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HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA 1 CAPÍTULO 15. LITERATURA DEL SIGLO XVIII: LA ILUSTRACIÓN 15.1. Ilustración y Neoclasicismo: el Siglo de las Luces La cultura europea del siglo XVIII aparece dominada por el espíritu de la Ilustración, movimiento político, filosófico y cultural iniciado en Francia que examina el conocimiento humano a la luz de la razón y rechaza las creencias tradicionales (en especial la religión), para de esta forma definir los valores que nos llevarán a un mundo más justo y feliz. Las bases de la Ilustración se hallan en otras dos corrientes filosóficas del siglo XVII: el racionalismo de René Descartes (que enfatiza el papel de la razón en la adquisición del conocimiento) y el empirismo de John Locke (que, por el contrario, da prioridad a la experiencia y la percepción sensorial a la hora de categorizar el mundo). Frente al dominio de la razón y el didactismo que caracteriza a la Ilustración, en la literatura europea del siglo XVIII surge igualmente un movimiento paralelo conocido como Neoclasicismo, vertiente artística de la anterior que intenta recuperar la belleza en la literatura, para lo cual retoma las ideas del clasicismo renacentista. De esta forma, la razón y el buen gusto son los elementos que impregnan la producción literaria de este periodo histórico, todo ello en busca del equilibrio y la armonía que han de regir la vida del hombre. En este sentido, el siglo XVIII europeo se denomina propiamente Siglo de las Luces, en referencia a que son las luces de la razón y la inteligencia los medios para examinar todo conocimiento humano y producir creaciones artísticas de gran luminosidad. En el ámbito cultural, la Ilustración francesa dio lugar a un movimiento conocido como enciclopedismo, en el que filósofos, moralistas e historiadores se unieron para recopilar todo el saber científico y técnico de la época a partir de los principios de la razón. Este esfuerzo culminó en una obra magna conocida como Enciclopedia (1751- 1765), que contó con las colaboraciones de destacados pensadores como Diderot, DAlembert, Voltaire, Montesquieu y Rousseau. En el terreno económico, la Ilustración defiende los valores del trabajo y el libre comercio. En el aspecto social, la libertad del individuo se considera un bien inalienable, que únicamente puede sacrificarse mediante un “contrato social” de carácter voluntario. En el ámbito moral, una gran corriente de sentimentalismo y filantropía, basada en la fe en la naturaleza y en la bondad natural del hombre, recorre todo el siglo XVIII europeo. Uno de los principales impulsores de este último movimiento, Jean-Jacques Rousseau, anticipará el Romanticismo del siglo XIX con novelas como Julia o la nueva Eloísa, en las que la belleza de la naturaleza cobra valor espiritural. En España, la Ilustración del siglo XVIII compaginó razón con moral cristiana. Los escritores ilustrados españoles se dieron cuenta de que el principal problema del país

1 CAPÍTULO 15. LITERATURA DEL SIGLO XVIII: LA ILUSTRACIÓN

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Page 1: 1 CAPÍTULO 15. LITERATURA DEL SIGLO XVIII: LA ILUSTRACIÓN

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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CAPÍTULO 15. LITERATURA DEL SIGLO XVIII: LA ILUSTRACIÓN

15.1. Ilustración y Neoclasicismo: el Siglo de las Luces

La cultura europea del siglo XVIII aparece dominada por el espíritu de la Ilustración,

movimiento político, filosófico y cultural iniciado en Francia que examina el

conocimiento humano a la luz de la razón y rechaza las creencias tradicionales (en

especial la religión), para de esta forma definir los valores que nos llevarán a un

mundo más justo y feliz. Las bases de la Ilustración se hallan en otras dos corrientes

filosóficas del siglo XVII: el racionalismo de René Descartes (que enfatiza el papel de

la razón en la adquisición del conocimiento) y el empirismo de John Locke (que, por

el contrario, da prioridad a la experiencia y la percepción sensorial a la hora de

categorizar el mundo).

Frente al dominio de la razón y el didactismo que caracteriza a la Ilustración, en la

literatura europea del siglo XVIII surge igualmente un movimiento paralelo conocido

como Neoclasicismo, vertiente artística de la anterior que intenta recuperar la belleza

en la literatura, para lo cual retoma las ideas del clasicismo renacentista. De esta forma,

la razón y el buen gusto son los elementos que impregnan la producción literaria de

este periodo histórico, todo ello en busca del equilibrio y la armonía que han de regir

la vida del hombre. En este sentido, el siglo XVIII europeo se denomina propiamente

Siglo de las Luces, en referencia a que son las luces de la razón y la inteligencia los

medios para examinar todo conocimiento humano y producir creaciones artísticas de

gran luminosidad.

En el ámbito cultural, la Ilustración francesa dio lugar a un movimiento conocido

como enciclopedismo, en el que filósofos, moralistas e historiadores se unieron para

recopilar todo el saber científico y técnico de la época a partir de los principios de la

razón. Este esfuerzo culminó en una obra magna conocida como Enciclopedia (1751-

1765), que contó con las colaboraciones de destacados pensadores como Diderot,

D‟Alembert, Voltaire, Montesquieu y Rousseau. En el terreno económico, la

Ilustración defiende los valores del trabajo y el libre comercio. En el aspecto social, la

libertad del individuo se considera un bien inalienable, que únicamente puede

sacrificarse mediante un “contrato social” de carácter voluntario. En el ámbito moral,

una gran corriente de sentimentalismo y filantropía, basada en la fe en la naturaleza y

en la bondad natural del hombre, recorre todo el siglo XVIII europeo. Uno de los

principales impulsores de este último movimiento, Jean-Jacques Rousseau, anticipará

el Romanticismo del siglo XIX con novelas como Julia o la nueva Eloísa, en las que la

belleza de la naturaleza cobra valor espiritural.

En España, la Ilustración del siglo XVIII compaginó razón con moral cristiana. Los

escritores ilustrados españoles se dieron cuenta de que el principal problema del país

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era su decadencia cultural y su atraso con respecto a Europa, y trataron de lograr la

regeneración de España mediante la ciencia, el trabajo y la mejora de la educación y

las condiciones de vida de las clases más humildes. Esto dio lugar a un tipo de

gobierno conocido como despotismo ilustrado que, bajo el lema “todo para el pueblo,

pero sin el pueblo”, trató de modernizar el país mediante una actitud paternalista de la

monarquía (en la que el rey actuará como un “dictador benevolente”). El símbolo de

esta nueva acción política ilustrada es Carlos III (1759-1788), que exigió el uso del

castellano en la enseñanza y convirtió la educación nacional en un servicio público

organizado en distintos niveles (enseñanza primaria, secundaria y universitaria).

Durante el siglo XVIII se crean los primeros periódicos en España, testimonio del

interés suscitado por las ciencias útiles, en los que los escritores ilustrados exponen sus

ideas y opiniones. Otros hitos culturales importantes que tienen lugar en este siglo son

la creación de la Biblioteca Nacional (1712) y la Real Academia Española

(1713) ―cuya finalidad es velar por la pureza del idioma español bajo el lema “limpia,

fija y da esplendor”. Los principales representantes de la Ilustración literaria española

serán Gaspar Melchor de Jovellanos, Félix María de Samaniego, Tomás de Iriarte (en

prosa), Juan Meléndez Valdés (en poesía) y Leandro Fernández de Moratín (en teatro).

15.2. Prosa española del siglo XVIII

Bajo el signo de la Ilustración, los prosistas españoles de este periodo componen obras

de estilo claro y finalidad didáctica, en las que exponen los principios que deben regir

la conducta humana: decoro, virtud y rectitud moral. Los géneros que gozan de mayor

prestigio son el ensayo, la crítica y la prosa moralista (la novela, por el contrario, sufre

un significativo declive). Los escritores ilustrados analizan la situación española y

proponen soluciones para modernizar el país y sacarlo de la ignorancia y el atraso.

15.3. Ensayo y crítica

Entre los prosistas españoles del siglo XVIII destacan cuatro ensayistas y críticos: fray

Benito Jerónimo Feijóo, José Cadalso, Gaspar Melchor de Jovellanos y José María

Blanco White.

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Fray Benito Jerónimo Feijóo (1676-1764), monje

benedictino gallego de espíritu abierto e innovador, está

considerado como el “padre de los ensayistas” españoles, con una gran influencia en

los escritores de la Generación del 98. En sus ensayos ―a los que Feijoó llamaba

“discursos”, en el sentido de „habla libre y fluida‟, por su carácter sencillo, natural y

claro― se propone servir a la verdad valiéndose de la razón, rechazando la

superstición y defendiendo la ciencia. Su producción prosística se agrupan en dos

grandes recopilaciones: Teatro crítico universal (1726-1739) y Cartas eruditas y curiosas (1742-1760). En sus ensayos ―entre los que destacan Razón del gusto y El no sé qué― cubre campos tan diversos como la economía, la política, la astronomía, las

matemáticas, la física, la historia y la religión. Por su defensa del castellano como

lengua de cultura en lugar del latín, Feijóo está considerado como uno de los

principales impulsores de la prosa española moderna.

José Cadalso Vázquez (1741-1782), poeta, soldado y buen

conocedor de Europa, representa como nadie al ilustrado

culto y refinado del siglo XVIII, y es uno de los precursores

del Romanticismo en España. En su obra más conocida,

Cartas marruecas (1789) ―perteneciente al género epistolar

viajero iniciado en Europa por Montesquieu con sus Cartas persas (1721)―, Cadalso se sirve del artificio del viajero

extranjero que llega a España (un árabe llamado Gazel) para

hacer una crítica dura y satírica del país (desde la óptica

ilustrada, viajar a otros países es imprescindible para poder

recibir una educación integral). El autor critica la ignorancia

y la desidia de la juventud española, el desconocimiento de las ciencias útiles y la

desconsideración hacia los profesores. Otra obra en prosa destacada, Noches lúgubres (1789-1790), anticipa el estilo romántico del siglo XIX. La producción literaria de

Cadalso también incluye obras de teatro y poesía (inspirada por el gran amor de su

vida, la famosa actriz María Ignacia Ibáñez).

Benito Jerónimo Feijóo

José Cadalso

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Gaspar Melchor de Jovellanos (Gijón, 1744 - Vega de

Navia, 1811) es uno de los principales representantes

de la Ilustración española, por su activa participación

en la vida literaria, política y social de la España de

Carlos III. Para Jovellanos, la política es un medio para

conseguir mejorar y transformar los países, la

educación es imprescindible para lograr la prosperidad

de los pueblos y la igualdad entre hombres y mujeres

es necesaria para lograr la armonía social. Dentro de su

producción literaria ―de estilo claro, conciso, sobrio y

elegante― destacan los ensayos, que tratan temas muy

diversos (economía, política, agricultura, filosofía,

costumbres), aunque todos giran en torno a la virtud y

la pedagogía. Algunos de los más destacados ensayos

de Jovellanos son Elogio de las bellas artes (1781),

Informe en el expediente de ley agraria (1795), Sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias (1797) y su Diario

(1790-1801), en el que se muestra como testimonio de la “crisis de la conciencia

española” del siglo XVIII. Durante su juventud, antes de aplicar la razón a la difusión

de enseñanzas útiles para la sociedad, Jovellanos también compuso poemas y obras

teatrales de carácter lúdico y estético.

José María Blanco Crespo (1775-1841) ―más conocido por

su pseudónimo de José María Blanco White, debido a su

ascendencia irlandesa y el hecho de escribir algunas de sus

obras en inglés― es otro de los escritores ilustrados que

muestra un pensamiento crítico e inconformista acerca de la

España de su tiempo (finales del siglo XVIII y principios del

XIX). En sus Cartas de España (1821), una colección de

artículos publicados en The New Monthly Magazine de

Londres, Blanco White critica duramente la intolerancia

religiosa del catolicismo y el atraso de España con respecto a

otras naciones europeas (en particular Inglaterra, su país de

adopción).

El siguiente fragmento del ensayo titulado Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España, de Gaspar Melchor de

Jovellanos, en el que propone reformas de los espectáculos públicos para su mejor

funcionamiento, ilustra el estilo vivo y colorista del autor para tratar un asunto

político aparentemente serio y árido:

Gaspar Melchor de Jovellanos

José Mª Blanco White

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Para entrar en materia no subiré a épocas muy remotas. Las que precedieron a la dominación

romana son demasiado oscuras y distantes para que merezcan nuestra atención. Perteneciendo a lo

que podemos llamar nuestros tiempos heroicos, ¿qué nos presentarían sino fábulas y tinieblas? La

crítica puede seguir entre unas y otras las huellas de la historia nacional hasta columbrar sus

orígenes, pero la política debe buscar una luz más cierta y clara para observar nuestros usos y

costumbres con algún provecho.

Bajo los romanos gozó España de los juegos y espectáculos de aquella gran nación, pues que,

habiendo adoptado su religión, sus leyes y costumbres, mal rehusaría los usos y estilos que de

ordinario introduce la moda sin auxilio de la autoridad. Cuando faltasen otras pruebas de esta

aserción, las ruinas de circos y teatros, de anfiteatros y naumaquias, que existen en Toledo, en

Mérida, en Tarragona, en Coruña, en Santi-Ponce y en Murviedro, y las dedicaciones y

monumentos erigidos con ocasión de estos espectáculos, no me dejarían dudar que nuestros padres

conocieron las luchas de hombres y fieras, las carreras de carros y caballos, y las representaciones

escénicas de aquella edad.

Estos espectáculos debieron cesar de todo punto con la entrada de los septentrionales. Puestos ya

en descrédito, y aun prohibidos en gran parte por los emperadores y los concilios, como enlazados

con el culto y ceremonias gentílicas, faltaba poco para su total exterminio, y esto poco se halló por

una parte en el horror con que los miraba la ruda sencillez de los godos, y por otra en la religiosa

piedad de muchos de sus príncipes. Así que no se conserva memoria alguna, que yo sepa, de

semejantes juegos en el tiempo de su dominación, ni la historia los presenta en la paz dados a otra

diversión que la caza.

Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen

en España (1790)

15.4. Novela

Frente al auge del ensayo como principal género prosístico

durante el siglo XVIII, resulta significativa la decadencia de

la novela española. Los escritores ilustrados, obsesionados

por imbuir a sus obras de un espíritu didáctico y moralista

destinado a acabar con la decadencia del país, dejaron de

lado un género que había dominado la literatura española

durante los dos siglos anteriores. Entre los contados títulos

novelescos de cierta altura, destacan únicamente Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras del doctor don Diego de Torres Villarroel (1743) ―biografía novelada del

sacerdote Diego de Torres Villarroel (1694-1770) con matices picarescos y

conceptistas― e Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (1758) ―obra satírica del jesuita José Francisco de Isla (1703-1781) en la que se

ridiculiza a los oradores de la época que utilizan un lenguaje tan altisonante como

vacío. Juan Pablo Forner (1756-1797) es otro destacado novelista del siglo XVIII,

aunque sus obras satíricas ―entre las que destacan Exequias de la lengua castellana

(1782) y Los gramáticos. Historia chinesca (1782)― no poseen un alcance social, sino

que son fruto de su polémica literaria con otros autores de la época (en particular el

fabulista Tomás de Iriarte).

José Francisco de Isla

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El siguiente fragmento de Fray Gerundio de Campazas ilustra el contraste satírico

entre la oratoria formal del protagonista y el habla llana y campesina de su tío:

Al día siguiente descamparon todos los huéspedes, llevándose en todo caso fray Gerundio sus

doscientos reales en el bolsillo, y su Semana Santa entre pecho y espalda. Esto le acomodaba

infinito; y ya no dudaba que se sorbería todos los sermones famosos de veinte leguas al contorno,

ni más ni menos como si sorbiera un par de huevos pasados por agua, tan firme en este concepto

que ya repartía en su imaginación algunos de los que le sobraban entre fray Blas y otros amigos.

Fray Gerundio, fray Blas y Antón Zotes se fueron a comer a Fregenal del Palo, donde se dividía el

camino para Campazas y para el convento, con ánimo de descansar aquel día en casa del famoso

familiar.

Recibiolos éste con su agrado, sosiego, paz y socarronería natural. Luego que se apearon y los

saludó a todos cariñosamente, pero sin quitarse de la cabeza un monterón perdurable, dijo a fray

Gerundio:

―A fe, sobrino, que llegas al más mijor tiempo del mundo para que nos saques de una enfecultá,

porque yo bien conozco que eres gran letrado, y que has regolvido más libros que un vilboticario...

―“Bibliotecario” querrá usted decir ―le corrigió fray Gerundio.

―¿Ya escomienzas, majadero? ―le replicó el familiar―. Si entiendes lo que quiero decir, ¿qué te

emporta a ti el modo con que lo digo? Al fin, vilboticario o bribioquitario, o sea lo que se juere, lo

que yo te digo es que tu tía y yo estábamos ahora en una contraversia. El punto tiene uñas; y, o me

parió mi madre al revés, o harto será que yo no tenga razón. Es el causo..., pero desalfórjense

primero ustedes, y entrémonos en la sala baja; porque no es nigocio de tratar unas materias tan

hondas en el corral.

Hiciéronlo todos así, entráronse en la salita, limpiáronse el sudor, aliviáronse de ropa, echaron un

trago; y estando ya sosegados, prosiguió el familiar de esta manera:

―Pues como iba diciendo de mi cuento, ¿no ves sobre aquella arca grande una arpillera liada?

Mas va que no adivinas lo que tiene.

―¿Cómo quiere usted que lo adivine? ―respondió fray Gerundio.

―Pues yo te lo diré en prata ―dijo el familiar―. Tantas varas de una tela muy rica, que yo no sé

cómo se llama, sólo sé que me costó a sesenta rales la vara, porque dicen que viene allá de las

Indias, y no se sabe frabicar en nuestro incontinente, y es de color de pechuga de tordo zorrero o

de aquellos pájaros que se llaman..., válasme Dios, ¿cómo se llaman? Ello es así una cosa que

suena a maravedises.

―Malvises ―apuntó fray Blas.

―Sí, padre nuestro ―prosiguió el familiar―, malguises; que no parece sino mesmamente el color

del hábito de nuestro padre San Francisco. Amén de eso, hay en la tal arpillera otras tantas varas

de raso liso amarillo, como yema de huevo, para la enforradura. Allende de todo lo dicho, se

contienen en la susodicha otras milentas varas de listonajos y de fruecos con campanillas, o con

esquilones, o con cencerros, que dice mi mujer es cosa muy precisamente necesaria para hacer un

piso o un friso, o ¿qué sé yo cómo le llama?, con sus ondas escalfadas o escaroladas en el rodapié

de la basquiña. Íten, un cordoncito de hilo d'oro muy sotil para los cabos de la casaca. Íten, otro

cordón grande del mesmísimo hilo, con sus ñudos a trechos como los cordones de los flaires, pero

trabajado con mucha progilidá, delicadeza y sienmetría, que real y verdaderamente encalabrina la

vista. Ea pues, apostemos una azumbre de vino a que no sabes para qué es todo ese matalotaje.

Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas (Libro V, capítulo IX)

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15.5. Fábula

Dentro de la prosa moralista, la corriente ilustrada,

crítica y pedagógica del siglo XVIII recupera el interés

por la fábula, debido a la enseñanza moral que este

tipo de relato alegórico encierra. Los principales

fabulistas españoles de este periodo son Félix María de

Samaniego (1745-1801) y Tomás de Iriarte (1750-

1791), autores de relatos breves ―generalmente bajo

la forma de prosa poética o “verso prosístico”―

protagonizados por animales que, bajo el precepto

ilustrado de “instruir deleitando”, acaban con una

enseñanza moral. Ambos se inspiran en las fábulas del

griego Esopo, el latino Fedro y el francés La Fontaine para ofrecer una enseñanza

moral acorde con los preceptos de la Ilustración. La obra más importante de

Samaniego, Fábulas en verso castellano (1781), está formada por una colección de

relatos que ridiculizan los defectos humanos (como “La zorra y las uvas”), los hábitos

sociales (“La cigarra y la hormiga”) y las actitudes políticas de dudosa integridad (“El

perro y el cocodrilo”). Por su parte, Iriarte es autor de Fábulas literarias (1782), en las

que realiza alusiones o sátiras más o menos veladas a otros literatos de su época (como

el propio Samaniego, al que ningunea al afirmar que él es el primero en introducir el

género de la fábula en la literatura española, cuando claramente debió de conocer la

obra que su rival publicó el año anterior).

La siguiente fábula en verso prosístico de Samaniego, titulada “La zorra y las uvas”

(basada en el relato homónimo de Esopo), contiene una enseñanza que puede

resumirse mediante la moraleja “nunca eches la culpa a los demás de lo que no puedes

lograr”:

Es voz común que a más del mediodía

en ayunas la zorra iba cazando.

Halla una parra, quédase mirando

de la alta vid el fruto que pendía.

Causábale mil ansias y congojas

no alcanzar a las uvas con la garra,

al mostrar a sus dientes la alta parra

negros racimos entre verdes hojas.

Miró, saltó y anduvo en probaduras;

pero vio el imposible ya de fijo.

Entonces fue cuando la zorra dijo:

“¡No las quiero comer! ¡No están maduras!”

No por eso te muestres impaciente

si se te frustra, Fabio, algún intento;

aplica bien el cuento

Fábula de la zorra y las uvas

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y di: ¡No están maduras!, frescamente.

La zorra y las uvas (Félix María de Samaniego)

15.6. Poesía española del siglo XVIII

La producción lírica de comienzos de siglo, bajo la influencia de la poesía barroca, no

produce obras de mérito. Durante el periodo artístico europeo conocido como Rococó

(1730-1760) domina en la poesía española el género pastoril de temática amorosa, que

se refleja fundamentalmente en odas, elegías y romances. En la segunda mitad del

siglo XVIII se impone el Neoclasicismo, corriente artística que sigue principios

estéticos definidos por la razón y el buen gusto para tratar temas fundamentalmente

históricos, costumbristas y satíricos. La imaginación de los nuevos poetas ilustrados es

refrenada por los criterios de comedimiento, corrección, equilibrio y afán didáctico.

Las principales ideas estéticas neoclásicas se resumen en Poética (1737), monumental

tratado sobre teoría literaria compuesto por Ignacio de Luzán (1702-1754).

El máximo representante de la lírica neoclásica en España es

Juan Meléndez Valdés (Ribera del Fresno, 1754 -

Montpellier, 1817). Bajo la inspiración de los grandes poetas

de la Antigüedad clásica (Anacreonte, Teócrito, Horacio) y

las ideas filantrópicas y enciclopedistas de la Ilustración,

canta al amor y a la naturaleza en sonetos, odas, letrillas y

romances. Una recopilación de poemas pastoriles publicada

bajo el título de Poesías (1785) convirtió a Meléndez Valdés

en el poeta más aclamado de su tiempo (pese a la evidente

insinceridad de los sentimientos expresados y la afectación

ultrabarroca de su lenguaje poético). La letrilla titulada “La

flor del Zurguén” (inspirada por un arroyo de la ciudad de Salamanca, en cuya

universidad estudió) ejemplifica el estilo lírico de Meléndez Valdés, amoroso al

tiempo que contenido:

Parad, airecillos,

y el ala encoged,

que en plácido sueño

reposa mi bien.

Parad y de rosas

tejedme un dosel,

do del sol se guarde

la flor del Zurguén.

Parad, airecillos,

parad, y veréis

a aquella que ciego

de amor os canté,

el seno turgente

do tanta esquivez

abriga en mi daño

la flor del Zurguén.

¡Ay cándido seno!

¡quién sola una vez

dolido te hallase

de su padecer!

Mas ¡oh! ¡cuán en vano

mi súplica es!,

que es cruda cual bella

la flor del Zurguén.

Juan Meléndez Valdés

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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a aquella que aflige

mi pecho crüel,

la gloria del Tormes,

la flor del Zurguén.

Sus ojos luceros,

su boca un clavel,

rosa las mejillas;

y atónitos ved

do artero Amor sabe

mil armas prender,

si al viento las tiene

la flor del Zurguén.

Volad a los valles;

veloces traed

la esencia más pura

que sus flores den.

Veréis, cefirillos,

con cuánto placer

respira su aroma

la flor del Zurguén.

Soplad ese velo,

sopladlo, y veré

cuál late y se agita

su seno con él:

La ruego, y mis ansias

altiva no cree;

suspiro, y desdeña

mi voz atender.

Decidme, airecillos,

decidme: ¿qué haré,

para que me escuche

la flor del Zurguén?

Vosotros felices

con vuelo cortés

llegad y besadle

por mí el albo pie.

Llegad, y al oído

decidle mi fe;

quizá os oiga afable

la flor del Zurguén.

Con blando susurro

llegad sin temer,

pues leda reposa,

su altivo desdén.

Llegad y piadosos,

de un triste os doled,

así os dé su seno

la flor del Zurguén.

Otros poetas destacados del Neoclasicismo español son los anteriormente

mencionados José Cadalso ―cuyos poemas juveniles, recogidos en Ocios de mi juventud (1773), sirven de enlace entre la poesía del Siglo de Oro y el

Romanticismo―, Gaspar Melchor de Jovellanos ―autor de sonetos, sátiras y epístolas

de tema trascendente y estilo elevado―, Diego de Torres Villarroel ―creador de

sonetos, letrillas, seguidillas y romances festivos y satíricos, de influencia

quevediana― y Leandro Fernández de Moratín ―más conocido por su teatro, aunque

destacado poeta igualmente de la lírica neoclásica.

En Sevilla, un grupo de sacerdotes poetas (Manuel María de Arjona, Alberto Lista, José

María Blanco White, Abate Marchena, Félix José Reinoso) toman como modelo a los

renacentistas Fernando de Herrera y Francisco de Rojas para componer una poesía de

lenguaje brillante y retórico que señala el comienzo del Prerromanticismo en España.

Otras destacadas figuras de la etapa de transición al Romanticismo poético son Nicasio

Álvarez de Cienfuegos (1764-1809), Manuel José Quintana (1772-1857), Juan Nicasio

Gallego (1777-1853) y José Somoza (1781-1852).

15.7. Teatro español del siglo XVIII

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La producción dramática de la primera mitad del siglo XVIII experimenta una fase de

decadencia. La gran originalidad y creatividad del teatro del Siglo de Oro no

encuentra continuadores durante este periodo. En este contexto, se produce una

reacción crítica de la Ilustración que fomenta el cultivo de un teatro neoclásico

inspirado en el francés (Corneille, Racine, Molière), que diferencia claramente los dos

géneros teatrales mayores (comedia y tragedia) y respeta la “ley de las tres unidades”

(acción, lugar y tiempo), cuya intención es la de impulsar los intereses políticos y

morales de la época. En esta dirección, Ignacio de Luzán promueve el género teatral

de las tragedias ejemplarizantes que, sobre la base de la historia de España, divulgan

una ideología liberal —como en La virtud coronada (1742). Vicente García de la

Huerta (1734-1787) ayudó a consolidar este nuevo género de la tragedia neoclásica

española con Raquel (1778), que narra la leyenda popular de los amores del rey

Alfonso VIII con una judía de Toledo.

Uno de los dramaturgos más comprometidos con el

ideal neoclásico de enseñanza y formación ética es

Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780). Su

producción teatral comprende tres tragedias —

Lucrecia (1763), Hormesinda (1770) y Guzmán el Bueno (1777)— y una comedia —La petimetra (1762).

Sin embargo, la figura más destacada dentro del

panorama teatral español del siglo XVIII es su hijo,

Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760 - París,

1828), cultivador especialmente de comedias urbanas

en prosa de intención moral que tratan de reformar

determinadas costumbres españolas. En ellas, Moratín

denuncia la hipocresía burguesa, los matrimonios de

conveniencia, los efectos negativos de una educación

represiva y la mediocridad literaria del momento.

Entre sus comedias más conocidas —que presentan ya rasgos del sentimentalismo

romántico— destacan El viejo y la niña (1790), La mojigata (1791), La comedia nueva

(1792) y, muy especialmente, El sí de las niñas (1806), que tuvo un enorme éxito de

público y crítica. Un paso más hacia el teatro romántico que dominará la escena

española en el siglo XIX está representado por El delincuente honrado (1773),

comedia melodramática en prosa de Gaspar Melchor de Jovellanos. Además del

contenido filosófico propio del drama neoclásico, Jovellanos envuelve esta obra en una

sensibilidad lacrimógena que permite considerarla como una de las piezas más

originales y renovadoras del teatro prerromántico.

En contraposición al drama neoclásico de enseñanza moral, cobra auge durante el

siglo XVIII un teatro popular de corte tradicional simbolizado por el sainete, obra

Leandro Fernández de Moratín

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

11

cómica en un acto que se representa en el intermedio o al final de una función teatral

(de forma similar al entremés del siglo XVII). El principal cultivador de este género

dramático es Ramón de la Cruz (1731-1794), autor de más de 300 sainetes que retratan

el Madrid castizo a modo de valiosos cuadros de costumbres —como Manolo (1769),

parodia de las comedias heroicas.

El siguiente fragmento de El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, ilustra

la crítica del autor hacia la “mala educación” de las mujeres en la sociedad española del

siglo XVIII, que les lleva a contraer matrimonio sin amor por no contradecir los

deseos de sus familias, ya que han sido educadas para obedecer y no tener libertad de

elección:

DOÑA FRANCISCA.- Haré lo que mi madre me manda, y me casaré con usted.

DON DIEGO.- ¿Y después, Paquita?

DOÑA FRANCISCA.- Después... y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.

DON DIEGO.- Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser

hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted: estos títulos ¿no me dan algún derecho

para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor?

Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplearme todo en su consuelo, en

mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.

DOÑA FRANCISCA.- ¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.

DON DIEGO.- ¿Por qué?

DOÑA FRANCISCA.- Nunca diré por qué.

DON DIEGO.- Pero ¡qué obstinado, qué imprudente silencio!... Cuando usted misma debe

presumir que no estoy ignorante de lo que hay.

DOÑA FRANCISCA.- Si usted lo ignora, señor Don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si

en efecto lo sabe usted, no me lo pregunte.

DON DIEGO.- Bien está. Una vez que no hay nada que decir, que esa aflicción y esas lágrimas

son voluntarias, hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer.

DOÑA FRANCISCA.- Y daré gusto a mi madre.

DON DIEGO.- Y vivirá usted infeliz.

DOÑA FRANCISCA.- Ya lo sé.

DON DIEGO.- Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña:

enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las

juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el

temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que

su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la

sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean,

con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo mandan, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos

escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor,

la astucia y el silencio de un esclavo.

El sí de las niñas (Acto III, escena VIII)

Resumen

La literatura española del siglo XVIII aparece dominada por el espíritu de la

Ilustración. En contraposición a las pasiones desmedidas del Renacimiento y la

originalidad creativa del Siglo de Oro, esta nueva corriente artística tiene la razón, el

buen gusto, el equilibrio y la enseñanza moral como elementos que moldean las obras

literarias. Frente al racionalismo y el didactismo de la Ilustración, surge a mediados de

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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este siglo un movimiento paralelo conocido como Neoclasicismo, vertiente artística de

la anterior que intenta recuperar la belleza en la literatura, para lo cual retoma las

ideas del clasicismo renacentista.

El género literario en prosa más importante del siglo XVIII es el ensayo, terreno en el

que destaca especialmente Gaspar Melchor de Jovellanos. La prosa de carácter moral

encuentra su mejor vehículo de expresión en las fábulas animales de Félix María de

Samaniego y Tomás de Iriarte. La poesía neoclásica, con Juan Meléndez Valdés a la

cabeza, anuncia el Romanticismo del siglo XIX. En cuanto al teatro, destaca por

encima de todas la figura de Leandro Fernández de Moratín.

Apéndice bibliográfico

Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (1758) [José

Francisco de Isla] Novela satírica en la que el jesuita Isla se burla de los predicadores vulgares y pseudoeruditos. El joven Gerundico

es una especie de "repelente niño Vicente" que, gracias a la educación religiosa que recibe, se convierte en un joven

predicador erudito y redicho, que interpreta las enseñanzas bíblicas de una forma fantasiosa y parcial. El efecto

moralizante y crítico de la obra se difumina en gran parte por su excesiva farragosidad.

Los gramáticos. Historia chinesca (1782) [Juan Pablo Forner] En el siglo XVIII, el sinofilismo había llegado a su grado máximo en Europa. La milenaria cultura China es tenida

entonces como modelo de admiración, y se produce un redescubrimiento del mundo chino. "Los gramáticos.

Historia chinesca" es una obra en clave simbólica que utiliza personajes y lugares de la China imperial para llevar a

cabo una crítica encubierta de los diversos eruditos y afrancesados que estaban deformando el castellano con sus

usos literarios.

Fábulas (1792) [Jean-Pierre Claris de Florian] Dentro de la corriente de obras moralizantes del siglo XVIII, las "Fábulas" de Florian predican la prudencia, la

bondad y la astucia como medios para conseguir resultados prácticos. Su carácter es conciso y epigramático, y en

ocasiones se satiriza a los distintos tipos humanos. En la tradición de los grandes fabulistas, como Esopo, Florian

presenta en sus fábulas animales que hablan y actúan como las personas.

Prosa escogida [Gaspar Melchor de Jovellanos] Recopilación de artículos y escritos en los que Jovellanos, como principal figura de la Ilustración en España,

muestra su gran espíritu reformista, preocupado por llevar al país (y en particular a su tierra natal, Asturias) a

mayores cotas de desarrollo industrial y cultural.

Los bandidos (1781) [Johann Friedrich von Schiller] Drama romántico "tremebundo" que se enmarca en el movimiento literario alemán denominado Sturm und Drang

„tormenta y pasión‟, que en España daría lugar al Romanticismo del siglo XIX. El héroe no puede luchar contra su

propio destino, dentro de una constante espiral de perdición, aunque al final de sus días alcanza una lúcida

conciencia de todas sus culpas, y con ella el arrepentimiento.

Viajes de Gulliver (1726) [Jonathan Swift]

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Feroz sátira contra la sociedad del siglo XVIII; a través de fantásticos viajes por lejanas tierras, Swift hace una

alegoría de la humanidad toda, con sus contradicciones y sus repugnancias (a pesar de que haya pasado a la historia

como una obra infantil).

CAPÍTULO 16. PROSA DEL SIGLO XIX

16.1. El surgimiento del moderno Estado español

La Revolución Francesa (1789-1799) tuvo importantes consecuencias no sólo políticas

en Europa, sino también culturales. La derrota de la flota española en la batalla de

Trafalgar (1805) y la posterior invasión de España por parte de los ejércitos de

Napoleón Bonaparte (1808) precipitaron una reacción patriótica que condujo al

surgimiento de una corriente romántica dominada por el sentimiento en lugar de la

razón y la moralidad (como en la Ilustración del siglo XVIII). Esto dio lugar a cambios

radicales en la mentalidad y en la concepción de la vida, que condujeron a una pérdida

general de fe en la razón, en la ciencia y en el progreso. Las ideas independentistas y

liberales promovidas por la Revolución Francesa desembocaron en las Cortes de Cádiz

y en la promulgación en 1812 de la primera Constitución española, que pretendía

liquidar las instituciones del Antiguo Régimen ―basado en una sociedad estamental

de grupos desiguales y cerrados (nobleza, clero, burguesía, artesanos, campesinado),

una economía agraria y un gobierno absolutista― y abrir el camino a un Estado

liberal moderno.

Como reacción frente al despotismo ilustrado del siglo XVIII, las clases medias

intelectuales españolas aspiran a conquistar el poder, aunque el absolutismo

monárquico, apoyado por la nobleza, el clero y el pueblo, acaba imponiéndose con la

restauración, en 1814, del absolutismo de Fernando VII. Únicamente tras la muerte

del monarca borbónico en 1833, y durante la regencia de su sobrina María Cristina, se

implantará de manera definitiva el Estado liberal en España. A partir de 1830 se

impone definitivamente en la literatura española el Romanticismo (el término

“romántico” había aparecido por vez primera en 1818), que será progresivamente

sustituido por el Costumbrismo y el Realismo durante el reinado de Isabel II (1833-

1868). En el último tercio del siglo XIX, la intensificación de este último movimiento

dará lugar al Naturalismo.

Esquemáticamente, las distintas corrientes que dominan la literatura española

decimonónica pueden resumirse de la siguiente manera: 1) Prerromanticismo (1800-

1830); 2) Romanticismo (1830-1850); 3) Costumbrismo (1830-1850); 4) Realismo

(1850-1870); 4) Naturalismo (1870-1898). Las anteriores fechas corresponden al

periodo de máximo esplendor de cada corriente literaria y no han de considerarse de

forma rígida, ya que hubo amplios periodos de convivencia entre ellas (por ejemplo, el

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Romanticismo tardío se extendió hasta el último tercio del siglo XIX, época dominada

por el Realismo y el Naturalismo).

16.2. Novela española en la primera mitad del siglo XIX

El género novelístico experimentó un enorme vacío literario en España entre la

segunda mitad del siglo XVII y el primer tercio del XIX, periodo durante el que apenas

se escribieron obras narrativas de consideración. A comienzos de este siglo, no

obstante, se realizaron numerosas traducciones al español de novelas francesas e

inglesas (Alejandro Dumas, Victor Hugo, François de Chateaubriand, Walter Scott…),

lo que impulsó una producción propia. Surgen así diversos subgéneros, como la novela

histórica, la novela sentimental, la novela anticlerical y la novela gótica, que se

desarrollan durante la primera mitad del siglo XIX.

El Romanticismo vivió su decenio de máximo esplendor en España entre la muerte de

Fernando VII (1833) y la mayoría de edad de Isabel II (1843). Durante este periodo

tiene lugar un considerable crecimiento de la industria editorial, con el acceso a la

literatura de las clases medias acomodadas (profesionales y comerciantes) y un

numeroso público femenino urbano. La gran difusión literaria llevada a cabo por los

editores hace que se popularice el género de la novela sentimental bajo la forma del

folletín o novela por entregas, relatos de ficción lleno de aventuras y sucesos

extraordinarios que se publicaban semanalmente o por capítulos en cuadernillos o

pliegos incluidos en el interior de periódicos y revistas, destinados a un público

proletario que apenas sabía leer y no podea costearse libros encuadernados. Los

principales cultivadores del folletín a mediados del siglo XIX fueron Manuel

Fernández y González, Enrique Pérez Escrich y Ramón Ortega y Frías. Incluso

algunos de los grandes novelistas españoles de la segunda mitad del siglo XIX, como

Luis Coloma y Benito Pérez Galdós, recurrieron a este género para darse a conocer en

sus inicios literarios.

La novela histórica de corte romántico es el subgénero de mayor éxito dentro de la

narrativa española de la primera mitad del siglo XIX, con títulos tan representativos

como Sancho Saldaña (1834), de José de Espronceda, El doncel de don Enrique el Doliente (1834), de Mariano José de Larra, y especialmente El Señor de Bembibre

(1844), de Enrique Gil y Carrasco. Esta última novela, ambientada en la Castilla del

siglo XIV, narra la intensa relación amorosa entre don Álvaro (Señor de Bembibre) y

doña Beatriz, en medio de un ambiente político de intrigas, ambiciones, luchas y

fatalidades que conducirá a la extinción de la Orden de los Templarios. La novela

histórica de carácter romántico de la primera mitad del XIX irá evolucionando hasta

desembocar en el último tercio del siglo en la novela histórica de aventuras, que se

popularizará extraordinariamente en forma de folletín o novela por entregas, con

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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títulos como La paloma y los halcones (1865), de Antonio Trueba, y Amaya o los vascos en el siglo VIII (1877-1879), de Francisco Navarro Villoslada.

Dentro del subgénero narrativo de la novela sentimental del siglo XIX, destacan los

nombres de dos mujeres: Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) ―escritora

cubana que se dio a conocer en España con Dos mujeres (1843), en la que critica los

matrimonios de conveniencia de la época― y Rosalía de Castro ―autora de la novela

de carácter folletinesco La hija del mar (1859), que anticipará el género de la novela

romántica en España.

El auge de la novela anticlerical en la primera mitad del siglo XIX vino motivada por

la introducción en España, durante el reinado de Isabel II (1833-1868), de los ideales

del socialismo utópico, gracias a la traducción de novelas francesas de ambiente social

escritas por Víctor Hugo, George Sand y Alejandro Dumas. La obra más representativa

de este subgénero narrativo es María, la hija de un jornalero (1845), de Wenceslao

Ayguals de Izco, que describe los sufrimientos de la hija de un obrero en paro, acosada

por un clérigo y un noble. Esta novela, iniciadora en España del folletín o publicación

por entregas en periódicos y revistas, postula ideales sociales como la igualdad de

oportunidades, la justicia para todos, la libertad de prensa y la separación entre Iglesia

y Estado.

La novela gótica (o de terror) no tuvo en la literatura española el auge del que gozó en

la anglosajona (con autores destacados como Ann Radcliffe, Mary Shelley y Edgar

Allan Poe). La mayoría de las obras pertenecientes a este subgénero publicadas

durante la primera mitad del siglo XIX son traducciones o adaptaciones de novelas

inglesas, como Cuentos de duendes y aparecidos (1825), de José de Urcullu, y Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas (1831), de Agustín Pérez Zaragoza.

16.3. Novela española en la segunda mitad del siglo XIX

Desde el punto de vista literario, el ecuador del siglo XIX viene marcado por el

tránsito del Romanticismo al Realismo, basado en la observación de la realidad. Bajo la

influencia de los grandes novelistas europeos del momento (Stendhal, Balzac, Flaubert,

Dickens), los escritores españoles buscan ofrecer en sus obras un fiel reflejo de la

sociedad de la época, en donde la realidad inmediata, lo humilde y lo cotidiano se

convierten en protagonistas. Para ello, emplean un lenguaje realista más minucioso y

descriptivo en la construcción de personajes y en la recreación de ambientes.

Las primeras novelas “realistas” se publicaron por entregas, a veces como folletín en

periódicos. Al principio, el término folletín era considerado como un neologismo tomado

del francés para referirse a los artículos periodísticos impresos en letra más pequeña en la

parte inferior de las páginas que versaban sobre asuntos sociales y literarios. Con el

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

16

tiempo, el folletín pasó a ser definido por su contenido. Íntimamente ligada a esta

literatura folletinesca, la novela realista surgió en España entre 1830 y 1856, encaminada

también al retrato fiel de lo cotidiano. A mediados del siglo XIX, “realismo” era un

término derogatorio, que se asociaba con la reproducción del mundo obrero y marginado

y la acumulación de detalles groseros y de mal gusto. Frente a esta visión “real” de la

sociedad decimonónica, surge en paralelo una corriente literaria de novela costumbrista,

que recoge tradiciones y actitudes ya desaparecidas de la España pintoresca, no

contaminada por el espíritu burgués, el capitalismo y la industrialización, que sirven para

comprender a un país en el que coinciden un pasado anquilosado y un presente

esperanzador.

En el último tercio del siglo XIX surge un nuevo subgénero narrativo, la novela de tesis,

en la que la idea predomina sobre la acción: el escritor intenta persudir a sus lectores

de su ideología cívica y moral (tesis) y manipula caprichosamente a sus personajes

para llegar a los resultados preconcebidos. Los temas principales que aparecen

reflejados en este tipo de obras son conflictos o problemas de orden religioso, político,

social y psicológico. Los principales cultivadores de la novela de tesis fueron Benito

Pérez Galdós, Juan Valera, Luis Coloma y Pedro Antonio de Alarcón.

16.4. Costumbrismo

Entre 1828 y 1834, los artículos periodísticos de tres excelentes prosistas, Larra,

Mesonero Romanos y Estébanez Calderón, contribuyeron a configurar un nuevo género

literario, el Costumbrismo, que, partiendo de la observación de los usos y las tradiciones

locales, criticaba la reforma política y social del país, señalando los principales defectos

de la sociedad y los medios para mejorarla. Por su parte, Fernán Caballero contribuyó al

desarrollo de la novela costumbrista hacia mediados de siglo con sus retratos folclóricos y

pintorescos de personajes y lugares no contaminados por el progreso y la influencia

extranjera.

Mariano José de Larra (1809-1837), pese a ser uno de los más notables escritores

románticos de la primera mitad del siglo XIX, es conocido fundamentalmente por su

prosa costumbrista. En sus artículos periodísticos, publicados bajo diversos

pseudónimos (“Fígaro”, “Duende”, “Bachiller”, “El Pobrecito Hablador”), Larra

denuncia la negligencia, opresión y corrupción de las clases dirigentes, así como el

atraso e inmovilismo del país. Uno de sus artículos más celebrados, Vuelva usted mañana (1833), ha quedado como símbolo de la desidia y lentitud de la burocracia

española.

Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882) fue un destacado retratista de gentes, lugares

y ambientes de Madrid. Dentro de su producción literaria en prosa destacan Manual de Madrid (1831), Escenas y tipos matritenses (1851) —que recoge las costumbres sociales

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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y morales de la ciudad—, El antiguo Madrid (1861) y su obra cumbre: Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid (1881) —en la que Mesonero Romanos narra su

vida con el telón de fondo de la historia y la vida madrileñas.

Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), conocido literariamente por el pseudónimo

de “El Solitario”, es el máximo representante del costumbrismo andaluz del siglo XIX.

En su obra más importante, Escenas andaluzas (1846), defiende las costumbres típicas

de su tierra con una gracia y un salero característicos de esta región.

Para Fernán Caballero (sobrenombre artísticos de Cecilia Böhl

de Faber, 1796-1877), novela, folletín, realismo, democracia y

revolución estaban vinculados. Cada una de sus obras es una

admonición contra el mal del siglo, la hidra de la anarquía,

una defensa a ultranza de las costumbres nacionales y los

privilegios señoriales. Fernán Caballero refleja en sus novelas

un costumbrismo andaluz de carácter romántico y pintoresco,

no contaminado por el materialismo. En ellas no aparece

retratada la clase media, tan sólo el campesinado y la

aristocracia, reflejo de la mentalidad tradicionalista y

medievalista de la escritora.

La obra más conocida de Fernán Caballero, la novela costumbrista La gaviota (1849),

supone un punto de inflexión en la narrativa del siglo XIX, ya que ofrece un vínculo

entre costumbrismo y novela romántica, al tiempo que adelanta técnicas de la novela

realista. Esta obra, en la que se reflejan todos los tópicos de la “España de la pandereta”,

es una evocación colorista y trágica de los amores fracasados de una aldeana, Marisalda,

esposa de un romántico cirujano alemán, Stein, en una brillante y romántica Sevilla.

Otras novelas de Fernán Caballero, como Clemencia (1852), La familia de Alvareda

(1856) y Un verano en Bornos (1858), fueron intentos loables, pero no plenamente

conseguidos, de aclimatar el realismo en España.

16.5. Novela realista

Los novelistas de la segunda mitad del siglo XIX se dividían en dos clases: los que

reflejaban un costumbrismo regional pintoresco (Fernán Caballero) y los que

presentaban el realismo social del momento como la lucha de clases. A su vez, estos

últimos se agrupaban en dos bandos: uno en el que imperaba el pasado y la tradición

(Alarcón, Pereda, Coloma) y otro en el que predominaba el presente y la libertad (Valera,

Pardo Bazán, Palacio Valdés). Frente a los profundos conflictos económicos, sociales y

políticos que sacuden España durante este periodo, el escritor se ve obligado a adoptar

una postura comprometida. La novela realista se convierte así en el “género burgués” por

excelencia.

Fernán Caballero

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

18

Dos de los más importantes novelistas españoles de la segunda mitad del siglo XIX,

Galdós y Clarín, ofrecen en sus obras un realismo crítico que busca únicamente reflejar

la sociedad del momento, sin mostrar un partidismo conservador o liberal.

En conjunto, los escritores realistas de la segunda mitad del siglo XIX se conocen como la

Generación del 68, debido a que empezaron a escribir sus obras a partir de la Revolución

de 1868 (conocida como la Gloriosa, por el entusiasta apoyo que encontró en la

burguesía y las clases trabajadoras), cuando la situación política de España permitió

relajar la presión de la censura durante el reinado de Isabel II. El término, acuñado por

Clarín, incluye a los anteriormente mencionados Alarcón, Pereda, Valera, Pardo Bazán,

Palacio Valdés, Galdós y el propio Clarín. Las características comunes de los escritores de

la Generación del 68 son la conciencia de la existencia de una clase burguesa y una

estética realista (influida igualmente por el Costumbrismo y el Naturalismo).

Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), conservador y

defensor de los ideales tradicionalistas católicos, escribió

relatos breves de gran éxito (El sombrero de tres picos) y

novelas de reconocido prestigio (El escándalo, El niño de la bola, La pródiga), a mitad de camino entre un romanticismo

tardío y un incipiente realismo. A pesar de que Alarcón es

realista en el marco novelesco, sus personajes son casi siempre

románticos. Su talante de periodista impregna su estilo, de

ritmo rápido y lleno de vivacidad y gracia.

En la novela regional El sombrero de tres picos (1874),

Alarcón recurre a una historia popular que circulaba en romances y canciones (“el

corregidor y la molinera”) para componer una obra en la que conjuga comedia teatral y

costumbrismo romántico. El escándalo (1875), su obra más conocida, es una novela

melodramática de tesis religiosa que manifiesta la postura reaccionaria de Alarcón: la

religión católica es la base de la moral social, mientras que el mundo moderno y burgués

es la causa de todos los males de la sociedad. Esta dicotomía se refleja mediante el

enfrentamiento entre el impío racionalista decimonónico, producto de una sociedad

materialista y fría, y el sabio jesuita conocedor de los misterios del alma humana y las

miserias de la sociedad, capaz de ofrecer soluciones instantáneas a todo problema que se

le plantee. El final de la obra supone un triunfo del tradicionalismo sobre el positivismo

burgués. El niño de la bola (1880) es una novela romántica de tendencia religiosa que

narra una versión moderna del tema de los amantes de Teruel en un escenario andaluz.

En La pródiga (1880), Alarcón resume igualmente su ideología conservadora: la pasión

amorosa es un peligro para la institución matrimonial; es preciso evitar el escándalo a

todo precio y mantener las apariencias; la cultura corrompe. La heroína, Julia,

Pedro A. de Alarcón

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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compendia estos tres perniciosos elementos: amor pecaminoso, escándalo y lecturas

perversas (Voltaire, Byron). Es por ello que su suicidio es una consecuencia inevitable.

José María de Pereda (1833-1906) es el continuador del

regionalismo estático de Fernán Caballero. Para él, la vuelta al

“terruño” es la solución ante las peligrosas novedades

provenientes del norte de Europa. Lo castizo y puro se opone

a la corrupción de la ciudad, en donde anida el progreso y el

liberalismo: patriarcazgo frente a burguesía urbana. La base

ideológica de Pereda se halla en la religión; para llevar

adelante su tesis crea personajes divididos radicalmente en

malos y buenos, de complejidad psicológica mínima. Sus

novelas denotan una maravillosa capacidad para describir

paisajes naturales, ante lo cual la acción apenas tiene

importancia.

Sus primeras obras, como Escenas montañesas (1864), ambientadas en su Cantabria natal,

son de carácter costumbrista. En ellas, Pereda sitúa su ideal ético y estético en contacto

con la naturaleza y las formas de vida tradicionales y sencillas (“el mayor bien humano es

el de la sencilla y honrada ignorancia”). Más tarde escribe novelas de tesis en las que

defiende su ideología conservadora: El buey suelto (1878), Don Gonzalo González de la Gonzalera (1879), De tal palo, tal astilla (1880), Sotileza (1885) y su obra maestra, Peñas arriba (1895), novela que refleja la vida de los montañeses cántabros bajo un prisma

bucólico. En La Puchera (1889), Pereda mezcla elementos regionalistas y naturalistas.

La producción literaria del jesuita Luis Coloma (1851-

1914) ―más conocido como el Padre Coloma― se caracteriza

por una mezcla de religiosidad y gran conocimiento de la vida

y las costumbres de su época, siempre al servicio de una

intención moralizadora. En su obra más conocida, la novela

costumbrista y naturalista de sátira social Pequeñeces (1891),

la aristocracia madrileña de los años que precedieron a la

Restauración borbónica (1874) es fustigada por sus

inmoralidades habituales. El Padre Coloma es también autor

de la novela inconclusa Boy (1896) y Jeromín (1902), novela

histórico-épica sobre Don Juan de Austria. Aparte de la novela

realista e histórica, cultivó también los relatos cortos de carácter fantástico y la literatura

infantil (al Padre Coloma se debe la creación del “Ratoncito Pérez” como figura literaria

en el mundo hispano).

José Mª de Pereda

Padre Coloma

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

20

Juan Valera (1824-1905), gran observador de la conducta

humana, es un escritor de difícil clasificación, ya que criticó

tanto el Romanticismo de mediados del siglo XIX como el

Realismo y el Naturalismo posteriores. Su ideal literario

aparece reflejado en su ensayo De la naturaleza y carácter de la novela (1860): la novela no es historia, sino poesía; el único

fin y objeto de la poesía es la realización de lo bello (“el arte

por el arte”). Valera ataca toda novela de tesis por su

tendenciosidad, y defiende la libertad imaginativa y estética

con el propósito de entretener al lector. En el prólogo a su obra más conocida, la novela

epistolar Pepita Jiménez (1874), continúa exponiendo esta ideología, afirmando que una

novela ha de ser “bonita”, y que debe “pintar las cosas no como son sino más bellas de lo

que son, iluminándolas con luz que tenga cierto hechizo”. Pese a mostrar el conflicto

entre el amor divino y el amor humano, Valera huye de todo moralismo religioso y se

centra únicamente en el análisis psicológico del protagonista, el seminarista Luis de

Vargas, y su amor puro hacia Pepita Jiménez, joven viuda a la que pretende su padre don

Pedro de Vargas. Otros títulos importantes en la narrativa de Juan Valera son Las ilusiones del doctor Faustino (1875) ―un ataque contra la ciencia del siglo XIX―, Doña Luz (1879), Juanita la Larga (1895) ―novelas ambas que reflejan la psicología femenina

mediante elegantes evocaciones del mundo andaluz― y Morsamor (1899) ―visión

alegórica negativa y pesimista de la sociedad española.

El siguiente fragmento de Pepita Jiménez, correspondiente a una de las cartas que escribe

Luis de Vargas a su tío, ilustra la fascinación inicial que la belleza de la joven viuda

produce en el seminarista, sentimiento que con el desarrollo de la novela se irá

convirtiendo en profundo amor:

Pero no: ¿qué he pensado yo, qué he mirado, qué he celebrado en Pepita, por donde nadie pueda

colegir que propendo a sentir por ella algo que no sea amistad y aquella inocente y limpia

admiración que inspira una obra de arte, y más si la obra es del Artífice soberano y nada menos

que su templo?

Por otra parte, querido tío, yo tengo que vivir en el mundo, tengo que tratar a las gentes, tengo que

verlas, y no he de arrancarme los ojos. Usted me ha dicho mil veces que me quiere en la vida

activa, predicando la ley divina, difundiéndola por el mundo, y no entregado a la vida

contemplativa en la soledad y el aislamiento. Ahora bien, si esto es así, como lo es, ¿de qué suerte

me había yo de gobernar para no reparar en Pepita Jiménez? A no ponerme en ridículo, cerrando

en su presencia los ojos, fuerza es que yo vea y note la hermosura de los suyos, lo blanco,

sonrosado y limpio de su tez, la igualdad y el nacarado esmalte de los dientes que descubre a

menudo cuando sonríe, la fresca púrpura de sus labios, la serenidad y tersura de su frente, y otros

mil atractivos que Dios ha puesto en ella. Claro está que para el que lleva en su alma el germen de

los pensamientos livianos, la levadura del vicio, cada una de las impresiones que Pepita produce

puede ser como el golpe del eslabón que hiere el pedernal y que hace brotar la chispa que todo lo

incendia y devora; pero yendo prevenido contra este peligro, y reparándome y cubriéndome bien

con el escudo de la prudencia cristiana, no encuentro que tenga yo nada que recelar. Además que,

Juan Valera

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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si bien es temerario buscar el peligro, es cobardía no saber arrostrarle y huir de él cuando se

presenta.

No lo dude usted: yo veo en Pepita Jiménez una hermosa criatura de Dios, y por Dios la amo

como a hermana. Si alguna predilección siento por ella, es por las alabanzas que de ella oigo a mi

padre, al señor Vicario y a casi todos los de este lugar.

Pepita Jiménez (1874)

Con Armando Palacio Valdés (1853-1938) se liquidan el

Realismo y el Naturalismo decimonónicos. Su producción

literaria pasa por dos etapas vitales: una primera de

liberalismo y escepticismo (hasta 1899) y otra a continuación

de catolicismo. Dentro de la primera se incluyen sus novelas

realistas Marta y María (1883) —ambientada en su Asturias

natal—, Riverita (1886) —cuya acción transcurre en

Madrid— y su obra más famosa, La hermana San Sulpicio

(1889) —que narra los amores entre una monja sin vocación y

un médico gallego en un ambiente costumbrista andaluz. Dentro de la segunda etapa

vital de Palacio Valdés se encuadran La aldea perdida (1903) —reflejo de los daños

morales que causa el progreso industrial—, Tristán o el pesimismo (1906), La novela de un novelista (1921) y Santa Rogelia (1926) —obra que marca el punto final del proceso

ideológico y literario del autor: los milagros son una realidad con la cual es preciso contar;

el matrimonio es indisoluble y divino; el adulterio es superado por el sacrificio cristiano.

16.6. El realismo crítico: Galdós y Clarín

Dos de los más importantes novelistas de la segunda mitad del siglo XIX, Benito Pérez

Galdós y Leopoldo Alas “Clarín”, presentan en sus obras un realismo crítico, que

combina elementos realistas y naturalistas. Además de reflejar la realidad, este nuevo

género literario la cuestiona como paso previo a su estudio y análisis. El realismo crítico

no discute si el mundo es justo o injusto, tan sólo intenta reflejar una realidad objetiva.

En ella, el individuo está alienado, ya que el mundo interior de los protagonistas no tiene

nada que ver con el mundo exterior: hay una división radical entre su vida pública y

privada, una falta de armonía entre “esencia” (querer ser) y “existencia” (tener que ser).

16.7. Benito Pérez Galdós

Armando Palacio Valdés

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 -

Madrid, 1920) está considerado como el escritor más

representativo del Realismo español de la segunda mitad del

siglo XIX, tanto por la calidad como por la diversidad de su

producción literaria. Dentro de su prolífica obra, destacan las

novelas realistas (en particular su gran éxito, Fortunata y Jacinta) y la colección de relatos históricos contemporáneos

conocida como Episodios Nacionales (que Galdós escribió en

diferentes épocas de su vida con la intención de elevar a

España al rango de país moderno y europeo). Las

características principales que definen el universo literario galdosiano son una actitud

idealista y romántica, curiosidad científica en el tratamiento de la realidad, visión

dramática de los conflictos sociales y personales, tono narrativo lleno de ternura y de

ironía, presencia de un narrador omnisciente y cotidiano, personajes corrientes y

detallismo en la descripción de ambientes (producto de su afición a espiar conversaciones

ajenas y su formidable memoria).

En una primera etapa literaria, entre 1868 (fecha en la que

escribe su primera novela, el folletín La fontana de oro) y

1881 (fecha de publicación de su primera novela realista, La desheredada), Galdós se muestra como un escritor

socialmente comprometido, con novelas de tesis en las que

combate la intolerancia religiosa y la hipocresía y hace

recaer sobre la clase media la responsabilidad de llevar a

cabo la transformación política y social del país; a este

grupo pertenecen La fontana de oro (1870), Doña Perfecta

(1876), Gloria (1877) y La familia de León Roch (1878).

Una de las obras preferidas por el propio Galdós, Marianela

(1878), pertenece también a este grupo, aunque no se trata

de una novela de tesis propiamente dicha, sino de amor, en la que se narra el idilio entre

un ciego y una muchacha ignorante y fea. En una segunda etapa literaria, entre 1881 y

1915, el desengaño de Galdós con la clase media española tras la Restauración borbónica

de 1874 le lleva a buscar en el pueblo y en la fraternidad de las clases humildes la

salvación ante los problemas del mundo, y durante este periodo escribe novelas

espirituales —como Ángel Guerra (1891), Tristana (1892), Nazarín (1895) y Misericordia

(1897)— y especialmente novelas realistas, en las que Galdós comienza a reflejar la

sociedad y la vida españolas contemporáneas (motivo por el cual las llamó “novelas

españolas contemporáneas”). Este último grupo está formado por 24 novelas, publicadas

entre 1881 y 1889, entre las que destacan La desheredada (1881), El amigo Manso (1882),

El doctor Centeno (1883), Tormento (1884), La de Bringas (1884), Fortunata y Jacinta

(1886-1887), Miau (1888) y Torquemada en la hoguera (1889). A comienzos del siglo

Benito Pérez Galdós

Dolores del Río como Doña Perfecta (1951)

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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XX, en pleno auge de la literatura regeneracionista, escribe Galdós El caballero encantado (1909), fábula sobre la situación política de la España de la Restauración.

El siguiente fragmento de la novela de tesis Doña Perfecta, en la que Galdós critica la

hipocresía religiosa (personificada por la protagonista), ilustra el detallismo

descriptivo del autor y la presencia de un narrador omnisciente que interactúa con el

lector:

Su hechura biliosa, y el comercio excesivo con personas y cosas devotas, que exaltaban sin fruto

ni objeto su imaginación, la habían envejecido prematuramente, y, siendo joven, no lo parecía.

Podría decirse de ella que con sus hábitos y su sistema de vida se había labrado una corteza, un

forro pétreo, insensible, encerrándose dentro como el caracol en su casa portátil. Doña Perfecta

salía pocas veces de su concha.

Sus costumbres intachables, y aquella bondad pública que hemos observado en ella desde el

momento de su aparición en nuestro relato, eran causa de su gran prestigio en Orbajosa. Sostenía

además relaciones con excelentes damas de Madrid, y por este medio consiguió la destitución de

su sobrino. Ahora, en el momento presente de nuestra historia, la hallamos sentada junto al pupitre,

que es el confidente único de sus planes y el depositario de sus cuentas numéricas con los aldeanos,

y de sus cuentas morales con Dios y la sociedad. Allí escribió las cartas que trimestralmente

recibía su hermano; allí redactaba las esquelitas para incitar al juez y al escribano a que

embrollaran los pleitos de Pepe Rey, allí armó el lazo en que éste perdiera la confianza del

Gobierno; allí conferenciaba largamente con Don Inocencio. Para conocer el escenario de otras

acciones cuyos efectos hemos visto, sería preciso seguirla al palacio episcopal y a varias casas de

familias amigas.

No sabemos cómo hubiera sido doña Perfecta amando. Aborreciendo tenía la inflamada

vehemencia de un ángel tutelar de la discordia entre los hombres. Tal es el resultado producido en

un carácter duro y sin bondad nativa por la exaltación religiosa, cuando ésta, en vez de nutrirse de

la conciencia y de la verdad revelada en principios tan sencillos como hermosos, busca su savia en

fórmulas estrechas que sólo obedecen a intereses eclesiásticos. Para que la mojigatería sea

inofensiva, es preciso que exista en corazones muy puros.

Doña Perfecta (1876)

Los Episodios Nacionales, una colección de 46 novelas

históricas distribuidas en cinco series que Galdós

comenzó en 1873 con Trafalgar, representan un intento

por reflejar de forma literaria la historia contemporánea

de España entre la Batalla de Trafalgar (1805) y la

Restauración borbónica (1874). En la primera serie (1873-

1875), que refleja los momentos culminantes de la

Guerra de la Independencia Española (1808-1814),

figuran los episodios titulados Trafalgar, La Corte de Carlos IV, El 19 de marzo y el 2 de mayo, Bailén,

Napoleón en Chamartín, Zaragoza, Gerona, Cádiz, Juan Martín el Empecinado y La batalla de los Arapiles, en los que se narran las aventuras del joven Gabriel Araceli en

una España ocupada por los franceses. La segunda serie (1875-1879), que refleja las

Batalla de Trafalgar (1805)

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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luchas entre absolutistas y liberales durante los primeros seis años de reinado de

Fernando VII (1814-1820), el Trienio Liberal (1820-1823) y la Década Ominosa (1823-

1833), está protagonizada por el combatiente liberal Salvador Monsalud, y comprende

otros diez episodios: El equipaje del rey José, Memorias de un cortesano de 1815, La segunda casaca, El Grande Oriente, 7 de julio, Los cien mil hijos de San Luis, El terror de 1824, Un voluntario realista, Los Apostólicos y Un faccioso más y algunos frailes menos. La tercera serie (1898-1900), que se extiende entre la Primera Guerra Carlista (1833-

1840) y la Regencia de María Cristina (1833-1843), gira en torno a las aventuras del

romántico Fernando Calpena, y está formada por otras diez novelas: Zumalacárregui, Mendizábal, De Oñate a La Granja, Luchana, La campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica, Vergara, Montes de Oca, Los Ayacuchos y Bodas reales. La cuarta serie

(1902-1907), protagonizada por José García Fajardo, abarca el reinado de Isabel II desde

su mayoría de edad (1843-1868) ―periodo contemporáneo ya a la vida de Galdós― y

está formada por otros diez episodios: Las tormentas del 48, Narváez, Los duendes de la camarilla, La Revolución de Julio, O‟Donnell, Aita Tettauen, Carlos VI en la Rápita, La vuelta al mundo en la «Numancia», Prim y La de los tristes destinos. La quinta serie

(1907-1912), que describe hechos recientes vividos por el propio Galdós desde la

Revolución de 1868, quedó inacabada, con únicamente seis episodios completados

hasta la Restauración de Alfonso XII en 1874 (España sin rey, España trágica, Amadeo I, La Primera República, De Cartago a Sagunto, Cánovas) y uno más en proyecto (Sagasta);

a diferencia de las anteriores series, Galdós no elige un personaje como hilo conductor

de la trama, sino un narrador en primera persona (Tito) que no es más que un trasunto

del propio autor.

El siguiente fragmento de Mendizábal, perteneciente a la tercera serie de los Episodios Nacionales, ilustra la capacidad descriptiva y la prosa fluida de Galdós a través de la

conversación entre el protagonista, Fernando Calpena, y el entrañable sacerdote don

Pedro Hillo en torno a la figura del primer ministro Juan Álvarez Mendizábal y su

famosa desamortización:

Contestaba el otro a estas pullas inocentes con gracia y mesura, sin soltar prenda, ni clarearse más

de lo que le convenía. Desde la primera cena simpatizó Calpena con sus dos compañeros de casa,

y singularmente con el clérigo Hillo. El agrado que la conversación de éste le causaba aumentó tan

rápidamente que al segundo día eran amigos, y ambos creían que su trato databa de larga fecha.

Verdad que los dos eran clásicos en lo literario, templados o neutrales en lo político, de pacífico y

blando genio, amantes de la regularidad y del vivir manso, sin emociones; semejanza que un

atento observador habría podido apreciar, no obstante las diferencias que la edad marcaba en uno y

otro. Había, sin embargo, momentos en que Calpena se expresaba como un viejo, y don Pedro

como un muchacho.

El segundo día de hospedaje, desayunándose juntos, hablaron de política, que era en aquel tiempo

la usual, la obligada comidilla, lo mismo al almuerzo que a la cena. «¿Qué le parece a usted,

amigo don Fernando? ―dijo Hillo―. ¿Nos cumplirá ese Sr. Mendizábal todo lo que nos ha

prometido? Porque ya ve usted si ha venido con ínfulas. Que acabará la guerra carlista en seis

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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meses, y que para entonces no veremos un faccioso ni buscándolo con candil. Que pondrá término

a la anarquía, cortando el revesino a todas las juntas. Que arreglará la Hacienda, y pronto

rebosarán las arcas del Tesoro. Que hará de la España una nación tan grande y poderosa como la

Inglaterra, y seremos todos felices y nos atracaremos de libertad y orden, de pan y trabajo, de

buenas leyes, justicia, religión, libertad de imprenta, luces, ciencia, y, en fin, de todo aquello que

ahora no comemos ni hemos comido nunca».

Mendizábal (1898) [Episodios Nacionales, 22]

Pese a ser conocido fundamentalmente por sus novelas realistas e históricas, Galdós

compusó en los últimos años de su vida diversas obras teatrales caracterizadas por la

sinceridad y el inconformismo, entre las que sobresalen Realidad (1891), La loca de la casa (1893), La de San Quintín (1894), Electra (1901), El abuelo (1904) y Santa Juana de Castilla (1918).

16.8. Fortunata y Jacinta

Fortunata y Jacinta (1886-1887) está considerada como

la mejor novela de Benito Pérez Galdós y una de las más

representativas del realismo español del siglo XIX. La

acción de la obra transcurre entre dos fechas clave en la

historia de España: 1869 —año en el que el Gobierno

revolucionario provisional proclama la Constitución más

progresista de todas— y 1876 —cuando el Gobierno de

la Restauración redacta la Constitución más

conservadora.

El argumento de la novela es el siguiente: Juanito Santa

Cruz, “delfín” (heredero único) de una adinerada familia burguesa de Madrid de la

segunda mitad del siglo XIX, lleva una vida disipada. Tras conocer a Fortunata, una

hermosa joven de clase humilde, se encapricha de ella y la seduce hasta convertirla en su

amante, aunque termina por aburrirse de ella y la abandona. La madre de Juanito, para

mantener las convenciones sociales de la época, decide casar a su hijo con su sobrina

Jacinta. El matrimonio no puede tener hijos, y la familia Santa Cruz comienza a temer

por su descendencia. Cuando Jacinta se entera de que Fortunata ha tenido un hijo de

Juanito (el “Pitusín”), decide adoptarlo. Sin embargo, todo resulta ser una farsa, ya que

este niño no es el verdadero vástago de Juanito (el que tuvo con Fortunata murió).

Mientras tanto, una empobrecida Fortunata malvive con diversos amantes en distintas

ciudades hasta que vuelve a Madrid y conoce a Maxi Rubín, joven de aspecto poco

agraciado y débil de cáracter, que se enamora de Fortunata. Cuando Maxi expresa a su tía

doña Lupe, una viuda rica, su deseo de casarse con la joven, ésta accede a condición de

que Fortunata pase una temporada en un convento para reformarse. Tras su estancia en

el Convento de las Micaelas, Fortunata decide que el matrimonio con Maxi es la mejor

solución para llevar una vida honrada y se casa con él.

Fortunata y Jacinta (1980)

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Sin embargo, Juanito ha sabido que Fortunata está de vuelta en Madrid y vuelve a

encapricharse de ella. Fortunata, enamorada de su antiguo amante, abandona a su marido

y pasa a ser la mantenida de Juanito. Con el tiempo, éste se cansa de la incultura de

Fortunata y vuelve a abandonarla cuando Jacinta se entera de la existencia de su amante.

Fortunata conoce a don Evaristo Feijóo, un viejo coronel retirado, que se enamora de ella

y la convierte en su mantenida. Al sentir cercana la muerte, don Evaristo aconseja a

Fortunata que vuelva con su marido Maxi, y convence a la familia Rubín para que la

acepte de nuevo. Tras una etapa de felicidad, la salud de Maxi se deteriora y comienza a

sufrir ataques de locura en los que acusa a su mujer de engañarle y a su tía de querer

envenenarle. Fortunata y Jacinta coinciden casualmente en casa de una amiga común y

discuten acaloradamente por el amor de Juanito. Tras reanudar sus relaciones de forma

discreta, Fortunata busca quedarse embarazada de Juanito para legitimar su posición

como verdadera esposa, aunque cuando lo consigue es abandonada de nuevo. Tras

romper definitivamente con un enloquecido Maxi y la familia Rubín, Fortunata se

refugia en casa de una tía para dar a luz a su hijo, al que llamará Juan Evaristo. Al nacer

el pequeño, los Santa Cruz y los Rubín muestran interés por él.

Tras recobrar Maxi la salud y la razón, su familia le dice que Fortunata ha muerto. Sin

embargo, no les cree e intenta descubrir el paradero de su esposa. Tras averiguar que

Juanito tiene una relación con Aurora, hija de su patrón, Maxi va a visitar a Fortunata y

le informa del engaño de su amante. Fortunata, ciega de celos, va a la tienda donde

trabaja Aurora y monta un escándalo, lo que empeora su salud. La joven propone a su

marido volver con él a cambio de que éste mate a Aurora, y Maxi, loco de amor por

Fortunata, llega a comprar un revólver, pero su familia lo encierra antes de que pueda

cometer una locura. Sintiendo próxima su muerte, Fortunata hace un testamento en el

que entrega su hijo a Jacinta para que lo eduque. Su posterior muerte desencadena la

tragedia de los Rubín y los Santa Cruz: Maxi es encerrado en un manicomio y Juanito

debe confesar ante su madre y su mujer que el hijo de Fortunata es suyo.

En Fortunata y Jacinta, todos los personajes de la novela son manipulados de una u otra

manera por el sistema social, y los que no se dejan manejar son destruidos mediante el

manicomio (Maxi), la cárcel o, en última instancia, la muerte (Fortunata). El pequeño

Juan Evaristo será educado por los Santa Cruz, lo cual representa que el futuro de la

burguesía depende de la absorción de las clases bajas (“vampirización”), ya que no tiene

futuro propio (Jacinta es estéril): todo lo que la burguesía no es capaz de asimilar y

absorber será destruido. La moralina final de Galdós es la siguiente: la libertad es una

utopía inexistente, pero es algo necesario para el ser humano y por eso ha de soñar con

ella. Galdós es un escritor-historiador, y por lo tanto Fortunata y Jacinta no puede tener

otro final, ya que la burguesía es la clase dominante a finales del siglo XIX.

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Los dos grupos sociales que Galdós refleja en su novela son la clase baja madrileña o

“masa obrera” (no existía aún un proletariado propiamente dicho, ya que Madrid no se

convertiría en una ciudad industrial hasta comienzos del siglo XX) y la burguesía,

representados por Fortunata y Jacinta, respectivamente. El primero simboliza la

naturaleza y el segundo la tradición. El fruto del trabajo de las clases bajas (producción,

hijos) es aprovechado por la clase burguesa.

Casi todos los personajes de la novela defienden las leyes de la naturaleza frente a las

sociales: no es pecado nada que tenga que ver con el amor verdadero y natural; no existe

la fidelidad absoluta; la infidelidad es una ley natural contra el despotismo de la sociedad;

el amor es algo natural y fatal al mismo tiempo, ya que las personas no pueden escapar a

él; las leyes y códigos sociales han sido inventados por personas que desconocen lo que es

el amor; el amor es subversivo, ya que conduce a la destrucción.

Al igual que hiciera Cervantes en sus novelas, Galdós subjetiviza individualmente la

realidad objetiva. Un ejemplo claro es el de Maxi Rubín, para quien existen dos

realidades, la exterior y la interior, lo cual crea en el personaje un conflicto que le

conduce a la locura. Finalmente, el narrador acaba destruyendo todas estas apariencias

de verdad con una frase sentenciosa: “lo que tiene que suceder sucede, y no hay bromas

con la realidad”, reivindicación de una lógica racional del tipo causa-efecto.

A diferencia de la mayoría de novelas decimonónicas, Fortunata y Jacinta no posee un

narrador omnisciente que conoce todos los detalles de la novela y utiliza el recurso del

estilo indirecto libre en su narración, sino un “narrador-historiador” que se encuentra

al nivel de los personajes y cuenta la historia en función de los detalles que conoce

(por ejemplo, admite no saber por qué llaman Juanito al delfín de los Santa Cruz). En

ocasiones, este narrador emplea el monólogo interior para hablar “desde dentro” del

personaje, con la intención de reflejar mejor su mundo propio al poner las palabras en

su boca. Se trata de un discurso sin interlocutor y no pronunciado con el que un

personaje expresa sus pensamientos más íntimos, anteriores a toda organización lógica,

por medio de frases directas reducidas a la mínima expresión, de modo que dan la

sensación de ser casuales. Otro procedimiento empleado por Galdós consiste en

sustituir las reflexiones que el autor suele hacer por su cuenta respecto de la situación

de un personaje por las reflexiones del personaje mismo, empleando su propio estilo,

pero no a guisa de monólogo, sino como si el autor estuviera dentro del personaje mismo y la novela se fuera haciendo dentro del cerebro de éste. Las siguientes

meditaciones de doña Lupe ilustran el monólogo interior característico de Fortunata y Jacinta:

«¡Vaya con lo que me ha dicho esta mañana Nicolás: que Feijoo es el primer caballero de Madrid

y que le ha prometido una canonjía! Si se la dan, ya no me queda nada que ver. Yo me alegraría,

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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para quitarme esa carga de encima […] Bueno está mi sobrino para meterse en lances, él que se

asusta de entrar en un cuarto sin luz. ¡Pobrecillo Maxi!, ¡tiene un corazón de oro, y ahora que está

tan dado a estudiar lo del otro mundo, se le ocurren unas cosas...! ¡Vaya con lo que me decía

anoche! 'Tía de mi alma, a fuerza de pensar y padecer, he llegado a desprenderme de todas las

pasiones, y a no sentir en mí ni odio ni venganza'. Dice que la perdona cristianamente, por esto y

lo otro y qué sé yo qué... pero en cuanto a hacer vida común, ni que se lo mande el Papa. Y a

renglón seguido me marea para que la vaya a ver. 'Tía, visítela usted, entérese... sondéela, a ver

cómo se presenta. Puede que sea verdad lo que dice don Evaristo...'. Todas las noches la misma

canción. Al fin, si se pone muy pesadito, no tendré más remedio que ir. Y no es flojo el paseo que

tengo que dar, de aquí a Puerta de Moros...».

La acción de Fortunata y Jacinta se desarrolla casi por entero en Madrid, ciudad que no

es simplemente un espacio escénico, sino un protagonista más de la novela. Aparecen

retratados diferentes aspectos y lugares de la ciudad (ministerios, tiendas, tabernas, casas)

y los nombres de las calles tienen igualmente una gran importancia simbólica. El lugar

alrededor del cual gira la mayor parte de la novela es la Plaza Mayor.

Aunque Fortunata y Jacinta es una novela trágica, es irónica a la vez. El lenguaje se

adapta a la situación social de cada personaje, lo que hace que los de clase baja hablen de

forma vulgar y los nuevos ricos de la burguesía lo hagan de forma ostentosa e incorrecta

(“las puertas estaban herméticamente abiertas”).

El siguiente fragmento de la novela, en el que Fortunata y Juanito se reencuentran

después de largo tiempo, ilustra el intenso sentimiento amoroso de la joven

(representante de la naturaleza y la pasión del pueblo) frente a las tibias palabras de su

galán (como símbolo de las convenciones sociales de la burguesía, que busca los

verdaderos sentimientos en “la cantera del pueblo”):

Se consideraba Fortunata en aquel caso como ciego mecanismo que recibe impulso de sobrenatural

mano. Lo que había hecho, hacíalo, a juicio suyo, por disposición de las misteriosas energías que

ordenan las cosas más grandes del universo, la salida del Sol y la caída de los cuerpos graves. Y ni

podía dejar de hacerlo, ni discutía lo inevitable, ni intentaba atenuar su responsabilidad, porque esta no

la veía muy clara, y aunque la viese, era persona tan firme en su dirección, que no se detenía ante

ninguna consecuencia, y se conformaba, tal era su idea, con ir al infierno.

«Esto de alquilar la casa próxima a la tuya—dijo Santa Cruz—, es una calaverada que no puede

disculparse sino por la demencia en que yo estaba, niña mía, y por mi furor de verte y hablarte.

Cuando supe que habías venido a Madrid, ¡me entró un delirio...! Yo tenía contigo una deuda del

corazón, y el cariño que te debía me pesaba en la conciencia. Me volví loco, te busqué como se busca

lo que más queremos en el mundo. No te encontré; a la vuelta de una esquina me acechaba una

pulmonía para darme el estacazo... caí».

—¡Pobrecito mío!... Lo supe, sí. También supe que me buscaste. ¡Dios te lo pague! Si lo hubiera

sabido antes, me habrías encontrado.

Esparció sus miradas por la sala; pero la relativa elegancia con que estaba puesta no la afectó. En

miserable bodegón, en un sótano lleno de telarañas, en cualquier lugar subterráneo y fétido habría

estado contenta con tal de tener al lado a quien entonces tenía. No se hartaba de mirarle.

«¡Qué guapo estás!».

—¿Pues y tú? ¡Estás preciosísima!... Estás ahora mucho mejor que antes.

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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—¡Ah!, no—repuso ella con cierta coquetería—. ¿Lo dices porque me he civilizado algo? ¡Quia!, no

lo creas: yo no me civilizo, ni quiero; soy siempre pueblo; quiero ser como antes, como cuando tú me

echaste el lazo y me cogiste.

—¡Pueblo!, eso es—observó Juan con un poquito de pedantería—; en otros términos: lo esencial de la

humanidad, la materia prima, porque cuando la civilización deja perder los grandes sentimientos, las

ideas matrices, hay que ir a buscarlos al bloque, a la cantera del pueblo.

Fortunata no entendía bien los conceptos; pero alguna idea vaga tenía de aquello.

«Me parece mentira—dijo él—, que te tengo aquí, cogida otra vez con lazo, fierecita mía, y que puedo

pedirte perdón por todo el mal que te he hecho...».

—Quita allá... ¡perdón!—exclamó la joven anegándose en su propia generosidad—. Si me quieres,

¿qué importa lo pasado?

En el mismo instante alzó la frente, y con satánica convicción, que tenía cierta hermosura por ser

convicción y por ser satánica, se dejó decir estas arrogantes palabras:

«Mi marido eres tú... todo lo demás... ¡papas!».

Elástica era la conciencia de Santa Cruz, mas no tanto que no sintiera cierto terror al oír expresión tan

atrevida. Por corresponder, iba él a decir mi mujer eres tú; pero envainó su mentira, como el hombre

prudente que reserva para los casos graves el uso de las armas.

Fortunata y Jacinta (Segunda parte, cap. VII)

16.9. Novela naturalista

En el último tercio del siglo XIX surge un estilo literario emparentado con el Realismo

que trata de reproducir todos los aspectos de la realidad, tanto los sublimes como los

vulgares, con una objetividad documental y un detallismo exhaustivo: el Naturalismo.

Su máximo representante fue el escritor francés Émile Zola, quien pretendió aplicar a

la literatura la teoría experimental del “determinismo biológico” propuesta por el

científico Claude Bernard, según la cual las diferencias sociales y de conducta humana

están determinadas por la herencia genética. El Naturalismo presenta al ser humano sin

libertad para decidir su propia vida y su futuro, prefijados ambos por su línea biológica

y el medio social en el que vive: no sólo hereda las taras genéticas de sus progenitores,

sino también sus “taras sociales” (alcoholismo, prostitución, pobreza, violencia). En sus

novelas naturalistas, como Thérèse Raquin (1867), Zola crea personajes y ambientes

sórdidos que describe con gran detalle para hacer que el relato cobre valor científico,

aplicando en su técnica narrativa el método analítico y experimental.

En España, el originario Naturalismo de Zola se introdujo en una versión cristiana más

suave y conservadora, sin profusión de detalles soeces y groseros y con un

determinismo biológico no tan pronunciado. Los principales cultivadores de la novela

naturalista española de finales del siglo XIX fueron Emilia Pardo Bazán, Vicente Blasco

Ibáñez, el marqués de Figueroa y Eduardo López Bago (este último, más próximo al

naturalismo extremo de Zola); también experimentaron con este nuevo género

narrativo autores como Galdós (en su novela La desheredada, 1881), Clarín (que

incluye elementos naturalistas en su obra maestra, La Regenta, 1884-1885), Alejandro

Sawa (La mujer de todo el mundo, 1885), Pereda (La Puchera, 1889) y el Padre Coloma

(Pequeñeces, 1891).

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Emilia Pardo Bazán (1851-1921) está considerada como la

introductora del Naturalismo en la literatura española. En una

serie de artículos publicados entre 1883 y 1884 y recogidos

bajo el título La cuestión palpitante, Pardo Bazán lleva a cabo

una exposición crítica del naturalismo francés y en particular

de su creador, el novelista Émile Zola. En esta obra, la

escritora declara no sólo lo que le atrae del Naturalismo, sino

también lo que le repele. Partiendo de su catolicismo, señala

con nitidez su oposición al determinismo naturalista de Zola,

y, a otro nivel, el uso que hace de lo que se dio en llamar su

“retórica del alcantarillado” y los temas “soeces y groseros”.

Para Pardo Bazán, la novela es la expresión psicológica, social

e histórica de la sociedad que refleja. En su obra maestra, la novela naturalista Los pazos de Ulloa (1886-1887), la escritora ofrece una visión decadente y rústica de su Galicia

natal, con los conflictos dramáticos de la tierra gallega y de sus gentes. La madre naturaleza (1887), continuación temática de la anterior, supone una invocación a la

cultura y el naturalismo cristiano como forma de combatir el determinismo violento del

ser humano. Insolación (1889) y Morriña (1889) cierran el ciclo de novelas de Pardo

Bazán ambientadas en Galicia.

Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), escritor, periodista y político, fue un gran defensor

de la ideología republicana y antimonárquica de finales del siglo XIX y principios del XX.

En su primera etapa literaria, Blasco Ibáñez cultiva la novela naturalista de carácter

costumbrista, ambientada en el mar y la huerta de su Valencia natal. Dentro de este

género destacan La barraca (1898) y Cañas y barro (1902), obras que reflejan la fatalidad,

el ansia de venganza y las más desatadas pasiones humanas. Posteriormente, Blasco

Ibáñez retrata la España conflictiva de su tiempo en novelas como La catedral (1903) y

Sangre y arena (1908). De carácter antibelicista y ambientadas en la Primera Guerra

Mundial son Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916) y Mare Nostrum (1918). Una de

sus últimas obras, La vuelta al mundo de un novelista (1925), es un relato de carácter

autobiográfico.

Juan Bautista Armada y Losada, marqués de Figueroa (1861-1932), mezcla en sus novelas

el costumbrismo regional y el naturalismo cristiano. En su obra más importante, Antonia Fuertes (1885), ofrece una visión exhaustiva de la vida cotidiana en una aldea pesquera

gallega, donde la protagonista Antonia es devorada por una pasión erótica que la aboca a

la prostitución.

Eduardo López Bago (1855-1931) cultivó en sus novelas un naturalismo radical más

próximo al originario estilo de Zola (por oposición al naturalismo cristiano de la mayor

parte de sus coetáneos). En muchas de sus obras aborda el tema de la explotación sexual

Emilia Pardo Bazán

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

31

femenina, como en La prostituta (1884), La pálida (1884) y La buscona (1885). El

tremendo escándalo que provocaron las novelas de López Bago en la sociedad

conservadora y puritana de su época, junto con los procesos judiciales en torno a la

moralidad de sus obras, condujo a una inusitada venta de ejemplares. Posteriormente,

continuó tratando temas escabrosos como el anticlericalismo y la explotación laboral (El separatista, 1895).

Alejandro Sawa (1862-1909) es autor, durante su etapa literaria juvenil, de novelas

naturalistas como La mujer de todo el mundo (1885) ―anclada aún en postulados

románticos y espiritualistas― y Crimen legal (1886) ―obra en la que Sawa plantea

claramente las teorías deterministas y genéticas del Naturalismo, con la maldad

congénita como desencadenante de una tragedia familiar. Posteriormente, en una etapa

bohemia de su vida ―que llevó a Valle-Inclán a incluirlo como uno de sus personajes en

el esperpento Luces de bohemia ―, Sawa incorporó elementos simbolistas y modernistas,

como en Iluminaciones en la sombra (1910).

16.10. Leopoldo Alas “Clarín”

Leopoldo Alas (Zamora, 1852 - Oviedo, 1901) —más conocido

por su pseudónimo literario, “Clarín”— está considerado,

junto con Galdós, como uno de los grandes novelistas del siglo

XIX. Su fama se debe fundamentalmente a La Regenta (1884-

1885), novela realista con elementos naturalistas que retrata la

sociedad española de la Restauración en una ciudad

provinciana, con sus contrastes e hipocresías. Clarín, de

ideología republicana y partidario de las reformas sociales,

evolucionó desde el liberalismo inicial a un socialismo de raíz

espiritual, producto de su compromiso con la sociedad

española de finales del siglo XIX.

La producción literaria de Clarín, en la que late un sentido de la existencia hondamente

cristiano y un poderoso simbolismo, presenta un importante componente educativo y

moralista, producto de su adscripción al krausismo (corriente filosófica que busca la

regeneración cultural y moral de España mediante la tolerancia académica). Aparte de La Regenta, su otra gran novela realista extensa es Su único hijo (1891), obra que conjuga

elementos naturalistas y románticos, aunque con un tono más intelectual y menos

emocional que la anterior. Clarín cultivó igualmente la novela corta —como Doña Berta

(1892) y Superchería (1892)— y el cuento —Pipá (1886), ¡Adiós Cordera! (1892), El cura de Vericueto (1894), La conversión de Chiripa (1895), El Quin (1896).

16.11. La Regenta

Clarín

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

32

La Regenta (1884-1885) es la obra maestra de Clarín y una

de las principales novelas realistas de finales del siglo XIX.

Bajo el marco de la sociedad española de la Restauración

(1874), la obra refleja en tono simbólico dos de los grandes

temas de la novela decimonónica: el del adulterio femenino y

el del sacerdote enamorado. Por su carácter anticlerical, La Regenta se convirtió en una novela muy polémica en la

sociedad católica de su época. Algunos de sus principales

logros literarios son la profundidad en el análisis psicológico

de los personajes, el perspectivismo (la realidad es distinta

para cada personaje), un detallismo naturalista en las

descripciones y la combinación de diferentes técnicas narrativas (narrador omnisciente,

estilo indirecto libre, monólogo interiorizado, flash-back o narración retrospectiva como

método para reconstruir el pasado de los personajes). La dualidad realismo-naturalismo

de La Regenta aparece simbolizada por dos de las frases más célebres de la obra: la de

apertura (“La heroica ciudad dormía la siesta”) y la de cierre (“Había creído sentir sobre

la boca el vientre viscoso y frío de un sapo”).

Pese a contar con numerosos personajes (más de cien) y una trama compleja, La Regenta

posee un argumento relativamente sencillo, que gira en torno al triángulo amoroso entre

un cura inmoral y ambicioso (Fermín de Pas), una joven burguesa sentimental y

soñadora (Ana Ozores) y un seductor mediocre (Álvaro Mesía): en una ciudad de

provincias llamada Vetusta (trasunto de Oviedo), que simboliza una sociedad inculta,

decadente y corrupta, vive Ana Ozores, hija de una familia noble venida a menos,

motivo por el cual tuvo que aceptar un matrimonio de conveniencia con don Víctor

Quintanar, antiguo Regente de la Audiencia de Vetusta (de ahí que en la ciudad se la

conozca como “la Regenta”). Ana, bastante más joven que su marido, siente hacia él

amistad y agradecimiento más que un verdadero amor conyugal, por lo que su vida

transcurre entre la soledad, el aburrimiento y la frustración que le produce el anhelo

de algo mejor. En esta situación, la religión se convierte para ella en la única válvula

de escape dentro de una sociedad anodina. Don Fermín de Pas, Magistral de la catedral

de Vetusta, se convierte en el confesor de Ana, que comienza a sentir una gran atracción

y admiración hacia él. Don Álvaro Mesía, con fama de seductor, se enamora de la

Regenta y se convierte en su amante, lo que provoca los celos del Magistral. Al

enterarse de las visitas secretas de don Álvaro a la casa de Ana, don Fermín urde un

plan para hacer que don Víctor sorprenda al amante de su mujer, cosa que en efecto

ocurre. El marido de Ana reta a duelo al seductor. Don Álvaro mata a don Víctor y

huye, y posteriormente escribe una carta a Ana para contarle lo sucedido. La noticia

de la muerte de su marido hace que la Regenta caiga enferma. Al recuperarse, se dirige

de nuevo a la catedral de Vetusta para buscar consuelo en la religión. Al darse cuenta

de que don Fermín la observa con mirada asesina, Ana siente miedo y cae desmayada.

Aitana Sánchez-Gijón

como La Regenta (1995)

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Mientras el Magistral abandona la catedral, su acólito, Celedonio, se inclina sobre Ana

y le besa los labios, y ésta se recupera de su desmayo al sentir el contacto “viscoso y

frío de un sapo”.

Pese a contener elementos satíricos, humorísticos, naturalistas, psicológicos y de

terror gótico, La Regenta es ante todo una novela de crítica social, que describe

algunos de los principales defectos de la aristocracia y la burguesía de la Restauración

(1874), como la hipocresía y la ambición desmedida. En esta sociedad anquilosada no

hay sitio para las clases medias y proletarias. Los personajes son seres amorales que

únicamente se preocupan por su propio beneficio: Ana es una falsa católica que no

acude a confesarse en busca de arrepentimiento, sino de afecto; don Fermin es un

clérigo ambicioso y sin vocación religiosa que odia en secreto a sus convecinos de

Vetusta y es incapaz de reconocer su amor hacia Ana porque está dominado

emocionalmente por su madre; don Álvaro es un seductor superficial que desea

enamorar a la Regenta como si fuera un trofeo más en sus múltiples conquistas. El

enfrentamiento entre Ana (que representa la naturaleza y libertad individual) y

Vetusta (símbolo de las convenciones sociales) acaba con la derrota y marginación de

la primera.

Todos los personajes importantes de La Regenta se caracterizan por sus obsesiones,

manías y enfermedades. Ello se debe a su decadencia, su conflicto interno entre “esencia”

y “existencia”, su insatisfacción dentro de un mundo de convenciones, es decir, son seres

alienados. Son de una manera pero querrían ser de otra, ya que se sienten “extraños” en

una sociedad burguesa capitalista.

Vetusta es una ciudad “amurallada” espiritualmente, en la que los estratos sociales se

distribuyen por barrios. Los proletarios no forman parte real de Vetusta, y por eso apenas

aparecen. Los espacios escénicos principales son la catedral, el casino (escenario de

tertulias burguesas), el palacio de los marqueses de Vegallana, la casa de Ana y el teatro.

La sociedad de Vetusta es un elemento de gran importancia en La Regenta. Los hombres

son machistas que se creen donjuanes y se pasan el día en el casino hablando de mujeres.

Para ellos, las únicas aventuras amorosas merecedoras de tal nombre son con

mujerzuelas: la conclusión de esto es que los vetustenses son seres mediocres incapaces

de amar. Esto es así porque Vetusta es una ciudad burguesa antirromántica. Los orígenes

de Ana, por el contrario, son románticos (ya que su padre se casó con una modista

italiana), y por eso no encaja en una ciudad materialista que no sueña. De hecho, Ana

descubre el amor en el barrio obrero al ver pasear a las parejas. Por otro lado, hay una

alergia total entre la burguesía de Vetusta a la cultura (la minúscula biblioteca del casino

está cerrada con llave). Los únicos estratos sociales que no aparecen reflejados (y

criticados) en La Regenta son la universidad y el ejército.

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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El tiempo ―tanto el cronológico como el meteorológico― constituye otro importante

elemento en La Regenta. El tiempo vital de los personajes es distinto al físico, y el clima

también influye en los ánimos (“Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de

siempre”). Ana siempre está extrapolando su mundo personal en decadencia al mundo

real que la rodea.

El siguiente fragmento de La Regenta ilustra, a través de un monólogo interiorizado, las

reflexiones de Ana acerca de su vida como mujer casada y su concepto del amor:

«Pero no importaba; ella se moría de hastío. Tenía veintisiete años, la juventud huía; veintisiete

años de mujer eran la puerta de la vejez a que ya estaba llamando... y no había gozado una sola

vez esas delicias del amor de que hablan todos, que son el asunto de comedias, novelas y hasta de

la historia. El amor es lo único que vale la pena de vivir, había ella oído y leído muchas veces.

Pero ¿qué amor? ¿dónde estaba ese amor? Ella no lo conocía. Y recordaba entre avergonzada y

furiosa que su luna de miel había sido una excitación inútil, una alarma de los sentidos, un

sarcasmo en el fondo; sí, sí, ¿para qué ocultárselo a sí misma si a voces se lo estaba diciendo el

recuerdo?: la primer noche, al despertar en su lecho de esposa, sintió junto a sí la respiración de un

magistrado; le pareció un despropósito y una desfachatez que ya que estaba allí dentro el señor

Quintanar, no estuviera con su levita larga de tricot y su pantalón negro de castor; recordaba que

las delicias materiales, irremediables, la avergonzaban, y se reían de ella al mismo tiempo que la

aturdían: el gozar sin querer junto a aquel hombre le sonaba como la frase del miércoles de ceniza,

quia pulvis es! eres polvo, eres materia... pero al mismo tiempo se aclaraba el sentido de todo

aquello que había leído en sus mitologías, de lo que había oído a criados y pastores murmurar con

malicia... ¡Lo que aquello era y lo que podía haber sido!... Y en aquel presidio de castidad no le

quedaba ni el consuelo de ser tenida por mártir y heroína...

La Regenta (cap. X)

Resumen

Los profundos cambios sociales y políticos que se vivieron en la España del siglo XIX

tuvieron un fiel reflejo en el terreno literario. Las corrientes artísticas que dominan la

literatura española decimonónica son, de forma progresiva, el Romanticismo, el

Costumbrismo, el Realismo y el Naturalismo. El género narrativo autóctono

experimenta un gran vacío durante la primera mitad del siglo XIX, aunque las

traducciones de obras extranjeras impulsan el desarrollo de las novelas históricas,

sentimentales, anticlericales y góticas. A mediados de siglo, la creación del folletín o

novela por entregas en periódicos y revistas revitaliza el género novelístico español,

que se desarrolla plenamente con el tránsito del Romanticismo al Costumbrismo y

Realismo en la segunda mitad del siglo XIX. Dentro de esta última corriente literaria

destacan dos novelas pertenecientes al llamado “realismo crítico”: Fortunata y Jacinta

(de Benito Pérez Galdós) y La Regenta (de Leopoldo Alas “Clarín”). En el último tercio

de siglo, la exacerbación del Realismo dará paso al Naturalismo, con personajes no

solamente alienados en la sociedad, sino incapaces de escapar a su herencia genética y su

entorno.

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Apéndice bibliográfico

Rob Roy (1817) [Sir Walter Scott] Walter Scott, uno de los principales impulsores de la novela histórica del siglo XIX, recrea en “Rob Roy” el

ambiente en la Escocia de principios del XVIII, durante el levantamiento jacobita. El protagonista, un joven inglés

llamado Sir Francis Osbaldistone, se ve envuelto en una historia de amor y aventuras en las Tierras Altas escocesas,

dominio del rebelde Rob Roy McGregor. La novela presenta infinitud de rasgos coloristas y regionales, el más

interesante de los cuales es sin duda el dialecto Lalans de los habitantes de Escocia.

Ivanhoe (1819) [Sir Walter Scott] Sir Walter Scott fue el creador de la novela histórica decimonónica, mediante sus descripciones coloristas y vivas

del pasado de su país. En “Ivanhoe” se recrea la vida de la Inglaterra del siglo XII, un período marcado por las

Cruzadas, los caballeros y el amor cortés. Bajo el reinado de Ricardo Corazón de León (1157-1199), cobran vida de

nuevo los enfrentamientos entre los sajones y los invasores normandos, en medio de los cuales se desarrolla la bella

historia de amor entre el valeroso caballero Ivanhoe y Lady Rowena.

Ben Hur (1880) [Lew Wallace] “Ben Hur” es una novela histórica, aunque por su estructura narrativa y su estilo puede también enmarcarse dentro

de la novela bizantina, que narra las peripecias de un héroe a lo largo de diferentes viajes por distintos países, con

constantes cambios de fortuna. La acción de la novela gira alrededor del nacimiento, vida y muerte de Jesucristo.

Wallace demuestra un gran conocimiento del mundo romano, con detalladas descripciones de personajes y lugares.

Frankenstein (1818) [Mary Shelley] La propia escritora narra cómo su más famosa novela surgió casi por casualidad cuando Lord Byron, amigo de los

Shelley, propuso, durante su estancia en Ginebra, que cada uno escribiera una historia de terror para pasar el

tiempo. Mary escribió de esta forma “Frankenstein”, basada en el mito de Prometeo y en los avances de la ciencia

moderna y la filosofía natural de la época. A pesar de que haya pasado a la posteridad como un relato de terror, la

novela presenta en realidad un contenido ético-moral, ya que el monstruo de Frankenstein (trasunto del hombre)

es bondadoso y adquiere virtudes durante su aprendizaje, pero tras su contacto con otros hombres (sociedad,

progreso) se vuelve malvado y violento.

Dracula (1897) [Bram Stoker] “Dracula” es una de las novelas de terror más famosas de la historia, y la que ha servido para dar fama universal a

Stoker (cuyo nombre a menudo se ha visto eclipsado por su obra). El novelista irlandés estudió cuidadosamente las

leyendas y las tradiciones de Transilvania, y el personaje de su novela está inspirado en una figura histórica, Vlad

Dracula o Vlad Țepeș, voivoda de Valaquia del siglo XV. “Dracula” posee además un esquema narrativo original, ya

que se estructura en torno a fragmentos de los diarios y cartas de los propios personajes, no existe un narrador

propiamente dicho. Stoker emplea este recurso para dar aún más verismo a su novela. A diferencia de sus

diferentes recreaciones cinematográficas, el personaje de Dracula que caracteriza Stoker es un ser sanguinario y

malvado, carente de romanticismo y sensibilidad.

Narraciones extraordinarias (1845) [Edgar Allan Poe] Poe fue el introductor del Romanticismo europeo en EE.UU. En concreto, sus “Narraciones extraordinarias” son

relatos de terror en los que se pone de manifiesto la fascinación europea por los elementos góticos.

Emma (1816) [Jane Austen] “Emma” es el retrato de una desocupada y rica señorita de provincias que continuamente se inmiscuye en las vidas

de sus amigos y conocidos. Finalmente, al ver que sus consejos no son escuchados decide, arrepentida, abandonar

sus antiguas costumbres y aceptar una oferta de matrimonio. En esta novela sentimental (al igual que en otras),

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Austen se muestra preocupada por la dependencia del matrimonio que experimenta la mujer para sentirse realizada

en la sociedad victoriana, en la que imperaban la noción de clase y el decoro.

Rojo y Negro (1830) [Stendhal] Precursora de las novelas realistas europeas, “Rojo y Negro” relata, al igual que “Madame Bovary” o “La Regenta”,

la asfixiante vida dentro de una sociedad provinciana que destruye la libertad y el amor. El seminarista Julian Sorel

se enamora de Madame Rênal, pero esta relación sincera se ve continuamente estorbada por los dos poderes

fácticos del momento: la Iglesia y la aristocracia. El final trágico es un alegato del autor a la libertad personal.

Eugénie Grandet (1833) [Honoré de Balzac] En “Eugénie Grandet”, Balzac mezcla con maestría elementos románticos y realistas. Frente al materialismo y

egoísmo del avaro Grandet, surge la figura romántica de su hija Eugénie, cuya pasión desmedida por su primo

Charles no se ve correspondida.

Vuelva usted mañana (1833) [Mariano José de Larra] “Fígaro” fue un escritor idealista que contrapuso continuamente en sus artículos y obras críticas sus esquemas

platónicos y la realidad punzante de la situación política de España. Para él, parte de las soluciones a esta situación

pasaba por adoptar elementos positivos del extranjero y potenciar las virtudes del pueblo español.

La gaviota (1849) [Fernán Caballero] Fernán Caballero fue la iniciadora de la novela realista en España. La obra que la lanzó a la fama fue “La gaviota”,

novela regionalista “de tesis” en la que defiende la moral católica, el sentimentalismo neorromántico y el

costumbrismo, y critica los nuevos valores del mundo moderno, que suponen la decadencia moral del hombre (la

protagonista acaba recibiendo el castigo merecido por su adulterio y ambición).

Sketches by Boz (1836) [Charles Dickens] Colección de relatos y observaciones literarias publicadas por Dickens durante su época de periodista joven y

ambicioso. En ellos desarrolla una aguda visión de los personajes y costumbres de su época, con especial

complacencia en el ridículo y lo absurdo de las actitudes humanas. Dickens hace un recorrido completo de las

calles y los variopintos personajes del Londres de los años 30 del siglo XIX, y lo hace bajo la mirada de un personaje,

Boz, que en algunas ocasiones se muestra ingenuo y en otras destila superioridad. En muchos sentidos, “Sketches

by Boz” anticipa el estilo narrativo de un Dickens más maduro, siempre observador y conocedor de su entorno.

The Pickwick Papers (1837) [Charles Dickens] “The Pickwick Papers” es la primera novela de Dickens. Más que el desarrollo de un verdadero argumento, que la

obra en sí no posee (teniendo en cuenta sobre todo que originariamente fue publicada en fascículos periodísticos),

lo importante en ella es la plasmación del talento novelesco del autor, cuya capacidad de descripción de escenarios

y creación de personajes es única en todo el siglo XIX. El retrato de personajes como Mr. Pickwick o Sam Weller,

junto con el del resto del club Pickwick, permanecen inolvidables en la memoria del lector.

Oliver Twist (1837-1838) [Charles Dickens] “Oliver Twist”, una de las novelas que significaron el arranque de Dickens como novelista, representa la

descripción detallada del submundo del hampa londinense. Oliver es (como el propio Dickens) un huérfano que

intenta salir adelante sin dejarse arrastrar por el mundo del crimen que le rodea, a pesar de los intentos del

malvado Bill Sikes.

Nicholas Nickleby (1839) [Charles Dickens] “Nicholas Nickleby” presenta, a diferencia de otras muchas novelas de Dickens, un argumento claro y una acción

en constante avance. Alrededor de Nicholas se agrupan una serie de personajes (excéntricos en su mayoría) que

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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representan a las fuerzas del bien, enfrentados a otra serie de personajes siniestros encabezados por su tío Ralph.

Bajo esta lucha dialéctica, Dickens revela los principales vicios que aquejan a su sociedad: avaricia, intereses

creados, miseria y falta de piedad. A diferencia de otros huérfanos dickensianos, Nicholas es un joven con un fuerte

temperamento.

The Old Curiosity Shop (1841) [Charles Dickens] Contrariamente a la mayoría de novelas de Dickens, en las que el protagonista es un huérfano, “The Old Curiosity

Shop” presenta a una jovencita débil y sensible como su personaje principal. El autor lleva a cabo la narración de

tres historias paralelas: la de la pequeña Nell, que huye con su abuelo del almacén de antigüedades que éste posee;

la del odioso enano prestamista Daniel Quilp, que se lanza en su búsqueda y siempre está maquinando maldades; y

la del pequeño Kit, enamorado platónicamente de Nell. Dickens desarrolla una trama en la que la persecución de

Nell y su abuelo genera una tensión narrativa que desemboca en el destino último de los personajes (en este caso,

muerte ignominiosa de Quilp tras descubrirse sus engaños, muerte también aunque más tranquila de la angelical

Nell, y boda feliz en el caso de Kit).

Barnaby Rudge (1841) [Charles Dickens] Primera novela histórica escrita por Dickens, ambientada en los disturbios anticatólicos que se produjeron en

Londres en 1780. De nuevo, Dickens crea personajes que representan las fuerzas del mal y del bien en constante

enfrentamiento en la sociedad. Al final, las segundas vencen a las primeras y se restaura el orden y la felicidad.

Barnaby Rudge es un personaje ingenuo y simplón que sirve de punto de unión entre ambas, ya que por un lado su

espíritu romántico le lleva a unirse a la sublevación protestante y por otro respeta el orden social.

Martin Chuzzlewit (1843-1844) [Charles Dickens] “Martin Chuzzlewit” es la obra maestra de la producción de novelas cómicas de Dickens. A través de las peripecias

del joven Martin, el autor vuelve a hacer una revisión crítica de la sociedad victoriana, y aprovecha el viaje del

protagonista a EE.UU. para hacer igualmente una crítica satírica de las costumbres del Nuevo Mundo. Aparecen

contrapuestas las historias de amor verdadero con las de conveniencia económica, y de nuevo plantea Dickens una

división radical en sus personajes entre “buenos” y “malos”, con el triunfo final de los primeros.

Dombey and Son (1848) [Charles Dickens] “Dombey and Son” es una de las novelas más tiernas de Dickens. Narra la historia de Mr. Dombey, un hombre sin

sentimientos cuya única ambición en la vida es tener un hijo al que ceder su firma comercial. Pero cuando por fin

nace su vástago, muere al poco tiempo debido a su débil constitución (y también la madre). Su hija Florence se ve

rechazada constantemente por él, y sólo cuando Mr. Dombey queda en la más completa ruina se da cuenta de todo

el amor que su ambición ha despreciado. Al final de la obra, Florence se casa con Walter, el amor de su vida, y

recupera el afecto de su padre, al que da un nieto. De esta forma tan paradójica, Mr. Dombey ve por fin realizado su

deseo de tener descendencia, aunque para ello su negocio tuviera que desaparecer y él conseguir el amor de su hija.

Como en otras novelas de Dickens, los personajes son paradigmas de las virtudes y defectos de su época, según

como los veía él.

David Copperfield (1850) [Charles Dickens] Entre todas sus obras, “David Copperfield” fue la novela preferida de Dickens. Se trata de un relato autobiográfico

acerca de la vida del protagonista (retrato del propio Dickens), que muestra su progresiva madurez social y

sentimental a partir de las lecciones que recibe de la vida. Tras una infancia feliz junto con su madre, David es

destinado a un orfanato y posteriormente vive diversas aventuras y conoce a infinidad de personajes. A través de

ellos, Dickens describe la sociedad victoriana de la época (sobre todo las clases bajas). De nuevo, la creación de

caracteres literarios resulta magistral, ya que cada estrato social aparece retratado con su propio lenguaje y

costumbres.

Bleak House (1853) [Charles Dickens]

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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“Bleak House” es una novela característica del período maduro de Dickens, marcado por el pesimismo ante la vida.

En esta ocasión, el dardo crítico del autor se dirige hacia la burocracia legal y sus fatídicas consecuencias para los

demandantes (fruto de su propia experiencia personal). La heroína de la obra, Esther Summerson, es de nuevo una

huérfana que finalmente resulta ser la hija ilegítima de una dama. El progresivo descubrimiento de este secreto es

lo que genera un argumento propio de tragedia, que da paso en última instancia a un final feliz. La gran novedad

estilística que Dickens desarrolla en “Bleak House” consiste en alternar la narración en tercera persona del autor

con la narración en primera persona de la protagonista.

Hard Times (1854) [Charles Dickens] En esta novela, Dickens critica la filosofía utilitaria del momento en Inglaterra, basada en la producción de

acciones útiles para la sociedad y la total erradicación de todos aquellos valores humanos como la imaginación y la

caridad. La tesis que “Hard Times” demuestra es que las personas necesitan de estos sentimientos tan poco

“científicos” para ser felices.

Little Dorrit (1857) [Charles Dickens] Hay en “Little Dorrit” una dura crítica hacia el sistema de prisiones para deudores (como en la que estuvo el propio

escritor) y una visión satírica de la burocracia. Como es habitual en Dickens, existe una disociación radical entre

personajes buenos y malos, lo que genera un argumento complejo que se desarrolla gradualmente y culmina con el

triunfo final del amor y la bondad a pesar de todas las trabas que encuentran en su camino. Amy Dorrit comienza

profesando un afecto puro y agradecido hacia Arthur Clennam, aunque con el paso de la obra y su progresiva

madurez este afecto se va convirtiendo en verdadero amor y culmina con la boda de los protagonistas. Dickens se

recrea en el detalle y la descripción detallada de sus personajes (tanto en su vida externa como interna), aunque a

menudo cuesta creer cómo la ingenuidad y bondad de algunos de ellos encuentra un sitio en medio de una

sociedad tan deshumanizada como la del siglo XIX.

A Tale of Two Cities (1859) [Charles Dickens] En el marco de la Revolución Francesa (1789-99), Dickens lleva a cabo una magnífica descripción de escenarios y

personajes, a pesar del terror y el caos en que se hallan envueltos. Pero a pesar del horror y la sangre, Dickens

considera necesaria la revolución para acabar con siglos de opresión, y pone en boca del héroe romántico Sydney

Carton un mensaje de paz y esperanza en un futuro mejor.

Great Expectations (1860-1861) [Charles Dickens] “Great Expectations” está considerada como la mejor y más perfecta novela de Dickens, y una de las más logradas

de la literatura anglosajona. Pip es uno más de los huérfanos que pueblan las novelas de Dickens, aunque —a

diferencia de otros tan adorables como Oliver Twist o David Copperfield—, no es más que un arrogante jovenzuelo

con pretensiones nobiliarias que aspira a integrarse en un estado social al que no pertenece por naturaleza, a la vez

que intenta olvidar un pasado que le avergüenza. La gran ambición de su vida será conseguir el amor imposible de

la encantadora Estella, aunque lo más que logrará será su amistad al final de la novela, cuando vuelve a encontrarse

con ella en la misma mansión que vio crecer su amor juvenil.

Our Mutual Friend (1864-1865) [Charles Dickens] Una de las últimas novelas de Dickens, publicada como gran parte de las anteriores en forma de serial periodístico.

Mediante un argumento que resulta extrañamente claro dentro de su producción novelística, narra de forma

paralela las historias de Bella Wilfer y Lizzie Hexam, rodeadas por una serie de historias subsidiarias. Dickens

introduce un componente de intriga, al subordinar gran parte de la acción al ocultamiento de la identidad de John

Harmon, a quien todo el mundo supone ahogado en el río, el cual decide mantener el misterio durante más tiempo

para conseguir que Bella Wilfer se enamore de él sin que sepa que es el heredero de una gran fortuna. Una vez más,

Dickens plantea una división radical entre personajes “buenos” y “malos”, cada uno de ellos retratado por sus

acciones y su lenguaje. Todos ellos parecen tener vida propia, e incluso el narrador emplea los apelativos que unos

usan para referirse a otros (miser, little eyes, worm of fortune and minion of the hour). Los valores que mueven a

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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los personajes de Dickens son los que imperaban en la sociedad victoriana de la época: los intereses económicos

frente a los sentimientos personales.

The Mystery of Edwin Drood (and other stories) (1870) [Charles Dickens] En junio de este mismo año Dickens falleció, dejando inconclusa su última novela. A diferencia de otras obras

suyas, en ésta impera el misterio que produce la desaparición del protagonista, en un argumento que queda sin

desarrollar por la muerte del autor.

Madame Bovary (1856) [Gustave Flaubert] “Madame Bovary” es una novela realista que advierte de los peligros de trasladar el ideal romanticista a la vida

práctica (sobre todo si son espíritus prosaicos los que lo hacen). Emma Rouault es la imagen de una provinciana

insatisfecha que intenta llevar a la práctica sus fantasías novelescas para escapar de la rutina de su matrimonio, lo

que la empuja al adulterio; el resultado de esta ofensa contra la moralidad pública significará su progresiva

degradación moral y finalmente su suicidio.

Crimen y castigo (1866) [Fjodor Dostoevskij] “Crimen y castigo” es una de las novelas marcadamente psicológicas de Dostoevskij. El protagonista piensa que el

fin justifica los medios, y por eso no le importa matar y robar refugiándose en la excusa de que sus intenciones son

nobles (piensa ayudar a su familia y convertirse en un hombre bueno con el dinero que consiga). A lo largo de la

obra se asiste al proceso mental de Raskolnikov, primero la planificación de su crimen y por último la dolorosa

lucha interior entre su ética personal y su conciencia (que es la que al final triunfa). En este proceso se apuntan

algunos de los temas de la psiquiatría moderna, como el de la manía persecutoria y las alucinaciones mentales.

El idiota (1868) [Fjodor Dostoevskij] “El idiota” príncipe Mishkin representa el ideal cristiano de Dostoevskij, paradigma de su propia concepción de la

humildad, el amor y la bondad que debería caracterizar al ser humano. Su ingenuidad contrasta grandemente con

el cinismo y las pasiones de la sociedad rusa del siglo XIX. La conclusión de la obra (con el protagonista entregado a

la locura) supone el fracaso de la bondad cristiana en el mundo moderno.

Guerra y paz (1869) [León Tolstoi] Magna novela épica que gira en torno a la invasión napoleónica de Rusia de 1812. En esta obra, Tolstoi conjuga el

sentir de la sociedad rusa de principios de siglo con su propia visión de la historia, según la cual ésta no es el

producto de las voluntades de personajes individuales (libre voluntad), sino de todo un entramado de

circunstancias sociales y políticas (inevitabilidad o determinismo de la historia). Tres contextos se intercalan

constantemente en la novela: la vida aristocrática rusa (en la que se contraponen las intrigas y la depravación moral

de algunos personajes con la bondad natural de otros), la vida sencilla de los campesinos (auténtica alma de Rusia y

factor decisivo en su victoria contra Napoleón) y la lucha en el frente (reflejo de la irracionalidad del ser humano).

Ana Karenina (1875-1877) [León Tolstoi] “Ana Karenina” es una de las grandes novelas de Tolstoi. Trata el tema tan repetido en la novela realista

decimonónica (“Madame Bovary”, “La Regenta”) del adulterio consumado en el marco de las clases altas, enraizado

en el marco más amplio de la libertad individual de las personas frente a las convenciones de una sociedad puritana.

Ana, reflejo de esta libertad, pone el amor por delante de cualquier otra consideración, y la desesperación que

experimenta por no verse correspondida la conduce al suicidio, acto máximo de libertad. A pesar de ser la

protagonista de la novela, Tolstoi la presenta en ocasiones como un personaje con defectos.

La hija del mar (1859) [Rosalía de Castro] “La hija del mar” es una novela sentimental en la que las mujeres son las protagonistas. Esta obra se inscribe en la

corriente romanticista, con la que comparte algunos rasgos de contenido: el tema del mar (que ya aparecía en Lord

Byron), el tema de la locura y, sobre todo, la relación directa entre los sentimientos de los personajes y la

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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naturaleza. “La hija del mar” es un reflejo de la vida de la propia Rosalía, hija de padres desconocidos y poseída de

una gran tristeza durante su juventud.

Middlemarch (1871-1872) [George Eliot] “Middlemarch” es la obra maestra de George Eliot. Esta novela realista retrata la vida provinciana de los habitantes

de un pequeño pueblo inglés del siglo XIX, en la que se entrecruzan varias historias de amor y reconciliaciones. La

heroína romántica (Dorothea Brooke) es consciente de su aislamiento sentimental en un mundo dominado por

hombres, en el que la mujer no puede expresar sus emociones, lo que la condena a la infelicidad de un matrimonio

desgraciado (única salida al fin y a la postre de la mujer de provincias). Un antecedente claro de esta novela se

encuentra en “Madame Bovary”.

Pepita Jiménez (1874) [Juan Valera] Valera fue un escritor tardío, ya que “Pepita Jiménez” fue su primera obra (a pesar de lo cual está consideraba como

la mejor de toda su producción literaria). Esta novela es la crónica de la lucha que el joven seminarista Luis de

Vargas sostiene entre su incipiente vocación religiosa y el amor profano que siente hacia Pepita Jiménez, prometida

de su padre (aunque todo acaba en un final feliz). Para Valera, el objetivo de una novela ha de ser el deleite en su

lectura, por lo que rechaza las novelas “de tesis” naturalistas y realistas que se publicaban por aquella época. Su

lema de trabajo era el siguiente: “Una novela bonita debe ser poesía y no historia; esto es, debe pintar las cosas no

como son sino como más hermosas de lo que son, iluminándolas con luz que tenga cierto hechizo”.

Juanita la Larga (1895) [Juan Valera] Novela costumbrista en la que se retrata la “realidad poetizada” característica de las novelas de Valera. La acción

transcurre en Villalegre que, como la Orbajosa de Galdós o la Vetusta de Clarín, refleja el ambiente caciquil,

hipócrita e inmovilista de la España rural del siglo XIX. El tema principal de “Juanita la Larga” es el amor, que se ve

dificultado por la maledicencia pública, aunque al final triunfa.

El sombrero de tres picos (1874) [Pedro Antonio de Alarcón] Novela regional en la que prima la descripción objetiva y realista de la vida campesina.

El escándalo (1875) [Pedro Antonio de Alarcón] “El escándalo” es la novela más importante de Alarcón. Se trata de una de las llamadas novelas "de tesis", en las que

se defienden unas ideas y se atacan otras. La "tesis" de esta novela sitúa la religión católica como base de la moral

social, y el mundo moderno y burgués como causa de todos los males de la sociedad.

Doña Perfecta (1876) [Benito Pérez Galdós] “Doña Perfecta” es la primera de las novelas sociales de Galdós; en ella, bajo el marco de una ciudad de provincias

imaginaria (Orbajosa), trata el tema de la intolerancia y la hipocresía, articulado dramáticamente mediante la

confrontación entre una visión provinciana tradicionalista y primitiva y otra más liberal y abierta a Europa.

Marianela (1878) [Benito Pérez Galdós] “Marianela” es una novela realista y naturalista, aunque teñida de grandes dosis de sentimentalismo. La

protagonista es una joven raquítica y fea aunque de gran sensibilidad, que sirve de lazarillo a un ciego que se

enamora de ella por su delicado espíritu; pero cuando éste recupera la vista, la joven no puede soportar que la vea

como en realidad es y muere de pena. Se trata, al estilo de “Doña Perfecta”, de una novela simbolista o de tesis en la

que Galdós contrapone dos fuerzas o pasiones en conflicto universal: el mundo de la imaginación (representado por

Marianela, la muchacha) y el mundo superior de la realidad (cuyo paradigma es Pablo, el ciego), ayudado este

último por el mundo de la ciencia (que representa el oculista que le opera, Teodoro Golfín).

El amigo Manso (1882) [Benito Pérez Galdós]

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Esta novela (precedente directo de “Niebla”, de Unamuno) abandona el realismo decimonónico y avanza hacia el

modernismo. En ella, Galdós se plantea implícitamente la pregunta de para qué sirve un intelectual idealista en la

sociedad capitalista moderna, a lo que contesta con la respuesta ―también implícita― de que él ha de ser el

encargado de educar a la burguesía. Hay en la obra una crítica hacia la retórica imperante en la vida política de la

Restauración.

Fortunata y Jacinta (1886-1887) [Benito Pérez Galdós] “Fortunata y Jacinta” es la obra culminante de Galdós. Ya desde el mismo título se puede apreciar el tema principal

de la novela: el enfrentamiento dialéctico entre lo que representa Fortunata (el proletariado, de instintos primarios)

y lo que representa Jacinta (la burguesía y el poder).

Misericordia (1897) [Benito Pérez Galdós] “Misericordia” es el máximo exponente de las novelas espiritualistas galdosianas. En el marco del Madrid de finales

del siglo XIX, Galdós lleva a cabo un retrato de las diferentes clases sociales y las desigualdades de la sociedad

capitalista española, y se centra sobre todo en el problema de la mendicidad, para el que propone tres soluciones: la

limosna (solución cristiana personal), la caridad (solución social, representada por la Benefiencia Pública) y la

fraternidad cristiana (a mitad de camino entre las dos anteriores).

Mendizábal [Episodios Nacionales, 22] (1898) [Benito Pérez Galdós] Galdós ideó los “Episodios Nacionales” (escritos entre 1873 y 1912) como un modo de dar a conocer a los españoles

su propia historia. En ellos hay siempre unos héroes que animan la acción de la historia y proporcionan una cierta

enseñanza moral. En “Mendizábal”, el influyente banquero y político aparece retratado como un héroe romántico.

De Oñate a La Granja [Episodios Nacionales, 23] (1898) [Benito Pérez Galdós] Es ésta una novela itinerante y rural en la que se describen los acontecimientos de las Guerras Carlistas en España.

Se trata de una continuación de “Mendizábal” (dentro de un mismo ciclo de episodios nacionales), en la que el

protagonista, Fernando Calpena, culmina su aprendizaje vital y pasa de su romanticismo anterior al realismo más

puro.

Nana (1880) [Émile Zola] Zola da inicio al género de la novela naturalista con “Nana”. En este tipo de novelas los protagonistas son

antihéroes con una vida nada ejemplar, a menudo condicionada por el medio social en el que viven. Nana es una

prostituta cuya vida se halla determinada por un pasado familiar lleno de miseria, por lo que no puede escapar a su

propia naturaleza. Sin embargo, el verdadero dardo crítico de Zola va dirigido hacia la alta burguesía y la

aristocracia francesa, a la que Nana corrompe y desbarata con sus encantos. Las descripciones costumbristas del

París de la época preludian el estilo cinematográfico de principios del siglo XX.

Germinal (1885) [Émile Zola] Novela naturalista de compromiso social en la que Zola describe la vida y las luchas sociales de un distrito

carbonífero. El protagonista, Étienne Lantier, es el representante del proletariado francés que organiza una revuelta

de mineros para mejorar sus condiciones de vida. Finalmente, todos sus esfuerzos, sufrimientos y muertes no sirven

para cambiar la situación social: siempre existirá una burguesía rica y un proletariado pobre. Zola describe con un

gran realismo la vida en un poblado minero y los peligros de la mina.

La Regenta (1884-1885) [Clarín] “La Regenta” es la segunda gran novela realista del siglo XIX, junto con “Fortunata y Jacinta”. Puede definirse como

una novela erótica de gran complejidad, llena de símbolos. El marco de la obra es Vetusta, una tradicionalista y

puritana ciudad de provincias trasunto de Oviedo, en la que el amor entre Fermín de Pas (el Magistral) y Ana

Ozores (la Regenta) se ve impedido por la sociedad. Clarín emplea algunas técnicas novelescas innovadoras en la

época, como el monólogo interiorizado y el perspectivismo.

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Effi Briest (1895) [Theodor Fontane] Fontane refleja en sus obras, con una actitud de distanciamiento y serena comprensión, un cuadro trasfigurado de

la vieja aristocracia berlinesa. En “Effi Briest”, la protagonista es una mujer infiel no por pasión, sino por escapar de

la monotonía de la vida conyugal. Al igual que otras novelas realistas de la epoca como “Madame Bovary” o “La

Regenta”, la protagonista es una mujer que se revela contra las costumbres sociales de la época para poder expresar

sus sentimientos en libertad.

La hermana San Sulpicio (1889) [Armando Palacio Valdés] Dentro del marco de la novela realista y regionalista de finales del siglo XIX, “La hermana San Sulpicio” desarrolla,

en un tono desenfadado y alegre, la historia de los amores entre una monja andaluza y un médico gallego, con el

que se casa al salir del convento. A pesar de este argumento tan liberal, Palacio Valdés nunca sobrepasa los límites

del buen gusto y la moral de la época.

CAPÍTULO 17. POESÍA Y TEATRO DEL SIGLO XIX

17.1. Romanticismo

A finales del siglo XVIII surge en Alemania e Inglaterra un movimiento cultural de

carácter revolucionario conocido como Romanticismo, que se opone al racionalismo

de la Ilustración y los estereotipos estéticos del Neoclasicismo y otorga prioridad a los

sentimientos y la libertad. Durante la primera mitad del siglo XIX, esta corriente

artística se extendió a otros países de Europa y América, en donde adoptó formas

distintas en función de la idiosincrasia cultural de cada uno. La poesía y el teatro

fueron los principales vehículos de expresión artística del Romanticismo, alrededor de

los cuales surgieron importantes figuras literarias en cada país: Alemania (Johann

Wolfgang von Goethe, Johann Friedrich von Schiller, Friedrich Hölderlin), Inglaterra

(Lord Byron, John Keats, William Wordsworth, Taylor Coleridge, Percy Shelly),

Francia (Víctor Hugo, Alphonse de Lamartine, Madame de Staël), Rusia (Aleksandr

Pushkin, Mikhail Lermontov), Italia (Giacomo Leopardi), Estados Unidos (Walt

Whitman). En Latinoamérica, el Romanticismo confluyó con el nacionalismo de

carácter independentista y encontró en la prosa narrativa (novelas y cuentos) el

principal medio de expresión artística; en esta faceta destacaron especialmente Jorge

Isaacs, Ricardo Palma, José Mármol, Domingo Faustino Sarmiento, José María Heredia,

José Martí, Esteban Echeverría (en prosa) y Andrés Bello (en poesía).

En España, el Romanticismo de la primera mitad del siglo XIX surge como una

reacción contra el carácter generalizador, abstracto y utilitario de la razón ilustrada

aplicada a la vida humana. Frente a estos valores racionales y científicos, la corriente

romántica ensalza el sentimiento, la pasión, la imaginación, la sensibilidad y el ideal

de libertad como valores máximos. El amor, considerado la principal emoción humana,

pasa a ocupar un primer plano en las aspiraciones espirituales del hombre. La vida es

sentida como tragedia, y el mundo, como una realidad frustrante, por lo que la

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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felicidad se convierte en una meta inalcanzable. Frente a la injusticia del mundo, el

escritor se rebela contra Dios y contra el orden establecido, en una actitud conocida

como “inconformismo romántico”. El romántico decimonónico se siente

incomprendido, sufre desasosiego y cae en la melancolía, lo que en ocasiones le llevará

al suicidio. En su producción artística desarrolla una extraordinaria sensibilidad para

lo estético, que domina sobre lo ético.

17.2. Poesía romántica

Dentro de la lírica romántica de la primera mitad del siglo XIX predominan los temas

tradicionales de la poesía universal: el amor, la soledad, la muerte y la libertad. El

poeta romántico trata de desentrañar los dos grandes misterios que le atormentan: el

alma de la Naturaleza (ambientada en lugares oscuros y misteriosos) y su yo íntimo.

Las principales figuras de esta corriente lírica son José de Espronceda (representante

del Romanticismo temprano de la primera mitad del siglo XIX), Gustavo Adolfo

Bécquer y Rosalía de Castro (poetas destacados del Romanticismo tardío de mediados

de siglo).

José de Espronceda (Almendralejo, 1808 - Madrid, 1842),

liberal exaltado y comprometido con la lucha política, está

considerado como el iniciador de la poesía romántica en

España. En 1840 publica sus Poesías, obra que

inmediatamente le otorga una gran fama. Entre su

producción poética destacan una serie de poemas cortos

llamados “canciones”, inspirados en personajes marginados o

excluidos de la sociedad (como su conocida “Canción del

pirata”). Espronceda compuso igualmente poemas narrativos

extensos (El estudiante de Salamanca, 1840), poemas

filosóficos (El diablo mundo, 1841) y novela histórica

(Sancho Saldaña, 1834).

El poema más famoso de Espronceda, la “Canción del pirata” (1835), ilustra el estilo

apasionado y rebelde de su poesía; el protagonista, un pirata, simboliza al poeta

romántico que desprecia las convenciones sociales y los bienes materiales y busca ante

todo su libertad personal (como se refleja en el estribillo de la canción): Con diez cañones por banda,

viento en popa, a toda vela,

no corta el mar, sino vuela,

un velero bergantín.

Bajel pirata que llaman,

por su bravura, El Temido,

en todo mar conocido,

del uno al otro confín.

«Allá muevan feroz guerra,

ciegos reyes

por un palmo más de tierra;

que yo aquí tengo por mío

cuanto abarca el mar bravío,

a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa,

¡Sentenciado estoy a muerte!

Yo me río;

no me abandone la suerte,

y al mismo que me condena,

colgaré de alguna entena,

quizá en su propio navío.

Y si caigo,

José de Espronceda

Page 44: 1 CAPÍTULO 15. LITERATURA DEL SIGLO XVIII: LA ILUSTRACIÓN

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

44

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento,

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;

y ve el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,

y allá a su frente Estambul:

«Navega, velero mío,

sin temor,

que ni enemigo navío

ni tormenta, ni bonanza

tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.

Veinte presas

hemos hecho

a despecho

del inglés,

y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.»

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor,

que no sienta

mi derecho

y dé pecho

a mi valor.»

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

A la voz de «¡barco viene!»

es de ver

como vira y se previene,

a todo trapo a escapar;

que yo soy el rey del mar,

y mi furia es de temer.

En las presas

yo divido

lo cogido

por igual;

sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

¿qué es la vida?

Por perdida

ya la di,

cuando el yugo

del esclavo,

como un bravo,

sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

Son mi música mejor

aquilones,

el estrépito y temblor

de los cables sacudidos,

del negro mar los bramidos

y el rugir de mis cañones.

Y del trueno

al son violento,

y del viento

al rebramar,

yo me duermo

sosegado,

arrullado

por la mar.

Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.

Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836 - Madrid, 1870) es el

principal representante del Romanticismo tardío de

mediados del siglo XIX. Su poesía, íntima y delicada, gira en

torno a los dos temas románticos por excelencia: el amor

(con su mezcla de placer y dolor) y la muerte. Su obra más

conocidas, Rimas (1868), está considerada como una de las

cumbres de la poesía española de todos los tiempos, con una

destacada influencia en posteriores generaciones de

escritores. Los poemas que forman esta colección se dividen

en cuatro grupos en función de su contenido temático: 1)

reflexión sobre la poesía y la creación literaria (rimas I-XI);

2) el amor y sus efectos en el alma (rimas XII-XXIX); 3) la decepción y el desengaño

amoroso (rimas XXX-LII); 4) la experiencia del poeta enfrentado en solitario al mundo

y a la muerte (rimas LIII-XCVIII). Bécquer escribió también prosa, y en esta faceta

destacan sus Leyendas (1858-1864), relatos fantásticos que giran en torno a temas tan

variados como el exotismo oriental, la muerte y el más allá, la brujería, la religión, el

Gustavo Adolfo Bécquer

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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espiritualismo y el Romancero español. Durante su convalecencia de la tuberculosis

que le aquejaba, Bécquer escribió también unas Cartas desde mi celda (1864) plenas de

vitalidad y encanto.

Las siguientes rimas de Bécquer, ampliamente conocidas, ilustran cada uno de los

grupos anteriormente comentados dentro de su obra lírica:

RIMA VII (poesía)

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueña tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo,

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

como el pájaro duerme en las ramas,

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

¡Ay!, pensé: ¡cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma

y una voz como Lázaro espera

que le diga: «Levántate y anda»!

RIMA XXI (amor)

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía... eres tú.

RIMA XXIII (amor)

Por una mirada, un mundo;

por una sonrisa, un cielo;

por un beso... yo no sé

que te diera por un beso.

RIMA XXX (desengaño amoroso)

Asomaba a sus ojos una lágrima

y a mi labio una frase de perdón.

Habló el orgullo y se enjugó su llanto,

y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella, por otro;

pero al pensar en nuestro mutuo amor,

yo digo aún: ¿por qué callé aquel día?,

y ella dirá: ¿por qué no lloré yo?

RIMA XXXVIII (desengaño amoroso)

¡Los suspiros son aire y van al aire!

¡Las lágrimas son agua y van al mar!

Dime, mujer: cuando el amor se olvida

¿sabes tú adónde va?

RIMA LIII (desengaño amoroso y muerte)

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

Pero aquéllas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquéllas que aprendieron nuestros nombres...

ésas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día...

ésas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar,

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas,

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido... desengáñate,

¡así no te querrán!

Page 46: 1 CAPÍTULO 15. LITERATURA DEL SIGLO XVIII: LA ILUSTRACIÓN

― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Rosalía de Castro (1837-1885), al igual que Bécquer, fue otra

romántica tardía del siglo XIX. La vida de esta escritora

gallega estuvo marcada por la enfermedad y el dolor, lo que

acentuó su carácter sensible y melancólico, así como su

profundo sentido religioso. Rosalía es el máximo exponente

del Rexurdimento, etapa cultural de la historia de Galicia

que coincide con la revitalización de la lengua gallega como

vehículo de expresión social y cultural, tras varios siglos de

ostracismo. En este idioma escribió dos colecciones de

poemas —Cantares gallegos (1863) y Follas novas (1880), de

carácter costumbrista y existencialista—, mientras que en

castellano compuso En las orillas del Sar (1884) —obra de

carácter más intimista. Aparte de su producción poética, Rosalía también escribió

prosa —género en el que destacan la novela romántica La hija del mar (1859) y la

novela satírica El caballero de las botas azules (1867).

Los siguientes poemas románticos de Rosalía de Castro, incluidos en su obra castellana

En las orillas del Sar, ilustran el lirismo subjetivo y el tono trágico que caracterizaron

los últimos años de la vida de la poetisa gallega:

LAS CAMPANAS

Yo las amo, yo las oigo

cual oigo el rumor del viento,

el murmurar de la fuente

o el balido del cordero.

Como los pájaros, ellas,

tan pronto asoma en los cielos

el primer rayo del alba,

le saludan con sus ecos.

Y en sus notas, que van repitiéndose

por los llanos y los cerros,

hay algo de candoroso,

de apacible y de halagüeño.

Si por siempre enmudecieran,

¡qué tristeza en el aire y el cielo!,

¡qué silencio en las iglesias!,

¡qué extrañeza entre los muertos!

*****************************

—Te amo... ¿por qué me odias?

—Te odio... ¿por qué me amas?

Secreto es éste el más triste

y misterioso del alma.

I

En los ecos del órgano o en el rumor del viento,

en el fulgor de un astro o en la gota de lluvia,

te adivinaba en todo y en todo te buscaba,

sin encontrarte nunca.

Quizás después te ha hallado, te ha hallado y te ha perdido

otra vez, de la vida en la batalla ruda,

ya que sigue buscándote y te adivina en todo,

sin encontrarte nunca.

Pero sabe que existes y no eres vano sueño,

hermosura sin nombre, pero perfecta y única;

por eso vive triste, porque te busca siempre

sin encontrarte nunca.

II

Yo no sé lo que busco eternamente

en la tierra, en el aire y en el cielo;

yo no sé lo que busco, pero es algo

que perdí no sé cuándo y que no encuentro,

aun cuando sueñe que invisible habita

en todo cuanto toco y cuanto veo.

Felicidad, no he volver a hallarte

Rosalía de Castro

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Mas ello es verdad... ¡Verdad

dura y atormentadora!

—Me odias, porque te amo;

te amo, porque me odias.

en la tierra, en el aire ni en el cielo,

¡aun cuando sé que existes

y no eres vano sueño!

Otros destacados poetas románticos del siglo XIX son Nicomedes Pastor Díaz (1811-

1863), Pablo Piferrer (1818-1848), Carolina Coronado (1820-1911) y Augusto Ferrán

(1835-1880).

17.3. Teatro romántico

El teatro neoclásico español del siglo XVIII, por su carácter moral y excesivo

formalismo, no logró calar en el gusto de los espectadores. Hasta comienzos del siglo

XIX, las obras más representadas en los escenarios españoles seguían siendo las

comedias del Siglo de Oro. En este contexto literario, el teatro romántico, bajo la

bandera de la libertad como principio creativo, supuso una ruptura con la estética

neoclásica y refrescó la escena española. Pese a lo efímero de su existencia —entre

1834, fecha de estreno del drama inaugural del teatro romántico español (La conjuración de Venecia), y 1849, año en que aparece la última obra de este estilo

(Traidor, inconfeso y mártir)—, el drama romántico tuvo un gran éxito en España,

gracias a obras tan representativas como Don Álvaro o la fuerza del sino y Don Juan Tenorio.

Las principales características del teatro romántico decimonónico son las siguientes:

a) Los temas fundamentales son el amor y la libertad.

b) Mecla elementos trágicos y cómicos.

c) La prosa se combina con el verso (en su periodo de mayor madurez, el teatro

romántico acabará usando únicamente el verso).

d) Las obras oscilan entre tres y cinco actos.

e) Rompe con las unidades de tiempo y lugar.

f) La acción se sitúa en la Edad Media o en la España de los Austrias, y los escenarios

suelen ser lugares cerrados y sombríos (mazmorras, cementerios, panteones, riscos,

lugares solitarios y agrestes…).

g) La acción se centra en el héroe y la heroína románticos. Él aparece envuelto en un

halo de misterio; ella, modelo del ideal de belleza física y espiritual, es arrastrada junto

con el héroe al sufrimiento y a la muerte.

h) El lenguaje dramático está marcado por un profundo lirismo, que contribuye a

crear un tono exaltado e intenso.

i) La acción es dinámica, con sucesos inesperados y desconcertantes, y con escenas

conmovedoras, gestos dramáticos y un final desgraciado.

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Los principales dramaturgos románticos del siglo XIX son Francisco Martínez de la

Rosa, Mariano José de Larra, el duque de Rivas, Antonio García Gutiérrez, Juan

Eugenio de Hartzenbusch, Manuel Bretón de los Herreros y José Zorrilla.

Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862), político y

dramaturgo español, es el iniciador del teatro romántico en

España con su obra La conjuración de Venecia (1834),

drama histórico ambientado en la Venecia de principios del

siglo XIV en el que se recrea la lucha del individuo por

defender su libertad frente a la tiranía. El protagonista,

Rugiero se ve envuelto en dos tramas paralelas: una de

carácter político (su conjuración junto con otros nobles

venecianos) y otra de carácter sentimental (su amor hacia

Laura). Finalmente, ambas historias desembocan en un final

desgraciado para los protagonistas debido a que la fuerza del

Estado (sociedad) triunfa sobre el derecho del individuo a su libertad y felicidad. Otro

drama romántico de Martínez de la Rosa, también de carácter histórico, es Aben Humeya (1836), que trata sobre la sublevación de los moriscos en la Alpujarra.

Mariano José de Larra (1809-1837), periodista que destacó

por su producción en prosa, fue uno de los más notables

románticos del siglo XIX (hecho que reflejó no sólo en su

obra literaria, sino en su vida real, ya que se suicidó en la

flor de la juventud de un pistoletazo en la sien). Entre su

producción dramática destaca la tragedia romántica Macías (1834), que tiene el mismo argumento que su novela

histórica El doncel de don Enrique el Doliente, es decir, los

amores desdichados del legendario trovador medieval

gallego Macías el Enamorado. El drama histórico de Larra

muestra cómo la libertad amorosa del individuo es contrariada por el destino, y este

conflicto emocional conduce a la muerte.

Martínez de la Rosa

Mariano José de Larra

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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El político y dramaturgo Ángel de Saavedra (Córdoba, 1791

- Madrid, 1865), más conocido por su título de duque de

Rivas, es el creador del primer gran éxito del teatro

romántico español: Don Álvaro o la fuerza del sino (1835).

Se trata de una obra revolucionaria y transgresora en

muchos sentidos, ya que rompe espectacularmente con la

“ley de las tres unidades” del teatro clásico (acción, lugar y

tiempo) y mezcla la prosa con el verso. El protagonista, don

Álvaro, se enamora de doña Leonor, pero no puede escapar

a un destino implacable, absurdo, caprichoso e irracional

que le conduce a la autodestrucción (se suicida arrojándose

desde un precipicio). En la producción dramática del duque de Rivas destacan

igualmente la tragedia histórica Lanuza (1822) y el drama romántico El desengaño de un sueño (1842).

El siguiente fragmento de Don Álvaro o la fuerza del sino, en el que el protagonista ha

huido a Italia tras haber matado accidentalmente al padre de su amada doña Leonor y

creer que ésta ha muerto también, ilustra el estilo romántico y trágico de la obra a

través de un largo soliloquio en el que don Álvaro se queja amargamente del destino

caprichoso e implacable que persigue a los seres humanos:

¡Qué carga tan insufrible

es el ambiente vital,

para el mezquino mortal

que nace en signo terrible!

¡Qué eternidad tan horrible

la breve vida! ¡Este mundo

qué calabozo profundo,

para el hombre desdichado

a quien mira el cielo airado

con su ceño furibundo!

Parece, sí, que a medida

que es más dura y más amarga,

más extiende, más alarga

el destino nuestra vida.

Si nos está concedida

sólo para padecer,

y debe muy breve ser

la del feliz, como en pena

de que su objeto no llena,

¡terrible cosa es nacer!

Al que tranquilo, gozoso

vive entre aplausos y honores,

y de inocentes amores

apura el cáliz sabroso;

cuando es más fuerte y brioso,

la muerte sus dichas huella,

sus venturas atropella;

y yo que infelice soy,

yo que buscándola voy,

no pudo encontrar con ella.

¿Mas cómo la he de obtener,

¡desventurado de mí!

pues cuando infeliz nací,

nací para envejecer?

Si aquel día de placer

(que uno solo he disfrutado)

fortuna hubiese fijado,

¡cuán pronto muerte precoz

con su guadaña feroz

mi cuello hubiera segado!

Don Álvaro o la fuerza del sino (Jornada III, escena III)

Duque de Rivas

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Antonio García Gutiérrez (1813-1884) debe su fama como

dramaturgo a El trovador (1836), drama histórico que

entusiasmó tanto al público que asistió a su estreno que éste

obligó al autor a salir al escenario a saludar (hecho inusitado

hasta entonces que inauguró esta costumbre en el teatro

español). Posteriormente, Giuseppe Verdi compuso una

ópera basándose en esta obra (Il trovatore) que contribuyó

enormemente a su fama. Como en otros dramas románticos

del siglo XIX, en El trovador destaca la angustia vital de los

protagonistas y la importancia de la libertad y el amor,

aunque se introduce un elemento novedoso: la venganza. Otras dos obras destacadas

de García Gutiérrez son los dramas históricos Venganza catalana (1864) y Juan Lorenzo (1865).

Juan Eugenio de Hartzenbusch (1806-1880) es conocido por

el drama histórico Los amantes de Teruel (1837), que recrea

en tono romántico la leyenda acerca del amor entre Diego

de Marcilla e Isabel de Segura y su trágico final. Al igual que

en otras tragedias románticas, la libertad y el amor de los

personajes acaban sucumbiendo bajo el peso conjunto de la

sociedad y la fatalidad. Pese a estar basado en hechos

históricos ocurridos en el siglo XIII, Los amantes de Teruel incorpora elementos fantásticos (el adulterio de la madre de

Isabel), exóticos (motivos orientales con la presencia de

personajes árabes) y costumbristas (bandoleros).

Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), dramaturgo y

periodista, es autor de los dramas románticos Elena (1834) y

Vellido Dolfos (1839). Pese a inscribirse en el periodo de

máximo esplendor del Romanticismo teatral, Bretón de los

Herreros destacó especialmente por sus comedias

costumbristas de tono satírico —en las que criticó no sólo la

sociedad de su época, sino incluso el Romanticismo—, entre

las que figuran Marcela, o ¿cuál de los tres? (1831), El pelo de la dehesa (1840) y ¡Muérete y verás...! (1840).

Antonio García Gutiérrez

Juan E. Hartzenbusch

Bretón de los Herreros

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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José Zorrilla (Valladolid, 1817 - Madrid, 1893) está

considerado el más grande dramaturgo español del siglo

XIX. Se dio a conocer literariamente tras la lectura de unos

versos en el entierro de Larra. Su primera incursión en el

teatro romántico de mediados del siglo XIX es El puñal del godo (1843), drama histórico en un único acto ambientado

en la España visigoda que cuenta ya con los elementos

propios del Romanticismo: el individuo (don Rodrigo)

incapaz de huir de la traición y un destino adverso, lo que

le conduce a la muerte. Sin embargo, la fama literaria de

Zorrilla se debe a su obra maestra, el drama romántico Don Juan Tenorio (1844), recreación de El Burlador de Sevilla de

Tirso de Molina. En ella, Zorrilla recupera el mito literario del libertino don Juan y le

dota de características genuinamente románticas: un amor imposible, escenarios

sombríos, misterio, final trágico… Mientras que el personaje de Tirso de Molina es un

cínico incapaz de amar que al final muere sin arrepentirse por sus pecados, el don Juan

de Zorrilla es un simple calavera que acaba enamorándose perdidamente de doña Inés,

amor que conduce a la salvación de su alma. Su última obra teatral, el drama histórico

Traidor, inconfeso y mártir (1849), que recrea la leyenda del rey Sebastián I de

Portugal (siglo XVI), representa el final del teatro romántico en España. Aparte de su

producción teatral, Zorrilla escribió poesías y leyendas (entre las que destacan La leyenda del Cid, Para verdades el tiempo y para justicia Dios y A buen juez mejor testigo).

El conocido diálogo amoroso entre don Juan y doña Inés, en el que el protagonista

declara su amor a la joven novicia y ésta corresponde a sus sentimientos, ilustra el

estilo romántico y la excelente versificación que han hecho de Don Juan Tenorio todo

un clásico del teatro español:

DON JUAN:

[…]

¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,

que en esta apartada orilla

más pura la luna brilla

y se respira mejor?

Esta aura que vaga llena

de los sencillos olores

de las campesinas flores

que brota esa orilla amena;

esa agua limpia y serena

que atraviesa sin temor

la barca del pescador

que espera cantando al día,

¿no es cierto, paloma mía,

que están respirando amor?

DOÑA INÉS:

Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,

que no podré resistir

mucho tiempo sin morir

tan nunca sentido afán.

¡Ah! callad, por compasión,

que oyéndoos me parece

que mi cerebro enloquece

y se arde mi corazón.

¡Ah! Me habéis dado a beber

un filtro infernal sin duda,

que a rendiros os ayuda

la virtud de la mujer.

Tal vez poseéis, don Juan,

un misterioso amuleto,

que a vos me atrae en secreto

José Zorrilla

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Esa armonía que el viento

recoge entre esos millares

de floridos olivares,

que agita con manso aliento;

ese dulcísimo acento

con que trina el ruiseñor

de sus copas morador

llamando al cercano día,

¿no es verdad, gacela mía,

que están respirando amor?

Y estas palabras que están

filtrando insensiblemente

tu corazón ya pendiente

de los labios de don Juan,

y cuyas ideas van

inflamando en su interior

un fuego germinador

no encendido todavía,

¿no es verdad, estrella mía,

que están respirando amor?

Y esas dos líquidas perlas

que se desprenden tranquilas

de tus radiantes pupilas

convidándome a beberlas,

evaporarse, a no verlas,

de sí mismas al calor;

y ese encendido color

que en tu semblante no había,

¿no es verdad, hermosa mía,

que están respirando amor?

¡Oh! Sí, bellísima Inés

espejo y luz de mis ojos;

escucharme sin enojos,

como lo haces, amor es:

mira aquí a tus plantas, pues,

todo el altivo rigor

de este corazón traidor

que rendirse no creía,

adorando, vida mía,

la esclavitud de tu amor.

como irresistible imán.

Tal vez Satán puso en vos

su vista fascinadora,

su palabra seductora

y el amor que negó a Dios.

¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,

sino caer en vuestros brazos,

si el corazón en pedazos

me vais robando de aquí?

No, don Juan; en poder mío

resistirte no está ya;

yo voy a ti, como va

sorbido al mar ese río.

Tu presencia me enajena,

tus palabras me alucinan,

y tus ojos me fascinan,

y tu aliento me envenena.

¡Don Juan! ¡Don Juan! Yo lo imploro

de tu hidalga compasión:

o arráncame el corazón,

o ámame, porque te adoro.

Don Juan Tenorio (Acto IV, escena III)

17.4. Poesía posromántica

La poesía romántica en España comienza a decaer en el último tercio del siglo XIX, en

medio de una sociedad de la Restauración utilitaria y poco idealista. En consonancia

con el tránsito del Romanticismo al Realismo, los poetas de la segunda mitad del siglo

renuevan el lenguaje y el estilo, y tratan temas más prosaicos como la política, la

moral, la filosofía, lo regional o la vida cotidiana, aunque siempre en busca de la

expresión de la libertad personal y en continuo rechazo de una sociedad gris y

materialista. Algunos de los principales representantes de la lírica posromántica son

Ramón de Campoamor, Gaspar Núñez de Arce y José María Gabriel y Galán.

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Ramón de Campoamor (1817-1901) fue uno de los poetas

españoles más populares e innovadores de la segunda mitad

del siglo XIX y el principal representante del

Posromanticismo, movimiento lírico que se aleja del

Romanticismo de la primera mitad de siglo mediante un

lenguaje intencionadamente prosaico, aunque sin llegar a

caer en el Realismo. Campoamor inició su carrera poética

con los versos románticos Ternezas y flores (1838); sin

embargo, su segunda obra lírica, Ayes del alma (1842),

muestra ya un considerable alejamiento de la poesía

romántica. En su poemario más importante, Doloras (1846),

Campoamor revela una postura realista y marcadamente

antirromántica, en la que el egoísmo y el escepticismo ante el mundo ahogan la

inspiración poética, que queda en un segundo plano respecto a la filosofía y el

intelectualismo. Esta misma actitud la plasmó posteriormente en sus Humoradas (1888), de estética más realista.

Las “doloras” de Campoamor son poemas de carácter pragmático y prosaico en los que

a menudo se filtra un humor irónico, como en la siguiente ―cuya estrofa final ha

pasado a formar parte del acervo cultural español―, que expresa de manera pesimista,

aunque bella, la idea de que no hay valores inmutables y todo en este mundo es

subjetivo:

De Diógenes compré un día

la linterna a un mercader;

distan la suya y la mía

cuanto hay de ser a no ser.

Blanca la mía parece;

la suya parece negra;

la de él todo lo entristece;

la mía todo lo alegra.

Y es que en el mundo traidor

nada hay verdad ni mentira:

todo es según el color

del cristal con que se mira.

“Las dos linternas” (Doloras y humoradas)

Gaspar Núñez de Arce (1834-1903), a diferencia de Campoamor, muestra en su poesía

el predominio de lo sentimental sobre lo racional. Su estilo busca la sencillez expresiva,

aunque sin incurrir en el prosaísmo de aquél. Su obra más famosa, Gritos del combate

(1875), es una colección de poemas en los que exhorta a los españoles a dejar atrás sus

diferencias domésticas y unirse en la lucha común contra la anarquía. Núñez de Arce

llegó incluso a competir en calidad lírica con las obras de Campoamor gracias a una

Ramón de Campoamor

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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serie de poemas de carácter filosófico, simbólico y elegiaco, como La última lamentación de Lord Byron (1879) y La visión de fray Martín (1880).

José María Gabriel y Galán (1870-1905), uno de los últimos poetas del

Posromanticismo, tuvo una carrera muy corta (falleció a los 35 años de una pulmonía,

en su momento de mayor esplendor lírico). Su carácter solitario y melancólico, así

como su gran devoción religiosa, se refleja en obras costumbristas de tono romántico

como Castellanas (1902) y Campesinas (1904), que se apartan del Modernismo

imperante en la literatura española a principios del siglo XX.

17.5. La alta comedia

La escena española de la segunda mitad del siglo XIX aparece dominada por un tipo de

teatro realista que, al igual que la novela, lleva a cabo un análisis psicológico de los

personajes y trata los temas con una intención didáctica y moral: la alta comedia. Esta

nueva corriente dramática decimonónica, dirigida fundamentalmente a la burguesía de

la época, no se propone mostrar las grandes pasiones del teatro romántico anterior, sino

las pasiones ocultas que mueven la sociedad. La alta comedia es un teatro de crítica que

pretende denunciar la corrupción social y la pérdida de valores tradicionales como la

familia, la religión y el honor. El tránsito del Romanticismo al Realismo se refleja

también en la progresiva sustitución del verso por la prosa.

Los principales autores que cultivaron la alta comedia en España ―cuyo periodo de

máximo esplendor se desarrolló entre 1850 y 1870― son Ventura de la Vega, Adelardo

López de Ayala, Manuel Tamayo y Baus y José Echegaray. A comienzos del siglo XX,

Jacinto Benavente revitalizó este subgénero teatral con su teatro costumbrista.

Buenaventura José María de la Vega y Cárdenas, más conocido como Ventura de la Vega

(1807-1865), fue un dramaturgo argentino que se consagró literariamente en España.

Compuso comedias de salón realistas y moralizadoras de carácter antirromántico, entre

las que destaca El hombre de mundo (1845), comedia frívola en la que ridiculiza a un

don Juan atormentado por los celos. Ventura de la Vega es autor también de dramas

históricos ―como La muerte de César (1865) y su continuación paródica La muerte de Curro Cejas (1866)― y poesía ―Rimas americanas (1833), Obras poéticas (1866) y

Poesías líricas (1873).

Adelardo López de Ayala (1828-1879) fue uno de los principales representantes de la alta

comedia de la segunda mitad del siglo XIX. En sus comedias satíricas ―entre las que

destacan El tejado de vidrio (1856), El tanto por ciento (1861), El nuevo don Juan (1863) y Consuelo (1878)― retrata el problema de la corrupción y el cinismo en la

vida pública, al tiempo que hace una defensa a ultranza del matrimonio y el amor

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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(aunque sin la exaltación pasional del Romanticismo). López de Ayala es también autor,

en su época juvenil, de dramas históricos, como Un hombre de Estado (1851).

Manuel Tamayo y Baus (1829-1898) es el máximo exponente

de la alta comedia decimonónica, no sólo por la cantidad de sus

obras (más de cincuenta comedias) sino también por su calidad.

En sus comienzos literarios, Tamayo y Baus cultivó el drama

histórico de inspiración neorromántica, como El seis de agosto o España sin honra (1848), Ángela (1851), Virginia (1853), La rica hembra (1854) y una de sus obras más conocidas, Locura de amor (1855), estudio psicológico de los celos alrededor de la

figura de Juana la Loca. En una época posterior, dentro ya del

teatro realista moralizador que caracterizó a la alta comedia,

escribió piezas dramáticas en las que denunciaba la corrupción moral de la sociedad y la

pérdida de los valores tradicionales: La bola de nieve (1856), Lo positivo (1862), Lances de honor (1863), Un drama nuevo (1867), Los hombres de bien (1870).

José Echegaray (1832-1916) fue uno de los dramaturgos más

populares de la segunda mitad del siglo XIX, gracias sobre todo

a sus comedias costumbristas de estilo neorromántico con

abundantes golpes de efecto y finales sorprendentes. Al igual

que otros autores teatrales de su época, Echegaray conoció dos

etapas en su producción literaria: una primera en la que

cultivó el drama histórico de corte romántico, como En el puño de la espada (1875) o En el seno de la muerte (1879), y

una segunda en la que compuso piezas teatrales

contemporáneas de crítica social dentro del género de la alta

comedia, como O locura o santidad (1877) y El gran Galeoto

(1881). Posteriormente, Echegaray escribió un tipo de teatro

simbolista, bajo la influencia de Henrik Ibsen, el gran dramaturgo europeo del momento,

con obras como Mariana (1891) y El hijo de don Juan (1892). Por su renovación de la

escena teatral española, Echegaray se convirtió en 1904 en el primer escritor español en

recibir el Premio Nobel de Literatura (compartido con el poeta francés Frédéric Mistral).

A finales del siglo XIX, la alta comedia dará paso al drama social, un subgénero teatral

protagonizado por grupos oprimidos como el proletariado, en el que los temas candentes

de la llamada “cuestión social” (lucha de clases y reivindicaciones obreras) aparecen

tratados bajo un tono melodramático. Dos de las obras más importantes de este nuevo

drama social son Juan José (1895) y Aurora (1902), de Joaquín Dicenta, cuyos diálogos

reproducen el habla castiza del proletariado madrileño.

Manuel Tamayo y Baus

José Echegaray

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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Resumen

La poesía y el teatro españoles de la primera mitad del siglo XIX aparecen dominados

por el Romanticismo, corriente literaria que tiene como principios creativos la

expresión apasionada de los sentimientos y el deseo de libertad. Dentro de la lírica

romántica destacan José de Espronceda, Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro,

mientras que en el teatro triunfan Francisco Martínez de la Rosa, Mariano José de

Larra, el duque de Rivas, Antonio García Gutiérrez, Juan Eugenio de Hartzenbusch,

Manuel Bretón de los Herreros y especialmente José Zorrilla. En la segunda mitad del

siglo XIX, el auge del Realismo en la literatura española hace que el movimiento

romántico pierda su pasión original y se racionalice en una actitud inconformista y de

crítica social. Dentro de la poesía posromántica de este periodo destaca la figura de

Ramón de Campoamor, mientras que en el teatro surge un tipo de drama realista de

intención moralizante conocido como “alta comedia”, en el que sobresalen Manuel

Tamayo y Baus, José Echegaray y Adelardo López de Ayala.

Apéndice bibliográfico

Pentesilea (1808) [Heinrich von Kleist] Tragedia romántica en la que Von Kleist representa un helenismo bárbaro y dionisíaco. Su origen está en el mito

de las amazonas y su reina Pentesilea. Se dramatiza su lucha contra el griego Aquiles y el amor que sienten ambos

en plena batalla. Von Kleist ha querido reflejar las tragedias de Eurípides, en las que los personajes están dominados

por fuerzas internas de su propia personalidad y no pueden escapar a su fatum o destino: el de Pentesilea será matar

a su amante para luego suicidarse. La obra fue revolucionaria para su tiempo, y motivó las críticas del mismo

Goethe.

Fausto (1808-1833) [Johann Wolfgang von Goethe] Goethe sintetiza en “Fausto” su vida y obra, mediante la expresión poética y filosófica de la búsqueda del

conocimiento y la experiencia totales. El escritor se representa a sí mismo bajo la imagen alegórica de Fausto, que

en su ansia por conocer se deja guiar por el engañador Mefistófeles.

La conjuración de Venecia (1834) [Francisco Martínez de la Rosa] Martínez de la Rosa pasa por ser el introductor del Romanticismo en el teatro español merced a su drama “La

conjuración de Venecia” (publicado en 1830 aunque estrenado cuatro años más tarde). El protagonista (Rugiero)

pasa a configurarse como modelo de héroe romántico, que presenta una serie de características comunes: orígenes

humildes, personalidad enigmática, juventud, melancolía y sentimentalismo. La obra no puede considerarse una

tragedia (en el sentido clásico) y sí un drama, ya que el desenlace final no es algo inevitable sino resultado de las

decisiones de los propios personajes.

Don Álvaro o la fuerza del sino (1835) [Duque de Rivas] Este drama supone el triunfo definitivo del Romanticismo en el teatro español. Se trata el tema del fatum (o destino

prefijado) que aparecía en las tragedias griegas. Este “dramón tremebundo” es una exaltación de las pasiones

desatadas del hombre y su inútil lucha contra el destino que le domina.

El trovador (1836) [Antonio García Gutiérrez]

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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“El trovador” fue uno de los dramas románticos más celebrados por el público y la crítica de la época (su estreno

fue un éxito apoteósico y, por primera vez en el teatro español, el autor tuvo que salir a saludar al escenario). Las

desatadas pasiones propias del Romanticismo encuentran su marco en el contexto histórico del Aragón del siglo XV.

Don Juan Tenorio (1844) [José Zorrilla] “Don Juan Tenorio” es el drama romántico por excelencia y una de las obras más representadas del teatro español.

Zorrilla revive, bajo un prisma de sensibilidad romántica, la figura del universal libertino creada por Tirso de

Molina, aunque añade la figura de doña Inés como personaje que hace posible, gracias a su amor, la salvación del

alma de don Juan.

The Complete Poetry of Edgar Allan Poe [Edgar Allan Poe] Colección de poemas de Poe que, a pesar de ser recordados por composiciones famosas como “The Raven”, “The

Conqueror Worm”, “To One in Paradise” o “Annabel Lee”, posee en conjunto un marcado tono romántico y

sentimental. Poe busca una belleza ideal y sublime, dentro de la corriente romanticista de su época.

Tales of Mystery and Imagination (1840-1845) [Edgar Allan Poe] Colección de narraciones en la que Poe combina los relatos de terror gótico (“The Pit and the Pendulum”, “The

Fall of the House of Usher”, “The Tell-Tale Heart”, “The Black Cat”), los policiales (“The Murders in the Rue

Morgue”, “The Mystery of Marie Rogêt”, “The Purloined Letter”) y los fantásticos (“The Gold Bug”, “Some Words

with a Mummy”). Entre otros méritos, Poe puede considerarse como el creador del género policíaco, con su trilogía

de relatos protagonizados por Auguste Dupin. Todas sus narraciones rebosan imaginación e ingenio, y logran atraer

la atención del lector desde el principio hasta el final.

Leyendas y narraciones (1858-1864) [Gustavo Adolfo Bécquer] Estos relatos constituyen una mezcla de leyendas, tradiciones e imaginación, a las que Bécquer confiere un tinte

romántico. Su temática es rica, con predominio del exotismo y los misterios de ultratumba y embrujamiento.

Rimas (1868) [Gustavo Adolfo Bécquer] Bajo la influencia de la poesía romántica francesa y alemana, escribe Bécquer estas “Rimas” con un tono de velada

melancolía amorosa, de intimidad evocativa y de ensoñación idealizadora, huyendo de la grandilocuencia y

musicalidad de los poetas románticos que le precedieron.

En las orillas del Sar (1884) [Rosalía de Castro] Rosalía de Castro fue la impulsora de una nueva literatura gallega, en una Galicia pobre y deprimida. Lo que

predomina en esta colección de poemas es el espíritu atormentado y torturado de la autora, cuya desolación parece

trasplantarse a la naturaleza que describe en sus composiciones.

Antología poética [José Zorrilla] Zorrilla se inserta en la corriente literaria del Romanticismo. Su producción poética se puede dividir en poesía

lírica (durante su etapa juvenil) y poesía narrativa.

Peer Gynt (1867) [Henrik Ibsen] Drama en cinco actos que representa una concepción folclórica, fantástica y a la vez burlesca del pueblo noruego,

con todos sus defectos y supersticiones. Peer Gynt es un campesino soñador y fanfarrón que va de aventura en

aventura siguiendo su lema de “sé tú mismo”. Las únicas dos figuras que lo redimen de sus pecados y su locura son

Aase, su madre, y Solveig, su fiel enamorada.

Casa de muñecas (1879) [Henrik Ibsen]

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― HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA ―

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“Casa de muñecas” es la obra que convirtió a Ibsen en una de las figuras centrales del teatro europeo. La

protagonista, Nora, representa el nuevo ideal del feminismo, ya que da el paso decisivo para lograr su

independencia desde el momento en que descubre que para su marido y la sociedad no es más que una muñeca, un

objeto de diversión y entretenimiento.

La dama del mar (1888) [Henrik Ibsen] Al igual que en “Casa de muñecas”, Ibsen ataca en esta obra las convenciones decimonónicas acerca del

matrimonio y el amor en favor de la libertad personal. La protagonista es otra mujer, Elida, cuyo deseo de ser libre

como el mar puede más que sus obligaciones hacia su esposo y sus hijas. El hecho de que éste le conceda finalmente

permiso para marcharse con un forastero al que conoció de joven provoca un radical cambio en su comportamiento,

ya que verse investida por esta libertad de elección hace que abandone sus deseos de aventuras y decida

permanecer en su hogar. En ambos dramas se puede observar el tema del fatum, ya que las protagonistas son

conscientes de su sometimiento a una fatalidad de la que no pueden escapar.