Upload
jeanette-amit
View
835
Download
2
Embed Size (px)
Citation preview
1
Doctorado en Estudios de la Sociedad y la Cultura Jeanette Amit
Seminario: Poder y procesos socioculturales
LA ALTERIDAD EN LA MODERNIDAD:
EL ESTADO DE GUERRA EN EL CAMPO DE LA SIGNIFICACIÓN
Comentario elaborado a partir de las primeras tres conferencias de
Enrique Dussel (1994) en diálogo con otros textos.
Es importante resaltar el hecho de que estas conferencias de Enrique Dussel, que en su
conjunto se titulan 1492 El encubrimiento del otro, tuvieron lugar en Frankfurt, Alemania, en
1992. Este año aporta un sentido obvio, como hito de los 500 años pasados desde el
descubrimiento europeo de América, coyuntura que permitió fortalecer el intento de
replantear ‐en suelo europeo‐ la comprensión eurocéntrica de la modernidad, para
referirse a una modernidad alterna desde la experiencia histórica de la periferia o, si se
prefiere, a la experiencia de la alteridad dentro del proyecto moderno europeo.
La tesis fundamental que propone Dussel en estas conferencias es que el cambio global que
inicia en 1492 es fundamental para comprender la modernidad. Precisamente, como señala
por su parte Quijano (2000), la percepción del cambio histórico es un elemento fundante de
la nueva subjetividad moderna.
El descubrimiento de América, como descubrimiento europeo del ‘Otro’ a quien se puede
conquistar, violentar, vencer y controlar, actúa como momento constitutivo del ego
moderno y de un nuevo sistema de relaciones intersubjetivas. Es en relación con esta
2
alteridad que el ego europeo se descubre, se define y al fin internaliza su ego como
descubridor, conquistador y colonizador. Para Dussel, ese ego es la base para el devenir del
sujeto moderno. La nueva alteridad sometida se construye como la primera periferia
europea, con resultados altamente provechosos para quienes la dominan. El correlato de
este proceso es el encubrimiento de la alteridad descubierta.
La conquista y el encubrimiento que la acompaña hacen que la modernidad se construya
como un proyecto unívoco y hegemónico, en el que Europa pasa a ocupar el centro de un
nuevo orden mundial. Dussel define la modernidad como mito paradójico. Por un lado
racional, que difunde una promesa de emancipación; por otro, irracional y victimario, que
justifica la violencia y la destrucción ejercidas sobre la alteridad. La primera cara del mito
encubre a la segunda.
Pero la violencia y la destrucción no han sido solo materiales sino también simbólicas: el
‘Otro’ des‐cubierto ha sido en‐cubierto. Con violencia se le omite de la historia, se usurpa su
historia y cultura particulares en lo que Quijano, por su parte, ha denominado un proceso
de re‐identificación histórica en el que Europa se atribuye el poder de asignar nuevas
identidades geoculturales a las otras regiones del mundo. Surge así una nueva geografía del
poder que incluye una dimensión simbólica e imaginaria. El meridiano de Greenwich será
después la línea que divida esa geografía y que aún hoy coloniza el imaginario colectivo y
que se concreta en relaciones sociales, materiales e intersubjetivas.
Para Dussel, el resultado de este proceso es que ‘el Otro’ se convierte en “lo Mismo”. Pero se
trata de lo mismo devaluado frente al modelo superior europeo, a partir de una serie de
significados de inferioridad que se le atribuyen. Los europeos son los protagonistas activos
de la historia; mientras que todo otro es secundario, subordinado, sujeto pasivo modelado
3
por la acción de los primeros. Al igual que las identidades y prácticas culturales alternas, las
historias del otro son removidas, reubicadas y encubiertas. En este sentido, Europa logra
imponer una visión de mundo en la que, como señala Quijano, ella representa la
culminación de la civilización (encarnada en el sujeto moderno); mientras que los otros son
ubicados en el pasado, en la infancia de la humanidad y en el estado de naturaleza original,
tal como han sido entendidos por el pensamiento de la Europa occidental.
Los europeos tuvieron enorme éxito al naturalizar su superioridad dentro de una jerarquía
racial, y fueron “capaces de difundir y de establecer esa perspectiva histórica como
hegemónica dentro del nuevo universo intersubjetivo del patrón mundial de poder”
(Quijano, 2000: 212). El discurso sobre el progreso y el desarrollo actuó como una falacia
legitimadora de la acción del ego moderno en su tarea de educar, civilizar y modernizar el
mundo, de someterlo por su propio bien para guiarlo hacia un futuro mejor (que ofrecía la
esperanza de ser más semejante a ‘lo Mismo’). La superioridad natural otorgaba el derecho
sobre ‘el Otro’. Con este discurso eurocéntrico se justifican las inequidades sociales y la
dominación, bajo la promesa de igualdad y emancipación.
Desde un inicio la modernidad usufructuó sus propias contradicciones, aunque fuera el otro
colonial el que las asumiera. Europa es la tierra cultivada y productiva, fruto del trabajo
racional del ser humano; América es la tierra sin cultivar, común al género humano y por lo
tanto propiedad potencial de quien la reclamara para hacerla productiva (Locke: 1689). La
falacia desarrollista justifica la desposesión y a la vez omite la explotación. Bajo estas
premisas, el territorio del otro se convierte en común y propio para los europeos, abierto
para ser conquistado y colonizado. De esta manera, América fue re‐identificada como nueva
4
tierra prometida para los pobres y desterrados de Europa, a quienes la modernidad
otorgaba la posibilidad de riquezas ilimitadas que de otra manera no podrían realizarse.
En este sentido, Dussel afirma que el mundo colonial es el recurso que en buena parte
permite que la modernidad europea cumpla las promesas emancipadoras y progresistas
que había hecho a los suyos. Este mundo colonial se convierte así en campo y materia para
la acción el ego moderno. Además, como señala Quijano, mientras ‘el Otro’ pueda asumir el
trabajo menos valorado (no asalariado), las condiciones del trabajador blanco mejoran para
que progresivamente surja en su nuevo papel de consumidor.
Para Dussel, el encubrimiento del ‘Otro’, de esa alteridad cuyos significados la excluyen de
la modernidad, niega el papel esencial que la periferia ha tenido para la modernidad.
Europa aparece como centro original y autosuficiente, creadora de sí misma y del mundo
moderno. Europa se naturaliza así en lo simbólico como prototipo de la civilización y en lo
imaginario como mito del progreso mundial. Frente a esta autosuficiencia, la modernidad
potencial del otro es una incógnita lanzada hacia un futuro incierto fuera de la historia, que
en cualquier caso siempre dependerá de Europa. Entonces, al igual que el pasado, el futuro
alternativo es arrebatado para ser sometido a la fuerza racional hegemónica.
Experiencias existenciales del ego moderno
En el proceso intersubjetivo de la modernidad, Dussel distingue cuatro “experiencias
existenciales”: invención, descubrimiento, conquista y colonización, cada una con ciertos
contenidos y efectos fundantes en para el ego moderno.
Como invención, América aparece primero un ser imaginario producto de la contemplación
de los descubridores: las Indias Occidentales que buscaba Colón y que creyó haber
encontrado hasta su muerte en 1506. América no fue en un inicio una sorpresa sino una
5
confirmación de lo ya sabido y esperado, una evidencia de la efectividad del saber
tradicional. Para Dussel, en este momento se ubica la primera “des‐aparición” del ‘Otro’:
que fue descubierto como asiático, fue re‐conocido como ‘lo Mismo’ ya conocido, y así
negado entonces como ‘Otro’ (en‐cubierto).
En la segunda experiencia del descubrimiento, América aparece ahora sí como ruptura
frente a lo ya conocido, para la tradición y el sistema de representaciones del mundo
europeo. Deviene la nueva cuarta parte del mundo y así cambia el significado de toda la
configuración y sus partes, entre ellas, Europa. El efecto del descubrimiento fue resignificar
a Europa como “universalidad descubridora” y centro del mundo moderno, frente al cual
todas las demás culturas se convirtieron en ‘lo Mismo’: periferias dentro del nuevo sistema
mundial que se articulaba (Dussel: 34). El ‘Otro’ aparece como identidad vaciada, como
mundo abierto y sin ley, que legítimamente puede ser modelado a imagen de Europa, que
requiere ser colonizado, modernizado y civilizado.
La historia de Europa se convierte en la “Historia Mundial” en dirección de la cual confluyen
y se confunden todas las historias. Tal como señala Dussel, es con el descubrimiento que,
por primera vez, Europa se auto‐interpreta como centro del acontecer humano en general,
como protagonista central de la historia, y por lo tanto “despliega su horizonte ‘particular’
como horizonte ‘universal’ (la cultura occidental)” (36).
Por otra parte, el descubrimiento de un nuevo mundo más allá de lo conocido fue
probablemente un estímulo para la búsqueda de nuevos descubrimientos, amplió la
frontera de lo potencialmente cognoscible y conquistable, fortaleció el discurso sobre la
posibilidad que devino rápidamente en discurso sobre el progreso. Se abrió así el horizonte
geográfico del mundo y su historia se orientó hacia el futuro.
6
La tercer “experiencia existencial” que constituye al ego moderno en su relación con la
alteridad es la conquista. Con ella los europeos constatan su eficacia para el dominio del otro,
el uso de la razón instrumental. Según Dussel, el conquistador “es el primer hombre moderno
activo, práctico, que impone su ‘individualidad’ violenta a otras personas, a Otros” (40).
Hernán Cortés es el prototipo de este tipo de subjetividad moderna capaz de reducir al ‘Otro’
en lo ‘Mismo’ para integrarlo al orden donde debe reconocer al centro que lo somete y aliena.
En esta experiencia hay también una derrota simbólica. En la práctica, el imaginario explicativo
del mundo desde la alteridad resulta ineficaz y débil para resistir la fuerza que lo conquista. Son
sus propias esperanzas las que primero lo traicionan, cuando inicialmente los indígenas ven al
otro europeo que llega también como ‘lo Mismo’: el regreso de Quetzalcohuatl.
Imaginariamente son conquistados cuando ponen al europeo en el lugar de su dios. Esta
confusión revela al conquistador una nueva identidad como significado que se le atribuye y
puede tomar. De esta forma, señala Dussel, su ego se pone en otra posición y con él Europa: “el
‘Yo‐conquistador’ es la proto‐historia de la constitución del ego cogito; se ha llegado a un
momento decisivo en su constitución como subjetividad, como ‘Voluntad‐de‐Poder’ ” (47).
Simbólicamente, los españoles son un ‘Otro absoluto’ para los indígenas. Sus códigos eran
desconcertantes y su conducta impredecible. Si no eran los dioses esperados, entonces su
origen estaba más allá de las fronteras de su imaginación. En este sentido, no pierden su
halo de divinidad ante los ojos del ‘Otro’. En la práctica, desde esta posición, la afirmación
del "Yo conquisto" deviene una emulación de la creación divina: se construye un nuevo
mundo a partir de la destrucción del mundo cultural previo, es decir, con la "negación del
Otro". Nuevos sistemas de significación y nuevas instituciones se producen a partir de estos
7
acontecimientos violentos: nuevas leyes, nuevos roles y nuevas categorías, van a poner en
otro lugar social a cada quien.
El sujeto moderno se constituye bajo el modelo del conquistador: conocedor de recursos
persuasivos (el discurso) y capaz de manipularlos, liberado de los límites de lo imposible
(cree en la efectividad de su praxis y en un horizonte abierto de posibilidades), capaz de
articular a sus semejantes en una fuerza colectiva orientada hacia una meta común (crear
cierto consenso). Atrás queda la tradición y la superstición, que de paso queda ser
simbólicamente vencida y desechada en la figura del otro conquistado.
El conquistador es también aquel que domina el juego de las apariencias, la teatralización a
la que se refiere Dussel, capaz de someter a los indios ya fuera con el efecto de la
admiración, el desconcierto o el temor. Recursos como los perros, los caballos y la artillería,
además de su efectividad práctica, tuvieron también una efectividad simbólica: dejar una
marca en la memoria capaz de activar preventivamente el miedo y el sometimiento.
La colonia, como cuarta experiencia constitutiva del ego moderno, consolida el dominio del
mundo de la vida, de los espacios cotidianos donde ‘el Otro’ debe aprender a ser y actuar
como ‘lo Mismo’ para materializar el proyecto civilizatorio y modernizador que justifica el
dominio y la explotación. Esto corresponde a lo que para Quijano (2000) es la imposición de
prácticas sociales comunes, de sistemas de valoración que se aplican a la población como
conjunto y de instituciones como modelos intersubjetivos. Lo anterior conlleva a la
concentración europea del control “de la subjetividad, de la cultura, y en especial del
conocimiento, de la producción del conocimiento” (209), que incluyó la represión de las
posibilidades autóctonas de existencia, conocimiento, producción, significación y expresión.
Es decir, hubo también una negación y encubrimiento de la herencia intelectual del Otro.
8
Los cuerpos y la sexualidad no estuvieron exentos de esa efectividad colonizadora, en ellos
se inscribió la destrucción del mundo y la tradición del ‘Otro’ para sembrar la semilla de ‘lo
Mismo’. Dussel describe al conquistador como un "ego fálico” (50). Los caciques
obsequiaban a los españoles mujeres doncellas y de alto estrato (sus hijas) con esperanza
de hacer alianza con ellos. Tal como explica Gayle Rubin (1986), el ritual tradicional del
regalo, común para muchas culturas, permite crear lazos entre personas, grupos o clanes
distintos aunque ninguna de las partes gane nada. En este ritual, las mujeres han
constituido un regalo particularmente importante; los hombres intercambian mujeres para
crear lazos de parentesco y así establecer alianzas. El irrespeto de este ritual durante la
conquista y la colonia es reflejo de la destrucción del mundo cultural del ‘Otro’. Este se
ejemplifica en la carta que Dussel cita de Juan Ramírez, obispo de Guatemala, escrita en
1603: “las sacan de sus casas y dejan a sus maridos, padres y madres sin regalo alguno,
privándolos del servicio que de ellas podían recibir” (51). El conquistador niega así los
rituales del parentesco como institución tradicional que otorgan poder al otro con quien se
intercambia la mujer. ¿Para qué crear lazos de reciprocidad con el otro si se puede tomar de
él todo sin darle nada?
El tipo de conquista que se lleva a cabo en la colonia es psicológica a la vez que física. La
evangelización y la pedagogía van de la mano con el abuso sexual y la explotación laboral. El
mundo de la vida colonial es la base para la América Latina actual en sus rasgos físicos,
culturales, institucionales y económicos; sometida y colocada en la periferia y en la
dependencia; sin duda, alienada de otros futuros posibles pero tampoco considerada como
legítima habitante de la modernidad del Primer Mundo. Sin embargo, el efecto que la
riqueza sacada de América Latina tuvo en la expansión de Europa, en la capitalización de su
9
economía y su sistema social, la colocan en el centro de ese mundo moderno. Aunque sea un
centro negado y sometido a la periferia.
El encubrimiento del otro en el imaginario
Como parte del mundo de la vida, el imaginario social es también un espacio colonizado y
por lo tanto en disputa. Lo que está en juego aquí es el poder para imputar sentido sobre el
mundo, para crear realidad social. Ante esto surge la pregunta: ¿cómo se manifiesta la
dinámica de la colonización y el encubrimiento del otro de que habla Dussel en el
imaginario social sobre lo latinoamericano?
Este imaginario actúa como sistema de concepciones colectivas que determina las formas
en que las personas imaginan su existencia social, sus relaciones con los otros y sus
expectativas sobre los hechos que configuran la vida cotidiana (Taylor, 2006). El sistema
opera a través de procesos de selección (exclusión y omisión), de organización
(yuxtaposiciones de elementos para crear ciertas configuraciones), de difusión (soportes
materiales y canales de comunicación) y de
interpretación (persuasión que orienta hacia ciertas
interpretaciones y no otras).
Para ejemplificar este proceso, elegí la imagen de la
Virgen del Cerro Rico de Potosí en un cuadro del siglo
XVIII, de autor anónimo, que actualmente se encuentra
en el Museo de la Moneda de Potosí (Figura 1). La
virgen aquí se hace uno con el cerro Sumaq Orcko, el
cerro de Potosí, que hoy todavía sobresale en el paisaje Figura 1: La Virgen del Cerro. Autor anónimo.
Siglo XVIII.
10
de la ciudad que lleva su nombre (Figura 2).
Como ejemplo de arte ‘mestizo’ latinoamericano colonial, la Virgen del Cerro incorpora
“elementos iconográficos procedentes de lo telúrico autóctono” que sirven como base “a
composiciones y estructuras europeas” (Pizarro Gómez: 197). En esta imagen podemos
identificar la acción del encubrimiento del otro: primero, de un aspecto topográfico
particular: el cerro; segundo, de los significados que la tradición autóctona le otorgaban a
este. Como topografía, la otredad queda asimilada a una mismidad: como mina (aunque
conserva su particularidad excepcional en términos del mundo moderno y capitalista por
ser la mina más rica). Como significado, la otredad que respondía a creencias religiosas
autóctonas queda negada (o en el mejor de los casos encubierta y mediada gracias al
sincretismo) por la virgen montaña que corresponde a un género religioso previo europeo.
Figura 2: La ciudad de Potosí (Bolivia) al pie del Cerro Rico. Fotografía Martin St-Amant (2007)
Lo que resulta más evidente es lo que la imagen revela del ordenamiento y las jerarquías
coloniales. Veamos algunos de los elementos que la componen, según la descripción hecha
por Pizarro Gómez (sf):
En la zona inferior del lienzo y arrodillados ante la Virgen‐cerro se encuentra el papa Pablo III y Carlos V. Un cacique aparece detrás de la representación del emperador, planteándose la posibilidad de que sea la imagen del donante del lienzo. En la falda del cerro aparece la pequeña figura del Inca, delante de un pequeño cerro que antecede al que se transforma en Virgen. Entre los iconos del Papa y del emperador se encuentra una esfera que podría representar la esfera mundial, pero, dado el contexto iconográfico en el que nos encontramos y lo que en el lienzo se representa, podría ser una referencia al “Pontifical Mundo” de Huaman Poma de Ayala que reproduce en su Nueva crónica y buen gobierno de 1615. De acuerdo con el “Pontifical Mundo” de Poma de Ayala, en dicho mundo sólo existen las Indias y su centro era Cuzco. Encima de las Indias estaba el cielo y debajo de ellas se encontraba Castilla, donde el científico cronista localiza al rey
11
de España y al Papa. En la parte superior la Trinidad, cuya ortodoxa representación iconográfica resulta extraña en un lienzo de estas características, corona a la Virgen como reina. (207)
La figura del “pequeño inca” al pie del cerro representa al pastor Diego Huallpa (o Gualpa),
quien según el relato fue el descubridor fortuito de la plata del cerro. Este relato tiene
semejanza con tantos otros que en la cristiandad latinoamericana cuentan que la Virgen se
aparece a algún indígena para comunicarle una “revelación”.
Como parte del mundo colonial, el imaginario y las narraciones que efectúan el
encubrimiento que se ejemplifica en esta imagen funcionan a la vez como legitimación de la
explotación y como recurso pedagógico que somete y evangeliza. La Virgen establece una
sustitución, transposición y metamorfosis iconográfica.
Teresa Gisbert considera que lo que intencionalmente se produjo fue una identificación de
la Virgen con la Madre Tierra o Pachamama, con el fin de facilitar “la sustitución de las
costumbres culturales indígenas a cerros o volcanes por el culto a la Virgen María” (citada
por Bouysse‐Cassagne, 2005: 206‐207).
Por su parte, Bouysse‐Cassagne encuentra en la imagen un significado más complejo, no
solo como forma de dominación sino como vehículo de resistencia que permitió conservar
ciertas creencias y prácticas autóctonas mediante la función sincrética de las imágenes
cristianas. En este último caso, ‘lo Otro’ se disfraza de ‘lo Mismo’ para evitar ser destruido,
no resulta simplemente negado sino que aprende a coexistir en un segundo plano a través
del sincretismo o el mestizaje imaginario.
Desde esta última perspectiva, la imagen podría comprenderse en un uso doble: uno para el
dominio, legitimación y persuasión; otro para la resistencia y la autoafirmación. El arte mestizo
aparece aquí como un texto político, pero sobre todo como un campo de batalla semántico en el
12
que se registra la tensión entre las ideologías dominante y resistente, en su intento por
producir, conservar y comunicar ciertos imaginarios y ciertas narraciones sobre el mundo.
Según Bouysse‐Cassagne, imágenes mestizas como la Virgen del Cerro facilitaron la
introducción del culto cristiano porque desde un inicio existía una compatibilidad “entre los
dos sistemas de representación el mundo” que sacralizaba el paisaje, las montañas, las
minas y sus productos (443). Sin embargo, tanto en la conquista como durante la colonia,
podríamos pensar que toda negociación de significados sobre el mundo se da en situación
de desigualdad. En este caso, una representación pasa a ser encubierta por la otra, aunque
sea como recurso de sobrevivencia. Las formas sincréticas y mestizas están presentes, pero
ocupan lugares devaluados. Si efectivamente se puede leer en la imagen esta ambigüedad
que señala Bouysse‐Cassagne, resulta difícil recuperar sus beneficios para descubrir al
‘Otro’ dentro de lo que una vez ‘en‐cubierto’ fue ‘con‐fundido’.
Para la cultura autóctona, el cerro era una huaca dorada, era una deidad femenina que
recibía el nombre de Coya o Reina, según informa en 1599 el jesuita José de Arriaga (citado
por Bouysse‐Cassagne). En su versión cristiana, la virgen‐cerro se propone como camino al
cristo‐riqueza (metales y joyas como símbolo de deidad)1 y a la salvación. El trabajo en la
mina se niega como explotación y aparece despejado como camino al cielo cristiano. Estos
son los sacrificios que, como señala Dussel, se hacen al final al otro dios del occidente: el
capital, para cuya producción el cuerpo del indio se reduce a su trabajo gratis (52).
La Virgen del Cerro, los imaginarios, las narraciones y las prácticas que la rodean son
ejemplo de la instauración de ese mito encubridor y justificador de la violencia que sacrifica
al ‘Otro’, ya sea bajo el discurso evangelizador, civilizador o modernizador, que al final se 1 Pizarro Gómez señala una relación entre las deidades con los metales y las joyas en la cultura prehispánica.
13
reduce al discurso del capital como eje que articula la acción del “Yo conquisto”. El otro
encubierto deja de existir, es silenciado, y el ego moderno se coloca en el podio para
enunciar su “discurso solipsista” (Dussel: 53).
Reflexión final
A quienes habitamos América Latina, nos queda un lugar psicológico abigarrado de
contradicciones: hijos bastardos y mestizos de la violencia, herederos de la posición del
conquistado que parece fácil de negar una vez más, pero también herederos de las
ambiciones y contradicciones del conquistador.
Hoy parece que, para asumir el ego moderno hay que escoger la herencia que demostró ser
exitosa: la del conquistador. La herencia del ‘Otro’ (de ‘lo Mismo’ devaluado) resulta quizá
demasiado incómoda cuando pensamos que siendo los pobladores indígenas de América
tan numerosos (habitantes de grandes imperios), en poco tiempo y con relativa facilidad
fueron derrotados por pocos europeos. ¿Qué otras explicaciones de esa derrota se han
negado para sostener el veredicto de inferioridad? ¿Quién podrá hacerse cargo de la
herencia de significados que trae consigo una historia de fracaso y exterminio para
convertirla en otra historia?
En nosotros, herederos de la pesadilla del exterminio y del sueño de la modernidad, está
actualmente la lucha por encontrar y producir las imágenes y las narraciones que
produzcan un encuentro de las contradicciones de nuestro origen para facilitar la
convivencia y no reproducir el encubrimiento de lo alterno y sus posibilidades.
14
Lista de referencias
Bouysse‐Cassagne, Thérèse (2005) “Las minas del centro‐sur andino, los cultos prehispánicos y los cultos cristianos”. Bulletin de I’Institut Francais d’Étuds andines, 34 (3): 443‐462. Recuperado de: http://www.ifeanet.org/publicaciones/boletines/34%283%29/443.pdf
Dussel, Enrique (1994) 1492 El encubrimiento del otro. La Paz: Plural
Locke, John. Ensayo sobre el gobierno civil.
Pizaro Gómez, Francisco Javier (sf) Identidad y mestizaje en el arte barroco andino. La iconografía. Recuperado de: http://ler.letras.up.pt/uploads/ficheiros/7511.pdf
Quijano, Aníbal (2000). “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”. En: Edgardo Lander (ed.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Pp. 201‐245. Caracas: Clacso.
Rubin, Gayle (1986) “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”. Revista Nueva Antropología, noviembre, año/vol. VIII, número 030. México DF: UNAM. Pp. 95‐145.
Taylor, C. (2006) Imaginarios sociales modernos. (Trad. Ramón Vilà Vernis). Barcelona: Paidós Ibérica.