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8/15/2019 19010315_LA REVISTA BLANCA
1/36
F
uti»V Jb lE iá í. .2£^
oía6oraóorcs.
Soledad Gustavo.
Luisa Michel.
Pedro Dorado.
F. Giner de los Ríos.
Juan Giné y Partagás.
Pompeyo Gener.
U. González Serrano.
José Esquerdo.
A . Sánchez Pérez.
Fernando Tarrida.
Francisco Salazar.
Alejandro Sawa.
Manuel Cossío.
Alejandro Lerroux.
Migj^l Unamuno.
Anselmo Lorenzo.
Fermín Salvochea.
Ricardo Mella.
Adolfo Luna.
Jaime Brossa.
Ricardo Rubio.
Pedro Corominas.
José Nakens.
Nicolás Estévanez.
Doctor Boudín.
Donato Luben.
Gerente,
f « d e r i c o U r a l e s
\
^ífc.
8/15/2019 19010315_LA REVISTA BLANCA
2/36
c urr oci n
TRES TOMOS ELEGANTEMENTE IMPRESOS, 4 p e s e t a s - ~ > J ^
r~
z t? : ^
Obra de carácter puramente s o c i a l i s t a . ^ En venta: Casa editorial Mancci, Barcelona.
fryf ñT il iinT fiíTTM ti 1111 ti i i i>i i »i i li ni i i iiiiinii iti»*ll« i>
8/15/2019 19010315_LA REVISTA BLANCA
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L R E V I S T B L M C
S O C I O L O G Í A , C I E N C I A Y A R T E
i . . - . - , , , . , , , . . ^ . 1(1 AD M IN IST RA CIÓ N: l?l . , , . , , „ „ I
I ANO IV.—NUM. 66. || | CRISTÓBAL BOHDÍÜ, I . -M AD RID | | 5 de Marzo de 1901
S O C I O l i O G I A : La evolución déla ñlosofía en España p o r F e d e r i c o U r a l e s . — C a m p o s , fábricas y ta
lleres por P e d r o K r opo t k i n .
C I E X C I A ¥ A R T E ;
— C r ó n / c a c f e n f/ f ic a , p o r T a r r i d a d e l M á r m o l . — M a a i f e s f a o / o u e s J i f e r a r j a s y a r -
, tísticas por A r m a ndo G ue r ra . — j L os malos pastores por O c t a v i o M kbe a u .
S E C C I O X C l E X E I l A L i : La religión y la ciencia por A ns e l m o Lomnzo.—Pedro Lavroíf p o r M . G . -
EJ se r i iunaanü, ¿ f ÍKne a i /na .^ , por Cons tanc io Horneo.
SOCIOLOGÍ
L E V O L U C I Ó N BE LA F I L O S O P Í EN E S P f l
SE G Ú N A PA RT E
V
De
Séneca
á
Averroes.
Introducción á la segunda parte:
Relación
que
la filosofía y el arte tienen con los
estados
orgánicos
de
los pensadores
y de los
artistas
—
Analogía
de los filósofos
paganos con
los
naturalistas presentes
—
La decadencia
del
cristia7iismo fisiológicamente
considerada.— La
muerte de la
energía intelectual
y moral
como consecuencia
de la
degeneración
física.— Di
ferencia de
causas
en la
relación orgánica que
existe de nuestros
sociólogos
naturalistas á
los filósofos
griegos
—
Dos estados
físicos y dos
estados
morales.— El ideal se
concibe
con
forme
nuestras condiciones
físicas.--Toda doctrina tiene sus m ísticos.— La autoridad y
la moral son un
obstáculo
á la dicha
humana
—
Inmutabilidad
é
inconsciencia
de la evolu
ción.
—
Los
hombres actuales
no
somos
el tipo de la
evolución —El
ideal de la
ciencia
y de
la sociología.—
Un medio
de sujetar unos
hombres
á otros ha
pasado
á la
categoría de
Jus
ticia.— El
dualismo
ilosófico. El
estado
de los
caracteres morales
y
ilosóficos
en tiempo
de San Agustín.— La lucha entre las
especies
intelectuales.— La influencia que Séneca
pudo tener en España por haber
nacido
en Córdoba.—Los filósofos
españoles
antes de la
escuela
de Sevilla.— El arrianismo en España.— La obra de Osario.— La
conversión
de
Becaredo.— La
verdadera
filosofía española.— La
escuela
de Sevilla.—Sus fundadores y
su obra.— La
invasión árabe
—
Efectos q ue
produjo en la filosofía eipañola.— Los
filó
sofos
judíos y
árabes españoles —Influencia que en ellos
pudo tener
Pelagio. Alfardbí
Avi-
cena
en África.
—
Avempace; el positivismo y
el
individualismo
de
El Régim en del Solita
rio.—Ebubeke (Tofail); su
individualismo
acentuado su
religión
—
Salomón
Ben Oebirol;
su individualismo místico;
Fue nte de la Vida,
canto de muerte
—
Maimonades
racionalista;
la
esencia
de su
doctrina.— Averroes
su doctrina;
las persecuciones
que le
valió; aristoté-
lico puro.
Antf 8 de contin ar record em os el carácter de la filosofía griega y de este recue rdo
Eurgirá un contraste singu lar del que podremos d educir saludabl s enseñan zas.
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5 6 U K C V I B T A BIJUIO
Cuando una de las manifestaciones hum an as es somb ría reg ula rm ent e lo son las
dem ás. Cuan do la filosofía es expansiva tolerante liberal natura lista el arte es alegre
bullicioso am ant e del goce y de la vida. No obs tante las man ifestaciones cerebrales
no son m ás que el efecto de un estado psíquico y si este libro tuvie ra por objeto
hacer un análisis fisiológico de los pen^adorea y de los artis tas preciso sería demos-
trar qu e á su vez el estado psíquico uo es otra cosa que el efecto de un estado corpo-
ral; es decir seria preciso dem ostrar la relación que existe de la salud d el cuerpo á la
salud del cerebro y de la salud del cerebro á la salud de la filosofía y del arte . Fu era
este un cam ino lleno de escollos para^ nosotros tan to porqu e estam os poco iniciad os
en Ciencias N atura les cua nto por que nos faltaría crédito filosófico y firma literaria
para resistir el mal hum or de los artistas y de los literatos de nues tro tiem po casi
todos partidarios del arte decadente sin objetivo ideal porque la mayoría tienen en-
fermo el cerebro; y estos intelectua les oirían con mal tal an te por lo m ism o que les
enseñaríamos sus deficiencias como animales y como artistas los argumentos y datos
que aquí podrían exponerse; pues es sabido que el hom bre má s sabio es aquel que
má s nos halaga y el más necio aquel que m enos nos complace.
Pero es tan íntima la relación que xiste por ejem plo ent re el estado corporal de
los filósofos griegos y el de nu estro s filósofos y sociólogos y tan estrecha la sem ejanza
que va del estado psíquico de los filósofos y moralistas cristianos al de los artistas
dec ade ntes de nues tros días que no es posible prescind ir en absoluto de cierta s con-
sideraciones de orden fisiológico como no es posible ha blar de los efectoá ú nic am en te
cuando se trata de cuestiones que interesan á nuestra salud.
Se presentan aún más problemas á medida que uno va ahondando en los que tiene
pend ientes de solución. Establecida la uni dad m aterial del ciud adan o griego con la
del indiv iduo de los tiempos que corremos capacitado de la imp ortancia q ue para
nuestra vida tienen los ejercicios musculares y las satisfacciones ¿podemos establecer
la mism a unid ad en los móviles que han conducido á generaciones tan lejos una s de
otras á igual estado de fortaleza física? Da nin gu na m an era . E l filósofo griego ante s
de acen tuarse la decad encia era fuerte por exigencias del am bie nte social por su
amor á la indepen dencia y á la prosperidad de su patria á la cual había de defender
con el golpe de su brazo fornido; lo era tam bié n por la idea que tení a de la belleza
que procuraba encarn ar en su cuerpo; por los med ios de vida y de lucha económica
guerfSra que exigían como condición de vida un organismo de hierro. Rea lme nte el
que fi3 procuraba por su fortaleza física habla de sufrir las consecuencias de su debi-
lidad y ha sta en el abandon o de sí m ismo hallaba el h om bre de entonces ma yor
vigor del qu e halla n actualm ente los que no se preocupan ó no puede n preocuparse
de la salu d de su cuerp o. La vida por sí sola hoy no exige fortaleza corporal m ien tras
que en la antigüedad la exigía.
E n nues tros días es el esfuerzo del indi vidu o el conoc imien to d e la higien e las
gan as de vivir y de gozar el que hace á los hom bres sano?. Su salud es conscien te es
un a salud que obtienen robándola con tenacidad del mortífero ambie nte qu e les rodea.
Se necesita un carácter que diga á sus amigos y á sus relaciones altas y bajas: «Gra-
cias;
no gusto de bebidas espirituosas porqu e d añ an el organismo. Gracias; no voy al
café
á la taberna ó al círculo porque prefiero ir á respirar el aire de la sierra. Gracias;
no fumo porque necesito el dinero para com prarm e ropa interior ó para h acerm e
construir un cuarto de baño . Gracias; no os acom paño á la juerga porq ue con el di
ñero que pued o a horra r he alquilado un a casita con jard ín ó hue rto dond e ejercito
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LA
BKVI TA B IA /U IOA
547
tnis músculos. Sin esta energía moral sin esta voluntad que te pone en abierta opo-
Bición contra tus con tem porán eos no hay vigor fíaico y en don de no ha y vigor físico
no hay fuerza moral ni intelectual.
E l am bien te te llama á la debilidad al env ene nam iento continuo y por fio á la
m ue rte . Por esto los carac teres fuertes perten ezca n á las clases pob res ó á las ricas
pue s éstas viven en un am biente aún m ás dañoso que aquéllas son su propia obra
ó mejor dicho son la obra que perm ite elaborar el caudal de energías vitales que
heredaron de sus antepasados y que continúan m anteniéndose incólumes en m edio de
la degeneración gen eral. E a re sum idas cu entas lo que queremo s dicir es que el filó
sofo griego era fuerte inco nsc iente m ente por exige ncias del me dio y el sociólogo ó
filósofo de nue stros días es fuerte por el eafiierzo de sus energ ías indiv idua les ha
ciendo la oposición y venciendo el ambiente que lo envuelve.
Pero sea de ello lo qu e -fuere hay- un hec ho que no adaa ite du da? y este hech o
es que los artistas griego? ante s de la deca denc ia no sepa raba n la belleza de la fuerza
física y no separab an la belleza de la fuerza en prim er lugar porque eran fuertes y
en segundo término porqu e sustentab an la creencia de que cuanto m ás sana e. tá y
m ás herm osa es la persona m ás nobles y elevadas son sus ideas. De ahí que el ciuda
dano griego guiado por sus artis tas y sus pensadores se preocupase tan to de la hi
giene de la gim nasia de la esbeltez de su cuerpo y del conjun to de fcus furnias. Al
poco tiem po las sociedades cristianas presen taban á la tristeza la anem ia la suciedad
el sufrimiento el m artirio la fealdad como el tipo de la perfección hu m an a piodu-
ciéudose una represión orgánica en todo el mundo llamado civilizado.
Ten em os dos man ifestaciones intelectuales y mo rales: la artística y la filosófica
que son efecto de un estado de la naturaleza humana.
E n el paganism o cuan do la religión no estaba reñid a con el goce la salud y la
belleza de las formas la filosofía am aba la vida las satisfacciones ma teriales y el arte
reproduc ía esta vida y estas satisfacciones presentándo las como un placer en activi
dad . E n el cristianismo cua nd o la religión cond enab a el goce de la carne la vida
m ism a pue sto qu e en la m ue rte y en el sufrim iento cifraba la felicidad la filosofía
predicaba el ascetismo el dolor y el arte los presentab a como un a semejanza de la
perfección d ivin a. Causa ó efecto da la dege neració n orgánica el cristianis m o es indu
dable que
BU
concepción de la vida produjo generaciones endeb les enfermizas inca
paces de gozar y como eran incapaces de gozar condena ron el goce. Por el contra
rio fuerte el griego físicamente fuerte por los consejos de su arte fuerte por los con-
jos de su filosofía fuerte por el ambiente y no viendo en esto un pecado su religión
ensalzó el goce porque podía gozar.
Esta m os don de ístáb am os; estados orgánicos diferentes prod ucen diferente reli
gión diferente filosofía arte diferente y por consiguiente diferente vida. ¿Fu é el
cristianism o fisiológicamente considerado un a reacción de costum bres produc ida
por el desenfreno carn al de la Grecia y Ro m a en dtcad encia ? ¿Fu é un efecto inme
dia to del rebajam iento de los caracteres que produ jo el exceso de placer? Podía serlo
si el cristianismo se hubiese desarrollado únicamente en Italia y en Grecia; no pudo
serlo desde el mo me nto que su centro de prop agan da fué Alejandría y sus princip a
les apóstoles africanos y ísiáticoe. Lo que se prese nta como indu da ble es qu e la con
cepción criftiraia fué o lr a de oigeniem cs degenerados ya sea por exciso de lab ir in-
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5 4 8 L REVIST BL NC
telectual, por privaciones supersticiosas ó por prácticas ascetas. El desenfreno rom a-
no, la tiran ía de los cegares, el lujo y la rap iña de los m agn ates, acrecentó la revolu-
ción; pero no fueron la causa de la doctrina. Ésta es de naturaleza orgánica, y la for-
maron cuerpos marchitos y espíritus muertos. Por esto el cristianismo actual no es
obra de los prim eros cristianos; es obra de los degenerados que produ jo la luch a y la
supers tición religiosa; es obra de los m al lavado s, m al vestidos y m al com idos, que
iban jadeantes de pueblo en pueblo en busca de compañeros para ir al desierto á ha-
cer penitencia, tan sobrados de piojos y de suciedad, como faltos de pan.
De estos iluminados que habitaban las cavernas, de los cuales fueron santos los
más crueles para consigo mismo y para con los demás, derívase la degeneración orgá-
nica de la generación cristiana y el concepto lúg ub re que de la vida tiene el cristia-
nismo.
FEDERICO URALES.
Continuará.)
CAMPOS, FABRICAS Y TA LL ER ES •
CAPÍTULO PRIMERO
LA DESCENTliALlZAClÓN PE LA INDUSTRIA
División del trabajo é integración.
—
La difusión del perfeccionamiento industrial Cada
nación tiende á producir las m anufacturas que necesita.
El Beino Unido.
—
Francia.
—Alemania.—Rusia.—Competencia alemana.
¿Quién no recuerda el notable capítulo con que Adam Smith abre su investiga-
ción respecto á la natu rale za y causas de la riqueza de las naciones? A un aquellos de
nuestros economistas que rara vez vuelven la vista hacia las obras del pad re de la
econom ía política, y con frecuencia olvidan las ideas qu e las inspi rar aro n, saben
ese capitulo de m em oria: ta n á m enu do h a sido copiado un a y otra vez, llegando á
convertirse en artículo de fe. Y la historia económica del siglo que ha transcurrido,
desde que Adam Smith lo escribió, ha sido, por decirlo así, sólo su comentario.
«División del trabajo» fué su bandera; y la división y subdivisión permanente de
funciones—esta ú ltim a sobre todo—se ha n llevado tan lejos, hasta conseguir dividir
á la humanidad en castas, que están casi tan fuertemente constituidas como las de la
antigua India. Tenemos, primero, la amplia división en productores y consumidores:
de una parte, productores que consumen poco, y consumidores que producen poco
de la otra. Y después, entre los primeros, una serie de nuevas subdivisiones: el traba-
jador manual y el intelectual, profundamente separados entre si, en perjuicio de am-
bos; el trabajador del campo y el de la fábrica; y entre la masa de los últimos, de
nuevo innum erable s subdivisiones, tan verda deram ente min úscula s, que la idea mo-
dern a del trabajador parece ser un ho m bre ó una mujer, y hasta una niña ó un mu-
chach o, sin el conocimiento de ning ún oficio, sin la men or idea de la ind ustr ia en
que se em plea, no siendo capaz de hace r en el curso del día y de la vida ente ra m ás
que la misma infinitésima parte de una cosa: empajando una vagoneta do carbón en
una mina, desde los trece años á los sesenta, ó haciendo el muelle de un cortaplumas
ó «la decimaoctava parte de un alfiler». Meros sirvientes de una máquina determina-
da, meras partes de carne y hueso de alguna m aquin aria inm ensa , no teniend o idea
de cómo y por qué la máquina ejecuta sus rítmicos movi.nientos.
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LA REVISTA BLANCA 5 9
La destreza del artesano se ve despreciada como restos de un pasado co ndena do
á desaparecer. Al artista que antiguamente hallaba un placer estético en sus obras
ha s ubstitu ido el esclavo hu m an o de otro de hierr o. Pero ¿qué más? Has ta el trabajador
del campo que antes acostumbraba á encontrar un consuelo de las penalidades de su
vida en la casa de sus antepasados—futuro hogar de sus hijos—en su amor al terruño
y su íntim a relación con la Naturaleza; hasta él ha sido condenado á desaparecer para
bien de la división del trabajo . É l es un anacron ismo se nos dice: debe ser substitu ido
en el cultivo en grande por un sirviente temporal tomado para el verano y despedido
al venir el otoño; un desconocido qu e no volverá má s á v er el cam po que regó un a
vez en su vida. «El reformar la agricultura de acuerdo con los verdaderos principios
de la división del trabajo y la organización industrial moderna—dicen los economis-
tas—88 cuestión de pocos años.»
Deslumhrados con los resultados obtenidos por nuestro siglo de maravillosas in-
venciones especialmen te en Inglaterra nuestros economistas y hom brea políticos fue-
ron todavía más lejos en sus susños de división del trabajo. Proclamaron la necesidad
de dividir á la hu m an id ad entera en talleres nacionales tenien do cada un o de ellos
su especialidad particula r. Se nos decía por ejemplo que Hun grí a y Rusia están pre-
destinadas por la Naturaleza á dar trigo á fin de alimentar á los países manufacture-
ros; que Ing later ra tiene que proveer á todos los mercados de algodones tejidos ferre-
tería y carbón; Bélgica de géneros de lana y así sucesivam ente. Y au n ha sta den tro
de cada nación cada región ha de tener su especialidad particu lar. Así ha sucedido
durante algún t iempo y así debe continuar. De este modo se han hecho fortunas y
se seguirán haciendo lo mismo.
Habiéndo se proclamado que la riqueza de k s naciones ha de med irse por la can-
tidad de beneficios obtenidos por los meno s y que las mayo res utilidades se realizan
por medio de la especialización de l trabajo no era posible concebir hasta qu e exi stie -
se la cuestión respecto á si los seres humanos se someterían siempre á tal especiali-
zación; si se pod ría especializar á las nacione s oomo se hace con los obreros . Sien do
la teoría buena para hoy ¿por qué hemos de preocuparnos del mañana? [Que el ma-
ñana traiga también la suyal
Y así lo ha hecho: la estrecha concepción de la vida que consiste en pensar que el
nego io
ha de ser el solo p rincip al estimu lo d e la sociedad hu m an a y la obstin ada
idea que supone que lo que existió ayer ha de existir siempre se hallan en desacuerdo
con las tende ncias de la vida hum an a la cual ha toma do otra dirección. Nadie neg ará
el alto grado de producción á que p ued e llegarse por me dio de la especialización.
Pero
precisamente á medida que el trabajo que se exige al individuo en la produc-
ción moderna se hace más simple y fácil de aprender y por consiguiente también más
mo nótono y cansado la necesidad que siente el individ uo de variar de trabajo de
ejercitar todas sus facultades se hace cada vez más imperiosa. La humanidad percibe
que ning una ventaja aporta á la comu nidad el condenar á un ser hu m an o á estar
siemp re en el mism o lugar en el taller ó la mina y que nada gana con privarle de
un trabajo tal que lo pusiera en Ubre contacto con la Naturaleza haciendo de él una
par te consciente de un gran todo u n partícipe de los má s elevados placeres de la
ciencia y el arte del trabajo libre y de la concepción.
Ta m bié n las naciones se niegan á ser especializadas: cada un a es un com puesto
agregado de gustos ó inclinaciones de necesidades y recursos de aptitu des y faculta-
des.
El territorio ocupado por cada nación es igualmente un tejido muy variado de
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terrenos y climas de mo ntes y valles de declives que conducen á variedades aú n
ma yores de territorios y de razas. La varieda d es el carácter distin tivo tanto d el terr i-
torio como de sus habitan tes; lo cual imp lica tam bién una variedxd en las ocup acione s.
La agricultura llama á la vida á la ma nufactura y ésta sostiene á aquélla: am bas
son inseparables y su m ut ua com binación é integración produce los m is grandes r e-
sultados. A medida que el conocimiento técnico se hace del dominio general; á me-
dida que se hace internaciona l y no es posible tenerlo oculto por m4s tiem po cada
nación adq uiere los med ios de aplica r toda la varied ad de sus energías á toda la va-
riedad de empresas industriales y agrícolas.
E l entendim iento n o disting as los artificiales límites políticas: lo mismo le pasa á
la industria y la presente tendencia de la hum anid ad es el tener reunidas en cada
país y en cada región la mayor variedad posible do industrias colocadas al mismo ni-
vel que la agricultura. Las necesidades de las aglomeraciones hu m an as corresponden
iuí á las del individuo y m ientras que u na división
tempor l
de funcionas sigue sien-
do la más segura garantía de éxito en cada empresa particular la división permanente
está conden ada á desaparecer siendo sub stituid a por un a variedad de ocupaciones in-
telectuales indu striale s y agrícolas correspo ndientes á las diferentes apt itu de s del in-
dividuo así como á la variedad de las m isma s den tro de cada agregación de seres
humanos .
Cuando nosotros pues separán dono s de los escolásticos de nuestros libros de
texto exam inam os la vida hu m ana en su conjunto pronto descubrimos que m ien -
tras que todos ios beneficios de un a división tem pora l del trabajo deben con serva rse
es ya hora de reclama r los que corresponden á la integr ción del mismo
La economía política ha insistido hasta ahora principalmente en la división: nos-
otros proclama mos la integración y sostenemos que el ideal de la sociedad esto es
el estado hacia el cual m archa ésta es un a sociedad de trabajo integral un a sociedad
en la cual cada individuo sea un productor de ambos trabajo m an ual é intelelectual;
en la que todo ser hum ano que no esté imped ido sea un trabajador y en la que todos
trabajen lo mism o en el campo que en el taller indus trial; donde cada reun ión de in-
dividuos bastan te num erosa para disponer de cierta variedad de recursos n atur ales
ya sea una nación ó una región produzca y consum a la mayor pa rte de sus productos
agrícolas é industriales.
Pero inútil es decir que mie ntras que la sociedad permanezca organizada de tal
m odo que perm ita á loe due ño s de la tierra y el capita l el apropiars e p ara sí bajo la
protección del Estado y de derechos históricos el sobrante anua l de la producción
hu m an a no será posible se efectúe por com pleto sem ejante cam bio. Pero el presen te
sistema industria l basado sobre especialización perm ane nte de funcione? lleva ya en
sí mismo los gérmenes de su propia ruina.
Las crisis indus triales que cada día se hace n m ás agudas y m ás extensas agraván-
dose y empeorándose más aú n por loi ar m am ento s y las guerras que im plica el sis-
tema actual son causa de que su sostenimiento se haga cada vez más difícil.
Ya los trabajadores manifiestan claram ente su intención de no soportar por m ás
tiem po con pacienc ia las miserias que cada crisis origina y cada un a de éstas acelera
el m om ento en el cual las presentes institucion es de propiedad in divid ual y produc-
ción sean por comp leto derribad as por medio de lucha s internas cuya violencia é in-
tensidad dep ende rán del mayor ó menor grado de buen sen tido de las qu e aho ra son
clases privilegiadas.
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L REVIST BL NC 55
Pero nosotros sostenemos am bién que cualquier intento socialista encaminado á
restaurar las actuales relaciones entre el capital y el trabajo fracasará por completo,
si no se han tenido presentes las tendencias antes mencionadas hacia la integración.
Ellas
no han
recibido
aún en
nuestra opinión,
la
atención debida
de
parte
de las di-
ferentes escuelas socialistas; cosa que forzosamente, tendrá que suceder.
PEDRO KROPOTKIN.
Tradccción de Fermín Salvochea.)
Continmrá.)
CIENCI Y RTE
_
CRÓNICA CIENTÍFICA
Hipótesis
de l evolución de los
mundos,
según Clemencia
Royer.— Profecías célehres.— Teo~
rio, de Depavx
sobre el
porvenir
de los asiros Hipótesis de l nebulosa La
formación
de
l s
lunas de nuestro sistema —Teoría de
l
catástrofe de Saturno.
Una hipótesis
no es una
verdad absoluta, pero tiene
un
valor
que
depende
de la
facilidad con que se la puede manejar y sobre todo, del número de hechos que ex-
plica. Desde este punto de vista, la hipótesis de la señora Clemencia Royer sobre la
evolución y el porvenir de los mundos y su novísima teoría de la formación de las
lunas, tienen
una
superioridad incontestable sobre
las
hipótesis clásicas admitidas
has ta
el día y
también sobre
las que
continú an elaborándose.
E n t r e las úl t imas , se encuentra la recientemente expuesta por M. Depaux en una
obra notable que acaba de publicar sobre el génesis de la materia y de la energía,
según la cual los mundos se extinguirán, y morirán los planetas separados de las ór-
bitas
de
circvilación alrededor
del sol
disgregándose
los
átomos,
que se
diseminarán
por
el
espacio
en
estado imponderable desprovisto
de
todo movim iento.
La señora Royer admite también
la
posibilidad
de las
conflagraciones generales
productoras de la destrucción de los mundos, pero no la carencia de movimiento,
es decir, de vida; considera, por el con trario, la circulación de la vida en el universo
d e una manera que recuerda los magistrales artículos de Molleschott sobre la circu-
lación de la vida en nuestro planeta; hace observar que en semejante estado de con-
flagración, la masa de un sol no puede pasar del estado liquido al gaseoso sin derra-
m ar por el espacio gotas y chispas de m etales en fusión que lanzadas en todas direc-
ciones con enorm es velocidades de proyección, se separarían de sus orígenes en línea
recta,
en
vi r tud
de la
velocidad adquirida, hasta
que las
variaciones térmicas locales
del éter les trazasen rutas fijas en torno de otros mundos. Estos despojos de soles des-
truidos caerían sobre otros soles
ó
sobre
sus
planetas;
ó
bien serían recogidos
por
esos
barrenderos
del
espacio llamados cometas, quienes
los
l leverlan
á
otros soles, estable-
ciendo
asi á
través
del
espacio infinito,
la
circulación perpetua
de la
materia
y con
ella
la
renovación perpetua
de la
vida.
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55 2 t A REVISTA BLANCA
La señora Royer recuerda adem ás que un sol cuya tem per atu ra interior es supe
rior á las presiones exteriores, no pu ede de repen te y por comp leto pas ar al estado
gaseoso, porque elevándose generalmente con su densidad las substancias menos
den sas qu e constituyen las capas superiores de una esfera sideral, se volatilizan las
primeras y forman su primera atmósfera; en su consecuencia, á medida que su masa
au m en ta y qu e la temp era tur a media de su núcleo en fusión se eleva, se volatilizan
otras substancias y le constituyen una atmósfera m ás p rofunda y pesada, cuya pre
sión retarda proporcionalmente la volatilización de las substancias que permanecieren
líquid as en la superficie de su núcleo. De este m od o, nu estro sol pe rm ane cerá rodea
do de un n úcleo líquido m uy denso, rodeado de una atmósfera gaseosa cuy a profun
didad representa una fracción notable de su radio.
Esto ,
más que una hipótesis, puede ser muy bien una profecía, cuya absoluta
exactitud establezca acaso un día la ciencia.
No sería el único caso, ya qu e la historia nos da num erosos ejemplos, de esas espe
cies de profecías hechas por escritores de genio. Sin salir del c:jmpo de la astronomía,
citemos, á propó sito de las dos lun as de Marte qu e no se descubriero n ha sta 1877,
lo que escribió Voltaire en 1750, en su famosa novela M icromegas:
«Saliendo de Júpiter, nuestros viajeros atravesaron un espacio de unos cien millo-
nefe de leguas, costearon el planeta Marte y vieron dos lunas que sirven á este planeta y
que
se han
sustr ído
á las miradas de
nuestros astrónomos
»Treinta años antes de 1750, en 1720, en el capítulo III del viaje de Gulliver á
Laputa, el ingenioso Swift, dice de los astrónomos de aquel país
que han descubierto
dos
stros
inferiores ó
s télites que
giran en
derredor
de Marte
»Y ciento diez año s a nte s, en 1610, cua nd o el inm o.t al Kepler recibió la noticia
del descub rimiento de los satélites de Júpite r, había escrito á su amigo W atchenfels
que «no solamente le parecía probable la existencia de esos satélites, sino
que
induda
bleniente podrían encontr rse dos á M arte y seis ú ocho á Saturno »
Por últim o, puesto que estamos en el capítulo de las lunas de M arte y qu e nos
ocupamos especialmente de la obra de una mujer, recordemos que el descubrimiento
de estos dos satélites verificado por el astró no m o am erican o H all , fué d ebid o á un a
insistencia, á u na clarividencia, mejor dicho, com pletam ente femen ina; después de
hab er buscado en vano dura nte mu chas noches, el astrónom o renu nció á proseguir
sus investigaciones; pero, instigado por su esposa, la señora de Hall, que tenía fe en
el hallszgo de los dos astros recalcitrantes, los halló al fin.
¿Es posible que un sol despoje á otros de planetas? Aunque muy poco probable,
hay posibilidad de ello á la larga entre sistemas vecinos, animados de velocidades del
mism o orden y del mism o sentido, au nq ue en planos algo diferentes. Los cuerpos
siderales t ienm probabilidades de aumentar con tanta mayor rapidez cuanto más
aum entan , y á m edida que van devorando planetas con sus satéli tes , pueden devo
rar más.
Esa especie de festín saturnal tiene un término, que consiste en el exceso mismo
del calor desarrollado por esas enorm es masas; en cuan to ese calor llega á un a inten
sidad que no permite ya al astro conservar su estado líquido, el cataclismo es inevi
table, porque volatilizándose de repente toda su masa, pasaría al estado de nebulosa.
E n la hipótesis de la señora Royer, el estado de nebulosa, en vez de ser, como en
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BKVI TA BLANCA 5 5 ^
la de Laplace, ê l pu ntó de partid a de los plan etas agrup ados alreded or de un sol, es,
por el contrario, la fase final de su evolución.
Respecto de nue stro sol, la autora h a cu idado de tranq uiliza rno s; está lejos aú n
de alcanzar
€se
l ímite peligroso, pueato que todos los planetas de nuestro sistema sólo
au m en tan su m asa en una 700 , y, por tan to, no está en el caso de aquellas estrellas
que por s.u excesivo aumento han de pasar necesariamente al estado de nebulosas»
*
Considerando que la señora Royer no admite la teoría de Laplace—establecida
principalmente para explicar la existencia y la formación del anillo de Saturno—debe
dar una hipótesis que no tropiece con los mismos escollos que la del inmortal autor
de
La
Mecánica
celeste.
Supone, pues, que, no tolo este anillo, sino también todas las
lunas de nuestro sis tema, deben su formación al choque de Saturno con un planeta
errante encontrado fortuitamente en nuestro sistema en su carrero á través del espa-
i o La primera consecuencia del choque, que debió consietir en un rozamiento con
el planeta errante tangencialmente en el plano mayor del s is tema, seria una acelera-
ción en la velocidad rotativa de Saturno, y de esta brusca perturbación resultaría que
todo el mecanismo ecuatorial de los océanos de Saturno sería proyectado a) espacio
con fragmentos de su corteza sólida. Todos esos materiales, lanzados con la misma
velocidad en el mismo plan y siguiendo rutas paralelas, formarían el anillo, que S3
segmentaría después á coBsecueocia de su enfriamiento y de la desigual contracción
de sus materiales en varios anillos concéntricos.
El planeta causante de la catástrofe debió romperse en el choque y la masa in-
cand escen te de su núcleo se arrojaría al espacio; par tes de estas m aterias en fusión
constituirían los ocho satélites de Saturno; otros cuatro trozos más pudieron ser atraí-
dos por Júpiter; otrcs dos se alargarían hasta Marte y uno quedó para la Tierra des-
tinado á repasar la falta de la lumbrera mayor de que habla el
Génesis
1,16. Porcio-
nes del torrente líquido lanzadas en otra dirección más excéntrica, alcanzarían los
planetas extremes y formarían las lunas de Urano y de Neptuno: aeí se explica que
el movimiento de los satélites de esos dos planetas sea retrógrado.
Digam os, por últim o, en apoyo de esta hipótesis, que la atmósfera de Uran o con-
tiene gases que no existen en nuestro planeta y que podrían muy bien ser proceden-
tes de los fluidos menos densos del planeta perturbador.
Este capítulo: «La catástrofe de Saturno», del que sólo hemos podido hacer breves
indicaciones, es, á nuestro juicio, el más curioso y atractivo del libro de la señora
Royer.
TARRIDA DEL MÁRMOL.
M N I F E S T C I O N E S L I T E R R I S
Y
R T Í S T I C S
( DE T ODO E L MUNDO)
LOS FUNERALES DE VERDI
u e me lleven ~sin ostentación en el coche de los pobres y que me acompañen tres curas
nada más.
u e sean destruidos todos m i s papeles.
Y los plum íferos, que bu scan asun tos de interés pa lpita nte , y les editores que
aguardian la presa, y el público imbécil que ad mira como u n esclavo, dis pu tan si un
hom bre puede ó no pued e, al mo rir , disponer de su cuerpo y de su intimidad , •
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5 5 4 LA BEVÍ;|3>A KSfNC A
«Nos pertenece»— gritan— , «es un geíiio; es la voz de 1^ pa tria »,
|0h, la patria, el genio , dulces mentiras.
Decid á la patria: «En tal rincón del mundo hay un tesoro escondido», y veréis
cómo ee apresuran á comprobarlo; cómo eavian allí peones, ingenieros, químicos y un
ejército acaso. Decid á la patria: «En tal rincón de guardilla vive un genio ignora-
do», y ge reirán de vuestras afirmaciones, despreciándolas.
¿No es el genio un tesoro inestimable? ¿No es la creación del artista la máa valiosa
joya? Sin emb argo, mucho s analizan tierras infecund as, bu scand o en sus entrañ as
piedras y metales preciosos; nadie busca el arte divino en el corazón del hombre.
Po rque no es el ai te lo que an sian; porqu e no es d arte lo que adoran; son esclavos
que buscan un señor que los fustigue, y crean semidiosea cuando han destruido los
templos; niegan la realidad y afirman el milagro. No buscan las emociones dulces del
arte:
piden la sensación cruenta del látigo.
Así adurau al hombre de genio, cuacado acaba de morir, los que desconocen su
obra y su genio: como le despreciaron, cuando á vivir comenzaba, los que debían
exaltar su genio y su obra.
H on rad al artista en las creaciones que le hicieron inm orta l. Desobedecer sus volun-
tades, y descubrir su intimidad, es mil veces más torpe que profanar sa turaba. No
deis una vez más el espectáculo triste de intimidades vivas, de secretos violados y
deshonras pregonadas. Olvidad al hom bre que tuvo, como todo ser hum ano , desal ien-
tos y amarguras, pasiones y abandonos, para recrearos en la obra sancionada por él y
por vuestro aplaudo; y si os aguza ia curiosidad, em plead la en desc ubrir tesoros en
tierras vírgenes; acordaos de los que luchan y trabajan ignorados, leyendo las tristezas
que refieren de sus principios, los que ya descansan tranquilos en su gloria: Wagner,
Berlioz, los
po res
genios que padecían el desvío de los hombres,
COMIENZOS DIFÍCILES,—
Victoriano Sardou.
Puede citarse á este autor como un ejemplo de lo que vale, contra una desgracia
que parezca invencible, la energía de la voluntad y el temple del carácter—dice un
publicista, D'Almeras, que recoge las misteriosas luchas de muchos que han llegado
á ser gloriosos—. Los periódicos y las Revistas inabordables; los editores reducidos á
sus novelistas ya famosos, negando todo lo nuevo, todo lo joven; los teatros invadidos
por diez ó quince colaboradores y discípulos de Scribe, medianías flexibles, tenaces y
laboriosas, que guardaban, con mucho celo, el monopolio penosamente adquirido del
arte dramático. Así se ofrecía la situación al principiante, que se lanzaba en la lucha
valerosamente.
Sardou daba lecciones á precios módicos, y consiguió que un editor íe admitiera
una biografía del médico Jerónimo Cardan, recibiendo por éiis cuartillas muchas feli-
ci taciones y t reinta francos: á céntimo la l ínea, próximamente. jBuena paga de un
trabajo erudito
Su afición á las ciencias le indujo á estudiar el Espiritismo, y con Rivail (Alian
Kardec) determinó, coordinó, completó y aclaró los elementos principales del nuevo
dogma; dióse á conocer como un ilustre
médium,
haciendo experienciaa complicadas.
El día 1.° de Abril de 1854 estrenó en el Odeón su obra
ha taberna de. los estudian-
tes.
Después de haberle rechazado las empresas otras cuatro, adm it ieron
]
quinta por
un s 'nnú me ro de circun stanc ias curiosas. . , •
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LA REVISTA BI ASOA
5 5 5
Acompañaba al director del teatro una Joven actriz, á la cual hizo gracia la primo
rosa letra de la copia. Notan do q ue los principales papeles eran de estudian te, vio un a
ocasión de lucir su figura; el director, hojeando la obra, ya en principio recomendada
por el gusto de la actriz, sorfirendióse agra dable me nte al ver que la escena se desarro
llaba en Alemania, donde hizo él sus estadios, y hasta un incidente de la dama y el
galán le trajo á la memoria un recuerdo juvenil.
Quedó admitida la obra; pero alguien dijo que se trataba en ella de ridiculizar á
los estudiantes, y éstos protestarop ruidosamente por patriotismo, interrumpiendo con
alborotos y risas la representación el dia del estreno.
Al año siguiente Sardou hizo El jorobado melodrama que firmaron Feval y Bour-
geois, que aún es famoso, y ha servido en parte para la confección de Gyrano.
Gracias á su matrimonio con una joven actriz, amiga de la Dejazet, pudó estrenar
Las primeras armas de Fígaro.
Entonces la critica, poco benévola para el autor, buscó la justificación de los aplau
sos en el mérito de los actores que representaban la obra.
Los nerviosos en colaboración con Barriere, no tuvo gran fortuna.
Monsieur Oarat
se ofreció interesante y movida.
Pero el día de la victoria no llegaba. La esposa de Sardou, que hacía sombreros
para sostener su casa, decidióse á llevar el manuscrito de Las patas de mosca á Rosa
Cheri, directora del «Gimnasio», contándole cuantas amarguras apuraban
Sardou.
La insigne actriz puso en ensayo la comedia del marido, y encargó un sombrero á
la mujer; al año siguiente.
Nuestros Mimos
obtuvo un verdadero triunfo.
Las
manzanas
del vecino. Los
solterones
y La familia Benoitón colocaron á Sardou en
primera línea, junto á Dumas y Angier.
Un recuerdo curioso que ha escapado á D Alm eras.
Cuando más desesperado corría Sardou por las calles de París, buscando inútil
mente un pedazo de pan, una tarde le sorprendió un fuerte aguacero. Refugióse en
una puerta cochera, y allí, entregado á sus tristes meditacioneSj resolvió suicidarse.
Al tiempo que abandonaba su refugio para dirigirse al Sena, se guarecía en la puerta
cochera un pobre diablo, muy satisfecho acaso de la miserable vida, y pasaba por de
lante un camión . Volcó éste y aplastó al pobre diablo que, guareciéndose de k lluvia,
encontraba la muerte; mientras el poeta, por buscar la muerte, la huía. Entonces com
pren dió que no era llegada su hora , y aqu el incid ent e le d io fuerzas para vivir y
luchar.
I.A ENSEÑANZA DEL DIBUJO.
Las personas que gustan de ideas claras y de indicaciones precisas, dicen con fre
cuencia de un escritor favorito: «dibuja». Y quieren expresar con esto, á mi entender,
que algunas frases clarts-y sobriíks, bien elegidas, bien apropiadas, bastan para evocar
un tipo, un paisaje.
Muchos artistas nos interesan principalmente por la parte documental y viva de
obra: también ellos dibujan.
Las fórmulas pueden cambiar; pasan los clásicos y los románticos; los que fijan
algunos rasgos de la vida, quedan y son admirados.
Parece que podría definirse el dibujo, dicijendo que «es el arte de fijar por medio
de trazos precisos y esenciales un rincón de la naturaleza, un ser humar ».
A los gran des artistaB nad ie les enseñó su arte , lo apren dieron so . eso repro-
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due en con tal sencillez el natura l vivo. E n cam bio, todos los inú tiles h an tenid o maes-
.tros que los aconsejaran, atendiendo, más que á la vida, á la materia inerte.
Todo método que no tenga por base la documentación rápida y la observación di
recta, debería ser considerada como funesto y nocivo.
Sin emb argo, no sucede así; las personas de apariencia sensata preconizan el m é.
todo artificial. E n todos los establecimientos de enseñanza, cuan do se pone un lápiz
en la mano de un alumno, nunca es para acostumbrarle á sorprender el movimiento
y fijar acciones por medio de líneas esquemáticas y expresivas, sino para copiar cosas
que son lo contrario de la vida, como,
v .
gr. , el mo delado en yeso.
En lugar de poner delante de los alumnos figuras acusadas, obligándoles á un tra
bajo estéril y sin provecho alg un o, deberían dejarlos en libertad an te la naturaleza
que á sus ojos se ofrece, sirviéndose de modelo unos á otros, procurando fijar las acti
tudes de sus juegos y de sus trabajos. Asi apren derían á sorprend er el m ovim iento y
la expresión. Así el dibujo sería de utilidad pa ra todos; pues adiestrados en esa form a,
no les fuera difícil, cu an do un espectáculo curioso im pre sion ara su vista, fijarlo en
algunos trazos.
Nuestros verdaderos artistas debieran protestar contra los métodos usuales, invi
tando á la destrucción de los modelos de yeso en las escuelas, y aconsejar á los jóvenes
que aprovecharan sus disposiciones observando y procurando fijar las fisonomías de
los transeúntes, rápidam ente, acostum brándose á sorprender de pronto la l ínea salien
te , que acusa un carácter ó una acción.
Algo así escribe Saun ier en un interesan te artículo; y esto me recuerda la cons
tante ironía de Teófilo Gautier—un gran escritor y artista—contra la enseñanza oficial
del dibu jo. E n un o de sus preciosos trabajo s dice, refiriéndose á las m ocedad es artís
ticas de u n pinto r: «Sus progresos fueron rápidos, po rqu e, no teniendo profesores, nin
gún sistema se interpuso entre sus ojos y la naturaleza, y dibujaba lo que veía».
En otras ocasiones insistiremos acerca de las enseñanzas a rtísticas, asun to de sum a
importancia.
UN LIBRO NUEVO DE ZOLA.
El poderoso novelista francés acaba de p ublicar en v olum en los artículos y folle
tos egcritos acerca del a su nto Dreyfus. E n un breve prólogo, dice que no tr ata de
recrudecer la batalla, sino de contribuir á facilitar los documentos en que se funda la
historia.
Dos luchas difíciles ha em pren dido el autor, y en bien distin tas circunstan cias,
combatiendo valerosamente la «opinión pública».
Fu é la prim era en 1866. Z-la, entonces desconocido y joven, tuv o la suerte de que
Villemesíant le confiara el «Salón» (crítica de pintura) para un diario entonces muy
leído, L Evenemenf. Aquello pudo hacerle famoso y proporcionarle amistades valiosas;
pero el hon rado escritor, en vez de halag ar el gusto del púb lico y servir la con ven ien
cia de los artistas en boga, se hizo defensor acérrim o de M anet, pinto r imp resion ista,
reprobado, insultado y despreciado por todos. Alzóse contra él una cólera universal y
Villemessantvió seobligadoá prescindir en absoluto deZ ola, e l cual, hallando cerradas
las pu erta s de todos los periódicos, dedicóse á escribir novelas y á lucha r con tra ed i
tores y lectores.
La defensa de Manet pudo juzgarse como un arrebato de la juventud; pero, en
plena gloria, el auto r de la Rougoni-Macqmrt expu so, como antes, el porv enir, la popu-
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LA BBVKTA BLANCA 5 5 7
laridad y la fortuna en un a empresa temeraria. El joven en los comienzos de su ca
rrera y el hom bre m adu ro coronado por la gloria dem ostraron el mismo amor á la
justicia el mismo desprecio para las cegueras de la muchedumbre y el mismo ardor
en el combate.
Destron ados ya los reyes el sufragio univ ersal hizo rey al pueblo y las adulacio
nes y las bajezas que se realizaban ante los tronos ahora se repiten en la calle. Y en
esta nue va especie de servilis m o los escritores convertido s en period istas reveíanse
como los más vulgares cortesanos; descubren los piejuicios y los instintos más groseros
de la m ultitu d para acomo dar á ellos cuanto escriben y de progreso en progreso
llegaron á formarse las poderosas empresas que por cinco céntimos ofrecen al pueblo
cada m añ ana un alime nto intelectual para complacer la ignorancia insigne la vani
dad y la pasión m aldi ta. Es ya más difícil decir al pue blo la verdad desde la pren sa
que lo fué decírsela á los reyes junto al trono.
Asi
cuando por excepción un hombre grande se destaca entre todos para mani
festar su inde pen den cia vibra cua nto existe aún de noble y generoso en el corazón
hu m an o. No sabemos la impo rtancia que reserva la Historia al asunto que produjo
La Verité en marche; pero es indu dab le que reserva el porvenir u na veneración mu y
grande para el acto heroico y noble realizado con tal motivo por Emilio Zola.
O T R A V E Z S I E N K I E W I C T Z .
El éxito de ¿Quo vadis acentúa más y más el triunfo de su autor incitando á los
editores de todas partes á la publicación de varias obras del mismo.
Bartek victorioso, la últim a que vieue á nuestras manos reúne m éritos excelentes
y nad a com unes ; describe con m inu cia y vigor la psicología dolorosa y resign ada de
los poloneses dispersados á través del mun do por la miseria y la opresión arrojados
fieramente de su patria.
El autor pone de manifiesto el alma popular de su país valiéndose de pequeñas y
finas observaciones que imp resionan singu larm ente. E n este concepto Bartek
victo-
rioso es un a obra m aestra. Es la triste historia de un soldado polonés dura nte la cam
pa ña de 1870 pobre a lm a debilitada que la gu erra y el uniforme desorganizan y
agotan lenta m ente pintu ra de la vida militar alema na irónica y profunda. O tras no-
velitas acom paña n á esta en el mism o volum en; croquis de la vida política en los
pueblos de Polonia sometidos á la tiranía sistemática del usurero del maestro y del
oficinista prusia nos ad m irab le y violento libelo contra el invasor episodios del gran
poema del destierro polonés ecos de aquella interesante raza dispersa y sometida.
LA RAZA DE CAÍN por Cürlos Reyles Mon tevideo).
Una hermosa noveln un libro de profunda psicología que si fuésemos aficionados
á clasificar y á com para r pon dría m os entre los de B ourget y Barreo; pero entr e los
mejores y no á titulo de imitació n rapsodia ó rapiña tan frecuentes en los auto res
nuevos que viven de ideas malamente adquiridas y rehacen las obras de los franceses
y alemanes porque artísticamente son más monos que hombres. Pondríamos el msrg-
nifico libro de Carlos Reyles entre Le disciple y Les deracinis, por ejemplo indicand o
así que su autor se inform a en las tend encia s filosóficas y sociales que los inspira ron
y que ni su fuerza de observación ni su originalidad tienen que envidiarles nada.
Cacio y Guzm án son la encarnación de un esp íritu en dos condiciones intelectua-
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les,
físicas y morales diferentes. «Ambos pad ecía n los torm ento s de las naturale zas
»sen8¡bles y egoístas á la vez, y sobre am bos cum plíase la te rrible se ntencia qu e lanzó
»el Señor sobre Caín: no simp atizaban con las dem ás criaturas, perseguíalos el des-
scontento y la incertidumbre, y de todas partes se consideraban rechazados.»
La garra de Fede rico Nietzsche se mu estra en otro personaje: Arturo, «el ave de
rapiña», que «se queda, como la cosa más natural del mundo, con la paloma entre las
tunas... Es cruel é inconsciente como la fuerza. Para satisfacer las necesidades de su
»egoísmo de spojaría al m un do ente ro, y esto, natura lm en te, sin pizca de m alda d,
»porque en su pecho anidan los sentimientos más generosos».
E n luch a estos elem entos de term inan la situación dra m ática. Los hijos de Caín,
hum illados por su excesiva intelectualidad y su constante incert idum bre, com prende n
al.fin qu e sólo la
acción
se imp one ; y Cacio halla su equilibrio y su entereza en el
hecho
criminal que realiza; ya no es un eterno vencido, ya se ha librado su alma de la
esclavitud vil, ya se hizo sen tir la presión de su volu ntad sobre las volu ntade s fuertes
y dominadoras.
Guzmán, superior á Cacio en el concepto moral y artístico, es también más débil,
y llegada la ocasión le falta la necesaria energía para convertir en
hecho
la idea que le
obsesiona; ni su apa siona mie nto ni el suicidio glorioso de su querida le ay ud an ; su
brazo se petrifica, su mano tiembla, ¡no puede , y llora como un miserable.
Los demás caracteres y figuras de la obra están primorosamente dibujados. Abun
dan las descripciones gallardas, luminosas y coloristas, y en los diálogos y en las ma
nifestaciones internas del pensamien to de cada uno— todos en general se analizan
como las creaciones primorosas de Stend hal— aparec e á cada pu nto el pens ador con
cienzudo y el artista li terario, que logra interesar y co nmov er, analizan do el tene
broso problema de la vida.
ARMANDO GUERRA.
l iO S m ñ ü O S P ñ S T O f ^ E S
D R A M A E N C I N C O A C T O S
Continuación.)
D a h
¡Eso según ...
C a p t ' o n . No, no. No hay excepción. Soltad la brida que le contiene y veréis
cómo en seguida se desboca rompiéndo lo todo, sin respeto á na da . Hac e mu cho
tiempo que he observado lo que acabo de decir. Con tono doctoral.) El proletario es
un an ima l inedu cable , inorganizable. No se le pue de contener sino con la condición
de hacerle se ntir el dolor de la mo rdaza y el del látigo. He dicho varias veces
sto
mismo
á Ha rgand , porque con sus man ías de eman cipación, sus pa nade rías y carnicerías
coope rativas, sus escuelas profesionales, sus cajas de socorro y sociedades de prev i
sión y apoy o, con toda esa jeringoza socialista que , lejos de fortificar stí pod er lo de
bilita, nos ha obligado á mo delarno s en él. Hoy d ebe estar ya convencido de que yo
tenía razón. Por vn mo vimiento de
Genoveva.
Fíjese usted, Genovev a, en qu e yo no
creo aún e n la huelga . Como Duhorm el, estoy convencido de que se trata de un m o
vimien to ficticio, sin fu nda me nto algun o, y que, por consecue ncia, será mu y fácil
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LA BEiyjSTA ^LANCA 5 5 9
dom inarlo. Pero quisiera, no obstante, que esto sirviera de lección á nuestro amigo y
que comprendiera de una vez para siempre que no hay otro me dio práctico para do-
m in ar á estos bruto s que el de atarlos corto, el de apre tarles el torn illo, como ellos
dicen. Hace un movimiento como para a pretar un tornillo.) ¡Pero así, seria m ent e, sin
compasión de ninguna especiel.. .
D e l a T r o a d e . E n prin cipio y en tesis genera l está usted en lo cierto, am igo
Capron, au nq ue sobre ese tema hay m ucho que dec ir. Aquí la situación es particular.
Gracias á Dios, las ideas mo dernas no han p enetrado en la región. Los
redentores
no
tienen todavía influencia en el espíritu de nuestros bravos obreros.
C a p r o n . [Bravos obreros, eh ¿Lo cree usted ?
D e 1». T i o u d e , Perfectamente.
C a p r o n . ¿Y ese Ju an Roule qu e en pocos días ha sabido desencaden ar 5 000
obre ros que hasta ahora se habían resistido á todas las excitaciones, á todos los lla-
mamientos revolucionarios?
D e l a T r o a d e . Un tonto que sueña imposibles, un farsante, un hab lador.
¿Verdad que usted no cree en este movimiento?
C a p r o n . De ning una m anera.. . Sin em bargo, H arga nd confiesa que este ho m bre
tiene mucha influencia entre los obreros. Dice que habla con elocuencia, que arrastra,
que sugestiona, y que posee un espíritu de propaganda, de valor y de sacrificio á toda
pru eba . Egto es naás de lo que se necesita par a env ene nar e n poco tiem po á todo el
mundo .
D e l a T r o n d e . Vamos, hom bre, no me haga usted llamarle inocente. Esa s
cualidades son exclusivamente aristocráticas y burguesas, y no es posible que animen
jamás el alma de un obrero,
G e n o v e v a . Yo no m e atre ver ía á afirmar eso... Conozco á ese Ju an R oule y
me espanta.
D e l a T r o n d e . No, cfüerida Genoveva» no ha y m otivo pa ra espan taros. E n el
fondo los hom brea nad a son, porque se les puede m atar . Sólo las ideas son temibles.
Pue s bien; desde ei pu nto de vista de las ideas, la situación entre nosotros es adm i-
rable. ¿Por qué, vamos á ver? ¿De qué pued en quejarse los obreros y qué pu ed en
pedir? Son demasiado felices.
C a p r o n .
De ma siado feliceá. Eso es prec isam ente lo que yo les repro cho .
D e l a T r o n d e . Sí, lo tienen todo; bueno s salarios , excelentes casas, seguros
del ma ña na , y adem ás sindlcaios, que por nji parte, y de acuerdo con usted, querido
Capron, me p^ece mucho,
C a p r o n . \E § escandaloso, mongtruosol {Animándose.) ¿Cómo obreros, sim ples
obreros, gentes sin instrucción, sin moralidad, sin responsabilidad en la vida, que no
tienen cinco céntimos, y que com en, m ejor dijcho, que b eben todo lo que g ana n, ten er
el derecho de reunirse en sindicatos al igual que nosotros y contra nosotros los amos?
]0 h, si, esto es archieiBcandalosol A ntes qu e san ciona r ta n exor bita ntes y antisoc iales
derechos, incend iaría mis fábricas con mis propias manos. fPor un movimiento de Ro-
berto.)
¡Ah, sí, ya comprendo» usted pretende »,
R o b e r t o , ariamente.) Yo, señor, no pretend o na da ; le estaba escuchando ; con-
tinúe.
C a p r o n . Usted preteiwJfeque las ideas hati cambiado y que cam biará n m ás aú n.
¿No es eso?
R o b e r t o . (Vagam iie.) jSi usted quiere ...
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C a p r o n .
Á mi me es indiferente. Lo que quiero d em ostrar es que los intereses
son inmu tables, inm utables, ¿comprende usted? Si el interés permite que yo m e en -
riqnezca por todos los medios y lo más posible, no debo entretenerme en saber esto ó
lo otro, sino en hacerme rico y nada más... Respecto á los obreros, ¿no cobran sus sa
larios? Pues tienen la obligación de dejarnos en paz. Porque supongo que no va usted
á establecer comparación entre un economista y un productor como yo con el obrero
estúpido que lo ignora todo, que no sabe siquiera quién es Juan Bautista Say y Leroy
Beaulieu. E l obrero, m i joven amigo, es el campo vivo q ue yo laboro, que exploto
cuanto puedo. (Animándose.) Que remuevo sus entrañas para sem brar la simiente de
mis riquezas y depositarla luego en mis arca.'?. En cuanto á la emancipación social, á
la igualdad, ó como llama usted á eso, á la solidaridad, debo declarar (con ironía) que
no hallo inconveniente en que se establezcan en el otro mu nd o. Pero en éste, [alto ah í
gua rdia civil, gua rdia civil y más gua rdia civil. H e ahí cómo resuelvo yo la cuestión
social.
J l n h a r i u e l .
Va usted un poco lejos, Cap ron; yo no soy tau exclu sivista. Sin
embargo, no niego que hay mucha verdad en lo que usted dice.
C a p r o n . Claro está; como que lo que yo hab lo no es por g ana s de ha bla r. Yo
no soy ni poeta ni soñador; soy sencillamente un economista, un pensador y además
un republicano, un verdadero republicano; no es, por consecuencia, el espíritu del
pasado el que habla en mí, sino el espíritu moderno. Como republicano, me hallaréis
siem pre dispues to á defender las sublim es conq uistas de 1789 con tra el insaciab le
apetito de los pobres.
D n l i o r i n e l .
De lo existente no debe, no pued e variarse m d a . En una sociedad
democrática bien formada se necesitan ricos y pobres; esto es lógico. ¿Qué sería de las
riquezas si en el mu nd o no hubiese más q ue pobres? Y los pobres, ¿cómo vivirían sin
ios ricos?
C a p r o n .
Eso está claro; salta á la vista. Es preciso q ue ha ya pobres para qu e
las riquezas brillen con más esplendor, y que haya ricos para dar á los pobres ejemplo
de las grandes virtudes sociales.
U a h o r m e l .
¡Muy bien H a resumido usted adm irablemente.
H e l a T r o u d e . H e ah í un a frase que deb iera servir de epígrafe á todas nues
tras instituciones.
D n h o r m e l .
Y es esto tan cierto, qu e voy á declararles á u stede s un secreto.
Movimiento
de
atención.)
Ustedes sabe n que yo soy afícionado á la caza. Pue s bien ;
cuando yo era pobre
(á Genoveva),porque
yo h e sido pobre, señorita acento
de bondad),
ya ve usted que no me he mu erto por eso; cuand o yo era pobre, repito, no podía ad
m itir que hub iera cotos, y sinceram ente me indignab a, porqu e no se daba á todo el
mundo el mismo derecho á cazar, al menos en los montes del Estado. Pues... cuando
fui rico cambié de opinión completamente.
C a p r o n .
Es natura l, como que abrió ustsd los ojos y empezó á ver claro.
D n h o r m e l . Al insta nte com prendí la utilidad económica de las grand es cace
rías,
en las que se ve á hom bres entusiastas gastarse 300.000 francos por año en la
cría de faisanes.
C a p r o n .
«La utilidad económ ica de las grande s cacerías», esa es la frase.
O a h o r n t e l . Porque, en fin, póng anse ustedes la mano en la conciencia y dí
gan m e si un leñado r, si un obrero, pued e gastarse 300.000 francos par a criar faisanes
e n u n c o t o , • , ¡^ r-zs :: •>,.
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LA REyíSTA BIASCA 56 1
C a p r o n A
Roberto.)
Refute usted ese argumento, joven.
D n h o r m e l Y esos 300.000 francos, ¿dónde van á parar? Pues á todo el m un do ,
á la masa.
C a p r o n
Es admirable lo maternal que resulta la sociedad hasta para el mismo
leñador.
D n h o r m e l Naturalmente; para todo el mundo.
C a p r o n Eso es irrefutable económ ica, científica y m atem ática m ente . Tod a la
cuestión está en eeo.
D a l i o r m e l Y además, yo pruebo con mi ejemplo que á todo el mundo le es
fácil hacerse rico, con un poco de orden, economía y respeto á las leyes.
C a p r o n ¡Sí; pero id á pred icar á los obreros egas sanas d octrina ? Os trata rán
de explotador y os cantarán la Garmagnole ante vuestras propias barbas. Hace algunos
pasos golpeando fuertemente el piso, y con las manos en las espaldas. De repente da media
vuelta, y
haciendo como quien
aprieta un tornillo.) Apretar el tornillo, apretar el tornillo;
no cabe otra cosa. A Roberto, que se ha aproximado al grupo). ¡Sí, sí; ríase usted ; leva nte
los hom bros Es usted m uy joven , y por eso cree en todas esas necedades. ¡Ya vend rá
el día de arrepentirse
U n h o r m e l Todos nosotros hemos sido asi, Roberto.
A"*
es el mundo... La ex-
periencia de la vida se ha en cargado de curarn os d e nues tros en tusias m os. ¡Oh, la
vida Par a nosotros, sobre todo, no es siemp re alegre.
l í e l a T r o n d e ¡Oh, no Sufrimos torm entos , decepciones; tenem os negocios
y obligaciones que los pobres desconocen. Los obreros son libres, hacen lo que quie-
ren; no piínsan más que en ellos mismos. Mientras que nosotros... Suspirando.) Y lo
más triste de nuestra situación es que no podemos volvernos pobres cuando quere-
mos. Fijaos bien en lo que voy á decir, señorita Genoveva; para mi ha sido siempre
un hermoso sueño poseer un campo, una casita, una vaca, un caballo y dos mil fran-
cos; nad a má s, dos mil francos. Ser pobre, ¡que felicidad, qué alegría Sería un idilio
exquisito, casi virgiliano. ¡No tener responsabilidad social, ni dilataciones de estóma-
go , ni neu rasten ia, n i gota Porq ue los pobres ignoran lo que es la gota, los dichosos.
Y yo, ni siquiera en sueños puedo ser ese pobre, candido, alegre y siempre sano.
G e n o v e v a ¿Quién se lo impide á usted?
D e l a T r o u d e
Pero, hija mía; tengo demasiados palacios, parques, bosqurs,
amigos, criados... Me veo condenado á eterna riqueza suspirando), y es preciso que
arrastre el peso de tan cruel tiranía. Capron y Duhorm el aprueban, suspiran y levantan
los brazos al cielo.)
G e n o v e v a Levantándose y yendo hacia la puerta) Y m i padre que no viene...
¡Estoy impaciente
D e l a T r o n d e A
Duhormel
á
Gapron.)
Lo ven ustedes, está impaciente. Los
pobres no están jamás impacientes. Se levanta.) ¡Y aún nos envidian Al volverse ve
á Roberto apoyado en la abertura del taller.) ¿Qué hace usted ah í en ese rincón , Roberto?
¿Por qué no nos dice usted nada?
I l o b e r t o Durante toda la
escena
ha dado
pruebas de
estar fastidiado ) ¿Qué podría
yo decirles que les interesara? Son ustedes eternos sordos, que ni oyen súplicas ni ame-
nazas.
Con menos pieda d y má s orgullo y ferocidad todav ía, son ustedes los mism os
de hace un siglo. Á aquéllos, cuando la revolución se cernía sobre sus cabezas, cuando
ya les hundía sus uñas en la carne y su aliento de sangre les humedecía la cara, decían
k) que yeso t r^ : «Eatam-^i. no,pviedQ,eQr ^ i ^ a ^ el m un do ha eidQ aievpjj^Te.aslf y asi
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5 6 2 LA REVISTA BLASCA
será eternamente». «La era del pobre, no l legará jamás». La era no vino, vendrá. Lo
que si vino fué la venganza.
C a p r o n . ¿Qué can tata es esa? ¿La revolución? Pues si fuimos nosotros quiene s
la hicimos.
R o b e r t o . ¿Q ié la hicieron ustedes? Pue s bien; ella les arr astrará , hoy tal vez.
(Se oye un ruido confuso, clamores lejanos, cantos. Roberto abre la ventana, y con la diestra
señalando la dirección del ruido.) ¿Lo oyen ustedes? (Se asoman todos con temar á la tten-
tana.)
C a p r o n . ¿Qué es eso?
I S o b e r t o . Son los pobres que llegan. Silencio en la sala. Los clamores se acercan.
Los
cantos
se
entienden.
Escuchan los tres
inm óviles,
pálidos.)
¡Son los pobres que lleganl
Los pobres cuya existencia negaba usted ahora mismo, señor de la Troude; los pobres,
el campo que usted laboraba y explotaba cuanto podía, señor Capron.
(Los gritos de
¡viva la huelga se distinguen claramente.) ¿Los oyen ustedes llegar? Hoy es aqu i, m añ an a
en sus talleres de ustedes... Muy pronto, tal vez, en todas partes. (Ruido como el de un
ejército en marcha. Se oyen los ritmos de la Garmagnole.) Creo, señor Duhormel que sus
proyectos de caza se ha brá n de aplazar. (Roberto cierra la ventana.) ¿Qué? ¿Todo ha
concluido? ¿Ahora son ustedes quienes callan? ¿Y aq ue l ardor de combate? ¿Y aque l
heroísmo? ¿Ya se sienten derrotados? ¿Ha sido bastante que unoe cuantos pobres can
ten en medio de un cam ino para que ustedes hay an enmu decido y estén pálidos de
terror?
C a p r o n .
¿De terror? Eso se lo ha brá figurado u sted. Yo terror...
(El ruido,
ÍQÍ
clamores aum entan. Crispando el puño desde la ventana.) ¡Miserableei
e l a T r o n d e . (Disimulando el
miedo.)
¡Déjelos u sted; es tán borrach os
R o b e r t o . ¿Borrachos? Ta l vez. ¿Pero de qué? ¿Lo sabe usted?
C a p r o n . Lo que hac e usted es fastidiarme con sus reticencias de revolucionarích
¿Por qué está usted hoy oon nosotros? Sí, sí; empiezo á ver claro. Esos son sus amigos
de usted, y... usted ha venido...
R o b e r t o . Tran quilícese usted, caballero.
D u h o r m e l . Vam os, ho m bre; yo no pued o, no quiero adm itir que esto sea sefio.^.
¡Eso es que se divierten
G e n o v e v a . (Mirando
con
ansia
hacia
la puerta.) \Y mi pftdje, m i padre que oo
viene
C a p r o n ¿Han cerrado la verja del palacio?
G e n o v e v a .
Desesperada
llama y va hada el
iiestíbulot
nñra por ki
escc^vm.)
¡José,
Adela, Ba utis ta ¡Cerrad la verja; daos p risa (Agitada enka en la sala- Roberto intenta
calmarla.) ¡Dios mío. Dios mío
C a p r o n . ¡Con.tal que podamos volver á nuestras ca sas . . (Aparece Hargand.)
Por fin ha l legado; he aquí Hargand.
G e n o v e v a . ¡Padre mío ¡Padre m ío (Rodean á Hargand^
ESCENA YI
LOS MISMOS, HAKGAND
C a p r o n ¿Qué hay?
H a r g a n d ^ (Mirando á sus amigos con extrañeza, casi con desprecio.) Ti-anquilícese
usted, querido Capron, las verjas están cerradas.
C a p r o n . Sí, pero ¿y el cam ino?
H a r g a n d . El camino está l ibré por encima del parque.. . H e dado o rdén.de
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I ^ REVISTA BLASCA 5 6 3
eng anch ar los caballos... Pu eden volver á sus casas sin temor; no tend rán otra
molestia que la de hacer un pequeño rodeo.
C a p r o n Marchémonos, pues. (Los gritos, que no h an cesado, se acentúan, se hacen
más viokntos. Se
oye claramente: ¡Muera
Hargand ¡Viva la
huelga )
D e l a T r o n d e
¡Marchémo nos, marchémonos Jam ás lo hubiera creído. ¿Y mi
Bombrtro? ¿Dónde está, mi sombrero?
(Busca su
sombrero.) Esto es infame. La huelga
aqui. ¿A dónde vamos? ¿Y mi sombrero?
H a r g a n d (Coge
el
sombrero que está
á la vista de
todos sobre
un mueble.)
No se al-
tere tanto la Trou de. Helo aqu i.. . Márchense ustede s.
C a p r o n
(Con solemnidad cogiendo las manos á Hargand.)
Querido amigo Hargand,
hab éis apurado todos los medios de conciliación, les habéis hasta m im ado . Por esos
ban dido s está usted desnu do; les habé is dad o has ta vuestra camisa. ¿Qué m ás quie-
ren? No, no hay lugar á reflexiones... La palabra debe concederse ahora á los fusiles...
lEnergía, amigo, energía y, sobre todo , soldados, soldados y má s soldados ¡Pensad
que no es á vos solam ente á quien defendéis, sino á nosotros, á la libertad del trabajo ,
á la sociedad
V n h o r m e l
No ceda usted una pulgada y no tardarán en capitular.
C a p r o n ¡Ah, si les hub ierais apre tad o el tornillo como yo os lo he aconsejado
repetidas veces ...
D e l a T r o u d e La liberalidad con estas gentes me disgusta sobre ma nera.
jEnergía, energía
H a r g a n d (Obsesionado.) Si, sí, contad conm igo. ¡ Adiós^ ha sta la v ista ¡Vayanse
ustedes
C a p r o n
¿Pero está usted seguro de que hallaremos el camino expedito?
H a r g a n d Seguro, sí. ¡No perde r tiem po
C a p r o n
¡Soldados, soldados inm ediatam ente
D n h o r n t e l ¡Es preciso hacer una que sirva de terrible ejemplo
D e l a T r o u d e Nosotros confiamos en usted.
H a r g a n d
Sí, sí. ¡Adiós (Márchanse los tres. Con ironía) ¡Pobres imbéciles ¿Y
esos son mis aliados?
ESCENA VII
HARGAND, ROBERTO Y GENOVEVA
(Faera gritoe, clamores, cantos, mido parecido al de las olas. Hargand sombrío, pero sereno,
se sienta en un diván, le rodean Genoveva temblando y Roberto triste, soñador.)
H a r g a n d Dame agua, Genoveva.
(Genoveva vierte agua en un vaso. Harg and
bebe con avidez.) Gracias, hija mía. (Corto silencio.) ¿Y tú, Rob erto?
K o b e r t o ¡Padre mío
H a r g a n d ¡Te marcharás esta tarde
K o b e r t o
. Eso mismo que ría pedirle. (Con timidez.) Pero antes de marcharme,
permítame usted. . .
H a r g a n d (Interrumpiéndole.) ¡Ni u n a palab ra; te lo ruego ¡No te reproch o
na da ¡No te acuso de nad a
(E n
medio
del griterío confuso se distingue
claramente
el
grito de ¡viva Roberto Hargan d ¡Viva la huelga Roberto estupefacto quiere protestar.
Hargand le contiene con una mirada. Corto y penoso silencio. Hargand, emocionado, la voz
un poco alterada, continúa.) No te acuso de nad a; pero te ruego que no aume ntes con
inútiles palabras la distancia dolorosa que en este momento nos separa á los dos.
R o b e r t o ¡Padre mió, padre mío
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5 6 4 LA REVISTA BLANCA
H a r g a n d
Con nobleza.)
E ntr e nosotros dos, hijo mío, no puede haber en ade-
Itnte más que silencio. Se levanta.)
R o b e r t o Emocionado, cae en brazos de su padre.) Le am o á Hsted; le respeto;
tengo confianza en vuestra piedad , en vue stra justicia. En este mom ento una piedra,
lanzada desde fuera, rompiendo un cristal, rueda hasta los pies de Hargand; Genoveva da un
grito.)
H a r g a n d ¡La justicia Deja la piedra sobre un mueble. Cae el telón.)
OCTAVIO MIRBEAU.
(Traducción de Antonio López.)
F I N D EL S E G U N D O A C T O
SEC CIÓN GENER L
L RELIGIÓN Y L CIENCI
En la esfera puramente científica, los obstáculos que la religión opone sistemática
mente al progreso, suelen ser desdeñados donde quiera que se estudia la sociología, y
ya nadie siente la necesidad de insistir, ni entre los iniciados en la ciencia revolucio
naria hay quien reclame que se pongan á la orden del día cuestiones teológicas relacio
nadas con la ciencia.
Por desgracia, España es una excepción; aquí es aún necesario dedicar algún tiem
po á estos asuntos en atención al gran número de ignorantes que carecen de toda ins
trucción, y al no escaso de privilegiados, más ó me nos ilustra dos , pero som etidos al
sugestivo influjo clerical, y qug jun tos form an un a fuerza some tida á la dom inac ión
de los teócratas.
Por m is escasos c onocim ientos, poca luz propia pued o apo rtar para el esclar eci
miento de verdades tan importantes como las que al indicado asunto se refieren; pero
m e qu eda el recurso de apo rtarla refl-jada é, imitíxndo á otros m uch os, pued o hacer
me una erudición de circunstancias con sólo tom ar del mo ntón de lo que se sabe y
con ella llevar á buen término mi tesis, á saber: todo lo que se ha e&crito para probar
la armonía entre la religión y la ciencia ha resultado trabajo inútil.
Creyendo presta r un servicio á mis com pañeros de trabajo desde las p áginas de
esta Revista, dedicada sinceram ente á la verdad y á la justicia, entro en m ateria .
E l Concilio Vatica no, y despué s la m ultitu d de escritores en él inspirados, apoyán
dose en razon am ientos m ás ó me nos sofísticos, que no pue do repro duc ir por su^ex-
tensión ni tampoc o lo juzgo necesario, dicen: «Ningu na verdadera discordia puede
hab er jam ás entre la fe y la razón... La vana apariencia de esta contradicción nac e
princip alm ente de no habe r sido entendid os y expuestos los dogm as de la fe, seg án
la m en te de la Iglesia, ó de haberse tom ado por sentencia de la razón los antojos de
las opin iones .» _,
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liA BEVIBTA BLANCA 6
Es cierto que la fe y la razón deben de andar acordes siempre, y así andaría n si no
hubieran inventado los teólogos aquella fe que clasifican entre las virtudes teologales,
indispensable para creer misterios y railagroa reñidos jn la evidencia. Tengo fe, por
ejemplo, en la redondez de la tierra; en que el día, la noche y las estaciones son fenó
m enos produ cidos por su mo vim iento y su relación con el sol, aun qu e por falta de
conocimientos y de medios á propósito no puedít comprobarlo directamente; tengo fe
en la existencia de América, aunque no la he visto, y la tengo también en que la in
justicia dom ina nte en la sociedad, resultado de monstruosos abusos, cometidos á la
sombra de una fe ciega en el error, han de de3aparec9r merced á la ilustración y á la
energía de loa que de tal iniquidad vienen siendo víctimas, aunque tan fausto aconte
cimiento no pueda verle por ser futuro. Y esa fe racional, fundada en la lógica y apo
yada en la evidencia, es perfectamente suficiente.
E n cu anto á que los dogm as de la fe no ha yan sido expuestos según la me nte de
la Iglesia, y por ello no hayan sido entendidos, cúlpese á la dudosa sabiduría de tanto
teólogo, qu e, por lo visto, esta ban poco fuertes en gram ática , ó que acaso se extra
viaban algo por el peligroso terreno de los antojos de las opiniones.
Y continúa el Concilio Vaticano:
«Tan lejos está la Iglesia de oponerse al cultivo de las artes y ciencias hu m an as ,
que,
por el contrario, lo auxilia y lo promueve en muchas maneras. Pues no ignora ni
desdeña los provechos que de ella reporta la vida humana.»
Afirmación abso lutam ente falsa, como lo pru eba n, tom ados entre mu chos, los
siguientes recuerdos históricos: el sistema de Copérnico, cond enad o po r la Iglesia
como contrario á las Sagradas Escrituras; Colón, tenido por loco por la Junta de Sala
manca; Galileo, obligado á renegar de la verdad ante la Inquisición de Florencia.
Contra el valor positivo de estos datos, que el lector ilustrado am plia rá, nad a sig
nifica el hecho de que, especialm ente en estos último s tiem pos, se hayan dedicado
algunos religiosos al estudio de las ciencias, entre los cuales sobresalen nombres emi
nentes eomo el P. Secchi, por ejemplo, porque esto sólo sirve para evidenciar la contra
dicción que existe entre los libros sagrados, depositarios de la revelación y la tradi
ción religiosa, y su opuesta y antitética la observación científica, á la vez que la incon
gruencia entre lo que dicen creer y manifiestan saber los místicos científicos. Tenien-
do en cuenta, además, que ese fervor científico pudiera muy bien tener por objeto no
dejarse arre bata r el pred om inio y los privilegios qu e los teócratas disfrutan , defen
diéndolos con esa misma sabiduría que aborrecen y echando mano de ella para cegar
sus fuentes con sofismas y con sus métodos especiales de enseñanza.
Aparte de la contradicción y la incongruencia entre el saber y el creer, existentes
entre los teócratas, hay sabios laicos que am para n con el prestigio de su nomb re ver.
dadoras tontería s, com o la siguie nte: «Ó Moisés tenía en las ciencias un a instruc ción
tan profunda como la de nuestro siglo, ó estuvo inspirado.» Am pére, Teoriu de la
tierra.
Para demostrar que Moisés distaba mucho de tener esa instrucción científica y no
tuvo otra inspiración que las preocupaciones propias del vulgo, basta saber lo que son
el Sol, la Luna y las estrellas, según la ciencia moderna, y lo que respecto de los astros
se lee en el Antiguo y Nuevo Testamento. Veámoslo:
«El Sol es el centro de nuestro sistema planetario y el regulador del movimiento
de la Tierra y de los otros planetas; origen de calor y de luz, es el principio vivifican
te de todos los seres organizados. Los más sabios astrónomos le atribuyen un núcleo
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6 6 LA REVISTA BLAHCA
sólido, obscuro y quizá hab itado , rodeado de un a atmósfera lum inosa. L a distancia
del Sol á la Tierra es de unos 38 m illones de leguas; su luz nos llega en ocho m inu tos
trece segundos, y es 1 400 000 veces mayor que nuestro globo. Antes de Cópernico se
suponía que el Sol y t o io el cielo volteaba diariam ente alrededor de la Tierra. (Da est e
error participaba Moisés y con él su divino inspirador, quienes además ignoraban la
redondez de la Tierra y la existencia de América.)
»La Luna es un satélite de la Tierra, en derredor de la cual voltea, acompañándola
en U revolución anual alrededor del Sol. Es 49 veces más pequeña que la Tierra, de
la que dista 85.000 leguas. Tiene valles, montañas y volcanes; pero carece de atmós
fera, porq ue no se nota en ella nin gu na nu be y los rasgos lumino sos qu e recibe del
Sol no exp erim enta n refracción algun a, lo qu e la hace inha bitab le, al me nos pa ra
seres de nuestra misma naturaleza. Efectúa su revolución en torno nuestro en veinti
nue ve días y medio, y siempre nos prese nta la m isma faz. (Esa es la gran lum bre ra,
encargada, según Moisés, de señorear la noche.)
«Las estrellas son astros fijos que brillan por su propia luz, y se cree qu e son los
soles de otros tantos sistemas plan etarios , cuyo nú m ero es indefinido. Cuand o por
hallarse cerca de la misma línea de observación parecen próximas unas á otras, forman
manchas blanquecinas, conocidas con el nombre de
nebulosas.
La vía láctea es un a
nebulosa inmen sa; las estrellas están separad as de nosotros por distancias incalcula
bles; por eso, au nq ue la luz qu e nos env ían recorre m ás de 300.000 kilóm etros por
segund o, tard a en llegar á nosotros ha sta tres ó cuatro año s, jefiriénd ono s, por
supuesto, á las más próximas; Sirio tarda veintidós años. La ciencia supone que los
rayos lum inosos partido s de aquellos c uerpos en tiem pos remotísimos con un a velo
cidad de 100.000 leguas por segundo, acaban de llegar á nuestra vista.»
Ante ese resumen científico, que tomo de un acreditado Diccionario francés, que
por nad ie pu ed e ser recusad o, véase ahora lo que se lee en el
Génesis
cap . I., vers. 14-19:
«Y dijo Dios: Sean lumbreras en la expansión de los cielos para apartar el día y la
noc he; y sean por señales para las estaciones, días y año s. Y sean.po r lum brer as en
la expa nsión de los cielos para alum bra r sobre la tierra, y fué así. É hizo Dios las dos
grandes lumbreras: la mayor para que señorease el día, y la menor para que señorease
la no che; hizo tam bién las estrellas. Y púsolas Dios en la expan sión de los cielos pa ra
alu m bra r sobre la tierra; y pa ra señorear en el día y en la noche y para ap arta r la
luz d e las tinieblas; y vio Dios que era bue no. Y fué la tard e y la m añ an a del día
cuarto.»
La simple comp aración de am bas citas basta para evidenciar la ignorancia del
autor místico; pero los creyentes todo lo allanan para que los absurdos de la supuesta
revelación no tropiecen con el buen sentido. Así, para que no choque aquello del
Génesis I, 3-5: «Y dijo Dios: Sea la luz; y fué la luz. Y vio Dios que la luz era buena;
y apa rtó Dios la luz de las tinieblas. Y llam ó Dios á la luz día y á las tiniebla s llamó
noche-, y fué la ta rde y la m añ an a un día» , creando la luz an tes que las lum brera ? qu e
habían de producirla, de lo que se cuidó tres días después, viene un sabio creyente y
dice:
tMoisés distinguió dos clases de luz: la una puesta en movimiento desde la prime
ra época, y que no es más que el resultado de ciertas vibraciones impresas á la materia
misma... ; la otra, cuya aparición tuvo lugar á la cuarta época, y que emana de los
cuerpos luminosos esparcidos en el firmamento del cielo.» (Marcel de Serres, Oosmo-
gonia de
Moisés.
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£A REVISTA q^ASOA 567
Aparte de que no e§ muy compuensible eso de las vibraciones luminosas de la ma.
teria que ilumin an d uran te el día solamente, y que exista el día y la noche ante s de
que haya sol que ilum ine y m ovim iento de rotación que alterne la luz con las tinie
blas,
substituye el sabi