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LA GUERRA POR JUARZ El sangriento corazón de la tragedia nacional. PRÓLOGO PRÓLOGO______________________________________________________1 Domingo Aranda, la Nacha y el origen del cártel__________________4 El último manso JOSÉ PÉREZ ESPINO_______________________________7 Odas al contrabando JOSÉ PÉREZ ESPINO__________________________10 Guerra sucia SANDRA RODRÍGUEZ NIETO_____________________________14 Juárez, donde colapsó la morgue MARCELA TURATI__________________17 El idioma de las cartulinas MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN____20 Camarones en el desierto IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ______________25 La soberbia ENRIQUE LOMAS URISTA________________________________27 De Sinaloa a Chihuahua, y de regreso ALEJANDRO PÁEZ VARELA_____29 Indicios de resistencia SANDRA RODRÍGUEZ NIETO__________________32 El niño con Abercrombie & Fitch ALEJANDRO PÁEZ VARELA__________35 Sin lugar para los adictos MARCELA TURATI______________________37 El Malochito IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ__________________________40 El pozo ENRIQUE LOMAS URISTA____________________________________42 Mi ciudad, la más violenta del mundo MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN____________________________________________________________48

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LA GUERRA POR JUARZ

El sangriento corazón de la tragedia nacional.

PRÓLOGO

PRÓLOGO_________________________________________________________________1

Domingo Aranda, la Nacha y el origen del cártel______________________________________4

El último manso JOSÉ PÉREZ ESPINO_______________________________________________7

Odas al contrabando JOSÉ PÉREZ ESPINO__________________________________________10

Guerra sucia SANDRA RODRÍGUEZ NIETO___________________________________________14

Juárez, donde colapsó la morgue MARCELA TURATI__________________________________17

El idioma de las cartulinas MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN_______________________20

Camarones en el desierto IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ______________________________25

La soberbia ENRIQUE LOMAS URISTA______________________________________________27

De Sinaloa a Chihuahua, y de regreso ALEJANDRO PÁEZ VARELA_______________________29

Indicios de resistencia SANDRA RODRÍGUEZ NIETO___________________________________32

El niño con Abercrombie & Fitch ALEJANDRO PÁEZ VARELA____________________________35

Sin lugar para los adictos MARCELA TURATI________________________________________37

El Malochito IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ________________________________________40

El pozo ENRIQUE LOMAS URISTA__________________________________________________42

Mi ciudad, la más violenta del mundo MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN_____________48

El mecánico de la droga IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ_______________________________52

La ciudad de las tinieblas IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ______________________________55

El fin de las noches de Juárez MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN____________________57

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Los daños colaterales del Operativo Conjunto Chihuahua en nueve momentos MARCELA TURATI_______________________________________________________________________61

Yo soy el Chapo Guzmán, todo está pagado ALEJANDRO PÁEZ VARELA___________________66

Ciudad Juárez, la firma de un sexenio Cuando el gobierno del presidente Felipe Calderón Hinojosa concluya, habrán muerto por lo menos treinta mil individuos en la guerra de las drogas. Y digo «por lo menos treinta mil», porque una proyección con los datos acumulados de la primera mitad del sexenio (2006-2009), periodo en el que se basa este libro, podría arrojarnos una cifra muchísimo mayor. De manera tendencial, a causa de esta tragedia inédita, los mexicanos nos matamos en mayores cantidades semana tras semana, año tras año. La guerra parece no tener fin, o peor: tiende a complicarse, multiplicarse, extenderse y vol- verse más compleja. Como sucede en México, el sexenio acabará, los ciudadanos nos tragaremos los errores de los políticos en turno y ellos se irán sin ninguna responsabilidad a sus negocios, a sus mansiones. Pero esta vez quedarán los muertos. El sexenio de Calderón estará marcado por la sangre y no por triunfo alguno, porque no hay analis13

ta, sociólogo o especialista que crea que esta guerra será ganada por el Estado; la evidencia tampoco parece sugerirlo. Los muertos seguirán acumulándose incluso después de este presidente. Y resulta que casi un cincuenta por ciento de estos muertos caerá en Chihuahua y, principalmente, en Ciudad Juárez. Nunca hubo una matanza tan grotesca y tan sangrienta en este país. Nunca en el México moderno. Esta enorme cicatriz marcará a la nación en todas sus expresiones. Lo reflejarán en el futuro inmediato la sociedad, el periodismo, las artes y la literatura. Quedará para los libros de texto. Y por primera vez un presidente perderá el derecho a ser recordado por las obras realizadas en su propio terruño. Recordemos que Agualeguas apareció en el mapa por Carlos Salinas de Gortari. Celaya y sus vecindades estuvieron en la escena pública por Martha Sahagún y su esposo, Vicente Fox. Lo mismo pasó con Colima durante el mandato de Miguel de la Madrid. Aunque Ernesto Zedillo creció en Mexicali y en Pueblo Nuevo, nació en el Distrito Federal —como José López Portillo—, que no necesita un empujón porque guarda de por sí la importancia de ser la sede de los poderes federales. Esta vez se recordará al jefe del Ejecutivo por sus «logros» fuera de casa. Felipe Calderón Hinojosa pasará a la historia por Ciudad Juárez, ejemplo extremo del daño provocado por su estrategia fallida. Escribí hace unos meses en El Universal: Imaginemos que la estrategia de la lucha contra ios narcos fue la correcta. Que estamos equivocados ios

que insistimos en que llenar las calles de militares y empuñar las armas no era la respuesta, sino el trabajo de inteligencia contra los jefes de ios cárteles y la investigación que lleve al arresto de la élite que lava los miles de millones de dólares sucios en el sistema financiero. Asumamos que los que pedimos programas sociales para rescatar a consumidores y a

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vendedores menores, así como una cruzada contra las adicciones, estamos en el rumbo equivocado. Digamos que esta guerra fue razonada, y que los que afirmamos que fue un arrebato populista (pensado por políticos adictos a las encuestas) estamos en el error. Así, por supuesto, cada muerto tendrá sentido. Esos agentes federales, esos «de a pie»; la tropa siempre tan sufrida; los civiles, los niños, los inocentes, la señora de la esquina, el señor que siempre fue honrado, ¡os que pasaban por allí, todos, todos habrán muerto porque la patria y el futuro de ésta bien merece grandes sacrificios. Pero, ¿y si la estrategia de la guerra está equivocada? ¿Quién cargará con esos treinta mil muertos, producto de un error? ¿Se acaba el sexenio y todos a sus casas, así como así? Y si a pesar de las advertencias la guerra continúa como va, con vehículos artillados y ametralladoras en cada esquina; con helicópteros y cateos sin órdenes de aprehensión; con crecientes quejas de violaciones a los derechos humanos. Si a pesar de las múltiples peticiones de que se revise la estrategia se le mantiene, aunque nunca se le gane al narco, ¿ quién dará la cara a las treinta mil familias y les dirá: «Esto pudo ser evitado. Disculpe usted.» En este libro participa un grupo de periodistas con reconocimiento público por su valentía y honradez. Reporteros todos ellos —incluido quien escribe— de los garantizar la tranquilidad de esos no pocos mexicanos principales medios nacionales y regionales (El Univer- que gritan: «Basta!» a oídos que, por lo que se adviersal, Reforma, Día Siete, Proceso, El Diario de Juárez), te, dejaron de escuchar. les unen varias particularidades, entre otras ser Juarenses por adopción y chihuahuenses de origen, y el haber ALEJANDRO PÁEZ VARELA cubierto durante años el fenómeno del narcotráfico. Octubre de 2009 Muchos de ellos han vencido el miedo y desafiado la estadística: siguen escribiendo sobre el fenómeno desde esa frontera. Estas veinticuatro historias son quizá el inicio de un documento más amplio que debemos heredar a futuras generaciones. En Ciudad Juárez se ha llevado a cabo una guerra de exterminio. A Ciudad Juárez, con la llegada de fuerzas federales, coincidentemente, arribó un nuevo grupo criminal —como si tuviera respaldo oficial— y una era de oscurantismo. En Ciudad Juárez, por la negligencia del gobierno, se ha arraigado el torbellino de la bestialidad, la antítesis de las ideas del humanismo y el progreso. Y todo ello debe ser contado. Hemos abandonado a Ciudad Juárez y de esta manera quebrantamos un pacto federal. El gobierno usa como cortina de humo la crisis económica mundial para esconder su incapacidad de reacción; se escuda en que el combate a los cárteles es nacional para no verse obligado a rendir cuentas frente al hundimiento de una comunidad de un millón y medio de personas. Sus habitantes sobrevivirán a la desgracia, seguro. Pero tanta sangre y tanto dolor, tanto abandono no se borrarán con facilidad. Por eso creo que la condena por

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la negligencia es que Ciudad Juárez será la firma del presente sexenio. Estamos frente a la mejor muestra de un Estado que será irrefutablemente fallido si no puede 16 17

Domingo Aranda, la Nacha y el origen del cártel

ALEJANDRO PÁEZ VARELA La serie de eventos poco afortunados que condujeron a la muerte de Domingo Aranda un día de 1973, podrían explicar el origen del cártel de Juárez como lo conocemos, y la llegada de los sinaloenses a la cúpula de esta organización criminal, una de las más longevas de México y entre las más poderosas del mundo. Más aún, este conjunto de hechos transfronterizos arroja luz sobre la tragedia que ha envuelto al norte del país en los últimos años y hasta nuestros días. No explica, pero da contexto a la actual guerra por Ciudad Juárez entre el cártel de Sinaloa y el local (cuyo brazo operativo se conoce como la Línea), que se ejecuta en esa frontera pero que se planeó desde, suponemos, varios lugares del llamado Triángulo Dorado, punto de convergencia geográfica entre los estados mexicanos de Chihuahua, Sinaloa y Durango. Domingo Aranda llegó a la segunda mitad del siglo xx como uno de los primeros jefes del narcotráfico en el país. Antes de él, en la vasta región que va del Valle de Juárez hasta la frontera con Coahuila (yal norte, una parte de Texas y Nuevo México), sólo hubo intentos esporádicos de contrabandistas de candela, opio, sotol y alimentos, aunque en Ciudad Juárez ya tuviera un imperio IgnaciaJasso viuda de González, ampliamente conocida como la Nacha. Sus primeras apariciones públicas se fechan en 1922. Sin embargo, fue Domingo quien fundó una de las primeras organizaciones con las características de los cárteles contemporáneos. Dominó la ruta de las drogas desde la producción hasta la venta en el mercado de menudeo; corrompió autoridades de manera sistemática; a su manera, inventó ios «negocios fachada» para el lavado de dinero, y, lo más simbólico, «compró una plaza», como lo harían otros después de él: fue amo y señor de Ojinaga, Chihuahua. De acuerdo con los testimonios, muchos, pagaba a militares, a policías federales y estatales y a gobernantes locales para que le permitieran enviar droga a Estados Unidos. Daba empleos, se conocía públicamente su actividad y él procuraba justificarse en términos sociales con el reparto de ganancias a manera de dádivas y favores. Como lo hacen hasta hoy los capos de la Familia Michoacana o Joaquín el Chapo Guzmán, por decir. Como ha sucedido en otras prácticas mundiales del crimen organizado, desde Itaha hasta Colombia, China o Japón. Los que mataron a Domingo Aranda (en una clásica vendetta llena de engaños y traiciones) no decidieron quemar su cuerpo porque intentaran esconder el crimen. Todo lo contrario. Ojinaga y los pueblos aledaños hasta Ciudad Juárez y El Paso se conmovieron ante

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esta muestra de saña (una marca del negocio del tráfico de drogas que ahora nos es muy común), porque los autores quisieron dejar un testimonio público de odio, crueldad y venganza. Sin pedirlo, los habitantes de esta amplia región en la que cabría una buena parte de España, por ejemplo, fueron testigos de escenas de horror que se repetirán concreces durante gran parte de la segunda mitad del siglo Xx, y con mayor énfasis a partir del siglo XXI. La muerte de Aranda es, si se quiere, tibia y trillada frente al grotesco escenario de sangre que se vive actualmente en el país. A principios de los años sesenta, el traficante mató por asuntos de drogas a su socio en Nuevo México, Francisco Carreón, conocido como Pancho. Los hijos de Carreón nunca perdonaron el crimen, y planearon delicadamente la venganza. Para 1973, el poder de Aranda había menguado a tal grado que su ahijado, Manuel Carrasco la Víbora, le había «comido gran parte del mandado», se había quedado con casi todo el negocio. Los hijos de Pancho contactaron a Carrasco; Carrasco «puso» o entregó a Domingo porque de esa manera se quedaba con las operaciones plenas del trasiego. Con ayuda de agentes judiciales corruptos, organizaron un encuentro «con compradores de droga de Estados Unidos» justo a la orilla del río Bravo, del lado mexicano, junto a Ojinaga. Los mexicoamericanos mataron al capo a balazos y luego lo rociaron de diesel y le prendieron fuego. Se quedaron allí hasta garantizar que el cuerpo estaba destruido. Carrasco asumió el control de la organización que fundó Aranda. Luego, ya con mucho poder y dinero, primero compró a las autoridades y después impuso por la vía electoral (pagó la campaña) al nuevo alcalde para Ojinaga. Y después, cuando la demanda de drogas aumentó en Estados Unidos, para abastecerse más rápido hizo alianzas con traficantes de heroína y mariguana de Sinaloa. A Manuel Carrasco la Víbora lo sucedió, en situaciones similares, otro de los grandes: Pablo Acosta el Pablote, quien a su vez tuvo como empleado a un enviado desde Sinaloa: Amado Carrillo Fuentes, conocido años después como el Señor de los Cielos, uno de los más hábiles jefes absoi’tos del cártel de Juárez y después de la Federación, la más grande organización criminal en la historia de México. Ese peso tiene la historia de Domingo Aranda. Una larga guerra por el mercado E122 de agosto de 1933, El Continental, uno de los primeros diarios bilingües en la historia común México- Estados Unidos, publicó en su portada: «Es un secreto a voces que la señora Ignacia Jasso Vda. de González, alias la Nacha se dedica a la venta de droga en su domicilio ubicado en la calle Degollado núm. 218. En esta ocasión ocho de sus principales vendedores fueron aprehendidos bajo el cargo de narcotraficantes; sin embargo, se espera que salgan libres por la posibilidad que tienen de pagar las altas fianzas.» En realidad, el periódico con base en Ciudad Juárez llegaba tarde a la noticia. Cuando fue llamada a juicio, la Nacha tenía unos quince años al mando de la primera organización de mexicanos dedicada al narcotráfico

en esa frontera; era ya la reina de esa versión burda del Cártel de Juárez que todavía sembraba mariguana en patios y azoteas de las casas.

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Su segundo en la dirección era su propio esposo: Pablo González, el Pablote, un hombre poco precavido, ruidoso, amante de las mujeres, los tragos y los pleitos callejeros; murió a tiros en una cantina durante un duelo con un agente de la policía municipal. En contraparte, Ignacia, madre de cuatro, era una mujer recatada; morena, con un cuello largo y un porte que revelaba a la mujer hermosa que había sido en su juventud; vestía como abuela —faldas debajo de la rodilla, cabello recogido en un molote y zapato cerrado—, y tenía fama de ser la benefactora de las colonias desde donde dirigió su imperio, en el viejo centro de Ciudad Juárez. Nadie se engañaba sobre ella. Ignacia era tan bonachona como brava para defender el negocio. De hecho, el origen de su organización, a principios de los años veinte, marca el inicio de una larga guerra por la plaza que se extiende hasta el siglo XXI. Para dominar el mercado de mariguana, heroína y cocaína, la Nacha ordenó la muerte de sus rivales, que no eran mexicanos sino chinos que habían llegado de San Francisco tras el devastador terremoto del 18 de abril de 1906. Según los registros —reseña Adriana Linares en La leyenda negra, con apuntes de Ignacio Esparza Marín, cronista de la ciudad—, ella dio la orden de ejecutar a once inmigrantes, y eso, y la anterior captura de las principales cabecillas del cártel chino —Rafael L. Molina, Carlos Moy, Manuel Chon, Manuel Sing y Sam Lee—, requerida por un juez, le permitió mantener el control de la venta de drogas hasta entrada la década de 1960.

Dicen que Ignacia sentía cierto desprecio por los estadounidenses, principales clientes de sus «picaderos», que estaban identificados y eran hasta cierto punto tolerados por la policía de El Paso, Texas —ciudad vecina de Juárez—, porque se trataba en su mayoría de excombatientes de las dos grandes guerras o de soldados asentados en el Fuerte Bliss, uno de los más importantes de Estados Unidos. La traficante comentaba que la heroína era sólo para ellos. Terminó vendiéndola a quienes pagaran, gringos o no. La Nacha intentó lo que pocos han logrado con éxito: heredar el poder a su familia. El nieto, Héctor González, el Arabe, hijo de Pabla su hija, fue el más involucrado. Pero, como al abuelo, le gustaba la vida disipada y correr autos: se mató en un accidente automovilístico y con su muerte se rompió la línea familiar de narcotraficantes. A diferencia de la mayoría de los que se dedican al negocio de la droga, la Nacha murió de vieja y en libertad, en los años setenta. Fue, dicen, tan querida hasta sus últimos días en el barrio Bellavista —en donde tenía su residencia—, que la gente la cuidaba y velaba por ella. Si la policía entraba a la colonia, la sacaban de la casa para esconderla. Y allá iba la viejita, en brazos de uno y otro, de vecindad en vecindad, por pasillos y pasadizos, brincando azoteas, para escapar de los azules. Sí pisó la cárcel varias veces, como en una ocasión que reseña, en 1933, El Continental. El juez le dictó auto de formal prisión el 16 de octubre de ese año, pero el primero de diciembre obtuvo su libertad por falta de pruebas. Los que la habían acusado desistieron en declaracio ne

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posteriores, y la Nacha regresó a la sala de su casa, en donde acostumbraba recibir amablemente a funcionarios públicos, policías y periodistas, con efectivo o con despensas de alimentos. Amado Carrillo habrá llegado por Ojinaga, pero lo refinado sólo pudo heredarlo de la tradición que construyó la Nacha. Eso es lo que se cuenta.

El último manso JOSÉ PÉREZ ESPINO

Los antepasados de Cruz Natividad nunca fueron conquistados y tampoco se rindieron. Los indios manso y los apaches fueron ios primeros en tener una ciudadanía transfronteriza, cuando se dibujó una línea para dividir el territorio actual de México y Estados Unidos. Pero nadie les reconoció ese derecho. Son mexicanos olvidados por la historia oficial, que suele omitir que las etnias que habitaron los estados de Texas, Nuevo México y Arizona pertenecieron desde la llegada de los españoles y hasta mediados del siglo xix a la Nueva España y a la República mexicana en su periodo independiente. Con los manso y los apaches, hasta 1650 las tribus vecinas del Paso del Norte, en la región que ahora es territorio mexicano, eran: suma, jano, cholome, julime, chinarra, concho, tarahumara, joya y opata. En la parte de Estados Unidos: jacome, manso, apache, piro, tiwa, tompiro y jumano. Prácticamente todas se han extinguido. 27

Talliné saca un puñal y se abalanza sobre el general porfirista Francisco Castro, quien desenfunda su arma. Al indígena le habían tendido una celada porque los federales le habían ofrecido su apoyo para convertirse en jefe de la tribu, a cambio de la entrega de Jerónimo, su cuñado, con quien disputaba la supremacía de la nación apache tras la muerte de Victorio. Castro capturó a Talliné y desactivó una de las últimas andanadas violentas de los apaches. El indígena murió de viruela, su cabeza fue exhibida y muchos pensaron que era la deJuh, quien, en realidad, se había desbarrancado. El general desmintió el rumor y aprovechó para quedarse con la montera de seda que el jefe apache utilizaba en combate. Victorio, el justiciero, había luchado junto con Mangas Coloradas y Cochise contra los invasores ingleses y españoles, o contra sus descendientes. Defendían la tierra y el ganado que les pertenecía por derecho natural. En las películas western se induce una percepción distinta, pero ios apaches eran amigables y les gustaba la paz. Los criollos y los gringos los traicionaron una y otra vez y ellos no se dejaron. El 14 de octubre de 1880, Victorio y setenta y siete indígenas más —entre niños, mujeres y ancianos—, caen durante la batalla de Tres Castillos, a cien kilómetros al norte de la ciudad de Chihuahua. Entre los muertos había chiricahuas, mezcaleros y navajos. En venganza, el nuevo jefe apache, Juh, quemaría vivo a Juan Mata Ortiz dos años después por su responsabilidad en el asesinato del gran jefe indígena.

Las ollas de barro que Natividad Camargo ofreció al Museo Nacional de Antropología no interesaron a los investigadores de la Ciudad de México. Tampoco distintos objetos de uso doméstico, por los cuales le habían hecho varias ofertas

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económicas. Optó por donar los artículos a la Universidad de Arizona, como una forma de honrar la memoria del presidente John E Kennedy. Era 1966. Unos meses después recibió una carta de agradecimiento del senador Robert Kennedy. «Sólo quiero que sepa lo mucho que nuestra familia aprecia este honroso gesto en recuerdo de él [JFK]», escribió de puño y letra. De esa manera, el legislador, quien sería asesinado dos años después, dejaba un testimonio de la existencia de la última familia de indios manso. Hasta esa época se creía que la etnia había desaparecido por completo. Natividad nació en 1906 y murió casi con el siglo xx, a los noventa y tres años. Heredó a su hijo, Cruz Natividad, algunas de las tradiciones y el lenguaje de la tribu. Su familia es la única descendiente, aún con vida, de la nación manso que habitó inicialmente la región Paso del Norte. Se daba por hecho su extinción, como la de ios suma, que murieron hacia 1770, debido a una epidemia de sarampión. Los que sobrevivieron se unieron a los apaches antes de ser sacrificados. Como su padre a lo largo de la centuria pasada, Cruz Natividad ha observado la caída de algunos de los símbolos de la frontera. Por ejemplo, la destrucción del viejo cuartel militar de Ciudad Juárez, donde el general Juan J. Navarro se rindió ellO de mayo de 1911 y entregó la plaza a las tropas maderistas encabezadas por Francisco Villa y Pascual Orozco dando fin al régimen de Porfirio Díaz y a la primera etapa de la Revolución mexicana. O el corazón de la zona turística del Programa Nacional Fronterizo (Pronaf), creado en la década de 1960 para renovar la identidad de la frontera. O la Misión de San José, construida en 1785, que se derrumbó durante un aguacero en 2008. Por derecho de sangre, Cruz Natividad Camargo es el último de los indios manso de Ciudad Juárez. La mayor parte de su medio siglo de vida residió en la zona de San Lorenzo, donde su familia fue propietaria de una vasta extensión de tierras, exactamente donde ahora se encuentra el templo dedicado al patrono de Juárez. La lluvia destruyó las dos últimas chozas de barro y jarillas que se conservaban en el patio de su antigua casa. Actualmente radica en el pueblo de San Elizario, en Texas, donde convive con la nación Tigua. El periodista Pablo Hernández Batista recuperó su testimonio como una forma de rendirle homenaje al pueblo manso y mantener viva la historia de la etnia. La historia de la nación manso es tan desconocida por la historiografía mexicana como la vida del fundador de Paso del Norte, fray García de San Francisco. La figura de la estatua que lo representa, ubicada a espaldas de la catedral de Ciudad Juárez, no corresponde a la suya. La imagen que dibuja una bella escultura de bronce, de cuatro metros de alto, ubicada en la Plaza de los Pioneros, en El Paso, Texas, tampoco es la del fraile franciscano. ¿Quién es, entonces, fray García de San Francisco? Al igual que la nación manso, no existen o no se han descubierto testimonios acerca de su perso nalida

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o de su imagen, ni detalles sobre su fisonomía. Tampoco se sabe, a ciencia cierta, su edad exacta, dónde nació, dónde murió y en qué sitio fue sepultado. Se asume que tenía cincuenta y seis o cincuenta y siete años cuando fundó la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte y que su principal virtud era la humildad. Nada más. La ciudad tiene tal vacío de identidad, que ni siquiera posee su acta de nacimiento, es decir, el acta original de fundación de la Misión de Guadalupe. El interés de algunos viajeros ha logrado la preservación de algunos rasgos históricos. En 1889, el suizo Adolph Bandelier realizó una copia mecanografiada de una reproducción holográfica que él mismo redactó del acta original de fundación, un año antes, el 4 de abril de 1888, el mismo año en que el gobernador Lauro Carrillo firmó el decreto para convertir a la entonces villa de Paso del Norte en Ciudad Juárez. La primera copia en hallarse fue la holográfica, en los archivos de la Universidad de Harvard y durante algún tiempo se consideró que se trataba del acta original de fundación. Hace unos años, el investigador Oscar Darío Sánchez Reyes encontró la copia mecanoescrita, cuya legibilidad aclaró una serie de dudas sembradas. En primer lugar, comprueba que la fecha de fundación de la Misión de Guadalupe es el 8 de diciembre de 1659 y que el Paso del Norte perteneció la mayor parte de su vida colonial a Nuevo México «de cuya provincia incluso fue capital», no a la Nueva Vizcaya. Los manso vivían cerca del río Bravo. Eran cazadores recolectores y hasta que llegaron los primeros españoles aprendieron a sembrar. Los viajeros españoles les decían Gorretas porque se afeitaban el cabello de tal manera que parecía que portaban ese tipo de prenda. Los hombres andaban desnudos y las mujeres se cubrían de la cintura hacia abajo con cueros de venado, en forma de taparrabo. Comían carne cruda, tragándola sin masticar. Prácticamente se comían una vaca entera, con todo y panza, cortándola con cuchillos de pedernal. También se alimentaban con peces. Los religiosos no tuvieron ningún problema para convertirlos al cristianismo. Vivían en casas construidas de adobe mezclado con ramas de jarales, tenían chimeneas y las puertas eran pequeñas, para obligar a cualquier intruso a agachar- se en su intento por entrar a la vivienda. Actualmente existen vestigios de esas construcciones. Durante siglos, exploradores y científicos sociales extranjeros han sentido una pasión por la historia de la región de Paso del Norte y sus primeros habitantes. Por décadas se habló de la nación manso como la primera que habitó la región. Casi todo el siglo xx se pensó que la tribu se había extinguido por completo. El colonizador de Nuevo México, Juan de Oñate, se refirió a los indígenas en 1598. En 1659, fray García de San Francisco fundó la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe para convertir a los indios al cristianismo. En 1880, el suizo Adolph F. Bandelier documentó la existencia de varios integrantes de la tribu, misma que no logró extinguirse durante las epidemias de viruela en el siglo XVIII.

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En el verano de 1966, Nick Houser, un estudiante de la Universidad de Arizona, dedicó varios fines de semana a buscar algún descendiente de la nación manso. El antropólogo conoció a Natividad Camargo, a quien encontró sentado a la sombra de un álamo, en San Lorenzo. Así conoció una vivienda auténtica de los manso. En 1993, el antropólogo regresó a Ciudad Juárez y volvió a encontrarse con el anciano, acompañado por los investigadores Howard Campbell y John Peterson. Lo encontraron sentado sobre un tronco, junto a unos gallineros y montones de leña. Tenía ochenta y seis años. El relato intitulado “El último de los mansos” se publicó en 1993 en la revista Nova, editada por la Universidad de Texas, en El Paso, En los años recientes, Cruz Natividad y su esposa Amada Camargo Ceballos han colaborado en actividades que buscan preservar su amor a la madre tierra. Tienen dos hijos, Corma y Cruz Alberto. «Para nosotros no existe la división internacional, no existen las fronteras: somos una sola nación indígena», dice el último descendiente de ios manso, la nación pacífica y amistosa que fue la primera en habitar Ciudad Juárez. El 8 de diciembre de 2009 el legendario Paso del Norte habrá cumplido trescientos cincuenta años sin que se haya reconocido la identidad de sus pobladores, mansos y apaches.

Odas al contrabando JOSÉ PÉREZ ESPINO

La mujer se abre paso con un hacha en la diestra. Los hombres en la barra se hacen a un lado. Da pasos lentos, mirando de un lado a otro. Es alta y robusta (mide 1.82 metros y pesa ochenta kilos). Con el arma quiebra todas las botellas que puede, en nombre de la abstinencia. La arrestaron unas treinta veces por hacerlo. Se llama Carne Nation, uno de los iconos del movimiento antialcohol en Estados Unidos, hasta su fallecimiento, en 1911. Odiaba las bebidas alcohólicas. Carne Nation decía que sólo daba seguimiento a órdenes divinas. Se calificaba como «un bulldog corriendo a los pies de Jesús, ladrando a lo que no le gustaba.» Sola o acompañada de otras mujeres, entraba a las cantinas entonando cantos religiosos. No logró ser testigo del triunfo de su movimiento. La ley seca sería decretada una década después. Ahora estaba enterrada en una tumba sin nombre, en Leavenworth, Kansas. Gabriel Jara Franco conoció la historia de la Destrozadora de Bares en la penitenciaria federal ubicada 35

en la misma ciudad donde yacían los restos mortales de la activista. A los reos les gustaba contar anécdotas de la mujer cuyo primer esposo fue un ebrio empedernido. El día que dejó la cárcel del condado de El Paso, su madre y su esposa no fueron a despedirlo. Tampoco las observó en el andén de la estación del ferrocarril. Quería la bendición de ambas. Hasta ese momento pensaba que él y treinta y dos convictos más serían llevados a la prisión de Louisiana, controlada por reos y celadores sureños. Los mexicanos tenían miedo de ser víctimas del odio racial que predominaba entonces. El tren, sin embargo, se dirigió a Leavenworth, en el estado de Kansas. Su destino estaba a mil setecientos cincuenta kilómetros de distancia y treinta y seis horas de viaje. Era el 7 de agosto de 1924. La mayoría de los reos en el tren era contrabandista de licor o de drogas. Jara Franco

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purgaba una condena de treinta y seis meses de prisión por delitos relacionados con la prohibición al alcohol, al igual que otros quince reos. Otros catorce habían sido sentenciados por violar la Ley Harriman al comercializar, emplear o trasladar narcóticos; el resto por delitos diversos. Era el convicto con mayor experiencia del grupo, cuya mayoría purgaba una sentencia menor a un año y no tenía antecedentes criminales. Eran principiantes en el contrabando al menudeo de alcohol y observaban a Jara Franco con respeto. El Acta de Prohibición o la Ley Volstead, vigente de 1920 a 1933, generó una poderosa industria ilícita relacionada con el tráfico de alcohol en la frontera. Ciudad Juárez se convirtió en uno de los principales proveedores de licor a Estados Unidos. Los grupos que con-

trolaban su contrabando eran tan poderosos como lo son ahora las corporaciones criminales que dominan el comercio de narcóticos. Aun durante los años de la recesión económica estadounidense, la ley seca mitigó en buena medida los efectos negativos en la frontera, entonces atractiva por la existencia de negocios relacionados con las apuestas, la prostitución y la trata de personas y, desde luego, la venta y consumo de bebidas embriagantes. La vida nocturna estaba en todo su esplendor, pero también la delincuencia. «Juárez es el lugar más inmoral, degenerado y perverso que he visto u oído contar en mis viajes. Ocurren a diario asesinatos y robos. Continuamente se practican juegos de azar, se consumen y se venden drogas heroicas; se bebe en exceso y hay degeneración sexual.» Las palabras del cónsul general de Estados Unidos en Ciudad Juárez, John W. Dye, citado por el investigador OscarJ. Martínez en Ciudad Juárez: El auge de una ciudad fronteriza a partir de 1848, describen el nacimiento de la leyenda negra que aún persiste sobre el antiguo Paso del Norte. En Ciudad Juárez estaba de moda el whisky. El clima árido y seco del desierto es perfecto para su añejamiento y dos fábricas se instalaron para elaborarlo a inicios del siglo XX. La D.M. Distillery —que produce el famoso Juárez Whiskey Straight American— y la D.W. Distillery. Los viejos cantineros cuentan que sus padres, también cantineros, llegaron a atender al célebre capo Al Capone, Scarface, Caracortada. La gente, entonces, sabía beber con estilo, dicen. Gabriel Jara Franco es autor de una de las canciones más populares de la frontera: El contrabando de El Paso (1). Por más de ocho décadas, el corrido se ha cantado en plazas, cantinas y restaurantes y se ha tocado en conciertos y bailes populares. Distintos grupos la han grabado, como Los Alegres de Terán, y se ha filmado al menos una película con el mismo nombre. Todo ese tiempo nadie supo el nombre del compositor, debido a que la primera grabación —realizada el 15 de abril de 1928 en El Paso, Texas, para la compañía RCA Víctor en un disco de 78 revoluciones por minuto— omitió el nombre de su creador. El misterio, para los interesados, se resolvió en 2005. Un año antes de su fallecimiento, Guillermo E. Hernández, profesor de la Universidad de California, publicó el resultado de una investigación académica para identificar al autor de El contrabando de ElPaso, el cual califica como un clásico del género. Por él sabemos algunos de los datos mínimos del compositor. Jara Franco nació en 1896 en Ciudad Juárez y a los dieciséis años su madre lo llevó a El Paso. Su vida transcurría entre ambas ciudades, como buen transfronterizo. Cuando lo

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arrestaban, decía que era de oficio minero. La primera vez que lo detuvieron por violar la ley seca pasó un mes en la cárcel. Transportaba un galón de licor en El Paso. Medio año después, el 15 de junio de 1924, volvió a ser enjuiciado, pero en esa ocasión por tener en su poder cincuenta y ocho galones de bebidas alcohólicas. En los primeros meses de su estancia en Leavenworth, le envió cincuenta cartas a su madre, Teresa Franco. También mantuvo correspondencia con Leonardo Si- fuentes, integrante del afamado dueto musical Hernández y Sifuentes. A su esposa, Altagracia, no le escribió

ninguna vez. Aparentemente, en la cárcel, se arrepintió de su carrera delictiva. Consideraba una mala suerte sus ingresos a la cárcel. En prisión empezó a idear la letra del corrido que narra su propia historia. Obtuvo su libertad el 23 de octubre de 1925 y de inmediato fue deportado a México. Es todo lo que hasta la fecha se sabe de Gabriel Jara Franco. El contrabando de El Paso es una crónica cuya letra y música toca fibras sensibles de quien lo escucha. «Desgraciadamente —dice el profesor Hernández—Jara nunca recibió el crédito que merecía como compositor de un corrido que se continúa cantando ya entrado un nuevo siglo. Otros lucrarían con su arte pues ni él ni su familia percibieron las regalías correspondientes que, a la fecha, ascenderían a millones de dólares. Lo justo, al menos, es recordar que hace ya más de ochenta años, un 7 de agosto de 1924, Jara hizo aquel viaje de El Paso a Leavenworth.» Jara Franco fue compositor, protagonista y prisionero. Tres décadas después a la narración de Gabriel Jara Franco, en 1955, llegó la primera noticia musicalizada del arresto de un contrabandista de drogas prohibidas. Sin saber leer ni escribir, Paulino Vargas había llegado a residir en una colonia del poniente de Ciudad Juárez. El hombre que le dio asilo y trabajo fue arrestado cuando intentó cruzar la línea fronteriza con una carga de marihuana en la cajuela de un auto. Vargas tenía catorce años y siempre ha poseído una memoria eidética. Entonces compuso el primer narcocorrido de la historia: Contrabando de Juárez (2). Aprendió a tocar el acordeón y años más tarde haría mancuerna con Javier Núñez para dar vida a Los Bron 38

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cos de Reynosa. Paulino Vargas escribiría los corridos norteños más populares de las cuatro décadas recientes: La banda del carro rojo, El corrido de Lamberto Quintero, La fuga del rojo, Clave 7, El Zorro de Ojinaga, Paso del Norte, Carga ladeada, El hijo de su, El su- bey baja y, recientemente, Las mujeres de Juárez, entre otros temas legendarios. El contrabando es parte de la cultura transfronteriza: alcohol, drogas, personas, armas, automotores y todo tipo de mercancías imaginables. Por décadas, los compositores de corridos norteños han dado cuenta de esa realidad. A Gabriel Jara Franco y a Paulino Vargas les une esa identidad común: escribir «la pura verdad.» 1 El contrabando de El Paso AUTOR: GABRIEL JARA FRANCO

(Primera parte) En el día siete de agosto,

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estábamos desesperados que nos sacaran del Paso para Kiansis, mancornados. Nos sacaron de la corte a las ocho de la noche, nos llevaron para el dipo, nos montaron en un coche. Yo dirijo mi mirada por todita la estación,

a mi madre idolatrada pedirle su bendición. Ni mi madre me esperaba, ni siquiera mi mujer; adiós todos mis amigos, ¿cuándo los volveré a ver? Ya viene silbando el tren, ya no tardará en llegar, les dije a mis compañeros que no fueran a llorar. Ya voy a tomar el tren, me encomiendo a un santo fuerte, ya no vuelvo al contrabando porque tengo mala suerte. Ya comienza a andar el tren, a repicar la campana, le pregunto a Mr. Hill que si vamos a Lusiana. Mr. Hill, con su risita, me contesta: —No señor, pasaremos de Lusiana derechito a Leavenworth—. Corre, corre, maquinita, suéltale todo el vapor, anda dejar los convictos hasta el plan de Leavenworth.

Yo les digo a mis amigos que salgan a exprimentar que le entren al contrabando a ver dónde van a dar. (Segunda parte) Les encargo a mis paisanos que brincan el charco y cerco, no se crean de ios amigos, que son cabezas de puerco. Que, por cumplir la palabra, amigos, en realidad cuando uno se halla en la corte se olvidan de la amistad. Yo lo digo, con razón, más de algunos compañeros: en la calle son amigos porque son convenencieros. Pero de eso no hay cuidado, ya lo que pasó voló, algún día se han de encontrar donde me encontraba yo. Es bonito el contrabando, se gana mucho dinero, pero lo que más me puede: las penas de un prisionero.

Víspera de San Lorenzo, como a las once del día: les pisamos los umbrales de la penitenciería. El que hizo estas mañanitas, le han de otorgar el perdón si no están bien corregidas: pues ésa fue su opinión.

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Unos vienen con dos años, otros con un año un día, otros con dieciocho meses, a la penitenciería. Ahí te mando, mamacita, un suspiro y un abrazo, aquí dan fin las mañanas del contrabando del Paso. 2 Contrabando de Juárez AUTOR: PAULINO VARGAS Me aprendieron en El Paso después de cruzar el Bravo me tomaron prisionero cargando mi contrabando. Me preguntaron mi nombre y también mi procedencia

yo les dije soy de Juárez ahí no piden licencia. Me marcaron con el 7 una camisa rayada me pusieron prisionero un domingo en la mañana Bonito Juárez querido yo desde aquí te diviso lástima que aquí en El Paso tenga cierto compromiso Son las once de la noche oigo música en los bares mi querida ya me espera en una calle de Juárez Aunque el muro sea de acero y yo no cargo las llaves el día 7 de Febrero yo me pasearé en sus calles Güeritas de ojos azules no les puedo dar mi mano porque me tiene enjuiciado el gobierno americano Es bonito el río Bravo ya nadie podrá negarlo pero el contrabando pesa cuando se cruza ‘nadando.

Guerra sucia SANDRA RODRÍGUEZ NIETO

Lo primero que escuchó fue un forcejeo en la puerta de herrería del barandal. Luego gritos y una orden. «Abre la puerta, hijo de tu pinche madre!» Berta se levantó asustada de la cama, apagó la televisión y fue a abrir la puerta de la calle. En un segundo estuvo rodeada de elementos del Ejército mexicano. No sabe cuántos, pero recuerda que eran más de veinte. Entraron a su casa armados, uniformados, todos con pasamontañas; recorrieron el pasillo y las recámaras. Afuera interrogaban a Rey, su hijo de dieciocho años, quien había bajado desde su recámara por la escalera de caracol construida en el frente de la casa. Los militares le ordenaron permanecer en la sala y no salir. Revisaron toda la casa, pero a ella sólo le importaba su hijo que estaba afuera. Oye que le preguntan por armas y por droga; piensa que alguien les da información por radio porque cuando Rey les dice que no sabe, los militares le contestan que no se haga pendejo.

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El insulto aumenta su sobresalto. Quiere salir, pero los que están con ella le repiten que debe permanecer quieta. Entre la penumbra, por la ventana alcanza a identificar las camionetas color verde olivo estacionadas; cuenta tres. Luego ve que los militares colocan a Rey contra el cristal de la ventana. El está medio hincado y entre varios lo esposan y le vendan los ojos con cinta adhesiva color canela. De ahí se lo llevan en su propia camioneta, una Grand Cherokee color gris. Rey creció en la colonia Bellavista, como su madre, en el extremo norte de Ciudad Juárez, unos metros al sur del río Bravo. Ahí se divide el centro histórico de ambos lados de la frontera. En la parte mexicana, decenas de edificios deteriorados y viviendas demolidas por un programa de remodelación urbana dan al lugar un aspecto de zona de guerra. Es uno de los principales puntos de distribución de droga. Todavía en los inicios de 2008, por algunas calles era común ver a hombres parados en las esquinas o en el interior de los edificios, como las vecindades, sin hacer nada más que tener las manos entre las bolsas del pantalón y observar hacia diferentes lados. El lugar era entonces controlado por la pandilla de los Aztecas. Como varios jóvenes de la zona, Rey se dedicó desde adolescente al tráfico de emigrantes. Es una actividad tan común que su madre Berta, de cincuenta y un años, dice no saber por qué se le considera ilícita. Desde 2008, sin embargo, Rey decidió cambiar de actividad y abrió un establecimiento de venta de autopartes. Su novia estaba embarazada y él empezó a presentir que

estaba en peligro. Las calles de la colonia Bellavista empezaron a ser el núcleo del patrullaje militar del incipiente Operativo Conjunto Chihuahua. Los soldados «peinaron» la zona, reportaban hallazgos de bodegas con droga y detenían a decenas de personas. Los homicidios, como en el resto de la ciudad, eran terroríficos. En enero de 2008 había aparecido un hombre calcinado en unas tapias de la colonia, y en marzo alguien aventó en otra casa abandonada un cuerpo maniatado con las manos hacia atrás y vendado con cinta canela. Rey no puede ver. No sabe a dónde lo llevan. En su relato a la Comisión Estatal de Derechos Humanos dice que, al bajar de su camioneta, escucha el ruido de helicópteros y a militares dando órdenes. Lo llevaron a un lugar donde escuchó otras voces. Asume que son otros detenidos y calcula que puede haber al menos otros diez o veinte. Escucha entonces golpes, gemidos, voces pidiendo información muy específica: «No te hagas pendejo, dime dónde está la bodega que surte a los de la calle Azucenas.» «Dónde está la bodega del Chivo?» Luego alguien se acerca a él. Al primer golpe responde que lo único que sabe es quién vende la droga en la colonia, que incluso puede llevarlos. El que lo interroga quiere más que eso, «no te hagas pendejo!, eso ya lo sabemos; necesito que me digas dónde está la bodega.» Quiere domicilios; le pregunta dónde «guarda el clavo.» Rey no sabe. Pasó emigrantes a través del río Bravo desde adolescente, pero nunca traficó con droga. El militar tiene información. Le recuerda que estuvo preso, que trabaja pasando ilegales. Asume que Rey sabe quiénes son «los buenos del barrio.» El detenido sólo insiste en que no es así. Escucha entonces la orden de que «lo preparen». Lo

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desnudan. Lo siguiente es una sensación de toque eléctrico; luego un golpe en el estómago. Alguien más le pega por la espalda cuando se dobla y lo obliga a enderezarse. Luego más golpes y más preguntas sobre los «clavos» y las bodegas; en un momento siente que sangra por el ano. Siempre vendado, Rey alcanza a sentir luz en un lado de la cara. Piensa que debe ser una ventana y que está entrando el sol; piensa que tal vez está amaneciendo. Oye pasos y luego alguien le echa encima una cobija y lo envuelve en ella; le echan agua y después siente toques eléctricos. Vuelven ios golpes en el estómago, en la espalda, vuelven las preguntas. Luego lo levantan y lo conducen a otro lado. Camina; sigue vendado; sigue desnudo. Entra en algún lugar y escucha de nuevo voces de militares haciendo preguntas. Alguien le coloca una bolsa de plástico en la cabeza. La sujeta alrededor de su cuello. Siente que se asfixia; vuelven las preguntas. Rey recuerda que tuvo que defecar. Lo hizo en el mismo lugar donde dormía y pasaba las horas detenido. Recuerda también que ios militares le dijeron que le gustaba vivir entre la mierda. Así, le dijo Rey a los de Derechos Humanos, duró unos cinco o seis días. En uno de esos días le dieron ropa. Siempre vendado, se vistió, lo esposaron, lo subieron a un vehículo y sintió que avanzaron durante algunos minutos por un camino de terracería. Alguien le dijo que lo iban a matar en ese momento. Lo bajaron de la cabina, lo hincaron contra la tierra y le recordaron que era la última opor tunida

que tenía para que dijera quién era «el bueno» en la Bellavista. Dice que rezó por su vida. Se encomendó a Dios y ahí, hincado en algún lugar del desierto sur poniente de Ciudad Juárez, a unos kilómetros de la guarnición militar de la plaza, esperó el disparo. El ruido del motor, sin embargo, empezó a alejarse. En unos segundos se dio cuenta de que estaba solo. No sabe cuántos minutos después se quitó la cinta. Rey llegó a casa en un taxi. Su madre recuerda haberlo visto con golpes y marcas en la cara y en los brazos. Rey no quiso hablar ni decirle dónde ni cómo había estado. En los días en ios que había estado desparecido, como otras madres y familiares de detenidos por el ejército, ella había ido a la guarnición militar a manifestarse con cartulinas exigiendo información del paradero de su hijo. Al igual que al resto de los que acudían, nunca recibió información alguna y de ahí, también como decenas de personas que por entonces buscaban a sus familiares, deambulaba a la Procuraduría General de la República. La angustia de no saber dónde está un hijo detenido, dice Berta, es indescriptible. Saturada por las noticias de los cientos de homicidios que ya ocurrían en Juárez, cada noche y cada mañana pedía que su hijo estuviera vivo. Por eso no le hizo preguntas, dice, al verlo regresar con vida esa mañana del 21 de mayo. Rey cambió. Regresó a su trabajo en el expendio de autopartes y a su vida con su novia y su hijo recién nacido, pero estaba callado, tenso. Berta recuerda haber escuchado en la colonia rumores de que matarían a los que habían sido detenidos por el ejército. Recuerda también que la noche del 4 de agosto de 2008, la última que lo

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vio con vida, ella tenía la puerta de la casa abierta para que circulara el aire. Rey, dice, se acercó y desde afuera la cerró de un golpe. Bruscamente le preguntó que si quería que volvieran por él los soldados. A la mañana siguiente salió al Centro de Readaptación Social para visitar a otros dos hijos, y vio que Rey lavaba sus tenis en el balcón de la planta alta. Al regresar del penal, Berta encontró en casa la noticia de que Rey no contestaba llamadas. No regresó en todo el día. Su hermana mayor fue a buscarlo a la Pro- curaduría General de la República, donde un empleado del Ministerio Público Federal le dijo que en el Servicio Médico Forense había un cuerpo con las características descritas: tez clara, cabello negro casi a rape, ojos grandes, 1.65 metros de estatura, pantalón de mezclilla azul cielo y camisa amarilla. Berta guarda la información de la muerte de su hijo en el cajón de una cómoda. Dentro de una carpeta de plástico transparente azul, un acta de defunción describe el resultado de la necropsia: «laceración de ambos pulmones que provoca schock hipovolémico producido por heridas punzocortantes en tórax.» Tiene también una fotografía en la que Rey aparece como un joven fuerte de sonrisa seductora, que toca con cariño el abultado vientre de una adolescente morena de grandes ojos verdes. De la carpeta sale, casi al final, la página de un periódico policiaco que reportó el homicidio, a la que Berta le voltea la cara. Esa sí no soporta verla, dice. Una foto del cuerpo de su hijo acapara la plana; tiene sangre en el pecho y en el rostro. El cadáver yace sobre el polvo de una calle de la colonia Francisco 1. Madero. El

texto narra que, a las 3.30 de la tarde, los vecinos vieron cuando el cadáver fue arrojado desde una camioneta en movimiento. Tenía varias heridas punzocortantes en el pecho y la cabeza estaba destrozada por un tiro de gracia.

Juárez, donde colapsó la morgue MARCELA TURATI

En esta época en que la costumbre es morir rafagueado, Perches, la empresa funeraria más famosa de Juárez, bien podría acuñar un lema publicitario: «Traiga el cadáver de su ser querido y una fotografía, nosotros se lo reconstruimos. » Cumplir el reto de dejar a los muertos como vivos es toda una proeza, aunque Rogelio Guerrero, el gerente nocturno de la funeraria, asegura que sí lo han hecho: «Hace una semana vino un señor a agradecernos porque aunque el cuerpo de su familiar, un joven de treinta y dos años, venía totalmente destrozado, le pudimos reconstruir el rostro y se lo tuvimos dos horas antes de lo prometido.» Lo dijo en mayo de 2008, cuando Juárez aún no se convertía oficialmente en la maquiladora nacional de muertos. A partir de esa fecha, sin embargo, Guerrero ya notaba el desquiciamiento de las costumbres mortuorias. Sus principales clientes ya no eran ancianos o ancianas muertos por vejez, sino jóvenes, en su mayoría varones, perforados por decenas de balazos, ochenta en promedio. Las funerarias ahora están llenas de padres que entierran a sus hijos. «Si el cadáver se encuentra muy lastimado o desfigurado y no hay forma de

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reconstruirlo, recomendamos que el ataúd esté cerrado para que no lo vean y conserven una buena impresión del difunto», explicó el gerente en la oficina iluminada con luz ambarina que comparte con una veintena de ataúdes en exhibición. Féretros confeccionados con caoba o mármol, forrados de tela rosa o hechos de metal truqueado imitación madera, y para todo presupuesto: desde veinte mil pesos, hasta veinticinco mil dólares para quien prefiere un ataúd chapeado en oro. Los diseños que más solicitan a Guerrero son los ataúdes de madera clara con figuras religiosas labradas en la tapa como escudos protectores, en las que Karol Wojtyla y la Virgen de Guadalupe ganan en popularidad. Y aunque en gustos hay variedad, entre ios deudos parece haber consenso en dos detalles: desprecian las cajas sin vidrio protector para el rostro del ser querido al momento del último vistazo, y nadie quiere que el indio Juan Diego sea quien acompañe al bienamado por toda la eternidad. En Juárez la industria de la muerte floreció en 2008 al mismo ritmo que se levantaron edificios funerarios de varios pisos, tan amplios como hospitales. El negocio se hizo evidente con el transcurso del año; si para el Día de Reyes moría asesinada una persona cada veinticuatro horas, según las bitácoras judiciales, para Navi da

eran ocho y para la Candelaria de 2009 eran doce los caídos diariamente. Uno de cada cuatro narcoasesinatos del país sucedieron en el estado de Chihuahua; casi todos en Juárez. Muchos, por supuesto, olieron el negocio. En las escenas del crimen pronto aparecieron vendedores de sodas y frituras para alimentar a los infaltables mirones —algunos niños tienen grabados «ejecutados» en sus celulares— o vendedores de camisetas con el lema «Visite Juárez» y un cadáver estampado. El registro fúnebre juarense cerró 2008 con 1,607 homicidios —entre ellos el del reportero que llevaba la cuenta de los muertos— y señaló a la ciudad como la más violenta del continente. Ese amontonadero de cuerpos en una ciudad de un millón trescientos mil habitantes equivaldría, según demógrafos locales, a que en el Distrito Federal hubieran baleado a treinta y cinco mil personas. Tanta estúpida masacre hizo indispensables a personajes como el embalsamador Juan López, que bien podría asegurarse un papel en películas tipo Kill Bili, donde el espectador tiene que cubrirse para que la sangre no lo salpique. López trabaja en otra sucursal de Perches, no muy lejos de la oficina de Guerrero, escondido de la vista de los dolientes, en una sala a la que se entra por atrás de la recepción pasando por un laberíntico pasillo mal iluminado y un patio donde entran carrozas fúnebres. Es el embellecedor de cadáveres más rápido de la funeraria y de todo Juárez, según presumió sin modestia, y la noche que lo conocí me dijo que tenía tanto trabajo que no había podido tomar descansos.

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Su molestia no es la gran cantidad, porque recibe paga por cuerpo, sino las nuevas complicaciones del oficio. Si antes tardaba una hora en reparar un difunto cualquiera, cada rafagueado le puede tomar el doble de tiempo, y a manos inexpertas llevarles medio día. Si antes arreglaba dos ejecutados por semana, ahora recibía hasta seis por día y algunos, como una mujer policía que reparó, atravesados hasta por ciento veinte balas. La violencia agregó complejidad a su trabajo. Ya no se trata sólo de vaciar meticulosamente las venas antes de que la sangre descomponga el cuerpo, ni de coser cada herida con sus manos de cirujano plástico de muertos, ni de inyectar formol por la carótida para luego bañar, peinar, maquillar y vestir al difunto. Durante las velaciones, él y su equipo tienen que colarse a las capillas a mitad del velorio para revisar, de manera discreta, que el cuerpo no escurra el líquido inyectado, por las destrozadas venas. En ocasiones recibe muertos tan estropeados que sin una foto no podría imaginar cómo tenía la nariz o si acostumbraba llevar bigote. Pero, como buen profesional, sabe que la ropa se encarga de cubrir las heridas imposibles y que en los casos perdidos debe enfocarse en reconstruir rostros. Se esmera mucho en su trabajo porque sabe que la última impresión que la gente se lleva del difunto depende de su habilidad para reconstruirlo. Eso sí, como en todo oficio hay límites; él se declara incompetente para arreglar a decapitados o calcinados. «La familia me habla y me pregunta: “oiga, ¿se va a poder ver mi familiar?”, y un noventa por ciento de veces se puede pero la reconstrucción necesita mucho

tiempo», dijo esa noche de inusual ocio, no por falta de material de trabajo sino porque la morgue estaba sobresaturada y sus clientes detenidos en el embotellamiento. No sería la última vez que tomaría un respiro así. Durante 2008 cuatro veces la morgue colapsó y los cadáveres tuvieron que esperar turno para autopsia. La matanza de rafagueados que abarrotaron las funerarias aumentó a pesar de que ese año el gobierno federal envió dos mil quinientos soldados y policías federales para llevar a cabo el Operativo Conjunto Chihuahua contra el crimen organizado, y que para 2009 lanzó la versión reloaded, con siete mil quinientos militares más, porque las muertes no cesaban (y siguen sin parar). Ese año, la ciudad engendró toda suerte de relatos aterradores, todos ellos verídicos. Está, por ejemplo, la historia del hombre de la calle Champotón que, cansado de encontrar por las mañanas un tiradero de muertos afuera de su negocio colocó un macabro letrero: «Prohibido arrojar cadáveres o basura.» En noviembre, uno de los cadáveres tirados en el terreno fue el de su hija, el hombre no lo vio porque ya había sido asesinado. Otro ejemplo es aquel de la mujer del Valle de Juárez que miró pasar un perro con una extraña pelota entre los dientes y descubrió que la maraña redonda, pegajosa, color carne, era la cabeza de un hombre; o la de los bachilleres que descubrieron,

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colgado de una reja cerca de la escuela, un cadáver con máscara de cerdo; o la de los puentes en los que amanecen hombres sin cabeza; o la de la niña sacrificada cuando un hombre en fuga la utilizó como escudo antibalas.

Cuando conocí a López, el embalsamador ya estaba inquieto por la facilidad con la que en esta ciudad se aprietan los gatillos. Decía molesto que los sicarios ya se estaban «excediendo» en las ejecuciones. Ningún juarense salió intacto del reguero de sangre. Para diciembre de 2008, miles de familias se habían mudado de ciudad; cientos de negocios trabajaban a cortina cerrada y luz apagada; los jóvenes habían abandonado la vida nocturna; los parques quedaron en desuso; las escuelas adelantaron vacaciones; los maestros tomaron cursos para evitar extorsiones; los reporteros estrenaron chalecos antibalas y todo el que pudo hizo su vida a reja cerrada. «Queda uno traumado de ver tantos muertos. Cuando trabajo pienso en mis hijos en que estas personas no se vayan a confundir», dijo López preocupado aquella noche en la que, al final de la entrevista, me pidió que tachara su nombre verdadero y que simulara que se llamaba Juan López. Le parecía que había hablado de más y que había que cuidarse de los vivos y no de los muertos. En la calle pasó una camioneta con un narcocorrido a todo volumen. Cuando confesó su preocupación por la muerte que rondaba cercana, más cerca de la calle que de la funeraria, se quedó pensativo, moviendo inquieto sus hábiles manos de ilusionista que reconstruye personas en Juárez, una ciudad que bien necesita una reconstruida profunda, no sólo de rostro. Las capillas velatorias estaban en penumbras. Los muertos no habían llegado, seguían atorados. 58

El idioma de las cartulinas MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN

«Ciudad Juárez.- Una cartulina con los nombres de cuatro elementos de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal asesinados recientemente y de 17 agentes más, fue colocada ayer por la mañana en el Monumento al Policía Caído, ubicado en el eje vial Juan Gabriel y avenida Sanders. El narcomensaje fue dejado en el lugar por varios hombres encapuchados que viajaban en una camioneta de color oscuro.» Así inició una historia que no ha llegado a su fin. Esta es la nota informativa que marcaba el comienzo de la barbarie en Ciudad Juárez. Fue publicada el 26 de enero de 2008 en el Diario de Juárez y fue escrita por Armando Rodríguez el Choco, quizá el periodista más informado sobre los vericuetos del bajo mundo. Esa era su labor profesional, pero la impunidad del gobierno de Chihuahua lo mató. El 27 de enero de 2007 en una cartulina blanca una leyenda escrita con marcador negro, letra legible y sin faltas de ortografía decía: «Para los que siguen sin creer», y en seguida diecisiete nombres de agentes de policía de la municipal estaban enlistados e identificados con su apellido, su grado y el distrito donde se desempeñaban. Desde entonces Ciudad Juárez ha sido el campo de batalla de los narcotraficantes, que con sus comandos armados de asesinos a sueldo se pelean esta plaza tan

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codiciada. El cártel de Sinaloa, encabezado por el capo fugitivo Joaquín el Chapo Guzmán, es uno de los contendientes en la cruenta disputa por el control de la ciudad. Los otros son los que pertenecen al cártel de Juárez, los que históricamente tenían el control antes de que esa cartulina apareciera irónicamente a los pies del Monumento al Policía Caído, en cumplimiento de su deber. Estas dos organizaciones cuentan con grupos de choque al frente de esta guerra: el cártel de Sinaloa usa a los Quitapuercos y el cártel de Juárez a la Línea o ios Linieros. Ambos grupos mantienen una guerra sin tregua, encendida a través de operaciones armadas y de los narcomensaj es. A Ciudad Juárez, que siempre ha quedado rezagada de las políticas del gobierno federal (no así en su recaudación de impuestos), nunca la han tomado en serio a pesar de que históricamente es una zona de cambios relacionada con todo México. Un informe de la Secretaría de Seguridad Pública (ssP) exponía que, desde el primero de junio de 2007 hasta el 27 de octubre de 2008, se habían reportado un total de doscientos sesenta y un narcomantas en veintidós estados del país y en el Distrito Federal.

El documento titulado Mantas con mensaje de la delincuencia organizada, ni siquiera tomaba en cuenta que desde el 27 de enero de 2007 fue en Juárez donde se presentó el primer aviso. Igual nos pasó con la lucha armada de 1910, nadie volteó a vernos. El informe mal documentado de la SSP indica que «las primeras mantas con narcomensajes que aparecieron fueron en la Ciudad de México el 1 de junio de 2007, y es hasta el 13 y el 16 de abril de 2008 cuando vuelven a presentarse en Nuevo Laredo, Reynosa y Tampico, Tamaulipas. » Mientras en Ciudad Juárez teníamos esta novedad desde los últimos días de enero de 2007. Las cartulinas, las narcomantas, los narcovideos, la Internet y hasta los narcocorridos, son una fórmula de comunicación alternativa que utiliza el crimen organizado en esta guerra. El fenómeno de los narcomensajes tiene tres fases que constituyen materia de análisis para cualquier estudioso de las Ciencias de la Comunicación. Primero, se utilizan los narcomensajes para intimidar a la policía, para advertir de ataques y denunciar complicidades. Segundo, los narcomensajes son una forma de amenaza entre cárteles rivales para exhibir su poder de intimidación. De acuerdo a la revista Proceso: «Las bandas no sólo han utilizado estos mensajes para pelear las plazas sino para advertir de eventos futuros, para exhibir su poderío y solazarse en los hechos de corrupción que justifican sus crímenes.» Y tercero, los narcomensajes no son tomados en serio por los encargados de la seguridad nacional a pesar de que es el único canal público en donde se ventilan y se muestran las actividades ilícitas del crimen organizado.

Los observadores de este fenómeno consideran que esta guerra de narcomensajes se fortalece mediante la estrategia más antigua de todas: el miedo y la delación. Y para los fines que el crimen persigue son todo un éxito. Habla la gente sobre los narcomensajes Son la voz más macabra del odio entre mafias, pero también reflejan el estado de ánimo de las mismas hacia un Estado enfermo y corrompido hasta la médula. Evidentemente lo hacen para obtener cobertura mediática —narcomarketing— diría yo, pues al leer una narcomanta

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los lectores tratamos de hacer conexiones y conclusiones para temas de café. Quién no sabe ya de los Marranos, de los Montaperros, de la Línea, de los Artistas asesinos, de los Aztecas, de los Mexicles, del Chapo, en fin, todo un cartel de lucha libre.

MARIO CASTAÑÓN Diseñador gráfico. Vive y trabaja en Ciudad Juárez. Las mantas y las cartulinas son una forma muy efectiva que encontraron los integrantes de los grupos de la delincuencia organizada para hacer llegar sus mensajes a los grupos contrarios. Después se dieron cuenta del poder mediático que cobraron ese tipo de mensajes, y no obstante que continuaron utilizándolos con el objetivo original, los empezaron a utilizar para que sus amenazas y acciones causaran mayor impacto entre la sociedad en general, al ser reproducidos íntegramente por los medios de comunicación. Era como insertar un

desplegado en los mejores espacios de los medios impresos e Internet o un spot en ios mejores tiempos de televisión y radio sin siquiera molestarse en los costos que algo así representa. El método tuvo un apogeo muy fuerte pero pronto decayó al ser ios medios de comunicación blancos de fuertes críticas por prestarse a la difusión de los mensajes y contenidos de las que fueron bautizadas como narcomantas o narcocartulinas. Se les señaló por dejar que el narco manejara su agenda. Sin embargo, cuando la información del día es floja y aparece uno de esos mensajes, todavía hay medios que caen en la tentación de darles los espacios para no perder audiencia o lectores, por la curiosidad que esos mensajes despiertan entre el público. La frustración de quienes elaboran esos mensajes, al ver que ya no son tan difundidos como al principio, los ha llevado incluso a amenazar a las redacciones si una narcomanta no es reproducida. PEDRO TORRES Subdirector editorial del Diario de Ciudad Juárez. Yo pienso que esas mantas son una guarrada creada por gente cobarde, nefasta, desalmada y hueca. Hueca, porque no tiene neuronas, o si tiene será una y la comparte con su familia y además no tienen alma. Cobardes, porque como viejas chismosas de la primaria se amenazan con recaditos. Nefastas, porque el contenido de las mismas no dice nada, ni dice a quién. Las dedicatorias son ambiguas.

Desalmadas, porque pareciera que las escriben con los fusiles que manejan. Pero por supuesto que no dejan de intimidar a la ciudadanía y no se diga a la autoridad. A estas alturas parece que vivimos en un gobierno anárquico. Los malditos guachos (militares) están pintaditos de verde muy camuflajeados pero no sirven para nada, creo que eso ya nos quedó muy, pero muy claro a todos.

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ANA BERTHA GARCÍA Hasta enero de 2009 era una persona económicamente activa que estaba en los registros de Hacienda porque era propietaria de una tienda pequeña de barrio que ella misma atendía y surtía, ubicada en la zona de Infonavit Aeropuerto. Cerró su negocio porque sufrió tres robos en 2008 y a principios de 2009 le avisaron que tenía que «pagar cuota. » Simplemente ce rró y se fue a trabajar los sábados limpiando casas a El Paso, Texas. Lenguaje. Si las viéramos en detalle, se podría hacer un análisis del discurso, pero están vedadas. Las quitan de inmediato, como si hubiera que guardar una moral pública. Las cartulinas están llenas, es como si quisieran decir muchas cosas en una sola ventana. ¿ Qué otro canal de comunicación tienen con la gente? La intención. ¿Qué pretenden?, amenazar, amedrentar, tirar línea, dominar, establecer un poder sin duda. La muerte es la medida de las medidas, la última amenaza donde toda institución social se queda corta, donde cualquier poder se debilita. La violencia que hay para acabar con la vida de quien sea deja sin opción de nada a la gente. No hay diálogo posible, ni recurso al-

guno. Es un poder absoluto. Claro que estas bestias no lo piensan, pero han de sentir un gran poder sobre los demás. Sólo hay que revisar las vidas jodidas que han tenido, a duras penas escriben. ¿A quiénes van dirigidos? Pensamos que es sólo a los narcos. Son públicos, abiertos, dirigidos a las autoridades ¿por qué? Aunque sabemos que entre estas autoridades está permeada la corrupción y que todos los involucrados o casi todos, están coludidos. A la gente común que puede denunciarlos la tienen en la raya, con miedo. Es una ciudad secuestrada.

GRACIELA MANJARREZ Es investigadora en el área de ciencias sociales de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Todos somos destinatarios

Un narcomensaje escrito en una lona y dirigido al presidente de la República mexicana, Felipe Calderón, en el que se advertía que las familias de los delincuentes deben ser intocables, apareció en tierras chihuahuenses, demostrándonos que todos somos destinatarios. El mensaje decía: Sr. Presidente: Felipe Calderón Hinojosa Estamos conscientes de nuestros actos, pero estamos en desacuerdo de que involucren a nuestros padres, hermanos y familiares, es una regla mundial que ha existido en todos los tiempos y la Familia es Intocable. Nosotros le preguntamos a Genaro García Luna, Cárdenas Palomino, Armando Espinoza y los

que participan en abusos y arbitrariedades que hacen en contra de la mayoría de los mexicanos y sus familias no son culpables de sus actos y si deben pagar esto, esperemos abran los ojos de la clase de gente que tienen al frente de sus cargos públicos y nosotros no cometemos injusticias y jamás rompemos nuestros códigos. Las familias son sagradas y se repetan [sic]. Afirma el arzobispo de Acapulco, Felipe Aguirre Franco, que la violencia organizada es creativa y posiblemente la aparición de las narcomantas sea una diversión macabra y de

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muy mal gusto de algunos narcopayasos. En conferencia de prensa, señaló que no deben de extrañar las sorpresas que dan de un día para otro en diferentes formas. Sin embargo no dejan de ser llamadas de atención para todos. «No podemos considerar únicamente las mantas como un chantaje, que hay que diluii que hay que despreciar. . . »

Indicó que las autoridades deben de saber filtrar lo que a través de las narcomantas quieren decir. «Hay que saber leer el mensaje subliminal, así como también sabemos que hay gente para todo que se burla de nuestra situación y le gusta divertirse en esa forma necrófaga y que quieren de esa manera divertirse, así como hacen de cien llamadas que se hacen a los teléfonos de seguridad hasta 70 y 80 por ciento son algunos para divertirse [...] La sapiencia de los encargados de seguridad de nuestras procuradurías municipales y estatales y de la República federal deberán saber el mensaje subliminal que está en esas manifestaciones sin descartar lo que puede ser una diversión necrófaga.»

La guerra de narcomantas, desatada durante 2009, fue catalogada por regidores de Reynosa y por el Centro de Estudios Fronterizos y de Promoción de los Derechos Humanos (Cefprodhac), como lamentable, pero benéfica, ya que están ventilando la corrupción y el nulo actuar de la justicia federal. Colgadas en las más transitadas avenidas, el crimen organizado se ha ocupado de ventilar el presunto contubernio que hay entre el gobierno federal y los altos mandos de la milicia mexicana con integrantes del crimen organizado. Muchos han levantado la voz para deslindarse del ataque. «Son tan constantes los hechos que ya lo vemos muy normal y bien, pero yo insisto, no tenemos que caer en este absurdo, nos damos cuenta de que cada día se pierde más control y de que el gobierno ya no sabe qué hacer», dijo Amelia Acosta Morales, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos en Reynosa, Tamaulipas, el 29 de octubre de 2008.

Para la presidenta del Cefprodhac, Rebeca Rodríguez, la situación es lamentable, ya que son los propios delincuentes quienes están ventilando a la opinión pública la corrupción que impera en las corporaciones de justicia federal. Reveló que también están dejando en evidencia la falta de una buena estrategia de las autoridades federales y militares contra la delincuencia organizada, ya que los eventos lamentables que hemos tenido hablan por sí solos. «Lamentablemente, las mantas las seguiremos viendo todos los ciudadanos, ya que a pesar de que los autores de este tipo de anuncios pertenecen a grupos delictivos, son ciudadanos y tienen derecho a manifestar sus ideas, tienen derecho a la libertad de expresión», puntualizó. El crimen organizado en Ciudad Juárez apuntó sus armas contra el alcalde José Reyes Ferríz, al aparecer media docena de mantas y cartulinas amenazando al edil para que renuncie o en caso contrario atentarán contra él o su familia. Las cartulinas y mantas son similares a las que aparecieron el pasado miércoles en distintos puntos de esta frontera, en las que se advertía que de no renunciar el jefe de la policía municipal, Roberto Orduña, asesinarían a un policía cada cuarenta y ocho horas, amenaza que fue cumplida y que obligó al retiro forzado del funcionario municipal. Este domingo desde la madrugada, nuevamente aparecieron mantas y cartulinas, pero ahora dirigidas al alcalde de Ciudad Juárez, José Reyes Ferríz, en las que se le advierte que si sigue apoyando a un cártel de la droga, atentarían contra él y su familia, la cual ubicaron en El Paso, Texas. La lucha contra el crimen organizado en Chihuahua tomó un giro dramático y sorprendente, al

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aparecer este viernes en la entidad, justo en la tierra donde nació el gobernador del estado José Reyes Baeza y su familia, una manta donde se amenaza de muerte tanto al mandatario estatal como a su esposa, hijos y padres.

Luis CARLOS CANO Corresponsal de El UniversaL

Los grupos de narcotraficantes, además de amagar a la sociedad, de hacer negocio, de intimidar y aniquilarse entre ellos mismos, quieren tener una política de comunicación, mediante las mantas y cartulinas. Ciudad Juárez, Chi., 25 de febrero de 2008 (APR0).- Dos mantas fueron colocadas horas antes del inicio de la reunión del gabinete federal de seguridad; en ellas se exige la inmediata destitución de la procuradora general de Justicia del estado, Patricia González Rodríguez. Los mensajes aparecieron en la intersección de las calles Independencia y Canal y en la glorieta de Pancho Villa. Fueron firmados por «ciudadanos y comerciantes», en un tono similar a las cartulinas colocadas la semana pasada para exigir la renuncia del secretario de Seguridad Pública municipal, Roberto Orduña. Apenas el viernes pasado Orduña renunció a su cargo, tras cumplirse la amenaza del narcotráfico de ejecutar a un policía cada cuarenta y ocho horas en caso de que permaneciera como secretario de Seguridad Pública. En las mantas colocadas esta vez se responsabiliza a la procuradora de la ola de matanzas en Chihuahua. Las cartulinas fueron colocadas antes del arribo de los funcionarios federales que encabezan la reunión extraordinaria de seguridad. Están presentes: Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación; el procurador de la República, Eduardo Medina Mora; el secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna; el titular de la Defensa Nacional, Guillermo Galván Galván y el gobernador del Estado, José Reyes Baeza.

Camarones en el desierto IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ

Le decían el Camarón porque toda su vida vendió cocteles, primero a bordo de su triciclo y luego en un puesto fijo, blanco y diminuto, el mismo que se disponía a abrir la noche que lo mataron. El oficio lo heredó de su padre y lo compartió con dos de sus hermanos. En sus primeros años de camaronero se convirtió en un tipo conocido, sobre todo en cantinas y burdeles a los que llegaba para animar a los amanecidos con sus copas de mariscos, a mil kilómetros de la costa más cercana. Carlos López Martínez tenía un cuerpo alto y encorvado que lo hacía caminar de lado, o al menos era la apariencia que daba porque siempre traía el hombro izquierdo ligeramente caído. Solía mirar fijo con sus ojos oscuros y quietos. Sonreía siempre, pero quienes lo conocieron sabían que ello era el reflejo de esa confianza que suelen tener los que se piensan supremos y no el gesto imbécil de la amabilidad. Nunca perdió una batalla callejera. En realidad era un peleador furioso que buscaba someter al que lo desafiara. Pero ser un fajador de barrio es muy distinto a convertirse en profesional de la violencia. El Camarón lo hizo, brincó ese puente

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entre un mundo y otro, pensando que la imposición de voluntades era lo mismo que pelearse a puños hasta desmayar al oponente. Conoció al Pedrín desde niño. Le llevaba seis años y como treinta centímetros de cuerpo. Pedrín era lo más parecido a un boxeador de barrio bravo: chaparro, macizo, prieto, de pelos duros y gruesos. Igual de violento que el Camarón. Otro amante de las bravuconerías. Los últimos años se les vio juntos, pero a nadie le extrañó la relación. En un barrio en el que casi todos se conocen desde la infancia, lo suyo era simple convivencia entre vecinos. Pedrín llevaba tiempo en negocios turbios. En el barrio se sabía que trabajaba con municipales corruptos, ajustándole cuentas a deudores y chivatos. Fue él quien invitó a Carlos como integrante de su célula tras años de conocerle su fama demoledora y sus ventas diminutas y constantes de coca, en combinación con sus cocteles de mariscos. En sus travesías de triciclo, el Camarón había hecho relaciones clave. Satélite fue una de esas colonias en las que los grandes distribuidores de droga basaron sus centros de operaciones y nutrieron también la creciente demanda de nuevos consumidores. Alguno de ellos se ofreció para surtirlo apenas abrió su puesto al lado de la secundaria local. Se convirtió en un camaronero que completaba sus ingresos con bolsitas de coca y mariguana. Lo que pocos imaginaron es que en esa alianza con Pedrín se manifestaría su parte más oscura. Descubrirlo fue una sorpresa incluso para su familia. Cuentan

que su padre lo desterró, así que únicamente le quedaban relaciones maltrechas con dos de sus hermanos. Hasta que uno de ellos lo vio operar. Siguió vendiendo camarones, pulpo y ostión con la misma receta a base de salsa de tomate, jugo de limón y salsa picante. Fue el mismo tipo sonriente y popular entre su clientela, aun cuando se marchó del barrio para instalarse lejos. Combinaba el oficio con la misma perfección que sus cocteles. A ratos era un simple vendedor de mariscos y a ratos secuestrador y asesino. En la primavera de 2008 uno de sus hermanos menores llegó a una tienda de autoservicio para comprar refrescos. Se dirigía a su casa después de trabajar. Al salir del establecimiento observó al conductor de un vehículo estacionarse a un lado suyo y de pronto escuchó rechinar las llantas de una camioneta que frenó violentamente detrás. Descendieron cuatro sujetos armados con fusiles y escuadras y los rostros cubiertos. Reconoció a Carlos de inmediato. Era el comandante de la operación. Al tipo se lo llevaron en medio de golpes e insultos. Más tarde buscó al hermano en su casa y le reclamó. «No sabes lo que dices, no te metas», le dijo el Camarón. Prefirió no decírselo a sus padres. Eso lo contó hasta el día que mataron a Carlos. El tiempo de los pleitos callejeros sin mayor consecuencia había pasado. La ciudad era otra, carcomida en más de un sentido, brutal. Los secuestradores como el Camarón y Pedrín dejaron sus circuitos tradicionales, saliéndose del margen permitido. Se convirtieron en grave problema, no sólo para autoridades y ciudadanos, también para los grupos delictivos. Les estropeaban el negocio. En dos años el secuestro se incrementó trescientas veces, es lo que dicen las cifras oficiales de la procuraduría estatal. Ese aumento no conviene a nadie. Por eso en enero comenzaron los primeros mensajes, los tétricos y descarnados anuncios de quienes alimentan la empresa del narcotráfico, sean

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militares, policías o criminales. Un tipo amaneció mutilado de brazos y piernas dentro de un tambo de doscientos litros. Le colocaron una cartulina. Lo habían asesinado por extorsionar a nombre de la Línea, la organización que pretende regular toda actividad criminal en la región. La muerte se le anunció más de una vez a Carlos. En marzo destrozaron con ráfagas de fusil a su amigo y jefe. El Pedrín fue degollado a balazos, unos días después de haberse refugiado en la casa del Camarón, en Poesía Indígena. El grupo armado lo esperó pacientemente sobre la calle, a la hora de la comida. Debieron ser muy obvios, porque los testigos aseguran que Fedrín los descubrió apenas dobló por la esquina a bordo de su troca de doble cabina. Iba acompañado de su mujer. No tuvo tiempo de escapar, pero alcanzó a gritarle a su esposa para que se tirara al piso y pudo disparar un par de ocasiones su escuadra antes de que le reventaran la cabeza. «Vente conmigo al chuco», le pidió el menor de sus hermanos, el mismo que lo vio secuestrar al sujeto de la tienda. «A mí no me pasa nada, ya estuvo con esos batos», le dijo Carlos. Pero la semana, la última de su vida, se reservó la elocuencia mayor de quienes intentan limpiar de criminales furtivos la ciudad: media centena de individuos fueron asesinados a domicilio. «El comportamiento criminal atípico», dijo el secretario de seguridad pública estatal, Víctor Válencia de los Santos,

era consecuencia de los decomisos de droga efectuados en días pasados. El mismo discurso ramplón que se difunde por cada gobierno regional: los narcos están desesperados y se matan entre sí, como ratas histéricas. El Camarón fue asesinado la noche del sábado 3 de mayo. En la víspera doce personas como él fueron victimadas con pistolas 9 mm y .3 80. Entre todos sumaban quinientos cuarenta y nueve en ciento veintitrés días. Pero Carlos estaba confiado, o así lo pareció. Salió de su casa para abrir el puesto de camarones. Quería dejarlo listo para el día siguiente. No pudo abrir el candado. El atentado que le quitó la vida ocurrió a las 22.54 horas, dice el parte oficial. Le pegaron once tiros por la espalda. Y no se añadió más información, «para no estropear las investigaciones.» Tenía cuarenta y cinco años, y una vida que no precisa de investigaciones judiciales para encontrar la verdad.

La soberbia ENRIQUE LOMAS URISTA

Desde hace años el Rulys observa desde su celda el mundo que perdió por un desplante de soberbia. Hace veinte años era lo que en el hampa se conoce como «un grande», porque tenía los atributos y las conexiones para contar con la simpatía y complicidad de las autoridades mexicanas y estadounidenses. La década de 1980 pintaba muy bien para Raúl Quiñones, el Rulys, porque era un joven triunfador y con un talento como pocos para mover la droga por los tres puentes internacionales que entonces había en Ciudad Juárez. «Yo tenía diez años, pero recuerdo bien esa primavera de 1988 cuando mi padre me dijo

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que el procurador había ordenado su detención en el taller mecánico de la colonia Melchor Ocampo en el que guardaba la mercancía», confió una fuente anónima. En ese tiempo no había monopolio en el negocio de las drogas y todo era cuestión de tener el carisma y los recursos para comprar voluntades, para conectar a la 77

perfección al procurador de entonces con las autoridades de migración. Pero un mal día el Rulys perdió la cordura y maltrató al hijo del procurador que llegaba a su mansión a cobrar la plaza. Con un «vete a chingar a tu madre, ya le pagué a tu papá» regresó el hijo del procurador y desde ese momento aparecieron todas las calamidades en la vida del grande de la mafia. Tras el cateo al taller de la colonia Ocampo llegó el «levantón» y de la golpiza que le propinaron tuvieron que internarlo de emergencia en la clínica Cristo Rey de donde se fugó a los dos días. La suerte del Rulys ya estaba echada y tiempo después lo aprehendieron y lo encarcelaron, porque la soberbia y el crimen terminan con cualquier leyenda. «Era el año de 1989 cuando después de pasar un cargamento de algunas toneladas de mota por los tres puentes internacionales, fue que pasaron los seis trailers como si nada al vecino país», dijo la fuente. El Rulys se preparaba para ir a Arizona a cobrar una entrega que le debía uno de sus clientes gringos. «Se fue elRulys hasta Arizona, ya que el gabacho que le debía dinero se estaba haciendo pendejo y eso era algo que debía solucionar personalmente», agregó la fuente, «al llegar a dicha ciudad va Raúl y su pandilla, le cobran al tipo, pero éste le sale con que no tenía dinero.» Como hombre de armas tomar y usar, el Rulys «levantó» a su cliente para ejercer presión y que pagara. «El caso es que al Rulys y a su pandilla les cayó la bronca por lo del gabacho y los arrestaron, y les pusieron una fianza de un millón de dólares que pagó como si nada», indicó el informante. Tras pagar la fianza y estando en El Paso, Texas, la

firma de abogados que llevó su caso contrató a un pistolero de nombre el Chito Burciaga para que lo eliminara y así quedarse con la fortuna del Rulys. Pero los sicarios estudian a sus víctimas y procuran negociar cuando las víctimas pueden valer más vivas que muertas. «El Chito lo estudia y se hace amigo del Rulys y le platica todo, que la firma lo había contratado para matarlo, para sacarle el mayor dinero posible y no hacer nada con lo de su caso», apuntó el referido anónimo. Chito se hizo amigo de Raúl y le regaló la pistola con la que planeaba ejecutarlo. Sin embargo, a Chito lo presionan los abogados para que cumpla su encomienda y pronto se impone el negocio sobre la amistad. «Se pone muy dura la presión de los abogados para que el Chito mate a Raúl y en una plática Raúl y Chito empiezan a discutir fuertemente y Raúl da la espalda al matón para salir de su domicilio y es cuando Chito saca su pistola y le dispara a Raúl en las piernas», narró. Raúl al caer saca su pistola y mata de un tiro en la cabeza al Chito. Como puede, Raúl sale del departamento que el Chito tenía en El Paso, Texas, y huye a Ciudad Juárez a curarse en una clínica particular. «Después de eso, Raúl se recupera y empieza hacer de las suyas en Juárez, pero para entonces ya tenía orden de

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aprehensión en los dos países y por un tiempo fue de los cinco más buscados», señaló. El Rulys se tomaba muy en serio su papel de traficante de drogas y con unas copas encima solía decir: «Todo lo que trabajo por el gobierno americano y qué ironías de la vida, primero trabajas y les das a ganar dinero y después te quieren chingar.»

«Recuerdo que era el año de 1991; corría el mes de agosto cuando mi padre y yo mirábamos las noticias de las nueve de la noche, cuando de repente dan un corte informativo y vemos que agarran al Rulys y a su pandilla en una fiesta en la colonia Burócrata de Ciudad Juárez. Fue ahí donde lo agarraron y estuvo preso hasta junio de 1995, que salió con una preliberación», detalló el informante. Como siempre, el Rulys salió de prisión con sed de recuperar el tiempo perdido, pero los años pasan y todo evoluciona, hasta el mundo del hampa. «Recuerdo que llegaba a las tienditas de puchadores —vendedores de droga— a cobrarles dinero y a quitarles coca y decía que era de la gente de Amado. Tengo muy presente que dos personas que no se conocían y que no tenían nada en común, platicaban que Amado Carrillo reclamaba con estas mismas palabras: “Bueno, bueno, pues este pinche Raulito quién es, por qué está bajando gente a mi nombre, a ver qué hacen con él”.» Pero su hermano Rogelio, conocido como el Kilos, contuvo a los sicarios del cártel de Juárez y para su buena suerte, en septiembre de 1995, regresó al Cereso municipal para purgar otra larga condena, ahora de once años.

No es que Miguel Ángel Beltrán Lugo, el Ceja Güera, fuera pieza menor. Pero cuando llegó al penal de La Palma, Estado de México, el 23 de junio de 1992, iba ya muy mermado, cansado y sin dinero, dicen, después de años de andar a salto de mata, de rodar sin domicilio fijo. Lo trasladaron del penal de Puente Grande, Jalisco, con varias sentencias a cuestas que sumaban dieciocho años, apenas por cumplir, por dieciséis procesos penales: desde secuestro, asociación delictuosa, asalto con violencia, robo de autos y evasión, hasta homicidio y acopio de armas de uso exclusivo del ejército. Su fuerte, en el pasado, habían sido los bancos, el secuestro y los asaltos. El narcotráfico era una actividad colateral para él, y no su principal fuente de ingresos, a pesar de haber nacido en San Pablo Mochobampo, cerca de Sinaloa de Leyva, tierra de jefes. Por eso a muchos extrañó que doce años después, cuando lo mataron, ya fuera un patrón encumbrado. El respeto, la posición y el dinero se los ganó, por con-

De Sinaloa a Chihuahua, y de regreso ALEJANDRO PÁEZ VARELA

siguiente, desde las celdas. Y de qué manera: a su funeral fueron, según los reportes de prensa, varios líderes y candidatos del Partido Acción Nacional sinaloense, como Saúl Rubio Ayala, Wilfredo Véliz y Heriberto Félix Guerra. «Mi amistad es una amistad sincera,

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solidaria; y máxime que esta gente coincide con nuestro proyecto», dijo Rubio Ayala cuando ios medios cuestionaron su presencia. «Vamos a ver cuáles son, el porqué de este tipo de nexos. Para la investigación siempre es importante indagar qué está ocurriendo en ese entorno, y cuando ciertos personajes de repente se aparecen, debemos definir los motivos de su presencia», dijo, cantinfleando, el entonces procurador general de la República, Rafael Macedo de la Concha, días después de que la televisión difundiera las imágenes de los panistas en el sepelio del Ceja Güera. «Queremos entender que es dar un pésame, queremos entenderlo así», agregó. Nadie sabe en qué quedó su famosa investigación. El 17 de mayo de 2005, sin embargo, la «coincidencia de proyecto» alcanzó a Rubio Ayala, para entonces diputado local por el PAN: un grupo de sicarios que viajaba en dos camionetas lo emboscó en la carretera, camino a Guasave. Le dispararon con rifles de asalto AR-15 y AK-47, y con pistolas 45 y de 9 milímetros. El y su chofer, Omar Ruelas García, murieron en el acto. Su camioneta Explorer tenía cerca de noventa impactos de bala. Quedaron irreconocibles. Por el tiempo de su última detención, a Beltrán Lugo ya se le cantaba en las cantinas. Se narraban sus hazañas como asaltante y secuestrador. Había varias versiones

del corrido, ninguna de Los Tucanes de Tijuana o de Los Tigres del Norte, pero era ya parte de una leyenda. El estado de Sinaloa! orgulloso debe estar/porque tiene mucha gente! que síse anima a jalar.! Entre todos sale uno! que es Miguel Angel Beltrán.! Lo apodan el Ceja Güera,! que en una trampa cayó.! Lo encerraron en Guasave!y de ahí se les fugó! con siete hombres a su mando! que él mismo los escogió. Sí, el Ceja Güera se había fugado por lo menos dos veces de las prisiones de Sinaloa. Su arresto de 1992, sin embargo, sería el definitivo, porque de la cárcel ya no saldría sino muerto: la noche del 6 de octubre de 2004 lo pescaron descuidado, adormilado, en el área de comedores del Módulo 4 de La Palma. Lucio don Juan Govea, de cuarenta años entonces y sentenciado a cuarenta y dos más por asaltos a bancos, se le atravesó con una calibre 22 en la derecha. Le metió cinco balazos: dos en el cuerpo y tres en el cráneo. No hubo forma de salvarle la vida. Nadie le tendió la mano. Los otros reos (entre ellos Mario Aburto, el asesino material del excandidato presidencial Luis Donaldo Colosio) salieron corriendo. Lucio, dicen, era una garantía. Pocos meses después, el 31 de diciembre, «se haría cargo» de Arturo Guzmán Loera, el Pollo. El asesinato del Ceja Güera y el del Pollo marcan el inicio de una guerra que se extiende hasta hoy. Sinaloa contra Tamaulipas. Los Zetas contra los dela Federación. Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, se fugó en un carrito de ropa sucia el 19 de enero de 2001, al inicio de uno de los periodos más prósperos del cártel de Sinaloa: el sexenio de Vicente Fox Quesada. Es historia conocida. Y salió para fortalecerse; para retomar viejas amistades y tejer nuevas alianzas, y así dar origen a la Nueva Federación, que hoy busca restablecer un imperio que sólo Amado Carrillo, el Señor de los Cielos, pudo administrar. Durante su estancia en prisiones afianzó la amistad con el Ceja Güera, su paisano, Beltrán como muchos Beltranes de la región: como Sandra Avila Beltrán, la llamada Reina del Pacífico, detenida mientras se arreglaba las uñas en un local del Distrito

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Federal, el 30 de septiembre de 2007. Con la fuga de su patrón, Miguel Angel Beltrán quedó desprotegido. Eso lo sabía Osiel Cárdenas Guillén, el líder del cártel del Golfo, el fundador de Los Zetas, el mayor enemigo del Chapo Guzmán, el Mataamigos, detenido el 14 de marzo de 2003, apenas diecinueve meses antes del asesinato del Ceja Güera. Osiel, dicen, lo mandó matar. Puso dos millones de pesos y una pistola 22 en manos de Daniel Arizmendi López, el Mochaorejas. Le dio la orden. Pero antes, el capo tuvo que engancharlo, jalarlo al carril. El secuestrador, mutilador y asesino tenía ya meses sin ver mujer... hasta que recibió un «regalito» en horas de visita, de parte de Osiel. Jesús Blancornelas lo detalló así, en un texto de 2005: «Escultural, de piel bronceada. Pelo largo y delgado hacían su figura más sensual E...] Cero plática. Nada más iba a lo que iba.» Arizmendi, ahora en manos de Osiel, se quedó con un millón y entregó otro a Lucio Don Juan Govea, dicen las varias fuentes de este texto. Traspasó la orden con éxito, según se afirma. El Ceja Güera no pudo defenderse. No tuvo tiem p

o manera de hacerlo. Lo quebraron en un descuido. Su cuerpo viajó a Guasave por avión y luego por carretera a San Pablo Mochobampo. Lo velaron en casa de su hermano Pedro. A finales de los años ochenta, perseguido por judiciales y elementos del ejército, el Ceja Güera y cerca de veinte pistoleros se refugiaron en el Triángulo Dorado, en las sierras que se forman entre Chihuahua, Sinaloa y Durango. Andaban de rancho en rancho, huyendo, cometiendo crímenes menores para malvivir. Hacían tiempo para que se calmaran las aguas. Su persecución se convirtió en prioridad pública después de un ruidoso asalto bancario en Culiacán, Sinaloa. En la sierra de Chihuahua, a caballo, muy maltratados, dicen, por tantos meses de fuga, como forajidos del Viejo Oeste decidieron asaltar un tren de pasajeros. Lo lograron. Fue a principios de los años noventa y se hizo un gran escándalo en la región. Animados, intentaron un segundo asalto armado. Pero esta vez el tren iba repleto de soldados. —Cuál pinche asalto, hijo de la chingada! ¡Aquí se te acabó el corrido! —le gritó un oficial, según la crónica regional. Así llegó a Puente Grande, y de allí a La Palma. Así se encontró, años después, entre la crema y nata del narcotráfico en México. Así lo alcanzó, también, la muerte. Al corrido, que antes terminaba con su arresto, se le agregó de inmediato una última —ahora sí— estrofa, y de esta manera se canta hasta hoy:

Señores, ya me despido, ustedes perdonarán, aquí se acaba el corrido

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de Miguel Angel Beltrán...

Indicios de resistencia SANDRA RODRÍGUEZ NIETO

En el valle de la colonia Le Barón, un desierto al pie de la Sierra Madre cultivado con miles de árboles de nuez y arbustos de alfalfa, crece una huerta con tres mil quinientos avellanos todavía muy pequeños. No rebasan los cincuenta centimetros de alto, pero dentro de cuatro años, cuando empiecen a dar frutos, alcanzarán más de cinco metros y sus miles de ramas chocarán entre sí formando hileras de sombras, como ocurre en los cientos de plantíos de nogales aledaños. Los avellanos fueron traídos al desierto del noroeste de Chihuahua desde Chile por Ferrero Rocher, la marca italiana de chocolates que hace tres años se interesó en el clima de Galeana para financiar una plantacion con la cual sustituir las compras que ahora hacen en Turquia, Italia, Francia y Sudamerica Silos árboles tienen las setecientas horas de frío que requieren, y crecen, la transnacional italiana financiaría el cultivo de cinco millones de plantas en diez mil

hectáreas, generaría cientos de empleos en esa región del estado y miles de chocolates Ferrero Rocher, frascos de Nutella y otros productos de la firma llevarían por el mundo avellanas cultivadas en Le Barón, Chihuahua. En el proyecto participaba Benjamín Le Barón, un agricultor de treinta y dos años y de ascendencia méxico-estadounidense caracterizado por su liderazgo. Había fundado Nogaleana, la sociedad rural de productores de Le Barón que plantó en sus tierras los avellanos. El aspecto de vergel en medio del desierto y las decenas de residencias estilo americano, con amplios jardines y techos de tejas rojas, eran muestra de la prosperidad de la zona. Era febrero de 2009 y en Chihuahua se recrudecía la disputa entre las bandas de los cárteles de la droga. Sobre Benjamín Le Barón, sobre su familia y sobre toda la comunidad, se cernían apenas los días de mayor terror de toda su historia. «Para los que no creen» Ocurrió poco después de las tres de la mañana. Benjamín Le Barón dormía en su casa con su esposa Miriam y sus cinco niños. Primero escucharon motores, pasos de varias personas, luego gritos de voces masculinas y, más cerca, golpes secos contra los vidrios de las ventanas y contra la puerta. Las crónicas abundaron en lo sucedido esa madrugada del 7 de julio de 2009. La familia de Benjamín Le Barón, de treinta y dos años, se encontró de pronto rodeada de un grupo de veinte hombres que, encapucha do

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y con ametralladoras, a gritos les exigían entregar el dinero y las armas mientras robaban los teléfonos. De ahí se llevaron a Benjamín y a Luis Widmar, su cuñado. Los agresores los subieron en una de las cuatro camionetas en las que llegaron. Arrancaron a toda velocidad y, metros adelante, sobre el camino de terracería que conduce de la casa a la autopista estatal, los bajaron y les dispararon varias veces en la cabeza. El crimen estrujó a esa pequeña comunidad fundada por emigrantes estadounidenses y a todo el país. Benjamín se había dado a conocer a nivel nacional por encabezar una protesta contra el secuestro de Erick, su hermano menor, en la cual toda la población de Le Barón advirtió que no pagarían rescate para no contribuir con la delincuencia, así asesinaran a todo el pueblo. Como la manifestación logró la intervención gubernamental y en una semana el patrullaje hizo que los plagiarios dejaran libre a la víctima, Benjamín se convirtió en símbolo de una incipiente resistencia ciudadana ante la peor ola de delincuencia que ha azotado al estado de Chihuahua. Los homicidas, sin embargo, se encargaron de dejar claro que esa actitud lo había hecho víctima, y sobre su cadáver y sobre el de su cuñado colocaron una cartulina con una advertencia: «Para los líderes de Le Barón que no creyeron y que no creen, esto pasó por los veinticinco muchachos que capturaron en Nicolás Bravo: atentamente el General.» Los veinticinco detenidos en Nicolás Bravo —aledaño a Galeana— era un grupo de hombres armados al que la PGR vinculó con el cártel de Sinaloa y que fueron detenidos en el municipio de Madera luego de que el ejército inició la búsqueda de Erick. La frase «para los que no creen», además, era la más típica en los mensajes que aparecían en la vía pública o sobre los cuerpos de las víctimas de ejecuciones en Ciudad Juárez. La Procuraduría General de Justicia atribuyó en esos días el homicidio al grupo de narcotraficantes y sicarios llamado la Línea, pero éstos, como si de opinión pública se tratara, respondieron advirtiendo a la procuradora que «evitara problemas» y que dejara de culparlos, porque los autores del crimen, escribieron, eran del cártel de Sinaloa, comandado por Joaquín el Chapo Guzmán. El mensaje de la Línea fue colocado en la malla del río Bravo, a unos metros del centro histórico de El Paso, frente al edificio de la presidencia municipal de Ciudad Juárez. Luego colocaron otro sobre un puente y agregaron que la procuradora misma, junto con el alcalde de Namiquipa, había reclutado a los veinticinco hombres de Nicolás Bravo. Nueve horas después de que apareció ese mensaje, el edil advertido fue asesinado en su municipio. Hechos y recados no dejaron entonces lugar a dudas de que los habitantes de Le Barón estaban bajo el acecho de los narcotraficantes que se disputaban Ciudad Juárez, ubicada a doscientos kilómetros al norte. Los dos cárteles habían dejado en un año y medio un reguero de casi dos mil cadáveres que no habían podido contener ni más de siete mil militares. Quedar en medio de sus acusaciones era, por tanto, estar en medio de la peor de las disputas, la que han hecho de Chihuahua el estado más sangriento de toda la República.

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Benji Después de la muerte de Benjamín, para Ferrero Rocher el proyecto de plantación de avellanos sigue dependiendo básicamente del clima. Para Julián Le Barón, hermano de la víctima, lo más probable es que no concluya. Sólo Benji, dice, era capaz de organizar a los agricultores para producir un cultivo de tal tamaño. Julián habla con el dolor de haber perdido no sólo a un hermano, sino también a su mejor amigo. Benjamín, a quien todos se refieren como Benji, era de los que leían su poesía y lo alentaban a continuar escribiendo. Era, dice, la encarnación del valor comunitario. Era empresario, pero también se ocupaba de cuidar el edificio de la iglesia y trabajaba en la fundación de un centro comunitario para la cultura de la paz en el municipio. Todas las decisiones de su vida estaban basadas en el bien de la mayoría. Por eso fue al primero —de sus cincuenta y dos hijos— a quien llamó Joel Le Barón, para preguntarle qué hacer ante el secuestro de Erick. Por eso era Benji quien cavaba el pozo para enterrar a un primo la mañana de mayo que recibió la llamada de su padre. Por eso ahí mismo, en el cementerio y ante la noticia del plagio, respondió distinto a como se hace en esos casos y, en lugar de callarse, se lo comunicó a todo el pueblo reunido para un funeral. Les preguntó qué hacían, porque les afectaba a todos, y aceptó la propuesta de no pagar rescate para no alentar a los delincuentes a que fueran por el resto de los niños. Arriesgó la vida de su hermano, pero respetó a tal grado la voluntad de sus conciudadanos que se convirtió en líder

natural y vocero de la osada postura de no fomentar el crimen pagando recompensas. Sabiendo que la comunidad había quedado vulnerable, fue Benji también quien propuso reacondicionar una vieja casa propiedad de la familia para alojar la oficina de la Agencia Estatal de Investigaciones (AEI) que abrió el gobierno luego del plagio. Mientras, mantenía también reuniones con otros agricultores para intercambiar datos sobre el crimen organizado. En uno de esos encuentros en Casas Grandes había estado la noche previa a su homicidio. En la agencia estatal, a su vez, los investigaban a ellos. Los agentes crearon un mapa de la comunidad en la que marcaron con rojo ios domicilios de quienes la Procuraduría General de Justicia del Estado consideraba personas conflictivas. Con ese tipo de información apareció en Ciudad Juárez, pocos días después del homicidio de Benjamín, una manta vinculando a la familia con diversos delitos. En la base capturada en la AEI están también los datos de los setenta y siete aspirantes a formar parte de la Policía Comunitaria, una corporación prevista para vigilar con armas del gobierno del estado y al margen de la policía municipal. El nombre de Benjamín está en la lista. Entrar en la corporación significaba dedicarse a ser policía y dejar por un tiempo su vida de empresario. Su inclusión en la base indica que estaba dispuesto a formar el primer grupo de autodefensa que surge en el contexto de la guerra federal contra el narcotráfico. La columna con su información, sin embargo, destaca por ser la única marcada con una franja color gris en la base de datos. Significa su baja definitiva.

Cuesta trabajo aceptar que el hombre presentado por las autoridades ese jueves 2 de abril de 2009 fuera Vicente Carrillo Leyva. Con esos lentes estilizados y la ropa para hacer ejercicio marca Abercrombie & Fitch, cualquiera que se lo topara en la calle pensaría que el chico es

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abogado de una firma de cigarros, cirujano plástico de señoras de sociedad o vendedor de Hummers. Nada que ver con la imagen que proyectaba su padre, Amado; o Pablo Acosta, Rafael Caro Quintero, Joaquín Guzmán Loera, los hermanos Arellano Félix o Vicente, su tío. Con dificultad se le podría asociar a un corrido, a la estridente tambora, a una AK-47. Es más, así como apareció, con ese aire casual, nadie pensaría que este individuo ha tomado alguna vez un arma o se ha visto rodeado de sicarios. Y puede que sea cierto. Con más mundo que ninguno de los capos antes mencionados, incluso con más estudios, Vicente Carrillo proyecta la imagen de lo que realmente es. Según las

El niño con Abercrombie & Fitch ALEJANDRO PÁEZ VARELA

autoridades: ci ejecutivo de un consorcio global tan versátil que a pesar de la prohibición, o por la prohibición, ha logrado colocar sus productos en casi todo el planeta. Competencia tiene, pero como el mercado es amplio, su organización se ha expandido y fortalecido gracias a que evolucionó, en muy pocos años, de ser un negocio de rancheros a uno que bien podría estar en el mercado bursátil con su propio nombre. Cuarenta y cinco mil millones de dólares anuales es suficiente utilidad neta como para que las siglas del emporio queden respaldadas. No por nada muchos dicen que bursatilizar el cártel de Juárez, permitirle que cotice en la Bolsa Mexicana de Valores, sería un éxito. Las acciones se colocarían en cuestión de minutos. Antes del arresto de Carrillo Leyva, nos habíamos sorprendido con la aparición pública de Vicente Zambada Niebla, el jueves 19 de marzo de 2009. Por su barba bien recortada, con el blazer oscuro sobre una camisa de rayas y los pantalones de mezclilla con zapatos causales, el Vicen tillo daba la imagen de ser algo así como un vendedor de tiempo compartido en Cancún, un próspero restaurantero o un cantante de baladas románticas, enmieladas, al estilo Luis Miguel. En la conferencia no fue amable, ni se veía resignado. Por eso, porque no fue difícil que los fotógrafos le arrancaran cierta arrogancia; o por su mirada de perdonavidas y su andar golpeado, sí fue posible relacionarlo con una ametralladora. Aunque si se le endulza un poco el gesto, si se le suaviza la quijada, el hijo de Ismael el Mayo Zambada bien podría ser, como con el otro Vicente, un empresario cualquiera, no uno que es perseguido por la justicia internacional.

¿Los cárteles están cambiando de rostro? Sí. Pablo Acosta, el Zorro de Ojinaga o el Pablote, era un ranchero que hablaba golpeado y vestía con sombreros Resistol, pantalones Lee y hebillas llamativas; su imperio se formó a finales de los años setenta. Antes, en los años cuarenta y cincuenta, Ignacia Jasso, la Nacha, vestía con faldones más al estilo Sara García que como Lola la Trailera. A ninguno de los dos les pareció importante cambiar de vestimenta. La Nacha vivía prácticamente en las azoteas del centro de Ciudad Juárez. El Pablote estuvo gran parte de su vida en las sierras de Porvenir a Ojinaga, Chihuahua, en donde ni siquiera hay pavimento; ni aun del lado estadounidense. Los cárteles, principalmente los derivados de Sinaloa (el de Juárez, el del Pacífico o

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La Federación), nos han sorprendido con esta nueva presentación que ya no huele a Los Tucanes de Tijuana ni a Los Tigres del Norte. Nadie, sin embargo, debe pensar que estos personajes (que nos parecen una novedad, con apariencia de corredores de bolsa) no existen en las organizaciones criminales. Lo que sucede es que nunca son detectados por las autoridades. Son los financieros, los administradores, los lavadores, los que no caen con retenes de soldados y policías en la calle, sino con trabajo de inteligencia. Hoy sorprende ver a los Vicentes tan arregladitos porque las autoridades mismas estigmatizaron el perfil del narcotraficante, y al hacerlo, de alguna manera perdonaron socialmente a los otros, a los que se dedican al blanqueo de las ganancias provenientes de la venta de estupefacientes, y que también son narcos. Cuentan que Amado fue muy claro con su hijo Vicente. Si lo mandó a Chile y a otros países sudamericanos; si lo separó de las sierras, es porque no quería que se dedicara al trasiego de drogas. El chamaco, parece, no pudo sustraerse. Entonces, de manera natural, pasó a la parte del negocio menos sucia, a la que sólo mancha las manos de los cajeros que cuentan dólares. Aun así —falta que se le juzgue y se le condene con evidencias—, a lo que se dedica o dedicaba se llama narcotráfico. Los ciudadanos seguíamos pensando que los narcos andaban a caballo; no los imaginábamos en Las Lomas y con Abercrombie & Fitch. Lo que no se justifica es que las autoridades sigan pensando lo mismo. Por eso, en gran medida, la guerra contra el tráfico de drogas ha llenado las calles de sangre, con un enorme costo para la sociedad. El problema es que si llenamos las cárceles sólo con sicarios y no con financieros, si no tocamos la estructura empresarial, las organizaciones criminales quedarán incólumes. Si sólo le cortamos la cola a la lagartija, ya lo sabemos, volverá a crecer. Nadie dice que será fácil; ni Washington puede. La evolución de Amado Carrillo en Vicente Carrillo Leyva es aleccionadora: una cirugía plástica mató al primero, mientras que al otro le permitió vivir, durante años, como un vecino ejemplar de Las Lomas, entre los individuos más exclusivos de la Ciudad de México. El silencio ¿Cómo sobreviven sin ser detenidos los hijos de dos narcotraficantes míticos? Mucho ayuda el camuflaje, pero más funciona la imposición del silencio. El 4 de octubre de 2008, el periodista Armando Rodríguez narró la historia de un capitán valiente, Jorge 96

Liborio Jarillo, que enfrentó a varios ladrones y mató a uno de ellos. Ex militar, entonces tendero, el hombre de cuarenta y cinco años sacó una pistola y se defendió frente a sus asaltantes; pero cometió «el error» de llamar a la policía, hacer su declaración, atender al Ministerio Público. Hoy está muerto, como el mismo Armando, reportero de El Diario de Ciudad Juárez. A Jorge Liborio lo alcanzó el crimen organizado afuera de su tienda; a Armando, frente a su casa. Ambos crímenes, que no están relacionados entre sí más allá de las casualidades, siguen sin castigo. La imposición del silencio, hermanada con la impunidad, funciona.

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Y no es sólo en Ciudad Juárez, es en todo el país. El 2 de septiembre de 2008, a Juan Salvador Valencia Gómez, de treinta y nueve años, se le ocurrió quejarse de un grupo que lo extorsionaba. Sucedió en Minatitián, Veracruz. Los sicarios lo acribillaron frente a pobladores y policías que resguardaban la oficina del Registro Civil. Juan Salvador abrió la boca: líder de vendedores ambulantes, también expendedor de discos pirata, pidió protección a la autoridad. Ahora está muerto. El día posterior, Alejandro Bacelis —otro ambulante— fue levantado y ejecutado en Xalapa por las mismas causas. Acudió a solicitar protección para él y para sus agremiados. Junto a su cuerpo, los sicarios dejaron un mensaje que ya es común: «Esto es para el gobierno, no que según me hiban [sic] a cuidar, esto es un ejemplo para todos los que no respetan y hacen caso, atentamente cartel del Golfo/Zetas. A la letra se le Respeta. »

Lo siguiente sucedió en Culiacán, según el testimonio de Pablo Ordaz, periodista de El País. Una mujer 97

sentada en una silla giratoria le comentó a su peluquero: «Aquí ya no se puede vivir, ni siquiera podemos dejar que nuestros hijos jueguen en la calle. Y todo por culpa del maldito narco. . . » Una segunda señora que se arreglaba el cabello se puso de pie y ordenó al estilista, mientras sacaba de su bolsa una pistola: «Rápela.» Sólo cuando se cercioró de que el peluquero ya cumplía la orden, la desconocida se levantó y se dirigió a la puerta. Antes de marcharse, encaró a la mujer: —Y no se ponga peluca. Que si se la pone, la mato. En Mazatlán, dicen, no se debe sonar la bocina del auto porque está prohibido «apurar»; el de enfrente sacará una pistola y te «silenciará.» A otro lo levantaron porque «se atrevió a protestar» cuando un narco le arrebató a la novia. Gran parte de la prensa del norte del país dejó de investigar, porque el narco está metido en todo: piratería, trata de blancas, secuestro, ambulan- taje, venta de protección... Vicente Carrillo Leyva, el niño del Abercrombie & Fitch, estaba bien escondido detrás de su camuflaje. También Vicente Zambada Niebla. Pero de todas las medidas asumidas para garantizarse el anonimato, la más efectiva será la imposición del silencio. El silencio no mata... al instante y sólo alimenta el crimen organizado.

Los doce adictos se metieron como suicidas a la cámara de gases tóxicos y techo de lumbre en que se había convertido la guardería vecina a su centro de rehabilitación. Entraron una, dos, muchas veces. De entre el humo venenoso y espeso sacaron unos treinta niños negros de hollín y con el cuerpo guango. Hicieron boquetes en las paredes, levantaron automóviles para abrir paso a las patrullas y aventaron agua con garrafones. Por la valentía mostrada durante el incendio de la guardería ABC de Hermosillo, los llamaron héroes, los condecoraron con medallas y aparecieron en la televisión. Antes de convertirse en ios hombres famosos a ios que todo mundo quería retratar, ellos eran unos parias que vivían en una casa en obra negra desde que huyeron de Ciudad Juárez.

«Nos vinimos para acá por el golpe tan duro que sufrimos en Juárez, que ni para mirar pa’trás», relató Luis Alberto López, un joven «limpio» de drogas desde ha-

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Sin lugar para los adictos MARCELA TURATI

ce tres años, quien vive en la casa en construcción que es sede del nuevo Centro de Integración de Alcohólicos y Drogadictos (CIAD), el número 2. Cada vez que algún reportero los visita y les pregunta por qué arriesgaron así su vida, él suspira. El día que acudí para escuchar su historia, López dejó de dar paladas al monte de cemento que mezclaba en el patio de tierra, colocó una silla en el terreno baldío y se re- montó a una historia antigua, también de supervivencia, donde no fueron héroes sino víctimas. Esta se sitúa en Juárez, en la pequeña sala de reuniones del CIAD número 8 y sucedió el 13 de agosto de 2008 cuando sus compañeros adictos participaban en una sesión de sanación espiritual. Esa tarde, la pastora Socorro García les había lanzado desde el pódium un desafío a los internos: «hay aquí algún valiente que quiera pasar a pedir perdón a Dios?», y, según el relato del Diario de Juárez, varios caminaron hacia el frente para pedir una oportunidad al Señor. La asamblea, ojos cerrados, brazos arriba, elevaba sus ruegos cuando un comando de cuatro hombres con rostro cubierto irrumpió en el salón disparando sus metrallas. García quedó de pie frente a los sicarios. Con los brazos en alto y, haciendo honor a su nombre, comenzó a implorar: «Dios, manda a tus ángeles, Dios, que nos cuiden.» Pero no hubo socorro celestial. A su alrededor iban cayendo los cuerpos. Los encapuchados disparaban sus armas al ritmo de un ventilador. El primero que cayó fue Felipe Villalobos, el guardia, a quien enfocaron de frente y de pie. Después fue Luis Ángel, un joven de diecinueve años

y de recién ingreso que oraba en la puerta de la sala. El predicador Joel Valles, quien minutos antes había dirigido el sermón, quedó encima de una mujer embarazada a quien cubrió como escudo. Algunos internos corrieron a encerrarse en un baño cercano o escaparon al patio. Uno, llamado Rafael, intentó saltarse la barda pero fue cazado a balazos en el aire y quedó inmóvil sobre el techo. Varios fueron sometidos bocabajo en el patio y ejecutados. Cuando la policía llegó a acordonar la zona encontró seis cadáveres tendidos en el piso y sesenta y un ojivas y casquillos. Dos personas más murieron de camino al hospital. Los vecinos dicen que unos militares con boinas rojas estuvieron cerca del lugar mientras la masacre se llevaba a cabo, pero no intervinieron. Esa era la segunda matanza del año en uno de estos centros de rehabilitación que florecen por doquier en las colonias populares de Juárez. Quienes buscan tratamiento rentan una casa, pagan su sostén y se someten al método de la «Cristoterapia» la forma barata para curarse con voluntad y rezos. La lógica es que Dios actúa —ya que el gobierno no lo hace—. Dos semanas antes, el 1 de agosto, otro comando había entrado al CIAD número 6 y había asesinado al secretario y al director del albergue. Cuando el grupo atravesó el centro en busca de su objetivo, ignoró a los inquilinos que corrían asustados porque imaginaban que ese escuadrón de la muerte iba a terminar con todos. Pero no lo hizo, no en ese momento. «Llegamos a creer que la Línea estaba cobrando cuota [extorsión] en todos los establecimientos pero nunca supimos si por eso los mataron, nomás llegaron

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y pumpumpum», narró López sobre esa primera matanza. A su alrededor jugaban varios niños con la tierra, hijos de un grupo de matrimonios «limpios» recién llegados de visita. El relato de López sonaba increíble: al mismo tiempo que la pastora Socorro imploraba a Dios para que mandara unos ángeles, un hombre estaba tocando en la entrada de la tercera sucursal del CIAD en Juárez, la número 4, establecimiento de bardas altas. El portero sintió desconfianza por tanto aferramiento y no atendió. Cuando los internos se enteraron de la masacre en la sucursal amiga se quedaron con la fría sensación de que a ellos también habían ido a cazarlos. «Nos llevamos todo a Palomas [cerca de Juárez] y a la semana llegaron también ahí. Estaba el Teto cuidando con otro y los agarraron y los colgaron de las patas a un tendedero y les dijeron: “No los queremos en Chihuahua”», explicó mientras trazaba con una vara sobre la tierra un mapa de Chihuahua para mostrar la ubicación de las seis casas CIAD que cerraron en el estado, a las cuales les borraron las pintas que señalaban que ahí albergaban gente que deseaba liberarse de las drogas. Cuando la sangre todavía estaba fresca y en las puertas de los CIAD los letreros avisaban «Nos fuimos de Juárez», el miedo se coló como tolvanera en todos los centros de rehabilitación del desierto juarense. Los internos percibieron en la nuca el vaho de la muerte y huyeron para esconderse. Varios establecimientos bajaron la cortina y mandaron a todos a casa. Otros que no habían querido cerrar recibieron amenazas y tuvieron que hacerlo. Ese año y en el transcurso de 2009 sucedieron otros

ataques. En el centro, en Leyes de Reforma, hubo cinco muertos, otro en Doceava Tradición, y otros más por todo Chihuahua. La diáspora fue evidente. De los cruceros desaparecieron los hombres tatuados que vendían refrescos y recolectaban dinero, amparados por una credencial enmicada, para pagar su rehabilitación. Debajo del puente internacional, junto a coyotes y maleantes, fueron vistos algunos escondidos. Otros pidieron asilo en casas de familiares; muchos, como perros callejeros, habitaron en casas derruidas y grafiteadas por ios cholos. Los usuarios de drogas la pasaron mal. Una sombra asesina los perseguía y se los acosaba sin descanso. Se sabían objetivo del odio asesino de los traficantes de drogas y de los policías federales y soldados que interpretaron que la guerra contra las drogas se libraba castigando a los adictos, los cuales en esta ciudad —puntera nacional en uso de drogas— no son pocos. Las estadísticas oficiales arrojan que son cincuenta mil y las estadísticas de los investigadores independientes, doscientos mil.

«Ta’ bien gacho con los soldados, queremos que se vayan, nada más nos pegan para que les digas dónde compras la droga. Hace cinco meses andábamos cuatro pegándole al agua celeste y nos subieron a las trocas, nos pusieron cuernazos [golpes con metralla], nos metieron a unas tapias y nos agarraron a tablazos. Me dejaron la espalda morada», me contó en Juárez uno de los sobrevivientes mientras se contorsionaba para indicarme dónde le quedaron las marcas. El joven de veinticuatro años parecía una calaca con ojos dulces y rictus de sufrimiento. Estaba en los huesos por su adicción desde los trece años: primero al

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thinner, luego a la heroína, ahora al agua celeste, un potente estimulante derivado de la efedrina. «A tres compas míos, como andaban sucios, los federales los mearon encima. Te humillan gacho, a muchos los han desaparecido», dijo este paria que se salvó de la matanza en Leyes de Reforma, donde perdió a cinco amigos. Desesperado, ingresó a otro centro cercano a su casa que pronto cerró por amenazas. Desde entonces él deambula por las calles como ánima en pena. «A lo mejor la mafia quiere tener a todos, locos, sueltos, drogándose en la calle para tener ocupados a los militares», reflexionó López el día de nuestro encuentro, casi nueve meses después del exilio forzado. No tenía otra explicación para la ensañada persecución. A su alrededor, el centro lucía deshabitado porque sus compañeros, los héroes de la guardería, los apestados de Juárez, se habían marchado a otra ciudad sonorense a fundar otra casa donde poder liberarse de las drogas a base de plegarias.

El Malochito IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ

La tranquilidad para los que salían a drogarse en el par- que terminó una noche de diciembre de 1996. Cada una de las calles que desembocaban allí fue bloqueada sigilosamente por una decena de patrullas, en espera de entrar en acción. La orden la daría un sargento, un antiguo y conocido personaje del barrio, que ese día operó en venganza. Cosa de nada: simplemente fue a perturbar las horas de una gavilla de drogadictos a los que conocía desde la infancia. Sujetos que lo humillaron tantas veces que era imposible hacerse de una cifra concreta. Los que orinaban a su padre a la vista del vecindario cuando quedaba vencido por los efectos del alcohol, tirado sobre el césped; los que le pegaron siempre que fue a reclamarles. Ahora los perseguía, los cazaba, era el gato tras los ratones.Jesús Gerardo Bañuelos Vega, el Malochito, era un hombre de poder, un orquestador de operativos policiacos, uno de los oficiales de la corporación con permiso para salir y someter a pandilleros y vagos, adictos ypushers (puchadores). Durante años nadie supo de él. La familia se mudó en 1985, tras la muerte del padre de familia, arrollado al salir de una cantina. Al padre le decían el Malocho. Murió cuando Gerardo, el mayor de sus tres hijos, era un puberto. Era el Malochito por ser el junior, y porque le sacó el físico: alto, flaco, con la misma nariz enorme, los ojos pequeños, oscuros, sin pestañas y ios labios de liga, sin sonrisa. No pudieron con el dolor ni con la economía y se marcharon sin decir a dónde. La verdadera manifestación del poder en ese retorno no eran aquellas redadas. Eso eran ganas de desquitar sus traumas y corajes. El Malochito se compró un viejo terreno frente al parque, en el que antes, cuando era niño, existían una panadería y un puesto de dulces. Los demolió para construir su pequeña mansión, una casa de dos plantas que adornó con cúpulas y dotó de sistemas de circuito cerrado, puertas y

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rejas metálicas. Bañuelos ingresó a la policía municipal en 1989, con veintiún años. Aún quedaban vestigios de grandeza en la corporación en ese tiempo. Los agentes solían ser los mejores tiradores en las competencias anuales que realizaban con estatales y federales. Contaban con la mayor fuerza territorial, con el control de la plaza. La noche del 22 de febrero de 1996 dieron muestra de ello: desactivaron una operación para detener a vendedores de droga en el centro de la ciudad. Militares habilitados como agentes de la Policía Judicial Federal fueron llevados presos al cúartel de los preventivos.

Media centena de sus compañeros intentaron rescatar- los y eso desencadenó una balacera. El tiroteo dejó un federal muerto y otros dos heridos de bala. Las autoridades del municipio, el estado y la federación, maniobraron durante meses para darle sustento a la versión de un percance nacido de la tensión, pero fracasaron. La colusión de la policía local en el tráfico de drogas sería evidente desde aquel momento, y nadie pudo detenerlos en su avance por la vía institucional. Es el cuerpo de policía al que perteneció el Malo- chito. Fuerte, corrupta, apabullante. La cacería de viciosos y el levantamiento de su pequeño castillo eran evidencia de que no perdió tiempo y de que la prevención del delito existía sólo en el discurso de los funcionarios. En los hechos, la corporación existía para cuidar sus intereses, y eso significaba dinero, corrupción y violencia. La supremacía terminó a comienzos de 2008. A la media noche del sábado 19 de enero, para ser precisos. El capitán Julián Hernández Cháirez, de treinta y siete años, fue acribillado a bordo de su unidad. Después de él, otros treinta y cinco elementos de la corporación terminarían igual, entre ellos los dos directores operativos. El exterminio comenzó con ellos. El corrido del Malochito terminó un par de años antes, el jueves 16 de febrero de 2006. Llevaba cinco años fuera de la dependencia. Un grupo armado lo persiguió hasta verlo penetrar en un consultorio, al sur de la ciudad. El local era una de sus múltiples propiedades. Llegó a cobrar la renta a la pareja de odontólogos que lo ocupaba. Los dos sujetos que fueron a matarlo debieron estar ansiosos: el peritaje dice que dispararon cien balas en menos de un minuto, sesenta de las cuales dieron en los médicos. Los investigadores dicen que el Malochito dejó la policía para dedicarse de lleno al trasiego de droga. Los dos asesinos fueron capturados cuatro horas después del atentado, mientras se embriagaban en la habitación de un motel. Junto con ellos operaron otros tres sujetos, pero a ellos no los detuvieron: alguien ordenó su tortura y posterior asesinato esa misma semana. El Malochito fue una pieza clave, O al menos fue lo que dedujeron las autoridades porque su muerte motivó varios homicidios de pequeños y grandes distribuidores del centro de la ciudad, y porque sus asesinos no eran aprendices, sino miembros de la pandilla los Aztecas, el grupo paramilitar que trabajaba para la Línea, la estructura local que aglutina a policías estatales y municipales.

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Decidieron matarlo porque les debía dinero. El Malochito los contrataba para cruzar droga hacia El Paso, confesaron, pero no les pagó. Les debía mucho oro, entre tres mil y cinco mil dólares a cada uno. Fue la primera ocasión en que la Pro- curaduría ventilaba información sobre la muerte de un implicado en el narco y capturaba a los asesinos. Otros cuarenta municipales habían muerto en circunstancias parecidas desde el 2000, pero de ellos no se brindaron reportes tan precisos. Al Malochito lo velaron dos días después, en una humilde casa de adobe del suroriente de la ciudad, la vivienda en la que se refugiaron cuando el Malocho murió arrollado. Ningún miembró de la familia declaró 108

ante los medios de comunicación, pero les permitieron tomar imágenes y fotografías, todas las que quisieron. Si los jefes de policía sepultan con honores a oficiales en activo, ellos harían lo propio: le mostrarían al público la precariedad de sus vidas para quitarle sospechas a su difunto. 109

El pozo ENRIQUE LOMAS URISTA

La hinchazón de los ojos no impidió que lograra ver la hondonada en la que jugó durante sus días de infancia. Su cuerpo de más de ciento cincuenta kilos se sintió más cómodo al rodar cuesta abajo para huir de las balas del comando armado. La noche estaba cerrada, pero las luces de las camionetas de sus perseguidores los hacían un blanco fácil y divertido. De entre los cinco «venados» que corrían torpemente por la cuesta él era el más vulnerable, por lo que se entregó a la muerte para tratar de despertar de esa pesadilla. Los abrojos y mezquites que se encontró en su rodada eran caricias comparados con el balazo que le estrujó el brazo antes de caer de cabeza en la antigua noria del rancho de Los Ruices.

Le pareció una eternidad el silencio de la caída ubre, pero tres metros después le confortó la idea de encontrarse todavía vivo en el interior de la zanja seca y centenaria que sus abuelos habían cavado para matar la antigua sed del pueblo. Golpeó el fondo polvoriento de la noria pero el aturdimiento no le impidió escuchar toda la crudeza de los gritos de sus compañeros de desgracia y las carcajadas de los sicarios que los remataban. Los últimos tableteos se acompasaron con las risas ya sin fuerza de sus verdugos, que de cuando en cuando bebían tragos de sotol y fumaban marihuana. El silencio fue roto por el líder de los pistoleros, quien ordenó a los subalternos arrojar los cuerpos a donde había caído el Gordo. La primera masa sanguinolenta le cayó sin aviso y lanzó un gemido que fue opacado por el costalazo de alguien que conocía bien pero que en la oscuridad y por el miedo no alcanzó a distinguir. Luego vino un segundo, un tercero y un cuarto cuerpo y, sobre él, una última tormenta de balas que acabaron de desfondar esos cadáveres tan queridos. Bajo los cuerpos, alcanzó a oír el ruido de los motores y las risas al alejarse, pero no movió un músculo hasta muy entrada la mañana. Sumergido en la muerte dio una brazada y convirtió piernas, cabezas y brazos en peldaños escalofriantes que lo lanzaron a la superficie sembrada de casquillos y pólvora. De entre los

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matorrales asomaron sus rostros de espanto sus hermanos, amigos y el resto del pueblo. Más tarde, cuando pudo leer el periódico, se sintió ametrallado por el recuerdo: Los cuerpos de cuatro hombres aparentemente ejecutados por el crimen organizado fueron encontrado hoy en este municipio rural del noroeste de la ciudad de Chihuahua [...] Peritos forenses de la Procuradurfa General de Justicia de Chihuahua acudieron a un paraje cercano al rancho de los Ruices, municipio de Belisario Domínguez, para sacar de una vieja noria los cuatro cuerpos de varones que al parecer fueron torturados antes de recibir los tiros de gracia. La noria tenía por lo menos unos tres metros de profundidad, por lo que fue necesario el uso de una escalera y el apoyo de sogas para sacar los cadáveres cuyo estado de descomposición hizo deducir a los peritos que tenían apenas unas horas de haber sido inhumados en ese lugar. Pero el Gordo deseó estar muerto porque sabía que los sicarios de la Línea pronto lo buscarían para acabar lo que empezaron esa fría noche de febrero. «Las autoridades estatales aseguraron tener una importante línea de investigación que los llevará a atrapar de un momento a otro a los sicarios que el lunes ejecutaron a cuatro hombres y los arrojaron al fondo de una noria», leyó el Gordo, quien ya no creía en nada. Por las noticias se enteró que después de siete horas de trabajo forense, fueron sacados los cadáveres de quienes él mismo identificó como Salvador Castillo Eguis, de treinta y dos años; Julio César Ramírez Navarro, de veintitrés; Óscar Iván Daniel Hernández, de veintidós, y Reynaldo Eguis Bringas, de cuarenta y cinco. «Los individuos fueron torturados y ejecutados con rifles de asalto AK-47, y les dieron el tiro de gracia con pistolas calibres .45 y 9 milímetros; en las cercanías de la noria donde arrojaron los cuerpos fueron encontrados al menos cuarenta elementos balísticos», el Gordo ciavó la mirada en la noticia con el sabor de pólvora en la lengua. «Mi casa esconde explosivos y armas» MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN Una Hummer verde olivo ocupaba todo el frente de nuestra vivienda. Tres pick-up con pintura de camuflaje estaban a los lados. Los soldados ya nos esperaban. Todavía no descendíamos y nuestros vehículos ya estaban rodeados. Vi de cerca los rifles de asalto que portaban los militares. De inmediato busqué a mi hija que ya había bajado de su camioneta y pronto se unió a nosotros. Los tres nos juntamos, mientras un militar de piel morena, bien parado, como de 1.65 metros de estatura, con botas que brillaban y reflejaban en la noche las luces opacas de los faroles a lo lejos, y de boina roja, nos anunció: «Señores, en este momento les notificamos que el Ejército mexicano tiene indicios de que en su casa puede haber armas y explosivos.» Todo comenzó el domingo 5 de abril de 2009 a las diez de la noche en mi casa, que está ubicada en el fraccionamiento Misiones del Sur, cerca de la zona dora 11 115

da de Ciudad Juárez. Veníamos, mi esposa y yo, de ver una película de acción. A dos cuadras de la casa notamos por el espejo retrovisor que venía mi hija en su camioneta. Estaba oscuro —vivo en una calle privada, prácticamente en una callecita sin salida—y frente a la casa me esperaban treinta y dos militares. Eran soldados del Ejército

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mexicano que llevan a cabo el Operativo Conjunto Chihuahua. Sabía que tarde o temprano el operativo nos iba a alcanzar. Mi casa tiene al frente una cochera descubierta para dos automóviles. La casa y las cocheras están protegidas con una reja que tiene un diseño de herrería sencillo. Para entrar es necesario tener llaves o bien brincarse ilegalmente, pues sin duda es una propiedad privada, el banco HSBC tiene las pruebas, es mi casa. Aun así doce soldados estaban tratando de asomar- se al patio de la casa por lo alto de una puerta de metal que da a un pasillo que lleva directo a la parte trasera, donde una buganvilia de flores moradas, le pelea el territorio a un naranjo enano que cada temporada da una docena de naranjas amargas. El ejército mexicano, sin orden de cateo, ya estaba a punto de derribar la puerta principal, pero las luces de mi coche los detuvieron y también la orden del teniente a cargo. Dentro del automóvil mi esposa y yo dijimos al mismo tiempo. «Es un cateo! ¡Van a registrar toda la casa! » «Les pedimos de la manera más atenta que se sirvan obedecer en todo para proceder con una revisión general de sus personas, sus vehículos y toda su casa. Les 116

exigimos de la manera más atenta que no opongan resistencia a la revisión. Asimismo, le sugerimos que si cuenta o tiene en su poder armas o drogas nos entere y nos informe de antemano antes de que inicie la revisión y el cateo», ordenó el teniente. Mi esposa, mi hija y el militar me miraron fijamente esperando una respuesta. Pasaron como cinco segundos y dije: «Adelante, no tenemos nada que declarar ni que ocultar. Les autorizo que hagan su revisión ordenadamente. »

Mi ciudad en problemas En Ciudad Juárez el año 2008 fue una pesadilla. En esos doce meses hubo 1,653 ejecuciones, que la opinión pública le atribuye a la delincuencia organizada. Esta cifra asusta si la comparamos con las trescientos dieciocho ejecuciones que se presentaron durante los trescientos sesenta y cinco días del 2007. Esas 1,653 muertes representan cerca de una tercera parte del total nacional. En México, según cifras oficiales, las muertes violentas relacionadas con las pugnas del crimen organizado sumaron más de cinco mil trescientos, pero Ciudad Juárez por sí sola sumó cerca de una tercera parte, y Chihuahua representó casi la mitad del total nacional con dos mil cuatrocientos asesinatos. Los meses más violentos del 2008, de acuerdo con el conteo oficial, fueron agosto, con doscientas veintiocho muertes, y diciembre, con doscientos. La mayoría de los homicidios ocurrieron en la vía pública, en horas de oficina, con armas largas como AK-47, conocidas como cuerno de chivo, y pistolas calibre 9 milímetros.

También tronaron las five seven, unas armas con un alias presumido y detonante: mata policías. Básicamente porque su calibre, 5.7 x 28 milímetros, tiene la enjundia de atravesar un chaleco antibalas a doscientos metros. Puede pasar por el blindaje como lo hace un dedo por el agua; está prohibida en México. La casa fabricante es FNH USA y la pistola se llama FN Herstal Belgium. Los cartuchos que tienen la punta azul son para perforar chalecos blindados; los de punta roja son trazadores, es decir, se emplean para el tiro nocturno porque iluminan el objetivo; y los de punta hueca son expansivos y se utilizan para causar un daño mayor, por eso son considerados de uso exclusivo de las fuerzas armadas de países

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muy belicosos. De los asesinatos ocurridos en Ciudad Juárez, inquietan los de setenta y cinco policías de distintas corporaciones, además de cuarenta y seis cuerpos encontrados en dos fosas clandestinas en febrero de 2008. El año 2008 de Ciudad Juárez fue el coliseo romano de una lucha entre el cártel de Sinaloa, encabezado por Joaquín el Chapo Guzmán, y la Línea, un reducto bien establecido que pertenece al cártel de Juárez, liderado por ios hermanos Carrillo Fuentes. 2009 está peor. La violencia ha subido de tono La presencia de las Fuerzas Armadas para combatir el crimen organizado en Ciudad Juárez, Chihuahua, aumentó las quejas por asesinatos y desapariciones. Además hasta ellO de agosto de 2009 los asesinatos violentos se habían disparado. El 25 de febrero, el titular de la Secretaría de Gobernación, Fernando Gómez Mont, advirtió que los 118

tres niveles de gobierno se comprometieron a expulsar de Ciudad Juárez a criminales y no cederles «ni un centímetro.» Por esa razón en el Operativo Conjunto Chihuahua participan al menos nueve mil efectivos, la mayoría gente de tropa del Ejército mexicano. También se vio en las fotos de los periódicos a elementos de las Fuerzas Especiales del Ejercito mexicano, entre ellos un montón de boinas rojas del cuerpo de paracaidistas. El caso es que los militares y federales no han ayudado en nada a bajar las cifras de ejecutados y muertes de alto impacto. Al llegar a los doscientos cuarenta y cuatro asesinatos, julio de 2009 se convirtió en el mes más violento en la historia reciente de Ciudad Juárez, estableció un seguimiento periodístico con base en datos oficiales. A este mes le siguieron febrero con doscientos cuarenta víctimas; agosto de 2008 con doscientos veintiocho; y junio de 2009 con doscientos veintiuno. En total, de enero a julio de 2009 habían asesinado a 1,125 personas; dicha cifra se estableció a través de un recuento de información oficial dado a conocer por la Subprocuraduría de Justicia en la Zona Norte. Este año se registró un incremento del sesenta y tres por ciento en relación con el pasado; las cifras establecen que mataron a cuatrocientas treinta y siete personas más en lo que va de 2009, que en el mismo periodo del año anterior. Julio de 2009 fue también el mes durante el cual se asesinaron a más mujeres, ya que en este periodo se presentaron trece homicidios dolosos en contra de ellas. Los resultados son mínimos y el costo ciudadano es muy alto, tanto, que las autoridades de la ciudad se vieron obligados a abrir un módulo de quejas contra elementos del Operativo Conjunto Chihuahua. Esta oficina tenia hasta el 28 de julio, setecientas diez denuncias ciudadanas, de las cuales el sesenta y dos por ciento eran contra los soldados y el resto contra los elementos de la Policía Federal. La mayoría de las quejas interpuestas por los ciudadanos son por detenciones ilegales sin una orden girada por un juez competente. También hay quejas por torturas, muertes y desapariciones. La guerra declarada por el gobierno del presidente mexicano Felipe Calderón contra el narcotráfico «no tiene rumbo», dijo el escritor Carlos Fuentes. Lamenta que el gobierno de México se haya lanzado a una guerra contra todos, cuando la solución para la inseguridad y el narcotráfico está supeditada al desarrollo económico del

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país y al bienestar de los mexicanos. «La solución es elevar la calidad de vida de los mexicanos, ésa es la fórmula para evitar crímenes», dijo aferrado Carlos Fuentes. Mientras tanto, los militares que catearon mi casa no encontraron nada de lo que supuestamente advirtió su «detector molecular» GT-200. El teniente a cargo del pelotón invasor me informó que todo se debió a una falsa alarma y dejaron mi casa. Fue entonces cuando me di cuenta de que todos los cuadros de pinturas originales y reproducciones que están a la vista, sobre todo los de Dalí, estaban desnivelados, y en eso mi hija baja y me dice: «Papá, ¿qué buscaban atrás de tus cuadros?» En ese momento entendí que lo que ellos buscaban era una caja fuerte familiar.

María de Jesús Bilbao dice que cada noche habla con su hijo Israel, asesinado en marzo de 2008 a los dieciocho años. Cuenta que cuando ella se acuesta, él se sienta a los pies de su cama, vestido de blanco. Ella le pregunta entonces quién lo asesinó y lo torturó hasta desfigurar- lo. Israel se lleva el dedo índice a la boca y le responde que no puede decírselo. No es el único fantasma que deambula por su casa. Dice que también habla con su otro hijo, Pedro, muerto a los veintisiete años después de que un policía le dio un disparo, y con su nieto Arturo, de diecisiete años, ejecutado de once balazos. La mujer perdió en total a cinco seres queridos el año pasado, considerado todavía como el más violento en la historia de Ciudad Juárez. A la muerte de Israel y de Pedro le siguió la de su nieto Iván, de veintidós años, enfermo del corazón y agravado desde que tuvo que salir corriendo al saber que le habían disparado a 121

«Qué habría yo hecho, que me han pasado tantas cosas» SANDRA RODRÍGUEZ NIETO

su tío Pedro, con quien había crecido como hermano. Después murió su nuera, Marisela Pérez Castillo, una mujer policía asesinada también a tiros mientras se encontraba en el interior de su patrulla. «Yo no sé ni qué pensar. Nunca me imaginé que fuera a pasar todo esto, que me fueran a matar a mis hijos. Le pregunto a mi padre Dios qué habría yo hecho, que me han pasado tantas cosas», comenta María, de sesenta y cuatro años. La mujer no fue a la escuela ni aprendió a leer. Se casó a los doce años y tuvo once hijos. Todos crecieron en Salvarcar, una colonia ubicada al suroriente de Ciudad Juárez y asentada en lo que hace apenas veinte años era un ejido. Su casa fue la segunda construida en la zona, y desde ahí se observaban las labores de algodón y de chile plantadas en la rivera del río Bravo, mientras que al sur, dice, todo era loma y montones de arena. Entre sus recuerdos más preciados están las noches de verano en las que salía al patio a dormir con todos sus niños. Eran otros tiempos, recuerda. Ahora apenas cae la tarde y todos deben encerrarse. En el sector abundan las balaceras. La noche de la entrevista, el jueves 21 de julio de 2009 la mujer esperaba el funeral de un joven de treinta y un años asesinado a balazos ese mediodía a una cuadra de su vivienda. Dice que, en cuanto escuchó las detonaciones de un arma corta, se acercó a la casa de la víctima porque sabía que hacia allá acababa de caminar su hijo mayor, que también está muy afectado desde que ejecutaron a su hijo Arturo. «El año pasado se descompuso todo», comenta la mujer. Pero de entre todos sus muertos,

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agrega, el que más le puede es Israel, el más chico. «Me lo dejaron todo desfigurado de la cara; lo picotearon, lo amarraron del cuello y como que eso mismo lo reventó y le explotó por dentro la cabeza; me lo martirizaron mucho, lo mataron a puros golpes», dice la mujer llorando. Israel fue asesinado un Viernes Santo. Su madre lo vio por última vez dos días antes, cuando el joven salió de su casa con otro amigo que lo invitó a tomar unas cervezas. Al pasar las horas sin que él regresara, María pasó dos noches sentada en el umbral de la puerta de su casa, esperando. En eso, dice, escuchaba que entre gritos la llamaba. Era tal vez, agrega la mujer, cuando lo estaban torturando. «Yo lo oía, aquí sentada estaba esperándolo, porque no me podía dormir hasta que regresara.» Dos días después de que lo buscó en hospitales y en las estaciones de policía, por el periódico supo que por la colonia Ampliación Aeropuerto habían encontrado tirado un cuerpo no identificado. Fue al Servicio Médico Forense y encontró un cadáver con el rostro completamente destrozado. Lo identificó gracias a la ropa y a un tatuaje que Israel acababa de hacerse en un brazo y por el cual ella lo había regañado. Como pudo, consiguió para enterrarlo en un poblado del Valle, a donde le es más fácil llegar que a cualquier otro cementerio de Ciudad Juárez. Cuatro meses después le tocó de nuevo una muerte violenta; su hijo mayor perdió a su vez a un hijo, un adolescente de diecisiete años que fue asesinado mientras trabajaba en un vehículo en el taller mecánico de su padre. Se llamaba Arturo. María recuerda haberse enterado de que a su nieto le disparó alguien que le habló para que saliera. Le dieron 123

primero en una pierna, pero el joven alcanzó a correr hacia la calle. Luego le dieron en la espalda, luego en un hombro, después en la cabeza. Once disparos en total. Pedro vivía con su esposa y su pequeño hijo en Cananea, Sonora, donde dirigía un centro de rehabilitación al que había llegado como adicto. Volvió a Ciudad Juárez sólo para el velorio de su sobrino Arturo cuando tuvo un problema con su esposa en la casa de los padres de ésta, también en Salvarcar. María dice que la riña sucedió porque Pedro fue a buscar a su mujer para que alimentara al bebé de ambos, y que ella se molestó y llamó a la policía. Lo que ocurrió después fue ampliamente documentado por los medios: debido a que Pedro se resistió al arresto, los dos agentes trataron de subirlo a la unidad por la fuerza. Uno de ellos lo tomó por la espalda y otro trató de sujetarlo por los pies, pero Pedro pataleó y el oficial que tenía enfrente levantó la escopeta y ahí, delante de varios miembros de la familia y de otros vecinos, le disparó en el estómago. Pedro murió en el lugar. Eran alrededor de las cuatro de la tarde. Alguien corrió a casa de María para avisarle pero sólo encontraron a Iván, de veintidós años y enfermo del corazón. La impresión fue tanta, comenta María, que desde ese momento el joven empezó a quejarse de un fuerte dolor en el pecho. En medio de los trámites por la ejecución de Pedro a manos de un policía municipal, María tuvo que pasar además varios días en el Hospital General, donde Iván estuvo internado hasta que murió, unos quince días después que su tío Pedro. Su nuera Marisela Pérez, esposa de su hijo Manuel, fue la última asesinada. El cuerpo quedó dentro de una unidad en la que patrullaba la colonia Morelos II, al sur de la ciudad. El reporte periodístico sólo indicó que ella y su compañero fueron atacados desde un

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vehículo color rojo cuyos tripulantes les dispararon con ráfagas de metralla. La nota agregó que ese día, 2 de octubre, habían matado a otros dos policías y que, sumando a las víctimas de ejecución, habían cerrado el número 1,048 muertos en el año. A María de Jesús ya no le quedan ganas de vivir. El dolor de tanta pérdida agravó la diabetes que le aqueja desde hace dieciocho años. Conserva el cabello negro sin canas, ha bajado mucho de peso y tiene una pierna con una herida que le supura. La vida y literalmente la casa se le están viniendo abajo; por una de las paredes de la recámara de Israel empezó a ser visible el hueco formado entre los ladrillos de adobe. Cuando llueve, por ahí entra el agua, pero ya no le importa. Puede ser incluso que le quiten la vivienda. Usa las pocas energías que le quedan en colocar veladoras para el altar que hizo en la recámara de Israel con las fotografías de todos sus muertos, y en seguir las noticias para ver, inútilmente, si hay datos de los homicidas. Y también muy seguido se pone a arreglar la ropa de su hijo más chico. «Nada menos que ayer la saqué para darle una planchadita, y así, le lavo y le doblo sus garritas, ahí tengo todo lo de él. Sus pantalones se me hicieron arrugados, los saqué y me puse a plancharlos, también sus camisetas, todo lo de él», dice mientras acaricia lo que pende de los ganchos. 125

Mi ciudad, la más violenta del mundo MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN

Yo nací en Ciudad Juárez hace más de cuarenta años. Tenía seis años cuando sucedió la matanza del 68, y en mi barrio, Del Carmen, no pasaba nada. Ahí crecí. A los catorce años ya conocía mi ciudad al revés y al derecho; me encantaba recorrer sus calles y sus colonias populares llenas de bullicio y de vida. Juárez empezaba a expandirse como por arte de magia. Ahora sé que era por la naciente industria de las maquiladoras. Hoy, en octubre de 2009, sigo recorriendo sus calles en busca de material periodístico, pero mi ciudad perdió el bullicio y ahora la llaman la «ciudad más violenta del mundo» y, me duele aceptarlo, con justa razón. «Ciudad Juárez es la urbe más violenta del mundo por homicidios, seguida de Caracas y de Nueva Orleans, según un estudio divulgado por la organización civil mexicana Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública (CCSP). Dicha medición es a partir del número de homicidios que se cometen actualmente por cada cien mil habitantes, y Ciudad Juárez aparece como la más violenta del mundo con ciento treinta, según la organización que basa sus estimaciones en recuentos periodísticos.» Incluso The New York Times, rotativo estadounidense señala a mi ciudad como la más violenta del mundo. Por eso, en los últimos meses, muchos periodistas de diferentes partes del mundo, han iniciado una nueva modalidad de «turismo periodístico» aquí en Ciudad Juárez. Les atrae, como yeta de trabajo periodístico, el hecho de que desde enero de 2008 se ha registrado en Ciudad Juárez la barbarie de más de tres mil quinientos asesinatos. Superando, por mucho, los asesinatos de mujeres que también fueron y son, materia periodística disponible. Varios compañeros del medio (periodistas locales) se han visto (yo entre ellos) en la

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necesidad de servir de guías para estos periodistas extranjeros que a diario llegan a Ciudad Juárez tras la nota de ocho columnas o de impacto. Quieren ver, por sí mismos, si en verdad Juárez es como dicen: violenta. Ni cómo defenderla Y sí, Juárez está siendo socavada por una violencia sin límites. Desde que arrancó el Operativo Conjunto Chihuahua, los asesinatos han ido a la alza, al grado que estamos contabilizando por lo menos ocho asesinatos diarios en promedio, y en todos ellos salen a relucir armas de grueso calibre. Por ello, esta complejidad es atractiva para periodistas de todo el orbe. Vienen y salen de la ciudad pe riodista

de Europa, de Estados Unidos y de América Latina. Incluso se tiene registro de que colegas de Australia y países del oriente han dicho «presente» en los tours periodísticos por la ciudad. A mediados de octubre, me tocó servir de guía a un colega que vino de Brasil, pero trabaja como corresponsal del NRC Handelsblad, un periódico de Holanda. El periodista, nacido en Ámsterdam, habla holandés, portugués e inglés. Radica desde hace tres años en Rio de Janeiro. Llegó en un vuelo Río de Janeiro-Miami-El Paso. Tenía dos días escribiendo sus notas y reportajes desde Juárez, encerrado en su habitación del hotel y haciendo entrevistas a activistas y personalidades en el restaurante del mismo. Al tercer día me contactó y me solicitó una entrevista; quería que le contara sobre la experiencia que significa ejercer el periodismo en Ciudad Juárez y la situación de la violencia. Yo acepté sólo con una condición: que la entrevista fuera en la calle, mientras lo llevaba a dar un tour por los lugares «neurálgicos» de la ciudad. El me preguntó en portugués si era seguro lo que le proponía. La mayoría de los periodistas llegan a los hoteles de cuatro o cinco estrellas y descubren la ciudad desde esas instalaciones, y desde ahí hacen su investigación de campo y recorren en taxi la Zona Dorada (turística). Según ellos están prestos a escribir sobre Juárez y su violencia... con los respectivos periódicos locales y de nota roja. El corresponsal de NRC Handeisbiad aceptó mi invitación. Lo recojo en el hotel a las 10 de la mañana en mi camioneta Tracker modelo 2000. De inmediato lo pongo al tanto de la ruta que vamos a tomar, mientras me encamino al barrio de Bellavista, donde hace mes y medio fusilaron y mataron a dieciocho adictos en un centro de rehabilitación. Bellavista es uno de los barrios más antiguos de la ciudad, pegado a la Avenida Juárez y a orillas del río Bravo. Famoso porque de ahí, a principios del siglo xx, salían los contrabandistas de licor que cruzaban a Estados Unidos. Famoso porque en los años treinta proliferaron las vecindades con cuartuchos donde se podía tener una experiencia con el opio, la morfina y la mariguana. Famoso, porque en el barrio de Bellavista, después de la Segunda Guerra Mundial, funcionaron burdeles y cabaretuchos para atender la demanda de soldados estadounidenses. Famoso porque esa zona sigue dando de qué hablar. De la Bella pasamos a la Alta Vista. Una colonia popular y brava como el carajo. Aquí se ubican cuatro esquinas conocidas como la «Cima» (está en lo alto), quizá el

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picadero o la «tiendita» (expendio de todo tipo de drogas), más famoso de Ciudad Juárez. Ahí la policía pasa a cobrar su cuota y en ese lugar han habido más de treinta asesinatos. A dos cuadras de la «Cima» y como extensión de la misma, se encuentra el Parque Revolución, un complejo deportivo que estaba abandonado y en ruinas, y que hace meses fue habilitado para albergar a más de dos mil militares del Operativo Conjunto Chihuahua. Los soldados, hoy en día ya se retiraron a lugares más seguros, ya no acampan en la «Cima.» Pasamos por otras colonias populares hasta llegar a la Fronteriza Alta, un barrio a las orillas de la ciudad. Me paro en un mirador natural desde donde se aprecia

una vista panorámica del lado poniente de la ciudad y gran parte de El Paso, Texas. Miles y miles de casas se divisan en un horizonte espectacular. El holandés toma muchas fotos, está maravillado. Salimos al Camino Real, una vía que, a pesar de tener dos años, luce abandonada. Son como veinte kilómetros de carretera que rodean a Juárez; parte del poniente hasta el sur y oriente de la urbe. Cuenta con dos miradores desde donde se aprecia toda la ciudad; se ve su zona jodida de calles terregosas y barrios que se pierden a la vista; su lado de colonias y fraccionamientos con viviendas de interés social; y sus zonas bonitas donde están las casas residenciales, los centros comerciales y la zona turística. Se ve todo Juárez. Yo trato de explicarle al colega, en español, toda la madeja urbana y compleja de la ciudad. Le recalco que pese a las ejecuciones y los altos índices de violencia, Ciudad Juárez lleva una vida normal, que ya aprendimos a «saltar» las escenas del crimen (dicen que cada ciudadano se topa durante el día con algunos listones amarillos que resguardan a un ejecutado). Lamentablemente los juarenses debemos llevar una vida normal y cotidiana, donde miles salen de casa al trabajo y a la escuela pese a todo. Luego vamos al área sur de la ciudad, donde vive la gran parte de la gente que suma ya casi un millón ochocientos mil personas. Cientos de maquiladoras y fraccionamientos populares y muy violentos, en cuyas calles las ejecuciones diarias no paran. Para terminar, llevo a mi invitado a la Zona Dorada de Juárez, donde están las residencias lujosas de la comunidad y la zona comercial de primer mundo.

Pasamos por algunos cuarteles militares, funerarias (proliferan) y hospitales privados que hacen su agosto en estos tiempos violentos. Llegamos, dos horas y media después, al estacionamiento del hotel. Intercambiamos correos y teléfonos. Le deseo suerte con sus notas y reportajes. Nos despedimos. Me voy pensando: «de perdida el periodista extranjero comprobó que Ciudad Juárez vive, pese a todo. Pese a ser la ciudad más violenta del mundo.»

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Esas almohadas tienen dueño ENRIQUE LOMAS URISTA Fue a finales de los años sesenta y principios de los se tent cuando el Brandy inició su carrera delictiva con el trasiego de mojados que llevaba hasta Chicago y Nue v York. El Brandy también alternó su papel de coyote con el de contrabandista de autos chocolate que llevaba al sur de México. Pero su presencia física —de más de dos metros de estatura— pronto lo llevó a las filas de la ex tint policía judicial del estado de Chihuahua y lo pu so en la mira del legendario Pablo Acosta, el Zorro del Desierto. Probó su bravura al enfrentar a integrantes de la Li g 23 de septiembre y matar a tres de ellos; demostró que sabía moverse en los bajos fondos del hampa y pe s a tener grado formal de agente, controlaba a muchos de sus comandantes. Era considerado el «zar del narco» en Ciudad Juá re y ya entonces protegía al Greñas. 132 133

Fue en julio de 1983 cuando un hombre le disparó al Brandy en el pecho, mientras comía burritos en un puesto de las calles 16 de Septiembre y Oro, justo afuera de la llamada Cárcel de Piedra. Un hombre se aproximó al Brandy y le asestó un tiro en el corazón. El coloso se tambaleó pero alcanzó a descargar su arma y el resto de sus compañeros lo secundaron, para vaciar sus armas en el cuerpo del atacante. Brandy cayó como una plancha de concreto sobre el pavimento y en su agonía recordó sus inicios como un niño gigante. El niño mató dos veces al mismo soldadito de plomo antes de tener que ocultarse detrás de una tapia al paso de los sicarios. Pero sus pies eran demasiado grandes para pasar desapercibido por el grupo de hombres de mala facha y peor destino. Guardó los soldaditos en el bolsillo para hacer frente a los matones que lo requerían con urgencia y, al erguirse del todo, quedó a la altura del más alto de ellos. —Qué pasó niñote! —preguntó un sujeto de frente amplia y mandíbula cuadrada. —Ya despaché al Diablo —dijo el niño con las manos crispadas, como si le humearan. —Ese es mi chavalo! —exclamó el mismo sicario arrojándole una bolsa de papel que el niño atrapó a la altura del pecho. Los hombres se fueron al trote, desplegando el terror sobre las calles manchadas de pobreza y desolación.

Al niño se le iluminó el rostro con el fajo de billetes que crepitaban en el fondo de la bolsa de papel, pero sólo tomó unos cuantos para comprar un camioncito con redilas y paquitas de alfalfa a escala. Se tumbó sobre el patio de tierra para abrirle una brecha a su juguete recién adquirido.

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La fascinación de ese recuerdo de infancia le hizo olvidar el dolor que provocan los soldaditos de plomo en el bolsillo diestro y las balas en el siniestro cuando se juega pecho-tierra. El chirriar de las llantas y la emoción de una persecución borraron la explosión del rostro del Diablo tras carcajadas de metralla. Las paquitas de alfalfa volando por el baldío le hicieron de nuevo soñar que todavía era un niño de doce años. El ritmo frenético del camioncito sólo fue detenido por el tacón de su mujer, que se encajó sobre el capacete de la unidad hasta arrancarle de cuajo lo que le quedaba de niñez. —Otra vez jugando a los carritos, chingao! —gritó la mujer pateando el juguete. —Pues soy un niño, jodida! —gritó el grandulón con voz chillona. —Un niño para lo que le conviene, pendejo. El gigante se incorporó bruscamente al sentir la mano de su amante arrancando un mechón de su melena. La mujer empequeñeció y se calmó cuando el niño grandulón puso su mano de adulto sobre su cuello. La furia se tomó en deseo cuando la levantó por la cintura y la llevó hasta la alcoba para poseerla entre jadeos. El cuerpo sinuoso de la mujer se derramó, exhausto, sobre la cama, tomándose en una carretera peligrosa que él recorrió con audacia, montado en lo que quedó del camioncito con redilas y paquitas de paja. Esa mujer que se derritió por años entre sus manos de gigante, fue la misma que lo ayudó a esconder en las fundas de diez almohadas, cientos de miles de dólares incautados a un tráiler. El Brandy pretendía que pasaran la mejor temporada de sus vidas. Pero el gobierno se enteró del millonario decomiso y rompió el lujoso «sueño» de almohadas del Brandy y de su pareja. No habían pasado una hora reposando sus cabezas sobre las almohadas, cuando el Brandy recibió un llamado de su comandante, con el claro mensaje de que regresara el pinche dinero y que más valía que no faltara ni un dólar, porque se los iba a llevar la chingada, ya que ese dinero era del señor presidente de la República. A ese sueño de almohadas millonarias siguió el de la muerte. Y de nada valió ser fiel soldado del crimen organizado, y en nada quedó del nombramiento que unas semanas antes le había dado Pablo Acosta Villarreal, para que ocupara la codiciada plaza de Ojinaga, porque ya los ojos de negro travieso se le estaban apagando.

El mecánico de la droga IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ

Un segundo antes de morir vio el rostro de sus asesinos. Óscar Durán conducía su viejo Sentra de color verde al momento de ser alcanzado por los sicarios. Emparejaron su auto en el cruce de la avenida Manuel J. Clouthier y Ramón Rayón. Eran las 12.55 del 16 de diciembre de 2008. Se dirigía a uno de los moteles

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de la zona, acompañado por una mujer de la que nunca se supo si era su pareja sentimental o una de sus trabajadoras. El caso es que los automóviles quedaron alineados ventana con ventana y el sujeto que viajaba de copiloto le gritó por su nombre. Óscar volteó, y en el instante que lo hizo le pegaron nueve de los diez disparos de calibre .44 que le soltaron a menos de un metro de distancia. Quedó desfigurado al volante del sedán 94, un auto de camuflaje que consideró perfecto para su actividad de distribuidor de drogas y manejo de putas. Las autoridades hallaron el vehículo atravesado a media calle, con el motor en marcha, sofocando los lamentos de la mujer, en cuya pierna izquierda se alojó la bala perdida. Antes habían llegado testigos y curiosos. Vieron perfectamente lo ocurrido, pero en una ciudad en la que pocas certezas están afianzadas tanto como la corrupción de las autoridades, los hechos se cuentan a medias. Primero fue el grito, dijeron, y después los disparos. Nada más.

Lo que añadiría el peritaje, al día siguiente, es que se utilizaron proyectiles de precisión y alto calibre. El mecánico de treinta y ocho años había escapado de morir en dos ocasiones recientes. En la primera, un grupo armado io interceptó mientras caminaba por la calle. Se lo llevaron dos días, hasta que uno de sus hermanos intercedió. Es lo que se dice en el barrio. Reapareció sumamente golpeado, pero de nada sirvió el escarmiento; volvieron a buscarlo. Casi lo atrapan, pero se les escabulló con un tiro en la espalda. Por eso la selección de ese día: una magnum a corta distancia es garantía. En la escena del crimen fue identificado por una credencial de elector que portaba en la billetera. El nombre, sin embargo, no le dijo nada a nadie. La ambulancia partió con la mujer que lo acompañaba, sin confesiones de por medio. El cuerpo sin vida permaneció expuesto más de una hora, una inmensidad para desatar cualquier especulación entre los asistentes. Óscar Durán dejó la mecánica como fuente única de sus ingresos ocho años atrás. Aprendió del negocio mientras trabajaba en un taller de su colonia. Allí solían

reparar los automóviles quienes traían mariguana desde la sierra de Durango. La droga era recibida por antiguos ejidatarios y agentes de la policía rural en el Valle de Juárez; cientos de kilos que posteriormente cruzaban la frontera a través del río Bravo. A Óscar le gustaba fumarla y le regalaban un poco. Así tejió relaciones, bajo la más ordinaria de las formas empleada para el reclutamiento. Los talleres mecánicos son estratégicos para el negocio. Todo lo que implica el mundo automotriz lo es. Los asesinatos de mecánicos, carroceros y vendedores de autos, son algo común. En realidad se trata de distribuidores que disfrazan su actividad. En la colonia donde creció Durán, uno de ellos operaba en grúa. Remolcaba un vehículo distinto cada día, con el portaequipaje repleto de droga. Así lo hizo por más de diez años, sin que ninguna autoridad lo molestara. Los transportadores provenientes de Durango desaparecieron de escena antes de terminarse la década de 1990. Durán no trabajó con ellos, pero les aprendió lo necesario y se asoció con otro mecánico para abrir un taller, su propio negocio pantalla. Eso fue en el 2000. La vida es una secuencia de relaciones determinadas por la actividad de cada

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individuo. Durán se casó con una mujer nacida en Sinaloa y abandonó unos meses la frontera para residir en un ejido a las afueras de Culiacán. No duró mucho la aventura, pero volvió con nuevas relaciones e ideas, según cuentan sus conocidos. Abandonó la sociedad en el taller mecánico y poco a poco fue retirándose del barrio. Uno de sus amigos lo había conectado con grandes distribuidores del suroriente de la ciudad y comenzó a trabajar para ellos.

Nadie conoció los pormenores de esta nueva sociedad, aunque ios intentos por matarlo a los pocos meses sugieren dos cosas: o los traicionó o les fue absolutamente leal. Con los atentados se supo que regenteaba putas y distribuía droga en los moteles de la zona. Juárez es una ciudad abundante en moteles. Por cada avenida importante se levantan uno tras otro, con el mismo uniforme de neón y bardas de concreto. Es difícil hallar habitaciones disponibles a pesar de la gran ocupación que se presume. Eso ocurre sobre todo en fin de semana, cuando hay algo más que sexo furtivo para desplegar. Allí se consiguen sin problemas drogas y alcohol. Es una zona franca, bajo control de la policía. Las cortinas de los garajes suelen tener una ventanilla que apunta justo a la matrícula del auto. Es lo primero que anotan en sus libros las recepcionistas. Ello tiene un fin: cada hora, agentes vestidos de civil revisan los listados en busca de unidades sospechosas. Los moteles sirven también para transacciones de droga y para torturar y asesinar adversarios. Son, al final, uno de los muchos espacios en constante disputa. Es posible que todo lo que se cuenta después de la muerte de Durán se magnifique, pero el método para aniquilarlo fue una operación impecable. Un simple dealer no demanda tanta aplicación. Puede que su bajo perfil sea la causa del desconcierto. Nunca dejó de ser uno de los mecánicos del barrio y mucho menos lo vio nadie como una amenaza. En apariencia era el mismo muchacho sonriente y amable de toda la vida. Ninguna relación con la imagen que suelen tener las personas de los traficantes y padrotes.

La mañana de ese 16 de diciembre hubo cacería humana. No lejos del bulevar Manuel J. Clouthier unos cinco kilómetros al sur, la imagen de un hombre levantándose de entre una pila de cadáveres fue presenciada a través de un canal de televisión, que transmitía en vivo la masacre. La figura titubeante y ensangrentada del individuo perturbó a los mismos policías y militares que custodiaban el área. En el cuadro podía verse la cabeza decapitada de uno de ellos, a la que los asesinos colocaron un gorro de Santa Claus para luego dejarla entre las piernas, y una enorme manta a través de la cual advertían sobre nuevos asesinatos. La cabeza pertenecía a un teniente de policía. El homicidio de Óscar Durán era uno más. El tétrico espectáculo al que suele habituarse cualquier ciudad rebosante de crimen y violencia. Era un desconocido para quienes lo veían inerte. Un intruso. Un cualquiera: 1.60 de estatura, delgado,

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blanco, con cara de adolescente, vestido con jeans, camiseta y tenis viejos. Un difunto sin historia capaz de concentrar el juicio colectivo. Un narco.

La ciudad de las tinieblas IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ

Lo que más aterra es el silencio. Dora Isela corre entre las vías y los vagones abandonados del ferrocarril. Pasan de las nueve de la noche y no hay transporte público para ir del centro comercial a su domicilio. Son unas cuantas cuadras las que dividen el mali de la casa de sus abuelos, pero apenas cruza el eje vial Juan Gabriel y la oscuridad la abraza. Es perseguida por un hombre que la acechaba desde varios días antes. Había comenzado a observarla en su cruce por los terrenos baldíos, acompañado por un grupo de pandilleros que acostumbraban reunirse a fumar mariguana, a beber cerveza y cualquier bebida con alcohol. La adolescente toca puerta tras puerta pidiendo auxilio. Nadie le abre. Sus gritos son sofocados por el silencio de la noche. El hombre la alcanza. Golpea su cabeza con una piedra para inmovilizarla. Le ata las manos por la espalda, utilizando la cinta de sus zapatos. Con las manos le aprieta el cuello hasta que la mulchacha deja de respirar. Los peritos forenses no logran establecer si fue violada sexualmente antes o después de perder la vida. Su cadáver fue hallado el 15 de diciembre de 1994, en un lote baldío de la colonia San Antonio, a doscientos metros de las vías del ferrocarril paralelas al eje vial Juan Gabriel. El hallazgo se realizó cerca de los edificios del gobierno del estado en los cuales se encuentra la Subprocuraduría de Justicia Zona Norte, la instancia responsable de investigar el homicidio. En las semanas que siguieron a su homicidio, las noticias relacionadas con el «error de diciembre» causante de la mayor crisis financiera y económica del país en la segunda mitad del siglo xx opacaron todas las demandas de justicia. La menor fue vista por última vez en el trayecto de la casa de sus abuelos, de la colonia Independencia 1, al Parque Industrial Juárez, cuando se dirigía a recoger a un hermano menor que laboraba como empacador en un centro comercial ubicado en avenida López Mateos y bulevar Óscar Flores —antes carretera a Casas Grandes—. El detalle lo recuerdan algunos de los testigos que no le tendieron la mano. Ella, apenas había cumplido catorce años. El testimonio de los arrepentidos permite reconstruir parte de la tragedia. En abril y mayo de 1996, dos investigaciones periodísticas publicadas por El Diario de Juárez establecieron por primera vez la relación entre una serie de casos de mujeres víctimas de homicidio cometidos hasta esa fecha, con otros registrados en 1993. En un mapa, se ubicaron los lugares de donde la mayoría fue llevada a la

fuerza o mediante engaños, el vínculo entre las víctimas y asesinos, además de la coincidencia de sus lugares de origen, trabajo, residencia y los sitios donde fueron localizados sus cadáveres. La mayoría de las víctimas identificadas hasta 1996 fueron vistas con vida, por última vez, en las calles y brechas aledañas que se encuentran a lo largo del eje vial Juan Gabriel, bulevar Oscar Flores y las vías del ferrocarril que dividen la ciudad en dos a partir del Centro Histórico, desde el puente internacional Paso del Norte o Santa Fe, que comunica

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con El Paso, Texas. También fueron llevadas por la fuerza, por su voluntad o mediante engaños, del centro de la ciudad, en el perímetro que forman las calles y avenidas 5 de Mayo, 16 de Septiembre, Juárez y Vicente Guerrero, así como de sus alrededores. Era obvio, por lo tanto, que desde 1996 urgía establecer medidas de vigilancia permanente en esas zonas cuya característica principal es la falta de alumbrado público y una deficiente iluminación. Pero los tres órdenes de gobierno fueron omisos a esos señalamientos periodísticos. Sin embargo, las observaciones son ahora tan vigentes como entonces, por las características de los recientes homicidios cometidos en Ciudad Juárez y los reportes de ausencia de personas que se han acumulado hasta agosto de 2009. Sólo basta decir que por quince años decenas de mujeres han sido raptadas en las mismos lugares y asesinadas, y sus cadáveres abandonados por toda la mancha urbana. No obstante, las autoridades han omitido con su deber de vigilar al menos los puntos de alto riesgo para las mujeres.

Lo más delicado es que se ha descuidado la vigilancia policiaca y el alumbrado público precisamente a lo largo del eje vial Juan Gabriel, las vías del ferrocarril y el centro de la ciudad. En esos sectores existen áreas tan oscuras que atemorizan a cualquiera, inclusive al célebre ex investigador del FBI, Robert K. Ressler —cuya experiencia inspiró la trama de la película El silencio de los inocentes—, quien dijo en 1998 que se trata de parajes inseguros que él mismo no se atrevería a cruzar, «ni siquiera de día y armado.» Pero son lugares que por necesidad mujeres de todas las edades deben cruzar, para esperar el camión, ir a su trabajo, a la escuela o a cualquier parte. El mes de julio de 2009 ha sido el más violento de la historia reciente de Ciudad Juárez en cuanto a homicidios dolosos cometidos. Oficialmente se registraron doscientos cuarenta y cuatro asesinatos, en su mayoría atribuidos a enfrentamientos entre las organizaciones criminales que se disputan el control de la plaza para el tráfico y la comercialización de drogas; es previsible que el número de homicidios sea rebasado en los siguientes meses. Pero en el periodo más oscuro de la historia delincuencial de la frontera, las autoridades locales mantuvieron su mayor nivel de indolencia. En los primeros días de agosto, el gobierno municipal anunció un plan para reducir la intensidad de operación de las lámparas de alumbrado público, a fin de ahorrar en el consumo de energía eléctrica. Con el esquema de ahorro propuesto, la intensidad del alumbrado público empezó a disminuir a partir de las 23.00 horas desde agosto. La propuesta, lógicamente, es inaceptable. De las noventa mil lámparas de la red

de luminarias que se prendían automáticamente entre las 20.00 y 2 1.00 horas y se apagaban a las 5.00 horas, solo un treinta por ciento contaba con un mecanismo para el ahorro de energía. En la más grave escalada violenta de Ciudad Juárez, el gobierno local no consideró los horarios nocturnos de entrada y salida a los parques industriales, así como la necesidad de reforzar la vigilancia y la iluminación en los lugares de subida y bajada de pasajeros en las colonias de la periferia y en avenidas como el eje vial Juan Gabriel, por ejemplo, donde los usuarios son víctimas frecuentes de asaltos y decenas de mujeres han sido llevadas por la fuerza, violadas y asesinadas. La historia de Dora Isela no terminó con la negativa de su derecho a la justicia. El padre de la adolescente interrogó a los vecinos de la colonia en la que fue hallado el

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cuerpo sin vida de su hija. Le dijeron quién era, quiénes eran sus posibles cómplices y él, a su vez, se lo informó a los elementos de la Policía Judicial del Estado y al agente del Ministerio Público que daban seguimiento a las investigaciones. Lo ignoraron. El averiguó su paradero. Encontró al presunto asesino en la ciudad de Chihuahua. Lo encaró y lo golpeó todo lo que pudo. Prácticamente lo condujo a rastras al agente del Ministerio Público. Al presunto asesino lo dejaron libre y a él lo arrestaron por el delito de lesiones, de acuerdo con su testimonio. Durante ios años siguientes continuó la aparición de cadáveres de mujeres a lo largo del eje vial Juan Gabriel. A otras se las han llevado a la fuerza y nadie las ha vuelto

a ver. En quince años a ninguna autoridad se le ha ocurrido instalar alumbrado público en los lugares de más alto riesgo en la ciudad. Al contrario, la prioridad del municipio es ahorrar en el consumo de electricidad, no proteger a sus mujeres.

El fin de las noches de Juárez MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN

Algo le hicieron a Ciudad Juárez que ya no es la misma. Desde los inicios del año 2007 se fue desdibujando el porvenir. A partir de ese tiempo la ciudad perdió su encanto, perdió sus días y sus noches bulliciosas y alegres; se cambiaron por días de ejecutados y balaceras. Llegó el temor y el albur de la muerte dominó las calles. El escenario En el horizonte está la fronteriza Ciudad Juárez, en un extenso valle a orillas del río Bravo frente a su vecina, la ciudad de El Paso, Texas. Situada al norte de la ciudad de Chihuahua, capital del estado, tiene una altitud de 1,144 metros sobre el nivel del mar, un clima árido y extremoso, y está enclavada en el desierto. Combina lo antiguo y lo moderno con un amable espíritu metropolitano y al mismo tiempo provinciano. Goza de un progreso económico por encima de la media nacional; 148 149

es uno de los centros maquiladores más importantes del país; es una ciudad dinámica que al mismo tiempo ofrece centros de diversión, paisajes urbanos, un poco de artesanías y otro poco de construcciones antiguas que hablan de su historia. Según el INEGI, su población era en 2005 de un millón 301,452 habitantes, aunque otras estimaciones calculan un millón setecientos mil habitantes en todo el municipio. Es una comunidad trabajadora, franca y de noches festivas.

Escena uno

Ciudad Juárez amanece infartada 6 DE LA MAÑANA DEL 6 DE NOVIEMBRE DE 2008

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Aparece un hombre decapitado y colgado del llamado Puente al Revés, cuya cabeza es localizada dentro de una bolsa de plástico en la Plaza del Periodista. Una cabeza que se encontró a ocho kilómetros del cuerpo que pertenecía a Sergio Arturo Rentería Robles de veintitrés años. Los grotescos hechos violentos tienen conmocionados a los juarenses por la forma macabra en que son ejecutados. El hombre sin cabeza cuelga del Puente al Revés, quizá el puente de mayor tráfico y que se ubica en el crucero más importante de la ciudad. Una narcomanta con mensaje alusivo a grupos antagónicos del crimen organizado, corona la escena. El cuerpo aparece a las cuatro de la mañana y los peritos forenses llegaron a retirarlo poco antes de las siete. Lo más escalofriante es que la cabeza es localizada mi-

nutos después dentro de una bolsa de plástico negra en el Monumento al Papelerito, de la Plaza del Periodista en las calles de Constitución e Insurgentes. La escena es disfrutada por cientos de mirones que transitan —por debajo del puente—, pues el cuerpo de la víctima, colgando por largo tiempo, es digno de foto.

Escena dos

Una reyerta en una cárcel de

Ciudad Juárez con veinte muertos PRIMERAS HORAS DEL 4 DE MARZO DE 2009

El silencio es roto por una riña entre los internos de una cárcel que deja al menos veinte muertos regados en las crujías. El hecho coincidió con la llegada de los militares a ios principales cargos relacionados con la seguridad pública de la ciudad. El incidente comenzó a primeras horas del día. La violencia se desató con una riña en el módulo destinado al grupo Azteca, que está vinculado con el cártel de Juárez. La riña enfrenta a dos bandas delictivas, los Mexicles y los Artistas Asesinos, que se dedican a la comercialización de drogas y armas dentro del penal. De los veinte muertos, todos eran reos. Un recluso declaró a un canal de televisión local que algunas de las víctimas murieron al ser lanzadas por sus rivales desde el segundo piso del edificio, aprovechando que estaban heridas y no se podían defender. La riña concluyó con la intervención de unos cuatrocientos militares y policías. Se utilizaron también dos helicópteros para lanzar gases lacrimógenos y detener los enfrentamientos.

La urbe está bajo el patrullaje de más de siete mil soldados y de unos cuatro mil policías.

Escena tres

Asesinan a un niño de nueve

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años durante el ataque a una familia DOS DE LA TARDE DEL 30 DE JULIO DE 2009

Un niño de nueve años pierde la vida mientras que tres de sus hermanos de cuatro, cinco y ocho años, y sus padres, así como una mujer que los acompañaba en un automóvil, resultaron heridos durante un intento de ejecución. De acuerdo con el reporte de las autoridades ministeriales, el incidente ocurrió cuando Mario Antonio Cuéllar, de cuarenta y dos años, conducía una camioneta Dogde Ram color arena, sobre la avenida 16 de Septiembre, en la que iban los cuatro menores de edad y las dos mujeres. Repentinamente un comando armado a bordo de una Cherokee guinda, de la cual descendieron varios hombres que les dispararon en repetidas ocasiones. Iván David Dávila, de nueve años, resultó muerto; su hermana de ocho años recibió un balazo en el antebrazo derecho; Martín Saúl Flores, de tres años, presentó lesiones, al igual que Silvia Flores, de veintiséis y Guadalupe Rodríguez, de cuarenta. Luego de que los sicarios se dieron a la fuga, más de cien personas rodearon la malla ciclónica que resguardaba la camioneta para observar y eso hacía más cruel y realista la escena del crimen. Se filma a la niña de ocho años, en una toma abierta. Se ve su cuerpo ensangrentado y ella se encuentra

aturdida y como sonámbula —trae en el brazo el boquete producido por un AK-47—; y se dirige hacia todas direcciones.

Escena cuatro

El día más violento: asesinan a 19 15 DE JUNIO DE 2009

Ese día se registró una triple ejecución, dos dobles homicidios y el resto fueron asesinatos individuales. Los crímenes, incluyendo uno en el Valle de Juárez, ocurrieron en colonias donde se han reportado otros hechos violentos y, pese a ello, el patrullaje preventivo es limitado. Orgullosamente la ciudad se encuentra «sitiada» por el Operativo Conjunto Chihuahua. Se aprecian decenas de retenes y cientos de cateos en la población. Panorama general Las escenas y las tomas de hechos de sangre se repiten y no se acaban. En 2008, Ciudad Juárez acumuló mil seiscientos asesinatos cruentos. 2009 va que vuela para batir este récord macabro, pues hasta ios primeros ocho meses del año, la cifra era de 1,2 14 muertes, todas acaecidas en ejecuciones en la vía publica. De esta manera a Ciudad Juárez le han arrebatado sus días bulliciosos y sus noches románticas y alegres. Insisto, algo le hicieron a esta ciudad del Bravo. La inseguridad y la violencia generada por la lucha abierta entre los narcos, están

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secando a Ciudad Juárez. En junio de 2008 el total de negocios formales de los sectores comercial, industrial y de servicios ascendía a

11,265, pero esta cifra disminuyó en agosto a 9,860, lo que implica una caída del 12.47 por ciento. Hasta 2008, el municipio de Juárez tenía 361 industrias, 6,479 comercios, 3,020 empresas de servicios, para dar una suma total de 9,860 empresas. El cierre de negocios es consecuencia de la fuerte inseguridad pública y del impacto de la recesión económica de Estados Unidos que ha incidido en el desempleo masivo en la industria maquiladora, lo que a su vez ha traído un efecto dominó en el resto de los sectores productivos. Así lo afirma Daniel Murguía Lardizábal, presidente de Canaco. De acuerdo con datos del Sistema de Información Empresarial Mexicano (SIEM), en junio de 2008 había 36,343 empresas en el estado, sin embargo, en 2009 esa cifra es de 32,495, es decir 3,848 negocios menos, lo que se traduce en una caída anual del 10.59 por ciento. Se indicó también que en el primer semestre de 2008 la entidad ocupaba el cuarto lugar en número de empresas en el país, mientras que en 2009 se ubicaba en el sexto sitio. La comunidad en general ha modificado su comportamiento por vivir en una constante ansiedad detonada por la violencia. Muchos niños y adultos optan por no salir a la calle o dejan de asistir a sus actividades académicas o laborales, e incluso comienzan a desarrollar enfermedades. El ambiente es desolador. Ha crecido la práctica de la extorsión que va de la mano con los secuestros —en varias modalidades— ylos delitos comunes, como robo de vehículos, asalto a mano armada, atraco a negocios, riñas, asalto a bancos y otras calamidades elevan las estadísticas.

Hasta junio de 2009 se tienen registrados cincuenta casos por tortura y desapariciones y más de setecientas denuncias en contra de las fuerzas del orden del Operativo Conjunto Chihuahua. La ola de asesinatos, sin criminales visibles o capturados, sigue y va in crescendo. La puntilla se la han dado a la gran vida nocturna de Ciudad Juárez, debido a la intromisión de comandos armados que asesinan con descaro en el interior o a las puertas de antros, cantinas tradicionales, centros nocturnos y restaurantes. En consecuencia miles de juarenses optan por la vida nocturna que ofrece El Paso, Texas. La tendencia y costumbre era que los texanos vinieran a derrochar sus dólares al comercio de Juárez. Decenas de empresarios, gente bien y comerciantes acaudalados están atiborrando los nuevos fraccionamientos residenciales de la vecina ciudad fronteriza. Las estadísticas oficiales muestran que hay varios síntomas de que la violencia está generando un éxodo hacia Estados Unidos. Crecieron las solicitudes de asilo político, aplicadas por ciudadanos mexicanos radicados en Ciudad Juárez ante las

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autoridades migratorias estadounidenses. Motivo: en Juárez no se puede vivir a gusto. En este tiempo nos hemos dado cuenta de que Ciudad Juárez volvió a los años de bandoleros y pillaje del oeste que caracterizó al decenio de 1920. Los comerciantes deben de pagar «derecho de piso y paso» o «cuotas de protección» al crimen organizado, y de no ser así simplemente sus negocios son arrasados por el fuego o pasados por las armas. Así las cosas. En pocas palabras Ciudad Juárez está secuestrada.

Los daños colaterales del Operativo Conjunto Chihuahua en nueve momentos MARCELA TURATI Uno Urbano y mi hijo iban por mí en el Accura 94, una garra de carro, y vieron a unos trescientos metros el retén de los policías federales y se regresaron porque no traían licencia ni placas. Continuaron como si nada y entraron por una loma para rodear, cuando se dieron cuenta de que los iban siguiendo. Urbano dice «acelera» y mi hijo aceleró unos doscientos metros y que le pegan el primer balazo; ya en la curva mi hijo va herido y le siguen disparando. Ni les hicieron el alto, seguro los federales pensaron que traían armas. —Ya me chingaron, párate, párate, regrésate a la clínica —dice mi hijo. Los federales se asomaron al carro. —Me pegaron, me pegaron, me dieron—gritó mi hijo. —Dónde te duele? —Me arde el pecho. 157

Mi hijo les decía que lo llevaran a la clínica, pero tardaron mucho. Urbano salió a madre, le dijo «aguántate», pero cuando llegaron ya estaba agonizando. Cuando me hablaron, mi hijo ya no vivía. Murió con una expresión de susto, nunca le había visto esa cara de terror, así lo traigo grabado. Papá de Héctor Carrillo Griego; el señor fue entrevistado en su casa, y detrás de él, en la sala, está un altar en honor de su hijo difunto, donde se le ve vestido con una camiseta de la Virgen de Guadalupe, pálido, en su féretro y con un rosario alrededor del cuello. En la clínica me desmayé, ya no supe más. Cuando salí estaba una troca de los federales quemada. No entendí que la gente, enojada, la había quemado. El día que me lo mataron fue domingo. Le pregunté al que era mi esposo que cómo había pasado y dijo que los federales le dieron al coche en la cajuela, la bala atravesó el asiento de atrás y a mi hijo le pasó el corazón. Mamá de Héctor Carrillo, aliado del ex marido, en la casa con techo remachado de corchoiatas en el ejido de San Agustín, en Valle de Juárez. No deja de llorar en la entrevista. Los federales anduvieron en la noche recogiendo casquillos y lo que dejaron de evidencia. Yo había pensado en un principio que estaba bien que vinieran los policías y los soldados para pelear contra el narcotráfico, siempre y cuando no sea contra inocentes, pero le

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dispararon sólo a personas que aceleraron porque no tenemos placa ni licencia. Todos por acá usámos carros chocolates,

y los federales quieren agarrar dinero, lo que se deje. Mi hijo tenía veintiún años, era bueno, trabajaba acarreando material. Cómo va a ser posible que dispararan al piloto y no contra las llantas, y que a estas niñas las hayan dejado huérfanas así como así. Mírelas, ésta es Eva Rubí, tiene dos años; ella es Ashley Yaremi, tiene tres. Otra vez el papá de Carrillo. Aunque su hijo fue la primera víctima mortal del Operativo Conjunto Chihuahua nadie fue

consignado.

Dos

Me llevaron a un lugar donde se escuchaban ruidos de helicópteros y voces de militares en entrenamiento; había detenidas como diez o veinte personas. Luego entraban algunos soldados y empezaban a golpear a los otros detenidos pidiéndoles información concreta: «no te hagas pendejo, dime dónde está la bodega que surte a los de la calle Azucenas.» Les dije que lo único que sabía era quién vendía droga por el barrio, que inclusive los podía llevai pero el militar me pegaba y decía «no te hagas pendejo, ya lo sabemos.» Sabía muchas cosas de mí, que yo fui detenido en el Cereso algunos años por robo de automóvil. Me desnudó totalmente y empezaron a darme toques en el cuerpo con las picanas, un tipo me golpeaba en el estómago y cuando me agachaba otro me golpeaba en las nalgas y me enderezaba, haciéndome sangrar por el ano. Yo seguía vendado y me volvieron a desnudar y me envolvieron en una cobija haciéndome taquito, luego mojaron la cobija conmigo adentro y me conectaron los cables, uno en cada testículo. Me ponían una bolsa de plástico en la cabeza y me apretaban hasta que me asfixiaba, luego me quitaban la bolsa y me dejaban respirar y otra vez las mismas preguntas y las mismas respuestas. Extractos de la denuncia recibida por la CEDH el 20 de mayo de 2008 de un expresidiario al que se guardó el anonimato. Tres El mecanismo fue el mismo: ios soldados reciben una denuncia anónima, después envían un comando para atender la denuncia, llegan a la casa y sin ningún llamado de atención ni siquiera tocar la puerta, ingresan, inmovilizan a los varones y voltean todo. A los jóvenes los llevan detenidos a las instalaciones militares y su interrogatorio puede durar hasta cinco días. Obtienen información con las torturas más crueles: de la tanda de golpes pasan a simular ahogamientos; les cubren la cabeza con bolsas llenas de agua para que sientan más rápido el efecto de ahogo y para que se atraganten y el plástico se les pegue. Después, descargas eléctricas con picanas. Más tarde, con un aparato que produce una descarga parecida a la de un rayo; luego a meterlos a los camiones congeladores hasta siete horas. A quienes quieren consignan ante un juez, muchas veces con montaje de delitos, redactando un parte falso sobre ios hechos, cambiando la fecha y el lugar de detención y sin evidencia, inventando que los detuvieron con armas y drogas. Entrevista en una cafetería al visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, Gustavo de la Rosa, a un año de iniciado el operativo.

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Cinco «Sufren jóvenes golpiza y robo por militares: querían sacarles drogas a golpes» «Secuestraron militares a policías: Soberanes; los privaron de su libertad sin orden judicial y, además, al azar» «Denuncian tortura a otros tres agentes» «Torturó ejército a mi hermano» «Denuncia aquí la CNDH tortura y cateos ilegales» «Cateos: acusan a soldados de abusos» «La gente comienza a ver con buenos ojos la participación del ejército: CEDH» «Militares se llevan a dos niños y al abuelo, denuncian» «Lidera ejército en Chihuahua violaciones a las garantías » «Existen indicios sobre quinientos casos de tortura militar: CEDH» «Preocupa a ONU quejas contra militares en Chihuahua» «Capacitará UACJ a militares en DH» «Distribuyen manual en Juárez para convivir con los militares»

Cuatro Mi orden de cateo es el marro. Declaración del general Jorge Juárez Loera, a cargo de la xi región militar que incluye Chihuahua, que fue publicada en todos los periódicos.

«Causan retenes de soldados y federales estado de sitio » «Suman en Juárez tres mil viviendas allanadas por militares, detenciones ilegales, tres “desapariciones” y ciento sesenta expedientes de quejas, en un año» «En Juárez se vive como en Irak» «Mujeres militares manosean a mujeres en revisio ne

»

Encabezados de notas de prensa en diarios locales y nacionales.

Seis

Con el pretexto de que recibieron llamadas anónimas o andan buscando drogas vienen a los centros de rehabilitación, sacan a toda la gente, los acuestan al piso y los esculcan. Testimonio del encargado de un centro de rehabilitación basado en la Cristoterapia y en los Doce Pasos, ubicado en la céntrica colonia Bellavista donde cada tantas cuadras hay establecimientos parecidos. Siete Al 15 de junio de 2009, tenemos quinientas veintidós quejas en relación con el ejército. Tenemos dos grupos de militares, cinco mil trabajando en la policía. Es la primera vez que en México el ejército auxiha a la policía municipal. El secretario de la Defensa me manifestó su preocupación de que pudieran actuar con demasiada fuerza; me pidió que tuviéramos una oficina de quejas y que estuviéramos muy pendientes. A ésos les dimos cursos de función policiaca para

que les quedara claro que estaban en una labor de contacto cercano con la ciudadanía; de ellos no tenemos quejas, más bien felicitaciones por el trabajo que realizan. Las quejas se concentran en los dos mil quinientos que están haciendo labores contra la delincuencia organizada, que hacen labores de inteligencia. Generan quejas de familias de personas consignadas que en el ochenta por ciento de los casos tienen parientes a los que el juez les dictó auto de formal prisión. Entrevista al alcalde de Ciudad Juárez, Reyes Ferriz, desde su oficina con vista al puente

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internacional; afuera miles de soldados patrullan la ciudad y dirigen la vialidad. Ocho De mi casa se llevaron diez mil dólares en joyas mías con las que tenía añales, todo el dinero de la tienda, del restaurante; se llevaron a mi esposo y a mi hijo a México. Como no les encontraron nada se los trajeron a Juárez y ahí están. Les pusieron armas y drogas, los golpearon a morir, ora resulta que dicen que los agarraron en la calle. Testimonio de una mujer que lleva el apellido del narco del Valle de Juárez más buscado por la DEA y está exiliada en Tornillo, Texas, donde ahora vende tacos. Nueve Los federales nos tratan mal, nos ven, nos esculcan, nos quitan el dinero y a veces nos golpean. Yo vivo a la vuelta y se metieron, me tiraron al piso, me patearon, me robaron mi dinero, mi cámara de video, nomás por-que sí. Preguntaban, «dóndc está la droga, dónde tienes el dinero?», pero nosotros no le hacemos a nada de eso, ni vendemos ni consumimos. A veces se meten al Hotel México y a mí y a una compañera nos quitan el dinero, hasta los celulares, todo lo de valor, por ellos no hay clientes, porque a los clientes también los roban los federales y a veces los soldados. Testimonio de un trasvesti sentado en una silla esperando clientes en la calle Melchor O campo, mientras mira receloso a los policías federales dar sus rondines. 1 1

caso De ¿a Rosa IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ «Hay casos que rayan en la locura. Días que transgreden los bordes del razonamiento. Lo menos que puede hacer uno como funcionario es responder cuando lo buscan». Gustavo de la Rosa Hickerson, dice lo anterior tras colgar el teléfono. La madre de un desaparecido le ha pedido que la acompañe al Semefo. Acaban de llegar nuevos cadáveres y ella quiere verificar si alguno de ellos corresponde a su hijo. El visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos trabaja horas extras. Son las 13.45 horas del sábado 27 de junio de 2009. Ha despedido a la secretaria, que le reclama el día de descanso. No se le puede exigir a nadie el mismo nivel de compromiso, dice De la Rosa. Sobre el escritorio descansan dos teléfonos celulares y un nextel. Los números de cada uno se los ha dado a la mujer, para que lo llame en cualquier momento, así sea de madrugada. El sujeto desaparecido reside en una colonia del poniente de Ciudad Juárez, la zona de mayor cantidad de 164 165

adictos y vendedores de droga. Es el lugar donde más individuos han sido asesinados por sicarios, federales y militares. La suerte de muchas de las víctimas es lo que De la Rosa documenta desde mediados de 2008. Los testimonios de sobrevivientes y sus familiares le moldearon la idea de una guerra entre cárteles, tal y como lo refiere el gobierno federal. Lo que hay es un exterminio. «Cuando matan a uno de estos muchachos hay un dolor profundo. Lo puedes ver en los sepelios. Los sepelios son terribles, puedes percibir la devastación enorme. Y después viene el luto; pueden ser semanas, meses, años, y en ese tiempo el dolor va disminuyendo. Mejor dicho, el dolor se asimila, se puede convivir con él. Pero cuando las personas desaparecen, lo que se vive es brutal, mucho más violento que

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el asesinato o la tortura. Por eso hago esto; por eso les respondo a la hora que llamen; por eso los acompaño. Estas personas no tienen a nadie más ante quién acudir. Sus víctimas no importan a nadie. Se les ve como despojos.» De la Rosa mantiene intacta la congruencia en tiempos siniestros. Es lo único que puede dotarlo de fortaleza. Una fuerza extraña para alguien que luce como Santa Claus. Muchos activistas locales creen que busca protagonismo. La presidencia del órgano para el que trabaja lo ve como apestado, porque los exhibe como comparsa. Es un tipo incómodo para el sujeto a cargo de la Operación Conjunta, Jesús Espitia, quien lo ignora o lo acusa. Lo desacredita como visitador y le inventa nexos con narcotraficantes. El general puede hacerlo impunemente porque la Comisión Nacional de Derechos Humanos tampoco intercede por De la Rosa, al contrario, lo señala con un argúmento estúpido: «Está

enojado porque lo expulsamos de un diplomado», dice el vocero Federico Gómez Pombo. La congruencia caracteriza a De la Rosa desde sus tiempos de estudiante. Fue parte del movimiento de 1968 y defensor de causas perdidas los años siguientes. La vehemencia de sus discursos lo hizo poner un acento incorrecto en un foro estudiantil: dijo «Machu Picchú», y el error se volvió apodo. Por eso lo llaman Pichú desde hace cuarenta años. Se licenció en derecho y ejerció como laborista desde entonces. Todo aquel que se sintió despedido sin razón, lo buscó para enfrentarse a la empresa o al patrón. «Las cosas son muy distintas ahora», dice. El proceso que siguió como profesional de las leyes y activista tuvo una escala importante antes de la CEDH. En 1998 aceptó el nombramiento como director del Centro de Readaptación Social del municipio. Fue ahí donde respiró el tufo del poder de ios narcos y vio sin distorsiones la corrupción institucional. Salió ileso. Las amenazas que recibió jamás prosperaron y nadie pudo señalarlo jamás como parte del sistema envilecido que mantiene hasta hoy el enclave de las drogas en esa prisión. De la Rosa fue uno de los fundadores del iw en Chihuahua. Dejó a un lado al partido cuando desmayó ante intereses grupales. De ahí, sin embargo, provienen muchos de sus aliados. Uno de ellos, incondicional hasta estos días: Víctor Quintana, ex delegado de la Gustavo A. Madero y diputado de la 62 Legislatura estatal. Ambos tenían una idea común de la violencia ligada al tráfico de drogas, similar a la del resto de los ciudadanos. Estaban convencidos de que los cárteles habían dividido no solamente a las autoridades, sino a la clase política y empresarial. Sin embargo, la visión les cambió en el curso de unas cuantas semanas, ya que las fuerzas federales estaban implicadas como ninguno de los dos sospechó jamás. La realidad fue abriéndose paso a golpe de secuestros, torturas y asesinatos. Una noche de junio de 2008, durante un enlace en vivo transmitido por la televisión local, la abuela de un adolescente destrozado a balazos frente a su casa, fue parte del inicio de nuevos testimonios reveladores. «Quiero decirle a Calderón, al gobernador, al alcalde, que no se hagan pendejos, que ellos saben quiénes son los que están matando, que ellos saben quiénes mataron ami niño!», gritó la mujer ante las cámaras que cubrían el atentado. De la Rosa documentó más de trescientos casos antes de terminar ese año. Los testimonios eran similares; detrás de muchas atrocidades se hallaban militares y

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federales. Verdaderos fusilamientos. Pequeños distribuidores, delincuentes comunes y adictos estaban siendo aniquilados sin pudor. La contundencia de los acontecimientos es apabullante. Los mismos familiares de los asesinados justificaron el atropello: «Es que andaba en malos pasos», le decían al visitador. Con medio millar de expedientes con el mismo patrón de exterminio, De la Rosa viajaba una tarde a su domicilio, en la región del Valle de Juárez. Antes de llegar a su destino hizo un alto en una estación de gasolina y fue al baño mientras llenaban de combustible el tanque. Un hombre se puso a orinar en el mingitorio de al lado. Tenía el cabello a rape, como militar, dijo el visitador. El sujeto fingió reconocerlo por sus constantes apariciones en los noticiarios: «Es usted el licenciado De la Rosa, ¿verdad?», le préguntó. De inmediato le

dijo que lo admiraba, que hacían falta personas como él, comprometidas e incorruptibles. Y luego lo amenazó: «Cuídese, lic., porque lo van a matar.» Fue el primero de muchos avisos. Semanas más tarde otro sujeto de apariencia similar lo alcanzó en su automóvil. Quedaron ventana con ventana en una luz roja del semáforo. El tipo lo llamó por su nombre y luego le disparó con los dedos dispuestos como escuadra. «Lo vamos a matar, licenciado», alcanzó a gritarle antes de acelerar. De la Rosa solicitó protección oficial. No sirvió de mucho. Uno de los escoltas provistos por el gobierno fue secuestrado por militares. Lo torturaron y le enviaron con él nuevas amenazas. El escolta renunció. El visitador llamó a sus amigos y conocidos para enterar- los. Eso fue a finales de agosto de 2009. Tras ello intentaron asesinar a otro de sus colaboradores cercanos, a unos cuantos metros de un retén del ejército y también de su domicilio. La presión fue demasiada. Buscó refugió temporal al otro lado de la frontera. Cada tarde cruzaba el puente internacional para dormir en El Paso, hasta que la noche del 15 de octubre fue retenido por el Departamento de Seguridad Interior. La acusación era absurda. Si temía por su vida, le dijeron, tenía entonces que solicitar asilo. Al margen de argumentos legales, lo suyo es perturbador: miles de residentes de Ciudad Juárez han hecho lo mismo desde 2008, pero a nadie se le detuvo jamás en una garita de cruce. El nombre de Gustavo de la Rosa Hickerson estaba boletinado. Como bien dijo el abogado y derechohumanista aquel sábado de junio, «hay días que transgreden los bordes del razonamiento.»

Yo soy el Chapo Guzmán, todo está pagado ALEJANDRO PÁEZ VARELA

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Cada que apareció, dijo su propio nombre para que se entendiera bien, e hizo que lo llamaran así. Nunca escondió el rostro, o se guardó tras los lentes oscuros, por decir: qué caso tendría ocultarse si la intención era lo opuesto: hacerse presente, gritar que el nuevo dueño del mundo era (es) él. —Yo soy [Joaquín] el Chapo Guzmán, todo está pagado. Les van a recoger ios celulares. Si respetan su vida, entréguenlos. No pasa nada. Vamos a cenar y después nos iremos en paz. Buenas noches. .0 buenas tardes. Pero hasta allí. La frase fue la misma una y otra vez, según los supuestos muchos testigos. Esto pasó justo en los meses en los que el nativo de La Tuna, municipio de Badiraguato, Sinaloa, se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna acumulada de mil doscientos millones de dólares producto de ganancias anuales de entre veinti171

cinco y cuarenta mil millones de dólares, según cálculos de la revista especializada Forbes.

Sucedió también en los años en los que el Partido Acción Nacional (PAN) se instaló en la presidencia de México, desde 2000 hasta 2012. Sobre los gobiernos panistas existe la duda —y hay acusaciones públicas y privadas— de que apoyan al cártel de Sinaloa que Guzmán Loera, quien escapó en 2001 dentro de un carrito de lavandería de una prisión de alta seguridad en el gobierno de Vicente Fox Quesada (2000-2006), codirige con Ismael el Mayo Zambada e Ignacio el Nacho Coronel. Los eventos que se describen se dieron en tres estados de la República mexicana que forman el llamado Triángulo Dorado: Sinaloa, Chihuahua y Durango, la base territorial de lo que en la década de 1990 se conoció como La Federación, el más fuerte grupo criminal en la historia del país, administrado hasta su muerte por Amado Carrillo Fuentes. Las dos reseñas sobre las apariciones públicas del Chapo Guzmán sobre sus nuevos territorios se publicaron en la prensa extranjera: primero fue en ElPaso Times, y después en el Wall Street Journal. El diario texano dio cuenta de una aparición en Ciudad Juárez; el neoyorkino habló de varias que se habrían sucedido en Sinaloa, cerca de los pueblos en los que nació y se esconde este poderoso narcotraficante al que persiguen miles de hombres en territorio mexicano, según las autoridades federales. Los relatos, dependiendo dónde surgen y quién los cuenta, agregan detalles que no deben despreciarse, aun si se estiman como irreales estas «apariciones» que arreciaron desde diciembre de 2007 y durante todo 2008 y 2009. En ese periodo, de acuerdo con fuentes periodís tica

basadas en recuentos oficiales, murieron cerca de quince mil mexicanos a causa de «la guerra de las drogas», esa lucha abierta entre los diversos cárteles por el territorio nacional que también engloba el combate del gobierno federal, en el sexenio del presidente Felipe Calderón, al trasiego. «Son comunes los reportes de que se ha visto a Guzmán. En al menos tres ciudades mexicanas, incluida Culiacán, capital de Sinaloa, la gente ha reportado ver al capo llegar a comer a un restaurante local. Dicen que fue precedido por guardaespaldas que confiscaron los teléfonos móviles de los comensales y no permitieron que nadie

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se marchara. Para compensar por la breve pérdida de libertad de los clientes, se dice que Guzmán pagó la cuenta de todo el mundo. Un propietario de uno de los restaurantes desmiente el suceso, pero un informe de inteligencia mexicana dice que se cree que al menos una de las historias de los restaurantes es cierta», escribieron a mediados de 2009, los periodistas David Luhnow y José de Córdoba en The WallStreetJournal. De acuerdo con varias fuentes, Guzmán Loera se habría presentado en lugares públicos chihuahuenses de pequeñas poblaciones serranas como Guerrero y La Junta. Hay reportes de que apareció también en un restaurante de una ciudad mayor: Parral. Se dice que su más grande osadía, sin embargo, fue presentarse públicamente en Ciudad Juárez, la plaza que disputa a la Línea, brazo armado del cártel de Juárez dedicado al menudeo y al control territorial de una parte importante de la frontera chihuahuense. Según las diversas crónicas, llegó a un restaurante de la avenida Paseo Triunfo de la República en plena tarde noche, y pronunció la misma frase, con un agregado: —Yo soy el Chapo Guzmán, todo está pagado. Les van a recoger los celulares. Si respetan su vida, entréguenlos. No pasa nada. Vamos a cenar y después nos iremos en paz. Yo soy el nuevo dueño de la plaza. Cuéntenlo. De aquí ya no me voy. —En estas tierras ni puto maíz. Y los pinos no se comen —dice Mario L., y apunta hacia la sierra, blanca como hueso seco. Han quedado atrás La Junta y Creel. Adelante está Guachochi, y luego Ciénega Prieta. Y después nada, porque ya no habrá camino sino las veredas que sólo los tarahumaras conocen, y algunos chabochis, mestizos que se atreven a ir hasta allá. Bajo la panza de un cerro, un grupo de indígenas se sienta en torno a un corral que alguna vez habrá tenido, se supone, gallinas. Dentro de su cueva casa hierve una maltratada olla de peltre azul, pero no tiene frijoles, ni atole, ni maíz. Sólo agua. La vieja que se oculta de los visitantes le da vueltas y vueltas y luego llena tazas de plástico a las que agrega una cucharada de Maseca. Eso comerán hoy, eso es lo único que hay para todo el día, explica Mario L. —Prefieren una cucharada de Maseca con agua que una tortilla. De ese puñado de Maseca no salen más de cinco remeques [tortillas]. Con agua rinde más. La cuchara de la vieja no es, en realidad, cuchara. Ni la de los que toman esa sopa-masa-desayuno-cena. Usan latas pequeñas —como la de los chiles encurtidos— atadas a un palo con alambre. La de la anciana es de sardinas.

—Y los hombres? —les pregunta en rarámuri. Traduce la respuesta: «Que andarán en el barranco.» No quieren decir más. «Barranco» llaman a los campos de amapola. Casi pegado a Sinaloa, en el sur de Chihuahua, está Baborigame, sección de Guadalupe y Calvo, municipio cuya cabecera del mismo nombre se halla más al sur. Aquí ya no gobierna nadie, sino los cárteles y mini- cárteles que suben y bajan mariguana y goma de opio día y noche. Se siembra y se cosecha. Se empaca y se

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manda fuera. Así ha sido desde hace muchos años. Unos kilómetros abajo está Badiraguato, la capital, se dice, del cártel de Sinaloa, ahora Nueva Federación. Allí están las haciendas de los señores, se afirma por acá. Allí nacen los corridos que la gente canta, alegre, en las cantinas. Y desde allí, y desde algunos otros ranchos en Durango, se planea y se dirige la guerra por Ciudad Juárez. Es difícil saber qué tan ciertas son las apariciones del Chapo Guzmán. Difícil. La gente no habla con las autoridades; nada se ha dicho en la prensa local aunque los reporteros sí traen el dato. ¿Quién denunciaría algo así? ¿Quién se opone al nuevo rey de las cenizas y los cadáveres? Las apariciones se cuentan, sí, pero nadie las da como hechos. Son parte del imaginario. Son anécdotas de la guerra por las plazas, por Chihuahua, por Juárez. Y ya.

LOS AUTORES ALEJANDRO PAEZ VARELA (Ciudad Juarez, 1968) es periodista y escritor Es subdirector editorial de El Universal y subdirector de la revista semanal Dia Siete Es coautor de Influenza, de la negligencia a la manipulación (2009), Los intocables (Temas de Hoy, 2008), Los amos de México (Temas de Hoy, 2007), Los suspirantes (Planeta, 2006) y Camas separadas (2005). Autor de Paracaídas que no abre (2008) y de la novela Corazón de Kaláshnikov (Planeta, 2009). JosÉ PÉREZ ESPINO (Ciudad Delicias, 1969) es periodista y coautor de los libros Violencia sexista: algunas claves para la comprensión del feminicidio en Ciudad Juárez (UNAM, 2004), Los amos de México (Temas de Hoy, 2007) e Influenza, de la negligencia a la manipulación (2009). Ha coordinado y editado catorce libros relacionados con el marco jurídico de

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los medios de comunicación en México. Es editor de la revista dominical Día Siete. SANDRA RODRÍGUEZ NIETO (Chihuahua, 1973) es comunicóloga y reportera de ElDiario de Juárez desde 2003. Ha cubierto el Operativo Conjunto Chihuahua y diversos efectos de la violencia y la disputa entre los cárteles del narcotráfico. Fue reportera de la revista Proceso de 2001 a 2002 y coeditora de información nacional en el periódico Reforma entre 1997 y 2001. MARCELA TURATI (México, D.F., 1974) vivió desde niña en la ciudad de Chihuahua, de donde se dice originaria. Fue maestra rural en la tarahumara y se inició como periodista en 1998 en el periódico Reforma. Publica en medios nacionales y extranjeros desde entonces. Es coordinadora de la red de periodistas sociales, Periodistas de a pie. Actualmente colabora con la revista Proceso en temas de narcoviolencia, especialmente en Ciudad Juárez. MIGUEL ÁNGEL CHÁVEZ DÍAZ DE LEÓN (Ciudad Juárez, 1962) es escritor y periodista. Ha publicado En este rincón duerme la duquesa (1984), Este lugar sin sur (1987),

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Vhala blues para saxofones (1989), Los ángeles también van de cacería (2005) y Poemas completos de libros inconclusos (2009). Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo 2009. Su obra periodística y poética se ha publicado en varias revistas del país, como Día Siete, Tierra Adentro o Azar.

IGNACIO ALVARADO ÁLVAREZ (Ciudad Juárez, 1968) ejerce como periodista desde 1989. Fue jefe de información e integrante de la Unidad de Investigaciones Especiales de El Diario de Juárez. Fue productor asociado en América Latina de ARD Televisión Pública Alemana y asesor de prensa en la Comisión de Asuntos Fronterizos del Senado de la República. Colabora en las revistas Día Siete y Energía Hoy. Actualmente forma parte de la Unidad de Investigación del periódico El Universal. ENRIQUE LOMAS URISTA (Parral, 1966), desde hace dieciséis años es corresponsal de Grupo Reforma en el estado de Chihuahua, oficio que le ha nutrido de valiosas experiencias, mismas que se reflejan incluso en su trabajo de poesía y narrativa, especialmente en temas como el narcotráfico y el indigenismo. Publicó Sueños Derramados (2006), su primer libro de cuentos. Su trabajo como escritor se ha publicado en cuatro crestomatías de cuento y una de poesía.

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