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015 Marina Girona Berenguer

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HISTORIA, IDENTIDAD Y ALTERIDAD

ACTAS DEL III CONGRESO INTERDISCIPLINAR DE JÓVENES HISTORIADORES

José Manuel Aldea CeladaPaula Ortega Martínez

Iván Pérez Miranda Mª de los Reyes de Soto García

(Editores)

Pablo C. Díaz(Prólogo)

Salamanca • 2012Colección Temas y Perspectivas de la Historia, núm. 2

Editores: José Manuel Aldea Celada, Paula Ortega Martínez, Iván Pérez Miranda, Mª de los Reyes de Soto García.

Comité editorial: Álvaro Carvajal Castro, Gonzalo García Queipo, Ana González-Muriel Valle, Javier González-Tablas Nieto, Amaia Goñi Zabelegui, Carmen López San Segundo, Isaac Martín Nieto, Alejandra Sánchez Polo, Francisco José Vicente Santos.

Consejo asesor: Enrique Ariño Gil (Universidad de Salamanca), Javier Baena Preysler (Universidad Autónoma de Madrid), Valentín Cabero Diéguez (Universidad de Salamanca), Antonela Cagnolatti (Università di Bologna), Julián Casanova Ruiz (Universidad de Zaragoza), Rosa Cid López (Universidad de Oviedo), Mª Soledad Corchón Rodríguez (Universidad de Salamanca), Pablo de la C. Díaz Martínez (Universidad de Salamanca), Ángel Esparza Arroyo (Universidad de Salamanca), José María Hernández Díaz (Universidad de Salamanca), Mª José Hidalgo de la Vega (Universidad de Salamanca), Ana Iriarte Goñi (Universidad del País Vasco), Miguel Ángel Manzano (Universidad de Salamanca), Esther Martínez Quinteiro (Universidad de Salamanca), Manuel Redero San Román (Universidad de Salamanca), Manuel Salinas de Frías (Universidad de Salamanca).

Los textos publicados en el presente volumen han sido evaluados mediante el sistema de pares ciegos.

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I.S.B.N.: 978-84-940214-3-5

Depósito legal: S. 495-2012

Maquetación y cubierta: Iván Pérez Miranda

Edita: Hergar ediciones Antema

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C/ Laguna Grande, 2-12 Polígono «El Montalvo II»

37008 Salamanca. España

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LA CONCEPCIÓN DE LA REALEZA AQUEMÉNIDA EN HERÓDOTO Y PLUTARCO: DARÍO I Y ARTAJERJES II1

The conception of the Achaemenid Royal in Herodotus and Plutarchos: Darius I and Artaxerxes II

Marina Girona Berenguer

Universidad de Murcia [email protected]

Resumen: El objetivo de este artículo reside en perfilar la visión que tenían los autores clásicos sobre la figura del Gran Rey aqueménida. Para ello, analizaremos dos de las fuentes con más relevancia en la Antigüedad: Heródoto y Plutarco. Ambos exponen detalladamente su opinión acerca de los reinados de Darío I y Artajerjes II y de su manera de ejercer el poder. De este análisis podremos aportar unas conclusiones que nos permitan conocer al Gran Rey aqueménida, así como al que lo describe.

Palabras clave: Aqueménidas, Gran Rey, Alteridad, Heródoto, Plutarco, Darío I, Artajerjes II.

AbstRAct: The aim of this article is to outline the vision held by the classical authors on the figure of the Achaemenid Great King. This article analyzes two of the most important sources in antiquity, Herodotus and Plutarch. These set out in detail his views on Darius I and Artaxerxes II, and which we can make conclusions that allow us to meet the Great King, but also that it describes.

Keywords: Achaemenids, Great King, Alterity, Herodotus, Plutarch, Darius I, Artaxerxes II.

1 Quiero agradecerles a los profesores Manel García Sánchez y Gonzalo Matilla Séiquer la ayuda prestada, así como el apoyo recibido.

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1. IntroduccIón

La realeza ha sido objeto clave de estudio a la hora de abordar el desarrollo del Imperio Aqueménida (539-331 a. C.). Se recuerda que fue éste el primer imperio que se constituyó en Asia Menor y Mesopotamia. Y aunque los precedentes asirios fueron notables, fijándose muchos de sus elementos en el imperio de la dinastía de Aquemenes, su extensión, administración y táctica de expansión no es comparable a la que se llevó a cabo en tiempos de Senaquerib o Asurbanipal. Por lo tanto, lo que se viene a presentar es un imperio que dominó el área Próximo Oriental, llegando a la India por Oriente, y hasta la Península Balcánica por Occidente.

A pesar de las rebeliones internas que se dieron, de las dificultades recurrentes suscitadas a lo largo y ancho de sus fronteras, de los intentos de secesión, de los problemas sucesorios, así como de una larga historia de regicidios, este imperio logró mantenerse unido durante casi dos siglos: pero ¿cómo pudo conseguirlo? En la forma de ostentar el poder está la clave2.

2. La reaLeza concebIda por Los aqueménIdas

La fórmula de gobierno que pusieron en marcha los aqueménidas fue la monarquía, es decir «el gobierno de una persona», que comenzaría siendo electivo con respecto al más notable del clan3, y terminaría sucediéndose de padres a hijos, de forma hereditaria. Monarquía y realeza quedaron configuradas como elementos inseparables dentro del gobierno aqueménida, como bien expuso Domingo Plácido4. Por otra parte, la legitimación de esta partía de dos bases: la primera, la pertenencia a la dinastía de Aquemenes, el primero de los persas, que se asentaron en el Creciente Fértil a lo largo del s. VIII a. C.5; y la segunda y más posterior, la concepción de que la realeza venía directamente otorgada por el dios de los mazdeístas, Ahura-Mazda6 (s. VI a. C.).

2 RodRíGuez, 1996: 95.3 RodRíGuez, 1996: 98.4 Plácido, 2007: 127.5 La expansión de las lenguas indoiranias, también permite fechar los movimientos de estos pueblos, aunque con un cierto margen de error.6 La religión mazdeísta cobraría verdadera importancia a partir del gobierno de Darío, quien parece ser que impone esta religión. Se caracteriza ésta por poner en la cúspide al todopoderoso Ahura-Mazda, aunque acepta a los numerosos dioses que componen las 20 satrapías (en tiempos de Darío), y que tenían acto de presencia en Mesopotamia antes de la llegada de los persas (Yahveh, Asur, etc.).

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La realeza concebida por los aqueménidas recibió préstamos de las poblaciones previamente allí asentadas, como los urarteos, los elamitas o los medos7. Su organización se componía de un sistema, en cuyo centro se encontraba el rey. El gran dios Ahura-Mazda lo había puesto al frente de los diversos países y pueblos de la tierra y había concedido a Persia, la principal satrapía, la supremacía. Por ello, el rey era considerado Rey de Reyes, pues gobernaba por encima de todos los sátrapas8, y todo el mundo le debía veneración, obediencia y «tributo»9.

Siguiendo la doctrina mazdeísta, el rey y la divinidad eran complementarios en el esquema universal que crearon los aqueménidas y trabajaban por y para los mismos objetivos. El rey debía de ser pacífico y belicoso, es decir las virtudes de todo Gran Rey para los persas eran la de ser garante de la prosperidad y de la paz y, a la vez, la de ser el vigoroso impulsor de la expansión imperial10. Así que, por lo tanto, se puede ver cómo se creó la dualidad de una realeza de tierra y otra de cielo.

3. eL juIcIo sobre eL Impero persa en La antIgüedad

A continuación, tras haber expuesto la idea que los propios aqueménidas tenían sobre su forma de gobierno, hay que poner la vista en otro lugar y referirse al factor que estimula la creación de este artículo, que es la visión que tienen los griegos sobre el aparato de Estado del Imperio Aqueménida.

Cuando entra en juego el factor de la alteridad y se hace alusión a Grecia, se suele evocar la historia de la polis por antonomasia, es decir la de Atenas, de lo que se enorgullecería Pericles y Tucídides. Se tiene en mente el reflejo de una democracia participativa o de los escritos que legaron Platón y Aristóteles explicando diferentes regímenes políticos y colegiados, con los que contraponer un buen de un mal gobierno. La tiranía quedaría configurada como uno de esos poderes unipersonales negativos y que los autores clásicos vincularon al gobierno de los aqueménidas. Pero, no toda

7 FRye, 1965: 126.8 Como complemento a este comentario cabe citar la figura 1 que se encuentra en el anexo del texto, donde se puede visualizar la expansión del Imperio Aqueménida en su mayor apogeo (522-486 a. C.).9 KuhRt, 2001: 330.10 GARcíA, 2009: 52. Widengren sintetizó en doce los rasgos definitorios de la realeza persa, vinculables con el significado religioso que cabe tener en cuenta. Para ver cómo retrataban a su rey se ha adjuntado una imagen de una moneda aqueménida (Figura 2).

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monarquía ha sido realeza y viceversa, sino que la realeza sería la forma óptima de la monarquía, mientras que la tiranía sería la degeneración de la misma. Para los griegos, su gobierno partía de la libertad, mientras que el del vecino asiático suponía la antítesis, una polaridad que se mantendría así hasta finales del Imperio Romano, y que García Sánchez ha definido como la Graeca et Romana libertas y la servitus Persica11. Siguiendo se leen las fuentes griegas, en Oriente la forma política dominante sería la de un gobierno unipersonal, despótico y en donde la voluntad arbitraria de un monarca y la violencia desatada se imponían sobre una suma de pueblos reunidos bajo un imperio.

Así, el Imperio Aqueménida quedó configurado para griegos y romanos como el modelo que no debía de ser. Según los clásicos, la monarquía oriental no conducía a la vida buena, sino a la buena vida, obra de aquella moral de exceso que dominó a los Aqueménidas y que pasó a formar parte de todos los inventarios de virtudes y vicios de la Antigüedad12. Los autores clásicos, y fundamentalmente los griegos, retrataron al rey aqueménida de tal forma que no solo se podía extraer un conocimiento aproximado de cómo era éste, sino también del reflejo de la forma de gobierno, ideología y mentalidad de los propios griegos, en definitiva de su propia identidad.

4. La concepcIón de La reaLeza aqueménIda en Heródoto y pLutarco

El monarca persa fue denominado Gran Rey en las obras de los autores griegos y romanos. De modo anecdótico cabe decir que, en algunas ocasiones, queda demostrado que el nombre de algunos reyes era desconocido y, por ello, acuñaron el apelativo de Gran Rey en general, aunque al final este desprendió unas connotaciones políticas despectivas. El retrato esbozado del Gran Rey reflejaba un déspota cruel, sometido demasiadas veces a los deseos y caprichos de sus mujeres o sus eunucos, como un esclavo de las coacciones del deseo y de toda una plétora de vicios, que se extendían como una auténtica plaga o epidemia por una corte que sucumbió tempranamente al gusto por el lujo y la ostentación. Esto se puede ver perfectamente en la narración de Plutarco, de la que más adelante hablaremos.

11 GARcíA, 2009: 55.12 GARcíA, 2009: 56.

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Pero, ¿en juicio a qué se valoró a los reyes aqueménidas?, ¿según la intervención en los asuntos griegos, por la voluntad manifiesta de expansión, o quizá dependiendo de su actuación como árbitro entre las diferentes poleis, algo que sin duda favorecía el medismo13?

Las fuentes griegas ven la evolución del Imperio Aqueménida en decadencia progresiva, a excepción del gobierno de Ciro II El Grande, con el que comenzaría el verdadero imperio, y de Darío I. Una de las consideraciones que podría haber causado la pérdida de integridad de esta monarquía residiría en el hecho de haberla convertido en una realeza hereditaria, con la creación de una dinastía en la que terminaría predominando la hybris.

Pero para perfilar los rasgos de esta realeza hemos optado por acudir a dos de las fuentes más importantes de la Antigüedad: al pater Historiae, Heródoto de Halicarnaso, y al queronense Plutarco. El primero es el autor que más datos aporta sobre Darío I; y el sacerdote Plutarco recopiló de forma más excelsa la información acerca del reinado de Artajerjes II. También tenemos que justificar la elección de estos dos reyes persas, que recae básicamente en que representan las dos formas típicas de gobierno que se dan en el imperio desde su comienzo hasta su fin: en un primer momento, en el que es notable la preminencia del Gran Rey sobre todos lo demás, y, en última instancia, un gobierno que se ve envuelto en intrigas palaciegas.

4.1 El Gran Rey Darío I en las Historias de Heródoto

Heródoto en sus Historias presenta uno de los pasajes de la teoría política de la Antigüedad más relevantes y controvertidos. Este autor vivió en una época de reflexión, donde destacaría la labor de los sofistas, y estuvo vinculado al círculo de Pericles. Por ello, Heródoto no perdió la ocasión de brindarnos una reflexión acerca de cuál era la forma de gobierno más adecuada14. El vacío de poder que se produjo en Persia tras la muerte de Cambises, sin herederos, la usurpación del mago Gaumata y la restauración supuestamente legítima a manos de los siete y con Darío al frente, le sirvió al de Halicarnaso para presentar en su obra un debate constitucional planteando los conceptos de democracia, oligarquía y monarquía, propuestos en boca de tres de los sublevados: Ótanes, Megabizo y el propio Darío. Ótanes reclamaba que el

13 Se le denominó medismo a todas aquellas ciudades griegas que se sucumbieron a los regalos y sobornos de los persas aqueménidas.14 dAndAmAev, 1980: 46.

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gobierno pasase a manos de todos los persas15, especialmente por la hybris a la que llegó el gobierno de Cambises y la insolencia del mago Gaumata, el falso Esmerdis. Es ahí cuando Heródoto saca a relucir lo fácil que es que la monarquía se convierta en tiranía, por ello la censura16. Como se puede comprobar, Ótanes actuaría como portavoz de las propias ideas de Heródoto17, seguramente, siendo Megabizo el que rompería una laza a favor de la oligarquía y, por último, Darío el que abogara por la monarquía: la fórmula de gobierno que se impuso finalmente.

Desde el gobierno de Ciro II El Grande las cosas habían cambiado ya lo suficiente como para que se necesitase un golpe de mano dura para instaurar de nuevo el orden, si no querían dejar que el imperio se derrumbase. Es entonces cuando se puede entender la aparición de la figura de Darío.

A Darío18 en la obra de Heródoto se le define de dos maneras: la primera de ellas, como el monarca mercader; y, la segunda, como el astuto aristócrata que se hizo con el poder gracias a una artimaña con resonancias míticas. La historia de la ascensión de Darío contiene más de un símbolo religioso, que no podemos desatender. La presencia del caballo, animal ofrendado entre los persas al Sol en sacrificio, otorga a la proclamación real un carácter sagrado que la legitima inapelablemente. Por lo tanto, Heródoto ya deja entrever que, aunque partió de una artimaña entre Darío y el palafrenero Ébares, el simbolismo va más allá. De todas formas, de lo que nos habla el historiador de Halicarnaso es del carácter sagrado de la realeza, otorgada por los propios dioses, y no de la divinización del Gran Rey, aspectos que muchas veces llegan a ser confusos entre las diversas fuentes.

Según Heródoto, los mismos persas denominaban a Darío «mercader […], porque comerciaba con todo tipo de cosas»19. En época de Ciro y Cambises ya existían las satrapías, mas Heródoto comenta que fue Darío quien estableció en el imperio persa veinte gobiernos locales y que fijó para cada uno el tributo que le correspondía pagar20. No es que Darío fuese el creador de las satrapías, sino que fue el impulsor de la reforma tributaria que consolidaba la expansión territorial y garantizaba mediante el tributo

15 heRódoto, 3, 80, 2: 159.16 heRódoto, 3, 80, 3-4: 159-160.17 heRódoto, 3, 80, 3-4: 159-160.18 bRiAnt, 1996: 151-176.19 heRódoto, 3, 89, 3: 174.20 heRódoto, 3, 89.1: 175. Anteriormente, cabe recordar, que con Ciro y Cambises no se aportaban tributos, sino presentes.

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el funcionamiento de toda la maquinaria imperial21. La creación de una moneda de oro, el dárico22, confirmaba la economía fluyente del gobierno de Darío y a su vez la fijación del Gran Rey en un elemento que se distribuiría por todo el imperio y dejaría claro quién ostentaba el poder23.

La voluntad de refundación dinástica de Darío se erigió en dos nuevas capitales para el imperio: la remodelada Susa y Persépolis. Para su construcción hizo traer trabajadores venidos de todos los puntos del imperio24. No debemos pasar por alto Naqsh-i Rustam, donde Darío construyó su tumba, sentando precedente para el resto de reyes aqueménidas; de hecho, Artajerjes II también se enterraría allí25. Todo ello estuvo combinado, como era ya tradición en Ciro y Cambises, con una política respetuosa de la diversidad cultural, lingüística y religiosa de los pueblos sometidos. Esto también se vio reflejado a la hora de poner la lengua persa por escrito, mediante un nuevo sistema de escritura cuneiforme.

Volviendo a Heródoto, verdaderamente nos legó un retrato de Darío bastante favorable. Por ejemplo, Darío fue capaz de mostrarse clemente con la esposa del conjurado Intafernes, que fue condenado a muerte por penetrar en los aposentos del rey mientras éste estaba acompañado de una mujer. Pero, aparte de esto, las referencias a mujeres en el texto de Heródoto son muy parcas en comparación con lo que vendría después y constata Plutarco. De todas formas, cabría añadir que Darío sucumbió a los caprichos de su esposa Atosa26, la que le animó a iniciar una campaña de conquista a Occidente por un motivo frívolo: tener a su servicio esclavas laconias, argivas, árticas y corintias.

Por otra parte, el sentido de justicia de Darío se ve reflejado en el castigo al sátrapa Oretes27, que había crucificado a Polícrates de Samos por su cuenta. Esto nos da pie para determinar una vez más la disposición que tenían los persas para colaborar con su rey, sin dudar inventarse mil estratagemas para hallar su objetivo28, algo que sorprendería encontrar a partir de finales del s. V a. C.

21 heRódoto, 3, 89-97: 175-191.22 Roux, 2002: 426.23 GARcíA, 2009: 117. Heródoto consideró esto con una finalidad más comercial que política. 24 ARce, 1988: 36.25 PisA, 2011: 91.26 heRódoto, 3, 134-135: 239-241.27 heRódoto, 3, 120-129: 220-233.28 heRódoto, 3, 128.5: 233.

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Hay aspectos muy positivos que destaca Heródoto sobre Darío, por ejemplo expone que se mostró generoso con su médico Democedes de Crotón29, al que hizo permanecer en la corte casi forzadamente, solamente porque lo tenía en muy alta estima y confiaba en su buen hacer. Un apartado especial corresponde en la obra de Heródoto a la automutilación de Zópiro30 para poder engañar a los babilonios, que se habían sublevado, e introducirse en la ciudad y tomarla, cosa que se llevó a cabo. «Según cuentan, Darío manifestó en repetidas ocasiones la siguiente opinión: que, antes que agregar a sus dominios veinte Babilonias, además de la que poseía, prefería que Zópiro no hubiera sufrido aquella ignomia»31.

Como era de esperar, y al igual que ocurre en la mayoría de las fuentes, a partir del inicio de las campañas bélicas contra las poleis griegas es cuando Heródoto comienza a ofrecer los signos de crueldad de Darío. La campaña escítica32 fue la primera que emprendió Darío en Europa. Heródoto habla aquí de un rasgo muy característico que luego en Plutarco se pierde: el otorgar los presentes de tierra y agua al rey como señal de sumisión. Como ya se sabe, Darío regresó forzosamente a Susa dejando al frente a dos de sus generales, y abandonando a los hombres heridos y extenuados, sin duda como consecuencia de su ambición, un rasgo muy negativo, cuenta Heródoto. Recurrió también a las deportaciones de pueblos de Asia33, y tras el estallido de la revuelta jónica (499 a. C.) y el incendio de Sardes y su toma por los atenienses, el Gran Rey juró odio eterno a los atenienses. A medida que Darío va dando forma a sus campañas occidentales los persas empiezan a ser denominados por Heródoto bárbaros34. Tras la instauración del orden en Jonia, Darío continuó su política en el Egeo, aunque él físicamente nunca volvió allí y lo que aconteció es sabido: la Primera Guerra Médica (492-490 a. C.), que no tuvo para los persas el mismo efecto que para los griegos, ya que de los tres objetivos que se había propuesto Darío: el dominio de las Cícladas, Eretria y Atenas, vio cumplidos dos y además se impuso tributo a buena parte de las poleis, favoreciendo el medismo. En la corte del Gran Rey la expedición no habría sido concebida como muy importante, ya que Darío I ni siquiera participó en ella, siendo lo habitual la presencia de los

29 heRódoto, 3, 129-139: 234-246.30 heRódoto, 3, 150-160.2: 258-270.31 heRódoto, 3, 160: 269-270.32 heRódoto, 4, 1- 88.2: 277-370.33 heRódoto, 5, 12: 29. Uno de estos pueblos deportados fueron el de los peonios.34 Cuando comienza la campaña griega, Heródoto cambia su posición y su visión acerca de los persas de Darío, acuñándoles el término bárbaro, que hasta ahora había estado ausente. Pero este término viene a referirse al «extranjero»; no tiene el sentido actual.

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Aqueménidas en las campañas de conquista y expansión territorial. No contar con fuentes persas hace difícil saber por qué no participó Darío, y por qué, posteriormente, en la segunda Guerra Médica, Jerjes acompañó a sus ejércitos35.

Cuenta Heródoto que tras la derrota de Maratón (490 a. C.), Darío I inició la preparación de una campaña más contundente contra las poleis griegas36, pero los egipcios se rebelaron y el objetivo cambió. De todas formas, la operación de castigo se truncó debido a que Darío enfermó y murió en 486 a. C.37, habiendo antes nombrado sucesor del imperio a su hijo, Jerjes, nieto de Ciro.

Haciendo balance, Darío I no fue mal tratado por Heródoto en su discurso, aunque todos y cada uno de los elogios del que fue objeto se convirtieron en infamias cuando el autor de Halicarnaso pasó a tratar sobre su hijo, nueva reencarnación del despotismo oriental.

4.2 Artajerjes II Memnón en la Vida de Artajerjes de Plutarco

Los sucesores de Jerjes I (485-465 a. C.), hasta llegar a Artajerjes II, Artajerjes I, Jerjes II y Darío II, vendrían a instaurar un nuevo modelo de gobierno que finalmente fracasaría. Ahora es momento de cederle el protagonismo a Plutarco.

Plutarco (ca. 46-120) fue uno de los autores clásicos mejor informado sobre los persas, aunque distara en espacio y tiempo de los mismos. Esto quedó patente en sus obras Moralia y Vidas paralelas, siendo la Vida de Artajerjes la que más nos interesa en nuestro estudio. La idea conductora sería la estoica, aunque el queronense bebió también de Platón, Aristóteles, Jenofonte y otros. El ideal del buen rey para Plutarco es el que se sacrifica por la patria y la libertad, así que, por más que aparezcan algunas ideas positivas sobre la realeza aqueménida, lo cierto es que la mayoría de ellas responden a los tópicos griegos habituales en la representación del Gran Rey: este consideraba a todos sus súbditos esclavos, excepto a su esposa y a su madre, de las cuales eran marionetas. Este planteamiento difiere bastante del que nos exponía Heródoto.

35 GARcíA, 2009: 122.36 heRódoto, 7, 1: 17-19.37 heRódoto, 7, 4: 24.

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El autor de Queronea nos presenta al rey Artajerjes II38 en su Vida, en la cual narra todos los acontecimientos que tuvieron lugar desde el 404 al 359 a. C., fechas en las que Arsaces, nombre original del Gran Rey, ostentó el trono.

Artajerjes, cuyo nombre heredó de su abuelo, que había sido muy piadoso y benévolo, siguiendo a Plutarco, llevaba implícito el componente de «verdad» (arta), que aparece posteriormente al reinado de Jerjes I. Nos dice Plutarco que se le conocía también con el sobrenombre de Memnón39, que hace alusión a la extraordinaria memoria de la que supuestamente gozaba el Rey.

Acerca de la ascensión al trono de Artajerjes II, esta se produjo tras la muerte de Darío II, su padre y a la vez el de Ciro el Joven, personalidad que marcaría todo el reinado de Artajerjes. Ciertamente, en algunas ocasiones, Plutarco compara la personalidad de Artajerjes con la de su hermano, y para ello bebe de otras fuentes, como Jenofonte, que participó en el enfrentamiento entre los dos hermanos y lo reflejó en su obra Anábasis o la Expedición de los Diez Mil. De hecho, podemos recoger en la obra de Plutarco los siguientes calificativos que diferenciaban al que se convertiría en Gran Rey del hermano menor: Artajerjes era más débil, más suave en sus impulsos, estaba menos instruido, toleraba peor el vino, no podía ir encima de un caballo en las cacerías, era peor mago que Ciro40, y no tenía orgullo, ni ambición para sacar adelante el imperio41. Es decir, Ciro el Joven fue a menudo en las fuentes clásicas la contrafigura del rey, quizá porque nunca logró hacerse con el poder y nunca ostentó el título de Gran Rey. Pero, aunque Plutarco no se decanta por Artajerjes, ni honra su victoria en Cunaxa (401 a. C.), al final Ciro el Joven murió en la batalla y el trono quedó libre de intrigas, por el momento, para Artajerjes. En la batalla se puede ver como Tiribazo aconsejó a Artajerjes actuar con prontitud contra Ciro42, a lo que este hizo caso.

Notamos un cambio sustancial en época de Artajerjes II con respecto a la de Darío I: la mujer comienza a cobrar sentido dentro de la corte persa. No solo se le da importancia al matrimonio del rey, sino también

38 bRiAnt, 1996: 631-699.39 PlutARco, Artajerjes, 1, 2: 503.40 PlutARco, Artajerjes, 6, 4: 513-514.41 PlutARco, Artajerjes, 6, 2: 513.42 PlutARco, Artajerjes, 7, 3: 516.

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la influencia que ejercerá la madre del mismo. Este punto es destacado de forma despectiva por parte de los autores griegos; y Plutarco califica al rey en función del comportamiento que este tenía también con su madre, no ocultando citas como «logró convencer a duras penas a su madre, a base de ruegos y muchas lágrimas»43. Parisatis hizo lo posible por obtener el favor del rey, y conseguir todas sus propuestas, y Artajerjes II ante esto solo podía callarse, arrepentirse, resignarse y lamentarse viendo perder mujer y eunucos44. Aunque por otra parte, hace caso también a las peticiones de su mujer, algo que conllevará un enfrentamiento directo entre ésta y la madre. Este rasgo, sin embargo, sí aparece en Heródoto. Hay un dato muy curioso respecto a este punto, en el que se vislumbra la importancia que tenían los cargos en el mundo aqueménida: Parisatis tenía como hijo preferido a Ciro, porque había nacido cuando Darío II ya era rey, mientras que cuando nació Artajerjes II, este era todavía «un simple ciudadano»45. Cabe destacar también que el banquete, el que, hasta ahora, el rey celebraba en solitario, ahora entraba a formar parte del mismo su mujer y su madre, y a menudo sus hermanos menores. Parisatis, la madre, estará atenta a todo lo que ocurra en la corte y formará parte de las intrigas que se acontezcan, llegando al punto de actuar en contra de la mujer del Gran Rey, Estatira, e incluso contra este mismo. Explica Plutarco que esto se puede leer bien en la obra de Ctesias de Cnido, médico del propio Rey, o de Dinón de Colofón. Como recoge García Sánchez,

los Aqueménidas no cuestionaban la arbitrariedad de sus madres, ni aunque de ello se derivase que su infalibilidad como soberanos fuese puesta en entredicho. Los reyes persas no reprendían nunca a sus mujeres por desobedecer una orden suya o actuar unilateralmente y proyectar toda su iniquidad contra personas de fidelidad probada para con su rey46.

Y, aparte de todo esto, Parisatis convenció a Artajerjes II para que tomara como esposas a dos de sus hermanas, Atosa y Amestris, no haciendo caso de las opiniones y leyes de los griegos47, algo que critica duramente no solo Plutarco, sino también otros autores clásicos.

43 PlutARco, Artajerjes, 2, 3: 507.44 PlutARco, Artajerjes, 17, 9: 530.45 PlutARco, Artajerjes, 2, 5: 508.46 GARcíA, 2002: 63.47 PlutARco, Artajerjes, 23, 5: 540.

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Se ha comentado anteriormente la importancia de la obra de Plutarco puesto que es el único que describe con tantas señas el rito de la ceremonia de coronación y que vinculaba a la dinastía con el primero de los reyes del imperio, Ciro II El Grande. Narra Plutarco que fue en este momento en el que Artajerjes recibió a Tisafernes48, que se encargaría de hacerle llegar la noticia de la sublevación de su hermano, quien se encontraba en Lidia como sátrapa. Aquí se muestra claramente la actuación de Artajerjes contra su hermano y los comentarios de los notables de la corte, a los que normalmente oía y respetaba. Si en algo se diferencia en cuanto a esto de Darío, es que Artajerjes dudó mucho de todos los consejos que le dieron, mientras que Darío I, en base a Heródoto, no. Esto también da fe del cambio que se ha producido a lo largo de este tiempo: la desconfianza ha aumentado en la propia corte. Aunque bien es cierto que a aquellos que venían con consejos acertados les premiaba otorgándoles honores y concediéndoles su gracia49, de hecho «hizo que de ser un hombre sin fama y pobre pasara a ser un hombre honrado y rico»50. A su vez, él se mostraba generoso con todo lo que recibía, ya fuera en forma material o de gesto, y esto se puede ver en los casos de Omiso y la granada51, del campesino que le ofreció agua52, de Tiribazo en la caza53, con respecto al cario que golpeó a Ciro54, al eunuco Satibarzanes que se encargó de solucionar la sed del rey en batalla, así como a todos los que lucharon en el campo a su favor y comunicaron buenas noticias55 o a los que ingeniaron agudos planes como Tiribazo en la expedición de Egipto56.

Ya se sabe que la traición estaba bien pagada en el Imperio Persa Aqueménida con las mayores y severas torturas, sobre todo a aquellos que se consideraban traidores, cobardes, mentirosos y malos, como fue el caso de Arbaces, que había luchado en el bando de Ciro57 o del cario y luego de Mitrídates, que querían mayores elogios tras la muerte de Ciro, puesto que se proclamaban los autores de la muerte58.

48 PlutARco, Artajerjes, 3, 3: 509.49 PlutARco, Artajerjes, 4, 4: 510.50 PlutARco, Artajerjes, 14, 2: 525.51 PlutARco, Artajerjes, 4, 5: 510.52 PlutARco, Artajerjes, 5, 1: 511.53 PlutARco, Artajerjes, 5, 3: 512.54 PlutARco, Artajerjes, 10, 3: 520.55 PlutARco, Artajerjes, 14, 6: 526.56 PlutARco, Artajerjes, 24, 5-9: 542.57 PlutARco, Artajerjes, 14, 3: 525.58 PlutARco, Artajerjes, 14, 7-8: 526.

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Por otra parte, los eunucos, cobrarán verdadera importancia tras la muerte de Jerjes (cabe recordar que éste fue asesinado por uno de ellos), y posteriormente se encargaron de controlar los verdaderos hilos de la política aqueménida; por ello ocupan en Plutarco un lugar primordial. Éste cita a diferentes eunucos o «confidentes del rey»59, Artasira, Satibarzanes60 Esparamizos61, Masabates62, Gigis63, que se encargaron de colaborar con el rey, con la reina o con alguno de sus hijos y de ser los verdaderos instigadores de los asesinatos reales (como el intento de asesinato del propio Gran Rey Artajerjes II). Plutarco destaca varias veces que en «Persia había mucho oro, lujo y mujeres», aunque se tratara de pura ostentación y ocultara problemas graves. De hecho, en uno de los pasajes Plutarco añade que tras la guerra de Egipto el rey mató a muchos de los dirigentes por temor a que se sublevasen, y es ahí cuando denomina al régimen como tiránico y acusa la crítica más dura64.

Plutarco expone los asuntos griegos, haciendo mención a la Paz del Rey (386 a. C.), en la que se plasmaron los intereses espartanos y aqueménidas. Probablemente estas relaciones cordiales hicieron que las fuentes no se mostraran demasiado tajantes con respecto a Artajerjes II, ya que en algunas regiones destacó el medismo, ejemplo de ello son Ismenias o Timágoras65.

En definitiva, vemos que la realeza ha cambiado cuando exponemos que Artajerjes II entró en la vejez y sus hijos se disputaron el trono, aunque él había designado sucesor a su hijo primogénito. Esto era impensable en tiempos de Darío I. Sin embargo ahora, incluso el nombrado heredero intentó asesinar a su padre con la colaboración de un eunuco y con el hostigamiento de Tiribazo: y todo por una mujer66. Advertido de la trama, Artajerjes dio muerte a su hijo. Ariaspes fue el segundo elegido, pero lo mató su hermano Oco que se haría finalmente con el poder (Artajerjes III Oco), siendo muy criticado por las fuentes debido a su sangriento reinado. Si

59 PlutARco, Artajerjes, 12, 1: 522. Sobre esto cabría añadir la expresión «oído del rey» u «ojo del rey», que designarían a los encargados de supervisar las labores de los sátrapas y del resto de los administradores del imperio y luego rendirle cuentas al rey. Eran personas de confianza.60 PlutARco, Artajerjes, 12, 4: 523.61 PlutARco, Artajerjes, 15, 4: 527.62 PlutARco, Artajerjes, 17: 529.63 PlutARco, Artajerjes, 19, 2: 532.64 PlutARco, Artajerjes, 24, 4: 543.65 PlutARco, Artajerjes, 22, 8-12: 538-539.66 PlutARco, Artajerjes, 26-29: 546-549.

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recordamos lo anteriormente expuesto, algo similar ocurrió cuando falleció Darío I: al concluir el reinado de Jerjes y al hacer un balance de los dos se le atribuyeron muchas más cosas despectivas a Jerjes, que las que, en realidad, fueron.

Para concluir, Plutarco expone que Artajerjes murió de tristeza y sufrimiento, tras haber vivido noventa y cuatro años, y ostentar el trono de los aqueménidas más que ningún otro. Este dejó fama de «benevolente y fue amado por sus súbditos»67.

5. concLusIones

Antes de cerrar el artículo hay que clarificar la postura que Heródoto y Plutarco tienen en cuanto a la soberanía aqueménida, a la que acusan una crítica por no estar acorde a sus pensamientos sobre la forma idónea de go-bierno. Acuñan muchos adjetivos a los dos reyes en cuanto a sus comporta-mientos con los súbditos, con la familia, con los extranjeros, y que Gonzalo Matilla ha resumido con una serie de tablas en su obra68.

La visión que estos dos autores clásicos tienen sobre Darío I y Artajerjes II deja entrever por una parte la forma de gobierno que les gustaría que se ostentase en el poder, y por otra la coyuntura propia en la que se ven inmer-sos. El fenómeno de la alteridad se vislumbra en las dos obras, porque no solo se limitan a exponer unos acontecimientos que tienen lugar en el seno del Imperio Aqueménida, sino que van dando pinceladas sobre la política griega o romana y la de los aqueménidas, contraponiéndose en la mayoría de los casos.

Son muchos los puntos en los que se reincidirá a la hora de crear al sujeto contrario, como son el de la familia, el de la comida y el del comportamien-to con los compatriotas, que se puede ver en otros ejemplos, como el de la visión de los autores latinos sobre los germanos.

Por otro lado, el comentario sobre la figura de los dos reyes analizados, sin olvidar los precedentes y los sucesores, nos viene a definir un impe-rio muy complejo, en el que hay demasiados frentes abiertos para poderlos abarcar todos. Uno de los problemas de su deterioro fue el desgaste de la monarquía, debido no solo al rey, sino a las personas que lo rodeaban, así

67 PlutARco, Artajerjes, 30, 9: 551.68 mAtillA, 2007: 92-100.

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como a la guerra, y aunque en Plutarco pasa casi desapercibida, cabe decir que fue el talón de Aquiles del imperio, puesto que tuvieron que prestar constantemente atención a lo que ocurría al otro lado del Bósforo.

Este imperio de casi dos siglos de duración, marcó el comienzo de lo que supondrían los imperios orientales y que se mantendrían en auge, aún a pesar de la fuerza romana. Los herederos, seleúcidas, partos y sasánidas, dejarían tras de sí un recuerdo de reyes gloriosos, los de la dinastía de Aque-menes, que un día poseyeron gran parte del mundo conocido.

Fig. 1 El Imperio Persa Aqueménida con sus satrapías y algunas de sus ciudades más importantes69.

69 http://www.museum-achemenet.college-de-france.fr/, marzo de 2012.

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Fig. 2 Media estátera procedente de Sardes, fechada entre los siglos V y IV a. C., en la que en el anverso aparece el Gran Rey con una corona, el carcaj al hombro y lanzando con un

arco; mientras que el reverso aparece en incuso70.

6. bIbLIografía

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70 http://www.tesorillo.com/oca/oca_frame.html; seAR, 1979: 427 (4681).

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