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A 33 años de Malvinas
Prólogo a LA IZQUIERDA Y LA GUERRA DE MALVINAS, Ediciones RyR
“Miseria del nacionalismo” por Fabián Harari
“En la medida en que hemos vuelto al principio a través del liberalismo y del radicalismo, hemos
compartido estas simpatías por todas las nacionalidades oprimidas y sé perfectamente cuánto tiempo y
cuánto estudio he gastado en librarme de ellas definitivamente”. Friedrich Engels
“Señora, muchos son los que hablan de soberanía cuando están en el living mirando televisión. Que
vengan aquí a ver si vale la pena derramar una gota de sangre por estas islas”. Alejandro Vargas,
soldado muerto en Malvinas, en carta a la madre de su novia.
La guerra de Malvinas fue el único enfrentamiento armado entre estados en el que intervino la
Argentina durante el siglo XX. El país no participaba en una guerra de ese tipo desde 1865. 1982 fue un
año crítico en nuestra historia. Sus consecuencias, sus secuelas y su imagen se arrastran hasta hoy. Fue
una prueba de fuego para las fuerzas armadas argentinas, pero también para las clases, para las
organizaciones políticas y para la izquierda en particular. Como ya sabemos, casi nadie pasó la prueba y
lo que podría haber sido una oportunidad se transformó en un fracaso. Un fracaso de la burguesía
nacional, pero que arrastró a la clase obrera y a las organizaciones revolucionarias, ya que (salvo
honrosas excepciones) los más férreos opositores al régimen militar apoyaron la aventura. Ese arrastre
fue lo que, entre otros motivos, permitió que la convulsión política subsiguiente no alcanzara más que
para un recambio de régimen. Incluso, la salida de esa crisis encontró a la burguesía aún más fortalecida.
El libro que el lector tiene en manos es un intento de explicar este problema, a saber: ¿cuál fue la
actitud de las organizaciones que debían representar los intereses de la clase obrera argentina? En ese
sentido, los tres artículos que presentamos no se dedican a explicar en detalle el desarrollo de la guerra,
sino de analizar la intervención de las organizaciones revolucionarias ante la coyuntura. Los tres tienen
una idea central y polémica: la izquierda se vio arrastrada por el nacionalismo y eso constituyó su
principal debilidad. Los autores son tres marxistas reconocidos: Adolfo Gilly, Alan Woods y Alberto
Bonnet. El primero, mexicano y el segundo, inglés. El hecho de que haya un solo argentino es toda una
expresión de lo minoritaria que ha sido la resistencia al nacionalismo.
Hasta ahora, la izquierda, cualquiera sea su tradición, reivindicó la guerra y la soberanía argentina sobre
Malvinas. Inclusive, como una tarea necesaria para la liberación nacional. Pocas son las voces que se
alzaron en un sentido contrario. Aquí encontramos tres trabajos de compañeros que, a contramano de
lo que se viene sosteniendo, explican por qué esas posiciones constituyeron un serio error. Son un
esfuerzo para sentar un precedente más adecuado a la tradición revolucionaria. Un punto de partida
que logre superar al nacionalismo, una ideología extraña al marxismo y un tumor en el programa
revolucionario.
Los artículos invitan a repasar la historia de la izquierda argentina en un momento muy particular, ya
que en 1982 la política revolucionaria se estaba rearmando luego de años de oscuridad y clandestinidad.
Con todo, hay un punto que debe quedar asentado claramente: esas posiciones son parte de nuestra
historia. “Nuestra”, no porque uno esté o no de acuerdo con lo dicho y hecho, sino porque se trata de
aquellas organizaciones que pudo darse la clase obrera en ese momento. Eran (y son) nuestros
compañeros. Como tales, debemos saldar cuentas, revisar aciertos y errores, realizar inventarios serios.
En ese sentido, el pasado es el único laboratorio que tenemos. Entender ese pasado no implica
simplemente indicar errores coyunturales, sino fundamentalmente explicar las causas que los
provocaron. Hacia allí se dirigen, en mayor o menor medida estos escritos: a señalar que algo no está
bien en el programa de la izquierda argentina. Y que eso debe modificarse.
Crisis, guerra y, otra vez, crisis
Como los artículos se concentran en discutir las posiciones de la izquierda y solo secundariamente
analizan el conflicto, procuraremos recuperar el contexto, a modo de introducir al lector en el problema.
El año 1981 resultó ciertamente crítico para la dictadura. En sus comienzos, Martínez de Hoz tuvo que
reconocer el fracaso de su plan y hubo que realizar un recambio no solo de ministerio, sino de gobierno
(Viola por Videla). A su sucesor, Sigaut, no le fue mucho mejor. Su frase “el que apuesta al dólar, pierde”
se hizo tristemente famosa. Ese año, se registraron 2.712 quiebras, contra 829 de 1980. La inflación fue
del 131% y el déficit presupuestario superó el 8% del PBI. Hacia fines de año, se congelaron los
aumentos salariales para el sector público. Las dos CGT (Azopardo y Brasil) comenzaron una
recuperación de su actividad y la segunda mitad del año fue testigo de varias huelgas, en especial, en la
industria automotriz. La Multipartidaria (la congregación de los principales partidos burgueses),
empezaba a reunirse con las autoridades y la diplomacia internacional (principalmente, EE.UU.)
presionaba para un cambio de régimen. En términos políticos, en 1981 Argentina tuvo cinco
presidentes: Videla, Viola, Liendo, Lacoste y Galtieri. Todo un síntoma de la crisis. El último de ellos
accedió mediante un golpe de estado pergeñado por la Marina, el 15 de diciembre. La nueva Junta se
compuso con Galtieri (que no dejó la comandancia del Ejército por temor a las internas), Jorge Anaya y
Basilio Lami Dozo.
Viola, a través de su ministro del Interior, Horacio Liendo, intentaba una transición hacia el sistema
partidario. Sin embargo, los planes de la Marina eran diferentes, ya desde tiempos de Massera. En
diciembre de 1981, su comandante, Jorge Anaya, promovió al jefe del Ejército de Viola, Leopoldo
Fortunato Galtieri, a la presidencia, a cambio de que éste aceptara su proyecto político, que incluía la
recuperación de las islas del Atlántico Sur. Es decir, el golpe de estado tenía como función obstaculizar la
entrega del mando a los civiles y preparar una salida parecida al PRI mexicano o a la que impuso
Pinochet. La ocupación de Malvinas era la pieza clave de ese entramado.
Las ambiciones de la Armada sobre Malvinas son antiguas, pero la ofensiva más visible data de 1974,
cuando Juan José Lombardo, quien respondía a Anaya, elaboró un plan para tomar Thule, una de las
islas Sandwich, que se implementó exitosamente en diciembre de 1976, sin mayor reclamo británico.
Lombardo fue el mismo que planificó la ocupación de Malvinas seis años después. En los primeros
tiempos del proceso, Massera, enfrentado con Videla, le exigió a éste que se procediera a la
recuperación de Malvinas. Para evadir el asunto, Viola (Jefe del Estado Mayor del Ejército) y José Rogelio
Villarreal (Secretario de la Presidencia) le requirieron mayores detalles. Como el almirante no los tenía,
tuvo que resignarse. No obstante, le encargó a Anaya que preparara un plan para tener a mano.
El 15 de diciembre de 1981, apenas se consumó el golpe, Anaya hizo llamar a Lombardo al Casino de
Oficiales. Allí le comunicó que debía poner en marcha el operativo en completa confidencialidad. Más
tarde, se le sumaría Osvaldo García (Jefe del V Cuerpo del Ejército con asiento en Bahía Blanca) y el
comodoro Plessl.
Entre los motivos que lanzaron a la burguesía argentina a la aventura armada hubo también un
componente internacional. La posición argentina se caracterizaba por su férrea alianza con los EE.UU. La
Junta pretendía convertirse en el principal baluarte norteamericano en el continente. En particular de
un proyecto de una OTAN del sur (OTAS), en alianza con Sudáfrica. Para ello, había apoyado el golpe de
Luis García Meza contra el presidente electo Hernán Siles Suazo, el 18 de julio de 1980 y había enviado
efectivos para la lucha contrarrevolucionaria en Honduras, El Salvador y Nicaragua. Se había ofrecido
para conformar el contingente que garantizaría los acuerdos de Camp David en el Sinaí, pero
Washington prefirió no distraer las fuerzas en Centroamérica. En 1981, Washington levantó el embargo
de armamentos contra la Argentina, votado en 1979 (enmienda Humphrey –Kennedy). En ese contexto,
la Junta evaluaba que una victoria militar podía posicionar al Estado argentino como garante de la
política contrarrevolucionaria. Esa posición implicaba no solo mejores acuerdos diplomáticos, sino una
más fluida asistencia militar y económica. La frustración que representó la mediación con Chile, la
entrega de Rhodesia (colonia británica) sin mayor combate y la sucesiva reducción del presupuesto
militar británico, alentaron las expectativas del gobierno sobre la posibilidad de un golpe de mano en
Malvinas. El anuncio del retiro del único buque militar inglés en el Atlántico Sur (el Endurance), terminó
de convencer a la Armada de su proyecto. Como vemos, la ocupación de Malvinas no era parte de un
enfrentamiento con el imperialismo, sino de una empresa reaccionaria que buscaba perpetuar un
régimen de persecución a la clase obrera y convertirlo en la dirección del combate a la revolución a nivel
continental. El 11 de marzo, en la que fue denominada Operación Alfa, el empresario Constantino
Davidoff llevó tripulación argentina en el buque Bahía del Buen Suceso y, sin autorización británica,
desembarcó en Leith (Georgias), donde se izó la bandera argentina. El incidente desató una serie de
reclamos diplomáticos, disuadió a Gran Bretaña de no reducir sus esfuerzos militares y quitó el factor
sorpresa a la futura ocupación. Esa isla iba a quedar bajo el gobierno militar de Alfredo Astiz, que luego
la rindió sin disparar un solo tiro.
El 30 de marzo se lanzó la fuerza de ocupación de Malvinas, que debía desembarcar en Puerto Stanley.
El 1º de abril, contando con esa información, Ronald Reagan intentó comunicarse con Galtieri para
advertirle que, en caso de guerra, EE.UU. apoyaría a Gran Bretaña. El presidente argentino decidió no
atender hasta pasadas las 22, hora en que el desembarco se tornaba irreversible. El 2 de abril, se
produjo finalmente la ocupación de Puerto Stanley y se arrestaron a las autoridades militares británicas.
Las fotos de la bandera argentina izada y de los oficiales británicos con las manos en alto recorrieron el
mundo y en Londres se desató una crisis política que agravó la que ya venía soportando el gobierno
conservador. Lord Carrington, a cargo del Foreign Office, tuvo que renunciar.
El contrataque británico comenzó en el campo diplomático. El 3 de abril, consiguió que el Consejo de
Seguridad de la ONU emitiera la resolución 502, que ordenaba el cese de hostilidades y “un inmediato
retiro de todas las fuerzas argentinas de las Islas Falkland (Islas Malvinas)”. Votaron a favor, entre otros,
Gran Bretaña, EE.UU., Japón y Francia. Se abstuvieron la URSS, China, Polonia, España. Allí comienza las
mediaciones para intentar llegar a un acuerdo que evite el conflicto armado. La más importante de ellas
fue la que llevó a cabo el secretario del Departamento de Estado, Alexander Haig. El funcionario
norteamericano, enviado directo de Reagan, fue dos veces a la Argentina y a Londres. Dos veces había
estado a punto de llegar a un acuerdo. En la primera, fue la intransigencia argentina de pretender que
para el 31 de diciembre se solucionase el problema de la soberanía. En medio de estas conversaciones,
Galtieri, el PJ y la CGT llamaron a una concentración en apoyo a la ocupación para el 10 de abril. Fue
todo un éxito, ya que convocó a 150.000 personas. Era la primera vez que la Junta lograba llenar una
plaza. Sin lugar a dudas, este hecho dio fuerza a una salida política que contemplase un partido militar,
lo que requería mayor intransigencia con Gran Bretaña e incluso con EE.UU., que el 30 de abril anunció
sanciones económicas contra la Argentina.
En la segunda mediación, la expresa oposición de la Armada, que amenazó con provocar otro golpe de
estado, frustró la posibilidad. Luego, hubo otras dos mediaciones: la de Belaúnde Terry (presidente de
Perú) y la de Javier Pérez de Cuellar (Secretario General de la ONU). En ambos casos, lo que obturó el
acuerdo fue la exigencia británica de contemplar los “deseos” y no los “intereses” de los isleños, lo que
habría la puerta para ejercer el derecho de autodeterminación, que ponía a las islas en la órbita
británica. En última instancia, el hundimiento del Belgrano (2 de mayo), fuera de la zona de exclusión,
mientras se llevaban a cabo las negociaciones, terminó por sepultar cualquier alternativa. El
enfrentamiento ahora sería predominantemente militar.
La guerra se extendió del 2 de mayo (hundimiento del Belgrano) hasta el 14 de junio, día en el que el
gobernador militar Mario Benjamín Menéndez rinde la plaza de Puerto Stanley. La ocupación argentina
se concentró en la Isla Soledad, la isla más importante y la que contenía la capital (al este de la misma).
Solo se dejó un contingente menor en la Gran Malvina.
La ofensiva británica encontró muy poca resistencia y tuvo dos fases. La primera fue el cerco naval y
aéreo, construido entre el 2 y el 21 de mayo. Mediante esta acción, se logró obstaculizar el suministro a
las islas, acosar los puntos de defensa y producir un desgaste en los ocupantes. La noche del 15 al 16 de
mayo el ejército inglés realizó exitosamente dos operaciones de suma importancia. En primer término,
destruyó, cerca de San Carlos, el buque mercante argentino Isla de los Estados, que transportaba
abastecimientos para las tropas. Un navío que llevaba a bordo una plataforma de lanzamiento de
cohetes múltiples estacionados en la isla Gran Malvina. En segundo término, atacó exitosamente los
aviones de la base aérea de la Isla de Borbón, que permitían cuidar y patrullar el puerto San Carlos (al
oeste de la Isla Soledad). Justamente en este puerto se iniciaría la ofensiva terrestre.
La noche del 21 de mayo, la infantería de marina británica desembarcó 4.000 efectivos y logró
establecer una cabeza de playa. Entre el 27 y 29 de mayo, las tropas británicas avanzan sobre el
estrecho Darwin-Pradera de Ganso (Goose Green) y logran derrotar a las argentinas. Esta región
constituía el pasaje que comunicaba el norte con el sur de la Isla Soledad. El 8 de junio se produjo la
única acción favorable a la argentina. Las tropas británicas desembarcaron en Bahía Agradable, cerca de
Puerto Stanley. El ejército argentino decide, entonces, volar el puente sobre el río Fitz Roy, que
comunica la bahía con las islas. Por lo tanto, las fuerzas británicas deciden desembarcar en Bluff Cove,
siendo atacadas por la fuerza aérea argentina, en lo que fue su victoria más importante. Este suceso, sin
embargo, no decidió las acciones y solo retardó la derrota final. Con las tropas de San Carlos y de
Darwin, el general Jeremy Moore se puso al frente del asedio a Stanley. La capital está cercada por el
mar al este y por una serie de montes al oeste. Entre el 12 y el 14 de junio, Jeremy Moore desistió de un
movimiento de pinzas y decidió avanzar frontalmente sobre la línea de los montes Longdon-Dos
Hermanas-Harriet y el Tumbledown. Los cuatro montes dieron lugar a cuatro batallas donde se trazó la
derrota argentina. Cuando los británicos se acercaron a Puerto Stanley, no había nada que hacer.
Analizar en profundidad las causas de la derrota militar llevaría demasiado espacio para lo que intenta
ser un prólogo, pero pueden señalarse dos razones determinantes. En primer lugar, se trata de dos
estados con diferente capacidad de choque y con diferente peso en las relaciones mundiales. Las FF.AA.
argentinas contaban con 230.000 hombres, en su mayoría conscriptos (que para abril no tenían siquiera
la preparación necesaria). La aviación tenía 65 aviones de combate, pero solo podía coordinar seis al
mismo tiempo. A Malvinas se mandó un contingente de 12.000 hombres, la mayoría conscriptos sin
experiencia alguna y 20 helicópteros. Gran Bretaña poseía un ejército de 350.000 hombres, todos
profesionales. El Estado Mayor argentino no tenía experiencia alguna en un conflicto de esta
envergadura y pocas veces se habían realizado maniobras conjuntas entre las tres fuerzas. Gran Bretaña
había peleado dos guerras mundiales y varias guerras en Asia y África durante el siglo XX. Para Malvinas,
Londres armó un contingente de 28.000 hombres, movilizando todos los recursos de la flota, 110 navíos,
de los cuales 33 eran de combate y 60 de apoyo, con 38 aviones y 140 helicópteros. Además, Gran
Bretaña era la punta de lanza de la OTAN en momentos donde se estaba desarrollando la crisis en
Polonia y la guerra del Líbano, episodios de mucha mayor importancia que Malvinas. Por lo tanto, contó
con la asistencia diplomática y militar norteamericana (base de la Isla Asención y radares). Si esto fuera
poco, dispuso también de la asistencia chilena. En particular, de la base en Punta Arenas (más cerca de
Malvinas que Puerto Belgrano), lo que compensó la ventaja argentina por la cercanía geográfica.
Pero hay una segunda razón de orden coyuntural: la Junta no se preparó para un conflicto de esta
magnitud y, ante los hechos, no se resolvió a presentar mayor resistencia, por temor a una escalada
bélica que implicara bombardeos al continente. Consciente de sus propios límites, prefirió minimizar las
pérdidas. Por ejemplo, luego del hundimiento del Belgrano, la Marina retiró sus buques del conflicto y
aceptó el bloqueo marítimo. Las islas solo pudieron ser abastecidas por aire, de allí de lo deficiente de
los suministros. Se trata de una decisión inédita. Otro ejemplo que puede citarse es la decisión de
priorizar los ataques a los buques de guerra antes que a los navíos logísticos y los transportes de tropa,
más indefensos y de mayor importancia. De haber perdido uno de sus dos portaviones, Inglaterra
hubiese estado en un serio aprieto. Un último ejemplo lo constituye una decisión sumamente curiosa.
Del 2 de abril al 21 de mayo, la Argentina tuvo la oportunidad de ampliar el aeropuerto de Puerto
Stanley para poder operar con aviones de alto porte (Skyhawk, Mirage), abastecidos en las islas y con
gran margen de horas de vuelo. Sin embargo, no se hizo nada. Por lo tanto, se daba la paradójica
circunstancia de que los aviones británicos tenían más minutos de combate en la zona de conflicto
desde su portaviones que los argentinos.
Lo cierto es que la derrota sumió al gobierno argentino y al régimen militar en su conjunto en una
profunda crisis política. El rechazo popular al gobierno, anticipado en la huelga del 30 de marzo, se
intensificó al conocerse la noticia de la rendición. Los mandos medios comenzaron un serio
cuestionamiento a sus superiores por la conducción. Las tres fuerzas se vieron enfrentadas. Anaya
pretendía salvar su proyecto político. Lami Dozo quería utilizar el caudal que había ganado la
aeronáutica para lanzarse a la arena política y el ejército pretendía evitar las acusaciones y volver al
proyecto de Viola. Galtieri intentó mantenerse a flote, pero una reunión de generales de su propia
fuerza le comunicó que debía dar un paso al costado. El 17 de junio asumió Cristino Nicolaides, con el
objetivo de designar un presidente interino. La Armada y la Aeronáutica se negaban a que el nuevo
mandatario saliera, otra vez, del ejército y hasta preferían un civil. Sin embargo, el 22 de junio,
Nicolaides pasó el mando a Bignone, un general retirado contrario a Galtieri. En el acto las otras dos
fuerzas anunciaron que se retiraban del gobierno. Ante este cuadro de suma debilidad, el nuevo
mandatario se reunió con la Multipartidaria para acelerar la transición. Pero la dirigencia burguesa se
negó a recibir el poder a menos que el conjunto de las tres fuerzas ungiera una salida y consensuara su
lugar en un futuro gobierno constitucional, lo que incluía la revisión de la guerra contrarrevolucionaria.
Luego de arduas negociaciones, el 10 de octubre, las dos fuerzas faltantes vuelven al gobierno.
La movilización política a fines de 1982 fue intensa. El 6 de diciembre se realizó el mayor paro general
desde 1975 y diez días más tarde una movilización “por la civilidad” convocó a 100.000 personas. La
crisis política, sin embargo, fue canalizada por los partidos burgueses. En particular, por la UCR. El
alfonsinismo es el producto de esa crisis, de la cual tomó su fuerza. La crisis de conciencia de amplias
masas fue conducida hacia el apoyo masivo y eufórico a la constitución.
La cuestión nacional en Argentina
El hecho de que la burguesía pudiera cabalgar la crisis y conducirla hacia el masivo apoyo de las masas al
dominio del capital (en eso consiste la democracia burguesa) se explica por más de una variable. Una de
ellas es la desacertada intervención de la izquierda, que apoyó la invasión a Malvinas. No es la única,
claro. Uno podría preguntarse si, con una clase obrera saliendo de su peor derrota histórica, una política
correcta hubiese bastado. El caso es que nunca podremos saberlo, justamente porque esa política no
emergió. Peor aún, en caso de que Argentina hubiese ganado, se habría perpetuado un régimen de
persecución a la clase obrera y a sus organizaciones (izquierda incluida), se habría profundizado la
contrarrevolución en el continente y la guerra habría avanzado sobre Chile (ese era el plan original).
La oposición a la invasión y a la guerra hubiera puesto a la izquierda en un sitio ciertamente impopular,
pero solo hasta el 15 de junio. Luego de esa fecha, hubiese cosechado importantes adhesiones y una
autoridad política que no podía exhibir ninguno de los integrantes de la Multipartidaria. Pero, por sobre
todo, hubiese comenzado a educar a los trabajadores en el rechazo al nacionalismo, ideología por la cual
la burguesía logra soldar sus alianzas con la clase obrera.
Como sugieren los tres autores de este libro, hay un problema que excede la apreciación coyuntural
sobre la guerra. Un problema que se encuentra en la mirada con que se examinó el conflicto. Un aspecto
del programa que arrastra a sucesivos errores: la cuestión nacional. La izquierda, en su conjunto,
sostiene que la Argentina no ha completado sus tareas nacionales y, entre los obstáculos para
alcanzarlas, se halla la opresión del imperialismo (norteamericano, pero también inglés, francés y
japonés, que conforman un bloque). Entre esos obstáculos, se encontraría la ocupación colonial de
Malvinas. Por lo tanto, la invasión del archipiélago constituiría parte de las tareas democrático
burguesas por las que el país debería transitar para su liberación. Hay aquí tres errores: de apreciación
histórica, de conocimiento de la historia argentina y del peso de las Malvinas en la estructuración
nacional de la Argentina.
En primer lugar, debe comprenderse qué se entiende por “cuestión nacional”. En realidad, desgajado de
las particularidades, la cuestión nacional es la realización de las tareas que requiere la revolución
burguesa. Es decir, la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación
económica y mercantil en una economía plenamente capitalista. Nada más. Los grandes clásicos
marxistas escribieron en momentos en que estas tareas estaban llevándose a cabo en el mundo. Marx y
Engels vivieron el período en que estos problemas se presentaban en toda Europa, con la excepción de
Inglaterra. Lenin, en cambio, fue testigo del mismo proceso en Asia y Europa Oriental. Por ello, no es
extraño que intentaran reflexionar sobre la cuestión y, en ciertos casos, apoyaran los movimientos
burgueses que luchaban contra la reacción feudal (como fue el caso de Polonia). Lenin fue muy claro en
su polémica con Rosa Luxemburgo: el derecho a la autodeterminación nacional culmina en la creación
del Estado nacional o, lo que es lo mismo, en el dominio del capitalismo y la burguesía nacional en ese
territorio. La radicación de capitales extranjeros y la competencia es parte de la dinámica económica
capitalista. [1]
La Argentina logró completar su revolución burguesa en el período que media entre 1860 y 1880. Logró
constituir un Estado nacional, la unificación económica, un mercado capitalista y barrer con los restos de
relaciones precapitalistas. En el camino, ha perdido y ganado territorio, como cualquier estado
(Alemania y Francia mantienen una disputa con la región de Lorena y Alsacia y a nadie se le ocurre
afirmar que no han completado sus tareas nacionales). En definitiva, la Argentina ha completado sus
tareas nacionales y no tiene ninguna cuestión democrático burguesa por resolver. Entonces, la
Argentina no es un país colonial ni semicolonial (si existiese algo así). Hasta que la izquierda no
modifique este punto de su programa, va a seguir enlazada de una forma u otra, a la ideología burguesa.
La afirmación que en cualquier guerra que enfrente a una nación con una economía de mayor tamaño
contra una de menor, hay que apoyar a esta última, olvida no solo la primacía del antagonismo de clase
por sobre el nacional, sino incluso la propia historia bolchevique. Para oponerse al binomio dictadura-
democracia, propio de la ideología burguesa más simplona, se acude a la oposición entre naciones, que
no es menos burguesa ni menos simplona. En la Guerra Ruso-Japonesa de 1904, el partido bolchevique
se opuso a apoyar el combate del país “semicolonial” (Rusia) contra el “imperialismo” japonés y llamó al
derrotismo. La derrota militar del ejército ruso abrió un proceso revolucionario.
Ahora bien, vamos a una pregunta crucial: ¿las Malvinas son argentinas? La respuesta es antipática: no,
son de los isleños. La Argentina perdió ese territorio (hoy día sin importancia alguna) hace más de 170
años, en 1833. Incluso, Rosas se lo quiso vender a los ingleses. Cinco años antes, en 1828, una provincia
argentina, la Banda Oriental, se transformaba en una república independiente, guerra e intervención
inglesa mediante. Con el criterio que se reclaman las Malvinas habría que reclamar también la anexión
de Uruguay, EE.UU. debería devolver Texas y California a México (un saqueo saludado por Engels) y
habría que hacer lugar al reclamo sionista, ya que los judíos fueron expulsados de Palestina hace miles
de años. Las fronteras no están determinadas por la naturaleza ni por la gracia divina. Para decirlo más
científicamente: no son ahistóricas, están sometidas a los avatares de la lucha de clases y solo desde ese
punto de vista deben analizarse. ¿Cuál es el interés del proletariado argentino en las islas? ¿Cuál es el
obstáculo que pone a la revolución socialista el dominio inglés en las Malvinas? Esas son las preguntas
que la izquierda debe responder. El resto es caer y hacer caer al proletariado en manos del enemigo.
Tres textos, tres combates
Los trabajos aquí reunidos forman parte de un intento de discutir la posición dominante en la izquierda
argentina, a saber, el apoyo a la ofensiva argentina. En todos ellos se discute el nacionalismo imperante
que se oculta detrás de lo que fue la intervención de las organizaciones políticas del momento. Los tres
fueron publicados en diferentes momentos. El primero, de Adolfo Gilly, tiene la virtud de haber sido
escrito en pleno conflicto y por lo tanto, con los materiales que tenía a mano, el autor logró construir un
conocimiento agudo de la coyuntura. Además de lúcido, lo suyo fue valiente, porque enfrentó, en
minoría, no solo a toda la intelectualidad en Argentina, sino a los argentinos exiliados en México, que
constituyeron la principal usina intelectual para el apoyo a la invasión (el Club de Cultura Socialista).
El segundo es de 2003 y constituye parte de una polémica del autor Alan Woods con Luis Oviedo, del
Partido Obrero. Mientras el PO llamó a llevar adelante la guerra contra Gran Bretaña, luego del 2 de
mayo, Woods procuraba llamar al derrotismo en los dos bandos. Más allá de las acusaciones puntuales
que se destilan en el texto y de ciertas consignas más bien abstractas en relación a la coyuntura, se
explica allí por qué los revolucionarios deben priorizar las tareas socialistas por sobre las nacionales.
El último que presentamos fue escrito en 1997, pleno auge del menemismo. A 15 años de la guerra, con
mayores materiales, Alberto Bonnet pudo realizar una crítica más profunda aún. En su artículo, se
cuestiona no ya tal o cual posición ante la coyuntura, sino que se advierte sobre la necesidad de una
revisión profunda del programa trotskista en el cual predomina la hipótesis de que la Argentina es un
país “semicolonial”, en donde la opresión nacional cumple un papel importante. Ese es un mérito
indudable del autor y vale la pena volverlo a editar. El artículo fue publicado, en su momento, por
nuestra revista Razón y Revolución, una de los pocos espacios donde, en esos años, la ciencia pudo
resguardarse de la ofensiva posmoderna.
Adolfo Gilly es Doctor en Estudios Latinoamericanos y docente de la UNAM. Nació en Argentina en 1928.
En 1966 intentó unirse a la guerrilla guatemalteca, pero fue arrestado. Su juicio llegó a la Corte
Suprema. La presión popular logró su liberación en 1972. Ese año pasó a México para comenzar sus
tareas docentes y su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Luego, su trayectoria lo
llevó a las filas del reformismo en el Partido de la Revolución Democrática y, entre 1997 y 1999,
colaboró con el gobierno municipal de la Ciudad de México de Cuhatémoc Cárdenas. También se acercó
al zapatismo y formó parte de varias juntas del EZLN. Escribió varios libros entre los cuales se
encuentran La revolución interrumpida (1971) y El Cardenismo: una utopía mexicana (1994).
Alan Woods nación en Swansea (Gales), en 1944. Se licenció en filología rusa en la Sussex University, en
la Universidad de Sofía y de Moscú. Formó parte de la resistencia antifranquista en España durante los
’70. Hasta 1992 formó parte de la corriente The Militant, que proponía el entrismo en el Partido
Laborista. The Militant jugó un papel importante en las huelgas de la década de 1980. En la década de
1990, Woods junto a Ted Grant se escindieron de la organización fundando el partido Socialist Appeal y
la Corriente Marxista Internacional. A la muerte de Grant, Woods tomó la dirección del movimiento.
Dicha corriente se expandió hacia América Latina en los últimos años. Escribió, junto a Ted Grant, los
libros Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente (1969) y Razón y Revolución. Filosofía marxista y
ciencia moderna (1995).
Alberto Bonnet es Licenciado en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Realizó su doctorado en la
Universidad Autónoma de Puebla bajo la dirección de John Holloway. Actualmente es docente de la
Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de Quilmes. Es autor de numerosos artículos sobre la
política argentina durante la década de 1990 y compiló varios libros sobre historia reciente y marxismo
en Latinoamérica. Entre sus libros, se destacan La hegemonía menemista. El neoconservadurismo en
Argentina (2008) y las compilaciones Modernización y crisis. Transformaciones sociales y
reestructuración capitalista en la Argentina del siglo XX (2002) y El país invisible. Debates sobre la
Argentina reciente (2011).
[1] “No solo los pequeños estados, sino también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el sentido
económico, del poderío del capital financiero imperialista de los países burgueses ‘ricos’. No solo los
diminutos estados balcánicos, sino también América en el siglo XIX fueron, económicamente, colonia de
Europa, según lo señaló Marx en El Capital. Todo esto, por supuesto lo sabe muy bien Kautsky, como
cualquier marxista, pero ello no tiene nada que ver con el problema de los movimientos nacionales y del
Estado Nacional. El problema de la autodeterminación política de las naciones en la sociedad burguesa,
de su independencia estatal, Rosa Luxemburgo lo sustituye por el problema de su autonomía e
independencia económica. Esto es tan inteligente como si alguien, al analizar la reivindicación
programática acerca de la supremacía del Parlamento, es decir, de la asamblea de representantes de
pueblo en un Estado burgués, se pusiera a exponer su convicción, plenamente justa, de que el gran
capital domina en un país burgués, cualquiera sea su régimen”, en Lenin, Vladimir Illich: “El derecho de
las naciones a la autodeterminación”, en Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, 1961, t. XXI, p. 319.
FICHA DEL LIBRO.
La Izquierda y la Guerra de Malvinas - Colección Historia Argentina
Adolfo Gilly, Alan Woods, Alberto Bonnet
Fragmento del prólogo, por Fabián Harari, publicado en El Aromo n° 65, 2012.
La guerra de Malvinas fue el único enfrentamiento armado entre estados en el que intervino la
Argentina durante el siglo XX. El país no participaba en una guerra de ese tipo desde 1865. 1982 fue un
año crítico en nuestra historia. Sus consecuencias, sus secuelas y su imagen se arrastran hasta hoy. Fue
una prueba de fuego para las fuerzas armadas argentinas, pero también para las clases, para las
organizaciones políticas y para la izquierda en particular. El libro que el lector tiene en manos es un
intento de explicar este problema, a saber: ¿cuál fue la actitud de las organizaciones que debían
representar los intereses de la clase obrera argentina? En ese sentido, los tres artículos que
presentamos no se dedican a explicar en detalle el desarrollo de la guerra, sino de analizar la
intervención de las organizaciones revolucionarias ante la coyuntura. Los tres tienen una idea central y
polémica: la izquierda se vio arrastrada por el nacionalismo y eso constituyó su principal debilidad.
Índice
Miseria del nacionalismo. Fabián Harari.
Las Malvinas: una guerra del capital (Adolfo Gilly)
Las Malvinas: el socialismo, la guerra y la cuestión nacional (Alan Woods)
La Guerra de Malvinas, la izquierda y la cuestión nacional (Alberto Bonnet)
Anexo
Sobre los autores
Adolfo Gilly es Doctor en Estudios Latinoamericanos y docente de la UNAM. Entre 1966 y 1972 estuvo
preso por intentar formar parte de la guerrilla guatemalteca. En 1972 comenzó, en México, su militancia
en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. También formó parte del Partido de la Revolución
Democrática y, entre 1997 y 1999, colaboró con el gobierno municipal de Cuhatémoc Cárdenas.
También se acercó al zapatismo y formó parte de varias juntas del EZLN. Alan Woods se licenció en
filología rusa en la Sussex University, en la Universidad de Sofía y de Moscú. Formó parte de la
resistencia antifranquista en España durante los '70. Hasta 1992 formó parte de la corriente The
Militant, hasta que junto a Ted Grant fundaron el partido Socialist Appeal y la Corriente Marxista
Internacional. Alberto Bonnet es Licenciado en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Es autor de
numerosos artículos sobre la política argentina durante la década de 1990 y compiló varios libros sobre
historia reciente y marxismo en Latinoamérica.
Un síntoma recurrente. ¿Es Malvinas una causa nacional?
EL AROMO - El Aromo n° 65 - "¿Hay pique?"
Fabián Harari LAP-CEICS
¿Las Malvinas son argentinas? ¿Hizo bien el trotskismo en apoyar la guerra? Como adelanto del libro La
izquierda y la guerra de Malvinas, de Ediciones ryr, y a 30 años del inicio de la guerra, le proponemos al
lector un balance de lo actuado por la izquierda ayer y hoy.
La guerra de Malvinas fue el único enfrentamiento armado entre estados en el que intervino la
Argentina durante el siglo XX. Desde 1865 que el país no participaba en una guerra de ese tipo. 1982 fue
un año crítico en nuestra historia. Sus consecuencias, sus secuelas y su imagen se arrastran hasta hoy.
Fue una prueba de fuego para las fuerzas armadas argentinas, pero también para las clases, para las
organizaciones políticas y para la izquierda en particular. Como ya sabemos, casi nadie pasó la prueba y
lo que podría haber sido una oportunidad se transformó en un fracaso. Un fracaso de la burguesía
nacional, pero que arrastró a la clase obrera y a las organizaciones revolucionarias, ya que (salvo
honrosas excepciones) los más férreos opositores al régimen militar apoyaron la aventura. Ese arrastre
fue lo que, entre otros motivos, permitió que la convulsión política subsiguiente no alcanzara más que
para un recambio de régimen. Incluso, la salida de esa crisis encontró a la burguesía aún más fortalecida.
La izquierda ante la guerra
La izquierda no pudo hacer frente al nacionalismo y terminó apoyando esta aventura burguesía, aunque
ese acompañamiento haya sido camuflado bajo críticas a Galtieri. El origen del problema fue haber
equiparado a la guerra de Malvinas con una “guerra nacional”. En esta última, el territorio donde vive el
conjunto de la población es invadido y ocupado por alguna potencia (Irak, Afganistán, Palestina) y, por lo
tanto, la gran mayoría, con independencia del origen de clase, se dispone a la lucha armada contra el
ocupante. Quien ha puesto más explícita y honestamente esta confusión es el PTS, quien comparó la
guerra de Malvinas con la primera Guerra del Golfo (1991) y a Galtieri con Sadam Hussein [1].
Efectivamente, el dictador iraquí ocupó Kuwait en una medida distraccionista, pero las semejanzas con
Malvinas terminaron en cuanto EE.UU. atacó a Irak. Allí sí, la clase obrera estaba obligada a intervenir,
no a favor de Hussein, sino en defensa de sus condiciones de vida. No por la Nación en abstracto (o sea,
la nación burguesa), sino por su propia clase. Su victoria (no la de Sadam) hubiera abierto la posibilidad
de establecer un gobierno de trabajadores. Como resulta evidente, y como explicamos, este no fue el
caso de Malvinas. Así y todo, la izquierda llamó a los trabajadores a “armarse”, a “extender la guerra al
continente” o a “sumarse a los soldados”, pero en los hechos nadie tomó siquiera un cuchillo, con lo que
todo resultó un acto de comedia que muchos preferirían olvidar.
Galtieri, el camarada
El PST fue dentro del trotskismo quien mayor apoyo brindó a la dictadura en su contienda. Puede
decirse que fue, en términos nacionalistas, el más consecuente. Para justificar su posición, apeló a una
cita en que Trotsky llama a defender al Brasil “fascista” de Vargas contra Inglaterra. Que haya calificado
así al Estado Novo muestra el grado de desconocimiento que el creador del Ejército Rojo tenía de la
realidad latinoamericana. Trotsky allí brega por el desarrollo en los países oprimidos de la conciencia
“nacional y democrática” lo cual es apoyar, hoy en día, a los Kirchner y en el 1982, a Alfonsín. Asimismo,
contrariamente a lo que señaló el dirigente bolchevique, la victoria de un fascista en Brasil no
favorecería a la clase obrera, sino al régimen fascista en cuestión. En cualquier caso, la cita llama a
apoyar al nacionalismo de algunos países, cualquiera sea su régimen y gobierno, frente a otros más
poderosos, lo que es una concesión gratuita e innecesaria a las burguesías de estos países.
El partido dirigido por Nahuel Moreno sostenía que el conflicto por Malvinas constituía la principal
preocupación del imperialismo yanqui y que allí se estaba decidiendo el futuro del orden mundial. Por lo
tanto, la victoria argentina podría haber desencadenado algo así como la explosión revolucionaria a
nivel planetario. Malvinas no sólo sería una causa nacional, sino una mundial. En consecuencia:
“la acción del gobierno argentino objetivamente cuestiona la inapelabilidad de las instituciones y el
orden jurídico que garantiza la conservación de la explotación y el dominio imperialista del mundo y
reivindica la acción directa contra ese orden” [2].
Para Moreno, la Junta Militar se habría puesto a la cabeza de un movimiento revolucionario y nuestro
Lenin no era otro que Galtieri (que tal vez bebía para eludir su destino). Ahora bien, ¿por qué la Junta
Militar había cambiado su política? Por el propio desarrollo de la lucha de clases, que empujaba hacia la
izquierda:
“[es en] el pueblo argentino, que aterroriza a la dictadura, donde hay que buscar la explicación para esta
progresiva acción antibritánica protagonizada por un gobierno pro-imperialista hasta los tuétanos” [3].
Todo esto puede parecer un disparate, pero es la explicación que brota de la posición más consecuente
con el apoyo a la guerra. Si Malvinas es parte de las reivindicaciones de la clase obrera, entonces Galtieri
representa, aunque más no sea parcialmente, esos intereses. Si lo que estaba en juego en el Atlántico
Sur era el dominio del imperialismo, entonces se debe aceptar la centralidad de Malvinas en la política
mundial. El PST llamó incluso a combatir “junto a los soldados argentinos”. Es decir, aceptando la
dirección de Galtieri.
El armamento obrero
Política Obrera (PO), por su parte, no tenía una posición tomada sobre Malvinas y fue tratando de
acomodarse a los hechos, en lugar de anticiparlos. Las consignas lanzadas en ese entonces
demostraban, además de un anclaje en el nacionalismo, una dirigencia política aún en formación,
todavía poco preparada para tomar responsabilidades de conducción nacional. Las caracterizaciones, las
previsiones y las consignas expusieron a la organización a una serie de errores que tal vez deberían
revisar.
En un principio, PO afirmó que la opresión nacional es económica y no territorial. Por lo tanto, la
ocupación no sería un acto antimperialista. Puede deducirse que, según el PO, aun en manos del
gobierno argentino, las Malvinas (al igual que el resto del país) seguirían bajo control imperial. Pero, a
renglón seguido, se indica que la ocupación inglesa de las islas sí es parte de esa opresión nacional. Por
lo tanto, siguiendo este segundo postulado, su liberación sí sería un acto de liberación, es decir,
antiimperialista. Por lo tanto, la opresión también sería territorial. Se trata de un escrito bastante
ambiguo como para permitirle rechazar o apoyar la guerra según la dirección del viento. Lo cierto es que
no parece que hayan tenido una idea clara sobre qué lugar ocupa Malvinas en la agenda de la revolución
argentina.
Luego de la ocupación argentina del 2 de abril, PO denunció el hecho como una maniobra
“distraccionista” de la dictadura. No obstante, a partir del hundimiento del Belgrano y la ofensiva inglesa
declararon “guerra a muerte al imperialismo”. Si la ocupación era un intento de desviar la atención a la
crisis, no se comprende por qué la guerra no [4].
El título de su artículo expresa una contradicción: dice que para luchar con el imperialismo no hay que
dar “ningún apoyo a la dictadura”. Sin embargo, si se va a combatir a un enemigo común, algún grado de
apoyo a quien comparte el campo militar debe existir. Si se va a privilegiar la guerra contra el Estado
británico, no puede enfrentarse directamente a quien, por el momento, dirige las acciones contra el
enemigo principal. O se combate a Gran Bretaña o se llama a no dar ningún apoyo a la dictadura.
Las previsiones políticas de PO sobre los acontecimientos se revelaron desacertadas. Predijo que la
dictadura iba a capitular en la etapa de las mediaciones, entregando los territorios, lo que no ocurrió
(hubo una guerra). El gobierno tuvo varias oportunidades para hacerlo e incluso Galtieri estuvo a punto
de sellar un acuerdo, pero la Marina estaba decidida, mucho más después de la movilización del 10 de
abril. PO no contaba con las internas militares. Como dijimos, Anaya consintió que la presidencia fuera
ocupada por un hombre del ejército sólo a cambio de la ocupación de Malvinas. Que la preparación fue
mala, que la guerra era un horizonte lejano, es otro problema.
Tampoco se reveló correcta la idea de que una guerra iba a llevar al gobierno a romper el frente con el
gran capital. Las grandes empresas argentinas apoyaron la iniciativa. No hubo ninguna ruptura. Las
empresas extranjeras siguieron operando normalmente. Ninguna empresa realizó ningún sabotaje. De
hecho, una parte del gobierno estadounidense apoyaba la posición argentina (la representante ante la
ONU Jeanne Kirkpatrick y el senador ultraderechista Jesse Helms). Como es público ahora (pero se sabía
en ese entonces) EE.UU. había autorizado a la Junta la compra de armas vía Israel. Por ello, la consigna
de expropiar al capital extranjero que estuviese conspirando contra la economía (que en ese entonces
era capitalista) conducía a expropiar a muy pocos. No obstante, aun aceptando alguna expropiación, se
dejaba indemne a todo el capital nacional y a todo capital extranjero no vinculado con la guerra.
Las consignas que lanzó PO fueron, una vez desatada la guerra, la formación de un Frente Único
Antiimperialista, la “guerra a muerte” extendida al continente y el armamento de los trabajadores, la
expropiación de todo capital extranjero que esté “saboteando” o “especulando” contra la economía
nacional (es decir, de nadie) y, por último, la satisfacción de las demandas de los sindicatos y de los
movimientos de Derechos Humanos.
Esta última consigna ponía en la dirección del movimiento a la CGT Brasil y Azopardo y a Madres de
Plaza de Mayo. Por lo tanto, PO se ponía a disposición de un programa burgués. Más aún: las dos CGTs
apoyaron la conducción de la dictadura en la guerra y declararon una “tregua”. Por lo tanto, la dictadura
ya estaba dando satisfacción a sus demandas. Por su parte, Madres se opuso a la guerra.
Los llamamientos de “guerra a muerte”, “extender la guerra al continente” y de “llamar a los
trabajadores a armarse” parece más bien un llamado para aparentar una ánimo beligerante que no
existía y ante la cual no se mostró voluntad de consecuencia. Aunque equivocada, una conducción más
decidida no hubiese esperado a nadie, hubiese armado ella misma a los obreros. Si juzgaba que la
relación de fuerzas no era favorable para semejante aventura, ¿para qué lanzó esa consigna? Si la lanzó
¿por qué no la implementó? Montoneros, en ese sentido, pudo haber actuado en forma más
disparatada, pero no se puede negar que lo hizo en forma más decidida.
Como dijimos, una dirección más consecuente, hubiese puesto las manos en el asunto. Pero una más
responsable no hubiese llamado a armarse a nadie en 1982, pleno contexto contrarrevolucionario. La
clase obrera estaba recién despertando de la grave derrota y se preparaba, antes que una crisis
revolucionaria, un cambio de régimen, un camino hacia la plena hegemonía.
El apoyo a la guerra y el armamento obrero en el continente fueron consignas poco meditadas, lanzadas
en el apuro de los sucesos, cuyas terribles consecuencias nunca se llegaron a comprobar por la sencilla
razón de que la dirección no las llevó a cabo. Tal vez, porque ella intuía que se había equivocado. Si este
fue el caso, hubiese correspondido (y corresponde hoy) una autocrítica. No para ser objeto de sanciones
ni para satisfacer apetitos de superioridad de nadie. No se trata de eso. Se trata del necesario desarrollo
del programa, que implica la discusión profunda y honesta de los principales problemas del país. Sin
programa, no hay partido posible.
La cuestión nacional en Argentina [5]
El hecho de que en 1982 la burguesía pudiera cabalgar la crisis y conducirla hacia el masivo apoyo de las
masas al dominio del capital (en eso consiste la democracia burguesa) se explica por más de una
variable. Una de ellas es la desacertada intervención de la izquierda, que apoyó la invasión a Malvinas.
No es la única, claro. Uno podría preguntarse si, con una clase obrera saliendo de su peor derrota
histórica, una política correcta hubiese bastado. El caso es que nunca podremos saberlo, justamente
porque esa política no emergió. Peor aún, en caso de que Argentina hubiese ganado, se habría
perpetuado un régimen de persecución a la clase obrera y a sus organizaciones (izquierda incluida), se
habría profundizado la contrarrevolución en el continente y la guerra habría avanzado sobre Chile (ese
era el plan original).
La oposición a la invasión y a la guerra hubiera puesto a la izquierda en un sitio ciertamente impopular,
pero sólo hasta el 15 de junio. Luego de esa fecha, hubiese cosechado importantes adhesiones y una
autoridad política que no podía exhibir ninguno de los integrantes de la Multipartidaria. Pero, por sobre
todo, hubiese comenzado a educar a los trabajadores en el rechazo al nacionalismo, ideología por la cual
la burguesía logra soldar sus alianzas con la clase obrera.
Evidentemente, hay algo en el programa de la izquierda argentina que no está bien. El nacionalismo se
expresa, en cada uno de hechos de esta característica, en síntomas recurrentes. Hay un problema que
excede la apreciación coyuntural sobre la guerra. Un problema que se encuentra en la mirada con que
se examinó el conflicto. Un aspecto del programa que arrastra a sucesivos errores: la cuestión nacional.
La izquierda, en su conjunto, sostiene que la Argentina no ha completado sus tareas nacionales y, entre
los obstáculos para alcanzarlas, se halla la opresión del imperialismo (norteamericano, pero también
inglés, francés y japonés, que conforman un bloque). Entre esos obstáculos, se encontraría la ocupación
colonial de Malvinas. Por lo tanto, la invasión del archipiélago constituiría parte de las tareas
democrático burguesas por las que el país debería transitar para su liberación. Hay aquí tres errores: de
apreciación histórica, de conocimiento de la historia argentina y del peso de las Malvinas en la
estructuración nacional de la Argentina.
En primer lugar, debe comprenderse qué se entiende por “cuestión nacional”. En realidad, desgajado de
las particularidades, la cuestión nacional es la realización de las tareas que requiere la revolución
burguesa. Es decir, la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación
económica y mercantil en una economía plenamente capitalista. Nada más. Los grandes clásicos
marxistas escribieron en momentos en que estas tareas estaban llevándose a cabo en el mundo. Marx y
Engels vivieron el período en que estos problemas se presentaban en toda Europa, con la excepción de
Inglaterra. Lenin, en cambio, fue testigo del mismo proceso en Asia y Europa Oriental. Por ello, no es
extraño que intentaran reflexionar sobre la cuestión y, en ciertos casos, apoyaran los movimientos
burgueses que luchaban contra la reacción feudal (como fue el caso de Polonia). Lenin fue muy claro en
su polémica con Rosa Luxemburgo: el derecho a la autodeterminación nacional culmina en la creación
del Estado nacional o, lo que es lo mismo, en el dominio del capitalismo y la burguesía nacional en ese
territorio. La radicación de capitales extranjeros y la competencia es parte de la dinámica económica
capitalista [6].
La Argentina logró completar su revolución burguesa en el período que media entre 1860 y 1880. Logró
constituir un Estado nacional, la unificación económica, un mercado capitalista y barrer con los restos de
relaciones precapitalistas. En el camino, ha perdido y ganado territorio, como cualquier estado
(Alemania y Francia mantienen una disputa con la región de Lorena y Alsacia y a nadie se le ocurre
afirmar que no han completado sus tareas nacionales). En definitiva, la Argentina ha completado sus
tareas nacionales y no tiene ninguna cuestión democrático burguesa por resolver. Entonces, la
Argentina no es un país colonial ni semicolonial (si existiese algo así). Hasta que la izquierda no
modifique este punto de su programa, va a seguir enlazada de una forma u otra, a la ideología burguesa.
La afirmación que en cualquier guerra que enfrente a una nación con una economía de mayor tamaño
contra una de menor, hay que apoyar a esta última olvida no sólo la primacía del antagonismo de clase
por sobre el nacional, sino que incluso la propia historia bolchevique. Para oponerse al binomio
dictadura-democracia, propio de la ideología burguesa más simplona, se acude a la oposición entre
naciones, que no es menos burguesa ni menos simplona. En la guerra Ruso-japonesa de 1904, el partido
bolchevique se opuso a apoyar el combate del país “semicolonial” (Rusia) contra el “imperialismo”
japonés y llamó al derrotismo. La derrota militar del ejército ruso abrió un proceso revolucionario.
Malvinas, más allá de la propiedad jurídica, no es una cuestión nacional: no se juega el destino de
nuestra economía ni el futuro del proletariado en esas islas. No solamente eso, no es una cuestión
nacional porque la Argentina no tiene ninguna cuestión de ese tipo. Ahora bien, vamos a una pregunta
crucial: más allá de eso, ¿las Malvinas son o deberían ser argentinas? En un sentido estrictamente del
Derecho, la respuesta es antipática: no, son de los isleños. La Argentina perdió ese territorio (hoy día sin
importancia alguna) hace de 170 años, en 1833. Incluso, Rosas se lo quiso vender a los ingleses. Cinco
años antes, en 1828, una provincia argentina, la Banda Oriental, se transformaba en una república
independiente, guerra e intervención inglesa mediante. Con el criterio que se reclaman las Malvinas
habría que reclamar también la anexión de Uruguay, EE.UU. debería devolver Texas y California a
México (un saqueo saludado por Engels) y habría que hacer lugar al reclamo sionista, ya que los judíos
fueron expulsados de Palestina hace miles de años.
Sin embargo, la pregunta merece una respuesta más adecuada: las fronteras no están determinadas por
la naturaleza ni por la gracia divina, sino por las relaciones entre las clases. Para decirlo más
científicamente: no son ahistóricas, están sometidas a los avatares de la lucha de clases y sólo desde ese
punto de vista deben analizarse. En sentido estricto, la Argentina tampoco es nuestra, es de la
burguesía. Por lo tanto, aunque Cristina plante la bandera en Puerto Stanley, ese archipiélago seguirá
siendo de otros. Los países no pertenecen a la gente, sino a las clases. Cuando recuperemos el nuestro
para nosotros, será momento de decidir qué hacer con ese pedazo de tierra pequeño y lejano. Bajo esa
lógica que hay que abordar la cuestión Malvinas: ¿cuál es el interés del proletariado argentino en las
islas? ¿Cuál es el obstáculo que pone a la revolución socialista el dominio inglés en las Malvinas? Esas
son las preguntas que la izquierda debe responder. El resto es caer y hacer caer al proletariado en
manos del enemigo. Un error persistente que se revela como un síntoma que aflora en forma
recurrente. La expresión de un problema en el programa: el nacionalismo en el seno del marxismo.
Notas
[1] Véase La Verdad Obrera, nº 462.
[2] “La guerra de las Malvinas. En la primera fila del combate contra el imperialismo inglés”, Panorama
Internacional, año VI, n° 20, mayo de 1982, en Apéndice del libro La izquierda y la guerra de Malvinas,
Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012.
[3] Ídem.
[4] Para las posiciones de Política Obrera, véase “Malvinas: para luchar contra el imperialismo, ningún
apoyo a la dictadura”, en Apéndice del libro La izquierda y la guerra de Malvinas, op. cit.
[5] Sobre la base del prólogo a La izquierda y la guerra de Malvinas, op. cit.
[6] “No solo los pequeños estados, sino también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el sentido
económico, del poderío del capital financiero imperialista de los países burgueses “ricos”. No solo los
diminutos estados balcánicos, sino también América en el siglo XIX fueron, económicamente, colonia de
Europa, según lo señaló Marx en El Capital. Todo esto, por supuesto lo sabe muy bien Kautsky, como
cualquier marxista, pero ello no tiene nada que ver con el problema de los movimientos nacionales y del
Estado Nacional. El problema de la autodeterminación política de las naciones en la sociedad burguesa,
de su independencia estatal, Rosa Luxemburgo lo sustituye por el problema de su autonomía e
independencia económica. Esto es tan inteligente como si alguien, al analizar la reivindicación
programática acerca de la supremacía del Parlamento, es decir, de la asamblea de representantes de
pueblo en un Estado burgués, se pusiera a exponer su convicción, plenamente justa, de que el gran
capital domina en un país burgués, cualquiera sea su régimen.”, en Lenin, Vladimir Illich: “El derecho de
las naciones a la autodeterminación”, en Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, 1961, t. XXI, p. 319.
¿Una causa nacional? Las Malvinas, desde 1810 hasta el siglo
XX
EL AROMO - El Aromo n° 67 - "Fuimos"
Mariano Schlez
GIRM-CEICS
En el número anterior de El Aromo planteamos una crítica a la metodología del PO para conocer la
Historia Argentina. El PO ha decidido no responder. No importa, el problema sigue siendo grave. Aquí,
explicamos por qué las Malvinas nunca constituyeron una cuestión de peso para la Argentina.
El PO, como el conjunto del trotskismo argentino, considera que nuestro país es una “semi-colonia”
(yanqui, inglesa o China, no viene al caso). En ese esquema, la posesión británica de las Islas Malvinas es
analizada como una de las tareas pendientes que posee la burguesía argentina para librarse del “yugo
imperialista”. En su afán por esconder todo lo que vaya en contra de la “legítima” soberanía sobre las
Malvinas, quien redacta la posición histórica del PO, Alejandro Guerrero, olvida (o desconoce) uno de los
datos fundamentales de toda la cuestión: luego de la Revolución de Mayo, las islas fueron abandonadas
por más de una década.
Ya hemos visto que no implicaban una prioridad para los españoles. Estaban habitadas por una pequeña
dotación que debía soportar las penurias de vivir en un paraje hostil [1]. Tan es así que su máxima
autoridad solicitó abandonar las Malvinas “para evitar que la gente que allí se hallaba muriese de
hambre” [2]. Teniendo en cuenta la necesidad de reagrupar fuerzas, para enfrentar a la Revolución
porteña, el gobernador Vigodet ordenó el desalojo de las islas en 1811. Fue así como regresaron a
Montevideo los 46 hombres que componían la dotación, junto con el armamento y la documentación.
Antes de partir dejaron una placa, similar a la plantada por los ingleses 26 años antes, que sentenciaba
que las islas pertenecían a la “soberanía del Sr. Don Fernando VII, Rey de España y sus Indias”.
Pero no sólo los españoles descuidaron las Malvinas. Luego de este abandono, esos pequeños pedazos
de tierra permanecieron desiertos durante más de una década. Recién en 1820, los porteños declararon
su intención de soberanía, enviando a un coronel norteamericano (sí, leyó bien) a plantar la bandera del
nuevo Estado. Sin embargo, este viaje (literalmente, un saludo a la bandera), partió sin dejar
autoridades constituidas. Solo cuando el peligro de la contrarrevolución feudal ya estaba lejos, en 1823,
el gobierno de Buenos Aires “tercerizó” la colonización de las islas, otorgándole a un criollo y un
hamburgués los derechos de explotación económica y la autoridad política de las islas (Jorge Pacheco y
Luis Vernet). Ambos fundaron una colonia, conformada por quince ingleses, veintitrés alemanes y unos
pocos peones, todos empleados del proyecto de Vernet.
¿Por qué los revolucionarios tuvieron semejante actitud con un territorio que hoy algunos consideran
como clave para el desarrollo nacional? Porque el triunfo de la Revolución y la constitución de un Estado
burgués no dependía de la conquista de unas islas perdidas en el Atlántico. Incluso, luego de aniquilar al
ejército español en América, la burguesía agraria privilegió aquellas tareas de las que dependía la
constitución de una Nación su medida: la conquista del “desierto”, que estuvo férreamente controlada y
dirigida por el Estado (Martín Rodríguez, Rosas y Roca) y no fue “tercerizada”, como la colonización
malvinense. Todo esto da cuenta de que la conformación de la nación argentina no tuvo relación alguna
con lo que ocurría en las Islas.
La “invasión” inglesa
Las cosas no cambiaron mucho luego de la “invasión” inglesa a las islas. En resumidas cuentas, Vernet
quiso defender su negocio frente al avance de sus competidores norteamericanos. Para hacerlo, no tuvo
mejor idea que apresar tres buques y partir a Buenos Aires para realizar el proceso debido. A partir de
ese hecho, los norteamericanos se pusieron en contacto con los ingleses para denunciar la situación y
atacaron las islas, declarándolas libres de todo gobierno. El gobierno porteño, enterado de los sucesos
en febrero de 1832, elevó una protesta a Estados Unidos, exigiendo una reparación que nunca llegó.
Lo que vino después no fue más auspicioso. Vernet fue reemplazado como gobernador por el Mayor
Esteban Francisco Mestivier. Su gobierno duró poco: fue asesinado en las islas por un motín de su propia
tropa. Mientras se intentaba contener el estado de insubordinación reinante, en enero de 1833 llegó a
las islas la corbeta inglesa “Clío”, bajo las órdenes del Capitán J. J. Onslow. Al entablar contacto, los
ingleses intimaron a los porteños a arriar el pabellón argentino y evacuar las islas. El oficial a cargo
probablemente no haya intentado resistir, no sólo por la situación particular que atravesaba la colonia,
sino también porque buena parte de su tropa era, en su mayoría, inglesa. Para colmo de los
nacionalistas, su segundo de a bordo era el teniente norteamericano Elliot.
Como resultado, los ingleses desembarcaron el 3 de enero de 1833 y, sin ningún tipo de resistencia,
izaron el pabellón británico y arriaron el de Buenos Aires, devolviéndolo pulcramente doblado. El 5 de
enero, junto a unos pocos habitantes, los “argentinos” abandonaron las islas para no volver.
Básicamente, la población que quedó fue la misma que acompañó la experiencia de Luis Vernet. Antes
de partir, el jefe porteño depositó en un hombre cercano a Vernet, el francés Juan Simón, el cargo de
Comandante político y militar. Aunque fue un nombramiento puramente nominal, los ingleses tampoco
impusieron un gobierno externo, dejando a cargo a otro hombre cercano a Vernet, el escocés Guillermo
Dickson.
Una vez más, las islas quedaron sin defensa durante todo 1833, dado que la “Clío” regresó a Inglaterra el
14 de enero, y su reemplazante, la (mucho más pequeña) “Tyne” hizo lo propio unos días después. En
ese interregno, el gobierno de Buenos Aires nada hizo por recuperar el control de las Malvinas. De
hecho, la ausencia de una hegemonía política clara provocó nuevos enfrentamientos internos en las
islas: dos gauchos y cinco indios charrúas, comandados por Antonio Rivero, asesinaron a algunos de los
hombres cercanos a Vernet, incluidos los dos “gobernadores” (el porteño y el inglés), Simón y Dickson.
La mayoría de los colonos se trasladó a un islote cercano para refugiarse, desde donde pidieron auxilio.
Quien acudió para resolver la situación fue un buque inglés que logró rendir a Rivero y su grupo.
Me importa mucho… poquito… nada
Lo único que hizo el gobierno de Buenos Aires fue protestar, por medio de su representante en Londres,
Manuel Moreno, en cuatro oportunidades (1833, 1834, 1841 y 1842). Luego de esto, los reclamos
argentinos por la cuestión de las islas son escasos e irregulares. Recién a mediados del siglo XX el tema
volverá, lentamente, a convertirse parte de la agenda política nacional. Y sólo la dictadura de 1976 y el
kirchnerismo elevarán a las Malvinas a cuestión de primer orden para la Nación.
El “desinterés” se expresa en que hasta el máximo héroe del panteón nacionalista, Juan Manuel de
Rosas, le quiso vender las Malvinas a los ingleses: Manuel Moreno había sido enviado a Londres y, entre
sus instrucciones, figuraba la orden de explorar la posibilidad de ceder los derechos argentinos sobre las
Malvinas, a cambio de la cancelación de la deuda remanente del préstamo de 1824 (Baring Brothers)
[3].
Salvo un breve incidente durante la presidencia de Mitre (en relación a la llegada de colonos galeses a la
Patagonia), la Argentina no volvió a protestar por las Malvinas hasta que su hegemonía estuvo
completada. Entre 1884 y 1888, durante la presidencia de Roca, la burguesía argentina intentó resolver
la cuestión a través de un arbitraje internacional, lo que Inglaterra no aceptó. Luego se presentaron
cruces esporádicos, hacia 1910. Pero aunque la cuestión merece un estudio más pormenorizado, no
parece errada una conclusión ya esbozada por la historiografía: las protestas argentinas por Malvinas
crecieron a medida que la presencia económica británica en el país descendía.
Contrariamente a sus deseos, como ya hemos señalado, las islas no representaron ni representan un
obstáculo para la existencia y el desarrollo de la Argentina capitalista. Sin embargo, el grueso de la
izquierda argentina en todas sus variantes (trotskistas, estalinistas, maoístas y guevaristas) confunde
una excusa burguesa para manipular a los obreros con una cuestión nacional. En el caso del PO, la
debilidad teórica de su dirección y el profundo desprecio que tiene por el trabajo intelectual, redunda
en un empirismo que, en forma recurrente, lo pone al borde de una política nacionalista. Aún en lo que,
fenoménicamente, aparece como la más palmaria prueba del “subdesarrollo nacional”, la cuestión
Malvinas, un análisis algo más serio prueba que estamos frente a una nueva maniobra ideológica de la
burguesía por encolumnar detrás de sí al proletariado.
NOTAS
[1] Schlez, Mariano: “¿Es el conocimiento reaccionario? Las Malvinas en la historia argentina, según el
Partido Obrero”, en El Aromo, N° 66, Mayo-Junio de 2012.
[2] De Marco, Miguel Ángel: La historia contemplada desde el río. Presencia naval española en el Plata,
1776-1900, Librería Histórica, Bs. As., 2007, p. 128.
[3] Lynch, John: Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986.
[4] Goodwin, Paul B. Jr.: "Stamps and Sovereignty in the South Atlantic", en The American Philatelist,
enero de 1988, pp. 40-46.
Socialismo o liberación nacional. Una respuesta al PTS sobre el
caso Malvinas
EL AROMO - El Aromo n° 66 - "Nacional y patronal"
Fabián Harari
Laboratorio de Análisis Político-CEICS
¿Leyó nuestra posición sobre Malvinas? Pues bien, a partir de lo que hemos escrito, se ha desatado toda
una serie de polémicas. Aquí, le respondemos a los compañeros del PTS. El nacionalismo, el
imperialismo y la Revolución de Mayo son los problemas a debatir.
Nuestra posición sobre la cuestión Malvinas, explicada en varios lugares, ha desatado una serie de
críticas que van desde el kirchnerismo al PTS. Todas, sin embargo, tienen una matriz común: la defensa
del nacionalismo. Vamos a privilegiar la respuesta al PTS, porque expresa en forma más transparente los
vínculos entre el llamado “antiimperialismo” y el programa burgués [1]. Por razones de espacio, nos
concentraremos en el núcleo duro de la posición de los compañeros: la opresión imperialista.
Volver a 1810...
Gran parte de las ideas que sustentan el programa del PTS, y del trotskismo en general, se basan en una
determinada evaluación de la revolución burguesa en el país. Según esta corriente, aquella no se habría
completado y, por lo tanto, quedan sus tareas aún pendientes. Ante todo, es necesario ponerse de
acuerdo a qué nos referimos con “tareas burguesas”. Los compañeros deciden realizar una distinción
entre autodeterminación nacional y revolución burguesa. Para eso citan a Lenin. Pues bien, en ningún
momento nosotros reducimos la revolución burguesa a la secesión política. Como ya explicamos más de
una vez (y los compañeros harían bien en leer nuestros libros) la revolución es un proceso que no
culmina con la independencia, sino que se extiende en el siglo XIX y se cierra hacia 1880, ya que abarca
las tareas de unificación nacional, unificación económica, extensión del capital y eliminación de
relaciones precapitalistas.
La burguesía, para consolidar su dominio requiere, tal como explicamos, “la constitución de un Estado
nacional, la hegemonía burguesa y la unificación económica y mercantil en una economía plenamente
capitalista” [2]. Es decir, el dominio político sobre el resto de las clases y la instauración plena del
sistema social que esa clase porta. Para los compañeros, en cambio, la revolución implica “mucho más”.
Sin embargo, cuando enumeran los objetivos, reiteran, salvo por un elemento, la misma idea:
“el pleno desarrollo del capitalismo en el campo, la eliminación de los resabios pre-capitalistas, los
privilegios, el desarrollo industrial, la plena independencia no sólo formal (como un estado sólo
formalmente independiente, como las ex-colonias latinoamericanas) sino real de todos los lazos
económicos y políticos que ponían trabas al desarrollo económico independiente de la nación”
En ese último elemento podemos ver la causa de la confusión: los “lazos económicos y políticos” que
trabarían el desarrollo capitalista. El PTS cree que antes que el socialismo, la tarea del momento es
liberar a la Argentina de las trabas que impiden la acumulación de capital nacional. Es decir, hay que
darle un impulso a los patrones argentinos, aunque ellos sean lo suficientemente cobardes para dar el
primer paso.
Si se detuvieran a estudiar la historia argentina, antes que recitar el Programa de Transición, podrían
apreciar que la Revolución de Mayo barrió al Estado feudal que garantizaba la dominación colonial y la
transferencia de valor por la vía extraeconómica. En todo caso, todavía estamos esperando que nos
demuestren ese “lazo” en términos empíricos. Dicho en forma prosaica: deben mostrar alguna prueba
tangible.
El reclamo de “independencia económica” es una consigna histórica del peronismo. Es la estrategia de
los capitales más chicos y expresa una utopía burguesa liberal. ¿Qué significa, en concreto, esa
reivindicación? Ningún desarrollo es independiente, por la sencilla razón de que, bajo el capitalismo, las
relaciones sociales se desenvuelven dentro de un mercado mundial, donde rige la competencia. En ese
contexto, los capitales más chicos (como los argentinos) tienen más dificultades para reproducirse y
tienden a ceder plusvalía. Pero también, ese mercado mundial permite a la burguesía argentina hacerse
con una masa de renta agraria, que pagan los países centrales (quienes, según el PTS, perderían
“independencia”). En realidad, lo que se oculta detrás de esta idea es lisa y llanamente el
proteccionismo para la industria nacional, la única forma de que burgueses menos competitivos puedan
atenuar, o incluso suspender por un tiempo, los efectos de la competencia. Claro que eso no es gratuito:
lo tiene que soportar la clase obrera, ya sea pagando más caros los artículos nacionales, cediendo sus
impuestos para subsidios o viendo cómo se usa la renta y/o la plusvalía generada por ella para
subvencionar a sus patrones. El programa de “independencia económica” es el que ha sostenido
históricamente la Unión Industrial Argentina y, con más vehemencia actualmente, la CGE y la CGRA.
Decimos que es una utopía liberal, porque supone individuos atomizados que se relacionan sólo
comercialmente en el marco de la llamada “competencia perfecta”. En esa trama, cada agente
económico puede desarrollarse independientemente del otro y sólo parece depender de sí mismo, salvo
que alguien interfiera. Ese “alguien” puede ser el Estado (para la derecha) o el “imperialismo” (para el
nacionalismo).
Lo que se oculta, detrás de esto, es la hipótesis de que sólo puede señalarse a una revolución burguesa
triunfante allí donde el proceso dio lugar a la formación de una gran potencia. Si esto fuese realmente
así, la única burguesía realmente revolucionaria habría sido la inglesa y, luego, la yanqui. Incluso, la
alemana (tan denostada por Marx) se habría comportado más valientemente que la francesa, visto el
tamaño y la incidencia de una y otra economía. Esto es porque confunden la tarea revolucionaria de
instaurar un nuevo sistema con el tamaño que tiene una determinada economía. Le atribuyen a la
política la capacidad para revertir cualquier determinación material. No dejamos de ser potencia porque
Saavedra fue menos arrojado o menos burgués que Washington, sino porque los puntos de partida eran
diferentes. Por ejemplo (y ya lo explicamos varias veces), para 1776, en las 13 colonias vivían 3 millones
de habitantes comunicados por la vía marítima, mientras, en todo el Virreinato (incluyendo el Alto Perú,
Paraguay y la Banda Oriental), en 1778, vivían 220.000 personas desperdigadas en un territorio con
pocas vías de comunicación. Lo mismo vale para hoy día: la revolución socialista no va a transformar a la
Argentina en ninguna gran potencia. El verdadero salto requiere de la revolución mundial.
El enemigo principal
El PTS ha confesado su programa: “El principal obstáculo a la revolución socialista en Argentina es el
imperialismo en general”. En cambio, la burguesía nacional es una clase “semi-oprimida”. Más allá de
que no se comprende qué significa “semi” (si hay opresión, más allá del grado, es una clase oprimida), la
conclusión es clara: el enfrentamiento central no debe ser con la burguesía nacional, ni siquiera con la
burguesía de Brasil o Chile, sino con los capitales de los países centrales. Si el enemigo no es la burguesía
en general, sino el “imperialismo” en particular, el PTS debiera abstenerse de apoyar las huelgas a
empresarios nacionales, ya que esas acciones los debilitan frente a la competencia “imperialista” y, por
lo tanto, desarrolla contradicciones secundarias (de clase) en detrimento de las principales (nacionales).
Con ese criterio, tampoco tendría que apoyar acciones sindicales contra empresas brasileñas o
chilenas.
¿Cómo describe la “opresión imperialista” el PTS? Mediante tres mecanismos: la remisión de ganancias
al exterior de las empresas extranjeras, la deuda externa y las reglas comerciales. Sobre el primero, no
hay mucho para decir: se trata de un mecanismo por el cual los capitales fluyen hacia destinos más
rentables. Pero esa “fuga” no es un comportamiento exclusivo del capital “imperialista”, sino de
cualquier capital local, incluso la pequeño burguesía suele utilizar el mecanismo de colocar sus ahorros
en bancos extranjeros. No hay opresión, son las leyes del capital.
Con respecto a la deuda externa, ya lo explicamos: se trata de un mecanismo de compensación ante la
menor productividad con la que se opera en la Argentina. Es decir, lejos de ser un mecanismo de
opresión, es una forma por la cual la burguesía nacional logra sobrevivir (a costa de la clase obrera
argentina y extranjera). Con respecto a las reglas comerciales, cada Estado tiene el peso mundial que su
economía le permite y no al revés. No hay ninguna regla comercial que pueda explicar el poco desarrollo
del capital nacional en la mayoría de las ramas, así como la preponderancia argentina en el agro o en
tubos sin costura no se explica por la voluntad política.
El punto máximo de concesiones al programa burgués aparece en su defensa del parlamentarismo. El
PTS nos pregunta: “¿Para RyR es ‘normal’ que, desde un punto de vista puramente burgués, el
presupuesto argentino se discuta verdaderamente no en el Congreso, sino en el FMI o el Club de París?”.
Sí, es normal que en un Estado burgués, los problemas fundamentales se discutan en los organismos de
la burguesía. Lo contrario es creer que el Congreso representa a “todos los argentinos” y, por lo tanto,
debieran escuchar a todas las clases por igual.
Ahora bien, si con ello el PTS se refiere a que el Congreso es un simple despacho del “imperialismo” en
el cual la burguesía nacional nada tiene para decir, también se equivocan. En primer lugar, las decisiones
del Congreso se dan en el marco de una serie de disputas entre las diferentes capas y fracciones de la
burguesía. Estas divisiones son más importantes, a la hora de negociar beneficios, que la nacionalidad.
La burguesía agraria (nacional y extranjera) pide la baja de las retenciones. La burguesía industrial
(nacional y extranjera) pide subsidios. A su vez, las empresas más grandes enfrentan a las chicas.
Cuando una burguesía se encuentra debilitada y necesita créditos, es lógico que el FMI comience su
intromisión. Con ese criterio, Italia y España serían países semicoloniales, porque su política está dictada
por el Banco Central Europeo. Sólo EE.UU. y Alemania escaparían de esta caracterización. Inversamente,
desde el 2002 hasta el 2005, la Argentina se encontraba en default y, por lo tanto, el FMI no auditó las
cuentas. Hasta 2010, el FMI no pudo enviar funcionarios a evaluar el curso de la economía local. Ese
año, se permitió que una delegación ingresara para fiscalizar los índices de precios. Como sabemos, la
adulteración de estos datos permite al país pagar menos deuda. A pesar de las críticas, hasta ahora nada
cambió. Por lo tanto, puede decirse que el kirchnerismo cumplió con los anhelos nacionales de los
compañeros.
En definitiva, el PTS reproduce, en forma más cruda (y por ello más sincera), los problemas del
trotskismo argentino para delimitarse del programa de liberación nacional, levantado por FORJA,
Montoneros y, en la actualidad, por Pino Solanas o Patria Libre. Se trata, en última instancia, de la
defensa de capitales más ineficientes, que pugnan (ellos sí) por privilegios políticos que tenemos que
pagar todos. Y es tan o más preocupante que todo esto se sostenga sin ninguna evidencia que lo
respalde.
Notas:
[1] Las críticas del PTS pueden consultarse en http://www.ips.org.ar/?p=4999 y
http://www.ips.org.ar/?p=4905.
[2] En nuestro prólogo a La izquierda y Malvinas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012, p. 18.
¿El conocimiento es reaccionario? Las Malvinas en la historia
argentina, según el Partido Obrero
EL AROMO - El Aromo n° 66 - "Nacional y patronal"
Mariano Schlez
GIRM-CEICS
El Partido Obrero publicó una historia de las Malvinas en sucesivas entregas. Fiel a su tradición, la
dirección del partido se dedica a escribir sobre lo que no sabe y no quiere saber. En este primer artículo,
le mostramos el resultado de la improvisación. Preste atención, no va a querer perderse esta sucesión
de bloopers...
Luego de que marcáramos los gruesos errores en que incurrió un Cristian Rath devenido en historiador,
el Partido Obrero decidió cambiar de aficionado y encargó al periodista Alejandro Guerrero una historia
de las Malvinas, que apareció en entregas de Prensa Obrera. En este caso, se busca justificar una
posición nacionalista. Otra vez, tenemos que llamar la atención no sólo acerca de su mirada burguesa
del asunto, sino sobre el poco cuidado y la preocupante ignorancia a la hora de abordar el problema.
El “descubrimiento” y la “colonización”
A diferencia de lo ocurrido con el continente americano, las Islas Malvinas estaban completamente
deshabitadas. Lo que resulta llamativo en Guerrero es que sostiene que las islas fueron descubiertas en
1540, por los españoles. Pues bien, parece que ha resuelto una cuestión que nadie había logrado
dilucidar. Es una verdadera pena que el breve artículo de la Prensa Obrera no justifique por qué ya no
debemos debatir si el hecho fue autoría de españoles (Américo Vespucio en 1501, Magallanes en 1520,
Alonso de Camargo en 1540), ingleses (John Davis en 1592, Richard Hawkins en 1594) u holandeses
(Sebald de Weert en 1600). Sobre todo, sería interesante saber por qué Guerrero cree que la hipótesis
española es más sustentable que la holandesa, dado que sólo Sebald de Weert dejó pruebas que
comprueban que avistó las Malvinas (de allí su primer nombre, las “Sebaldes”). Uno sospecha, en
realidad, que el periodista no se detuvo en estos debates y que copió lo primero que encontró.
A lo largo del siglo XVII, marinos holandeses, ingleses y franceses dejaron rastros de avistaje y
desembarco en las islas. De ellos, provienen los dos nombres que actualmente se encuentran en
disputa. Aunque Guerrero omita este pequeño dato (¿para no contradecir su alma españolista?), al
“Sebaldes” holandés, le siguió un nombre antipático para nuestro periodista: a principios de 1690, el
inglés John Strong llamó al estrecho que separa a las islas “Falkland Sound”. Pero la cosa no iba a
terminar ahí. A diferencia de lo que el sentido común pudiese señalar, el nombre que hoy reivindica el
Estado argentino no proviene de su tradición, sino que es la castellanización del utilizado los primeros
colonizadores: los marinos franceses del puerto de Saint-Maló bautizaron a las islas “Malouinas”. En
este sentido, no hay controversia histórica: los primeros en colonizar el territorio no fueron ni
argentinos (que en esa época no existían), ni españoles, ni ingleses, sino franceses. Antoine Louis de
Bougainville fundó Puerto Luis el 17 de marzo de 1764, tomando posesión en nombre del rey Luis XV.
Pero los galos no estuvieron solos por mucho tiempo. En enero de 1765, el comodoro inglés John Byron
tomó posesión, en nombre de otro Rey, Jorge III de Gran Bretaña, de las islas “Falkland”. Lo curioso es
que, establecidos en otro sector de su territorio (Puerto Egmont), ambas colonias desconocieron la
existencia de sus vecinos hasta 1766.
Recién entonces, cuando otras potencias ocuparon un territorio deshabitado, y a pesar de no haber
mostrado el mínimo interés de colonización, fue cuando los españoles pusieron el grito en el cielo (o en
Francia, mejor dicho). El reclamo fue un trámite sencillo (España y Francia eran aliadas en aquel
entonces) y todo se resolvió en términos amigables. En abril de 1766, Bougainville aceptó el pago de una
indemnización y, el 1 de abril de 1767, España se hizo cargo de Puerto Luis, al que rebautizó como
Puerto de Nuestra Señora de la Soledad. Otro Rey (el tercero en la lista), asumía la soberanía de las
islas.
Los españoles lograron la posesión total de las islas en 1770, cuando atacaron Puerto Egmont y, en una
fácil victoria, expulsaron a los ingleses. Semejante hecho no podía ser obviado por nuestro compañero
Guerrero, ansioso de hazañas “antiimperialistas”. Pero lo que no dice (tal vez porque le quita brillo a
nuestra Madre Patria) es que, un año después, Carlos III devolvió a los ingleses su base. El 22 de enero
de 1771, el Rey Sol se comprometía “a dar órdenes inmediatas, a fin de que las cosas sean restablecidas
en la Gran Malvina en el Puerto denominado Egmont exactamente al mismo estado en que se
encontraban antes del 10 de junio de 1770”, aclarando que esto no ponía en cuestión la soberanía
española en las islas. Por su parte, el rey inglés aceptaba la Declaración “como una satisfacción por la
injuria hecha a la Corona de Gran Bretaña”. Aunque es muy probable que en el acuerdo haya existido
una cláusula secreta que garantizaba que los ingleses abandonarían las islas, Gran Bretaña utilizó este
pacto como argumento de su reclamo soberano durante mucho tiempo.
Lo cierto es que los ingleses se retiraron en mayo de 1774, concluyendo que se trataba de “una isla
postergada para uso humano, tormentosa en invierno, y árida en verano; una isla que por no habitarla
ni los salvajes del sur han dignificado...”, no sin antes dejar una placa que rezaba que las islas
pertenecían a “Jorge III, Rey de Gran Bretaña”. Por lo que vemos, no hay razones para suponer que las
Malvinas correspondían “originariamente” a España.
El proceso revolucionario rioplatense (1806-1810)
Los ingleses, como todos sabemos, intentaron convertir al Río de la Plata en colonia británica en dos
oportunidades, 1806 y 1807. Pese a que el marxismo ya dio unos cuantos pasos en el análisis del tema,
Guerrero prefiere convertir a la Prensa Obrera en una sección de La Nación o Página/12, retomando el
análisis de liberales y kirchneristas.
Empecemos por lo más básico, pero no menos grosero: la caracterización de la economía. Es
preocupante que un partido que necesita conocer la naturaleza del sistema capitalista que dice querer
eliminar, se permita una afirmación del estilo “En 1806, cuando William Carr Beresford ocupó Buenos
Aires, acá no se producía nada”. [1] En esto el PO ha sido realmente original: no existe corriente
historiográfica medianamente seria que afirme semejante barbaridad. Los debates sobre ganadería y
agricultura, sobre los diezmos, sobre el carácter de la mano de obra y sobre la producción urbana
quedan abolidos de un plumazo. Recomendamos a Guerrero consultar algunas lecturas. Modestamente,
podría leer nuestros trabajos.
Cuando el periodista intenta explicar la “aristocracia criolla”, se envalentona y sentencia que Santiago de
Liniers se casó con “la hija de Miguel de Sarratea, un comerciante porteño próspero; es decir, negrero y
contrabandista, que eso eran los comerciantes locales”. El primer detalle a tener en cuenta es que
Miguel de Sarratea no existe. Si Guerrero se hubiera informado, sabría que el suegro de Liniers fue
Martín de Sarratea, uno de los apoderados del comercio porteño [2]. Pero el problema no es un nombre
mal copiado, sino la concepción que defiende, según la cual todos los comerciantes son iguales
(contrabandistas y negreros). Pero hagamos un poco de historia real: Martín de Sarratea no fue ningún
“negrero contrabandista”. Por el contrario, dedicó todos sus esfuerzos a defender el monopolio
gaditano y a combatir, en alianza con otros notables monopolistas, el contrabando (que acicateaba su
hegemonía social). Tampoco se especializó en el tráfico de esclavos, más bien lo combatió, dado que era
el preferido de sus enemigos, los comerciantes de cuero [3]. En cambio su hijo, Manuel (que tampoco es
Miguel), a diferencia de su padre, sí se preocupó por sortear el monopolio gaditano para exportar
cueros y unir los Estados Unidos con Buenos Aires, convirtiéndose en uno de los principales dirigentes
revolucionarios de 1810 [4].
En vez de investigar un poco, Guerrero le creyó al primer libro que cayó en sus manos. Así, repite que el
proceso de Mayo fue impulsado por “la aristocracia porteña”, es decir, por un “bloque integrado por
negreros, contrabandistas, hacendados, modernistas y curas”. Si esto es así, parece que todos están del
lado de la revolución. Algún compañero militante podría preguntarse quiénes se oponen y dónde están
las clases y fuerzas sociales en pugna. Nada sabemos, dado que comerciantes, terratenientes,
hacendados y hasta burócratas y curas pueden ser esclavistas, feudales o capitalistas. Su utilización
indiscriminada sólo sirve a la defensa de una hipótesis descabellada: el triunfo sobre las Invasiones
Inglesas (que unió a todos en un frente) constituyó una revolución. Se confunde así el inicio de un
proceso con su desenlace [5]. En su interpretación, furiosos contrarrevolucionarios (como Álzaga y
Fernández de Agüero), por el solo hecho de combatir a los ingleses habrían sido, en realidad,
revolucionarios.
El desprecio a la ciencia
Las sentencias de Guerrero son las de Alejandro Horowicz. Quien escribe en Prensa Obrera se deja llevar
de las narices por un kirchnerista que también tiene el método de “cortar y pegar”. No sólo Guerrero lo
cita textualmente, sino que hace suyas las hipótesis y categorías de este discípulo de Jorge Abelardo
Ramos (el historiador preferido de Cristina). La pregunta es, entonces, por qué un aficionado que no
puede delimitarse del oficialismo es el responsable de explicar la historia argentina.
Una dirección debe estar por delante de sus militantes. En este caso, los artículos de Guerrero no
resisten el análisis de cualquier estudiante de la carrera de Historia o de un docente de escuela media.
Por una razón muy sencilla: no puede reconstruir el proceso en sus datos más simples. Pero eso no es lo
peor: más grave es que muchos compañeros en diferentes frentes no tienen los recursos para
recomponer estos errores. A ellos se les da, conscientemente, una herramienta de mala calidad. Es
decir: se los desprecia. Una dirección que no sólo es incapaz de explicar ciertos problemas elementales,
sino que incluso se jacta de hacerlo improvisada y desinteresadamente, está confesando su propio
agotamiento.
Notas:
[1] Prensa Obrera, n° 1213.
[2] La biografía que realizó Paul Groussac sobre Liniers en 1897 es, aún hoy, de lectura recomendada.
[3] Véase Schlez, Mariano: Dios, rey y monopolio, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2010.
[4] Heredia, Edmundo: Cuándo Sarratea se hizo revolucionario, Plus Ultra, Buenos Aires, 1986.
[5] Véase, en esta misma edición, el artículo de Juan Flores sobre el tema.
"Las Islas Malvinas y lo verdaderamente ajeno", artículo
de Fabián Harari en Tiempo Argentino, 9-04
RyR en los medios - Diarios y revistas
Por Fabián Harari.
09.04.2012 | Debate
Más allá de si es una causa nacional o no, ¿de quién son las Malvinas? He aquí una pregunta que nadie
osó responder seriamente y la razón es que, inevitablemente, hay que discutir el problema de la
soberanía.
El aniversario de la Guerra de Malvinas ha desatado una serie de debates sobre los diversos aspectos del
fenómeno. No obstante, en las discusiones que tenemos ocasión de observar en los grandes medios, se
confunden dos problemas: uno, si Malvinas es una causa nacional y dos, si las islas son argentinas.
En cuanto al primer problema, se llama “cuestión nacional” a aquellos fenómenos que impiden el
normal desarrollo de la vida económica y política de una población en el marco del capitalismo (ya que
las naciones son una creación de la burguesía). Por ejemplo, en este momento, Afganistán tiene una
causa nacional muy concreta: el ejército estadounidense está ocupando dicho país y, por lo tanto, el
conjunto de la vida social se ve alterada. Si Gran Bretaña invadiese Buenos Aires o alguna otra provincia,
seguramente tendríamos una cuestión nacional a resolver. En este sentido, la pregunta que debemos
hacernos es la siguiente: ¿la Argentina está incompleta sin las Malvinas? ¿Cuál es la importancia
económica o política de esas islas que impide el desarrollo del país?
La Argentina perdió las islas cuando ni siquiera se llamaba así. No obstante, logró construir un Estado
Nacional y una economía capitalista. La importancia económica del territorio del que hablamos es
prácticamente nula; su PBI es risible. Tampoco hay una población argentina viviendo allí bajo la tutela de
un ejército invasor, como puede suceder en Palestina o en Irak. No vivimos mal por culpa de que los
ingleses nos quitaron las Malvinas hace 180 años, ni vamos a vivir mejor si las recuperamos. Por lo tanto,
la Argentina no está incompleta y Malvinas no es una causa nacional, más allá de lo que nos digan.
Veamos el segundo problema: más allá de si es una causa nacional o no, ¿de quién son las Malvinas? He
aquí una pregunta que nadie osó responder seriamente y la razón es que, inevitablemente, hay que
discutir el problema de la soberanía.
En un sentido puramente jurídico (burgués) del término, soberanía es, para el caso que nos ocupa, la
potestad y jurisdicción de un Estado sobre un territorio. Y bien, ¿qué determina que un pedazo de tierra
pertenezca a tal o cual entidad política? Durante el feudalismo, se creía que los territorios habían sido
cedidos por Dios a determinada dinastía (previa mediación del Papa) y sólo por Él podían ser quitados (y
de allí la justificación divina de los cambios dinásticos).
En el siglo XIX, la burguesía de cada región creó su propio Estado, con fronteras muy diferentes a las
medievales. Nuevas entidades, más grandes (Alemania, Rusia) o más pequeñas (Argentina), fueron
creadas. La justificación divina fue derribada. En su lugar, la burguesía proclamó la legitimidad histórica y
geográfica. Pero esa unidad no existía: los estados abarcaban pueblos que habían permanecido
separados o separaban lo que estaba unido. En ese marco, se crearon las “historias nacionales”, con el
objetivo de instalar un pasado común, que no existió, como forma de justificar la nueva soberanía.
Ahora bien, si tomamos este criterio jurídico (sumamente superficial, como vimos), las Malvinas son tan
argentinas como lo es Uruguay. Las primeras fueron separadas de nuestro territorio en 1833, sólo cinco
años después que la Banda Oriental (1828) y no hay ningún año que oficie como línea divisoria entre lo
que se puede reclamar y lo que no. Con ese criterio histórico, debiéramos devolver nuestro país al rey
Juan Carlos de Borbón o incluso a los indígenas, (lo que requeriría dar una región a cada descendiente
de cada una de las tribus). Del mismo modo, los EE UU deberían devolver California y Texas a México y
México debería devolverse a sí mismo a los Aztecas, así como los musulmanes deberían recuperar
España y, claro está, habría que hacer lugar a la expulsión de los palestinos, ya que a los israelíes les
asiste un derecho que data de hace 3000 años. Como vemos, el reclamo por las Malvinas es algo
ridículo: no son argentinas, son de los isleños.
No obstante, hay un problema central que no ha sido discutido y que nadie se atrevió a mencionar: si las
Malvinas no fueran argentinas, ¿de quién serían? Dicho en buen criollo, ¿de quién es la Argentina?
La respuesta parece fácil: “De los argentinos.” Pues bien, eso no es cierto. El país no nos pertenece a
todos, le pertenece a una clase social. La clase que es dueña de los campos, de las fábricas, de las casas,
de nuestro tiempo libre, la que tiene en su poder todo lo que necesitamos para vivir, la que come bien y
elige su futuro, la que tiene a la justicia en sus manos, la que tiene siempre las puertas abiertas de los
despachos, la que nunca va a conocer una cárcel o las miserias de un hospital público. A esta gente
pertenece la Argentina. Ellos son los soberanos. El resto no. El resto no es dueño de nada, o de casi
nada. El resto es la inmensa mayoría que debe vivir hacinado, sin poder curarse, trabajando más de la
cuenta para poder comer, ver un rato a los chicos, la estupidez de Tinelli, dormir algunas horas y otra
vez al trabajo. Argentinos a los que se les niega incluso un pedazo de vereda para dormir (porque
ensucian, ¿vio?). Si algún día, algún gobierno recupera las islas, lo hará para ellos, para los propietarios
del país, que correrán a hacer negocios. Nuestra vida, en cambio, no se va a alterar en lo más mínimo.
Las Malvinas no van a ser nuestras, porque la Argentina no lo es.
Fuente: Tiempo Argentino, 09/04/2012
¿Existe una cuestión nacional en Argentina? Debate sobre el
libro "La izquierda y la guerra de Malvinas", con Eduardo Sartelli,
Christian Castillo (PTS) y José Castillo (IS)
EL AROMO - El Aromo n° 68 - "Sumate a la militancia"
Mucho se ha escrito y debatido sobre la cuestión Malvinas. Aquí presentamos un debate entre Eduardo
Sartelli, Christian Castillo y José Castillo sobre el tema. La cuestión nacional, la guerra y el Imperialismo
son problemas que fueron debatidos.
El 30 de junio de este año, en la Facultad de Filosofía y Letras, se presentó el libro La izquierda y la
guerra de Malvinas, editado por nuestra editorial (Ediciones ryr), en el marco de la colección Historia
Argentina de la Biblioteca Militante. La presentación consistió en un debate entre Eduardo Sartelli
(director de RyR), Christian Castillo (por el PTS) y José Castillo (por IS). A continuación, presentamos un
resumen de la discusión:
Eduardo Sartelli: Para pensar el tema Malvinas hay que superar algunos obstáculos que impiden toda
discusión seria. El primero es el emotivo: “yo estuve ahí”. El que estuvo allí no sabe nada por haber
estado, más allá de la experiencia personal. El segundo es el de “macho ofendido nacionalista”. Lo
importante es cuestionar el valor real que Malvinas tiene en nuestras vidas. El otro punto que tenemos
que evitar es el del “anti imperialista ofendido”, el tipo que cree que siempre que haya una bandera
inglesa, hay que escupirla, no importa que el gobierno que haya llevado adelante la guerra haya sido
uno de los más ultra imperialistas de la historia.
La cuestión nacional es un problema. En el capitalismo, las sociedades se han organizado como estados
nación. Marx y Engels saludaban las formaciones estatales como la mejor forma para desarrollar las
fuerzas productivas, dando a lugar a la base material para una sociedad futura. De modo que la cuestión
nacional es un problema real, lo que hay que preguntarse es si Malvinas forma parte de la cuestión
nacional argentina. Si bien Argentina no tiene pendiente ninguna cuestión nacional, suponiendo que
esto aún no se haya resuelto, Malvinas no forma parte de este problema. Porque este supone la
posibilidad de construir un Estado que organice relaciones sociales con algún grado de independencia y
permita el desarrollo de las fuerzas productivas. Cuando esto se alcanza, se acaba la cuestión nacional.
Lo cierto es que la Argentina ha constituido un Estado Nación con cientos de años y en ningún momento
de su historia ha necesitado de las islas. Entonces, ¿por qué luchamos? ¿Por la constitución del Estado
Nación burgués o por la revolución social? Lo que debe hacer un marxista es superar estas cuestiones,
preguntándose si, en términos marxistas, hay una cuestión nacional o no.
El segundo punto es la izquierda y la cuestión Malvinas. ¿De qué se la acusa en este libro? De haber
claudicado ante el nacionalismo, de haber hecho un frente acompañando a la dictadura a la guerra. De
haber suspendido la batalla contra esa dictadura en nombre de una supuesta superación por la guerra.
La izquierda demostró que no sabe de historia y no conoce el país en el que vive. La idea de que la
Argentina de Galtieri sufría una crisis de la cual iba a salir la revolución, a través de Malvinas, es no
conocer la historia, es haber comprado el mito de Malvinas como cuestión nacional y es haber aceptado
que Galtieri representó algún papel progresivo por llevar el país a la guerra. Las clases van a la guerra
solo si hay un interés que se juega allí; de lo contrario, no van. No hay razones, salvo que uno confunda
explotación con dominación nacional, para pensar que la clase obrera argentina haya querido continuar
una guerra contra el imperialismo en lugar de dar por tierra a la dictadura. La razón por la cual la
izquierda quedó mal parada fue porque no entendió los intereses de la clase obrera que intentaba
dirigir. Este es el núcleo del problema para los que pretendemos revolucionar el mundo.
José Castillo: El planteo de Fabián Harari “las Malvinas son de los kelpers”, el mismo que sostiene Allan
Woods, me obligó a arrancar por aquí. ¿Es Malvinas parte del sometimiento argentino al imperialismo o
es una cuestión de dos rocas perdidas en medio del Atlántico Sur? Yo creo que es parte del primero, e
incluso hoy lo es más de lo que era en 1982. Cuando discutimos hoy Malvinas no discutimos el gaucho
Rivero, sino el petróleo, el área de pesca, el control estratégico del otro pasaje que existe entre el
Atlántico y el Pacífico por fuera del canal de Panamá. Discutimos la Antártida y sobre un capitalismo
estratégico al cual se le agotan los recursos como el agua. Evidentemente los imperialismos piensan que
esto importa. De hecho, hay bases militares que durante estos años se han ido ampliando. No estamos
discutiendo una cuestión sentimental o un cascote.
Dicho esto, hay un segundo tema de debate sobre qué significó la guerra y cuál fue la posición de la
izquierda. Creo que nadie en la izquierda, en general, asumió en su momento que Galtieri representaba
una posición anti imperialista y que por eso decide recuperar las islas. La posición de Gilly tiene
elementos falsos. Él dice que la clase obrera se opuso a la guerra cuando no fue así. Yo estuve -y lo
reivindico como lugar científico- junto con el activismo anti dictatorial, el cual venía creciendo desde el
año 1981. Un movimiento sindical en ascenso, que Gilly desconoce. Montones de procesos que se
encadenan en ese momento, pero que venían ocurriendo de manera preexistente. El conjunto de ese
activismo no discutió sobre lo que significaba Malvinas, sí hubo discusiones acerca de lo que podía llegar
a hacer la dictadura. Posteriormente se produjo un proceso de desmalvinizacion y el alfonsinismo jugó
un rol importante para esto.
Creo que el fondo de este libro está en leer el prólogo de Fabián [Harari], quien trae la discusión.
Eduardo dice que Argentina no tiene una cuestión nacional y nosotros diferimos. La cuestión nacional no
significa ser colonia. Se puede ser dependiente sin ser colonia. El sometimiento de la Argentina al
imperialismo se puede ver en la balanza de pagos, mediante el intercambio desigual, la repartición de
utilidades, la deuda externa, la relación con el FMI, el Banco Mundial, los acuerdos con la OEA, la
reciente ley anti terrorista, etcétera. Ahora, hay una discusión más, la existencia del imperialismo como
categoría en términos de cómo lo plantea Lenin. Nosotros seguimos creyendo que la lucha de la clase
obrera esta indefectiblemente unida a la lucha anti imperialista.
Christian Castillo: Yo creo que si aquí estuviese alguien de Inglaterra, a Eduardo lo contratan, es más los
nombrarían Sir, porque en el debate internacional diplomático sobre la cuestión Malvinas, el Comité de
Descolonización de la ONU considera que Malvinas es uno de los casos de dominación colonial que hay
en el mundo. Un organismo controlado por grandes potencias ha tenido que reconocer que la situación
de Malvinas es la de un enclave internacional. Insisto, la posición de Sir Edward Sartelli está a la derecha
del Comité de Descolonización de la ONU.
Yo pensaba empezar por donde terminó José Castillo, entre los artículos hay dos posiciones. La de
Adolfo Gilly, quien reconoce la existencia del imperialismo y la de Alberto Bonnet y Allan Woods, en
donde no se reconoce la posesión imperialista de Malvinas. Hay una primer cuestión muy importante
respecto a cómo pensamos el capitalismo. El imperialismo no es una política, sino que es una estructura
de relaciones sociales, económicas y políticas. Esto implica que hay potencias dominantes y que usan a
partir de haber llegado primero al desarrollo capitalista y dominan al mundo. Esto se expresa mediante
sus empresas y su potencia militar. Más de 120 países tienen bases estadounidenses. Obama patina su
deuda e impone condiciones al resto del mundo sobre los pueblos oprimidos. La burguesía argentina no
gira plusvalía de otros países para acá. Cualquier estudio de tasa de ganancia en EE.UU. muestra cómo la
tasa de ganancia de las empresas que están en el exterior duplica la que tienen internamente. Esto lo
pueden ver en los trabajos de Dúmenil y Levy. La situación de EE.UU. no se puede entender sin esa masa
de plusvalía que obtiene, no solo de explotar a su clase obrera sino también de explotar a trabajadores
de otros países.
No es que hay tamaños de capitalismo, sino una estructura que opera internacionalmente, más allá de
las formas nacionales. Operan internacionalmente a partir del monopolio. Gran Bretaña está entre ese
grupo de estados y Argentina no. La importancia que tuvo la delimitación de la III Internacional es que
entre los estados hay opresores y oprimidos, y que la clase obrera en este sentido no es neutral, sino
que se coloca del lado de los oprimidos. Entonces, yo no veo que sea distinto Malvinas de otros casos.
¿Qué diferencia tiene con las guerras del Golfo, en donde la coalición formada por EE.UU. luchó contra
Saddam Hussein y, sin embargo, todos los sectores anti imperialistas y socialistas enfrentaron esa
coalición?
Lo que tienen en común los tres artículos es una enorme estrechez nacionalista. El punto era que
Thatcher pudo consolidarse en el poder porque ganó la guerra de Malvinas. Si hubiese sido derrotada,
no hubiesen sido derrotados los mineros ingleses dos años después. Esto era lo que se jugaba.
Se plantea una visión ingenua del imperialismo, una visión cipaya que no distingue entre los
nacionalismos de pueblos opresores y oprimidos, que no ve las reivindicaciones anti imperialistas, que
no ve que la clases sociales deben tomar las luchas anti imperialistas como propias y que, en definitiva,
no ve cómo derrotar a las direcciones nacionales.
La derrota en Malvinas creó la idea de que al imperialismo no se lo puede derrotar. Creó una idea
derrotista y una visión pacifista. Hoy día sería delirante prepararnos para una lucha por Malvinas. Ahora,
hay que plantear la reivindicación. Piensen: ¿una revolución en la Argentina, está mejor o peor con una
base de la OTAN en las Malvinas? A mí me parece elemental para una revolución no tener una base
enemiga ahí.
Eduardo Sartelli: Discutamos posiciones que se han dicho aquí. La Argentina ganaría posiciones en
relación al petróleo, la pesca, la cordillera... Ahora bien, ¿la pesca y el petróleo serían de los argentinos o
de la burguesía argentina? No puedo creer el grado de nacionalismo que tenemos en la cabeza.
Seriamente no se puede comparar Irán, Irak con Malvinas. Seriamente, si hay una base del Imperio
Británico ahí ¿estamos mejor o peor? Es una pregunta tonta que no tiene ningún valor. Estamos
discutiendo sobre la cuestión Malvinas, sobre la cuestión nacional, no estamos discutiendo si estamos
en contra de cualquier construcción militar capitalista. Acá los compañeros razonan como perfectos
burgueses nacionalistas.
La idea de que la Argentina no se apropia de plusvalía ajena: no saben lo que es la renta diferencial y
que la Argentina vive de eso. No saben que sistemáticamente la Argentina se ha parado sobre la deuda
externa y que este es el primer gobierno que la paga.
Si ganaba Galtieri, ¿quién ganaba? ¿Una posición nacional? ¿Quién respaldaba a Galtieri? El mismo
Christian lo dijo: las dictaduras latinoamericanas llegaron de la mano de EE.UU. Además, Christian le da
a Malvinas una proyección internacional del tipo “el mundo se jugó en Malvinas”. Y como ganó
Margaret Tatcher, vino el desastre que vino.
Si hay una base británica y los obreros británicos hacen la revolución, ¿nos conviene o no nos conviene?
Nos conviene. Si hay una base británica y los obreros argentinos hacen una revolución. ¿Nos conviene?
No. Pero eso es hacer futurología. Además, si las Malvinas no fueran argentinas, pero ahí hubiese bases
del Imperio Británico, ¿no habría que estar en contra igual? Si hay una base cuya relación social que la
sostiene es el capitalismo, hay que estar en contra de eso, sea argentina o no. Estamos discutiendo la
cuestión nacional, no si estamos a favor o en contra de cualquier construcción de poder capitalista. ¿No
será que la mejor forma de luchar contra el imperialismo es hacer la revolución en el país de cada uno?
¿Por qué el Comité de Descolonización dirá “Malvinas en un hecho colonial”? ¿Ustedes creen que Rusia
y China quieren que Inglaterra esté dónde está? ¿Quién se refuerza si las Malvinas pasan a ser
argentinas? ¿Argentina? La Argentina es un país podrido por su propia estructura económica, no por
Malvinas. Probablemente, las islas agreguen un problema más. ¿Quién se refuerza? Los EE.UU. y
cualquiera que esté disputando posiciones con el Imperio Británico.
El imperialismo no es más que lo que corresponde a la política de los capitales con mayor capacidad de
acumulación. ¿Qué política se puede esperar de EE.UU.? ¿Que se quede esperando sentado que algún
tribunal le diga que tiene derecho a algo? Yo diría que el problema está en el horizonte jurídico del
derecho democrático burgués. Si yo tengo el poder, intento transformarlo en ley. Argentina lo hace con
Uruguay y Paraguay. Brasil también. Reclamar todo el tiempo la cuestión del imperialismo es una forma
de no abordar sobre los problemas reales.
José Castillo: Nosotros tenemos un texto con nuestras posiciones durante la guerra. Hubo llamamientos
a la clase obrera británica, menciones comunes de solidaridad. Algunas organizaciones británicas
plantearon el boicot económico a la guerra. El grupo de Allan Woods, de hecho, sostuvo esto.
La autodeterminación nacional no se aplica cuando uno define a algo como enclave. En Malvinas viven
2.300 personas, más de la mitad son militares que han llegado después [de la guerra]. La población de
ahí es altísimamente racista con los latinos y con los argentinos en particular. Se aprovechan de los
contratos de pesca. Nosotros consideramos que esto las ubica en la posición de población de enclave.
Lo que nosotros estamos diciendo es que no había ninguna posición dentro de la burguesía nacional que
estuviera interesada, o en condiciones, de avanzar en ninguna tarea anti imperialista, no que no
existieran tareas de este tipo. En todo caso, tendríamos que volver a esas discusiones y no meter todo
en una misma bolsa y decir que todo el habla de la cuestión nacional o de anti imperialismo es
nacionalista. Me da la sensación de que me encuentro discutiendo con Antonio Gallo.
Christian Castillo: Galtieri no hizo la guerra como agente norteamericano. Quien era su agente, se
transformó. Lo mismo que puede analizarse con el cambio de bando de Saddam Hussein. Este fue un
agente norteamericano durante la guerra contra Irán y luego cambió de bando. Bin Laden cambió de
bando, ¿o no fue un agente en la guerra contra Afganistán y luego se pasó de bando en las guerras del
Golfo? No hay que tener una visión lineal.
Tipos que se vanagloriaban de haber hecho la guerra contra el comunismo, se terminaron abrazando
con países como Cuba [se refiere a Costa Méndez]. Se dieron contradicciones reales de acuerdo a la
situación que motivaron esas peculiaridades. No entiendo por qué decir que hay una causa anti
imperialista, qué el proletariado debe tomar esa lucha en sus manos, porque la burguesía local es
incapaz, es nacionalista burgués.
Si por x cuestiones un Estado participa en una lucha anti imperialista, participamos para ganar esa
dirección para los movimientos oprimidos. Y en esto me baso en Trotsky: ¿cómo no íbamos a defender
la expropiación del petróleo por parte de Cárdenas? Nosotros planteamos desde un programa integral,
pero si se ataca a un país oprimido, ¿cómo no nos vamos a colocar en contra de esa agresión? Y no es
“guerra o revolución”, porque nosotros esperamos hacer una revolución. La guerra no es algo que
deseábamos, sino algo de la dictadura per se. Estamos discutiendo que hacemos en el transcurso de eso.
Es más, la política de alinearse con la Argentina es para hacer la revolución, no para no hacerla. Nosotros
no teníamos la política de ganar la guerra y discutir la revolución después. Es un programa para hacer la
revolución socialista. Esta es nuestra concepción.
Eduardo Sartelli: Veamos la realidad concreta: las masas argentinas no salieron a exigir la guerra. Esto
no es Irán o Irak. Si viene Bush a bombardear Buenos Aires, es una cuestión. Eso es Afganistán o Irak. Es
la invasión y la destrucción de un país, y entonces toda la burguesía va a desaparecer, lo cual me
preocupa poco. Pero el resultado va a ser que las masas van a sentir una tasa de explotación mayor y
además van a confrontar una burguesía mucho más poderosa. Entonces, ¿cómo no nos vamos a armar
para enfrentar esa situación? El problema es un hecho concreto. A mí me llama mucho la atención cómo
ciertos compañeros de la izquierda argentina no pueden discutir las cosas concretas. Tuvimos una
discusión hace tres años por el problema agrario y no conseguí que me dijeran nada sobre la pampa
argentina, a pesar de que había dirigentes nacionales que sostenían que había que repoblar la Argentina
y la pampa.
¿Las Malvinas son un problema nacional o no?, esta es la discusión. Después podemos discutir si es un
enclave o no, si la población es trucha o no. No me interesa, tengo problemas más importantes, como el
ajuste feroz que se viene. Entonces no puedo encolumnarme detrás de Cristina, porque la refuerzo. Lo
que tengo que decir es que ahí no hay un problema, el problema es el ajuste que se viene. La gente se
da cuenta de esto, ¿o alguien se acuerda hoy del asunto? Nosotros estamos discutiendo esto porque
editamos un libro, pero si fuera una cuestión nacional, se hubiera planteado con o sin Cristina. Las
masas no se comieron la galletita de Cristina, sí la izquierda. Las masas lucharon contra la dictadura y
contra Galtieri y, después, votaron al tipo que representaba exactamente lo contrario.
El problema no es que la izquierda argentina tiene que hacerse cargo de masas irracionales. El problema
argentino es que la que es irracional es la izquierda. Y acá no hago ninguna distinción entre la izquierda
burguesa y no burguesa, ya que el grado de irracionalismo es muy similar. ¿De dónde viene ese
irracionalismo? De no ver las cosas concretas. En toda la discusión se hizo mención al imperialismo.
Como bien se planteó, esa no es la discusión. No existen dos tipos de países: los buenos y los malos. Los
compañeros embellecen a las burguesías nacionales, a las cuales les hacen hacer las cosas que hacen no
por sus propios intereses, sino por el imperialismo. Cristina no aplica el ajuste porque el imperialismo
quiere, sino porque ella quiere. La burguesía nacional es ésta y el problema es que uno se hace ilusiones
con que debería ser algo distinto.
Para ver los videos del debate completo ingresa a este link:
http://www.razonyrevolucion.org/ryr/index.php?option=com_content&view=article&id=2069:charla-
debate-la-izquierda-frente-a-malvinas-306&catid=127:ultimos&Itemid=125