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Armas 58 segunda parte - Revista Armas y Letrasde a poco, como deshojando más plantas carnívoras que margaritas, confesiones organizadas alrededor de la pausada o vertiginosa velocidad

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B I B L I O C L I P S

VIENEBANVILLERODRIGO FRESÁN uno Hayescritores que no plantean ningúnproblema a la hora de decidir cúal de suslibros (que también son nuestros libros)darles a firmar. Así, en los años que llevoen Barcelona no dudé un segundo —porcitar unos pocos casos— en que Camposde Londres era el libro que tenía quededicarme Martin Amis, El mundo segúnGarp era el que le correspondíagarrapatear a John Irving o Submundo elque le tocaba a Don DeLillo.

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El criterio es tan simple como sentido: elegiraquel libro que, de desaparecer, dejaría unagujero imposible de llenar en nuestras bibliotecasy en sus obras. Días atrás, el caso de John Banville(Wexfrod, Irlanda, 1945) fue mucho máscomplicado. Tenía que encontrarme con Banvilleen la librería La Central, en cuya terraza elescritor irlandés grabaría una entrevista para latelevisión catalana, y ahí estaba yo, frente a misestantes, sin saber qué libro elegir. Por que la obrade Banville —por lo general reunida en torno atrilogías elásticas pero fuertes— no resulta fácilde redudir a favoritos o indispensables. En unosy en otros, en todos, esa voz que es la voz deBanville, quien es La Voz con la que se desgranan,de a poco, como deshojando más plantas

carnívoras que margaritas,confesiones organizadasalrededor de la pausada overtiginosa velocidad de lospensamientos. Historiasgirando centrífugas dentrode las cabezas de losprotagonistas. Beckett víaNabokov en tramas-tumoresque enseguida hacen me-tástasis en secretos primeroy culpas después. Páginasdonde cada palabra cuenta ytoda oración narra, casisiempre, en una primerísimapersona de primera o —en

sus muy personales bio-grafías de Kepler y Co-pérnico, publicadas en Ar-gentina por aquellos días enlos que lo histórico hacíahisteria— desde un afueramuy íntimo comprendiendo,y haciéndonos comprender,lo que nadie comprendióhace tanto tiempo.

Así que cuál: ¿El libro delas pruebas? ¿Mi muy raro ymuy difícil de conseguirejemplar de los funda-cionales relatos contenidosen Long Lankin? ¿El intocable?

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¿O mejor llevarle ese díptico en bus-ca de una tercera parte compuestopor Eclipse e Imposturas? ¿O tal vezEl mar , porque es el último y el queha venido a presentar y el que porfin, lo ha vuelto reconocido y reco-nocible a un lector español que has-ta ahora había decidido no mojarseen las aguas de este autor tal vez porpensarlo demasiado “difícil” y “es-tilista” y todo eso?

Lo que decidí entonces fue lle-nar una bolsa con la obra completade Banville y dejar que fuera élquien eligiera el que pensara másapropiado. Así, llegué a la librería,y ahí estaba Banville frente a lascámaras (igual que en las fotos peromás bajo de lo que esperaba, conuna aire de hobbit tamaño XL, perohobbit finalmente) y después seapagaron las luces y se desen-gancharon los micrófonos y nos fui-mos a un bar cercano y después dela cerveza número quién sabe, leseñalé a Banville mi bolsa y le co-menté mi dilema y le dije que él de-cidiera por mí. Y Banville dudó me-nos tiempo que el segundo queconsume una, cualquiera, de suscomas siempre puestas en el sitioexacto y en el momento justo, ydijo: “Todos. Te firmo todos”.

DOS “Es bueno ver que una obrade arte ha sido reconocida”, dijoBanville. No me lo dijo a mí frente auna cazuela con pulpitos una pri-maveral noche de otoño en Barce-lona, sino a los comensales asisten-tes a la cena del Premio Booker del2005. Lo dijo en vivo y en directo,por televisión. Y Banville no se re-fería al libro de otro sino al propio,a El mar —que minutos después tre-paba a lo más alto de las listas debest-sellers de UK y que un año yalgo más tarde coronaba casi todas

las listas de ficción traducida al cas-tellano durante el 2006—, y lo dijoluego de subir al proscenio y acep-tar el galardón, para asombro de laconcurrencia toda que se dividióentre el aplauso por lo alto y la con-dena por lo bajo. Y Banville encan-tado, claro. Y Banville —el mismoBanville que alaba al Last Evenings onEarth de Roberto Bolaño en las pá-ginas de The Nation o destroza alSábado de Ian McEwan en las de TheNew York Review of Books provocan-do una de las polémicas literariasmás feroces de los últimos tiem-pos— seguía todavía más encanta-do en Barcelona, un año después desu Noche B, recordando sin ira ycon el casi descarado placer dequien ya ha contado el episodiodemasiadas veces pero nunca lassuficientes: “Fue algo genial. Se su-ponía, así lo indicaban todas lasapuestas, que el ganador seríaArthur & George de Julian Barnes. Oque Ishiguro se llevaría su segundoBooker. Creo que yo estaba últimoen las apuestas porque, bueno, yoescribo esas novelas ‘bien escritaspero donde no sucede demasiado’,dicen. De hecho, a la mañana si-guiente, el editor cultural de TheIndependent condenó al jurado porhaber hecho ‘tal vez la peor y se-guro más perversa elección en los36 años del Booker’. Así que yosubí a decir lo mío y dije eso y lodije por molestar, para meterle eldedo en el ojo a la escena culturallondinense. Lo dije porque hansido muchos años de soportar in-justicias, de ser ‘escritor de escri-tores’ y de tener que lidiar con ti-pos que piensan que la trama eslo único que importa. Y lo dijeporque era verdad: El mar es unabuena obra de arte”. El mar es tam-bién, según Banville, la novela

para la que estuvo preparando“más de cuarenta años; porque dealgún modo todo surge de la infan-cia y de sus veranos” y que, estima,tiene una voz “más simple y piado-sa y menos maligna que la de misotras novelas”.

Le comento a Banville que cuan-do supe que su siguiente noveladespués de Eclipse e Imposturas se ibaa llamar El mar no dudé ni un mo-mento que sería el cierre de lo quepodría llamarse Trilogía Cass. Deeste modo, la primera era la versióndel asunto narrada por el padre es-trella del teatro de la joven suicidaCass Cleave, y la segunda la versiónde su amante intelectual. La terce-ra y con ese título —Cass se habíaarrojado a las aguas para morir—tenía que ser, por fin, la versión delfantasma en otra banvilleana nove-la de fantasmas sin fantasmas. Perono, El mar —considerada por mu-chos críticos como la más “sencilla”de las obras de Banville— era otracosa. Le digo a Banville que a mí nome pareció más o menos complejaque las anteriores pero que sí po-dría definirla como una suerte deVerano del ’42 reescrito por HenryJames. “Je, je”, ríe Banville con esarisa de quien no se está riendomientras ensarta un pulpito y, sí, Elmar como una novela “de playa”, unamemoria de adolescencia con sexo yarena y olas y, en la orilla, otra vez, eltan recurrente como las mareas temade Banville: cómo hacer y deshacermemoria. Pero ni rastro de Cass.

Cuando le comento esto, mi ilu-sión frustrada de oír a Cass,Banville me mira primero descon-certado y después con los ojos dequien mira pensando: “Jamás se mehubiera ocurrido… Es verdad… Sí,una novela contada por CassCleave es una idea atractiva… De im

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acuerdo: voy a escribirla. Pero Casstendrá que esperar a que acabe laque estoy escribiendo ahora. Serándos o tres años. Y también tengoque ocuparme de Benjamin Black”.

TRES Benjamin Black es el seudó-nimo con el que John Banville acabade publicar su primer policial (aun-que todos sus libros bien pueden serconsiderados policiales o, mejor aún,criminales) protagonizado por elpatólogo y viudo Quirke (nada quever con la Scarpetta de PatriciaCornwell o los tecnócratas à la C.S.I,)y titulado Christine Falls. Quirk, en in-glés, significa rareza y, para muchosde los seguidores de Banville, Christi-ne Falls (que publicará Alfaguara du-rante el 2007) será una rareza: terce-ra persona: casi no hay página dondeno suceda algo y un tan enrevesadocomo sorprendente argumento don-de —en el Dublín de los cincuenta,con Quirke investigando la muerte deuna mujer caída en desgracia yendoy viniendo al pub y departiendo con

su amigo Barney Boyle que apenasesconde al verídico Brendan Behan—la iglesia, la mafia, la masonería cató-lica y los clanes familiares se trenzanen una lucha a muerte por un bebédesaparecido en Irlanda y aparecidoen los Estados Unidos. El resultadoes un lluvioso melodrama gótico don-de casi todos son culpables y la prosaentre lírica y clínica de Banville, unavez más, es la única forma de justiciaen un paisaje podrido por odiosancestrales.

Le pregunto a Banville si le resul-tó más fácil escribir como Black y memira con ojos tristes y responde conlas mismas todavía más tristes pala-bras —una tristeza que apenas es-conde la felicidad de saberse uno delos buenos de verdad— que ya le ha-bía leído decir en otra parte: “Nuncaes fácil. Nada es fácil. Ninguno es fá-cil. Yo suelo pasarme horas tras horaen una oración o en un párrafo. Poreso detesto a todos mis libros porigual. Y los odio porque me resultaimposible leerlos. Los conozco tan ín-

timamente, soy tan consciente de to-das y cada una de sus partes que, alrepasarlos, lo único que veo es cómomejorarlos un poco más. Escribir es,para mí, como intentar redactar unsueño. Nunca se lo hace del todo bien.Pero uno insiste. Y, de acuerdo, no esel tipo de literatura que le gusta a todoel mundo. Pero al menos ese el tipode libro que a mí me gusta escribir…Benjamin Black es mi oportunidad deser otro sin dejar de ser yo. De hecho,ya estoy bastante avanzado en el se-gundo thriller de Quirke. No sé… ConBlack somos muy distintos pero nosgustan las mismas cosas. Es más, ledeseo lo mejor. Le deseo a BenjaminBlack que se gane el próximo Booker.Y, ya que estamos en tema, que JohnBanville se lleve el Nobel”.

Y Banville, con voz de Banville, mepide que pida más pulpitos mientrasme firma una novela titulada El mar yBlack, con letra de Banville,autografía las pruebas corregidas yencuadernadas de otra novela llama-da Christine Falls.