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UNION ARABE DE CUBA X Edición. PREMIO DE LITERATURA ABDALA 2009 Género: Ensayo Título: Apuntes de lo egipcio y lo árabe en el epistolario de José Lezama Lima Premio Especial de la Embajada de Egipto en la Habana. Mención del Jurado. Autor: Jorge Elías Gil Viant RESUMEN La obra de muchos cubanos ha difundido, entre sus múltiples aristas, la impronta árabe. Entre ellos la producción artística de José Lezama Lima ha demostrado, además de brindar riquezas heredadas de otros contextos, que el legado árabe es un componente indispensable sin el cual sería prácticamente imposible tener una aprehensión de la profundidad y la riqueza de la cultura cubana. Los personajes árabes de sus novelas Paradiso y Oppiano Licario son ejemplos, entre muchos otros, de este legado. Pero no solo su novelística o poesía dejan traslucir lo egipcio o lo árabe, también su epistolario lo evidencia, y es en sus cartas donde Lezama se revela íntimo y sencillo pero no por eso deja de ser profundo. Al respecto decía lo siguiente el importante intelectual cubano José Rodríguez Feo: “En su epistolario, Lezama propende al empleo de un lenguaje coloquial sencillo. Pero, como dijo en una ocasión Julio Cortázar y saben todos los que conocieron a Lezama, él hablaba a veces como escribía.” José Rodríguez Feo (en Mi correspondencia con Lezama Lima, pág.28)

Apuntes de Lo Egipcio y Lo Arabe en Version Breve Jorge Elias Gil

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UNION ARABE DE CUBA

X Edición. PREMIO DE LITERATURA ABDALA 2009

Género: Ensayo

Título: Apuntes de lo egipcio y lo árabe en el epistolario de José Lezama Lima

Premio Especial de la Embajada de Egipto en la Habana.

Mención del Jurado.

Autor: Jorge Elías Gil Viant

RESUMEN

La obra de muchos cubanos ha difundido, entre sus múltiples aristas, la impronta árabe. Entre ellos la producción artística de José Lezama Lima ha demostrado, además de brindar riquezas heredadas de otros contextos, que el legado árabe es un componente indispensable sin el cual sería prácticamente imposible tener una aprehensión de la profundidad y la riqueza de la cultura cubana. Los personajes árabes de sus novelas Paradiso y Oppiano Licario son ejemplos, entre muchos otros, de este legado. Pero no solo su novelística o poesía dejan traslucir lo egipcio o lo árabe, también su epistolario lo evidencia, y es en sus cartas donde Lezama se revela íntimo y sencillo pero no por eso deja de ser profundo. Al respecto decía lo siguiente el importante intelectual cubano José Rodríguez Feo:

“En su epistolario, Lezama propende al empleo de un lenguaje coloquial sencillo. Pero, como dijo en una ocasión Julio Cortázar y saben todos los que conocieron a Lezama, él hablaba a veces como escribía.”

José Rodríguez Feo (en Mi correspondencia con Lezama Lima, pág.28)

Ahondar en el conocimiento de los componentes de nuestra cultura, como lo es el árabe, a través de la obra de este cubano universal permite un acercamiento más vigoroso hacia la nacionalidad cubana y por tanto a la cultura universal.

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A la memoria del Dr. José Cantón Navarro

Apuntes de lo egipcio y lo árabe en el epistolario de José Lezama Lima.

Jorge Elías Gil Viant

Introducción.

Sabe Ud. que los ángeles al inferior de la Forma van proliferando, pero en la ascensión hasta el superior de la Forma va quedando un solo

ángel que dice una sola palabra en el que escucha.

José Lezama Lima

Carta a Cintio Vitier, marzo de 1947

Al releer las cartas de Lezama es inevitable un impulso en el deseo de compartir, una idea que te taladra, incluso con la implícita culpa de saber que no te perdonarán si no se lo dices a otros. Y es que Lezama sigue siendo ese autor más comentado que leído lo cual nos obliga a rodear los supuestos predios del “secreto a voces” con todas las implicaciones que esto trae. Pero nada más lejano de la realidad. Un culto constante en el oficio del magister signó su vida y lo materializó tendiendo la mano, los libros, la poesía y ese acontecimiento de flotar tranquilo al escapar en el instante de mejor definición. Ningún secreto que no fuera el que la propia poiesis no revelará jamás, ya que de hacerlo deja de ser, acompaño al poeta de Trocadero 162, ningún misterio que no fuera el que la misma vida porta y esgrime para no perder su encanto. Unidas a su prosa y poesía están sus cartas (1) como el completamiento de los símbolos que nos dejó, que no necesariamente simbolizan algo sino más bien (y respetando la urdimbre de la semántica de las palabras en su uso pero sobre todo en su origen hacia lo cual Lezama se aproximo recurrentemente) simbolizan con algo. Nadie mejor que su amigo y co-editor de Orígenes José Rodríguez Feo para decirnos acerca de la riqueza de sus cartas:

En su epistolario, Lezama propende al empleo de un lenguaje coloquial sencillo. Pero, como dijo en una ocasión Julio Cortázar y saben todos los que conocieron a Lezama, él hablaba a veces como escribía. Y los que no lo han leído, ni imaginarse pueden lo que eso significaba. Como todo escritor tiene un lenguaje escrito o privado y un lenguaje oral o público, cuando habla muy “literalmente”, solemos tildarlo de afectado o pedante. Es uno de esos individuos que ridiculizamos diciendo que usa “frases bonitas”. Sin embargo, han existido seres excepcionales –entre los que descuellan los poetas- en los que la demarcación entre los dos lenguajes tiende a borrarse por la impulsión avasalladora del verbo poético. Lezama figura entre ellos, porque estaba poseído, como el decía medio en broma, por el demonio de la poesía. Y lo singular es que su apetencia de creación era tan intensa y dominante que cuando aderezaba su conversación o, en este caso, sus cartas -donde tenemos la sensación de que nos

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habla de un tono casi confesional- con esa proliferación de imágenes, hechos y personajes rescatados de sus extensas lecturas, su lenguaje no se nos antoja exótico o falso porque intuimos que es parte consustancial de su ser íntimo.

José Rodríguez Feo. En Mi correspondencia con Lezama Lima, pág.28

En esas hojas escritas, fechadas y echadas por él al correo postal gravitan su familia, sus amigos y colegas. Entre ellos poetas, escritores y traductores de Paradiso. Al igual que su obra en prosa o en verso, sus cartas transpiran una cultura universal y profunda que asombra por la facilidad con que se mueve de un espacio a otro, de un contexto a una esencia sin el menor aviso para sus destinatarios acostumbrados, la mayoría, a ese poder del poeta que sigue generando hoy admiración y admiración. Entre las numerosas referencias que asoman en sus misivas se destacan aquellas que revelan el legado egipcio y árabe, no solo por su carácter explicito en lo relacionado con términos, vocablos, lugares, textos y cuanta presencia evidente pueda citarse, sino por su riqueza implícita de este legado árabe y oriental, que sería motivo de posteriores trabajos. En este ensayo se acentúa la presencia en sus cartas de aquellas referencias directas y explicitas en lo que concierne a lo que hemos recibido de la tierra de los faraones y de ese amplio y rico crisol que es la civilización árabe. Y así nos alegremos una vez más de la grandeza de ese cubano “querendón” que vivió, desde una fiesta innombrable, la añoranza de la mar violeta por el nacimiento de los dioses.

Lo árabe y lo egipcio en la obra de José Lezama Lima.

Antes de introducirnos en las cartas de Lezama seria conveniente retomar fragmentos de un ensayo anterior (2) que permiten reconocer esa otra parte del símbolo de lo árabe y lo egipcio, esta vez de su obra, además acercarnos a vuelo de pájaro a todo un contexto literario cubano de escritores que reflejaron en su producción artística la presencia árabe. La cultura cubana, vista como un verdadero crisol donde se funden los disímiles componentes que la forman, es muestra de un rico abanico de legados que han sido heredados e incorporados a través de los momentos de su historia. El componente árabe se destaca desde el inicio de la conquista por parte de España en estas nuevas tierras constituyendo junto con el tesoro castellano, en su lengua y su aspecto cristiano, los dos eslabones primarios de la vertebración de una forma de ser como individuos y como grupo humano, previo a la definición como nación y anterior incluso a la llegada de la herencia africana. Fueron aquellos hombres portadores del acervo del Al-Andaluz e insertos dentro de la avanzada española durante la conquista y después los que encarnaron la misión genésica de la fundación de una nación nueva, que como una cadena de cambios aglutinó eslabones tan diversos como el español, el árabe y el aborigen así como posteriormente el africano y el chino.

Estos componentes fueron encontrando un lugar para su expresión a través de los cambiantes y dialécticos procesos culturales acaecidos en sus diferentes etapas. La expresión más alta de identificación con la cultura árabe se expresa en el pensamiento de José Martí que antes de cumplir los diez y seis años y hasta su muerte refleja el mundo árabe no sólo en su obra sino en su propia vida, muestra de ello es el modo de llamarle a su hijo “Ismaelillo” en directa alusión al hijo de Abraham que fue padre de la nación árabe según los textos coránicos y bíblicos. La obra martiana ofrece ejemplos

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de la cultura árabe en numerosas ocasiones, de ellas “La perla de la mora” se destaca por su belleza poética pero sobre todo su temprano poema “Abdala” no solo muestra el legado árabe sino su profundo amor a la patria, condición permanente de su vida y obra.

La cercanía de José Martí hacia estos temas no se da como un hecho aislado, Federico Hurbach con el poema “Samaritana” y Julián del Casal con su poema “El camino de Damasco” son muestras de ello. A los anteriores se suman otros nombres, en su identificación con esta herencia, como son Félix Pita Rodríguez con sus “La noche de Nefertite” y “La noche de Akenaton”, Angel Augier y Regino Pedroso del cual conocemos un primer poema titulado “La ruta de Bagdad” así como otro titulado “Cleopatra”.

Así, en esta línea de autores encontramos a José Lezama Lima (1910-1976), el cual se refirió en sus primeros versos publicados al más importante río del país de los faraones. Lezama nace en la Habana el 19 de diciembre de 1910 (3) en el campamento militar de Columbia, donde su padre era coronel. Durante su juventud participa en los alzamientos estudiantiles contra la dictadura de Machado (reflejados en su novela Paradiso) y se matricula en la carrera de Derecho en la Universidad de la Habana. Desde 1929 hasta su muerte, vivirá primero con su anciana madre Rosa Lima Rosado y, más tarde, con su esposa María Luisa Bautista en su casa de Trocadero 162. Realiza dos breves estancias fuera de Cuba, en México y Jamaica (4). Poeta, ensayista y novelista, se le considera como una especie de paradigma dentro del espacio de las letras cubanas, desde 1944 hasta 1957, fundó la revista Verbum y estuvo al frente de Orígenes, la más importante de las revistas cubanas de literatura en su tiempo e incluso, en la opinión de muchos, después. Fue una de sus virtudes agrupar a su alrededor a poetas de la talla de Gastón Baquero, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera y Octavio Smith, entre otros. Su cercanía, amistosa y espiritual, con el poeta y sacerdote español Ángel Gaztelu, permitió el enriquecimiento de su acervo católico y la fundación de una breve revista literaria, anterior a Orígenes, llamada Nadie parecía o cuaderno de lo bello con Dios. La muerte de José Lezama Lima ocurrió en la Habana el 9 de agosto de 1976.

Su primer libro de poemas fue Muerte de Narciso (1937), y con él invita al lector a transitar nuevos espacios de aprehensión de lo poético permitiendo así el paso hacia una nueva realidad, reconstruida dentro de una fascinante y barroca mitología. Es de destacar que dentro de esta referida mitología aparecen inicialmente la griega y la egipcia. Muerte de Narciso es, además de su primer libro, su primer poema publicado del cual se muestra a continuación la estrofa inicial,

Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo,envolviendo los labios que pasabanentre labios y vuelos desligados.La mano o el labio o el pájaro nevaban.Era el círculo en nieve que se abría.Mano era sin sangre la seda que borrabala perfección que muere de rodillasy en su celo se esconde y se divierte. José Lezama Lima

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Siguen, entre otras obras poéticas, todas influidas por el estilo rico en metáforas de uno de sus paradigmas poéticos, Góngora: Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), Dador (1960) y Fragmentos a su imán, publicado después de su muerte en 1977, en las que demuestra que la poesía es una aventura arriesgada.

En 1966 publicó la novela Paradiso, donde confluye toda su trayectoria poética de carácter barroco, simbólico e iniciático. El protagonista, José Cemí, simboliza la iniciación de un joven en los caminos de la poesía. El espacio de lo cubano, con sus deformaciones verbales (por lo que fue criticado en ocasiones), desempeña un papel fundamental en la obra, como ocurre en su colección de ensayos La cantidad hechizada (1970). Oppiano Licario es una novela inconclusa, aparecida póstumamente en 1977, que desarrolla la figura del personaje presente también en Paradiso y de la que toma título. Lezama Lima ha influido en escritores hispanoamericanos y españoles, algunos de los cuales llegaron a considerarle su maestro, como es el caso de Severo Sarduy.

Su casa de Trocadero 162 es, en sus diferentes habitaciones, muestra de su pasión por las culturas orientales y entre ellas la árabe. El barroco de la distribución de los objetos y adornos que atesora la casa no oculta, por ejemplo, la exquisita cerámica – ubicada en la sala - que ha sido llamada “La Samaritana”, pieza de una belleza especial y de un perfecto acabado que refleja una joven vestida a la manera de los pueblos semíticos. Ya avanzando hacia su cuarto estudio se aprecian sobre uno de los muebles de la habitación dos cabezas de Nefertiti, perfectas imitaciones, del más famoso busto de esta faraona, cuyo original se expone en el museo de Berlín.

Es precisamente en esta habitación de la casa donde se guarda uno de sus libros más queridos, entre los cientos que todavía conserva este lugar, el cual no es otro que la “Guía espiritual” de Miguel de Molinos prologada por José Ángel Valente. Miguel de Molinos fue sacerdote católico y místico español, nacido en Muniesa (Teruel), fundador del quietismo, una forma radical de misticismo ( con hondas raíces provenientes del misticismo islámico) basada en la creencia de que la perfección reside en la pasividad y sometimiento absolutos del alma ante Dios, dejando que sea absorbida por el espíritu divino. Como tal pasividad requiere la supresión de la voluntad, todas las acciones, tanto las buenas como las malas, son obstáculos. Sus opiniones, expuestas en la Guía Espiritual (1675), fueron bien recibidas por el clero y los laicos, y se ganó el favor del Papa Inocencio XI, pero los oponentes del Papa acusaron a Molinos de herejía y de inmoralidad personal, acusaciones por las que fue detenido en 1685. En 1687 las circunstancias lo obligaron a admitir (aun en contra de su voluntad y de la verdad) como ciertas aquellas razones que sus adversarios le increpaban como errores y aunque no fueran tales, fue condenado a cadena perpetua.

La reminiscencia milenaria, como bien dice Lezama en la última estrofa del poema “Antonio y Cleopatra”, regresa una vez más vestida de resonancias egipcias en esos versos: “y el ojo de la turquesa manchado/ con polvos de azafrán. / Las aguas de seda/ contemplan con ojos plateados/ los gusanillos que surcan las velas/ del trirreme romano,/ con una voluptuosidad que araña/ dulcemente los agujeros de la flauta.”

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Lo egipcio y lo árabe en el epistolario de José Lezama Lima.

Dibujo, con motivos egipcios, realizado por Lezama Lima.

Lezama escribe cartas desde pequeño (5), postales, notas, todo ello anunciando un insaciable apetito por la literatura leída y escrita, captada por sus ojos y salida de su mano. En sus cartas: su pasión por la literatura, por conseguir poemas, ensayos y traducciones pedidas en más de una ocasión a colegas como José Rodríguez Feo y Virgilio Piñera que en sus viajes contactaban con gran parte de la intelectualidad que durante años colaboró con ellos. En sus cartas también el dolor por la ruptura familiar, la lejanía de sus hermanas y sus amigos y sobre todo su poesía de la que no podía substraerse escribiera lo que escribiese. En referencia a esa infancia suya le dice Lezama a Reynaldo González:

Me alegró que evocaras a mi padre en esas llanuras. Todo eso era una introducción para su muerte, pues como todos los hombres que viven poco (él vivió 33 años) la vida se le acumula con serenidad, sin exceso exterior. Las raíces en esos casos son las que soportan los dedos que arañan. Su estancia debió ser como un mirar y descubrir, como un afán de retener los árboles, y el río. Ya él iba hacia su destino, que era morir en una soledad que tuvo que haberlo transfigurado. La vivencia de su muerte hizo vivir como muertos a su esposa y a sus hijos. Vivíamos en una dimensión egipcia, sabíamos que después de muertos seguiríamos viviendo, que teníamos que seguir cumpliendo y acercarnos a la energía solar.

(A Reynaldo González, 12 de junio de 1970, en Como las cartas no llegan, pág. 223)

Tomando como punto de partida el nacimiento de José Lezama no existe un testimonio completo y claro sobre las rutas de la familia entre 1911 y 1917. El teniente llega a ser jefe máximo de Columbia pero hay un nuevo traslado a la fortaleza de la

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Cabaña aunque no se sabe en que año. A principios de 1917, José María Lezama y Rodda, ya comandante, recibe órdenes de trasladarse al Camaguey, para combatir a sublevados del Partido Liberal levantados en armas contra el gobierno de Mario García Menocal. Dos años después se encuentra en Fort Barrancas, Pensacola, Florida, Estados Unidos donde lo sorprende la muerte el 19 de enero de 1919. Esta idea de “vivir una dimensión egipcia” (a propósito de la temprana pérdida paterna y los sucesivos desgarramientos familiares), y con toda la profundidad implícita que lleva se repite en otra carta a su hermana Eloísa:

Todo se nos presenta formando círculos interminables, que a veces se unen, se disuelven en el agua, o se frotan furiosos engendrando la maldición. Una casa ocupada por una familia inmensa ha sido talada y aventada. Si morirnos es separarnos de todo lo nuestro, la separación de todos los nuestros es también morirse. Ahora comprendo, al final todo se aclara, porque hace tanto tiempo que decía que vivo en una dimensión egipcia: como viviente soy un muerto, pero como muerto soy un fantasma que golpeo. Ahora soy un fantasma que sólo paso algodonoso, golpeándome mis entrañas desechas. Soy un fantasma que ni paso, miro la puerta.

No creas que expongo caprichos individualistas, hay miles de cubanos en el mismo estado de ánimo. Sensación de lo frustrado duro de la fatalidad, del muro de las lamentaciones, del sujeto que se extenúa en una expiación que desconoce su pecado. El alma calcinada se pregunta y al preguntar se hiere una vez más.

(A Eloísa Lezama, 16 de septiembre de 1961, en Cartas a Eloísa y otra correspondencia, pág. 54)

Sin el peligro de caer en el patchwork , porque siempre encontraríamos un hilo conductor en su sentido y en su inmanencia, podrían citarse varios fragmentos de cartas a diferentes destinatarios en el argumento de la importancia de esta perspectiva de la aprehensión de la realidad desde un prisma egipcio en cuanto al paso sutil de un mundo a otro, en cuanto a la densidad del recuerdo y la remembranza de los que ya no están por razones de la muerte o de la distancia. Es entre ellos muy notable el que se inscribe en las misivas a María Zambrano. La Zambrano fue esa puerta maravillosa a otro/s mundo/s que posibilitó una expansión impresionante para los escritores del grupo Orígenes. No solo Lezama, autores como Eliseo Diego jalonaron su obra a profundidades todavía por estudiar gracias a la tierna guía de María Zambrano. En 1974, dos años antes de su muerte, el autor de Paradiso así le escribe:

La inolvidable evocación que hace de la doncella muerta que aparece en el vaso griego, desesperada por el afán de volvernos a encontrar con nuestros muertos, convertida en realidad por los egipcios en aquella isla a la salida del Nilo, donde ellos nos esperan, como en una forma de durmición. Usted evoca después con una gran poesía a la luz, que viene de lo desconocido y que se hace nuestra respiración, al hermanarse la luz con el aire, donde “ellos” también participan y nos acompañan con tal sutileza que se convierte de nuevo en una luz inalcanzable, pero que gravita en nosotros como provocándonos otra respiración.

(A María Zambrano, 2 de febrero de 1974, en Como las cartas no llegan, pág. 61)

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En igual perspectiva se suman estos fragmentos de las cartas a Fina García Marruz, a José Rodríguez Feo y a Julián Orbón:

Lo que queremos siempre es reproducir la casa completa en el valle de Osiris, el de la muerte. Si nos morimos en la muerte, es la enseñanza de los egipcios, volvemos a vivir. El que está muerto en la muerte, vive, pero el que está muerto en la vida, es la única forma para mí conocida de la vida en su turbión, en su escala musical, en su fuego cortado.

(A Fina García Marruz, junio de 1961, en Como las cartas no llegan, pág. 95)

Atravesamos días egipcios, lo que está muerto se embalsama y los familiares siguen llevando comida y perfumes para seguir creyendo en una existencia petrificada (…) Conservar lo muerto, embalsamándolo y perfumándolo, es el primer obstáculo para la resurrección.

(A José Rodríguez Feo, enero de 1948, Mi correspondencia con Lezama Lima, pág. 31)

Recibir una carta tuya es como un día que se excepciona por su iluminación, como un poema que logra su luz fija, buscando sus antecedentes y consecuentes, como la isla en el delta de los egipcios, donde se unen las dos porciones, la tierra removida y la salida a lo estelar. Tu que me conoces podrás imaginar lo que puede ser la vida mía después de la muerte de mi madre. Gracias a mi esposa y a la fortaleza que ella supo comunicarme he podido ir desenvolviéndome. Trabajo en la continuación de mi novela, vivo en completo retraimiento y en serena clausura, apenas salgo y acaricio y tiemblo la terrible soledad de las cabras.

Tendríamos, queridísimo Julián, montañas de cosas que contarnos, algunas te harían reír, aunque son de un trasfondo sombrío. Es casi imprescindible que salgamos impulsados más allá de nuestros tejados y poder conversar. Valdría la pena y sería el definitivo consuelo para los dos.

(A Julián Orbón, 4 de octubre de 1971, en Cartas a Eloísa y otra correspondencia, pág. 352)

El 12 de septiembre de 1964 muere su madre Rosa Lima y Rosado. En un período previo de convalecencia la anciana había estrechado los lazos con María Luisa Bautista Treviño, antes de ella morir le pide a Lezama que se casen. El 5 de diciembre de 1964 ocurre el casamiento legal en la notaría de Octavio Smith, consagrado en la Iglesia del Espíritu Santo (Habana Vieja) oficiando el Padre Ángel Gaztelu, en una ceremonia sencilla con la presencia de algunos amigos (Agustín Pí, Mario Parajón, Cintio Vitier, Fina García Marruz y Alejo Carpentier, entre otros). Lezama tenía al casarse 54 años.

Sobre uno de estos amigos que asisten a la consagración de su boda le escribe un año más tarde a su hermana Eloísa, y aquí encontramos nuevas referencias, esta vez al Líbano:

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Ya Mario Parajón no es el director del centro donde yo trabajaba, como dice la Biblia: se levantó fuerte, fuerte como los cedros del Líbano, miré y ya no era…Ahora el que está al frente de ese organismo es José Antonio Portuondo.

(A Eloísa Lezama, 30 de mayo de 1965, en Cartas a Eloísa y otra correspondencia, pág. 93)

Retomando la comunicación con los Vitier se advierten dos fragmentos epistolares de una riqueza notable. El primero hace referencia a los giros de las palabras:

…cada palabra tiene su espacio. Cada espacio su árbol. Cada árbol, nos da el cono de perspectiva y la sombra para el sueño del pastor. Así, el espacio de la palabra caballo es romano; el de corcel, árabe; alazán, es vistosidad decadente, es Felipe IV, reyes a caballo pintados por Velázquez.

(A Fina García Marruz, mayo de 1955, en Como las cartas no llegan, pág. 93)

El segundo proyecta una evocación de futuro engalanada con ese espacio mágico que son Las mil y una noches, siendo esta una de las últimas cartas escritas por Lezama:

Así Uds. tienen la magia de llevarlo siempre a una juventud, en la que penetran más y más al paso de los años. Y todo pueden rejuvenecerlo, embellecerlo, rodearlo de un misterio que sin asustarnos, nos lleva a acercarnos al monstruosillo y sentirlo como si hubieran sentido bondades y escamas nuevas, como esos árboles de piedras preciosas de los que se habla en Las mil y una noches. Yo siento, lo que verán mucho mejor otras generaciones. La vivencia del surgimiento de Uds. En ese acuario. Ahí, por grutas, por galerías subterráneas, por laberintos y jardines sumergidos, volverán a reconstruirlos a Uds. Como si por haber guardado la piel, los ojos y los dientes, pudieran siempre vivir de nuevo.

(A Cintio Vitier y Fina García Marruz, abril de 1976, Como las cartas no llegan, pág. 102)

Con Eloísa conversará a través de las cartas como no lo hizo con nadie pues es con ella, y aunque también le escribió a su otra hermana Rosa, con quien tratará los asuntos más delicados, los dolores más fuertes y las alegrías más cercanas al regazo. Las hermanas de Lezama viajan a Estados Unidos en 1961, desde entonces y hasta su muerte en 1976 el espacio entre ellos se densificó gracias a las cartas y a las llamadas telefónicas con la esperanza del reencuentro que nunca sucedió. Son muchas las cartas, son muchos los acontecimientos reflejados en ellas, de ellos, dos pasajes que hablan por si solos. Uno (en referencia al cambio de dinero realizado en agosto de 1961) que relata la dificultad de las dinámicas inminentes en las que se introducía la sociedad cubana, el otro que desborda alegrías ante el nuevo año y los regalos recibidos, que más que útiles son portadores de la querencia familiar:

Además, las colas no eran en el propio barrio, nosotros nos tuvimos que trasladar a Salud entre Lealtad y Escobar, un barrio maloliente, con todos los establecimientos cerrados, un vaso de agua era más difícil que en los arenales de Libia o en el Sahara. Después nos trasladamos a la calle Reina, eran ya cerca de la una, y las máquinas al ser alquiladas, sus choferes te preguntaban si tenías menudo, pues si no rechazaban la carrera… Una pesadilla, Eloy, todo en un ambiente de alucinación. Cada vez que

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vuelvo a pensar en toda esa noche, noto que respiro con dificultad, como quien llega al infierno.

Eloy, no tienes una idea de la conducta magnífica de nuestra santa madre. Se portó como una estoica de la era clásica. En su sillita de tijera soportó una cola de nueve horas, sin comer, con un calor de agosto en llamas, con una resignación y una grandeza que me llenó de orgullo. Lo que nuestra madre ha sufrido en los últimos años, engrandece su vida a límites inconcebibles, casi legendarios. Yo llegué a casa con tal cólera y cansancio en el subconsciente que me puse en alta voz a decir avemarías y padresnuestros. Dos días de espanto, en que un coro inmenso entró en estado de alucinación permanente.

Me convencí de lo bueno que es nuestro pueblo. Vecinos le trajeron agua a Mamá, vi la gran bondad cubana tan cerca que casi me asustó. Reza por nosotros,

Joseíto

(A Eloísa Lezama, agosto de 1961, en Cartas a Eloísa y otra correspondencia, pág. 53)

Ya el nuevo año, lo quiero comenzar escribiéndoles a mis hermanas, para ver si en este año, remendados de nuestros dolores, la paz nos acompaña. Me parece que voy viendo y sintiendo a todos los de mi sangre por esa banda extranjera, todos muy querendones de nuestra tierra, por lo que averiguo de sus sentimientos, todo en su corazón, y sé que lloran. La distancia nos une, también ella tiene su sangre y circula en sus círculos invisibles. El día 30 de diciembre llegaron las cosas enviadas por España. Todo utilísimo y frecuente en la delicia. Turrones exquisitos con miel y almendra de árabes, pero con esa sustantividad española, con la que han molido su historia sobre el pilón árabe y después americano. Un chocolate Suchard, ahondado de almendras en cacao, fruición lenta de la que nos habíamos alejado por el golpetazo de lo último acaecido. Almendritas, garapiñas, nueces y dulces confitados. Dos jabones “Maja”, uno de Colgate, una pasta de afeitar, otra para los dientes. Se ve que el paquete fue escogido con cuidado, por manos que saben escoger.

(A Eloísa Lezama, 1 de enero de 1966, en Cartas a Eloísa y otra correspondencia, pág. 107)

Otro cubano universal, Alejo Carpentier -ganador de uno de los tres premios Cervantes de Literatura otorgados a cubanos, los otros dos son Dulce María Loynaz y Guillermo Cabrera Infante-, se inscribió dentro de la extensa lista de sus destinatarios epistolares. La carta en cuestión refleja igualmente una vislumbre relativa al milenario país de los faraones:

Estaba leyendo La guerra del tiempo, mi muy querido Alejo, cuando recibí tu carta. Sorprendo entonces tu(*) dos mundos, el otro, en que la realidad se nos entrega como cuando en las excavaciones o en las trincheras apoyamos el espejo en un saco de arena para afeitarnos mejor, y como los personajes de tus libros te los encuentras ya

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por donde quiera que paseas. Llegamos a un momento en que la ley del azar sonríe y se nos entrega. Nos damos cuenta entonces que lo que escribimos es también realidad. Percibimos que todo ha cambiado hacia la bolita de papel, muy apretada, con magia, noticias de un periódico sin fecha, y que al abrirla de nuevo, coincide, pasados cuatro siglos, con las excavaciones egipcias.

(*) Así aparece en la carta de Lezama: “tu”, aunque no concuerda en número con lo siguiente “dos mundos”

(A Alejo Carpentier, octubre de 1958, en Como las cartas no llegan, pág. 151)

Si por algo agradeció Lezama en grado máximo a través de su vida fue por los libros. Al morir en 1976 se le calculaban alrededor de diez mil de ellos con los que vivía y convivía. A propósito de esta alegría derivada de libros recibidos le escribe a María Zambrano en dos ocasiones:

En relación con la colección de marginados, Heterodoxos, le doy las gracias pues trae muchas de las cosas que me gustan. Los temas dedicados a los moriscos y a las comunidades de Castilla, me parecen en extremo interesantes y valiosos para conocer esos problemas tan interesantes de España.

(A María Zambrano, mayo de 1976, en Como las cartas no llegan, pág. 65)

He leído con mucha fruición el libro del místico oriental La sabiduría de los profetas. Algunos de sus capítulos son muy hermosos. De la sabiduría luminosa en el verbo de Joseph y su reaparición en la imagen, es uno de ellos. Lo he leído con vibración como sumergida que nos dejan los místicos, aunque yo conozco muy poco a los grandes místicos orientales, que eran leídos por Ruysbroeck y por Tauleo y por el beato Enrique de Suso; algo de ellos pasa a nuestros grandes místicos, san Juan de la Cruz, el beato Simón de Rojas o Fray Juan de los Ángeles.

(A María Zambrano, 31 de julio de 1970, en Cartas a Eloísa y otra correspondencia, pág. 298)

El segundo fragmento constituye uno de los más demostrativos de cuanto José Lezama Lima ahondó en el saber proveniente del mundo árabe. Este libro La sabiduría de los profetas no es otro que el famoso Fusus al-Hikam de Ibn Arabí (1165-1240). Las principales obras de Ibn Arabí (Kitab al-Futúhat al-Makkiyya fî Ma’rifat al-Asrar al-Malikiyya -El libro de las revelaciones de Meka referente a los misterios del Rey (Al-lâh) y del reino (mundo)- , Fusus al-Hikam -Los engastes de la sabiduría-, el Diwan al-Akbar; el Tarjuman al-Ashwaq —Intérprete de los deseos o de los amores-, etc.) son una invitación a la reflexión y a la meditación. La vida de Ibn Arabí se aprecia profundamente vinculada con su obra siendo ésta última la fuente –unida a las referencias de sus contemporáneos y a la de sus discípulos- más fidedigna para llegar a una idea precisa de su trayectoria de vida. Ibn Aflatún (“hijo de Platón”), como denominan también a lbn Arabí, fue realmente un autor prolífico y polifacético. A través de trayectoria de vida como la de Ibn Arabí se puede vislumbrar el pensamiento de éste creador así como su influencia, presente no sólo en los ámbitos del Islam sino también en otros espacios de espiritualidad como la cristiana. Lo anterior se hace

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evidente en la vida y obra de místicos entre los que se pueden mencionar a San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús y Miguel de Molinos.

Las Aperturas Espirituales de la Meca: al-Futuhat al-Makkiyya es considerada como una vasta enciclopedia de las ciencias islámicas unidas al contexto del tawhid, “la profesión de la unicidad de Dios” que conforma el corazón del Islam. Éste libro incluye quinientos sesenta capítulos de los cuales cualquiera puede ser considerado un gran libro de publicarse por separado. Ibn Arabí discute en ellos detalladamente acerca del Corán, el Hadith, eventos en la vida del profeta Muhammad, las líneas detalladas que rigen la Sharia, los principios de la jurisprudencia, los nombres divinos y los atributos, las relaciones entre Dios y el mundo, la estructura del cosmos, la naturaleza del ser humano y los diferentes tipos de seres humanos. Trata además del camino a través del cual se puede llegar a la perfección humana, los escenarios en el ascenso hacia Dios, los rangos y los tipos de ángeles, la naturaleza de los genios, las características del tiempo y del espacio, el rol de las instituciones políticas, el símbolo de las letras, la naturaleza del mundo (intermedio) entre la muerte y la resurrección, el estatus ontológico del cielo y del infierno y muchos otros temas.

En Damasco Ibn Arabí redacta su libro de Las Gemas o Los Engastes de las sabidurías: Kitáb Fusús al-Hikam, verdadera suma condensada de sus posiciones doctrinales fundamentales. En esta misma ciudad termina su recopilación de poemas Diwán al-Akbar. Fusus al-Hikam bien puede entenderse como un tratado de metafísica en el cual el autor toma frases del Corán relativas a veintisiete profetas, algunos de ellos árabes y por tanto desconocidos para los cristianos, y sobre esas frases desarrolla sus teorías, no siempre fáciles de comprender para quienes no están acostumbrados a transitar por los senderos de la interpretación mística de las escrituras reveladas. La naturaleza humana e individual de cada profeta está contenida en el logos o la palabra (kalimah) que es su realidad esencial y con la cual se hace la determinación de la suprema palabra o la enunciación primordial de Dios. Es por ello que los capítulos se titulan “El engaste de la divina sabiduría en la palabra de Adam”, “El engaste de la sabiduría de la inspiración en la palabra de Seth” y así por el estilo para terminar con “El engaste de la sabiduría de la singularidad en la palabra de Muhammad”. El mismo título del libro “Los engastes de la sabiduría” simboliza que cada “engaste” contiene una joya preciosa que significa un aspecto de la sabiduría divina revelado a cada uno de los profetas, cada “engaste” es la naturaleza física y espiritual de un profeta que sirve como vehículo para un aspecto particular de la divinidad revelado a ese profeta.

Tanto la obra de Ibn Arabí como la difusión de esta, a través de su escuela y los filósofos y místicos notables que se inscriben en ella, han ejercido una apreciable influencia en amplios sectores de la vida intelectual del Islam. Numerosas expresiones de la cultura en lengua árabe, persa, urdú y otras se comprenden, fundamentalmente, a través de la consulta de su obra. El pensamiento de Ibn Arabí ha sido el centro de una considerable producción literaria concerniente a la interpretación, comentarios y apologías, así como de obras de polémica y crítica.

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En la última carta citada a María Zambrano Lezama hace referencia, además de Ibn Arabí, a la influencia de místicos como él en “nuestros grandes místicos” como bien Lezama escribe. Acerca de esto se tienen referencias y se continúa profundizando en la actualidad. El ejemplo más notable de ello es San Juan de la Cruz. Las peripecias de la vida de San Juan de la Cruz demuestran que él no podía ignorar a los maestros de la espiritualidad islámica. Primeramente, como estudiante en la Universidad de Salamanca. El catálogo de la biblioteca de la Universidad de esta época, contiene traducciones de sufíes musulmanes y sobre todo de Ibn Arabí que habían sido encargadas en el siglo XIII, por el Rey Alfonso X el Sabio en España (que reina de 1252 a 1285) y por Federico II (Emperador en 1250) en Sicilia, ambos profundamente influidos de la cultura islámica y que se rodearon en su corte respectiva, en Toledo y Palermo, de sabios musulmanes.

San Juan de la Cruz fue, de 1582-1588, prior del convento de los mártires en Granada, donde escribió su Cántico Espiritual y su Viva Llama. Y en esta época los musulmanes aun no habían sido expulsados de Granada (la expulsión ocurrió en 1609). La ciudad estaba aun poblada esencialmente por musulmanes. La mayoría de ellos se habían convertido al cristianismo y participaban en la administración de la ciudad. San Juan de la Cruz vivía en contacto con ellos. En la calle misma de su convento, calle Elvira, cerca de la Puerta de Elvira vivía una mística musulmana discípula del gran sufí al-Ghazali. Era muy conocida bajo el nombre de “La mora de Úbeda”.

Otro hecho muestra que San Juan de la Cruz no pudo ignorar los problemas de las relaciones entre la teología musulmana y la cristiana. En 1588, el último año de su estancia en Granada, cuando fue derrumbada la antigua mezquita de los nazaríes para construir la nueva catedral, los obreros que allí trabajaban sacaron a la luz “cajas de plomo” con reliquias y pergaminos escritos en árabe, en latín y en español. Lezama en el uso de su genio intuía estos vasos comunicantes que en la actualidad se estudian cada vez más. Todo lo anterior es muestra de la profundidad y la vasta cultura, dentro de la cual se inserta lo árabe, de que gozó y que nos legó este cubano universal. Sirva este ensayo, hilvanado con apuntes de sus cartas, como un merecido homenaje en su centenario.

Notas

(1) Para el presente ensayo se tomaron en cuenta sus cartas publicadas en: Como las cartas no llegan (Introducción, selección y notas de Ciro Bianchi Ross, ediciones UNION, 2000), Cartas a Eloísa y otra correspondencia (Introducción y comentarios de José Triana, prólogo de Eloísa Lezama Lima, Editorial Verbum, 1998) y Mi correspondencia con Lezama Lima (José Rodríguez Feo, Ediciones UNION, 1989).

(2) Jorge Elías Gil Viant. Vislumbres árabes en la obra de Dulce María Loynaz y José Lezama Lima. Revista HESPERIA-Culturas del mediterráneo, No. 9 – dedicado a Siria- , febrero 2008. Revista académica editada por las universidades Complutense y Autónoma de Madrid. Fundación Tres Culturas.

(3) El 20 de enero de 1911, en la notaría de Marianao, el Sr. José María Lezama y Rodda, natural de la Habana, de profesión militar, vecino del campamento de

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Columbia, comparece para inscribir al niño como su legítimo hijo, fruto del matrimonio con Rosa Lima y Rosado, natural de la Habana, “ocupada en labores propias de su sexo” y del mismo domicilio, declaran que el niño nació a las diez y treinta de la noche del día 19 de diciembre del año 1910. Que es nieto por línea paterna de Don José María, natural de España, y de Eloísa, natural de San Francisco de Paula, en la Provincia de la Habana, ambos difuntos. Por línea materna, son sus abuelos Don Andrés y Doña Celia, el primero natural de Cienfuegos, ya difunto y la segunda natural de Puerto Rico y vecina de malecón número 12 en la Habana, el varón recibe los nombres de José María Andrés Fernando. Copia –extendida en 1923- de la inscripción de nacimiento de José Lezama Lima. (En Un Icárico intento. Apuntes biográficos sobre José Lezama Lima, de Israel Díaz Mantilla, inédito)

(4) Además de estos dos viajes Eloísa Lezama Lima, su hermana, nos dice lo siguiente con respecto a la infancia de ellos: “Con motivo de la carrera militar de nuestro padre, la familia se traslada a Estados Unidos con alguna frecuencia, aunque siempre por cortos períodos.”(no indica Eloísa Lezama que su hermano José visitara Estados Unidos siendo un niño, la referencia es general: “la familia”).(en Cartas a Eloísa y otra correspondencia, pág. 213)

(5) De su infancia se recoge este breve texto a su padre el coronel Lezama, (y que corresponde a octubre o noviembre de 1918), cuando el coronel se entrenaba en los Estados Unidos: Papaíto/ tengo muchas ganas de verte/ pues me parece que hace un/ año que no te veo/ te echa la bendición/ José Lezama.(en Como las cartas no llegan, pág. 15).

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