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TORRE, FRANCISCO DE LA (¿1534 – 1594?)
SONETOS
INDICE:
1 - 64
SONETO 1
Vos, a quien la fortuna dulce espira,
Títiro mío, la gloriosa llama
cantando, vuestro Tajo y mi Xarama
paráis al son de vuestra hermosa Lyra.
Yo, aquí donde conmigo viuo en ira,
absente de la nieue que me inflama,
cuelgo mi caramillo de vna rama
de salce y lloro, lloro y él suspira.
¡Quánto es mejor que el mío vuestro estado,
pues que gozáis presente del sentido
que robó por los ojos la alma firme!
Yo, para lamentar y arder nacido,
la vida esquiuo y aborrenco el hado.
¡O, sólo vos no os esquiuéis de oírme!
SONETO 2
Rompe la niebla de la noche fría,
de nieue y ostro y de cristal ornada,
de perlas orientales esmaltada,
rosada Aurora, y apareze el día.
Descubre el campo la veldad que auía
conuertido en espanto la cerrada
y escuríssima noche y de passada
enriqueze la tierra de alegría.
Tal a mis ojos la veldad diuina
del ídolo puríssimo que adoro,
Aurora clara con tu paz pareze.
Inclina el Sol, inclina el cielo, inclina
los elementos, y al Pierio coro
gloria mayor que la que goza ofrece.
SONETO 3
Eterno mal y grato mal eterno,
a quien como contento dulce sigo,
capital y caríssimo enemigo,
quando más infernal más caro y tierno.
Si estoy metido en tu amoroso infierno,
sufriendo voluntario tu castigo,
¿por qué con el fingido nombre amigo
das efectos de daño sempiterno?
Miro la lumbre de mi claro cielo,
el amoroso, aunque semblante altiuo,
que no ay pecho de nieue que resista.
Siento luego abrasarme en viuo yelo,
y siento luego elarme en fuego viuo;
responden los efetos con la vista.
SONETO 4
Claras y transparentes luminarias
del cielo, y de la noche compañeras,
hijas del crudo tiempo y Parcas fieras,
por casos varios y por suertes varias.
Ya que de las amigas y contrarias
horas de mi contento lastimeras
testigos fuisteis, sedlo en las postreras
a mi cansada vida necessarias.
No me fuerce, mirad, el tiempo acaso
a pediros palabras quebrantadas:
pues sois fiadoras y testigos dellas.
Dixo Damón, y de las luces bellas
del claro cielo, errantes y fixadas,
resplandeció el Oriente y el Ocaso.
SONETO 5
Sigo, silencio, tu estrellado manto,
de transparentes lumbres guarnecido,
enemiga del Sol esclarecido,
aue noturna de agorero canto.
El falso mago Amor, con el encanto
de palabras quebradas por oluido,
conuirtió mi razón y mi sentido,
mi cuerpo no, por deshacelle en llanto.
Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste
la ocasión principal de mi tormento,
por quien fui venturoso y desdichado,
oye tú solo mi dolor, que al triste
a quien persigue cielo violento,
no le está bien que sepa su cuidado.
SONETO 6
Clara y hermosa Virgen del triunfante
cielo primero, bella y adornada
de la clara corona y de la amada
manadilla de cabras de tu amante;
assí la soberana y circunstante
máquina de lumbreras estrellada
dexe de acompañarte, y la sagrada
cara de Febo veas rutilante;
que al tiempo que la Maga que me encanta
con palabras y deseos te mirare
no recibas la lumbre de tu Apolo.
Y si aquella belleza te forçare,
sea para mirar entonces quánta
sinrazón se le haze a vn hombre solo.
SONETO 7
Enciende ya las lámparas del cielo,
amiga y esperada noche, en tanto
que vn voto, vn sacrificio, vn altar santo
te consagra Damón con puro zelo.
He aquí la ofrenda con el negro velo
que escurece sus ojos, y allí el canto
de tus aues noturnas, y el Acanto
y Veleño, que ofusca en humo el suelo.
No te desdeñes de mirar mis dones
(pues son de tu color) y mi ganado,
víctimas inocentes y piadosas,
dixo Damón; y Tirsi a sus razones
regó su seno. ¿Sufres ser rogado,
cielo, para turbar agenas cosas?
SONETO 8
Claro y sagrado río, y tu ribera
de esmeraldas y pórfidos vestida,
corto descanso de vna amarga vida,
que entre amor y esperança desespera.
Cierto mal, bien incierto, ausencia fiera,
gloria passada y gloria arrepentida,
tienen tan acabada y combatida
la triste vida, que la muerte espera.
Tú, que lauas el monte y las arenas
rojas de mi Cyteron soberano,
lleua mi voz y lástimas contigo.
Aliuia tú, lleuándolas, mis penas;
assí veas su rostro tan humano,
quanto yo despiadado y enemigo.
SONETO 9
En la confusa suerte de mi estado,
diuersas cosas muestra mi ventura:
el bien y el mal, la gloria y desventura,
en vna calidad y ser mezclado.
Si fuera tanto mal sólo por hado,
mi graue pena fuera menos dura;
unas ser el mal por hado y por natura,
es viuir a tormentos destinado.
Temores ciertos y esperanças vanas,
bienes dudosos, mal seguidas glorias
desdizen mi firmeza desdichada.
Yo, de llorar contentos y memorias
de passados placeres, de liuianas
firmezas, muero como al cielo agrada.
SONETO I0
Este Real de amor desuaratado,
de rotas armas y despojos lleno,
aguda roca y mal seguro seno
de mi doliente espíritu cansado,
al enemigo vencedor amado
rendido francamente como bueno,
de mí le siento eternamente ageno,
por verse de contrarios ocupado.
Y el tirano cruel de mi contento,
burladas mis antiguas confianças,
los vencedores esquadrones sigue.
¿Quién podrá remediar mi perdimiento,
si faltan del amor las esperanças,
y si quien amó tanto me persigue?
SONETO II
El ídolo puríssimo que adoro,
deidad al mundo y en el cielo diosa,
ya condolida de la dolorosa
vida que passo, de contino en lloro;
el ébano, marfil, nieue, ostro, oro,
la púrpura, coral, jacinto y rosa,
passando por mi vida deseosa,
de inuidia mata del Olimpo el coro.
Yo, que de la visión diuina y rara,
qual nunca vieron ojos soberanos,
a no dudar de su deydad aprendo,
si yerro en adorar su lumbre clara
desengáñeme amor, que con humanos
ojos por bien mi solo engaño atiendo.
SONETO I2
Ríndeme amor el fuerte de mis ojos
desde los más hermosos de la tierra,
y ofreciéndome paz y dando guerra,
ornan su bello carro mis despojos.
Y con los encendidos rayos rojos
que por los ojos en el alma encierra,
tal vez mis males con su luz destierra
y tal vez acrecienta mis enojos.
Yo, de mi bien y de mi mal contento,
el que me acaba dulcemente sigo,
con las cautiuas caras prendas mías.
Y es el tirano crudo tan violento,
que porque no me opongo a sus porfías,
trata mi fe y amor como enemigo.
SONETO I3
Arrebató mi pensamiento altiuo
vna visión del cielo soberano,
y herido de vn ardiente rayo humano,
huyo del fuego deshonrado y viuo.
El alma noble que sintió el motiuo
del ya no altiuo pensamiento vano,
parto vastardo de ánimo liuiano,
llora que fué su pensamiento esquiuo.
Y afrentada de vn hecho semejante
en los ojos se pone de contino,
para morir honrosamente firme,
quando la causa de mi fe constante
no se precia mostrar rayo diuino,
para sólo siquiera destruirme.
SONETO I4
¿Quál elemento, quál estrella o cielo
sustenta, influye, encubre, tiene o cría
yerua, piedra, licor, raíz, harpía,
contra la fuerça de vn ardiente yelo?
No cría el agua, ni produze el suelo,
la noche esconde, ni descubre el día
encanto duro, ni ponçoña fría,
que rompa el lazo de enemigo zelo.
Esta Medusa, y esta Circe bella,
tal es la fuerça que en sus ojos tiene,
tales encantos hace con sus ojos,
que yela el alma con su fuego, y della
oculta causa juntamente viene,
con que sustenta viuos sus despojos.
SONETO I5
¡O, nunca bien assegurados bienes,
cómo seguís las esperanças vanas,
hechas del tiempo instables y liuianas,
por violencia cruel de mil vaibenes!
Corona, tiempo, tus neuadas sienes,
si ya de mis passiones no te humanas,
y ornen tu carro las reliquias sanas
de quien no triunfa amor con sus desdenes.
Sigo la multitud aprisionada,
como despojo de la cruel vitoria
con que el tirano Dios humilla el suelo.
Deshecha mi firmeza desdichada,
no me admite en su Reyno ni a su gloria:
¡y después desto me sustenta el cielo!
SONETO I6
Turbia y escura noche, que el sereno
cerco del celo tienes escondido,
el mar rebuelto, el suelo entristezido
y el ayre de nocturnos monstruos lleno,
assí de las tinieblas, que el ameno
Zéfiro te deshace, y el dormido
silencio te acompañe, y del florido
Veleño orne la sien, y adorne el seno.
Y assí de las Arabias y Sabeas
regiones, oloroso Cedro trayga
nauegante a tu templo y sacrificio;
que antes que tu niebla escura cayga,
vea mi luz, y siempre tú me veas;
débate yo tan grande beneficio.
SONETO I7
Salue sagrado y cristalino río,
de sauzes y de cañas coronado,
de arenas de oro y de cristal ornado
y de crecientes con el llanto mío.
Salue, y dilata tu ancho poderío,
por la orla Sabea, y el dorado
cerco de perlas, que el licor sagrado
enriqueze tu eterno señorío.
Y assí tus Ninfas te detengan quando
passes por el estrecho deleytoso
de la concha de Venus amorosa,
que saques la cabeça, serenando
este cerco de nubes espantoso,
en compañía de mi Ninfa hermosa.
SONETO I8
Buelue Zéfiro, brota, viste y cría
flores, plantas y yeruas olorosas,
el cielo dora, y de purpúreas rosas,
blancas y rojas, texe selua vmbría.
Al río el claro, y a la mansa y fría
aura templança, y a las sonorosas
aues el canto restituye ociosas,
quando el inuierno el cielo los cubría.
Y nunca ¡o tiempo por mi mal rogado!
trais vna Primavera deseada
a la seca esperança de mi vida.
Teman otros mudanças de tu estado,
que sola tu firmeza porfiada
puede ser de mi espíritu temida.
SONETO I9
Títiro, triste, y solo, y apartado,
cielo cruel me tiene y me sustenta
de la más alta gloria, en la tormenta
más profunda que ha dado viento airado.
¡Ay del pastor absente y oluidado
que a los dichosos sus trabajos cuenta!
¡Ay del pastor cuytado, que lamenta
dolor seguido de placer passado!
Vos, que miráis el no turbado cielo,
y, puestos vuestros ojos en su lumbre,
passáis por el naufragio desta vida,
doleos y auisad de quien la cumbre
tuuo y agora le ha faltado el suelo
para llorar su perdición temida.
SONETO 20
¡Quántas vezes te me has engalanado,
clara y amiga noche! ¡Quántas, llena
de escuridad y espanto, la serena
mansedumbre del cielo me has turbado!
Estrellas ay que saben mi cuydado
y que se han regalado con mi pena;
que, entre tanta beldad, la más agena
de amor tiene su pecho enamorado.
Ellas saben amar, y saben ellas
que he contado su mal llorando el mío,
embuelto en los dobleces de tu manto.
Tú, con mil ojos, noche, mis querellas
oye y esconde, pues mi amargo llanto
es fruto inútil que al amor embío.
SONETO 2I
Menalca, deste monte y su espesura
gallardo caçador, auiendo el fuerte
diente del jaualí la cruda muerte
dado a Melampo, con fiereza dura,
a ti, diosa, ornamento y hermosura
de las seluas y cielos, se conuierte,
llorando y despidiendo desta suerte
la voz que desminuye la tristura:
Salue, en tres formas adorada Diosa,
salue, y recibe aqueste don sagrado,
que murió peleando en tu exercicio.
Melampo, espanto y miedo de la odiosa
compañía de lobos, sacrificio
es chico, pero mucho fué estimado.
SONETO 22
Claro y sagrado Sol, que con la viua
lumbre del alto Iúpiter serenas
las turbias nubes, las tinieblas llenas
de espanto, ¿viste Ninfa más altiua?
Luna, gloria y honor de la cautiua
gente del llanto, cuyas altas penas
alibias quanto tu beldad agenas
del cielo, ¿viste Ninfa más esquiua?
Santa madre de Amor, lumbreras bellas,
fieles amigas del silencio eterna,
¿contemplasteis belleza más diuina?
Claro Sol, Venus bella, Luna, Estrellas,
¿oísteis nunca mi lamento tierno
que no os mueue passión, ni agrauio indina?
SONETO 23
Bella es mi Ninfa, si los laços de oro
al apacible viento desordena;
bella, si de sus ojos enagena
el altiuo desdén, que siempre lloro.
Bella, si con la luz que sola adoro
la tempestad del viento y mar serena;
bella, si a la dureza de mi pena
buelue las gracias del celeste coro.
Bella si mansa, bella si terrible;
bella si cruda, bella esquiua, y bella
si buelue graue aquella luz del cielo,
cuya beldad humana y apacible
ni se puede saber lo que es sin vella,
ni vista entenderá lo que es el suelo.
SONETO 24
Soberana beldad, estremo raro
del alma, conocido por diuino;
al exterior sentido peregrino,
y al interior por sobrehumano claro.
Si de vuestro sin par valor declaro
lo que el alma me dize de contino,
poco bien tiene el cielo cristalino
si al soberano vuestro le comparo.
El alma os reuerencie, que os entiende,
que del velo mortal diuina Idea
no es gloria para vos la reuerencia.
Que quien como deidad no os comprehende,
aunque de lo possible que desea,
con no entenderos niega vuestra essencia.
SONETO 25
Amor, con la cabeça de Medusa,
tiranamente trata mi firmeza;
muéstrame su rigor y su belleza
por quien de mil tiranas armas vsa.
Miro de transformados la confusa
pesadumbre, que infaman su dureza;
quiero escusar mi mal, y la pereza
del encanto cruel mi intento escusa.
Quedo de mármol simulacro eterno
a su templo terrible consagrado,
como los que atreuidamente vieron.
Y echo despojo del tirano tierno,
no escusando poder tiranizado,
me ofende como a aquellos que ofendieron.
SONETO 26
Las peligrosas brauas ondas de oro
donde perdió mi nauezilla el cielo,
el resplandor del soberano velo,
que esconde la deidad del alto coro;
el estrellado y celestial tesoro
del florecido, aljofarado suelo;
la pertinacia y el dañado zelo
del alma idolatrada que yo adoro;
las iris de mi cielo sossegado;
la mansedumbre y el semblante humano
de quien agora libremente triunfo;
el altivo desdén del pecho elado,
armas fueron del crudo amor tirano
y agora son trofeos de mi triunfo.
SONETO 27
Este Coloso de mis pensamientos,
máquina inmensa de mi deuaneo,
por ser cosa trazada a mi deseo,
temo la furia de contrarios vientos.
Que, como en mal seguros fundamentos
de más de derribarme mi trofeo,
pueden hazer de daño lo que creo
de mil contrarios de mi fin sedientos.
Este temor del perdimiento mío
parece que le tiene ya en el suelo
y que muero en el punto me parece.
Y puede tanto aqueste desvarío,
que, aunque tengo seguro de mi cielo,
crece mi miedo y mi tormento crece.
SONETO 28
Ofrece amor a mis cansados ojos,
por sustentar la guerra rigurosa,
eterno mal del alma dolorosa,
la causa celestial de mis enojos.
Con cuyos encendidos rayos rojos,
traspassando mi vista deseosa,
hasta donde su propio ser reposa,
furiosa rinde todos mis despojos.
Y en lo secreto de mi pecho puro
-templo a su simulacro consagrado-
de las vencidas prendas le rodea.
El alma confiada del seguro
que su firmeza tiene assegurado,
adora en sí su celestial idea.
SONETO 29
Llega mi mal a tal estremo, quando
llegar a su postrero fin deuía,
que lo que pudo la esperança mía
puedo de lo que fué desesperando.
Hízeme guerra contra mí, fiando
de quien con su beldad me desconfía;
los cielos aspiré, cuya osadía
eternamente pago lamentando.
Y de la gloria deste atreuimiento
haze despojos el amor tirano,
con que pretendo sustentarme viuo,
sacando de mi mal contentamiento,
cuyo desesperado efecto vano
tiene por fundamento mi motiuo.
SONETO 30
Esta zelosa hydra, que en mí siento,
con quien peleo muerto eternamente,
si de sus siete quito vn cuello ardiente,
por vno nacen tres, y a vezes ciento.
Crece con los contrarios el tormento
y crecen los contrarios cruelmente,
que con vna sospecha solamente
no paran en número sin cuento.
Quiero, por socorrerme, retirarme,
y mi solo temor me da osadía
para boluer a la batalla osado.
Y si me aparto della, por librarme,
en una sospechosa fantasía
muere mi vida y viue mi cuydado.
SONETO 3I
Estas fuentes de lágrimas cansadas,
que fueron la ocasión de mis tormentos,
por cuyos miserables instrumentos
fueron las fuerças al contrario dadas,
menos altiuas quanto más penadas,
de aquellos años de mirar essentos
pagados con prisiones sus intentos,
a llanto eterno viuen condenadas.
Y, si entre duras piedras no cayera,
bien pudiera esperar del triste llanto
el campo de esperança florecido;
mas quiere mi contraria suerte fiera
que los remedios de tan gran quebranto
no caygan en sujeto agradecido.
SONETO 32
No la belleza que la noche adorna,
Cintia cercada de ojos, ni la estrella,
cuya resplandeciente lumbre bella
los elementos y los cielos orna;
no, si quando se parte Febo y torna
resplandeciendo entre esta y entre aquella
nube sutil, que la blancura della
claras y transparentes Iris torna;
no la memoria de mi pena eterna
en el alma diuina sustentada,
dende el punto que humana parte informa
pueden causar visión de amor interna,
como la vista de mi Ninfa amada
quando en sus ojos bellos me transforma.
_ _ _ _
SONETO 33
Si lo que el alma me reuela, quando,
Filis, contemplo la diuina y rara
beldad al mundo más que el cielo clara,
que adoro ardiendo y reuerencio amando,
con el acento doloroso y blando
que me quexo de ti, significara,
parara el Sol, las fieras humillara,
arrebatara el cielo contemplando.
Mas como el rayo de tus bellos ojos
otras tinieblas amanece agora
en el que fué mi ocaso escurecido,
silencio eterno esconde el que te adora,
a quien los rayos de tu Oriente rojos
encubren nubes de perpetuo oluido.
SONETO 34
La fatal influencia que recibo
del mouimiento de las dos estrellas
al cielo más diuinas, y más bellas
al mundo que de Febo el rayo viuo;
la escura nube del desdén altiuo
impide que resulte agora dellas
bien a mi mal, aliuio a mis querellas,
fin al dolor y fin al llanto esquiuo,
Suspiro de contino y, suspirando,
apenas desminuyo la cerrada
niebla que esconde mi diuina lumbre.
Venus, si agrauios mueuen tu hijo blando,
assegura tu Reyno y de passada
haz que pierdan altiuos gloria y cumbre.
SONETO 35
Lexos Amintas de su fiel ganado,
toro viejo y fortíssimo buscando,
por la espessura de la selua errando,
en la manada de Damón prendado,
bella cabra perdida, el enriscado
cerro paciendo, Cytiso mirando,
su cayado le tira, y, en llegando,
cayó mortal al florecido prado.
Halló dos cabritillos en la dura
concauidad del monte, diólos luego
a su Filis y della vna comida;
y las armas, los pies, la vestidura
y el matador cayado, buelto en fuego,
Pan, dexaron tu planta enriquezida.
SONETO 36
Ay, no te alexes, Fili, ay, Fili, espera
el tu Damón, que más que a su ganado
te reuerencia y ama; y si el osado
curso prosigues, tiempla la carrera.
Ya no te sigo; Fili, la ligera
planta refrena, que el temor elado
de tu mal me detiene y tú el amado
Damón huyes cruel, qual cruda fiera.
Detén, Filis cruel, detén el passo;
no te ofenda la planta riguroso
cardo cruel de tierra no labrada.
Diziendo aquesto triste y doloroso,
esquiuando la vida desdichada,
cayó Damón al Sol del campo raso.
SONETO 37
Viua yo siempre ansí con tan ceñido
laço, Filis, contigo, como aquesta
yedra inmortal en esta enzina puesta,
que le enreda su tronco envejecido.
Mira allí vn olmo seco y vn florido
junto a la fuente, que vna vid le presta
hermosura y valor; y tú dispuesta
a perseguirme, pónesme en oluido.
Por ti, cruel, oluido mi ganado,
y le dexo sin guarda del ardiente
lobo cruel, ganado que tú amaste.
Vn cabritillo deste coronado
monte, vi yo lleuar; lloré, y, presente
a mi dolor, soberuia te gozaste.
SONETO 38
De yedra, roble y olmo coronado,
al pie de vna copiosa y verde enzina
por cuyo tronco y ramas encamina
dorada vid su laço enamorado,
Damón del Tajo, a ti Padre sagrado
Baco, consagro aquesta cabra; inclina
tu rostro agora, si la faz diuina
boluiste al deshojar tu tronco amado.
Esta cabra te ofrezco que solía
agora con el diente y con el cuerno
descomponer tus vides sin sossiego.
Dixo Damón, y, haziendo vn ancha vía
al cuello, cayó en tierra y con el tierno
olor de Arabia, al cielo subió el fuego.
SONETO 39
Ésta es, Tirsis, la fuente do solía
contemplar su beldad mi Filis bella;
éste el prado gentil, Tirsis, donde ella
su hermosa frente de su flor ceñía.
Aquí, Tirsis, la vi quando salía
dando la luz de vna y otra estrella;
allí, Tirsis, me vido, y tras aquella
haya se me escondió, y assí la vía.
En esta cueua deste monte amado
me dió la mano y me ciñó la frente
de verde yedra y de violetas tiernas.
Al prado, y haya, y cueva, y monte, y fuente,
y al cielo desparciendo olor sagrado,
rindo de tanto bien gracias eternas.
SONETO 40
Filis, más bella y más resplandeciente
que el claro cielo y que el ameno prado:
este gamo de flores coronado
que a su madre quité, te ofrezco ausente.
Riyéndoseme agora dulcemente,
me lo pidió Testilis; mas cansado
me tienen ya sus risas; que tu elado
zeño me ha de perder eternamente.
A ti le doy y a ti también te guardo
dos tórtolas hermosas y vna bella
garza que ayer cogí del monte al río.
Y si el amor de Tirsis por el mío
quieres dexar, escoge tú de aquella
manada mía vn toro blanco y pardo.
SONETO 41
«Quando Filis podrá sin su querido
Damón viuir ausente y apartada,
la corriente del Tajo acelerada
buscará su principio conocido.»
Leyendo aquesto escrito en vn florido
tronco de vn haya de vna vid cercada,
Tirsis, perdida su color rosada,
cayó llorando en tierra sin sentido.
Después, lleno de rabia el desdichado,
quebrando su zampoña, y en aquella
y en esta rama dando, su mal mira.
Y hablando con el árbol deshojado,
dixo llorando: Filis, dura y bella...
Mas no pudo acabar, vencido de ira.
SONETO 42
Pastor, que lees en esta y en aquella
planta Fili y Damón, que Fili adora,
sabe que tanto fué piadosa agora
Fili a Damón, quanto es terrible y bella.
¡Ay!, yo la llamo, yo la ruego, y ella
mísero no me escucha y huye a la hora,
y quanto me huye más, más me enamora:
que en ella puso su crueldad mi estrella.
Ayer, lleuando mi ganado al río,
al pie de vn verde Mirto, entretexiendo
Violetas y Amaranto la vi sola.
Ladró Melampo, y ella cruel huyendo,
desamparando monte y valle vmbrío,
huyó de mí y el viento socorrióla.
SONETO 43
Mi propio amor entiendo que es la cierta
causa que mi ganado sin contento
se rige apena en pie; no lluuia o viento,
ni pasto amargo de montaña yerta.
Mas ¿qué cuydado es éste, si la incierta
muerte luchando con el alma siento,
y, Filis cruda, nunca me arrepiento
de verte siempre de piedad desierta?
¡O, si al menos sobre este monte yerto,
adonde lloro de contino llanto,
aquel pino cubriesse el cuerpo mío,
y pasando por este valle vmbrío
dixesses, Filis, con amargo llanto:
Allí yaze mi triste amante muerto!
SONETO 44
Santa madre de amor, que el yerto suelo
vistes de los colores del Oriente,
sereno el cielo y quieto el viento ardiente,
rota la nieue y desligado el yelo,
mientras al descubierto y raso cielo
pacen mus vacas yerua floreciente,
Tirsis, pastor de toros, humilmente
te esparce aquellas flores sin consuelo.
Y quanto puede te suplica y ruega,
con la voz y el espíritu cuytado,
que entienda el cielo su dolor estrecho.
Que Filis, por quien viue apassionado,
no le aborrezca tanto y desta ciega
ligadura de amor lo libre el pecho.
SONETO 45
Títiro, al assomar de dos hermosos
luzeros, con quien haze amor temerse,
vi los ojos de Tirsis encenderse
y andar tirando amor rayos furiosos.
Espera Tirsis, y ellos con piadosos
pero falsos descuydos dexan verse;
arde Tirsis y ciega, y, sin valerse,
entran su alma enemigos engañosos.
¡Ay del estrago que el pastor cuytado
padeció sin razón mirando a Filis!
Oluida el prado y aun a sí se oluida.
Quéxase al cielo, y quéxase Amarilis
también al cielo, su pastor trocado,
sin esperança y con segura vida.
SONETO 46
Títiro, voy por esta solitaria
senda siguiendo mi fortuna sola;
que como el cielo pudo leuantóla
de muy clemente y mansa en muy contraria.
Voy tan confuso y mustio, que ordinaria-
mente me llaman y me gritan: ¡Ola.
que se despeña tu ganado, Iola!
Yo lloro y sigo mi fortuna varia.
Tal es la deuda que a mis ojos deuo,
que con menos passión de la que passo
no pagaré la gloria que recibo.
¡Ay, yo la dexo y el aduerso caso
que se me da por enemigo nueuo,
sin ella quiere sustentarme viuo!
SONETO 47
Noche, que, en tu amoroso y dulce oluido,
escondes y entretienes los cuydados
del enemigo día, y los passados
trabajos recompensas al sentido.
Tú, que de mi dolor me has conduzido
a contemplarte y contemplar mis hados,
enemigos agora conjurados
contra vn hombre del cielo perseguido,
assí las claras lámparas del cielo
siempre te alumbren y tu amiga frente
de veleño y ciprés tengas ceñida.
Que no vierta su luz en este suelo
el claro Sol, mientras me quexo ausente
de mi passión. Bien sabes tú mi vida.
SONETO 48
Quantas estrellas tiene el firmamento,
la selua flores y el Euxino arenas,
tantas y más son, Títiro, mis penas,
si yo me entiendo con el mal que siento.
Bien es que la ocasión de mi tormento
tiene principio de las más serenas
lumbres del cielo; mas de dos agenas
voluntades jamás viene contento.
Vos que miráis del puerto la tormenta
y descubrís en su rigor el claro
norte que os hizo descubrir la tierra,
mirad mi luz, a quien el cielo auaro
con turbias nubes cubre, porque sienta
quánto mal haze, si vna vez se cierra.
SONETO 49
Solo, y callado, y triste, y pensatiuo,
huyo la gente, con los ojos llenos
de dolor y de llanto, los serenos
ojos huyendo que me tienen viuo.
Allá queda mi espíritu cautiuo
penando su passión; y ellos, agenos
de su primero amor, los bellos senos
humedecen, llorando su hado esquiuo.
Yo, que aguardé la luz de su belleza,
dentro del alma lleua el golpe fiero,
y allí me sigue donde voy su ira.
Gran bien quito a mis ojos; y el primero,
por quien llora mi alma su dureza,
es ver la pena que en su rostro mira.
SONETO 50
Este Enzélado altiuo pensamiento,
por otro atreuimiento derribado,
en este pecho, mongibel tornado,
tal fuego lança, que abrasarme siento.
Y sin memoria del soberuio intento,
por quien en vida viue sepultado,
tan furioso rebuelue mi cuydado,
que mueue guerra al estrellado assiento.
Padece el desdichado eternamente,
y padeciendo a libertad espira;
procuro de ayudalle lo que puedo.
Mas si miro mi cielo reluziente,
tales y tan ardientes rayos tira,
que como el triste pensamiento quedo.
SONETO 51
Camino por el mar de mi tormento
con vna mal segura lumbre clara,
falta la luz de mi esperança cara,
y falta luego mi vital aliento.
Lléuame la tormenta en el momento
por adonde viuiente no lleuara,
si rigurosamente no trazara
dar fin en vna roca al mal que siento.
Espántame del crudo mar inchado
la clemencia que tiene de matarme
y en el punto me gozo de mi muerte.
Caí; la mar, en auiéndome gozado,
y porque era matarme remediarme,
a la orilla me arroja y a mi suerte.
SONETO 52
Tirsis, la naue del cuytado Iolas,
hecha tablas, la buelca mar furioso;
cuerpo muerto y espíritu penoso
le train fiera Leucipe y fieras olas.
Dió mil vozes al cielo y escondiólas
crudo cielo en el manto tenebroso
de la callada noche; y el rauioso
Bóreas le apresuró la muerte a solas.
Salieron a la playa deseada
Lícidas y Damón, del mar echados;
oyéronle, mas no le socorrieron.
¡Ay, teme, Tirsis, la tormenta airada,
que en el lugar donde otros perecieron,
mal te pueden valer tus crudos hados!
SONETO 53
Tirsis, aquí donde los ojos bellos;
de tu Amarilis bella deshizieron
las turbias nubes, que otro tiempo fueron
ira del crudo cielo y rigor dellos,
aquí me tiene amor de los cabellos,
forçando el alma y cuerpo, que se dieron
a enemigos estraños, que truxeron
nueua trayción para matar sin vellos.
Tal me tienen mis ojos engañosos,
dando camino al alma a mis contrarios,
que conozco mi mal y temo el daño.
Yo los trairé por valles solitarios,
entre salces y espinos escabrosos,
para pagar mi bien y ver su engaño.
SONETO 54
Ya quebradas prisiones, ya cadenas
reforçadas amor arrastra, en tanto
que, de tu sinrazón y de mi llanto,
tomas seguro para darme penas.
No son de menos fuerça las serenas
lumbres del cielo que idolatro, quanto
las ligaduras del furioso encanto
con que de mi sentido me enagenas.
No, amor, no dexaré tu real vandera,
menos que con la vida y alma triste;
cantaré donde fuere tu grandeza.
Dame seguro tú de vna firmeza
que vacila en mi daño, que, aunque muera,
no dexaré de amar lo que me diste.
SONETO 55
La blanca nieue y la purpúrea rosa,
que no acaba su ser calor ni inuierno,
el Sol de aquellos ojos, puro, eterno,
donde el amor como en su ser reposa;
la belleza y la gracia milagrosa
que descubren del alma el bien interno,
la hermosura donde yo dicierno
que está escondida más diuina cosa;
los lazos de oro donde estoy atado,
el cielo puro donde tengo el mío,
la luz diuina que me tiene ciego;
el sossiego que loco me ha tornado,
el fuego ardiente que me tiene frío,
yesca me han hecho de inuisible fuego.
SONETO 56
Este vital aliento que respiro,
que parece la vida que sustento,
quando, con presuroso y presto aliento,
el fuego ardiente que me yela espiro,
si fuera parte de mortal suspiro,
ya huuiera consumido mi tormento.
Fuego deue de ser, que yo lo siento
quando vencido de mi mal suspiro.
Las lágrimas también, que ardiendo vierto,
si son lo que parecen solamente
de elado fuego y abrasado yelo,
¿qué ordena tras mi graue pena el cielo,
si de los daños de mi estado incierto
alcanço el orden de mi mal ardiente?
SONETO 57
Ninfas, de los Arabios y Sabeos
olores de jazmín, acanto y nardos,
quaxad los aires y cubrid los cardos
destos lugares de sepulcros feos.
Después que derribaron mis trofeos
las prestas Parcas y los hados tardos,
no parecen los cielos, de mil pardos
turbios velos que quaxan mis deseos.
Quiera la magestad del que gouierna
la diuina y humana pesadumbre,
que adorne su beldad tu simulacro.
Dixo Damón, y oyó su endecha tierna
Iúpiter, y, tronando en la alta cumbre,
Iris resplandeció y el cielo sacro.
SONETO 58
Al assomar del Sol por el Oriente
de oro su frente y de cristal ornada,
al pie de vn verde mirto, que colgada
tiene vna lyra inútil aún ausente,
Tirsis rompió el silencio, la doliente
voz desligando al alma encadenada
de los rebueltos Áspides, que atada
tienen la fuerça de su pecho ardiente.
Cielo, dize, si es fuerça que yo muera,
como a muchos han muerto sus intentos
atreuidos, sin nombre y engañados,
vn hombre triste soy como qualquiera;
pero los de tan altos pensamientos
siempre han sido del cielo derribados.
SONETO 59
Silencio mudo, que en tu manto embuelto,
me conduzes al punto riguroso
de mi dolor, mi espíritu penoso
en dolorosas lágrimas resuelto,
si como le contemplo agora buelto
pronóstico y agüero temeroso
de la vida, que temo, tenebroso
monstruo le viera por tus sombras suelto
no llorara rezelos inhumanos
antes de ver trocada la ventura
que ha de ser ocasión de mi tormento.
Ya se han hecho temer los soberanos
claros ojos que adoro, que vn contento
quando más enriqueze menos dura.
SONETO 60
Clara luna, que altiua y arrogante
vas haziendo reseña por el cielo
de tu hermosura, que el neuado yelo
de tus cuernos la torna rutilante,
si en la memoria de tu dulce amante
no se ha muerto la gloria y el consuelo,
que recebiste amando, y el rezelo
con que le adormeziste en vn instante,
buelue a mirar de la miseria mía
la sinrazón, si acaso graues males
hallan blandura en tus serenos ojos.
Que ya -culpa del cielo- los veo tales,
que apartarán la amarga compañía
destos tristes y míseros despojos.
SONETO 61
Bueluo los ojos graues y caydos
al dolor, que el espíritu congoxa,
y apenas mi piadoso llanto afloxa
el lazo al cuello, al alma los sentidos.
Ellos mal concertados y auenidos
acrecientan al alma su congoja,
y ella apremiada, como puede, arroja
la graue carga que los tray rendidos.
No se puede valer con su fortuna,
que ha mucho que la sigue, procurando
dar vn fin desastrado a su contento.
Dexa el cuerpo mortal, si estás penando,
alma doliente, que sin duda alguna
morirás, que te cerca gran tormento.
SONETO 62
Agora que de nubes la cabeça
o, Rey de montes, tienes coronada,
la frente yerta y de turbada elada
destilando del Tajo la braueza,
cuya vejez temprana, la belleza
del rostro de la tierra despojada,
encaneciendo con tu faz neuada,
todo mi bien conuiertes en tristeza,
yela mi pecho, y endurece mi alma;
no consuman agrauios vna vida
con tanto riesgo de perderse amando.
Y el triunfo rico de corona y palma,
que lleua vna dureza encruelezida,
consagraré al lugar que estás bañando.
SONETO 63
Fillis, no busca desangrada cierua
con más ardor el agua, cuya pura
vena mitiga el fuego, que la dura
flecha del caçador lleuó en la yerua,
como mi alma a ti; tú, cuya acerba
condición inhumana no assegura
la soberana gracia y hermosura,
que a su firmeza el cielo le reserua.
Más terrible y más braua tú que el fiero
mar alterado, y más que el ofendido
áspid crudo te muestras ofendida.
Buelue, Filis, por mí, que el atreuido
dolor que en tu desgracia ve que muero,
despojo inútil haze mi alma y vida.
SONETO 64
Bellas lumbres del alto firmamento,
que puestas en su cumbre soberana
dais vuestra luz a la región humana,
y al trono eterno del empíreo assiento,
¿vistes jamás amante tan contento
en perdición tan conocida y llana
ninfa tan dura, fe tan inhumana,
tan mal pagado amor, tan gran tormento?
¿Vistes, en cuanto la sagrada lumbre
del claro padre de Faetón alcança,
ídolo más diuino y adorado?
Si de su luz es vuestra luz vislumbre,
y es de más perfección su semejança,
¿qué puede ser mi simulacro amado?