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Historia Moderna
Grupo 102
Guillem González Noguer
Política de los siglos XVIII y XIX
El concepto de estado como entidad abstracta y autónoma se había venido
fraguando desde el Renacimiento; hacia finales del siglo XVIII, el gobierno ya no
era solamente una cuestión hereditaria. En paralelo, la relación entre monarca y
súbdito también se fue modificando durante el siglo XVIII: la nueva idea del
contrato —entre el que gobierna, que procura felicidad y bienestar, y el que es
gobernado, que promete obediencia— fue substituyendo la del gobernante
cristiano que se preocupaba por sus súbditos de un modo altruista.
Durante el siglo XIX, en cambio, se fue pasando página, lenta y
dolorosamente —las guerras abundaron en ambos siglos—, al Antiguo Régimen.
Los estados asumieron las funciones reguladoras y sociales que antaño estaban
en manos de instituciones autónomas; a partir de la segunda mitad del siglo,
también se encargaron de otras actividades vitales, como los ferrocarriles o el
correo, y la educación pasó definitivamente a cargo del Estado, que sería el que
iba a decidir cómo educar a sus ciudadanos.
Formas de gobierno
El cambio en la relación entre monarca y súbdito se puede percibir en El espíritu
de las leyes, de Montesquieu, que transformó la tríada aristotélica de gobiernos
—monarquía, aristocracia y democracia— en monarquía, república y despotismo.
Usaremos esta división tripartita1 —como hace Julian Swann en “Política y Estado
en la Europa del siglo XVIII”— para hablar de la política durante el XVIII en
Europa. En el apartado “Del absolutismo al liberalismo” continuaremos con el
siglo XIX.
El primer tipo de régimen, la monarquía, se manifestó durante el siglo XVIII
de dos modos. Por un lado, el absolutismo ilustrado, heredero del absolutismo del
siglo XVII, aunque ilustrado porque se preocupó más por el bienestar —salud,
1 Aunque era tentador, por su mayor facilidad, dividir el trabajo en dos partes (siglo XVIII y siglo
XIX) y luego compararlas, es más constructivo tratar de trazar una línea entre la política de los
dos siglos. Sin embargo, la divergencia estructural entre los dos capítulos de política
(divergencia probablemente provocada por lo distintos que fueron los dos siglos entre sí)
complica bastante la tarea.
1
educación y felicidad—de sus súbditos. Los países con este tipo de gobierno
fueron Francia, Austria, Prusia, España, Portugal, Saboya y Dinamarca. Se
caracterizaron por tener un gobernante cuyo título era hereditario, y que, en la
práctica, no era absolutamente absolutista, sino que debía “sopesar con mucho
cuidado los intereses de las elites” (XVIII: 21)2 y compartía su gobierno con “una
hueste de instituciones corporativas” (XVIII: 21). Por otro lado, la monarquía
parlamentaria, con los modelos de Inglaterra y Suecia, en la cual disminuía
todavía más el poder de decisión del rey debido al contrapeso del parlamento. La
mayoría de estos países virarían hacia el liberalismo durante el siglo XIX.
El segundo tipo de régimen, la república, tuvo como modelos la República
de Venecia y la holandesa, junto a pequeñas ciudades-estado (Génova, Lucca o
Ginebra). Si bien los gobiernos de Venecia y estas pequeñas ciudades-estado
estaban más cerca de una oligarquía hermética que de la democracia, el caso de
Holanda era distinto. La oligarquía holandesa, sin llegar a ser totalmente
democrática, era más representativa que las venecianas y demás ciudades-estado,
pues estaba “integrada por la nobleza y los patricios o regidores urbanos” (XVIII:
24), y tenía otra fuerza política, los gobernadores provinciales o stadholders.
También estos países adoptarían el liberalismo.
El tercer régimen, el despotismo, tiene como ejemplo más claro la
autocracia del zarismo ruso. No se trataba de un gobierno hereditario, por lo que
la muerte de un zar desencadenaba luchas sangrientas por el trono. Tampoco
habían desarrollado la tradición constitucional ni las estructuras corporativistas
europeas, presentes en los dos modelos monárquicos. Durante el siglo XIX, Rusia
siguió un rumbo parecido al que llevó durante el XVIII, aislada de Europa; inicia
también su declive como segunda potencia europea. El zar, propietario del país y
de su población, no les debía nada, ni derechos ni protección legal. Resulta obvio
que no se pudiera hacer una reforma progresiva. Como consecuencia, los
radicales que en Europa, durante el XIX, ingresaron en el reformismo
constitucional, en Rusia se radicalizaron todavía más, creando grupos terroristas.
Junto a las derrotas militares de finales del XIX y principios del XX, la reforma
culminó en las Revoluciones Rusas (1905 y 1917).
Del absolutismo al liberalismo
El motor principal de los estados del siglo XVIII era la guerra y sus actividades
2 Las citas usadas provendrán todas de los respectivos capítulos de política en los libros El Siglo
XVIII, de Julian Swann, y El Siglo XIX, de Robert Tombs.
2
relacionadas; de hecho, “tanto Luis XIV como Federico II admitieron perseguir la
gloria personal en el campo de batalla” (XVIII: 25). Los asuntos dinásticos
provocaban temblores en los cimientos de la sociedad rusa, pero lo mismo pasó
con las guerras de sucesión española, polaca y austriaca. El rey siguió siendo
capital en estos estados, llegando a crearse a su alrededor un círculo de súbditos
sedientos por mantener un contacto más o menos directo con él; todo para
obtener influencia y, por tanto, poder. La lucha de facciones por el más miserable
favor del rey recuerda cuán poderoso era el monarca todavía.
En este campo se nota especialmente el progreso entre los dos siglos: de
una política que giraba alrededor del monarca a principios del XVIII, se pasó,
durante el XIX, a la política de partidos3 y al auge del poder de la representación
parlamentaria. La urbanización masiva4 y los progresos en la comunicación
hicieron que las ciudades fueran el centro de la moderna política de masas.
Robert Tombs expone los cuatro caminos de las potencias más importantes
del siglo XIX: Alemania, Gran Bretaña, Francia y Rusia, para tratar de entender
cómo podían coexistir unos estados que se estaban liberalizando y otros que se
encerraban en su totalitarismo. La autocracia rusa ya ha sido comentada: su
política durante el XIX fue muy continuista, pese a los tímidos cambios que el
gobierno concedió por el malestar social y las guerras.
El caso de Francia se explica fácilmente gracias a la Revolución Francesa:
esta incidió de tal manera en la mentalidad de sus ciudadanos que se
convencieron de que “la política podía transformar la existencia” (XIX: 49). Toda
crisis política se convertiría en crisis constitucional. De hecho, la lucha por la
libertad durante el 1789 dirigió al país a otro líder absolutista, Napoleón.
Gran Bretaña ha sido usada por los historiadores como prototipo, por su
capacidad de cambiar gradualmente y sin apenas violencia. El éxito político y
económico de Gran Bretaña hizo cobrar más importancia a los parlamentos, pero
el sistema inglés era, entonces, único —aunque se copiaría durante el siglo XIX—.
Los que más se le parecían eran el Sejm polaco y la Dieta húngara. El monarca de
estos tres estados tenía que contar con los parlamentos para subir los impuestos
3 Los partidos políticos no nacen hasta las primeras décadas del siglo XIX, junto a otras
organizaciones políticas: asociaciones de trabajadores, grupos de presión y movimientos
clandestinos. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, se hacen comunes a todos los países.
En las primeras décadas del siglo XX, siguen todos pautas comunes. 4 Hasta la segunda mitad del siglo XIX, la mayor parte de la población es agraria, excepto en
Gran Bretaña y Bélgica. Cuando los campesinos obtienen derecho a voto —en general a partir
de 1850—, apoyan los movimientos socialistas y anarquistas, enfocados originariamente a los
proletarios, en las ciudades.
3
y, en algunos casos, para decidir sobre asuntos de guerra. Pese a su poder,
durante el XVIII solo representaban a una élite minoritaria5, que se iría ampliando
hasta que en la década de 1890 el sufragio universal masculino se propagó por la
mayoría de países. Sin embargo, las prácticas de soborno, intimidación, fraude,
etc., ya existentes durante el siglo XVIII, fueron todavía habituales en el XIX.
Finalmente, el caso de Alemania es el opuesto al de Francia y Gran
Bretaña, que representarían el “camino normal”: la falta de revolución burguesa,
el fracaso de la revolución popular de 1848 y la reunificación, una “revolución
realizada desde arriba” (XIX: 47), hicieron creer a los historiadores que seguía un
“camino especial”, que terminaría fatalmente con el nazismo.
Las reformas sociales
El porqué de las ya mencionadas mejoras sociales que introdujo el absolutismo
ilustrado no está claro. Por un lado, podría parecer que la falta de dinero para
mantener los ejércitos hizo que los gobernantes concedieran estas mejoras para
contentar y calmar a sus súbditos. Pero, por otro lado, no hay que negar el
plausible mérito de la Ilustración: “la creencia optimista de que, por medio de la
aplicación del frío ojo de la razón a los asuntos de Estado, los gobiernos podían
llegar a ser más fuertes y eficientes” (XVIII: 31).
El optimismo ilustrado contagió también a la religión. Tanto la iglesia
luterana en Prusia, como el catolicismo (en especial el jansenismo en Francia),
iniciaron proyectos de reforma. También influenciaron los derechos universales
hijos de la Revolución Francesa, que, aplicados a a la religión, significaron
tolerancia religiosa. Aunque la persecución no desapareció, sí que disminuyó,
puesto que la pluralidad religiosa era beneficiosa para los gobiernos. Sin
embargo, el siglo XIX vio nacer el antisemitismo político, que relacionaba a los
judíos con el capitalismo extremo, y que tan nefastas consecuencias tendría
durante el siglo XX.
Durante el siglo XIX, la religión fue clave para construir el sentimiento de
pertenencia a la nación. Además, el clero fue un arma muy efectiva del gobierno
para influir sobre las masas. Como consecuencia de esta relación Iglesia-Estado,
la disidencia política estuvo íntimamente ligada a la disidencia religiosa.
En el ámbito judicial también hubo reformas durante el siglo XVIII. Sobre
5 No obstante, la implicación en las campañas electorales era mucho mayor que la representación
en las urnas, y es durante el siglo XVIII cuando las campañas políticas nacen tal y como las
conocemos.
4
todo, la escritura de los derechos individuales, la aparición de los primeros
códigos legales y el concepto de ciudadano, que la Revolución Francesa
estableció definitivamente. El influjo de ésta y de la Revolución Americana se
notó durante el siglo XIX: todos los países, menos Rusia y Gran Bretaña, crearon
sus propias constituciones escritas. Además, entre 1770 y 1870 surgió gran
cantidad de ideologías: conservadurismo, liberalismo, socialismo, nacionalismo6,
etc.
Por lo que hace a la educación, la búsqueda de bienestar público para los
ciudadanos llevó a los monarcas del siglo XVIII a crear escuelas de formación
para los nobles. La disolución de los jesuitas contribuyó a dar un paso más hacia
la educación universal (que llegaría en la 2ª mitad del siglo XIX), pues los
monarcas tuvieron que repartir los centros educativos que estaban bajo el mando
de esta orden.
El problema principal de los gobiernos del siglo XVIII era la debilidad de su
sistema burocrático. Pese a que muchos organismos ya existían antes o durante el
siglo XVIII, la modernización (y universalización) de la burocracia tuvo lugar en el
XIX. Las distintas corporaciones —estados provinciales, consejos municipales,
gremios, etc.— tenían un peso muy específico junto al del monarca. Con las
corporaciones sucedía igual que dentro de la corte real, y las luchas entre ellas
(por motivos de lo más nimios) había de solucionarlas el mismo monarca.
Se suele considerar, y no solo en política, que el siglo XIX es el siglo de los
cambios. Aunque es una concepción bastante aceptada, la mayoría de estos
cambios ya se venían fraguando en el siglo XVIII. El auge del liberalismo en la
mayoría de los regímenes políticos es la consecuencia más clara. Con todo, el
mapa político era, durante el XIX, todavía bastante heterogéneo (hemos visto con
cierto detalle los ejemplos de Francia, Alemania, Rusia y Gran Bretaña).
Probablemente, la acentuación de las diferencias entre los regímenes políticos
que ya existían en el siglo anterior junto a las circunstancias internas de cada
país hicieron que aumentara la distancia entre ellos.
6 Las “comunidades imaginarias”, siendo la nación el representante más importante, se
consolidaron durante el siglo XIX. La memoria común de estas comunidades se nutre de los
acontecimientos unificadores, mientras que rechaza los más conflictivos. La conciencia de clase
también aparece durante este periodo.
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