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MIGUEL HERNANDEZ-JUAN RAMÓN GONZALEZ GARCIA LORCA-LEON FELIPE

antologias- poesia

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este documento te dotara de algunos poemas por escritores como Federico Lorca, Miguel Hernadez y Juan Ramòn Jimenez

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MIGUEL HERNANDEZ-JUAN RAMÓN GONZALEZ

GARCIA LORCA-LEON FELIPE

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ANTOLOGIAS- POESIA (NIÑOS DE 9-14 AÑOS)

MEDIOS Y COMUNICACIÓN MEDIATICA

CARDOSO VALDERRAMA ANA MARIA

CASTRILLON ANDRADE GEJHOANA

REYES TOVAR ADRIANA MARITZA

REYES TORO SONIA FERNANDA

SALASAR CESPEDES SERGIO ANDRES

VELEZ QUINVAYA ELVER FABIAN

IV SEMESTRE

PROGRAMA DE FORMACIÓN COMPLEMENTARIA

INSTITUCIÓN EDUCATIVA ESCUELA NORMAL SUPERIO DE NEIVA

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2009

«EN fondo de aire» (dije) «estoy», (dije) «soy animal de fondo de aire» (sobre tierra), ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina con su carbón el ámbito segundo destinado.

Pero tú, dios, también estás en este fondo y a esta luz ves, venida de otro astro; tú estás y eres lo grande y lo pequeño que yo soy, en una proporción que es ésta mía, infinita hacia un fondo que es el pozo sagrado de mí mismo.

Y en este pozo estabas antes tú con la flor, con la golondrina, el toro y el agua; con la aurora en un llegar carmín de vida renovada; con el poniente, en un huir de oro de gloria. En este pozo diario estabas tú conmigo, conmigo niño, joven, mayor, y yo me ahogaba

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sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti. Este pozo que era, sólo y nada más ni menos, que el centro de la tierra y de su vida.

Y tú eras en el pozo májico el destino de todos los destinos de la sensualidad hermosa que sabe que el gozar en plenitud de conciencia amadora, es la virtud mayor que nos trasciende.

Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú, para hacerme sentir que yo era tú, para hacerme gozar que tú eras yo, para hacerme gritar que yo era yo en el fondo de aire en donde estoy, donde soy animal de fondo de aire, con alas que no vuelan en el aire, que vuelan en la luz de la conciencia mayor que todo el sueño de eternidades e infinitos que están después, sin más que ahora yo, del aire.

JUAN RAMÓN JIMENEZ

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El sol, la rosa y el niño flores de un día nacieron. Los de cada día son soles, flores, niños nuevos. Mañana no seré yo: otro será el verdadero. Y no seré más allá de quien quiera su recuerdo. Flor de un día es lo más grande al pie de lo más pequeño. Flor de la luz el relámpago, y flor del instante el tiempo. Entre las flores te fuiste. Entre las flores me quedo.

MIGUEL HERNANDEZ

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El campo de olivos

se abre y se cierra como un abanico.

Sobre el olivar hay un cielo hundido y una lluvia oscura

de luceros fríos. Tiembla junco y penumbra

a la orilla del río. Se riza el aire gris.

Los olivos, están cargados

de gritos. Una bandada

de pájaros cautivos, que mueven sus larguísimas

colas en lo sombrío.

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Ayer tarde volvía yo con las nubes que entraban bajo rosales (grande ternura redonda) entre los troncos constantes.

La soledad era eterna y el silencio inacabable. Me detuve como un árbol y oí hablar a los árboles.

El pájaro solo huía de tan secreto paraje, solo yo podía estar entre las rosas finales.

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Yo no quería volver en mí, por miedo de darles disgusto de árbol distinto

a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron de mi forma de hombre errante,

y, con mi forma olvidada, oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella. En vuelo de luz suave

fui saliéndome a la orilla, con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía vi a los árboles mirarme, se daban cuenta de todo, y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar, entre el nublado de nácares,

con blando rumor, de mí. Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no, que yo era sólo el pasante,

que no me hablaran a mí? No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, muy tarde, oí hablarme a los árboles.

Juan ramón Jiménez

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El lagarto está llorando. La lagarta está llorando. El lagarto y la lagarta con delantalitos blancos. Han perdido sin querer su anillo de desposados. ¡Ay! su anillito de plomo, ¡ay! su anillito plomado Un cielo grande y sin gente

monta en su globo a los pájaros. El sol, capitán redondo, lleva un chaleco de raso. ¡Miradlos qué viejos son! ¡Qué viejos son los lagartos! ¡Ay, cómo lloran y lloran! ¡Ay, ay, cómo están llorando! Y ya lo sabes, si escribes alguna poesía o conoces alguna que te guste, no olvides de enviárnosla. ¡Todos te agradeceremos!

Federico García Lorca

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¡GRANADOS en cielo azul! ¡Calle de los marineros; qué verdes están tus árboles, qué alegre tienes el cielo!

¡Viento ilusorio de mar! ¡Calle de los marineros —ojo gris, mechón de oro, rostro florido y moreno!— .

La mujer canta a la puerta: «¡Vida de los marineros; el hombre siempre en el mar, y el corazón en el viento!».

—¡Virjen del Carmen, que estén siempre en tus manos los remos; que, bajo tus ojos, sean dulce el mar y azul el cielo!—

… Por la tarde, brilla el aire; el ocaso está de ensueños;

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es un oro de nostaljia, de llanto y de pensamiento.

—¡Como si el viento trajera el sinfín y, en su revuelto afán, la pena mirara y oyera a los que están lejos!

¡Viento ilusorio de mar! ¡Calle de los marineros —la blusa azul, y la cinta milagrera sobre el pecho!—.

¡Granados en cielo azul! ¡Calle de los marineros! ¡El hombre siempre en el mar, y el corazón en el viento!

JUAN RAMÓN JIMENEZ

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No pudimos ser. La tierra no pudo tanto. No somos cuanto se propuso el sol en un anhelo remoto. Un pie se acerca a lo claro. En lo oscuro insiste el otro. Porque el amor no es perpetuo en nadie, ni en mí tampoco. El odio aguarda su instante dentro del carbón más hondo. Rojo es el odio y nutrido. El amor, pálido y solo. Cansado de odiar, te amo. Cansado de amar, te odio. Llueve tiempo, llueve tiempo. Y un día triste entre todos, triste por toda la tierra, triste desde mí hasta el lobo, dormimos y despertamos con un tigre entre los ojos.

Piedras, hombres como piedras, duros y plenos de encono, chocan en el aire, donde chocan las piedras de pronto. Soledades que hoy rechazan

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y ayer juntaban sus rostros. Soledades que en el beso guardan el rugido sordo. Soledades para siempre. Soledades sin apoyo. Cuerpos como un mar voraz, entrechocado, furioso. Solitariamente atados por el amor, por el odio. Por las venas surgen hombres, cruzan las ciudades, torvos. En el corazón arraiga solitariamente todo. Huellas sin compaña quedan como en el agua, en el fondo. Sólo una voz, a lo lejos, siempre a lo lejos la oigo, acompaña y hace ir igual que el cuello a los hombros.

Sólo una voz me arrebata este armazón espinoso de vello retrocedido y erizado que me pongo. Los secos vientos no pueden secar los mares jugosos. Y el corazón permanece fresco en su cárcel de agosto porque esa voz es el arma más tierna de los arroyos: «Miguel: me acuerdo de ti después del sol y del polvo, antes de la misma luna, tumba de un sueño amoroso». Amor: aleja mi ser de sus primeros escombros, y edificándome, dicta una verdad como un soplo. Después del amor, la tierra. Después de la tierra, todo.

MIGUEL HERNANDEZ

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TODAS las nubes arden porque yo te he encontrado, dios deseante y deseado; antorchas altas cárdenas (granas, azules, rojas, amarillas) en alto grito de rumor de luz.

Del redondo horizonte vienen todas de congregación fúlgida, a abrazarse con vueltas de esperanza a mi fe respondida. (Mar desierto, con dios

en redonda conciencia que me habla y me canta,

que me confía y me asegura; por ti yo paso en pie

alerta, en mí afirmado, conforme con que mi viaje

es al hombre seguido, que me espera en puerto de llegada permanente,

de encuentro repetido.)

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Todas las nubes que existieron, que existen y que existirán,

me rodean con signos de evidencia; ellas son para mí

la afirmación alzada de este hondo

fondo de aire en que yo vivo; el subir verdadero del subir,

el subir del hallazgo en lo alto profundo.

Juan Ramón Jiménez

Bajo el naranjo, lava pañales de algodón. Tiene verdes los ojos y violeta la voz.

¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor!

El agua de la acequia iba llena de sol, en el olivarito cantaba un gorrión.

¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor!

Luego cuando la Lola gaste todo el jabón,

vendrán los torerillos.

¡Ay, amor, bajo el naranjo en flor!

Federico García Lorca

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Dos especies de manos se enfrentan en la vida, brotan del corazón, irrumpen por los brazos, saltan, y desembocan sobre la luz herida a golpes, a zarpazos.

La mano es la herramienta del alma, su mensaje, y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente. Alzad, moved las manos en un gran oleaje, hombres de mi simiente.

Ante la aurora veo surgir las manos puras de los trabajadores terrestres y marinos, como una primavera de alegres dentaduras, de dedos matutinos.

Endurecidamente pobladas de sudores, retumbantes las venas desde las uñas rotas, constelan los espacios de andamios y clamores, relámpagos y gotas.

Conducen herrerías, azadas y telares, muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,

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y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares fábricas, pueblos, minas.

Estas sonoras manos oscuras y lucientes las reviste una piel de invencible corteza,

y son inagotables y generosas fuentes de vida y de riqueza.

Como si con los astros el polvo peleara, como si los planetas lucharan con gusanos,

la especie de las manos trabajadora y clara lucha con otras manos.

Feroces y reunidas en un bando sangriento avanzan al hundirse los cielos vespertinos unas manos de hueso lívido y avariento,

paisaje de asesinos.

No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos, mudamente aletean, se ciernen, se propagan.

Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos, y blandas de ocio vagan.

Empuñan crucifijos y acaparan tesoros que a nadie corresponden sino a quien los labora, y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros caudales de la aurora.

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Orgullo de puñales, arma de bombardeos con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña: ejecutoras pálidas de los negros deseos que la avaricia empuña.

¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden al agua y la deshonran, enrojecen y estragan? Nadie lavará manos que en el puñal se encienden y en el amor se apagan.

Las laboriosas manos de los trabajadores caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas. Y las verán cortadas tantos explotadores en sus mismas rodillas.

15 de febrero de 1937

MIGUEL HENANDEZ

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Cuando en la noche, el aire ve su fuente oculta. Está la tarde limpia como la eternidad. La eternidad es solo lo que sigue, lo igual; y comunica por armonía y luz con lo terreno.

Entramos y salimos sonriendo, llenos los ojos de totalidad, de la tarde a la eternidad, alegres de lo uno y lo otro. Y de seguir, de entrar y de seguir. Y de salir…

(Y en la frontera de las dos verdades exaltando su última verdad, el chopo de oro contra el pino verde, síntesis del destino fiel, nos dice qué bello al ir a ser es haber sido.

Juan Ramón Jiménez