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Chiapas 7, pág. 1 http://www.revistachiapas.org
Acción colectiva y creación de alternativas *
Jorge Cadena Roa
El estudio sistemático de cómo, cuándo y en qué condiciones se descubren o
se crean alternativas es necesariamente una empresa interdisciplinaria. Lo mismo puede decirse acerca del cómo, cuándo y en qué condiciones los
actores aprovechan o dejan escapar las alternativas descubiertas o creadas.
Teniendo como eje articulador la problemática del cambio social, el estudio del descubrimiento y la creación de alternativas debe combinar propuestas de
sociología del conocimiento, de sociología de la cultura y psicología social con contribuciones de sociología política, sociología de las organizaciones y
economía política. El estudio sistemático de la creación de alternativas no puede reducirse a un ejercicio especulativo, sino que debe estar firmemente
anclado en las prácticas concretas de los actores sociales. Así, no sólo ayudará a comprender mejor tales prácticas sino que, mediante la identificación y
sistematización de las variables que favorecen o dificultan la creación de alternativas, así como de la comparación de experiencias desarrolladas en
diferentes situaciones, será posible retroalimentar la actividad creativa de los actores sociales y arrojar luz sobre las formas como las sociedades se recrean
a sí mismas continuamente.
Cómo, cuándo y en qué condiciones se descubren o se crean alternativas es un
tema amplio y complejo. De ahí que sea aconsejable, para su tratamiento sistemático, partir de un esquema teórico sencillo en el que se identifiquen con
claridad las variables básicas a considerar y que además sea susceptible de ser especificado tanto como sea necesario. Un esquema teórico semejante,
además de organizar la presentación y análisis de tales variables, ayudará a distinguir lo que ya sabemos acerca de la creación de alternativas de lo que
todavía no sabemos y que, en consecuencia, requiere de investigaciones enfocadas con más precisión. Contar con un esquema teórico facilitaría
también la comparación de variables relevantes de diversas experiencias de creación de alternativas. Esto último es de la mayor importancia. Sólo
mediante estudios y reflexiones comparativos podrá superarse la mera
descripción más o menos cronológica de experiencias singulares (que, salvo contadas excepciones, es la que ha privado en los estudios latinoamericanos
sobre acción colectiva), para pasar a la sistematización de conocimientos fragmentarios y a la formulación de reflexiones temáticas. De esta manera,
sería posible proponer generalizaciones teóricas que, en su momento, puedan orientar la investigación empírica mediante la formulación de preguntas sobre
relaciones bien delimitadas e hipótesis más precisas. Si logramos identificar las
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variables que facilitan o dificultan la creación de alternativas y verificamos
nuestros resultados, mediante la comparación sistemática entre casos que
presentan similitudes en algunos aspectos pero que son diferentes en otros, podremos estar más seguros del alcance de nuestras generalizaciones. Es
legítimo comparar variables de interés tomadas de experiencias exitosas de creación de alternativas, pero es indispensable la comparación de éstas con
experiencias fracasadas. El estudio comparativo de variables de interés entre ambos tipos de experiencia que tengan semejanza en algún otro respecto
ayudaría a comprender mejor la naturaleza de los obstáculos que los actores sociales deben superar para, en el caso que nos ocupa, descubrir o crear
alternativas y también, desde luego, para aprovecharlas.
El marco de referencia de la teoría de la acción proporciona el esquema más
simple para tratar analítica y sistemáticamente el tema de la creación de alternativas. En uno de los textos clásicos de esta teoría, Parsons (1968)
identifica al "acto-unidad" (unit-act) como la unidad básica de los sistemas de acción. Los componentes mínimos que permiten concebirla de esta forma son,
de acuerdo con Parsons (1968, pp. 43-51), los siguientes: 1) un agente o actor; 2) objetivos o fines de la acción, entendidos como una situación futura
hacia la cual se orienta el proceso de la misma. Desde esta perspectiva, la acción es siempre un proceso en el tiempo. Los objetivos hacen referencia a
una situación que aún no existe y que no existirá a menos que el actor haga algo al respecto o, si tal situación ya existe, que no permanecerá sin cambios
sin la intervención del actor; 3) situación inicial en el momento de emprender la acción. A fin de distinguir analíticamente las tendencias de cambio debidas a
la "inercia" de la propia situación de los cambios que resultan de la acción deliberada del actor, Parsons asume que las tendencias de cambio inmanentes
en la situación inicial difieren en algún aspecto de los objetivos o fines de la
acción. En una situación dada, siguiendo a Parsons, podemos distinguir las condiciones de la acción, que son aquellos elementos sobre los cuales el actor
no tiene control, que no puede alterar, o que evita alterar de conformidad con sus fines, y los medios para la acción, que son los elementos que el actor
controla y usa deliberadamente para alcanzar sus objetivos; y, por último, 4) criterios con que el actor selecciona los medios para alcanzar sus fines. En su
teoría voluntarista de la acción, Parsons asume una orientación normativa en la selección de medios alternativos para un fin. De acuerdo con ésta, el hecho
de que el actor pueda escoger, con base en criterios normativos, entre una gama de medios y fines implica la posibilidad de "error", sea porque la acción
no alcanza los fines o porque yerra al seleccionar los medios "adecuados" para ellos. Decir que la acción se orienta de conformidad con normas es decir que
ésta presupone interpretación y que los actores proyectan sus evaluaciones subjetivas a toda acción y situación. El elemento voluntarista en la teoría de
Parsons no implica que las condiciones de la acción sean irrelevantes, sino que
la acción requiere del esfuerzo voluntario del actor para alcanzar sus fines (Alexander, 1983).
Por supuesto, el hecho de que Parsons haya formulado una teoría voluntarista
de la acción y una teoría normativa del orden no quiere decir que su esquema carezca de sentido de suponerse otros criterios que orienten la acción o, dicho
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de otro modo, si se asume que el actor tiene una disposición subjetiva
diferente. Es una obviedad, pero con tal de que no quede duda vale la pena
insistir en ello: aunque los criterios con base en los cuales el actor seleccione los medios para alcanzar sus fines no sean voluntaristas y el orden no se
alcance mediante criterios normativos, como Parsons sugiere, de todos modos los componentes analíticos mínimos desde los que puede pensarse la acción
seguirán siendo actor, fines, condiciones, medios y cierta disposición subjetiva del actor. De hecho, en The Structure of Social Action Parsons elabora su
síntesis teórica mediante la crítica a la versión utilitaria de la teoría de la acción y de sus consecuencias para una teoría del orden. Como es sabido, la
teoría utilitaria de la acción parte del actor individual que actúa de manera independiente de los demás y cuya disposición subjetiva es la búsqueda
egoísta del beneficio propio. En su crítica al utilitarismo, Parsons retoma lo que considera las contribuciones más significativas a esa teoría en las obras de
Marshall, Pareto, Durkheim y Weber. Entre las disposiciones subjetivas más socorridas para describir los criterios que usa el actor en la selección de
medios y fines destaca la del actor racional. Así, por ejemplo, Weber distingue
cuatro tipos de orientación de la acción social: racional con arreglo a fines (zweckrational), racional con arreglo a valores (wertrational), acción afectiva y
acción tradicional (Weber, 1978, pp. 24 y ss.).[1] Por su parte, Habermas considera que las teorías de la acción racional dejan de lado un tipo de acción
que no es egoísta ni busca el beneficio propio y que es, sin embargo, absolutamente crucial. Así, Habermas introduce la noción de acción
comunicativa. En este caso, las acciones de los actores involucrados están coordinadas no por cálculos egocéntricos en busca de una ventaja individual,
sino orientadas al entendimiento mutuo y mediadas por el lenguaje. Goffman (1959) introdujo la noción de acción dramatúrgica, en la que el actor concibe
la manera de presentarse a sí mismo ante una audiencia a fin de controlar la impresión que ésta se forma del actor y de la situación. Joas ([1992] 1996),
por su parte, ha adelantado una concepción de la acción como esencialmente creativa, que abarca otras orientaciones sin dejar categorías residuales. En
éstas y otras variantes de la teoría de la acción cambian los supuestos y la
manera como se relacionan los componentes mínimos, más no el reconocimiento del número mínimo de componentes sin los cuales no es
posible entender la acción.
Los componentes de la acción forman una unidad. De ahí que Parsons los llame "acto-unidad" y los considere como los componentes mínimos de la
acción. Cabe subrayar que la distinción entre los componentes de la acción es meramente analítica, y que en la realidad no existen por separado: no hay
casos concretos de acción individual o colectiva en los que falte alguno de ellos. En lo que sigue los tratamos por separado a fin de lograr la mayor
claridad y precisión analítica posibles. Cada uno de los componentes de la
acción puede desagregarse y especificarse. Ahora bien, ¿hasta qué punto conviene desagregar cada componente en este trabajo? En la medida en que
se desea mantener una visión general del problema desde la perspectiva del descubrimiento y la creación de alternativas, aquí sólo se indican algunos de
los niveles en los que parece relevante desagregar cada componente. No se trata entonces de una desagregación exhaustiva. Se trata, por lo pronto, de
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explorar la pertinencia de un esquema teórico desde el punto de vista de la
investigación.
En el marco de este trabajo no es posible, ni necesario, agregar más acerca del
esquema de referencia de la teoría de la acción ni de las contribuciones sustantivas a la misma. Puesto que se trata de presentar un esquema teórico
común para considerar de manera sistemática el problema de la acción colectiva y la creación de alternativas y facilitar la comparación entre casos
empíricos con fines de elaboración teórica, parece suficiente con haber enunciado los componentes mínimos del "acto-unidad", tener en cuenta que
los sistemas de acción están compuestos por esas unidades, que la distinción entre componentes es sólo analítica, que la orientación de la acción admite una
variedad de supuestos, que el esquema permite trazar puentes entre temas
micro y macrosociológicos y que, finalmente, está abierto a una perspectiva de análisis interdisciplinaria. Podemos, entonces, pasar al problema sustantivo de
este trabajo. Las preguntas iniciales serían: ¿qué es una alternativa?, ¿cómo reconocemos una alternativa cuando la tenemos enfrente?
En el presente estudio se consideran "alternativas" aquellas opciones viables
que favorecen la ocurrencia de cambio social con orientación humanista, es decir, cambio social opuesto a la existencia de desigualdad, explotación,
opresión y discriminación. Se habla de "alternativas" para distinguir éstas de la repetición de acciones "convencionales" que no cuestionan sino reproducen las
condiciones de desigualdad, explotación, opresión y discriminación. Se dirá,
con razón, que este planteamiento introduce una dimensión de valor al esquema teórico. Aquí se defiende la idea de que conocimiento científico y
valores no deben ser ajenos y que es legítimo poner lo que sabemos al servicio de las posibilidades de cambio humanista inscritas en el presente.
Definitivamente no se comparte una forma de pensar y actuar que, como el neoliberalismo, sea indiferente ante sus resultados prácticos.
Desde la perspectiva del esquema de referencia de la teoría de la acción
resulta evidente que así como hay actores alternativos, hay también objetivos, medios y disposiciones subjetivas alternativos.[2] ¿Qué significa esto? Significa
que puede haber alternativas en uno o en varios componentes del "acto-
unidad", que la existencia de alternativas en un componente no implica, pero tampoco excluye, la existencia simultánea de alternativas en otro. En lo que
sigue se consideran algunos aspectos de la creación de alternativas y la acción colectiva desde el punto de vista de los componentes del "acto-unidad".
Actor colectivo
Cuando se trata de acción individual, por lo común se da por supuesta la existencia de individuos independientes con capacidad física y mental para
alcanzar objetivos de conformidad con algún criterio orientador. Tratándose de acción colectiva, dar por supuesta la existencia de actores colectivos elude una
pregunta central de la teoría y la práctica de los movimientos sociales: ¿cómo y bajo qué condiciones cierto número de individuos participan de manera
voluntaria y concertada en acciones colectivas? La respuesta tradicional no
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encuentra incompatibilidad alguna entre intereses individuales e intereses
colectivos: los individuos participan en acciones colectivas de manera natural
porque comparten entre sí los mismos intereses objetivos. Olson (1965) puso en duda esta respuesta. Argumentó que del supuesto de que individuos
racionales promueven sus intereses personales no se sigue que grupos de individuos promoverán sus intereses colectivos -a menos que el grupo sea
pequeño o se usen incentivos selectivos (premios y castigos) diferentes a la realización del interés del grupo. En todo caso, resulta más ventajoso para
individuos racionales y egoístas el disfrutar de los bienes colectivos sin tener que contribuir a sus costos de producción. La respuesta tradicional a la
pregunta sobre cómo y en qué condiciones se forman actores colectivos hacía que el enigma a descifrar fuera la falta de acción colectiva donde todo indicaba
que los individuos tenían los mismos intereses, por estar en la misma situación y padecer efectos atribuibles a las mismas causas. La falta de acción colectiva
de individuos con intereses comunes tendía a ser explicada por alguna falla de orden cognitivo que impedía que los individuos se dieran cuenta de su
comunidad de intereses (ignorancia, enajenación, falta de conciencia de clase,
falsa conciencia), o por el éxito de las élites en ganar el apoyo de las no-élites (aburguesamiento, hegemonía). El argumento de Olson invirtió el problema:
aun si suponemos la existencia de individuos racionales bien informados acerca de su situación, lo racional es no participar en las acciones colectivas sino
disfrutar gratis, es decir, "gorronear" (free-ride) los resultados de la acción de otros. La acción colectiva puede ser explicada entonces como resultado no sólo
de incentivos selectivos, que motiven el interés propio, sino también de incentivos no-materiales como solidaridad, altruismo, creación de una
identidad colectiva.[3]
La noción de identidad considera también de manera problemática la formación
y existencia de actores colectivos. En lugar de pensar que los actores colectivos cuentan con identidades predeterminadas y fijas, derivadas de
conflictos socioeconómicos "objetivos", y que los actores sólo tienen que descubrir esas identidades y actuar en consecuencia, diversos autores
(Anderson, [1983] 1991) han mostrado cómo la identidad del actor y la identificación de intereses colectivos son resultado de procesos de elaboración
discursiva en que los actores se constituyen mediante la re-definición de sí mismos en relación con las identidades adscritas que son funcionales a la
continuidad del orden establecido.
Desde ambas perspectivas, sea la elección racional o la construcción de
identidades, la existencia de actores colectivos tiene que ser explicada, no debe darse por supuesta. Otra manera de decirlo es que el esclarecimiento de
las condiciones que favorecen (o dificultan) la formación (o continuidad en el tiempo) de actores colectivos es una tarea teórica relevante. La existencia de
actores colectivos muestra que los múltiples obstáculos que se oponen a su formación han sido superados -al menos temporalmente. Pero entonces,
¿cuáles son esos obstáculos y cómo fueron superados? He ahí dos preguntas a las que han ofrecido respuestas la teoría de la movilización de recursos
(Jenkins, 1983; McCarthy y Zald, 1973 y 1977; Oberschall, 1973), y la teoría de las oportunidades políticas (Einsinger, 1973; McAdam, 1982; Tarrow, 1994;
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Tilly, 1978). En nuestro medio hay numerosos estudios de caso que esperan
ser sistematizados para contribuir a una respuesta a esas preguntas. Aquí sólo
se mencionan algunos elementos del problema, pues la temática es muy amplia y debemos mantener el equilibrio entre el tratamiento desagregado de
cada componente de la acción y una perspectiva de conjunto del esquema teórico.
Desde la perspectiva del actor colectivo, la creación de alternativas implica, en
un extremo, recabar información, interpretarla y realizar diagnósticos de la situación en la que se encuentra. En el otro extremo, supone la capacidad de
parte del actor colectivo de imaginar futuros diferentes, alternativos al presente, e imaginarlos como futuros posibles a los que el actor puede llegar
desde donde está, con lo que tiene y con lo que sabe. Es decir, supone la
capacidad de elaborar, con base en ciertos diagnósticos, prescripciones para la acción que han de conducir a la realización de ciertos pronósticos. En la
medida en que la acción colectiva no resulta directamente de tensiones estructurales, sino que pasa ineludiblemente por decisiones personales para
actuar, la creación de alternativas implica también que los actores colectivos deseen construir esos futuros y se justifiquen a sí mismos el tiempo, el
esfuerzo y los riesgos de emprender acciones tendientes a cambiar la situación actual y de llegar a un orden nuevo que puede diferir del futuro imaginado
(objetivos deseados) y aun tener consecuencias negativas imprevistas (objetivos no deseados o trade offs). Las expectativas de llegar a ese futuro
imaginado y deseado deben ser lo suficientemente significativas como para justificar y hacer llevadera la incertidumbre que conlleva el cambio social y
contrarrestar las respuestas adversas de los actores colectivos o institucionales que se ven afectados.
Ahora bien, ¿de qué actor estamos hablando? Para responder esta pregunta es de la mayor importancia distinguir los movimientos sociales de las
organizaciones de movimientos sociales que los integran. Los movimientos sociales cuentan con un sector organizado y otro no organizado que realizan
conjuntos sostenidos de acciones con la misma orientación general: procurar (o resistir) algún objetivo (más o menos preciso, más o menos difuso) de
cambio social. Así, por ejemplo, podemos hablar del "movimiento por la democracia en México" o del "movimiento por los derechos civiles en los
Estados Unidos". Ninguno de estos movimientos se reduce a una sola organización ni a una sola constelación de acciones espontáneas, sino que
ambos abarcan gran número de acciones organizadas y no organizadas. Entre
más grandes y extensos son los movimientos sociales, más diversificadas son las organizaciones de movimientos sociales que los componen. Sin embargo,
es posible que haya movimientos sociales sin organizaciones, como cuando se forman corrientes de opinión que tienden a identificar problemas. En
movimientos sociales grandes y extensos pueden distinguirse tendencias por la selección de objetivos (izquierda-derecha), por la radicalidad con la que se
busca cambiar la situación (reforma-revolución), por el uso de medios para la acción (vía legal-acción directa, resistencia pacífica-lucha armada), por la
extracción social de sus miembros (de élites, de sectores dominados y explotados) y por muchas otras variables. Hay también disputas entre esas
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tendencias acerca de quiénes "realmente" quieren alcanzar los objetivos
propuestos por el movimiento y quiénes "le hacen el juego" a los intereses del
status quo; quiénes son aliados, quiénes oponentes del movimiento y quiénes provocadores o "acelerados". El sector no organizado de los movimientos
sociales está compuesto por simpatizantes, y las acciones espontáneas no coordinadas (Oliver, 1989) que a veces apoyan, a veces se oponen a las
acciones del sector organizado. Dichas acciones no son promovidas ni reivindicadas por ninguna organización del movimiento social, como pudiera
ser el caso, por ejemplo, de enfrentamientos con la policía, disturbios o motines. En consecuencia, los movimientos sociales no cuentan con
direcciones unificadas. Tratarlos como "actores" con estrategias, objetivos, y otros conceptos que sugieran la existencia de dirección única, no sólo resulta
inadecuado, porque reifica al movimiento al considerarlo como una unidad que en realidad no existe (Melucci, 1989), sino que deja en la sombra los debates
que se dan del mismo (entre las organizaciones y dentro de éstas) acerca del diagnóstico "correcto" de la situación, de cómo va cambiando la situación como
resultado de las interacciones entre movimiento y contra-movimiento, y de
cuál es la prescripción para la acción (la "línea política correcta") que se deriva del diagnóstico más reciente de una situación cambiante.
El sector organizado de los movimientos sociales está compuesto por
organizaciones de movimientos sociales.[4] Éstas son las unidades organizativas concretas cuya finalidad y razón de existencia es procurar (o
resistir) una orientación de cambio social determinada; por ejemplo, la Asamblea de Barrios de la Ciudad de México. Este ejemplo permite señalar, de
paso, que una organización puede pertenecer y contribuir a más de un movimiento social. Sería tan equivocado pensar que el objetivo único de la
Asamblea es la conquista de la democracia en México, por ejemplo, como
pensar que no ha contribuido a ese objetivo limitándose a facilitar a sus miembros el acceso a la vivienda. Las organizaciones del movimiento social
cuentan con líderes y miembros más o menos identificables, así como con motivos, intenciones y estrategias discernibles. Son las organizaciones del
movimiento social, no los movimientos sociales, las que pueden tratarse ventajosamente como actores colectivos.
Existen importantes diferencias entre los actores colectivos, dependiendo de la
posición que los sectores movilizados guarden en la estructura social. Algunas diferencias elementales que se deben considerar son las de clase, género y
etnicidad. Las organizaciones del movimiento social que representan élites
tienen menos dificultades para movilizarse y pueden incluso contratar personal profesional de tiempo completo para realizar tareas de movilización. En
cambio, la escasez de recursos entre los sectores subalternos limita la contratación de cuadros profesionales y depende más de las contribuciones
voluntarias de sus miembros. Estas contribuciones suelen ser, sobre todo, de tiempo y participación en actos públicos. En cuanto a las mujeres, diversos
estudios indican que en promedio éstas gastan menos que los hombres en bebidas embriagantes, son más ahorrativas y reacias a endeudarse, más
cautas al asumir riesgos. Estas características se reflejan en sus organizaciones. Por lo que hace a las etnias indígenas, sus tradiciones, usos y
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costumbres chocan con criterios meramente económicos en la búsqueda de
fines y su tejido comunitario crea lazos fuertes que se convierten en soporte
para el lanzamiento de movilizaciones. Además de estas diferencias entre los actores colectivos en relación con su clase, género y etnicidad, está el
problema de la construcción de intereses y de las características que la búsqueda de ciertos objetivos impone sobre simpatizantes y miembros de las
organizaciones. Cada actor social entiende o construye sus intereses desde ópticas diferentes. Los intereses son socialmente construidos, no son
sustancias con que las personas nacen, se desarrollan y mueren. Diversos grupos con idéntica localización socioeconómica entienden la urgencia de
ciertas demandas de manera diferente, lo que provoca que en no pocas ocasiones los intereses inmediatos entren en conflicto con intereses de
mediano y largo plazo (Przeworski, 1980). Finalmente, la participación de simpatizantes y miembros en una organización del movimiento social depende
de las características de cada organización en particular. Hay organizaciones muy demandantes de tiempo y exigentes de exclusividad (como las
organizaciones clandestinas y las religiosas), y hay otras que son abiertas e
incluso favorecen la membresía múltiple (como organizaciones ciudadanas de observación electoral o de defensa de los derechos humanos).
Objetivos de la acción
La distinción entre orígenes y objetivos del actor colectivo es meramente
analítica. Los actores colectivos no se forman primero y luego ven qué hacen,
ni hay objetivos flotando por ahí en espera de que un actor los adopte. La definición colectiva de que es necesario alcanzar ciertos objetivos da lugar a
que grupos de individuos decidan actuar concertadamente. Los objetivos de la acción hacen referencia a una situación futura a la que el actor colectivo desea
llegar y a la que entiende que sólo puede llegar si actúa deliberadamente. Los objetivos de la acción son muy numerosos. Hay varias preguntas importantes
en lo que a objetivos respecta: ¿de qué dependen los objetivos de las organizaciones del movimiento social? La respuesta parece reducirse a cómo
las tensiones estructurales son padecidas e interpretadas por los actores; es decir, alude tanto a los agravios propios de cierta ubicación socioeconómica
como a la interpretación que hace el actor acerca de si esa ubicación es moralmente justa y si es posible cambiarla. ¿Cómo afecta la búsqueda de
ciertos objetivos los orígenes, la trayectoria y los resultados de los movimientos sociales? Evidentemente, dependiendo de los objetivos (reforma
o revolución, alumbrado público o salvación del alma), las organizaciones
serán más o menos demandantes sobre el tiempo de sus miembros y simpatizantes. Sin embargo, no resulta útil teóricamente clasificar a las
organizaciones del movimiento social según el tipo de objetivos o demandas que plantean. La acción colectiva no se da en un vacío social o político, sino
que transcurre en un ambiente en el que se pueden distinguir diversos agrupamientos, entre los cuales destacan: miembros (quienes proveen
recursos para realizar la acción), simpatizantes (los que comparten más los objetivos que la acción), espectadores (público que "observa" la acción
colectiva y que eventualmente podría tomar partido), medios de comunicación, aliados potenciales, antagonistas o contra-movimientos, y élites políticas. Toda
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vez que los movimientos sociales y las organizaciones del movimiento social
son procesos continuos en el tiempo, sus objetivos no permanecen sin
cambios, sino que son re-elaborados continuamente a partir de los resultados de la acción y del enfrentamiento del movimiento contra sus adversarios. La
literatura sobre las demandas de las organizaciones de la sociedad civil no ha sido muy fructífera desde el punto de vista teórico, tal vez porque las
demandas han sido consideradas principalmente como índice del grado de concientización o politización de los actores. Es decir, como índice de una
dimensión que ha tendido a privilegiarse sobre las demás. El razonamiento ha sido: si un movimiento pide agua potable, es economicista y atrasado; en
cambio, si se solidariza con la revolución nicaragüense, es muy avanzado. Un problema más interesante y prometedor a nivel teórico que simplemente
registrar las demandas de las organizaciones y ubicarlas en una escala de politización alta, media y baja es cómo las demandas van cambiando como
resultado de la interacción entre movimiento y contra-movimiento.
Además de objetivos políticos,[5] los movimientos sociales pueden plantearse
objetivos sociales,[6] económicos,[7] jurídicos[8] y culturales.[9] Desde luego, la distinción entre éstos es sólo analítica y no es de esperarse que las
organizaciones del movimiento social se especialicen de acuerdo con esta clasificación que, dicho sea de paso, admite muchas combinaciones y podría
precisarse mucho más si fuera necesario.
Además de las tensiones socioeconómicas y de la interpretación diferencial de
agravios, en la selección y transformación de objetivos influyen otras variables, entre ellas los cambios en el origen y volumen del financiamiento
(particularmente notable en el caso de las organizaciones no gubernamentales). Igualmente, el éxito o fracaso total o parcial de las
organizaciones del movimiento social tiene efectos sobre los objetivos que en adelante éstas se planteen. El éxito puede provocar la disolución o la
institucionalización de las organizaciones. El fracaso, dependiendo de sus causas (falta de recursos, represión de las autoridades, emergencia de un
contra-movimiento), puede tener desenlaces más variados.
Independientemente de los objetivos de la acción colectiva, ésta suele tener
consecuencias no anticipadas (Merton, 1936), que no quiere decir que sean siempre indeseables (desde el punto de vista del actor). Tal vez valga la pena
decir unas palabras más sobre este punto a fin de evitar una interpretación simplista de los objetivos de la acción. Merton agrupa las causas de la
aparición de consecuencias no anticipadas de la acción de la siguiente manera. En primer lugar, el tipo de conocimiento que se puede alcanzar en las ciencias
sociales restringe las consecuencias previsibles. Las consecuencias de cualquier acto no son siempre las mismas, sino que hay un rango de consecuencias
posibles. Aunque la frecuencia estadística con la que se producen ciertas consecuencias sea conocida, no es posible predecir con certeza la consecuencia
de un mismo acto.[10] En segundo lugar, la influencia recíproca de complejas y numerosas fuerzas y circunstancias hace que la predicción esté fuera de
nuestro alcance y que azar y necesidad interactúen en la determinación de las consecuencias de la acción deliberada. En tercer lugar, las exigencias de la
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vida práctica obligan a tomar decisiones y a actuar a pesar de que el actor
cuente con información incompleta. En cuarto lugar, cada fase de la acción
encierra la posibilidad de error: el actor puede equivocarse al diagnosticar la situación actual, al pronosticar desarrollos, al prescribir cursos de acción, o al
ejecutar la acción prescrita. Por último deben considerarse los efectos de las predicciones sobre la conducta humana. Dice Merton (1936, pp. 903-904):
"Las predicciones públicas de desarrollos sociales futuros con frecuencia no se sostienen precisamente porque la predicción se ha convertido en un nuevo
elemento en la situación concreta, tendiendo a cambiar el curso inicial de los desarrollos". Es decir, la condición ceateris paribus, constitutiva de toda
predicción, no se mantiene una vez que ésta se ha hecho pública, pues al ser conocida introduce un nuevo elemento.[11]
La emergencia de consecuencias no anticipadas de la acción alude al debate contemporáneo sobre la complejidad, la indeterminación, la contingencia, la
irreversibilidad en la flecha del tiempo y la posibilidad misma de construir conocimiento con validez universal (Prigogine, 1996). La conclusión que
podemos sacar de estos planteamientos es, por lo pronto, que el mundo sigue siendo determinado, pero no predecible. Cada momento (en tanto confluencia
de determinaciones espaciales y temporales) contiene múltiples posibilidades, pero su desenlace es incierto; es decir, no determinado de antemano. En estas
condiciones, la acción colectiva que procura deliberadamente imprimir una dirección humanista a la historia adquiere una importancia que no se puede
exagerar.
Situación en la que se inicia la acción
Las acciones colectivas se originan y desarrollan en situaciones estructurales
que las facilitan y dificultan. Los elementos de la situación que están fuera del control del actor constituyen, al menos al iniciarse la acción, las constantes que
la dificultan. Los elementos que están bajo el control del actor constituyen las variables que la facilitan. De acuerdo con Parsons (1968), llamamos a los
primeros condiciones de la acción, y a los segundos medios de la acción. Esta distinción analítica debe verse desde un punto de vista dinámico. En ocasiones
el objetivo de la acción es ganar control sobre las condiciones y ampliar el
acervo de medios a disposición del actor como prerrequisito para la conquista de otros objetivos. De la misma manera, lo que al inicio se contabilizaba como
medio puede convertirse más adelante en condición de la acción. Por lo común la acción colectiva provoca resistencias, que pueden expresarse en la
emergencia de un contra-movimiento integrado por quienes se verán afectados por el éxito del movimiento. El contra-movimiento procura, en consecuencia,
menguar los recursos de que dispone el movimiento y aumentar los costos de la acción colectiva.
Las condiciones de la acción
Las condiciones en las que se desenvuelve la acción la canalizan en ciertas direcciones. Tales condiciones pueden dividirse en internas y externas.
Aquéllas están compuestas por las formas de organización, de liderazgo, de
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participación y de toma de decisiones que conocen y emplean las
organizaciones. Las condiciones externas se pueden clasificar en sociales
(características de las redes comunitarias, extracción socioeconómica de la población movilizada), económicas (condiciones macroeconómicas,
crecimiento, estancamiento, crisis), políticas (división y equilibrio de poderes del estado, sistema de partidos), jurídicas (derechos ciudadanos consagrados y
respetados) y culturales (tradiciones, usos y costumbres). Las combinaciones entre condiciones internas y externas que pueden darse en una coyuntura son
sumamente amplias y complejas. Cada uno de estos temas amerita un tratamiento mucho más detallado del que es posible dar en un artículo de
estas dimensiones. Lo que sigue se refiere exclusivamente a algunos temas que se consideran de especial importancia.
Entre las condiciones sociales externas que facilitan o dificultan la creación y acumulación de poder mediante la acción concertada, destacan las
características del tejido social en donde se forma el actor colectivo. Es un hecho firmemente establecido en la literatura especializada que las
organizaciones del movimiento social se forman a partir del tejido comunitario existente y que a partir de ahí se van entrelazando con otras redes sociales
(Broadbent, 1986; Della Porta, 1988; Fernández y McAdam, 1988; Gould, 1991; Klandermans y Oegema, 1987; McAdam, 1986 y 1988; Snow, Zurcher
Jr. y Ekland-Olson, 1980). Donde el tejido comunitario es denso y tupido (como entre las comunidades indígenas) el actor colectivo se establece con
rapidez y firmeza. Donde el tejido social es más disperso y disgregado el actor enfrenta mayores dificultades para formarse, arraigarse y lanzar series
sostenidas de acción colectiva. A partir del tejido social de donde surge, el actor colectivo se enlaza con redes sociales (de líderes, técnicos, activistas),
políticas (partidos y organizaciones políticas legales y clandestinas) e
institucionales (centros educativos, iglesias, oficinas de los tres poderes del estado y de los tres niveles de gobierno). Estas redes se encuentran vinculadas
entre sí y con núcleos de población agraviada por situaciones económicas, políticas, sociales, culturales, o por su identidad étnica, de género o cualquier
otra. Los vínculos se dan a través de relaciones entre individuos. Entre más conexiones tengan éstos con miembros de otras organizaciones mayor será el
grado de integración y densidad del tejido social. El poder de los movimientos depende en buena medida del grado en que los actores se vinculan con el
resto del tejido social, político e institucional y son capaces de usar ese poder para conseguir objetivos. Así, puede decirse que el ambiente en el que se
forman las organizaciones del movimiento social está constituido por redes que en conjunto forman un "campo multi-organizacional" (Curtis Jr. y Zurcher Jr.,
1973; Fernández y McAdam, 1989; Klandermans, 1992). Las relaciones (o el aislamiento) que un actor determinado tenga con organizaciones sociales,
políticas e instituciones nacionales y del extranjero facilita (o dificulta) la
formación, acumulación y despliegue del poder del movimiento. Las características de los campos multi-organizacionales influyen sobre la forma en
que las organizaciones se vinculan entre sí. Por ejemplo, en un campo multi-organizacional dominado por organizaciones corporativas o por un partido de
estado son de esperarse prácticas de clientelismo, cooptación y patronazgo.
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De lo anterior se sigue que estudios que sugieren que las organizaciones del
movimiento social surgen "espontáneamente" deben considerarse con extremo
cuidado, pues en realidad están dejando de lado la consideración del tejido social preexistente; es decir, desconocen la base estructural de donde se
levanta el movimiento. Lo mismo puede decirse de los estudios que consideran a los movimientos sociales o a las organizaciones del movimiento social como
meros síntomas o expresiones de procesos de cambio estructural (modernización, urbanización, globalización, crisis...).
Otro aspecto de las condiciones externas que vale la pena destacar aquí es la
"estructura de oportunidades políticas" (Einsinger, 1973; McAdam, 1982; Tarrow, 1994; Tilly, 1978), que facilita o dificulta la formación, difusión y
extensión de acciones colectivas. Tarrow (1994) distingue entre estructuras
políticas estables (grado de centralización/descentralización del estado, sistema de partidos, etcétera) y estructuras que cambian coyunturalmente
(apertura en el acceso a la participación, como en periodos electorales; cambios en los alineamientos de los gobiernos, como después de
implementarse una reforma; disponibilidad de aliados influyentes, divisiones entre las élites y dentro de las mismas). Es un hecho reconocido en la
literatura especializada que a fases de tranquilidad siguen fases de intensificación en la movilización social, de manera que es posible identificar
ciclos de protesta. La fase ascendente del ciclo corresponde a la apertura de las oportunidades políticas, la fase descendente a su cierre. La estructura de
los medios de comunicación y particularmente el acceso que éstos den a los puntos de vista de las organizaciones del movimiento social, así como el grado
de represión o facilitación del estado son también condiciones externas que afectan la trayectoria de los movimientos. Por represión ha de entenderse
cualquier acción tomada por el estado que eleve el costo de la acción colectiva,
y por facilitación, cualquier acción que lo reduzca (Tilly, 1978).
Parece conveniente considerar aquí el concepto de sistema político estadual para hacer referencia a la estructura estable de oportunidades políticas en la
que se desarrolla la acción colectiva; por ejemplo, en las entidades federativas de la república mexicana. Es sabido que las entidades de la república no tienen
la misma estructura social y étnica, que no existe el mismo grado de conflicto social en cada una, que los partidos políticos no tienen el mismo arraigo ni la
misma fuerza electoral, que las elecciones tienen diverso grado de competitividad, etcétera. La manera como se estructuran estas condiciones en
cada entidad federativa constituye el sistema político estadual -que no es
idéntico al llamado sistema político nacional. No es posible desarrollar más este punto, pero no parece haber duda de que una tipología de sistemas políticos
estaduales en la república mexicana ayudaría a comprender las condiciones en las que la acción colectiva y la creación de alternativas se desarrollan de
Aguascalientes a Zacatecas. Parece haber material suficiente para intentar una tarea semejante (véase la "Biblioteca de las Entidades Federativas" publicada
por el CEIICH, y González Casanova y Cadena Roa, 1995). La manera en que las condiciones externas afectan a los movimientos sociales y a las
organizaciones de movimientos sociales depende de la manera específica en que las condiciones locales se articulan con las condiciones regionales,
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estaduales, nacionales e internacionales. La noción de "coyuntura" ofrece la
mejor opción para considerar la combinación específica de condiciones
externas que redunda en variaciones en la capacidad transformadora de los actores.
Los medios para la acción
Alcanzar objetivos es un asunto práctico que, si consideramos constante el
resto, depende de los medios a disposición de los actores colectivos. Para
alcanzar objetivos no basta con interés y voluntad. El actor debe contar con medios para vencer la resistencia de las condiciones existentes y la del contra-
movimiento que pueda eventualmente formarse. La creación, adquisición y acumulación de medios para la acción puede considerarse como creación,
adquisición y acumulación de poder (empowerment). Pero, ¿qué queremos decir con poder?
En sociología, filosofía y ciencia política pocos conceptos son tan importantes
como el de poder. Sin embargo, todavía menos han provocado debate tan amplio.[12] No podemos entrar aquí a un tratamiento pormenorizado del tema.
No obstante, para el argumento que queremos desarrollar es necesario
recuperar las nociones de poder propuestas por Hannah Arendt y Michel Foucault.
Michel Foucault cuestiona los discursos que suponen que el poder está
concentrado exclusivamente en cosas o sitios determinados, como si fuera una sustancia, y que fuera de esas cosas o sitios no hay poder, sino que sólo se
perciben sus efectos negativos en la forma de opresión, dominación o control. Foucault pone acertadamente el acento en que el poder es una relación y en
que es inmanente (es decir, no es exterior) a relaciones sociales asimétricas. El poder "está en todas partes; no porque abarque todo, sino porque proviene de
todas partes", nos dice Foucault (1990, p. 93). El poder es omnipresente,
ejercido desde innumerables puntos, y se manifiesta cada vez que se entablan relaciones no-igualitarias o asimétricas en algún aspecto. Estas relaciones no
son fijas, sino fluidas y cambiantes. Ahora bien, el poder no tiene sólo efectos negativos, como prohibir o restringir, sino que tiene también efectos positivos,
creativos o productivos. Movimientos orientados a la creación de un orden alternativo requieren poder, no para dominar, sino para producir nuevas
relaciones sociales. Desde esta perspectiva, una política alternativa no se ocuparía de eliminar las fuentes de poder, pues ése sería un objetivo
irrealizable, sino que se ocuparía, por un lado, de reducir en lo posible las asimetrías que están en la base de las relaciones de poder y, por otro, de
hacer uso del poder para favorecer cambios con sentido humanista. Foucault nos invita a pensar que la creación de alternativas no requiere de la toma por
asalto del lugar-donde-se-encuentra-concentrado-todo-el-poder, pues ese lugar no existe, sino que los grupos tradicionalmente considerados "sin poder"
pueden crear un poder alternativo capaz de ser enderezado hacia la reforma
humanista de las relaciones sociales.
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Algunas ideas de Hannah Arendt complementan este planteamiento. Arendt
distingue "poder" de otros conceptos frecuentemente asociados, cuando no
confundidos, con éste, tales como autoridad, fuerza y violencia. Para Arendt ([1969] 1986, p. 64):
Poder corresponde a la capacidad humana, no sólo para actuar, sino para actuar
concertadamente. El poder nunca es propiedad de un individuo; pertenece al grupo y
sigue existiendo sólo entretanto el grupo se mantenga unido. Cuando decimos que
alguien "está en el poder" en realidad nos referimos a que ha sido dotado de poder
[empowered] por cierto número de personas para que actúe en su nombre. En el
momento en que el grupo, del cual se ha originado el poder desde el comienzo [...] desaparece, "su poder" también se desvanece.
Desde este punto de vista, el poder resulta de la actuación concertada de individuos que se mantienen unidos en grupos, independientemente de la
posición que tales individuos guarden en la estructura social. De la
comunicación y de las relaciones intersubjetivas entre individuos que supone la formación de una acción concertada, surge un poder del cual ciertos individuos
e instituciones en lo particular pueden ser dotados o investidos. Así, el poder en la sociedad no es un juego de suma cero, sino que mediante la organización
de individuos en grupos se crea un nuevo poder que antes no existía y que altera, por su propio surgimiento, las relaciones de poder existentes.
A partir de estas propuestas de Foucault y Arendt podemos distinguir dos
facetas del poder que son relevantes desde el punto de vista de la acción colectiva y la creación de alternativas. La primera faceta puede describirse
como poder sobre, e implica dominación. Ésta es probablemente la concepción
de poder más generalizada en el uso común y la literatura política y se encuentra ligada a las ideas de fuerza y violencia. La segunda faceta del poder
puede describirse como poder para, e implica la probabilidad o la potencialidad de conquistar objetivos por medio de las acciones concertadas de individuos
organizados. En otras palabras, al lado de la faceta negativa del poder, como dominación, opresión, explotación y control, tenemos una faceta positiva que
implica la habilitación de los actores que actúan de manera concertada para conquistar fines acordados colectivamente mediante una acción
comunicativa;[13] es decir, se trata de una forma de poder que emerge de la acción concertada y que tiene la capacidad de crear alternativas. No hay por
qué asociar a priori estas dos facetas del poder con actores preconcebidos, de manera que, por ejemplo, las clases dominantes sólo ejerzan poder sobre y las
clases dominadas sólo poder para. La dialéctica de estas dos facetas del poder es mucho más compleja y ubicua. Pero ése es un tema que no podemos
desarrollar aquí. El punto importante es que la acción concertada de los
actores colectivos crea medios para la acción y poder para crear alternativas.
La identidad del actor, se dijo arriba, es un recurso fundamental de integración. Cabe agregar ahora que puede verse también como fuente de
poder y recurso para la acción. Desde este punto de vista, "la identidad es menos el objeto del movimiento que un recurso y una referencia simbólica por
medio de la cual se denuncian ciertas formas de dominación social" (Dubet, 1989, p. 528). Así, la identidad no es una naturaleza ni sólo un resultado de la
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historia y la socialización. Posee dimensiones instrumentales en la medida en
que el actor "la construye con fines distintos a los de su sola afirmación y su
sola defensa. Este nivel de la identidad supone, evidentemente, que la acción social no se agota en la integración y que el actor puede manipular su
identidad sin ser totalmente ‘tragado’ por ella" (ibid., p. 529).
Ahora bien, la acción concertada y la creación de una identidad colectiva no son los únicos recursos que pueden movilizarse para alcanzar objetivos. Las
fuentes de recursos materiales como dinero, equipo y personal pueden clasificarse en internas (recursos propios generados por las contribuciones
voluntarias de los miembros) y externas (recursos provenientes de redes sociales solidarias, del gobierno, de fundaciones nacionales o del extranjero).
El origen de los recursos y la capacidad de las organizaciones del movimiento
social para obtener recursos frescos cuando más se necesitan depende de las tecnologías a su alcance (boteo, rifas, fiestas, reclutamiento de cuadros,
ampliación de las redes de solidaridad, solicitudes a organismos internacionales o "boteo internacional") y tienen efectos sobre los orígenes, la
trayectoria y los objetivos de las mismas. A continuación se indican algunos de los medios de que se puede servir la acción colectiva:
a) recursos sociales o capital social del movimiento. Incluyen la formación y
experiencia educativa, política, jurídica, científica, técnica y de gestoría de los miembros, líderes, asesores, activistas y simpatizantes de las
organizaciones del movimiento social que redundan en más o menos
capacidad de vinculación y negociación de las organizaciones. b) recursos político-jurídicos. Integrados por los derechos amparados por la
Constitución y legislación secundaria y también por la posibilidad de apoyarse en los poderes Judicial o Legislativo contra resoluciones del
Ejecutivo, por ejemplo. c) recursos comunicativos. Comprenden el grado de acceso a medios y
tecnologías de comunicación (volantes, pintas, brigadas informativas, periódicos, radio, televisión, internet).
d) repertorios de contención. Este concepto, propuesto por Tilly (1979 y 1986), se refiere al conjunto de medios conocidos y empleados para hacer
demandas de diferente tipo a diferentes personas y grupos (huelgas, paros, marchas, manifestaciones, mítines, tomas de oficinas y predios, paros
cívicos, plantones, bloqueos de carreteras, ayunos, etcétera). El repertorio consiste en lo que la gente sabe y puede hacer. La innovación en los
repertorios es un factor que aumenta el poder de los movimientos
(McAdam, 1983). e) recursos organizativos. Comprenden las formas en que la gente se organiza
para hacer diagnósticos, prescripciones para la acción y pronósticos (círculos de estudio, grupos para leer la Biblia u otros textos sagrados,
teatro popular, cursos de capacitación); las formas en que se organiza para deliberar (asambleas generales, asambleas de representantes, comités
políticos), tomar decisiones (voto secreto, consenso, mayoría) y actuar (consejos, coordinadoras, ONGs, unidades, frentes, sindicatos, asociaciones
civiles). Diferentes recursos organizativos inciden sobre la solidaridad, el
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compromiso, el espíritu de lucha y las probabilidades de éxito de las
organizaciones del movimiento social.
f) recursos culturales y disponibilidad de vocabularios para expresar motivos. Los recursos culturales pueden considerarse como los arsenales de ideas y
símbolos que pueden ser usados para comprender y representar una situación dada, considerar si es justa o no, para pensar si hay una
alternativa a esa situación e identificar los medios legítimos para cambiarla. La lucha simbólica (que va desde la simbología de la lucha libre al
zapatismo) es tan importante que la ausencia de una producción simbólica que interpele al inconsciente colectivo resulta sospechosa. En un artículo
clásico, Mills puso en relieve la importancia que tienen los vocabularios para expresar motivos. Los motivos, al decir del autor (1940, p. 907), son
estrategias de acción y, en consecuencia, si no se encuentra una razón que otros acepten para realizar una acción, ésta será abandonada.[14]
Este listado, que de ninguna manera pretende ser exhaustivo, indica tan sólo algunos de los medios que facilitan la conquista de objetivos por parte de los
actores sociales. Cada uno de ellos amerita un tratamiento más detallado del que es posible dar aquí.
Disposición subjetiva del actor
La existencia de tensiones estructurales, sean económicas, sociales, políticas o culturales, son condición necesaria pero insuficiente para la formación de
actores colectivos. Considerar a los movimientos sociales como resultado directo de tensiones estructurales equivale a considerarlos como subproductos,
no como actores conscientes que evalúan la situación en la que se encuentran, acumulan y seleccionan medios para alcanzar objetivos, y que aplican
voluntaria y deliberadamente sus esfuerzos para producir (o resistir) un cambio social con una orientación más o menos definida.
La existencia de tensiones estructurales con efectos negativos sobre grupos de población determinados crea un potencial para la movilización. Este potencial
no desemboca de manera automática ni necesaria en acción colectiva. La evidencia empírica muestra que los individuos y grupos más depauperados no
son necesariamente los más proclives a participar en movimientos sociales más allá de episodios momentáneos (McAdam, McCarthy y Zald, 1988). Para
que la acción colectiva se produzca no basta con que el actor esté agraviado; es necesario que se sienta y reconozca agraviado. Esto significa que los
agravios suponen un contenido evaluativo, pues los actores pueden atribuir distintos significados a la situación en la que se encuentran. Para que se forme
un actor colectivo se requiere que, además de sentirse agraviado, se identifiquen las causas de ese agravio, que éstas se definan como injustas,
intolerables y remediables; es decir, se requiere de definiciones morales sobre lo que está bien y lo que debe ser, y definiciones de carácter normativo acerca
de cómo deben operar en la práctica las definiciones morales más amplias. En
suma, se requiere que el significado asociado a situaciones y relaciones sociales sea interpretado o reinterpretado. Desde esta perspectiva, la
formación de actores colectivos es un proceso de producción cultural, no un
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resultado automático o espontáneo que surja inevitablemente de la situación
misma.
La emergencia de desastres que imponen súbitamente agravios (Walsh y
Warland, 1983) sobre sectores de población que de un momento a otro se convierten en damnificados es también condición necesaria pero insuficiente
para la formación de actores colectivos. La situación de emergencia y las necesidades apremiantes de los damnificados crean condiciones para la
construcción de una identidad y en ocasiones aceleran el proceso de formación de actores colectivos. Esta aceleración no significa que los actores colectivos
surjan al margen del tejido social existente, o que sean ajenos a las tradiciones y experiencias de acción colectiva. La necesidad imperiosa de aliviar la
situación de emergencia y la atracción de redes de organizaciones del
movimiento social, de redes de activistas, líderes sociales y políticos, de organizaciones religiosas y de socorro que se acercan a los damnificados son la
clave para entender estos procesos. La ocurrencia de catástrofes naturales o sociales no genera de manera automática o inevitable actores colectivos, sólo
crea condiciones que facilitan su formación. Los ejemplos pueden multiplicarse: los sismos de 1985 crearon las condiciones para la formación de
la Coordinadora Única de Damnificados (CUD), parte de la cual se transformó en la Asamblea de Barrios y Organizaciones Vecinales de la Ciudad de México,
que se mantiene activa hasta nuestros días. Sin embargo, las explosiones ocurridas en el sector Reforma de Guadalajara, Jalisco, en 1992, dieron lugar a
una efímera organización, mientras que las explosiones en San Juan Ixhuatepec, Estado de México, en 1984, no dieron origen a organización
independiente alguna. ¿A qué se debe que en algunas ocasiones la emergencia o agravios impuestos súbitamente den lugar a la formación de organizaciones
y en otras no? Evidentemente, no a lo que tienen en común: la aparición
súbita de damnificados por un desastre social o natural, sino a lo que varía entre ellas: la presencia de redes de organizaciones sociales, políticas e
institucionales, y a procesos de definición de la situación y de alternativas de cambio.
¿Cómo se enteran los movimientos sociales de lo que está pasando? ¿Cómo
hacen sus diagnósticos? Es decir, ¿cómo interpretan las situaciones y los procesos en los que se insertan para de ahí decidir el uso de medios para
conseguir fines? El punto de partida para contestar estas preguntas consiste en entender que las condiciones estructurales son articuladas en marcos de
interpretación culturales e ideológicos. Siguiendo algunas propuestas de
Goffman (1974), Snow y sus colegas han elaborado la teoría de los "marcos de análisis" (Snow y Benford, 1988 y 1992; Snow, Rochford Jr., Worden y
Benford, 1986), que enfatiza aspectos cognitivos e interpretativos de las organizaciones del movimiento social. Es posible tender puentes entre esta
literatura y la de construcción de identidades (Hunt, Benford y Snow, 1994). Ambas insisten en que los actores colectivos se encuentran inmersos en un
ejercicio continuo de interpretación de situaciones fluidas, de sus interacciones con otros actores sociales afines y contrarios, con autoridades e instituciones.
A partir de esta recurrente actividad cognitiva e interpretativa realizan y revisan diagnósticos. Éstos tienen fuerza de realidad para ellos. Es decir, los
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actores actúan conforme a la realidad percibida por ellos, no conforme a la
realidad real, si es que esa expresión tiene algún sentido, o a la realidad
percibida por otros -aun y cuando éstos presumiblemente tengan puntos de vista privilegiados. Así, en lugar de hablar de lo que es, parece preferible
hablar de lo que parece ser de acuerdo con la percepción e interpretación de situaciones fluidas que se dan en ciertos marcos de análisis.
Los actores se encuentran inmersos en la evaluación permanente de los
prospectos de cambio social, de las condiciones cambiantes en las que se desarrolla la acción y de las fluctuaciones en la disponibilidad de medios para
la misma. La acción colectiva que busca crear alternativas no se reduce a combatir el poder y la fuerza de los oponentes con el poder y la fuerza del
movimiento. Ésa es sólo una dimensión, importante sin duda, pero que
muestra una imagen parcial del problema. La acción colectiva es un asunto de conciencias y creencias, es un asunto de fuerza moral que prescribe, desde el
punto de vista del actor colectivo, lo que es justo y lo que debe ser. La moral de los movimientos sociales y la creación de una moral alternativa merecen ser
estudiadas. Hasta ahora han recibido poca atención sistemática.
Reflexión final
El estudio sistemático de cómo, cuándo y en qué condiciones se descubren o
se crean, se aprovechan o se dejan escapar alternativas es una empresa interdisciplinaria harto compleja. Por esa razón es aconsejable contar con un
esquema teórico que identifique y relacione las variables básicas que intervienen en esa problemática, a fin de organizar la presentación y el
análisis, distinguir lo que sabemos de lo que no sabemos acerca del tema, y facilitar la formulación de comparaciones que nos permitan superar reflexiones
basadas en estudios de caso (muchas veces seleccionados por su carácter excepcional), en beneficio de reflexiones temáticas y orientadas a la
construcción de teoría. El marco de referencia de la teoría de la acción sugiere la unidad entre los componentes pero permite, sin embargo, hacer distinciones
analíticas.
De lo expuesto aquí se desprende la sugerencia, que coincide con los
postulados de Smelser (1963), de que la acción individual y la colectiva pueden ser analizadas con las mismas categorías. No es el momento de
desarrollar más este punto, pero sí conviene subrayar la importancia de tender puentes entre provincias teóricas que frecuentemente han considerado estos
temas como si nada tuvieran en común. No se trata, desde luego, de reducir una forma de acción a la otra, de considerar, por ejemplo, a la acción colectiva
como una mera continuación de la acción individual o resultado de la combinación de cierto número de acciones individuales. Es claro que hay
diferencias y que éstas son importantes. Lo que está en duda es si esas diferencias justifican que se mantengan separadas ambas provincias teóricas o
si, por el contrario, es posible identificar las semejanzas y diferencias, las
continuidades y discontinuidades entre acción individual y colectiva.
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A partir del marco de referencia de la teoría de la acción el problema de las
alternativas puede tratarse con más precisión y detalle. En lugar de
alternativas en general, podemos hablar de alternativas desde la perspectiva de los actores, de los objetivos, de los medios y de las disposiciones
subjetivas. Sobre las condiciones que dan cuenta de la formación de actores colectivos se mencionaron dos acercamientos a ese tema, uno inspirado en
Olson (1965) y otro que parte de la creación de identidades colectivas. El primero se basa en la teoría de la elección racional; el segundo, en una
perspectiva constructivista. En ambos casos la conclusión es la misma: no basta con que las condiciones "objetivas" favorezcan la creación de actores
colectivos; es indispensable superar los obstáculos que se oponen a la acción colectiva.
Los objetivos de la acción son múltiples y están sujetos a revisión por parte de los actores a partir de sus resultados. El origen y las variaciones del
financiamiento, así como los resultados de la acción colectiva, producen cambios en los objetivos. La literatura acerca de las demandas de los
movimientos sociales las ha considerado principalmente como indicadores de la politización o concientización de los actores, sin poner atención a la relación
entre objetivos y otros componentes del "acto-unidad".
Entre las condiciones de la acción se mencionaron las características del tejido social de donde surge el actor colectivo y la estructura de las oportunidades
políticas. Las características del tejido social y la capacidad del actor para
vincularse con redes sociales, políticas e institucionales favorecen o dificultan la acción colectiva. La apertura y cierre de oportunidades políticas marcan el
inicio y declive de los ciclos de protesta. La estructura y el grado de apertura de los medios de comunicación a los puntos de vista del movimiento, así como
el grado de represión-facilitación que ejerce el estado, han de considerarse como parte de las condiciones de la acción.
En cuanto a los medios de la acción, se consideró que todo aquello que
redunde en la creación, adquisición y acumulación de los mismos puede considerarse como creación, adquisición y acumulación de poder.
Las tensiones estructurales y los agravios impuestos súbitamente por la emergencia de desastres sólo dan cuenta de un potencial para la movilización.
Para que ese potencial se transforme en acción colectiva tendiente a aliviar agravios es necesario que dichas tensiones sean interpretadas dentro de
marcos de análisis como injusticias que pueden y deben ser corregidas. Aquí cobra relevancia la manera en que los actores se allegan información, la
analizan, elaboran diagnósticos de la situación y prescriben cursos de acción orientados a modificar las causas del agravio.
Desde el marco de referencia de la teoría de la acción y el punto de vista de la discusión realizada hasta aquí, no parece haber una Alternativa, pero sí
numerosas alternativas; es decir, no una alternativa global buena en todas las condiciones y para todos los grupos subalternos por igual, independientemente
de tiempo y lugar, pero sí un gran número de alternativas puntuales en el
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ámbito de los actores, medios, objetivos y disposiciones subjetivas. Tampoco
parece haber criterios para afirmar sin lugar a dudas que unas alternativas son
más importantes que otras, salvo por el principio democrático de que beneficien al mayor número de actores.
Si algo ha quedado demostrado en este trabajo es que la relación entre acción
colectiva y creación de alternativas es multidimensional, compleja y fluida, lo mismo que el ambiente en el que la acción colectiva se desenvuelve. Esto
sugiere que puede resultar infructuoso, desde el punto de vista teórico, el estudio global de movimientos sociales y de organizaciones del movimiento
social (lo que con frecuencia se proponen algunos estudios de caso) y que, en cambio, cada proyecto de investigación puede concentrarse en algunas
variables clave sin perder de vista el conjunto. Una agenda de investigación
semejante nos ayudará a comprender mejor las condiciones que favorecen y dificultan la creación de alternativas por parte de los actores colectivos.
Para citar la versión impresa de este documento:
Cadena Roa, J. Acción colectiva y creación de alternativas, Chiapas, núm.7, México:
IIEc, UNAM-Ediciones ERA, 1999, pp. 163-189. ISBN: 968-411-447-8.
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Notas:
[*] La primera versión de este trabajo se presentó en el Seminario Nacional "La creación
de alternativas", organizado por el CEIICH-UNAM, del 25 al 29 de noviembre de 1996.
Está incluido en libro colectivo, de próxima aparición, que recoge algunos de los
trabajos presentados en dicho seminario.
[1] De acuerdo con Wolfgang Schluchter, la tipología de la acción de Weber está
construida a manera de escala decreciente según el actor considere racionalmente los
componentes de la acción: medios, fines, valores y consecuencias. Así, la acción
racional con respecto a fines ocupa la posición más alta en la escala porque supone
control racional de los cuatro componentes; la acción racional con respecto a valores
no considera racionalmente las consecuencias de la acción; la acción afectiva no
considera racionalmente consecuencias ni valores, y la acción tradicional no considera
racionalmente fines, valores ni consecuencias. (Schluchter, citado en Jürgen
Habermas, The Theory of Communicative Action, Beacon Press, Boston, [1981] 1984,
pp. 281-82.)
[2] Preferimos hablar de disposición subjetiva del actor, en lugar de criterios que orientan
al actor.
[3] Para una crítica detallada del planteamiento de Olson, véase Gerald Marwell y Pamela
Oliver, The Critical Mass in Collective Action. A Micro-Social Theory, Cambridge
University Press, Cambridge, 1993; y Pamela Oliver, "Formal Models of Collective
Action", Annual Review of Sociology, vol. 19, 1993, pp. 271-300.
[4] El término social movement organization, ahora de uso generalizado en la literatura,
fue introducido por Mayer N. Zald y Roberta Ash, "Social Movement Organizations:
Growth, Decay, and Change", Social Forces, n. 44, 1966, pp. 327-41.
[5] Por ejemplo, reivindicación de derechos conculcados, estatutos de autonomía.
Chiapas 7, pág. 24 http://www.revistachiapas.org
[6] Por ejemplo, mejorías en las condiciones de vivienda, educación, salud, servicios
públicos.
[7] Por ejemplo, supervivencia, autosuficiencia, rentabilidad, comercialización,
producción, aprovechamiento racional de recursos naturales.
[8] Por ejemplo, tipificación de nuevos delitos como usura, hostigamiento sexual,
violencia doméstica.
[9] Por ejemplo, recreación de identidades colectivas, tradiciones, costumbres.
[10] En las ciencias sociales, anota Merton, "Tenemos la paradoja de que mientras la
experiencia pasada es la única guía de nuestras expectativas, bajo el supuesto de que
ciertos actos pasados, presentes y futuros son lo suficientemente parecidos como para
ser agrupados en la misma categoría, estas experiencias son en realidad diferentes",
Robert K. Merton, "The Unanticipated Consequences of Purposive Social Action",
American Sociological Review, n. 1, 1936, p. 899.
[11] Ibid. El autor menciona otros factores que pueden inducir a error: la negligencia
(examen incompleto de la situación), la obsesión patológica frente a algunos
elementos que intervienen en la situación (negativa a considerar ciertos elementos del
problema), e interés imperioso frente a las consecuencias inmediatas de la acción (la
fijación con las consecuencias inmediatas previstas deja fuera de consideración otras
consecuencias del mismo acto).
[12] El debate contemporáneo sobre el poder en la sociología norteamericana se reavivó a
partir de la publicación del libro de C. Wright Mills, The Power Elite, Oxford University
Press, Oxford, 1956. Posteriormente, entre las contribuciones que han estado en el
centro del debate están la de los pluralistas (Robert Dahl, Who Governs? Democracy
and Power in an American City, Yale University Press, New Haven, 1961; y "The
Concept of Power", Behavioral Science, n. 2, 1957; Nelson W. Polsby, Community
Power and Political Theory, Yale University Press, New Haven, 1963), para quienes los
individuos en sistemas políticos abiertos no encuentran resistencia a participar en los
asuntos públicos y concentran su atención en los aspectos observables del poder.
Otros autores han cuestionado esta visión del poder y han indicado que existen
mecanismos para determinar la agenda de la discusión, limitar opciones entre las que
se puede elegir y seleccionar a quienes pueden participar en la discusión (Peter
Bachrach y Morton S. Barataz, "The Two Faces of Power", American Political Science
Review, n. 56, 1962, pp. 947-52; "Decisions and Non-Decisions: An Analytical
Framework", American Political Science Review, n. 57, 1963, pp. 641-51; Power and
Poverty: Theory and Practice, Oxford University Press, Nueva York, 1970; Matthew A.
Crenson, The Un-Politics of Air Pollution: A Study of Non-Decision-Making in the Cities,
Johns Hopkins Press, Baltimore, 1971; Michael Parenti, "Power and Pluralism; A View
From the Bottom", Journal of Politics, n. 32, 1970, pp. 501-30; E. E. Schattschneider,
The Semi-Soverign People: A Realist View of Democracy in America, Holt, Rinehart
and Winston, Nueva York, 1960). Por consiguiente, cualquier enfoque que se
circunscriba a las dimensiones visibles del poder es incompleto. Por su parte Lukes,
coincidiendo con el punto anterior, ha señalado que el poder se expresa también en la
capacidad de las élites para moldear las preferencias de los grupos subalternos
(Steven Lukes, Power. A Radical View, Macmillan, Londres, 1974). En este sentido,
ejercer poder no implica necesariamente que las élites prevalezcan sobre los grupos
subalternos en las decisiones sobre asuntos públicos, o que los grupos subalternos
sean excluidos de la participación en la toma de decisiones, sino también implica
moldear las concepciones que los grupos subalternos tienen de sí mismos, de su
situación, de sus preferencias e intereses. Gaventa ofrece un interesante estudio
sobre esto último (John Gaventa, Power and Powerlessness: Quiescence and Rebellion
in an Appalachian Valley, University of Illinois Press, Urbana, 1980). Para una muestra
representativa de las posiciones acerca del poder, véase Steven Lukes (ed.), Power,
New York University Press, Nueva York, 1986, pp. 283. Para la consideración de la
situación actual del debate acerca del poder, véase Thomas E. Wartemberg,
Chiapas 7, pág. 25 http://www.revistachiapas.org
Rethinking Power, State University of New York Press, Albany, 1992.
[13] Desde luego, la noción de poder tiene más facetas de las que se han señalado hasta
aquí. Sin embargo, desde la perspectiva del presente trabajo se trata de poner en
relieve el carácter cooperativo, concertado y comunicativo del poder, que es
fundamental para la creación de alternativas.
[14] En una de las ponencias del seminario donde se presentó una versión anterior de este
trabajo se mencionó a un grupo de mujeres que estaban por cuidar que las elecciones
fueran limpias, pero que al poner nombre a su grupo declinaron el uso del término
"lucha" por no considerarlo propio de las actividades que querían desarrollar. En
cambio, un grupo de mujeres con presencia de la izquierda consideraba indeclinable
ese mismo término.