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7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
1/10
ETICA
Prof. ADELACORTINA
Filsofa
Universidad de Valencia. Espaa
ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIA
POLITICA
al vez una de las caractersticas ms interesantes de la
filosofa de Apel, entindasela como antropologa del
conocimiento, como hermenutica, como semitica o
como pragmtica trascendental, consista en su intrnse-
ca conexin con temas de filosofa prctica, hasta tal punto que, si
recorremos detenidamente cada una de estas dimensiones, resulta
inevitable lasensacin de que todo este edificio filosfico, aunque no
sea as de hecho, est construido
ex profeso
con vistas a fundamentar
una tica situada a la altura de nuestro tiempo, una tica capacitada
para responder a los desafos del presente, y que utiliza para ello
cuantos recursos han proporcionado recientemente, tanto el conoci-
miento filosfico como el procedente de las ciencias. Semejante
sospecha viene alimentada por el hecho de que la filosofa de Apel
site en un lugar privilegiado la consideracin del lenguaje y que tal
consideracin le conduzca siempre a normas morales, sea cual fuere
el camino emprendido.
Efectivamente, tanto si optamos por lava hermenutica, como
si recurrimos a la pragmtica o a lasemitica, venimos a concluir que
es inevitable un
reconocimiento recproco
de los hablantes, dotados de
competencia comunicativa, si es que lohablado entre ellos pretende
tener sentido y validez. Los hablantes se ven tambin obligados a
seguir una norma moral fundamental, si no desean caer en el sin
sentido y si no renuncian a averiguar qu de lo hablado es vlido.
Esto significa que la hermenutica y lasemitica trascendentales nos
llevan ineluctablemente a una tica.
Del mismo modo, pues, que laprimera Crtica kantiana no hizo
sino preparar el terreno para fundamentar racionalmente la moral,
las distintas dimensiones de la filosofa de Apel parecen ir asentan-
do los cimientos para construir una tica situada a la altura de
nuestro tiempo. Una tica que, de igual modo que el resto de la
filosofa apeliana, siga los pasos de la filosofa de la reflexin iniciada
por Kant, pero transformando el planteamiento kantiano en la lnea
de la crtica del sentido, sugerida por Ch.S. Peirce. Una tica, por
tanto, transcendental y comunicativa.
a tica discursiva o tica com
... r nicativa nace en los aos sete
ta de nuestro siglo de la mano de K
APEL Y
HABERMAS Y hoy en da
encuentra ampliamente difundid
hasta tal punto se trata de una
rriente llena de vida, que entre sus m
mos creadores se producen vivas po
micas. En el artculo se intenta,
partir de los trabajos de K.
O.
APE
mostrar en qu medida esta tica d
cursiva fundamenta filosficament
una democracia poltica y puede p
cisar los elementos bsicos necesari
para la construccin de una tica u
versal,
REVISTA
COlC.eIN\I.A.
DE PSICQlOGlA
107
7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
2/10
ETICA
EL ESTRE HO NEXO
ENTRE ETI POLlTI
Laprod uccin de Apel dedica-
da a temas tico-polticos es relati-
vamente tarda. Si sus primeras
publicaciones datan de 1955, los
trabajos de filosofa prctica empie-
zan a ver la luz a partir de 1973,
concretamente a travs de uno de
los mejores artculos: El a priori de
la comunidad de comunicacin y los
fundamentos de la tica ,
recogido en
a transformacin de lafilosofa .
A
partir de este momento las aporta-
ciones de Apel al campo prctico se
multiplican, pero siempre dentro de
lalnea iniciada por este primer art-
culo, cuyo trazado podramos resu-
mir enunciando el subttulo que en
l figura: El problema de una fun-
damentacin racional de la tica en
la era de la ciencia .
Efectivamente, en elterreno de
la filosofa moral Apel va a ponerse
como objetivo prioritario lograr una
fundamentacin racional-una
[un-
damentacin filosfica ltima - de la
tica, pero no de cualquier tipo de
tica, sino de una tica universal, ya
que las morales de los pequeos
grupos no responden hoy satisfac-
toriamente ni a los problemas de
alcance universal que lahumanidad
seve obligada a afrontar, ni al carc-
ter universal de nuestra razn prc-
tica.
Fundamentar una tica univer-
sal exigir descubrir si junto a la
racionalidad estratgica, que seplas-
ma a diario en el pragmatismo im-
perante, es tambin constitutiva de
los hombres una racionalidad co-
municativa, que no considera a los
dems comopiezas de un juego enca-
minado a obtener el propio benefi-
cio,sino como interlocutores con los
que es esencial llegar a un acuerdo.
Slo si tal racionalidad
consensual-
comunicativa es posible, existe un
fundamento para el mundo moral,
un mundo moral en el que no cabe
establecer un abismo entre la moral
individual y la social, como ha in-
108
N o. 2 A O P vt CM XC II I
NACIONAL DE COlCWBIA
BOGOTA. DC
tentado el liberalismo tardo en las
democracias occidentales.
En efecto la democracia liberal
parece defender lo que Apelllama
la tesis delacomplemen tariedad entre
la vida pblica y la vida privada.
Desde el punto de vista liberal, exis-
te un abismo entre las decisiones de
conciencia que efectan los indivi-
duos y la toma pblica de decisio-
nes, porque las opciones individua-
lespueden perfectamente regirse por
criterios morales y religiosos, mien-
tras que las elecciones de la vida
pblica quedan exentas de todo
enjuiciamiento moral y se abando-
nan en manos de los llamados ex-
pertas . Bienest la moralidad en la
vida privada; en ella cada indivi-
duo, como dira Max Weber, tiene
su dios. Pero medir las opciones
pblicas por el rasero de la morali-
dad carece de sentido, porque se
sitan ms all del bien y el mal
morales.
Frente a semejante inmuniza-
cin de la vida pblica, que es el
trmino de un proceso iniciado con
la separacin entre la iglesia y el
estado, Apel defender, por el con-
trario, que existe un estrecho nexo
entre lo tico y lo poltico. Por una
parte, porque el pragmatismo que
necesariamente subyace a la tesis de
la complementariedad es una pobre
filosofa desde el punto de vista
prctico, que nicamente puede
tener un uso ideolgico; el pragma-
tismo, aparentemente neutral, leg-
tima toda esa suerte de arbitrarieda-
des, que han quedado inmunizadas
frente a la crtica, precisamente en
virtud de tan sabia complementarie-
dad .
Pero tambin es el pragmatis-
mo una filosofa tericamente insu-
ficiente porque no alcanza a descu-
brir todo un uso de la razn huma-
na, por decirlo kantianamente: el
uso comunicativo, dialgico de la
razn, que sloen elcontexto de una
comunidad cobra sentido. De ah
que la vida pblica pueda y deba ser
enjuiciada desde la moralidad, has-
ta tal punto que el principio supre-
mo de la tica comunicativa, esa
norma moral fundamental a la que
cond ucen lahermenutica y laprag-
mtica transcendental, constituye
simultneamente elprincipio de una
tica de la formacin democrtica
de la voluntad. No hay, pues, en
este sentido, separacin posible entre
tica y poltica, entre vida pblica y
vida privada.
a
Elprincipio supremo de latica
comunicativa
Como veremos con mayor
atencin en el prximo apartado,
dedicado a la fundamentacin de
una tica comunicativa, la reflexin
transcendental sobre el hecho del
lenguaje descubre un principio
moral supremo, que destruye de raz
la tesis liberal de la complementa-
riedad. Slo el enunciado de seme-
jante principio, tal como Apel lo
expone, supone una palmaria des-
autorizacin de cualquier supera-
cin artificial entre las dimensiones
moral y poltica, porque su conteni-
do reza como sigue:
Todas las necesidades de los
hombres, que puedan armonizarse con
las necesidades de los dems por va
argumentativa, en tanto que exigencias
virtuales, tienen que ser de la incum-
bencia de la comunidad de comunica-
cum ?
Este principio de la tica co-
municativa lo ser tambin de una
tica delaformacin democrtica de la
voluntad ,
porque constituye el cri-
terio ltimo para discernir entre
todas las necesidades de un hombre
cules pueden plantearse como exi-
gencias, de tal modo que una comu-
nidad se encuentre obligada a crear
una norma para satisfacer tales exi-
gencias. Elproblema, as planteado,
es nada menos que el de la moralidad
de las normas por las que los hom-
bres nos regimos. No es fcil,cierta-
mente, determinar cules de entre
las normas vigentes o de las que se
proponen para el futuro pueden
l K O
Apel,
La trans fo rmacin de la f iloso fa
Madrid, Taurus, 1985, 11
p
404.
7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
3/10
ADELA CORTINA
ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIA POLlTICA
presentarse como normas moralmen-
te obligatorias. De ah que el princi-
pio supremo de la tica discursiva se
ofrezca a la vez como criterio para
reconocer a una norma moral frente
a la que no lo es, porque nos obliga
a tener en cuenta a la hora de formu-
larla todas las necesidades humanas
que, al hilo de un proceso de argu-
mentacin, puedan conciliarse en-
tre s.
Esevidente que semejante prin-
cipio no posee contenido alguno, por-
que no prescribe apriori ninguna ac-
cin como buena, no condena nin-
guna como rechazable. Es a las
morales vividas, a los ideales de
hombre seguidos en el mundo vital
Lebenstoeii),
a
quienes compe-
te dictaminar
acerca del valor
moral de las ac-
ciones concretas
en las situacio-
principio supremo no nos propor-
cionar contenido moral alguno,
sino slo un criterio para reconocer
las normas que obligan moralmen-
te; pero, en el caso de las ticas pro-
cedimentales, el criterio ni siquiera
se aplica directamente a la forma
lgica de la norma, sino al procedi-
miento por el que resulta fijada.
Para la legitimacin moral de
una norma el principio supremo de
la tica discursiva exige que, en el
procedimiento seguido para deter-
minarla, se hayan tenido en cuenta
todas las necesidades conjugables
en ella; lo cual slo es posible me-
diante un dilogo en el que, utili-
zando argumentos, se intente conci-
liar la satisfac-
cin de los in-
tereses de to-
dos. Slo de
este modo los
intereses indi-
viduales, sub-
jetivos, pue-
den convertir-
se en exigen-
cias transubje-
tivas, que se
presentan con
un respaldo
moral.
Esta ti-
ca procedi-
mental, en
cuyas filas se
alistan algu-
nas de las con-
cepciones ms
relevantes en
D
ISCURSIVE ETIlICS
AND POLITICAL DE-
MOCRACY.
Dscursve ethics
or communicative ethics were
born in the seventies fathered by
K.O. Apel and Habermas, and
today they are wdely known; it
is a current of such lije and vi-
gour that its very creators have
engaged in lvely polemcs. This
paper, startingfrom K. O .Apel s
tex ts , attempts to exp lore in what
measure this discursive eihics
provides philosophical [cunda-
tions for polt ical democracy and
to determine the basic elements
nes concretas;
pero la tica,
como modo fi-
losfico de refle-
xin, no se pro-
pone decir qu
acciones de-
bemos cumplir
y cules debe-
mos evitar, sino
sealar un
criterio formal
para discernir
qu tipo de nor-
mas pueden
considerarse
morales, cules
no, y dar la ra-
zn de ello.
Tanto ms
cuanto que nos
encontramos ante una tica que es
perfectamente consciente de su na-
turaleza filosfica y, por tanto, refle-
xiva; hecho por el que se desconoce
a smismo como fonnal o,para decir-
lo en trminos de la teora haberma-
siana de la evolucin social, como
procedimental. Esto significa que su
nuestro rno-
m e n o
Rawls, tica
discursiva, L.
Kohlberg, Er-
langen , aunque con matices dife-
rentes, es especialmente apropiada
para actuar de rbitro en las socie-
dades democrticas a lahora de esta-
blecer o justificar normas, y tambin
resulta til en las sociedades no de-
mocrticas, porque muestra hasta
qu punto el procedimiento que en
necessary for the construction of
a universal e ihics.
ellas se sigue para determinar nor-
mas est lejos de poder considerarse
como moralmente legtimo.
Naturalmente, no faltan quie-
nes piensen que ests ticas estn
trazadas ex profeso para respaldar
desde la filosofa el actual proceso
democratizador. Que las teoras del
desarrollo de la conciencia moral,
sea individual como en el caso de
Kohlberg, sea colectiva, como en el
de Apel y Habermas, conducen de
manera sospechosa a esos estadios
formal 60. y procedimental 70. ,
que avalan desde la psicologa y la
teora de la evolucin social el pro-
ceder democrtico. Y bien pueden
tener razn quienes esto sospechan:
es posible que ste sea el inters
subjetivo por el que los autores cita-
dos se han decidido a elaborar una
determinada filosofa moral. Pero
no es un juicio de intenciones lo que
cabe hacer al respecto, porque de
igual modo tendramos que proce-
der con las restantes concepciones
ticas y no nos ocuparamos en dis-
cernir si lo que dicen una u otras es
verdad.
Precisamente porque lo que
importa a la filosofa, como su inte-
rs
objetivo,
es la verdad, trataremos
de desentraar en el siguiente apar-
tado cmo descubre Apel el princi-
pio al que debe someterse toda nor-
ma con pretensiones de validez y
cul es la plausibilidad de semejan-
te descubrimiento. Por el momento
slo he intentado aclarar de qu
modo el principio de la tica comu-
nicativa esa lavez el principio moral
de la vida poltica, con lo cual, a
juicio de Apel, pierde toda credibili-
dad terica la tesis liberal de la
complementariedad.
b
Las dos partes de la tica: el
realismo poltico
Aunque Apel no es partidario
de las exposiciones sistemticas, en
algunas ocasiones sugiere pistas
para una posible organizacin de su
pensamiento. Una de ellas es la
distincin entre las partes Ay Bde la
tica, que pretende salvar una doble
REVISTA
COlOMBIANA
DE PSK: OlOOlA.
109
7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
4/10
ne
acusacin: la de utopismo y la de
realismo conformista o ms bien
pragmatismo.
En efecto, uno de los riesgos
que nuestra tica intenta evitar es el
de permanecer enclavado en una
Gesinnungsethik
de corte kantiano,
en el sentido de ofrecer un principio
formal como el imperativo categri-
co. A la hora de su aplicacin, aun-
que sea indirecta como compete a la
tica, comporta tal cmulo de com-
plicaciones que, en realidad, resulta
inaplicable. Por ello, y an cuando
Apel no tiene empacho alguno en
reconocer que ha contrado con Kant
una deuda impagable, tanto en el
mbito prctico como en las restan-
tes dimensiones de su filosofa, es
tambin consciente de las limitacio-
nes del imperativo categrico como
principio formal para el discerni-
miento de normas morales.
Con el objeto de perfilar tales
lmites, es conveniente recurrir a la
Fundamentacin de laMetafsica delas
Costumbres,
y concretamente a aque-
lla pgina en la que Kant recoge el
triple criterio al que debemos some-
ter una mxima, en el caso de que
queramos averiguar si es no moral.
En principio, es menester compro-
bar si la mxima es universal por su
forma,
pues entonces proceder de
la razn; en segundo lugar, nos
vemos obligados a discernir si su
contenido
ordena el respeto y la pro-
mocin de seres que son fines en s
mismos, las personas, porque slo
en virtud de ellos tiene sentido la
existencia de normas universales y
categricas por su forma. Tras estos
dos momentos, formal y material,
todava debemos comprobar si la
mxima, convertida en norma de
accin, pude conciliarse con las
dems normas obtenidas por auto-
legislacin; en caso contrario, la
norma favorece solapadamente a
unas personas en detrimento de
otras, ordena tratar a unas como
fines en s y a otras como medios al
servicio de las primeras. De ah que
Kant denomine a este tercer requisi-
110
N o. 2 . A O M CM XC IU
u NACIONAl... DE COlOtlBIA
BOGOTA OC
to
determinacin integral de todas las
mximas .
Para considerar moral una
norma a la luz del imperativo kan-
tiano es preciso, por tanto, que pres-
criba el respeto y promocin de to-
dos
los seres racionales, lo cual no
deja de tener sus dificultades a la
hora de la aplicacin cotidiana. Por
desgracia, elmundo en que vivimos
se encuentra inmerso en el conflicto
y resulta prcticamente imposible
hallar una norma moral que promo-
cione a la totalidad de los hombres
sin perjudicar a ninguno. Este es,
sin ir ms lejos, uno de los proble-
mas esenciales que tienen que resol-
ver, tanto los no-violentos, como los
que optan por la violencia en defen-
sa del pueblo; si calificamos como
moralmente correcta slo la opcin
por la no-violencia, entonces pode-
mos estar comprometiendo tal vez
la vida de los dbiles, porque son
ellos quienes van a plantearse pro-
blemas morales, y no los violentos
poderosos, a quienes nada preocu-
pa la moralidad; pero una opcin
semejante puede acarrearle la tortu-
ra y la muerte; si, por el contrario,
consagramos como moral la opcin
violenta, sea en defensa del propio
individuo o de su pueblo, entonces
ladificultad estriba en seguir tratan-
do a todas las personas como fines
en s, tanto a los oprimidos como a
los opresores. De ah las sutiles re-
flexiones a las que se someten los
defensores de la no-violencia activa
y los partidarios de laviolencia como
defensa.
Parece, pues, que la situacin
persistente de conflicto exija sin
remedio afirmar lo particular para
llegar a louniversal, pero no afirmar
ya utpicamente lo universal por-
que tendra consecuencias nefastas
para una buena parte de seres que
son fines en s, que tienen -corno
dira Kant- dignidad y no precio. En
ese caso, el imperativo kantiano
adolece de exceso de universalismo
actual y no resulta aplicable en
nuestro mundo conflictivo; de ah
que Apel trata de evitar este defecto
kantiano, trate de eludir la consa-
gracin de un principio tico que
resulte inviable a la hora de la apli-
cacin concreta, aunque sea indirec-
ta. Precisamente este temor explica
la divisin de la tica en dos partes,
a las que denomina Ay B,sin hacer
con ello gala de excesiva imagi-
nacin.
La parte A de la tica se pro-
pone
fundamentar
una tica situada
a la altura de nuestro tiempo, em-
pleando para ello elmtodo trascen-
dental kantiano, pero transformado
desde la pragmtica del lenguaje.
Valindose de este mtodo pragm-
tico-trascendental, Apel intentar
descubrir el principio supremo de la
filosofa moral, que constituir, una
versin del imperativo categrico,
transformado en la lnea arriba
expuesta. Laparte Btratar de afron-
tar los problemas que comporta la
aplicacin
de este principio a la reali-
dad cotidiana, sealando las condi-
ciones materiales que lo hacen via-
ble, concretamente en el mbito
poltico, en el que -amijuicio- cobra
todo su sentido, pero tambin en
otros mbitos, como muestra el tra-
bajo de 1988
Diskurs und Verantwor-
tung.
2. UNA RESPUESTA ETICA
UNIVERSAL FRENTE A UN
DESAFIO UNIVERSAL
El primer rasgo de la tica de
Apel que pueda despertar curiosi-
dad y resultar incluso llamativo esel
empeo uniuersalista que anima su
tarea. Por qu este afn por cons-
truir una tica universalmente vli-
da, en una poca en la que el plura-
lismo moral se vive como un logro y
el relativismo como una opcin
obvia? Por qu esta aspiracin a la
universalidad moral, que hoy en da
no suscita sino sospechas de preten-
sin totalitarista, absolutista, e in-
cluso dogmtica? Qu sentido
puede tener la construccin de una
filosofa moral enfrentada a tantos
7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
5/10
ADELA CORTINA
ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIA POLlTlCA
ismos , que adems parecen estar
de moda?
Contestar estos interrogantes
es el objetivo de nuestro trabajo en
su conjunto, pro empezaremos por
avanzar el motivo que se presenta
con mayor inmediatez, an cuando
tenemos que
aclarar que no
constituye la
razn ms pro-
funda de este
nuevo univer-
salismo tico,
sino el deto-
nante que des-
pierta la aten-
cin de la filo-
sofa moral y
que obliga a
indagar si es
posible una tica
universal, por-
que lobien cier-
to es que pare-
ce necesaria.
En efecto,
Apel iniciagran
parte desus tra-
bajos ticos le-
vantando acta
deun hecho: en
nuestra poca,
en la era de la
ciencia, se pro-
duce una situa-
cin paradjica,
porque es a la
. cuencias en algunos casos han sido
tales, que se hizo necesario respon-
der a ellas moralmente. La razn
prctica, por tanto, lleva ya una lar-
ga historia hacindose cargo de las
consecuencias de la razn tcnica en
las ocasiones en las que han resulta-
do perniciosas.
Pero en nues-
tra poca, que
Apel caracteri-
za precisa-
mente como
era de lacien-
cia , el desa-
rrollo cualitati-
vo de la tcni-
caes tal que sus
consecuencias
pueden alcan-
zar a todos los
hombres.
Ante un
desafo uni-
versal se hace
necesaria una
respuesta uni-
versal, que no
puede proce-
der de la razn
tcnica, por-
que lo que est
en juego no es
el perfecciona-
miento de
unos medios
que no se ajus-
tan al fin pre-
tendido. Porel
E
TRIQUE DISCURSIVE
ET DEMOCRATIE PO-
LITIQUE. L ihique discursi-
ve ou thique communicative
naii dans les annes soixante-
dix de notre siecle,
partir des
crits de K.
o.
Apel et de
Habermas, et, de nos jours, elle a
t largement rpandue. Il s a-
gil d un courant tellement plein
de vie qu il a donn lieu
de
vives
polmiques
entre ses
cra-
teurs mmes. Dans cet article, il
ya un essai,
partir des travaux
de K.O. Apel, de montrer la
mesure dans laquelle cette ihi-
que discursioe tablit les fonde-
ments philosophiques d une
dmocratie politiqueo On
prci-
se galement les lments fonda-
mentaux ncessaires la cons-
truction d une thique unioer-
selle.
vez necesario e
imposibl efunda mentar una tica uni-
versalmente vlida.
Es necesaria porque las conse-
cuencias de la tcnica, dirigida por
una idea equivocada de progreso,
amenazan ya a la humanidad en su
conjunto. La racionalidad cientfi-
co-tcnica, en el momento en que
nos encontramos, ha confrontado a
todas las razas y culturas, con una-
problemtica tica comn por vez
primera. En pocas anteriores, y
desde la aparicin del
homo faber,
la
razn tcnica ha ido realizando una
serie de invenciones, cuyas conse-
contrario, el problema compete a la
razn prctica porque son los fines
que la humanidad se propone, la
idea misma de progreso, lo que pre-
cisa revisin. El universalismo ti-
co, que segn la teora habermasia-
na de la evolucin social, es insepa-
rable de laconciencia moral desde el
estadio correspondiente a la filoso-
fa griega yal cristianismo, renace
de nuevo como una exigencia plan-
teada por los desafos tambin uni-
versales de la razn cientfico-tc-
nica.
Por primera vez en lahistoria del
gnero humano
-dir
nuestro autor-los
hombres se encuentran emplazados
prcticamente frente a la tarea de asu-
mir la responsabilidad solidaria por los
efectos de sus acciones a escalaplaneta-
ria. Podramos pensar que a esta coac-
cin a la responsabilidad solidaria debe-
ra corresponder la validez intersubjeti-
va de normas o al menos, del principio
fundamental de una tica de la respon-
sabilidad ?
Larazn prctica debera, pues,
responsabilizarse de las consecuen-
cias de la razn tcnica mediante
algunas normas morales, comunes
a toda la especie humana amenaza-
da. Y,sin embargo, no esesto lo que
sucede, sino todo locontrario: pare-
ce ms difcil que nunca lograr una
fundamentacin racional de normas
comunes, universales, por no decir
imposible. Ycon ello entramos en la
segunda cara de la moneda, en la
segunda vertiente de la situacin
paradjica en la que, segn Apel,
nos encontramos: lafundamentacin
racional de una tica universal parece
imposible.
Elprimer sntoma de tal impo-
sibilidad radica en esa lentitud con
la que la razn prctica camina y
que la sita siempre detrs de la
tcnica. Desde la edad moderna los
avances de la racionalidad tcnica
han sido espectaculares, mientras
que la razn prctica, por contraste,
no ha abandonado su paso cansino.
Hoy en da esta asincrona entre
ambas racionalidades se hace ms
patente porque el alcance de la tc-
nica es universal y, sin embargo, la
razn moral slo a duras penas va
ms all de los pequeos grupos,
quedando enclaustrada en el parti-
cularismo en un doble sentido.
Por una parte, si distinguimos
en el campo social entre microsfera
que coincidira con el mbito de la
familia, la vecindad y los amigos),
mesosfera terreno de la sociedad
poltica) y macrosfera campo de la
humanidad), piensa Apel que existe
2. Ibid., 11,p 344.
REVISTA
COlOMBIANA.
D E PSICOLOGIA
111
7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
6/10
ETleA
un verdadero desfase entre la razn
tcnica, cuyos efectos semueven en
la macrosfera, y la razn prctica,
que todava sigue centrada sobre
todo en cuestiones microsfricas. Es
cierto que paulatinamente van
aumentando sus incursiones en la
mesosfera paro, justicia social) y en
la macrosfera pacifismo, ecologis-
mo), pero a pesar de ello tenemos
una inevitable tendencia a atribuir a
los expertos la solucin de los pro-
blemas que se plantean en estas dos
esferas. Y esta tendencia no se ha
despertado por casualidad, sinoque
hoy en da tiene a su base esa tesis de
la complementariedad de las demo-
cracias liberales, a la que nos hemos
referido en el apartado anterior, y
que legitima desde un punto devista
poltico y -como veremos- terico, el
enclaustramiento de la razn moral
en la microsfera, impidiendo una
respuesta universal y solidaria.
Pero tambin el pluralismo
carente de fundamentos racionales
puede representar un obstculo para
el avance de la razn prctica.
Cmo es posible afrontar moral-
mente un reto universal desde una
pluralidad de concepciones mora-
les que coexisten, pero no conviven,
porque nada tienen en comn? Es
cierto que no hay nada de comn
entre ellas, oexisteal menos elacuer-
do bsico del respeto mutuo?
Como en un simposio celebra-
do recientemente indicaba Ignacio
Sotelo, el pluralismo aceptado su-
perficialmente, como algo obvio,
puede encerrar una solapada carga
ideolgica. A fuerza de pregonar
las grandezas de la pluralidad y el
respeto por cualquier valor que
alguien considere como tal, puede
servir de cortina de humo para
ocultar el verdadero valor absoluto
que se esconde bajo todo ello: el
poder. Mientras lasociedad segoza
acrticamente de su pluralismo, si-
guen siendo los poderosos quienes
manejan los hilos de la trama. Por
ello, la tica universal no pretende
enmodo alguno destruir elpluralis-
112
J .k I 2 Ar \K I - ACMXC III
U NA CI ONA L D E C OL OM BI A
BOGOTA OC
.mo autntico, sino todo locontrario:
intenta descubrir este acuerdo entre
los hombres, que existe ya siempre,
y desde el cual pueden enfrentarse
mancomunadamente a los desafos
de la tcnica, desenmascarar los
caminos tortuosos del poder, y reco-
nocerel respeto a lapluralidad como
el nico comportamiento digno de
un hombre. Un acuerdo semejante
desautoriza, como es obvio, cual-
quier pretensin de relativismo to-
tal y nos conduce a reconocer entre
los hombres algo comn; no a reco-
nocer una presunta identidad entre
ellos, sino la comunidad suficiente
como para poder afrontardesde una
perspectiva solidaria el reto de la
tcnica del poder.
Resulta bien sencillo plantear
una objecin frente a tales aspiracio-
nes, sugiriendo laposibilidad de que
entre los distintos grupos humanos
no exista nada en comn, que nues-
tras aspiraciones sean meros deseos.
La tarea de Apel y de las ticas
comunicativas, consistir precisa-
mente en tratar de mostrar que las
aspiraciones descritas son realida-
des descubrindolas mediante re-
flexin.
LA FUNDAMENT ACION
ULTIMA DE UNA ETICA
COMUNICATIVA
Como ya hemos apuntado en
pginas anteriores, una de las ma-
yores dificultades a la hora de bos-
quejar hoy en da una respuesta
universal y solidaria frente a las
amenazas universales y a favor de lo
humano, es el confinamiento en la
microsfera al que se ha visto conde-
nada la razn prctica en virtud de
la tesis liberal de la complementa-
riedad. Creo que es ya momento de
aclarar que semejante tesis no brota
originariamente del mbito polti-
co, sino que viene legitimada teri-
camente por dos corrientes filosfi-
cas que han gozado de gran preg-
nancia: el neopositivismo y el exis-
tencialismo.
El neopositivismo lgico incurre
en la obsesin cientificista, que con-
siste en indentificar el conocimiento
objetivo con el conocimiento cient-
fico; en cuyo caso, cuantos tipos de
saber exceden el mbito cientfico se
ven privados de toda pretensin
cognoscitiva. Seproduce as la cle-
bre separacin entre teora y praxis,
conocimiento y decisin, reservan-
do para la teora y el conocimiento
cientfico toda posible objetividad y
racionalidad, mientras que las deci-
siones morales quedan relegadas al
mbito subjetivo de los sentimien-
tos y las preferencias irracionales.
Por curioso que pueda pare-
cer, tanto elneopositivismo como el
existencialismo estn de acuerdo en
establecer una separacin semejan-
te en las actividades humanas, y en
atribuir al conocimiento cientfico el
monopolio de la objetividad y la
racionalidad; si bien es cierto que
valoran de modo diverso los dos
lados del binomio: para el existen-
cialismo la racionalidad cientfica es
existencialmente irrelevante, mien-
tras que para elcientificismo los son
las decisiones individ uales, basadas
en valoraciones subjetivas y, por
tanto, irracionales.
Este amigable reparto del sa-
ber entre existencialismo y neoposi-
tivismo no acontece sin repercusio-
nes prcticas. En general, podemos
decir que los defectos de las teoras,
nacidos normalmente de la falta de
reflexin, no slo tienen importan-
cia porque ello supone una mengua
de verdad, sino tambin porque
pueden servir para legitimar ideo-
lgicamente una praxis inhumana.
y
ste es precisamente el caso de la
tesis filosfica de la complementa-
riedad que se traduce polticamente
en la tesis de la complementariedad
de la democracia liberal, segn la
cual es menester distinguir en la
vida social entre dos esferas: a) la
pblica, en que se reconocen como
intersubjetivamente vlidas las le-
yes de la racionalidad cientfico-
tcnica, mientras que las normas
7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
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ADELA CORTINA
ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIA POLlTICA
legales se trazan por convenciones.
La filosofa imperante en este mbi-
to es el positivismo, complementa-
do con un cierto pragmatismo ins-
trumental; b) la esfera privada, a la
que pertenecen las decisiones per-
sonales prerracionales yqueseorien-
ta filosficamen tepor un cierto exis-
tencialismo.
Naturalmente, es absurdo ha-
blar de una fundamentacin inter-
subjetiva, aceptable por todos, de
una moral universal, desde esta
doble complementariedad, poltica
y filosfica. Por ello, la estrategia
concreta de Apel, a lahora de funda-
mentar una tica normativa, consis-
tir en desentraar y rebatir aque-
llos presupuestos que conducen en
occidente a la tesis de complemen-
tariedad.
Tres son los supuestos, que se
desprenden de los primeros trabajos
ticos de nuestro autor: 1)la llama-
da d is tincin deHume entre hechos
y normas, que impide ded ucir enun-
ciados prescriptivos apartir de enun-
ciados descriptivos, so pena de in-
currir en la famosa falacia naturalis-
ta ;
2)la conviccin de que la cien-
cia versa sobre hechos, puesto que
proporciona conocimientos concon-
tenido y que, por tanto, es imposible
fundamentar cientficamente la ti-
ca normativa, y 3) la afirmacin
rotunda de que las ciencias mono-
polizan toda objetividad posible.
Dado que objetividad y vali-
dez intersubjetiva se identifican, una
fundamentacin intersubjetivamen-
te vlida de la tica normativa es
impensable.
La actitud de Apel ante tales
supuestos es clara. El primero de
ellos -la distincin de Hume- le
parece sumamente respetable, y por
ello tratar de evitar la falacia natu-
ralista con todas sus fuerzas; el se-
gundo supuesto tendr, a su juicio,
menor consistencia, pero nos remi-
tir al tercero si lo analizamos dete-
nidamente. Parella, Apel seenfren-
tar al tercero de los supuestos que
subyacen a la tesis de la comple-
mentariedad e intentar, no slode-
sarticularlo, sino darle la vuelta por
completo: la objetividad misma de
las ciencias sociales y naturales, e in-
cluso el sentido de toda argumenta-
cin, presuponen la validez inter-
subjetiva de normas morales. Lati-
ca normativa puede jactarse de po-
seer unos fundamentos intersubjeti-
vamente vlidos, si las ciencias pre-
tenden objetividad y si nuestras ar-
gumentaciones pretenden tener sen-
tido. En esta direccin dar Apel
distintos pasos, que constituyen su
propuesta de fundamentacin lti-
ma, y que vamos a tratarde sistema-
tizar:
a.
El acuerdo intersubjetiva
Elprimero de los pasos consis-
tir en mostrar como la ciencia des-
criptiva y explicativa, que pretende
monopolizar toda racionalidad
posible, presupone, sin embargo, un
tipo de racionalidad situado
ms
a ll de la c ienc ia
y
la tecnologa ,
por-
que entre los cientficos tiene que
reinar un acuerdo
(Versidndigung}
si pretenden llevar adelante su ta-
rea. Sin entendimiento intersubjeti-
va acerca de los trminos que van a
emplear, acerca de los mtodos y
criterios de validez, mal pueden las
ciencias alcanzar la objetividad y la
verdad a las que aspira. Pero ello
implica exigir a los cientficos que
sobrepasen la relacin
sujeto-objeto,
propia de la epistemologa moder-
na, y se siten ya siempre en el
mbito de la racionalidad herme-
nutica, trazada sobre el esquema
suieto-cosuieto del conocimiento.
Como mues traRoyceconsurna
acierto, las operaciones cognitivas
estn ligadas a signos pblicamente
comprensibles, a los que es preciso
atribuir un
valor nominal
para que
gocen realmente de un
valor efecti-
va . De ah que podamos afirmar
sin ambages que las ciencias no son
asunto de un sujeto que se enfrenta
a un objeto, sino de distintos co-
sujetos de conocimiento, entre los
que media una comprensin comu-
nicativa, un acuerdo intersujetivo.
Lo cual nos lleva a aceptar como
conclusin de este primer paso que
la objetividad de la ciencia misma
nos descubre la presencia de una
racionalidad no cientfica: la racio-
nalidad del acuerdo entre sujetos.
Pero es posible llegar todava
ms lejos sin abandonar elpunto del
que partimos y vislumbrar el con-
torno de otra racionalidad no reduc-
tible a la cientfica: la racionalidad
tica, tambin situada allende la
ciencia
y
la tecnologa .
Efectivamente, la presunta
objetividad de las ciencias se cons-
truye sobre la base de una estructu-
ra indestructible en la que se entre-
lazan las ciencias, la lgica, la her-
menutica y la tica. Porque si bien
las ciencias y toda argumentacin
racional presuponen las reglas de la
lgica, stas a su vez precisan de la
hermenutica, quien se ve obligada
a recurrir a la tica. Por esta razn
podemos hablar con P. Lorenzen de
tica de la lgica ,
pero aclarando
qu queremos decir con semejante
rtulo, porque esta aclaracin cons-
tituir el ncleo mismo del proceso
fundamentador.
b El princip io de la tica d iscur -
siva
Que la lgica de la investiga-
cin cientfica y la de cualquier
argumentacin presupongan im-
plcitamente una tica significa que
es un imposible comprobar la vali-
dez lgica de argumentos sin pre-
suponer ya siempre -es decir, no de
un modo contingente- ciertos ele-
mentos.
En primer lugar, es imprescin-
dible una comunidad de pensado-
res, capaces de establecer un acuer-
do sobre el sentido de lostrminos y
sobre la validez de las proposicio-
nes: una
comunidad real
de seres
dotados de competencia comunica-
tiva y, por tanto, capaces de argu-
mentar. Ahora bien, si los cientfi-
cos que integran esta comunidad
en el caso que nos limitemos a la
comunidad de los cientficos) pre-
tenden alcanzar el objetivo propio
REVISTA
COlOMBI v IA
DE
PSICOl OGI
3
7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
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ETICA
de la argumentacin cientfica, que
consiste en descubrir la verdad,
entonces tenen que atenerse sin
remedio a una norma moral funda-
mental,
de la que se percat por vez
primera el pragmaticista americano
Peirce. Esta es la razn por la que
hemos afirmado que la ciencia, para
ser racional, precisa tambin la ra-
cionalidad hermenutica y la razn
tica.
Efectivamente, Peirce se di
cuenta que el cientfico slo puede
acceder a la verdad, que constituye
el inters objetivo de las ciencias, si
est dispuesto a renunciar a sus
propios intereses y a entrar en un
proceso de argumentacin con los
restantes cientficos. Naturalmente,
esta actitud de autorrenuncia slo
tiene sentido desde la perspectiva
de una teora de la verdad entendi-
da como consenso, que Peirce ya
sugiri y que tanto Apel como
Habermas han acogido con calor,
convirtindola en una pieza clave
de sus respectivas concepciones fi-
losficas, tanto en la vertiente teri-
ca como en la prctica. Segn esta
teora consensual,
estoy autorizado a atribuir un
predicado a un objeto si, y slo si, tam-
bin cualquier otro que pudiera entablar
un dilogo conmigo le atribuyera el
mismo predicado al mismo objeto ?
Desde esta perspectiva, la ver-
dad no seentiende como correspon-
dencia sino que descansa en el con-
senso al que podran llegar los par-
ticipantes en una argumentacin; en
este momento, en una argumenta-
cin cientfica. Las repercusiones
que de ello se siguen para el asunto
que venimos tratando son claras.
En principio, se confirma la necesi-
dad de contar con una comunidad
real de argumentacin para cumplir
con la tarea que a la ciencia est en-
comendada, porque la verdad de
3. J. Habermas, Vorbereitende Bemerkungen zu
einer Theor ie der kommunikat iven Kompetenz , en J.
Habermes/N. Luhmann,
Theorie der Gesellschaftoder
SOZlaltechnoligie? F rank fu rt, Suh rkamp , 1971, p .
124 ~
114
N o 2 A . O M CM XC II I
u. NACIONAL DE COLCM3I . .
BOGOTA, OC
una proposicin radica en el posible
consenso que se establecera en tor-
no a ella en el seno de una comuni-
dad y tras un proceso de delibera-
cin. Laposibilidad de que un indi-
viduo solo descubra la verdad que-
da, pues, descartada de raz. Y con
ella queda tambin desautorizada
desde elpunto de vista de lavalidez
terica toda la tradicin occidental
del pensamiento solipsista, que con-
fiere al individuo el poder de acce-
der a la verdad, sin necesitar para
ello una comunidad real de argu-
mentacin.
Por tanto, quien pretenda al-
canzar la verdad -y si no lo pretende
carecede sentido SIl actividad cientfica-
debe estar dispuesto a integrarse en
una comunidad de seres dotados de
competencia comunicativa; pero no
slo esto. Podemos considerar a
Peirce como el creador de una tica
de la ciencia, porque afirma que el
cientfico que quiera descubrir la
verdad tiene que renunciar a sus inte-
reses subjetivos, en aras del inters
objetivo por el que la ciencia cobra
sentido, e insertarse junto a los res-
tantes cientficos en un proceso de
argumentacin en el que cada uno
estar dispuesto a argumentar sus
propias propuestas, a escuchar a las
de lo dems y a permitirles argu-
mentarlas sin cortapisas. Esta acti-
tud del cientfico buscador de la
verdad sugiere a Peirce lanecesidad
de una tica de la ciencia superado-
ra del individualismo: una razn
individual es impotente ante la ver-
dad; slo una comunidad es capaz
de alcanzarla, pero una comunidad
no finita, que se compromete a lo-
grar su objetivo slo a largo plazo. Y
tambin esta disponibilidad delcien-
tfico a la autorrenuncia ya la argu-
mentacinsin trmino sugiere a Apel
los trazos maestros de una tica,que
se injerta en el rbol todava rico en
savia de la tica trascendental kan-
tiana. Kant y Peirce constituyen la
base indiscutible de latica comuni-
cativa de Apel.
Alllegar a este punto me resul-
ta imposible renunciar a dejar cons-
tancia de mi estupor ante las agresi-
vas crticas que algunos pensadores
espaoles lanzan contra las ticasde
corte transcendental, y muy espe-
cialmen tecontra las de Apel, Haber-
mas y Rawls. No es que se acuse a
estos autores de irrelevancia, por-
que tal acusacin es impensable,
dado que secuentan entre los ticos
ms sobresalientes de nuestro
momento. Se les acusa de buscar
fundamentos incontestables, surgi-
dos de una razn absoluta capaz de
dictarnos un deber ser encerrado en una
frmula definitiva .
Ante semejante ataque no cabe
reaccionar, a mi juicio, sino con la
estupefaccin. Porque, haciendo un
poco de historia, regresando al ori-
gen kantiano del que parti lafiloso-
fa trascendental, cabe recordar que
desde la presunta razn absoluta
slo sehan presentado dos deberes,
sies que queremos llamarles as. El
primero de ellos, propuesto por el
mismo Kant, consiste en el deber de
respetar y promocionar a todo ser
racional por su capacidad autolegis-
ladora. Los hombres pueden auto-
determinarse, y por ello nadie est
autorizado para manipularles im-
ponindoles leyes que no desean,
nadie tiene derecho a utilizarlos con
vistas a su propio juego porque son
autnomos.
El segundo principio que las
ticas trascendentales han ofrecido
es precisamente esa norma moral
fundamental de la que estamos tra-
tando y que acepta y supera la kan-
tiana: que todo ser racional es auto-
legislador significa que no podemos
dar por moralmente buena una
norma si, a la hora de establecerla,
no se ha escuchado a todos los afec-
tados por ella, reales y potenciales, y
silascondiciones bajolasque sehan
expresado no son tales que constitu-
yen una garanta de que han dicho
cuanto realmente deseaban.
No s muy bien qu califica-
cin pueden merecer estos princi-
pios; loque ss esque eliminarlos o
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ADELA CORTINA
ponerlos seriamente en duda supo-
ne acabar con el derecho a la vida
democrtica.
Tras este breve excursus, y re-
gresando a las races trascendenta-
listas de Apel, recordaremos que
toma de Kant sobre todo el mtodo
trascendental que, a partir de un
punto intersubjetiva indiscutible
para Kant el hecho de la ciencias o
el hecho del imperativo categrico ,
trata de discernir sus condiciones de
inteligibilidad; de Peirce tomar el
intento de transformar la filosofa
transcendental en la direccin de la
crtica del sentido. Con lo cual ob-
tendremos el siguiente resultado: el
punto de partida intersubjetiva, en
el caso de Apel, ser el hecho lin-
gstico de las ciencias o de la argu-
mentacin, y la reflexin trascen-
dental tratar de dilucidar las con-
diciones bajo las cuales tienen sentido
tales hechos. Para ello, como indica-
mos en el primer apartado, es indis-
pensable recurrir a elementos perte-
necientes a la dimensin pragmti-
ca del lenguaje, con lo cual la lgica
trascendental se convierte -va Peir-
ce- en pragmtica trascendental.
Si sta es la tnica en el conjun-
to de la filosofa de Apel, es tambin
el caso de su tica en particular. La
tica de la ciencia de Peirce parte del
hecho de la argumentacin cientfi-
ca y propone como condiciones de
su sentido una comunidad real de
cientficos, dispuestos a la autorre-
nuncia y a la argumentacin, cons-
cientes de quena descubrirn laver-
dad como comunidad finita, y de
que, por tanto, en cada acuerdo fc-
tico acerca de lo verdadero han de
dejarse criticar y espolear por laver-
dad que sera hallada en una comu-
nidad infinita de cientficos, movi-
dos por el mismo inters y actitud;
una comunidad, por tanto, ideal.
Esta multiplicidad de elemen-
tos, que es necesario suponer para
que la actividad cientfica tenga
sentido, puede congregarse en una
norma fundamental, en un impera-
tivo categrico: quien pretenda al-
ETICA DISCURSIVA Y DEMOCRACIA POLlTICA
canzar la verdad, siendo un ser fini-
to, tiene que superar su egosmo
mediante la autorrenuncia, para
hallarla in the long runo
Precisamente esta norma fun-
damental de la tica peirceana de la
ciencia es la que tomar Apel como
norma fundamental de su tica
comunicativa o argumentativa. Si
la reflexin sobre la pretensin de la
ciencia a objetividad y verdad sirve
para mostrar que los mismos cient-
ficos recurren a la razn hermenu-
tica y tica, es menester reconocer
que una tica universal, como la que
pretendamos descubrir, no puede
red ucirse a la comunidad cientfica.
La comunidad humana es ms ex-
tensa y se mueve por intereses de
diverso tipo, no slo porel inters en
la verdad.
De ah que Apel ampla la tica
peirceana de la ciencia a tica argu-
mentativa: quienquiera que argu-
mente y que pretenda que su argu-
mentacin tiene sentido, ha de su-
poner una comunidad real de argu-
mentantes, dotados de competencia
comunicativa. Pero no slo eso. Es
en el seno de semejante comunidad
y valindose de la argumentacin,
como sus miembros tienen que des-
cubrir laverdad, y tambin -yestoes
fundamental- dilucidar cules de los
intereses de cada miembros pueden
considerarse como exigencias que
todos deben satisfacer.
Los intereses y los deseos de
los individuos, en principio subjeti-
vos, pueden elevarse al grado de de-
rechos respetables slo mediante la
argumentacin; por tanto ,lo correcto
con respecto a las normas igual que
lo verdadero en relacin con las pro-
posiciones, slo desde la argumen-
tacin puede determinarse. Pero no
desde cualquier argumentacin.
De igual modo que ocurra con
el cientifico peirceano, quien pre-
tenda argumentar con sentido tiene
que haber aceptado ya siempre la
siguiente norma fundamental, bajo
la forma de imperativo categrico:
reconocer a todos los miembros
como interlocutores con los mismos
derechos, estando dispuesto en
consecuencia a no mentir, a justifi-
car las propias propuestas ya escu-
char e intentar comprender los ar-
gumentos de los dems. Obrar de
otro modo supone sencillamente
desvirtuar el sentido de laargumen-
tacin, sea terica bsqueda de la
verdad , sea prctica bsqueda de
lo correcto .
Sin embargo, todava podemos
irms lejos en nuestras pretensiones
normativas. Siatendemos a la prag-
mtica universal de Habermas ya la
pragmtica trascendental de Apel,
cualquier accin con sentido puede
interpretarse como un argumento
virtual, porque las pretensiones de
validez que a ella subyacen, si resul-
tan problematizadas, tienen que ser
en dos casos defendidas mediante el
discurso terico o prctico. De las
cuatro pretensiones que Habermas,
en conjunto, supone a la base prag-
mtica de las acciones comunicati-
vas, la inteligibilidad es una condi-
cin previa y la veracidad slo pue-
de verificarse a largo plazo, mante-
niendo la interaccin con el sujeto
actuante; pero la verdad y la correc-
cin, en el momento en que resultan
problematizadas, tiene que ser de-
fendidas mediante el discurso, y por
eso puede decir Apel sin ningn
empacho que cualquier accin con
sentido puede considerarse como
un argumento virtual.
Esto supone, como es obvio,
un gran paso para nuestra tica
argumentativa, porque significa que
realmente puede cobrar dimensio-
nes de universalidad, y adems
conectando con aquella tradicin
del idealismo alemn, que se en-
cuentra hoy en da a la base de nues-
tras democracias occidentales.
Si,como proponen los anlisis
de las pragmticas trascendental y
universal podemos interpretar to-
das las acciones con sentido y las
expresiones corporales, en la medi-
da en que se pueden verbalizar
como argumentos virtuales, el reco-
REVISTA
COLor..elANA
D E PSICOLOGIA
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7/23/2019 Adela Cortina - tica Discursiva y Democracia Poltica
10/10
ETleA
nacimiento recproco de los interlo-
cutores supone el reconocimiento
de todos los hombres como perso-
nas, conlo cual elconcepto de perso-
na se convierte nuevamente en una
de las piezas fundamentales de la
reflexin tica.
Como esbien sabido,la idea de
personaquecobracartadenaturale-
zafilosfica en latica de Kant, como
referida a seres autnomos, a seres
capaces de autolegislarse, pasa en la
filosofa hegeliana por la idea de
reconocimiento recproco, que cris-
taliza en estas ticas del dilogo.
Concretamente en la tica de Apel
un ser dotado de competencia co-
municativa slo puede acceder a la
verdad y reconocer cules de sus
deseos pueden plantearse como
exigencias si se inserta en un proce-
sode argumentacin jun tocon otros
interlocutores, configurando todos
ellos una comunidad real.
Pero en el seno de esa comuni-
dad, ypara que elproceso argumen-
tativo tenga el sentido, que lecorres-
ponde sin desvirtuarse, los compo-
nentes tienen que atenerse a unas re-
glas, la fundamental de las cuales
consiste en reconocer a los dems
interlocutores como vlidos ; es
decir, como seres igualmente facul-
tados para intervenir en el proceso
argumentativo y para defender con
razones sus propuestas. Este tipo de
derechos caracteriza a lo que deno-
minamos persona y que contina
de este modo constituyendo un ele-
mento clave en el seno de la tarea
tica.
Sinembargo ,no slonos hemos
atrevido a decir que quien se intro-
duce en un proceso de argumenta-
cin tiene que considerar como per-
sonas a cuantos intervienen en l, si-
no que hemos ido bastante ms lejos
en nuestras pretensiones al exten-
der a todos los hombres la denomi-
nacin de personas. Y es que las
pragmticas universal y trascenden-
tal, a la hora de considerar la lgica
del discurso, sea terico o prctico,
no pueden limitarse a quienes de
N o. 2 . A J\ K :I M CM X CI I I
hecho participan en l,sino que tie-
nen que contar en su aspiracin a la
verdad y al bien con cuantas pro-
puestas argumentadas sean posi-
bles: descartar una sola propuesta
argumentada supondra cortar la
argumentacin desde un criterio
externo a ella misma.
Por ello, y en elcaso del discur-
so prctico, para determinar si una
norma es o no moralmente correcta,
es preciso contar, no slo con los
argumentos de quienes actualmen-
te participan en la discusin, sino
con las propuestas y argumentos,
actuales o presumibles, de cuantos
puedan verse afectados por tal nor-
ma. En palabras de Apel:
Todos los seres capacesde comu-
nicacin lingstica deben ser reconoci-
dos como personas, puesto que en todas
sus acciones
y
expresiones son interlo-
cutores virtuales,
y
la justificacin ili-
mitada del pensamiento no puede re-
nunciar a ningn interlocutor y a nin-
guna de sus aportaciones virtuales a la
discusin .4
Por poner un ejemplo de apli-
cacin de esta norma podramos
decir que en laresolucin de lacrisis
ecolgica es cierto que slo un
nmero reducido de personas pue-
de intervenir deJacto, pero tambin,
siguiendo la tica argumentativa,
que la decisin que se adopte slo
ser moralmente correcta si se tiene
en cuenta, no slo las propuestas y
argumentaciones de quienes de
hecho participan en ladiscusin, sino
tambin los presuntos intereses de
toda la humanidad, e incluso de las
generaciones futuras. Ellonos auto-
riza a formular la siguiente regla del
discurso:
quien argumenta reconoce im-
plcitamente todas las posibles exigen-
cias ( .. .) just ificables mediante argu-
mentos racionales (.. .) y a la vez, se
compromete a justificar argumentati-
vamente las exigencias que l mismo
presenta a los dems .5
4. K. O . A pel, La transformacin de la f ilosof a 11,p.
380.
5. Ibid., 11,p . 403.
Para ir concluyendo este pun-
to de nuestro trabajo, resumiremos
brevemente las adquisiciones que
para lafundamentacin de una tica
universal hemos ido haciendo a lo
largo de laestrategia concreta segui-
da por Apel.
En principio, conviene recor-
dar que para delinear tal tica Apel
recurre, como mtodo filosfico,a la
reflexin trascendental y la aplica al
hecho lingstico de la argumenta-
cin y de la ciencia, con lo cual
desvela paulatinamente aquellas
condiciones en virtud de las cuales
el punto de partida tiene sentido, y
sin que las que se convertira en un
absurdo. Tales condiciones reciben
por ello el nombre de
trascendenta-
les .
De entre ellas a la tica impor-
tan muy especialmente la pertenen-
cia de quien argumenta a una comu-
nidad real de argumentacin, la
actitud de reconocimiento recpro-
code los interlocutores como perso-
nas, y el hecho de que cualquier
acuerdo sobre lo correcto y sobre lo
verdadero tenga que ser todava
criticado a la luz del acuerdo que
establecera una comunidad no fini-
ta de personas y, por tanto, ideal.
Todos estos elementos trascen-
dentales, que dan sentido al argu-
mentar humano, se congregan en
ese principio de la tica comunicati-
va al que hemos aludido en el apar-
tado La. de este trabajo. Cmo apli-
car tal principio en el seno de una
sociedad en conflicto como lanues-
tra es un asunto propio de la llama-
da parte Bde la tcae
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