2
El próximo 3 de mayo vamos a dejar 12 canciones metiditas en una cesta en la orilla del río. Un suave empujón y quedarán a merced de la corriente, dejándonos un vacío que gira hasta convertirse en una vorágine dentro de nosotros. El pobre recipiente de mimbre va a ser zarandeado, va a zozobrar, casi a volcar. Va a ser el juguete de los remolinos, va a subir y bajar sobre las ondas mientras escucha, provenientes de la ribera, griteríos y cantos de sirena, dejando atrás casas, intersecciones, islas de ciudad, mirillas y retrovisores. Puede parecer cruel por nuestra parte, pero es justo lo que teníamos que hacer con la criatura: abandonarla. Dejarla a su suerte porque nosotros ya no le podemos dar más. Que pertenezca a otros, que la juzguen, que la ensanchen, que la muevan de acá para allá. Y que el torrente la convierta en lo que pudo ser y en lo que nunca quiso ser, en lo que nos hace grandes o miserables. Y como queremos que apliquen su fuerza sobre ella todas las moléculas de la riada, la ponemos a disposición de los 4 vientos a través de un mecanismo que no podría tener un nombre más apropiado: “streaming”. A punto de darnos la vuelta y dejar la orilla, convencidos de haber cambiado con éxito el fuego por palabras, nos daremos cuenta que no le hemos puesto nombre. Mapas, sugiere alguien. Mapas de lo que somos, trazos de nuestras conquistas, fracasos pasados o en presente continuo, colecciones de medallas y arañazos. Mapas que nos ponen delante otro mapa sin leyenda con el que avanzar, construir, o, tan solo, entender el presente. Mapas también porque esas canciones son como planos que intentan representar una realidad inabarcable. Igual que un mapa, solo son una tosca proyección esquemática de un territorio personal, una reducción que es imperfecta y traicionera, pero que es la última esperanza para escapar de la soledad y la incomunicación más absolutas. Mientras caminamos abandonando el cauce, intercambiaremos anécdotas sobre su nacimiento múltiple. Nos acordaremos de cómo sacó primero los pies y luego la cabeza. Primero en un recóndito lugar de Guipúzcoa, con todos nosotros empujando juntos en la

Apuntes de Vetusta Morla

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Sobre vetusta morla, apuntes para promoción

Citation preview

El prximo 3 de mayo vamos a dejar 12 canciones metiditas en una cesta en la orilla del ro. Un suave empujn y quedarn a merced de la corriente, dejndonos un vaco que gira hasta convertirse en una vorgine dentro de nosotros. El pobre recipiente de mimbre va a ser zarandeado, va a zozobrar, casi a volcar. Va a ser el juguete de los remolinos, va a subir y bajar sobre las ondas mientras escucha, provenientes de la ribera, griteros y cantos de sirena, dejando atrs casas, intersecciones, islas de ciudad, mirillas y retrovisores.

Puede parecer cruel por nuestra parte, pero es justo lo que tenamos que hacer con la criatura: abandonarla. Dejarla a su suerte porque nosotros ya no le podemos dar ms. Que pertenezca a otros, que la juzguen, que la ensanchen, que la muevan de ac para all. Y que el torrente la convierta en lo que pudo ser y en lo que nunca quiso ser, en lo que nos hace grandes o miserables.

Y como queremos que apliquen su fuerza sobre ella todas las molculas de la riada, la ponemos a disposicin de los 4 vientos a travs de un mecanismo que no podra tener un nombre ms apropiado: streaming.

A punto de darnos la vuelta y dejar la orilla, convencidos de haber cambiado con xito el fuego por palabras, nos daremos cuenta que no le hemos puesto nombre. Mapas, sugiere alguien. Mapas de lo que somos, trazos de nuestras conquistas, fracasos pasados o en presente continuo, colecciones de medallas y araazos. Mapas que nos ponen delante otro mapa sin leyenda con el que avanzar, construir, o, tan solo, entender el presente.

Mapas tambin porque esas canciones son como planos que intentan representar una realidad inabarcable. Igual que un mapa, solo son una tosca proyeccin esquemtica de un territorio personal, una reduccin que es imperfecta y traicionera, pero que es la ltima esperanza para escapar de la soledad y la incomunicacin ms absolutas.

Mientras caminamos abandonando el cauce, intercambiaremos ancdotas sobre su nacimiento mltiple. Nos acordaremos de cmo sac primero los pies y luego la cabeza. Primero en un recndito lugar de Guipzcoa, con todos nosotros empujando juntos en la misma habitacin, como una parturienta que registra sus contracciones en una bobina magntica. Luego, en Madrid, sali la cabeza y le recortamos el pelo con unas tijeritas informticas y le limpiamos las comisuras con un pauelo digital, haciendo de la ciruga musical un acto gloriosamente anacrnico.

Justo cuando nos hayamos apartado lo suficiente como para que el rumor del agua est a punto de desaparecer, desearemos en voz baja que, cuando el retoo llegue al final de su camino de baldosas amarillas, se acuerde de sus progenitores y nos enve unas postales sin sellar. Para entonces ya estaremos eligiendo qu equipaje dejamos atrs y cul cargamos en la espalda antes de iniciar el siguiente viaje esta vez sin mapas.