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A.B.U.R.T.O. Heriberto Yépez

A.B.U.R.T.O - Heriberto Yepez

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Apropiándose de las confesiones del asesino del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, notas periodísticas, versiones orales que circulan en Tijuana y otras fuentes, Heriberto Yépez ha escrito la saga de un mundo post-nacional, enloquecido, que sigue las leyes de lo que él ha denominado «narcorrealismo».A.B.U.R.T.O. documenta con experimentación e ironía el bad trip de una cultura en declive y el mundo de un personaje atormentado, sobrevolado por toda clase de fantasmas.Autor de El Matasellos, Yépez presenta la historia de un obrero seductor y violento, gatillero y lector. Un utopista político y un delincuente convicto; un operador de maquiladora y un Caballero Águila post-moderno; aquel hombre de una frontera aterradora en quien se reunieron o chocaron espasmódicamente la espada y la pluma; la miseria y la escritura; la Historia y el delirio.Heriberto YépezHeriberto Yépez nació en la frontera de México y Estados Unidos, en 1974. Es profesor de teoría crítica en las Escuelas de Artes y la de Humanidades de la Universidad Autónoma de Baja California. Es autor deEnsayos para un desconcierto y alguna crítica ficción(2001); Luna creciente. Contrapoéticas noteamericanas del siglo XX (2002); Cuentos para oír y huir al otro lado (2003); y la novela El Matasellos (2004). Estudia una maestría en psicoterapia, ha participado en festivales de arte instalación y explora en http://hyepez.blogspot.com la intermitente praxis de una escritura electrónica. Es también traductor y autor en inglés. Actualmente vive en Tijuana.

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  • A.B.U.R.T.O.

    Heriberto Y pez

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  • Heriberto Y pez

    A.B.U.R.T.O.

    E ditorial Sudamericana N ARRATIVAS

  • A.B.U.R.T.O.

    Primera edicin, 2005

    2005, Heriberto Y pez

    D. R. 2005, Random House M ondadori, S. A. de C. V. Av. Homero No. 544, Col. Chapultepec Morales, Del. Miguel Hidalgo, C. P. 11570, Mxico, D. F.

    Comentarios sobre la edicin y contenido de este libro a: [email protected]

    Qyeda rigurosamente prohibida, sin autorizacin escrita de los titulares del r.opyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, com-prendidos la reprografa, el tratamiento informtico, as como la distribu-cin de ejemplares de la misma mediante alquiler o prstamo pblico.

    ISBN: 968-5958-Q7-6

    Impreso en Mxico!Printed in Mexico

  • Cada muchacho americano no puede volverse el presidente; pero cada muchacho americano puede dispararle al presidente. El camino de f la fama muchas veces est cerrado, pero el 1 camino de la infamia est siempre abierto.

    THOMAS SZASZ r . La bsqueda de causas es siempre una ne-gacin del evento como tal. Es la bsqueda de condiciones en las cuales pudo no haber sucedido . . . Descifrar o decodificar un evento es analizar su relacin con su doble:. con qu puede ser intercambado?

    }EAN BAUDRILLARD

    En el fenmeno de infiltracin mental el di-fusor emite una idea aparentemente lgica, novedosa, atractiva, que no despierta recelos en el receptor al cual va dirigida. Por el contrario, ste siente que esa idea lo benefi-cia y por lo tanto la hace suya . ..

    SALVADOR BORREGO

    Para que el trabajado~ no sea una masa uni-forme de . desgraciados sentenciados a vivir en la miseria y sufriendo de necesidades prioritarias.

    MAruo .ABURTo MARTNEZ

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    Por azar global o historia mexicana puede que los nom-bres, eventos o ciudades de esta obra coincidan con los nombres, eventos 6 ciudades de la realidad. En esta obra, sin embargo, ya no son ellos. Todo lo que este libro con-tiene es otro. La mayor parte de este libro est fuera de estas pginas. La mayor parte de este libro ni siquiera son palabras. Estas palabras son apenas una minscula parte del archivo de signos a travs de los cuales este libro es ledo -como una mosca atrapada en una telaraa; este libro, en una red de signos-. A ellos se debe que, a cada instante, este libro a s mismo se suplanta.

    Adems, los hechos reales nunca lo fueron.

    Crucero 5 y 10, Tijuana 23 de marzo de 2004 - 23 de marzo de 2005

  • -Mario desmesuraba. Lleg a la ciudad ocho aos atrs porque quera comenzar todo desde aqu, desde Tijuana.

    Empezar qu?, le preguntaba el funcionario que lo interrogaba, desesperado ya de las evasivas, las versiones contradictorias, los enredos y desvaros del detenidoJ un obrero enloquecido (o alelado) por 1994.

    Mario se vea paliducho, jodido y aunque si se hubiera levantado, hubiese rengueado, ahora estaba petrificado, petrificadsimo. Qyisiera decir que aquel muchacho era una piedra pero, en verdad, si Mario hubiese sido una piedra durante aquellas horas, se hubiese tratado de un piedra que al menor apretn hubiera escurridolgrimas y mocos.

    Casi no se mova. Estaba tieso-tieso. Tema que lo siguieran golpeando. Mientras le hacan preguntas (y espera-ban a que llegaran las otras personas), Mario tragaba saliva.

    Como si tragando saliva pudiera diluirse en s mismo, como edificio soluble, un edificio que se vuelve lquido y se escapa por sus propias caeras, Mario tragaba saliva. Desde que lo haban trado habiendo estado respondien-do preguntas que ya haba respondido horas antes, pero sus respuestas no satisfacan a nadie, principalmente a l mismo.

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    -Por qu, Mario? Su historia no tena sentido. Preca un tarado. Su ca-

    beza incluso tena esa forma, eEdecir, no quisiera ser racista, aunque lo soy y bastante pero no quisiera serlo ahora, aqu, por ende, no quisieraiecir que el aspecto de Mario, la forma de su cabeza es, fectivamente, la de un retrasado mental, un pinche jodio!

    - T lo hiciste solo? -y es [Ue su aspecto lo haca un improbable ejecutor de tal ato, alguin tena que estar detrs de l! Alguien comcMario no pudo haber hecho todo eso! Le haba pegado~n la madre al sistema, en un segundo, haba echado ab:o el equilibrio de todo un pas. Y no de cualquier pas,M xico!, un pas que todo lo ha soportado, todo! Y, si embargo, lo queMa-rio haba hecho puso al pas patastrriba.

    Le haban dejado de dar tan te moquetazos en la jeta y en la nuca porque ya comenzaba a tenerle lstima. N o pareca un criminal consumado.Por eso mismo haba que interrogarlo muy pero muy b:n. Era muy sospecho-so que un hombre como Mario mbiera perpetrado tal asesinato. Alguien ms tena que 6tar detrs.

    Antes de seguirlo interrogano, uno de los guardias haba visto un video y en l se -ea a un hombre muy semejante a Mario poner la pist01 justo en la cabeza de Colosio y luego tronaba un balaz y la sangre del candi-dato volaba por todas partes. Un de los agentes al ver aquel video haba hecho un coo.entario de esos que solamente puede hacer un agent< secreto mexicano: a Kennedy le volaron los sesos desd lejos. A Colosio, en cambio, se los volaron a dos centnetros. Los magnici-das, dijo, cada vez confan meno en su puntera. No mames.

    Apenas aquel agente conoci a !lario, le dio un sope-tn en la cabeza.

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  • -Qy pendejadota hiciste. Te amolaste t solito. Su historia hartaba. No pareca real. Pareca queMa-

    rio la iba inventando, tergiversando. Lo que estaban escuchando era la confesin de un imbcil, un actor jodi-dsimo, un chivo expiatorio o un crico. Pareca uno de aquellos pelados acomplejados, listos para la violencia insensata, de los que hablaba Samuel Ramos y, asimismo, pareca un norteizado de cierto cuidado, un mexicano norteado o un indio nafteado. A esto hemos llegado, a esta clase de bchos, clacha quin mat al candidato! Este gey fue! Fue Mario!

    El interrogador principal tena ganas de madreado; darle una de esas madrizas en que descargamos toda nuestra ira acumulada, toda nuestra historia en una gol-piza contra otro hombre, un idiota, ttem de nuestros golpes. Mario volteaba a ver al funcionario, estaba asus- r tado y, aunque trataba de disimular su susto, su susto se notaba. El funcionario, adems, sobreactuaba su nervio-sismo y emputamiento, alentaba a que los agentes trataran de calmarlo. El funcionario en s mismo era un showcito.

    Estaban en un espacio reducido. Un cuarto en algn separo federal. Lo haban llevado hasta ah con los ojos f vendados. Mario se senta en el interior de un bnker. . Saba que lo peorcito apenas vena. -Hijo de tu puta madre, ya me ests cansando

    -dijo el funcionario levantndose de la silla, quedndose parado al lado de los tres agentes. Marjo tena los codos f sobre la mesa, se secaba el sudor de la frente, trataba de protegerse de los sopetazos que de repente le daban-; acas, pinche loco! pinche mamn! Ests mal de la ca-beza, cabrn, cmo se te ocurri esta pendejada?, quin est detrs de todo esto? Ya suelta la sopa, puto.

    Los tres agentes vean que el funcionario se sala de sus casillas, como nunca haban visto antes a nadie de esa clase

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  • poltica. Era claro que el funcionario traa un pedo atorado. (Haba comenzado a escuchar la historia, cuando la histo-ria ya haba acabado.) En su esfuerw, el funcionario trata-ba de hablarle al obrero desde lo que l consideraba que era su lenguaje, una gramtica que era y no era la de l mismo y es que si algo debe comprender un poltico es la psicolo-ga de los jodidos en momentos como ste, momentos en que la historia delira su rumbo, momentos en que ocurre un accidente, una transa no prevista.

    Era tanta la insistencia del funcionario y el afn de dirigir este interrogario, que un agente que a la sorda es-taba checndolo comenzaba a pensar que este ruco ape-nas vio al detenido se puso neuras, raro, no ser que el licenciado tambin est metido en todo esto? Mario y l de repente cruzaban miradas que daban qu pensar. Era como si se dijeran: no me delates, acurdate en lo que quedamos.

    Qg onda? Ya? El funcionario, mientras tanto, fan-taseaba que el detenido pronto sera ejecutado y sometido a peores torturas, fantaseaba que rapidito le arrancaban la lenguota y l le bateaba la cabeza sin conmiseracin algu-na en nombre, por supuesto, de la bsqueda de la verdad, de la verdad, por fin, de ella, por fin, una verdad en tu mugre vida. Una. Aunque sea una pinche verdad, una sola, me comprendes, pendejo? Una sola. Una solabas-tara. Pero nada. Ninguna. Ni una sola. Ni una. OlJ poca madre! Qg poqusima. Nothing, you mother fucker. Ni madres. La neta nunca la sabrs.

    -Qgiero solamente la verdad~ Y quiero que me lo cuentes bien. Bien contadita.

    El funcionario se paraba de su asiento y una parte de su cuerpo y voz temblaban; por su cuerpo corra una serpiente enojada, una vibracin ssmica, daba vueltas, enredaba su coraje. Su voz se haba convertido en un puo rencoroso,

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  • ya!, )estuvo!, queremos la neta! Djate de mamadas. El funonario era un hombre gordo, relativamente bien vestidan poltico norteo, un cacique hasta cierto punto medio fingado. La neta: un gandalla, un hombre-mier-da. El nr:ionario se haba convertido en el centro de esas horas. Jnterrogado pareca empequeecer cada vez ms. Mario :a asi ni hablaba. Era como si fuese desapareciendo de la ese.a, como si nunca hubiera estado en ella.

    Y a:da palabra del detenido -a cada palabra de ese hombr.-b.surita-, el funcionario rabiaba. Lo que deca el tall\aio, ese mendigo pendejo, no tena sentido. No tena eknor sentido, ni uno solo, nadita. Era puro deli-rio o rn.Jlfada. Y por eso no poda soportar estar escu-chandctnta y tanta mensada. De qu pinche proyecto ests hbmdo, cabrn? C2lJ madres ests diciendo? Ya dilo, hla claro! Era como si l supiera la verdadera historie e lo que haba hecho este tijuano y lo que Mario otfesaba no tuviera nada que ver con esa historia preconelda, con esa historia cerrada. Era como si es-tuvieracntando la historia solamente para cambiarla. Mario ~a el cabello desarreglado por los madrazos que le daba :ada cierto tiempo en la cabezota. Uno de los

    agente~fesentes tena ganas de rerse de sus gallos, su cabello!nbarrado de gel y sudor revueltos.

    - ) :untala bien, cabrn, djate de cosas. Ya di la verdad.

    Et, pensaba uno de los agentes. ste est escon-diendo:do. Es noms mscara. Detrs de ] est alguien de mer~ ;;riba, de la punta misma>>, pensaba otro.

    Ma[cno estaba contando la famosa ~

  • comenzaba a pensar que el truco de este pendejo era con-tar las cosas como las contaba para hacerles pensar que haba algo detrs, que su modo de contar lo que haba hecho y por qu y con quin y quin era l no era sino su modo de crearse una identidad inalcanzable, una verdad siempre ms all, una siguiente confesin, una posible confesin ulterior que obligar a los policas a nterrogar;-lo varias veces al da, todos los das de su vida en prisin y aun as nunca saber exactamente qu pas. ..,

    O a lo mejor sta era la manera de Mario de hacerse de amigos. O de ocultarlo todo. Obligar a un grupo de hombres a visitarlo eternamente.

    Los ojos de Mario eran los ojos de un ratn que, sin embargo, se sabe el ser ms poderoso, porque es el nico ser que todava conoce el nombre de Dios, el nico que todava puede dlatarlo.

    -Vamos a seguir jugando? Cmo la ve licenciado? C29 tal s mandamos violar a su novia? Se llama Alma, no? O mejor todava, a su madrecita linda mandamos a que se la enchoren. A lo mejor as este tarugo desembu-cha -los cuatro hombres hablaban de Mario como s Mario no estuviera ah, pero lo hacan as precisamente porque Mario estaba ms atento que nunca. Intentaban controlarlo, como .s l fuera abstracto.

    Los cuatros hombres hablando y golpendolo deseaban dirigirlo. C29eran obtener la historia que fuese ocultada o revelada como la verdad sobre la Historia mexicana. Puta madre, se sentan parte chngona de la historia!

    Pero ni siquiera las torturas lograban sacarle toda la verdad y es que probablemente no haba una solamente o porque, de plano, no haba ninguna que sacar. Toques a los huevos. Nada. Macanazo en el pito. Nada. Tehuacn en la narizota. Nada. Palo en el culo. Madrazo en el ho-cico. Toque en los huevos. Picazn de ojos. Escupitajo en

  • el hocico. Tehuacn en la narizota. Coscorrn chinga-quedito. Nada, nada, nada!

    Oll pedo con este tijuano? Tomando aire, el interrogador principal re-encendi

    la grabadora, fij su mirada en el acusado y le pregunt una vez ms: Dices que fuiste a Tijuana, para empezar

    - ~ que cosa .. .. . -A trabajar con el proyecto -contest finalmente

    Mario, un obrero de 23 o 24 aos, hablando con su voz disasociad., como intentando ocultar un chillido, un pe-queo . descontento con una zona de su voz, probable-mente intentando borrar su origen rural o sometiendo la aparicin de una segunda voz que haba adquirido en su ltima ciudad.

    -Oll proyecto? - Un proyecto que no puedo decir. El informe del FBI lo describi como un obrero

    insignificante; l, en cambio, se consideraba el ltimo Caballero guila.

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  • l. Los aztecas, tortilleras

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    Su madre le dijo, quieres ir?. Ella tena que buscar a alguien en la capital. Hablar.

    Padre se haba ido. Cada cierto tiempo se largaba unas semanas. Volvera quin sabe cundo. Se haba ido sepa para dnde. l se iba cada vez que pensaba que po-da cambiar su vida gracias a una aventura de faldas, de rumbos, un trabajito o una gran parranda, y volva cuan-do se daba cuenta de que as no es la vida. La vida nunca cambia de substancia. La vida solamente se pudre.

    - Qyieres ir, mijo? Qyieres ver algo nuevo? Vamos. No est tu padre.

    No est tu padre significaba que podan tener otras identidades. Cuando l estaba, todos eran lo que l deter-minaba. T odos se quedaban apesadumbrados o triste-mente conjeturales, amedrentados, pues, madreados. En esa casa solamente haba un chinguetas. Y el chinguetas, a huevo, era l, noms l. Era un idiota.

    Su sola presencia, una palabra suya, un movimiento de brazos, un ademn, lo que el coma, un paso o una mirada suya sobre alguna de sus manos, bastaban para que todos en esa casa fueran quien l haba decidido en aquel instante o gesto. Su cuerpo mandaba. Ese hombre, su padre, era su

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  • percance. l, a veces (y como todos en esa casa), tena ganas de matarlo. Todos tenan una relacin de amor-odio con l. Cuando yo lo conoc entend exactamente por qu.

    En su ausencia los dems o eran libres o eran nadie. - Qgieres ir? ndale, contesta, no te quedes mudo.

    Tu padre no est -su madre le haca la invitacin porque ir con sus hijos le daba ms oportunidad. Los haca cmpli-ces de la situacin. Llevarlos con ella significaba que ellos la seguiran a su nueva vida, que ellos la entendan.

    Su hermano no acept la invitacin. Sera una traicin a su padre acompaar a su madre a la

    Ciudad de Mxico. Freud haba podido argumentar que en el principio deseamos a la madre e, incluso, segn su dili-gente teora padre e hijo se disputan su amor. Vaya ingenui-dad de Freud. Olvid que en ciertas culturas, apenas el hijo sale de la barriga se ala con el padre para ir matando a la mujer que lo expuls a menos de un ao de parasitar en ella.

    El coraje del nio, por supuesto, surge porque ese pe-queo cabrn tena esperanzas de parasitar dentro de ella toda su vida y ella prontito jodi su plan. Si el hombre saliese voluntariamente del tero, despus del tiempo que ella o l decidiesen por su propia cuenta, no existiran ni familias, ni gobiernos ni sexo. Pero como al chamaco lo botan luego luego, hay de todo esto. Sus hijos la odiaban encabronadamente. Para ellos, su madre era una piruja.

    La odiaban ms de lo que odiaban a su padre. Por eso l se poda ir cuantas veces quera, dejarlos valiendo m a-dre, sin dinero ni nada y, sin embargo, saber que apenas regresara, los chamacos le iban a contar todo lo que su madre hizo, todo por lo que hay que puteada. l tuvo hijos con ella precisamente para tener aliados en su con-tra, para mejorar sus tcticas de guerra.

    Mario nunca haba hecho nada significativo con su madre. Su padre, por lo menos, se la coga de vez en

  • cuando; l, en cambio, nada. N a da, lo que se dice nada. Y Mario ya tena ocho aos y saba que pronto iban a despe-dirse para siempre, pues apenas se llega a los doce o trece la madre deja de existir. Volverse humano es un matrici-dio. Mario, en el fondo, aunque no la quera demasiado, una cosa s: deseaba saber quin realmente era ella.

    As que Mario dijo S. Iba a ir con ella a la Ciudad de Mxico mientras su padre andaba fuera. Qyera pro-bar algo distinto a aquel pueblo malhoras, aquella misma gente macuarra. En esto entenda a su madre. Por lo me-nos, en esto estaban de acuerdo. En esto y en que el fan-tasma de su padre los seguira a todas partes. Por eso, aunque su hermano estuviera en contra de lo que su madre y l iban a hacer, haba que hacerlo. Adems, si su her-mano no iba: mejor. As ella era para l solito.

    -Esto lo sabr pap -le dijo su hermano, que era un poco ms grande que l. Pero a l no le import por-que finalmente lo que un hombre debe querer es estar con las mujeres y pens en sus adentros, t qudate con l; yo me quedo con ella>>. Imagin la cintariza. Pocas veces de veras imaginaba tener una bronca con su padre. Ahora la haba imaginado y esa bronca era por una mu-jer. Tena ocho aos, pero Mario ya saba de qu se trataba este mundo. Este mundo se trataba de no entender nada.

    Al rato de haber decidido acompaarla, Mario ya tena muchos planes. Mario era un nio medio extrao. Todos los das regresaba, con algn plan para cuando fuera grande. Esos planes no se los contaba a sus herma-nas menores, que no entendan ni madres de lo que su hermano les deca. Cuando su madre y su padre lo escu-chaban y estaban de buenas; se rean y se sentan orgullo-sos de tener un hijo tan fantasioso, cuando estaban de malas decan que su hijo estaba mal de la cabeza, decan que ya los despreciaba. Esta vez Mario no haba actuado

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  • diferente. Apenas decidi acompaar a su madre y ayu-daba a hacer una bolsa con lo que se iban a llevar a la Ciudad de M xico, Mario imaginaba que se estaban yen-do para siempre. La noche antes se despidi de sus her-manas ms chicas y de unos perros sarnosos.

    So los pechos morenos y frondosos de su madre es-currindose de agua cuando mientras l abra la puerta del bao y ella se baaba. Se mir tirado sobre el suelo, boca arriba, mientras esas cascadas caan y le refrescaban la cara. Se iran juntos. Sin nadie ms. Como huyendo de aquel padre y aquel lugar.

    A la maana siguiente, tomaron el camin a la Ciu-dad de M xico.

    Su madre haba sido mesera all hace tiempo. Su padre constantemente le recordaba a ella que ya no era mesera, se Jo deca cuando le serva la comida que, segn l, serva no como si fuera una casa decente sino como si fuera una fonda para cargadores de verduras.

    - Por ms que digas, por ms que hagas, seguirs siempre de mesera. Nunca podrs salir de ah. T no es-ts aqu.

    Cuando el camin arranc, su madre se durmi. No haba dormido en toda la noche. Mario, en cambio, se qued muy despierto.

    Vmonos.

    La Ciudad de M xico siempre ha sido un hartazgo para to-dos sus huspedes o testigos. La ciudad, junto con Tokio, ha sido la ms grande del orbe. Ms que una ciudad, lleva ya muchas pocas siendo un sndrome perverso. La Ciudad de Mxico ha sido un virus que se extiende cada vez que alguien nace en la zona de infeccin. La Ciudad de Mxico planea extenderse por todo el territorio nacional. Convertir

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    a toda la poblacin en chilangos. No es solamente una urbe. Es una plaga. Y como toda plaga, es nmada. La Ciudad de Mxico va a llegar a todas partes. En cualquier momento, una de sus delegaciones ser Los ngeles. Pero no ser fcil. La Ciudad de Mxico no es la nica epidemia urbana compitiendo por el territorio nacional. Hay otras epidemias, hay otras ciudades carcomiendo.

    Viendo a la Ciudad de Mxico con sus ojos de apren-diz de pseudo-chamn purpecha, el pequeo Mario conoci el futuro y el futuro era una ciudad atascada de edificios inmensos, todo tipo de comercio y transeo, cin-turones de miseria, prostis y fuerzas policiacas, millones de personas en las calles, una ciudad en que una mujer encinta puede salir de su depa a punto de dar a luz (u obscuridad) a su cra, medio expulsarlo en la pesera y llegar -merced al trfico- mucho tiempo despus, mu-chsimo, al Seguro Social del otro lado de la ciudad, una vez que aquel beb ya ha llegado a ser un anciano vivien-do en el camino hacia el hospital donde declararn su cuerpo decrpito oficialmente muerto y todava medio metido al cuerpo de su seora madre.

    Y es que la ciudad que Mario vea con sus ojos pe ni-o pueblerino era una ciudad a la que no le faltaban mu-chos aos, por cierto, para que el gran sismo echara abajo buena parte de sus edificios, que quedaran como dientes a puntos de caerse, dejando a la metrpolis abierta en dos, reventada en sus ms hondos cimientos, despanzu-rrada. Era una ciudad que iba a seguir creciendo, es cier-to, pero solamente como siguen creciendo las uas y la cabellera cenicienta de los difuntos. A esa ciudad seguan ciudades todava peores.

    Pero al verla ese domingo, l compar la Ciudad de Mxico con su pueblo, y comprendi que haba algo ms all de lo que a l le haba tocado vivir.

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  • La Ciudad de Mxico haba sido edificada sobre las ruinas de Tenochtitlan, usurpadora del espritu de Teoti-huacan. La Ciudad de Mxico haba sido refundada por los espaoles, por una plaga venida de Europa, una plaga mejor armada y menos supersticiosa que la plaga que do-minaba el valle de Mxico en el siglo XVI.

    El mayor poeta del Mxico de Mario era un hombre que haba tragado y vomitado la cultura universal, un gran sapo de la poesa, un inmenso escritor y un ser -humano diminuto llamado Octavio Paz, quien haba cantado sobre la ciudad:

    hablo del gran rumor que viene del fondo de los tiem-pos, murmullo incoherente de naciones que se juntan o dispersan, rodar de multitudes y sus armas como peas-cos que se despean, sordo sonar de huesos cayendo en el hoyo de la historia, hablo de la ciudad, pastora de siglos, madre que nos en-gendra y nos devora, nos inventa y nos olvida.

    No era un accidente psicolgico que sus habitantes, los llamados chilangos, tuvieran fama bien ganada de ser soberbios a la ensima potencia, y es que el carcter dinosurico de la Ciudad de Mxico -slo comparable al de Sao Paulo, Nueva York, Bombay o Pekn- dotaba a sus radicantes de una mentalidad atroz, donde impera-ba nicamente la competencia a colmillo, la lucha por el centmetro vital, la fealdad de cada fachada y el anacro-nismo, incluso, del porvenir, la polucin inescapable, la persecucin de avenidas, la teogona cotidiana de sobre-vivir en una ferocidad gentica y ciertas plazas que lo han sobrevivido todo, conquistas, crisis, masacres, siglos. Por eso un chilango es un nihilista, no le importa nadie sino s mismo y tiene sexo en cualquier momento o no lo tiene

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  • nunca. Por eso la Ciudad de Mxico arruina y encumbra. Cada cara, cada sitio. Qyien vive en ella, vive allende la cultura, vive antes de ella. Es una gran amargura. Es un centro hueco. Un centro hediondo. Los norteamericanos han llegado a ella siguiendo su pestilencia. La Ciudad de Mxico es una de las grandes pesadillas que ha cons-truido el soponcio o el estertor de la historia vuelta disto-pa segura.

    Mario nunca haba visto nada semejante. Estaba glo-tn de ese espectculo que le haba regalado su madre. La televisin no lo haba preparado para esto, pues las pelculas que pasaban por televisin eran de una o dos d-cadas antes y los paisajes haban crecido bastante estos ltimos aos. -

    l y su mam bajaron al metro. No paraba de ver todas esas caras. Cientos o miles de

    ellas al bajar a las estaciones o navegar entre vagones. l saba que por culpa de las rutas y grutas del metro la ciu-dad haba horadado al profundo pas de los difuntos. Basta mirarlos, pobre de ellos, van los malditos vivos arri-ba del metro asustando a los muertos.

    -Te tengo una sorpresa -le dijo su madre-, vatnos a ir con Chabelo.

    En Familia con Chabela era un programa infantil muy popular. Haba sido lanzado en 1968, el ao de las Olim-piadas y la matanza de estudiantes. Su conductor era un hombre regordete y alto, con rasgos faciales de nio, que finga permanentemente una voz aguda y usaba overol y shorts pegados al cuerpo, metindosclc entre las nalgas, dejando sus piernas descubiertas, coronadas por calceti-nes escolares, un autntico look pedoflico. Todo el pas vea su piograma los domingos por la maana. Lo adora-ban. Era parte de la educacin sentimental de los jodidos. Chabelo era el kindergarden del kitsch mexicano.

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  • Chabelo se haba hecho famoso en una campaa de publicidad de una empresa de refrescos. Su primera apa-ricin como ese personaje haba sido en el programa del To Gambon, un da que faltaba un actor para un papel de nio y, al no encontrar al nio adecuado, aquel actor de quinta categora se ofreci y qued perfecto gracias a su talento para hacer voces chistosas. Chabelo se haba convertido en el smbolo de la infancia eterna.

    Solamente haba un nio ms famoso que Chabelo en todo el pas: Pepito, el nio pcaro de los chistes mexica-nos, una especie de Nashrudin cuya sabidura consiste en el albur sexual o la travesura inicitica. Pepito y Chabelo fu eron por varias dcadas los personajes por los cuales la cultura mexicana se hizo pasar por nio; explicaba por-qu se haban tornado en adultos as. Los nios amaban a Chabelo. Para ellos Chabelo no era un cuate o amigo ideal. Era tal y como soaban que fuese su padre. Un varn buena onda, inofensivo, llorn, un varn adulto al que pudieran ganarle en los golpes, un retrasado mental amoroso, divertido! Un mariquita.

    l y su hermano lo vean todos los domingos cuando su padre no estaba. Tambin sus hermanas. Su padre de-testaba a Chabelo. Deca que era un puto. Igual que el payaso Cepilln.

    Para su padre, los nicos cmicos que valan la pena eran Cantinflas y Tin tn. Uno por sus juegos de paJabras (y porque Cantinflas era un mariguano) y el otro por pachucote.

    Madre, en cambio, estableca una intermitente com-plicidad con sus hijos a travs del programa de Chabelo. A ella le gustaba que lo vieran. No podan pasar toda su infancia disparando un rifle. As que cuando se poda, a ella le gustaba que vieran a Chabelo. S, que lo vieran. Aunque sea por unas horas que noms fueran nios.

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    Por eso quiso llevar aunque fuera a uno de ellos a la Ciudad de Mxico; ganarse su cario as. Ella iba a bus-car a un amigo del pasado, a un hombre con el que quera hablar y presentrselo. Era tiempo.

    La ciudad era apabullante. Desde aquel entonces ya era el lugar ms contaminado del mundo. Haba termi-nado la ilusin del petrleo. En Familia con Chabelo era ms popular que nunca.

    -Un amigo va a llevarnos. l nos va a decir dnde es. Un amigo? Mario no dijo nada. Inmediatamente se

    imagin que su madre se encontrara con aquel hombre y lo abandonaran en una esquina y l pasara aos de ca-minar en las calles hasta poder regresar a Michoacn y, cuando llegara, su padre ya iba a estar muerto y todos le iban a reprochar aquel abandono, hasta que l les explica-r qu pas.

    Desde que su madre mencion lo del viejo ese, no habl ya con ella. Suficiente traicin haba sido acompaarla. H aba que mostrarse receloso. No intimar demasiado con su madre. No de entrada. Meno~ ahora que ya haba salido el peine de este viaje. El seor lleg temprano por ellos al hotelito donde se haban hospedado.

    Pero, por supuesto, en el fondo, l tambin ya planea-ba quedarse con ella. Incluso pens que no volveran jams all y aunque pens en su hermano y supo que aquel hombre y su madre traan algo, no le import tan-to. Todo el camino fue haciendo dibujos de los edificios, las calles, los tneles y el metro. Mario dibujaba mucho, hasta la actualidad lo sigue haciendo. Mientras aquel da dibujaba todo lo que le llamaba la atencin de la Ciudad de Mxico, en el camino hacia Chabela, en su mente haca un informe sobre aquellos paisajes.

    Llegaron al lugar. Haba mucha gente esperando en-trar. La fila era largusima. El amigo de su madre pag a

  • los muchachos que apartan lugares desde la madrugada y as los tres tuvieron un mejor sitio en la fila. Familias en-teras . esperaban poder entrar. Su mam y aquel hombre hablaban muy poco. Eso era lo sospechoso. Como si ya hubieran hablado todo, como si no quisieran hablar para que el nio no se diera cuenta de eso. Mario, obviamen-te, entenda que su madre y aquel tipo eran amantes. Trataba de no verlos a la cara. Estaba paralizado. En la fila, aunque no volteaba a verlos, Mario senta que ellos dos se tocaban de vez en cuando. Eso lo haca ponerse ms rgido. Estaba rojo, abochornado, abrumado. No en-

    . tenda nada. No poda decir nada. Simplemente senta su rostro caliente y su cuerpo entiesado. Ni siquiera poda imaginarse cosas. Estaba trabado.

    De toda la gente que haca fila, ellos fueron de los que alcanzaron pase. Cuando entraron, Mario se sinti un poco mejor. El estudio de televisin era enorme.

    A l le pareca que miles de personas estaban ah( Por primera vez imagin que la cmara iba a transmitir su rostro ante los ojos de toda la nacin.

    Imagin que el sistema de sonido dira: observe bien la cara del nuevo nio Jess, el nuevo mesas del maz ...

    Y es que l, como millones de nios de este pas, esta-ba repleto de absurda informacin mesinica. Cada uno de los nios del pas quera ser el Salvador. Cada nia, la herona. El protagonista del pas. De su familia. Del mundo. Luchar contra los mvasores espaciales, contra los traficantes de joyas prehispnicas, contra los robachicos, contra los ricos. Las pelculas infantiles presentaban a ni-os luchando contra monstruos, fuerzas csmicas, causas nacionalistas, dirigiendo Revoluciones, encabezando a los adultos, enfren.tando la muerte, cada nio era un guerre-ro en una aventura universal. Todos estaban programa-dos para tomar parte de la epopeya.

  • Y l estaba seguro que sera el verdadero redentor. El programa de Chabelo se trataba de todo esto. Era

    el lugar de la primera prueba. Para esto haba venido a la Ciudad de Mxico.

    Los concursos han comenzado, avis la voz en el estu-dio como si hubiera comenzado el mortal juego de pelota y por lo menos un equipo fuese a perder la vida.

    Mario no haba aceptado los chuchulucos y garnachas que le haban ofrecido. Su madre -que aunque a nadie le importa se llama Felisa- estaba preocupada. Su aman-te tambin se haba dado cuenta que el chamaco se haba puesto raro. Era normal. A cualquier chamaco le afec-ta que su padre valga madre. Qye su madre se busque a otro. Felisa y l se miraban.

    En el estudio se hizo el aviso del sorteo para elegir a los concursantes.

    Mario result elegido! Su madre peg un grito de emocwn; aplaudi. l,

    como Ul} robot que ha recibido la orden, se _puso de pie. Fingi no conmoverse con la cara de su madre, sinti su amor pero guard silencio. Volvi a sentir el calor en la cara, la rigidez en sus brazos, piernas y espalda. Al levan-tarse sinti una palmada en la espalda. Pero se levant sin mirar a verlos. Avanz. La gente lo coreaba.

    Aquel seor tambin lo apoyada. Y l sjnti que todos los asistentes alrededor, las seo-

    ras, los padres, nios y nias, todos aquellos por quienes pasaba cerca, lo vitoreaban o lo miraban con admiracin.

    Ese domingo por la maana, l era el soldado ulte-rior. Estaba determinado a ganar.

    La edecn lo condujo donde estaba el grupo de los ni-os concursantes. El lugar donde deban aguardar su turno.

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  • -Mucha suerte, cuates! - les grit Chabelo antes de tomar el micrfono y arrancar el show con la primera cancin.

    Y le grit muy fi-t erte para que me oyera!!!

    Y de todos los nios elegidos, l fue el nico que can-t la cancin completa e imaginaba el grito que le daba a la bandera, durante la asamblea, para que lo oyera. Mario estaba desbordado. Haba pasado de la tensin total a la euforia exagerada.

    Los dems nios lo miraban con burla o temor. Cuando termin la cancin, dijo en voz alta: Voy

    a ganarles a todos. Lo dijo con rabia. Estaba morado. Esto le pasaba a veces: Mario estaba fuera de s. O ms adentro. Cu-cu.

    Era visible que el chamaco estaba alterado. Le faltaba un tornillo. Ahora se vea lurias, chifladito. Un floor ma-nager que estaba cerca se dio cuenta. De inmediato supo que era un nio problema y poda causar escndalos, uno de esos nios que gritan peladeces en medio del progra-ma, patalean o golpean a otros cuando pierden.

    Cuando llegaron los primeros comerciales y Chabela regres para tomar un descanso, el floor manager le co-ment sobre el chiquillo. Chabelo decidi platicar tantito con l. Saba que en estos casos lo mejor era darles poquita atencin y asunto resuelto. Eran escuincles que tenan pro-blemas con la autoridad, pero apenas la autoridad les mos-traba su aprobacin, se quedaban mansitos y contentotes.

    -Cuate -le dijo-, no te vayas a portar mal. Prtate bien y compite, t puedes!

    Chabela le haba hablado! Le haba hablado a l! No se le haba acercado a nadie ms. Solamente a l!

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  • Luego una edecn le toc el cabello y se qued junto a l. Aunque sentir que una mujer lo tocaba (y era una muchacha con short muy corto y muy delgada) lo puso rgido, a la vez, Mario sinti una plena calma. Tom aire. Otra vez se sinti mucho mejor.

    Esa misma edecn luego fue con un par de nios que estaban temblando y otro que lloraba de terror. Esos otros nios haban entrado en crisis nerviosa, en parte, porque Chabela no haba hablado con ellos. En otra pau-sa comercial, Chabela se asom y vio la escena, pero esta vez no quiso intervenir. Estaba harto de estas situaciones y este domingo con una ya haba sido demasiado.

    No podan saca~ a estos nios del juego porque el in-terventor de gobernacin la armara de tos. Al menor pretexto, pide su mordida debido a las irregularidades.

    Mario escuch su nombre. Deba entrar a escena. Avanz hacia all. Vio al pblico. El pblico lo mir a l.

    Fue conducido hacia el concurso. Al aparecer ante el pblico, la gente le aplaudi. l alcanz a ver a su madre y al seor: estaban enloquecidos. Era el hroe de aquella maana.

    No poda defraudarlos. Era su gran oportunidad. La nacin entera lo estaba viendo.

    El concurso comenz. Tena que correr. Mario saba que poda ganar. Era veloz. Era veloz porque toda su vida consista en huir. N o solamente su vida sino las vidas de las cuales su vida era una continuacin. Su familia consis-ta en entregar el relevo, de una generacin a otra, para que la huida continuase. Uno de los problemas de Mario era no saber, precisamente, qu relevo tomar. Seguir la fuga de su padre (la fuga que la vida de su padre extenda) o tomar el relevo de la fuga que corresponda a la familia de su madre. Por eso Mario se quedaba inmovilizado a cada rato. No saba para dnde correr. Cul de las dos

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  • carreras continuar. Cul? Cul? En este momento, sin embargo, poda correr porque ahora huira de las dos fu-gas que le dieron vida, correra su propia huida.

    En menos de lo que canta un gallo, Mario atraves la carrera de obstculos. Gan.

    Chabela nunca haba visto a un nio correr, saltar, empujar, vencer as.

    Nunca ser derrotado, era todo lo que sonaba en su mente conforme fue acumulando premios, dejando atrs a sus contrincantes. El tiempo estaba pasando sumamen-te a prisa, como si el tiempo no existiese, como si sola-:-mente existiese la meta.

    ooorale!, gritaba Chabela cada vez que aquel chamaco ganaba otro concurso ms. Iba deeeeeerechito a la Kataflxia!

    En su casa en Michoacn, su hermano lo estaba vien-do. No lo poda creer. Sus hermanas estaban fuera sfe s. Su hermano estaba compitiendo en la televisin!

    No alcanzaban a ver a su mam. Segurito lleg solo))' pens su hermano emocionado.

    Mario estaba GA-NAN-DO. Ganando? Qp? Todo esto era inverosmil, increble!

    Mxico entero lo estaba mirando EN VIVO. Millones de nios frente a millones de televisores por todo el terri-torio, no slo en Mxico sino tambin en otras partes de Amrica Latina estaban extasiados. Se trataba de un sper nio. Todos queran ser como l. Todos queran que triunfase cada vez ms rotundamente. Cada nio que competa con l se senta derrotado de antemano.

    Y es que el programa estaba diseado para desfogar. Los domingos era de desfogue nacional. En las tardes, las mujeres vean Siempre en Domingo para escuchar a Cami-lo Sesto, Julio Iglesias o Napolen cantar; los varones para masturbarse con Olga Breeskin, Felicia Mercado o

  • V crnica Castro, pero el desfogue dominical comenzaba con Chabelo, la catarsis iniciaba con los nios, con sus sueilos de juguetes inalcanzables, de victoria escolar ...

    Despus de haber ganado uno de los concursos, Ma-rio volte a ver a su madre y Ja vio con el brazo de aquel hombre a su alrededor y sinti un aguijn en su corazn, pero el aguijn que sinti era menor que el orgullo que senta. Poda comprender a su madre en aquel momento en que l era un triunfador porque a un triunfador no le es difcil sentir conmiseracin o comprensin hacia otros. Hace apenas unos minutos, Mario haba dado nimos a uno de los nios derrotados, le haba dicho que no se pu-siera triste porgue l haba ganado por l y por todos ellos, no haba por qu llorar , lo importante era competir y no ganar. Y su madre tena derecho a seguir su propia vida y aquel scii.or que la acompa1aba no pareca malo, al revs. La trataba mucho mejor que su padre y si su padre la golpea porque lo va a dejar por alguien ms, l la de-fendera de l, y si su hermano se opone a tener un pa-drastro, l le explicara que tienen que dejar que su madre reinicie su vida, ella tena esa oportunidad. M ario, con-vertido en un triunfador, lo comprenda todo. Lo perdo-naba todo.

    Fue acumulando dotaciones de Licuados Instante, paquetes de dulces Sonres, paletas Ricolino, juguitos Frutsis, un robot de con trol remoto, un carro de bombe-ros nuevo!, el Mago Frank (el del Conejo BJas) le haba dado un palmadazo, qu cuate!; en el ltimo concurso se haba sacado una Avalancha Apache, duro, duro, duro.

    Haba ganado el concurso del Kranky, los peldaiios locos, los relevos, mete la manita y saca la fichita que es .. . una tremenda X!

    El penltimo concurso, aquel preparado para llegar a los fmalistas, era Atnale al Precio.

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  • El pblico le gritaba el precio del refrigerador. Se tra-taba de un concurso que los niiios por s solos no podan ganar; tenan que auxiliarse del consejo del pueblo. Era en ese momento que se produca la mayor identificacin con la angustia del concursante, la mayor exaltacin, ner-viosismo, la gran solidaridad nacional.

    Todo el estudio quera que ganaran esos chiquillos y chiquillas, ganar a travs de ellos, la cocineta o el sof, atnale!

    Mario fue uno de los finalistas. Chabelo segua sor-prendido especialmente de ese mocoso. Sabia que su aguante tena todo gue ver con el hecho de que haya ido a apoyarlo antes de que comenzaran a participar. Chahe-lo senta ahora una gran empata por ese niiio. Poda comprenderlo. Tena ganas de que fuese el mximo ga-nador de esa ma'ana.

    Seguia La Katafixia. La Kataftxia era el concurso final. En ese concurso los participantes se juegan el todo por el todo.

    Los nios finalistas estaban fiente a tres cortinas. D e-td.s de cada una de ellas haba premios ocultos.

    Chabelo le pregunt al primero si queria intercambiar todos sus regalos y premios por lo que haba detrs de una de las cortinas.

    -No, no quiero. Me quedo con lo que tengo. Mario pens que ese otro nio era un mediocre, un

    conformista. Haba llegado hasta aqui para quedarse igual? Hay que arriesgar!

    - Mi cuate, seguro que no quieres entrarle? -le dijo Chabelo.

    - ... S. .. seguro. La cortina se levant, una moto! Aquel nio se sinti arrepentido de no haberse arries-

    gado. Su familia se sinti decepcionada, aunque nunca,

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  • nunca se lo dijeron. Haba sido un cobarde. Un sacatn. Se haba rajado.

    Ese premio ya se haba perdido. Mario imagin que esa moto le tocaba a l. Comenz a acobardarse, a sentir que era mejor llevarse a su casa todos los dulces y jugue-tes, usar la avalancha all. Volte a ver a su madre. Ella tena una mirada de esperanza; una mirada maternal que no poda resistir, pues era la primera vez que su madre lo miraba as.

    Incluso el amigo de su madre lo instaba a continuar. La pareja se vea muy junta. Como si los triunfos de l los unieran ms a ambos. Aquel hombre, incluso, comenza-ba a sentir cario por ese chico, que no acababa de cono-cer, pero que era un buen chico, un chico lleno de ganas de ser alguien. Era su hijo.

    Mario se senta presionado. Y es que todos saban que se la estaba jugando. Era una situacin de todo o nada. Y el premio que segua era una sala de Muebles Troncoso!

    Todos los nios pobres del pas soaban con ganar-se esa sala y con el camin descargndola frente a su ca-sa, soaban ver a su madre sentarse ah. A los vecinos admirando a su familia. Esa imagen era compartida por millones. Todo el mugriento pas conviva da a da, ni-camente, gracias a esas estupendas imgenes.

    Aunque, por otra parte, una sala (o una cocina inte-gral) eran algo que no les beneficiaba a los nios sino a sus padres, as que por eso muchos de ellos preferan llevarse sus dulces y juguetes que ganarse los muebles, aunque stos conformasen el perfecto Hogar.

    Mario tambin pens en eso. Pero volvi a voltear con su madre.

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    Sus ojos lo decan todo. Acepta la katafixia. Tena el siguiente turno. -Cuate, t s le vas a entrar a La Katafooa?

  • C2.bl significaba katajixia? De dnde haba salido esa palabra? Nadie en todo el pas lo saba. Probablemen-te Chabelo la haba inventado. A la katafi.xia se llegaba, como su nombre sugiere, para ser asfixiado perdiendo todo en circunstancias gratuitas o para ganar todo por obra del azar, porque la suerte te lo ha dado. Cuando un nio aceptaba entrarle a la katafixia, revivan los mitos antiguos, el guerrero ante los dioses.

    -Acepto. Y o s le entro. - ooorale! T s eres mi cuate! -el pblico entero

    lo vitore. Se escucharon gritos, aplausos, urras. Lo que suceda era exactamente como las imgenes que l tantas veces haba soado.

    Los otros dos nios ya estaban contentos con lo que llevaban; l, en cambio, quera darle un gran regal a su mam. El pblico aplauda hasta no poder ms. Estallaba.

    Detrs de uno de los millones de televisores, una mujer le peda a un poeta que observara aquel fenmeno sociol-gico. El poeta haba escrito en el ms famoso de sus libros que el mexicano es un ser hosco, retrado, que padece el complejo de inferioridad. El poeta haba robado esa idea a un filsofo desconocido llamado Samuel Ramos y a un escritor apellidado Salazar Malln; por esa idea el poeta se haba hecho famoso y, sin embargo, ya casi todos conocan que no le perteneca y que, peor an, no era cierta. Por eso, aquella mujer, que lo quera Y. que entenda que el poeta es-taba atormentando por su propio ego y por un complejo de inferioridad tremendo que ni siquiera el consumo masivo de toda la cultura pudo evitar, trataba de animarlo. Este domingo Octavio se encontraba especialmente decado, ro-oso, apartado, tirado en su cama.

    -Octavio, mira esto. El muchacho va a jugarse todo para poder conocer qu le espera detrs de la cortina, todo o nada, comprendes, Octavio? T tienes razn. El mexi-

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  • cano est resentido, pero en cierto momento, la fiesta, la Revolucin o la katafrxia, el mexicano estalla.

    En la cara de Octavio se traz una gran sonrisa y en ese mismo segundo salt de la cama, abriendo los brazos y piernas, yupi!, reventando de regocijo su apretada piyama.

    Tienes que ganar!, gritaba todo el pblico, y en su imaginacin disparaban al aire, lanzaban sombreros, fusi-laban Maximilianos, empinaban tequilas, mezcales y pepsis, gritaban gooool', aja!, loterfa! o yeah!

    Y un segundo despus volvan a la realidad. Callaban o se tapaban los ojos.

    T odos los que estaban detrs de sus televisores espe-raban lo peor. Cada mexicano es un pesimista. Est con-vencido de que lo que sigue, siempre, siempre, es perder.

    -Vamos a ver qu hay detrs de la katafixia nmero 3! La cortina se abri. - Una sala completa cortesa de Muebles Troncoso! E l estudio entero call. A l no le tocaba la katafrxia nmero tres sino la dos. -Vamos a ver qu hay detrs de la katafixia nme-

    ro dos ... ! Un burro con su mecate! Sinti que una humillacin interestelar haba cado

    sobre l. El estudio se mora de la risa y dellJanto combi-nados. Se haba cumplido la Esencia Mexicana. La muerte. La burla. T odos estaban contentos de haber con-firmado lo de siempre. Lo mesmo.

    Al diario tsunami del desnimo sigui que, por su-puesto, Chabelo cur con la cancin para cerrar el pro-grama. ,..foda la gente del estudio regres liberada de sus pasiones, purgada. A excepcin de l.

    Nunca ms volvi a hablar con su madre. Nunca ms volvi a ver a su padre biolgico. Ni siquiera se enter de que ese seor era su verdadero padre. Nunca ms volvi a

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  • ha1:ar con ningnnio del pueblo. Nunca ms v1lvi a aqdla maldita ciu'ad.

    \hurto haba naido.

    La >rden de los C(llallero guila y los Tigre era 1 ms pretigiosa de la socdad azteca.

    ~n su poca otoal se trataba de una orden degnera-da, e una tradicit vuelta irrisoria. En un prinio, la ordet tena como ropsito la guerra florida espitual, una :uerra interna p.ra que cuerpo y alma se puriJcaran y elearan ms all e las contradicciones.

    1U como los onocemos por las crnicas yotros regirros, los Cabaero guila, sin embargo, fuern re-ducios a circo. Un istema de concursos.

    Itra ese momero se trataba de gladiadores ca: des-prov;tos de su rol ircitico original. Los Caballero\gui-la ern utilizados pa1 partirle la madre a algn eschro. Al esdao se le daba un espada de madera y plumas; ste se enfmtaba a cuatro Caballeros guila consecutivos. \lgu-nos Gclavos eran fie)s y alcanzaban el momento d. M atar todos.os yoes intiles o sobrantes. Pro la socielad azteca teni como ley atrofiarse, embruteerse.

    E auto-sacrifici> fue convertido en un med1 de tran9orte de escla\)S hacia Tenochtitlan para qu ah

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    fuesen sacrificados toda clase de desdichados, nios, vr-genes, enanos, funcionarios cados en desgracia y sir-vientes. Un espectculo en el que no participar o no congraciarse pblicamente con ste significaba volverse pronta vctima propicia. Los aztecas eran una sociedad extra-espectacular. Por eso el espectculo de la Conquista los conquist.

    La penuria y gloria de los aztecas fue, pues, acabar con las metforas. Hacer literal toda imagen potica o inicitica. Representarla y creer que as era ms cierta. Burlarse del lenguaje.

    Asimismo, naci Tenochtitlan. (La Ciudad de Mxi-co.) Se trataba de una metfora sobre la grandeza inte-rior. Pero los pueblos brbaros, brutales, los temibles chichimecas que llegaron al centro de Mxico, al ombli-go-de-la-luna, hicieron literal la metfora y fundaron, a base de invasiones, sometimiento y combates sangrien-tos, una vasta ciudad cancergena. La parodia del reino interno o quiz no la parodia sino algo superior.

    Qyiz la enseanza central del complejo pueblo azte-ca, burln y nihilista, lrico y sadomasoquista, fue mos-trar que al materializar lo que hay adentro se revela su ndole cmica o monstruosa.

    As, la Ciudad de Mxico, corno toda ciudad, no es ms que la exteriorizacin de la ignominiosa arquitectura inmanente; de la misma manera que nuestro asqueroso y dbil cuerpo no es ms que la manifestacin de la corrup-cin y aspecto del alma real.

    Nuestras ciudades son el desenmascaramiento de me-tforas.

    Conforme aparecen las ciudades van hacindose visi-bles las perturbaciones de la arquitectura interna. Vamos conociendo el orden de adentro, pues cada ciudad que surge es una estructura secreta menos.

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    culitos de algunos meseros dejaciones o de que las putas dejaran que les aventara los mecos en la cara.

    - Y t qu? - le deca Charly al tipo que se haba metido a la bronca-, a ti quin te llam? PINCHE JOTO! Lo que quieres es que te la sambuta, que te la meta, ver-dad?, PINCHE PUAL!

    Aburto sali del lugar. Estaba asqueado. Al cruzar la puerta dos policas se le quedaron mirando. N ecesitaban dinero para el siguiente sniff-sniff. Afortunadamente para l, unos segundos despus sali un gringo y los poli-cas se fueron sobre l. Aburto se alej de la escena del asalto siguiendo la direccin de la avenida Coahuila.

    Pasaba frente a todos los bares, y las putas y los engan-chadores lo invitaban a entrar, pero l les aventaba los brazos, mientras los olores de tacos de carne asada, suade-ro, perro, tripitas, chorizo y adobaba llenaban el ambiente, olores de hot dogs, tortas, alcantarillas, agua de lavado de taqueras y de pisos de bares, gran pestilencia de basura y sudor de nios-vaguillos, decenas de borrachos que eran expulsados de las cantinas en que ya llevaban horas sin pedir nada, los taxistas prometan mejores rumbos, droga-dictos hacan sonar su lata de cooperacin hacindose pasar por representantes de centros de rehabilitacin, una puta le ofreca a otra el amor que los hombres no saben darle y le deca cunto le cobraba por drselo y ambas rean y lan-zaban su mal aliento a la cara de Aburto, huyendo hacia una cantina donde, por fin, iba a tomarse algo.

    Mientras se alejaba del Adelitas, sin embargo, la voz de los insultos continuaba sonando, cada vez ms fuerte. Aburto se dio cuenta que aquella voz no perteneca real-mente al maestro de ceremonias de aquel prostbulo que haba quedado varias calles detrs, sino que sala directa-mente de su mente, era una voz interna suya. Charly era parte de su cerebro.

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  • Tijuana entera era parte de su imaginacin. Por su-puesto! Una ciudad tan bizarra como sta no poda existir realmente. Era una pura exageracin de la mente de Aburto, una de sus fantasas machacadas. Aburto, en rea~ lidad, nunca haba salido de su pueblucho en Michoacn o el Distrito Federal. Segua en una de sus pulqueras, imaginando una ciudad terrible, grotesca. Esa ciudad afortunadamente no exista. Era solamente un mal tripeo suyo, una mera Tijuana.

    Aburto era lo que su padre imagin que sucedera si tena un hijo.

    Aburto lleg al Qyincl. Una cantina pequea, pinta-da por dentro de color verde pistache que por s solo em-borracha. Pidi una cerveza. Se la sirvieron caliente. Apenas serva, la mesera volva a recargarse en la barra, sonaba su mandil lleno de monedas inquietas.

    Apenas Aburto le dio un trago a su cerveza tuvo que escupirla y desde la barra -llena de pirujas y cajas de ,car-tn usadas- lo voltearon a mirar. Eso que haba hecho poda costarle unos buenos putazos del tipo encargado de trapear. El Qyincl era un bar para prostitutas que sola-mente contrataban los fracasados totales o los ciegos. Estaban todas infectadas de chancro o cualquier mierda. Los nicos cuerpos que valen ms o menos la pena en ese lugar son los transexuales que, de vez en vez, enganchan clientes ah y luego los asaltan.

    Si no fuera por los transexuales y travests del centro de Tijuana la ciudad ya se hubiera ajusticiado entera. Lo que los hombres buscan en ser reverenciados por las mu-jeres, ver cmo ellas gozan rebajarse a mamarles la verga. Pero ellas solamente acceden a esto si son felices con otro hombre y tienen dinero para sus gastos extras, as que po-cas veces la felicidad es alcanzada entre los sexos.

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  • Los transexuales y travestis, situados ontlogicamente entre ambos sexos, comprenden lo que ambos sexos sig-nifican. Entienden a la perfeccin ambas formas de ex-trema psicosis. Y, por lo tanto, hacen todo aquello que las mujeres nunca harn si se respetan a s mismas y ha-cen todo lo que los hombres necesitan. Un cabrn traves-t es perfecto.

    Un travi , pues, se acerc a Aburto. Se sent a su lado. Le dio carii1ito.

    -Vmonos a mi casa. Vivo aqu cerca. Si te quedas aqu, te van a golpear. Mejor vmonos.

    El travi lo torn de la mano. Aburto acept. En el tramo hasta la puerta, el resto de los clientes del Qyincl -obreros bigotones que se besaban entre s, prostitutas retiradas involuntariamente, un nifto limpiabotas, varios empleados de maquiladoras y un ex polica que cometi el error hace aftos de multar al hijo del presidente muni-cipal- los observaban y les decan cosas. Al ir saliendo, Aburto y el TV se imaginaron a s mismos como una pareja feliz.

    Juro que te amo Afuera est lloviendo D entro estoy temblando Porque t te vas ....

    Aburto estaba semiconsciente pero alcanzaba a escu-char la cancin de Los T errcolas. Y l, bajo el efecto de la pastilla que el TV le haba metido en la cervesuca, es-taba seguro que su sentimiento no lo cambiara jams, aunque sufra este tormento. Y es que el TV - llamado Flix/Cindy- tena a Aburto sedado. Le haba dado al-guito puesn y se lo trajo al vecindario, bien apapachadito, aja .. . pinche par de putetes.

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  • As que adems de la cancin, Aburto senta otra co-sa, aunque levemente, porque estaba completamente atontado. La verga de Flix/Cindy metindosele por el culo mientras l segua semiconsciente boca abajo.

    Aburto saba que algn da le tocara a l asesinar a alguien. Pero todava dubitaba en hacerlo y, paradjica-mente - la verga segua metindosele-, poda no asesi-nar, y seguir siendo, de todos modos, Aburto, porque Aburto es lo que ya est definido y lo que ya est definido -adentro, adentro- es que Aburto un da asesinara a alguien. Por ende, era quiz enftico o sobrante realmen-te realizarlo - el culo le arda, comenzaba a sangrarle- y aunque no lo hiciera Aburto sera Aburto, un asesino, dispare o no dispare, porque en cualquiera de sus versio-nes -incluso la que ahora est boca abajo, enchorada-Aburto estaba irremisiblemente condenado a ser un asesino. Verga.

    Y lo que ahora deseaba Aburto es que el TV .se la sacara y lo dejara marcharse o l decidiera matarlo; lo que deseaba era dar con un universo, uno solo, en que no es-tuviera ya escrito que Aburto iba a convertirse en un ase-sino, un arcano o un acertijo. Lo que Aburto haba buscado en su vida era significado y todo lo que en con-trado era la Zona. Lo que Aburto quera era liberarse de su pre-historia y todo lo que encontr en ese vecindario fue una pistola.

    Al TV le puso dos balas. A la pistola le quedaron cuatro.

    En lo que sera nuestra ltima sesin productiva, el pri-sionero y yo hicimos un recuento de su vida en la poca inmediatamente anterior a los sucesos. Mi intencin era ubicarlo en cmo se senta consigo mismo y con su vida en la poca en que haba aceptado participar en el pro-

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    . yecto, para usar una palabra que ciertamente en su voca-bulario emocional estaba cargada de cierta energa, cierta catexis.

    -Mario, quisiera que hablramos de cmo te sentas en esas fechas. Qy cosas cruzaban por tu cabeza. Por ejemplo, cmo andaba tu relacin con tu novia?

    - No tena novia. -Pero me has dicho que salas con una chica. De he-

    cho, en ese tiempo andabas con dos mujeres, no es as? -No. Solamente sala con una de ellas. -Salas? -S, sala. -Tenas planes con ella? -SL -Qy planes eran? -Salir de vez en cuando. Me gustaba su hermana.

    Qyera acercarme a ella. -Y por eso salas con esta chica? Por su hermana? -S. -Y no pensabas en que tus otros planes estorbaban

    a tu vida amorosa? -S lo pensaba. Pero no saba si mis otros planes

    iban a realizarse. Para que todo saliera bien, muchas co-sas tenan que salir bien antes. Y por eso trataba de vivir mi vida como si nada. No quera estar sin hacer nada. Por eso sala con ella.

    - Y cmo dices que se llamaba la chica? -No me acuerdo. -No te acuerdas? ... Bueno ... Est bien, y no te

    pesaba dejar toda tu vida por entregarte al proyecto? Por ejemplo, dejar de tener sexo, Mario, lo pensaste? Te diste cuenta de las consecuencias que sufriras por se-guir tus ideas polticas? Toda tu vida iba a cambiar. Cambi, Mario.

    204

    i

    1

  • El prisione:> se qued callado. Pensativo. -Qy te ;asa? - Nada. Entonces ldce ver que no era raro que la gente de su

    edad y condicio. tuviera ideas subversivas, y que inclusive llegara a disea atentados terroristas, planes para organizar una guerrilla, pes aunque l ya haba pasado la edad en que normalmeJte los adolescentes con problemas de adap-tacin albergaren sus mentes tales fantasas, no era del to-do infrecuenteue hombres en sus tempranos veintes las mantuvieran, sbre todo tomando en cuenta las condicio-nes sociales y fmiliares desventajosas del prisionero.

    De cualquif modo, juzgu conveniente hacerle en ese momento la prgunta de por qu haba aceptado la invita-cin de aquel hmbre que dijo que conoci en aquellas jun-tas. Necesitabapreguntarle por qu haba aceptado real-mente seguir e proyecto. Era el momento en nuestra relacin de qul respondiera finalmente esa interrogante.

    Porque una:osa es pasrtela pensando que vas a matar al presidente o:ue vas a poner una bomba en un banco algn da, y otncosa que, de la noche a la maana, ya ests involucrado en n complot o, noms porque s, vas a un mitin y disparas. -.Jo, as no son las cosas humanas. Siempre hay algo ms, alp detrs. Motivaciones ntimas. As que le hice la preguntapero la respuesta que me dio, lo confieso, me sorprendi. ~iz la expresin exacta para describir la emocin que pnvoc en m tal respuesta sera ms apro-piadamente exmeracin. Su respuesta me sac de quicio.

    - Por qu aeptaste hacerlo? -Acept peque estaba aburrido. Algo ocurrien mi cabeza, quiz aparecieron en m

    mis sentimiento como padre de familia u hombre madu-ro que escucha ccir a un hombre joven tal barbaridad, o quiz mi reacci. se debi a que entenda que sus pala-

    205

  • zo6

  • do a l, como Aburto, como si esa persona de la que estu-viramos hablando no estuviera ah, no fuera l. ..

    Anoto todo esto por honestidad profesional, ya que, lo re itero, reconozco mi error, pero no encuentro otra manera de tratar de enmendarlo que confesndolo, y admitiendo que debido a mi descuido, el prisionero no volvi a hacerme ninguna revelacin significativa a partir de entonces, pues a partir de entonces solamente prosi-gui su ya habitual construccin de variantes insubstan-ciales, racionalizaciones inverosmiles y meros desvaros.

    El prisionero comprendi lo que haba sucedido, y antes de levantarse abruptamente de su asiento y ser es-coltado de nuevo a su celda, me dijo, con la ms fra de sus voces, quiz la ms profunda:

    -S, Aburro lo hizo porque Aburro estaba aburrido, como usted dice, doctor. Lo hizo porque senta que nada tena sentido. Comprende? Nada. Nada tena sentido, doctor. N inguno ... Senta que Aburro estaba aburri-do, senta que Aburro estaba muerto. S, por eso lo hizo. Porque si se senta aburrido y se senta muerto, entonces, se senta Aburto. Necesito explicarle ms lentamente todo esto, doctor, o ya va entendindolo? Todo esto significaba una sola cosa ... Aburro tena que cambiar al mundo.

    Ese da Mario chec su tarjeta a las 5.45 horas. H ab.a Jlegado, por su cuenta, ms temprano para poder salir an-tes. Cuando el tropel de obreras y obreros comenz a abarrotar las puertas de entrada, la mquina de Mario era la nica operando. Los de turno nocturno ya se haban marchado. El ruido notorio de su mquina lo converta en el corazn o cerebro palpitante de toda la fbrica.

    Esa maana no juzg pusilnime o indigno a su traje de obrero, como siempre le haba parecido. Al contrario:

    r

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    lo portaba como un traje espacial, un uniforme de un guerrero del futuro, el mero ciberjefe punketa.

    Se haba apoderado de l un sentimiento ciberntico profundo.

    Estaba seguro que los movimientos que haca con las manos y los pies para -coordinar los movimientos de la mquina lo controlaban TODO.

    Detrs de sus gafas, sus ojos apenas se desplazaban. Sus tapones de odos no lo dejaban escuchar sino su

    propio latido. La mquina cumpla sus labores casi por s misma; l,

    simplemente, la vigilaba, una su cuerpo a ella en los ins-tantes decisivos. l y su mquina confluan.

    M ario imaginaba que cada mano, movimiento lateral de cabeza, cada mujer que se levantaba de su puesto, cada portacargas que avanzaba entre los interminables pasillos, cada centmetro marchado por cada una de las innumera-bles lneas de produccin funcionando, cada operador que mecnicamente alimentaba de material a su mqui-na, cada ruido, cada ensamble, cada movimiento detrs de los centenares y centenares de tapabocas, cada respiro, cada chicle, cada inspeccin en la zona de control de cali-dad, cada empaquetado, cada error incluso, cada uno de los miles de movimientos que se realizaban esa maana en la maquila, eran controlados por l desde los regula-dores, palancas y botones de su mquina.

    Le haba hecho mucho bien el cambio de puesto. Alejarse de la lnea de produccin. Contar con su propia mquina. Lstima que esto haba ocurrido hasta enton-ces. En ese momento, pens en Toms. Cuando llegara al gobierno, pens tambin, se llevara a Toms a trabajar con l.

    l era la armona leibniziana, la mnada primordial, el switch general de la total urbe supra-industrial.

    208

  • Apostado en su lugar, imperturbable, estaba seguro que incluso un involuntario tic suyo mandara una orden inexorable e instantnea hacia algn punto. Mario saba que su mquina era apenas la tecnologa exterior quema-terializaba, como un oasis en medio de la maquiladora, el verdadero dispositivo de control y los engranajes de su cerebro. Mario y sus infinitos botones mentales lo admi-nistraban TODO.

    Absolutamente TODO estaba bajo su control. Mario era esa maana, en el trono de su mquina, el

    presidente del completo devenir de la frontera. Mantena los ojos casi sin pestaear, temeroso de lo que un movi-

    miento -un REM accidental- o un glitch suyo podra provocar. Pero en el nanosegundo peridico en que par-padeaba, en ese. infinitesimal espacio temporal en que cerraba los ojos y los volva a activar a su ciento por ciento, Mario controlaba mentalmente las piernas de miles de migran tes brasileos, guatemaltecos, panameos y m'exi-canos al pie del muro oxidado que divide a Estados Uni-dos de Mxico, el muro de la divisin asimtrica, y luego lanzaba una orden sincrnica a TODOS ellos para que rea-licen, simultneamente, un salto gigante que los hace alcanzar con sus uas el filo cortante del muro metlico, placas militares que antes estuvieron sobre los desiertos de Irak, soportando sobre ellas el peso de los tanques y vehculos militares avanzando a velocidad asesina entre las tormentas de arena y los desertores iraques huyendo un segundo antes de ser aplastados por las placas metli-cas que ahora los miles de replicantes de Mario saltaban, mientras los agentes de la Border Patrol no pueden creer lo que sus ojos atestiguan, una oleada de ilegales nunca antes vista que, gracias a la conduccin a control remoto desde la mente y cuerpo de Mario, gracias a su palanca de comandante de l a revancha de las pirmides, hace que

    -

  • aquellos miles de rnigrantes aplasten TODOS los vehculos de persecucin, las balas de hule, macanazos, y atraviecen sin demora todos los gases de la patrulla fronteriza, sin que siquiera los helicpteros puedan hacer nada y los ra-dares federales simplemente registren tan inusitado cru-ce, pues Mario en aquel paisaje estupendo ha hecho que tambin TODOS los muertos del bordo, TODOS aquellos que han muerto por los operativos de Estados U nidos en la frontera mexicana, TODOS los que han cado abatidos por los disparos, golpes o atropellamientos, TODOS los que despus de das de caminar perdidos entre las heladas montaas o los hirvientes desiertos, sbitamente se de-rrumbaron con un golpe seco contra la tierra para irse desmoronando corno si fueran un montn de piedras, se levanten, salen de la tierra, se reintegren sus huesos dis-persos, recuperen sus pellejos y sus fuerzas; la voluntad que los ha llevado a esta tumba milenaria, estas tierras que antiguamente les pertenecan, se pongan de pie los muer-tos de la frontera mexicana, los hombres del maz sagra-do, los post-mayas, gracias a la orden ubicua de Mario, para unirse ellos tambin a los ejrcitos que ese da han decidido arrasar los mecanismos de contencin de Nor-tearnrica, infatigables armadas a las cuales, gracias a otra palanca que Mario ha movido, se unen, asimismo, los aztecas que salen de la tierra desde el centro mismo de la Repblica, el gran ombligo de la Luna, del que brotan no slo los defensores de Tenochtitln muertos por los con-quistadores espaoles en 1521 sino tambin TODOS los esclavos negros trados de frica -dirigidos por el prn-cipe Yanga-, TODOS los resistentes yaquis, TODAS las tribus brbaras del norte, los temibles chichimecas, miles de guerreros retornantes son expulsados gracias al impul-so de volcn Popocatepetl y llegan hasta la puerta misma de la frontera para unirse al alzamiento mesinico e

    210

  • invencible de muertos y vivos, al que tambin asisten las muertas de Jurez, los ejrcitos de ultratumba de Emilia-no Zapata y Pancho Villa, TODAS las Adelitas que los acompaaban, junto a TODAS las cucarachas -que car-gan todos los paquetes de mariguana que todos ellos ne-cesitan-, como se unen tambin TODOS los miembros de los crteles mexicanos, armados hasta los dientes, por-que en este avance Chalino Snchez con su sombrero, el Seor de los Cielos y sus aviones, Miguel Hidalgo y su campana independista, los cristeros, TODOS los estu-diantes muertos en la plaza de las tres culturas en el 68, TODAS las pandillas de Tijuana, TODOS los nios con sus resorteras y los viejos con sus sdicos machetes, los sesen-ta millones de mexicanos miserables y el cuarenta por ciento restante de mexicanos al borde de un ataque de destruccin norteamericana, todo el pueblo, TODO, se ha unido, lo sabe Mario, para echar abajo el muro, avasallar las ciudades, saquearlas, con el nico fin, escuchadlo bien, malditos gringos, you fucking Americans!, con el nico fin de recobrar cada milmetro de los territorios ro-bados en la invasin de 1847. Todos golems de Mario. Todos furiosos contra la maquinaria norteamericana. [

    Y todo esto fue y ocurri esa maana gracias a Mario, el obrero borderline, Aleph del Coraje Ancestral, Nafta-manaco, Autodidacta del Qyinto Sol, Trans-Qyijote cuatrocientos aos despus.

    Mario, sin embargo, se mantena impasible en el ala oeste de la fbrica. Operaba el funcionamiento de su mquina.

    Tal gloriosa omnipotencia lo disuada -como ya ha-ba ocurrido dos veces- de desistir. Esta vez no dara marcha atrs. Todo lo tena bajo su mando y era hoy cuando tena que recordar que aunque se fuese el ms cri-minal de los criminales se puede atravezar toda falta con

    2II

  • , __

    la nave de la espiritualidad vedanta o atravesar el pantano sin mancharse el plumaje, como lo hizo Cuauhtmoc. Haba que actuar. Esta vez no rajarse. De esto dependa el siglo XXI.

    Mario conoca al prncipe meditabundo Hamlet, de quien -en la valiossima Coleccin Ediciones Resumi-das- haba conocido su duda central, la propensin a la inactividad que se experimenta en das decisivos como el que Mario ahora viva, muy semejante, recordaba Mario, a aquel otro da en que el guerrero Arjuna a bordo de su sper automvil (probablemente un platillo volador anti-guo) dudaba si combatir al mirar por delante a los ejrci-tos enemigos, repletos de familiares suyos, como Mario haba ledo en aquel libro que le vendi uno de los mu-chos inmigrantes, ex drogadictos convertidos en Harekh-rishnas morenos que pululaban entre los trilers, bodegas y naves industriales.

    -Hermano, lberate .. . Para Mario liberarse era actuar, ya que los verdade-

    ros hijos de la patria demuestran su valenta con hechos y no con palabras, recordndose las palabras que l mismo haba terminado de escribir en el cuaderno donde ano-che haba finiquitado la ltima versin del Libro de Actas.

    En ese instante, Mario senta que por fin haba com-prendido todas las jdeas que anteriormente slo haba semicomprendido, se le venan a la mente, en repaso ver-tical de monitor de PC todas las palabra ledas y pen-sadas, todas las transmisiones de su vida, y en un solo nanosegundo corran como un programa o un asteroide atravesando su cielo mental a la velocidad del sonido cada una de las letras de El nuevo mundo industrial y societario de Fourier, Todo es Cbala de Scholem, Interpretaciones de la Revolucin Mexicana de Adolfo Gilly, Sobre el Manejo Correcto de las Contradicciones entre el Pueblo de Mao Tse-

    2I2

  • tung y Las profecas de la Virgen de Ftima a los tres nios-videntes de Tlacalel Melndez.

    -Hoy es el da -se repeta a s mismo, y cuando los centenares de sus compaeros, millares de personas que lo conocan, fueron interrogadas por la polica, algunos de ellos bajo tortura, prcticamente TODOS dijeron lo mismo, esa maana, mientras ensamblaban en Camero Magnticos, TODOS escuchaban incesantemente un men-saje en su mente, Hoy es el da, aunque no entendan su significado, ni quin lo emita.

    Pero Mario lo entenda. De Mario vena. Mario era el mensaJe.

    A las 13.43 horas, Mario chec su tarjeta de salida. Antes de subir al auto robado, Mario se supo un samu-

    rai azteca listo para cumplir el magnicidio prestablecido.

    Aburto sali un minuto antes de las dos. Cuando iba sa-liendo de su trabajo, oy que el guardia que lea un peri-dico deca que iba a ver un mitin en la colonia Lomas Taurinas.

    Subi al transporte de su trabajo. Se baj en el centro. A uno de sus compaeros le extra eso. Aburto siempre se bajaba en el crucero de la 5 y 10, el

    ms catico de la ciudad, un sitio que ciertos das se pare-ce a Calcuta.

    A Aburto siempre le gustaba comer fuera de casa. Antojitos mexicanos o tacos. Entr a una tortera. A El Pulpo, que todava no quebraba porque todava no lle-gaba McDonald's al primer cuadro de la ciudad. En El Pulpo coman dos travests que trabajaban en un antro de la Plaza Santa Cecilia y una pareja con dos nias. A un lado de El Pulpo haba zapateras y establecimientos de venta de aparatos electrodomsticos.

    213

  • Una cancin de The Cure sonaba a todo volumen en la bocina callejera de una de esas tiendas:

    Standing at the beach With a gun in my hand Staring at the sea Staring at the sand

    I'm alive! I'm dead! !'m a stranger, killing an Arab.

    Aburto no saba ingls. Como casi todos en la ciudad, haba estado en Estados Unidos pero no aprendi ni a decir po po en inglich. Aburto era un naqurrimo. Tena cara de chilango.

    No tenia ganas de volver temprano a casa porque sus hermanas lo tenan harto. Frecuentemente pensaba en entrar a casa y dispararle a todas en la cara y una vez que las balas se hubieran acabado, pegarles putazos con la cacha de la pistola, hundirles el can en el culo.

    Despus de haberse comido la torta de milanesa escu-ch que el par de locas mitoteaban sobre el mitin. Para entonces no se acordaba del nombre de la colonia pero te-na ganas de asistir. N un ca haba ido a un mitin. N o estaba seguro de lo que un mitin era. Adems, quera distraerse. Estaba muy tenso por lo del otro da en la Coahuila. Tena miedo de que la polica ya lo estuviera buscando.

    Al salir, azar urbano, vio un autobs azul con una fran-ja blanca que deca en el parabrisas L. Taurinas con pin-tura blanca de zapatos. Entonces se acord que sa era la colonia y le hizo la parada, pero el autobs no se detuvo.

    Sac su libretita y ah apunt el nombre. Sigui cami-nando buen rato hasta que volvi a encontrar otro auto-bus azul y blanco. Hizo la parada y se subi.

  • l pens por lo de Lomas Taurinas que esa colonia estara cerca de uno de los dos toreos de Tijuana, ya fuera el que est en playas o el que est en el boulevard.

    Despus de un rato, el autobs par en un lugar don-de haba muchos carros parados. El chofer ah baj a los pasajeros porque ya no le permitan el paso.

    [ .. . ]

    sta es la secuencia que narra una de las versiones oficiales, secundndose de una carta llena de errores de ortografa y discorcondancias sintcticas, y que supuestamente fue escrita por Aburto. Pero los errores son tan garrafales y caricaturescos que se nota que fueron hechos de modo deliberado, quiz por un agente del gobierno cuya falla fue exagerar la brutalidad gramtica! de Aburto que, es cierto, careca de educacin formal, pero jams habra co-metido tantas burradas.

    Adems, en el texto se hacen aseveraciones corno com una torta, por una calle que creo se llama Consti-tucin. Ninguna persona que lleva ya casi diez aos en la ciudad hubiera dicho algo as. La avenida Constitucin es la ms conocida de Tijuana. Esa falsa crnica no la pu-do haber redactado o dictado Aburto.

    De cualquier modo, sin tornar en cuenta las discor-dancias y contradicciones del relato anterior con lo que conocemos, pros1go.

    Cuando Aburto baj del autobus observ bien a la multitud. Al mitin haban asistido ms de cuatro mil. Lomas Taurinas es un barrio fundado por invasores de terrenos afiliados al Partido Revolucionario Institucional, que aunque conservaba la presidencia desde hace siete dcadas, en Tijuana y en la gubernatura estatal era la

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    1 1

  • oposicin la que reinaba.11 Qyiz intuyendo el descenso de su popularidad en el norte del pas, los organizadores del mitin priista eligieron este barrio, a pesar de ser de bastante peligrosidad. Los ndices delictivos son altos; los dlers de drogas controlan esas zonas.

    El mitin se realizaba al final de un can. Desde los cerros haba hombres observando. Algunos con binocula-res, otros, incluso, a bordo de autos.

    Cuando Aburto lleg, Luis Donaldo Colosio, candi-dado del PRI a la presidencia, ya casi terminaba su dis-curso poltico. El discurso haba sido breve. Colosio era un demagogo consumado.

    El evento se trataba de un rally para que el candidato fuese fotografiado en uno de sus baos de pueblo. A Co-losio, se dice, siempre le gust eso, pueblear; bajar de las tarimas, mezclarse con la gente, dejarse tocar. Muchos de sus guardaespaldas tenan que disfrazarse de gente nor-mal para poder protegerlo. Debido a su disfraz de gente pobre, se autodenominaban Los Sucios.

    Cuando Aburto logr abrirse camino entre el gento, comenzaron los aplausos.

    El discurso del candidato haba terminado. No haba escuchado nada.

    Haba llegado demasiado tarde. Aburto se sinti excluido de la euforia de la masa,

    comenz a envidiarla y, a la vez, a detestarla en su enteri-dad. No era parte de ellos. En ese lugar haba demasiados policas. Comenzaba a identificarlos. Estaban por todas partes. Comenz a paniquearse.

    Todos lo empujaban, el gento lo apretaba, ola mal. Vea las despreciables caras de lideresas gordas gritando consignas chillonas, hombres ebrios rindose, nios con

    11. En el ao 2000, el PRI tambin perdi la presidencia nacional.

    zr6

  • los mocos salindoles de la nariz y buscando a sus padres, vea a los acarreados con camisetas de la campaa cansa-dos de menear las banderas, vea a la masa de borregos, algunos de ellos bailaban la msica animada, festival y populachera que el sistema de sonido haba puesto, la preferida del candidato. Aburto los odiaba.

    -Viva Colosio! Colosio, no te vayas a olvidar de Tijuana cuando llegues arriba! -alguien gritaba.

    La gente estaba exttica. Pero l no se senta, escu-chadlo bien, no se senta en unidad.

    Este simple hecho deton una primera reaccin irracio-nal de Aburto, que no olvidemos, sufre de transtorno de personalidad lmite o borderline, sufriendo baja tolerancia, poco control de sus impulsos, inestabilidad, volubilidad y tendencia a la reivindicacin inmediata, ansiedad, para-noia, alta agresividad. Como analista, estoy autorizado a describirle en estos trminos: Aburto es un hombre maqui-lado por una sociedad disfuncional. La quijada le comenz a molestar. Aburto mir a su alrededor.

    Primero vio, a lo lejos, una manta que deca En Baja California decimos basta, no ms engaos, no ms PRI-Gobierno y otra jo, Camacho y Sub-Comandante Marcos te vigilan. Eso deton una segunda sensacin de inquietud en Aburto. El rostro se le llen de sangre.

    H aba opositores en el mitin. No era el nico. Pero en su mente resonaba la idea, cobardes! Una puta manta es todo lo que piensan hacer, cabrones?, el pueblo chilla pero no hace nada.

    En esos segundos Aburto tambin advirti que haba algunos hombres disimuladamente armados. Seguramen-te integrantes de Los Sucios.

    l segua avanzando entre empujones, codazos, gente tropezando a los lados. Uno de ellos accidentalmente, durante un par de segundos, puso la mano sobre su pistola.

    217

  • Aburto la traa guardada debajo de la camisa, metida en el pantaln. Era una Taurus calibre 38. En el cargador haba cuatro balas pero caban seis. La pistola la haba comprado a un vecino suyo, un narquillo de la colonia Buenos Aires. Aburto casi siempre la llevaba consigo, a la salida de la fbrica la pistola lo esperaba fiel en su locker.

    Aburto no era el nico obrero armado que estaba ah. Mario, por supuesto, tambin haba ido. l estaba en su sitio, esperando.

    Aburto. Mario. Ambos estaban a pocos metros de distancia uno del otro. Los dos estaban cada vez ms cerca del candidato.

    La cancin que sonaba era de la Banda Machos.

    Cuidado con la culebra que muerde los pies, Ay, si me muerde los pies.'

    Ambos llegaron hasta Colosio,

    Si me muerde los pies, Yo la tengo que matar .. .

    Una mujer le quiso entregar unas hojas de papel, un rollo con una peticin, pero Colosio le empuj la mano con los papeles hacindola a un lado. A Aburto eso le hizo estallar en coraje. Llev la mano a su cintura. T ena que hacer justicia automtica. Colosio le recordaba a su puta madre.

    A Mario, a su vez, ste le pareca el momento perfec-to para matar al candidato y, luego, llamar a Conferencia Mundial. Sac su arma de la chamarra.

    Un instante antes de jalar el gatillo, ambos cruzaron miradas. Una especie de espejo sutil se traz entre el can-didato y ellos; en la mirada que se lanzaron uno al otro,

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  • Aburto y Mario, haba una pregunta, quin era el otro?, por qu nos parecemos tanto?, quin nos hizo de este 1 modo, como dos televisores idnticos, juntos?, qu fuer-za o causa los haba hecho coincidir en este punto del espacio y el tiempo?, por qu nuestros ojos se miran?, disparamos contra Colosio o uno contra el otro?

    Para despertarlos de su extraeza, Tijuana sopl una orden al odo de ambos: Hazlo.

    Ambos, casi simultneamente, dispararon. Un disparo hizo que los sesos de Colosio estallaran. Otro fue a dar a su estmago. Ninguno de los dos supo cul balazo fue el suyo. Comenzaron los gritos de la gente, los guardaespaldas

    volteando a todas partes, sacando o guardando sus armas, el cuerpo de Colosio, descompuesto, echando sangre y sesos, acarreado, radios, fotografas, videos, forcejeos.

    Cuatro mil personas huan, como si cada una de ellas fuera el culpable o el prximo blanco, hua la seora que venda hielitos de sabores, el viejillo aburrido, el perro callejero, los estudiantes de las pancartas, el plomero ul-tra-priista, hua la Culebra y, sobre todo, hua Tijuana, espantada, riendo, dando saltos, escondindose en todas las casas, recibiendo tres millones de balazos.

    En pocos segundos las fuerzas de seguridad atraparon a varios hombres. Muy pronto soltaron a varios, algunos de ellos agentes de Seguridad Nacional muy parecidos fsi-camente a Aburto o a Mario.

    En los cerros aledaos, autos arrancaron, cargados de armas de francotiradores.

    Uno de ellos, el ms transtornado de los dos maquilo-cos, fue elegido como el culpable, aunque otra versin mantiene que despus de los primeros interrogatorios fue

    2I9

  • sustituido por el otro al llegar al centro del pas. Meses despus El Universal publicaba en primera plana Exis-ten por lo menos tres Mario Aburto.

    Al da siguiente, otros que haban estado en el mitin y muchos ms que solamente haban planeado ir regresa-ron a sus puestos de trabajo en las fbricas. No hablaban

    f con nadie. Uno de ellos ahora est en un penal de mxima segu-

    ridad, con una cmara de video vigilndolo las 24 horas del da, solicitando, puntual cada mes, Muy Interesante y Selecciones y cientos de libros de la biblioteca, la mayora de ellos de psiquiatra, literatura y ajedrez. Su aspecto ha cambiado. Es un hombre adulto. Ahora usa lentes. Y entre los clebres jefes del narcotrfico, el hermano del presidente Carlos Salinas y otros presos peligrosos, l ms bien tiene la apariencia de un nerdo.

    Y como una madre que tiene un hijo pero no sabe cul padre, el detenido mismo nunca supo si su bala fue una de las que mat a Colosio. Hay noches que casi est convenci-do de que no. Reconstruye esa tarde mil veces, cada vez de modo diferente. Sabe que se trata de una tarde que nunca volver a ser igual y, al reconstruirla, se f~a en cada una de las decenas, cientos, miles de personas que rodeaban a Colosio. Se da cuenta que Colosio hua de todas ellas, como una culebra que sabe que la van a magullar. El dete-nido mismo sabe que probablemente l no fue.

    Pero por orgullo, acepta la culpabilidad porque sa es la nica va para alcanzar la anhelada inmortalidad, ade-ms de que sabe muy bien que un hombre que dispara y slo hiere no puede ser considerado un verdadero hijo de la patria.

    Pero quien est en prisin no descarta que el justicie-ro verdadero haya sido un prcer ms secreto. Otro su-premo Caballero guila.

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  • Y el que est en la crcel imagina cmo es la vida del otro, all afuera. La vida de todos los Aburtos que par-ticiparon esa tarde y, al mismo tiempo, imagina todos los Aburtos en las fbricas. Los imagina checando tarjeta, apostados en sus mquinas, en los asientos traseros de los trasportes de la empresa, los imagina en torteras, los ve siendo bienvenidos por la risa del que vende boletos en el museo de cera, los imagina en la lnea de produccin pla-neando (en voz baja) una huelga que jams suceder, los imagina llegando a la central camionera y a Tijuana por primera vez, los imagina dejando que Tijuana los seduzca dicindoles a cada uno lo que cada uno de ellos quie-re or, los imagina saltando el muro, los imagina siendo golpeados por los agentes de migracin, los imagina es-cribiendo en la noche, justo como l.

    Preparando, aunque ya no en papel, porque todo escri-to suyo es confiscado, pero s confeccionando en la mente ese nuevo libro, palabra por palabra, memorizndolo, un Libro de R espuestas para tratar de entender qu pas.

    Por qu nuestras vidas fueron stas. Antes de morir para siempre, saber. Cada uno de ellos ensamblando en la fbrica o hu-

    yendo en la avenida, en el Trolley o en el museo de cera, en el pueblo o en la ciudad, frente al televisor o la katafi-xia, saber.

    Ante las tres cortinas aguardar su destape. Esperar que los dioses, Chabelo o Salinas den la or-

    den para que se levanten y, mientras centenares de chu-pacabras y televisores vuelan sobre nuestra cabeza, saber que detrs de las cortinas nos espera o fortuna o burla o espejo.

    Saber antes, pues no regresaremos. Oltin es l. Oltines, nosotros.

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  • Lo que impele la multiplicacin es su insaciabilidad men-tal de nuevas versiones. Apaciguar la ansiedad de Historia o biografa. Creyendo a la narracin: ansioltica, curativa. No sabiendo que narrar no propende a la unidad. Con-tarnos slo nos ramifica.

    Siguen surgiendo nuevos cables. Y el ingeniero espa-cial a bordo de la nave que se aleja de la Tierra no opta por seguir desconctandolos -son auto-replicantes-sino por amputar su avidez de brazos.

    Y a todo ha sucedido. l se piensa a s mismo. Al hacerlo, se vuelve dos. Mario y aquel en quien Mario piensa. Ambos.

    Estos dos poseen todos los rasgos definitorios de Mario. Pensarse.

    Es el atavismo narciso lo que reproduce. A Mario. Cada pensamiento que brota de su cabeza es un espe-

    jo o, mejor dicho, un televisor y de su cabeza brotan interminables televisores cada segundo.

    En todos ellos est la cara de Mario dirigiendo un comunicado al universo.

    Ya que cada vez que Mario se piensa se desdobla y el desdoblado se piensa a s, desdoblndose de nuevo y este efecto en cadena produce infinitos suyos. Todos pensn-dose, ramificando los cuerpos y mentes que tiene Mario.

    Alguien desendose narrar, descomponindose en tal desparpajo, aspirando a una sola cosa: ser verdad o, a lo menos, ser creble.

    Hacer de una vida deshilada un significado, nunca exacto.

    Los msticos consideran loable o sublime a la ubicui-dad. La celebra tambin, por cierto, Walt Disney y la f-sica cuntica.

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  • Desdoblarse es lamentable. Cada vez ms identidades, cada vez ms otreda-

    des de ti. A cada versin, un nuevo personaje, reproducindose

    como una metstasis inacabable; una nueva clonacin a cada instante; otro ms de ti en cada punto del mundo, uno, uno ms, hasta que el primero de ellos, o cualquie-ra, voltea a su alrededor y se percata que el universo en-tero est lleno de una figura pusilnime, la misma, las variantes de un hombre que no para de hablar de s mis-mo y es miserable y se autoengaa, mitmano incurable, escapista imposible y por ese acto se duplica incesante-mente hasta vivir en el peor de los infiernos: un planeta r habitado por millones de dobles suyos, un cosmos ocupado fsica y mentalmente por todas sus versiones personales.

    Deja de narrarte, por favor. Detn el relato. Pobre .de ti, Mario, en verdad, pobre de ti.

    T, hermano, sabes mejor que nadie cul es la so-lucin.

    Ya mataste al primero de ellos. Su nombre pblico era Colosio. Prosigue y asesina a todos los dems. No .los convoques. Aniquila todas tus variantes. Serial killer de tu subdivisin infinita.

    Nada ms debe ser relatado. Ninguna versin debe ser agregada. Asesina a todos los Marios. Devuelve todas las formas

    a su vaco ongmario. Mira a tu alrededor: cada punto del universo est ocu- r

    pado por ti. Pero no es necesario ser definitivo. Podemos desa-

    parecer. Podemos, en verdad, dejar de ser. Basta, uno a uno, ceder el lugar, sabotear la proliferacin, aceptar la extincin. Como los mayas, marchar.

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  • Dejar de pensar en ti, no te desdobles. Alcanza el si-lencio total. D eja que el agua toque la punta de tus pies.

    Despus de ese lago no habr nada ms. D escansars. Jams otra vez esta espantosa historia, jams. Jams las pirmides, jams las fbricas.

    ] ams habr nada ms. Todos tus personajes desaparecern. Y si ahora estamos todos juntos es porque atraveza-

    mos el final. Revueltos antes de terminar, escenas tardas en que todos aquellos que somos nos vemos el rostro mu-tuamente a travs de todo el univ~rso, mscaras abajo, nos vemos la ltima cara y sentimos el agua final. Ve ca-llando, Mario, ve callando.

    No hagas caso al lamento o ruido de las tropas de jo-didos, protagonistas y fantasmas alrededor tuyo. Todos esos allegados no son ms que tus pensamientos o los de-monios de una Historia que ignora que inaugura ya su adis. Persevera en la aniquilacin mental de todos ellos, acaba con la ciudad. No vuelvas ya ninguna met-fora literal.

    Permite que se apague completamente Tula, Teo-tihuacan y la nueva T enochtitlan. D eja que T ijuana se autodestruya o sea consumida por Estados-Unidos. Apan-dona tus. armas. N o hay ya ninguna ciudad que defender. Slo quedan las pseudo-metrpolis.

    Siente el agua, va llegando, sintela, M ario. Y en este instante del roco, no te engaes, siente la ltima frescura y antes de que sta se extinga reconoce que aunque has

    1 cesado de reproducirte, sin embargo, hace mucho que dejaste atrs la ltima oportunidad de liberacin.

    Obedece tu desenlace. N o te sientas atrado por la fisionoma imaginaria de

    lo que hay Despus. Despus solamen