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61 E l 21 de septiembre de 1953, un lunes, por supuesto, comenzaba su andadura el Festival de Cine de San Sebastián. Ahora, cuando se me pide que evoque los cincuenta años transcurridos desde aquel día, recurro a la memoria escrita de mi amigo José Luis Tuduri en su Historia del Festival, para rescatar, también, el clima atmosférico que se respiraba. Dice el queri- do amigo, que “la capital donostiarra ama- neció con buen tiempo, sol sin nubes y una agradable brisa”. De los otros climas, el social, el político, el religioso, etc, etc, habría más controversias que sobre el tiem- po y no habría, seguramente, unanimidad a la hora de dar una opinión sobre ellos, que, si para algunos pudiera parecer excelente, para otros, no tanto, que son disciplinas éstas en la que no se funden tantos los pare- ceres. De todas formas, y para ir comple- tando un poco más, si no el clima (que, tam- bién) pero sí el ambiente, sigamos leyéndole al amigo y colega: “Todas las localidades del Teatro Victoria Eugenia estaban prác- ticamente vendidas, había un plantel de artistas que ponían la nota popular de animación y las películas que habían lle- gado podían completar gran parte de la programación”. Muy buenas perspectivas, pues, en una panorámica general. El escueto parte del día nos pone enfren- tados a una serie de cuestiones de las más importantes para la tónica de este Festival, en sus causas, afianzamientos, tensiones, enfren- tamientos, etc. Aunque no lo parezca a pri- mera vista, lo cierto es que el factor tiempo, considerado climatológicamente y de transi- ción de una temporada a otra, de verano a otoño en este caso y llegando hasta las mis- mas estribaciones del invierno, tiene su gran importancia. No por el hecho de que ese día lloviese o no, luciese el sol o amaneciese nublado, no porque sirviera o no para conso- lidar o desbaratar, en ese momento, esa espe- cie de `leyenda negra’, según para quién, que arrastra San Sebastián en su faceta más o menos pluvial. Si no, simplemente, porque al hacer ese hermoso tiempo de que se habla que hubo en su inauguración, se daba una cumplida satisfacción al presupuesto progra- mático de los fundadores, cuya pretensión más cercana y acendrada estaba en propor- cionarle a la capital guipuzcoana una prolon- gación de su veraneo. Estaba en el ideal pro- pósito fundacional de los diez comerciantes que asumieron ese trabajo de poner en mar- cha el Festival, su intención de que el verano, principal gala y ornato de San Sebastián, no muriese a golpe de calendario sino de que se CINCUENTENARIO DEL FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN Santiago Aizarna OARSO 2003

61 CINCUENTENARIO DEL FESTIVAL DE CINE DE … · otoño en este caso y llegando hasta las mis-mas estribaciones del invierno, tiene su gran ... en cuanto a contar lo que sucedió

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El 21 de septiembre de 1953, un lunes,por supuesto, comenzaba su andadurael Festival de Cine de San Sebastián.

Ahora, cuando se me pide que evoque loscincuenta años transcurridos desde aqueldía, recurro a la memoria escrita de miamigo José Luis Tuduri en su Historia delFestival, para rescatar, también, el climaatmosférico que se respiraba. Dice el queri-do amigo, que “la capital donostiarra ama-neció con buen tiempo, sol sin nubes yuna agradable brisa”. De los otros climas,el social, el político, el religioso, etc, etc,habría más controversias que sobre el tiem-po y no habría, seguramente, unanimidad ala hora de dar una opinión sobre ellos, que,si para algunos pudiera parecer excelente,

para otros, no tanto, que son disciplinaséstas en la que no se funden tantos los pare-ceres. De todas formas, y para ir comple-tando un poco más, si no el clima (que, tam-bién) pero sí el ambiente, sigamos leyéndoleal amigo y colega: “Todas las localidadesdel Teatro Victoria Eugenia estaban prác-ticamente vendidas, había un plantel deartistas que ponían la nota popular deanimación y las películas que habían lle-gado podían completar gran parte de laprogramación”. Muy buenas perspectivas,pues, en una panorámica general.

El escueto parte del día nos pone enfren-tados a una serie de cuestiones de las másimportantes para la tónica de este Festival, ensus causas, afianzamientos, tensiones, enfren-tamientos, etc. Aunque no lo parezca a pri-mera vista, lo cierto es que el factor tiempo,considerado climatológicamente y de transi-ción de una temporada a otra, de verano aotoño en este caso y llegando hasta las mis-mas estribaciones del invierno, tiene su granimportancia. No por el hecho de que ese díalloviese o no, luciese el sol o amaneciesenublado, no porque sirviera o no para conso-lidar o desbaratar, en ese momento, esa espe-cie de `leyenda negra’, según para quién, quearrastra San Sebastián en su faceta más omenos pluvial. Si no, simplemente, porque alhacer ese hermoso tiempo de que se hablaque hubo en su inauguración, se daba unacumplida satisfacción al presupuesto progra-mático de los fundadores, cuya pretensiónmás cercana y acendrada estaba en propor-cionarle a la capital guipuzcoana una prolon-gación de su veraneo. Estaba en el ideal pro-pósito fundacional de los diez comerciantesque asumieron ese trabajo de poner en mar-cha el Festival, su intención de que el verano,principal gala y ornato de San Sebastián, nomuriese a golpe de calendario sino de que se

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le arrancase algún fulgor más, de que se atra-jese a más gentes en sus últimas convulsiones,acaso, quién sabe si para admirar el mágicoembrujo del rayo verde o para darle algún ali-ciente cultural más de lo que le deparaban lasFiestas Eúskaras, la Quincena Musical, etc.Volvemos a Tuduri: “Querían hacer algopara que el verano con sus diversas activi-

dades no terminara a fecha fija en el segun-do domingo de septiembre con la regata detraineras en la que se disputaba la Banderade Honor”. A esa circunstancia de la prolon-gación veraniega hay que conceder algocomo la tercia parte de la culpa o el mérito decontar con estos cincuenta años de Festival,una prolongación muy merecida por otra

63parte en una ciudad que conoció sus mejoresfastos dentro de ese veraneo que, en tierrasespañolas, al menos, parece como si fuera,en cierto modo, como una de las adelantadasen mitificar el verano, con la ayuda, sin dudaimprescindible, de una regia señora que lamimó con sus favores, la sin par María Cristi-na de Habsburgo y Lorena, la discreta regen-te de España según definición de su biógrafo,Alvaro de Figueroa y Torres, conde de Roma-nones, quien ya señala, muy subrayadamen-te, la predilección que mostró hacia la ciudaddonostiarra, habitando, primero, el palacio deAyete, ofrendado por la duquesa viuda deBailén, cuyo esposo pidiera su mano al empe-rador Francisco José en nombre de AlfonsoXII, y luego, en el palacio de Miramar, erigidocon terrenos comprados con su peculio pro-pio, y en donde, escribe el de Romanones,“vivía a sus anchas, contemplando desdesus terrazas o desde los amplios ventanalesla inmensidad del mar”, añadiendo el bió-grafo que “la hermosa ciudad norteña resul-tó beneficiada por la predilección de laReina”, y que fue tan querida por las gentes,en general, que “las mujeres del pueblo laconocían con el nombre cariñoso de “Mai-tea”. Pero esta predilección de la ReinaRegente, cuyo nombre es profusamente ore-ado por toda la ciudad, no evitó, en modoalguno, que la vida en la ciudad resultase untanto aburrida y que arrastrase este sambeni-to por generaciones y generaciones dedonostiarras a pesar de las ‘haskhariñas’ afi-ciones de sus habitantes. Aun en ese mismoperíodo veraniego –largo período por aquelentonces– indígenas y veraneantes se aburrí-an como lobos.

De ello da información escrita aquel finoescritor que fue Antonio Díaz Cañabate,autor de obras tan singularmente atractivascomo “Historia de una taberna” e “Histo-ria de una tertulia”, y que, en otra, “Loque se habla por ahí” (Edic. Cid, 1954),nos cuenta unos diálogos muy `chirenes’ enlos que se habla del tiempo que hace o nohace, de las sardinas de la tasca de Inchau-rrandieta, del paseo por la Zurriola hacien-do tiempo para comer, la visita a Pasajes oHernani, las cocochas que son las orejas delas merluzas, etc, pero, a pesar de todasestas atracciones, más o menos naturales,lo confirma la gracia y el humor de DíazCañabate, “San Sebastián se nos cae enci-ma como una losa” y “San Sebastiánsigue siendo una ciudad encantadora,pero ahora que no nos oyen los verane-antes, algo aburrida”. Y, contra este abu-rrimiento, más o menos confesado, queríanluchar los diez esforzados paladines de laciudad, los diez magníficos de la ciudad. Noes de extrañar, por lo tanto, que, a la horade otorgar culpabilidades o méritos por lafundación del Festival, digamos que la otratercia parte le asignaría yo, a la inquietud desus fundadores, personas que eran cons-cientes de ese terrible mal que pesaba sobrela ciudad, que era, en un gran porcentaje, laatonía, el aburrimiento, esa especie de has-tío que le aquejaba al veraneante en Donos-tia y que lo combatía con un valeroso yardido sentido de clase, de personas quealardeaban de poder veranear cuando aotros muchos no se lo permitían sus posibi-lidades económicas. De todas formas, nos

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quedaría una otra y última tercera parte quesería la invención de la tertulia, que me gus-taría a mí que contáramos con algo pareci-do, aunque fuera lejanamente (que, cerca-namente no se podría de ninguna forma), aaquel un tal Baltasar de Alcázar que cantóen sabrosos versos que nos hacen sacar lababa, la invención de la taberna. A la tertu-lia pues, sagrada institución en determinadotiempo en las historias de ciudades varias,se debe en gran parte este Festival, una ter-tulia de gentes de varia condición y oficios,aunque preferentemente comerciantes, quese reunían todas las tardes –y nos llena deuna suave nostalgia recordarlos– en losdivanes de peluches, al viejo estilo de loscafés, en el Café Madrid, de la Avda. de laLibertad, núm. 2 donostiarra, café quesobrevivió a su compañero, el París.

Queda contada, de esta manera, creo yo,la historia del comienzo del Festival, y, encuanto a contar lo que sucedió durante loscincuenta años de su desarrollo sería contardemasiado. Digamos, simplemente, que su

vida no ha sido ni sosegada ni tranquila, quetuvo que luchar mucho, en un determinadomomento, con la famosa FIAPF (FederaciónInternacional de Asociaciones de Producto-res de Films), también con la designación delos directores que pudieran llevar a buenpuerto semejante invento, las algaradas polí-ticas que se movieron en su seno, etc. Yahora, dirigiendo nuestra mirada hacia atrás,por supuesto que sin ninguna ira, habré dereconocer, que, finalizada cada edición, measaltaba algo como una especie de tristezapost coitum. Porque hay que reconocer, sinduda alguna, que sí, que el Festival nosconecta con gentes de todo el mundo, que síque sirve para adentrarnos en los gustos ycostumbres, en las maneras de vivir y morirde varias gentes, que no deja de ser un buenexponente cultural y un buen reclamo de laciudad, pero, a pesar de todo, ahí queda,como una hiriente daga, la pregunta cum-bre, que ¿vale la pena, se pregunta uno,todo este gasto, este despilfarro, este des-pliegue? Que, cada cual, halle su respuestadentro de sí mismo.