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58 A N Á L I S I S P l a n E s p e c i a l d e l a C i u d a d H i s t ó r i c a d e S a n t i a g o d e C o m p o s t e l a E S T U D I O T H U B A N , S L 5. EVOLUCIÓN HISTÓRICA Y URBANA. 5.1. Conformación y evolución histórica. Estructura y formas urbanas, edificaciones y usos. Componentes, imágenes, significados de las escenas y componentes de los paisajes. No parece coherente con las características y finalidades de este Documento abordar de forma general -holística, si se quisiera aplicar este concepto- el estudio de conformación histórica, la estructura y las formas urbanas, las edificaciones y espacios libres, en sus distintos tipos y escalas, los paisajes en sus diversas componentes, los usos y significados de unos y otros componentes. Las necesarias bases de sistematización propias de los trabajos de Información y Diagnóstico de un Plan Especial, tanto para para la identificación de aspectos problemáticos como para la evaluación de hipótesis de actuación, hace más aconsejable su estructuración en “temas” diferenciados, facilitando su lectura independiente y también posibles y deseables aportaciones críticas o incrementales. Por supuesto, tratando siempre de mantener nexos y articulaciones entre los distintos discursos…lo que como cabe suponer no es una tarea fácil, por sus complejas y muy frecuentes intersecciones o superposiciones. Proponemos, por ello, una organización argumental que diferencie, y a la vez entrelace, los enfoques que se presentan: La formación y evolución histórica general de la ciudad. Debería actuar como urdimbre de los otros discursos temáticos, aunque, como señalaremos, adoptando unos “modos expositivos” particulares, partiendo de las condiciones actuales –que son las que determinan los problemas que debemos afrontar y delinean oportunidades e incitaciones-para retrotraernos después a anteriores procesos. La estructura y morfologías del asentamiento y de los tejidos edificados. Como en el anterior enfoque sobre la “historia”, utilizaríamos como telón de fondo las conformaciones actuales para ir situando después las “apariciones” o “correcciones” anteriores de sus distintos componentes…y también, en sentido inverso en el devenir temporal, centrando la atención en algunos rasgos históricos que se hubieran mostrado como persistentes, o en todo caso moldeadores de conformaciones posteriores. Las características de las edificaciones: inserción histórica y motivaciones, tipos arquitectónicos y funcionales, implantaciones en los tejidos urbanos, características constructivas; lenguajes… En este enfoque tendrán decisivas hilazones analíticas las distinciones entre “arquitecturas singulares” y tejidos “menores” de carácter residencial de capas medias y populares, con las muy diversas distinciones entre las encuadradas en esas dos grandes categorías. En efecto, los criterios de inserción en la primera responderían sobre todo a su incidencia excepcional o muy relevante en la ciudad, con independencia de las graduaciones de sus escalas, de sus valores formales y de sus repercusiones en la vida y los significados de la ciudad (por ejemplo, cuando consideremos los tipos conventuales deberemos considerar con similar interés tanto grandes conjuntos como los de S. Martín Pinario como los de conventos de menor relevancia). Las consideraciones sobre los más adecuados encuadramientos en la segunda categoría deberían ser en parte más sencillas, al recubrir sobre todo edificaciones de vivienda, en muchos casos conjugando esos usos con actividades comerciales o artesanales en plantas bajas: pero algunas arquitecturas de vivienda de capas medias o altas de finales del XIX o principios de XX podrían quizá aspirar a ciertas asignaciones de singularidadEsta línea de trabajo no tendrá solo, como es de esperar, neutros propósitos descriptivos o analíticos, sino que debería incidir en evaluaciones con objetivos propositivos, en cuanto a criterios y normas de protección y actuación, horizontes de usos (considerando compatibilidades y congruencias de los usos actuales, posibles o deseables nuevas funciones…). Usos originarios y actuales de las edificaciones. Como en tantas ciudades históricas, se dan en Santiago complejas y muy diversas distinciones entre los usos para los que fueron destinados originariamente los edificios, sus sucesivas modificaciones –que implicaron en mayor o menor medida adaptaciones en las estructuras y organizaciones interiores- y sus usos actuales, en su mayor parte derivados de actuaciones recientes. Así, han sido muy frecuentes en las arquitecturas singulares las actuaciones de reconversión para funciones muy distintas a las iniciales, casi siempre a través de iniciativas públicas (palacios, conventos o casas de capas altas reconvertidos para usos culturales o administrativos). Pero también han sido muy numerosas (y de interés probablemente mayor para los cometidos del Plan Especial) las reconversiones promovidas por agentes privados, sobre todo sobre edificaciones de tipologías de vivienda, en todas sus estratificaciones dimensionales, de localización y de valores arquitectónicos (implantaciones de hoteles, hostales o apartamentos turísticos, adaptaciones de edificios completos para usos hosteleros o comerciales eliminando anteriores usos de vivienda en plantas altas). Pero estas modificaciones, las más “visibles”, no debieran hacernos olvidar que la gran mayoría de las actuaciones desarrolladas desde los 90 han consistido en rehabilitaciones de edificios “menores” para sus usos originarios de vivienda con compatibilidades de usos comerciales en plantas bajas. Interesará estudiar las localizaciones, los alcances y las implicaciones de esas intervenciones, desarrolladas en muchos casos con ayudas públicas (por ejemplo, identificando los modos de promoción de las obras, por propietarios-usuarios, por propietarios con finalidades de venta o alquiler, o por empresas inmobiliarias…) Y, en fin, tendrán un papel crucial en toda esta línea de trabajo las identificaciones de “usos en extrema debilidad” (como en algunas fincas de propiedad eclesiástica), de “usos incongruentes” (como pudiera suceder en algunos edificios de actividades administrativas) y, pura y simplemente, de situaciones de “desuso”, por desocupación total de los edificios. En este último aspecto tendrá sustancial importancia establecer correlaciones entre las situaciones de desocupación y las localizaciones, características tipológicas y dimensionales de los edificios y su estado de conservación (además de evaluar otros posibles factores, relacionados por ejemplo con las estructuras de propiedad, situaciones jurídicas particulares, etc.).

5. EVOLUCIÓN HISTÓRICA Y URBANA.€¦ · los que fueron destinados originariamente los edificios, sus sucesivas modificaciones –que implicaron en mayor o menor medida adaptaciones

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58 A N Á L I S I S

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E S T U D I O T H U B A N , S L

5. EVOLUCIÓN HISTÓRICA Y URBANA.

5.1. Conformación y evolución histórica. Estructura y formas urbanas, edificaciones y usos.

Componentes, imágenes, significados de las escenas y componentes de los paisajes.

No parece coherente con las características y finalidades de este Documento abordar de forma general -holística,

si se quisiera aplicar este concepto- el estudio de conformación histórica, la estructura y las formas urbanas, las

edificaciones y espacios libres, en sus distintos tipos y escalas, los paisajes en sus diversas componentes, los usos y significados

de unos y otros componentes.

Las necesarias bases de sistematización propias de los trabajos de Información y Diagnóstico de un Plan Especial,

tanto para para la identificación de aspectos problemáticos como para la evaluación de hipótesis de actuación, hace

más aconsejable su estructuración en “temas” diferenciados, facilitando su lectura independiente y también posibles y

deseables aportaciones críticas o incrementales. Por supuesto, tratando siempre de mantener nexos y articulaciones entre

los distintos discursos…lo que como cabe suponer no es una tarea fácil, por sus complejas y muy frecuentes intersecciones

o superposiciones.

Proponemos, por ello, una organización argumental que diferencie, y a la vez entrelace, los enfoques que se

presentan:

La formación y evolución histórica general de la ciudad.

Debería actuar como urdimbre de los otros discursos temáticos, aunque, como señalaremos, adoptando unos

“modos expositivos” particulares, partiendo de las condiciones actuales –que son las que determinan los problemas que

debemos afrontar y delinean oportunidades e incitaciones-para retrotraernos después a anteriores procesos.

La estructura y morfologías del asentamiento y de los tejidos edificados.

Como en el anterior enfoque sobre la “historia”, utilizaríamos como telón de fondo las conformaciones actuales

para ir situando después las “apariciones” o “correcciones” anteriores de sus distintos componentes…y también, en sentido

inverso en el devenir temporal, centrando la atención en algunos rasgos históricos que se hubieran mostrado como

persistentes, o en todo caso moldeadores de conformaciones posteriores.

Las características de las edificaciones: inserción histórica y motivaciones, tipos arquitectónicos y

funcionales, implantaciones en los tejidos urbanos, características constructivas; lenguajes…

En este enfoque tendrán decisivas hilazones analíticas las distinciones entre “arquitecturas singulares” y tejidos

“menores” de carácter residencial de capas medias y populares, con las muy diversas distinciones entre las encuadradas

en esas dos grandes categorías. En efecto, los criterios de inserción en la primera responderían sobre todo a su incidencia

excepcional o muy relevante en la ciudad, con independencia de las graduaciones de sus escalas, de sus valores formales

y de sus repercusiones en la vida y los significados de la ciudad (por ejemplo, cuando consideremos los tipos conventuales

deberemos considerar con similar interés tanto grandes conjuntos como los de S. Martín Pinario como los de conventos de

menor relevancia). Las consideraciones sobre los más adecuados encuadramientos en la segunda categoría deberían ser

en parte más sencillas, al recubrir sobre todo edificaciones de vivienda, en muchos casos conjugando esos usos con

actividades comerciales o artesanales en plantas bajas: pero algunas arquitecturas de vivienda de capas medias o altas

de finales del XIX o principios de XX podrían quizá aspirar a ciertas asignaciones de singularidad…

Esta línea de trabajo no tendrá solo, como es de esperar, neutros propósitos descriptivos o analíticos, sino que

debería incidir en evaluaciones con objetivos propositivos, en cuanto a criterios y normas de protección y actuación,

horizontes de usos (considerando compatibilidades y congruencias de los usos actuales, posibles o deseables nuevas

funciones…).

Usos originarios y actuales de las edificaciones.

Como en tantas ciudades históricas, se dan en Santiago complejas y muy diversas distinciones entre los usos para

los que fueron destinados originariamente los edificios, sus sucesivas modificaciones –que implicaron en mayor o menor

medida adaptaciones en las estructuras y organizaciones interiores- y sus usos actuales, en su mayor parte derivados de

actuaciones recientes.

Así, han sido muy frecuentes en las arquitecturas singulares las actuaciones de reconversión para funciones muy

distintas a las iniciales, casi siempre a través de iniciativas públicas (palacios, conventos o casas de capas altas

reconvertidos para usos culturales o administrativos).

Pero también han sido muy numerosas (y de interés probablemente mayor para los cometidos del Plan Especial)

las reconversiones promovidas por agentes privados, sobre todo sobre edificaciones de tipologías de vivienda, en todas

sus estratificaciones dimensionales, de localización y de valores arquitectónicos (implantaciones de hoteles, hostales o

apartamentos turísticos, adaptaciones de edificios completos para usos hosteleros o comerciales eliminando anteriores

usos de vivienda en plantas altas).

Pero estas modificaciones, las más “visibles”, no debieran hacernos olvidar que la gran mayoría de las actuaciones

desarrolladas desde los 90 han consistido en rehabilitaciones de edificios “menores” para sus usos originarios de vivienda

con compatibilidades de usos comerciales en plantas bajas. Interesará estudiar las localizaciones, los alcances y las

implicaciones de esas intervenciones, desarrolladas en muchos casos con ayudas públicas (por ejemplo, identificando los

modos de promoción de las obras, por propietarios-usuarios, por propietarios con finalidades de venta o alquiler, o por

empresas inmobiliarias…)

Y, en fin, tendrán un papel crucial en toda esta línea de trabajo las identificaciones de “usos en extrema debilidad”

(como en algunas fincas de propiedad eclesiástica), de “usos incongruentes” (como pudiera suceder en algunos edificios

de actividades administrativas) y, pura y simplemente, de situaciones de “desuso”, por desocupación total de los edificios.

En este último aspecto tendrá sustancial importancia establecer correlaciones entre las situaciones de desocupación y las

localizaciones, características tipológicas y dimensionales de los edificios y su estado de conservación (además de evaluar

otros posibles factores, relacionados por ejemplo con las estructuras de propiedad, situaciones jurídicas particulares, etc.).

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Las condiciones de los espacios libres urbanos de especial relevancia: plazas y plazuelas, calles

vertebradoras, parques…

En lo que concierne a las plazas y otros espacios libres de cierta relevancia esta línea de indagación y evaluación

avanzaría sobre los enfoques antes mencionados sobre estructura y morfología de la ciudad y sobre las características de

la edificación, para focalizarse con mayor detalle en los aspectos conformadores de las escenas de plazas y otros espacios

singulares: plazas interiores al recinto de formación por así decirlo “orgánica”, en el proceso de conformación medieval de

la trama, o respondiendo a esquemas “proyectados” por aprovechamientos o remodelaciones sobre preexistencias (como

Quintana y Platerías).

En cuanto a las calles, en sus trazados, funciones, escenas, deberemos recoger las conclusiones de los enfoques

relativos a las estructuraciones de los tejidos antiguos, considerando formaciones originarias y sucesivas correcciones y

ajustes, sobre todo las realizadas en el XIX. Pero también tendremos en cuenta las incidencias de algunas componentes

recientes (como el Paseo Juan XXIII) con fuerte relevancia en el recinto.

En fin, en las consideraciones sobre los parques, jardines y otros espacios verdes públicos, tendrá especial

importancia el estudio de la Alameda y parque de Santa Susana, gran aportación de la cultura cívica de finales del XIX.

Pero también, y quizá con mayor énfasis, deberemos evaluar las aportaciones de los numerosos espacios públicos

predispuestos por el PGO de los 90.

Consideraciones sobre los signos: elementos significantes y ramificaciones de los significados.

Todas esas líneas de análisis implicarán consideraciones sobre los significados, en sus múltiples dimensiones y

referentes (el conjunto de la ciudad, determinadas componentes urbanas, focos o hitos, modos de vida…). Derivados unos

de la persistente acción “didáctico/imperativa” de las instituciones (iglesia, poderes políticos, grupos civiles o culturales

organizados…) impregnados otros por más lábiles, y a veces más persistentes, memorias y costumbres ciudadanas, relatos

literarios cultos o populares, casuales transmisiones de recuerdos entre generaciones, imágenes gráficas…

Son muchos los matices de esos “estratos de memoria” y de “incursiones de significados”: algunos originariamente

fuertes, después enmarañados o banalizados, en ocasiones casi desvanecidos, pocos llegados hasta hoy en toda su

fortaleza inicial.

Será tarea del Plan Especial –y sobre todo, en inmediata continuidad, del Plan de Gestión Unesco- evaluar estos

aspectos, en todo lo que pudieran requerir las estrategias de esos documentos: acentuaciones, enlaces, inserciones en

“lecturas” contextuales… Pero también deberán plantearse tareas de conformación de nuevos significados, relacionados

por ejemplo con los procesos de rehabilitación desarrollados desde los 90, las aportaciones de nuevos usos dinamizadores

culturales y económicos, apoyados en ocasiones en arquitecturas de notable valor, el proyecto general de la ciudad.

Estructuras, escenas, elementos del paisaje urbano.

Integrarían, como cabe esperar, muchos aspectos de las anteriores líneas de análisis, al tener que referirse a las

estructuras urbanas y a sus relaciones con la geografía, a las relaciones entre morfologías o trazados e inserciones

edificatorias, a las disposiciones de los agregados construidos –en sus ensamblajes de “grandes episodios” y “caserío

menor”- a los despliegues de sus ámbitos libres y sus escenas edificadas, con sus puntuaciones, cambiantes en la historias,

de usos y significados…

Pero como después señalaremos, no tendrían un carácter de cómodo “compendio”, sino que tratarían de asumir

un papel vertebrador de todas esas aproximaciones temáticas, inscribiéndose en los actuales horizontes de análisis y

propuestas sobre los centros históricos. En efecto, como argumentaremos posteriormente, trataremos de utilizar los

“campos” y “referentes” de lo que hemos denominado nueva urbanística del paisaje histórico como armazones y guías

para el entendimiento de las condiciones actuales de los centros y para la formulación de coherentes estrategias de

valorización, con el fin de superar anteriores enfoques, que si bien han obtenido resultados considerables, muestran –desde

hace algunos años- deficiencias. Por supuesto, como veremos, ni mucho menos con intenciones de “relegación” de los

métodos hasta hace poco imperantes, sino más bien tratando de estimular sus potencialidades en parte poco

aprovechadas y sobre todo intentando inscribir esos enfoques “parciales” en perspectivas con mayor capacidad

integradora.

5.2. Conformación y evolución histórica: indagando desde el “presente de la ciudad”.

5.2.1. Introducción.

La ciudad histórica de Santiago, así como la mayoría de las arquitecturas singulares y edificaciones “menores” que

la componen, han sido objeto de estudio por gran número de documentados trabajos. Entendemos que los imprescindibles

análisis en que debe asentarse el Plan Especial, respecto al conocimiento de la formación y la evolución de esos

componentes urbanos y edificados, así como de sus usos, sus significados, no puede ni debe inscribirse en perspectivas

académicas, como si se abordara una investigación “autónoma”, sino que tendrían más bien que operar a través de

evaluaciones de las aportaciones efectuadas, con criterios de selección, de conexiones entre diferentes enfoques, de

contraste crítico entre algunas conclusiones dispares, y, en fin, de acentuación de aquellos aspectos que incidirían, de

modo más o menos directo, pero siempre relevante, en nuestras tareas propositivas.

Por ello, nos remitimos a los trabajos que hemos consultado con mayor atención, así como a bibliografía

complementaria que nos ha proporcionado algunas indicaciones puntuales de interés para nuestros objetivos. En esos

reconocimientos incluimos asimismo las importantes fuentes documentales de distintos Archivos, sobre todo al municipal,

con amplios contenidos y con muy eficiente organización.

Cara a nuestros objetivos, no creemos adecuado estructurar nuestros análisis con un método diacrónico, esto es,

con un esquema expositivo alineado con la “sucesión” de los acontecimientos a lo largo del tiempo –recurso usual y

legítimo en los enfoques disciplinares de la historia urbana, utilizado en la mayoría de los trabajos que reseñamos- sino más

bien con procedimientos de mayores articulaciones, recurrencias e intersecciones entre “presentes” y “pasados”: la

reflexión de J.P. Sartre, procedente de una de sus obras más incitantes, Cuestiones de Método (cuyas atenciones no

conciernen por supuesto a temas urbanos sino a la historia social y cultural), ilustra nuestras intenciones. Trataríamos así

partir del conocimiento de las condiciones actuales para efectuar, desde ese “presente”, catas hacia las diferentes

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estratificaciones del pasado, identificando permanencias, modificaciones, desvanecimientos…tanto en sus componentes

materiales como en sus usos, sus significados…

Nuestro enfoque no es, por supuesto, novedoso: lo hemos utilizado en nuestros trabajos anteriores, en ciudades con

estratificaciones de complejidad histórica similar o incluso superior a la de Santiago, en débito con aproximaciones

anteriores (como las indagaciones de B. Fortier o M. Culot sobre algunas ciudades francesas, de S. Muratori, M. Tafuri o P.L.

Cervellati sobre varios centros italianos)

¿Cuáles serían los referentes de nuestro enfoque? Sustancialmente, podrían resumirse en los planteamientos

siguientes:

El apoyo en unas urdimbres basadas en la consideración de las interacciones entre el devenir de la historia

(en sus dimensiones, políticas, económicas, sociales, culturales…) y la conformación de la ciudad (trazados,

estructuras determinantes –defensivas, religiosas, comerciales etc. sistemas de propiedad y uso,

agregaciones edificatorias, división social de los espacios urbanos…). Se enmarcarían, en términos sintéticos,

en un campo de análisis que podríamos caracterizar como histórico-morfológico, cuyos puntos de partida,

como indicamos, se situarían en las condiciones actuales o cercanas, para retroceder hacia situaciones

pasadas en las que radicarían influencias o incidencias pertinentes.

La paralela identificación de las características de las construcciones existentes (en sus diversos aspectos,

de procedencia temporal, tipologías, componentes constructivos, lenguajes, funciones actuales…) para

tratar de establecer conectividades de “interpretación” o “comprensión” respecto a su relación con

distintos contextos históricos en que se construyeron, su inserción en la morfología del conjunto urbano y en

las agregaciones más inmediatas, sus caracterizaciones sociales y funcionales originarias… Estas líneas de

trabajo se integrarán en parte en el campo de análisis histórico-morfológicos que hemos acotado en el

punto anterior, pero también darán lugar a discursos propios, en las otras partes de este Documento

dedicadas a las características tipológico-funcionales de las edificaciones.

5.2.2. “Indagando en la historia, desde el presente”.

En bastantes ocasiones los estudios sobre la historia y la morfología urbana que acompañan la documentación de

los Planes de centros históricos enclavados en aglomeraciones de cierta extensión, crecidas en el XX y sobre todo en su

segunda mitad, conceden escasa importancia a sus relaciones con el conjunto de las estructuras urbanas (pero

recordemos que son estas las condiciones de la mayoría de los centros históricos de nuestro país declarados Patrimonio de

la Humanidad, que como es bien sabido se inscriben en ámbitos urbanos de crecimientos recientes, con una extensión y

una población muy superiores a las de viejo casco).

5.2.2.1. La nueva ordenación del PGOM y sus implicaciones en el centro histórico.

En el caso de Santiago no se dan esas carencias de atención hacia la ciudad moderna, por la coherencia

estratégica y metodológica entre el PGOM y el PECH elaborados a finales de los 80, cuyos distintos documentos muestran

las atenciones del planeamiento general hacia el casco, considerándolo como una pieza esencial de la ciudad, pero no

autónoma: hecho lógico considerando que ambos planes se redactaron en simultaneidad, con equipos técnicos

integrados y dentro de directrices articuladas por el Gobierno municipal.

En esos años la ciudad se encontraba inmersa en unos procesos urbanos complejos, y con notables tensiones, por

el despliegue de nuevas necesidades y actividades, que ya no encontraban acomodo en las zonas de ensanche

conformadas en los 50-60 y que requerían por ello la ordenación de nuevos desarrollos, residenciales y de otras funciones

económicas, la ampliación y creación de infraestructuras básicas de comunicación, la implantación de nuevos

equipamientos en sus distintos tipos y escalas, la ordenación del verde, también en sus distintas caracterizaciones, urbanas

y territoriales, etc.

La estrategia del PGOM implicaba por supuesto la ordenación de crecimientos ex novo pero también incluía

operaciones de entretejimientos y suturas, de utilización de “lo nuevo” para contribuir a procesos de regeneración y

articulación…pero con un hecho diferencial, con rasgos singulares en la urbanística española de aquella etapa: la

asignación de un papel fundamental a la recuperación y revitalización del centro histórico, e insertando esos objetivos en

las distintas propuestas sectoriales.

Para situar esas relaciones no está de más recordar que en 1991 el conjunto del municipio tenía unos 105.6500

habitantes (habiendo crecido moderadamente desde 1981, en que contaba con unos 93.700) y que el centro histórico

contaba con 12.597 habitantes residentes.

Los antecedentes y estrategia del PGOM y del PECH desarrollado en paralelo han sido objeto de varios estudios.

Destacamos la extensa contribución de JL. Dalda y A. Viñas “La transformación urbanística de la ciudad histórica de

Santiago de Compostela” en el vol. Santiago de Compostela: la ciudad histórica como presente, reseñado en Bibliografía

Las actuaciones fundamentales enmarcadas en el PGM, con mayor relevancia para la recuperación del centro,

fueron las siguientes:

Infraestructuras generales de comunicación.

El completamiento de la Circunvalación permitiría consolidar esa vía como gran distribuidor, bien

comunicada además con las radiales mediante acciones de mejora de las mismas, y aumentando también

la funcionalidad de la Autopista. Esas grandes actuaciones junto a medidas de regulación del tráfico

permitirían descargar el tráfico de paso de la ronda exterior a la almendra, lo que sólo en parte se ha

conseguido, como se estudia en el Documento de esta Memoria relativo a movilidad.

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Entre muchas de las decisiones interesantes del PGOM en relación a los valores históricos y paisajísticos

debemos recordar el mantenimiento de los tejidos con el Monte Pedroso, desechando la anterior idea de

cerrar la Circunvalación por sus laderas.

Grandes servicios y equipamientos, articulados en muchos casos a sistemas verdes.

Entre las actuaciones fundamentales figura la construcción del nuevo Hospital General, la finalización del

complejo del Burgo de las Naciones y el completamiento del Campus Universitario con el remate del Jardín

Botánico, la construcción del nuevo Estadio Municipal y del Parque Deportivo de Santa Isabel. Todas estas

actuaciones, articuladas entre sí mediante tramas verdes y con atención hacia el entorno paisajístico

exterior contribuyen a mejorar el amplio ámbito de “fachada de poniente” del casco. Se integra dentro de

este sistema, que dispone importantes redes de tránsito peatonal, equipamientos tan focales como el

Auditorio, interesantes estructuras culturales de pequeña escala en la Finca Vista Alegre, etc.

Nuevos crecimientos residenciales con componentes dotacionales y terciarios.

El nuevo barrio de Fontiñas, finalizada en 1993, es la actuación más importante por sus dimensiones.

Desarrollado por iniciativa pública, se organiza con los esquemas de “neoensanches” que estuvieron en

boga en algunas ciudades desde mediados de los 80 (Villa Olímpica de Barcelona, Madrid Sur y ensanches

del Este en Madrid, Txurdinaga en Bilbao). En este caso el barrio se organiza como una gran L, con las alas

compuestas por manzanas de formas cuadradas, con edificios residenciales alineados a calles y plazas-

jardín interiores, situando en el encuentro entre las mismas una gran estructura edificada, de viviendas,

comercio y servicios, en torno una plaza de desmedidas dimensiones. Si bien resulta indiscutible que esta

operación, en sus contenidos, tuvo una incidencia positiva para el conjunto de la ciudad, resolviendo gran

parte de las demandas de nueva vivienda, y sin discutir tampoco la calidad generalmente alta de sus

arquitecturas y sus espacios libres, es más dudoso que pueda considerarse como ejemplo de una urbanística

atenta a las condiciones de la geografía y del paisaje, y a la búsqueda de ciertas relaciones de coherencia

con las dimensiones y formas de la ciudad histórica.

Su visión en el plano de la ciudad ilustra estos comentarios: una estructura, como la de la Plaza Europa, que

tiene una “huella” de ocupación casi tres veces mayor que la del conjunto catedralicio, introduce sin duda

un contraste escalar poco justificado en términos de coherencia entre “lo nuevo” y los contextos antiguos.

La conclusión del Plan Parcial del Sar permite enlazar, con recursos de pequeña escala, los tejidos del

antiguo rueiro con el Ensanche, acercándolos a esta área de dinamismo económico y de servicios.

En el nordeste, las actuaciones en los bordes del Monte de Almáciga establecen adecuadas relaciones con

los nuevos barrios de las Rúas de Home Santo y Betanzos. En este mismo ámbito la operación dotacional y

paisajística de Bonaval (CAC, parque de Bonaval y otras actuaciones menores de dotaciones y servicios)

integran los llamados “ensanches pobres” y contribuyen a valorizar el entorno de la Porta do Camiño.

Posteriormente al PGM, encontramos propuestas e iniciativas de interés que apuntan hacia el futuro de Santiago,

en forma de líneas estratégicas y de proyectos concretos: Plan Estratégico de Santiago, Plan de Movilidad Urbana

Sostenible, Plan Estratégico de Turismo, Estrategia Verde, Centro Galego de Arte Contemporánea, Ciudad de la Cultura,

Estación intermodal de transportes, etc.

5.2.2.2. Relaciones e interacciones actuales entre el conjunto histórico y la totalidad de la

ciudad.

Será esta una cuestión recurrente en las distintas líneas de análisis de esta Memoria, a veces con respuestas

superpuestas desde cada enfoque, en otras ocasiones coincidentes y reiterativas, y a veces en contrastes o con discursos

específicos.

5.2.2.3. Las relaciones entre los residentes en el centro histórico y el conjunto de la ciudad y del

municipio. Los asentamientos en municipios cercanos.

Proporciones entre residentes en el centro histórico y el conjunto de la ciudad: entre un 10% y un 15%, según

consideremos empadronados y no empadronados. Homogeneidades y especificidades. Las proporciones y modos de

vida y alojamiento de los grupos de residentes en el centro histórico, empadronados y no empadronados (sobre todo

estudiantes): los segundos vienen a representar casi una cuarta parte del total, lo que indica la necesidad de

consideraciones específicas respecto a tipos de alojamientos, áreas, uso de dotaciones, vida cotidiana y de ocio…

Debemos tener en cuenta que en los últimos años Santiago ha registrado una considerable disminución de su

población empadronada (desde unos 106.000 habitantes en 1991 a cerca de 96.700 en 2012), no por procesos

demográficos naturales sino por el traslado de residentes a otros municipios cercanos, con más atractivas ofertas de

residencia en tipos y precios (Milladoiro, Bertamiñans, Cacheiras, Segueiro o Brion…).

Estos procesos, junto a la gran presencia de personas que trabajan en el sector servicios y que residen en grandes

ciudades más lejanas (Vigo, Coruña) hace que según algunas estimaciones “entren cada día en Santiago el doble de sus

habitantes de derecho”… Fenómeno cuya incidencia en los usos del centro histórico y en sus interrelaciones con los

sistemas de movilidad, ocio, etc. será de imprescindible consideración en el Plan de Gestión.

Vivienda y mercado inmobiliario en el centro histórico y otras partes de la ciudad.

Características de las viviendas en el centro histórico y en el conjunto de la ciudad. Sistemas de propiedad y

tenencia: los edificios de propiedad unitaria en el centro histórico y en división horizontal. El mercado inmobiliario: ofertas

en venta y alquiler, precios etc. en relación a tipos de viviendas, localizaciones, etc. Las capacidades de las viviendas del

casco para nuevas demandas de uso permanente (tema que requerirá un estudio de las características de las

desocupadas, en torno a un 13%, identificando localizaciones, estado de conservación, tipos edificatorios, …)

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Las implicaciones de los flujos turísticos. Las implicaciones de motivaciones: culturales, religiosas… Los peculiares

ciclos derivados de los Años Santos.

Características de los visitantes (origen, edades, etc.) y motivaciones: turismo cultural, religioso, etc. actividades

económicas y de gestión…Los rasgos peculiares del turismo en la ciudad, por la incidencia de los Años Santos, en los que

el número de visitantes se multiplica respecto a otros años (c. en 2004 los visitantes supusieron cerca de cuatro millones).

Las peculiaridades de la Peregrinación (unos 190.000 peregrinos en 2014), en cuanto a procedencias, motivaciones, rutas…

Modalidades de alojamientos. Estancias medias, gasto, etc. (recordamos que los datos sobre estancia media son

relativamente favorables respecto a otras ciudades de características similares: 2,12 días por visitante, superiores a las de

Granada, Ávila, Cáceres, Segovia, Salamanca e incluso algo más altas que en Sevilla). Análisis de capacidades de carga

desde diferentes perspectivas: “física”, social, económica…Los alojamientos turísticos: tipos, localizaciones…con especial

énfasis en sus posibles competencias con usos de vivienda (apartamentos turísticos en el centro histórico).

Las actividades económicas en el centro histórico y sus relaciones con las estructuras generales del municipio.

Santiago, “ciudad de servicios”.

Desde una perspectiva económica, es Santiago una ciudad casi totalmente terciaria. La población ocupada en

los distintos sectores relacionados con los servicios representa un 87% del total (en sus diversas ramas, administraciones

públicas, oficinas privadas, entidades financieras, seguros y similares, agencias de distinta índole, despachos profesionales,

turismo –hoteles, agencias, alojamientos turísticos- servicios personales, comercio –en sus distintas escalas y especialidades-

hostelería…

Dentro de estas actividades terciarias tienen un peso importante las relacionadas con las funciones administrativas

públicas, relacionadas con la Xunta, la Universidad y el turismo.

Las actividades relacionadas con la industria, en sus distintas escalas y sectores, son muy escasas: apenas un 7% de

las personas ocupadas. Tampoco la construcción tiene una importancia relevante (apenas un 5%) en congruencia con el

escaso crecimiento de la ciudad y la debilidad de las intervenciones de rehabilitación o reforma. Las actividades

relacionadas con agricultura o ganadería son prácticamente insignificantes (poco más del 1%), aspecto que deberá ser

tomado en consideración para la evaluación de las posibilidades objetivas de algunas propuestas de “matrices

ideológicas” sobre el interés de activación de este sector (tema sin duda atractivo, pero seguramente más por sus

implicaciones cualitativas que cualitativas, y que será estudiado en el Plan de Gestión).

Rúas de Santiago.

La incidencia de las funciones universitarias.

Si consideramos que la Universidad tiene cerca de 30.000 alumnos, y sumamos a esa cifra los profesores, personal

administrativo, personal auxiliar, junto a las personas de otros sectores privados cuya actividad se relaciona indirectamente

con esas podríamos estimar que estas funciones tienen un “peso” que supondría alrededor de una cuarta parte del

conjunto de usos o flujos, poblacionales y económicos…

Sin embargo, la incidencia de esas importantes funciones en el casco no son muy relevantes: es cierto que casi una

cuarta de los residentes son estudiantes universitarios (no empadronados), pero estos datos pueden modificarse en el

tiempo, dependiendo de las facilidades de transportes para buscar alojamientos en lugares cercanos o en las residencias

familiares. El uso del casco como lugar de ocio por los estudiantes resulta también patente, pero no fundamenta

alternativas sólidas en perspectivas futuras. Las presencias universitarias en el recinto son relativamente reducidas (en

cuanto a facultades y sedes administrativas o de dirección). Por ello, una de las líneas propositivas del PECH pero sobre

todo del Plan de Gestión Unesco deberá orientarse hacia la búsqueda de mayores y más sólidas integraciones.

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5.2.3. La ciudad en el final del XVIII y primeros años del XIX.

5.2.3.1. Introducción.

De acuerdo con nuestras orientaciones expositivas, ese comienzo por el final, con los apuntes anteriores sobre la

inserción y las relaciones actuales entre centro histórico y ciudad, no debiera servir como “expediente” para adoptar a

continuación una narración en sentido diacrónico tradicional.

Al contrario, si confiamos en la capacidad que este método tiene para la aportación de indicaciones o la

acentuación de cuestiones sobre nuestras tareas de hoy, resulta claro que la siguiente “cala” debiera situarse a finales del

XVIII y avanzar hacia los primeros años del XIX, cuando la ciudad antigua adopta la configuración que hoy conocemos,

a través de unos complejos y a veces conflictivos procesos de mantenimiento de las grandes arquitecturas y funciones

estructurantes, así como de conservación, con correcciones, de la morfología, pero con la renovación mayoritaria del

caserío de vivienda y la incorporación de no muchas, pero muy significativas, estructuras dotacionales, de ocio…

Para el entendimiento de esos procesos resultará imprescindible situar como referentes las condiciones de la ciudad

a finales del XVIII y primeros años del XIX. Pero antes situaremos algunos apuntes sobre el contexto general social,

económico y cultural de Galicia en esa época.

5.2.3.2. Las condiciones sociales, económicas y culturales en el XVIII.

El contexto demográfico y el mundo rural en Galicia

Galicia tenía en el XVIII un millón cuatrocientos mil habitantes. Contaba con siete ciudades, un centenar de villas y

tres mil seiscientas cincuenta parroquias (1786). Eran muy numerosos los señoríos (según Labrada, 14 de realengo, 25 de

abadengo, 46 de señorío secular y uno de órdenes militares).

La economía rural se asentaba mayoritariamente en la institución de los foros, característica de Galicia, sistema en

el que el propietario cedía perpetuamente o por largo tiempo el uso de la tierra a los foreiros a cambio de un canon o

renta, unida a una disposición ritual de vasallaje: unos marcos ineficientes desde el punto de vista productivo, y que en

algunas coyunturas, ya en el XVII, habían provocado conflictos y motines por exigencias desmedidas de los propietarios,

que se reproducirían en el XVIII, con el levantamiento de Ulloa. Este sistema fue poco afectado por los procesos de

desamortización del XIX y perduraría hasta las primeras décadas del XX, en que fue abolido por las políticas modernizadoras

de la Dictadura de Primo de Rivera.

El contexto cultural y político general en el XVIII y sobre todo en su segunda mitad: pervivencias de Antiguo Régimen

e iniciativas de la Ilustración.

Santiago, como otras muchas ciudades españolas de orígenes similares, se encontraba atravesada en la segunda

mitad del XVIII por procesos duales, entre la pervivencia de las estructuras dominantes heredadas, –eclesiásticas,

nobiliarios…- en todas sus componentes de “bases” económicas, “poderes” políticos, “influencias” ideológicas… y los

denodados intentos de disolución de tales enquistamientos y la apertura de nuevos ámbitos de civilidad, alentados por los

grupos orientados por ideales de modernización, de ilustración…

Para encuadrar estos procesos en la ciudad son indispensables algunos mínimos apuntes al contexto general de

Galicia. Murguía dibujó un cuadro extremadamente pesimista sobre ”aquel más que triste y más que cruel siglo XVIII”…

pero análisis más atentos han mostrado notables vetas de innovación, por más que algunas de ellas se vieran frustradas.

Galicia se alineó mayoritariamente con la causa de los Borbones en la guerra de Sucesión, dentro de un conflicto con

graves amenazas de las flotas holandesas e inglesas, con del desastre de Rande, que siginificó el hundimiento de la “flota

de Indias”.

La nueva dinastía alentó, como es sabido, nuevos planteamientos que vinculaban la centralización y la

racionalización administrativa, el acrecentamiento económico, la remoción de las anquilosadas estructuras heredadas de

los Austrias junto a cierta modernización cultural. Dentro de esos marcos, caracterizados convencionalmente como de

despotismo ilustrado, destacan ideológicamente las personalidades de Feijoo y Sarmiento, con sus denodadas críticas al

“oscurantismo”, la llamada al estudio de las ciencias naturales, la defensa de las virtudes de la industria… mientras que un

noble (Ventura Figueroa) y un prelado (Fernández Varela), establecen medidas de apoyo y mecenazgo a las artes y las

letras.

Se desarrollan no pocas propuestas de obras públicas, algunas logradas –como la “carrileira de Santiago a

Pontevedra- otras frustradas, por su muy difícil realización, como el canal de la ría de Pontevedra, los intentos de hacer

navegables el Miño o el Sar. En materia de agricultura, se producen numerosas iniciativas, como las repoblaciones

mindonienses (Sarmiento y Cuadrillero), las plantaciones de robles, vides y frutales (Malvar), agrios y legumbres (Bañuelos),

las plantaciones de moreras, el aprovechamiento de los gusanos de seda (Mugártegui y el Marqués de Santa Cruz). En el

campo industrial, se instala el complejo fabril de hierro y cerámica de Sargadelos, iniciativa del Ibánez, primer marqués de

Sargadelos, el Marqués de Viance intenta la creación de “ferrerías”, los Lees instalan factorías textiles en Pontevedra…

Los desastres navales obligaron a la Corte a mostrar atención hacia Galicia, con potentes iniciativas a las que

contribuyeron personalidades cultivadas como Patiño, que en 1726 eligió Ferrol como cabecera del departamento

marítimo, reemprendiendo la instalación –hasta entonces coyuntural- de los astilleros. Los planes del Marqués de la

Ensenada dan un fuerte impulso a esos trabajos, comenzando en 1749 la construcción del gran astillero del Esteiro, que

llegó a ocupar 15.000 trabajadores.

Como trasfondo de todos esos procesos se crean diversas asociaciones, entre las que destacan la Sociedad

Económica, los Consulados y la Academia Compostelana, animadas tanto por clérigos y nobles imbuidos por los nuevos

idearios de renovación, como por letrados y otras personalidades del mundo civil, de la enseñanza y de la empresa.

La población y las condiciones sociales y económicas de Santiago.

Santiago tenía 16.000 habitantes en 1750, más del doble que la de La Coruña y seis veces más que la de Vigo, pero

desde esa época se inició un descenso de la población, incluido en parte por la carencia de implantaciones industriales,

ya que la burguesía de la ciudad, crecientemente importante, había preferido las actividades comerciales y bancarias y,

por otra parte el Ayuntamiento y las clases dominantes tradicionales tampoco alentaban esas implantaciones (a mediados

del XVIII la suma de esos recelos había impedido la instalación de un centro fabril dedicado al lino). Ese descenso se debió

además a la conclusión de las grandes obras promovidas por la iglesia, junto a algunas edificaciones civiles relevantes.

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Desde 1785 siglo la población comenzó a crecer lentamente hasta alcanzar unos 17.695 habitantes en 1800.

En 1800 el Consistorio, respondiendo a la Instrucción de la Dirección General de Fomento del reino, de 1797, elaboró

un extenso documento sobre la demografía, la composición social de la población y las actividades económicas, para

que esa institución central pudiera “investigar y examinar las causas que pueden detener los progresos de la agricultura,

industria y comercio”. Este documento, disponible en el Archivo Municipal, ofrece un detallado cómputo tanto de esos

aspectos como de las características del caserío).

Excluyendo las capas altas (nobles, eclesiásticos, representantes del poder político, etc.) la población se

encontraba compuesta sobre todo por pequeños comerciantes (mercaderes y tenderos, tratantes de vino y de grano y

otras actividades de carácter comercial características de la sociedad y la economía del Antiguo Régimen, ajenas al

mundo de la industria que todavía estaba por nacer en nuestra ciudad).

En unos escalones sociales inferiores se encuadrarían las capas de artesanos (cerca del 40% de los vecinos )

bastante diferenciadas internamente: por una parte, las que se dedicaban a “productos de lujo” destinados a las capas

altas o a artesanía relacionada con la ornamentación artística o arquitectónica (habiendo tenido estos últimos estratos

notable desarrollo por el impulso de las grandes fábricas arquitectónicas del XVII y la primera mitad del XVIII); por otra parte,

las de carácter más “manual” (zapateros, sastres, canteros, herreros y cerrajeros…).

5.2.3.3. La conformación construida y los usos de la ciudad a finales del XVIII.

A finales del XVIII la ciudad mantenía prácticamente la conformación existente hacía dos siglos, salvo las

importantes actuaciones edificatorias eclesiásticas y conventuales y algunas edificaciones civiles, a las que nos referiremos

posteriormente, que se habían ido construyendo o ampliando en el XVI y sobre todo en el XVII y los primeros tres cuartos

del XVIII.

El plano de López Freire (hijo), de 1796, y el plano de 1800 muestran con precisión la configuración urbana y de los

tejidos edificados, las arquitecturas singulares, etc. así como las características de los espacios libres verdes.

Estos dos planos, en sus orígenes, matices, precisión gráfica, etc. han sido objeto de detallados estudios,

por ejemplo en las investigaciones de P. Costa Buján, que ha sistematizado y ajustado el plano de 1800 o los

análisis de A.A. Rosende en Compostela 1780-1907.

Santiago y sus estructuras defensivas: el mantenimiento de las murallas, dentro de su decadencia.

Los numerosos estudios sobre la conformación y evolución de las murallas de la ciudad nos muestran como desde

el XVI eran constantes las quejas de los representantes de reino sobre sus deficientes condiciones, con propuestas, casi

siempre incumplidas, para su consolidación, por las dificultades del cabildo, del arzobispo y del consistorio –responsables

del mantenimiento- para atender a esos menesteres y para recabar la colaboración económica de los vecinos (nos

remitimos en este aspecto a la sistematizada evaluación de A.A. Rosende).

La creciente lejanía de amenazas bélicas llevaron, en el XVI y XVII, a autorizar una práctica de origen medieval,

permitiendo que las edificaciones se acercaran e incluso se adosaran a los muros, tanto en el interior del recinto como en

sus áreas externas, así como al aforamiento o arrendamiento de las torres para usos de los particulares (caballerizas,

almacenes, viviendas…).

Posteriormente, y a pesar de mantenerse la demanda de mejora de los lienzos y la necesidad de su "desahogo" de

añadidos, se dará continuidad a estas prácticas, que llevarán hasta la práctica desaparición de la antigua cerca.

La configuración de Santiago como “ciudad eclesiástica”.

Los planos de finales del XVIII la gran presencia de edificios religiosos “incrustados” en los tejidos del recinto,

agregados en sus inmediatos bordes externos, asentados sobre caminos con otros lugares del territorio o enclavados,

aislados, en posiciones privilegiadas. Además del complejo catedralicio destacan por sus dimensiones las grandes fábricas

compuestas por templos y claustros, esto es monasterios y conventos.

Los templos, exentos o enmarcados en los tejidos, tienen una presencia dimensional menor, aunque su incidencia

en la vida urbana, en su contacto con los vecindarios parroquiales, fuera muy importante.

En 1750 se contabilizaban unos 250 clérigos seculares, y unos 560 religiosos y religiosas (403 hombres y 157 mujeres),

sumando un total de 810 personas (el doble que a fines del XVI). En 1800 ese número era aún más elevado.

Como se señala en otras partes de este trabajo, el poder eclesiástico se asentaba en muy considerables ingresos,

siendo Santiago la mitra más rica de España, después de las de Toledo y Sevilla, sobre todo por la renta del Voto de

Santiago, que se veían obligados a pagar los campesinos de buena parte de la Corona (y que representaba entre un 70-

80% de los ingresos del Arzobispado).

Algunos estudios (como los dirigidos por J.A. Vazquez Vilanova) ofrecen interesantes datos sobre los modos de

vivienda del clero. Eran consecuentes con sus rangos acomodados (mayoritariamente procedentes de la “pequeña

nobleza”), situándose en casas amplias, de dos plantas, con interiores confortables y con cuartos de domésticos, si bien

con ciertas diferenciaciones que atestiguaban sus estratificaciones.

El conjunto de la Catedral: su papel determinante en la fundación de la ciudad y en su evolución.

El conjunto catedralicio existente a finales del XVIII, que permanecerá hasta hoy, constituye, como es sabido, el

núcleo fundacional de la ciudad –más allá de otras preexistencias poco relevantes- derivado del “descubrimiento” del

sepulcro del apóstol Santiago en las primeras décadas del IX, que con una fuerte difusión ideológica, a la que no fueron

ajenas intenciones políticas, llegó a conmover las sensibilidades religiosas del alto medievo del occidente cristiano.

Los estudios de F.L. Alsina y otros investigadores, como López Ferreiro, documentan la formación del Locus Sancti

Iacobi, con sus distintos componentes, alentados en gran parte por el rey astur Alfonso II. El trabajo fundamental de K.J.

Conant describe la evolución del complejo, desde el modesto templo fundacional del IX (Alfonso II), la iglesia prerrománica

fundada por Alfonso III, consagrada en 899, ante la creciente afluencia de peregrinos; su destrucción por Almanzor; la

posterior construcción de la catedral románica, cuyas obras se prolongaron más de un siglo, desde 1075 hasta 1211,

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atendiendo a su creciente importancia como foco de peregrinaje a lo largo del medievo con el especial relieve de los

Años Jubilares establecidos por el papado romano; sus ampliaciones en la transición del románico al gótico (cuerpo del

palacio arzobispal con la sala de banquetes y la capilla); las adiciones góticas de un cuerpo de capillas al este del templo,

con el claustro (principios del XVI) , así como de algunas capillas en la cabecera; algunas intervenciones renacentistas…

hasta su reconfiguración exterior en a finales del XVII y el XVIII con el escenográfico, retórico, enfático y refinado despliegue

de un articulado sistema de “fachadas-telón”, hacia la plaza del Obradoiro y hacia las plazas de Platerías, Quintana y la

Inmaculada, puntuado por las elevadas torres (Carraca, Campanas, Reloj).

Las implantaciones de monasterios y conventos, desde las primeras etapas fundacionales hasta el XVIII.

Santiago se presenta a finales del XVIII como una ciudad puntuada por grandes estructuras conventuales, como

resultado de su misma formación –con la presencia del originario monasterio de San Paio, y del de San Esteban en el IX- y

de su evolución urbana entre el XIV y primera mitad del XVIII, con la creciente importancia de las órdenes religiosas,

dotadas de unas potentes bases económicas: Belvís, San Francisco, Carmen de Arriba y Carmen de Abajo, Santa Clara,

Santo Domingo de Bonaval, San Agustín, La Enseñanza, Las Mercedarias, Las Orfas…

En el capítulo dedicado a los tipos arquitectónicos se describen sus características y su incidencia en la ciudad.

Señalamos que todas esas estructuras arquitectónicas, más allá de sus dimensiones, reglas, actividades, responden a tipos

con esquemas comunes, basadas en la articulación de la iglesia, el claustro con sus piezas en torno al mismo, los espacios

colectivos (refectorios, aulas y otros), los espacios de servicio y en muchos casos la adición de huertas.

Las iglesias.

Junto a las iglesias conventuales se diseminan en el recinto varias iglesias parroquiales, algunas encastradas en los

tejidos urbanos –generalmente en remates de manzanas- otras exentas. La mayor parte procedían del XII, resultantes de

los amplias iniciativas del Arzobispo Xelmirez, pero casi todas ellas habían sido reedificadas con dimensiones más amplias,

manteniendo sólo algunos restos medievales, en el XVI, XVII y XVIII: con disposiciones de nueva naves y portadas, adiciones

de capillas interiores, ampliaciones, construcciones de torres (sobre todo en el XVIII)… Esos procesos de “sobreimposiciones”

de las arquitecturas, en sus trazas, en sus componentes materiales, en sus dispositivos estilísticos –o por decirlo en términos

de crítica contemporánea, de “construcción sobre sí mismas” - constituyen unos de los rasgos de mayor especificidad en

las construcciones cultas de la ciudad de Santiago. Raro es el templo en que no pueden identificarse sus trazas medievales,

materiales o documentales, y sus sucesivas componentes renacentistas, barrocas, en algunos casos neoclásicas… en sus

formas arquitectónicas y en sus elementos artísticos y ornamentales.

Santiago, “ciudad señorial”. Los pazos nobiliarios y las residencias de las capas altas eclesiásticas, mercantiles o

administrativas.

La ciudad anterior al XVI poseía algún número de edificaciones nobiliarias, con las composiciones características

de las “casas torre”, todavía con resabios tardo medievales, con caracterizaciones ya extemporáneas de edificaciones

“fortificadas”, cerradas respecto a los entornos. Ya en el XVII surgen por sustituciones o nuevas implantaciones

edificaciones con nuevos esquemas, con mayores atenciones a sus significados y presencias hacia los espacios públicos,

con lenguajes civiles y más modernos. Muchas de esas edificaciones se asentaron en la rúa Nueva y entornos, escenarios

fundamentales de la vida señorial desde finales de ese siglo y después a lo largo del XVIII.

Antes de hablar de sus caracterizaciones arquitectónicas conviene quizá efectuar algunos apuntes sobre la entidad

y composiciones de estas capas en ese momento de transición de finales del XVIII-principios del XIX, como referente para

posteriores notas sobre las profundas transformaciones que registrarán a lo largo de este último siglo.

Representando a menos de un 3% de la población, tenían una cierta diferenciación: la alta nobleza –como los

títulos de Monterrey, Lemos, Altamira, Amarante, Montesacro y Parga- poseían palacios en Santiago, aunque residían

habitualmente en la corte madrileña. Se situaba después la “pequeña nobleza”-como los Santa Cruz o San Juan- instalados

en Santiago desde mediados del XVII, y otros títulos de concesión reciente, como los Bendaña, Priegue o Gimonde. Y junto

a estos, familias de la “burguesía emergente” desde mediados del XVIII, algunas incorporadas a las categorías nobiliarias

por distintos procedimientos, compuestas por mercaderes, cambistas de letras, gestores de rentas de propiedades

nobiliarias, algunos profesionales liberales y políticos o altos funcionarios…

Reseñamos las características de esas edificaciones, en sus diversos niveles, en el capítulo dedicado a las tipologías

arquitectónicas, aunque ahora efectuemos algunos apuntes relacionados sobre todo con sus dimensiones,

emplazamientos y significados. En el primer aspecto, debemos resaltar que sus notables o muy considerables tamaños no

sólo obedecían a objetivos de representación social, sino también a la necesidad de acoger alojamientos de criados,

caballerizas, anejos… Las investigaciones de A. Eiras Noel sobre las élites de la ciudad en la época nos ofrecen datos muy

interesantes sobre el complejo sistema de vida de estas residencias.

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Plano de Santiago, por J. López Freyre 1783

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Santiago, “ciudad universitaria”.

Los antecedentes y el contexto en que surge la Universidad de Santiago: finalidades, estructuras, contenidos de las

universidades desde el X al XIV.

Las Universidades, en la compleja evolución que conduce a la época moderna, con sucesivas ampliaciones y

transformaciones de sus campos, surgieron en Europa a entre finales del X y principios del XI, como comunidades gremiales

del saber, que congregaban maestros y discípulos, circunscritas a unas pocas disciplinas: el Arte y la Filosofía, la Medicina,

el Derecho canónico y civil, la Teología…

Entre el X y el XIII se crearon en los países cercanos numerosas universidades: Bolonia, Módena, Padua, Nápoles,

Perugia y otras en Italia; Coímbra en Portugal; Paris, Tolosa y otras en Francia; Oxford y Cambridge en Inglaterra…

En España las primeras universidades se fundaron a comienzos del XIII (Palencia) desarrollándose otras en la segunda

mitad del siglo (Salamanca, Valladolid, Murcia, Lérida). Desde mediados del XV, en el nuevo clima renacentista, surgieron

muchas más: Barcelona (1450), Alcalá de Henares (1499), Santiago de Compostela (1504), Sevilla (1505), Zaragoza (1542);

Oviedo (1574)…

Sería improcedente, y además imprudente, acometer en este trabajo, una exposición con cierto

detalle de los orígenes y evolución histórica de las universidades en sus relaciones con las ciudades antiguas

europeas. Nos remitimos, en este aspecto, a la abundante bibliografía existente y en especial al amplio

estudio dirigido por W. Rüegg y H. de Ridder en los 90, que integra análisis diferenciados sobre los temas (W.

Rüegg); los esquemas (J. Verger), con las relaciones entre la comunidad escolástica, la pedagogía, los

colegios, etc.; las estructuras (P. Nardi), en cuanto a las relaciones con la autoridad eclesiástica y la secular,

marcada por el predominio de la primera en sus orígenes, hasta cierta incidencia de la segunda desde el

XIV; la administración y los recursos económicos (A. Gleysztor); la organización y composición del profesorado,

en cuanto a las carreras, competencias, retribuciones, inserción en la sociedad, imagen (J. Verger); los

estudiantes, en lo que respecta a procedencia, reglas, frecuentación, titulaciones, así como la vida

estudiantil, en relación al alojamiento, costumbres, asociaciones, costes (R. C. Schwings); el sistema de

carreras de las distintas graduaciones (P. Moraw); la movilidad y relaciones con las implantaciones (naciones,

colegios, fraternidades, internacionalismo y regionalismo (H. Ridder); etc.

Las estructuras urbanas y arquitectónicas de las ciudades universitarias históricas.

En algunas ciudades las implantaciones universitarias tuvieron un papel de gran incidencia en la estructuración

de la ciudad, como en Alcalá de Henares, en la que la existencia dentro del extenso recinto murado de numerosos

espacios libres ofreció la ocasión de un trazado general –impulsado por Cisneros- dedicando a colegios y otros

espacios universitarios dieciocho manzanas. También en Salamanca la incesante actividad constructora de la

universidad, desde el XVI al XVIII, se basó en esquemas estructurantes de los tejidos preexistentes, con unas intenciones

“pedagógicas” de orden y regularidad.

Los tipos edificatorios de los colegios universitarios, hasta el XIX, se basaron casi siempre en esquemas claustrales,

aprovechando las amplias posibilidades de agregaciones de piezas sobre las estructuras centrales de los patios, a veces

dentro de proyectos unitarios, en otras ocasiones con sucesivas adiciones.

La Universidad de Santiago.

Edificio de la Universidad antes de 1894 (Tomás C. Capuz, grabador)

Sus orígenes se sitúan en 1495, como Estudio de Gramática, alojado en dependencias del monasterio de S. Paio de

Antealtares. Pocos años después, en 1504, por Bula pontificia, el Estudio se situó bajo la tutela del Deán catedralicio,

permitiendo además la creación de Cátedras de Derecho canónico y de Artes.

Las iniciativas poco posteriores del Arzobispo Alonso III de Fonseca y Ulloa, personalidad de alta cultura, mecenas

e impregnado de los ideales renacentistas, significaron la consolidación de la institución. En 1522 se creó el Colegio

compostelano para Estudios de Teología, Gramática y Arte, situándose en lo que había sido Hospital de Santiago Alfeo, en

la calle Azabachería, edificio derribado más tarde. El Arzobispo previó en su testamento la construcción de un nuevo

colegio más apropiado, lo que se realizó entre 1532 y 1544: el hoy denominado Colegio Fonseca, que fue epicentro de

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la vida universitaria de la ciudad hasta el XVIII. En 1555, ante la relativa incertidumbre de la organización de la

universidad, se aprobaron unas constituciones o estatutos que la situaban bajo el Patronato Real. A finales del XVI se

crearon los Colegios de San Patricio y de San Clemente y a finales del XVII el Colegio de San Xerome. A los Estudios

originarios se añadieron los de Derecho y Medicina.

En el XVIII, Carlos III, tras la expulsión de los Jesuitas cedió a la Universidad los terrenos y edificios que ocupaba la

Orden, que pasan a constituir el foco principal de la enseñanza en Santiago, incorporando Estudios de Física y de Química.

Todos los edificios de la Universidad histórica poseían estructuras claustrales. En los planos de finales del XVIII se

reflejan los colegios históricos: el Colegio de San Xerome, con fachada a la Plaza del Obradoiro, construido a mediados

del XVI, y el Colegio de Fonseca, también del XVI, situado en la calle del Franco. Y se refleja asimismo el antiguo convento

de los Jesuitas en Mazarelos, que a finales del XVIII había pasado a ser sede universitaria, por decisión de Carlos III después

de la expulsión de la Orden en 1771.

Estructuras civiles. Instituciones hospitalarias.

La voluntad de asentamiento y significación del poder real por Isabel y Fernando, buscando la extensión de la

influencia de la monarquía en Galicia y a la vez tratando de aprovechar los aspectos simbólicos, y también políticos,

derivados de las peregrinaciones, estuvieron en la base de la decisión de construir el Hospital, no casualmente denominado

“Real”. Su emplazamiento respondió a esos propósitos, buscando su presencia relevante al lado de la Catedral, dentro de

una obra de vastas dimensiones, cuidadoso proyecto y compleja gestión.

En los planos de finales del XVIII esa amplia fábrica, ampliada en ese siglo con dos cuerpos claustrales posteriores,

que siguen el esquema de los frontales del XVI, se destaca en la estructura del recinto, siendo de reseñar que seguía

desempeñando sus funciones originarias.

Se mantiene también en esa época el uso asistencial del Hospital de San Roque.

El Palacio Rajoy constituye una novedad respecto a las escenas existentes hasta mediados del XVIII, en las que la

plaza del Obradoiro se “abría” hacia poniente. El terrenos tenía algunos antecedentes de construcciones anteriores,

destinadas a cárceles (civiles y eclesiásticas) encontrándose además afectado por la muralla. El Arzobispo Rajoy promovió

la construcción de un amplio edificio que cerrase el ámbito, destinado a Seminario de Confesores, pero encontró la

oposición del Consistorio, que reivindicaba la propiedad de parte de los terrenos, y también del Hospital, por entender sus

rectores que el proyecto incidía negativamente en su solar. Después de un complejo litigio, la Capitanía General decidió

que se realizase una propuesta equilibrada entre las distintas partes, eligiendo un programa funcional que integrase las

prisiones en sótanos (hacia el talud configurado por la muralla), el seminario y la sede del consistorio. La actuación, con

proyecto del ingeniero francés C. Lamour, se realizó entre 1766-72. Constituye un singular ejemplo en Santiago de los

lenguajes arquitectónicos de gusto francés, en la transición del “barroco clasicisista” (en clara deuda con los modelos de

Mansard) a un más depurado neoclasicismo.

5.2.3.4. Innovaciones en la regulación urbanística: las ordenanzas de 1780.

La disposición de las Ordenanzas de 1780 y su contexto cultural e ideológico en el pensamiento y la política de la

Ilustración.

Como se ha indicado, los tejidos residenciales se renovaron casi por completo en el el XIX y sobre todo en su

segunda mitad, con ampliaciones de sus dimensiones, nuevos componentes constructivos de mayor estabilidad,

dispositivos de salubridad e higiene y una fuerte atención al ornato exterior, en los marcos de las Ordenanzas de 1780.

Pero la aplicación de esas reglas, siendo determinante, sólo explica parcialmente esos procesos, que deben

referirse, en última instancia, al contexto ideológico, político y cultural.

Los sustratos de las preocupaciones, de las ideas y de las actitudes, políticas, sociales y profesionales que conducen

a la elaboración de las Ordenanzas se encuentran en la impregnación de la cultura de la Ilustración, que incluso en un

clima conservador, con perceptibles anquilosamientos, como el predominante en la vida política de Santiago acabaron

haciendo mella y reflejándose en esa iniciativa de ordenación urbanística. Se enmarcan en el relativamente largo reinado

de Carlos III, desde 1759 a 1788, aunque algunos de sus soportes operativos databan del reinado de Fernando VI, como la

creación de la Academia en 1752 o el dictado de las Ordenanzas de Corregidores de 1745.

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En una extrema síntesis, podríamos decir que son varias las hiladas fundamentales que se entrelazan en los nuevos

enfoques urbanísticos y arquitectónicos de esas últimas décadas del XVIII.

En lo que concierne a las arquitecturas, el recurso a la racionalidad en las composiciones, que derivan hacia

planteamientos “funcionalistas” de tipos y usos, así como hacia requerimientos de congruencias entre estructuras y formas

(aun aceptando la pervivencia de los órdenes clásicos); la atención a la configuración exterior de las edificaciones

menores –tema que nos interesa especialmente en este trabajo- hasta entonces casi relegadas a la espontaneidad,

expresando o dictando preferencias por esquemas geométricos regulares, en composiciones geométricas ortogonales,

concediendo atención a la amplitud de los huecos, la evitación de cuerpos volados, la disposición integrada de plantas

bajas y superiores, etc.. En otros niveles, esas preocupaciones racionalistas se expresan en exigencias relativas a la

salubridad de las viviendas y del ambiente urbano (desagües de aguas sucias, evacuación de pluviales, anejos con usos

inconvenientes para la higiene).

En lo que concierne a la ordenación urbana, debemos reseñar la incorporación las aportaciones de la ingeniería

civil (de matriz francesa, con el fuerte influjo de la Ecole de Ponts et Chausées en 1747) en sus distintas implicaciones de

planificación y gestión (infraestructuras de abastecimiento de agua, saneamiento, pavimentaciones, implantaciones de

usos con incidencia en la salubridad etc.) y también la difusión de criterios de “ordenación geométrica” de las alineaciones

e los nuevos edificios, con el fin de otorgar a las calles unas condiciones más adecuadas en cuanto a tránsito, soleamiento,

etc. que las que presentaban los trazados heredados, muchas veces tortuosos e irregulares.

En fin, en una confluencia entre todos esos criterios se sitúan las exigencias normativas sobre el ornato o decoro

urbano, nociones que pueden aparecer imprecisas o genéricas, pero cuyas connotaciones, “asumidas” social y

culturalmente, con su referencia a los criterios y directrices de la Academia, aseguraban su efectividad en el control de los

proyectos de los particulares.

Los contenidos de las Ordenanzas de 1780.

En el Cap. sobre Los marcos de regulación urbanísticos y edificatorios se analizan los orígenes, los contenidos y la

incidencia práctica de las Ordenanzas de 1780. No obstante, parece oportuno resumir muy brevemente esa disposición,

con el fin de dotar de coherencia al presente análisis sobre la conformación y la historia urbana.

Santiago disponía de Ordenanzas municipales desde siglos anteriores XXX pero referidas sobre todo a cuestiones

de policía y salubridad, con muy escasa atención a aspectos urbanísticos y edificatorios. La perentoria Instrucción del Real

Consejo de Castilla, en 1774, exigiendo a las autoridades municipales de Santiago la disposición de una normativa que

afrontase los muy graves problemas que habían ido acumulándose en la ciudad desde tiempo atrás, actuó como acicate

para afrontar una nueva regulación, que se concretó en el año posterior el encargo de un reconocimiento del estado de

todos esos aspectos… del que se desprendieron conclusiones extremadamente desfavorables. López Freire, que participa

de modo descollante en ese informe, centró su atención en las malas condiciones de la edificación, los trastornos y riesgos

generados por los trazados y las secciones viarias, los “cuerpos volados”, los problemas de servidumbres de luces y de

soleamiento y aireación, los problemas ocasionados por las “aguas sucias” procedentes de los edificio (lo que le llevó a

proponer un sistema de alcantarillado acorde con la salubridad y eficiencia funcional, apoyado en las modernas técnicas

sobre esas infraestructuras).

En las Ordenanzas, remitidas al Ayuntamiento para su aprobación en 1775 y aprobadas en 1780, sólo una parte del

articulado se refiere directamente a cuestiones relacionadas con las edificaciones y los trazados, mientras que la mayoría

afecta a la regulación de los suministros de productos y la organización de los mercados.

Los artículos sobre las edificaciones tratan fundamentalmente de los aspectos siguientes:

- Obligatoriedad de licencia para cualquier tipo de obra.

- Previsiones de establecimiento de alineaciones en nuevas construcciones, pero no

remitiéndose a un plan general, sino remitiéndose a estudios particularizados de cada solicitud

- Regulación de los cuerpos volados, aspecto que había sido objeto de continuas

preocupaciones del Concejo, por su negativa incidencia en las condiciones de iluminación natural y en

la circulación de jinetes y carruajes. Esta regulación lleva a la prohibición de nuevos “volados” y a-la

previsión del derribo de los que se consideren extremadamente perjudiciales, o se encontraran en ruina.

- La ordenación de la edificación en cuento a homogeneidad de volúmenes y ordenación

regular de los huecos, evitando las disposiciones hasta entonces frecuentes, de modos casuales, dispares

e irregulares; la sujeción de los planos de fachada a las alineaciones fijadas en cada caso; la solución

de las esquinas con chaflanes, etc.

- La previsión de demolición de edificios en ruina, en casos de “indigencia” de la propiedad o

desconocimiento de propietarios, a ejecutar por el Ayuntamiento con previsiones sobre resarcimiento

de costes.

En lo que concierne a los espacios públicos, las normas esenciales se refieren a la pavimentación de calles, plazas

y soportales, estableciendo las superficies a pavimentar a partir de las líneas de fachada y soportales, y previendo los

modos de contribución de los vecinos a las obras de pavimentación.

En cuanto a condiciones de salubridad e higiene, el aspecto más importante consiste en la obligatoriedad de la

canalización oculta de los desagües domésticos

En fin, las Ordenanzas contemplan el problema de los edificios ruinosos estableciendo la obligación del Concejo de

proceder a la reedificación, resarciéndose de los costes con su posterior arrendamiento.

70 A N Á L I S I S

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5.2.4. Mirando “hacia el pasado cercano” de la ciudad: la evolución de la ciudad desde finales del

XVIII a comienzos del XX.

5.2.4.1. La evolución y transformación de la ciudad desde finales del XVIII hasta el XX.

El contexto general. Un período de significativas transformaciones… sobre la base de importantes continuidades.

El período que acotamos, desde finales del XVIII a principios del XX, ha sido caracterizado muchas veces como un

“siglo largo”, con episodios tumultuosos pero con ciertas continuidades de fondo, en contraste con la acotación del XX

como “siglo corto” (E. Hobswman y otros estudiosos generalistas de la historia europea en esos dos siglos). Pero si ese

encuadre puede encontrarse justificado en Francia o Reino Unido, en el caso de nuestro país debería ser utilizado con

mayor precaución. En efecto, la evaluación de los procesos desarrollados en ese período dibuja más bien un “mapa” en

el que la tendencias de fondo –la eclosión de la economía capitalista, con sus diversos soportes en la industrialización, las

finanzas, el comercio- con sus implicaciones en las reglas y actores de la política y la administración y sus correlaciones en

la vida social, las costumbres, se encuentran en muchas ocasiones interrumpidas, lastradas o incluso en retroceso. Y en las

que se registran confluencias, a veces con ciertos acordes, otras veces turbulentas, entre intereses de distintas procedencia

(G. Anés, M. Artola y otros muchos historiadores han ofrecido inteligentes y en muchos aspectos conclusivos análisis sobre

los complejos procesos de ese período).

Si centramos la atención en la evolución de las ciudades en ese período, en sus distintos aspectos, también

podríamos asumir argumentaciones que nos llevaran a entenderlo como un proceso con “temas” hilvanados en sus

urdimbres de fondo, como un despliegue progresivo y “progresista”, más allá de las interrupciones o los lastres de fuerzas

retardatarias, de las ideas del racionalismo procedente de la Ilustración, en un horizonte ideal de construcción de la ciudad

moderna, apoyado en las crecientes y desbordantes aportaciones científicas, medios técnicos, instrumentos de gestión…

Este esquema –que ha impregnado gran parte de la historiografía de la ciudad en ese período- ha encontrado, como es

bien sabido, no pocos desmentidos, por parte de numerosos estudiosos, en las investigaciones sobre la evolución urbana

en nuestro país: los procesos de renovación (a través de sustituciones puntuales, pero generalizadas) desarrollados sobre

todo en el último cuarto del XIX en algunos de los centros antiguos de ciudades con fuertes dinámicas configuraron unos

tejidos con deficiencias mucho más acentuadas que las que presentaban las conformaciones anteriores (barrios populares

de Madrid o Barcelona, Valladolid…). Los Ensanches, concebidos a mediados de siglo con los rasgos que se atribuían a la

ciudad moderna (civilidad, salubridad, eficiencia…) se desarrollaron en muchas ciudades con extrema lentitud y sucesivas

desvirtuaciones (como en Madrid, cuyo Plan de Ensanche de mediados del XIX sólo se concluyó en el tercer cuarto del

XX…y con resultados lejanos a las acertadas ideas iniciales, en un largo recorrido de ajustes en “progresivo” beneficio de

los intereses inmobiliarios y en un correlativo “decrecimiento” de los intereses colectivos). Si nos referimos ahora a Santiago,

la evaluación de los procesos realmente acontecidos, en relación a las ideas iniciales de la modernización de la ciudad a

través de la ordenación de un “ejemplar” Ensanche ofrece un balance que difícilmente cabe considerar como positivo.

Plano de anteproyecto del ensanche de Madrid, de C.M. de Castro, 1857.

Algunas cuestiones e hilos argumentales sobre la evolución de Santiago en esa etapa.

Las anteriores referencias a los contextos generales –económicos, políticos, culturales- de ese período tienen sin

duda un evidente tono convencional y didáctico, que creemos justificado en el carácter de este documento, como objeto

de consulta pública. Pero desearíamos que generaran atenciones más amplias, alentando la comprensión e interpretación

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de los rasgos comunes y también de los aspectos dispares, inciertos, de la historia de Santiago en relación a los marcos

generales del país y a los procesos desarrollados en otros centros similares.

Pero además pueden servirnos como guía para estructurar nuestros análisis, formulando algunas cuestiones que

han sido comunes a las políticas y la cultura urbana general de España y a la mayor parte de los centros de cierta

relevancia en el conjunto del país. Con esa intención, los argumentos de “respuesta” podrían quizá perfilar los rasgos de la

evolución de Santiago en ese período, en sus diversas relaciones con esos procesos, en cuanto a impregnaciones o

impermeabilidades, atrasos, paralelismos o avances, condiciones específicas dependientes de necesidades concretas o

de ciertos azares…

5.2.4.2. El crecimiento de la población y la evolución económica y social.

El muy moderado crecimiento de la población.

Recordemos que Santiago sólo tenía unos 17.695 habitantes en 1800. Desde esa época la población fue

ascendiendo muy lentamente, hasta 22.750 en 1842, siguiendo lentamente ese ascenso y aún de modo más lento hasta

finales de siglo, cuando alcanzó 24.317. En puntos sucesivos anotaremos algunas de las causas de este débil crecimiento

poblacional, en fuerte contraste con el de otras ciudades gallegas.

Los procesos económicos y los marcos administrativos y la composición social en la primera mitad de XIX.

Santiago no llegó a adquirir un desarrollo industrial significativo en el XIX, registrando incluso en algunos aspectos un

cierto retroceso.

Contaba a finales del XVIII con cierta actividad textil (unos 27 establecimientos, sobre todo en los arrabales) en

parte como resultado de los esfuerzos de la Sociedad Económica de Amigos del País por la formación de oficios en esa

materia. Pero, por sus bases técnicas artesanales, el escaso número de oficiales y trabajadores, su muy limitada

comercialización y otras carencias, pronto entraron en decadencia. Las factorías de curtidos tuvieron un peso algo mayor,

siendo además esa actividad más prometedora económicamente, ya que requería inversiones relativamente cuantiosas

en construcciones y canalizaciones de agua, maquinaria entonces novedosa, estructuras comerciales para el

abastecimiento de cueros y ventas: pero también ese sector entró en decadencia de modo que en 1834 solo pervivían 16

de los 27 establecimientos que llegaron a existir a finales del XVIII (en todo caso irrelevantes en su repercusión sobre la

población, ocupando sólo a unas 75 personas).

En esa situación de debilidad económica incidieron muchos factores: los efectos de la guerra contra Francia en

1808, que afectaron a toda la región, hasta la retirada del ejército napoleónico a finales del siguiente año, pero dejando

fuertes daños; diversas epidemias; la incidencia en la economía de la ciudad de los quebrantos provocados por la escasez

de las cosechas en toda Galicia (en 1833-34 y aún con mayor fuerza, en 1853-54); la guerra carlista, entre 1834-37; la reforma

administrativa de 1833, con la creación de las cuatro provincias actuales, la asignación de la capitalidad a la Coruña

(decisión eminentemente política, por el carácter liberal de la ciudad y sus mayores capacidades de dinamización

económica) y la relegación de Santiago a cabecera de partid judicial, con lo que se coartaron las posibilidades de

actividades funcionariales y de servicios; los efectos de la Desamortización y otras medidas contra las rentas eclesiásticas,

del Cabildo y de las Ordenes monásticas asentadas en Santiago, que significaron la drástica reducción de las actividades

económicas antes inducidas por esos estamentos (construcción, artesanado y arte en ornato de los templos, servicios

personales); las restricciones al crecimiento de la Universidad… Todos estos aspectos han sido objeto de numerosas

investigaciones, a las que nos remitimos (Otero Pedrayo, Pose Antelo, Pernas Oroza, Villares Paz y otros).

La pérdida de capacidad económica de la Iglesia en la primera mitad del XIX. Las Desamortizaciones.

El poder económico de la iglesia, extremadamente elevado –sobre todo del Cabildo y de los grandes monasterios,

como S.Martín Pinario - se vio mermado desde la ganancia de peso político de los liberales a partir de 1811 y en sucesivos

episodios de gobiernos de ese signo.

Ya anteriormente, en 1767, Carlos III había procedido a la expulsión de los Jesuitas: hecho muy importante para la

vida civil de Santiago, ya que su convento pasó a ser sede de la Universidad, dentro de la estrategia de la Ilustración por

acrecentar la importancia de esa institución (uso que se mantiene hasta hoy).

Como ha sido estudiado con detalle (p. e. en las fundamentales investigaciones de X. R. Barreiro) las mayores

fuentes de ingresos eclesiásticos eran los procedentes del Voto de Santiago, las rentas de sus extensos terrenos arrendados

o en régimen de foros y los diezmos. En 1811-12 se extinguieron los señoríos eclesiásticos y se suprimieron las rentas

procedentes del voto. En 1813 se abolió la Inquisición, haciéndose cargo el Estado de sus bienes. En 1841 se suprimió el

diezmo… Pero más importante para esta exposición es que se suprimieron los conventos y monasterios masculinos,

expulsando a todos los que en ellos residían y procediendo el Estado a ocupar sus edificaciones y a nacionalizar sus bienes.

Las órdenes femeninas fueron autorizadas a la continuidad en sus residencias, aunque con nacionalización de los bienes

que poseían. Corrieron esa suerte S. Martín Pinario, Sto. Domingo, S. Agustín, S. Lorenzo, La Merced de Tonxo y S. Francisco.

La nacionalización de los conventos no implicó, como en otras ciudades (Madrid, Barcelona y otras) su demolición para

dar lugar a reformas urbanas, sino que se procedió a instalar en ellos nuevos usos administrativos o institucionales.

La recuperación de la incidencia eclesiástica en el último cuarto del XIX.

La evolución de la política a lo largo del siglo modificó en parte esas iniciativas, regresando en 1862 los franciscanos

y en 1871 los jesuitas (a S. Agustín).

Los procesos de crecimiento de las instituciones eclesiásticas en el último cuarto de siglo, dedicadas sobre todo a

enseñanza y beneficencia, desarrollados en todo el país con el aliento de los grupos conservadores, tuvo como cabe

suponer notable incidencia en Santiago, al encontrar en esta ciudad un suelo “abonado” por sus preexistencias y por su

clima social e ideológico. Muchas de esas iniciativas tuvieron notable incidencia en los comportamientos y las actividades

de la vida ciudadana, pero sin efectos edificatorios relevantes, pero algunas de ellas sí tuvieron esas implicaciones, como

la instalación de las Hijas de la Caridad en el antiguo Colegio de Huérfanas, en el Hospicio (asentado en el antiguo

Convento de Bonaval) o en el Hospital Real, o la fundación del Seminario en 1829, que primero se asentó en el Colegio de

San Clemente y después en el Monasterio de Martín Pinario.

72 A N Á L I S I S

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La Universidad.

A comienzos del XIX la Universidad tenía unos 1.000 alumnos, siendo una de las más importantes de España. En la

guerra con los ejércitos napoleónicos su actividad casi se paralizó, entre otras cosas por el alistamiento de parte del

alumnado en el Batallón Literario, singular episodio del conflicto. En la crisis de los años posteriores a la guerra mantuvo una

reducida actividad, hasta recuperar en 1825 el mismo número de alumnos que en 1800.

Las reformas liberales hicieron perder peso a la Universidad, por varios motivos: la creación de Institutos en Monforte,

Pontevedra, Orense y en la propia ciudad de Santiago, dentro de una racionalización del sistema de enseñanza, pero que

disminuyó el número de alumnos de estudios preparatorios en nuestra ciudad; la supresión de las Facultades de Teología y

de Filosofía, dentro de la estrategia de reducción del peso del poder eclesiástico, manteniéndose sólo las de Derecho y

Medicina; la asignación de un papel preponderante a la Universidad Central en Madrid, en una perspectiva de

reforzamiento de la capital del Estado… Como resultado, a mediados del XIX solo contaba con unos 400 alumnos, menos

de la mitad que a comienzos del siglo.

La Ley Moyano de 1856 mantuvo el papel hegemónico de la Universidad Central, pero permitió un cierto desarrollo

de las provinciales, concretándose en Santiago en la creación de la Facultad de Farmacia y la recuperación de la de

Teología (reflejo de las presiones de la iglesia) y en el establecimiento de estudios introductorios en Filosofía y Ciencias. En

el sexenio revolucionario el gobierno procedió a una mayor liberalización, concediendo una cierta autonomía a las

Universidades para crear las facultades cuyas necesidades y costes pudieran justificar…

Es interesante citar los datos de Madoz, cuantificando los componentes del Claustro General (97) y de los de las

Facultades de Medicina (13), Filosofía (9) y Colegio de Médicos (73).

La composición social de la población hacia 1875.

Hacia 1875 la población era de unos 24.000 habitantes, en una tendencia de ligero crecimiento que según informes

municipales obedecía no sólo a factores naturales sino a la aportación de inmigrantes de diferentes tipos, con gran

presencia de mujeres que buscaban trabajo en servicios domésticos…en un proceso en el que debía descontarse una

moderada emigración a otros lugares, sobre todo a América (proceso que si bien en nuestra ciudad fue relativamente

moderado, por las características más estables de su economía urbana, tuvo enorme importancia en Galicia, hasta el

punto de en la primera mitad de los 80 emigró a las Colonias y sobre todo a los países hispanoamericanos casi el 30% de

la población gallega).

Los trabajos de X.R. Barreiro ofrecen detallados datos sobre las características de la población de Santiago en esos

años, claves en la transición de las estructuras sociales y económicas tradicionales a las de la sociedad burguesa. Las

capas altas mantienen sus rasgos heredados: altos eclesiásticos, nobles (aunque sometidos a perceptible decadencia)

cargos altos del ejército o la administración, empresarios enriquecidos en las décadas anteriores, algunos banqueros…).Las

capas populares siguen ocupadas en sectores y oficios relacionados con actividades artesanales (costureras y sastres,

carpinteros, herreros, horneros…) el pequeño comercio y los servicios personales (contabilizándose más de un millar de

criados). Se identifican algunas capas intermedias de oficios y profesiones especializadas, de tamaño reducido pero

relacionadas con demandas técnicas modernas (litógrafos, pintores, fotógrafos, músicos, impresores… Y sobre todo se

constata la aparición de nuevas clases medias, más cercanas a los niveles de vida de las capas dominantes tradicionales

compuestas sobre todo por abogados (70), escribanos, procuradores, corredores de comercio, médicos y boticarios,

catedráticos, mandos militares…

Las iniciativas culturales, las asociaciones civiles de la nueva sociedad burguesa.

Madoz nos ofrece una reseña de la sociedad civil santiaguesa a mediados del XIX, breve pero suficiente para

acotar sus rasgos más significativos. Con las intenciones ideológicas liberales que guían su Diccionario efectúa un detallado

elenco de las sociedades civiles: la Real Sociedad Económica de Amigos del País, creada con la protección de Carlos III

el siglo pasado; la Academia de Emulación; varias sociedades filantrópicas, del Clero, de Artesanos, del Arte del Vestir, de

la defensa contra incendios…Alude también a la actividad de asociaciones recreativas, como el Liceo de la Juventud o

la Sociedad de Recreo, que se reunía en el antiguo circo de Rúa Nueva… así como a instituciones de ocio como el Teatro

de 1841. Resalta las funciones sanitarias, proporcionándonos el dato de que el Hospital atendía a 200 enfermos, y señalando

que el antiguo Hospital de San Roque continuaba atendiendo a enfermos venéreos, que el de San Martín, reedificado en

1819 continuaba su actividad y que el de las Carretas se dedicaba a atender a enfermos incurables. En cuanto a tareas

de beneficencia, señala que el antiguo Convento de Bonaval se dedica a Hospicio.

En ese contexto la Sociedad Económica de Amigos del País organiza en 1858 la Exposición Regional Gallega y en

1872 otra similar. La primera se celebra en el desamortizado Convento de San Martín Pinario, exponiendo al público una

selección de la producción industrial, agrícola, artesanal y artística, con intenciones de dinamización cultural y económica,

que muestran la pujanza del ideario modernizador en Santiago, enfrentado al anquilosamiento de las capas altas

tradicionales (interesantes iniciativas estudiadas entre otros investigadores por C. Fernández Casanova).

Los nuevos modos de vida urbana y de ocio se concretan en diversas construcciones, como el Café Suizo, el Teatro

Principal o el Casino, que tendrán un papel focal en la ciudad y a cuyas características e incidencias nos referiremos más

adelante.

Interior del Casino, 1923

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5.2.4.3. Los procesos de renovación de los tejidos residenciales sobre la morfología heredada.

Introducción: la lógica opción de la ciudad por una renovación de las estructuras heredadas, frente a alternativas

de ensanches.

El crecimiento de la población, de las actividades económicas, de las funciones universitarias en las primeras etapas

del XIX encontraba sin duda su más razonable base en la renovación de los tejidos preexistentes en el recinto, por su

capacidad de moderado “crecimiento sobre sí mismos”, según la acertada caracterización de M. Solà Morales. Santiago

carecía sin duda de las condiciones económicas, políticas y culturales que habían alentado ideas y realizaciones de

Ensanches modernos en otras ciudades europeas de tamaño medio, como Edimburgo (1787), Rennes (1720) o Nancy, y

que en España sólo se consolidan a mediados de siglo XIX con los Planes de Madrid y Barcelona. Pero incluso en el caso

de Madrid la disposición del Plan de Ensanche fue casi irrelevante, ya que el fuerte crecimiento de la población del último

tercio del XIX se basó sobre todo en la renovación del casco antiguo (recurriendo en gran parte a operaciones congestivas)

y en la ocupación irregular de áreas suburbiales, siendo muy limitados los crecimientos en las áreas diseñadas por Castro.

Esos procesos de renovación se produjeron también en otras ciudades de la mitad norte de la península, con cascos

de origen medieval, y por tanto con parcelarios similares, que en el XIX adquirieron una cierta dinámica demográfica y

económica. En algunas ciudades que hemos estudiado en profundidad, como Oviedo o Valladolid, supusieron en algunas

áreas la realización de tipologías extremadamente congestivas e insalubres, por ocupación total de parcelas estrechas y

muy profundas presentes en el interior de los cascos (sobre todo en Valladolid, en el área de Platerías). Es de señalar que

en el caso de Santiago no se dieron esos efectos dañinos, por las características del parcelario en el recinto intramuros,

con fondos moderados, y porque en las parcelas con grandes fondos situadas en los rueiros no se dieron presiones

inmobiliarias que justificasen esas soluciones de extrema congestión.

La evolución de los procesos de renovación: de un lento y pausado desarrollo a su acrecentamiento y aceleración

en el último tercio del siglo.

Las características de los tejidos construidos heredados permitían, en efecto, un desarrollo de esos procesos con

contenidos relativamente satisfactorios, ya que, como hemos visto, se encontraban compuestos en su inmensa mayoría

por edificios de casas terreras (de una planta, sobre todo en arrabales) o de dos plantas en el recinto, y las geometrías,

dimensiones y formas de la parcelación posibilitaban la disposición de edificios de mayor altura (tres o cuatro plantas), con

acomodos funcionales en cuanto a la disposición de viviendas unitarias o a la posibilidad de integración dentro del mismo

edificio de funciones artesanales o comerciales en planta baja y de vivienda familiar en las superiores, consiguiendo

además condiciones de salubridad.

En el débil contexto económico de la primera mitad del XIX, cuyos rasgos hemos antes apuntado, esos procesos de

renovación se desarrollaron pausadamente. Pero a partir del mediados de siglo, y sobre todo desde 1870-75 se

amplificaron, afectando a la casi totalidad de los tejidos anteriores.

La mayor parte de las sustituciones tuvieron rasgos puntuales, encuadradas en la estructura parcelaria heredada,

si bien en algunas áreas centrales de recinto (plazas y rúas principales, rondas) se dieron agregaciones parcelarias para

permitir emplazamientos de edificaciones de vivienda familiar de las nuevas capas burguesas o de edificios con varias

viviendas y locales en renta (en los que en ocasiones el propietario promotor se reservaba el piso o los pisos “principales”).

P. Costa, sobre la base de otras investigaciones sobre las licencias de obras (M.R. Alonso Casas, M.V. Bonino) ha

elaborado unos interesantes cuadros sobre el alcance y características de esas actuaciones en el período 1850-1900: las

ampliaciones de edificios afectaron a 105 fincas y las de nueva edificación o reedificación a 253.

Esos procesos supusieron en definitiva la renovación mayoritaria del caserío residencial del casco: a principios del

XX eran muy pocos los edificios procedentes de épocas anteriores a 1800, y en la actualidad son casi insignificantes (como

se refleja en los Planos que identifican las épocas de construcción de los edificios).

Los marcos de regulación urbanística y edificatoria: las Ordenanzas de 1780 y sucesivos reglamentos municipales

de mediados del XIX.

Las Ordenanzas de 1780, cuyos contenidos hemos resumido antes, perdurarán prácticamente hasta entrado el XX

(con la aprobación de las Ordenanzas de 1907) aunque fueron estableciéndose sucesivos bandos e instrucciones que las

complementaban. Entre esas disposiciones destacan las Instrucciones de 1832, motivadas por un brote de peste en países

cercanos que efectúan algunas aportaciones con incidencia en el análisis de los procesos edificatorios (por ejemplo,

requieren embutir las canalizaciones de aguas sucias en los muros hasta su conexión con sumideros, suprimir letrinas y

muladares adosados a las edificaciones o en espacios libres traseros. Y aspecto importante por su repercusión en la escena

edificada, exigen blanquear las fachadas de mampostería, con objetivos más de higiene (en la creencia de la época

sobre su contribución sanitaria, ante las amenazas aún existentes de epidemias de peste). El Bando de 1859 contiene

algunos aspectos de interés en la perspectiva de estas notas, como es la regulación de escaparates, enseñas y muestras

de locales comerciales. El de 1864 insiste en las cuestiones de regulación de los pavimentos y su costeamiento, etc. Todas

estas disposiciones evidencian la preocupación municipal por la salubridad y el decoro de la villa, sobre todo en ocasiones

de Año Santo… pero al mismo tiempo son testimonios de la persistencia de los problemas.

Es en este momento cuando se plantean una serie de estrategias de reforma de la ciudad que moldearán su

imagen hasta convertirla en la que vemos hoy.

Por un lado se planteará la "corrección" de alineaciones, y los trazados para las nuevas edificaciones. Éstos se

elaboraban caso a caso desde el Consistorio, no formando parte de un Plan establecido previamente.

La ordenación de alineaciones y trazados para las nuevas edificaciones.

En el capítulo dedicado a las regulaciones urbanísticas hemos resaltado que Santiago no llegó a elaborar un plano

geométrico general de alineaciones, sin duda por dificultades técnicas pero probablemente también por la preferencia

municipal por resolver “caso a caso” las solicitudes de actuación, evitando así confrontaciones o debates de alcance

general, que en la anquilosada y conservadora sociedad santiaguesa hubieran implicado notables y persistentes

conflictos.

74 A N Á L I S I S

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Con los horizontes establecidos por las Ordenanzas de 1780, y en el contexto cultural -y también institucional, y por

tanto imperativo- delineado por el predominio del ideario de regularización urbana, de seguridad, salubridad y ornato

público de raíces académicas, los arquitectos municipales y el Consistorio fueron estableciendo para cada expediente,

cuando así lo estimaban conveniente, cambios de alineaciones exteriores, con el fin de regularizar los trazados viarios,

eliminar soportales o volados, buscar ajustes con edificios colindantes, crear chaflanes para mejorar el tránsito y al mismo

tiempo acrecentar la imagen urbana, etc. Esas prácticas se encuentran ampliamente documentadas en las

investigaciones de A.A. Rosende y P. Costa que tantas veces hemos mencionado.

Innovaciones en las infraestructuras urbanas.

Parece imprescindible efectuar algunos apuntes sobre las infraestructuras y servicios que forman los sustratos

funcionales de la ciudad, para la coherente comprensión de su evolución en el XIX. Como tantos otros aspectos expuestos

en estas notas, también este tema ha sido objeto de detallados estudios, algunos generales, como los de P. Cores, J.M.

Pose Antelo, A. A. Rosende, R. Villares) otros específicos, como los de J.A. Tojo sobre el alumbrado y el suministro de aguas.

Por ello, nos limitaremos sólo a acentuar y situar algunos comentarios y datos, para su enlace con las otras líneas expositivas,

remitiéndonos a esos trabajos si se buscaran mayores precisiones y más rigurosa documentación.

Los sistemas de saneamiento.

En lo que se refieren al saneamiento, ya hemos efectuado numerosas referencias a las pésimas condiciones de

higiene y salubridad de la ciudad, derivadas de los vertidos de “aguas sucias” desde las viviendas y locales a la calle, los

efectos de los residuos de los mercados de carne, pescado, verduras, etc. al aire libre, el estiércol de bueyes y caballerías…

La insistencia de las Ordenanzas de 1780 sobre esos problemas prueba que a pesar de algunas iniciativas de las décadas

anteriores, seguían persistiendo con acusada gravedad. En efecto, ante la carencia de una red de alcantarillado –sólo

existían algunas limitadas y deficientes conducciones en algunas áreas- las exigencias impuestas a los vecinos para la

contribución a la limpieza de las calles sólo podían tener efectos superficiales, de modo que las calles, y sobre todo los

callejones y rincones, tenían rasgos de estercoleros urbanos…

A lo largo del XIX y sobre todo en su segunda mitad se acometió la creación de una red de alcantarillado siguiendo

en gran medida las propuestas de 1780 (el “Caño Madre”) en coordinación con obras de pavimentación (los acabados

superficiales de las calles y plazas hasta esa época presentaban condiciones muy deficientes). Así pudieron ir aplicándose

de modo efectivo las ordenanzas sobre vertidos de aguas residuales. Pero sólo hacia 1910-1920 el centro pudo disponer

de un sistema completo y eficiente de alcantarillado.

Redes y elementos de abastecimiento de agua. Las fuentes públicas: cometidos funcionales, sociales y simbólicos.

La muy tardía realización de una red general de suministro.

El abastecimiento de agua se basaba desde el medievo en un sistema de conducciones y fuentes públicas,

acrecentadas en el XVI y XVII, existiendo también fuentes privadas en pozos situados en propiedades relevantes (Hospital,

algunos monasterios y palacios). Como se señala en los capítulos sobre tipos arquitectónicos y paisaje urbano las fuentes

adquirieron no sólo importancia funcional y también social –como lugares de encuentro, a veces vinculadas a mercados-

sino también relevantes formas artísticas, dentro de la teatralidad urbana del barroco. Pero las condiciones de muchas de

ellas eran deficientes: a mediados del XIX una tercera parte de las 26 fuentes suministraba agua no potable. Aunque la

corporación venía discutiendo sobre la conveniencia de realizar una red de suministro moderna y eficiente, sólo en los 80

–en parte por las preocupaciones hacia el tifus- se acomete un proyecto, con traída de aguas desde los ríos Tambre y

Sionlla, pero que no se lleva a cabo. En los años posteriores se siguieron estudiando otras opciones y buscando inversores

privados en régimen de concesión… pero sólo en una fecha tan tardía como 1922 se iniciaron efectivamente las obras,

que no se concluyeron hasta los años 30: hasta ese momento –resulta difícil entenderlo si observamos la imagen moderna

de la “ciudad construida” en esas primeras décadas del XX- gran parte del aprovisionamiento de agua se seguía haciendo

con acarreos desde las fuentes…

El alumbrado. Evolución de sus procedimientos y elementos, con algunas notas sobre su contribución a las

imágenes convencionales de la ciudad histórica.

El alumbrado público, después de las experiencias pioneras en Paris y otras ciudades por impulso del Rey Sol, sólo

se aplicó en España –en Madrid- en la segunda década del XVIII, difundiéndose lenta y desigualmente a otras ciudades.

En Santiago sólo llegó a realizarse en 1822, basado en el sistema imperante de linternas de aceite. Más allá de sus

fundamentales cometidos funcionales, desde nuestra perspectiva merece la pena fijar la atención en sus características

constructivas y formales, por su contribución a la iconografía de los paisajes de los centros históricos. Las linternas se

basaban en cajas acristaladas, en las que se alojaba la mecha, con distintos módulos de tamaño y dos sistemas, común y

de reverbero (que procuraban una difusión lumínica más intensa y de mayor alcance, por el reflejo de la llama sobre caras

bruñidas). Pero debemos considerar que, por las limitaciones propias de esos procedimientos y por el clima de Santiago, el

alumbrado público de la ciudad servía más para proporcionar orientaciones y referencias que para generar unas

condiciones propicias en los tránsitos y en la seguridad.

A mediados de siglo se planteó la conveniencia de sustituir el sistema de aceite –cuyas deficiencias no sólo residían

en sus propias limitaciones técnicas sino también en los complicados y enojosos correlatos de mantenimiento, reparación,

etc.)-por los nuevos sistemas de gas. Estos se apoyaban en la fábrica de gas situada en los Agros de Carreira, a unos 12

km. del centro. Se dispusieron primero sistemas con suministro de “bombonas” portátiles, que permitían depositar el

combustible en un recipiente interior del farol. Y después, en los años 70, con suministro de gas por cañerías, sistema que

supuso a modificación de las luminarias, compuestas por dos “pirámides” truncadas, la superior metálica y la inferior

vidriada, abierta en su base para facilitar la combustión.

La llegada de la luz eléctrica vino precedida, como en tantas ciudades, de “encendidas” proclamas, políticas y

sociales, odas pretendidamente literarias, manifiestos, peticiones administrativas, tópicos recursos periodísticos… que

reivindicaban ese nuevo sistema, viendo en la energía eléctrica el instrumento más fuerte–y a la vez de mayor carga

simbólica- de las ideas de avance científico, de modernización económica y de progreso social. Pero su implantación real

se retardó hasta 1902, con bastante retraso con otras ciudades gallegas.

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Como ha sido estudiado desde muy distintas perspectivas, sociológicas, económicas, artísticas, la generalización

del alumbrado eléctrico transformó la vida urbana de las ciudades, incorporando las horas nocturnas al ocio, al paseo, a

los encuentros sociales (cafés, teatros, casinos…) pero también al comercio y el trabajo.

La literatura, la fotografía, la pintura, el grabado… se abrieron en esos años a esos nuevos paisajes de la noche de

la ciudad, con distintas aproximaciones, en claves realistas, impresionistas o de sus posteriores derivaciones, expresionistas…

5.2.4.4. Las pavimentaciones: la aplicación sistematizada de los enlosados de granito.

Este tema debería quizá incluirse en el anterior apartado, por su directa conexión con los sistemas de

infraestructuras. Pero por su alta incidencia en el paisaje histórico de Santiago, constituyendo una de las componentes de

su imagen, parece oportuno tratarlo de modo diferenciado.

Del mismo modo que la imagen general de la escena edificada de Santiago – y de la mayoría de los centros

históricos españoles- se diluye, en sus visiones inmediatas, en referencias “antiguas” (diríamos mejor, ambiguamente

antiguas), similares impresiones se derivan de las percepciones de los pavimentos, asignándoles pretensiones casi

“intemporales”, por sus escuetas geometrías, su disposición artesanal y su materialidad granítica…

Pero lo cierto es que la mayor parte de escena edificada –si exceptuamos los grandes episodios religiosos, civiles y

palaciegos- procede, como hemos señalado, de las renovaciones que se extendieron desde comienzos del XIX a principios

del XX. Y casi la totalidad de las pavimentaciones, tanto en calles principales como secundarias, en plazas centrales y

menores, proceden sobre todo de la segunda mitad del XIX…

No son explícitos los motivos de las decisiones que llevaron a la aplicación sistemática de los grandes enlosados

regulares de granito, sustituyendo a los anteriores empedrados irregulares, combinados con terrizos y guijarros: sin duda,

criterios de “buena” construcción civil, pero también acompasados con criterios económicos (puesto que su pago

correspondía a los vecinos, y más directamente a aquellos que promovían obras de reforma o nueva edificación) lo que

originó notables controversias y dejaciones… La elección de ese sistema se basó en el establecimiento de meticulosos

“pliegos de condiciones” de imposición obligatoria, generando, en una acumulación empirista, una amplia casuística

constructiva y económica, con depuraciones de soluciones en secciones, esviajes, recogida de pluviales, adaptaciones a

la topografía...

Así, lo que hoy se presenta como un sistema regular, aparentemente “espontáneo”, es en realidad el resultado de

innumerables obras parciales, aditivas, sustitutorias…

Similares consideraciones merecen las obras de pavimentaciones de lugares centrales, como las plazas del

Obradoiro, Quintana, Platerías… que tratamos en los capítulos dedicados al paisaje urbano.

5.2.4.5. El ferrocarril.

Esta infraestructura tendría, como cabe suponer, gran importancia en la vida económica y en las actividades

urbanas de la ciudad. Sus orígenes se remontan a 1861, con una concesión del Estado a un grupo de empresarios gallegos

para la creación de una línea de Santiago a Carril. El proyecto se inició en 1862 y las obras comenzaron en 1866, pero

pronto se paralizaron por dificultades económicas y por la inestabilidad política de aquellos años. Otro grupo de

empresarios asumieron la concesión poco después, inaugurándose la línea –de 42 km.- en 1873. En 1889 se prolongó hasta

Pontevedra, y desde el enlace en Redondela se conectó con la red existente en España y con Portugal.

5.2.4.6. Reformas urbanas y nuevas dotaciones a finales del XIX.

Dentro de esos horizontes generales de renovación de los tejidos sobre la morfología heredada se produjeron, como

hemos señalado, numerosos ajustes o reformas urbanas de pequeña escala, con cambios de alineaciones que implicaban

regularizaciones de los trazados viarios o ampliaciones de sus secciones, supresiones de construcciones “encastradas” en

espacios con potencialidades de usos públicos, transformaciones en el perímetro amurallado y supresión de antiguas

puertas, etc. (actuaciones meticulosamente documentadas en los trabajos de P.Costa y A.A. Rosende, entre otros).

Pero también surgieron propuestas y actuaciones concretas de mayor alcance, en las escasas áreas interiores que

ofrecían oportunidades de transformación (Picho de la Cerca) y en áreas externas inmediatas al recinto (Santa Susana).

Asimismo fueron importantes algunas intervenciones militares (Cuartel de Santa Isabel) en zonas algo más alejadas del

recinto.

Implantación del Mercado, nuevas edificaciones de vivienda y reformas de espacios libres en el área del Picho da

Cerca.

Hasta comienzos del XIX los mercados de alimentos venían realizándose en distintas plazas; pan, en la plaza del

Campo, pescados y carne en Mazarelos, verduras, leche y huevos en otras plazas…Los nuevos criterios sobre salubridad

urbana que impregnan la transición entre el XVIII y XIX, y probablemente las alarmas provocadas por la epidemia de cólera

asiática que sufrieron muchos países europeos a finales del primer tercio de este siglo, movieron al Consistorio a

preocuparse por la creación de un mercado que acogiese todos esos productos, sobre todo los de pescado y carne, cuyo

emplazamiento al aire libre, sin controles, podía generar graves problemas sanitarios, además de afectar a la comodidad

de los vecinos.

Con esa finalidad se eligieron en la tercera década del XIX los únicos terrenos baldíos enclavados en el recinto: los

del Picho da Cerca (los otros terrenos disponibles, al norte del Hospital, resultaban manifiestamente inapropiados para ello).

La adquisición de los terrenos, propiedad de la Casa de Altamira, se vio envuelta en un farragoso proceso judicial y

económico, con varios proyectos frustrados, que solo fructificaron en el tercer cuarto de siglo.

Pudo entonces acometerse un proyecto ambicioso, comprendiendo los terrenos de Altamira junto a los del

arruinado cuartel de la Virxe de Cerca. La actuación, de 1870, consistía en una malla ortogonal de grandes dimensiones

en la que se emplazaban los numerosos puestos de mercado (400) con agrupaciones adecuadas respecto a tipos de

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productos y exigencias sanitarias. El conjunto se cubrió con una estructura de hierro y vidrio, con los esquemas entonces

en boga para esos tipos de equipamientos…aunque con modestas soluciones. Debe resaltarse que su disposición tuvo en

cuenta criterios de contribución al ornato urbano y la vida pública, tanto en sus trazados interiores como en su

configuración exterior.

La actuación incluyó la inserción de dos grandes piezas de edificios de vivienda en los terrenos “sobrantes”,

generando una extensa fachada residencial frente a la del Mercado, y articulándose a los tejidos circundantes.

5.2.5. Los procesos de renovación del recinto y crecimientos externos en las primeras décadas del

siglo XX.

5.2.5.1. Introducción.

A finales del XIX, ante la evidencia del papel cada vez más secundario de la ciudad, diversas iniciativas confluyen

en la idea de aprovechamiento de las potencialidades tradicionales de la ciudad: por un lado, mediante la estimulación

de los procesos turísticos enlazados a los tradicionales flujos de peregrinación, pero abiertos hacia “demandas modernas”,

siempre acentuando sus capacidades simbólicas religiosas y también “patrióticas”. Y, por otra parte, y con más fuerte

asentamiento objetivo, tratando de potenciar las funciones universitarias de la ciudad, entendidas como sustancial recurso

con incidencia general en su economía y su estructura social.

Al mismo tiempo el Ayuntamiento percibe la imperativa necesidad de mejorar las reglas de los asentamientos en

los tejidos heredados y de establecer esquemas ordenados de nuevos crecimientos, con los modelos y procedimientos de

los ensanches

5.2.5.2. El contexto demográfico.

La población urbana, del entorno rural inmediato y de la comarca.

Los datos estadísticos nos permiten diferenciar el peso de la población urbana, del entorno inmediato rural (Conxo

y Enfestas) y de la comarca santiaguesa.

La población de la ciudad se mantiene casi estable desde comienzos de siglo hasta 1930, desde algo más de 24.000

a cerca de 26.000 habitantes. La población del entorno rural cercano se mantiene también casi estable, en torno a los

12.000 habitantes. En la comarca el número de habitantes es asimismo casi estable, en torno los 83.000/85.000 habitantes.

A partir de 1930 se registra un cierto crecimiento de la población urbana, por emigración desde el entorno rural y

de otras áreas, que hace que la ciudad alcance algo más de 38.000 habitantes en 1940.

Si consideramos el conjunto de la comarca, incluyendo la ciudad y el entorno rural inmediato, la población

asciende ligeramente, desde unos 83.000 habitantes en 1910 a casi 100.000 en 1940.

La vida rural formaba parte del contexto de Santiago.

La composición de la población activa: el acrecentamiento del sector terciario.

Las elaboraciones efectuadas por varios investigadores reflejan el peso predominante del sector primario a

comienzos de siglo, la minúscula aportación del secundario y la moderada pero significativa importancia del terciario (un

13,50%). Probablemente sus fuentes adolecen de defectos de encuadramiento (con minusvaloración de actividades

artesanales o de economías mixtas, agrarias/artesanales) pero evidencian el crecimiento de los campos relacionados con

los servicios, comercio, transportes: en 1920 ya representarían un 36 % de la población activa, hasta ascender en 1940 hasta

el 60%.

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5.2.5.3. El contexto cultural y político.

En el ámbito político, Galicia se integra en el sistema establecido desde la Restauración, con aportaciones tanto a

las alas conservadoras como a las liberales. También tienen incidencia las nuevas tendencias socialistas, anarquistas y

radicales.

Pero son muy significativas las iniciativas centradas en las especificidades de la región, en diferentes vertientes: el

movimiento regionalista, “codificado” por Alfredo Brañas en su obra El regionalismo gallego, de 1899, sirvió de referencia

a tendencias muy dispares, federalistas, conservadores con referencias a la entidad diferencial gallega…

Debe destacarse la influencia de los movimientos del “agrarismo”, (con la influencia de Brañas y de otras

personalidades como B. Alvarez) estructurados en las Sociedades Agrarias omnipresentes en todo el territorio, y dirigidos

a la renovación social de las estructuras tradicionales del campo gallego desde una perspectiva católica, con unos

objetivos fundamentales: la supresión del sistema de los foros, entendidos como latifundios retardatarios.

Como resultado de esos movimientos los labradores obtuvieron ventajas, pero fracasaron los idearios de nuevos

sistemas de cooperativas, Y buena parte de la base económica de la vieja nobleza y de la reciente burguesía nacida de

la Desamortización entraron en declive. Pero no en un contexto apacible, sino con numerosos conflictos, en los que las

Sociedades Agrarias constituyeron fuertes focos de resistencia.

Numerosos intelectuales gallegos forman a Real Academia Gallega (1906). Se crean además otras entidades, como

la Asociación del Folklore Gallego, la Asociación Regionalista Gallega, continuada en la Liga Gallega…

En esas vivaces iniciativas, tuvieron notable importancia las impulsadas por Solidaridad Gallega, de raíces

tradicionalistas, que después incidirían en otros grupos como Acción Gallega, todos con referencias a la renovación del

mundo rural desde perspectivas políticas y económicas “organicistas”… y que reflejó la inspiración, entre otros políticos e

intelectuales, de Vázquez de Mella. El Directorio de Primo de Rivera fue en general bien acogido por las corrientes

“anticaciquiles”, y las Diputaciones tuvieron al frente personalidades de labor ejemplar (Cajas de Ahorro, Repoblación

Forestal, Misión Biológica de Galicia…). En esos años inicia su tarea el Seminario de Estudios Gallegos y la Residencia de

Estudiantes en Santiago.

En los años de la República fue extendiéndose la importancia del Partido Galleguista, que ocupó la alcaldía de

Santiago en 1936.

Pero una visión del mundo político, económico y culltural gallego de la época no puede prescindir de algunas

mínimas referencias a la intensa renovación de la literatura y el arte, con personalidades como R. Cabanillas, Otero

Pedrayo, Risco, Castelao, Montes (sin referirnos a los escritores y artistas gallegos que desarrollaron sobre todo su actividad

desde Madrid.

5.2.5.4. Los marcos urbanísticos.

Las Ordenanzas de 1907.

Estas Ordenanzas sustituyen a las de 1780 y otras reglas de bandos e instrucciones de mediados del XIC. Reseñamos

sus características en el Capítulo sobre las regulaciones urbanísticas. Sus aspectos fundamentales pueden resumirse, en

este discurso, en unas breves notas:

distinción de tipos de obras, mayores y menores, con asignación de competencias de direcciones técnicas

establecimiento de normas sobre la organización interior de los edificios de vivienda (dimensiones de las

piezas habitables, patios, condiciones de iluminación y de ventilación, etc.)

regulación de las alturas, aplicando el criterio entonces “codificado” de relación con la sección de las calles

establecimiento de normas precisas sobre cuerpos volados (balcones, miradores, galerías…así como sobre

escaparates, anuncios, etc.

libertad compositiva, dentro de reglas de “buen gusto, abriéndose a los lenguajes eclecticistas, modernistas,

etc. Desaparición de la obligatoriedad del color blanco en revocos de fachada, si bien se recomiendan

coloraciones “suaves”.

Conviene apuntar una carencia esencial de esas Ordenanzas (y de casi todas las normativas establecidas en las

ciudades españolas en las últimas décadas del XIX y primeros años del XX: la no fijación de fondos edificables máximos, o

de otros procedimientos de regulación de la ocupación máxima en planta o edificabilidad máxima.

Intervenciones de renovación en los bordes del sur del recinto y primeras propuestas de Ensanche.

En el último cuarto del XIX comienzan a suscitarse en Santiago ideas y debates sobre la conveniencia de un

Ensanche, alentadas por el clima de la cultura urbanística de esos años y con las referencias de las leyes de 1864 y 1876.

Pero ni la economía de la ciudad ni su débil crecimiento demográfico posibilitaban un proyecto de dimensiones

significativas. No existía además una demanda importante de viviendas por parte de las capas burguesas, destinarias de

los ensanches en las ciudades españolas en que llegaron a tener relevancia esos modelos, ya que las oportunidades de

inserción de sus residencias dentro del recinto histórico colmaban sus apetencias.

No obstante, las leyes de 1892 y 1895 sobre Saneamiento y Mejora de Poblaciones alientan algunas iniciativas

“germinales”, en las áreas al sur del recinto –Agro de Carreira- con los trazados de las actuales calles Montero Ríos, Dr.

Tejeiro y General Pardiñas.

Pero tienen mayor incidencia efectiva a finales de XIX y sobre todo en las primeras décadas del XX las actuaciones

realizadas en los bordes del sur del recinto: área de Porta Faxeira, Carreira do Conde, rúa da Senra (con el plan de

alineaciones de 1878, que configura una calle de escenas “asimétricas”, en el borde del recinto conformes a los contextos

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antiguos, en el lado sur abriendo posibilidades, pronto aprovechadas, de edificaciones con mayores alturas y basadas en

agregaciones de las anteriores parcelas). La rúa da Senra, integrada en la carretera La Coruña-Pontevedra, adquiere en

esos años un papel de gran importancia en la estructuración de la ciudad, y también en su vida cotidiana, acogiendo

nuevas edificaciones de vivienda de capas medias, con la sucesión de algunos episodios de demoliciones/sustituciones

de arquitecturas singulares: el derribo de la Casa de la Inquisición, obra de Casas y Novoa, demolida en 1913, la

construcción del Royalty y después del edificio Castromil, ambos demolidos (este último en 1974), la construcción del actual

Hotel Compostela…

Las propuestas de Ensanche: el Plan Cochón y su ejecución en los 50-70. Un episodio urbano de escaso acierto en

su trazado y en su conformación edificatoria.

El Plano de Población de 1907 proporcionaba al Ayuntamiento una óptima ocasión para establecer orientaciones

programáticas para el desarrollo de la ciudad…pero que, como es sabido, fueron escasamente aprovechadas. Siguiendo

las actuaciones germinales de crecimiento antes señaladas, y teniendo como referencia sobre todo la calle Montero Ríos,

proyectada años atrás, se encarga un estudio de ensanche en el área meridional de Agros de Carreira, con aportaciones

de diversos técnicos, pero que no basan de esbozos, con escasa fundamentación en cuanto a trazados y tipologías

edificatorias, adaptación a la compleja topografía, consideraciones de propiedades…

Después de la primera Guerra Mundial, en el clima de bonanza económica de finales de aquellos años, el

Ayuntamiento retomó la idea, encontrando una base de apoyo en el Estatuto Municipal de 1924, que otorgó nuevas

facultades de proyecto y de gestión a las corporaciones locales para acometer proyectos de esa índole. Se efectuó así

un encargo a J. de la Gándara, que se presentó a finales de la década.

El proyecto era muy poco novedoso respecto a los esquemáticos bocetos de años atrás, y podríamos decir

“extemporáneo”, ya que no respondía a los esquemas de civilidad de los modelos de mediados del XIX –con sus

búsquedas de ordenaciones geométricas, de regularizaciones parcelarias por encima de las preexistencias de propiedad,

con sus atenciones a la combinación de edificaciones residenciales privadas y de dotaciones, sus énfasis en espacios

representativos- tampoco había absorbido las nuevas propuestas de urbanismo paisajista de raíces anglosajonas, y, en fin,

ignoraba los planteamientos de urbanismo racionalista que estaban entonces incubándose en Alemania, Holanda y otros

países. Más bien se limitaba a formulaciones alicortas, recogiendo de modo muy simplificado algunas de esas referencias,

con intenciones operativas “rutinarias” (esto es, en aras de facilitar las intervenciones puntuales privadas). Así, los intentos

de ajustarse a las estructuras parcelarias y las construcciones consolidadas en bordes coartaron los acordes de los trazados;

las delimitaciones de manzanas no se encontraban ajustadas respecto a las tipologías edificatorias (frentes y fondos)

generando previsibles situaciones contrastadas de “congestión” y de “desahogo”; no llegaron a definirse ejes o espacios

públicos con fuerte capacidad estructurante y simbólica…

El Plan, aprobado en 1931, y por ello conocido en la historiografía urbanística como “Plan de la República”, en poco

participaba de las ideas más avanzadas de aquellos años… La guerra impidió su ejecución, pero su posterior versión en

poco modificó sus deficiencias.

En 1945 el Ayuntamiento promovió un nuevo plan, que se encargó al arquitecto Fernández Cochón, y que recoge

los cambios que se habían ido produciendo en la aplicación práctica del anterior, y ajustándose a la configuración de

barrio de a Rosaleda. También tuvo en cuenta el ajuste con la posición de la nueva estación de ferrocarril y las protestas

que habían expresado los propietarios en los años anteriores, sobre la disposición obligatoria de soportales en algunas

calles y sobre sus secciones, alturas de edificación, etc. con unas visiones muy ceñidas a sus intereses inmediatos.

El plan trata de justificar criterios modernos en cuanto a jerarquizaciones de viales, regulaciones geométricas…pero

con resultados poco efectivos. Conforme a los modelos del nuevo régimen nacional catolicista integra una plaza cívica,

con frentes ordenados unitariamente, en la que se integran una iglesia, dotaciones escolares, etc. que no llegó a

materializarse. Pero en lo esencial, el conjunto del Plan mantiene similares deficiencias al anterior, en cuanto a la irregular

delimitación de manzanas en relación a sus capacidades edificatorias, incongruentes trazados de los viarios, con ligeros

quiebros pero suficientes para impedir perspectivas rectilíneas, encuentros desacertados entre viales, soluciones

desacordes con la topografía…

Esas deficiencias de los trazados básicos, sumados a los procesos de ejecución a través de actuaciones edificatorias

puntuales, cambios de alturas y fondos… y además en el contexto de ínfima calidad de la edificación privada de los 50-

60, en el que confluyeron voracidades inmediatas de rentabilidad económica por parte de los promotores, dejaciones de

los poderes públicos en cuanto a implantación de dotaciones y espacios libres y desatenciones –o peor aún, enfoques

rutinarios, con fórmulas compositivas banales y expeditivos detalles- por parte de los arquitectos, condujo a los muy poco

satisfactorios resultados de este conjunto urbano.

5.2.5.5. El parque de la Alameda y el mercado.

El Parque de la Alameda.

El Parque público constituye, como es sabido, uno de los espacios caracterizadores de la ciudad de la era

burguesa. Su difusión, en el país puntero de la industrialización, Inglaterra, respondió a una estrategia de procuración de

unas pautas de “diversión regulada” y de “ocio saludable” a las clases obreras y populares, que se reflejó oficialmente en

1839 en la creación de un Comité parlamentario sobre Public Walks, que impulsó muy numerosas iniciativas, asumidas poco

después por los ayuntamientos. Procesos similares se desarrollaron en Francia desde 1836, adquiriendo especial

consistencia en París, en la época de Napoleón III, en Alemania, Italia…Los abundantes estudios específicos desarrollados

sobre este tema muestran, sin embargo, que los usuarios mayoritarios de esos nuevos espacios no fueron tanto las capas

trabajadoras, por sus muy limitadas disponibilidades de tiempo libre (jornadas de 12 y más horas) sino sobre todo la

pequeña y media burguesía.

En nuestro país en la primera mitad del XIX muchas ciudades disponían ya de paseos públicos, resultantes de

iniciativas ilustradas de finales del XVIII. Con el régimen liberal su número aumentó muy considerablemente,

contabilizándose a mediados del XIX, 259 ciudades y villas que contaban con esos espacios (según los documentados

estudios de F. de Quirós, que analizan localizaciones, trazados y ordenaciones, disposición del arbolado y otras

componentes vegetales, dotaciones, ornato, elementos escultóricos, etc.)

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El Parque de la Alameda se inscribe en ese proceso, siendo una de las actuaciones pioneras en España. Su

conformación ha sido estudiada detalladamente por A.A. Rosende, J. Morenas Aydillo y otros investigadores: nos remitimos

a esos trabajos, limitándonos a aportar unas sucintas notas para su encuadre en el marco general de la evolución de la

ciudad en el XIX.

El Mercado.

Por sus fuertes deficiencias constructivas del Mercado de estructura de hierro construido en 1870 pronto se

plantearon sucesivas propuestas de consolidación o reforma. Pero sólo serían llevadas a cabo ya bien entrado el XX, con

el proyecto de Vaquero Palacios que hoy pervive, y que documentamos en el Capítulo sobre los tipos arquitectónicos

(aspecto importante para la acertada comprensión de la evolución de la ciudad, esta obra se caracteriza por ciertas

“sobreposiciones”, ya que mantuvo en buena parte las trazas del antiguo mercado, si bien su estructuración fue totalmente

novedosa, con el sistema de naves de inspiración en tipologías románicas.

5.2.6. La estrategia de fortalecimiento de la universidad: nuevas facultades en el recinto y su entorno.

La residencia de estudiantes.

5.2.6.1. Introducción.

La creación de la Institución Libre de Enseñanza, en 1876, presidida por Giner de los Ríos, tuvo notable repercusión

en la vida cultural gallega, con la influencia determinante de Montero Ríos, que fue rector de esa renovadora entidad en

1878, surgiendo la idea de extender su ideario y actividades a Galicia, con la focalidad santiaguesa. En el contexto del

regeneracionismo generado ante la crisis del 98, con sus modulaciones específicas en la región, toma cada creciente

fuerza la estrategia de acrecentamiento de las funciones universitarias de la ciudad, ya alentadas en las últimas décadas

de XIX.

En este proceso participaron, con confluencias diferentes, los ayuntamientos, las diputaciones, sectores

empresariales con dinámicas de modernización, los centros gallegos establecidos en América… con el peso también

importante de lo que algunos historiadores han denominado el “caciquismo útil” (formado por notables con influencias

clientelares, ramificadas en la sociedad, la política, la economía).

Sobre ese entramado de iniciativas de origen diverso se desplegaron las actividades determinantes de grandes

personalidades culturales, literarias…

Como resultado de ese amplio y diversificado movimiento, las funciones educativas se vieron acrecentadas con el

Colegio de Ciegos y Sordomudos, hoy sede de la Xunta, se desarrollaron iniciativas de gran trascendencia social y

económica, como la Exposición Regional de 1909, y en el ámbito específico universitario se crearon la Escuela de

Veterinaria, el Hospital Clínico y Facultad de Medicina, la Residencia de Estudiantes…

5.2.6.2. Nuevas facultades: medicina y hospital clínico, veterinaria.

La Facultad de Medicina y Hospital Clínico.

Surgieron a finales del XVIII ideas de ampliación del antiguo Hospital, que dieron lugar a interesantes propuestas de

Ferro Caveiro. Casi siglo y medio más tarde, en 1899, se reemprenderían, impulsadas por los impulsos modernizadores de

Montero Ríos y de García Prieto. Las necesidades de esa actuación no podían ser más acuciantes, ante el deterioro de las

estructuras del antiguo Hospital, en sus pabellones de enfermos y sus dependencias funcionales, y la inadecuación de las

aulas instaladas en el Colegio Fonseca.

El Gobierno decide en 1909 –coincidiendo con la exitosa Exposición Regional- acometer la realización de una nueva

Facultad y Hospital Clínico, que, con criterios de lógica aditiva, se situaba en los terrenos libres del antiguo hospital. Fue

responsable del proyecto uno de los más significativos arquitectos españoles de la época, Fernando Arbós. Su realización

implicó algunas operaciones de expropiación de franjas de caserío lateral. El proyecto se caracterizaba por la confluencia

de criterios que podríamos calificar como protomodernos, en su organización en planta y volumen, junto a la aplicación

de conformaciones exteriores aún dominadas por el eclecticismo. J.R. Soraluce describe el conjunto como “un amplio

complejo con naves longitudinales, abiertas en abanico sobre la pared trasera del hospital y la alineación de la calle. Un

original despliegue de la edificación, que favorecía la distribución de aulas (…) con completa iluminación exterior”.

Las obras sólo se acabaron en 1926, diez años después del fallecimiento de Arbós. Posteriormente, el

acrecentamiento de las necesidades hace que la Diputación acometa la construcción de un Hospital Clínico

especializado, en la rúa de Galeras, cuyas obras se concluirían en 1953.

La Escuela de Veterinaria.

La creación de la Escuela fue aprobada por el Estado en 1893, con la idea de su contribución a la modernización

de la economía del campo gallego, enmarcándose en un programa extraordinariamente ambicioso. Las tareas de su

localización se asignaron a una Comisión Técnica, que tuvo en cuenta tanto criterios higienistas (preferencia por áreas

elevadas y con buenas condiciones en cuanto a vientos, soleamiento, etc.) como consideraciones urbanísticas (incidencia

en la planificación del Ensanche entonces en debate). El emplazamiento, acertadamente elegido, se situó en la rúa del

Hórreo, en la carretera a Orense.

En 1902 se aprobó el proyecto, redactado por A. Bermejo, situado sobre una extensa parcela rectangular, en cuyo

frente a la calle se situaba el edificio didáctico, con una planta claustral, en la que se situaban en el eje de simetría los

pabellones de funciones generales, disponiéndose hacia el fondo de la parcela una serie de cuerpos de establos y

dependencias organizadas en retícula, posibilitando sistemas aditivos o de modificación de usos.

Tan ambiciosa iniciativa fue sin embargo un fracaso docente, abriéndose sólo con 30 alumnos. Por ello, fue

suprimida por el Gobierno central, pasando a ser cuartel militar en 1925. En los 80 de XX la construcción fue reconvertida

en sede del Parlamento de Galicia, con un interesante proyecto de rehabilitación de A. Reboredo.

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La Residencia de Estudiantes.

Su creación se inspiró en el modelo de la Residencia madrileña de la ILE, como estructura que aglutinase

conocimiento, estancia, ocio, incidencia en la vida cultural de la ciudad… La iniciativa fue aprobada por el Gobierno

central en 1924-26, creándose su Patronato universitario en 1927. Desde ese momento se desarrolló un complejo proceso

de búsqueda de financiación, con emisión de Deuda y con aportaciones privadas o institucionales, en paralelo a la

realización de estudios sobre su emplazamiento. Desechada coherentemente su implantación en el recinto histórico o en

la extinguida Escuela de Veterinaria, se eligió el área del Agro de Mendo, en la prolongación del parque de la Alameda y

enlazado al espacio antes utilizado por la Exposición Regional de 1909.

Su anteproyecto urbanístico fue redactado por C. Canderia, que toma como referencia las experiencias más

innovadoras en Europa y EEUU, con atención focal a los esquemas de López Otero en la Ciudad Universitaria de Madrid.

Las construcciones serían proyectadas por J. de la Fuente. En 1928 se inició simbólicamente la obra, que sólo fue concluida

después de la guerra.

La evolución de la universidad desde 1900 a los primeros años de postguerra: un muy débil crecimiento del número

de estudiantes.

Las estrategias de acrecentamiento de las funciones universitarias, aumentando el peso de las facultades

dispuestas ya en el XIX y apostando por las nuevas facultades, tuvieron sin embargo un escaso peso efectivo, como

muestran, entre otros estudios, los muy documentados desarrollados por L. Varela.

En efecto, en 1900 el número de alumnos (sumando “oficiales” y “libres”) era de unos 1500. Reflejando la incidencia

de la crisis económica y también de la atracción de la Universidad Central madrileña, en la segunda década del siglo se

situaban en torno a los 1.000. Sólo en la tercera década se registró un moderado crecimiento, hasta alcanzar en 1935 cerca

de 2.000, poco más que treinta y cinco años antes.

Clase de gimnasia en el Campus Universitario.

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5.3. Evolución urbana.

5.3.1. Introducción.

5.3.1.1. La centralidad actual del centro histórico. Las permanencias de la estructura histórica

anterior al XIX.

Las referencias anteriores sobre la historia urbana, y las que proporcionaremos después sobre la conformación de

los tipos arquitectónicos y los paisajes urbanos, proporcionan muchas de las claves sobre esa línea de análisis. Procuraremos

destacar en este capítulo los aspectos relativos a la estructuración, los trazados y las formas del asentamiento, a costa

quizá de repetir algunos aspectos, pero en todo caso con un discurso coherente y centrado sobre estos temas claves para

el entendimiento de la ciudad. Seguiremos sobre todo las guías que nos proporcionan algunos trabajos, como los de

C.Martí y P.Costa.

Debemos considerar, en primer lugar, que el casco antiguo de Santiago no es en ningún modo un área

“secundaria” o “desplazada” -estructural y funcionalmente- respecto al conjunto de la ciudad, como sucede en algunos

centros históricos, sino que actúa hoy con contenidos focalizadores. Estas condiciones son resultado de diversos factores:

su lento desarrollo hasta comienzos del XX, sus pausadas agregaciones en las etapas intermedias de este siglo y sobre

todo las importantes iniciativas públicas impulsadas desde finales de ese siglo hasta hoy con el fin de acentuar ese papel

de centralidad. En efecto, si observamos la “huella edificada” de la ciudad, en su evolución desde el XIX, comprobamos

que hasta 1950 (si exceptuamos la implantación novedosa de la Ciudad Universitaria iniciada en los años 30) no había

apenas superado los contornos dibujados en los planos de finales del XVIII: basta un contraste entre el fundamental plano

de López Freire de 1796 y la cartografía y fotos aéreas de mediados del XX).

Esta permanencia de la agregación histórica se debe en gran medida a la muy específica conformación originaria

de Santiago, con su compacto recinto central, pero con reducida densidad en sus tejidos “menores” y sus ramificaciones

“tentaculares” apoyados en los caminos de enlace con los entornos territoriales (con arrabales apoyados en esos caminos

o rueiros). Recordemos que la ciudad poseía en 1800 cerca de 18.000 habitantes y en 1930 cerca de 40.000: una cifra más

que duplicada, pero que había podido ser absorbida en gran parte por los procesos de renovación sobre las estructuras

parcelarias preexistentes, mediante crecimientos en planta y sobre todo en altura y con agregaciones sobre las

ramificaciones de los arrabales apoyados en los rueiros.

En ese mantenimiento de la estructuración histórica incidirían por tanto diversos factores; la conservación de los

trazados estructurantes del recinto –más allá de correcciones puntuales de escasa incidencia en esta visión general- con

el correspondiente mantenimiento del sistema parcelario antiguo, a su vez con algunas pero no excesivamente relevantes

modificaciones por agregaciones. La permanencia de las grandes arquitecturas edificadas, iglesias, conventos, colegios

universitarios, que en algunos casos fueron afectadas por los procesos desamortizadores del XIX pero no conllevando

ocasiones de reforma urbana sino sobre todo cambios de usos. Y la disposición de los rueiros, como apoyos de

agregaciones lineales sobre parcelas estrechas y de gran fondo, que no ofrecían oportunidades para procesos de

“colmataciones anulares”.

Tomaremos también en consideración las grandes agregaciones estructurales producida en la primera mitad del

XX, el Ensanche y la Universidad, con algunos desarrollos posteriores (sobre todo en el campus universitario), en sus

relaciones con el recinto y los arrabales históricos.

5.3.1.2. Enfoques metodológicos del análisis.

Para el desarrollo de esta línea de análisis no seguiremos un esquema diacrónico, siguiendo convencionalmente los

procesos de formación y evolución de Santiago. Puesto que hablamos de estructura y de morfología histórica, y sabemos

que un rasgo fundamental de la ciudad ha sido la permanencia sustancial y determinante de la conformación de finales

del XVIII, al margen de las correcciones y ajustes de trazados, de carácter más o menos puntual, y que los extensos procesos

de renovación del caserío del XIX y principios del XX se enmarcaron en esa estructura y morfología “corregida” y “ajustada”,

pero sin operaciones relevantes de remodelación (salvo el caso del Mercado), en todo caso con agregaciones de

parcelas en calles centrales, pero sin incidencia en la caracterización general, proponemos organizar este discurso con

una referencia focal: la que nos proporcionan los planos y documentos escritos de finales del XVIII, acompañados de otras

bases gráficas particulares. En efecto, fue ese un momento en que la ciudad histórica se conformaba con las preexistencias

de los tejidos de origen medieval, sobre los que se habían ido insertando las actuaciones de entidades relevantes de los

tres siglos anteriores (desde la implantación del Hospital, los primeros colegios universitarios, iglesias y conventos en el XVI a

las más numerosas operaciones edificatorias y urbanas del XVII y XVIII. Esta visión nos ofrece por tanto la posibilidad de

interpretaciones tanto hacia el pasado como hacia los acontecimientos posteriores, con procedimientos de “calas” en

sentidos inversos, contribuyendo al entendimiento de los orígenes y de los desarrollos posteriores. Pero nos ofrecerá sobre

todo un entendimiento de las “permanencias”. Los trabajos de C. Martí, que toman como referencia el plano de la ciudad

de 1908, contrastándolo con las condiciones de los 90 del XX, los de P. Costa, con intersecciones temporales más complejas

o los de A.A. Rosende, que utilizan también como horizonte referencia el estado de la ciudad a finales del XVIII, y los de

otros estudiosos de nuestra ciudad, complementarán y detallarán esta sucinta –pero esperemos que precisa-exposición.

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5.3.2. Los rasgos fundamentales de la estructura y la morfología.

5.3.2.1. Orígenes.

Como es sabido la ciudad de Santiago no sólo debe su nombre al Apóstol. Toda la ciudad es consecuencia de

aquella revelación que tuviera el eremita Pelayo entorno al año 820 y cuya certeza se debate aun hoy.

Si bien es cierto que se conocen preexistencias en la zona, entre las que destacaría un castro romano y su necrópolis,

el hecho de que éstas estuvieran ya abandonadas en el siglo IX hace que el descubrimiento de los supuestos restos del

Apóstol se consideren punto de partida en la historia de la ciudad. Es entorno a la Iglesia de San Félix de Solovio donde

ocurre tal descubrimiento, que sería aprovechado estratégicamente por el rey de Asturias, Alfonso II, y el obispo Teodomiro,

que verían en tal ubicación la posibilidad de implantar un núcleo representativo, tanto para el reino como para la feligresía

cristiana.

Para ello se construyó un primer santuario, una construcción muy sencilla de una sola nave y una cripta para

albergar los restos del Apóstol, protegida por una cerca que delimitaba una superficie de unas 3 hectáreas. En seguida se

comenzaría con las obras de ampliación, que darían lugar a un templo visigótico de planta basilical de tres naves.

Situación del lugar sagrado o Locus Sancti Iacobis y primer recinto amurallado.

5.3.2.2. La ciudad medieval.

Poco después comenzarían a acudir diferentes congregaciones religiosas a instalarse en las proximidades de la

iglesia levantada para venerar las reliquias, sobre todo benedictinos. También fue trasladada a este lugar de la sede

Arzobispal. En los dos siglos posteriores sufrirá un enorme crecimiento que se consolidaría ya en el siglo XI con la construcción

de la muralla llamada de Cresconio. Ésta acogería ya cuatro iglesias: la de Santiago, la de San Salvador de Antealtares, la

de San Juan y la de San Esteban, con una superficie delimitada de 30 Ha.

En el año 898 se consagra la nueva iglesia que sustituía a la inicial. Asimismo el resto de la ciudad va evolucionando,

mejorando y ampliando las edificaciones existentes y densificando la trama urbana con nuevos volúmenes y usos. Este

proceso se verá siempre apoyado por favores y fueros que los diferentes reyes otorgaron a la ciudad durante la etapa

medieval.

Primer crecimiento y recinto amurallado.

Si bien es cierto que sería arrasada por Almanzor en el 997, pocos años más tarde, en 1019 Alfonso V otorgaría un

nuevo fuero con privilegios, hecho al que seguirán años de prosperidad y gran dinamismo desarrollador. Destacan las

figuras del obispo Diego Peláez, quien promovería la construcción de la nueva catedral románica y su sucesor, el Arzobispo

Gelmírez. Es este quien destacaría por la promulgación de normas municipales de distinta índoles y por un gran interés en

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el desarrollo urbano de la ciudad. En 1181 el papa Alejandro III otorga el Año Santo Jubilar y fue también durante estos

años cuando se redactó el Códice Calixtino,

El nuevo edificio de la catedral supondría un gran cambio dentro de la trama urbana al imponer una nueva escala

de gran monumentalidad, que además introduce un nuevo modelo del que se convertirá en paradigma: las iglesias

románicas de peregrinación. Santiago se sitúa así como una gran referencia para la cristiandad, atrayendo peregrinos de

toda Europa. Esto tendrá grandes consecuencias, puesto que Santiago se convertirá en receptor de ideas y tendencias

de todas partes, y a su vez en reseña de vuelta para otros lugares, es decir, constituye un punto de referencia no sólo

religioso, sino político y cultural, que atraerá tanto a instituciones religiosas como a comerciantes y nobles.

Consolidación de la trama urbana.

Entre los siglos XII y XIII se fue articulando la red de calles dentro del recinto amurallado, abriendo algunas nuevas

en el interior de las manzanas y dando lugar prácticamente a la configuración que encontramos a día de hoy. Es en este

momento cuando se plantean los primeros asentamientos entorno a los caminos de entrada a la ciudad. Se crean

pequeños barrios junto con los que se instalan algunas instituciones religiosas. Es en este momento cuando se edifica, por

ejemplo, la Colegiata de Sar (1137). Por otro lado, en 1168 se inician las obras del pórtico de la gloria por el Maestro Mateo.

Durante el siglo XIII, Santiago adquiere cada vez más relevancia como lugar de peregrinación. Se consolidan los

barrios exteriores de la ciudad, los rueiros o arrabales, y aumentan la instalación de órdenes religiosas en la periferia: San

Francisco, Bonaval, Santa Clara, Belvís y San Lorenzo de Trasouto.

Crecimientos periféricos.

5.3.2.3. Renacimiento.

Durante los siglos XIV y XV, la ciudad sufre pocas alteraciones. Aumenta la densidad de población y adquieren un

mayor protagonismo los oficios y la artesanía. Los rueiros mantienen su función como contrapunto, suponiendo la

introducción de las actividades agrícolas en la ciudad. La llegada de la peste negra a la ciudad supuso una fuerte recesión

demográfica, que empezó a remontar a partir de 1380.

Desde finales del XV se suceden las obras de reforma de algunos de los grandes conjuntos, y la creación de otros

de nueva planta, lo que dará lugar también a la configuración de nuevos espacios públicos. Un hito importante es la

fundación en 1495 de la Universidad. Será durante estos años cuando se levanten algunos de los edificios más

emblemáticos de la ciudad, como el Hospital Real, el colegio Fonseca, el hospital de San Roque o la Iglesia de la Compañía

y la nueva iglesia de San Martín Pinario. Durante este período pasaran célebres maestros por la ciudad: Juan de Álava

trazará el claustro de la Catedral, que termina Gaspar de Arce. Rodrigo Gil de Hontañón dirigirá las obras de remodelación

de la fachada este. Tanto Gaspar Arce como Mateo López serán los encargados de introducir ya un aire nuevo, a finales

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del XVI, abandonando el lenguaje plateresco por uno más clasicista. Serán ellos quienes llevaran a cabo las obras del

Hospital de San Roque, la iglesia de la Compañía de Jesús y San Martín Pinario.

Aunque ya existían espacios de cierta holgura en el entorno de la catedral, donde acostumbraban a instalarse los

diferentes gremios de la ciudad y se celebraba el mercado, estas obras y reformas darán lugar a la configuración que

presentan hoy las plazas que rodean al conjunto: la construcción del Hospital Real y del Colegio Fonseca originan las trazas

definitivas que tiene hoy el Obradorio; la remodelación de la fachada del Tesoro de la catedral supondrá la demolición

de algunas edificaciones próximas a ella que darán lugar después a la actual plaza de Platerías y la construcción del muro

de San Paio determinará la futura plaza de Quintana.

Plano de la ciudad en 1595.

Del siglo XVI conocemos con gran definición la forma de la ciudad de Compostela. Debido a la solicitud de la

ciudad de protección al rey frente a los ataques ingleses, se llevaron a cabo dos planos en los que se detalla la

configuración de la muralla y sus alrededores. Un tercero dibuja detenidamente el recinto intramuros, dejando ver la trama

urbana de calles y plazas, así como la estructura parcelaria. Se puede observar como ambos son muy semejantes a los

que encontramos actualmente.

5.3.2.4. Las operaciones del Barroco.

Durante los siglos XVII y XVIII se llevarán a cabo numerosas obras en edificios y espacios públicos que darán a estos

la forma y el aspecto definitivos. Como decimos, el origen de muchos de ellos hay que buscarlo en el XVI pero es ahora

cuando se culminan estos grandes espacios de Compostela, en un singular movimiento de envoltura de edificios y plazas

Muchos de los grandes edificios que se ubicaban en la ciudad toman ahora un aspecto nuevo de la mano de grandes

maestros locales y foráneos que consiguen articular de forma asombrosamente armoniosa y coordinada una nueva piel

para la ciudad, a lo que hay que añadir los últimos grandes edificios incorporados a la trama urbana en el siglo anterior.

Se trata por tanto de la aplicación al caso particular de Santiago la operación barroca por excelencia, planteada desde

el exterior, buscando la monumentalidad y teatralidad, y escondiendo a menudo "otras verdades" tras el telón.

El Barroco compostelano tiene, sin embargo, algo de estilo propio, enraizado en la tradición gallega a la que se

suma el conocimiento teórico de arquitectos de vanguardia. Siembre de granito, las fachadas adoptan trazados venidos

de Europa con un tinte autóctono irrepetible. En primer lugar, será la Catedral la que sea objeto de numerosas reformas

que darán lugar a la que conocemos hoy. Todas sus fachadas excepto la oriental son remodeladas en este momento,

además de algunos aspectos del interior. Es a este momento al que debemos la grandiosa fachada del Obradoiro o la

torre del reloj. La nueva fachada del palacio de Rajoy da la imagen definitiva a la plaza que hoy conocemos.

Plaza del Obradoiro.

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Planta del Palacio e Raxoi.

La conclusión de las obras de San Martín Pinario dan forma de manera definitiva a la plaza de la Inmaculada. Son

también objeto de ampliaciones y reformas el Colegio Fonseca, Santa Clara y Bonaval, mientras que el convento de Belvís

contará con una nueva fachada.

De este modo se fragua la ciudad monumental, cuyos edificios y espacios quedan prácticamente inalterados

desde entonces. Sin embargo, el caserío menor, el tejido residencial que los envuelve, será el objeto de las reformas en los

siglos venideros. Las estrechas y alargadas parcelas góticas cuentan con un parque edificado que mantiene su estructura

y aspecto medievales. La Ilustración traerá un aire renovador que se traducirá ya en ordenanzas edificatorias y operaciones

de reforma acordes con el nuevo pensamiento higienista y la preocupación por la movilidad y la seguridad.

5.3.3. La estructura y la forma de la ciudad a finales del XVIII.

5.3.3.1. El Plano de 1793 y su lectura desde documentos anteriores.

En la conformación de la ciudad de finales del XVIII, a través de la lectura del plano de López Freire de 1783 (con

cuidadoso tratado informáticamente por P. Costa) se delinean con claridad el recinto amurallado, con su característica

forma almendrada, envuelta con una ancha ronda, y las agregaciones lineales sobre los rueiros que a modo de tentáculos

se enlazan al mismo.

Plano de la ciudad según López Freire, 1783.

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En una visión filtrada por el conocimiento de documentos anteriores podemos identificar con cierta aproximación

la genealogía del recinto, con el Locus Sanctus originario, conformado con una forma ovalada apaisada, cercada con

soluciones constructivas endebles, que en el X y comienzos del XI, según las hipótesis de F. López Alsina, englobaría la

catedral y San Paio, delimitándose aproximadamente por los trazados actuales del “circuito” de las calles Azabachería,

Preguntoiro, Conga y Fonseca, para cerrarse en bulbo hacia los terrenos en que después se situó la plaza del Obradoiro.

Construcciones y trazados conformadores.

En el plano que tomamos como referencia se refleja como presencia focal la Catedral, por sus dimensiones, su

emplazamiento, su actuación como aglutinante de las grandes estructuras arquitectónicas de su inmediato entorno – y su

incidencia determinante de los trazados de las calles interiores al recinto, en articulación con las acometidas de los rueiros

que, como hemos señalado, actuaban como “venas” de conexión de la villa con sus entornos territoriales y sustentaban

los caminos de peregrinaje.

Como venimos diciendo, Santiago era en su origen locus sanctus pero pronto pasó a ser un burgo y después villa,

que en el sistema social y económico medieval quería decir sobre todo asentamiento de edificaciones de vivienda

conjugadas con usos artesanales y comerciales, junto a lugares abiertos para usos de mercado, enlazando el confuso

universo rural y el emergente mundo urbano. Sobre los caminos o sendas iniciales que conducían al corazón religioso,

fueron efectuándose así parcelaciones para alojar esas edificaciones, con el procedimiento entonces dominante de

divisiones estrechas en sus frentes a caminos o calles, y fondos determinados por las dimensiones y formas geométricas de

esas componentes matrices.

La disposición de esos trazados de caminos, de determinantes efectos, obedeció, como es lógico, a todos los

factores antes comentados, pero también a la topografía del asentamiento, en una ladera que desciende desde el lado

este del recinto hacia el poniente, donde se produce un acusado salto de nivel.

Así, las direcciones sur-norte, que se corresponden con el eje mayor de la “almendra” –de una longitud aproximada

de 700 m- y que siguen aproximadamente las curvas de nivel de la ladera, definen recorridos largos y transitables.

Varias son las vías que estructuran la villa en esas direcciones:

La que une las Puertas de Santa Clara y de Mazarelos, a través de las rúas de Orfas, Calderería, Preguntoiro

y Algalia de Arriba (que después se prolonga hacia el norte en la de S. Roque y hacia el sureste en la de

Castrón- Douro.

La que enlaza las Puertas de San Francisco y de Faxeiras (eje S. Francisco, Obradoiro, el Franco).

En la dirección este-oeste la línea principal proviene del camino francés, que se acerca al recinto por la rúa de San

Pedro, acomete por la Puerta del Camiño y atraviesa el recinto, en acusada pendiente, a través de Casas Reais, Pza. del

Campo (actual Cervantes) y Azabachería, flanquea la Catedral y enfilando la Puerta de la Trinidad, desciende por la rúa

das Hortas hasta encontrar la amable vaguada del río Sarela.

Los planos de finales del XVIII dibujan asimismo con precisión suficiente los trazados y agregaciones de edificaciones

sobre los caminos o rueiros que parten del recinto, así como sus relaciones con elementos geográficos, huertas y terrenos

agrícolas, montes arbolados…

5.3.3.2. La inserción de edificios singulares dentro de los tejidos: la catedral y los conjuntos con

tipologías claustrales.

Si hasta ahora hemos centrado la atención en las disposiciones del “caserío menor”, la consideración de las

arquitecturas singulares ofrece otras claves para la comprensión de la estructura y la morfología general del recinto.

Dentro de este grupo de edificaciones centraremos la atención en primer lugar en la Catedral, como entidad focal,

arquitectónica, urbana y simbólica, y en las arquitecturas de tipos claustrales, que corresponden sobre todo a conventos

y monasterios, pero también a edificaciones de origen hospitalario y universitario.

El conjunto singular de La Catedral.

Resulta innecesario resaltar su papel fundamental en la estructura urbana. El conjunto posee una forma de L, por la

adición del templo y del claustro. Desde su frente a Obradoiro hasta la fachada de su cabecera a la Quintana tiene una

longitud de unos 110 m. Y desde su fachada lateral a Inmaculada a Pza. de la Inmaculada hasta la estrecha rúa Fonseca

una longitud similar. Ya hemos comentado anteriormente como el conjunto catedralicio se encuentra enmarcado por el

eje Franco-Obradoiro-San Francisco, al oeste, por la plaza de la Quintana al este, en la que desemboca Villar, el eje este-

oeste de Azabechería y la Pza. de Platerías y la estrecha rúa Fonseca al sur. El acceso público al templo y al claustro

acentúan su papel estructurante del recinto, tanto en los flujos de usos como en el aspecto simbólico. El claustro puede

entenderse así en parte como una “plaza”, con unas dimensiones de unos 30x30 m. similares a las de la parte superior de

la Pza. de la Quintana

Las arquitecturas de tipologías claustrales.

En la estructuración del interior del recinto las arquitecturas de tipos claustrales adquieren una importancia

determinante, por sus dimensiones y representatividad arquitectónica, pero también por sus funciones (en algunos casos,

en nuestra referencia a la situación de finales del XVIII, de peso escaso en la vida urbana, como los conventos de clausura,

en otros casos con incidencia más activa, como los colegios universitarios). No resulta oportuno atender en este discurso a

las características de esos tipos y a los rasgos concretos con que se desarrollaron en Santiago, ya que sería reiterativo con

los análisis que efectuamos en el Capítulo dedicado a las tipologías edificatorias.

No obstante, sí nos parece pertinente aportar algunos datos que inciden en la comprensión de la estructura urbana

del recinto, en cuanto a su localización, sus dimensiones, sus usos actuales y el papel de sus espacios libres interiores,

claustros o huertas

Así, unos breves datos sobre sus aspectos dimensionales ayudan a entender esa incidencia: el edificio del Hospital

Real, de planta rectangular, ocupa cerca de 7.000 m2.

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Los monasterios y conventos tienen siempre dimensiones muy considerables, con diferentes escalas, en sus parcelas

y en la superficie ocupada por la edificación.

Los edificios con esas tipologías se distribuyen en el recinto con pautas reconocibles. En torno a la Catedral gravitan

cuatro edificios de distintas características: el Hospital, los grandes conjuntos conventuales de S. Martín Pinario y de San

Paio y los colegios de San Xerome y de Fonseca: es importante volver a recordar en este aspecto que la Catedral posee

sólo un entorno de caserío menor de escala muy limitada, rasgo específico de este “núcleo monumental”. En el borde sur

del recinto, en contacto con la antigua muralla, se situaban de oeste a este, el Colegio de San Clemente, el Convento de

las Orfas y el Convento de los Jesuitas. En el lado de poniente se emplazaba el Convento de San Agustín.

En el exterior del recinto se situaron varios conventos apoyados en la ronda y en el arranque de caminos radiales:

el gran conjunto de San Francisco, el Hospital de San Roque y los conventos de La Enseñanza y de las Mercedarias.

En áreas más alejadas del recinto, apoyándose en la red “tentacular” de rueiros se emplazaron los conventos del

Carme de Arriba, Santa Clara, Sto. Domingo de Bonaval, y Belvis.

La organización de cada uno de estos edificios de tipos claustrales es como cabe suponer relativamente diferente,

por las especificidades de sus emplazamientos, las disponibilidades de terrenos y capacidad económica en relación a los

usos previstos, las particularidades de sus programas (que en los edificios conventuales incluían siempre la articulación de

las estructuras claustrales con iglesias, otras dependencias auxiliares y, en muchas ocasiones, huertas). Pero es de interés

reseñar un rasgo común, identificado por C. Martí: la disposición de los claustros, núcleos de las composiciones, con unas

ciertas pautas geométricas. En efecto, la lectura efectuada por este investigador del plano de la ciudad demuestra que

las principales estructuras claustrales adoptan la misma orientación, disponiéndose según una deriva aproximada de 8

grados con respecto al sistema coordenado formado por los puntos cardinales. La pieza que habría actuado como

referente de esta disposición sería obviamente la del Claustro de la Catedral, que a su vez había heredado las directrices

en la disposición de las naves del templo al que se adiciona. Estas conformaciones definirían así una “retícula” virtual, de

orden geométrico, que se superpone a la irregularidad de los tejidos en que se enclavan: este aspecto no sería en modo

alguno anecdótico, sino que debería ser considerado como uno de los rasgos específicos de la estructuración y la forma

urbana de Santiago…por cierto de importantes resonancias en las reflexiones y planteamientos proyectuales actuales, con

sus atenciones a las “sobreposiciones”, “intersecciones”, “articulaciones” entre sustratos de carácter orgánico, resultantes

de condiciones naturales y de sucesivas, heterogénea y a veces confusas agregaciones, e inserciones con designios de

orden geométrico, pautado…

Esa persistencia de las fábricas edificadas con esos tipos claustrales, en su “materialización” en la estructura y forma

urbana, no debe hacernos olvidar que algunas de ellas han cambiado de usos, y por tanto han ido asumiendo también

significados diferentes: basta señalar algunos casos tan importantes como el Hospital, el Colegio de S. Clemente o el

convento de los Jesuitas… Esos cambios de uso se produjeron primero ya a finales dl XVIII, con la expulsión de los jesuitas,

después en el XIX, con los distintos episodios de las desamortizaciones (que reseñamos en el Cap. sobre Conformación y

Evolución Histórica) y después en el XX, sobre todo en la segunda mitad.

5.3.3.3. Las inserciones de casonas y palacios en la estructura urbana.

Los pazos y casonas hasta finales del XVI.

En concordancia con el sistema económico del Antiguo Régimen, con su especial acentuación de elementos

feudales en Galicia (grandes propiedades rurales, foros) se asentaron en Santiago numerosas casas nobiliarias… pero con

incidencia no determinante en la estructura urbana, sin llegar a adquirir grandes presencias arquitectónicas –salvo casos

excepcionales- y sin llegar a conformar con esos rasgos unos ámbitos concretos (como sucedió en otros centros históricos

caracterizados por la predominante presencia de esas arquitecturas, como Cáceres, Ávila o Segovia). Esta relativamente

escasa incidencia de casonas y palacios nobiliario, tanto de la alta como de la baja nobleza, probablemente debe

relacionarse con varios factores: las características del territorio y de los sistemas de propiedad y usos del suelo en Galicia,

que favorecían los asentamientos de esas capas nobiliarias en los entornos de los que eran propietarios; y el interés de la

alta nobleza por disponer de casas representativas en la capital madrileña, en contacto con las esferas superiores del

poder.

Los emplazamientos nobiliarios se caracterizaban, hasta el XVI, por sus disposiciones como casas torre, con unos

esquemas que buscaban sobre todo el aislamiento respecto a la vida urbana popular, la protección frente a insurgencias

o querellas bélicas y la constitución como “piezas aisladas”, a modo de pequeñas ciudadelas, dedicando menor a

finalidades de representatividad o de ostentación “hacia el exterior”. Si observamos los planos, bien documentados, del

antiguo Palacio de Altamira, uno de los más importantes de la ciudad, se refrendarán estas hipótesis.

Renovaciones y nuevas implantaciones en el XVII y XVIII.

Pero en el XVII, en el nuevo clima cultural de esa etapa, en unos marcos económicos favorables y también como

“acompañamiento” al vasto despliegue de intervenciones eclesiásticas dirigidas a la creación de nuevas estructuras y

escenas arquitectónicas, fue desarrollándose un proceso de renovación de las antiguas casonas adoptando soluciones

muy diferentes a las anteriores, aunque en algunos casos manteniendo algunos elementos.

Los emplazamientos de esos pazos y casonas son, como hemos señalado, muy diversos: algunos en los ejes

principales de las rúas del Villar y Nova (pazos de Baamonde Casa del Deán (que podemos asimilar a esa categoría

tipológica), otros en plazas de cierta relevancia, como Toural (Pazo Bendaña), en la vecindad de San Paio (Pazo Feixó) o

en el sector noreste del recinto (Pazos de Amarante, Altamira, Fondevila).

Rasgo común a todos esos edificios es su inserción en la estructura urbana, inscribiéndose en los tejidos parcelarios,

disponiendo lógicamente de parcelas de dimensiones más amplias que las del caserío menor, pero sin llegar a constituir

construcciones “aisladas”, descollantes en la trama por su autonomía arquitectónica y urbana. Por esa inserción en la

apretada trama urbana, pocos palacios pudieron disponer de jardines y espacios libres de dimensiones significativas para

el ocio de las residentes o para disposición de dependencias de servicio (Pazos de Altamira y Amarante, en pequeñas

escalas Feixó o la Casa del Deán). La mayoría se conformaron de modo “compacto”, pudiendo hacer escaso recurso de

los esquemas que en otras ciudades eran característicos de esas tipologías, con disposiciones de patios principales y de

servicio.

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Las superficies de sus plantas edificadas oscilan entre unos 400 m2 (Feixó) y unos 800 m2 (Amarante), por tanto, con

un cómputo muy estimativo, entre unas superficies construidas entre 1200 m2 y 2400 m2 aproximadamente.

Estructurándose por lo general en tres plantas, las dimensiones de esas casonas y palacios permitían albergar

amplios programas funcionales, con unos esquemas interiores en los que adquirían una importancia primordial los zaguanes

y las escaleras principales. Las plantas bajas alojaban usualmente dependencias de servicio (cocinas, almacenes y

despensas, guardas, carruajes y caballerizas…). La planta primera, o “piso noble” acogía salones y comedores, estancias

y dormitorios… Y en la tercera solían enmarcarse, apretadamente, los dormitorios del numeroso personal de servicio.

En ese proceso de renovación la composición de las fachadas principales rompió por completo con los adustos

esquemas anteriores, de raíces medievales, para enfatizar su representatividad social y económica con ricas soluciones

arquitectónicas y al mismo tiempo para establecer nuevas presencias hacia el exterior, con numerosos y amplios huecos

rasgados hasta nivel de piso, en muchas ocasiones con balcones volados o dispuestos en balconadas.

En la composición de las fachadas se recurre casi siempre a la disposición central de una portada elaborada

arquitectónica y ornamentalmente, con un sistema de pilastras o medias columnas que alcanzan toda la altura de la

fachada, que enmarcan la puerta –en general de grandes dimensiones, sobre la que se dispone frecuentemente un

balcón representativo, rematando el sistema con un frontis. A uno y otro lado de ese elemento central la fachada se

organiza con una ordenada disposición de huecos. Las plantas bajas suelen tratarse como una especie de podio, a veces

rusticado, con huecos de ventanas evidenciando a la vez cierto alejamiento de la vida cotidiana, su caracterización como

espacios de servicio y una voluntad de magnificar las plantas superiores “principales”. Las plantas superiores se estructuran

casi siempre con dispositivos que acentúan la retícula ordenadora, con fajas horizontales y verticales, estas últimas a veces

lisas otras veces almohadilladas. Las cornisas de remate son de vuelo moderado. Las carpinterías de ventanas y balcones

emplean muchas veces dobles sistemas, con acristalamientos enrasados a plano de fachada y carpinterías a cara interior.

En la organización de la fachada adquieren un papel importante, como cabe suponer, escudos y otros elementos

heráldicos, significando la entidad de la familia nobiliaria.

Probablemente los edificios de mayor valor de estas tipologías sean los del Palacio de Amarante o de Camarasa,

del Marqués de Santa Cruz, J. A. de Somoza y Osorio y de R.M. de la Maza, que presentan distintas variantes de esos

estilemas. Nos remitimos a los documentados análisis sobre estos y otros edificios nobiliarios santiagueses en los trabajos de

J. Carro, J.S. Crespo del Pozo, A. A. Rosende y otros investigadores.

5.3.4. La ciudad de finales del XVIII y primeros del XIX.

Nos interesa centrar la atención en primer lugar en la conformación de los tejidos del caserío de vivienda. El plano

de 1796, iniciado casi 20 años antes, y por tanto con un lento trabajo de realización, que documenta con detalle p.e. A.A.

Rosende, muestra la compacidad de los tejidos intramuros, conformados ya siglos antes, y las agregaciones sobre los

rueiros. Sin incluir una división parcelaria, que sólo vendrá reflejada más tarde, en el plano de 1908, numerosos documentos

escritos demuestran la mayoritaria pervivencia del sistema existente a finales del XV, con la organización en parcelas

estrechas y con profundidades variables –la llamada “parcela gótica”- en el caso de Santiago con una neta distinción

entre las parcelas intramuros, de fondos moderados, por su adaptación a las dimensiones de las manzanas, y las parcelas

apoyadas en los rueiros, con fondos mucho más extensos.

5.3.4.1. Desaparición de la muralla. El cuartel de San Agustín.

A comienzos del XVIII los representantes de reino seguían todavía insistiendo en la necesidad de “desahogo” de la

muralla, suprimiendo las ya muy numerosas construcciones adosadas y de proceder a la consolidación de muros y

torres…pero sin resultados prácticos. Es más, en correspondencia con el nuevo clima de atención a las necesidades civiles

y de eliminación de las cargas que el mantenimiento de las murallas suponía sobre las arcas consistoriales y eclesiásticas,

se asiste a un continuado proceso de enajenaciones y aforamientos, que van haciendo desaparecer los muros, o

englobándolos en nuevas construcciones. La comparación del dibujo de la fachada occidental de la ciudad de P.M Baldi,

en 1699, con la acuarela de Gil Rey del mismo tramo, en 1833, nos muestra la desaparición de todo el originario tramo de

murallas y su sustitución por sencillos inmuebles de vivienda. Ese mismo documento gráfico y el plano de 1783 revelan

también la práctica desaparición de los lienzos del barrio de la Senra. Similar situación se producía en el área de la fuente

de San Antonio (donde aún hoy perduran algunos restos del viejo perímetro), en el tramo entre la Puerta del Camino y de

San Roque, en la Puerta de la Peña, en el tramo de San Francisco…

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Plano de Santiago. 1743.

En 1702, por Cédula real, se ordena la construcción de unos cuarteles, inexistentes en la ciudad hasta ese momento.

Se decidió su emplazamiento en el sitio del Matadero, junto al convento de San Agustín, lo que causó largos litigios con la

Orden, hasta su construcción y posterior demolición a mediados del XIX para construir otros más “capaces”.

5.3.4.2. El caserío residencial. Tipos, características constructivas, variaciones sociales…

El Catastro del Marqués de la Ensenada, iniciado en 1749, ofrece una visión general de gran interés en este aspecto.

Después de referirse a las edificaciones de las capas nobiliarias y acomodadas, que cifra en un exiguo 3,5%, se refiere al

caserío “restante”, señalando que tienen en general las siguientes características: “casas de debajo y un alto o bien de

tienda y un alto”, situadas sobre todo en el recinto intramuros, y “casas terrenas (de una planta) que componen sin

excepción la vivienda del artesanado y del pueblo menudo, casi siempre en los arrabales”.

La caracterización del “caserío menor” que nos ofrece el Catastro de Ensenada sería muy probablemente similar a

la existente a finales de siglo, cuando se realizaron los planos mencionados. Si bien estos planos no reflejan la estructura

parcelaria, puede presumirse el mantenimiento sustancial de las antiguas divisiones de procedencia medieval, con el

predominio de los esquemas “góticos”, de frentes estrechos y profundidades diversas, según las características de las

manzana en el recinto y adaptándose a las disposiciones de los rueiros en los arrabales.

Avanzando en el tiempo, el Plano de 1907, que ya refleja con detalle esas divisiones demuestra esta aseveración:

sólo algunas parcelas de residencias de capas acomodadas o destinadas a otros usos civiles relevantes poseen rasgos

diferentes, resultantes de agregaciones de anteriores parcelas

En el Capítulo sobre las tipologías edificatorias se analizan las características constructivas del “caserío menor”

describiendo el predominio de las estructuras de madera, la presencia de volados, los anejos interiores, etc. que

conformaban unos tejidos en general precarios e insalubres. En las casas de dos plantas, situadas sobre todo en el recinto,

eran frecuentes las disposiciones de usos artesanales o comerciales en la baja y la disposición de la vivienda en primera.

En las viviendas “terrenas”, sobre todo en los rueiros, las partes traseras de las parcelas, como hemos señalado, de notable

fondo, se utilizaban como huertas, corrales, etc.

La disposición del caserío, sobre todo en el recinto intramuros, sigue las conformaciones anteriores, con sus

irregularidades de alineaciones principales, con resaltes y quiebros a las calles, su agregación congestiva sobre callejones,

sus vuelos desordenados, que dificultan el tránsito de carruajes y jinetes y ensombrecen el ambiente… Numerosos

documentos, de viajeros, comentaristas o regidores abundan en la descripción de esos problemas…y, sobre todo los

redactados desde las instituciones civiles, en la reclamación de medidas correctoras.

Los tejidos en que se asentaba la pequeña burguesía (sería extemporáneo hablar de “clases medias”, más propio

de la sociedad burguesa que se conformaría décadas después), compuesta sobre todo por mercaderes y tenderos,

tratantes de vino y de grano y otras actividades de carácter comercial, se encontraban constituidas sobre todo por

viviendas de dos plantas, en régimen de arrendamiento o foro, siendo propiedad de la nobleza o de instituciones

eclesiásticas.

Las viviendas de las capas artesanas tenían características diferenciadas: las de los oficios de niveles superiores se

asentaban también en su mayoría en el recinto, en casas de dos plantas, con localizaciones concentradas, como refleja

la toponimia. Las de oficios de niveles inferiores habitaban sobre todo en “casas terreras”, en ámbitos extramuros.

5.3.4.3. Intervenciones en el patrimonio construido.

El conjunto edificatorio de Santiago, como no puede ser de otro modo, ha sufrido continuas transformaciones a lo

largo de los años. La arquitectura, siempre viva, está sujeta a todo tipo de cambios y reformas. Por un lado, desde las

instituciones se han promovido o favorecido algunas de ellas, bien como actuaciones directas, bien mediante aplicación

de normativas y ordenanzas que van paulatinamente dando forma a la ciudad.

Por otra parte, tal y como analiza P. Costa Buján con gran detenimiento, estas modificaciones llevadas a cabo en

la edificación durante períodos anteriores. Señala a los diferentes textos normativos que se han sucedido desde 1780 como

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impulsores de medidas y cambios que afectaron en gran medida la morfología de la ciudad, desde los trazados y

alineaciones del viario hasta los elementos compositivos de fachadas y cubiertas.

Renovación de las fachadas e introducción de las galerías.

Señala Costa-Bujan que la ciudad estaría constituida por grandes conjuntos monumentales y por un espacio casi

intersticial conformado por el caserío menor, en el que se incluían algunas edificaciones de cierto rango, como pazos y

casonas. Este caserío menor se encontraría en un estado de gran deterioro y abandono, lo que supondría la primera gran

reforma a llevar a cabo.

La estructura de la propiedad, es decir, el trazado parcelario, será la base que permanece, aun hoy, como

pentagrama de esa arquitectura menor que caracteriza el tejido residencial de la ciudad. Una de las primeras medidas

llevadas a cabo es la de la renovación de la fachada residencial.

Por una parte se promulgará la supresión de los volados superpuestos y de pincho. Los primeros desaparecen con

el objeto de mejorar las condiciones higiénicas del espacio público, asoleo y ventilación. Fueron suprimidas entre los siglos

XVIII y XIX, aunque podemos encontrar un ejemplo en la Rúa Algalia de Abaixo. Las edificaciones con frente triangular

fueron eliminadas con el fin de mejorar la evacuación de aguas pluviales de la cubierta, aunque aún quedan algunos

ejemplos.

Alzados de diferentes proyectos de edificación.

Por otra parte, se dan instrucciones con el fin de homogeneizar las fachadas. En las Ordenanzas de 1780 se pide se

tenga presente la igualdad de las casas procurando sean de una altura y tamaño, uniformes puertas y ventanas y que se

fabriquen en la medida de lo posible, en línea recta. Es en estos años en los que empiezan a verse proyectos de edificios

que, por su simpleza y este intento de homogeneidad, son muy similares. Es común la distribución de huecos en fachada,

atendiendo a dos o tres ejes en función de la anchura total del lienzo, y la disposición simétrica con respecto al eje central

del solar. También sus proporciones son muy similares y el tratamiento decorativo de recercados y cornisas.

Desde 1841 el Ayuntamiento permite que se planteen huecos de rasgados hasta el suelo, de tipo balconera. Esto

conlleva que durante los años siguientes, tanto proyectos de nueva planta como las reformas de algunos existentes

propongan la introducción de esta verticalidad en las fachadas.

Ejemplos de proyectos con ventanas rasgadas.

La galería acristalada, tan popular hoy en Galicia, obtuvo una buena acogida desde el primer momento en

Santiago. Este hecho vendrá determinado por óptima solución tanto a la mejora del acondicionamiento higrotérmico del

edificio, como al refinamiento de las condiciones estéticas. A esto hay que sumar el hecho de que su aparición ocurriera

en pleno apogeo de la industria del vidrio, que permitía ya utilizarlo de forma generalizada a precios razonables.

La ligereza que introduce este cuerpo acristalado con apenas estructura a las recias fachadas existentes hasta

entonces cautiva a los santiagueses, que, como decimos, no dudan en introducirlo tanto en edificios de nueva planta,

como en existentes.

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Proyecto de reforma que introduce una nueva galería.

Incremento de las alturas de edificación.

Ya a finales del XIX encontramos una operación frecuente en las reformas de inmuebles existentes: el aumento del

aprovechamiento. Éste se lleva a cabo en primer lugar incrementando el uso de los espacios bajocubierta. Las largas

parcelas y el tipo de cubierta a dos aguas posibilita la existencia de espacios con suficiente altura en la última planta. Con

el fin de mejorar su acondicionamiento se incorporan en muchos de ellos las mansardas. Posteriormente se pasará a

aumentar la altura de la edificación, estableciendo une nueva altura sobre los edificios. Ésta se construirá generalmente

en forma de ático, es decir, dejando un retranqueo con respecto a las fachadas. Estos inmuebles se identifican por tanto

por contar con un balcón corrido o una segunda línea de cornisa en la última planta.

Proyectos de reforma de ampliación en altura.

El proceso de petrificación.

Santiago es objeto de un progresivo uso de la piedra en todas las facetas de su espacio público. Durante décadas,

este proceso de petrificación envuelve de granito y otras piedras tanto el pavimento de los viales, como las plazas y

plazuelas, las fachadas de los edificios y un sinfín de elementos ornamentales. La larga tradición de canteras cercanas y

maestros canteros permite este engalanamiento de la ciudad que, aun hoy continúa.

Si bien inicialmente eran los edificios monumentales o emblemáticos los que incluían la piedra en los acabados de

sus fachadas, poco a poco el uso de materiales pétreos va extendiéndose a todo tipo de edificaciones, hasta las más

modestas.

5.3.4.4. Intervenciones en el espacio público.

En este caso resulta difícil distinguir las operaciones urbanas propiamente de las de edificación, ya que unas y otras

se refieren al mismo espacio. Ya hemos visto que las operaciones de reforma de los inmuebles están estrechamente

relacionadas con el carácter del espacio público, al referirse fundamentalmente a obras de reforma de fachadas e

incremento de la altura de edificación. Al estudiar las actuaciones llevadas a cabo en el espacio público encontramos

que casi todas ellas afectan a las edificaciones, tratándose de eliminación de soportales, modificación de alineaciones y

creación de chaflanes, etc. Evidentemente se plantea esta distinción teniendo en cuenta desde que punto de vista se

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proponen las reformas, pero vemos que unas y otras se complementan en ese cambio de aspecto que sufriría la ciudad

en estos años.

Durante todo el siglo XIX y parte del XX las modificaciones que afectan al espacio público son numerosas. Se

observa desde la Ilustración una preocupación por la mejora de la trama viaria atendiendo a la necesidad de mejora de

la movilidad dentro de la zona, a la seguridad, y a cuestiones higienistas. Tal como cita P. Costa Bujan, estas se traducirán

en multitud de planes y proyectos que, en definitiva afectan a:

- Apertura de nuevos viales.

- Regulación de alineaciones.

- Regulación de chaflanes.

- Eliminación de soportales.

Como decimos, son numerosas las propuestas de reforma del espacio público. En un afán ordenador, se trazan

nuevos viales, necesarios para la conexión de diferentes partes de la ciudad y la continuidad de la trama viaria. Éstos no

se ejecutaron en su mayor parte, dejando un mayor protagonismo a las actuaciones de regulación de alineaciones. Éstas,

planteadas como retranqueos o avances en cada caso, sí se realizaron en gran parte, dando lugar a las calles de trazado

continuo que hoy encontramos.

Rúa do Vilar y rúa Nova (P. Mas, 1919)

Por otro lado, tal y como ocurriera en otras ciudades españolas, en un esfuerzo por mejorar la circulación y la

seguridad, se redacta un artículo, en las Ordenanzas de 1870 en el que se obliga tal remodelación a los propietarios de

edificios en esquina. Se proponen por tanto una serie de chaflanes, muchos de los cuales son diseñados en detalles en sus

propuestas, con un repertorio de soluciones variadas, entre las que destacan por su uso el chaflán abocinado y el ángulo

de ochava.

Por último, la supresión de los soportales se presenta como otra mejora para el espacio público, dando paso a calles

con más anchura y mejor asoleamiento.

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Dos ejemplos de proyectos de chaflanes.

5.3.5. Transformaciones de la estructura y la morfología urbana en el XIX y principios del XX.

5.3.5.1. Arquitectura residencial.

Sobre todo en la segunda mitad del XIX encontramos como se produce un gran dinamismo edificatorio, con

numerosas propuestas que traerán a la ciudad modelos y lenguajes nuevos que, no obstante, quedan integrados en la

trama e imagen existentes. Pero, ¿con qué características se desarrollaron esas nuevas edificaciones en las distintas etapas

del XIX?

Hablaremos en primer lugar sobre sus aspectos tipológicos y sus organizaciones interiores, así como sobre sus

componentes materiales y constructivas, para referirnos en segundo lugar a sus aspectos compositivos exteriores y sus

lenguajes formales. Ni las Ordenanzas ni los sucesivos reglamentos o instrucciones establecían condiciones sobre alturas,

fondos edificados y ocupaciones máximas, ni tampoco sobre dimensiones mínimas de las piezas habitables, ventilación,

etc. (carencias comunes a casi toda la ordenancística española del XIX) limitándose a requerir sujeciones a posibles

reajustes de alineaciones exteriores, a la prohibición de cuerpos volados o a prever desagües y conexiones a la red de

saneamiento, así como a la prohibición de elementos insalubres en patios. Se confiaba por tanto en el buen oficio de los

maestros de obras o arquitectos para resolver de modo adecuado los volúmenes y las organizaciones interiores. Los

resultados, en términos generales, pueden calificarse de satisfactorios, en gran parte, como hemos comentado, por las

características del parcelario en el recinto, por la moderación de las demandas de los propietarios (en alguna medida

resultante de la moderación de las dinámicas económicas, al no darse en Santiago expectativas de maximizaciones

especulativas) y quizá también por un cierto clima cultural y civil por parte de las capas de la media y pequeña burguesía

que alimentaron esas actuaciones, destinadas en su mayoría a vivienda familiar en plantas superiores con locales en

arriendo en plantas bajas. Por ello, las soluciones de acrecentamiento de las alturas (generalmente, tres o cuatro plantas)

permitieron satisfacer las demandas derivadas del crecimiento de la población y de las necesidades de las nuevas capas

medias.

En lo que respecta a los materiales y sistemas constructivos los nuevos edificios supusieron cambios radicales con los

precedentes. Como se ha dicho en muchos estudios, el “caserío menor” de Santiago constituía hasta fines del XVII una

“ciudad de madera”, siendo este material el constitutivo de las estructuras de las fachadas (con entramados y plementerías

de materiales pobres), de los planos horizontales (carreras, viguetas y entablados), de las cubiertas y de las particiones

verticales interiores (tabiques ligeros, en diferentes modalidades). Es patente que esas soluciones no podrían atribuirse a

las constricciones del contexto territorial, puesto que en la cercanía de la ciudad se situaban importantes canteras, sino

más bien a premuras económicas de los particulares y a la ausencia de disposiciones municipales reguladoras de esos

aspectos (como se ha documentado, el Concejo había mostrado desde etapas anteriores su preocupación ante los

riesgos que esos sistemas constructivos comportaban ante los incendios –preocupación común a otras muchas villas y

ciudades españolas- pero sin llegar a establecer disposiciones sobre la obligatoriedad de sistemas de mayor seguridad).

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Plano de fachada para el edificio situado en la Rúa Vilar. 1876.

Armado tradicional de madera.

Esos procesos de renovación supusieron la conformación de la “escena de piedra” que hoy conocemos, con la

utilización de ese material –siempre granítico- en fachadas, en disposiciones de sillería o en mamposterías recubiertas con

revocos, y también en algunos casos en elementos interiores (muros transversales, zaguanes). Los muros medianeros,

conservados o repuestos, se basaban también en ese material.

Las composiciones exteriores de esos nuevos edificios fueron evolucionando conforme a las tendencias y gustos

predominantes en las distintas etapas del siglo.

En las primeras décadas del XVIII los proyectos de fachadas comienzan a evidenciar los nuevos criterios

arquitectónicos de la Ilustración, con disposiciones regulares de huecos en ejes verticales, ajustes proporcionales de huecos

y macizos –buscando en lo posible simetrías- organización de las puertas y huecos de planta baja en concordancia con

las composiciones de plantas superiores, etc. Las cubiertas se estructuran con faldones hacia calle (olvidando los antiguos

esquemas de “piñones” o “picos”), concediendo por tanto importancia a los aleros o cornisas. En algunas casas de capas

acomodadas adquieren importancia las chimeneas. Los huecos de plantas superiores suelen ser rasgados hasta el suelo,

en ocasiones con dos “capas” –acristalamiento exterior enrasado a plano de fachada y contraventanas de madera al

interior- situando entre ambas el antepecho de protección, casi siempre con elementos metálicos, en otros casos con

balcones volados, situando a cara interior de muro los cerramientos acristalados y las contraventanas. Los elementos

ornamentales son escasos, ceñidos sobre todo a los recercados de huecos, resueltos con molduraciones de esquemas

manualísticos clasicistas (generalmente realizados en granito)

Desde mediados de siglo, pero sobre todo su último cuarto, los gustos eclecticistas adquirieron preponderancia,

sobre todo en las edificaciones destinadas a capas acomodadas, pero siempre dentro de reglas compositivas de matrices

académicas. Fueron escasas, pero significativas, las aportaciones de lenguajes modernistas.

La implantación de la galería, como solución de la planta superior, a veces también extendida a la inmediatamente

inferior, y la más escasa utilización del mirador, añadirían rasgos significativos a la escena urbana. Ambos elementos, sobre

todo el primero, se encontraban vinculados tanto a las demandas de los usuarios para disponer de unos espacios

representativos, de contacto entre lo doméstico y la vida de la calle, y al aprovechamiento de esos elementos por parte

de los arquitectos para enriquecer compositivamente las fachadas, sobre unas bases comunes de eficiencia del confort

interior mediante el “efecto invernadero” (tema que se detalla en el Capítulo sobre tipos y lenguajes arquitectónicos)

5.3.5.2. Los efectos de las desamortizaciones, en cuanto a cambios de usos, pero sin reformas

urbanas de calado.

Ya hemos señalado, en el Cap. sobre Conformación y Evolución Histórica, que las actuaciones dirigidas a la

disminución del peso social de los conventos y monasterios, componente fundamental de las “manos muertas” del Ancien

Regime, y su incorporación de nuevos usos públicos o privados sobre esas edificaciones y terrenos, no supusieron en

Santiago transformaciones urbanas materiales, con su asignación a la creación de espacios libres públicos, como sucedió

en otras ciudades del norte o de Castilla, como Oviedo, Valladolid, Salamanca, Segovia y sobre todo en Madrid, sino que

consistieron sobre todo en cambios de uso. Los estudios de X.R. Barreiro y otros investigadores ofrecen abundantes datos

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en este aspecto: solo las órdenes femeninas fueron autorizadas a la continuidad en sus residencias, aunque con

nacionalización de los bienes que poseían, pero fueron nacionalizados y expulsados los monjes de S. Martín Pinario, Sto.

Domingo, S. Agustín, S. Lorenzo, La Merced de Tonxo y S. Francisco.

Pero la evolución de la política a lo largo del siglo modificó en parte esas iniciativas, regresando en 1862 los

franciscanos y en 1871 los jesuitas a S. Agustín.

En el XX, y sobre todo en su segunda mitad, fueron implantándose usos civiles en algunos de esos edificios, en

algunos casos en régimen de propiedad pública, en otros manteniendo la propiedad eclesiástica o con acuerdos mixtos

de gestión. Así, el antiguo convento de San Agustín alberga un Colegio Mayor, regido por los jesuitas. Santo Domingo fue

destinado a cuartel en 1865, decisión que no llegó a ejecutarse, destinándose –por mediación del Arzobispado- a Hospicio

y Escuela de ciegos y sordomudos; al suprimirse esas instituciones el Ayuntamiento, propietario del inmueble y los terrenos,

los asignó en 1963 a Museo Municipal, inaugurado con prontitud; posteriormente, en 1977, fue cedido a un Patronato para

la creación del actual Museo do Pobo Gallego; en sus terrenos se construyó en los 90 el CG de Arte Contemporáneo, y sus

terrenos libres y antiguo cementerio fueron acondicionados como parque. El Monasterio de San Martín Pinario mantiene

hoy, junto a sus funciones religiosas, otros cometidos: residencia de estudiantes, hospedería, Escuela de Trabajo Social

enmarcada en la USC, Archivo Histórico Diocesano y otros usos.

5.3.5.3. Las repercusiones de nuevas implantaciones de edificios civiles o de ocio.

Como hemos señalado en otros capítulos, las inserciones del Casino y del Teatro Principal se realizaron dentro de la

morfología preexistente, y sus fachadas se alinean en continuidad con la cortina edificada de la calle Nueva. Su papel en

la estructura de usos, o si se quiere, en las formas de usos de la ciudad fue extraordinariamente significativa en la segunda

mitad del XIX y primeras décadas del XX. Con la extensión y modernización de la ciudad, y la creación de otras muchas

infraestructuras de artes escénicas y de la música, el Teatro Principal ha diluido su importancia, aunque sigue siendo un

foco de referencia de la vida ciudadana.

5.3.5.4. Nuevas estructuras urbanas en el interior del recinto: la remodelación del área noreste

destinada al mercado y la nueva facultad de medicina.

En los capítulos sobre Conformación y Evolución Urbana y sobre Tipos edificatorios se exponen, desde las

perspectivas propias de cada uno de ellos, las características de esas dos importantes actuaciones. Añadiremos aquí sólo

algunos comentarios en su relación con la estructura y la morfología urbana.

La implantación del Mercado y sus complejas implicaciones en la morfología y la vida de la ciudad.

Por un lado, las corrientes higienistas y funcionalistas reclaman ya la institución de un mercado que responda a las

necesidades del comercio local, que se venían practicando de manera desordenada en calles y plazas. Hasta comienzos

del XIX los mercados de alimentos se llevaban a cabo en distintas plazas; pan, en la plaza del Campo, pescados y carne

en Mazarelos, verduras, leche y huevos en otras plazas…Los nuevos criterios sobre salubridad urbana que impregnan la

transición entre el XVIII y XIX, y probablemente las alarmas provocadas por la epidemia de cólera asiática que sufrieron

muchos países europeos a finales del primer tercio de este siglo, movieron al Consistorio a preocuparse por la creación de

un mercado que acogiese todos esos productos, sobre todo los de pescado y carne, cuyo emplazamiento al aire libre, sin

controles, podía generar graves problemas sanitarios, además de afectar a la comodidad de los vecinos.

Con esa finalidad se eligieron en la tercera década del XIX los únicos terrenos baldíos enclavados en el recinto: los

del Picho da Cerca (los otros terrenos disponibles, al norte del Hospital, resultaban manifiestamente inapropiados para ello).

Entonces comienza una andadura que durará prácticamente un siglo, hasta la construcción del mercado que vemos hoy.

La adquisición de los terrenos, propiedad de la Casa de Altamira, se vio envuelta en un farragoso proceso judicial y

económico, con varios proyectos frustrados, que solo fructificaron en el tercer cuarto de siglo. Las dificultades surgidas

posteriormente serán diversas, desde el estudio de las diferentes propuestas y la adecuación de los accesos y del entorno,

pasando por la aparición de otras prioridades municipales. En el plano de 1783 se reflejan el palacio y los extensos terrenos

de la Casa de Altamira, entre el área de la Universidad implantada en el antiguo convento de Jesuitas y la iglesia de San

Fiz, al sur, y la iglesia y convento de San Agustín, al norte.

En definitiva, en el año 1853 se construye un cobertizo para pescaderías que, de forma embrionaria, asienta el

mercado (en el sentido amplio de la palabra), en el lugar que hoy ocupa. Esto desenmascara la necesidad de una serie

de actuaciones de acondicionamiento del entorno, entre las que destaca la solución de acceso desde la calle Enseñanza

a través de una rampa.

Ya en 1870, con la adquisición de los terrenos de la Casa de Altamira, se hace una propuesta del mercado por el

arquitecto A. Gómez Santamaría. Este proyecto supuso la demolición del antiguo palacio y la destrucción de su huerta,

desapariciones que, no obstante, parecían asumidas desde hacía tiempo por el consistorio compostelano. El nuevo

proyecto plantea una plaza de abastos organizada en cuarteles donde se sitúan los puestos en hilera. La actuación

consistía en una malla ortogonal de grandes dimensiones en la que se emplazaban los numerosos puestos de mercado

(400) con agrupaciones adecuadas respecto a tipos de productos y exigencias sanitarias. El conjunto se cubrió con una

estructura de hierro y vidrio, con los esquemas entonces en boga para esos tipos de equipamientos…aunque con modestas

soluciones. Debe resaltarse que su disposición tuvo en cuenta criterios de contribución al ornato urbano y la vida pública,

tanto en sus trazados interiores como en su configuración exterior.

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Plano del proyecto. A. Gómez Santamaría, 1870.

La operación desarrollada para la implantación del mercado a finales del XIX tuvo muy importantes consecuencias

en la estructura y la morfología: se basó en la creación de una “plataforma” de terreno avanzando hacia el trazado de la

muralla, hasta continuar las alineaciones a Virxe da Cerca de los dos conjuntos conventuales situados a uno y otro lado.

Supuso la creación de un área focal y de uso imprescindible y cotidiano para el conjunto del vecindario, sustituyendo la

anterior “dispersión” de los distintos mercados en los espacios abiertos de las plazas del recinto (carne y pescado, huevos,

leche, verduras y frutas, etc.).

Por otra parte, su trazado, después refrendado en el proyecto del XX, rehuyó acertadamente el esquema entonces

predominante en España, que generaba grandes recintos “cerrados”, con un pasillo perimetral y mallas de pasillos/puestos,

y optó por un esquema más urbano, utilizando varios recursos: la creación de una calle/plaza abierta conformando el eje

central, con un elemento ornamental de fuerte presencia, enlazando el acceso desde el recinto y desde el exterior, a

través de la escalinata a Virxe da Cerca; el carácter también urbano de las calles/pasillos laterales, abiertas a ese eje y

también visualmente a las calles perimetrales exteriores; y en fin, la inteligente disposición de las filas de puestos hacia la

fachada principal, abriéndose a la calle, y con usos no vinculados a la alimentación sino a venta de productos más propios

de los tejidos urbanos centrales.

Otro aspecto muy importante de esta operación fue la inclusión de las dos extensas edificaciones de vivienda hacia

el mercado, que proporcionaron una tipología “moderna” hasta entonces desconocida en Santiago, y conformaron una

escena arquitectónica unitaria de características propias, con fuerte identidad en el recinto. Por ello el conjunto del área

se percibe hoy como un ejemplo característico de los esquemas urbanos de finales del XIX, con una inteligente relación

con las arquitecturas singulares y el caserío menor de su entorno.

Mercado de abastos en 1919, P. Mas.

En el plano de Mayer del año 1886 puede verse su disposición dentro de la trama urbana, así como los accesos

desde la rúa Enseñanza. La actuación incluyó la inserción de dos grandes piezas de edificios de vivienda en los terrenos

“sobrantes”, generando una extensa fachada residencial frente a la del Mercado, y articulándose a los tejidos

circundantes.

También en el plano se puede observar como aun se encuentra, en las traseras del Hospital Real, su antigua huerta.

Este atractivo espacio se ve como el único posible para la ampliación del hospital y la creación de la facultad de medicina,

y el nuevo parque de la Alameda.

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Plano de la ciudad en 1886. Mayer.

La construcción de la Facultad de Medicina y Hospital, en los terrenos libres del Hospital Real.

La construcción, impulsada en el último año del XX e iniciada en 1909, tuvo y tiene gran importancia en las

estructuras funcionales y la vida del recinto, pero escasa incidencia desde la perspectiva de la estructura “construida”. En

efecto, hasta entonces los terrenos en que se insertó –huertos y espacios libres anejos al antiguo Hospital- se cerraban hacia

la calle con construcciones auxiliares, pero la disposición del edificio universitario y sanitario, con su amplia fachada, siguió

manteniendo un carácter “escindido” de la vida pública, aunque otorgando obviamente un carácter más urbano y

representativo a esa importante calle de conexión del recinto con los entornos del norte. La actuación tiene además

interés desde el punto de vista de la demostración de las capacidades de los sistemas “aditivos” a los que responde todo

el conjunto hospitalario, desde el primer hospital con dos patios, la adición poco posterior de otro sistema “especular”,

organizando la estructura cruciforme tan característica de ese tipo dotacional, y la muy posterior adición del edificio del

XX, evidenciando además de las modificaciones de usos de las distintas piezas añadidas.

Obras de la nueva Facultad de Medicina, iniciadas en 1909. Ksado.

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Parque de la Alameda.

Los terrenos en que se sitúa procedían de una donación efectuada por la Casa de Altamira al Concejo en 1564,

segregando el extenso bosque de robles de su propiedad, que se extendía hasta el Monasterio de San Lorenzo. El plano

de 1800 refleja su posición y características: tiene una forma aproximadamente triangular, extendiéndose desde una

explanada rectangular ante la fachada del casco hasta rematarse en una estrecha cuña al suroeste. La iglesia del Pilar

focaliza el eje de la explanada, que se cierra hacia el noroeste por el Colegio de San Clemente. En el interior de los terrenos

–registrados en el mapa como “carballeira”- se enclava la iglesia de Santa Susana. Debe señalarse que la ordenación

geométrica del arbolado respondía con toda probabilidad a una “pauta” de dibujo del autor del mapa, siendo la realidad

la propia de un bosque crecido espontáneamente a lo largo de siglos.

Vista de la ciudad desde la "carballeira" precedente al Parque.

En la temprana fecha de 1827 la Junta de Policía Urbana solicitó al Ayuntamiento la creación de un parque, que

eligió lógicamente esos terrenos, encargando a B. Galiano un proyecto, formulado en 1831, que no llegó a ejecutarse pero

que sin embargo proporcionó algunos de los criterios y trazados de las realizaciones posteriores. La acuarela de Gil del Rey,

de los años 40, muestra el estado de las plantaciones, la explanada, los arcos que marcan el acceso y el salón principal. A

mediados de los 50 se completó el trazado del paseo de la Herradura, formándose los paseos laterales del salón principal.

El dibujo de A. Barreiro nos muestra –de modo croquizado- la disposición del salón focalizado por la iglesia del Pilar y el

nuevo salón principal, con sus pabellones y rejas de entrada y su fondo rematado por un trazado en elipse y focalizado por

una escalinata. En los 80 el salón del Pilar dejará paso a los Jardines de Méndez Nuñez, y se trasladará la antigua portada,

rejas y pilares a otros emplazamientos (jardín de la Universidad). A finales de siglo se realizarán otras obras de

acondicionamiento, que conformarán casi definitivamente el espacio que hoy conocemos. En momentos diferentes

incorporó el Quiosco de la Música, elemento omnipresente en los parques ochocentescos, mobiliario, alumbrado…así

como numerosa estatuaria.

La conformación del parque, según decisiones municipales de comienzos de la década de los 30 del XIX, se

desarrolló con sucesivas propuestas, modificaciones e incorporaciones, algunas efímeras, como las de la Exposición

Regional Gallega de 1909.

Desde las perspectivas de la estructuración y morfología de la ciudad serían de destacar los siguientes aspectos:

Su emplazamiento geométrico dentro de un esquema que podríamos asimilar a “abanico” que se abriría

desde Campo da Estrela, y que se compondría, yendo de oeste a este, del parque, de la extensa manzana

de las Hortas y de los tejidos construidos estructurados por las rúas del Franco, Villar y Nova. El “arranque” de

ese sistema de despliegue en Porta Faxeira impulsaba como así ha sido en la evolución concreta, una

relevancia de ese lugar en la estructura urbana y en los usos. Máxime cuando ese punto contactaba con

las rondas de Senra y Carreira do Conde. Aspecto singular de la ciudad, ya que la disposición del parque

como espacio de paseo y recreo se articularía directamente con los ejes vitales de las calles del recinto y

con la ronda que actuaba como vía de contacto de Santiago con otros centros del territorio cercano y de

la región.

Su composición interior compleja, inscribiendo preexistencias como la iglesia de Santa Susana, procedente

del XII, así como la iglesia del Pilar, articulando elementos diferentes, como paseos flanqueados por

arbolado, jardines, parterres delimitados por senderos, áreas estanciales…

Su posición como gran “charnela verde” entre el Ensanche y el recinto antiguo.

Su incidencia en la ordenación del área de la Residencia de Estudiantes, cuyo esquema toma como

directrices los ejes de parque.

Esa relevancia del parque en la estructura urbana se corresponde con su permanente y a la vez variada incidencia

y capacidad focalizadora en la vida de la ciudad, muy estudiada desde distintos puntos de vista: como lugar de paseo y

de encuentro, con su integración y a la vez diversificación de flujos y ritmos de usos diversos –de niveles sociales, de edades,

de motivaciones- de localización de episodios efímeros pero extraordinariamente significativas como la Exposición

Regional de 1909, implantaciones de “elementos de la memoria”, con su amplio despliegue de monumentos escultóricos

dedicados a personalidades gallegas, realización de fiestas y eventos de todo tipo…

La integración dentro del parque de la iglesia de Santa Susana añade considerable interés a sus significados

históricos, sus usos públicos y sus valores paisajísticos.

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Plano de Santiago. 1783.

Se trata principalmente de edificios comerciales y de viviendas que responden a las necesidades de la nueva

burguesía mercantil. Cabe destacar la actuación de la plaza de Abastos es la inserción dentro del recinto intramuros que

podemos considerar de mayor incidencia en el espacio público. Supone la remodelación de toda la zona que incluye

además varios bloques de viviendas.

5.3.6. Siglos XX y XXI.

5.3.6.1. La estructuración y forma actual de los tejidos del recinto. Rasgos comunes y

particularidades de la configuración de principios del XX.

Como se ha señalado en el Capítulo sobre Conformación y Evolución Histórica la estructura y la morfología de

finales del XIX-principios XX mantiene sustancialmente la existente a finales del XVIII, con los ajustes de trazados realizados

puntualmente, que han sido identificados con detalle en los trabajos de P. Costa, P. Cores, I. Moure, A. A. Rosende y otros,

así como las reformas de mayor alcance de las áreas del Mercado y de la Facultad de Medicina.

Pero, como tantas veces hemos señalado en este trabajo, sobre ese sustancial mantenimiento morfológico se

desarrolló una casi total renovación del caserío residencial, tanto en el recinto como en los arrabales, con ampliaciones

de la ocupación en planta y sobre todo con acrecentamiento de las alturas.

Por ello, en las siguientes evaluaciones utilizaremos como referentes el plano de 1907, que refleja el parcelario (lo

que no hace el plano de López Freire) comparándolo con ortofotos recientes, siguiendo un procedimiento similar al de C.

Martí en “La ciudad heredada como presente”, editado en 1995.

Los tejidos al sur del eje este-oeste (Casas Reais - Campo - Azabachería).

En la estructura de finales del XVIII, se dibuja, como acabamos de ver, una figura en forma aproximada de H, en la

que los encuentros de las tres líneas marcan dos espacios fundamentales de la estructura: las plazas del Campo (actual

Cervantes) y del Obradoiro.

Los dos trazados estructurantes sur-norte y el eje este-oeste organizan, al sur de este último, unos tejidos tejido de

cierta regularidad, marcado, como dijimos, por la parcelación gótica de frentes estrechos (la mayoría en torno a 5m. pero

en ocasiones menores y algunas veces algo mayores (hasta 7m.) y fondos notables, materializada por gruesos muros

medianeros de piedra. Pero dentro de esa área pueden apreciarse distintas variantes de ese tipo parcelario, derivadas de

las diferencias entre las manzanas que estructuran.

Los tejidos entre Franco y Villar tienen una forma triangular, con su “proa” hacia Faxeiras. A medida que

crece la separación entre esas calles, avanzando hacia Obradorio, esa forma se ensancha, lo que originó

la disposición de una calle intermedia (Raiña) de irregular trazado. De este modo la mayoría de las parcelas

tienen fondos entre 18-20 m y 25-28 m. Las edificaciones, resultantes casi totalmente de los procesos de

sustitución del XIX, se dispusieron sobre ese parcelario, con organizaciones interiores “compactas”,

compuestas por piezas sucesivas, con viviendas con fachadas a dos calles (debemos tener en cuenta que

los fondos de esas viviendas son superiores a los de las parcelas, por la existencia de soportales en el lado a

Villar). Los remates de las manzanas, así como el episodio de la Plaza de Fonseca, dieron lugar a tipos

particulares.

La manzana entre Villar y Nova tiene una forma aproximadamente rectangular, siendo la distancia entre

ambas calles de unos 60m. Esta dimensión era patentemente excesiva en relación a los muy reducidos

frentes del tipo parcelario gótico, por lo que la división de las fincas se organizó con un “eje” longitudinal

interior de trazado bastante irregular, delimitando así parcelas cuyos fondos oscilan en su mayoría entre 28-

32m. Las edificaciones actuales, de fondos más amplios al avanzar en las plantas superiores sobre los

soportales muy frecuentes en ambas calles, se organizan en su mayoría con patios posteriores, de modo que

las viviendas disponen de fachada a calle y fachada secundaria a patio.

Los tejidos entre Nova y Orfas-Calderería-Preguntoiro se componen de dos manzanas, la situada al sur de

forma triangular, con un estrecho remate hacia Cantón de Toural, y la situada más al norte con forma

trapezoidal. En la primera los fondos de las parcelas varían de unos 10 m. en su “proa” y unos 35 en su parte

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superior. En la segunda los fondos varían entre los 50-55 m. lo que motivó, como en el caso anterior, el recurso

a su “división” con un eje longitudinal interior, formando parcelas en tornos a los 25m.

Siguiendo en esta área sur del recinto, es interesante considerar también las características de los tejidos

entre las calles este-oeste, Cantón de Toural-Plaza de Toural-Bautizados y la rúa de Senra, en los que se

distinguen las manzanas interiores a la antigua muralla, con unos fondos entre 35- 48 m. y las situadas entre

Senra y Entremurallas, de fondos muy reducidos, en torno a los 12 m. Estas dimensiones conformaron en las

primeras un parcelario similar al de los casos antes descritos, y en las segundas una división con mayores

frentes, para disponer edificios funcionalmente adecuados, en mayor o menor medida

Los tejidos de la mitad norte del recinto.

Las áreas situadas al norte del eje de Casas Reais-Cervantes-Azabachería poseen una caracterización muy distintas

a las del área sur que hemos analizado.

Estos tejidos, delimitados por el eje este-oeste Casas Reais-Animas-Casas Reais-Azabachería, el trazado sur-norte

Troia-Porta da Pena y la ronda exterior al recinto, Hospitaliño-Rodas, se encuentran estructurados interiormente, como

hemos apuntado, por el eje Algalia de Arriba. La conformación de sus calles y manzanas presenta en general rasgos

irregulares y con cierta confusión, que dieron lugar a distribuciones parcelarias heterogéneas, dentro de las pautas de los

modelos góticos, con frentes escasos. Aparecen algunas plazas y plazuelas resultantes de confluencias de calles o por

“horadación” en las manzanas. En ocasiones se sitúan estrechos quebrados callejones o calles sin salida… Por ello las

manzanas poseen dimensiones y formas heterogéneas, con sus consecuencias sobre las estructuraciones parcelarias (en

las que incidía también, lógicamente, su mayor o menor importancia para las actividades comerciales y la

representatividad social).

La manzana entre Algalia de Abaixo y de Arriba posee una forma triangular, con su “proa” hacia el sur, a

las Animas. Sus características parcelarias son similares a las manzanas del área sur antes estudiadas, entre

Franco y Villar, y entre Nova y Orfas-Calderería, aunque las parcelas son de menores fondos y las

edificaciones tienen fondos también más reducidas por la carencia de soportales.

Los tejidos entre Algalia de Arriba y Moeda Vella incluyen manzanas de dimensiones y formas muy diversas:

algunas de grandes dimensiones, y formas aproximadamente rectangulares o en L, otras de dimensiones

reducidas y formas estrechas y alargadas, con quiebros y esconces. Por ello incluyen parcelas de escaso

fondo y frente similar (entre 8-10 m), parcelas de frente muy reducido y fondo medio (en torno a 4m. y 12m

respectivamente), parcelas de frentes reducidos y fondos más considerables (5m. y 20- 24m), parcelas en

esquina.

5.3.6.2. Las estructuraciones de los arrabales apoyados en los antiguos rueiros.

Nos referimos nuevamente al Capítulo dedicado a la Conformación y Evolución Histórica, en el que se hace

mención al mantenimiento de los trazados de los antiguos rueiros, que enlazaban el recinto con el territorio de los entornos,

conduciendo a diversas villas y ciudades, si bien algunos de ellos han sido modificados en el XX. Se conservan también los

trazados de las pequeñas rúas que los enlazaban, “cosiendo” ese sistema tentacular.

La mayor parte de las edificaciones apoyadas en unos y otros caminos históricos han sido en su mayor parte

sustituidos en el XIX y XX, aunque –como vemos en los Planos de Medio edificado. Cronología-persisten algunos del XVIII.

Tejidos de antiguos arrabales al norte del recinto.

PLANO DE 1796. Arrabales y posición de los conventos

Si comenzamos nuestro examen desde el norte (Santa Clara, Basquiños, Espíritu Santo) se observa el mayoritario

predominio del parcelario antiguo, estrecho y con fondos diferentes, en algunos calles muy profundo (40-50 m), en otras

de profundidad media (25-30m) y en otros reducido (12-15 m). Por ello las edificaciones tienen fondos diferentes,

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adaptándose a las dimensiones de las parcelas, aunque en los casos de gran profundidad los edificios se disponen por lo

general con fondos entre 25-30m dejando libres los espacios posteriores.

Ramificaciones al este-sureste.

En el este, la extensa área estructurada por las rúas Bonaval- Costiña do Monte, Do Medio-Angustias, S.Pedro, Trisca,

S. Antonio- Lagartos, Campo de S. Antonio y Belvís se organiza con manzanas de formas y dimensiones muy diferentes:

algunas estrechas y alargadas, otras de grandes dimensiones y fondos extensos… Conservan casi íntegramente el

parcelario antiguo, siempre estrecho pero con fondos diversos, dependiendo de las diferentes características de las

manzanas. Los tipos de la edificación son por ello también distintos: aparecen algunos edificios con fachadas a dos calles

(en el primer tramo de S. Pedro/Do Medio y en Do Medio/Rosario), pero la inmensa mayoría se organizan con fachada a

calle y espacio libre posterior, residuo de las antiguas huertas y espacios anejos, con fondos construidos de dimensiones

muy diversas, dependiendo de las características de las parcelas. Son frecuentes entre éstos los de escaso fondo, en torno

a 10-15 m. lo que determina plantas de superficie reducida, teniendo cierta difusión los de fondos medios (en torno a 20

m) en el lado sur de S, Pedro.

Hacia el sureste, el área estructurada por la rúas de Castrón Douro, Poxigo de Arriba, Sar y Ponte de Sar presenta

características peculiares, con un sistema agregaciones lineales sobre el eje principal, sobre parcelas estrechas, como en

todas las áreas, y fondos diferentes, desde muy reducidos a medios y extensos (incluso hasta 60 m). Los edificios tienen

fondos construidos medios en torno a los 12-15 m.

Las agregaciones hacia el sur.

En el sur del recinto el eje Ponte de San Antonio- Senra- Carreira de Conde-Rosalía de Castro sirve de apoyo a

edificaciones en su mayoría del XX, situadas sobre parcelas de distintas características: unas estrechas, manteniendo la

subdivisión antigua, otras más anchas, resultantes de agregaciones. Los edificios tienen por lo general cuatro-cinco plantas.

Los tejidos agregados sobre los caminos hacia poniente. La importancia de las Hortas.

Hacia el oeste encontramos, en primer lugar, las extensas manzanas de las Hortas, la del norte delimitada por García

Sabell, Carretas, Hortas y Galeras, y la del sur por Hortas, Trinidade, San Clemente y Pombal. Las dos, de forma trapezoidal,

con unos fondos en sus medianas de aproximadamente 200x200m. Las parcelas originarias eran por ello de gran

profundidad, siempre dentro de las pautas de frentes estrechos, salvo la parcela de gran superficie en que se asienta el

antiguo Asilo de Carretas, recientemente convertido en Centro de Acogida de Peregrinos, La manzana norte mantiene

ese parcelario en los frentes a Carretas y Hortas, y la sur en casi todo su perímetro. Las edificaciones, en su mayoría del XIX

y XX, con algunas pocas del XVIII, presentan frentes reducidos o muy reducidos, con fondos medios entre 15-20 m. aunque

en ocasiones alcanzan hasta los 30 m. Por ello dejan en el interior de las parcelas extensos espacios libres, residuos de las

antiguas huertas, que en algunos casos se mantienen aún hoy en cultivo.

Más al oeste desde la Plaza Campo das Hortas, arrancan varias rúas, tres de ellas con trazados originarios (Poza de

Sar-San Lorenzo, Oblatas y Carme de Abaixo) que sirven de apoyo al usual sistema de edificios agregados linealmente. En

las partes más cercanas al arranque desde la plaza las parcelas tienen lógicamente profundidades reducidas, pero a

medida que avanzan van adquiriendo mayores fondos, hasta llegar al tramo de San Lorenzo-Carballeira de San Lorenzo,

en que adquieren características muy peculiares, con grandes fondos, entre los 80 y los 120 m. y siempre con frentes muy

reducidos o ínfimos (a veces en torno a 4m). Los edificios suelen tener dos o tres plantas.

Plano de Laforet, Canovas y de la Gándara. 1907

Las ramificaciones hacia noroeste.

Finalmente, hacia el noroeste, se desarrolla el eje de las rúas Costa Nova de Abaixo, Pelamios y Vista Alegre,

manteniendo sus trazados antiguos la primera y la última, y encontrándose modificado por trazado reciente el tercero. Las

parcelas que se agregan sobre las rúas cuyos trazados se conservan presenta características típicas, con frentes estrechos

y profundidades reducidas o medias. La mayor parte de los edificios proceden de las primeras décadas del XX, salvo en la

mayor parte de Pelamios, en la que se sitúan edificaciones de la segunda mitad del XX, con tipos de bloques lineales, de

largos frentes y fondos convencionales entre 12-15m.

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5.3.6.3. El recinto y los arrabales históricos en la estructura actual de la ciudad.

En el cap. sobre Conformación y Evolución Histórica se exponen unos sucintos apuntes sobre las relaciones del

recinto y de los tejidos externos históricos con:

- El Ensanche de los 30-60 del XX.

- El campus universitario.

- Los crecimientos posteriores a los 40 fuera del Ensanche.

- Las infraestructuras de transporte.

- El Plan Fontiñas- Area Central.

- Algunas operaciones urbanas de incidencia estructural, como la Avda. Juan XXIII y su dársena

de estacionamiento de autobuses y de automóviles de visitantes, el proyecto de la estación AVE y el

concurso para estación de autobuses.

- La implantación de grandes equipamientos administrativos (sedes del Parlamento y de la

Xunta) culturales (Auditorio) y congresísticos (Palacio de Congresos).

- La actuación singular de la Ciudad de la Cultura.

- Las actuaciones en nuevos parques, dentro de los marcos del PGO.

Por otra parte, en el cap. sobre Arquitecturas Contemporáneas se consideran las implicaciones que sobre la

estructura y morfología histórica han tenido algunas arquitecturas de lenguajes actuales y de contenidos dotacionales,

como el CGAC o la Biblioteca Pública en Juan XIII.

Nos remitimos por ello a lo apuntado en esos capítulos

Para un encuadre más general, nos remitimos a la Memoria del PGO, redactado por Oficina de Planeamiento, así

como a las distintas publicaciones realizadas con posterioridad a la aprobación de ese Plan.

5.3.6.4. Protección.

La declaración de Santiago Conjunto histórico artístico en el año 1940 fue crucial para su futuro en todos los sentidos

y, en particular para el que nos ocupa. A partir de ese momento se suceden las políticas de protección del patrimonio, en

una interesantísima secuencia de figuras legales y criterios distintos que nos hablan también de la evolución en un contexto

mayor. No hay que olvidar que la valoración y la protección del patrimonio son conceptos que surgen a finales del XIX y

sus primeras reacciones ocurren ya durante el siglo XX, fundamentalmente tras las diferentes guerras que asolaron a los

países de la vieja Europa.

En el caso particular de Santiago, esta declaración implicó la delimitación del ámbito de protección, lo que a su

vez conlleva una primera valoración de lo que se valora como patrimonio en el contexto de la ciudad. A esta declaración

y primera delimitación le seguiría un texto normativo de aplicación, en el que se concretan los parámetros valorados, los

que se consideran en detrimento de estos valores, y en qué manera se permite incidir sobre ellos, bien para potenciarlos,

bien para hacerlos desaparecer en cada caso. Estas Ordenanzas Especiales, redactadas por el arquitecto Pons Sorolla, en

el año 1951, regulan alturas de edificación, condiciones estáticas y de uso y, algo novedoso dentro de los espacios

catalogados: se prohíbe las construcciones en una serie de ámbitos que se consideran de interés por su actividad

tradicional agrícola.

En definitiva, todas estas medidas que se tomarán a partir de aquella primera declaración han permitido la

evolución controlada de la ciudad. Esta evolución, que valoramos como positiva en términos generales, ha permitido el

mantenimiento de la variedad tipológica y estilística del parque edificado, que va desde los conjuntos monumentales

hasta arquitecturas tradicionales más relacionadas con el mundo rural que con el fasto eclesiástico de las primeras.

En La evolución de las licencias de obras en el centro histórico de Santiago de Compostela. Alonso y Bonino analizan

de forma estadística las obras llevadas a cabo en la edificación a través del análisis de las licencias solicitadas al Concello

entre los años 50 y 80 del siglo XX:

1850- 1899: mayor actividad constructiva, centrada en reconstrucción y reforma de huecos de fachada y en la

construcción de nuevos edificios y ampliación de los existentes. Escasas obras de reforma y reparación.

1900- 1949: gran descenso de las obras de edificación, reedificación y ampliación. Descenso también en las obras

de fachadas, centrándose en su mantenimiento más que en la remodelación de huecos. Cobran importancia las reformas

interiores, especialmente en las plantas bajas, lo que denota una activación comercial. Destacan las obras de

saneamiento, sobre todo entre los años 20 y 40.

1950- 1982: Se mantiene la tendencia de aumento en las reformas y reparaciones, entre las que siguen siendo

mayoritarias las de locales en planta baja. Se incrementan notablemente las licencias para rótulos y escaparates. Las

edificaciones de nueva planta y ampliaciones constituyen casos excepcionales. Las fachadas son objeto de trabajos de

mantenimiento, raramente se realizan reformas de huecos.

Años 80: aumentan las reformas interiores, motivadas por un mayor interés en la zona histórica. Éste a su vez es

propiciado por el aumento de la comunidad estudiantil y de funcionarios y la escasa previsión de suelo urbanizable del

PGOU vigente. En cuanto a los locales de planta baja, sufren más reformas los situados en las calles comerciales y de

esparcimiento.

Esta diferencia en cuanto al interés por las plantas bajas frente a las de piso genera un gran contraste en el estado

de los edificios, muy acondicionados en sus locales y con graves carencias aún en las viviendas.

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No obstante, sí se observa un aumento en la rehabilitación de edificios, fomentada bien por promotores

inmobiliarios, bien por particulares o bien por administraciones y organismos públicos. Estas se llevan a cabo principalmente

en edificios vacíos.

5.3.6.5. Intervenciones.

Intervenciones recientes a través de los Fondos Estatales de Inversión Local (FEIL).

Intervenciones en el ámbito de Costa do Galo. Año 2008.

Intervenciones en el ámbito de Raxoi. Año 2008.

Intervenciones en el ámbito de Espíritu Santo. Año 2008..

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Intervenciones en el ámbito de San Pedro. Año 2008. Promovidos por la Oficina de Rehabilitación.

Intervenciones en el ámbito de Belvís. Año 2008.

Intervenciones en el ámbito de Olvido. Año 2008.

5.3.7. La influencia del Plan Especial en la evolución de la ciudad y la creación del Consorcio de

Santiago.

En los últimos años son numerosas las actuaciones llevadas a cabo, especialmente en el casco urbano. Éstas labores

de renovación han sido llevadas a cabo por el Concello, con el apoyo del Consorcio de Santiago.

Sin lugar a dudas, la creación del Consorcio de Santiago es un ejemplo a seguir en cuanto a su capacidad

operativa en atención a sus principios fundadores. El Consorcio cumple así su función coordinadora y centralizadora de

todas aquellas actuaciones que puedan afectar al ámbito delimitado dentro del Plan Especial. Sus acciones abarcan un

amplio rango, desde la coordinación interadministrativa hasta la atención directa a los ciudadanos, a los que apoya en

todo el proceso con asistencia administrativa y técnica. La creación de una oficina técnica y un taller de proyectos

sobrevuelan también los ámbitos profesionales, desde el más teórico de aplicación de criterios de intervención, hasta los

más prácticos de los oficios, en cuanto a la recuperación y valoración de técnicas olvidadas pero necesarias.

Fruto de esta coordinación, las actuaciones llevadas a cabo junto con el Concello son numerosas, provenientes de

diferentes iniciativas e instituciones, y llevadas a cabo con fondos de igual procedencia variada. No obstante, la labor del

Consorcio se desarrolla en el apartado 14 de esta Memoria.

Entre las actuaciones urbanas recientes destacamos las de renovación de espacios urbanos, parques y espacios

libres, así como algunas actuaciones singulares en edificios de interés histórico.

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5.3.7.1. Actuaciones en el espacio urbano.

Rua do Galo.

Imágenes de la calle Campo do Galo en 1910 y en 1950.

Rua do Galo en la actualidad.

Campo de Santo Antonio.

Rúa das Hortas.

Rúa Poza do Bar.

Rúa Espíritu Santo.

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Rúa Basquiños.

Rúa Costiña do Monte.

Rúa de Sar (fuera del ámbito).

Rúa do Medio.

Rúa San Pedro.

Praza de Marcial Villamor.

Praza de San Clemente.

Plaza de San Clemente.

Obras de renovación de la calle Carretas.

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5.3.7.2. Actuaciones en parques y espacios verdes.

Parque de Bonaval (1990-1994)

El parque de Bonaval se inaugura el 1994, obra de los arquitectos Alvaro Siza e Isabel Aguirre, se ejecuta de manera

simultánea al Centro Gallego de Arte Contemporáneo (A. Siza), ocupa una extensión de 35.000 m2, en lo que fue la antigua

finca (huertas y cementerio) del convento de Santo Domingo.

Parque de Belvís

El parque de Belvís se sitúa al Este del casco histórico, ocupando una vaguada por la que discurre un pequeño

arroyo afluente del Sar, separando la ciudad de los grandes edificios del Convento de Belvís y el Seminario Menor. Menor,

constituyendo una especie de foso natural de la ciudad medieval. Desde su parte más alta se disfrutan vistas singulares de

toda la ciudad.

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Finca do Espiño.

El proyecto consiste en el acondicionamiento de la "Finca do Espiño" para su uso como parque público y en la

rehabilitación del edificio existente: un palacete modernista realizado por J. López de Rego en el año 1910, con dos plantas

de altura y una capilla anexa. El autor del proyecto es prestigioso arquitecto francés Jean Nouvel.

La actuación abarca una superficie de 26.000 m, e incluye el acondicionamiento del parque para uso público, la

rehabilitación del palacete para uso institucional, y además una construcción residencial para personas mayores que no

se enmarca dentro de este proyecto.

Las obras de urbanización y parque público de la Finca do Espiño, se adjudicaron el 30 de junio de 2013, sin que

tengamos noticias de que se hayan iniciado los trabajos a día de hoy

Paseo Fluvial del Sarela

Recorrido lineal a lo largo del cauce del Sarela, su tramo urbano discurre desde la curtiduría de Pontepedriña

hasta el Carme de Abaixo, con algo más de 2 km de longitud, se ejecutó por fases a través de fondos europeos (Urbana

Norte).

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5.4. Evolución normativa. Los marcos de regulación urbanísticos y edificatorios de Santiago,

desde finales del XVIII a comienzos del XX. 5.4.1. Los marcos generales en el XVIII.

5.4.1.1. Antecedentes.

Como es bien sabido, la regulación de la policía municipal hasta el cambio dinástico, con el modelo de los

Borbones, se asentaba en marcos locales y en los fueros territoriales de los antiguos Reinos. El reforzamiento del poder

centralizador de la Monarquía desde mediados del XVIII conllevó el establecimiento estatal de marcos reglamentarios

obligatorios para los Ayuntamientos, restringiendo las competencias de democracia vecinal tradicionales, pero, como

señala Jordana de Pozas, sin conceder a las ciudades medios para su eficiencia administrativa, al orientarse por unos

horizontes fundamentalmente subordinados a los intereses de las capas dominantes, y sin proporcionar los mecanismos

económicos necesarios para acometer los problemas de salubridad, de seguridad y de ornato que figuraban en las

motivaciones de esas disposiciones.

Las Ordenanzas de Intendentes y Corregidores dictadas en 1749 contenían así numerosas indicaciones respecto a

la policía urbana, reiteradas en la Instrucción de 1788.

Las Novísimas Recopilaciones recogieron las distintas disposiciones sobre esta materia, destacando por ejemplo las

relativas a reedificación de solares yermos, empedrados de calles, industrias insalubres e intervención de la Real Academia

en los planos de las obras públicas.

5.4.1.2. El contexto cultural general y los marcos de incidencia estatal a través de la Real

Academia de San Fernando.

El proceso de elaboración de las Ordenanzas de 1780 y los contenidos y efectos de las mismas han sido muy

estudiados: nada podría añadirse a las documentadas investigaciones de A.A Rosende. Quizá fuera importante añadir,

para la adecuada comprensión de esa iniciativa en el contexto de su época, y también para situar su prolongada

vigencia, algunos apuntes sobre esas “políticas de la ciudad” en otros centros españoles. En un sugerente trabajo, Antonio

Bonet Correa sintetizó el estado de la ordenancística durante el XVIII, después de las fragmentarias y dispares normas que

fueron estableciéndose en las ciudades españolas desde la “baja edad media” hasta finales del XVII. En la elaboración de

esas nuevas políticas fue de gran importancia la influencia francesa: Luis XIV había creado en 1667 el cargo de Lieutenant

de Police de París, abriendo una práctica administrativa regularizada y con fuerte poder decisorio, en un clima de creciente

atención a esas nuevas cuestiones, que dio lugar por ejemplo al Traité de la Police, obra de N. De la Mare y otros estudiosos,

publicada en 1705, con un tratamiento detallado de los distintos aspectos que componen la ciudad, con unos objetivos

ilustrados de interrelación de los distintas componentes de las infraestructuras, los trazados, las edificaciones, las

escenas…Pero en nuestro país esos ambiciosos y complejos planteamientos tardarían en impregnar nuestra cultura

urbanística, que fue procediendo más bien de modo acumulativo y empirista, sumadas a esas influencias de la

modernidad ilustrada europea de escasa difusión.

En nuestro contexto, a mediados del XVIII, por tanto con anterioridad a las Ordenanzas de Santiago, los documentos

de mayor influencia fueron probablemente las Ordenanzas de Corregidores dadas por Fernando VI en 1749 con carácter

general, junto a las Ordenanzas de algunas ciudades de particular relieve, como Madrid. Las Ordenanzas de la capital,

redactadas por Teodoro de Ardemans en 1719 sustituyendo las anteriores de 1661, se caracterizaron por una conjunción

de criterios “empiristas”, a partir de la identificación de las frecuentes carencias o deficiencias de las normas anteriores,

junto a perspectivas propositivas vinculadas, aunque no de modo trabado, con la emergente cultura ilustrada. Los

documentados estudios de Beatriz Blanco, Pedro Navascués y otros investigadores ofrecen detalladas evaluaciones de sus

aportaciones.

Paralelamente, es necesario considerar la influencia que en López Freire y en la cultura profesional y administrativa

de Santiago tuvo sin duda el cambio del pensamiento arquitectónico que se desarrolló desde la segunda década del XVIII,

en buena parte por la difusión de tratados franceses e italianos, defensores de criterios racionales en la composición de las

arquitecturas, en sus fundamentaciones técnicas, su adecuación a los usos, sus consideraciones de la conveniente

economía, con la referencia formal de un “nuevo clasicismo” (por ejemplo, con la publicación del tratado de Diego de

Villanueva en 1761, la difusión del Essai sur l’Architecture de Lugier, de 1753…)

En ese proceso de “cambio de gusto” tuvieron también un papel importante los ejemplos derivados de las ideas,

los proyectos y las obras derivados de la incorporación de arquitectos extranjeros,franceses (Carlier, Marquet) y sobre todo

italianos, que conformaron la llamada “Escuela de Palacio” (Bonavia, Sachetti…) centrados sobre todo en Madrid, en la

esfera de la monarquía y la aristocracia, y por supuesto los ejemplos de la absorción de ese nuevo pensamiento por

grandes personalidades como Ventura Rodríguez.

Todo ese complejo y en parte conflictivo proceso, casi definitivamente estudiado, entre otros autores por A. Bonet

Correa, F. Chueca, C. Sambricio, J. Hernando, P. Navascues, D. Rodríguez…) tuvo un punto de “coagulación” fundamental,

en cuanto a su repercusión política, administrativa y cultural, en la creación de la Real Academia de las Nobles Artes en

1752, concluyendo los trabajos que había desempeñado la Junta Preparatoria desde encomendada por el rey desde

1744. Desde 1757 la institución imparte estudios de arquitectura, con la consiguiente expedición de títulos, y va

progresivamente reforzando su poder con la creación de la llamada Comisión de Arquitectura, en 1786, en la etapa de

dirección de P. Arnal, que, como es bien sabido, tendrá notable incidencia en el control de importantes obras en Santiago.

5.4.2. Las ordenanzas de 1780.

5.4.2.1. El proceso de elaboración por López Freire.

La elaboración y el establecimiento de las Ordenanzas de Santiago, en1780 (con incidencia práctica desde esa

fecha, aunque publicadas oficialmente diecinueve años después) se situó patentemente en ese clima general de

innovación urbanística y arquitectónica. Pero, sin tratar de aminorar su importancia, es necesario señalar que su

formulación respondió a imperativos exteriores: la perentoria Instrucción del Real Consejo de Castilla, en 1774,exigiendo a

las autoridades municipales la disposición de una normativa que afrontase los muy graves problemas que habían ido

acumulándose en la ciudad desde tiempo atrás, y sobre todo las extremas deficiencias de las vías de acceso, calles y

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plazas, expresadas en trabas y estrangulamientos de sus trazados, carencia de pavimentaciones, problemas de

salubridad…

Como ha sido estudiado por autores como A.Rosende, P.Costa y otros, el Ayuntamiento, asumiendo esa imperativa

Instrucción, procede a encargar en 1775 un reconocimiento del estado de todos esos aspectos…del que se desprendieron

conclusiones extremadamente desfavorables (por otra parte bien conocidas, o mejor dicho “sufridas”, desde hacía tiempo

en la vida cotidiana de la ciudad, pero que no habían sido sistematizadas documentalmente hasta ese momento, y sobre

todo en perspectivas operativas).

Lòpez Freire, que participa de modo descollante en ese informe, centra su atención en las malas condiciones de la

edificación (recurriendo frecuentemente a la autoridad de las Ordenanzas de Madrid, de Ardemans), los trastornos y

riesgos generados por los trazados y las secciones viarias, los “cuerpos volados”, los problemas de servidumbres de luces y

de soleamiento y aireación, los problemas ocasionados por las “aguas sucias” procedentes de los edificios, proponiendo

en este último aspecto, sin duda el más grave, muy innovadoras proposiciones en cuanto a la perentoria necesidad de un

sistema de alcantarillado “moderno”.

Pero es importante destacar, para la comprensión del clima ideológico en el que se realiza ese trabajo, que las

Ordenanzas con sus atenciones a casuísticas particularizadas, su meticulosidad empiristica sobre los temas más relevantes

y frecuentes, se inscribían, en el pensamiento de López Freire, en un horizonte más amplio, con lasorientaciones

transformadoras de la Ilustración. Expresa muy bien esa actitud en la Advertencia Preliminar, en la que defiende las

Ordenanzas –las concretas de Santiago pero también en su encuadre en los retos de gobierno civil y modernizador en la

sociedad de su tiempo- subrayando “que refrenan las pasiones, la codicia y los deseos desordenados de los hombres (…)

corrigen y reforman las obras perniciosas de algunos para el bien de muchos (…) como columnas fuertes de la salud y

prosperidad común”. Desde la perspectiva, ya no actual, sino de la cultura urbanística de finales del XIX, esas expresiones

pueden considerarse como retóricamente ingenuas…pero deberían ser apreciadas para entender que Freire situaba esa

primera medida reguladora en una perspectiva procesual más amplia, abriéndose a modificaciones, a incorporación de

nuevos instrumentos, ampliaciones temáticas, etc. No podía prever López Freire que esa norma perduraría hasta un

centenar de años más, en contraste con las fuertes transformaciones sociales, económicas, técnicas que se desarrollarían

en ese largo período.

5.4.2.2. Las normas relativas a edificaciones, trazados viarios, pavimentaciones de espacios

públicos, salubridad y ruinas. La propuesta de 1775

Las Ordenanzas, remitidas al Ayuntamiento para su aprobación en 1775, comprenden 111 artículos, de los cuales

los 22 primeros, agrupados en un epígrafe titulado “en cuanto a obras”, se refieren directamente a cuestiones relacionadas

con las edificaciones y los trazados. Los restantes 89 artículos, enmarcados en el epígrafe titulado “abastos”, afectan a la

regulación de los suministros de productos y la organización de los mercados.

Nos referiremos sólo en estas notas a ese primer epígrafe, por su incidencia directa en la ordenación edificatoria y

urbanística de la ciudad.

Resumimos sus características fundamentales, en cuanto a las condiciones de la edificación:

- Obligatoriedad de licencia para cualquier tipo de obra. Sin disponer de un “plan de

alineaciones” general, aspecto entonces de muy difícil elaboración, por carencias técnicas, urgencia

de plazos y contexto social y económico, las Ordenanzas se enmarcan en una perspectiva empirista,

relegando a estudios particularizados de cada petición de obras el establecimiento de alineaciones,

considerando “si causa detrimento al común estrechando calle, mudando camino o faltando a una

prudente simetría·

- Prohibición de nuevos cuerpos volados, con el fin expreso de mejorar las condiciones de

iluminación natural y de circulación de jinetes y carruajes. Este precepto fue de importancia

fundamental, ya que como es bien conocido, el caserío anterior se caracterizaba por la frecuente

presencia de cuerpos volados desde el plano de fachada de planta baja, con dos procedimientos:

mediante avance de los muros medianeros con ménsulas de sección curvilínea en sillería, fórmula

medieval presente por otra parte en todo el caserío de origen medieval de la cornisa cantábrica y en

las villas gallegas, o con vuelos de vigas de madera. Esas soluciones reducían obviamente la sección de

la calle, dificultando el tránsito de carruajes y caballerías y reduciendo la iluminación, deficiencia

además reforzada por el considerable vuelo de los aleros de cubierta, para vertido directo de aguas

pluviales.

- La previsión del derribo de cuerpos volados que se consideren extremadamente perjudiciales,

como los de las puertas de Faxeira, del Camino o de San Roque, o se encuentren ruinosos. Se establece

una cierta condescendencia frente a otros volados existentes, con criterios que hoy llamaríamos de

“moratoria”, hasta que se encontraran en estado ruinoso.

- La ordenación de la edificación en cuento a homogeneidad de volúmenes y ordenación

regular de los huecos, evitando las disposiciones hasta entonces frecuentes, de modos casuales, dispares

e irregulares; la sujeción de los planos de fachada a las alineaciones fijadas en cada caso; la solución

de las esquinas con chaflanes, etc.

- La previsión de demolición de edificios en ruina, en casos de “indigencia” de la propiedad o

desconocimiento de propietarios, a ejecutar por el Ayuntamiento con previsiones sobre resarcimiento

de costes.

- La prohibición de apuntalar edificios en mal estado, con una casuística en parte discrecional.

En lo que concierne a los espacios públicos, las normas esenciales se refieren a:

- La pavimentación de calles, plazas y soportales, estableciendo las superficies a pavimentar a

partir de las líneas de fachada y soportales.

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- Los modos de contribución de los vecinos a las obras de pavimentación.

- La supresión de poyos, montaderos y otros elementos que disturbaran el tránsito de caballerías

y carruajes, incidieran en la seguridad de personas que se desplazaran a pie, etc.

- La regulación de las ruedas de los carros, exigiendo llanta de hierro ancha y clavos poco

salientes (tema que desde nuestra óptica actual puede parecer de importancia secundaria, pero que

ocupaba un papel prioritario en las preocupaciones ilustradas de la época, por los muy considerables

desperfectos que en las calzadas de la villa y accesos causaban las ruedas de llanta estrecha y clavos

salientes, y que generó no pocos conflictos).

En cuanto a condiciones de salubridad e higiene, los aspectos más importantes son los siguientes:

- La obligatoriedad de la canalización oculta de los desagües domésticos

- La prohibición de verter inmundicias a la calle desde las ventanas de las casas

- En fin, las Ordenanzas contemplan el problema de los edificios ruinosos, sobre todo en las calles

“principales”, estableciendo unas normas que, como las anteriores tendrán un largo recorrido en el

derecho urbanístico:

- La obligación del Concejo, en casos de edificaciones en ruina y de propietarios insolventes, de

proceder a la reedificación, resarciéndose de los costes con su posterior arrendamiento.

Desde la presentación del proyecto en 1775 se registraron numerosas polémicas, sobre todo en los aspectos relativos

a la regulación de pavimentos y participación de los particulares en los costes, saneamiento, etc. obviamente inducidas

por las capas de propietarios afectadas, comerciantes, transportistas… El informe efectuado por la Academia, redactado

por Ventura Rodríguez, ratificó sustancialmente las propuestas iniciales, en un proceso que desembocó en la aprobación

de las Ordenanzas en 1780.

5.4.3. Los marcos de regulación en el XIX. La ideología y la política liberal y su expresión en la

ordenación de la ciudad.

En el Antiguo Régimen la policía municipal, urbana y rural, comprendía la totalidad de los contenidos de la vida

local, con independencia de que sus disposiciones tuvieran mayor o menor cumplimiento. Es decir, no sólo incluía

restricciones a la actividad de los particulares sino también previsiones o exigencias de actuaciones positivas y realizaciones

materiales.

En cambio, en los esquemas administrativos impregnados o influidos por las ideas liberales que se desarrollarán

desde 1812 predominarán los primeros aspectos, reguladores, preventivos, sancionadores, pero con menor presencia de

determinaciones activas de la administración sobre los particulares o de previsiones de servicios públicos…hasta que la

agregación de problemas derivados del crecimiento urbano, desarrollo económico y conflictividad social acabaran por

hacer imperativa la intervención directa de la administración.

En efecto, como señala Martín Bassols, en las regulaciones enmarcadas en ese contexto “la policía urbana se

vincula al concepto de orden público, con sus elementos caracterizadores sobre la tranquilidad, la seguridad y la

salubridad, y “queda reducida a una manifestación administrativa de carácter meramente preventivo y sancionador

contra sus transgresiones”.

En la progresiva agregación de instrumentos de ordenación desde la tercera década del XIX adquirieron

importancia creciente las técnicas de las alineaciones a vías públicas, procedimientos ya existentes desde épocas

anteriores pero con regulaciones no suficientemente definidas en cuanto a su eficacia operativa. Es importante en este

aspecto la Real Orden de 1846 sobre formación de planos geométricos de las poblaciones, identificando su estado actual

y definiendo gráficamente las alteraciones que hubieran de hacerse en el futuro, aplicable a todos los asentamientos “de

crecido vecindario”, criterio general que poco después fue delimitándose a capitales de provincia y otras poblaciones

importantes, ante las carencias económicas y técnicas que implicaban esas prescripciones generalizadoras. En 1859 otra

Real Orden, impulsada por el Ministro Posada Herrera, reafirmó y precisó el contenido instrumental de esos planes.

5.4.4. Reglamentos e instrucciones establecidas en Santiago a lo largo del XIX.

A lo largo del XIX varios, Bandos, Reglamentos e Instrucciones irán especificando sus previsiones o abordando

nuevos temas: pero lo más importante desde la perspectiva del Plan Especial, en el indispensable entendimiento de los

modos y procedimientos de la configuración edificatoria y urbana a lo largo del XIX, que constituye gran parte de la

“ciudad histórica heredada”, es su sustancial permanencia hasta comienzos del XX.

El Bando de Policía Urbana de 1827.

Puntualiza y desarrollas algunos aspectos de las Ordenanzas relativos a la seguridad de los edificios, atendiendo

sobre todo a los ruinosos, y a la salubridad e higiene, en temas importantes sobre esos aspectos, pero sin interés para los

objetivos de este documento.

Instrucciones de 1832.

Responden a la inquietud ante un brote de peste que había alcanzado a países cercanos. Reanudan y especifican

aspectos del Bando anterior y efectúan algunas aportaciones con incidencia en el análisis de los procesos edificatorios.

Por ejemplo, requieren embutir las canalizaciones de aguas sucias en los muros hasta su conexión con sumideros, suprimir

letrinas y muladares adosados a las edificaciones o en espacios libres traseros, trasladan la Alhóndiga, hasta entonces bajo

la Casa Consistorial, a la Puerta del Camino, establecen nuevas localizaciones para herreros y venta de leña y carbón. Y

aspecto importante por su repercusión en la escena edificada, exigen blanquear las fachadas de mampostería.

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Reglamento de 1834 y Bandos de 1848.

Insisten en cuestiones de salubridad, así como en temas ya dictados en las anteriores normas, como cierre de

callejones, faroles en calles, achaflanamiento de esquinas, prohibicición de carros ferrados de llanta estrecha y de clavos

salientes… evidenciando que su cumplimiento no había sido satisfactorio.

Un texto del Alcalde Narciso Zepedano, de 1848, ilustra el deficiente estado de los espacios públicos y escena

urbana de la villa, después de casi 70 años de reglas dictadas para su mejora: “las calles y las plazuelas obstruidas casi

siempre, unas con puestos ambulantes, otras con escombros y materiales de obras (…) todas sin excepción con el tránsito

de cerdos y otros animales, y cubiertas de inmundicia, presentan un aspecto feo, repugnante, y poco favorable a la

población”.

Las deficiencias de limpieza y salubridad de los espacios públicos se debían en gran parte a las escasas

posibilidades económicas del Ayuntamiento, que reconocía no poder contratar, como sería necesario, una compañía de

peones para esas tareas…por lo que la respuesta política volvía a hacer recaer la responsabilidad en los vecinos.

Bandos de 1859 y 1864. Otras disposiciones hasta 1900

El extenso articulado de 1859 reitera reglas anteriores, y contiene algunos aspectos de interés en la perspectiva de

estas notas, como es la regulación de enseñas y muestras, exigiendo su disposición a plano de fachada, la prohibición de

hacer avanzar escaparates sobre ese plano, la exclusión de tejadillos sobre puertas, todo ello con el fin de mejorar los

desplazamientos de jinetes.

El Bando de 1864 contiene una interesante exigencia: la obligatoriedad de recoger las aguas pluviales mediante

canalones, de plomo, hojalata o zinc- esmaltados , que discurrirían adosados a fachada hasta la altura del primer piso,

debiendo incrustarse en el muro hasta acometer al alcantarillado.

Varios Bandos posteriores reiteran esas exigencias, con pocas novedades. Las cuestiones relativas a los trazados

urbanos y la edificación son casi irrelevantes, salvo la insistencia en algunos aspectos como el blanqueo de las

edificaciones.

Evidencian la preocupación municipal por el decoro de la villa, sobre todo en ocasiones de Año Santo…pero al

mismo tiempo son testimonios de la persistencia de los problemas.

5.4.5. Las ordenanzas de 1907. 5.4.5.1. El contexto general: debates y disposiciones legales en la segunda mitad del XIX y sobre

todo en su etapa final.

El cambio de contexto social, económico y cultural de finales del XIX induciría al fin unas nuevas actitudes en el

Consistorio, advirtiendo la inoperancia de muchos aspectos de las sucesivas reglas dictadas desde 1780 y la necesidad de

contemplar desde perspectivas “modernas” las cuestiones urbanísticas y edificatorias.

Debemos tener en cuenta los considerables debates políticos y culturales desarrollados en torno a la ordenación

urbana desde mediados del XIX, así como la aprobación de importantes disposiciones estatales y de la elaboración de

planes municipales inscritos en esos nuevos ho4izontes de modernización. La obra de M. Bassols sobre la Génesis y Evolución

del Urbanismo español (1812-1956) puede servirnos como referencia, en sus documentados y exhaustivos análisis, para

evaluar el alcance de esos procesos.

5.4.5.2. Criterios y contenidos de las ordenanzas de 1907.

Atendiendo a esas nuevas perspectivas, Lino Torres, como presidente de una comisión técnica creada a ese efecto,

presentó en 1905 unas nuevas Ordenanzas para su discusión por el Ayuntamiento, para sustituir las vigentes desde 1780.

Esa propuesta, aprobada en 1907, después de aportaciones municipales y de un proceso de alegaciones vecinales,

incluye un prólogo –que hoy denominaríamos “documento de criterios y metodología”- un Título preliminar, breve recensión

de la historia de la ciudad y diagnóstico y tres Títulos normativos.

En el Título I se establecen las figuras de Arquitecto y Sobrestante Municipales; se distinguen obras mayores y

menores, fijando la documentación mínima de las primeras y los modos de concesión de licencias en uno y otro caso; se

exige la dirección de un facultativo en la redacción de los proyectos y la dirección de las obras; se regulan de modo

diferenciado las obras de nueva planta y las de reforma; en las obras de nueva planta se establecen los procedimientos

para el establecimiento de alineaciones, con previsión de valoraciones de las superficies que el Ayuntamiento apropie o

expropie; y se fijan criterios sobre posibles correcciones de alineaciones en obras de reforma.

Aspecto de gran interés, por primera vez se regulan en la ciudad aspectos de ordenación interior de las

edificaciones, relativas a habitabilidad y salubridad, así como a eficiencia funcional en las obras de nueva planta. (Art.s

35-42). Se exigen patios en caso de disponer piezas habitables sin contacto directo con fachadas exteriores o interiores,

regulando sus dimensiones mínimas (2,5 m. de distancia mínima entre paramentos y 15 m2 de superficie mínima total) en

caso de disponer dormitorios, aplicable a edificios de dos o más plantas; se establece una superficie mínima para

dormitorios; se fijan condiciones dimensionales y de trazado de las escaleras; y se requiere la dotación obligatoria de retrete

en cada vivienda, con luz y ventilación directa a patios o huertas, así como distintos requisitos higiénicos sobre tuberías,

atarjeas de sifón hidráulico, pozos negros y otros aspectos.

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En cuanto a las obras de reforma (Arts. 43-46) se prohíbe consolidar las fachadas que deban corregir sus

alineaciones, según R.O. de 1878, autorizando obras de mejora en las fachadas conformes a alineaciones, con algunas

condiciones, entre otras que no atenten contra el ornato (aplicándose en esos casos criterios de recomposición)

La regulación de las alturas, tanto en obras de nueva planta como en reformas con levantes, se regulan en función

de las tres categorías establecidas para las calles según su sección, con alturas máximas de tres plantas y ático en todos

los casos. La Real Orden de 1854 establecía tres categorías de calles, de más de 14 m. entre 9 y 14 y entre 6 y 14,

prohibiéndose en las de ancho menor a 6m el paso de carruajes. La inserción en u otra categoría se traducía en esa

regulación estatal en regulación de las alturas métricas a cornisa y altura de pisos, con una graduación diferente según las

plantas. Pero las Ordenanzas de Santiago definieron esas categorías, con tres tipos de menores anchos. Por ejemplo, en

los edificios situados en calles de primer orden (10 m. o más) se autorizó una altura máxima de 20m. graduando la altura

de pisos, de bajo a último (4,5, 4, 3,70, 3,50 y 3 en al ático). Se autorizan también entresuelos, entre la planta baja y el piso

principal, con una regulación en cuanto a su manifestación a fachada, prohibiendo balcones y aconsejando menores

recursos ornamentales que en las restantes plantas. Se autorizan buhardillas, pero prohibiendo su uso vividero, esto es sólo

como desvanes o espacio auxiliares, y prohibiéndolas cuando fueran visibles desde la acera de enfrente del edificio o a

distancia inferior a 3m. no autorizando tampoco casetones sobre las cubiertas.

Una serie de normas regulan vuelos de balcones y galerías, cornisas y aleros, así como la disposición de escaparates

o elementos de ornato respecto respecto a plano de fachada (15 cms)

En cuanto a las reglas de ornato de los edificios (Arts. 77-83), siguiendo los gustos eclecticistas imperantes en esa

época, se concede libertad estilística. Desaparece la obligatoriedad del color blanco en revocos de fachada, si bien se

recomiendan coloraciones suaves. En fin, se exige autorización municipal para la realización de muestras y rótulos en las

fachadas de locales comerciales, señalando que no podrán violentar “la cultura de esta ciudad”.

Sin duda las Ordenanzas de 1907 significaron una mejora respecto a las reglas hasta entonces vigentes, pero no

podemos dejar de considerar que llegaron con mucho retraso respecto a los sucesivos esquemas reguladores estatales de

la segunda mitad de siglo (que por otra parte habían sido desatendidos en la casi totalidad de las ciudades españolas,

ante la carencia de mecanismo imperativos y eficaces de los poderes centrales) y que a su vez se encontraban en

considerable retraso con las normativas que habían ido conformándose en los países europeos más desarrollados desde

los 70-80 del XX.

Conviene apuntar una carencia esencial de esas Ordenanzas (y de casi todas las normativas establecidas en las

ciudades españolas en las últimas décadas del XIX y primeros años del XX: la no fijación de fondos edificables máximos, o

de otros procedimientos de regulación de la ocupación máxima en planta o edificabilidad máxima. Esa carencia significó,

por ejemplo, en la extensa renovación del casco antiguo de Madrid la difusión de esquemas extremadamente congestivos,

utilizando tipologías de cuerpos exteriores y corralas interiores, o esquemas de organización con sucesivos cuerpos de

viviendas interiores separados por minúsculos “patinillos”. Y en muchos centros con estructuras parcelarias de origen

medieval en las que aparecían parcelas de gran profundidad, con su colmatación con esquemas “asfixiantes”, recurriendo

a multiplicidad de piezas interiores sin iluminación o dispuestas a exiguos patios (como sucedió por ejemplo en Oviedo o

Valladolid). Probablemente Santiago se ha visto libre de esos esquemas, salvo alguna excepción, por las características

de la morfología de su recinto central, y por la débil presión de los procesos inmobiliarios en esas décadas sobre las áreas

que presentaban parcelas de gran profundidad, localizadas sobre todo en los arrabales de rueiros.

5.4.6. La declaración de conjunto histórico-artístico en 1940.

5.4.6.1. Los marcos existentes en la segunda mitad del XIX y primeras décadas del XX.

En España el establecimiento de marcos para la protección del patrimonio histórico surgió sólo a mediados del XIX,

con retraso respecto a las iniciativas de la Restauración en Francia y de las medidas poco posteriores desarrolladas en otros

países, como Italia o Reino Unido. Consistían casi exclusivamente en las figuras de las Comisiones Provinciales de

Monumentos, creadas en 1844, y que tenían un carácter honorífico, no encuadrado administrativamente, añadiéndose a

una Comisión Central presidida por el Ministro de Gobernación. Su marco normativo fue la ley de 1858 sobre Monumentos

Provinciales y Locales

Sólo en 1900 se conformó una estructura algo más sólida, con la creación del Ministerio de Instrucción Pública y

Bellas Artes, que integraba una Dirección General de Bellas Artes a la que se encomendaban, entre otras, funciones la de

tutela de los edificios monumentales. Poco después, en 1910, se creó la Inspección General de Monumentos, a imitación

del sistema francés de comienzos del XIX, paralela a la D. Gral, que fue reconfigurada en 1930.

En 1926 un Decreto Ley sobre Protección y Conservación de la Riqueza Artística obligaba a los ayuntamientos a

levantar planos que delimitasen zonas con servidumbres de “no edificar libremente”, además de señalar los hitos históricos

que se enclavaban en el término: su incidencia práctica, como tantas otras disposiciones, fue nula, al no disponerse medios

de ayuda económica o técnica para la realización de esas tareas.

Sólo en la etapa de la República llegó a conformarse un corpus sistemático, primero con un Decreto de 1931 de

amplio alcance, que declaró 731 monumentos (hasta entonces los declarados con esa figura máxima de protección eran

sólo un centenar) y dos años más tarde, en 1933, con la aprobación de la Ley del Patrimonio Artístico (Nos remitimos en

este tema a los documentados trabajos de Javier García Fernández, en sus aspectos jurídicos, así como a los de Javier

Rivera y otros investigadores, en sus aspectos urbanísticos y arquitectónicos).

5.4.6.2. La protección de los conjuntos históricos y artísticos en la Ley de 1933.

La Ley, recogiendo los vivaces debates culturales que se habían producido en nuestro país, Italia, Francia y otras

naciones, amplía el concepto de “bienes inmuebles” histórico artísticos, que hasta entonces había estado limitados a

edificios singulares, de valores monumentales, a las estructuras urbanas, creando la figura de conjuntos histórico-artísticos.

Sin embargo, esa meritoria innovación –que recogía las indicaciones de la Carta de Atenas de 1931, primer

documento de codificación internacional en materia de protección y restauración, paralela a la italiana Carta del

Restauro- adolecía de ciertas deficiencias, siendo la más patente su desconexión respecto a la legislación y los marcos de

planeamiento urbanístico.

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El Reglamento de la Ley, de 1936, preveía la formación de un listado de ciudades, villas y pueblos que tuvieran esos

valores, con delimitación de sus ámbitos.

5.4.6.3. La declaración de conjunto histórico artístico de Santiago, en 1940, y sus efectos.

La Ley de 1933 se mantuvo en vigor en el régimen franquista, que desarrolló algunas de sus previsiones relativas a

los conjuntos históricos, mediante instrucciones y reglamentos. Se conservaron asimismo las competencias de la D. Gral de

Bellas Artes, con las Comisiones Provinciales, competencias de los Arquitectos asignados a las diferentes zonas, etc.

En 1940 se produjo la Declaración de conjunto Histórico-Artístico, en aplicación de esa Ley, en paralelo a otras

declaraciones de ciudades de rango monumental, en esos años o poco posteriores, como Toledo, Ávila, Salamanca,

Segovia…

En 1951 el Arquitecto de la D. Gral de B.A. asignado a la zona, Pons Sorolla, dicta unas Ordenanzas especiales que

regulan alturas y tratamientos compositivos exteriores, prohibiendo asimismo la construcción en las amplias “lenguas” de

espacios libres que penetraban en la ciudad, dedicadas entonces a huertas o labranza. Estas Ordenanzas, si bien muy

limitadas en sus métodos, impidieron al menos la prosecución de las tendencias depredadoras que se habían producido

en años anteriores (casa gótica de los Arias en la rúa do Franco, Café Suizo) así como de los incrementos volumétricos

hasta entonces permitidos por las Ordenanzas de 1907.

En 1964 una Orden Ministerial introdujo una “zona de respeto” del paisaje y la silueta urbana en torno al perímetro

del conjunto declarado, identificando adicionalmente como zonas de ordenación especial el paisaje que se divisa desde

los paseos de parque de la Herradura, así como el conjunto del Monasterio de Conxo.

5.4.6.4. El contexto general de los marcos de protección de los conjuntos históricos hasta la

etapa democrática.

La Ley del Suelo de 1956, con unos criterios y métodos innovadores, estableció las figuras de los Planes Especiales

para la ordenación de los conjuntos históricos y otros centros urbanos de interés, en sus distintas variantes (de protección,

de mejora…). Pero esos marcos no tuvieron prácticamente aplicación. Se hizo entonces todavía más patente la

desconexión entre los marcos de protección del patrimonio, asignados a las esferas administrativas competentes en

educación y cultura, con muy escasos presupuestos y medios, y los sistemas de planeamiento, de gestión y de desarrollo

operativo del urbanismo… dotados de amplias capacidades inversoras y de eficaces instrumentos de ejecución.

En 1964 se aprobaron las Instrucciones formuladas por la D.Gral de Bellas Artes para las obras en conjuntos histórico-

artísticos, que se resumían sobre todo en la regulación de la altura máxima, que sería la dominante en la calle o plaza con

un máximo de 10m (esto es, tres plantas), la forma de las cubiertas y los acabados y pautas de fachadas, establecidas con

unos criterios genéricos de “respeto” a las configuraciones tradicionales. Esta norma tuvo sin duda efectos positivos, ya que

aseguró un cierto mantenimiento de las siluetas y perfiles, pero, por su constitución “indicativa” y por su desconexión del

planeamiento, no logró evitar que los muy numerosos procesos de renovaciones puntuales en los centros históricos se

efectuaran con tipología incongruentes y con unos tratamientos exteriores que en la mayoría de los casos no pasaron de

rutinarias soluciones de pretendido “gusto tradicional”, y muchas veces supusieran burdos pastiches, falsificando las

escenas históricas.

Se desarrollaron así en los conjuntos históricos en los 60 y primeros 70 unos procesos que F.Chueca calificó, en el

título de una polémica obra de 1977, como de “destrucción del legado urbanístico español”. En ese trabajo, junto al análisis

de los problemas de degradación y depredación de varias ciudades, efectúa el autor una virulenta crítica del sistema

dispuesto para la protección de esos conjuntos, a través de la D. Gral de Bellas Artes, a la que no duda en calificar como

un “fenómeno residual (…) una especie de momia burocrática”, añadiendo que “tan caducos y tan fósiles como el

organismo central son los organismos dependientes, unas tristes Comisiones” compuestas por personas “sin visión de los

problemas de nuestra época, y sin fuerza para enfrentarse a ellos”.

Con criterios de empirismo flexible, muy frecuentes en el nuevo clima de demandas de racionalidad técnica y

económica de las obras públicas, plantea diversas alternativas, con distintos contenidos en cuanto a eficiencia y costes.

5.5. Tipologías edificatorias históricas.

5.5.1. Introducción. Los tipos edificatorios: sus múltiples determinaciones. Aspectos históricos,

arquitectónicos, ambientales, funcionales, sociales y económicos.

5.5.1.1. Las atenciones a los tipos edificatorios en la cultura y métodos de la urbanística de la

recuperación conformada en los 70 del XX.

En esos campos de estudio deberíamos distinguir, a efectos de estas notas, dos grandes líneas: las que se tenían por

objetivos la formulación o codificación de esquemas que actuasen como modelos o referentes, y que se inscribían en el

“clima codificador” dominante en las esferas académicas de principios y mediados del XIX, en estrecha decisión con las

ámbitos de decisión políticos (con la influencia determinante de la escuela francesa, con la figura clave de .Durand). Y las

que se orientaban más bien por objetivos analíticos, estudiando los muy distintos tipos conformados a lo largo de la historia

en sus expresiones concretas. Como cabe suponer, la primera línea, por sus intenciones “propositivas” fue desarrollada

sobre todo arquitectos, mientras que la segunda línea contó mayoritariamente con aportaciones de historiadores y

geógrafos, así como de algunos arquitectos interesados en esos campos.

En las primeras etapas de las políticas y la cultura de la protección de los centros antiguos, desde los 20 a los 60 del

XX las atenciones se centraron, como es bien conocido, en los siguientes aspectos: la conservación de las grandes

componentes (que por otra parte ya se encontraban ya salvaguardadas en buena parte por las medidas administrativas

implantadas desde principios del XIX); el mantenimiento de las morfologías (aunque de modo matizado, puesto que esas

ideas generales se compaginaron, no pocas veces, con defensas de diradamenti (o de “esponjamiento”, en términos

actuales) en entornos de grandes monumentos; en la “contención” de nuevas edificaciones que alteraran perfiles y

escenas características; en la preservación de los ambientes tradicionales del “caserío menor”, entendidos de modo

genérico; y con actitudes, casi a sabiendas escasamente realistas, de mantenimiento de los usos y actividades antiguos,

deseando que los viejos centros fuesen en algún modo “testimonios” de los viejos modos de vida, frente a la irrupción de

los tumultuosos procesos modernos.

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Por ello, en los escasos planes redactados en los países cercanos –Italia, Francia- y en España, entre los 30 y los 50,

los instrumentos operativos se centraron en esos aspectos, sin considerar apenas –salvo en las Memorias y documentos

previos- las cuestiones relativas a los valores tipológicos de la edificación “no monumental”.

El Plan del centro histórico de Bolonia, de finales de los 60, en una singular coincidencia de actores profesionales,

de contexto social y de orientadores y decisores políticos, tuvo como mérito decisivo la articulación operativa de los criterios

de conservación/recuperación con marcos públicos de intervención directa (programas PEEP de vivienda social). Pero en

los aspectos disciplinares, sus aportaciones, no menos importantes, radicaron en los enfoques del plan, con sus

consideraciones, expresadas proyectualmente, sobre las imbricaciones entre aspectos históricos-morfológicos y tipológico-

funcionales. En estos últimos aspectos, sus estudios de los tejidos del núcleo central del casco, de conformación medieval,

se centraron en los tipos característicos de esa época (casas sobre parcelas góticas, en su origen de vivienda familiar y a

la vez emplazamiento de actividad comercial o artesanal, alojamiento de aprendices o empleados, etc.), analizando

detalladamente sus estructuraciones tipológicas originarias, sus sistemas constructivos, sus materiales, sus

compartimentaciones, sus relaciones entre calle y espacios libres interiores, sus modificaciones en el curso del tiempo…

todo ello en una perspectiva proyectual de recuperación.

La repercusión en Italia y en Europa de ese Plan fue extraordinariamente amplia, hasta el punto de llegar a

caracterizarse como “modelo” (desde la perspectiva actual, constituiría en parte ejemplo de la sempiterna y poco

fundamentada búsqueda del urbanismo, antiguo y moderno, de referentes ideales fulgurantes en una aparente

manifestación de extrema coherencia sobre cuyo carácter equívoco nos alertaron, hace tiempo, pensadores como C.

Rowe). En efecto, su difusión como “paradigma”, consecuente en todos sus componentes, se asentaba en aspectos muy

particulares del contexto de Bolonia y de otros pequeños cascos del centro-norte y norte de Italia: por un lado, la pequeña

escala de los tejidos, el carácter homogéneo en sus tipos, materiales y sistemas estructurales y constructivos, su fácil

adecuación a usos actuales de vivienda y actividades complementarias; y por otra parte la asignación de las

intervenciones a la Administración (en el caso de Bolonia, a través de un PPEP, Piano Edilizia Economica Popolare, a

desarrollar mediante expropiación ( si bien después, ante las dificultades de ese procedimiento, se desarrolló en modo

concertado) lo que aseguraba el cumplimiento de los nítidos criterios de recuperación.

La difusión de ese modelo, seguido por planes sucesivos en otras ciudades italianas, como Bergamo, Brescia, Como,

Vicenza… con cascos de formación medieval y significativas presencias de los tipos originarios, tuvo notable repercusión

en España, en todos los medios políticos, culturales y sociales, como referente orientador de las posibilidades de nuevas

estrategias frente los procesos de degradación de nuestros cascos. Y actuó también como referente en la elaboración

de la “primera generación” de planes especiales de protección y rehabilitación de los 80, en sus aspectos metodológicos

y en sus componentes normativos. En algunos casos, esas interesantes y fundamentadas aportaciones actuaron

coherentemente como “acicates” para la definición de planteamientos adaptados a las muy diversas condiciones

concretas de nuestros centros, que como es sabido, poseen unas conformaciones histórico-morfológicas y unas

estructuraciones tipológicas extremadamente heterogéneas, muy lejanas de las condiciones de los centros de esas

regiones italianas. Pero en algunos casos esas elaboraciones, sobre todo en los aspectos relativos a la protección y

conservación de las tipologías, fueron más bien “trasplantadas”, dando lugar a no pocos desaciertos, con fuertes

repercusiones operativas en el desarrollo de actuaciones. En efecto, no pocas normativas han regulado los niveles de

protección tipológico, o tipológico-estructural (o con otras denominaciones) de modo genérico, sin especificaciones y

matizaciones sobre las muy diversas características de las edificaciones “amalgamadas” en ese nivel…dando lugar a

veces a exigencias poco acordes con las condiciones concretas y motivando por tanto resultados incongruentes, en unas

ocasiones sobre los valores de los edificios, y en otras sobre la eficacia y coherencia de las nuevas funciones. Esos defectos

se han debido por lo general a la confluencia de dos aspectos: por una parte, por carencias, o por desarrollo insuficiente,

de estudios detallados de las características de las edificaciones, que permitieran identificar concretamente, “edificio a

edificio”, los sistemas estructurales y organizaciones tipológicas, en relación a sus conformaciones históricas, sus condiciones

de uso, originarias y actuales, y también sus condiciones de conservación y transformaciones registradas. Y, por otro parte,

debido, en bastantes casos, a una cierta “exacerbación” de las exigencias de conservación o recuperación tipológica,

en función de los supuestos valores de determinados tipos, subrayados convencionalmente en estudios de historia o

geografía urbana de naturaleza genérica, pero sin contrastes empiristas y sin considerar sus interrelaciones con otras

componentes, como procedencias históricas, relaciones entre organizaciones interiores y configuraciones exteriores,

inserciones contextuales, etc. En este sentido, y refiriéndonos a los tejidos de vivienda, tema clave en los enfoques del

planeamiento de protección y recuperación, debemos siempre tener en cuenta que la mayor parte de esos edificios, en

casi todos los centros españoles de cierta entidad y con dinámicas significativas, proceden del XIX y sobre todo de su

segunda mitad, momentos en que fue frecuente, salvo en las arquitecturas de capas acomodadas, la “escisión” entre

fachadas y organizaciones interiores, las primeras asignadas a arquitectos y de calidad generalmente alta, y las segundas

relegadas a intereses de los propietarios y a procedimientos muy variables de ”acomodación” interior, en ausencia de

Ordenanzas suficientemente atentas a criterios de racionalidad funcional y de habitabilidad.

5.5.1.2 Las consideraciones sobre las tipologías del caserío menor en los centros históricos

españoles

En algunos centros históricos de la cornisa cantábrica y de Castilla-León, de formación medieval como Santiago,

conformados sobre estructuras basadas predominantemente en la parcela gótica, estrecha y profunda, la renovación de

la edificación registrada en la segunda mitad del XIX e incluso hasta las primeras décadas del XX, dio lugar a

estructuraciones interiores muy deficientes, por la ocupación congestiva de las parcelas, sobre todo en las que se daban

simultáneamente dos condiciones: localización central, y por tanto con buenas condiciones de rentabilidad económica,

y gran profundidad. Se produjeron así tipos edificatorios sin duda “característicos”, pero que en modo alguno podríamos

valiosos y que deberían ser excluidos de cualquier criterio de conservación, antes bien, tendrían que ser incluidos en

estrategias de transformación, total o parcial, con independencia de la conservación de sus fachadas: situaciones que

hemos identificado en algunos de los planes que hemos dirigido, como en Oviedo, Gijón, Valladolid, Segovia… En otros

centros de formación más tardía, como Madrid, los procesos de renovación del XIX produjeron también resultados de

condiciones deplorables (edificios de cuerpos interiores sucesivos en parcelas estrechas y profundas, y corralas en todo

tipo de parcelas, suponiendo conjuntamente más de la tercera parte de los tejidos residenciales del casco antiguo). En el

sur de la península, en parte por la adaptación “perversa” de los tejidos populares de origen islámico (en cuanto a su

pliegue a intereses de rentabilidad inmobiliaria) en parte por las modificaciones especulativas de los tipos de las casas-

patio, se dieron también no pocas distorsiones (como en los centros más dinámicos, Sevilla, Córdoba, Málaga).

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5.5.2. Los tejidos de Santiago de Compostela: las tipologías de las arquitecturas singulares y del caserío

menor.

En la lectura del recinto y de los arrabales de Santiago se revela su modelación por pautas tipológicas claramente

diferenciadas:

los tejidos del caserío menor, renovados en su inmensa mayoría en el XIX y principios del XX, pero sobre la

base del parcelario gótico.

la gran estructura de la Catedral, con su sistema articulado de templo y capillas, claustro, palacio arzobispal,

dependencias…

las arquitecturas claustrales, que se extienden a tipos de funciones diversas: monasterios y conventos,

colegios universitarios, hospitales… de geometrías y dimensiones claramente diferenciadas respecto a los

tejidos menores, con emplazamientos exentos o en todo caso con débiles contactos con los tejidos menores.

los templos menores, a veces integrados en los tejidos, en otras ocasiones exentos

los palacios y casonas nobiliarias, encuadrados en los tejidos menores mediante inserciones entre

medianeras dentro de las manzanas

las edificaciones residenciales de las capas acomodadas asentadas sobre todo en la segunda mitad del

XIX, con los mismos procedimientos que los tipos anteriores, aunque con menores dimensiones

edificaciones civiles, administrativas o institucionales, a veces con conformaciones exentas.

algunos pocos casos de edificaciones de ocio: teatro, casino…inmersas en los tejidos

la estructura singular del Mercado

Debemos adelantar que los tejidos residenciales de Santiago de Compostela, si bien renovados mayoritariamente

en el XIX, como después señalaremos, presentaban a mediados del XX unas adecuadas condiciones en sus

conformaciones interiores, sin los problemas de ocupaciones congestivas o de desvirtuaciones espurias que se produjeron

en otros centros, como los que hemos mencionado. Probablemente ese hecho no se debió a la eficiencia operativa de la

policía urbana de la villa, ya que hasta las Ordenanzas de 1907 no se introdujeron normas respecto a fondos edificables y

condiciones de iluminación de las piezas habitables, sino más bien a otros aspectos: por una parte, la escasa dinámica

demográfica y económica de la ciudad; y, por otra parte, las propias características del parcelario, en el que las parcelas

de gran profundidad, que hubieran podido albergar ocupaciones congestivas, se encontraban situadas en las

proliferaciones de los rueiros, y por tanto con pocas apetencias de intereses inmobiliarios.

5.5.3. El caserío “menor”.

5.5.3.1. Consideraciones generales: las interrelaciones entre morfología urbana, estructura

parcelaria y edificaciones.

Entendemos por “caserío menor” la edificación de vivienda de las capas populares, en muchas ocasiones

complementada con usos artesanales o comerciales, o con anejos rurales (huertas, corrales, etc.) generalmente vinculados

a las familias residentes en los edificios. Esa caracterización genérica se expresó, como cabe suponer, con conformaciones

constructivas diferentes a lo largo de la historia, con varias etapas sustanciales: la de la sociedad y la economía medieval,

la etapa del XVII-finales del XVIII y la fase de renovación y modernización que se desarrolló desde finales del XVIII hasta

principios del XX.

En esa evolución constituyeron factores determinantes las morfologías urbanas, con sus trazados viarios y la

delimitación de manzanas, las localizaciones –con la distinción fundamental entre los tejidos inscritos en el recinto

amurallados y los agregados linealmente en los rueiros- y la estructura parcelaria.

Rúa de Sar (P. Ferrer, 1905)

Las características de los tejidos y su evolución, así como los episodios arquitectónicos singulares - han sido

ampliamente estudiados –diríamos que casi conclusivamente- pero en cambio las conformaciones edificatorias de este

“caserío menor” han recibido atenciones menos detalladas, actuando muchas veces sólo como “telones de fondo” en los

numerosos y muy documentados análisis sobre la historia urbana de la villa.

No nos proponemos desarrollar en este Documento un estudio en profundidad de este tema, que seguramente

sería interesante en una esfera académica (y que contaría con abundante documentación, entre otras fuentes las que se

basarían en la sistematización de los archivos municipales y del Consorcio sobre las muy numerosas intervenciones

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realizadas desde los 80). Nuestra intención, como en otros aspectos de este Documento, se limita a proporcionar un

“cuadro general de referencia” para la comprensión de la evolución de esos tipos, y para la deducción de adecuados

procedimientos de actuación, refrendando los empleados hasta ahora, generalmente acertados, o aportando nuevos

esquemas, en relación por ejemplo a las necesidades o demandas sobre adaptación a modelos actuales de alojamiento

o de incorporación o modificación de usos.

El esquema general de ese modelo fue, como es bien sabido, la disposición de la edificación en agregaciones “en

hilera”, sobre muros medianeros. Por ello, el primer y decisivo aspecto para esa interpretación residiría en nuestra opinión

en la estructura parcelaria, conformada desde su origen medieval con el esquema de la llamada “parcela gótica”,

estrecha y profunda, con el modelo generalizado en las ciudades medievales europeas y en las ciudades españolas de

fundación medieval cristiana (sobre todo en las creadas en las primeras etapas de la “reconquista”: regiones de la cornisa

cantábrica, Galicia, norte de León y Castilla, Navarra, Aragón, Cataluña, Baleares…). En esa estructura parcelaria de

origen medieval, que buscaba en general formas aproximadamente rectangulares (aunque con todo tipo de desviaciones

derivadas de condicionantes topográficos o morfológicos, adiciones y segregaciones, etc.) el factor determinante general

era el frente edificado y el ancho de parcela ocupado por la edificación. Con un esquema “equidistributivo” apropiado

a la economía artesanal y comercial de los asentamientos medievales, y a la vez en consideración a los procedimientos

constructivos, el parcelario “gótico” se basó en parcelas de frente y anchos adecuados para responder simultáneamente

a esas exigencias, con dimensiones en torno a 5 m. que permiten un eficaz sistema estructural de carreras transversales de

madera apoyadas en los muros medianeros, y que a la vez consienten la disposición de programas funcionales adecuados,

tanto para vivienda como para actividades artesanales o comerciales. Inevitablemente, en el largo proceso de

estructuración parcelaria, en Santiago, como en otras ciudades de formación medieval, se produjeron situaciones

irregulares respecto a esos esquemas generales, por ejemplo con la delimitación de parcelas sumamente estrechas (para

destinarlas a anejos o a alojamiento de las capas sociales más pobres) y se registraron también agregaciones para la

disposición de edificios de capas altas o de usos institucionales.

La estructura parcelaria “de base”, sobre ese esquema de división longitudinal respecto a calles o rueiros, tendría

rasgos diferentes, en función de los trazados y de la morfología urbana. En los tejidos del recinto amurallado los fondos de

las parcelas tendrían dimensiones determinadas por el ancho de las manzanas, con la lógica empirista de disponer siempre

edificios con fachadas a las calles, como “venas” de la actividad comercial o artesanal. En cambio en los arrabales

agregados de modo ramificado sobre los rueiros las parcelas tenían fondos mucho más prolongados, al tener que

adaptarse a esos trazados viarios.

La consideración de la morfología urbana, de los trazados viarios, aporta otro factor de para el entendimiento de

la conformación del “caserío menor” hasta finales del XVIII y de sus renovaciones y correcciones posteriores: calles

estrechas, con secciones además dispares…

5.5.3.2. El caserío, hasta finales del XVIII.

Para su conocimiento disponemos de fuentes escasas, pero de suficiente aproximación para los objetivos de este

trabajo: planos históricos, aunque no reflejen el parcelario, descripciones literarias y documentos de las intervenciones

realizadas desde los 80.

Todas las investigaciones sobre la historia urbana de la ciudad tienen como conclusión, en el tema que nos ocupa,

que la morfología y la estructura edificada del “caserío menor”, a finales del XVIII, eran sustancialmente similares a las de

épocas precedentes. La relación del Cardenal Jerónimo del Hoyo sobre la ciudad en el XVI- XVII, referente de numerosas

investigaciones, nos ofrece algunos datos interesantes para este acercamiento. Nos señala la existencia de una alta

población (unos 2.000 hogares y 14.000 habitantes), semejante a la actual en el último dato, pero con una fuerte diferencia

en el tamaño medio de los hogares (7 personas). Habla de las características de las calles, con un juicio muy crítico tanto

sobre sus trazados como sobre sus pavimentaciones… Y describe los edificios, con referencias al caserío popular, señalando

su construcción en entramados de madera su escasa ventilación e iluminación, la carencia de chimeneas (lo que

conllevaba el “ahumamiento” de los espacios interiores,). El sistema estructural, que no se describe en esa Relación, pero

que conocemos por la documentación de intervenciones realizadas en Santiago y por estudios sobre otros cascos similares,

se basaba en entramados de madera en fachadas, con plementerías de cascotes, yesones, etc. Sistemas de carreras

transversales y viguerías secundarias en forjados, con piso de tablero de madera. Y en particiones interiores ligeras, también

basadas en entramados de madera. Las casas debían carecer seguramente de chimeneas, porque la exigencia de las

mismas fue un tema recurrente desde las Ordenanzas de 1780. Y por supuesto no disponían de agua ni de desagües. La

disposición de la fachada era casi siempre irregular, enmarcándose en los entramados de madera, con huecos en distintas

posiciones y con diversos tamaños, con supresiones y adiciones en función de las necesidades.

Rúa Nova.

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Persiste hoy un único ejemplo de edificio con volados sobre ménsulas, procedente del XV, en la calle Algalia de

Abaixo 29. Tiene tres plantas, volando cada cuerpo sobre el anterior unos 50 cm.

Edificio con volados sobre ménsulas. Rúa Algalia de Abaixo, 29.

Años 1912 y 2013, respectivamente.

En el curso de las numerosas obras de rehabilitación desarrolladas en las últimas décadas se han identificado varios

edificios con los antiguos sistemas de entramados de madera en fachadas, con plementerías de piedra y barro, etc. con

argamasa, recubriendo el conjunto del plano con enfoscados de mortero de cal.

El Catastro del Marqués de la Ensenada, sin atender lógicamente a aspectos pormenorizados sobre las

características de los edificios, ofrece una visión general de gran interés en la hilazón de nuestras consideraciones. Después

de referirse a las edificaciones de las capas nobiliarias y acomodadas, que cifra en un exiguo 3,5%, se refiere al caserío

“restante”, señalando que tienen en general las siguientes características: “casas de debajo y un alto o bien de tienda y

un alto”, situadas sobre todo en el recinto intramuros, y “casas terrenas (de una planta) que componen sin excepción la

vivienda del artesanado y del pueblo menudo, casi siempre en los arrabales”

¿Cómo se organizaban interiormente las edificaciones “urbanas”? (que poseían dos o tres plantas). Siendo la

propiedad unitaria (hasta las transformaciones en los sistemas de tenencia en el XIX) eran variadas las formas de utilización

de esas casas: vivienda familiar en todo su volumen; comercio o actividad artesanal en planta baja y vivienda en plantas

superiores, con relación directa entre las dos actividades; en algunos casos, en familias con cierta capacidad económica,

disposición de alojamientos en espacios bajo cubierta de aprendices o criados; utilización de patios traseros como huertas

o corrales, o anejos de la actividad artesanal… En las edificaciones de una planta, agregadas sobre todo en rueiros, el

esquema funcional era más simple, en correspondencia con su tipología social: disposición de vivienda y uso de los

espacios interiores como huertas o corrales.

5.5.3.3. La renovación del caserío desde principios del XIX.

Las conformaciones determinadas por las Ordenanzas y orientadas por las nuevas necesidades y gustos

La configuración del “caserío menor” registrará importantes cambios desde finales del XVIII, por determinaciones

de las Ordenanzas y sucesivas normas o instrucciones, por el nuevo gusto cultural en cuanto a la dignidad y buena

construcción de las fachadas, “signos” de una cierta incorporación a la modernización, y también por las mejora paulatina

de las condiciones económicas y las nuevas demandas de habitabilidad de los propietarios que acometieron reformas o

nuevas construcciones a lo largo de esa etapa.

Esas modificaciones se concretaron en reformas o levantes de edificios existentes (desapareciendo prácticamente

las casas “terrenas” de una sola planta) así como en nuevas construcciones sobre solares o ruinas. Se expresaron sobre

todo en los siguientes aspectos:

-Nuevas alineaciones, resueltas “caso a caso” pero siempre con una cierta idea general sobre la regularización de

la calle o plaza en que se situara. Los numerosos documentos de proyectos de la época evidencian la atención de los

arquitectos municipales para conseguir las mejoras de los trazados con los mayores equilibrios en cuanto a cesiones o

incorporaciones, con los procedimientos de compensaciones económicas previstos a esos efectos.

-Las reformas y nuevas edificaciones suprimen los cuerpos volados

-Se suprimen algunos soportales, haciendo recaer la nueva alineación en el plano de fachada interior, dentro de

una visión general negativa hacia esos elementos, por su reducción de la sección de la calle, su carácter confuso en

cuanto a presencia de actividades irregulares, etc. De ahí el carácter interrumpido de las alineaciones de algunas calles

con soportales en unos tramos y con fachadas retranqueadas en otros.

-Construcción de los muros de fachadas en piedra, en general con cantería en planta baja y recercados de

huecos, así como en esquinas, y mampostería revocada con mortero de cal en las restantes superficies.

-Sistemas estructurales horizontales con el esquema general de carreras de madera transversales entre muros

medianeros, con entrevigados. Elementos estructurales verticales interiores mediante muros de carga de piedra, evitando

pies derechos de madera.

-Obligatoriedad de chimeneas

-Ocultamiento de desagües de aguas sucias, que se embeben en los muros

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-Canalones y bajantes de pluviales, estas últimas adosadas a fachada en plantas superiores e incrustadas en los

muros en la planta baja, hasta conectar con las alcantarillas bajo el empedrado (con la consiguiente prohibición de

gárgolas para vertidos directos, según acuerdo de 1853)

-Supresión de cobertizos y ajenos en patios interiores

-Nueva composición de las fachadas, con criterios de regularización y simetría, dentro de los esquemas

académicos. Conlleva distintos procedimientos:

-Combinación de ventanas y de huecos de balcones sin voladizo

-Ordenación de los huecos de planta baja según ejes verticales con los de plantas superiores. Se permite que en

algunos casos que la composición de planta baja rompa la simetría para ampliar el hueco de “escaparate”.

-Aumento del ancho de los huecos respecto a las construcciones anteriores con fachadas de entramados de

madera.

-Unificación de los huecos rasgados, suprimiendo el “trabatel”, pieza de cantería que dividía horizontalmente los

huecos de numerosos edificios del XVII y XVIII, creando dos elementos acristalados con funciones independientes.

-Determinación obligatoria, desde el Acuerdo de 1841, de los “huecos rasgados”.

-Disposición de balcones y balconadas, que se localizan sobre todo en edificios de capas medias con cierta

pretensión de representatividad, aprovechando los recursos de ornato que procuran las cerrajerías.

-Obligatoriedad de blanquear las fachadas, en 1832 (y después reiterado en sucesivas Instrucciones) por Acuerdo

motivado por la amenaza de peste en países cercanos. Merece la pena comentar que esa motivación, con pretensiones

higienistas que después se vieron infundadas científicamente, está en el origen de las escenas blancas que caracterizan

muchos de los centros históricos del país, sobre todo en Levante, Baleares y Andalucía y que de modo desacertado se

consideran como “inmemoriales”…

-Combinación de dos sistemas de carpinterías: remetidas a cara interior del muro en huecos de balcones volados

y con doble capa en ventanas y huecos rasgados sin voladizo (plano acristalado al exterior y contraventanas a cara

interior, con barandal intermedio en el último tipo de huecos)

-Vuelos máximos de aleros y cornisas, fijados en 50 cm.

-Aparición de las galerías en las plantas superiores de los edificios, desde mediados del XIX, con autorización de

vuelo de 50 cm. Por su notable coste, se realizan sólo prácticamente en edificios de capas de la pequeña burguesía o

capas medias. No hace falta resaltar el gran interés de este elemento para la valorización de la imagen del casco,

aportando variedad a su escena y concentrando al mismo tiempo a atención en sus refinadas conformaciones

individualizadas. Y también por su contribución a la riqueza y versatilidad de la vida doméstica, como espacio “intermedio”

entre piezas privadas y espacio público, y como área de versátiles usos.

La difusión de la galería como nuevo e importante componente de la configuración exterior de la edificación

En el último cuarto del XIX las escenas edificadas del caserío de las ciudades y villas de la cornisa cantábrica y

atlántica, y también de otras áreas interiores de Galicia y del norte de la península (Castilla y León, País Vasco) fueron

incorporando un elemento singular, expresivo del contexto social y cultural, de las disponibilidades técnicas y económicas

y también de los nuevos entendimientos del confort doméstico de esa época: la galería acristalada.

Edificio con galería acristalada. Rúa do Vilar.

Años 1900 y 2013, respectivamente.

Consistente, en su versión más usual, en su disposición como cuerpo volado con cerramiento acristalado en la

última planta, enlazando distintas piezas habitables, su incorporación se debió fundamentalmente a la confluencia de

varios factores: unos, relacionados con los generalizados procesos de renovación o reforma del caserío anterior (con los

frecuentes procesos de “remonte” de las edificaciones anteriores de dos o tres plantas, así como de la aún más frecuente

sustitución total); otros, de carácter técnico y económico, derivados de las innovaciones en la fabricación del vidrio (antes

material de gran fragilidad y costoso, por ello de prudente o cicatero empleo) pero en esos momentos ya de costes más

accesibles y facilidad de reposición, que se añadieron al conocimiento de los efectos de los cerramientos acristalados en

climas fríos o templados en el confort climático (experiencias de las serres botánicas en las Exposiciones de distintos

alcances, los pabellones de los jardines de recreo de la aristocracia…)Pero esos factores “objetivos”, como ha sucedido

en tantas ocasiones en la historia urbana, no hubieran tenido incidencia si no hubieran confluido con otros aspectos

“subjetivos”: las atenciones hacia las capacidades de representación social de los moradores, la concordancia con el

clima de decoro urbano de lo que entendía como “escena civil moderna”, en contraposición al ahogo y hosquedad de

la escena antigua, junto a los nuevos gustos de la cultura burguesa, de conjunción de la vida privada “cerrada” y de la

relación con la vida pública “abierta” selectivamente, discretamente, a la “mirada hacia los otros” y hacia “el ser mirado

por los otros”…

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Pero junto a esos efectos de discreta y controlada “visibilidad” la galería aportó al mismo tiempo unas notables

conveniencias sobre el confort doméstico (preocupación de la manualística arquitectónica y objeto frecuente de

atención por comentaristas y creadores de opinión). Se descubre, en efecto, que ese dispositivo, adosado a lo largo de

una fachada de muros de piedra o de fábrica de ladrillo de cierto grosor, si se orienta al sur utiliza la inercia técnica de

esos muros como elemento captador del efecto invernadero y de acumulador de calor durante el día, para ir

desprendiéndolo lentamente en las noches invernales, mientras que en estaciones más cálidas pueden abrirse los

cerramientos acristalados controlando las temperaturas deseadas, contando además con el menor impacto directo del

soleamiento por la mayor altura del sol. Pero también se emplearon las galerías en otras orientaciones, en estos casos más

con los motivos sociales y culturales señalados que por razones de mejora de condiciones de climatización (aunque en las

fachadas al norte contribuyeran en alguna medida a reducir pérdidas energéticas).

En su disposición en relación a los espacios de vivienda la galería actuó como nueva “pieza” añadida con

cometidos propios: cuando podía adquirir una anchura relevante, por la situación del edificio o por su autorización por las

ordenanzas municipales, constituía un espacio particular, en contacto con las piezas habitables, pero con funciones

encajadas en la vida doméstica de la época (labores de costura, estancia y conversación, juegos de los niños…). En los

casos en que adquiría menor anchura sus funciones se encontraban obviamente más limitadas, pero siempre con esa

multiplicidad de cometidos de visibilidad y de confort…

La consideración meditada, no sólo formal sino también funcional, sobre las características y capacidades de estos

espacios, en su versatilidad y variedad de cometidos, ofrece, en nuestra opinión, sugerentes indicaciones sobre nuevos

planteamientos en la organización del espacio doméstico.

La aparición de ese nuevo elemento en Santiago se efectuó en la última década del XIX (1886, según los datos de

los estudios de P. Costa), dentro de los procesos de renovación del casco antes mencionados.

Edificios con galerías acristaladas en las últimas plantas.

Plaza de Cervantes y rúa das Rodas, respectivamente.

Como se ha indicado, en Santiago las galerías se sitúan sobre todo en la última planta, aunque también se disponen

a veces en las dos últimas plantas (en estos casos, siempre en edificios de cuatro plantas). Su presencia es particularmente

relevante en las calles de las capas más acomodadas: Vilar, Nova, Calderería-Orfas, Azabachería, Plaza de Cervantes,

Casas Reais, San Francisco, Valdediós,…aunque también aparecen en otras áreas de carácter más popular (Rodas, San

Pedro, Hortas…)

El mirador

El mirador constituye un elemento característico de la escena edificada de todas las ciudades españolas desde

mediados del XIX, sin limitaciones geográficas. Sus motivaciones eran sobre todo culturales y sociales, relacionadas con la

vida doméstica de las capas acomodadas (en menor medida, de las viviendas de capas populares) actuando como

espacios para la “mirada” hacia los espacios públicos exteriores, y también para “dejarse ver”…Pero al mismo tiempo

respondían a intenciones de ornato, ofreciendo a los arquitectos interesantes oportunidades para una composición

“animada” de las fachadas, y para la exhibición de refinados y variados detalles ornamentales, en sus diversas facturas

(con elementos metálicos, incluso de fundición (procedentes de fabricación industrial), en madera, o con combinaciones

de ambos materiales).

Como es bien sabido, este elemento se constituye como una caja acristalada, con un vuelo reducido

(generalmente, en torno a 60 cm), a veces con dos cuerpos de distinto vuelo, sobresaliendo el superior ligeramente, que

se adosa al muro exterior y contacta con la pieza habitable interior (casi siempre de estancia) mediante un hueco con

puerta de madera, permitiendo distintas graduaciones en cuanto a permeabilidad de vistas y aislamiento térmico.

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Edificio con mirador. Travesa da Universidade. Año 2014.

En Santiago el mirador tuvo escasa aplicación, por el predominio de la solución de la galería, probablemente por

sus mayores ventajas en relación con el clima.

5.5.3.4. Algunas conclusiones.

A modo de conclusión: los procesos de reforma o nueva construcción afectaron prácticamente a la totalidad de

los “tejidos menores” desde finales del XVIII a comienzos del XIX. La escena edificada de los tejidos menores de Santiago,

que desde perspectivas esquemáticas se considera a veces como una imagen de “alta profundidad histórica”, procede

en gran medida de los procesos desarrollados en el XIX, bajo los principios urbanísticos y estéticos de esa época, Como es

sabido por todos los estudiosos de nuestros cascos históricos, esas caracterizaciones no son exclusivas de Santiago, ni

mucho menos, sino que son comunes a gran parte de los cascos de nuestro país, dentro de unos procesos basados en la

pervivencia mayoritaria de las morfologías y las estructuras parcelarias (con las excepciones de las operaciones de reforma

interior, en general con el modelo de percéments desarrolladas en algunos centros a finales del XICX y principios del XX:

Córdoba, Barcelona, Málaga, Granada, Zaragoza, Madrid…) y las transformaciones, sobre esas bases estables, de los tipos,

los sistemas constructivos y las escenas edificadas…

5.5.4. Conventos y monasterios.

5.5.4.1. La importancia de las tipologías claustrales de monasterios y conventos en Santiago.

Santiago, como es bien conocido, se constituyó en gran parte como una ciudad conventual, como resultado de

los procesos, religiosos y culturales, y sobre las bases económicas derivadas de la gran importancia de las órdenes religiosas

que hemos expuesto en los capítulos referidos a la historia urbana.

Esas implantaciones han sido objeto de numerosos estudios, en sus diversos aspectos: localizaciones, características

arquitectónicas, reglas de las distintas órdenes, incidencia en la vida de la ciudad y funciones complementarias, evolución

desde las desamortizaciones del XIX con sucesivos cambios de uso…Nos remitimos sobre todo en este aspecto a lo

relevantes trabajos de C.Almuiña. R. Baltar Tojo, C.Manso Porto, C,Martí, R.Otero Pedrayo, A.A. Rosende y otros autores que

figuran en la Bibliografía.

Algunos se fundaron en época medieval, pero fueron después configurados en su estructura actual en el XVI y XVII.

La mayoría proceden de estos siglos, en algunos casos con reformas y adiciones en el XVIII.

Su primer gran episodio arquitectónico fue el Monasterio de San Paio, fundado en el IX casi en contacto con la

cabecera de la catedral, pero que se configuró a mediados del XVI. Se suceden después el Monasterio de Belvís (fundado

en el XIV), y los de San Francisco, Carmen de Arriba y Carmen de Abajo, Santa Clara, Santo Domingo de Bonaval, San

Agustín, La Enseñanza, Las Mercedarias, Las Orfas…

Todas esas estructuras arquitectónicas, más allá de sus dimensiones, reglas, actividades, responden a tipos con

esquemas comunes, basadas en la articulación de la iglesia, el claustro con sus piezas en torno al mismo, los espacios

colectivos (refectorios, aulas y otros), los espacios de servicio y en muchos casos la adición de huertas.

5.5.4.2. Monasterios y conventos de órdenes masculinas.

Nos referiremos en primer lugar al Monasterio de San Martín Pinario, por su importancia fundamental en la estructura

del recinto.

Se sitúa al norte de la Catedral, separándose de la misma por la Plaza de la Inmaculada. Posee grandes dimensiones

–ocupando 2,2 Ha- polarizando, junto al Hospital y el convento de San Paio, el entorno urbano de la catedral hacia el norte

y el levante.

Tiene origen en el IX, en un antiguo Oratorio. La iglesia originaria se construyó en los primeros años del XII, pero de

ella solo quedan muy pocos elementos. La edificación actual se debe a un largo proceso de obras, desarrollado

mayoritariamente en la segunda mitad del XVI y continuado en el XVII y con algunos elementos concluidos a mediados

del XVIII. Por ello, agrega composiciones y lenguajes renacentistas –mayoritarios, por constituir su traza inicial- barrocos, en

distintas modalidades, e incluso neoclasicistas.

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Perteneciente a la Orden Benedictina, a finales del XVI era el monasterio más rico y poderoso de Galicia, por sus

extensas propiedades y rentas, dependiendo de él los numerosos monasterios benedictinos de la región. Ese extraordinario

poder económico, y también eclesiástico, explica sus inusitadas dimensiones y su elevada riqueza arquitectónica,

buscando la orgullosa “afirmación” de la Orden, en competencia patente con el Cabildo catedralicio: han sido objeto de

numerosos estudios los complejos y prolongados litigios que el Monasterio mantuvo con el Cabildo respecto a posiciones y

alineaciones, tratando de preservar este último la presencia descollante de la fachada de la Plaza de la Inmaculada,

alejando en lo posible la prominente fachada del Monasterio.

Monasterio de San Martín Pinario.

Es sin duda la “gran fábrica” de renacimiento en Galicia, marcando el fin del plateresco, cuyo último y

extraordinario episodio había sido la Basílica de Sta. María la Mayor de Pontevedra. Sintomáticamente, fue Mateo López,

arquitecto responsable de esta última quien asumió el cargo de tracista del Monasterio.

Ocupa una extensa manzana, de forma aproximadamente rectangular extendida de sur a norte. En su parte sur se

sitúa el Monasterio, estructurado por dos claustros, de distinta importancia arquitectónica. En torno a ellos se disponen las

características de esa tipología, con corredores a patios y fachada hacia el exterior. A esta gran estructura claustral se

adosa la iglesia, con diversas dependencias y salas complementarias. Ocupando el resto de la extensa manzana hacia

el norte se sitúan las huertas, envueltas por otras alas con fachadas al exterior y cerrada en su extremo por tapias.

El claustro mayor, conocido como el “de Procesiones”, fue iniciado en 1636 por Fernández Lechuga, continuado

por Peña de Toro y concluido por Casas Novoa en 1743, constituyendo por tanto un excelente ejemplo de la evolución del

barroco compostelano.

La iglesia fue trazada por Mateo López, con lenguaje renacentista, con bóveda de medio cañón y capillas laterales.

El crucero se cubre con una cúpula semiesférica de notables dimensiones. Se adosa al templo la capilla del Sagrario, de

Casas y Novoa, autor asimismo de los extraordinarios retablos.

Las fachadas a los espacios públicos responden solo en parte al canon de la tipología, por su gran énfasis

compositivo y despliegue escénico, que se enlaza con las imágenes de las grandes arquitecturas palaciegas, en respuesta

a las pretensiones de “alta presencia” del poder y la riqueza de la Orden.

5.5.4.3. Los conventos de clausura.

Su caracterización como “ciudadelas”, con tres componentes fundamentales: templo, claustro, huertas

La conformación de los conventos de clausura obedece a un esquema que divide el “mundo exterior” y el “interior”.

Hacia el exterior se muestran como “ciudadelas”, protegidas por escuetas fachadas, con ordenadas y sobrias disposiciones

de huecos – salvo las puntuaciones de las portadas de sus iglesias y accesos-y por elevados y ciegos muros o tapias. Hacia

el interior, aparece otro “mundo” muy distinto, focalizado por dos espacios libres de distinto tipo, el claustro y la huerta,

organizados según las reglas de cada Orden. El claustro, como es bien conocido, se encuentra en gran medida codificado,

en cuanto a su posición, formas y funciones. Generalmente se adosa a uno de los muros de la iglesia. Los dispositivos

claustrales poseen una notable complejidad, mucho más sutil en sus diferenciaciones de lo que se deduciría de una lectura

rápida de su aparente regularidad geométrica y de su estructuración con los corredores perimetrales: en efecto, los

corredores enlazan aulas o dependencias diversas “dotándolas de una superior unidad, de manera que el organismo en

su conjunto tiende a la introversión y todas sus partes recrean la intimidad de ese núcleo íntimo en el que el edificio se

contempla y mide el pulso de su vida cotidiana” (C.Martí)

Pero el claustro, aunque sea un espacio restringido, “clausurado”, forma también parte del paisaje de la ciudad

(aspecto que desarrollaremos en el capítulo sobre este tema), por su estructuración con “códigos urbanos” (soportales y

corredores con fachadas retranqueadas hacia el patio, y fachadas al exterior, aunque subvirtiendo su importancia y

riqueza arquitectónica y ornamental: tratamientos escuetos y rigurosos hacia los espacios públicos exteriores, salvo las

puntuaciones representativas de las portadas, y, en cambio, estudiadas y detalladas conformaciones arquitectónicas al

interior, siempre con acompañamientos de elementos ornamentales o escultóricos. Esa caracterización “urbana” de los

claustros se extendió también a sus usos (salvo, lógicamente, en los conventos de clausura) actuando como lugares de

encuentro social, de rituales y festividades…

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Claustro del convento de San Domingos de Bonaval.

Algunos ejemplos de conventos de clausura:

Monasterio de San Paio de Antealtares

Su fundación se remonta, como señalamos, al IX, por la Orden Benedictina. Los monjes lo abandonaron en el XIV y

pasó a ser ocupado por monjas de la misma orden, procedentes de la alta nobleza. Fue el Monasterio más importante de

Galicia, al gozar del apoyo de la Corona y de grandes rentas y propiedades. Su conformación actual es fruto de la

reedificación efectuada en el XVII, separándose de la cabecera de la Catedral para conformar la Plaza de la Quintana.

La fachada a Platerías constituye una de las escenas arquitectónicas más importantes en la imagen del núcleo

monumental, como se ha descrito en los capítulos relativos a la historia y al paisaje de la ciudad. La iglesia tiene gran valor

interior, con cinco magníficos retablos y dos coros, alto y bajo. Hoy alberga, además de los espacios de clausura, varios

espacios de uso público, como hospedería, residencia femenina y museo de arte sacro.

Monasterio de San Paio de Antealtares.

Convento de Nuestra Sra. de la Merced

Construido en el XVII por la Orden de las Madres Mercedarias, fueran del recinto amurallado, frente a la Puerta de

Mazarelos. La fachada, como en todos los complejos conventuales, es de gran sobriedad, pero la portada se dota de una

composición más rica y de mayor ornamentación, enmarcándose en las vistas desde la Puerta, un ejemplo más de la

atención de los arquitectos compostelanos hacia los efectos escenográficos y relaciones contextuales. La iglesia es de una

sola nave.

Convento de Nuestra Señora de la Merced.

Convento de Santa María de Belvís

Fundado en el XIV, fue el primer convento femenino de Galicia. Se sitúa en un privilegiado emplazamiento, en las

cotas altas de la cornisa de promontorios que marca las áreas de levante. El acceso desde el casco se realiza desde una

empinada calle-escalinata, Das Trompas. Su actual conformación procede del XVII. Como rasgo particular, cabe destacar

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que incluye dos templos, la iglesia conventual y una pequeña capilla sagrario, dedicada a la Virgen del Portal, que ha

tenido y tiene aún una importante incidencia en las costumbres populares de la ciudad. La iglesia conventual, obra de

Casas y Novoa, posee relevantes valores arquitectónicos.

Convento de Santa María de Belvís.

Convento de Santa Clara

Su origen se remonta al XIII, aunque su actual conformación se debe a su reedificación en el XVII, con trazas de

Pedro Arén. Los lienzos murarios que recubren el convento son, como en todos los casos, de extrema sobriedad. Pero

destacando sobre ellos se insertó en el XVIII una “fachada telón”, obra de Simón Rodríguez, que constituye uno de los

ejemplos más valiosos del barroco compostelano, con su imaginativo, desenvuelto e innovador empleo de dispositivos

codificados por ese lenguaje, llevados en algunos puntos, como en los remates superiores, a imágenes de extrema

radicalidad esencialista. Al fondo de esa fachada se sitúa un recoleto jardín, al que se abre la modesta fachada originaria

que da acceso al templo.

Convento de Santa Clara.

Convento de Carme de Arriba

El convento, de la Orden de las Carmelitas Descalzas, fue implantado en Santiago en el XVIII por iniciativa de la

escritora mística gallega María Antonia de Jesús. Su fachada principal se compone con el lenguaje designado como

“carmelitano”, con riguroso orden y sencillez. Su iglesia tiene planta de cruz latina.

Convento de Carme de Arriba.

5.5.5. Templos y capillas.

Aparte de las iglesias de los Conventos y Monasterios se inscriben en el recinto y en los arrabales numerosos templos.

Muchas tienen sus orígenes en el XII, siendo fundadas en la larga etapa del arzobispo Xelmírez, si bien son escasos los restos

originarios, al haber sido reconstruidas en los siglos XVII y XVIII.

Las situadas dentro del recinto se localizan sobre todo en su área oriental -San Bieito, Las Animas, San Fiz, Sta. María

do Camiño- salvo la de Santa María Salomé, enclavada en la rúa Nova. En el exterior, casi en contacto con el límite

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occidental del recinto, se sitúan las de San Fructuoso y de la Virgen del Pilar. En los arrabales que se extienden hacia el

sureste se localizan las de San Pedro y N. Sra de las Angustias. Al sur, la iglesia colegiata de Sta. María del Sar. Al oeste,

enclavada en el actual parque de la Alameda, destaca la de Sta. Susana.

Sus plantas, en sus delimitaciones exteriores, son casi siempre rectangulares, con dimensiones diversas, pero siempre

moderadas, en consonancia con los tejidos en que se sitúan: unos 33x22m la de San Fiz, 30x9m la de S.Bieito, 26x17m la de

S.Fructuoso…

Los tipos responden a esas condiciones dimensionales y a los diversos recursos compositivos de las épocas de su

construcción (como hemos dicho, en su mayoría los siglos XVII y XVIII).

La iglesia de Sta. María Salomé se sitúa en el extremo de la manzana formada por las rúas Nova y Orfas y Salomé.

Procede del XII, integrando estructuras góticas –con bóvedas de crucería- y barrocas, y torre barroca. Su fachada a rúa

Nova se inscribe por ello en la escena edificada de esa calle.

La de San Pedro, procedente también de XII pero reconstruida en el XVIII en lenguaje neoclasicista, se abre a la

plaza del mismo nombre, disfrutando por ello de una importante presencia urbana.

Sta.María do Camiño posee una planta estrecha y alargada, organizándose por ello en una sola nave. Se enclava

en el tejido de la manzana, disponiendo la fachada hacia una pequeña plazuela que ”ensancha” la rúa Travesa. Es

también de origen románico, pero reconstruida en lenguaje neoclasicista a finales del XVIII (Ferro Caveiro).

La iglesia de Las Animas se adosa prácticamente en su lado oeste a la alargada manzana formada estructurada

por la rúa Algalía de Abaixo. Su fachada se abre a una plaza de forma trapezoidal, generada por un ensanchamiento de

la rúa das Animas. Su organización interior es la propia de las iglesias-salón.

San Fructuoso fue construida en el XVIII por Ferro Caveiro. Remata la alargada franja edicada de la rúa das Hortas,

disponiendo la fachada hacia una pequeña plaza hacia la trasera del Palacio Rajoy. Sus pequeñas dimensiones se

compensan con una compleja y ornamentada fachada, con importantes elementos escultóricos, y con una prominente

cúpula que acentúa su presencia urbana.

Nuestra Sra. de las Angustias se sitúa en la rúa do Campo da Angustia. Se construyó en el XVIII en estilo neoclasicista.

Las iglesias del Pilar y de Santa Susana se localizan en el área de Parque de la Alameda. La primera es de planta

exenta, en cruz latina, de lenguaje barroco; su posición tuvo importancia determinante en la formación del parque en el

XIX. La segunda, situada en la cima del peñasco de la antigua carballeira, constituye uno de los focos de referencia del

parque. Procede XII, incorporando después elementos góticos, si bien su configuración actual data del XVII-XVIII.

5.5.6. Casonas y palacios.

5.5.6.1. Los pazos y casas señoriales hasta el XVII.

En concordancia con el sistema económico del Antiguo Régimen, con su especial acentuación de elementos

feudales en Galicia (grandes propiedades rurales, foros) se asentaron en Santiago numerosas casas nobiliarias… pero con

incidencia no determinante en la estructura urbana, sin llegar a adquirir grandes presencias arquitectónicas –salvo casos

excepcionales- y sin llegar a conformar con esos rasgos unos ámbitos concretos (como sucedió en otros centros históricos

caracterizados por la predominante presencia de esas arquitecturas, como Cáceres, Ávila o Segovia). Esta relativamente

escasa incidencia de casonas y palacios nobiliario, tanto de la alta como de la baja nobleza, probablemente debe

relacionarse con varios factores: las características del territorio y de los sistemas de propiedad y usos del suelo en Galicia,

que favorecían los asentamientos de esas capas nobiliarias en los entornos de los que eran propietarios; y el interés de la

alta nobleza por disponer de casas representativas en la capital madrileña, en contacto con las esferas superiores del

poder.

Los emplazamientos nobiliarios se caracterizaban, hasta el XVI, por sus disposiciones como casas torre, con unos

esquemas que buscaban sobre todo el aislamiento respecto a la vida urbana popular, la protección frente a insurgencias

o querellas bélicas y la constitución como “piezas aisladas”, a modo de pequeñas ciudadelas, dedicando menor a

finalidades de representatividad o de ostentación “hacia el exterior”. Si observamos los planos, bien documentados, del

antiguo Palacio de Altamira, uno de los más importantes de la ciudad, se refrendarán estas hipótesis.

Pazo de Altamira, en la actualidad

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5.5.6.2. Renovaciones y nuevas implantaciones desde el XVII.

Pero en el XVII, en el nuevo clima cultural de esa etapa, en unos marcos económicos favorables y también como

“acompañamiento” al vasto despliegue de intervenciones eclesiásticas dirigidas a la creación de nuevas estructuras y

escenas arquitectónicas, fue desarrollándose un proceso de renovación de las antiguas casonas adoptando soluciones

muy diferentes a las anteriores, aunque en algunos casos manteniendo algunos elementos.

Los emplazamientos de esos pazos y casonas son, como hemos señalado, muy diversos: algunos en los ejes

principales de las rúas del Villar y Nova (pazos de Baamonde Casa del Deán (que podemos asimilar a esa categoría

tipológica), otros en plazas de cierta relevancia, como Toural (Pazo Bendaña), en la vecindad de San Paio (Pazo Feixó) o

en el sector noreste del recinto (Pazos de Amarante, Altamira, Fondevila).

Rasgo común a todos esos edificios es su inserción en la estructura urbana, inscribiéndose en los tejidos parcelarios,

disponiendo lógicamente de parcelas de dimensiones más amplias que las del caserío menor, pero sin llegar a constituir

construcciones “aisladas”, descollantes en la trama por su autonomía arquitectónica y urbana. Por esa inserción en la

apretada trama urbana, pocos palacios pudieron disponer de jardines y espacios libres de dimensiones significativas para

el ocio de las residentes o para disposición de dependencias de servicio (Pazos de Altamira y Amarante, en pequeñas

escalas Feixó o la Casa del Deán). La mayoría se conformaron de modo “compacto”, pudiendo hacer escaso recurso de

los esquemas que en otras ciudades eran característicos de esas tipologías, con disposiciones de patios principales y de

servicio.

Pazo de Bendaña.

Las superficies de sus plantas edificadas oscilan entre unos 400 m2 (Feixó) y unos 800m2 (Amarante), por tanto,

con un cómputo muy estimativo, entre unas superficies construidas entre 1200m2 y 2400 m2 aproximadamente (ver fichas

catastro. y poner dimensiones exactas

Estructurándose por lo general en tres plantas, las dimensiones de esas casonas y palacios permitían albergar

amplios programas funcionales, con unos esquemas interiores en los que adquirían una importancia primordial los zaguanes

y las escaleras principales. Las plantas bajas alojaban usualmente dependencias de servicio (cocinas, almacenes y

despensas, guardas, carruajes y caballerizas…). La planta primera, o “piso noble” acogía salones y comedores, estancias

y dormitorios… Y en la tercera solían enmarcarse, apretadamente, los dormitorios del numeroso personal de servicio.

En ese proceso de renovación la composición de las fachadas principales rompió por completo con los adustos

esquemas anteriores, de raíces medievales, para enfatizar su representatividad social y económica con ricas soluciones

arquitectónicas y al mismo tiempo para establecer nuevas presencias hacia el exterior, con numerosos y amplios huecos

rasgados hasta nivel de piso, en muchas ocasiones con balcones volados o dispuestos en balconadas.

En la composición de las fachadas se recurre casi siempre a la disposición central de una portada elaborada

arquitectónica y ornamentalmente, con un sistema de pilastras o medias columnas que alcanzan toda la altura de la

fachada, que enmarcan la puerta –en general de grandes dimensiones, sobre la que se dispone frecuentemente un

balcón representativo, rematando el sistema con un frontis. A uno y otro lado de ese elemento central la fachada se

organiza con una ordenada disposición de huecos. Las plantas bajas suelen tratarse como una especie de podio, a veces

rusticado, con huecos de ventanas evidenciando a la vez cierto alejamiento de la vida cotidiana, su caracterización como

espacios de servicio y una voluntad de magnificar las plantas superiores “principales”. Las plantas superiores se estructuran

casi siempre con dispositivos que acentúan la retícula ordenadora, con fajas horizontales y verticales, estas últimas a veces

lisas otras veces almoadilladas. Las cornisas de remate son de vuelo moderado. Las carpinterías de ventanas y balcones

emplean muchas veces dobles sistemas, con acristalamientos enrasados a plano de fachada y carpinterías a cara interior.

En la organización de la fachada adquieren un papel importante, como cabe suponer, escudos y otros elementos

heráldicos, significando la entidad de la familia nobiliaria.

Probablemente los edificios de mayor valor de estas tipologías sean los del Palacio de Amarante o de Camarasa,

del Marqués de Santa Cruz, J.A.de Somoza y Osorio y de R.M. de la Maza, que presentan distintas variantes de esos

estilemas. Nos remitimos a los documentados análisis sobre estos y otros edificios nobiliarios santiagueses en los trabajos de

J.Carro, J.S. Crespo del Pozo, A.A. Rosende y otros investigadores.

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Palacio de Amarante.

5.5.7. Las estructuras universitarias.

El Plan Especial debe considerar, con atención relevante, su constitución como ciudad universitaria de gran

profundidad histórica, cuyo primer Estudio se fundó en 1495.

Por ello es imprescindible situar en contextos más amplios el nacimiento y la evolución de las estructuras universitarias

de la ciudad, sobre todo en las distintas etapas en que se insertan en el casco antiguo.

5.5.7.1. Los antecedentes y el contexto en que surge la Universidad de Santiago: finalidades,

estructuras, contenidos de las universidades desde el X al XIV.

Las Universidades, en la compleja evolución que conduce a la época moderna, con sucesivas ampliaciones y

transformaciones de sus campos, surgieron en Europa a entre finales del X y principios del XI, como comunidades gremiales

del saber, que congregaban maestros y discípulos, circunscritas a unas pocas disciplinas: el Arte y la Filosofía, la Medicina,

el Derecho canónico y civil, la Teología…

Entre el X y el XIII se crearon en los países cercanos numerosas universidades: Bolonia, Modena, Padua, Napoles,

Perugia y otras en Italia; Coimbra en Portugal; Paris, Tolosa y otras en Francia; Oxford y Cambridge en Inglaterra…

En España las primeras universidades se fundaron a comienzos del XIII (Palencia) desarrollándose otras en la segunda

mitad del siglo (Salamanca, Valladolid, Murcia, Lérida). Desde mediados del XV, en el nuevo clima renacentista, surgieron

muchas más: Barcelona (1450), Alcalá de Henares (1499), Santiago de Compostela (1504), Sevilla (1505), Zaragoza (1542);

Oviedo (1574)…

(Sería improcedente, y además imprudente, acometer en este trabajo, una exposición con cierto detalle de los

orígenes y evolución histórica de las universidades en sus relaciones con las ciudades antiguas europeas. Nos remitimos, en

este aspecto, a la abundante bibliografía existente y en especial al amplio estudio dirigido por W.Rüegg y H. de Ridder en

los 90, que integra análisis diferenciados sobre los temas (W.Rüegg); los esquemas (J.Verger), con las relaciones entre la

comunidad escolástica, la pedagogía, los colegios, etc.; las estructuras (P.Nardi), en cuanto a las relaciones con la

autoridad eclesiástica y la secular, marcada por el predominio de la primera en sus orígenes, hasta cierta incidencia de la

segunda desde el XIV; la administración y los recursos económicos (A.Gleysztor); la organización y composición del

profesorado, en cuanto a las carreras, competencias, retribuciones, inserción en la sociedad, imagen (J.Verger); los

estudiantes, en lo que respecta a procedencia, reglas, frecuentación, titulaciones, así como la vida estudiantil, en relación

al alojamiento, costumbres, asociaciones, costes (R:C.Schwings); el sistema de carreras de las distintas graduaciones

(P.Moraw); la movilidad y relaciones con las implantaciones (naciones, colegios, fraternidades, internacionalismo y

regionalismo (H.Ridder); etc.

5.5.7.2. Las organizaciones urbanas y arquitectónicas.

En algunas ciudades las implantaciones universitarias tuvieron un papel de gran incidencia en la estructuración de

la ciudad, como en Alcalá de Henares, en la que la existencia dentro del extenso recinto murado de numerosos espacios

libres ofreció la ocasión de un trazado general –impulsado por Cisneros- dedicando a colegios y otros espacios universitarios

dieciocho manzanas. También en Salamanca la incesante actividad constructora de la universidad, desde el XVI al XVIII,

se basó en esquemas estructurantes de los tejidos preexistentes, con unas intenciones “pedagógicas” de orden y

regularidad.

Los tipos edificatorios de los colegios universitarios, hasta el XIX, se basaron casi siempre en esquemas claustrales,

aprovechando las amplias posibilidades de agregaciones de piezas sobre las estructuras centrales de los patios, a veces

dentro de proyectos unitarios, en otras ocasiones con sucesivas adiciones.

La Universidad de Santiago

Sus orígenes se sitúan en 1495, como Estudio de Gramática, alojado en dependencias del monasterio de S.Paio de

Antealtares. Pocos años después, en 1504, por Bula ponitificia, el Estudio se situó bajo la tutela del Deán catedralicio,

permitiendo además la creación de Cátedras de Derecho canónico y de Artes.

Las iniciativas poco posteriores del Arzobispo Alonso III de Fonseca y Ulloa, personalidad de alta cultura, mecenas

e impregnado de los ideales renacentistas, significaron la consolidación de la institución. En 1522 se creó el Colegio

compostelano para Estudios de Teología, Gramática y Arte, situándose en lo que había sido Hospital de Santiago Alfeo, en

la calle Azabachería, edificio derribado más tarde. El Arzobispo previó en su testamento la construcción de un nuevo

colegio más apropiado, lo que se realizó entre 1532 y 1544: el hoy denominado Colegio Fonseca, que fue epicentro de la

vida universitaria de la ciudad hasta el XVIII. En 1555, ante la relativa incertidumbre de la organización de la universidad, se

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aprobaron unas constituciones o estatutos que la situaban bajo el Patronato Real. A finales del XVI se crearon los Colegios

de San Patricio y de San Clemente y a finales del XVII el Colegio de San Xerome. A los estudios originarios se añadieron los

de Derecho y Medicina.

En el XVIII, Carlos III, tras la expulsión de los Jesuitas cedió a la Universidad los terrenos y edificios que ocupaba la

Orden, que pasan a constituir el foco principal de la enseñanza en Santiago, incorporando Estudios de Física y de Química.

Todos los edificios de la Universidad histórica poseían estructuras claustrales.

Colegio de San Xerome.

Se sitúa con fachada a la Plaza del Obradoiro. Se construyó a mediados del XVI, Posee una planta cuadrada, en

la que se enclava el claustro porticado central. Tiene dos pisos de altura. Su composición y trazas exteriores se inscriben en

los lenguajes renacentistas, La fachada hacia la plaza se organiza situando en posición central un antiguo pórtico

medieval, de transición del románico al gótico. A uno y otro lado, con estricta simetría se disponen dos filas de huecos, los

de planta inferior amplios y ornamentados, los de la planta superior organizados con ventanas y puertas de mayor sencillez,

enlazados por una balconada, con clara intención de diálogo, aunque a escala menor, con la gran fachada del Hospital

que forma el lado opuesto de la plaza.

Su claustro se estructura con soportal en planta baja, formado por esbeltas columnas y arcos de medio punto. El

piso superior con arcos rebajados.

Desapareció como Colegio Universitario en 1840. Fue durante una buena parte del XX Escuela de Magisterio. Desde

los 80 del XX acoge el Rectorado.

Colegio de San Xerome.

Colegio de Fonseca

Creado por Alonso de Fonseca, sobre un solar de su propiedad, a mediados del XVI. Se sitúa en la calle del Franco.

Agrupa distintas edificaciones: el colegio, de tipología claustral, con planta cuadrada y fachada principal al Franco. Se

adosa a este cuerpo principal otro de planta trapezoidal, cuya fachada gira respecto a la alineación de éste, para

adaptarse al trazado de la calle. En la parte trasera del edificio claustral se adosa otro cuerpo longitudinal, que delimita,

junto a la fachada posterior del colegio un espacio verde.

El edificio principal tiene dos plantas. Su traza es renacentista. La fachada al Franco se organiza con el esquema

usual del tipo, con una portada situada en la parte central, con composición característica de los lenguajes renacentistas,

con dos pisos estructurados a ambos lados por columnas pareadas, puerta central con arco de medio punto y balcón en

segundo piso, con frontis triangular, entablamentos y cornisa, ornamentada con pináculos y un original elemento central.

Los lienzos a uno y otro lado de la portada tienen una composición ordenada, pero escueta, con grandes ventanas

rematadas en arcos de medio punto en planta baja y ventanas rectangulares de menores dimensiones en la superior.

En el cuerpo principal hacia la calle se sitúa a un lado la capilla, de traza gótica, y hacia el otro un salón con techo

artesonado. El lado derecho emerge una torre de planta cuadrada, de severa pero cuidada factura. El patio, obra de Gil

de Hontañón, se estructura con un porticado o soportal en planta baja, formado por esbeltas columnas y arcos rebajados.

El piso superior se conforma como galería, también con arcos rebajados. Una profusa crestería remata las fachadas del

claustro.

En la actualidad acoge la Biblioteca General de la Universidad.

Colegio de Fonseca.

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5.5.7.3. Las edificaciones universitarias de finales del XIX y las primeras décadas del XX.

El acrecentamiento de las funciones universitarias a finales del IX y primeras décadas del XX.

En el Capítulo sobre Conformación y Evolución Histórica hemos expuesto algunos aspectos de la estrategia de

acrecentamiento de las funciones universitarias impulsada por diferentes instituciones (Ayuntamiento, Diputación),

sociedades culturales, personalidades influyentes de los distintos sectores, grupos políticos orientados por la modernización

de la vida y de la economía de Galicia. Así, se crearon nuevas facultades y escuelas a finales del XIX y primeras décadas

del XX, se estableció la Residencia de Estudiantes inspirada en el modelo madrileño de la ILE. Sin embargo esas iniciativas

tuvieron un escaso peso efectivo, como muestran, entre otros estudios, los muy documentados desarrollados por L. Varela.

En efecto, el alumnado fue reduciendo su cuantía, desde unos 1.500 alumnos en 1900 a 1.000 en 1920, comenzando sólo

un crecimiento en los años posteriores, hasta alcanzar unos 2.000 en 1035.

Reseñamos en los siguientes apartados las características arquitectónicas de las tres actuaciones más importantes

realizadas en ese período: la Facultad de Medicina y Hospital Clínico, la Escuela de Veterinaria y la Residencia de

Estudiantes.

La Facultad de Medicina y Hospital Clínico

Surgieron a finales del XVIII ideas de ampliación del antiguo Hospital, que dieron lugar a interesantes propuestas de

Ferro Caveiro. Casi siglo y medio más tarde, en 1899, se reemprenderían, ante el deterioro de las estructuras del antiguo

Hospital, en sus pabellones de enfermos y sus dependencias funcionales, y la inadecuación de las aulas instaladas en el

Colegio Fonseca.

El Gobierno decide en 1909 –coincidiendo con la exitosa Exposición Regional- acometer la realización de una nueva

Facultad y Hospital Clínico, que, con criterios de lógica aditiva, se situaba en los terrenos libres del antiguo hospital. Fue

responsable del proyecto uno de los más significativos arquitectos españoles de la época, Fernando Arbós. El proyecto se

caracterizaba por la confluencia de criterios que podríamos calificar como protomodernos, en su organización en planta

y volumen, junto a la aplicación de conformaciones exteriores dominadas por el eclecticismo.

La planta se organiza con un sistema compositivo relacionado con la estructura histórica del Hospital: un eje

distribuidor prolonga el eje sur-norte del Hospital. Sobre ese eje se disponen en “peine” dos alargadas naves ortogonales al

mismo, con patios abiertos hacia los límites exteriores del solar. De la última nave arranca un sistema “en abanico”, con

tres cuerpos de características diferentes: el primero, alargado, que forma la fachada hacia la rúa de San Francisco, el

segundo, de planta rectangular, en la finalización del eje-corredor central, y el tercero hacia poniente. El cuerpo principal

se compone a su vez de modo complejo, con un elemento central que forma el vestíbulo y avanza hacia el espacio interior,

y un pequeño cuerpo de remate hacia el norte. El documentado análisis de J.R. Soraluce sobre el edificio subraya el valor

y la originalidad de ese despliegue de la edificación, que distribuía eficazmente las distintas funciones (vestíbulo principal

y espacios administrativos, aulas de distintas dimensiones) asegurando la completa iluminación exterior y las relaciones con

los espacios libres interiores, como los patios y el jardín. La fachada principal se organiza, como señalamos, con un lenguaje

eclecticista, con una composición focalizada por una portada central, con órdenes de columnas y remate con un frontón.

Las obras sólo se acabaron en 1926, diez años después del fallecimiento de Arbós. Posteriormente, el

acrecentamiento de las necesidades hace que la Diputación acometa la construcción de un Hospital Clínico

especializado, en la rúa de Galeras, cuyas obras se concluirían en 1953.

La Escuela de Veterinaria

La creación de la Escuela fue aprobada por el Estado en 1893, con la idea de su contribución a la modernización

de la economía del campo gallego, enmarcándose en un programa extraordinariamente ambicioso. Las tareas de su

localización se asignaron a una Comisión Técnica, que tuvo en cuenta tanto criterios higienistas (preferencia por áreas

elevadas y con buenas condiciones en cuanto a vientos, soleamiento, etc.) como consideraciones urbanísticas (incidencia

en la planificación del Ensanche entonces en debate). El emplazamiento, acertadamente elegido, se situó en la rúa del

Hórreo, en la carretera a Orense.

En 1902 se aprobó el proyecto, redactado por A. Bermejo, situado sobre una extensa parcela rectangular, en cuyo

frente a la calle se situaba el edificio didáctico, con una planta claustral, en la que se situaban en el eje de simetría los

pabellones de funciones generales, disponiéndose hacia el fondo de la parcela una serie de cuerpos de establos y

dependencias organizadas en retícula, posibilitando sistemas aditivos o de modificación de usos.

Tan ambiciosa iniciativa fue sin embargo un fracaso docente, abriéndose sólo con 30 alumnos. Por ello, fue

suprimida por el Gobierno central, pasando a ser cuartel militar en 1925. En los 80 de XX la construcción fue reconvertida

en sede del Parlamento de Galicia, con un interesante proyecto de rehabilitación de A. Reboredo.

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La Residencia de Estudiantes

Su creación se inspiró en el modelo de la Residencia madrileña de la ILE, como estructura que aglutinase

conocimiento, estancia, ocio, incidencia en la vida cultural de la ciudad… La iniciativa fue aprobada por el Gobierno

central en 1924-26, creándose su Patronato universitario en 1927.Para su emplazamiento se eligió el área del Agro de

Mendo, en la prolongación del parque de la Alameda y enlazado al espacio antes utilizado por la Exposición Regional de

1909.

Su anteproyecto urbanístico fue redactado por C. Canderia, que toma como referencia las experiencias más

innovadoras en Europa y EEUU, con atención focal a los esquemas de López Otero en la Ciudad Universitaria de Madrid.

Las construcciones serían proyectadas por J. de la Fuente. En 1928 se inició simbólicamente la obra, que sólo fue concluida

después de la guerra.

El proyecto del conjunto se organiza sobre una malla ortogonal, con un eje de simetría longitudinal, de trazado

perpendicular al paseo de las Letras Gallegas del Parque de la Alameda. Responde a criterios compositivos de raíces

clasicistas, así como a las pautas de los complejos universitarios basados en la disposición de pabellones aislados entre

jardines y plazas. Los espacios libres se sistematizan en la composición, partiendo de un amplio jardín de planta rectangular,

que ocupa toda la anchura de la parcela, con caminos diagonales que forman, en su encuentro con el eje, una “plaza-

rotonda”. Se sitúa después otra franja, a modo de bulevar, disponiéndose a uno y otro lado sendos jardines. Finalmente se

sitúa el conjunto de las edificaciones, con un cuerpo principal ortogonal al eje, formando el fondo de perspectiva del

sistema, y cuatro pabellones menores, dando todos a una plaza central ajardinada. El lenguaje arquitectónico es

eclecticista, de base academicista.

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5.5.8. Las edificaciones asistenciales y hospitalarias.

El Hospitalillo de San Roque

Se construyó en el XVI, para acoger enfermos afectados por las epidemias de peste: de ahí su advocación a San

Roque. Se situó fuera del recinto, por obvios motivos sanitarios, en el encuentro de las rúas de Rodas y de San Roque. Fue

transformado en parte en el XVIII.

Se compone de un edificio claustral, de planta rectangular, de dos pisos, al que se adosa una pequeña iglesia de

una nave, con una disposición esviada y en esconce respecto a la fachada del edificio hospitalario.

El edificio hospitalario mantiene la portada renacentista, sobria pero de correcta factura. La iglesia posee una

fachada de extrema sobriedad, con una puerta enmarcada en un sistema de columnas y arco de medio punto, con un

edículo que aloja la imagen del santo y una ventana superior, en el mismo eje vertical, sobre el que se organiza una

espadaña. El patio se compone de un porticado de columnas que sustentan arcos de medio punto, resolviéndose la

fachada superior con un sencillo muro con ventanas que siguen la modulación.

La iglesia, de lenguaje barroco en su interior, alberga los más importantes retablos de Simón Rodríguez, una de las

figuras señeras del barroco compostelano.

Antiguo hospital de San Roque.

El Hospital de los Reyes Católicos

Constituye una de las arquitecturas de mayor importancia de Santiago y de incidencia esencial en la escena

urbana. Fue construido por voluntad de los Reyes Católicos, que decidieron también emplazarlo en la inmediatez de la

catedral, lo que implicaba el derribo de un arrabal emplazado en ese lugar. Con este edificio se despliega el lenguaje

renacentista en la ciudad, en fuerte contraposición con las escenas edificadas medievales, tanto de arquitecturas cultas

como populares.

Se Inicia en los primeros años del XVI, con proyecto de Antonio y Enrique de Egas, con una tipología que muestra la

atención a la más avanzada cultura hospitalaria de la época. Ese proyecto inicial se componía con una planta rectangular

de estricta geometría ortogonal, con una voluntad de ordenación modular, que se correspondía con criterios de medida

composición geométrica de los volúmenes y caras exteriores. Aplicando con nuevo rigor los esquemas tipológicos

claustrales, se enclavan en ese “sólido capaz” se inscribían dos patios, envueltos hacia el exterior por cuerpos longitudinales

de distintos fondos, según las funciones asignadas (el cuerpo principal, hacia la plaza, se constituye con dos crujías murarias

longitudinales, y los tres restantes con una). Entre uno y otro patio, en el eje de simetría se sitúa otro cuerpo de espesor

idéntica a los laterales. Los cuerpos de salas destinadas a alojar a los enfermos se disponen en T (cuerpo transversal central

y cuerpo posterior), enlazándose en una capilla, cuya cabecera sobresalía respecto a ese cuerpo posterior).

Posteriormente, en el XVIII, el edificio fue reformado y ampliado, con dos nuevos cuerpos claustrales, siguiendo la

malla geométrica. La capilla pasó así a constituir el centro de un sistema en “cruz”.

Antiguo hospital de los Reyes Católicos. Año 1866.

A comienzos del XX, en 1910, ante el fuerte deterioro y la evidencia de la deficiente adecuación del edificio para

las nuevas técnicas sanitarias, se suprimió ese uso y se amplió con un nuevo edificio, ocupando las antiguas huertas y

expropiando algunas áreas. El nuevo edificio, destinado a Hospital Clínico y Facultad de Medicina, fue proyectado por F.

Arbos con modificaciones de su proyecto en el curso de su construcción, prolongada hasta 1926. El proyecto de Arbós se

basaba en la disposición de un sistema articulado de cuerpos lineales, que comenzaba con un “peine” con patios abiertos

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hacia un jardín, cerrado hacia la calle de San Francisco, y continuaba en un prolongado cuerpo de mayor fondo, del que

sobresalía un volumen en posición central. Este proyecto fue ampliado con otros cuerpos hacia el oeste, definiendo el

volumen actual. Todo este proceso, en sus complejas y sucesivas implicaciones urbanas y arquitectónicas, ha sido

estudiado en detalle en la publicación de P. Costa La ciudad heredada.

El edificio del antiguo Hospital fue restaurado y rehabilitado en 1999 para convertirlo en Parador Nacional de

Turismo.

Actual Parador Nacional de Turismo Reyes Católicos.

5.5.9. Edificios civiles de usos culturales, de encuentro social y de recreo.

Incluimos en este grupo los edificios con caracterizaciones tipológico-funcionales destinadas a actividades

culturales, de encuentro y reunión social, de ocio y de recreo. Todos ellos proceden del XIX (sobre todo de segunda mitad)

y principios del XX, enmarcándose en el contexto social y económico de esos períodos, con el creciente ascenso de la

burguesía, y con los esbozos de búsquedas de espacios sociales por parte de las capas obreras y populares…pero, debe

resaltarse, con unos resultados sorprendentes, por su pujanza, dentro de las escasas dimensiones de la vida de Santiago en

esa época.

A mediados del XIX la ciudad tenía cerca de 23.000 habitantes, creciendo muy ligeramente en la segunda mitad

del siglo, hasta alcanzar algo más de 27.000 en 1920. El Diccionario de Pascual Madoz, y otros estudios sobre la época, nos

ofrecen algunas aproximaciones sobre la entidad de las distinta capas de la burguesía en esa etapa: los empresarios,

los profesionales liberales (abogados, médicos, notarios, arquitectos), los profesores universitarios (la ciudad contaba con

las facultades de Medicina, de Filosofía, de Derecho), los rentistas (en sus distintas fuentes de rentas, agrarias, inmobiliarias,

de títulos y acciones), los funcionarios públicos de estratos medios y altos… supondrían no poco más de un 5% de la

población. Sin embargo su incidencia en la vida civil, y su reflejo en actuaciones arquitectónicas, fue de gran relieve, en

su expresión en algunos tipos característicos de la época: teatros, casinos, sociedades privadas, cafés…

5.5.9.1. Teatros, casinos, sedes de círculos y asociaciones, cafés en Santiago.

Los teatros en la ciudad burguesa del XIX. Antecedentes en Santiago

El XIX sería en toda Europa, desde las grandes ciudades a las villas provincianas, el gran siglo del teatro. H.Capel

ofrece en este aspecto una interesante reseña de la difusión de esas estructuras en todo el territorio español, a lo largo del

siglo, entendidas por la burguesía “como la forma más elevada de entretenimiento ciudadano”. Como señalaba un

tratadista del XIX, Fornés y Correa, los teatros deberían constituirse “para desahogo y recreo del público, contribuyendo

además a enseñar la sana moral y corregir costumbres”. Así, se construyen en España el Teatro Real de Madrid en 1818, en

los años 20 y 30 los Teatros Principales de Vitoria, Almería, Valencia, La Coruña. En los 40 los de Santiago, Burgos, Pontevedra,

Lugo, Barcelona (Liceo), Alicante, Santa Cruz de Tenerife, Orense, Tuy. En la segunda mitad de siglo se acrecientan ese

procesos con la creación de otros teatros en grandes capitales, como Valencia, Barcelona o Madrid, así como de “teatros

principales” en pequeñas y medias capitales, como Cartagena, Gijón, Burgos, Lorca, Valladolid, Murcia, Bilbao, Oviedo,

Huelva, Almendralejo, etc. Interesa destacar, en esta reseña, la “precocidad” y “densidad” de las implantaciones teatrales

en Galicia…en contraste con la debilidad social y económica de las capas burguesas en la región: muchas incitaciones

se abrirían sobre las causas de esos tempranos y relevantes procesos, probablemente relacionadas con la vivaz cultura de

la región en esa época (como estudia entre otros A. Bonet Correa, en “Las ciudades gallegas en el siglo XIX”)

Numerosas crónicas, reseñas periodísticas y obras literarias nos ofrecen datos sobre las actividades del Teatro

Principal de Santiago desde su creación en 1840 hasta las primeras décadas del XX. Con anterioridad, diversos espacios,

construidos y abiertos, habían servido para exhibiciones de comediantes, volatines y saltimbanquis, realizados sobre

tablados y con escenas precarias, acompañando festividades o celebraciones. Desde la segunda mitad del XVIII

comenzaron a realizarse de modo efímero en interiores de inmuebles, como almacenes o bodegas, hasta que se dispuso

un recinto estable, la Casa de Comedias de Rúa Nueva, con una presencia arquitectónica específica –una fachada

asoportalada de cierta dignidad- y con una estructura endeble, pero eficaz en el contexto de la época, para sus

cometidos funcionales, en la disposición de taquillas, vestuarios, almacenes… (Nos remitimos a los trabajos y recopilaciones

de P.Pérez Costanti para el conocimiento de esa impregnación del “universo teatral” en la antigua vida de la villa).

En esas primeras décadas del XIX el Ayuntamiento mostró repetidas veces la intención de disponer un recinto de

mayor calidad…pero sin llegar a una conclusión operativa, por la falta de recursos económicos. En esos años la vieja Casa

de Comedias comenzó a registrar un deterioro creciente, por una parte debido a su precaria construcción, y, por otra

parte, por su inadecuación a las demandas del nuevo público burgués, que deseaba espacios de mayor dignidad y

capacidad de representación. El Ayuntamiento promovería finalmente un espacio escénico con esos objetivos

representativos, con la adquisición de unas fincas cercanas al decrépito edificio de comedias, construyendo en 1840 el

Teatro Principal. La obra literaria de Pérez Lujín ofrece seguramente las mejores indicaciones para el entendimiento de las

repercusiones que las actividades del Teatro, directas o en su irradiación indirecta, tuvieron en las costumbres de los distintos

estamentos y capas de la ciudad.

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Ateneos, casinos y otras sociedades recreativas, culturales o sociales en Santiago

También son característicos de la cultura urbana de la época los ateneos, los casinos artísticos y literarios, los círculos

artísticos, las sociedades recreativas y culturales…cuyas implantaciones y modelos arquitectónicos han sido objeto de

numerosos estudios monográficos.

A mediados del XIX existían en Santiago varias entidades con esos fines: La Sociedad Económica de Amigos del

País, que databa de la época ilustrada de Carlos III. La Academia Médica de Emulación. El Liceo de la Juventud y Sociedad

de Recreo, que se reunía en Rúa Nova. La Sociedad de Arte del Vestir, que proporcionaba instrucción y socorro mutuo

dirigido a las capas relacionadas con la confección de vestimenta. Diversas Sociedades de Socorros Mutuos (de artesanos,

de seguridad ante incendios, del clero)… Su incidencia social, mayor o menor, tuvo escasa repercusión en su presencia en

la edificación, alojándose casi siempre en edificios sin representatividad propia.

En cambio, la figura del Casino tendría incidencia relevante no sólo en la agregación “difusa” de la vida social, sino

también en sus contenidos arquitectónicos. Estas instituciones, características de la sociedad burguesa del XIX –en su

entremezclamiento con las capas representativas de la sociedad estamental en declive -han recibido notable atención

de la investigación arquitectónica, social y cultural. Sus antecedentes se remontan a los clubs ingleses del XVIII, de

naturaleza aristocrática o de “altos perfiles” culturales, en Londres, Edimburgo y otros grandes centros. Pero su difusión en

Francia, Italia, España y otros países, sobre todo en las medias y pequeñas ciudades y villas, tendrá características más

menos selectivas, actuando como lugares de encuentro de muy los dispares tejidos sociales de lo que se entendía como

“capas representativas”. La novelística del XIX y principios del XX, y también las obras más recientes que han tomado como

escenarios esas épocas ofrecen todo tipo de descripciones, incursiones e interpretaciones, naturalistas o burlescas,

agresivas desde posturas “modernas” o recubiertas de nostalgias, sobre esas “factorías de socialidad”… estructuradas en

su origen pero muchas veces contradictorias, enmarcadas en sus referentes ideológicos pero a veces atrabiliarias,

mortecinas en sus rutinas pero en ocasiones divertidas…

Alzado y planta del Teatro Royalty.

El Teatro Principal.

En Santiago la diversión y el ocio antes del XIX se inscribían en distintos lugares, unos abiertos, otros enmarcados en

edificios cluastrales, como el de la Catedral, el Colegio de Santiago Alfeo o el propio Hospital Real, que acogían

comediantes, funámbulos, volatines y saltimbanquis, que actuaban sobre improvisados tablados. A mediados del XVIII se

usaron esporádicamente para esas finalidades algunos espacios “cerrados”, como almacenes o bodegas, que poco

después dieron lugar a la Casa de Comedias de Rúa Nova. Era sin embargo ese alojamiento muy precario, y pronto se vio

sometido a un acentuado deterioro. El Ayuntamiento, que ya desde finales del XVIII había mostrado repetidamente interés

en la creación de un teatro estable, de propiedad y gestión municipal, vio la oportunidad de localizarlo en ese solar,

aunque se buscaron otros solares cercanos más convenientes, con no pocas y frustradas vicisitudes para su adquisición.

Finalmente, el Teatro se emplazó en el antiguo solar de la Casa de Comedias, con proyecto de F.Domínguez y

Domínguez y reelaboraciones de Prado y Vallo, por indicaciones de la Academia. Se inauguró en 1840, asumiendo las

obras y la gestión promotores privados. Su organización interior responde al tipo convencional del “teatro a la italiana”,

adaptándose a las escasas dimensiones del solar. Su fachada, de tres plantas, responde a codificados esquemas

académicos de matrices neoclasicistas. La planta baja es asoportalada, con una composición en la que alternan huecos

rectangulares adintelados y huecos rematados en arcos rebajados. La segunda se organiza con huecos de balcones sin

voladizo, protegidos superiormente por guardapolvos, y la tercera con ventanas de corte doméstico. El conjunto de la

fachada se realiza en granito visto. Se renuncia por tanto, bien por imperativos económicos bien por decisiones autónomas

del proyectista, a una conformación con elementos arquitectónicos de mayor presencia o con componentes

ornamentales. Pero creemos que esa decisión fue en cualquier caso acertada, al lograr una amable y no prepotente

inserción en la escena de la calle, cohesionándose con las fachadas de otras casonas cercanas.

El Casino

Desde comienzos del XIX se registraron en Santiago varias solicitudes de aperturas de casinos, que sólo sería

aceptadas a mediados de siglo (Recreo de Santiago y Casino de Caballeros de Santiago, este último constituido como

“casino de la aristocracia” en el Palacio de Beldaña). Después de una intensa actividad, con todas las variantes de ocio –

encuentros y tertulias-, fiestas, bailes y eventos, billar, timbas…-este casino se trasladó en 1874 a una nueva sede creada

ex profeso, con proyecto de M.Pereiro Caeiro, emplazado como el Teatro Principal en la prestigiosa Rua Nova. Con dos

plantas de altura, su organización se basa en la disposición de un amplio salón en planta baja, con usos variados –billar,

buffet, bailes, exposiciones- y otros salones de funciones también diferenciadas en la primera (lectura, bailes de

sociedad…) unidos por una escalera de notable empaque. Esos espacios, de esquemática disposición, por las dimensiones

del solar, se encontraban profusamente ornamentados con elementos del gusto ecléctico de la época, en molduraciones,

pavimentos, carpinterías y cerrajerías, tratamientos especiales de paramentos verticales… Como dan muy bien a conocer

obras literarias, crónica periodísticas, memoriales, el Casino actuó como elemento focalizador de la vida de la ciudad,

tanto en su incidencia directa con sus socios e invitados –siempre componentes de “familias distinguidas”, en todos sus

matices, de encumbramiento o de decadencia- como en sus repercusiones indirectas sobre el imaginario de las capas

populares.

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La fachada responde a lenguajes eclécticos propios del momento: la planta baja se compone con tres amplios

huecos rasgados, los laterales rectangulares y el central rematado en arco de medio punto. La segunda sigue los ejes de

la baja, pero disponiendo en el centro dos huecos geminados, unidos en balconada, y situando dos balcones volados a

ambos lados. No se trata sin duda de una composición de gran valor, pero relevante por el buen hacer compositivo, las

ricas cerrajerías en partes superiores de los grandes huecos de planta baja y de los balcones y balconada de la primera…y

su constitución en granito visto, procurando –como en el caso del Teatro Principal- un coherente engarce con la escena

de la rúa, compuesta en su mayor parte por mansiones de capas altas.

5.5.9.2. Otras sedes de asociaciones mercantiles, culturales, obreras.

La sociedad compostelana de finales del XIX fue muy proclive al desarrollo de entidades asociativas, burguesas –

como la Cámara de Comercio- u obreras –como la Unión Obrera o las Clases Laboriosas- pero que no dieron lugar a

edificaciones con tipos específicos, alojándose en alquiler en edificios disponibles. Mayor atención requiere, en estas

atenciones, el Recreo Artístico y Mercantil, que pretendió disponer de un edificio propio, también en la Rúa Nova. Su sede,

proyectada por Prado y Valle, poseía gran empaque arquitectónico, con una fachada de severo corte civil, en la estela

neoclásica.

5.5.9.3. Los cafés.

En España la difusión de los cafés, como lugares de consumo de bebidas (por supuesto no solo de café sino también

espirituosas) y a la vez espacios de encuentro, conversación –con sus tertulias de focalidades literarias, artísticas, políticas-

y sobre todo de ocio cotidiano, procede sobre todo del último tercio del XIX. Aunque localizados sobre todo en plantas

bajas de edificios con otros usos, adoptaron unos tipos de “arquitectura interior” muy característicos, que aún forman parte

del imaginario colectivo.

En Santiago llegaron a existir simultáneamente cinco cafés, con innumerables rastros a través de crónicas

periodísticas y también de obras literarias. Nos interesa destacar sobre todo, en esta línea de análisis sobre las

conformaciones arquitectónicas, la presencia del Café Suizo, emplazado, cómo no, en el eje más vivaz de la ciudad, la

Rúa Nova, ocupando el edificio de Recreo Artístico y Mercantil. Se trataba de uno de los pocos casos españoles en que

un café adquiría una presencia arquitectónica propia en la estructura urbana, con una arquitectura exterior de fuerte

significado. Desafortunadamente el edificio fue demolido en los 60 del XX, para dar lugar a la anodina sede de una

residencia de estudiantes.

5.5.10. El mercado.

El actual Mercado data de finales de los 30 del XX, si bien contaba con antecedentes anteriores, cuyas trazas en

gran parte recogió ese proyecto. En el Capítulo sobre la conformación y evolución histórica se comentan, con cierta

extensión, los modos y lugares en que se asentaban los mercados en las plazas, las preocupaciones del Consistorio a lo

largo del XIX por disponer de un emplazamiento estable y cerrado, eficiente funcionalmente, adecuado en cuanto a

higiene y salubridad y además con capacidad de representación de la modernización civil de la ciudad. Por ello, en este

apartado nos referiremos sólo a las componentes tipológicas y formales del mercado actual, con algunos apuntes sobre

el mercado que le antecedió.

El Consistorio, habiendo elegido en la tercera década del XIX el emplazamiento más adecuado para ese uso,

dentro del recinto, el área del Picho de la Cerca, propiedad mayoritaria de la Casa de Altamira, desarrolló en los años

sucesivos varios intentos para su construcción en ese lugar, infructuosos por las dificultades de adquisición de los terrenos.

Finalmente, a finales de los años 60 el Consistorio pudo disponer de esos terrenos, acometiendo un proyecto

ambicioso, que se basó en los modelos entonces muy difundidos de esa nueva infraestructura urbana, estructurados por

sistemas lineales de puestos especializados dispuestos a “calles”, con soluciones de mallados ortogonales en conformidad

con las geometrías de los recintos. En el caso de Santiago esa trama se basaba una serie de calles/pasillos longitudinales

interrumpidos en su mitad por una calle/avenida de mayor amplitud, actuando como eje de distribución y a la vez como

referente significativo, por la disposición de elementos de ornato. Las “calles” se protegían con cubiertas acristaladas a dos

aguas, con estructuras de hierro sustentadas por columnas de fundición, con una solución muy característica de la

moderna “arquitectura del hierro” de la época, que tanta aplicación tuvo en edificios de mercado en toda Europa.

Planta general del mercado.

El mercado realizado en 1870 pronto comenzó a mostrar deficiencias y desperfectos constructivos, tanto en sistemas

murarios tradicionales como en las estructuras metálicas, planteándose por ello sucesivas propuestas de consolidación o

reforma. Finalmente el Consistorio, en 1925, opta por su demolición y construcción de un nuevo edificio, realizando con ese

fin varios encargos, siendo el definitivo 1937 el realizado en 1937 al prestigioso Vaquero Palacios.

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Imagen interior del mercado. Año 1905.

El proyecto de Vaquero Palacios, formado en las ideas de las vanguardias racionalistas de los 20-30, tiene un singular

valor, como una de las primeras muestra de atención a las “preexistencias ambientales” desde presupuestos modernos,

acompañadas del aprovechamiento de las estructuras del anterior mercado, con criterios de austeridad en el uso de

presupuestos públicos. Las referencias del proyecto se orientan claramente hacia el románico gallego, aunque combinado

sutilmente con recursos del escenográfico barroco compostelano. Así, los diez cuerpos de la traza de 1870, con sus “calles”

intermedias, se convierten en dispositivos arquitectónicos con secciones y frentes característicos de los templos de ese

momento estilístico: las “calles” actúan como naves centrales con bóveda de cañón corrida, y los puestos a uno y otro

lado rememoran naves laterales, con su sucesión de puestos a modo de “capillas”. Los frentes laterales se presentan con

una composición serial que interpreta las fachadas de iglesias románicas, pero con un juego de retranqueos que crea

sobrios pero interesantes efectos lumínicos y extrema desnudez formal, confiando la calidad de la escena a la utilización

de grandes piezas de granito visto. La calle transversal se proyecta con mayor anchura las “naves” de los cuerpos

longitudinales, y carece de cubierta, enlazándose así con el tejido urbano exterior. En el punto central de esa calle

“principal”, “urbana”, dispone una construcción focal, de mayor altura que las cumbreras de las naves, con el mismo

lenguaje de interpretación moderna del románico, con finalidades de acentuación del papel civil del conjunto.

Imagen actual del mercado.

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5.6. Arquitectura contemporánea.

5.6.1.Introducción: Los procesos de implantaciones dotacionales mediante “arquitecturas

contemporáneas” desde los 80 del XX, hasta hoy.

En España, desde los 50 del XX casi todos los centros antiguos de las ciudades medias habían ido disminuyendo sus

funciones de centralidad pública, en parte por la decadencia o desaparición de dotaciones anteriores, en parte por la

carencia de dotaciones con contenidos adecuados a las nuevas necesidades relacionadas con la vivienda o con nuevos

tipos de equipamientos (educativos, de ocio, deportivos…). Con la conformación de las políticas de rehabilitación a

comienzos de los 80 se percibió de inmediato, sobre todo en los marcos de los Planes Especiales, que, junto a esas

insuficiencias y deficiencias, los tejidos antiguos presentaban condiciones que propiciaban estrategias de recuperación,

por las posibilidades de reutilización para usos institucionales o dotacionales de numerosas arquitecturas históricas

degradadas, abandonadas o infrautilizadas. La frecuente presencia, también señalada antes, de áreas “malformadas” o

“deformadas” –sobre todo en bordes e intersticios- añadían mayores potencialidades a esas perspectivas.

Las actuaciones dotacionales desarrolladas desde los primeros 80 hasta el reciente estallido de la crisis fueron muy

numerosas y de múltiples contenidos: museos, bibliotecas, archivos; centros sociales, culturales y expositivos; teatros,

auditorios y palacios de congresos; centros universitarios o de enseñanzas especializadas; edificios judiciales; centros de

salud; mercados…

El proceso de descentralización estatal con la configuración de las Comunidades Autónomas tuvo, por otra parte,

una muy importante incidencia en esas estrategias, sobre todo en las ciudades capitales de las distintas regiones, con la

inserción de nuevas sedes institucionales (parlamentos, sedes de gobiernos y consejerías) así como de otras estructuras

administrativas.

En muchos casos esas actuaciones, dotacionales o institucionales, se basaron en la rehabilitación de antiguos

edificios, con correctos criterios estratégicos que además seguían las disposiciones previstas en las leyes sobre el patrimonio

histórico. Pero en bastantes ocasiones debieron recurrir a nuevas construcciones, por la especificidad de los usos previstos

(como auditorios o palacios de congresos), por la disponibilidad de “vacíos” o, en algunos casos, por decisiones de índole

política-cultural, con intenciones de significación de la ciudad.

En los lenguajes de las nuevas edificaciones, siempre comprometidos con la contemporaneidad, pueden

identificarse distintas aproximaciones, en cuanto a las atenciones a los contextos, las intenciones compositivas y las

expresiones formales. Probablemente las predominantes hayan sido las que se asentaron en las teorías y experiencias de

matriz italiana sobre el enlace de las nuevas arquitecturas con las “preexistencias ambientales” (E.N.Rogers, C.Scarpa,

I.Gardella…) o en aportaciones singulares como las de G.Asplund, F.Pouillon… Dentro de estos enfoques pueden

distinguirse sin embargo tendencias diferenciadas: unas, asentadas en procesos proyectuales de abstracción o depuración

de los rasgos de los contextos (en la estela de los planteamientos de A. de la Sota, y que dan un “carácter familiar” a las

obras de M.Gallego, C.Fuente, M.Bayón, V.López Cotelo …); otras, atentas más bien a métodos de interpretación o

reelaboración en búsqueda de continuidades más palpables (como en algunas intervenciones de Cruz/Ortiz,

Artigues/Sanabria, C.Portela, I.Linazasoro…). Ciertas aproximaciones, participando en parte de los criterios mencionados,

pretendieron sobre todo continuidades “ideales” o conceptuales con tipos o esquemas compositivos históricos (algunas

de las obras de R.Moneo o J.Navarro Baldeweg deberían verse quizá desde este prisma). También se han manifestado, en

ocasiones, estrategias de búsqueda de acentuados contrastes, desplegando lenguajes radicalmente innovadores, que

pretendieron justificarse en las condiciones heterogéneas o desarticuladas de sus entornos. Han sido asimismo importantes

las respuestas de enfoques “empiristas”, con despliegues proyectuales extremadamente moldeados por las circunstancias

concretas de cada lugar (Nieto/Sobejano, Tuñón/Mansilla, R.Valle,…). Sin dejar de mencionar algunas experiencias que,

aun atendiendo sutilmente, selectivamente, a los contextos, obedecieron sobre todo a poéticas personales (como en

ciertas obras de A.Siza, J.Llinás o E.Miralles…)

El elevado número y la diversidad de esas nuevas arquitecturas ha permitido un considerable enriquecimiento de

los paisajes de los centros. Es significativo que el Grupo de Ciudades Patrimonio Mundial, junto al Ministerio de Cultura, haya

promovido una serie de documentos de Estrategias para la Incorporación de la Arquitectura Contemporánea (con

dirección de F.Pol), siguiendo las sugerencias expresadas en varias Cartas recientes de la Unesco.

5.6.2. Las iniciativas desarrolladas en las Ciudades Patrimonio.

En casi todas las ciudades Patrimonio de la Humanidad se han desarrollado numerosas e interesantes

implantaciones de dotaciones mediante nuevas arquitecturas, bien en el interior del recinto bien en su entorno cercano:

por ejemplo, en Tarragona, con el Auditorio proyectado por Mendaro Corsini; en Mérida, con el Museo de Arte Romano

de R.Moneo o el complejo de Consejerías de J.Navarro Baldeweg; en Córdoba, con el reciente Centro de Visitantes, obra

de J.Cuenca o la Estación de Autobuses de C.Portela; en Ávila, con el Auditorio proyectado por F.Mangado; en

Salamanca, el Auditorio de J.Navarro Baldeweg, la Biblioteca de C.Puente; en Toledo, el Auditorio, de R.Moneo y J.Busquets

y las escaleras mecánicas de La Granja, de E.Torres y J.A.Martínez Lapeña; en Alcalá de Henares, con la Facultad de

Derecho de A.Fernández Alba, la Biblioteca de C.Vallhonrat, el Parador Nacional de González y Gallegos, los Juzgados de

P.González…

5.6.3. Actuaciones en la Ciudad Histórica de Santiago.

Esa estrategia fue contemplada en Santiago dentro del Plan Especial y desarrollada posteriormente mediante

iniciativas enmarcadas en el planeamiento. Ya con anterioridad al Plan se había realizado el Auditorio, de J.Cano Lasso,

en el entorno del recinto. Pero fue especialmente entre finales de los 80 primeros 90 cuando se desarrollaron las actuaciones

más relevantes

a. Avenida Juan XXIII. Aparcamiento y paseo

La Avenida Juan XXIII, prevista anteriormente como una desmedida vía, con un tratamiento convencional y

carente cualquier atención al paisaje histórico, fue reconvertida en una compleja infraestructura, adaptada a la ladera

hacia el Sarela, que articula aparcamientos subterráneos dirigidos a visitantes, y un sistema de dos paseos y áreas

estanciales, desplegadas en miradores sobre la vaguada, dispuesto en dos niveles, el superior compuesto por organizado

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con un eje central porticado que dirige los recorridos hacia el recinto, acentuando las perspectivas sobre las torres de la

catedral y de otros edificios monumentales (proyecto de H.Piñón y A.Viaplana).

b.- Centro escolar en Carme de Abaixo

El centro escolar del Carme de Abaixo, de G.Grassi, una escueta arquitectura enmarcada en el neorracionalismo

italiano en boga en los s 70-80, planteada con referentes a tipologías intemporales (el castillo, la villa señorial inscrita en el

paisaje) pero también con atención al contexto de las riberas del Sarela y a la abandonada villa que se sitúan en la ladera

oeste del río.

c. Polideportivo y otras dotaciones en San Clemente

El complejo de S.Clemente, que incluye un aparcamiento subterráneo con locales comerciales y un amplio

polideportivo, organizándose con un sobrio lenguaje de raíces racionalistas, que se enlaza al contexto histórico a través

de diferentes recursos: su composición volumétrica, la conformación de sus paramentos verticales mediante grandes

planos acristalados y muros de sillería de granito, su adaptación a la topografía, sus articulaciones entre recintos cerrados

y espacios exteriores de estancia y paseo…(proyecto de J.F.Kleihues).

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d. Centro Gallego de Arte Contemporáneo

El Centro Gallego de Arte Contemporáneo, proyectado por A.Siza se compone con una “macla” de distintas

geometrías y volúmenes, con unos criterios de diversas interrelaciones con las muy distintas condiciones del lugar, con la

presencia determinante del antiguo convento de Bonaval, sus entornos de tejidos menores de escasa consistencia y valor,

la huerta del convento… Los volúmenes se organizan con una altura común, coincidente con la de los remates de las

portadas de la iglesia y del convento. La fachada hacia la calle adquiere cierta presencia urbana, con su planta inferior

retranqueada y predominantemente acristalada, sobre la que se dispone un muro ciego, mientras que su fachada hacia

el convento se compone con un plano prácticamente ciego, salvo algunos huecos de accesos en planta baja. Esa severa

composición dialoga así con la también escueta fachada lateral del convento, utilizando también en sus cuerpos bajos

muros que rememoran las antiguas tapias. La disposición de rampas y escalinatas desde la calle se enlaza con esos

frecuentes recursos de las grandes arquitecturas singulares históricas, en sus adaptaciones a la accidentada topografía.

 

 

e. Biblioteca Pública en Juan XXIII

La biblioteca pública proyectada por A. Perea en la Avda. Juan XXIII se inserta en la ladera con un trazado curvilíneo

de referentes organicistas, compuesto de muros ciegos formados placas metálicas, mientras que la fachada a la Avenida

se organiza con un gran plano acristalado, como soporte de las muy atractivas vistas hacia la vaguada del Sarela y

reelaborando en clave contemporánea el “tema” de la galería que tanta incidencia tiene en el paisaje urbano de la

ciudad.

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f. Actuaciones residenciales en el área de la Vaquería, en los bordes del Sarela

Las actuaciones desarrolladas en el área de la Vaquería, en la ribera del Sarela, con proyecto de V.López Cotelo,

integran nuevas arquitecturas de vivienda y la rehabilitación de la antigua nave ganadera. La disposición de los nuevos

edificios, con sutiles criterios de adaptación al emplazamiento, su composición volumétrica fragmentada, buscando

acordes con las escalas menudas propias del lugar, su configuración exterior, combinando amplios planos acristalados

con tersas superficies enlucidas, algunos cuerpos de madera y basamentos de piedra, el cuidadoso diseño de los espacios

libres, con sendas, pequeños muros, escaleras, reelaborando preexistencias y añadiendo nuevos elementos

concordantes…hace de esta actuación, en nuestra opinión, un valioso ejemplo de las capacidades de los lenguajes

contemporáneos para añadir nuevos usos y calidades a ámbitos históricos que se encontraban, como en este caso,

degradados y abandonados.

g. Nuevas arquitecturas en el parque de Vista Alegre

El Parque de Vista Alegre, definido como espacio público por el PGM y el PECH, integra tres interesantes

intervenciones:

El centro de formación musical, con proyecto de A.García Abril, consiste en un rotundo volumen cúbico, compuesto

al exterior por grandes elementos de granito, a corte de cantera, que dejan en sus acoplamientos algunas reducidas

perforaciones. Su interior es, en acusado contraste, más amable, con intersecciones de planos verticales enlucidos y

variados efectos lumínicos. Debe entenderse, obviamente, como una reelaboración o una digresión sobre la determinante

contribución del granito al paisaje urbano de Santiago.

La sede de la SGAE, del mismo arquitecto, prosigue en parte las intenciones proyectuales del centro de formación

musical, pero incorporando otras atenciones. El edificio, de planta estrecha y alargada, se sitúa en el borde del parque

hacia la calle exterior. Hacia la calle se delimita con un muro de mampostería casi ciego, siguiendo la continuidad de las

antiguas tapias y enlazándose con esa solución característica de los prolongados y adustos cerramientos de las huertas

conventuales. Hacia el parque se conforma con una especie de soportal, también en referencia a la importancia de ese

elemento tipológico en la ciudad, formado por grandes piezas de granito “megalíticas”, de dispares dimensiones y en

irregulares combinaciones y disposiciones, buscando efectos que podrían remitirse a la estética del art brut, en una

solución de extrema originalidad. La fachada interior del soportal se organiza con un acusado contraste, realizando

refinadamente cajas de discos informáticos. El programa interior se desarrolla en planta baja y sótano, con ordenadas

composiciones y depurados acabados, añadiendo otros elementos de contraste.

El Museo de Historia Natural, proyectado por C.Portela, alberga la colección de la Universidad, formada desde

1840. Se compone con una serie de volúmenes formados por paralelepípedos interseccionados y articulados, de una, dos

y tres plantas, buscando una inserción pautada y a a vez fragmentaria en el paisaje del parque. Las fachadas se componen

de paños de madera y planos acristalados, enmarcados en una nítida geometría ortogonal.

Sede SGAE (A. García Abril)

Centro de formación musical (A. García Abril)

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Museo de Historia Natural (C. Portela)

h. Museo de las Peregrinaciones

En el interior del casco se ha realizado recientemente la remodelación interior y la ampliación del edificio del Banco

de España, realizado con una convencional composición historicista en los años 40 del XX, obra de R.Madariaga. La

intervención, destinada a albergar el Museo de las Peregrinaciones, fue promovida por el Consorcio de Santiago y

proyectada por M.Gallego. Mantiene la fachada originaria, entendiendo que aporta un testimonio sobre la cultura

arquitectónica de esa época y que forma parte de la imagen “consolidada” de la escena urbana de la ciudad en un

lugar tan focal como es la plaza de Platerías. Pero remodela totalmente el interior, con el lenguaje del “racionalismo

esencialista” característico del autor, en la estela de la obra del maestro A. de la Sota. El recurso a imaginativos lucernarios

genera interesantes vistas hacia las torres de la inmediata catedral. En la ampliación la composición no se sujeta a esas

trabas, disponiendo una tersa fachada acristalada, modulada geométricamente, hacia la cercana rúa de la Conga.

5.6.4. Actuaciones en áreas exteriores a la Ciudad Histórica, con incidencia en el paisaje.

 

Entre estas actuaciones destaca por sus dimensiones la Ciudad de la Cultura, proyecto de P.Eisemann que

reseñamos en el capítulo sobre la historia y condiciones actuales de la ciudad, y que –al margen de sus posibles valores

arquitectónicos, cuya evaluación no nos compete-constituye en nuestra opinión una intervención errada en su mismo

programa, por sus desmedidas y escasamente meditadas asignaciones de contenidos.

El acondicionamiento de diversas estructuras dirigidas a la acogida de peregrinos en el Monte do Gozo, promovidas

en 1993 por la Xunta de Galicia, integra un camping, un área de albergues, un pequeño auditorio y un centro de acogida.

(realizadas por distintos arquitectos, C.García Braña,J.A. Franco Taboada, A.Penela y I.Seara). Las distintas intervenciones

tienen como rasgo común su adaptación a la topografía y la búsqueda de una inserción discreta en el paisaje. El

tratamiento con cubiertas de cobre acentúa esa intención de integración paisajística.

 

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 5.6.5. Los lenguajes de las configuraciones exteriores de los edificios residenciales

5.6.5.1. Introducción

Como tantas veces hemos advertido, al tratar este tema no pretendemos situarnos en perspectivas académicas,

por rebasar desmedidamente los objetivos de nuestros trabajos, y además por disponer de documentadas investigaciones

sobre ello, a las que nos remitimos. Sus finalidades son mucho más limitadas: ofrecer unos sucintos apuntes sobre las

características de la escena edificada, en sus variados recursos estilísticos y en sus diversas articulaciones en el paisaje

urbano; proporcionar algunas claves para la lectura de la evolución histórica de la ciudad, relacionando las distintos

planteamientos y soluciones con los contextos sociales, económicos, culturales de las sucesivas etapas; y proporcionar

algunas indicaciones o sugerencias sobre los “enfoques” o “modos” que podrían adoptar las nuevas intervenciones en

sustitución o adaptación de edificios no protegidos, para conseguir adecuadas concertaciones con ese complejo universo

de preexistencias.

Este horizonte se encuentra orientado, si se quiere orientado, por criterios operativos, tanto en lo que se refiere al

enriquecimiento de las percepciones de la ciudad, por los vecinos y los visitantes, como a la identificación de ciertas

indicaciones cara a nuevas proyectualidades. Consecuentemente, organizaremos la exposición con un esquema que

sigue en gran parte los de otros capítulos del trabajo (sobre tipos edificatorios, regulaciones urbanísticas, evolución histórica

y urbana…). Distinguiremos así:

las configuraciones exteriores del “caserío menor” en el recinto y en arrabales de rueiros, resultantes de los

procesos de renovación desarrollados a lo largo del XIX y principios del XX.

las escenas de las residencias de las “capas acomodadas”, inscritas en esos mismos procesos, pero que

se sitúan sobre todo en las últimas décadas del XIX y primeras del XX, en relación a la consolidación y

crecimiento de las clases burguesas en esas etapas.

las composiciones de casonas y palacios nobiliarios, procedentes sobre todo del XVIII

las configuraciones de fachadas de arquitecturas civiles, asistenciales, institucionales o administrativas,

desde el XVI a finales del XIX

las “fachadas telón”, de caracterización escenográfica, que caracterizan el barroco compostelano en su

aplicación a grandes fábricas religiosas, y en especial a la Catedral

las composiciones particulares de las envolventes de los conjuntos conventuales

5.6.5.2. Las configuraciones exteriores del caserío menor.

Las configuraciones exteriores de las edificaciones renovadas de vivienda de las capas populares, situadas sobre

todo en los arrabales de rueiros y también difusas en el recinto, salvo en los ejes y plazas principales, se enmarcan en varias

condicionantes: los reducidos frentes de las fachadas; sus alturas, entre dos y tres plantas; las pautas compositivas

derivadas de las Ordenanzas y de otras instrucciones posteriores, así como de la difusión del gusto por las composiciones

ordenadas, con huecos amplios y dispuestos regularmente; las determinaciones sobre materiales, elementos y acabados;

y, en fin, las propias constricciones económicas de los promotores.

Como resultantes de esas condicionantes, las configuraciones exteriores se caracterizan por los siguientes aspectos

(que se desarrollan con mayor detalle en el apartado sobre los Tipos edificatorios):

La construcción de las fachadas se realiza frecuentemente en sillería en planta bajas y en mampostería recubierta

con enlucidos, pero casi siempre con cadenas laterales y recercados de huecos en sillería de granito. En algunas

soluciones de utilización de ventanas los antepechos se efectúan con piezas enterizas de granito. En ciertos casos el

conjunto de la fachada se realiza en su totalidad con sillería vista.

Las composiciones se basan sobre todo en huecos rasgados hasta el suelo de forjado de piso, en menos casos con

ventanas, unos y otras dispuestas en ejes ordenados verticalmente. Los huecos de plantas bajas destinados a

actividades económicas –artesanado, comercio- se organizan con esos esquemas geométricos. Recordemos que los

huecos rasgados se imponen como obligatorios desde 1842)

Los huecos rasgados se organizan con dos esquemas fundamentales, con distintas variantes: con balcones sin

voladizo, situando la carpintería enrasada a fachada y con antepecho de cerrajería tras ella y contraventanas a cara

interior, o con antepecho calado enrasado a fachada y carpintería remetida, y tras ella las contraventanas. Y con

balcones o balconadas en voladizo, disponiendo las carpinterías de los huecos con algunas de las soluciones antes

señaladas. No es necesario señalar que esas distintas soluciones generan efectos perceptivos diversos: en los primeros

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casos, proporcionan “imágenes planas”, en las que carpinterías, con los despieces de sus acristalamientos, con sus

entrepaños inferiores en madera, con sus viseras, adquieren protagonismo dominante (sobre todo en los frecuentes

casos en que los acabados de muros se realizan en enlucidos blancos); en los casos de huecos sin voladizo con

carpinterías remetidas se añaden juegos de sombras y de valoración de los espesores de muros, acentuando al mismo

tiempo las facturas de las cerrajerías; y en los casos de balcones y balconadas se realzan aún más esos efectos, pero

con mayores compromisos sobre las soluciones de los voladizos y la calidad ornamental de las cerrajerías…

Aspecto importante, las fachadas (salvo las de sillares vistos) se ven obligadas al blanqueado, según disposición de

1832, después reiterada en otras normas, por entender que tal tratamiento proporcionaba cierta capacidad de

prevención higiénica frente a la peste. Esa disposición, de índole sanitaria … está en la raíz de una de las característica

de las escenas del paisaje urbano de Santiago que hoy podríamos percibir como resultante de una visión motivada

por criterios estéticos…

La aparición de las galerías, como dispositivo funcional, de acomodo de la vida doméstica y a la vez de ornato, tuvo

lugar a finales del XIX en las residencias de capas medias. Pero tuvo pronto cierta difusión al caserío de las capas

populares.

5.6.5.3. Las escenas de las residencias de las capas acomodadas en la segunda mitad del XIX y

primeras décadas del XX.

Como se señala en otros capítulos, la extensión de las capas de la nueva sociedad burguesa –empresarios,

comerciantes, profesionales liberales, siempre a la modesta escala de la ciudad-desarrollada sobre todo desde mediados

del XIX, se traducirá en implantaciones residenciales en el interior del recinto o en sus bordes inmediatos, entre otros motivos

por la carencia de otros asentamientos alternativos (esquemas de ciudad jardín con esquemas prestigiosos socialmente o

estructuras de Ensanche dirigidas a esas nuevas capas). Por esos motivos, las nuevas residencias de esas capas, en

búsqueda de preeminencia representativa en el teatro de la ciudad, y a la vez de acomodo a sus necesidades (amplitud

de las superficies edificadas, inserción en la estructura urbana), se situaron sobre todo en el interior del recinto eligiendo las

calles y áreas más prestigiadas en la evolución anterior, por ejemplo por la presencia de pazos nobiliarios y por sus

significados “sedimentados” –rúas Nova y Vilar, Pza. del Campo, etc.- o en sus inmediatos bordes, internos o externos

(ronda sur de Senra, Santo Antonio…).

Según las características de los propietarios promotores y de las finalidades de las actuaciones varían los modos de

implantación y las dimensiones de los edificios: los destinados a vivienda propia, acompañada muchas veces de

despachos, suelen insertarse en el parcelario heredado, con frentes estrechos o medios. En cambio, los que tenían por

finalidad alojar la residencia del propietario junto a otras viviendas y locales para alquilar, o los que se dedicaban

íntegramente a la renta, se asentaron mediante procedimientos de agregación de parcelas, en todos los casos mediante

su mayoritaria disposición en cuatro plantas (a veces con áticos o espacios bajo cubierta).

a. Las escenas puntuadas por referentes de los eclecticismos historicistas: el predominio de las derivaciones

clasicistas.

¿Con qué lenguajes se efectuaron las configuraciones exteriores de esas nuevas implantaciones residenciales? A

mediados del XIX, como es muy bien sabido, irrumpe en España la búsqueda de un “nuevo estilo” en conformidad con las

condiciones sociales y técnicas de esa etapa de modernización, que se resuelve en intentos de interpretación de

aportaciones anteriores, adaptándolas a esas nuevas exigencias : se abre así la larga etapa de los eclecticismos historicistas

en las edificaciones residenciales, con sus paseos por el “neorrenacimiento”, el llamado “neoclasicismo romántico”, el

“neoplateresco”, el “neobarroco”… hasta las etapas de reelaboraciones “neomedievalistas” (en sus variantes románicas

o góticas, “neomudéjares”… para llegar finalmente a los “neo-regionalismos”, a veces en convivencia con otros referentes,

en las primeras décadas del XX (nos remitimos en estos aspectos generales a los esenciales trabajos sobre la arquitectura

española del XIX y principios del XX de de J.Hernando, P.Navascués, A.Cirici Pellicer, I.Solà Morales, J.Bassegoda y otros. En

el ámbito gallego, destacamos entre otros los trabajos de J.Couselo Rozas, J.M. López Vázquez, A.Vigo Trasancos…)

En la edificación residencial de Santiago el desarrollo de esos nuevos lenguajes se encontró enmarcado en diversos

condicionantes: el moderado crecimiento de la ciudad en esa época –sin un Ensanche en el que pudieran desplegarse

con amplitud esos nuevos esquemas- las limitaciones en cuanto a capacidad promotora de las capas sociales que

buscaban distinguirse con esos nuevos recursos formales, los gustos culturales predominantes en esas capas, la formación

y predisposiciones de los arquitectos…y sin duda la inserción de las actuaciones en una tradición ordenancística heredada

de las ideas ilustradas de finales del XVIII, y en unos contextos urbanos y sobre unas bases parcelarias que requerían

atenciones muy específicas, ajustes dimensionales, concordancias con los entornos inmediatos…

Por ello, no es de extrañar que en Santiago los referentes de las arquitecturas residenciales de la segunda mitad

del XIX se orientaran sobre todo hacia aplicaciones y reelaboraciones de los estilos clasicisistas, sobre las bases de los

esquemas codificados de naturaleza academicista de depuración neoclásica, de finales del XVIII y primeras décadas del

XIX: pautas por otra parte mayoritarias en las configuraciones de las escenas edificadas de tipos residenciales en la mayoría

de las ciudades españolas, en las que fueron excepcionales los recursos a otros esquemas (salvo en Madrid y otras

ciudades castellanas, con la difusión de configuraciones referidas al “mudéjar”, sobre la base de la mayoritaria utilización

de fábricas de ladrillo visto, o en otras ciudades catalanas o levantinas en las que los eclecticismos de reviviscencias

medievales, sobre todo “góticas” tuvieron cierta extensión).

Esa adscripción de las arquitecturas que podríamos calificar de “cultas” a las matrices de derivación clasicista, se

realiza mediante procedimientos heterodoxos, con libres reelaboraciones, interpretaciones o combinaciones de estilos

codificados en esos lenguajes.

Entre otros estudios sobre la arquitectura santiaguesa de este período, probablemente sean los más sistemáticos y

de alcance general los desarrollados por A.A. Rosende y P.Costa, sirviéndonos como acertado guión para nuestros sucintos

comentarios, en sus referencias a las obras de los arquitectos activos en la ciudad.

Destacaríamos en primer lugar las obras de Manuel de Prado y Vallo, titulado en 1839 en la Academia de San

Fernando, y que compaginó su cargo de arquitecto municipal con abundante y variada actividad privada. Sus proyectos

residenciales, de muy distintas escalas y con diversas caracterizaciones socio-económicas, podrían enmarcarse en

esquemas de derivaciones académicas, muy contenidas en todos sus elementos, sin los recursos más libres del eclecticismo

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que aparecería más tarde. En la casa n.7 de la Pza. de Cervantes, proyectada en 1851, de frente estrecho, con dos huecos

por planta, con muros en sillería vista, la fachada se enmarca en cadenas laterales, y los huecos en recercados de sobria

molduración. Los huecos de la tercera planta se unifican con balconada, mientras que los de la cuarta con balcones

individuales, rematando el conjunto mediante expresiva cornisa. En la casa de la Plazuela de los Huevos, un año posterior,

situada en esquina de la manzana, las dos fachadas, unificadas por acabados en enlucido blanco y por un común

esquema de ordenación geométrica, adoptan soluciones diferentes: la principal, con balconada en primera y balcones

individualizados en las siguientes (la última modificada más tarde con adición de galería) y la secundaria con ventanas

con las soluciones tradicionales de carpinterías enrasadas a cara exterior y antepechos con piezas enterizas de granito. El

encuentro de ambas se resuelve en chaflán –elemento característico de las actuaciones de todo este período- realzado

mediante mediante dos fuertes cadenas de sillería. Otras obras, como la casa n.10 de la Pza. de Cervantes o la n.10 de la

rúa de la Raiña, se realizan con similares esquemas de sobriedad compositiva. Por su carácter singular, reseñaremos por

último su proyecto de 1871 para los dos extensos bloques edificados en el área del Mercado, dentro de la reforma urbana

del Picho de la Cerca (con proyectos anteriores de A.Gómez de Santamaría y de M.Pereiro). Las prolongadas fachadas,

de cuatro plantas, tratadas en enlucido, combinan elementos acentuadores de la horizontalidad, con impostas continuas

de granito y un marcado alero, y de la verticalidad, mediante las rítmicas disposiciones de huecos rasgados, enmarcados

en sobrios pero visibles recercados. En las esquinas, unas potentes cadenas de granito encuadran la composición.

Plaza de Cervantes

La siguiente generación de arquitectos, que iniciaron su actividad hacia 1875, orientarían sus proyectos con criterios

más propiamente eclecticistas, aunque dentro de una notable continuidad con las referencias clasicistas. La difusión de

la galería, y en menor medida de los miradores, proporcionaría ocasiones de mayores variaciones compositivas, en sus

combinaciones con los recursos codificados de los huecos rasgados, que a su vez se diversifican incorporando a veces

remates de arcos rebajados y recercados con ricas molduraciones, muchas veces con refinados guardapolvos y elementos

ornamentales. La importancia de las funciones comerciales, en el clima de consolidación de la vida burguesa, concederán

además creciente relevancia a los tratamientos de las plantas bajas, añadiendo posibilidades de mayor complejidad

formal. Las puertas principales se tratan con carpinterías con cuidadosos dibujos. En edificios de esquina los chaflanes

forman parte importante de la composición. En los casos de edificios con soportales sus sistemas exteriores adquieren

presencia descollante, con potentes pilastras y arcos de medio punto sobre los que se disponen moldurados

entablamentos…

En esta etapa destacaremos las obras de M.Otero, M.Pereiro, M.F.Quintana, M.Alvarez Reyero y J. de la Fuente.

 

 

 

 

C/. Senra n 3 (M. Otero López 1893)

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b. El Modernismo

Casa del escultor López-Pedre (López Rego 1917)

El modernismo llega a Santiago con las obras de J.López de Rego, nacido en 1872. Su primera obra, en 1905, es la

casa n.6-8 de Preguntoiro. Su lenguaje se orienta más al modernismo de raíces vienesas o de la escuela de Glasgow que

al caligráfico y floreal francés o belga, las versiones catalanas de regustos medievalizantes o las inventivas organicistas

gaudinianas: en efecto, el armazón compositivo es claramente ortogonal, con un potente zócalo de granito, con amplios

huecos de locales y puerta, a los que se sobreponen otros huecos apaisados; un cuerpo saliente, estructurado por cuatro

acusadas bandas verticales continuas, que enmarcan estrechos huecos a ambos lados y un hueco más amplio en el

centro; y una disposición de huecos rectangulares ordenados geométricamente a uno y otro lado de ese cuerpo. Sobre

esa disciplinada composición se inscriben abundantes rejerías y celosías de gran riqueza ornamental, así como detalles

escultóricos. Otra interesante proyecto, en la Plaza del Toral, fue reemplazado desafortunadamente en 1921 por una

fachada más anodina, obra de M.Fernández Ragel.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   

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5.7. Anexo. Fichas de elementos según su tipología.