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Antología de Textos Literarios (Siglo XX-XXI) Rubén Darío Fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense, iniciador y máximo representante del Modernismo literario en lengua española. Nació el 18 de enero de 1867 en Matagalpa y falleció un 6 de febrero de 1916 en León, Nicaragua. 1. Sonatina La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. Parlanchina, la dueña dice cosas banales, y vestido de rojo piruetea el bufón. La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión. ¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China, o en el que ha detenido su carroza argentina para ver de sus ojos la dulzura de luz? ¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, o en el que es soberano de los claros diamantes, o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz? ¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar; ir al sol por la escala luminosa de un rayo, saludar a los lirios con los versos de mayo o perderse en el viento sobre el trueno del mar. Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, ni los cisnes unánimes en el lago de azur. Y están tristes las flores por la flor de la corte, los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, de Occidente las dalias y las rosas del Sur. ¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Está presa en sus oros, está presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real; el palacio soberbio que vigilan los guardas, que custodian cien negros con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón colosal. ¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! (La princesa está triste, la princesa está pálida) ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! ¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, la princesa está pálida, la princesa está triste, más brillante que el alba, más hermoso que abril! «Calla, calla, princesa dice el hada madrina; en caballo, con alas, hacia acá se encamina, en el cinto la espada y en la mano el azor, el feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los labios con un beso de amor». De Prosas profanas y otros poemas (1901) 2. Canción de otoño en primavera Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Plural ha sido la celeste historia de mi corazón. Era una dulce niña, en este mundo de duelo y de aflicción. Miraba como el alba pura; sonreía como una flor. Era su cabellera obscura hecha de noche y de dolor. Yo era tímido como un niño. Ella, naturalmente, fue, para mi amor hecho de armiño, Herodías y Salomé... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... […] Otra juzgó que era mi boca el estuche de su pasión; y que me roería, loca, con sus dientes el corazón. Poniendo en un amor de exceso la mira de su voluntad, mientras eran abrazo y beso síntesis de la eternidad; y de nuestra carne ligera imaginar siempre un Edén, sin pensar que la Primavera y la carne acaban también... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer. ¡Y las demás! En tantos climas, en tantas tierras siempre son, si no pretextos de mis rimas fantasmas de mi corazón. En vano busqué a la princesa

Antología de Textos Literarios Siglo XX

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Antología

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Page 1: Antología de Textos Literarios Siglo XX

Antología de Textos Literarios

(Siglo XX-XXI)

Rubén Darío

Fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense,

iniciador y máximo representante del Modernismo

literario en lengua española. Nació el 18 de enero de

1867 en Matagalpa y falleció un 6 de febrero de 1916

en León, Nicaragua.

1. Sonatina

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro,

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de mayo

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte,

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de mármol del palacio real;

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste, la princesa está pálida)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,

—la princesa está pálida, la princesa está triste—,

más brillante que el alba, más hermoso que abril!

—«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—;

en caballo, con alas, hacia acá se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con un beso de amor».

De Prosas profanas y otros poemas (1901)

2. Canción de otoño en primavera

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro...

y a veces lloro sin querer...

Plural ha sido la celeste

historia de mi corazón.

Era una dulce niña, en este

mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;

sonreía como una flor.

Era su cabellera obscura

hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.

Ella, naturalmente, fue,

para mi amor hecho de armiño,

Herodías y Salomé...

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro...

y a veces lloro sin querer...

[…]

Otra juzgó que era mi boca

el estuche de su pasión;

y que me roería, loca,

con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso

la mira de su voluntad,

mientras eran abrazo y beso

síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera

imaginar siempre un Edén,

sin pensar que la Primavera

y la carne acaban también...

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro...

y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,

en tantas tierras siempre son,

si no pretextos de mis rimas

fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa

Page 2: Antología de Textos Literarios Siglo XX

que estaba triste de esperar.

La vida es dura. Amarga y pesa.

¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,

mi sed de amor no tiene fin;

con el cabello gris, me acerco

a los rosales del jardín...

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro...

y a veces lloro sin querer...

¡Mas es mía el Alba de oro!

De Cantos de vida y esperanza.

3.- Lo fatal

A René Pérez

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,

y más la piedra dura porque esa ya no siente,

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,

ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,

y el temor de haber sido y un futuro terror...

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,

y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,

y la carne que tienta con sus frescos racimos,

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,

ni de dónde venimos!...

De Cantos de vida y esperanza.

Antonio Machado

(1875-1939) Poeta y prosista español, perteneciente a

la generación del 98. Probablemente sea el poeta de su

época que más se lee todavía.

Nació en Sevilla y vivió luego en Madrid, donde

estudió. En 1893 publicó sus primeros escritos en

prosa, mientras que sus primeros poemas aparecieron

en 1901. Viajó a París en 1899, ciudad que volvió a

visitar en 1902, año en el que conoció a Rubén Darío,

del que será gran amigo. En Madrid, conoció a

Unamuno, Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez y otros

destacados escritores con los que mantuvo una

estrecha amistad. Fue catedrático de Francés y se casó

con Leonor Izquierdo, que morirá en 1912. En 1927

fue elegido miembro de la Real Academia Española

de la Lengua. Durante los años veinte y treinta

escribió teatro en compañía de su hermano, también

poeta, Manuel, estrenando varias obras entre las que

destacan La Lola se va a los puertos, de 1929. Cuando

estalló la Guerra Civil española dio su apoyo a la

República y se exilió en enero de 1939. Murió en

Colliure, un mes más tarde.

4.- A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

hunden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que, rojo en el hogar, mañana

ardas, de alguna mísera caseta

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hacia la mar te empuje,

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

5.- Proverbios y cantares I

Nunca perseguí la gloria

ni dejar en la memoria

de los hombres mi canción;

yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles

como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse.

XXIX Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

XLIV

Page 3: Antología de Textos Literarios Siglo XX

Todo pasa y todo queda,

pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo caminos,

caminos sobre la mar.

6. Recuerdo infantil

Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel

junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

mil veces ciento, cien mil,

mil veces mil, un millón.

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.

7. Yo voy soñando caminos Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero...

- la tarde cayendo está-.

"En el corazón tenía

"la espina de una pasión;

"logré arrancármela un día:

"ya no siento el corazón".

Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;

y el camino que serpea

y débilmente blanquea

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

"Aguda espina dorada,

"quién te pudiera sentir

"en el corazón clavada".

8. A José María Palacio

Palacio, buen amigo,

¿está la primavera

vistiendo ya las ramas de los chopos

del río y los caminos? En la estepa

del alto Duero, Primavera tarda,

¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...

¿Tienen los viejos olmos

algunas hojas nuevas?

Aún las acacias estarán desnudas

y nevados los montes de las sierras.

¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,

allá, en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas

entré las grises peñas,

y blancas margaritas

entre la fina hierba?

Por esos campanarios

ya habrán ido llegando las cigüeñas.

Habrá trigales verdes,

y mulas pardas en las sementeras,

y labriegos que siembran los tardíos

con las lluvias de abril. Ya las abejas

libarán del tomillo y el romero.

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?

Furtivos cazadores, los reclamos

de la perdiz bajo las capas luengas,

no faltarán. Palacio, buen amigo,

¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra... 9. Allá, en las tierras altas

Allá, en las tierras altas,

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, entre plomizos cerros

y manchas de raídos encinares,

mi corazón está vagando, en sueños...

¿No ves, Leonor, los álamos del río

con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame

tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía,

bordados de olivares polvorientos,

voy caminando solo,

triste, cansado, pensativo y viejo.

10. Inventario Galante

Tus ojos me recuerdan

las noches de verano,

negras noches sin luna,

orilla al mar salado,

y el chispear de estrellas

del cielo negro y bajo.

Page 4: Antología de Textos Literarios Siglo XX

Tus ojos me recuerdan

las noches de verano.

Y tu morena carne,

los trigos requemados,

y el suspirar de fuego

de los maduros campos.

Tu hermana es clara y débil

como los juncos lánguidos,

como los sauces tristes,

como los linos glaucos.

Tu hermana es un lucero

en el azul lejano...

Y es alba y aura fría

sobre ellos pobres álamos

que en las orillas tiemblan

del río humilde y manso.

Tu hermana es un lucero

en el azul lejano.

De tu morena gracia

de tu soñar gitano,

de tu mirar de sombra

quiero llenar mi vaso.

Me embriagaré una noche

de cielo negro y bajo,

para cantar contigo,

orilla al mar salado,

una canción que deje

cenizas en los labios...

De tu mirar de sombra

quiero llenar mi vaso.

Para tu linda hermana

arrancaré los ramos

de florecillas nuevas

a los almendros blancos

en un tranquilo y triste

alborear de marzo.

Los regaré con agua

de los arroyos claros,

los ataré con verdes

junquillos del remanso...

Para tu linda hermana

yo haré un ramito blanco.

11. La muerte del niño herido

Otra vez en la noche... Es el martillo

de la fiebre en las sienes bien vendadas

del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!

¡Las mariposas negras y moradas!

—Duerme, hijo mío. —Y la manita oprime

la madre, junto al lecho. —¡Oh, flor de fuego!

¿quién ha de helarte, flor de sangre, dime?

Hay en la pobre alcoba olor de espliego;

fuera, la oronda luna que blanquea

cúpula y torre a la ciudad sombría.

Invisible avión moscardonea.

—¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?

El cristal del balcón repiquetea.

—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!

José Martínez Ruiz, «AZORÍN»

(Monóvar, Alicante, 1873 - Madrid, 1967) Escritor

adscrito a la Generación del 98. Sus primeros libros

fueron La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y

Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Pasó

de un espíritu anarquista a un ideario conservador.

Otros libros suyos son: La ruta de Don Quijote

(1905), Castilla (1912), Clásicos y modernos (1913),

Al margen de los clásicos (1915) y Una hora de

España (1924) y ensayos narrativos y teatrales como

Don Juan (1922), entre otros.

12. «Nuestro atraso cultural se evidencia cuando nos

comparamos con otras naciones. Aún no se han

impuesto aquí con toda fuerza el derecho, la libertad,

el deber. La tierra clásica del honor es la tierra de la

arbitrariedad: en política, en el caciquismo

deshonroso; en literatura, el elogio interesado y la

censura rencorosa.

Se duda de si la ley del progreso es una verdad

en España. La apatía nos ata las manos: callamos ante

la injusticia y confirmamos las palabras del ilustro

arzobispo De Pradt: ―La geografía ha cometido un

error colocando a España en Europa, porque pertenece

a África. Sangre, costumbres, lengua, manera de vivir

y de luchar, todo en España es africano‖. El

militarismo nos ahoga, la marea de la reacción

religiosa va subiendo. Espíritus enérgicos, que

trabajaron siempre por la ciencia y el arte libres se

rinden a un sentimentalismo religioso que antaño les

hacía reír. Revolucionarios de toda la vida, vuelven su

cara atrás y refunden su programa sobre las bases de

la Iglesia y el Ejército.

Cuarenta millones se dedican a los gastos de

culto y clero; seis a la enseñanza. Los catedráticos son

separados arbitrariamente de sus cátedras. El Poder

legislativo es una comedia; el judicial, un orden

dependiente del ejecutivo; el ejecutivo, un servidos de

la ambición. El obrero no espera nada del Estado.

Dejemos los entusiasmos exagerados y el

lirismo del mal gusto. La época de las declamaciones

ha pasado. Necesitamos ahora científicos. El triunfo

de las nuevas ideas vendrá por la ciencia. Haga la

iniciativa privada y particular lo que el Estado no

hace: Fúndense instituciones para la enseñanza,

laboratorios para científicos, escuelas donde el obrero

aprenda a ser hombre y a hacer efectivos sus derechos.

Que aprenda el obrero a desconfiar de los apóstoles

del falso socialismo; que medite que el credo católico

es incompatible con las aspiraciones del mundo que

trabaja.» [Azorín, 1895]

Page 5: Antología de Textos Literarios Siglo XX

José Ortega y Gasset

(Madrid, 1883 - 1955) Filósofo y ensayista

español. Su pensamiento, plasmado en numerosos

ensayos, ejerció una gran influencia en varias

generaciones de intelectuales. Fundó el diario El Sol

(1917), la revista España (1915) y la Revista de

Occidente (1923). El núcleo de su pensamiento se

halla en obras como España invertebrada (1921), El

tema de nuestro tiempo (1923) y La rebelión de las

masas (1930).

13.- «En la escuela, cuando alguien notifica que el

maestro se ha ido, la turba parvular se encabrita e

indisciplina. Cada cual siente la delicia de evadirse a

la presión que la presencia del maestro imponía, de

arrojar los yugos de las normas, de echar los pies por

alto, de sentirse dueño del propio destino. Pero como

quitada la norma que fijaba las ocupaciones y las

tareas la turba parvular no tiene un quehacer propio,

una ocupación formal, una tarea con sentido,

continuidad y trayectoria, resulta que no puede

ejecutar más que una cosa, la cabriola». (Ortega y

Gasset, J. La rebelión de las masas. Vol. IV, pág. 237. Obras

Completas. Revista de Occidente, Madrid, 1983.)

«Para los efectos de la tesis fundamental hemos

entendido por realidad "lo que verdadera e

indubitablemente hay". Según la tesis realista lo que

verdaderamente hay es cosas, mundo; esto es, lo que

existe en sí y por sí, lo independiente de mí. Esto era

un error y hemos hecho la corrección idealista: la

existencia de algo por completo independiente de mí

es esencialmente problemática, cuestionable: no

puede, en consecuencia, ser una primera verdad. Sólo

es indubitable que lo que hay lo hay en relación

conmigo, dependiendo de mí, que lo hay para mí.

Hasta aquí la tesis idealista parece invulnerable. El ser

independiente de mí que el realismo ingenuamente

afirma no tiene salvación posible. Sólo hay, con

verdad indubitable, lo que hay para mí». [José Ortega y

Gasset, Unas lecciones de metafísica. Lección XIII (Obras

Completas, vol. XII, Alianza Editorial)]

Juan Ramón Jiménez

(Moguer, Huelva, 1881 – San Juan, Puerto Rico,

1958). Estudió derecho, pero abandonó esa carrera

para dedicarse a la poesía y a la pintura. Tuvo que

abandonar España a causa de la guerra. Se refugió en

Puerto Rico. Le concedieron el Premio Nobel de

Literatura en 1956 y murió dos años después en San

Juan de Puerto Rico. Algunas de sus obras son: La

soledad sonora, Diario de un poeta recién casado y

Animal del fondo, pero la más conocida es la prosa

poética Platero y yo

http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/jrj/ (biografía y

poemas)

http://www.poesi.as/indexjrj.htm (aquí encontraréis muchos

de sus poemas).

14. Nocturno, VI Viene una música lánguida,

no sé de dónde, en el aire.

Da la una. Me he asomado

para ver qué tiene el parque.

La luna, la dulce luna,

tiñe de blanco los árboles,

y, entre las ramas, la fuente

alza su hilo de diamante.

En silencio, las estrellas

tiemblan; lejos, el paisaje

mueve luces melancólicas,

ladridos y largos ayes.

Otro reló da la una.

Desvela mirar el parque

lleno de almas, a la música

triste que viene en el aire.

15. Platero

I

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por

fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.

Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual

dos escarabajos de cristal negro.

Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia

tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las

florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo

dulcemente: ―¿Platero?‖, y viene a mí con un trotecillo

alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo

ideal...

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas

mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los

higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una

niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra...

Cuando paseo sobre él, los domingos, por las últimas

callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de

limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

-Tien’ asero...

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo

tiempo.

(de Platero y yo, 1914/ 17)

16. Mar

¡Solo un punto!

Sí, mar, ¡quién fuera,

cual tú, diverso cada instante,

coronado de cielos en su olvido;

mar fuerte -¡sin caídas!-,

mar sereno

de frío corazón con alma eterna-,

¡mar, obstinada imajen del presente!

(de Diario de un poeta recién casado)

Page 6: Antología de Textos Literarios Siglo XX

17. Eternidades

Vino primero pura,

vestida de inocencia;

y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo

de no sé qué ropajes;

y la fui odiando sin saberlo.

Llegó a ser una reina

fastuosa de tesoros...

¡Qué iracundia de yel y sin sentido!

Más se fue desnudando

y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica

de su inocencia antigua.

Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica

y apareció desnuda toda.

¡Oh pasión de mi vida, poesía

desnuda, mía para siempre!

(de Eternidades, 1919)

18. En lo desnudo de este hermoso fondo

Quiero quedarme aquí, no quiero irme

a ningún otro sitio.

Todos los paraísos

(que me dijeron) en que tú hablabas,

se me han desvanecido en mis ensueños

porque me comprendí mejor este en que vivo,

ya centro abierto en flor de lo supremo.

Verdor de primavera de mi atmósfera,

¿qué luz podrá sacar de otro verdor

una armonía de totalidad más limpia,

una gloria más grande y fiel de fuera y dentro?

Esta fue y es y será siempre

la verdad:

Tú oído, visto, comprendido en este paraíso mío,

tú de verdad venido a mí

en lo desnudo de este hermoso fondo.

19. El nombre conseguido de los nombres

Si yo, por ti, he creado un mundo para ti,

dios, tú tenías seguro que venir a él,

y tú has venido a él, a mí seguro,

porque mi mundo todo era mi esperanza.

Yo he acumulado mi esperanza

en lengua, en nombre hablado, en nombre escrito;

a todo yo le había puesto nombre

y tú has tomado el puesto

de toda esta nombradía.

Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,

como la llama se detiene en ascua roja

con resplandor de aire inflamado azul,

en el ascua de mi perpetuo estar y ser;

ahora yo soy ya mi mar paralizado,

el mar que yo decía, mas no duro,

paralizado en olas de conciencia en luz

y vivas hacia arriba todas, hacia arriba.

Todos los nombres que yo puse

al universo que por ti me recreaba yo,

se me están convirtiendo en uno y en un

dios.

El dios que es siempre al fin,

el dios creado y recreado y recreado

por gracia y sin esfuerzo.

El Dios. El nombre conseguido de los nombres.

(de Dios deseado y deseante, 1949)

(http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php

&wid=25&p=Juan%20Ram%F3n%20Jim%E9nez&t=El%2

0nombre%20conseguido%20de%20los%20nombres&o=Ju

an%20Ram%F3n%20Jim%E9nez, para escuchar el poema

en la voz del poeta)

Federico García Lorca

(Nacido en Fuente Vaqueros, provincia de Granada, en

1898 – muerto entre Víznar y Alfacar, provincia de

Granada, en 1936). Escribió importantes poemarios

como Romancero gitano (1928) y Poeta de Nueva

York (1930) y renovadoras obras de teatro como

Bodas de sangre (1933) y La casa de Bernarda Alba

(1936).

20. Si mis manos pudieran deshojar

Yo pronuncio tu nombre

en las noches oscuras,

cuando vienen los astros

a beber en la luna

y duermen los ramajes

de las frondas ocultas.

Y yo me siento hueco

de pasión y de música.

Loco reloj que canta

muertas horas antiguas.

Yo pronuncio tu nombre,

en esta noche oscura,

y tu nombre me suena

más lejano que nunca.

Más lejano que todas las estrellas

y más doliente que la mansa lluvia.

¿Te querré como entonces

alguna vez? ¿Qué culpa

tiene mi corazón?

Si la niebla se esfuma,

¿qué otra pasión me espera?

Page 7: Antología de Textos Literarios Siglo XX

¿Será tranquila y pura?

¡¡Si mis dedos pudieran

deshojar a la luna!!

21. Canción Otoñal

Noviembre de 1918. (Granada.)

Hoy siento en el corazón

un vago temblor de estrellas,

pero mi senda se pierde

en el alma de la niebla.

La luz me troncha las alas

y el dolor de mi tristeza

va mojando los recuerdos

en la fuente de la idea.

Todas las rosas son blancas,

tan blancas como mi pena,

y no son las rosas blancas,

que ha nevado sobre ellas.

Antes tuvieron el iris.

También sobre el alma nieva.

La nieve del alma tiene

copos de besos y escenas

que se hundieron en la sombra

o en la luz del que las piensa.

La nieve cae de las rosas,

pero la del alma queda,

y la garra de los años

hace un sudario con ellas.

¿Se deshelará la nieve

cuando la muerte nos lleva?

¿O después habrá otra nieve

y otras rosas más perfectas?

¿Será la paz con nosotros

como Cristo nos enseña?

¿O nunca será posible

la solución del problema?

¿Y si el amor nos engaña?

¿Quién la vida nos alienta

si el crepúsculo nos hunde

en la verdadera ciencia

del Bien que quizá no exista,

y del Mal que late cerca?

¿Si la esperanza se apaga

y la Babel se comienza,

qué antorcha iluminará

los caminos en la Tierra?

¿Si el azul es un ensueño,

qué será de la inocencia?

¿Qué será del corazón

si el Amor no tiene flechas?

¿Y si la muerte es la muerte,

qué será de los poetas

y de las cosas dormidas

que ya nadie las recuerda?

¡Oh sol de las esperanzas!

¡Agua clara! ¡Luna nueva!

¡Corazones de los niños!

¡Almas rudas de las piedras!

Hoy siento en el corazón

un vago temblor de estrellas

y todas las rosas son

tan blancas como mi pena.

De Libro de poemas

22. Romance sonámbulo Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verde rama.

El barco sobre la mar

y el caballo en la montaña.

Con la sombra en la cintura,

ella sueña en su baranda,

verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Verde que te quiero verde.

Bajo la luna gitana,

las cosas la están mirando

y ella no puede mirarlas.

*

Verde que te quiero verde.

Grandes estrellas de escarcha,

viene con el pez de sombra

que abre el camino del alba.

La higuera frota su viento

con la lija de sus ramas,

y el monte, gato garduño,

eriza sus pitas agrias.

¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?

Ella sigue en su baranda,

verde carne, pelo verde,

soñando en la mar amarga.

*

Compadre, quiero cambiar

mi caballo por su casa,

mi montura por su espejo,

mi cuchillo por su manta.

Compadre, vengo sangrando

desde los puertos de Cabra.

Si yo pudiera, mocito,

este trato se cerraba.

Pero yo ya no soy yo

ni mi casa es ya mi casa.

Compadre, quiero morir

decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser,

con las sábanas de holanda.

¿No ves la herida que tengo

desde el pecho a la garganta?

Trescientas rosas morenas

lleva tu pechera blanca.

Tu sangre rezuma y huele

Page 8: Antología de Textos Literarios Siglo XX

alrededor de tu faja.

Pero yo ya no soy yo,

ni mi casa es ya mi casa.

Dejadme subir al menos

hasta las altas barandas,

¡dejadme subir!, ¡dejadme

hasta las verdes barandas!

Barandales de la luna

por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres

hacia las altas barandas,

dejando un rastro de sangre,

dejando un rastro de lágrimas.

Temblaban en los tejados

farolillos de hojalata.

Mil panderos de cristal

herían la madrugada.

*

Verde que te quiero verde,

verde viento, verdes ramas.

Los dos compadres subieron.

El largo viento dejaba

en la boca un raro gusto

de hiel, de menta y de albahaca.

¡Compadre! ¿Dónde está, dime?

¿Dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!

¡Cuántas veces te esperara,

cara fresca, negro pelo,

en esta verde baranda!

*

Sobre el rostro del aljibe,

se mecía la gitana.

Verde carne, pelo verde,

con ojos de fría plata.

Un carámbano de luna

lo sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima

como una pequeña plaza.

Guardias civiles borrachos

en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar.

Y el caballo en la montaña.

De Romancero Gitano

23. Ciudad sin sueño

(NOCTURNO DEL BROOKLYN BRIDGE)

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.

No duerme nadie.

Las criaturas de la luna huelen y rondan las cabañas.

Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que

no sueñan

y el que huye con el corazón roto encontrará por las

esquinas

al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de

los astros.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.

No duerme nadie.

Hay un muerto en el cementerio más lejano

que se queja tres años

porque tiene un paisaje seco en la rodilla;

y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto

que hubo necesidad de llamar a los perros para que

callase.

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!

Nos caemos por las escaleras para comer la tierra

húmeda

o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias

muertas.

Pero no hay olvido ni sueño. Carne viva

los besos atan las bocas

en una maraña de venas recientes,

y al que le duele su dolor

le dolerá sin descanso

y al que teme la muerte la llevará sobre los hombros.

Un día

los caballos vivirán en las tabernas

y las hormigas furiosas

atacarán los cielos amarillos que se refugian en los

ojos de las vacas.

Otro día

veremos la resurrección

de las mariposas disecadas

y aun andando por un paisaje de esponjas grises y

barcos mudos

veremos brillar el anillo y manar rosas de nuestra

lengua.

¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!

A los que guardan todavía huellas de zarpa y

aguacero,

a aquel muchacho que llo

ra porque no sabe la invención del puente

o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y

un zapato,

hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes

esperan,

donde espera la dentadura del oso,

donde espera la mano momificada del niño

y la piel del camello se eriza con un violento

escalofrío azul.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.

No duerme nadie.

Pero si alguien cierra los ojos,

¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!

Hay un panorama de ojos abiertos

y amargas llagas encendidas.

No duerme nadie

por el mundo. Nadie, nadie.

Ya lo he dicho.

No duerme nadie.

Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en

las sienes,

abrid los escotillones para que vea bajo la luna

las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.

De Poeta en Nueva York

Page 9: Antología de Textos Literarios Siglo XX

24. Soneto de la dulce queja

Tengo miedo a perder la maravilla

de tus ojos de estatua, y el acento

que de noche me pone en la mejilla

la solitaria rosa de tu aliento

Tengo miedo de ser en esta orilla

tronco sin ramas, y lo que más siento

es no tener la flor, pulpa o arcilla

para el gusano de mi sufrimiento

Si tú eres el tesoro oculto mío,

si eres mi cruz y mi dolor mojado,

si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado

y decora las aguas de tu río

con hojas de mi otoño enajenado.

De Sonetos del amor oscuro

Luis Cernuda

Nació en 1902 en Sevilla. Hijo de un militar, inició

estudios de Derecho en la Universidad de Sevilla. En

los años 1920 se trasladó a Madrid, donde entró en

contacto con los ambientes literarios de lo que luego

se llamará la Generación del 27. Durante la Guerra

Civil participó en el II Congreso de Intelectuales

Antifascistas de Valencia, y en 1938 se exilió a

Inglaterra y México, donde murió en 1963.

25. Donde habite el olvido

Donde habite el olvido,

En los vastos jardines sin aurora;

Donde yo sólo sea

Memoria de una piedra sepultada entre ortigas

Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,

Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,

No esconda como acero

En mi pecho su ala,

Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el

tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a

imagen suya,

Sometiendo a otra vida su vida,

Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;

Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,

Disuelto en niebla, ausencia,

Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;

Donde habite el olvido.

26. Qué ruido tan triste

Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando

se aman,

parece como el viento que se mece en otoño

sobre adolescentes mutilados,

mientras las manos llueven,

manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,

cataratas de manos que fueron un día

flores en el jardín de un diminuto bolsillo.

Las flores son arena y los niños son hojas,

y su leve ruido es amable al oído

cuando ríen, cuando aman, cuando besan,

cuando besan el fondo

de un hombre joven y cansado

porque antaño soñó mucho día y noche.

Mas los niños no saben,

ni tampoco las manos llueven como dicen;

así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,

invoca los bolsillos que abandonan arena,

arena de las flores,

para que un día decoren su semblante de muerto.

Rafael Alberti

Nació en 1902 en el Puerto de Santa María (Cádiz).

Tras la Guerra Civil española se exilió debido a su

militancia comunista. Regresó a España tras finalizar

la dictadura. Murió en 1999. Es autor de marinero en

tierra, Sobre los ángeles y A la pintura.

27. El mar. La mar.

El mar. La mar.

El mar. ¡Sólo la mar!

¿Por qué me trajiste, padre,

a la ciudad?

¿Por qué me desenterraste

del mar?

En sueños la marejada

me tira del corazón;

se lo quisiera llevar.

Padre, ¿por qué me trajiste

acá?

28. Colegio

Veo los años,

los mismos que ahora escucho volver a mí esta tarde

colgados de sotanas,

espantajos oscuros,

henchidos como cerdos de pez muerta que fueran

Page 10: Antología de Textos Literarios Siglo XX

navegando,

dejando tras de sí una cola de tinta goteada de

esperma sucia y vómito.

Oigo cómo me invaden crucifijos,

despiadadas penumbras de toses con rosarios y vía-

crucis

y un olor a café, a desayuno seco,

descompuesto en las bocas tibias de los

confesionarios.

No es posible que vuelva este mismo paisaje,

que reconquiste ni por un momento su sueño

embrutecido de moscas,

formol y humo.

No es posible otra vez este retrete sórdido de hábitos

con eructos y sopa de tapioca.

No es posible, no quiero,

no es posible querer para vosotros la misma infancia y

muerte.

29. El Ángel Bueno

Vino el que yo quería

el que yo llamaba.

No aquel que barre cielos sin defensas.

luceros sin cabañas,

lunas sin patria,

nieves.

Nieves de esas caídas de una mano,

un nombre,

un sueño,

una frente.

No aquel que a sus cabellos

ató la muerte.

El que yo quería.

Sin arañar los aires,

sin herir hojas ni mover cristales.

Aquel que a sus cabellos

ató el silencio.

Para sin lastimarme,

cavar una ribera de luz dulce en mi pecho

y hacerme el alma navegable.

De Sobre los ángeles.

Pedro Salinas

Pedro Salinas, nació en Madrid en 1891 y murió

en Boston en 1951. Publicó, entre otros libros: La voz

a ti debida y Razón de amor.

30. Ayer te besé en los labios

Ayer te besé en los labios.

Te besé en los labios. Densos,

Rojos. Fue un beso tan corto

Que duró más que un relámpago,

Que un milagro, más.

El tiempo,

Después de dártelo

No lo quise para nada

Ya, para nada

Lo había querido antes.

Se empezó en él, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;

Estoy solo con mis labios.

Los pongo

No en tu boca, no, ya no

-¿A dónde se me ha escapado?-

Los pongo

En el beso que te di

Ayer, en las bocas juntas

Del beso que se besaron.

Y dura este beso más

Que el silencio, que la luz.

Porque ya no es una carne

Ni una boca lo que beso,

Que se escapa, que me huye.

No. Te estoy besando más lejos.

31. No quiero que te vayas, dolor

No quiero que te vayas,

Dolor, última forma

De amar, me estoy sintiendo

Vivir cuando me dueles

No en ti, ni aquí, más lejos;

En la tierra, en el año

De donde vienes tú,

En el amor con ella

Y todo lo que fue.

En esa realidad

Hundida que se niega

A sí misma y se empeña

En que nunca ha existido,

Que sólo fue un pretexto

Mío para vivir.

Si tú, dolor, no me quedaras

Dolor irrefutable

Yo me creería;

Pero me quedas tú.

Tu verdad me asegura

Que nada fue mentira.

Y mientras yo te sienta,

Tú me serás, dolor,

La prueba, a lo lejos,

De que existió, que existe,

De que me quiso, sí,

De que aún la estoy queriendo.

Gabriel Miró

Novelista español. Nació en Alicante (1879).

Escribió Figuras de la Pasión del Señor (1917); Libro

de Sigüenza (1917) y El obispo leproso (1926), que

desató el escándalo de los grupos conservadores y

clericales e impidió su entrada en la Real Academia

Española. Murió en 1930 en Madrid.

Page 11: Antología de Textos Literarios Siglo XX

32. Años y leguas (fragmento)

" Dice el Eclesiastés que la risa, el habla y el andar

del hombre muestran su corazón. Pues el ánimo del

dueño de estas heredades se manifiesta en las

ventanas; aquí, aun sin querer, pone su tono, sus

resabios, sus cavilaciones, sus conceptos,

singularmente el de la Interinidad de la vida. Crece el

edificio; va quejándose su fisonomía con los rasgos de

los balcones de las rejas... (Una ventana encima de un

huerto, del mar, de las soledades de un monte, nos

comunica las complacencias de los que están junto a

la vidriera mirando.) Y apenas se acaban estas órbitas,

el dueño les baja unos párpados de ladrillos. En la faz

tapiada se endurece una mueca de avidez, como la de

los tuertos y sordomudos. La ventana no es sólo la

mirada, es también el grito, la ansiedad, la sonrisa

hacia los senderos, las nubes, los caminantes, las aves,

los rebaños, la lluvia, las estrellas. […]

No; la señora no quiere cavilar ni desperdiciar

dineros en una hacienda que sólo ha de tener mientras

viva. ¡Y qué le queda de vivir a sus ochenta y seis

años! Después, sin hija ya en el mundo, los bienes de

don Pedro irán a poder de los de su sangre, y las

heredades de ella, a los de la suya. Dejó el esposo

sobrinos que esperan... le queda a la señora la sobrina.

Todo el pan está ya rebanado y a punto que se lo

repartan. A doña Elisa, con sus alpargatas, su toca y su

hábito del Carmen, ya no le falta sino acostarse en la

tierra, al lado de la niña y del marido... Y otra vez se le

llenan los ojos de bruma inmóvil de eternidad: ¡Es la

eternidad...! […]

Sigüenza se revuelve mirando la gota de lumbre de

Venus, lumbre jugosa, de una sensación de desnudez.

Ya baja por los hombros del Ponoch. Se lo avisa a la

señora, que no puede levantar tanto su frente; y la

sobrina busca el lucero por otro horizonte. Venus se

hunde veloz, quebrándose en la humedad de la

mirada... Se ha embebido el zumo de claridad, y el

cielo se va desamparando. "

Miguel Hernandez

Orihuela, 1910 - Alicante, 1942. Poeta adscrito a la

Generación del 27, destacó por la hondura y

autenticidad de sus versos, reflejo de su compromiso

social y político. Publicó Perito en lunas (1933), El

rayo que no cesa (1936) y Cancionero y romancero de

ausencias (1938), entre otros.

33. Umbrío por la pena, casi bruno

Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo no me hallo no se halla

hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,

pena es mi paz y pena mi batalla,

perro que ni me deja ni se calla,

siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,

cardos y penas siembran sus leopardos

y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona

rodeada de penas y cardos:

¡cuánto penar para morirse uno!

De El rayo que no cesa

34. Elegía a Ramón Sijé

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se

me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,

a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

Page 12: Antología de Textos Literarios Siglo XX

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irá a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las ladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

De El rayo que no cesa

35. Canción del esposo soldado

He poblado tu vientre de amor y sementera,

he prolongado el eco de sangre a que respondo

y espero sobre el surco como el arado espera:

he llegado hasta el fondo.

Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,

esposa de mi piel, gran trago de mi vida,

tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos

de cierva concebida.

Ya me parece que eres un cristal delicado,

temo que te me rompas al más leve tropiezo,

y a reforzar tus venas con mi piel de soldado

fuera como el cerezo.

Espejo de mi carne, sustento de mis alas,

te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.

Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,

ansiado por el plomo.

Sobre los ataúdes feroces en acecho,

sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa

te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho

hasta en el polvo, esposa.

Cuando junto a los campos de combate te piensa

mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,

te acercas hacia mí como una boca inmensa

de hambrienta dentadura.

Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:

aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,

y defiendo tu vientre de pobre que me espera,

y defiendo tu hijo.

Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado

envuelto en un clamor de victoria y guitarras,

y dejaré a tu puerta mi vida de soldado

sin colmillos ni garras.

Es preciso matar para seguir viviendo.

Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,

y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo

cosida por tu mano.

Tus piernas implacables al parto van derechas,

y tu implacable boca de labios indomables,

y ante mi soledad de explosiones y brechas

recorres un camino de besos implacables.

Para el hijo será la paz que estoy forjando.

Y al fin en un océano de irremediables huesos

tu corazón y el mío naufragarán, quedando

una mujer y un hombre gastados por los besos.

De Viento del Pueblo

Dámaso Alonso

Poeta y filólogo que perteneció a la generación del 27.

Licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, antes de

la Guerra Civil española coincidió en la Residencia de

Estudiantes con Lorca, Buñuel y Dalí. Fue catedrático

de Filología Románica y en 1945 ingresó en la Real

Academia Española, de la que llegó a ser director. También recibió el Premio Cervantes.

36. Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de

cadáveres (según las últimas estadísticas).

A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo

en este nicho en el que hace cuarenta y cinco

años que me pudro,

y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar

los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.

Y paso largas horas gimiendo como el huracán,

ladrando como un perro enfurecido, fluyendo

como la leche de la ubre caliente de una gran

vaca amarilla.

Y paso largas horas preguntándole a Dios,

preguntándole por qué se pudre lentamente mi

alma,

por qué se pudren más de un millón de cadáveres en

esta ciudad de Madrid,

por qué mil millones de cadáveres se pudren

lentamente en el mundo.

Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra

podredumbre?

¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,

las tristes azucenas letales de tus noches?

Gabriel Celaya

Nació en 1911 en Hernani, Guipúzcoa. Estudió

ingeniería industrial en Madrid, donde se vinculó a la

Residencia de Estudiantes. Allí conoció a Lorca, Juan

Ramón Jiménez y otros, que determinaron su vocación

literaria. Fundó en 1947 la colección "Norte" de poesía.

Dedicó su obra al compromiso y la defensa de la

libertad. En los años cincuenta se incorporó de lleno a la

poesía social. Publicó: Las cartas boca arriba (1951),

Cantos iberos (1955) y Canto en lo mío (1968), entre

otros. Falleció en 1991 en Madrid.

37. La poesía es un arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmado, como un pulso que golpea las tinieblas,

Page 13: Antología de Textos Literarios Siglo XX

cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades:

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,

piden ser, piden ritmo,

piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,

como mágica evidencia, lo real se nos convierte

en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto,

para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta

mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.

Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas

personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica qué puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

De Cantos iberos, 1955.

38. España en marcha

Nosotros somos quien somos.

¡Basta de Historia y de cuentos!

¡Allá los muertos! Que entierren como Dios manda a

sus muertos.

No vivimos del pasado,

ni damos cuerda al recuerdo.

Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus

comienzos.

Somos el ser que se crece.

Somos un río derecho.

Somos el golpe temible de un corazón no resuelto.

Somos bárbaros, sencillos.

Somos a muerte lo ibero

que aún nunca logró mostrarse puro, entero y

verdadero.

De cuanto fue nos nutrimos,

transformándonos crecemos

y así somos quienes somos golpe a golpe y muerto a

muerto.

A la calle!, que ya es hora

de pasearnos a cuerpo

y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.

No reniego de mi origen,

pero digo que seremos

mucho más que lo sabido, los factores de un

comienzo.

Españoles con futuro

y españoles que, por serlo,

aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por

bueno.

Recuerdo nuestros errores

con mala saña y buen viento.

Ira y luz, padre de España, vuelvo a arrancarte del

sueño.

Vuelvo a decirte quién eres.

Vuelvo a pensarte, suspenso.

Vuelvo a luchar como importa y a empezar por lo que

empiezo.

No quiero justificarte

como haría un leguleyo.

Quisiera ser un poeta y escribir tu primer verso.

España mía, combate

que atormentas mis adentros,

para salvarme y salvarte, con amor te deletreo.

De Cantos iberos, 1955.

39. Cuéntame cómo vives, cómo vas muriendo Cuéntame cómo vives;

dime sencillamente cómo pasan tus días,

tus lentísimos odios, tus pólvoras alegres

y las confusas olas que te llevan perdido

en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.

Cuéntame cómo vives;

ven a mí, cara a cara;

dime tus mentiras (las mías son peores),

tus resentimientos (yo también los padezco),

y ese estúpido orgullo (puedo comprenderte).

Cuéntame cómo mueres;

Page 14: Antología de Textos Literarios Siglo XX

nada tuyo es secreto:

la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo);

la locura imprevista de algún instante vivo;

la esperanza que ahonda tercamente el vacío.

Cuéntame cómo mueres;

cómo renuncias -sabio-,

cómo -frívolo- brillas de puro fugitivo,

cómo acabas en nada

y me enseñas, es claro, a quedarme tranquilo.

De Tranquilamente hablando, 1945

Blas de Otero

(Bilbao, 1916). Estudió derecho aunque no ejerció.

Escribe Ángel fieramente humano (1950) y Redoble

de conciencia (1951). Pido la paz y la palabra (1955),

En castellano (1960) y Que trata de España (1964),

entre otros. En su poesía se aprecia la fe en la

solidaridad humana y la necesidad de una

transformación social. Falleció en 1979 en Madrid.

40. Hombre

Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,

al borde del abismo, estoy clamando

a Dios. Y su silencio, retumbando,

ahoga mi voz en el vacío inerte.

Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte

despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo

oirás mi voz. Oh Dios. Estoy hablando

solo. Arañando sombras para verte.

Alzo la mano, y tú me la cercenas.

Abro los ojos: me los sajas vivos.

Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.

Esto es ser hombre: horror a manos llenas.

Ser —y no ser— eternos, fugitivos.

¡Ángel con grandes alas de cadenas!

De Ángel fieramente humano (1950)

41. Digo vivir

Porque vivir se ha puesto al rojo vivo.

(Siempre la sangre, oh Dios, fue colorada.)

Digo vivir, vivir como si nada

hubiese de quedar de lo que escribo.

Porque escribir es viento fugitivo,

y publicar, columna arrinconada.

Digo vivir, vivir a pulso, airada-

mente morir, citar desde el estribo.

Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro,

abominando cuanto he escrito: escombro

del hombre aquel que fui cuando callaba.

Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra

más inmortal: aquella fiesta brava

del vivir y el morir. Lo demás sobra.

De Redoble de conciencia (1951)

42. En nombre de muchos

Para el hombre hambreante y sepultado

en sed —salobre son de sombra fría—,

en nombre de la fe que he conquistado:

alegría.

Para el mundo inundado

de sangre, engangrenado a sangre fría,

en nombre de la paz que he voceado:

alegría.

Para ti, patria, árbol arrastrado

sobre los ríos, ardua España mía,

en nombre de la luz que ha alboreado:

alegría.

De Pido la paz y la palabra (1955)

43. En el principio

Si he perdido la vida, el tiempo, todo

lo que tiré, como un anillo, al agua,

si he perdido la voz en la maleza,

me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo

lo que era mío y resultó ser nada,

si he segado las sombras en silencio,

me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro

puro y terrible de mi patria,

si abrí los labios hasta desgarrármelos,

me queda la palabra.

De Pido la paz y la palabra (1955)

Juan Marsé

(Barcelona, 1933) Uno de los máximos representantes

de la narrativa española de la segunda mitad del siglo

XX. De formación autodidacta, consiguió un

resonante éxito con Últimas tardes con Teresa (1965).

Algunas de sus obras destacadas son: La oscura

historia de la prima Montse (1970), Si te dicen que

caí (1973), Un día volveré (1982) y El embrujo de

Shangai (1993).

44. La isla del libro y el día del tesoro

Veo sentada ante mí, en casa, a la joven estudiante

de robustas rodillas y nervioso bolígrafo que me

visita para anotar en su cuaderno gravísimos datos

sobre mis novelas con destino a su tesina; la veo

parpadear, confusa, ante mis delgadas respuestas

(que no encajan en su vasto y complicado plan de

estudios: le digo, por ejemplo, que el Pijoaparte

jamás se propuso desenmascarar a la burguesía

catalana, sino simplemente enamorar a Teresa), la

veo cotejar notas, alterar esquemas, rectificar

Page 15: Antología de Textos Literarios Siglo XX

planteamientos, desorientada, y yo, algo entristecido,

me pregunto quién la ha desorientado, cuándo y

cómo ha perdido esa muchacha el placer de leer.

Afirma que la novela le gustó, pero se nota que no lo

pasó bien leyéndola, y lo que es peor, ya no

considera importante el pasárselo bien leyendo

novelas. Entonces, ¿quién o quiénes le quitaron a esa

chica el deseo de disfrutar con un libro, dejándole

sólo la obligación de aprender? ¿Aprender qué,

además? ¿Sociología, semiótica y semiología,

estructuralismo, sentido y forma, relaciones

metalingüísticas, perspectiva exógena y estructura

interna?

Por un breve instante, horribles fantasmas de

posibles tesinas pasadas y futuras desfilan por mi

mente con extravagantes títulos: El significado de los

toros y de la humilde patata en la poesía de Miguel

Hernández - Estructura, calor y sabor de las

magdalenas en la obra de Proust - El Pijoaparte hijo

natural semiótico de Henry James, con permiso de

Félix de Azúa - Los silencios de Moby Dick y su

relación metalingüística con la pata de palo de John

Silver y con el mezcal y los barrancos de la prosa de

Malcolm Lowry - Madame Flaubert soy yo, dijo

Federico García Lorca.

¡Maldición, estamos rodeados! Así es imposible

leer, hay que saber demasiadas cosas, hay que

amueblar la mente de bidets teóricos, hay que ser

experto en demasiadas chorradas -le digo a la

desilusionada estudiante de graves rodillas y afanoso

bolígrafo. Se han empeñado ellos, los malditos

tambores de las cátedras y de los institutos, los

avinagrados columnistas de diarios de provincias, los

rastreadores de estilos y figuras de la alfombra, los

rebuznos de la crítica trascendente y los cuarenta

años de incultura franquista, en convertir la lectura de

un libro en cualquier cosa menos en un placer, un

acto libre y espontáneo, una aventura personal con la

imaginación. ¿Quieres un consejo? Tira por la borda

ese cuaderno y ese bolígrafo y ponte a leer, sobre

estas rodillas sojuzgadas de estudiante aplicada, y

con ojos infantiles a ser posible, renovada la

capacidad de asombro, el sentido de la vida y la

imaginación penetrante, otra vez, "La isla del tesoro".

Callarán los bobos tambores eruditos y recobrarás el

tesoro de leer.

[Publicado por primera vez en El Periódico, 22/4/79]

Ángel González

(Oviedo, 1925 - Madrid, 2008) Miembro del Grupo

Poético de los años 50, publicó Sin esperanza, con

convencimiento (1961), Grado elemental (1962) y

Tratado de urbanismo (1967). A partir de 1968 utilizó

el título de Palabra sobre palabra para las sucesivas

ediciones de su obra acumulada.

45. Para que yo me llame Ángel González

Para que yo me llame Ángel González,

para que mi ser pese sobre el suelo,

fue necesario un ancho espacio

y un largo tiempo:

hombres de todo el mar y toda tierra,

fértiles vientres de mujer, y cuerpos

y más cuerpos, fundiéndose incesantes

en otro cuerpo nuevo.

Solsticios y equinoccios alumbraron

con su cambiante luz, su vario cielo,

el viaje milenario de mi carne

trepando por los siglos y los huesos.

De su pasaje lento y doloroso

de su huida hasta el fin, sobreviviendo

naufragios, aferrándose

al último suspiro de los muertos,

yo no soy más que el resultado, el fruto,

lo que queda, podrido, entre los restos;

esto que veis aquí,

tan sólo esto:

un escombro tenaz, que se resiste

a su ruina, que lucha contra el viento,

que avanza por caminos que no llevan

a ningún sitio. El éxito

de todos los fracasos. La enloquecida

fuerza del desaliento...

De Áspero mundo (1956)

Jaime Gil de Biedma

(Barcelona, 1929 - id., 1990) Destacado representante

del Grupo Poético de los años 50 y unido por razones

de afinidad intelectual y de amistad con algunos de

sus miembros (en especial Carlos Barral y el poeta en

catalán Gabriel Ferrater), recogió su obra en el

volumen titulado Las personas del verbo.

46. Contra Jaime Gil De Biedma

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,

dejar atrás un sótano más negro

que mi reputación —y ya es decir—,

poner visillos blancos

y tomar criada,

renunciar a la vida de bohemio,

si vienes luego tú, pelmazo,

embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,

zángano de colmena, inútil, cacaseno,

con tus manos lavadas, a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

Te acompañan las barras de los bares

últimos de la noche, los chulos, las floristas,

las calles muertas de la madrugada

y los ascensores de luz amarilla

cuando llegas, borracho,

y te paras a verte en el espejo

la cara destruida,

con ojos todavía violentos

que no quieres cerrar. Y si te increpo,

te ríes, me recuerdas el pasado

Page 16: Antología de Textos Literarios Siglo XX

y dices que envejezco.

Podría recordarte que ya no tienes gracia.

Que tu estilo casual y que tu desenfado

resultan truculentos

cuando se tienen más de treinta años,

y que tu encantadora

sonrisa de muchacho soñoliento

—seguro de gustar— es un resto penoso,

un intento patético.

Mientras que tú me miras con tus ojos

de verdadero huérfano, y me lloras

y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta!

Y si yo supiese, hace ya tiempo,

que tú eres fuerte cuando yo soy débil

y que eres débil cuando me enfurezco...

De tus regresos guardo una impresión confusa

de pánico, de pena y descontento,

y la desesperanza

y la impaciencia y el resentimiento

de volver a sufrir, otra vez más,

la humillación imperdonable

de la excesiva intimidad.

A duras penas te llevaré a la cama,

como quien va al infierno

para dormir contigo.

Muriendo a cada paso de impotencia,

tropezando con muebles

a tientas, cruzaremos el piso

torpemente abrazados, vacilando

de alcohol y de sollozos reprimidos.

Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,

y la más innoble

que es amarse a sí mismo!

47Pandémica y celeste

quam magnus numerus libyssae arenae

……………………………………………

………….

aut quam sidera multa, cum tacet nox,

furtiuos hominum uident amores.

catulo, vii

Imagínate ahora que tú y yo

muy tarde ya en la noche

hablemos hombre a hombre, finalmente.

Imagínatelo,

en una de esas noches memorables

de rara comunión, con la botella

medio vacía, los ceniceros sucios,

y después de agotado el tema de la vida.

Que te voy a enseñar un corazón,

un corazón infiel,

desnudo de cintura para abajo, hipócrita lector -mon semblable,-mon frère!

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo

quien me tira del cuerpo a otros cuerpos

a ser posiblemente jóvenes:

yo persigo también el dulce amor,

el tierno amor para dormir al lado

y que alegre mi cama al despertarse,

cercano como un pájaro.

¡Si yo no puedo desnudarme nunca,

si jamás he podido entrar en unos brazos

sin sentir -aunque sea nada más que un momento-

igual deslumbramiento que a los veinte años !

Para saber de amor, para aprenderle,

haber estado solo es necesario.

Y es necesario en cuatrocientas noches

-con cuatrocientos cuerpos diferentes-

haber hecho el amor. Que sus misterios,

como dijo el poeta, son del alma,

pero un cuerpo es el libro en que se leen.

Y por eso me alegro de haberme revolcado

sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,

mientras buscaba ese tendón del hombro.

Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones…

Aquella carretera de montaña

y los bien empleados abrazos furtivos

y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,

pegados a la tapia, cegados por las luces.

O aquel atardecer cerca del río

desnudos y riéndonos, de yedra coronados.

O aquel portal en Roma -en vía del Balbuino.

Y recuerdos de caras y ciudades

apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,

de escaleras sin luz, de camarotes,

de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,

y de infinitas casetas de baños,

de fosos de un castillo.

Recuerdos de vosotras, sobre todo,

oh noches en hoteles de una noche,

definitivas noches en pensiones sórdidas,

en cuartos recién fríos,

noches que devolvéis a vuestros huéspedes

un olvidado sabor a sí mismos!

La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota,

de la langueur goûtée à ce mal d’être deux.

Sin despreciar

-alegres como fiesta entre semana-

las experiencias de promiscuidad.

Aunque sepa que nada me valdrían

trabajos de amor disperso

si no existiese el verdadero amor.

Mi amor,

íntegra imagen de mi vida,

sol de las noches mismas que le robo.

Su juventud, la mía,

-música de mi fondo-

sonríe aún en la imprecisa gracia

de cada cuerpo joven,

en cada encuentro anónimo,

iluminándolo. Dándole un alma.

Y no hay muslos hermosos

que no me hagan pensar en sus hermosos muslos

cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.

Page 17: Antología de Textos Literarios Siglo XX

Ni pasión de una noche de dormida

que pueda compararla

con la pasión que da el conocimiento,

los años de experiencia

de nuestro amor.

Porque en amor también

es importante el tiempo,

y dulce, de algún modo,

verificar con mano melancólica

su perceptible paso por un cuerpo

-mientras que basta un gesto familiar

en los labios,

o la ligera palpitación de un miembro,

para hacerme sentir la maravilla

de aquella gracia antigua,

fugaz como un reflejo.

Sobre su piel borrosa,

cuando pasen más años y al final estemos,

quiero aplastar los labios invocando

la imagen de su cuerpo

y de todos los cuerpos que una vez amé

aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.

Para pedir la fuerza de poder vivir

sin belleza, sin fuerza y sin deseo,

mientras seguimos juntos

hasta morir en paz, los dos,

como dicen que mueren los que han amado mucho.

48. No volveré a ser joven

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos

-envejecer, morir, eran tan sólo

las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

De Las personas del verbo

http://www.rtve.es/television/imprescindibles/jaime-

gil-de-biedma/

Luis Alberto de Cuenca

49. La herida

Nada, ni el sordo horror, ni la ruidosa

verdad, ni el rostro amargo de la duda,

ni este incendio en la selva de mi cuerpo

que amenaza con no extinguirse nunca,

ni la terrible imagen que golpea

mis ojos y tortura mi cerebro,

ni el juego cruel, ni el fuego que destruye

esa otra imagen de armonía y fuerza,

ni tus palabras, ni tus movimientos,

ni ese lado salvaje de tu calle,

impedirán que encienda en tu costado

la luz que da la vida y da la muerte:

tarde o temprano sangrará tu herida,

y no será momento de hacer frases.

De La caja de plata (1985)

Luis García Montero

Poeta y ensayista español nacido en Granada en

1958. Licenciado en Filosofía y Letras por la

Universidad de Granada, obtuvo su Doctorado en la

misma Universidad con una tesis sobre el poeta Rafael

Alberti con quien lo unió una gran amistad. Es uno de

los poetas más importantes de la poesía española de

hoy. Actualmente es profesor titular del departamento

de Filología Española de la Universidad de Granada.

50. El amor

Las palabras son barcos

y se pierden así, de boca en boca,

como de niebla en niebla.

Llevan su mercancía por las conversaciones

sin encontrar un puerto,

la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer

y vivir con paciencia de madera

usada por las olas,

irse descomponiendo, dañarse lentamente,

hasta que a la bodega rutinaria

llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras

como el mar en un barco,

cubre de tiempo el nombre de las cosas

y lleva a la raíz de un adjetivo

el cielo de una fecha,

el balcón de una casa,

la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,

cuando el amor invade las palabras,

golpea sus paredes, marca en ellas

los signos de una historia personal

y deja en el pasado de los vocabularios

sensaciones de frío y de calor,

noches que son la noche,

mares que son el mar,

solitarios paseos con extensión de frase

y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,

acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.

51. Confesiones

Yo te estaba esperando.

Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,

Page 18: Antología de Textos Literarios Siglo XX

de la letra sin pulso y el verano

de mi primera carta,

por los pasillos lentos y el examen,

a través de los libros, de las tardes de fútbol,

de la flor que no quiso convertirse en almohada,

más allá del muchacho obligado a la luna,

por debajo de todo lo que amé,

yo te estaba esperando.

Yo te estoy esperando.

Por detrás de las noches y las calles,

de las hojas pisadas

y de las obras públicas

y de los comentarios de la gente,

por encima de todo lo que soy,

de algunos restaurantes a los que ya no vamos,

con más prisa que el tiempo que me huye,

más cerca de la luz y de la tierra,

yo te estoy esperando.

Y seguiré esperando.

Como los amarillos del otoño,

todavía palabra de amor ante el silencio,

cuando la piel se apague,

cuando el amor se abrace con la muerte

y se pongan mas serias nuestras fotografías,

sobre el acantilado del recuerdo,

después que mi memoria se convierta en arena,

por detrás de la última mentira,

yo seguiré esperando.

52.Sonata triste para la luna de Granada

A Marga

"Le ciel est par-dessus le toit"

Paul Verlaine

Esta ciudad me mira con tus ojos,

parpadea,

porque ahora después de tanto tiempo

veo otra vez el piano que sale de la casa

y me llega de forma diferente,

huyendo del salón,

abordando las calles

de esta ciudad antigua y tan hermosa,

que sigue solitaria como tú la dejaste,

cargando con sus plazas,

entre el cauce perdido del anhelo

y al abrigo del mar.

Estarías aquí

y nada habría cambiado sino el tiempo,

el cadáver extraño de sus ríos

que siguen sumergidos

como tú los dejaste.

Ahora

siento otra vez mi cuerpo poblarse de veletas

y lo veo entendido

sobre generaciones de ventanas antiguas

mientras la noche avanza solitaria y perfecta.

Somos de una ciudad

cargada de paciencia,

que no conoce el sueño de los invernaderos,

ni ha vivido la extraña presencia del amor.

Como pequeñas venas

los comercios esperan para abrirse mañana

y el deseo no existe

más allá de la luna de los escaparates.

Hemos soñado ya todos los sueños,

hemos vivido aquí

donde la historia olvida sus raíles vacíos,

donde la paz es negra y se recoge

entre plazas cerradas,

sobre tabernas viejas,

bajo el borde morado del misterio.

Alguna vez soñamos

con un mundo distinto:

era cuando el imperio perdido del azúcar

y llegaban viajeros

al olor de la industria.

Las calles se llenaron de motores rugientes

y la frivolidad

como una enredadera brillante por los ojos

nos ofreció de pronto

templada carne, lámparas de araña.

Parece que os recuerdo

abrasados al mundo entre trajes de hilo,

entre la piel hermosa de una época

que nos dejó sus árboles,

el corazón grabado

sobre las pitilleras, y su dedicatoria

en las fotografías.

Ahora

cuando el destino ya no es una excusa

sino la soledad,

y los cielos están bajo el tejado

como tú los dejaste,

todo recuerda un sueño sucio

de madrugada.

Aquí

no tuvimos batallas sino espera.

La guerra fue un camión que nos buscaba,

detenido en la puerta,

partiendo con sus ojos encendidos

de espía

y al abrigo del mar.

Más tarde

entre canciones tristes de marineros rubios

todo quedó dormido.

De balcón a balcón

oímos la posguerra por la radio,

y lejos,

bajo las cruces frías de las plazas,

ancianas sombras negras paseaban

sosteniendo en las manos

nuestra supervivencia.

Esta ciudad es íntima, hermosamente obscena,

y tus manos son pálidas

latiendo sobre ella

Page 19: Antología de Textos Literarios Siglo XX

y tu piel amarilla, quemada en el tabaco,

que me recuerda ahora

la luz artificial del alumbrado.

Vuelvo hacia ti. Mi corazón de búho

lo reciben sus piernas.

Como testigos mudos de la historia

acaricio las cúpulas perdidas,

palacios en ruina,

fuentes viejas

que recogen la luna

donde van a esconderse los últimos abrazos.

Verdes en el cansancio

de todas las esquinas

esta ciudad me mira con tus ojos de musgo,

me sorprende tranquila

de amor y me provoca.

Amanece

moradamente un día

que las calles comparten con la lluvia.

La soledad respira más allá

de las grúas

y mi cuerpo se extiende

por una luz en celo que adivina

los labios de la sierra,

la ropa por las torres de Granada.

La madrugada deja

rastros de oscuridad entre las manos.

Oigo

una voz que clarea. Lentamente

los tejados sonríen cada vez más extensos,

y así,

como una ola,

entre la nube abierta de todos los suburbios,

esta ciudad se rompe sobre las alamedas,

bajo los picos últimos

donde la nieve aguarda

que suba el mar, que nazca la marea.

De El jardín extranjero http://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php

&wid=1582&t=Sonata+triste+para+la+luna+de+Granada&

p=Luis+Garc%EDa+Montero&o=Luis+Garc%EDa+Monte

ro

53. Canción de aniversario

"...incómodos de no sentir el peso de los años".

Jaime Gil de Biedma

Son

extrañamente hermosos todavía,

estos labios de hace ahora tres años

y me parece inédito

el gesto de tu beso,

este llegar aquí cada vez más tranquilo,

con la serenidad

del que tiene por cómplice la vida

y su rutina.

Hoy sabemos que entonces,

cuando tus veinte años y mi primer abrazo,

empezamos por ser

sobre todo indecisos: la tímida torpeza

de la primera noche

y la dificultad

con que dejar las manos

en el hábito infiel de nuestros vicios.

Ahora

extrañamente hermoso estar aquí,

demasiado a menudo y decididos,

incómodo

de no sentir el peso de los años

aprendiendo contigo la premeditación

y escribiendo en tu piel mi alevosía.

Porque suele haber bancos donde se espera siempre,

aceras que prefieres por costumbre

o líneas de autobús al mediodía.

Y sin embargo tú

reapareces inédita en tu gesto

para decirme hoy

que le conteste al tiempo y sus preguntas

el práctico saber que tienes de mi cuerpo.

Carlos Marzal

(Valencia, 1961) Licenciado en filología hispánica, se

dio a conocer como poeta con El último de la fiesta

(1987). Ha publicado también La vida de frontera

(1991), Los países nocturnos (1996) y Metales

pesados (2001) Fuera de mí (2004) . Ha publicado

también la novela Los reinos de la casualidad (2003).

54. El último de la fiesta

I Deberías marcharte. La fiesta ha terminado.

Helada y sucia ya se anuncia el alba

con su oscuro cortejo de presagios.

Tendrías que acostarte, huir de este lugar

antes de que la luz te restituya

esa imagen de ti que ya conoces,

indefensa a tus ojos, lastimosa.

Has tocado por hoy el fondo de tu noche:

las ropas no guardan la corrección de unas horas atrás

y tu lengua está torpe,

has empezado a hurgar en la memoria

y ya no hay quien te fíe.

lo más sensato ahora sería retirarse.

II

Aquí, con convicción, ya nada te retiene.

Suena de nuevo idéntica la música

Page 20: Antología de Textos Literarios Siglo XX

y no es fácil andar sobre el untuoso suelo del local.

Ha pasado la hora de raptarse alguna compañía

con quien querer fingir la noche inacabable,

y te será mejor no recurrir

a invitados finales,

errante cada cual en su constelación,

rezumando bebida como paredes húmedas,

dispuestos a cualquier confidencia extemporánea.

Es infame el lugar. Tal vez lo fuera siempre;

pero hasta hace poco era el teatro

idóneo para tus intenciones.

Se trataba de malgastar el tiempo,

uno más entre la turbadora clientela,

regresando al sabor bronco de noches apuradas,

de ti mismo perdido y encontrado.

El azar nos otorga reductos alejados de la severidad,

momentáneos reinos en donde nadie trata

el enojoso tema de la vida,

no importa si a conciencia o ignorantes

de que la vida huye al ser nombrada.

El azar nos obsequia y el azar nos despoja.

Así te ocurre ahora: la fiesta ha terminado,

y con la fiesta terminó el hechizo.

III

Has apurado el plazo

que la noche te había concedido,

y a quien la luz ha de traer

ya lo conoces.

Si vuelves hacia casa, con tus pasos

volverán sus pasos. Y a tu fatiga

su fatiga habrá de acompañar.

La fiesta ha terminado y queda su enseñanza:

como una vieja deuda contraída,

nada hay más imposible que escapar de nosotros.

Ya se aproxima el alba, y nadie ignora

que todo plazo acaba por cumplirse,

que toda deuda acaba por pagarse.

IV

Ya ves; eso es lo que te aguarda, si te marchas,

y lo que aquí te espera no es mejor.

Conoces de antemano cuál será tu conducta:

sopesarás los dos ofrecimientos que posees

—la despoblada soledad de una fiesta ya extinta,

la habitual afrenta de estar solo contigo—

y antes de encaminarte hacia la casa

apurarás la noche un poco más.

(Un poco más, a estas torpes alturas de tu vida,

no puede ser muy malo).

La fiesta ha terminado. Y aquí viene la luz,

la vieja hiena.

De El último de la fiesta (1987)

55. La noche antes del viaje

Deseo lo que habrá de venir, pero aún deseo más

que lo que haya de ser sea un recuerdo,

otro nuevo episodio que permita, en un breve futuro,

distintas noches previas al día de partida,

puesto que en esas horas el vivir se descubre

con una fuerza extraña que el viaje no conoce,

y que el deseo nunca podría contener.

La vida antes del viaje no parece vida,

sino un ofrecimiento

imposible de ser ya defraudado.

Nuestras fieles rutinas no conciernen

a quien se marchará, y el día de mañana, inabarcable,

excita los sentidos, aviva la esperanza

y nos impide el sueño. El tiempo cotidiano,

aunque nos pertenezca, en el recuerdo es torpe,

y ese distinto tiempo que se aguarda

tiene un lugar para creer posible

que otra será la vida que suceda.

Más próxima a la idea que tenemos

La noche antes del viaje.

Todavía unas horas demoran la partida

y ya quiero volver para esperar de nuevo.

De La vida de frontera (1991)

56. El corazón perplejo

Desventurado corazón perplejo,

inconsecuente corazón,

no dudes.

No tiembles nunca más por lo que sabes,

no temas nunca más por lo que has visto.

Calamitoso corazón,

alienta.

Aprende en este ahora

el pálpito que vuelve con lo eterno,

para latir conforme en valentía.

Los números del mundo están cifrados

en la clave de un sol tan rutilante

que te ciega los ojos si calculas.

Ciégate en esperanza,

errátil corazón,

suma los números.

Un orden en su imán te está esperando.

Desde el final del tiempo se levanta

un ácido perfume de hojas muertas.

Respíralo y respira su secreto.

Abre de par en par tu incertidumbre.

No permitas

que encuentre domicilio la tibieza,

ni que este inescrutable amor oscuro

cometa el gran pecado de estar triste.

Acógete a ti mismo en tus entrañas

con tu abrazo más fuerte,

tu mejor padre en ti, tu mejor hijo,

gobierna tu ocasión de madurez.

Insiste una vez más

Page 21: Antología de Textos Literarios Siglo XX

aspira en estas rosas

su pútrido fermento enamorado.

En este desvarío de tu voz

se desnuda el enigma, transparece

la recompensa intacta de estar siendo.

Aquí estamos tú y yo,

altivo corazón,

en desbandada.

A fuerza de caer, desvanecidos,

y a fuerza de cantar,

enajenados.

De Metales pesados (2001)

57. Metal pesado

Igual que sucedía, siendo niños,

con las mágicas gotas de mercurio,

que se multiplicaban imposibles

en una perturbada geometría,

al romperse el termómetro, y daban a la fiebre

una pátina más de irrealidad,

el clima incomprensible de los relojes blandos.

Algo de ese fenómeno concierne a nuestra alma.

En un sentido estricto, cada cual

es obra de un sinfín de multiplicaciones,

de errores de la especie, de conquistas

contra la oscuridad. Un individuo

es en su anonimato una obra de arte,

un atávico mapa del tesoro

tatuado en la piel de las genealogías

y que lleva hasta él mismo a sangre y fuego.

No hay nada que no hayamos recibido

ni nada que no demos en herencia

Existe una razón para sentir orgullo

en mitad de esta fiebre que no acaba.

Somos custodios de un metal pesado,

lujosas gotas de mercurio amante.

De Metales pesados (2001)

Vicente Gallego

Poeta y narrador español (Valencia, 1963). Ha

publicado La luz de otra manera (1990), La plata de

los días (2001), Santa deriva (2002). Es considerado,

junto a García Montero, Benítez Reyes o Carlos

Marzal, uno de los principales representantes de la

poesía de la experiencia de los años ochenta y

noventa. También ha publicado relatos: Cuentos de un

escritor sin éxito y El espíritu vacío.

58. La perspectiva miente

Esta tarde me aburro

como un guardagujas

en una vía muerta, y el verano parece

el inútil sofoco de una dama anticuada.

Por buscarle a este tiempo alguna luz

he pensado en los días de otro agosto

que en la memoria brillan como un faro:

ese agosto en que un niño fue feliz.

O lo imagina al menos este hombre

que es ahora aquel niño,

porque ha comprendido que esa luz

no le llega de entonces, y que es el recuerdo

quien la pone en escena cuando los años pasan.

Mi memoria se esfuerza

por volver a aquel tiempo y serle fiel,

y esa misma película, que hace sólo un segundo

rebosaba de brillo y de color,

ahora pasa en mi mente con la escasa

y temblorosa luz con la que fue rodada:

En un pueblo pequeño, bajo el cielo

inexplicable y alto de los viejos veranos,

unos niños se aburren: ese mundo,

con horarios de vuelta y prohibiciones,

les parece pequeño. Para matar las horas

se esconden de sus padres, fuman, dicen

que fumar a escondidas ya les cansa,

que están hartos del pueblo, de sus padres,

de esperar que la vida, la verdadera vida,

comience.

Sí, en aquellas escenas

todo fue en blanco y negro, y es ahora el recuerdo

—experto en adornar viejas películas—

el que al darles color y darles brillo

me devuelve tan bellas sus imágenes.

La experiencia me enseña que estas tardes de tedio,

cuando olvide sus sombras

atrapado en las sombras de otras tardes

todavía más negras, quedarán registradas

como un tiempo de luz en mi recuerdo,

y sabrán consolarme en las horas oscuras.

Debe haber cierta luz en las tardes de ahora,

la experiencia lo enseña.

Lo que no nos enseña la maldita experiencia

es en dónde se esconde, de qué modo gozarla en el

presente,

ni por qué cruel torpeza cualquier tiempo que luego

brillará como un sol en la memoria

tenemos que vivirlo a la luz de una vela.

De La plata de los días (1996)

59. Una tarde cualquiera

No hay grandeza en la tarde, ni en el ocio

que la tarde me entrega y que he gastado

en buscar algo grande en el entorno

que ahora envuelve mi tiempo. Y después de la

música,

y de mucho tabaco, y de dar muchas vueltas

por mi vieja memoria y por la casa,

he encontrado en un libro algunas fotos

de una tarde tranquila como ésta

en las que estoy fumando en la terraza.

Page 22: Antología de Textos Literarios Siglo XX

Y al mirar esas fotos todavía recientes

de un momento trivial como este mismo,

una extraña emoción adorna los objetos

que desde allí me observan, y que voy comparando

con lo que son ahora: las macetas

han cambiado de sitio, ya se han muerto las flores

que crecían entonces, y entre otros detalles

sin ninguna importancia que mi mano mudó

al correr de los días, descubro ahora que es la mano

que sostiene el cigarro y parece la misma

lo que más ha cambiado, pues pertenece a un hombre

que soñaba un futuro diferente

para el que hoy lo mira, y se sonríe,

y alimenta otros sueños, y comprende

que también pasarán los de este día,

y aún contempla la tarde que se escapa,

y en ella al fin percibe, durante un solo instante,

esa extraña grandeza que al pasar pone el tiempo en las cosas pequeñas.

De La plata de los días (1996)

60. El olivo

En su hábito oscuro, con los brazos abiertos,

como un monje que al cielo le dirige

su plegaria obstinada por la vida del alma,

el olivo difunto permanece de pie

mientras la tarde dobla sus rodillas.

Enhebrado en la luz que se adelgaza,

su severo perfil

cose el cielo a la tierra,

vertebra el espinazo de la tarde.

Y un saber de lo nuestro

en su reserva humilde sospechamos.

Encallecida mano codiciosa

cuyos dedos se tuercen arrancándole al aire

un pellizco de vuelo,

algo extraño nos hurta el viejo olivo:

un secreto inminente, temperatura extrema

de un decirse que clama en su lenguaje mudo.

Y el hombre le dirige su pregunta.

Con su carga de hormigas y de soles,

con el misterio a cuestas

que buscamos cifrar en su oficio sencillo,

este tronco orgulloso es sólo eso:

sugestión arraigada de las cosas

que quedarán aquí cuando partamos,

contundente respuesta

que a la luz de la luna nos aturde el oído

con su seco zarpazo de silencio.

De Santa deriva (2002)

Javier Marías

(Madrid, 1951). Hijo del filósofo Julián Marías, se

licenció en filosofía y letras y colabora habitualmente

en revistas y prensa. Algunas de sus novelas son El

siglo (1983), Todas las almas (1989), Corazón tan

blanco (1992), Mañana en la batalla piensa en mí

(1995) y Los enamoramientos (2013).

61. Shakespeare, el mayor inspirador [El País,

16/abril/2014]

Sé de numerosos escritores que leyeron a los más

grandes en su temprana juventud —quizá cuando sólo

eran lectores— y luego jamás vuelven a ellos. En

parte lo entiendo: resulta desalentador, disuasorio,

incluso deprimente, asomarse a las páginas más

sublimes de la historia de la literatura. ―Existiendo

esto‖, se dice uno (yo el primero), ―¿qué sentido tiene

que llene folios con mis tonterías? No sólo nunca

alcanzaré estas alturas o esta profundidad, sino que en

realidad es superfluo añadir ni una letra. Casi todo se

ha dicho ya, y además de la mejor manera posible‖.

Hay escritores, por tanto, que para sobrevivir como

tales y encontrar el ánimo para pasar meses o años

ante el ordenador o la máquina, necesitan fingir que

no han existido Shakespeare ni Cervantes ni Dante ni

Proust, ni Faulkner ni Montaigne ni Conrad ni

Hölderlin ni Flaubert ni James, ni Dickens ni

Baudelaire ni Eliot ni Melville ni Rilke, ni muchos

más seguramente. Lo último que se les ocurre es

regresar a sus textos, al menos mientras trabajan,

porque el pensamiento consecuente suele ser: ―Mejor

me quedo callado y no doy a las exhaustas imprentas

otra obra más: ya hay demasiadas, y la mayoría están

de sobra. Por cálculo de probabilidades, sin duda las

mías también‖. Para quienes estamos en activo la

frecuentación de los clásicos puede ser más

paralizante y esterilizadora que nuestros mayores

pánicos e inseguridades, y créanme que, excepto los

muy soberbios (los hay, los hay), no hay novelista ni

poeta que no se vea asaltado por ellos, antes, durante y

después de la escritura.

Quizá por esa extendida evitación sorprende un

poco —quizá por eso se me haya solicitado esta

pieza— que alguien como yo, todavía en activo y más

o menos contemporáneo, esté en permanente contacto

(sería presuntuosa la palabra ―diálogo‖) con el más

intimidatorio de cuantos escritores han sido,

Shakespeare, hasta el punto de incorporarlo a menudo

a mis propios textos, en los que lo cito, lo comento, lo

parafraseo; está presente en muchos de ellos. De

hecho le debo tanto que seis títulos de libros míos son

citas o ―adaptaciones‖ de Shakespeare, y aún pueden

ser siete si la novela que acabo de terminar conserva

finalmente el provisional que la ronda. No es que

desconozca esa admiración desalentadora, ese estupor

disuasorio que producen los más grandes autores, al

lado de los cuales uno siempre se siente un iluso o un

fatuo. Vivimos en una época en la que el

deslumbramiento por los vivos está casi descartado,

porque está más vigente que nunca aquel viejo lema,

creo que medieval: ―Nadie es más que nadie‖. Cada

vez está más generalizada la negativa a reconocer la

Page 23: Antología de Textos Literarios Siglo XX

―superioridad‖ de nadie en ningún campo (salvo en el

deportivo), y hoy sería poco imaginable la reacción

del narrador de El malogrado, de Thomas Bernhard,

quien abandona su carrera pianística al coincidir con

Glenn Gould y darse cuenta de que, por competente

que llegara a ser, jamás se aproximaría al talento y al

virtuosismo del intérprete canadiense. Cualquier

artista actual está obligado a suprimir —o a silenciar,

al menos— la admiración por sus colegas vivos, más

aun si son compatriotas suyos o escriben en la misma

lengua. Incluso hemos llegado a un punto en el que,

para sobrevivir, también hace falta desacreditar a los

muertos —qué molestia son, qué incordio, cómo nos

hacen sombra, cómo subrayan nuestras deficiencias y

nuestra mediocridad—; o, si no tanto, hacer caso

omiso de ellos y desde luego rehuirlos. No son

escasos los literatos que hoy afirman no haber leído

apenas —ya les trae cuenta— y tener como

referencias únicas el cine, la televisión, los cómics o

los videojuegos. El propio, posible talento con las

palabras no se ve amenazado si uno ignora lo que

otros lograron con ellas.

Supongo que, en este mundo temeroso y

mezquino, mi actitud es anacrónica. Frecuento a

Shakespeare porque para mí es una fuente de

fertilidad, un autor estimulante. Lejos de

desanimarme, su grandeza y su misterio me invitan a

escribir, me espolean, incluso me dan ideas: las que él

sólo esbozó y dejó de lado, las que se limitó a sugerir

o a enunciar de pasada y decidió no desarrollar ni

adentrarse en ellas. Las que no están expresas y uno

debe ―adivinar‖. Por eso he hablado de misterio:

Shakespeare, entre tantísimas otras, posee una

característica extraña; al leérselo o escuchárselo, se lo

comprende sin demasiadas dificultades, o el

encantamiento en que nos envuelve nos obliga a

seguir adelante. Pero si uno se detiene a mirar mejor, o

a analizar frases que ha comprendido en primera

instancia, se percata a menudo de que no siempre las

entiende, de que resultan enigmáticas, de que

contienen más de lo que dicen, o de que, además de

decir lo que dicen, dejan flotando en el aire una niebla

de sentidos y posibilidades, de resonancias y ecos, de

ambigüedades y contradicciones; de que no se agotan

ni se acaban en su propia formulación, ni por lo tanto

en lo escrito.

En mis novelas he puesto ejemplos: ―It is the

cause, it is the cause, my soul‖ (―Es la causa, es la

causa, alma mía‖), así inicia Otelo su famoso

monólogo antes de matar a Desdémona. El lector o el

espectador leen o escuchan eso tranquilamente por

enésima vez, lo comprenden. Y sin embargo, ¿qué

demonios quiere decir? Porque Otelo no dice ―She is

the cause‖ ni ―This is the cause‖ (―Ella es la causa‖ o

―Esta es la causa‖), que resultarían más claros y más

fáciles de entender. O cuando a Macbeth le comunican

la muerte de Lady Macbeth, murmura: ―She should

have died hereafter‖ (―Debería haber muerto más

adelante‖, más o menos). ¿Y eso qué significa —esa

célebre frase—, cuando la situación es ya desesperada

y el propio Macbeth morirá en seguida? También

Lady Macbeth, tras empaparse las manos con la

sangre del Rey Duncan que su marido ha asesinado,

vuelve a este y le dice: ―My hands are of your color;

but I shame to wear a heart so white‖ (―Mis manos

son de tu color; pero me avergüenzo de llevar un

corazón tan blanco‖). No se sabe bien qué significa

ahí ―blanco‖, si inocente y sin mácula, si pálido,

asustado o cobarde. Por mucho que ella quiera

compartir el sino de Macbeth, ensangrentándose las

manos, lo cierto es que la asesina no ha sido ella, o

sólo por inducción, instigación o persuasión. Su

marido es el único que se ha manchado el corazón de

veras.

Son ejemplos de los que me he valido en el

pasado. Pero hay centenares más. (―¡Ojalá fuera tan

grande como mi pesar, o más pequeño mi nombre!

¡Ojalá pudiera olvidar lo que he sido, o no recordar lo

que ahora debo ser!‖, dice Ricardo II en su hora peor).

Las historias de Shakespeare rara vez son originales,

rara vez de su invención. Es una prueba más de lo

secundario de los argumentos y de la importancia del

tratamiento. Es su verbo, es su estilo, el que abre

brechas por las que otros nos podemos atrever a

asomarnos. Señala sendas recónditas que él no

exploró a fondo y por las que nos tienta a

aventurarnos. Quizá por eso sigue siendo el clásico

más vivo, al que se adapta y representa sin cesar; el

que sobrevuela películas y series de televisión

oceánicas como El señor de los anillos, Los Soprano,

El padrino o Juego de tronos, o más superficialmente

House of Cards. A él sí osamos volver. No sólo yo,

desde luego, aunque en mi caso no haya la menor

ocultación. Lo reconozcan o no otros autores, a los

cuatrocientos cincuenta años de su nacimiento y a los

trescientos noventa y ocho de su muerte, Shakespeare

sigue siendo el que corre más por nuestras venas y el

mayor inspirador de nuestros balbuceos.

Almudena Grandes

(Madrid, 1960) se dio a conocer en 1989 con Las

edades de Lulú (1989) y ha continuado con Malena es

un nombre de tango (1994), Atlas de geografía

humana (1998), Los aires difíciles (2002), El corazón

helado (2007), Inés y la alegría (2010) y

recientemente La tres bodas de Manolita (2014).

62. "Mientras informaba a sus compañeros de lo que

había ocurrido, mientras se vestía tan rápido como

podía, mientras se bebía un café que todavía estaba

hirviendo sin haber revuelto bien el azúcar depositado

en el fondo de la taza, mientras pisaba el acelerador de

su coche para remontar la rampa del aparcamiento

subterráneo del hospital, Juan Olmedo trataba de

desplazar todos los cadáveres que poblaban su

memoria con el recuerdo de todos los accidentados

que habían logrado sobrevivir ante sus ojos. Se

Page 24: Antología de Textos Literarios Siglo XX

aferraba a cada cama de hospital, a cada ejercicio de

recuperación, a cada lágrima furtiva, a cada sonrisa

consciente, a cada jarrón con flores, como a la única

palanca capaz de hacer saltar por los aires otras tantas

imágenes de cuerpos sin piernas, sin brazos, sin ojos,

sin cabeza, sin verdadero cuerpo, todos los despojos

privados de vida cuya muerte había visto certificar o

había tenido que certificar él mismo. Nunca había

estado sometido a una presión semejante, nunca se

había sentido tan fuera de sí, nunca recordaba haber

tenido tanto miedo como entonces. Necesitaba gritar,

maldecir al cielo, machacarse los nudillos contra el

salpicadero, arañarse la cara, pero se estaba quieto, y

conducía con toda la prudencia que era capaz de

simultanear con la máxima velocidad que desarrollaba

el motor del coche, y con toda la fe que podía

improvisar."

De Los aires difíciles