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ASIGNATURA : ETICA SEPARATA : LA SOCIEDAD ACTUAL Y SU ETICA UNIVERSIDAD AUTONOMA SAN FRANCISCO

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ASIGNATURA : ETICA

SEPARATA : LA SOCIEDAD ACTUAL Y SU ETICA

UNIVERSIDAD AUTONOMA SAN FRANCISCO

Page 2: ASIGNATURA : ETICA SEPARATA : LA SOCIEDAD ACTUAL Y SU ETICA UNIVERSIDAD AUTONOMA SAN FRANCISCO

ETICA PARA LA SOCIEDAD ACTUAL1. RELATIVISMO ETICO Y MARCO POLITICO1.1 AMENAZAS INTERNAS DE LAS DEMOCRACIAS

Durante los últimos decenios, la teoría de la democracia se está convirtiendo en la faceta más fecunda de la reflexión política. Está adquiriendo tal relevancia que constituye en gran medida un intento sobresaliente por legitimar el sistema democrático ante las amenazas internas -las «externas» parece que han sido superadas definitivamente tras la caída del muro de Berlín- que crecen cual cáncer degenerativo que mina sus más básicas piezas político-institucionales. Entre las amenazas internas de la democracia en su conjunto, y más claramente de la española, destacaría las siguientes: la no separación clara de poderes, la creciente oligarquía de los partidos, la corrupción política y económica, las listas electorales cerradas, las perennes dificultades financieras de los partidos, el exagerado poder de la televisión, el desajuste entre la representación parlamentaria y la sociedad civil

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Todo ello nos manifiesta en qué medida se ha ido perdiendo la «sustancia moral» que habría de caracterizar a la auténtica democracia. Ha ido infiltrándose durante este siglo una tendencia teórico-práctica que está convirtiendo a la democracia en un mero «método de resolución de conflictos de intereses». Se ha arrinconado a la teoría clásica de la democracia (siglo XVIII) que percibía este nuevo régimen político como garantía de la defensa e instauración de derechos humanos: las instituciones y los ciudadanos han de encarnar ideales y principios morales que convierten en deseable el Estado de Derecho.

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1.2 LA BASE RELATIVISTA DE LA DEMOCRACIA

El Magisterio de la Iglesia ha lanzado agudas críticas a los sistemas democráticos contemporáneos, sobre todo por haber marginado socialmente los valores morales derivables de la declaración de derechos humanos; valores que habrían de asumir con toda radicalidad y coherencia las democracias que aspiren a dejar de ser meros métodos formales de resolución de conflictos. Estamos en un contexto mundial, y particularmente español, en el que urge recuperar con serena urgencia, pero sin pausa alguna, los rasgos morales que se han perdido en las democracias.

La Iglesia Católica ha intentado mostrar reiteradamente en los últimos años la vinculación que se está dando, cada vez más patente, entre la democracia como sistema político y el relativismo ético:

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El pensador que presentó de manera más clara e insistente esta vinculación (binomio relativismo escéptico-democracia) como inherente al sistema democrático fue el jurista y filósofo austriaco Hans Kelsen. Además de ser el padre del positivismo jurídico del pasado siglo y de lo que va de este XXI, ha construido una sólida defensa del sistema democrático apoyándose en tesis éticas relativistas inaceptables para una «democracia moral».

Aunque después de Kelsen casi nadie ha defendido teóricamente con tanta vehemencia este vínculo entre relativismo y democratismo (quizá la excepción más reciente sería Richard Rorty) no cabe duda que culturalmente las sociedades democráticas se han ido identificando con el supuesto de que la defensa de alguna verdad absoluta es incompatible con los mecanismos de decisión política -como el principio de la mayoría- característicos de las sociedades pluralistas y tolerantes. Me atrevo a decir que los diversos textos pontificios, aunque, como es evidente, en ningún momento se refieren al pensador austriaco, están teniendo presente el enfoque de Kelsen y su difusión social.La tesis fundamental de Kelsen ha sido resumida, acertadamente, en los siguientes términos: la afirmación (empírica) de que existen sistemas de valores contrapuestos en distintas épocas, sociedades, sectores sociales e individuos.

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En opinión de Kelsen, únicamente caben dos posiciones en relación con los juicios de valor: o se es absolutista (se afirma la existencia de valores que pueden ser conocidos racionalmente y por ello son objetivos y absolutos) o se es relativista (se sostiene que los juicios de valor son mera expresión de los sentimientos del sujeto). Y dado que el absolutismo ético solo puede justificarse desde la fe religiosa, situada más allá de los límites de la razón, como no se justifica franquear sus fronteras, la única opción coherente es la del relativismo ético. Teniendo esto de fondo, Kelsen sostiene que el relativismo ético es la posición filosófica más acorde con la tolerancia y la democracia.

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Pero también entre ellos existe una especie de «conexión lógica», entendiendo por ello que consiste en una relación de deducibilidad de los valores democráticos a partir del relativismo ético. Este planteamiento de Kelsen cae en la «falacia naturalista» de la que ahora me ocuparé. De la afirmación de que existe multiplicidad de valores que socialmente están en conflicto, no puede derivarse ningún valor particular: ni la democracia ni la autocracia, ni la tolerancia ni la intolerancia. Ser partidario de la democracia o de la autocracia, constituyen opciones igualmente compatibles con el relativismo ético. Es un error sostener que a partir del relativismo sociológico y ético se puede alcanzar una justificación del valor de la tolerancia. Con esta deducibilidad se afirma el tránsito del es al debe, tan rechazado por el propio Kelsen cuando critica el iusnaturalismo.

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1.3 FALACIA NATURALISTA

La falacia naturalista es una falacia que, aunque descubierta y nombrada por el filósofo inglés Henry Sidgwick, es más conocida gracias a su discípulo George Edward Moore, por su utilización en el libro de 1903 Principia ethica. Aunque suele creerse que se comete una falacia naturalista cada vez que se pretende fundamentar una proposición ética a partir de una definición del término "bueno" que lo identifique con una o más propiedades naturales (por ejemplo "placentero", "deseable", "más evolucionado", etc.), realmente se comete esta falacia cuando se define "bueno" según una cualidad con la que general o incluso necesariamente se acompaña el objeto que en cuestión es bueno, sea aquella natural o no.

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Moore hace esta analogía entre "lo bueno" y los colores, pues ambos sólo son comprensibles si pertenecen ya al acervo conceptual del agente; esto es, que son comprensibles sintética, no analíticamente: no son deducibles de ningún otro concepto, y no son explicables a quien no sabe qué son; de hecho es que no son explicables en absoluto, sencillamente sabemos lo que son, pero no podemos responder a "¿qué es 'lo amarillo'?" o "qué es 'lo bueno'?. Ante tal inquisición, sólo podemos dar respuestas ostensivas, pero no intensivas: podemos decir "mira, por ejemplo, esto o aquello es bueno" o "esto o aquello es amarillo", pero no podemos dar un significado para ello. En resumen, la falacia naturalista se basa en confundir "bueno" con "lo bueno", y por ello pasar del pensamiento, que pudiera ser perfectamente correcto, de que todos los elementos "x" (siendo "x", por ejemplo, el placer), son buenos, al de que los elementos "x" son "lo bueno" y conforman el conjunto de todo lo bueno, lo cual es erróneo, pues incluso aunque efectivamente el placer y sólo el placer fuera bueno, aún así cabría preguntar "¿es el placer bueno?": aún que la pregunta fuera absurda en el sentido de que todos sabríamos que sí, que efectivamente el placer siempre es bueno, que no hace falta preguntarse si lo es, la pregunta no sería absurda en sentido lógico, no sería una tautología, esto es, no sería lo mismo que preguntar "¿es el placer placentero?".

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La falacia naturalista es muchas veces confundida con el problema del ser y el deber ser, que afirma que es imposible deducir proposiciones normativas a partir de proposiciones fácticas. También se utiliza el término "falacia naturalista" para describir la creencia de que lo natural es inherentemente bueno, o que lo innatural es inherentemente malo. Como ya hemos explicado una de las falacias más recurrentes en las democracias actuales es la de las mayorías, a saber: si lo aprueba la mayoría, lo aprobado será lo natural, y por tanto, lo bueno. En nuestras democracias existen fundamentalmente dos formas de que las mayorías se expresen, votando y/o comprando, y en ambas ha habido abundantes ejemplos de que las mayorías no siempre aciertan. Las mayorías auparon a Hitler al poder, por ejemplo, y las mayorías consumen hoy basura física e intelectual en gran abundancia, a pesar del desastre que ello significa para sus estómagos y neuronas.

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Pero esta lógica no es autónoma, todo lo contrario, está más que dirigida. Durante años, por ejemplo, Microsoft ha gozado del beneficio de las mayorías que, con todo tipo de artimañas, ha ido acumulando. Las administraciones públicas han permitido estas prácticas y han adoptado sus productos justificando sus decisiones en esas mayorías. En Cataluña, sin ir más lejos, el gobierno autonómico ha financiado las traducciones al catalán de Windows hasta hace bien poco (con 80 millones de pesetas en 1998). Hasta hace bien poco, digo, porque en el último acuerdo firmado con Microsoft la compañía se comprometía a pagar la traducción de su bolsillo. Probablemente por arte y gracia del efecto Linux.

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1.4 RELATIVISMO ÉTICO Y PRINCIPIO DE MAYORÍA

Es evidente que el problema del relativismo moral y su vinculación con la democracia está estrechamente relacionado con la validez del principio de la mayoría como método para alcanzar la «verdad» que, por ello mismo, no se puede afirmar que exista antes del pronunciamiento de la mayoría.

a) la posición política relativista-formal, según la cual el concepto universal de «lo

bueno» ha de ser desterrado de la actividad política y sustituido por la decisión de la mayoría, que constituye el mejor procedimiento y mecanismo para orientarnos en la vida pública

b) la posición política absolutista-material (pretendidamente no democrática) según la cual «lo bueno» no es producto de la mayoría, sino que la antecede y la ha de orientar, hasta el punto de que la vida pública democrática habrá de organizarse con el fin prioritario de realizar los contenidos morales que concretan la declaración universal de los derechos humanos, inspiración jurídico-moral de toda democracia.

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2. REGENERACION MORAL DE LA DEMOCRACIAVoy a indicar esquemáticamente cuales podrían ser los medios sociales, culturales y políticos que cabría utilizar frente al enfoque de Kelsen a fin de quebrar el embrujo que está ocasionando la «mentalidad relativista», que ha infectado las instituciones democráticas de nuestras sociedades. La perspectiva que voy a seguir, en coherencia con lo anteriormente expuesto, será más moral que política porque es la que mejor puede ayudarnos a renovar el sistema democrático, ya que la base de todas sus graves deficiencias es de carácter moral más que propiamente linstitucional.

El relativismo moral difundido socialmente elimina referencias éticas sólidas en la vida política, necesarias para instaurar una «democracia moral». Por ello, frente a la mentalidad kelseniana, cabe reivindicar las alternativas:

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a) Desarrollar a nivel teórico las contradicciones filosóficas en que incurre el relativismo moral, además de desvelar las graves consecuencias que de él se derivan para la vida colectiva y la estabilidad política.

b) Explicitar constantemente a través de los medios de comunicación y otros foros de discusión política el menosprecio de los derechos al que conduce tal posición ética, dado que la Declaración Universal de Derechos Humanos está ofreciendo una duradera y sólida orientación constitucional a todos los países democráticos, además de la concreción nada relativista de una «ética civil» que ha de inspirar a las democracias.

c) Impulsar la colaboración de los ciudadanos en Organizaciones no gubernamentales (ONG), y en variados movimientos sociales o culturales, que surgen como defensa de derechos y valores morales olvidados por los poderes políticos. Estos suelen desplegarse a través de una estrategia «maquiavélica» consecuencialista («el fin justifica los medios»)

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d) Reivindicar el derecho a la objeción de conciencia y a la desobediencia civil como mecanismos democráticos que posibilitan el enfrentamiento pacífico a instancias legislativas. Frente al relativismo moral que pretende ser la base teórica de la democracia y de la tolerancia hay que reivindicar esas posturas legítimas. Apoyándose en el principio de mayoría, los llamados políticamente correctos, pretenden doblegar las conciencias de quienes afirman principios morales universalizables.

e) Desenmascarar y atacar frontalmente a la corrección política y se espurio hijo, el buenismo, tema del que nos ocuparemos seguidamente. Estas son, a mi modo de entender, algunas de las urgentes renovaciones «morales» que está reclamando nuestro sistema democrático para superar el difundido olvido de la ética que origina un lamentable menosprecio de la actividad política en el horizonte democrático.

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