia – decía Freud- es un sistema filosófico deformado. Añadiría de buena gana que un sistema, en filosofía, no deja de ser nunca una paranoia lograda. Es locura siempre, puesto que la vida fracasa, puesto que no es más que ese fracaso que siempre vuelve a comenzar, siempre superado, que siempre renace al tercer día.

Por ello hay que filosofar: pensar la propia vida y vivir el propio pensamiento, no porque solo sean uno, lo que es imposible, sino porque son dos, forzosamente, sin que podamos renunciar ni a la una ni al otro, ni a esa tensión entre ellos que nos constituye y nos desgarra.

La filosofía es una tarea imposible y necesaria ¿Cómo podríamos prescindir de ella? ¿Cómo podríamos conformarnos?

Page 15: P.D. VIVIR

MI JUGUETE PREFERIDO

Con mi juguete preferido, nunca jugué.

¿Qué edad tenia? ¿Seis años? ¿Siete? Me di cuenta de repente de que mis juguetes, infaliblemente, se usaban, se rompían, desaparecían… Caí en la angustia frente de esa nada. En una caja de cartón guarde preciosamente algunos juguetes completamente nuevos: un coche de miniatura, un soldadito, algunas canicas, algunos cachivaches….de esta manera – me dije- estarán a salvo: los encontrare más tarde, dentro de diez o veinte años, intactos, como tantos otros recuerdos conmovedores. Había inventado mi museo del juguete, y un nuevo juego: el tiempo, el tiempo que pasa y que no regresa, por lo que cualquier presente no tiene otro porvenir, en efecto, que la memoria o el olvido. Yo esperaba disfrutarlo por adelantado, como si se tratara de un pasado anticipado (esto habrá sucedido), como una nostalgia por venir, yo quería ahorrarme la duración, lo cotidiano, toda esa lentitud de los días y de las estaciones…

Era, claro está, engañarme. Esos juguetes completamente nuevos, porque no habían sido nunca usados, acabaron siéndome indiferentes: los deje en no sé qué cajón, de donde desaparecieron, parece ser que definitivamente. ¿Dónde están hoy en día? No lo sé en absoluto. El tiempo se había vengado, o más bien, sin vengarse- ¿porque tendría que vengarse cuando nada, jamás, puede alcanzarlo? – había triunfado frente a mis artimañas de niño o de viejo. El pasado anticipado es solo un futuro anterior, que vale solo lo que valen los futuros: un poco de esperanza, un poco de ansiedad, un poco de impaciencia, mucha incertidumbre e imaginación, como la sombra de la nada sobre el presente de vivir…

Más tarde, intente usar también ardides para mis angustias, imaginándolas ya realizadas, proyectándolas enteramente en un porvenir pasado, mas allá incluso de lo que las había suscitado, mas allá de todo, cuando ya estarían alejadas de mí, cuando lo peor ya habría tenido lugar – siempre el futuro anterior-, con la esperanza imbécil de convertirlas por anticipado en un pedazo de pasado, de transformar el miedo en recuerdo, luego el recuerdo en reposo…Era volver a usar ardides con el tiempo, y soñar con una vida entera en pasado, bien protegida en el puerto tranquilo de la memoria , como decía Epicuro, o transformada de antemano en su propio museo… Yo interpretaba el duelo para defenderme de la angustia, o la melancolía para defenderme de la vida.

Esto no salió mucho mejor, ni que decir tiene, ni me dispenso de vivir, día tras día, hora a hora, lo que el destino me imponía o me hacía temer…

De ese doble fracaso retuve confusamente una lección, que no he terminado de aclarar; la memoria no puede saltar por encima del presente, ni los recuerdos reemplazar el valor, ni nuestra impaciencia ni nuestra angustia apoderarse del tiempo. ¿Cómo sería posible?

La eternidad, lo supe más tarde, no está en el juguete sino en el juego. La sabiduría, no en la anticipación sino en la acción (para lo que depende de nosotros) y en la aceptación (para lo que no). No en la memoria, sino en la atención. No en el futuro anterior, sino en el presente.

Page 16: P.D. VIVIR

LA MODA

Cada mañana, un poco de la belleza del mundo se sostiene en ese empeño cotidiano en estar guapo, que llamamos coquetería. Empeño eterno, siempre cambiante, individual y colectivo a la vez, y que la moda organiza o estimula. ¿Cómo podría estar guapo uno solo? ¿Cuantos pueden estar guapos completamente desnudos? Nos vestimos para gustar, y para gustarnos, para seducir, para ser queridos. También para no tener frio, para no ser impúdicos, o no demasiado, o no del todo…Vieron que iban desnudos. La humanidad empieza aquí quizás, en la transgresión, en la vergüenza, en el pudor. ¿Ir desnudos? No sería natural. ¿Vestirnos de cualquier manera? Tampoco. El vestido es lo propio del hombre que esconde y revela, que cubre y descubre, que adorna y protege. Esta entre la naturaleza y la cultura, entre la necesidad y el deseo, entre la utilidad y la futilidad. La moda, es evidente, está del lado de la cultura, del lado del deseo, del lado de la futilidad. ¿Del lado de las mujeres? Digamos que es allí donde culmina. Los hombres tiene menos necesidad de ser deseados que de poseer, menos de seducir que de apoderarse. Luego hablaba del empeño en estar guapo, y los hombres son a menudo cobardes con las cosas de poca importancia. Por ello hacen como si las despreciaran. Lo cotidiano les da miedo: son feos, o corrientes, o anodinos, por apatía. Ese desprecio por las cosas pequeñas no es una garantía para las grandes. Ninguna cobardía es prueba de valor.

Cuidado, de todas maneras, con no conceder a la moda más importancia de la que merece. Despreciar la apariencia, la belleza, la seducción, es tontería o mala fe. Pero hacer de ella lo esencial es ridiculez y frivolidad.

Ahí es donde la moda se une al humor, y atañe a la moral. Se trata de navegar entre dos defectos, como son la seriedad, que desprecia las pequeñas cosas, la frivolidad, que se olvida de las grandes. Deberíamos releer desde este punto de vista El misántropo, de Moliere. Alcestes hace mal en despreciar la coquetería, en no tomarse en serio más que las cosas serias. Y Celimena, igualmente, en tomarse en serio solamente lo fútil. Por ello es frívola, no porque sea coqueta, sino porque no sabe amar. Y por ello Alcestes, en efecto, es misántropo, no porque ama, sino porque desprecia.

Entre el ser serio y la frivolidad, ¿Que hay? El humor. Es lo que salva a la moda del ridículo. Y a la vida, del aburrimiento.

¿Es la moda un arte? Quizá (puesto que es creación, puesto que es belleza, subjetividad, trabajo…), pero entonces evidentemente es un arte menor. ¿Qué modisto osaría compararse a Bach, a Velázquez o a Baudelaire? ¿ Y quién no ve, en esta moda de la moda que caracteriza estos años noventa, que es a las modelos a las que miramos, a las que admiramos, las que nos gustan, mucho más que los vestidos que llevan? Es de justicia ¿Que modisto osaría compararse con Dios? ¿Quién no prefiere a sus criaturas, o supuestamente tales, a las creaciones de u modisto? ¡El más bello vestido del mundo es bien poco al lado de una mujer muy bella!

Page 17: P.D. VIVIR

Se me objetara que el vestido no está hecho para ser visto al lado sino encima. Esto dice lo escencial: la moda está al servicio de los individuos (de su belleza, de su placer, de su singularidad…), y no los individuos al servicio de la moda. Al menos es lo que desear, sin lo cual la moda es solo una tiranía como cualquier otra.

Todos sabemos que la verdadera elegancia es la libertad. Es algo que la moda no podría producir por sí sola, ni garantizar, pero que a veces contribuye a impedir: cuando no es más que obligación, sumisión, esnobismo, lo contrario, por lo tanto, de la elegancia. Los hombres no se equivocan cuando prefieren el vestido más sencillo sobre la más libre de las jóvenes. Es lo que la alta costura no reconoce a veces, me parece a mí, quizá porque se dirige a las mujeres más que a los hombres, quizá porque quiere sorprender más que seducir. Veo en ello una especie de contrasentido. La seducción dura mucho más que la sorpresa, y vale más que el narcisismo.

La moda está hecha para las mujeres, y no las mujeres para la moda. ¿Están ellas hechas para los hombres? Tampoco. Ningún ser humano existe para (ni la mujer para el hombre, ni el hombre para la mujer), mientras el mismo no se ofrece. Ya no se trata de necesidad sino de gracia. No de destino, sino de libertad. Sin embargo, la naturaleza y la cultura empujan a ambos sexos el uno hacia el otro, salvo excepción, lo que nos aboca al amor, a la seducción, a ese juego sin fin de las apariencias: a la moda.

Pascal: Igual que la moda hace el encanto, también hace la justicia. Y es que todo cambia con el tiempo, y nos cambia. Pero el orden de los hechos no es el de los valores. El encanto, en un país libre, importa más que la moda, y la justicia, más que el encanto.

La moda solo vale a condición de que no seamos victimas de ella, de que no creamos del todo en ella, de que nos divirtamos y juguemos con ella. ¿Un arte? ¿Una diversión? ¿Un artificio? Todo esto a la vez, es lo que le da su encanto: la moda es un arte menor; una diversión eficaz, un artificio agradable… Tomársela demasiado en serio- sea para alabarla o para condenarla-, seria equivocarse. Pero pretender liberarse completamente de ella, seria equivocarse respecto a uno mismo.

La moda cuenta menos que la belleza, que cuenta menos que el amor. Solo tiene sentido, pues, cuando está a su servicio. Es lo que saben muy bien la mayoría de las mujeres, y lo que los modistos harían mal en olvidar.

Page 18: P.D. VIVIR

¿VOLVER A EMPEZAR?

El tiempo – decía Lagneau- es la señal de mi impotencia; el espacio, la de mi poder. En el espacio puedo desplazarme libremente, avanzar sin reparar en obstáculo, volver sobre mis pasos, subir o bajar, acelerar, ralentizar, cambiar de dirección, detenerme, volver a arrancar… En resumen, elegir mi lugar y mi movimiento. En el tiempo, no. Una sola dirección. Una sola dimensión. Un solo lugar (ahora). Una sola velocidad! Probad de estar ya en mañana o regresar a ayer! No viajamos en el tiempo, salvo en las novelas de ciencia ficción, y por ello nos fascinan: porque transforman en poder, luego en libertad, esa impotencia que representa, para nosotros, el tiempo. Es insistir con diferencia, en lo esencial. Lo real se reconoce por la irreversibilidad del devenir.

Una máquina que avanzase a contracorriente del tiempo, si pudiera existir, haría un mundo impensable: puesto que podría remontarme al pasado para- el ejemplo, que gustaría a los psicoanalistas, no es mío- matar a mi padre al nacer, convirtiendo en imposible tanto mi existencia como ese asesinato que, no obstante, yo llevaría a cabo… La aporía está clara.

Esto no demuestra de forma absoluta que este tipo de viaje tenga que ser imposible siempre (aunque sin duda lo sea), sino que sería incompatible con nuestra razón y con toda nuestra experiencia del devenir. Los ríos no remontan hasta su fuente: la taza d café no se recalienta por si sola; y cuando la historia se repite, decía Marx, la segunda vez es una especie de farsa. Esto se asemeja al segundo principio de la termodinámica, al igual que las lecciones, en cada uno, de la edad y del cansancio.

Nunca podemos hacer lo que ha ocurrido no hay ocurrido, ni rehacerlo de forma idéntica o sin gasto de nueva energía. Ni viaje en el tiempo, pues, ni movimiento perpetuo. Por ello el tiempo infinito nos condena a la finitud y a la irreversibilidad. No nos bañamos dos veces en el mismo rio, ni en el mismo presente. ¿Queréis revivir vuestro primer amor? Solo es posible a condición de que viváis otro, que ya no será el primero, o de continuar aquel, que ya no es el mismo… ¿Volver a empezar ese beso que acabáis de dar? Solo es posible a condición de dar otro, y por ello no lo es.

¡Oh tiempo, suspende tu vuelo! Clama el poeta. Y el filósofo con un punto de ironía, pregunta: ¿Durante cuánto tiempo? Si el tiempo se detuviera, aunque solo fuera un instante, ya no habría tiempo, luego ni vuelo ni suspensión. Ya no habría nada.

Impotencia, pues: el tiempo se impone a nosotros, es la trama misma de nuestra existencia y de todo. ¡No es una razón para no actuar! Pues ese tiempo irreversible es también un tiempo abierto: el pasado jamás volverá, pero ningún porvenir esta un escrito. ¿Y que hay entre ambos? El presente, donde el espacio y el tiempo se unen, donde solo son uno quizá, que es lo real o el devenir.

Page 19: P.D. VIVIR

He empezado a escribir este artículo sin saber adónde quería ir a parar. Son los más agradables de escribir. Y lo busco todavía es etas líneas con las que termina.

El espacio nos lleva, el tiempo se nos lleva, y la acción se reconoce en esta articulación eficaz de ambos: actuar es siempre poner nuestro poder al servicio de nuestra imponencia, y elegir el porvenir, mientras podamos, modificando el presente. Es enfrentarnos a lo que es, para ponerlo al servicio de lo que debe ser o de lo que deseamos, y que será, si lo conseguimos. Por ejemplo este articulo por escribir. O esa próxima intervención quirúrgica.

Comprenderéis, amigos médicos, porque me gusta más mi oficio que el vuestro: los retos son menores, en cualquier caso para los demás y además siempre podamos volver a empezar… De todas maneras, es solamente un cebo, ya que la vida – que es el reto global- no vuelve a empezar.

Page 20: P.D. VIVIR

EL NEGACIONISMO

La fuerza de lo negacionistas, la única, es que se centran en una creencia. Vale la pena reflexionar sobre ello, para combatirlos.

¿Por qué estamos convencidos sobre ello, para combatirlos?

¿Por qué estamos convencidos de que hubo, por parte del nazismo, una política deliberada de exterminación de los judíos? Por qué lo hemos leído ¿Donde? En los periódicos, con mayor frecuencia, en libros a veces… También porque hemos visto terribles imágenes en televisión… ¿Hemos comprobado la autenticidad de esas imágenes, las fuentes de esos periódicos, los testimonios y documentos en los que se han basado esos libros? Claro que no ¿Cómo podríamos hacerlo? Y el negacionismo clama: ¡lo veis! ¡La verdad es que no sabéis nada! Repetís lo que os han dicho… ¡Esto no es historia, es un lavado de cerebro! Nos han pillado, esta es al menos la sospecha que nace, en flagrante delito de credulidad. Si solo podemos estar seguros de lo que hemos verificado nosotros mismos, ¿cómo podemos estarlo de semejantes horrores? De este modo, la negativa a ser crédulo empuja a veces a la credulidad. Algunos, es quizá lo que le ocurrió hace poco al abate Pierre, van a creer ciegamente en la duda, en la ignorancia, en la sospecha. Los negacionistas no desean otra cosa.

Lo que hay que recordar de entrada, frente a esas estupideces, es que ningún conocimiento es posible sin vierto número de creencias bien establecidas. Nadie puede verificarlo todo, controlarlo todo, examinarlo todo. ¿Cómo podría desarrollarse la biología, si cada biólogo tuviera que rehacer el mismo todos los experimentos, si tuviera que comprobar los conocimientos físicos o químicos de los que se vale, si tuviera que demostrar cada uno de los teoremas matemáticos que utiliza? La ciudad e los sabios, como decía Bachelrd, no puede progresar más que por la convergencia de varias disciplinas distintas, completando cada una a la otra, por arriba o por abajo, produciendo ese conjunto – a golpe de permanentes rectificaciones-, ese consenso tan notable de los científicos primero, y luego, a su alrededor, gracias a ellos, de los espíritus informados. Así sabemos que la Tierra gira alrededor del Sol o que cada molécula de agua está constituida por dos átomos de hidrogeno y un átomo de oxígeno. ¿Conocimiento? ¿Creencia? lo uno y lo otro. A eso yo lo llamo una creencia bien establecida, que distingue e saber de la religión y la escuela del catecismo. Al alumno que estudia su lección, no es una fe lo que se le pide, sino un conocimiento ¿Que puede estudiar también su catecismo? Claro, pero como objeto d fe, si sus maestros son honestos, no de saber. Así se repite siempre la diferencia. Cualquier conocimiento es creencia (Hume), pero todas las creencias no son equivalentes: cualquier creencia no es conocimiento. Aquel a quien le gustaría regresar al geocentrismo de Ptolomeo o a los elementos de los antiguos alquimistas, no es la fe lo que le faltaría, es la competencia, la inteligencia, la lucidez.

El conocimiento histórico no funciona de manera distinta. ¿Cómo sabemos que la Bastilla fue tomada el 14 de Julio de 1789 sino porque todos los historiadores están d acuerdo en ello? ¿Conocimiento de oídas, conocimiento vago, mitología? ¡De ningún modo, puesto que nuestros

Page 21: P.D. VIVIR

historiadores tienen muy buena s razones (documentos, testimonios, pruebas) para afirmar lo que saben! Esto no quiere decir que en ese suceso ya no haya nada por examinar. Sus causas, su desarrollo exacto (como ocurrió) ¿cuantos prisioneros había? ¿Cuántos soldados?, sus consecuencias, pueden, claro está, ser objeto de nuevas investigaciones, de debates, de críticas. ¿Revisionismo? La revisión, en este sentido, es un buen método: no es más que el conocimiento en marcha. Por ello tenemos razón, cuando se trata de aquellos que ponen en duda la existencia misma del Holocausto, al no hablar de revisionismo como se hizo primero, sino de negacionismo. Ya que querer estudiar de nuevo ese genocidio, preguntarse por sus causas o su desarrollo discutir las cifras (las evaluaciones de los historiadores fluctúan habitualmente entre los cinco y los seis millones de muertos), confrontar las hipótesis o los testimonios, es muestra de un sano método histórico que no conoce dogmas ni tabús. Además, hace falta ponerse de acuerdo sobre el trabajo ya realizado, y no negar pura y simplemente un hecho – el Holocausto – que millones de documentos, de libros, de artículos o de coloquios ya han demostrado ampliamente. En este caso tampoco se trata d una cuestión de fe. Es una cuestión de información y de seriedad.

En resumen, la razón principal que fundamenta nuestra creencia, en estos campos, y que hace de ella incluso u saber, propiamente dicho, es el acuerdo tomado sobre ese asunto por la comunidad de los historiadores. Es una razón suficiente, porque este de acuerdo se obtiene libremente, se sustenta en archivos, procede de la acumulación de las investigaciones y de la confrontación de los testimonios, y no de no sé qué sumisión a no sé qué autoridad. Por ello ha sido una equivocación, me parece a mí, oponer a las absurdidades negacionistas una ley que pretenda prohibirlas. La mayoría d los historiadores creen que aquí se ha cometido un error, que compromete la libertad de su trabajo, luego su fiabilidad. Solo puedo darles mi aprobación. No es al Estado a quien le toca decir la verdad. ¿Vamos a votar para saber si dos y dos cuatro? ¿Si la tierra gira alrededor del sol? ¿Si Luis XVI fue guillotinado? La ley Gayssot no es solamente inútil, es nefasta. En primer lugar porque corre el peligro de transformar a los negacionistas en mártires, como ha advertido Pierre Vidal- Naquet, pero también porque al pretender imponer una verdad histórica (¡como si fuera necesario! ¡Como si fuera posible! ), Deja entender que esa verdad es dudosa, ya que necesita ser protegida y que los historiadores son incapaces de establecerla sin la ayuda del legislador. ¿Qué mejor favor para aquellos que la ponen en duda?

Por otra parte, tendríamos más fuerza contra esos falsarios si tantos intelectuales no hubieran recusado, desde hace decenios, la idea misma de verdad. Todo es falso, todo está permitido, decía Nietzsche, y esto, veinte años atrás, era una certeza. No obstante, si este fuera el caso, ¿cómo podríamos razonar, argumentar, probar? ¿Qué conocimiento sería posible? Y ¿que podríamos oponer al negacionismo?