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085 L'amant, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud

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Un hombre chino, una niña francesa y dos clases sociales.

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Titulo originalL’amant (The lover)

Titulo en españolEl amante

DirecciónJean-Jacques Annaud

RepartoJane MarchTony Leung Ka FaiJeanne Moreau (Narración)

Guión adaptadoGérard BrachJean-Jacques Annaud

NovelaMarguerite Duras

Año1992

Fotografías

La niña (Jane March)

El chino (Tony Leung Ka Fai)

Dejando el Mekong

Vietnam, colonia francesa

Advertencia----------------Este listado de mis cien,y más, películas favoritases una excusa para escri-bir sobre éstas, de formapaulatina y contarle a loseventuales lectores porqué me parecen notoriasy maravillosas. El texto noes una reseña, por lo quese sugiere haber visto, deantemano, la película.------

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Titulo originalL’amant (The lover)

Titulo en españolEl amante

DirecciónJean-Jacques Annaud

RepartoJane MarchTony Leung Ka FaiJeanne Moreau (Narración)

Guión adaptadoGérard BrachJean-Jacques Annaud

NovelaMarguerite Duras

Año1992

Fotografías

La niña (Jane March)

El chino (Tony Leung Ka Fai)

Dejando el Mekong

Vietnam, colonia francesa

Advertencia----------------Este listado de mis cien,y más, películas favoritases una excusa para escri-bir sobre éstas, de formapaulatina y contarle a loseventuales lectores porqué me parecen notoriasy maravillosas. El texto noes una reseña, por lo quese sugiere haber visto, deantemano, la película.------

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El mismo calor

El mismo aliento

La misma cadencia

La misma sinrazón

Mariposa y girasol----------------------------

Vivimos enredados en la historia de nuestra vida, ocultos en los vericuetos de la razón. Cuando venimos a ver, resulta que el corazón vivió la misma historia pero pasó inadvertido; hasta que un día des-pierta en nosotros esa necesidad de volver sobre las vivencias, desde la cavidad toráxica, o cualquiera que sea el sitio donde los sentimientos residen, donde ru-mian los recuerdos y salen a ote cuando perdemos la fuerza de retenerlos, en lo profundo, lo más lejos posible de la supercie. Esta película, El Amante (por su título en español), es una historia de amor, aunque puede parecernos el tire y aoje entre las eternas convenciones de las clases sociales; o, de pronto –y eso sería infame– la precocidad sexual de una fran-cesita culipronta en Saigón.

Es una historia de amor, con toda la carga de dolor que es solamente posible bajo el inujo de este sentimiento y conjurable sólo por las bocanadas del opio y, en el plano cinematográco, por las escenas de lluvia que así como tratan de apaciguarlo todo, invocan también los presagios de una relación imposible. La necesidad tiene cara de perro, por eso lo que empieza como algo azaroso pero loable, se va convirtiendo en un intercambio de sexo por dinero y favores, que ella procura –pobrecita– mantener al mínimo. El

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El mismo calor

El mismo aliento

La misma cadencia

La misma sinrazón

Mariposa y girasol----------------------------

Vivimos enredados en la historia de nuestra vida, ocultos en los vericuetos de la razón. Cuando venimos a ver, resulta que el corazón vivió la misma historia pero pasó inadvertido; hasta que un día des-pierta en nosotros esa necesidad de volver sobre las vivencias, desde la cavidad toráxica, o cualquiera que sea el sitio donde los sentimientos residen, donde ru-mian los recuerdos y salen a ote cuando perdemos la fuerza de retenerlos, en lo profundo, lo más lejos posible de la supercie. Esta película, El Amante (por su título en español), es una historia de amor, aunque puede parecernos el tire y aoje entre las eternas convenciones de las clases sociales; o, de pronto –y eso sería infame– la precocidad sexual de una fran-cesita culipronta en Saigón.

Es una historia de amor, con toda la carga de dolor que es solamente posible bajo el inujo de este sentimiento y conjurable sólo por las bocanadas del opio y, en el plano cinematográco, por las escenas de lluvia que así como tratan de apaciguarlo todo, invocan también los presagios de una relación imposible. La necesidad tiene cara de perro, por eso lo que empieza como algo azaroso pero loable, se va convirtiendo en un intercambio de sexo por dinero y favores, que ella procura –pobrecita– mantener al mínimo. El

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problema es que viene de una crianza poco acostumbrada a la pobreza; o sea, franceses blancos a orillas del Mekong que deben mantener cierto decoro. Él tiene el problema contrario –por ponerlo de alguna manera– es chino, con inmensas riquezas, lo que lo obliga a seguir las reglas de un matrimonio arreglado, desde niño, que aance la fortuna de dos familias adine-radas; le está permitido tener amantes pero se sobreentiende como relaciones con mujeres racialmente similares, paga-das –por lo general– y siempre de menor rango social.

Así las cosas, ota en el aire una since-ridad, innegable para el espectador, que se fundamenta en la narración; en su tono de comunicación autobiográco, desprovisto de cualquier otro interés que el de contar una historia con objetividad y –más impor-tante aun– desde la poesía. La novela de Marguerite Duras es un poema, igual debe serlo la película; si esa no es la propuesta, el reto, pues volvemos al lastre de contar una secuencia de hechos que puede llegar a ser ilustrativa, pero –como ya se dijo– sin la habilidad de transitar nuestro uyo sanguíneo y alojarse en algún rincón del corazón. El respeto de Jean-Jacques Annaud por la obra literaria es singular, admirable si se compara con las adapta-ciones de Hollywood en las que, como escribe Gertrude Hamacher, en su libro Cinema Calisthenics: “Compran el dere-

cho a trivializarlo todo.” Al francés se le ve el esfuerzo de alcanzar el mismo nivel epi-dérmico; algo muy difícil de explicar con palabras… por lo cual me excuso.

Le propongo, entonces, al espectador, no guardar ningún tipo de distancias con esta película. Uno mismo debe ir en el ferry que atraviesa el río Mekong, sentir el olor del agua estancada en las orillas, el ruido del planchón de madera acomodando las cargas, los primeros diálogos entre ella y él, la francesita de 15 años y medio y el chino de 34; uno mismo debe ser las dos manos que se tocan, los labios de ella besando el vidrio del carro y los cigarrillos de él saliendo de su pitillera de oro; uno mismo debe vender frituras en las calles de Cholon, donde todo el ruido y los olores de Indochina entran por las ventanas donde yace la pareja herida de sexo y de amor; donde ella le echa agua a la naturaleza agonizante de un par de bonsais, ociando de mujer que quiere ver todo abierto, como ella misma, a la edad en que se es, al tiem-po, mariposa y girasol. Uno mismo debe ser quien lava la sangre de su recién quebrantada virginidad.

La jovencita habla de su casa como un inerno y cuenta la historia de su madre, de cómo vislumbró un futuro próspero y fue robada por las entidades estatales. Ella es profesora en una escuela, al otro lado del río, lejos del internado donde vive su hija y

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problema es que viene de una crianza poco acostumbrada a la pobreza; o sea, franceses blancos a orillas del Mekong que deben mantener cierto decoro. Él tiene el problema contrario –por ponerlo de alguna manera– es chino, con inmensas riquezas, lo que lo obliga a seguir las reglas de un matrimonio arreglado, desde niño, que aance la fortuna de dos familias adine-radas; le está permitido tener amantes pero se sobreentiende como relaciones con mujeres racialmente similares, paga-das –por lo general– y siempre de menor rango social.

Así las cosas, ota en el aire una since-ridad, innegable para el espectador, que se fundamenta en la narración; en su tono de comunicación autobiográco, desprovisto de cualquier otro interés que el de contar una historia con objetividad y –más impor-tante aun– desde la poesía. La novela de Marguerite Duras es un poema, igual debe serlo la película; si esa no es la propuesta, el reto, pues volvemos al lastre de contar una secuencia de hechos que puede llegar a ser ilustrativa, pero –como ya se dijo– sin la habilidad de transitar nuestro uyo sanguíneo y alojarse en algún rincón del corazón. El respeto de Jean-Jacques Annaud por la obra literaria es singular, admirable si se compara con las adapta-ciones de Hollywood en las que, como escribe Gertrude Hamacher, en su libro Cinema Calisthenics: “Compran el dere-

cho a trivializarlo todo.” Al francés se le ve el esfuerzo de alcanzar el mismo nivel epi-dérmico; algo muy difícil de explicar con palabras… por lo cual me excuso.

Le propongo, entonces, al espectador, no guardar ningún tipo de distancias con esta película. Uno mismo debe ir en el ferry que atraviesa el río Mekong, sentir el olor del agua estancada en las orillas, el ruido del planchón de madera acomodando las cargas, los primeros diálogos entre ella y él, la francesita de 15 años y medio y el chino de 34; uno mismo debe ser las dos manos que se tocan, los labios de ella besando el vidrio del carro y los cigarrillos de él saliendo de su pitillera de oro; uno mismo debe vender frituras en las calles de Cholon, donde todo el ruido y los olores de Indochina entran por las ventanas donde yace la pareja herida de sexo y de amor; donde ella le echa agua a la naturaleza agonizante de un par de bonsais, ociando de mujer que quiere ver todo abierto, como ella misma, a la edad en que se es, al tiem-po, mariposa y girasol. Uno mismo debe ser quien lava la sangre de su recién quebrantada virginidad.

La jovencita habla de su casa como un inerno y cuenta la historia de su madre, de cómo vislumbró un futuro próspero y fue robada por las entidades estatales. Ella es profesora en una escuela, al otro lado del río, lejos del internado donde vive su hija y

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del liceo donde estudia; sede fácilmente a la generosidad del hombre chino y de manera descarada sus hijos varones también. Los tres son alcahuetas pero, desencantada la familia de su experiencia en la tierra que, un poco más tarde, sería un país independiente, vuelve a Francia. La ruptura es devastadora para el chino que, nalmente, es menos fuerte que ella y no se atreve a contradecir a su padre. En cierto momento le dice a su joven amante: “Antes de enamorarme de ti, yo nunca había sufrido.” Ya casado y después de haber faltado a la última cita que tenía con ella, la despide, en el muelle; mientras el barco zarpa, él la ve partir sin salir de su lujoso carro negro y viéndola en la misma pose que la conoció, con los mismos zapatos de tacón, el mismo sombrero de hombre, y la misma pierna doblada hacia adelante, sobre el travesaño de la parte baja de la baranda, de la cubierta del barco.

Parafraseando a Polanski que dijo sobre la película Tess, dirigida por él mismo y que es una adaptación de la novela Tess of the d'Urbervilles: A Pure Woman Faithfully Pre-sented: “A la película se le ven las mayús-culas”, para referirse a la delidad con el libro de Thomas Hardy. Además de las ma-yúsculas, a El Amante se le ven los largos paréntesis, entre escena y escena, y que son los momentos de transición que tiene el espectador para darle sentido a lo que

está mirando. En la medida que se acen-túan los problemas familiares, se prolon-gan las tardes en Cholon: ella penetrada por los momentos que nunca abando-naron su memoria y él resignado a que, por lo menos, conoció el verdadero amor.

En algún momento dijo la autora, Mar-guerite Duras, que el hilo conductor de la novela era la falta de amor que su madre le tenía y que marcó su vida; cosa poco importante, o nimia, si se tiene en cuenta que ella, la joven niña, es el único perso-naje que guarda la compostura durante toda la película salvo, al nal, que llora, pero a escondidas.

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del liceo donde estudia; sede fácilmente a la generosidad del hombre chino y de manera descarada sus hijos varones también. Los tres son alcahuetas pero, desencantada la familia de su experiencia en la tierra que, un poco más tarde, sería un país independiente, vuelve a Francia. La ruptura es devastadora para el chino que, nalmente, es menos fuerte que ella y no se atreve a contradecir a su padre. En cierto momento le dice a su joven amante: “Antes de enamorarme de ti, yo nunca había sufrido.” Ya casado y después de haber faltado a la última cita que tenía con ella, la despide, en el muelle; mientras el barco zarpa, él la ve partir sin salir de su lujoso carro negro y viéndola en la misma pose que la conoció, con los mismos zapatos de tacón, el mismo sombrero de hombre, y la misma pierna doblada hacia adelante, sobre el travesaño de la parte baja de la baranda, de la cubierta del barco.

Parafraseando a Polanski que dijo sobre la película Tess, dirigida por él mismo y que es una adaptación de la novela Tess of the d'Urbervilles: A Pure Woman Faithfully Pre-sented: “A la película se le ven las mayús-culas”, para referirse a la delidad con el libro de Thomas Hardy. Además de las ma-yúsculas, a El Amante se le ven los largos paréntesis, entre escena y escena, y que son los momentos de transición que tiene el espectador para darle sentido a lo que

está mirando. En la medida que se acen-túan los problemas familiares, se prolon-gan las tardes en Cholon: ella penetrada por los momentos que nunca abando-naron su memoria y él resignado a que, por lo menos, conoció el verdadero amor.

En algún momento dijo la autora, Mar-guerite Duras, que el hilo conductor de la novela era la falta de amor que su madre le tenía y que marcó su vida; cosa poco importante, o nimia, si se tiene en cuenta que ella, la joven niña, es el único perso-naje que guarda la compostura durante toda la película salvo, al nal, que llora, pero a escondidas.

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“Muy temprano en mi vidafue demasiado tarde. A los18 años, ya era muy tarde.”

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