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Un zorzal llamó a la ventana es \\anovela Lclacioltlrrllt t t ttt llr¡t llrr,llr I
autor (La pajarera de Samuel Encino) y ambts Postell lllr lrrlIr tr'F'l'.1¡,'
poético nanativo. Samuel es un arquitecto que docitlt v it' tl t nll lt t', ¡t,i¡,t1, "en una cabaña de construcción fantasiosa. Pttctt it ¡xxn ('l lrr l",,ll ll' '
integra al mundo natural de la montaña y con los sctts r¡ttr' r'ttr ttr'rrlt,r ,tll¡
con ellos va tonificando su existencia y resolvictttlo stt litt¡',r t tt lr , rt
soledad. Esta novela recrea un mundo sefeno y clitttttttt'tllt' ittt¡tlF¡rrIr r il
los valores propios que brinda el mundo de la nalt¡lrtlt'¡rt
HÉcron Hnlrco (San Fernando, Chile). Escritor, hihlrotcr ¡ttl¡. ¡,tll, ::,,r
universitario y editor. Ha publicado una seric dc olrtrts ¡irr,r rrttlr, r
jóvenes. Sus libros cubren temas de amplio espacio, tlt'stlt' Ilt tt', ttln t 't,
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de los grandes sueños y fantasías de los niños it llt ¡ttt'rx'tt¡r,t, Ittrt ¡tttr lrr:
temas ambientalistas. Entre sus obras nanativas sc tlcslrtr'¡tlt I 't llluir i
de Goma; El Piano de Nerudalt 0tr0s cuenlls; lt¡t (ittltt¡ ¡/r l¡ rrr r irt r
0lr0s cuentls (Premio Consejo Nacional del Libnr y lil I ('r llll,r lrlrilCalatayud; El ovillo de hna; La laguna de los t'ttipttt. At l;t! rtlt | ,lll,,r, 'también le ha publicado: La pai arera de Samue l ll t t' i t t t ¡ ; 1 .,, ¡ t t t ¡ t t t ¡ t t J t
la ciudad dornidu; EI regreso de la Muler da (lt¡tt¡tt, ¡ lt¡1 ,li'tl,',."pendiente : Cuentos ambientulisÍas.
J.ARIAYAI,{EDITOIIES""
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I ln r,orr,al llam6 añ4"
la ventana
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Dirección de ColecciénHéctor Hidalgo González
Corrección de EstiloAlejandro Cisternas Ulloa
Dirección GráficaLeonardo Vilches Robert
Diseño GráficoEquipo de Arrayán Editores
Ilustraciones y PortadaAndrés Jullian
@ Héctor Hidalgo González.
@Anayán Editores S.A.
Bemarda Morín 435, hovidencia, Santiago de Chile.
Teléfono: (56-2) 4314200. Fax: (56-2) 4314282
http://www.anayan.cl . e-mail: [email protected]
Inscripción N". I 38.42 I . I.S.B.N . 9 56-240-399 -8
Primera edición, mmzo de2004. Reservados todos los derechos para todos los países.
Prohibida su reproducción total o parcial, a t¡avés de cualquier sistema de reprografía o
tratamiento informático, bajo las sanciones establecidas en la ley.
Impreso en Chile por Trama Color impresores S.A.
Héctor Hidalgo
[Jn r,orzal llamóa la ventana
Ilustraciones deAndrés Jullian
J'ATRAYAT{EDTTORES."
ü¡qE{:rOR
Nace el día en las montañas
os pájaros salieron temprano de la cabaña, antes deque el sol asomara entre los montes nevados. Los pri-
meros en levantar vuelo fueron las diucas madrugadoras;despuésoespues slguleron las tencas, abanrcando sus espigadascolas, y una bandada de tordos revoltosos se posó en las
siguieron las abanicando
ramas de una acaciaen flor. Enseguida les tocó a las tór-tolas andinas; volaban nerviosas, como manos agitadas, yluego no tardaron en salir los jilgueros con su aparienciade canarios con ropa de trabajo. También se les vio muycencaalos queltehues, que entenaban en la hierba húmedasus largas patas rosadas y correteaban con escándalo paraluego buscar los alfalfales de los campos cercanos.
Ilétlttr llitlulgt
l,os pirjlnrs cnrprcndioron su vuelo muy de madrugada;
así succdió hasta con los gorriones, que abundaban en
todas partes y que, como siempre, partíanpero no tardaban
en regresar, creando la sensación de que nunca salían.
Para qué hablar de los chercanes, de los chincoles o de
los picaflores; pequeñuelos y ágiles todos, estos últimos
parccían plumillas tornasoladas suspendidas en el cielo.
También habría que mencionar a los cachuditos que sal-
taban entre las ramas de los árboles, preparándose como
todas las demás avecillas para hacer el viaje de cada día,
que no era sino la ruta que registra la aventura de la vida
de cada cual. Estos pajarillos, tan pequeños y alegres,
partíanraudos hacia los cuatro puntos cardinales y como
pertenecían al espacio libre y anchuroso, despegaban tan
sincronizadamente como si fueran aviones en un gran
aeropuerto internacional.
A 1o lejos, una bandada de cóndores enfiló vuelo hacia
las altas montañas. Planearon los cóndores con sereni-
dad, sintiéndose dueños de todos los cielos, de todas las
nubes, de la mejor vista sobre la tierra generosa. Samuel
los observó en sus desplazamientos y poniendo su mano
a modo de visera clavó la mirada por largo rato en los
movimientos circulares de las grandes aves que seguían
rumbo hacia las montañas azuladas.
Un zorzal llamó a Iaventana
Aquella mañana, por previsión, Samuel dejó en el patio
varios tiestos con semillas y otros tantos potes llenos con
agua fresca; lo hacía para que desayunaran los pájaros que
se acercaban por primeravez ala cabaia. Después entró aprepararse un buen café con leche; yaparaese entonces se
sentía tranquilo, pues sus amigos de la cabaña se habían ali-mentado y habían partido en su reconido por los campos.
De pronto, sintió un extraño ruido proveniente de laventana que daba a la sala central de la cabaña. Se acercó
con cautela para ver qué sucedía y,rápidamente, descubrió
el curioso accionar de un zorzalque volaba desde el muro
de piedra, que delimitaba la propiedad, a los vidrios de laventana. Aleteando frente a ellos, el pájaro picoteó con talfuerza, que pareció tener la loca intención de atravesarlos.
Y continuó en su empeño en repetidas oportunidades.
Claro, hay que considerar que sus movimientos eran inúti-les, además de que no necesitaba de tales esfuerzos para
entrar ala cabaña, pues todas las ventanas superiores de laconstrucción siempre permanecían abiertas y en torno a laplanta alta había un verdadero campo de nidos cubriendo los
techos, también en las vigas superiores, en los descansillos
de las ventanas y en cuanto espacio se pudiera considerar.
Por lo tanto, en ese lugar era fácil entender que existía víalibre para todos los pájaros; aún más, se podría afirmar que
Héctor HidaLgo
ésa era, indiscutiblemente, una casa para ollos. De todas
maneras, llamaba la atención la evidente actitud comunica-
tiva demostrada por la avecilla. ¿Y qué pretendía decir?
Samuel, de muy buen humor y con su acostumbradamarua
de hablar con los pájaros, preguntó al nuevo visitante:
-Eh, amigo, ¿qué está sucediendo contigo? No es
necesario que hagas todo ese escándalo. Te 1o has llevado
atacando el vidrio como si fueras un desalmado. ¿Acaso
no sabes que este es un lugar dedicado a los pájaros? ¿Que
este es el mejor hotel de la región para ustedes y, además,
completamente gratis?
Como si hubiera entendido tal conversación, eI zorzal
reemprendió el vuelo y se fue a posar sobre la rama de
una acacia, la más apropiada para su seguridad, y desde
allí se puso a cantar. Pero no pasó mucho tiempo cuando
volvió aIa carga. De nuevo se lanzó en picada contra la
ventana de siempre y, aleteando frente a la úgidez del
vidrio, lo picoteó como si quisiera llamar a alguien para
que lo dejara entrar.
Samuel creyó comprender el mensaje y abrió la ven-
tana, pero el pájaro huyó presuroso para instalarse sobre
el muro de piedra y desde ese punto cantó durante largo
rato, demostrando con unos saltitos toda su impaciencia.
Después volvió a volar; 1o hizo hacia la ventana abierta pero
Un zorzal llamó a Iaventana
no entró. Se quedó parado en el dintel y desde allí inició uncanto largo, extendido y alegre.
¿Qué diría la letra de una canción tan singular?, pensó
Samuel con simpatía. Aun sabiéndose experto en la comunica-
ción con los pájaros, no comprendía los intentos delzorzaLBneso estaba cuando escuchó unos suaves golpes en la puerta de la
cabaña que hicieron que el pájaro saltara de nuevo a una rama
delaacaciay que esperara con cautela el desanollo de nuevos
acontecimientos. Mientras, Samuel pensó que muchas cosas
estaban sucediendo muy abruptamente; demasiadas pata una
mañana de campo, donde jamás se precipiaba nada. Y se dirigió
a la puerta, olvidando, de momento, al insistente zorual,
Al abrir se encontró con una niña de unos doce años, de
cuerpo delgado, de cabello negro y suelto que lo observaba
con detención con sus ojos tan oscuros como profundos.
Ella portaba en sus manos una pequeña tortuga de agua, ya sus espaldas la esperaban tres penos sentados sobre sus
patas traseras moviendo sus colas y tratando de no perder
detalle de lo que ocunía. Todavía más atrás, muy cerca de
la verja, un pato sacudía la cola, atento, girando un poco lacabezapara oír mejor. Laniia,quien se notaba que dirigíaa tan curioso grupo, terminó por preguntar:
-Si esta es la casa de los pájaros, como todos dicen,
¿acaso no habrá venido por estos lados Serafín?
Un zorzal lLamri a la ventana
-¿Y se puede saber quién es el famoso Serafín? -pre-guntó a su vez Samuel con tono amistoso.
-¿Cómo que quién es? Serafín es un zoÍzal, todo el
mundo lo sabe.
- Pues, mira, allí arriba en un gancho de la acacia hay un
zoÍzal,ése debe ser Serafín. Ahora está cantando, ¿lo escu-
chas? Además, te cuento que se lo ha llevado picoteando
la ventana. No sé, pero algo le pasa a tu Serafín.
-¿Me puede sostener a la Mirta? -dijo la niña,impulsivamente, cambiando aparentemente de tema de
conversación.
Samuel se vio de pronto con una torluga húmeda en las
manos. La Mirta lo miró con ese gesto de tedio tan propio de
ese tipo de animales, después cenó los ojos evidentemente
soñolientos y, sin más, se metió en el caparazón, olvidán-dose del mundo. Mientras, la niña caminó hacia la acacia
y cuando extendió una mano hacia el árbol, el zorzal saltó
sobre sus dedos para después acomodarse en su hombro.
Ella, de inmediato, aprovechó parareprenderlo con energía
y el pájaro pareció defenderse profiriendo un canto nerviosoy abundante. Entonces, la niña hizo un gesto tapándose la
boca con el dedo índice para que el zorzal entendiera que
debía callar de una vez por todas. Ante esto, el pájaro dejó
caer la cabeza sobre su pecho emplumado, permaneciendo
1l
Héctor Hidalgo
muy quieto, aceptando finalmente lareprimenda. Después la
niña se dirigió a Samuel con mucha decisión:
-Yo supe de ti gracias a Serafín. Él ya me había contado
sobre el modo como llamas a los pájaros para que te hagan
compañía; aunque yo también ya te había observado desde el
patio de mi casa. Es que somos vecinos. Eso tú ya 1o sabes,
puesto que te he sorprendido espiando hacia mi jardín. Pero
no me molesta. Comprendo que lo haces por curiosidad. Amí también me ha pasado, pero cuando lo he hecho me he
cuidado de que no 1o notes. Así fue como seguí paso a paso
la construcción de la cabaña y después me maravillé con la
llegada de los pájaros. Claro que el impaciente de Serafín
me trajo acá antes de lo previsto. Por su culpa no he podido
hacerte una verdadera visita de cortesía, con la mayor forma-
lidad del caso;ni siquiera he venido con mi mamá. Cuando
Serafín me contó de ti comprendí de inmediato que eras una
persona muy especial, claro que lo supe desde el momento
en que vi cómo te interesaban los pájaros.
*Por lo que has observado de mí, deduzco que me puedes
ver como un tipo extravagante, un loco de remate, un...
-No. Nada de eso. Para que me entiendas mejor, debe-
rías saber que con mi mamá vivimos en la cordillera desde
hace algún tiempo y, personalmente, conozco bastante
sobre animales, y ambas vivimos a gusto en medio de esta
t2
Un z,orz.al llamó a la ventana
naturaleza. Por ejemplo, gracias a que nos hemos instaladoaquí, yo reconozco los árboles por su nombre, tambiéndistingo las hierbas aromáticas, las que son propiamente
medicinales y las que condimentan las comidas;muchas de
ellas abundan aquí en la cordillera. Para qué hablar de las
costumbres que tienen mis mascotas regalonas; si sé hasta
cómo respiran y cuándo tienen frío, si padecen hambre osi están simplemente tristes. En cambio, mi mamá sólo se
interesa por las hierbas, desde las aromáticas a todas las
medicinales y las que sirven para cocinar. Hasta tiene unapequeña plantación de lavandas y un huerto con orégano,
apio, perejil, cilantro, menta, tomillo, romero, en fin.
Visítanos un día y te podré presentar a todos mis amigos
animales; te van a encantar. Bueno, Serafín -se dirigióaIpájaro, que se instaló con gran presteza en el dorso de
su mano-, es suficiente por hoy, vayámonos. ¿Qué tal si
dejamos a... ¿cómo te llamas?
-Samuel, ¿y ti?
-Yo me llamo Valentina. ¿Sabes?, no se te olvide que
soy tu vecina y que el quillay que tanto quieres reparte lasombra a ambas propiedades. Las ramas del viejo árbolsiempre se han pasado a nuestro sitio. Resulta curioso,
¿no te parcce? Hay una historia al respecto que otro díatela cuento. Adiós, Samuel. Cuida de que no se caigan los
ta
Héctor Hitktlpo
huevos de los nidos, refuérzalos con tablas o con cartón.
Los huevos son muy importantes;ellos permitirán que con
el tiempo tengamos más pájaros revoloteando por estos
lugares.
-No te preocupes, Valentina, que sé de nidos y teencuentro toda la razónen eso de cuidar los huevos. Haré
1o que me pides, es una buena idea. Hasta pronto, vecinita.
Una de estas tardes yo iré a tu casa; además, debes saber
que me encanta la fragancia de las lavandas.
Quién podría dudar que aquella mañana había sido muy
especial. A Samuel le quedó la sensación de que recién
empezaba su vida en la cordillera y que el pájaro pareció
dar el vamos a un proyecto de existencia como aquel que
se iniciaba, de tanta significación como siempre lo había
soñado.
El pajarero se quedó plantado en el umbral de la cabaña
mientras veía cómo se alejaba esa niña de tanto desplante
y naturalidad. Detrás de ella, los tres penos jugueteaban
coneteando alegres y sobre su cabeza, elzorualrezongaba
por no sé qué. El pato ya se había ido qué rato, seguramente
a juguetear en una acequia cercana. ¡Qué comparsa más
sineular!
l4
)
Valentina
ero la mañana del primer encuentro de Samuel conValentina depararía más sorpresas. Cerca del medio
díalaniña regresó muy agitadaalacabaflade los pájaros.Larazón era que la gata Luna estaba llorando. "pero silos gatos no lloran", argumentó Samuel al escucharla, sindejar de cepillar una tabla que iba a ocupar para construiruna nueva pajarera que colgaría de una rama de espino.
-Lo que pasa es que Luna no es una gata, ellaes unagttana convertida en gata y, seguramente, padece de unataque de melancolía. Sin duda se puso a recordar su vidaen las carpas o quizás fueron los viajes que hizo por elpaís con los gitanos, siguiendo la ruta del mar, lo que leha provocado tanta tristeza.
15
I llt rrt llilulgtt
-¿,Quó sabcs tú cle esos lugares? ¿Por qué hablas de
gitanos'/ ¿Cómo es que los conoces?
-Porque así son los viajes que realizan ellos. Y viví
en Santiago en una comuna donde abundaban las carpas,
incluso algunas familias gitanas eran muy exageradas con
sus costumbres, ya que anendaban casas y en las piezas
acomodaban los espacios con cojines, tules y toda esa
belleza que hay al interior de las carpas.
-¿Y tú hablabas con ellos?
-¡Pero si eran mis vecinos! Yo me asomaba por la
pandereta que lindaba con sus carpas y desde allí muchas
veces nos contaronamamáy amísobre sus interminables
reconidos por el país. Los hacían desde cada primavera
a cada otoño, para así refugiarse en los inviernos en San-
tiago. Desarmaban las carpas y partían en sus camiones,
camionetas y automóviles destartalados, para después de
varios meses regresar al sitio baldío que colindaba con
nuestra casa.
-Debieron ser viajes hechos siempre con la vista a los
faldones de espuma del mar que baña las zonas costeras.
Conozco esas rutas marinas y son muy bellas -completóSamuel, vencido por el entusiasmo de Valentina, pero lejano
al problema de la gata Luna.
-Yo creo que también la gata Luna debe echar de menos
16
Un zorzal llamó a la ventana
los pequeños pueblos del interior, donde acampabacon su
familia de gitanos -insistió Valentina, preocupada de su
conversación y, apatentemente, sin escuchar a Samuel.
-Quizás los gitanos pasaron por esas villas coloridasque parecen dibujadas a la orilla de los grandes lagos delSur -siguió soñando Samuel, abandonado arecuerdos que
no tenían nada que ver con la gataen cuestión.
-No me pones atención. Mi gata es la que siente nos-talgia por esos lugares; además, no hay que olvidar que ellafue muy viajera antes de que yo la conociera -concluyóValentina con molestia.
-Disculpa, Valentina, reconozco que fui un egoísta.
¿Qué te hace pensar que tu gata es una gitana? -trató decomponer la conversación Samuel.
-Si basta observarla durante un buen rato para saber que
no es una gata -se animó Valentina, olvidando, de pronto,su enojo-. La primera vez que la vi fue cuando llegó a micasa metiéndose por una cavidad que conectaba con el sitiode las carpas. Como los gitanos no la encontraron al bus-carla,partieron sin ella en uno de sus tantos viajes. La gata,como después me enteré al aprender sobre sus costumbres,solía ocultarse en lugares difíciles de descubrir. pero aquellavez, cuando todo quedó quieto, ya sin los gitanos alrededor,escuché unos gemidos de la gata,laque se encontraba entre
n
Hét'ktr Hidulg,o
unos cajones abandonados en un dncón de mi casa; protegía
una camada de cuatro pequeñuelos que hacían enormes
esfusrzos para mamar mientras su mamá, es decir, mi gata
Luna, los lamía con dulzura. Eran unas criaturas peladas, de
ojos aguados y con las venas transparentadas apenas entre
su pelambre escuálido; sólo contaban con unas pocas horas
de vida. Como no podíamos criar a tantos gatitos -conti-nuó Valentina--, mi mamá, quien se llama Rocío, compró
una gran canasta que cubrió con una mantilla de lana que
me había pertenecido y que ya no usaba para protegerlos
mientras crecieran y lograran valerse por sí solos. Después
los regalaríamos entre nuestras amistades. Cuando eso
sucedió, decidimos quedarnos con la gata Luna, y no nos
sentimos culpables de nada, pues los gitanos nunca más se
preocuparon de ella y, además, la gata no quiso regresar a las
carpas. Sé que se le nota que es una gitana, tiene reacciones
que van másalláde los gatos comunes y conientes -siguióhablando Valentina, casi con obsesión-. Estoy segura de
que algo misterioso sucedió en las carpas y por eso ella se
transformó en una gata,y como tal, pudo tener todas esas
crías. Pero, atención, esas crías tampoco son gatas o gatos
si la mamá no lo es. Sé que por ahí deben andar sus hijos,
reconiendo mundos como todos los gitanos. Estoy segura
de que mi gata Luna es una princes a grtana y que echa de
18
Un zorzal llamó a la ventana
menos a sus hijos -insistió la niña, Dna vez más-. Losgatitos que conocí, ahora deben estarreconiendo el mundotransformados en unos simpáticos niños de ojos verdes conpintas amarillas, como los de mi gata Luna.
Valentina se instaló en una de las sillas de lona del patioy se quedó conversando con Samuel durante un poco tiempomás. El pajarero, de yez encuando suspendía su trabajo paraescucharla o bien lo hacía para preguntarle cosas. Estabaverdaderamente interesado en lo que la niña contaba y lellamaba la atención esa mezcla de fantasía y fuerte senti-miento de pena que demostraba por su gata.
-¿Y tu mamá qué opina de las misteriosas lágrimasque dices que le coffen a tu gata? -le preguntó Samuelatrapado por la imaginación desmedida de la niña.
-Ella dice que la gataluna llora porque la soledad esuna mala cosa. Apropósito, tan sólo ayer mi mamáestabacon la vista clavada en las lavandas y la sorprendlcuando lecorrían las lágrimas por las mejillas. preocupada me acerquéa ella y le pregunté:" ¿Tútambién echas de menos a alguien,como la gataluna? Yo pensé que tal vez se acordaba de mipapá.Ella me contestó que lloraba no por una persona enespecial, sino por la necesidad de compaflía,por cumplir elsueño de encontrar a la persona indicada. Que un día pensóque la había hallado y que por eso se había dedicado tanto a
19
Un zorzal lLamó a la ventana
ella, con todas sus fuerzas, pero duró poco, porque aquellapersona, quien era nada menos que mi papá, un día se enojóinemediablemente y se alejó de ella. yo nome acuerdo de esos
momentos porque tenía apenas un par de años cuando sucedió.Aveces veo a mi papá,élvive lejos, en otra ciudad. Sé que loquiero y él también amíy que es mipadre. por mucho tiempono podía entender que la gente se enojara y se distanciara.Hasta que un día comprendí que las personas al relacionarsedeben cuidar sus sentimientos, de lo contrario nunca más vana estar juntas, sin importarles que los niños no comprendantales cosas. Mi mamá evita ese tema, seguramente para queyo no me sienta mal. Pero yo fui armando mi propia manerade pensar, porque siempre cada uno, a su modo, me ha dadocariño, aunque no tengo recuerdos de haberlos vistojuntos.Sin embargo, a pesar del distanciamiento ella me enseñó que1o debía querer porque es mi padre. Con el tiempo comprendíque a veces las cosas no son tan perfectas como uno quisiera.Por lo demás, tengo a mi mamá, quien es todo para mí. Ellasiempre dice que nosotros somos un par de personas solas
desde hace ya tantos años, pero maravillosas, y siempre des-pués de que dice eso se echa a reír como loca".
Valentina también rió con nerviosismo mientras contabaesas cosas tan íntimas. Cuando hablaba parecíauna niñamucho mayor. ¿O era que Samuel no conocía realmente
21
Héctor Hidulgo
a los niños y no sabía comportalse con ellos por no tener
la experiencia de haber creado una familia y tener hijos?
Ni siquiera podía relacionar todo aquello con hermanos,
puesto que de ellos tenía lejanos recuerdos de infancia,
ya que se distanciaron viviendo en ciudades diferentes
y preocupándose de sus trabajos y familias. A veces se
juntaban cuando visitaban a sus padres, pero poco tenían
de qué conversar, ya nada los unía, salvo el encuentro con
sus progenitores en la vieja casa familiar.
-¿Y yo? ¿No te acompaño 1o suficiente paru que ts
sientas tan sola? ¿Te aburro? -dijo inesperadamente
Valentina, casi para sí, como si una gota de recuerdos se le
hubiera quedado atascada y debía desprenderse de ella...
Samuel detuvo abruptamente el trabajo y se quedó con-
templando hacia el sitio colindante. A la distancia vio a
Rocío, como llamó Valentina a su mamá; estaba sentada
en una silla de lona; leía un libro y se notaba que de vez
en cuando detenía la lectura y se quedaba con la vista
clavada en las flores del jardín. ¿Estaría tan nostálgica
como la gata Luna?
Por la interminable conversación de Valentina, Samuel se
enteró de que la niña disfrutaba de sus vacaciones de verano
y que ocupaba eIdíaentero en atender a sus animales y en
jugar permanentemente con ellos. Supo también que en la
22
Un r¡rzaL llamó a Ia yentana
cabaia tenía dos gatos, tres penos, una tortuga, un pato
y un roedor hámster de color damasco, que se lo llevaba
deslizándose por una rueda de metal o bien se envolvía en
trapos para dormir largas siestas. Mientras elzorzalserafín,que é1ya conocía, era la mascota más regalona entre tantas.
Valentina decía que Serafín le contaba todo cuanto sucedía
en la montaña, porque era el pá4aro más entrometido ychismoso del planeta.
Valentina le nanó también que por las tardes ella se dedi-
caba a cepillarles el pelo a los penos, pero que éstos protes-
taban incómodos, ya que la escobilla era de acero y les hería
la piel. Él sabía de esas cosas, puesto que muchas veces la vioen esos menesteres. A la distancia, desde su cabaña observó
en tantas ocasiones cómo los atendía y les conversaba con
cariño, y los animales parecían escuchar cada palabra suya con
la mayor dedicación; se notaba que a los peffos les importaba
cuanto hacía la niña por ellos y, seguramente, la atención que
ponían a sus palabras, a pesar de los rasguños del cepillo, era
la manera de retribuir tanto afecto.
De pronto, en medio de la conversación Valentina se puso
de pie y caminó con el propósito de buscar ala gataen las
inmediaciones. La comparsa de animales la siguió, inclu-yendo al pato, que siempre se mantenía aprudente distancia,
considerando que prefería permanecer nadando en una
4a/1
Héctor Hidalgo
refrescante poza que vagabundear por la tiena. Valentina
buscó a su gata por las inmediaciones porque sabía que
ella acostumbraba a deambular por esos lugares, sin que
le importaran las distinciones de las propiedades privadas.
Finalmente, la niña la encontró durmiendo anillada a una
gruesa rama del viejo quillay. Valentina se encaramó a una
silla hasta alcanzar el lomo de la gata para susunarle:
-Luna, Luna, ¿a dónde te llevan los sueños?
La gatapareció escucharla, estiró las patas delanteras,
bostezó largamente y se afenó alaramadel árbol como si
acomodara la almohada más mullida. La nií'a le hizo un
suave cariño en el pelaje y la gata comenzó a hacer sonar
un motorcito, un ronroneo monótono, reposado y cariñoso.
La gataluna ya no tenía pena.
1A
3
Serafín
esde el verano pasado que Valentina tenía como nueva
mascota a Serafín. El pájaro llegó una mafranaa la ven-tana de su dormitorio y cantó hasta despeftula.A partir de
ese momento, nunca más se separaron. Serafín era un pájarcmágico y tan misterioso como lagataluna. Se comunicabacon todos y sus cantos eran entendidos de un modo muytransparente por los que lo querían de verdad.
Los nombres llegan a veces a los seres sin que alguien se
dé el trabajo de inventarlos; pareciera que nunca se han des-
prendido de quien los lleva y se podría decir que así sucediócon Serafín en su primera apariciónen la montaña.
Entre las ramas de un espino, Valentina vio al zorzalque
25
Héctor Hidalgo
cantaba como contratado. Por 1o demás, siempre llegaba
ese tipo de pájaros al jardín de su cabaia, compitiendo
por un tenitorio con las tencas, que se parecían tanto a los
zorzales. Terminaban todos conviviendo entre cantos y
picoteos, pero el de aquella mañana era un pájaro dema-
siado escandaloso para no ser tomado en cuenta. Y parecía
decir con su canto: "Atención, que aquí la tranquilidad
ya se acabó, porque he llegado para llenar los días con
muchas cosas entretenidas, sobte todo con las mejores
capuchas, porque en este tema nadie me gana, ni siquiera
los loros tricahues, que jamás callan, ni mucho menos los
asustadizos queltehues, que se lo pasan alertando la llegada
de exffaños".
Valentina sonrió al descubrir al zorzal saltando entre
las ramas del árbol y se sorprendió mucho más cuando
comprendió 1o que el pájaro estaba diciendo. La niña le
dijo el primernombte que se le vino alacabeza'. "¡Serafín!,
¡ Serafín !" - no sé cómo se le había ocunido pronunciar tal
nombre, pero, vaya que se ajustaba a ese pajarito-. "¿Y qué
haces cantando tan temprano, amigo Serafín?" -agregóValentina desde la ventana de la cabaña.
"He viajado por muchos campos con abundantes viñe-
dos, porque vengo del valle, donde picoteaba mucha uva
madura; también las mejores guindas dulces y, uf, en verano,
26
Un zorz.al llamó a Ia ventana
los damascos más jugosos que se puedan disfrutar. Pero
cuando llegué a la cordillera me pasó lo mejor de 1o mejor,pues descubrí que en los caminos bordean los ciruelos,que inclinan sus ramas debido a la exageradacargade sus
frutos. También por acá he visto muchas higueras y, por eso,
ya me apronto para saborear las brevas y los higos cuando
cada estación del año lo permita, y paraqué hablar de los
viñedos que descuelgan de los ceffos llenos de sol o de
lo que me enteré tan solo hace un par de mañanas: cuando
los campesinos aporcan la tiena las lombrices se retuercen
deliciosas para que me las pueda comer; en otras palabras,
esto es un paraíso."
Así entendió Valentina el canto abundante de ese
viajero decidido a asentarse en esos lejanos parajes, y lomás extraordinario fue que la niña nunca puso en duda
la aftagantada conversación del pájaro. Entonces, ella,
entusiasmada ante tantas cosas nuevas, salió al jardinpara
saludar a un pájaro tan especial.
Aunque jamás se imaginó que se posaría en uno de
sus hombros, 1o hizo como si la hubiera conocido desde
siempre. El canto del pájaro despertó a los penos, también
a un ganso que cruzó corriendo haciala maleza, tal vez
pensando que desde allí podría organizar el escándalo de
sus graznidos que avisaban cualquier peligro inminente.
27
Un zorzal Llamó a la ventana
En cambio, la tortuga Mirta sólo entreabrió un ojo, sinapresurarse, como siempre, metida en su mundo de años
lejanos y privilegiados, y el gallo Carlos, ausente de todo,apuró su canto para anunciar que la mañana debía activartodas las fuerzas para enfrentar eldíaque siempre prometíaaventuras no conocidas. ¿Y quién en capaz de negarse a
tal invitación?
Es que muchos de los animales del lugar expresaban lode siempre, es decir, ni una minúscula cosa nueva de cada
mañana de lo que les conespondía vivir. Por eso, ni porcasualidad se escandal iznoncon la aparición del zorzal. Lagata Luna tampoco se inmutó, aunque ella solía perseguir a
los pájaros, pero todos sabían que lo hacía sólo para moles-tarlos, ya que no pretendía comérselos. Entonces se notabaque muchos animales del lugar eran amigos de la visita desde
mucho antes de aquella mañana en que apareció en el jardínde la cabaña de Valentina.
Sin embargo, la tenca Rosalía, otra amiga de la niña, quienacostumbraba a coretear por el jardín con sus delgadas patas,
exhibiendo una figura tan fina y elegante como caprichosa, se
burló del recién llegado zorzal,y con descaro imitó su canto; es
que no había nadie como ella para remedar a otros pájaros.
-La tenca Rosalía, en figura, es como un zorual a dieta
-comentó Rocío llena de risa cuando la vio correr por el
29
Héctor Hidalgo
jardín y picotear con avidez las semillas que encontraba
entre el pasto.
Rosalía era un pájaro de gran personalidad; además de
elegante y alegre, especialmente cuando abanicaba su larga
cola y estiraba el cuerpo oteando los peligros con su cabeza
erguida a los vientos sutiles.
Cuando Serafín descubrió a la tenca en el territorio que
lo creía sólo suyo, de inmediato cambió de canto, emitiendo
entonces un silbido muy agudo, como cuando crujen los
árboles mecidos por la brisa. Pero la tenca Rosalía sólo
demoró un segundo en imitarlo de nuevo. Tres goniones
saltaron con mofaentre las ramas de un anayán que descol-
gaba su cabellera de pequeñas hojas lustrosas casi topando
el suelo, y una bandada de tordos revoltosos se puso acantar
entre las hirsutas ramas de una acacia,recreando manchas
negras con la agitación de sus desplazamientos.
El zorual alertó las plumas de su cola y, rápidamente,
algo ofuscado, levantó vuelo hacia el rto,ttatando de olvi-
dar las burlas de los demás pájaros que no eran sino una
desagradable demostración de celos, pensó.
30
El viejo gramófono
uando el sol se ocultó muy lejos, más allá de la lnea del
mar y en el sentido contrario, y la cordillera andina reci-
bió el último reflejo de sus rayos, regesaron los pájaros para
dormir en la cabaña de Samuel. Allí los esperó para llenarlos
de preguntas: "¿Cómo estuvo el día? ¿A quiénes conocieron?
¿Qué campos han reconido? ¿Llegaron hasta el río?"Los pájaros parecieron entender y algunos volaron sobre
su cabeza para posársele en los hombros; en cambio, otrosprefirieron hacerlo en sus manos extendidas. Y con tantas
avecillas revoloteando, Samuel se vistió con una fantástica
manta de plumas volátiles y esa sensación lo llenó de risas
descontroladas.
.tIJI
Héctor Hidalgo
Con la algarabía, el pajarero no reparó en Valentina,
quien había llegado atraída por el ruido que hacían las aveci-
llas. La acompañaba Serafín y, como siempre, los tres penos
que agitaban las colas con inquietud al ver a tanto pájaro
revoloteando. Así, el patio de Samuel se transformó en una
fiesta de vuelos, de cantos locos y ladridos descompuestos,
hasta que las estrellas comenzaron a asomarse en la cuenca
violeta del cielo de ese atardecer de verano. Esa señal de la
nafiiralezafue una llamado impostergable para Valentina.
Como si recibiera el aviso de que el tiempo permitido ya
había concluido, del mismo modo como se lo señalaron
en el cuento a Cenicienta. Entonces la niña se fue con sus
penos y sus otros animaies hasta que laalgazarase aquietó
poco a poco, como invitando al descanso.
Así, cada pájaro se instaló en su nido y la cabaña se llenó
de gorjeos hasta que todo comenzó aaqtietarse y el silencio
del lugar fue casi completo, salvo por ciertos ruidos muy
leves provocados por los aleteos de una que otra avecilla que
se acomodaba en su nido, o bien, por los saltitos de otros
pájaros que se instalaron al borde de una de las ventanas
de la planta superior de la cabaña.
Aunque no todo fue paz, pues las lechuzas blancas en
medio del sopor de la oscuridad salieron a su habitual
aventura nocturna, asomándose con sus alas desplegadas
a4JL
Un zorzal IIamó a la ventana
con tanta cautela que parecían pañuelos blancos dejadoscae\ apenas rozando la levedad de las cosas, planeando
con la brisa fresca de esa noche tan joven aún.
Después de que los pájaros se durmieron, Samuel se
sentó en la silla de lona que mantenía en el frontis de lacabaña y allí comenzó a tocar la armónica. Los sones de
viejas canciones llenaron el campo de sensaciones lejanas.Eran sones que hablaban de viajes por el mar, de puertos
olvidados, de nostálgicos amores de juventud.,.
Hasta que, inesperadamente, Samuel dejó de tocar ycomo si se acordara de algo importante, regresó alacabafra.Parándose en medio de la sala principal, dirigió la miradahacia la planta alta y sonrió al ver el espiral de nidalesapuntando al cielo raso. Entonces comprendió que no estaba
solo, todo lo contrario, porque se sintió acompañado porlos seres que más quería en la vida, es decir, por todos esos
pájaros de la vecindad que decidieron convivir con él en
aquella cabafla construida en plena cordillera para poderalbergar a tantos pájaros y aélmismo.
Estas son decisiones que por muy singulares queparczcandeben ser respetadas; por lo tanto, cuando se hacen realidadno son otra cosa sino el dibujo de los sueños más queridosde las personas, y eso sí que vale la pena defender frente a
cualquier argumento que pretenda poner en discusión una
aaJJ
Héctor HidaLgo
posibilidad tan importante como asumir el siguiente paso
en la existencia. Samuel sabía, fruto de sus reflexiones,
que nada interesante había dejado atrás, que nada había
quedado en la ciudad que valiera la pena recuperal y que
cuando salió de ella, comprendió que partía a una nueva
vida y eso sí era importante para cualquiera.
Con un impulso casi juvenil, esa noche el pajarero salió
a estirar las piernas en medio de aquella tranquila noche de
verano. Caminó sin apuro, yéndose por un lugar flanqueado
por grandes árboles de ramas enffelazadas en las copas. Con
la brisa se producían pequeñas cavidades entre el ramaje y
por allí se colaban las estrellas pestañeando juguetonas en
medio de ese universo de hojas estremecidas.
En todo lo que estaba haciendo se notaba el grato sabor
de quien recién parte. ¿Pero eso es suficiente para que una
persona abandone una larga existencia y se vaya a vivir a la
cordillera junto a tantos pájaros? Cuando él se 1o preguntaba
experimentaba una sensación extraña, tanto era así que
muchas veces pensó que todavíahabía algo más importante
pendiente para llegar a sentir la vida en plenitud; todo no
podía ser tan sencillo y lineal, porque nada era lineal.
Y sin dar un rumbo fijo a su caminar, Samuel se perdió
en la noche del campo y 1o primero que percibió fue el
envolvente canto de los erillos. También le llamó la atención
atJ1
Un zorzal IIamó a laventana
el ajetreo de los conejos que se cruzaron en su camino y laimagen de un gato salvaje al que le relumbraron los ojoscomo si fueran pequeñas linternas fosforescentes.
Inesperadamente, una lechuza blanca buscó su presa enmedio de la noche, volando como la expansión incierta deuna palmada de misterio. La luna se asomó con timidezen las cumbres de las grandes montañas y repigmentólos cenos con su pálida luminosidad hasta hacer que losárboles recuperaran algo de sus colores en medio de lasemipenumbra; fue cuando Samuel decidió regresar a lacabaña para descansar.
Antes de entrar ala cabaña, Samuel aspiró hondo y sus
pulmones se llenaron del fresco olor de las hierbas cordille-ranas. Notó que todavía no tenía ganas de dormir y la nocheera tan bella que nadie habría dudado en aceptar la invita-ción de disfrutarla hasta su último sopor. para hacer algodiferente, el pajarero se acordó del viejo gramófono traídodesde la ciudad con las pocas cosas elegidas y rescatadas desu antigua casa. El aparato había pertenecido a su familiapaterna y él lo conservaba con gran cariño, recordando queya era una antigüedad cuando su padre lo llevó a la casa.
Siendo niño, cómo se divirtió Samuel dándole vueltas a lamanivela y dejando la cuerda al tope, apuntando la gruesaaguja de acero sobre el borde del disco de acetato srabado
35
Héctor Hidalgo
por un solo lado. De ese modo escuchaba con deleite la
música de principios del siglo veinte. Así conoció a muchos
clásicos, también los tangos de Carlos Gardel, los valses
de Strauss y tantos otros discos provenientes de Europa,
y todos cantados con voz en sordina, escuchados a duras
penas, siempre dependiendo de la limpiezadel disco o del
poco uso de la aguja.
Después de todo aquello, de su viejo gramófono, de su
familia paterna yatan difuminada, de tantos momentos
bellos, se le pasó la vida. Después de tantos después,
Samuel partió de su pueblo provinciano del sur a la capital,
a estudiar arquitectura, y con ello se alejó definitivamente
de la casa de sus padres. Guardaba los mejores recuerdos
de esa casa construida con las propias manos de su padre;
casa alargada que albergaba los dormitorios de sus her-
manos, emplazados a 1o largo de una galeríade ventanas
pequeñas de marcos pintados de color blanco, y al fondo,
los inolvidables parrones,los limoneros,los damascos y,
cobijándose en los muros enfrentados de la propiedad, las
hortensias con sus vistosos ramilletes floridos que cam-
biaban de color en la medida en que se desenvolvían los
días del año. Pero tanto su padre como su madre fueron los
broches esperanzadores para mantener al racimo de hijos
que, inevitablemente, se fueron por distintos caminos.
36
Un zorzal llamó a la ventana
Aquella casa se transformó en un elemento casi mítico,plena de recuerdos para todos, porque ese lugar marcabalos mejores años de una familia desintegradahacíatantotiempo.
El día en que el padre de Samuel presintió que ya lequedaban pocos años de vida, llamó a sus hijos, uno tras
otro. A cada uno lo besó con ternura, a pesar de que casitodos pintaban canas, pero el viejo padre los observó comosi todavía fueran los muchachos revoltosos de antaño y acada uno le regaló algo querido por la familia para que se
lo llevaran a sus nuevos hogares, cosas que eran conside-radas casi como un tesoro por la reserva de sentimientosque encerraban.
ASamuel le conespondió el viejo gramófono, tambiénel álbum de cuero repleto de viejos discos. "porque sé
que lo amas" -le dijo esa vez- "y lo sabrás cuidar,consérvalo como algo que recordará años muy bellosvividos con tu familia, años que ya no volverán. Todosustedes están grandes, cada uno ya partió a formar su
hogar y de los días del gramófono mejor ni hablar, salvoque el propio apanto sabrá cumplir su misión de activarlo mejor de nuestro pasado".
Los discos eran viejas grabaciones de tangos, boleros,gu arachas, p asodobles, zarz:uelas,s infonías de B eethoven,
anJI
Héctor Hidalgct
Mozart,piezas para piano de Chopin, conciertos de Liszt
y muchas óperas de Wagner, pero especialmente los valses
de Strauss y las óperas de Giuseppe Verdi interpretadas
nada menos que por Enrico Caruso. Era un verdadero
tesoro de antiguas melodías, de tesonancias olvidadas,
gotas de nostalgias, eráticas, pero tan verdaderas. Samuel
jamás se desprendió de esa reliquia. En todas las huellas
que dejó de su solitaria vida, siempre estuvo presente el
viejo gramófono. Por ejemplo, cuando se decidió a aban-
donar la ciudad, muy pocas cosas llevó a la cabaña de la
cordillera; entre ellas, el gramófono, los discos y otras
pocas grabaciones modernas que agregó, como fueron
las obras de Vivaldi que tanto apreciaba, especialmente
Las Cuatro Estaciones.
Samuel puso una mesita en el frontis de la cabaña y sobre
la cubierta acomodó el viejo gramófono. Quería escuchar
esas melodías tan lejanas para saborearlas en medio de
las montañas y recuperar algo de su infancia. Buscó en el
álbum de cuero el disco apropiado y parutal ocasión eligió
El barbero de Sevilla, ópera grabada por Enrico Caruso en
el año 1905.
Después de haber estado metido en tan lejanos recuer-
dos, cenó la puerta de la cabaña paru no distraer el sueño
de los pájaros y dio vueltas a la manivela hasta dejar la
38
Un zorzal llamó a laventana
cuerda tensa, como lo hizo tantas veces lleno de ilusióncuando niño. Luego movió una pequeñapalancapara que
eI brazo del gramófono se desplazara hacia el borde deldisco que ya daba sus primeros giros. Y entonces lavozdel gran Caruso inumpió con fuerza, inundándolo todo.Esa voz portentosa se internó entre los árboles, se metió através de la hondura de la noche, se fue lejos hasta cofferenérgica sobre el agitado lomo del río, impregnando cadacosa con su pincel hábil, diestro en la recreación de losensueños y las complicidades más queridas y secretas queguarda cada persona.
Mientras, las estrellas se acomodaron como si fueran elgran patio de butacas del universo, dispuestas a escuchar alfamoso tenor ya integrado plenamente a esa cálida noche de
verano. No tan lejos, el río insistió en participar con el cororonco de sus aguas agitadas, mientras que las secas coces de
un caballo estremecieron el lejano puente de madera, al mismotiempo que los grillos cantaron confundidos entre la mal eza,yun iárbol gimió al sentir sobre sus ramas el permanente embate
del viento. Entonces Samuel no supo qué música era más
bella, si aquélla, nacida de ia naturaleza nocturna, o la que se
recreaba con la voz poderosa del tenor italiano.Inesperadamente,la aguja del gramófono se atascó y se
quedó pegada al surco sucio del disco y Caruso comenzó
39
Héctor Hidalgo
a repetir una frase como si se hubiera trastornado. Samuel
no supo si levantar el brazo del aparato o darle un empujon-
cito; por lo demás, cualesquiera de las operaciones podrían
dañar la valiosa grabación. Cuando optó por levantar el
brazo, asumiendo el posible deterioro del disco, sintió un
pequeño ruido entre lamaleza.El pajarero se preocupó por
ello; no acerfabaa adivinar quién podría estar oculto entre
los arbustos. Entonces, para saber qué sucedía allí, gritó
hacia la oscuridad:
-¿Quién anda ahí?
Nadie contestó y Samuel aguantó la respiración,
sujetando el brazo del gramófono y dejando que el plato
cubierto con un fieltro suave de color rojo diera sus giros
sin control alguno.
-Repito, ¡que salga quien se esconde allí!
Entonces de entre los árboles aparecieron dos hombres
y un niño. Cual más cual menos, dibujaban francas y aver-
gonzadas sonrisas en sus rostros.
-Soy Benjamín, él es Carlos, ambos somos anieros, y el
muchacho se llama Juan, es mi hijo mayor. Estábamos ocultos
escuchando esa cosa tan rara que usted tiene ahí sobre la mesa.
De lo que estamos seguros es que no es un radioneceptor.
Samuel los miró con simpatía y recuperó la confianza
al ver que estaba frente a sencillos hombres de la montaña.
40
Héctor Hidalgo
Aveces tenía reacciones de hombre de la ciudad, especial-
mente cuando desconfiaba de las personas, pero ahora que
estaba en el campo, todo era diferente. Recapacitó ráryida-
mente y agregó a modo de invitación:
-Acérquense a escuchar. Esta cosa que encuentran
tanrara no es más que un viejo gramófono que data de
los primeros años del siglo veinte. Estaba en lo mejor
escuchando una ópera cuando algo sucedió con él; a lo
mejor hay un poco de polvo en el surco del disco y por
eso se atascó la aguja.
-Cuando pasábamos por aquí nos llamó la atención
que alguien cantara con voz tan poderosa; además, en un
idioma tan rato, pero casi igual al nuestro. Nos asomamos
por entre lamalezay no vimos a nadie. Notamos que usted
estaba con la boca cerrada y observaba las estrellas mien-
tras escuchaba;jamás supusimos que todo salía de esta caja
-dijo con locuacidad el ariero llamado Benjamín.
Quien canta es Enrico Caruso en una antigua gra-
bación, sólo que ahora no quiere seguir adelante y no sé
qué hacer.
-Déle unos golpecitos al aparato, así anda la camio-
neta de don Gabriel -comentó Benjamín sin dejar de
sonreír. Samuel siguió su consejo, pero Caruso repetía y
rcpetíala misma frase.
42
Un zorz.al llamó a la wnfdna
-¿Por qué no se acerca ala cqa y le pide al cantanteque continúe con su canción? -opinó el niño, sonroján-dose de inmediato por esa ocurrencia que hizo reír de
buena ganaatodos.
-Es mejor que le dé unas cuantas vueltas más a la mane-
cilla - sugirió Carlos, el otro arriero, tímidamente, cuidando
de no decir un disparate a un desconocido.
Samuel siguió su consejo y le dio unas cuantas vueltasmás a la manivela y, por arte de magia, Caruso comenzó
a cantar tan rápido, como si alguien lo estuviera persi-guiendo y su voz se hizo tan chillona, como si fuera una
rata asustada. Pero con las vueltas dadas a la manecilla,poco a poco el tenor volvió acantar en gloria y majestad.
Con tanto empujón se limpió el surco.
-Le dio tantafuerza, que el cantante se puso a corrercomo un desaforado -insistió el niño-; ya se cansará yvolverá a caminar -agregó mirando la reacción de todos,
y de nuevo , para pesar del niño, volvieron arcíl-Escuchen, esta es la ópera El barbero de Sevilla,
del compositor italiano Gioacchino Rossini -comentóSamuel sin dejar de mirar el borde oscuro de las montañas,
desde donde las estrellas parecían caer tragadas por una
tremenda oquedad.
Después los arrieros y el niño se sentaron a escuchar;
43
Héctor Hidalgo
estaban affobados. Nunca habían oído una música así, ni
mucho menos a uno de los cantantes de ópera más famosos
de la historia de la música. Tampoco imaginaron que el
intérprete 1o haría a través de una auténtica piezade museo,
como 1o era el viejo gramófono del extraño pajarero, y,
además, en un disco que yateníacasi cien años.
44
Benjamín, el arriero
A lu mañana siguiente, Benjamín volvió a la cabaña de
^{-LSamuel; llevaba consigo un queso de cabra y en una
bolsa, tres panes amasados. El arriero se sentó a la sombra
del quillay y, sin preámbulos, invitó al arquitecto a que
compartieran el alimento, a modo de desayuno. Samuelsonrió saludando entusiasmado y entró a la cabaña pordos tazones humeantes de café con leche. Cuando recibióla visita del arriero, Samuel se encontraba revisando elplano de la construcción para así confirmar la calidadde la flamante cabañ,arecién concluida. Recorría con su
mano las líneas de la edificación trazadas sobre una hoiade grandes dimensiones.
Héctor Hidalgo
Mientras compartía el desayuno, el arriero se acercó
al plano y rascándose la cabeza le preguntó:
-¿De qué sirve trazar tantas líneas en un papel?
-Son necesarias para construir una casa. Esto es un
plano arquitectónico -le contestó Samuel, cuidando de no
ofenderlo-. Cada línea representa un espacio determinado
de la construcción. Por ejemplo, esos pequeños rectángulos
representan las puertas, y los cuadrados, las ventanas de la
planta baja. Los círculos que abundan en el segundo piso
vienen siendo las cavidades donde ya anidan los pájaros que
viven conmigo. En buenas cuentas, este es el plano de mi
cabaña, construcción que para muchos podría ser aparente-
mente desquiciada, pero no lo creas, porquo está muy bien
pensada. He cuidado hasta los más mínimos detalles. Aquí
todo está dispuesto para que una persona pueda convivir con
una gran cantidad de pájaros. No sé si alguien se lo había
propuesto alguna vez, porque los pájaros necesitan de su
espacio para vivi¡ al igual que las personas. Esta cabaña
es el resultado de un propósito que no se origina de teoías
arquitectónicas sino de mi propia vida y decisión y hasta ahora
ha dado resultados.
El arriero escuchaba con mucha atención y se volvió a
rascar la cabeza. Después le contó a Samuel que él había
construido dos casas. Una muy cerca de donde estaba su
46
Un zorzal llamó a laventana
cabaña; allí vivía con su familia, y la otra, que él llamó elrefugio, lahabíalevantado en plena montaña. En ese lugardormía acompañado de sus penos y protegía por una nochea la recua y a los caballos que llevaba a pastar en las verdesplanicies existentes entre las altas montañas, esos pequeños
valles abundantes de buen pasto, ocultos entre el inmensoroquerío de la cordillera. Además, agregó:
-No necesité tantas líneas para construir ni una ni otracasa. Sólo me bastaron muchos palos para el envigado deltecho y la espina de la casa, clavos, alambre, la techumbrede cinc, fieros para las cadenas que afirmaron los pilares,unos cuantos sacos de cemento y muchas piedras para loscimientos y para levantar los muros; ah, también varioskilos de tierra de color para darle una cierta tonalidada toda la construcción, aunque eso desapareció con laprimera lluvia. Después comprendí que aquí los coloreshay que recuperarlos de lo que existe más que de lo quese agrega y que las piedras y las maderas regalan losmejores tintes para las viviendas.
-¿No usó ningún trazo paraconstruir? -consultó elarquitecto, extrañado.
-Bueno, unas cuantas rayas sobre una hoja de cua-derno que me dio mi hijo. Las rayas fuerontrazad,asparaque las puertas no me quedaran desniveladas ni el techo
47
Héctor Hidalgo
se me viniera abajo; eso se me ocurrió de puro observar
cómo iba la construcción.
-Tiene usted razón, ha resuelto muy bien todo el
proceso de construir; se valió de la observación, de la
experiencia y del ingenio; yo, en cambio, necesito de
conocimientos para hacerlo, me falta la experiencia que
a usted le sobra y por eso la suplo con los estudios y las
técnicas que me enseñaron en la universidad.
-No sé qué vale más, pero lo importante es que se
llegue a buenos resultados. Seguramente sus construc-
ciones son mejores que las que yo hice, pero tenía que
resolver un problema y no tenía otros recursos.
Lo he observado en otras ocasiones, instalado a la
sombra del quillay. A la distancia, me fijé que revisaba
como ahora unos papeles, supongo que era este plano.
Hasta entiendo que lo necesitara para construir esta
cabaia, pero lo que no me cabe enla cabeza es que esta
vivienda, de forma tar- rara, sirva para que vivan los
pájaros. Estoy de acuerdo en que a usted le guste viviren las montañas, sé que es una buena idea, a mí me
encanta hacerlo, pero que los pájaros estén aquí..' Ellos
hacen sus propios nidos en los árboles y lo mejor que
poseen es su libertad. No sé cómo los puede mantener
encerrados en una casa si los árboles son tan frescos y
48
,:. +"-,¿*r*
*t
Héctor Hidalgo
es naturaleza p\ra;los árboles son el mejor lugar para
que aniden los pájaros.
Enseguida Samuel le contó muchas cosas al arriero. Por
ejemplo, sobre su vida, sobre 1o que significa la soledad,
sobre sus amigos los pájaros que vivían con é1. A paftir de
ese momento se hicieron muy amigos; es que las personas
para que puedan hablar de amistad 1o primero que deben
demostrar es sinceridad. Y desde aquella conversación
tuvieron muchos gestos,llenos de admirable complicidad.
Por ejemplo, un día Benjamín le llevó de regalo unas pie-
dras con fósiles incrustados y, a cambio, Samuel le hizo
escuchar los conciertos para clavecín de Vivaldi, la música
que más quería. Cada uno sentado en una silla de lona, a la
sombra del viejo quillay, solían escuchar esas melodías. En
cambio, Benjamín le hablaba de las rocas de la cordillera,
de sus colores con historia como él decía deslumbrado,
de las plantas medicinales, de las pequeñas flores que se
afenaban imposibles en las quebradas, de los cóndores que
dominaban los cielos, de los conejos que salían a retozat
en las noches y de las estrellas, siempre de las estrellas.
En algunas ocasiones se integraba Valentina, quien para
conversar tranquila, permitía que Mirta reconiera el pasto;
seguramente para la tortuga ese lugar debía significar una
extensa pradera difícil de cubrir con su lento caminar.
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Muy cerca d, ^r,';
:::::;;, que siempre se lasaneglaba para hacer su propia vida. Cantaba alegre desdelas ramas de un espino que estaba cubierto de jeringuillasnegras y lustrosas para después juguetear con el abanicode agua que brotaba de la manguera que regaba el pasto.Samuel lo escuchaba cantar y sonreía con simpatía; esque el canto del pájaro se mezclaba tan bien con su amadamúsica de Vivaldi.
51
rl
6
El quillay
. fluántos quillayes había en el lugar? Muchos, prácti-
1. \-,camente en cada propiedad de la vecindad existían
a'lgunos. Pero ninguno se comparaba con el que poseía
Samuel. Sobre ese árbol existía una historia que el abuelo
de Valentina siempre se encargaba de contar y que la niña
se la transmitió a Samuel.
En el mismo tereno en que ahora vivían la niña y su
mamá, antes estuvo edificada la cabaña de sus abuelos. La
mamá de Valentina estaba muy pequeña cuando salía de
excursiones montaña adentro con sus padres, Nicolás y
Sofía. Ellos hacían escala en la vieja cabaña y después se
internaban en las quebradas andinas para observar desde la
Un z.orzal llamó a la ventana
altura los lejanos valles azulinos plenos de serenidad. Des-pués continuaban con el viaje para terminar acampando bajola reciedumbre de un peñón, dispuestos a esperar la noche ycontemplar las estrellas más grandes jamás vistas en un cielolimpio y lleno de historias secretas. A veces, en el trayectose topaban con los arrieros y, al calor de una fogata, bebíanmate' intercambiaban historias familiares, experiencias dela montaña, o bien, todos esos cuentos extraños sobre seresmisteriosos que convivían en los peñascales inciertos de lacordillera y nunca bien explorados. cuando Nicolás y Sofíase quedaban conversando, la niña Rocío hacía una almohadacon sus manos enfrelazadas y se quedaba contemplando lanoche del universo mientras sus padres seguían dialogandointerminablemente, casi con susuffos, como lo suelen hacerlaspersonas que tienen mucha complicidad y se aman mucho.
Los abuelos de valentina primero convirtieron la cabaña enun simple refugio para hacer la acostumbrada parada y tomarfuerzas para seguir hacia las grandes montañas, pero con eltiempo la vivienda se hizo tan grata, que no sólo sirvió paradescansar sino que allí pasaron largas temporadas. Además,con el tiempo no siguieron con las excursiones a las montañas,puesto que el paso de los años fueron pesando en los cuelposde Nicolás y Sofía. Tal vez, por eso nació la idea de estarpermanentemente en la cabaña.
5352
Ilttttor I Iítiulg,o
El quillay, entre tantos otros árboles que abundaban en la
montaña, se distinguía por su frondosidad y por su tronco
fornido y lleno de nervaduras que semejaban múltiples
manos entrelazadas. La abuela Sofía amaba al árbol y
siempre lo reconoció como un buen compañero de ruta.
Con afecto lo regaba cada mañana, a pesar de que su tronco
estaba en el sitio vecino al suyo" y con sus delicadas aten-
ciones el árbol se estremecía de contento. Así pasó mucho
tiempo. hasta que el quillay se encariñó tanto con ellos
que file creciendo con una marcada inclinación hacia su
propiedad.
Pero con los años la cabaña se fue deteriorando y el
abuelo Nicolás, finalmente, perdió el interés por viajar a la
cordillera; hasta que la mamá de Valentina, es decir, Rocío,
se hizo cargo del lugar y construyó la nueva cabaña en el
mismo lugar donde estuvo la primera. Rocío hasta se pre-
ocupó de usar las vigas de roble de la cabaña de sus padres
para instalarlas como basamentos de la suya, simbolizando
con ello la permanencia de esas historias de su infancia.
La niña le contó a Samuel que cuando su mamá se hizo
cargo de la propiedad, ésta era un sitio baldío, lleno de
maleza,en el que sólo se aventuraban los pájaros que nunca
la abandonaron y los caballos de los arieros que aprovecha-
ban ese desamparo para pastar con toda tranquilidad.
.lT
7Héctor HidaLgo
Cuando llegaron allí Rocío y Valentina, lo primero
que hicieron fue preparat la tiena y llenarla de plantas
aromáticas; también instalaron una fuente de agua, plan-
taron árboles de la zona, diseñaron caminos empedrados
rodeados de flores, pequeños jardines de estilo japonés y
para el descanso, apuntalaron un par de hamacas, donde
permanecían en las tardes enfrascadas en las lecturas de
su predilección o en amena conversación que surgía entre
ellas con total naturalidad. Madre e hija eran muy buenas
amigas y se regalaban toda la complicidad existente.
Al principio, ambas viajaban los fines de semana y
trabajaban con denuedo para hacer del lugar un espacio
verdaderamente bello, hasta que un día decidieron irse
a vivir allí y, de ese modo, abandonaron la ciudad sin el
menor remordimiento. Lamamáde Valentina era contadora
auditora, profesión que le permitía tener libertad de horario.
De vez en cuando bajaba a la ciudad, portando grandes
libros con los registros contables, muchas facturas y otros
documentos comerciales de sus clientes. Después regresaba
cargada con provisiones y algún libro de regalo para Valen-
tina. La niña, por lo demás, cambió el colegio de la ciudad
por uno existente en el camino hacia la montaña y tanto a
ella como a muchos otros muchachos por las mañanas los
recogía un vehículo y los conducía a clases.
Un zorzal llamó a la ventana
Cuando ya había pasado un mes desde el momentoen que Samuel había llegado ala cabaia de los pájarosy se sentía a sus anchas en el lugar, notó que estaba muysaludable, especialmente gracias al aire limpio de lamontaña.
Una tarde, inesperadamente, recibió una visita. EraRocío,quien se presentó por primera vez en la puerta de lacabaña.Laprimera impresión del arquitecto fue que tenía ante su vista auna mujer llena de energía y dotada de una fina sensibilidad.Los ojos de ella, grandes y expresivos, inadiaban muchapazy,alavez, una clara actitud vital, lo que fue inmediatamentecomprobado porque, decidida y amable, ella lo abordó sinpreámbulos.
-Sé de la amistad que tienes con Valentina y eso te loagradezco mucho. Ella habla con bastante entusiasmo de ti.Eso me animó para venir a saludarte y a traerte una mermeladade frambuesas. A mí me encanta y espero que a ti también;por lo demás, yo misma la preparé.
El arquitecto se puso nervioso ante una presencia tan ines-perada. Muchas veces había divrsado a Rocío y, a la distancia,la apreciaba como una persona alegre y atenta a todo lo quesucedía con su hija. Sabía que ella solía jugar alocadamentecon Valentina, mientras los penos las perseguían y el zorzalSerafín protestaba por la algaznaque armaban.
5156
7Héctor HidaLgo
-Me llamo Samuel --atinó a contestar el arquitecto con
visible torpeza, sintiéndose un tímido adolescente.
-Lo sé. Todo el mundo sabe cómo te llamas y tam-
bién que eres pajarero o algo así. Valentina te debe haber
contado que mi nombre es Rocío y si no fue ella, lo debe
haber hecho Serafín, que nada calla -d¡o con una sonrisa
franca y amistosa.
-Me debo disculpar por no presentarme antes. Ya ha
pasado un mes y no he visitado a mis vecinos -comentóSamuel. tontamente.
-No tiene impofiancia. Las cosas suceden cuando coffes-
ponde que así sea. Por algo no nos habíamos conocido antes.
Bueno, ahora llegó el momento, por eso estoy aquí. Me llenaba
de curiosidad por conocer a la persona que construyó esta
cabaña tan loca y donde abundan los pájaros. Por lo mismo,
no me causa ningún asombro que tú hubieras desanollado
tanta afinidad con Valentina, ya que ella es una persona muy
entendida en el tema de los animales y los ama por sobre todas
las cosas. Te he visto conversar con mi htla y también con
Serafín, que prácticamente se ha unido a tus pájaros.
A Samuel le sobraban las manos; la verdad es que no
sabía dónde ponerlas. Estaba clavado en la puerta de la
cabaia, evidentemente sorprendido. ¿Lo estaba, gracias
al rostro fresco y alegre de Rocío? ¿O debido a sus ojos
grandesr."o,.,,uol'-",';:;;:':;'::"'reresurrabacáriday agradable? ¿O porque ella tuvo la valentía de enfrentaruna nueva vida primero que él? Mientras Samuel pensaba
en todas esas cosas, Rocío no le despegaba la mlrada. Lohacía como si estuviera leyendo su pensamiento y parecía
que aprobaba lo que descubría, según la leve sonrisa que
asomaba en su rostro.
-Bueno, aquíestá tu mermelada -dijo ella, finalmente,
para romper el silencio.
-Gracias, Rocío. ¿Escuchas a Serafín? Está cantando
en el quillay del fondo del sitio -balbuceó Samuel con
voz torpe.
-No me sorprendería que hubiera estado espiándonos
y que ahora se haya puesto a repartir la noticia a los cuatrovientos -bromeó Rocío y ambos sonrieron nerviosos,
sin saber dónde descansar la mirada. Rocío se despidióy Samuel no la perdió de vista hasta que ella desapareció
en un recodo del camino de regreso a su cabaña. Samuel
sintió algo extraño, algo que le producía el inquietanteplacer de sentirse ligado a una petsona y que brotaba en él
un inefrenable deseo de verla de nuevo.
5958
r
7
Flores silvestres
¡/^tomo ya era hora de salir a conocer el paraje, Samuel\r.-,se preparó para una excursión que le durara el día
entero. Había trabajado durante un mes completo y lo que
más quería todavía no se cumplía, es decir, internarse en
las montañas y vivir en plenitud con la naturaleza. Las
montañas producen una sensación especial en la gente
y vale la pena explorarlas; así lo pensó Samuel mientras
cerraba la cabaña y se disponía a iniciar la primera excur-
sión a los cerros.
-Adiós, Serafín, compórtate, amigo -saludó Samuel
al zorzal cuando 1o descubrió cantando en una rama de un
rosal silvestre.
Un zorzal llamó a la ventana
El pájaro pareció escucharlo y planeó sobre su cabezapuadespués perderse en vuelo extendido hacia el estrecho vallerodeado de montes y cortado por el ío que bajaba veloz.
Pero Samuel no se percató de que el pájaro, un poco más alponiente del camino que él debía tomar para enfilar hacia las
montañas, dio un rápido giro y se instaló entre las ramas de
un álamo para observar atentamente la ruta que tomaría elarquitecto. Cuando Samuel se internó porun camino estrecho
y escarpado,trazado sobre la superficie de un monte cortadopor la erosión provocada por el río, era muy temprano y labrisa fresca de la mañana le picaba en el rostro.
El desplazamiento era difícil y debía tomar todas las
precauciones para no despeñarse; por lo tanto, siguió al pie
de la letra las recomendaciones del aniero Benjamín, ya que
él conocía al detalle cada vericueto cordillerano. Era tal ladificultad para ayanzar, Que comprendió que prácticamente
no tenía alternativas concretas para affepentirse y cambiar de
ruta. Otra opción habría sido continuar por el río, para lo cual
tendría que haber bajado a la hondonada, sortear los peñascos
que provocaban estampidos por lafuerzadel agua al chocar
con su reciedumbre y sin perder el equilibrio dominar la con-
tracoriente; todo eso se veía muy complicado y peligroso.
Samuel hizo un banido con su mirada, la que cubriótoda el área situada desde el borde mismo de la garganta
ó1
rHéctor HiclnLgo
del despeñadero hasta el curso sinuoso del río y se sor-
prendió cuando se percató de que desde la altura las aguas
saltaban entre las piedras con un dinamismo muy difícil
de dominar.
Ausentes de la peligrosidad del río y muy cerca de
Samuel, los pá.jaros picoteaban buscando semillas; las ciga-
nas cantaban entre los matorales inventando música con el
viento, que aportaba el sonido de su silbido sigiloso metido
entre las ramas de los espinos, y una hilera de hormigas
bajaba por la rama de una mata de maqui, seguramente
después de haberse dado un banquete con los frutos negros
y dulces del arbusto. Nadie dudaba de que aquél era un
momento muy agradable, y el arquitecto comprendió que
toda la nailtraleza contribuía a conformar un ambiente que
se integraba con él de lleno, con una afinidad muy parecida
a la que mantenía con los pájaros.
Había transcunido mucho tiempo desde que Samuel no
se sentía tan bien. Respiró hondo y volvió a recoffer con una
larga mirada el panorama. Hacia aniba, en plena cordillera,
sintió la reciedumbre de las montañas salpicadas con mato-
rrales reverdecidos y en las franjas coloreadas de las grandes
rocas se podían leer sus biografías milenarias. Ymás aniba,
el cielo estaba azuly profundo, salvo las pequeñas nubes
con las que el viento jugaba a hacer figuras. Abajo, los
Un zt¡rzgl IIanó a la yentanu
valles reverdecidos de nogales, almendrales interminablesy abundantes ciruelos bordeando los caminos. Los árbolesse difuminaban en la lejanía, cambiando de colorido, de unverde profundo se iban tornando azulpizana.
Samuel se sorprendió pensando en Rocío y en Valentinacuando observó tanta belleza. Seguramente lo hizo porquecuando se aprecian los mejores momentos de la vida, siem-pre se busca compartirlos con las personas queridas.
'oMerecen que les lleve las flores silvestres más hermo-sas del lugar. Les daré una sorpresa", pensó sonriendo consecreta complicidad. Entonces recolectó flores silvestresde pétalos carnosos, de colores que iban del amariiloencendido al rojo púrpura, pasando por los tonos violetay también blanco como las nubes algodonosas del cielo.Algunas parecían encajes de formas pequeñas y frágiles,otras fuertes y carnosas y sanguíneas como un trozo de
sandía. Entre las flores recogidas reconoció la añañucade los Andes, de pétalos rojos y carnosos y con forma de
mano extendida; también al fino cebollín de flores liliáceas;al lirio del monte, tan rosado y de estambres amarillos.En el lugar había muchos cactos coronando su alargadocuerpo espinudo con flores rojas y amarillas, inaccesibles
a su mano recolectora. Pero Samuel sí logró capturar unas
violetas del campo y las estrellitas, ambas asomando sus
62
Héctor Hidalg7
pequeñas flores entre un capanzón de hojas anepolladas.
Tampoco se olvidó de las ortigas de la alta montaña, que
crecíanen la pendiente y estremecían sus ramas peludas y
urticantes coronadas con flores globosas de color amarillo,
ni de las arvejillas andinas, con sus hojas oblongas y flores
acampanadas de color violáceo. También tomó numerosos
claveles del campo que, afirmados al suelo rocoso, abani-
caban sus ramas alargadas y lucían al sol flores amarillas
y rosadas que apuntaban al cielo como mano cuyos dedos
se unen por sus yemas.
Pero Samuel, con el entusiasmo que le provocó tal
misión, se olvidó por completo dónde se encontraba. Y
estaba nada menos que justo en el borde del precipicio más
peligroso del lugar. Fue cuando sucedió algo verdadera-
mente insólito que lo metió aún más en su tarea de recolector
de flores. En plena cordillera andina descubrió la flor del
huilli. Flor silvestre frágil, de fino aroma, de tallo delgado
y pétalos delicados, cuyo color es blanco en los bordes y en
el corazón posee una filigrana redondeada de tonalidades
azulinas. Planta muy extraña en la cordillera andina, ya que
es típica de las zonas costeras y de los suelos arenosos.
Pero el huilli estaba allí, creciendo como una extrava-
gancia, asomando el bulbo que la sostenía a la arena que
la brisa fue removiendo. Samuel no lo dudó ni siquiera por
nHéctor Hidalgo
un segundo y, temerariamente, fue por esa flor tan única
como extraña para el lugar. Se afenó a la punta de una roca
y soltando las piernas encajó los zapatos en las cavidades
de la roca viva y así se fue desplazando montaña abajo.
El sol picaba en su espalda y el silencio del lugar era tan
impresionante, que provocaba una sensación de extraña
soledad. Como si los animales, el viento y el mismo río
se hubieran quedado expectantes, a la espera de lo que le
pudiera ocunir al arquitecto.
El huilli, ausente de lo que pasara por la cabeza de las
personas, se estremecía levemente por la acción de la brisa.
El arquitecto ya casi lo tenía al alcance de la mano. Sólo
faltaba un pequeño esfuerzo y listo, después regresaría
con la flor campeando en el centro del más bello ramillete
de especies florales silvestres. Samuel estiró el brazo y
de pronto uno de sus zapatos se zafó de la cavidad desde
donde sostenía el peso de su cuerpo; estaba prácticamente
suspendido peligrosamente entre el espacio y el río tonen-
toso. Samuel quedó colgando, sólo afirmado féneamente
a un intersticio de la roca. Pero sin poder soportar por más
tiempo su propio peso, descargado en lafuerzade sus brazos
tensos, rodó por el precipicio al interior de la hondonada.
Cielo, rocas y arbustos giraron en torno a sus ojos y en
un segundo la imagen de un zorzal cruzó frente a su vista
Un zorzal llamó a Ia ventana
convulsionada, la que no alcanzaba a retener plenamentelos detalles mientras se despeñaba ceno abajo. Lo últimoen escuchar antes de perder el conocimiento fue el ruidoensordecedor de las aguas del río saltando sobre las rocas,casi sobre su misma cabeza;también experimentó un fuertedolor en la espalda. Pero nunca supo que un zorzal se lehabía posado en el pecho para comprobar si todavíalatíasu corazón.
61bb
ISerafín llama de nuevo a la ventana
T\. nuevo Serafín llamaba a la ventana, 1o hacía al
I-lmediodía v su canto estaba muy alborotado. Esta vez
no llamaba a la ventana de la cabaiade Samuel, como lo
hizo una vez, sino a la de Valentina.
-iQué pasa contigo, Serafín?
El pájaro mencionó de inmediato al arquitecto, aleteando
en dirección a su cabaña y de nuevo regresando para ver el
resultado de sus ademanes. Pero Valentina lo conocíatanto,
que no le resultó difícil entenderse con é1.
-¿Dónde viste a Samuel?
Elzorzalle habló del río y lo hizo con un animado gorjeo
y caminando como si se desplazarapor sobre las aguas.
Un zt¡rz.al llamó a la ventana
-¿Se fue a bañar? ¿Paseaste con él? ¿Sabe nadar, lo hace
bien? ¿Por qué lo dejaste solo? ¿Es que ya regresó? ¿y ran
pronto lo hizo? No entiendo. Empieza de nuevo."No tantas preguntas alavez",pareció protestar Serafín
con su canto atolondrado.
-Está bien, amigo, vamos por parte. ¿Qué le sucedió
a Samuel?
Serafín se acostó sobre la hierba, movió sus patas yemitió un pitido agudo y desesperado.
-¿Está herido? ¿Tuvo un accidente?
El pájaro siguió de espaldas e hizo unos movimientosestentóreos, como si se estuviera muriendo; luego se quedóquieto y colocó sus patas muy tiesas.
- ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Algo grave le pasó a Samuel -gritóentonces Valentina hacia el interior de la cabaña, compren-diéndolo todo de pronto.
Rocío escuchó las explicaciones de Valentina y, de inme-diato, partió con ella en dirección al río, pero lo hicieronpor la ruta de los montes, así se llegaba más rápido; por lodemás, fue el mismo camino tomado por Samuel. Tambiéniban los peffos, que olfateaban la hierba y movían las colascon gran inquietud. Valentina tironeaba a Rocío para que
apurara el paso y no despegabalavista de Serafín, que las
guiaba hacia el camino del monte. Crvzarcnlos despeñade-
.,i
Un zorzaL llanó a Ia yentana
ros por el corte del ceno, por esa hondonada que escondeel río, pues desde la altura y debido a lo tupido de las ramas,sólo se escucha el rumor de las aguas. De pronto serafín volópor sobre la hondonada y desde la altura se internó hacia ellecho mismo del río.
Valentina comenzó a llamar a Samuel y como respuestasólo escuchó el permanente concierlo de los rumores de lan:aturaleza,traducidos como el canto de los pájaros, el rumorcantarino del río y el crujido de las ramas castigadas por elembate del viento proveniente de las montañas. Entonces,como no tuvo respuesta, Rocío se empinó apoyándose en lapunta de una roca y observó hacia la pendiente por si encon_
traba indicios de samuel. Hizo un recorrido minucioso con su
mirada, hurgando hacia la profundidad del precipicio, hastaque descubrió en el mismo borde del lecho del do el cuerpode Samuel, quien, desvanecido y cabizbajo, apoyaba la c abezaen la grava, a poco menos de medio metro del tonente mismodel ío, en una postura que hacía peligrar su vida.
- ¡Allá abajo esrá, de aquí lo veo! -gritó Rocío.
-Serafín, bajaaver si está con vida -ordenó Valentinacon un gesto de preocupación.
-No podremos bajar. Es imposible que lo hagamosnosotras, si ni siquiera trajimos cuerdas. Debemos regresarpor ayuda -se lamentó Rocío.
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t1HécÍor Hidclgo
Serafín volvió con noticias. Se recostó de nuevo sobre la
hierba y comenzó acantar suavemente, moviendo sus patas
y aleteando.
-Aún está con vida -suspiró Valentina y agregó otra
orden para Serafín: -Ve a buscar a Benjamín, y que traiga
una mula y cuerdas.
Elzorud.voló ceno abajoyfue saludadoporlos penos que
parecieron decirle con sus ladridos: ¡Date prisa, Serafín!
9
Samuel
amuel despertó muy asustado. Había soñado que eraun anciano y que su barba se le había puesto blanca,
y sus ojos, surcados por abundantes anugas, observabancomplacidos los centenares de pájaros que volaban entorno a é1, además de otros tantos que cantaban desde losárboles cercanos. De pronto, en el sueño, una voz pronunciósu nombre y los pájaros huyeron despavoridos. EntoncesSamuel abrió los brazos y los invitó a que regresaran, perono hubo respuesta. Los pájaros continuaron su vuelo hacialugares más seguros.
"¡No se yayan,amigos, no me dejen solo!",les gritaba connerviosismo, pero los pájatos se alejaban inemediablemente.
12
Hótlor Hidulgo
Enseguida, siempre soñando, se sentó sobre una gran piedra
y comprendió de pronto que estaba muy solo. Inesperada-
mente sintió que alguien le tomaba una mano. Samuel abrió
los ojos y se encontró que estaba acostado en una cama que
extrañaba y, poco a poco, reconoció a Rocío, a Valentina y
también a Benjamín, además del hijo mayor del arriero, quien
tenía afirmado a Serafín pata que no se pusiera a saltar sobre
la cama.
-Te visitó un médico, te hizo unas curaciones enlaespalda
y aconsejó reposo absoluto, que nadie moviera tu cabezapor
si la hubieras golpeado al caer. Dormiste el día entero -leexpresó tranquilamente Rocío sin soltarle la mano.
-Benjamín te rescató, estabas a punto de ahogarte en el
río. Tu cabezacasi tocaba el tonente, unos centímetros más y
te mueres -agregó Valentina, aneglándole las sábanas.
-Pero yo no habría hecho nada si no hubiera sido por
Serafín, que me buscó y me contó todo lo que estaba suce-
diendo -se apresuró en relatar con vivacidad el arriero.
-Benjamín amarró una cuerda a la montura de la mula y
bajó por el despeñadero hasta que llegó hasta el lecho del río,
después se ató la cuerda a la cintura y nosotros, desde arriba,
hicimos que la mula se desplazara lentamente en sentido
contrario. Así te subimos; después hicimos otro tanto con
Benjamín -completó Valentina, con orgullo.
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Héctor Hidulyo
-Ya, Valentina, dejemos que descanse. Tendrás que
quedarte con nosotras algunos días más; hasta que te repon-
gas complefamente -le susur:ró en el oído Rocío, casi con
dulzura.
-Los pájaros -balbuceó el arquitecto, como única
respuesta.
-Nosotros nos encargaremos de ellos -señaló Valentina,
dispuesta a atenderlos hasta que Samuel lograra recupe-
rarse.
Samuel permaneció con Rocío y con Valentina durante
la siguiente semana, mientras que poco a poco fue recupe-
rando las fuerzas. Un par de veces más lo visitó el médico,
quien viajaba desde un pueblo cercano. Los familiares de
Benjamín se sintieron tan comprometidos con el accidente,
que durante la convalecencia del pajarero le llevaron sopas,
frutas cocidas y leche fresca, todo esto dos veces al día,
durante cada mañana y tarde.
Fue una buena ocasión para que Samuel estrechara amis-
tad con Rocío. Ellos pasaron muchas horas conversando
y disfrutando del aroma de las plantas del jardín. Allí se
quedaban por mucho tiempo.
-Es curiosa la vida -suspiró una tarde Rocío-.Aquí estamos, entre los cenos, cuando ha pasado la mitad
de nuestras vidas. Cada uno ha hecho la suya y también
Un zorzal llamó a la venÍana
asumió los cambios que se propuso y después de todo esonos hemos topado en plena cordillera, sin que ninguno se
haya dado el trabajo de buscarse.
-Amí se me pasaron los años trabajando y cuando mesentí solo entendí que nada de lo que existía en la ciudad meimportaba. Un día, recordé lo mucho que amé a los pájaros en
mi infancia. Cuando los conocí en el campo, en mi niñez, en
un pequeño pueblo del centro sur. Enfrente de mi casa estabanlos potreros sembrados y un camino de tiena flanqueado porlos álamos conducía a los cenos. Allí me gustaba jugar y fuedonde conocítantos pájaros. Pasaron muchos años, y lo únicoque reuní fue mucha soledad. Hasta que un día recordé miinfancia y el valor que le di en aquel tiempo alanaturaleza.Por eso me propuse vivir en un lugar donde pudiera estar cercade los pájaros. Qué locura, ¿verdad? Este paraje lo descubrítambién por una simple casualidad. Vine de paseo con unosamigos por estos lugares y este mundo de naturale za plename conquistó alaprimera.
-Valentina fue quien primero te descubrió. Me hablabade ti con mucho cariño. Yo notaba que estabas representando
muchas cosas para ella.
-La verdad es que quien primero acudió a mi ventanafue Serafín. Después llegó Valentina; ella es una niña muysimpática y de gran sensibilidad. Ustedes son personas muy tl
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1776
Hécfor Hidalgo
naturales y eso es algo que ya no tenía en mis relaciones en
la ciudad.
-Es un hecho que comprobé hace bastante tiempo. No
es necesario buscar tanto, ambicionar tantas cosas si lo que
se aspira es encontrar un poco depazy serenidad, además de
la buena compañía de la gente.
Samuel se acercó a ella le tomó una mano y la besó
con dulzura. Rocío cenó sus ojos y dejó que aquel beso se
quedara con ella como la brisa que mecía las ramas de las
lavandas del jardín. Valentina los observaba desde la hamaca
y sentía que su mamá se interesaba en Samuel y la veía con-
tenta y eso era lo que importaba. A ella también le agradaba el
arquitecto, aunque 1o encontraba un poco extraño y solitario.
Es que no podía comprender que a alguien le bastaran los
pájaros para vivir.
10
Dos manzanos
I último día que estuvo Samuel en la cabaña de Rocío,ella le encargó el cuidado de Valentina. Sólo por unas
pocas horas porque debía bajar ala ciudad en su camioneta,tenía que entregar unas contabilidades y, además, comprarvíveres. Samuel se animó mucho con tal responsabilidady para la ocasión se afanó en cocinar para Valentina algosabroso. La elección fueron tallarines con salsa de cham_piñones.
Mientras la niña se entretuvo jugando con sus peffos,Samuel se metió en la cocina y se afanó en la preparación delalimento. El lugareramuy acogedor. Sobre unarepisahabíauna gran cantidad de frascos con condimentos, también un
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7078
Ilt;ctor Ilidulgt
tiesto de vidrio con champiñones deshidratados, offos frascos
contenían salsa de tomates, frutas en conservas, cereales, fideos
de distintas formas y un par de botellas con aceite de oliva,
otras con vinagre de uva y de manzana;es decir, en esa cocina
encontró los mejores ingredientes para la preparación de unos
sabrosos tallarines. Por el momento, Samuel se despreocupó
de Valentina porque veía desde la ventana cómo jugaba con
los penos en el patio. Entonces echó unas cuantas cucharadas
de aceite de oliva en la sartén, picó un par de dientes de ajo y
los dejó un momento friendo, después echó cebolla cortada
finamente, especias;los champiñones ya cortados en rodajas
los pasó por jugo de limón y los integró en el sofrito que
despedía un agradable olor. Agregó unos granitos de pimienta
negra y la infaltable puntita de comino. Enseguida trozó varios
tomates bien maduros y completó la salsa y junto con la sal
echó también un poquito de az(tcw. Pero le faltaban todavía
unas cuantas hierbas aromáticas, especialmente una ramita de
orégano y salió a la huerta de Rocío. Allá encontró albahaca,
tomillo, perejil y abundante orégano. Salían unos olores
frescos y gratos. Samuel cortó 1o necesario y ala distancia
notó que Valentina lo observaba sonriendo. Él hizo una seña
como saludo y se apresuró para ver si los tallarines ya estaban
cocidos al dente, es decir, no tan blandos. "¡Falta poco!", le
gritó alaniñaantes de enffary después conió teatralmentepara
Un zorzal llamó a la yentana
g!9 nada se quemara. Desde la ventana Samuel le preguntóa valentina dónde guardaba Ia mamálas hojas de laurel. t aniña mandó a Seraffn y el pájaro entró en la cocina y se parósobre el frasquerío ordenado en un mueble.
-Gracias, Serafín, veo que también te interesas por lacocina; es una buena señal, y a mí me simpatizan tos quesaben cocinar.
El pájaro salió de nuevo en vuelo directo al quillay, queera su lugar favorito para cantar y observar cuanto sucedíaalrededor. Samuel lavó un par de hojas de laurel y se ras echó ala salsa. Fue el toque final para culminar el plato-Enseguida seapuró para preparar un fresco jugo de manzanay una ensaradade tomates con cilantro picado y unas hojitas de albahaca paraagregar un nuevo aroma al plato.
Después comieron bajo la sombra del quillay y fueronacompañados por los penos, la tortuga Mirta y el infaltableserafín, mientras la gataluna dormía en una rama der iárbol.Fue un almu erzo aleEey suelto. valentina se sintió a gusto conel arquitecto y escuchó encantada las historias qu. l. contó.El había viajado mucho, conocía a tantagente entreteruda ysabía reír cuando estaba en confianz a.Laniñaestudiaba cadagesto de samuel, porque se acordaba haberlo visto tan cercade su mamá. Por eso se quedó pensativa por krgo rato hastaque se atrevió y le preguntó:
8180
rHéctor Hidalgo
- Samuel, ¿por qué no te has casado? Yo te encuentro muy
simpático y no entiendo que no lo hayas hecho.
-Es que nadie me había interesado lo suficientemente, ni
yo tampoco a otra persona, aun conociendo atantagente.
Valentina no se atrevía a preguntarle por su mamá y se
quedó un rato en silencio. Samuel tampoco tomaba la iniciativa
y ternrinó por callar. Hasta que Serafín saltó sobre el hombro
del alquitecto y se puso a cantar aleteando con escándalo. El
zorzalhabía escuchado la bocina de la camioneta y eso sig-
nificaba que Rocío estaba de regreso. No pasó mucho tiempo
cuando la camioneta entró y R.ocío bajó con una grar bolsa de
alimentos y corno saludo hizo un gesto de cansancio.
-Cociné unos ricos tallarines con salsa cle champiñones y
ensalada de tomates con cilanffo picado. Ah, también hice jugo
demanzana. ¿Cómo estuve? -le dijo como saludo Samuel.
-Me parece que muy bien y te agradezco por atender a
Valentina.
Rocío si bien estaba cansada se notaba relajada y animosa"
La niña rniraba los paquetes que fue descargando la mamá'
Es que siempre se preocupaba de que a sus anirnales no les
faltuael alimento y, por talnzón,fue repasando cada bolsa.
Rocío, en cambio, escarbó en el fondo de una caja y tomó de
allí un pequeño paquete, después miró con cierta picardía
a Valentina y le drjo:
Un zorzal llamó a la ventana
-Esto es para ti,paruque no te abunas.Valentina se encontró con un pequeño libro de tapas
azules cuyo título era Cuentos de príncipes, garTas ymanzanqs. Después se lo pasó a Samuel para que le leyeraun cuento. Él desplegó las páginas del libro, con movi_mientos fortuitos, hasta que se topó con uno de los relatosque se titulaba: Historia de amor de un manzano, de laescritora chilena Marialuisa Silva. Fue una elección alazar, como muchas cosas casi mágicas que le estabansucediendo últimamente y comenzó aleer:
Aun desde lo más alto del cerro se les podía ver. Erandos manzanos verdes, frondosos, enormes, y a pesarde tener uno de ellos sus buenos años, seguían siendogenerosos...
El cuento hablaba del profundo amor que se tenían dosárboles y cómo fueron entrelazando sus existencias. Lavoz de Samuel daba las tonalidades precisas e inundabael lugar con la dulzura del relato. valentina se dejó llevarpor la historia, mientras su mirada estaba clavada en lapequeña fuente de agua donde nadaba con parsimoniala tortuga Mirta. También unas abejas se posaron en lospétalos de unas flores amarillas y se metieron por elpistilo buscando el polen multiplicador de las plantas.
Rocío se sentó a escuchar con atención y observó a
Héctor Hidalgo
Valentina enternecida. Hizo 1o mismo con la cabaña que
tanto amaba y que la fue preparando para desanollar allí
lo mejor de su vida. De pronto comprendió el inmenso amor
que se tenían los árboles del cuento y que esa historia era un
verdadero regalo para todos. Entendió que a veces las cosas se
revisten de magia, que pareciera que suceden por casualidad
pero que en realidad al hacerse presentes se transforman en
hechos importantes para las personas.
Se quedaron toda la tarde juntos y sobre una mesita perma-
neció el libro de tapas azules que guardaba entre sus páginas
un cuento sobre dos manzanos. Al atardecet, una bandada
de tórtolas cordilleranas se posó en un iárbol,las golondrinas
se cruzaron por el patio en welo rasante con una velocidad
extraordinaria y las tencas se instalaron en un espino a cantar;
también los tordos llegaron provocando una zalagarda en
un anayán y cuatro zorzales se pusieron a picotear el pasto
junto a Serafín, buscando lombrices o semillas. Por el cielo
anebolado cruzaron los queltehues y mucho más arriba los
cóndores se desdibujaron en la inmensidad del cielo de tono
violeta, como lo es el cielo de cada tarde de las montañas.
Curiosamente se estaban congregando los pájaros en el
sitio de lacabañade Rocío y parecían sentirse a gusto allí;
ni siquiera los penos los conían. Samuel los observó como
se hace cuando se vuelven a ver los amigos más queridos,
Un zorzal llamó a laventana
después de mucho tiempo de ausencia. pero no en vanollegaban tantos pájaros; estaban invitando a Samuel a queregresara a su cabaña. El arquitecto entendió el mensaje,se irguió y dijo sin más:
-Creo que ya es hora de que regrese con mis pájaros;
miren cómo me han venido abuscar.
Samuel agradeció, saludó a sus vecinas y se fue dejandouna estela de nostalgia en Rocío y en Valentina. El patio per-maneció por un momento silencioso y triste.
- ¡Todos a dormir! - exclamó el arquitecto desde la puerta
de su cabañay se instaló en medio de la salacentral, miróhaciaaniba y desde los múltiples nidos los pájaros se asomaron para
escuchar al amigo ausente. Samuel les contó todo lo que lehabía sucedido y entre múltiples gorjeos nació una noche másen la casa de los pájaros.
Ala mañana siguiente, Samuel salió muy temprano en su
camioneta y nada se supo de él hasta el mediodía. Regresómuy alegre y con dos manzanos listos para serplantados. Tocóal porlón de la cabaña de Rocío y cuando ella salió a abrir leregaló una amplia sonrisa, diciéndole como saludo:
-Te traigo estos dos manzanos para que los plantesen tu propiedad. Me gustaría verlos crecer y que se amencomo los de la historia.
Ella tomó uno de los árboles y empujó a Samuel hacia
I
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Un zorzal llamó a la ventana
el jardín. Ambos sonreían y sabían que sus palabras lle_gaban mucho más alláde lo que el significado estricto deellas pudieran lograr.
-Aquí, en este lug*, tú y yo plantaremos los iírboles yjuntos los cuidaremos y veremos cómo crecen _comentóRocío y entró alacabañaen busca de chuzo y pala. Trabajaronun buen rato y los manzanos quedaron uno cerca del otro,esperando crecer en un lugar invadido por las plantas, lasflores y la serenidad. Después de esto, Samuel y Rocíose fueron juntos al interior de la cabaña para saludar aValentina.
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INDICE Plan Lector Anayán EditoresApartirde5y6años
Lina,limita, limón,Iolclor infantil iberoamericano (* 1 1)
Compilación de Manuel Peña Muñoz
100 fábulas fabulosas (*13)Compilación de luan Andrés Piña
Poemas para volar (*16)Saúl Schkolnik
ApartirdeTa9años
Los cuentos de la ciudad dormirla (*1)Héctor Hidalgo
Cuentos para no cortar.17 relatos de árboles chileno(* 12)
Manuel Gallegos
Las aventuras de Romeo Palote lx2l)Pablo Noguera
Los cuentos de Villa Disparate (x3l)Adr iana E sther B qll e stero s
Antología de poesía infantit (*3)Compilación de Dorys Zeballos
Cuentos con pulgas (*5)Saúl Schkolnik
La conquista del rocío (*25)AliciaMorel
Pablo. Décimas sobre la infancia
de Pablo Neruda (829)
CarmenCdntaro
Los viajeros invisibles (*32)AliciaMorel
1. Nace el día en las montañas
2. Valentina
3. Serafín
4. El viejo gramófono
5. Benjamín, el aniero
6. El quillay
7. Flores silvestres
8. Serafín llama de nuevo a la ventana
9. Samuel
10. Dos manzanos
5
15
25
31
45
52
60
68
13
19
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Juguemos al hilo de oro.Folclor infantil chiteno (* 17)
Compilación de Manuel Peña l[uñoz
Mi Primer Teatro l*34)Manuel Gallegos y Flora Bahamonde
A partir de 10 a 12 años
Tegua. Un episodio de la Conquista (x2)
Raúl Benapres
El regreso de la Mujer de Goma (86)
Híctor Hidalgo
Leyendas americanas de la tierra (*15)
DorysZeballos
Un diálogo pendiente.
Cuentos anbientalistas (* 14)
Héctor Hidalgo
Teatro escolar representable (x4)
Volumen ICompilación de Rubén Unda
Sietecolores (*24)
lordi Sienu i Fabra
Marcos y Andrea en el0limPo (*18)
GabrielaLezaeta
A partir de 13 y 14 años
Cuatro milagros de Nochebuena (*19)
BeatrizConcha
La pajarera de Samuel Encino (*20)
Héctor Hidalgo
Misterio en Los Piñones (*22)
B e atr iz G arcía' Huidobr o
El niñ0, el perro y el platillo volador (x27)
AlidaVerdi
Chile en cuentos (x28)
Compílación rle Héctor Hidalgo
Misterio en el camPamento (x30)
B eatr íz G ar cía- Huidobr o
Cuentos imposibles (E33)
lordi Sierrq i Fabra
Todo el cielo unjuguete (*35)
Aramís Quintero
Un zorzal llarnó a la ventana (*36)
Héctor Hidalgo
Ilavesía infernal (*7)
Manuel Gallegos
Teatro escolar rePresentable
Volumen II (*8)
Compilación de luan Andrés Píña
Antes del verano (*10)
B e qt r i z G qr cía' Hui tlob r o
Palabras de Amor. Antología de
poesía para jóvenes (*9)
Compilación de lgnacio Rodríguez
El cisne y la luna (x23)
Ivlanuel Gallegos
Mi pequeño maestro (*26)
Francisco DíazGuerra
(*) Número en la Colección Infantil Juvenil Arrayán