Alberto Moreiras. ¿Puedo madrugarme a un narco? Posiciones críticas en LASA

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    cuadernos de literatura Vol. XVii n33 enero-Junio 2013

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    Pudo madugam

    a u aco? Poscosctcas LASA

    Can I Outsmart a Narco? Critical Positions in LASA

    Posso dar milho no narcotrafcante? Posies crticas em LASA

    Albto MoasT e x A S A & M U n i v e r S i T y

    Proesor de Estudios Hispnicos en Texas A&M University. PhD de la

    University o Georgia. Ha publicadoLnea de sombra. El no sujeto de

    lo poltico (Palinodia, 2006),Pensar en la posdictadura (Cuarto Propio,2001), The Exhaustion of Difference. The Politics of Latin American

    Cultural Studies (Duke University Press, 2001), Tercer espacio: duelo

    y literatura en Amrica Latina (Arcis-LOM, 1999),Interpretacin y

    diferencia (Visor, 1992),La escritura poltica de Jos Hierro.Estudio

    y antologa (Esquo, 1987). Correo electrnico: [email protected]

    Ensayo

    Publicado originalmente en la revista digitalFronterad, el 27 de junio de 2012.

    sici : 0122-8102(201301)17:332.0.tX;2-s

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    Dicen que cada uno habla de la eria segn le va en ella, y no podra ser deotro modo en erias tan vastas como el30 Congreso de la Asociacin de EstudiosLatinoamericanos (LASA), que tuvo lugar en San Francisco en mayo de 2012. La

    asociacin tiene unos 5.000 miembros, de los cuales asistieron unos 4.500, y elprograma lista 999 paneles y actividades en su primer avatar, Nueva York 1968,haba solo siete paneles. Una amplia mayora de miembros procede del campoacadmico norteamericano, de todas las disciplinas relevantes, pero numerososintelectuales latinoamericanos y europeos son tambin miembros o acuden comoinvitados especiales. La conerencia, que pasa ahora a ser anual, despus de mu-chos aos de convocarse cada 18 meses, es tradicionalmente el lugar donde setoma el pulso al estado de la discusin en los campos disciplinarios especcos.

    Es algo as como la meca del latinoamericanismo, entendido como la suma dediscursos sobre Amrica Latina y en cuanto tal tiene algo de enciclopedia chinasegn Borges: la coleccin de palabras es siempre heterclita y anacrnica. Sejuntan generaciones y escuelas, se separan ormas de trabajo, se renen propuestascontradictorias, se disciernen ideas emergentes, y se entierran, no tanto vivas comomedio muertas, las que ya no son ideas, pero a veces quieren continuar sindolo.

    As que el eriante curiosea entre opciones. Puede optar por una pelcula (elestival de cine oreci 29 este ao) o pasearse por la zona donde las editoriales

    muestran sus libros, comprar alguno, hablar con algn editor inadvertido. Puedeir a paneles, recepciones, mesas redondas o sesiones presidenciales. Y tambinpuede instalarse en la caetera o el bar y esperar all a que vaya pasando la gentea quien conviene saludar. Lo ms divertido es hacerlo todo, claro, para tener mu-cho de qu hablar. Los viejos conocen a los jvenes y los jvenes comprueban losvarios estados de salud o decrepitud mental de sus mayores. Los amigos se juntany conspiran con ms o menos inocencia, aunque siempre hay alguno que preeresentarse contra la pared, para evitar visitas por la espalda. Hay una poltica de lossaludos, de las miradas, de los ninguneos, y hay una poltica del acercamiento,

    de la distancia, de la intimidad. Siempre se acaba hecho un manojo de nervios,adems de osatina. LASA es interesante o catastrca, y uno regresa inspirado opensando en cambiar de industria adems de severamente arruinado. Yo pagu250 dlares por noche en el hotel, y mi cena en el por otra parte mtico ChezPanisse, de Berkeley, me cost 169 dlares. Sin pasarnos en el vino.

    Haba razones por las que este LASA en particular produca hormigueos enel estmago por adelantado. Era la primera vez que se reuna en suelo estadouni-dense un gran nmero de cubanos, por cuestiones relacionadas con la poltica

    ederal de visados. Pero, ms all de eso, lo cierto era que las ltimas conerenciashaban producido mucho desencanto y mucho desconcierto. Fuera de la calidad

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    personal de muchas ponencias, por supuesto, Toronto ue desastrosa, y me di-jeron que Ro de Janeiro tambin. En Montreal hubo algunos paneles buenos,pero poca cosa. Claro, entre mis opciones. LASA es siempre muchos LASA, y

    el mo es microcsmico, como el de todos, y para muchos asistentes la historiaque cuento aqu ser irreconocible, pero no para otros. El caso es que las cosasllevaban mucho tiempo, desde el LASA de 2001 en Washington, yendo bastantemal para nosotros, es decir, para m, para mis amigos, para el campo proesionalque se asocia a los departamentos de lengua, literatura y cultura hispnica enEstados Unidos, en cuanto abierto al trabajo de otros campos de conocimiento(historia, antropologa, sociologa) y contaminado de teora crtica y voluntad depensamiento poltico.

    Recuerdo que ue el da anterior a los atentados terroristas contra las TorresGemelas en Nueva York y el Pentgono en Washington, en septiembre. Volvamosa Durham, Carolina del Norte, del hotel de LASA, en coche, Eric Hershberg, s-car Cabezas y yo. scar coment que el campo proesional ese del que hablo noiba a poder resarcirse cilmente del escndalo que se haba montado en una seriede paneles sobre el estado de los estudios culturales latinoamericanistas. As ue,y nunca sabremos si ocurri, como scar haba proetizado, por la bronca en lospaneles o porque los atentados cambiaron el estado de cosas y provocaron una

    crisis discursiva que hundi una cierta promesa de refexin terica constituyen-te antes de que hubiera podido institucionalizarse sucientemente. No siemprees mala la institucionalizacin.

    Todo haba empezado ocho o diez aos antes. A principios de los noventase juntaban en LASA ciertas condiciones que iban a resultar muy productivas:la emergencia de una generacin latinoamericanista bien ormada tericamente,cosmopolita, y apartada de las viejas piedades identitarias y excepcionalistas lamodernidad hispnica habra sido siempre alternativa, barroca o neobarroca, ycumpla una historicidad no asimilable a otras historicidades occidentales que

    haban marcado secularmente el campo. El posestructuralismo en general erael discurso dominante en humanidades, y estaba teniendo infuencia uerte encampos adyacentes, como el de muchas ciencias sociales, lo cual les daba a lashumanidades cierto prestigio simblico en el mbito general del saber por prime-ra vez en mucho tiempo. La cada del muro de Berln, el desmantelamiento de laUnin Sovitica y el cierre de las guerras civiles en Amrica Central planteabanpreguntas importantes y urgentes para la izquierda que imponan la necesidad depensar nuevas respuestas. Nuevas perspectivas de trabajo y experimentacin sur-

    gan por los procesos de transicin democrtica en el Cono Sur, y el lanzamientoinicial de lo que luego se vino a llamarpolticas de la memoria, que postulan que

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    un nasis en la memoria histrica es condicin del proceso democrtico, juntocon el inicio de lo que podemos denominar elgiro culturalen humanidades, quevena a sustituir el llamadogiro lingstico, segn el cual la lengua y no la vida, ni

    la historia ni la cultura, ni la experiencia es el horizonte nal del pensamiento, yque nos tena ya un poco hartos. Eran buenos aos para el mundo acadmico: ha-ba mucho que pensar, como siempre hay, pero esta vez pareca que los problemasvenan ya con instrucciones de pensamiento, y as tenamos una tarea concretapor hacer, y podamos hacerla. La universidad estaba en expansin, haba traba-jo, y se acercaban aos de crecimiento econmico que prometan mejoras en lascondiciones personales de vida. Para los que inicibamos por entonces nuestracarrera eran aos optimistas.

    En aquellas conerencias se discuti mucho sobre el testimonio. La crticadel testimonio de vctimas de las dictaduras en el Cono Sur o Amrica Centralen particular emergi como uno de los lugares donde era posible empezar atramar una relacin nueva con el campo cultural latinoamericano, puesto que lavieja relacin, hasta ese momento y para nosotros, haba estado excesivamentemediada por la representacin literaria. Pero se haba establecido, claro, sin quenadie pudiera especicar muy bien por qu, que la literatura ya no poda seguirteniendo a su cargo el trabajo de representacin undamental del subcontinente

    en el campo cultural. Se impona una expansin hacia una concepcin del textosocial que desbordaba ampliamente los criterios de representacin literaria, noporque los literatos o sus crticos estuvieran haciendo mal las cosas, aunque qui-zs tambin, sino porque, en el ondo, haba lmites estructurales a la uncin dela literatura en sociedades diversas, con amplios ndices de biculturalismo (cas-tellano y maya-quich, o aymara, o quechua, o guaran), analabetismo, clasismoracista y conficto.

    Fueron los aos, en nuestro mundo, de Julio Ramos, el proesor puertorri-queo en Princeton quien escribi un libro clsico sobre la uncin de lo literario

    en la constitucin nacional latinoamericana; de la rancochilena Nelly Richard,terica y crtica de la Escena de Avanzada en la transicin chilena; de John Be-verley, especialista en el Siglo de Oro a quien la pasin poltica lo haba llevadoa un uerte compromiso solidario con los procesos revolucionarios en AmricaCentral; del socilogo argentino radicado en Mxico Nstor Garca Canclini,cuyo libro Culturas hbridas desat inicialmente el campo de estudios culturalesen Amrica Latina; de la intelectual pblica y directora dePunto de Vista BeatrizSarlo; y del salvadoreo-neoyorquino George Ydice, cuya crtica incisiva sobre

    el testimonio marc un contrapunto esencial a la de Beverley. Fueron los aosde undacin de algo que pareca una nueva distribucin del saber, un nuevo

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    campo de lo sensible, y as naci lo que retrospectivamente puede llamarse estu-dios culturales latinoamericanos. Por supuesto enseguida empezaron a darse lastensiones habituales: que si los estudios culturales eran sustituto de la poltica o

    ms bien instrumento de politizacin; que si eran mera mmesis de otros desarro-llos, especialmente anglosajones, o ms bien desarrollo orgnico de la tradicincultural latinoamericana; capaces de absorber una refexin propiamente tericay metacrtica o reractarios a ella en pro de un culturalismo chato, reductible arecetas; inspirados por el multiculturalismo identitario que se haba impuestoen la universidad norteamericana en general o bien crticos de tales desarrollos;y, sobre todo, si eran, paradigmticamente, sucientemente capaces de albergaruna autntica reconguracin del campo del saber en las humanidades, o cules

    eran sus lmites.La diversicacin dentro del campo era, sin embargo, saludable: haba los

    estrictamente culturalistas, como Garca Canclini o Ydice; los que hacan msnasis en la refexin crtico-terica que en la refexin sobre el objeto culturalconcreto, por ejemplo, Nelly Richard; los marxistas, como John Kraniauskas oNeil Larsen; adems de vertientes que se maniestaban ms estrictamente eminis-tas o ms estrictamente abocadas a pensar cuestiones tnicas. Y haba tambin losque continuaban la tradicin identitaria y liberacionista (es decir, antineocolonial,

    a partir de la llamada losoa de la liberacin que se propona en el contexto delpopulismo peronista, y que luego dara lugar a otros desarrollos). Esta haba sidodominante en el campo intelectual latinoamericano de los sesenta y principios delos setenta, representado quiz tan bien como en cualquier otro lugar por la granpelcula de Fernando Ezequiel SolanasLa hora de los hornos (1968).

    Alrededor de 1994 Ileana Rodrguez y John Beverley, junto con otros cole-gas, decidieron crear un Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos quepudiera producir en el campo latinoamericanista el proyecto que los subalternis-tas hindes llevaban aos desarrollando para la historiograa poscolonial en el

    mundo de habla inglesa. Fundamentalmente, y a partir del pensamiento inicial deque en el mundo poscolonial la idea de nacin nunca haba conseguido abando-nar su marca de clase, y as nunca haba conseguido establecer hegemona, era unintento de pensar las condiciones poltico-crticas de un mundo latinoamericanoen donde la articulacin hegemnica nacional, es decir, el pensamiento de lanacin como horizonte undamental de la accin poltica, haba dejado de serdominante y ya no produca el espejismo de la persuasin ideolgica general. Sila nacin (latinoamericana) no era ya el horizonte de constitucin de lo poltico

    en Amrica Latina, tras las varias catstroes histricas en el Cono Sur y AmricaCentral, pero tambin en Colombia y en los Andes, por ejemplo, cmo entonces

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    pensar el uturo, y cmo hacerlo desde una voluntad de justicia social, desde unavoluntad de eliminacin terica y ctica de la subalternidad en las diversassociedades subcontinentales? Era el momento de los movimientos sociales y de

    las reivindicaciones indgenas contra cualquier ideologa de transculturacin yaglutinacin nacional.

    El subalternismo latinoamericanista naci polmica y controvertidamente,pero naci, y se convirti en el lapso de dos o tres aos en una importante instan-cia de convocatoria refexiva. No importaba o no pareca importar tanto si unoestaba o no de acuerdo con el maniesto undador o con los diversos textos queempezaban a publicarse en nombre de esa corriente. Desde luego, el acuerdoideolgico no era tan relevante para los ms jvenes, que tendan a verlo como

    una invitacin al pensamiento y al debate, en los que se poda entrar desde ciertocompromiso previo con las ganas de pensar polticamente, pero sin necesidadde camisas de uerza dogmticas. Creo que, como en tantas otras ocasiones,un mero recuento de los que llegaron a ser miembros ormales del grupo (nomucho ms de una docena y media de personas) sera engaoso, pues su xitointelectual no dependa tanto de su constitucin cerrada como de su capacidadde infuencia, de su capacidad de interpelacin y dilogo, de su propuesta, noespecca, sino ormal: es decir, de su misma constitucin como mquina de

    pensamiento, que produca grandes consternaciones en algunos sectores, ycuriosidad y voluntad de enganche en otros, reticencia o admiracin, rencor osimpata, pero poca indierencia. El grupo ue un gran experimento acadmico,incluso un experimento en gran poltica acadmica (a pesar de sus repetidasprotestas antiacademicistas), y quizs estaba ya inscrito en su destino que noiba a durar mucho. Se disolvi ormalmente tras una conerencia en Duke, enel otoo de 1998. Retrospectivamente, la disolucin del grupo iba a arrastrar a lacada a la mucho ms amplia coalicin de estudios culturales, como se pondra demaniesto en las discusiones en torno a la serie de paneles especiales en el LASA

    de 2001 en Washington.Esos paneles ueron la constatacin prctica de que el momento de coalicin

    se haba terminado. A partir de entonces habra quizs taias, si las taias podansostenerse por su cuenta, pero no habra ya un movimiento amplio a nivel decampo proesional y con ambiciones de conversacin transterica. En cierto sen-tido haba allado la mquina acadmica, o solo la nuestra, la de las humanidades,y su pretensin de que quiz era posible salir de la torre de marl (especialmentepara los que trabajbamos desde universidades norteamericanas), y la infuencia

    en la esera pblica o en las distintas eseras pblicas tendra que ser reducida.La hora del subalternismo poda no haber pasado, algunos pensbamos, pero

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    haba sonado el reloj de la dispersin. Y lo que ocurri en los aos siguientes esla historia de una retirada: muchas de las vertientes tericas cuyo forecimientoproesional era uncin del dilogo crtico con otras probaron ser incapaces de

    sobrevivir en aislamiento casi todas, en realidad. El campo invisibiliz ciertastendencias, destruy otras, apart a algunas ms, y se dividi, cticamente, desdeel punto de vista de su relativa visibilidad, en las dos grandes vertientes que Wal-ter Mignolo haba identicado en su intervencin en la conerencia de Duke: losllamadosposmodernos (una apelacin que ya suena desesperadamentepass), queprerieron continuar su enredo con el pensamiento crtico no latinoamericanistay mantener una refexin terica sostenida (subalternismo crtico o poshegem-nico, en dilogo especial con el marxismo, el posmarxismo, el posalthusseriano

    y la deconstruccin); y los que por entonces empezaron a llamarse decolonialis-tas, cuyo inters undamental era y es mantener viva la llama del liberacionismoantineocolonial de los sesenta y setenta, aunque ya no bajo el horizonte de lanacin, sino undamentalmente a avor de las diversas relacionalidades indgenasu originarias en Amrica Latina. Estos ltimos, por razones varias, consiguieronconsolidarse como grupo, y su impacto e infuencia han sido quiz dominantesen los ltimos aos. Pero los primeros allaron su posicin, o nuestra posicin,no alcanz a consolidarse institucionalmente.

    De ah el hormigueo. Qu iba a pasar en esteLASA

    ? Iba a ser ms de lomismo? Convendra realmente ir mirando anuncios de trabajo en, por ejemplo,la todava foreciente industria de lafast food? O hacerse taxista en Calcutta? Ocaba la posibilidad de que encontrramos otra vez algn espritu, algn resto deespritu que permitiera proseguir, que permitiera, por ejemplo, seguir prome-tindoles algo plausible a los nuevos estudiantes? Benjamn Arditi, a travs de supresidencia de la seccin sobre Cultura, Poder y Poltica, histricamente impor-tante en la constitucin de los estudios culturales, haba preparado una serie depaneles con un ttulo comn un tanto inernal, pero en el que se planteaba una

    discusin abierta entre dierentes tendencias poltico-intelectuales: Polemizan-do la poltica subalterna: lo decolonial, lo poshegemnico, lo posliberal. Allpodra ocurrir algo. Estaban los viejos actores, no todos, pero algunos de ellos,y alguna gente ms joven. Y la discusin en y sobre Amrica Latina est en estosaos tan candente como nunca. Por un lado, estn los diversos gobiernos de lamarea rosada, en pases donde se produce una irrupcin democrtica y antineo-liberal, respecto de los cuales hay que tomar alguna posicin ms all del meroapoyo de principio, y no es necesariamente cil hacerlo en todos los aspectos;

    por otro lado, hay enmenos solo relativamente nuevos, pero que alcanzaroncotas mximas de urgencia: el sistema narcopoltico en Mxico, que amenaza al

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    Estado mexicano mismo; los grandes niveles de corrupcin amparada en el capi-talismo salvaje, muchas veces ilegal, en Honduras, en Guatemala, en El Salvador;la situacin en Colombia, la consolidacin de Brasil como potencia emergente y

    potencial lder de un gran espacio latinoamericano.Claro, lo importante no era necesariamente lo que pasara en LASA,

    sino lo que la gente creyera que pasara. En otras palabras, cuando lo que esten juego es la posible constitucin o reconstitucin de un proyecto crtico parael campo que pueda aglutinar diversas tendencias tericas, de una mquina deguerra institucional, lo que importa no es que se le pongan a esa mquina todoslos tornillos necesarios, sino que la gente la constituya en esquema, a partir de sumisma voluntad de hacerlo. Siempre habr tiempo para precisiones y deslindes,

    para tornillos y destornilladores, eso es lo que uno hace despus. As que habaque estar atento no solo a las palabras de los panelistas sino ms undamental-mente a las reacciones de la audiencia; y no solo en los periodos de discusin alnal de los paneles, sino en los pasillos, en el bar, en las cenas, hasta en la cama.Haba que entender si se estaba produciendo una nueva voluntad poltica, deconstruccin de campo, o si se continuara preriendo la situacin de dispersininane que haba caracterizado los ltimos diez aos.

    En el primer panel Bruno Bosteels oreci un resumen del estado de la cues-

    tin a partir de cuatro instancias que l conceptualiz as: poltica (la que salide la crisis y de la crtica del legado de los movimientos revolucionarios desde elcastrismo a las guerrillas centroamericanas y el zapatismo), deontolgica (quizproducto del impacto de la deconstruccin en los ochenta, y vinculada a la crticadel aparato acadmico de produccin de conocimiento), ontolgica (vinculada ala asociacin de metasica y poltica en el nietzscheanismo-heideggerianismo deizquierdas, incluida la deconstruccin y el levinasianismo), y tica (asociable alparticularismo decolonial, en ausencia de la nacin como reerente de la libera-cin, y comprometida no con la totalidad social sino con algunos de sus grupos).

    Segn Bosteels, el subalternismo haba conseguido por breves aos actuar comodenominador comn de las cuatro tendencias, siempre en equilibrio inestable ypotencialmente confictivo. En los aos noventa se haba sentido la emergenciade una constelacin crtico-terica basada en el paso de una poltica de la mi-litancia a una poltica de la solidaridad, productora de investigaciones no solocrticas sino tambin autocrticas con respecto de los mecanismos de poder/saberanclados en la investigacin misma, y enganchada en una prctica testimonialde respeto al otro, tanto dierenciado como indierenciado, a partir de una insis-

    tencia en lo local contra diseos globales; en contraposicin, para Bosteels la

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    situacin presente es un dilogo de sordos en el que los discursos se han hechomutuamente incomprensibles, o ms bien ya inaudibles.

    Pero Bosteels hizo un llamado que otros esperbamos, sin saber si iba a

    ocurrir al despertar colectivo, a la reconstitucin de un dilogo no de sordos,a partir de su apelacin al trminoposhegemona (primeramente odo en la cone-rencia de Duke de 1998, objeto de posterior tesis doctoral, y luego del libro de JonBeasley-Murray,Posthegemony: Political Theory and Latin America. Para Bos-teels (generosamente, pues su propio libro, The Actuality of Communism, tienetambin dimensiones de propuesta de campo),Poshegemona podra constituirpara el presente y el uturo inmediato, si no la reerencia comn que represent elsubalternismo de los noventa, al menos un nuevo entramado desde el que pensar

    colectivamente, con todas las disputas necesarias, a partir de una voluntad nuevade articulacin entre poltica y crtica del conocimiento.

    No pareci que la idea tuviera demasiado impacto en dos de los otrosparticipantes en ese panel, John Beverley y Arturo Escobar. Beverley reiter supropuesta delpostsubalternismo, ya orecida en su libroLatinamericanism After9/11. Esta consiste en que, dada la construccin de nuevos Estados en curso enVenezuela, Ecuador, Bolivia y Argentina, era necesario apoyar el estatismo de lamarea rosada (es decir, de los gobiernos antineoliberales latinoamericanos, desde

    el de Venezuela al de Argentina, pasando por Bolivia y Ecuador), como meroreconocimiento de que la poltica deba tener prioridad sobre cualquier prcticaterica. Para Beverley la hegemona no implica necesariamente subordinacinde los segmentos de poblacin que no pertenecen a la coalicin de gobierno; yes perectamente plausible postular una coalicin de poder estatal o neoestatal, apartir de un compromiso con las clases populares, razonablemente democrtica,que pueda dejar atrs el autoritarismo opresivo del socialismo realmente exis-tente que plag a las sociedades aliadas al bloque sovitico o controladas por l.Cualquier postulacin poshegemnica es decir, cualquier posicin que parta del

    principio de que una articulacin de poder dada, sea desde las clases dominan-tes, como en el neoliberalismo, o desde las clases populares o hacia ellas, como enel chavismo o en el rgimen kirchnerista en Argentina, merece undamentalmentevigilancia crtica, en cuanto constitucin de poder, y no resistencia o apoyo in-condicional es ultraizquierdismo en el sentido clsico expuesto por Lenin, y espor lo tanto una negacin de lo poltico en cuanto tal, que hoy en Amrica Latinao sigue la marea rosada o solo puede ser entendido como neoconservador. ParaBeverley, cuya posicin descansa en una crtica de lo intelectual como privilegio,

    es preciso ser poltico antes que intelectual. Lo que hay hoy en Latinoamrica eslo que hay, dijo Beverley, con sus glorias y sus limitaciones, y probablemente no

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    habr una segunda ase (es decir, una radicalizacin revolucionaria) en la ma-rea rosada; pero lo que hay es ya mejor que la alternativa neoliberal, y por esoconviene el apoyo, no crtico, o no particularmente crtico, sino ms o menos

    incondicional. Intelectual, pareca decir o deca Beverley, es hora de que tecuenten, o de contar, y de dejar de dar lata desde el privilegio de clase.

    Escobar, que hablaba en representacin de la tendencia decolonial, insistien que eectivamente era necesaria una articulacin entre poltica y crtica delconocimiento a partir del hecho de que la situacin presente es una situacinde crisis global del pensamiento moderno, incapaz de pensar la vida en suscondiciones reales. Para Escobar conviene entender que los subalternos hoy noson necesariamente los proletarios desplazados por la desindustrializacin o los

    diversos grupos de mestizos que trabajan en la inraeconoma de las sociedadeslatinoamericanas, sino undamentalmente las comunidades indgenas cuya cos-movisin y cuya ontologa qued radicalmente desplazada y ninguneada porel proyecto colonizador occidental. Restituir la vida a la poltica implica restituiruna lgica comunal, relacional, a partir de procesos de vida que no tienen nadaque ver con conocimientos o con la razn abstracta, y que rechazan el dualismoontolgico occidental a avor de una ontologa relacional que incluye lo animal y lomineral (por ejemplo, las montaas, que tienen carcter agente en cuanto divinas

    en la tradicin quechua), y que por lo mismo rehsa la distincin entre mortales einmortales. Contra toda lgica de Estado y contra toda lgica de globalizacin, lallamada relacionalidad universal(no hay discontinuidades dualistas entre cuerpoy alma, o humano y natural, sino que todo es relacin) es la lgica de la comunidad,y el proyecto poltico del presente y del uturo solo puede ser la reactivacin de larelacionalidad comunal, es decir, para cada quien en su propia comunidad, y desdeah en la de todos. Obviamente, la ambicin de este proyecto es la sustitucin dela racionalidad occidental por una racionalidad otra (o relacionalidad) que seatribuye a las viejas culturas originarias, preoccidentales.

    En cierto sentido, por lo tanto, las tres posiciones mencionadas mapearonel territorio sucientemente: llammoslas, pues as se llaman a s mismas, decolo-nialismo comunalista, contra el Estado y la globalizacin, contra la racionalidadoccidental, y a avor de cosmovisiones y ontologas indgenas muchas veces entrance de reconstitucin o invencin;postsubalternismo estatista, en busca de uncompromiso expansivo con las coaliciones populares de gobierno antineoliberalen Amrica Latina; yposhegemona, que busca pensar lo poltico a partir de pro-cedimientos crticos ajenos a la postulacin de y al compromiso con un sujeto

    preciso de la historia. Quedaba por saber si a esas corrientes se les aadira algu-na decisiva, o si los parmetros de la discusin estaban ya marcados. Y supongo

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    que ue en ese momento, entre el primer y el segundo panel, cuando empez atomar cuerpo colectivo una cierta decisin. Si bien la uerza del decolonialismocomunalista o del postsubalternismo estatista radica en su apelacin a sujetos po-

    lticos ya constituidos y movilizados, con los que se ala y a los que apoya (y a losque quizs tambin intenta guiar), y en cambio la tendencia poshegemnica estreducida a deender la contingencia crtica en cada caso, sin compromiso a priori,sin alianza previa, el decolonialismo comunalista pareca dejar uera de juego ademasiados millones de latinoamericanos que no podran identicar su vidacomo pendiente de una reconstitucin comunalista-relacional; y el problemaundamental del postsubalternismo es su carcter seguidista: conviene obede-cer al lder, al movimiento, alistarse y no marear con crticas. Ambas tendencias

    revelaban sus lmites de manera clara, y eso las imposibilitaba o reduca su po-tencia: no podran constituir el centro de una propuesta transterica y generalde construccin de campo. Podran, eso s, en el campo acadmico, pues de esose trata, reclutar adeptos o ormar opinin, pero minoritariamente. La cuestinreal era entonces si la poshegemona empezaba a verse como una posibilidadde pensamiento inclusivo, articulado, crtico, poltico y fexible, con sucientepoder de convocatoria.

    Pero claro que LASA no estaba constituida solo por esos tres paneles

    que Arditi haba organizado. Haba tiempo para seguir curioseando y meterseen otras mesas. Yo mismo estaba implicado en otra serie de tres paneles tituladaPoscolonialidades ibricas: metahistoria de prcticas materiales de poder. Fueen ese contexto, y en la discusin en otros mbitos, incluyendo las provocadaspor la crtica rigurosa que les hizo Isidoro Cheresky a las tendencias caudillistas,basadas en lo que l llam providencialismo verticalista, muy enraizadas en elpopulismo histrico latinoamericano, de la marea rosada, y por la presentacinde Javier Gallardo sobre la historia del republicanismo latinoamericano comoprctica democrtica de gobierno, que para m se ue haciendo clara la plausibi-

    lidad de interpretar la poshegemonia como un nombre contemporneo, histrica ytericamente situado, para una crtica de la dominacin que empieza por cuestio-nar los undamentos ideolgicos de la dominacin misma. As, trata de pensar poruera del pacto de soberana en el que se basa y se ha basado en la modernidad laconstruccin del Estado-nacin, y que se articula siempre en cada caso, especcay regionalmente, como crtica de toda articulacin hegemnica en cuanto aparatode poder. La poshegemona es entonces regionalismo crtico. Cumple las condi-ciones de conciliar crtica del conocimiento, crtica de la ideologa y capacidad

    de intervencin prctica en el juego poltico, y puede o debe entenderse no solocomo lema o moda terica sino como mquina institucional que tiene tambin

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    la capacidad de desplazar viejos problemas improductivos desde un punto devista republicano-democrtico, en el que todos cuentan o nadie cuenta, comopor ejemplo el problema del estatismo o el problema de la comunidad. Toda

    comunidad excluye, en su constitucin misma, a los que no pertenecen a ella,igual que toda orma de Estado se inventa a partir de un pacto de soberana en elque ciertas clases, por oposicin a otras, adquieren un poder naturalizado que esjusto el poder que roban, que le roban al otro, al desposedo. En cuanto mquinainstitucional, la poshegemona es una modalidad de prctica terica en la quecaben innumerables tipos de anlisis y posicionamientos, pues no es ni norma-tiva ni prescriptiva: es solo, y por lo pronto, el lugar de un posible encuentrocapaz de generar pensamiento nuevo algo que no parece dado a las otras dos

    vertientes, autocondenadas a satisacer sus propias condiciones de enunciacinen loop innito.

    Fue una de esas noches, en la cena en el restaurante peruano Mochica, entreceviches y aj de gallina, cuando surgi la pregunta de si era posible matar al otrosolo en caso de legtima deensa, o si, de hecho, en un rgimen poshegemnicocualquier muerte es posible, en la medida en que no hay ya legitimidad algunauera de la cticamente impuesta por la ley legalidad, pero no legitimidad. Enotras palabras, la pregunta por la poshegemona incluye, no borra, la pregunta por

    la legitimidad tica de la lucha y por sus lmites. Immanuel Kant no discute nunca lacuestin de la legtima deensa, pero lo hace por l, como nos advirti electrni-camente Jos Luis Villacaas, Salomn Maimn, para quien la preservacin de lapropia vida es un derecho natural y una obligacin prioritaria. De cualquier orma,cuando Arturo Escobar dice en el curso del dilogo en los paneles que la posicinrepublicano-democrtica es una cuestin de e, ignora que no hay que creer en laley moral kantiana para sostener que el principio de dominacin rompe la tica.Si yo quiero vivir en libertad, sin dominacin, entiendo que mi posibilidad delibertad est basada en la posibilidad de libertad del otro, de todo otro; al mismo

    tiempo que entiendo que la necesidad de oponerme a la dominacin es tambinimperativa. Esto es lgica, no e. Es una lgica que abre el espacio de lo polticocomo espacio permanente de negociacin de confictos, en lugar de desplazaro borrar el conficto en nombre de la ley, de la unidad social, de la seguridadde los ciudadanos o del compromiso con las metas de la revolucin. Es lgicaposhegemnica, y en cuanto tal tiene ventajas prcticas en relacin con el cierrecomunitario (siempre dispuesto a negar el conficto en pro de la sobrevivenciade la comunidad, que es prioritaria) y en relacin con el estatismo populista (que

    privilegia no ver, no or, no decir, cada vez que ver, or o decir pueden suponer unaobjecin al triuno de los intereses de la coalicin de gobierno).

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    Jon Beasley-Murray, en el tercero de los paneles de Arditi, anunci que laposhegemona era el paso lgico tras la teora subalternista. En la medida en queel subalternismo estuvo siempre atrapado en la polaridad hegemona-subalterni-

    dad, heredada de Antonio Gramsci, la poshegemona da un paso ms al anunciarque no hay hegemona y nunca la hubo. En otras palabras, que la hegemonano es sino una pretensin ideolgica ms, que no responde al movimiento realde las cosas, y cuyo secreto es siempre de antemano la voluntad de dominacin.En el dilogo subsiguiente Bosteels y Sergio Villalobos objetaron que existe en lateorizacin poshegemnica una ambigedad de carcter undamental, basada enel hecho de que la poshegemona parece reerirse simultneamente a su propiainstancia terica (no hay hegemona porque no puede haberla, es decir, la hege-

    mona es una imposibilidad o una ccin terica) y a la realidad del tejido social(no hay hegemona, es obvio que en el Estado mexicano hoy, por ejemplo, nohay articulacin hegemnica si alguna vez la hubo, para no hablar de Honduras,etctera. La hegemona no existe hoy en el tejido social, quiz nunca existi).Pero esa ambigedad no debe verse como un problema a resolver, sino que esen s productiva, y en no menor medida porque plantea la teora misma comosituada histricamente: sin duda hubiera sido ms dicil sostener evidenciasposhegemnicas en la poca del Estado nacional-popular, cuando la nacin or-

    maba el horizonte de constitucin de la poltica. Para el peronismo clsico, porejemplo, la nocin de poshegemona hubiera sido incomprensible o meramenteobstruccionista. Pero ya no estamos en la poca nacional-popular, y por endetampoco en la era del peronismo clsico.

    Erin Gra Zivin, Josie Saldaa, Gareth Williams y otros hablaron a avordel trmino, o de su idea, y subrayaron adems su virtud en cuanto lnea de uga,en la medida en que incluye de antemano su posibilidad crtica y resulta tanapropiado para pensar problemticas estatales, es decir, en el registro del Estadomismo y de la poltica de Estado, como intra o extraestatales (microsicas comu-

    nitarias, regionales, ciudadanas o rurales, o bien macrosicas de la globalizaciny su impacto), de marea rosada o neoliberales, populistas o no. Y no menos im-portante es que su productividad crtica est lejos de reducirse al pensamientode lo poltico: constituira tambin una herramienta undamental para pensar lacultura, y con ella todas las modalidades de presentacin de lo visible (estticas,poticas) al margen de postulados meramente identitarios. Tiene la capacidadde intervenir en cuanto crtica del conocimiento porque es antes que nada crti-ca de la ideologa, y tiene la capacidad de proponer rearticulaciones polticas e

    intelectuales de todo tipo. Y ue entonces cuando me pareci que la tarea estabahecha. Quizs no para todos, y sin duda no de la misma orma. Cabe mucho en

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    ese cajn, pero es un cajn. Surgi un nuevo proyecto potencialmente colectivo,un nuevo programa de pensamiento interdisciplinario y extradisciplinario queno tiene por qu ser solo acadmico. Esta vez LASA haba cumplido con su tan

    dierida promesa. Y ya veremos qu pasa el ao que viene en Washington, y tam-bin lo que pasa por el medio.

    Obas ctadas

    Beasley-Murray, Jon.Posthegemony: Political Theory and Latin America.

    Minneapolis / Londres: University o Minnesota Press, 2010.

    Beverley, John.Latinamericanism after9/11. Durham: Duke University Press, 2011.

    Bosteels, Bruno. The Actuality of Communism. Nueva York / Londres: Verso, 2011.