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Diario de una canción. “Esta mañana arrojé el diario contra la pared. No estoy segura de por qué lo hice. Antes pensaba que los periódicos se centraban en las tragedias, pero ahora sé que lo único que les atrae es la violencia, que la muerte sin ella no interesa, por más que sea colectiva y te deje sola, que es la tragedia más grande que hay”. Así comenzaba el diario personal de Eriel, el que durante una década estuvo a la venta en una feria callejera de objetos usados, el que nadie compró al ojear sus primeras páginas y el que hace dos semanas fue adquirido por el Reina Sofía al conocer el contenido de todas las demás Cabe puntualizar que las notas no eran registradas con fechas, pero dicho documento adquiere la categoría de diario, y no de libro de apuntes, porque Eriel, cada vez que escribía, señalaba si era un lunes, jueves o sábado; envolviendo una historia lineal en una secuencia circular de días de la semana. Sin embargo, por los datos registrados y las averiguaciones realizadas por la actual institución propietaria, se estima que las vivencias descritas transcurrieron entre 1974 y 1979. Un viernes en el que Eriel cayó en una de sus recurrentes depresiones, fue socorrida por un débil recuerdo extraído de su infancia, cuando sus padres le aplacaban sus ganas de ser mayor, cantándole: Si de verdad quieres crecer y no envejecer nunca vayas deprisa ni tampoco lento el secreto es ir a la inversa del tiempo pero nunca deprisa ni tampoco lento sólo hay que ir a la velocidad del tiempo para así comenzar a crecer y no envejecer El que acelera el paso descubre la nostalgia el que se queda en el momento se queda mas el que decide crecer conservando al niño avanza hacia atrás recuperando su inicio y los recuerdos que traspasan el ombligo (bis)…”. Cuando era niña no le prestaba mucha atención a la letra, sólo se dejaba llevar por la melodía que la hacía sentir arropada por un hogar. Recordaba algo más que la voz cálida de sus padres, recordaba cada uno de los instrumentos que armonizaban la letra; y, envuelta en esas sensaciones, comenzó a sentirse bien, verdaderamente bien. Era como si el recuerdo pasara a ser un presente que la introducía en un espacio donde la tristeza y la rabia estaban prohibidas. No obstante, el hambre y luego el sueño la sacaron de su burbuja, pero la sonrisa se quedó en su rostro.

ANTOLOGÍA CUENTOS

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Diario de una cancin.Esta maana arroj el diario contra la pared. No estoy segura de por qu lo hice. Antes pensaba que los peridicos se centraban en las tragedias, pero ahora s que lo nico que les atrae es la violencia, que la muerte sin ella no interesa, por ms que sea colectiva y te deje sola, que es la tragedia ms grande que hay. As comenzaba el diario personal de Eriel, el que durante una dcada estuvo a la venta en una feria callejera de objetos usados, el que nadie compr al ojear sus primeras pginas y el que hace dos semanas fue adquirido por el Reina Sofa al conocer el contenido de todas las dems Cabe puntualizar que las notas no eran registradas con fechas, pero dicho documento adquiere la categora de diario, y no de libro de apuntes, porque Eriel, cada vez que escriba, sealaba si era un lunes, jueves o sbado; envolviendo una historia lineal en una secuencia circular de das de la semana. Sin embargo, por los datos registrados y las averiguaciones realizadas por la actual institucin propietaria, se estima que las vivencias descritas transcurrieron entre 1974 y 1979.Un viernes en el que Eriel cay en una de sus recurrentes depresiones, fue socorrida por un dbil recuerdo extrado de su infancia, cuando sus padres le aplacaban sus ganas de ser mayor, cantndole:Si de verdad quieres crecer y no envejecernunca vayas deprisa nitampoco lentoel secreto es ir a la inversa del tiempopero nunca deprisa ni tampoco lentoslo hay que ir a la velocidad del tiempopara as comenzar a crecer y no envejecerEl que acelera el paso descubre la nostalgiael que se queda en el momento se quedamas el que decide crecer conservando al nioavanza hacia atrs recuperando su inicioy los recuerdos que traspasan el ombligo (bis).Cuando era nia no le prestaba mucha atencin a la letra, slo se dejaba llevar por la meloda que la haca sentir arropada por un hogar. Recordaba algo ms que la voz clida de sus padres, recordaba cada uno de los instrumentos que armonizaban la letra; y, envuelta en esas sensaciones, comenz a sentirse bien, verdaderamente bien. Era como si el recuerdo pasara a ser un presente que la introduca en un espacio donde la tristeza y la rabia estaban prohibidas. No obstante, el hambre y luego el sueo la sacaron de su burbuja, pero la sonrisa se qued en su rostro.A la maana siguiente, Eriel se despert con la firme idea de conseguir esa cancin cruzada que marc el inters del museo por el diario. Recorri todas las discogrficas de su ciudad sin xito, y tampoco lo tuvo al preguntarle a sus amigos y conocidos. A raz de eso, dej su trabajo, cogi una mochila y recorri todos los pases hispanohablantes durante unos cuatro aos.Debido al desconocimiento de los entendidos, y no entendidos, decidi preguntarle a cualquier desconocido si le sonaba esa cancin (Eriel estaba segura de que no era una cancin inventada por sus padres, porque recordaba con claridad la msica, y ellos no saban tocar ningn instrumento ni mucho menos componer). As que Eriel ingeni muchas formas para llegar a la gente y otras tantas para conseguir financiacin, que fueron narradas hasta la penltima pgina del diario. Coordin una serie de obras con el Teatro de los Andes para adentrarse en decenas de comunidades recnditas, convenci a Alberto Spinetta y a Mercedes Sosa para realizar actuaciones en varias ciudades y pueblos de Argentina y mont un centenar de acciones con actores callejeros y msicos de 18 pases. Pero ninguna persona le dio lo que buscaba.Al terminar su diario, en el lunes final, Eriel escribi:Convencida de que yo era quien le haba puesto instrumentos a esa cancin familiar, decid irme a cualquier parte. Estir la mano y un autobs amarillo se detuvo. Haba un asiento vaco junto a la ventana, al lado de un nio que llevaba un mandil con el nombre Gonzalo bordado en el pecho. El bus comenz a moverse mientras yo no poda retener las lgrimas de impotencia, de fracaso. Trat de animarme para no llamar la atencin y por mana comenc a tararear la meloda de mi cancin. Y ese nio, Gonzalo, comenz a cantar, y le sigui un joven canoso, y despus un hombre muy arrugado que estaba delante, y siguieron todos los dems, hasta el chofer. Era hermoso escucharlosEl que acelera el paso descubre la nostalgiael que se queda en el momento se quedamas el que decide crecer conservando al nioavanza hacia atrs recuperando su inicioy los recuerdos que traspasan el ombligo

Si de verdad quieres crecer y no envejecerrecuerda que el juego es el principio de todoy recuerda que ser parte es el nico modopero es necesario que recuerdes ante todoque sin arrugas nunca encontrars el modode retomar las huellas para no envejecerY mientras los escuchaba, me di cuenta de que el bus avanzaba marcha atrsRafael R. ValcrcelEl Samuri y los tres gatos

Un samurai tena en su casa un ratn del que no llegaba a desembarazarse. Entonces adquiri un magnifico gato, robusto y valiente. Pero el ratn, ms rpido, se burlaba de el. Entonces el samurai tomo otro gato, malicioso y astuto. Pero el ratn desconfi de el y no daba seales de vida mas que cuando este dorma. Un monje Zen del templo vecino presto entonces al samurai su gato: este tena un aspecto mediocre, dorma todo el tiempo, indiferente a lo que le rodeaba. El samurai encogi los hombros, pero el monje insisti para que lo dejara en su casa. El gato se pasa el da durmiendo, y muy pronto, el ratn se envalentono de nuevo: pasaba y volva a pasar por delante del gato, visiblemente indiferente. Pero un da, sbitamente, de un solo zarpazo, el gato lo atrapo y lo mat. Poder del cuerpo, habilidad de la tcnica no son nada sin la vigilancia del espritu!Marc E. Boillat de Corgemont SartorioMUTILACIN.

Oh no, otra vez no, por favor gritaba por dentro cuando sinti que s, que de nuevo una de esas malditas diarreas que ya conoca de memoria. Pero esta vez el escenario era distinto. Estaba en su piso recin estrenado, y ola a la esencia de lavanda que con tanto primor haba escogido su mujer. Llevaban menos de un mes casados y ya tenan las cortinas colocadas, los cuadros color pastel en las paredes color salmn, tres cristaleras en las vitrinas y hasta haban comprado en la feria del libro un Don Quijote de oferta, para ponerlo en la estantera, porque daba aire de cultura y porque la encuadernacin haca juego con la tapicera de las sillas y de los tresillos.

Cuando termin de descargar su cuerpo de tanta porquera, se dio cuenta de que no haba papel higinico por ningn lado. Decidi levantarse y medio desnudo, indignado e incmodo por la situacin, comenz a buscar con la mirada cualquier cosa que pudiera servirle para limpiarse, hasta que hall en la estantera ese volumen gigante del Quijote de adorno y no lo pens dos veces. Abri el libro cervantino por donde el azar quiso, le arranc cuatro o cinco pginas rellenas de aventuras idealistas, se limpi escrupulosamente, y llen de mierda la libertad del Quijote, al estilo del barbero o del cura, pero mucho ms apestosamente. Despus, ya tranquilo, cogi a su salvador mutilado, lo cerr con un golpe seco y lo volvi a colocar en su sitio, pensando que all no haba pasado nada, y que qu ms daba, si en esa casa nadie lo iba a leer jams.

Reyes, adorna.

LAS MANOS.

En la sala de profesores estbamos comentando las rarezas de Cspedes, el nuevo colega, cuando alguien, desde la ventana, nos avis que ya vena por el jardn.

Nos callamos, con las caras atentas. Se abri la puerta y por un instante la luz plateada de la tarde flame sobre los hombros de Cspedes.

Salud con una inclinacin de cabeza y fue a firmar. Entonces vimos que levantaba dos manos erizadas de espinas.

Traz un garabato y sin mirar a nadie sali rpidamente.

Das ms tarde se nos apareci en medio de la sala, sin darnos tiempo a interrumpir nuestra conversacin. Se acerc al escritorio y al tomar el lapicero mostr las manos inflamadas por las ampollas del fuego.

Otro da -ya los profesores nos habamos acostumbrado a vigilrselas- se las vimos mordidas, desgarradas. Firm como pudo y se fue.

Cspedes era como el viento: si le hablbamos se nos iba con la voz.

Pas una semana. Supimos que no haba dado clases. Nadie saba donde estaba. En su casa no haba dormido.

En las primeras horas de la maana del sbado una alumna lo encontr tendido entre los rododendros del jardn. Estaba muerto, sin manos. Se las haban arrancado de un tirn.

Se averigu que Cspedes haba andado a la caza del arcngel sin alas que conoce todos los secretos. Quiz Cspedes estuvo a punto de cazarlo en sucesivas ocasiones. Si fue as, el arcngel debi de escabullirse en sucesivas ocasiones. Probablemente el arcngel cre la primera vez un zarzal, la segunda una hoguera, la tercera una bestia de fauces abiertas, y cada vez se precipit en sus propias creaciones arrastrando las manos de Cspedes hasta que l, de dolor, tuvo que soltar. Quiz la ltima vez Cspedes aguant la pena y no solt; y el arcngel sin alas volvi humillado a su reino, con manos de hombre prendidas para siempre a sus espaldas celestes.

Vaya a saber!

Enrique Enderson

LA ESCOPETAAvanz entre los naranjos. El sol caa con tanta fuerza que le obligaba a entrecerrar los ojos. La paloma salt entonces de una rama a otra, y a otra, y se perdi por entre el follaje bien alto. Con la escopeta levantada, Matas se acerc hasta el tronco del rbol. Pero por ms que examin hoja por hoja, no pudo dar con la paloma. Extraado, se rasc la nuca.

De pronto, sobre su cabeza sinti un ruido. Volvi a fijarse. arrebujado entre unas ramas, haba un pjaro. No era su paloma; era un pjaro de un color entre azulado y ceniciento. Con cuidado, Matas apoy el arma en el hombro y levant el gatillo.

"Ya que no es la paloma -se dijo- no me voy a volver a la casa con las manos vacas."

Pero en ese instante, el pjaro salt a una horqueta, sacudi las alas e hinchando la gola se puso a cantar.

Matas, que ya haba llegado al primer descanso, abandon el gatillo y escuch.

"Que extrao -se dijo-. Jams he escuchado cantar a un pjaro como ste."

El trino, en el redondel de la siesta, suba como un rbol dorado y rumoroso. A Matas le pareci que ms que el canto del pjaro, lo que se desgranaba eran las escamas amodorradas de la siesta misma. Y le comenz a entrar un sopor dulce, unas ganas de abandonarse a los recuerdos de los tiempos felices y de no hacer nada ms que escuchar el canto del pjaro que segua subiendo, esta vez como un perfume agridulce y verde.

Para escuchar mejor, dej caer la escopeta a un lado y arrastrando los pies se acerc al rbol para apoyarse en el tronco. El pjaro haba desaparecido, pero su canto continuaba en el aire. Y no pudo sustraerse a la tentacin de mirar al cielo y levant los ojos. All arriba, entre unas nubes ociosas que desflecaban gigantescas flores de cardo, dos grandes pjaros negros volaban en lnguidos crculos inmensos. Matas, entonces, no supo distinguir si la dulzura que senta vena del canto de aquel pjaro o de las nubes que se desvanecan como borrachas a lo lejos.

El canto, entonces, se acab de improviso. Los pjaros y las nubes desaparecieron y l volvi en s.

"Me estoy volviendo muy abriboca" -se dijo mientras sacuda la cabeza.

Busc la escopeta pero no la encontr donde crea haberla dejado. Camin ms all, volvi ms ac, pero el arma haba desaparecido.

-Esto me pasa por tonto!- grit en voz alta.

Y todo lo que hizo despus fue en vano. Al cabo de una hora, ya cansado, se dijo:

"Me ir a la casa a buscar a mi muchacho. Entre los dos la vamos a encontrar ms ligero. No puedo perder as un arma tan hermosa."

Y se lanz cortando el campo hasta alcanzar el callejn.

Al entrar al pueblo fue cuando comenz a sentir algo raro. Estaba como desorientado: echaba de menos algunos edificios y otros le pareca que nunca en su vida los haba visto. A medida que avanzaba, la sensacin iba en aumento. Y al llegar a su casa, el miedo le sopl en la cara un presentimiento vago, pero terrible.

Penetr en el zagun. En el patio, cuatro chicos jugaban y cantaban. Al verlo se desbandaron gritando:

-El Viejo...! El Viejo...!

Una mujer sali de una habitacin sacudindose las hilachas de la falda. Matas balbuce con un hilo de voz:

-Quin es usted...? Yo busco a Leandro...

La mujer lo mir largamente y frunci el entrecejo.

-Qu dice, buen hombre?- dijo.

-Busco a Leandro -tartamude Matas-. A mi hijo Leandro...Esta es mi casa.

-Su casa?- dijo la mujer.

-S. Mi casa! -grit Matas-. La casa de Matas Fernndez.

La mujer hizo un gesto de extraeza.

-Era...-dijo sonriendo con tristeza-.Nosotros la compramos hace veinte aos cuando desapareci don Matas y todos sus hijos se fueron de este pueblo.

-Qu! -grit Matas, levantando las manos como para defenderse.

-S...- asinti la mujer temerosa.

Entonces, Matas se fij en sus manos y se dio cuenta que estaban arrugadas, muy arrugadas y trmulas como las de un hombre muy viejo. Y huy despavorido dando un grito.

Julio ArdilesMY BUDDY.Para ser un chico de 21 aos en Nueva Orleans yo no valia muchola pena: Tenia una pequea habitacion que olia ameados y muertepero queria estar alli, y habiandos adorables chicas al final del vestibulo quienesno paraban de golpear a mi puerta y gritar. "Levantate !Hay cosas buenas alla afuera !""Largaros," les decia, pero eso solo lasestimulaba mas, me dejaban notas bajo la puerta ypegaban flores con cinta adhesiva alpomo de la puerta.Yo estaba metido en vino barato y cerveza verde ydemencia...Conoci al viejo tio de la habitacion deal lado, de algun modo yo me sentia viejo comol; sus pies y tobillos estaban hinchados y no podiaatarse los zapatos.Cada dia sobre la una del mediodia saliamos a dar un paseojuntos y era un paseo muylento: Cada paso era doloroso paral.Cuando nos acercabamos al bordillo, yo le ayudaba asubir y bajaragarrandole por el codoy por la parte de atras de sucinturon, lo conseguiamos. Me gustaba: nunca me cuestionosobre que hacia o que dejaba dehacer.El deberia de haber sido mi padre, y lo que mas me gustabaera lo que decia una yotra vez: "Nada vale lapena." Era unsabio.Aquellas chicas jovenes deberiande haberle dejado a llas notas y lasflores.

Charles Bukowski

DEL QUE NO SE CASA

Yo me hubiera casado. Antes s, pero ahora no. Quin es el audaz que se casa con las cosas como estn hoy?

Yo hace ocho aos que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de casarse "debe conocerse" o conocer al otro, mejor dicho, que el conocerse uno no tiene importancia, y conocer al otro, para embromarlo, s vale.

Mi suegra, o mi futura suegra, me mira y grue, cada vez que me ve. Y si yo le sonro me muestra los dientes como un mastn. Cuando est de buen humor lo que hace es negarme el saludo o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudsima.

A los dos aos de estar de novio, tanto "ella" como yo nos acordamos que para casarse se necesita empleo, y si no empleo, cuando menos trabajar con capital propio o ajeno.

Empec a buscar empleo. Puede calcularse un trmino medio de dos aos la busca de empleo. Si tiene suerte, usted se coloca al ao y medio, y si anda en la mala, nunca. A todo esto, mi novia y la madre andaban a la grea. Es curioso: una, contra usted, y la otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi novia me deca:

-Vos tens razn, pero cundo nos casamos, querido?

Mi suegra, en cambio:

-Usted no tiene razn de protestar, de manera que haga el favor de decirme cundo se puede casar.

Yo, miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que est entre una furia amable y otra rabiosa. Se me ocurre que Carlitos Chapln naci de la conjuncin de dos miradas as. E1 estara sentado en un banquito, la suegra por un lado lo miraba con fobia, por el otro la novia con pasin, y naci Charles, el de la dolorosa sonrisa torcida.

Le dije a mi suegra (para m una futura suegra est en su peor fase durante el noviazgo), sonriendo con melancola y resignacin, que cuando consiguiera empleo me casaba y un buen da consigo un puesto, qu puesto ... ! ciento cincuenta pesos!

Casarse con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una soga al cuello. Reconocern ustedes con justsima razn, aplac el matrimonio hasta que me ascendieran. Mi novia movi la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando son novias, las mujeres pasan por un fenmeno curioso, aceptan todos los razonamientos; cuando se casan el fenmeno se invierte, somos los hombres los que tenemos que aceptar sus razonamientos). Ella acept y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia era inteligente.

Me ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son ms que ciento cincuenta, pero el da que me ascendieron descubr que con un poco de paciencia se poda esperar otro ascenso ms, y pasaron dos aos. Mi novia puso cara de "piola", y entonces con gesto digno de un hroe hice cuentas. Cuentas. claras y ms largas que las cuentas griegas que, segn me han dicho, eran interminables. Le demostr con el lpiz en una mano, el catlogo de los muebles en otra y un presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era imposible todo casorio sin un sueldo mnimo de trescientos pesos, cuando menos, doscientos cincuenta. Casndose con doscientos cincuenta haba que invitar con masas podridas a los amigos.

Mi futura suegra escupa veneno. Sus mpetus llevaban un ritmo mental sumamente curioso, pues oscilaban entre el homicidio compuesto y el asesinato simple. Al mismo tiempo que me sonrea con las mandbulas, me daba pualadas con los ojos. Yo la miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario que espera "morir por su ideal". Mi novia, pobrecita, inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas, esas verdaderas batallas de conceptos forajidos que se largan cuando el damnificado se encuentra ausente.

Al final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana en que se mora y no se mora; luego resolvi martirizar a sus prjimos durante un tiempo ms y no se muri. Al contrario, pareca veinte aos ms joven que cuando la conociera. Manifest deseos de hacer un contrato treintanario por la casa que ocupaba, propsito que me espeluzn. Dijo algo entre dientes que me son a esto: "Le llevar flores". Me imagino que su antojo de llevarme flores no llegara hasta la Chacarita. En fin, a todas luces mi futura suegra revel la intencin de vivir hasta el da que me aumentaran el sueldo a mil pesos.

Lleg el otro aumento. Es decir, el aumento de setenta y cinco pesos.

Mi suegra me dijo en un tono que se poda conceptuar de irnico si no fuera agresivo y amenazador:

-Supongo que no tendr intencin de esperar otro aumento.

Y cuando le iba a contestar estall la revolucin.

Casarse bajo un rgimen revolucionario sera demostrar hasta la evidencia que se est loco. O cuando menos que se tienen alteradas las facultades mentales.

Yo no me caso. Hoy se lo he dicho:

-No, seora, no me caso. Esperemos que el gobierno convoque a elecciones y a que resuelva si se reforma la constitucin o no. Una vez que el Congreso est constituido y que todas las instituciones marchen como deben yo no pondr ningn inconveniente al cumplimiento de mis compromisos. Pero hasta tanto el Gobierno Provisional no entregue el poder al Pueblo Soberano, yo tampoco entregar mi libertad. Adems que pueden dejarme cesante.

ROBERTO ARLT

LOS OMICRITAS Y EL HOMBRE-PEZLa pecera meda dos metros de alto por uno y medio de ancho. Era de un material rojizo e irrompible, semejante a un cristal de color. Estaba emplazada sobre un promontorio, en el cruce de dos canales cuyas aguas, provenientes del deshielo de los casquetes polares de Omicron B, se introducan en ella renovndola permanentemente. En el agua de la pecera se mova (nadaba) el hombre-pez. Meda 50 centmetros de largo, y braceaba con lentitud, como si estuviera meditando. A veces se paraba y miraba extraamente a los nios marcianos que lo contemplaban. Entonces, stos lo amedrentaban y le hacan piruetas. Y el hombre-pez recobraba la lentitud de sus movimientos.

-Est triste -dijo un nio omicrita ese da, hablando con sus amigos-. Le falta la hembra. Pero su raza ya est extinguida. La tierra fue destruida hace mucho tiempo, y ahora slo es una pequea bola de plomo cuya rbita se ha desplazado hacia Omicron B.

-Entonces era un terresiano!

-Ni ms ni menos. Cuando lo trajeron meda cerca de dos metros de alto y tena mucha fuerza. Lo pusieron en la pecera para conservarlo, y parece que el fro contrajo su corpulencia. Es muy posible que dentro de cien aos ms mida un centmetro. Nadie sabe cmo impedirlo.

-Si eso es verdad -intervino otro nio-, el hombre-pez se va a convertir en un gusano. Despus morir.

-No. No morir ni se convertir en gusano -repuso el primer nio-. El fro lo reducir hasta trasmutarlo en una bacteria. Luego lo pondrn en un caldo de cultivo, con otras bacterias, para ver cmo se comporta con sus semejantes. Si da resultado lo utilizarn en la guerra contra Saturno. Porque t debes saber que slo determinados microorganismos pueden enfrentar el poder destructivo de la energa atmica. Es algo que se est estudiando en el Planetarium.

Los nios observaban al hombre-pez. Repetan las hiptesis de sus mayores, y se imaginaban que ese ser que se mova con lentitud ya era una bacteria, acaso la ms dbil de todas, devorada por otras bacterias. Y el hombre-pez miraba a los nios extraamente. Tena los ojos tristes, y a veces abra sus fauces como para decir algo. Pero su voz tambin se haba reducido. Haba perdido intensidad. Ahora slo poda exhalar algo as como un resoplido ronco, penoso, que dibujaba espirales desvanecidas en derredor de su figura. De pronto, el hombre-pez pareci irritarse. Comenz a bracear como posedo por la histeria. En vez de nadar trataba de erguirse como los antiguos hombres que un da habitaron la Tierra. Pero no lo consegua. Perda el equilibrio y segua la irritacin. Los nios se miraron. La conducta del hombre-pez obedeca a la presencia, en ese momento, de un omicrita cuyos ascendientes haban participado en la guerra de los mundos. Pareca detectarlo como a uno de los enemigos que haban destruido su planeta. Los nios exigieron una explicacin. Mecranis, entonces pronunci estas palabras:

-Ese animal que ven en la pecera, que ya no es ni un pez ni un animal sino un mutante prximo a extinguirse, dio la seal de muerte en la guerra de los mundos. Decase hijo de un ser omnipotente que haba creado el universo para que l lo gozara o lo destruyera. Que era capaz de desencadenar el misterio de la materia y formar otros mundos a su arbitrio. Sin embargo, cierto da quiso escalar el espacio para matar al ser que lo haba fabricado. Construy una torre para llegar al cielo. Pero a poco de avanzar, cay estrepitosamente con todos los suyos, porque stos haban confundido su propia lengua, expresndose cada uno con un lenguaje ininteligible. Siglos despus, en reemplazo de la primera, construy una torre de lanzamiento, y amenaz a los planetas de su galaxia con la destruccin. Lanz miles y miles de robots portadores de eyectores atmicos. Pero los robots se volvieron contra los mismos terresianos confundiendo sus mecanismos (como el habla en la torre primitiva), y facilitaron nuestra defensa. El resultado ya lo saben ustedes por haberlo aprendido en el falansterio: fue la destruccin de la Tierra, el ms hermoso de los planetas, convertido ahora en una mole de plomo en rbita de desplazamiento hacia Omicron B. Ya es un satlite muerto. El nico recuerdo vivo que an queda es el hombre-pez de la pecera, en cuyas aguas se ha conservado todava por el alimento extrado de otros mutantes que se originan en los cusares. Sin embargo, est prximo a extinguirse. Un da morir, y la Tierra ser una hiptesis en algn sistema planetario que pobl el cosmos.

-Y habla el hombre-pez?- pregunt el ms joven.

Mecranis extrajo de sus bolsillos un acufono: dos pequeas esferas de cristal unidas por cierto cable rojizo, una de las cuales introdujo en la pecera. La otra fue ajustada al odo del nio. Y ste oy los roncos resoplidos del hombre-pez, que expresaban un lenguaje misterioso que el acufono traduca simultanea-mente al idioma omicrita. Las palabras eran siempre las mismas, montonas, cenagosas, como si hablara una montaa de barro deshecha bajo la lluvia.

-Qu dice el hombre-pez?- interrog otro nio.

El nio del acufono pas la esfera a su compaero. Y ste al siguiente. Y as a los dems. Las palabras del hombre-pez no variaban:

-Yo soy el rey de la creacin! Yo soy el rey de la creacin!

Los nios se miraron espantados y resolvieron abandonar el lugar. El fro comenzaba a congelar el aliento. Mecranis, a lo lejos, daba tumbos como una mquina desvencijada.Juan Jacobo Bajarlia

LA CIGARRA

Cuando hace sol y silencio y en la sombra de los emparrados tiemblan manchas claras, canta un largo rato la cigarra.

Con su ruido de leo en el fuego, de alero viejo, de eje de carreta, la cigarra sobresalta la paz del medioda. Y la gente, que reposa, levanta la cabeza como si oyese hablar a los rboles.

Nunca se la ve. Es la msica escondida de las leyendas, la msica del gnomo. Uno se acerca al lamo, donde cree que suenan manojos de espigas agitadas y no ve ms que retoos, ramas nuevas, dos o tres hormigas y en lo alto, muy alto, los puados de nidos.

Porque el canto de la cigarra siempre est lejos. Delante o detrs, el canto de la cigarra siempre est lejos. Ay!, quien la quiera hallar siguiendo su canto, tiene que caminar, caminar, como si fuera tras de la felicidad. Y quin sabe si antes no encuentra a la felicidad, sentada en un mrmol, con los dedos entrelazados sobre la rodilla y tres o cuatro rosas cerca de sus plantas. Entretanto la cigarra, al oriente o al poniente quin lo sabra?, abre y cierra, poseda de un delirio, las alas suaves y fuertes, como de seda y de oro.

Pero a veces, cuando ha hecho fro y uno espera ver un poco de escarcha brillando sobre el csped al abrir la puerta en el desperezamiento de la maana, se suele encontrar alguna cigarra aterida, en el camino, debajo de algunas hojas secas que la brisa ha juntado sobre su frgil cuerpecillo musical.

Quien la quiera vaya pronto por ella, pues ya se sabe que las ltimas golondrinas se llevan en el pico las cigarras que encuentran dormidas en el camino, para que anuncien las vendimias en tierras de esto.

Pero si alguien las halla, las envuelve en un velln y las lleva al amparo de un calor, al rato despiertan y renuevan la cancin que ha sosegado el fro, lo mismo que se estuviesen en el rbol, desde el cual ven pasar los rebaos y los pastores que golpean los cercos con sus bastones herrados.

Entonces, a la hora en que se pone el mantel y se parte sobre la mesa el pan familiar, se oye de pronto que la casa se hace sonora y tambin los corazones.

Un atardecer de verano se durmi un mendigo al pie de un rbol. Las ramas ms bajas suban y bajaban acaricindole la frente, como manos maternales sobre una cuna. ste era un viejo mendigo sin casa, pero en las noches de verano es el cielo apacible y suave como un hogar de ancianos y mrbida la hierba susurrante. ste era un viejo mendigo solitario.

Unos sueos vagabundos le encontraron dormido y burlronse de l, dndole a creer que estaba todava, como en una lejana juventud, junto a su hermana que lnguidamente haca sollozar un piano. Y por la ventana se vean surtidores en la sombra, magnolias a la luna. De lejana juventud lo ilusionaron...

En eso la noche sacudi tres o cuatro ptalos de nieve, de una menuda nieve de fn de esto, y cay una cigarra.

Al despertar el hombre pobre se alz y camin. La cigarra haba cado sobre su pecho, se meti entre sus ropas y la llevaba consigo.

Tambin se meti entre sus ropas el rido olor cereal al cruzar un trigal.

La cigarra sinti latir el corazn del hombre pobre, con el ruido igual al de las ramas que se mueven.

Y cant al calor de su corazn.

El mendigo la oy pero no supo que la llevaba consigo. Ya se sabe: el canto de la cigarra siempre est lejos.Enrique Banchs

LAS VISPERAS DE FAUSTO Esa noche de junio de l540, en la cmara de la torre, el doctor Fausto recorra los anaqueles de su numerosa biblioteca. Se detena aqu y all; tomaba un volumen, lo hojeaba nerviosamente, volva a dejarlo. Por fin escogi los Memorabilia de Jenofonte. Coloc el libro en el atril y se dispuso a leer. Mir haca la ventana. Algo se haba estremecido afuera. Fausto dijo en voz baja: Un golpe de viento en el bosque. Se levant, apart bruscamente la cortina. Vio la noche, que los rboles agrandaban.

Debajo de la mesa dorma Seor. La inocente respiracin del perro afirmaba, tranquila y persuasiva como un amanecer, la realidad del mundo. Fausto pens en el infierno.

Veinticuatro aos antes, a cambio de un invencible poder mgico, haba vendido su alma al Diablo. Los aos haban corrido con celeridad. El plazo expiraba a media noche. No eran, todava, las once.

Fausto oy unos pasos en la escalera; despus, tres golpes en la puerta. Pregunt: "Quin llama?" "Yo", contest una voz que el monoslabo no descubra, 2yo". El doctor la haba reconocido, pero sinti alguna irritacin y repiti la pregunta. En tono de asombro y de reproche contest su criado: "Yo, Wagner." Fausto abri la puerta. El criado entr con la bandeja, la copa de vino del Rin y las tajadas de pan y coment con aprobacin risuea lo adicto que era su amo a ese refrigerio. Mientras Wagner explicaba, como tantas veces, que el lugar era muy solitario y que esas breves plticas lo ayudaban a pasar la noche, Fausto pens en la complaciente costumbre, que endulza y apresura la vida, tom unos sorbos de vino, comi unos bocados de pan y, por un instante, se crey seguro. Reflexion: Si no me alejo de Wagner y del perro no hay peligro.

Resolvi confiar en Wagner sus terrores. Luego recapacit: Quin sabe los comentarios que hara. Era una persona supersticiosa (crea en la magia), con una plebeya aficin por lo macabro, por lo truculento y por lo sentimental. El instinto le permita ser vvido; la necedad, atroz. Fausto juzg que no deba exponerse a nada que pudiera turbar su nimo o inteligencia.

El reloj dio las once y media. Fausto pens: No podrn defenderme. Nada me salvar. Despus hubo como un cambio de tono en su pensamiento; Fausto levant la mirada y continu: Ms vale estar solo cuando llegue Mefistfeles. Sin testigos, me defender mejor. Adems, el incidente poda causar en la imaginacin de Wagner (y acaso tambin en la indefensa irracionalidad del perro) una impresin demasiado espantosa.

-Ya es tarde, Wagner. Vete a dormir.

Cuando el criado iba a llamar a Seor, Fausto lo detuvo y, con mucha ternura, despert a su perro. Wagner recogi en la bandeja el plato del pan y la copa y se acerc a la puerta. El perro mir a su amo con ojos en que pareca arder, como una dbil y oscura llama, todo el amor, toda la esperanza y toda la tristeza del mundo. Fausto hizo un ademn en direccin a Wagner, y el criado y el perro salieron. Cerr la puerta y mir a su alrededor. Vio la habitacin, la mesa de trabajo, los ntimos volmenes. Se dijo que no estaba tan solo. El reloj dio las doce menos cuarto. Con alguna vivacidad, Fausto se acerc a la ventana y entreabri la cortina. En el camino a Finsterwalde vacilaba, remota, la luz de un coche.

Huir en ese coche!, murmur Fausto y le pareci que agonizaba de esperanza. Alejarse, he ah lo imposible. No haba corcel bastante rpido ni camino bastante largo. Entonces, como si en vez de la noche encontrara el da en la ventana, concibi una huida hacia el pasado; refugiarse en el ao 1440; o ms atrs an: postergar por doscientos aos la ineludible medianoche. Se imagin al pasado como una tenebrosa regin desconocida;pero,se pregunt,si antes no estuve all, cmo puedo llegar ahora?Cmo poda l introducir en el pasado un hecho nuevo? Vagamente record un verso de Agatn, citado por Aristteles: Ni el mismo Zeus puede alterar lo que ya ocurri. Si nada poda modificar el pasado, esa infinita llanura que se prolongaba del otro lado de su nacimiento era inalcanzable para l. Quedaba, todava, una escapatoria: Volver a nacer, llegar de nuevo a la hora terrible en que vendi el lama a Mefistfeles, venderla otra vez y cuando llegara, por fin, a esta noche, correrse una vez ms al da del nacimiento.

Mir el reloj. Faltaba poco para la medianoche. Quin sabe desde cundo, se dijo, representaba su vida de soberbia, de perdicin y de terrores; quin sabe desde cundo engaaba a Mefistfeles. Lo engaaba? Esa interminable repeticin de vidas ciegas no era su infierno?

Fausto se sinti muy viejo y muy cansado. Su ltima reflexin fue, sin embargo, de fidelidad hacia la vida; pens que en ella, no en la muerte, se deslizaba, como un agua oculta, el descanso. Con valerosa indiferencia posterg hasta el ltimo instante la resolucin de huir o de quedar. La campana del reloj son...

Adolfo Bioy Casares

EL FIN Jorge Luis Borges

Recabarren, tendido, entreabri los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrsimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente... Recobr poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiara nunca por otras. Mir sin lstima su gran cuerpo intil, el poncho de lana ordinaria que le envolva las piernas. Afuera, ms all de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; haba dormido, pero an quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tante, hasta dar con un cencerro de bronce que haba el pie del catre. Una o dos veces lo agit; del otro lado de la puerta seguan llegndole los modestos acordes. El ejecutor era un negro que haba desafiado a otro forastero a una largapayada de contrapunto. Vencido, segua frecuentando la pulpera, como a la espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no haba vuelto a cantar; acaso la derrota lo haba amargado. La gente ya se haba acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrn de la pulpera, no olvidara ese contrapunto; al da siguiente, al acomodar unos tercios de yerba, se le haba muerto bruscamente el lado derecho y haba perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los hroes de las novelas concluimos apiadndonos con exceso de las desdichas propias; no as el sufrido Recabarren, que acept la parlisis como antes haba aceptado el rigor y las soledades de Amrica. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era seal de lluvia.Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabri la perta. Recabarren le pregunt con los ojos si haba algn parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por seas que no; el negro no contaba. El hombre postrado se qued solo; su mano izquierda jug un rato con el cencerro, como si ejerciera un poder.

La llanura, bajo el ltimo sol, era casi abstracta, como vista en un sueo. Un punto se agit en el horizonte y creci hasta ser un jinete, que vena, o pareca venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujet el galope y vino acercndose al trotecito. A unas doscientas varas dobl. Recabarren no lo vio ms, pero lo oy chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpera.

Sin alzar los ojos del instrumento, donde pareca buscar algo, el negro dijo con dulzura:

-Ya saba yo, seor, que poda contar con usted.

El otro, con voz spera, replic:

- Y yo con vos, moreno. Una porcin de das te hice esperar, pero aqu he venido.

Hubo un silencio. Al fin, el negro respondi:

-Me estoy esperando a esperar. He esperado siete aos.

El otro explic sin apuro:

-Ms de siete aos pas yo sin ver a mis hijos. Los encontr ese da y no quise mostrarme como un hombre que anda a las pualadas.

-Ya me hice cargo -dijo el negro-. Espero que los dej con salud.

El forastero, que se haba sentado en el mostrador, se ri de buena gana. Pidi una caa y la palade sin concluirla.

-Les di buenos concejos -declar-, que nunca estn de ms y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.

Un lento acorde precedi la respuesta del negro:

-Hizo bien. As no se parecern a nosotros.

-Por lo menos a m -dijo el forastero y aadi como si pensara en voz alta-: Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.

El negro, como si no lo oyera, observ:

-Con el otoo se van acortando los das.

-Con la luz que queda me basta - replic el otro, ponindose de pie.

Se cuadr ante el negro y le dijo como cansado:

-Dej en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.

Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmur:

-Tal vez en ste me vaya tan mal como en el primero.

El otro contest con seriedad:

-En el primero no te fue mal. Lo que pas es que andabas ganoso de llegar al segundo.

Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandeca. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quit las espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:

-Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maa, como en aquel otro de hace siete aos, cuando mat a mi hermano.

Acaso por primera vez en su dilogo, Martn Fierro oy el odio. Su sangre lo sinti como un acicate. Se entreveraron y el acero filoso ray y marc la cara del negro.

Hay una hora de la tarde en que la llanura est por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una msica... Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro recul, perdi pie, amag un hachazo a la cara y se tendi en una pualada profunda, que penetr en el vientre. Despus vino otra que el pulpero no alcanz a precisar y Fierro no se levant. Inmvil, el negro pareca vigilar su agona laboriosa. Limpi el facn ensangrentado en el pasto y volvi a las casas con lentitud, sin mirar para atrs. Cumplida su tarea de justiciero, ahora no era nadie. Mejor dicho era el otro: no tena destino sobre la tierra y haba matado a un hombre.

Jorge Luis BorgesUNA LAGARTIJA

Maana. Esto. Resol. El pedregal de la sierra parece crujir en el entendimiento de la lumbre. Sobre la plancha de una pea lisa, como si se asara, una lagartija se solea. Su traje de luces concentra el sol y los esmaltes de todo un verano, y su presencia habla de los tres reinos: animal, pues se ve en ella una bestezuela; vegetal, por semejarse a una ramita verde; y mineral, por parecer hecha de cobre y mica. Y tambin recuerda los cuatro antiguos elementos: la tierra, en su arcilla animada; el agua, en su aspecto de charco con verdn, al sol; el aire vibrtil, en el espejo que la circunda; y el fuego, en el vivo llamear de sus brillos.As, inmvil, hiertica, es una pequea deidad egipcia tallada primorosamente, desde el acucioso tringulo de su cabeza de ojos chispeantes, los soportes de sus patas, la sierpe de su cuerpo, hasta el ltigo de su cola que se prolonga en un cordelito, apndice este que, en caso de peligro, si se la apresa por l, lo corta de una dentellada, abandonndolo, y durante varios minutos queda ese apndice retorcindose entre saltos, como una lombriz recin desenterrada.

Recibe toda la luz y la re-crea, trocndola en reflejos y colores. El mismo sol parece mirarla fijamente, y esa mirada del sol tambin la capta y, como un espejo, la proyecta acrecentada. Toda ella es una obra de arte acabada y perfecta, logro de un artista mgico... Hasta la piedra en que se asienta, gris y opaca, contribuye a realzarla.

Viendo esa talla inimitable, acude a mi mente una leyenda de tierras aztecas, leda no recuerdo dnde y tituladaLa lagartija de esmeraldas:

"rase que se era un padrecito santo que moraba al pie de una sierra, entre las inocentes criaturas del Seor, y al que todos los pobres de la regin acudan en sus tribulaciones. En una maana como sta, acudi a l un indio menesteroso en demanda de algo con qu aplacar el hambre de su mujer y sus hijos. Lo hall en el sendero, cerca de su morada, y con voz de sentida angustia le narr sus penas, pidindole ayuda para remediarlas.

El buen padrecito, que por darlo todo nada tena, sentase conmovido por tanta miseria, y hondamente apenado por no poder aliviarla; y as conmovido y apenado, psose a implorar la Gracia Divina. Mientras rezaba mirando a su alrededor, sus ojos se posaron en una lagartija que a su vera se soleaba, y alarg hacia ella su mano, tomndola suavemente. Al contacto de esa mano milagrosa, la lagartija se troc en una joya de oro y esmeraldas que entreg al indio dicindole: -Toma esto y ve a la ciudad y en alguna prendera empalo, que algo te darn por ello.

Obedeci el indio y, con lo obtenido, no slo remedi su hambre y la de los suyos, sino que pudo comprar alguna hacienda que luego prosper, y cuando su situacin fue holgada, aos despus, pens que deba restituir al legtimo dueo aquella joya que de tanto provecho le haba sido. Desempendola, en una hermosa maana estival volvi con ella en busca del padrecito, a quien hall en el mismo sitio del primer encuentro, aunque mucho ms viejo y, de ser ello posible, ms pobre.

-Padrecito querido -djole el indio-. Aqu le vuelvo esta joya que usted una vez me dio y que tanto me ha servido. Ya no la necesito, tmela usted, que con ella acaso pueda socorrer a otro. Muchas gracias, y que Dios lo bendiga...

El viejecito nada recuerda ya. Con aire distrado la toma, depositndola con suavidad sobre un peasco. Nuevamente, y por el milagro de sus manos, aquel objeto precioso vuelve a ser lo que antes haba sido, una lagartija, que echa a andar lenta en direccin a su cueva."

Juan BurghiPERDIDA Y RECUPERACIN DEL PELOPara luchar contra el pragmatismo y la horrible tendencia a la consecucin de fines tiles, mi primo el mayor propugna el procedimiento de sacarse un buen pelo de la cabeza, hacerle un nudo en el medio, y dejarlo caer suavemente por el agujero del lavabo. Si este pelo se engancha en la rejilla que suele cundir en dichos agujeros, bastar abrir un poco la canilla para que se pierda de vista.Sin malgastar un instante, hay que iniciar la tarea de recuperacin del pelo. La primera operacin se reduce a desmontar el sifn del lavabo para ver si el pelo se ha enganchado en alguna del las rugosidades del cao. Si no se lo encuentra, hay que poner en descubierto el tramo de cao que va del sifn a la caera de desage principal. Es seguro que en esta parte aparecern muchos pelos, y habr que contar con la ayuda del resto de la familia para examinarlos uno a uno en busca del nudo. Si no aparece, se plantear el interesante problema de romper la caera hasta la planta baja, pero esto significa un esfuerzo mayor, pues durante ocho o diez aos habr que trabajar en algn ministerio o casa de comercio para reunir el dinero que permita comprar los cuatro departamentos situados debajo del de mi primo el mayor, todo ello con la desventaja extraordinaria de que mientras se trabaja durante esos ocho o diez aos no se podr evitar la penosa sensacin de que el pelo ya no est en la caera, y que slo por una remota casualidad permanece enganchado en alguna saliente herrumbrada del cao.

Llegar el da en que podamos romper los caos de todos los departamentos, y durante meses viviremos rodeados de palanganas y otros recipientes llenos de pelos mojados, as como de asistentes y mendigos a los que pagaremos generosamente para que lo busquen, separen, clasifiquen y nos traigan los pelos posibles a fin de alcanzar la deseada certidumbre. Si el pelo no aparece, entraremos en una etapa mucho ms vaga y complicada, porque el tramo siguiente nos lleva a las cloacas mayores de la ciudad. Luego de comprar un traje especial, aprenderemos a deslizarnos por las alcantarillas a altas horas de la noche, armados de una linterna poderosa y una mscara de oxgeno, y exploraremos las galeras menores y mayores, ayudados si es posible por individuos del hampa con quienes habremos trabado relacin y a los que tendremos que dar gran parte del dinero que de da ganamos en un ministerio o casa de comercio.

Con mucha frecuencia tendremos la impresin de haber llegado al trmino de la tarea, porque encontraremos (o nos traern) pelos semejantes al que buscamos; pero como no se sabe de ningn caso en que un pelo tenga un nudo en el medio sin intervencin de mano humana, acabaremos casi siempre por comprobar que el nudo en cuestin es un simple engrosamiento del calibre del pelo (aunque tampoco sabemos de ningn caso parecido) o un depsito de algn silicato u xido cualquiera producido por una larga permanencia contra una superficie hmeda. Es probable que avancemos as por diversos tramos de caeras menores y mayores, hasta llegar a ese sitio donde ya nadie se decidira a penetrar: el cao maestro enfilado en direccin al ro, la reunin torrentosa de los detritus en la que ningn dinero, ninguna barca, ningn soborno nos permitirn continuar la bsqueda.

Pero antes de eso, y quiz mucho antes, por ejemplo a pocos centmetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera caera subterrnea, puede suceder que encontremos el pelo. Basta pensar en la alegra que eso nos producira, en el asombrado clculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para justificar, para escoger, para exigir prcticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debera aconsejar a sus alumnos desde la ms tierna infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.

Julio Cortzar

TRENEl tren era el de todos los das a la tardecita, pero vena moroso, como sensible al paisaje.Yo iba a comprar algo por encargo de mi madre.

Era suave el momento, como si el rodar fuera cario en los lbricos rieles. Sub, y me puse a atrapar el recuerdo ms antiguo, el primero de mi vida. El tren se retardaba tanto que encontr en mi memoria un olor maternal: leche calentada, alcohol encendido. Esto hasta la primera parada: Haedo. Despus record mis juegos pueriles y ya iba hacia la adolescencia, cuando Ramos Meja me ofreci una calle asombrosa y romntica, con su nia dispuesta al noviazgo. All mismo me cas, despus de visitar y conocer a sus padres y al patio de su casa, casi andaluz. Ya salamos de la iglesia del pueblo, cuando o tocar la campana; el tren prosegua el viaje. Me desped y, como soy muy gil, lo alcanc. Fui a dar a Ciudadela, donde mis esfuerzos queran horadar un pasado quiz imposible de resucitar en el recuerdo.

El jefe de estacin, que era amigo, acudi para decirme que aguardara buenas nuevas, pues mi esposa me enviaba un telegrama anuncindolas. Yo pugnaba por encontrar un terror infantil (pues los tuve), que fuera anterior al recuerdo de la leche calentada y del alcohol. En eso llegamos a Liniers. All, en esa parada tan abundante en tiempo presente, que ofrece el ferrocarril del Oeste, pude ser alcanzado por mi esposa que traa los mellizos vestidos con ropas caseras. Bajamos y, en una de las resplandecientes tiendas que tiene Liniers, los provemos de ropasstandard,pero elegantes, y tambin de buenas carteras de escolares y libros. En seguida alcanzamos el mismo tren en que bamos y que se haba demorado mucho, porqu antes haba un tren descargando leche. Mi mujer se qued en Liniers, pero, ya en el tren, gustaba de ver a mis hijos tan floridos y robustos hablando defoot-bally haciendo los chistes que la juventud cree inaugurar. Pero en Flores me aguardaba lo inconcebible; una demora por un choque con vagones y un accidente en un paso a nivel. El jefe de la estacin de Liniers, que me conoca, se puso en comunicacin telegrfica con el de Flores. Me anunciaban malas noticias. Mi mujer haba muerto, y el cortejo fnebre tratara de alcanzar el tren que estaba detenido en esta ltima estacin. Me baj atribulado, sin poder enterar de nada a mis hijos, a quienes haba mandado adelante para que bajaran en Caballito, donde estaba la escuela.En compaa de unos parientes y allegados, enterramos a mi mujer en el cementerio de Flores, y una sencilla cruz de hierro nombra e indica el lugar de su detencin invisible. Cuando volvimos a Flores, todava encontramos el tren que nos acompaara en tan felices y aciagas andanzas. Me desped en el Once de mis parientes polticos y, pensando en mis pobres chicos hurfanos y en mi esposa difunta, fui como un sonmbulo a la "Compaa de Seguros", donde trabajaba. No encontr el lugar.

Preguntando a los ms ancianos de las inmediaciones, me enter que haban demolido haca tiempo la casa de la "Compaa de Seguros". En su lugar se eriga un edificio de veinticinco pisos. Me dijeron que era un ministerio donde todo era inseguridad, desde los empleos hasta los decretos. Me met en un ascensor y, ya en el piso veinticinco, busqu furioso una ventana y me arroj a la calle. Fu a dar al follaje de un rbol coposo, de hojas y ramas como de higuera algodonada. Mi carne, que ya se iba a estrellar, se dispers en recuerdos. La bandada de recuerdos, junto con mi cuerpo, lleg hasta mi madre. "A que no recordaste lo que te encargu?", dijo mi madre, al tiempo que haca un ademn de amenaza cmica: "Tienes cabeza de pjaro".Santiago DaboveEL JUEZ

Cuando fui citado a comparecer -como deca la cdula de notificacin- en calidad de testigo, entr por primera vez en el Palacio de Justicia. Cuntas puertas, cuntos corredores! Pregunt dnde estaba el juzgado que me haba enviado la citacin. Me dijeron: a los fondos, siempre a los fondos. Los pasillos eran fros y oscuros. Hombres con portafolios bajo el brazo corran de un lugar para otro y hablaban un leguaje cifrado en el que a cada rato aparecan las palabras comoin situ, a quo, ut retro. Todas las puertas eran iguales y, junto a cada puerta, haba chapas de bronce cuyas inscripciones, gastadas por el tiempo, ya no podan leerse. Intent detener a los hombres de los portafolios y pedirles que me orientaran, pero ellos me miraban colricos, me contestaban:in situ, a quo, ut retro. Fatigado de vagabundear por aquel laberinto, abr una puerta y entr. Me atendi un joven con chaqueta de lustrina, muy orgulloso.Soy el testigo, le dije. Me contest:Tendr que esperar su turno. Esper, prudentemente, cinco o seis das. Despus me aburr y, tanto como para distraerme, comenc a ayudar al joven de chaqueta de lustrina. Al poco tiempo ya saba distinguir los expedientes, que en un principio me haban parecido idnticos unos a otros. Los hombres de los portafolios me conocan, me saludaban cortsmente, algunos me dejaban sobrecitos con dinero. Fui progresando. Al cabo de un ao pas a desempearme en la trastienda de aquella habitacin. All me sent en un escritorio y empec a garabatear sentencias. Un da el juez me llam. -Joven- me dijo-.Estoy tan satisfecho con usted, que he decidido nombrarlo mi secretario. Balbuce palabras de agradecimiento, pero se me antoj que no me escuchaba. Era un hombre gordsimo, miope y tan plido que la cara slo se le vea en la oscuridad. Tom la costumbre de hacerme confidencias.-Qu ser de mi bella esposa?-suspiraba-.Vivir an? Y mis hijos? El mayor andar ya por los veinte aos. Algn tiempo despus este hombre melanclico muri, creo (o, simplemente, desapareci), y yo lo reemplac. Desde entonces soy el juez. He adquirido prestigio y cultura. Todo el mundo me llamaUsa. El joven de saco de lustrina, cada vez que entra a mi despacho, me hace una reverencia. Presumo que no es el mismo que me atendi el primer da, pero se le parece extraordinariamente. He engordado: la vida sedentaria. Veo poco: la luz artificial, da y noche, fatiga la vista. Pero unos disfruta de otras ventajas: que haga fro o calor, se usa siempre la misma ropa. As se ahorra. Adems, los sobres que me hacen llegar los hombres de los portafolios son ms abultados que antes. Un ordenanza me trae la comida, la misma que le traa a mi antecesor: carne, verduras y una manzana. Duermo sobre un sof. El cuarto de bao es un poco estrecho. A veces aoro mi casa, mi familia. En ciertas oportunidades (por ejemplo en Navidad) no resulta agradable permanecer dentro del Palacio. Pero, que he de hacerle? Soy el juez. Ayer, mi secretario (un joven muy meritorio) me hizo firmar una sentencia (las sentencias las redacta l) donde condeno a un testigo renitente. La condena,in absentia, incluye una multa e inhabilitacin para servir de testigo de cargo o de descargo. El nombre me parece vagamente conocido. No ser el mo? Pero ahora yo soy el juez y firmo las sentencias.

Marco DeneviPERO UNO PUDOSabemos de esto por la tradicin oral que viene de nuestros remotos antepasados, pues ocurri hace diez o ms aos.

Hemos de advertir, asimismo, que si al expresarnos prescindimos de todas las formas del singular no es porque asumamos rango de majestades, sino porque todo lo nuestro es plural. Por lo menos, as lo entendemos nosotros. sta es una diferencia con los hombres, porque, sin dejar de creer que sea posible, nos parece harto difcil la individualidad. El repetirse de las acciones y los pensamientos, el encontrar que ya hubo quien lo haga o en otra parte hay quien lo hace o puede hacerlo idnticamente es tan depresivo que slo la vanidad puede impedir el suicidio. No negamos, no, que de esta manera constituimos lo que el hombre puede llamar una sociedad estacionaria o retrgrada; pero es que estamos cansados de seguir ciegamente su ejemplo. Eso conduce peridicamente a la muerte en masa, a la angustia constante de los esclarecidos y al dolor de los vencidos y los menos dotados. Nosotros slo queremos vivir, vivir en paz.

Se nos dir, tal vez, que nuestra paz viene a ser semejante a la de las araucarias petrificadas. Tal vez. Despus de todo, nosotros somos animales. Ni siquiera sabemos nuestro nombre; no ya, por la abolicin de lo personal, el de cada uno, sino el de la especie. Se nos llama, a veces, piojillos de las plantas, y ste no ha de ser el nombre cientfico, ni siquiera el que se nos d en otros pases. Pero tampoco eso puede preocuparnos. Ni aunque se nos llamase elefantes o monos sabios conseguiran algo de nosotros, ni siquiera una excitacin orgullosa. El bien y el mal, lo bueno y lo malo son fatales e incontrastables. Distribuidos por partes iguales se sufren menos y se gozan ms.

Lo nico que deseamos es vivir, y no la muerte. Por eso somos tan diferentes de los seres humanos, claro est que no de todos, siendo como es posible que slo seamos distintos de algunos determinados.

Algo de esto contiene, precisamente, lo que ocurri en los lejanos tiempos.

Temblaban nuestros abuelos porque la duea de casa anunciaba, de da en da, la desinsectizacin de las plantas. No lo haca, no, pero al marido y a todas las visitas les deca que iba a hacerlo. Una corriente inmigratoria dotada de alguna experiencia de otros mundos nos hizo notar que, siendo para una mujer la desinsectizacin sinnimo de limpieza, no era preciso asustarse de esa mujer, por ser ella poco y nada higinica. Como respondiramos que mujeres hay que no son limpias ellas mismas pero sin embargo viven afanadas limpiando el hogar, la corriente inmigratoria -que a poco se asimilara al nosotros genrico- nos hizo observar que esa mujer no slo no se limpiaba ella sino que nunca limpiaba los pisos y que los paales de la hija eran repugnantes.

Quizs esto mismo fue lo que decidi al marido. Muchas veces escuchamos sus amenazas, sordas o francas, pero jams nos atrevimos a contarlas en nuestro tesoro de esperanzas. Hasta que el marido procedi un da, memorable para nuestra familia, a la desinsectizacin de su matrimonio.

Despus, con el consiguiente traslado de l a una casa inhabitable, porque es de piedra y carece de plantas, vino para la nuestra, aunque no el abandono total, un prolijo descuido a cargo de los parientes. De tal modo lleg para nosotros la era prspera.

* * *Pero l ha vuelto y la hija, que ya, es claro, no usa paales, tambin est aqu, de regreso del colegio religioso.

Ha vuelto hace das y est de reparaciones, de ordenamiento, denodada, fiera, egostamente, con su concepcin tan distinta de la nuestra, buscando por si solo, como olvidado de que no se puede y bien pudo aprenderlo cuando por s mismo busc mujer.

Ha vuelto y est all, ahora, con unas piedras azules, engaosas como su aparente transparencia. Las coloca en la tierra de los cancos, las roca con agual y va as de planta en planta, disponiendo la muerte para nosotros y conversando descuidadamente con la nia.

-Hago mi felicidad, hija. As como curo las plantas, cur mi vida y la tuya. . .

Nosotros, sintiendo que el veneno viene, que la muerte viene, como un curso de lava ascendente, gritamos, le gritamos, despavoridos, enfrentndolo con su crimen de hoy y con su crimen del pasado:

-Asesino!

Pero l contina, absorto y radiante a la vez, en su error, sin que, por suerte, para gloria de nuestro credo, generalice diciendo que todos, como l, pueden hacerlo:

-Hago, hija, la belleza de la vida; la belleza de nuestra vida.

Y nosotros, acusadores y clamantes:

-Asesino! Asesino! Asesino. . . !

Pero nuestra voz, quizs, se oye menos que el choque del viento en una nube.

Antonio Di BenedettoEXACTAMENTE NO FUE BERNADETTE

Me envolv en unatoallael pene ensangrentado y telefone al consultorio delmdico. Tuve que descolgar y marcar con la misma mano con que sujetaba el telfono descolgado, mientras con la otra aguantaba la toalla. Y mientras marcaba el nmero, una mancharojacomenz a empapar la toalla. Se puso la recepcionista del consultorio.

Ah, seor Chinaski, es usted. Qu le pasa ahora? Ha vuelto a perder los tapones dentro de los odos?

No, esto es un poquito ms grave. Necesito que me d hora inmediatamente.

Qu le parece maana por la tarde a las cuatro?

Seorita Simms, es una situacin de emergencia.

Pero de qu naturaleza?

Por favor, debo ver al doctor inmediatamente.

Est bien. Venga y procuraremos que le vea.

Gracias, seorita Simms.

Me fabriqu un vendaje provisional haciendo tiras de una camisa limpia. Por suerte, tena un poco de esparadrapo, pero era viejo y estaba amarillento y no pegaba bien. No me result fcil ponerme los pantalones. Era como si tuviera una ereccin gigante. Slo pude subirme la cremallera hasta la mitad. Logr llegar al coche, sentarme y salir hacia el consultorio. Al salir del aparcamiento, dej estremecidas a dos seoras viejas que salan del oftalmlogo de la planta baja. Logr entrar en el ascensor solo y llegar a la tercera planta. Vi que vena alguien por el corredor, me volv de espaldas y fing beber agua de un piln metlico. Luego, enfil el pasillo y llegu al consultorio. La sala de espera estaba llena de gente sin problemas serios: gonorrea, herpes, sfilis, cncer o cosas por el estilo. Me fui directo a la recepcionista.

Hola, seor Chinaski...

Por favor, seorita Simms, no es ninguna broma! Es una emergencia, se lo aseguro. Dse prisa!

Podr entrar usted, en cuanto el doctor acabe con el paciente que est atendiendo ahora.

Me qued plantado junto a la pared divisoria que separaba la recepcin de la sala de espera y esper. En cuanto sali el paciente, entr como una bala en el consultorio del mdico.

Qu pasa, Chinaski?

Una emergencia, doctor.

Me quit los zapatos, los calcetines, pantalones y calzoncillos, me ech sobre la camilla.

Qu tiene usted aqu? Vaya vendaje!

No contest. Con los ojos cerrados senta al mdico quitarme el vendaje.

Sabe dije, conoc a una chica en un pueblecito. Tena menos de veinte aos y estaba jugando con una botella de Coca Cola. Se la meti por all y no poda sacarla. Tuvo que ir al mdico. Ya sabe cmo son los pueblos. La cosa se corri. Le destroz la vida. Qued condenada. Nadie se atrevera ya a tocarla. La chica ms guapa del pueblo. Acab casndose con un enano que iba en silla de ruedas porque tena una especie de parlisis.

Esa es una vieja historia dijo el mdico, desprendiendo el ltimo trozo del vendaje. Cmo le ha pasado esto?

Bueno, se llamaba Bernadette, 22 aos, casada. Cabello largo y rubio; se le cae continuamente sobre la cara y tiene que retirrselo. ..

Veintids aos?

S, vaqueros...

Es una fea herida.

Llam a la puerta. Pregunt si poda entrar. Claro, le dije. Estoy lista, dijo. Y entr corriendo en mi cuarto de bao, y sin cerrar la puerta del todo se baj los vaqueros y las bragas, se sent y se puso a mear. OOH! JESS!

Calma, calma. Estoy desinfectando la herida.

Sabe, doctor, la sabidura llega a una hora infernal... cuando la juventud se ha ido, la tormenta se ha alejado y las chicas se han marchado a su casa.

Muy cierto.

AY! UY! JESS!

Por favor. Hay que limpiarlo bien.

Sali y me dijo que anoche, en su fiesta, yo no haba resuelto el problema de su desdichada aventura amorosa. Que, en vez de eso, haba emborrachado a todo el mundo y me haba cado sobre un rosal. Que me haba rasgado los pantalones, me haba cado de espaldas y me haba dado en la cabeza con un pedrusco. Un tal Willy me haba llevado a casa y se me haban cado los pantalones y luego los calzoncillos, pero que no haba resuelto el problema amoroso. Dijo que el problema haba desaparecido, de todos modos, y que al menos yo haba dicho un par de verdades.

Dnde conoci a esa chica?

Vino a la lectura de poesa en Venice. La conoc despus, en el bar de al lado.

Puede recitarme un poema?

No, doctor. En fin, ella dijo: No puedo ms, hombre. Se sent en el sof. Me sent enfrente en la butaca. Ella bebi su cerveza y me lo explic: Le quiero, sabes, pero no puedo establecer ningn contacto. No habla. Le digo: "Hblame!", pero, santo cielo, no hay forma, no habla. Me dice: "No se trata de ti, es otra cosa." Y no hay modo de sacarle de ah.

Ahora voy a coserle, Chinaski. No ser agradable.

S, doctor. En fin, se puso a hablarme de su vida. Me dijo que se haba casado tres veces. Le dije que no pareca tan gastada. Y me dijo: No? Pues he estado dos veces en un manicomi. Le dije: T tambin? Y ella dijo: Has estado en un manicomio? Y yo dije: Yo no; algunas mujeres que he conocido.

Ahora dijo el mdico, un poquito de hilo. Eso es todo. Hilo. Trabajo de aguja.

Hostias, no hay otra forma?

No, es una fea herida.

Me dijo que se haba casado a los quince aos. La llamaban puta por ir con aquel tipo. Sus padres le decan que era una puta, as que se cas con el tipo, para fastidiarles. Su madre era una borracha que iba de manicomio en manicomio. Su padre le pegaba sin parar. OOOOHH DIOS SANTO! POR FAVOR! QUE HACE?

Chinaski, no he conocido a ningn hombre que tuviera tantos problemas como usted con las mujeres.

Luego, conoci a la lesbiana. La lesbiana la llev a un bar homosexual. Dej a la lesbiana y se fue con un chico homosexual. Vivieron juntos. Discutan por el maquillaje. Oh! Dios mo! Por favor! Ella le robaba el lpiz de labios a l y luego se lo robaba l a ella. Luego, se casaron...

Habr que dar bastantes puntos. Cmo se lo hizo?

Estoy explicndoselo, doctor. Tuvieron un hijo. Luego se divorciaron y l se larg y la dej con el cro. Consigui un trabajo, tena un canguro para el nio, pero el trabajo no le renda mucho y despus de pagar el canguro apenas le quedaba dinero. Tena que salir de noche y hacer la calle. Diez billetes por polvo. Sigui as un tiempo. Pero aquello no tena salida. Luego, un da, en el trabajo (trabajaba para Avon) empez a gritar y no haba forma de pararla. La llevaron a un manicomio. CUIDADO! CUIDADO! HOMBRE, POR FAVOR!

Cmo se llama la chica?

Bernadette. Sali del manicomio, vino a Los Angeles y conoci a Karl y se cas con l. Me cont que le gustaba mi poesa y que se quedaba admirada al verme conducir mi coche por la acera a noventa por hora despus de mis lecturas. Luego dijo que tena hambre y la invit a una hamburguesa con patatas fritas, as que me llev a un MacDonald. HOMBRE, POR FAVOR! VAYA MS DESPACIO! O BUSQUE UNA AGUJA BIEN AFILADA, POR DIOS!

Ya casi he terminado.

En fin, nos sentamos a una mesa con nuestras hamburguesas, las patatas fritas, el caf, y entonces Bernadette me cont lo de su madre. Estaba preocupada por su madre. Estaba preocupada tambin por sus dos hermanas. Una hermana era muy desgraciada y la otra era simplemente tonta y se senta satisfecha. Luego, estaba el cro y a ella le preocupaban las relaciones de Karl con el cro...

El doctor bostez y dio otra puntada.

Le dije que llevaba demasiada carga sobre las espaldas, que lo que tena que hacer era dejar que la gente se las apaara. Entonces me di cuenta de que la chica estaba temblando y le dije que senta haberle dicho aquello. Le cog una mano y empec a acaricirsela. Luego le acarici la otra. Deslic sus manos por mis muecas arriba, por debajo de las mangas de la chaqueta. Lo siento le dije. Lo nico que haces es preocuparte por los dems, eso no tiene nada de malo.

Pero cmo fue? Cmo se hizo usted esto?

Bueno, cuando bajbamos las escaleras, la llevaba cogida de la cintura. Ella an pareca una estudiante de bachiller, una colegiala, aquel pelo largo y rubio y sedoso; aquellos labios tan sensibles y atractivos... El nico sitio donde asomaba el infierno era en sus ojos. Estaban en un perpetuo estado de conmocin.

Por favor, vaya a los hechos dijo el mdico. Ya casi he terminado.

Bueno, el caso es que cuando llegamos a mi casa, haba en la acera un imbcil, con un perro. Le dije que siguiera con el coche un poco ms arriba. Aparc en doble fila y le ech la cabeza hacia atrs y la bes. Le di un largo beso, retir los labios y luego le di otro. Ella me llam hijo de puta. Le dije que le diera una oportunidad a un viejo. La bes otra vez. Un beso de verdad. Eso no es un beso dijo. Eso es lujuria, casi una violacin!

Y qu pas entonces?

Sal del coche y ella dijo que me telefoneara a la semana siguiente. Entr en casa y entonces fue cuando sucedi.

Cmo?

Puedo ser franco con usted, doctor?

Pues claro.

Pues, en fin, de mirar aquel cuerpo, y aquella cara, el pelo, los ojos..., orle hablar, luego los besos, me puse... muy caliente.

Y?

Entonces fue cuando cog el jarrn. Es de mi medida, me va perfecto. As que la met y empec a pensar en Bernadette. Todo iba muy bien hasta que el maldito chisme se rompi. Ya lo haba usado antes varias veces, pero supongo que esta vez estaba demasiado excitado... Es una mujer tan atractiva...

No se le ocurra nunca meter el chisme en nada que sea de cristal.

Me curar, doctor?

S, podr usted volver a utilizarlo. Ha tenido suerte.

Me vest y me fui. An me haca dao el roce con los calzoncillos. Subiendo por Vermont par en la tienda. No tena nada de comer. Hice un recorrido con el carro y compr hamburguesas, pan, huevos.

Tengo que contrselo algn da a Bernadette. Si me lee, lo sabr. Lo ltimo que he sabido de ella es que se fue con Karl a Florida. Qued embarazada. Karl quera que abortase. Ella no quiso. Se separaron. Ella sigue an en Florida. Vive con el amigo de Karl, Willy. Willy hace pornografa. Me escribi hace un par de semanas. An no le he contestado.CHARLES BUKOWSKI

CUERPO DE MUJER.Una noche de verano un chino llamado Yang despert de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se haba entregado a hilvanar fogosas fantasas cuando se percat de que haba un pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitacin la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dorma a su lado. Desnuda, yaca profundamente dormida, y oy que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado.Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexion sobre la realidad de aquellas criaturas. "Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que est a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. Muy tediosa sera mi vida de haber nacido pulga..."Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empez a oscurecer lentamente y, sin darse cuenta, acab hundindose en el profundo abismo de un extrao trance que no era ni sueo ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sinti despierto, vio, asombrado, que su alma haba penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo nico que lo confunda, pese a ser una situacin tan misteriosa que no consegua salir de su asombro.En el camino se alzaba una encumbrada montaa cuya forma ms o menos redondeada apareca suspendida de su cima como una estalactita, alzndose ms all de la vista y descendiendo hacia la cama donde se encontraba. La base medio redonda de la montaa, contigua a la cama, tena el aspecto de una granada tan encendida que daba la impresin de contener fuego almacenado en su seno. Salvo esta base, el resto de la armoniosa montaa era blancuzco, compuesto de la masa nvea de una sustancia grasa, tierna y pulida. La vasta superficie de la montaa baada en luz despeda un lustre ligeramente ambarino que se curvaba hacia el cielo como un arco de belleza exquisita, a la par que su ladera oscura refulga como una nieve azulada bajo la luz de la luna.Los ojos abiertos de par en par, Yang fij la mirada atnita en aquella montaa de inusitada belleza. Pero cul no sera su asombro al comprobar que la montaa era uno de los pechos de su mujer. Poniendo a un lado el amor, el odio y el deseo carnal, Yang contempl aquel pecho enorme que pareca una montaa de marfil. En el colmo de la admiracin permaneci un largo rato petrificado y como aturdido ante aquella imagen irresistible, ajeno por completo al acre olor a sudor. No se haba dado cuenta, hasta volverse una pulga, de la belleza aparente de su mujer. Tampoco se puede limitar un hombre de temperamento artstico a la belleza aparente de una mujer y contemplarla azorado como hizo la pulga.RyunosukeAkutagawaKAPPA

Extraamente, experimentaba simpata por Gael, presidente de una compaa de vidrio. Gael era uno de los ms grandes capitalistas del pas. Probablemente, ningn otro kappa tena un vientre tan enorme como el suyo. Y cun feliz se le ve cuando est sentado en un sof y tiene a su lado a su mujer que se asemeja a una litchi y a sus hijos similares a pepinos! A menudo fui a cenar a la casa de Gael acompaando al juez Pep y al mdico Chack; adems, con su carta de presentacin visit fbricas con las cuales l o sus amigos estaban relacionados de una manera u otra. Una de las que ms me interes fue la fbrica de libros. Me acompa un joven ingeniero que me mostr mquinas gigantescas que se movan accionadas por energa hidroelctrica; me impresion profundamente el enorme progreso que haban realizado los kappas en el campo de la industria mecnica.Segn el ingeniero, la produccin anual de esa fbrica ascenda a siete millones de ejemplares. Pero lo que me impresion no fue la cantidad de libros que impriman, sino la casi absoluta prescindencia de mano de obra. Para imprimir un libro es suficiente poner papel, tinta y unos polvos grises en una abertura en forma de embudo de la mquina. Una vez que esos materiales se han colocado en ella, en menos de cinco minutos empieza a salir una gran cantidad de libros de todos tamaos, cuartos, octavos, etc. Mirando cmo salan los libros en torrente, le pregunt al ingeniero qu era el polvo gris que se empleaba. ste, de pie y con aire de importancia frente a las mquinas que relucan con negro brillo, contest indiferentemente:-Este polvo? Es de sesos de asno. Se secan los sesos y se los convierte en polvo. El precio actual es de dos a tres centavos la tonelada.Por supuesto, la fabricacin de libros no era la nica rama industrial donde se haban logrado tales milagros. Lo mismo ocurra en las fbricas de pintura y de msica. Contaba Gael que en aquel pas se inventaban alrededor de setecientas u ochocientas clases de mquinas por mes, y que cualquier artculo se fabricaba en gran escala, disminuyendo considerablemente la mano de obra. En consecuencia, los obreros despedidos no bajaban de cuarenta o cincuenta mil por mes. Pero lo curioso era que, a pesar de todo ese proceso industrial, los diarios matutinos no anunciaban ninguna clase de huelga. Como me haba parecido muy extrao este fenmeno, cuando fui a cenar a la casa de Gael en compaa de Pep y Chack, pregunt sobre este particular.-Porque se los comen a todos.Gael contest impasiblemente, con un cigarro en la boca. Pero yo no haba entendido qu quera decir con eso de que "se los comen". Advirtiendo mi duda, Chack, el de los anteojos, me explic lo siguiente, terciando en nuestra conversacin.-Matamos a todos los obreros despedidos y comemos su carne. Mire este diario. Este mes despidieron a 64.769 obreros, de manera que de acuerdo con esa cifra ha bajado el precio de la carne.-Y los obreros se dejan matar sin protestar?-Nada pueden hacer aunque protesten -dijo Pep, que estaba sentado frente a un durazno salvaje-. Tenemos la "Ley de Matanzas de Obreros".Por supuesto, me indign la respuesta. Pero, no slo Gael, el dueo de casa, sino tambin Pep y Chack, encaraban el problema como lo ms natural del mundo. Efectivamente, Chack sonri y me habl en forma burlona.-Despus de todo, el Estado le ahorra al obrero la molestia de morir de hambre o de suicidarse. Se les hace oler un poco de gas venenoso, y de esa manera no sufren mucho.-Pero eso de comerse la carne, francamente...-No diga tonteras. Si Mag escuchara esto se morira de risa. Dgame, acaso en su pas las mujeres de la clase baja no se convierten en prostitutas? Es puro sentimentalismo eso de indignarse por la costumbre de comer la carne de los obreros.Gael, que escuchaba la conversacin, me ofreci un plato de sndwiches que estaba en una mesa cercana y me dijo tranquilamente:-No se sirve uno? Tambin est hecho de carne de obrero.RyunosukeAkutagawaRashomonEra un fro atardecer. Bajo Rashomon, el sirviente de un samurai esperaba que cesara la lluvia. No haba nadie en el amplio portal. Slo un grillo se posaba en una gruesa columna, cuya laca carmes estaba resquebrajada en algunas partes. Situado Rashomon en la Avenida Sujaltu, era de suponer que algunas personas, como ciertas damas con el ichimegasa1o nobles con el momiebosh2, podran guarecerse all; pero al parecer no haba nadie fuera del sirviente. Y era explicable, ya que en los ltimos dos o tres aos la ciudad de Kyoto haba sufrido una larga serie de calamidades: terremotos, tifones, incendios y carestas la haban llevado a una completa desolacin. Dicen los antiguos textos que la gente lleg a destruir las imgenes budistas y otros objetos del culto, y esos trozos de madera, laqueada y adornada con hojas de oro y plata, se vendan en las calles como lea. Ante semejante situacin, resultaba natural que nadie se ocupara de restaurar Rashomon. Aprovechando la devastacin del edificio, los zorros y otros animales instalaron sus madrigueras entre las ruinas; por su parte ladrones y malhechores no lo desdearon como refugio, hasta que finalmente se lo vio convertido en depsito de cadveres annimos. Nadie se acercaba por los alrededores al anochecer, ms que nada por su aspecto sombro y desolado.En cambio, los cuervos acudan en bandadas desde los ms remotos lugares. Durante el da, volaban en crculo alrededor de la torre, y en el cielo enrojecido del atardecer sus siluetas se dispersaban como granos de ssamo antes de caer sobre los cadveres abandonados.Pero ese da no se vea ningn cuervo, tal vez por ser demasiado tarde. En la escalera de piedra, que se derrumbaba a trechos y entre cuyas grietas creca la hierba, podan verse los blancos excrementos de estas aves. El sirviente vesta un gastado kimono azul, y sentado en el ltimo de los siete escalones contemplaba distradamente la lluvia, mientras concentraba su atencin en el grano de la mejilla derecha.Como deca, el sirviente estaba esperando que cesara la lluvia; pero de cualquier manera no tena ninguna idea precisa de lo que hara despus. En circunstancias normales, lo natural habra sido volver a casa de su amo; pero unos das antes ste lo haba despedido, no obstante los largos aos que haba estado a su servicio. El suyo era uno de los tantos problemas surgidos del precipitado derrumbe de la prosperidad de Kyoto.Por eso, quizs, hubiera sido mejor aclarar: el sirviente espera en el portal sin saber qu hacer, ya que no tiene adnde ir". Es cierto que, por otra parte, el tiempo oscuro y tormentoso haba deprimido notablemente el sentimentalismo de este sirviente de la poca Heian.Habiendo comenzado a llover a medioda, todava continuaba despus del atardecer. Perdido en un mar de pensamientos incoherentes, buscando algo que le permitiera vivir desde el da siguiente y la manera de obrar frente a ese inexorable destino que tanto lo deprima, el sirviente escuchaba, abstrado, el ruido de la lluvia sobre la Avenida Sujaku.La lluvia pareca recoger su mpetu desde lejos, para descargarlo estrepitosamente sobre Rashomon, como envolvindolo. Alzando la vista, en el cielo oscuro se vea una pesada nube suspendida en el borde de una teja inclinada."Para escapar a esta maldita suerte -pens el sirviente- no puedo esperar a elegir un medio, ni bueno ni malo, pues si empezara a pensar sin duda me morira de hambre en medio del camino o en alguna zanja; luego me traeran aqu, a esta torre, dejndome tirado como a un perro. Pero si no elijo..."Su pensamiento, tras mucho rondar la misma idea, haba llegado por fin a este punto. Pero ese "si no elijo..." qued fijo en su mente. Aparentemente estaba dispuesto a emplear cualquier medio; pero al decir "si no..." demostr no tener el valor suficiente para confesarse rotundamente: "no me queda otro remedio que convertirme en ladrn".Lanz un fuerte estornudo y se levant con lentitud. El fro anochecer de Kyoto haca aflorar el calor del fuego. El viento, en la penumbra, gema entre los pilares. El grillo que se posaba en la gruesa columna haba desaparecido.Con la cabeza metida entre los hombros pase la mirada en torno del edificio; luego levant las hombreras del kimono azul que llevaba sobre una delgada ropa interior. Se decidi por fin a pasar la noche en algn lugar que le permitiera guarecerse de la lluvia y del viento, en donde nadie lo molestara.El sirviente descubri otra escalera ancha, tambin laqueada, que pareca conducir a la torre. Ah arriba nadie lo podra molestar, excepto los muertos. Cuidando de que no se deslizara su espada de la vaina sujeta a la cintura, el sirviente puso su pie calzado con sandalias sobre el primer peldao.Minutos despus, en mitad de la amplia escalera que conduca a la torre de Rashomon, un hombre acurrucado como un gato, con la respiracin contenida, observaba lo que suceda ms arriba. La luz procedente de la torre brillaba en la mejilla del hombre; una mejilla que bajo la corta barba descubra un grano colorado, purulento. El hombre, es decir el sirviente, haba pensado que dentro de la torre slo hallara cadveres; pero subiendo dos o tres escalones not que haba luz, y que alguien la mova de un lado a otro. Lo supo cuando vio su reflejo mortecino, amarillento, oscilando de un modo espectral en el techo cubierto de telaraas. Qu clase de persona encendera esa luz en Rashomon, en una noche de lluvia como aqulla?Silencioso como un lagarto, el sirviente se arrastr hasta el ltimo peldao de la empinada escalera. Con el cuerpo encogido todo lo posible y el cuello estirado, observ medrosamente el interior de la torre.Confirmando los rumores, vio all algunos cadveres tirados negligentemente en el suelo. Como la luz de la llama iluminaba escasamente a su alrededor, no pudo distinguir la cantidad; nicamente pudo ver algunos cuerpos vestidos y otros desnudos, de hombres y mujeres. Los hombros, el pecho y otras partes reciban una luz agonizante, que haca ms densa la sombra en los restantes miembros.Unos con la boca abierta, otros con los brazos extendidos, ninguno daba ms seales de vida que un mueco de barro. Al verlos entregados a ese silencio eterno, el sirviente dud que hubiesen vivido alguna vez.El hedor que despedan los cuerpos ya descompuestos le hizo llevar rpidamente la mano a la nariz. Pero un instante despus olvid ese gesto. Una impresin ms violenta anul su olfato al ver que alguien estaba inclinado sobre los cadveres.Era una vieja esculida, canosa y con aspecto de mona, vestida con un kimono de tono ciprs. Sosteniendo con la mano derecha una tea de pino, observaba el rostro de un muerto, que por su larga cabellera pareca una mujer.Posedo ms por el horror que por la curiosidad, el sirviente contuvo la respiracin por un instante, sintiendo que se le erizaban los pelos. Mientras observaba aterrado, la vieja coloc su tea entre dos tablas del piso, y sosteniendo con una mano la cabeza que haba estado mirando, con la otra comenz a arrancarle el cabello, uno por uno; pareca desprenderse fcilmente.A medida que el cabello se iba desprendiendo, ceda gradualmente el miedo del sirviente; pero al mismo tiempo se apoderaba de l un incontenible odio hacia esa vieja. Ese odio -pronto lo comprob- no iba dirigido slo contra la vieja, sino contra todo lo que simbolizase el mal", por el que ahora senta vivsima repugnancia. Si en ese instante le hubiera sido dado elegir entre morir de hambre o convertirse en ladrn -el problema que l mismo se haba planteado haca unos instantes- no habra vacilado en elegir la muerte. El odio y la repugnancia ardan en l tan vivamente como la tea que la vieja haba clavado en el piso.l no saba por qu aquella vieja robaba cabellos; por consiguiente, no poda juzgar su conducta. Pero a los ojos del sirviente, despojar de las cabelleras a los muertos de Rashomon, y en una noche de tormenta como sa, cobraba toda la apariencia de un pecado imperdonable. Naturalmente, este nuevo espectculo le haba hecho olvidar que slo momentos antes l mismo haba pensado hacerse ladrn.Reuni todas sus fuerzas en las piernas, y salt con agilidad desde su escondite; con la mano en su espada, en una zancada se plant ante la vieja. sta se volvi aterrada, y al ver al hombre retrocedi bruscamente, tambalendose.-Adnde vas, vieja infeliz! -grit cerrndole el paso, mientras ella intentaba huir pisoteando los cadveres.La suerte estaba echada. Tras un breve forcejeo el hombre tom a la vieja por el brazo (de puro hueso y piel, ms bien pareca una pata de gallina), y retorcindoselo, la arroj al suelo con violencia:-Qu estabas haciendo? Contesta, vieja; si no, hablar esto por m.Diciendo esto, el sirviente la solt, desenvain su espada y puso el brillante metal frente a los ojos de la vieja. Pero sta guardaba un silencio malicioso, como si fuera muda. Un temblor histrico agitaba sus manos y respiraba con dificultad, con los ojos desorbitadas. Al verla as, el sirviente comprendi que la vieja estaba a su merced. Y al tener conciencia de que una vida estaba librada al azar de su voluntad, todo el odio que haba acumulado se desvaneci, para dar lugar a un sentimiento de satisfaccin y de orgullo; la satisfaccin y el orgullo que se sienten al realizar una accin y obtener la merecida recompensa. Mir el sirviente a la vieja y suavizando algo la voz, le dijo:-Escucha. No soy ningn funcionario imperial. Soy un viajero que pasaba accidentalmente por este lugar. Por eso no tengo ningn inters en prenderte o en hacer contigo nada en particular. Lo que quiero es saber qu estabas haciendo aqu hace un momento.La vieja abri an ms los ojos y clav su mirada en el hombre; una mirada sarcstica, penetrante, con esos ojos sanguinolentos que suelen tener ciertas aves de rapia. Luego, como masticando algo, movi los labios, unos labios tan arrugados que casi se confundan con la nariz. La punta de la nuez se movi en la garganta huesuda. De pronto, una voz spera y jadeante como el graznido de un cuervo lleg a los odos del sirviente:-Yo, sacaba los cabellos... sacaba los cabellos... para hacer pelucas...Ante una respuesta tan simple y mediocre el sirviente se sinti defraudado. La decepcin hizo que el odio y la repugnancia lo invadieran nuevamente, pero ahora acompaados por un fro desprecio. La vieja pareci adivinar lo que el sirviente senta en ese momento y, conservando en la mano los largos cabellos que acababa de arrancar, murmur con su voz sorda y ronca:-Ciertamente, arrancar los cabellos a los muertos puede parecerle horrible; pero ninguno de stos merece ser tratado de mejor modo. Esa mujer, por ejemplo, a quien le saqu estos hermosos cabellos negros, acostumbraba vender carne de vbora desecada en la Barraca de los Guardianes, hacindola pasar nada menos que por pescado. Los guardianes decan que no conocan pescado ms delicioso. No digo que eso estuviese mal pues de otro modo se hubiera muerto de hambre. Qu otra cosa poda hacer? De igual modo podra justificar lo que yo hago ahora. No tengo otro remedio, si quiero seguir viviendo. Si ella llegara a saber lo que le hago, posiblemente me perdonara.Mientras tanto el sirviente haba guardado su espada, y con la mano izquierda apoyada en la empuadura, la escuchaba framente. La derecha tocaba nerviosamente el grano purulento de la mejilla. Y en tanto la escuchaba, sinti que le naca cierto coraje, el que le faltara momentos antes bajo el portal. Adems, ese coraje creca en direccin opuesta al sentimiento que lo haba dominado en el instante de sorprender a la vieja. El sirviente no slo dej de dudar (entre elegir la muerte o convertirse en ladrn) sino que en ese momento el tener que morir de hambre se haba convertido para l en una idea absurda, algo por completo ajeno a su entendimiento.-Ests segura de lo que dices? -pregunt en tono malicioso y burln.De pronto quit la mano del grano, avanz hacia ella y tomndola por el cuello le dijo con rudeza:-Y bien, no me guardars rencor si te robo, verdad? Si no lo hago, tambin yo me morir de hambre.Seguidamente, despoj a la vieja de sus ropas, y como ella tratara de impedirlo aferrndosele a las piernas, de un puntapi la arroj entre los cadveres. En cinco pasos el sirviente estuvo en la boca de la escalera; y en un abrir y cerrar de ojos, con la amarillenta ropa bajo el brazo, descendi los peldaos hacia la profundidad de la noche.Un momento despus la vieja, que haba estado tendida como un muerto ms, se incorpor, desnuda. Gruendo y gimiendo, se arrastr hasta la escalera, a la luz de la antorcha que segua ardiendo. Asom la cabeza al oscuro vaco y los cabellos blancos le cayeron sobre la cara.Abajo, slo la noche negra y muda.Adnde fue el sirviente, nadie lo sabe.