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Arde el monte de noche

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En “Arde el monte de noche” un incendio fortuito desencadena una cadena imparable de infortunios en la isla del mar de Atlante.

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  • A R D E E L M O N T E D E N O C H E

  • Toms vila Laurel

    Arde el monte de noche

    VI Premio Ro Manzanares de Novela

    C A L A M B U R N A R R AT I V A , 4?M A D R I D , 2 0 0 9

    El jurado del VI Premio Ro Manzanares deNovela, convocado por la Empresa Municipaldel Suelo del Ayuntamiento de Madrid, estuvopresidido por Luis Mateo Dez, y compuestopor los vocales Ignacio Amestoy, Luis Alberto deCuenca, Angel del Ro, Manuel Longares, ClaraSnchez, Pedro Montoli y Juan Van-Halen.Actu como secretaria (con voz pero sin voto)Teresa Amado.

  • La cancin empezaba as: Maestro: Aleee, tire usted unpoco.Todos: Alewa!Maestro: Aaaalee, tire usted un poco.Todos: Alewa!Aaale, toma suguewa, Alewa! Aaaalee, toma suguewa

    Alewa! Lo de tire usted un poco tambin poda sertirad vosotros un poco, o tiren ustedes un poco, otiren de l un poco, o tirad de l un poco. Sabis porqu poda saber cualquiera de las versiones? Porque la len-gua en la que se dice esto no tiene usted, pero el maes-tro que dirige a todos se dirige a ellos con respeto, comosi les tratara de usted; y es porque les ruega respetuosa-mente que tiren de algo. Pero lo hace cantado, y para m esla cancin ms bonita del mundo entero, y es la que mearranca ms recuerdos, la que ms nostalgia de mi tierrame trae.

    S, de la cancin no hay otra letra, no hay ms, es lonico. Solamente se reduce a lo que pide el maestro, can-tado en bellsima voz. Los que le escuchan asienten ydicen Alewa!, y luego tiran como un solo hombre loque, respetuosamente, se les pide que tiren.

    Alguien sabe lo que es? Es una cosa que ocurre en miisla, situado un poquito abajo del Ecuador. Si hubieraestudiado geografa, os contara de todos los grados yminutos de latitud y longitud para que la pudierais situar

  • 9que decirlo, pues si este terreno estuviera plantado,podra ser muy difcil que la mujer te dijera que s, puedescortar mi rbol a cambio del trato que vamos a hacerahora, que es lo que me aportar el beneficio sustitutivo.Despus de cortar las ramas sobrantes y amontonarlaspara que sirvan de lea cuando se hayan secado, estslibre de llamar al mejor tcnico que consideres para queempiece a trabajar en tu cayuco. Es importante que loveas y que acepte, pero no te pedir algo por el que miresal cielo porque no ser algo que no puedas tener. Normal-mente no piden nada, solamente se conforman de que lemuestres tu respeto. A veces piden cosas de beber quetodo el mundo tiene, o te pide a cambio otro favor. Tepuede decir, sin elevar mucho la voz y sin mostrar preocu-pacin, que a cambio vayas a desbrozar un terreno para sumujer, pues ella ha encontrado un terreno vaco y lo haelegido para plantar en l malanga y pltano. Pase lo quepase, llegas al acuerdo, y cuando puede el tcnicoempieza con los trabajos de tu cayuco. La primera opera-cin es vaciar el tronco, que es el trabajo ms duro. Esahuecar el troco para que tuviera fondo y espacio dondecupieras t, tu mujer, tus hijos pequeos y la carga quetuvieras cuando salierais de una parte de la isla a otra. Laoperacin del vaciado del tronco se hace en el mismo sitiodonde es derribado, y los trozos arrancados de aquel rbolque quieres convertir en tu mejor amigo, tu mano dere-cha, son recogidos por nios y nias, y tambin pormujeres mayores, que saben que un rbol grande damucho de s. Tambin recogen las cortezas resultantes.Cuando se sequen estos trozos y cortezas, ardern en ellugar de hacer fuego, y ayudarn a hervir la olla puestasobre tres piedras, tapada, y que contiene cosas de comer,cualquier cosa.

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    en un mapa, o con otros medios modernos, o actuales, delocalizacin. Pero no debo olvidar deciros que la isla esafricana, y que los que la habitan son negros, todos deellos lo son. Y que est engullida por el Ocano de Atlante.Engullida, pero del mar tenebroso sobresale un poquitode terreno, que es donde viven los negros del que ya acabode hablar.

    Lo de la escueta, pero profunda cancin? En aquellaisla sus habitantes viven de la pesca, pero de una pesca querealizan casi con sus manos, y sobre la mar. Entonces parair a la mar navegan en frgiles cayucos. Estos cayucos sehacen de troncos cortados de rboles que de antemano sesabe que dan una madera de una gran flotabilidad. Enaquella isla pequea solamente hay tres rboles que dantroncos de los que se pueden hacer cayucos, solamentetres.

    Y sabe alguien cmo se empieza haciendo un cayuco?Primero eliges el rbol, y si no es tuyo y est en el terrenode las plantaciones de una mujer, que las mujeres son lasnicas que se dedican a plantar en la isla, vas y hablas conella. Puedes tener suerte de que sea viuda o que no tengamarido, o que ste est de viaje. Puedes tener mala suertede que aquella mujer tiene hijos que van creciendo y sabeella que aquel rbol ser para construir los cayucos de sushijos cuando tengan la edad de salir a pescar, o a transpor-tar alimentos de otra parte de la isla. En aquella isla deAtlante todos los chicos tenan su propio cayuco, o se lespare para que cada uno lo tenga, y as no tener que pedirprestado de nadie.

    Si has tenido tratos con la mujer o resulta que la tuyatena uno de los tres tipos de rboles en su finca de pro-ductos alimenticios, lo cortas entero hasta que lo vescado sobre el terreno de la finca donde estaba. Esto hay

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    que llevar el esbozo del cayuco hasta la playa viable msprxima. La ms viable, la ms prxima. La doble condi-cin es inexcusable, pues el traslado es pesado, duro, y enno todas las costas de aquella isla de Atlante las olas que serompen permiten que salga un cayuco. No nos engae-mos, no, hay playas arenosas, y rocosas, de mares furiososque no dejan que nadie salga de tierra con ningunaembarcacin, aunque hiciera la ofrenda que quisiera.

    Sabe alguien cmo se saca del bosque metido elcayuco a medio esbozar? Algunos ya lo saben, arrastrn-dolo por el suelo, y por la parte del tronco intacta, la parteque precisamente lo toca, parte que se dej porque se sabaque iba a ser til para el traslado del cayuco hacia suemplazamiento definitivo. Entonces el dueo del cayuco,el que lo mand hacer, el que lo vaya a usar para sus nece-sidades habla con todos sus amigos, y estos a su vez hablancon los suyos, y todos llegan a un conocimiento de lafecha en que irn a ayudar a arrastrarlo hacia la costa. Peroel dueo sabe que nunca son suficientes los brazos; tam-bin sabe que nadie de los que ha pedido que le vayan aayudar le pedir nada, absolutamente nada por un trabajoduro en el que se pierde mucho tiempo, y que exigemucho esfuerzo. Entonces habla igualmente con las muje-res que pudiera encontrar, habla especialmente con algu-nas mujeres con las que tuviera ms relacin, parientesinexcusables, y les pide una cosa. Les pide que para la tardedel da elegido para arrastrar el cayuco tuvieran prepara-dos una olla grande de sopa de malanga para la cantidadde personas que saba que seran necesarias para aquellaardua necesidad. Ser la nica manera de compensar suesfuerzo, y se repondrn las fuerzas e irn a casa a esperarhasta que les toque el turno a alguno de ellos y convoque atodos los hombres de buena voluntad, y hablen con las

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    La operacin del vaciado es dura, y se hace con lashachas ms pesadas y de mangos ms largos. En realidades un trabajo que cualquier joven fuerte puede hacer, aun-que guiado por el maestro, no vaya a pasarse de rosca ydeje el cayuco sin suficiente pared. En el mismo sitiodonde se derrib el rbol, el tronco solamente se vaca desu contenido interior hasta cierto nivel, abrindolo poruna cara que sera la entrada del cayuco, y se rebajan igual-mente los laterales del mismo, lo que en el futuro sern losdos costados del cayuco. La parte del tronco que est encontacto con el suelo no se toca, sigue con su redondez. Ycomo muchas veces el tronco del rbol cortado es mslargo que el tamao del cayuco deseado, otro trabajoimportante es separar el cayuco del resto del tronco, tra-bajo un poco ms delicado que el simple vaciado, pues delmismo se ven las partes delanteras y traseras de los cayucoshechos con primor, hermosas, llamativas. Una parte, ladelantera, ser la encargada de romper las aguas del mar, yes la que se vera cuando la pequea y graciosa embarca-cin estuviera posada sobre la arena en arribo de un viaje,o de la pesca. La parte trasera es la que servir de sostn delque gobernara el cayuco, el timonel, y eso si fueran dos enel mismo, y por ella salta ste para incorporarse o tomartierra.

    Hechas las operaciones dichas arriba, y con la mayorparte del trabajo tcnico sin hacer, el cayuco sigue en elbosque, o lejos de la costa, y en el mismo sitio del derribodel rbol; hay que trasladarlo a la costa para que all, cercade donde se rompen las olas, y con el sabor de ellas, cercade donde todos los hombres pudieran ver el trabajo y deci-dir sobre l, el maestro elegido terminara de darle forma ysacara a la luz de la admiracin de todos los hombres uncayuco que agradece la buena mano de su maestro. Hay

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    nes, pero experimentados, que se ponen en la delanteradel cayuco, y ayudados por unas ramas cortadas a prop-sito y despojadas de cualquier forma tortuosa, enderezansu rumbo cuando fuera a salir de l.

    El cayuco a medio hacer est siendo arrastrado porfuerza humana, pero de una nica fuerza que proviene demuchos hombres y mujeres con condiciones fsicas ymotivaciones tan distintas para que sus pequeas fuerzasno pudieran sumarse a la de otros para convertirse en unasola. Cmo se logra este objetivo, que es la principal,pues sin l el cayuco esbozado no llegara a la costa viablems prxima? Para lograr este objetivo, hacer de lapequea fuerza de cada uno un impulso momentneonico, haba que encargar a uno que supiera hacerlo can-tando. Este tcnico especial poda reunir en su persona ladoble condicin de maestro carpintero de embarcacionesy cantor ocasional. A aquella doble condicin poda aa-drsele la de hombre forzudo, dicho por aquello de que aveces cantaban y se agarraban a su vez a la soga. No erararo, pero para lo que era imprescindible era que supieraponer prosa cantada a aquel esfuerzo y reuniera sobreaquel cayuco a medio hacer todo el esfuerzo nico dehombres y mujeres de tan variadas condiciones. Saba quelo que propusiera sera obedecido. Entonces vamos alprincipio y cantamos otra vez:

    Aaale, toma suguewa! !Alewa! Aaaalee, toma suguewa Alewa! Aquel hombre experimentado abra aquella bocay aquella garganta y cantaba, como un gran maestro, laprimera parte. Luego los amigos y los amigos de los ami-gos del dueo del futuro cayuco tomaban la alternativa yexclamaban Alewa! sta, como se oye, es una palabrallana de tres golpes de voz. Al contestar en voz alta, y nopodra ser una respuesta conversacional, todos los hom-

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    mujeres de su confianza para que a cierta hora de la tardetuvieran a punto la reparadora sopa de malanga.

    Llegado el da, el cayuco a medias es atado con unafuerte y larga soga cuyo dueo ha accedido a ofrecer parael arrastre en el que estamos embarcado. En todo el pueblogrande de aquella isla de mar atlante aquella soga no sededica a otra cosa, y su dueo hace tiempo que sabe queno puede dejar de darla para su uso. Para un arrastreptimo, el maestro ha dejado el tronco en condicionespara que pudiera ser amarrado con la soga sin que lamisma se viera en peligro, pero igualmente en condicionesde que el arrastre se hiciera sin peligro para los que lovayan a hacer. Entonces los que ms saben del asunto cor-tan unos troncos de bananos, o de cualquier arbolito, quese usan como rodillos para un mejor deslizamiento delcayuco sobre ellos. Los caminos de aquella isla de Atlanteson agrestes, las sendas son en extremo pedregosas, las vasson tortuosas, los parajes son inclinados, con pendientes aveces abruptas. Por eso el arrastre del cayuco hacia su defi-nitivo emplazamiento es harto trabajoso, peligroso. Ycomo los rodillos no pueden ser infinitos, o tantos paraque cupieran en todo el camino donde fuera a transcurriraquel arrastre hacia la costa viable y ptima, la dinmicadel mismo es que por cada tramo pequeo, y agotado eltiempo de rodaje de los rodillos, hubiera unos jvenesfuertes que se encargaran de recogerlos de la parte de atrsy ponerlos otra vez enfrente, para que sobre ellos se desli-zara el tronco vaciado a medias, esto es, para repetir la ope-racin. Hemos hablado de las pendientes de terreno enaquella isla del mar atlante? Pues eso hace que no siempreel tronco deslizado vaya por la senda debida, la elegidapara que los que la arrastran no salgan a su vez del camino.Entonces hay otros hombres, sobre todo los menos jve-

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    desde donde estuvieran y saben de inmediato lo que pasa.En toda la isla la cancin es la misma, y no hay otra activi-dad en la que recurren a ella. Entonces, de camino a suscasas pueden tropezar con la comitiva de arrastre. Peroantes, ya porque estuvieron situados terreno arriba osituados terreno abajo, oyeron la cancin abrindose pasosobre el bosque callado:

    Aaale, toma suguewa Alewa! Aaaaalee, tomasuguewa Alewa! Lo que est claro es que si en aquella isladel mar atlante no hubiera bastante gente, gente fuerte,sus escasos habitantes no pescaran en cayucos y no habranecesidad de decir a ninguna mujer que, a cierta hora de latarde, tenga preparada una olla humeante de sopa demalanga. Y nadie cantara para rodar un cayuco a mediohacer a su sitio definitivo. No s si alguien sabe ya porquel cayuco no se termina de construir en el lugar donde elrbol madre fue derribado. Y es que si se hiciera as, seahorrara el esfuerzo de su traslado. Pero ya dijimos de lacantidad de piedras que hay en aquella isla baada por elmar atlntico? Dije algo del desnivel de los terrenos de lamisma? Un cayuco pulido en el bosque llegara a la costaprxima partido en dos, tuvieran el mximo cuidado quepudieran. Y lo que se cantara, lo que se guisara o lo quedoliera aquel esfuerzo de tantas horas no valdra paranada. Y esto desanimara al dueo del cayuco, al maestroque lo labr, y a todos los que tomaron parte en su tras-lado hacia la costa. Tambin al dueo de la soga que se uti-liz para arrastrarlo. Como que cuando ocurriera eso lasopa de malanga ya estara preparada, todos iran al sitiodonde les dijera el dueo decepcionado y la tomaran aun-que no quisieran comentar nada. All en el aire habraquedado la cancin, ajena al final del hecho por el que fue

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    bres y mujeres comprometidos en aquel trabajo hacan lafuerza sobre el segundo golpe vocal, a la par que manda-ban sus esfuerzos a las manos tirando de la soga. El lwaaquel se llevaba la palma y el cayuco aquel, que podra serde cualquiera de los que estaban all, obtena un impulso:Aaale, toma suguewa Alewa! Aaaalee, toma suguewa Alewa! Libremente podemos traducir aquella peticin deesta manera:

    Podemos tirar un poco de esto?TiREmos!Y sobre aquella RE iba la fuerza conjunta que lo

    mova y recorran un tramo ms en su bsqueda de lacosta ms prxima y viable. Para los tramos cortos, porejemplo desde la costa hmeda hasta el resguardo lejos delas olas, exista una versin corta de animacin en la quenadie diriga, sino que todos recitaban de manera repeti-tiva hasta alcanzar el lugar definitivo, o hasta el prximodescanso, que es la finalizacin del rodaje utilizado.Entonces se descansa mientras el ms fuerte colocaba otravez el rodillo, y as hasta el sitio definitivo. Pero cuando elobjeto que se quiere arrastrar est a unos kilmetros en elinterior del bosque, y con caminos difciles, pendientespeligrosos, sendas pedregosas y otros peligros y dificulta-des, la versin nica es la que hemos cantado. Noimporta que descansen varias veces durante la larga tra-yectoria. Retomado el arrastre, recurrirn a la misma can-cin, aunque eventualmente cambien de director deorquesta, s, orquesta. Y es que como suelen ser muchoshombres y mujeres, y que tienen que cantar en voz altapara no perder el nimo, los otros paisanos que estuvieranen sus plantaciones de malanga o de yuca, o de ame ypltano, los paisanos que hemos mencionado suelen sermadres con sus hijos e hijas pequeos, oyen la cancin

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    babu, un arbusto que se corta cuando est verde, luego sedeja secar en el suelo, y ms tarde se recoge en gavillas quese cargan sobre la cabeza. Con el arbusto aquel se hace untejido sobre el tejado, atado al mismo con cuerdas sobreun entorchado de ramas de palmera. Este tejado es seguro,pues no deja pasar el agua de la lluvia. Tampoco se calientamucho cuando aprieta el calor. Dira que no calientanada. Pero la diferencia con la casa en la que crec era quesi llueve cuando ests en ella no oyes el golpear de la lluviasobre el tejado. Y a mi me gustaba mucho la lluvia paraque aquello fuera una cosa que ocurriera desapercibidopara m. No s si tengo esa sensacin porque viv en aque-lla casa donde se oa el gotear de la lluvia o porque me gus-taba tanto que no me daba igual que no lo oyera.

    Pues all viva mi abuelo, en el piso de arriba, viviendocomo si aquel estar en el piso de arriba era lo nico quesaba hacer aquel hombre comido por el tiempo: no salanunca de all, o casi nunca, y, como nio, no conoca lasrazones por las que no se bajaba las escaleras que l mismomand construir. La casa en que vivamos no estaba lejosde la costa, y desde ella, y por las noches, cuando el silen-cio se apoderaba del pueblo, se oa el romper de las olaspor la arena. Ese romper se oa mejor de noche, y lo repitoporque creamos que no solamente se produca aquello,sino que con las olas podan entrar en el pueblo los seresde mar, que podan ser buenos, como el rey, o malos,como los seres desconocidos que se llevaban a los nios, yde los que nos prevenan nuestros mayores. De hecho,durante la noche no se realizaba ninguna actividad en laplaya, ni nadie iba a la misma ni para quedarse a contarcuentos con sus amigos. Bueno, s, haba hombres quesalan de su casa por la noche e iban a capturar cangrejosen la arena de la costa hmeda. Estos cangrejos hacen sus

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    cantada a corazn latiente: Aaale, toma suguewa !Alewa!Aaaaalee, toma suguewa Alewa!

    Como ya dije, esta breve cancin me transporta a mitierra pequea, y al hacerlo, hace que me acuerde de lagente que viva all cuando la conoc, y hace que meacuerde de mi abuelo.

    Yo no sabra decir si mi abuelo estaba loco o no loestaba. En todo caso, lo vi con ojos de nio y con aquellosojos no puedes saber si un hombre mayor que vive en tucasa y del que te dijeron que era tu abuelo estaba loco o no.Adems, que una persona mayor estuviera loca no es algofcilmente aprehensible por un pequeo que todavajuzga las cosas con los ojos de su edad, o directamente nolas juzga. Pero mi abuelo no exista desapercibido para m,ni para ninguno de los pequeos que vivan en mi casa.Que no pasara desapercibido significa que si alguien alque yo quera y en quien confiaba no me hubiera dadopalabras de seguridad de que aquel hombre era de mifamilia, aparte de que viva en nuestra casa, era un hombreal que hubiera tenido miedo y del que hubiera escapadoen mi niez.

    Vivamos en la isla del mar de Atlante del que ya dije,y en una casa de un piso y una planta baja. Como en todaaquella isla no haba ms de dos casas de piso, entend quela persona que construy la nuestra deba ser alguien queen otros tiempos de su vida haba tenido recursos, msrecursos que la mayora de los habitantes de nuestra islasituada al sur, de cuyas coordenadas geogrficas no heaprendido todava. Esto lo digo porque el resto de perso-nas no tena recursos ni haba vivido con alguien que loshaba tenido, pues vive en sencillas casas levantadas conpalos labrados superficialmente, y cuyas paredes se levan-taron y taparon con ramas de palmera, y cubiertas de jam-

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    casa, y mirbamos nuestros platos y el de los dems, paraver si alguno de nosotros haba recibido el trozo msgrande. Si esto ocurra y alguno de nosotros era muy sensi-ble y aquello le haba dolido mucho, poda ponerse a llo-rar, hecho por el cual al afectado podan ocurrirle doscosas: una, que la persona que reparta la comida se com-pungiera y le diera un trocito ms de pescado para conso-larlo; otra, que por romper la armona recibiera un sonorocoscorrn, o una palmada en la espalda y que le se obligaraa engullir. Engulle! era la frase con que nuestra abuela nosobligaba a reprimir el llanto, aunque la causa del mismohubiera sido provocado por la caricia de su palma abiertasobre nuestra espalda. Engulle!, nos deca la abuela con lamano alzada, pues si no engullamos aquel conato dellanto, recibamos otro y acabbamos llorando en francalgrima.

    Cuando no se quejaba nadie de lo recibido, comamospetando lo ms que podamos, pues de aquella maneraestimulbamos las ganas de los ms glotones, que termi-naban antes que todos. Si el pescado que comamos tenamuchas espinas, y a alguno de nosotros le haba tocadouna parte con espinas fuertes y agudas, al final de lacomida, y despus de roerla bien, la guardaba en los orifi-cios de la casa. Aquellas espinas fuertes y puntiagudas eranel nico material que tenamos para quitarnos las niguas.Sabamos que las niguas crecan en la arena, en los lugarespolvorientos, y cerca de los cerdos, y aun con aquel saber,nunca tombamos tantas precauciones para evitar que nosvisemos infectados por ellas. Entonces descubrimos quese han anidado cuando sentimos un severo escozor en unpie, entre los dedos. Los ms pequeos de la casa podanquejarse de picores, y llorar por ellos, pero no saban des-niguarse por s solos. Entonces una persona mayor que

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    guaridas en la arena, y de ellas salen por la noche a mojarsecon el agua de las olas que se rompen y corren por la costa.Los cangrejos se utilizan como cebo para pescar. Para nadams iban a la playa, s, para aliviarse el vientre. Resulta quecomo la mayora de las casas eran de troncos bastos y contechos de jambabu, no haba baos en ellas, y por eso,algunos, aprovechando la oscuridad, y despus de llenarseel vientre con la comida de la cena, se iban a una zona de lacosta a agacharse. Eso lo hacan en grupo, y no muchagente. Nosotros no lo hacamos porque nuestra casa erauna de las nicas que tenan un bao en toda aquella isladel mar de Atlante.

    Aparte de estos usos nocturnos de la playa, los que lafrecuentaban para otros usos inconfesables eran sealadoscon el dedo durante el da como una mala persona. Estaspersonas as sealadas eran siempre mujeres un pocomayores, y cuando se empezaba a decir que salan solas a laplaya, nuestra abuela nos deca de da que evitsemospasar por la puerta de su casa, pues haba adquiridodurante la noche, y en la soledad de la playa, la facultad demeter cualquier objeto en cualquier nio que pasara des-nudo delante de ella.

    A mi abuelo no solamente no le vi bajar casi nunca deaquel piso, sino que tampoco le vi comer. Yo no sabacundo coma mi abuelo y si coma, y creo que no me pre-ocupaba porque pensaba que los abuelos no coman. Anosotros nos daban de comer en platos individuales, quepor la noche consista en un trozo de pescado con algo desalsa, que no era tal, sino el agua en que se haba hervido elpescado. En la mano, y para acompaar el pescado, nosponan un trozo harinoso y gordo de torta de yuca. Com-amos sentados en unos bancos que haba bajo los aleros demi casa. Lo hacamos todos juntos, todos los nios de la

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    libraba casi siempre de aquellos bichos, que invaden concarcter epidmico durante la temporada de seca.

    Ya habl de mi casa y de donde estaba situada. Dijeque desde ella se oa el romper de las olas y, durante lanoche, se poda intuir los peligros que podan venir deella. Estaba aquella casa cerca de la playa, y no de unacosta cualquiera. Pero a pesar de aquella cercana, la casaque construy mi abuelo daba la espalda al mar. Y elhecho verdadero era que para que aquella casa pudieraorientarse hacia el horizonte hubiera tenido que estar enotra calle. En la que le toc a mi abuelo, todas las cosasmiraban hacia el pico. Entonces era la casa ms alta de suzona, pero que daba las espaldas al mar. Desde ella, sinembargo, se divisaba la montaa, El Pico, conocido as. ElPico de Fuego. Desde mi casa, desde la parte de arriba, sevea cualquier cosa que estuviera ocurriendo alrededor deaquel pico famoso. Y cuando pienso en mi abuelo, piensoen que durante aos haba vivido en un sitio en que podatener noticias del pico a todas horas. Y como lo miraba, ypor el lugar donde se sentaba, acab por pensar que habauna cosa que quera ver llegar desde aquellas alturas. Y estaera la razn por la que habiendo podido elegir un terrenocon vistas al mar, eligi otro en el que la casa construidasolamente poda abrir sus puertas y ventanas principales almonte. Se escapaba de algo dando la espalda al mar?Esperaba algo ms grande abrindose al monte?

    A mi abuelo siempre lo vi en el mismo sitio, casi.Nunca lo vi comer, y nunca le vi hablar, lo que se dicehablar, propiamente dicho. Se comunicaba escuetamente,y nunca convers con l. Tampoco le vi pronunciar pala-bra con nadie, aunque s, por lo que me dijeron los otroshermanos, que conversaba a veces con uno de sus amigos.Ahora digo todo eso tras haber pasado mucho tiempo

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    ellos, una mujer, se encargaba de mantenerlos libres deaquellos parsitos. Los un poco creciditos se desniguabanpor su cuenta, aunque no tenan buena tcnica. La mejortcnica la tenan las chicas y las mujeres. Y esta buena tc-nica consista en eliminar la nigua con el mnimo dedolor, en menos tiempo y con menos destrozo posiblepara la piel bajo la que anidaban. Para cumplir todo esto,la persona tena que tener una visin aguda y una manoserena. Muchas veces los viejos y viejas de nuestra zonamandaban recado a nuestra casa para que alguna de nues-tras chicas fuera a librarles de los fesimos y repugnantesparsitos. Como ya no vean muy bien, y tenan, adems,la piel de los pies muy gruesas, no saban localizar el lugarexacto del anidamiento. Y entonces en un pie de una per-sona de estas edades puedes descubrir de seis a siete bicha-rracos de estos, de diversos tamaos y algunos tan viejosque ya tienen incluso barba, que sobresale de la piel. Unanigua pequeita tiene el tamao de la bola de un bol-grafo, y una vez dentro de la piel, y tras chupar de la sangreo de lo que se alimentara, crece hasta sobrepasar el tamaode la cabeza de un alfiler. Los adultos son feos, tienen elaspecto de un globo ocular, pero sin las partes irisdescen-tes o brillantes, y tienen cabeza, la parte por la que muerdey atraviesa la piel. Muchas veces sentas un picor, mirabasel pie, entre los dedos, y descubras una nigua pequeitacon su boca pegada. Si no se le quitaba, acababa entrandoy hacerse mayor y echarse barba. Puag!, feo bicho.Cuando descubres los pequeitos, los coges y los colocassobre la ua del dedo gordo de la mano izquierda, y con laua de la derecha los aprietas y oyes el trat, seal de que sehan reventado.

    Mi abuelo era la persona ideal para ser invadido porlas niguas, pero por el hecho de que viva en las alturas se

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    va para responder al saludo. Algunas veces se suban aaquel piso cualquiera de los chiquitos de la casa que esta-ban aprendiendo a hablar y saban que aquel hombre eraun pariente suyo, e iban all y se apoyaban en el reposa-brazos de su silla y le hacan preguntas o le daban conver-sacin, pero el abuelo solo se limitaba a mirar brevementeal pequeo y a ocuparse de los mosquitos que le rondaban,a l, aunque no pona cara de fastidio. Y si crea que aquelpequeo ya haba dicho bastante, miraba hacia el interiorde la casa para ver si haba una persona mayor que pudieseocupar de l, cosa que muchas veces ocurra. Como podaandar, alguna vez condujo l mismo al chiquito a la partebaja de la casa, y cuando ha credo que aquel poda ir porsin ayuda de un mayor. En realidad aquel conducir al chi-quito era simplemente ponerle enfrente de las escaleras ydarle un suave empujoncito en la espalda para que sepusiera a bajar por su cuenta.

    Como lo probable era que los nios llorones de micasa ya tenan para s las razones para serlo, no las queranaumentar con la visita a aquel hombre que no les decanada. Y esto era una ventaja para l, pues no me imaginolo que pasara si alguno de los ms gritones subiera all y seenfadara con el abuelo y se pusiera a gritar. Posiblementeeso ya haba ocurrido, pero no lo vi. Yo creo que los niospequeos son capaces de intuir la bondad de las personasmayores, aunque no su simpata, y de all que no se cohi-bieran ante los mayores aparentemente hoscos.

    Siendo como son los hombres los que representan laseguridad en la familia, yo me senta ms seguro y relacio-nado con las mujeres. Podra deberse al carcter especialde mi abuelo, pero siempre crea que me deba a miabuela. El abuelo estaba ah, s, pero alguna vez pens queaquel hombre, y por serlo, poda no tener nada con nues-

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    desde que lo dej de ver, pero poda haber ocurrido quecon aquel abuelo mo hubiera tenido cortas charlascuando era chiquito, pero que lo hubiera olvidado. S,poda ser.

    Yo entraba en casa por la parte de abajo, suba unasescaleras y me iba al saln de la parte superior. Aquel salndaba acceso a un balcn desde el que se poda ver casi todoel pueblo, aunque nunca se le llam as. Iba diciendo queentrabas en aquel saln y cuando echabas un vistazo albalcn para mirar al pico, veas al abuelo, dndote lasespaldas, vestido con camisa, y jersey de cuello en V y conun pantaln de color marrn, sentado en una silla deesparto, pero un poco alejado del reposabrazos del balcn,como si no quisiera exponerse totalmente al pblico.Habitualmente completaba aquel traje con una toalla quele cubra los muslos, pese a que nunca se dej ver sin pan-taln largo. Lo primero que empezaba a llamar la atencinde aquel hombre era que tena rapada la mitad de lacabeza, pero rapada para decir que haba habido la inter-vencin de una mano, pues no se vea que aquel rapadohaba sido el resultado de un accidente que le seccion lazona del implante capilar de aquella mitad de la cabeza.Bueno, no era exactamente la mitad, pero era una partemuy grande de la mitad la que estaba totalmente afeitada.Qu era aquello? Por qu no terminaba de rapar la otramitad y que el pelo creciera de manera uniforme por todala cabeza? Era una moda?, y si lo era, no haba nadie quele pudiera haber dicho que aquel estilo era horriblementefeo y que de ninguna manera le favoreca?

    Cuando entrbamos, y como era el abuelo de todos, lesaludbamos, y haca un gesto para que supisemos quehaba odo. O poda mirarse brevemente los pies para ase-gurarse de que no le picaban los mosquitos, pero no se vol-

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    asust mucho. Con aquel susto, uno de los niitos de micasa subi como pudo las escaleras, y gritando, se agarr alabuelo. Nuestro abuelo sinti lo que pas, el avin aquelse haba alejado pero el nieto segua preso de terror. Y fueque aquel nieto fue a esconderse en el regazo de su abuelo,que no era nada ms que meter la cabeza entre los muslosde l y cerrar los ojos. Para l era el sitio ms seguro. Yaquel hombre comprendi el horror de su nieto y, breve-mente, lo consol pasando sus manos por la espalda.Breve dur aquella muestra de cario. O quiz fue tanefectivo el consuelo del abuelo que aquel nietecito seseren pronto. Luego baj a jugar con los dems, queigualmente se haban asustado, pero no tuvieron la idea deacudir a la proteccin del abuelo.

    La casa donde yo viva estaba llena de mujeres, misabuelos solamente tuvieron mujeres. Y todos nosotros ra-mos los hijos que aquellas mujeres trajeron al mundo. Ycomo eran casi todas ellas de la misma edad, y vieron quesu madre, nuestra abuela, era todava fuerte, nos hicieroncreer que nuestra madre era la abuela. De nuestros padresno hablbamos. Cuando queramos que un hombre nosconsolara subamos las escaleras y hablbamos con aquelhombre que siempre miraba el monte. Ya dije lo quepasaba en aquellos encuentros.

    Nuestra abuela tena una sobrina que vena mucho anuestra casa. Era rellenita, de muslos gordos y muyrisuea. Nunca la vimos enfadarse por nada, y por ellocuando llegaba a nuestra casa nos rivalizbamos en lanzar-nos a sus amorosos brazos. Y nos abrazaba por turnos.Saludado y besado a todos, y hablado con las otras chicasde su edad de nuestra casa, suba las escaleras, arrastrabauna silla y se pona a un lado de nuestro abuelo, dando laespalda al balcn. Iba all a charlar con l, a contarle sus

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    tra familia, incluso que no fuera de nuestra isla. Y sihubiera sido un extranjero que se extravi en su ruta a susitio y fue recogido en nuestra isla, y de all que no tuvieraa nadie en ella? Y si hubiera sido un hombre que hubierallegado solo por el mar, como nos contaban que llegabanalgunos santos de las iglesias, y por eso no saba hablar,como ocurre con ellos? Todo esto lo pensaba de nio, ylamento que mi abuelo no me dejara saber ms de l, y esoporque no intuy que un da sera escritor y contara lascosas de mi niez.

    Cuando las madres van a sus plantaciones, dejan a losnios pequeos al cuidado de una persona mayor de lacasa que no haba tenido que ir por alguna razn, o dejan alos chiquitos al cuidado de los hijos un poco mayores,sobre todo una chica. Bueno, encargar el cuidado a unachica es lo mejor, pues son ms responsables, pero con ellose sacrifica a una que poda hacer mucho en las labores dela finca y traer algo un poco ms pesado que lo que trajeraun chico. Nunca supe porqu las mujeres tenan mscapacidad de cargar pesos sobre la cabeza. Ahora puedopensar que posiblemente los hombres y las mujeres tenganla misma capacidad, pero cuando nios, nosotros los chi-cos nos quejbamos derramando lgrimas cuando sufra-mos bajo el peso de lo que transportbamos, cosa que nohacan las chicas de nuestra edad, y esto puede ser debidoa que por ser futuras mujeres haba una presin sobre ellas.Se le hablara mal si se pusieran a llorar por el peso de lacarga, y se les considerara perezosas. Pero seguro que sedolan como nosotros.

    Bueno, una vez los nios estaban casi solos en casa, ysobrevol sobre las casas de nuestra ciudad un avin.Muchos de nosotros no habamos odo ni visto tan decerca ningn avin, y por ello el sobrevuelo de aquel nos

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    nuestra familia no podamos ir todos, pues haba uno de lafamilia que nunca haba tomado parte en el viaje: nuestroabuelo. Y no habra tomado parte porque en el concurrandos razones invalidantes. Veis? Durante mucho tiempopens que mi abuelo era un invlido, por eso me ha salidoahora. Pero sera una invalidez total, pues en su caso nohaca nada. Las dos razones por las que mi abuelo nopoda ir con nosotros al sur eran que no pudiese andar,una, o que no supiese ni pudiese remar para ir en cayuco,dos. El hecho de que pensaba que no saba remar me hacacreer que efectivamente era un extranjero, y que no habaaprendido desde que llegara por la mar. Y es que todos loshombres y chicos mayores de la isla del mar atlnticosaban remar.

    El problema era que no podamos dejar solo al abueloen el pueblo grande. Y la razn no era porque no quisieraquedarse solo, que seguro que le gustaba, sino en quincocinara para l cuando no quedara nadie. Entonces miabuela haca planes para que sus hijas se turnaran duranteaquellos tres meses y una se quedara con l cada mes. Yo,que no saba que aquel hombre coma, no pensaba quenecesitaba que alguien se quedara para hacerle la comida.Supe de aquella necesidad cuando en un ao de aquellos letoc durante un mes a mi madre, la que me trajo almundo, y como por aquella fecha yo estaba muy enamo-rado de ella, porque acababa de saber que era mi verdaderamadre, la ech en falta. Si no fuera porque en el pueblogrande hubiera echado en falta a todos mis hermanos, atodos los de mi casa, y hubiera dejado de disfrutar del pue-blo del sur, hubiera pedido que me llevaran con ella. Perohubiera sido una cosa exclusiva, pues mis dems herma-nos y hermanas hubieran seguido tranquilos con el restode la familia en el sur, comiendo aquellos pjaros conser-

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    cosas, su vida. Armada con su jovialidad y su sonrisa, lecontaba cosas al abuelo, sonrea, se rea y pareca que char-laban de verdad. Sera muy lista y tambin muy buenaaquella ta nuestra para que, a pesar de que no le contes-tada nada nuestro abuelo, conociera la manera de conver-sar con l? Saba elegir las frases correctas para no ponerleal viejo en la necesidad de responder, y hablar solamenteella y sin que se diera la impresin de falta de comunica-cin? Pero en aquel dilogo con nuestro abuelo no dejabade rer, como si estuviera hablando con una persona nor-mal. Tena una capacidad de la que carecamos? Sabracaptar los gestos de asentimiento de nuestro abuelo, y deah que pudiera comunicarse con l? Tendran algnsecreto en comn?

    Cuando crea que haba sido suficiente, se despeda del, y an ms risuea, se levantaba y dejaba la silla en sulugar y bajaba las escaleras, y no tena la cara de frustracinde un encuentro fallido. Seguro que saba algo que nosabamos los que vivamos con aquel hombre. En todocaso, aquella sobrina de mi abuela era mayor que todos loshijos que sus primas fueron trayendo al mundo, y sabra,por ello, ms que nosotros. Era de la edad de nuestrasmadres. Lo que nos extraaba era que ni nuestra madre nisus hermanas tenan esa privilegiada relacin con nuestroabuelo. Y si la razn descansaba en el simple atrevimientoy no haba otra razn oculta como me pareca a m?

    Nosotros, y todos los habitantes de la isla del mar deAtlante, vivamos en el pueblo grande durante los mesesde lluvia, y cuando se aproximaba la seca nos bamos connuestras madres a los poblados para comer lo que habaall. En las otras familias el nuevo tiempo no presentabaproblemas, pues se iban todos, cerrando la casa con llaves,algunos, o con palos cruzados en la puerta, la mayora. En

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    con algn atado bien surtido de pescado, y con ello hubi-ramos comido ms pescado del que comamos. Por esodeca que era incomprensible aquel quedarse en casa, y esque en el vidjil no hara nada, y lo que trajera sera elregalo que los sucesivos hombres que regresaran de lapesca le hicieran. Ocurre que en aquella isla del mar deAtlante los que arribaban de la pesca eran ayudados parasubir el cayuco por los hombres que se encontraban en elvidjil, y como muestra de buen pescador, y para que la tra-dicin nuestra siguiera siendo algo dinmico, daba unospescados a los hombres que le hubieran ayudado. Pero enlos vidjiles hay viejos que ya no pueden ni quieren levan-tarse para ayudar a arrastrar el cayuco, aunque algunos deestos, faltos de vigor juvenil, se levantan cuando llega uncayuco de la pesca y mientras los fuertes arrastran elcayuco, ellos solamente lo tocan, y hacen notar que lo hantocado, y con ello se inscriben en la lista del reparto delatado del agradecimiento. Eso es una forma ms activa depedir, es como una forma de limosnear que se acepta contoda tranquilidad. O una forma de caballerismo. Tambinestn los viejos que no pueden ni quieren levantarse dedonde estn, pero que el pescador no puede dejar de hacermerced, ora porque es un viejo del que se tiene muchaestima o porque en el concurren las razones para que se leviera como un viejo venerable. En realidad a cierta edadtodos los hombres lo eran.

    A lo que bamos, mi abuelo no iba al vidjil, ni a nin-guna parte de la costa pesquera, y por eso comamos pocopescado. Ya dije que toda su descendencia era femenina, ynosotros los varones, los nietos, todava no tenamos edadpara salir a pescar. Y si mi abuelo no fuera venerable?, y sino concurra en l ninguna circunstancia especial para quele dieran pescado aunque no hubiera hecho nada?, y si

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    vados en sal, pjaros cazados por los de la casa que habanaprendido a hacerlo con lazos o con una resina pegajosa deun rbol.

    Cuando no le tocaba a ninguna de mis tas quedarsecon el abuelo en el pueblo grande, mi abuela hablaba consu sobrina, y este inventaba alguna razn para hacerle creerque precisamente pensaba pasar una temporada de la secaen el pueblo grande, por lo que no tena ningn problemaen llevarle de comer todos lo das al abuelo. Pero si elabuelo no coma!, segua creyendo. Qu coma mi abuelo?Qu era l? Qu era aquel corte de pelo tan estrafalario?En realidad haba muchas cosas de mi abuelo que me des-concertaban. Por ejemplo, y sumando a la serie de cosasraras que tena, por qu no iba al vidjil, esa casa de recreoque los hombres tenan al borde de la playa? Mi abuelo noiba nunca, y quiz la razn no era porque no le gustaba,sino porque no sala de aquel mirador que era su balcn.Que un hombre de aquella isla del mar atlante no quisierasaber nada del mar, y por ello no frecuentaba el vidjil, eraun cosa llamativa, extraa. En realidad en el vidjil no sehaca nada, y por eso extraaba que no quisiera ir a un sitiodonde yo pensaba que se sentira mejor y donde no se hacanada. Los hombres que hubiera en el vidjil seran de suedad, y hablaran de cosas conocidas y recordaran tiempospasados. No ira al sitio porque no los conoca, y por esono conoceran las mismas cosas? Podra ser, y esto reforzabami creencia de que era extranjero.

    Pero que no fuera al vidjil por sus creencias y senti-mientos era una cosa que no le interesaba a nadie, y all lcon lo que quera vivir, pero nos perjudicaba grandementeeso de quedarse toda la vida en casa. Y es que si hubierahecho como los dems viejos de su edad y hubiera pasadotiempos largos en el vidjil, regresara a casa, al cabo del da,

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    envuelto cocido de bananas verdes. Con eso se daba porsatisfecha, haba cumplido su deber. Le tocaba el turno alhombre de la casa, y se consideraba que cumpla su partecuando mediante sus oficios llegaba a nuestra casa pes-cado, pero en cantidad para que llegara a todos. Y aquelhombre no quera saber nada de la mar; de hecho, tena lacasa vuelta al monte, y le hubiramos ayudado nosotroslos hombres pequeos de la casa, como vimos que hacancon sus nietos otros abuelos, que los llevaban a la mar parair aprendiendo, aunque a costa de sus mareos y vmitos.Digo de los mareos y vmitos de los nietos.

    Alguien sabe cmo terminbamos el da cuando lasobrina de nuestra abuela no tena para mandarnos aun-que sea una sola cabeza de pescado, que a veces era lonico a lo que alcanzaba? Con el pedazo de la torta deyuca en la mano pensando en la sal. Ya dije que era unatorta seca, y era difcil que bajara as. Adems, era doloro-ssimo el paso de solo un pedazo de aquella torta por lagarganta si no estaba ablandado por el agua de hervir elpescado, lo que podemos llamar salsa. Creo que ya lo dije.Aquella agua de la comida de mi abuela era para mojarentero aquel trozo de torta y hacerlo bajar por la gargantacon sabor, y sin dolor. Entonces, cuando de ningunamanera llegaba a nuestra casa ningn trozo de pescado, losms sensibles no coman nada, y se dorman as, tremen-damente disgustados, y tras haber estado matando eltiempo cerca de la lmpara de petrleo, que era la nicafuente luminosa en aquella casa. Gracias a Dios que no sela quedaba el abuelo. Era probable que tuviera otra para l.Los que eran emprendedores de mi casa seguan con aquelpedazo de torta en la mano y se acordaban de la sal y delpicante. Entonces se hacan iluminar con lo que hubiera,o se movan a tientas por los alrededores de la casa, y con-

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    haba sido malo de juventud y por eso se escapaba de lagente a la que trat mal, gente que tampoco le querra poraquel pasado?

    Quien haca que no pasramos muchos das sin comerpescado era la sobrina amable de mi abuela, que desdemuy joven se habitu a practicar con nosotros la caridad,ya sea con la pesca de su padre, ya sea con la de sus herma-nos o del marido que tuvo cuando le lleg la edad dedesear. Aquella chica no poda dejar de tener marido,siendo tan amable como lo era. Que no comiramos pes-cado porque el hombre que haba en nuestra casa no pes-caba o no porque no iba donde deba no era cualquiercosa. Y es que si alguien en aquella isla atlntica no pes-caba, o no tena pescado para comer, no coma nada. Nopregunten si en la isla de coordenadas geogrficas para mdesconocidas no crecan aves domsticas, cabras y puer-cos. Me atrevera a decir que era ms fcil que los gallos,gallinas y puercos se llevaran al barco que vena del lugarque desconocamos que terminasen en la olla de miabuela. Deca que todo estos animales que nunca vimoscomer se mandaban al lugar donde estaban nuestrospadres. ramos muchos en la casa de nuestra abuela ytodos nosotros tenamos al padre en el lugar en que se ibaen barco, un barco que slo veamos de lejos, desde laplaya. Eso quiere decir que si no tenamos pescado, nues-tra abuela pona en nuestras manos un pedazo de torta deyuca, seca como cualquier cosa que se tuesta al fuego. Ycerraba la boca. Aquello significaba que para comer ennuestra casa, dos de las personas mayores deban hacerbien su trabajo. Mi abuela, ayudada por sus hijas, que erannuestras madres, tena que trabajar para que en nuestrasmanos hubiera siempre un pedazo de torta de yuca o,cuando faltaba, un trozo orondo de algo que sali de un

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    Y nos alegrbamos que nos mandara para una misin tanimportante. El Padre viva en la misin, encima de la igle-sia, o justo detrs, en un piso de arriba que estaba adosadoa la misma. Alguien trabajaba para l, y era el que nosabra y reciba los huevos. A veces nos haca ver al cura,que perda su tiempo en el balcn, viendo la mar. Desdesu casa se vea el mar, y tambin nuestra casa. Y se podaver a quien estuviera sentado en el balcn de nuestra casa,que solamente poda ser mi abuelo. A veces creamos quenuestra abuela nos mandaba all para que viramos desdeaquella posicin nuestra casa, y a nuestro abuelo. El Padrehaca lo contrario que l, miraba el mar, y poda saber sillegaba o pasaba enfrente de la isla un barco. Nuestroabuelo vea todos los das el monte, y no se cansaba demirarlo, como si supiera que de all saldra lo que espe-raba, el que viva justo detrs, que sera tambin el quemandara sobre el lago que haba, sigue estando ah, en elmismo sitio.

    A medida que crecamos fsicamente, tambin lo hac-amos en curiosidad, y un da nos entr en la cabeza cono-cer la habitacin de nuestro abuelo. Dorma solo, o puedodecir que no saba si la abuela dorma con l. En realidadyo no saba si aquella habitacin era para los dos, pues nosaba dnde dorma la abuela, ya que lo haca despus detodos. Queramos conocer lo que haba en la habitacinde nuestro abuelo. Antes de esto, debo decir dnde dor-mamos todos nosotros. Nuestras madres dorman consus hijos pequeos y con las hijas, aunque estas tuvieran lamisma edad que nosotros. Entonces poda ocurrir que enuna cama durmiera una de nuestras tas con un hijo de dosa seis aos, o ms, una chica de nuestra edad y otro hijo sitodava era menor. Se colocaban as: primero la madre, en

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    seguan picantes, que eran pequeitos, morados losmaduros, verdes los que no lo eran. Luego volvan a casa ylo machacaban con un poco de sal; la abuela y la madrecorrespondiente solamente podan prevenirles del picor, ose callaban. Hecha la preparacin de urgencia, el siguientepaso era mojar un poco cada trocito de torta en aquelpicante con sal y llevarlo a la boca. Era el sustituto del pes-cado que no haba sabido darnos nuestro abuelo con suencerrarse en casa. Aquello se coma masticando ysoplando sobre los labios para evitar el intenso picor oardor. Y es que el picante de aquella isla de mar atlnticoera pequeo, pero venenoso. Masticabas, y fius!, soplabassobre los labios, y derramabas lgrimas, pues creo que elpicante es un ser que exige mucha agua. De hecho, soplaslos labios solamente porque no puedes pegarte a la copa deagua para aliviarte del picor, pues mientras degustas aregaadientes aquel manjar, haces un aparte para echartepor el gaznate una copa cumplida de agua. Terminabasaquello y era la hora de dormir, y ay de quien no se acor-daba de lavarse las manos y las meta en sus pantalones enbusca del rgano con que se mea! Ay de la chica que porcualquier razn se descuida y con aquella mano se toca surajita! Ay!, aaay!, y he hablado ya del picante de mi isla. Sidel picor de labios no te libras hasta que el sueo se hacesuperior, dime que te librars si es algo que te pica dentrode ti, y en un lugar tan sensible, y por culpa de un hombredel que no sabamos de dnde vino, nuestro abuelo.

    Yo no quiero seguir hablando de la escasez de pescadoy de los animales que podamos comer sin recordar queconoc al cura de nuestra isla porque bamos a entregarlehuevos. Conque los huevos se podan comer con elpedazo de torta de yuca! Y por qu no nos los prepara-ban? Pero nos mandaba la abuela ir a entregarlos al Padre.

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    cuando lo vimos no tuvimos la impresin de que era unhombre al que no conocamos, y al que no veamos ennuestras correras por el pueblo grande. Quiz lo confun-damos con alguien parecido a l, o bien nunca lo relacio-namos con la llegada del barco, y de ah que no supise-mos que antes no estaba en nuestro pueblo. Pero nosconvencieron de que acababa de llegar en barco, y comoera un gran amigo de nuestro abuelo, lo vino a ver. Losalud desde abajo y nuestro abuelo baj y sali con lhacia la parte norte del pueblo; los vimos marchar, y dije-ron que el abuelo convers con l, y que se dijeron cosasque solamente ellos saban. Incluso dijeron que en aquellaconversacin mi abuelo sacuda de vez en cuando lacabeza y exclamaba, como incrdulo o extraado; como sise dijera que lo que les haba ocurrido solamente podanocurrir en frica. En todo caso, dicen que hablaba en vozbajita, como si se contaran confidencias o secretos. Todoesto no lo vimos, pero pensbamos que si haba salido conaquel hombre, algo se diran. Conque mi abuelo sabahablar! Y por qu no hablaba en casa, con nosotros? Entodo caso, les vimos andar hacia el cementerio. Ahora queme acuerdo, aquel da se haba muerto alguien y la comi-tiva fnebre se haba adelantado.

    En mi isla haba, hay, un solo cementerio y es alldonde se entierra a todos. Antes de partir para el cemente-rio, se llama al cura, que acude con sus vestidos oficiales, yasistido de sus monaguillos, dos, al menos, portando susvelas y tambin el incensario. En mi niez, en tiempos demis abuelos, llegaba el squito de la Iglesia a la casa delmuerto y salan todos con el atad, seguido por casi todoslos habitantes de la ciudad. Y si no eran todos, con misojos vea que era mucha gente, pero gente que no era tancercana al muerto ni a su familia. Y lo s porque era tanta

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    medio, el hijo pequeo, y en la pared, la chica. Si hubieraotro que no haba alcanzado nuestra edad, dorma a lospies de estos tres, y nadie se quejaba, y dos de ellos seguanmeando en la cama, aunque antes de dormir les obligaranhacerlo afuera, delante de la puerta. En otra cama podapasar lo mismo, si es que la siguiente ta tena tambintantos hijos, de padres que seguan en otra ciudad, unlugar al que se iba en barco.

    En la casa de mi abuela todos los chicos creciditos, ra-mos tres, dormamos en una misma cama, que antes erade cierta calidad. Yo era el menor de los tres y dorma en elmedio. Todos nosotros orinbamos mientras sobamos,o sea, en aquella cama. Por eso lo acabamos de hundir.Cuando lo conoc, ya tena el somier carcomido por ladureza de nuestra orina, una cosa que no haba cmoparar. Si me pusiera ahora a contar todas las historias quenacieron por aquel abundante y exagerado mear, no basta-ra un da entero. Entre los tres gastamos los colchones delos blancos, los colchones de hierba que nos dieron des-pus, el somier, la tabla que se meti debajo del colchncuando nos hundamos por el agujero hecho por la fuerzade nuestra orina y no hubo ya nada que gastar. Ya lospedazos de tela con que nos cubramos estaban hechosjirones. Y buscaron remedio, y alguien dijo que parara-mos aquello si comamos cagaditas de cangrejo de tierra.Las com, las comieron mis compaeros y seguimos con elro aquel que no haba manera de parar. As era nuestrapequea e inmediata vida cuando quisimos conocer lahabitacin de nuestro abuelo.

    Y lo pudimos hacer cuando un hombre del que crea-mos que era su amigo vino a visitarlo. Era un hombre delque dijeron los mayores de mi casa que acababa de llegarde viaje, justamente lleg en el ltimo barco, aunque

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    cin, abrimos los ojos de lo que vimos. Coo!, eran lossecretos del abuelo! En aquella habitacin tena las cosasque le conferan aquella vida rara que tanto desconciertonos causaba. Luego de ver lo que haba, y con el coraznbatiente, volvimos a salir y nos pedimos otra vez silencio.Como tambin queran ver lo que vimos los dems her-manos, les dejamos entrar, pero como estbamos un poconerviosos porque hacamos algo prohibido, les metimosprisa y salieron con los ojos abiertos. Luego nos pedimosotra vez silencio, que yo s, y todos lo saben, lo que signifi-caba, y cerramos aquella puerta. Alguien sabe lo quevimos en el lugar donde dorma aquel hombre misterioso?

    Sabamos que no tardara en volver del cementerio, ynos dimos prisa en dejar sus cosas como las encontramos.Qu vimos en su habitacin? Antes de responder, debe-mos saber que debi de ser un gran amigo suyo aquelhombre que le vino a saludar. Lo digo porque consiguique hiciera algo que nunca le habamos visto hacer, aban-donar el piso de arriba. O lo haca cuando ya dormamos?Y es que el hecho de que aquel hombre sali de su casa noera un hecho banal. En la cultura de la gente de la isla secree que un hecho grande que vaya a ocurrir siempremanda un aviso premonitorio. Y el aviso fue la bajada deaquel hombre y su acompaamiento al squito fnebre,aunque no estamos seguros de que entr en el cementerio.Lo que pas despus del hecho inesperado fue una cosagrande, una de las cosas ms grandes que ocurrieron enaquella isla del mar atlntico. Pero no es que hubiera sidoalgo bueno, sino una cosa dolorosa. Entonces, no es unacosa grande, pues cuando se dice grande se refiere a algopositivo. Fue algo tremendo. Cualquiera podr creer quefue un mal que se desat porque entramos en su habita-cin. Yo no me atrevera a decir esto, pero ocurri poco

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    gente para que no cupieran ni en la iglesia. Pero antes deque la comitiva fnebre pasara por la ciudad, nuestro pue-blo grande, todos los nios de las calles aledaas al paso dela comitiva eran encerrados en sus casas, y se cerraban lasventanas de las mismas. Se nos deca que si el aire delentierro, el aire del muerto, tocaba a los nios, losmataba, y se los llevara como se llevaba al que llevaban aenterrar. Ser tocados por el aire del muerto era la cosaconocida que ms miedo nos daba. Los nios volvan aabrir la puerta cuando les llamaba su mam, o la primerapersona mayor de su casa que les peda que abrieran.

    Entonces, aquel da alguien se haba muerto, no saba-mos quin era, y aquel amigo de mi abuelo recin llegadode viaje vino a avisarle de ello y l baj de su mirador y leacompa. La comitiva se haba adelantado, pero ellosseguan, despacito, con las manos atrs, cruzadas sobre laparte baja de la espalda, andando como si supieran que seles esperara para lo que hubiera que hacer en el cemente-rio, pues sin ellos nada se poda hacer. O que se les espera-ra para decir las ltimas oraciones en latn. Lo ms proba-ble era que mi abuelo, y tambin su amigo, era ateo, y queno quera saber nada de la religin. En todo caso, y fueralo que era, no deca que crea que aquel hombre poda serun extranjero? Ser por eso que no era de nuestra religin.Saba yo, por lo que se deca, que muchos extranjeros noiban a la iglesia, y que coman a la gente. Coman a losdems.

    Cuando supimos que estara lejos, los chicos mayorci-tos, y algunas chicas, despistamos a los pequeos y nosacercamos a la habitacin de nuestro abuelo. Luego nosmiramos, nos pedimos silencio, aunque la casa lo estaba,abrimos con cuidado la puerta, solo un poco, y nos meti-mos, dos chicos y una chica. Dentro de aquella habita-

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    caso, ramos nios y habra cosas que no nos poda contar,pues cosas serias deban ser las que sostuvieran aquel com-portamiento raro, aquel corte de pelo estrafalario y aquelno querer saber nada de nadie. Nuestro abuelo nohablaba, no iba al vidjil y todo aquello no nos dola tantocomo la falta de pescado que suframos por su escasa rela-cin con los pescadores de una isla baada por sus cuatrocostados por un mar lleno de peces. Y es que el mar denuestra isla tena tantos peces que a veces caan de l y serecoga en la arena, de la misma manera que caan losmangos de los rboles. En aquellos aos paseabas por laplaya y oas cerca de ti un gran chapoteo, y cuando mira-bas, veas cmo peces ms grandes saltaban en persecu-cin de otros ms pequeos, que igualmente saltaban paraevitar ser cazados. Pero aquel movimiento y aquellos saltosdenotaban la existencia de una cantidad grande de peces apocos metros de la arena sobre la que pisabas. El chapoteocontinuaba, los saltos seguan y aquel acoso permita quelos peces ms pequeos que los perseguidores saltaran a laarena, a tus pies. No haca falta ni red, ni anzuelo ni arpn.Los peces ms frecuentes en aquellos desbordes marinos ocosteros eran sardinas, que se desparramaban en puados,pero no escaseaba la cosecha de peces de tamaos conside-rables, como bonitos, o peces de la misma familia, que sonlos que no son de rocas ni de profundidad, sino que semueven en bancos en busca de lo que buscaran para agru-parse en aquellas cantidades.

    El derrame costero de peces no era nada, no era nadaque puedo contar en comparacin con un suceso similar,pero de magnitudes imprecisables y de causas que nadieconoca. Aquello era menos frecuente, pero ocurra deuna manera regular, en los mismos meses de aos disparesy alejados en el tiempo. Era un suceso imprevisible, pero

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    despus de que hubiera aquel entierro. Yo no s si recor-dar todos los detalles de aquella desgracia que se abatisobre el pueblo, pero intentar contar lo que recuerdo.Pero lo har despacio, pues aquello no se puede contar degolpe, como si estuviramos contando cuando hacamosel escondite durante las noches de luna llena.

    Con la visita de su amigo, y vuelta a la normalidad, secomentaba que mi abuelo haba trabajado en un barco,que conoca muchos pases, incluso que haba sido el capi-tn del barco en que viajaba para conocer aquellos pases.Y que aquel hombre, del que ya dije que los chicos de micasa tenamos la impresin de conocer desde siempre, erauno de sus compaeros de viaje, o de haber trabajado jun-tos en aquel barco. No he estado repitiendo que nuestroabuelo podra haber sido un extranjero? Es que si decantantas cosas de l, era porque la gente le crea un extran-jero, alguien a quien queran ubicar, pues le veran raro.Como nuestro abuelo que era, preguntbamos por l anuestra abuela, pero no todos a la vez, sino da a da, y unopor uno, segn las dudas de cada uno de nosotros porseparado, pero nunca nos deca nada que fuera de nuestrasatisfaccin. Y nosotros creamos que o lo que saba no legustaba o tampoco saba de l. Adems, si tampocohablaba con l, no era raro que no supiera. Ella no se dis-gustaba por las preguntas, pues no nos regaaba, pero noresponda, limitndose a hacernos entender que no valala pena que nos dijera nada, que era lo que entendamoscon los gestos que haca. A veces le preguntbamoscuando coma, aprovechando el buen carcter que se tieneal comer, pero nos miraba sin dejar de masticar, y se con-centraba en un hueso que quera roer y esbozaba un gestoque entendamos que significaba que s haba algo quecontar pero que quines ramos para molestarla. En todo

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    Cuando aquello tena lugar, y siempre ocurra despusdel medioda, los primeros en avistarlo se ponan a gritarpara avisar del hecho a todos los que estuvieran en la playadonde se encontraba: calamares!, calamares!, calamares!Aquello bastaba, el resto era el festival por todas las costasadyacentes para hacer el agosto. Haba montones de ellosque varaban enfrente del pueblo grande. Pero montones.Luego otro montn en la playa adyacente, luego otro enotra playa, a as cientos de calamares empujados a la costade nuestra isla sin ninguna causa aparente. Y all acudanlos hombres, mujeres, nios, para la cosecha de aquellaubrrima ofrenda de la mar. Y seguan gritando calamarescalamares calamares y nadie daba abasto y nadie saba quhacer con aquella cantidad de calamares. Y haba quehacer algo para los tiempos de escasez. As, tras la cosecha,que era una recoleccin de los productos de la mar deAtlante, se decida lo que haba que hacer para que aquellacantidad de vida lo siguiera siendo en los das y mesessucesivos. Pero antes de aquella decisin, ya saban lo queharan los pescadores de toda la isla, ya se relaman loslabios de lo que vendra solamente unas horas despus. Yera que los pescadores saban que la carne de calamar era elcebo ms preciado de todos. Con ella abriran la boca acualquier pez, aunque este pez no comiera carne y sola-mente hierba. Pero en las aguas de nuestra isla haba unpez que era especialmente devoto de la carnada de cala-mar, un pez que solamente tiene nombre en nuestra len-gua. Este pez aplanado, que debera ser de los azules, sevea de un azul ms claro. Se llama pmpana. Pues la cose-cha de calamares se vea eclipsada por la de aquel pez, quecontribua a hacernos creer que vivamos bajo un mar tanubrrimo que se caan de l aquella cantidad de peces.Pero se pescaba una cantidad de pmpanas Impresio-

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    frecuente. Es lo que puedo decir. Si lo hubiese visto demayor, hubiera indagado por aquella maravilla del maratlante de nuestra isla. Ocurra que cada cierto tiempo, ysin que nadie conociera las causas desencadenantes,afluan a todas las costas de la isla, a todas las playas quecircundaban la isla, una cantidad incontable de calama-res. Se les vea venir, uno por uno o por grupos, desde maradentro y acababan en la playa y all se quedaban. Conaquel extrao fenmeno se dira que aquellos inmensoscalamares haban recibido una extraa orden y se dispo-nen a darle cumplimiento. Llegada a la costa, no hacanseales de que queran volver por donde vinieron, quedeba de ser un sitio lejansimo de la isla, mar adentro yprofundo, pues no eran los calamares productos marinosmuy frecuentes y de fcil pesca. De hecho, rarsima vezcualquier pescador daba caza a algn ejemplar. Se creaque eran especies de otra zona, o de las regiones profun-das. Eso se crea hasta que se produca aquel extraofenmeno y se desataba el xodo marino calamaril, si sepuede llamar as. Pero ms que como lo hemos llamado,aquello se pareca ms a un suicidio colectivo o una perse-cucin masiva que algo hecho por la voluntad de aquellosmoluscos. Qu era aquello? Qu era lo que les arran-caba del sitio donde haban estado para un movimientode aquel tipo, un viaje sin retorno? Era como consecuen-cia de una depredacin masiva, como ocurre a escalamenor con las sardinas? Era una cosa que nadie podacreer, y lo que ms impresionaba de aquello era la canti-dad de ejemplares involucrados, cientos, miles, que seallegan a todas las playas de la isla para no volver, que-darse atrapados en la arena o en las piedras y fenecer.Qu cosa!, que fenmeno tan grande! Pregunto otra vez,qu era aquello?

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    miento de los calamares se hubiera pensado en algunamanera de hacer provisiones para las pocas peores, decuando los hombres salen a la mar y regresan con quejas,que si mucho viento, que si mar excesivamente calmo, quesi molestaban los grandes peces de superficie, que no deja-ban pescar S se intentaba hacer algo, ahumando ysalando, que era los nicos mtodos tiles de conserva-cin que conocan los mayores de nuestra isla. Pero aque-llas provisiones ahumadas y salaban terminaban, se empe-zaba otra vez la poca de los picantes.

    Fuis!, a soplar los labios, y ay de ti si tocas donde nodebes.

    El pescado era para nosotros un producto de primeranecesidad; ya dije que si no haba pescado, no comamos.Pero yo, en mi niez, no saba que toda la isla enterapasaba estrecheces calamitosas. S, lo puedo decir as. Yquiz no saba que se pasaba estrecheces porque yo nolavaba mi ropa ni encenda la lmpara de nuestra casa.Por eso yo no saba que no haba jabn en toda la isla; ypor eso no me di cuenta de que el petrleo escaseaba detal manera que a cierta hora de la noche se apagaba lalmpara, o se bajaba la mecha para ahorrar lo poco quehubiera de aquel lquido salvador. La operacin de redu-cir la intensidad luminosa de la lmpara para ahorrar eradelicada, y solamente lo haca bien mi abuela. Pero pare-ca una operacin sencilla. No lo era tanto, y si no lodominabas, y ninguno de los pequeos de mi casa lodominaban, ni nuestras tas, era mejor no meter la pata.Solamente la abuela lo haca bien. Aquello era impor-tante porque poda ocurrir que, durante la noche, toda lacasa se quedase a oscuras porque se haba apagado la lm-para porque quien la baj no haba tenido buena mano.Entonces la abuela poda molestarse en salir de la cama e

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    nante, pero impresionante. Tanto se pescaba que no habanadie que no coma pescado en aquellas fechas, pero abso-lutamente nadie. Incluso aquellos cuyo abuelo no tenaamigos y no iba a la playa a confraternizarse con los pesca-dores. Viudas, mujeres solteras, hombres incapacitados,hombres apartados, los que no pescan por su profesin,todos, pero sin que quede alguno que no ponga un trozode pescado a hervir en su casa. De aquella cantidad de pes-cado se ahumaba, se frea, se salaba, se herva ligeramentepara terminar de condimentar al da siguiente, y todovena a hacer compaa a lo que haba del da anterior, loscalamares hervidos y salados. Qu cantidad de pescadopara comer! Pero de unas cantidades..! Nunca imaginara-mos, sin verlo, que haba tanto pez en el interior de nues-tro mar.

    Comimos el calamar, comimos el pmpana y conoci-mos otras pocas de ms hambre de pescado. En realidadla gente de mi isla no apreciaba tanto el calamar comomaravillarse del hecho de su venida. La afluencia masivade calamares era el preludio de una temporada frtil encuanto a la cosecha de los productos de la mar. Lo quepasaba en mi isla era que creamos que el mar era nuestroalmacn, el lugar donde guardbamos el pescado que noshaba sido asignado; cualquier hombre que haba sobrepa-sado la adolescencia poda, a cualquier hora que no fueraintempestiva, coger sus brtulos de pesca y salir a la mar. Ycon aquella disposicin no pasaban tanta hambre de pes-cado como los que no tuvieran varones en sus casas. Ocuyos varones no queran saber nada de la mar, de maneraque incluso le dan la espalda.

    Si no fuera por aquella creencia de que el recurso almar poda ser inmediato, con aquella cantidad de pescadoque todos tenan en sus manos en las fechas del vara-

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    bas a alguien en cuya cocina sala humo. Muchas veces loque hacamos cuando nos mandaban con la lmpara eramirar sobre los tejados de las casas en busca del humo. Ydonde lo veamos, acudamos all evitando el paseo porotras casas con la cancin aquella de Mi madre dice quele des un poco de fuego. As se deca en la lengua de lagente de mi isla.

    Pues con aquella vida de ir de casa en casa pidiendoascuas, un palito de cerillas, o un lugar con fogn paraagacharse y mancharse las rodillas, me di cuenta de que losmayores se haban desesperado haca mucho tiempo ybuscaban remedio a su situacin con todos los medios a sualcance. Pero no haba nada a su alcance, pues nuestra islaestaba sola, no tena otra tierra con la que se poda unirpara luchar contra aquella falta de todo. Fue en aquellostiempos en que me di cuenta de que las gentes de mi islasolamente se tenan para mirar por ellos, por lo que lespudiera pasar. Es decir, que estaban solos en medio delmar. En aquel tiempo ya no se esperaba que llegara elbarco del lugar donde estaban nuestros padres. Entonces,con aquellos sentimientos de soledad miraban todos losdas al horizonte por si llegaba un barco del horizonte alque se poda salir al encuentro para pedir. Y en aquellaniez veamos cmo se precipitaban para salir a la marcuando vean un palito en el horizonte y pensaban que eraun barco que estara lleno de todo lo que necesitbamosen la isla. Y salan en su persecucin, con tanta conviccinque acababan creyendo que la fuerza de sus brazos eratanta como la del motor del barco desconocido al quepensaban dar alcance. Bueno, lo intentaban y a vecesregresaban tan desilusionados que se dira que haban reci-bido la confirmacin de que nuestra situacin no iba amejorar.

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    ir a llamar en voz muy baja a la vecina para que le permi-tiera encenderla otra vez. Y lo haca porque crea que contantos nios pequeos en casa no poda pasar la nochesin una fuente luminosa con que se pudiera resolver cual-quier problema, cualquier eventualidad que ocurrieracon alguno de ellos. Y por qu haba que ir a llamar a lavecina en caso de aquella eventualidad? Porque ellacomulgaba con los mismos sentimientos y tena su lm-para con la intensidad disminuida. Y porque en nuestracasa no tenamos cerillas. Cuando por alguna razn lalmpara se apagaba cuando no habamos dormido, cons-titua un curso para m, pues empezaba a aprender denuestra vida y empezaba a darme cuenta de que las cosasno eran como las vea. Con aquello empec a pensar queno lo pasbamos tan bien. El petrleo escaseaba, nohaba cerillas y quiz tampoco haba jabn. Pero cmose encendan todas las lmparas de petrleo de nuestropueblo grande? De la misma manera que se haca paraencender el fuego de guisar. Con un cuenco de coco en elque haban conservado la cscara ibas a casa de la vecina,o de la vecina de la vecina y pedas unas ascuas ardientes.Y volvas a tu casa y ayudado por la lea que tenas guar-dada en casa y el cuscs, que era la cscara seca resultantedel machacado y lavado del palmiste maduro, encendasel fuego. Si tu vecina tena cerilla, pero tambin fuego ensu fogn, se ahorraba la cerilla y te mandaba a agacharseen la cocina para encender la lmpara. Y te agachabassobre la ceniza, y eso te delataba. S que hay mucha genteque es capaz de mantenerse en cuclillas, y as evitan ensu-ciarse. Si tu vecina inmediata no tena nada con quehacer fuego, ibas a la siguiente, a la siguiente de lasiguiente, a cien metros, doscientos, no importaba,podas andar, doscientos cincuenta, hasta que encontra-

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    de nacin amiga saban que el pescado era nuestro y loqueran repartir con nosotros. Y el tabaco? Lo necesita-ban con enfermiza urgencia los hombres, pues hacamucho tiempo que fumaban hojas de papaya. Bueno, sepudo ver que haba habido una reparticin equitativa: elpescado, para las mujeres, y el tabaco para los hombres.En realidad en mi isla casi no fumaban las mujeres, salvouna cosa que hacan las viejas, pero solamente algunas,que machacaban tabaco para ponerlo en sus oquedadesdentarias. No lo esnifan, no.

    Con aquel panorama de pescado y cigarrillos, algunasmujeres y hombres pensaron que todava se poda pedirmejor, que lo dado no era lo nico que necesitbamos.Entonces estara bien que las mujeres fueran en persona apedir, pues si las vieran los hombres y hablaran con ellas,las cosas cambiaran a mejor. S, a mejor. Pero resulta quelas mujeres de mi isla no saban remar, todava no losaben, y haba que llevarlas al barco para hablar con losblancos de aquella nacin amiga. Y se hizo como se pens.Unos hombres con los que hablaron las mujeres las lleva-ron al barco y vieron a los blancos aquellos. Recuerdo quese me dijo que una de las mujeres que No, nadie medijo nada. Lo supe meses ms tarde. Ocurri que del tratocon las mujeres, llegaron a la isla, y no en los mismos cayu-cos en que se le llev, sino en las embarcaciones de aquelbarco, todo lo que ellas echaban en falta en aquella carestaatroz: jabn, petrleo, sal, ropas, zapatos, cerillas, cosasdiversas para comer, pescado y, bebidas alcohlicas y ciga-rrillos. Bueno, haba unos envases de jabn en polvo, yvena bien porque a cada uno le podan entregar unpuado del mismo, y se contentaba. Igualmente se podahacer lo mismo con la sal, pues muy poco de ella yasazona. El alcohol y el tabaco hicieron furor entre los

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    En aquellos tiempos del que digo los que tenan quienles pescara coman pescado, y quienes tenan anzuelos yniln eran los que pescaban. Entonces la caresta del pes-cado era considerable en algunas familias. Eran los tiem-pos en que desebamos que los peces grandes persiguierana los chicos para que se lanzaran, los grandes y los chicos, ala arena, como lo vimos con nuestros ojos en ms de unaocasin. En aquellos tiempos desebamos que el vara-miento de calamares se diera todas las semanas. Pero sidesebamos que ocurrieran aquellos hechos milagrosos,que casi lo eran, pues no era cualquier cosa que te lanzaranel pescado a tus pies, era porque nuestra situacin erainsostenible. Y con aquella situacin insostenible empeza-ron a suceder las desgracias de las que empec a hablarhace ya tiempo. Todo lo malo vino al mismo tiempo. Eranlos peores momentos de la historia de nuestra isla.

    Con aquella escasez de todo apretando nuestras gar-gantas, se acerc un barco a la costa, y estaba tan cercapara que pudiramos saber que estaba cogiendo directa-mente de nuestra despensa, de nuestro mar. Y salimosporque cremos que tenamos algo que decirle. Y resultser un barco de una nacin amiga que robaba porque sabaque la isla no era de nadie. O nuestra, pero que no poda-mos servirnos de ella. Pero no le dijimos nada de lo quehaca, all cada cual con su conciencia y le dimos una listade lo que necesitbamos. Era esto: jabn, petrleo, ceri-llas, y algunas cosas de comer. No pedimos ropas porqueno haca falta que se dijera que carecamos de ella. Peroalguien sabe lo que trajeron aquellos hombres al arribo a laisla? Cigarrillos y pescado, pero de unas cantidades que nocaban en los cayucos de los hombres que salieron alencuentro del barco. Veis? Les dieron cigarrillos y pes-cado. Entonces estaba claro que los dueos de aquel barco

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    mundo saba que se le creca el vientre ni todos saban queaquel crecimiento era por haber hablado en el barco de losblancos, y con ellos. Pero sigui creciendo aquel vientre y lagente fue sabiendo que esperaba un nio que sera el hijode alguien, un blanco, que solamente ella poda saberquin era, pues las discusiones tuvieron en el barco, lejos dela gente del pueblo. Era una ahijada, s, pero viva con unahermana suya, que era la persona ms cercana que tena envida. Sus padres haban muerto cuando nadie saba quealguna vez llegaramos a aquella situacin.

    Los das avanzaban y la caresta empezaba a apode-rarse de la isla y en ella ocurri una cosa que asust amucha gente. En realidad empezaron a suceder las cosasmalas, como si se dijera que todas ellas estaban alineadasesperando su turno. La primera cosa fue que una mujer ysu hermana cogieron un trozo de leo humeante y subie-ron por el camino del Pico, con intenciones de ir a susplantaciones que haba alrededor del mismo sitio, sitioaledao igualmente al lago que se conoce por Nosopay. Loque pasaba no era que en Nosopay el pico y el lago noestuvieran cercanos; la realidad del sitio era que el pico y ellago estaban situados en distintos niveles, segn la obser-vacin de quien pudiera verlos juntos. El que levantaba sucabeza sobre todos, desafiante y altivo, era el Pico deFuego, el pico propiamente. A sus pies, como durmiendo,estaba el lago, al que se poda mirar de manera casi furtivadesde las alturas de Nosopay, que es un terreno plano querompe abruptamente una de sus alas en un impresionanteprecipicio, en realidad un vaco del ser, para acoger preci-samente el manso lago, solamente agitado por leves brisas.

    Pues las dos hermanas iban a Nosopay con aquel leohumeante con la intencin de hacer fuego alrededor, osobre la base de un rbol seco del que queran aprovechar

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    hombres, y en muy pocas mujeres, para decir la verdad. Aalguno le toc una camiseta, otros solamente la vieron lle-var a algn conocido. Los productos que dieron ms de sfueron el pescado, la sal y los diversos tiles para hacer elfuego. Y el alcohol, una cosa que se expande con facilidad.Sera por su naturaleza inflamable.

    Le lleg la hora al barco y lev anclas. Pasaron meses yse acabaron las cosas del pesquero de la nacin amiga ysupimos que una de las mujeres que fueron a hablar con losblancos para conseguirlas era una ahijada de aquel hombredel que tuvimos la impresin de que estuvo siempre en laisla, y que, adems, era amigo de nuestro abuelo. Pues esehombre, del que no estoy seguro de que confundamos conotro al que veamos siempre, habra estado no en el lugardonde estaban nuestros padres, lugar al que se iba en unbarco lleno de gallos y gallinas, y otras cosas de comer quemandaba nuestra abuela y otra gente de la isla, sino en otrositio, en Calabar. Bueno, en Calabar haba ibos y era genteque se coman a otros. Se nos deca que haba que tenercuidado con los calabares. Pues aquel amigo de nuestroabuelo era un poco bromista, entre otras cualidades, yhaca creer a todos los de nuestra isla que haba estado enCalabar y que saba cosas de la gente de aquel sitio. Dehecho, a veces hablaba como hablaran los de Calabar yfund una asociacin de gente que durante las navidadesbailaba vestida como se vestiran los calabares, y hablabancomo hablaran unos seores que queran comerse a otros.Pues aquella ahijada suya tom parte en la expedicin albarco, con otras mujeres, y como hablaron muy bien conaquellos blancos, se entendieron. Y fruto de aquel entendi-miento fue el crecimiento de vientre que le sobrevinocuando ya solamente quedaban unas muestras pequeasde aquella expedicin de entendimiento. Bueno, ni todo el

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    Qu haba pasado? Pues con aquel trabajar con lavista en la tierra, doblaba por la cintura, no se irguieronpara darse cuenta de que el fuego hecho alrededor delrbol seco se haba extendido, quemando hojas secas, tro-citos de ramas secas, hierbas secas del alrededor, hastaalcanzar un campo cercano lleno de arbustos de la alturade un metro, arbustos de dudosa utilidad entre los isleos,y que en aquella poca del ao estaban secos. Aquellas her-manas abrieron los ojos y se pusieron a exclamar, pero eraimportante que se fueran, no por el peligro de que se que-maran, que todava se podan escapar por sus pies, sinoporque saban que haban desatado una desgracia. En rea-lidad aquel terreno de los arbustos era tan pedregoso queno haba nadie en toda nuestra isla que se haba atrevido aplantar en l, y pese a que era de una extensin cuatro ocinco veces mayor que las pequeas parcelas que cualquiermujer de la isla haba heredado de sus padres, en concreto,de la madre. Cualquiera que se fijara en aquella grandeextensin con nimo de cultivar en ella sabra que cual-quier cosa que alzara con nimo de cavar, azada, pico, oaquel til de ellas que recibe el nombre que le dieron, iradirectamente sobre la piedra, que era en realidad lo queera aquel terreno cubierto de arbustos, una roca enorme.Pero la desgracia era que si se encenda aquel terreno, elfuego se propagara por todo el contorno, bordeara elpico y avanzara hasta el mismo pueblo grande, poniendoen peligro sus casas. Pero antes de esa eventualidad, y si nose haba tenido suerte de que por alguna razn se apagara,aquel fuego consumidor habra arrasado las fincas aleda-as, pues a medida que se bajaba hacia el encuentro delnivel ocenico haba zonas con un poco de tierra, y en lasque crecan ciertos rboles y en las que se encontrabanalgunas parcelas de las mujeres que de aquel oasis de pie-

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    como lea. Si hubieran sido giles o si no hubieran nacidomujeres, hubieran trepado a aquel rbol seco con sushachas y aquello que pensaban hacer de golpe, y con lafuerza del fuego consumidor, lo hubieran hecho poco apoco, rama por rama, pues un rbol es capaz de dar leadurante muchos meses, pero muchos. Pero faltaran lashachas, o no tendran la destreza suficiente, y nacieronmujer. Y en aquellos tiempos no haba tantos hombrespara la cantidad de mujeres desvalidas que haba en nues-tra isla. Por eso recurrieron al fuego. Haciendo fuego enaquella plantacin suya, y a los pies de aquel rbol, tenantambin la oportunidad de arrancar alguna malanga eintroducirla en la ceniza adyacente y tener algo que lle-varse a la boca mientras estuvieran trabajando en aquellaplantacin. Hicieron, pues, el fuego y se abandonaron a sutarea. Trabajaron desde que se asomara el sol por el hori-zonte hasta que creyeron que ya haba sido suficiente y seirguieron; era la hora de empezar a recorrer la plantacincon la cesta para recoger lo que se haba arrancado de lasplantas de malanga o de las de yuca. O cualquier trozo decaa que se hubiera cortado durante el recorrido en buscadel fruto de los esfuerzos de meses anteriores. La cosecha,algo que en aquella isla de mar de Atlante se haca da a dadurante aos, pues nunca haba suficiente terreno paraque toda la cosecha se recogiera a la vez y que aquel hechodejara en la miseria a la familia. Cuando aquellas dos her-manas se irguieron, ya faltaban pocas horas para que sepusiera el sol, astro al que no vieron bien por la cantidadde humo que se interpuso entre ellas y el rey de los astros.

    Dios, nos hemos despistado dijo la mayor.Tendremos un grave problema, vamos a tener un

    grave problema aadi la pequea, con las manos en lacabeza y con el llanto a flor de piel.

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    de lo que haba al final de aquellos metros de terreno queen realidad no eran tantos. Y podran perder un pie, y aca-bar despeadas y con su trabajosa, pero joven, vida entre-gada a quien fuera y a Dios en las orillas fangosas del lago.

    Tenan que volver sobre sus primeros pasos y buscarotro camino para ir a casa. El que haba, el ms seguro,empezaba desde ah mismo, al borde del precipicio y bor-deaba completamente el lago, con pasos crecientes paraabandonar aquella altura decreciente hasta dar con su can-sancio en la puerta principal de aquel lago de cuyas aguasno se pudieron servir. All tomaran un camino casi rectohasta las puertas del pueblo grande. Es lo que hicieronaquellas dos hermanas, pero aquel camino era largo. Poreso, cuando llegaron a las puertas de su pueblo, el nuestro,el pueblo grande, la gente de su casa ya se haba preocu-pado por su tardanza y, viendo el fuego, temieron que algohubiese pasado con ellas. Y ya haban mandado a gente deaquella casa a saber de ellas, que en mi isla, todos saban loque debas tardar segn el sitio al que habas manifestadoque ibas. Cuando abordaban su casa por un camino por elque nadie las esperada, saban que estaban ante una cosaque podra alcanzar otras dimensiones, pero muy lejosestaban de intuir que pocos das ms tarde les iba a ocurrirla cosa ms grave y dolorosa que les habra de ocurrir en suvida, y que, al vivirla yo, aunque en su carne, fue igual-mente la cosa ms grave y dolorosa que he vivido en miisla, la isla silenciosa del mar atlntico. Pero no solamentefue una cosa grave y dolorosa, sino que fue un mal queech sus malficas races sobre mucha gente, y sobre m.Sobre nuestras vidas.

    El sol se puso rojo, faltaban pocas horas, o minutos,para que se metiera por donde se mete cuando se llega a esahora, y ya todo el mundo tena la vista sobre el monte,

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    dras haban sacado alguna utilidad. Y era mucho esfuerzoel que se haba hecho para que el fuego lo consumiera sindar tiempo a las dueas para beneficiarse de aquel durotrabajo. Lo que pasara, pues, sera que aquellas mujeres seharan acreedoras de la ira de las perjudicadas, sin contarque, una vez arrasadas sus plantaciones, aquel fuego podaseguir avanzando para hacer ms dao en su extender enbusca del nivel ocenico mnimo. Y el nivel ocenicomnimo, por la direccin en la que se extenda el fuego,era nuestro pueblo grande.

    Sobre aquel fuego no haba nada que hacer, solamenteesperar que con el ruego al Seor de las alturas no crecierael viento que lo propagara o lo avivara. Abajo, pero trassalvar con la vista un precipicio insalvable, dorma el lago,con la cantidad de sus aguas listas para quien pudiera alle-gar a ellas. Pero si el precipicio era insalvable, el probableremonte del mismo con cubos en la cabeza para apagaraquel fuego apocalptico era imposible. Adems, nadietena cubos en todo el contorno.

    Con mucha prisa recogieron las hermanas lo que cose-charon y tras ponerla en la cabeza, intentaron correr parair a casa. Pero ya el fuego haba flanqueado el camino, y siinsistan en seguir por l corran el riesgo de verse rodeadaspor el mismo. Si esto hubiera ocurrido, posiblemente nohubieran perecido abrasadas, pero aquel acorralamientolas poda haber asustado, y en aquellas condiciones, y sinver demasiado bien, podan tomar decisiones nefastas.Piense cualquiera que con aquella zozobra el viento deci-diera a participar en la desgracia y soplara desde el ladoderecho, lo que hara que se avivara el fuego de lado dere-cho del camino y las obligara a apartarse del mismo variosmetros hacia la izquierda. Con su carga en la cabeza, yasustadas, veran tan poco que no se hubieran dado cuenta

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    que no pudiramos luchar con l. Sera un fuego que nosempujara a la inmensidad del azul marino, y siendo denoche, no hubiramos hecho las cosas bien y Bueno, yono saba que todos podramos salir al mar, y sin algn tipode peligro, y de noche; de all que supiera que lo mejor eraque el fuego se apagara all, en las inmediaciones del picodonde se inici.

    Avanzaba la noche y el fuego avanzaba y nos subimosal piso de mi abuelo. Y fue all donde supimos que estabatambin muy preocupado. Tanto para que en todo lo quedur nuestra estancia en aquel mirador, las puertas delbalcn estaban abiertas, l no permaneciese sentado.Miraba el fuego con cara de preocupacin sin ningn tipode disimulo. Quiz pensaba lo mismo que yo, que si elfuego nos acorralaba, no sabra qu hacer para salvarnos atodos, y seramos los nicos del pueblo que pereceran.Ah, lo de la mar tampoco lo vea tan claro, pues nunca fueun sitio que me daba seguridad. El caso es que no parabade hacer gestos de preocupacin, y claro, nos preocupba-mos vindole tan afectado, pues si nos hubiera mostradoserenidad, quiz hubisemos pensado que aquello era unadesgracia que los otros mayores que no estaban en lamisma situacin que l podran abortar con facilidad.

    Avanzaba la noche, segua hacindolo el fuego y miabuelo segua ah, de pie, quiz lamentndose de su escasapericia con el mar, y descubrimos que lloraba, y que, ade-ms, la silla sobre la que se sentaba, libre en aquel tiempo,tena un agujero redondo en el asiento, de manera que laparte central de sus asentaderas corresponderan al agu-jero aquel. Pero no era un agujero hecho de manera acci-dental, sino era una silla especial del que se quiso quetuviera aquella silla. Pero aquel descubrimiento no mitigen nada la sensacin de nuestro miedo. Adems, el no

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    viendo extender aquel fuego que nadie saba todava cmose haba iniciado. Ya no haba nada que mirar, solamentetenamos los ojos para ver avanzar el fuego, y odos para orsu crepitar. Segua avanzado aquel fuego y el sol se puso y lanoche abri sus ojos. Entonces no vimos estrellas en elcielo, ni otra alegra de aquel firmamento habitualmentecargado que nos pudiera distraer. Nuestra mirada era sola-mente para el pico, para ver el avance del fuego y or el cre-pitar de las ramas secas que se quemaban. Estaban en peli-gro muchas plantaciones, pero con aquel avance lo queestaba en peligro era nuestra vida, pues aquel fuego, con suamenazante avanzar, poda alcanzar las primeras casas delpueblo grande y extenderse por todo l, donde la mayorade las casas era de madera seca y techumbre de jambabu,que ardera para ayudar a dar satisfaccin al fuego. Desdesiempre, y cuando veo arder fuegos que nadie haba provo-cado ni eran fciles de sofocar, pensaba que muchas cosasarden para dar satisfaccin al fuego, para hacerle feliz. Peronosotros, durante aquella larga noche, ramos infelices ycon el corazn en vilo. Ardera el monte, avanzara el fuegoarderan nuestras casas y no tendramos ms remedio quesalir en cayucos para esperar en alta mar hasta que se con-sumiera todo. Pero en mi casa lo pasaramos mal, porqueyo no estaba seguro de que mi abuelo, el nico hombre quehaba en ella, encontrara un cayuco libre y supiera remarpara librarnos del fuego. l no tena cayuco. Yo, en aqueltiempo, siendo nio, no pensaba que si el fuego invada elpueblo podramos apagarlo abriendo todos los grifos de lascalles para que la gente cogiera cubos y cubos de agua, y sino hubiera, y porque el pueblo grande terminaba al bordemismo de la mar, hubiramos podido coger agua de ellapara librarnos de perecer abrasados. Con mis ojos de niovea que aquel fuego era grande, y lo era, tan grande para

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    pueblo grande. Y dejamos de pie al abuelo, sin sentarsesobre aquella silla sobre la que se haba sentado siempre,aquella silla con un agujero en el centro del asiento, agu-jero que durante mucho tiempo disimulaba, o tapaba, conun trozo de tela, o un pao, un trapo que cuando se sen-taba utilizaba para taparse los pies, o ponerlo sobre la rodi-lla y luego poner encima las manos. Le dejamos all inca-paz de reprimir el llanto, aunque aquel llanto irreprimiblefueran solamente dos hilos de agua que bajaban por susmejillas. Para nosotros fue franco llanto porque l era unmayor, y creamos que si tambin lloraba era porque dabala cosa por perdida. Por qu llorara aquel hombre?Aquel fuego le recordaba algo que haba vivido cuandono le conocamos? Qu era aquello que le recordaba? Oquiz lloraba porque no era un mayor, sino que era toda-va un nio? Podra ser, podra haber sido, pues en mi islasolamente los nios pequeos que lloran por las cosas queno entienden no pescan ni salen en cayuco al sur. Ni pue-den entrar en el vidjil para conversar con los viejos.Empec diciendo que nunca supe si mi abuelo estabaloco? Dije alguna vez que no saba lo que era? Parte de loque era lo descubrimos cuando entramos en su habita-cin. De la misma y de lo que vimos hablar ms tarde.

    Aquella noche fue una de las ms convulsas de nues-tras pequeas vidas, y nos despertamos con aquella camaanegada, del ro de agua que necesitbamos anoche parasofocar aquel fuego amenazador. Aquella cama estabahundida hasta nuestros huesos de pis, de una cosa quechorreaba como si fuera del mismo minuto en que nosdespertbamos. Y esas meadas matinales, de esas decuando los mayores ya estn en la calle, eran las peores. Ylo eran porque pensabas que por p