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  • A n a s N i n C o r a z n c u a r t e a d o

    CORAZN CUARTEADO

    ANAS NIN

    EDICIONES GRIJALBOTtulo Original: The FourChambered HeartTraduccin de Francesc ParcerisasImpreso en Espaa, 1980

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  • A n a s N i n C o r a z n c u a r t e a d o

    La guitarra destilaba su msica.

    Rango la tocaba con el clido color cobrizo de su piel, con la pupila de carboncillo de los ojos, con la espesa fronda de sus cejas, derramando en la caja color miel los sabores del camino abierto en el que viva su vida de zngaro: tomillo, romero, organo, mejorana y salvia. Derramando en la caja de resonancia el vaivn sensual de su hamaca colgada en la carreta gitana y los sueos nacidos en su colchn de crin negra.

    dolo de los clubs nocturnos, en donde hombres y mujeres obstruan puertas y ventanas, encendan velas, beban alcohol, y beban de su voz y de su guitarra, las pociones y las hierbas del camino abierto, las cencerradas de la libertad, las drogas del ocio y de la pereza.

    Al amanecer, las mujeres, sin contentarse con la transfusin de vida proporcionada por las cuerdas de tripa, henchidas de la savia de su voz traspasada a sus venas, queran tocar su cuerpo con sus manos. Pero al amanecer, Rango se echaba la guitarra al hombro y alejbase caminando.

    Estars maana aqu, Rango?

    El maana poda encontrarle tocando y cantando a la cola negra que su caballo meneaba filosficamente, camino hacia el Sur de Francia.

    Djuna se inclinaba hacia ese Rango ambulante para captar todo lo que su msica contena, y su odo detectaba la presencia de aquella inalcanzable isla de felicidad que haba estado persiguiendo, que haba entrevisto en la fiesta a la que nunca asistiera pero que, siendo nia, haba contemplado desde la ventana. Y como un viajero perdido en un desierto, se inclinaba ms y ms anhelante hacia aquel espejismo musical de un placer desconocido para ella, el placer de la libertad.

    Rango, querras tocar alguna vez para que yo bailase? pregunt con dulzura y fervor, y Rango, que iba a salir, se detuvo para inclinarse ante ella, con una inclinacin de asentimiento que se haba ido creando durante siglos de estilizacin y nobleza de porte, con una inclinacin que denotaba la generosidad del gesto de un hombre que nunca haba estado atado.

    Cuando quieras.

    Mientras concertaban el da y la hora, y mientras ella le daba su direccin, caminaron instintivamente hacia el ro.

    Sus sombras, que avanzaban ante ellos, revelaban el contraste existente entre ambos. El cuerpo de l era dos veces mayor que el de ella. Djuna caminaba en lnea recta, como una flecha; Rango deambulaba. Mientras le encenda un cigarrillo, las manos de l temblaban, las de ella permanecan firmes.

    No estoy borracho dijo l, riendo, pero me he emborrachado tan a menudo que, por lo visto, me han quedado manos temblorosas para toda la vida.

    Rango, dnde tienes el carro y el caballo?

    No tengo carro ni caballo. Hace mucho tiempo que no los tengo. Desde que Zora se puso enferma, hace aos.

    Zora?

    Mi mujer.

    Tu mujer tambin es gitana?

    No, y yo tampoco. Nac en Guatemala, en la cumbre de la montaa ms alta. Te sientes desilusionada? Esa leyenda era necesaria para mantenerme, para el club nocturno, para ganarme la vida. Y, adems, me protege. En Guatemala tengo una familia que se avergonzara de mi vida actual. Me escap de casa a los diecisiete aos. Me cri en un rancho. Incluso hoy en da mis amigos dicen: Rango, dnde tienes el caballo? Siempre parece que lo acabas de dejar en la cancela.

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  • A n a s N i n C o r a z n c u a r t e a d o

    Viv con los gitanos en el Sur de Francia. Me ensearon a tocar. Me ensearon a vivir como ellos. Los hombres no trabajan; tocan la guitarra y cantan. Las mujeres les cuidan robando comida bajo sus amplias faldas. Zora nunca logr aprenderlo! Se puso muy enferma. Tuve que dejar de vagar. Ya hemos llegado a mi casa. Quieres pasar?

    Djuna contempl la casa de piedra griscea.

    Todava no haba borrado de sus ojos la imagen de Rango en los caminos abiertos. El contraste resultaba doloroso y dio un paso atrs, sbitamente intimidada por un Rango sin caballo, sin libertad.

    Las ventanas de la casa eran largas y estrechas. Parecan enrejadas. Djuna todava no poda soportar la visin de cmo Rango haba sido capturado, domesticado, enjaulado, de cules haban sido las circunstancias, y quin su artfice.

    Estrech su mano grandota, la mano grande y clida de un cautivo, y le abandon con tanta rapidez que l qued aturdido. Permaneci sorprendido, balancendose, encendiendo torpemente otro cigarrillo, preguntndose por qu ella haba salido huyendo.

    No saba que Djuna acababa de perder de vista una isla de felicidad. La imagen de una isla de felicidad evocada por su guitarra se haba desvanecido. Avanzando hacia un espejismo de libertad, haba penetrado en un bosque lbrego, el bosque lbrego de sus ojos oscurecindose al decir: Zora est muy enferma. El bosque lbrego de su pelo despeinado al inclinar la cabeza, arrepentido: Mi familia se sentira avergonzada de la vida que ahora llevo. El bosque lbrego de su perplejidad en el momento de ir a entrar en una casa demasiado gris, demasiado msera, demasiado hacinada para su cuerpo grande y potente.

    Su primer beso fue presenciado por el ro Sena, que llevaba gndolas de farolas callejeras reflejadas entre sus pliegues de lentejuelas, que llevaba halos de farolas floreciendo en matorrales de adoquines de negro lacado, que llevaba rboles de plateada filigrana abiertos como abanicos tras cuyo reborde los ojos del ro les incitaban a ocultos coqueteos, que llevaba hmedas paoletas de niebla y el cortante incienso de las castaas asadas.

    Todo haba cado al ro y era arrastrado por l, excepto el pretil en el que ellos se encontraban.

    Su beso fue acompaado por el organillo callejero y dur toda la partitura musical de Carmen y, cuando finaliz, ya era demasiado tarde; haban apurado la pocin hasta su ltima gota.

    La pocin que beben los amantes no la prepara nadie: la preparan ellos mismos.

    La pocin es la suma de toda nuestra existencia.

    Cada palabra dicha en el pasado ha ido acumulando formas y colores en la persona. Lo que discurre por las venas, adems de sangre, es la destilacin de cada acto cometido, el sedimento de todas las visiones, deseos, sueos y experiencias. Todas las emociones pretritas confluyen para teir la piel y aromatizar los labios, para regular el pulso y producir cristales en los ojos.

    La fascinacin ejercida por un ser humano sobre otro no es la personalidad que ste emite en el instante mismo del encuentro, sino una recapitulacin de todo su ser de la que emana esa poderosa droga que captura la ilusin y el apego.

    No existe momento de encanto que no tenga largas races en el pasado, no existe momento de encanto nacido de la tierra yerma, accidente despreocupado de la belleza, sino suma de grandes aflicciones, crecimientos y esfuerzos.

    Pero el amor, el gran narctico, era el invernadero en el que todas las personalidades se abran en plena eclosin... amor el gran narctico era el cido en la botella del alquimista que haca visibles las sustancias ms inescrutables amor el gran narctico era el agent provocateur que expona a la luz del da todas las personalidades secretas amor el gran narctico otorgaba clarividencia a las yemas de los dedos bombeaba iridiscencia a los pulmones para rayos X trascendentales imprima nuevas geografas en el revestimiento de los ojos adornaba las palabras con velas, los odos con aterciopeladas sordinas y pronto el pretil dej caer tambin sus sombras al ro, para que el beso pudiese ser bautizado en las aguas sagradas de la continuidad.

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    A la maana siguiente, Djuna recorri el Sena preguntando a los pescadores y a los marinos de las barcazas si haba por alquilar alguna barcaza en la que ella y Rango pudieran vivir.

    Mientras permaneca junto al parapeto del pretil, inclinndose luego a contemplar las gabarras, un polica la estuvo vigilando.

    (Acaso piensa que voy a suicidarme? Tengo aspecto de alguien a punto de suicidarse?l s que est ciego!Nunca he tenido tan pocas ganas de morir, precisamente el da en que empiezo a vivir!)

    El agente contempl cmo bajaba corriendo las escaleras para hablar con el propietario de Nanette, una barcaza de un rojo chilln. Nanette tena ventanucos acicalados, con cortinitas de cuentas igual que las ventanas del portero en los edificios de pisos.

    (Para qu poner en una barcaza los mismos ornamentos que en una casa? Esa gente no est hecha para el ro, ni para los viajes. Les gusta lo familiar, les gusta seguir viviendo en tierra firme, pero Rango y yo queremos huir de casas, cafs, calles, gente. Queremos encontrar una isla, una celda solitaria, donde podamos soar juntos en paz. Por qu iba a pensar el polica que poda echarme al ro en ese momento, cuando jams haba sentido tan pocas ganas de morir? O acaso est ah para reprocharme que me hubiera escabullido de casa de mi padre anoche, despus de las diez, tomando infinitas precauciones, dejando la puerta principal abierta para que no me oyera salir, desertando de su casa con el corazn desbocado porque ahora tiene el cabello blanco y ya no entiende que alguien necesite amar, porque lo ha perdido todo, y no a causa del amor, sino de sus juegos con el amor?; cuando se ama como si se jugase, uno lo pierde todo, como l perdi hogar y esposa, y ahora se aferra a m, temiendo la prdida, la soledad.)

    Aquella maana se despert a las cinco y media, destrenz suavemente su cuerpo de entre los brazos de Rango y lleg a su habitacin a las seis, y a las seis y media su padre llam a la puerta porque estaba enfermo y quera que le cuidase.

    Al Baba protege a los amantes! Les da suerte como a los bandidos, y sin culpabilidad alguna; porque el amor llena a algunas personas y las lleva ms all de toda ley; no existe tiempo ni lugar para lamentaciones, dudas, cobardas. El amor corre libre y atolondrado; y todas las simpticas aagazas perpetradas para proteger de sus quemaduras a otros los que no son amantes, sino tal vez vctimas de esa expansin del amor les permiten tomrselas con cario y alegra, tomrselas con cario y alegra como Robin Hood, u otros juegos infantiles; porque Anahita, la diosa de la luna, ya vendr a juzgarnos e imponer un castigo, seor polica. De modo que mejor ser que espere sus rdenes, porque estoy segura de que no me comprendera si le dijese que mi padre es deliciosamente claro y egosta, tierno y mentiroso, formal e incurable. Agota todos los amores que se le ofrecen. Si no abandonase su casa por la noche para calentarme en las manos ardientes de Rango, morira en mi empeo, rida y estril, reseca, mientras mi padre monologa sobre su pasado, y yo bostezo bostezo bostezo...

    Es como si mirase lbumes familiares, colecciones de sellos! Comprndame, seor polica, si puede: si lo nico que yo tuviese fuera eso, entonces s que estara en peligro de saltar al Sena, y usted tendra que darse un buen remojn para salvarme. Mire, tengo dinero para un taxi, canto una cancin de accin de gracias al taxi que alimenta el sueo y lo transporta inclume, frgil pero inclume, a todas partes. El taxi es el objeto que ms se asemeja a las botas de siete leguas, perpeta el ensueo, mi vicio, mi lujo. Oh, si lo desea puede arrestarme por soar, por ese vagabundeo desaforado, puesto que en l reside la clula, el germen misterioso, acolchado, fecundo, del que todo nace; todo lo que el hombre ha alcanzado alguna vez ha nacido de esa pequea clula...)

    El polica pas y no la arrest, de modo que confi en l y descubri que saba muchas cosas. Conoca muchas barcazas aqu y all. Conoca una en la que servan patatas fritas y vino tinto a los pescadores, otra en la que los trotamundos podan pasar la noche por cuatro cuartos, una en la que una mujer con pantalones esculpa grandes estatuas, otra convertida en

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    piscina para nios, otra ms, para hombres, llamada el lanchn de las luces rojas y ms all de sa todava, otra que haba sido utilizada por una compaa de actores para viajar por toda Francia, y en sa poda preguntar, porque estaba vaca y desahuciada para efectuar largos viajes...

    Se hallaba anclada cerca del puente, larga y ancha, con una proa recia de la que colgaba la pesada cadena del ancla. No tena ventanas en la borda, pero s una trampilla de vidrio en cubierta que le franque un viejo vigilante. Descendi una escalerilla estrecha y empinada y se encontr en una estancia amplia, iluminada a travs de claraboyas, y luego con una habitacin ms chiquita, un pasillo y ms camarotes pequeos a cada lado.

    La gran pieza central, que haba sido empleada como escenario, estaba todava repleta de decorados abandonados y cortinajes y vestidos. Los pequeos camarotes que se abran a ambos lados sirvieron otrora de camerinos para los actores ambulantes. Ahora se hallaban llenos de botes de pintura, madera para el fuego, herramientas, sacos viejos y peridicos. En la proa de la gabarra haba una amplia habitacin empapelada con reluciente tela alquitranada. Las claraboyas slo dejaban ver el cielo, pero dos aberturas en la pared, que se abatan con una cadena como puentes levadizos, se hallaban cortadas tan slo a unas pulgadas sobre el nivel del agua y se abran sobre la orilla.

    El vigilante ocupaba uno de los camarotes pequeos. Llevaba boina y un blusn azul oscuro, de algodn, como los campesinos franceses.

    Le explic:

    Antao fui capitn de un yate de recreo. El yate explot y perd la pierna. Pero puedo traerle agua, y carbn y lea. Puedo bombear la sentina todos los das. Esta barcaza slo necesita que se le vigilen las vas de agua. Es bastante vieja, pero la madera es resistente.

    Las paredes de la gabarra se curvaban como el interior del vientre de una ballena. En las viejas cuadernas podan verse las huellas de antiguos cargamentos: madera, arena, piedra y carbn.

    Cuando Djuna se iba, el viejo vigilante tom un trozo de madera de cuyos extremos penda un cubo colgado de una cuerda. Lo balance sobre sus hombros como un aguador japons, y empez a saltar tras ella con su nica pierna, manteniendo un equilibrio milagroso sobre los grandes adoquines.

    La noche invernal lleg cubriendo la ciudad, espolvoreando los reverberos callejeros de neblina y humo hasta disolver su luz en una aureola de santidad.

    Cuando Djuna y Rango se encontraron, l se hallaba triste por no haber encontrado ningn sitio donde cobijarse. Djuna dijo:

    He encontrado algo que has de ver; si te gusta, puede servirnos.

    Mientras caminaban por los muelles, al pasar frente a la estacin, por una calle que estaba en obras, Djuna se apoder de uno de los farolillos rojos dejados por los trabajadores, y avanz con l, siempre encendido, hacia el otro lado del puente. A medio camino se encontraron con el polica que la haba ayudado a dar con la barcaza. Djuna pens: Me arrestar por haber robado un farolillo de las obras.

    Pero el agente no la detuvo. Limitose a sonrer, sabiendo hacia dnde se diriga, y, cuando pasaron junto a l, simplemente ech una mirada a la constitucin de Rango.

    El viejo vigilante apareci inesperadamente en la trampilla y grit:

    Eh, quin va! Ah, es usted, seorita. Espere. Le abrir y abri de par en par la portezuela de la trampilla.

    Bajaron la escalerita de caracol y Rango olisque complacido la brea. Al contemplar la pieza, las sombras, las cuadernas, exclam:

    Es como los cuentos de Hoffmann. Es un sueo. Un cuento de hadas.

    El anciano abuelo del ro, ex capitn de un yate de recreo, resopl con insolencia ante esa observacin y volviose a su camarote.

    Esto es lo que yo quera dijo Rango.

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    Inclinose para entrar en la diminuta habitacin situada en la proa de la barcaza; era como una pequea prisin en punta, con las ventanas enrejadas. La enorme cadena del ancla colgaba ante los barrotes de hierro. El suelo estaba desgastado, podrido por la humedad, y a travs de los agujeros podan distinguir el agua que se acumula en la sentina de todos los barcos, como dedos posesivos del mar y del ro afirmando su dominio sobre el navo.

    Rango dijo:

    Si algn da me eres infiel, te encerrar en este camarote.

    Con las esbeltas sombras que les rodeaban por todas partes, las cuadernas medievales crujiendo sobre sus cabezas, las salpicaduras del agua, el moho de la sentina y el quejido herrumbroso de la cadena del ancla, Djuna crey en sus palabras.

    Djuna, me llevas a vivir al fondo del mar, como una sirena de verdad.

    Tengo que ser una sirena, Rango. No me asustan las profundidades, pero s la vida superficial. Pero t, pobrecito Rango, vienes de las montaas, el agua no es tu elemento. No sers feliz.

    Los hombres de las montaas siempre suean con el mar, y lo que ms me gusta de todo es viajar. Hacia dnde vamos a zarpar ahora?

    Mientras pronunciaba estas palabras, otra barcaza pas ro arriba, junto a la suya. Toda la gabarra se estremeci; el gran esqueleto de madera cruji como los huesos de un gigante.

    Rango se tumb y dijo:

    Estamos navegando.

    Estamos fuera del mundo. Todos los peligros estn afuera, afuera en el mundo.

    Todos los peligros... los peligros para el amor venan, o eso crean ellos, y lo creen todos los amantes, de afuera, del mundo, y jams hubieran sospechado que la simiente de la muerte del amor pudiese hallarse en ellos mismos.

    Quiero tenerte aqu, Djuna. Me gustara que nunca abandonaras la barcaza.

    No me importara quedarme aqu.

    (Si no fuese por Zora, Zora que esperaba la comida, que esperaba las medicinas, que esperaba que Rango encendiese el fuego.)

    Rango, cuando me besas la barcaza se mece.

    El farolillo rojo proyectaba sombras caprichosas, febriles luces rojas sobre sus rostros. Rango lo bautiz como la lmpara afrodisaca.

    Encendi el fuego en la cocina. Tir el cigarrillo al agua. Le bes los pies, le desabroch los zapatos, le quit las medias.

    Oyeron algo que caa al agua.

    Es un pez volador dijo Djuna.

    l se ech a rer:

    En el ro, el nico pez volador eres t. Cuando te tengo en mis brazos, s que eres ma. Pero tus pies son tan rpidos, tan veloces, que te llevan con alada ligereza a un lugar desconocido, lejos de m, demasiado veloces, demasiado rpidos.

    Se frot la cara, pero no como hace todo el mundo, con la palma de la mano. Se la frot con los puos cerrados, como hacen los nios, como hacen los osos y los gatos.

    La acarici con tanto fervor que el farolillo rojo cay al suelo, el vidrio rojo se quebr y el aceite ardi en mil llamitas agrestes. El fuego encantaba a Djuna, y siempre haba querido vivir cerca del peligro.

    Cuando el aceite fue absorbido por el maderamen grueso y seco del suelo, el fuego se consumi.

    Se quedaron dormidos.

    El ebrio abuelo del ro, ex capitn de un yate de recreo, haba vivido solo en la barcaza durante mucho tiempo. Haba sido su nico guardin y propietario. El corpachn de Rango, su oscura tez india, el revuelto pelo negro, su voz profunda y vehemente, asustaban al viejo.

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    Por la noche, cuando Rango encenda la cocina en su dormitorio, el viejo empezaba a maldecirle desde su camarote porque haca ruido.

    Adems, tambin se hallaba resentido porque Rango no le permita ocuparse de Djuna, y cuando se hallaba borracho mascullaba contra l, mascullaba amenazas en lengua apache.

    Una noche, Djuna lleg un poco antes de medianoche. Era una noche ventosa con hojas muertas arremolinndose en crculos. Siempre tena miedo a bajar sola las escaleras de los muelles. No haba luces. Tropezaba con vagabundos que dorman, con prostitutas que pregonaban su mercanca ocultas tras los rboles. Intentaba superar sus temores y corra escaleras abajo, junto a la orilla del ro.

    Pero finalmente acordaron que desde la calle tirara una piedra al techo de la barcaza para advertir a Rango de su llegada y que l saldra a buscarla a lo alto de las escaleras.

    Esa noche Djuna intent rerse de sus temores y bajar sola. Pero cuando lleg al lanchn no haba luz en el dormitorio, no fue Rango quien sali su encuentro sino el viejo vigilante, que se asom por la trampilla, balancendose a causa de la bebida, con los ojos enrojecidos, tartamudeando.

    Djuna dijo:

    Ha llegado el seor?

    Pues claro que s, est aqu. Por qu no baja? Baje, baje.

    Pero Djuna no vea luz en la habitacin, y saba que si Rango estaba all oira su voz y saldra a su encuentro.

    El viejo vigilante mantuvo la trampilla abierta, mientras golpeaba con los pies y deca cada vez con mayor irritacin: Por qu no baja? Qu le ocurre?

    Djuna saba que estaba borracho. Le tema, y empez a retirarse. Cuanto ms aumentaba la clera del vigilante, ms se convenca ella de que deba irse.

    Las imprecaciones del viejo la siguieron. Sola en lo alto de las escaleras, en el silencio, en la oscuridad, se sinti llena de temores. Qu estaba haciendo el viejo all, en la escotilla de entrada? Habra lastimado a Rango? Se hallaba Rango en la habitacin? Al viejo vigilante le haban dicho que no poda seguir en la barcaza. Tal vez se hubiese vengado por su cuenta. Si Rango haba sufrido algn dao, se morira de pena.

    Tal vez Rango haba ido por el otro puente. Era la una en punto. Tirara otra piedra a la cubierta para ver si responda.

    En el momento en que coga la piedra lleg Rango.

    Al regresar juntos a la gabarra, se encontraron con el viejo que todava segua all, mascullando para sus adentros.

    Rango tena accesos de ira y de violencia. Dijo: Le han dicho que se vaya. Puede largarse inmediatamente.

    El viejo vigilante se encerr en su camarote y continu profiriendo insultos.

    No pienso salir en ocho das grit. He sido capitn, y puedo volver a serlo cuando me d la gana. Ningn negro va a sacarme de este sitio. Tengo derecho a quedarme aqu.

    Rango quera ponerle de patitas en la calle, pero Djuna le contuvo:

    Est borracho. Maana no abrir el pico.

    El vigilante se pas la noche bailando, escupiendo, roncando, maldiciendo y amenazando. Tamborileaba sobre su plato de hojalata.

    La clera de Rango creca, y Djuna record que otras personas haban comentado: El viejo es ms fuerte de lo que parece. Le he visto tumbar a un hombre como si nada. Saba que Rango era ms fuerte, pero tema al viejo traicionero. Un golpe por la espalda, una investigacin, un escndalo. Y, sobre todo, que Rango resultase herido.

    Sal de la barcaza y deja que me las entienda con l dijo Rango.

    Djuna le disuadi, calm su clera, y al amanecer se quedaron dormidos.

    Cuando salieron, al medioda, el viejo vigilante ya estaba en el muelle bebiendo vino tinto con los vagabundos; al pasar ellos escupi en el ro con ostentoso desdn.

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    La cama estaba colocada baja, sobre el suelo; las cuadernas embreadas crujan sobre sus cabezas. El fogn resoplaba calor, el agua del ro lama las bordas de la barcaza, y los reverberos del puente proyectaban una dbil luz amarillenta sobre la habitacin.

    Cuando Rango empez a quitarle los zapatos a Djuna, para calentarle los pies con sus manos, el viejo del ro empez a gritar y cantar, lanzando sus sartenes contra las mamparas:

    Nanette da por dar lo que otras quieren cobrar.

    Nanette es generosa,

    Nanette ofrece su amor bajo un farolillo rosa.

    Rango se incorpor de un brinco, furioso, los ojos desencajados, el pelo revuelto, todo su corpachn tenso, y corri hacia el camarote del viejo. Golpe la puerta. La cancin se interrumpi un instante, y luego volvi a orse:

    Nanette llevaba una cinta en su negra cabellera.

    Nanette no tena en cuenta lo que el viento se lleva...

    Luego tamborile sobre su plato de hojalata y call.

    Abra la puerta! grit Rango. Silencio.

    Entonces Rango se precipit contra la puerta, que cedi, saltando hecha aicos.

    El viejo vigilante yaca semidesnudo sobre un montn de trapos, la boina en la cabeza, restos de sopa en la barba, sosteniendo un garrote que temblaba de terror.

    Rango, con sus dos metros de altura, el pelo negro al viento, pareca Pedro el Grande, dispuesto a dar la batalla.

    Fuera de aqu!

    El viejo estaba obnubilado por la borrachera, y se neg a moverse. Su camarote ola tan mal que Djuna retrocedi. Haba cazos y sartenes esparcidos por el suelo, sucios, y cientos de viejas botellas de vino que despedan un rancio olor.

    Rango oblig a Djuna a que volviese al dormitorio y fue en busca de la polica.

    Djuna le oy volver con el agente, y escuch sus explicaciones.

    Oy como el polica deca al vigilante:

    Vstase. El propietario le dijo que se fuese. Tengo la orden aqu. Vstase.

    El vigilante permaneca tumbado, rebuscando sus ropas. No daba con la embocadura de los pantalones. Se qued mirando una de las perneras como si le sorprendiese su pequeez. Rezongaba. El agente esper. No podan vestirle porque se quedara flccido. Iba mascullando:

    Bueno, qu ms me da? He sido capitn de un yate. Una cosa blanca y elegante, no una de estas barcazas descuajaringadas. Y adems tena un traje blanco. Aunque me echen al ro, a m me da lo mismo. No me importa morir. No soy un viejo malo. Le hago sus encargos, no? Voy a buscar el agua, no es cierto? Y traigo el carbn. Qu importa si por la noche canto un poquitn.

    No se limita a cantar un poquitn dijo Rango. Hace un ruido de mil demonios cada vez que vuelve a casa. Empieza a golpear con los cubos, arma una escandalera, aporrea las paredes, est siempre borracho, se cae por las escaleras.

    Estaba dormido como un tronco, verdad? Dormido como un tronco, se lo digo yo. Quin es el que ha derribado la puerta, a ver, dgame? Quin se ha metido en mi camarote? No pienso irme. No encuentro los pantalones. stos no son mos, son demasiado pequeos.

    Entonces se puso a cantar:

    Laissez moi tranquille, Je ferais le mort.

    Ma chandelle est morte Et ma femme aussi.

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  • A n a s N i n C o r a z n c u a r t e a d o

    Entonces Rango, el polica y Djuna se echaron a rer. No podan parar de rer. Tan atribulado e inocente pareca el viejo.

    Si se est calladito se puede quedar dijo Rango.

    Si arma escndalo dijo el polica, volver a buscarle y le meter en chirona.

    Je ferais le mort dijo el viejo. Ni se enterarn de que estoy aqu.

    Ahora estaba totalmente sorprendido y dcil.

    Pero nadie tiene derecho a derribar una puerta. Ya se lo digo yo, vaya modales! He tumbado a algunos hombres con frecuencia, pero jams he derribado una puerta. Se acab la intimidad. Ya no hay modales.

    Cuando Rango regres al dormitorio, encontr a Djuna que todava segua rindose. l abri los brazos. Ella ocult el rostro sobre su chaqueta y dijo:

    Sabes una cosa? Me ha encantado el modo como has derribado la puerta.

    Se senta liberada de alguna secreta acumulacin de violencia, como ocurre cuando contemplamos una tormenta de la naturaleza, con rayos y truenos descargando nuestra clera.

    Me ha encantado el modo como has derribado la puerta repiti Djuna.

    A travs de Rango haba vislumbrado algn otro reino al que hasta entonces jams haba tenido acceso. A travs de su accin haba palpado cierto clima de violencia que nunca haba antes conocido.

    El Sena empez a crecer debido a las lluvias, y super las marcas dibujadas en las piedras del Medioevo. Al principio recubri los muelles con una delgada capa de agua, y los trotamundos acuartelados bajo el puente tuvieron que mudarse a sus casas de campo bajo los rboles. Luego lami el pie de las escaleras, ascendi un peldao, y luego otro, y por fin se detuvo en el octavo, a suficiente altura como para que se ahogase un hombre.

    Las barcazas all estacionadas subieron con la crecida; los inquilinos de las gabarras tuvieron que botar sus barquichuelas de remos y remar hasta la orilla, trepar por una escalerilla de cuerda colgada en el pretil, saltar el paredn y dar en tierra firme. A los paseantes les encantaba contemplar ese ritual, como una grata invasin de la ciudad por los habitantes de las barcazas.

    Por la noche la ceremonia era peligrosa, y remar de las barcazas a la orilla y viceversa tena su peligro. A medida que el ro creca, las corrientes se volvieron turbulentas. El Sena sonriente mostraba una faceta ms abominable de su carcter.

    La escalerilla de cuerda estaba vieja, y su solidez haba sido mellada en parte por el tiempo.

    El comportamiento caballeresco de Rango casaba con aquellas circunstancias: ayudaba a Djuna a saltar por encima del pretil sin mostrar apenas el festn de conchas de su combinacin a los curiosos mirones; luego la meta en la barquita, y remaba con vigor. Al principio permaneca de pie y con una prtiga empujaba el bote lejos de la orilla, porque ste tenda a ser arrastrado por las aguas contra la escalera, y luego otra corriente lo empujaba en direccin opuesta, y tena que luchar para evitar que los arrastrase ro abajo.

    Con los pantalones arrollados, sus piernas fuertes y oscuras al desnudo, el cabello flotando al viento, tensos los musculosos brazos, Rango sonrea disfrutando de su poder, y Djuna se recostaba y dejaba que cada da la rescatase de nuevo, o la paseara remando como si fuera una gran dama veneciana.

    Rango no permita que el vigilante les llevase en el bote. Quera ser l quien llevaba a su dama hasta la barcaza. Quera dominar para ella la tumultuosa corriente, depositarla sana y salva en su hogar, sentir que la raptaba de la tierra, de la ciudad de Pars, para cobijarla y ocultarla en su propia torre de amor.

    Al filo de la medianoche, cuando otros suean con chimeneas encendidas y mullidas zapatillas, con encontrar un taxi para volver a casa desde el teatro, o con perseguir falsas alegras por los bares, Rango y Djuna vivan un rescate pico, una batalla con un ro colrico,

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    un viaje lleno de dificultades, pies mojados, ropas hmedas, una aventura en la que el amor, la puesta a prueba del amor, y la recompensa se fundan en un solo momento de plenitud. Porque Djuna presenta que si Rango caa y se ahogaba, ella tambin perecera, y Rango senta que si Djuna caa en la glida corriente, l morira por salvarla. En ese instante de peligro comprendan que cada uno era la razn de vivir del otro, y volcaban todo su ser en aquel instante.

    Rango remaba como si se hallasen perdidos en medio del mar, no en el corazn de una ciudad; y Djuna permaneca sentada y le contemplaba con admiracin, como si participasen en un torneo medieval y su dominio del Sena fuese el supremo ofrecimiento votivo a su poder femenino.

    Debido a su adoracin y a su amor, Rango tampoco permita que nadie le encendiese el fuego, como si l fuera el calor y el fuego que secase y reanimara sus pies. La llevaba en volandas por la portezuela de la trampilla hasta la helada pieza, hmeda a causa de la niebla invernal. Ella permaneca tiritando, mientras Rango encenda el fuego con una intensidad que trasluca su deseo de calentarla, de modo que aquello ya no pareca un fogn ordinario, humeante y renqueante, y Rango dejaba de ser un hombre cualquiera prendiendo la lumbre con peridicos hmedos, para erguirse como una especie de hroe de las valquirias encendiendo una hoguera en una Selva Negra.

    As es como amor y deseo devolvan toda su dimensin a los actos insignificantes, renovando en una sola noche invernal de Pars toda la grandeza del mito.

    Ella se ech a rer cuando Rango logr encender la primera llama, y le dijo:

    Eres el Dios del Fuego.

    l la llev tan al fondo de su calor, cerrando tan ntimamente la puerta de su amor, que era imposible que entrase el aire exterior y corrosivo.

    Y ahora estaban contentos, haban alcanzado el sueo de todos los amantes: la isla desierta, la celda, el capullo en el que crear juntos y, desde el principio, un mundo.

    En la oscuridad se ofrendaban sus mltiples personalidades, evitando slo las ms recientes, la historia de los aos anteriores a su encuentro, por ser terreno peligroso del que podan surgir disensiones, dudas y celos. En la oscuridad ms bien buscaban ofrecerse mutuamente su personalidad ms antigua, ms inocente, menos poseda.

    ste era el paraso al que todo amante desea volver con el ser amado, recobrando una personalidad virgen que brindarse mutuamente.

    En ese momento Djuna se senta una muchachita jovencsima, volva a notar el contacto del crucifijo que haba llevado atado al cuello, y el incienso de la misa en las ventanas de la nariz. Recordaba el altarcito situado junto a su cama, el olor de las velas, las ajadas flores artificiales, el rostro de la virgen, y la sensacin de muerte y de pecado inextricablemente enlazadas en su cabecita infantil. Volvi a sentir sus senos pequeos contra el vestido modesto, y las piernas apretadas con fuerza. Ahora era la primera chica que l haba querido, la que haba ido a visitar en su caballo, despus de viajar toda la noche por las montaas para lograr verla fugazmente. Su rostro era el rostro de aquella muchacha a la que Rango slo haba hablado a travs de una verja de hierro. Su rostro era el rostro de sus sueos, un rostro con el dilatado entrecejo de las madonnas del siglo XVI. l se casara con esa muchacha y la guardara celosamente, como un esposo rabe, y el mundo jams la vera ni sabra de ella.

    En el fondo de ese amor, bajo la vasta tienda de ese amor, mientras l hablaba de su infancia recobraba, tambin, la inocencia, una inocencia mucho mayor que la primera pues no brotaba de la ignorancia, del temor, o de la neutralidad de la experiencia, sino que naca como un oro puro y refinado, producto de muchas pruebas y selecciones, del rechazo voluntario de las heces; naca, tras mltiples profanaciones, del valor que emanaba de capas del ser mucho ms profundas, inaccesibles a la juventud.

    Rango hablaba en la noche:

    La montaa en donde nac era un volcn apagado. Estaba ms cerca de la luna. All la luna resultaba tan inmensa que asustaba al hombre. A veces apareca con un halo rojizo, que cubra medio cielo, y todo quedaba teido de rojo... Cazbamos un pjaro que se aferraba

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    tanto a la vida que, despus de haberle disparado, los indios deban arrancarle dos plumas y hundrselas en el pescuezo, porque de lo contrario no se mora... Matbamos patos en los marjales, y en una ocasin qued atrapado en las arenas movedizas y me salv desprendindome rpidamente de las botas y saltando a tierra firme... Haba un guila domesticada que anidaba en nuestro tejado... Con las primeras luces, mi madre reuna a toda la familia y rezbamos el rosario... Los domingos dbamos comidas formales que duraban toda la tarde. Todava recuerdo el sabor del chocolate, que era espeso y dulce, al estilo espaol... Venan prelados y cardenales con sus prpuras y dorados aderezos. Vivamos como en la Espaa del siglo XVI. La grandiosidad de la naturaleza que nos rodeaba nos suma en una especie de trance. Era tan inmensa que causaba tristeza y soledad. Al principio, despus de Guatemala, Europa pareca tan pequea, tan zarrapastrosa. Una luna de juguete, me dije, un mar de juguete, casas y jardines tan diminutos. En mi tierra tardbamos seis horas en tren y tres semanas a caballo para llegar a la cima de la montaa adonde bamos a cazar. Permanecamos all durante meses, durmiendo en el suelo. Haba que avanzar lentamente, debido al esfuerzo del corazn. Ms all de cierta altura, los caballos y mulas no lo soportaban; les empezaban a sangrar los odos y la boca.

    Cuando llegbamos a los casquetes de nieve el aire era casi negro de tan intenso. Mirbamos desde acantilados cortados a pico, miles de millas ms abajo, y al fondo veamos la pequea y exuberante jungla tropical, de un verde lujuriante. A veces mi caballo avanzaba horas y horas junto a una cascada, hasta que el sonido de la catarata me hipnotizaba. Y durante todo ese tiempo, en la nieve y en la jungla, soaba con una mujer plida y esbelta... Cuando tena diecisiete aos me enamor de una estatuilla de una virgen espaola, que tena ese entrecejo ancho que t tienes. Soaba con esa mujer, que eras t, y soaba con ciudades, con vivir en ciudades... Arriba, en la montaa donde nac, nunca caminabas a pie llano, siempre caminabas por escaleras, una escalinata eterna hacia el cielo, construida con gigantescos bloques de piedra.

    Nadie sabe cmo lograron apilar esas piedras los indios; parece humanamente imposible. Pareca ms una escalera construida por dioses, porque los peldaos eran ms altos de lo que poda soportar el paso de un hombre. Fueron construidas para dioses gigantes, para los gigantes mayas esculpidos en granito, los que beban la sangre de los sacrificios, los que rean ante los exiguos esfuerzos de los hombres que se cansaban de dar aquellas grandes zancadas por las laderas de las montaas. Los volcanes entraban a menudo en erupcin y enterraban a los indios con fuego y lava y cenizas. Algunos fueron alcanzados mientras bajaban las piedras, los hombros doblegados, y quedaron petrificados en lava, como si hubiesen recibido la maldicin de la tierra, las maldiciones de las entraas de la tierra. A veces hallbamos restos de huellas mayores que las nuestras. Podan ser las botas blancas de los mayas? Donde yo nac empez el mundo. Donde yo nac existen ciudades enterradas bajo la lava, nios nonatos destruidos por volcanes. All arriba no haba mar alguno, pero s un lago que originaba tempestades igualmente violentas.

    A veces el viento era tan cortante que pareca que iba a decapitarte. Las nubes eran horadadas por tormentas de arena, la lava se solidificaba en forma de estrellas, los rboles moran de fiebres y desparramaban hojas cenicientas, el roco se evaporaba donde caa, y de los labios resecos y resquebrajados de la tierra levantbanse nubes... Y all nac yo. Y el primer recuerdo que tengo no se parece en nada al de otros nios; mi primer recuerdo es una pitn devorando a una vaca... Los pobres indios no tenan dinero para comprar atades para sus muertos. Cuando los cadveres no son depositados en atades se produce una combustin, pequeas explosiones de llamas azules, como cuando quema el azufre. Esas llamitas azules, vistas de noche, son extraas y sobrecogedoras... Para llegar a casa tenamos que cruzar un ro. Luego vena el patio delantero que era tan grande como la Place Vendme... Luego la capilla que perteneca a nuestro rancho.

    Cada domingo enviaban a un sacerdote desde la ciudad para que dijese misa... Era una casa vasta y destartalada, con muchos patios interiores. Era de un estuco de color coral plido. Haba una sala completamente llena de armas de fuego, todas ellas colgadas de las paredes. Otra pieza estaba repleta de libros. Todava recuerdo el aroma a madera de cedro de la habitacin de mi padre. Me encantaba su elegancia, su hombra, su valor... Una de mis tas se dedicaba a la msica; se cas con un hombre muy brutal que la hizo infeliz. Se dej morir de hambre, tocando el piano durante toda la noche. Mi inters hacia el piano me viene de orla tocar noche tras noche, hasta que muri, y de descubrir posteriormente aquella msica. Bach,

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    Beethoven, lo mejor, que en aquel tiempo eran muy poco conocidos en aquellos ranchos tan lejanos.

    A las escuelas de msica slo iban las nias. Se consideraba que era un arte afeminado. Tuve que dejar de asistir y estudiar por mi cuenta porque las muchachas se rean de m. Aunque era tan grandote, y tan bruto en muchos aspectos, y me gustaba cazar, pelear, montar a caballo, lo que ms me gustaba era el piano... La obsesin del hombre de las montaas es ver el mar. Jams olvidar mi primera visin del ocano. El tren lleg a las cuatro de la madrugada. Yo estaba aturdido, profundamente conmovido. Incluso ahora, cuando leo la Odisea, lo hago con la fascinacin del hombre de la montaa por el mar, del hombre de la nieve por los climas clidos, del indio oscuro y apasionado por la luz y la apacibilidad griega. Y tambin es eso lo que me atrae hacia ti, porque t eres el trpico, llevas el sol en ti, y la suavidad, y la claridad...

    Qu le haba ocurrido a aquel cuerpo hecho para la montaa, la violencia y la guerra? Una llamita azul de msica, de arte, proveniente del cuerpo de una ta que haba muerto interpretando a Bach, una llamita azul de inquieto azufre haba entrado en su cuerpo hecho para la caza, para la guerra, para las lides del amor. Aquel seuelo le haba alejado de su origen, atrayndole hacia ciudades, cafs, artistas.

    Pero no le haba convertido en artista.

    Haba sido una especie de espejismo, que le haba apartado de otras vidas, privndole de rancho, lujos, padres, matrimonios e hijos, para convertirle en un nmada, en un trotamundos, en un hombre inquieto y errante que jams podra regresar a su hogar: Porque estoy avergonzado, no tengo nada que mostrar, volvera como un pordiosero.

    La llamita azul de la msica y la poesa slo titilaba por la noche, durante las largas noches de amor, eso era todo. Durante el da era invisible. En cuanto llegaba el da, su cuerpo se ergua con tal energa que Djuna pensaba: conquistar el mundo. Su cuerpo: un cuerpo que no haba sido esculpido como el de un hombre de ciudad, con la precisin y la finura de una estatua acabada hasta el ms mnimo detalle, sino modelado en un barro ms compacto, ms tosco incluso, de contornos ms bastos, ms cercano a la escultura primitiva, como si hubiera mantenido un tanto los perfiles ms duros del indio, de los animales, de las rocas, la tierra y las plantas.

    Su madre sola decir: No me besas como un nio, sino como un animalillo.

    Empezaba el da lentamente, como un cachorro, frotndose los ojos con los puos cerrados, bostezando con los ojos cerrados, con una divertida y taimada arruga que le suba desde la boca hasta el pmulo; toda su fuerza, como en el len, oculta en una forma suave, sin ningn signo visible de esfuerzo.

    En la ciudad, aquel cuerpo hecho para movimientos violentos, para saltar, para enfrentarse a algn tipo de peligro, para equipararse a la zancada del caballo, de nada serva. Tena que ser desechado como un manto superfluo. Los firmes msculos, nervios, instintos, la rapidez animal eran intiles. Lo que deba despertar era la cabeza, no los msculos y tendones. Lo que deba despertar era la conciencia de un tipo diferente de peligros, un tipo diferente de esfuerzo, todo ello debidamente considerado, comprobado, aprendido en la cabeza, mediante un talento y una sabidura abstractos.

    La euforia fsica era destruida por la ciudad. La racin de aire y espacio era pequea. Los pulmones se contraan. La sangre se aguaba. El apetito quedaba ahito y corrompido.

    La visin, el esplendor, el ritmo del cuerpo se rompan instantneamente. El tiempo del reloj, las mquinas, las bocinas de los automviles, los pitidos, la congestin atrapaban al hombre en sus engranajes, le ensordecan, le atontaban. El ritmo de la ciudad se impona al hombre; la orden imperiosa de mantenerse vivo significaba, en realidad, convertirse en una abstraccin.

    La protesta de Rango consista en lanzarse a negar y destruir al enemigo. Decidi negar el tiempo del reloj y, al principio, todo cuanto ambicionaba se le escapaba. Daba tales rodeos para obedecer a su propio ritmo y no al de la ciudad, que cosas tan sencillas como afeitarse y comprar un filete le llevaban horas enteras, y la carta de vital importancia quedaba siempre por escribir. Si pasaba junto a un estanco, su costumbre de autodisciplinarse era ms fuerte que sus necesidades, y se olvidaba de comprar los cigarrillos que anhelaba, pero luego, cuando

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    estaba a punto de entrar en casa de un amigo para almorzar, daba un gran rodeo para comprar cigarrillos y llegaba demasiado tarde al almuerzo, encontrndose con que su amigo se haba ido, enojado, y as, una vez ms, el ritmo y el modelo de la ciudad quedaban destruidos, el orden se quebraba, y Rango se rompa con l, Rango que se quedaba sin comer.

    A veces intentaba dar con el amigo dirigindose al caf, pero una vez all encontraba a otra persona y se pona a hablar de encuadernaciones y, entretanto, otro amigo le esperaba en la embajada de Guatemala, le esperaba porque necesitaba su ayuda, que le presentase a alguien, y Rango jams apareca, y al mismo tiempo Zora le estaba aguardando en el hospital, y Djuna le aguardaba en la barcaza, y la cena que haba preparado se echaba a perder junto al fuego.

    En ese instante Rango se encontraba contemplando un grabado en las paradas de libros, o echaba los dados sobre el mostrador de un caf para jugarse una copa, y ahora que la rutina de la ciudad haba sido destruida, hecha aicos, Rango regresaba y le deca a Djuna: Estoy cansado. Y reclinaba su cabeza abatida, apesadumbrada, sobre sus senos, su cuerpo robusto sobre su cama, y todos sus incumplidos deseos, sus momentos abortados, se acostaban con l, como piedras en los bolsillos, hundindole, de modo que el lecho cruja con la inercia de sus palabras: Quisiera hacer esto, lo de ms all, quiero cambiar el mundo, quiero ir y pelear, quiero....

    Pero ya es de noche, el da ya se ha esfumado, ya se ha desintegrado en sus manos, Rango est cansado, tomar otra bebida del pequeo tonel, comer un pltano y empezar a hablar sobre su infancia, sobre el rbol del pan, el rbol de las sombras que matan, la muerte del negrito que su padre le haba regalado para su cumpleaos, un muchachito negro nacido el mismo da que l, pero en la selva, destinado a convertirse en su compaero de caceras, pero que falleci casi inmediatamente a causa del fro de las montaas.

    As, en la penumbra, cuando Rango haba destruido todo el orden de la ciudad porque la ciudad destrua su cuerpo, y el da yaca como un cementerio de negaciones, de rebeliones y abortos, cuando el da yaca como una red gigante en la que l mismo se haba enredado como un nio se enreda en un orden que no puede comprender, hasta correr peligro de autoestrangularse..., Djuna, temiendo que pudiese asfixiarse, o quedar aplastado, procuraba ir desenredando aquella madeja humana con todo cario, de modo parecido a como recoga los trozos de sus vasos rotos para volverlos a componer...

    Haban alcanzado un momento perfecto de amor humano. Haban creado un momento de comprensin y de acuerdo perfectos. Ese momento culminante iba a quedar ahora como punto de comparacin para atormentarles posteriormente, cuando todas las imperfecciones naturales lo desintegrasen.

    Al principio, los desajustes eran sutiles y no hacan prever la futura destruccin. Al principio la visin era ntida, como un cristal perfecto. Cada acto, cada palabra quedara grabado en l para proyectar luz y calor sobre las races crecientes del amor, o para distorsionarlo lentamente y corroer su expansin.

    Rango encendiendo el farolillo ante la llegada de Djuna, para que viese la luz roja desde lejos, para que se tranquilizara, para que se sintiese incitada a caminar ms aprisa, aliviada por ese smbolo de su presencia y su fervor. Rango preparando el fuego para que Djuna se calentase... Rango era incapaz de mantener esos ritos, porque no poda aguantar el esfuerzo de llegar puntual, ya que su costumbre inveterada haba acabado por crearle el hbito contrario: eludir, esquivar, dar al traste con todos los anhelos ajenos, con todos los compromisos, con todas las promesas, con todas las realidades.

    La mgica belleza de la simultaneidad, el ver al amado corriendo hacia ti en el instante en que t corres hacia l, el poder mgico de reunirse a las doce en punto de la noche para alcanzar la unin, la ilusin de un ritmo comn logrado superando obstculos, abandonando amigos, rompiendo otras ataduras... todo eso qued pronto disuelto a causa de su pereza, por su costumbre de faltar a todos los momentos, de jams cumplir su palabra, de vivir perversamente en un estado catico, de nadar con mayor naturalidad en un mar de intenciones fracasadas, promesas rotas y deseos abortados.

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    Para Djuna la importancia del ritmo era tan fuerte que, estuviera donde estuviese, incluso sin reloj, notaba que se aproximaba la medianoche y tomaba un autobs, con tal exactitud instintiva que, a menudo, cuando se apeaba, el gran reloj de la estacin daba las doce sonoras campanadas de la medianoche.

    Esta obediencia a la puntualidad corresponda a su conciencia de lo rara que resulta la unin completa entre los seres humanos. Era total y dolorosamente consciente de que, en dos corazones, la medianoche slo suena al unsono en contadas ocasiones, de que muy raramente la medianoche despierta dos deseos iguales, y de que cualquier desajuste en ese aspecto, cualquier indiferencia, representa un indicio de desunin, de las dificultades, las imposibilidades de fusin entre seres humanos.

    Su propia ligereza, su libertad de movimiento, su costumbre de sbitas desapariciones hacan que sus escapadas fuesen ms factibles, mientras que Rango, por el contrario, jams se haba ido, que se supiese, hasta que las botellas, la gente, la noche, el caf, las calles quedaban completamente vacas.

    Pero, para Djuna, la torpeza de Rango en superar los obstculos que le retrasaban disminua el poder de su amor.

    Poco a poco comprendi que Rango tena que encender dos fuegos, uno para Zora, en su hogar, y otro en la barcaza. Cuando llegaba tarde y empapado, Djuna se senta conmovida por su cansancio y porque comprenda las cargas que l soportaba en su hogar, y empezaba a encenderle el fuego.

    A Rango le gustaba dormir hasta avanzadas horas, pero ella se despertaba con el paso de las gabarras de carbn, con sus sirenas antiniebla y con el denso trfico que cruzaba por el puente. De modo que se vesta quedamente, corra al caf de la esquina y regresaba con caf y bollos para sorprenderle cuando despertase.

    Eres tan humana, Djuna, tan humana y clida...

    Qu esperabas que fuese?

    Oh, parece como si el da en que naciste hubieras dado un vistazo al mundo y hubieses decidido vivir en cierta regin entre el cielo y la tierra que los chinos llaman el Lugar de la Sabidura.

    El inmenso reloj de la estacin del Quai d'Orsay, que enviaba a la gente de viaje, mostraba por la maana un rostro tan enorme y lleno de reproches: es hora de cuidar de Zora, es hora de cuidar de tu padre, es hora de volver al mundo, hora hora hora...

    Como Djuna saba lo mucho que le haba gustado ver el farolillo rojo titilando tras el ventanuco de la barcaza cuando se acercaba a ella, al recaer Rango en su costumbre de llegar tarde, encendi el farolillo para l, sobreponindose al miedo que le inspiraba la barcaza oscura, el vigilante borracho, los vagabundos dormidos, las siluetas que se movan tras los rboles.

    Cuando descubri lo mucho que Rango necesitaba el vino, nunca dijo: No bebas. Compr un pequeo tonel en el rastro, lo hizo llenar de vino tinto y lo coloc junto a la cabecera de la cama, al alcance de su mano, confiando que su vida juntos, sus aventuras juntos, y las historias que se contaban para pasar el rato, no tardaran en ocupar el lugar del vino. Confiando que el calor de ambos sustituira al calor del vino, creyendo que todas las intoxicaciones naturales de las caricias emanaran de ella y no del pequeo tonel...

    Luego, un da, Rango apareci con unas tijeras en el bolsillo. Zora haba ingresado en el hospital por algunos das. Ella era quien siempre le cortaba el pelo. Rango odiaba a los peluqueros. Le gustara a Djuna cortarle el pelo?

    Su pelo espeso, brillante, rizado, negro, que no poda dominar el agua ni el aceite. Se lo cort tal como l deseaba y sintiose, por un momento, como su verdadera esposa.

    Luego Zora regres a casa, y sigui cuidando del pelo de Rango.

    Y Djuna llor por primera vez, y Rango no comprendi por qu lloraba.

    Me gustara ser yo quien te cortase el pelo.

    Rango hizo un ademn de impaciencia.

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    No veo por qu tienes que dar importancia a eso. No significa nada. No te comprendo lo ms mnimo.

    De no ser por la msica, podramos olvidarnos de la propia vida y nacer de nuevo, limpios de recuerdos. De no ser por la msica podramos deambular por los mercados de Guatemala, por las nieves del Tibet, subir los peldaos de los templos hindes, podramos cambiar de costumbres, desprendernos de nuestras posesiones, no retener nada del pasado.

    Pero la msica nos persigue con cierto aire familiar y el corazn ya no late en un bosque annimo de latidos, ya no es un templo, un mercado, una calle como un decorado teatral, sino que se ha convertido en escenario de una crisis humana inexorablemente repetida en todos sus detalles, como si la msica hubiese sido la propia partitura del drama y no su acompaamiento.

    La ltima escena entre Rango y Djuna hubiera podido diluirse en el sueo, y ella tal vez habra olvidado la negativa de Rango a dejarse cortar el pelo una vez ms, pero ahora el organillero del muelle haca girar la manivela maliciosamente, despertando en ella la evocacin de otra escena. No se habra sentido tan turbada por la evasividad de Rango, o por su defensa del derecho de Zora a cortarle el pelo, si eso no se hubiera sumado a otras escenas que el organillero haba presenciado con tonadas similares, recreados ahora para ella, escenas en las que Djuna no haba satisfecho su deseo, no haba obtenido respuesta.

    El organillero que tocaba Carmen la devolva inexorablemente, como un mago maligno, a aquel da de su infancia en que haba pedido un huevo de Pascua tan grande como ella, y su padre le haba replicado, impaciente: Qu deseo tan tonto!. O a otra ocasin en que le haba pedido que le dejase besarle los prpados y l se haba burlado de ella, o todava a aquella otra en la que ella haba llorado porque su padre se iba de viaje y l le haba dicho: No comprendo cmo puedes dar tanta importancia a eso.

    Ahora Rango deca lo mismo:

    No comprendo por qu te entristece que no puedas seguir cortndome el pelo.

    Por qu no haba abierto sus grandes brazos hacia ella, protegindola un instante mientras le deca: No puede ser, este derecho pertenece a Zora, pero comprendo lo que sientes, comprendo que te sientas frustrada en tu deseo de cuidarme como esposa....

    Ella quera decir: Oh, Rango, cudate. El amor nunca muere de muerte natural. Muere porque no sabemos cmo volver a colmar su fuente, muere de ceguera, y errores y traiciones. Muere de enfermedades y heridas, muere de cansancio, de envejecimiento, de rutina, pero nunca de muerte natural. Todo amante podra ser juzgado como asesino de su propio amor. Cuando algo te duele, te entristece, me apresuro a evitarlo, a alterarlo, a sentir lo que t sientes, pero t te vuelves con un gesto de impaciencia y dices: "No lo comprendo".

    Jams hubo una escena que se desarrollase entre seres humanos, sino mltiples escenas convergiendo como grandes afluyentes fluviales. Rango crea que aquella escena no contena nada que no fuera capricho de Djuna, un capricho que deba serle negado.

    No supo ver que contena, en uno solo, todos los deseos que a Djuna le haban sido prohibidos, y que esos deseos haban confluido en todas direcciones para encontrarse en esa interseccin y suplicar, una vez ms, un poco de comprensin.

    Durante todo el tiempo que el organillero estuvo desgranando las canciones de Carmen en el foso orquestal de esa escena, lo que se conjur no fue aquella estancia en una barcaza, y aquellas dos personas, sino una serie de piezas y una procesin de gentes, acumulndose hasta alcanzar proporciones inmensas, acumulando analogas y repeticiones de pequeos fracasos hasta contenerlos a todos, mientras la continuidad del acompaamiento del organillero los soldaba, los comprima en una amplia injusticia. Al ensanchar el corazn oprimido, la msica creaba una marea de injusticia para la que jams se haba construido Arca de No alguna.

    El chisporroteo del fuego suba por los aires; sus ojos reflejaban alegremente todas sus danzas.

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    Djuna mir a Rango con una premonicin de dificultades, porque a menudo ocurra que su alegra despertaba en l un sbito impulso por destruir su placer compartido. Las alegras de ambos nunca eran una isla luminosa en el presente, sino un acicate para que l recordara que Djuna haba estado viva anteriormente, que su conocimiento de las caricias se lo haban enseado otros, que haba sonredo otras noches, en otras habitaciones. En cada momento lgido de satisfaccin, Djuna temblaba ligeramente y se preguntaba cundo empezaran a deslizarse hacia el tormento.

    Esa noche el peligro apareci insospechadamente mientras hablaba de sus pintores preferidos, y Rango dijo de repente:

    Y pensar que considerabas a Jay un gran pintor!

    Cuando Djuna defenda a un amigo de la irona y los sarcasmos de Rango, l siempre se pona celoso, pero defender una opinin sobre un pintor, pens Djuna, era algo que poda hacer sin el menor peligro.

    Naturalmente, t defenders a Jay dijo Rango. l formaba parte de tu vida anterior, de tus antiguos valores. Eso jams podr cambiarlo. Quiero que pienses como yo.

    Pero, Rango, cmo podras respetar a alguien que cambiara de opinin simplemente por complacerte. Eso sera hipocresa.

    Admiras a Jay como pintor sencillamente porque Paul le admiraba. En pintura era el gran hroe de Paul.

    Qu quieres que diga, Rango? Qu puedo hacer para demostrarte que te pertenezco? No slo Paul est muy lejos, sino que adems sabes que nunca volveremos a vernos, que no ramos el uno para el otro. Le he abandonado por completo, y podra olvidarle si t me lo permitieses. T eres lo nico que constantemente me recuerda su existencia.

    En tales momentos Rango dejaba de ser el Rango ferviente, adorador, clido, corpulento y generoso. Su rostro se ensombreca a causa de la ira, y gesticulaba violentamente. Su conversacin se haca vaga e informe, y Djuna apenas era capaz de captar la frase reveladora que poda esconder la clave de la tormenta, permitindole abatirla o desviarla.

    Ante la injusticia de la situacin sinti que se apoderaba de ella una creciente clera. Por qu tena Rango que emplear el pasado para destruir el presente? Por qu buscaba el tormento deliberadamente?

    Djuna abandon la mesa con rapidez y subi a cubierta. Tom asiento cerca de la cadena del ancla, en la oscuridad. La lluvia caa sobre ella, pero no la notaba; se hallaba perdida y confusa.

    Y entonces le sinti a su lado.

    Djuna! Djuna!

    La bes, y la lluvia y las lgrimas y su aliento se confundieron. En su beso haba tal desesperacin que Djuna se abland. Era como si la pelea hubiese arrancado una capa y dejado un ncleo cual un nervio al descubierto, de modo que el beso qued magnificado, intensificado, como si el dolor hubiese producido una aguda incisin para una ms honda penetracin del placer.

    Qu puedo hacer? murmur ella. Qu puedo hacer?

    Estoy celoso porque te amo.

    Pero, Rango, no tienes motivos para estarlo.

    Era como si ambos compartiesen su enfermedad de duda y, juntos, buscaran un remedio.

    A ella le pareca que si deca: Jay era un mal pintor, Rango comprendera claramente aquella retractacin, aquel absurdo. Sin embargo, cmo poda volver a ganar su confianza? Todo su cuerpo exiga seguridad, y si todo su amor no bastaba, qu otra cosa poda darle Djuna para disipar sus dudas?

    Cuando volvieron a la habitacin el fuego languideca.

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    Rango no se relaj. Dio con algunos libros que Djuna iba a tirar, amontonados junto a la papelera. Los recogi y los estudi, uno por uno, como un detective.

    Luego dej los que ella haba apartado y se dirigi a los que se hallaban alineados en el anaquel.

    Eligi uno al azar y en la sobrecubierta ley De Paul.

    Era un libro sobre Jay, con reproducciones de sus cuadros.

    Djuna dijo:

    Si eso te hace feliz, lo puedes tirar con los otros.

    Los quemaremos dijo l.

    Qumalos todos aadi ella con amargura.

    Para Djuna aquello no era tan slo una oferta de paz ante los atormentadores celos de l, sino una sbita clera ante aquel montn de libros cuyo contenido no la haba preparado para momentos como aqul. Todas aquellas novelas ocultaban cuidadosamente la verdad sobre el carcter, sobre las oscuridades, los enredos, los misterios. Palabras palabras palabras palabras y ninguna revelacin de las trampas, de los abismos en que caan los seres humanos.

    Que Rango los quemase todos; se lo tenan bien merecido.

    (Rango cree que est quemando momentos de mi vida con Paul. Slo est quemando palabras, palabras que rehuan todas las verdades, que rehuan lo esencial, que rehuan el diablo desnudo que hay en los seres humanos, y que se sumaban a la ceguera, a los errores. Novelas que prometen experiencia, y que luego se quedan en la periferia, reseando slo el parecido, las ilusiones, el ropaje y las falsedades, sin abrir pozos, sin preparar a nadie para las crisis, los fracasos, las guerras y las trampas de la vida humana. Sin ensear nada, sin revelar nada, estafndonos la verdad, la inmediatez, la realidad. Que los queme todos, que queme todos los libros del mundo que han evitado el conocimiento descarnado de las crueldades que ocurren entre hombres y mujeres en la sima de las noches solitarias. Sus abstracciones y evasiones no sirvieron de coraza contra los momentos de desesperacin.)

    Se sent junto a l, frente al fuego, compartiendo aquella hoguera primitiva. Un ritual para introducir una nueva vida.

    Si l segua destruyendo malvolamente tal vez alcanzasen una especie de isla desierta, una mutua posesin final. A veces aquel absoluto que Rango exiga, aquel despojarse de todo lo exterior para tallar una nica figura de hombre y mujer unidos, le pareca a Djuna algo deseable, quizs un trmino, un final irrevocable para todas las fiebres e inquietudes del amor, una especie de unin finita. Quizs existiese una fusin perfecta para los amantes dispuestos a destruir el mundo que les rodeaba. Rango crea que la simiente de la destruccin resida en ese mundo, por ejemplo en esos libros que le revelaban demasiado descaradamente la diferencia entre la mentalidad de ambos.

    Por eso, para fundirse, era preciso, al menos para Rango, destruir las diferencias.

    Que quemasen el pasado, si queran, pues l lo consideraba como una amenaza a su unin.

    Rango estaba situando la imagen de Paul en otro compartimiento del corazn de Djuna, un compartimiento aislado, sin pasillos que comunicasen con el que l habitaba. Un lugar en algn oscuro cobijo, por el que fluye el amor eterno, un reino tan distinto del habitado por l que jams se encontraran o tropezaran en aquellas vastas ciudades interiores.

    El corazn... es un rgano... dividido en cuatro cavidades o compartimentos... Un tabique separa los compartimientos de la izquierda de los de la derecha y entre ellos no es posible ninguna comunicacin directa...

    La imagen de Paul fue perseguida hasta el compartimento de la afabilidad y ocultada en l, mientras Rango la rechazaba con el holocausto de los libros que haba ledo con Djuna.

    (Paul, Paul, ste es el derecho que nunca reclamaste, el fervor que jams mostraste. Eras tan fro y ligero, tan evasivo, y nunca te sent rodendome y exigiendo poseerme. Rango est diciendo todas las palabras que yo te hubiera querido or. Nunca te acercaste a m, ni siquiera cuando me hablabas. Me hiciste tuya como los hombres hacen suyas a las mujeres

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    extranjeras, de lejanos pases, cuya lengua desconocen. Me hiciste tuya con silencio y reserva...)

    Cuando Rango se qued dormido, cuando el farolillo afrodisaco hubo consumido su aceite, Djuna sigui despierta, sacudida por los ecos de la violencia de Rango y por el descubrimiento de que la confianza de l tendra que ser ganada nuevamente cada da, de que ninguna de aquellas enfermedades del espritu se curara con amor o devocin, porque el mal estaba en las races, y de que quienes se abocasen a paliar los sntomas obvios asumiran una tarea interminable, una tarea sin esperanzas de curacin.

    La palabra que Rango tena con ms frecuencia en los labios era dificultades.

    Rompa el vaso, derramaba el vino, quemaba la mesa con cigarrillos, beba el vino que debilitaba su voluntad, se pasaba las horas hablando de sus planes, se desgarraba los bolsillos, se le caan los botones, rompa los peines.

    Sola decir: Pintar la puerta. Comprar aceite para el farolillo. Reparar la gotera del techo. Y transcurran meses y meses: la puerta segua sin pintar, la gotera sin reparar, el farolillo sin aceite.

    Deca: Dara mi vida por unos meses de plenitud, de xito, de algo de lo que pudiera sentirme orgulloso.

    Y luego beba un poquito ms de vino tinto, encenda otro cigarrillo. Dejaba caer los brazos; se tumbaba junto a Djuna y haca el amor con ella.

    Al entrar en una tienda, Djuna vio una cerradura que necesitaban para la puerta de la escotilla y dijo:

    Comprmosla.

    No repuso Rango. He visto otra ms barata en otro sitio.

    Ella desisti. Y al da siguiente le dijo:

    Voy cerca del sitio donde dijiste que vendan cerraduras ms baratas. Dime dnde est y comprar una.

    No respondi Rango. Hoy voy a ir all. Yo la comprar.

    Pasaban semanas, pasaban meses, y sus pertenencias iban desapareciendo porque no tenan cerrojo en la puerta de la escotilla.

    En el tero de su amor no se engendraba ningn hijo, ningn hijo, slo mltiples promesas rotas, cada da un deseo abortado, un objeto perdido, un libro sin leer colocado fuera de lugar, desordenando la habitacin como una buhardilla de objetos desechados.

    Rango slo quera besarla con frenes, hablar con vehemencia, beber copiosamente y dormir hasta bien avanzada la maana.

    Su cuerpo siempre estaba febril, sus ojos encendidos, como si, con el alba, fuese a vestir una pesada armadura de acero y emprender una cruzada como un amante de mitos.

    La cruzada era el caf.

    Djuna deseaba rer y olvidarse de sus palabras, pero l no le permita rerse ni olvidar. Insista en que ella deba retener aquella imagen de s mismo creada en sus conversaciones nocturnas, la imagen de sus intenciones y aspiraciones. Cada da le entregaba de nuevo una telaraa de fantasas, y quera que Djuna hiciese con ella una vela para que condujera su barcaza a un puerto de grandeza.

    No le permita rer. Cuando, a veces, estaba a punto de sucumbir a aquella fantasa, de aceptar al Rango que no creaba nada, y deca alegremente: Al principio de conocerte queras ser un vagabundo. Djame ser la esposa de un vagabundo, entonces l frunca el ceo con severidad y le recordaba la existencia de un destino ms austero, reprochndole que se rindiese y rebajase sus objetivos. Era inflexible en su deseo de que Djuna le recordase las promesas que le haba hecho a ella y a s mismo.

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    Esa insistencia en su sueo de otro Rango despertaba la compasin de Djuna. Sus palabras y su ideal de s mismo la decepcionaban. La haba nombrado no slo ngel de la guarda, sino memento de sus ideales.

    En ocasiones, a Djuna le hubiera gustado descender con l a regiones ms humanamente accesibles, a un mundo despreocupado. Le envidiaba por las horas atolondradas que pasaba en el caf, por sus alegres amistades, por su antigua vida con los zngaros, por sus temerarias aventuras. La noche en que l y sus compaeros de bar robaron un bote y remaron Sena arriba cantando, en busca de suicidas a los que salvar. Su despertar, algunos das, en lejanos bancos de barrios desconocidos de la ciudad. Sus largas conversaciones con extraos al amanecer, lejos de Pars, en algn camin que se haba parado a recogerle. Pero le estaba vedada la entrada a aquel mundo con l.

    Su presencia haba hecho despertar en Rango a un hombre repentinamente vapuleado por sus antiguos ideales cuya perdida madurez quera afirmarse en la accin. Con su conquista de Djuna, Rango consideraba que haba reconquistado su antigua personalidad antes de que se desintegrase, puesto que haba reconquistado su primer ideal femenino, aquel que no haba alcanzado la primera vez, aquel al que haba renunciado por completo en su matrimonio con Zora... Zora, polo opuesto a lo soado en primer lugar.

    Qu gran rodeo haba significado su eleccin de Zora, una eleccin que le haba llevado al nomadismo, el caos y la destruccin.

    Pero este nuevo amor encerraba la posibilidad de un nuevo mundo, el mundo que intentara alcanzar, sin lograrlo, al principio, el mundo no haba podido alcanzar con Zora.

    A veces deca: Es posible que hace slo un ao fuese un bohemio?

    Ella haba tocado inconscientemente los resortes de su verdadera naturaleza: su orgullo, su necesidad de mando, su primera ambicin de jugar un papel importante en la historia.

    Haba ocasiones en las que Djuna senta no que su vida pasada le hubiese corrompido porque, a pesar de su anarqua, de su destructividad, su ncleo haba permanecido humano y puro, sino que quiz los resortes de Rango, los resortes de su voluntad, se hubiesen roto a causa del tumultuoso curso de su vida.

    Qu poda lograr el amor? Tal vez pudiese extraer de su cuerpo los venenos del fracaso y la amargura, de las traiciones y humillaciones, pero sera capaz de reparar un resorte roto, roto por aos y aos de disolucin y rendiciones?

    El amor por lo incorrupto, lo intacto, por la bondad bsica de otro, poda dar una suavidad al aire, una acariciante oscilacin a los rboles, un regocijo a las fuentes, poda desterrar la tristeza poda originar todos los sntomas del renacer...

    Rango era como la naturaleza, bueno, agreste, y a veces cruel. Tena todos los estados de la naturaleza: belleza, timidez, violencia y ternura. La naturaleza era el caos.

    En lo ms alto de las montaas empezaba una vez ms Rango, como si continuase contndole historias del pasado que amaba, jams del pasado del que se avergonzaba, en una montaa dos veces ms alta que el Mont Blanc, hay un laguito dentro de un cobijo de rocas volcnicas negras, bruidas como mrmol negro, en medio de cumbres de nieves perpetuas. Los indios suban a visitarlo, para ver sus espejismos. Lo que yo vi en el lago fue una escena tropical, opulentamente tropical, palmeras y frutas y flores. Eso es lo que t eres para m, un oasis. Me envenenas y al mismo tiempo me das fuerza.

    (La pcima del amor no constitua escapatoria, porque en sus anillos yacen latentes sueos de grandeza que despiertan cuando hombres y mujeres se fecundan profundamente. Siempre nace algo del hombre y la mujer que yacen juntos e intercambian las esencias de sus vidas. Siempre es arrastrada alguna semilla que se abre en el suelo de la pasin. Los vapores del deseo son la matriz del nacimiento del hombre, y a menudo en la embriaguez de las caricias se forja la historia, y la ciencia, y la filosofa. Una mujer, mientras cose, cocina, abraza, cubre, calienta, tambin suea que el hombre que la posea ser ms que un hombre, ser la figura mitolgica de sus sueos, el hroe, el descubridor, el constructor... A menos que sea una furcia annima, ningn hombre penetra impunemente a una mujer, porque all donde se mezcla la semilla de hombre y mujer, dentro de las gotas de sangre que se entremezclan,

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    los cambios que ocurren son los mismos que los de los grandes y caudalosos ros de la herencia, que, adems de transmitir los rasgos fsicos, transmiten los rasgos del carcter de padre a hijo y a nieto. Recuerdos de experiencias son transmitidos por las mismas clulas que repitieron la forma de una nariz, una mano, el tono de una voz, el color de un ojo. Esos grandes y caudalosos ros de la herencia transmitieron rasgos y llevaron sueos de un puerto a otro hasta su realizacin, y dieron a luz a personalidades nunca nacidas antes... No hay hombre ni mujer que sepa lo que nacer en la oscuridad de su entreveramiento; tantas cosas adems de nios, tantos partos invisibles, tantos intercambios de alma y carcter, tantos florecimientos de personalidades desconocidas, tantas liberaciones de tesoros ocultos, de fantasas soterradas...)

    Entre ellos exista esta diferencia: que cuando esos pensamientos salan a la superficie de la conciencia de Djuna, ella no se los poda comunicar a Rango porque se rea de ella. Tonteras msticas, deca.

    Un da, mientras Rango se dedicaba a cortar madera, encender el fuego, traer agua desde la fuente con energa y exaltacin, sonriendo con una sonrisa de fe y placer absolutos, Djuna sinti: nacern cosas maravillosas.

    Pero al da siguiente Rango estaba sentado en el caf y rea como un pcaro, y cuando Djuna pas tuvo que habrselas con otro Rango, un Rango que se apoyaba en el mostrador con la bravuconera de un borracho, riendo con la cabeza echada hacia atrs y los ojos cerrados, olvidndose de ella, olvidndose de Zora, olvidndose de la poltica y la historia, olvidndose del alquiler, el marketing, las obligaciones, las citas, los amigos, mdicos, medicinas, placeres, olvidndose de la ciudad, de su pasado, de su futuro, de su personalidad actual, en una amnesia temporal que al da siguiente le dejaba deprimido, inerte, envenenado con sus propias cleras consigo mismo, enojado con el mundo, enojado con el cielo, la barcaza, los libros, enojado con todo.

    Y al tercer da era otro Rango, turbulento, excntrico, oscuro, como Heathcliff, dijo Djuna, destruyndolo todo. se fue el da que sigui a las borracheras: una disputa con Zora, una pelea con el vigilante. A veces regresaba con la cara marcada por una reyerta en el caf. Las manos le temblaban. Sus ojos brillaban, con un destello amarillo. Djuna apartaba la cara de su aliento, pero su voz clida, profunda, haca que volviese de nuevo el rostro al decir: Me he metido en un lo, una mala cosa....

    Las noches de viento, los postigos golpeaban contra las paredes como alas huesudas de un albatros gigante.

    La pared a la que estaba arrimada la cama era furiosamente lamida por las pequeas olas del ro y podan or su lap lap lap contra los costados mohosos.

    En la oscuridad de la barcaza, con las cuadernas de madera gruendo y la lluvia cayendo en la estancia por el techo sin reparar, los pasos resonaban ms fuertes y siniestros. El ro pareca temerario y colrico.

    Contra el humo y la neblina de sus caricias, se levantaban aquellos bruscos cambios de temperamento, cuando la barcaza dejaba de ser la clula de una misteriosa vida nueva, un refugio encantado; cuando se converta en emplazamiento de iras reprimidas, como una carga de cajas de dinamita esperando la explosin.

    Porque la clera y las batallas de Rango con el mundo se tornaban veneno. El mundo tena la culpa de todo. El mundo tena la culpa de que Zora hubiera nacido pobrsima, de que su madre estuviese loca, de que su padre las hubiese abandonado. El mundo tena la culpa de su desnutricin, de su falta de salud, de su matrimonio precoz, de sus problemas. Los mdicos tenan la culpa de que no se pusiera buena. El pblico tena la culpa por no comprender sus bailes. El casero hubiera debido permitirles no pagar el alquiler. El tendero no tena ningn derecho a reclamar lo que le deban. Eran pobres y tenan derecho a ser compadecidos.

    El ruido de la cadena amarrando y largando el bote de remos, la furia invernal del Sena, los suicidas del puente, el viejo vigilante golpeando sus cubos cuando saltaba por encima de la pasarela y escaleras abajo, el agua calando demasiado aprisa en la sentina de la barcaza sin ser bombeada, la humedad acumulndose y pintando zapatos y vestidos de moho. Agujeros en

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    el suelo, por tapar, a travs de los cuales el agua reluca como los ojos del ro, y por donde las patas de las sillas caan una y otra vez como patas de animales presos en una trampa.

    Rango coment:

    Una vez mi madre me dijo: Cmo quieres llegar a tocar el piano? Tienes manos de salvaje.

    No replic Djuna, tus manos son exactamente como t. Tres dedos son fuertes y salvajes, pero los dos ltimos, los ms chicos, son sensibles y delicados. Tu mano es igual que t; el corazn es tierno pero est envuelto por una naturaleza sombra y violenta. Cuando te confas eres tierno y delicado, pero cuando dudas eres peligroso y destructivo.

    Siempre me he puesto del lado de los rebeldes. En una ocasin me nombraron jefe de polica de mi ciudad natal y me mandaron con un pelotn a capturar a un bandido que haba estado asolando a los pueblecitos indios. Cuando llegu al sitio me hice amigo del bandido y estuvimos jugando a cartas y bebiendo toda la noche.

    Qu es lo que mat tu fe en el amor, Rango? Nunca fuiste traicionado.

    No acepto que pudieses amar a alguien antes de conocerme a m.

    Djuna permaneci callada, pensando que los celos del pasado no tenan fundamento alguno, pensando que las posesiones y caricias ms profundas quedaban almacenadas en las buhardillas del corazn, pero que no tenan poder para resucitar y penetrar en las estancias iluminadas del presente. Permanecan envueltas en penumbra y polvo, y si una vieja asociacin haca revivir una sensacin aeja, sta slo duraba un instante, como un eco, intermitente y transitoria. La vida arrastra, apaga y acalla las ms indelebles experiencias hacia la laguna Estigia de mundos desvanecidos. El cuerpo tiene sus ncleos y sus periferias y un modo muy misterioso de mantener a los intrusos en la orilla exterior. Un milln de clulas protegen el ncleo de un amor profundo de las invasiones fantasmales, de las reapariciones de amores pretritos.

    Un presente intenso, vivido, era el mejor exorcista del pasado.

    De modo que cada vez que Rango iniciaba sus exploraciones inquisitoriales de los recuerdos de Djuna, esperando dar con algn intruso, batirse con Paul, Djuna se echaba a rer:

    Tus celos son necroflicos! Te dedicas a violar sepulturas!

    Pues menudo tu amor por los muertos! Estoy convencido de que cada da les llevas flores.

    Hoy no he ido al cementerio, Rango!

    Cuando ests aqu s que eres ma. Pero cuando subes esas escaleritas, fuera de la barcaza, caminando con tu pasito rpido rpido, entras en otro mundo y dejas de pertenecerme.

    Pero, Rango, cuando subes las escaleras t tambin entras en otro mundo, y dejas de pertenecerme. Entonces perteneces a Zora, a tus amigos, al caf, a la poltica.

    (Por qu se muestra tan rpido en denunciar la traicin? Dos caricias jams se parecen. Cada amante abraza un cuerpo nuevo hasta que lo llena con su esencia, y no existen dos esencias idnticas, ni hay sabor que se repita...)

    Me encantan tus orejas, Djuna. Son pequeas y delicadas. Toda la vida he soado con unas orejas como las tuyas.

    Y buscando unas orejas diste conmigo!

    Rango ri de buena gana, cerrando los ojos como un gato, juntando ambos prpados. La risa haca que sus pmulos altos fuesen todava ms plenos, y a veces pareca un nobilsimo len.

    Quiero llegar a ser alguien. Vivimos encima de un volcn. Tal vez necesites mi fuerza. Quiero ser capaz de cuidar de ti.

    Rango, comprendo tu vida. En ti existe una gran fuerza, pero hay algo que te frena, que te bloquea. Qu es? Esa gran fuerza explosiva que hay en ti est completamente desperdiciada. Finges ser indiferente, despreocupado, temerario, pero noto que en el fondo te afecta. A veces te pareces a Pedro el Grande, construyendo una ciudad sobre un pantano, rescatando a los dbiles, cargando en la batalla. Por qu ahogas en vino la dinamita que

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    llevas dentro? Por qu tienes tanto miedo a crear? Por qu colocas tantos obstculos en tu propio camino? Ahogas tu fuerza, la desperdicias. Deberas construir...

    Le bes, buscando y esforzndose en comprenderle, por besar al Rango secreto, para que saliese a la superficie, para que se hiciese visible y accesible.

    Y entonces l le revel el secreto de su comportamiento con palabras que hicieron que su corazn se estremeciera:

    Es intil, Djuna. Zora y yo somos vctimas de la fatalidad. Todo cuanto he intentado ha sido un fracaso. Tengo mala suerte. Todo el mundo me ha hecho dao, empezando por mi familia, mis amigos, todos. Todo ha sido distorsionado, es intil.

    Pero, Rango, yo no creo en la fatalidad. Existe una pauta interior del carcter que puedes descubrir y modificar. Slo los romnticos creen que somos vctimas del destino. Y t siempre hablas en contra de los romnticos.

    Rango deneg con vehemencia, impaciente.

    No hay que meterse con la naturaleza. Se nace con un carcter determinado y si se es tu destino, como t dices, bueno, no hay nada a hacer. El carcter no puede ser modificado.

    Rango tena esas iluminaciones instintivas, destellos de intuicin, pero eran intermitentes, como relmpagos en el cielo tempestuoso, y luego, entre unos y otros, volva a quedarse ciego.

    Adems, la bondad que a veces resplandeca en l con tanto brillo careca de profundidad; ni siquiera era consciente de que pasaba de la bondad a la clera, y no poda conjurar ningn tipo de comprensin contra sus estallidos de violencia.

    Djuna tema aquellos cambios. El rostro de Rango, en ocasiones bello, humano y prximo, era en otras retorcido, cruel y amargo. Ella quera saber qu provocaba aquellos cambios para evitar los estragos que causaban, pero l eluda todo esfuerzo de comprensin.

    Djuna hubiera deseado no haberle contado nunca nada sobre su pasado. Recordaba lo que la haba llevado a hablar. Fue durante la primera parte de su relacin, cuando una noche Rango se inclin sobre ella murmurando: Eres un ngel. No acabo de creer que puedas ser tomada como una mujer. Y vacil un instante antes de abrazarla.

    Djuna se haba apresurado a mostrarle todo lo contrario, negndoselo con ahnco. Tena tanto miedo a que le dijeran que era un ngel como otras mujeres a ver revelado su demonio. Notaba que no era cierto, que, como todo el mundo, ella tambin tena su demonio, aunque lo controlase rgidamente, sin permitirle que jams causara el menor dao.

    Tambin albergaba el temor de que aquella imagen del ngel eclipsara a la mujer que haba en ella, a la mujer deseosa de un lazo terrenal. Para ella un ngel era el compaero de cama menos codiciable!

    Hablar sobre el pasado haba sido su modo de decir:

    Soy una mujer, no un ngel.

    Un ngel sensual concedi l entonces. Pero lo que le qued grabado fue la obediencia de Djuna a sus impulsos, su capacidad de amor, el modo como se entregaba, y en ello bas, a partir de entonces, las dudas sobre su fidelidad.

    Y t eres un Vesubio dijo ella riendo. Cada vez que hablo de comprensin, de dominio, de cambio, te enojas como un terremoto. T no crees que el destino se pueda cambiar.

    El indio maya no es mstico, es pantesta. Su madre es la tierra. Slo tiene una palabra para madre y tierra. Cuando un indio mora, en su tumba colocaban comida de verdad y seguan alimentndole.

    Una comida simblica no sabe tan bien como la comida de verdad!

    (Es celoso y posesivo porque se halla sobre la tierra. Sus cleras son terrenales. Su cuerpo fortachn es de la tierra. Sus rodillas son de hierro, fortalecidas de tanto apretar ijadas de caballos salvajes. Su cuerpo tiene todos los aromas de la tierra: especias, jengibre, almizcle, pimienta, vino, opio. Tiene el cuello suave de una estatua, la arrogancia espaola de la cabeza, y tambin la sumisin india. Tiene la gracia torpe de un animal. Sus manos y pies

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    son ms bien patas. Cuando agarra un gato que se escabulle, es ms rpido que l. Se sienta en cuclillas como un indio y luego brinca con sus robustas piernas. Me encanta el modo como sus altos pmulos se mueven al rer. Dormido muestra las lujuriosas pestaas de carbn de una mujer. La nariz tan redonda y jovial; todo poderoso y sensual excepto su boca. Su boca es pequea y tmida.)

    Lo que Djuna crea era que su fuego y fuerza entraran en erupcin, como un volcn, brindndoles la libertad a l y a ella. Crea que el fuego que haba en Rango abrasara todas las cadenas que le ataban. Pero tambin el fuego debe seguir una direccin. Y su fuego era ciego. Pero Djuna no lo era. Ella le ayudara.

    A pesar de su vitalidad fsica, Rango se encontraba desvalido, estaba atado y amarrado. Poda pegar fuego a una habitacin, destruir, pero todava no poda construir. Estaba ligado y cegado como lo est la naturaleza. Sus manos podan romper lo que sostuvieran por pura fuerza, por una fuerza que l no poda mesurar, pero era incapaz de construir. Su caos i