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A MI ALREDEDOR HABÍA personas que se acercaban y … · Descargar, imprimir, copiar ... - “¡OJALÁ ESTÉ PRESENTE en el momento de tu muerte y con- ... tivamente, esperando un

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A MI ALREDEDOR HABÍA personas que se acercaban y preguntaban con cariño cómo me encontraba. Era una extraña sensación. Volvía del mundo de la inconsciencia, y no sabía cómo había llegado allí. Tardaba en reconocer los rostros de las personas.

- ¿Cómo te encuentras?- preguntó Miguel. - ¿Qué hago aquí? ¿Dónde estoy? -interrogué, con temor. - ¿No recuerdas nada? - ¿De qué? - respondí. - De tu accidente..., de Francia..., de Grenoble

Poco a poco fui tomando conciencia de lo que me sucedía. Y, cogiendo fragmentos de las conversaciones de las personas que me rodeaban, supe que había sufrido un accidente mientras esquiaba. Intenté recordar la caída. Despertaba sin saber el tiempo transcurri-do.. ¿Como ocurrió?. Los recuerdos estaban dispersos. Era una imagen borrosa. ¿Qué sabía Miguel?

- ¿Realmente, quieres saberlo? Afirmé con la cabeza.. - Sí. - Cuando esté la habitación más despejada te diré lo que sé.

Esa mañana estuve inquieto, desabrido con la gente que se me acerca-ba. Hacía esfuerzos por rescatar los recuerdos, y me perdía desespera-damente en el laberinto del olvido. Durante la hora de comer, bajó el número de visitantes. Casi nos quedamos solos Miguel y yo. Se acercó.

- Bueno, Miguel…, cuando quieras.

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Miguel se sentó al lado de mi cama y con su voz suave y calmosa empe-zó a relatarme lo que sabía:

- Estaba cenando en Ciudad Real. Se me acercó el gordito y me dijo que tenía una llamada urgente...

- .... La llamada era la noticia de tu accidente. - ¿Quién te la dio? - le interrumpí. - Ya no lo recuerdo. La agencia que te había organizado el viaje. - ¿Los conoces? - Sí,,, sabían dónde encontrarme; alguna vez me han montado

algún viaje extraño.

Hizo una pausa, y me vinieron algunos recuerdos. Había ido contigo a esquiar en año nuevo. Pero tú habías desaparecido, y busqué desespera-damente tu presencia. Quise saber si tú hablaste con Miguel. - Llamé a Grenoble –prosiguió- y hablé con el médico que te atendía. Estabas en coma y bastante grave. Sólo se podía esperar. Al día siguiente, organicé lo que tenia pendiente, y me preparé para ir a Grenoble.

- Cuándo llegaste…, ¿estaba Lucía?...- pregunté con ansiedad. - ¿Lucía…?

Esa repuesta me descompuso. No estabas, te habías marchado..., ¿por qué?... Miguel me seguía contando lo que se encontró cuando llegó al hospital. Su murmullo se había convertido en una música en la que me perdía buscándote. ¿Dónde estabas? Me asaltó un temor: que también hubieras caído.

- ¿Sabes si hubo otro accidente? - ¿Otro accidente?... No entiendo a qué te refieres. - Yo iba esquiando con Lucía. ¿Caí solo?

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- Sí..., no me dijeron que cayera nadie más. - ¿No viste a nadie de la agencia? - Sí, un guía me esperaba en Chambery. Me dio toda la informa-

ción sobre ti. Nadie más. No sabía qué pensar..., bueno, pensaba cosas terribles.

- “¡OJALÁ ESTÉ PRESENTE en el momento de tu muerte y con-temple tu agonía!”

¿Recuerdas esas palabras?

Fue un sábado del mes de septiembre, hacía poco que había vuelto de las vacaciones. Acudí a la librería Marcial Pons. Iba buscando dos vo-lúmenes de Álvaro Mutis que reúnen todas sus novelas sobre Makrol el Gaviero. Luis, el encargado, sabiendo lo que pretendía, hizo un gesto de abatimiento.

- Acabo de vender el último ejemplar. Se encapricharon de él... Y, ya hasta la semana que viene..., es imposible.

No le contesté, y, conformándome, me dispuse a ojear las novedades. Tomé en mis manos un libro… Sentí un empujón. El libro cayó al suelo. Me volví, sorprendido ante la brusquedad, y te vi. Estabas de pie, firme, y me mirabas fijamente. Tenías la boca prieta, y el casco en la mano. Por un momento, sin saber por qué, me atemoricé. Me encogí, instin-tivamente, esperando un golpe. Tu cara me era desconocida. Pensé que debía de ser una confusión.

- Yo creo que me confunde...

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No te moviste, acaparando la atención de las personas que había en la librería.

- No..., no me he equivocado ¿Conoces a Enrique Sanz? - respon-diste.

El nombre me era extraño. - No. - Pues estás matando a un desconocido – agregaste, con dureza.

Estas palabras aumentaron aún más mi confusión. ¿Quién eras tú que me acusabas de ser el verdugo de un hombre que no conocía?

- ¿Soy yo la causa?...- añadiste. - ¡La causa!..., ¿de qué?... Te acercaste un poco más a mí, y, poniéndote de puntillas, me lo

soltaste: - De la inspección que le estás pasando a mi padre.

En ese momento no supe qué pensar. Llevaba trabajando más de quince en la Inspección de Hacienda, e intentaba separar mi vida profesional de todo lo demás. Cuando concluía mi jornada laboral, me olvidaba; se me caía el lápiz de las manos y dejaba todo lo que estaba haciendo. En pocas ocasiones había trasladado las preocupaciones que me causaba la profesión fuera de las paredes de mi despacho. Así que tus palabras me cogieron desprevenido. Tuve que hacer un esfuerzo para saber de qué me hablabas. Pero antes de que pudiera reaccionar, y recordar qué asun-tos tenía pendientes, las dijiste:

- ¡Ojalá esté presente en el momento de tu muerte y contemple tu agonía!

¿Lo recuerdas? Y saliste. Quedé desconcertado. No supe qué hacer. Carlos, el

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dueño de la librería, me cogió del brazo y me sacó fuera.. - Tomaremos un café - dijo.

Atravesamos la plaza, y entramos en el hotel Conde-Duque.

Me dejé llevar. Intentaba reconstruir todo lo sucedido, y encontrarle una explicación. Entramos en el hotel y nos dirigimos a la cafetería. Juan, nos soltó –como siempre que nos veía - una retahíla de cariñosas imprecaciones. Carlos le hizo una señal para que se calmara. Nos senta-mos en una de las mesas, y Juan nos trajo los cafés.

- ¿Hoy no hago publicidad? Siempre que compraba libros, cogía la bolsa y la colocaba

en un lugar visible del mostrador. - No..., no he comprado ningún libro - le respondí. Mi voz debió de ser como un susurro, o algo bronca por

que Juan me miró sorprendido. - No me encuentro bien - dije, a modo de disculpa. Juan se marchó y nos dejó solos. Cogí entre mis manos

la taza de café, dejando que la mirada se perdiera. Luego, fui dando pequeños sorbos.

- No sé a quien puede referirse. No tengo ninguna inspección tensa. Bueno..., en todas hay tensión - aclaré.

- La chica parece muy indignada. Puede que esté confundida, o que exagere - contestó Carlos.

- Sí..., puede ser. Hice una pausa, y pretendí darle a Carlos una explica

ción. - Sólo se me ocurre que sea el dueño de una inmobiliaria. Una

historia curiosa. - dije, intentado recordar las circunstancias que habían rodeado la inspección de un contribuyente que hacía

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pocas semanas me había llegado. Durante la comprobación de la sociedad, entregaron la do-

cumentación de unos pisos, y aparecía el precio real, que no coincidía con el oficial. Se incrementaron las ventas. Y enviaron el expediente a la Unidad del Fraude por si había delito. Esto atrajo al dueño de la sociedad. Quizá se refiera a él...

Era la única novedad. Había tenido una primera visita de toma de con-tacto, en la que le pedí a Tomás unos documentos. No hubo más. Y no recordaba su nombre, sólo el de la sociedad. Juan se acercó con más café. Callé, procurando recordar algunas de tus palabras.

- El dueño no me pareció conocido...- añadí. Hice un esfuerzo por revivir tus rasgos. - ...y ella, tampoco..., ¿Por qué pensará que ella es la causa? - dije. Carlos intentó tranquilizarme. Acabamos el café, y vol

vimos a la librería. Al entrar, todos me miraron. Luis me tendió una bolsa que contenía los libros de Mutis.

El fin de semana transcurrió tranquilo, Quise localizar a Tomás para saber si Enrique Sanz era el dueño de la constructora, y contarle nuestro encuentro. No di con él. EL LUNES LLEGUÉ TEMPRANO al despacho. Cogí los expedientes, y fui leyendo los nombres. Encontré el de tu padre.

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Efectivamente, era el dueño de la inmobiliaria. Saqué la documentación. Quería hacerme una idea de él, descubrir qué había de verdad en tus palabras. Hasta ese momento y, a pesar de la primera visita, no había leído de-tenidamente los documentos. Por su lectura intuí que había sido una comprobación difícil... El sonido del teléfono me sobresaltó. Miré el reloj: eran las diez y media. Tenía concertada una cita para las diez, y supuse que sería el asesor disculpándose por la demora, o aplazando la comprobación. El timbre del teléfono sonaba insistentemente. Descolgué el auricular y reconocí la voz, casi siempre alegre, de Tomás. No le había localizado durante el fin de semana, y aproveché, para contarle lo que me había sucedido. Se mostró preocupado por el escándalo que habías provocado. Quedó en ir a verme, temiendo de que suscitara animadversión hacia tu padre, Cuando colgué el teléfono, tomé la carpeta de tu padre y empecé a ho-jearla. Era un expediente grueso, lleno de papeles: declaraciones, infor-mes. Pasaba las hojas, y leía los apuntes que habían dejado en la carpeta. Tu padre dejó la inspección en manos de Tomás. No era una persona relevante, ni conocida. Volví a leer el informe que recogía los indicios de delito. Lo leí con más atención que la primera vez. Era una lectura difícil, llena de tecnicismos y presunción, en la que se llegaba a la con-clusión que ya conoces. Por los papeles que iba hojeando, percibía la tirantez que debió de existir en la mayoría de las visitas. Era un caso claro, fácil. Pero tu padre no se mostró conforme con las propuestas que le hacían.

Una bocanada de luz llenó el despacho. Cerré la carpeta y miré por la ventana. Sin saber por qué, quizá fue la proximidad de su aniversario, recordé la muerte de mi padre, y el hastío que sentí cuando ocurrió. Yo creo que fue su muerte el primer acontecimiento que enturbió mi vida.

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Hasta ese instante, había contemplado la muerte como algo lejano, que apenas me rozaba. Había asistido a algunos entierros, padres de amigos; vi el dolor, pero no lo sentí, y, al poco, ya me había olvidado del significado de la muerte. Pero, la muerte de mi padre, aunque espera-da, dio una nueva perspectiva a mi vida. Ahora de él sólo me quedan recuerdos; recuerdos que he acumulado. Uno de los más vívidos, y que me viene constantemente, reproduce a mi padre y a mí subiendo por la calle de Felipe IV, caminando silenciosamente; mi padre titubea antes de preguntarme si seré capaz de hacer un complicado trabajo al que me había comprometido: ”¿Podrás hacerlo?”, preguntó. En su tono no había reproche, sólo un cariñoso temor. ”¡Claro!”, respondí. Mi respuesta fue insolente. Me miró y seguimos caminando, embozándonos para así protegernos mejor del frío. Con los recuerdos intentaba que siguiera viviendo en mi.

Poco antes de su muerte, hubo otro acontecimiento que me turbó. A la enfermedad y muerte de mi padre, añadí algunas dificultades en el trabajo. Mi carrera administrativa se estaba truncando por no sé qué fantasmas, y me veía desmerecido y arrinconado. Conseguí, un mes des-pués del fallecimiento de mi padre, cambiarme a la Unidad de la Lucha contra el Fraude. Tenía la tarea de revisar los expedientes con indicios de delito antes de enviarlos al Fiscal. La función no variaba sustancial-mente de la que hasta entonces hacia; era, quizá, más dura. Marita, mi secretaria, irrumpió en mi despacho y me sacó del ensimis-mamiento:

- Te espera el jefe.

Tomé la carpeta de tu padre, y fui a verle. Lo encontré despachando con la secretaria. Le dictaba un extraño oficio. No nos caíamos bien… - Siéntate. Enseguida estoy contigo.

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Siguió dictando apresuradamente. La secretaria no siempre escribía todo lo que decía, y tenía que repetir algunas frases. Lo hacía con rabia, marcando las erres. Pensé que era una persona desagradable. Me entre-tuve ojeando los estantes cargados de libros. Cuando acabó de dictar, se dirigió a mí:

- ¿Qué tal el trabajo?, pregunto ásperamente. - Bien, respondí - Quería comentarte un nuevo caso que ha surgido en Barcelona... Antes de que acabara, le interrumpí: - También yo quiero..., ¿te acuerdas del expediente de la empresa

constructora? Después de meditar unos segundos, meneó afirmativa

mente la cabeza. - Tengo problemas.. Le conté el encuentro que tuvimos en Marcial Pons. - Creo que nos acusa de una maniobra política.. Se atusó el bigote, y soltó una breve carcajada, eviden

ciando su sorpresa. Me miró desabridamente. - ¿También tú lo piensas? - No..., aunque me parece extraño cómo transcurrió la comproba-

ción. - Tú hablaste con Pilar. ¿Notaste algo extraño? - No Insistí: - ¿No te pareció un expediente raro? - ¿Por qué?... - He vuelto a releer el informe. ¿No te llamó la atención cómo se

produjo? - ¡No recuerdo….

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- Vicente, es difícil que te den una carpeta con papeles que les delaten... A menos...

- Bueno, pero a veces hay casualidades… Eso no nos importa a nosotros.

En efecto, no nos importaba.

Hizo algunas indicaciones del nuevo expediente, y volvió a anunciarme un posible viaje a Barcelona. Tomé los papeles, y volví a mi despacho.

Tomás apareció. Venía azorado.: - No sé qué decirte. Ya he hablado con ella y con su padre. Ambos

lo lamentan. Lucía dice que fue un arrebato. Me dio copiosas explicaciones. - Ellos piensan... Le corté: - ¿Ellos?... - Enrique..., y Lucía piensan que la inspección fue provocada. Respondí instintivamente: - ¿Provocada?...¿Por quién?...¿Por qué?... - Por el gobierno, por el ministerio.

Su respuesta me pareció chocante. No conocía ninguna inclusión en planes de inspección por mandato del Ministerio. Recordaba algunas inspecciones, hacía años, a instancias de algún jefe o de algún inspector. Ahora tendría que haber sido una orden expresa, muy difícil de camu-flar. Podría haber originado un escándalo, de producirse alguna filtra-ción. Tu padre, me contó Tomás, era Abogado del Estado. Había sacado la oposición al acabar la guerra civil, muy joven. Era una persona muy apegada al régimen de Franco. Nunca ocupó un puesto destacado, pero mantuvo buenas relaciones con algunos de sus ministros, especialmente con Carrero Blanco. También fue amigo de Gutiérrez Mellado.

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Tuvo un bufete que pronto abandonó para dedicarse a los negocios; negocios de todo tipo. Se enriqueció; tenía un patrimonio considerable. A Tomás le sorprendía el descubrimiento de las ventas no declaradas. Imaginaba que siempre habrían existido; y nunca, antes, las habían des-cubierto. ¿Cómo fue posible semejante descuido? Pudo ser una vengan-za del contable por haberse visto desplazado, o no estar suficientemente retribuido.

- ¿Cómo te llegó el asunto? - pregunté. - Por Jacinto. Creo que encogí los hombros. - Sí, le conoces; un compañero de Facultad. Su padre era Agente

de Cambio...

Ya había olvidado a Jacinto. Imagino que tú no. Lo recuerdo como un buen amigo de correrías de Tomás. Vivía en la calle Juan Bravo enfrente de la embajada italiana, en el ático. Tomás y él se entretenían contem-plando desde la terraza, con unos prismáticos, cómo se desnudaba la hija del embajador. Luego, para festejarlo, se marchaban a un sórdido “pub” de la calle Cartagena. En una ocasión, al poco de sacar la oposi-ción, fui con ellos, y me atendió una mujer de aspecto repulsivo, chaba-cana y vieja, que soportó todas las bromas groseras que le propinaban Tomás y Jacinto.

- ...bueno..., Enrique Sanz es amigo de su padre, y me lo recomen-dó.

Quise aclarar algunas de las palabras que me dijiste en la libre-ría:

- ¿Está enfermo? - Sí, tiene algo de corazón, y es muy mayor. - ¿Ha sido por la inspección?

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- No..., no creo. Ya estaba muy delicado. Aunque es posible que le haya afectado. Se está alargando demasiado, y no tiene una buena salud, apenas se mueve.

- ¿Por qué la hija piensa que ella puede ser la causa? Tomás suspiró, paseaba por el despacho. Parecía contar

los pasos. - Esa..., esa es una historia más oscura. A Lucía la conocí por

Jacinto. Estuvo enamorado de ella. Salieron. Ella cortó, aunque continuaron siendo amigos.

- …”Es periodista. Al poco de dejar de salir con Jacinto, se casó con otro periodista, ahora muy conocido, y, al cabo de unos años, se separaron. Ahora vive con su padre… Hablaba queda-mente.

- “… Lucía acompañó a Jacinto, cuando fue a verme para que me encargara de la inspección.

Dejó de pasear y se sentó frente a mí, apoyando la cabeza en la palma de la mano.

- Siempre anda metida en jaleos. Le gusta el riesgo…, lo difícil... Está investigando, con un equipo de periodistas que dependen de su antiguo marido, todos los escándalos políticos, y el 11M. Cree que pudo ser una represalia del gobierno.

- Y…, ¿tú crees que fue una decisión del gobierno? - Ya no sé qué pensar. Algunos detalles me hacen dudar. A veces,

ves demonios..., tienes prejuicios. En fin... - Tomás, tú siempre los has tenido, por eso te fuiste; pero conoces

esta casa. Y no creo que la inspección de este hombre se deba a motivos personales. No me han dado ninguna consigna.

- Quizá la hubo antes, cuando empezó. - No lo creo, Tomás.

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No sé si le convencí. Hizo gesto, conformándose con mis palabras.

Quedamos en vernos dos días más tarde. - El miércoles intentaré traer algunos documentos. Se marchó.

UNOS DÍAS DESPUES, ya me había olvidado de todo lo sucedido. Volví a mi rutina. Pero, cuando preparé los expedientes, recordé que tenía la entrevista con Tomás. Cogí los papeles de la carpeta y los fui ho-jeando. A la vista de toda la documentación, volví a considerarlo un caso fácil, y no sabía cómo lo defendería Tomás. Tu padre era el único dueño de la sociedad y consideraban que esas cantidades ocultas engrosaron su patrimonio. La cita era a las doce. Tomás fue puntual. Traía una abultada cartera, y detrás de él, venía otra persona.... (CONTINÚA...)

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