1 - Los Confines Del Imperio

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    GUARDIAN DE DRAGONES Carole Wilkinson 

    2003, Dragonkeeper  

    Traducción: Raquel Solá

     ______ 1 ______LOS CONFINES DEL IMPERIO 

    Lan la miró ceñudo, con la aversión que  reservaba a las ratas, las arañas y la carne  podrida. La única vez que sonrió fue para 

    burlarse de la estupidez de la esclava. 

    Un cuenco de bambú voló por el aire hacia la cabeza de la pequeñaesclava, que se escabulló con habilidad. Tenía mucha experiencia enesquivar objetos voladores, desde piedras de tinta hasta huesos depollo.

    Su amo se desplomó de nuevo sobre la cama, agotado por elesfuerzo de lanzar el cuenco.

    --Da de comer a los animales, desgraciada.--Sí, amo Lan -contestó la niña.Lan la miró ceñudo, con la aversión que reservaba a las ratas, las

    arañas y la carne podrida. La única vez que sonrió fue para burlarse dela estupidez de la esclava.

    --Y no te entretengas -añadió.--No, amo Lan.La niña salió de la casa de su amo, al tiempo que una jarra de vino

    vacía volaba en dirección a la puerta.Aquel día hacía un frío glacial. La nieve crujía bajo las zapatillas de

    paja de la niña esclava mientras ésta se apresuraba hacia los establos.El cielo, de aspecto plomizo, amenazaba con una nueva nevada.La pequeña esclava no sabía cómo se llamaba ni qué edad tenía.

    Vivía en el palacio Huangling desde que sus padres la habían vendido aLan cuando aún era muy pequeña. El verano anterior, Lan le habíagritado que era muy tonta para tener diez años. Sin embargo, puestoque ella sólo sabía contar hasta diez, ignoraba cuántos años tenía ahora.

    La montaña Huangling era una más de las muchas colinas yermas

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    que formaban la cordillera que delimitaba la frontera occidental delimperio Han. Durante todo el invierno, se formaba sobre ella una capade nieve que llegaba hasta la cintura y la montaña sufría el azote devientos gélidos. En verano, el aire ardía de tal modo que era comorespirar fuego. El padre del emperador se había hecho construir un

    palacio en aquel remoto lugar para que el mundo supiese lo vasto queera su imperio, pero desafortunadamente quedaba tan lejos de cualquierparte que pocos llegaron a verlo.

    El palacio estaba rodeado por una alta muralla de adobe y la puertade entrada se encontraba en el lado oriental de la misma. La residenciadel emperador ocupaba más de las tres cuartas partes de los terrenosdel palacio, mientras que los establos, los almacenes y las dependenciasde la servidumbre se apiñaban en el terreno restante. Desde que la niñaesclava estaba en Huangling, nunca habían recibido una visita imperial;los elegantes salones y estancias, los jardines y pabellones siempreestaban vacíos. Los esclavos tenían prohibido entrar en el palacio. Elamo Lan había advertido a la pequeña que si alguna vez lo hacía, lamolería a golpes. Él iba a palacio de vez en cuando, pero siempreregresaba enfadado. Se quejaba del espacio desaprovechado, losaposentos sin utilizar y los muebles cubiertos con telas, mientras que éltenía que dormir en su humilde casa de una sola habitación con goteras.

    Comparada con el rincón del establo del buey donde la pequeñaesclava dormía sobre un montón de paja, la casa del amo Lan eralujosa. En ella había una estera extendida sobre el suelo de tierra y dela pared colgaba la imagen de un dragón sobre un fondo de seda azul.La lumbre ardía durante todo el invierno y un ingenioso sistema de

    tuberías conducía el calor para calentar la cama del amo. Incluso lacabra disfrutaba de un hogar mejor que el de la niña esclava.Sin embargo, ella no iba a dar de comer a la cabra ni a los bueyes

    que mugían tristemente en sus pesebres. Tampoco a los cerdos o a lasgallinas. En el rincón más alejado del palacio y más lejano del imperio,tras las dependencias de la servidumbre, detrás de los establos ycobertizos, se hallaba otro recinto para animales. Se trataba de un fosocavado en el suelo, una mazmorra tallada en la roca viva de Huangling,y la única entrada era una rejilla con bisagras que no estaba hecha debambú, como las de los recintos de los otros animales, sino de bronce.

    La niña esclava vestía pantalones con parches en las rodillas,demasiado cortos para ella, y una chaqueta raída con muchosremiendos. Era la única ropa que tenía. El viento gélido soplaba confuerza por el patio y atravesaba sin dificultad la desgastada tela de susharapos, incluso por delante, donde los extremos se sobreponían y laenvolvían. La pequeña miró al interior del foso pero no distinguió nadaen la oscuridad del fondo. Deslizó el pasador, levantó la reja, bajó laescalera tallada en la roca y se estremeció. No por el frío. No por la

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    oscuridad. No por el olor a aire viciado que salía a recibirla desde lamazmorra. Había algo más que no sabía definir y que la inquietaba. Elfoso siempre le producía ese efecto, como si algo la esperase en laoscuridad. Algo peligroso y amenazador. No eran las criaturas que vivíanen él las que le causaban aquella inquietud. Aunque eran grandes, de

    afilados dientes y garras, ella no les tenía miedo. Eran unosespecímenes poco corrientes, distintos a los animales de granja que ellacuidaba y, por lo que podía apreciar, carecían de utilidad para nadie.Eran dragones.

    Estaba oscuro y olía a orina y a paja podrida. Hacía mucho quenadie limpiaba el foso. La niña se retiró de la franja de luz tenue yfragmentada que penetraba en la oscuridad a través de la reja. Avanzóarrastrando los pies, mientras deseaba haber llevado consigo un candil.Pero el amo Lan le había prohibido semejante derroche de aceite. Susojos, poco a poco, se acostumbraron a la oscuridad; ahora el retazo deluz bajo la reja le parecía brillante.

    Los dragones dormían en el rincón más oscuro del foso. Tan sóloquedaban dos, aunque la niña recordaba que antes había cuatro. LaoMa, la anciana que se ocupaba de limpiar el palacio, se acordaba del díaque llegaron los dragones, cuando era una cría. Lao Ma explicaba que,por aquel entonces, había una docena de aquellas criaturas o inclusomás. La niña esclava se preguntaba qué le habría pasado al resto.

    Cuando la pequeña se aproximó, las criaturas no se movieron.Nunca intentaban agredirla; no obstante, ella tenía la corazonada deque le ocultaban su verdadera naturaleza. La pintura del dragón en lacasa del amo Lan mostraba una imponente y serpenteante criatura

    dorada que brillaba entre las nubes. A causa de la tenue luz que entrabaen el foso, le resultaba difícil apreciar qué apariencia exacta tenían losdos dragones imperiales. Lo cierto era que no parecían magníficos; bienal contrario, su aspecto era apagado y gris. Sus escamas no relucían. Novolaban. Sus cuerpos eran largos y escamosos, y estaban echados todoel día, enroscados como montones de cuerda gruesa encima de la pajasucia.

    El amo Lan era el guardián imperial de los dragones. El sello de sucargo colgaba del extremo de una grasienta cinta que llevaba atada a lacintura. Se trataba de un rectángulo de jade blanco con caracterestallados en un extremo y el relieve de un dragón en el otro. El trabajodel amo Lan consistía en alimentar y cuidar a los dragones imperiales.En principio, el de la niña era dar de comer a los animales de la granja yocuparse de las necesidades personales del amo Lan, esto es, prepararlela comida, remendar sus ajadas prendas de seda y limpiar su casa. Peroel guardián de los dragones era un hombre perezoso, de modo que, amedida que la niña crecía, le encomendaba cada vez más y más trabajodel suyo, mientras él se pasaba el día tumbado en la cama, comiendo,

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    bebiendo vino y quejándose.Todo era culpa del emperador, decía el amo Lan. Los dragones

    imperiales, en realidad, pertenecían al palacio imperial de Chang'an. Asíhabía sido durante milenios. Un adivino examinaba a diario elcomportamiento de los dragones para predecir el futuro del emperador.

    Si los dragones retozaban alegremente en los jardines de recreo era unbuen augurio para el imperio, pero si se mostraban de mal humor y nocomían era un mal presagio.

    Tiempo atrás, cuando el actual emperador era un niño, uno de losdragones había mordido a su padre, el emperador por aquel entonces, yel pequeño se había asustado de las bestias. Tan pronto como llegó alpoder, hizo trasladar a los dragones lo más lejos posible, a la montañade Huangling. Desde entonces, no pasaba un solo día en que el amo Lanno se quejase de que él debería estar en Chang'an.

    La niña esclava dejó en el suelo el cuenco de puré de taro y mijoque había preparado para los dragones.

    --¡A cenar! -exclamó.Un dragón se movió. La niña apenas distinguía su silueta. La

    criatura levantó su hocico y olisqueó la comida, luego apartó la cabeza.--Bestia desagradecida -murmuró la pequeña.El cuenco de comida que les había llevado por la mañana aún

    estaba allí intacto, igual que lo había dejado, a excepción de lo que lasratas habían mordisqueado por los bordes.

    La niña esclava alimentaba a los dragones desde que el amo Landecidió que le dolían las rodillas y no podía subir y bajar los escalonesde la mazmorra cada día. De eso hacía ya casi un año.

    Los bueyes mugían cada vez que ella pasaba cerca del establo. Lacabra movía el rabo cuando ella la alimentaba. Incluso las gallinasagitaban ansiosas las alas cuando les llevaba la comida. Sin embargo,durante todo aquel tiempo, los dragones apenas la habían mirado.

    --Iba a cambiaros la paja, pero ahora tendréis que esperar-refunfuñó la niña.

    Recogió el cuenco con la comida que acababa de llevarles: nomerecía la pena malgastarla en aquellos animales tan ariscos. Primerodebían comerse el puré de la mañana.

    Se escuchó un leve crujido, y una naricita asomó entre la paja yolisqueó el aire. Por debajo de la nariz sobresalían dos dientes grandes yamarillos. Al hocico le siguió una cabeza de color pardo, un cuerpogordo y peludo y, finalmente, una larga cola.

    El rostro ceñudo de la niña mudó en una sonrisa.--¿Eres tú, Hua?Se trataba de una rata grande. La niña la alzó del suelo y la abrazó,

    se la acercó al rostro y sintió la suavidad de su pelo en la mejilla.--Esta noche cenaremos bien -dijo a la rata-. Tenemos taro y mijo,

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    y si puedo robar un poco de jengibre de la cena del amo Lan, nosdaremos un festín.

    La rata miró nerviosamente a los dragones.--No tengas miedo, no te harán daño -dijo la niña.La pequeña metió a Hua dentro de su chaqueta, muy cerca del

    trozo de bambú con un desgastado carácter grabado que colgaba de sucuello. Lao Ma le había contado que ya lo llevaba el día que llegó aHuangling. La niña desconocía el significado del carácter, pues ni ella niLao Ma sabían leer.

    Subió corriendo las escaleras de piedra.

    La niña esclava estaba preparando la cena de su amo en la cocinade los sirvientes cuando éste se acercó sigilosamente tras ella, porsorpresa, y la sobresaltó.

    --¡He encontrado excrementos de rata en mi cama! -gritó elguardián de los dragones-. ¡Te dije que acabases con esta dichosaplaga!

    --Lo hice, amo Lan. Como me ordenaste -respondió la niña, con laesperanza de que Hua se estuviese quieta dentro de su chaqueta.

    --¡Mientes! -gruñó su amo-. ¡Si la encuentro, la echaré viva enagua hirviendo!

    Agarró el cuenco de lentejas en remojo, destinadas a ser la cena dela niña, y las arrojó al patio. Las lentejas quedaron esparcidas por lanieve.

    Olió el estofado.

    --¡Si no echas cebolla en mi cena, te daré una paliza! -gritó.La niña no había podido poner ninguna en el guiso de su amo, puesya no quedaban cebollas en la despensa de Lao Ma.

    La pequeña esclava corrió hacia la puerta. No hacia las grandespuertas con goznes de bronce que siempre estaban cerradas, sino haciauna puertecilla hecha de cañas de bambú que se encontraba detrás delcobertizo de la cabra. Al otro lado de las murallas del palacio había unoscuantos árboles frutales (algunos manzanos raquíticos y algunos cerezosmedio muertos), el huerto con unas pocas hortalizas y el resto delmundo. Casi todo el huerto estaba cubierto de nieve, pero quedaba unrincón que el jardinero mantenía despejado. Bajo un montón de paja, laniña encontró unas cuantas cebollas congeladas que asomabantímidamente sus tallos a través del frío suelo. Empezó a golpear la tierrahelada con su cuchillo, pero estaba dura como una piedra. Entonces,cortó los tallos mustios con la esperanza de que al menos darían algo desabor al guiso del amo.

    Se sentó sobre sus talones. Una mancha de colores anaranjadosteñía el horizonte. En algún lugar, más allá de las nubes, se ponía el sol.

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    Se preguntó qué es lo que estaría haciendo en aquel instante si no lahubiesen vendido como esclava. ¿Sería feliz? ¿Estaría sentada en unhogar acogedor con sus padres? ¿Quizá tendría hermanos y hermanas?¿Tendría el estómago lleno?

    Varias veces había pensado en escapar de Huangling. Sería

    bastante fácil. Pero ¿adonde iría? Escrutó el horizonte en todasdirecciones. No había nada excepto montañas cubiertas de nieve que seperdían en la distancia poco a poco, difuminándose del blanco al gris enel crepúsculo.

    No había pueblos ni remotas guarniciones. Por no haber, no habíani un árbol a la vista. Observó un águila de nieve solitaria que planeabaen la distancia y llegó a la misma conclusión a la que había llegado otrasveces que había pensado en escapar: a menos que le salieran alas,estaba obligada a permanecer en Huangling. Se puso en pie y regresó alinterior de la casa para terminar de preparar la comida del amo Lan.

    Después de servirle el estofado, salió al exterior a recuperar sucomida, que aún estaba esparcida por la nieve. Le llevó más de unahora, arrodillada en el frío y la oscuridad, encontrar al menos la mitadde las lentejas. Estaba contenta de haber robado el puré de taro y mijode los dragones. Sin ello, su cena habría sido muy frugal. Añadió laslentejas a una cazuela de agua hirviendo.

    De un trozo de cuerda de cáñamo raída que llevaba atada a lacintura colgaba una bolsa de cuero. En ella la pequeña guardaba unoxidado cuchillo de hierro, además de sus posesiones secretas: unahorquilla para el pelo que le había dado el hombre que les llevaba lasprovisiones dos veces al año, un trozo de madera desgastada tallada en

    forma de pez y una pluma de águila blanca. Sacó el cuchillo y cortó eltrozo de jengibre que había apartado de la cena de su amo. Lo añadió ala olla con el taro y el mijo.

    Se dirigió a la casa del amo Lan a recoger los platos sucios y loencontró roncando, despatarrado en la cama. Recogió el cuenco tiradobocabajo, la copa de vino y también una lámpara de bronce en forma decarnero que estaba al lado de la cama de su amo. Regresó a la cocina ysacó una pequeña jarra de arcilla repleta de aceite que manteníaescondida detrás de la lumbre. Llenó el candil.

    --Vamos, Hua; mientras se hace nuestra comida exploraremos elmundo -dijo la niña esclava, al tiempo que cogía a la rata y la metía ensu chaqueta.

    El amo Lan la azotaría si descubriese que cada vez que encendía uncandil para él, reservaba un poco de aceite para ella. Bastaba con unagota o dos cada noche, pero, poco a poco, recogía lo bastante paraalumbrar un candil.

    Cuando salió al exterior cubrió la lámpara con la chaqueta por sialgún sirviente del palacio rondaba por allí, aunque no era demasiado

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    probable. Los hombres eran tan viejos como Lao Ma y acostumbraban aacostarse temprano. La niña se agachó y pasó a través de un claro quehabía en la glicina que separaba el palacio de las dependencias de lossirvientes, los establos y otros edificios desagradables a la vista. Laplanta también evitaba que los otros sirvientes descubriesen que la niña

    hacía visitas secretas al palacio. Echó un vistazo al cielo oscuro.Esperaba que las nubes la ocultasen de la mirada de los dioses.Atravesó los sombríos jardines y abrió la puerta del vestíbulo de la Florde Jade. El candil iluminó con su débil luz un pequeño círculo en el sueloy la niña avanzó por un corredor oscuro. Éste era su placer secreto:explorar el palacio mientras todo el mundo dormía.

    El amo Lan siempre decía que Huangling era pequeño comparadocon los palacios de Chang'an, pero a la niña esclava le parecía inmenso.Cada vez que en sus excursiones nocturnas recorría el palacio, visitabauna habitación distinta. En una ocasión había entrado en los aposentosdel propio emperador e incluso se había atrevido a sentarse en su cama,que era tan grande como un campo de trigo. Esta vez se dirigió a unpequeño salón, donde las mujeres de palacio, si es que había alguna,debían de pasar el día. Era una de sus habitaciones favoritas. Alzó elcandil. El círculo de luz se trasladó del suelo a la pared e iluminó lapintura de una montaña con un minúsculo edificio en la cima. Lamontaña, de una altura imposible, dominaba una llanura, y suspendientes aparecían sembradas aquí y allá de minúsculos árbolesretorcidos y nudosos, pero aun así parecía hermosa.

    La niña alzó a la rata para que pudiese ver la pintura.--¿Crees que el mundo es así, Hua? -susurró.

    La rata torció el hocico y movió sus bigotes.Con la luz del candil, la pequeña recorrió toda la pared hasta llegara un tapiz de seda colgado. En él había pintado un jardín en el que seveía un lago con un puente que lo atravesaba en zigzag. El jardín estabarepleto de flores de todos los colores: rosa, azul, púrpura pálido,amarillo intenso... La niña no conocía los nombres de las flores. Nuncahabía visto crecer nada en Huangling que tuviese unos colores tanbrillantes.

    --¿Crees que en realidad existen estas flores? -dijo a la rata.En verano, algunas peonías abrían apenas sus pétalos en los

    descuidados jardines de Huangling pero, comparadas con las fantásticasflores del jardín pintado, parecían mustias y pálidas. A ella le gustabapensar que, en algún lugar del mundo, había cosas tan brillantes ybellas como aquellas flores, pero dudaba de que realmente existiesen.

    --Es como si los pintores representaran el mundo tal como lesgustaría que fuese -susurró a la rata-. Los lugares como éstos, enrealidad, no existen.

    Su estómago protestó.

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    --Vamos a comer -dijo.

    Ya en la cocina, la niña se aseguró de que el aceite de la lámparaestuviese exactamente en el mismo nivel que antes, pues el amo Lan

    tenía la costumbre de comprobarlo. Se sirvió la cena en un cuenco demadera y luego entró de puntillas en la casa de su amo para sentarse junto al fuego. Hua salió de su escondite dentro de la chaqueta.

    --Toma, Hua -dijo la niña, y colocó un segundo cuenco pequeño demadera con comida en la chimenea.

    La rata comió con glotonería.Hua no había sido siempre la mascota de la niña. Un día ésta la

    pilló robando un muslo de gallina (que ella había escamoteado a su vezal amo Lan). Se puso furiosa e intentó golpear a la rata con un leño,pero el animal era rápido y escapó fácilmente. En otra ocasión sedespertó una noche y descubrió al roedor mordisqueándole los dedos.La pequeña estaba decidida a atrapar a la rata y construyó una trampahecha de finas cañas de bambú. Sin embargo, cuando la capturó notuvo valor para matarla. Decidió que era una criatura bastante bonita,con su pelo pardo y brillante, las orejas rosadas y la cola flexible. Lallamó Hua, que significa flor, y empezó a domesticarla. La ratarespondió bien. Al cabo de poco tiempo ya era bastante dócil y seconvirtió en el mejor y único amigo de la niña.

    Cuando el amo Lan descubrió que tenía una rata como mascota, leordenó matarla. Por esa razón, tenía que mantener a Hua fuera de suvista. Así fue como se le ocurrió la idea de esconderla entre los pliegues

    de su chaqueta.La niña se acurrucó al lado del fuego para disfrutar en paz de lacomida y del calor. Era su momento favorito del día.

    --La vida no está tan mal, ¿verdad, Hua?La rata estaba echada, satisfecha delante del fuego.--Hemos salido a ver mundo -añadió la pequeña-, tenemos el

    estómago lleno y podemos calentarnos las manos y los pies al lado delfuego. -El roedor se puso panza arriba para que ella pudiese rascarle labarriga-. Y nos tenemos la una a la otra -concluyó.

     ______ 2 ______UNA NOCHE INFERNAL 

    La bestia bramó de nuevo, y aquel sonido 

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     provocó que la niña desease enroscarse como un ovillo y llorar. 

    Al día siguiente, la niña esclava se sintió culpable por habersellevado la comida de los dragones. Caminó penosamente por la nieve

    hacia la cabaña donde Lao Ma acababa de ordeñar a la cabra. Laanciana apenas veía y no se dio cuenta de que la pequeña esclava metíaun cuenco dentro del cubo lleno de leche tibia, mientras charlaba deltiempo con ella.

    La niña bajó al foso y colocó el cuenco de leche delante de losdragones, que todavía seguían enroscados. El más grande de ellos alzóla cabeza. Dos ojos amarillos la miraron fijamente. Era la primera vezque la pequeña veía a la criatura tan cerca. El dragón bebió unoslengüetazos de leche y luego bajó de nuevo la cabeza. La niña esclavase dio la vuelta para irse pero, de pronto, uno de los dragones dejóescapar un bramido. Nunca antes había oído que las bestias hiciesenruido alguno. Era un sonido terrible, como si alguien hiciese chocarcuencos de cobre entre sí.

    «Soledad», pensó la niña esclava sin saber por qué.La niña se tapó los oídos para no escuchar aquel sonido lastimero.«Miseria.»El dragón continuó bramando. Hua salió a toda prisa de la chaqueta

    de la niña y escapó dando chillidos.«Desesperación.» La palabra resonó en la mente de la niña, aunque

    en realidad no sabía qué significaba.Una luz apareció en lo alto de la escalera, y el amo Lan bajó a

    trompicones los escalones. Hua pasó como una flecha entre sus piernas.Lao Ma estaba justo detrás de Lan, pero los dragones le daban miedo yno quería bajar la escalera.

    --¡Qué has hecho, estúpida! -gritó Lan.--¡Nada! -exclamó la niña-. Anoche les di la cena, como siempre

    -dijo, aunque esto no era cierto.El amo Lan se acercó a los dragones tímidamente. Sostenía un

    candil en una mano y un bastón de bambú en la otra, preparado paradefenderse. Su ajada zapatilla de seda aplastó excrementos de dragón.La bestia bramó de nuevo, y aquel sonido provocó que la niña deseaseenroscarse como un ovillo y llorar.

    --Esto es un presagio diabólico, será el fin del mundo -gimió Lao Madesde lo alto de la escalera.

    A la luz de la lámpara, la niña esclava vio que el dragón de ojosamarillos estaba sentado sobre sus ancas. La cabeza del animalapuntaba al techo del foso mientras aullaba. El otro dragón no se movía.El amo Lan lo empujó con el bastón de bambú, pero la criatura no seinmutó.

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    --Está muerto -dijo.El dragón aulló aún con más intensidad. Lao Ma también gimió.--¡Es culpa tuya! -Lan golpeó a la niña en la cabeza-. ¡No has

    cuidado de las bestias como debías!El amo Lan inspeccionó el cadáver del dragón.

    --¡Qué despilfarro! Habríamos podido encontrar un buen compradory vender este animal por cinco mil jin de oro.--Hice lo que debía, amo -dijo la niña, aunque sabía que habría

    podido hacer más.--¡Eres una inútil, desgraciada! No te quedes ahí plantada y

    ayúdame a sacarlo de aquí -gritó él.La niña esclava estaba asustada por los sonidos metálicos que

    emitía el otro dragón, pero le aterrorizaba aún más su amo. Se acercó ala bestia muerta. Cuando vio el cuerpo sin vida de la criatura le invadióuna gran tristeza, y también un sentimiento de culpabilidad. Ella teníaque haberse dado cuenta de que estaba enfermo. El amo Lan agarró lacola del dragón y la niña alzó una de sus patas en forma de garra; era laprimera vez que tocaba la piel escamosa de un dragón. Era áspera yseca, como el cuero que se ha dejado a la intemperie durantedemasiado tiempo. Ahora que lo veía completamente echado, se diocuenta de que era más grande de lo que pensaba.

    --¡Ve a buscar a los demás hombres! -ordenó Lan.La niña corrió en busca del resto de los sirvientes del palacio. Tan

    sólo eran tres: el jardinero, el carpintero y el pintor. Ataron una cuerdaalrededor del cuello del dragón muerto y los cuatro hombres tiraron deél. Lo arrastraron cinco escalones. El sonido del cuerpo muerto

    golpeando la piedra ponía nerviosa a la niña. El otro dragón no parabade aullar a cada golpe. Los hombres tensaban la cuerda y tiraban confuerza. A pesar del frío, el sudor resbalaba por sus rostros mientrashacían esfuerzos para arrastrar el cuerpo del dragón escalera arriba. Laniña nunca había visto trabajar tanto a su amo. Por más que lointentaban, no podían sacar al dragón del foso por la escalera. Al final,el carpintero tuvo que construir un mecanismo con una rueda y unacuerda, y con la ayuda de esa polea los hombres arrastraron a la bestiahasta el patio.

    El día gris dio paso a un sombrío crepúsculo aún más plomizo, y lalluvia torrencial se convirtió en aguanieve. Las gotas heladas,empujadas por el fuerte viento, herían el rostro y las manos de la niñacomo agujas de coser. Les había llevado todo el día sacar al dragónmuerto del foso, y durante todo ese tiempo, el otro dragón no habíadejado de emitir sus aullidos metálicos que resonaban como cuencos debronce entrechocando y que hacían rechinar los dientes a la niña. Éstallegó a pensar que tendría que escuchar aquel horrible sonido durantetoda su vida.

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    --¡Encended una hoguera! -gritó el guardián de los dragones.--¿Qué vais a hacer? -preguntó la niña.--¡No me preguntes! -respondió Lan bruscamente, con la ropa

    agitada por el viento. Se dirigió a Lao Ma-: ¡Trae el caldero más grandeque encuentres!

    La niña no tenía ni idea de lo que su amo tenía planeado. Sinembargo, Lao Ma sí que parecía saber lo que el hombre pretendía. Movíala cabeza y entonaba plegarias de disculpa.

    --¿Qué sucede? -preguntó la niña mientras observaba cómo su amoordenaba a los hombres que fuesen a buscar madera y trajesen carbónde su chimenea.

    Al cabo de un rato, a pesar de la nieve que comenzaba a caer, lahoguera empezó a arder en el patio. Los hombres colocaron un enormecaldero en el fuego y lo llenaron de nieve.

    El dragón seguía aullando en el foso. Aquel sonido helaba la sangrea la pequeña, más que el viento y la nieve. Quería marcharse lejos yesconderse en la oscuridad. Pero aún estaba por llegar algo peor, muchopeor. El amo Lan envió a la niña a buscar un hacha. Las llamas crecían yse alzaban cada vez más. Agarró el hacha, la alzó por encima de sucabeza y la dejó caer con fuerza. La hoja penetró profundamente en lacarne del dragón. De la herida brotó sangre oscura, de color púrpura.Lan sacó el corazón y el hígado del dragón y los puso en un cuenco.Resonando desde el foso, el bramido del otro dragón se hizo másintenso. La niña esclava se tapó los oídos y rogó por el alma del dragón.

    --¡Tráeme jengibre y vinagre! Necesito una berenjena y unacalabaza -gritó Lan.

    Lao Ma negó con la cabeza.Lan bramó como un animal.--¡Haz lo que te digo! -Agarró a la mujer y la empujó en dirección a

    la despensa-. ¡Y tú ve con ella, niñata! -gritó-. ¡Si no me obedecéisacabaréis también en adobo!

    --¿Adobo? -La niña no entendía nada de lo que estaba pasando-.¿Por qué está haciendo adobo? -preguntó a Lao Ma mientras entrabanapresuradamente en la despensa-. ¿Se ha vuelto loco?

    Lao Ma le pasó a la niña una ristra de ajos y una jarra de vinagre.--Quiere librarse de las pruebas. La tierra está demasiado

    congelada para enterrar el cadáver. Puede vender el corazón, el hígadoy los huesos, aunque tiene que deshacerse del resto. Al emperador no legustan los dragones, pero si descubre que Lan no ha hecho bien sutrabajo, que consiste en cuidar de ellos, será ejecutado como su padre.

    --Pero... ¿por qué él no...?--Haz lo que el amo te diga.Atravesaron corriendo el patio con los ingredientes. La niña se

    alegró de que unos nubarrones ocultasen la luna, pues gracias a ellos

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    apenas vio cómo el guardián de los dragones cortaba la cabeza delanimal muerto; lo hizo con una risa burlona, como si fuese lo másdivertido que había hecho en mucho tiempo. Luego echó trozos de carnedentro del humeante caldero y con una pala recogió la sangre espesa dela nieve y la añadió también.

    Ordenó a la niña cortar los vegetales en trozos e incorporarlos a larepugnante mezcla, junto con el vinagre y los ajos. Los dedos de lapequeña estaban entumecidos y torpes a causa del frío. Intentó centrarsu atención en los copos de nieve que se posaban en la manga de suchaqueta. Eran bellos y visibles durante un momento, como perfectasformas estrelladas, cada una diferente antes de que el calor del fuegolas deshiciese. Pero no podían distraerla de la horrible visión de Landescuartizando al dragón. El aroma especiado hizo que le rugiese elestómago, pero se sintió mal tan sólo con pensar en la comida. Nuncanada volvería a ser igual en Huangling.

    Los animales salvajes que había más allá de los muros del palacioaullaban, uniéndose a los lamentos del dragón y formando un terriblecoro. Las llamas danzaban alrededor del caldero, iluminando el rostrosalpicado de sangre de Lan, y se reflejaban en sus ojos de fiera. Cuandoremovía el caldero parecía un demonio. Si no los ejecutaban portraición, la niña estaba segura de que irían a las peores regiones delinfierno por el horrendo crimen de escabechar a un dragón imperial.Seguro que en el infierno no existía un lugar peor que Huangling enaquella terrible noche.

     ______ 3 ______EL BANQUETE IMPERIAL 

    --¡Inclínate o serás decapitada, esclava! -gritó. La niña se echó con rapidez al suelo,completamente extendida boca abajo. 

    La niña abrió los ojos. Durante toda la noche, había esperado quecayesen rayos del cielo o que los guardias imperiales irrumpieranviolentamente por las puertas. Sin embargo, nada de ello sucedió. Noconfiaba en ver amanecer de nuevo, pero una mancha roja como lasangre que se alzaba en el cielo por el este le demostró que estabaequivocada. Se había dormido al lado del fuego, del que no quedabamás que un círculo de cenizas humeantes. Estaba aterida y notaba susropas rígidas allí donde la nieve se había convertido en hielo. El calderovacío estaba volcado sobre el suelo. A su lado, vio que había una masa

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    irregular cubierta de nieve, pero bajo la tenue luz matutina no pudoidentificarla. La niña se puso en pie; estaba entumecida. Cuando el cielose iluminó un poco más, se dio cuenta de que se trataba de un montónde huesos partidos y ensangrentados. Por suerte, el dragón del fosohabía dejado de aullar.

    La pequeña pasó todo el día rezando a los inmortales; suplicabaperdón y prometía cuidar del dragón que quedaba. El amo Landescendió por la montaña con el corazón y el hígado del dragón muertometidos en una jarra, y los huesos dentro de unos sacos. Las jarras deadobo desaparecieron en el interior de las cocinas del palacio. Pasó otrodía, y no llegó ningún castigo por parte de los dioses. Como mínimo, ellaesperaba las habituales palizas del amo Lan, pero cuando éste regresó,sólo le ordenó recoger los excrementos del animal y llevárselos al jardinero. No mencionó en absoluto la noche en la que pusieron enadobo la carne del dragón.

    --Debí estar más atento cuando te compré, niña-rata -dijo Lanmientras observaba cómo la pequeña recogía las jarras de vino vacíasesparcidas alrededor de la cama.

    Su pelo, que debería haber estado recogido en un tirante moño enlo alto de la coronilla, le caía sobre los ojos. Sus vestimentas estabanmanchadas de vino.

    --Debí darme cuenta de que estás embrujada.La niña intentó recoger las jarras con la mano derecha.--Tus padres debieron avisarme de que eras zurda.La mención a sus padres provocó que la niña dejase escapar una de

    las jarras, que se rompió en mil pedazos.

    --¡Imbécil! ¡No me extraña que fueses tan barata! Desde quellegaste no he tenido más que mala suerte -gruñó Lan.El guardián de los dragones lanzó a la niña lo primero que

    encontró: una lámpara de bronce en forma de carnero.La niña intentó apartar de su mente la idea que le rondaba y

    convencerse de lo contrario, pero no podía evitar pensar que el dragónhabía muerto por su culpa. No había cuidado de los dragones con lamisma atención que había dispensado a los otros animales. Se sentíaorgullosa de los bueyes de grandes ojos. Las travesuras de la cabra lehacían reír. Hablaba a los cerdos y éstos le contestaban con gruñidos.Los dragones siempre le habían causado inquietud. Prometió a losdioses que sería más amable con el dragón que quedaba.

    Lo primero que hizo fue limpiar el foso del dragón. Le costó muchosviajes escalera arriba y abajo sacar la paja hedionda y transportar cubosde agua caliente para restregar el suelo. El dragón mostró poco interésen ella hasta que la pequeña llegó al lugar más recóndito del foso.Entonces, de pronto, el animal se puso muy nervioso, o al menos la niñapensó que estaba alterado por los sonidos que hacía, como si alguien

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    repiquetease repetidamente un gong. La niña se había llevado aescondidas un candil de aceite para poder limpiar el foso a conciencia,pero la lámpara sólo le proporcionaba un puntito de claridad, puesto quela negra y opaca roca parecía engullir su luz. Por esta razón, la niña sesorprendió al ver un tenue reflejo en el rincón más alejado de la

    mazmorra. Acercó el candil para investigar. El sonido angustiado queemitía el dragón, parecido al repiqueteo de un gong, aumentó deintensidad. Casi incrustado en un hueco al fondo de la mazmorra habíaalgo de forma oval, del tamaño de un melón. Estaba cubierto deexcrementos de dragón. La niña lo cogió; era frío al tacto. Limpió untrozo con la manga de su chaqueta y lo acercó a la luz. Se le escapó ungrito ahogado. Era bellísimo. Se trataba de una gran piedra púrpura conespirales de un blanco lechoso que desaparecían en su interior. Unaimagen de intenso color azul apareció en su mente. No sabía qué era. Laimagen apareció y desapareció en un segundo.

    Un ruido la sobresaltó. Era un bramido sordo y profundo, como sialguien golpease un tambor hecho de láminas de metal.

    --¡No toques la piedra!La niña miró a su alrededor pero la voz parecía surgir de su propia

    mente, como había ocurrido la noche del descuartizamiento. Sinembargo, esta vez no sonaba triste, sino furiosa.

    La pequeña se dio la vuelta. Detrás de ella había un monstruoaterrador erguido sobre sus patas traseras. Sus ojos amarillos estabanentrecerrados como hendiduras. Los inmensos colmillos estaban aldescubierto. Por primera vez, la niña tuvo miedo del dragón. Volvió acolocar la piedra en su sitio.

    --No... no me la iba a llevar -balbuceó, aunque no sabía a quiénestaba hablando-. No sabría qué hacer con ella.El dragón se puso de nuevo a cuatro patas y se dirigió

    sigilosamente hacia el lecho de paja fresca y limpia. La niña permaneciósentada en un rincón, muy quieta, mientras los latidos de su corazónrecuperaban la normalidad y sus manos dejaban de temblar. Lao Ma lehabía contado historias de dragones que guardaban tesoros escondidosy joyas. Quizás aquello era lo único que quedaba del tesoro oculto deldragón. Trató de recordar la imagen que había pasado por su mentecomo un destello, pero cuanto más lo intentaba, más vaga le parecíaésta, hasta que al cabo le fue imposible rememorarla.

    --¿Tú qué crees que les gusta comer a los dragones, Hua?-preguntó a la rata aquella noche.

    Había intentado preparar distintas combinaciones de vegetales enlas comidas del dragón para estimular su apetito y animarle a comermás, pero el animal aún comía poco. Hua roía un hueso de gallina que

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    había encontrado.--¡Tienes razón! -exclamó la niña-. Puede que sea diferente a los

    otros animales. Quizá le guste comer lo mismo que a ti.Le llevó un cuenco con las gachas de gallina que le habían sobrado

    al dragón. No se lo comió inmediatamente, pero cuando la niña regresó

    a la mañana siguiente, el cuenco estaba vacío.Después de aquello, la pequeña le llevaba comida cada vez quepodía y robaba leche cuando se atrevía. Era difícil afirmarlo conseguridad, con tan poca luz, pero ella creía que el aspecto del dragónestaba mejorando. Con tiempo y paciencia, el dragón quizá confiara enella y esperase sus visitas igual que lo hacían los bueyes y la cabra.

    Transcurrió una semana y luego otra. Ya nevaba menos. De vez encuando, se veía algún retazo de cielo azul pálido entre las nubes.

    Una mañana la niña dijo a Hua:--Lo que el dragón necesita es un poco de aire fresco. Aunque

    espero que no intente escapar.Los otros hombres habían salido a cazar. Lao Ma estaba en algún

    lugar del palacio trabajando. Mientras el amo Lan hacía la siestadespués de comer, la niña bajó al foso. Ató un trozo de cuerda alrededordel cuello del dragón y lo guió con cuidado hacia la escalera de piedra.El dragón alzó una pata en el primer escalón. Luego colocó la otra en elsegundo. Sus extremidades estaban entumecidas por la falta demovimiento; cada paso parecía causarle dolor. La pequeña animaba conpaciencia al dragón a subir los escalones uno a uno hasta que,

    finalmente, llegaron al patio. La luz del sol se filtraba a través de lospocos claros que se formaban en el manto de nubes que cubría el cielo,como el agua en un recipiente agrietado. El dragón se cubrió los ojoscon una garra. Transcurrieron unos minutos hasta que se acostumbró ala luz del día.

    La niña condujo al dragón despacio alrededor del patio. Las gallinascacarearon y se alborotaron apartándose a su paso. Cuando la brechaentre las nubes se hizo mayor y la luz del sol iluminó un trozo de patio,el dragón se dirigió hacia allí para tomar el sol.

    --Hacía mucho tiempo que no sentías el calor del sol, ¿verdad? -ledijo ella, al tiempo que le daba palmaditas en su escamoso cuello.

    Por primera vez, la pequeña vio al dragón con toda claridad y nopudo evitar asombrarse al observarlo atentamente. Era mayor de lo quehabía imaginado. Del hocico a la cola medía tanto como tres hombres,pero su cuerpo se curvaba y enroscaba como el de una serpiente, demanera que podía parecer mucho más pequeño si lo deseaba. Cuandoestaba a cuatro patas tenía más o menos la altura de un buey joven, ysi alzaba la cabeza hasta su altura total quedaba frente a frente con la

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    niña. A la luz del sol, sus escamas eran verdosas y azuladas, del colordel agua en un estanque profundo. Su cabeza estaba coronada por doslargos y curvados cuernos terminados en puntas afiladas como agujas.Tenía unos bigotes largos, no de pelo, sino de nervudas hebras quecolgaban de cada lado de su bulbosa nariz. Su cuerpo se estrechaba en

    una cola de serpiente. Mechones de pelo largo brotaban tras susrodillas. Sus fornidas patas terminaban en unas grandes garrasparecidas a las de gato con blandas almohadillas debajo de ellas. Cadauna estaba armada con cuatro dedos de uñas largas y afiladas. Adiferencia de las garras de los gatos, éstas no eran retráctiles, sino quesiempre estaban a la vista y parecían peligrosas. Sus dientes erantambién largos y aterradores, pero los suaves labios rojos del dragónhacían que pareciese que estuviera sonriendo.

    La niña sacó al dragón al patio cada día y al cabo de una semana ledejó pasear desatado. Descubrió una zona sin escamas debajo de labarbilla en la que le gustaba que le rascasen. La criatura emitía unosruidos metálicos de satisfacción, los mismos sonidos que hacía cuandoella le traía leche. Sonaban como las varillas de metal, acariciadas por elviento, de los móviles que colgaban a la entrada del palacio, paraprotegerlo de los malos espíritus. Era un sonido melancólico, pero laniña estaba convencida de que significaba que al dragón le gustaba.

    Una voz áspera perturbó la paz que reinaba en el patio.--¿Dónde estás, desgraciada?El amo Lan se había despertado.--Si quieres puedes quedarte un ratito al sol -dijo la niña al dragón.Lo ató a un abrevadero y corrió adonde estaba su amo antes de

    que él saliese a buscarla.--Esta noche quiero cerdo para cenar -dijo el guardián de losdragones cuando la niña llegó junto a él sin aliento. Aunque tan sólo eramedia tarde, el suelo ya estaba lleno de jarras de vino-. Me lo sirves conalgo de aquella excelente carne que preparé hace algunas semanas. Eladobo ya debe de haber dejado la carne en su punto.

    Era la primera vez que el amo Lan se refería al adobo del dragón.Daba la impresión de que se refería a aquel incidente como si se tratasede una gran broma, y rió tanto que se cayó de la cama.

    --¡Tráeme más vino! -ordenó mientras se arrastraba a gatas paraecharse otra vez en el lecho.

    --Ya no queda -contestó la niña-; te lo has bebido todo. Tendrásque esperar hasta que lleguen las provisiones de primavera.

    --¡Quiero más vino ahora! ¡Ve a buscarlo al almacén delemperador; la vieja te dirá dónde está! -gritó el guardián de losdragones.

    --Pero yo no tengo permiso para entrar en palacio.--Ya te doy yo el permiso.

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    --¡No puedo! -dijo la niña con voz entrecortada-. ¡Robar alemperador es un delito que se castiga con la muerte!

    --Si tú no se lo dices, yo tampoco se lo diré. -El guardián de losdragones se rió de su gran astucia-. ¡Haz lo que te digo o te daré unapaliza!

    El emperador era el hijo del Cielo, a un solo paso de ser un dios. Laniña estaba segura de que lo sabía todo: sus visitas secretas al palacio,aquella vez que se sentó en el lecho imperial, lo de adobar el dragón. Éldebía de haber optado por no castigarla por sus faltas anteriores, peroañadir otra a la lista le parecía que era poner a prueba la pacienciaimperial. Sin embargo, no tenía alternativa. Lan era su amo y debíaobedecerle.

    --Muévete, desgraciada -gritó él al tiempo que le arrojaba unapiedra de tinta.

    Falló.La pequeña había estado en el interior del palacio muchísimas

    veces, pero nunca durante el día. A medida que se acercaba sentía queunos ojos la acechaban, los ojos del Cielo.

    La niña se agachó para atravesar la abertura que dejaba la glicina.Cada primavera, durante unos cuantos días, la enredadera se cubría deramilletes de flores púrpuras, pero durante el resto del año, tan sólo eraun retorcido laberinto de ramitas desnudas. Un sendero conducía alvestíbulo de la Flor de Jade. Las varillas del móvil de la entradatintineaban con la brisa y sonaban igual que el dragón cuando estabacontento. La niña no se sentía feliz en absoluto. Observó que las puertasestaban decoradas con las imágenes de los dos dioses que las

    custodiaban. En la puerta izquierda estaba pintado el pálido rostro delbello Yu Lei y, en la puerta derecha, el de su hermano Shen Tu con unaexpresión fiera en su roja cara y ojos saltones. La puerta de Shen Tucolgaba fuera de sus goznes. La niña esclava empujó la puerta izquierday entró. La luz del atardecer se filtraba por las intrincadas celosías queformaban los postigos de las ventanas hexagonales. El palacio tenía unaspecto lúgubre y abandonado a la luz del día. Del techo de maderacolgaban lámparas inmensas y polvorientas. Dispuestas contra lasparedes, había unas mesas estrechas sobre las que descansabanadornos delicadamente tallados, todos ellos de jade verde y, sinembargo, recubiertos de telarañas. En el suelo de piedra, habíamaceteros con plantas marchitas.

    El hocico de la rata asomó por la chaqueta de la niña olisqueando elaire.

    --Estoy contenta de que estés aquí conmigo y me hagas compañía,Hua.

    La niña atravesó el vestíbulo hacia la puerta, que estaba en el ladoopuesto. Ésta conducía a un amplio patio interior ajardinado. Sólo se

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    veían dos árboles pelados y un estanque de agua oscura congelada; elresto estaba cubierto de nieve. Había un pabellón rojo y verde quequizás en algún tiempo había sido hermoso, pero ahora la pinturaestaba ajada y desconchada. Un sendero cubierto rodeaba los bordesdel patio y se abría al recinto por uno de sus lados. Las columnas que lo

    sostenían estaban talladas con diseños de nubes arremolinadas ytambién necesitaban una buena capa de pintura. La pequeña atravesó elpasadizo oeste. El edificio principal del palacio se alzaba delante de ellay hacía que se sintiese tan pequeña como una cigarra. El techo de lacasa del amo Lan era tan bajo que casi podía tocarlo. Por el contrario, eldel palacio era tan alto que rozaba el cielo. Las esquinas se doblabanhacia arriba formando elegantes curvas. Cada cresta del tejadoterminaba en una talla en forma de cabeza de dragón bramante.Cuando la niña miró hacia arriba, una capa de nieve derretida se deslizódesde el techo, dejando a la vista tejas curvadas de brillante terracotanegra. La nieve se estrelló ante sus pies. La pulida puerta era inmensa,tan grande como toda la pared de la casa del amo Lan, y estabaadornada con tallas de grullas de largas zancas. La niña no traspasó lapuerta. Estaba segura de que el vino del emperador no estaba allídentro.

    Dio la vuelta al edificio principal y siguió otro sendero cubierto. A suderecha apareció una entrada circular; la atravesó y se encontró con unpasadizo. En una de sus primeras visitas había ido a parar a las oscurascocinas imperiales, un buen lugar para empezar a buscar el vino. Lospasadizos estaban cubiertos de tapices de seda desgastados. Por todaspartes donde la niña miraba había signos de dejadez. Lao Ma hacía

    cuanto podía para mantener el palacio limpio, pero era demasiadotrabajo para una anciana. La mujer trabajaba sin descanso; sinembargo, cuando regresaba a una habitación supuestamente limpia,ésta ya estaba de nuevo cubierta de polvo. Lao Ma tardaba semanas enhacer la ronda por el palacio y volver a empezar de nuevo. La mujer yacasi no veía y no reparaba en las telarañas que colgaban de laslámparas ni en el polvo que se amontonaba en las esquinas. El jardinero, el pintor y el carpintero eran menos escrupulosos. Hacíamucho tiempo que habían desistido de hacer su trabajo. La pequeñadobló una esquina y después otra. Se detuvo. No tenía ni idea de dóndeestaban las cocinas.

    La niña esclava ya empezaba a pensar que quizás una paliza de suamo sería mejor que ofender al Cielo, cuando, de pronto, Lao Maapareció por el otro extremo del pasillo. Movía los brazos y gemía en eldialecto de su aldea. La niña esclava no entendió ni una palabra de loque decía. La anciana desapareció tras una puerta y, entonces, un grupode hombres surgió tras una esquina. La niña esclava se detuvo y se losquedó mirando. Eran más de diez. Se preguntó si estaría soñando.

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    ¿Quiénes eran aquellos hombres? ¿De dónde habían salido? Los dosprimeros eran guardias vestidos con cortas túnicas rojas, pantalones ychalecos de cuero. Llevaban lanzas de dos hojas, una de ellas incrustadadirectamente en el mango de la lanza y la otra en ángulo recto. Losotros hombres vestían ropajes de seda largos y amplios con mangas

    anchas. De sus cinturas colgaban largas cintas de colores y en la cabezallevaban exquisitos tocados. Se dirigían hacia la niña a grandeszancadas marcando el paso. Uno de ellos hacía sonar un gong. Pensóque aquellos hombres debían de ser muy importantes.

    --¡Inclínate ante tu emperador! -gritó el hombre del gong.La niña esclava se quedó allí plantada sin reaccionar. El hombre del

    gong estaba ahora lo suficientemente cerca de ella para permitirle versu larga barba y sus fieras cejas inclinadas.

    --¡Inclínate o serás decapitada, esclava! -gritó.La niña se echó con rapidez al suelo, completamente extendida

    boca abajo. Los hombres pasaron por su lado y le llenaron los ojos depolvo. Esperó a que pasasen, pero oyó más pasos que se aproximaban.Venía otra persona por el pasadizo. La pequeña se limpió el polvo de losojos y vislumbró un pie calzado con una zapatilla y los bajos del vestidomás maravilloso que había visto en su vida. El tejido era de satén negrobrillante, y en él, bordados ingeniosamente con hebras de oro, habíadragones que destacaban en relieve como si los hubiesen cosido a latela. La zapatilla estaba bordada con delicados pespuntes, también deoro, formando dibujos en espiral que recordaban a la niña volutas denubes altas.

    El corazón le latía con tanta fuerza que pensó que se le saldría del

    pecho. El dobladillo maravilloso y la bella zapatilla pertenecían almismísimo emperador. Seguro que él conocía todos los delitoscometidos por sus sirvientes en Huangling y había venidopersonalmente a presenciar su castigo. Debía de haber esperado a queéstos creyesen que se había olvidado de sus faltas para que el castigoles resultase más doloroso.

    La niña esclava se puso en pie y atravesó corriendo variospasadizos mientras trataba de volver sobre sus pasos. Ahora que no lasbuscaba, encontró las cocinas. El palacio había cobrado vida de repente,como un animal que despierta de su letargo invernal. La cocina estaballena de extraños que gritaban. Los sirvientes entraban cestas y cajas,apilaban frutas y vegetales sobre las mesas, y colgaban gallinas yfaisanes de ganchos. La niña nunca había visto tanta comida. Loscocineros desempaquetaban cuchillos y cucharas de grandes baúles.Expertos criados alumbraron las cocinas y, con esfuerzo, dispusierongrandes ollas en ellas.

    --¡Sal de mi camino, niña!Un hombre corpulento que transportaba medio buey casi la tiró al

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    suelo.La parte delantera de la chaqueta de la pequeña empezó a

    moverse.--Estáte quieta -susurró a la rata-. Ya sé que aquí dentro huele

    bien, pero tenemos que irnos.

    La niña intentó salir al pasadizo; sin embargo, una mujer con uncuchillo de carnicero la empujó a un lado, pues necesitaba espacio paratrocear seis gallinas. La niña iba de un lado a otro sacudida porempellones, codazos y golpes hasta que la empujaron por una puertahacia otra estancia.

    Aquella habitación era dos veces mayor que el vestíbulo de la Florde Jade y mucho más tranquila que la cocina. No había nadie exceptoun criado que estaba limpiando el suelo. Varias alfombras con dibujos,unos cuantos cojines bordados esparcidos por el suelo y un biombolacado eran el único mobiliario. La niña se quedó mirando el habilidosotrabajo del biombo. La parte inferior estaba cubierta de marquetería denácar, distribuida con ingenio para recrear el dibujo de un jardín. Ellaborioso entramado en lo alto del biombo era una cenefa tallada enforma de pájaros, flores y ramitas, tan delicada que estaba segura deque tan sólo con un ligero roce se quebraría. Escuchó pasos que seacercaban desde el lado opuesto y el sonido del gong, que seaproximaba cada vez más. El sirviente salió corriendo de la habitación. Ala niña empezaron a temblarle las piernas. Sólo había dos puertas. Unaconducía a la concurrida cocina. Estaba segura de que, en cualquiermomento, el emperador aparecería por la otra. No había más que unlugar donde esconderse. Obligó a moverse a sus temblorosas piernas y

    se agachó detrás del hermoso biombo.La niña observó a través de los espacios que había entre los pájarosy las ramitas, y constató que sus temores eran fundados. Los dosguardias, que marchaban marcando el paso, se colocaron en posición defirmes flanqueando la puerta. El emperador y sus ministros entraron enel salón. La pequeña intentó no mirar el rostro del emperador puestoque sabía que estaba prohibido, pero no pudo hacer nada por evitarlo.Era un hombre de rostro avinagrado, con un rictus de desdén dibujadoen la boca y unos minúsculos ojos rodeados de pesada carne arrugada.Su rostro era gordo y su cuerpo, inmenso. Podía ser decapitada portener estos pensamientos, pero no podía evitarlo. Un ministro, quellevaba más cintas que los demás y el sello de oro de su cargo, hablabacon el emperador con la cabeza inclinada. Con la ayuda de otros dosministros, el emperador se dejó caer en un montón de cojines bordados.Después, todos los ministros ocuparon su lugar detrás del emperador.

    La niña sintió una repentina sensación de terror que le oprimía enel estómago. Entraron otras dos personas. Una era una mujer delgada,vestida con tanto esplendor como el emperador, con unos ropajes de

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    mangas tan anchas y largas que casi tocaban el suelo. Se sentó al ladodel emperador. La niña sospechó que era la emperatriz. La otra personaque acababa de entrar era un hombre de apariencia sucia con la pieloscura y arrugada de la gente que pasa la mayor parte de su vida a laintemperie. El pelo le caía sobre los hombros en mechones

    enmarañados. Llevaba un collar hecho de colmillos de animales y ropasconfeccionadas con cuero pobremente curtido. El olor que desprendíaaquel hombre le revolvió el estómago. Llevaba armas y un trozo decadena colgando de su cinturón. Parecía un tosco campesino; sinembargo, se sentó delante del emperador como si fuese un huéspeddistinguido, y los ministros imperiales se inclinaron ante él.

    Los sirvientes entraron al salón desde la cocina llevando bandejasde plata con soportes, dispuestas con cuencos dorados y palillos demarfil pulido. Con la cabeza inclinada, colocaron bandejas al lado delemperador y la emperatriz, y también entre los ministros. El extrañoinvitado tenía una bandeja para él solo, como el emperador. Acontinuación entraron muchos sirvientes con cuencos de comidahumeante y jarras de vino. Todos esperaban que el emperadorterminase el primer plato antes de empezar a comer, pero éste engullíacon avidez, de modo que no tuvieron que aguardar demasiado.

    Tres músicos entraron arrastrando los pies con las cabezasinclinadas respetuosamente y, a cierta distancia, se arrodillaron. Uno deellos llevaba un instrumento de cuerda largo; la niña pensó que era unacítara. El músico lo apoyó en el suelo y empezó a tocar. Los otros dos leacompañaban con campanillas y tambores. De las cocinas no cesabande traer más y más comida. Los comensales trataban de mantenerse a

    un plato de distancia de su soberano pero, a menudo, se veíanobligados a dejar la comida en el plato, puesto que el emperadordevoraba todos los alimentos a gran velocidad.

    A la niña se le hacía la boca agua al respirar el aroma quedesprendía la comida. Olía a pescado y jengibre, salsa de soja y otrasfragancias deliciosas que no supo reconocer. Inspiró profundamente.Hacía muchas horas que había comido su almuerzo de simple mijo. Sóloel aroma ya parecía alimentarla, y una sonrisa se le dibujó en el rostro.La intensidad de los latidos de su corazón disminuyó. Todo iría bien. Ellasólo debía permanecer escondida hasta que el emperador saliera. Luegopodría regresar a donde debería estar.

    --Majestad, ¿estás contento con los leones que dejé en Chang'an?-preguntó el hombre desagradable.

    El ministro con el sello de oro colgando de su cintura se arrastrósobre sus rodillas, se inclinó y tocó con la frente el suelo delante delemperador, quien susurró unas cuantas palabras inaudibles en la parteposterior de la cabeza inclinada del ministro.

    --Su majestad imperial está muy complacido, amo Diao -repuso el

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    ministro-. Los leones nos han sido muy útiles para hacer ejercicio,aunque uno atacó a un ministro y lo mató antes de que su majestadimperial pudiese clavarle una lanza.

    El emperador murmuró algo al ministro.--Su majestad imperial desea escuchar tu expedición por tierras

    bárbaras.--Viajé hacia las tierras del oeste en busca de dragones.Tras el biombo, la sonrisa de la niña se desvaneció.--Por desgracia, no pude encontrar ninguno, pero maté a una

    enorme bestia gris con dos cuernos blancos que se curvaban a amboslados de su largo hocico. Tengo los cuernos por si al emperador leinteresan.

    El huésped calló mientras comía tres cuencos de sopa de rabo debuey. Luego se limpió la boca con la manga y se dirigió otra vez alministro:

    --¿El emperador ha considerado mi propuesta, gran consejero?De nuevo el ministro se arrastró de rodillas para escuchar las

    palabras del emperador. Luego se dio la vuelta y se inclinó ante suinvitado.

    --Su majestad imperial ha considerado debidamente tu propuesta,Diao. -El gran consejero intentó sonreír al hombre desagradable, perosólo consiguió esbozar un gesto de aversión-. Su majestad imperial noaceptará menos de cuatro mil jin por cada criatura.

    Diao sorbió por la nariz y escupió en el suelo.--Una suma excesiva, consejero Tian -contestó-. Pero soy un

    hombre humilde y la voluntad del emperador es la voluntad del Cielo.

    --Bien -dijo el gran consejero-. Nos libraremos de las horriblesbestias.--¿A su majestad no le gustan los dragones? -quiso saber Diao.--Su majestad no siente nada por los dragones -contestó el

    ministro con aspereza sin consultárselo al emperador-, pero opina queserán más útiles en tus manos.

    --Por supuesto. -El cruel rostro de Diao esbozó una sonrisa quedejó al descubierto tres dientes ennegrecidos, una caries y dos grandesagujeros-. El cerebro de dragón cura las hemorragias nasales y losforúnculos. El hígado es bueno para la disentería, particularmente si secorta directamente del animal vivo. La saliva de dragón se usa parahacer perfume. -Diao se hurgó los dientes con una espina de pescado-.Son bestias útiles -añadió.

    --Eres un experto en dragones, Diao -repuso el consejero Tian.--Soy cazador de dragones. Es mi trabajo saberlo todo acerca de

    ellos.La niña no podía creer lo que estaba oyendo. El emperador estaba

    vendiendo los dragones imperiales a un cazador. ¿Qué haría cuando

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    descubriese que sólo quedaba una criatura?--No deben de quedar muchos dragones en el mundo -apuntó la

    emperatriz.--Nunca hubo muchos -contestó Diao-. Y ahora quedan muy pocos.

    Los dragones salvajes son muy hábiles para esconderse de los hombres.

    --Prueba esto, mi señor -dijo la emperatriz al emperador.Uno de los aromas que flotó hacia ella sobresaltó a la aterrada niñaesclava cuando lo reconoció. Era un aroma penetrante, especiado, que jamás olvidaría en toda su vida. Era el adobo de dragón. Observóhorrorizada cómo el emperador rebañaba el pescado cocido en el adoboy cogía un bocado con sus palillos. La niña no sabía qué iba a pasar,pero sí estaba segura de que sería malo.

    --Es el adobo más raro que he probado nunca -continuó laemperatriz. Se dirigió al gran consejero-: Tian Fen, averigua quéingrediente es el responsable de este extraño sabor.

    La niña contuvo el aliento. Éste era el momento en que ella caeríafulminada por el Cielo, el palacio temblaría y se vendría abajo. Elemperador masticó el pescado y se encogió de hombros.

    La niña suspiró; aún estaba viva y el palacio seguía en pie. Elemperador sujetó una alubia entre los palillos y se la comió. La niñamurmuró plegarias de agradecimiento y abrazó a Hua. La rata, quedormía, se sobresaltó y le mordió un dedo. La niña dejó escapar unagudo grito. La habitación quedó de pronto en silencio. Los ministrosmiraron alrededor buscando al culpable. Sus ojos se clavaron en elsirviente que se llevaba un montón de cuencos sucios a la cocina. Elasustado sirviente negó con la cabeza y señaló el biombo. Los dos

    guardias marcharon hacia él y doblaron una hoja.La niña esclava sintió todos los ojos de la habitación clavados enella, inclusive los ojos imperiales. Los guardias la apuntaron con laslanzas como si se tratase de un peligroso criminal.

    La emperatriz miró con asco a la chiquilla mugrienta que se habíamaterializado en el comedor imperial. La nariz de Hua aparecióolisqueando el fragante aire. La emperatriz chilló. La asustada rata seescabulló de la chaqueta de la niña y corrió a toda velocidad por elsuelo. Los guardias se olvidaron de la niña y fueron a por la rata.

    Hua desapareció dentro de un agujero que había en la parte inferiorde la pared. La niña corrió hacia la puerta, pero los guardias ya estaban justo detrás de ella. Sintió las puntas de las lanzas en su espalda.Levantó las manos y se dio la vuelta. Las hojas de las lanzascentelleaban bajo la tenue luz del sol que penetraba por las ventanasdel salón. Los guardias agarraron a la niña por los brazos, mientras lamiraban como si fueran a atravesarla con sus armas si se atrevía amoverse. ¡Qué estúpida había sido al pensar que el Cielo se olvidaría desus faltas! No tenía el favor de los seres inmortales. El emperador era

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    omnipresente y todopoderoso, lo sabía todo, era un dios en la Tierra.Seguro que sabía lo de la muerte del dragón.

    La niña cayó de rodillas.--No fue culpa mía que el dragón muriese -se disculpó-. Le alimenté

    y le cambié la paja. Sé que ayudé a convertirlo en adobo, pero me

    obligaron. De no haberlo hecho, el amo Lan me habría dado una paliza.--¿Muerto? -preguntó el gran consejero.--¿Adobo? -preguntó un ministro.--Tian Fen, trae al amo Lan ante mi presencia -Ordenó una voz

    profunda que ella aún no había oído.Era la voz del emperador.El sonido de la voz imperial aterrorizó a la niña. De alguna manera,

    sacó las fuerzas necesarias para escabullirse de las garras de losguardias. De algún modo, se las arregló para salir corriendo hacia lapuerta antes de que pudiesen atraparla de nuevo y encontró el caminopor los pasadizos sin equivocarse. No se dio la vuelta para ver si alguienla perseguía; se limitó a correr.

     ____ 4 ____HUIDA 

    --¡Rápido! ¡Tienes que escapar! ¡Hay un cazador dedragones, aquí, en Huangling! -gritó la niña, al tiempo

    que desataba la cuerda con sus dedos temblorosos. 

    Mientras corría, un montón de ideas le cruzaba por la cabeza: eltemor de estar a punto de morir, planes para escapar, preocupaciónporque no había lavado los platos del almuerzo de su amo. Aquellospensamientos se mezclaban unos con otros e, incompletos, sedesvanecían.

    Sólo uno de ellos se alzaba con claridad en medio de tantaconfusión: tenía que salvar al dragón. Corrió al patio de los animales,donde el dragón estaba aún atado disfrutando de la luz del sol.

    --¡Rápido! ¡Tienes que escapar! ¡Hay un cazador de dragones, aquí,en Huangling! -gritó la niña, al tiempo que desataba la cuerda con susdedos temblorosos.

    El dragón no se movió.--¡Corre! Ahora eres libre. Los guardias imperiales llegarán de un

    momento a otro. -Hizo una pausa para recuperar el aliento-. El cazadorde dragones te sacará el hígado y te cortará el corazón. -Tiró de lacuerda que aún colgaba del cuello del dragón-. ¡Tienes el tiempo justo

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    de llegar a la puerta y escapar!Pero la criatura no se movió. Obviamente, no entendía ni una

    palabra de lo que la niña le decía.--Muévete, estúpida bestia -gritó, sacudiéndole en la grupa con el

    otro extremo de la cuerda.

    El dragón no cesaba de emitir sonidos angustiados, como si alguiengolpease un gong a toda velocidad.--Piedra -dijo. Las palabras se formaban espontáneamente en su

    mente-. La piedra del dragón.La niña tenía la certeza de que lo que el dragón quería era la piedra

    púrpura.--¡Deja la piedra! -gritó, intentando empujar a la torpe criatura

    hacia la puerta-. ¡Sálvate!La niña no podía soportar la idea de ver a otro dragón muerto, pero

    la enorme bestia no quería hacer lo que ella le decía. Tiraba de la cuerday se dirigía hacia el foso. No podía hacer nada para obligarla a moverse.Debía pensar en su propia seguridad, pues los guardias estaríanbuscándola. Tenía que hallar un lugar donde esconderse, al menos hastaque el emperador y sus guardias abandonasen el palacio. Soltó elextremo de la cuerda y se dirigió hacia la puerta pero, de pronto, seacordó de Hua. No podía irse sin ella. Se trataba solamente de una rata,pero era su amiga, su única amiga. Era una rata inteligente. Cada vezque el guardián de los dragones la veía y quería atraparla con elatizador de la chimenea, Hua siempre se escondía en el único sitio alque Lan nunca iba: al foso del dragón.

    La niña corrió hacia allí y bajó la escalera. Era el último lugar donde

    querría estar en aquellos momentos. Los débiles rayos de sol delatardecer iluminaban apenas una zona del suelo bajo la reja, pero nomás. La niña no llevaba ningún candil, de modo que avanzó en laoscuridad con las manos extendidas, tropezando sobre el sueloirregular. Llamó a Hua. Oía un débil chillido en los rincones másprofundos del foso. Sus manos tocaron la pared de roca de lamazmorra. Avanzó y sus dedos acariciaron algo frío y redondo: era lapiedra del dragón. Unas uñas afiladas treparon por la delgada tela de supantalón y le pellizcaron la piel. Se le escapó una sonrisa cuando Hua searrebujó entre los pliegues de su chaqueta. La niña aún tenía las manossobre la piedra. La recogió, la llevó consigo hacia la claridad y subió losescalones de dos en dos.

    Salió del foso en el preciso momento en que seis guardiasimperiales, todos ellos vestidos con túnicas rojas, corrían por el patio yrodeaban al dragón. Unos llevaban lanzas y otros espadas. Todas lasarmas apuntaban a la criatura, que emitía sus atronadores sonidoscaracterísticos parecidos a un gong. El cazador de dragones estabacerca, tras los guardias. Cuando vio al dragón se detuvo en seco y lo

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    miró fijamente. Se movió muy despacio hacia él, y la niña vio la avariciaen el feo rostro del hombre, que ya calculaba sus ganancias. Sosteníauna ballesta con la que apuntaba al dragón.

    --¡No! -gritó la niña-. ¡No le hagas daño!El cazador de dragones se echó a reír. Era un sonido áspero,

    lúgubre. Avanzó hacia el dragón, bajó la ballesta y sacó un trozo decadena de hierro que colgaba de su cinturón.«El hierro arde», pensó la niña, aunque sabía que, de hecho, no era

    verdad.Diao rodeó las patas delanteras del dragón con la cadena para

    derribarlo. El sonido repiqueteante del dragón se tornó más potente,más rápido; se hacía insoportable hasta llegar a fundirse en un chillidoparecido al metal al rasgarse. El sonido resonó por el patio. La niña dejócaer la piedra del dragón y se tapó los oídos en un inútil intento debloquearlo. Pero los gritos que llenaban su mente aún eran peores.Apenas se dio cuenta de que la piedra rodaba por el suelo del patiopolvoriento hasta que ésta se detuvo frenada por el abrevadero. Losincomprensibles gritos de dolor que escuchaba en su mente empezarona concretarse en palabras.

    --¡La piedra del dragón! ¡Salva la piedra!Las palabras estaban dentro de su mente, pero tenía la clara

    impresión de que provenían del dragón.Las cadenas rozaban la piel escamosa del dragón, que estaba en

    carne viva y sangraba como si hubiese estado encadenado desde hacíameses y no unos pocos minutos.

    Diao vio la piedra entre el polvo. Se dirigió a los guardias.

    --¡Asegurad con fuerza las cadenas! -ordenó.Los guardias dudaron un momento, sin saber si debían obedecer lasórdenes del duro cazador.

    --¡Haced lo que os digo! No podemos dejar escapar al dragón delemperador -gritó Diao

    Los guardias se apresuraron a obedecer, ya que estaba claro quedebían servir al emperador.

    El cazador se acercó a recoger la piedra del dragón. Su rostro teníala mirada triunfal de un hombre avaro que recibe más de lo que merece.La niña esclava, sin embargo, fue más rápida. Corrió hacia la piedra y lacogió con la mano izquierda. El dragón se alzó sobre sus patas traserasy se libró de la cadena que los guardias aún estaban tratando deasegurar. Apartó a los hombres que se interponían en su camino apatadas. Diao dudó: no sabía si ir a por el dragón o a por la piedra. Porun instante parecía que no acababa de decidir qué era lo másimportante. Se lanzó hacia la ballesta mientras la niña atravesaba elpatio como una flecha.

    --¡Encadenad al dragón! -gritó Diao y corrió tras la niña.

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    El cazador de dragones la atrapó en tres zancadas. Llevaba laballesta en una mano. Con la mano libre le agarró con tanta fuerza elbrazo que estuvo a punto de romperle los huesos. El dragón emitíaaquel furioso rugido que la niña ya había escuchado en el foso cuandohabía alzado la piedra. La criatura avanzó pesadamente por el patio,

    arrollando a dos guardias, y dio la impresión de que iba a echar a correrpor la pared del cobertizo del buey. Seguidamente, dos alas de pielenormes como las de un murciélago se abrieron en la espalda deldragón. Los guardias observaron sorprendidos cómo el dragón se alzabaen el aire y volaba sobre los establos. Entonces le tocó el turno a Diaode gritar angustiado al ver que su presa escapaba.

    El dragón giró en el aire y regresó descendiendo en picado,directamente hacia el patio. Los guardias se apartaron de su camino deun salto, mientras la niña lo observaba maravillada. Las alas habíanestado tan bien recogidas que nunca antes las había visto. Diao soltó ala niña y apuntó con su ballesta. Una flecha atravesó el aire hacia eldragón y acertó sobre una de las patas delanteras. El dragón modificósu vuelo y descendió más despacio, planeando ahora sobre la cabeza dela niña. Ésta pensó que iba a chocar contra el suelo del patio, pero sintióque algo puntiagudo se clavaba en la parte de atrás de su chaqueta.Luego el suelo desapareció bajo sus pies, que rozaron el tejado delcobertizo del buey. Vio al amo Lan delante de su casa mirando haciaarriba y blandiendo el puño mientras los guardias imperiales se lollevaban. Pronunciaba palabras de rabia que ella no pudo escuchar. Lany los guardias se convirtieron en diminutas figurillas. Los establosparecían cajas. Los tejados negros del palacio estaban bajo ella;

    parecían conchas de brillantes escarabajos. La niña esclava se estabamareando.--¡Bájame, dragón! -gritó, aún con la piedra agarrada con fuerza-.

    Quiero volver al suelo.El dragón giró bruscamente, y el corazón de la niña dio un vuelco

    en su pecho.--¡Me estoy mareando! -gritó, mientras dejaban atrás el palacio y

    sobrevolaban la cima de la montaña Huangling.El dragón siguió la cadena montañosa; luego bajó en picado por la

    montaña y osciló mientras avistaba un espacio para aterrizar. La niñachilló y cerró los ojos.

    --Voy a morir -se dijo.--No -respondió una voz en su mente.El dragón empezó a mover las patas y aterrizó a la carrera. Dejó

    caer a la niña suavemente en un montón de nieve. Dobló las piernashacia atrás al tocar el suelo, cayó hacia delante y se deslizó hasta quefrenó con el hocico.

    La niña sintió aliviada el suelo firme bajo sus pies. Sus dedos,

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    entumecidos por el frío, aún sostenían la piedra del dragón. La dejó caeren la nieve y soltó una exclamación, mientras buscaba en su chaquetacomo si hubiese sentido un repentino dolor. ¿Había perdido a Huadurante el vuelo? ¿La había aplastado al aterrizar? Abrió el cuello de suchaqueta. La rata aún estaba allí; parecía desconcertada, pero de todos

    modos estaba bien. Miró al dragón que, medio aturdido, se estabaponiendo en pie.--¡Has podido matarme... y también a Hua! -gritó la niña.Con la garra derecha, el dragón agarró la flecha de la ballesta que

    aún seguía clavada sobre su pata y la sacó. Luego empezó a andar conpasos inseguros.

    --¿Adonde vas? -preguntó la niña.El dragón emitió uno de sus extraños sonidos metálicos. Una

    palabra se formó en la mente de la pequeña: «Cueva».La nieve empezó a caer. La niña no tenía elección, de modo que

    siguió al dragón y ambos caminaron penosamente durante una hora omás. Al cabo, el animal encontró la cueva que estaba buscando.

    Una vez dentro, el dragón se dejó caer exhausto.Las ropas de la niña estaban empapadas y los dientes le

    castañeteaban de frío. Temblaba y le dolía la cabeza. Se arrastró haciael dragón. Su escamoso cuerpo era duro y áspero. De cerca, la criaturadesprendía un olor desagradable, parecido a una mezcla de ciruelaspasadas y pescado en salmuera, pero al menos proporcionaba algo decalor.

     _____ 5 _____MIEDO A VOLAR. 

    --¡Guardias imperiales! ¡Escóndete! -dijo el dragón. La criatura la empujó con la garra tras una roca

    lo suficientemente grande para ocultar a una niñay a un dragón agachado. 

    Cuando la niña esclava se despertó, estaba echada en un nido de

    musgo seco. Intentó ponerse en pie y se sorprendió al sentir sus piernastan temblorosas. No había ni rastro del dragón. Alineados perfectamenteen el suelo de la cueva había tres tordos muertos, un montón de tallosde cereales, unas cuantas setas y un haz de hierba y ramitas. Pasó porencima de todo ello y salió a la boca de la cueva. Las nubes habíandesaparecido. El dragón estaba sentado al sol, examinando sus alas; notenían ningún rasguño. Se dio la vuelta y miró a la niña. Sus ojos habían

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    perdido el tinte amarillo y eran de un cálido color castaño. Los sonidosmetálicos resonaban en lo más profundo del pecho de la pequeña. Almismo tiempo que podía oírlos con los oídos también escuchó una vozen su mente.

    --Fuego. Necesito fuego.

    A la niña le costaba asimilar todo lo que le había pasado desde eldía anterior, pero hacer fuego y preparar la comida le era familiar, yocuparse de estas actividades le proporcionaba confianza. Escogió dospalos y algo de hierba seca, y se arrodilló para hacer fuego. Pronto lapaja empezó a humear y alumbró una hoguera. Mientras esperaba a quelas llamas disminuyesen y las ramas se convirtiesen en carbón,desplumó las aves. Luego las pinchó en un palo afilado y las asó en lahoguera. Desgranó las legumbres de sus tallos y las coció entre lascenizas con las setas. Le dio dos de las aves al dragón. Aunque noestuviesen en palacio aún era su trabajo alimentarlo.

    --Gracias -dijo la voz en la mente de la niña.Comieron en silencio y luego saciaron su sed en un charco que

    había al lado de la boca de la cueva, donde una pequeña depresión en laroca recogía la nieve fundida. Sin embargo, a la niña le costabamantener la mente ocupada en tareas cotidianas; no podía dejar depensar en los increíbles acontecimientos que habían ocurrido el díaanterior.

    --Desde el día del adobo oigo una voz en mi cabeza -dijo la niña-.¿Eres tú?

    El dragón inclinó la cabeza. La observaba con mucha atención,sopesaba sus reacciones cuidadosamente. ¿Cómo había podido pensar

    que el animal no era más inteligente que un buey o una cabra?--Y ¿por qué no te había oído antes?--Porque no hablaba.La niña observó cómo el dragón cogía delicadamente una de las

    setas. Los dedos traseros de cada garra podían doblarse igual que unpulgar y un índice humanos. Se puso la seta en la boca.

    --¿Tienes algún nombre, dragón?La criatura emitió más sonidos metálicos. En su mente escuchó la

    voz del dragón:--Todo el mundo tiene un nombre.Hua dejó de corretear en busca de alimento, atraída por el olor a

    comida asada. Se detuvo en seco cuando vio que el dragón la mirabafijamente.

    --Incluso la rata tiene nombre -dijo la criatura.--Yo no -contestó la niña.--Sí que tienes.La voz resonó en su mente.Hua trepó por las ropas de la pequeña y se metió dentro de su

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    chaqueta.La niña miró al dragón a los ojos.--¿Cómo lo sabes?La criatura alzó una zarpa y extendió uno de los dedos hacia el

    cuello de la niña, que dio un respingo y retrocedió. Hua se arrebujó bajo

    su axila. La uña era afilada como una cuchilla y podía haberle cortado elcuello con tanta facilidad como los cocineros de las dependencias depalacio cortaban la carne.

    --No tengas miedo -dijo la voz del dragón.Cogió con las uñas el rectángulo de bambú que colgaba alrededor

    del cuello de la niña y ésta bajó la vista hacia el carácter tallado. Estabacasi borrado.

    --¿Qué pone? -Su voz era sólo un susurro.--Ping -dijo la voz del dragón.--¿Es mi nombre?El dragón inclinó la cabeza de nuevo.--Ping -repitió la niña esclava.--Tus padres te pusieron este nombre -dijo el dragón.Los ojos de Ping se llenaron de lágrimas mientras repetía su

    nombre una y otra vez. Mucha gente tenía dos nombres. Alguna genteimportante incluso tenía tres. Ella estaba contenta de tener finalmenteuno.

    --Gracias por darme un nombre. -Se acercó al dragón y le rascó enla zona suave que tenía bajo la barbilla-. No me has dicho cómo tellamas, dragón -dijo la niña limpiándose las lágrimas.

    --He vivido muchos, muchos años. He tenido muchos nombres: Da

    Lu, que significa Gran Verde; Dai Yu, o Portador de Lluvia; Lao Tang, oEl Venerable Dignificador. Pero mi nombre verdadero es Long Danzi, quesignifica Dragón Valiente -contestó la criatura.

    --Pues te llamaré Danzi -dijo Ping-. ¡Eres muy valiente!Acarició con los dedos el rectángulo de bambú con su nombre en él.--¿Qué significa mi nombre? -preguntó la niña.--Lenteja de agua -respondió el dragón.--¡Oh! -exclamó Ping, pero su decepción duró sólo un segundo.Puede que no fuese un nombre elegante, pero al menos tenía uno,

    un regalo de sus olvidados padres, y era sólo suyo.Mientras Ping se perdía en sus pensamientos, el dragón sacó la

    piedra púrpura de la cueva empujándola hacia la luz. Le dio la vueltacon su garra y la examinó cuidadosamente.

    --Piedra sin daños -dijo.Ping la miró.--No acabo de entender por qué te preocupas tanto por esta piedra;

    por su culpa casi te dejas atrapar por el cazador de dragones -dijo ella.--Ping arriesgó vida por la rata.

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    --Hua es mi mejor amiga, tuve que ir en su busca, pero noencuentro ningún sentido en que arriesgases tu vida por un pedrusco-replicó Ping.

    La voz en la mente de Ping guardó silencio.--Sin embargo has escapado, al fin eres libre. Ahora yo debo

    regresar a Huangling -dijo la niña.El dragón se dio la vuelta y se la quedó mirando.--¿Por qué regresar?A Ping no se le había pasado por la cabeza hacer otra cosa. Había

    vivido en Huangling desde que le alcanzaba la memoria. No podíaimaginar una vida en otro lugar.

    --¿Adonde puedo ir si no?--Puedes encontrar un nuevo lugar.Ping movió la cabeza. El simple pensamiento de salir al mundo la

    aterraba.--Tengo mucho trabajo que hacer en Huangling. A ti ya no tengo

    que cuidarte, pero los bueyes, la cabra, los cerdos y las gallinasnecesitan que les alimenten, y si el emperador va a Huangling de visitade vez en cuando, Lao Ma precisará que alguien la ayude a mantenerlimpio el palacio -contestó Ping.

    Danzi entrecerró sus ojos brillantes.--Ping no debe regresar.La niña sonrió complacida de que el dragón se preocupase por su

    seguridad.--El amo Lan ha sido arrestado. Cuando el emperador regrese a

    Chang'an ya no habrá peligro y podré volver. Me castigarán, pero luego

    me permitirán trabajar de nuevo. Tú puedes quedarte aquí.--Danzi no se queda aquí, se va al mar -dijo la criatura.--¿Al mar? -Ping se extrañó-. Pero si es un lugar que sólo existe en

    los cuentos, como las montañas Kunlun y la isla de la Bendición. Lao Mame contó historias sobre ellos. Sólo son fantasías.

    --Todo existe.--¿Y por qué quieres irte de aquí? La cueva es confortable, tienes

    todo lo que necesitas y el cazador de dragones nunca podrá encontrarte.Yo vendré a visitarte siempre que pueda.

    --Danzi se hace viejo. El agua del mar tiene poderes mágicos,recuperaré fuerzas.

    Ping empezaba a preguntarse si el hecho de haber estadoencerrado durante tantos años había afectado a la mente del dragón.

    --Ping debe ayudar a Danzi -dijo él.La niña se quedó mirando fijamente al dragón.--¿Qué quieres decir?--Viaja con Danzi al mar.--No puedo.

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    Ping se estremeció ante la idea de aventurarse al mundo, lleno degentes extrañas y extraños lugares. Había muchísimas cosas que no legustaban de Huangling, pero al menos le era familiar.

    El dragón inclinó la cabeza.--Como tú quieras.

    Ping suspiró aliviada.--Bien. Ahora ¿cómo regreso al palacio?--Danzi transportará a Ping.--¿Quieres decir que me llevarás volando a palacio?--Sí.--No me gusta volar.Ping pensó en la oferta del dragón. Si el dragón la transportaba de

    regreso volando, sólo estaban a una hora de Huangling, sin embargo apie le esperaba un largo viaje. Quizás estaría un día o dos de camino.

    --Puedes llevarme, pero no hasta que el emperador se hayamarchado de Huangling.

    --Ya se ha ido.--¿Cómo lo sabes?--Los dragones tenemos una vista excelente -contestó Danzi con

    orgullo-. Puedo ver a muchos li. Vi que el séquito del emperador se ibamientras hacía pruebas de vuelo esta mañana.

    Ping oteó en la distancia, pero sólo vislumbró nieve y colinas.--¿Estás seguro?--Del todo.Ping movió los dedos de los pies dentro de sus calcetines

    empapados y las finas zapatillas de paja. Estaría bien regresar a

    Huangling. Con un poco de suerte podría quedarse con la casa del amoLan.--Siéntate atrás -dijo el dragón-. Como pasajera de honor, Ping

    estará más cómoda.A la pequeña le aterraba la idea de volar otra vez, pero ahora que

    sabía que el emperador y sus guardias se habían ido, quería regresar apalacio. Deseaba volver a casa.

    --¿Ping no quiere ver mundo? -preguntó el dragón.--No.La niña contempló el infinito paisaje blanco. Las montañas se

    extendían una tras otra ante ella. El mundo era demasiado grande yaterrador. Ping quería regresar a la pequeña parte de mundo queconocía.

    Miró al dragón. Nunca antes había montado en ningún tipo deanimal y mucho menos en un dragón. El cuerpo escamoso de Danziparecía resbaladizo.

    --Me caeré -dijo ella-, no tengo donde sujetarme.--Siéntate detrás de la cabeza y agárrate a los cuernos -le indicó

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    Danzi.Ping comprobó que Hua estaba bien metida dentro de su chaqueta.

    Luego se agarró a uno de los cuernos del dragón para sujetarse y éstealzó una pata.

    --Espera, tengo que coger la piedra -dijo él.

    --Pero aquí nadie puede robártela, Danzi. Estará a salvo hasta queregreses -replicó Ping impaciente.--No puedo dejar la piedra -insistió Danzi.Ping no quería pasar más tiempo discutiendo con un dragón terco.

    Alzó la vista hacia el cielo gris. Un águila de nieve volaba en círculossobre sus cabezas.

    --¡Está bien! -dijo ella.Recogió la gran piedra y se la puso bajo el brazo. Alzó su túnica y

    pasó una pierna por el lomo de la criatura. Luego colocó las piernasdelante de las alas plegadas y se agarró a los cuernos del dragón. Suregazo, sus brazos y el cuello de Danzi formaban una especie de cestaen la que la piedra del dragón quedaba perfectamente encajada.

    --Estoy preparada -dijo, aunque el temblor en su voz dejabaentrever que sentía temor.

    El dragón dio algunos pasos hacia el borde de la montaña, paracoger carrerilla, siguió corriendo a grandes zancadas mientras abría lasalas y saltó al aire desde el precipicio. Ping chilló cuando la gran fuerzadel aire que la empujaba hacia arriba le hizo saber que el dragón estabacayendo. Las alas de piel de Danzi de pronto le parecieron delgadascomo una gasa de seda. El dragón cayó en picado, incapaz de abrirlas,empujadas por la fuerza del rugiente viento. Luego, poco a poco, sus

    alas se abrieron, el empuje del viento disminuyó y el dragón empezó aplanear.Las escamas del dragón eran ásperas, de modo que resultaba

    imposible que la niña resbalase, incluso aunque el animal escoraraligeramente hacia un lado. Con las manos sujetas fuertemente a loscuernos y sus rodillas asiéndose con firmeza al cuello de Danzi, Pingempezó a confiar en que no se caería. Bajo ella, las laderas de lamontaña descendían empinadas hasta las profundidades de un valle enel que se dibujaba un camino largo. Los macizos de las otras montañas,que formaban la monótona cordillera, les rodeaban por todas partes.Ping sintió que se le revolvía el estómago. Pensó que le sería más fácil sicerraba los ojos e imaginaba que estaban sólo a unos palmos del suelo.

    Los cálidos rayos del sol acariciaban su rostro. Sus zapatillas ycalcetines empapados empezaron a secarse, y poco a poco seadormeció.

    --Ya debemos de estar cerca, Danzi -dijo Ping un poco después.

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    Levantó la cabeza que había apoyado sobre la piedra del dragón. Se lehabía entumecido el cuello-. ¿Me he dormido?

    Miró a su alrededor. La montaña había desaparecido. El cielo azulles rodeaba.

    --¡Danzi! ¿Dónde está la montaña de Huangling? -gritó Ping.

    El dragón no contestó. El viento transportaba hasta ella el sonidode su respiración; era ronco y tenso como el de un mensajero imperialque hubiese recorrido muchos li. 

    --¿Dónde estamos?El dragón ladeó las alas para poder girar. Una montaña se alzó de

    pronto ante ellos. Ping buscó las laderas en las que debía estar elpalacio, pero no pudo verlo. Veía la montaña cada vez más cerca. Suspendientes estaban resecas como un cordero mudando la lana, allídonde la nieve se fundía y la tierra de color parduzco como el estiércolquedaba al descubierto. La niña vio algunas rocas y un riachuelo. Unamanada de cabras salvajes se dispersó al ver al dragón que descendíaen picado del cielo. Aún no había ni rastro del palacio. La respiración deldragón cada vez era más fatigosa. Sus alas estaban tensadas almáximo. El suelo se acercaba hacia ellos a medida que la criatura perdíael control de su descenso. Golpeó el extremo de una roca con su cola yempezó a inclinarse de un lado a otro. Su ala izquierda se enganchó enuna prot