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LA FUNCIÓN ADAPTATIVA DE LAS EMOCIONES A lo largo de los años y partiendo de la obra clásica de Darwin (1872) se han ido perfilando muy distintas orientaciones en el estudio de la emo- ción, aunque como plantean diversos autores (Franken, 1988; Evans, 1989; Averill, 1992; Carlson y Hatfield, 1992; Fernández-Abascal, 1995 y Cano Vin- del, 1997) podrían agruparse en tres grandes corrientes, la biológica, la con- ductual y la cognitiva. A partir de los planteamientos de Darwin, que suponen un importante cambio en la concepción sobre el origen del ser humano, se desarrolla una importante línea de estudio sobre las emociones que llega hasta la actualidad con relevantes aportaciones. La obra de Darwin (1872) marca el inicio de las posteriores investigaciones centradas en los aspectos evolutivos, y aunque algu- nos autores (Carlson y Hatfield, 1992) proponen que se hable de teorías evolu- cionistas, como diferentes a las biológicas, otros (Fernández-Abascal, 1997) consideran que su carácter biologicista permite integrarlas en ellas. Por nuestra parte, estamos totalmente de acuerdo con esta segunda opción ya que, además de justificada, permite una mayor integración y una mejor comprensión de las aportaciones posteriores. Darwin señala que los movimientos corporales y las expresiones faciales cumplen un papel de comunicación entre los miembros de una especie, transmi- tiendo información acerca del estado emocional del organismo. Las característi- cas expresivas al igual que las físicas poseen un significado funcional para el mecanismo que se esté adaptando. Como señala Reeve (1998, p. 349) “Para poder sobrevivir, los animales tienen que explorar su entorno, vomitar sustancias dañinas, desarrollar y mantener relaciones, atender las emergencias de forma inmediata, evitar el daño, reproducirse, luchar y tanto recibir como dar cuida- dos. Cada una de estas conductas es una conducta producida por la emoción y cada una facilita la adaptación del individuo a los cambios del entorno”. Las emociones, así como la expresión de las mismas, son innatas, aunque se admite la posibilidad de que los factores de aprendizaje puedan ejercer algún 81

A FUNCIÓN ADAPTATIVA DE LAS EMOCIONES A - … · do la teoría de la activación general, se partía de la idea de que en los estados emocionales el organismo se activa como un todo,

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LA FUNCIÓN ADAPTATIVA DE LAS EMOCIONES

A lo largo de los años y partiendo de la obra clásica de Darwin (1872) sehan ido perfilando muy distintas orientaciones en el estudio de la emo-

ción, aunque como plantean diversos autores (Franken, 1988; Evans, 1989;Averill, 1992; Carlson y Hatfield, 1992; Fernández-Abascal, 1995 y Cano Vin-del, 1997) podrían agruparse en tres grandes corrientes, la biológica, la con-ductual y la cognitiva.

A partir de los planteamientos de Darwin, que suponen un importantecambio en la concepción sobre el origen del ser humano, se desarrolla unaimportante línea de estudio sobre las emociones que llega hasta la actualidadcon relevantes aportaciones. La obra de Darwin (1872) marca el inicio de lasposteriores investigaciones centradas en los aspectos evolutivos, y aunque algu-nos autores (Carlson y Hatfield, 1992) proponen que se hable de teorías evolu-cionistas, como diferentes a las biológicas, otros (Fernández-Abascal, 1997)consideran que su carácter biologicista permite integrarlas en ellas. Por nuestraparte, estamos totalmente de acuerdo con esta segunda opción ya que, ademásde justificada, permite una mayor integración y una mejor comprensión de lasaportaciones posteriores.

Darwin señala que los movimientos corporales y las expresiones facialescumplen un papel de comunicación entre los miembros de una especie, transmi-tiendo información acerca del estado emocional del organismo. Las característi-cas expresivas al igual que las físicas poseen un significado funcional para elmecanismo que se esté adaptando. Como señala Reeve (1998, p. 349) “Parapoder sobrevivir, los animales tienen que explorar su entorno, vomitar sustanciasdañinas, desarrollar y mantener relaciones, atender las emergencias de formainmediata, evitar el daño, reproducirse, luchar y tanto recibir como dar cuida-dos. Cada una de estas conductas es una conducta producida por la emoción ycada una facilita la adaptación del individuo a los cambios del entorno”.

Las emociones, así como la expresión de las mismas, son innatas, aunque seadmite la posibilidad de que los factores de aprendizaje puedan ejercer algún

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tipo de influencia sobre la expresión. Esta influencia de los factores de apren-dizaje permite que las emociones evolucionen a través del tiempo posibilitandoque el sujeto y la especie se adapten a las características cambiantes del medio.

Darwin pone de manifiesto que las emociones han tenido un valor adapta-tivo en el pasado, y aunque en algunos casos parte de su funcionalidad se hayaperdido, se mantienen vigentes en la actualidad porque sirven para comunicarel estado interno de un sujeto a otro. El valor adaptativo y comunicacional delas emociones ha sido tratado desde la psicología por diversos autores (Wilson,1975; Izard, 1977; Plutchik, 1980; Moltó, 1995; Palmero y Fernández-Abascal,1998a).

La idea de que las emociones poseen un carácter adaptativo subyace tam-bién a todos los modelos y teorías de corte psicofisiológico y neuropsicológicoque tratan de dar cuenta de los mecanismos y estructuras biológicas implica-dos en el funcionamiento emocional. Como veremos a continuación, la mayorparte de estas teorías han utilizado como objeto de estudio una emoción: laansiedad/miedo.

EL CONCEPTO DE ACTIVACIÓN

El concepto de activación, o arousal, hace referencia a la fuerza o energíabiológica impulsora de la conducta desde dentro (Vila y Fernández Santiago,1990); o como señalan Fernández-Abascal y Palmero (1995), a un proceso cor-poral general y continuo necesario para entender la conducta del sujeto. Suorigen habitualmente se asocia a los trabajos pioneros de Walter Cannon sobreel papel que desempeña el sistema nervioso autónomo en las emociones y esta-dos motivacionales, identificándose con las respuestas fisiológicas del orga-nismo.

La investigación sobre la activación ha partido de dos marcos teóricos con-trapuestos que reflejan las diferentes funciones atribuidas a las respuestas fisioló-gicas en las emociones. La primera de estas tradiciones, especificidad emocional,tiene su origen en los trabajos de William James; la segunda, dimensionalidademocional, en los estudios de Walter Cannon.

Se considera a la teoría de James (1884) como la primera teoría psicológicaformulada sobre la emoción. Tiene no sólo el gran mérito de ser la pionera,sino que además, sirvió para suscitar una gran actividad crítica entre diversosinvestigadores, contribuyendo al desarrollo de nuevos modelos explicativos y ala aparición de nuevas vías de investigación. Incluso actualmente está siendoreconsiderada, ya que en ella aparece un primer esbozo de la relación entreprocesos corporales y cognitivos. Hasta la aparición de la teoría de James sepensaba que la percepción de un estímulo provoca una emoción y ésta ocasio-na la aparición de cambios corporales. James se preguntó qué ocurría antes, laexperiencia de la emoción o la activación fisiológica, concluyendo que la emo-ción no se deriva directamente de la percepción de un estímulo, sino que éste

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ocasiona unos cambios corporales, cuya percepción por parte del sujeto dalugar a la emoción.

Para James, la emoción es la percepción de la activación fisiológica (cam-bios corporales). Es decir, algunos eventos del ambiente producen un patrónespecífico de cambios corporales; este patrón específico es identificado por elcerebro como perteneciente a una emoción particular, tras lo cual se producela experiencia de dicha emoción. Como señalan Palmero y Fernández-Abascal(1998a y 1998b), James aporta la primera teoría en la que se asume la existen-cia de emociones concretas que poseen una base claramente instintiva.

La perspectiva dimensional parte de las críticas de Cannon (1914, 1915,1929, 1931) a la teoría de James. Para Cannon la función de los cambios fisio-lógicos que acompañan a la emoción tienen como función preparar al organis-mo desde un punto de vista energético para actuar de forma adaptativa antelas demandas situacionales. Defiende que las emociones anteceden a las con-ductas, pues su misión fundamental es preparar al organismo para las situacio-nes de emergencia, y que los cambios corporales y las emociones se producenal mismo tiempo, a diferencia de la teoría de James, en la que los cambios cor-porales anteceden a la emoción.

Las respuestas fisiológicas variarán en función de las demandas de movi-lización de recursos energéticos en cada situación, función que se realizamediante la acción combinada de las ramas simpática y parasimpática del sis-tema nervioso autónomo, actuando bajo el principio de inervación recíproca–cuando una se activa la otra se inhibe y viceversa–. Cannon plantea que laactivación que ocurre con las emociones depende de una cadena de eventosque se inicia con la incidencia de un estímulo ambiental sobre los recepto-res, los cuales transmiten esta estimulación, a través del tálamo, hasta la cor-teza. Ésta, por su parte, estimula de nuevo al tálamo, que actuará segúnpatrones particulares, correspondientes a particulares formas de expresiónemocional.

Según Cannon, más que la correspondencia directa entre una emoción par-ticular y unos cambios fisiológicos específicos, existiría un sistema general dedefensa que prepara al organismo para enfrentarse a las situaciones aversivasmediante las conductas de lucha y huida. Por esta razón a la teoría de Cannonse la suele denominar genéricamente “Teoría de la Emergencia”, y según esteplanteamiento, el organismo está programado para intentar mantener un nivelóptimo de adaptación. Cuando el organismo experimenta emociones intensas,automáticamente comienza a hacer ajustes para recuperar el nivel óptimo. Lasemociones señalan la existencia de una emergencia.

Durante los años siguientes la teoría de Cannon ejerció una gran influencia,desarrollándose las teorías sobre los mecanismos neurales centrales de la emo-ción. Así mismo, desde esta nueva perspectiva, la conducta emocional vaacompañada de un estado fisiológico de activación, en general alto, aunque lasdiferentes emociones ocupan distintas posiciones en el continuo de activación.Es lo que se conoce como teoría de la activación general.

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Así, para Duffy (1930, 1941, 1962, 1972) los cambios fisiológicos periféri-cos, tanto del sistema nervioso autónomo como del sistema somático, refleja-ban los diferentes niveles de “movilización de energía” o activación que acom-pañan a los estados emocionales y motivacionales. Elisabeth Duffy fue laprimera investigadora que utilizó, influida por las ideas de Cannon, el términoactivación para referirse a los cambios fisiológicos periféricos que incluyen dostipos de respuestas, las mediadas por el sistema nervioso autónomo –actividadde las glándulas y vísceras– y las mediadas por el sistema nervioso somático–actividad de la musculatura esquelético-motriz–.

Más adelante, el inicio de los trabajos sobre actividad electroencefalográfi-ca y sobre el sistema de activación reticular (Moruzzi y Magoun, 1949) posibi-litó el estudio de la activación como un fenómeno central y no periférico, loque dio lugar a la aparición de teorías centrales de la activación, como las deLindsley (1951, 1957), Lindsley, Schreiner, Knowles y Mogoun (1950), Hebb(1949, 1955) y Malmo (1958, 1959), en las que se destacaba el papel de la acti-vación cortical en la emoción.

Como señalan Vila y Fernández Santiago (1990, pp. 9-10), en un extenso ydocumentado capítulo sobre el concepto de activación, “las investigacionessobre las relaciones entre activación fisiológica y emoción realizadas en torno alos años cincuenta y sesenta se centraron en una emoción: la ansiedad. Losestudios sobre activación y ansiedad se pueden dividir en dos grandes grupos:los estudios sobre ansiedad como respuesta o estado emocional y los estudiossobre la ansiedad como rasgo de personalidad”. Durante este periodo, siguien-do la teoría de la activación general, se partía de la idea de que en los estadosemocionales el organismo se activa como un todo, asumiéndose una únicadimensión de la activación en la que los sistemas autonómico, cortical y somá-tico se encuentran perfectamente acoplados e integrados. A su vez, se asumíaque los índices fisiológicos de activación correlacionan con otros índices detipo subjetivo y conductual.

Sin embargo, las primeras objeciones a esta concepción unidimensional dela activación partieron de los resultados de distintas investigaciones en las queutilizando medidas múltiples de la activación aparecían correlaciones bajas onulas entre distintos índices fisiológicos, y entre medidas fisiológicas, conduc-tuales y subjetivas. El trabajo de Lacey (1967) en el que se recogían numerososdatos empíricos contrarios a las predicciones del modelo unidimensional supu-so un cambio radical en la concepción de la activación, influyendo de maneradecisiva en la aparición de los modelos multidimensionales y en los profundoscambios que a partir de aquí se introdujeron en la medición de las emocionesen general, y en la evaluación psicofisiológica en particular.

Podríamos resumir los hallazgos de Lacey en los siguientes puntos:– Disociación entre los índices de activación fisiológica, conductual y sub-

jetiva.– Disociación entre distintos índices de activación fisiológica.– Existencia de patrones específicos de respuestas fisiológicas.

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– Efectos inhibitorios sobre el cerebro –disminución de la actividad corti-cal– provocados por el feedback aferente de la actividad cardiovascular–aumento de la activación autonómica–.

Como demostró Lacey (1967), la actividad autonómica, cortical y conduc-tual constituyen formas diferentes de activación o “arousal”, que no siemprecorrelacionan de forma significativa, incluso respuestas de un mismo sistemano siempre correlacionan, especialmente en el sistema fisiológico, abriéndoseasí la puerta al estudio de fenómenos tales como el fraccionamiento de res-puesta, la desincronía de respuesta, la especificidad situacional y la estereotipiaindividual, tan importantes en el desarrollo de la actual psicología de las emo-ciones.

La evidencia de la disociación de numerosos sistemas funcionales, tanto enel sueño como en la vigilia, ha llevado a considerar la existencia de varios siste-mas de activación, dando lugar a la sustitución de la concepción unidimensio-nal por formulaciones más amplias de carácter multidimensional. Así, se hanpropuesto modelos bidimensionales como los de Eysenck (1967), Routhenberg(1967) y Vanderwolf y Robinson (1981); tridimensionales, como los de Lang(1968), Gray (1982) y Fowles (1980, 1984); o reconceptualizaciones, como lasde Cacioppo, Klein, Berntson y Hatfield (1993) y LeDoux (1987, 1995, 1998),con una fuerte fundamentación psicobiológica.

IMPLICACIONES DE LAS EMOCIONES SOBRE LA SALUD

A mediados del siglo XIX, las tres quintas partes de las muertes ocurridasen los países desarrollados se debían a enfermedades infecciosas. Desde enton-ces, las mejoras en las condiciones de higiene, los cambios de hábitos de vida,los avances médicos, el tratamiento de las aguas y alimentos, los programaspúblicos de inmunización, la prevención y el control ambiental, han traídoconsigo un considerable descenso de los fallecimientos por estas causas(Terris, 1980). Sin embargo, otras enfermedades han venido a sustituir a éstasen los primeros lugares de las listas de causas de mortalidad. Enfermedadescomo los trastornos cardiovasculares, el cáncer y, más recientemente, las llama-das enfermedades inmunológicas y degenerativas crónicas, que en gran medidapueden ser consideradas como enfermedades relacionadas con la conducta yforma de vida de los individuos.

En los años sesenta se comienza a tomar conciencia de la necesidad deintervenir en la prevención de dichas enfermedades, y con ello de la necesidadde transformar el modelo médico tradicional en un modelo biopsicosocial quetenga en cuenta, además de los factores biológicos, los de carácter psicológicoy social en la génesis y mantenimiento de las enfermedades. Independiente-mente del modelo del que se parta, las emociones generalmente denominadasnegativas, como la ansiedad, se han convertido de forma indiscutible en unasde las principales variables a investigar, tratar y controlar en el nuevo concepto

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de salud, estando cada vez más asentado el papel que juegan como factores deriesgo de enfermedad (Fernández Castro, 1993; Fernández Castro y Edo,1994; Martínez Sánchez y Fernández Castro, 1994; Miguel Tobal y Casado,1994, 1999).

Las reacciones emocionales, como la ansiedad, la ira o la tristeza, presentancorrelatos fisiológicos que son el resultado de complejos mecanismos, que bajola influencia del sistema nervioso afectan a las secreciones glandulares, losórganos y tejidos, los músculos y la sangre. Cada vez son más los estudios quemuestran la relación entre factores emocionales y trastornos tales como los detipo cardiovascular, digestivos e incluso los derivados de un mal funcionamien-to del sistema inmunológico, como el cáncer.

El mejor campo de estudio de esta relación ha sido, y sigue siendo, el de losdenominados clásicamente trastornos psicosomáticos, o desde una conceptua-lización más reciente, trastornos psicofisiológicos. Los trastornos psicofisioló-gicos han sido definidos tradicionalmente como aquellos que presentan unaclara evidencia de enfermedad orgánica, a la vez que una proporción significa-tiva de sus determinantes son de índole psicológica (Maher, 1978). Nos encon-tramos, por tanto, ante trastornos caracterizados por la existencia de síntomasfísicos o disfunciones en varios órganos del cuerpo, estrechamente relaciona-dos con factores psicológicos (Gatchel, Baum y Krantz, 1989).

A pesar de esta doble vertiente, orgánica y psicológica, este tipo de trastor-nos han sido tratados casi exclusivamente desde una perspectiva médica. Sinembargo, con el auge de disciplinas como la Medicina Conductual y la Psicolo-gía de la Salud, han ido cobrando relevancia una serie de variables relaciona-das directamente con aspectos psicológicos. Tanto la medicina como la psico-logía han buscado siempre la etiología de estos trastornos dando lugar a que alo largo de la historia distintos factores cobraran el papel de explicación decisi-va, hasta llegar a la convicción de que la multicausalidad es la verdadera etiolo-gía, con sus combinaciones entre diversos factores. Esta multicausalidad, cen-trada en la consideración simultánea de los factores genéticos, ambientales,psicológicos y, principalmente, en el peso de la interacción, como elemento depredisposición del individuo a padecer una determinada enfermedad, es elgran mérito de la investigación psicológica actual en este campo. Ello ha propi-ciado que los trastornos psicofisiológicos ya no sean entendidos como un gru-po concreto o distinto de enfermedades, sino como aquellas alteraciones físicasque son precipitadas, agravadas o prolongadas por factores psicológicos.

Actualmente se tiende a asociar la génesis, desarrollo y mantenimiento delos trastornos psicofisiológicos con una pluralidad de agentes, entre los quecabe destacar: la ansiedad, la ira y/o la hostilidad, los factores ambientales, elestilo de vida, la resistencia del sujeto al estrés, factores genéticos, característi-cas de personalidad, factores cognitivos, estilos de afrontamiento, etc.

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Los trastornos psicofisiológicos

En las clasificaciones tradicionales de los trastornos psicofisiológicos se lis-taban y describían las distintas enfermedades en las que la investigación habíamostrado su relación con variables psicológicas. Estas clasificaciones solíanagrupar los distintos trastornos según el sistema afectado. Entre ellos destaca-ban por su frecuencia e interés los siguientes:

– Trastornos cardiovasculares: enfermedad coronaria, hipertensión arterial.– Trastornos respiratorios: asma bronquial, síndrome de hiperventilación.– Trastornos endocrinos: hipertiroidismo, hipotiroidismo, enfermedad de

Addison, síndrome de Cushing, alteraciones de las glándulas paratiroides,hipoglucemia, diabetes.

– Trastornos gastrointestinales: trastornos esofágicos, dispepsia no ulcero-sa, úlcera péptica, síndrome de intestino irritable, colitis ulcerosa, enfermedadde Crohn.

– Trastornos dermatológicos: prurito, hiperhidrosis, urticaria, dermatitisatópica, alopecia areata.

– Dolor crónico: lumbalgias, cefaleas, dolor pre-menstrual.– Artritis reumatoide.– Trastornos inmunológicos.El Manual de Diagnóstico de la Asociación de Psiquiatría Americana

–DSM II– reconocía la existencia de enfermedades orgánicas psicógenas, esta-bleciendo que sólo determinadas enfermedades podían ser debidas a causaspsicológicas. En este manual se definían nueve categorías principales de tras-tornos en función del órgano o sistema orgánico afectado. Sin embargo, lainvestigación en el campo demostraba paulatinamente la relevancia de los fac-tores psicológicos en la etiología y desarrollo de un gran número de enferme-dades no consideradas inicialmente como psicofisiológicas, que engloban des-de trastornos neurológicos, como la esclerosis múltiple, hasta enfermedadesinfecciosas, como la tuberculosis, e incluso enfermedades inmunológicas,como la leucemia (Wittkower y Dudek, 1973).

Con este creciente reconocimiento de la implicación de factores psicológi-cos o emocionales en el desencadenamiento y/o agravamiento de la mayoría delas enfermedades orgánicas, se hizo patente la ineficacia del esquema anterior.La DSM II no podía dar cuenta de estos resultados y era necesario un cambioen el sistema clasificatorio vigente hasta entonces. Lipp, Looney y Spitzer(1977) señalaron que la DSM III debía tomar en consideración el grado en quelos factores psicosociales pueden influir en la condición física. Este objetivo fueadoptado e incorporado en la tercera edición del manual DSM III. Recomenda-ron, así mismo, que la sección independiente de “Trastornos Psicofisiológicos”fuese eliminada y sustituida por una nueva sección denominada “Factores psi-cológicos en la condición física”, adoptándose finalmente el título: “Factorespsicológicos que afectan al estado físico”. Esta sección de la DSM III incluyeno sólo los trastornos psicofisiológicos tradicionales señalados en la anterior

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DSM II, sino también aquellas alteraciones físicas en las que se han podidoencontrar factores psicológicos significativos en la génesis o agravamiento deltrastorno.

Así, al describir los trastornos psicofisiológicos no se hace referencia a ungrupo distinto de enfermedades, sino a aquellas alteraciones físicas que sonprecipitadas, agravadas o prolongadas por factores psicológicos: “...esta cate-goría puede utilizarse para cualquier trastorno físico en el que los factores psi-cológicos sean considerados importantes. Puede utilizarse para describir alte-raciones que en el pasado se han conocido con el nombre de psicosomáticas opsicofisiológicas ...” (DSM III-R, pág. 317). Entre los ejemplos comunes deenfermedades físicas en las que esta categoría puede ser apropiada se incluyenlos siguientes: obesidad, cefaleas de tensión, migraña, angor pectoris, dismeno-rrea, dolor sacroilíaco, neurodermatitis, acné, artritis reumatoide, asma, taqui-cardia, arritmia, úlcera gastroduodenal, cardiopasmo, pilorospasmo, náuseas yvómitos, colitis ulcerosa y poliaquiuria.

A partir de la DSM III (DSM III-R y DSM IV) la American PsychiatricAssociation (APA) recoge la idea de que los factores psicológicos tienen unpapel de gran relevancia en la mayoría de las enfermedades. Con la adopción,por parte de la APA, de este nuevo sistema se pretende evitar la consideraciónde un determinado trastorno o enfermedad como exclusivamente psicológicou orgánico.

Encontramos algo similar en el capítulo V sobre Trastornos Mentales y delComportamiento de la 100 edición de la Clasificación Internacional de Enfer-medades (CIE-10), en la cual el término psicosomático no se utiliza, ya que “... puede implicar que los factores psicológicos no jueguen un papel en eldesencadenamiento, curso y evolución de otras enfermedades no descritascomo psicosomáticas...” (CIE-10 cap. V, pág. 26). En este manual, los trastor-nos clasificados anteriormente como psicosomáticos se dividen en varios apar-tados: trastornos somatomorfos (F45), trastornos de la conducta alimentaria(F50), disfunción sexual de origen no orgánico (F52) y factores psicológicos ydel comportamiento en trastornos o enfermedades clasificados en otro lugar(F54). Esta última categoría (F54) se ha creado con el fin de señalar la existen-cia de trastornos orgánicos (codificados en otros capítulos de la CIE-10) conetiología emocional. Por ejemplo, el asma puede clasificarse como F54 + J45,la úlcera gástrica como F54 + K25, etc.

La mayoría de los profesionales de la Medicina Psicosomática, MedicinaConductual o Psicología de la Salud apoyan este nuevo sistema clasificatorio yaque enfatiza una aproximación etiológica multicausal de la enfermedad (Gat-chel et al., 1989).

Una de las características básicas de los trastornos psicofisiológicos es elcarácter múltiple de su etiología. Este hecho dificulta el estudio de dichos tras-tornos si tenemos en cuenta que los distintos y variados factores desencade-nantes pueden adoptar diversas combinaciones, haciendo que el peso específi-co de cada factor sea diferente en cada caso, así como la interacción resultante.

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Junto a este hecho, no se debe olvidar, además, que dichas combinaciones pue-den variar a su vez en función del estadio evolutivo en que se encuentre el tras-torno, como ha sido repetidamente señalado en el caso de la hipertensión pri-maria (Obrist, Langer, Light y Koepke, 1983). El establecimiento de losfactores determinantes ha potenciado considerablemente la investigación enesta área haciéndose hincapié en los factores fisiológicos, genéticos, psicológi-cos y ambientales. Todos ellos han de ser tomados en cuenta para lograr unacomprensión global de estos trastornos.

Entre las variables psicológicas estudiadas destaca, sin duda, la ansiedad.Como sabemos, la ansiedad va a manifestarse mediante un triple sistema derespuestas: cognitivo, fisiológico y motor. La relación entre las respuestas delsistema fisiológico y los trastornos psicofisiológicos ha sido punto de partidade muchas teorías explicativas sobre su génesis. Por otro lado, el tipo de estí-mulos (internos o externos) capaces de evocar la respuesta de ansiedad estará,en gran parte, determinado por las características del sujeto, existiendo nota-bles diferencias individuales en cuanto a la propensión a manifestar reaccionesde ansiedad ante las diversas situaciones.

Bajo esta perspectiva destacan dos líneas de investigación complementariase inseparables centradas en el papel de los factores fisiológicos y psicológicosen la génesis y desarrollo de distintas enfermedades.

1. Factores fisiológicos: Existe un amplio número de investigaciones y demodelos explicativos de los trastornos psicofisiológicos que consideran que lasconsecuencias derivadas de la respuesta fisiológica a las situaciones de estrésson la causa principal que incide en el desarrollo de dichos trastornos. El desa-rrollo de la experimentación biomédica y los avances en psicofisiología hanpermitido, en parte, el progresivo desarrollo de esta línea de investigación.Estos modelos, basados en general en las consecuencias que puede provocar laexposición a situaciones de estrés, parten de un eje común: el organismo nece-sita para realizar su actividad diaria cierto grado de activación fisiológica. Esta-ríamos por lo tanto, en principio, ante una respuesta positiva y adaptativa.Pero )qué ocurre cuando la respuesta de activación se excede en su frecuencia,intensidad y/o duración?:

– Por un lado, el organismo no puede mantener de forma constante un rit-mo de activación por encima de sus posibilidades.

– Por otro, en el medio en el que se desarrolla el hombre actual el sentidode la adaptación se va perdiendo, ya que es poco probable que un eventodesencadenante de tal reacción desaparezca por medio de una acción de ata-que o huida, en el sentido planteado por Cannon (Cardona y Santacreu, 1984).En el mundo actual, la forma habitual de responder ante el evento estresantees por medio de respuestas de afrontamiento, como las cognitivas, que no utili-zan el incremento de energía movilizado, generándose de esta forma una acu-mulación excesiva de dicha energía no empleada.

Estos dos factores pueden dar lugar a la sobrecarga de determinados órga-nos, pudiendo desencadenar trastornos a diferentes niveles. Por lo tanto, la

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probabilidad de que un trastorno psicofisiológico se desarrolle aumentará conel incremento de la frecuencia, la intensidad y/o la duración de la respuesta deansiedad provocada por la propia situación estresante o ansiógena.

2. La segunda línea de investigación se centra en el papel de las variablespsicológicas. La hipótesis básica sostiene que los sujetos con altos niveles enrasgo de ansiedad interpretarán un mayor número de situaciones como amena-zantes, por lo que se verán expuestos con mayor frecuencia a situaciones queles generen estados de ansiedad, lo que en última instancia, según los datosaportados por múltiples investigaciones, supondrá una mayor y más frecuenteactivación fisiológica y por tanto mayor probabilidad de desarrollar trastornospsicofisiológicos. Desde esta perspectiva se ha trabajado con paradigmas deconflicto experimental para provocar incertidumbre o falta de control en losindividuos, a la vez que se han estudiado exhaustivamente los distintos modosde afrontamiento.

Pero aunque a nivel conceptual sigue siendo posible separar los factoresfisiológicos de los psicológicos, en la realidad la línea divisoria está bastantedesdibujada. Las emociones son variables psicológicas que se manifiestan,entre otras, por medio de respuestas fisiológicas. En la relación de la ansiedady el estrés con los trastornos psicofisiológicos, un elemento fundamental serásiempre el hecho de que las situaciones estresantes o ansiógenas afectan al fun-cionamiento de los órganos internos produciendo en ellos cambios tanto mor-fológicos como funcionales.

En resumen, podemos destacar como factores desencadenantes o agravan-tes de distintas enfermedades la interacción entre una situación estresante, unmodo individual de valorar la situación como amenazante, un patrón de res-puesta fisiológica y una sensibilidad incrementada o predisposición orgánica.Es innegable por tanto que, en gran medida, el proceso dependerá del modoen que la persona perciba y procese la situación estresante y de su habilidadpara encontrar soluciones adaptativas a las nuevas situaciones.

Otra de las emociones que en los últimos años está dando lugar al desarro-llo de numerosas investigaciones dentro del campo de los trastornos psicofisio-lógicos es la ira. En líneas generales, los distintos autores coinciden en descri-bir la ira como una emoción, pero discrepan en sus definiciones según losdistintos elementos sobre los que recae el énfasis. Frecuentemente el términoira se mezcla y confunde con otros como hostilidad y agresión, generándose unimportante problema conceptual. Conviene distinguir la ira (estado emocionalo afectivo) de la hostilidad (relacionada con las actitudes) y de la agresión(conducta destructiva).

Al igual que en el caso de la ansiedad, podemos diferenciar en la ira entrerasgo y estado. Se define el estado de ira como el estado emocional o condiciónque incluye sensaciones subjetivas de tensión, enojo, irritación, furia o rabia,con activación concomitante o arousal del sistema nervioso autónomo; mien-tras que el rasgo de ira se refiere a la tendencia o propensión individual a reac-cionar con estados de ira (Spielberger, Jacobs y Rusell, 1983; Spielberger,

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Krasner y Solomon, 1988; Deffenbacher,1992; Miguel Tobal, Casado, CanoVindel y Spielberger, 1997).

La activación concomitante es la causa de que la ira se haya relacionado, aligual que la ansiedad, con la génesis y/o agravamiento de distintas enfermeda-des. Desde fechas tempranas existe una extensa literatura que señala la ira y lahostilidad como factores importantes que predisponen a padecer diferentestrastornos (Diamond, 1982; Spielberger, 1988).

Desde hace unos años, se ha puesto de manifiesto la necesidad de delimitary medir una serie de facetas: la intensidad de los sentimientos en un momentoparticular, la frecuencia con que se experimenta la ira, si la ira es suprimida oexpresada como conducta agresiva hacia otras personas u objetos, y el gradoen que una persona se implica en controlar la ira (Spielberger, Johnson, Rusell,Krane, Jacobs y Worden, 1985; Spielberger et al., 1988). Estas variables serelacionan de diferente forma con algunos trastornos psicofisiológicos.

Ansiedad, ira y trastornos cardiovasculares

La hipertensión arterial, tanto por su incidencia como por sus graves reper-cusiones, constituye uno de los problemas más importantes de salud. Se estimaque alrededor de un 20% de la población general presenta cifras tensionalesmantenidas superiores a 160/95 mm Hg. En la mayor parte de los casos(90-95%) se trata de una hipertensión esencial o primaria cuyos mecanismosetiopatogénicos no están bien establecidos. Es un hecho constatado que inclu-so en personas normotensas una amplia gama de estímulos ambientales, provo-cadores de una reacción emocional moderada o intensa, desencadenan aumen-tos transitorios de la presión arterial. Esta reactividad cardiovascular es mayoren pacientes hipertensos o en personas con antecedentes familiares de hiper-tensión arterial (Ditto y Miller, 1989). Estos hechos han permitido postularuna serie de teorías que involucran a los factores psicosociales en la patogeniade la hipertensión.

Han sido muchos los autores que con mayor o menor éxito y desde distin-tas perspectivas han centrado sus estudios en la relación entre distintas varia-bles psicológicas y la hipertensión.

Para comenzar, es imprescindible hacer referencia a una de las formulacio-nes más clásicas, la de Alexander (1939), quien postuló una base psicodiná-mica en la hipertensión esencial, en cuyo núcleo estaría un conflicto entre lastendencias pasivo-dependientes y los impulsos agresivos reprimidos. SegúnAlexander los pacientes hipertensos serían incapaces de expresar sentimientoshostiles, generando un resentimiento mantenido. La constatación de esta hipó-tesis se enfrentó con las lógicas dificultades metodológicas, características de lapuesta a prueba de los postulados psicoanalíticos.

En la actualidad, los estudios que intentan encontrar rasgos de personali-dad característicos del sujeto hipertenso suelen realizarse en dos líneas:

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– Estudiar la incidencia de la hipertensión en poblaciones psiquiátricas.Los resultados y la metodología empleada por este tipo de estudios han sidoduramente cuestionados (véase Weiner, 1979), principalmente porque el tipode muestras utilizadas no permite generalizar los datos obtenidos a la pobla-ción hipertensa en general. Por otro lado, su carácter puntual no permite cono-cer si la hipertensión surge con posterioridad al “trastorno psicológico” o porel contrario es anterior al mismo.

– La otra línea de estudio, y a nuestro juicio más acertada, consiste en lautilización de pruebas objetivas para la medición de variables psicológicas enmuestras de sujetos normotensos e hipertensos. Este tipo de estudios permiteun mayor campo de acción, al poder establecer comparaciones entre ambosgrupos. En cualquier caso, algunos de estos estudios caen igualmente en elerror de intentar concluir con una relación causa-efecto entre las característicasde personalidad y el desarrollo de la hipertensión cuando, como en el caso dela investigación del resto de los factores, la metodología es correlacional, por loque no es posible establecer dichas relaciones causales.

En esta línea, los datos que se han ido obteniendo hasta la actualidadsiguen siendo contradictorios con más frecuencia de la que cabría esperar,debido en parte a problemas metodológicos que es necesario subsanar. Uno delos principales problemas sigue siendo la elección de las muestras. Al tener quetrabajar con muestras clínicas es importante tener en cuenta sus características(edad, sexo, nivel cultural, etc.) y es necesario utilizar una muestra normotensaequiparada en estas variables.

Harburg, Blakekock y Roeper (1979) resaltan la importancia de la supre-sión de ira como una variable que contribuye a elevar la presión sanguínea y,por consiguiente, incidente en la hipertensión. En los trabajos de Baer, Collins,Bourenoff y Ketchel (1979), realizados a partir de distintas muestras de sujetoshipertensos y normotensos, y utilizando como instrumento de medida el BriefHypertensive Self-Report Instrument, se encontraron diferencias significativasentre ambos grupos. Los autores apuntan que los sujetos hipertensos obtienenpuntuaciones más altas que los sujetos normotensos en activación de ira, ansie-dad y resentimiento. Schalling y Svensson (1984) estudiaron la relación entrelos rasgos de personalidad y la presión sanguínea en reclutas de la armada sue-ca. A partir de estas muestras se encontraron diferencias significativas entrehipertensos y normotensos en escalas de ansiedad, tensión, neuroticismo e“inhibición de agresión”. Los hipertensos puntuaban más alto en estas escalasque los normotensos. Los autores describen el perfil del hipertenso como unindividuo ansioso, que reprime o inhibe la ira y que no es asertivo. Estos datosson consistentes, según sus autores, con la temprana descripción de Alexander(1939) en la que dibuja la personalidad del hipertenso, y contraria al conceptode Tipo A como una persona abiertamente agresiva, competitiva, asertiva eimpaciente.

Van Der Ploeg, Van Buuren y Van Brummelen (1985), utilizando elState-Trait Anger Expression Inventory (Spielberger et al., 1983; Spielberger,

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1988, 1991) con muestras de pacientes hipertensos y sujetos normotensos,encontraron en el grupo de hipertensos puntuaciones más altas en estado deira y expresión de ira que en el grupo de normotensos. Al comparar por sexos,los varones hipertensos mostraron valores significativamente más altos que losnormotensos en las variables de estado de ira y rasgo de ira, mientras que entrelas mujeres las diferencias no llegaron a ser significativas.

Thailer, Friedman, Harsfield y Pickering (1985) sostienen que los pacienteshipertensos con elevación de la renina plasmática presentan mayores niveles deira contenida, susceptibilidad, paranoidismo, depresión y ansiedad.

Dimsdale, Pierce y Schoenfeld (1986) confirmaron una relación entre lapresencia de sentimientos de irritación e ira contenida y la hipertensión arterialesencial. Boutelle, Epstein y Ruddy (1987) en un estudio comparativo entresujetos normotensos e hipertensos concluyen que los sujetos hipertensos sonsignificativamente más propensos a sentir ira y, sin embargo, muestran mayo-res puntuaciones en evitación de la expresión de la ira. Goldstein, Med, Eldel-barg, Meier y Davis (1988) en un estudio con muestras de sujetos normotensose hipertensos, estudiaron la relación entre ira y presión sanguínea. Estos auto-res encontraron diferencias significativas entre ambos grupos en expresión deira, medida con la escala Survey of Affective Stress, siendo mayores las puntua-ciones en el grupo de normotensos que en el de hipertensos. Es decir, loshipertensos mostraron una menor expresión de ira que los sujetos normoten-sos, o si se prefiere, los normotensos expresaban sus sentimientos de ira conmayor facilidad. Pagotto, Fallo y Fava (1992) sostienen que, comparados conun grupo normal, los sujetos con hipertensión muestran significativamentemayores niveles de ansiedad.

Miller (1992) examinó la influencia del rasgo de ansiedad en la respuestacardiovascular en sujetos normotensos (PH–) y sujetos normotensos con ante-cedentes familiares de hipertensión (PH+). Los sujetos PH+ con alto rasgo deansiedad exhibían mayores elevaciones de tasa cardíaca y flujo sanguíneo en elantebrazo ante determinados estímulos estresores, así como descensos en laresistencia vascular, medida también en el antebrazo, que los sujetos PH+ conbajo rasgo de ansiedad y que los sujetos normotensos sin antecedentes hiper-tensivos (PH–). La respuesta cardiovascular de los sujetos PH+ con bajo rasgode ansiedad no difería de los sujetos PH–. Según el autor los resultados sugie-ren que la ansiedad puede ser un factor modulador de la respuesta cardiovas-cular individual y, por ende, del riesgo de padecer hipertensión.

Miguel Tobal (1993) llevó a cabo un estudio piloto con el objetivo deinvestigar la relación entre la ansiedad y la ira con la hipertensión esencial utili-zando el Inventario de Situaciones y Respuestas de Ansiedad –ISRA– y elInventario de Expresión de Ira Estado-Rasgo –STAXI– en su versión en caste-llano. La muestra total estaba formada por 105 sujetos, divididos en dos gru-pos según sus niveles de presión arterial: normotensos e hipertensos. Ambasmuestras estaban equiparadas en cuanto a las variables sexo y edad. Los resul-tados mostraron un perfil de los sujetos hipertensos caracterizado por altos

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niveles de ansiedad en todas las escalas del ISRA (rasgo general, sistemas derespuesta y rasgos específicos) y una mayor disposición a expresar ira cuandoson criticados o tratados de forma injusta (reacción de ira), a refrenar sus senti-mientos de ira con mayor frecuencia (ira interna) y a que sus estados de ira semanifiesten en conductas agresivas directas (ira externa) de forma menos fre-cuente que en el grupo normotenso.

Posteriormente se ha llevado a cabo una amplia investigación con el objeti-vo central de estudiar la relación entre distintas variables psicológicas y lostrastornos psicofisiológicos (Casado, 1994; Miguel Tobal y Casado, 1994). De-rivados de este objetivo central, se plantearon dos objetivos específicos (MiguelTobal, Casado, Cano Vindel y Spielberger, 1997):

– Estudiar la posible existencia de un perfil psicológico específico de lossujetos que presentan determinados trastornos psicofisiológicos con respecto ala población normal.

– Estudiar si existen perfiles psicológicos específicos asociados a cada tras-torno en concreto, es decir, estudiar la existencia de diferencias entre perfilescaracterísticos de distintos trastornos. Para ello se seleccionan dos trastornospsicofisiológicos: la hipertensión esencial y la úlcera péptica.

Entre las variables estudiadas se encuentran la ansiedad, la ira, la capacidadde solución de problemas, variables clásicas de personalidad (control-neuroti-cismo, extraversión-introversión, paranoidismo) y el Patrón de Conducta TipoA. Para su medida se ha utilizado en los tres estudios una batería compuestapor cinco pruebas: el Inventario de Solución y Afrontamiento de Problemas–I.S.A.P.–, de Miguel Tobal y Casado (1992); el Inventario de Situaciones yRespuestas de Ansiedad –I.S.R.A.– de Miguel Tobal y Cano Vindel (1986,1988, 1994); el Inventario de Expresión de Ira Estado-Rasgo –S.T.A.X.I.– deSpielberger (1988, 1991); el Cuestionario de Personalidad –C.E.P.– de Pinillos(1973) y la Escala de Actividad de Jenkins –J.A.S.– (Forma C) de Jenkins,Zyzanski y Rosenman (1979) en la adaptación castellana de Fernández-Abascal(1992).

Para el primer estudio, en el que se investigaban las características de lossujetos hipertensos frente a un grupo de control, se empleó una muestra totalformada por 202 sujetos, de los cuales 93 eran hipertensos y 109 normotensos.Los resultados confirmaron los altos niveles de ansiedad encontrados en elestudio piloto, así como la implicación de la ira interna en el perfil del sujetohipertenso. Sin embargo, no se confirmaron los resultados en relación a lareacción de ira y a la ira externa. Es de señalar que estas últimas mostraban enel estudio piloto diferencias mucho menos significativas que la ira interna, dilu-yéndose al utilizar muestras más amplias.

En el segundo estudio sobre trastornos cardiovasculares (Miguel Tobal yCano Vindel, 1997) se investigaron las diferencias emocionales entre sujetosque han sufrido infarto de miocardio y un grupo de control, empleando losinstrumentos ya señalados. En este caso la muestra total estuvo formada por 88sujetos distribuidos en dos grupos: 44 sujetos infartados y 44 sujetos del grupo

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de control, equiparados en sexo y edad. Los resultados pusieron de manifiesto,en contra de lo esperado, que los sujetos infartados puntuaban muy bajo en lasescalas de ansiedad, incluso ligeramente más bajo que el grupo de control,mientras que, de nuevo, la ira interna (tendencia a suprimir u ocultar los senti-mientos de ira) apareció como la característica más destacable, al igual quesucedió en el estudio con hipertensos, si bien en el caso de los infartados latendencia a suprimir la ira es aún más marcada. Estos resultados se han inter-pretado en términos de la existencia de un estilo represivo de afrontamientocaracterístico de las personas que padecen una enfermedad que les puede pro-vocar la muerte (Miguel Tobal et al., 1997; Cano Vindel y Miguel Tobal,1998).

Una interesante y reciente revisión sobre el papel que desempeñan las emo-ciones en los trastornos cardiovasculares puede verse en Fernández-Abascal yMartín Díaz (1999).

Ansiedad e ira en las úlceras pépticas

La úlcera péptica constituye uno de los trastornos considerado prototipode enfermedad psicosomática. Se trata de la erosión de la mucosa localizada enel estómago o en el duodeno, cuya etiología es desconocida en la mayoría delos casos.

Las hipótesis psicofisiológicas actuales aportan datos interesantes sobre lagénesis de esta enfermedad y resaltan el papel de los factores psicosociales enella. Numerosas investigaciones han constatado en repetidas ocasiones queemociones como la ira y la ansiedad o la frustración van acompañadas deincrementos de secreción de ácido gástrico. Por ello, se estableció la hipótesisde que determinados estados emocionales facilitaban un exceso de secrecióngástrica que era responsable del desarrollo o agravamiento del trastorno.

Si aceptamos que el estado emocional repercute sobre la actividad secreto-ra y teniendo en cuenta que este efecto parte del SNC encargado de modularla secreción gástrica a través de sistemas distintos, el parasimpático y el neuro-endocrino, pueden efectivamente existir mecanismos fisiopáticos a través delos cuales los factores psicosociales pueden incidir en el desarrollo de la úlcerapéptica.

Una de las hipótesis psicofisiológicas más extendidas relaciona la hiperse-creción de ácido gástrico en ausencia de comida con acontecimientos estresan-tes. Esta hipótesis se basa en investigaciones con animales y humanos centra-das en la relación entre estrés y actividad secretora. Hay numerosos ejemplosde pacientes expuestos a situaciones emocionales estresantes que muestran unaumento en el volumen y acidez de la secreción gástrica (Wolf, 1965).

Ya en 1859, Brinton observó que la úlcera péptica coincidía frecuentemen-te con altos niveles de ansiedad, siendo frecuente que los enfermos relaciona-sen el inicio o la reagudización de los síntomas de la enfermedad con periodos

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de tensiones de origen psicosocial, aunque hay que señalar que estos antece-dentes no se daban en todos los enfermos.

Wolf y Wolff, en 1947, llevaron a cabo un estudio clínico (el llamado casoTom) con un paciente que había ingerido una solución cáustica que lesionó suesófago, por lo que fue necesario implantarle una fístula gástrica permanente através de la cual ingería los alimentos. La mucosa gástrica era perfectamentevisible y permitía una observación directa de los cambios experimentados porestos tejidos durante los diversos estados emocionales por los que atravesaba elsujeto. Wolf y Wolff (1947) señalaron que cuando Tom se encontraba enfada-do, o frustrado, se podía observar una hiperfunción de la mucosa gástricaaumentando la secreción de ácido clorhídrico y la motilidad, apareciendo elestómago bastante enrojecido y con diversas hemorragias.

En experimentación animal se ha demostrado que la exposición prolonga-da de ratas a situaciones estresoras (descargas eléctricas incontrolables oimpredecibles) conlleva un incremento en la frecuencia de aparición de úlceras(Weiss, 1968, 1972, 1977; Levine, Weinberg y Ursin, 1978). En este tipo deexperimentos se encuentra un marcado descenso noradrenérgico en aquellosanimales que no se defienden ante la situación aversiva (coping pasivo), siendoéstos los que presentan mayores signos de ulceración. Teniendo en cuenta,como hemos mencionado anteriormente, que el SNC es el encargado demodular la secreción gástrica a través de los sistemas parasimpático y neuroen-docrino, estos datos confirman la relación entre la exposición a situacionesestresantes y el desarrollo de úlceras; ahora bien, sólo ante determinadas situa-ciones estresantes, concretamente ante aquellas que elicitan una respuesta decoping pasivo.

En una situación de estrés se puede observar una oscilación en la homeos-tasis simpática-parasimpática del SNA. En la primera fase domina la actividadsimpática. Posteriormente, cuando el sujeto entra en un estado de indefensión,el nivel de arousal o activación desciende al igual que los niveles de aminascerebrales. En este momento comienza una mayor actividad de la cadena para-simpática, lo que provoca un aumento de las secreciones gástricas que puedeser el causante de la ulceración.

Muchos investigadores relacionan el sistema parasimpático con las secre-ciones gástricas, especialmente con la de ácido clorhídrico cuyo responsableparece ser el nervio vago. Experimentalmente se ha comprobado que cuandose practica una vagotomía se inhibe marcadamente la secreción de jugo gástri-co al igual que las “úlceras producidas por estrés” (Molina, 1981).

En 1980, Henke realizó varios trabajos en los que encontró evidencia afavor de la relación entre el eje Hipotálamo-Amígdala y las úlceras gástricasproducidas por un tipo concreto de estrés: la inmovilización.

Atendiendo a estos resultados, quizá el elemento responsable de queactualmente siga siendo muy discutido el papel del estrés inespecífico en lapatogenia de las úlceras y que en distintos estudios no se haya podido encon-trar una mayor incidencia de acontecimientos vitales estresantes en pacientes

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ulcerosos comparados con un grupo control, sea el hecho de no haber tenidoen cuenta, en la relación entre el estrés y la úlcera, la forma de afrontamientoante la situación estresante.

Sí parece constatarse que emociones como la ira o el enfado contenidoparecen producir un incremento en la secreción de ácido gástrico (Wolf yWolff, 1947). Teniendo en cuenta definiciones de ira como la de Izard (1977),quien la describe como una emoción primaria que se presenta cuando un orga-nismo es bloqueado en la consecución de una meta o en la satisfacción de unanecesidad, estaríamos refiriéndonos a una situación frustrante.

Desde posiciones psicodinámicas, Alexander (1950) propuso que la úlcerapéptica es la expresión de un conflicto neurótico motivado por un deseo des-proporcionado de cuidado y protección. Según Alexander, la frustración deestas necesidades de dependencia durante la infancia facilita una hipersecre-ción gástrica que conduce a la úlcera. Más recientemente, y mediante elempleo de metodologías más depuradas, diversos autores han intentado buscarrelaciones entre diversas variables psicológicas y la úlcera.

En un estudio realizado en 1986 por Tennant y Goulston, trabajando conmuestras de sujetos con úlcera duodenal y úlcera gástrica encuentran que,comparados con el grupo control, los sujetos con úlcera duodenal obtienenmayores puntuaciones en introversión y psicoticismo, mientras que los sujetoscon úlcera gástrica obtienen puntuaciones significativamente más elevadas enpsicoticismo y rasgo de ansiedad. Al comparar las dos muestras de sujetos conúlcera obtienen que el grupo de úlcera gástrica mostraba mayores puntuacio-nes en neuroticismo, psicoticismo y hostilidad que los sujetos con úlcera duo-denal.

Magni, Di-Mario, Conlon y Naccarato (1987), en un estudio realizado consujetos que padecían úlcera gástrica, concluyen que dichos sujetos están carac-terizados por un alto rasgo de ansiedad, dependencia, introspección, descon-fianza, tendencia a ser taciturnos y ausencia de rasgos paranoides. Langelud-decke, Goulston y Tennant (1987), en un estudio en el que comparan muestrasde sujetos que padecen úlcera duodenal y úlcera gástrica, encuentran que lossujetos con úlcera gástrica obtienen mayores puntuaciones en rasgo de ansie-dad y psicoticismo que los sujetos normales, mientras que los sujetos con úlce-ra duodenal presentan elevados niveles sólo en medidas de estado de ansiedad.En un nuevo estudio, Magni et al. (1987), trabajando con sujetos que padecenúlcera duodenal, encuentran que los pacientes que presentan altos niveles enrasgo de ansiedad son más propensos a las recaídas que los que presentanbajos niveles de rasgo de ansiedad.

Tennant (1988), en un artículo de revisión sobre los efectos de distintosestresores en conjunción con diferentes estados emocionales, en cuanto alincremento de secreción de ácido gástrico, sostiene que los sujetos con altosniveles de rasgo de ansiedad o neuroticismo son más propensos a sufrir estadosde ansiedad inducidos por los distintos estresores diarios y, en consecuencia,son más propensos a padecer trastornos gastrointestinales. Sreedhar (1989)

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señala que los sujetos con úlcera péptica tienen puntuaciones anormalmenteelevadas en ansiedad medida por una versión de la escala de Taylor (M.A.S.).

Casado y Miguel-Tobal (1993) llevaron a cabo una investigación con unamuestra de 82 sujetos divididos en dos grupos, uno de sujetos normales y otro desujetos que padecían úlcera péptica. Los sujetos fueron evaluados en distintasfacetas de la ansiedad y la ira por medio del Inventario de Situaciones y Respues-tas de Ansiedad –ISRA– (Miguel-Tobal y Cano-Vindel, 1986, 1988), y el Inven-tario de Expresión de Ira Rasgo-Estado –STAXI– (Spielberger, 1988, 1991).

Los resultados muestran un perfil del sujeto con úlcera caracterizado porun alto rasgo general de ansiedad, alta reactividad en los tres sistemas de res-puesta, con reacciones de ansiedad intensas ante situaciones habituales en suvida diaria, ante situaciones en que puedan ser evaluados o criticados, ante lassituaciones interpersonales y, por último, ante situaciones o estímulos poten-cialmente fóbicos. En relación a la ira, los individuos con úlcera no presentanun rasgo mayor que los del grupo control, es decir, que no tienden a sentirseairados con más frecuencia que los sujetos normales; sin embargo, la gran dife-rencia se manifiesta en que cuando se sienten airados o enfurecidos presentanuna mayor disposición a refrenar sus sentimientos de ira.

Estos resultados se confirmaron en un estudio posterior (Casado, 1994) enel que se evaluaron, entre otras, la ansiedad y la ira utilizando los mismos ins-trumentos del estudio anterior, con una muestra más amplia. La muestra deeste estudio estaba formada por un total de 158 sujetos, de los cuales 61 pre-sentaban úlcera y 97 conformaban el grupo de control.

Como puede observarse, estos resultados coinciden en gran medida con losobtenidos en pacientes hipertensos. ¿Supone esto la existencia de un patrón deactivación, caracterizado por altos niveles de ansiedad y tendencia a la interio-rización de la ira, común a los distintos trastornos psicofisiológicos? ¿Existe unpatrón o perfil específico para cada trastorno? Quizá sea prematuro dar unarespuesta definitiva a estas cuestiones, aunque nuestros datos apoyarían másuna hipótesis de no especificidad. De hecho, al comparar hipertensos y ulcero-sos (Casado, 1994) no se encuentran diferencias estadísticamente significativasen ninguna de las variables estudiadas relacionadas con la ansiedad y la ira, sibien la tendencia de las puntuaciones mostraba mayores niveles de ansiedad enlos hipertensos, llegando la diferencia a rozar la significación estadística enansiedad cognitiva y fóbica, mientras que los ulcerosos mostraban una mayortendencia a la expresión externa de la ira que los hipertensos, alcanzando ladiferencia valores cercanos a la significación estadística.

EMOCIONES, ESTILO DE AFRONTAMIENTO Y SISTEMA INMUNE

Una extensa literatura sugiere que los individuos se diferencian amplia-mente en el grado de expresividad emocional. Si seleccionamos dos gruposextremos, unos serán emocionalmente expresivos y otros emocionalmenteinexpresivos. Pero el hecho de que un individuo no exprese normalmente sus

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emociones va ligado a aumentos importantes de su actividad fisiológica. Estaactivación fisiológica mantenida en el tiempo puede producir no sólo trastor-nos psicofisiológicos, sino también desarreglos en el sistema inmune.

Cincuenta años de investigación sobre expresión de emociones han demos-trado que los sujetos emocionalmente inexpresivos son fisiológicamente másreactivos a un variado número de estímulos que los sujetos expresivos. A suvez, algunos autores proponen que el vínculo de unión entre la inhibición de laexpresión emocional y el estado final de enfermedad podría ser esta intensifi-cada reactividad fisiológica (Gross y Levenson, 1993). Esta correlación negati-va entre las respuestas conductuales-observables y fisiológicas se ha venidoexplicando, en algunos casos, a través de un modelo hidráulico que sugiereque cuando una emoción no es expresada externamente y es inhibida por elsujeto, será liberada por otra vía o canal no externo, teniendo, así, repercusio-nes físicas para el sujeto.

La inhibición y el control de emociones está asociado a gran número deproblemas de salud (Ibáñez, 1991; Sandín, Chorot, Santed y Jiménez, 1995),que van desde la mayor incidencia de determinados tipos de enfermedades ensujetos represores hasta el mayor número de ausencias al trabajo propiciadaspor motivos de salud, o mayor número de asistencias a Servicios de Salud conquejas por problemas reales.

Los sujetos represores muestran altos niveles de activación psicofisiológicaaun cuando informan de bajos niveles de ansiedad, medida a través de cuestio-narios (Newton y Contrada, 1992). Cuando los sujetos represores son confron-tados a un estímulo emocional muestran mayores niveles de conductancia de lapiel y aumento en la tasa cardíaca. Según algunos autores, sucede todo lo con-trario a los expresivos, que algunos llaman también sensibilizadores (Berry yPennebaker, 1993). Muchos estudios sugieren que esta activación puede refle-jar el efecto de la inhibición conductual, es decir, los sujetos represores traba-jan activamente para suprimir la expresión emocional. Así, Fowles (1980) haceuna revisión de estudios en los que consistentemente se demuestra que cuandolos individuos son forzados a suprimir o inhibir su conducta emocional apare-cen aumentos específicos en la actividad electrodérmica; tanto es así, que Fow-les concluye diciendo que la actividad electrodérmica puede ser un marcadorde la inhibición conductual.

La inhibición activa de emociones, tanto verbal como no-verbal, requiereun esfuerzo y éste ocasiona altos niveles en la línea base de activación fisiológi-ca y estrés físico. Así, Levenson, Carstensen, Friesen y Ekman (1991) y Gross yLevenson (1993) vuelven a encontrar el mismo patrón de aumento de la con-ductancia de la piel y cambios cardiovasculares entre sujetos que suprimen susemociones. Del mismo modo, la inducción experimental de supresión de pen-samientos específicos se asocia con aumento en la conductancia de la piel(Wegner, Shortt, Blake, y Page, 1990; Wegner, 1992).

Otro tipo de estudios trata de relacionar el fraccionamiento direccional dela respuesta cardíaca (Lacey, 1967) con la represión. Lacey (1967) manifestóque la deceleración de la tasa cardíaca está asociada con atención o “absorción

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ambiental” y la aceleración con “rechazo ambiental”. Hill y Gardner (1976)interpretan esta diferenciación en las transacciones que un individuo hace consu ambiente en relación con los dos polos de la escala R-S de Byrne (1961).Los sujetos que se sitúan en el polo represor se caracterizan, no sólo por repre-sión de la experiencia emocional, sino también, como ya hemos mencionado,por mecanismos de evitación, negación y racionalización de las experienciasamenazantes; mientras que los sujetos sensibilizadores se caracterizan pormecanismos de aproximación, intelectualización y rumiación. Así, los sujetosrepresores presentarían una aceleración de la tasa cardíaca, mientras que lossensibilizadores mostrarían un decremento de la misma.

Hill y Gardner (1976) trataron de comprobar esta hipótesis, sometiendo aun grupo de sujetos sanos a la visualización de un vídeo con contenido amena-zante. La hipótesis propone que los sujetos sensibilizadores mostrarán unpatrón de aproximación a la información que el ambiente les ofrece, mientrasque los represores mostrarán un patrón de evitación de esa información ynegación de su existencia. El criterio empleado para dividir los grupos de suje-tos fue un corte en la mediana de las puntuaciones obtenidas en la escala R-Sde Byrne (1961). Los resultados confirmaron la hipótesis de que el estilodefensivo evaluado por esta escala está asociado con la dirección del cambiocardíaco en respuesta a un estímulo amenazante. La importancia e interés deeste estudio radica en el hecho de que los resultados relacionan una dimensiónde personalidad evaluada a través de autoinforme con la respuesta autonómicaa una situación amenazante.

Hemos visto que los sujetos con trastornos cardiovasculares reaccionan conira ante las situaciones que valoran como una amenaza, sin embargo, enmuchas ocasiones esta ira no llega a manifestarse sino que su expresión externaes controlada por el individuo. Existen muchos estudios que demuestran queen estos sujetos se encuentra un cierto estilo represivo de control de emociones(Miguel Tobal et al., 1997).

Una de las hipótesis que se barajan para explicar cómo los factores psicoló-gicos afectan al desarrollo y progresión de los trastornos cardiovasculares sebasa en la activación del Eje Neuroendocrino, Eje II (Valdés y De Flores,1985; Labrador, 1992). Según ésta, la respuesta fisiológica de un sujeto anteuna situación de estrés sería una alta activación simpática prolongada, que pro-duciría una alta liberación de catecolaminas.

Los sujetos represores muestran una presión sistólica, en estado de reposo,más elevada que los sujetos no represores (Warrenburg, Levine y Schwartz,1989). También se ha encontrado mayor presión sistólica y mayor aumento dela reactividad de la tasa cardíaca como respuesta a una tarea de laboratorio quesuponga reto o desafío mental (King, Taylor, Albright y Haskell, 1990). Deesto puede deducirse el hecho de que la represión puede estar relacionada conel riesgo de trastornos cardiovasculares y coronarios debido a los efectos quetiene sobre el sistema nervioso, a través de un aumento en la actividad del Sis-tema Nervioso Simpático en respuesta a las situaciones de estrés.

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Las hormonas glucocorticoides median o modulan un importante númerode procesos. Por ejemplo, los glucocorticoides facilitan el afrontamiento ópti-mo ante la amenaza (Takahashi y Rubin, 1993); así mismo, tienen efectosmoduladores sobre la percepción, el aprendizaje y la memoria (McEwen,Angulo, Cameron, Chao, Daniels, Gannon, Gould, Mendelson, Sakai, Spencery Woolley, 1992) y sobre las funciones inmunológicas, cardiovasculares y meta-bólicas (McEwen et al., 1992). Altos niveles de glucocorticoides debidos aanormalidades en la función del eje hipotálamo-pituitario-adrenal también se han visto implicados en la depresión y en otros desajustes emocionales(Murphy, 1991). Así, numerosas investigaciones se han centrado en estudiar larelación entre cortisol (el glucocorticoide primario en humanos), ansiedad, dis-trés y otros indicadores de emociones negativas.

Teniendo en cuenta las diferencias que ya venimos apuntando entre sujetosrepresores y no represores en la actividad autonómica, algunos autores sugie-ren que los sujetos represores deberían mostrar diferencias paralelas en la acti-vación del eje hipotálamo-pituitario-adrenal, y predicen que los sujetos repre-sores deberían presentar niveles de cortisol basales más altos que los sujetos noansiosos y los verdaderamente ansiosos (Brown, Tomarken, Orth, Loosen,Kalin y Davidson, 1996). Basan sus hipótesis en estudios anteriores quedemuestran cómo los sujetos que usan estrategias de afrontamiento flexiblespresentan niveles de cortisol más bajos que los que usan un estilo más rígido ymenos adaptable (Brändtstädter, Baltes-Götz, Kirshbaum y Hellhammer,1991; Ursin y Olff, 1993), características estas últimas de sujetos represores(Weinberger, 1990). Otros estudios han indicado una asociación entre la ten-dencia a usar estrategias de afrontamiento evitativas y altos niveles de cortisol(Ursin, 1987). Aunque estos efectos no han sido encontrados en todos los estu-dios, son sin embargo relevantes porque los represores muestran un estilo deafrontamiento represivo que puede inhibir la experiencia de emociones negati-vas (Weinberger, 1990).

Pues bien, en un reciente estudio, Brown et al. (1996) investigaron esahipótesis evaluando los niveles de cortisol basal en un grupo de sujetos repre-sores, verdaderamente bajos en ansiedad y altos en ansiedad. Los resultadosobtenidos vienen a corroborar la hipótesis: los sujetos represores y los sujetosaltos en ansiedad tienen niveles de cortisol basal más altos que los sujetos bajosen ansiedad, siendo los niveles más altos para el grupo represor.

La importancia de estos resultados radica en la relación del cortisol con elsistema inmune, pues se considera inmunosupresivo, también en el hecho deque el cortisol puede mediar en los altos niveles de glucosa (Jamner, Schwartzy Leigh, 1988), colesterol (Weinberger, 1990) y presión sanguínea (King et al.,1990) de los represores.

Del mismo modo, algunos autores argumentan (Dimsdale, Herd y Hartley,1983) que la represión, debido a su asociación con un desorden en la activa-ción simpática, puede aumentar el nivel de catecolaminas y cortisol circulantesque podrían, a su vez, contribuir a la movilización de ácidos grasos libres, dis-

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minuir la evacuación de triglicéridos y aumentar la síntesis de colesterol querealiza el hígado. Todo ello aumentaría el riesgo cardiovascular.

El estilo represivo ha sido asociado con un mal funcionamiento del SistemaInmune (Sandín et al., 1995), lo que a largo plazo podría favorecer un aumentodel riesgo de padecer algunas enfermedades como el cáncer, y a medio plazoun empeoramiento del pronóstico de los trastornos de cáncer ya establecidos.Generalmente esta inhabilidad para expresar emociones ha sido un predictormuy fuerte del empeoramiento del curso del cáncer. Pero de estos resultadosno se puede generalizar, sin más, que la represión de emociones está de algúnmodo implicada en el mal funcionamiento crónico del Sistema Inmune. Ade-más, como bien es sabido, no en todos los tipos de cáncer el Sistema Inmuneactúa del mismo modo, ni tiene la misma función en su control y desarrollo; enalgunos tipos de cáncer es el Sistema Hormonal el que juega un papel másimportante, o en cualquier caso, la interrelación entre el Sistema Inmune y elSistema Hormonal, por ejemplo, en el cáncer de mama.

Existe un problema metodológico importante a la hora de determinar siexiste algún tipo de relación causal entre represión de emociones y cáncer,pues el estilo represivo de afrontamiento podría muy bien ser una consecuen-cia del diagnóstico de cáncer, más que un factor potencialmente cancerígeno.Se ha llevado a cabo ya algún estudio prospectivo que viene a señalar la ausen-cia de un perfil psicológico previo en mujeres que posteriormente desarrolla-rán un cáncer de mama, si bien se apunta a una cierta tendencia a la racionali-zación de emociones y a una clara antiemocionalidad (Bleiker, van der Ploeg,Hendriks y Ader, 1996).

Desde hace ya más de una veintena de años el cáncer parece ser el campomás estudiado y en el que se están encontrando conclusiones más estables enlo que respecta a la influencia de la expresión de las emociones sobre los pro-blemas de salud. Revisando estudios sobre el impacto de los factores psicoso-ciales en el cáncer se llega a la conclusión de que es la inhabilidad para expre-sar emociones (especialmente ansiedad e ira), o el control emocional, el datomás característico entre los sujetos que padecen cáncer, intentando relacionareste hecho tanto con el comienzo como con la progresión del mismo (Stavraky,Buck, Lott y Wanklin, 1968; Cox y MacKay, 1982; Greer y Watson, 1985;Temoshok, 1987); mientras que otros autores lo cuestionan apelando a la hete-rogeneidad de los diferentes tipos de cánceres estudiados y la evidencia de pre-disposición genética de ciertos tipos de cáncer (Kiecolt-Glaser y Glaser, 1986).

En cualquier caso, queremos concluir señalando la existencia de una abun-dante literatura científica sobre las relaciones entre emociones y sistema inmu-ne, o en un sentido más extenso, entre emociones y salud; siendo éste un apa-sionante campo de especialización del que pueden derivarse importanteshallazgos, tanto teóricos como aplicados en los próximos años.

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