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Referencia bibliográfica: Memorias de las II Jornadas Espectros de Althusser : diálogos y debates en torno a un campo problemático. Buenos Aires : Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Ciencias de la Comunicación, 2012. ISBN 978-950-29-1370-4

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Mesa: Sujeto, interpelación y discurso EL PROBLEMA DEL SUJETO Y LAS FRONTERAS DEL DISCURSO

Pablo Livszyc Quisiera hoy compartir ciertas reflexiones en torno a distintas formas en que se ha

delimitado la noción de sujeto, para dar lugar a tensiones, para abrir revisiones, para

adelantar algunas conjeturas.

Desde mi punto de vista, el reconocimiento del carácter discursivo de lo social, que por

supuesto comparto, ha conducido sin embargo a una formulación de la categoría de

sujeto que resulta, en alguna de sus dimensiones fundamentales, insatisfactoria.

Comenzaré entonces por lo que en el título denomino “las fronteras del discurso” e

intentaré señalar su punto débil en cuanto al problema del sujeto.

Laclau va a ser, en principio, el punto de referencia del que me distanciaré. En

Hegemonía y estrategia socialista define al sujeto del siguiente modo: “siempre que

[…] utilicemos la categoría de ‘sujeto’ lo haremos en el sentido de ‘posiciones de

sujeto’ en el interior de una estructura discursiva” (Laclau, 2004:156). Y aclara que “la

categoría de sujeto está penetrada por el mismo carácter polisémico, ambiguo e

incompleto que la sobredeterminación acuerda a toda identidad discursiva” (Laclau,

2004: 163). No hace falta más que atenerse a la letra para advertir que: a) el problema

del sujeto no es sino el problema de la constitución de las identidades, b) el rasgo

fundamental en cuanto a la constitución de las identidades es su carácter precario. Acaso

tan solo resta detallar en este planteamiento el papel decisivo de la noción de

antagonismo, que “constituye los límites de toda objetividad” (Laclau, 2004: 168). Toda

identidad es precaria en la medida en que un exterior constitutivo le impide su sutura.

Como ejemplo detalla Laclau:

Es porque un campesino no puede ser un campesino, por lo que existe un antagonismo con el propietario que lo expulsa de la tierra. En la medida en que hay antagonismo yo no puedo ser una presencia plena para mí mismo. Pero tampoco lo es la fuerza que me antagoniza (Laclau, 2004: 168)

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De este modo, a partir del concepto de antagonismo como categoría fundamental, puede

delimitarse la práctica articulatoria y las lógicas de la equivalencia y la diferencia como

los carriles constitutivos de las identidades siempre precarias.

La debilidad que le encuentro a esta conceptualización de la noción de sujeto es que

abandona un punto que está en el centro de la reflexión althusseriana. Althusser escribe

en una de sus tesis centrales de Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado que “la

ideología interpela a los individuos como sujetos” (Althusser, 1970: 64). Esto sitúa en el

centro del problema de la ideología a la operación de interpelación, y a través de ésta a

la relación entre el sujeto y el Otro. Podríamos esquematizar el pasaje de Althusser a

Laclau diciendo que se pasa, para pensar la categoría de sujeto, del problema de la

interpelación por el Otro con mayúscula al problema de la articulación de las

identidades entre los otros con minúscula. Es cierto que, en Laclau, la noción de Otro

con mayúscula también tiene su papel, porque en tanto afirma que “la sociedad no

existe”, no dice sino que el Otro con mayúscula está barrado. Pero lo decisivo es que si

bien parte de la tesis de que el Otro está barrado, de que la estructura no tiene centro,

para retomar las palabras de Derrida, esta tesis, una vez formulada, queda solo como

punto de partida que hace posible la articulación. Y la articulación es siempre

articulación de identidades entre otros con minúscula. Para ser más claro: en Hegemonía

y estrategia socialista y los libros posteriores de Laclau podemos encontrar expresiones

como la siguiente, que extraigo de Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro

tiempo: “es el discurso el que constituye la posición del sujeto como agente social”

(Laclau, 1993: 115). Pero jamás una expresión que diga: el discurso interpela a los

individuos como sujetos. Y no sé cuántos de ustedes se han detenido a reflexionar por

qué ha quedado excluida la operación de interpelación para conceptualizar la

constitución de los sujetos desde que la problemática del discurso desplaza de la escena,

en gran medida, a la problemática de la ideología. Incluso podríamos decir más, cuando

Laclau retoma la noción de ideología, en Muerte y resurrección de la teoría de la

ideología, la interpelación no resucita con ella. ¿Se habrá ido al infierno?

Vayamos pues a la tesis althusseriana “la ideología interpela a los individuos como

sujetos”. Si acaso Althusser ha ido a buscar al psicoanálisis una teoría del sujeto, lo

acertado de su búsqueda está en la formulación de esta tesis, porque permite situar que

de lo que se trata es de la relación del sujeto con el Otro. Pero a la par de lo acertado, y

paradójicamente en el mismo punto, se encuentra su mayor falencia, porque la manera

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en que Althusser sitúa el problema de la relación entre el sujeto y el Otro elide, suprime,

omite, a mi criterio, lo fundamental que plantea el psicoanálisis.

Detengámonos primero, muy brevemente, en la tesis althusseriana. Lo que esta tesis

formula es que el sujeto es un sujeto instaurado y reclutado por el Otro. En Tres notas

sobre una teoría de los discursos dice:

La interpelación del discurso ideológico es tal que está destinada a asegurar el reclutamiento por la garantía que da a los reclutados. Al reclutar a los sujetos ideológicos, el discurso ideológico los instaura como sujetos ideológicos al mismo tiempo que los recluta. Produce, instaura así como sujetos a los reclutados, mediante un solo y mismo acto (Althusser, 1996: 120)

El sujeto es para Althusser entonces siempre un sujeto ideológico, esto es, sometido al

Otro, un sujeto sujetado al Otro.

De esta formulación de la categoría de sujeto vamos a puntualizar tres cuestiones: a) la

interpelación consiste en la instauración de un sujeto por el Otro, b) el sujeto instaurado

es siempre un sujeto sometido al Otro, y por lo tanto, c) la única modalidad de relación

entre el sujeto y el Otro en la conceptualización althusseriana es el sometimiento.

Esta manera de concebir la categoría de sujeto, a partir del carácter medular de la

operación de interpelación, ha sido no solo abandonada, o arrojada al infierno, sino que

también ha sido ampliamente retomada y, ha recibido varios intentos de reformulación.

Vamos a detallar algunos de estos intentos de revisión y situar luego, lejos de unos y

otros, una nueva propuesta.

Al buscar los puntos mínimos a los que pueden ser reconducidas las críticas a la noción

de interpelación de Althusser, encuentro que son dos. El primer punto: se señala que no

hay una sola interpelación sino varias operando a la vez. En este caso se dice que el

resultado de estas interpelaciones distintas está sobredeterminado. O bien se señala que

la interpelación misma, aún siendo una, tiene un carácter multívoco. Y en ese caso

también se afirma, entonces, el carácter sobredeterminado. El segundo punto: se señala

que la interpelación es fallida porque siempre deja una brecha.

En el primer caso vemos que la noción que comanda la crítica es la de

sobredeterminación. Esta noción de sobredeterminación –todos los aquí presentes lo

sabemos– encuentra su valor en la obra de Althusser no en tanto categoría que permite

conceptualizar la operación de interpelación sino en tanto categoría que permite

concebir el juego de determinaciones entre las instancias de una estructura compleja

como lo es la sociedad. En fin, la noción de sobredeterminación, puesta en el centro del

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debate por el mismo Althusser, por una extraña pirueta, luego de ser convocada para

conceptualizar el juego de determinaciones entre las instancias ha terminando por

acompañar a la interpelación. Pero nadie parece detenerse a pensar por qué Althusser no

le dio ese uso. Y así como unos años atrás muchos se apresuraron a decir que todo es

discurso, en nuestros días, como al parecer nadie se formuló esta pregunta de por qué

Althusser no utilizó la noción de sobredeterminación para conceptualizar a la

interpelación, vamos en camino a decir todo está sobredeterminado. Para mí no está

todo sobredeterminado. Y para ir al punto, la interpelación, desde mi punto de vista, no

está sobredeterminada. Y tampoco, a mi criterio, deja siempre una brecha que la

constituye como interpelación fallida.

Quisiera retomar ahora el gesto de Althusser de ir a buscar al psicoanálisis una teoría

del sujeto. Pero también quisiera continuarlo porque hay una dimensión fundamental

del sujeto que ha quedado elidida.

La tesis de Althusser “la ideología interpela a los individuos como sujetos” tiene el

valor inestimable de situar el problema del sujeto en la relación con el Otro. Tiene, a su

vez, la debilidad inexcusable de reducir la relación a una única forma: el sometimiento.

El punto decisivo es que no hay una sola manera en que se delinea la relación entre el

sujeto y el Otro, sino que precisamente la pregunta central es cómo se configura, de qué

modo se ribetea, de qué manera se perfila la relación del sujeto con el Otro. Relación

que, se me permitirá decirlo en dos palabras, es inconsciente.

Lo que quisiéramos retomar de Lacan –y voy a seguir aquí apenas los aportes decisivos

que expone a partir del grafo del deseo– es que la forma que adquiere la relación del

sujeto con el Otro se juega en dos carriles, porque está el Otro en tanto Otro completo

pero también el Otro en tanto Otro barrado. Así pues, en el grafo del deseo, Lacan

distingue dos pisos. El primer piso es el piso de la demanda y el segundo piso es aquél

en que se abre la dimensión del deseo. En el primer piso el Otro es el Otro de la

demanda, y es por lo tanto un Otro completo. En el segundo piso, el que abre la

dimensión del deseo, es aquél en el que se ubica la relación del sujeto con el deseo del

Otro. Y es en este segundo piso donde se ubica el Otro barrado.

La pregunta que despliega el grafo del deseo no es otra sino la de si se realiza o no su

recorrido, si se atasca o no en algún punto, en otras palabras, si se realiza o no una

palabra fundante. Esto quiere decir: arrojados a la existencia, como el destino no está

encomendado a los dioses, ni es producto del azar, si el psicoanálisis dice algo, contra la

filosofía, es que hay una partida que se juega en torno a si se realiza o no una palabra

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fundante, es decir, si se realiza o no el recorrido del deseo. Y como esa partida no se

juega en la conciencia, ¿dónde se juega sino en la relación del sujeto con el Otro, que es

una relación inconsciente? Lacan presenta varios ejemplos de la realización de la

palabra fundante, con frecuencia a partir de obras literarias, y basta con mencionar aquí

a Hamlet, Antígona o Abner, este último, personaje de la novela Atalía, de Racine.

Desde mi lectura, la tesis de Althusser “la ideología interpela a los individuos como

sujetos” puede ser reducida a la relación del sujeto con el Otro de la demanda. La

palabra del Otro de la demanda es la que constituye al sujeto. Y efectivamente, en el

plano de la demanda no hay otra relación que la de sometimiento del sujeto al Otro. Me

detengo a detallar, solo por un momento, cómo concibe Lacan al Otro de la demanda.

En el Seminario 5 afirma: “es propio de la naturaleza de la palabra, que sea la palabra

del Otro, con mayúscula” (Lacan, 2007: 365). El sujeto en tanto emplazado en la

demanda es un “sujeto dependiente” (Lacan, 2007: 367). En el campo de la demanda,

“el puro y simple Otro dicta toda su ley de la constitución del sujeto” (Lacan, 2007:

402). No hay que hacer un gran esfuerzo para advertir que éste es el modo en que

Althusser concibe al sujeto a partir del proceso de interpelación por el Otro. Pero Lacan

añade, tal como acabamos de señalar, que por detrás del Otro de la demanda hay una

dimensión que es la del deseo del Otro. Esta dimensión es una posibilidad estructural, lo

que quiere decir que más allá de la demanda puede o no asomar el deseo del Otro y

puede o no constituirse el Otro en tanto Otro barrado. Y si decimos que puede o no es

porque efectivamente muchas veces esta posibilidad no se realiza.

Es decir, si nos situamos en un cierto nivel de reflexión, podemos decir que el Otro no

es un Otro completo sino barrado. Muy bien, la sociedad no existe. En eso estamos de

acuerdo. Pero si nos situamos en otro nivel de reflexión, más allá de que efectivamente

el Otro está barrado, más allá de que efectivamente la sociedad no existe, se trata de

saber si el sujeto reconoce o no esta instancia del Otro barrado, si realiza o no esta

instancia del Otro barrado. En ese sentido el problema del sujeto está guiado por la

pregunta de si, más allá de la relación de sometimiento del sujeto al Otro de la demanda,

se produce o no se produce un encuentro con el deseo del Otro, y en ese caso qué ocurre

con ese encuentro, si hay una detención o una huida ante ese encuentro con el deseo del

Otro o si, en cambio, ante el encuentro con el deseo del Otro se produce el efecto de

división del sujeto, el recorrido del deseo en toda su extensión, la realización de una

palabra fundante.

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Para no dejar lugar a dudas, en la relación del sujeto con el Otro, esa relación ni está

siempre constituida por un sometimiento, ni está siempre constituida por un más allá del

sometimiento. Esa relación del sujeto con el Otro está instaurada en principio en el

sometimiento, y cabe la posibilidad, que no siempre se realiza, que muy difícilmente se

realiza, que se realiza como excepción, de abrir la vía a una palabra fundante. En este

sentido, si el planteo de Althusser tiene la debilidad de reducir la relación del sujeto con

el Otro al sometimiento, la relectura de Zizek que se encuentra en El sublime objeto de

la ideología tiene la debilidad de graciosamente concebir como siempre realizados el

encuentro del sujeto con el deseo del Otro y la constitución del Otro como barrado.

Como si esta dimensión más allá de la demanda, más allá del sometimiento, o en

términos de Althusser, más allá de la interpelación, se realizara siempre. Como si

siempre quedara una brecha más allá de la interpelación. Esta brecha, sin duda es una

posibilidad estructural, pero eso no implica de ningún modo que siempre se produzca.

Incluso, digámoslo solo al pasar, si acaso hay un sujeto que no quiere saber nada del

encuentro con el deseo del Otro, y enclava su relación con el Otro como Otro completo,

es, ay dios, el sujeto del totalitarismo, y es precisamente este sujeto –vean el grado de

despiste de este autor– con el que quiere ejemplificar el segundo piso del grafo, el

encuentro con el deseo del Otro. Para decirlo todo, el encuentro con el deseo del Otro se

produce como excepción, y al deseo del Otro no se trata de obturarlo, como pretende

Zizek. Porque el recorrido del deseo, es decir, la apertura de una dimensión más allá de

la demanda, se realiza si no se retrocede al deseo del Otro, nunca si se lo obtura.

Ya que estamos con Zizek, y con cierto ánimo de criticar, por qué no decirlo, me

permito una breve disgresión. En un breve artículo que se llama “Mas allá del análisis

del discurso”, Zizek establece una reformulación de la noción de sujeto a partir de una

reubicación del antagonismo. No es, según su lectura, el antagonismo un exterior

constitutivo, tal como sostiene Laclau sino que “cada identidad, librada a sí misma, está

ya bloqueada, marcada por una imposibilidad, y el enemigo externo es simplemente la

pieza, el resto de realidad sobre el que ‘proyectamos’ o ‘externalizamos’ esta intrínseca,

inmanente imposibilidad” (Zizek, 1993: 259).

Laclau ubica la barradura en el exterior constitutivo, entendamos, en el Otro con

mayúscula, y desde nuestro punto de vista esto es inobjetable. Zizek, en cambio, ubica

la barradura en cada identidad librada a sí misma. No sé ustedes, pero yo, por suerte,

nunca me encontré con ninguna. Y después de pensarlo me tranquilicé, porque una

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identidad librada a sí misma no tendría porqué encontrarse conmigo que, por más

precaria que sea, en fin, tengo una.

Volvamos al problema del sujeto. Dijimos que el punto decisivo a situar en este

problema es el de las relaciones del sujeto con el Otro. Precisamos luego que en rigor

hay dos instancias de la relación del sujeto con el Otro, que están representadas por los

dos pisos del grafo. También detallamos que lo central es advertir que no siempre se

produce el encuentro del sujeto con el deseo del Otro, y que de producirse, puede dar

lugar a la realización del deseo, a la realización de una palabra fundante.

Podemos preguntarnos ahora bajo qué circunstancias es que se produce el encuentro del

sujeto con el deseo del Otro. Este encuentro se produce porque al sujeto le llega una

palabra del Otro, por detrás de la cuál no es integrable qué es lo que demanda, y

despunta así la pregunta acerca de qué es lo que desea. Y el sujeto solo puede encontrar

su deseo en este encuentro con el deseo del Otro que asoma en esa palabra.

Al sujeto le llega una palabra del Otro. En esta frase resuena, y no podría ser de otro

modo, la noción de interpelación, porque efectivamente en la interpelación todas las

palabras le llegan al sujeto desde el Otro. Y de esto se trata cuando decimos que el

sujeto está constituido por un Otro de la demanda, un Otro completo. En este nivel, no

salimos del primer piso del grafo ni del nivel en que Althusser enclava la interpelación:

es el Otro el que fija, delimita, instaura el registro de las relaciones imaginarias. El

sujeto es un sujeto sometido al Otro. Quisiera aclarar, sin que pueda detenerme en este

punto, por demás interesante, que el sujeto no está dispuesto a salir de este balizamiento

que le otorga el Otro. El sujeto sometido al Otro es un sujeto cómodamente instalado en

ese sometimiento. Si quieren digo la palabra: cómodamente instalado en su goce. Y no

sale de este punto sin angustia. Es decir, no quiere pagar el precio de la pérdida de

referencias imaginarias, y en ese sentido, el sujeto sometido al Otro bien puede

deambular de un Otro completo a un Otro completo. Esto es algo que, si sabemos

escucharlo, no es difícil de advertir: un reclamo de seguridad a un gobierno, ¿qué otra

cosa es en muchos casos sino un esfuerzo del sujeto por sostener a un Otro completo, un

pedido al Otro para que le brinde los puntos de referencia, en el registro de las

relaciones imaginarias, de sus miedos? El punto es que el sujeto no sale de este Otro

completo, del que recibe sus palabras, sin que una palabra que también viene del Otro –

¿de dónde vendría si no?– asuma para él la función de un mandato que no puede

integrar. Y esto, insisto, puede ocurrir o puede no ocurrir. No sé si se han puesto a

pensar en qué andaban, para tomar los ejemplos de Lacan, Hamlet antes del encuentro

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con el espectro de su padre, Antígona antes de la prohibición de dar sepultura a su

hermano, Abner antes de su diálogo con el gran Sacerdote. Eran, como diría tal vez un

político, buenos vecinos. Andaban arrojados a la existencia, con sus placeres y

desventuras, ni más ni menos que otros. Y hasta ese momento, sin duda, en palabras de

Althusser, marchaban solos. Pero en los tres casos, en un momento específico, más allá

del Otro completo despuntó una palabra del Otro que no resultó integrable. Tomemos a

Hamlet para ejemplificar. Recibe un mandato que puede enunciarse así: “tú serás quien

vengarás a tu padre”. Este mandato no es en la vida de Hamlet una interpelación, sino

que precisamente es una palabra que recibe del Otro como excepción, una palabra que

se ubica más allá de todas las interpelaciones que recibió hasta ese momento. Y es la

excepción porque precisamente a partir de ahí Hamlet no puede ya marchar solo. Es un

enigma para él qué quiere el Otro. Hamlet podría haberse dedicado a reconstruir el Otro

completo, y es a lo que en gran parte se dedica. Podría haber emprendido nuevos viajes,

otras aventuras amorosas, o haberse arrojado incluso a las fauces de su madre. En fin,

podría retroceder y volver a ser un buen vecino. Porque los buenos vecinos, como dije,

deambulan de un Otro completo a un Otro completo. Pero si algo hace Hamlet es no

ceder a su deseo, es decir, llevar el recorrido de su deseo hasta la constitución del Otro

barrado.

Insisto entonces: tenemos que distinguir dos vías en que puede ser recibida la palabra

del Otro. En la primera de las vías la palabra del Otro se recibe como orden,

constatación y objetivación, y conduce a la constitución del sujeto, su instauración, esto

es, su sometimiento. Esta vía no es otra que la de la interpelación tal como la concibe

Althusser. Pero hay otra vía, en la que la palabra del Otro se recibe como invocación,

mandato o misión, para tomar términos de Lacan. Y esta segunda vía abre la dimensión

del más allá de la demanda. Es una vía que, nunca puede ser demasiado reiterarlo, puede

o no transitarse. Y más bien, sin duda, se transita como excepción.

Un ejemplo que puede encontrarse ampliamente desarrollado en el Seminario 3 y que se

continúa en el Seminario 5, a partir del cuál Lacan desarrolla la diferencia entre estas

dos vías, digamos de la constatación y la invocación, para resumir cada una de ellas en

una palabra, es el siguiente. La palabra del Otro en tanto constatación es “tu eres el que

me seguirá”. La palabra del Otro en tanto invocación es “Tu eres el que me seguirás”

con “s” final (Lacan, 2002, 424). Si el sujeto escucha “Tú eres el que me seguirá”, esa

frase objetiva sus relaciones imaginarias. Esta frase funciona entonces en el nivel del

Otro de la demanda. Si el sujeto escucha en cambio “Tú eres el que me seguirás”, el

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sujeto recibe la frase como una invocación. Mediante la invocación, sostiene Lacan, te

otorgo ser aquel que me seguía, suscito en ti el sí, que dice soy lo que dices que soy,

hago depender mi deseo de tu ser (Lacan, 2007: 155). Mediante la invocación, “no me

dirijo a un yo en tanto que lo hago ver, sino a todos los significantes que componen el

sujeto al que estoy opuesto” (Lacan, 2002: 434). Y en ese sentido, me dirijo a ti allí

donde no conoces de ti mismo. Y si la única respuesta posible a una invocación que se

escucha como tal es yo soy lo que acabas de decir, esto no significa sino “lo que tú

acabas de decir es absolutamente indeterminado”, en otras palabras: “no sé a dónde me

llevarás” (Lacan, 2002: 433). De ahí que la invocación cuando se recibe como tal,

cuando se escucha, abre la pregunta: “¿qué soy para ser lo que tu acabas de decir?”

(Lacan, 2002: 358). O formulada de otra manera: ¿qué quiere el Otro? Resumiendo, el

sujeto que recibe una invocación responde soy lo que tú dices que soy, pero ignora qué

significa esa frase que el Otro ha pronunciado porque aquello que el Otro le dice queda

indeterminado. Y queda indeterminado porque el Otro, ahí donde formula una

invocación, no puede ser sino un Otro barrado, es decir, un Otro que también ignora lo

que esa frase quiere decir, porque el Otro barrado es inconsciente. En este sentido, solo

puede formular una invocación, o un llamado, o un mandato, el Otro barrado. Y en

cambio, a diferencia del Otro barrado, el Otro de la demanda, solo formula órdenes,

constataciones, objetivaciones, es decir, las palabras del Otro de la demanda, del Otro

completo, solo se mueven por los carriles de lo objetivado. No dice otra cosa Althusser

cuando afirma, en Tres notas sobre la teoría de los discursos: “en la ideología todas las

preguntas se responden por adelantado, por esencia, puesto que el discurso ideológico

interpela-constituye a los sujetos de su interpelación proveyéndoles por adelantado la

respuesta –todas las respuestas– a la pregunta fingida que contiene su interpelación”

(Althusser, 1996: 120). Es pues la invocación la que abre la dimensión del más allá,

porque algo permanece incierto, problemático en esta comunicación fundamental.

Para advertir, si acaso las referencias literarias no son suficientes, que lo central del

problema del sujeto está en la relación entre el sujeto y el Otro, y centralmente en la

distinción entre el Otro completo y el Otro barrado, me permito transcribir unas

referencias de Lacan al judaísmo, en las que ubica la posición del sujeto, extraídas de

una intervención que se publicó bajo el título de Introducción a los Nombres del Padre:

En todas las tradiciones, salvo en aquella que voy a presentar, donde se experimenta una gran incomodidad al respecto, el misticismo es una búsqueda, construcción, ascesis,

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asunción, todo lo que se quiera, una inmersión en el goce de Dios. En cambio, lo que deja marcas en el misticismo judío, hasta en el amor cristiano, y más aún en la neurosis, es la incidencia del deseo de Dios, que funciona aquí como pivote (Lacan, 2005: 89)

Y más adelante aclara:

Aquí se marca una división tajante entre el goce de Dios y lo que en esta tradición [el judaísmo] se presentifica como su deseo. Aquello cuya caída se intenta provocar es el origen biológico. Esa es la clave del misterio, donde se lee la aversión de la tradición judía respecto de lo que existe en otra parte. El hebreo odia la práctica de ritos metafísico-sexuales que en la fiesta unen a la comunidad con el goce de Dios. Destaca por el contrario, la hiancia que separa el deseo del goce (Lacan, 2005: 100)

Para concluir: solo quiero señalar, una vez más, que la clave para pensar el problema del

sujeto está en la relación del sujeto con el Otro, que se juega a la vez por el andarivel del

Otro en tanto completo y el andarivel del Otro en tanto barrado, y por lo tanto, en las

variadas respuestas que se emprenden a partir del encuentro con el deseo del Otro,

porque solo a partir de esas coordenadas puede establecerse cuál es la forma que asume

la relación del sujeto con el Otro. Esta es la clave que aporta el psicoanálisis en torno a

los problemas del sujeto, y es una clave que puede utilizarse para pensar el problema del

sujeto desde el campo de la religión hasta el campo de la neurosis, pasando por la

política, el arte o cualquiera de las otras esferas de la vida social.

Bibliografía citada

Althusser, L. (1970) Ideología y Aparatos Ideológicos de Estado, Nueva Visión, Buenos Aires. Althusser, L. (1996) “Tres notas sobre una teoría de los discursos” en Escritos sobre Psicoanálisis. Freud y Lacan, Siglo XXI, México. Lacan, J. (2002) Seminario 3: Las psicosis, Paidós, Buenos Aires. Lacan, J. (2005) “Introducción a los Nombres del Padre” en De los Nombres del Padre, Paidós, Buenos Aires. Lacan, J. (2007) Seminario 5: Las formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires. Laclau, E. y Mouffe, Ch. (1993) Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Nueva Visión, Buenos Aires. Laclau, E. (2004) Hegemonía y estrategia socialista, FCE, Buenos Aires. Zizek, S. (1993) “Más allá del análisis del discurso” en Laclau, E., Nuevas reflexiones…, op. cit.