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Referencia bibliográfica: Memorias de las II Jornadas Espectros de Althusser : diálogos y debates en torno a un campo problemático. Buenos Aires : Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Ciencias de la Comunicación, 2012. ISBN 978-950-29-1370-4
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II Jornadas Espectros de Althusser - 2011
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Mesa: Lo social y lo subjetivo
LA CAUSA NO PRESCRIBE PORQUE ES ETERNA: REVISIÓN DEL PROCESO SIN SUJETO NI FIN(ES)
Fernando De Leonardis
I
Prado salió de Buenos Aires rumbo al desierto y llegó al río Colorado.
Cuando salió de Buenos Aires rumbo al desierto no era Comandante.
Cuando escribió el libro era Comandante.
Se lamenta el Comandante Prado.
Un quejido corto acompañado de lágrimas secas:
recuerda a sus compañeros muertos y vivos pero mutilados o fatigados:
lo dieron todo en la gesta patriótica contra la barbarie:
no recibieron nada.
Y apesadumbrado, rememorando los sucesos de 1879, sentencia:
Ahora los poderosos se reparten la tierra de a trozos grandes.
II
El Che Guevara salió de Buenos Aires para hacer turismo aventura.
En algún momento de su vagabundeo de niño rico venido a menos
el turista se inyectó adrenalina al unirse a la guerrilla liderada por Fidel Castro
quien lo nombró Comandante.
El Comandante Guevara era un analfabeto no sólo militar sino también político:
hasta la revolución cubana no había tenido participación política ni había leído
literatura marxista.
Un chanta.
¿Pero acaso Fidel Castro no lo era?
En 1959 el burgués Castro no había podido terminar de leer el tomo 1 de El Capital
porque le resultó difícil de entender.
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Diez años antes el chino Mao aún no había leído ningún texto marxista
(el primer libro de Marx que leyó fue el Manifiesto comunista –un texto no teórico y
polémico, propagandístico y no científico, dirigido al proletariado–
y nunca leyó El Capital).
Guevara, Castro, Mao: tres representantes de la barbarie política a quienes el
Comandante Prado hubiese fusilado sin miramientos junto a los indios precapitalistas.
III
Los odonianos llegaron a la luna desde Urras.
Eyectados de la lucha de clases, se establecieron en tierras inhóspitas con la intención
de crear un mundo feliz.
Cristian Racovsky estaba en el infeliz mundo de Astrakán cuando intentó explicar por
qué surgió la burocracia soviética: la diferenciación al interior de la clase productora
(los funcionarios que ejercen la dictadura del proletariado) comenzó siendo funcional
para convertirse en social. Surgió así una capa privilegiada.
Es lo que ocurría en Anarres: aunque no haya explotación (esfera económica), hay
opresión (esfera política). Y esa opresión se legitima gracias a la ideología, a través de
las citas de autoridad (los escritos de Odo), primando en última instancia la voluntad
general sobre la individual.
La tensión individuo/comunidad es permanente en Los desposeídos. Es una tensión
común al pensamiento de ciertas izquierdas que encontraría su síntesis en la sociedad
comunista, cuando se haya superado el reino de la necesidad y alcanzado el de la
libertad: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.
La supervivencia en Anarres aún depende del trabajo impuesto por la necesidad. Es
verdad que allí ya no se oponen el trabajo intelectual y el manual. Así, la sociedad
odoniana, políticamente, parecería ser anarquista; pero económicamente no lo es: se
socializó la miseria. No hay excedente. Hay hambrunas. La sociedad depende de la
naturaleza.
Algo similar ocurrió bajo el llamado comunismo de guerra tras la caída de los zares en
la Rusia soviética: aunque no crecieran las fuerzas productivas, Bujarin estaba extasiado
pues ya no había dinero ni burgueses. En Rusia, ese período fue corto y excepcional; en
Anarres se consolidó y fue la norma.
Hay una idea-matriz que estimula al protagonista de Los desposeídos y lo distingue de
la masa: la noción de agente. Shevek experimenta cotidianamente que la sociedad
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odoniana frustra su voluntad. Entiende que la sociedad deba dar seguridad y estabilidad
a todos y que para lograr ese bienestar se le exija a cada individuo una cuota de esfuerzo
para mantener esa homeostasis. Pero también entiende que la capacidad de cambio está
en cada una de las personas. Y concluye, paradójico: no hay fines, sólo procesos.
Shevek es un sujeto deseante.
IV
Procesos, agentes y fines: Marx en el prefacio a la Contribución a la crítica de la
economía política sintetiza magistralmente esos tres elementos: cuando las fuerzas
productivas que no crecen y las relaciones de producción que encorsetan el crecimiento
de esas fuerzas productivas chocan, se abre la época revolucionaria (procesos); y el
resultado de ese choque (fines) se define por el resultado de otro choque, el de la lucha
de clases (agentes). Lenin, menos afecto a la poesía que Marx, dirá que los cambios
objetivos (procesos) deben ir acompañados de cambios subjetivos, esto es, de la
habilidad de la clase revolucionaria para destruir a la clase antagónica (agentes) y así
instaurar nuevas relaciones de propiedad (fines). Para el anarquista Shevek no hay fines
pero sí procesos (un proceso sin fin). Althusser, que no se reclamaba anarquista, da a
entender que la historia es un proceso sin sujeto ni fin(es), provocando controversias
entre quienes se reclaman comunistas. ¿No dijo el poeta Marx que el comunismo es el
movimiento real de la clase obrera? ¿No escribió junto con Engels en el Manifiesto
Comunista que el comunismo forma parte del movimiento proletario y que ese
movimiento es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una
mayoría inmensa, pero como ese movimiento no tiene conciencia de sí los comunistas
aspiran a dotar de conciencia al proletariado para así derrocar al régimen social de la
burguesía y llevar al proletariado al poder e instaurar su propia dictadura
revolucionaria? En este sentido, el esbozo althusseriano sobre la historia parecería no
ser compartido por los comunistas Marx y Engels del Manifiesto Comunista, ya que
para ellos hay proceso con sujeto (el proletariado) y fines (suplantar la dictadura
capitalista por la obrera). Pero cuando Marx dos años después de la publicación del
Manifiesto Comunista hace circular la revolución permanente en la Circular a la liga de
los comunistas, no queda tan claro que el proceso tenga sujeto(s) y fines, ya que llama a
los proletarios a seguir con la revolución hasta que todas las clases poseedoras y
dominantes sean desprovistas de su poder y, una vez en el poder el proletariado, hasta
que la competencia al interior de esta clase cese. De esto se desprende que cuando las
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clases dejen su antagonismo (esto es, cuando sólo quede el proletariado) seguirá
habiendo luchas de poder. El poder refiere a la opresión y la explotación a las clases. La
opresión no es exclusivamente económica mientras que la explotación sí lo es. Con las
clases, entonces, se extingue la explotación, y con ella la lucha. Pero la lucha política,
ya no de clases, continúa. Entonces no habrá explotación pero seguirá habiendo
opresión. Y esto quizá sea una historia sin fin. El sujeto de clase será un sujeto otro.
V
En su concepción de la historia, Marx dice también que no hay sujeto. ¿No está
formulado esto en su manuscrito sobre las Formas que preceden a la producción
capitalista? Allí está planteado el contenido de la historia: al margen de la voluntad se
llega a la meta. Los burgueses, como individuos, no querían destruir las relaciones de
producción feudales, pero se vieron obligados, como clase, a enfrentarse a los señores
feudales, quienes debían su existencia como individuos y como clase al hecho de formar
parte de las relaciones de producción feudales. Así, el proceso es objetivo. La historia
como estructura estructurante. La historia entendida como procesos estructurales donde
el sujeto está sujetado, y esa misma sujeción también es estructural y condicionante.
Sujeto sujetado a la estructura estructurante. Las ideas comunistas de Marx no podrían
haber nacido en otro modo de producción que no fuese el capitalista. De ahí que en el
Manifiesto Comunista haya expresado que las propuestas comunistas no fueron
descubiertas por ningún redentor de la humanidad sino que nacieron de las condiciones
materiales, del movimiento histórico que se estaba desarrollando en ese momento. En el
Marx de las Formen (Formas que preceden a la producción capitalista) la historia es
progreso: avanza a pesar de la voluntad, ya sea de un individuo, de asociaciones de
hombres o de clases sociales. Ese progreso es objetivo. El hombre, un fragmento de
destino.
VI
¿Entonces es verdad que para Marx la historia no tiene sujeto ni fin(es)? Pareciera que
sí. Sin embargo, cual viejo topo, el astuto sofista dice que esa historia es, apenas, la
prehistoria de la humanidad. Es la historia de las sociedades de clase; la prehistoria de la
sociedad humana. La meta, dado el proceso objetivo, es el comunismo. Pero para que se
llegue al comunismo debe haber un sujeto deseante. Ese sujeto deseante debe ser, dada
su posición estructural, el proletariado, que no tiene nada que perder y sí todo por ganar,
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pues como clase sólo es dueña de su fuerza de trabajo y es uno de los componentes de la
fundamental relación dialéctica del amo y el esclavo en el capitalismo, habida cuenta de
que las otras clases son resabios de otros modos de producción, anteriores al capitalista.
Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista (entre la prehistoria y la historia)
media un período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda, dice
Marx, período al que corresponde también un período político de transición que no es
otro que el de la dictadura revolucionaria del proletariado. El adjetivo “revolucionario”
refiere a una combinación consciente de tareas tendientes a destruir las relaciones
burguesas de producción (de explotación) y de propiedad (de opresión), es decir,
expulsar a la burguesía de las fábricas (donde se ejerce la explotación) y del Estado (que
guarda, defiende y alienta la reproducción de las condiciones de reproducción de las
relaciones de producción y de propiedad, es decir, de explotación y de opresión). El
desarrollo de la libre individualidad en el comunismo (donde ya no habrá clases sino
individuos, hombres singulares y no portadores genéricos de intereses de alguna clase
en particular) sería así una consecuencia objetiva del desarrollo histórico. El comunismo
como etapa triunfal de la subjetividad.
VII
El proletariado revolucionario debe ser plenamente consciente para llevar a buen puerto
el barco que porta sus intenciones y así disfrutar de las fuerzas productivas en el marco
de unas nuevas relaciones sociales no explotadoras en el comunismo. Esas fuerzas
productivas que la burguesía desató del corpiño de las relaciones feudales de producción
crecen sin cesar en el capitalismo. El desarrollo de las fuerzas productivas es la medida
de progreso de las sociedades, fuerzas productivas que, como estructura, progresan al
margen de la voluntad de los sujetos. En el capitalismo, desatadas, las fuerzas
productivas hacen a las relaciones de producción y, dentro de éstas, la burguesía existe
por y para las fuerzas productivas, fuerzas que no puede ni desea controlar, ya que
supondría su fin como clase. Llegamos así a lo que Marx y muchos marxistas y
marxianos dijeron, dicen y seguirán diciendo: “socialismo o barbarie”. Si las fuerzas
productivas que no puede dominar la burguesía siguen desarrollándose, sobrevendrá la
hecatombe, a menos que el proletariado revolucionario tome sus tetas, se mame con
ellas y las cuide. El proletariado ya no encorsetaría a las gigantes y nutritivas tetas que
crecieron bajo el capitalismo sino que las usaría al mismo tiempo que las cuida. Las
fuerzas productivas mamarían a y de las relaciones de producción comunistas. Pero si
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esto no llegara a ocurrir, es decir, si no viniese el comunismo, los humanos y sus tetas,
junto con el planeta, marcharán inequívocamente a la barbarie. La prehistoria se
convertiría así en historia, la única historia vivida por la humanidad. Una historia sin
sujetos ni fines, salvo que la historia persiga fines destructivos y así la historia tenga un
fin, que sería al mismo tiempo un fin sin sujeto. El fin de una historia sin sujeto. El
advenimiento del fin de los sujetos, de las mercancías y de los objetos. La devastación
del imaginario ciberpunk.
VIII
Aceptar que la historia no tiene sujeto(s) ni fin(es) significa reconocer que los procesos
son objetivos. Se puede inferir del Marx de las Formen y de El Capital que ese
contenido de la historia se dio hasta el advenimiento y consolidación del capitalismo.
En las formaciones económico-sociales precapitalistas las fuerzas productivas tendían a
estancarse y de ese estancamiento surgían nuevas relaciones de producción que
permitían hacer avanzar a las fuerzas productivas. En el capitalismo, la superación de
las constantes y sucesivas crisis de producción supone también un creciente y
nuevamente constante desarrollo de las fuerzas productivas. Es decir, cada vez que se
supera la crisis capitalista de producción, las condiciones objetivas de realización del
comunismo mejoran. Las innovaciones tecnológicas indican el grado de avance de las
fuerzas productivas. En este sentido, Levitt y Dubner parecen marxistas al dar algunos
ejemplos que relacionan el avance de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción. En Superfreakonomics cuentan que el principal medio de transporte de
comienzos del siglo XX era vital para la economía capitalista de entonces, ya que no
sólo llevaba y traía a las personas sino a las mercancías; era de utilidad para hacer
funcionar las máquinas que producían muebles, ropa y comestibles, y era de gran ayuda
para todo el tejido social, ya que se lo usaba para apagar incendios o para llevar
accidentados al hospital. Pero al mismo tiempo, ese medio de transporte generaba
complicaciones urbanas y era un foco infeccioso que atentaba contra la salud de las
personas y del medio ambiente. Levitt y Dubner se refieren al caballo, una fuerza
productiva fundamental para el desarrollo del capitalismo que por entonces se estaba
consolidando. Los caballos expulsaban sus excrementos, que se acumulaban en las
calles de las ciudades. Si bien una parte de los excrementos volvía al proceso
económico como abono para las tierras productivas, otra gran parte se convertía en
desecho no sólo improductivo sino también contaminante. Así, el hedor por sí solo era
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contaminante, pero se convertía en un problema sanitario cuando la bosta acumulada en
las aceras atraía moscas, mosquitos y ratas que a su vez podían contagiar enfermedades
a los humanos. Además, el caballo era uno de los principales responsables de generar
calentamiento global, ya que el estiércol emite metano, un poderoso gas de efecto
invernadero. La solución llegó y no gracias a la superestructura capitalista (“no fueron
la acción del gobierno ni la intervención divina las que hicieron el milagro”, dicen
Levitt y Dubner) sino al desarrollo de las fuerzas productivas. El automóvil no sólo
salvó el medio ambiente porque las emisiones de carbono son mucho más limpias que
las de metano sino que también ayudó a estabilizar y perfeccionar las relaciones de
producción. “El problema lo resolvió la innovación tecnológica, las ciudades pudieron
respirar hondo y reanudar la marcha hacia el progreso”, comentan marxistamente Levitt
y Dubner. Y concluyen: “Cuando la solución a un problema no está justo delante de
nuestros ojos, es fácil asumir que no existe solución. Pero la historia ha demostrado una
y otra vez que esas suposiciones son erróneas. Esto no quiere decir que el mundo sea
perfecto. Ni que todo progreso sea siempre bueno. Hasta las cosas que más benefician a
la sociedad en general perjudican inevitablemente a algunas personas. Por eso el
economista Joseph Schumpeter decía que el capitalismo es ‘destrucción creativa’”.
Vemos de paso cómo Levitt y Dubner toman partido en varios nudos conceptuales hasta
aquí desarrollados y que dividen a los marxistas y marxianos: la historia es un proceso
sin sujeto ni fin(es); el desarrollo de las fuerzas productivas motoriza la historia,
haciéndola progresar; el avance de las fuerzas productivas hace progresar al sistema
capitalista pero los beneficios en particular quedan para la clase dominante; las crisis de
sobreproducción constituyen el mecanismo a través del cual se desarrollan las fuerzas
productivas bajo el capitalismo (“destrucción creativa”). Las fuerzas productivas existen
objetivamente, pero su uso social depende de las relaciones de producción. Así, los
bolcheviques no dudaron en implementar el método taylorista en los procesos de
trabajo. Esta innovación tecnológica, como fuerza productiva, fue funcional y muy
provechosa para las relaciones de producción capitalistas tanto de Estados Unidos y
Europa como de la Unión Soviética. Pero en el caso soviético permitió no sólo
reorganizar el proceso productivo, por entonces inactivo y en acelerado retroceso, sino
también y al mismo tiempo articular nuevas relaciones de producción y el avance de las
fuerzas productivas, de ahí que para un amplio sector del bolcheviquismo ruso la suma
de la electrificación más los soviets daba por resultado el socialismo. Cuando Marx da a
entender que el desarrollo de las fuerzas productivas supone una tierra fértil sobre la que
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se erigirá la sociedad comunista, el sentido de esa proposición “científica” se juzga
mejor si evaluamos las consecuencias que tuvo la introducción del taylorismo para el
desenvolvimiento del capitalismo de Estado soviético. El caso soviético parece
confirmar que la historia es un proceso sin sujeto ni fin(es): contra la voluntad de los
conscientes proletarios bolcheviques, la revolución rusa no hizo otra cosa que generar
un “Estado burgués sin burguesía”, como lo expresó cínicamente Lenin.
IX
El maníaco sexual Marx dice que cuando las tetas están por reventar el corset, varias
manos entran en acción. En esa lucha, los hombres y niños heterosexuales y
homosexuales conservadores dirigirán sus manos para evitar la ruptura del corpiño
mientras que los revolucionarios hombres y niños, heterosexuales y homosexuales,
junto con las mujeres –algunas madres, otras lesbianas– y bebés y lactantes, intentarán
desatarlo para que las tetas se muevan libremente y todos puedan disfrutar de sus frutos
de acuerdo con sus necesidades y capacidades. En ese reality porno apto para todo
público, por primera vez las manos y la cabeza, es decir, la emoción y la razón, no
deberán separarse. El instinto de clase debe convertirse en razón práctica. Si los viriles
proletarios al frente de los explotados y oprimidos liberan las tetonas fuerzas
productivas, podrán disfrutarlas a gusto cuantos quieran, donde quieran y cuando
quieran. ¡Por fin el placer será plenamente placentero en el reino de la felicidad
comunista! Y colorín colorado, el cuentito utópico ha terminado.
X
¿Y si el relato no fuese eutópico? ¿Por qué asumir que el proletariado se deshará de la
sujeción amo-esclavo si hasta ahora nunca se deshizo?
No fueron los esclavos ni los ciudadanos pobres los que terminaron con el modo de
producción antiguo sino los bárbaros guerreros invasores expansionistas portadores del
modo de producción germano fusionados creativamente con los ruralizados esclavistas
hacendados de la periferia del imperio romano.
No fueron los siervos de la gleba quienes acabaron con los señores feudales sino la
burguesía, esa advenediza y ajena clase surgida en las postrimerías de la formación
económico-social feudal.
En ningún modo de producción el esclavo se hizo redentor;
siempre surgió un tercer actor,
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inesperado.
Si nunca pudo deshacerse la sujeción amo-esclavo de cada modo de producción,
¿por qué el proletariado lo lograría?
“El proletariado por sí mismo no lo hará, la acción consciente será asumida por las
vanguardias”, braman algunos que se reclaman revolucionarios.
He aquí algunos resultados:
las andanzas de Guevara no crearon un hombre nuevo;
la revolución cultural china engendró una fuerte y disciplinada cultura del trabajo aún
más explotadora que la del capitalismo europeo;
los bolcheviques iniciaron el camino más largo y complicado para volver al capitalismo.
¿Acaso podía crearse un hombre nuevo de la mano del homofóbico y paternalista
Guevara?
¿Podía forjarse una nueva cultura si quien la fogoneaba era el analfabeto y mugriento
campesino Mao que se divertía contagiándoles sífilis a las jovencitas chinas?
¿El movimiento real del comunismo incluía ahogar en sangre al proletariado ruso?
XI
Mussolini y Bordiga se hicieron fuertes en la altamente industrializada Milán,
fermento revolucionario del proletariado.
En 1910, Bordiga y Mussolini militan en el partido socialista italiano e integran su ala
izquierda.
Antiparlamentarista decidido, Mussolini no les daba tregua a los reformistas y
derechistas del partido y su determinación militante hizo que Lenin y otros
revolucionarios lo impulsaran a ser director del periódico Avanti!
Bordiga, junto con Mussolini, batalla contra los reformistas, los parlamentaristas y los
socialpatriotas.
Sin embargo, repentinamente, Mussolini pasa de defender la “neutralidad absoluta” y
“ninguna tregua a la burguesía italiana” en la inminente guerra interimperialista de 1914
a una “neutralidad relativa” en octubre del mismo año, promoviendo así la intervención
de los obreros en la contienda interburguesa mundial, para terminar, luego de ser
expulsado del partido en noviembre y de fundar el movimiento fascista, defendiendo la
intervención en la guerra para “regenerar” Italia.
En menos de un año, Mussolini mudó de la ultraizquierda a la ultraderecha.
¿Habrá entendido Mussolini que la historia es un proceso sin sujeto ni fin(es)?
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XII
En enero de 1921, los militantes en torno a Bordiga rompen con el partido socialista y
fundan el partido comunista, sección italiana de la III Internacional Comunista.
¿Qué hizo hasta entonces Antonio Gramsci?
En octubre de 1914 escribió el artículo “Neutralidad activa y operante”, en el que
defendía la posición de Benito Mussolini contra Amadeo Bordiga. También asumía las
posiciones del sindicalista nacionalista Antonio Labriola, quien en 1907, antes de
abandonar el partido socialista italiano, privilegiaba los sindicatos al partido, es decir, la
lucha económica a la lucha política, y en 1912 apoyaba la anexión de Libia a Italia.
Asimismo, admiraba al filósofo idealista Benedetto Croce. Curioso: las primeras armas
en la militancia “comunista” las hizo defendiendo posiciones de derecha: de Mussolini
en el universo de la “gran política”, de Labriola en el empedrado campo de la “lucha de
clases” y de Croce en las sofisticadas alturas de la “filosofía”. Más curioso aún: estos
tres ídolos juveniles de Gramsci posteriormente fueron filofascistas. Así, Gramsci se
inicia en la militancia comunista como antimarxista y protoanarquista, es decir, como
reformista burgués. Faltaría poco para que abrazara la causa estalinista…
XIII
Aprovechando que en 1923 Bordiga es detenido por la burguesía fascista, Gramsci se
alía con otros comunistas para derrocar a la izquierda de la dirección del partido.
A fines de 1925, Gramsci, feliz por la derrota de la fracción bordiguista, reivindica la
campaña de difamación montada contra Bordiga y sus aliados como herramienta
efectiva para no debatir posiciones políticas en el precongreso del partido comunista
italiano.
Ahora Gramsci tenía un nuevo papá putativo que reemplazaba a Mussolini: Stalin.
Pero Stalin y Mussolini, como buenos esbirros de la burguesía, le soltaron la mano
cuando dejó de ser un idiota útil, y así fue que en 1926 Gramsci quedó detenido por el
fascismo y el estalinista partido comunista italiano lo abandonó a su suerte hasta que
murió en 1937.
Bordiga siguió siendo ultraizquierdista hasta su muerte en 1970.
XIV
¿Por qué Bordiga se salvó del escarnio de Mussolini y Gramsci no?
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¿Mussolini recordaría con nostalgia y cariño los días izquierdistas compartidos con
Bordiga?
¿Le habrá asqueado a Mussolini la actitud così é così del débil e influenciable Gramsci?
Si la historia es un proceso sin sujeto(s) ni fin(es), estas preguntas pierden relevancia.
A esa amarga conclusión llegó el Comandante Prado.
Y también Bordiga, cuando se negó a volver a militar activamente.
El comunismo es un bello ideal.
Y la revolución permanente su sueño eterno.
Post scríptum
Cierta noche estaba terminando de leer (en algunos casos de releer) cinco libros que
venía leyendo en simultáneo: Los desposeídos de Ursula K. Le Guin, La guerra al
malón de Comandante Prado, El canalla. La verdadera historia del Che de Nicolás
Márquez, Superfreakonomics de Steven Levitt y Stephen Dubner y La izquierda
comunista de Italia (1919-1999) de Philippe Bourrinet. Me propuse entonces hacer una
lectura de esos textos en relación con otros; en ese tejido, la concepción filosófica de la
historia en Karl Marx sería problematizada. El resultado fue La causa no prescribe
porque es eterna: revisión del proceso sin sujeto ni fin(es).