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La dinámica del sistema capitalista mundial en la segunda posguerra De los años dorados a la crisis negra Mario Casuccio Leonardo Pataccini 1. Introducción El trabajo que presentamos a continuación se propone realizar una caracterización del patrón de acumulación que rigió en el mundo occidental después de la Segunda Guerra Mundial y que se extendió hasta la crisis del petróleo en 1973. Para ello, vamos a servirnos de un enfoque multidisciplinario que incluye aportes de la ciencia económica, la sociología, la ciencia política y la historia social. Desde nuestra perspectiva, tema y el periodo que hemos abordado posee una importancia sustancial en el contexto actual debido a varios motivos. El primer lugar, el trabajo intenta ser útil para comprender una época crítica del siglo XX, ya que lo que estaba en juego tras la Segunda Guerra Mundial era la subsistencia misma del modo social de producción capitalista. En este sentido, nuestro aporte pretende ayudar a comprender la racionalidad y características de muchos de los actores económicos, políticos y sociales que surgieron entonces y que han subsistido hasta la actualidad. El modelo social global que se aplicó en los países desarrollados en la posguerra acabó por ser dominante en la mayor parte del mundo, especialmente después de la caída de la URSS y por eso consideramos que es importante conocer sus orígenes y desarrollo para poder hacer análisis más certeros y fundamentados del mundo que nos rodea en la actualidad. Como ya quedó dicho, nuestro trabajo se ocupa de la construcción y consolidación de un nuevo patrón de acumulación, proceso de transición similar al que se está

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La dinámica del sistema capitalista mundial en la segunda posguerra De los años dorados a la crisis negra

Mario CasuccioLeonardo Pataccini

1. Introducción

El trabajo que presentamos a continuación se propone realizar una caracterización del patrón de acumulación que rigió en el mundo occidental después de la Segunda Guerra Mundial y que se extendió hasta la crisis del petróleo en 1973. Para ello, vamos a servirnos de un enfoque multidisciplinario que incluye aportes de la ciencia económica, la sociología, la ciencia política y la historia social.

Desde nuestra perspectiva, tema y el periodo que hemos abordado posee una importancia sustancial en el contexto actual debido a varios motivos. El primer lugar, el trabajo intenta ser útil para comprender una época crítica del siglo XX, ya que lo que estaba en juego tras la Segunda Guerra Mundial era la subsistencia misma del modo social de producción capitalista. En este sentido, nuestro aporte pretende ayudar a comprender la racionalidad y características de muchos de los actores económicos, políticos y sociales que surgieron entonces y que han subsistido hasta la actualidad. El modelo social global que se aplicó en los países desarrollados en la posguerra acabó por ser dominante en la mayor parte del mundo, especialmente después de la caída de la URSS y por eso consideramos que es importante conocer sus orígenes y desarrollo para poder hacer análisis más certeros y fundamentados del mundo que nos rodea en la actualidad.

Como ya quedó dicho, nuestro trabajo se ocupa de la construcción y consolidación de un nuevo patrón de acumulación, proceso de transición similar al que se está atravesando actualmente a nivel global. Las bases que posibilitaron la conformación del podio económico mundial que se gestó después de la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (este es: Estados Unidos, Japón y Alemania), son emergentes directos del desarrollo del patrón de acumulación que estudiaremos a continuación. Por ello, consideramos que ahora que ese modelo global ha entrado en crisis, es particularmente relevante analizar cómo fue forjado. A su vez, no es menos importante señalar que muchos de los principales actores económicos y políticos del presente, como la Unión Europea y las instituciones de crédito internacional, nacieron justamente en esta época y fueron productos inmediatos del momento histórico en el que se constituyeron.

Por otra parte, cabe destacar que el patrón de acumulación surgido en la segunda posguerra mundial supuso una ruptura tajante con el esquema existente antes de ella. En este sentido, debemos señalar que durante dicho periodo cambiará profundamente el rol de las principales potencias con respecto al orden previo a la guerra, surgirán nuevas relaciones entre ellas y se edificará una nueva y colosal estructura institucional para

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apuntalar las bases del nuevo régimen de acumulación. El punto de partida fueron las pérdidas ocasionadas por el conflicto de mayor envergadura en la historia de la humanidad, pero la dirección adoptada después de él surge de la voluntad explícita de no volver a cometer los trágicos errores rubricados en París tras el conflicto mundial de 1914-1918, tanto en términos diplomáticos como económicos y sociales.

Después de la Gran Guerra surgió un desajuste estructural entre el desarrollo de las fuerzas productivas de los países industrializados y su capacidad de generar mercados internos capaces de absorberlos. En otras palabras, lo que hubo fue un desequilibrio insoslayable entre la productividad y la demanda a nivel global. El patrón de acumulación decimonónico se basaba en la exportación, el comercio exterior y la colocación de bienes en mercados foráneos, pero no era capaz de generar una demanda doméstica que sostuviera el crecimiento productivo. Esto fue lo que se corrigió durante el régimen de acumulación de posguerra: el equilibrio entre la productividad del trabajo y la configuración de un mercado interno que garantice las condiciones necesarias para el desarrollo económico.

Asimismo, cabe destacar que, como veremos a lo largo del trabajo, el proceso posguerra estuvo determinado por dos factores que a su vez tenían estrechas vinculaciones causales entre sí. Por un lado, es imposible comprender el desarrollo de este proceso fuera del marco del surgimiento de la Guerra Fría. La descomposición de las relaciones entre los bloques orientales y occidentales va a condicionar severamente la coyuntura y las decisiones que se tomen a lo largo de todo el periodo en ambos bandos. Tal circunstancia generaba un particular equilibrio en el cual muchas medidas que no eran estrictamente eficientes en el campo económico si lo eran en el político o militar y viceversa. Por el otro, y en gran medida estimulado por lo anterior, el crecimiento económico sostenido del mundo occidental y la multiplicación de la capacidad de consumo de sus habitantes, va a ser un objetivo casi obsesivo para los sucesivos gobiernos de la época.

1.1 Presentación de herramientas teóricas y analíticas

Para comenzar con la exposición de nuestro trabajo, en primer lugar nos vemos en la obligación de definir lo que entendemos por Patrón o Régimen de Acumulación. Para ello nos serviremos de las definiciones que han realizado varios economistas. Según Boyer y Saillard, en su trabajo Teoría de la regulación: Estado de los conocimientos Vol. I, existen 3 niveles de análisis fundamentales económico-sociales: el primero de ellos es el Modo de producción; el segundo es el régimen o patrón de acumulación; y el tercero las formas institucionales o estructurales. En este sentido, es preciso destacar que patrón de acumulación se trata de un instrumento analítico que nos permite diferenciar los distintos comportamientos económicos que se suceden en el tiempo, es decir, estudiarlos en una perspectiva dinámica. De este modo, el régimen de acumulación describe una fase exitosa, o sea de alta acumulación de capital dentro de un Modo de producción y es

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apuntalado por unas formas institucionales determinadas. A su vez, el concepto contrapuesto al de la fase exitosa del régimen de acumulación es el de crisis.

También nos remitiremos a la definición de Eduardo Basualdo (2007), para quien “Este concepto alude a la articulación de un determinado funcionamiento de las variables económicas, vinculado a una definida estructura económica, una peculiar forma de Estado y las luchas entre los bloques sociales existentes.” E inmediatamente especifica que “Es preciso indicar que las variables económicas para poder constatarse la existencia de un patrón de acumulación de capital deben cumplir dos requisitos: la regularidad en su evolución y la existencia de un orden de prelación entre ellas. […] La regularidad se refiere a la cadencia que exhibe el recorrido de una variable económica, es decir el ritmo o repetición de determinado fenómeno a intervalos más o menos regulares. […] Además de la regularidad, para determinar la existencia de un patrón o régimen de acumulación de capital es necesario tener en cuenta el orden de prelación de las variables económicas, es decir la jerarquía que se establece entre ellas, en un doble sentido: la importancia relativa y la causalidad o dependencia entre ellas.”

Por su parte, Harvey (1998) define al régimen de acumulación como un patrón que “describe la estabilización en una largo periodo de la asignación del producto neto entre el consumo y la acumulación; implica cierta correspondencia entre la transformación de las condiciones de producción y las condiciones de reproducción de los asalariados. Un sistema de acumulación particular puede existir en la medida en que su esquema de reproducción sea coherente.” Pero a su vez señala que para introducir el análisis de los comportamientos de los actores sociales intervinientes es necesaria “una materialización del régimen de acumulación que tome la forma de normas, hábitos, leyes, redes de regulación, etc. que aseguren la unidad del proceso, es decir, la conveniente consistencia de los comportamientos individuales respecto del esquema de reproducción”.

De este modo, comprendemos que el Patrón o Régimen de Acumulación es una herramienta de análisis dinámica que nos permite articular las principales variables de la evolución económica, tanto nacional como internacional, a lo largo de un periodo de tiempo, incorporando a dicho análisis el comportamiento y la racionalidad de los diversos actores económicos, políticos y sociales intervinientes, así como el rol de una estructura institucional y material determinada. En buena medida, entonces, podemos sostener que el patrón de acumulación también actúa como matriz de reproducción de las relaciones sociales específicas de un espacio concreto y en un periodo de tiempo determinado.

Por otra parte es importante que introduzcamos las herramientas que utilizaremos para medir la acumulación, entendiéndola, como ya lo hemos señalado, como un proceso complejo y dinámico. A estos fines, fundamentalmente nos apoyaremos en el análisis de distintas variables económicas y financieras, desarrollándolas y exponiendo las vinculaciones que poseen entre sí. En este sentido, en un primer plano de análisis nos basamos en la evolución interna de la producción de bienes y servicios pertenecientes a los tres sectores de la economía (primario, secundario y terciario). Esto nos permite hacer una primera aproximación a la estructura socioeconómica del país en cuestión para

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comprender cuales son las actividades dominantes (en términos de producto, ocupación de la fuerza de trabajo, distribución demográfica, etc.). El sector interno de la economía es el punto de partida de nuestro análisis ya que nos permite determinar la estructura básica del caso analizado, dividiéndola entre aquellas empresas que extraen materias primas, las que producen mercancías industrias y las que ofrecen servicios. La relación de equilibrio entre la producción y el consumo, así como el tipo de producción dominante (es decir, con mayor valor agregado, como en el caso de las industrias, o con escaso valor agregado, como en el caso de los commodities) determinaran la evolución del comercio exterior y la vinculación de cualquier economía con el resto del mundo.

En un segundo nivel analizaremos el sector externo, que incluye fundamentalmente la evolución de la balanza comercial y la balanza de pagos. Como dijimos, este elemento se desprende de la evolución doméstica de la economía en cuestión, pero es importante tener en cuenta que también puede ir condicionándola y transformándola en el mediado-largo plazo. En este sentido, es relevante observar cual es el tipo de bienes que exporta e importa un país. Si este se encuentra industrializado seguramente exportará bienes secundarios y terciarios, con un mayor valor agregado e importará commodities. Por el contrario, si es un país exportador de materias primas seguramente importará bienes industriales y/o servicios, pero la naturaleza de esos bienes industriales puede servir simplemente para abastecer al mercado interno o puede tratarse de la importación de bienes de capital para abordar un proceso de industrialización propio. De este último escenario puede surgir un cambio significativo en sus estructuras productivas a lo largo del tiempo.

El siguiente nivel de análisis será el que está vinculado con el sector monetario, tanto en los planos interno como externo. Dependiendo del resultado de la balanza comercial y de pagos del caso analizado, este país puede ser superavitario e ingresar divisas o deficitario y que estas se fuguen a otras economías. Estas circunstancias son determinantes para abordar la evolución del sector financiero. La variable crítica de análisis en estos casos será la oferta monetaria para el ámbito interno y la oferta de divisas para el externo. Esto se debe a que la disponibilidad o la necesidad de captar reservas son elementos que explican el comportamiento de variables financieras sumamente sensibles para una economía nacional, como la evolución de la tasa de interés, vinculada al ámbito doméstico, y el tipo de cambio, relacionada con el sector externo.

Finalmente, el cuarto nivel de análisis que observaremos será el del saldo presupuestario de los estados. Este es una resultante de la articulación de los tres niveles expuestos previamente y es una variable vital para poder comprender el margen de acción y/o autonomía de un estado particular a la hora de implementar una política económica concreta en el medio doméstico o vincularse con sus pares en la toma de decisiones a nivel internacional. Para aproximarnos a este nivel de análisis pondremos el énfasis en las variables de la recaudación fiscal y el gasto público, cuya contraposición nos dará la posición presupuestaria de dicho estado, pudiendo este tener un saldo superavitario o deficitario.

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A través de la consideración de estos distintos niveles de análisis y de las variables que los componen pretendemos explicar y mensurar la dinámica y los distintos ciclos que fue atravesando el patrón de acumulación de posguerra a nivel global, y en cada uno de los estados que estaremos presentando.

Finalmente, para concluir con este apartado introductorio y para facilitar el posterior seguimiento de la exposición de este trabajo, procedemos a la presentación de las distintas partes que componen el presente texto.

En el apartado número dos se expondrán resumidamente cuales fueron las consecuencias que arrojó de la Segunda Guerra Mundial en los aspectos económicos y sociales, así como las condiciones materiales inmediatas de posguerra. Para analizar estas consecuencias nos centraremos en algunos casos que consideramos más relevantes como Europa Occidental, Japón, EE.UU. y Canadá, dado que serán los que lideren el proceso de crecimiento económico en la décadas subsiguientes.

En el apartado número tres se analizaran los cambios ocurridos en la estructura institucional mundial y se abordaran los primeros años de la reconstrucción. Para ello, desarrollaremos el surgimiento del nuevo entramado de foros diplomáticos y económicos internacionales, que resultaron primordiales para promover la aplicación del nuevo patrón de acumulación de capital a escala global. A su vez, también mencionaremos las principales ayudas otorgadas a los países afectados por la guerra para su recomposición, como el Plan Marshall, la Línea Dodge y la UNRRA.

En el cuarto apartado nos centraremos en la exposición del funcionamiento concreto del patrón de acumulación de posguerra, así como su evolución y apogeo durante las décadas de 1950 y 1960. Allí procuraremos identificar las principales variables económicas, cuantificar sus logros y explicar las condiciones sociales del punto de equilibrio alcanzado entre los distintos actores involucrados.

Finalmente, en el apartado número cinco intentaremos argumentar cuales fueron las causas del agotamiento del régimen de acumulación a mediados de la década de 1970 y desarrollar la influencia de los principales factores intervinientes en la crisis del mismo. Aquí se destacan el surgimiento de nuevos términos en la teoría económica (como la estanflación), el creciente protagonismo que adquirirán los países del tercer mundo y, fundamentalmente, la disolución al interior del régimen de las condiciones económicas, políticas y sociales que habían posibilitado el equilibrio de las décadas precedentes.

2. Las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y las condiciones de la inmediata posguerra

Para comenzar con nuestra exposición consideramos que es importante describir cuales fueron las condiciones económicas, políticas y sociales que sirvieron como punto de

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partida para la configuración del patrón de acumulación de posguerra. En este sentido, es importante mencionar que la segunda guerra mundial fue el conflicto bélico más destructivo en la historia de la humanidad. Las pérdidas materiales fueron mucho más importantes que las ocurridas durante la Gran Guerra y esta vez no solo Europa se vio alcanzada por la ola de destrucción, sino también importantes regiones del Norte de África y, especialmente, del Sudeste Asiático. Sin embargo, el viejo continente fue el que sufrió las peores consecuencias del conflicto y allí el panorama de la inmediata posguerra era sencillamente apocalíptico. Ingentes pérdidas humanas se sumaban al agotamiento físico y moral de los sobrevivientes y a la destrucción de buena parte de la infraestructura y el entramado productivo de casi todos los países de la región. A modo de ilustración vale destacar que a excepción de los casos de Gran Bretaña y los países neutrales, prácticamente todas las grandes ciudades del continente habían quedado en ruinas.

Yendo más en profundidad respecto a la tragedia que esta guerra representó en todo el planeta, en primer lugar se encuentran las pérdidas humanas. Sobre estas debemos decir que las bajas civiles superaron largamente a las militares, en gran medida debido a las políticas de exterminio masivo implementadas por los nacionalsocialistas. Se estima que entre 45 y 50 millones de personas perdieron la vida durante el conflicto, de los cuales la gran mayoría (más de 40 millones) murieron en el continente europeo. Por su parte, el país más afectado por las bajas humanas fue la Unión Soviética, que perdió más de 20 millones de ciudadanos. También Polonia enfrentó enormes pérdidas humanas y en países como Hungría, Rumania, Checoslovaquia y Grecia murió aproximadamente el 5% de la población. Además, a estas estadísticas debemos sumarles las de invalidez permanente, que en el caso de Japón, por ejemplo, duplicaron al número de muertos1.

En segundo lugar, las pérdidas materiales también fueron sumamente significativas y superaron largamente las de las Primera Guerra Mundial. En Europa la infraestructura quedó severamente afectada y los sistemas de transporte sufrieron una paralización casi total debido a los bombardeos ocurridos durante el conflicto. La mayor parte de los puentes estaban destruidos y dificultaban el transporte ferroviario al mismo tiempo que obstaculizaban el tránsito por ríos y canales. En países como Francia, la capacidad ferroviaria se había reducido prácticamente a un sexto de la capacidad de preguerra. Por su parte, el conjunto de la flota comercial europea se redujo a una décima parte en el mismo periodo. Del mismo modo, todos los puertos marítimos del continente habían sucumbido a los ataques de las flotas navales alemanas y japonesas a excepción de dos: Amberes y Burdeos, que tampoco se encontraban al 100% de su capacidad. Por último, todavía el principal déficit logístico se hallaba en el transporte terrestre, ya que en todo el continente europeo prácticamente no quedaban camiones utilizables, sin mencionar el calamitoso estado de las carreteras que no habían sido arrasadas por la vorágine de devastación. Otro tanto había ocurrido con la destrucción de edificios, lo que suponía que grandes proporciones de la población (40% en Alemania, 30% en Gran Bretaña, 25% en Japón y 20% en Francia) se hubieran quedado sin vivienda.

1 Se estima que en Japón la Segunda guerra Mundial arrojó un saldo de 4 millones de inválidos frente a 2 millones de muertos (Van der Wee, 1997).

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En otro orden de cosas, la producción rural se vio gravemente afectada en todas partes por la carencia de mano de obra, la reducción de la cabaña ganadera y la imposibilidad de conseguir fertilizantes. Muchas explotaciones agrarias estaban arrasadas y los terrenos de cultivo que habían formado parte del campo de batalla se encontraban anegados o destruidos. Si bien la verdadera dimensión de esta catástrofe es desconocida hasta hoy, sí sabemos que los territorios de Europa oriental fueron los que se vieron más afectados por estas circunstancias. Asimismo, la producción de algunos bienes encontraban grandes dificultas para reanudarse, como es el caso del carbón, que en ese entonces todavía constituía la principal fuente de energía para el sector industrial en el continente europeo. A su vez, los stocks de materias primas e insumos se encontraban completamente agotados y estas dificultades se veían agravadas por las ya mencionadas condiciones del transporte. También debemos apuntar que durante los largos años de la guerra la maquinaria no había sido renovada, por lo que al final de ella era obsoleta, mientras algunas fábricas habían sufrido severamente los efectos destructivos de la conflagración y otras fueron desmontadas por las potencias vencedoras. De este modo, para citar algunos ejemplos, en Francia la producción industrial de 1945 representaba aproximadamente el 35% de la de 1938 (que a su vez estaba un 20% por debajo de la de 1929). En el caso de la Alemania la situación era aun peor, y todavía en 1946 su producción industrial estaba al 40% de los niveles de preguerra.2

Sin embargo, a pesar de que las penurias de la guerra ya habían quedado atrás, los años que siguieron inmediatamente al armisticio no fueron sustancialmente mejores y también produjeron fuertes modificaciones en el paisaje demográfico, en muchos casos no menos trágicas que durante los días de combate. Debido a las transferencias territoriales, el corrimiento de las viejas líneas fronterizas o las migraciones forzadas, muchos millones de personas cambiaron de hábitat. En el caso de Japón cerca de 5 millones de personas (incluyendo civiles y militares) fueron repatriados desde el exterior. Por otro lado, en toda la franja que va de norte a sur en Europa Oriental varios millones de personas se vieron expulsados de los territorios que habitaban, dando nacimiento a la figura de los refugiados y con ella a la compleja problemática de la inserción de estas personas en entornos completamente diferentes a los que conocían hasta entonces.

Pero para aquellos que no habían sufrido los pesares de la emigración la situación tampoco era mucho mejor. Volviendo a Japón, las condiciones de hambre que atravesada la población solo pudo ser mitigada con la ayuda directa de la potencia ocupante: Estados Unidos. Por su parte, en Alemania la situación era igualmente dramática y grandes capas de la población subsistieron en los años de la inmediata posguerra con raciones alimentarias que no llegaban a las 1000 calorías diarias. Para colmo, el invierno de 1946-1947 fue sumamente riguroso y habida cuenta de la carencia que había de carbón para la industria, las exiguas cantidades disponibles de este no fueron destinadas a la calefacción doméstica.

2 Loth, en Benz y Graml, 1986.

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La situación era igualmente desoladora en el resto de Europa. Allí ya durante el conflicto las condiciones de vida había traspasado el umbral de la subsistencia y muchas personas murieron por desnutrición después de 1945. Una vez terminada la guerra la fuerte caída en la productividad del trabajo, la tierra y la escasez de capital disponible fueron las causas de elevados y persistentes niveles de miseria en todo el continente. Se estima que durante estos años, más de 100 millones europeos tuvieron que subsistir con dietas que no alcanzaban a las 1500 calorías. Un claro ejemplo de la decadencia productiva que el conflicto había producido fue que en Europa central y oriental, donde antes de la guerra exportaban los amplios excedentes de su producción rural a Occidente, ahora no llegaban a los niveles mínimos necesarios para abastecer a sus propias poblaciones, con el agravante de que la Unión Soviética confiscaba grandes proporciones de la producción para aliviar la escasez de sus propia población. En resumen, el hambre, el frío y la carencia de bienes básicos fueron los matices que caracterizaron la vida cotidiana de la población europea en el dramático fresco de la situación social tras el conflicto.

También cabe destacar que, al igual que había ocurrido después de la Primera Guerra Mundial, la geografía del continente europeo se modificó drásticamente: Alemania debió abandonar todos los territorios que había ocupado antes del conflicto o durante el mismo. La importante cuenca minerosiderúrgica del Sarre fue traspasada a Francia y una parte de Prusia así como otras regiones aledañas del noreste fueron definitivamente separadas de Alemania. Por su parte, la Unión Soviética avanzó sobre estos mismos territorios y se apoderó de Polonia Oriental, los Estados Bálticos, una porción de Finlandia, Prusia Oriental y Ucrania, entre otros.

En el otro extremo del planeta, Japón se vio obligado a abandonar sus colonias en el Sudeste asiático, que incluían entre ellas a Manchuria, Corea y la isla de Formosa, con lo cual se despojó de la mitad de su base territorial de 1930, en la que había realizado importantes inversiones.

Antes todas estas vicisitudes, el escenario europeo era tan dramático que incluso antes que terminara la conflicto se puso en marcha un gigantesco plan de asistencia, denominado UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation Administration- Administración de las Naciones Unidas para el Socorro y la Rehabilitación3). Esta fue una agencia de ayuda internacional formalmente integrada por 44 estados, pero en la práctica ampliamente dominada por los Estados Unidos. Su objetivo era coordinar y administrar medidas de asistencia para las víctimas de la guerra en la zona bajo el control de los aliados, a través de la provisión de alimentos, combustible, ropa, vivienda y otras necesidades básicas. Los fondos fueron aportados por todas las naciones participantes, pero de los 3.700 millones que se ejecutaron, 2.700 millones fueron contribución directa

3 Cabe destacar que en este constexto la denominación de “Naciones Unidas” no se refiere al organismo supranacional fundado en 1945, ya que este plan de ayuda fue previo a su existencia (la UNRRA se ideó en 1942 y fue puesta en funcionamiento en 1943). El motivo es que el presidente de los Estados Unidos de ese momento, Franklin Roosevelt, utilizaba el término de “Naciones Unidas” para referirse al bando de los países Aliados durante la Segunda Guerra Mundial y ese mismo nombre sería utilizado después para fundar el organismo de cooperación internacional.

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de los Estados Unidos, seguido por Gran Bretaña con 625 millones y Canadá con 139 millones de dólares, respectivamente.

En este contexto, con una sistema productivo arrasado y que muy lentamente comenzaba a ponerse en marcha, sobrevino el lógico estallido de la inflación en un escenario posbélico, afectando aun mas los ya graves desequilibrios presupuestarios de los Estados tras el conflicto. En la mayor parte de los países contendientes durante los años de la guerra la emisión monetaria se había multiplicado, y con ella la deuda pública, a los efectos de financiar los gastos de la lucha. Para los países que habían sido ocupados durante el conflicto el panorama era aun más desalentador, ya que además habían tenido que hacer frente a las exacciones y demás arbitrariedades de las potencias ocupantes. A su vez, ya terminado el conflicto estos mismos países se dispusieron a intentar financiar su reconstrucción mediante nuevas emisiones monetarias y tomando más deuda pública. En este sentido, Francia constituye un caso paradigmático: en el periodo que va de 1938 a 1945 la deuda pública se cuadruplicó y la masa monetaria en circulación se quintuplicó. Simultáneamente, el gobierno liberó el control de precios, lo que incentivó el proceso inflacionario.

En el caso de las potencias vencidas la inflación tomo dimensiones catastróficas. Los aumentos de precios se habían incrementado para financiar los gastos de la ocupación, y la escasez de bienes y destrucciones materiales pos bélicas fueron aun más severas. De esta forma, en Japón los precios en tiempos de paz aumentaron casi un 350% con respecto al último año de la guerra y en la Alemania de 1945 circulaba 7 veces más dinero que antes de la guerra.

En el caso de Gran Bretaña, por su parte, el control de precios y los racionamientos sobre el consumo fueron mucho más rigurosos después de la guerra que durante ella. A su vez, la reconstrucción fue financiada a través de masivos aumentos de impuestos, la venta de activos extranjeros y la suscripción de enormes préstamos desde los Estados Unidos y los países de la Commonwealth. El objetivo era contener el estallido de la inflación, misión que se logró con relativo éxito, pero el costo fue que los niveles de consumo después de 1945 fueran prácticamente los mismos que durante la guerra. La contrapartida de estas medidas fue la abyecta dependencia de Gran Bretaña de su principal acreedor, EE.UU., posición que perjudicaría severamente el proceso de reconstrucción y las posibilidades de crecimiento británico durante la posguerra.

Por último, es importante decir que el único país beligerante que se vio netamente beneficiado por la guerra fue Estados Unidos. A pesar de que su número de bajas humanas fue considerable, las pérdidas materiales que sufrió fueron exiguas. Para ilustrar su situación podemos mencionar que al final de la guerra EE.UU. poseía el 80% de las reservas mundiales de oro y era un país fuertemente acreedor. Además, el conflicto produjo un notable incremento de la producción de armamento así como de los bienes de capital, la inversión y la productividad, al mismo tiempo que descendía rápidamente el desempleo. Esto fue un bálsamo para revitalizar la economía del país tras los largos años de la depresión. En el lapso que va de 1938 a 1946 su producción industrial se triplicó con

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creces, llegando a cubrir más de la mitad del volumen mundial. A su vez, la renta per cápita anual del país norteamericano había pasado de U$S 550 a U$S 1260, mientras que la de Francia, por ejemplo, había pasado de U$S 290 a U$S 260. Este no es en absoluto un dato menor, ya que la hegemonía política a nivel global de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial se erigiría sobre su fortaleza económica al término de la misma.

De esta manera, podemos concluir afirmando que los primeros pasos en la senda de recuperación económica internacional se dieron en medio de un desolador derrotero de penalidades.

3. Los cambios en la estructura institucional mundial y el comienzo de la reconstrucción

Incluso antes del final de la Segunda Guerra Mundial ya se hacía evidente la imperiosa necesidad de diseñar un nuevo orden económico internacional. El futuro se presentaba como un gran interrogante para los países de Occidente y el camino a seguir no estaba claro, pero no había dudas de que era hora de aventurarse por nuevos rumbos. La nueva era debía mostrar cambios significativos para superar los problemas que había traído el pasado inmediato: nunca antes en su historia la humanidad se había enfrentado a una guerra tan destructiva como aquella ni a una recesión tan profunda y duradera como la que siguió al Crack de 1929.

Por otra parte, dentro de las distintas alternativas que se presentaban para encarar el periodo de posguerra, una cosa si estaba clara para los principales responsables: no había que volver a cometer los mismos errores de la primera posguerra mundial. Esta fue la directriz que guiaría todos los pasos dados en el mundo occidental después del conflicto y, justamente inspirada por ese espíritu, surge la primera y sustancial diferencia con respecto a lo ocurrido después de 1918. Ahora Estados Unidos estaba decidido a ejercer un rol protagónico en el nuevo orden, asumiendo el liderazgo económico y político mundial. Por ello mismo, desde 1941 diversos expertos del país norteamericano comenzaron a trabajar en vistas diseñar el modelo económico de posguerra y a estos fines celebraron numerosas reuniones con sus pares ingleses, con la intención de establecer puntos de acuerdo respecto a la naturaleza de las relaciones económicas internacionales después de la contienda. Según su criterio, se hacía evidente la necesidad de crear instituciones internacionales capaces de tutelar el nuevo orden.

El primer paso en este camino fue la rúbrica de la Carta del Atlántico, un documento elaborado en agosto de 1941, casi 4 meses antes del ingreso de EE.UU. en el conflicto, a bordo del buque de guerra norteamericano USS Augusta, frente a las costas de Terranova. Allí el Primer ministro británico, Winston Churchill, y el presidente de EE.UU., Franklin Roosevelt, establecían las intenciones y los objetivos comunes para el futuro orden global de posguerra. La importancia de este compromiso llegó al punto de ser posteriormente incorporado a la Declaración de las Naciones Unidas, aprobada el 1 de enero de 1942 y

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también sirvió como precursor a la Conferencia de Bretton Woods. Según se expresa en el documento, sus objetivos eran “hacer conocer algunos principios sobre los cuales ellos fundan sus esperanzas en un futuro mejor para el mundo” y en él dice que los países firmantes: “Se esforzarán, respetando totalmente sus obligaciones existentes, en extender a todos los Estados, pequeños o grandes, victoriosos o vencidos, la posibilidad de acceso a condiciones de igualdad al comercio y a las materias primas mundiales que son necesarias para su prosperidad económica.” Del mismo modo se destaca que ambas potencias “Desean realizar entre todas las naciones la colaboración más completa, en el dominio de la economía, con el fin de asegurar a todos las mejoras de las condiciones de trabajo, el progreso económica y la protección social.” Como se puede ver, la carta del atlántico era en sí una declaración de principios para el diseño del orden que regiría al mundo después del conflicto.

Como queda dicho, los objetivos generales eran compartidos, pero las dos potencias tenían importantes diferencias en algunos aspectos cruciales del nuevo modelo. Para los representantes norteamericanos el principal objetivo era asegurar la libre circulación de bienes y servicios a nivel global, lo que suponía suspender todo tipo de discriminaciones comerciales y medidas proteccionistas, así como facilitar la ejecución de pagos internacionales. Los negociados de la Casa Blanca eran conscientes de la posición de su país como principal centro productivo y acreedor del mundo tras el conflicto, y a raíz de ello, velaban por el establecimiento de un orden que se ajustara al rol que Estados Unidos debía desempeñar en él, pero sin perjudicar sus asuntos económicos domésticos. Imaginaban un orden económico mundial para la posguerra en el cual sus productos pudiesen penetrar en los mercados que habían estado cerrados hasta entonces, así como abrir nuevas oportunidades a las inversiones estadounidenses en el extranjero, eliminando las restricciones al flujo de capital internacional.

La postura de los representantes ingleses, por su parte, mostraba algunas divergencias y esto se debía fundamentalmente a que se encontraban influenciados por la doctrina de John Maynard Keynes. En esta línea, su principal objetivo residía en aplicar medidas que priorizaban el ámbito doméstico y que garantizaran la estabilidad del pleno empleo en su país. Para ello, era importante que el valor de la moneda pudiera ser variable, a fin de que actuara como factor de regulación y se ajustara a las necesidades política económica nacional y de los distintos momentos del ciclo económico. La primera expresión de este proyecto fue plasmada en un informe titulado Report to the Parliament on Social Insurance and Allied Services, ("Informe al Parlamento acerca de la seguridad social y prestaciones vinculadas"), más conocido como “Informe Beveridge”, en referencia a su autor. Este informe fue publicado a fines de 1942 y sugería la creación de un amplio sistema de seguridad social destinado a garantizarle a la ciudadanía un ingreso cuando el mercado laboral dejara de contar con ellos de manera temporal (desempleo, enfermedad, etc.) o permanente (accidentes, vejez, etc.) El reporte Beveridge argumentaba que ese sistema permitiría asegurar un nivel de vida mínimo mientras sostenía que la asunción por parte del Estado de los gastos de enfermedad y de las pensiones de jubilación, permitiría a

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la industria nacional beneficiarse unas condiciones que podían redundar en un aumento de la productividad, y como consecuencia, de la competitividad.

Estas divergencias fueron finalmente negociadas en los compromisos asumidos durante la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, que tuvo lugar en el complejo hotelero de Bretton Woods, New Hampshire, del 1 al 22 de julio de 1944. En ella participaron los representantes de 44 países y allí se establecieron las bases de lo que sería el orden económico mundial de la posguerra. Las resoluciones acordadas fueron posteriormente conocidas como los Acuerdos de Bretton Woods y serían las reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados que regirían el mundo durante los siguientes treinta años.

Como ya lo hemos dejado expresado, en los meses previos a Bretton Woods se habían debatido dos propuestas distintas en lo tocante al sistema institucional de la posguerra, una elaborada por Harry White, de los Estados Unidos y la otra era producto de el economista Keynes, del Reino Unido. El plan de este último se apoyaba en la creación de un órgano internacional de compensaciones (la International Clearing Union), que sería capaz de emitir una moneda internacional (Bancor) vinculada a las divisas fuertes del mundo capitalista, y canjeable en moneda local por medio de una paridad fija. A través de la ICU, los países con excedentes presupuestarias financiarían a los países deficitarios, vía una transferencia de sus excedentes. De esta manera se tendría la ventaja de hacer crecer la demanda mundial y de evitar la deflación, lo que finalmente sería beneficioso para todos los países. La clave de esta propuesta era que los países acreedores y los deudores estarían obligados a mantener una balanza comercial equilibrada y, en caso de incumplimiento, debían pagar intereses sobre la diferencia, mientras que los acuerdos de los gobiernos permitirían mantener una cuenta cero. El plan era totalmente democrático: los intereses comerciales más poderosos no podrían distorsionar la balanza comercial y los ciudadanos de un país cuyo sector productivo fuera fuerte no perderían los resultados materiales de sus esfuerzos por causa de una exportación ininterrumpida de los productos que fabrican. La principal oposición surgía de los EE.UU., que no quería estar obligado a gastar su superávit comercial en los países deudores, por lo que este plan no convenía a sus intereses, y aprovechando su mayor influencia política y la situación vulnerable de sus aliados británicos, necesitados de créditos americanos para superar la guerra, presionó para que el plan británico fuera rechazado.

En su lugar fue aprobada una versión levemente modificada del Plan White. Este consistía, por un lado, en la creación de un fondo de estabilización monetaria que brindara créditos bajo ciertas condiciones a países con balanzas de pagos negativas y, por el otro, la instauración de un banco de carácter internacional. En el plan White un desequilibrio fundamental en la balanza de pagos solo podía ser corregido mediante un ajuste en los tipos de cambio, con lo cual serían los países deficitarios los que cargarían con los costos del saneamiento y los superavitarios quedarían exonerados de dichos cargas. A su vez, White abogaba por la instauración de una moneda de referencia internacional como factor de estabilización, función que en tales circunstancias solo podría cumplir el Dólar.

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La ventaja que esto representaba para los EE.UU. era que cualquier desequilibrio que sufriera este país podría ser solucionado con un simple ajuste de los tipos de interés, con lo cual en la práctica nunca tendría la necesidad de efectuar un ajuste cambiario. En términos conceptuales, la diferencia subyacente entre la propuesta de Keynes y la de White era que el primero de ellos priorizaba los objetivos nacionales y la salud del sistema capitalista occidental con cierto componente altruista, mientras que el segundo perseguía una estabilización comercial y financiera global, que traería ingentes beneficios para su país. Como ya lo hemos mencionado, el resultado de la conferencia de fue la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, devenido actualmente en Banco Mundial, instituciones ambas que se volvieron operativas a partir de 1946.

El Fondo Monetario Internacional se concibió como una entidad en la cual los países que solicitaban su admisión como miembros debían aportar una suma de dinero determinado por su producto social bruto y su participación en el comercio internacional. El 25% de esta cuota debía abonarse en oro o divisas convertibles a oro y el 75% en su moneda doméstica de curso legal. A su vez, el derecho a voto de cada país miembro guardaba relación directa con el valor de su cuota de ingreso a través de un complejo sistema econométrico. Este fue un mecanismo utilizado por los EE.UU. para asegurarse a sí mismo y sus aliados las mayores cuotas y, con ello, el control de facto de la institución. Además, la moneda de referencia del FMI era el dólar norteamericano, para el cual se establecía una cotización fija de U$S 35 por onza de oro4. Esta paridad rectora se conoció como patrón oro-dólar, y en él los países miembros deberían vincular la cotización de su divisa entre sí con tipos de cambios casi fijos en referencia al dólar Para ello contaban con un margen de fluctuación del 2% (1% hacia arriba y 1% hacía abajo). Por último, se estableció que los préstamos que cada país solicitaba al FMI sólo podían ser destinados a cubrir los déficits temporales de balanza de pagos y se le daba a cada país deudor un plazo de pago de tres a cinco años (préstamos de mediano plazo).

Por su parte, el BIRF fue creado con el objetivo de impulsar el desarrollo en los países afectados por la guerra a través de créditos que debían ser destinados al mejoramiento de la infraestructura, el acceso al agua potable, la educación, la inversión productiva, etc. Su tasa de interés sería menor a la del mercado y los créditos se otorgarían en función de las características del proyecto y la evaluación de la capacidad de repago del país solicitante. Nuevamente, aquí la capacidad de voto iba en relación directa con las cuotas que aportaban los países miembros y por medio de este mecanismo, se aprobó que el presidente de la institución fuera designado directamente por el presidente de los Estados Unidos.

Otra institución surgida en la posguerra y que ocuparía un rol central en el nuevo orden global fue la Organización de las Naciones Unidas. Técnicamente esta era la sucesora de la Sociedad de las Naciones, pero desde el inicio mismo de sus actividades aparece desligada 4 En rigor de verdad, las monedas seleccionadas para cumplir esta función fueron el dólar y la libra esterlina, pero dadas las serias dificultades que tuvo Gran Bretaña para asegurar el valor de su divisa rápidamente abandonó ese lugar dejando a la divisa norteamericana ese rol en solitario.

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de las tradiciones y cosmovisión europea de su antecesora. Por ello, el eje de sus actividades se trasladó a los estados Unidos, donde fue fundada el 24 de octubre de 1945, en San Francisco, con 51 países miembros. El término «Naciones Unidas» se pronunció por primera vez en plena Segunda Guerra Mundial por el presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, en la Declaración de las Naciones Unidas, el 1 de enero de 1942. Esta constituía una alianza de 26 países en la que sus representantes se comprometieron a defender la Carta del Atlántico y a emplear sus esfuerzos bélicos para derrotar al Eje Roma-Berlín-Tokio. A su vez, la idea de formar un organismo supranacional de estados que reemplazara a la fracasada SDN fue elaborada en la declaración emitida en la Conferencia de Teherán, celebrada por los aliados en 1943. Allí Roosevelt sugirió el nombre de Naciones Unidas para esta nueva organización.

Aunque estuviera inspirada en la Sociedad de Naciones, la ONU se diferencia diametralmente de aquella, tanto en su composición como en su estructura y funcionalidad. Por un lado, iba a aumentar su universalización, lo que permitía la ampliación de la organización, incorporando a los nuevos estados surgidos tras la descolonización y los que nacieron tras el desmembramiento de los Estados federales de Europa Oriental. Sus objetivos fundamentales eran mantener la paz y garantizar la seguridad y la cooperación internacional. En este sentido, es interesante observar que todavía se reflejan las circunstancias en la que fue creada, como una institución planificada a la medida de los intereses de los principales países vencedores de la segunda guerra mundial. Un buen ejemplo de ello es que aun hoy en día los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que tienen poder de veto absoluto sobre cualquier resolución de la ONU, son los cinco estados que la promovieron o sus sucesores (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia en reemplazo de la Unión Soviética).

En estos mismos años también fue fundada la Organización del Tratado Atlántico Norte, más conocido como la OTAN, (o NATO, según sus siglas en inglés para North Atlantic Treaty Organization). Esta fue una organización política y militar de carácter internacional, creada como último recurso frente a la imposibilidad de la ONU de poner límites en solitario al avance de URSS. Sus creadores fueron los signatarios del Tratado de Bruselas de 1948 (Bélgica, Francia, Luxemburgo, Países Bajos y el Reino Unido), más Estados Unidos, Canadá y otros cinco países de Europa Occidental invitados a participar (Dinamarca, Italia, Islandia, Noruega y Portugal). En buena medida, esta nueva organización actuaba como réplica al Pacto de Varsovia, y sus objetivos eran cohesionar y organizar a los países aliados occidentales frente a la Unión Soviética.

Por último, cabe mencionar que uno de los pactos más significativos que surgiría tras la segunda guerra fue el GATT (General Agreement on Tariffs and Trade – Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio). Este fue un acuerdo multilateral creado en la Conferencia Internacional sobre Comercio y Empleo de la ONU, celebrada en La Habana, entre noviembre de 1947 y marzo de 1948. El GATT era una parte sustancial del plan de regulación de la economía mundial tras la Segunda Guerra Mundial ya que respondía a la necesidad de establecer un conjunto de normas comerciales a nivel global y aseguraba la

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reducción de aranceles y otras barreras al comercio internacional. El Acuerdo se erigía sobre dos principios fundamentales: el primero de ellos era la igualdad de trato (principio de no discriminación) y el segundo, el multilateralismo (cláusula de Nación Más Favorecida). Desde su nacimiento, el GATT se constituyó en un foro de liberalización del comercio y su funcionamiento se basaba en “rondas” de negociación periódicas entre los estados miembros en las que se buscaba profundizar el proceso de apertura comercial. A su vez, se imponía a los países miembros un "código de buena conducta", basado en la no imposición de medidas paraarancelarias, la reducción de cupos y aranceles y la prohibición de cárteles y dumpings. El nivel de eficacia que tuvo el GATT en su misión de liberalizar el comercio puede ser constatado en el hecho de que a mediados de la década de los ‘50 los gravámenes aduaneros de los Estados Unidos estaban a la mitad de los niveles de 1934.

3.1 El Plan Marshall y el comienzo de la reconstrucción

El Plan Marshall fue el principal programa de los Estados Unidos para promover la reconstrucción de los países europeos después de la Segunda Guerra Mundial. Oficialmente denominado European Recovery Program (ERP) la iniciativa recibió el nombre del Secretario de Estado de los Estados Unidos, George Marshall, que fue quien lo anunció y uno de sus principales mentores. El plan estuvo impulsado por varios factores. En primer lugar, surgía de la voluntad de reconstruir las economías europeas arrasadas por la guerra, que hubieran tardado muchos años en levantarse por sí solas y su recuperación era un factor fundamental para el funcionamiento del nuevo orden mundial. Por otra parte, servía para entregar a los países afectados por el conflicto los medios necesarios para garantizar el impulso de las exportaciones estadounidenses después de la conflagración y evitar que la reconversión a la economía de paz llevara a una crisis en el país norteamericano. Finalmente, es importante mencionar que también era la aplicación práctica de la doctrina Truman, que implicaba “apoyar a todos los pueblos libres del mundo contra la amenaza comunista”. En este sentido, uno de los principales objetivos que perseguía el Plan era la contención de la influencia soviética en Europa, especialmente en países con partidos comunistas fuertes como, por ejemplo, Checoslovaquia, Francia e Italia5.

Para los Estados Unidos, la reconstrucción europea era un tema prioritario y complejo. Las balanzas comerciales de los principales países aliados de EE.UU. en el viejo continente exhibían crecientes déficits y hacía 1947 el principal obstáculo para la recuperación económica de la región y la puesta en marcha del nuevo orden mundial era la severa escasez de dólares de la que adolecían estos países. Las naciones europeas habían agotado sus reservas de divisas durante la guerra, por lo que no estaban en condiciones de importar nada de otros países. Esto prácticamente impedía el comercio internacional y 5 En esta misma línea cabe destacarse que las primeras asignaciones importantes fueron concedidas a Grecia y Turquía, en enero de 1947, justamente porque estos eran considerados los países más urgidos en la lucha contra la expansión de la influencia comunista.

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ponía el freno a cualquier intento de reforma en el plano económico mundial. Por ello, se decidió recurrir al otorgamiento de amplias líneas de crédito que sirvieran para activar la demanda europea y dinamizar el flujo de intercambios. A los efectos de implementar el Plan, en abril de 1948 se creó la Administración para la Cooperación Económica (ACE) y ese mismo año, los países participantes del viejo continente6 firmaron el acuerdo de fundación de la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE) como contraparte de coordinación en Europa. La misión oficial de la ACE era colaborar a la mejora de la economía europea en la producción industrial, en el apoyo a las monedas europeas y en facilitar el comercio internacional. El dinero del Plan Marshall era transferido a los gobiernos europeos, pero la administración se ejercía de forma conjunta entre el gobierno local y la ACE. Había un comisario de la ACE en cada capital europea, generalmente un prominente empresario estadounidense, que supervisaba y aconsejaba al gobierno correspondiente sobre la aplicación de la ayuda recibida.

La ayuda del Plan Marshall se repartió entre los países beneficiarios de acuerdo a sus respectivas Rentas per cápita y la mayor parte del dinero se destinó al sector industrial dado que se consideraba que su regeneración era esencial para la reconstrucción europea. Posteriormente, bajo la presión del Congreso de los Estados Unidos y con el inicio de la Guerra de Corea, una parte importante de la ayuda se destinó también al reforzamiento de los ejércitos. Simultáneamente, el plan también incluía un Programa de Asistencia Técnica que consistía en asesoramiento por parte de profesionales norteamericanos respecto a los procesos productivos. Este no es un dato menor ya que fue un eslabón fundamental para tutelar el proceso de reconstrucción industrial y promover una óptima integración económica global.

En suma, a lo largo de sus casi cinco años de implementación (1947-1951) el plan permitió a sus beneficiarios adquirir materias primas, alimentos combustibles, manufacturas y bienes de capital por un monto que rondó los 20.000 millones de dólares de 1945. A su vez, uno de los principales efectos del Plan fue la ya mencionada creación de la OECE, que más tarde, con la incorporación de los Estados Unidos y Canadá promovida por su Kennedy en 1961, se convertiría en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, conocida como la OCDE o el club de los países ricos.

Por su parte, otro importante proceso institucional que tuvo lugar durante este periodo fue la instauración de las bases que darían lugar a la actual Unión Europea. El primer paso para su constitución fue en la primavera de 1951, cuando se firmó en París el Tratado que institucionalizaba la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), integrada por Alemania, Francia, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Su único propósito entonces era facilitar el intercambio de las materias primas necesarias en la siderurgia para dinamizar el crecimiento de esta industria. El segundo paso en este camino, más significativo que el anterior, se dio varios años después, con la firma de los tratados de Roma, en 1957. Allí l a meta planteada fue lograr un “mercado común” que permitiese la libre circulación de

6 Estos eran Alemania Occidental, Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Grecia, Islandia, Italia, Luxemburgo, los Países Bajos, Noruega, el Reino Unido, Suecia, Suiza y Turquía, más Portugal e Irlanda.

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personas, mercancías y de capitales. Este sería denominado “Comunidad Económica Europea” (CEE). Los objetivos inmediatos de este proyecto serían la concreción de una unión aduanera y la integración de un mercado conjunto que representaba alrededor de 160 millones de personas, así como la coordinación de sus políticas económicas. Este nuevo bloque regional sería reconocido al año siguiente por el GATT.

Un buen indicador del éxito inicial que alcanzó este proyecto es que entre 1958 y 1969 se cuadruplicaron las transacciones entre los países que componían el nuevo bloque económico. Además, la dinámica derivada de sus actividades facilitó la llegada de inversiones extranjeras directas, principalmente provenientes de los Estados Unidos, que en los años subsiguientes serían un baluarte del crecimiento económico. La realidad es que en un mundo polarizado entre dos superpotencias y en cual los países europeos estaban perdiendo peso relativo de manera individual, la única manera de ser considerados un actor político y económico relevante para defender sus intereses sin quedar a merced de los dos polos era potenciándose a través de su unión. Este fue uno de los principales motivos que los llevó a plantearse la conformación de un bloque regional.

Ahora bien, en este marco de profundas transformaciones institucionales que hemos presentado, tuvo comienzo el proceso de reconstrucción europea. Para ello el Plan Marshall fue decisivo, ya que contribuyó a la renovación de infraestructuras para el transporte, la modernización de empresas industriales y agrarias y la dinamización del intercambio comercial. A su vez, la ayuda del plan propició la estabilidad del mercado monetario y de capitales, lo cual era indispensable para financiar la integración de comercio mundial. Para tomar una referencia de lo que esto significó podemos ver que en 1950 la mayoría de los indicadores económicos del viejo continente ya habían recuperado sus valores de preguerra, e incluso en algunos casos los habían superado.

Producto Social Europeo Bruto, a precios constantes (1938 = 100)1948 1950

87 102Fuente: elaboración propia en base a Van der Wee (1997)

Por su parte, la reconstrucción japonesa en sus comienzos fue considerablemente más lenta e incierta que la europea. La producción agraria del país nipón tuvo grandes inconvenientes para recuperarse en los primeros años de la posguerra y no alcanzaba para alimentar a la población del país. Por su parte, en el sector industrial la producción de 1946 llegó tan solo al 20% del promedio anual de 1939-1945. Ante este escenario, Estados Unidos, la potencia ocupante, se vio en la necesidad de suministrar alimentos.

Otro factor que contribuyó a acentuar el escenario de incertidumbre reinante fue que en Japón se produjo una profunda transformación en el sistema institucional mediante su conversión a una democracia según el modelo impuesto por el general MacArthur, jefe de las fuerzas de ocupación. Este tenía en sus manos todo el poder para reorganizar

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completamente a Japón en los campos político, social, económico y militar. En este sentido, una de sus primeras medidas fue la reforma agraria de octubre de 1946, con la cual expropió a los terratenientes absentistas y limitó el derecho a la propiedad de la tierra a dimensiones de explotación por su propietario.

Una de las decisiones más significativas tomadas por Mc Arthur fue la desarticulación de los Zaibatsus. Estos eran grandes conglomerados de empresas que abarcaban todos los sectores de la economía, especialmente la industria pesada y el sector bancario. Habían surgido en la era Meiji (1868-1912) y estaban liderados por grupos financieros que respondían a familias de la alta aristocracia japonesa. Para tomar una mejor dimensión de su influencia cabe destacar que en 1937 las denominadas Cuatro grandes familias de Japón controlaban a través de sus respectivos Zaibatsus un tercio de todos los depósitos bancarios, alrededor de la tercera parte del comercio exterior, la mitad de la producción naval y la gran mayoría de la industria pesada del país. Por ello, revertir la concentración industrial, la tras la segunda Guerra Mundial los Zaibatsus no solo fueron disueltos por la potencia ocupante, sino que además se fomentó el desarrollo de las representaciones sindicales. Además, se le prohibía a Japón disponer de un ejército propio y, por medio de una cláusula constitucional, declarar la guerra otro estado. El objetivo de estas medidas era debilitar a Japón, tanto industrial como militarmente, para que no se convirtiera en una eventual amenaza en el futuro.

Sin embargo, dos hechos tempranos hicieron cambiar los lineamientos de los objetivos estadounidenses en Japón. El primero de ellos fue el triunfo de la revolución comunista en China, en 1949, y el segundo fue el comienzo de la Guerra de Corea. Ante estos sucesos, al igual que en el caso de Alemania, se llegó a la conclusión de que un aliado fuerte en la región sería una forma de controlar el riesgo del avance comunista. Así, en 1950 se procedió a estabilizar la moneda como primer requisito para implementar un plan de reconstrucción eficaz. Muchas medidas económicas aplicadas durante la fase democratizadora fueron anuladas y se revitalizó el papel de los Zaibatsu, al mismo tiempo que se frenó espectacularmente la liberalización de la asociación sindical. Además, la Guerra de Corea le permitió a Japón acelerar su proceso de reconstrucción industrial, ya que fue utilizado como base militar y de abastecimiento para los EE.UU. De esta forma Japón se convirtió súbitamente en arsenal, taller de reparación y proveedor de una amplia gama de productos de las fuerzas de las Naciones Unidas, mientras también llegaron cuantiosas inversiones durante este periodo. Cuando se firmó el armisticio de Corea, en 1952, la reconstrucción japonesa ya se encontraba a plena marcha.

Hasta aquí hemos hecho un sucinto seguimiento de los principales cambios institucionales ocurridos en el mundo capitalista que servirían como respaldo y promotores de los cambios en la estructura económica y social. Este es un recorrido fundamental para nuestros propósitos, ya que el nuevo patrón de acumulación de posguerra solo pudo comenzar a funcionar una vez que las economías capitalistas ya se hallaban consolidadas en la senda de la recuperación. El próximo paso, entonces, será desarrollar las características y la dinámica del nuevo patrón de acumulación global.

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4. Dinámica del patrón de acumulación de posguerra: las dos décadas doradas del capitalismo

En un profundo contraste con el marco de rigurosa depresión que dominó a lo largo de toda la década de 1930 y la destrucción masiva y difícil reconstrucción que prosiguió a la Segunda Guerra Mundial, en los decenios de 1950 y 1960 la economía capitalista mundial experimentó el mayor y más sostenido crecimiento de toda su historia. Desde la expansión a nivel global del capitalismo, tras la segunda mitad del siglo XIX, nunca había tenido lugar un periodo de bonanza tan extendida ni tan generalizada.

Después de la Segunda Guerra Mundial las tasas anuales de crecimiento de la producción industrial alcanzaron niveles sin precedentes en el mundo occidental. Como señala Van der Wee (1997) la tasa de crecimiento media de la producción industrial mundial llegó a la cifra record de 5,6% anual para el periodo 1948-1971. A su vez, si observamos más detenidamente esta tasa, descomponiéndola por países y por décadas, se evidencia que en los dos decenios de 1950-1970 se acelera espectacularmente el crecimiento económico de Europa occidental y de Japón. No obstante, en el viejo continente la velocidad del crecimiento no fue la misma en todos los países. Durante la primera fase de la reconstrucción de posguerra fueron algunos países neutrales, junto con las viejas potencias capitalistas (Gran Bretaña, Holanda y Bélgica) las que exhibieron mejores resultados. Sin embargo, a partir de 1950 la República Federal de Alemania, Francia, Austria e Italia se ubicaron a la vanguardia mientras que las anteriores potencias industriales se veían relegadas. La década de 1960 trajo un nuevo equilibrio ya que algunos países (como la RFE, Francia e Italia) optaron por enfriar levemente sus ritmos de expansión para contener el creciente peligro de la inflación, mientras que algunas economías más pequeñas (como España, Portugal, Grecia, etc.) aumentaron aun más sus índices de crecimiento. En conjunto, podemos decir que las tasas de crecimiento se distribuyeron de manera más homogénea y favorable durante los años sesenta que durante el decenio anterior.

Por su parte, Estados Unidos también vio incrementarse sostenidamente sus tasas de crecimiento. Si bien en términos estadísticos no llegó a alcanzar los niveles mostrados por las economías de Europa Occidental y Japón, su ritmo de expansión fue muy notable, y al igual que muchas otras economías capitalistas, tuvo un mejor desempeño durante la década del sesenta. Sin embargo, es oportuno destacar que, en conjunto, la aceleración del crecimiento de posguerra fue menor a la de 1913-1950. La causa de esto es que la economía de los Estados Unidos se expandió vigorosamente durante las dos guerras mundiales (especialmente después de la segunda), elevando la tasa media de crecimiento de todo el periodo que va desde 1913 hasta 1950. De esta forma su punto de partida tras el conflicto era mucho más elevado que el del resto de los países capitalistas que participaron en él.

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Crecimiento del producto Social Bruto 1870 – 1970 (promedio anual en %)

País 1879-1913 1913-1950 1950-1960 1960-1970Alemania7 2,9 1,2 7,8 4,8Francia 1,6 0,7 4,6 5,8Países Bajos 2,2 2,1 4,7 5,1Gran Bretaña 2,2 1,7 2,7 2,8Estados Unidos 4,3 2,9 3,2 4,3Canadá 3,8 2,8 3,9 5,6Japón 2,4 1,8 9,5 10,5Fuente: elaboración propia en base a Van der Wee (1997)

Las causas de esta nueva realidad económica son diversas, pero debemos buscar su génesis en las condiciones que posibilitaron la recomposición de las secuelas de la Segunda Guerra mundial. Como señala Van der Wee “El crecimiento acelerado que se produjo después de la guerra deber ser interpretado en primer término como un enérgico movimiento de recuperación. Europa occidental debía recuperar desarrollos que habían sido aplazados por las dos guerras mundiales y la crisis económica mundial. Japón se vio contenido solo por segunda Guerra mundial y por la crisis económica mundial. En cuanto a Estados Unidos, el factor de la recuperación jugó un papel de menor entidad porque el crecimiento retardado por la crisis económica mundial de los años treinta fue parcialmente compensado por el crecimiento de la producción durante la segunda guerra mundial.”8 De este modo, es importante remarcar que dicho crecimiento fue producido por la sinergia de la coyuntura y los factores internos y externos que la potenciaron.

Consecuentemente, para comprender estos resultados es imprescindible comenzar señalando que el incremento de la formación de capital fue uno de los factores fundamentales para posibilitarlo. En el periodo 1950-1970 las tasas brutas de inversión fueron mucho más altas que en las décadas previas: del 15% al 20% del PBI frente al 10% aproximadamente para el periodo de entreguerras. En una primera instancia, esto nos habla de dos factores que serían determinantes para el desarrollo favorable de los ciclos: por un lado, se trata de las expectativas positivas de los empresarios, que se volcaron masivamente a la realización de inversiones productivas internas, alentadas por el respaldo que significaba el nuevo rol de los Estados Unidos a nivel global, como garante y promotor del crecimiento. Por el otro, estas perspectivas halagüeñas nos muestran de una solida confianza en el desarrollo de la coyuntura en el largo plazo. Para entender esta renovada confianza es imprescindible que tengamos en cuenta ciertos aspectos que exceden el ámbito de lo estrictamente económico pero que están irremisiblemente conectados con él.

Crecimiento medio del PBI y las tasas de inversión, 1950 -1970

7 Desde 1945, República Federal de Alemania.8 Van der Wee, 1997, p. 47.

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PaísCrecimiento del PBI

(en % anual)Tasa de inversión

(en % del PBI)

RFA 6,2 27,0Bélgica 3,5 22,4Francia 5,0 23,7Países Bajos 5,0 26,0Gran Bretaña 2,7 17,5Fuente: Aldcroft (1989)

En función de lo dicho, es fundamental apuntar que el crecimiento económico que tuvo lugar después de 1945 dependía de una serie de compromisos entre los actores más importantes del mundo capitalista. Este contrato social global se conoció como el Gran Acuerdo de Posguerra y su aplicación práctica en el campo de la producción y el consumo fue la Economía Mixta. Más adelante volveremos sobre esta para explicar que significó en términos conceptuales y sociales la aplicación de este modelo de acuerdo social, pero por ahora podemos adelantar que los objetivos de la economía mixta se sintetizaron en la fórmula del “pentágono mágico”, que incluía pleno empleo, plena utilización de las capacidades productivas, estabilidad del nivel de precios, aumento de las rentas paralelo a un incremento de la productividad del trabajo y equilibro de la balanza de pagos. Estas medidas se enmarcaban en la doctrina del denominado Estado Keynesiano, que se inspiraba en los postulados teóricos del ya mencionado economista británico John Keynes. Muy resumidamente, podríamos decir que este modelo consistía en que el estado debía intervenir en la economía (a través del gasto público y otras medidas de política fiscal) para garantizar un nivel mínimo de Demanda Agregada que evitara la caída en los ciclos de recesión.

Las condiciones alcanzadas a través de la economía mixta fueron esenciales para garantizar la inversión y orientarla en tres grandes direcciones: en primer lugar, hacia los sectores industriales estrechamente vinculados con el desarrollo de la sociedad de consumo (también denominada de bienestar por algunos historiadores económicos). En este grupo se destacaron las industrias de bienes durables (con la industria automotriz en primer lugar). En segundo lugar, grandes cuotas de inversión se dirigían hacia el sector terciario, de modo que los servicios adquirieron un gran impulso. Por último, fueron muy importantes las inversiones privadas que sirvieron para estimular el desarrollo de nuevas regiones industriales dentro de los propios territorios nacionales. En este sentido, es importante señalar que la mayor parte de los sectores industriales ligados al crecimiento económico de la posguerra eran intensivos en capital y en trabajo, por eso los empresarios estaban interesados en buscar zonas menos desarrolladas donde el precio de la fuerza de trabajo fuera más bajo. De esta manera se incrementaban los beneficios al mismo tiempo que se cumplía con los objetivos extender el bienestar a nuevos sectores de la población sin que las inversiones generasen inmediatamente una presión al alza sobre el nivel salarial global. Un buen ejemplo de la ampliación de la demanda de fuerza de trabajo

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durante este periodo es la significativa caída en los índices de desocupación comparados con la fatídica década de 1930.

Tasa media de desempleo, 1930-1970 (en %)País 1930-1938 1950-1960 1960-1970Alemania 8,8 4,2 0,8Francia 3,3 1,3 1,4Países Bajos 8,7 1,9 1,1Gran Bretaña 11,5 1,2 1,6Estados Unidos 18,2 4,5 4,8Canadá 1,3 4,4 5,2Fuente: elaboración propia en base a Van der Wee (1987)

Es importante señalar que, a pesar de que la demanda de alimentos y materias primas había aumentado notablemente durante estos años, sus precios permanecieron por debajo de los correspondientes a los bienes industriales. De hecho, durante el periodo 1950-1970 la relación de intercambio evolucionó de manera favorable para los bienes industriales. Las grandes inversiones de las empresas multinacionales, así como los progresos técnicos y explotación de la fuerza de trabajo nativa generaron un fuerte incremento de la productividad del trabajo, la tierra y el capital. De esta forma, se generó una transferencia de riqueza a los países industriales mediante el descenso de los precios de las materias primas. En otras palabras, la mayor parte de este incremento adicional del bienestar benefició a los consumidores de productos primarios y de consumo duradero de los países industriales, en detrimento de los productores de materias primas, que eran a la vez consumidores de los bienes industriales, cuyos costos relativos cada vez eran más altos en términos de su propia producción. Esta nueva relación tuvo una contribución fundamental para que el bienestar de los países capitalistas desarrollados creciera de manera más rápida durante los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial y se ensanchara la brecha de riqueza con respecto a los denominados países del tercer mundo.

Con respecto a la evolución de los ciclos económicos, podemos decir que las décadas de 1950 y 1960 se caracterizaron en occidente por la aceleración y la estabilidad del crecimiento económico, alcanzando niveles nunca exhibidos en ninguno de los dos aspectos hasta entonces. Durante este periodo no hubo crisis de una profundidad comparable a las de de 1873-1875, la de comienzos de 1890 ni, por supuesto, la de 1930-1932. En los 25 años que van de 1948 a 1973 las caídas en la renta anual de las economías capitalistas desarrolladas fueron muy eventuales y leves. En el caso de los Estados Unidos esto solo ocurrió en tres oportunidades y en ninguna superó el 1,6%. Por su parte, en Europa la economía tuvo un desempeño decididamente favorable durante todo el periodo, al punto de que la renta anual media de todos los países del continente no registró ningún retroceso durante este lapso. Además, el comercio mundial se mostró

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notablemente sólido gracias a la estabilidad del sistema monetario internacional y se expandió con fuerza hasta 1973.

Es interesante analizar los casos de los países europeos cuyas economías sufrieron una reducción apreciable de sus valores, como Gran Bretaña (1951), Bélgica (1958) y Suiza (1949 y 1958), ya que todos ellos se dieron a causa de shocks externos. La recesión de 1951-1952 estuvo vinculada a la fiebre especulativa desatada por el estallido de la Guerra de Corea y por el temor a un nuevo conflicto global. La causa de la crisis estuvo en el aumento de los precios de las materias primas. Una vez superada esta vicisitud la economía británica volvió rápidamente a la senda del crecimiento. Por su parte la recesión de 1957-1958 fue una reacción frente a la coyuntura mundial y afectó también a Estados Unidos y Japón. El desencadenante fue la presión inflacionaria, que generaba aumentos salariales no compensados con aumentos en la productividad mientras que los crecientes niveles de importación de materias primas y de productos semi elaborados estaban desequilibrando las balanzas de pagos, pues la exportación de bienes industriales no crecía al mismo ritmo que aquellos. Para evitar un recalentamiento de la economía algunos gobiernos europeos recurrieron a medidas restrictivas. Estas medidas coincidieron con el estallido de la Crisis de Suez, en 1956, lo que presionó nuevamente hacia arriba los precios de las materias primas, desestabilizando aun más la posición de la balanza de pagos.

La salida de esta coyuntura adversa se produjo a instancias de los gobiernos, que se esforzaron por invertir la tendencia del ciclo, tal como indicaba la doctrina keynesiana. Para ello, la mayoría de los estados optaron por aumentar las obras públicas, reducir las cargas fiscales y facilitar el acceso al crédito. En el caso del continente europeo, además de esta intervención planificada, debemos tener en cuenta los efectos positivos que tuvieron en este momento la firma del Tratado de Roma y la Fundación de la CEE, fundamentalmente para promover la inversión y el comercio. A partir de entonces y hasta 1966, las economías europeas atravesaron un periodo de vigorosa expansión. En 1966-1967 se observaría una considerable desaceleración de la actividad económica, pero no sería hasta 1973 que los países europeos tuvieran que enfrentarse seriamente a la amenaza de una crisis, nuevamente por factores exógenos, pero en ese caso si se trataba de una recesión mucho más profunda que las ocurridas hasta entonces desde la finalización de la segunda guerra mundial.

El caso de Japón, por su parte, resulta bastante particular en varios aspectos. Por un lado, cabe destacar que en este país la actividad industrial creció de manera permanente durante en todo el periodo 1950-1970. Sin embargo, la evolución de los ciclos económicos japoneses no solo no guardaba una exacta sincronía con los ciclos europeos sino que, además, sus oscilaciones fueron mucho más pronunciadas que en el resto de los países capitalistas desarrollados. Japón experimento una temprana y severa recesión en 1949, como consecuencia de la aplicación de las medidas de estabilización adoptadas en el

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marco del Plan Dodge9. A partir de entonces, las posteriores recesiones japonesas (1954, 1957-1958 y 1962) estuvieron estrechamente vinculadas a las oscilaciones coyunturales de la economía de los Estados Unidos. Además, cabe destacar que las tasas de crecimiento del producto social bruto japonés fueron también mucho más irregulares que las de los demás países que se estaban recuperando de la segunda guerra mundial y llegaron a oscilar entre un mínimo de 3% en 1954 y 1958, hasta un máximo de 17% en 1959.

En el caso de los Estados Unidos y Canadá los ciclos de la economía también evolucionaron de forma relativamente irregular, pero con oscilaciones menos pronunciadas que las observadas en Japón. El aparato productivo de EE.UU. fue rápidamente readaptado a la economía de paz, sin embargo, fue justamente a causa del éxito de esta transformación que en 1949 el mercado interno comenzó a mostrar signos de saturación y el PBI se redujo levemente. Los factores que posibilitaron la posterior recuperación fueron exógenos: por un lado, la demanda externa generada por el Plan Marshall, y por el otro, el comienzo de la guerra de Corea. Esto último le permitió elevar considerablemente el gasto militar, que pasó de 9.100 millones de dólares en 1947 a 49.000 millones en 1953. Consecuentemente, en 1954, una vez terminado el conflicto, se redujo nuevamente el gasto militar y la economía de Estados Unidos volvió a ingresar en un periodo recesivo.

Cuando llegó la siguiente recesión, en 1957-1958, el presidente de ese momento, el republicano Dwight Eisenhower, se opuso a tomar medidas anticíclicas, considerando que las oscilaciones son procesos necesarios de autoregulación del mercado. De hecho, la única medida enérgica empleada durante esa coyuntura se vio a la hora de equilibrar los déficits que venía mostrando el presupuesto nacional y por ello se aplicó una estricta política de saneamiento que en 1960 llegó a registrar un importante superávit fiscal. Sin embargo, esta posición equilibrada en la situación presupuestaria produjo una reducción en la demanda global por importe de unos 15.000 millones de dólares, lo que redundó en una nueva recesión en 1960-1961. En ese momento Kennedy reemplazó a Einsenhower y recurrió a una decidida política económica keynesiana conocida como las New Economics, cuyos objetivos eran estimular el crecimiento de la economía. Los primeros signos de agotamiento de este plan coincidieron con la intensificación del conflicto de Vietnam (en julio de 1965), lo que aportó un nuevo impulso para el crecimiento económico de los Estados Unidos. Sin embargo, en estos años aparecería solapadamente el problema que acabaría por revelarse como un síntoma de la enfermedad estructural que agotaría al patrón de acumulación de la posguerra: la inflación. En 1965-1966 se trataba de una inflación de demanda que fue frenada por una política restrictiva que derivó en una ligera recesión en 1966-1967. Sin embargo, a partir de 1968 la inflación se convertiría en una

9 El “Plan Dodge” (denominado “Dodge Line” en inglés) fue una política de estabilización financiera y monetaria elaborado por Joseph Dodge, embajador especial de los Estados Unidos en Japón y encargado de su reconstrucción económica. El plan fue anunciado el 7 de marzo de 1949, y en él se sugería equilibrar el presupuesto nacional para reducir la inflación; mejorar la eficiencia del sistema de cobro de impuestos; la disolución del Banco de Reconstrucción Financiera, debido a la escasa rentabilidad de sus préstamos; disminuir el alcance de la intervención del gobierno y la fijación del tipo de cambio de 360 yenes por un dólar de los EE.UU., para mantener bajos los precios de las exportaciones japonesas.

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inflación de costos, lo que dejaba sin efectos las herramientas técnicas de las New Economics para controlarla. En este contexto se fortaleció la imagen de quienes propugnaban planes ortodoxos para solucionar los problemas económicos de los Estados Unidos. Uno de los principales representantes de estos sectores era Richard Nixon, quien fue elegido presidente de los Estados Unidos para asumir su cargo en 1969 y sobre el que volveremos más adelante.

4.1 La sagrada trinidad del crecimiento económico de posguerra

Para continuar con el análisis del funcionamiento global del patrón de acumulación de la segunda posguerra y las relaciones sociales que se establecieron al interior de este, debemos destacar tres conceptos claves: “keynesianismo”, “fordismo” y “Estado de bienestar”. Como ya lo hemos adelantado, el primero de ellos se caracteriza por centrarse en el análisis de las variaciones de la demanda agregada y sus relaciones con el nivel de empleo e ingresos. El interés final de su ideólogo, el economista británico J. M. Keynes, era dotar a las instituciones políticas nacionales o internacionales de herramientas para controlar la economía en las épocas de recesión. Según sus propuestas, este control se podría ejercer mediante el gasto presupuestario del Estado, lo que se llamó política fiscal. El objetivo económico de estas medidas era fomentar el efecto multiplicador que se produce ante un incremento en la demanda agregada, pero el objetivo político de este modelo era salvaguardar a las democracias occidentales del avance de la influencia soviética. En su opinión, la única manera de garantizar la fidelidad de las masas a la democracia y al capitalismo era garantizando, en primer lugar, su bienestar material, aspecto en el cual los modelos liberales clásicos habían demostrado su incapacidad.

Para Keynes el principal propósito pasaba por alcanzar un conjunto de relaciones laborales planificadas y una gestión estatal diseñadas de forma científica, que fueran capaces de estabilizar las fuerzas contendientes dentro del capitalismo, evitando las fricciones y la ineficiencia en la utilización de recursos, factores que desde su perspectiva eran las principales causas del apoyo de las masas sociales a las alternativas revolucionarias. Dicho de otro modo, ante la amenaza que el capitalismo enfrentaba desde fuera era primordial reducir el margen de conflicto hacia adentro, por lo tanto se avanzó con la coordinación global de políticas económicas y sociales entre los principales representantes del mundo occidental. En este sentido, el Fordismo resultaba un complemento excelente en tanto modo específico de producción, organización y retribución del trabajo.

Si bien el fordismo no era un fenómeno nuevo en sí, la particularidad que traerá este periodo histórico es que se convertirá en el modelo rector del patrón de acumulación a escala global. El principal símbolo de la revolución que generó el fordismo (y que para muchos constituye su mismo nacimiento) fue la implementación de la jornada laboral de 5 dólares y ocho horas para los trabajadores de la línea de montaje en la planta de Ford de Dearbone, Michigan. Lo rupturista de este hecho radicaba en que Ford reconoció de manera explícita que la producción en masa significaba consumo masivo. En otras

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palabras, los obreros de sus propias fábricas se convertirían en los compradores de los productos que ellos mismos elaboraban, trayendo con ello un cambio sustancial en el sistema de reproducción de la fuerza de trabajo. De este modo, las nuevas condiciones de trabajo impuestas por Ford significaban un cambio en la racionalización de la planificación del proceso productivo, ya que garantizaban que los obreros tuvieran el tiempo y los recursos necesarios para demandar los productos que se fabricaban en sus plantas.

Por último, el tercer elemento que sirvió para cohesionar la viabilidad del nuevo patrón de acumulación capitalista del mundo occidental de posguerra fue el surgimiento del Estado de Bienestar. Esta denominación (“Welfare State”, en inglés) surgió por oposición a lo que había sido el Estado de Guerra (“Warfare State”), que remitía a épocas de privaciones, racionamiento y austeridad. La principal característica de este nuevo modelo estatal es que garantizaba la provisión de determinados servicios básicos (como educación, salud, vivienda, pensiones, etc.) y garantías sociales a la totalidad de sus ciudadanos. A su vez, el Estado se convirtió en un actor político y social fundamental en la evolución del nuevo modelo, ya que sería el mediador entre la fuerza de trabajo y el capital dentro del modelo de la economía mixta.

De este modo, hemos identificado a los tres los pilares del patrón de acumulación de posguerra. Por un lado, la doctrina Keynesiana será el marco teórico y conceptual del modo social de producción; por el otro, el Fordismo será la puesta en práctica y el patrón organizativo para la producción de mercancias y la reproducción de la fuerza de trabajo; finalmente, el Estado de Bienestar actuaría como árbitro en los conflictos internos de la sociedad y promotor del desarrollo de los demás actores del contrato social. Y dado que todos estos elementos eran factores que, de alguna u otra manera, estaban funcionando en los EE.UU. al momento de la finalización de la guerra, en su rol de potencia política hegemónica procedió a la exportación e imposición de los mismos a sus aliados del resto del mundo.

Gracias a la estabilidad que estos acuerdos ofrecían, el periodo de posguerra asistió al nacimiento de una serie de industrias fundadas en las tecnologías surgidas en los años de entreguerras en los EE.UU. y que habían sido desarrolladas durante la Segunda Guerra Mundial. Los automóviles, la construcción naval y de equipos de transporte, la siderurgia, la petroquímica, el caucho, los electrodomésticos y la construcción se convirtieron en los agentes propulsores del crecimiento económico del mundo occidental. Del mismo modo, este proceso se concentró geográficamente en algunas áreas específicas del hemisferio norte y las fuerzas de trabajo de aquellas regiones (Medio Oeste de los Estados Unidos, Ruhr-Renania en Alemania Occidental, las West Midlands en Gran Bretaña) se convirtieron en el primer sustento de una demanda efectiva en rápida expansión. Esto se complementaba con la reconstrucción de las economías afectadas por la guerra, la suburbanización de los núcleos poblacionales, la expansión geográfica del transporte y los sistemas de comunicaciones, la renovación en las ciudades y el impulso de la infraestructura en los países menos desarrollados del mundo capitalista. Esto último era fundamental para que los países industrializados pudieran acceder a provisiones masivas

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de materias primas a bajos costos, necesarias para garantizar la permanente expansión de los sistemas industriales, al mismo tiempo que podían exportar sus productos industriales a esos mismos países.

Además de un amplio sistema institucional que lo respaldaba, este nuevo esquema global requería de manera imprescindible bajos costos en los precios de transporte para que el comercio global se hiciera viable. Por ello uno de los pilares principales para su funcionamiento sería el precio de los combustibles. En este sentido debemos destacar que el precio medio del barril del petróleo antes de las crisis de 1973 fue de U$S 2. La integración de un mercado global más dinámico en la cual hubiera centros industrializados y una periferia que aportara materias primas solo podía florecer sobre esta base. Por ello podemos adelantar que el aumento del precio del petróleo en 1973 fue una de las principales causas (aunque, por supuesto, no la única) para que entrara en crisis el patrón de acumulación surgido después de la Segunda Guerra Mundial.

Retomando la explicación de lo que significaba la Economía Mixta, en primer lugar debemos volver a señalar que era necesaria una reconfiguración del Estado, principalmente en lo referente a su rol y sus atribuciones. Este debía ofrecer un marco institucional que garantizara una tasa mínima de rentabilidad al capital corporativo, el cual, a su vez, se comprometía a sostener sus tasas de inversión y empleo. Al mismo tiempo, los actores sindicales también debían plegarse a este esquema a fin de garantizar la estabilidad y erradicar la conflictividad en el mundo laboral. Este acuerdo tripartito es lo que serviría de base para el surgimiento de la economía mixta. Como ya lo hemos expresado, el objetivo de este convenio era la obtención de un consenso de tipo social y político que sirviera de base para el desarrollo económico. Para alcanzar estos fines, en primer lugar se constituyeron gobiernos nacionales de coalición, en los que fue habitual la participación de los partidos de izquierda (incluso en algunos casos llegó a hacerlo el propio partido comunista) y contaban con el apoyo de los sindicatos. Debido a esto, fue necesario incorporar algunos puntos cruciales de sus programas políticos, fundamentalmente los que se orientaban a la reforma de las estructuras liberales heredadas del periodo anterior. En muchos países se procedió a la nacionalización de industrias básicas, el establecimiento de organismos de planificación económica, la creación de instancias participativas para que los trabajadores intervinieran en el diseño de los objetivos económicos y la promulgación de leyes que limitaran el poder del mercado para regular la actividad económica.

Es interesante apuntar que muchos partidos de centro y de derecha defendían la intervención del Estado en la vida económica. Las ideas keynesianas se convirtieron en el pensamiento hegemónico y no había dudas que el Estado debía estimular a la demanda efectiva por medio del gasto público y recurriendo al déficit presupuestario. Las principales diferencias radicaban en como asignar ese gasto y en los medios para obtener los recursos que lo posibilitaran. La influencia de las fuerzas más conservadoras fueron considerables y un ejemplo de ello es que los instrumentos monetarios se desarrollaron más rápido que los fiscales. Dentro de este esquema, el Estado daba importantes

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garantías para el capital, ya que por un lado cubría costos que antes debía cubrir el sector privado (educación, salud, vivienda, etc.), liberando esa parte de los salarios para el consumo, al mismo tiempo que otorgaba un ingreso a aquellos que se encontraban excluidos temporal o permanentemente del mercado laboral. Además, la inversión del estado en gastos sociales ofrecía a las empresas trabajadores más calificados y aptos para aumentar la productividad y con menor propensión al ausentismo, contribuyendo a incrementar la tasa de rentabilidad del capital.

En cuanto a la configuración de los roles de los actores sociales involucrados dentro del gran acuerdo de posguerra, uno de los puntos más sensibles era el de los sindicatos, que debían comprometerse a colaborar. Para alcanzar dichos fines muchos movimientos de trabajadores radicales fueron perseguidos y reemplazados por organizaciones más dóciles. En el caso de los EE.UU., por ejemplo, donde los sindicatos habían obtenido avances recientes con la Wagner Act de 1933 (con el explícito reconocimiento de que la negociación colectiva era esencial para sostener la demanda efectiva), después de la guerra fueron frecuentemente acusados de estar a merced de infiltrados comunistas y en 1952 se promulgó la Taft-Hartley Act, que los sometía a un estricto control gubernamental.

En el caso de los otros socios del Acuerdo, sus roles estaban mucho más definidos. Las grandes corporaciones garantizaban reinvertir parte de sus ganancias para asegurar el crecimiento y elevar las condiciones de vida de los asalariados, mientras abonaban el terreno para la obtención estable de sus beneficios. Esto implicaba un compromiso de inversión masiva en capital fijo y, sobretodo, en el proceso de recambio tecnológico, así como la búsqueda de mejoras en la organización del trabajo y la comercialización. Por otra parte, la planificación de todos los componentes de la actividad empresarial va adquirir un nuevo protagonismo, convirtiéndose en uno de los rasgos más característico de esta época. De todos los niveles de planeamiento desarrollados en estos años, probablemente el de la obsolescencia programada10 de bienes y equipos sea el más representativo y llegó a convertirse en el símbolo de la racionalidad burocrática de las corporaciones.

Por su parte, el Estado fue el depositario de varias responsabilidades fundamentales para la aplicación del acuerdo. En primer lugar, era el encargado de regular los ciclos de la economía a través de una batería de políticas monetarias y fiscales para garantizar una demanda agregada estable y, con ella, la rentabilidad de las corporaciones y las tasas de empleo. Estas políticas estaban orientadas a las áreas claves de la inversión pública (infraestructura, transportes, servicios públicos, etc.) que eran determinantes para la expansión de la producción y del consumo masivo. El Estado también se ocupó de estimular la oferta, fundamentalmente ampliando los sistemas educativos. Por un lado permitía mayores oportunidades de acceso a la escolarización para amplias capas de la sociedad y por el otro apoyando la investigación básica y aplicada de carácter innovador 10 Se denomina “obsolescencia programada” a la planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio para que este se torne obsoleto o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o proveedor durante su fase de diseño. El objetivo de calcular la vida útil de un producto o servicio es garantizar que no se agotará el consumo del mismo por saturación de la demanda.

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en las universidades y otras instituciones científicas, aportando subvenciones a los laboratorios de investigación y desarrollo de las grandes corporaciones.

Simultáneamente, como ya lo hemos señalado, los Estados se ocuparon de consolidar el salario real de los trabajadores por medio de desembolsos destinados a los gastos sociales como educación, salud, vivienda, etc. Además, el poder estatal era el responsable de refrendar en última instancia los acuerdos salariales y de actuar como intermediario entre las negociaciones de los trabajadores y las corporaciones. Si bien las formas y los niveles de intervencionismo del Estado variaban de manera considerable entre los distintos países, lo que resulta notable era que, más allá de las características ideológicas de los distintos gobiernos, esto hallaron la forma de organizar un entorno favorable para el crecimiento económico estable y el incremento de la capacidad de consumo de sus poblaciones.

Por último es importante resaltar que la reproducción del patrón de acumulación de posguerra era también una cuestión internacional. El sostenido boom de los 50´s y 60´s dependía de manera sustancial de la expansión constante del comercio mundial y de los flujos de inversión internacionales. El modelo de producción fordista prácticamente no se había desarrollado fuera de los EE.UU. antes de la Segunda Guerra Mundial y sus medios de implantación tras ella fueron directos (la ocupación territorial) o indirectos (el plan Marshall y la inversión directa de los Estados Unidos en el exterior). Esta apertura a la inversión extranjera directa y al mercado externo (principalmente en Europa) permitió que el excedente productivo de los Estados Unidos fue absorbido en otros mercados, mientras que la consolidación del modelo fordista en el exterior aseguraba la formación de un mercado capitalista global y la incorporación de amplias capas de la población occidental al mercado de consumo masivo. Además, la principal ventaja de este esquema mundial era que el mercado externo también podía actuar como factor de regulación para la economía doméstica de los países capitalistas. De este modo la apertura del comercio exterior significó la globalización de las materias primas (especialmente la energía) a precios más baratos que los disponibles en el mercado local, variable que más tarde mostró ser crítica para sostener la dinámica de la productividad y la rentabilidad mundial del régimen.

5. La crisis del patrón de acumulación de posguerra

El régimen de acumulación industrial de la posguerra alcanzó su cenit en los primeros años de la década de 1970, cuando el crecimiento sostenido de las décadas precedentes dio paso al estancamiento y a una posterior depresión. Pero en realidad el régimen ya venía exhibiendo inequívocos signos de agotamiento desde unos años antes. De este modo, el crecimiento de la economía mundial comenzó a desacelerase significativamente a partir de 1973 y cayó desde 1974. Esto se aprecia claramente si observamos la evolución del PBI de las principales economías occidentales.

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Índices de evolución del PBI, 1970-1975 (1970 = 100)País 1970 1971 1972 1973 1974 1975RFA 100 103 107 112 113 111Francia 100 105 109 115 118 117

Gran Bretaña 100 102 106 113 111 110

Estados Unidos 100 103 109 115 114 113Fuente: Elaboración propia a partir de Maddison (1997)

Esta circunstancia se debe tanto a factores estructurales propios del patrón de acumulación como a shocks externos, como el aumento del precio del petróleo y de las materias primas en general. Probablemente estos últimos le dieron el golpe de gracia a la subsistencia del régimen, pero sus causas fundamentales debemos buscarlas en el agotamiento de sus dispositivos de reproducción internos. En este sentido, es importante destacar la situación de la moneda de los Estados Unidos, que se fue deteriorando de manera sostenida a lo largo de toda la década del 1960 como consecuencia del déficit sistemático que arrojaba su balanza de pagos. Esta situación estuvo originada en los aumentos de productividad experimentados por Alemania y Japón, cuyas mercancías en muchos casos eran más competitivas que los de EE.UU. Mientras el descubierto de la balanza comercial del país norteamericano se acrecentaba, los superávits que arrojaban las de los otros países capitalistas desarrollados eran francamente impresionantes. Como señala Van der Wee (1997), entre 1964 y 1969 Japón y Europa Occidental registraron superávits en sus respectivas balanzas de pagos por valores que oscilaban entre 2.500 y 6.000 millones de dólares, y hacia finales de la década, los Estados Unidos tendrán por primera vez en el siglo XX una balanza comercial deficitaria.

Hasta entonces, la inflación en Europa no era un problema tan acuciante como en Japón o los Estados Unidos, pero el mercado laboral del viejo continente reaccionó frente a ella de manera mucho más enérgica. Los principales ejemplos fueron las movilizaciones y huelgas francesas y alemanas de 1969 y 1969, respectivamente, que llevaron a notables aumentos salariales. En buena medida, estas explosiones salariales fueron un producto directo de la expansión económica de la década del ´60, con su tendencia al pleno empleo. Esto desembocó en cuellos de botella en el mercado laboral, que se intentaron superar mediante la atracción de inmigrantes, pero aun así los salarios nominales aumentaron con mayor velocidad que la productividad del trabajo. En este contexto, los gobiernos intentaron tomar medidas para enfriar la economía, lo que provocó la reacción los sectores trabajadores.

Los Estados occidentales valoraban el pleno empleo más que la estabilidad de los precios y salarios, lo que influyó de manera determinante para que toleraran los niveles de inflación latentes desde los años cincuenta, a fin de poder maximizar los niveles de ocupación. Sin

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embargo, esto que era tomado casi como un axioma por la curva de Phillips 11 comenzó a desarticularse. Un ejemplo de ello es que en los siete principales países industriales de Occidente el incremento de los precios que se produjo entre 1968 y 1970 fue mucho más veloz que la reducción del desempleo.

Desde mediados de la década de 1960, Europa Occidental y Japón ya habían alcanzado su plena recuperación y sus mercados internos estaban dando muestras de saturación. Por lo tanto, para continuar expandiéndose era imprescindible que crearan mercados para la exportación de sus mercancías. Esto redundaría en la caída de la participación de los Estados Unidos en el comercio mundial, mientras sus niveles de importación se incrementaban considerablemente. Así comenzarían a verse afectadas determinadas industrias que perdían competitividad y se generaría una disminución de la demanda efectiva que sería temporalmente compensada por la Guerra de Vietnam. Además, en este contexto comenzó la política de sustitución de importaciones en muchas regiones del tercer mundo, como América Latina, lo que se vio alentado por el impulso de muchas corporaciones multinacionales de instalarse en ultramar, aumentando por un lado la competencia externa y haciendo disminuir r la demanda efectiva de fuerza de trabajo en el propio territorio norteamericano por el otro lado.

Pero la caída de la tasa de ganancia y la productividad de buena parte de las corporaciones en los Estados Unidos, que se acentuó durante el último tercio de la década de 1960, comenzó a presionar los precios al alza, lo que se vio dramáticamente agravado por el mercado de eurodólares12. Estas circunstancias fueron los primeros indicadores que señalaban la creciente debilidad de la economía norteamericana para continuar siendo el único sostén del sistema monetario internacional. A esta situación le debemos sumar los efectos de los crecientes gastos militares y las inversiones de las empresas norteamericanas en el exterior, donde las tasas de rentabilidad eran mayores. Estos hechos significaban una continúa e ingente salida de capitales desde los Estados Unidos hacia el resto del mundo que generarían tensiones fatales para la estabilidad monetaria del país norteamericano.

Acorralado frente a este escenario, el presidente de los Estados, Richard Nixon, tomó la determinación de suspender la convertibilidad del Dólar en agosto de 1971, clausurando de esta manera las condiciones del sistema monetario internacional acordadas en Bretton Woods. Esta medida llevó, tanto en el plano interno como en el externo, a una aceleración de la inflación que fue fundamental para erosionar las bases del régimen de acumulación que todavía se sostenían en pie. Después de la devaluación se instaló un nuevo tipo de

11 En macroeconomía, la curva de Phillips muestra la existencia de una relación inversa entre la tasa de crecimiento de los salarios nominales y la tasa de desempleo. Generalmente es asociada a la idea de que bajos índices de desempleo implican elevados niveles de inflación y viceversa.

12 Los Eurodólares son depósitos en dólares estadounidenses que se mantienen en bancos fuera de EE.UU. por lo general en instituciones europeas y comúnmente son usados para realizar transacciones internacionales. Estas divisas no están bajo la jurisdicción de la Reserva Federal por lo tanto, estos depósitos están sujetos a una menor regulación que depósitos similares en los Estados Unidos.

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cambio flotante, y a menudo muy volátil, que reemplazó al sistema monetario de posguerra.

La desaparición del sistema de paridades monetarias fijas sobre las que el mundo capitalista se había desarrollado durante las dos décadas precedentes llevó a una disminución del comercio mundial, lo que impulsó a los gobiernos a aplicar políticas de expansión monetaria y ampliación del crédito para revertir sus efectos. Fuera de los Estados Unidos, estas decisiones redundaron directamente en una aceleración del incremento de los precios, situación que ya se venía arrastrando de manera moderada pero persistente desde las dos décadas anteriores. Esto se contagió rápidamente al mercado laboral, provocando una intensificación de la espiral inflacionaria surgida de la puja precios-salarios, potenciada por la coyuntura del pleno empleo sostenida por los gobiernos.

Y en ese contexto de creciente inestabilidad interna tuvieron lugar los shocks externos.

Índices de evolución de precios al consumidor, 1950-1975 (1950 = 100)

País 1950 1960 1970 1971 1972 1973 1974 1975

RFA 100 120 157 165 174 187 200 212Francia 100 174 258 272 288 310 352 393

Gran Bretaña 100 149 221 242 260 283 329 408

Estados Unidos 100 124 161 168 174 184 205 224

Fuente: Elaboración propia a partir de Maddison (1997)

La devaluación del dólar en 1971 generó un importante temor a la quiebra de la economía global, lo que estimuló el abandono de esa divisa a nivel mundial, agravando de manera dramática el déficit de la balanza de pagos estadounidense. Este contexto generó una espiral inflacionaria a nivel global a partir de los años 1971-1972. Esta inflación, acompañada de la mencionada política expansionista, aceleró fuertemente la actividad económica. En el año fiscal boreal de 1972 a 197313, el producto social bruto medio de los países miembros de la OCDE creció un 7,5% y su producción industrial un 10%. El problema fue que este recalentamiento en las economías desarrolladas tuvo efectos sobre las materias primas y los alimentos. Durante ese mismo periodo 1972-1973 los precios de los productos primarios (sin contar los energéticos) aumentaron un 63% y en total de los tres años 1971-1974, casi un 160%. Ante estas circunstancias, muchos gobiernos optaron por dar un golpe de timón y comenzar a aplicar políticas restrictivas para enfriar sus respetivas economías.

Si bien este recalentamiento de la economía y el aumento coyuntural de la demanda influyeron sobre el incremento de los precios de las materias primas, su principal causa fue la súbita debilidad del dólar. A partir de 1971, quienes obtenían dólares a cambio de sus producciones de bienes primarios ya no estaban seguros del valor de esa divisa y por

13 Esto es, del primero de julio al 30 de junio siguiente.

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lo tanto intentaron cubrirse de la eventual pérdida de su poder adquisitivo. A su vez, la sostenida expansión de las economías industriales estaba demandando mayores cantidades de materias primas para abastecerse, lo que también presionaba al alza los precios de dichas mercancías en el mercado internacional. Además, a esto debemos sumarle la disparada que sufrió el precio del petróleo, que llegó a cuadruplicarse en octubre de 1973, afectando de manera dramática el curso de la economía mundial.

De este modo, la crisis del petróleo y el aumento de los precios de las materias primas se convirtieron en un gran obstáculo para una economía mundial que ya se encontraba transitando hacia una fase de políticas restrictivas. La consecuencia fue que a partir de la segunda mitad de 1974 sobrevino una severa recesión como no se había vivido desde la década del 1930. Ya no se trataba de una reducción del ritmo de crecimiento ni de un estancamiento, sino que muchos países arrojaron tasas de crecimiento negativas al punto que el producto anual medio de los países de la OCDE en conjunto se redujo por primera vez desde su creación. La producción industrial se redujo, disminuyeron los stocks y el volumen de comercio mundial decreció mientras que la desocupación aumentaba, llegando a alcanzar a 7 millones de personas dentro de los países de la OCDE para el periodo 1974-1975.

Durante la primavera de 1974, el aumento anual de precios llegaba, para el conjunto de los países de la OCDE, al 15%. Al coincidir el estancamiento económico con la inflación, apareció un nuevo fenómeno al que la ciencia económica no se había enfrentado hasta entonces y que desechaba definitivamente muchas de sus recetas ortodoxas: La Estanflación. Esta significaba que, a diferencia de lo que había ocurrido en las crisis precedentes, en las que el estancamiento de la actividad económica era acompañado por una caída de los precios, en el nuevo escenario la inflación se había convertido en un mal endémico y estaba asociada (incluso parecía la causa) del estancamiento económico.

Ante estas circunstancias la continuidad del patrón de acumulación se encontraba en una verdadera encrucijada: probablemente una política deflacionista podría haber normalizado la situación, pero su costo en términos políticos hubiera sido muy alto, ya que habría arrojado a millones de personas más al paro. Por otra parte, bajar los salarios nominales de los trabajadores tampoco parecía una opción habida cuenta de los fuertes conflictos ocurridos en los años precedentes. Por último, abandonar la política restrictiva y volcarse a una nueva política expansiva solo hubiera servido para estimular la espiral inflacionaria. Así, después de dos décadas de crecimiento casi ininterrumpido la crisis había llegado para instalarse y, lo que era peor aún, que el patrón de acumulación que había posibilitado las décadas doradas del capitalismo estaba irremediablemente agotado. Por primera vez en casi tres décadas, se presentaba un escenario de crisis con problemas verdaderamente acuciantes: estancamiento (e incluso retroceso) del producto, inflación, aumento de desempleo, desequilibrio presupuestario y debilitamiento del sector público, y desequilibrios en la balanza de pagos.

En resumen, podemos afirmar que ya desde mediados de la década de 1960 hay claros indicios de agotamiento del patrón de acumulación de posguerra. A partir de ese

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momento se evidencia que el régimen es cada vez menos capaz de articular las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista. La principal causa de su derrumbamiento fue la rigidez que mostraban algunos de sus elementos constitutivos para ser modificados sin afectar toda la estructura económica. Esta rigidez se evidenciaba particularmente en las condiciones necesarias para la inversión de largo plazo orientadas a la producción masiva fordista, así como en el mercado laboral, fuertemente cohesionado. Por su parte, las potestades del Estado para cumplir con su parte del Acuerdo de posguerra también estaban sometidas a rigideces y el único ámbito en el que tenía un poco más de libertad era el de la política monetaria. Por lo cual, cuando estas tensiones comenzaron a agravarse, los gobiernos recurrieron a la emisión monetario, con la intención de estabilizar la situación. Pero está política devino rápidamente en un espiral inflacionaria que sería uno de los principales factores de desequilibrio en el mediano plazo para la continuidad del modelo. A su vez, estas medidas se complementarían con cambios significativos en las condiciones de reproducción del modelo global durante los primeros años de la década de 1970, generando tensiones que se hicieron insostenibles para la continuidad de un patrón de acumulación cuyas bases se habían desvirtuado por completo.

Por lo demás, hacia mediados de 1975 se iniciará un nuevo ciclo de crecimiento económico, pero este sería sumamente irregular y las condiciones estructurales sobre las que se desarrolló ya no fueron las mismas que en las década precedentes. Un buen ejemplo de esto es el precio del petróleo, que se mantuvo en los niveles alcanzados después de 1973 e incluso tuvo una nueva explosión hacia 1979, a causa de la revolución iraní y el conflicto bélico entre Irán e Irak. De este modo, la economía mundial se encontraría en un virtual estado de estancamiento hasta bien entrada la década de 1980, cuando se configurara un nuevo patrón de acumulación, articulado y desarrollada a la medida del nuevo mundo que se le presentaba. Pero esa ya es harina de otro costal.

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