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UNED HISTORIA MEDIEVAL UNIVERSAL Tema 4: Iglesia, religión y cultura en el Occidente bárbaro Página 1 Tema 4 . Iglesia, religión y cultura en el Occidente bárbaro. 1. Arrianismo y catolicismo. 1.1 El arrianismo. Árrio, consiguió popularizar en Alejandría en el 318 una doctrina que negaba la divinidad del Verbo. Pese a la condena de sus teorías por el Sínodo alejandrino del 321, pasó a Palestina y ganó las simpatías de Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea. Su doctrina se fue difundiendo por Oriente. El emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea (325) donde se condenó el arrianismo. Arrio fue desterrado, aunque Constancio revocó el destierro en el 328. Parecía que el problema arriano había concluído. Sin embargo, se extendió en el Imperio hasta el 381 y posteriormente entre algunos pueblos germánicos cristianizados en el siglo IV. A la expansión en el Imperio contribuyó la actitud dubitativa o cambiante de los emperadores, que quizás buscaban más una pacificación que la aclaración de las ideas - En Oriente, Constantino fue proarriano en sus últimos años, y más aún Constancio II, mientras en Occidente Constante será niceno. - Juliano toleró todas las tendencias. - En Occidente, Valentiniano fue ortodoxo, pero Valente, en la parte oriental, fue proarriano. Después de varios sínodos que adoptaron fórmulas ambíguas, y tras la muerte de Constancio (361) los arrianos se fragmentaron y prevaleció la ortodoxia nicena. El emperador Teodosio publicó en el 380 un edicto en favor de la fe católica y persigiuió a los arrianos, con lo que quedaba zanjada la cuestión desde el punto de vista imperial. El Concilio de Constantinopla (381) volvió a zanjar la cuestión en el sentido niceno, a favor de la ortodoxia, derrotando al arrianismo. Pero el obispo arriano Ulfila, que había defendido el arrianismo en el Concilio de Constantinopla, evangelizó a los godos con un arrianismo moderado. Ésto hizo que las invasiones bárbaras reintrodujeran el arrianismo en el Imperio, que fue mantenido por los visigodos hasta el III Concilio de Toledo, por los burgundios, vándalos y ostrogodos hasta el siglo VI y por los lombardos en Italia hasta el siglo VII. 1.2 El problema del arrianismo germano Antes de la plena integración del siglo VII en las condiciones de la barbarie altomedieval, las Iglesias católicas conocieron y superaron (salvo en Francia) el problema del arrianismo practicado por los germanos dominadores, en gran medida para salvaguardar su cohesión de grupo frente a la mayoría de provinciales católicos. El arrianismo de estos pueblos germanos obedeció más a motivos políticos y de identidad que no a propiamente religiosos, y fue en general pacífico y tolerante con los católicos, todo lo contrario que el oriental, seguramente debido a su misma función de resguardo del germanismo y a la escasa preparación de su clero. El hecho de que admitiese la coexistencia de cultos, que el catolicismo rechazaba, es ya sumamente revelador. i) Vándalos El arrianismo proporcionó a los vándalos del norte de África un motivo de continua persecución contra la jerarquía episcopal católica desde el 429, que culminó con las deportaciones tras el sínodo de Cartago (484) y en la resistencia de Fulgencio, obispo de Ruspa (507). Se atacaba a los obispos como partícipes de la gran propiedad y del recuerdo de Roma, por lo que el motivo religioso era más un pretexto que una causa verdadera. ii) Burgundios Adoptaron una postura tolerante hasta la conversión de Segismundo (505), bajo influencia de Avito, obispo de Vienne. iii) Ostrogodos En un inicio tuvieron un absoluto respeto, hasta que Teodorico consideró la ortodoxia como una añoranza imperial. La persecución anticatólica tuvo por tanto un contenido más político que religioso.

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Tema 4 . Iglesia, religión y cultura en el Occidente bárbaro.

1. Arrianismo y catolicismo.

1.1 El arrianismo.

Árrio, consiguió popularizar en Alejandría en el 318 una doctrina que negaba la divinidad del Verbo. Pese a la condena de sus teorías por el Sínodo alejandrino del 321, pasó a Palestina y ganó las simpatías de Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea. Su doctrina se fue difundiendo por Oriente. El emperador Constantino convocó el Concilio de Nicea (325) donde se condenó el arrianismo. Arrio fue desterrado, aunque Constancio revocó el destierro en el 328. Parecía que el problema arriano había concluído. Sin embargo, se extendió en el Imperio hasta el 381 y posteriormente entre algunos pueblos germánicos cristianizados en el siglo IV. A la expansión en el Imperio contribuyó la actitud dubitativa o cambiante de los emperadores, que quizás buscaban más una pacificación que la aclaración de las ideas

− En Oriente, Constantino fue proarriano en sus últimos años, y más aún Constancio II, mientras en Occidente Constante será niceno.

− Juliano toleró todas las tendencias. − En Occidente, Valentiniano fue ortodoxo, pero Valente, en la parte oriental, fue proarriano.

Después de varios sínodos que adoptaron fórmulas ambíguas, y tras la muerte de Constancio (361) los arrianos se fragmentaron y prevaleció la ortodoxia nicena. El emperador Teodosio publicó en el 380 un edicto en favor de la fe católica y persigiuió a los arrianos, con lo que quedaba zanjada la cuestión desde el punto de vista imperial. El Concilio de Constantinopla (381) volvió a zanjar la cuestión en el sentido niceno, a favor de la ortodoxia, derrotando al arrianismo. Pero el obispo arriano Ulfila, que había defendido el arrianismo en el Concilio de Constantinopla, evangelizó a los godos con un arrianismo moderado. Ésto hizo que las invasiones bárbaras reintrodujeran el arrianismo en el Imperio, que fue mantenido por los visigodos hasta el III Concilio de Toledo, por los burgundios, vándalos y ostrogodos hasta el siglo VI y por los lombardos en Italia hasta el siglo VII.

1.2 El problema del arrianismo germano

Antes de la plena integración del siglo VII en las condiciones de la barbarie altomedieval, las Iglesias católicas conocieron y superaron (salvo en Francia) el problema del arrianismo practicado por los germanos dominadores, en gran medida para salvaguardar su cohesión de grupo frente a la mayoría de provinciales católicos. El arrianismo de estos pueblos germanos obedeció más a motivos políticos y de identidad que no a propiamente religiosos, y fue en general pacífico y tolerante con los católicos, todo lo contrario que el oriental, seguramente debido a su misma función de resguardo del germanismo y a la escasa preparación de su clero. El hecho de que admitiese la coexistencia de cultos, que el catolicismo rechazaba, es ya sumamente revelador.

i) Vándalos

El arrianismo proporcionó a los vándalos del norte de África un motivo de continua persecución contra la jerarquía episcopal católica desde el 429, que culminó con las deportaciones tras el sínodo de Cartago (484) y en la resistencia de Fulgencio, obispo de Ruspa (507). Se atacaba a los obispos como partícipes de la gran propiedad y del recuerdo de Roma, por lo que el motivo religioso era más un pretexto que una causa verdadera.

ii) Burgundios

Adoptaron una postura tolerante hasta la conversión de Segismundo (505), bajo influencia de Avito, obispo de Vienne.

iii) Ostrogodos

En un inicio tuvieron un absoluto respeto, hasta que Teodorico consideró la ortodoxia como una añoranza imperial. La persecución anticatólica tuvo por tanto un contenido más político que religioso.

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iv) Lombardos

Es un caso similar al ostrogodo. Para los lombardos, el catolicismo tenía resonancias imperiales, lo que retrasó su conversión hasta tiempos de Ariperto (653-661), culminándose la unión de fe en el 671, pero el arrianismo lombardo anterior se había mostrado a veces casi tan virulento como el vándalo, quizás por la proximidad el eje imperial Roma-Rávena.

v) Visigodos

Los visigodos en principio también adoptaron acciones de tolerancia con el clero católico. Alarico II respetó sus obispos y sólo persiguió las muestras de afecto político al Imperio o a los francos, como las de Cesáreo, obispo de Arles. En Hispania sólo rompieron esa línea ante la amenaza bizantina en el S.E. y debido al deseo de buscar la unidad confesional como base de coherencia política. La revuelta de Hermenegildo en Sevilla contra su padre Leovigildo fue interpretada en un sentido protobizantino. La solución de Recaredo respondió a los deseos de la mayoría, y de ahí el éxito de su conversión al catolicismo y el reconocimiento de éste como religión del Estado (III Concilio de Toledo, 587).

2. La organización eclesiástica

2.1 El episcopado y las Iglesias

i) La importancia de los obispos

Desde inicios del siglo VI a mediados del VII la cristiandad occidental vivió grandes transformaciones. Se movía en las Iglesias regionales, que venían a coincidir con el espacio de cada reino bárbaro, todas con leyes y liturgia propias, y que aceptan la primacía de Roma, más aún desde finales del siglo VII. En el plano organizativo la figura clave es el obispo, por lo que resulta importante la modificación en sus procesos electorales para proveer sedes. Del primitivo clero y pueblo de la diócesis como electores se pasa al nombramiento en una reunión de obispos y por fin, en la Hispania visigoda, a la designación por el primado de Toledo con aquiescencia real. Ésto implicaba una intervención creciente de los poderes seglares (aristocráticos y regios) en el nombramiento episcopal. La independencia organizativa se muestra en la celebración de sínodos episcopales (en torno a cada metrópoli) y concilios (a nivel de todo el reino), de los que surgen cánones que a veces pasarán a integrarse en el derecho general de la Iglesia (como los de los concilios de Toledo, especialmente los del 633).

ii) Origen de los obispos

El origen de los obispos fue variando también con el paso del tiempo: − Francia merovingia: en el siglo VI predominan los de clase senatorial. En el siglo VII se mezclan los de varios orígenes, incluidos germanos, para llegar a la total fusión romano-germana en el siglo VIII.

− Hispania visigoda: tras la conversión germana al catolicismo aumentó el número de obispos germanos, siendo más frecuentes en zonas de frontera, en el N.O. (antiguo reino suevo) y en zonas del valle del Duero.

iii) El papel de los obispos

•••• Francia merovingia

El siglo VII fue una época de degradación en la vida cristiana de clérigos y laicos (falta de modelos, concubinatos, intromisión de la magia), quizás motivada por la intromisión de los obispos en querellas políticas internas, descuidando sus funciones jerárquicas, y cesando la celebración de sínodos. Se llega a la decadencia en época de Carlos Martel (primera mitad del siglo VIII), y la intervención seglar permite incluso la secularización de ricas propiedades eclesiásticas.

•••• Hispania visigoda

La evolución es distinta en Hispania pese a las intervenciones regias en las elecciones episcopales, tal vez por la frecuencia de contactos externos con el clero norteafricano, griego y en ocasiones con Roma, pero sobre todo por la tendencia a formar una Iglesia “nacional”, basada en la cohesión del corpus o collegium episcopal en el siglo VII. Los frecuentes concilios provinciales y nacionales permitieron crear una doctrina canónica extensa, perfeccionando los aspectos litúrgicos y disciplinarios por la intervención colectiva en la vida política. Se mantuvo un alto nivel intelectual y profesional del episcopado hasta la extinción del reino.

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2.2 La red parroquial

i) Expansión de los servicios eclesiásticos

El problema y a la vez logro más importante de la Iglesia en época bárbara fue la expansión de los servicios eclesiásticos, especialmente en el mundo rural, donde avanzó la cristianización, mientras en las ciudades continuaba la fundación de templos, principales o secundarios, bajo el control episcopal directo.

ii) Las parroquias rurales en los siglos V y VI

Proliferaron las parroquias rurales desde los siglos V y VI. Sus párrocos gozaban de autonomía, pero con los poderes sacerdotales limitados, ya que en los grandes actos sacramentales se usaba el templo episcopal. En regiones del norte y centro de Italia se otorgó pila bautismal a algunas parroquias, en torno a las cuales se organizaban los demás templos del distrito rural. El obispo intervenía en el nombramiento del párroco, hacía visita pastoral anual, presidía el sínodo diocesano anual y participaba en el disfrute de las rentas eclesiásticas (primicias, oblaciones, ofrendas, diezmos...).

iii) Las iglesias privadas desde el siglo VII

Este régimen de parroquias rurales se vio modificado desde el siglo VII por relaciones de tipo privado en muchas de ellas, en las que confluyen el episcopado y el patronato de los fundadores laicos y sus herederos. Son las iglesias

privadas, esparcidas ya desde el siglo V en las grandes propiedades agrarias. En la legislación justinianea el patrono fundador es propietario del templo y tiene derecho a designar sacerdote, al que debe aprobar el obispo, mientras que en la legislación romana y la hispana niegan el derecho de propiedad, limitando al fundador a la presentación del clérigo. Este régimen de iglesias privadas fue haciéndose más frecuente durante el siglo VII y los cuatro siglos posteriores, en los que las relaciones privadas entre patrono, clérigo y bienes eclesiásticos predominaron sobre la jerarquía episcopal. Los patronos, además de conservar la propiedad del templo y sus bienes, nombraron clérigos, percibieron rentas y limosnas e impidieron a menudo el control episcopal, sobre todo en Francia.

3. Desarrollo del monaquismo

Los modelos monásticos de origen oriental introducidos en el siglo V se difundieron en la Europa bárbara sin un patrón fijo.

3.1 Hispania

En Hispania durante los siglos V-VI hay penetración de influencias monásticas orientales, en especial de la regla de San Pacomio (celtas irlandeses). En el siglo VI redactó una regla Juan de Biclaro, y en el siglo VII otras San Isidoro de Sevilla y Fructuoso de Braga. Las más notorias se contenían en el codex regularum, una orientación para el abad y los monjes. San Fructuoso reorganizó el monacato del N.O. a mediados del siglo VII, dando vitalidad a la Sancta communis regula, por la que se regían los monasterios suevos.

3.2 Galia

En la Galia proliferaron fundaciones según los modelos de Lerins y San Víctor de Marsella. Eran en ocasiones comunidades de clérigos seculares y en otras fundaciones regias, como el monasterio femenino de San Juan aux Alyscamps (Poitiers), donde profesó Santa Radegunda (� 587).

3.3 El especial caso de Irlanda

En Irlanda hubo también influencias orientales pero con una peculiar trascendencia histórica, pues en torno a San Patricio se organizó la cristiandad céltica en Irlanda, aislada más de un siglo del resto de la Iglesia. San Patricio (389-461), en contínua lucha con los druidas, fundó los primeros monasterios en Armagh hacia el 444, donde estableció su sede episcopal. Otros monjes continuaron su tarea en el siglo VI. La iglesia irlandesa se organizó a partir de comunidades familiares y tribus, a las que se adaptaron las fundaciones monásticas. Al no haber diócesis territoriales, los abades disponen de mayor poder que los obispos, que a menudo son monjes sujetos a ellos. Los monasterios estaban formados por cabañas en torno al templo, de madera. La ascesis es extrema, compatible con una sensibilidad hacia la naturaleza y con el estudio de la Sagrada Escritura, por lo que se extendió el uso culto y litúrgico del latín. La autoridad de los abades era absoluta. La cristiandad irlandesa fue el primer éxito de la Iglesia en un mundo bárbaro. Sus misioneros ejercerán un influencia mayor en la evangelización o en la vida eclesiástica de otras tierras donde predominaban el germanismo o el celtismo sobre la herencia cultural romana.

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3.4 La expansión de la regla irlandesa

La expansión de la regla irlandesa comenzó en Francia e Italia desde finales del siglo VI por la iniciativa de San Columbano (540-615) y los practicantes de la peregrinatio Christi, que inyectaron un entusiasmo renovador a la Iglesia franca. Mantuvieron pugnas con los obispos por cuestiones litúrgicas y por el particular criterio del santo, que no conocía el concepto de diócesis territorial ni respetaba debidamente la jerarquía episcopal, pretendiendo aplicar normas de su mundo irlandés. En el 590 fundó Luxeuil como punto de partida. Fue expulsado de Francia por Brunequilda (610) y regresó a Italia, donde estableció el monasterio de Bobbio (614). En los años siguientes, el monacato irlandés se extendió en el reino merovingio con la fundación de monasterios masculinos y femeninos, muchos de ellos fundados con la aportación de grandes aristócratas territoriales, lo que indicaba la ruralización que estaba ocurriendo en la Francia del siglo VII. Se fueron adoptando las reglas irlandesas, pero mezcladas ya con elementos benedictinos, que a la larga terminarían imponiéndose.

3.5 La regla benedictina

San Benito de Nursia (480-547) recibió la educación de un romano rural de familia acomodada. Fundó Monte Cassino en el 529, donde escribió su regla hacia el 534. La “Regla de los Monjes” preconizaba un nuevo estilo monástico, propio del espíritu latino y alejado de los extremos ascéticos e idealistas del monacato irlandés. Tenía excelentes posibilidades de adaptarse al mundo rural europeo, aunque tardó en desarrollarse. El monasterio es un cenobio de personas al servicio divino, bien como monjes o como oblatos. La comunidad es como una familia, con el abad en el papel de padre, que admite la clientela de los campesinos próximos al monasterio. El abad debe ejercer su poder con prudencia y afecto, buscando el consejo de la comunidad. El monasterio benedictino se convierte en un reducto de derechos individuales en un mundo dominado por la servidumbre campesina, pero rechaza todo lo opuesto al orden y disciplina del grupo. Los monjes practican la austeridad, pero no la miseria, en su comida y vestido, la obediencia al abad, hablan poco (taciturnitas) y viven según el tiempo solar al modo campesino. Su vida monacal es contínua pero compatible con los deberes de hospedaje y enseñanza a personas ajenas a la comunidad. Por tanto, hay un equilibrio dentro del cauce monacal tendente a asegurar que la naturaleza humana puede abrirse a la perfección imaginada por San Benito.

3.6 Los continuadores de San Benito

Años después destacó Casiodoro, que introdujo sus ideales culturales en el benedictismo. Se retiró a Squillace, donde fundó el monasterio de Vivarium (553), del que fue obleto hasta su muerte. En el 581, los lombardos destruyeron Monte Cassino, que no se restauró hasta el 720, y ya no se fundó ningún otro monasterio benedictino en Italia en el siglo VII. De todas formas, gracias a la obra del papa Gregorio I (590-604), que envió misioneros a evangelizar Inglaterra, el benedictismo inglés conquistaría el continente para su regla desde finales del siglo VII.

4. Las misiones evangelizadoras

4.1 Inglaterra

i) La labor evangelizadora de San Agustín

En la Inglaterra dominada por los germanos no sobrevivió el cristianismo. El papa Gregorio I organizó una nueva evangelización a cargo del monje San Agustín (� 604), cuyo resultado fue la creación de una Iglesia inglesa estrechamente relacionada con Roma. Comenzó su actividad en el 595 en el reino de Kent, y fundó en el 600 la sede y el monasterio benedictino de Canterbury. Se cristianizaron costumbres, fiestas y lugares de culto pagano. Surgieron los obispados de Londres y Rochester, y en el 627 el de York, tras la conversión del rey Edwin de Northumbia y pese a la reacción pagana del rey Penda de Mercia.

ii) Reconocimiento de la autoridad romana por los irlandeses

El mayor obstáculo fue la rivalidad entre el clero de influencia romana y los monjes celtas que actuaban en el este. En el monasterio de Withby se celebró el fundamental sínodo del 664, presidido por el rey Oswy, en el que los irlandeses reconocieron la autoridad de la sede romana, su liturgia y organización. Irlanda se adherió en el 704, Iona en el 716 y los celtas de Gales y Cornualles a mediados del siglo VIII.

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iii) La organización eclesiástica

Roma envió a Teodoro de Tarso (del 668 al 690) para organizar desde Canterbury la administración eclesiástica, estableciendo 15 obispados, una organización local en minster (monasterios), abundancia de iglesias privadas y un fuerte monacato benedictino. Los nuevos monasterios se conviertieron en importantes centros culturales, destacando San Agustín de Canterbury o Jarrow y Wearmouth en Northumbia. Esta organización no concluirá hasta la época de Egberto, obispo de York (� 766), organizador de su famosa escuela episcopal y promotor de un fuerte aumento del número de sacerdotes y obispos.

4.2 Otras zonas de Europa

− Italia: la cristianización fue total tras la conversión de los lombardos, y permitió un renacimiento monástico. − Hispania y sur de Francia: no quedaron núcleos paganos desde comienzos del siglo VIII. − Norte de Francia: fue tierra de misión en el siglo VII y primera mitad del VIII. En la actual Bélgica destacó la obra de San Amando. En zonas del norte y del este actuaron los monjes irlandeses, a menudo en colaboración con los austrasianos, surgiendo diversas sedes episcopales a finales del siglo VII (Constanza, Ausburgo, Basilea, etc.). En Hesse y Turingia el avance fue más tardío.

4.3 Nuevos impulsos evangelizadores de finales del siglo VII

i) Primeros intentos de evangelización en Frisia

Wilfrido, obispo de York, intentó evangelizar Frisia hacia el 670, tarea reanudada posteriormente, con ayuda de los austrasianos, por su discípulo Willibrod, obispo de Utrecht, desde el 695 hasta su muerte en el 739.

ii) La obra de San Bonifacio

Desde el 720 destaca la figura de Winfrith o Bonifacio (672/5-754), que comenzó su labor en Frisia junto a Willibrod. Completó la evangelización y la organización eclesiástica por tierras de la actual Alemania del sur y Suiza central, según el modelo romano y con independencia del episcopado francés, que demostró hostilidad hacia él en tiempos de Carlos Martel. San Bonifacio actuó entre Turingia y Hesse (722-731), en el 732 fue arzobispo de Alemania con sede en Maguncia, y en el 738 legado pontificio para la Iglesia franca. Además de reorganizar y establecer sedes en toda la zona, también creó o renovó monasterios, y concluyó su carrera en un nuevo intento de misión en Frisia, que le costó la vida en el 734.

5. El pontificado.

5.1 La influencia de Bizancio.

La situación de los papas como obispos de Roma dificultó a menudo su relación con otras sedes occidentales y su primacía honorífica y doctrinal, aunque supieron impulsar el gran fenómeno misionero, del que surgirían nuevas iglesias relacionadas con Roma. Los papas viven en un estado de sujeción política a Bizancio, primero por el intermedio ostrogodo y más tarde bajo la amenaza de los lombardos. Apenas surtieron efectos en un principio los intentos de vincular a otros obispos como vicarios apostólicos. Los papas de los siglos VI y VII fueron adquiriendo todo el gobierno civil y judicial de la ciudad de Roma, y amplíaron sus propiedades (Roma, sur de Italia, Sicilia, Córcega, Cerdeña), siempre bajo la protección bizantina. La sede romana a veces se mueve en tensa relación con Constantinopla. Se vivió un pequeño cisma desde que en el 484 el papa Félix III depuso a Acacio por sus declaraciones pro-monofisitas. Más tarde, Teodoríco, actuando como representante imperial, intervino en la elección del papa Sim maco, y en su posterior procesamiento. Desde el 537 al 590 el emperador ratificó siempre a cada nuevo obispo de Roma tras su elección. Incluso Gregorio I (de 590-a 604), el papa más significativo de esta época, había sido prefecto imperial de Roma hacia 575 y alto funcionario de la corte bizantina entre 579 y-585. La mayor parte de los veinte papas del siglo VII fueron griegos del sur de Italia o sirios.

5.2 El final de las influencias sobre el papado.

Pese a estar en el ámbito político y cultural bizantino, los papas se ocuparon más de cuestiones de la cristiandad occidental, aumentando en ella su influencia en la segunda mitad del siglo VII. La conversión lombarda alivió una amenaza potencial. El fin del dominio bizantino en Roma y Rávena y el cambio de dinastía en Francia entre 720 y 745 fueron decisivos para la plena integración del papado en Occidente, como cabeza del futuro eclesiástico y político.

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6. La cultura intelectual.

6.1 Migraciones y cultura.

Las migraciones bárbaras, si bien no alteraron la decadencia que ya padecía la cultura clásica, sí produjeron daños irreparables al destruir bibliotecas y acelerar la desaparición de muchas escuelas. Concluidas las conquistas, los germanos fueron propicios a mantener una vida cultural que admiraban, pero no supieron renovarla ni protegerla. La fragmentación política de Occidente se acompañó de un desmembramiento intelectual de la romanidad. La supervivencia de la cultura clásica (en su vertiente eclesiástica y cristianizada) varió según las condiciones de cada país. Las nuevas formas de cultura germánicas jugaron un escaso papel, ya que la escritura rúnica sólo se desarrolló entre los anglosajones, y la ,ulfilana, murió con la conquista justinianéa, en Italia y el fin del arrianismo. Los invasores inspiraron epopeyas escritas en los siglos IX al XII, tras siglos de tradición oral. Hubo pueblos invasores, como los ostrogodos, que mantuvieron contactos con germanos de más allá del limes imperial, pero los francos vivieron siempre de espaldas a ellos, con el argumento de que en el Rin estaba la frontera de la verdadera civilización. Tendría que llegar el ascenso político de Austrasia (segunda mitad del siglo VII) para que el interés de guerreros y misioneros comenzara a alterar ese concepto. Pero las grandes migraciones modificaron el sustrato lingüístico sobre el que habían de producirse las creaciones intelectuales:

− Alteraron la frontera lingüística entre romanismo y germanismo, retrocediendo el uso del latín. − Las invasiones acentuaron la fragmentación en dialectos del latín hablado, y su alejamiento con respecto a la lengua literaria, en una transformación hacia un latín vulgar.

El latín murió como lengua viva, pero conservó una larga y respetada trayectoria medieval como lengua de cultura.

6.2 Centros de creación y difusión de la cultura.

a) Las escuelas clásicas.

La supervivencia de las escuelas clásicas fue prolongada en los reinos bárbaros, aunque reducida a la selecta aristocracia de origen romano. Justiniano las protegió y hasta finales del siglo VII continuaron su actividad. En la Italia ostrogoda, la continuidad fue absoluta gracias a la protección de Teodoríco. En el sur de Galia e Hispania desaparecieron las escuelas públicas en los primeros decenios del siglo VI, aunque continuó la enseñanza en la aristocracia laica hasta bien entrado el siglo VII, o hasta la invasión islámica en Toledo, y dieron lugar a una literatura maestra de la nueva cultura clerical y monástica. En países con herencia administrativa de Roma, no se abandonó el estudio del derecho y la medicina, como en Italia, Hispania y Galia del sur.

b) Escuelas clericales y monásticas.

Sin embargo, el futuro era de la cultura cristiana. Centros y escuelas clericales y monásticas se desarrollarán sin negar la herencia clásica, de la que se benefician. Proliferaron las escuelas episcopales y parroquiales para asegurar la formación del sacerdocio, que debían vivir en la domus ecclesiae en torno al obispo (según el concilio de Toledo del 527) o bien en torno a cada sacerdote párroco en zonas rurales (concilio de Vaisón del 529 y concilio de Mérida del 666). Las escuelas monásticas son más antiguas, pues existían ya en Oriente como preparación para el ingreso. aunque en las reglas occidentales se pone mayor énfasis en los aspectos intelectuales. Los sacerdotes y monjes querrán ser guías morales y agentes de una instrucción elemental.

c) Principales novedades en las escuelas clericales y monásticas occidentales.

Las principales novedades fueron: 1.Mezcla de la instrucción religiosa, moral y literaria, cosa desconocida por la escuela clásica. 2.Se tienen en cuenta conocimientos empíricos sobre psicología infantil y juvenil, tratando no sólo de instruir, sino de consolidar una fe personal.

3.A diferencia de Oriente, su proyección social es mayor, al admitir entre los alumnos a niños y jóvenes que no estaban llamados al sacerdocio o al monacato.

Fue una de las pocas vías que algunos laicos tuvieron para alcanzar la educación conforme se extinguía la enseñanza clásica. La otra, reservada a la aristocracia, era la vida en las Cortes reales, que mantenían algunas formas de creación, difusión cultural y de instrucción administrativa adaptada a las necesidades de aquellas clases dominantes.

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7. Autores y obras. De Boécio a Beda.

Los escritores y centros culturales de los siglos VI y VII pusieron los fundamentos intelectuales de la Europa medieval.

7.1 Italia.

� Boécio (480 a 525).

Vinculado a una gran familia italiana, fue el último letrado romano que intentó la difusión de la filosofía y la ciencia helénicas en Occidente. Se le debe la invención del término cuadrivium para designar a las cuatro artes liberales (aritmética, música, geometría y astronomía). Su mayor ambición fue traducir al latín las obras de Platón y Aristóteles, aunque sólo tradujo las Categorías y la Interpretación, conocidas posteriormente como Logica Vetus. En sus propias reflexiones teológicas (origen de la teología medieval) intentó combinar el método lógico aristotélico y los principios neoplatónicos, con un “latín técnico” y unas útiles definiciones. Su famosa obra, “De consolatione philosophiae” fue una de las introducciones a la reflexión filosófica más leídas en la Edad Media.

� Casiodoro (485 a 583).

Senador al servicio de Teodoríco, fue el principal defensor de las escuelas clásicas de la Roma de su época. Intentó que se usasen sus métodos para difundir el estudio de las Sagradas Escrituras. Dedicado al monacato, fundó Vivarium. Tradujo a Flavio Josefo y Juan Crisóstomo, y desarrolló en sus Institutiones y en sus Enarrationes in

Psalmos, su idea sobre la fusión entre los estudios profanos y sagrados, al servicio del saber, cuya máxima expresión es la Biblia. Poco antes de su muerte escribió un tratado sobre ortografía y transcripción de textos, fundamental para los copistas monásticos medievales.

� Gregorio Magno.

Aristócrata romano, monje y papa que conoció todavía la escuela clásica, pero hace uso de sus instrumentos sólo como medio de alcanzar los ideales eclesiásticos y monacales. Fue un autor prolífico que propuso normas de conducta en escritos muy leídos en los siguientes siglos. Sus Moralia in Job, se encaminan a la perfección de la vida monacal, mientras su Régula Pastoralis ,trata sobre el arte de ser obispo, como un manual de moral profesional. En sus Dialogos ,aparecen vidas de santos, y en alguna de sus cartas define el papel de los reyes como agentes de la religión y moral cristianas, cuyo servicio legitíma su poder.

� El siglo VII.

En la Italia del siglo VII, Roma continuó como centro cultural notable, por la riqueza de sus manuscritos y por su atractivo como centro de creación litúrgica y de peregrinación, aunque sin producir figuras de relieve. Tampoco las hubo en las cortes lombardas hasta que se completó su conversión al catolicismo.

7.2 Galia.

No hubo autores de importancia. En los primeros momentos algunos obispos mantuvieron una actividad cultural clásica notable, como Sidonio Apolinar. Avito. León de Narbona , o Cesáreo de Arles, en el tránsito al siglo VI. Ya en el reino franco, escritores del siglo VI ,como Gregorio de Tours ,o Venancio Fortunato, tienen gran valor testimonial para la historiografía. La Corte juega algún papel como centro intelectual, pero las tradiciones decaen más rápidamente que en otros reinos, hasta llegar a finales del siglo VII, cuando la difusión del monacato irlandés y benedictino inicia una nueva etapa cultural.

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7.3 Norte de África, e Hispania.

� La influencia del Norte de África.

Fue el centro principal de cultura religiosa entre el siglo V y VII, y vehículo transmisor de influencias orientales tanto a Italia como a Hispania. En Hispania se instalan monjes norteafricanos, reforzando las manifestaciones culturales hispanas que culminarán, tras la conversión de suevos y visigodos, en la formación de un grupo de hombres cultos, monjes y obispos casi todos, capaces de mantener en el siglo VII una actividad intelectual y literaria sin igual en el resto de Europa. A finales del siglo VI también podemos destacar a figuras como la del historiador Leovigildo, y del Tecer Concilio de Toledo, al gódo Juan de Biclaro (540 a 621).

� San Isidoro.

Obispo de Sevilla hacia el 600, en sus estudios incluyó lecturas de poetas paganos que le servirían para redactar sus Etimologías u Orígenes, compuesta de 20 libros, la obra más leída de todas las creaciones altomedievales gracias a su difusión por monjes irlandeses y anglosajones. Entre todos los principios que lo inspiran, cabe destacar la idea de que la palabra encierra toda la realidad de la cosa a la que designa, cognoscible a través del análisis etimológico y simbólico. También destaca la concepción del tiempo como fluido degradador en el que envejece la realidad, nunca más plena que en sus orígenes. Isidoro de Sevilla fue también un notable historiador y escritor político, que supo expresar la realidad de la nueva Hispania como ámbito unitario bajo la dirección de la realeza visigoda.

� Otros autores.

El “renacimiento isidoriano” se prolongó hasta el final del reino gódo gracias a los letrados formados en escuelas como las de Toledo y en bibliotecas episcopales y monásticas como las de Sevilla, Mérida y Zaragoza. Destacan Eugenio II, Ildefonso y Julián de Toledo, así como Fructuoso de Braga y Valerio del Bierzo en literatura ascética. Sus obras poéticas destacan más por el atenimiento a los cauces antiguos que por la originalidad, tratada por el apego a la tradición y por el carácter cerrado y minoritario de estos intelectuales.

7.4 Irlanda.

� La influencia irlandesa.

El cristianismo celta irlandés desarrolló un interés sorprendente hacia el latín como lengua litúrgica y de lectura de la Biblia, en unas notables condiciones de aislamiento con respecto a Occidente. Se usa un correcto latín, aunque culterano y aberrante, como el usado en los Hisperica Famina, de mediados del siglo VII. Por entonces Irlanda comienza a conocer la obra de autores continentales (sobre todo de San Isidoro), y los monjes irlandeses (entre los que destacan Lindsifarne y Withby) entran en contacto con la corriente cultural traída a Inglaterra por misioneros romanos. Ambas cristiandades, céltica y anglorromana, se aproximan al continente a través de Roma tras la conciliación del 664 en Whitby, o en los monasterios irlandeses de Francia e Italia (sobre todo Luxeuil, y Bobbio), que han adoptado ya la regla benedictina. Así, cuando la invasión islámica hace que los centros culturales se alejen del Meditarráneo, surge un “Mediterráneo nórdico” a orillas del Mar del Norte y Canal de la Mancha, en el que pondrán jalones culturales el monaquismo y las escuelas catedralicias anglosajonas, potenciadas por los reformadores eclesiásticos posteriores al 664, y por el nuevo renacimiento cultural irlandés de finales del siglo VII.

� Beda (672 a 735).

Vivió en el monasterio de Yarrow, y escribió más de 40 obras de diversos temas. En su “De natura rerum”, elimina los compuestos paganos que aún conservaban las “Etimologías”. Su, “Historia ecclesiastica gentis Anglorum”, sigue la línea historiográfica de San Isidoro. En Beda los datos culturales son ya cristianizados, y su poco creativa simplicidad, corresponde al modelo de saber de los siglos IV al VIII, con un progresivo abandono de las sutilezas y complejidades intelectuales tardorromanas. Es una cultura instrumental que prescinde incluso de las artes liberales para el estudio bíblico, salvo de la gramática. Su discípulo Egberto fue obispo de Cork, e impulsor de su famosa escuela catedralicia, en la que se formaría Alcuino, principal figura del renacimiento cultural carolingio.

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7.5 Conclusión.

Entre Boécio y Beda, la cultura literaria recorrió un camino coherente con la fragmentación del mundo occidental, la pobreza, la primitiva organización social y la inmersión del cristianismo. La Iglesia puso a su servicio a la cultura literaria, y efectuó una primera síntesis de lo que parecía necesario conservar de la cultura antigua para la exaltación de la fe y la lectura de la Biblia. Si la cultura de la época bárbara tiene algo nuevo (pese a su pobreza y falta de iniciativa creadora) es el haber sentado las bases sobre las que se desarrollarán las actividades intelectuales de la nueva civilización durante siglos.

8. El arte bárbaro.

El asentamiento bárbaro acentuó los cambios de sensibilidad estética y el deterioro de la capacidad creadora en el plano artístico, tanto en cantidad como en calidad. La principal innovación bárbara se dio en las artes menores (metalurgia y orfebrería), donde aportaron nuevos temas decorativos en fíbulas, broches, coronas votivas y otros objetos del arte hispanogodo. También hubo innovaciones en la práctica ornamental irlandesa, con cruceros de piedra, estuches de campanas, tapas de libros, miniaturas, etc. Fuera de Hispania apenas hay ejemplos arquitectónicos dignos de mención, salvo el mausoleo de Teodoríco en Rávena o la basílica de San Juan de Puatiers. En el siglo VI, pervive en Hispania el tipo basilical. En el VII se acentúa la influencia oriental con el paso a la planta de cruz griega (como en San Fructuoso de Montelios, Santa Comba de Bande, San Pedro de la Nave), mientras se conserva la planta basilical (como en San Juan de Baños). En las iglesias se conservan también temas figurados en bajorrelieves procedentes del Bajo Imperio, y en algunas se usa el arco de herradura.