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ANTE LA BANDERA JULIO VERNE

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HEALTHFUL-HOUSE

La tarjeta que recibió aquel día- 15 de Junio- elDirector del establecimiento de Healthful-House,llevaba correctamente este sencillo nombre, sin es-cudo ni corona:

El Conde de Artigas.Bajo este nombre, y en la esquina de la tarjeta,

estaba escrita con lápiz la dirección:«A bordo de la goleta Ebba, anclada en

New-Berne, Pamplico-Sound.»La capital de la Carolina del Norte, uno de los

cuarenta y cuatro Estados de la Unión en aquellaépoca, es la importante ciudad de Raleigh, situada

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unas ciento cincuenta millas en el interior de la pro-vincia. Merced a su posición central, esta ciudad lle-gó a ser el asiento de la legislatura, pues las demás laigualan o superan en valor comercial o industrial,por ejemplo, Wilmington, Charlotte, Fayetteville-Edenton, Washington, Salisbury, Tarboro, Halifax,New-Berne. Esta última se eleva en el fondo de laensenada de Neuze-river, que se arroja en el Pam-plico-Sound, especie de vasto lago marítimo, prote-gido por un dique natural formado de las islas o is-lotes del litoral caroliniano.

No hubiera podido el Director de Heal-thful-House adivinar la razón por la que se le envia-ba aquella tarjeta, a no ir ésta acompañada de unacarta, en la que el Conde de Artigas solicitaba per-miso para visitar el establecimiento en cuestión. Es-peraba el personaje que el Director accediese a sudemanda, y contaba con presentarse por la tardecon el capitán Spada, que mandaba la goleta Ebba.

Este deseo de penetrar en el interior de aquellacasa de salud, muy célebre entonces y muy solicitadapor los enfermos ricos de los Estados Unidos, nopodía parecer sino muy natural de parte de un ex-tranjero. Otros la habían ya visitado sin llevar ungran nombre como el Conde de Artigas, y no ha-

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bían escaseado sus enhorabuenas al Director. Apre-suróse, pues, éste a conceder el permiso que se soli-citaba, y respondió que para él sería gran honraabrir al noble visitante las puertas de su estableci-miento.

Healthful-House, servido por un escogido per-sonal, con el concurso de los médicos de más nom-bre, era de creación particular. Independiente de loshospicios y hospitales, pero sometido a la vigilanciadel Estado, reunía todas las condiciones de como-didad y salubridad que exigen las casas de este géne-ro destinadas a recibir una opulenta clientela.

Difícilmente se hubiera encontrado un sitio másagradable que el de Healthful-House. Abrigado poruna colina, poseía un parque de doscientos acres,plantado de esos magníficos arbustos que prodiga laAmérica septentrional, en su parte igual en latitud alos grupos de las Canarias y de la isla Madera. En ellímite inferior del parque se abría la ensenada delNeuze, incesantemente refrescada por las brisas delPamplico-Sound y los vientos del mar.

En Healthful-House, donde los ricos enfermosestaban cuidados en excelentes condiciones higiéni-cas, los casos de curación eran numerosos. Pero siel establecimiento estaba en general reservado al

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tratamiento de las enfermedades crónicas, la Admi-nistración no rehusaba admitir a los particularesafectados de trastornos intelectuales cuando la en-fermedad no presentaba un carácter incurable.

Precisamente en aquella época había una cir-cunstancia que debía atraer la atención sobre Heal-thful-House, y que tal vez era el motivo de la visitadel Conde de Artigas. Era esta circunstancia la pre-sencia de un personaje de gran notoriedad. Ence-rrado en la casa desde hacía diez y ocho meses, se letenía sometido a una observación especial.

El personaje en cuestión era un francés llamadoTomás Roch, de unos cuarenta y cinco años deedad. Ninguna duda podía existir de que estuvierabajo la influencia de una enfermedad mental; perohasta entonces los médicos no habían notado en éluna perturbación definitiva de las facultades inte-lectuales. Cierto que la justa noción de las cosas fal-tábale en los actos más sencillos de la vida; pero surazón permanecía entera, poderosa, inatacable,cuando se hacía llamamiento a su genio; y ¿quién nosabe que a veces el genio y la locura confinan? Ver-dad es que sus facultades afectivas o sensoriales es-taban profundamente atacadas. Cuando había lugarpara ejercitarlas, no se manifestaban más que por el

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delirio o la incoherencia. Ausencia de memoria, im-posibilidad de atención; nada de conciencia, nada degenio. Entonces Tomás Roch no era más que unloco, incapaz para todo, privado de ese instinto na-tural que dirige la vida animal, el de la conservación,y era preciso tratarle como a un niño. No se podíaperderle de vista, y en el pabellón 17, que ocupabaen el fondo del parque de Healthful-House, suguardián tenía la obligación de vigilarle noche y día.

La locura común, no siendo incurable, no puedeser curada más que por medios morales. La medici-na y la terapéutica son impotentes, y su ineficacia esreconocida desde hace mucho tiempo por los alie-nistas.

¿Eran aplicables estos medios morales al caso deTomás Roch? Había fundamento para dudarlo hastaen aquel ambiente tranquilo y sano de Heal-thful-House. En efecto: la inquietud, los cambios dehumor, la irritabilidad, las anomalías de carácter, latristeza, la repugnancia a las ocupaciones serias o alos placeres, aparecían claramente. Ningún médicohubiera podido indicar un medio de curación; nin-gún tratamiento parecía capaz de hacerlos desapare-cer, ni de atenuarlos.

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Se ha dicho que la locura es un exceso de subje-tividad, es decir, un estado en el que el alma se en-trega demasiado a su trabajo interior y poco a lasimpresiones que vienen de fuera. En Tomás Rochesta indiferencia era casi absoluta. No vivía más quedentro de sí mismo, presa de una idea fija, cuya ob-sesión le había llevado donde estaba. Difícil, perono imposible, era que se produjera una circunstan-cia, un contragolpe que le «exteriorizase», para em-plear una palabra bastante exacta.

Conviene ahora relatar en qué condiciones estefrancés abandonó Francia; qué motivos le habíantraído a los Estados Unidos; por qué el Gobiernofederal había juzgado prudente y necesario ence-rrarle en aquella casa de salud, donde se debía ano-tar con minucioso cuidado todo lo que inconscien-temente se le escapara en el curso de sus crisis.

Diez y ocho meses antes, Tomás Roch solicitóuna audiencia del Ministro de Marina de Washing-ton. Bastó el nombre para que el Ministro com-prendiera de lo que se trataba. Aunque supiese dequé naturaleza sería la conferencia y qué pretensio-nes la acompañarían, no dudó, y la audiencia fueconcedida inmediatamente.

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En efecto, la notoriedad de Tomás Roch era talentonces, que, cuidadoso de los intereses que se lehabían encargado, el Ministro no podía dudar enrecibir al solicitante y conocer las proposiciones queéste quería hacerle en persona. Tomás Roch era uninventor, un inventor de genio. Ya importantes des-cubrimientos le habían dado fama; gracias a él, al-gunos problemas puramente teóricos hasta entonceshabían recibido una aplicación práctica. Su nombreera conocido en la ciencia y ocupaba uno de losprimeros puestos en el mundo de los sabios, y se vaa ver cómo, después de muchos disgustos, de gran-des decepciones y hasta de ultrajes de la prensa, lle-gó a aquel período de locura que hizo necesario suingreso en Healthful-House.

Su última invención respecto a los instrumentosde guerra, llevaba el nombre de Fulgurador Roch. Acreerle, este aparato poseía tal superioridad sobrelos otros, que el Estado que le adquiriera sería eldueño absoluto de los continentes y de los mares.

Sábese de sobra con qué deplorables dificultadeschocan los inventores cuando de sus inventos setrata, y, sobre todo, cuando intentan que seanadoptados por las comisiones ministeriales. Nume-rosos ejemplos- y de los más famosos- acuden a

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nuestra memoria. Inútil es insistir sobre este punto,pues estos negocios presentan puntos obscuros di-fíciles de esclarecer. No obstante, en lo que a TomásRoch se refiere, justo es confesar que, como la ma-yor parte de sus predecesores, tenía pretensiones tanexcesivas, ponía al valor de su aparato precios taninabordables, que resultaba casi imposible tratar conél.

Reconocía esto como causa- justo es confesarlotambién- que en inventos precedentes, de aplicaciónfecunda en sus resultados, se había visto explotarcon rara audacia. No habiendo obtenido el benefi-cio que equitativamente debía haber conseguido, sucarácter comenzó a agriarse. Hízose desconfiado, ypretendía imponer condiciones tal vez inaceptables,ser creído bajo su palabra, y en todo caso, pedía unasuma tan considerable, aun antes de toda experien-cia, que tales exigencias parecían ser inadmisibles.

En primer lugar, ofreció el Fulgurador Roch aFrancia. Hizo conocer a la Comisión encargada derecibir su comunicación en qué consistía el invento.Tratábase de un aparato autopropulsivo, de fabrica-ción especial, cargado con un explosivo compuestode sustancias nuevas, y que no producía su efecto

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más que bajo la acción de un deflagrador, tambiénnuevo.

Cuando este aparato lanzase el proyectil y ésteestallase, no contra el objeto a que se dirigía, sino aalgunos centenares de metros, su acción sobre lascapas atmosféricas era tan enorme, que toda cons-trucción, fuerte o navío de guerra, debía hundirse enuna zona de diez mil metros cuadrados. Tal es elprincipio del proyectil lanzado por el cañón neumá-tico Zalinski, ya experimentado entonces, pero conresultados por lo menos centuplicados.

Si, pues, la invención de Tomás Roch poseía talpoder, significaba la superioridad ofensiva y defen-siva asegurada a su país. Sin embargo, por más quehubiera hecho sus pruebas a propósito de otrosaparatos semejantes de grandes resultados, ¿no exa-geraba el inventor? Sólo las experiencias podíandemostrarlo. Y precisamente él pretendía no con-sentir en tales experiencias hasta que no estuvieranen su poder los millones en que estimaba su Fulgu-rador. Indudablemente, entonces se había produci-do una especie de desequilibrio en las facultadesintelectuales de Tomás Roch. No poseía el juiciocompleto. Se le veía camino de la locura. Ningún

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Gobierno podía acceder a tratar con él en las condi-ciones que deseaba.

La Comisión francesa rompió todo trato, y losperiódicos, hasta los de más radical oposición, tu-vieron que reconocer que era difícil dar solución alasunto. Las proposiciones de Tomás Roch fueron,pues, rechazadas, sin que, por otra parte, se tuvierael temor de que otro Estado pudiera acogerlas.

Con el exceso de subjetividad, que aumentó ince-santemente en un espíritu tan profundamente tur-bado como el de Tomás Roch, no asombrará que lafibra del patriotismo, aflojada poco a poco, conclu-yera por no vibrar.

Preciso es repetirlo en honor de la naturalezahumana: en aquel momento Tomás Roch tenía per-turbada su inteligencia. No vivía más qué para loque directamente se refería a su invento; para estono había perdido su poder genial. Pero en lo queconcernía a los más insignificantes detalles de la vi-da, su debilidad moral se acentuaba de día en día, yle quitaba la completa responsabilidad de sus actos.

Tomás Roch fue, pues, despedido. Tal vez en-tonces hubiera sido conveniente procurar impedirque llevase su invento a otra parte. No se hizo, y fueuna torpeza. Llegó lo que debía llegar. Bajo el peso

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de una irritabilidad creciente, los sentimientos depatriotismo, que son la esencia misma del ciudada-no- el que antes de pertenecerse pertenece a su pa-ís,-se obscurecieron en el alma del inventor caído.Pensó en otras naciones; pasó la frontera, y olvi-dando el pasado, ofreció el Fulgurador Roch a Ale-mania. El Gobierno, después de conocer las exor-bitantes pretensiones de Tomás Roch, rehusó reci-bir su comunicación. Además, se acababa de poneren estudio la fabricación de un nuevo aparato balís-tico de guerra, y se creyó poder desdeñar el del in-ventor francés.

A la cólera de éste se unió el odio; un odio ins-tintivo contra la humanidad, sobre todo después delmal éxito de sus pretensiones en el Consejo del Al-mirantazgo de la Gran Bretaña. Como los inglesesson gente práctica, no rehusaron desde luego lasproposiciones de Roch; le tantearon, procuraronengañarle con artificios. Tomás Roch no quiso oírnada. Su secreto valía millones, y él obtendría esosmillones o guardaría su secreto. El Almirante acabópor romper sus relaciones con él.

Entonces hizo una nueva tentativa en América,diez y ocho meses antes de comenzar esta historia.

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Los americanos, más prácticos aún que los ingle-ses, no regatearon el Fulgurador Roch, al que con-cedían un valor excepcional dada la fama del quími-co francés. Con razón le consideraban como unhombre de genio, y tomaron medidas justificadaspor su estado mental, dispuestos a indemnizarlemás tarde en una equitativa proporción.

Como Tomás Roch daba pruebas demasiadoevidentes de locura, la Administración, en interésdel invento mismo, juzgó oportuno encerrarle.

Se sabe que Tomás Roch no fue recluido en elfondo de una casa de locos. El establecimiento deHealthful-House ofrecía toda garantía para el trata-miento del enfermo. Pero aunque no se hubieranescaseado los más exquisitos cuidados, hasta el díano se había conseguido nada.

Insistamos una vez más en que Tomás Roch, porinconsciente que fuera, se rehacía cuando se le po-nía en el terreno de sus descubrimientos. Animába-se entonces, hablaba con la seguridad de un hombredueño de sí, con una autoridad que imponía. Congran elocuencia describía las maravillosas cualidadesde su Fulgurador, los efectos verdaderamente ex-traordinarios que produciría. Pero sobre la natura-leza del explosivo y del deflagrador, sobre los ele-

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mentos que le componían, sobre su fabricación, en-cerrábase en una reserva de la que nada le hacía sa-lir. Una o dos veces, en lo más fuerte de una crisis,hubo motivo para creer que el secreto de su in-vención iba a escapársele, y se tomaron toda clasede precauciones. Fue en vano: aunque Tomás Rochno tuviese ni el instinto de su conservación siquiera,tenía al menos el de su secreto.

El pabellón 17 del parque de Healthful-Houseestaba rodeado de un jardín y largas vías, en el queel pensionista podía pasearse bajo la vigilancia deun guardián. Este ocupaba el mismo pabellón, dur-miendo en el mismo cuarto, y observando al in-ventor noche y día sin abandonarle un momento.Espiaba sus menores palabras en el curso de susalucinaciones, que se producían generalmente en elestado intermedio entre la vigilia y el sueño, y hastaen éste le escuchaba.

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Llamábase este guardián Gaydón. Poco antes dela reclusión de Tomás Roch, y sabedor de que sebuscaba un vigilante que hablase el francés, pre-

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sentóse en Healthful-House, y había sido aceptadoen calidad de guardián del nuevo pensionista.

En realidad, este supuesto Gaydón era un inge-niero francés llamado Simón Hart, desde hacía va-rios años al servicio de una Sociedad de productosquímicos establecida en New-Jersey. Tenía cuarentaaños, la frente despejada y marcada por el plieguedel observador, la actitud resuelta, denotando ener-gía y tenacidad.

Muy versado en las diversas cuestiones relacio-nadas con el perfeccionamiento del armamentomoderno, Simón Hart conocía a fondo todo lo quese había hecho en materia de explosivos, cuyo nú-mero se elevaba a mil ciento en aquella época. Nodiscutía a un hombre tal como Tomás Roch; creíaen la potencia de su Fulgurador, y no dudaba queestuviese en posesión de un aparato capaz de cam-biar las condiciones de la guerra en mar y tierra,tanto para la ofensiva como para la defensiva. Ha-biendo oído decir que en Roch la locura respetabaal sabio; que en el cerebro de éste, en parte desequi-librado, brillaba aún la llama del ingenio, tuvo unaidea: la de que, si su secreto se escapaba durante suscrisis, aquel invento de un francés sería aprovecha-do por un país extranjero. Resolvió ofrecerse para

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guardián de Tomás Roch, fingiéndose un americanoque hablaba correctamente la lengua francesa.. Pre-textando un viaje a Europa, presentó su dimisión ycambió de nombre; ayudáronle las circunstancias,fue aceptada la proposición que hizo al Director, yhe ahí cómo desde hacía quince meses desempeña-ba cerca del pensionista de Healthful el oficio deguardián.

Esta resolución atestiguaba un raro sacrificio, unnoble patriotismo, pues se trataba de un oficio pe-noso para un hombre de la clase y de la educaciónde Simón Hart. Pero no se olvide que el ingenierono pretendía robar su secreto a Tomás Roch si éstele dejaba escapar, y el último tendría de él el legítimoprovecho si recobraba la razón.

Así, pues, desde hacía quince meses Simón Hart,o más bien Gaydón, vivía junto a aquel demente,observándole, espiándole, hasta dirigiéndole pre-guntas, sin que adelantase nada. Aparte de esto,oyendo al inventor hablar de su descubrimiento,veíase que estaba más convencido que nunca de suextraordinaria importancia. El ingeniero temía tam-bién, mas que nada, que la locura parcial de TomásRoch degenerase en locura general, o que en unacrisis suprema muriese su secreto con él.

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Tal era la situación de Simón Hart; tal era la mi-sión a la que se sacrificaba en interés de su país.

Sin embargo, a pesar de tantas decepciones ydisgustos, la salud de Tomás Roch no estaba com-prometida, gracias a su constitución vigorosa. Lanerviosidad de su temperamento le había permitidoresistir a tantas causas de destrucción. De regularestatura, la cabeza poderosa, ancha frente, cráneovoluminoso, los cabellos grises, la mirada fija y viva,cuando su pensamiento dominante la hacía brillar;espeso bigote bajo una nariz de ventanillas palpi-tantes, labios fuertemente cerrados como si no qui-sieran dejar escapar su secreto, rostro pensativo, ac-titud de hombre que ha luchado por largo tiempo yestá resuelto a luchar todavía: tal era el inventorTomás Roch, encerrado en uno de los pabellonesde Healthful-House, sin conciencia de ello quizá, yconfiado a la vigilancia del ingeniero Simón Hart,bajo el nombre del guardián Gaydón.

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II

EL CONDE DE ARTIGAS

¿Quién era el Conde de Artigas? ¿Un español?Su nombre parecía indicarlo. Sin embargo, en la po-pa de su goleta se destacaba en letras de oro elnombre Ebba, de origen noruego. Y si se le hubierapreguntado cómo se llamaba el capitán de la Ebba,hubiera respondido: Spada; y el contramaestre,Effrondat, y Helim su cocinero, nombres que indi-caban distintas nacionalidades.

¿Se podía deducir alguna hipótesis del tipo quepresentaba el Conde de Artigas? Difícilmente. Si elcolor de su piel y sus negros cabellos, y la gracia desu actitud, denunciaban un origen español, el con-

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junto de su persona no ofrecía esos caracteres deraza que son peculiares a los oriundos de la penín-sula ibérica.

Era un hombre alto, robusto, de cuarenta y cincoaños lo más. Por su continente calmoso y altivo, pa-recía uno de esos señores indios a los que se hubie-se mezclado la sangre de los soberbios tipos de laMalasia. Si su temperamento no era frío, a lo menosprocuraba fingirlo. Tenía el gesto imperioso, la pa-labra breve. En cuanto a la lengua de que él y su tri-pulación se servían, era uno de esos idiomas parti-culares propios de las islas del Océano Índico y delos mares que le rodean. Verdad que cuando sus ex-cursiones marítimas le llevaban al litoral del antiguoo nuevo mundo, se expresaba con notable facilidaden inglés, no revelando más que por un ligeroacento su origen extranjero.

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Lo que había sido el pasado del Conde de Arti-gas, las diversas peripecias de una existencia miste-riosa, lo que era su presente, el origen de su fortuna-evidentemente considerable, puesto que le permitíavivir con gran fausto-, el sitio en que se encontraba

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su residencia habitual, o por lo menos el puerto deanclaje de su goleta, ni lo hubiera podido decir na-die, ni nadie se hubiera atrevido a interrogarle sobreeste punto; tan poco comunicativo se mostraba. Noparecía hombre que se comprometiera en una inter-view, ni aun en provecho de los reporters americanos.

Lo que se sabía de él era únicamente lo que refe-rían los periódicos cuando señalaban la presencia dela Ebba en algún puerto, y particularmente en los dela costa oriental de los Estados Unidos. Allí, enefecto, la goleta iba casi en épocas fijas a aprovisio-narse de cuanto es preciso para las necesidades deuna larga navegación. Y no solamente se avituallabade provisiones de boca, harina, bizcocho, conser-vas, carne seca y fresca, vacas y carneros, sino tam-bién de vestidos, utensilios, objetos de lujo y de ne-cesidad, pagado todo a altos precios, ya en dollars,ya en guineas o en otra clase de moneda de diversoorigen.

Dedúcese de aquí que, si no se sabía nada de lavida privada del Conde de Artigas, era muy conoci-do en los diversos puertos del litoral americano,desde los de la península floridiana hasta los deNueva Inglaterra.

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No hay, pues, que extrañar que el Director deHealthful-House se considerase muy honrado por lapetición del Conde de Artigas, a la que accedió almomento.

Además, aquella era la primera vez que la goletaEbba hacía escala en el puerto de New-Berne. Y sinduda; sólo el capricho de su propietario le había lle-vado a la embocadura del Neuze.

¿Qué podía ir a hacer en aquel sitio el Conde deArtigas? ¿A avituallarse? No; pues no hubiera en-contrado en el fondo del Pamplico-Sound los recur-sos que otros puertos le ofrecían, tales como Bos-ton, New-York, Dover, Savannah, Wilmington en laCarolina del Norte, y Charleston en la Carolina delSur. En Neuze y en el mercado poco importante deNew-Berne, ¿por qué mercaderías hubiera podidocambiar sus piastras y sus billetes de Banco? La ca-pital del Condado de Craven no posee más queunos cinco o seis mil habitantes. Su comercio estáreducido a la exportación de granos, cerdos, mue-bles y municiones navales. Además, algunas sema-nas antes, durante una escala de diez días en Char-leston, la goleta había tomado su cargamento com-pleto para un destino que, como siempre, se ignora-ba.

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¿Había, pues, ido aquel enigmático personaje conel único objeto de visitar Healthful-House?

Esto tal vez no tenía nada de extraño, porque di-cho establecimiento gozaba de una real y justa cele-bridad.

¿Tal vez el Conde de Artigas había tenido el de-seo de conocer a Tomás Roch?

La notoriedad universal del inventor francés hu-biera justificado esta curiosidad. ¡Un loco de genio,cuyos inventos prometían causar hondísima revolu-ción en los métodos del arte militar moderno!

Como en su solicitud indicaba, por la tarde, elConde de Artigas se presentó a la puerta de Heal-thful-House acompañado por el capitán Spada, elcomandante de la Ebba. En conformidad con lasórdenes dadas, ambos fueron conducidos al despa-cho del Director. Este acogió afablemente al Condede Artigas y se puso a su disposición, no queriendoceder a nadie el honor de ser su cicerone. El Conde deArtigas agradeció el favor. Empezóse por visitar lassalas comunes y las habitaciones particulares. El Di-rector hablaba mucho de los cuidados que se prodi-gaban a los enfermos, muy superiores, a creerle, alos que hubiesen podido recibir de sus familias; tra-

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tamiento de lujo-repetía-, cuyos resultados habíanvalido a Healthful-House un éxito merecidísimo.

El Conde de Artigas escuchaba sin perder suflema habitual, y parecía interesarse en la facundiadel Director, quizás para disimular mejor el deseoque le había llevado a aquella casa. Sin embargo,después de una hora consagrada a aquel paseo, cre-yóse en el deber de decir:

-¿No tiene usted un enfermo del que se ha ha-blado mucho en estos últimos tiempos, y que, encierto modo, ha contribuido a fijar la atención pú-blica sobre Healthful-House?

-¿Se refiere el señor Conde a Tomás Roch?-Efectivamente; hablo de ese francés, de ese in-

ventor, cuya razón parece estar muy comprometida.-Muy comprometida, señor Conde; y quizás es

un bien. En mi opinión, la humanidad nada tieneque ganar con esos descubrimientos, la aplicaciónde los cuales aumentaría los medios de destrucción,ya muy numerosos.

-Eso es pensar sabiamente, señor Director, y eneste asunto opino como usted. El verdadero progre-so no consiste en eso, y miro como genios del mal alos que van por tal camino. Pero este inventor, ¿haperdido por completo las facultades intelectuales?

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-Completamente no, señor Conde, a no ser en loque se refiere a las cosas ordinarias de la vida; por-que en esto no tiene la comprensión ni la responsa-bilidad de sus actos. Su genio de inventor es lo queha quedado intacto y ha sobrevivido a la degenera-ción mental, y de haberse aceptado sus pretensio-nes, fuera del buen sentido, no pongo en duda quede sus manos hubiera salido un nuevo aparato deguerra... que realmente no es muy necesario.

-No lo es, no, señor Director- repitió el Condede Artigas.

El capitán Spada pareció aprobar lo que el últimodecía.

-Por lo demás, señor Conde, usted podrá juzgarpor sí mismo. Hemos llegado al pabellón de TomásRoch. Si su encierro está justificado desde el puntode vista de la seguridad pública, está tratado con to-dos los miramientos que se le deben y con todos loscuidados que su estado reclama. Y, además, está alabrigo de indiscretos que podrían pretender...

El Director completó la frase con un movi-miento de cabeza muy significativo, lo que hizoasomar una sonrisa imperceptible a los labios delextranjero.

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-Pero- preguntó el Conde de Artigas- ¿es queTomás Roch no está nunca solo?

-Nunca, señor Conde. Le vigila continuamenteun guardián, del que estamos completamente segu-ros. En el caso de que en una u otra forma se le es-capara alguna indicación relativa a su descubri-miento, esta indicación sería recogida al instante, yse vería el uso que convenía hacer de ella.

En este momento el Conde de Artigas lanzó unarápida mirada al capitán Spada, que respondió conun gesto que parecía decir: «Comprendido.»

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Realmente, quien hubiera observado al dicho ca-pitán durante aquella visita, habría notado que exa-minaba con particular atención los alrededores delparque que rodeaba al pabellón 17, y los sitios quedaban acceso a él, probablemente por proyectar al-guna cosa relacionada con este punto.

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El jardín del pabellón confinaba con el muro querodeaba a Healthful-House. Por la parte exterior,este muro cerraba la base misma de la colina, cuyaparte de atrás se alargaba en suave pendiente hastala ribera derecha del Neuze.

El pabellón no constaba más que de un piso bajocubierto por una terraza a la italiana. El piso bajocomprendía dos habitaciones y un recibimiento, conventanas defendidas por rejas de hierro. A los ladosse levantaban hermosos árboles, entonces en todosu esplendor. Delante, frescos céspedes con floreshermosísimas. El total comprendía un medio acre,para uso exclusivo de Tomás Roch, en libertad depasear por el jardín bajo la vigilancia de su guardián.

A la puerta del pabellón estaba el último cuandoel Conde de Artigas, el capitán Spada y el Directorpenetraron en aquel sitio.

El Conde de Artigas pareció examinarle con de-tenida atención. No era la primera vez que los ex-tranjeros iban a visitar al huésped del pabellón 17,pues el inventor francés pasaba justamente por seruno de los más curiosos pensionistas de Heal-thful-House. No obstante, la atención de Gaydónfue solicitada por lo original del tipo de aquellos dospersonajes, cuya nacionalidad ignoraba. Aunque el

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nombre del Conde de Artigas no le fuera descono-cido, jamás tuvo ocasión de encontrarle en sus es-calas en los puertos del Este, e ignoraba que la go-leta Ebba estuviese entonces anclada en la emboca-dura del Neuze, al pie de la colina de Healthful-House.

-Gaydón- preguntó el Director-, ¿dónde estáTomás Roch?

-Allí- respondió el guardián, señalando con lamano a un hombre que se paseaba meditabundobajo los árboles, tras el pabellón.

-El señor Conde de Artigas ha sido autorizadopara visitar Healthful-House, y no ha querido partirsin haber visto a ese Tomás Roch, del que tanto seha hablado en estos últimos tiempos.

-Y del que se hablaría aún más si el Gobierno fe-deral no hubiera tomado la precaución de encerrarleen este establecimiento- respondió el Conde de Ar-tigas.

-Precaución necesaria, señor Conde.-Necesaria, en efecto, señor Director, y vale más,

para el reposo del mundo, que el secreto de su in-vención muera con él.

Gaydón, después de haber mirado al Conde deArtigas, no había pronunciado una palabra, y, pre-

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cediendo a los dos extranjeros, se dirigió hacia elfondo del cercado. A los pocos pasos los visitantesse encontraron frente a Tomás Roch.

Éste no les había visto llegar, y cuando estuvie-ron a poca distancia de él, es presumible que no sefijó en ellos.

Entretanto, el capitán Spada examinaba la dispo-sición del sitio, el lugar ocupado por el pabellón 17en la parte inferior del parque de Healthful-House.Cuando subió los paseos en cuesta, distinguió confacilidad la extremidad de nn mástil que sobresalíapor cima del muro. Para reconocer que era de lagoleta Ebba bastóle una rápida mirada, y pudo tam-bién asegurarse de que por aquel lado el muro sealargaba por la ribera derecha del Neuze.

Entretanto, inmóvil y mudo, el Conde de Artigasobservaba al inventor francés.

Era este hombre vigoroso todavía, y su salud noparecía haber sufrido gran quebranto por su encie-rro, que duraba ya diez y ocho meses. Pero su acti-tud, sus ademanes incoherentes, su mirada extra-viada, su falta de atención, denotaban un completoestado de inconsciencia y una perturbación profun-da de las facultades mentales.

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Tomás Roch acababa de sentarse sobre un ban-co, y con la punta de un junquillo que tenía en lamano trazó sobre la arena un perfil de fortificación.Después, arrodillándose, hizo montoncitos de arenaque evidentemente representaban baluartes. Enton-ces, después de arrancar algunas hojas de un árbolpróximo, las plantó en las cúspides de los monton-citos, como minúsculas banderas. Todo esto congran seriedad y sin que se preocupase nada de laspersonas que le miraban.

Era un juego de niños; pero un niño no hubierademostrado aquella gravedad y aquella indiferenciacaracterísticas.

-¿Está completamente loco? preguntó el Condede Artigas, que, a pesar de su impasibilidad habitual,pareció algo descorazonado.

-Ya le he prevenido a usted, señor Conde, quenada se podía obtener de él- respondió el Director.

- ¿No se podría, al menos, conseguir que nosprestara un poco de atención?

-Muy difícil será lograrlo.Y volviéndose al guardián, añadió:-Diríjale usted la palabra, Gaydón; tal vez le res-

ponda a usted.

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-Seguramente, señor Director- respondió Ga-ydón.

Y tocando al pensionista en el hombro, le dijodulcemente:

-¿Tomás Roch?Levantó éste la cabeza, y de todas las personas

allí presentes no vio sin duda más que a su guardián,aunque el Conde de Artigas y el capitán Spada, queacababa de aproximarse, y el Director, formaban uncírculo en torno de él.

-Tomás Roch- dijo el guardián en inglés-, aquíhay unos señores que desean verle a usted. Se inte-resan por su salud... por sus trabajos.

Esta última palabra fue la única que pareció des-pertar la atención del inventor.

-¿Mis trabajos?- respondió en inglés, lengua quehablaba correctamente.

Tomando entonces entre el índice y el pulgar unguijarro, le arrojó contra uno de los montoncitos dearena, que se derrumbó.

Un grito de alegría se escapó de sus labios.-¡Por tierra!... ¡Por tierra!... ¡Mi Fulgurador!... ¡Mi

Fulgurador! ¡Lo he destruido todo de un solo golpe!Tomás Roch se había levantado y el fuego del

triunfo brillaba en sus ojos.

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-Ya lo ve usted- dijo el Director dirigiéndose alConde de Artigas.- La idea de su invento no leabandona jamás.

-Y morirá con él- afirmó el guardián Gaydón.-¿No podría usted, Gaydón, hacerle hablar de su

explosivo, de su deflagrador?-Si usted me lo ordena, señor Director...-Sí, porque creo que esto interesará al señor

Conde.-En efecto- respondió éste, sin que su frío rostro

dejase traslucir los sentimientos que le agitaban.-Se corre el riesgo de provocar una nueva crisis-,

observó el guardián.-Usted pondrá fin a la conversación cuando lo

juzgue conveniente. Dígale usted a Tomás Roch queun extranjero desea tratar con él de la compra de suaparato.

-Pero ¿no teme usted que se le escape el secreto?-dijo el Conde de Artigas.

E hizo la pregunta con tal viveza, que Gaydónno pudo contener una mirada de desconfianza, queno pareció inquietar al impenetrable personaje.

-No hay temor ninguno-, respondió-, y ningunapromesa arrancará su secreto a Tomás Roch mien-

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tras no se le hayan puesto en la mano los millonesque exige.

-Yo no los llevo- respondió tranquilamente elConde de Artigas.

Volvióse Gaydón al pensionista, y tocándole enel hombro como antes, le dijo:

-Tomás Roch, estos dos extranjeros se proponencomprarle a usted el Fulgurador.

Tomás Roch se irguió.-¡Mi Fulgurador!- exclamó.- ¡El Fulgurador

Roch!Y una animación creciente indicaba la inminencia

de la crisis de que Gaydón había hablado, y queproducían siempre preguntas de aquel género.

-¿En cuánto quieren ustedes comprármele? ¿Encuánto?... ¿En cuánto?... - añadió el inventor fran-cés.

No había inconveniente en ofrecerle una suma,por enorme que fuera.

-¿En cuánto?... ¿En cuánto?...- repetía él.-En diez millones de dollars- respondió Gaydón.-¡Diez millones!- exclamó Tomás Roch.- ¡Diez

millones por un Fulgurador cuyo poder es diez mi-llones de veces superior a cuanto se ha hecho hastaaquí! ¡Diez millones por un motor autopropulsivo

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que puede, al estallar, extender su poder destructivosobre millares de metros cuadrados! ¡Diez millonesel solo deflagrador capaz de provocar su explosión!Todas las riquezas del mundo no bastarían para pa-gar mi invento, y antes que entregarle por ese pre-cio, me cortaría la lengua con los dientes. ¡Diez mi-llones, cuando vale un milliard... un milliard... unmilliard!

Tomás Roch, cuando se trataba con él del asuntode su invento, mostrábase como hombre al que faltatoda noción y medida de las cosas. Aunque Gaydónle hubiera ofrecido diez milliards, aquel insensato,en su locura, hubiera exigido más.

El Conde de Artigas y el capitán Spada no ha-bían dejado de observarle desde el principio de lacrisis: el Conde siempre flemático, por más que sufrente se hubiera ensombrecido; el capitán, movien-do la cabeza como un hombre que pensara: «¡Deci-didamente, nada se puede hacer con este desdicha-do! »

Tomás Roch huyó de aquel sitio, y corría gritan-do con voz ahogada por la cólera:

-¡Milliard! ¡Milliard!Gaydón, dirigiéndose entonces al Director, le

dijo:

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-Ya se lo previne a usted.Después púsose en persecución de su pensio-

nista, reunióse a él, le cogió por el brazo sin que elotro hiciese gran resistencia, y le condujo al pabe-llón, la puerta del cual cerró en seguida.

El Conde de Artigas quedó solo con el Director,mientras el capitán Spada recorría una vez más eljardín a lo largo del muro inferior.

-No había exagerado, señor Conde- declaró elDirector.- Es evidente que la enfermedad de TomásRoch hace progresos de día en día, y, en mi opinión,llegará a convertirse en incurable locura. Aun po-niendo a su disposición todo el dinero que pide, nose podría obtener nada.

-Es probable- respondió el Conde de Artigas-; y,sin embargo, si sus exigencias financieras llegan alabsurdo, no es menos cierto que ha inventado unaparato de un poder infinito, por decirlo así.

-Esa es la opinión de las personas competentes,señor Conde; pero el descubrimiento no tardará endesaparecer con él en una de estas crisis, que cadavez son más violentas. Bien pronto, hasta el móvildel interés, el único que parece haber sobrevividoen su espíritu, desaparecerá...

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-¡Tal vez quedara el móvil del odio!- murmuró elConde de Artigas en el momento en que el capitánSpada se unía a él ante la puerta del jardín.

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III

DOBLE RAPTO

Media hora más tarde, el Conde de Artigas y elcapitán Spada seguían el camino bordeado de hayasseculares que separa el establecimiento de Heal-thful-House de la ribera del Neuze. Se habían des-pedido del Director dándole las gracias por la buenaacogida que les había dispensado, y mostrándoseaquel muy honrado por su visita. Un centenar dedollars destinados al personal de la casa, probabanla generosidad del Conde de Artigas. Este era ¿có-mo dudarlo? un distinguido extranjero, si la distin-ción se mide por la generosidad.

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Salieron por la puerta de hierro que cerraba aHealthful-House, y rodearon el muro, cuya eleva-ción desafiaba todo intento de escalo. El Condepermanecía pensativo, y su compañero tenía la cos-tumbre de esperar a que le dirigiera la palabra.

No lo hizo esta vez el Conde hasta el momentoen que, deteniéndose en el camino, pudo medir conla vista la altura del muro tras el que se elevaba elpabellón 17.

-¿Has tenido tiempo- dijo- de estudiar bien ladisposición del sitio?

-Sí, señor Conde- respondió el capitán Spada, in-sistiendo en el título que daba al extranjero.

-¿No se te ha escapado ningún detalle?-Ninguno que pueda sernos de utilidad. Por su

situación tras ese muro, el pabellón es fácilmenteabordable, y si persiste usted en sus proyectos...

-Persisto, Spada.-¿A pesar del estado en que Tomás Roch, se en-

cuentra?-A pesar de él...; y si conseguimos un rapto...

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-Eso es cosa mía; y en cuanto la noche llegue, yome encargo de penetrar en el parque de Heal-thful-House, y en el cercado del pabellón 17, sin quenadie me vea.

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-¿Por la puerta de entrada?-No; por este lado.-Pero por este lado está el muro, y después de

haberle franqueado, ¿cómo le volverás a escalar conTomás Roch?...Si ese loco llama, si opone algunaresistencia..., si su guardián da la voz de alarma...

-No le inquiete a usted eso. Entraremos y sal-dremos por aquella puerta.

Y el capitán mostraba, a algunos pasos, una es-trecha puerta colocada en medio del muro, y que sinduda no servía más que a los empleados de la casacuando su servicio les llamaba a las riberas del Neu-ze.

-Por ahí- continuó el capitán Spada- tendremosacceso al parque, y no será preciso ni el trabajo deemplear una escala.

-Pero esa puerta está cerrada.-Se abrirá.-¿No tiene cerrojos por dentro?-Los he descorrido durante mi paseo tras los ma-

cizos en la parte baja del jardín, y sin que el Directorhaya advertido nada.

El Conde de Artigas se aproximó a la puerta ydijo:

-Está cerrada con llave.

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-He aquí la llave- respondió el capitán Spada.Y sacó una llave que había retirado de la cerradu-

ra después de descorrer los cerrojos.-Muy bien, Spada- dijo el Conde-. Probablemente

el rapto no presentará muchas dificultades. Vamos ala goleta. A las ocho de la noche una embarcación tedejará en tierra con cinco hombres.

-Sí...,cinco hombres. Con éstos bastará, aun en elcaso en que ese guardián estuviera despierto y fueramenester desembarazarse de él.

-¿Desembarazarse de él?- dijo el Conde.- Sea, sies absolutamente preciso; pero es preferible apode-rarse de ese Gaydón y conducirle a bordo de laEbba. ¡Quién sabe si no habrá sorprendido ya partedel secreto de Tomás Roch!

-Es posible.-Además, Tomás Roch se ha acostumbrado a él,

y no quiero cambiar en nada sus costumbres.La sonrisa con que el Conde de Artigas acompa-

ñó estas palabras era lo bastante significativa paraque el capitán Spada no pudiera engañarse sobre elpapel reservado al vigilante de Healthful-House.

El plan de aquel doble rapto estaba, pues, termi-nado y parecía que había de lograr buen éxito. Amenos que durante las dos horas que faltaban para

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que llegase la noche se advirtiese que la llave faltabaen la puerta del parque, y que los cerrojos habíansido descorridos, el capitán Spada y sus hombrestenían la seguridad de poder penetrar en el interiordel parque de Healthful-House.

Conviene además advertir que, a excepción deTomás Roch, sometido a una vigilancia especial, losdemás pensionistas del establecimiento no eran ob-jeto de ninguna medida de este género. Ocupabanlos pabellones o los cuartos de los principales edifi-cios construidos en la parte superior del parque.Todo hacía, pues, sospechar que Tomás Roch y elguardián Gaydón, sorprendidos velando en el pabe-llón 17, y en la imposibilidad de oponer una resis-tencia formal, ni aun de pedir socorro, serían vícti-mas del rapto que iba a intentar el capitán Spada pa-ra provecho del Conde de Artigas.

El extranjero y su acompañante se dirigieron ha-cia una pequeña ensenada donde les esperaba unode los botes de la Ebba. La goleta estaba anclada ados encabladuras, sus velas caídas, sus vergas amar-tilladas, como se hace a bordo de los yates de re-creo. No ostentaba pabellón alguno. En la punta delpalo mayor flotaba únicamente una ligera banderaroja que la brisa del Este apenas desplegaba.

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El Conde de Artigas y el capitán Spada se em-barcaron en el bote. Cuatro remeros les condujeronen algunos instantes a la goleta, a la que subieronpor la escala lateral.

El Conde de Artigas se dirigió en seguida a sucamarote de popa, mientras que el capitán Spada ibaa proa a fin de dar sus últimas órdenes.

Llegado junto a la banda, se inclinó y buscó conla mirada un objeto que flotaba a algunas brazas.

Era una boya que se movía a impulsos de la co-rriente del Neuze.

La noche llegaba. En la ribera izquierda del si-nuoso río la indecisa silueta de New-Berne comen-zaba a obscurecerse. Las casas se dibujaban en ne-gro sobre un horizonte aún con coloración de fue-go. En la parte opuesta, el cielo se envolvía en al-gunos espesos vapores. Pero no parecía que hubierade llover, porque estos vapores se mantenían en lasaltas zonas del cielo.

Hacia las siete, las primeras luces de New-Berneresplandecieron en los diversos pisos de las casas,mientras que las luces de los barrios bajos se refle-jaban en la ribera en extensos ziszás apenas vaci-lantes, pues la brisa se calmaba con la noche. Lasbarcas de pesca remontaban el río dulcemente re-

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gresando al puerto, las unas buscando un últimosoplo con sus velas extendidas, las otras movidaspor sus remos, cuyo golpe seco y rítmico se propa-gaba a lo lejos. Dos steamers pasaron arrojando chis-pas por su doble chimenea coronada de negra hu-mareda, batiendo el agua con sus poderosas hélices,mientras que el volante de la máquina subía y bajabapor cima del spardeck, relinchando como un mons-truo marino. A las ocho, el Conde de Artigas apare-ció en el puente, acompañado de un hombre deunos cincuenta años de edad, a quien dijo:

-Ya es tiempo, Serko.-Voy a avisar a Spada- respondió Serko.El capitán se reunió a ellos.-Disponte a partir- le dijo el Conde de Artigas.-Estamos dispuestos.-Haz de modo que nadie pueda sospechar que

Tomás Roch y su guardián han sido conducidos abordo de la Ebba.

-Donde, por otra parte, no se les encontraríaaunque se viniera buscarlos- añadió Serko enco-giéndose de hombros y riendo.

-De todos modos, vale más no excitar sospechas-respondió el Conde de Artigas.

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La embarcación esperaba. El capitán Spada ycinco hombres entraron en ella. Cuatro de ellos co-gieron los remos. El quinto, el contramaestreEffrondat, que debía guardar la canoa, se puso altimón junto al capitán Spada.

-¡Buena suerte, Spada- exclamó Serko sonriendo-; y trabaja sin ruido, como un amante que roba a subella!

Sí..., a menos que ese Gaydón...-Comprendido- respondió el capitán Spada.

La canoa se puso en marcha, y los marineros lasiguieron con la mirada hasta el momento en quedesapareció en la obscuridad.

Conviene advertir que mientras esperaba su re-greso la Ebba, no hizo preparativo alguno para apa-rejar. Sin duda no contaba dejar el anclaje deNew-Berne después del rapto. Y realmente no hu-biera podido ganar la plena mar. No había ni un so-plo de brisa, y la marea se dejaría sentir antes demedia hora hasta varias millas del Neuze. Anclada ados encabladuras de la cesta, la Ebba hubiera podi-do acercarse más y encontrar quince o veinte pies defondo, lo que facilitaría el embarque al volver la ca-

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noa. Pero el Conde de Artigas tenía sus razones pa-ra no ordenar la ejecución de esta maniobra.

Franqueóse la distancia en algunos minutos, y lacanoa pasó sin ser vista.

La ribera estaba desierta, y desierto también elcamino, cubierto de grandes hayas, que, llevaba alparque de Healthful House.

El arpeo enviado a las rocas se agarró fuerte-mente. El capitán Spada y sus cuatro hombres de-sembarcaron, y, dejando al contramaestre, desapare-cieron bajo la sombría bóveda de los árboles.

Llegados ante el muro del parque, detúvose elcapitán Spada, y sus hombres se colocaron a los la-dos de la puerta. Después de la precaución tomadapor el capitán Spada, no tenía más que introducir lallave en la cerradura y empujar la puerta, a menosque algún criado del establecimiento, notando queno estaba cerrada como de costumbre, hubiera co-rrido los cerrojos del interior.

En este caso el rapto hubiera sido difícil, aunadmitiendo que fuera posible escalar el muro.

Antes de nada, el capitán escuchó desde fuera,ningún ruido en el parque, ningún movimiento en elcercado del pabellón 17. Ni una hoja se movía enlas ramas de las hayas que abrigaban el camino. Por

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todas partes el silencio del campo raso en una no-che sin brisa.

El capitán Spada sacó de su bolsillo la llave y laintrodujo en la cerradura. Giró, y a una débil pre-sión la puerta se abrió de fuera adentro.

Las cosas seguían, pues, en el estado en que losvisitantes de Healthful-House las habían dejado.

El capitán Spada, después de asegurarse de queen las cercanías del pabellón no había nadie, entró.Sus hombres le siguieron.

La puerta fue cerrada; pero sin llave, lo que per-mitía salir rápidamente fuera del parque.

En aquella parte, cubierta de espesísimos árboles,la obscuridad era tan profunda, que hubiera sidodifícil distinguir el pabellón, si en una de sus venta-nas no brillara una luz vivísima.

No había duda de que dicha ventana era la delcuarto que Tomás Roch y su guardián ocupaban,puesto que el último, ni de noche ni de día abando-naba al pensionista confiado a su vigilancia. Así esque el capitán Spada esperó que le encontraría allí.

Sus cuatro hombres y él avanzaron prudente-mente, evitando que el ruido de una piedra al recibirun choque, o el de una rama al ser aplastada, revela-se su presencia. Así se aproximaron al pabellón, de

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manera de llegar a la puerta lateral, junto a la cual seveía la luz al través de las cortinas de la ventana.

Pero si aquella puerta estaba cerrada, ¿cómo sepenetraría en el cuarto de Tomás Roch? Esto es loque debió de preguntarse el capitán Spada. Todavez que no poseía una llave para abrirla, ¿no seríapreciso romper uno de los vidrios de la ventana, ha-cer jugar la falleba, precipitarse en el cuarto, sor-prender a Gaydón con una brusca agresión, e impe-dir que pidiera auxilio? Efectivamente, ¿cómo pro-ceder de otro modo?

No obstante, este golpe de fuerza ofrecía algunospeligros, de los que el capitán, hombre que com-prendía que la astucia valía más que la violencia, sedaba cuenta cabal. Pero no había dónde elegir. Loesencial, además, era apoderarse de Tomás Roch yde Gaydón, si había medio, conforme a las inten-ciones del Conde de Artigas, y era preciso conse-guirlo a todo precio.

Al llegar junto a la ventana, el capitán se alzó so-bre la punta de sus pies, y por un intersticio de lacortina pudo abarcar el cuarto con su mirada.

Gaydón estaba allí, junto a Tomás Roch, cuyacrisis no había terminado desde la partida del Con-de de Artigas. Aquella crisis exigía cuidados espe-

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ciales, que el guardián prodigaba al enfermo, si-guiendo las indicaciones de un tercer personaje.

Era éste uno de los médicos de Healthful-House,enviado inmediatamente por el Director al pabellón17.

Evidentemente la presencia de este médico com-plicaba la situación y hacía el rapto más difícil.

Tomás Roch, vestido, estaba extendido en un so-fá. En aquel instante parecía tranquilo. La crisis seapaciguaba poco a poco, e iba a ser seguida de algu-nas horas de sopor.

En el momento en que el capitán Spada se habíaalzado sobre la punta de los pies para mirar por laventana, el médico se disponía a retirarse.

Prestando oído, pudo entender que afirmaba aGaydón que la noche pasaría sin que ocurriese no-vedad, y sin que él tuviese que intervenir por segun-da vez.

Después el médico se dirigió a la puerta, que,como hemos dicho, estaba junto a la ventana ante laque esperaban el capitán Spada y sus cuatro hom-bres.

De no ocultarse tras los macizos vecinos del pa-bellón, podían ser vistos, no sólo por el doctor, sino

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también por el guardián, que se disponía a acompa-ñarle.

Antes que ambos aparecieran, el capitán Spadahizo una señal, y sus compañeros se dispersaron,mientras él bajaba al pie del muro.

Por fortuna, la lámpara había quedado en la ha-bitación, y los marineros de la Ebba no corrían elriesgo de ser descubiertos por un rayo de luz.

En el momento de despedirse de Gaydón el mé-dico se detuvo en el primer escalón y dijo:

-Este es uno de los ataques más rudos que nues-tro enfermo ha sufrido. Con dos o tres parecidos,perderá la poca razón que le queda.

-¿Por qué el Director no prohíbe a los visitantesla entrada en el pabellón 17?- dijo Gaydón.- Nues-tro pensionista se encuentra en el estado en que us-ted le ve por culpa de un señor Conde de Artigas ypor las cosas de que he hablado a Tomás Roch.

-Llamaré la atención del Director sobre estepunto-respondió el médico.

Bajó la escalera, y Gaydón le acompañó hasta elpaseo lateral, dejando entreabierta la puerta del pa-bellón.

Cuando se alejaron unos veinte pasos, el capitánSpada se levantó, y sus hoimbres se le reunieron.

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¿No era preciso aprovechar aquella ocasión queel azar ofrecía para penetrar en el cuarto, apoderarsede Tomás Roch, sumido en un medio sueño, y lle-vársele antes de que Gaydón volviera?

Pero el guardián no tardaría en volver, y al notarla desaparición de Tomás Roch se pondría en subusca, llamaría, daría la señal de alerta. El médicoacudiría al momento. El personal de Heal-thful-House se pondría en pie... El capitán Spada notendría tiempo de llegar a la puerta del muro, defranquearla y cerrarla tras sí.

Además, faltóle espacio para reflexionar en esto.Un ruido de pasos sobre la arena indicaba que Ga-ydón volvía al pabellón. Lo mejor era abalanzarse aél, ahogar sus gritos antes que pudiera dar la señalde alarma, ponerle en la imposibilidad de defender-se. Hecho esto, el capitán Spada procedería al raptode Tomás Roch en condiciones más favorables,puesto que el desdichado loco no comprendería na-da de lo que sucedía.

Entretanto, Gaydón se dirigía hacia la escalera.Pero en el momento en que ponía el pie en el primerescalón, los cuatro marineros se arrojaron sobre él yle tendieron en tierra, sin haberle permitido lanzarun grito, le amordazaron con un pañuelo, le venda-

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ron los ojos, y le ataron los brazos y las piernas tanfuertemente, que ni moverse podía.

Dos de los marineros permanecieron a su lado,mientras que el capitán Spada y los otros penetrabanen el cuarto.

Como pensaba el capitán, Tomás Roch se en-contraba en tal estado que el ruido no le había saca-do de su postración. Hallábase tendido en una sillalarga, con los ojos cerrados, y a no ser por su respi-ración fuerte, se le hubiera creído muerto.

No se creyó preciso ni atarle ni amordazarle.Bastaba con que dos hombres le cogiesen, el unopor los pies y el otro por la cabeza, y le condujerana la embarcación guardada por el contramaestre dela goleta.

Esto se hizo en un instante.Después el capitán Spada abandonó el último el

cuarto, no sin haber apagado la lámpara y vuelto acerrar la puerta. De este modo era presumible que elrapto no fuera descubierto hasta el siguiente día, enlas primeras horas de la mañana lo más pronto.

La misma maniobra para el transporte de Ga-ydón, que no ofreció ninguna dificultad. Los otrosdos hombres le levantaron, y bajando por el jardínse dirigieron al muro.

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En esta parte del parque, siempre desierta, laobscuridad era más profunda.

No se veía más que las luces de los barcos y delos otros pabellones de Healthful-House.

El capitán Spada llegó a la puerta y la abrió.Franqueáronla primero los dos hombres que lleva-ban al guardián. Tomás Roch salió en seguida enbrazos de los otros. Después pasó el capitán Spada,volviendo a cerrar la puerta con la llave, que se pro-ponía arrojar al Neuze en cuanto estuvieran en laEbba.

En el camino a nadie encontraron. En veinte pa-sos estuvieron cerca del contramaestre, que aguar-daba sentado contra el talud.

Tomás Roch y Gaydón fueron colocados en laproa de la canoa, en la que el capitán y su gente to-maron asiento en seguida.

-Envía el arpeo y deprisa- mandó el capitán alcontramaestre.

Ejecutó éste la orden, y se embarcó a su vez. Loscuatro remos golpearon el agua, y la embarcación sedirigió hacia la goleta. El fuego del mástil de mesanaindicaba el sitio donde estaba anclada. Dos minutosdespués, la canoa se encontraba junto a la Ebba. El

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Conde de Artigas estaba apoyado en el empalletado,junto a la escala.

-¿Está hecho, Spada?- preguntó.-Está hecho.-¿Los dos?-Los dos. El guardián y el guardado.-¿Nadie sospecha nada en Healthful House?-Nadie.No era presumible que Gaydón, que tenía las

orejas y los ojos cubiertos por la venda, pudiera re-conocer la voz del Conde de Artigas y del capitánSpada.

Conviene advertir que ni Tomás Roch ni él fue-ron izados inmediatamente a bordo de la goleta. Pa-só media hora antes que Gaydón, que había conser-vado toda su sangre fría, cogido de nuevo, sintieseque le levantaban y le bajaban después al fondo dela cala.

El rapto estaba hecho. Parecía que la Ebba no te-nía ya que hacer más sino levar anclas y atravesar elPamplico-Sound para ganar la alta mar. Sin embar-go, no se efectuó ninguna de las maniobras propiaspara aparejar un barco.

¿No era, sin embargo, peligroso permanecer enaquel sitio después del doble rapto efectuado du-

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rante la noche? ¿Tenía el Conde de Artigas tan bienocultos a sus prisioneros para que no pudieran serdescubiertos si la Ebba, cuya presencia en las cerca-nías de Healthful-House debía parecer sospechosa,recibía la visita de los agentes de New-Berne?

Fuera lo que fuera, una hora después del regresode la embarcación-excepto los hombres del cuarto-,la tripulación en su puesto, el Conde de Artigas,Serko y el capitán Spada, en sus camarotes, dormíana bordo de la goleta, inmóvil en las tranquilas aguasdel Neuze.

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IV

LA GOLETA «EBBA»

Hasta el segundo día, y sin gran apresuramiento,no se comenzaron en la Ebba los preparativos demarcha. Desde la extremidad del muelle deNew-Berne púdose ver que, después de hacer lalimpieza del puente, la tripulación sacaba las velasde sus cubiertas, bajo la dirección del contramaestreEffrondat, largaba los rizos, aparejaba las drizas,izaba los botes, todo lo cual indicaba una partidainmediata.

A las ocho de la mañana, el Conde de Artigas nohabía aún aparecido. Su compañero, el ingenieroSerko-así se le llamaba a bordo-, no había tampoco

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abandonado su camarote. Respecto al capitán Spa-da, ocupábase en dar diversas órdenes a los marine-ros para la próxima partida.

La Ebba era un yate hecho indudablemente parala carrera, aunque jamás hubiera figurado en losmatchs de la América del Norte, ni en los del ReinoUnido. Su obra muerta elevada, su velamen, la lon-gitud de las vergas, su cala, que le aseguraba unagran estabilidad; su forma, larga en la proa, fina enla popa; sus líneas de agua, admirablemente dibuja-das; todo denotaba un navío muy rápido, muy ma-rino, y capaz para mantenerse en el tiempo peor.

En efecto, con fuerte brisa, la goleta Ebba podíafácilmente andar doce millas por hora.

Verdad es que los barcos veleros están siempresometidos a las variaciones atmosféricas, y en tiem-po de calma tienen que someterse a la estabilidad.Así es que, por más que posean cualidades náuticassuperiores a los de los steam-yates, no tienen jamás lagarantía de marcha que da el vapor a estos últimos.

Parece, pues, que la superioridad pertenece al na-vío que reúne las ventajas de la vela y de la hélice.Pero sin duda no era esta la opinión del Conde deArtigas, puesto que se contentaba con una goleta

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para sus excursiones marítimas, hasta cuando fran-queaba los límites del Atlántico.

Aquella mañana la brisa ligera soplaba del Oeste.La Ebba sería, pues, favorecida, primero para salirdel Neuze, y después para tocar, al través del Pam-plico-Sound, en uno de esos golfos pequeños, espe-cie de estrechos, que establecen la comunicaciónentre el lago y la alta mar.

Dos horas después la Ebba se balanceaba aúnsujeta a sus anclas, cuyas cadenas comenzaron a es-tirarse con la marea baja. La goleta presentaba suproa a la embocadura del Neuze. La boya que lavíspera flotaba a babor debía haber sido levantadadurante la noche, pues no se la veía.

De pronto oyóse un cañonazo a una milla dedistancia. Una ligera humareda coronó las bateríasde la costa. Respondieron algunas detonaciones,lanzadas por las piezas escalonadas en las islas.

En este momento el Conde de Artigas y el inge-niero Serko aparecieron sobre el puente.

El capitán Spada se acercó a ellos.-Un cañonazo- dijo.-Le esperábamos- respondió Serko encogiéndose

ligeramente de hombros.

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-Esto indica que nuestra operación ha sido des-cubierta en Healthful-House- dijo el capitán Spada.

-Seguramente- respondió el ingeniero Serko-, yesos cañonazos significan la orden de cerrar los pa-sos.

-Y ¿qué puede importarnos?- dijo tranquilamenteel Conde de Artigas.

-Nada- respondió Serko.El capitán Spada tenía razón para decir que en

aquel momento la desaparición de Tomás Roch y desu guardián era conocida por el personal de Heal-thful-House.

Efectivamente. Cuando por la mañana fue el mé-dico al pabellón 17 para hacer su acostumbrada vi-sita, encontró el cuarto vacío. Prevenido del doblerapto, el Director ordenó algunas pesquisas en elinterior del cercado, que dieron por resultado hacerver que la puerta del muro estaba cerrada con llave,y que ésta no estaba en la cerradura, y además quelos cerrojos habían sido descorridos.

No cabía duda que el rapto se había efectuadopor aquel sitio, durante la noche. ¿A quién debíaatribuírsele el hecho? Imposible establecer una pre-sunción, ni sospechar de nadie. Lo único que se sa-bía era que a las siete y media de la tarde uno de los

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médicos del establecimiento había ido a visitaráTomás Roch, víctima de una crisis violenta. Des-pués de haberle prestado sus cuidados, y dejándoleen una situación que le imposibilitaba de tener laconciencia de sus actos, el médico había abandona-do el pabellón 17, siendo acompañado por el guar-dián Gaydón hasta el término de un paseo lateral.

¿Qué había sucedido después? Se ignoraba.La noticia de aquel rapto fue enviada telegráfi-

camente a New-Berne, y de aquí a Raleigh. Por des-pacho, el Gobernador de la Carolina del Norte or-denó asimismo no dejar salir ningún navío delPamplico-Sound sin haber sido antes objeto de unavisita minuciosa. Otro despacho previno al crucerode estación, el Falcón, prestarse a la ejecución de es-tas medidas. Al mismo tiempo dictáronse severasdisposiciones para que se vigilasen las ciudades y elcampo de toda la provincia.

A consecuencia de todo esto, el Conde de Arti-gas pudo ver, a dos millas al Este, que el Falcón hacíasus preparativos para aparejar. Durante el tiempoque le sería preciso para ponerse en presión, la go-leta hubiera podido ponerse en camino, sin temorde ser perseguida, durante una hora por lo menos.

-¿Levamos anclas?- preguntó el capitán Spada.

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-Sí, puesto que el viento es bueno: pero sin quese note prisa alguna-respondió el Conde de Artigas.

-Es verdad- añadió el ingeniero Serko.-Los pasosdel Pamplico- Sound deben estar vigilados ahora, yningún navío podrá ganar el mar sin recibir la visitade gentes tan curiosas como indiscretas.

-Aparejemos- ordenó el Conde de Arti-gas.-Cuando los oficiales del crucero o los agentesde la aduana registren la Ebba se levantará para ellala prohibición, y mucho me asombraría el que no sela concediere libre pasaje.

-¡Con mil excusas, y deseos de viaje feliz y depróximo regreso!-respondió el ingeniero Serko, queterminó su frase con una prolongada risa.

Cuando la noticia fue conocida en New-Berne,las autoridades se preguntaron primeramente si setrataba de una fuga o de un rapto de Tomás Roch ysu guardián. Como la fuga no hubiere podido efec-tuarse sin la complicidad de Gaydón, fue desechadaesta idea. En opinión del Director y de la Adminis-tración, la conducta de Gaydón no podía prestarse asospecha alguna.

Tratábase, pues, de un rapto, y puede imaginarseel efecto que el caso produciría en la ciudad, ¿Có-mo? El inventor francés, tan severamente guardado,

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¿había desaparecido, y con él el secreto de aquelFulgurador, del que nadie, hasta entonces, habíapodido hacerse dueño? ¿Acaso el suceso no traeríagravísimas consecuencias? ¿No estaba definitiva-mente perdido para América el descubrimiento delnuevo aparato de guerra? Suponiendo que el golpehubiera sido dado en provecho de otra nación, ¿noobtendría ésta de Tomás Roch lo que el Gobiernofederal no había podido conseguir? Y ¿cómo supo-ner que los autores del rapto hubiesen procedidopor cuenta de un simple particular?

En consecuencia, las medidas más rigorosas seextendieron a los diversos condados de la Carolinadel Norte. Organizóse una vigilancia especial porlas calles, por los rail-roads, por las casas de las ciu-dades y del campo. Respecto al mar, iba a ser cerra-do por todo el litoral, desde Wilmington hasta Nor-folk. Ningún barco sería exceptuado de la visita delos oficiales o agentes, y debía ser detenido al menorindicio de sospecha. No solamente el Falcón hacíasus preparativos para aparejar, sino que algunossteam-launches de reserva en las aguas del Pampli-co-Sound disponíanse a recorrerlo en todos senti-dos, para registrar, hasta el fondo de la cala, navíosde comercio, navíos de recreo, barcos de pesca,

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tanto los que permanecían allí como los que se dis-ponían a marchar.

Y entretanto, la goleta Ebba preparábase a levaranclas. No parecía que el Conde de Artigas se preo-cupara poco ni mucho de las precauciones ordena-das por la Administración, ni de las eventualidadesa que se vería expuesto si encontraban a TomásRoch a bordo de la goleta.

Hacia las nueve terminaron los últimos prepara-tivos. La tripulación de la goleta dio vueltas al ca-bestrante. Subieron las cadenas al través de los es-cobenes, y en el momento en que las anclas estabana pico, las velas fueron rápidamente desplegadas.

Algunos instantes después, bajo sus dos focos,su trinquete y su mesana, su gravela y sus flechas, laEbba puso el cabo al Este, a fin de doblar la riberaizquierda del Neuze.

A veinticinco kilómetros de New-Berne el ríoforma un brusco codo, y en una extensión casi igualsube al Noroeste. Después de pasar ante Croatán yHavelock, la Ebba tocó en el ángulo y siguió en di-rección Norte. Eran las once cuando, favorecidapor el viento y sin haber encontrado ni al crucero nia los steam-launches, llegó a la punta de la isla Siván,más allá de la cual se desarrolla el Pamplico-Sound.

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Esta vasta superficie líquida mide unos cien ki-lómetros desde la isla Siván a la isla Roadoke. Por laparte del mar vese un montón de largas y estrechasislas, a modo de diques naturales, que corren de Sura Norte, desde el cabo Lookout hasta el cabo Hatte-ras, y desde éste al cabo Henri, a la altura de la ciu-dad de Norfolk, situada en el Estado de Virginia,limítrofe de la Carolina del Norte.

El Pamplico-Sound está alumbrado por multitudde faros, dispuestos sobre las islas o islotes, de for-ma de hacer posible la navegación durante la noche.De aquí gran facilidad para los barcos que buscanabrigo contra las olas del Atlántico, y que tienen laseguridad de encontrar en los puntos referidos buensitio para anclar.

Varios pasos establecen la comunicación entre elPamplico-Sound y el Océano Atlántico. Un pocomás allá de los faros de la isla Siván se abren elOcracokeinlet, pasado el Hatteras-inlet, y a más al-tura otros tres, que llevan los nombres deLogger-Head, New-inlet y Oregón.

De esta disposición resulta que, siendo el Ocra-coke el paso que se presentaba a la goleta, ésta iríapor él a fin de no cambiar sus amuras.

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Cierto que el Falcón vigilaba aquella parte delPamplico-Sound, visitando los barcos de comercioy de pesca que se disponían a salir.

Y realmente entonces, efecto de las órdenes reci-bidas de la Administración, cada golfo era vigiladopor navíos del Estado, sin hablar de las baterías.

Llegada al través de Ocracoke-inlet, no pretendióla Ebba aproximarse ni tampoco evitar las chalupasde vapor que evolucionaban en el Pamplico-Sound.

Parecía que aquel yate de recreo no quería otracosa sino dar un paseo matinal, continuó su marchatranquila hacia el estrecho de Hatteras.

Por este paso, sin duda, y por razones que él co-nocía, el Conde de Artigas tenía la intención de salir,pues su goleta tomó dicha dirección.

Hasta este momento la Ebba no había sido abor-dada ni por los agentes de las aduanas, ni por losoficiales del crucero, aunque ella nada hubiera he-cho para ocultarse. Por otra parte, ¿cómo llegaría aengañar su vigilancia?

¿Consentiría la autoridad, por privilegio especial,en evitarle la molestia de una visita? ¿Se estimaría alConde de Artigas como tan elevado personaje queno se intentara detener su navegación, aunque sólofuera por una hora? Esto hubiera sido inverosímil,

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puesto que, aunque se le tenía por un extranjero quellevaba la vida de los favorecidos por la fortuna, na-die sabía, en suma, ni quién era, ni de dónde venía,ni a dónde iba.

La goleta continuó su camino con paso rápido ygracioso por las tranquilas aguas del Pamplico-Sound. Su pabellón- una media luna en oro, conmancha roja en un ángulo- flotaba bajo el soplo dela brisa.

El Conde de Artigas estaba sentado en la proa,en uno de esos sillones de mimbres muy usados abordo de los barcos de recreo. El ingeniero Serko yel capitán Spada hablaban con él.

-No se apresuran a honrarnos con su saludo losseñores oficiales de la marina federal- hizo observarel ingeniero Serko.

-Que vengan a bordo cuando quieran- respondióel Conde de Artigas con la más completa indiferen-cia.

-Sin duda aguardan a la Ebba, a la entrada delgolfo de Hatteras- observó el capitán Spada.

-¡Que la esperen!- concluyó el rico yachtman.Y cayó en la flemática despreocupación que le

era habitual.

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Por lo demás, podía creerse que la hipótesis delcapitán Spada se realizaría, pues era visible que laEbba se dirigía hacia el golfo indicado. Si el Falcónno se acercaba ahora a ella, lo haría, ciertamentecuando se presentara a la entrada del paso. En estesitio seríale imposible librarse de la visita prescrita siquería salir del Pamplico-Sound para ganar la altamar.

Por lo demás, no parecía que quisiera evitarlo.¿Estaban, pues, Tomás Roch y Gaydón tan bienocultos que los agentes del Estado no podrían des-cubrirlos?

Así debía suponerse; pero tal vez el Conde deArtigas hubiera tenido menos confianza de habersabido que la Ebba había sido señalada de una ma-nera especial al crucero y a las chalupas de la adua-na. Nada de extraño tenía esto. La ida del extranjeroa Healthful-House había llamado la atención sobreél. Realmente, el Director no podía haber tenido ra-zón alguna para sospechar los móviles de su visita.No obstante, algunas horas después de su partida, elpensionista y su guardián habían sido objeto de unrapto, y nadie había sido recibido en el pabellón 17,ni se había puesto en relación con Tomás Roch.Despertáronse, pues, las sospechas, y la Administra-

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ción se preguntó si no andaría en el negocio la ma-no de aquel personaje. Observado el lugar, y reco-nocidos los alrededores del pabellón, ¿no había po-dido el compañero del Conde de Artigas descorrerlos cerrojos de la puerta, quitar la llave y, llegada lanoche, entrar en el interior del parque y proceder alrapto en condiciones relativamente fáciles, puestoque la goleta Ebba estaba anclada, a dos o tres enca-bladuras de la muralla?

Estas suposiciones, que ni el Director ni el per-sonal del establecimiento habían hecho al principio,crecieron cuando se vio que la goleta levaba anclas ymaniobraba para ganar uno de los pasos del Pam-plico-Sound.

Las autoridades de New-Berne dieron, pues, or-den al crucero Falcón y a las embarcaciones de vaporde la aduana, para que siguieran a la goleta Ebba ypara detenerla antes de que franquease uno de lospagos, siendo sometida a un minucioso registro. Nose la concedería la libre plática mientras no se ad-quiriese la seguridad de que ni Gaydón ni TomásRoch iban a bordo de ella.

Seguramente, el Conde de Artigas no sospechabaque su yate había sido señalado especialmente a losoficiales y a los agentes. Pero aun sabiéndolo, ¿le

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hubiera preocupado esto a aquel hombre de tan so-berbio desdén y altivez?

A las tres de la tarde, la goleta, que estaba a me-nos de una milla del paso te Hatteras, maniobró pa-ra conservarse en el punto medio del paso.

Después de haber visitado algunas barcas depesca, el Falcón la esperaba en la entrada del sitio in-dicado. Según todas las probabilidades, la Ebba notenía la pretensión de pasar inadvertida ni de forzarla vela para sustraerse a las formalidades que con-cernían a todos los navíos del Pamplico-Sound. Unsimple velero no hubiera podido escapar a la perse-cución de un barco de guerra, y si la goleta no obe-decía la orden de ponerse al pairo, uno o dos pro-yectiles hubiéranla obligado a ello.

En aquel momento, una barca que conducía dosoficiales y diez marineros se destacó del crucero ymaniobró para cortar el paso a la Ebba.

El Conde de Artigas, desde el sitio que ocupabaen la popa, miró despreocupadamente aquella ope-ración, después de haber encendido un cigarro ha-bano.

Cuando la barca estuvo a media encabladura,uno de los hombres se levantó y agitó un pabellón.

- Señal de parada- dijo Serko.

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-Efectivamente- respondió el Conde de Artigas.-Se nos da orden de esperar.-Esperemos...El capitán Spada tomó en seguida sus disposi-

ciones para ponerse al pairo. El trinquete fue atrave-sado, lo mismo que la cangreja y los foques, mien-tras que el punto de la mesana era levantado.

La goleta no tardó en quedar inmóvil, no expe-rimentando más que la acción de la marea descen-dente, que derivaba hacia el paso.

Con algunos golpes de remo, la chalupa del Fal-cón estuvo junto a la Ebba. Un bichero la enganchó alos obenques del palo mayor. Fue echada la escala, ydos oficiales, seguidos de ocho hombres, subieronal puente. Los otros dos marineros quedaron al cui-dado de la canoa.

La tripulación de la goleta se alineó en buen or-den en la proa.

El oficial superior en grado avanzó hacia el pro-pietario de la Ebba, que acababa de levantarse parasaludarle, y he aquí el diálogo que se cruzó entreellos:

-Esta goleta, ¿pertenece al Conde de Artigas, anteel que tengo el honor de encontrarme?

-Sí, señor.

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-¿Se llama...-Ebba.-¿La manda...-El capitán Spada.-¿Su nacionalidad?-Indomalaya.El oficial miró el pabellón de la goleta, mientras

el Conde de Artigas añadía:-¿Puedo saber por qué motivo tengo el placer de

verle a usted a bordo de mi goleta?-Se ha dado orden-respondió el oficial-de visitar

todos los navíos que estén anclados en este mo-mento en el Pamplico-Sound o que quieran salir deél.

No creyó que debía añadir que la goleta Ebba de-bía ser especialmente sometida a estas pesquisas.

-Supongo- añadió el oficial- que el señor Condeno tendrá la intención de oponerse.

-De ninguna manera- respondió el Conde de Ar-tigas.- Desde la punta de los mástiles al fondo de lacala, mi goleta está a su disposición. Únicamentetengo curiosidad de conocer el motivo por el quetodos los barcos que se encuentran hoy en el Pam-plico-Sound están sujetos a estas formalidades.

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-No hay razón para ocultárselo a usted, señorConde- respondió el oficial.- El Gobernador de laCarolina acaba de tener noticia de un rapto efectua-do en Healthful-House, y la Administración quiereasegurarse de que las personas que han sido objetode él no han sido embarcadas durante la noche.

-¿Es posible?- dijo el Conde de Artigas fingiendogran sorpresa.- Y ¿cuáles son las personas que handesaparecido de Healthful-House?

-Un inventor, un loco, que ha sido víctima deeste atentado, con su guardián.

-¿Un loco? ¿Se tratará, por casualidad, del fran-cés Tomás Roch?

-Del mismo.-¿Ese Tomás Roch al que yo he visto ayer en mi

visita al establecimiento, con el que he hablado enpresencia del Director, que ha sido víctima de unaviolenta crisis en el momento en que le dejábamosel capitán Spada y yo?

El oficial observaba al extranjero con extremaatención, procurando sorprender algo sospechosoen su actitud o en sus palabras.

-¡Parece increíble!- añadió el Conde de Artigas,como si oyere por vez primera hablar del rapto deHealthful-House.

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-Caballero-continuó-, comprendo la inquietud dela Administración dada la personalidad de TomásRoch, y apruebo las medidas que se han tomado.Inútil es afirmarle a usted que ni el inventor ni suguardián están a bordo de la Ebba. Puede usted ase-gurarse de ello visitando la goleta tan minuciosa-mente como usted quiera. Capitán Spada, acompañeusted a estos señores.

Dicho esto, y después de saludar fríamente aloficial del Falcón, el Conde de Artigas volvió a sen-tarse en su sillón y colocó el cigarro entre sus labios.

Los dos oficiales y los ocho marineros, dirigidospor el capitán Spada, comenzaron al momento suspesquisas.

En primer lugar bajaron al salón de popa, lujo-samente amueblado y lleno de objetos de arte y telasde gran precio. Tanto este salón como los gabinetescontiguos y el camarote del Conde de Artigas, fue-ron registrados con la minuciosidad con que hubie-ran podido hacerlo los más prácticos agentes depolicía. Ayudaba el capitán Spada a estas pesquisas,no queriendo que los oficiales pudieran conservar lamenor duda respecto al propietario de la Ebba.

Pasóse después al comedor, ricamente adornado;registráronse los demás departamentos, incluso las

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cocinas, los camarotes del capitán Spada y del con-tramaestre, el puesto de la tripulación, sin que niTomás Roch ni su guardián fueran descubiertos.

Sólo restaban la cala y sus departamentos, queexigían una especial requisa. Levantadas las trampas,el capitán Spada encendió dos faroles para facilitarla visita.

La cala no contenía más que cajas de agua y pro-visiones de todas clases, barricas de vino, pipas dealcohol, cajas de ginebra y de whisky, toneles de cer-veza, sacos de carbón, todo en abundancia, como sila goleta estuviera provista para un largo viaje. Losmarineros americanos lo inspeccionaron todo cui-dadosamente, sin que su trabajo diera resultado al-guno.

Evidentemente era una injusticia haber sospe-chado del Conde de Artigas.

Dos horas duró el registro. A las cinco y medialos oficiales y marineros del Falcón volvieron a su-bir al puente de la goleta con la absoluta certeza deque ni Tomás Roch ni su guardián estaban a bordode la Ebba en el interior. En el exterior visitaron to-do, hasta los botes. Nada hallaron.

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No tenían los dos oficiales nada más que hacersino despedirse del Conde del Artigas, y se aproxi-maron a éste.

-Usted nos excusará que le hayamos molestado,señor Conde- dijo el oficial primero.

-Ustedes no podían dejar de cumplimentar lasórdenes que han recibido, señores.

-No se trataba más que de una simple formali-dad- creyó deber añadir el oficial.

El Conde de Artigas, con un ligero movimientode cabeza, indicó que admitía la respuesta.

-Les aseguré a ustedes, señores, que nada teníaque ver en este suceso.

-No lo dudamos, señor Conde, y sólo nos quedavolver a bordo de nuestra embarcación.

-Como ustedes gusten. ¿Tiene ahora la goleta elpaso libre?

- Seguramente.-Pues hasta la vista, señores, hasta la vista. Soy un

entusiasta de este litoral, y no tardaré en volver. Es-pero que a mi regreso habrán ustedes descubierto alautor de ese rapto y restituido a Tomás Roch aHealthful-House. De desear es que así suceda eninterés de los Estados Unidos, y añadiré, en interésde la humanidad.

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Dichas estas palabras, los dos oficiales, saluda-ron cortésmente al Conde de Artigas, que respondiócon un ligero movimiento de cabeza.

El capitán Spada los acompañó hasta la escala, yseguidos de sus marineros se embarcaron a fin devolver al crucero, que les esperaba a dos encabladu-ras del paso.

A una señal del Conde de Artigas el capitán Spa-da dio orden para establecer el velamen en la formaque estaba antes de que la goleta se pusiera al pairo.

La brisa había refrescado, y con rápida marcha laEbba se dirigió hacia el estrecho de Hatteras.

Media hora después, franqueado el paso, la Ebbaestaba en alta mar.

Durante una hora mantúvose el cabo al Estenor-deste. Pero como sucede siempre, la brisa que veníade tierra no se dejaba sentir más que a algunas mi-llas del litoral. La Ebba, pues, en calma, con las velascayendo sobre los mástiles, quedó estacionaria en lasuperficie de un mar que no conmovía el menor so-plo.

Parecía que la goleta no podría continuar su ca-mino en toda la noche.

El capitán Spada había quedado en observaciónen la proa. Desde que salieron del estrecho no cesa-

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ba de mirar, ya a babor, ya a estribor, como si pro-curase ver algún objeto flotando en aquellos parajes.

Al fin gritó con voz fuerte:-¡A cargar todo!En ejecución de esta orden los marineros se

apresuraron a largar las drizas, y las velas caídas fue-ron sujetas a las vergas, sin que se tuviera el cuidadode cubrirlas.

¿Era, pues, la intención del Conde de Artigas es-perar en aquel sitio al alba y la brisa de la mañana?Pero, generalmente, es raro que no se espere bajolas velas, a fin de utilizar los primeros soplos favo-rables.

La canoa fue echada al mar, y el capitán Spadabajó a ella acompañado de un marinero, que la diri-gió hacia un objeto que sobrenadaba a algunos me-tros a babor.

Este objeto era una pequeña boya, parecida a laque flotaba sobre las aguas del Neuze cuando laEbba se encontraba a algunas encabladuras deHealthful-House.

Quitada esta boya con la amarra que estaba unidaa ella, la canoa la transportó a la proa de la goleta.

A la orden del contramaestre, un remolcador en-viado de a bordo fue unido a la primera amarra.

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Después, el capitán Spada y el marinero subieron alpuente de la goleta, a la que se izó la canoa.

Casi en seguida, la Ebba, sin ayuda de las velas,tomó la dirección Este con una velocidad que nosería inferior a diez millas.

La noche había cerrado, y los faros del litoralamericano desaparecieron bien pronto en las bru-mas del horizonte.

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V

¿DÓNDE ESTOY?

(Notas del ingeniero Simón Hart.)

-¿Dónde estoy? ¿Qué ha sucedido desde la agre-sión repentina de que he sido víctima a algunos pa-sos del pabellón 17?

Yo acababa de separarme del doctor; iba a subirla escalera para volver al cuarto, cerrar la puerta e irjunto a Tomás Roch, cuando varios hombres se hanlanzado sobre mí y me han arrojado al suelo.¿Quiénes son? No he podido reconocerlos porqueme vendaron los ojos. No pude pedir socorro por-

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que me amordazaron. No pude resistir porque meataron los brazos y las piernas. Después, en este es-tado, he sentido que me levantaban, que se metransportaba a una distancia de cien pasos, que seme izaba, se me bajaba, se me depositaba...

¿Dónde? ¿Dónde?Y de Tomás Roch, ¿qué ha sido? ¿Era de él de

quien se deseaba apoderarse más que de mí? Hipó-tesis muy probable. Para todos, yo era sólo el guar-dián Gaydón, no el ingeniero Simón Hart, cuya ver-dadera calidad y cuya nacionalidad jamás ha sos-pechado nadie. ¿Para qué apoderarse de un simplevigilante del hospital?

Se ha querido, pues, efectuar el rapto del inven-tor francés, es indudable. ¿Se le ha arrancado deHealthful-House con la esperanza de robarle su se-creto?

Pero razono dando como cierta la hipótesis deque Tomás Roch ha desaparecido conmigo. ¿Seráverdad? Sí..., debe serlo...No puedo dudarlo...Noestoy entre malhechores que no hayan tenido másproyecto que el de robar, pues hubieran procedidode otra suerte. Después de haberme puesto en laimposibilidad de llamar, y arrojado en un rincón del

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jardín, y robado a Tomás Roch, no me hubieran en-cerrado donde ahora estoy...

¿Dónde? Es la pregunta que me hago desde al-gunas horas y a la que no puedo contestar. Sea deello lo que sea, heme lanzado a una aventura queterminará... ¿Cómo? Lo ignoro... No me atrevo aprever su desenlace. En todo caso, tengo la inten-ción de fijar minuto por minuto en mi memoria to-das sus circunstancias, y después, si esto es posible,consignar por escrito mis impresiones cotidianas.¿Quién sabe lo que el porvenir me reserva, y si noacabaré, en las nuevas circunstancias en que deboestar, por descubrir el secreto del Fulgurador Roch?Si algún día estoy libre, es preciso que este secretosea conocido y que se sepa también quién es el autoro los autores de este criminal atentado, cuyas conse-cuencias pueden ser de una gravedad terrible.

Vuelvo sin cesar a esta pregunta, en espera deque un incidente cualquiera me dé la respuesta:¿Dónde estoy?

Tomemos las cosas desde el principio.Después de haber sido transportado en brazos

fuera de Healthful-House, he sentido que se me de-positaba sin brusquedad en el banco de una embar-

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cación que debía de ser de pequeñas dimensiones...Pienso que una canoa...

Al primer balanceamiento ha seguido otro casien seguida, por efecto sin duda del embarque deotra persona. ¿Puedo dudar de que se trataba deTomás Roch? Con él no se habrá tomado la precau-ción de amordazarle, de vendarle los ojos ni deatarle los brazos y las piernas. Debía de encontrarseaún en un estado de postración que le impediría to-da resistencia, toda conciencia del acto de que eraobjeto. La prueba es que he percibido el olor ca-racterístico del éter, y antes de abandonar el pabe-llón 17, el doctor había administrado al enfermo al-gunas gotas de este líquido; y, lo recuerdo bien, unpoco de esta sustancia, tan pronta a volatilizarse,cayó sobre su traje cuando él se debatía en el paro-xismo de su crisis

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. Nada de extraño hay en que este olor per-sistiera, y yo le he percibido. Sí...Tomás Roch estabaallí...a mi lado...Y si yo hubiera tardado algunos mi-nutos más en volver al pabellón, no le hubiera en-contrado...

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Se me ocurre una idea...¿Por qué ese Conde deArtigas ha tenido el malaventurado deseo de visitarHealthful-House? Si mi pensionista no le hubieravisto, nada hubiera ocurrido. El que le haya habladode su invento ha determinado en Tomás Roch unacrisis de extraordinaria violencia. El primer repro-che debe dirigírsele al Director, que no ha hechocaso de mis advertencias. Debía haberme escucha-do, y no hubiera habido necesidad de avisar al mé-dico, y la puerta del pabellón hubiera permanecidocerrada, y el golpe no se habría efectuado.

Inútil es insistir sobre que el rapto se haya efec-tuado en provecho de uno de los Estados del anti-guo continente o en provecho de un particular. De-bo tener la seguridad de que nadie podrá conseguirlo que no he conseguido yo en quince meses. En elgrado de turbación intelectual a que ha llegado elinventor francés, toda tentativa para arrancarle susecreto será inútil. Realmente, su estado no puedemás que empeorar, y hacerse absoluta su locurahasta en aquello en que su razón ha permanecidointacta.

En fin, ahora no se trata de Tomás Roch, sino demí, y he aquí lo que recuerdo:

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Después de algunos balanceamientos bastantevivos, la canoa se ha puesto en movimiento impul-sada por los remos. El trayecto ha durado muy po-co. Se produjo un ligero choque. Seguramente, des-pués de haber chocado contra un navío, se ha colo-cado en disposición de que la gente de ella pudieraembarcar en él. He oído ruido de órdenes dadas, demaniobras efectuadas. Al través de la venda que cu-bría mis oídos, he percibido confuso murmullo devoces, que ha durado cinco o seis minutos.

La única idea que ha venido a mi imaginación esla de que iba a ser transbordado de la canoa al bar-co, y que se me iba a encerrar en el fondo de la calahasta el momento en que el último estuviera en altamar. Mientras éste navegara por las aguas del Pam-plico-Sound, era evidente que no se dejaría aparecersobre el puente ni a Tomás Roch ni a su guardián.

En efecto: siempre amordazado, me han cogidopor los hombros y por las piernas. Mi impresión hasido, no de que me subían, sino al contrario. ¿Erapara precipitarme en el agua con el objeto de de-sembarazarse de un testigo fastidioso? Al pensaresto me he estremecido de la cabeza a los pies.

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Instintivamente he hecho una larga aspiración, ymi pecho se ha llenado de ese aire que tal vez notardaría en faltarme.

¡No!... Se me ha bajado con ciertas precaucionesa un piso sólido, que me ha producido la impresiónde una frialdad metálica. Estaba extendido a lo lar-go, y con extrema sorpresa he notado que los lazosque me oprimían habían sido aflojados. El ruido depasos no ha cesado en torno mío, y un instante des-pués he percibido el de una puerta que se cerraba.

Heme aquí, pues... ¿Dónde? Y en primer lugar,¿estoy solo? Arranco la mordaza de mi boca y lavenda de mis ojos.

Todo está negro, profundamente negro. Ni elmás débil rayo de claridad, ni aun esa vaga percep-ción de la luz que la pupila conserva en los cuartosherméticamente cerrados.

Llamo, llamo varias veces... No obtengo res-puesta. Mi voz se ahoga como si atravesase un sitioimpropio para transmitir los sonidos.

Aparte de esto, la atmósfera que respiro es cálida,pesada, y mis pulmones no van a poder seguir fun-cionando si no se renueva el aire.

Extiendo los brazos, y he aquí lo que por el tactopuedo reconocer:

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Ocupo un departamento de paredes de palastroque no mide más de unos tres o cuatro metros cúbi-cos. Cuando paso mi mano por dichas paredes,noto que están llenas de pernos, como los tabiquesque no hacen agua de un navío.

Respecto a aberturas, me parece que sobre unade las paredes se dibuja el marco de una puerta cu-yas bisagras sólo salen algunos centímetros. Estapuerta debe de abrirse de fuera adentro, y por ella,sin duda, se me ha introducido en el interior de esteestrecho compartimiento.

Apoyo la oreja contra la puerta y no percibo rui-do alguno. El silencio es tan absoluto como la obs-curidad, silencio turbado únicamente cuando memuevo, por la sonoridad del piso metálico. Ningunode esos rumores sordos que reinan a bordo de losnavíos, ni el vago frotamiento de la corriente en elcasco, ni el murmullo del mar. Nada tampoco delbalanceo de un barco, que hubiera debido producir-se, pues en el Neuze la marea determina siempre unmovimiento ondulatorio muy sensible.

Pero, en realidad, este departamento en el queestoy aprisionado, ¿pertenece a un navío? ¿Puedoafirmar que flote en la superficie de las aguas delNeuze, aunque haya sido transportado por una em-

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barcación cuyo trayecto no ha durado más que unmomento? ¿Por qué esta canoa, en vez de reunirse aun barco que la esperase al pie de Healthful-House,no ha podido ir a otro punto cualquiera de la ribera?En este caso, ¿no sería posible que yo estuviera entierra, encerrado en el fondo de una cueva? Estoexplicaría la inmovilidad completa de este compar-timiento. Verdad que hay estos tabiques metálicos,este palastro claveteado, y también este vago olorsalino, sui generis, del que está impregnado general-mente el interior de los navíos, y sobre la naturalezadel cual yo no puedo engañarme...

Un espacio de tiempo que estimo en cuatro ho-ras ha transcurrido desde mi encarcelación. Debe deser cerca de la media noche. ¿Voy a permaneceraquí hasta la mañana? Es una fortuna que haya co-mido a las seis, siguiendo los reglamentos de Heal-thful-House. No siento hambre, y más bien experi-mento un fuerte deseo de dormir. Sin embargo, es-pero que tendré la energía para resistir el sueño. Nome dejaré vencer por él. Es preciso que procureenterarme de algo de lo que pasa fuera... ¿Dequé? Ni el sonido ni la luz penetran en esta caja demetal. ¡Esperemos! ¿Llegará a mí algún ruido, pordébil que sea? En el sentido del oído se reconcentra

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todo mi poder vital. Y, además, espío siempre- encaso de que no esté en tierra firme- un movimiento,una oscilación que al cabo han de sentirse... Admi-tiendo que el barco esté aun sujeto sus anclas, nopuede tardar en aparejar, o... entonces no compren-deré, por qué se nos ha raptado a Tomás Roch y amí.

Al fin... Esto no es una ilusión. Siento un lige-ro balanceo que me da la certeza de que no estoy entierra..., por más que sea poco sensible ... sin unchoque... sin golpe alguno...

Reflexionemos con sangre fría. Yo estoy a bordode uno de esos navíos anclados en la embocaduradel Neuze y que espera el resultado del rapto. Lacanoa me ha traído a él; pero, lo repito, no he expe-rimentado la sensación de que se me izaba. ¿He si-do introducido al través de una tronera abierta en elcasco? ¡Después de todo, poco importa! Que se mehaya o no bajado al fondo de la cala, estoy en unaparato flotante y moviente.

Sin duda pronto se me devolverá la libertad, lomismo que a Tomás Roch, en el supuesto de que sele haya encerrado tan cuidadosamente como a mí.Por libertad entiendo ir y venir a mis anchas por elpuente de este barco. Pero esto no sucederá antes de

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algunas horas, para que no seamos vistos. No respi-raremos, pues, el aire libre hasta que el barco esté enalta mar. Si, es un barco de vela, tendrá que esperara que la brisa sople, esa brisa que viene de tierra, alamanecer, y favorece la navegación por el Pampli-co-Sound. Verdad que si se trata de un barco de va-por...

¡No! A bordo de un steamer se propagan inevita-blemente las emanaciones del aceite, de las grasas,los olores escapados de los hornos, que hubieranllegado hasta mí. Y además, habría sentido los mo-vimientos de la hélice, las trepidaciones de las má-quinas, los golpes de los pistones.

En resumen: lo mejor es armarse de paciencia.Mañana seré sacado de este agujero. Además, aun-que no se me dé la libertad, se me traerá algún ali-mento, pues no hay razón para que se pretenda de-jar que muera de hambre. Hubiera sido más sencilloenviarme al fondo del río en vez de embarcarme.Una vez en alta mar, ¿qué pueden temer de mí? Mivoz no sería oída; mis reclamaciones serían inútiles;mis recriminaciones más inútiles todavía. Además,¿qué soy yo para los autores de este atentado? Unsimple vigilante de hospital, un Gaydón sin impor-tancia. Es a Tomás Roch a quien ellos han querido

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tener en su poder. Yo he sido cogido por casua-lidad, porque volvía al pabellón en aquel instante...

En todo caso, llegue lo que llegue, sean las quesean las gentes que han dirigido este asunto, a cual-quier lugar que me lleven, yo sigo en mi resoluciónde continuar representando mi papel de vigilante.¡Nadie! ¡No! ¡Nadie sospechará que bajo Gaydónse oculta el ingeniero Simón Hart!

Esto tiene dos ventajas: primera, que no se des-confiará de mí, y además, que tal vez podré penetrarlos misterios de esta maquinación y aprovecharmede ellos si consigo huir.

¿Dónde me lleva el pensamiento? Antes de pro-curar mi huída esperemos llegar a mi destino. En-tonces será tiempo de pensar en la fuga, si se pre-senta favorable ocasión. Lo esencial es que no sesepa quién soy, ¡y no se sabrá!

Ahora tengo la absoluta seguridad de que nave-gamos. Sin embargo, vuelvo a mi primera idea...¡No! El navío que nos lleva no es un steamer, ni debede ser tampoco un velero. Es, sin duda, arrastradopor un poderoso aparato de locomoción. ¿Cómo nooigo ese ruido especial de las máquinas de vaporcuando ponen en movimiento las hélices o las rue-das? ¿Cómo este navío no se conmueve bajo el vai-

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vén de los pistones en los cilindros? Se trata másbien de un movimiento continuo y regular, una es-pecie de rotación directa que se comunica al propul-sor, cualquiera que éste sea. No cabe error. El barcoes movido por un mecanismo particular.

¿Cuál?¿Se tratará de una de esas turbinas de las que se

habla desde hace tiempo, y que en el interior de untubo sumergido reemplazan las hélices, utilizandomejor que éstas la resistencia del agua o imprimien-do una velocidad más considerable?

De aquí a algunas horas yo sabré a qué atenermesobre este género de navegación, que parece efec-tuarse en un medio perfectamente homogéneo.

Por lo demás- efecto no menos extraordinario-,el balanceo no es sensible.

No se comprende que el Pamplico-Sound estétan tranquilo. Sólo las corrientes de la marea quesube y baja bastan de ordinario para turbar su su-perficie.

Verdad es que tal vez se aguanta la marea en estemomento, y- me acuerdo bien- la brisa de tierra ha-bía caído ayer con la noche. ¡No importa! Esto meparece inexplicable, pues un barco movido por unpropulsor, cualquiera que sea su velocidad, experi-

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menta siempre oscilaciones, de las que no noto in-dicio alguno.

¡He aquí de qué obsesiones está ahora llena micabeza! A pesar de mi gran deseo de dormir, a pesarde la laxitud que se apodera de mí en medio de estaatmósfera sofocante, he resuelto no dejarme vencerpor el sueño. Velaré hasta el día, y no será día paramí hasta el instante en que este departamento seinunde en la luz exterior. Y tal vez no bastará que lapuerta se abra, será preciso que se me saque de esteagujero y se me conduzca al puente...

Me echo en uno de los ángulos que forman lasparedes, pues carezco de banco en que sentarme.Pero como mis párpados se cierran a pesar mío,como me siento víctima de una especie de somno-lencia, me levanto. La cólera se apodera de mí...Golpeo lag paredes............. Llamo. ¡En vano! Mismanos chocan contra el palastro, y mis gritos no ha-cen que acuda nadie.

¡No! ¡Esto es indigno de mí!...¡He prometidocontenerme, y pierdo la posesión de mí mismo y meconduzco como un niño!

Es evidente que la falta de balanceo prueba queel navío no ha llegado a alta mar. Acaso, en vez deatravesar el Pamplico-Sound, habrá remontado el

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curso del Neuze. No. ¿Con qué objeto iría a los te-rritorios del condado? Si Tomás Roch ha sido ro-bado de Healthful-House, es porque sus raptorestienen la intención de llevarle fuera de los EstadosUnidos, probablemente a alguna isla lejana del At-lántico o a algún punto cualquiera del antiguo conti-nente. Así es que nuestro barco no remonta el Neu-ze. Estamos en las aguas del Pamplico-Sound, quedebe de estar en calma.

Pero cuando el navío llegue a alta mar no podráescapar a las oscilaciones de las olas que, aun des-pués de caer la brisa, se dejan sentir en los barcos deregular tonelaje. A menos de estar a bordo de uncrucero o de un acorazado..., lo que no creo.

En este momento... No, no me engaño... Oigo enel interior ruido de pasos por la parte de la pared enque está la puerta... Sin duda son hombres de la tri-pulación... ¿Se abrirá al fin esta puerta? Escucho.Oigo ruido de voces... pero no puedo comprenderlo que dicen... Se sirven de una lengua que me esdesconocida... Llamo... Grito... ¡No responden!

¡No hay más recurso, que esperar, esperar y es-perar! Me repito esta palabra, que golpea en mi ca-beza como el badajo de una campana.

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Procuremos calcular el tiempo que ha transcurri-do. No puedo evaluarlo en menos de cuatro o cincohoras, desde que el navío se ha puesto en marcha.En mi opinión, debe de haber pasado la media no-che. Desgraciadamente, en medio de esta profundaobscuridad, mi reloj no puede servirme.

Si navegamos desde hace cinco horas, el barcodebe de estar actualmente fuera del Pampli-co-Sound, ya haya salido por Ocracoke-inlet o porHatteras-inlet. Pienso que estará en plena mar, porlo menos una buena milla.

Y, sin embargo, no hay el menor balanceo.Esto es lo inexplicable, lo inverosímil. ¿Me habré

engañado? ¿Habré sido juguete de una ilusión? ¿Noestoy encerrado en el fondo de la cala de un navíoen marcha?

Ha transcurrido una hora, y de repente las trepi-daciones de la máquina han cesado. Me doy perfectacuenta de la inmovilidad del navío que me lleva.¿He llegado a mi destino? En este caso no podríaser otro que alguno de los puertos del litoral, alNorte o al Sud de Pamplico-Sound. Pero ¿cómo esposible que Tomás Roch sea llevado a tierra firme?El rapto no podría tardar en ser conocido, y sus

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autores se expondrían a ser descubiertos en uno delos puertos de la Unión.

Además, si el barco está anclado, yo voy a oír elruido de las cadenas y al venir él al ancla se produci-rá una sacudida. Esto no tardará más que unos mi-nutos.

Espero... Escucho.Nada. Un pesado o inquietante silencio reina a

bordo. Es para dudar de que haya en el navío otrosseres vivos, excepción mía.

Al presente me siento invadir por una laxitudextraordinaria. La atmósfera está viciada... Mefalta la respiración. Mi pecho se ahoga bajo un pesodel que no puedo librarme.

Quiero resistir... Es imposible. He debido exten-derme en un rincón y desembarazarme en parte demi ropa; tan elevada es la temperatura... Mispárpados se entornan, se cierran, y caigo en unapostración que va a sumergirme en un pesado eirresistible sueño.

¿Cuánto tiempo he dormido? Lo ignoro. ¿Es denoche? ¿Es de día?

No lo podría decir. Pero, en primer lugar, obser-vo que mi respiración es más fácil. Ahora mis pul-

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mones se llenan de un aire que no está envenenadode ácido carbónico.

¿Es que se ha renovado el aire mientras yo dor-mía? ¿Ha sido abierto el compartimiento? ¿Ha en-trado alguien?

Sí... Tengo la prueba.Por casualidad, mi mano acaba de coger una va-

sija llena de un líquido. La llevo a mis labios, que abrasan, pues la sed

me ha atormentado mucho, hasta el punto que mecontentaría con agua salobre.

Esto es cerveza, una cerveza de buena calidad,que me refresca y me reanima.

Pero si no se me ha condenado a morir de sed,¿se me ha condenado a morir de hambre?

No... En uno de los rincones se ha depositado uncesto que contiene pan y carne fría.

Yo como... Como ávidamente, y poco a poco re-cobro las fuerzas.

Decididamente, no estoy tan abandonado comofuera de temer. Han entrado en este obscuro aguje-ro, y por la puerta ha penetrado algo de oxígeno, sinlo que me hubiera asfixiado. Después han puesto ami disposición con qué calmar la sed y el hambre,hasta el momento en que me vea libre.

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¿Cuánto durará aún mi encarcelamiento? ¿Dí-as?... ¿Horas?

Por lo demás, no me es posible calcular el tiempoque ha transcurrido durante mi sueño, ni saberaproximadamente la hora que es. Había tenido cui-dado de dar cuerda a mi reloj, pero no es de repeti-ción... Tal vez tactando las agujas... Sí, me pareceque la pequeña está en las ocho... De la ma-ñana, sin duda.

De lo que estoy seguro es de que el navío no estáen marcha. No se experimenta a bordo la más débilsacudida, lo que indica que el propulsor está en re-poso.

Entretanto pasan horas interminables, y yo mepregunto si no esperarán a que llegue la noche paraentrar de nuevo en mi prisión, a fin de renovar elaire, como lo han hecho durante mi sueño, y traer-me más provisiones... Sí... Querrán aprovecharse demi sueño.

Esta vez estoy resuelto... Resistiré, y hastafingiré que duermo, y cualquiera que sea la personaque entre, yo sabré obligarla a que me responda.

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VI

EN EL PUENTE

«Heme aquí al aire libre, que respiro a plenospulmones. Al fin me han sacado de aquella caja asfi-xiante y me han subido al puente del navío. En pri-mer lugar, recorriendo el horizonte con la mirada,no he visto tierra alguna. Nada más que la línea cir-cular que limita el mar y el cielo.

¡No! No hay ni señales de continente al Oeste,por la parte en que el litoral de la América del Nortese desarrolla en una extensión de millares de millas.

En este momento el sol está en su declive, y noenvía más que rayos oblicuos a la superficie del

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Océano. Deben de ser las seis de la tarde... Consulto mi reloj. Sí... Las seis y trece minutos.

He aquí lo que ha pasado durante la noche del 17de Junio:

Como he dicho, yo esperaba a que se abriese lapuerta del departamento, decidido a no sucumbir alsueño. No dudaba que fuese de día, y este avanzabay nadie venía.

De mis provisiones no quedaba resto, y comen-zaba a sentir el sufrimiento del hambre; sed no teníaninguna, porque aún me restaba un poco de cerve-za.

Desde que desperté, algunos estremecimientosdel casco me habían hecho pensar que el barco sehabía vuelto a poner en marcha, después de habersedetenido desde la víspera probablemente en algnnaensenada desierta de la costa, puesto que yo no ha-bía sentido las sacudidas que acompañan a la opera-ción de anclar.

A las seis oí ruido de pasos tras la pared metálicade mi encierro. ¿Iban a entrar?

Sí... Rechinó la cerradura y abrióse la puerta. Laluz de un farol disipó las tinieblas, en las que desdemi llegada a bordo estaba sumido.

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Aparecieron dos hombres cuyos rostros no pudever. Cogiéronme en sus brazos y envolvieron micabeza en un espeso trozo de tela, de tal suerte queérame imposible distinguir nada.

¿Qué significaba esta precaución? ¿Qué iban ahacer conmigo? Quise resistirme...

Se me sujetó fuertemente. Pregunté... No obtuverespuesta.

Estos hombres cambiaron algunas palabras enidioma para mí desconocido, y cuya provenienciano pude reconocer.

Decididamente, se usan pocas consideracionesconmigo. Cierto que, ¿para qué molestarse con unpobre guardián de locos? Pero no estoy seguro deque el ingeniero Simón Hart hubiera sido objeto demás atenciones.

Sin embargo, esta vez no se me ha amordazadoni atado los pies y las manos; se han contentado consujetarme vigorosamente, y no hubiera podido huir.

Un instante después he sido arrastrado fuera delcompartimiento y subido al través de un estrechomedio puente. Bajo mis pies resuenan los escalonesde una escalera metálica. Después un aire frescogolpea mi rostro, y al través del pedazo de tela yo lerespiro ávidamente.

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Se me levanta entonces, y los dos hombres medepositan sobre un suelo que ya no es de placas depalastro, y debe de ser el puente de un navío.

Al fin los brazos que me oprimían me sueltan.Tengo la libertad de mis movimientos.

Arranco la tela que cubre mi cabeza, y miro...Estoy a bordo de una goleta en plena marcha,

que deja una grande estela.Me ha sido preciso asirme a uno de los mástiles

para no caer, deslumbrado por la luz del día, al salirde aquella prisión de cuarenta y ocho horas, en me-dio de la más completa obscuridad.

Por el puente van y vienen unos diez hombres desemblante rudo, tipos diferentes, de los que no sa-bría asegurar el origen... Por lo demás, apenas si sefijan en mí.

Respecto a la goleta, puede ser, en mi opinión, dedoscientas cincuenta a trescientas toneladas.

Es bastante larga de los lados, de fuerte arbola-dura, y su velamen debe darle una rápida marchacon fuerte brisa.

En la popa, un hombre de rostro curtido, colo-cado junto al timón, con la mano sobre la rueda,mantiene la goleta contra declives muy violentos.

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Hubiera yo querido leer el nombre de este navío,que tiene el aspecto de un yate de recreo; pero estenombre, ¿está en la proa o en la popa?

Me dirijo a uno de los marineros y le pregunto:-¿Qué barco es éste?No obtengo respuesta, y hay motivo para creer

que el hombre no me comprende.-¿Dónde está el capitán?- añado.El marinero permanece en silencio.Me dirijo a proa.En este sitio, por cima de los montantes del ca-

bestrante, hay suspendida una campana.¿Estará grabado el nombre de la goleta en el

bronce? No hay nombre alguno.Vuelvo a popa, y dirigiéndome al timonel, repito

mi pregunta.Me lanza una mirada aviesa, se encoge de hom-

bros y se apuntala sólidamente para enderezar lagoleta, arrojada sobre babor por un violento empu-je.

Me acomete la idea de ver si Tomás Roch estáallí... No le veo. ¿No está, pues, a bordo?

Esto sería inexplicable. ¿Para qué llevarse deHealthful-House al guardián Gaydón únicamente?Nadie ha podido sospechar que yo fuese el ingenie-

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ro Simón Hart, y, aun sospechándolo, ¿qué interéspodía haber en apoderarse de mi persona, y qué sepodría esperar de mí?

Así es que, puesto que Tomás Roch no está en elpuente, pienso que estará encerrado en uno de loscamarotes, y que tal vez haya sido tratado con másatención que su guardián.

Veamos, pues-¿cómo no se me ha ocurrido an-tes?,-en qué condiciones marcha esta goleta. Lasvelas están caídas; la brisa es casi nula, los soplosintermitentes que vienen del Este son contrarios,puesto que tenemos el cabo en esa dirección.

Y, sin embargo, la goleta marcha con rapidezsuma, inclinada un poco sobre la proa, mientras subranque hiende las aguas, cuya espuma salta sobresu línea de flotación.

Una estela agitada queda tras ella.Este barco ¿es, pues, un steam-yate? No. Entre el

palo mayor y el de mesana no se levanta chimeneaalguna. ¿Es un barco movido por la electricidad,que posee, o una batería de acumuladores, o pilas deuna potencia considerable, que ponen en movi-miento su hélice y la imprimen tal velocidad?

No sabría explicármelo de otro modo. En todocaso, puesto que el propulsor no puede ser más que

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una hélice, inclinándome por encima de la barandaveré, funcionar esta hélice, y no me quedará más quereconocer el mecanismo de que proviene su movi-miento.

El timonel me deja aproximarme a la popa, nosin dirigirme una mirada irónica.

Me inclino hacia fuera... y observo.Ni huella de esos remolinos que hubiera produ-

cido la rotación de una hélice. Sólo una estela planase extiende a tres o cuatro encabladuras, como laque deja un barco arrastrado por un velamen pode-roso. ¿Cuál es, pues, el aparato propulsivo que co-munica a esta goleta tan maravillosa velocidad? Yahe dicho que el viento es más bien contrario...

Yo lo sabré; y sin que la tripulación se ocupe demí, vuelvo a proa.

Al llegar a la chupeta me encuentro en presenciade un hombre cuyo rostro no me es desconocido.Parece esperar a que yo le dirija la palabra.

Recuerdo entonces. Es el personaje que acompa-ñó al Conde de Artigas durante la visita de éste aHealthful-House. Sí... No hay error posible.

¿De modo que ha sido este rico extranjero el queha raptado a Tomás Roch, y yo estoy a bordo de laEbba, su yate, bien conocido en los parajes del Este

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de América? ¡Sea! El hombre que está ante mí medirá lo que tengo el derecho de saber. Recuerdo queel Conde de Artigas y él hablan la lengua inglesa. Mecomprenderá y no podrá rehusar dar respuesta amis preguntas.

En mi opinión, este hombre debe ser el capitánde la goleta Ebba.

-Capitán- le digo-, le he visto a usted en Heal-thful-House, en el pabellón del inventor fran-cés... ¿me reconoce usted?

El se contenta con mirarme y no se digna res-ponderme.

-Soy el vigilante Gaydón- he añadido-, el guar-dián de Tomás Roch, y deseo saber por qué se meha traído a bordo de esta goleta.

El capitán me interrumpe con un gesto que no sedirige a mí, sino a algunos marineros que están cer-ca. Estos se aproximan a mí, me cogen en sus bra-zos, y sin preocuparse del movimiento de cólera queno puedo contener, me obligan a bajar por la escalade la chupeta. Esta escala está formada de travesa-ños de hierro. Se abre una puerta a cada lado, queestablece la comunicación entre el puente, el cama-rote del capitán y otros dos camarotes contiguos.

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¿Van nuevamente a hundirme en el sombrío recintoque he ocupado en el fondo de la cala?

Vuelvo a la izquierda, y los hombres me introdu-cen en un gabinete alumbrado por uno de los tra-galuces del casco, abierto en este momento, y quedeja paso a un aire fresco. El mueblaje se componede un lecho, una mesa, un sillón, un tocador, un ar-mario, todo muy limpio.

En la mesa tengo preparado mi cubierto. Mesiento, y como el pinche iba a retirarse después dehaber depositado diversos platos, le dirijo la pala-bra.

Tampoco me responde... Es un joven negro, y talvez no entienda mi lengua.

Cerrada la puerta, yo como con apetito, dejandopara más tarde mis preguntas.

Estoy preso, aunque esta vez en mejores condi-ciones de comodidad, y que creo no cambiaránhasta que lleguemos a nuestro destino.

Abandónome al curso de mis ideas. La primeraes ésta: el que ha dirigido este negocio es el Condede Artigas; él es el autor del rapto de Tomás Roch, eindudablemente el inventor francés habrá sido ins-talado en otro no menos cómodo camarote a bordode la Ebba.

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¿Quién es este personaje? ¿De dónde viene? Sise ha apoderado de Tomás Roch, es que quiero acualquier precio apropiarse el secreto del Fulgura-dor. Este debe ser el motivo. Así, pues, debo cui-darme de no revelar quién soy, pues toda casualidadde huída se haría imposible si se supiera la verdad.

¡ Cuántos misterios! El origen de este Artigas, susintenciones para el porvenir, la dirección que siguesu goleta, su puerto de atraque, y también esta nave-gación, sin vela y sin hélice, con una velocidad dediez millas por hora a lo menos...

Con la noche, un aire más fresco penetra por eltragaluz de mi camarote. Le cierro, y puesto que mipuerta tiene corrido el cerrojo por el exterior, lomejor es echarme en el catre y dormirme a las dul-ces oscilaciones de esta singular Ebba.

Al día siguiente me levanto al alba, procedo a mitocado, me visto y espero.

Me acomete la idea de ver si la puerta continúacerrada.

No... Traspaso el umbral, subo por la escala dehierro y heme en el puente.

En la popa, mientras los marineros se dedican ala limpieza del barco, dos hombres hablan. El unoes el capitán, que al verme no manifiesta sorpresa

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alguna, y con un movimiento de cabeza me designaa su compañero.

El otro, a quien jamás he visto, es un individuode unos cuarenta años, barba y pelo negros, mez-clados de algunas canas, rostro irónico y astuto. Seaproxima al tipo helénico, y no he dudado de quefuera de origen griego, al oír que el capitán le llama-ba Serko, el ingeniero Serko.

El capitán se llama Spada, y parece ser de origenitaliano. Un griego, un italiano, una tripulacióncompuesta de gentes reclutadas en todos los rinco-nes del globo, embarcadas en una goleta de nombrenoruego... Este conjunto me parece sospechoso.

Y el Conde de Artigas, con su nombre español ysu tipo asiático, ¿de dónde viene?

El capitán Spada y el ingeniero Serko hablan envoz baja. El primero vigila al timonel, que no parecepreocuparse de las indicaciones del compás coloca-do ante sus ojos. Parece más bien obedecer a losademanes de uno de los marineros de proa, que leindica si debe ir sobre babor o sobre estribor.

Tomás Roch está allí. Mira el inmenso mar de-sierto, que ninguna tierra limita en el horizonte. Dosmarineros le vigilan. ¿No podía temerse de este locohasta que se arrojara al mar?

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¿Me será permitido ponerme en comunicacióncon mi antiguo pensionista de Healthful-House?

Mientras me dirijo hacia él, el capitán Spada y elingeniero Serko me observan y me dejan hacer.

Me aproximo a Tomás Roch, que no se fijaen mí... Ya estoy a su lado. El no parece reconocer-me. No hace un solo movimiento. Sus ojos, que bri-llan intensamente, no cesan de recorrer el espacio.Feliz de respirar aquella atmósfera vivificadora, car-gada de emanaciones salinas, su pecho se hincha enlargas aspiraciones. A este aire oxigenado se une laluz de un sol esplendoroso, cuyos rayos le bañanpor completo. ¿Se da cuenta del cambio de su situa-ción? ¿No se acuerda ya de Healthful-House, delpabellón 17, de su guardián Gaydón? Es muy pro-bable. El pasado se ha desvanecido de su cerebro, ysólo para el presente, vive.

Pero, en mi opinión, sobre el puente de la Ebba,en plena mar, Tomás Roch es siempre el loco al quehe cuidado durante diez y ocho meses. Su estadointelectual no ha cambiado, y su razón no le volverámas que cuando se le hable de sus descubrimientos.El Conde de Artigas conoce esta disposición mentalpor haber hecho la experiencia de ella durante suvisita a Healthful-House, y evidentemente piensa,

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merced a esta disposición, sorprender, tarde o tem-prano, el secreto del inventor.

-¡Tomás Roch!- le he dicho.Mi voz le conmueve, y después de haber fijado

sus ojos un instante en mí, los vuelve vivamente.Cojo su mano, se la estrecho, pero él la retira

bruscamente, y se aleja sin haberme reconocido, di-rigiéndose a la popa de la goleta, donde se encuen-tran el ingeniero Serko y el capitán Spada.

¿Tiene el pensamiento de dirigirse a uno de estoshombres, y si ellos le hablan les responderá?

En este momento su rostro acaba de iluminarsecon un rayo de inteligencia, y su atención, no es po-sible dudarlo, está atraída por la marcha de la goleta.

Efectivamente, sus ojos se fijan en la arboladurade la goleta, que corre rápidamente por la superficiede aquellas aguas tranquilas.

Tomás Roch retrocede. Va a babor, se detiene enel sitio en que debía haber una chimenea si la Ebbafuese un steam-yate; una chimenea de la que se esca-parían masas negruzcas de humo.

Lo que me ha asombrado a mí, parece asombrara Tomás Roch. No puede explicarse lo que para míes inexplicable, y, como yo, va a la popa para vercómo funciona la hélice.

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Por los flancos de la Ebba saltan gran número demarsuinos. Hacen cabriolas al paso de la Ebba y sesumergen en su elemento natural con maravillosaligereza. Tomás Roch no los ve, no los sigue con lamirada, y se inclina hacia fuera. El ingeniero Serko yel capitán Spada se aproximan a él, temiendo quecaiga al mar; le sujetan con mano firme y le llevan alpuente.

Observo que Tomás Roch es víctima de una granexcitación. Gesticula, pronuncia frases incoherentesque a nadie se dirigen..., se agita.

Indudablemente, una crisis está próxima; una cri-sis semejante a la que ha sufrido durante la últimanoche pasada en Healthful-House, y cuyas conse-cuencias han sido tan funestas. Va a ser necesariosujetarle, bajarle a su camarote, al que se me llamarápara que le preste los especiales cuidados a que tanacostumbrado estoy.

Entretanto, el ingeniero Serko y el capitán Spadano le pierden de vista; pero, indudablemente, su in-tención es la de dejarle hacer y ver lo que hace.

Después de dirigirse hacia el palo mayor, cuyovelamen han buscado en vano sus ojos, le toca, lerodea con sus brazos, le sacude vigorosamente co-mo si quisiera echarle abajo. Viendo lo infructuoso

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de sus esfuerzos, va a intentar con el palo de mesa-na lo que intentó con el palo mayor. La nerviosidadaumenta, gritos inarticulados suceden a las vagaspalabras que se le escapan.

De repente se precipita hacia los obenques debabor, agárrase a ellos, y yo me pregunto si no va alanzarse sobre los flechastes y subir hasta las barrasde la gavia.

Pero si no se le detiene, corre el riesgo de caersobre el puente, o en un movimiento fuerte serarrojado al mar.

Algunos marineros se aproximan a él y le cogenentre sus brazos, sin conseguir que se desprenda delos obenques, con tanto vigor los oprimen sus ma-nos. En el curso de sus crisis yo sé bien que susfuerzas se decuplican, y para sujetarle me ha sidopreciso, frecuentemente, llamar a los guardianes enmi ayuda. Esta vez los marineros, robustos mozos,vencen a Tomás Roch. Este ha sido extendido so-bre el puente, donde dos marineros le contienen, apesar de su extraordinaria resistencia.

No queda más que bajarle a su camarote y dejarledescansar hasta que la crisis termine. Esto es lo queva a hacerse, conforme a la orden dada por un nue-vo personaje, cuya voz acaba de herir mi oído.

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Me vuelvo. Le reconozco.Es el Conde de Artigas, con la fisonomía som-

bría y el porte altivo. Tal como le vi en Heal-thful-House.

Me dirijo a él al momento. Me hace falta una ex-plicación, y la tendré.

-¿Con qué derecho, caballero...?- le pregunto.-Con el derecho del más fuerte- me responde.Y mientras los otros conducen a Tomás Roch a

su camarote, el Conde se dirige hacia la popa de laEbba.

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VII

DOS DÍAS DE NAVEGACIÓN

Tal vez, si las circunstancias lo exigen, me veréen el caso de decir al Conde de Artigas que yo soy elingeniero Simón Hart. ¡Quién sabe si de esta mane-ra obtendré más atenciones que permaneciendo elguardián Gaydón! Pero esta determinación mereceser reflexionada, pues siempre tengo la idea de quesi el propietario de la Ebba ha hecho raptar a TomásRoch, ha sido con el objeto de apropiarse de sudescubrimiento y quedar dueño absoluto del Fulgu-rador Roch, por el que ni el antiguo ni el nuevocontinente han querido pagar el precio excesivo quesu inventor pedía. Pues bien; en el caso en que To-

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más Roch llegase a descubrir su secreto, ¿no serámejor que yo haya continuado a su lado, que se mehaya conservado en mis funciones y que sea el en-cargado de prestarle los cuidados que su situaciónreclama? Sí. Debo reservarme esta posibilidad deverlo y oírlo todo; acaso ¡quién sabe! de compren-der, al fin, lo que en Healthful-House me ha sidoimposible.

Al presente, ¿dónde va la goleta Ebba? Primerapregunta.

¿Quién es el Conde de Artigas? Segunda pre-gunta.

La primera quedará resuelta dentro de algunosdías, dada la rapidez con que camina este misteriosoyate de recreo bajo la acción de un propulsor cuyofuncionamiento acabaré por descubrir.

Respecto a la segunda pregunta, es más difícilque yo pueda ponerla en claro.

En mi opinión, este enigmático personaje debede tener un gran interés en ocultar su origen, y temono hallar indicio por el que pueda determinar su na-cionalidad. Si este Conde de Artigas habla correc-tamente el inglés-cosa de la que pude asegurarme ensu visita al pabellón 17-, lo hace con un acento rudoy vibrante, que no se encuentra en los pueblos del

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Norte. El suyo no me recuerda ninguno de los quehe oído en el curso de mis viajes al través de ambosmundos, sino es el de la dureza característica de losidiomas de la Malaya. Y, realmente, con su tez obs-cura, casi verde, tirando a cobriza; su cabellerafuerte, de un negro de ébano; su mirada, que sale deuna órbita profunda, y que la inmóvil pupila arrojacomo un dardo; su elevada estatura; sus músculosfuertes, que demuestran un gran vigor físico, no se-ría imposible que el Conde de Artigas perteneciera aalguna de las razas del extremo Oriente.

Para mí, este nombre de Artigas es un nombrefingido, como también su título de Conde. Aunquesu goleta lleva un nombre noruego, él seguramenteno es de origen escandinavo. No tiene rasgo algunodel tipo perteneciente a la Europa septentrional: niel rostro tranquilo, ni los cabellos rubios, ni la dul-zura de la mirada que se escapa de los ojos de unazul pálido.

En fin, sea quien sea, este hombre ha hecho quese nos raptase a Tomás Roch y a mí, y claro es queno puede haber sido con buena intención. Ahorabien: ¿ha hecho lo que ha hecho en beneficio de unapotencia extranjera o en provecho propio? Esta esla tercera pregunta, a la que aun no puedo respon-

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der. Con lo que vea y oiga en lo sucesivo, ¿quién sa-be si no llegaré a contestarla satisfactoriamente an-tes de huir, en el supuesto de que esto sea posible?

La Ebba continúa navegando en las condicionesdichas, que no alcanzo a explicarme. Tengo libertadpara ir de un lado a otro del puente, pero sin poderjamás pasar al puesto de la tripulación, cuya chupetase alza en la parte delantera del palo mesana. Unavez he querido avanzar hasta el armazón que sujetalas carlingas del bauprés, desde donde, incli-nándome, hubiera podido ver la roda de la goletahundirse en las aguas; pero, en virtud sin duda deórdenes recibidas, los marineros se han opuesto ami paso, y uno de ellos me ha dicho bruscamente:

-¡Atrás! ¡Atrás! Impide usted la maniobra.¿Qué maniobra, si no hay ninguna?¿Han comprendido que mi intento era descubrir

el secreto de la navegación?Es probable; y el capitán Spada, que ha sido tes-

tigo de esta escena, ha debido averiguarlo. Aun tra-tándose de un guardián de hospital, nada tiene deextraño el asombro que cansa la velocidad de unbarco sin velas y sin hélices.

En fin por uno u otro motivo me está prohibidollegar a proa.

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A las diez, la brisa se levanta; una brisa del No-roeste, muy favorable, y el capitán Spada comunicasus órdenes al contramaestre.

En seguida éste hace izar la cangreja, la mesana ylos foques, operación que se efectúa con la regulari-dad y la disciplina propias a bordo de un barco deguerra.

La Ebba se inclina ligeramente sobre babor, y suvelocidad se acelera de un modo notable. Entre-tanto, el motor no ha cesado de funcionar, pues lasvelas no están tan hinchadas como debían si la go-leta hubiera estado sometida a su acción sola.

El cielo es espléndido: las nubes del Oeste se di-sipan cuando tocan las alturas del cenit, y el marresplandece por efecto de los rayos solares.

Siento deseos de conocer el camino que segui-mos. He viajado por mar lo suficiente para calcularla velocidad de un barco, y en mi opinión, la de laEbba debe evaluarse en unas diez u once millas porhora. La dirección es siempre la misma, lo que mees fácil hacer constar aproximándome a la bitácora,colocada ante el timonel. Si la proa de la Ebba estáprohibida al guardián Gaydón, no pasa lo mismocon la popa; y he podido arrojar una mirada sobre

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la brújula, cuya aguja señala invariablemente el Este,o con mayor exactitud el Estesudeste.

He aquí, pues, en qué condiciones navegamos altravés de esta parte del Océano Atlántico, limitadopor el litoral de los Estados Unidos de América. In-voco mis recuerdos: ¿cuáles son las islas o gruposde islas que se encuentran en dicha dirección antesde las tierras del antiguo continente?

La Carolina del Norte, que la goleta ha abando-nado hace cuarenta y ocho horas, es atravesada porel paralelo 35, y este paralelo, prolongado hacia Le-vante, debe, si no me engaño, cortar la costa africa-na cerca de la altura del Maroc. Sobre este parajeexiste el archipiélago de las Azores, a unas tres milmillas de América. ¿Es presumible que la Ebba ten-ga la intención de entrar en este archipiélago, que supuerto de escala se encuentre en alguna de las islasque constituyen el dominio insular de Portugal?No... No puedo admitir esta hipótesis.

Por lo demás, antes de las Azores, en la línea delparalelo 35, y a la distancia de mil doscientas millassolamente, se encuentra el grupo de las Bermudas.Pertenecen a Inglaterra, y antójaseme menos hipo-tético que, en el supuesto de que el Conde de Arti-gas hubiese sido encargado del rapto de Tomás

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Roch por alguna potencia extranjera, ésta fuera elReino Unido de la Gran Bretaña y de Irlanda. Claroes que queda el caso de que este personaje hubieraobrado por cuenta propia.

Durante el día, tres o cuatro veces, el Conde deArtigas ha ido a popa. Desde allí su mirada ha inte-rrogado con gran atención los diversos puntos delhorizonte. Cuando una vela o una chimenea apare-cían a lo lejos, él las observaba cuidadosamente, conayuda de un poderoso anteojo marino. No ha pare-cido fijarse poco ni mucho en mí.

De vez en cuando el capitán Spada se une a él, yambos cambian algunas palabras en un idioma queni comprendo ni reconozco.

Con el ingeniero Serko, el propietario del Ebbahabla mucho, y con gran gusto al parecer. Este in-geniero es más expansivo, menos serio que suscompañeros de a bordo. ¿Por qué se encuentraaquí? ¿Es un amigo particular del Conde de Artigas?¿Recorre con él los mares, participando de la envi-diable vida de un rico yachtman? A decir verdad, estehombre es el único que parece demostrar por mí, sino algo de simpatía, por lo menos un poco de inte-rés.

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A Tomás Roch no le he visto en toda la mañana,y debe permanecer encerrado en su camarote bajo lainfluencia de la crisis que sufrió ayer.

Tengo la certeza de ello cuando a eso de las tresde la tarde el Conde de Artigas, en el momento enque iba a bajar por la chupeta, me hace un signo pa-ra que me acerque.

Ignoro qué me quiere, pero sé lo que tengo quedecirle.

-¿Duran largo tiempo las crisis a que TomásRoch está sujeto?- me pregunta.

-Algunas veces cuarenta y ocho horas- le res-pondo.

-Y ¿qué es preciso hacer?-Nada más que dejarle tranquilo hasta que se

duerma. Después de una noche de sueño el accesoha terminado, y Tomás Roch vuelve a su estado ha-bitual de inconsciencia.

-Bien, guardián Gaydón. Si es necesario, ustedcontinuará prestándole sus cuidados como enHealthful-House.

-¿Mis cuidados?-Sí...; a bordo de la goleta, hasta tanto que lle-

guemos...-¿Dónde?

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-Donde...estaremos mañana por la tarde- se halimitado a responderme el Conde de Artigas.

¿Mañana?- pensé.- ¿No se trata, pues, de tocar enla costa de África, ni en el archipiélago de las Azo-res? Quedaba la hipótesis de que la Ebba fuera a ha-cer escala en las Bermudas.

Iba el Conde de Artigas a poner el pie en el pri-mer escalón de la chupeta, cuando yo le interrogo ami vez:

-Caballero- digo-, quiero saber..., tengo el dere-cho de saber dónde voy, y....

-Aquí, guardián Gaydón, no tiene usted ningúnderecho, y solamente el deber de responder cuandose le pregunte.

-Yo protesto...-Proteste usted- me replica el altivo personaje,

mirándome de un modo siniestro.Y bajando por la chupeta, me deja en presencia

del ingeniero Serko.-En lugar de usted, yo me resignaría guardián

Gaydón- me dice sonriendo.- Cuando está uno co-gido...

-Supongo que se tiene el derecho de gritar.-¿Para qué, si nadie le escuchará a usted?-Se me escuchará más tarde, caballero...

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-¡Más tarde!... ¡Eso es tan largo! En fin, grite us-ted lo que quiera.

Y después de este irónico consejo, Serko me dejaabandonado a mis reflexiones.

A las cuatro, un gran navío es señalado a seis mi-llas al Este. Su marcha es rápida. Grandes humare-das se escapan de sus chimeneas. Es un barco deguerra, pues una estrecha bandera se ve a la puntade su palo mayor; no lleva pabellón alguno, pero yocreo reconocer en él un crucero de la marina fede-ral.

Me pregunto si la Ebba le hará a su paso el salu-do de ordenanza. No...; y en el momento dicho, lagoleta muestra intenciones de alejarse. Esto no measombra, tratándose de un yate tan sospechoso. Loque sí me causa la mayor sorpresa es el modo demaniobrar del capitán Spada.

En efecto: cerca del cabestrante, se detiene anteun pequeño aparato para señales, parecido a los queestán destinados a enviar las órdenes en las cámarasde las máquinas de un tesamer. Oprime uno de losbotones del aparato, y la Ebba deja arribar un cuartohacia el Este, al mismo tiempo que las escotas de lasvelas son arriadas suavemente por los hombres dela tripulación.

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Evidentemente, una orden «cualquiera» es trans-mitida al maquinista de la máquina «cualquiera», queimprime a la goleta aquel inexplicable movimientobajo la acción de un motor «cualquiera», cuyo meca-nismo no alcanzo aun.

De la maniobra resulta que la Ebba se aleja obli-cuamente del crucero, cuya dirección no ha cambia-do. ¿Por qué había un barco de guerra de cambiarsu ruta por un yate de recreo que no puede excitarsospecha alguna?

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Otro es el comportamiento de la Ebba cuando aeso de las seis de la tarde se muestra otro barco porbabor. Esta vez, en lugar de evitarle, el capitán Spa-da, después de haber enviado una orden por medio

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del aparato, toma la dirección Este, que le llevará alas aguas del mencionado barco.

Una hora más tarde no separa a los dos navíosmas que una distancia de tres o cuatro millas.

La brisa ha caído por completo. El navío, que esun correo de tres mástiles, se ocupa en recoger susvelas. Inútil es contar con el viento antes del día, ymañana, sobre este mar tan en calma, el correo es-tará en el mismo sitio. Respecto a la Ebba, empujadapor su misterioso propulsor, continúa acercándose-le.

Claro es que el capitán ha mandado recoger lasvelas, operación que se efectúa bajo la dirección delcontramaestre Effrondat, con esa prontitud que seadmira a bordo de los yates de carrera.

Cuando empieza a caer la noche, los dos barcosno están más que a milla y media de distancia.

Entonces el capitán Spada se dirige a mí, y sinmiramiento de ninguna clase me obliga a descendera mi camarote.

No tengo más remedio que obedecer. Antes deabandonar el puente noto que el contramaestre nohace encender los fuegos de posición, mientras queel otro barco ha dispuesto los suyos: fuego verde aestribor y rojo a babor.

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No pongo en duda que la goleta tenga la inten-ción de pasar inadvertida por los de este navío. Encuanto a su marcha, ha sido moderada un poco, sinque su dirección se haya modificado.

Calculo que desde la víspera la Ebba ha debidoganar doscientas millas hacia el Este.

Vuelvo a mi camarote con una vaga inquietud.Mi comida está sobre la mesa; pero apenas la prue-bo, y me acuesto en espera de un sueño que noquiere venir.

Este estado de malestar se prolonga durante doshoras. El silencio es únicamente turbado por losestremecimientos de la goleta, el murmullo del aguay los ligeros golpes que produce el movimiento de laEbba en la superficie de este apacible mar.

Mi espíritu, lleno de recuerdos de cuanto en es-tos dos últimos días ha sucedido, no encuentra re-poso. Mañana por la tarde, cuando lleguemos, vol-veré a desempeñar mis funciones cerca de TomásRoch, en caso de necesidad, como ha dicho el Con-de Artigas.

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Si la primera vez que fui encerrado en el fondode la cala no noté que la goleta se había puesto enmarcha hacia el Pamplico-Sound, en este momento,que deben de ser las diez, conozco que acaba dedetenerse.

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¿Por qué esta parada? Cuando el capitán Spadame ha ordenado que abandonara el puente, no te-níamos tierra a la vista. En esta dirección, los mapasno indican más que el grupo de las Bermudas, y alcaer la noche hubiera sido preciso hacer cincuenta osesenta millas para que los vigías le señalasen.

Por lo demás, no solamente la marcha de la Ebbaestá en suspenso, sino que su inmovilidad es casiabsoluta. Apenas se siente un balanceo dulce oigual. El oleaje es poco fuerte, y ningún soplo debrisa se propaga por la superficie del mar.

Mi pensamiento se dirige entonces hacia el navíode comercio que estaba a milla y media de distanciacuando, yo he vuelto a mi camarote. Si la goleta hacontinuado dirigiéndose a él, se le habrá reunido, yahora que ella está inmóvil, los dos barcos debenencontrarse a una o dos encabladuras. Este barcono ha podido moverse hacia el Oeste. Este es su si-tio, y si la noche es clara, yo podré verle desde eltragaluz de mi camarote.

Me acomete el pensamiento de que tal vez se mepresente una ocasión que debo aprovechar. ¿Porqué no he de intentar la huída, puesto que me faltatoda esperanza de recobrar mi libertad? Verdad queyo no sé nadar; pero una vez que me arroje al mar

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con una de las boyas de a bordo, ¿me sería imposi-ble llegar al otro barco si sé engañar la vigilancia delos marineros del cuarto?

Se trata, en primer lugar, de abandonar mi cama-rote, de subir la escalera de la chupeta. No oigo rui-do alguno ni en el puesto de la tripulación, ni sobreel puente...

Los hombres deben dormir ahora... Intentémoslo...

Cuando quiero abrir la puerta noto que está ce-rrada por fuera, lo que era de prever.

¡Debo abandonar este proyecto, que, por otraparte, tenía tantas probabilidades de resultar mal!

Lo mejor será dormir, pues estoy muy fatigadode espíritu, ya que no de cuerpo.

¡Si pudiera ahogar en el sueño estas ideas contra-rias y estas obsesiones continuas!

Acabo de ser despertado por un ruido insólito,como nunca le oí a bordo de la goleta.

El día comienza a blanquear el vidrio del traga-luz, colocado al Este. Consulto mi reloj. Marca lascuatro y media.

Mi primer cuidado es preguntarme si la Ebba seha puesto nuevamente en marcha.

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No, ni con su vela ni con su motor... Se produci-rían ciertas sacudidas que no podrían engañarme...Además, el mar parece estar tan tranquilo al salir elsol como lo estaba al caer. Si la Ebba ha navegadodurante las horas que he dormido, en este momentoestá inmóvil.

El ruido de que hablo proviene de rápidas idas yvenidas sobre el puente. Al mismo tiempo me pare-ce que un tumulto del mismo género llena la calabajo el piso de mi camarote. Noto también que lagoleta es rozada exteriormente a lo largo de susflancos, en la parte emergente de su casco ¿Esque algunas embarcaciones la han acostado? La tri-pulación, ¿está ocupada en cargar o descargar mer-cancías?

Sin embargo, no es posible que hayamos llegadoa nuestro destino. El Conde de Artigas ha dicho quela Ebba no llegaría antes de veinticuatro horas; pues,lo repito, ayer noche estaba a cincuenta o sesentamillas de la tierra más próxima, el grupo de las Ber-mudas. Es inadmisible que haya cambiado el rumbohacia el Oeste, y se encuentre en la proximidad de lacosta americana, teniendo en cuenta la distancia.Además, tengo motivos para pensar que en toda lanoche la goleta no se ha movido. Antes de dormir-

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me pude notar que se había detenido, y en este ins-tante no está en marcha.

Espero, pues, a que se me permita subir al puen-te. La puerta de mi camarote continúa cerrada porfuera, cosa de que me acabo de asegurar. No me pa-rece probable que se me impida salir cuando ade-lante el día.

Transcurre una hora. La claridad matinal penetrapor el tragaluz. Miro por éste. Un ligero movi-miento se nota en el mar, pero no tardará en desa-parecer al influjo de los primeros rayos solares.

Mi mirada se extiende en una media milla. Si nodistingo el barco de comercio, debe esto obedecer aque se encuentra estacionado a babor de la Ebba porla parte que yo no puedo ver.

Oigo un ruido, y la llave juega en la cerradura demi puerta. Empujo ésta, que se abre, subo por la es-cala de hierro y pongo el pie en el puente en el mo-mento en que los marineros cierran la escotilla deproa.

Busco al Conde de Artigas con los ojos...No está allí... Sin duda no ha abandonado su ca-

marote.

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El capitán Spada y el ingeniero Serko vigilan elarrumaje de algunos fardos que, sin duda, acaban deser retirados de la cala y, transportados a popa.

Esta operación explica las idas y venidas que heoído al despertar. Es evidente que si la tripulaciónha comenzado a subir las mercancías, nuestra llega-da al fin del viaje está próxima.

No estamos, pues, lejos del puerto, y la goletaatracará en él dentro de algunas horas.

Pero ¿y el velero que estaba a babor nuestro?Debe permanecer en el mismo sitio, puesto que labrisa no se ha levantado desde la víspera. Mis mira-das van en aquella dirección.

El barco ha desaparecido, el mar está desierto...No se ve un navío ni una vela en el horizonte, nihacia el Norte ni hacia el Sur.

Después de reflexionar, he aquí la única explica-ción que puedo darme, aunque no pueda ser acepta-da sino con ciertas reservas: aunque yo no lo hayanotado, la Ebba, durante mi sueño, habrá vuelto atomar su camino, dejando al velero a popa, razónpor la que no se le ve. Por lo demás, me guardo biende preguntar nada sobre el caso, ni al capitán Spadani al ingeniero Serko. No se dignarían responderme.En este instante el capitán se dirige al aparato y

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oprime uno de los botones. Casi en seguida la Ebbaexperimenta una sensible sacudida en la proa, y consus velas siempre plegadas, vuelve a tomar su extra-ña velocidad con rumbo a Levante.

Dos horas después, el Conde de Artigas apareceen la chupeta y se coloca en su sitio de costumbreen el puente. El ingeniero Serko y el capitán Spadase acercan a él, y los tres cambian algunas palabras.

Los tres dirigen sus anteojos marinos hacia elhorizonte, observándole de Sudeste a Nordeste.

No asombrará que mis miradas sigan aquella di-rección; pero como carezco de anteojo, no puedodistinguir nada.

Terminado el almuerzo, volvemos al puente to-dos, a excepción de Tomás Roch, que no ha salidode su camarote.

A la una y media, uno de los vigías, colocado enlas barras del palo mesana, da la señal de tierra. Te-niendo en cuenta la velocidad con que camina laEbba, no tardaremos en ver dibujarse los primeroscontornos de un litoral.

Efectivamente, dos horas después, y a distanciamenor de ocho millas, una vaga silueta se percibe. Amedida que la goleta se aproxima, los perfiles se di-bujan con más claridad. Son los de una montaña, o,

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por lo menos, los de una tierra bastante elevada. Desu cúspide se escapa un penacho de humo que subehacia el cenit.

¿Un volcán en estos parajes? Entonces esto sig-nificaría que...

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VIII

BACK-CUP

En mi opinión, la Ebba no ha podido encontraren esta parte del Atlántico otro grupo que el de lasBermudas. Esto resulta a la vez de la distancia reco-rrida a partir de la costa americana y de la direcciónseguida desde la salida del Pamplico-Sound. Estadirección ha sido constantemente la del Sudeste, y ladistancia, relacionándola con la velocidad de la mar-cha, debe ser evaluada aproximadamente entre no-vecientos y mil kilómetros.

Entretanto la goleta no ha disminuido su veloci-dad. El Conde de Artigas y el ingeniero Serko estánjunto al timonel. El capitán Spada en la proa.

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¿Vamos, pues, a pasar de largo por este islote,que parece abandonado, y dejarle al Oeste?

No es probable, puesto que estamos en el día yhora indicados para la llegada de la Ebba a su puertode escala.

En este momento todos los marineros están en elpuente, dispuestos a maniobrar, y el contramaestreEffrondat toma sus medidas para un próximo an-claje.

Antes de las dos sabré a qué atenerme, con loque contestaré a la primera de las preguntas que mehe dirigido desde que la goleta ha entrado en plenamar. Y, sin embargo, es inverosímil que el puerto deescala de la Ebba esté situado precisamente en unade las Bermudas, en mitad del archipiélago inglés, ano ser que el Conde de Artigas haya efectuado elrapto de Tomás Roch en provecho de la Gran Bre-taña, hipótesis casi inadmisible.

Lo que no es dudoso es que este personaje meobserva en este momento con una persistencia sin-gular. Por más que no sospecha que yo sea el inge-niero Simón Hart, debe preguntarse qué es lo que lopienso de esta aventura. Por más que el guardiánGaydón sea un pobre diablo, no se cuidará menosde lo que le aguarda que el más cumplido gentil-

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hombre, aunque éste fuera el propietario del fantás-tico yate. Sin embargo, la insistencia de esta inqui-sitorial mirada me sorprende e inquieta.

Y si el Conde de Artigas hubiera podido adivinarla luz que acaba de iluminar mi espíritu, probable esque no dudara en hacerme arrojar al mar.

La prudencia me manda, pues, ser más circuns-pecto que nunca.

En efecto: una punta del misterioso velo se halevantado, y el porvenir ha aparecido más claro antemis ojos.

Al aproximarse la Ebba, la forma de esta isla, omejor de este islote, hacia el que se dirige, se dibujacon más claridad sobre el fondo claro del cielo. Elsol, que ha pasado su punto más alto, la baña com-pletamente. El islote está solitario, o, por lo menos,ni al Sur ni al Norte veo grupo alguno. A medidaque la distancia disminuye, el ángulo bajo el que sepresenta se abre más, mientras que el horizonte bajatras él.

Este islote tiene la forma de una taza al revés, delfondo de la cual se escapa un vapor fuliginoso. Supunta, el culo de la taza, debe elevarse unos cienmetros sobre el nivel del mar, y sus laderas presen-tan taludes que parecen tan desnudos como las ro-

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cas de la base, combatidas incesantemente por laresaca.

Pero hay una particularidad que hace que el islotesea fácilmente reconocido para los navegantes quevienen del Oeste: es una roca atravesada de parte aparte, que parece formar el asa natural de dicha tazay da paso a los torbellinos de espuma de las olas y alos rayos del sol cuando su disco sobresale del hori-zonte Este. Visto en estas condiciones, el islote jus-tifica el nombre de Back-Cup, que le ha sido dado.

Pues bien...¡yo reconozco este islote! Está situa-do antes del archipiélago de las Bermudas. Es la«taza al revés» que hace algunos años visité. ¡No, nome engaño! En aquella época he puesto el pie sobreestas rocas calcáreas y rodeado su base por la parteEste. Sí... Es Back Cup...

A no dominarme, hubiera dejado escapar unaexclamación de sorpresa y de satisfacción que hu-biera inquietado al Conde de Artigas.

He, aquí en qué circunstancias fui a explorar elislote Back-Cup, cuando me encontraba en las Ber-mudas.

Este archipiélago, situado a unos mil kilómetrosde la Carolina del Norte, se compone de doscientasislas o islotes. En su parte central se cruzan el meri-

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diano 64 y el paralelo 32. Desde el naufragio del in-glés Lomer, que fue arrojado allí en 1609, las Ber-mudas pertenecen al Reino Unido, y a consecuenciade este hecho, la población colonial se ha aumenta-do en diez mil habitantes. Inglaterra no quiso ane-xionarse, acaparar podría decirse, este grupo por susproductos de algodón, café y arrow-root, sino por ha-ber allí una estación marítima indicadísima, en laproximidad de los Estados Unidos de América. Latoma de posesión se efectuó sin que las otras po-tencias protestaran, y las Bermudas están actual-mente administradas por un gobernador británico,auxiliado por un Consejo y una Asamblea general.

Las principales islas de este archipiélago se lla-man Saint-David, Sommerset, Hamilton y San Jorge.Esta última posee un puerto franco, y la ciudad delmismo nombre es la capital del grupo.

La mayor de estas islas no pasa de veinte kiló-metros de anchura por cuatro de largo. Si se deducela mediana, no queda más que una aglomeración deislotes, esparcidos en un área de doce leguas cua-dradas.

El clima es sano; pero estas islas no son menoscombatidas por las grandes tempestades invernales

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del Atlántico, y el paso a ellas es difícil a los nave-gantes.

Lo que falta en este archipiélago son ríos; perocomo las lluvias son muy frecuentes, se remedia lafalta de agua recogiendo la que cae'del cielo, con loque se atienden las necesidades de los habitantes ylas exigencias del cultivo. Para esto se han construi-do grandes cisternas, que las lluvias se encargan dellenar con una generosidad grande. Estas obras me-recen justa admiración y hacen honor al genio delhombre.

Precisamente el establecimiento de estas cisternasmotivó mi viaje en la época referida, y también lacuriosidad de visitar tan magnífico trabajo. Obtuvede la Sociedad de que era ingeniero en New-Jerseyuna licencia de algunas semanas; partí y me embar-qué en Nueva York para las Bermudas.

Durante mi estancia en la isla Hamilton, en elvasto puerto de Southampton se produjo un hechomuy interesante para los geólogos.

Un día vióse llegar una flotilla de pescadores,hombres, mujeres y niños, que venían en busca derefugio a Southampton-Harbour. Desde hacía cin-cuenta años, estas familias habitaban la parte del li-toral de Back-Cup, expuesta al Levante. Habíanse

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construido cabañas de madera y casas de piedra, ylos moradores vivían allí en condiciones muy favo-rables para dedicarse a la pesca, sobre todo la de loscachalotes, que abundan en los parajes de las Ber-mudas durante los meses de Marzo y Abril.

Nada hasta entonces había turbado ni la tranqui-lidad ni la industria de estos pescadores. No sequejaban de su existencia, bastante ruda, dulcificadapor la facilidad de comunicaciones con Hamilton ySan Jorge. Sus sólidas barcas exportaban el pescadoe importaban, en cambio, los diversos artículos deconsumo necesarios para la conservación de la fa-milia.

¿Por, qué, pues, habían abandonado aquel islotecon intención de no volver nunca a él, como no setardó en saber? Por la razón de que no estaban yatan seguros como en otra época.

Dos meses antes, los pescadores habían sidosorprendidos primero, asustados después, por sor-das detonaciones que se producían en el interior deBack-Cup. Al mismo tiempo, la cúspide del islote-elfondo de la taza vuelta, por así decirlo- se coronabade vapores y de llamas. Que aquel islote fuera deorigen volcánico y que su cúspide formara un cráternadie lo sospechaba, pues era tal la inclinación de

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sus pendientes que hubiera sido imposible subir porellas. Pero ya no se podía dudar que Back-Cup fueseun antiguo volcán, que amenazaba al pueblo conuna próxima erupción.

Durante estos dos meses percibiéronse ruidosinternos, sacudidas bastante fuertes, llamas en la ci-ma, y, por la noche sobre todo, detonaciones formi-dables, síntomas todos que atestiguaban un trabajoplutónico, preludios de un movimiento eruptivomuy cercano. Las familias, expuestas a una inmi-nente catástrofe en aquel litoral que no les ofrecíaabrigo alguno contra la lava y que temían una com-pleta destrucción de Back-Cup, no dudaron en huir.Embarcaron cuanto poseían en sus chalupas depesca, y fueron a refugiarse a Sou-thampton-Harbour.

La noticia de que un volcán, dormido durante si-glos, acababa de despertarse en el extremo occi-dental del grupo, causó bastante impresión en lasBermudas. Pero al mismo tiempo que el espanto enunos, la curiosidad nació en otros. Yo fui de estosúltimos. Era, además, de gran importancia estudiarel fenómeno y ver si los pescadores exageraban ono las consecuencias del mismo.

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Back-Cup, que sobresale al Oeste del archipiéla-go, se une a él por una caprichosa cadena de islotesy de arrecifes inabordables por el Este. No se le veni desde San Jorge ni desde Hamilton, pues su cús-pide no tiene una altura mayor de cien metros.

Una balandra que salió de Sou-thampton-Harbour nos desembarcó a algunos ex-ploradores y a mí en la ribera, donde se alzaban lascabañas abandonadas de los pescadores de las Ber-mudas.

Oíanse los ruidos interiores y el vapor se escapa-ba del cráter; no dudamos, pues: el antiguo volcánde Back-Cup se reanimaba bajo la acción de fuegossubterráneos. De un día a otro era de temer que seprodujera una erupción con todas sus consecuen-cias.

En vano intentamos subir hasta el orificio delvolcán. Por aquellas pendientes abruptas, lisas yresbaladizas, que no ofrecían un apoyo para el pie ola mano, y que dibujaban un ángulo de 75 u 80 gra-dos, la ascensión era imposible. Jamás había yovisto cosa más árida que aquel caparazón rocoso,cuya única vegetación era raros montones de alfalfasalvaje en los sitios en que había algo de tierra ve-getal.

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Después de algunas tentativas infructuosas, seprocuró dar la vuelta en torno del islote. Pero, ex-cepto en la parte en que los pescadores habíanconstruido sus viviendas, la base era impracticableen medio de los escombros del Norte, del Sur y delOeste.

El reconocimiento del islote limitóse, pues, a estaexploración insuficiente. Al ver, en suma, las huma-redas mezcladas de llamas que salían del cráter,mientras que sordos ruidos, y a veces fuertes deto-naciones, sonaban en el interior, no podía, menosde aprobarse que los pescadores hubieran abando-nado e1 islote en previsión de su próxima destruc-ción.

Tales fueron las circunstancias en que visité aBack-Cup, y no es de extrañar que desde que seofreció ante mis ojos yo lo diera este nombre.

¡No! Lo repito: no hubiera sido cosa que agrada-ra al Conde de Artigas saber que el guardián Ga-ydón había reconocido este islote, admitiendo que laEbba hiciera escala en él, lo que me parecía impro-bable por falta de puerto.

A medida que la goleta se aproxima, observo aBack-Cup, donde no ha querido volver ningúnbermudano. Este sitio de pesca está actualmente

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abandonado, y no puedo explicarme que la Ebba va-ya a hacer escala allí. Después de todo, tal vez elConde de Artigas y sus compañeros no tienen laintención de desembarcar en el litoral de Back-Cup.Aun en el caso de que la goleta encontrara algúnabrigo temporal entre las rocas, en el fondo de al-guna estrecha ensenada, ¿qué apariencia existe deque un rico yachtman tenga el pensamiento de esta-blecer su residencia sobre este cono árido, expuestoa las terribles tempestades del Oeste atlántico? Viviren este sitio es bueno para rústicos pescadores, nopara el Conde de Artigas, el ingeniero Serko, el ca-pitán Spada y su tripulación.

Back-Cup está a una media milla. No ofrece elaspecto que presentan las otras islas del archipiéla-go, bajo la sombría verdura de sus colinas. Apenassi entre las sinuosidades de ciertas asperezas vensealgunos enebros y se dibujan las delgadas penum-bras de esos cedars, que constituyen la principal ri-queza de las Bermudas.

Respecto a las rocas de su base, están cubiertasde espesas capas de ova y de algas, renovadas sincesar por la marea, y también de esos vegetales fila-mentosos, de innumerables sargaces, del mar de estenombre, entre Canarias y las islas del Cabo Verde, y

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de las que las corrientes arrojan cantidades enormessobre los arrecifes de Back-Cup.

Respecto a la fauna de este islote abandonado,redúcese a algunos volátiles «motacyllas cyalis» deazulado plumaje. Las gaviotas atraviesan rápida-mente los densos vapores del cráter.

A dos encabladuras la goleta aminora su marchay se detiene a la entrada de un paso abierto en me-dio de un semillero de rocas a flor de agua.

Me pregunto si la Ebba va a arriesgarse al travésde este sinuoso paso.

No: la hipótesis, más aceptable es que después deuna parada de algunas horas- y aun no adivino larazón de ella-, tomará de nuevo su camino hacia elEste.

Lo cierto es que no veo hacer ningún preparativode anclaje. Las anclas permanecen en sus serviolas,las cadenas no son preparadas, y la tripulación no sedispone a echar los botes al mar.

En este momento el Conde de Artigas, el inge-niero Serko y el capitán Spada se colocan en la proa,y se ejecuta una maniobra que es inexplicable paramí.

Habiendo seguido el empalletado de babor hastala altura del palo mesana, veo una pequeña boya

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flotante que uno de los marineros iza sobre la proa.Casi en seguida, el agua, muy clara en este sitio, seobscurece, y me parece ver subir del fondo una ma-sa negra. ¿Es algún enorme cachalote que sube arespirar a la superficie del mar, y la Ebba está ame-nazada de algún rabotazo formidable?

Todo está comprendido... Ya sé ahora a qué apa-rato debe la goleta su extraordinaria velocidad, sinvelas y sin hélice... He aquí que sube su infatigablepropulsor, después de haberla arrastrado desde ellitoral americano hasta el archipiélago de las Ber-mudas. Está aquí, flotando junto a ella. Es un barcosumergible, un remolcador submarino, un tug movi-do por una hélice bajo la acción de la corriente, seapor una batería de acumuladores, sea por las pode-rosas pilas de uso en esta época.

En la parte superior de este tug hay una platafor-ma, en el centro de la cual, una escotilla establece lacomunicación con el interior. En la parte de delantede esta plataforma sobresale un look-out, especie decompartimiento cuyas paredes, llenas de tragaluces,permiten alumbrar eléctricamente las capas subma-rinas.

Ahora ha subido a la superficie. Su escotilla su-perior va a abrirse, y el aire puro penetrará en él. Y

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¿hasta no puede suponerse que está sumergido du-rante el día, y que, emergido por la noche, remolcala Ebba, quedando en la superficie del mar?

Otra pregunta. Si la electricidad produce la fuer-za mecánica de este tug, es indispensable que la ali-mente una fábrica eléctrica, cualquiera que sea suorigen.

¿Dónde se encuentra esta fábrica? Supongo, queno será en el islote Back-Cup. Además, ¿por qué lagoleta recurre a este remolcador que marcha bajo elagua? ¿Por qué no lleva en sí misma su fuerza lo-comotriz, como tantos otros yates de recreo?

Pero en este momento no tengo espacio paraentregarme a tales reflexiones, o más bien para bus-car la explicación de tantas cosas inexplicables.

El tug está a lo largo de la Ebba. La escotilla acabade abrirse. Varios hombres aparecen sobre la plata-forma: es la tripulación de este barco submarino,con la que el capitán Spada puede comunicar pormedio de señales eléctricas dispuestas en la proa dela goleta, y que un hilo une al tug. De la Ebba, enefecto, parten las indicaciones respecto a la direc-ción que hay que seguir.

El ingeniero Serko se aproxima a mí y me diceesta sola palabra:

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-Embarquémonos...-¡Embarcar!-respondo.-Sí... En el tug...¡Pronto!Como siempre, no me queda más recurso que

obedecer estas palabras imperiosas, y me monto enel empalletado.

En este momento, Tomás Roch sube al puenteacompañado de un marinero. Me parece muy tran-quilo o indiferente. No opone resistencia a pasar abordo del remolcador. Cuando está a mi lado, en elorificio de la escotilla, el Conde de Artigas y el inge-niero Serko se reunen a nosotros.

Respecto al capitán Spada y a la tripulación, que-dan en la goleta, menos cuatro hombres que se em-barcan en el bote que acaba de ser echado al mar.

Estos hombres llevan un largo y grueso cabo,probablemente destinado a espiar la Ebba al travésde los arrecifes. ¿Existe, pues, en medio de estas ro-cas una ensenada donde el yate del Conde de Arti-gas encuentre un seguro abrigo contra las olas?¿Está aquí el puerto de escala?

Separada la Ebba del tug, el cabo que la une a lacanoa se tiende, y media encabladura más allá, losmarineros van a amarrarla en argollas de hierro su-

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jetas a las rocas. Entonces los marineros espíanlentamente la goleta.

Algunos minutos después la Ebba ha desapare-cido tras el amontonamiento de rocas, y lo cierto esque no se puede ver ni la extremidad de su arbola-dura. ¿Quién sospecharía en las Bermudas que unnavío acostumbra a hacer escala en esta secreta en-senada? ¿Quién sospecharía en América que el ricoyachtman tan conocido en todos los puertos delOeste, es huésped de las soledades de Back-Cup?

Veinte minutos después, la canoa vuelve hacia eltug con los cuatro hombres. Claro es que el barcosubmarino les esperaba antes de partir..., pa-ra ir... ¿Dónde?

La tripulación, completa ya, pasa a la plataforma.La canoa se coloca de forma que pueda ser remol-cada; la hélice se pone en acción, y el tug se dirigehacia Back-Cup rodeando los arrecifes por el Sur.

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A algunas encabladuras de allí vese un segundopaso que termina en el islote, y cuyas sinuosidades

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sigue el tug. Cuando se encuentra a unas doce brazasde las primeras rocas de la base, se detiene.

Se da orden a dos hombres para que lleven la ca-noa a una estrecha playa, que no pueden tocar ni elagua ni la resaca, de donde se podrá fácilmente re-coger cuando recomience la campaña de la Ebba.Hecho esto, los dos marineros suben a bordo deltug, y el ingeniero Serko me hace un signo indicán-dome que baje al interior.

Unos cuantos escalones de hierro dan acceso auna sala central, donde están colocados algunos far-dos que sin duda no han podido ser puestos en lacala. Soy conducido a un camarote lateral, cuyapuerta es cerrada, y heme de nuevo sumido en unaobscuridad profunda.

Desde el momento de entrar en él he reconocidoel sitio. Es el mismo en que he pasado tan largas ho-ras después del rapto de Healthful-House. Es evi-dente que, como yo, en él debe estar Tomás Roch,en otro compartimiento. Oigo un ruido sonoro. Esla escotilla que se cierra de nuevo. El aparato notardará en sumergirse. En efecto, bien pronto sientoun movimiento de descenso, debido a la introduc-ción del agua en los cajones del tug. A este movi-miento sucede otro de propulsión que lleva al barco

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submarino al través de las capas líquidas. Tres mi-nutos después se detiene y noto la impresión de quesubimos a la superficie.

Nuevo ruido de la escotilla, que se abre. Lapuerta de mi camarote está franca, y en algunos pa-sos heme sobre la plataforma.

Miro...El tug acaba de penetrar en el interior mismo de

Back-Cup. ¡Allí está el misterioso retiro donde viveel Conde de Artigas con sus compañeros, fuera de lahumanidad, por así decirlo!

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IX

DENTRO

Al día siguiente, sin que nadie me impidiera ir yvenir a mi antojo, he podido operar mi primer re-conocimiento en la vasta caverna de Back-Cup.¡Qué noche he pasado bajo el imperio de extrañasvisiones, y con qué impaciencia he esperado el día!

Se me había conducido al fondo de una gruta, aun centenar de pasos del ribazo junto al que se de-tuvo el tug. A esta gruta de diez pies, que alumbrabaun globo incandescente, se llegaba por una puerta,que fue cerrada tras mí.

No tengo por que asombrarme de que la electri-cidad sea empleada como agente luminoso en el in-

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terior de esta caverna, puesto que sirve de propulsoral barco submarino. Pero ¿dónde se fabrica? ¿Dedónde viene? ¿Es que en el interior de esta criptaexiste una fábrica con su maquinaria, sus dínamos ysus acumuladores?

Mi celda está amueblada con una mesa, sobre laque se han colocado algunos alimentos; un lecho, unsillón de paja y un armario, que contiene ropa blan-ca y diversos trajes. En el cajón de la mesa hay pa-pel, un tintero y pluma. En un rincón de la derechaun tocador con los utensilios de costumbre. Todoello muy limpio.

Pescado fresco, carne en conserva, pan de buenacalidad, cerveza y whisky: de esto se compone laprimera comida. Apenas como; ¡tan preocupadoestoy!

Sin embargo, es preciso que recobre fuerzas, queadquiera calma... Quiero descubrir el secreto de estepuñado de hombres que se ocultan en las entrañasde este islote... y le descubriré

¿De forma que bajo el caparazón de Back-Cup esdonde se oculta el Conde de Artigas? Esta cavidad,cuya existencia no sospecha nadie, le sirve de vi-vienda habitual cuando la Ebba no le pasea por ellitoral del nuevo mundo, y tal vez por el antiguo.

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Aquí está el retiro desconocido que él ha descu-bierto, y al que se llega por una entrada submarina,esta puerta que se abre a veinte o treinta pies bajo lasuperficie oceánica.

¿Por qué vivir separado de los habitantes de latierra? Qué habrá en el pasado de este personaje? Si,como imagino, el nombre y el título que lleva sonfalsos, ¿qué motivos tiene este hombre para ocultarsu identidad? ¿Es un proscripto que prefiere estelugar a cualquiera otro?¿Será un malhechor, cuida-doso de asegurar la impunidad de sus crímenes, laimposibilidad de las pesquisas judiciales? Tengo elderecho de suponerlo todo tratándose de un perso-naje tan sospechoso, y lo supongo todo.

Vuelvo a hacerme esta pregunta, a la que aún nohe podido responder de un modo satisfactorio:¿Por que Tomás Roch ha sido raptado de Heal-thful-House en las condiciones que se sabe? ¿Espe-ra el Conde de Artigas arrancarle el secreto de suFulgurador, y utilizarle para defender a Back-Cup enel caso en que una casualidad descubriera el sitio desu retiro?

Pero si tal caso llegara, se reduciría por el hambrea Back-Cup, pues el barco submarino no bastaríapara avituallarle. Por otra parte, la goleta no tendría

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probabilidad de franquear la línea, y sería señaladaen todos los puertos. Así es que, ¿de qué podía ser-vir el secreto de Tomás Roch en manos del Condede Artigas? Decididamente, no lo comprendo.

A las siete salto de mi lecho. Si estoy preso en lasparedes de esta caverna, por lo menos no lo estoyen el interior de mi celda. Nada me impide abando-narla, y luego...

A treinta metros adelante se prolonga una espe-cie de muelle que forman las rocas y que se desarro-lla de derecha a izquierda. Varios marineros de laEbba se ocupan en desembarcar los fardos, en va-ciar la cala del tug. Una media luz, a la que mis ojosse habitúan gradualmente, alumbra la caverna, queestá abierta en la parte central de su bóveda.

Por aquí- pienso- se escapan los vapores, o masbien la humareda que nos ha indicado el islote a unadistancia de tres o cuatro millas.

Y en el mismo instante una serie de reflexionesatraviesa mi cerebro.

Back-Cup no es, pues, un volcán, como se hapensado, como yo mismo he creído. Los vapores,las llamas que hace años se notaron, eran artificiales.Los ruidos que espantaron a los pescadores bermu-danos no tenían por causa una lucha de fuerzas

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subterráneas. Estos diversos fenómenos eran fingi-dos. Se manifestaban por la voluntad del dueño deeste islote, que quería alejar a los habitantes instala-dos en el litoral. Y lo ha conseguido. El Conde deArtigas ha quedado como único dueño deBack-Cup. Sólo con el ruido de detonaciones, sólodirigiendo hacia ese falso cráter el humo de los des-pojos traídos por la corriente, ha podido hacer creeren la existencia de un volcán que despertaba inopi-nadamente, en la inminencia de una erupción quejamás se ha producido!

De este modo han debido pasar las cosas; y, enefecto, desde la partida de los pescadores bermuda-nos, Back-Cup no ha cesado de arrojar espesas co-lumnas de humo por su cúspide.

Entretanto, la claridad interna va en aumento; laluz penetra por el falso cráter a medida que el solsube por el horizonte. No me será, pues, imposiblecalcular de una manera bastante precisa las dimen-siones de esta caverna. He aquí el resultado de misobservaciones.

Exteriormente, el islote Back-Cup, de forma casicircular, mide mil doscientos metros de circunferen-cia, presentando una superficie interior de cincuentamil metros, o cinco hectáreas. Sus paredes tienen en

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la base un espesor que varía entre treinta y cien me-tros.

Síguese de aquí que, excepto el espesor de las pa-redes, esta excavación ocupa todo el macizo deBack-Cup que se eleva sobre el mar. Respecto a lalongitud del túnel submarino que pone la parte exte-rior en comunicación con la interior, y por el que hapenetrado el tug, estimo que debe de ser de unoscuarenta metros.

Estas cifras permiten formar idea de la extensiónde la caverna; pero por vasta que sea, recordaré queel antiguo y el nuevo continente poseen algunas cu-yas dimensiones son más considerables, y que hansido objeto de estudios espeleológicos muy exactos.

Efectivamente: en la Carniole, en el Northum-berland, en el Derbyshire, en el Piamonte, en Morée,en las Baleares, en Hungría, en California, existengrutas de una capacidad superior a la de Back-Cup.Tales son también la de Han-sur-Lesse, en Bélgica;en los Estados Unidos, las de Mammouth y delKentucky, que no comprenden menos de doscientasveintiséis bóvedas, siete ríos, ocho cataratas, treintay dos pozos de una profundidad ignorada, un marinterior en una extensión de cinco a seis leguas, del

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que los exploradores no han podido tocar aun elextremo límite.

Yo conozco estas grutas del Kentucky por ha-berlas visitado, como miles de turistas han hecho.La principal me servirá de término de comparaciónpara Back-Cup. En Mammouth, como aquí, la bó-veda está soportada por pilares de forma y alturadiversas, que le dan el aspecto de una catedral góti-ca, con sus naves, careciendo, por lo demás, de laregularidad arquitectónica de los edificios religiosos.La única diferencia es que, si el techo de las grutasdel Kentucky se despliega a ciento treinta metros dealtura, el de Back-Cup no pasa de unos cincuenta enla parte de la bóveda que agujerea circularmente laabertura central, por la que se escapan el humo y lasllamas.

Otra particularidad de gran importancia, queconviene indicar, es que la mayor parte de las grutascuyos nombres he citado son fácilmente accesibles,y debían, por consecuencia, ser descubiertas un díau otro.

Esto no sucede con Back-Cup. Indicado en losmapas de estos parajes como un islote del grupo delas Bermudas, ¿quién había de sospechar que en suinterior se abría una enorme caverna? Para saberlo

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preciso era penetrar en él, y para penetrar se nece-sitaba disponer de un aparato submarino semejanteal tug que poseía el Conde de Artigas.

Y, en mi opinión, sólo a la casualidad se debeque éste haya descubierto el túnel que le ha permiti-do fundar esta inquietante colonia de Back-Cup.

Entregándome ahora al examen de la porción demar contenida entre las paredes de esta caverna,noto que sus dimensiones son bastante reducidas-apenas de trescientos a trescientos cincuenta metrosde circunferencia.- Realmente no es mas que un lagorodeado de rocas, pero muy suficiente para las ma-niobras del tug, pues su profundidad no es inferior acuarenta metros.

Claro es que, dadas la situación y la estructura deesta cripta, pertenece a la categoría de las que sondebidas a la invasión de las aguas del mar. Seme-jantes a ella, y de origen a la vez neptuniano y plu-tónico, son las grutas de Crozon y de Morgate, en labahía de Douarnenez, en Francia; de Bonifacio, enel litoral de Córcega; la de Thorgatten, en la costa deNoruega, cuya altura se estima en unos quinientosmetros; y, en fin, las de Grecia, las grutas de Gi-braltar, en España, y de Tourane, en Cochinchina.

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La naturaleza de su caparazón indica que son elproducto del doble trabajo geológico indicado.

El islote de Back-Cup está en gran parte formadopor rocas calcáreas.

A partir del ribazo del lago, estas rocas subenformando taludes de suave pendiente, dejando entreellas un tapiz arenoso de menudo grano, adornadoaquí y allá por amarillentos montones duros y apre-tados de hinojo marino. Después, en espesas saba-nas, se encuentran montones de algas, unos secos,mojados otros, exhalando aún los acres olores ma-rinos. No es éste el único combustible que se em-plea en Back-Cup, pues veo un enorme stock deaceite, que ha debido ser traído por el tug y la goleta.Pero, lo repito, la humareda que arroja el cráter esdebida a la incineración de estas hierbas desecadas.

Continuando mi paseo, distingo en la parte sep-tentrional del lago a los habitantes de esta coloniade trogloditas: - ¿no merecen este nombre?- Laparte de la caverna que es llamada Bee-Hive, es de-cir, “la colmena”, lo justifica plenamente. Allí se hanlabrado por la mano del hombre varias hileras deceldillas, donde viven estas abejas humanas. En laparte Este, la disposición de la caverna es muy dife-rente. Por esta parte se enderezan y multiplican

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centenares de pilares naturales que sostienen la bó-veda. Es un verdadero bosque de árboles de piedra,cuya superficie se extiende hasta los extremos lími-tes de la caverna. Entre estos pilares se entrecruzangran número de sinuosos senderos que permitenllegar al fondo de Back-Cup.

Por el número de colmenas de Bee-Hive, se pue-de calcular de ochenta a ciento el total de los com-pañeros del Conde de Artigas.

Precisamente ante una de estas celdas, separadade las otras, está ese personaje, con el que hace uninstante se han reunido el capitán Spada y el inge-niero Serko.

Después de cambiar algunas palabras, los tresbajan hacia el ribazo, deteniéndose sobre el muelle-cillo, cerca del cual flota el barco submarino.

En este momento, unos doce hombres, despuésde haber desembarcado las mercancías, las trans-portan en el bote al otro lado del lago, donde exten-sas fortificaciones, acanaladas en el macizo lateral,forman los almacenes de Back-Cup.

El orificio del túnel bajo las aguas del lago no esvisible. He observado, en efecto, que para penetrarallí el remolcador se ha hundido algunos metrosbajo el agua. En la gruta de Back-Cup no pasa, pues,

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como en las de Skaffa o Morgate, cuya entrada estásiempre libre hasta en la época de las mareas altas.¿Existe otro paso que comunica con el litoral, uncorredor natural o artificial? Yo lo buscaré, pues escosa muy importante.

En realidad, el islote de Back-Cup merece elnombre que tiene. Es una enorme taza colocada alrevés, forma que afecta no sólo al exterior, sino enla parte interior, cosa que yo ignoraba.

He dicho que Bee-Hive ocupa la parte de la ca-verna al Norte del lago, es decir, la izquierda pene-trando por el túnel. En la parte opuesta están losalmacenes de provisiones de todas clases, fardos demercancías, pipas de vino, de aguardiente, barrilesde cerveza, cajas de conservas, artículos múltiplesque llevan marcas de distintas proveniencias. Diría-se que los cargamentos de veinte navíos han sidodesembarcados en este sitio. Algo más lejos se elevauna importante construcción, rodeada de un murode planchas, cuyo destino es fácil conocer. De unpilar que le domina parten gruesos hilos de cobre,que alimentan con sus corrientes las poderosas lám-paras eléctricas suspendidas de la bóveda. Entre lospilares hay buen número de estos aparatos, que

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permiten alumbrar la caverna hasta en sus mayoresprofundidades.

Me hago esta pregunta: ¿Se me dejará ir libre-mente por el interior de Back-Cup? Lo espero. ¿Porqué había de prohibírmelo el Conde de Artigas?¿No estoy encerrado entre las paredes de esta ca-verna? ¿Acaso es posible salir por otro sitio que porel túnel? ¿Cómo franquear esta puerta de agua queestá siempre cerrada?

Además, y en lo que a mí se refiere, admitiendoque pudiese atravesar el túnel, ¿no sería notada enseguida mi desaparición? El tug llevaría a unos docehombres al litoral, que sería registrado hasta en susmás escondidos rincones... Sería inevitablementeapresado de nuevo, conducido a Bee-Hive, y estavez privado de la libertad de ir y venir...

Debo, pues, arrojar toda idea de fuga hasta queno tenga alguna probabilidad de buen éxito. Se pue-de tener la certeza de que, si se me presenta una cir-cunstancia favorable, no dejaré de aprovecharla.

Circulando entre las colmenas referidas, observoa algunos de los compañeros del Conde de Artigasque han aceptado esta monótona existencia en lasprofundidades de Back-Cup. Repito que he cal-

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culado su número en unos ciento, a juzgar por el delas celdas de Bee-Hive.

Cuando paso, esta gente no se fija en mí. Exami-nados de cerca, me parecen pertenecer a distintospaíses. No distingo entre ellos ninguna comunidadde origen, ni el lazo que habría si fueran americanosdel Norte, europeos o asiáticos. El color de su pielvaría del blanco al cobrizo y al negro, el negro de laAustralasia más bien que el de África. En resumen:en su mayor parte parecen pertenecer a la raza ma-laya, tipo muy fácil de reconocer. Añado que elConde de Artigas pertenece ciertamente a esa razaespecial de las islas neerlandesas del Oeste Pacífico,y el ingeniero Serko es levantino, y el capitán Spadaespañol o de la América española.

Pero si los habitantes de Back-Cup no están uni-dos por el lazo de la raza, lo están seguramente porel de sus instintos y apetitos. ¡Qué fisonomías másinquietantes, qué aspecto más feroz, qué tipos mássalvajes! Se ve que son de naturaleza violenta, quenunca han sabido dominar sus pasiones, ni retroce-dido ante exceso alguno. Pienso en que tal vez, des-pués de una larga serie de crímenes, robos, incen-dios, asesinatos, atentados de toda especie ejercidosen común, han tenido el pensamiento de refugiarse

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en el fondo de esta caverna, donde pueden tener laseguridad de una impunidad absoluta. ¡En este caso,el Conde de Artigas sería el jefe de una banda demalhechores, con sus dos ayudantes, el capitán Spa-da y el ingeniero Serko, y Back-Cup un nido de pi-ratas!

Sí... Tal es la idea que se ha incrustado en mi ce-rebro, y mucha sería mi sorpresa si el porvenir medemostrara que me había equivocado. Aparte esto,lo que observo en mi primera exploración hace quemi opinión se confirme y autorice las más sospe-chosas hipótesis.

En todo caso, sean quienes sean ellos y las cir-cunstancias que en este lugar les han reunido, loscompañeros del Conde de Artigas me parece quehan aceptado sin reservas su poderosa dominación.En desquite, si una severa disciplina les mantienebajo su mano de hierro, es probable que ciertasventajas compensen esta especie de servidumbre enla que han consentido. ¿Cuáles?

Después de haber rodeado la parte del ribazo enque desemboca el túnel, llego a la ribera opuesta dellago. Como ya había notado, sobre esta ribera está eldepósito de las mercancías traídas por la goletaEbba en cada uno de sus viajes. Vastas excavaciones

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hechas en las paredes, pueden contener y contienengran número de fardos.

Más allá se encuentra la fábrica de energía eléc-trica. Al pasar por delante de las ventanas, distingoalgunos aparatos de invención reciente, muy perfec-cionados. Nada de esas máquinas de vapor que ne-cesitan el empleo de la hulla y exigen un mecanismocomplicado. No: como lo había supuesto, son pilasde un extraordinario poder las que alimentan laslámparas de la caverna y los dínamos del tug. Sinduda, también esta corriente se aplica a diversosservicios domésticos, tanto para dar calor aBee-Hive como para la preparación de los alimen-tos. En una cavidad vecina es aplicada a los alambi-ques que sirven para la producción del agua dulce.Los habitantes de Back-Cup no se ven en la necesi-dad de recoger la lluvia que cae en abundancia en ellitoral del islote; a algunos pasos de la fábrica deenergía eléctrica hay una gran cisterna, semejante,salvo la proporción, a las que he visto en las Ber-mudas. En éstas se trataba de proveer a las necesi-dades de una población de diez mil habitantes...Aquí de un centenar de... ¡No sé aún cómo califi-carlos!

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Es evidente que, tanto su jefe como ellos, han te-nido serias razones para habitar en las entrañas deeste islote... Pero ¿cuáles son?

Se explica que los religiosos se encierren entrelos muros de su convento con la intención de sepa-rarse del resto de la humanidad. Pero ¡los súbditosdel Conde de Artigas no tienen aspecto de benedic-tinos ni de cartujos!

Continuando mi paseo al través de este bosquede pilares, llego al límite de la caverna. Nadie me hamolestado, nadie me ha hablado, ni a nadie ha pare-cido inquietar mi presencia. Esta parte de Back-Cupes curiosa en extremo, comparable a las maravillasque ofrecen las grutas de Kentucky o de las Balea-res. No hay que decir que el trabajo del hombre nose muestra en ninguna parte. Sólo aparece el trabajode la naturaleza, y no sin asombro, con miedo casi,se piensa en las fuerzas telúricas capaces de engen-drar tan prodigiosas substracciones. La parte situadamás allá del lago recibe oblicuamente los rayos lu-minosos del cráter central. Pero por la noche, ilumi-nada por la luz eléctrica, debe tomar un aspectofantástico. En ningún sitio, a pesar de mis pesquisas,he notado rastro de comunicación exterior.

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El islote ofrece asilo a numerosas parejas de pá-jaros, gaviotas, golondrinas de mar, huéspedes ha-bituales de las playas bermudanas... Aquí parece quejamás han sido cazados, que se les deja multiplicarsea su placer, y no se espantan de la vecindad delhombre.

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Back-Cup posee además otros animales.En la parte de Bee-Hive hay cercados destinados

a las vacas, a los cerdos y carneros. La alimentaciónes, pues, segura y variada, merced a los productosde la pesca, ya en los arrecifes del exterior, ya en el

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lago, donde abundan peces de variadas especies.

En suma: basta mirar a los huéspedes deBack-Cup para tener la seguridad de que no les fal-tan recursos. Son gente vigorosa, robustos tipos demarineros, curtidos por el calor de las bajas latitu-des, de sangre rica y oxigenada por las brisas delOcéano. No hay ni niños ni viejos: sólo hombrescuya edad varía entre los treinta y los cincuentaaños.

Pero ¿por qué se han sometido este género devida?... Además, ¿no abandonan nunca este extrañoretiro?

Tal vez no tardaré en saberlo...

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X

KER KARRAJE

La celda que ocupo está situada a unos cien pa-sos de la habitación del Conde de Artigas, una delas últimas de Bee-Hive. Ya que no deba partirla conTomás Roch, pienso que lo menos estaré cerca de lade éste, puesto que así es preciso si se quiere que elguardián Gaydón continúe prestando sus cuidadosal pensionista de Healthful-House. Pronto lo sabré.

El capitán Spada y el ingeniero Serko vivenaparte, en las proximidades del palacio de Artigas.

¿Un palacio? ¿Porqué no darle este nombre si lavivienda ha sido decorada con cierto arte? Manoshábiles han tallado la roca, de modo de figurar una

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fachada ornamental. Una ancha puerta de acceso alinterior. La luz penetra por varias ventanas abiertasen la roca y que cierran vidrieras de colores. El inte-rior comprende varias habitaciones: un comedor, unsalón alumbrado por una gran ventana, todo dis-puesto de forma que el renuevo del aire se efectúede un modo perfecto. Los muebles son de diferenteorigen, de formas muy fantásticas, con las marcas defabricación francesa, inglesa y americana. Eviden-temente, su propietario gusta de la variedad de esti-los. La repostería y la cocina están en celdas anejas,tras Bee-Hive.

Por la tarde, en el momento en que salía con lafirme intención de obtener una audiencia del Condede Artigas, le veo que sube de las orillas del lago.Sea que no me ha visto, o que no quiera hablarmeha apresurado el paso, y no me ha sido posible al-canzarle.

-Es preciso, sin embargo, que me reciba- me hedicho.

Acelero el paso y me detengo ante la puerta de lahabitación, que acababa de cerrarse.

Una especie de diablo, de origen malayo, muyobscuro de color, aparece en seguida en el umbral, ycon voz ruda me ordena que me aleje.

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Resisto a la orden, o insisto repitiendo dos vecesesta frase en buen inglés:

-Prevén al Conde de Artigas que deseo ser reci-bido por él ahora mismo.

Como si me hubiera dirigido a las rocas deBack-Cup. Este salvaje no comprende, sin duda,una palabra de inglés, y no me responde más quecon un aullido amenazador.

Me acomete la idea de forzar la puerta, de gritarde modo que el Conde me oiga. Pero, según todaprobabilidad, esto no produciría más resultado queprovocar la cólera del malayo, la fuerza del cual de-be ser hercúlea.

Dejo, pues, para otro momento la explicaciónque se me debe, y que, mas tarde o más temprano,obtendré.

Yendo por la parte Este de Bee-Hive, pienso enTomás Roch. Me causa mucha sorpresa no haberlevisto aun durante este primer día.

¿Acaso será víctima de una nueva crisis? Esta hi-pótesis no es admisible, pues, a juzgar por lo que meha dicho, el Conde de Artigas hubiera llamado aGaydón.

Apenas he andado un centenar de pasos, me en-cuentro con el ingeniero Serko.

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Siempre de buen humor este irónico personaje,se sonríe al verme y no procura evitar mi encuentro.¿Me haría mejor acogida si supiera que soy un com-pañero suyo, un ingeniero? No obstante, me guarda-ré mucho de indicárselo.

El ingeniero Serko se ha detenido. Sus ojos bri-llan; su boca tiene una expresión burlona, y acom-paña el saludo que me dirige con un gesto gracioso.

Respóndole fríamente, lo que él no parece ad-vertir.

-Que Jonás le proteja a usted, señor Gaydón- medice con su voz fresca y sonora.- Espero que no sequejará usted de la feliz circunstancia que le ha per-mitido visitar esta caverna, maravillosa entre todas.Sí; una de las más bellas, y, sin embargo, de las me-nos conocidas de nuestro esferoide.

Confieso que me sorprende oírle pronunciar estapalabra científica en el curso de una conversacióncon un simple guardián. Me limito a responder:

-No tendré de que quejarme, señor Serko, con lacondición de que, después de haber tenido el placerde visitar esta caverna, tenga la libertad de salir deella.

-¡Cómo! ¿Pensará usted ya en abandonarnos, se-ñor Gaydón; en volver al triste pabellón de Heal-

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thful-House? ¡Si apenas ha explorado usted nuestromagnífico dominio ni ha admirado usted las incom-parables bellezas que posee, obra exclusiva de lanaturaleza!

-Con lo que he visto me basta- he respondido- ysuponiendo que usted me hable seriamente, en seriole responderé que no deseo ver más.

-Vamos, señor Gaydón, permítame usted que lehaga observar que usted no ha podido aún apreciarlas ventajas de la existencia que se pasa en este sitiosin igual. Vida dulce y tranquila, libre de todo cui-dado; seguro porvenir, condiciones materiales comoen ninguna otra parte se encuentran, igualdad en elclima, ningún temor de las tempestades que asuelanlos parajes del Atlántico, ni de los fríos del invierno,ni del calor del verano. Apenas si los cambios deestación modifican esta atmósfera sana. Aquí no te-nemos que temer la cólera de Plutón ni de Neptuno.

Esta evocación de nombres mitológicos no meparece propia. Es visible que el ingeniero Serko seburla de mí. ¿Acaso el vigilante Gaydón ha oído ja-más hablar de Plutón y de Neptuno?

Caballero- digo- es posible que este clima le con-venga a usted, que aprecia como se merecen lasventajas de vivir en el fondo de esta gruta de...

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He estado a punto de pronunciar el nombre deBack-Cup, pero me he detenido a tiempo. ¿Qué su-cedería si sospechasen que conozco el nombre delislote, y, por consecuencia, su yacimiento en la ex-tremidad Oeste del grupo de las Bermudas?

He continuado de este modo:-Pero si este clima no me conviene a mí, me pa-

rece que tengo el derecho de cambiarle por otro.-El derecho, efectivamente.-Y espero que me será permitido partir y que se

me darán los medios para volver a América.-No tengo razón alguna que oponer, señor Ga-

ydón-responde el ingeniero Serko.-La pretensión deusted es fundadísima. Repare usted, no obstante,que aquí vivimos en una noble y soberbia indepen-dencia, que no dependemos de ninguna potenciaextranjera; que escapamos a toda autoridad, que nosomos súbditos de ningún Estado del antiguo ni delnuevo Mundo. Esto merece ser considerado porquien tenga una alma orgullosa. Y, además, ¡qué re-cuerdos evocan, en un espíritu cultivado, estas gru-tas que parecen haber sido hechas por la mano delos dioses, y en las que en otra época oían sus orá-culos por boca de Trophonius!

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Decididamente, al ingeniero Serko le agradan lascitas de la fábula. ¡Trophonius después de Plutón yde Neptuno! ¿Cree que un guardián de hospital co-noce a Trophonius? Es claro que continúa burlán-dose, y llamo en mi ayuda a toda mi paciencia parano responderle en el mismo tono.

-Hace un instante- digo con voz breve- he queri-do entrar en esa habitación, que es, si no me enga-ño, la del Conde de Artigas, y se me ha impedido.

-¿Por quién, señor Gaydón?-Por un criado del Conde.- Probablemente obedecería órdenes recibidas.-Sin embargo, es preciso que el Conde de Artigas

me escuche.-Temo que sea difícil... y hasta imposible- res-

ponde sonriendo el ingeniero Serko.-¿Por qué?-Porque aquí no hay ningún Conde de Artigas.- Se burla usted sin duda; acabo de verle.-El que usted ha visto no es el Conde de Artigas.-¿Quién es entonces?-Es el pirata Ker Karraje.El ingeniero Serko pronunció este nombre con

voz dura, y se alejó sin que se me ocurriera dete-nerle.

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¡El pirata Ker Karraje! ¡Sí! ¡Este nombre es unarevelación para mí! Le conozco. Y ¡qué recuerdosmás terribles evoca! ¡Él solo me explica lo que con-sideraba yo inexplicable! ¡Él me dice en manos dequién he caído!

He aquí lo que puedo relatar sobre el pasado y elpresente de Ker Karraje, uniendo a los antecedentesque yo tenía lo que he sabido por boca del ingenieroSerko:

Hace ocho o nueve años, los mares del OestePacífico fueron teatro de atentados sin nombre, deactos de piratería que se efectuaban con rara auda-cia. Una banda de malhechores de diverso origen,desertores de los contingentes coloniales, escapadosde presidios, marineros que abandonaron sus na-víos, operaba a las órdenes de un terrible jefe. Elnúcleo de esta banda se había formado primero degentes de las poblaciones europeas y americanas, alas que atrajo el descubrimiento de ricos criaderosde oro en los distritos de la Nueva Gales del Sur, enAustralia. Entre estos pescadores de oro se encon-traban el capitán Spada y el ingeniero Serko, dosperdidos, a los que una comunidad de ideas y de ca-racteres no tardó en unir muy íntimamente.

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Estos hombres, instruidos, resueltos, hubieranseguramente obtenido buen éxito en todas partes yen cualquier carrera, nada más que con su inteligen-cia; pero, sin conciencia ni escrúpulos, determina-dos a enriquecerse por cualquier medio, pidiendo ala especulación y al juego lo que hubieran podidoobtener por el trabajo paciente y regular, arrojáron-se en las más inverosímiles aventuras, ricos un día,arruinados al siguiente, como la mayor parte de losque quieren buscar la fortuna en los yacimientos au-ríferos.

Había entonces en los criaderos de la NuevaGales del Sur un hombre de una audacia incompa-rable, uno de esos aventureros atrevidos que no re-troceden ante nada, ni ante el crimen, y cuya in-fluencia sobre las naturalezas violentas y malvadases irresistible.

Este hombre se llamaba Ker Karraje.A pesar de las pesquisas que se hicieron, nunca

pudo averiguarse cuáles eran el origen y la naciona-lidad de este pirata, ni los antecedentes del mismo.Pero si pudo escapar a todas las informaciones, sunombre recorrió el mundo; era pronunciado conhorror y espanto, como el de un personaje legenda-rio, invisible y al que no se podía coger.

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Ahora tengo motivo para creer que este Ker Ka-rraje es de raza malaya. Poco importa, en suma. Locierto es que, con justicia, se le tenía por un terriblebandido y autor de los múltiples atentados come-tidos en aquellos mares lejanos.

Después de haber pasado algunos años en loscriaderos de oro de Australia, donde trabó relacio-nes con el ingeniero Serko y el capitán Spada, KerKarraje llegó a apoderarse de un navío en el puertode Melbourne, de la provincia Victoria. Unos treintacanallas, cuyo número se triplicó bien pronto, se hi-cieron sus compañeros. En aquella parte del Océa-no Pacífico, donde la piratería es todavía tan fácil y,digámoslo, tan fructífera, ¡cuántos barcos fueronapresados, cuántas tripulaciones asesinadas, cuántasbatidas organizadas en ciertas islas del Oeste, quelos colonos no tenían fuerza para defender! Por masque el navío de Ker Karraje, mandado por el capitánSpada, hubiera sido señalado varias veces, jamás fueposible apoderarse de él. Parecía que tenía la facul-tad de desaparecer a su voluntad en medio de aque-llos laberínticos archipiélagos, cuyos pasos y ense-nadas conocía perfectamente.

El espanto reinaba, pues, en aquellos parajes. Losfranceses, los ingleses, los alemanes, los americanos,

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enviaron inútilmente barcos en persecución deaquella especie de navío espectro, que salía no sesabía de dónde, se ocultaba de la misma manera,después de los pillajes y las matanzas que se deses-peraba de poder impedir o castigar.

Un día terminaron estos actos criminales. No seoyó hablar más de Ker Karraje. ¿Había abandonadoel Pacífico por otros mares? Viendo que la pirateríano se recomenzaba, se pensó que, sin hablar de loque había sido gastado en orgías y en francachelas,quedábale aún bastante del producto de los robosdurante tanto tiempo efectuados, para constituir untesoro de un valor enorme.

Y ahora, sin duda, Ker Karraje y sus compañerosgozaban de él, después de haberle puesto en seguri-dad en algún escondite de ellos sólo conocido.

¿Dónde se había refugiado la banda desde su de-saparición? Inútiles fueron cuantas pesquisas se hi-cieron; y como la inquietud cesó con el peligro, co-menzáronse a olvidar los atentados de que el OestePacífico había sido teatro.

He aquí lo que había pasado, y he aquí ahora loque no se sabrá nunca si yo no consigo escapar deBack-Cup.

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Sí; estos malhechores poseían considerables ri-quezas cuando abandonaron los mares occidentalesdel Pacífico. Después de haber destruido su navío,dispersáronse por diversos sitios, no sin convenirantes en que se encontrarían en el continente ameri-cano.

En esta época, el ingeniero Serko, hombre degran instrucción, habilísimo mecánico, y que habíaestudiado con preferencia el sistema de los barcossubmarinos, propuso A Ker Karraje hacer construiruno de estos aparatos, a fin de volver a su criminalexistencia en condiciones más secretas y más terri-bles. Comprendió Ker Karraje todo lo práctico de laidea de su cómplice, y como no escaseaba el dinero,no hubo más que ponerse a la obra.

Mientras, el dicho Conde de Artigas encargaba lagoleta Ebba a los astilleros de Gotteborg, en Suecia,entregó a los astilleros Cramps, de Filadelfia, enAmérica, los planos de un barco submarino, laconstrucción del cual no excitó sospecha alguna, yque además, como se va a ver, no debía tardar endesaparecer con cuerpos y bienes.

Bajo las órdenes y la vigilancia especial de Serkofue construido el aparato, utilizándose los diversos

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perfeccionamientos de la ciencia náutica de enton-ces.

Una corriente producida por pilas de nueva in-vención, moviendo los receptáculos colocadosen el árbol de la hélice, debía dar a su motor unenorme poder propulsivo.

Claro es que nadie hubiera podido sospechar queel Conde de Artigas era el antiguo pirata del Pacífi-co, ni el ingeniero Serko el más atrevido de suscompañeros. No se veía en él más que un extranjerode elevada alcurnia, de gran fortuna, y que desde ha-cía un año frecuentaba con su goleta Ebba lospuertos de los Estados Unidos, pues la goleta habíasido dada al mar antes de que se terminara la cons-trucción del tug.

No exigió este trabajo menos de diez y ocho me-ses. Una vez terminado el nuevo barco, excitó laadmiración de cuantos se interesaban en los apara-tos de navegación submarina. Por su forma exterior,su disposición interior, su sistema para el renuevodel aire, su estabilidad, su rapidez de inmersión, sufacilidad para la evolución, su forma para ser dirigi-do, su extraordinaria velocidad, la energía de las pi-las, a las que debía su fuerza mecánica, resultabamás perfecto que los sucesores de los Goubet, Gym-

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note y Zede, y otras muestras ya muy perfeccionadasen aquella época.

Pronto iba a verse, pues tras algunos ensayos degran resultado se hizo una experiencia pública enalta mar, a cuatro millas de Charleston, en presenciade numerosos navíos de guerra, de comercio y derecreo, americanos y extranjeros, convocados coneste objeto.

No hay que decir que la Ebba se encontraba entreestos navíos, llevando a bordo al Conde de Artigas,al ingeniero Serko, al capitán Spada y a su tripula-ción, más una docena de hombres destinados a lamaniobra del barco submarino, que dirigía el ma-quinista Gibson, un inglés muy atrevido y muy há-bil.

El programa de esta experiencia definitiva secomponía de diversas evoluciones en la superficiedel Océano; después una inmersión que debía pro-longarse algunas horas, tras las cuales el aparatoreaparecería cuando hubiera llegado a una boya co-locada a varias millas.

Llegado el momento, y cerrada la escotilla supe-rior, el barco maniobró primero sobre el mar, y suviveza, sus ensayos de virar, provocaron en los es-pectadores una justificada admiración.

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Después, a una señal dada en la Ebba, el aparatosubmarino se hundió lentamente y desapareció antelos ojos de todos.

Algunos navíos se dirigieron hacia el punto indi-cado para su reaparición.

Transcurrieron tres horas... El barco no subía ala superficie del mar.

Lo que se ignoraba es que, de acuerdo con elConde de Artigas y el ingeniero Serko, el aparatosubmarino, destinado al remolque secreto de la go-leta, no debía reaparecer más que algunas millas másallá. Pero, a excepción de los que estaban en el se-creto, nadie dudó que hubiera perecido por algúnaccidente en su casco o en sus máquinas. A bordode la Ebba fingióse gran consternación, muy verda-dera a bordo de los otros barcos. Practicáronsesondajes, enviáronse buzos por la parte que se su-ponía recorrida por el barco. Todas las pesquisasresultaron inútiles, y se dio por cierto que el aparatohabíase hundido en las profundidades del Atlántico.

A los dos días, el Conde de Artigas volvía a dar-se a la mar, y cuarenta y ocho horas después encon-traba el barco submarino en el sitio señalado de an-temano.

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De este modo, Ker Karraje vino a ser propietariode un admirable aparato que fue destinado a estadoble misión: el remolque de la goleta y el ataque alos navíos. Con este terrible instrumento de des-trucción, cuya existencia nadie sospechaba, el Condede Artigas podía recomenzar su piratería en lasmejores condiciones de seguridad e impunidad.

He conocido estos detalles por el ingenieroSerko, muy orgulloso de su obra, y muy seguro tam-bién de que el prisionero de Back-Cup no podía ja-más descubrir el secreto. Compréndese el poderofensivo de que disponía Ker Karraje.

Durante la noche, el tug se arrojaba sobre losbarcos, que no podían desconfiar de un yate de re-creo como la Ebba. Cuando les había desfondado, lagoleta les abordaba, y sus hombres asesinaban latripulación y robaban los cargamentos. Esta era larazón de que gran número de navíos no figurasenen las noticias del mar más que bajo este calificativodesesperante: desaparecidos cuerpos y bienes.

Durante el año que siguió a la odiosa comedia dela bahía de Charleston, Ker Karraje explotó los pa-rajes del Atlántico en la parte correspondiente a losEstados Unidos. Sus riquezas crecieron en una pro-porción enorme. Las mercancías se vendían en mer-

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cados lejanos, y el producto se transformaba enplata y oro. Pero lo que siempre faltaba era un lugarseguro y desconocido, donde los piratas pudierandepositar estos tesoros en espera de que llegara eldía del reparto.

Ayudóles la casualidad. Explorando las sabanassubmarinas cerca de las Bermudas, el ingenieroSerko y el maquinista Gibson descubrieron en la ba-se del islote el túnel que daba acceso al interior deBack-Cup. ¿Dónde había de encontrar Ker Karrajerefugio mejor y más al abrigo de toda persecución?De este modo, uno de los islotes del archipiélagobermudano, nido de bandidos en otra época, lo fuede una banda mucho más terrible.

Bajo la vasta bóveda de Back-Cup organizóse lanueva vida del Conde de Artigas y de sus compañe-ros en la forma que yo podía observar. El ingenieroSerko instaló una fábrica de energía eléctrica sin re-currir a máquinas, la construcción de las cuales en elextranjero hubiera parecido sospechosa, y sola-mente con pilas de fácil montaje, que sólo exigían elempleo de placas metálicas y sustancias químicas, delas que la Ebba se proveía en los puertos de los Es-tados Unidos.

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Fácilmente se comprenderá ahora lo que habíapasado en la noche del 19 al 20. Si el barco de tresmástiles que no podía moverse por falta de vientono estaba allí al amanecer, es porque había sidoabordado por el tug, atacado después por la goleta,entregado al pillaje y sumergido con su tripulación,y una parte de su cargamento se encontraba a bordode la Ebba, cuando él había desaparecido en losabismos del Atlántico.

¡En qué manos he caído! ¿Cómo terminará estadeplorable aventura? ¿Podré escaparme de esta pri-sión de Back-Cup, denunciar al falso Conde de Ar-tigas, librar los mares de los piratas de Ker Karraje?

Y por terrible que ya sea este último, ¿no lo serámás aún si llega a ser el poseedor del FulguradorRoch? ¡Sí!... ¡Cien veces más! Y si utiliza estos nue-vos aparatos de destrucción, ningún barco de co-mercio podrá resistirle, ningún navío de guerra po-drá escapar a una destrucción total.

La revelación del nombre de Ker Karraje medeja por largo tiempo obsesionado, por estas refle-xiones. Todo cuanto conocía de este célebre piratavuelve a mi memoria: su existencia cuando pirateabaen los parajes del Pacífico, las expediciones organi-zadas contra su navío, lo inútil de estas campañas. A

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él había que atribuir las inexplicables desaparicionesde algunos barcos en el continente americano desdehacía algunos años. No había hecho más que cam-biar el teatro de sus atentados. Continuaba sus pi-raterías por los tan frecuentados mares del Atlánti-co, con la ayuda del tug, que se creía hundido en lasaguas de la bahía de Charleston.

Y ahora- pienso- ya conozco su verdadero nom-bre y su verdadero escondite. Ker Karraje yBack-Cup. Si el ingeniero Serko ha pronunciadoeste nombre delante de mí, es porque estaba autori-zado para ello. ¿No es para hacerme comprenderque debo renunciar a toda esperanza de recobrar milibertad?

El ingeniero Serko había sin duda conocido elefecto que la revelación me produjo. Recuerdo queal apartarse de mí se dirigió hacia la habitación deKer Karraje, con la idea, sin duda, de ponerle altanto de lo que sucedía. Después de un largo paseopor la ribera del lago, disponíame a volver a mi cel-da cuando oí ruido de pasos tras mí.

Me vuelvo.El Conde de Artigas, acompañado del capitán

Spada, está allí: me arroja una mirada inquisitorial.

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No soy dueño de contener mi furia, y dejo escaparestas palabras:

-Caballero, me retiene usted aquí contra toda ley.Si he sido sacado de Healthful-House para que cui-de a Tomás Roch, rehuso hacerlo y reclamo mi li-bertad.

El jefe de los piratas no hace un gesto ni pro-nuncia una palabra.

La cólera me arrastra más de lo conveniente, yañado:

-Responda usted, Conde de Artigas, o más bien,pues sé quién es usted..., ¡respóndame usted, KerKarraje!

Y él responde:-¡El Conde de Artigas es Ker Karraje, como el

guardián Gaydón es el ingeniero Simón Hart, y KerKarraje no devolverá nunca la libertad al ingenieroSimón Hart, que conoce todos sus secretos!

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XI

DURANTE CINCO SEMANAS

La situación es clara. Ker Karraje sabe quién soy.Me conocía cuando ordenó el doble rapto de To-más Roch y su guardián. ¿Cómo ha conseguido des-cubrir lo que he podido ocultar a todo el personalde Healthful-House? ¿Cómo ha sabido que un in-geniero francés desempeñaba las funciones de vigi-lante de Tomás Roch? Lo ignoro, pero es evidente.Sin duda este hombre poseía medios de informa-ción que le habrán costado muy caros, pero queaprovechó bien. Un personaje de esta condición norepara en gastos cuando se trata de llegar al fin quedesea.

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Ahora es Ker Karraje, o más bien su cómplice, elingeniero Serko, quien va a reemplazarme en lasfunciones, que yo desempeñaba cerca del inventorTomás Roch. ¿Resultarán sus esfuerzos mejor quelos míos? ¡Dios quiera que no, y evite esa desgraciaal mundo civilizado!

Nada he respondido a la última frase de Ker Ka-rraje. Me ha producido el efecto de un tiro a quema-rropa. No me he declarado vencido, sin embargo,como acaso esperaba el supuesto Conde de Artigas.

¡No! Mi mirada se ha fijado en la suya, que no hacedido. Como él, crucé los brazos... Y, sin embargo,era dueño de mi vida. Bastaría una señal suya paraque un pistoletazo me tendiera a sus pies; luego,arrojado mi cuerpo al lago, hubiera sido arrastradoal través del túnel.

Después de la escena referida se me ha dejado enlibertad, como antes. No se ha tomado contra mímedida alguna. Puedo circular hasta el límite de lacaverna, que, esto es evidente, no posee más salidaque el túnel.

Al llegar a mi celda, en el extremo de Bee- Hive,presa de las mil reflexiones que me sugiere la situa-ción, me digo:

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-Si, Ker Karraje sabe que soy el ingeniero SimónHart, por lo menos que no sepa jamás que conozcoexactamente el yacimiento de Back-Cup.

Respecto al proyecto de confiar a Tomás Roch amis cuidados, pienso que jamás le ha tenido el Con-de de Artigas, puesto que, conocía quién era yo. Melamento de ello, pues es indudable que el inventorserá objeto de insinuaciones fuertes; que el in-geniero Serko va a emplear toda clase de medios pa-ra obtener el secreto del explosivo y de su deflagra-dor, del que hará un empleo terrible en sus futuraspiraterías. ¡Sí! Era preferible que yo continuarasiendo el guardián de Tomás Roch.

Durante los quince días siguientes, ni una solavez he visto a mi antiguo pensionista. Repito quenadie me ha molestado en mis paseos cotidianos.De la parte material de mi existencia no tengo porqué preocuparme. Mis comidas llegan con una re-gularidad reglamentaria de la cocina del Conde deArtigas, nombre y título que alguna vez le doy aunpor antigua costumbre. Verdad es que yo no soydelicado en cuestión de alimentos, pero sería injustoformular queja alguna. La alimentación no deja nadaque desear merced al avituallamiento, renovado encada viaje de la Ebba.

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Es una suerte que no me haya sido prohibido es-cribir, con lo que puedo consignar en mi cuadernolos más insignificantes detalles acaecidos desde elrapto de Healthful-House día por día. Mientraspueda, continuaré este trabajo. Tal sirva en el por-venir para descubrir el misterio que encierraBack-Cup.

Del 5 al 25 de Julio.- Han transcurrido dos sema-nas, y ninguna tentativa para aproximarme a TomásRoch ha producido resultado. Sin duda se han to-mado enérgicas medidas para sustraerle a mi in-fluencia, por ineficaz que hasta ahora haya sido. Miúnica esperanza es que el Conde de Artigas, el inge-niero Serko y el capitán Spada perderán su tiempo ysu trabajo al pretender apropiarse los secretos delinventor.

Tres o cuatro días, que yo sepa, por lo menos,Tomás Roch y el ingeniero Serko han paseado jun-tos, dando la vuelta al lago. Por lo que he podidojuzgar, el primero escuchaba con cierta atención loque el segundo le decía. Éste le ha hecho visitar todala caverna, le ha llevado a la fábrica de electricidad yle ha mostrado detalladamente la maquinaria delbarco submarino.

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El estado mental de Tomás Roch ha mejoradode un modo visible desde su partida de Heal-thful-House.

En la habitación de Ker Karraje, Tomás Rochocupa un cuarto independiente. Supongo que dia-riamente será hostigado, por el ingeniero Serko so-bre todo.

Al ofrecer pagarle por su aparato el precio exor-bitante que él pide, ¿se da cuenta del valor del dine-ro? ¿Tendrá fuerza para resistir? ¡Esos miserablespueden deslumbrarle con tanto oro, procedente delas rapiñas de tantos años! Y en el estado en que seencuentra, ¿no podrá Roch llegar a comunicar el se-creto de su Fulgurador? Bastará entonces traer aBack-Cup las sustancias necesarias, y Tomás Rochse entregará a sus combinaciones químicas.

Respecto a los aparatos, nada más fácil que en-cargar cierto número de ellos a una fábrica del con-tinente, ordenando la fabricación por piezas separa-das a fin de no despertar sospechas. ¡Me estremez-co al pensar para lo que puede servir un agente talde destrucción en manos de estos piratas!

Ni una hora de reposo me dejan estas intolera-bles preocupaciones. Con estas cosas quebrántasemi salud, y, aunque el aire puro llena la caverna, al-

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gunas veces experimento grandes ahogos y angus-tias. Paréceme que estas espesísimas paredes meoprimen con su peso. ¡Además, me siento separadodel resto de la humanidad, como fuera de nuestroglobo, no sabiendo nada de lo que en otros paísessucede!... ¡Ah! ¡Si fuera posible huir por la aberturade la bóveda, llegar a la cima del islote... bajar luegoa su base!...

En la mañana del 25 de Julio encuentro al fin aTomás Roch. Está solo en la ribera opuesta, y mepregunto, puesto que desde la víspera no los hevisto, si Ker Karraje, el ingeniero Serko y el capitánSpada habrán partido para alguna expedición.

Me dirijo hacia Tomás Roch, y antes que él hayapodido verme le examino con atención.

Su rostro serio, pensativo, no es el de un loco.Camina lentamente, con los ojos bajos, sin mirar entorno... Lleva bajo el brazo una tabla con una hojade papel encima, donde están dibujados algunosplanos.

De repente vuelve la cabeza hacia mí, y al reco-nocerme avanza un paso.

-¡Ah! ¡Tú!... ¡Gaydón!- exclama.- ¡He escapadode tus garras!... ¡Soy libre!

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En efecto, puede creerse más libre que en Heal-thful-House. Pero mi presencia despierta en él ma-los recuerdos, y tal vez va a determinar una crisis,pues me interpela con una excitación extraordinaria:

-¡Sí..., Gaydón! ¡No te acerques!... ¡No! ¿Queríasvolver a cogerme, llevarme contigo?... ¡Jamás! ¡Ten-go aquí amigos que me defiendan! ¡Son podero-sos!... ¡Son ricos!... ¡El Conde de Artigas es micomanditario! ¡El ingeniero Serko mi socio!... ¡Va-mos a explotar mi invento! ¡Aquí fabricaremos elFulgurador Roch! ¡Vete!... ¡Vete!

Tomás Roch es presa de un verdadero furor. Almismo tiempo que su voz se eleva, sus brazos seagitan y saca de su bolsillo fajos de billetes de Ban-co. Después, monedas de oro francesas, inglesas,americanas, alemanas, se escapan de sus dedos. ¿Dedónde le viene este dinero sino es de Ker Karraje, ycomo precio del secreto que le ha vendido?

Al ruido de la penosa escena acuden algunoshombres, que nos observaban a corta distancia. Co-gen a Tomás Roch, le arrastran...

Desde que está lejos de mí no opone resistencia,y recobra la calma del cuerpo y del espíritu.

27 de Julio.- Dos días después, bajando hacia elribazo en las primeras horas de la mañana, he avan-

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zado hasta la extremidad del muelle de piedra. El tugno está en su sitio de costumbre, ni aparece en nin-gún otro punto del lago. Ker Karraje y el ingenieroSerko no han partido, como yo suponía, pues ano-che los he visto. Pero hoy hay motivo para creer quese han embarcado a bordo del tug con el capitánSpada y su tripulación, y que se han unido a la goletaen la ensenada del islote, y que en este momento laEbba está en curso de navegación.

¿Se trata de algún golpe de piratería?Es posible, como también lo es que Ker Karraje

transformado en el Conde de Artigas, a bordo de suyate de recreo haya ido a algún punto del litoral a finde procurarse las sustancias necesarias para la pre-paración del Fulgurador Roch.

¡Ah! ¡Si yo hubiera tenido la posibilidad deocultarme en el tug, arrastrarme después a la cala dela Ebba y permanecer allí escondido hasta la llegadaal puerto! ¡Entonces, tal vez hubiera podido esca-parme y libertar al mundo de esta banda de piratas!

Se ve cuál es mi pensamiento constante ...¡Huir..., huir por cualquier medio de este escondrijo!Pero la fuga no es posible más que por el túnel, conel barco submarino. ¿No es una locura pensar en

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esto? Sí... Locura... Y, sin embargo, ¿hay otro mediopara evadirse de Back-Cup?

Mientras me entrego a estas reflexiones, las aguasdel lago se separan a veinte metros del muelle paradejar paso al tug. Casi en seguida ábrese la escotilla, yel maquinista Gibson y los marineros suben a laplataforma. Otros corren a las rocas para recibir uncable. Cogido y amarrado el barco, queda en su sitiode costumbre.

Esta vez, pues, la goleta navega sin ayuda de suremolcador, el que no ha salido más que para con-ducir a Ker Karraje y a sus compañeros a bordo dela Ebba, y sacarla de los pasos del islote.

Esto me afirma en la idea de que este viaje no hatenido otro objeto que ganar uno de los puertosamericanos, en donde el Conde de Artigas podráprocurarse las materias que componen el explosivoy mandar construir los aparatos en alguna fábrica.Luego, el día fijado para su regreso, el barco subma-rino volverá a pasar el túnel, se reunirá a la goleta, yKer Karraje regresará a Back-Cup.

Decididamente los propósitos de ese bandidoestán en vías de ejecución, y esto marcha más deprisa que lo que yo suponía.

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3 de Agosto.- Hoy se ha producido en el lago unincidente curioso y que debe ser extremadamenteraro.

A las tres de la tarde, un vivo estremecimiento haconmovido las aguas durante un minuto, ha cesadodurante dos o tres, y ha vuelto a empezar en la partecentral.

Unos quince piratas, atraídos por este inexplica-ble fenómeno, han descendido al ribazo no sin darmuestras de marcado asombro, al que, según me haparecido, se mezclaba algo de miedo.

No es el tug el que causa esta agitación de lasaguas, puesto que está amarrado al muelle. Invero-símil parece también que otro aparato submarino sehaya introducido por el túnel.

Casi en seguida, en la orilla opuesta se oyengrandes gritos. Otros hombres se dirigen a los pri-meros en un lenguaje ininteligible, y después decambiar algunas palabras vuelven con gran apresu-ramiento a Bee-Hive.

¿Han visto algún monstruo marino y van en bus-ca de armas para atacarle, y de utensilios de pescapara proceder a su captura?

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Lo he adivinado, y un instante después los veovolver al ribazo armados de fusiles, de balas explo-sivas y de arpones.

Trátase, en efecto, de una ballena de la especie deesos cachalotes que tanto abundan en las cercaníasde las Bermudas, que, después de atravesar el túnel,se agita en las profundidades del lago. Pero, todavez que el animal se ha visto obligado a refugiarseen el interior de Back-Cup, ¿debo deducir que eraperseguido y que los balleneros le daban caza?

Transcurren algunos minutos antes que el cetá-ceo suba a la superficie del lago. Se entrevé su masaluciente y verdusca agitarse, como si luchase contraun terrible enemigo, y cuando reaparece, lanza doscolumnas líquidas por sus fauces.

Si esta ballena- pienso- se ha arrojado al travésdel túnel para escapar a la persecución de los balle-neros, es que hay un navío en las cercanías deBack-Cup, tal vez a algunas encabladuras del lito-ral... Es que sus botes han seguido los pasos delOeste hasta la base del islote... ¡Y no poder poner-me en comunicación con ellos!

Y ¿cuándo sucederá esto?Por lo demás, no tardo en conocer la causa que

ha provocado la aparición del cachalote. No se trata

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de pescadores encarnizados en su persecución, sinode una bandada de tiburones de los que infestan losparajes de las Bermudas. Sin gran trabajo los distin-go entre las aguas. Son cinco o seis, y abren susenormes mandíbulas rizadas de dientes. Se precipi-tan sobre la ballena, que no puede defenderse másque con los golpes de su cola. Ha recibido ya pro-fundas heridas, y el agua se tiñe de rojo, mientras laballena se hunde, sube, vuelve a hundirse, sin evitarlos mordiscos de sus perseguidores.

Sin embargo, no serán estos voraces animales losvencedores en la lucha. La presa se les va a escapar,pues el hombre, con sus instrumentos, es más pode-roso que ellos. Hay ya sobre el ribazo algunas doce-nas de los compañeros de Ker Karraje que no valenmenos que esos tiburones, pues piratas o tigres delmar, todo es uno. Van a procurar apoderarse delcachalote, y este animal será buena presa para lasgentes de Back-Cup. En este momento la ballena seaproxima al muelle, en el que se han apostado elmalayo del Conde de Artigas y otros piratas. Dichomalayo está armado de un arpón, al que se une unalarga cuerda, y después de blandirle con vigorosobrazo, le lanza con tanta fuerza como destreza.

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Gravemente herida en la parte izquierda, la ba-llena se hunde bruscamente escoltada por los tibu-rones. La cuerda del arpón se desarrolla en una ex-tensión de cincuenta o sesenta metros, y no hay másque tirar de ella para traer al animal, el cual va a salira la superficie, para morir.

Esto es lo que hacen el malayo y sus camaradas,sin poner gran prisa en la tarea, de forma que nosalga el arpón del costado de la ballena, la que notarda en reaparecer cerca del muro en el que se abreel orificio del túnel.

Herido de muerte el enorme cetáceo, se agita enuna agonía furiosa, lanzando columnas de aire y deagua mezcladas de sangre, y de un terrible golpe desu cola envía uno de los tiburones contra las rocas.

A consecuencia de la sacudida, el arpón ha salta-do fuera y el cachalote se hunde en el agua. Cuandoaparece por última vez es para golpear el agua conun coletazo tan formidable, que se produce unafuerte depresión, dejando ver en parte la entrada deltúnel. Los tiburones se precipitan entonces sobre supresa, mientras una lluvia de balas hiere a los unos ypone en fuga a los otros.

La bandada de tiburones, ¿ha podido encontrarel orificio y salir de Back-Cup? Es probable. Sin

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embargo, la prudencia aconseja no bañarse en el la-go durante algunos días. Respecto a la ballena, doshombres se han embarcado en la canoa para ir aamarrarla. Una vez colocada sobre el muelle, esdespedazada por el malayo, que no parece novicioen este género de trabajo.

Finalmente: lo que conozco con exactitud es elsitio en que desemboca el túnel. El orificio se en-cuentra a tres metros solamente bajo el ribazo. Pero¿de qué puede servirme el saber esto?

7 de Agosto.- Doce días hace que el Conde de Ar-tigas, el ingeniero Serko y el capitán Spada se handado al mar, y nada hace presagiar que el regreso dela goleta este próximo. He notado, no obstante, queel barco submarino está dispuesto a aparejar, comolo estaría un steamer mantenido bajo la presión delvapor, y que sus pilas están siempre en tensión porel maquinista Gibson. Si la goleta Ebba no teme ga-nar en pleno día los puertos de los Estados Unidos,es probable que escogerá la noche a fin de seguir elcanal de Back-Cup. Así, espero que Ker Karraje ysus compañeros llegarán de noche.

10 de Agosto.- Ayer a las ocho de la noche, comoyo preveía, el barco submarino ha franqueado el tú-nel al tiempo preciso para remolcar la Ebba al través

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del paso, y ha traído a sus pasajeros con su tripula-ción.

Al salir esta mañana, veo a Tomás Roch y al in-geniero Serko que habían bajando hacia el lago. Seadivina el objeto de su conversación. Me quedo aunos veinte pasos, lo que me permite observar a miex pensionista.

Sus ojos brillan, su frente se ilumina, su rostro setransforma, en tanto que el ingeniero Serko respon-de a sus preguntas. Apenas si puede estarse quieto.

Se apresura a llegar al muelle para aproximarse albarco submarino.

El ingeniero Serko le sigue, y ambos se detienenen la ribera.

La tripulación, ocupada en sacar el cargamento,acaba de depositar en las rocas diez cajas de regula-res dimensiones.

La cubierta de estas cajas lleva en letras gruesasuna marca particular; unas iniciales que Tomás Rochmira con minuciosa atención.

El ingeniero Serko ordena que las diez cajas, elcontenido de cada una de las cuales puede ser cal-culado en un hectolitro, sean transportadas a losalmacenes de la ribera izquierda, lo que se hace al

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momento, con ayuda de la canoa, por algunos tri-pulantes del barco submarino.

En mi opinión, estas cajas deben encerrar lassustancias cuya combinación o mezcla produce elexplosivo y el deflagrador. Respecto a los aparatos,han debido de ser encargados a alguna fábrica delcontinente, y terminada su fabricación, la goleta irá arecogerlos y los traerá a Back-Cup.

De modo que esta vez la Ebba no ha vuelto conmercancías robadas y no es culpable de nuevos ac-tos de piratería. Pero ¡de qué poder más terrible va aestar armado Ker Karraje para la ofensiva y la de-fensiva en el mar! A creer a Tomás Roch, su Fulgu-rador es capaz de destruir de un solo golpe el he-misferio terrestre... Y ¿quién sabe si no lo intentará,algún día?...

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XII

LOS CONSEJOS DEL INGENIERO SERKO

Tomás Roch, que se ha puesto al trabajo, perma-nece largas horas bajo un cobertizo de la ribera iz-quierda, en el que ha establecido su laboratorio. Na-die más que él entra allí. ¿Acaso quiere trabajar soloen sus preparaciones, sin indicar las fórmulas? Esmuy posible. Respecto A las disposiciones que exigeel empleo del Fulgurador Roch, tengo motivos paracreer que son muy sencillas. Efectivamente, este gé-nero de proyectil no necesita ni cañón, ni motor, nitubo de lanzamiento, como el Zalinski. Por ser au-topropulsivo lleva en sí su poder de proyección, ytodo navío que pasare en cierta zona correría el

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riesgo de hundirse solamente por efecto de la con-moción de las capas atmosféricas. ¿Qué se podrácontra Ker Karraje, si éste dispone de semejanteaparato destructor?

Del 10 al 17 de Agosto.- Durante esta semana, eltrabajo de Tomás Roch ha proseguido sin interrup-ción. Todas las mañanas el inventor entra en su la-boratorio, y no sale hasta que llega la noche. Noprocuro acercarme a él ni hablarle. Por más quecontinúa indiferente a todo lo que no se relacionacon su obra, parece estar en completa posesión de símismo. Y ¿por qué no? ¿No ha llegado a la com-pleta satisfacción de su genio? ¿No está en caminode realizar sus planes, desde largo tiempo concebi-dos?

Noche del 14 al 15 de Agosto.- A la una de la ma-drugada despertóme con gran sobresalto al oír elruido de algunas detonaciones que vienen del exte-rior.

¿Es un ataque contra Back-Cup?- me pregunto.-¿Se habrá sospechado el empleo de la goleta delConde de Artigas, y será perseguida a la entrada delos pasos? ¿Se trata de destruir el islote a cañona-zos? ¿Va al fin a hacerse justicia en todos estosmalhechores, antes que Tomás Roch haya termina-

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do la fabricación de su explosivo, antes que los apa-ratos estén en Back Cup?...

Al cabo de un rato, estas detonaciones, muy vio-lentas, estallan con intervalos casi regulares. Meacomete la idea de que si la Ebba se hunde, siendoimposible toda comunicación con el continente, elavituallamiento del islote no podrá efectuarse.

Verdad es que el tug bastará para transportar alConde de Artigas a algún punto del litoral america-no, y no le faltará dinero para hacer construir otroyate de recreo. ¡No importa! ¡Quiera el cielo queBack-Cup sea destruido antes que Ker Karraje tengaa su disposición el Fulgurador Roch!

Al día siguiente, al alba me lanzó fuera de mi cel-da.

Nada de nuevo en los alrededores de Bee-Hive.Los hombres se entregan a sus trabajos de costum-bre. El tug permanece en su sitio. Veo a TomásRoch que entra en su laboratorio. Ker Karraje y elingeniero Serko pasean tranquilamente por la riberadel lago. No se ha atacado al islote durante la noche.No obstante, el ruido de próximas detonaciones eslo que me ha despertado.

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En este momento, Ker Karraje se dirige a su ca-sa, y el ingeniero Serko se acerca a mí con el airesonriente y la burlona fisonomía de costumbre.

-Y bien, señor Hart- me dice,- ¿no le agradanuestra tranquila existencia? ¿Aprecia usted como semerecen las ventajas de nuestra gruta encantada?¿Ha renunciado usted a la esperanza de recobrar lalibertad y de abandonar (añade recordando los ver-sos)

« Este encantador lugar,Que mi alma entusiasmada

Gusta, Silvia, de admirar...?»¿Para qué encolerizarse contra este burlón? Así

es que le respondo con calma:-No, señor; no he renunciado a ella, y espero que

se me devolverá la libertad.-¡Cómo, señor Hart! ¡Separarnos de un hombre

al que todos estiman tanto, y yo de un compañeroque tal vez ha sorprendido, al través de las incohe-rencias de Tomás Roch, una parte de sus secretos!¡Eso no es serio!

¡Ah! ¿Es por este motivo por el que quieren te-nerme prisionero en Back-Cup? ¿Suponen que co-nozco en parte el invento de Tomás Roch? ¿Espe-ran que me harán hablar si Tomás Roch se niega a

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hacerlo? ¡He aquí por qué se me ha traído con él,por qué no me han arrojado todavía al fondo dellago con una piedra al cuello! ¡Bueno es saberlo!

A las últimas palabras del ingeniero Serko res-pondo:

-Muy serio.-Pues bien- replica mi interlocutor;- si yo tuviera

el honor de ser el ingeniero Simón Hart, haría el si-guiente razonamiento: dada, de una parte, la perso-nalidad de Ker Karraje; las razones que le han ani-mado a buscar un escondite tan misterioso comoesta caverna; la necesidad de que dicha caverna es-cape a toda tentativa de descubrimiento, no sola-mente en interés del Conde de Artigas, sino en el desus compañeros...

-De sus cómplices, si usted quiere.-¿De sus cómplices?... Sea. Y, por otra parte, da-

do que usted conoce el verdadero nombre del Con-de de Artigas y la misteriosa arca en que están ocul-tas sus riquezas...

-Riquezas robadas y cubiertas de sangre, señorSerko.

-Sea también. Usted debe comprender que estacuestión de su libertad no puede nunca ser resueltaa gusto de usted.

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Inútil es discutir en estas condiciones. Así es quellevo la conversación a otro asunto.

-¿Podría, saber- le he preguntado- cómo hanaveriguado ustedes que el vigilante Gaydón era elingeniero Simón Hart?

-No hay inconveniente en que usted lo sepa, miquerido colega. Algo ha contribuido la casualidad.Nosotros estábamos en relaciones con la fábrica enque usted prestaba sus servicios, y que abandonó undía de extraño modo. En una visita que yo hice aHealthful-House algunos meses antes que el Condede Artigas, le vi a.....................usted y le reconocí.

-¿Usted?-Yo mismo; y desde aquel momento me prometí

tenerle a usted por compañero de viaje a bordo dela goleta Ebba.

No recuerdo haber visto jamás a este malditoSerko en Healthful-House, pero es probable que di-ga la verdad.

-Y yo espero- digo-que este capricho le costará austed caro un día u otro.

Y añado bruscamente:- Si no me engaño, ha con-seguido usted que Tomás Roch le entregue el se-creto de su Fulgurador.

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-Sí, señor Hart, a cambio de algunos millones.¡Oh!... Los millones no nos cuestan más trabajo queel de cogerlos. Así es que le hemos llenado los bol-sillos de ellos.

-Y ¿de qué le servirán esos millones si no puedellevárselos fuera, si no puede huir de aquí?

-Eso no le preocupa nada, señor Hart. El porve-nir no es para inquietar a ese hombre de genio.Mientras en América, se fabrican los aparatos con-forme a sus planes, él se ocupa aquí en combinar lassustancias químicas, de las que tiene abundante pro-visión. ¡Oh!... ........................... ¡Gran cosa es ese apa-rato autopropulsivo, que acelera la velocidad hastala llegada al blanco merced a la propiedad de ciertasustancia de combustión progresiva! Es un inventoque transformará en absoluto el arte de la guerra...

-Defensiva, señor Serko-Y ofensiva.-Naturalmente.-De modo que lo que nadie había obtenido de

Tomás Roch, nosotros lo hemos obtenido sin grandificultad.

-Pagándole...-Un precio inverosímil..., y además, haciendo vi-

brar una cuerda muy sensible en ese hombre.

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-¿Cuál?-¡La de la venganza!-¡La venganza! Y ¿contra quién?-Contra los que se han convertido en enemigos

suyos desanimándole, arrojándole lejos, obligándolea mendigar de país en país el precio de un inventode tan incontestable superioridad. ¡Ahora, toda ideade patriotismo se ha extinguido en su alma! No tienemás que un pensamiento, un deseo feroz: vengarsede los que no le han conocido, y hasta de la huma-nidad entera. ¡Realmente, los Gobiernos de Europay de América han sido ingratos al no querer pagarsu valor por el Fulgurador Roch!

Y el ingeniero Serko me describe con entusiasmolas diversas ventajas del nuevo explosivo, incontes-tablemente superior, según él, al que se saca del ni-trometano, sustituyendo un átomo de sodio a unode los tres átomos de hidrógeno, y del que se habla-ba mucho en aquella época.

-Y ¡qué efecto destructivo!- añade.- Es análogo aldel proyectil Zalinski, pero cien veces más conside-rable, y no necesita aparato de lanzamiento, puestoque vuela, por así decirlo, por sus propias alas, altravés del espacio.

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Escuchaba yo con la esperanza de sorprenderuna parte del secreto; pero el ingeniero Serko no hadicho más de lo que quería decir.

-¿Acaso Tomás Roch -he preguntado- les ha he-cho a ustedes conocer la composición de su explo-sivo?

-Sí, señor Hart, y bien pronto poseeremos de élcantidades considerables, que serán almacenadas enlugar seguro.

-Y ¿no hay un peligro serio y continuo en alma-cenar tales masas? Si se produce un accidente y laexplosión destruye el islote de...

Otra vez he estado a punto de dejar escapar elnombre de Back-Cup. Conocer la identidad de KerKarraje y el sitio donde se encuentra la caverna, se-ría tal vez motivo para encontrar que Simón Hartestaba más informado de lo conveniente.

-No hay que temer nada. El explosivo de TomásRoch no puede inflamarse más que por medio de undeflagrador especial. Ni el choque ni el fuego le ha-rían explotar.

-Y Tomás Roch, ¿les ha vendido a ustedes tam-bién el secreto de ese deflagrador?

-Sí, señor Hart- responde el ingeniero Serko, nosin que yo deje de notar alguna vacilación en su res-

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puesta.- Pero... ¡se lo repito a usted! no hay ningúnpeligro, y puede usted dormir con toda tranquilidad.¡Mil diablos! No tenemos deseos de que saltennuestra caverna y nuestros tesoros. Algunos añosmás de buenos negocios, y partiremos los benefi-cios, que serán bastante considerables para que laparte que a cada uno corresponda constituya unabuena fortuna, de la que podrá gozar a su antojo...después de la liquidación de la Sociedad Ker Karrajeand C.º Añado que si estamos al abrigo de una ex-plosión, tampoco tememos una denuncia, que ustedsólo podría hacer, señor Hart. Así, pues, le aconsejoa usted que tome el partido de resignarse comohombre práctico, y de esperar hasta la liquidaciónde la Sociedad. En ese día ya veremos lo que exigenuestra seguridad en lo que concierne a usted.

Convengamos en que estas palabras no son tran-quilizadoras. Verdad es que de aquí a allá veremoslo que pasa. Lo que deduzco de la conversaciónanterior es que si Tomás Roch ha vendido su explo-sivo a la Sociedad Ker Karraje and C.º me parece queha guardado el secreto del deflagrador, sin el que elexplosivo no tiene más valor que el polvo de las ca-rreteras.

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Antes de terminar esta conversación creo deberhacer al ingeniero Serko una observación, muy na-tural después de todo:

-Caballero- le digo-, ¿conoce usted actualmentela composición del explosivo del Fulgurador Roch?¿Tiene realmente el poder destructivo que su in-ventor le atribuye? ¿Se ha ensayado alguna vez?¿No habrán ustedes comprado un compuesto taninerte como una pizca de tabaco?...

-Tal vez sabe usted de esto más de lo que parece,señor Hart, pero le agradezco a usted su interés, yesté completamente seguro. La otra noche hemoshecho una serie de experiencias decisivas, y sólocon algunos gramitos de esta sustancia, enormesmasas de rocas de nuestro litoral han sido reducidasa impalpable polvo.

De aquí, sin duda, las detonaciones que yo habíaoído.

-De modo, mi querido colega- continúa el inge-niero,- que puedo afirmarle a usted que no experi-mentaremos fracaso alguno. Los efectos de este ex-plosivo van más allá de lo que se puede imaginar.Será bastante poderoso para, con una carga de algu-nos miles de toneladas, demoler nuestro esferoide,dispersándole en pedazos al través del espacio, co-

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mo los de ese planeta que estalló entre Marte y Jú-piter. Tenga usted por cierto que es capaz de hundircualquier navío a una distancia que desafía las máslargas trayectorias de los proyectiles actuales, y enuna zona de una milla larga. El punto débil del in-vento está aún en reglamentar el tiro, el que exige untiempo bastante largo para ser modificado.

El ingeniero Serko se detiene, como hombre queno quiere decir más, y añade:

-Así, pues, termino como he comenzado, señorHart. Resígnese usted. Acepte esta nueva, existencia;goce usted de las tranquilas delicias de esta vidasubterránea. Aquí se conserva la salud cuando esbuena; se restablece cuando está comprometida.Esto es lo que ha sucedido a su compatriota; así,pues, resígnese usted. Es el mejor partido que puedeusted tomar.

Y después de darme estos buenos consejos meabandona, dirigiéndome un saludo de amigo, comohombre cuyas buenas intenciones merecen ser apre-ciadas. Pero ¡qué ironía en sus palabras, en sus mi-radas, en su actitud! ¿No podré nunca, vengarme deella?

En fin: de esta conversación he deducido que elreglamentar el tiro es cosa bastante complicada. Es,

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pues, probable que la zona de una milla en que losefectos del Fulgurador Roch son terribles, no semodifica fácilmente, y que antes y después de estazona un barco está al abrigo de sus efectos... ¡Si pu-diera yo informar a los interesados!

20 de Agosto.- Durante dos días no ha habido in-cidente digno de mención. He llevado mis paseoscotidianos hasta los límites de Back-Cup. Por la no-che, cuando las lámparas eléctricas iluminan la largaperspectiva de los arcos, no puedo librarme de sen-tir una impresión casi religiosa, contemplando lasmaravillas naturales de esta caverna. Por lo demás,no he perdido la esperanza de descubrir alguna sali-da ignorada por los piratas, y por la que me sea fácilhuir... Pero, ¿y después? Una vez fuera, me seríapreciso esperar, a que pasara algún barco. Mi eva-sión sería conocida muy pronto en Bee-Hive, y notardaría en ser preso de nuevo..., a menos que...pienso en ello..., la canoa..., la canoa del Ebba, queestá amarrada en el fondo de la ensenada... ¡Silogrará apoderarme de ella..., dirigirme hacia SanJorge o Hamilton!

Por la noche, a eso de las nueve, he ido a echar-me sobre un tapiz de arena, al pie de los pilares, aunos cien metros al Este del lago. Pocos momentos

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después siento pasos, y enseguida ruido de voces.Escondido tras la roca, presto atención. Conozcolas voces. Son la de Ker Karraje y la del ingenieroSerko. Estos dos hombres se han detenido y hablanen inglés, lengua, que generalmente se emplea enBack-Cup. Me será, pues, posible entender lo quedicen. Precisamente tratan de la cuestión de TomásRoch, o más bien de su Fulgurador.

-Dentro de ocho días- dice Ker Karraje- esperodarme al mar en la Ebba, y traeré las diversas piezasque deben estar terminadas en la fábrica de la Virgi-nia.

-Y cuando estén en nuestro poder responde elingeniero Serko,- yo me ocuparé en el montaje

Pero será preciso proceder a un trabajo quecreo indispensable.

-¿Y que consistirá...-En agujerear la pared de nuestro islote.-¡Agujerearla!-¡Oh! Solamente un estrecho pasillo que dé paso

a un hombre solo, una especie de ramal fácil deobstruir y cuyo orificio exterior será disimulado en-tre las rocas.

-Y ¿para qué, Serko?

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-He reflexionado a menudo en lo útil que seríatener comunicación con el exterior, independiente-mente del túnel submarino... No se sabe lo que en elporvenir puede acontecer...

-Pero esas paredes son tan espesas..., de unasustancia tan dura...-hace observar Ker Karraje.

-Con algunos gramos del explosivo Roch- res-ponde el ingeniero Serko-, yo me encargo de reducirla roca a un polvo tan fino, que no habrá más quesoplar para conseguir lo que deseamos.

Compréndese qué interesante debe ser para míesta conversación.

Trátase de abrir una comunicación distinta de ladel túnel, entre el interior y el exterior de Back-Cup.¡Quién sabe si esto no me ayudará en mis planes!

En el momento en que yo me hacía esta refle-xión, Ker Karraje respondía diciendo:

-Comprendido, Serko; y si algún día es precisodefender a Back-Cup, impedir que algún navío seaproxime... Verdad es que para esto sería necesarioque nuestro escondite hubiera sido descubierto, yapor efecto de un azar, ya por una denuncia.

-Ni una cosa ni otra son de temer.-Por lo que se refiere a nuestros compañeros, sin

duda; pero por lo que toca a ese Simón Hart...

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-¡Él!-exclama el ingeniero Serko. Esto significaríaque había conseguido escaparse, y no se escapa unotan fácilmente de Back-Cup. Por lo demás, confiesoque ese hombre me interesa. Después de todo es uncolega, y sospecho que sabe más de lo que dice so-bre el invento de Tomás Roch. Yo haré de modoque acabemos por entendernos y hablar de física,mecánica y balística, como dos buenos amigos.

-¡No importa!- responde el generoso y sensibleConde de Artigas. Cuando estemos en posesión detodo el secreto, lo mejor será desembarazarse de...

-Tenemos tiempo, Ker Karraje.-¡Si Dios os lo concede, miserables!- he pensado

oprimiéndome el corazón, que latía con violencia.Y, no obstante, sin una particular y próxima in-

tervención de la Providencia, ¿qué puedo esperar?La conversación cambia de giro, y Ker Karraje

dice: -Ahora que conocemos la composición del ex-

plosivo, es preciso que a cualquier precio obtenga-mos el secreto del deflagrador.

-Es indispensable- responde Serko; y trato dedecidir a Tomás Roch. Por desdicha, éste rehusadiscutir en lo que a este punto se refiere. Por lo de-más, ha fabricado ya algunas gotas de dicho defla-

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grador, que han servido para ensayar el explosivo, ynos dará lo que necesitemos de él cuando se trate dehacer el corredor.

-Pero ¿para nuestras expediciones en el mar?-pregunta Ker Karraje.

-Paciencia. Acabaremos por poseer todo el se-creto.

-¿Eso es seguro, Serko?-Seguro... Todo es cuestión de precio, Ker Ka-

rraje.Con estas palabras termina la conversación, y

después los dos hombres se alejan sin haber notadomi presencia, por dicha mía. Si el ingeniero Serko hahecho una relativa defensa de un colega, el Condede Artigas me parece animado de peores in-tenciones en lo que a mi persona se refiere. A lamenor sospecha se me arrojaría al lago con una pie-dra al cuello, y si franqueaba el túnel sería en estadode cadáver y llevado por el mar descendente.

21 de Agosto.- Al día siguiente, el ingeniero Serkoha ido a reconocer el sitio en que convendría hacerel corredor, de forma que exteriormente no se pu-diera sospechar su existencia. Después de minu-ciosas investigaciones, se ha decidido que la obra se

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efectuará en la pared del Norte, a diez metros antesde las primeras celdas de Bee-Hive.

Deseo que este corredor esté terminado. ¡Quiénsabe si no me servirá para mi fuga! De ser nadador,tal vez hubiera ya intentado evadirme por el túnel,puesto que conozco exactamente el lugar que ocupasu orificio.

En efecto: cuando la lucha de que el lago ha sidoteatro, y al desnivelarse las aguas bajo el último ra-botazo de la ballena, la parte superior de dicho ori-ficio se ha descubierto un instante... ¿Es que no sedescubre en las grandes mareas? Es necesario queme asegure de ello. En las épocas de plena y de lunanueva, cuando el mar llega al máximum de depre-sión, es posible que...

¿Para qué podrá servirme saberlo? Lo ignoro,pero no debo descuidar nada.

29 de Agosto.- Esta mañana asisto a la partida delbarco submarino. Trátase, sin duda, del viaje a unode los puertos de América para recoger los aparatos,que deben estar fabricados.

El Conde de Artigas habla algunos instantes conel ingeniero Serko, que, al parecer, no le acompaña,y al que supongo hace ciertas recomendaciones delas que yo pudiera ser objeto. Después de haber

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puesto el pie en la plataforma del aparato, desciendeal interior acompañado del capitán Spada y de latripulación de la Ebba. Cerrada la escotilla, sumérge-se el barco, y un ligero estremecimiento turba porun instante la superficie de las aguas.

Transcurren las horas, acábase el día, y puestoque el barco submarino no vuelve, deduzco que va aremolcar a la goleta durante este viaje, y tal vez adestruir los navíos que encuentre.

Es probable que la ausencia de la goleta no duremucho, y que una semana baste para el viaje de ida yvuelta.

Además, la Ebba tiene la probabilidad de ser fa-vorecida por el tiempo, a juzgar por la calma atmos-férica que reina en el interior de la caverna. Estamosen buena estación, dada la latitud de las Bermudas.¡Ah! ¡Si aprovechando la partida de Ker Karrajepudiera encontrar una salida al través de las paredesde mi prisión!

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XIII

¡VE CON DIOS!

Del 29 de Agosto al 10 de Septiembre.- Han transcu-rrido trece días y la Ebba no ha vuelto aún. ¿No haido, pues, directamente a la costa americana, ¿Habrápirateado a lo largo de Back-Cup? Paréceme, sinembargo, que Ker Karraje no debía preocuparsemás que de traer los aparatos. Verdad que la fábricade la Virginia puede no haber terminado la fabrica-ción de los mismos.

El ingeniero Serko no parece demostrar ningunaimpaciencia. Me hace siempre la acogida que se sa-be, con su aire bonachón, del que no me fío. Afectainformarse del estado de mi salud, me recomienda

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la más completa resignación, me llama Alí-Baba, measegura que en la superficie de la tierra no existe lu-gar más encantador que esta caverna de las Mil y unanoches, que yo como, me visto, estoy alojado y tengofuego, sin pagar un céntimo, y que ni los habitantesde Mónaco gozan una existencia, más libre de todocuidado.

A veces, ante su charla irónica, siento que el ru-bor me sube al rostro. Acométeme la tentación dearrojarme al cuello de este burlón y estrangularle...Después me matarán... Y ¿qué importa? ¿No valemás acabar así, que estar condenado a vivir años yaños en este infame Back-Cup? Al cabo, la razónrecobra su imperio, y acabo por encogerme dehombros.

A Tomás Roch apenas si le he visto durante losprimeros días que han seguido a la partida de laEbba. Encerrado en su laboratorio, se ocupa sin ce-sar de sus múltiples manipulaciones. Suponiendoque utilice todas las sustancias puestas a su disposi-ción, habrá con qué hacer saltar a Back-Cup y a lasBermudas.

No abandono la esperanza de que no consentiránunca entregar la composición del deflagrador, yque los esfuerzos del ingeniero Serko no consegui-

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rán arrancarle este último secreto... ¿Se desvaneceráesta esperanza?

13 de Septiembre.- Hoy, con mis propios ojos, hepodido hacer constar el poder del explosivo y ob-servar al mismo tiempo de que manera se emplea eldeflagrador.

Desde la mañana los hombres han dado princi-pio al trabajo de agujerear la pared en el sitio esco-gido antes para establecer la comunicación con labase exterior del islote.

Dirigidos por el ingeniero, los trabajadores hancomenzado por atacar el pie de la muralla calcárea,extremadamente dura, podría ser comparada con elgranito. Los primeros golpes han sido dados con elpico, vigorosamente manejado. De no emplear masque este instrumento, el trabajo hubiera sido largo ypenoso, puesto que la pared mide veinte o veinticin-co metros de espesor en esta parte. Pero, gracias alFulgurador Roch, será posible acabar este trabajo enun breve plazo.

Lo que he visto es para asombrarme. El aguje-reamiento de la pared, que el pico no abriría singran gasto de fuerza, se ha efectuado con una facili-dad verdaderamente extraordinaria.

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¡Sí! Algunos gramos de este explosivo bastan pa-ra reducir la masa rocosa a un polvo casi impalpa-ble, que el menor soplo dispersa como un vapor.¡Sí! Lo repito: la explosión de cinco o seis gramosproduce una excavación de un metro cúbico, con unruido seco que se puede comparar a la detonaciónde una pieza de artillería, debido a la formidableconmoción de las capas de aire.

La primera vez que se ha usado el explosivo,aunque empleado en una pequeñísima dosis, varioshombres que se encontraban cerca de la pared fue-ron arrojados al suelo. Dos se levantaron gra-vemente heridos, y el mismo ingeniero Serko, lan-zado a algunos pasos, sufrió fuertes contusiones.

He aquí cómo se opera con esta sustancia, cuyafuerza excede de todo lo que se ha inventado hastael día.

Se hace un agujero en sentido oblicuo en la rocade unos cinco centímetros de largo, en una secciónde diez milímetros. Introdúcense en él algunos gra-mos del explosivo, y no es necesario ni obstruir elagujero con un taco.

Entonces interviene Tomás Roch. Lleva en lamano un pequeño estuche de cristal que contiene unlíquido azulado, de aspecto aceitoso, pronto a coa-

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gularse desde que sufre el contacto del aire.Vierte una gota en el orificio del agujero, y se retira

sin apresurarse mucho. Es preciso, en efecto,que transcurran unos treinta y cinco segundos paraque se produzca la combinación del deflagrador ydel explosivo; y cuando se produce, su poder es tal,que se puede creer ilimitado, y en todo caso millaresde veces superior al de los explosivos actualmenteconocidos.

En estas condiciones, se concibe que el agujerearesta espesa pared será cuestión de unos ocho días.

19 de Septiembre.- Desde hace tiempo he observa-do que el fenómeno del flujo y reflujo, que se mani-fiesta muy sensiblemente al través del túnel subma-rino, produce corrientes en sentido contrario dosveces cada veinticuatro horas. No es, pues, dudosoque un objeto flotante arrojado a la superficie dellago sea arrastrado fuera si el orificio del túnel sedescubre en su parte superior. Este descubrimiento,¿no llega a su punto más bajo en las mareas delequinoccio? Voy a poder asegurarme de ello, puestoque precisamente estamos en esta época. Pasadomañana es el 21 de Septiembre, y hoy he visto yaque el orificio dibujaba el extremo de su curva sobrela mar baja.

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Ahora bien: si yo no puedo intentar el paso porel túnel, ¿acaso una botella arrojada al lago no ten-dría algunas probabilidades de pasar durante los úl-timos momentos de la marea? Y ¿por qué un azar-azar ultraprovidencial, convengo en ello-, no ha dehacer que esta botella sea recogida por algún navíoque pasara por Back-Cup? ¿Por qué las corrientesno han de arrojarla a alguna playa de las Bermudas?Y si esta botella contuviera un papel...

Tal es la idea que me invade. Después se pre-sentan las objeciones. Entro otras, ésta: la botellacorre el riesgo de romperse, ya al atravesar el túnel,ya chocando contra los arrecifes exteriores, antes de

llegar a buen sitio. Sí... Pero si es reemplazadapor un barril, herméticamente cerrado, un tonelillosemejante a los que sostienen las redes de pesca, nocorrerá el mismo riesgo que la frágil botella, y tendráprobabilidades de llegar a pleno mar...

20 de Septiembre.- Esta tarde he entrado, sin servisto, en uno de los almacenes donde están deposi-tados diversos objetos provenientes del pillaje delos navíos, y he podido procurarme un tonelillo,muy conveniente para mi tentativa. Después de ha-ber ocultado el tonelillo bajo mis vestidos, retorno a

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Bee-Hive, y sin perder un instante me pongo a laobra.

Papel, tinta, pluma: nada me falta, puesto que du-rante tres meses he podido apuntar diariamente lasnotas que quedan consignadas.

Trazo sobre una hoja de papel las siguientes lí-neas:

«Desde el 19 de Junio, después de un doble raptoefectuado el 15 del mismo mes, Tomás Roch y suguardián Gaydón, o sea el ingeniero francés SimónHart, que ocupaban el pabellón 17 en Healthful-House, junto a New-Berne, Carolina del Norte, Es-tados Unidos de América, han sido llevados a bor-do de la goleta Ebba, perteneciente al Conde de Ar-tigas. Actualmente ambos están encerrados en elinterior de una caverna, que sirve de escondite aldicho Conde de Artigas, que es Ker Karraje, el pi-rata que operaba en otra época en los parajes delOeste Pacífico, y a un centenar de hombres de quese compone la banda de este terrible malhechor.Cuando esté en posesión del Fulgurador Roch, deun poder, por así decirlo, ilimitado, Ker Karraje po-drá continuar sus actos de piratería en condicionesde impunidad. De forma que es urgente que los Es-

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tados que tengan interés en ello destruyan su guari-da en el plazo más breve posible.

La caverna en que se refugia el pirata Ker Karrajeestá construida en el interior del islote de Back-Cup,que se considera equivocadamente como un volcánen erupción. Situado en la extremidad Oeste del ar-chipiélago de las Bermudas, defendido por arrecifesen la parte Este, es franco al Sur, al Oeste y al Norte.

La comunicación entre el exterior y el interior noes posible aún mas que por un túnel que se abre al-gunos metros más abajo de la superficie media delas aguas, al fondo de un estrecho paso al Oeste. Demodo que para penetrar en el interior de Back-Cupes preciso poseer un aparato submarino, por lo me-nos hasta que esté terminado el paso que se estáabriendo por la parte Noroeste.

E[ pirata Ker Karraje dispone de un aparato deeste género, el mismo que el Conde de Artigas hizoconstruir, y que se creyó había perecido en sus expe-riencias de la bahía de Charleston. Este barco seemplea, no sólo para entrar y salir por el túnel, sinotambién para remolcar la goleta y para atacar a losnavíos de comercio que frecuentan los parajes de lasBermudas.

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Esta goleta, la Ebba, bien conocida en el litoraldel Oeste América, tiene por único puerto de ama-rra una ensenada al abrigo de las rocas, invisible vi-niendo del mar, y situada al Oeste del islote.

Lo más conveniente antes de desembarcar enBack-Cup, siendo preferible hacerlo por la parte delOeste, donde estaban instalados en otra época lospescadores de las Bermudas, es procurar abrir unabrecha en su pared con los más poderosos proyec-tiles de melinita. Tal vez esta brecha permita pene-trar en el interior de Back-Cup.

Es también preciso prevenir el caso en que elFulgurador Roch esté en condiciones de funcionar.Será posible que Ker Karraje, sorprendido por unataque, le emplee para defender a Back-Cup. No seolvide que su poder excede a cuanto se ha imagina-do hasta el día, mientras no se extienda más que so-bre una zona de mil setecientos a mil ochocientosmetros. En cuanto a la distancia de esta peligrosazona, es variable; pero establecida la regla para eltiro, es difícil de modificar, y un navío que hubierapasado dicha zona podría aproximarse impune-mente al islote.

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Este documento está escrito hoy 20 de Septiem-bre, a las ocho de la noche, y firmado con mi nom-bre.

“INGENIERO SIMÓN HART.”

Tal es la nota que acabo de redactar. Contienecuanto yo tenía que decir respecto al islote, cuyo ya-cimiento está indicado en los mapas modernos, co-mo en lo que se refiere a la defensa de Back-Cup,que Ker Karraje intentará tal vez, y a la importanciade obrar sin retraso. Uno a la nota un plano de lacaverna, indicando su forma interna, el lugar en quese encuentra el lago, la disposición de Bee-Hive, elde la habitación de Ker Karraje, de mi celda y dellaboratorio de Tomás Roch... Pero ¿será esta notarecogida por alguien?

Después de envolver este documento en un tro-zo de tela alquitranada, le coloco en el tonelillo cer-cado de hierro, y que mide unos quince centímetrosde largo por ocho de ancho. Está en disposición deresistir los choques, ya durante la travesía del túnel,ya contra las rocas del exterior.

Cierto que, en vez de llegar a manos seguras, co-rre el riesgo de ser lanzado por la marea sobre lasrocas del islote, y de que le encuentre la tripulación

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de la Ebba cuando ésta vuelva al fondo de la ense-nada.

Si Ker Karraje se apodera de este documento,firmado con mi nombre y que revela el suyo, notendré que preocuparme de los medios para huir deBack-Cup.

Llega la noche. Se comprende la impaciencia conque la he esperado.

Según mis cálculos, basados en operaciones pre-cedentes, la marea baja debe producirse a las ocho ycuarenta y cinco, momento en que la parte superiordel orificio se descubrirá unos cuarenta centímetros.La altura entre la superficie de las aguas y la bóvedadel túnel será más que suficiente para dar paso altonelillo. Cuento además con enviarle media horaantes, a fin de que la corriente, que se propagará aúnde fuera adentro, pueda arrastrarle.

A las ocho, en medio de la penumbra, abandonomi celda. Nadie hay en la ribera. Diríjome hacia lapared en que se abre el túnel. A la claridad de la úl-tima lámpara eléctrica encendida en este lado veo elorificio descubrir su arco superior y la corriente quetoma esta dirección.

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Después de descender por las rocas hasta el niveldel lago, arrojo el tonelillo que encierra el preciosodocumento, y con él toda mi esperanza.

-¡Vé con Dios!- he repetido.- ¡Ve con Dios!, co-mo dicen nuestros marinos franceses.

El barrilito, inmóvil al principio, vuelve hacia laribera impulsado por un remolino de agua. Me espreciso rechazarle con fuerza a fin de que la mareale arrastre. Hecho esto, en menos de veinte se-gundos desaparece por el túnel.

-Sí... ¡Ve con Dios! ¡Que el cielo te lleve! ¡Que Élproteja a todos los amenazados por Ker Karraje, yque esta banda de piratas no logre escapar al castigode la justicia humana!

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XIV

EL «SWORD» Y «EL TUG»

Durante esta noche, sin sueño, he seguido al ba-rril con el pensamiento. ¡Cuántas veces me ha pare-cido verle chocar contra las rocas, detenerse en al-guna excavación! Un sudor frío me invadía de pies acabeza... Al fin, el túnel estaba franqueado; el toneli-llo pasaba; la corriente le conducía a plena mar.

¡Dios mío! ¡Si el oleaje le volvía a la entrada, ydespués al interior de Back-Cup...! ¡Si al llegar el díayo le vería otra vez...!

Me levanto al amanecer, y me encamino a la ribe-ra... Observo... Ningún objeto flota en las tranquilasaguas del lago.

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En los días siguientes se ha continuado el trabajodel perforamiento del corredor en las condicionessabidas. El ingeniero Serko hace saltar la última rocaa las cuatro de la tarde del 23 de Septiembre.

La comunicación está hecha; consiste en un es-trecho pasadizo, para pasar por el cual es precisoencorvarse; pero esto basta. En la parte exterior, elorificio se pierde en medio de los escombros dellitoral, y será fácil obstruirle si fuera necesario ha-cerlo.

Claro es que desde este día el pasadizo va a serseveramente guardado. Nadie, sin estar autorizadopara ello, podrá pasar por allí, ni para penetrar en lacaverna ni para salir de ella... Es, pues, imposibleescapar por este sitio.

25 de Septiembre.- Hoy por la mañana, el barcosubmarino ha subido de la profundidad del lago a lasuperficie. El Conde de Artigas, el capitán Spada yla tripulación de la goleta acostan en el muelle. Pro-cédese al desembarco de las mercancías conducidasa bordo de la Ebba. Veo cierto número de sacos quecontienen provisiones, cajas de conservas, tonelesde vino y de aguardiente, y además varios fardosdestinados a Tomás Roch.

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Al mismo tiempo los hombres colocan en tierradiversas piezas de maquinaria que afectan la formade discos.

Tomás Roch presencia el desembarco de estosobjetos. Su mirada brilla con extraordinario fuego.Después de haber cogido una de estas piezas, laexamina y mueve la cabeza con señales de satisfac-ción. Noto que su alegría no estalla en palabras in-coherentes, que ya no es el antiguo pensionista deHealthful-House. Me pregunto si lo que se creía lo-cura incurable no habrá desaparecido radicalmente.

Al fin, Tomás Roch se embarca en la canoa des-tinada al servicio del lago, y el ingeniero Serko leacompaña a su laboratorio. En una hora todo elcargamento del barco submarino ha sido transpor-tado a la otra orilla.

Ker Karraje no ha cambiado más que algunaspalabras con el ingeniero Serko. Por la tarde se hanreunido y han conversado extensamente, paseandopor delante de Bee-Hive. Terminada la conferencia,se han dirigido al pasadizo y penetrado en él, segui-dos por el capitán Spada. ¡Que no pueda yo entrartras ellos! ¡Que no pueda salir a respirar, aunquesólo fuera por un instante, el aire vivificador del

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Atlántico, del que Back-Cup no recibe, por así de-cirlo, más que débiles bocanadas!

Del 26 de Septiembre al 10 de Octubre.- Han transcu-rrido quince días. Bajo la dirección del ingenieroSerko y de Tomás Roch se ha trabajado en el ajustede las piezas. Después se han ocupado en el mon-taje de los soportes de lanzamiento. Son sencilloscaballetes, provistos de canalones, cuya inclinaciónes variable y que será fácil instalar a bordo de laEbba y hasta sobre la Plataforma del barco submari-no cuando esté a flor de agua.

¡De forma que Ker Karraje va a ser dueño delOcéano nada más que con su goleta! ¡Ningún navíode guerra podrá atravesar la zona peligrosa que de-jará la Ebba! ¡Ah! ¡Si al menos mi documento hu-biera sido recogido! ¡Si se conociese este esconditede Back-Cup, sería fácil, si no destruirle, evitar almenos su avituallamiento!

20 de Octubre.- Con extrema sorpresa, esta maña-na no he visto al barco submarino en su sitio decostumbre. Recuerdo que el día anterior se han re-novado los elementos de sus pilas, pero creí que erapara tenerlas en este estado. Si ahora que el nuevopasadizo está abierto ha partido, sin duda se trata dealguna expedición de piratería por estos parajes. En

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efecto, nada falta ya en Back-Cup de las piezas ysustancias que necesita Tomás Roch.

Entretanto, estamos en la estación del equinoc-cio. El mar de las Bermudas es turbado por fre-cuentes tormentas. Los huracanes se desencadenancon extraordinaria violencia, lo que se conoce en losviolentos golpes de viento que bajan por el cráter deBack-Cup, y en los torbellinos de vapor, mezcladoscon lluvia que llenan la vasta caverna, y también enla agitación de las aguas del lago, que cubren de es-puma las rocas de las riberas.

Pero ¿es cierto que la goleta haya abandonado laensenada de Back-Cup? ¿No es un barco muy débil-aun con la ayuda de su remolcador- para afrontarmares tan irritados?

Por otra parte, ¿cómo admitir que el barco sub-marino,- por mas que no debe temer el oleaje,puesto que encuentra la calma de las aguas a algunosmetros más abajo de la superficie,- haya emprendi-do un viaje sin acompañar a la goleta?

No sé a qué causa atribuir esta partida del apa-rato submarino; partida que va a prolongarse, puesno ha vuelto en el día.

Esta vez el ingeniero Serko ha quedado enBack-Cup. Ker Karraje, el capitán Spada y los tri-

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pulantes del barco submarino y de la Ebba hanabandonado el islote.

La existencia continúa en su habitual monotonía.Yo paso horas enteras en el fondo de mi celda, me-ditando, esperando, desesperando, uniéndome porun lazo, que adelgaza de día en día, a aquel barrililloabandonado al capricho de las corrientes..., y re-dactando estas notas, que para nada me serviránprobablemente.

Tomás Roch permanece todo el día ocupado ensu laboratorio; supongo que en la fabricación de sudeflagrador. Sigo aferrado a la idea de que no querrávender a ningún precio el secreto de la composiciónde este líquido. Pero también sé que no dudará enponer su invento al servicio de Ker Karraje.

Me encuentro frecuentemente con el ingenieroSerko cuando mis paseos me llevan por los alrede-dores de Bee-Hive. Este hombre se muestra siempredispuesto a conversar conmigo... con el tono de unaimpertinente ligereza, es verdad.

Hablamos de varias cosas; muy rara vez de misituación, a propósito de la cual son inútiles las re-criminaciones, pues me producirían nuevas burlaspor su parte.

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22 de Octubre.- Hoy he creído deber preguntar alingeniero Serko si la goleta se había dado al mar conel barco submarino.

-Sí, señor Hart- me ha respondido-, y aunque eltiempo sea detestable, nada hay que temer pornuestra querida Ebba.

-¿Se prolongará mucho su ausencia?-La esperamos dentro de dos días. Es el último

viaje el que Conde de Artigas se ha decidido a em-prender antes que las tormentas del invierno haganestos parajes impracticables en absoluto.

-¿Viaje de placer... o de negocios?El ingeniero Serko me responde sonriendo:-¡Viaje de negocios, señor Hart, viaje de nego-

cios! En el momento actual, nuestros aparatos estánterminados, y en cuanto vuelva el buen tiempo notendremos más que tomar la ofensiva...

-Contra los desdichados navíos...-¡Tan desdichados como ricamente cargados!-¡Actos de piratería, cuya impunidad espero que

no os esté siempre asegurada!- exclamo.-¡Cálmese usted, mi querido colega, cálmese us-

ted!... Sabe usted que nadie descubrirá nunca el es-condite de Back-Cup. ¡Nadie podrá revelar el se-creto! Además, con esos aparatos de tan fácil ma-

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nejo y de potencia tan terrible, nos será fácil destruirtodo navío que pase en cierta extensión del islote.

-A condición de que Tomás Roch os haya ven-dido la composición de su deflagrador como os havendido la de su Fulgurador.

-Esto es positivo, señor Hart. No tenga usted in-quietud por esto.

De esta categórica respuesta deduciría que ladesgracia estaba consumada, si la duda que se nota-ba en su voz no indicara que no había que dar granfe a la afirmación del ingeniero Serko.

25 de Octubre.- ¡Me, ha ocurrido una aventura queme ha podido costar la vida! Es milagroso que hoypueda volver a escribir estas notas, interrumpidasdurante cuarenta y ocho horas. ¡Con un poco desuerte, yo estaría libre en alguno de los puertos delas Bermudas, San Jorge o Hamilton! El misterio deBack-Cup sería conocido. La goleta señalada a todaslas naciones no podría mostrarse en ningún puerto,y el avituallamiento de Back-Cup se haría imposible¡Los bandidos de Ker Karraje serían condenados amorir de hambre!

He aquí lo que ha sucedido:La noche del 23 de Octubre, a las ocho, había yo

abandonado mi celda en un estado indefinible de

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agitación, como si presintiera un suceso grave ypróximo. En vano había pedido un poco de calmaal sueño. Desesperado de dormir, salí...

Fuera de Back-Cup debía hacer muy mal tiempo.El huracán `penetraba por el cráter y agitaba lasaguas del lago.

Dirigíme por el ribazo de Bee-Hive... Nadie ha-bía allí a aquella hora. La temperatura era bastantebaja; la atmósfera húmeda. Todos los hombres es-taban en el interior de sus celdas. Uno solo guarda-ba el orificio del nuevo paso, por más que, por ex-ceso de precaución, estuviese obstruido en la partedel litoral. Desde el sitio que ocupaba no podía estehombre distinguir las riberas. Sólo brillaban doslámparas eléctricas en las orillas derecha e izquierdadel lago, de forma que la obscuridad era siempreprofunda en los pilares.

Caminaba yo entre la sombra, cuando veo que unhombre pasa junto a mí. Reconozco a Tomás Roch.Este no se fija en mí. Caminaba lentamente, absortoen sus reflexiones, como de costumbre, la imagina-ción siempre en tensión, el espíritu trabajando decontinuo.

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Se me ofrece una ocasión favorable para hablarley hacerle conocer lo que seguramente ignora, pues éldebe ignorar en qué manos ha caído.

No puede sospechar que el Conde de Artigas esel pirata Ker Karraje. No sospecha a qué bandidoha entregado una parte de su invento. Es precisoque sepa que jamás disfrutará los millones que lehan pagado... Invocaré sus sentimientos de humani-dad, le hablaré de las desgracias de que será respon-sable si no guarda sus últimos secretos.

En estas cavilaciones estaba, cuando me sientovivamente cogido por la espalda. Dos hombres mesujetaban los brazos... Otro se puso ante mí. Quierogritar.

-¡Ni un grito!-me dice este hombre, que se expre-saba en inglés.-¿No es usted Simón Hart?

-¿Cómo sabe usted......-Le he visto salir de su celda.-¿Quién es usted?-El teniente Davón, de la marina británica, oficial

a bordo del Standard, en escala en las Bermudas.La emoción me ha impedido contestar.-Venimos a arrancarle a usted de manos de KerKarraje, y a llevar con usted al inventor francésTomás Roch- añade el teniente Davón.

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-¿Tomás Roch?- he balbuceado.-Sí... El documento firmado por usted ha sido re-

cogido en San Jorge.-En un barrilillo...; un barrilillo que he lanzado a

este lago.-Y que contiene los datos por los que hemos sa-

bido que el islote de Back-Cup servía de refugio aKer Karraje y a su banda... Ker Karraje, el falsoConde de Artigas, el autor del doble rapto de Heal-thful-House.

-¡Ah!...Teniente Davón...Ahora, no hay instante que perder... Es preciso

aprovechar la obscuridad.-Una sola palabra... ¿Cómo han podido ustedes

penetrar en el interior de Back-Cup?-Por medio de un barco submarino, el Sword, que

desde hace seis meses estaba de experiencias en SanJorge.

-¿Un barco submarino?-Sí..., que nos espera al pie de estas rocas.-¡Allí!... ¡Allí!... -he repetido.-Señor Hart, ¿dónde se encuentra el barco sub-

marino de Ker Karraje?-Hace tres semanas que ha partido.-¿No está Ker Karraje en Back-Cup?

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-En este momento no; pero se le espera quizásdentro de algunas horas.

-¿Qué importa?- responde el teniente Davón.-No se trata de Ker Karraje, sino de Tomás Roch.Tenemos la misión de llevárnoslo con usted. ElSword no abandonará este lago sin que estén ustedesambos a bordo. Si no vuelve a San Jorge, esto signi-ficará que ha tenido mal éxito en su empresa... y seempezará de nuevo.

-¿Dónde está el Sword?-En este lado, entre las sombras de esas rocas,

donde no se puede notar su presencia. Gracias a lasindicaciones de usted, mi tripulación y yo hemosreconocido la entrada del túnel submarino. El Swordle ha franqueado con toda felicidad. Hace diez mi-nutos que ha subido a la superficie del lago. Dos demis hombres me han acompañado a este ribazo. Lehe visto a usted salir de la celda indicada en su pla-no. ¿Sabe usted dónde está ahora Tomás Roch?

-A algunos pasos de aquí. Acaba de pasar en di-rección a su laboratorio.

-Entonces, ¡bendito sea Dios, señor Hart!-Sí, ¡bendito sea, teniente Davón!Éste, los dos hombres y yo, tomamos el sendero

que rodea el lago. Apenas nos hemos alejado unos

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diez metros, veo a Tomás Roch. En un instante searrojan sobre él, le amordazan antes que puedaarrojar un grito, le atan antes que pueda hacer mo-vimiento alguno, y se le transporta al pie de la rocadonde está amarrado el Sword.

Era éste una embarcación submarina de unas do-ce toneladas y, por consecuencia, de dimensiones ypoder muy inferiores al barco submarino de KerKarraje. Dos dínamos movidos por acumuladores,cargados doce horas antes en el puerto de San Jor-ge, imprimían el movimiento a su hélice.

De todas formas, el Sword debía bastar para ha-cernos salir de nuestra prisión y devolvernos la li-bertad... ¡La libertad, que yo creía perdida parasiempre! Al fin, Tomás Roch iba a ser arrancado demanos del pirata Ker Karraje y del ingeniero Serko.Estos malvados no podrán utilizar su invento.

Y nada impedirá a los navíos acercarse al islote,efectuar un desembarco, forzar la entrada del pasa-dizo... y apoderarse de los piratas.

Mientras los dos hombres transportan a TomásRoch al sitio en que espera el Sword, a nadie hemosencontrado. Bajamos al interior; ciérrase la escoti-lla...; los compartimientos están llenos... ElSword se sumerge... ¡Estamos salvados!

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El Sword, dividido en tres secciones por medio detabiques que no dejan paso al agua, está dispuestodel siguiente modo: la primera sección, que contienelos acumuladores y la maquinaria, se extiende desdeel bao principal hasta la popa. La segunda, la delpiloto, ocupa la parte media de la embarcación, ysobre ella hay un periscopio con cristales lenticula-res, de donde parten los rayos de un globo eléctricoque permite orientarse bajo las aguas. La terceraocupa la proa, y es en la que Tomás Roch y yo es-tamos encerrados.

Hay que advertir que mi compañero, libre de lamordaza, continúa atado, y dudo que tenga concien-cia de lo que le pasa.

Nos apresuramos a partir, con la esperanza dellegar a San Jorge la misma noche si no había obstá-culo.

Después de traspasar la puerta, que cerré de nue-vo, me reuní al teniente Davón, que estaba junto altimonel.

En el compartimiento de popa, otros tres hom-bres, entre ellos el maquinista, esperaban las órde-nes del teniente para poner el propulsor en movi-miento.

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-Teniente Davón- dije yo entonces-, he pensadoque no hay ningún inconveniente en dejar solo aTomás Roch... Si puedo servirles a ustedes de algopara llegar al orificio del túnel...

-Sí... Quédese usted aquí, señor Hart.Eran las ocho y treinta y siete, exactamente. Los

rayos eléctricos lanzados al través del periscopioalumbraban vagamente las aguas en las que se man-tenía el Sword. A partir del ribazo junto al que esta-ba, sería preciso atravesar el lago en toda su exten-sión. Encontrar el orificio del túnel sería, cierta-mente, una dificultad no invencible. Era imposibleque se nos descubriera. Franqueado el túnel con pe-queña velocidad, evitando chocar, el Sword subiría ala superficie, tomando rumbo hacia San Jorge.

-¿A qué profundidad estamos?- pregunté al te-niente.

-A cuatro metros cincuenta.-No es preciso sumergirse más- dije.- Según lo

que he observado durante la gran marea del equi-noccio, debemos estar en la línea del túnel.

-¡All right!- responde Davón.Sí: ¡All right! Me parece que la Providencia pro-

nuncia estas palabras por boca del oficial. ¡Real-

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mente, no ha podido escoger agente más propio pa-ra cumplir su voluntad!

Miro al teniente a la luz del globo... Es un hom-bre de treinta años, frío, flemático, de fisonomíaenérgica. El oficial inglés con toda su impasibilidadnatural. No aparece más emocionado que si estu-viera a bordo del Standard operando con extraordi-naria sangre fría y con la precisión de una máquina,por así decirlo.

-Al atravesar el túnel- me dice-, he calculado suextensión en unos cuarenta metros.

- Sí...; de un extremo a otro..., unos cuarenta me-tros...

Esta cifra debe ser exacta, puesto que el pasadizoabierto al nivel del litoral no mide más que unostreinta metros.

Se da orden al maquinista de impulsar la hélice.El Sword avanza con lentitud extraordinaria por te-mor a un choque contra el ribazo.

A veces se aproximaba lo bastante para que unamasa negruzca se dibujase al fondo de la luz pro-yectada por el globo eléctrico. Un golpe de timónrectificaba entonces la dirección ¡Si el conducir unbarco submarino en plena mar es operación difícil...,cuánto más lo es en las aguas de este lago!

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Después de cinco minutos le marcha, el Sword nohabía enfocado el orificio del túnel.

En este instante digo:-Teniente Davón, tal vez lo más prudente sería

volver a la superficie, a fin de reconocer mejor lapared en que se encuentra el orificio.

-Esa es mi opinión, señor Hart, si puede ustedindicar exactamente el sitio.

-Sí puedo.- Bien.Por prudencia se corta la corriente del globo

eléctrico, y el agua queda obscura. A la orden querecibe el maquinista pone en función las bombas, yel Sword, sube poco a poco a la superficie del agua.

Yo permanezco en mi sitio para indicar la posi-ción al través de los vidrios del periscopio.

Al fin el Sword detiene su movimiento ascensio-nal y queda emergente un pie.

Por esta parte, a la luz de la lámpara del ribazo,reconozco la pared de Bee-Hive.

-¿Qué opina usted?- me pregunta Davón.-Estamos muy al Norte. El orificio se encuentra

en la parte Oeste de la caverna.-¿No hay nadie en el ribazo?-Nadie.

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-Mas vale así, Señor Hart. Vamos a permanecer aflor de agua. Cuando el Sword esté ante la pared sedeslizará...

Era el mejor partido, y el piloto pone al Sword enla misma línea del túnel, después de alejarse del ri-bazo, al que se había aproximado mucho.

El timón fue enderezado ligeramente, y, arrastra-do por su hélice, el aparato se puso en buena direc-ción.

Cuando no estamos más que a unos diez metros,mando parar. Interrumpida la corriente, el Sword sedetiene, llena sus compartimientos de agua y se su-merge con lentitud.

Se enciende el globo eléctrico, designando en laparte sombría de la pared una especie de círculo ne-gro que no refleja los rayos eléctricos.

- ¡Allí!... ¡Allí!... ¡El túnel! -exclamo.No era ésta la puerta por la que iba a escapar?

¿No era la libertad lo que me esperaba al otro lado?El Sword se dirige dulcemente hacia el orificio.¡Ah! ¡Terrible trance! ¿Cómo he podido resistir

este golpe? ¿Cómo mi corazón no se ha hecho pe-dazos?

Una luz vaga aparecía entre las profundidadesdel túnel, a una distancia menor de veinte metros...

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Esta luz, que avanzaba hacia nosotros, no podía sersino la proyectada por el barco submarino de KerKarraje.

-¡El tug!- exclamo.- ¡El tug, que vuelve aBack-Cup!

-¡Máquina atrás!-ordenó el teniente Davón.Y el Sword retrocede en el instante en que iba a

penetrar en el túnel.Tal vez nos quedaba alguna probabilidad de es-

capar, pues rápidamente Davón ha extinguido la luzy es posible que ni el capitán Spada ni ninguno desus compañeros hubiesen notado la presencia delSword.

Tal vez apartándose dará paso al tug... Tal vez suobscura masa se confundirá con las bajas capas dellago. ¿Pasará el tug sin verle?

La hélice del Sword se mueve en sentido contra-rio, con lo que hemos retrocedido hacia la parte Surdel ribazo. Algunos instantes más, y el Sword notendrá más que detenerse...

¡No! El Sword había sido visto. El capitán Spadahabía reconocido la presencia de un barco submari-no dispuesto a penetrar en el túnel. Preparábase aperseguirle en las aguas del lago...; y ¿qué podría

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esta débil embarcación contra el poderoso aparatode Ker Karraje?

Entonces me dice el teniente Davón:-Vuelva usted al compartimiento donde se en-

cuentra Tomás Roch. Cierre usted la puerta. Yo voya cerrar la del compartimiento de popa. Gracias asus tabiques, es posible que el Sword se sostenga en-tre dos aguas.

Después de estrechar la mano del teniente, queconserva toda su sangre fría ante el peligro, vuelvo aproa, donde se encuentra Tomás Roch.

Cierro la puerta, y espero en una obscuridadcompleta.

Entonces tengo el sentimiento, la impresión másbien, de las maniobras del Sword para escapar a lapersecución del tug..., de sus giros, sus inmersiones...Tan pronto evolucionaba bruscamente para evitarun choque, como subía a la superficie o se sumergíahasta lo más profundo del lago. ¿Se comprende loque sería esta lucha entre dos aparatos submarinos,evolucionando bajo estas aguas agitadas, como dosmonstruos marinos de desigual poder?

Transcurrieron algunos minutos. Yo me pre-guntaba si no se había suspendido la persecución...

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Si el Sword había podido al fin lanzarse al través deltúnel.

Se produjo un choque... Parecióme no haber sidomuy violento... Pero no puedo hacerme ilusio-nes... Era que el Sword acababa de ser abordado porestribor.

Tal vez haya resistido su casco de acero... Y aunen caso contrario, tal vez el agua no haya invadidomás que alguno de los compartimientos.

Casi en seguida, un segundo choque hace rebotaral Sword, con extraordinaria violencia esta vez, comosi fuera levantado por el tug, contra el que se aferra,por así decirlo. Después siento que se endereza y seva a pique, bajo la sobrecarga de agua que llena sucompartimiento de popa.

Bruscamente, sin poder sujetarnos, Tomás Rochy yo caemos uno sobre otro... Después de un últimochoque que produce el ruido de la cubierta desga-rrada, el Sword va a fondo y permanece inmóvil.

¿Qué ha pasado luego? Nada puedo decir de ellopor haber perdido el conocimiento. Acabo de saberque han transcurrido largas horas... Todo lo que re-cuerdo es que mi último pensamiento ha sido éste:

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“Si muero, al menos que Tomás Roch y su se-creto mueran conmigo... ¡y los piratas de Back-Cupno escaparán al castigo de sus crímenes”

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XV

EN ESPERA

Al recobrar mis sentidos noto que estoy extendi-do sobre el lecho de mi celda, donde parece que re-poso desde hace treinta horas.

No estoy solo. El ingeniero Serko se encuentra ami lado. Ha hecho que me prodigasen los cuidadosque mi situación requería, y me ha cuidado él mis-mo, supongo que no como a un amigo, sino como aun hombre del que se esperan indispensables expli-caciones, presto a desembarazarse de él si el interéscomún lo exige.

Bastante débil todavía, me sería imposible dar unpaso. Poco ha faltado para que fuera víctima de la

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asfixia en el fondo del estrecho compartimiento delSword, al hundirse éste. ¿Estoy en situación de res-ponder a las preguntas que el ingeniero Serko ardeen deseos de dirigirme, y que se relacionan con lapasada aventura? Sí...; pero guardaré una reservaextrema.

Ante todo, me pregunto qué habrá sido del te-niente Davón y de la tripulación del Sword. ¿Habránperecido en el choque estos valientes ingleses?

¿Estarán sanos y salvos como nosotros? puessupongo que Tomás Roch ha sobrevivido.

La primera pregunta que el ingeniero Serko medirige es la siguiente:

-Explíqueme usted lo que ha pasado, señor Hart.-¿Y Tomás Roch?- he preguntado a mi vez.

-En perfecto estado de salud... ¿Qué ha pasa-do?- insiste con imperio.

-Ante todo, dígame usted qué ha sido de... losotros.

-¿Qué otros?- responde Serko, cuyos ojos memiran de mala manera.

-Los hombres que se han arrojado sobre mí ysobre Tomás Roch; los que nos han amordazado...,arrastrado..., encerrado... no sé en dónde.

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El mejor partido que puedo tomar es sostenerque he sido víctima de una sorpresa aquella noche,de una brusca agresión, en la que no he tenidotiempo de reconocer a los autores.

-Esos hombres...- responde el ingeniero Serko.-Ya sabrá usted cómo ha terminado el asunto paraellos... Pero antes quiero saber cómo han pasado lascosas.

En el amenazador tono de su voz al hacerme lapregunta por tercera vez, comprendo las sospechasde que soy objeto. Y no obstante,

para poder acusarme de estar en relaciones conel exterior, preciso sería que el barrilillo que contie-ne el documento que dejo transcrito hubiera caídoen manos de Ker Karraje, cosa que no es posible,puesto que ha sido recogido por las autoridades delas Bermudas. Así, pues, la acusación no tendría na-da serio a mis ojos.

Limítome, pues, a contar que la víspera, a eso delas ocho de la noche, me paseaba por el ribazo, des-pués de haber visto a Tomás Roch que se dirigía asu laboratorio, cuando tres hombres me sujetaronpor la espalda. Amordazáronme, vendaron mis ojosy me sentí arrastrado, y descendido después por una

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especie de agujero con otra persona, en cuyos gemi-dos creí reconocer a mi antiguo pensionista. Penséque estábamos a bordo de un aparato flotante, y,naturalmente, que éste debía ser el tug, ya de vuelta.Parecióme luego que el aparato se hundía en lasaguas. Un choque me arrojó al fondo del mismo...Faltóme el aire, y, finalmente, perdí el conocimiento.Esto era cuanto sabía.

El ingeniero Serko me escucha con profundaatención, la mirada dura, el ceño adusto... Y,sin embargo, nada le autoriza a pensar que yo nodigo verdad.

-¿Pretende usted que tres hombres se han arro-jado sobre ustedes?- me pregunta.

-Sí..., y he creído que eran gente de ustedes... Perono los he visto aproximarse... ¿Quienes fueron?

-Extranjeros que usted ha debido conocer por suidioma.

-No han hablado.-¿No sospecha usted su nacionalidad?-No.-¿Ignora usted cuáles eran sus intenciones al pe-

netrar en la caverna?-Lo ignoro.-Y ¿cuál ha sido la idea de usted?

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-¿Mi idea, señor Serko? Repito que he creído quealgunos de los piratas habían recibido el encargo dearrojarnos en el lago por orden del Conde deArtigas..., y que iban a hacer otro tanto con TomásRoch..., pues poseedores de todos sus secre-tos-como usted me ha dicho,-no les quedaba a uste-des más que librarse de él y de mí...

-¡Verdaderamente, señor Hart, que ha podidousted tener esa idea!-responde el ingeniero Serko sintomar su tono burlón.

-Sí...: pero ella no ha persistido cuando, al qui-tarme la venda que cubría mis ojos, he visto que seme había arrojado a uno de los compartimientos deltug...

-No era el tug, sino otro barco del mismo géneroque se ha introducido por el túnel.

-¿Un barco submarino?- he exclamado.-Sí...; tripulado por hombres encargados de apo-

derarse de usted y de Tomás Roch.-¡Apoderarse de nosotros!- digo sin dejar de fin-

gir asombro.-Y- añade el ingeniero Serko- le pregunto a usted

qué es lo que piensa de esto.-¿Lo que yo pienso? No encuentro más que una

explicación: de no ser conocido el secreto de este

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retiro- y no alcanzo cómo pudiera ser esto, ni quéimprudencia han podido ustedes cometer-, mi opi-nión es que- ese barco submarino, que haría expe-riencias en estos parajes, ha descubierto por casua-lidad el orificio del túnel, que ha seguido por él, su-biendo después a la superficie, y que su tripulación,muy sorprendida de encontrarse en el interior deuna caverna que encerraba cierto número de habi-tantes, se ha apoderado de los primeros que ha en-contrado..., de Tomás Roch..., de mí..., tal vez deotros...; pero ignoro...

El ingeniero Serko está muy serio. ¿Sospecha quesé más y no lo quiero decir? Sea lo que sea, pareceaceptar mi respuesta, y añade:

-Efectivamente, señor Hart; así han debido pasarlas cosas, y cuando el barco extranjero ha queridovolver a atravesar el túnel, el tug salía de éste, y se haefectuado un choque del que el primero ha sido víc-tima. Pero no somos nosotros gente que dejemosperecer a nuestros semejantes... Por otra parte, ladesaparición de usted y de Tomás Roch era conoci-da..., y preciso era salvar a cualquier precio dos vi-das tan preciosas... Nos hemos puesto a la tarea...Entre nosotros hay habilísimos buzos... Han des-

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cendido al fondo del lago...Han pasado unaamarra bajo el casco del Sword...

-¿Del Sword...-Es el nombre que hemos leído en la proa del

barco al ser subido a la superficie. ¡Qué satisfacciónla nuestra cuando les hemos encontrado a ustedes,sin sentido, es verdad, pero respirando aún..., ycuando les hemos vuelto a la vida!... ¡Por desgracia,respecto al oficial que mandaba el Sword, y a la tri-pulación de éste, nuestros esfuerzos han sido inúti-les! El choque había agujereado el compartimientode popa que ellos ocupaban, y han pagado con suvida este desdichado hecho..., debido únicamente ala casualidad, como usted dice, de haber invadidonuestro misterioso escondite.

Al saber la muerte del teniente Davón y de suscompañeros, se me ha oprimido el corazón. Peropara permanecer fiel a mi papel, como si fuerangentes que yo no conocía, me ha sido preciso con-tenerme. Lo esencial es no dar motivo de sospecharconnivencia, entre el oficial del Sword y yo. ¿Quiénsabe si el ingeniero Serko atribuye el caso al azar, ysi no tiene razones para admitir, provisionalmente almenos, la explicación que yo he imaginado?

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En fin, esta inesperada ocasión de recobrar milibertad se ha perdido. ¿Volverá a presentarse? Porlo menos, puesto que el documento escrito por míestá en manos de las autoridades inglesas del archi-piélago, ya saben éstas a qué atenerse respecto al pi-rata Ker Karraje. El Sword no volverá a las Bermu-das, y no hay que dudar que se intentarán nuevosesfuerzos contra Back-Cup, donde yo no estaría yaprisionero, a no ser por la mala ventura de nuestroencuentro con el tug.

He y vuelto a mi vida de costumbre, y no ha-biendo inspirado desconfianza alguna, sigo siendolibre de ir y venir a mi antojo por el interior de lacaverna.

Esta última aventura no ha tenido malas conse-cuencias para Tomás Roch. Cuidados inteligentes lehan salvado, como a mí. En toda la plenitud de susfacultades intelectuales, ha vuelto a su trabajo, y pa-sa días enteros en su laboratorio.

La Ebba ha traído en su último viaje fardos, ca-jones, gran cantidad de objetos, de provisiones di-versas, de lo que deduzco que en el curso de estaúltima campaña varios barcos han sido entregadosal pillaje.

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En lo que concierne al establecimiento de los ca-balletes, el trabajo se sigue activamente. El númerode las piezas se eleva a cincuenta. Si Ker Karraje y elingeniero Serko se ven en el caso de defender aBack-Cup, tres o cuatro bastarán para garantir la se-guridad del último, pues cubren una zona en la queningún navío podrá penetrar sin ser destrozado.Pienso que van a poner a Back-Cup en estado dedefensa después de haberse hecho las siguientes re-flexiones:

“Si la aparición del Sword en las aguas del lago hasido sólo efecto del azar, en nada ha cambiadonuestra situación, y ninguna potencia, ni aun Ingla-terra, tendrá el pensamiento de ir a buscar el Sword,bajo el caparazón del islote. Si, al contrario, porefecto de una incomprensible revelación se sabe queBack-Cup es el refugio del pirata Ker Karraje, y laexpedición del Sword ha sido una primera tentativacontra el islote, débese esperar una segunda en con-diciones diferentes, ya en forma de ataque a distan-cia, ya en forma de desembarco. Así, pues, antes quehayamos abandonado a Back-Cup llevándonosnuestras riquezas, es preciso emplear el FulguradorRoch para la defensiva.”

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En mi opinión, este razonamiento ha debido serllevado muy lejos, y estos malhechores se habrándicho:

“¿Existe alguna relación entre esta revelación, decualquier forma que haya sido hecha, y el doblerapto de Healthful-House? ¿Se sabe que TomásRoch y su guardián están encerrados en Back-Cup?¿Se sabe que el rapto se ha efectuado en provechodel pirata Ker Karraje? Americanos, ingleses, fran-ceses, rusos, alemanes, ¿temen que todo ataque diri-gido contra Back-Cup sea ineficaz?”

Suponiendo que todo esto sea conocido, y porgrandes que sean los peligros, Ker Karraje ha debi-do comprender que no se retrocederá. Un interés deprimer orden, un deber público y de humanidad,exige el destrozo de su escondrijo. Después de ha-ber infestado los mares del Oeste Pacífico, el piratay sus cómplices infestan ahora los parajes del OesteAtlántico... ¡A cualquier precio es preciso destruir-los!

En todo caso, y con sólo tener en cuenta la hi-pótesis de que Back-Cup esté señalado como un es-condite, una incesante vigilancia se impone a los quele ocupan. Así es que, a partir de este día, se organi-za del modo más severo. Gracias al pasadizo, y sin

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necesidad de franquear el túnel, los piratas puedenvigilar incesantemente el exterior. Ocultos entre lasrocas bajas del litoral, observan noche y día los di-versos puntos del horizonte, relevándose por lamañana y por la tarde en escuadras de doce hom-bres. Todo navío que aparezca, toda embarcaciónque se aproxime, serán vistos en seguida.

Nada de nuevo ocurre durante unos días, que sesuceden con una desesperante monotonía. En reali-dad, se comprende que Back-Cup no goza de la se-guridad de otra época. A cada momento se teme oírel grito de «¡alerta!», lanzado por los vigías del lito-ral. ¡La situación no es ya la misma que la de antesde la llegada del Sword! ¡Valiente Davón, valientestripulantes, que Inglaterra, que los Estados civiliza-dos no olviden nunca que habéis sacrificado vues-tras vidas por la causa de la humanidad!

Es evidente que ahora, por muy poderosos quesean sus medios de defensa, Ker Karraje, el ingenie-ro Serko y el capitán Spada son presa de grandestemores, que en vano tratan de ocultar. Celebranfrecuentes conciliábulos. Tal vez tratan la cuestiónde abandonar a Back-Cup llevándose sus riquezas;pues si el escondite es conocido, se sabrá reducirleaunque sea por hambre.

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Ignoro lo que hay de cierto en este asunto; perolo esencial es que no se sospeche que he lanzadopor el túnel el barrilillo tan providencialmente reco-gido en las Bermudas. El ingeniero Serko no me hahecho alusión alguna al caso. No, no soy sospecho-so. En caso contrario, conozco bastante el carácterdel Conde de Artigas, para tener la seguridad de queme hubiera enviado a reunirme en el abismo con elteniente Davón y los tripulantes del Sword.

Estos parajes son visitados diariamente por lasgrandes tempestades del invierno. Los turbiones deaire que se propagan entre los pilares producen so-berbias sonoridades, como si la caverna fuese la cajade música de un gigantesco instrumento. Estos mu-gidos son tales a veces, que cubrirían el ruido de ladetonación de una artillería de escuadra. Gran nú-mero de pájaros marinos, huyendo de la tormenta,penetran en el interior, y durante los raros momen-tos de calma me aturden con sus graznidos.

Es presumible que con tan mal tiempo la goletano podrá darse al mar, lo que, por otra parte, im-porta poco, pues en Back-Cup hay provisiones paratoda la estación. Pienso también que el Conde deArtigas no se apresurará ahora a ir a pasear su Ebbapor el litoral americano, donde correría el riesgo de

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ser recibido, no como un rico sino como merece elpirata Ker Karraje.

Si la aparición del Sword ha sido el principio deuna campaña contra el islote, denunciado a la vin-dicta pública, se presenta una cuestión de extraordi-naria gravedad para el porvenir de Back-Cup; y undía, con gran prudencia, a fin de no excitar sospe-chas, me atrevo a tantear al ingeniero Serko acercade este punto.

Estábamos cerca del laboratorio de Tomás Roch.Después de conversar algunos instantes, el ingenie-ro Serko me habla de nuevo de la extraordinariaaparición de un barco submarino de nacionalidadinglesa en las aguas del lago.

Esta vez me parece inclinarse a la hipótesis deque se trataba quizás de una tentativa contra la ban-da de Ker Karraje.

-No lo creo yo así- he respondido, a fin de llegaral punto que quería.

-Y ¿por qué?-Porque, de ser conocido vuestro escondite, ya se

hubiera intentado un nuevo esfuerzo, si no para pe-netrar en la caverna, por lo menos para destruiráBack-Cup.

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-¡Destruirle!- exclama el ingeniero Serko.- ¡Des-truirle! Muy peligroso sería eso con los medios dedefensa de que disponemos ahora.

-Eso se ignora, señor Serko. Ni en el antiguo nien el nuevo continente se sabe que el rapto deHealthful-House haya sido efectuado en provechovuestro, y que hayáis obtenido el secreto del inventode Tomás Roch.

El ingeniero Serko no responde nada a esta ob-servación, que realmente no tiene réplica.

Yo añado:-De forma que una escuadra enviada por las po-

tencias marítimas interesadas en la destrucción deeste islote, no vacilaría en aproximarse y lanzar so-bre él sus proyectiles. Y puesto que tal cosa no hasucedido hasta la fecha, es que no debe suceder yque nada se sabe de lo que concierne a Ker Karraje.Y... esta hipótesis es la más feliz para vosotros.

-¡Sea!- responde él.- ¡Lo que ha de ser, será! Quese sepa o no, si se acercan navíos de guerra a cuatroo cinco millas del islote, serán destrozados antes dehacer uso de las piezas.

-¡Sea!- digo yo a mi vez.- ¿Y después?-¿Después?... ¡La probabilidad de que otros no

se atreverán a correr el mismo peligro!

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-¡Sea también! Pero esos navíos os atacarán fuerade la zona peligrosa; y, por otra parte, la Ebba nopodrá volver a los puertos que antes frecuentaba elConde de Artigas, y ¿cómo proveeréis de víveres elislote?

El ingeniero Serko guarda silencio.Esta pregunta, que ya ha debido preocuparle, ca-

rece de respuesta, y yo supongo que los pirataspiensan en abandonar a Back-Cup.

Sin embargo, no queriendo dejar sin respuestamis observaciones, dice:

-Siempre nos quedará el tug, y lo que la Ebba nopueda hacer lo hará él.

-¡E1 tug! Si se conocen los secretos de Ker Ka-rraje, ¿es admisible que no se conozca también laexistencia del barco submarino del Conde de Arti-gas?

El ingeniero Serko me lanza una mirada sospe-chosa.

-Señor Hart- dice-, me parece que lleva ustedmuy lejos sus deducciones.

-¿Yo, señor Serko?-Sí..., y encuentro que habla usted de esto como

hombre que sabe más de lo conveniente.

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Esta observación me detiene. Es evidente quecon mi argumentación arriesgo dar que pensar quehe podido tomar parte en los últimos sucesos. Losojos del ingeniero Serko se clavan implacablemente

en mí..., me agujerean el cráneo, registran enmi cerebro...

Sin embargo, no pierdo nada de mi sangre fría, ycon tranquilo tono respondo:

-Señor Serko, por oficio y por gusto estoy acos-tumbrado a razonar sobre todas las cosas. Por estole he comunicado el resultado de mis razonamien-tos, que puede usted o no tener en cuenta, como leplazca.

Después de esto nos separamos. Tal vez por mifalta de reserva he inspirado sospechas que me serámuy difícil disipar.

De la mencionada conversación deduzco, unprecioso dato: que la zona del Fulgurador Roch,prohibida a los barcos, está establecida entre cuatroy cinco millas... Tal vez en la segunda marea delequinoccio, otro documento en otro barrilillo...Verdad que antes de que el orificio del túnel se des-cubra con la mar baja hay que aguardar largos me-ses... Y además..., la segunda tentativa, ¿resultarácomo la primera?

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El mal tiempo continúa. Los huracanes son másviolentos que nunca, lo que es propio al período in-vernal de las Bermudas. ¿Es quizás el estado delmar lo que retrasa una segunda campaña contraBack-Cup? Sin embargo, el teniente Davón me ha-bía afirmado que, de no resultar su expedición, deno dar la vuelta el Sword a San Jorge, la tentativa se-ría repetida en diferentes condiciones. Es precisoque la obra de justicia se cumpla más pronto o mástarde y ocasione la destrucción completa deBack-Cup..., ¡aunque yo no sobreviva a tal destruc-ción!

¡Ah!... ¡Que no pueda salir a respirar, aunquesólo fuera por un instante, el aire vivificante del ex-terior! ¡Que no me sea permitido arrojar una miradaal lejano horizonte de las Bermudas! Toda mi vidase concentra en este deseo: franquear el pasadizo,llegar al litoral, ocultarme entre las rocas... ¡Quiénsabe si no sería yo el primero que advirtiera la hu-mareda de una escuadra en dirección al islote!

Por desgracia, tal proyecto es irrealizable, puestoque los guardianes del pasadizo permanecen en supuesto, en los dos extremos de aquel, por día y no-che. Nadie puede penetrar en él sin la autorizacióndel ingeniero Serko. De intentarlo, me vería amena-

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zado de perder la libertad, de no andar a mi antojopor el interior de la caverna... y hasta de otra cosapeor.

Desde nuestra última conversación me pareceque el ingeniero Serko ha cambiado de actitud en loque a mí se refiere. Su mirada, hasta entonces burlo-na, se ha hecho desconfiada, sospechosa, inquisito-rial, ¡tan dura como la de Ker Karraje!

17 de Noviembre.- Hoy por la tarde, en Bee-Hivese produce una gran agitación. La gente se lanzafuera de sus celdas... ¡Por todas partes estallan gri-tos!

Me arrojo del lecho y salgo apresuradamente.Los piratas corren hacia el pasadizo, a la entrada delcual se encuentran Ker Karraje, el ingeniero Serko,el capitán Spada, el contramaestre Effrondat, el ma-quinista Gibson y el malayo que sirve al Conde deArtigas.

No tardo en averiguar la causa del tumulto, pueslos vigías acaban de entrar lanzando el grito dealarma.

Hacia el Noroeste son señalados varios navíos;barcos de guerra que marchan a todo vapor en di-rección de Back-Cup.

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XVI

ALGUNAS HORAS MÁS

¡Qué efecto produce en mí esta noticia, y qué in-definible emoción causa en mi alma!

Conozco que el desenlace de esta situación seaproxima. ¡Tal vez es el que reclaman la civilizacióny la humanidad!

Hasta el presente he redactado mis notas día pordía. Es preciso que las tenga al corriente hora porhora, minuto por minuto. ¿Quién sabe si el últimosecreto de Tomás Roch no va a serme revelado, y sino tendré tiempo de consignarle aquí? Si perezco enel ataque, ¡quiera Dios que sobre mi cadáver se en-

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cuentre la relación de los cinco meses que he pasadoen la caverna de Back-Cup!

Ker Karraje, el ingeniero Serko, el capitán Spaday algunos otros de sus compañeros se han colocadoen la base exterior del islote. ¡Qué no daría yo por-que me fuera posible seguirlos, agazaparme entre lasrocas y observar los navíos señalados!

Una hora después todos vuelven a Bee-Hive,después de haber dejado unos veinte hombres vigi-lando. Como en esta época los días son ya de cortaduración, nada hay que temer hasta el siguiente día.Desde el momento que no se trata de un desem-barco, y en el estado de defensa en que los asaltan-tes deben suponer a Back-Cup, es inadmisible quepuedan pensar en un ataque por la noche.

Hasta ésta se ha trabajado en disponer los caba-lletes sobre diversos puntos del litoral. Hay seis, quehan sido transportados por el pasadizo a los lugareselegidos de antemano.

Hecho esto, el ingeniero Serko se reúne con To-más Roch en el laboratorio. ¿Quiere, pues, ponerleal corriente de lo que pasa..., hacerle saber que unaescuadra a la vista de Back-Cup, decirle que su Ful-gurador va a servir para defender el islote?

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Lo cierto es que unas cincuenta piezas cargadascon varios kilogramos del explosivo y de la materiaque les asegura una trayectoria superior a la de todootro proyectil, están prestos a hacer su obra de des-trucción.

Respecto al líquido del deflagrador, Tomás Rochha fabricado cierto número de tubos, y demasiadosé que no rehusará su concurso a los piratas de KerKarraje.

Durante estos preparativos llega la noche. Unasemiobscuridad reina en el interior de la caverna,pues no se han encendido más lámparas que las deBee-Hive.

Vuelvo a mi celda, pues tengo interés en mos-trarme lo menos posible.

¿No revivirán las sospechas que he inspirado alingeniero Serko con la aproximación de la escuadraa Back-Cup?

Pero los navíos, ¿conservarán esta dirección?¿No van a pasar a lo largo de las Bermudas y a de-saparecer en el horizonte? Esta duda se ha presen-tado a mí espíritu por un momento... No...No. Se-gún dice el capitán Spada, los barcos han quedado ala vista del islote.

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¿A qué nación pertenecen? Los ingleses, deseo-sos de vengar la destrucción del Sword, ¿han tomadosobre sí toda la carga de la expedición? ¿Se han uni-do a ellos cruceros de otras naciones? Nada sé...¡Mees imposible saber nada! Pero ¿qué importa? ¡Loprincipal es que este antro sea destruído, aunque yoperezca entre sus ruinas, como han perecido el he-roico oficial Davón y su valiente tripulación!

Los preparativos de defensa se siguen con sangrefría y método bajo la vigilancia del ingeniero Serko.Es evidente que los piratas creen tener la seguridadde destrozar a los asaltantes en cuanto entren en lazona peligrosa. Su confianza en el Fulgurador Roches absoluta. Con la idea feroz de que los navíos na-da pueden contra ellos, no piensan ni en las dificul-tades ni en las amenazas para el porvenir.

Según supongo, los caballetes han debido sercolocados en la parte Noroeste del litoral, y los ca-nalones, dispuestos para enviar los proyectiles en lasdirecciones Noroeste y Sur. Ya se sabe que la parteEste del islote está protegida por los arrecifes que seprolongan por el lado de las primeras Bermudas.

A las nueve me atrevo a salir de mi celda. No sefijará nadie en mí, y tal vez pasaré inadvertido enmedio de la obscuridad... ¡Ah! ¡Si consiguiese intro-

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ducirme por el corredor, ganar el litoral, ocultarmetras de alguna roca, estar allí al amanecer! Y ¿porqué no he de conseguirlo, ahora que Ker Karraje, elingeniero Serko, el capitán Spada y los piratas estánfuera?...

En este momento el ribazo del lago se halla de-sierto, pero la entrada del pasadizo está guardadapor el malayo del Conde de Artigas. Salgo, y sin ideaprecisa me encamino al laboratorio de Tomás Roch.Mi pensamiento está reconcentrado en mi com-patriota. Reflexionando en ello, me inclino a creerque ignora la presencia de una escuadra en las aguasde Back-Cup. Hasta el último momento, sin duda, elingeniero Serko no le pondrá frente a su venganza.

Entonces me acomete la idea de hacer conocer aTomás Roch la responsabilidad de sus actos, de re-velarle en este momento supremo quiénes son loshombres que quieren hacerle concurrir a sus crimi-nales proyectos.

Sí... Lo intentaré. ¡Tal vez haga vibrar la cuerdadel patriotismo en el fondo de este espíritu rebeladocontra la injusticia humana!

Tomás Roch está encerrado en su laboratorio ydebe hallarse solo, pues nunca admite a nadiemientras prepara las sustancias del deflagrador.

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Me dirijo hacia allá, y al pasar junto al ribazonoto que el tug está en su lugar de costumbre.

Llegado a este sitio, creo prudente deslizarmeentre la primera hilera de los pilares a fin de ganarlateralmente el laboratorio, lo que me permitirá versi hay alguien con Tomás Roch.

Desde que me hundo bajo los arcos sombríosaparece ante mí la vivísima luz del laboratorio, queproyecta sus rayos por una estrecha ventana. Ex-cepto en esta parte, la ribera meridional está obscu-ra, mientras que en la parte opuesta, Bee-Hive estáen parte alumbrado hasta la pared del Norte. En laabertura superior de la bóveda, sobre el obscuro la-go, brillan algunas resplandecientes estrellas. Elcielo está puro, la tempestad se ha apaciguado y elhuracán no penetra ya en el interior de Back-Cup.

Llego junto al laboratorio, me deslizo a lo largode la pared, y después de alzarme hasta la vidriera,veo a Tomás Roch.

Está solo. Su cabeza está vivamente iluminada,sus facciones contraídas, y el pliegue de su frentemás hondo; su rostro denota una tranquilidad per-fecta, una plena posesión de sí mismo. ¡No! No esya el pensionista del pabellón 17, el loco de Heal-thful-House, y me pregunto si no está radicalmente

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curado, si no hay ya temor de que su razón se extin-ga en una última crisis.

Tomás Roch acaba de colocar sobre una mesados tubitos de cristal, y tiene otro en la mano. Alexponerle a la luz de la lámpara, observo la limpiezadel líquido que encierra.

Por un instante me acomete la idea de precipi-tarme en el laboratorio, de coger estos tubos y ha-cerlos pedazos... Pero ¿no tendrá él tiempo de fa-bricar otros? Lo mejor es limitarme a mi antiguoproyecto.

Abro la puerta, entro y digo:-¡Tomás Roch!No me ha visto ni oído.-¡Tomás Roch!- repito.Levanta la cabeza, se vuelve, me mira.-¡Ah! ¿Es usted, Simón Hart?- responde con

tranquilo tono, casi indiferente.Conoce mi nombre. El ingeniero Serko se lo ha-

brá dicho.-¿Sabe usted... - digo.-Como sé el objeto que se proponía usted al

convertirse en mi guardián. Tenía usted la esperanzade sorprender un secreto por el que se ha rehusadopagar el justo precio.

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Tomás Roch no ignora nada, y tal vez esto espreferible en atención a lo que quiero manifestarle.

-Y bien, Simón Hart, no ha conseguido usted loque se proponía- añade- agitando el tubo de cristal-,en lo que se refiere a esto... Ni nadie tampoco, ninadie lo conseguirá.

Tomás Roch, como yo esperaba, no ha dado,pues, a conocer la composición de su deflagrador.

Después de haberle mirado frente a frente, yorespondo:

-Sabe usted quién soy...; pero ¿sabe usted entrequién está?

-¡Estoy en mi casa!- exclama.-¡Sí! Ker Karraje lo ha hecho creer esto. En

Back-Cup, el inventor está en su casa. Las riquezasacumuladas en aquella caverna loe pertenecen.

Si se ataca a Back-Cup, es para robarle lo su-yo... ¡Y él lo defenderá! ¡Tiene el derecho de defen-derlo!

-Tomás Roch- digo-, escuche usted.-¿Qué tiene usted que decirme?-Esta caverna, a la que ambos hemos sido arras-

trados, está ocupada por una banda de piratas.No me deja terminar, ni aun sé si me ha com-

prendido, y exclama con violencia:

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-Le repito a usted que los tesoros almacenadosaquí son el precio de mi invento. Me pertenecen. Seme ha dado por el Fulgurador Roch lo que yo pedía,lo que en todas partes se me ha rehusado, hasta enmi país... que es el de usted, y no dejaré que me des-pojen de lo mío.

¿Qué responder a estas insensatas afirmaciones?Sin embargo, continúo diciendo:

-Tomás Roch, ¿ha conservado usted el recuerdode Healthful-House?

- ¡Healthful-House..., donde se me había ence-rrado, después de haber dado al guardián Gaydón elencargo de espiar mis menores palabras, de robar-me mi secreto!...

-No he pensado nunca en robar a usted el bene-ficio de ese secreto... No hubiera aceptado tal mi-sión. Pero usted estaba enfermo..., su razón amena-zada... Era menester que tal invento no se perdiera.Sí... ¡Si usted... le hubiera revelado en una de sus cri-sis, usted hubiera conservado todo el beneficio ytodo el honor del mismo!

-¡Honor y beneficio!- responde con desdén.- ¡Seme dice algo tarde! Usted olvida que se me ha ence-rrado bajo pretexto de locura. Sí..., ¡pretexto! puesjamás me ha abandonado la razón ni por un mo-

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mento..., y bien lo ve usted por todo lo que he he-cho desde que estoy libre!

- ¡Libre!... ¿Se cree usted libre? ¡Entre las pare-des de esta caverna está usted tan encerrado comoentre los muros de Healthful-House!

-El hombre que está en su casa- replica TomásRoch, con voz que la cólera empieza a agitar-, salecuando quiere y como quiere. Con una palabra quediga, todas las puertas se abren ante mí. ¡Esta es micasa! ¡El Conde de Artigas me la ha cedido con to-do cuanto contiene! ¡Desgraciados los que la ata-quen! ¡Tengo aquí con qué aniquilarlos, Simón Hart!

Y al hablar así, el inventor agita febrilmente eltubo de cristal que tiene en la mano.

Yo exclamo entonces:-¡El Conde de Artigas le ha engañado a usted

como a tantos otros! Bajo- ese nombre se ocultauno de los más terribles bandidos de cuantos hanasolado los mares del Pacífico y del Atlántico. ¡Esun bandido cargado de crímenes, es el odioso KerKarraje!

-¡Ker Karraje!- repite Tomás Roch.Me pregunto si este nombre no le produce cierta

impresión, si no recuerda las hazañas del que le lle-

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va. En todo caso, observo que la impresión se des-vanece en seguida.

-No conozco a ese Ker Karraje- dice TomásRoch extendiendo el brazo hacia la puerta, comoindicándome que salga. - No conozco más que alConde de Artigas.

-Tomás Roch- digo haciendo un último esfuer-zo-, el Conde de Artigas y Ker Karraje son la mismapersona. Si le ha comprado a usted su secreto, escon el objeto de asegurar la impunidad de sus crí-menes, la facilidad para cometer otros nuevos... Sí...es el jefe de estos piratas.

-Los piratas- interrumpe Tomás Roch, cuya agi-tación va en aumento-, los piratas son los que seatreven a amenazarme hasta en este escondite, comoha sucedido con el Sword, pues todo me lo ha conta-do Serko...; los que han querido robarme en micasa lo que me pertenece..., el justo precio de midescubrimiento.

-No, Tomás Roch, son los que le han aprisiona-do a usted en la caverna de Back-Cup, los que van aemplear el genio de usted en defensa propia, los quese desembarazarán de usted cuando estén en plenaposesión de sus secretos.

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A estas palabras, Tomás Roch me interrumpe.No parece entender nada de lo que le digo. Sigue supropia idea, no la mía, esa obsesionante idea devenganza, hábilmente explotada por el ingenieroSerko, y en la que se concentra todo su odio.

-Los bandidos- dice- son los que me han recha-zado sin querer oirme, los que me han colmado deinjusticias, los que me han hundido bajo el peso desu desdén, los que me han lanzado de país en país,cuando yo les llevaba la superioridad, la invencibili-dad, el poder absoluto.

Sí. La eterna historia del inventor al que no sequiere escuchar, y al que los indiferentes o los envi-diosos rehusan los medios para experimentar susinventos, y no se los compran al precio que él esti-ma. La conozco, y nada ignoro de las exageracionesque con este motivo se han escrito.

Realmente, no es este oportuno momento paradiscutir con Tomás Roch. Comprendo que mis ar-gumentos no hacen fuerza alguna sobre aquel almaagitada, sobre aquel corazón al que las decepcioneshan llenado de odio, sobre aquel desdichado juguetede Ker Karraje y de los cómplices de éste. Revelán-dole el verdadero nombre del Conde de Artigas, de-nunciándole aquella banda, y a su jefe, esperaba

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arrancarle a su influencia, mostrarle el objeto crimi-nal al que se le llevaba... ¡Me he engañado! ¡Él nome cree! Y además... Artigas o Ker Karraje, ¿quéimporta? ¿No es él, Tomás Roch, el dueño deBack-Cup? ¿No es el poseedor de las riquezas alma-cenadas durante veinte años de asesinatos y rapiña?

Vencido ante tal degeneración moral, y sin sabera qué sitio tocar en aquella naturaleza ulcerada, re-trocedo poco a poco hacia la puerta del laboratorio.No me queda más que retirarme. Lo que debe cum-plirse se cumplirá, puesto que no está la en mi manoimpedir el terrible desenlace del que sólo algunashoras nos separan.

Tomás Roch parece haber olvidado que yo meencuentro allí, como ha olvidado toda nuestra con-versación. Ha vuelto a sus manipulaciones sin cui-darse de que no estaba solo.

No hay más que un medio para evitar la inmi-nente catástrofe: arrojarme sobre Tomás Roch, gol-pearle, matarle. ¡Sí, matarle! Es mi derecho. Es mideber.

No tengo armas, pero sobre la mesa veo unas he-rramientas: un cuchillo, un martillo. ¿Qué me impi-de aplastar la cabeza del inventor? Los navíos po-drán aproximarse, desembarcar sus hombres en

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Back-Cup, demoler el islote a cañonazos. Ker Ka-rraje y sus cómplices serán destruidos. Ante unamuerte que traerá el castigo de tantos crímenes,¿puedo yo dudar?

Me dirijo hacia la mesa. Allí hay un cuchillo deacero. Voy a cogerle. Tomás Roch se vuelve.

Es demasiado tarde. Se entablaría una lucha. Lalucha significa el ruido. Se oirían los gritos. Aun hayalgunos piratas por aquel lado. Oigo sus pasos. Notengo más tiempo que el preciso para huir si noquiero ser sorprendido.

Por última vez intento despertar en el inventor elsentimiento de la patria, y le digo:

-Los navíos están a la vista. Vienen para destruiresta cueva de bandidos. Tal vez alguno de ellos traeel pabellón de Francia.

Tomás Roch me mira. No sabía que Back-Cupiba a ser atacado, y acaba de saberlo por mí. Frunceel ceño. Su mirada se ilumina.

-Tomás Roch, ¿se atreverá usted a disparar con-tra el pabellón de su país... el pabellón tricolor?

Tomás Roch levanta la cabeza, la sacude nervio-samente. Después hace un gesto de desdén.

-¡Qué!, ¿Su patria...

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-¡Yo no tengo patria, Simón Hart! -exclama- ¡Elinventor rechazado no tiene patria! ¡Allí donde en-cuentra asilo está su país! ¿Pretenden apoderarse delo mío?... ¡Voy a defenderlo! Y ¡desgraciados de losque se atrevan a atacarme!

Después, precipitándose a la puerta del laborato-rio, la abre con violencia y repito con voz tan pode-rosa, que se debe de oir en el ribazo de Bee-Hive:

-¡Salga usted! ¡Salga usted!No tengo un minuto que perder, y huyo.

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XVII

UNO CONTRA CINCO

Durante una hora he vagado bajo los obscurosarcos de Back-Cup hasta el límite de la caverna. Estees el sitio en el que tantas veces he buscado un agu-jero por el que deslizarme, sin ser visto, hasta el lito-ral del islote. Mis pesquisas han sido inútiles. Alpresente, en el estado en que me encuentro, víctimade indefinibles alucinaciones, antójaseme que estasparedes se espesan más, que los muros de mi pri-sión se estrechan lentamente y van a aplastarme.

¿Cuánto tiempo ha durado esta turbación de micerebro? No podría decirlo.

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Ahora me encuentro en la parte de Bee-Hive,frente a mi celda, donde no puedo esperar ni des-canso ni sueño. ¡Dormir cuando se es víctima deesta excitación cerebral! ¡Dormir cuando toco altérmino de una situación que amenazaba prolongar-se durante largos años!Pero ¿cuál será el desenlaceen lo que a mí se refiere? ¿Qué debo esperar delataque preparado contra Back-Cup? Los proyectilesde Tomás Roch están prestos para ser lanzados enel momento en que los barcos penetren la zona pe-ligrosa, y sin necesidad de ser tocados se hundiránen el abismo.

Sea de esto lo que sea, estoy condenado a pasaren el fondo de mi celda las últimas horas de la no-che. Es llegado el momento de volver a ella. Cuandoamanezca, yo veré lo que conviene hacer. ¿Acaso sési esta noche el Fulgurador Roch no disparará con-tra los barcos antes de que éstos puedan intentarnada contra el islote?

En este instante lanzo una última mirada a los al-rededores de Bee-Hive. En el lado opuesto brillauna luz, una sola, la del laboratorio, que se refleja enlas aguas del lago.

Las orillas están desiertas. En el muelle no haynadie. Pienso que a esta hora Bee-Hive debe de es-

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tar abandonado, y que los piratas han ido a ocuparsu sitio de combate.

Entonces, arrastrado por irresistible instinto, enlugar de entrar en mi celda, me deslizo por la pared,escuchando, espiando, presto a esconderme si oigoruido de pasos o de voces. Llego ante el orificio deltunel.

¡Dios poderoso! Nadie guarda este sitio. El pasoestá libre.

Sin tomarme tiempo para reflexionar, me lanzopor el obscuro agujero. Sigo por él tactando la pa-red. Bien pronto un aire más fresco me acaricia elrostro; el aire salino, el aire del mar, ese aire que nohe respirado desde hace cinco meses, y que aspiroahora con ansia. El otro extremo del corredor secorta sobre un cielo estrellado. Ninguna sombra leobstruye. Tal vez voy a poder salir de Back-Cup.

Después de echarme, me arrastro lentamente, sinruido; al llegar junto al orificio, miro...

¡Nadie! ¡Nadie!Rasando la base del islote hacia el Este, por la

parte que los arrecifes hacen inabordable, y que nodebe de ser vigilada, llego ante una estrecha excava-ción, precisamente al pie del arco natural que formael asa de la «taza al revés».

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En fin: estoy fuera de la caverna, no libre, peroesto es un principio de libertad.

Desde este sitio veo al Oeste una de las cimas deBack-Cup proyectada en el mar, y sobre la que sedestaca la silueta de algunos veleros.

El cielo está puro, y las constelaciones brillancon el resplandor intenso de las frías noches de in-vierno.

En el horizonte, hacia el Noroeste, formandouna línea luminosa, se muestran los fuegos de posi-ción de los navíos.

En dirección de Levante, diversas manchasblanquecinas... Pienso que deben ser las cinco de lamañana.

18 de Noviembre.- Ya la claridad es suficiente, yvoy a poder completar mis notas refiriendo los de-talles de mi visita al laboratorio de Tomás Roch.¡Las últimas líneas que tal vez va a trazar mi mano!

Comienzo a escribir, y a medida que los inci-dentes se produzcan durante el ataque, los apuntaréen mi cartera.

El ligero y húmedo vapor que cubre el mar notarda en disiparse al soplo de la brisa. Al fin distin-go los navíos señalados.

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Son éstos cinco, y están colocados en hilera, adistancia de cinco o seis millas, y, por consiguiente,fuera de la zona peligrosa.

Se ha disipado uno de mis temores, el de queestos barcos, después de pasar a la vista de las Ber-mudas, continuasen su ruta hacia los parajes de lasAntillas y de Méjico. ¡No! Están allí, inmóviles, enespera del pleno día para atacar a Back-Cup.

En este instante se produce algún, movimientoen el litoral. Tres o cuatro piratas surgen de entre lasúltimas rocas... Toda la banda está allí. No ha bus-cado abrigo en el interior de la caverna, sabiendoque los barcos no pueden aproximarse lo suficientepara que los proyectiles de sus piezas toquen al is-lote.

En el fondo de la fragosidad en que estoy hundi-do hasta la cabeza, no corro el riego de ser visto, yno es de presumir que nadie venga por este lado.Podría, no obstante, ocurrir que el ingeniero Serko,o cualquier otro, quisiera asegurarse de que yo esta-ba en mi celda. Pero ¿qué se puede temer de mí?

A las siete y veinticinco, Ker Karraje, el ingenieroSerko y el Capitán Spada se dirigen a la extremidadde la punta, y desde ella observan el horizonte en la

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parte del Noroeste. Tras ellos están colocados losseis caballetes que sostienen los proyectiles auto-propulsivos. Después de ser inflamados por el de-flagrador, partirán, describiendo una larga trayecto-ria, hasta la zona en que su explosión conmoverá laatmósfera.

A las siete y treinta y cinco vense algunas huma-redas por encima de los navíos, que se disponen aaparejar.

Horribles gritos de alegría, rugidos de bestias fe-roces, son lanzados por esta horda de bandidos.

En este momento el ingeniero Serko se separa deKer Karraje, que queda con el capitán Spada, y sedirige hacia la entrada del corredor, a fin de entraren la caverna. Seguramente va en busca de TomásRoch.

Cuando Ker Karraje le ordene disparar contralos navíos, ¿recordará Tomás Roch lo que le he di-cho? ¿No le aparecerá su crimen en todo su horror?¿Se negará a obedecer? No... ¿Porqué hacerse ilusiones? El inventor, ¿no está en sucasa? El lo ha repetido... Lo cree así... Se le va a ata-car... ¡Se defiende!

Entretanto, los cinco barcos marchan apequeña velocidad en dirección del islote. Tal vez se

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tiene la idea de que Tomás Roch no ha entregado suúltimo secreto a los piratas de Back-Cup, cosa que,en efecto, no había hecho el día en que yo arrojé elbarril a las aguas del lago. Y si los que mandan losbarcos tienen la intención de desembarcar en el is-lote, si sus navíos penetran en la zona peligrosa,¡bien pronto no quedarán más que restos informesen la superficie del mar!.....

Aparece Tomás Roch acompañado del ingenieroSerko. Al salir del corredor, ambos se dirigen haciael caballete colocado en dirección del navío que va ala cabeza. En este sitio les esperaban Ker Karraje yel capitán Spada.

Por lo que puedo juzgar, Tomás Roch está tran-quilo. Saben lo que va a hacer. ¡Ninguna duda tur-bará el alma de este desdichado, al que perturba elodio!

Entre sus dedos brilla uno de los tubitos decristal que contiene el líquido del deflagrador.

Dirige sus miradas hacia el navío que está máspróximo, y que se encuentra a distancia de unas cin-co o seis millas.

Es un crucero de medianas dimensiones; dos milquinientas toneladas a lo más.

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El pabellón no esta izado; pero por su construc-ción me parece que el navío es de una nacionalidadno muy simpática a Francia. Los otros cuatro barcosestán detrás. Esté crucero tiene la misión de co-menzar el ataque contra el islote...

¡Que dispare, pues... toda vez que los piratas de-jan que se aproxime, aunque el primero de sus pro-yectiles mate a Tomás Roch!

Mientras el ingeniero Serko mide con precisiónla marcha del crucero, Tomás Roch se coloca ante elcaballete: sostiene éste tres aparatos cargados con elexplosivo, a los que la materia del deflagrador ase-gurará una larga trayectoria, sin que sea necesarioimprimirles movimiento giratorio, como el inventorTurpín lo hizo para sus proyectiles giroscópicos.Además, basta que estallen a algunos centenares demetros del barco para que éste se hunda.

Llega el momento...-¡Tomás Roch!- exclama el ingeniero Serko.Y señala con el dedo el crucero, que se dirige

lentamente hacia la punta Noroeste del islote, y seencuentra a una distancia de cuatro a cinco millas.

Tomás Roch hace un signo afirmativo, e indicacon un gesto que quiere estar solo ante el caballete.

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Ker Karraje, el capitán Spada y los demás retro-ceden unos cincuenta pasos...

Entonces Tomás Roch destapa el tubo que tieneen la mano y vierte sucesivamente sobre los tresproyectiles, por una abertura que éstos tienen, algu-nas gotas del líquido...

Transcurren cuarenta y cinco segundos..., tiempopreciso para que la combinación se efectúe; cuarentay cinco segundos, durante los cuales parece que micorazón ha cesado de palpitar...

Un espantoso silbido desgarra el aire. Los tresproyectiles describen una ancha curva, suben a cienmetros en el espacio y pasan el crucero.

¿Han fallado, pues? ¡No! Efecto prodigioso: es-tos proyectiles, a modo del proyectil discoideo demi compatriota el comandante de artillería Chapel,vuelven sobre ellos mismos... Casi en seguida, el es-pacio es sacudido con una violencia comparable a lade un polvorín de melinita o dinamita que explotaseLas bajas capas atmosféricas son empujadas hasta elislote, que tiembla sobre su base...

Yo miro...El crucero ha desaparecido, hecho pedazos, roto

por el fondo; el efecto ha sido el mismo que el que

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produce la bala Zalinski, pero centuplicado por elinfinito poder del Fulgurador Roch.

¡Qué vociferaciones lanzan estos bandidos! Seprecipitan hacia la extremidad de la punta, mientrasque Ker Karraje, el ingeniero Serko y el capitánSpada, inmóviles, apenas pueden dar crédito a loque ven por sus propios ojos.

Tomás Roch está allí, con los brazos cruzados, lamirada viva, el rostro transfigurado por un extrañoresplandor.

Si los otros navíos se aproximan, correrán lamisma suerte del crucero.

Pues bien...: aunque mi última esperanza debedesaparecer con ellos, que huyan, que vuelvan a altamar, que abandonen un ataque inútil...

Las naciones se unirán para proceder a la des-trucción del islote...

Se cercará a Back-Cup, y los piratas morirán dehambre como bestias feroces en su antro.

Pero yo sé que un navío de guerra no retrocede,ni aun corriendo a una destrucción segura. Estos nodudarán en ir uno tras otro al ataque, aunque debanser hundidos en las profundidades del Océano.

Efectivamente. Múltiples señales se cambian debordo a bordo. Casi en seguida el horizonte se en-

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negrece con una humareda más espesa, impulsadapor el viento del Noroeste, y los cuatro navíos seponen en marcha.

El uno avanza ante los demás, con prisa de estara distancia para hacer fuego.

Yo, a todo riesgo, salgo de mi escondite... Mirocon ojos febriles... Espero una segunda catástrofe,que no puedo impedir.

El navío es un crucero de un tonelaje. Casi igualal que le había precedido. No ostenta ningún pabe-llón, y no puedo reconocer a qué nación pertenece.Es evidente que fuerza su máquina a fin de fran-quear la zona peligrosa antes que nuevos proyectilessean lanzados. Pero pudiendo tomarle por la espal-da, ¿cómo escapará a su poder destructivo?

El ingeniero Serko se ha aproximado a TomásRoch, y está ante el segundo caballete en el mo-mento en que el navío pasa por la superficie delabismo que ha devorado al primer crucero... y queva a devorarle a él.

Nada turba el profundo silencio del espacio... Derepente, el tambor redobla a bordo del cruce-ro... La música llega hasta mí... La reconozco... Esfrancesa. ¡Gran Dios! ¡Es un barco de mi país elque se ha adelantado a los otros! ¡Y un inventor

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francés va a destrozarle! ¡No! ¡No será! Voy a lan-zarme sobre Tomás Roch... ¡a gritarle que es unbarco francés! El no le ha reconocido... Le recono-cerá...

En este momento, a una señal del ingenieroSerko, Tomás Roch levanta su mano, en la que tieneel tubo de cristal.

Entonces, el repique se hace más vibrante... Es elsaludo al pabellón que se despliega..., el pabellóntricolor, en el que el azul, el blanco y el rojo se des-tacan luminosamente en el cielo.

¡Ah! ¿Qué pasa? ¡Comprendo! ¡La vista de supabellón nacional ha fascinado a Tomás Roch! Subrazo se baja lentamente a medida que el pabellónsube... Después retrocede..., se cubre el rostro conlas manos, como para no ver los pliegues dela ban-dera...

¡ Cielo divino! ¿No se ha extinguido, pues, en éltodo sentimiento patriótico? ¡Mi emoción no esmenor que la suya!... A riesgo de ser visto, y ¿qué meimporta? me arrastro por entre las rocas... Quie-ro estar junto a Tomás Roch para sostenerle, paraimpedir que desfallezca... Aunque me cueste la vida,yo le hablaré por última vez de su patria... Yo le di-ré:

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-Francés... ¡el pabellón que está enarbolado enese navío, es el pabellón francés! ¡Es un pedazo deFrancia que se acerca! Francés, ¿serás tan criminalque dispares contra él?

Pero mi intervención no será necesaria. TomásRoch no es víctima de una de esas crisis que le ha-cían caer por tierra en otra época. Es dueño de símismo.

Al verse frente al pabellón... ha comprendido...Retrocede...

Algunos piratas se aproximan a fin de conducirleante el caballete... Los rechaza... Se resiste.

Acuden Ker Karraje y el ingeniero Serko... Lemuestran el navío, que avanza rápidamente... Le or-denan que lance sus proyectiles... Es inútil.

El capitán Spada y los otros, en el colmo del fu-ror, le amenazan, le insultan... Pretenden arrancarleel tubo... Tomás Roch le arroja al suelo y le rompecon el pie...

¡Qué espanto se apodera entonces de aquelloscriminales! El crucero ha franqueado la zona... Nopodrán destruirlo ni responder a los proyectiles queempiezan a caer sobre el islote, cuya rocas vuelan...

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¿Dónde está Tomás Roch?... ¿Le ha alcanzadoalguna bala?... No... Le veo una última vez, en elmomento en que se lanza por el pasadizo.

Ker Karraje, el ingeniero Serko y los demás le si-guen, con el objeto de refugiarse en Back-Cup.

Pero yo no quiero a ningún precio volver a la ca-verna, aunque muera en este sitio... Tomo mis últi-mas notas... Cuando los marinos franceses desem-barquen..., yo iré...

(Fin de las notas del ingeniero Simón Hart.)

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XVIII

A BORDO DEL «TONNANT»

Después de la tentativa hecha por el teniente Da-vón, al que se dio el encargo de penetrar en el inte-rior de Back-Cup con el Sword, las autoridades ingle-sas no pudieron poner en duda que aquellos atrevi-dos marinos habían perecido. Efectivamente, elSword no regresaba a las Bermudas. ¿Había chocadocontra las rocas buscando la entrada del túnel? ¿Ha-bía sido destruido por los piratas de Ker Karraje? Seignoraba, pero hubo una explosión de cólera y do-lor a la vez.

El objeto de esta expedición, conforme a las in-dicaciones del documento del ingeniero Simón

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Hart, era el de apoderarse de Tomás Roch antes deque éste hubiera terminado la fabricación de su ex-plosivo; logrado esto sin olvidar a Simón Hart, elinventor sería entregado a las autoridades de lasBermudas; nada había ya que temer del FulguradorRoch, y cualquier navío de guerra destruiría el islotede Back-Cup.

Transcurridos algunos días sin que el Sword apa-reciera, se le consideró perdido. Las autoridades de-cidieron entonces una nueva expedición, organizadaen condiciones de ofensiva.

-Era, en efecto, preciso tener en cuenta el tiempotranscurrido- cerca de ocho semanas- desde el díaen que el documento de Hart fue confiado al toneli-llo. Tal vez Ker Karraje poseía actualmente los se-cretos de Tomás Roch.

Las potencias marítimas pusiéronse de acuerdo, yse decidió el envío de cinco navíos de guerra a losparajes de las Bermudas. Puesto que existía unavasta caverna en el interior de Back-Cup, se intenta-ría derribar sus muros, como los de un baluarte, alos golpes de la poderosa artillería moderna.

La escuadra se reunió en la entrada de la Cheasa-peake, en Virginia, y se dirigió hacia el archipiélago,

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a la vista del cual llegó en la tarde del 17 de No-viembre.

Al día siguiente, por la mañana, se efectuó el ata-que.

El navío designado para acercarse el primero alislote, se puso en marcha.

Estaba aún a cuatro millas y media, cuando lostres proyectiles, después de pasarle, volvieron sobreellos mismos, le cogieron por la popa y estallaron acincuenta metros de distancia. En algunos segundosse hundió, arrastrando centenares de víctimas a lasprofundidades del Atlántico.

El efecto de la explosión, debido a una formida-ble conmoción de las capas atmosféricas, fue ins-tantáneo. Los cuatro navíos que quedaron detrássintieron el formidable contragolpe a la distancia enque se encontraban.

Dos consecuencias había que deducir de aquellarepentina y extraordinaria catástrofe:

Primera. El pirata Ker Karraje era actualmenteposeedor del Fulgurador Roch.

Segunda. El nuevo aparato poseía el poder des-tructivo que le atribuía su inventor.

Después de la desaparición del crucero, los de-más barcos enviaron sus botes a fin de recoger a los

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que hubieran sobrevivido al desastre. ¡No habíamás que algunos restos!... Entonces los oficiales y latripulación, ansiosos de venganza, cambiaron algu-nas señales y lanzaron sus navíos hacia el islote deBack-Cup.

El más rápido, el Tonnant, un navío de guerrafrancés, se adelantó a todo vapor, mientras que losdemás forzaban sus máquinas para unirse a él.

El Tonnant penetró una media milla en la zonaque acababa de ser conmovida por la explosión, ariesgo de ser destrozado por otros proyectiles. En elmomento de evolucionar para poner en direcciónsus piezas, enarboló el pabellón tricolor.

Desde lo alto del puente, los oficiales podíandistinguir la banda de Ker Karraje esparcida sobrelas rocas del islote. La ocasión era favorable parahacer fuego contra aquellos bandidos, y el Tonnantenvió sus primeras descargas.

Los piratas huyeron al interior de Back-Cup.Algunos instantes después el espacio fue sacudi-

do por una conmoción tal, que pareció que la bóve-da del cielo iba a hundirse en el abismo.

En lugar del islote no había más que un montónde humeantes rocas, rodando las unas sobre lasotras como piedras de una avalancha. En vez de la

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«taza al revés», la «taza rota». En vez de BaCk-Cup,un montón de arrecifes que el mar cubría de espu-ma.

¿Cuál había sido la causa de tal explosión? ¿Eraprovocada por los piratas, incapaces de mantenersea la defensiva?

El Tonnant fue ligeramente tocado por los restosdel islote. Su capitán hizo que los botes se echaranal mar y se dirigieran hacia lo que restaba deBack-Cup.

Después de desembarcar, la tripulación explorólos restos, que se confundían con el banco rocosoen dirección a las Bermudas. Fueron recogidos al-gunos cadáveres, horriblemente mutilados muchosde ellos, una boya ensangrentada... De la caverna noquedaba nada. Todo había sido sepultado bajo lasruinas.

Un solo cuerpo se encontró intacto. Aunque,apenas respiraba, se tuvo la esperanza de volverle ala vida. Tendido sobre un costado, en su crispadamano tenía un cuaderno de notas donde se leía laúltima línea sin terminar. Era el cuerpo del ingenie-ro francés Simón Hart, que fue transportado a bor-do del Tonnant. Los cuidados que se le prodigaronpara que recobrase el conocimiento fueron inútiles.

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Por la lectura de dichas notas, redactadas hasta elmomento en que se produjo la explosión de la ca-verna, fue posible reconstituir una parte de lo quehabía sucedido durante las últimas horas deBack-Cup.

Además, Simón Hart sobrevivió a la catástrofe-el único de todos- Cuando se encontró en estado deresponder a las preguntas que se le hicieron, he aquílo que se podía deducir de su relato, que, en suma,era la verdad de lo sucedido:

Después de sentirse conmovido hasta el fondodel alma a la vista del pabellón tricolor, y teniendoconciencia del crimen de lesa patria que iba a co-meter, Tomás Roch se había lanzado por el pasa-dizo. Una vez en la caverna, llegó al depósito dondeestaban almacenadas cantidades considerables de suexplosivo, y antes de que Ker Karraje, el ingenieroSerko y los demás pudiesen impedirlo, había provo-cado la explosión de Back-Cup.

Ahora ha desaparecido este islote de las Bermu-das, y con él Ker Karraje, su banda de piratas y elsecreto de Tomás Roch.

FIN