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2020 novena LA EUCARISTÍA Y LA VIRGEN (1) · Más todavía. Después de la consagración del Pan y del Vino, rezamos: “Así, con Ma-ría, la Madre de Jesús, con los Apóstoles

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Día17

Misadeldomingodela6ªsemanadePascua

Homilía EL CIELO Y LA TIERRA

Queridos hermanos: “Si no lo veo, no lo creo”. Decir eso, hoy día, hace reír, porque vemos muy poco con nuestros ojos. Miramos al cielo y contemplamos solo unas pocas estrellas y planetas, y nada más. Sin embargo, con un telescopio, descubrimos galaxias y millones de estrellas. Miramos nuestra mano y solo vemos la piel; no distinguimos ni los huesos ni los tendones, nervios, venas; y mucho menos las células. “Si no lo veo, no lo creo”. Pobres de nosotros, porque vemos poco. Pero todavía estamos más ciegos para las cosas espirituales. Cuando estamos junto a otra persona, no adivinamos sus pensamientos, sus afectos, sus temores, sus esperanzas. Pero todavía estamos más ciegos para ver a Dios. Él está en todos los sitios, dentro de nosotros mismos, pero no somos capaces de verlo, de descubrirlo. En la Eucaristía, Jesús nos dice: “Tomad y comed: esto es mi Cuerpo. Tomad y bebed: este es el Cáliz de mi Sangre” (cfr. Mateo 26,27-28). Y nosotros solo vemos un poco de pan y un poco de vino. Al comenzar la Eucaristía, rezamos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Si comenzamos en su nombre, quiere decir que existen. Pero, además, en la Eucaristía les adoramos, les pedimos perdón, les cantamos, les damos gracias. O sea, que sentimos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo a nuestro lado. Más todavía. Después de la consagración del Pan y del Vino, rezamos: “Así, con Ma-ría, la Madre de Jesús, con los Apóstoles y los Santos te alabamos y te bendecimos”. Y además recordamos a los difuntos. Eso quiere decir que en la Eucaristía sentimos que la Virgen, los Apóstoles, los Santos y los difuntos están vivos y presentes. Pero no los vemos con nuestros ojos. La explicación de todo ello es muy clara. Jesús, el Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo forman un solo Dios. Si en la Comunión yo recibo a Cristo resucitado, que es el Hijo de Dios, necesariamente recibo a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo, a toda la Santísima Trinidad, porque son un solo Dios en Tres Personas. Más aún. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Y, en ese Cuerpo, Cristo es la Cabeza. La Virgen, los Santos, los difuntos, todos los cristianos y toda la humanidad somos los miembros. En un cuerpo, la cabeza no se puede separar de los miembros. En el Cuerpo de Cristo, no se puede separar la Cabeza, que es Cristo, de los miembros, que somos: la Virgen, los Apóstoles, los Santos, los difuntos, los cristianos, la Iglesia entera, y toda la humanidad. Por tanto, cuando en la Comunión recibimos a Cristo, recibimos también a todos los miembros de la Iglesia, estamos unidos a todos ellos. Pero el caso de la Virgen es excepcional. En la comunión, recibimos el Cuerpo de Cristo, pero Cristo recibió el Cuerpo de su Madre, la Virgen María. En el Cuerpo de Cristo hay algo

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de su Madre, porque en el cuerpo de todo hijo queda la huella real de la madre que lo ha engendrado. Ahora Cristo y su Madre viven ya resucitados y gloriosos. Saquemos la conclusión de todo lo que hemos dicho. En la Comunión, al recibir a Jesús, recibimos también a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo. Y además a la Virgen, su Madre, a los Santos, a los difuntos, a los cristianos y a la humanidad entera. O sea, en la comunión Cristo nos trae el Cielo a la tierra. Y nosotros, sin enterarnos. Para descubrir esa maravilla, no podemos usar ningún aparato técnico, sino solamente la fe. Con la fe, se nos abrirán el Cielo y la tierra.

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Las lecturas de hoy nos han abierto el Cielo. En la lectura de Los Hechos de los Apóstoles, hemos encontrado la presencia del Espíritu Santo. A los cristianos que habían sido bautizados, los Apóstoles les imponían las manos en la cabeza para que recibieran el Espíritu Santo. Pero eso no fue cosa solo de aquel momento. A nosotros también, el obispo o el sacerdote nos imponen las manos en los Sacramentos para que recibamos el Espíritu Santo. En el evangelio de hoy, Jesús nos ha hablado de su Padre celestial y del Espíritu Santo. Así dice Jesús: "Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, otro Defensor, o sea, el Espíritu Santo, que esté siempre con vosotros" (cfr. Juan 14,16). Jesús afirma en el evangelio: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos" (Mateo 28,20). Y, al mismo tiempo, Jesús nos asegura que el Espíritu Santo estará también siempre con nosotros. Estamos maravillosamente acompañados por Dios Padre, por Jesús y por el Espíritu Santo. Cuando el sacerdote consagra el pan y el vino en la Eucaristía, invoca al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo: "Santo eres en verdad, Señor, Padre, fuente de toda santidad, te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor". La efusión del Espíritu es la intervención del Espíritu Santo para obrar el milagro de que el pan y el vino se conviertan para nosotros en el Cuerpo y Sangre de Jesús. Por tanto, la Eucaristía es un gran milagro que cada día hace para nosotros el Espíritu Santo. La Comunión nos hace participar en ese maravilloso milagro, nos espiritualiza, más aún, nos diviniza. La Comunión es lo más grande y sublime que podemos hacer en este mundo.

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Moniciones para la celebración SALUDO. La paz y la alegría de Jesús resucitado estén con vosotros. AMBIENTACIÓN. Estamos celebrando el sexto domingo de Pascua. Y la Pascua es tiempo

del triunfo de Jesús. Más aún, es el comienzo de nuestro propio triunfo; porque, si Jesús ha resucitado, también resucitaremos nosotros con Él. Si Él ha vencido al pecado, también lo vencerá en nosotros. Todo eso nos ha de llenar de alegría, de esperanza, de agradecimiento a Jesús, nuestro Hermano y Salvador.

ACTO PENITENCIAL. Nosotros no vencemos al pecado, es Jesús quien vence al pecado en

nosotros. Por eso, hemos de pedir perdón:

– Jesús resucitado, Tú has ganado para nosotros la Resurrección. Señor, ten piedad. – Jesús resucitado, Tú vences el pecado en nosotros. Cristo, ten piedad. – Jesús resucitado, Tú nos llenas de alegría y de esperanza. Señor, ten piedad.

Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

1ª LECTURA. Los Apóstoles daban el don del Espíritu Santo, imponiendo sus manos sobre

los bautizados. Ahora lo hacen los obispos y los sacerdotes sobre nosotros. 2ª LECTURA. Cristo, como hombre, estuvo muerto en su cuerpo, pero fue vivificado,

resucitado, por el Espíritu. El Espíritu Santo es Señor y Dador de Vida. ORAD, HERMANOS. Orad, hermanos, para que llevando al altar los gozos y las fatigas de

cada día, nos dispongamos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso. PREFACIO PASCUAL, III. PLEGARIA EUCARÍSTICA, III. PADRENUESTRO. Gracias a que el Hijo de Dios se ha hecho Hermano nuestro, podemos

invocar a Dios como Padre. Oremos al Padre, diciendo todos: "Padre nuestro". COMUNIÓN. No podemos ver con nuestros ojos humanos a Jesús resucitado, pero sí que

lo vemos con los ojos de la fe. Él afirmó: "Bienaventurados los que crean sin haber visto" (Juan 20,29). Dichosos nosotros que comulgamos con fe.

”Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los llamados a esta mesa”.

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Oración de los fieles Con la confianza que nos da ser hijos de Dios, presentamos esta oración a nuestro Padre: – Para que agradezcamos a Dios Padre y a Jesús el regalo divino que nos hacen al darnos su Espíritu Santo. Roguemos al Señor: – Para que el Espíritu Santo ilumine a nuestros gobernantes en la búsqueda continua del bien común. Roguemos al Señor: – Por los que siguen adorando a los ídolos: el materialismo, el dinero, el placer. Para que el Espíritu Santo les ayude a encontrar los bienes espirituales, que dan sentido a la vida. Roguemos al Señor: – Por nosotros mismos, para que sepamos pasar por esta tierra con los pies en el suelo y el corazón en el Cielo. Roguemos al Señor: Padre, Tú nos has regalado a tu Hijo y a tu Santo Espíritu para hacernos miembros de tu Familia, como hijos tuyos. Gracias por tu generosidad infinita. Por tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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