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ADRIANA Y MARGARITA 1 LUCILA GAMERO MONCADA UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE HONDURAS ADRIANA Y MARGARITA LUCILA GAMERO MONCADA EDITORIAL UNIVERSITARIA Tegucigalpa, M.D.C., C.A. Marzo 2007 Digitalizado en 2014, Club de lectura UNAH

Adriana y Margarita - Lucila Gamero de Medina-1 (1)

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ADRIANA Y MARGARITA

1 LUCILA GAMERO MONCADA

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE HONDURAS

ADRIANA Y

MARGARITA LUCILA GAMERO MONCADA

EDITORIAL UNIVERSITARIA

Tegucigalpa, M.D.C., C.A.

Marzo 2007

Digitalizado en 2014, Club de lectura UNAH

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ADRIANA Y MARGARITA

2 LUCILA GAMERO MONCADA

Biografía

Nació doña Lucila Gamero de Medina en la ciudad de Danlí, el 12 de junio de 1873.

Fueron sus padres el Doctor don Manuel Gamero y Doña Camila de Gamero.

Contrajo matrimonio con el distinguido ciudadano don Gilberto Medina. Sus hijos: Doña Aída Cora Medina viuda de Sevilla y don Gilberto Gustavo Medina, éste ya fallecido.

Tuvo una infancia feliz y fue una niña voluntariosa, llevando siempre la dirección en todos los grupos para hacer travesuras y para hacerles también a todos sus compañeros y a gente de mayor edad una serie de diabluras de su invención.

Desde muy niña comenzó a escribir y estaba en el campo cuando se le vino la idea de pasar al papel sus pensamientos, que la llevaron más tarde a ser la primera novelista del país.

En el siglo pasado, en sus dos últimas décadas, publicó su primera pequeña obra AMELIA MONTIEL y sus novelas ADRIANA y MARGARITA y PÁGINAS DEL CORAZÓN. De las dos primeras no se han podido conseguir ejemplares y la última está publicada en varios números de la Revista del Archivo y Biblioteca Nacionales.

A principios de este siglo publicó su famosa novela BLANCA OLMEDO, que ha hecho llorar especialmente a infinidad de jovencitas. Se publicó una segunda edición en 1933 y una tercera en 1954 y la reciente fue publicada en 1972. Parece que ha habido también ediciones clandestinas.

Sobre esta novela escribió un gran escritor nicaragüense, don Antonio Medrano, lo siguiente:

“BLANCA OLMEDO”. Libro intensamente vivido y sentido. Libro en que la autora ha puesto Alma, Pasión, Dolor… Libro en que palpita el Amor y la Vida, que pasan como meteoros, que se esfuman… Sus páginas no se leen, se devoran, se viven, se sienten, y nuestras lágrimas las hacen inmortales. LUCILA GAMERO DE MEDINA está ya CONSAGRADA POR LA GLORIA.

Posteriormente aparecieron sus novelas AÍDA, EL DOLOR DE AMAR, LA SECRETARIA, AMOR EXÓTICO y BETINA.

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La autora dejó de publicar PÉTALOS SUELTOS y PROSAS DIVERSAS, pues ya estaba muy cansada. En seguida le sobrevino la muerte.

Además de ser la primera novelista de Honduras fue la pionera del feminismo en este país. Desde muy joven luchó por los derechos de la mujer y sus frutos se han venido viendo en los últimos tiempos.

Era Doña Lucila miembro de varias asociaciones literarias de Centro América y miembro de la Academia Hondureña de la Lengua.

Ejerció la profesión de medicina con gran acierto, habiendo estudiado bajo la dirección de su padre. Le fue extendido un Diploma de Médica y Cirujana, siendo Decano de la Facultad de Medicina el Doctor Manuel G. Zúñiga.

Su autobiografía fue publicada en la Revista de la Universidad de Honduras, siendo Rector el Dr. Jorge Fidel Durón.

Falleció en Danlí el 23 de Enero de 1964.

“Páginas de Oriente” de Federico González. (Citado en http://nacerenhonduras.com, 2009)

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I

DON FERNANDO

Don Fernando Alonzo era uno de esos hombres ricos, achacosos, después de haber pasado su juventud en placeres de todas clases, llegan a viejos, cansados del mundo y hastiados de la vida. Entonces busca su cansado cerebro nuevas impresiones, y en el oscuro horizonte de su porvenir distinguen un punto luminoso: el matrimonio. Semejantes a las mariposas que al ver la luz corren hacia ella, así los hombres de que vengo hablando se lanzan ala matrimonio y una vez casados, abandonan el teatro de sus aventuras, y prefieren la vida monótona del campo, muchas veces a despecho de sus esposas; con una sola diferencia, que las mariposas hallan la muerte victimas de su antojo, y los hombres encuentran en su nueva vida goces que ni aún se habían imaginado.

El señor Alonzo, perteneciente a esta escuela, como ya lo he dicho, se casó todavía joven, a los cuarenta años de su vida, y cuando algunos hilos de plata empezaban a mezclarse en su negro cabello.

Adela Miranda se llamaba la virtuosa compañera de don Fernando. Veintiséis años contaba cuando se casó. Pertenecía a una de las principales familias de Guatemala. Ella creyó ver en el señor Alonzo al hombre que haría su felicidad; y, sin pensarlo mucho, entregó su mano a él elegido de su corazón.

Todo el risueño porvenir que se había figurado empezó a oscurecerse, cuando al mes de casada notó con, angustia, los preparativos que su esposo á para trasladarse definitivamente a su quinta* “La Ilusión”.

Adela, de carácter tímido, nunca osó decirle nada a don Fernando, y lo siguió resignada ya a vivir en el campo.

Pero ella, flor nacida para brillar en los salones, al sentirse bruscamente trasplantada a otro lugar, lejos de la sociedad en que se había criado, se sintió desfallecer, y poco a poco, fue minando su existencia, y burlando la ciencia de los médicos murió a los dos años de casada, dejando a la pequeña Margarita de un año de edad.

Yo no podré deciros si don Fernando sintió a su esposa; pero él no se volvió a casar, y todavía en sus últimos años, al recordarla, se le llenaban de lágrimas los ojos.

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No quiso el señor Alonzo volverse a vivir en Guatemala, y se limitó a mandar a Margarita a un colegio, de interna, cuando ya ésta contaba ocho años; y él quedose en “La Ilusión”. Donde años atrás, aún hubieran podido verlo mis lectores.

En la época en que me propongo presentar a don Fernando, vivía este tranquilamente en su quinta, sin más distracciones que el oír, después del almuerzo, unas piezas de música ejecutadas por su hija, y después gustar de los trozos más escogidos de sus libros favoritos, los que tenía la amabilidad, los que tenía la amabilidad de leerle la amiga de margarita.

II

ADRIANA MORENO

Adriana Moreno se llamaba la amiga de Margarita: hacia cuatro años que vivía con ella en la quinta de don Fernando.

La infancia y parte de la juventud de la señorita Moreno, está resumida en pocas palabras.

Cuando Margarita entró al colegio, notó que había una niña de la misma edad de ella, a quien la directora quería mucho, y la cual casi siempre estaba triste, y raras veces se reunía con las colegialas. Así pasó el tiempo, y un día, cuando ya las niñas contaban catorce años, Margarita, atraída por la profunda simpatía que le inspiraba aquella joven, se le acercó y le preguntó con vos cariñosa:

--¿por qué vives tan triste, Adriana?

Adriana levantó la cabeza, y dirigiendo a la señorita Alonso sus hermosos ojos negros, contestó con dulzura:

--Vivo triste porque vivo sola.

-- ¿no tienes amigas?

--No

Margarita, cogiéndole una mano con sumo cariño, le dijo:

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--¿quieres que yo sea tu amiga?

--¿Tú? – preguntó Adriana

-- Sí, yo.

-- ¿lo deseas?

-- lo deseo, mi querida Adriana.

-- Pero yo soy pobre, Margarita.

-- ¿y qué importa eso, si yo te quiero? – Dijo la señorita Alonso con viveza.-- ¿crees que voy a fijarme en que eres pobre? Yo te amo y deseo que seas mi amiga; ¿aceptas?

-¡Oh, sí! De todo corazón—contestó Adriana levantándose y abrasando a la bondadosa joven.

-- Ven, Adriana, --dijo Margarita—vamos al otro lado del jardín, mientras dura el recreo; allí hablaremos sin que nos escuchen las niñas, que ya empiezan a llegar.

--Vámonos, pues – dijo la joven, asiéndose del brazo de su amiga.

Cuando se hallaron lejos de las demás niñas, Margarita rompió el silencio, diciendo:

--hace mucho tiempo que te quiero, Adriana; pero tu modo de ser me ha impedido acercarme a ti.

--yo también Margarita simpatizaba contigo, pero…….

--¿pero qué?

-- Tú lo has dicho, mi amiga, mi carácter retraído….

¿Y por qué has sido así, Adriana?

¿Y por qué? -- dijo la señorita moreno pensativa.

--sí; ¿por qué?

-- yo tengo mis razones para ello.

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--¿cuáles son?

¿Quieres saberlas?

De seguro: todo lo que se relaciona contigo me interesa.

--pues escucha: yo soy huérfana; cuando entré al colegio, algunos meses antes que tú, noté algún tiempo después , que mis condiscípulas no me querían, a causa seguramente, del afecto que me profesaba la directora. Yo no hacía mucho caso de esto y procuraba juntarme con ellas, a pesar del marcado disgusto que mi presencia les ocasionaba. Pero como yo vivía sola, tenía sed de cariño y no retrocedía, por más que comprendía que aquello me humillaba. Una vez me quedé sola en el jardín con una de las niñas, y le dije con timidez:

-- Teresa, ¿quieres ser mi amiga? Mira: yo seré buena contigo y te querré mucho.

--“¡bah! – me respondió con acento despreciativo. –Tu eres, según los profesores, la niña más adelantada del colegio, y al decir dela directora, la más inteligente; ella te adora, y creo que te basta y sobra con el aprecio de los unos y el cariño de la otra, para que vengas a implorar una amistad que te rebajará, y que, aunque no valga nada, no estoy dispuesta a concederte.”

Y al decir esto, la orgullosa niña me dio las espaldas y se retiró sin mirarme siquiera. No podré explicarte lo que sentí entonces; hubiera deseado volver sobre mis pasos. Aquella respuesta me heló el corazón, mientras mi cabeza ardía bajo el peso de la humillación que acababa de sufrir. Entonces comprendí que tenía un alma altiva, incapaz de humillarse ante nadie, y juré no volver nunca a implorar la protección de mis semejantes. He aquí explicado el porqué de mi proceder.

Adriana, al acabar de hablar, tenía las mejillas encendidas, y se pasaba repetidas veces la mano por la frente, como si quisiera borrar de ella hasta el último recuerdo de aquella tarde.

--pobre, amiga mía, --dijo Margarita; --comprendo que has debido sufrir mucho.

--sí, mucho; pero ya todo pasó—añadió con más calma.

--dime, Adriana—preguntó Margarita, cambiando de conversación-- ¿es cierto que no posees ninguna fortuna?

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-- tan cierto, que ahora no hay una niña en el colegio tan pobre que yo.

-- tú has dicho “ahora;” luego, antes tenías algo.

--antes, --Respondió Adriana sin afectar satisfacción, ninguna de las fortunas de mis condiscípulas hubiera podido compararse con la mía.

--y esa fortuna ¿Qué se ha hecho?

--¿Qué se ha hecho?

-- Sí ¿Qué ha sido de ella?

--La explicación es muy sencilla. Cuando mis padres murieron, dejaron un capital considerable; yo era única heredera; pero como estaba muy pequeña, un tío mío fue nombrado mi tutor, y tomó posesión de mis bienes. Ese tío, así estuve en edad de aprender algo, me puso de interna en este colegio, y le pagaba muy bien a la directora, la cual me tenía con lujo y nada me hacía falta. Así pasó algún tiempo, pero hará un año que mi tío se fue, llevándose mi fortuna, y nada he vuelto a saber de él. La directora, que es tan buena, es la que me sostiene, y gracias a ella, paso bien; de lo contrario, quien sabe que hubiera sido de mí.

--ven, querida Adriana que desde pequeña has sido desgraciada.

--Desde que nací, y quien sabe si toda mi vida irá a ser una cadena de desgracias.

--No lo creas; hay algo que me dice que a fin serás dichosa.

--¡Dios lo quiera!—exclamó la señorita moreno con inseguro acento.

Sonó la campanilla, y las dos niñas volvieron a sus clases.

Pasaron dos años, durante los cuales Adriana y margarita se dieron inequívocas pruebas de cariño.

Cuando ya Margarita contaba diez y seis años de edad mandó don Fernando a llevarla a su quinta. La joven, al saberlo, corrió a donde Adriana y le dijo.

--Adriana, vengo a darte una noticia.

--¿qué noticia?

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--una muy buena.

--dime cuál es.

Que mi papá ya manda a llevarme a su lado.

Adriana se puso pálida, y de sus hermosos ojos brotaron lágrimas.

--Margarita, --dijo la señorita moreno con voz de reconvención no creía que separarte de mí te causaría tanta alegría.

-- El separarme de ti, querida amiga?

--Sí.

--Es que no nos separaremos nunca.

¿Qué dices?

--Digo que nadie en el mundo hará que yo viva sin ti,

--No te comprendo.

Pues compréndeme, tú te irás con migo.

--¿yo? …. Murmuró Adriana, sorprendida.

Tú, pues supongo que no me querrás negar el servicio que te pido de acompañarme a la quinta de mi padre, en donde creo que nada te hará falta.

--Margarita: yo no sé si yo deba aceptar tu generoso ofrecimiento, pues aunque bien comprendo que tú lo haces sinceramente, no sé si tu padre…..

--Mi padre—la interrumpió vivamente margarita—se alegrará mucho de vivir con la única amiga de su hija; así que no tienes pretexto para desairarme.

Margarita, tú eres muy buena; y acepto con mucho gusta la proposición de vivir contigo que bondadosamente me haces.

--Déjate de gracias, que yo soy quien debe dártelas, y vamos a despedirnos de la directora del colegio.

Las dos jóvenes se dirigieron a las piezas que ocupaba la Directora; ésta, al verlas, les preguntó con dulzura que se les ofrecía.

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--Señora—exclamó Adriana—vengo a pedir a Ud. Un permiso que creo no me negará.

--¿permiso para qué?

Para irme con margarita.

--¡cómo! ¿Quieres dejar el colegio?

--Si Ud. Me lo permite, sí,

--yo nunca te lo estorbaré, hija mía, pues pienso que con Margarita lo pasarás mejor que conmigo.

--Oh, señora!.... murmuró Adriana con amargura… no es por eso que yo quiero irme. Ud. Sabe que en ninguna parte estaré mejor que con Ud. á quién debo tanto!....

Al dejar a Ud. Es porque Margarita desea tenerme de compañera en su quinta.

Adriana, --- exclamó la Directora—perdóname que te halla ofendido; pero te ruego creas que no ha sido esa mi intención. Yo sé que Uds. Se aman mucho, y aplaudo ese afecto. –Tú, Margarita –añadió, dirigiéndose a ésta, --quiere mucho a Adriana; nunca olvides que tiene una alma bellísima y un corazón de oro.

Adriana es una de las pocas personas capaces de sacrificarse en aras de la amistad.

--Señora—dijo Adriana, colorada como una guinda* —yo no merezco esas frases; Ud. Me hace muchísimo favor con ellas.

--Te conozco, hija mía, y hago justicia a tus méritos.

--Adiós mi querida señora dijo Adriana, despidiéndose de la buena Directora, y conteniendo apenas su emoción crea Ud. Que nunca olvidaré los inapreciables servicios que Ud. Me ha prestado; y que en cualquier parte donde me halle la recordaré con cariño y agradecimiento, y que mi mayor dicha será poder servir a Ud. En algo.

Margarita se despidió también de la bondadosa Directora y le protestó su eterno agradecimiento para con ella.

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Seis horas después de esta despedida estaban las dos jóvenes en la quinta del señor Alonzo

Margarita corrió a abrazar a su padre.

Después le dijo:

Papá, te traigo otra hija.

¿Otra hija?

Sí, la señorita Adriana Moreno es mi amiga más querida; más que amiga es mi hermana; y no dudo que tú te alegrarás porque de la noche a la mañana te doy una hija tan encantadora como ella.

Don Fernando tendió una mano a Adriana, diciéndole.

--Bienvenida, señorita: a esta su casa; la amiga de mi hija no podrá nunca ser indiferente para mí; recibo a Ud. Con verdadero gusto y le agradezco que sólo por acompañar a mi hija se resigne Ud. A vivir en este desierto. Aquí, en cambio de distracciones, tendrá Ud. Nuestro cariño.

Adriana dio las gracias a don Fernando por la buena acogida que le dispensó.

--No te dije, Adriana, que mi padre te recibiría bien?

--Dijo la señorita Alonzo.

--No lo dudaba, Margarita; tan generosa hija debe, necesariamente tener un padre así.

El señor Alonzo se inclinó con profundo agradecimiento ante Adriana.

Margarita ocupó el resto de la tarde en enseñar a Adriana las piezas que le destinaba en la casa, y el bello jardín de la quinta.

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III

ADRIANA Y MARGARITA

En la mañana de un bello día del mes de junio, y en el salón de la quinta de don Fernando Alonzo, dos jóvenes de peregrina belleza, muellemente reclinadas en un rico sofá, se entretenían en oír el dulce y triste canto de los enjaulados pajaritos, enfermos de nostalgia, y en platicar alegremente.

Estas dos jóvenes eran Adriana y Margarita.

¡Quien sin conocerlas las hubiera visto en un jardín, en una clara noche de luna, las habría tomado por la personificación de una de esas imágenes de vírgenes vaporosas, intangibles, ideales, que la poética fantasía se forja en esas horas gratas de amoroso ensueño, tal era la maravillosa belleza de las dos jóvenes!

Adriana era morena, pero de ese bello color moreno limpio y diáfano: lo sonrosado de sus mejillas contribuía a darle más brillo a sus ojos grandes, negros y aterciopelados, cuya expresión habitual denotaba un carácter alegre: pero un hábil observador hubiera notado, desde luego, que bajo aquel aspecto alegre se ocultaba un corazón impresionable, una voluntad enérgica y un alma esencialmente melancólica; su cuerpo, aunque no alto, era delgado y esbelto, teniendo cierta gracia sumamente elegante; tenía la boca fresca, tersa y sonrosada y un tanto desdeñosa, y el cabello obscuro, undoso y apenas rizado. En fin, Adriana era inteligente, buena, hermosa, simpática y agradable.

Margarita era blanca, pálida, con cabellos de un rubio envidiable y ojos azules de expresión dulcísima y soñadora; su nariz era recta, su boca finísima y su carácter, aunque un tanto reservado, no por eso dejaba de ser amable y bondadoso.

-¡Oh, que dulce es la vida a los veinte!.... dijo Margarita después de un rato de silencio.

--para unos muy dulce, contestó Adriana-- ¡pero para otros!...

Para ti por ejemplo.

Para mí no tiene ningún atractivo.

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--Me alegro de saberlo, pues eso es decir que yo soy nada para ti, y que no te puedo hacer agradable la vida.

Perdóname, Margarita; pero sin padres, sin hermanos, y casi sin parientes, ¿Cómo quieres que mi vida sea agradable?

Mi padre y yo procuramos complacerte, Adriana.

--Es cierto eso; y yo fuera muy feliz si no echara de menos el calor de mi hogar perdido.

--Ya formarás otro, tal vez más grato que el perdido ..--murmuró Margarita, riéndose.

Adriana se estremeció:

--Eso nunca será-- dijo

¡Quién sabe! De poco tiempo a esta parte nos visitan varios jóvenes que, aunque tú lo niegues, sé que están enamorados de ti.

--No lo niego; pero yo no pienso en ellos, solo me ocupo de saber de mis parientes.

--¿tus buenos parientes?

--No sé si son buenos o malos; pero deseo saber mucho de mi tía Jorge y de su hijo, mi primo Julio, que están en parís.

--¿en parís? Murmuró Margarita, pensativa. –ahora que me acuerdo, Adriana, se me había olvidado decirte que mañana llegará a esta quinta mi primo Emilio.

--¿por qué me lo dices hasta ahora?

--Porque nosotros lo acabamos de saber, Emilio escribió una carta, hace como dos meses, anunciando su venida a Guatemala, y hasta hoy la recibimos, juntamente con el aviso de que mañana vendrá a esta hacienda.

¿ Y dónde ha estado Emilio? –preguntó Adriana.

--en París

--¿estudiando acaso?

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--Si, estudiando—

¿Y qué estudiaba?

--Matemáticas.

--¿se recibió ya?

Viene hecho todo un ingeniero.

--¿le conoces tú?

--perfectamente bien.

¿Dónde le conociste?

Aquí: aquel año en que vino a pasar las vacaciones, cuando mi papá lo mandó a traer.

--¿antes no le habías visto?

--No; porque cuando él se fue a París, contaba ocho años, y yo apenas tenía dos meses.

¿Él es ocho años mayor que tú?

Y que tú también, puesto que las dos cumplimos en este mes veinte años.

..¿Y es galán? Preguntó Adriana con curiosidad.

--Algo.

¿Se parece a ti?

--un poco; él tiene los ojos azules, el cabello castaño claro y algo rizado; el cuerpo alto y elegante y la boca tan fresca, que cualquiera señorita se contentaría con ella.

--Un Adonis, en fin, --dijo Adriana, mirando a Margarita y sonriéndose con una sonrisa indefinible.

--no tanto, pero casi, casi…..

Es hijo Emilio de un hermano de tu madre, ¿verdad?

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--sí, de su hermano mayor.

Adriana, cambiando de conversación y de tono, dijo:

Ya son las diez; es hora de que vaya a distraer a don Fernando, a no ser que vallas tú.

--Es mejor que vayas tú, mi querida Adriana; yo tengo que hacer otras cosas.

Y las dos salieron, dirigiéndose a distintas habitaciones.

Don Fernando Alonzo estaba recostado en un sillón cuando entró Adriana.

El señor Alonzo contaba sesenta y un años de edad: sus cabellos eran blancos; su cuerpo alto y que en otro tiempo no habría dejado de tener cierta elegancia;

Su carácter dulce y bondadoso. Los sesenta y un años de don Alonzo se veían notablemente aumentados por sus facciones demacradas, su cuerpo endeble y su extremada debilidad.

Al ver entrar a Adriana, su rostro apagado se ilumino con una ligera sonrisa que indicaba gozo.

--buenos días, don Fernando, --dijo Adriana besando la frente de su protector.

--¿Cómo está usted?

--perfectamente bien, hija mía, puesto que te tengo a mi lado.

--Me alegro de que usted. Esté bueno; así me daré el gusto de leerle algunos capítulos de su libro más favorito.

--Está bien; pero antes, tócame unas piezas en el piano, para que no me conmueva tanto tu argentina voz.

--¡cómo!—preguntó Adriana— ¿no ha venido Margarita?

--Vino, pero yo le noté cierta impaciencia, y le dije que se entregara a sus ocupaciones, que tú tendrías la bondad de ejecutar las piezas que ella iba a tocar en el piano.

--Ha hecho Ud. Muy bien; voy a tener la satisfacción de estudiar un poco en su presencia.

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Y al decir esto, se dirigió al piano: sus manos empezaron a acariciar las teclas con aparente descuido.

Empezó la pieza.

Torrentes de armonías, melodías desconocidas se oyeron, mientras Adriana, con la mirada distraída, sacudiendo graciosa e indolentemente la cabeza para librarse de los negros y ondulantes cabellos, que, sobre la frente de la diosa, parecía más entregada a sus pensamientos, no se ocupaba de ver la pieza de música que tenía ante sus ojos.

Don Fernando se levantó.

¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Brillante! Exclamó, agitando las manos y acercándose al piano donde se hallaba la señorita Moreno.

Adriana sonrió dulcemente y dejó de tocar, pues ya la pieza llegaba a su fin.

--¡eso es saber ejecutar! Continúa, hija mía, o, por mejor decir, vuelve a empezar , vuelve a tocar esa divina pieza, que oyéndola, me aduermo y no pienso en las miseria de este mundo.

Adriana volvió a colocar sus manos con dulce abandono sobre el teclado.

Don Fernando cerró los ojos y parecía extasiado aspirando todas las armonías que revoloteaban en el aire.

Adriana cesó de tocar, y girando sobre su asiento, se puso de pie delante de Alonzo;

--¿y bien, don Fernando?

--¿y bien, hija mía?

--¿le ha gustado la pieza?

--más que gustado, encantado, extasiado, deslumbrado. Eres una verdadera artista.

--¿de veras? –dijo Adriana con maliciosa sonrisa.

--ciertísimo

--En fin, don Fernando, ya hay uno que me lo diga.

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--- y todos los que tengan la dicha de oírte, confesarán, conmigo que eres una artista consumada.

--Así me gustan los hombres como Ud.: galantes—exclamó Adriana con una sonrisa tan burlona, que desmentía claramente el sentido de sus palabras.

--justos, hija mía, apreciadores de lo bello.

--Sí Ud. Fuese apreciador de lo bello, bien podría apreciar la habilidad de Margarita.

--Margarita no toca como tú.

--Dice Ud. Bien: toca mejor.

--¿estás loca, querida mía?

--No, señor, en mi entero juicio. Reflexione Ud. Que yo no toco, desde que salí del colegio, hasta hoy.

-- Eso prueba que lo que una vez se aprende bien, nunca se olvida.

--Basta ya de adulaciones don Fernando; y si Ud. Quiere, empezaré a leer –dijo Adriana con encantadora sonrisa.

--muy bien, hija mía. Está visto hoy no piensas dejar que me fastidie.

Adriana empezó a leer.

El timbre de su vos era melodioso, vibrante.

Alonzo, según su costumbre de cuando quería saborear algo, cerró los ojos.

Cuando lo volvió a abrir, era porque la señorita moreno había concluido su lectura.

--gracias mi buena Adriana.

--¿has visto hoy a Margarita?—preguntó el señor Alonzo.

--sí.

--¿Qué te ha dicho?

-- Nada de importancia.

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--sin embargo…

--sin embargo, ¿qué?... le interrumpió la señorita Moreno.

-- es extraño que no te halla anunciado…

--la venida de Emilio ¿no es cierto?

--precisamente.

Yo creía que eso no era de importancia.

--pues si lo es. Escúchame: Emilio viene a casarse.

--¿a casarse?

--sí.

--¿con quién?

Con Margarita.

--¿con Margarita? Exclamó Adriana asombrada.

--con ella misma

--pero mi amiga no me ha dicho nunca nada.

--ya lo creo.

--¿ya lo creo?—repitió Adriana maquinalmente.

-- Pues sí lo creo; porque ni ella misma lo sabe.

--¿no lo sabe?

-- No.

--¿y quién se lo dirá?

--yo.

--¿Cuándo?

--Mañana.

--¿y por qué no hoy?

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-- porque no me conviene.

-- sin embargo, es mejor que lo sepa antes que él llegue.

--todo lo contrario, hija mía.

--pero…

--¿por qué?

¿Por qué ese misterio?

--si no hay ningún misterio en esto

Mañana lo sabrá todo.

--Luego, yo no le digo nada.

--No, hija mía.

Adriana, dando por terminada esta conversación, se acercó al señor Alonzo e imprimió sus sonrosados y frescos labios en la frente marchita del anciano.

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IV

EMILIO MIRANDA

Emilio miranda llegó a las diez de la mañana a la quinta. Alonzo y Margarita salieron a recibirlo. No se había equivocado la señorita Alonzo al decir que el licenciado Miranda era Galán. Su aire era simpático, su trato fino, y su educación exquisita.

--Por poco llegas sin sospecharlo nosotros, ---dijo Alonzo dejándose caer en un sillón, y señalando un asiento a Emilio, que hizo lo mismo.

--¿y por qué? ¿Acaso no recibieron mi carta?

La recibimos.

¿Entonces?

--Es que hasta ayer llegó a nuestras manos.

-- Se quedó rezagada, no hay duda.

--¿has visto a tu padre? –preguntó don Fernando.

--Lo vi de paso en Guatemala.

--¿Está bueno?

-- No del todo bien. – me encargó saludara a Uds. En su nombre.

--¿por qué no vino contigo?

--No le fue posible venir a darse el gusto de saludar a Uds. Además, está tan débil y enfermo que creo le será de mucho trabajo montar.

--¡pobre amigo! exclamó Alonzo.

No hay duda, los viejos vamos buscando descanso…… allá lejos, muy lejos.

--Ud. Está fuerte todavía.

--¿fuerte? ¿Qué estás diciendo?

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--La verdad tío.

--¿la verdad? – No ves que apenas puedo sostenerme en pie?

Pronto restablecerá Ud. Dijo Emilio, notando que, en realidad, estaba bastante débil don Fernando.

Avisaron que el almuerzo estaba servido.

Los tres se dirigieron al comedor.

Al llegar, notó Alonzo que Adriana no estaba allí.

--¿y Adriana? –preguntó, dirigiéndose a su hija.

--está allá dentro.

--¿no viene a comer?

--No, me dijo que estaba algo indispuesta.

--¿Qué tiene?

--supongo que será la cabeza lo que tiene mal.

--¿y es cierto eso?

-- indudablemente. De otro modo no se hubiera excusado, estoy segura.

--¿y quién es Adriana?—preguntó Emilio, que hasta entonces había escuchado silencioso el dialogo.

--Adriana, --contestó Alonzo, ---es una morena encantadora.

--¿amiga de Margarita?

--Hija mía.

--¿hija de Ud.? Yo nunca había oído decir que Ud. Tuviera otra hija.

Margarita sonreía viendo el asombro de su primo.

--Pues la tengo. Adriana, aunque no la unen con nosotros los vínculos de sangre, es para mí una hija cariñosa; ¡es un ángel!

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ADRIANA Y MARGARITA

22 LUCILA GAMERO MONCADA

Emilio se detuvo a pensar quien sería aquella Adriana de la cual su tío le hablaba con tal interés; y luego, dirigiéndose a don Fernando, le dijo:

--Desearía conocer a ese ángel, tío, para ver si llega a igualar este que tengo aquí a mi lado.

Y al decir esto, miraba a su prima.

Margarita se hizo la desentendida; y el señor Alonzo, sin contestarle le preguntó:

¿Qué hacías en París?

Mucho, tío, estudiar y divertirme.

--Luego, no tenías deseos de venirte.

Quería ver a Uds.

¿Te aburrías allá?

--¡oh, nunca! París es la ciudad por excelencia! ¡es el paraíso de los jóvenes.

El almuerzo había terminado.

Emilio salió a pasearse por el jardín, que hacía años no veía.

--Don Fernando llamó a su hija a la pieza de él, y sentándola a su lado, le dijo:

--Tenemos que hablar.

Margarita se sorprendió; nunca su padre le había hablado con aquella formalidad.

--¿Qué te parece Emilio? –le preguntó sin esperar su contestación.

¿Respecto de qué?, ¿de figura?

--Sí, que idea te has formado de él, tanto física como moralmente?

--pues bien: lo físico me parece galán y por lo demás me lo figuro bueno.

--¿lo quieres?

--Sí; lo quiero como primo.

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ADRIANA Y MARGARITA

23 LUCILA GAMERO MONCADA

¿Nada más?

--Como hermano.

--¿Nada más? – volvió a preguntar Alonzo.

-- ¿y en qué modo quieres que lo quiera, -- dijo la joven pensando que adonde iría a parar su padre con tantas preguntas.

-- es que… --empezó a decir don Fernando.

--¿Qué, padre mío?

-- Que Emilio quiere casarse contigo.

--¿conmigo? –preguntó Margarita.

--sí, contigo. ¡qué dices tú de eso?

--¡yo! Nada

--¡como, nada! Por fuerza hay que contestarle.

--Luego ¿me ha pedido?

-- Sí, ¿Qué le contesto?

--lo que tú quieras.

--eso es como no decir nada.

Sin embargo, es decir mucho.

--¿mucho?

--Sí, porque te dejo a ti disponer de mi mano.

--Pero tú comprenderás, hija mía, que no quiero contrariar tu gusto.

---Lo comprendo, y por eso te digo que obres como te parezca mejor, seguro de que, cualquiera que sea tu resolución, la recibiré con agrado.

--Luego ¿aceptas?

--Antes de contestar, permíteme hacerte unas preguntas.

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ADRIANA Y MARGARITA

24 LUCILA GAMERO MONCADA

--hazlas con entera confianza.

--Bien, pero tú me contestaras francamente.

--por supuesto, hija mía.

--¿deseas que se efectúe ese matrimonio?

-- Lo deseo.

--¿crees que seré feliz con Emilio?

--Lo creo.

--¿te parece mi primo un joven honrado en toda la extensión de la palabra?

--Me parece; y puedo, sin temor a equivocarme, asegurarlo.

--Entonces, contéstale que acepto.

--Bien, hija mía, así moriré tranquilo, dejando asegurado tu porvenir. Pero dime. Al aceptarlo ¿es solamente por obedecerme?

--No, --contestó Margarita ruborizándose.

--Entonces ¿amas a tu primo?

--¿A que preguntármelo? ¿lo dudas acaso?

--ahora después de habérmelo dicho, no lo dudo.

--¿tienes otra cosa que preguntarme?

--No.

--Entonces, voy a ver cómo sigue Adriana.

--Anda y no olvides decirme como está.

--Volveré a satisfacer tu deseo dentro de poco tiempo.

Dio un beso a su padre y se retiró.

Don Fernando había mentido al decir a su hija que Emilio había pedido su mano; pero por razones que luego comprenderán mis lectores, verán que no obró mal al hacerlo así.

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ADRIANA Y MARGARITA

25 LUCILA GAMERO MONCADA

Pocos momentos después de haberse retirado Margarita, llegó Emilio a donde estaba Alonzo.

¿Cómo sigue Ud. Tío? Preguntó.

--No del todo mal.

--¿está Ud., en disposición de que hablemos?

--Tan estoy, que no me había movido esperándote.

--¿no está Margarita aquí cerca?

--No, se fue a las habitaciones de Adriana.

--tanto mejor; así no nos oirá,

--Puedes estar seguro de ello.

--Ud. Comprende perfectamente mi viaje a esta hacienda.

--Creo Adivinarlo.

--Vengo a cumplir la voluntad de mis padres.

--¿de tus padres?

--Y la mía también, --se apresuró a decir.

--Y quisiera saber—continuó—si Ud. Está dispuesto a acceder a nuestro enlace.

--Con gusto, hijo mío; tú sabes que al nacer Margarita, convinimos, tus padres y nosotros, en que cuando tú ella estuvieran grandes se casarían; pero con la única condición de que Uds. Habían de quererse; de lo contrario, no.

--Lo sé muy bien; y por lo que hace a mí , no hay ningún inconveniente.

--¿Amas a Margarita?

--La amo pero no sé si ella me amará.

--Ella te ama, hace poco le dije que tú habías pedido su mano.

--¿y que contestó?

--que aceptaba.

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26 LUCILA GAMERO MONCADA

--Pues entonces, tío, creo que dentro de un mes podrá efectuarse nuestro matrimonio.

--así creo yo, --contestó Alonzo, cerrando los ojos.

Emilio comprendió que quería descansar, y saludándolo, salió de la pieza.

V

EN EL JARDÍN

A separarse Margarita de don Fernando, fue a buscar a Adriana y no la encontró, en vez de averiguar en donde estaba, dispuso irse a sus habitaciones a meditar sobre los sucesos que habían ocurrido durante el día, que ya tocaba a su fin. Embebida en sus meditaciones la sorprendió la noche y no volvió a ver a su amiga.

Margarita no pensaba comunicarle a Adriana sus proyectos, hasta que ya fuera del todo imposible ocultárselos. ¿por qué ese silencio con su mejor amiga? ¿Sería obra de su genio? No; pero Margarita comprendía que si confiaba en Adriana su amor a Emilio, estaba expuesta a sufrir bromas propias del carácter de su amiga y a ver la sonrisa picante en los labios de la maliciosa joven. Además, ella no creía muy seguro su alcance con Emilio, puesto que no conocía, hasta entonces, la manera con que había sido proyectado, y su primo tampoco le había hablado nada acerca del particular.

Se levantó muy temprano, al siguiente día, y como no halló a su amiga en las piezas que esta ocupaba, se dirigió al jardín, donde la joven iba todas las mañanas.

Allí, recostada en un banco rustico, con el aire más negligente del mundo y la elegancia más refinada, estaba Adriana, entretenida, al parecer, en desojar una rosa y llevarse, con marcada distracción, las blancas hojas a sus sonrosados

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labios, las cuales instantáneamente cian en desorden sobre la falda del vestido de la joven, de donde las arrojaba al aire a los pies de la seductora beldad.

El ligero roce de un vestido la hizo volver la cabeza y descubrir a Margarita a pocos pasos de ella.

¡Una corona y eres reina!, --exclamó la señorita Alonzo, extasiada, contemplando la belleza de su amiga.

--¡Reina!—contestó Adriana, avanzando, con exquisito desdén, su labio inferior.

--No lo deseo.

--¿No lo deseas?—preguntó Margarita admirada, sentándose al lado de su amiga y recostando su cabeza en el hombro de ésta.

---.No lo sedeo, volvió a decir Adriana.

¿y por qué?

--¿por qué?—exclamó la joven, jugando con las hebras de oro de la cabeza de Margarita. –porque, mi buena amiga, yo no consentiría jamás en que me mostraran una humildad fingida y un respeto estudiado.

--.en una palabra, quieres que te estimen por tu persona únicamente.

Has acertado, quiero que me respeten por lo que valgo, y o por un puesto que el día menos pensado se puede perder.

--pero los reyes no pierden su puesto tan fácilmente.

--es cierto, pero cuando lo pierden, les sucede como a los presidentes, que perdido el puesto ¡adiós consideraciones!

--sin embargo…

--Sin embargo –me dirás –hay personas que siempre tienen su reputación buena; eso es cierto, pero es raro; pues, regularmente, al abandonar su empleo, han puesto en duda, por lo menos, la dignidad con que subieron a él. ¿lo dudas?

--De ninguna manera, me has convencido.

--Es cuanto deseaba.

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--mas, hablando de otras cosas, me he olvidado preguntarte cómo estás.

--Perfectamente bien.

Ayer tarde te anduve buscando y no te encontré.

--Me vine aquí.

--¿y te mejoró el paseo?

--No, pero me divertí.

¿Te divertiste?

--Sí.

¿Y con qué?

--con lo que menos piensas.

--¿con lo que menos pienso?

--cabalmente.

---No adivino… ¿Qué será?

--- pues si no adivinas, yo no tengo intención de decírtelo.

--¿y por qué no?

-- porque de nada te servirá; y solo te lo diré si me lo exiges.

--No te lo exijo, pero te lo ruego!

--¿eres curiosa?

--Algo….

--¿conque deseas saber cuál fue la causa de mi diversión?

--Sí, lo deseo.

--¿de veras? –preguntó Adriana con una sonrisa enigmática.

-- De veras, ¿Cuántas veces quieres que te diga que sí?

--pues bien; pero antes, ¿no te enfadarás?

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--No, contestó Margarita con impaciencia.

--¿me lo prometes?

-- Te lo aseguro.

--.entonces, escucha.

Y al decir esto miraba a Margarita con la cara más burlona del mundo.

--¿por qué me miras así?--.preguntó la joven.

--¡silencio! Es el prólogo.

--¿se trata acaso de mí?

--No, de una joven.

--¿de qué joven?

--Ya verás.

--Preséntamela pronto.

--Figúrate que ayer, como no hallaba en que pasar el tiempo, se me ocurrió recorrer minuciosamente todo el jardín.

--u bien, ¿Qué tiene eso de nuevo?

--Mucho; me detuve un momento, y, sin saber cómo, mis ojos distinguieron un papel.

--¿un papel?

--Sí, un papel. –pero no me interrumpas. –ese papel estaba escrito, y arriba a guisa de título, decía, en letras más grandes: “Ensueños”.

--¿”Ensueños”? dijo Margarita estupefacta.

--Así como lo digo. Pues bien, la que escribió el papel, decía que estando una tarde a la orilla de un arroyo, contemplando la naturaleza, se le habían venido a la mente ideas tan extrañas, y al mismo tiempo tan gratas, que no pudo resistir la tentación de contárselas a su mejor amiga y hacerla partícipe de sus dulces

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impresiones… pero sus amiga permanecía insensible, su amiga…. Adriana. ¡Qué extraño!, Margarita, la amiga de esa joven se llamaba Adriana, como yo.

Adriana continuó:

--Al concluir, dice la joven, que después de revolver en su mente mil pensamientos, vino a sacar en limpio que lo único agradable, útil y provechoso que hay en el mundo es…

--No continúes…dijo Margarita, tapándole la boca con su suave y blanca mano.

--déjame acabar, pero ¿qué es eso? ¿Te pones ería?

Margarita no contestó

--¿y qué es?, Margarita, --continuó Adriana, --¿te disgustan las ideas de esa joven?

--Nuevo silencio por parte de Margarita.

--¿No me ofreciste que no te ibas a disgustar? –dijo la señorita Moreno.

--No estoy disgustada, contestó con sequedad la señorita Alonzo.

--El acento con que pronuncias tus palabras es más elocuente, para mí, que ellas mismas.

---Fíjate solo en las palabras.

--Tú te empeñaste en que te contara…

-- Es verdad; pero creía sería alguna cosa divertida, que no veo en lo que me has dicho.

-- pues a mí sí me divirtió.

--No lo creo

--¿y por qué no lo crees?

--No sé, pero no lo creo.

--Pues, pasé un rato muy entretenida.

--Solo que pensando en reírte de mí.

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--De ti, ¿estás loca?

--Supongo que no.

--Y por qué crees que me iba a reír de ti; ¿acaso tú has escrito el papel?

Margarita se mordió los labios.

--y suponiendo que lo hubiera escrito, ¿qué?

--Que entonces tendría que decirme una cosa.

--¿cuál?

--¿Qué cuándo me has convidado a tu paseo, y me has hecho partícipe de tus pensamientos?

--Adriana; si no quieres que me enoje verdaderamente, hablemos de otra cosa.

--Bien; pero antes, contéstame la última pregunta que voy a hacerte.

--hazla.

-- Dime: ¿es el primito Emilio la realidad de tus ensueños?

--¿por qué me preguntas eso?—dijo margarita con marcado asombro.

--por saberlo.

--pues no, no es él.

--¿no es él?

--No.

Entonces ¿Quién?

--Nadie.

Adriana sonrió silenciosamente.

Margarita miró fijamente a su amiga.

Y eran las azuladas nubes queriendo empañar el brillo del sol.

--¿por qué te sonríes así?

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ADRIANA Y MARGARITA

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Adriana abrió perezosamente sus aterciopelados ojos y sacudió su cabeza, cuyos negros rizos fueron a mezclarse con los rubios de Margarita.

--Me sonreía viendo tu franqueza.

--¿Qué franqueza?

--La que acabas de emplear con migo.

--Es la verdad, Adriana.

--Te creo, ya no estás enojada ¿verdad?

--Nunca lo he estado.

--Sin embargo, te pusiste seria.

--De lo contrario, no hubieras acabado hoy de reírte de mí.

--Tú sabes que son bromas.

--Lo sé, pero no me gustan.

--No te volveré a decir nunca nada.

--Siempre que haya de qué, me dirás.

--¿por qué lo dices?

--porque sé que es obra de tu carácter, y ese nadie es capaz de cambiártelo.

Adriana sacó un papel de la bolsa y se lo dio a margarita, diciéndole:

--Toma, mi querida amiga, tus “Ensueños”; guárdalos, y piensa que es mejor que hayan caído en mis manos y no en las de otro.

--Dices bien.

--NO hagas caso de mis cosas, y dime que a pesar de todo me quieres.

--A pesar de tus bromas, te quiero.

--¿de veras, Margarita?

--De veras, Adriana, cuenta con mi cariño siempre.

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ADRIANA Y MARGARITA

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--Gracias, margarita; y tú crees en la sincera y desinteresada amistad de tu amiga Adriana.

-- Oh, eso nunca lo dudaré!

Adriana se levantó.

--Nos Vamos, margarita, --dijo.

--Bueno; ven te presento a Emilio

--Todavía no.

--¿hasta cuándo?

--Hasta mañana.

-- y por qué hasta mañana?

-- es mejor.

--No veo en qué.

--Pues yo si veo.

--¿Qué ves?

--Que hoy va a estar ocupado.

--ocupado ¿en qué?

--en cualquier cosa.

--¿en qué cosa?

--Hablando contigo, por ejemplo.

--Conmigo, ¿hablando qué?

--Haciendo proyectos para el porvenir, tal vez.

--¿Quién te ha dicho eso?

--Nadie, es que yo me lo figuro.

--Tú siempre vas más allá…

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34 LUCILA GAMERO MONCADA

--Al contrario, me quedo atrás.

--¿Cómo?

--Que a veces cuando ya está arreglada una cosa, yo estoy pensando en los proyectos.

---Margarita miró asustada a su amiga.

Ésta la abrazó y ambas desaparecieron bajo los árboles del jardín.

VI

ENTRE LA AMISTAD Y EL AMOR

Quince días habían transcurrido después de los sucesos que he venido narrando.

Adriana había sido presentada a Emilio.

El joven quedó admirado de la inteligencia y la belleza de la joven Moreno.

Le agradaba más la conversación chispeante de Adriana que la dulce de Margarita.

Le parecían más brillantes los negros y expresivos ojos de la señorita Moreno, que los tranquilos y azules de su prima.

Dos días después de habérsela presentado, estaba perdidamente enamorado de ella, y le pesaba haber hablado tan pronto con su tío y haberle dado seguridad de casarse con su hija; y más aún, haber dicho a Margarita, muy formalmente, que dentro de un mes se casaría con ella.

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Este pensamiento lo arrebataba y hacia que se mostrara indiferente con Adriana!, pero un día olvidándolo todo, le confesó su amor a la joven Moreno.

Adriana recibió sus palabras con aparente dignidad, y aunque no contestó algo determinado, tampoco parecieron disgustarle las frases del joven.

Y era que Adriana no tenía a mal que la amara Emilio, pues ella también correspondía al afecto del joven; pero sus delicadeza le impedía confesar sus simpatías al hombre a quien su protector destinaba su hija, por más que Adriana no supiera con que título. Además, Adriana, aunque sospechando que su amiga pudiera amar a Emilio, no estaba segura de ello, pues la joven Alonzo siempre contestaba a sus preguntas con negativas.

Emilio, por su parte, ya estaba resuelto a romper un matrimonio que no deseaba: tal era el amor que sentía por la hermosa morena.

Así las cosas, dirijámonos al jardín.

La tarde estaba Hermosísima.

Allí, sentadas como de costumbre, estaban las dos jóvenes con las manos afectuosamente entrelazadas.

Sabes, Adriana, dijo Margarita estrechando con dulce abandono la mano de su amiga, --sabes que Emilio se va.

--¿se va? –preguntó con extrañeza la señorita Moreno.

Sí.

¿A dónde?

--A Guatemala

¿A qué?

No lo sé.

¿Y vuelve?

Tampoco lo sé.

--Es extraño que no lo sepas.

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--Sin embargo, es verdad.

--¿no sabes a qué va Emilio a Guatemala?—preguntó Adriana mirando fijamente a Margarita.

--La verdad, no sé.

Margarita, al decir esto, mentía.

--Margarita, tú me estas engañando.

--¡yo!

--sí, tú.

--¿pero cómo?

--muy fácilmente

--te aseguro…..

--No asegures nada.

--¿pero por qué?

--porque yo te leo en los ojos que es mentira lo que me estás diciendo.

--¡mentira! La palabra es fea.

--sin embargo, es verdadera.

--¿dices que miento?

--pruébame lo contrario.

--¿Cómo?

Hablándome verdad.

--es la que hablo siempre.

--¿sí?.... pues estaba engañada.

A Margarita le disgustó el acento con que Adriana pronunció sus últimas palabras, y le dijo:

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ADRIANA Y MARGARITA

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--Adriana, has la prueba.

--corriente, la haré.

--pero ya; no quiero que dudes de mí.

--bien: ¿amas a tu primo?

--¡qué pregunta, Adriana?!—dijo sin saber que contestar.

Adriana, fijando sus penetrantes ojos en los de margarita, volvió a decir:

¿Amas a Emilio?

--¡qué ocurrencia!

--eso es no decir nada.

--¿y qué quieres que te conteste?

--¿Qué si lo amas o no?

--pues bien, no lo amo.

--¿no?

--no.

--Te creía más franca.

--Contesto lo que siento, Adriana, dijo Margarita con fingido aplomo.

Esta vez Adriana no dudó.

--¿y Emilio te ama?

--no lo sé

--¡cómo! ¿No lo sabes?

-- no.

--¿Nunca te ha dicho nada de amor?

--Nunca.

--¿ni tu padre?

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--Tampoco.

--Margarita, no eres mi amiga.

--¿por qué, Adriana?

--porque no tienes confianza en mí.

--La tengo absoluta.

--¿Cómo no me contestas lo que te pregunto, tal y cómo es?

--Te contesto la verdad.

--mira, yo sería más franca.

--¿tú?

--sí, yo.

--¿tienes algo que decirme?

--si tengo.

--Concerniente a quién?

--A Emilio.

Margarita se puso pensativa.

Adriana continuó:

--Margarita, eres mi amiga ¿verdad?

--¿y los has dudado alguna vez, querida Adriana?

--Nunca.

¿Entonces?

--quería estar más segura de tu amistad.

--no dudes mí, que me ofendes con eso, y cuéntame, lo que tienes que decirme.

--¿no le dirás a nadie lo que te diga?

--A nadie.

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--pues bien: sábelo de una vez. Emilio me ama.

Un rayo que hubiera caído a los pies de Margarita no le hubiera hecho tanto efecto como esta confesión; pero contuvo su cólera;

--¿Emilio te ama? Preguntó

--Sí, dijo Adriana bajando la Cabeza.

--¿y tú?—preguntó Margarita con sombrío acento.

Adriana levantó la Cabeza y vio a Margarita que estaba pálida, descompuesta.

--¿Qué tienes?—dijo asustada, tratando de asir las manos de su amiga.

Margarita las retiró.

--No debieras haberme dicho eso—exclamó.

--¿por qué? Preguntó Adriana, asustada.

--¿por qué?

--sí, ¿por qué?

--porque yo lo amo,.. Dijo Margarita. —no consentiré que ame a otra mujer.

--¡tú!

--sí, yo.

¿No me acabas de decir lo contrario?

--No sé; pero te repito que amo a Emilio como él me ama. Mas, nuestro matrimonio está proyectado desde que estábamos pequeños. Emilio, al venir, me ha dicho que está dispuesto a cumplir lo que nuestros padres proyectaron y ha dado su palabra de honor de casarse conmigo.

Margarita hablaba con suma exaltación.

Adriana, Aterrada, buscaba como hacer creer a Margarita que era mentira todo lo que le había dicho. Hizo un gran esfuerzo, y dijo, procurando dar a sus palabras un acento alegre:

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--Margarita, lo que te he dicho es nada más que una broma, para hacer que me dijeras la verdad.

Nada tan natural como esta disculpa para convencer a la joven, dado el carácter de Adriana.

Pero Margarita solo dijo:

Me quieres desorientar, ¿no es así?

--Margarita, créeme, es una broma.

--no te creo. ¿Quién me había de decir, cuatro años antes, al traerte del colegio, que con esto me ibas a pagar?

Adriana se puso roja de vergüenza, de indignación, estaba herida en su amor propio. Lo último que acababa de oír de los labios de Margarita la dejó anonadada. Jamás pensó que su amiga le fuera a echar en cara, alguna vez, aquel servicio.

--Tú comprendes, añadió Margarita, sin mirar a Adriana, que después de lo pasado entre nosotras, no puedes seguir en la quinta.

Adriana se puso en pie de un salto.

--Lo sé. –dijo irguiéndose con esa majestuosa altivez y suma elegancia que eran suyas propias.

Luego, más calmada, y enjugándose las lágrimas que corrían por sus mejías, continúo con dignidad:

--Me iré, Margarita, pero hasta que te deje feliz.

Su resolución estaba tomada.

Margarita, arrepintiéndose de lo que había dicho; y las lágrimas de Adriana la convencieron de que había sido una broma de su amiga lo que acababa de pasar.

Adriana hizo ademán de retirarse, Margarita la detuvo arrojándose a sus brazos y diciéndole:

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--¡Adriana! ¡Adriana! No hagas caso de mis palabras, de mis locuras, perdóname!

Adriana quiso desasirse de los brazos de Margarita y salir del jardín: su aire era el de una reina, su altivez la de una diosa. Sus ojos, aunque llenos de lágrimas, no por eso dejaban de tener su brillo natural, ese brillo que, despertando simpatías, infundía respeto.

Adriana, al quererse retirar sin escuchar las palabras de Margarita, obedecía únicamente a la vos de su orgullo ofendido, no porque su corazón estaba de parte de su amiga, a quien adoraba.

--Adriana, por amor de Dios, perdóname!.... No sé lo que he hecho.. ¡Estaba loca! Tú sabes cuánto te he querido, cuanto te quiero.

--Margarita, yo sufriré de ti todo, porque bien sé que te debo mucho, pero que me humilles, que me desprecies ¡jamás!....

Margarita se dejó caer a los pies de su amiga, llorando y exclamando:

--¡Oh! Adriana! ¡Adriana!......

Adriana no fue dueña de su sangre fría, y esta vez habló el corazón y no la cabeza. Levantó a Margarita, la atrajo hacia sí y abrasándola y besándola, dijo:

---te perdono.

Las dos amigas estuvieron largo rato abrazadas, sin proferir palabra.

--Adriana—dijo Margarita—he sido una loca al hablar así. Escúchame; si Emilio te ama y tú lo amas, cásense; yo no me opongo; al contrario, haré lo que pueda por verte feliz. Tú sabes que te amo como a mi hermana y que tu cariño es lo que más me interesa; perdido eso, nada quiero.

--Margarita, contestó Adriana, --admiro tu sacrificio, pero no lo acepto; tú sabes que Emilio no me ama, ni yo lo amo. Al decirte aquello fue para saber la verdad;

Tuviste tú la culpa, ¿por qué no me hablaste francamente..

--Porque yo quería, cuando ya estuviera todo arreglado, correr a decírtelo sin que tú me lo preguntaras.

--¿solo por eso?

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--solo.

--¿nada más?

--Sí, sí; hay algo más que te lo diré, así como de ahora en adelante no te ocultaré nada.

--¿y qué es eso más?

--Pensaba que te ibas a reír de mí.

--¡Oh, qué mal me conoces! Yo, que me rio de las cosas pequeñas, tomo lo grande por su lado más serio.

--Adriana, no volvamos a recordar esta tarde.

--Tú la olvidarás; para mí su recuerdo es imperecedero, pues me recordará tu desprecio y la última vez que visité este jardín.

--¿Qué dices?

--Que hoy no puedo irme, pero que mañana será otro día.

--¡Adriana, piensas irte?

--Tú me lo has dicho; y aún sin decírmelo, me hubiera marchado.

--Adriana, tú no me quieres.

--Porque te quiero es que me voy; no quiero estorbar tu felicidad.

--Oh! ¿Qué estás diciendo? ¿Estorbar mi felicidad?---Adriana, si tú te vas, hoy mismo despido a Emilio y no lo vuelvo a ver nunca.

--¿y por qué?

--Porque quiero vivir contigo.

--¿y qué quieres que haga?

--Que no te vayas, que sigas siendo mi hermana.

--Bien, quiero que seas feliz; y ojalá pudiera pagarte con algo los beneficios que me has hecho!

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43 LUCILA GAMERO MONCADA

--yo solo te he dado disgustos. Adriana, que no sepa nada mi papá de todo lo que ha pasado.

--No lo sabrá.

--¿no te irás, dímelo?

--NO, ahora no.

--¿y después?

Ambas jóvenes se retiraron, dejando solo el jardín. Adriana llevaba la firme resolución de abandonar “la quinta”, pero hasta que margarita estuviera casada.

Margarita pensaba, por su parte, que el tiempo y sus pruebas de cariño harían que Adriana olvidara la violenta escena que acababa de pasar; pero se equivocaba. Adriana la querría siempre, la trataría como antes, la perdonaría su mal proceder, pero olvidarlo ¡nunca!

VII

ABNEGACIÓN

Cuando Adriana tomaba una resolución era difícil, por no decir imposible, hacerla cambiar de parecer. Pensaba mucho antes de determinar una cosa, pero una vez determinada se sostenía en ella.

Después de su conversación con Margarita sólo pensó en hablar con Emilio para asegurar el porvenir de su amiga, pues presentía que si ella no tomaba parte activa en dicho matrimonio, no se haría.

Se dirigió a la sala, en donde pensó podría estar Emilio. En efecto, allí lo encontró.

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44 LUCILA GAMERO MONCADA

Margarita estaba con don Fernando.

El Licenciado Miranda, al ver entrar a la joven, se dirigió hacia ella, sin saber lo que hacía.

--¡Caballero!... exclamó Adriana.

--Señorita…--contestó el joven.

--Deseo hablar con Ud.

--Estoy a sus órdenes, --dijo Emilio Inclinándose.

--¿es cierto que se va Ud. Mañana?

--Sí, señorita.

--¿Podría, sin ser indiscreta, hacer unas preguntas a Ud?

--De ninguna manera es usted indiscreta, señorita; y tendré verdadero gusto en complacer a Ud.

--Gracias. ¿Para dónde se va Ud. Mañana?

--para Guatemala.

--¿a asuntos de su matrimonio?

--No, señorita.

--¡cómo! ¿No se casa Ud. Con Margarita?

---Ud. Debe comprender que no, cuando sabe que sólo a Ud. Amo.

Adriana movió la cabeza y dijo:

--Pero yo no correspondo a su amor.

--Perdón, señorita, yo me había atrevido a esperar.

--Esperar ¿qué?

--Que usted me amara.

--¿y podría saber con qué derecho, caballero?

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ADRIANA Y MARGARITA

45 LUCILA GAMERO MONCADA

--yo creía que el silencio de Ud. Me daba ese derecho.

--Mi silencio sólo debía probar a usted que me era Ud. Absolutamente indiferente.

-- Señorita, yo lo tomaba de otro modo.

--pues estaba Ud. Equivocado.

--Además….

--Además ¿qué?

--Sus miradas, su acento……

---Mis miradas, mi acento, ¿qué, caballero?.... le interrumpió ella bruscamente.

--Me hacían esperar…

--Caballero, Ud. Toma las cosas como le parecen y no como son.

--¡Señorita!

¡Qué, Caballero!—exclamó Adriana, clavando sus ojos bellos y altaneros en el semblante confuso de Emilio.

--Perdóneme; pero Ud. Habla de lo que no siente.

Adriana lo miró con suma altivez.

--¡jamás! Me he tomado el trabajo de mentir, y menos aún, cuando nada me obliga a ello! –exclamó Adriana con majestuosa arrogancia.

--Señorita, yo no creo nada de lo que acaba de decir.

--¿entonces?

--¿estaba equivocado?

--Ud. Al conducirse así conmigo, no se ha portado como un caballero estando, como está, comprometido a casarse con Margarita.

--¿Quién se lo ha dicho a Ud.?

--Mi amiga.

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ADRIANA Y MARGARITA

46 LUCILA GAMERO MONCADA

--¿Margarita?

Sí: ya ve Ud. Que lo sé todo, todo.

Y recalcó estás últimas palabras.

--señorita, al ofrecerle casarme con Ud., es porque podía cumplir mi palabra.

--Adriana se rio de un modo particular.

--Desearía saber, caballero, si se puede casar Ud. Con dos mujeres al mismo tiempo.

--Ud. Se burla de mí, señorita., contestó con tristeza.

--¿Burlarme de Ud.? ¡Oh no! Lo que Ud. Ha hecho no merece burla, sino desprecio.

--Señorita, dijo Emilio—quiero justificarme ante Ud.

--¿de qué modo?

--Rompiendo inmediatamente el matrimonio proyecto con mi prima.

--¡valiente proceder digno de un caballero!

--¿y que quiere Ud. Que haga?

--¡yo! Nada.

Reinó un momento de silencio.

Emilio lo interrumpió diciendo:

Adriana, si Ud. No se casa con migo, tampoco me casaré con Margarita.

La joven se encogió de hombros, y cambiando de tono, dijo:

--Caballero, después de hacer las preguntas que he hecho a usted., venía a que me prometiera una cosa.

--¿Qué cosa?

--contésteme antes si está Ud. Dispuesto a concederme lo que le pida.

--Señorita, sea lo que fuere lo que Ud. Exige de mí, está concedido.

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ADRIANA Y MARGARITA

47 LUCILA GAMERO MONCADA

--¿Reflexionó Ud. Antes de comprometerse?

--he reflexionado ya.

--¿y hará Ud. Lo que yo le diga?

--Lo haré.

--¿me lo promete Ud.?

--Se lo prometo.

--Adriana miró a Emilio como si quisiera leer en el fondo de su pensamiento:

--¿Me lo jura Ud.? –dijo.

--Señorita, se lo juro y le doy mi palabra de honor que haré lo que Ud. Me diga.

--pues bien: yo quiero que Ud. Se case con Margarita.

--me pide Ud. Un imposible.

--le pido solamente que cumpla Ud. Con su palabra dada.

Emilio se quedó todo turbado.

Adriana continuó:

--Margarita ama a Ud.: Ud. Lo sabe perfectamente, y con nadie mejor que ella podrá Ud. Ser feliz.

--Yo había soñado otro porvenir.

-- se engaña: Ud. Había soñado casarse con Margarita. Además, Ud. Se lo ha prometido a ella y a su padre y ha jurado que hará lo que yo le digo, y yo quiero creerlo un hombre sin honor.

--señorita, me casaré con su prima.

--y ya verá Ud. Como va a ser feliz con ella.

--desearía preguntar a Ud. Una cosa, señorita.

--Diga Ud.

¿Seguirá Ud. Viviendo con nosotros, después que nos casemos?

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ADRIANA Y MARGARITA

48 LUCILA GAMERO MONCADA

--Ud. Comprende que no.

--¿no? ¿y por qué?

Porque no! En cuanto Uds. Se casen me iré de esta quinta.

--¿A dónde?

--A Guatemala, a donde: la Directora del colegio “La Igualdad”

--¿no tiene Ud. Parientes, señorita?

--solo un tío.

--¿Cómo se llama?

--Jorge Moreno.

--¿Jorge Moreno? Lo conozco.

--¿Ud.?

--Sí.

--¿Dónde lo conoció?

--En París.

--tal vez no será él.

--quien sabe! Es muy rico y solo tiene un hijo.

--¿un hijo?

--sí

--¿Cómo se llama?

--Julio.

¿Julio? Es él, no hay duda.

--Julio estaba estudiando en el mismo colegio que yo, y se recibió de médico hace poco. Es un joven muy inteligente.

Y mi tío ¿Qué hace? Piensa venirse a Guatemala?

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ADRIANA Y MARGARITA

49 LUCILA GAMERO MONCADA

Me dijo que vendría pronto a ver a una sobrina y a entregarle la herencia de sus padres, que él tiene.

--esa soy yo.

--Me alegro de que vuelva Ud. A ver a su tía y primo.

--Gracias, caballero.

--Adriana hizo ademan de marcharse.

--señorita, --dijo Miranda, --me casaré con Margarita, puesto que Ud. Lo quiere. Me voy mañana para Guatemala y vendré dentro de ocho días.

--Gracias por su condescendencia, caballero, --dijo Adriana, y salió de la sala.

Emilio, al verla alejarse, dijo:

--he ahí una joven que tiene más cabeza que corazón, y más agradecimiento que amor.

VIII

PREPARATIVOS

Emilio volvió de su viaje, ocho días después, como se lo había dicho a Adriana.

Don Fernando y Margarita, ayudados por la señorita Moreno, hacían los preparativos del viaje a Guatemala, donde se debía celebrar el matrimonio; pero pasado éste, regresarían con los convidados a “La Ilusión”, en donde habría un suntuoso baile.

Margarita estaba contenta.

Emilio, en apariencia, satisfecho.

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ADRIANA Y MARGARITA

50 LUCILA GAMERO MONCADA

Adriana, sin dejar de traslucir nada, se conocía que gozaba con la próxima felicidad de su amiga.

Don Fernando, cuatro días antes del viaje a Guatemala, mandó llamar a Adriana.

La joven acudió inmediatamente.

Alonzo la sentó a su lado, y le dijo:

--hija mía, necesito hablar contigo.

--Estoy a su disposición, señor.

--¿está arreglado todo para irnos el lunes?

--todo

-- El vestido de Margarita ¿ya está hecho?

--¿Cuál?

--El de novia.

-- sí, señor: Ud. Sabe que Emilio le regalo el traje completo.

--No me refiero a ese.

--¿A cuál, pues?

--al que yo le mandé hacer.

También está listo.

--¿y el tuyo?

--está ya, señor.

--¿Los hizo la misma modista?

--No, señor

--¿y por qué?

--Porque yo hice el mío.

--Mal hecho. Yo te dije que lo mandaras a hacer.

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ADRIANA Y MARGARITA

51 LUCILA GAMERO MONCADA

--es verdad, pero yo lo arreglé aquí.

--Mi deseo es que tú seas la madrina.

--Margarita me ha dicho lo mismo.

--¿y quieres ser?

--¡Oh, sí! Con mucho gusto.

Y el padrino ¿sabes tú quién es?

Sí; me lo dijo Emilio.

¿Quién es?

--Julio Moreno.

--¿Julio Moreno?

--sí, mi primo.

--es verdad; ya no me acordaba quien era Julio.

-- y a propósito, ¿te ha escrito tu tío?

--sí, me escribió

--¿qué te dice?

--que desea que vaya yo a vivir con él.

..¿y tú que piensas?

--no he pensado nada todavía.

--es tu tutor ¿verdad?

--sí, señor.

--¿tu herencia?

--me la piensa entregar en cuanto cumpla veintiún años.

--el año que viene, entonces.

--dice usted bien.

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ADRIANA Y MARGARITA

52 LUCILA GAMERO MONCADA

--¿Dónde ha estado Jorge?

--En París.

--y vino a Guatemala ¿Cuándo?

--hace hoy, ocho días.

--sigamos hablando del matrimonio de mi hija

--corriente, señor.

--¿has dispuesto que todo esté arreglado para nuestra vuelta?

--todo está dispuesto.

--¿no hará falta nada?

--No, yo se lo aseguro a Ud.

--Gracias, hija mía, gracias por tu actividad.

Adriana, comprendiendo que ya la conversación había concluido, besó a su protector y salió.

Poco tiempo después de haberse separado de don Fernando, le entregaron una carta: era de su tío.

En ella le decía que estaba todo arreglado para esperarla con la familia Alonzo. Que no había alquilado casa porque la de él era suficiente.

Adriana había hecho convenir a don Fernando y a Margarita en que irían a casa de su tío.

Todo estaba listo para el viaje.

El tiempo pasó rápidamente.

Llegó el lunes. Todos se pusieron en marcha para Guatemala; Emilio iba con ellos. Por la tarde llegaron. El matrimonio debía celebrarse el viernes próximo.

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ADRIANA Y MARGARITA

53 LUCILA GAMERO MONCADA

IX

EL DÍA DE LA BODA

La noche del 1ero de agosto de 1880, estaba el salón de la casa de don Jorge

Moreno, esplendido.

Todos los convidados estaban ya reunidos. Adriana iba y venía haciendo los

honores del baile. Innecesario me parece decir que estaba hermosísima: vestida

de raso blanco, propio para hacer resaltar más su deslumbrante belleza.

Todos los circunstantes estaban verdaderamente admirados de la gracia,

educación y hermosura de la señorita Moreno, y muy especialmente Julio.

De pronto todas las personas dirigieron la vista a un sólo lugar.

Margarita, apoyada en el brazo de su padre, acababa de entrar en el salón.

Estaba bellísima, si bien su belleza, no era tan radiante como la de Adriana.

Saludaron a la multitud y se dirigieron con paso lento a donde la señorita

Moreno.

Después de haber ejecutado la primera pieza de música se celebraron los

desposorios.

La concurrencia, momentos antes grave, se entregó muy luego a una alegría

franca y decente.

Adriana se acercó a felicitar a su amiga.

Después le dijo:

--Margarita, yo quisiera quedarme aquí.

--¿Qué dices, Adriana?

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ADRIANA Y MARGARITA

54 LUCILA GAMERO MONCADA

--Que deseo no ir con ustedes a la quinta

--pero no puede ser amiga mía.

--no puede ser, ¿por qué?

--porque yo no lo consentiría.

--nada más por eso?

Y porque es de muy mal tono que no vayas, siendo tú la madrina.

--por eso no, porque podría fingir que estaba enferma.

--Margarita fijó sus azules ojos en los negros de su amiga y le dijo con voz de

reconvención:

--¿es decir, Adriana, que ahora que me ves feliz quieres empañar mi felicidad?

--¿Cómo puedes pensarlo, Margarita?

--no es que lo pienso.

--¿entonces?

---es que lo veo.

--¿Qué lo ves? No te comprendo.

--¡no me habías de comprender! Quieres que sea completamente feliz, cuando

voy a estar separada de mi única hermana.

--- bien, Margarita, me iré con Uds. Pero regresaré muy pronto con Julio.

Margarita iba a contestar, cuando varias personas que se acercaron,

interrumpieron la conversación.

Empezaba a amanecer.

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ADRIANA Y MARGARITA

55 LUCILA GAMERO MONCADA

Poco después se dirigieron los novios con parte de los convidados a la iglesia.

Al salir de la iglesia todos se despidieron para irse a la “Ilusión”.

Así pasó esta noche, dejando grato recuerdo en el alma de los que asistieron al

baile y particularmente de Margarita y Emilio.

El sábado, los jóvenes esposos y la mayor parte de los convidados, llegaban a la

quinta.

Allí hubo un baile tan brillante como el de Guatemala.

Pero todo pasa. El segundo baile pasó, y todos los invitados regresaron a

Guatemala, quedándose únicamente Adriana y Julio.

Después todo volvió a quedar en su orden natural.

¡Oh goces del mundo, cuan pronto pasáis!

X

LA DESPEDIDA

Dos días después de estar en la quinta, dispuso Adriana retirarse de ella e irse a

vivir a casa de su tío.

Inútiles fueron todos los esfuerzos que hizo margarita para detenerla; cuando

Adriana una resolución, era irrevocable.

Mucho sentía la señorita Moreno separarse de su única amiga y de Alonzo, pero

veía que era su deber hacerlo.

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ADRIANA Y MARGARITA

56 LUCILA GAMERO MONCADA

Don Fernando no sabía nada de la ida de Adriana, hasta que esta, acompañada

de margarita, se presentó en su habitación.

Las dos jóvenes iban con semblante triste y lloroso.

Alonzo se asustó cuando las vio:

--¿Qué es lo que tienen, hijas mías? Dijo

--Nada papá, contestó Margarita

--- ¿Y entonces?

--- es que Adriana nos deja.

--- ¿Adriana nos deja?

--Sí.

--¿Qué estás diciendo?

--La verdad, papá.

--¿es cierto, Adriana? –preguntó Alonzo.

--cierto, don Fernando,--contestó la joven con inseguro acento.

--¿nos dejas, hija mía?

--sí, señor.

-- sí, hija mía. ¿te disgusta, acaso vivir en la quinta?

--Oh! No, señor.

--entonces ¿por qué te vas?

--porque deseo vivir con mi tío.

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ADRIANA Y MARGARITA

57 LUCILA GAMERO MONCADA

--yo pensaba, Adriana, que los cuatro años que has permanecido con nosotros

me daban el derecho a llamarte hija.

--Don Fernando, yo estoy orgullosa y agradecida de la manera con que Ud.me

ha tratado; y aunque me he hecho la ilusión de creerme su hija, no me creo

capaz de merecer ese título.

--Luego, ¿me crees tu padre?

--algunas veces he abrigado esa dulce creencia.

--¿y he sido bueno contigo?

--don Fernando, Ud. Ha sido para mí el más cariñoso de los padres.

--¿y que es mejor para ti, vivir con un padre o con un tío?

--debe ser mejor con un padre, pero..

--¿por qué?

-- mi tío vive solo y me llama a su lado.

--¿y yo no estoy solo?

--Ud. Está con sus hijos.

--Tú eres mi hija..

--señor, es indispensable mi viaje.

--Adriana, yo tenía la consoladora creencia que nunca te separarías de mí.

--yo también gozaba creyendo, lo mismo, más…

---pero, de repente te aburriste de nosotros.

--¡Oh, eso nunca!

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ADRIANA Y MARGARITA

58 LUCILA GAMERO MONCADA

--yo no hallo otro motivo.

-- lo hay; pero Ud. No quiere reconocerlo.

--- hija mía, no nos dejes solos.

---Ud. Queda con sus hijos, don Fernando.

--- ¿y porque quedo con ellos no me vas a hacer falta?

---yo no digo tanto…

---papá, no la dejes ir, --exclamó Margarita abrazando el talle de Adriana.

---Margarita, amiga mía, suéltame.

--¡Oh, no te irás, no te irás!

---Don Fernando, dijo Adriana con voz dulce y haciendo un gran esfuerzo por

parecer serena, --no sé cómo deba dar a Ud. Las gracias por lo bueno que para

conmigo ha sido Ud.: no hay palabras humanas que puedan expresar mi

agradecimiento..

Y al decir esto, le tendió una mano a su protector, mano que él tomó en las

suyas.

--Amiga mía, dijo la señorita Moreno, dirigiéndose a Margarita y estrechándola

en sus brazos:--¡adiós! Mi agradecimiento para ti será inmenso y mi cariño

imperecedero. Te debo mucho, te debo la única felicidad que en mi vida he

gozado… no llores, Margarita, volveremos a estar juntas…

Y ella se echó a llorar sin poderse contener.

--Adriana, esto es horroroso!... te vas, me dejas sola. ¿Qué voy a hace? Yo que

estaba acostumbrada a vivir contigo, solo contigo; tú eras mi única hermana, mi

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ADRIANA Y MARGARITA

59 LUCILA GAMERO MONCADA

única amiga; y te vas, y no piensas que me moriré de dolor, de tristeza, al verme

separada de ti. ¡Oh Adriana, tú no me quieres!

--Adiós, Margarita, Adiós. Nos volveremos a ver allá en Guatemala, cuando tú

vayas. No me olvides, quiéreme mucho como yo te quiero, y ….¡adiós!....

Y las dos amigas, después de abrazarse y besarse como dos hermanas, se

dirigieron al corredor.

Julio estaba esperando a Adriana, con las bestias preparadas.

Prima mía, ¿estás lista?—preguntó.

--Sí, Julio.

--Entonces…….

--¿ya le dijiste adiós a don Fernando?

Le preguntó la joven Moreno.

--Sí, antes que tú.

--Pues vámonos.

--Adiós, señora, dijo, despidiéndose de Margarita,

--me tiene usted a sus órdenes.

-- Adiós, doctor, --.contestó la joven, con voz apenas perceptible.

Adriana tendió su temblorosa mano a Emilio.

Señorita, voy con Uds. Dijo Miranda, tomando la mano de la joven.

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ADRIANA Y MARGARITA

60 LUCILA GAMERO MONCADA

---dispénseme, Emilio; yo agradezco a Ud. Su buen deseo de acompañarnos u

rato, pero es mejor que Ud. Se quede acompañando a don Fernando y a

Margarita.

Emilio no insistió.

--Hasta la vista, amigo mío, --dijo el doctor Moreno apretando la mano del

Licenciado Miranda.

--hasta la vista, querido doctor.

Julio, loco de contento, corrió a montar a su prima, y los dos tomaron el camino

de Guatemala.

La quinta quedó tristísima; parecía que Adriana era el alma de la casa.

Julio, en el camino, entabló la siguiente conversación con Adriana.

---ahora veo, prima, dijo que verdaderamente quieres a Margarita.

--oh, y mucho

---y yo que pensaba que las mujeres entre sí no se profesaban cariño sincero.

---Lo creo; esa es la creencia general de Uds. Los hombres; por sus amistades

juzgan las nuestras.

---Cáspita, Adriana, eres injusta; pero yo te aseguro que de hoy en adelante

creeré en la sinceridad de los afectos del sexo bello, o bien en la tuya, que bien

las has probado.

---gracias, primo.

¡Gracias! ¿De qué?

--- de las buenas palabras que me prodigas.

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ADRIANA Y MARGARITA

61 LUCILA GAMERO MONCADA

--- es que si yo dijera todas las que mereces, no acabaría en este año.

----estás muy parlero y galante.

--¿cómo no estarlo si tengo la inmensa dicha de hallarme al lado de mi

encantadora prima?

--- ¿es acaso una dicha?—exclamó Adriana distraída.

--Oh, y de las más agradables! Cada vez que te miro hallo….

--¿qué hallas?

--- que eres linda como una estrella.

--¿yo?.... dijo Adriana con acento burlón.

--- y brillante como el sol.

---muy bien dicho, Adelante.

--Capaz de enloquecer….

---- ¿a un cerebro menos flojo que el tuyo?

---pardiez.*2

--- ¿ya no hay más?

--¿Cómo no había de haber, cuando por ti olvido hasta a los ángeles, Primita?

--¿a los ángeles de París?

--no, burlona, a los ángeles del cielo.

--- ¿has estado alguna vez enamorado de ellos?

--- preguntó Adriana riéndose.

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ADRIANA Y MARGARITA

62 LUCILA GAMERO MONCADA

Caramba, tiranía mía, que lo acosas a uno de tal manera que no hay más

remedio que rendirse ante tu ingenio.

---te repito que estás muy galante.

--muy contento y nada más. Te fijaste, añadió de repente, --en el modo como te

miraba Emilio.

¿Emilio?—exclamó Adriana, sintiendo que se ponía colorada.

--sí

-- no me fijé

-- Oh debías haberlo hecho.

--¿y por qué?

-- por qué te miraba con una insistencia que si Margarita fuera celosa…

--¿y bien?

-- tendría motivo para estarlo.

---Jesús! Dijo la señorita Moreno, arrugando su linda frente.

No te enfades, primera mía; yo lo digo solo por él, porque tú eres pura como un

rayo de luz; y, además, noté que al decirle adiós ni siquiera te dignaste en

mirarlo, sino que tus ojos se fijaron en esta camelia que tengo en el pecho. ¿En

qué pensabas entonces, Adriana?

-¡yo! No sé; quizá en que esa camelia es de las más bellas que he visto.

--quieres aceptarla? Dijo Julio Ofreciéndosela.

-- no, gracias; guárdala y no pienses que ha sido una indirecta para que me la

des.

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ADRIANA Y MARGARITA

63 LUCILA GAMERO MONCADA

-- si la desprecias, la arrojo al suelo.

--será una lástima, porque, verdaderamente, es Hermosa.

--pues tómala, tómala, dijo y la dejó caer en las enguantadas manos de su prima.

Ésta la cogió, colocándosela sobre el corazón, precisamente en el mismo lugar

donde la había tenido Julio.

--Oh, qué bien está ahí esa flor, --exclamó el doctor Moreno, parece que de mi

corazón ha pasado al tuyo; ¿pretenderá unirlos, hermosa prima?

--cállate—dijo Adriana contemplando la linda flor.

-- si en este momento, te viera, se volvería loco, dijo Julio como completando un

pensamiento.

--¿te viera, quién? Preguntó la señorita Moreno sorprendida.

--Pues quién había de ser: Manuel.

--¿qué Manuel?

--aquel a quien tan bonitamente desahuciaste, y que. A pesar de sus desvíos,

sigue rindiéndote adoración.

Dios mío, no me hables de él.

--¿por qué? ¿Sientes acaso haberlo despedido?

--¿yo? –exclamó Adriana, haciendo con los labios ese gesto desdeñoso que era

propio de ellos, al mismo tiempo que su semblante tomaba esa expresión

despreciativa que siempre aparecía en él cuando le decían que algún hombre

podía impresionarla.

--¿lo desprecias?—dijo el doctor Moreno.

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ADRIANA Y MARGARITA

64 LUCILA GAMERO MONCADA

--¿despreciarlo? Te engañas, es muy apreciable, y si todavía me ama, lo

compadezco únicamente.

--¿por qué?

--por la sencilla razón de que nunca lo amaré.

--¿y a Héctor, prima?

--¿ a Héctor, qué?

--¿lo amas?

--no, niño.

--¿y a Enrique?

--tampoco

..Y a….

Ni a pedro, ni a Antonio, ni a miguel, ni a Luis ni a Carlos, en fin, dijo Adriana

con suma impaciencia.

¿Conque es decir que tienes tan duro como un Diamante?

Tal vez.

¿Nunca has amado, prima mía?

--¿pero es un interrogatorio éste?

Y con trazas de ser muy largo.

--pues no quiero contestarte.

Harás mal.

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ADRIANA Y MARGARITA

65 LUCILA GAMERO MONCADA

Nada tiene.

Luego, moviendo la cabeza, añadió.

--en cuanto a lo de Emilio es, y así debes creerlo, nada más que una suposición

tuya.

--los ojos de un enamorado no se engañan jamás,

--dijo Julio resueltamente.

Adriana, fingiendo no haber oído a su primo, agitó en el aire su látigo, y

acariciando con los hijares de su cabalgadura, partió al galope con la elegancia y

desenvoltura de la hondureña. Y ya que digo hondureña, conviene que dé aquí

una explicación que había de haber dado antes, pero que se me pasó

inadvertidamente.

Adriana Moreno era hondureña de nacimiento, sus padres eran hondureños

también; pero por caprichos de la suerte tuvieron que abandonar su patria y

trasladarse a la vecina república de Guatemala, llevando a su hija, la que

contaba entonces cuatro años.

Poco tiempo después de haber llegado a Guatemala los padres de Adriana,

murieron, y la joven quedó confiada, como ya lo saben mis lectores, a su único

tío, el padre de Julio, que hacía pocos años había dejado Honduras, para ir en

busca de fortuna a la misma república.

De manera que Adriana, aunque crecida en Guatemala, era de origen

hondureño; los tibios y perfumados aires de Honduras mecieron su cuna; los

dulces trinos de los pajaritos hondureños arrullaron su sueño; el azulado cielo

de Honduras, su espléndida y rica naturaleza recrearon sus ojos; y, por último,

sus modales, su elegancia exquisita, y esa gracia, y esa distinción que

emanaban, por decirlo así, de toda su persona, no podía ser menos que la de

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ADRIANA Y MARGARITA

66 LUCILA GAMERO MONCADA

una hondureña llena de cultura, cuya educación a sido desarrollada al aire libre

de Guatemala.

Adriana quería a su patria adoptiva, pero nunca con aquella sinceridad, con

aquella efusión con que amaba a su verdadera patria, y cuyo recuerdo, como

eco turístico de pasadas, venía a turbar con mucha frecuencia la tranquilidad de

su vida.

Cuantas veces dirigiendo sus ojos hacia nuestra bella patria, y como

interpretando y expresando así los sentimientos de la que describe estas líneas,

solía exclamar:

--¡Ah, mi hermosa, mi adorada Honduras, si todos te amaran cual te amo yo!

Más, dando estas explicaciones, carísimos lectores, el tiempo se ha pasado, y

hemos perdido de vista a nuestros dos viajeros; pero no, miradlos, miradlos

bien, y ver que ya están en las puertas de Guatemala.

XI

EN EL HOGAR

Margarita y Emilio siguieron viviendo en la quinta. Margarita, aunque triste, el

cariño de su esposo la consolaba de la separación de su amiga.

El señor Alonzo desde que se marchó Adriana, se fue poniendo más triste, más

débil y a veces ni las medicinas quería tomar.

Las atenciones de sus hijos no eran suficientes para borrar la honda melancolía

del anciano.

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ADRIANA Y MARGARITA

67 LUCILA GAMERO MONCADA

Emilio llamó al doctor Moreno para que asistiera a don Fernando.

Julio examinó a Alonzo y no halló en él ninguna enfermedad declarada, solo una

gran debilidad.

--amigo mío, --le dijo a Miranda, --don Fernando es una lámpara que se apaga

por falta de gas; se muere, porque le falta vida.

No obstante esto, recetó varios remedios, de esos que sirven, más que para

alivio del enfermo, para consuelo de los dolientes.

Un día fue Margarita a ver como seguía su padre y lo halló pero que los otros

días.

--papá—le preguntó, ¿Cómo te sientes?

--mal, hija mía.

--¿quieres que te dé el remedio?

El anciano sacudió la cabeza

--no, dijo.

--pero es necesario.

--¿necesario?

--si, padre mío.

--necesario ¡para qué?

--para conservarte la vida.

--pobre hija mía—dijo poniendo su desarmada mano sobre el hombro de la

joven—no sabes que las medicinas son impotentes para la vejez.

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ADRIANA Y MARGARITA

68 LUCILA GAMERO MONCADA

Ellas te curarán.

--no te hagas ilusiones; mi fin está ya muy próximo.

Margarita sintió oprimirse dolorosamente el corazón.

--toma el remedio, papá.

--te digo que no, --exclamó el anciano con resolución.

--Dios mío!—dijo la joven.

--guarda ese remedio porque no lo volveré a tomar.

--tómalo, padre mío, que si no te alivia del todo, siquiera te mejorará.

--¿y qué importa morir uno o dos días antes? De todos modos he de morir; pero

muero tranquilo.

¿Acaso no he cumplido con mis deberes? Dos hojas tengo, la una verdadera, la

otra adoptiva; por primera que eres tú, no tengo que temer, dejo asegurado tu

porvenir y te veo dichosa. Eres dichosa ¿verdad?

--viéndote sufrir ¿Cómo he de serlo?

Te hablo prescindiendo de mí.

--yo no puedo prescindir de mi padre.

--¿no? Pues yo te voy a probar que aun prescindiendo de mí serás dichosa.

Suponte que hoy muero…

--yo no puedo suponerme eso,--le interrumpió Margarita con tristeza.

Suponte que hoy muero, --añadió Alonzo—me llorarías mañana, y tal vez otros

días; pero poco a poco, los quehaceres de la casa y otras muchas ocupaciones

distraerían se pensamiento, haciéndote olvidar al pobre viejo. Después, el

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ADRIANA Y MARGARITA

69 LUCILA GAMERO MONCADA

tiempo, las ocasiones de divertirse, todo contribuirá a hacerte dichosa, sin que

por eso, de cuando en cuando, al acostarte, reces un Padre Nuestro por el alma

que te dio el ser. Esa es la vida, hija mía, esa es la vida!

--no digas eso, papá.

--pero si es lo cierto. En cuanto a mi otra hija, Adriana, creo que será feliz con su

tío. ¿Crees tú lo mismo?

--sí, pasa muy bien con él.

--¿sabe de mi enfermedad?

Si sabe.

--desearía verla antes de morir, ¿no te ha dicho si viene?

--no, porque tiene a su tío enfermo.

Margarita mentía a su padre.

--Margarita, -dijo don Fernando, con voz suave y pausada, quiere siempre a

Adriana, trátala con el mismo cariño de antes y como hermana, salúdala de mi

parte y dile que siento mucho no verla ahora, y que después…después..

La debilidad del anciano era extremada.

--Padre mío, toma el remedio, exclamó Margarita llorando.

Alonzo. Volvió a sacudir su desencarnada cabeza, y dijo, como delirando.

--ay, hija mía, ¡que feo es morir! Como tengo la cabeza vacía… que debilidad

siento… mis miembros se ponen rígidos… mis manos frías, muy frías…. No, no

llames, no me dejes solo. ¡Qué desvanecimiento… hija mía, ponme la mano aquí,

sobre el corazón que quiere estallar… que horribles, que horribles son estos

momentos entre el ser y no ser. Adiós, hijas mías.. Dios mío… Dios mío…..!

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70 LUCILA GAMERO MONCADA

Se llevó las manos a pecho, y le empezó la agonía de la muerte.

Margarita, loca de dolor, corrió a llamar a Emilio. Cuando volvió con él no

encontraron más que un cadáver.

Pasaron meses… Margarita, vestida de luto, estaba sentada en el corredor de la

quinta de su padre.

Emilio, a pocos pasos de ella, estaba también, sentado con una niñita en las

piernas y entretenido con los negros rizos de su hija.

--Mira, Margarita—decía, que hermosa es nuestra pequeña Adriana, nuestra

hija.

Se parece ¡cosa extraña! A su madrina, tu amiga: tiene, como ella, el cabello y los

ojos negros; la boquita sonrosada, y en los labios ese desdén picaresco propio

de Adriana.

--Es cierto, --contestaba Margarita; ¡ojalá fuera tan buena como ella!

Esta escena se repitió con alguna frecuencia entre los habitantes de la quinta

que, aunque echando de menos al bueno de don Fernando, no por eso dejan de

ser felices.

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XII

¿QUE FUE DE ADRIANA?

Adriana, al saber la muerte de don Fernando, lo sintió mucho y le guardó luto

como si hubiera sido su verdadero padre.

Con mucha frecuencia escribía a Margarita, y se notaba, en el estilo de sus

cartas últimas, que su tristeza iba pasando.

Poco tiempo después de estar en Guatemala llamó a la Directora del colegio y la

rogó abandonara la dirección del establecimiento y fuera a vivir con ella, donde

nada le faltaría. La buena Directora, que deseaba descansar, aceptó sin mucha

dificultad este ofrecimiento.

Julio estaba perdidamente enamorado de Adriana y solo deseaba casarse con

ella.

El amor que Adriana había creído sentir por Emilio, se había desvanecido en su

mente, y no le quedaba de él, ni el recuerdo. Seguramente fue un momentáneo

devaneo, que nunca llegó a convertirse en amor verdadero.

A medida que la imagen de Emilio iba borrándose de su mente, la de Julio crecía

con suma rapidez. La gracia del joven, su hermosura e inteligencia hicieron que

Adriana lo amara con un amor que en nada igualaba al débil afecto que había

sentido por Emilio, y que en realidad, no fue más que una ilusión de su

acalorado cerebro.

Tanta indiferencia mostró por Miranda, que el mismo Emilio, que en un tiempo

creyó ser amado, se convenció luego de que la joven no había tenido por el más

que simpatía.

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ADRIANA Y MARGARITA

72 LUCILA GAMERO MONCADA

Un día, estando Adriana sola en el salón de la casa de su tío, entró Julio y fue a

sentarse en un sofá al lado de ella.

--vive Dios, prima mía, que siempre estás deslumbradora, le dijo.

--y tú siempre galante.

--Desearía una cosa. Adriana.

--¿Cuál?

Que habláramos formalmente

Está bien, contestó Adriana.

Tengo muchas cosas que decirte.

--haré paciencia para escucharte.

Abandona tus bromas, y óyeme.

--¡Dios mío!.. ¿Qué tendrás que decirme?

--Algo de que depende nuestra mutua felicidad.

--¡Jesús! Me asustas; será mejor que te calles para que no turbes mi calma.

--No puedo callarme.

--pues habla pronto-- exclamó, al tiempo mismo que sus ojos se fijaban en los

del doctor, como si quisieran imponerle silencio.

--no me mires así dijo Julio.

--¿Cómo? – preguntó la joven, atenuando o, por así decirlo, anegando la

expresión de sus soberanos ojos.

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ADRIANA Y MARGARITA

73 LUCILA GAMERO MONCADA

--como me mirabas hace un momento--, contestó Moreno, con acento de

profunda tristeza.

--Adriana sintió penetrar aquel triste acento hasta el fondo de su corazón; e se

inclinó hacia Julio como para decirle algo, pero se detuvo.

y estaba mitad tímida, mitad resuelta.

En ese instante hasta sus bromas había olvidado. Julio contemplaba en silencio,

y aun se atrevió a tomar en las suyas la perfumada mano de la señorita Moreno,

mano que la Joven ni pensó en retirar.

En aquel momento los dos jóvenes mostraban un cuadro digno del pincel de un

buen artista.

Y era que Julio estaba realmente hermoso; tenía en el semblante ese algo de

tristeza, de súplica, que tan fácilmente impresiona a las mujeres. Por lo demás,

su alta estatura; lo esbelto y bien proporcionado de sus formas; el color

ligeramente trigueño de su cutis; sus ojos grande, negros y con expresión de

profunda melancolía; su castaño y un tanto rizado cabello; su negro y poblado

bigote; lo elegante de sus maneras, y esa simpatía que inspiraba a todos los que

le trataban, no era nada desfavorable a los ojos de una señorita.

Y permanecía allí, cerca de su amada, que en aquél momento parecía ser la

realización de un dulce sueño de amor: bella hasta el idealismo, casta y pura

como la sonrisa de un ángel; y Julio la miraba, y oprimía más y más la mano de

su prima, hasta que ésta, como saliendo del arrobamiento en que estaba y

volviendo a la realidad, la retiró bruscamente.

Julio la miró asombrado.

--¿qué es esto? –se dijo

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Pues no, no era nada; capricho de la mujer que quiere.

Alguna justicia deben tener los hombres al decir que el corazón de la mujer es

una cosa inexplicable. La mujer quiere, pero al mismo tiempo daría su vida por

el hombre que ama, tiene no sé qué placer secreto en hacerlo padecer, siempre

que en ello halla una nueva prueba de amor. Cuando están en sociedad—bien

que esté allí su amado, y salvando las excepciones que son varias, es muy

frecuente que al que le es indiferente, le dirijan una sonrisa, también

indiferente, pero que a los ojos del enamorado, tiene mucha significación; y

cuando después su pretendiente les hace algún cargo, ellas contestan

enviándolos con su mirada al fuego.

--Eres un niño.

Y le brindan su sonrisa más seductora.

La mujer, pues, juega con el hombre—y permítaseme la frase tan vulgar –como

el gato con el ratón; ya lo cogen, ya lo sueltan, y por último, si el ratón no anda

listo concluyen por….por atraparlo de veras; pero lo cierto de todo es que esa

mitad del género humano a quien llaman sexo bello, ese pedacito de hombre,

que ya tiene el aliento de un gigante, y la timidez de un niño, muy severa, y a

veces muy condescendiente; con cosas de grande y candideces de chiquito,

capaz de todo lo bueno, y quizás de todo lo malo; esa mitad, digo, es la única

que puede hacer al hombre conocer la felicidad verdadera.

--Pero volvamos a nuestra historia.

Julio, como ya lo dije, se quedó asombrado del repentino cambio de la joven, e

inclinándose hacia ella, le dijo:

Adriana, óyeme.

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--Habla pues, -- dijo la señorita Moreno, sacudiendo con bien estudiada

indiferencia la cabeza.

-- pero deja ese aire que tienes.

--¿qué aire tengo?

--majestuoso.

--¿es decir que si fuera reina me temerías?

---No, puesto que lo eres y no te temo.

--¿yo?

-- sí, tú.

--¡yo! ¿Reina?

-- Sí; la reina de mi corazón.

Adriana posó sus ojos en los de su primo, y había en ellos un no sé qué, que

atraía, y una mezcla de duda, de gozo, y en el fondo de todo eso estaba el amor.

--¡yo! – repitió con un acento difícil de definir.

-- sí, tú, a quien adoro.

Y había vuelto a acercarse a la joven y su rostro casi la acariciaba.

--Te amo, Adriana, -- murmuró con el acento de la pasión más vehemente.

Parecía que la joven no le escuchaba; su mirada semejaba dormir; estaba

encarnada como una fresa, y su seno se mecía como se mecen las olas de una

tarde de verano; y doblaba la cabeza como para escuchar la suplicante voz de

Julio que la murmuraba al oído.

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--¿me amas, Adriana?

-- y seguía callando hasta que el joven agitándole las manos le decía:

-- mas, ¿Qué tienes? Contéstame: ¿me amas?

Húmedos, llenos de amor, los ojos de la señorita Moreno se fijaron en los de

Julio, prometiéndole un mundo de felicidad.

--¿pero consientes en ser mi esposa? ¿Me amas?

Al tiempo mismo que los labios de la señorita Moreno se abrían para dejar que

saliera esta frase tan ansiada y que más bien parecía ser un suspiro:

--Sí

--Oh! Qué feliz me haces, mi adorada, mi prometida, dijo Julio, abriendo los

brazos para estrecharla en ellos; pero no anduvo listo, porque la joven

comprendiendo su intención, se escapó ligera como una gacela asustada, y,

parándose en la puerta, le dijo:

--todavía no, señor mío.

Doce días después de la conversación que acabo de referir, se celebró el

matrimonio de Adriana con Julio, en el cual fueron padrinos Margarita y Emilio.

Así que se retiraron los convidados, se acercó Julio a su esposa, y mientras la

oprimía sobre su corazón, le preguntaba:

--¿y ahora, Adriana, ahora?

Y la joven apoyando lánguidamente su encantadora y maliciosa cabeza en el

pecho de su esposa, le contestaba:

--Ahora… Ahora tal vez….

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Unos pincelazos más y concluiré.

---Emilio ha sabido convertir en amor el cariño que tenía a su esposa.

La mayor parte del tiempo viven en Guatemala, y raras veces van a “La Ilusión”,

a donde nunca han querido acompañarlos Adriana y julio, buscando, para ello,

una buena disculpa.

Adriana, cuando más feliz es, se acuerda de la tarde más memorable de su vida;

y sin embargo siempre quiere igual a Margarita.

Terminó, pues, mis queridas, bellas y simpáticas lectoras, las morenas de

mirada ardiente, de ojos enloquecedores, de abundantes u obscuros cabellos,

de alma grande y noble, deseándoles un marido tan galán y excelente como

Julio Moreno.

Y a vosotras también, las rubiecitas, las tímidas, no os olvido, y quiera Dios

concederos un esposo tal como Emilio Miranda para que se recree mirando

vuestras azules pupilas de ángel.

--mas los lectores dirán:

--¿y a nosotros?

--A vosotros? ¡Bah! Vosotros tenéis el mundo donde escoger, y culpa vuestra

será si no sabéis encontrar una Adriana, o una Margarita; pero yo os digo: tened

mucho cuidado, escoged bien; ved que el matrimonio es cosa seria; y que yo, en

los diez y ocho años que tengo de vida, no he conocido más que un matrimonio

completamente feliz: el de Adriana y Julio.

FIN

1897

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*Casa de recreo en el campo, cuyos colonos solían pagar por renta la quinta parte de los frutos. (Drae, 2014)

*1 Fruta del Árbol de la familia de las Rosáceas, especie de cerezo, del que puede distinguirse por ser las hojas más pequeñas y el fruto más redondo y comúnmente ácido. (Drae, 2014)

*2 interj. coloq. Par Dios. (Drae, 2014)